Está en la página 1de 281

En

1895 la editorial F. Tennyson Neely publicó una curiosa colección de


cuentos fantásticos de una inquietante belleza, «El Rey de Amarillo» (Gótica
87), obra de un autor norteamericano entonces desconocido, Robert W.
Chambers, que con el tiempo se convertiría en libro de culto para muchos
aficionados a la literatura de terror, incluyendo al propio H. P. Lovecraf. En
varias de estas historias Chambers hace veladas alusiones a una obra de
teatro maldita, El Rey de Amarillo, cuya lectura provoca la locura y la
desesperación en todos aquellos que se atreven a internarse en sus páginas.
Más de un siglo después, el reputado autor de ficción extraña Joseph S.
Pulver Sr. ha reunido en esta antología, «Una temporada en Carcosa», a una
nutrida nómina de autores de terror contemporáneos y les ha pedido que
dejen volar su imaginación en torno a aquella obra maldita de locura y
realidades alteradas imaginada por Chambers.
La colección reúne veintiuna historias que se aproximan al tema desde muy
distintos ángulos y con muy diferentes estilos: Brillantes huesos negros y
tenues estrellas negras, de Gemma Files, sobre los inquietantes
descubrimientos realizados en las excavaciones arqueológicas de la antigua
y misteriosa ciudad de Carcosa; El amanecer de abril, del veterano Richard
A. Lupoff, que recurre a su excéntrico investigador de lo oculto Abraham ben
Zaccheus, y lo sitúa en San Francisco en los días del Gran Terremoto; El
pozo de los deseos, de Cody Goodfellow, una de las más inquietantes, thriller
psicológico que nos sumerge en la locura y el terror que experimenta un
actor después de recibir un extraño video; o Sweetums, de John Langan,
historia onírica y surrealista que juega con la confusión entre realidad y
ficción de una actriz que se ve envuelta en un rodaje de pesadilla.

www.lectulandia.com - Página 2
AA. VV.

Una temporada en Carcosa


21 cuentos extraños en tomo al Rey de Amarillo
Valdemar: Gótica - 97

ePub r1.0
orhi 07.11.2017

www.lectulandia.com - Página 3
Título original: A Season in Carcosa
AA. VV., 2012
Traducción: Marta Lila Murillo
Ilustración de cubierta: Los harapos del Rey / The Tatters of the King - Samuel Araya

Editor digital: orhi


ePub base r1.2

www.lectulandia.com - Página 4
Joseph S. Pulver, Sr.
— presenta —
Una temporada en Carcosa
21 cuentos extraños en torno
al Rey de Amarillo

— con —
JOEL LANE • Simon Strantzas • Don Webb • Daniel Mills • Gary McMahon • Ann
K. Schwader • Cate Gardner • Edward Morris • Richard Gavin • Gemma Files •
Joseph S. Pulver, Sr. • Kristin Prevallet • Richard A. Lupoff • Anna Tambour •
Michael Kelly • Cody Goodfellow • John Langan • Pearce Hansen • Laird Barron •
Robin Spriggs • Allyson Bird

www.lectulandia.com - Página 5
ESTA LOCURA AMARILLA
Robert William Chambers (26 de mayo, 1865 - 16 de diciembre, 1933).
El Rey de Amarillo. El Signo Amarillo. Sombría Carcosa. Las cámaras suicidas.
Cassilda y los otros personajes cautivadores de La obra de teatro… Todos ellos son
inquietantes simientes de la ficción de lo extraño que inspiró a Lovecraft, a Derleth, a
Karl Edward Wagner, y que siguen contagiando a los escritores de hoy en día.
Influenciado en parte por Ambrose Bierce, Edgar Allan Poe, e incluso podría
decirse que por los «decadentes» franceses, Chambers creó un pequeño corpus de
relatos, que algunos incluso lo denominan mito, conectados por un rey vestido con
ropajes pálidos y harapientos, la obra de teatro “El Rey de Amarillo” inductora a la
locura, y el Signo Amarillo, y los recopiló en un libro publicado en 1895, titulado El
Rey de Amarillo. Los relatos de Chambers están ligeramente salpimentados con
nihilismo y hastío, y plagados de locura y de una belleza inquietante, y siniestros
tormentos; recordarán que he mencionado a Bierce, a Poe y a los «decadentes».
Robert M. Price, en su excelente estudio The Hastur Cycle (Chaosium 1997),
rastrea algunos de los elementos centrales en las creaciones de Chambers desde las
primeras menciones a Carcosa, Hali y Hastur en Bierce, hasta Blish y Wagner (“The
River of Night’s Dreaming” de K. E. Wagner está dentro del canon del Rey de
Amarillo, ¡y es uno de los mejores relatos extraños jamás escritos! Y no soy el único
que lo piensa: ¡¡¡Peter Straub en su introducción a la brillante colección de K. E.
Wagner In A Lonely Place [Warner Books 1983] afirmaba lo mismo!!!) Dos años
después de la publicación de The Hastur Cycle, le pedí a Bob que coeditara una
colección que yo quería llamar The Pallid Mask. Estuvo de acuerdo, comenzamos a
reunir relatos y Bob escribió una introducción, pero nos quedamos sin editor. Una
década más tarde, en el H. P. Lovecraft Film Festival en Portland, Oregón, ofrecí el
libro a S. T. (Joshi), el cual estaba muy interesado en editarlo, pero estuvo ocupado y
finalmente el proyecto volvió a mis manos. S. T. dijo: «Tú deberías hacerlo solo.
¿Quién mejor podría hacerlo que tú?» En mis fantasías brotó un nombre, ¡Datlow!
Pero no tuve el valor de pedírselo. La idea de que yo me encargara de editar esta
antología me lanzó al borde de la locura. Y aun así, aquí está. Tras haber visto el
Signo Amarillo hace mucho tiempo (estaba sentado junto a un estaque en Upstate
Nueva York, leyendo “El Signo Amarillo” bajo la luz de la luna llena, no lejos de la
casa de Chambers sin saber nada de ello ni de él; tenía dieciséis años por aquel
entonces) y, tras haberme convertido en un miembro entusiasta de la Sociedad del
Signo Amarillo (algunos incluso dicen que soy su líder), necesitaba ver la publicación
de este libro.
Muchos de los relatos que iba a ser incluidos en The Pallid Mask vieron la luz en
la excelente colección de Peter Worthy Rehearsals for Oblivion Act 1 (Dimensions
Books 2006). Sin embargo, seguía sin estar satisfecho. Quería más relatos sobre El
Rey de Amarillo. Nuevos relatos. Tenía listas de escritores y mi ¿qué pasaría si

www.lectulandia.com - Página 6
———— hiciera esto, o si ———— hiciera algo parecido a eso?
Mi necesidad me consumía y finalmente fui llamado ante el tribunal.
Bob había dicho que era una buena idea. S. T. estaba entusiasmado con el
proyecto. Me quedé sentado mirando mis artefactos chamberianos y sujetando mi
ejemplar de El Rey de Amarillo (¡no, no es una primera edición!) y la locura del Rey
me ordenó hacerlo: ¡Hazlo!
Así que garabateé unas notas, eché un vistazo a mi lista de escritores, muchos de
los cuales habían estado en mi lista durante mucho tiempo, y comencé a suplicarles.
Esto es lo que deseaba, o más bien suplicaba:
Nada de reimpresiones. Nada de HPL. El mito lovecraftiano no forma parte de la
obra de El Rey de Amarillo… Excepción, los demonios necrófagos, la Univeridad de
Miskatonic podría tener un ejemplar de la obra de El Rey de Amarillo. No quiero que
nadie escriba la obra. Estoy interesado en los relatos basados en el canon, o que les
hacen un guiño o que despegan a partir de ellos. Este es un libro sobre la locura,
realidades alteradas, mentes distorsionadas, y lo que hay bajo la máscara.
El canon desde mi punto de vista: de R. W. Chambers: “El Reparador de
Reputaciones”, “La máscara”, “En el Pasaje del Dragón”, “El Signo Amarillo”,
“La demoiselle D’Ys”, “The Street of Four Winds”, “The Prophet’s Paradise”, “The
Street of the First Shell”; de Karl Edward Wagner: “The River of Night’s Dreaming”;
de Michael Cisco: “He Will be There”; de James Blish: “More Light”; de Vincent
Starrett: “Cassilda’s Song”; de Ann K. Schwader: “Tattered Souls”, “Postscript: The
King In Yellow”, “A Phantom Walks”.
Los estilos pueden ser de lo más variados. Noir. Bruno Schultz, Burroughs,
Ligotti, Ciencia Ficción, Nuevo Weird, Fantasía Oscura, David Lynch, los hermanos
Quay, ¡POÉTICA!, surrealismo, Ellroy, Vachss…
Escenario y localización: cualquiera… casi, R’lyeh queda descartado. Paisaje
urbano, desierto, cabaña, la ciudad de Nueva York, París, Texas en 1885…
Los relatos podrían/deberían tocar temas como: cámaras de suicidio, la Dinastía,
la obra de teatro, los personajes de la obra de teatro, locura, el Signo Amarillo.
París. La pintura/las bellas artes en general [adaptaciones musicales… ¿Cómo sería
el Rey de Amarillo de Julie Taymor?; o una obra de teatro de Robert Wilson; poetas
y músicos modernos interpretando la obra], Carcosa, máscaras, la batalla con
Alar…
En las siguientes páginas podrán ver las distintas formas de locura que los
talentosos colaboradores han representado para ustedes. Por favor abríguense porque
están a punto de embarcarse hacia las orillas de la locura. A su llegada notarán, en los
valles del Winter Lantern, un frío pesado en el aire.

(una cierta) bEstia


Berlín, Alemania
Febrero 2012

www.lectulandia.com - Página 7
UNA TEMPORADA
EN

CARCOSA

www.lectulandia.com - Página 8
www.lectulandia.com - Página 9
MI VOZ ESTÁ MUERTA

Somos el cuerpo sagrado de Cristo, no un puñado de hermanitas


de la caridad laicas.
Post anónimo en Internet.

El nombre le sonaba, pero Stephen no estaba seguro de dónde lo había oído. Tal vez
durante su época de estudiante, cuando el insomnio y el azar de los libros de segunda
mano le llevaron por extraños parajes. Pero él había sido curioso, no ingenuo, y esto
se parecía sospechosamente a una secta. ¿Un reino mítico con oscuras torres, un lago
fantasmal y un rey vestido con harapos como un pordiosero convertido en icono? Ni
tan siquiera en su confusa juventud habría podido confundir la fe con una pesadilla
como esa. Pero algo en aquellas palabras febriles le seducía, hacía que continuara
pasando páginas. Tal vez su cruda morbosidad le atraía ahora que estaba, en términos
objetivos, cerca de la muerte.
El creador anónimo de la página web de El Signo Amarillo usaba una fuente
densa y arcaica que se asemejaba a la escritura medieval. Entre sus largos párrafos
intercalaba dibujos de aficionado y fotos borrosas que se suponía debían ilustrar el
texto, presentándose al mundo como un escritor de viajes en lugar del decepcionante
escritor de literatura fantástica que era. Una foto en blanco y negro de un paisaje
industrial desolado, con dos torres de ladrillo desmoronadas, mostraba el siguiente
pie de página: La ciudad en ruinas de Carcosa. Aparecía otra foto en la que se veía la
orilla de un lago cuyas aguas parecían casi negras y en total quietud, aunque las
nubes en la parte superior estaban totalmente revueltas. En el pie de foto se leía El
lago de Hali en permanente crepúsculo. Obviamente, reflexionó Stephen, esto no
debería ser tomado al pie de la letra.
Luego había unos cuantos bocetos toscos, probablemente al carboncillo y
escaneados posteriormente, de pájaros lisiados y figuras humanas deformes que
deambulaban alrededor del lago y los edificios en ruinas. Y el propio Signo Amarillo,
un logo asimétrico incorporado en todas las fotos y dibujos como si flotara en el aire
allá donde uno mirara. Cuando Stephen cerró los ojos seguía vibrando allí, un tono
amarillento enfermizo que nunca había visto en la vida real.
Al final había una dirección de e-mail para quien deseara saber más. Stephen
pinchó en el enlace y escribió un mensaje corto:

No sé dónde está Carcosa, pero debe de ser un lugar mejor que en el que
estoy ahora. ¿Se animaría Cassilda a bailar un vals conmigo? Un reino de
eterno crepúsculo sin duda es mejor que este mundo en el que encienden las

www.lectulandia.com - Página 10
luces del escenario y lo llaman día. Dime dónde puedo encontrar Carcosa.
No me queda mucho tiempo. Hastur la vista[1], baby.

Después de enviar el mensaje, apagó el ordenador e intentó rezar. Pero las


palabras no llegaban. ¿Es que Dios lo había abandonado por haber estado trasteando
con religiones pintorescas del folclore? No tenía intención de hacerlo, pensó al
tiempo que se persignaba. Luego sacó el rosario de la mesilla y pasó las cuentas
rítmicamente hasta que el ataque de pánico se aplacó. Después de la operación y la
quimioterapia, le habían dicho que ya estaba libre de tumores y que tenía que regresar
cada mes para hacerse las pruebas rutinarias. La última de estas reveló un aumento
repentino de los niveles en los indicadores tumorales, por lo que iba a necesitar una
prueba de resonancia magnética. En tres días le informarían de los resultados. Sin
duda se le podría perdonar por intentar agarrarse a un clavo ardiendo.
Por supuesto, todo el asunto del Informe Ryan no ayudaba en absoluto. Había
seguido las noticias en el Irish Times con una mezcla de ira y vergüenza. Ira por la
locura desatada en los medios de comunicación protestantes, pero también por la
profunda estupidez de las autoridades eclesiásticas que intentaron ocultar lo que
deberían haber sacado a la luz. Si colaborar con la policía era demasiado peligroso,
deberían haberse asegurado de que unos cuantos de aquellos delincuentes sufrieran
un terrible accidente. Después de todo, por mucho que dijeran los periódicos, no eran
muchos.
Y la vergüenza de lo que podría haber ocurrido si las acusaciones eran ciertas, si
no se trataba tan sólo de un puñado de delincuentes que culpaban a sus cuidadores y
educadores del hecho de que sus vidas hubieran acabado en nada. Siempre que
pensaba en las acusaciones, otros pensamientos se interponían; el hecho de que
aquellos mocosos se habrían muerto de hambre o se habrían dedicado a la
delincuencia sin el cuidado y apoyo que la Iglesia les ofreció. No podía imaginarse
literalmente lo que decían que había pasado. Pero carecer de las palabras para
describir la vergüenza, incluso estar ligeramente avergonzado por ello, no hacía que
desapareciera.
Le temblaban las manos cuando guardó el rosario en el cajón. Era casi mediodía y
no había hecho nada. En otro tiempo habría llenado el día entero con actividades:
habría salido al campo por los alrededores de Birmingham, o habría leído algo en la
biblioteca, o montado una estantería nueva. Pero ahora no tenía la energía suficiente y
era difícil sentirse motivado. Una vez que había fallado su rutina habitual, no quedó
allí nada. Se preguntó si el dolor en la espalda no sería más que el efecto de estar
sentado e inmóvil demasiado tiempo. Sintiéndose enfadado de repente, se dirigió a la
cocina y se puso a limpiar la encimera, lavó unas cuantas tazas y luego alargó el
brazo para retirar una telaraña de la ventana. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí colgando?
Recorrió la casa con una bayeta, repasando las estanterías y los cuadros. La pantalla
del ordenador también tenía polvo, pero no quería tocarla, ese aparato no merecía su

www.lectulandia.com - Página 11
atención. Volvió a conectarla, luego se dio media vuelta y regresó a la cocina. Allí se
sentó a la mesa, entrelazó los dedos de las manos y los presionó contra la frente,
sollozando. No podía decirse que fuera una oración, pero al menos era algo.

La brillante luz de febrero se reflejaba en las ventanas y los charcos de agua de lluvia.
Stephen cerró la puerta de la casa y atravesó el salón, la habitación que siempre
estaba limpia y ordenada, la habitación para entretener a las visitas (¿con qué?, ¿con
chistes malos?) Su orden y familiaridad siempre le calmaban, pero ahora no. Esperó
para sentirse en casa. Inoperable. Detrás de esa palabra había más sensación de cierre
que cuando clausuraron los almacenes Woolworth. Extrañamente, en realidad no se
sentía enfermo. Sólo cansado.
El ordenador le llamaba, pero resistió el tiempo suficiente para servirse un vaso
de Jameson’s. Sólo había dos e-mails nuevos, ambos titulados “El exiliado regresa”.
Lo cual era un indicio de spam. Pero uno de ellos era de su hermana Claire. El otro
era de “Muerte en Jaune”.
El e-mail de Claire decía que esperaba que estuviera bien. Luego había un enlace
a la página del periódico local, con el comentario: Este hombre nos casó a Ian y a mí.
Me siento traicionada.
Respiró profundamente, consciente de una vaga rigidez en sus pulmones, y pulsó
el enlace. Un rostro que reconocía de algún lugar. Richard Robinson, de 73 años de
edad, había sido sentenciado a 21 años por el Juzgado de lo Penal de Birmingham por
múltiples violaciones de niños. Antes había ejercido de párroco y era conocido por su
motocicleta y su jovialidad; abandonó el país en 1983 para evitar el juicio. La policía
tardó un cuarto de siglo en conseguir su extradición. En el artículo se afirmaba que
durante todo ese tiempo la Iglesia había mantenido en secreto su paradero. Hasta el
2001 continuaron pagándole regularmente un salario.
Tras sentenciar a Robinson a pasar el resto de sus días en prisión, el juez ordenó
una investigación sobre la actuación de la Iglesia en este caso. Stephen se percató
entonces de que su vaso estaba vacío, pero no recordaba habérselo bebido; no notaba
el sabor del whisky en la boca, ni lo sentía en el pecho.
Se sentía más desvalido ahora que durante su estancia en el hospital. El padre
Robinson. Recordaba ese rostro sonriente de la boda de Claire y de otras ocasiones.
Ahora le vino a la memoria que decían que había dejado el sacerdocio. Tras revisar la
larga lista de comentarios de los lectores, no vio nada más que la zafiedad de las
mentes de los protestantes. Como si la Iglesia no tuviera otras cosas en las que
ocuparse que inspeccionar el lodazal de dudosas acusaciones y vidas inútiles. Un
indignado vecino afirmó: Que cualquier sacerdote continúe parloteando latín ante
los creyentes cuando su iglesia es culpable de tales crímenes resulta de una
hipocresía abyecta.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Sus dedos temblaban mientras tecleaba en la
barra de comentarios: Somos el cuerpo sagrado de Cristo, no un puñado de

www.lectulandia.com - Página 12
hermanitas de la caridad laicas. Luego desconectó el ordenador y se acercó a la
ventana del estudio. Diminutos copos de aguanieve chocaban contra el cristal como
escamas de piel muerta. Debería telefonear a Claire, parecía disgustada. No, le
respondería por correo. Así no tendría que abrumarla con sus propias malas noticias.
El débil zumbido del ordenador resultaba relajante, como la apacible resaca de los
calmantes. Stephen abrió el otro mensaje titulado “El exiliado regresa”. Estaba escrito
con la misma fuente arcaica de la página web del Signo Amarillo:

Oh peregrino de la Carcosa macabra


Nuestras voces cantan al unísono el himno
El Lago de Hali contiene la palabra
Olvidada por el ciego rebaño

¡El Rey existe! Ha regresado


Allí donde las negras estrellas han ardido por siempre
Y ataviado con su sagrado manto amarillo
Prueba que Dios no es una patraña

Cassilda danza como una runa


Bajo una clase de luna distinta
Si quieres ver el rostro de la verdad
Observa entonces su pálida máscara

Esto sucedió hace mucho tiempo y las piedras


suplican que vuelva, la boca permanece muda
El Rey de Amarillo… lee el texto
Y luego recuerda lo que viene después

Bajo los versos había otra polaroid borrosa: la estatua de una mujer tendida en un
ataúd blanco con los delgados brazos cruzados sobre el pecho. Su rostro era una talla
perfecta de mármol. Los ojos, los labios y la nariz estaban sellados. A Stephen le
recordó una talla en la tumba de un santo. La pura espiritualidad le dejó sin aliento.
Detrás de la figura se elevaban rescoldos de una hoguera oculta a través de los
árboles sin hojas.

Ese fin de semana encontró un ejemplar de El Rey de Amarillo en Reader’s


World, la única librería de viejo que quedaba en la ciudad. El ejemplar en rústica no
tenía fecha. Dentro había una reproducción de la cubierta original de 1895; un
hombre embozado de pie tras una runa y un torbellino rodeándolo. Cuando iba en el
autobús sintió una punzada de dolor que lo dejó casi paralizado, pero consiguió no
vomitar. Se apeó cerca de su casa y se desplomó en un banco, encogido como un feto.

www.lectulandia.com - Página 13
Nadie le ofreció ayuda. Finalmente se las arregló para llegar a trompicones a su
apartamento, con el libro en el bolsillo del abrigo. Pasó tan mala noche que estuvo a
punto de avisar a la ambulancia. Pero alrededor de las dos de la mañana, el dolor y las
náuseas desaparecieron. La paz era demasiado valiosa para malgastarla durmiendo,
así que tomó el libro y comenzó a leer.
Era un libro sobre un libro que no existía: una obra de teatro que había sido
publicada pero jamás representada. El narrador de la primera historia era un católico
fanático que odiaba a los judíos y claramente detestaba a las mujeres. Resultó ser un
psicópata violento al que la obra había enloquecido. ¿Qué sentido tenía? La segunda
historia era una extraña pesadilla sobre gente que se vuelve de piedra y luego
regresan a la vida. Mucho mejor. La tercera historia se sumergía de nuevo en el
retorcido mundo de la obra de teatro, que parecía ofrecer una morbosa esfera
espiritual propia. Y luego la cuarta historia, “El Signo Amarillo”. Nunca había leído
algo tan inquietante. Un narrador católico más comprensivo, cuyo único delito fue
perder la ocasión de hacer el amor a su novia. Ella le dio un símbolo tallado y luego
fue asesinada por un hombre putrefacto que había regresado para recuperarlo y
llevárselo de vuelta. El narrador terminó muriendo solo, aterrado y confuso.
Si hubiera leído las historias antes, aunque fuera hace mucho tiempo, sin duda las
recordaría. Le habrían inquietado entonces. Si no, ¿por qué le resultaban tan
familiares? ¿A qué le recordaban?
Stephen no durmió aquella noche. A estas alturas ya le habían dado la baja en el
trabajo y vivía tomándose las cosas con calma. Pronto tendría que ir al hospital y
luego tal vez a cuidados paliativos. Tal vez le quedaran seis meses, pero ¿qué clase de
meses serían? ¿Cuánto tiempo debería esperar para que un Signo Amarillo le liberase
en la oscuridad? ¿Y qué pecados estaba expiando ahora? Habría preferido probar
otros pecados más interesantes. Pero ahora era demasiado tarde. La carne y el placer
ya no combinaban bien.
Una semana después de leer el libro, envió un e-mail a su contacto anónimo:

Si Carcosa es real, dime dónde está. No me queda mucho tiempo. Tan sólo
unas cuantas semanas o meses más para andar y pensar. Luego, por mucho
que tarde, sólo me quedará morirme. Si el Rey puede darme esperanzas, haré
cualquier cosa.

Antes de pulsar «enviar», se arrancó la cruz de plata que le colgaba de la cadena


alrededor del cuello y la tiró a la alfombra.
La respuesta le llegó una hora más tarde:

Oh, peregrino, no desesperes: Carcosa es eterna. Llevo aquí cien años o


más. Carcosa perdura porque ahora forma parte de la muerte, algo que el

www.lectulandia.com - Página 14
mundo no puede hacer. El Rey viste harapos, el Lago de Hali está cubierto
por el crepúsculo, la Máscara Pálida nunca cambia. La vida se esfuma pero
la muerte dura para siempre. Creo que estás preparado para unirte a
nosotros. Trae todo el dinero que tengas, pero no envíes nada. Ve en tren
hasta Telford, donde Cassilda te recibirá con un beso, mañana a mediodía.

El tren llegó tarde; temía que ella ya se hubiera ido. Un viento gélido soplaba en
el andén. Aferrado a su bolsa de viaje, miró a su alrededor. Una joven salió de la sala
de espera y se dirigió hacia él. No concordaba con la imagen mental que tenía de
Cassilda; su cabello negro era demasiado corto, sus ropas demasiado modernas. ¿Pero
qué otra cosa podía esperar? Luego los ojos de ella se cruzaron con los de él y le
sonrió como si se despertara en ese momento de un sueño erótico. Sin preguntarle el
nombre, agarró su mano libre y le besó en la boca. Era un beso más intenso de lo que
él había esperado o merecido, y se sintió sorprendido al notar que él mismo
respondía. Había pasado mucho tiempo desde la última vez.
Todavía sujetándole la mano, ella le condujo abajo por las escaleras de cemento
hacia el aparcamiento. Un hombre esperaba dentro de un oxidado Metro azul.
Cassilda abrió ambas puertas traseras y se sentó junto a Stephen.
—Bienvenido a Carcosa —dijo el conductor mientras arrancaba.
Debía de tener unos treinta años aproximadamente, y llevaba una camisa a
cuadros y el pelo rubio al rape. El coche se alejó de la ciudad y se dirigió a las afueras
pasando entre campos amortajados por la bruma. Cassilda se echó hacia atrás
envolviéndose en los brazos de Stephen y arrimó su boca a la de él. Stephen había
escuchado historias sobre sectas que hacían esto, que usaban el sexo para ganar
adeptos. Pero, francamente, ¿qué tenía que perder?
A medida que la carretera se iba haciendo más angosta y los campos daban paso a
la masa de árboles de un bosque, Stephen comenzó a sentir de nuevo el frío latigazo
del dolor y las náuseas. Rebuscó en su bolsa hasta encontrar la medicina y engulló
dos pastillas distintas. Cassilda se señaló la boca.
—Es medicina —dijo él.
Ella se encogió de hombros. El conductor los observaba por el espejo retrovisor.
En los árboles oscuros, vetas de musgo parpadeaban como runas descoloridas.
—¿Vamos a ir al lago? —preguntó Stephen. Cassilda asintió despacio—. ¿Cuánto
tiempo llevas viviendo allí?
—No existe el tiempo en Carcosa —respondió el hombre joven—. La luna nunca
cambia.
—Llevo aquí tres meses —dijo Cassilda con un suave acento de Derbyshire—,
Hastur está celoso porque se unió a nosotros la semana pasada.
Lanzó a Stephen una sonrisa de complicidad y apoyó la cabeza en su hombro.
Continuaron en silencio. El bosque dio paso a los lindes de una finca abandonada
y en ruinas, unos bloques grises idénticos con planchas metálicas atornilladas sobre

www.lectulandia.com - Página 15
las ventanas. Una pareja joven con un carrito cruzó la estrecha carretera por delante
del coche. El conductor hizo sonar el claxon.
—Criaturas estúpidas —murmuró—. Si los atropellara, ¿quién notaría la
diferencia? Sus vidas son tan insignificantes como las de las babosas. No le has dicho
a nadie adónde ibas, ¿verdad?
—Por supuesto que no —replicó Stephen.
La pregunta le hizo percatarse de que debería haber llamado a Claire para
informarle de que se marchaba. Si al menos hubiera teléfonos allá donde le
conducían. Él no llevaba móvil.
El aire pareció espesarse, como una cortina de humo donde una llama amarilla
titilase en algún lugar tras ella. ¿Tenía los ojos llorosos? Los edificios parecían
informes y borrosos. Era demasiado pronto para el crepúsculo. El cuervo más grande
que jamás hubiera visto agitaba vacilante su plumaje con vetas blancas sobre la
carretera. Entonces, de repente, remontaron una pendiente y se encontraron bajando
una pronunciada cuesta hacia un lago cuya superficie era de un color gris azulado
metálico. A ambos lados había edificios de apartamentos calcinados.
—Estamos perdidos en Carcosa —dijo la chica, tan débilmente que Stephen no
habría podido asegurar que había escuchado tales palabras.
El coche traqueteó por la carretera hasta detenerse junto a la pedregosa orilla del
lago. Cuando Stephen abrió la puerta le golpeó una vaharada de podredumbre. Las
nubes por encima de su cabeza se veían amoratadas por las turbulencias. Algo le rozó
el rostro, como un ala invisible, y la angustia le atenazó las entrañas. Los otros dos
continuaron avanzando mientras él se agachaba a un lado de la carretera y vomitaba.
Unas runas metálicas brillaban sobre las oscuras aguas. Alzó la mirada con lágrimas
en los ojos y vio una forma retorcida aleteando hacia él por encima del agua, como
una capa amarillenta sin nada dentro, pero moviéndose con determinación. Stephen
se frotó los ojos y la forma desapareció… pero ahora pudo divisar unas
construcciones más pequeñas en la orilla opuesta del lago, y gente que se movía entre
ellas. Una docena aproximadamente de cabañas prefabricadas y un estrecho edificio
blanco con una torre. Había algo pegado a esa torre, pero desde donde se encontraba
no podía ver de qué se trataba… sólo distinguía la estructura de tablones y andamios
que apuntalaba la torre. Luego, justo en el momento en el que la alucinante capa
debería haberle alcanzado, un dolor le atenazó la parte baja de la columna vertebral y
el mundo se ensombreció. Las aguas del lago bullían pesadamente. Lo último que
percibió fue el sabor de la sangre en la boca.

—Bebe esto —el hombre que se inclinaba sobre él era él mismo.


Stephen tomó el vaso, que contenía un líquido color pardo y se lo tragó. Era
coñac, una delicada llama en la boca. Su cuerpo recordó el dolor y volvió a tragar, y
luego una tercera vez. El hombre tomó el vaso vacío. Stephen fue consciente
entonces de que no era su doble, aunque la semejanza era asombrosa: un hombre

www.lectulandia.com - Página 16
parcialmente calvo de unos cincuenta años, con el rostro enjuto y gafas de montura
metálica. El fuego ahora se extendía por la garganta y el pecho. Estaba tendido sobre
un camastro en una habitación diminuta con paredes de placas de yeso y un
calentador de aire eléctrico. Había otro hombre de pie junto a la cabecera de la cama,
mirando hacia abajo: el conductor.
—No te preocupes —dijo el hombre mayor—. Estás en Carcosa. Podemos
salvarte. Cuando tengas fuerzas para mantenerte en pie, te llevaremos ante el Rey. Y
durante el ocaso él oficiará la ceremonia de la Máscara Pálida.
—¿Es un imitador del Rey Elvis? —preguntó Stephen.
Hastur se revolvió enfurecido, pero el otro hombre sonrió.
—No, Elvis fue un imitador de él. He leído tus mensajes, sé que tienes problemas.
Pero estamos preparados.
Stephen cerró los ojos y juntó las manos con fuerza, como si estuviera rezando.
Pero en este lugar no conocía las palabras. Rozó con los dedos sus labios secos.
—¿Está Cassilda aquí? —preguntó. Ninguno de los hombres le contestó. Abrió
los ojos—. De acuerdo.
—¿Tienes dinero? —replicó Hastur.
Stephen echó mano a la cartera y se la pasó en silencio. Contenía cuatrocientas
libras, todo lo que pudo sacar antes de su siguiente paga.
Abandonaron la cabaña; el hombre mayor sujetaba a Stephen y Hastur marchaba
tras ellos. Estaban cerca de la orilla del lago, que se agitaba constantemente. Unas
nubes densas de algas azul verdosas oscilaban bajo la superficie mate. El aire parecía
más denso que antes, resultaba más difícil respirar y las nubes arrojaban copos
inmóviles de oscuridad.
Desde esa orilla podía ver que sobre el edificio blanco se posaba una forma
amarilla retorcida, una runa o signo abstracto que recordaba de la página web. Era
difícil apartar la mirada, pero su guía lo conducía a una caravana aparcada frente a la
capilla. Hastur llamó tres veces y esperó.
La puerta se abrió.
—Entrad —dijo el Rey.
Era un hombre alto y ligeramente encorvado, ataviado desde los pies a la cabeza
con una capa hecha jirones. Stephen pensó que estaba hecha de retales de otras
prendas —un uniforme militar, una sotana de cura, una bata de cirujano, un traje de
hombre de negocios— burdamente hilvanados y tintados o coloreados con aerosoles
de un pigmento amarillo chillón. Debía de llevar algo negro debajo, porque los
jirones en la tela sólo revelaban oscuridad.
El interior de la caravana apestaba a incienso y alcohol. Las paredes estaban
empapeladas con recortes de periódicos, pero en la penumbra sólo iluminada por dos
velas no podía leer los titulares. La mesa estaba cubierta de libros, periódicos,
botellas vacías y otros objetos. Sólo había dos sillas; el Rey hizo un gesto a Stephen
para que tomara asiento frente a él. Los otros dos hombres permanecieron de pie.

www.lectulandia.com - Página 17
—Bienvenido a Carcosa —dijo el Rey. Llenó dos vasitos de una botella abierta y
pasó uno a Stephen—. Esta noche verás la Máscara Pálida. Oirás cantar a las Híades.
Y cuando las negras estrellas brillen sobre el lago de Hali, tú serás redimido. Y
vivirás con nosotros para siempre.
Los otros dos hombres recitaron algo en una lengua que Stephen no reconoció. El
Rey levantó la copa y bebió, y Stephen hizo lo propio. La bebida también era nueva
para él; un licor que sabía levemente a humo y podredumbre. Le adormeció la boca y
expandió por sus entrañas una oleada de quietud. En unos segundos el mundo le
pareció limpio y sin dolor. Miró tras lágrimas de alivio el rostro enjuto e inmóvil del
Rey.
—Traedme la Máscara Pálida —ordenó el Rey. Hastur entró en una habitación
trasera y regresó con una pequeña maleta de piel que el Rey colocó sobre la mesa y
abrió a continuación. Contenía dos objetos envueltos en tela amarilla. El Rey
desenvolvió cuidadosamente el bulto más grande. Sus dedos eran delgados y muy
pálidos. Sostuvo en alto la máscara y se la pasó a Stephen—. Siente su peso.
La máscara no era de yeso. Estaba tallada en mármol o cuarzo y titilaban cristales
en su pura superficie blanca. El rostro de una mujer joven, de rasgos perfectos; los
ojos y la boca estaban cerrados, la nariz taponada. Stephen apenas reunió fuerzas
suficientes para levantarla. Por el borde había una serie de agujeros pequeños,
manchados de sangre reseca.
Se la devolvió al Rey, que ya había desenvuelto el otro bulto: un destornillador
eléctrico y una caja de plástico llena de tornillos. El Rey volvió a cubrir ambos
objetos y se los pasó a sus dos acólitos. A continuación, dirigió la mirada al otro lado
de la mesa abarrotada, hacia Stephen, y la mantuvo clavada en él durante un largo
rato.
—El mundo está envenenado —dijo—. No queda nada de valor. Es hora de irse.

El sol se estaba poniendo mientras esperaban fuera de la capilla. Salió más gente de
las cabañas y las torres en ruinas. Todos iban pobremente vestidos y parecían
enfermos o atribulados, pero con fuerzas renovadas por una expectación compartida.
De las algas que florecían en el lago muerto manaba una misteriosa energía. El aire
estaba cercano al punto de congelación.
Tres figuras delgadas emergieron de una de las cabañas: tres adolescentes,
probablemente hermanas, ataviadas con largos abrigos. Miraron con inquietud al Rey,
el cual dio unos golpecitos a su reloj de pulsera.
—Lo sentimos —dijo una de ellas—. Estábamos ensayando.
Stephen se preguntó si eran las Híades. El Rey subió los escalones hacia la puerta
de la capilla y sacó una llave grande, luego esperó.
Finalmente, tres personas más se unieron a la congregación: dos hombres que
escoltaban a una mujer joven que parecía profundamente drogada. A pesar del frío
sólo iba cubierta con un vestido blanco sin mangas. Cuando se aproximaban

www.lectulandia.com - Página 18
lentamente a la capilla, Stephen se dio cuenta de que la joven era Cassilda. Los ojos
de la joven recorrieron a la congregación, cara a cara; él apartó la mirada. Los
cuidadores ayudaron a la joven a subir los escalones de piedra hacia la puerta de la
capilla. En ese momento, los últimos rayos de sol iluminaron el Signo Amarillo e
hicieron que temblara. El Rey giró la llave y abrió la pesada puerta, empujándola. Los
vigilantes de Cassilda la condujeron por el umbral tras el Rey. El Signo Amarillo se
apagó con la luz del día; olas negras rompían en la orilla del lago. Una a una, la gente
de Carcosa fue entrando en la capilla.

www.lectulandia.com - Página 19
www.lectulandia.com - Página 20
MÁS ALLÁ DE LAS ORILLAS DEL SENA

He leído todos los libros sobre aquella época, pero todos se equivocan. Nadie
conoció a Henri Etienne tanto como yo le conocía; desde luego, nadie en toda la
ciudad de París. Ambos éramos estudiantes en el Conservatoire, la escuela de música
de mayor prestigio en todo el mundo, y fue allí donde nos encontramos durante
nuestro primer curso y nos convertimos en amigos inseparables. El hombre sobre el
que la gente murmura en la penumbra de las salas de concierto tiene muy poco que
ver con el joven que tanto apreciaba yo en otro tiempo. Así son las cosas, supongo.
Pocos conocen verdaderamente a aquellos a quienes más idolatran. Tal vez sea lo
mejor.
Henri y yo rivalizábamos en todo; éramos dos compositores siempre en
desacuerdo, si bien era un desacuerdo amistoso. O esa era mi impresión. Tal vez lo
imaginaba así porque yo siempre era mejor que él en todos los aspectos. No quisiera
que esta afirmación sonara tan vanidosa como seguramente suene, pero para que este
capítulo —mi confesión final— cumpla su propósito y purifique mi alma, entonces
debo ser del todo honesto. En comparación conmigo, Henri era mediocre, destinado
poco más que a tocar en uno de los pequeños bares de la Orilla Izquierda, donde
podría ganar lo suficiente para sobrevivir. No es que le faltara práctica o que fuera
indisciplinado —era de la clase de personas que invertía muchísimas horas en afinar
y perfeccionar su destreza—, era más bien que su capacidad nunca destacó sobre la
media, y su ejecución era mecánica y carente de emoción. No era mejor que el
autómata que vi en una ocasión en el Musée Grévin, subido a una caja de música con
sus dedos esculpidos de cera y una pianola. Lo que estoy intentando decir es que
aquel joven no jugaba en la misma liga que yo, y que sólo eso hacía que me atrajera
aún más su compañía.
Su hermana, Elyse, era una criatura del todo distinta. Jamás, ni antes ni después,
he contemplado a una mujer que se acercara tanto como ella a una perfección que
incluso el mismísimo Dios giraría la cabeza para admirarla. Elyse era un sueño. Un
ángel. Y no había cosa que yo deseara tanto como a ella. Quería sentir su calor contra
mi piel. Quería mostrarle la clase de pasión que sólo un hombre a punto de triunfar
podía proporcionarle. Y, sin embargo, a pesar de mi insistente cortejo, ella se
mantuvo firme en mostrarme su rechazo. Yo no era un hombre mal parecido —el
espejo me confirmaba ese punto—, y no carecía de medios, así que su rechazo me
resultaba desconcertante. No parecía lógico; estaba convencido de que obedecía a un
capricho femenino y eso hacía que la deseara aún más. Yo sabía que ella me amaba y
que se negaba a reconocerlo por su hermano.
Lo que más me atraía de Henri era su energía, su perseverancia en intentar
superarme en algo, en cualquier cosa. Me burlaba de él en clase sin malicia, y con los

www.lectulandia.com - Página 21
amigos, siempre que quedaba en segunda posición después de mi ejecución. Tal vez
fuimos duros con él, manteniéndole siempre con los nervios a flor de piel, pero era
porque le apreciábamos. Disfrutaba de su compañía. Siempre se podía contar con su
cómica mirada cejijunta cuando yo osaba tocar la fibra sensible de su orgullo herido.
Sin embargo, esto parecía motivarle, algo por lo que tendría que darme las gracias.
Aunque, tal vez, no después de examinar las cosas en retrospectiva.
Debido a nuestra rivalidad amistosa, él solía sumergirse febrilmente en cada una
de sus obras, las practicaba sin descanso, obsesionado por lograr la ejecución más
verdadera. Donde yo tocaba adagio, él tocaba presto. Yo componía un minueto y él
contraatacaba con un cuarteto. Cada una de mis obras era respondida por una suya,
siempre con una furia en la ejecución hasta entonces desconocida por cualquiera de
los que le conocíamos. Las manos de Henri temblaban siempre antes de cada
concierto e incluso mi risa no bastaba para calmarle. «Valise, no debes provocar a
Henri», me suplicaba su hermana, a lo cual yo me limitaba a reír aún más. «Es sólo
una broma inocente», decía yo, y su dulce rostro de porcelana se torcía en una mueca
y luego siempre terminaba por escupirme. ¿Alguien podría extrañarse de que yo
estuviera tan perdidamente enamorado? Observábamos a Henri durante el concierto,
y mientras el resto de la sala se centraba en sus dedos en movimiento, yo era incapaz
de soportarlo. Me dolía que sólo consiguieran arrancar de las teclas de marfil unas
notas tan carentes de vida. En lugar de mirar sus dedos, yo examinaba su rostro y el
mechón de pelo que le caía sobre el ceño unos segundos después de iniciar el
concierto; o su piel sonrosada y sudada por la concentración antes de llegar al punto
de ebullición y ser consciente de que lo que estaba tocando era un fracaso. Cuando
esto sucedía, siempre nos miraba a Elyse y a mí, y en cada ocasión yo podía ver que
un sentimiento de derrota se iba apoderando de él. No dejaba de tocar, pero es un
hecho probado que, en cuanto la duda infecta la mente del músico, esta se extiende
como un cáncer. Inevitablemente, daba un traspié, el primero de una creciente
cascada de errores, tras la cual se escuchaba un discreto aunque educado aplauso.
Con frecuencia me lo encontraba sollozando discretamente después de estos
conciertos. Siempre suavemente, como un corderillo, así era mi viejo amigo Henri.
No obstante, su amistad era más importante para mí que cualquier otra cosa, a
excepción de mi propia carrera y, tal vez, la mano de su hermana, e hice todo lo que
pude para guiarle con mi ejemplo, proporcionándole un baremo con el que
compararse. En una ocasión, cuando celebramos con cierto exceso la venta de una de
mis composiciones, él confesó ebriamente que si alguna vez lograba superarme ante
los ojos de Elyse, ya podría morir como un hombre feliz. Yo lo tomé como la broma
que sin duda era: con una risa lo suficientemente prolija para tapar nuestras dos
bocas. Su mirada bajo el ceño fruncido no vaciló, lo cual me embelesó aún más. Su
hermana, sin embargo, se lo tomaba con mucha más gravedad. «Ya no podemos
seguir así. Por favor, déjanos en nuestra desgracia», me pidió Elyse un día cuando me
encontraba frente a ella en el pequeño jardín de octubre, aunque sabía que yo no

www.lectulandia.com - Página 22
podía hacer tal cosa. Henri era mi amigo más querido, y ella mi futura prometida. Mi
vida les pertenecería hasta que muriera.
Nadie se sorprendió más que yo cuando Henri decidió componer un concierto. Le
pregunté sobre ello sólo en una ocasión y él respondió: «Quiero mostrar a la escuela
lo que soy capaz de hacer». Yo sacudí la cabeza. «No necesitas probarles nada a esos
ignorantes. No te sientas en la obligación de competir. ¿Qué es lo que dice M. Ouillé
en nuestra clase de Orquestación? Uno debe conocer sus propias limitaciones». Era
como si al exponerse de esa manera a ser comparado conmigo, estuviera abriendo
más la herida. Hacía un año que yo mismo había presentado una composición propia
en el Elysées Montmartre, la cual fue acogida con aplausos y halagos de todo el
mundo. Francamente, me enteré de que la composición llegó a manos del préfet del
Conservatorio, François Chautemps, y que este había solicitado una copia de mi
partitura para estudiar mi habilidad. No había forma de confirmar que esto fuera
cierto, por supuesto, pero no parecía tan descabellado, especialmente en esos
momentos. Yo esperaba que mi éxito lograse inspirar a Henri para llegar más lejos.
Cierto día, no mucho después de esto, yo estaba dando vueltas por Montparnasse
buscando a una mujer cuyo nombre olvidé hace mucho tiempo, pero en lugar de
encontrarme con ella me topé con Henri, que deambulaba con mirada ausente. Lo
llamé, aunque en aquel momento pareció no oírme. Se escabulló en el interior de una
pequeña librería de viejo situada en la esquina, que hasta ese momento yo había
pensado que estaba cerrada y vacía. Parecía lo más lógico, viendo los polvorientos
libros del escaparate y el número de moscas muertas que yacían entre ellos, medio
consumidas por dermestos. Seguí a Henri al interior, olvidándome de mi amiga, y me
vi rodeado por claustrofóbicas paredes de vetustos tomos de obras de teatro y otros
objetos sin valor. No encontré a Henri inmediatamente. Sólo vi a un pequeño hindú
que estaba tras el mostrador con la cabeza envuelta en un turbante raído. Sus ojos me
parecieron amarillos y grandes cuando me miró con el labio inferior fruncido en un
rictus cejijunto. Apuntó uno de sus dedos esqueléticos hacia mí, pero no dijo nada.
Fue suficiente para ponerme nervioso y me entraron ganas de marcharme, pero no
podía. Tenía que encontrar a Henri. No lo abandonaría.
En realidad no hizo falta. El propio Henri apareció por el laberinto de estanterías
con los ojos anegados de júbilo… y si no júbilo era alguna otra cosa, algo más
poderoso. Los peores pronósticos se confirmaron. Accidentalmente, Henri dejó caer
la obra teatral que sostenía cuando me vio, luego balbuceó y trastabilló como si le
hubiera pillado haciendo algo indecente. Miré hacia el objeto caído en el suelo al
mismo tiempo que él, pero ninguno de los dos habló, como si acordásemos
tácitamente prestarle la menor atención posible.
—¿Qué quieres, Valise? ¿Por qué me sigues?
—¿Que te sigo? No estaba haciendo nada de eso. Sabes perfectamente que
almuerzo en el Dome. Simplemente te vi mientras esperaba a una amiga.
El cuerpo de Henri se tensó y sus ojos comenzaron a danzar por la estancia

www.lectulandia.com - Página 23
negándose a cruzarse con los míos. Estaba claro que no quería que le preguntara nada
sobre el libro que había caído entre ambos.
—¿Qué libro es ese? —pregunté.
Se tensó como si temiera que fuera a abalanzarme y arrebatárselo. Si hubiera
estado más cerca, tal vez podría haberlo hecho.
—No es nada —farfulló.
—Nada, ¿verdad? —me acerqué un poco más, intimidándolo. Henri se estremeció
y sus ojos salieron disparados hacia todos los rincones, y aunque sabía que con el
tiempo suficiente mi mirada penetrante lograría que su psique se derrumbara, el hindú
me arrebató esa victoria. No le había oído acercarse, pero allí estaba, detrás de Henri.
Al principio lo único que vi fueron los ojos amarillos, gigantescos y amenazadores, y
ante ellos el nudo en mi estómago se rebeló. Aunque su expresión no cambió, sentí
que me sonreía burlonamente. Me aparté de Henri para aumentar la distancia con
aquel extraño individuo. Henri siguió la mayor parte del tiempo en el mismo estado
de trance en el que lo había encontrado. Intenté romperlo desesperadamente.
—Vamos, Henri. No he comido todavía. Almuerza conmigo.
—Estoy un poco…
—Tonterías —tragué saliva y la nuez subió—. Vente al Dome. Pediré una mesa
para los dos en el patio —«donde el aire es más fresco», olvidé añadir.
Ni Henri ni yo miramos al hindú, pero estaba claro que Henri quería hacerlo y
que sólo lo detenía mi presencia. Cometí el error de deslizar la mirada hacia el libro
que había caído boca abajo sobre el suelo. Apenas tuve tiempo de ver el extraño
símbolo impreso en la esquina inferior antes de que Henri recobrase la compostura y
el control. Sin vacilar, se inclinó y recogió el libro, luego lo sujetó con fuerza contra
el pecho, como si quisiera esconderlo.
—Deja que primero me ocupe de esto. Me reuniré contigo en un minuto.
—Por favor, permíteme —dije, sacando gentilmente mi billetera del bolsillo.
Quería meterle prisa, pero también deseaba ver la obra de teatro que había elegido.
Además, una parte de mí esperaba que Henri mencionara este gesto a su hermana. Sin
embargo, no aceptó que lo pagara.
—No necesito tu caridad, Valise. Por favor, espérame en el café.
Miré al hindú de ojos amarillos y asentí con la cabeza, deseoso de huir de su
presencia. Me refugié en el Dome y pedí un té mientras esperaba la llegada de mi
amigo. No sabría decir cuánto tiempo esperé allí fumando cigarrillos y observando la
puerta combada de aquella extraña librería de viejo. Pero no vi a Henri salir de allí y
al final me vi obligado a almorzar solo.
Henri prácticamente desapareció de mi vida desde aquel momento. En alguna
ocasión lo vi caminando a toda prisa como un demente por el campus, siempre
demasiado lejos para poder alcanzarlo, y me llegaron rumores sobre él que ya estaban
extendiéndose por el campus, rumores inverosímiles que deseché de inmediato. Era
una existencia solitaria la mía sin Henri. Ciertamente, tenía a otras personas con las

www.lectulandia.com - Página 24
que pasar el tiempo —un músico con talento nunca tiene esa carencia—, pero no
sentía tanto aprecio por ninguno de ellos como por Henri, ninguno me inspiraba el
mismo orgullo y amor, a pesar de sus debilidades.
Una vez pasadas las primeras semanas de esta especie de desaparición encontré
una excusa para visitar el pequeño apartamento que compartía con Elyse, con la
esperanza de que me invitaran a entrar y comprobar si aquellos rumores que me
negaba a creer eran ciertos. Elyse abrió la puerta cuando llamé y, a pesar de que la
dejó entornada, pude ver a Henri agazapado al fondo, un espectro frágil y demacrado
con oscuras ojeras bajo unos ojos llenos de fuego. Elyse me ofreció esa sonrisa que
me derretía el corazón y me hacía olvidar a todos los demás, pero cuando intenté
pasar dentro para hablar con Henri, Elyse levantó una delicada mano y la apoyó en
mi pecho. Estaba claro por su expresión que lo que necesitaba era consuelo. No tuve
otra elección que dejar mis sentimientos por Henri a un lado y consolarla.
Elyse me condujo a la cocina, lejos de la habitación donde se encontraba Henri.
Supuse que era para asegurarse de que él no oyera lo que tenía que contarme.
—Lo único que hace es escribir —dijo ella—. Siempre está trabajando en su
extraña música. Ojalá parase, Valise. Lo oigo a altas horas de la noche, susurrando,
susurrando. A veces me preocupa que no sea ya su voz lo que escucho, sino la mía
propia. A veces, no reconozco su voz. Tal vez a ti te escuche. Tal vez puedas acabar
con su obsesión. Quiero recuperar a mi hermano.
Elyse se derrumbó y lloró sobre mi pecho, cerré los párpados y me empapé de su
dolor. Era agradable, por fin, sentirse necesitado una vez más, y haría todo lo que
pudiera por ella.
—¡Henri! —aullé, mientras irrumpía en su cuarto; sólo me detuve unos segundos
para observar lo desorganizada y caótica que estaba la estancia—. Tenemos que
hablar inmediatamente.
Mi demacrado amigo se apartó un poco de su escritorio abarrotado. Su rostro
estaba muy pálido, pero me prometí que su apariencia no me disuadiría.
—Tienes que parar esto, amigo. Está consumiéndote. Nunca tuviste demasiada
salud, pero esto… —señalé con la mano hacia su alicaído esqueleto.
Henri simplemente intentó dibujar una parodia de sonrisa en su rostro.
—No significa nada. Nada importa ya. Estoy atrapado en este proyecto.
—¿A qué te refieres? ¿Qué proyecto?
Entonces, su sonrisa se borró.
—No puedo decírtelo.
—¿Por qué demonios no puedes? —exploté.
No me miró, y a mis espaldas Elyse bajó la mirada. De repente, me pregunté si
me habían tomado por idiota. ¿Era cierto algo de lo que Elyse me había contado?
Sólo podía estar seguro de una cosa: que ya estaba harto de sus jueguecitos. En ese
momento sentí el impulso de abandonar aquel lugar, pero, a pesar de la encerrona, mi
insaciable curiosidad no había sido saciada. Entre todo aquel desorden reconocí un

www.lectulandia.com - Página 25
libro amarillento que me resultaba familiar, abierto y boca abajo. Incluso desde el
otro lado del cuarto me hizo sentir enfermo.
—¿Qué es eso? —pregunté imperiosamente, pero Henri se interpuso entre el libro
y yo antes de que pudiera acercarme más. Parecía extrañamente sin aliento.
—No es tuyo. Valise, por favor, vete.
—No pienso hacer tal cosa. Te exijo que me digas en qué estás trabajando.
Henri suspiró y miró hacia donde yo pensaba que estaba su hermana. Pero cuando
me di la vuelta descubrí que Elyse había desaparecido.
—Ya no hay nadie ante quien lucirte. Por favor, vete. Tengo que acabar de
escribir. Presiento que estoy muy cerca.
—¿Cerca de qué? ¿De adaptar el qué? —señalé el libro que seguía boca abajo
sobre la mesa. Me percaté de que sus ojos no se habían dirigido hacia el libro
mientras yo permanecí en la habitación—. ¿Piensas que eso va a proporcionarte lo
que necesitas?
—No estoy seguro de qué me proporcionará, Valise. No tengo ni idea.
—Entonces, ¿por qué lo haces? Mírate a ti mismo, Henri. El precio a pagar es
demasiado alto. Perdóname la franqueza, pero no pareces estar a la altura de la tarea.
Mira, tengo una idea. Déjame echar un vistazo a lo que llevas hecho hasta ahora.
Permíteme que te ofrezca mi experiencia.
Al principio pensé que se estaba ahogando con su propia lengua, que la tensión
era tan grande que estaba a punto de sufrir un ataque. Pero ese extraño gorgoteo
emergió como algo distinto. Algo que no había esperado.
—¿Te… te estás riendo?
No se dignó a responderme, pero estaba claro que rechazaba mi oferta por el
sonido de su ruidosa risa. No me gustó esa reacción. No me gustó en absoluto.
¿Cómo iba a saber que no volvería a ver a Henri durante meses cuando salí de allí
de forma tan intempestiva? Él y su hermana desaparecieron de los círculos sociales
que compartíamos, e ignoraba por completo si tenían nuevos círculos de amistades.
No me gustó el trato que recibí de ellos y no tenía ningún interés en honrarles con una
amistad que era tan claramente despreciada. Dejé que se apañaran por su cuenta,
como yo tendría que apañarme por la mía, y ni siquiera sentí la suficiente curiosidad
para prestar atención a los nuevos rumores que circulaban sobre lo que Henri estaba
preparando con la ayuda de su hermana. Corrían muchos rumores. Eso era todo lo
que necesitaba saber.
Sin embargo, no pude escapar por mucho tiempo de los chismorreos. Corrían
como el fuego por el campus, agrupando a los estudiantes, uno tras otro, fundiéndolos
en una sola voz que me martilleaba la cabeza. Según contaban, Elyse se había
retirado de la vida social para cuidar de su hermano mientras este componía su gran
obra. Secretamente, todas las habladurías sobre Henri y su misteriosa obra me
irritaban, me hacían pensar que, tal vez, yo mismo también debería plasmar un gran
testimonio vital a través de la música, aunque sólo fuera para demostrar a todos

www.lectulandia.com - Página 26
aquellos idiotas deslumbrados por el mito en alza de Henri que no era la gran
maravilla que se imaginaban. Sin embargo, no lo hice. Lo intenté en más de una
ocasión, pero cada intento terminaba en un exasperado fracaso. Nunca antes había
fracasado en nada y, sin embargo, allí estaba sentado, noche tras noche, privado de
cualquier inspiración que pudiera transformar unas notas cacofónicas en dulces
eufonías. Por decirlo de una manera suave, estaba desconcertado y sabía que sólo
podía echar la culpa a los rumores persistentes sobre Henri. Su eco parecía seguirme
allá donde iba.
Hice todo lo que pude para olvidar a mi antiguo amigo y a su hermana, para dejar
atrás de una vez por todas mis experiencias con ellos. No podía entender qué era lo
que había salido mal y no quería perder más tiempo del que ya había perdido
pensando en ello. Por mi parte, ambos estaban muertos y yo salía ganando. Pero uno
no puede librarse de los sentimientos tan fácilmente. Durante el día podía hablar con
altanería y fingir ignorancia cuando uno de esos dos nombres salía a colación en una
conversación, pero, ¿por la noche? Por la noche me acosaban visiones y mis sueños
eran invadidos por música y sus rostros sonrientes. Soñé con tierras muy lejanas, con
lagos de oro brillante, donde reyes y reinas danzaban en opulentos salones de baile
mientras unos locos les espiaban desde los corredores. Allí vi a Henri y a Elyse
vestidos con los atuendos más exquisitos, dando vueltas sobre el reluciente piso, sin
volver la cabeza hacia mí ni una sola vez.
Por todas las razones arriba expuestas, es fácil hacerse una idea de mi sorpresa
cuando recibí la invitación. La tarjeta era pequeña y estaba dirigida a mí con la
temblorosa caligrafía de Henri, y en el dorso se indicaba una hora, una dirección en el
barrio Latino y las palabras: Se requiere su asistencia para pasar una velada en
Carcosa. Carcosa. Vaya, ¿por qué aquel nombre me resultaba a un mismo tiempo
familiar y terrible? Entonces no fui capaz de recordarlo. Y esa, al final, puede que
fuera mi mayor estupidez.
No tenía intención de asistir. A pesar de mi curiosidad por comprobar lo que la
mediocre mente de Henri podría haber concebido en su soledad, estaba claro que él
no apreciaba en todo su valor los consejos que había intentado inculcarle. De hecho,
cogí la invitación y la lancé a la papelera, confiando en que la señora que limpiaba
mis aposentos se deshiciera de ella por mí. Y, sin embargo, ¿qué creen que ocurrió
cuando regresé más tarde de mis clases aquel mismo día? Pues que descubrí que la
mujer de la limpieza se había dejado un único trozo de cartulina enganchado en el
fino borde metálico de la papelera. No hace falta que les diga de qué trozo de
cartulina se trataba.
Tuve la sensación de que estaba siendo invocado por una fuerza muy superior a la
mía y decidí obedecer para no sembrar el caos en mi vida. Pero, por supuesto, la
superstición no era la única razón de que alterase mi decisión. Desde que recibí la
tarjeta, mi mente vagaba continuamente hacia la imagen de Elyse y la idea de volver
a verla me llenó de un inesperado anhelo.

www.lectulandia.com - Página 27
Por fin llegó el día del ahora infame concierto de Henri, justo cuando me estaba
recuperando de uno de esos resfriados que te dejan postrado en cama durante días y
días. Ya estaba lo suficientemente fuerte para salir y fuera de peligro de contagio,
pero incluso el corto paseo hasta el Hall du Sainte-Geneviève me dejó sin aliento.
Bebí un trago de agua helada de la barra cuando ya estuve dentro y ubicado, pero no
me sentía del todo bien y el tónico medicinal que me había tomado antes de salir sólo
hizo que mi cabeza se sintiera desconectada del resto del cuerpo. Les cuento esto en
parte para explicar lo que presencié y, en parte, para justificarme por no interferir.
Había escuchado las historias que precedieron a aquel día, pero apenas les había
dado crédito. ¿Realmente Henri había escrito la partitura sólo para un
acompañamiento de piano y cuerda? ¿Y era cierto que ninguno de los que se
presentaron a la audición para el cuarteto logró realizar una sola práctica sin
abandonar? Sonaba extraño, y cuando con tono casual les pedí a mis compañeros de
clase que aportaran pruebas, no pudieron darme ninguna. ¿Cómo era posible que
Henri hubiera hecho audiciones a tantos músicos y yo no conociera a ninguno de
ellos? Parecía imposible. Y, sin embargo, los rumores persistían. Estaba
desconcertado y me negaba a darles crédito. Lo cual explica por qué me sorprendió
tanto la visión del Hall. Quizás debería achacarlo de nuevo a mi estado enfermizo,
pero no esperaba encontrar sólo unas cuantas hileras de bancos ante un piano de cola,
que estaba situado sobre una plataforma ante el tríptico en el hall formado por unas
grandes ventanas con vistas al Sena. Si había contratado a músicos de
acompañamiento, estaba claro que no habían llegado, y a medida que iban pasando
los segundos llegué a la conclusión de que se trataba del concierto de un virtuoso y
me pregunté cómo iba a sobrevivir Henri a tanta presión. A pesar de la falta de
consideración con la que me había tratado previamente, no tenía ningún interés en
verle hacer el ridículo de forma tan notoria.
Se había congregado bastante más público para el espectáculo del que yo había
imaginado. Henri había dejado el Conservatorio hacía ya bastante tiempo como para
ser recordado en otra circunstancia y, sin embargo, parecía que todos los alumnos del
Conservatorio habían hecho acto de presencia. Y, junto a ellos, hilera tras hilera de
extraños que nunca antes había visto ni en la escuela ni en ninguno de mis propios
conciertos. Me pregunté cómo era posible. ¿Se trataba simplemente de curiosos
atraídos por la críptica invitación? Sin duda, era imposible que toda aquella gente
conociera la obra de Henri, ni tampoco música bien ejecutada en general, si es que
venían a escucharle. No encontraba otra explicación al numeroso público, y mucho
menos al brío de la excitación general entre la concurrencia. Y lo más extraño de todo
era la presencia del hombre sentado en la parte de atrás. Reconocí el rostro
inmediatamente, aunque pasó un tiempo hasta que sus penetrantes ojos amarillos me
lo confirmaron. ¿Es que la obra de Henri también había despertado la expectación
entre los comerciantes locales? Debo reconocer que desde mi esquina en la parte
delantera de la sala me reí ante la total estupidez de las expectativas de toda aquella

www.lectulandia.com - Página 28
gente, que estaban a punto de derrumbarse.
Pero dejé de reír cuando Elyse apareció. Su vestido se deslizó desde la entrada a
mis espaldas y se limitó a flotar hacia los asientos de delante. Estaba incluso más
hermosa de lo que la recordaba, vestida con la seda y las gasas más refinadas, y
aunque no giró la cabeza cuando la llamé por encima del estruendo de la gente, pude
ver que tras el velo su piel era más asombrosamente similar a la porcelana que nunca.
Me dio un vuelco el corazón al verla y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Daban igual
los recuerdos que tuviera de su bello semblante, eran un pálido reflejo de la verdad.
Estaba tan embelesado con Elyse que no me di cuenta de que el silencio había
invadido la sala. Henri ya se había presentado, y lo había hecho sin ningún tipo de
fanfarria ni acompañamiento. A diferencia de su hermana, él era una aterradora
sombra de lo que había sido en otro tiempo. Con el rostro demacrado y la piel tirante,
parecía el mismísimo Caronte cuando avanzó lentamente por el pasillo central entre
el murmullo ahogado del público. En la parte delantera de la sala, su piano se alzaba
a la espera. Henri sostenía en la mano una carpeta de color claro sin título, y cuando
llegó al piano y se sentó parecía estar empleando toda su energía para permanecer
erguido. Miré de reojo a las personas que me rodeaban, pero en vez de incredulidad,
lo único que vi en sus rostros fue éxtasis. Soy incapaz de expresar lo extraño que me
pareció todo.
Los párpados de Henri estaban entornados y parecía necesitar hacer un esfuerzo
hercúleo para mantenerlos abiertos. Poco a poco, empecé a preocuparme cuando vi
que se demoraba en hablar o moverse, y pronto me olvidé de mis rencores y me
dispuse a acudir en su ayuda… pero, entonces, me detuve al oír las palabras que
finalmente salieron de su boca. Elyse lo miraba con embelesada atención.
—Sean todos bienvenidos a la culminación de mis años en el Conservatorie de
Paris y de todo lo que he aprendido desde que salí de allí —entonces, durante unos
segundos, creí que Henri me miraba, pero sus ojos vidriosos probablemente
estuvieran mirando a través de mí—. Este concierto está inspirado en una obra de
teatro que descubrí en una librería sin nombre. En un primer momento, visité el lugar
en un sueño, y por azar encontré más tarde el lugar en las entrañas de Montparnasse.
Lo reconocí de inmediato y me sentí atraído a su interior, a su rincón más apartado,
donde encontré entre las estanterías un libro de color claro marcado como ningún
otro. Con el más leve roce, noté en los dedos electricidad y sin dudarlo comencé a
leer. Hacia el segundo acto ya sabía que nada volvería a ser igual. Supe que, por fin,
había encontrado mi llave.
Pero ¿la llave de qué? Giré la cabeza para constatar la reacción del público, pero
era como si no hubieran oído nada. Sus semblantes permanecían impertérritos, a la
espera de que comenzara el concierto. De nuevo, intenté captar la mirada del hindú
sentado en la parte trasera de la sala, pero su rostro estaba oculto tras cuerpos
inquietos. Me invadió una sensación de temor, amplificada por los efectos de mi
enfermedad. Temía que me entraran ganas de vomitar y cerré los párpados con la

www.lectulandia.com - Página 29
esperanza de que la desorientación y las náuseas desaparecieran. Pero, en todo caso,
las empeoraron.
Los abrí cuando Henri comenzó a tocar. O, al menos, creo que lo hice. Es difícil
estar seguro. Tras escuchar esas primeras notas —aquellas notas que, incluso ahora,
poseen un efecto hipnótico en todo aquel que las escucha—, fui consciente de que
todo lo que pensaba que sabía sobre el que había sido mi amigo estaba equivocado.
La manera en la que tocaba, era como si cada nota fuera atrapada por el aire y se
cristalizara ante mis ojos, gemas brillantes que irradiaban un brillo incluso más
intenso. Me bañó la luz de lo absoluto y a medida que aumentaba su brillo todo lo
demás que tenía a la vista se oscurecía. Henri tocaba con una fuerza que ignoraba que
poseyera y me paralizó con una luz cegadora. Esa ceguera no se disipó hasta que un
sutil cambio de acordes me indicó que el segundo acto de su concierto había
comenzado. Luego, el vacío desapareció y reveló un mundo que no era como el que
yo recordaba. No sé de qué otra forma describir lo que presencié. Las paredes del
Sainte-Geneviève habían caído y me encontré vestido con un atuendo del siglo
dieciocho de lo más extraño. Notaba mi semblante diferente, y cuando lo toqué con
mis dedos descubrí que no era el mío. Me giré confundido y el sonido reconfortante
de la música que tocaba Henri calmó el pánico que brotaba de mi interior, pero antes
me impactó la visión del público y los disfraces similares que llevaban. Miré
rápidamente hacia el frente de la sala en busca de Elyse y vi a una mujer más
deslumbrante que antes, ataviada con una peluca y un vestido de fiesta, y con el
rostro resguardado tras un antifaz de porcelana que sujetaba en alto con una sola
mano enguantada.
Entonces, por el pasillo central, avanzó a zancadas una figura embozada, una
figura que instintivamente se me reveló como la del hindú de la librería, a pesar de
que iba disfrazado de arriba abajo. Era más alto en la visión, y su vestimenta se había
transformado en una larga capa amarilla y unas mallas blancas con volantes. Su
rostro estaba oculto tras una máscara negra con un pico largo, y su cabeza tocada con
un enorme sombrero amarillo. Se movía de manera extraña mientras avanzaba, como
si sus pies no estuvieran en contacto con el suelo de madera, y ataviado de esa
manera me recordó a un ave pintoresca en pleno ritual de cortejo. Todos los ojos
estaban posados en él, aunque tras los agujeros negros de su máscara yo sabía que sus
ojos estaban clavados en una sola persona. Elyse debía saberlo también porque se
levantó mientras él se aproximaba, sujetando cuidadosamente el rostro de porcelana
sobre el suyo propio, y avanzando unos pasos hacia el centro de la sala le ofreció su
mano enguantada. Y fue entonces cuando el suelo se expandió formando un espacio
más amplio, como el de un salón de baile, y la tarima en la que Henri continuaba
tocando se elevó a las alturas. El techo sobre nuestras cabezas había desaparecido, las
negras estrellas titilaban sufriendo extrañas transformaciones alrededor de dos lunas
menguantes, mientras, abajo, el hombre amarillo tomaba a la hermana de Henri de la
mano y comenzaba a danzar con ella. Fue, con toda probabilidad, la cosa más

www.lectulandia.com - Página 30
hermosa que he visto en mi vida. Y la más aterradora también. Se movían al unísono,
dos seres en uno solo, recorriendo en círculos el salón una y otra vez mientras sonaba
la evocadora música, cada uno de sus pasos más ligeros que el aire.
Pero no todo era felicidad. Debido a mi estado enfermizo, los bordes de mi campo
de visión comenzaron a ondularse, como si la propia realidad estuviera
deshaciéndose. Intenté hablar, pero mi lengua permaneció anclada en la garganta,
inmovilizada por la máscara que estaba forzado a llevar. El hombre de amarillo y su
novia enmascarada giraban y giraban, y cuando se acercaban a Henri la luz de luna
que los bañaba se hacía tan brillante que pude detectar una fina grieta que recorría de
arriba abajo la máscara de Elyse. Parecía hacerse más alargada cuando bailaban cerca
del tríptico de ventanas y mientras la cegadora luz de luna reflejada del gran lago los
bañaba de luz; la luz podría haber procedido, no de un lugar de Francia, sino de una
tierra lejana que sólo entonces reconocí como la perdida Carcosa.
El flujo de la música cesó a la débil luz de la mañana parisina y no quedó nada
más que el más profundo silencio y el público al completo intentando entender lo que
acababan de presenciar. Al menos, eso es lo que yo estaba haciendo. Luego, comenzó
un estruendoso aplauso. Un aplauso cerrado que continuó durante casi diez minutos
mientras Henri permanecía allí sentado, visiblemente consumido y posiblemente
incapaz de ponerse en pie, o cualquier otra cosa, sin arriesgarse a caer desplomado.
Durante todo ese tiempo no aplaudí, porque mis ojos se dirigieron hacia donde otros
no miraban. Hacia la parte delantera de la sala y hacia el asiento que permaneció
vacío durante el mayor triunfo de Henri.
Al día siguiente encontré a Henri en el apartamento que compartía con su
hermana. Había pasado toda la mañana escuchando historias por el campus sobre la
gran proeza musical, pero yo estaba más preocupado por lo que había desaparecido
que por lo que repentinamente había aparecido. Y, sin embargo, cuando encontré a
Henri allí tumbado guardando reposo y observando por la ventana el curso del Sena,
no tuve el valor de acusarlo de nada. El apartamento estaba hecho un caos y le
pregunté cuánto tiempo hacía que Elyse no había estado allí.
—Parece que se hubiera ido hace una eternidad.
—¿Dónde está? —pregunté, aunque sin duda alguna no tenía ningún deseo de
saberlo. Afortunadamente, me ahorró el mal trago cambiando de tema.
—¿Qué te pareció el concierto?
Debería haber mentido —en cualquier otra circunstancia le habría mentido—,
pero al ver que su semblante era tan sólo una sombra de lo que había sido y sus ojos
estaban marchitados por todo lo que habían padecido, no pude seguir escondiendo
tras mi envidia su enorme talento. Le confesé que había sido inolvidable, que no
había dejado de pensar en ello desde que lo escuché. Al acabar, él se limitó a sonreír
desabridamente.
—El precio por componerlo fue alto, muy alto. Y ahora estoy aquí frente a ti y me
pregunto si realmente valió la pena. Los demás, ¿crees que los demás recordarán lo

www.lectulandia.com - Página 31
que he hecho?
—Creo que si todo París no está ya hablando de ello, es sólo porque el día acaba
de empezar.
—Bien, bien —dijo, y cerró los ojos durante unos segundos. Los tenía tan
hundidos que eran como dos esferas oscuras sobre carne macilenta. Daba la
impresión de que llevaba una máscara y recé para que no se la quitara. Cuando
aquellos ojos volvieron a abrirse, me miraron, pero no soy lo suficientemente idiota
para pensar que era a mí a quien estaban viendo.
—Por favor, Valise, ahora necesito descansar. Mañana tengo muchas cosas que
hacer. ¿Te importaría dejarme reposar?
—Por supuesto —dije, y abandoné en silencio el apartamento mientras él volvía a
fijar sus ojos en el Sena. No me había alejado mucho de allí cuando mi preocupación
por Elyse volvió a asaltarme, pero en ningún momento me volví ni aminoré el paso
en mi huida. Hay algunos temas, y lugares, que es mejor no frecuentar jamás.

www.lectulandia.com - Página 32
www.lectulandia.com - Página 33
NOCHE DE CINE EN CASA DE PHIL

Dos años más tarde, de hecho veintitrés meses después del suceso, Phillip Saxon se
dio cuenta de que debía lo poco que le quedaba de cordura al BetaMax. Cuando este
pensamiento estúpido cruzó su mente, se rio por primera vez desde su estancia en el
hospital. Incluso le llegaron noticias al doctor Menschel de que podría estar
mejorando.
Cuando Phil tenía una vida, trabajaba de programador y redactor de textos
técnicos. Llevaba la vida acomodada habitual de un hombre de su educación e
inteligencia. Su esposa Jean continuaba siendo una mujer hermosa a sus cuarenta y
tantos años, aunque su cabello rojo dependiera del Loreal®. Su hija pelirroja Susan
disfrutaba de su segundo año en la universidad comunitaria y pasaría a la Universidad
de Texas al año siguiente. Por lo que Phil sabía, su hijo pelirrojo Travis estaba dentro
de la lista de alumnos con distinción académica y mención de honor en carrera en
pista. Incluso su golden retriever Hawn era admirado por su habilidad para atrapar
Frisbees. Su casa de dos plantas y fachada de ladrillo tenía un encantador jardín
xeriscape, y los tres vehículos familiares se encontraban en perfectas condiciones. La
vida era buena.
Cuando Phil se graduó en la Universidad de Rice sólo tuvo una queja. No había
suficientes asignaturas de cine para poder escoger la rama de optativas de
audiovisuales. Poco después trabajó con el mejor software para películas. Si alguna
vez han hecho algo de edición a nivel profesional, entonces sin duda han usado
algunos de los productos de Phil. El tipo adoraba el cine. Cine extranjero, clásico,
negro, western, de Bollywood, de terror de serie Z… tenía un rincón en su corazón
para todos los géneros. Sólo había una cosa que sacaba a Jean de sus casillas; Phil
padecía de un ligero trastorno obsesivo-compulsivo. Cuando algo le «enganchaba»
había que vigilarlo. Phil siempre andaba enganchado a algo. Un mes fue Luis Buñuel.
Jean se quedó aterrorizada con la escena en la que se secciona un globo ocular en Un
Perro Andaluz el primer día, y consternada por el confuso erotismo de Ese oscuro
objeto del deseo el último día. Un mes fueron las películas de Godzilla; ¿era
necesario que alguien supiera que había casi treinta? Jean y sus hijos perdieron a Phil
como padre y esposo durante dos horas o más cada noche. Pero era un hombre
amable, un trabajador incansable y en ocasiones las películas podían ser divertidas.
Phil tenía amigos que también eran cinéfilos. Admiraban su sala de proyección.
Bebían su cerveza y se comían sus palomitas, y algunas veces tenían el detalle de
traer sus propias provisiones para compartirlas. Cuatro o cinco noches a la semana,
Phil veía películas. En ocasiones las veía solo y luego actualizaba el blog a altas
horas de la noche.
Las Navidades, el Día del Padre y sus cumpleaños eran tarea sencilla. Libros

www.lectulandia.com - Página 34
sobre películas, carteles de cine u otros objetos de interés para cinéfilos. Todo iba
bien. Entonces Jean vio 666 Películas de terror que te matarán de miedo en Amazon.
Aunque temía que Phil se fuera a obsesionar con todas aquellas películas, sabía que
solía engancharse a ciertos directores y temas. Parecía ser una buena maniobra de
ingeniería pacificadora maternal. Pensó que así salvaría a su hijo.
Jean era una madre texana de tres generaciones de madres texanas. Y, lo que era
peor, era una madre del Metroplex de Dallas con el pelo cardado y un todoterreno.
Estas prebendas involucraban ciertas normas: No Molestar al que Trae el Pan a Casa.
Guardar Secretos es Bueno.
Phil y Travis no se habían hablado prácticamente desde que Travis dejó de jugar
al fútbol en el instituto de secundaria Sam Houston. Phil no había sido nunca
deportista y no se había implicado con su hijo en su grupo de scouts… Como mucho,
le pedía ajean que le comprara al chico regalos caros. Bien sabe Dios que él no tuvo
ningún artículo caro cuando creció en Doublesign, Texas.
Phil pensaba que Travis estaba todavía en los scouts, Travis pensaba que Phil era
un gilipollas. Travis había sido expulsado dos veces ese año del Instituto Crocket
(¡Arriba los Coogs!) En una ocasión por la «sospecha» de estar fumando hierba y en
otra por estar involucrado en una pelea con un chico mexicano que le había «pateado
el culo». Pósteres de grupos musicales con apariencia filonazi cubrían las paredes de
su habitación, pero también de Jason, Freddy, Michael Myers y de la franquicia de
Saw. Jean pensaba que si sus chicos comenzaban a ver películas de miedo juntos, la
misteriosa fuerza de los vínculos masculinos se haría cargo del resto y no sería
necesario que Phil supiera que su hijo no iba a graduarse.
Al principio el plan resultó un fracaso. Phil siempre soltaba comentarios
históricos mientras las veía. «¿Sabes que la primera peli de terror fue filmada en
1896? Duraba dos minutos». Las conversaciones durante el desayuno con Phil raras
veces eran interesantes. Jean dejó caer que tal vez pudiera compartir con el chico
películas más recientes. Así que hubo un mes entero de giallos italianos. Phil no ganó
ningún punto a su favor intentando explicar por qué la palabra «amarillo» se usaba en
italiano para referirse al terror cum sexo. Pero a Travis le había gustado la crueldad y
las escandalosas escenas de sexo y muerte, hasta que averiguó los trucos
argumentales. «¿Por qué el asesino siempre es alguien con guantes negros? ¿Por qué
la policía no busca en las casas y arresta a cualquiera con guantes negros?» Las
películas de vampiros no funcionaron. «Los vampiros son para maricones». Pero un
inesperado sub-sub-género realmente le llamó la atención a Travis: las películas sobre
relatos de Poe de Roger Corman. Había 8 de estas películas: La caída de la casa
Usher (1960), El péndulo de la muerte (1961), La obsesión (1961), Historias de
Terror (1962), El palacio encantado (1963), La Máscara de la Muerte Roja (1964),
La tumba de Ligeia (1964) y El Rey de Amarillo (1966) de Edgar Allen Poe.
Comparemos y contrastemos. Todas las películas tienen a Vincent Price como
protagonista, excepto La obsesión, protagonizada por Ray Milland. La mayoría

www.lectulandia.com - Página 35
fueron filmadas en los Estados Unidos, excepto las tres últimas, que fueron rodadas
en el Reino Unido. Pero lo que generalmente hace sonreír a los profesores ingleses es
que dos de las películas ni tan siquiera son «realmente» de Poe. El castillo encantado
(a pesar de su título sacado del poema de Roderick Usher) es una buena adaptación
realizada por el gran Charles Beaumont de la obra de H. P. Lovecraft El caso de
Charles Dexter Ward, y la última de la serie, El Rey de Amarillo de Edgar Allen Poe
era una adaptación de James Blish de una oscura obra de teatro francesa titulada Le
roi Jaune, que podría haber sido escrita (según 666) por Lautremont, un escritor
francés bastante siniestro nacido en Uruguay.
Travis adoraba el retrato que hacía Price de los intelectuales sádicos
desesperadamente nihilistas. Todo lo que veía le encantaba. La dominación de
Roderick Usher sobre su hermana pulsaba algunas fantasías que tenía desde hace
tiempo. Travis se insinuó sexualmente a Susan una noche e incluso intentó acorralarla
en el cuarto de esta. Una rodilla filial directa a su entrepierna detuvo cualquier otra
insinuación. Gracias a Dios Phil nunca se enteró de ello. Jean convenció a Susan de
que papá no sería capaz de hacerse cargo de la situación.
Después de El péndulo de la muerte, Travis y Cormac Jones, otro niño de las
«Juventudes Arias», inmovilizaron a una chica negra y dibujaron amplios arcos con
un cuchillo Bowie frente a su cara. La punta fue acercándose más y más, pero nunca
llegó a tocarla. El director le expulsó tres días. Pero Jean veía lo mucho que Travis
disfrutaba viendo películas con su padre y, en el mundo de fantasía de Phil, Travis y
él estaban estableciendo un vínculo a través de los exuberantes escenarios y trajes en
tecnicolor. Jean dijo a sus compañeros del club del libro que sus chicos finalmente se
habían hecho amigos. De hecho, algo más extraño les había ocurrido a ambos: ahora
veían un reflejo de sí mismos en el otro pero, como San Pablo hubiera expresado, «A
través de un vidrio oscuro». Phil pensaba que Travis podría sentirse inspirado para
iniciar sus estudios en Radio Televisión y Cine en la Universidad de Texas. Phil ya
podía ver el nombre de su hijo pasando en los créditos finales de una película. Y
Travis concluyó que su padre estaba «realmente metido en ese rollo». «Ese rollo»
podía ser o bien BDSM, Satanismo, o algo más ambiguo y maligno a falta de un
nombre. Esta locura quedó patente una noche, cuando Travis preguntó a su padre si
tenía una fusta. Phil le respondió afirmativamente pensando que Travis estaba
reuniendo una serie de elementos de utilería para un corto, tal vez una cinta de época,
para subirlo al YouTube. Travis escuchó en su respuesta que el culo de mamá se
ponía colorado cuando la muy perra se pasaba de la raya.
Algunos de los amigos de Phil, programadores expertos, acudían a las
proyecciones. Travis despreciaba profundamente a Mike, Juan y Swen. A Juan, por
razones obvias, ya que había sido una mala elección vital nacer moreno. Swen
debería haber resultado un buen tipo, pero parecía la prueba viviente de que incluso
los mejores genes no salvan a nadie de ser un absoluto Imbécil. Travis sentía una
especial repulsión hacia Mike. Para empezar, estaba perdiendo su ralo pelo castaño y

www.lectulandia.com - Página 36
tenía ojos marrones acuosos que parecían del color de la mierda de bebé. Por si esto
fuera poco, Mike almacenaba todo tipo de cosas. Se ha prestado mucha atención a
estos cerca de tres millones de norteamericanos que no pueden tirar nada y que
abarrotan sus casas con basura y chatarra y destrozan sus vidas con un torrente de
turbo-capitalismo al que tanto apestaba Mike. La «colección» de Mike de equipo
electrónico hacía ya mucho tiempo que invadía su ducha y su bañera. Se limpiaba con
toallitas de bebé. Todo cacharro de más de treinta años tenía su hueco en el domicilio
de Mike: floppy disks, reproductores de discos láser, máquinas de diatermia de mano,
limpiadores de discos, módems, videojuegos. Su casa estaba tan abarrotada que sólo
estaban despejadas dos sillas… de manera que Mike sólo podía invitar a una persona
en cada ocasión, aunque lo cierto es que no recibía ninguna visita. Phil pensaba en
Mike como una clase de reflejo de sí mismo, donde él mismo se encontraría si
perdiera el control de su obsesión cinéfila. Travis fantaseaba con robar en casa de
Mike, pero se dio cuenta de que sería muy difícil moverse entre toda esa basura.
Jean no tenía mucha imaginación y por ello no vio las señales de advertencia de
lo que ella misma había propiciado. Por ejemplo, después de ver El palacio
encantado, donde se hablaba de la revivificación, el gato manchado de un vecino
apareció descuartizado. Alguien había colocado a Bootsy en un pentagrama inverso
hecho de sal y líquido desatascador esperando transformarlo en una especie de
Lázaro felino. Jean descubrió el cadáver en el callejón después de su carrera matinal.
Sin duda sospechaba de su hijo, ya se habían producido otras muertes de animales,
pero los extraños elementos de la Alquimia le traían totalmente sin cuidado. Sólo era
algo más que esconder en la basura. ¡Pobre Bootsy!
Conseguir las primeras siete películas resultó sencillo. El Rey de Amarillo de
Edgar Allen Poe parecía ser la única película de American International Pictures que
no había sido digitalizada. Debido a ello, el festival de cine de Phil se retrasó unas
cuantas semanas. Echemos un vistazo a la reseña que apareció en 666 Películas de
terror que te matarán de miedo, ¿les parece?

El Rey de Amarillo de Edgar Allen Poe


1966. RU dir. Roger Corman, guión James Blish, con Vincent Price,
Azalea Jones, Sophia Macintyre, David Weston

La última película de la serie de Poe fue en cierto sentido un fracaso. Fue


rodada originalmente en 126 minutos, pero la versión que se estrenó dura 93
minutos. La película resultante está tan fragmentada que es literalmente
incomprensible. Se rumorea que Blish se vendió caro como el adaptador de
la obra francesa y hubo que cambiar partes importantes del argumento para
satisfacer el deseo de American International Pictures de que se rodara otra
película del periodo Poe. Así, Le roi Jaune está ambientada en otro mundo,

www.lectulandia.com - Página 37
pero Corman trasladó el drama a la Inglaterra del siglo XII. La obra de teatro
es una mezcla irregular de farsa y cuento de terror y, como la obra maestra
de Corman La Máscara de la Muerte Roja, los últimos momentos de sorpresa
tienen lugar en un baile de máscaras. En cierto momento, debido al bajo
presupuesto para el reparto, Corman permitió que Price interpretara tres
papeles… una hazaña actoral a la altura de Peter Sellers, pero demasiado
grande para el grandilocuente Price. Price hace el papel del anciano Rey y
también de dos hombres más jóvenes. Uno de estos es el Extraño; una
figura que, como la Muerte en La Máscara de la Muerte Roja, parece
obedecer reglas de causalidad distintas a las de los personajes humanos. El
Extraño aparece en el baile de máscaras sin máscara, lo cual por algún
motivo aterroriza a los asistentes al baile. El Rey había decidido anunciar los
asuntos cruciales de su sucesión durante la mascarada. Los asistentes a la
fiesta piensan que el Extraño, debido a su espeluznante parecido con el
propio Rey anciano, es su heredero desaparecido mucho tiempo atrás. Sin
embargo, el Extraño está en una misión cósmica relacionada con un
misterioso sigilo, el Signo Amarillo. Los cortesanos desarrollan sus propias
conspiraciones e intrigas, que deben ser ejecutadas con veneno y seducción
durante el baile de máscaras. En todo este embriagador batiburrillo, Corman
hizo que Price interpretara un tercer personaje, el Fantasma de la Verdad,
que destaca entre los actores lujosamente ataviados por su sencilla túnica
blanca. El Fantasma parece repartir unos pergaminos a algunos de los
invitados a la fiesta, que de esta manera son conscientes de los monstruosos
secretos que siempre han obviado sobre ellos mismos, lo cual les lleva a
entrar en pequeños cuartos (Cámaras de Suicidio) y darse muerte. La
audiencia nunca ve qué hay escrito en el pergamino, sólo que el signo está
pintado en amarillo, el cual podría ser el mismo sigilo que el Extraño busca (o
posee). Azalea Jones y Sophie Maclntyre interpretan a las hermanas
gemelas lesbianas Camilla y Cassilda. Camilla está inmersa en una
conspiración para colocar a Aldones, interpretado por David Weston, en el
trono. Weston en gran medida repite su papel en La Máscara de la Muerte
Roja… la voz del hombre común que actúa como brújula moral en la mayoría
de las películas de Corman. Cassilda es una mujer ligeramente desquiciada,
que ha leído el temido pergamino pero de alguna manera ha logrado ser
fuerte para sobreponerse a sus propios secretos. Corman la dirigió como si
fuera una especie de Ofelia… A veces lasciva y otras loca, o desconsolada y
extasiada. Después de ver la versión completa de la película, Corman cortó
33 minutos, haciendo que la película fuera menos accesible al público que su
cinta burdamente editada El Terror. Debido a las muertes durante el rodaje,
persiste la leyenda de que es una película «maldita», pero el asombroso
efecto especial mediante el cual Corman logró que tres Vincent Price

www.lectulandia.com - Página 38
aparecieran en la pantalla ha atraído la atención de muchos camarógrafos y
ha dado pie a muchas teorías a lo largo de los años. El reparto sufrió una
buena dosis de desgracias; durante el rodaje Sophie Maclntyre (Cassilda) se
suicidó en una de las Cámaras de Suicidio… con el siniestro resultado de
que el resto del reparto creyó que estaba bromeando e incluso aplaudió
cuando la sangré salió por la puerta de la cámara. Los exteriores del rodaje
habían sufrido numerosos cortes de suministro y el set se quedaba a oscuras
casi todos los días. Price padeció una leve crisis nerviosa después del rodaje
y se pasó seis meses recluido en la Riviera. La desastrosa cinta resultante
contó con algunos seguidores de culto en los Festivales en los que circulaba
LSD durante el Verano del Amor. Además se contaban varias historias de
suicidios inducidos por la película, como ocurre en el folclore húngaro con la
canción del Suicida, "Domingo Negro". La crítica se halla dividida en cuanto a
si esas historias fueron iniciadas por el propio Corman para crear interés en
el proyecto fallido (a lo William Castle), o si todo el asunto formaba parte de
la Locura general que reinó en los sesenta. La película acabó con lo que
podría haber sido una serie rentable para AIP y marcó el declive de las
capacidades actorales de Price. El único miembro del reparto que aceptó dar
entrevistas sobre la película fue Azalea Jones, que repartió las culpas entre
el pésimo francés de Blish y las decisiones de recortar gastos por parte de
los estudios AIP. Con una cierta extrañeza poética, Azalea Jones se extravió
en un vuelo privado cerca de las Bermudas, lo que provocó que su nombre
fuera más conocido por los aficionados al misterio del Triángulo de las
Bermudas que por ser una actriz gótica de los sesenta.

Es la era de internet. Tardó un mes, pero finalmente Phil encontró una copia de El
Rey de Amarillo de Edgar Allen Poe en eBay. No estaba escondida en la biblioteca
secreta del Vaticano, ni guardada bajo llave en una biblioteca de la Ivy League en una
habitación junto a libros raros y prohibidos. Se vendía por 118 dólares más gastos de
envío. El vendedor, sabiendo cómo atraer la atención del público, afirmaba que él no
había visto la película y que no se hacía responsable de lo que pudiera ocurrir a gente
suficientemente estúpida para hacerlo. Eso podía elevar el precio de la cinta al menos
unos cincuenta pavos. También decía que era la versión completa de 126 minutos. Sí,
en efecto. Eso suponía el resto de su precio. Phil sabía que le estaban timando, pero,
qué demonios, tenía que ver la película. No le dijo nada ajean sobre este gasto.
Travis estaba incluso más nervioso que su padre. «¡Tío! ¡Una verdad que hace
daño a la gente! Eso es lo mejor de todo. Uno puede sobreponerse a moratones y
cortes, pero no puede sobreponerse a la Verdad». Phil interpretó el entusiasmo de su
hijo como alguna especie de inclinación filosófica. Cuando Phil tenía dieciocho años
había estado interesado en la Verdad. Rechazó la religión y se pasó todo un mes
diciendo toda la verdad y nada más que la verdad, a pesar del daño que pudiera

www.lectulandia.com - Página 39
causar. De tal palo tal astilla.
Jean se estaba rindiendo con Travis. Había sido expulsado de la escuela normal y
debía someterse a un programa del tribunal de menores. Esto ya era demasiado grave
para ocultárselo a Phil. El chico tendría que llevar uniforme, por Dios. Jean comenzó
a beber en lugar de ir a su club del libro. Susan podría haber sido agredida
sexualmente ya entonces. Había hablado con su tutora del instituto haciéndole
preguntas sobre violación e incesto en nombre de una «amiga».
La cinta llegó.
El misterioso vendedor, Typhonian Entertainment, también se olvidó de
mencionar que era en formato Sony BetaMax. Phil todavía tenía un vídeo normal, así
como ambos formatos de reproductores de discos láser y cualquier otro artilugio
moderno para ver una película, pero el formato fallido de mediados de los setenta
tenía un tamaño y una codificación que no funcionaba con ninguno de sus
reproductores. Phil había comenzado a ver la obra de Fellini para entonces y Travis
se pasaba demasiado tiempo con otros chicos de tez blanca delante de ciertos grandes
almacenes. Phil mencionó su decepción a una Jean ligeramente achispada, que le
recordó que Mike Stavros poseía todos los aparatos electrónicos conocidos por el
hombre en su casa llena de cucarachas.
Al principio Mike no parecía muy feliz con la idea de que parte de su colección
abandonara su casa, pero cuando quedó claro que Phil estaba dispuesto a llevar a toda
su familia a casa de Mike y dejar así expuesto su vergonzoso secreto, este desenterró
su vieja máquina BetaMax. Él mismo la llevó durante su hora de almuerzo.
Jean, Susan y Travis estaban en casa. Travis exigía ver la película
INMEDIATAMENTE. Jean decía que era mejor esperar a Phil, pero Travis le propinó un
puñetazo a Mike en la cara y entonces todos pensaron que era una excelente idea.
Jean envió a Phil un mensaje de texto diciéndole que regresara a casa ya, pero por
culpa de la veleidosa naturaleza de las comunicaciones electrónicas no recibió el
texto hasta dos horas más tarde. Cuando lo recibió llamó a su casa. Ni Jean, ni Susan
ni Travis respondieron a sus llamadas. Phil se marchó del trabajo pronto, algo que
casi nunca hacía.
Vio el coche de Mike en la entrada. Tal vez estaban organizando la sesión de cine
para él. Amaba a su familia. Cuando entró escuchó voces en la sala de cine, la
enorme guarida en la parte trasera de la casa. Ese era el territorio de Phil al que nadie
entraba si no estaba él presente. Se dirigió a la parte de atrás esperando un grito de
«¡Sorpresa!»
Escuchó la voz de Vincent Price intercambiando líneas con Vincent Price:
«La máscara sobrevive al hombre, la máscara sobrevive a la verdad, la máscara
está en los reflejos del Agua antes de ser creada».
Interpretando a un personaje más anciano, respondió:
«Conozco estas cosas. He pasado millones de años olvidándolas. No puedo
olvidarlas otra vez y mis hijas ya no son máscaras la una de la otra. La sangre

www.lectulandia.com - Página 40
manchará el agua, pero se tornará amarilla en la última primavera y los poetas la
usarán como tinta».
Phil echó a correr en ese momento. Irrumpió en su sala multimedia. En la enorme
pantalla plana Vincent Price lloraba. Vincent Price reía malvadamente. Vincent Price
estaba tendido herido con el rostro magullado y mostrando una emoción que
desconcertó a Phil y que aún no ha sido capaz de describir al doctor Menschel
durante los dos años de terapia. Una mujer sostenía a su gemela cubierta de sangre
mientras el amanecer rompía sobre un castillo expresionista. Otro hombre permanecía
en pie riendo quedamente. Era Aldones tocando una lira. Luego el suministro
eléctrico se cortó.
Pero él ya lo había visto. Salía sangre del armario y no veía a Susan. Travis estaba
vestido con una sábana y había intentado despellejarse la cara con un cúter. Decía
algo en voz baja y muy rápido sobre la verdad. La sábana estaba empapada de sangre.
Jean iba con los pechos descubiertos y sostenía una botella de tequila mientras
murmuraba: «¡Sin Máscara! ¡Sin Máscara! He fallado a mi marido». Mike
simplemente observaba la pantalla mientras se le ponía morado el ojo derecho. Travis
se abalanzó sobre Phil y le hizo unos cortes a ciegas, antes de perder el conocimiento
por la pérdida de sangre. Phil cree que sus últimas palabras fueron: «Mi padre, mi
rey, ¡te quiero!»
Volvió la luz; Mike se levantó y miró a Phil. «Porque te amo, tío». Se acercó a su
reproductor BetaMax, sacó la cinta y comenzó a destruirla. Phil saltó para detenerlo y
entonces supo que llamar al 911 era la respuesta correcta. Mike abandonó la casa
diciéndole a Phil que podía quedarse con el reproductor… ya no iba a coleccionar
más cosas. Unos minutos más tarde se lanzó acelerando contra un tráiler de dieciocho
ruedas. Susan se había suicidado, pero antes cogió una hoja de la impresora y escribió
en amarillo Sharpie® CÁMARA DE SUICIDIO, luego la pegó en la parte interna del
pequeño armario anexo a la sala multimedia. Travis murió de una parada cardiaca una
semana más tarde. Jean se recuperó tiempo después de una forma un tanto peculiar.
Puede recordar todo hasta la edad de veintitrés años, cuando conoció a Phil. No
expresó deseo alguno de volver a verlo nunca más.
Las ambulancias y la policía llegaron y se realizaron pesquisas y más pesquisas, y
nadie pudo probar que Phil hubiera hecho nada malo. E-bay reveló que Typhonian
Entertainment había cerrado su cuenta… aparentemente tras una única venta. El
doctor Menschel contactó con Carlton Press y les conminó a eliminar la referencia a
El Rey de Amarillo de Edgar Allen Poe de la lista de 666 Películas de terror que te
matarán de miedo. Una película indie de Texas, The Outsider’s Club, con Sarah
Postal en los créditos la reemplazó.
Phil fue internado en el Hospital Estatal de Austin, Texas. Se mantiene al borde
de un estado catatónico y sólo presenta una irregularidad como paciente.
Jamás asiste a la Noche de Cine.

www.lectulandia.com - Página 41
(Para Kim Newman & James Marrott)

www.lectulandia.com - Página 42
www.lectulandia.com - Página 43
MENSAJE ENCONTRADO EN UNA HABITACIÓN
DE HOTEL DE CHICAGO

UNA CONFESIÓN

El establecimiento no tenía nombre. El recepcionista de noche me lo dejó bien


claro.
Tal vez lo tuvo en el pasado, explicó. Probablemente sí. Pero el letrero había
quedado totalmente borrado y la pintura que quedaba estaba agrietada y desconchada
por el paso del tiempo.
Un color pálido nauseabundo, añadió. Como una herida putrefacta.
Las heridas eran un tema sobre el que el recepcionista del hotel poseía
conocimientos íntimos. Su brazo izquierdo terminaba en un muñón a la altura del
codo y la manga cortada revelaba una masa de tejido cicatrizado. El hombre debía de
tener unos cincuenta y tantos años, lo suficientemente mayor para haber luchado en la
guerra contra la Confederación.
Debo admitir que yo era escéptico. Aunque por cuestiones de trabajo había
viajado a Nueva York en muchas ocasiones anteriormente, nunca antes había oído
hablar de ese extraño establecimiento, sin nombre y a todas luces anodino, a
excepción del color de su letrero.
Y está seguro de que encontraré… Dejé pasar un significativo silencio.
Confíe en el viejo Everett, dijo, guiñando un ojo. Dejó escapar una risa socarrona,
un terrible carraspeo, como el de piedras húmedas rodando sobre adoquines.
Pregunte por Camilla.
Continuó dándome indicaciones. Tenía que salir del hotel y seguir por Mulberry
hacia los viejos bajos fondos de Five Points. Pero no suba más allá de Canal Street,
advirtió. Debía girar por Canal hacia el Bowery.
Encontrará el lugar unas cuantas manzanas más allá, dijo. No tiene pérdida.
Estoy seguro de que podré orientarme.
Jamás lo he dudado, dijo sonriendo y mostrando sus dientes; encías negras y
caries. Y si termina perdiéndose, siempre puede preguntar a alguien por el viejo
cartel amarillo. Sin duda alguien sabrá de lo que le habla.
Metí la mano en el abrigo y saqué un dólar de mi cartera. Coloqué la moneda con
la cara hacia arriba sobre el mostrador. El rostro de Columbia titiló, gris y manido.
La mano del recepcionista salió disparada y lo cubrió.
También está el tema de la llave. Me miró expectante, con la boca abierta como la
de un sabueso y los labios vividos y rojos.
¿La llave?

www.lectulandia.com - Página 44
Necesito que me dé la llave. Antes de que se marche.
Pero podría regresar tarde. ¿No debería llevármela?
Oh, estaré aquí. No se preocupe por eso. Sólo dese prisa en regresar.

Era una noche deprimente, de un calor bochornoso, y la humedad se posaba como un


paño mortuorio sobre el apestoso cadáver de la ciudad. En pocos minutos me caló la
camisa y el abrigo y me empapó hasta la ropa interior. El sudor permanecía como una
fiebre en los rostros de los hombres que pasaban rápidamente de largo, ataviados con
abrigos marrones y bombines y con las manos en los bolsillos.
Las mujeres observaban desde las ventanas de segundos pisos, poco más que
siluetas, mientras los niños deambulaban por la calle: miembros huesudos y ropas a
jirones. Se movían en manadas, principalmente, ocultándose en la oscuridad entre
farolas, visibles de manera intermitente, como polillas divisadas más allá del círculo
de la luz de una hoguera.
Tras recorrer varios bloques de edificios en Mulberry, me adentré en un barrio
que no conocía. Allí fundiciones de afino seguían ardiendo durante toda la noche,
pintando las estrellas de oscuridad. El aire era fétido: inhalaba humo y exhalaba
cenizas. La oscuridad giraba en algunos puntos cerca de mis labios, formando nubes,
como fragmentos de la necesidad que habitaba en mí y que me guiaba por la noche
con tanta determinación, como los vientos que soplan por el East River.
Seguí las indicaciones del recepcionista al pie de la letra. En Canal Street, giré al
este hacia el Bowery. Una vez allí, continué hacia el sur durante varios bloques de
edificios, y volví sobre mis pasos cuando me di cuenta de que me había alejado
demasiado. El letrero amarillo resultaba ser escurridizo. No tiene pérdida, había dicho
el recepcionista, pero recorrí el mismo trecho del Bowery durante casi toda una hora
hasta que, finalmente, el calor me venció y tuve que sentarme.
En la distancia, escuché el gemido del ferry, el alboroto escalonado de los music
halls. Las canciones se superponían, mezclándose unas con otras, mientras unas
voces surgían del edificio a mis espaldas, un murmullo de conversaciones en irlandés,
español, italiano. Cerré los ojos y bajé la cabeza hundiéndola en mis manos.
Buenas noches, dijo una voz. ¿Se encuentra bien?
Levanté la cabeza y me sorprendió encontrarme frente a un joven de unos veinte
o veintiún años. Era atractivo, aparentemente sano y vestido con ropas bien
confeccionadas. Bajo un brazo llevaba una maleta de mano, de unos noventa
centímetros de ancho y sesenta de alto, pero no mucho más gruesa que una caja de
puros. Sonrió ampliamente y sus labios se ensancharon hasta encontrarse con su
bigote.
Gracias, dije. Estoy… bastante bien.
Me levanté y le ofrecí la mano, dándole un nombre falso al hacerlo. Él se presentó
como Robert y envolvió mi mano en la suya. La apretó, con firmeza pero

www.lectulandia.com - Página 45
delicadamente, y su piel estaba fría y seca a pesar del calor de la noche.
Y ahora, mi buen amigo, parece un cordero extraviado. ¿Podría serle de alguna
ayuda?
Volví a mirarle de nuevo, advirtiendo la ropa cara, la delgada maleta. Durante
unos segundos me pareció un tipo religioso, de esos jóvenes bienintencionados que
llevan Biblias hasta las mismísimas entrañas del Tártaro, siempre que puedan
regresar a sus hogares con sus esposas y sus casas de ciudad donde todo está en su
lugar correcto. Pero su franca sonrisa y obvia amabilidad me tranquilizaron.
Hay un… lugar… cerca. No tiene nombre, así me han informado, pero la señal
exterior es de un peculiar tono…
¿Amarillo?
Sus ojos titilaron.
Bueno… sí.
Se rio, un rugido de sorpresa y deleite. Y resulta que pensé que tenía intención de
preguntarme por el music hall más cercano.
¿Conoce el lugar?
Asintió. De hecho, yo mismo voy ahora para allí. ¿Tal vez quiera acompañarme?
Me puse a andar junto a él.
Muy amable de su parte, dije. En serio.
No es molestia. No estamos muy lejos. Ya verá.
Continuamos hasta el final del bloque de edificios y allí mi compañero giró
bruscamente a la derecha. Se lanzó por una calzada sumergida —abandonada hacía
ya tiempo, medio inundada por un conducto de agua roto— y le seguí a través de
charcos que nos llegaban hasta los tobillos, calientes como agua de bañera.
Por fin llegamos a otra calle incluso más decrépita, donde el aire apestaba a
meados y a leche agria. Unos tendederos ondeaban por encima de nuestras cabezas,
festoneados con trapos de colores. Dos manzanas más allá, mi guía giró a otro
callejón antes de completar el círculo girando hacia la derecha una vez más.
Este último giro debería habernos llevado de vuelta al Bowery, pero la calle en la
que entramos poco se parecía a la ruidosa miseria que habíamos dejado atrás. Los
edificios ruinosos habían desaparecido y habían sido reemplazados por sofisticadas
estructuras de cemento y acero. No había niños callejeando, ni una bulliciosa
multitud. En lugar de eso, una ordenada procesión de hombres y mujeres
impecablemente ataviados que caminaban codo con codo por la acera, hablando y
riendo, y en animada discusión sobre una ópera u obra de teatro a la que acababan de
asistir. En el arcén, pasaban carruajes, negros y brillantes, tirados por excelentes
especímenes de caballo. Incluso los nombres de las calles resultaban desconocidos:
Genevieve Street, Castaigne Court.
¿Es esto el Bowery? Pregunté, confundido.
Por supuesto. ¿No lo reconoce?
No respondí.

www.lectulandia.com - Página 46
Continuamos andando en silencio. Mi compañero mantenía un paso ligero casi
marcial, balanceando los brazos con tal vigor que me preocupaba que perdiera su
maleta. Obviamente, no era un joven misionero equipado con biblias y la armadura
del fariseísmo. Y, sin embargo, no se me ocurrió preguntarle qué llevaba dentro de la
maleta.
Se detuvo. Ya hemos llegado, dijo. Señaló el cartel astillado, una plancha de
madera desgastada borrada por las inclemencias del tiempo con costras de pintura. El
color puede que en alguna ocasión hubiera sido gris o marrón, pero ahora parecía
amarillo bajo el resplandor de la farola al otro lado de la calle.
El establecimiento en sí ocupaba un edificio de tres plantas al estilo Queen Anne
y las paredes eran de ladrillo rojo. Había numerosas ventanas y todas ellas
brillantemente iluminadas, aunque enmascaradas tras cortinas de damasco que
ocultaban las estancias al otro lado.
Venga conmigo, dijo Robert.
Me condujo al interior, hacia una sala de estar cuidadosamente amueblada,
decorada con cuadros en lujosos marcos y sillones tapizados en terciopelo negro. Lo
que más destacaba entre los muchos ornamentos del cuarto era un reloj dorado que se
alzaba a casi dos metros del suelo. Su esfera estaba dividida en varios diales de
diversos tamaños, el mayor de los cuales mostraba las dos y cuarto… pero, sin duda,
no podía estar bien, reflexioné, ya que no eran ni las diez y media cuando salí del
hotel. Otros diales parecían mostrar el mes y el año, aunque también estos eran
incorrectos. Finalmente, un indicador marcaba las fases lunares. Menguante.
Una mujer nos recibió en el mostrador. Era alta y escuálida y parecía que le
hubieran tensado la piel sobre la calavera. El color de su piel era tan pálido que casi
parecía transparente. Las venas se veían como líneas de scrimshaw bajo la piel, que
se oscurecía hacia tonos violetas al arracimarse en las sienes. Se dirigió a mi
compañero.
Otra vez de vuelta, ¿verdad? Para ver a Cassie, supongo.
Robert sonrió. ¡Me conoces demasiado bien! ¿Está disponible la encantadora
dama?
Para usted, joven caballero, me atrevo a decir que ya hará ella todo b posible
para estar disponible. Por supuesto, probablemente carezca de importancia para
usted que no lo esté. Incluso puede que lo prefiera de esa manera.
Tal vez sea así, dijo él, mostrando la misma sonrisa de ganador. Por supuesto,
encantadora dama, creo que podría estar en lo cierto.
¿Encantadora dama?, se mofó ella. Ah, venga, suba arriba. Él no regresará
hasta dentro de una hora como mínimo. Le haré saber que está allí dentro.
Tiene toda mi gratitud. Robert se giró y me ofreció su mano. ¿Cree que podrá
encontrar el camino desde aquí?
Asentí.
Buen hombre, dijo él, y me dio una palmadita en el hombro. Bajó la maleta de

www.lectulandia.com - Página 47
debajo del brazo y luego, colocándola en un costado, bordeó el mostrador y
desapareció tras una entrada con cortina.
La mujer pálida volvió su atención hacia mí. ¿Y usted, señor? Dijo, en un tono
más formal que antes. Tengo entendido que va a unirse a nosotros esta noche por
primera vez.
Sí, así es.
Un momento.
La mujer se acuclilló detrás del mostrador y desapareció de mi vista. Escuché el
clic de la llave de una cerradura y el gruñido de bisagras engrasadas. Luego la mujer
se enderezó con un libro de contabilidad en las manos. La encuadernación era buena,
las páginas crujientes y nuevas. Lo colocó encima del mostrador —con cuidado, de la
manera en la que una madre lleva a su hijo— y lo abrió por la página marcada.
Alzó la mirada hacia mí. Con una mano, sujetaba una estilográfica. La otra estaba
apoyada en el mostrador con aparente descuido, aunque el cañón de una Derringer
asomaba ligeramente entre sus dedos.
¿Y qué nombre debo hacer constar?
Se lo dije, empleando el mismo pseudónimo que había usado cuando conocí a
Robert. Ella asintió y lo anotó. ¿Y sabe a quién ha venido a ver?
Camilla.
¿Camilla? ¿Está seguro?
Lo estoy. ¿Hay algún problema?
No, señor. Ninguno en absoluto.
La mujer continuó escribiendo casi un minuto entero, rasgando y rasgando con el
plumín. Una mirada hacia el rincón de la habitación me confirmó lo que inicialmente
había sospechado: las manecillas del reloj no habían cambiado de posición. En aquel
establecimiento sin nombre, siempre eran las dos y cuarto.
La mujer cerró el libro y volvió a esconderlo bajo el mostrador. Noté entonces
que la pistola también había desaparecido. Necesitaré el pago por adelantado, dijo
ella. No hay muchos hombres que puedan permitirse ver a Camilla. Me dijo un
precio. Era caro, pero no desorbitado, y en todo caso menos de lo que había esperado,
dada la opulencia del establecimiento.
Lo pagué gustosamente.
Se dirigió hacia la entrada con cortina a sus espaldas. Suba hasta la tercera
planta. Camilla está en la cuarta puerta a la derecha.
Las cortinas se descorrieron lanzándome a un estrecho corredor por el que subían
sendas escaleras de caracol en ambos extremos. El pasillo estaba flanqueado por
puertas cerradas talladas con escenas de la mitología: imágenes de Ío y Leda, mujeres
tendidas bajo dioses. El olor a humo era especialmente fuerte, el empalagoso olor de
los puros. De detrás de una puerta se escuchó la voz de un hombre, apagada y ronca,
seguida por la risa de una mujer.
Avancé hasta el final del pasillo y subí a la tercera planta, donde salí a un pasillo

www.lectulandia.com - Página 48
idéntico al primero en todos los detalles, a excepción del papel de las paredes, que
aquí estaba pintado con una escena pastoral: ondulantes colinas, castillos,
bosquecillos de olivos. Un grabado producido en masa, concluí, aunque un artista
había realizado ciertos retoques, añadiendo una pareja de enamorados en la orilla del
río y también en las almenas del castillo.
La mujer estaba en pie dando la espalda a la pared de la torre. Estaba ataviada con
sedas y volantes, una mujer de posibles. Su cabello dorado flotaba en el aire,
ocultando su rostro. El hombre estaba arrodillado ante ella, como si le estuviera
pidiendo la mano, pero su espalda desnuda estaba girada al observador y me pregunté
por qué iría desnudo.
No estaban solos. Se podía ver otra figura al final de las almenas, un hombre
vigilando. Su rostro era sólo un esbozo de su perfil, pero había algo vagamente
familiar en él, un parecido que no podía identificar.
Llegué a la puerta de Camilla. Llamé… suavemente, al principio, pero más fuerte
cuando no recibí ninguna respuesta. La manilla cedió cuando la toqué. La puerta se
abrió hacia dentro, dando paso a una habitación tenuemente iluminada. La chimenea
estaba fría y la única ventana se hallaba oculta tras damasco morado. Una sola luz
brotaba de un candelabro sobre la repisa de la chimenea, que arrojaba sombras
escalonadas sobre el imbricado estampado del papel de las paredes y la cama de
cuatro postes con drapeado escarlata.
Camilla estaba junto a la ventana, vestida de seda. Su cabello era negro y rizado,
atado en lo alto de la cabeza en una serie de nidos en espiral, y su bata era de estilo
oriental: carmesí, líneas limpias, y en la espalda un sol naciente bordado con hilo
dorado.
Se giró al oír mis pasos y me sorprendió ver que llevaba máscara. Estaba hecha
de porcelana: de color blanco-hueso y perfectamente pulida, un frío retrato de la
belleza femenina con agujeros elípticos para los ojos y la boca. Se sostenía la bata
cerrada sobre su pecho, seductoramente pudorosa, y se divisaba un triángulo de piel
pálida de su cuello, fundiéndose con las sombras donde se ocultaban las curvas de
abajo.
No habló. Flotando hacia la mesilla, sacó una pipa de cristal de su bata. Era larga
y delgada, con una boquilla delicada que descendía hacia una cazoleta plana. En la
mesilla de noche abrió la tapa de una ornamentada cajita de rapé. Dentro pude ver
que había un polvo granuloso de color negro, arenoso como la carbonilla. Pellizcó un
montoncito y lo colocó en la cazoleta.
Con la pipa en una mano se aproximó a la chimenea y bajó el candelabro. Su bata
se abrió cayendo a los lados, revelando sus pechos y la mata de pelo entre sus
piernas. No hizo ademán alguno de cubrir su desnudez, simplemente arrimó el
candelabro a su pecho y me miró a través de las yemas de las parpadeantes llamas.
Sus ojos me penetraron: negros, profundos y reconfortantemente tranquilos. Le
devolví la mirada, incapaz de apartarla.

www.lectulandia.com - Página 49
Entonces sopló y apagó dos de las velas, de manera que sólo una quedó
encendida. Después inclinó el candelabro, sostuvo la llama a un lado de la cazoleta y
deslizó la boquilla por sus labios. El polvo brilló, primero naranja y luego negro. La
inhalación duró varios segundos.
Colocó la pipa y el candelabro sobre la repisa de la chimenea y se giró para
mirarme una vez más. Extendió la mano y me hizo una seña para que me acercara
doblando un dedo hacia atrás, atrayéndome. Sólo entonces fui consciente de que ella
no había exhalado el humo de la pipa, y de que, de hecho, estaba reteniéndolo en los
pulmones.
Di un paso adelante.
Durante unos segundos me miró detenidamente en silencio. A continuación, con
una extraña violencia, me sujetó del pelo y tiró de mi cabeza hacia abajo,
aplastándome el rostro contra la máscara. Su boca encontró la mía a través del
agujero en la porcelana. Sus labios estaban tan secos y ásperos como el pergamino.
El humo me llenó la boca y los pulmones. La oscuridad floreció en el interior de
mi cráneo y noté el agrio hedor de sangre y metal, de lenta putrefacción. Mi visión se
hizo borrosa. Tosí y me tambaleé, perdí el equilibrio y caí hacia atrás. Aterricé en la
cama. Las sábanas cedieron bajo mi peso y se cerraron sobre mí. El dormitorio se
desvaneció y yo me hundí en el olvido.

Estrellas. Un billón de pupilas —constriñéndose y expandiéndose— como agujeros


recortados en la cúpula celeste. Cada estrella me proporcionaba una fugaz visión de
un mayor resplandor al otro lado, de la luz que siempre brillaba allí, aunque en
ocasiones se ocultase embozada en la oscuridad, de la misma manera que Camilla
llevaba una máscara y por la misma razón: para esconder el rostro de Dios.
Los años pasaban como fantasmas a pleno mediodía, olvidados, invisibles. La
Tierra gemía y se movía bajo los pies, dejando escapar un grito de agonía que se
prolongaba durante eones y milenios, tamizado por el tiempo hasta convertirse en un
suave murmullo. No avisaba de lo que vendría a continuación.
El sol explotó, estallando como un termómetro. El calor se derramó sobre todas
las cosas. Las piedras se licuaron, el aire se evaporó. El cielo quedó atrás y yo salí
lanzado hacia las estrellas.
Envuelto ahora por ellas, observé que no eran pupilas como me había imaginado
al principio, sino soles en llamas, rodeados por planetas como lunas medio
iluminadas. Estos nuevos soles estaban situados formando extraños dibujos a mi
alrededor, formando bandas de colores, espirales que me recordaban los rizos del pelo
de Camilla.
Pero incluso estos quedaron atrás cuando seguí avanzando más allá de la estrella
más lejana y penetré en una oscuridad más extraña —y, sin embargo, más
fundamental— que la del útero que me dio a luz. Había tenido razón al pensar que la

www.lectulandia.com - Página 50
Creación llevaba una máscara, pero una máscara de luz, no de oscuridad. Las
estrellas sólo servían para ocultar la silenciosa tempestad del otro lado, la tormenta en
la que yo ahora mismo estaba preso, tembloroso y atenazado de frío. Pero ya no me
encontraba entre los cielos. Más bien, había descendido al interior, hasta el mismo
centro de mi propio ser y descubrí allí el mismo caos en ebullición donde mi alma
debiera haber estado.
Desesperado, gateé hacia delante, incapaz de enderezarme, mientras el cosmos
explotaba y caía a pedazos a mi alrededor. Esta era la tormenta que vivía dentro de
mí, dentro de todos los hombres: mil ciudades calcinadas y destruidas, reducidas a
torbellinos de fragmentos. Providence. Nueva York. Chicago. Nieve negra empujada
por un viento incesante.
Pisadas. Desde algún lugar lejano, escuché las pisadas de un niño; tambaleándose
y vacilante. La noche partió y volvió a crearse, la tormenta iba tomando forma
mientras el viento cambiaba en dirección opuesta, destruyendo y amalgamando esas
ciudades hasta moldearlas en la silueta de un niño, de no más de tres años. Correteó
hacia mí con la boca abierta, un círculo perfecto… gritando, aunque yo no escuchaba
nada.
¿Cómo puedo describir esto?
Eras tú. Tú, mi niño. La razón por la que estoy escribiendo esto. Años antes de
que conociera a tu madre, antes de que tú nacieras, sabía que compartiríamos este
lugar, siempre. Ese pensamiento me producía alivio por un lado, y también tristeza;
esta última fue la que me atravesó profundamente cuando me ofreciste tu mano. Eras
frágil y enfermizo, exactamente como el niño en el que vi que te convertías, pero aun
así me cogiste de la mano, me pusiste en pie y me levantaste alejándome de aquella
tormenta silenciosa.

En el dormitorio de Camilla, la vela se había consumido. Se deshizo en la nada,


cubriendo con una sombra las sábanas manchadas de la cama y el empapelado de la
pared agrietado y descascarillado. A mi alrededor, la habitación había degenerado en
un cuartucho que precisaba urgentemente de reparaciones, toda la elegancia se había
desvanecido. El aire apestaba a moho y perfume, un dulzor como una fiebre alta.
Camilla estaba junto a la ventana. Iba vestida con alguna tela que imitaba la seda
y su rostro estaba vuelto hacia la rendija del drapeado de la cama. Se había quitado la
máscara, que ahora descansaba en la mesilla, pero la oscuridad ocultaba su semblante
y di gracias por ello. Ella suspiró, débilmente, y se me ocurrió que esperaba que yo
hiciera algo, o tal vez esperaba a alguien. Recogí mis cosas y salí del cuarto.
En el pasillo me encontré con mi joven acompañante que llevaba la maleta
embutida bajo el brazo. Evidentemente, acababa de salir de otro cuarto.
Sus ojos se abrieron como platos al verme. Y su rostro palideció.
Pero… ¡esa es la habitación de Camilla!

www.lectulandia.com - Página 51
Sí. Me dijeron que preguntara por ella…
¿Quién le dijo eso?
El recepcionista de noche de mi hotel.
¡Dios mío! Debe salir de aquí inmediatamente. Si él le encuentra…
¿Él? ¿De qué habla?
Ella es la chica de King. Camilla. También Cassie, aunque a él no le importa que
haga bocetos de ella.
¿Bocetos?
Por fin lo comprendí. El hombre del empapelado —la figura de pie que observaba
— era mi joven acompañante. Aunque burdamente esbozado con trazos débiles, el
rostro era indudablemente el de Robert. Además, me di cuenta de que debía de
tratarse de un autorretrato. La maleta, sin duda, contenía los lápices y libretas de
dibujo.
Me agarró con firmeza del brazo.
Debemos irnos, dijo. Él regresará pronto, pero podemos salir por la salida de
incendios. Con suerte, conseguiremos evitarlo.
Me quedé boquiabierto, no pude encontrar las palabras para protestar. Robert no
esperó a que yo hablara. Me hizo salir corriendo por el pasillo, que ahora veía que se
hallaba en el mismo estado de decadencia que el dormitorio de Camilla, y
atravesamos una puerta al final del pasillo que nos condujo por la salida de incendios.
No lo entiendo, alcancé a decir, por fin. ¿Quién es este King?
Silas King. Un antiguo capitán de barco y contrabandista. Tengo entendido que
es originariamente de Inglaterra, aunque ahora se pavonea llamándose el Rey del
Bowery.
¿Es el capo de una banda, entonces?
Sí. Se le podría considerar así. Camilla ha sido suya desde que era una niña
pequeña. ¿Es que no lo ve? Ella le pertenece. Todo el Bowery sabe que lo último que
le conviene a nadie es preguntar por ella.
De repente, entendí el engaño del recepcionista de noche, la sorpresa de la mujer
delgada cuando mencioné a Camilla. Con un escalofrío de terror, seguí a Robert por
la salida de incendios, moviéndome lentamente para enmudecer el repiqueteo de mis
pasos. Para entonces, era casi medianoche, pero el aire no se había enfriado. La brisa
del East River sólo traía calor y hollín, los olores entremezclados de humo y aguas
residuales.
Cuidado, advirtió Robert cuando llegamos al nivel de la calle. El callejón que se
abría ante nosotros hervía con un movimiento furtivo, el correteo de cientos de ratas.
Se apartaron a nuestro paso como un mar chispeante, escondiéndose en cubos de
basura y pilas de metal retorcido.
Unos segundos más tarde, vi lo que había atraído a las ratas al callejón. Frente a
la salida de incendios había cubos de porquería y grasa que medio escondían dos
bultos cubiertos con sábanas que podrían haber sido en otro tiempo humanos. Niños,

www.lectulandia.com - Página 52
pensé, muertos en la calle. O los cuerpos de las víctimas de King.
El callejón desembocaba en el Bowery, pero no había ningún rastro de los
acomodados espectadores de teatro o de sus relucientes carruajes. Fuera de un bar,
dos extranjeros se peleaban con cuchillos mientras un grupo de gente miraba. Una
joven familia estaba apiñada en una entrada. La madre nos llamó pidiéndonos una
moneda. Para el bebé, dijo, pero no le prestamos ninguna atención.
A mitad de la manzana, pasamos bajo el cartel amarillo una vez más.
Anteriormente grandioso e imponente, el establecimiento mostraba ahora múltiples
signos de abandono: ladrillos deshechos, ventanas agrietadas o rotas. Eché un vistazo
a la tercera planta, donde Camilla todavía era visible: una sombra sin rostro, un
contorno visto fugazmente a través de unas cortinas a jirones.
Pasamos a toda prisa.

Robert se quedó petrificado. Maldiciendo, me cogió bruscamente del brazo y me


empujó por la boca de un callejón. Grité sorprendido, lo que provocó que desistiera
de convencerme y me agarrara por el cuello.
Ese es él, susurró, King.
No estaba preparado para las dimensiones del hombre que apareció ante nosotros.
King era alto, casi dos metros diez, y extremadamente corpulento. La carne de su
cuello era blanda, pastosa. Se arrugaba en pliegues sobre el cuello de la camisa y
oscilaba libremente como el zarzo de un pavo, temblando con cada laboriosa pisada;
todo su cuerpo vibraba como una cuerda pulsada. Su cabello era negro y muy
engominado. Su piel cetrina y sorprendentemente pálida, y el rostro estaba picado por
algún tipo de enfermedad. Una pústula abierta enturbiaba su labio superior, roja y
brillante bajo el fino bigote.
Y, sin embargo, a pesar de todo esto, su vestimenta era extremadamente elegante.
Su sombrero de copa y chaqué eran un ejemplo de la mejor sastrería, y una cadena de
oro cruzaba su temblorosa panza. Había perdido la oreja izquierda, pero llevaba un
recambio de porcelana en su lugar, y paseaba con la ayuda de un bastón, una vara tan
ancha como una muñeca rematada con un fragmento de cuarzo amarillo, sin tallar,
cuyos bordes afilados asomaban bajo sus dedos rechonchos.
King miró por el callejón cuando pasó. Sus ojos se cruzaron con los míos,
brevemente, y vi que eran negros; la misma ausencia de color que la sombra en mi
interior o en aquellos lugares más allá de las estrellas. Sin embargo, no debió de
reparar en mi presencia, porque siguió andando y su bastón continuó golpeando la
acera como el eco de una pistola. El sonido disminuyó hasta apagarse.
Robert dejó escapar el aire de los pulmones. Se volvió hacia mí con la frente
brillante por el sudor.
Tenemos algunos minutos. ¿Adónde va a ir?
De regreso a mi hotel, supongo.

www.lectulandia.com - Página 53
Sacudió la cabeza. Yo de usted no lo haría. El recepcionista pensó que le enviaba
a su muerte. No se pondrá muy contento cuando lo vea otra vez.
A la policía, entonces.
¿Y cree que ellos le escucharán? Ellos mismos podrían entregarle a King si
supieran que lo buscaba.
Entonces, ¿qué?
Diríjase a Grand Central. Yo pagaré una calesa… es el medio más rápido. Desde
allí puede coger el primer tren a su casa.
¿Y luego…?
Se encogió de hombros. Manténgase alejado de Nueva York. Y si tiene que
regresar, entonces, por lo que más quiera, no se acerque al Bowery. Él es realmente
un rey aquí… y no es un rey benevolente. Sin embargo, debería estar seguro si se
mantiene fuera de la ciudad.
Debería, repetí.
King ha perseguido a algunos hombres incluso hasta San Francisco, y por un
motivo menor. ¿Dio usted un nombre falso? Bien. Entonces no conoce su nombre o su
aspecto. Puede que nunca lo encuentre. Sin embargo, no dejará de buscar. De eso sí
puede estar seguro.
Recordé el momento en el que nuestros ojos se habían cruzado —negro sobre
negro, espejos girados que se reflejan el uno al otro— y me di cuenta de que daba
igual lo que él supiera, o cuál fuera mi aspecto, porque ambos llevábamos la misma
tempestad en nuestro interior.
Mi acompañante recogió la maleta del suelo y avanzó hasta el final del callejón.
Detuvo una calesa de pago, que traqueteó hasta pararse totalmente, sus faroles
arrojaron sobre nosotros un profundo alivio. Los caballos resoplaron, sudorosos y
humeantes en aquel calor.
Robert me ayudó a subir al carruaje.
Recuerde lo que le he dicho. Evite el Bowery.
¿Y usted?
No necesita preocuparse por mí. King y yo tenemos un trato. Y, de todas formas,
apenas importa. Me voy pronto de aquí, tal vez para siempre.
¿Adónde va?
A París. A la Escuela de Bellas Artes. Levantó su maleta. Voy a ser un artista de
verdad.
Tras lo cual me lanzó una amplia sonrisa y me deseó buenas noches. El conductor
chasqueó el látigo y puso a los caballos en movimiento. Eché una mirada atrás por
encima del hombro, esperando capturar una última visión de mi amigo, pero ya se
había ido, perdido en algún lugar en aquel infierno de humo y noche.
No volví a verlo nunca más.

www.lectulandia.com - Página 54
Durante años tuve pesadillas. Mientras dormía, me sumergía una vez más en el
humeante caos y surgía en un lugar de soledad, abandonado en medio de la tormenta
silenciosa que Camilla me mostró. De nuevo, me forzaba a avanzar, gateando sobre
manos y codos, incapaz de enderezarme y, de nuevo, la oscuridad giraba y adoptaba
una forma frente a mí.
Silas King. Se cernía sobre mí como el amenazador espectro del terror definitivo,
y aunque intentaba alejarme gateando, nunca era lo suficientemente rápido. Siempre
me encontraba, y entonces me despertaba jadeando y boqueando en busca de aire que
no me llegaba.
Por aquel entonces conocí a tu madre. Cuando le propuse matrimonio, gritó
alborozada y extendió los brazos para abrazarme. Me besó el cuello y me susurró
palabras de amor en el oído. Como comprenderás, por entonces ella todavía no era tu
madre, la mujer que tú conociste. Eso vino más tarde.
Pero las pesadillas persistieron, peores que antes. Todas las noches me despertaba
gritando, atragantándome con el dulzor y la fiebre. Por la mañana, el gusto del aliento
de King permanecía en mi boca, recordándome el hedor de la sangre reseca o el
polvo que Camilla quemó, el humo con el que me llenó.
Entonces naciste tú, tan diminuto y enfermizo como te había imaginado. Las
pesadillas cesaron poco después, otro milagro. Por la noche, me sumergía en la
oscuridad, nuestra oscuridad, y allí te encontraba esperando, no a King. Sólo entonces
comencé a comprender la naturaleza de la bendición y la maldición que Camilla hizo
recaer sobre mí.
Por supuesto, no podía durar mucho tiempo. A finales del 92 viajé a Nueva York
por motivo de negocios. Me mantuve alejado del Bowery. Fui cauteloso. En todo
caso, King debió enterarse de mi visita, porque pronto me di cuenta de que alguien
me seguía.
Una tarde, en Boston, en una calle llena de gente, se me ocurrió mirar a mis
espaldas y lo detecté a unos veinte metros detrás. Iba ataviado con su habitual
sombrero y chaqué, y la cadena de oro relucía sobre su barriga. Sonrió, tal vez
reconociéndome, y corrió hacia mí, como si fuera a saludar a un viejo amigo. Se
movía muy rápidamente para su tamaño, avanzando a zancadas como un animal, y yo
salí pitando, pensando tan sólo en escapar de allí.
Corrí. Mi huida me trajo hasta aquí: a esta ciudad, a este hotel. Dos y diez. No
queda mucho tiempo. Puedo escucharle en el pasillo, andando al otro lado de la
puerta. Su bastón golpea una y otra vez el suelo de madera, multiplicando el sonido
de mis latidos. Pronto llamará. Golpeará la puerta con esa esquirla de cuarzo.
Mencionará mi nombre, mi nombre real, y luego tendré que dejarle entrar.
W S Lovecraft, 1893

NOTA DE LA TRADUCTORA: Cuando Lovecraft tenía apenas tres años de edad, su padre,

www.lectulandia.com - Página 55
Winfield Scott Lovecraft, sufrió una crisis nerviosa en la habitación de un hotel de
Chicago, donde se encontraba alojado por motivos de trabajo, y fue ingresado en el
Butler Hospital (Centro Psiquiátrico de Providence). Debido a una serie de trastornos
de índole neurológica, fue incapacitado legalmente. Murió el 19 de julio de 1898, en
ese mismo hospital, con el diagnóstico de paresia general, una fase terminal de la
neurosífilis.

www.lectulandia.com - Página 56
www.lectulandia.com - Página 57
ME VE CUANDO NO ESTOY MIRANDO

Hacía un tiempo extraño aquella primavera en la ciudad de Nueva York, el aire era
frío. Las aceras brillaban mojadas por la lluvia. Los charcos, como espejos lanzados
al suelo y rotos sobre el asfalto, reflejaban mi profunda ebriedad, como si intentaran
avergonzarme. Pero me daba igual. La mierda estaba dentro de mí, por todo mi
cuerpo, y si iba a caer no pensaba hacerlo sobrio.
nunca me gustó aquella ciudad, y ella sin duda me odiaba, pero teníamos un trato.
llevaba allí un mes, abandonado tras haber dado un recital de poesía en un círculo de
lectura de mujeres; en lugar de una cama libre y un polvo ardiente, me lanzaron a la
calle después del recital y decidí quedarme por la ciudad un tiempo.
hacía dos meses que no había estado con una mujer. Sandy Lane[2], ese era su
nombre… como una frase ingeniosa o un mal chiste, habíamos estado como dos
tortolitos drogados posados en una rama, apoyándonos el uno en el otro, pero me
largué cuando se acabó el dinero. su papá dejó de pagar los cheques de su hija, así
que yo dejé de cobrar el cheque de esta… si saben a lo que me refiero.
así que yo estaba allí, cabalgando sobre una borrachera de whisky y sin ningún
lugar a donde ir si las cosas se ponían mal. Pensé en llamar a Sandy, pero la imagen
de su enorme culo blanco y granujiento, y lo mucho que le gustaba sentarse en mi
cara y tirarse ventosidades en mi boca hizo que se me erizaran los pelos, así que
deseché la idea y me dirigí al pueblo, en busca de hípsters melenudos que me
facilitaran un lugar donde dormir.
y así fue como entré en contacto con la obra de teatro, totalmente por accidente.
cuando iba con ganas de bronca. bueno, sin duda siempre la encontraba, ¿verdad?,
una buena bronca en la que acabara dando puñetazos a la oscuridad para siempre.
—¡eh, Chinaski! ¡eh, matón de pacotilla! ¡CHINASKI!
deambulaba por el SoHo cuando escuché la voz, y al principio no la reconocí.
pero cuando alguien pronuncia tu nombre a las 3 de la mañana y luego se dedica a
insultarte, tus instintos tienden a aflorar. así que me di media vuelta con los puños
cerrados y los brazos levantados en pose de lucha.
—¡eh, Chinaski, maldito CAPULLO!
era Mervin Bones, un borracho enjuto de la Cocina del Infierno. no lo había visto
desde hacía días… alguien me dijo que había muerto y no me había detenido a pensar
en él lo suficiente como para extrañarlo, sin embargo, siempre era buena compañía
para echar un trago, así que bajé las manos y abrí los puños para saludarle.
—eh, Merv. ¿cómo va?
hizo una finta y se acercó a mí por la acera con una botella dentro de una bolsa
marrón en una mano, echó un trago y dejó que cayera la mano. miré con avidez la
botella y estoy bastante seguro de que me relamí.

www.lectulandia.com - Página 58
—¿qué pasa, tío?
se balanceó ante mí y sus ojos rodaron como balines de un lado a otro.
—te he estado buscando, Hank. tengo algo que tal vez quieras ver.
sabía que yo escribía poesía y que sentía debilidad por la música clásica. para
Merv yo era un hombre culto. para cualquier otra persona no era más que un borracho
sin oficio ni beneficio con cierto interés por la belleza. yo era un estudioso de
Dostoievski y escuchaba a Mahler mientras bebía vino en la oscuridad. en algún
rincón de mi corazón un azulejo trinaba, pero yo era el único que podía escuchar su
melodía.
—cuéntame de qué se trata, Merv.
alargué el brazo y le arrebaté la botella de la mano. no la estaba agarrando con
fuerza. ni se dio cuenta de que se la había quitado hasta que me vio echar un trago.
—sí… sírvete tú mismo.
el whisky me removió los intestinos. era caliente y frío y dulce y maligno. sabía a
todas las mujeres que besé alguna vez y olía a todas las sucias almas que alguna vez
noqueé en algún callejón junto a cualquier bar.
—tengo una obra de teatro. algo que te gustará. siendo como eres un escritor y
todo ese rollo.
sonrió. sus dientes estaban ennegrecidos y podridos, las encías sangraban.
examiné la boca de la botella, pero estaba limpia, así que eché otro largo trago.
—¿qué clase de obra de teatro? no me gustan esas mierdas modernas que
representan ahora en los escenarios, me gusta el bardo… dame algo de Shakespeare o
no me des nada, gilipollas apestoso.
consideré la idea de reventarle la botella de whisky en la cara, sólo por diversión,
pero no quería desperdiciar lo que quedaba.
—no sé nada de «cheques pir», pero este lo tengo en mi apartamento. se titula el
rey de amarillo y tiene tu nombre escrito en la portada. pensé que podría ser una de
tus… algo que publicaste en California.
no estaba seguro de qué me sorprendía más; el hecho de que el viejo Merv tuviera
un apartamento o que mi nombre apareciera garabateado en la portada de un libro del
que jamás había oído hablar.
—ven conmigo, Hank. nos echaremos unos tragos, puedes comprarme el libro si
quieres.
así que ese era el juego… ¿y es que existía algún otro juego en la ciudad? todo el
mundo quería su parte, el dinero lo era todo en esas calles. pero no lo era todo para
mí. amaba el arte y una buena pelea en el ring. buscaba la verdad y el honor, los
hombres con corazones fuertes y mujeres con suaves y cálidos pechos, pero lo único
que tenía era basura como Merv, los sucios cabrones putrefactos que salían a buscar
cualquier cosa que pudieran conseguir. su tajada de la tarta, su trozo del pastel.
—de acuerdo, Merv —dije—. vayamos a tu piso para tomar una copa.
al menos conseguiría algo de whisky barato, tal vez incluso una paja de la señora

www.lectulandia.com - Página 59
de Merv… la última vez que le vi estaba con una puta retirada de Chicago que tenía
unas manos nudosas y huesudas con unos dedos extrañamente suaves…
el apartamento de Merv resultó ser un cuarto en algún lugar entre Canal y la calle
14, a un bloque de edificios del río. estaba asqueroso… el tipo de lugar en el que
incluso las ratas de cloaca se avergonzarían de vivir, pero el techo no tenía goteras y
las paredes estaban secas. para entrar subimos por unas escaleras destartaladas de una
salida de incendios. Merv se introdujo a través de una ventana y yo le seguí adentro.
en ese momento no me pareció extraño. todas las personas que conocí durante aquel
breve periodo de tiempo en N. Y. C. intentaban esquivar a sus caseros.
la habitación tenía las paredes desnudas y un suelo de linóleo agrietado. había una
cocina sucia en una esquina, sin ventilación cerca. una mesa de comedor y dos sillas.
arrimada a la pared, había una sola cama, y acurrucada sobre el colchón, cubriendo su
cuerpo desnudo con una fina colcha, estaba la mujer de Chicago con las manos de
estibador y dedos de artista. miré sus dedos en el borde de la colcha, tenía las uñas en
carne viva de tanto mordérselas.
—no te preocupes por Annie —dijo Merv mientras abría un armario. sacó una
botella de tercio—. duerme mucho. creo que podría estar enferma.
la volví a mirar. la colcha cayó por su espalda desnuda, dejando al descubierto su
columna vertebral. los huesos en esa parte de su cuerpo parecían extraños, como si
estuvieran deformados. había un tinte amarillento en su piel, como ictericia.
—tan sólo déjala tranquila. estará bien. sólo tiene miedo.
me encogí de hombros y me senté a la pequeña mesa en el centro de la habitación.
había una baraja de cartas sobre la mesa, así que empecé a barajarlas. todas las cartas
eran el joker. eso me asustó, así que las dejé sobre el mantel de papel manchado y
esperé a que Merv me sirviera una bebida.
mientras estaba allí sentado, observando a aquel hombre delgado con su rostro
desaliñado y sus ropas malolientes servir los whiskies en dos vasos descascarillados,
pensé en Los Ángeles, en la enorme falla que atraviesa la ciudad. en cómo, algún día,
esa falla se abriría y todo el mundo caería dentro. tal vez debería quedarme en Nueva
York, hacer algunas lecturas para los hípsters y dejarles que me pagasen las copas.
—toma.
levanté la mano y agarré el vaso. tenía la sensación de que toda mi energía, todo
lo que tenía, estaba centrado en ese único jodido momento. cogí el vaso y di un sorbo,
y la presión se desvaneció, como siempre. me compadezco de ellos, de los que no
conocen esa magia demente. qué vidas más profundamente empobrecidas deben de
llevar.
—pues estaba el otro día en una fiesta en un antro por los Heights, y una señora
muy rara comenzó a darme bebidas. habló sobre poesía y entonces le dije que conocía
a un hombre que escribía ese tipo de mierda… ¡Henry Chinaski, un famoso poeta de
L. A.!
me reí por el comentario. era gracioso. dolía, pero también era gracioso.

www.lectulandia.com - Página 60
—que te jodan, Merv.
—no, ella estaba interesada, tío. quería conocerte. pero le dije que no sabía dónde
vivías, así que la mujer sacó un libro y dijo que si alguna vez volvía a verte tenía que
pasarte esto. como regalo —eructó, se ventoseó y volvió a dar un sorbo al whisky—,
como regalo…
—así que, ¿cuánto quieres por ese regalo?
—¿cuánto tienes?
—maldita cucaracha. es un regalo. se supone que debe ser gratis.
—como ya he dicho, ¿cuánto tienes?
—todo lo que tengo son cinco pavos. tómalos o déjalos —tenía otros diez
enrollados en el calcetín, pero jamás se lo diría a Merv. podría dárselos a la puta de
Chicago, cuyas manos como ramitas no se me iban de la cabeza, aquellos extraños
dedos suaves, acariciando mi erección.
—de acuerdo, de acuerdo… iré a por el libro.
se tropezó al levantarse de la silla. pero yo no tenía intención de levantarme y
ayudarle. Merv era un cabrón, un estafador, y si se caía y se abría la cabeza contra el
suelo yo me follaría a su mujer y me llevaría mi libro, mi regalo, y jamás regresaría.
unas cuantas tazas de hojalata colgaban como suicidas famélicos de un riel por
encima de la cocina. Merv abrió la puerta de un armario y las bisagras se salieron. la
puerta quedó colgando torcida en su mano, como una máscara caída. la colocó sobre
la cocina y sacó un pequeño libro del armario, luego se volvió y se acercó a la mesa
tambaleándose.
lanzó el libro sobre la mesa frente a mí. su cubierta estaba arañada y desvaída y
apenas se podía leer el título: EL REY DE AMARILLO.
—nunca oí hablar de él.
cogí el libro y abrí la tapa. el olor del papel viejo me golpeó como una droga.
efectivamente, escrito dentro en la primera página, justo debajo del título, estaba mi
propio nombre, escrito con mi letra. había firmado este libro pero no lo había visto
nunca.
—¿ves? te lo dije, ¿verdad?
me entraron ganas de golpear al estúpido capullo hasta matarlo con sus propias
cacerolas y sartenes. quería que su sangre se derramara como si fuera vino y que sus
globos oculares salieran volando de su calavera como castañas al fuego.
—¿qué aspecto tenía esa mujer?
—llevaba puesta una máscara… todos las llevaban. era un baile de máscaras, en
un jodido antro asqueroso en un sótano.
—¿y qué demonios estabas haciendo tú allí? ¿quién invitaría a un imbécil como
tú a un baile de máscaras?
—fue Annie —se arrimó a la cama—. algunas de sus amigas putas trabajaban esa
noche.
bajé la mirada al libro.

www.lectulandia.com - Página 61
—entonces. la mujer.
—sí, la mujer. llevaba una máscara blanca… la llamaba todo el rato la máscara
pálida y llevaba puesto un vestido amarillo hecho jirones. era alta… creo que podría
haber sido uno de esos travestis de la quinta avenida. los que te la chupan por cinco
pavos en una sala de cine guarro.
volteé el libro en mis manos, la contracubierta estaba vacía y no había ninguna
ilustración en la cubierta. sólo el intrigante título. me sentí sobrio por primera vez
desde hacía años, verdaderamente sobrio, como si todo mi cuerpo se hubiera
limpiado, así que agarré la botella y bebí a morro de ella, con la urgencia de ahogar
esos terribles sentimientos nuevos.
—cinco pavos.
asentí y metí la mano en el bolsillo. saqué el dinero y lo lancé a la mesa.
—¿cuánto por un polvo con ella? —ladeé la cabeza hacia la cama y a la mujer
que ahora se movía.
—demonios, Hank —dijo ella—. después de leer ese libro tuyo, te lo haré gratis.
cuando me giré en la silla, ella estaba bajando las piernas del colchón. las sábanas
de la cama se habían enrollado alrededor de su cintura, pero pude ver lo suficiente
para saber que gratis era un precio demasiado alto para lo que ella podía ofrecerme.
sus tetas eran pequeñas, duras y amarillas, como limones. su barriga era blanda como
arcilla de modelar. no quise mirar mucho su rostro, pero me recordaba a mi primera
mujer, deformada… esa manera en la que la cabeza estaba apoyada directamente
entre los hombros, sin necesidad de un cuello. sus labios eran amarillos, cuando
sonrió no pude ver ni un solo diente, sólo una especie de polvorienta oscuridad.
—dios, no. sólo he venido para recoger mi libro, y tomar una copa.
—que te jodan entonces, Chinaski.
volvió a rodar sobre la cama, se cubrió con la colcha y giró su pálida cara hacia la
pared. cuando sacudió las sábanas pude ver que estaban cubiertas de un polvo
amarillo, como moho o la sustancia que tienen las polillas en las alas.
—¿ha leído ella el libro?
no sé por qué me había ofendido, pero por algún motivo no me gustaba la idea de
que sus ojos hubieran estado deambulando por las páginas que yo aún no había visto.
Merv asentía. pero tenía los ojos cerrados y su cabeza colgaba baja, si no estaba
dormido, lo estaría pronto. cogí mis cinco dólares de la mesa y me los volví a meter
en el bolsillo. luego me serví otro trago. volví a examinar el nombre con el que había
firmado el libro, e incluso en las profundidades de mi borrachera, supe que aquella
letra era la mía. había un mensaje escrito bajo el nombre y tuve que forzar la vista
para leerlo.
«hola desde Carcosa», decía. no tenía ni idea de qué demonios podría significar
eso.
acabé la pinta de Merv y abandoné la habitación por la ventana, sujetando el libro
con fuerza mientras bajaba por la salida de incendios. todavía era de noche. la luna

www.lectulandia.com - Página 62
era un gajo de una fruta extraña sumergida en la copa que contenía el cielo. las
estrellas no se parecían a nada que hubiera visto antes. no podía encontrar la estrella
polar.
todas las calles adyacentes, callejones y bajos fondos parecían iguales. me dirigí
al sur, hacia TriBeCa, simplemente buscando algún lugar donde estar, un lugar donde
no tuviera que fingir ser otro. pero me sentí atraído hacia un punto donde un brasero
ardía junto a una pared de piedra renegrida. al sentir la oleada de la llama tuve la
impresión de que alguien había abierto las puertas del cielo o el infierno y no estaba
seguro de cuál de los dos sonaba mejor. encontré un bar que permanecía abierto las
veinticuatro horas del día los siete días de la semana y pedí una bebida. luego
encontré un rincón oscuro y me puse a leer la obra de teatro. terminé de leer el primer
acto antes de cerrar el libro y luego pedí otro whisky. el billete de cinco pavos casi se
había esfumado. pronto tendría que echar mano de las provisiones escondidas en mi
calcetín.
había un montón de mierda en la obra sobre lunas extrañas y estrellas negras,
como una fantasía gótica, pero, a medida que la leía, se tornaba cada vez más
profunda, más oscura, y pensé entonces en lo estúpido que era todo, sentí las ruedas
de un mecanismo girando dentro de mí y puertas abriéndose en algún lugar profundo
del fondo de mi estómago, en un lugar que ni siquiera el alcohol podía alcanzar.
cuando cerré los ojos vi a una mujer con una máscara pálida. detrás de ella había un
hombre cuyo rostro no era más que un abanico de jirones amarillos, como viejas
hojas de periódicos descoloridos por el sol. las líneas de la obra y de los poemas que
encontré allí dentro me resultaban familiares, sin embargo, los desconocía por
completo. era como algo que hubiera soñado y luego olvidado, o tal vez apartado de
mi mente.
un recuerdo latente. un suceso reprimido. oh, dulce, dulce Carcosa, ¿por qué me
parecía que te conocía y que reconocía tus soles gemelos elevándose desde detrás de
las oscuras aguas malditas del lago Hali?
cuando recobré la conciencia ella estaba allí, por encima de mí, a mi lado, con las
manos sobre la mesa. llevaba una máscara blanca sin rasgos y su vestido, bajo el
abrigo oscuro, era amarillo. veía todo el tiempo formas amarillas que aleteaban por el
rabillo del ojo. la polla y las pelotas me dolían como si ella estuviera apretándolas y
necesitaba una bebida más que nunca.
—tengo mucho alcohol. todo el que puedas necesitar —su voz sonaba como una
canción. una nana triste y corrupta cantada por una llorosa madona de bar o un
mesías decrépito—. ven, ven conmigo a Carcosa.
no pude negarme, mi cuerpo la obedecía como si estuviera tirando de mis hilos y
yo fuera sólo una marioneta bailando para su diversión. la seguí atravesando la puerta
y salí a la negra calle. todo parecía diferente. cuando levanté la mirada al cielo, unas
estrellas negras asomaban y extrañas lunas orbitaban por los cielos. la bebida, la
noche, la obra… el alcohol barato de Merv y su puta febril. todo era demasiado, o

www.lectulandia.com - Página 63
demasiado poco. nada tenía sentido, incluso el alcohol parecía una mentira… la
mayor mentira de todas, porque yo ya sabía que era falso. toda mi vida lo he sabido,
pero aun así lo seguía amando.
avanzamos por calles locas, atrapados en los brazos de una noche demente, y el
mundo entero se transformó en cristal. los edificios estaban hechos de botellas de
licor… las ventanas de las viviendas rebosaban con fluido ámbar, los cubos estaban
llenos de cerveza. Carcosa era un mundo de alcohol y copas, y yo había estado aquí
durante todo el tiempo sin tan siquiera saberlo.
me condujo por un callejón angosto, y luego subimos por otra escalera de
incendios. advertí que esta era brillante, como si fuera nueva, y ligera como una
pluma mientras subía arrimado a la pared de cristal de un edificio lleno de ángeles de
ojos negros y psicópatas nadando en amplias habitaciones llenas de alcohol. miré
hacia arriba, al cielo, y vi las claras torres almenadas de este elevado castillo de
cristal, patrullado por soldados borrachos blandiendo armas de embriaguez.
dentro de la habitación yo estaba bajo el agua… no, no era agua, era licor. me
moví lentamente a través de esas profundidades de whisky, pero, extrañamente, podía
respirar. Merv estaba sentado a la mesa y su cabello se movía suavemente como
oscuras hojas de algas. la puta seguía echada en la cama, pero mientras dormía se
elevó por encima de la colcha, flotando como una pequeña ballena muerta. la mujer
enmascarada se movía normalmente, como si fuera la única todavía en tierra seca.
nadé hacia ella y alargué los brazos para agarrar sus tetas, su culo, su cuerpo
fantasmal. pero su silueta cedía cuando la tocaba y se desmoronó como una polución
de esperma en agua sucia del baño…
chapoteando en el agua (¿whisky?), logré girarme y de esa manera pude ver el
camino por el que había avanzado. peces del tamaño de puños nadaban atravesando
la ventana abierta, pero todos tenían cabezas de pájaros. sus aletas eran cuchillas y
tenían dientes como los de los vampiros de las películas de serie B.
intenté gritar, pero una explosión de burbujas salió de entre mis labios y se elevó
lentamente por delante de mis ojos. observé esas burbujas, y dentro de cada una de
ellas había una réplica diminuta de la imagen que había visto fugazmente: un hombre
hecho de jirones de adusto color amarillo. cada una de esas visiones de muñeca rusa
se giró hacia mí a un mismo tiempo, extendiendo los brazos en un acogedor abrazo, y
cuando levanté la mirada y examiné el cuarto, vi pliegues con picos de tela amarilla,
como jirones de banderas descuartizadas, ondeando alrededor del marco de la
ventana. la mujer con la máscara estaba envuelta en esos andrajos. ahora estaba
desnuda, pero todavía llevaba la pálida máscara. flotó por la habitación y se colocó
frente a mí. su cuerpo era esbelto, los huesos prominentes bajo su piel blanca. era
como un horror de Belsen, un fantasma de pellejo y huesos. pero cuando la toqué la
sentí blanda, como si fuera masa de pan. era como si su carne hubiera estado a
remojo en agua demasiado tiempo y los huesos eran gomosos como el esqueleto de
un calamar.

www.lectulandia.com - Página 64
tenía una erección distinta a todas las que había tenido antes, una violenta rigidez
y una necesidad urgente.
así que cuando ella me agarró la entrepierna, la besé, chupando su larga y delgada
lengua mientras esta se agitaba como un gusano necrófago bajando por mi garganta.
me empujó hacia abajo y se sentó a horcajadas sobre mí, y durante todo el tiempo
asentía con la cabeza y amasaba los músculos relajados de mis brazos con sus fuertes
manos. mis pantalones cayeron sin que tan siquiera lo notara, y a continuación entré
en ella empujando mi miembro tan profundamente como pude y agarrando su culo
con las manos para separar los glúteos y deslizar un dedo allí dentro. su carne era
suave y flácida, a pesar de que no tenía mucha. pero me la follé igualmente; que
nadie diga jamás que Chinaski ha rechazado un polvo gratis.
ella se alejó flotando cuando hube terminado. todavía llevaba esa extraña máscara
sin facciones. los brazos colgaban laxos a los lados de su cuerpo y su paso parecía
perezoso e insatisfecho. yo hice todo lo que pude, pero todo lo que podía nunca era
suficiente. sabía que no debería haberlo hecho, pero jamás habría rechazado un polvo
gratis. los andrajos amarillos la rodearon y la envolvieron como si fuera una muñeca.
ella era una momia amarilla, un objeto sagrado de sexo y deseo y daba voz a los
perdidos, los solitarios, los moribundos y los ya muertos. la realidad era su juguete, y
el rey andrajoso era el dueño de su deseo, el capitán de sus sueños insondables.
cuando la tela comenzó a desenrollarse como una mortaja, reveló la silueta del propio
rey, y lenta y deliberadamente levantó su rostro amarillento desgarrado hacia mí…
… y entonces me desperté de nuevo, sentado a la mesa en aquel mismo pequeño
bar de mierda, con un vaso vacío en la mano y el libro abierto frente a mí como una
enorme mariposa que alguien hubiera clavado a la mesa con clavos de quince
centímetros. cerré el libro y lo empujé por la superficie húmeda, intentando apartarlo
de mí. luego acabé de un trago el resto de la bebida y me puse en pie; mis piernas
estaban débiles y apenas me sostenían.
¿había estado soñando o era esta visión otra cosa… como un atisbo a un futuro
posible, si leía toda la obra? como la mujer de Merv, Annie, si acababa el libro,
¿comenzaría mi cuerpo a deformarse, se me romperían y deformarían los huesos, se
me volvería la piel del color del sudor de un adicto moribundo?
mientras, allá fuera el mundo seguía girando, todos los yonkis de Nueva York
lloraban, un perro se meaba sobre una señal que apuntaba hacia la felicidad. el sol
vibraba y todas las aves del cielo echaban una cagada al mismo tiempo.
en el último minuto agarré el jodido libro. daba igual lo mucho que odiara a mis
congéneres humanos y deseara que todos murieran y desaparecieran y no me
molestaran, no tenía ningún deseo de echarles esa maldición. así que me llevé el libro
del bar, salí al callejón y me dirigí hacia el brasero encendido que había visto antes.
cuando llegué al lugar, un par de vagabundos estaban encorvados sobre las llamas,
calentándose las manos y mintiéndose mutuamente con las desafinadas canciones de
sus sueños destrozados.

www.lectulandia.com - Página 65
—qué cojones estás haciendo —dijo uno de los vagabundos, apenas girándose
para mirarme. se frotó sus ásperas manos junto al fuego.
—quemo libros, y nunca llegaréis a saber lo mucho que me duele, hermano…
más que una cuchillada en la mejilla o un fuerte gancho de derecha en las partes
blandas.
me callé uno o dos segundos, sólo para ser consciente del momento, y luego lancé
el libro al fuego.
cuando me di media vuelta y me alejé arrastrando los pies como un púgil ebrio de
golpes por aquel miserable callejón de mierda, se me ocurrió levantar la cabeza y
mirar el nombre del bar en el que había estado. se llamaba «el signo amarillo».
no sé lo que eso significa, tal vez es sólo una estúpida coincidencia, o una broma
cósmica mierdosa, lo único que sé es que me dirigí directamente a la estación de
autobuses y me monté en el primer autobús que salía de aquella enorme y jodida
manzana podrida.
hay un azulejo en mi corazón, pero lleva una pálida máscara. me mira cuando yo
no lo miro.
el autobús avanzó envuelto en una nube de humo de diésel. regresaba a L. A.,
donde el aire es cálido, las máscaras son alegres y los poemas son duros, brillantes y
frágiles como el hielo. donde sólo hay una luna en el cielo y las estrellas son las que
reconozco. la ciudad, mi propia ciudad mítica de ángeles caídos, donde la sombría y
lejana Carcosa no es nada más que el recuerdo de una noche difícil que viví en una
ocasión y el sabor medio olvidado de una bebida amarga que una vez probé.

www.lectulandia.com - Página 66
www.lectulandia.com - Página 67
GRAN FINAL, SEGUNDO ACTO

Negras nieves se acumulan espesas


A lo largo de la orilla del lago Hali
Garantizando que aquel sueño dinástico

Fuera cual fuese, será por siempre


El destino de reyes cuyas máscaras de samite
Ocultan poco más que entropía

Encarnada en la sangre. Jamás cuestionados,


Gobernaban siguiendo el dictado de runas que no se atrevían a nombrar
Hasta que un fantasma ictérico manipuló

Su linaje con hechizos. Aquella vergüenza


Que en cierta ocasión sintieron como mortales, huyó
Ante un Signo mayor que llegó

Eclipsando a los enemigos como soles gemelos pulverizados


Detrás de sus lunas. Nunca saciado
Por ningún vino a excepción de la vida, se alimentaba

Hasta que las torres de Carcosa temblaron


Y se hicieron añicos más allá de toda redención. El polvo
Engulló las estrellas cuando las sombras se alzaron

En las turbias profundidades de Demhe, y el óxido


De eones invadió aquella corona
En otro tiempo conocida como las Híades. Lanzadas

Hacia el vacío, cosas que los hombres olvidan


Al despertar de una pesadilla gritaban
Con una sombría voz —¡Hastur!— y sin embargo

Sólo un viento desgarrado replicaba


Con cantos fúnebres atravesando los huesos que custodian
En sombría vigilia el lugar donde Cassilda murió

Bajo aquellas nieves que todavía se acumulan espesas,


Por una orilla donde olas de nubes se arrastran
Dentro de sus hechizos oníricos.

www.lectulandia.com - Página 68
www.lectulandia.com - Página 69
LOS HILOS AMARILLOS DE BIRD

La chica de pelo amarillo golpeaba con los talones una valla azul a la espera de que
algún amigo dirigiera su escena vespertina. La mirada entrenada de Bird detectó los
hilos atados alrededor de sus muñecas. El rastro plateado de los hilos llegaba hasta la
casa, donde la madre titiritera aguardaba para tirar de su hija hacia dentro. Una puerta
amarilla se abrió a espaldas de la chica. Bird se quedó petrificado. La puerta se alzaba
a medio camino del jardín y la luz que emanaba de esta era de color sepia, haciendo
que el mundo a su alrededor pareciera una vieja foto desvaída. Impertérrita, la joven
saltó por el camino y cruzó la puerta. Esta se cerró y se desvaneció hasta que sólo
quedó flotando una estela amarilla por el jardín. Algunas tejas se cayeron del tejado
de la casa situada detrás de la puerta que acababa de desaparecer.
La puerta real de la casa era de un color rojo similar al de un buzón de correos. Se
abrió. Una mujer salió secándose las manos con un trapo de cocina. La madre
titiritera.
—Emily, la cena. Emily. Emily.
El grito de la madre llegó a Bird desde el otro lado de la calle, cada vez más
agitado y temeroso. Te estás volviendo loco, viejo. Las puertas no aparecían ni
desaparecían y los niños sólo atravesaban puertas a lugares imaginarios en la
televisión.
Unos pasos arrastrados reemplazaron la danza elegante de la titiritera y esas
muñecas que antes habían manejado los hilos ahora ardían con dolor. A Bird le dolían
los hombros por el peso de las bolsas de plástico que llevaba. Aunque las bolsas sólo
contenían ropa, bisutería e hilos rotos, pesaban como si estuvieran llenas de los
huesos, los músculos y la grasa de Vivian. Las asas se le clavaban en las palmas.
Vivian le acompañaba allá donde fuera; atada a su espalda, balanceándose con el
movimiento de sus brazos, aullando como el viento en sus oídos.
Sus labios sabían a los de ella.
Su piel hedía al sudor y al perfume de ella.
En ocasiones, Bird pensaba en Vivian como si fuera producto de su imaginación o
una muñeca olvidada, la réplica a tamaño real de una persona. Frunció el ceño. Ese
último pensamiento le inculpaba. La pérdida de cosas, ya fueran fabricadas o vivas, le
abría un vacío en las entrañas. El dolor le arponeó el pecho, haciendo que se doblara
hacia delante. Las bolsas rozaban la acera. La casa parecía estar a una distancia
interminable y, sin embargo, logró llegar a la verja del patio, allí contempló un cielo
amarillo que enmarcaba el techo de tejas grises, los pálidos ladrillos y la marioneta
que bailaba junto a la ventana del ático.
Bird pestañeó. En el momento justo en el que cerró y abrió los ojos, la ventana
del ático se vació. Se había imaginado la marioneta, su rostro presionado contra el

www.lectulandia.com - Página 70
cristal polvoriento y su boca formando una O. No se había alejado danzando ante su
mirada. No podían bailar sin él.
Tiró de las bolsas hasta la puerta principal. La bolsa de la derecha se había roto y
arrastraba unas medias rojas y verdes sobre el camino de entrada. Alto. Avancen.
Bird cerró la puerta de un portazo haciendo que la casa temblara. Se cayó sobre las
rodillas y enterró el rostro en las cosas de ella, en el plástico, hasta que la necesidad
de oxígeno le quemó el pecho y rodó sobre la espalda. Por encima de él una mosca
atrapada en la red de una araña intentaba liberarse de su prisión. Bird se apoyó sobre
un costado, posó la mano sobre el suelo y se puso de pie. La casa crujió a su
alrededor, temblequeando con sus monstruosos pasos.
El reloj de la repisa de la chimenea avanzaba hacia la noche. Unos ojos cansados
se reflejaron en sus trofeos televisivos. Él fue alguien en otro tiempo. Lanzó la mano
para tirar todos esos galardones de la repisa, luego paró y la cerró en un puño. Las
uñas se clavaron en las palmas. Se acercó a su sillón favorito arrastrando los pies y
encendió el televisor. Las imágenes le recordaban todo lo que había perdido. Un
concurso televisivo relumbraba con un arcoíris de colores psicodélicos que iluminaba
las paredes con brochazos de luz.
—Gana la vida de tus sueños —Dirk Almond, el presentador, ofrecía a los
espectadores una sonrisa blanqueada—. Detrás de una de estas puertas está todo lo
que has deseado alguna vez. Pero detrás de otra merodea…
Dirk señaló a la audiencia, que gritó en respuesta:
—El Eliminador.
Risas enlatadas sisearon en los altavoces. Bird aporreó el mando de control, pero
la televisión se negaba a cambiar de canal. Había pilas nuevas en el armario, pero eso
suponía ponerse de pie y, además, la televisión estaba más cerca. Podía apagarla
simplemente.
No lo hizo. Caviló un rato hasta que se amodorró, cerró los ojos ocultando el caos
de la pantalla y la falsa expectación de una puerta abriéndose.
Se despertó asustado. Tenía los brazos suspendidos sobre la cabeza. El dolor le
atravesó los omoplatos. Después de bajar los brazos, se frotó las muñecas. Sentía
como si algo todavía lo sujetara por estas y, sin embargo, su piel no mostraba ninguna
marca de ataduras. Miró a su alrededor y advirtió algo curioso, algo raro en la pared.
Una forma oscura se perfilaba en el empapelado color crema de la pared,
haciendo que el diseño de garabatos amarillos se alargara y expandiera. A Vivian le
irritaba que usara la palabra garabato, y aseguraba que las marcas eran una señal de
algún tipo. Significaban algo para ella. Bird se quedó allí de pie y examinó la
anomalía mientras pasaba los dedos por la pared. Había algo bajo el papel. Con las
uñas escarbó hasta desprender un trozo. La casa se acalló a su alrededor y ambos
contuvieron la respiración.
Si Vivian estuviera allí, le gritaría que pusiera fin a ese acto de vandalismo
golpeándole con los brazos y las piernas, mientras sus hilos se enredaban en las

www.lectulandia.com - Página 71
muñecas de él, alejándole. El trozo de papel arrancado reveló un pomo y una parte de
la puerta. Recordó a la niña, Emily, que había desaparecido tras la puerta amarilla.
¿Coincidencia o precognición?
—Debe de ser una habitación secreta —dijo Bird, seguro de que su casa era lo
suficientemente grande para ocultar un cuarto.
Si Vivian estuviera allí, se sentiría encantada. Aunque… Bird se rascó la cabeza.
¿Por qué Vivian había empapelado esa puerta?
Cuando los dueños de los estudios cancelaron su programa de televisión, Bird
destrozó varias de sus marionetas. Las lanzó contra las paredes, pateó sus frágiles
cuellos, se las tiró a Vivian. Tal vez, incapaz de tirar a la basura las marionetas rotas,
ella recogió los pedazos y los enterró en esa habitación y él, en su estupor
alcoholizado, se olvidó totalmente de su existencia. El pomo cedió media vuelta y
luego se trabó con el cerrojo. Necesitaba algo para forzar la cerradura.
Intentó forzarla con uno de los pinchos torcidos de un tenedor, con varias llaves
viejas y con una horquilla de Vivian. Frustrado por aquel fracaso, intentó abrir la
puerta por medio de la fuerza bruta, tirando y empujando el pomo y también el marco
de la puerta. El esfuerzo le dejó sin aliento. Apoyó la frente sobre la madera
amarillenta. En ocasiones el pasado no debería ser desenterrado.
A su izquierda, la trampilla metálica del buzón de la puerta principal se abrió y
algo cayó al suelo. Un libro. Agradecido por la distracción, Bird arrastró los pies para
recoger el libro, levantándose los pantalones cuando la cinturilla se le resbaló por las
caderas. El Rey de Amarillo. Las páginas del libro eran tan amarillas como el título y
olían a humedad. El pelo se le puso de punta en la coronilla. Las entrañas se le
removieron. Se detuvo, con las manos todavía sujetándose los pantalones que se
había puesto el día anterior para estar cómodo, y se giró. La puerta amarilla seguía
cerrada. Por supuesto, estaba cerrada. Su estómago se quejó, ofreciendo su propia
opinión. Colocó el libro encima del televisor.
Con un plato de comida precocinada y calentada en el microondas consistente en
salchichas, salsa de cebolla y puré de patatas, apoyado en equilibrio sobre el regazo,
Bird se apoltronó frente al televisor. Debió de haber dormido gran parte del día,
porque la programación había cambiado de un concurso nocturno a un espectáculo de
marionetas para niños. El puré de patatas se deslizó del tenedor y aterrizó en su
barriga. Una marioneta que llevaba un sucio traje amarillo y una corona de oro
ennegrecido presionó la nariz contra la pantalla. Tras atraer la atención de Bird, la
marioneta se echó un bailecillo hacia atrás y le ofreció una risa aguda. Bird apretó el
botón del mando. Y, de nuevo, la televisión se negó a apagarse.
Tanto los productores como el director le habían dicho a Bird que los
espectáculos de marionetas eran algo del siglo pasado. Los niños querían animación
por ordenador y celebridades, dijeron. Le ofrecieron aparecer en numerosos reality
shows. Bueno, se lo ofrecieron a él y a sus «aún más siniestras» (según sus palabras)
marionetas. Vivian se presentó a castings para programas de cocina, de lucha en el

www.lectulandia.com - Página 72
barro y una semana en una isla con un volcán activo. Bird engulló la mitad de la
salchicha; resultó tener más cartílagos que carne. Tal vez Vivian le abandonó para ir
de programa en programa. Si echaba un vistazo a los canales quizás la viera, su fina
nariz presionada contra la pantalla, la sonrisa presta y un fugaz relámpago de ira en
sus ojos.
Bird se echó hacia delante en el asiento, tenía la camisa empapada de salsa. Ella
se puso un vestido morado para ir a la audición; un vestido morado, una orquídea en
el pelo y varias capas de maquillaje, pero cuando regresó sólo el vestido continuaba
intacto; el maquillaje había sido borrado por un tifón de lágrimas, rastros color
carbón se extendían por sus mejillas enrojecidas. Le dijeron que ella no era nadie sin
Bird. Y resultó que él no era nadie sin ella.
Bird se levantó dejando caer la comida. Tiró de la puerta recién descubierta hasta
que le ardieron los hombros y le dolieron las muñecas. De pie y apoyado contra la
puerta, observó que el papel de la pared opuesta parecía irregular. Tras retirar el
papel, encontró otra puerta.
Como esa era una pared medianera, la puerta debía conducir a la casa del vecino.
Bird apoyó la oreja en la puerta y luego el ojo en la cerradura, pero no pudo ver ni oír
a la familia que vivía en la casa de al lado. Supuso que Vivian había empapelado esa
pared para tener una mayor privacidad, pero eso no explicaba el hecho de que él no
recordara nada sobre esas dos puertas extra.
Desde el ventanal del salón inspeccionó la línea divisoria imaginaria entre las
casas y se preguntó si estaban conectadas por algún corredor. Un corredor secreto
lleno de niños marioneta que se escondían de su titiritero. Al otro lado de la calle, la
chica que había desaparecido al atravesar la puerta amarilla, Emily, ahora estaba de
pie apoyada en una valla blanca. En lugar de los vaqueros y camiseta que llevaba
antes, ahora lucía un vestido de cuadros rojos. Emily miraba hacia la casa de Bird y, a
pesar de que las cortinas cubrían las ventanas de la casa, ella miraba a Bird
directamente; su mirada era suave como la porcelana, e inexpresiva.
El techo crujió y Bird apartó la mirada. La mosca atrapada continuaba luchando
en la red. En la televisión, la marioneta se lamentaba; «No hay nadie con quien jugar.
Oh, espera, sí, ahí está. Ahí viene ese alegre tipo al que enredar».
Bird se apartó de la ventana y apagó el televisor. El libro se cayó al suelo. Bird lo
recogió y lo lanzó entre las cosas olvidadas de Vivian. Tras limpiar la comida que
había tirado y lavar la salsa y el puré de la camiseta, se sentó en su sillón. Mañana
llamaría al decorador para que volviera a empapelar las puertas. No quería saber qué
había escondido tras ellas. Cuando comenzó a roncar, el televisor se encendió y la
estática inundó la habitación.
Se despertó por el brillo del televisor. Buscó a su alrededor el mando a distancia y
lo encontró aplastado bajo el muslo. Estaba otra vez el concurso, probablemente en
un bucle interminable de algún canal, y un excitado participante estaba en pie frente a
una puerta amarilla. El participante y el presentador esperaron a que Bird estuviera

www.lectulandia.com - Página 73
totalmente despierto y sólo cuando él estuvo incorporado en el borde del sillón,
conteniendo la respiración, el presentador hizo una señal con la cabeza a la cámara y
el concurso dio paso a una pausa publicitaria.
Bird se levantó del asiento rascándose la barriga. El libro que estaba seguro de
haber lanzado entre las cosas de Vivian cayó de su regazo. Los pantalones le
siguieron, cayendo hasta los tobillos y revelando unos muslos de delgados huesos
recubiertos de piel flácida. Pegó un puntapié lanzando los pantalones a un lado y
caminó un poco estirando sus huesos entumecidos. Daba igual que sólo llevara una
camiseta sucia y unos calzones, porque no había nadie allí que pudiera verlo, y
además así podría disuadir a las miradas curiosas. A través de los visillos vio que
Emily se había movido y que en su lugar había una marioneta apoyada contra el
vallado. Una marioneta con un traje amarillo hecho jirones y una corona de oro
embutida en la cabeza. La marioneta se puso en pie. Bird hizo lo contrario. Sus
rodillas crujieron al chocar contra las tablas del suelo.
En un principio creyó que Emily estaba escondida detrás de la valla, manipulando
la marioneta. Ella había visto algunos de sus viejos programas de televisión, ahora
reponían todo en televisión, y probablemente ella pensó en hacerle reír o asustarle, o
tal vez las dos cosas. Entonces la marioneta se salió de la acera, cruzó la calle y abrió
la verja del patio de Bird. La niña no podía manipular la marioneta desde tan lejos.
Aun así, él lucharía. La sombra de la marioneta se alargó, estirándose hasta que
eclipsó a Bird. La corona de oro ennegrecido golpeó la ventana.
—No dejaré que entres —dijo Bird.
Un juego siniestro. La puerta amarilla junto a la repisa de la chimenea se abrió
lentamente y el espacio de detrás era de un amarillo sepia. Probablemente se abrió
por la vibración de los golpes de la corona de oro contra el cristal, se dijo Bird,
confiando en que fuera cierto. Se mordió el labio. Se le metió sudor en los ojos.
Parpadeó. El golpeteo de la corona de oro cesó. La marioneta desapareció o se
escondió. La puerta amarilla seguía abierta.
A pesar de su anterior empeño por abrir la puerta, la cerró de una patada. La
puerta jugueteó abriéndose unos dos centímetros antes de cerrarse de un portazo. La
casa crujió a su alrededor, ofreciéndole una miríada de pisadas sobre madera. Niños
marioneta. Bird se lamió los labios. Tenía la boca muy seca.
—Nunca estarás solo —le había dicho Vivian. Y luego le dejó.
Tras un baño y el sueño reparador de la noche, el mundo volvería a la normalidad
por sí solo. El vapor inundaba el baño, colándose en el pasillo. La puerta del baño era
blanca, no había otras puertas ocultas detrás de las baldosas o la cortina de la bañera.
Aunque estaba solo en la casa, Bird giró la llave del cerrojo del baño. Entendía el
mundo de la narración de historias. Sabía que una puerta abierta era una invitación a
cosas desagradables.
Tumbado en la bañera, con el agua en calma, recordó a Vivian colgando de la
barra de la cortina. Sus hilos estaban atados a la alcachofa de la ducha, a la espera de

www.lectulandia.com - Página 74
que empezaran sus juegos.
Con qué facilidad le había dejado ella que él la manejara. Al principio pensó que
era un truco, una manera de persuadirle para que se presentara a uno de esos
programas de celebridades, pero luego ella dejó de mencionarlos por completo. Bird
escurrió toda el agua de la esponja encima de su cara.
—Me duelen los brazos —dijo ella.
No era de extrañar que ella le dejara. Los sollozos rompieron en dos a Bird. Se
abrazó las rodillas al pecho y se balanceó. Debió de permanecer en el baño durante
bastante tiempo, porque cuando salió tenía la carne de gallina. Se secó y sacó un traje
y una camiseta de la cómoda del dormitorio. La ropa era de la época en la que
actuaba. Nunca habría creído que le hubieran vuelto a caber.
El armario de caoba arrojaba sombras sobre el papel de la pared, el mismo papel
que había en las paredes del salón con su mareante invasión de garabatos amarillos.
Bird se tendió en la cama. No logró dormirse por culpa de la descomunal sombra del
armario. Había un libro en la mesilla, era de Vivian, con el título «El Rey de
Amarillo» impreso en el lomo. Bird cogió el libro y lo lanzó hacia el armario, como
si quisiera hacerlo retroceder. Esperó a que crujiera el techo, a que algo se moviera en
la superficie del tejado o en las paredes, pero la casa permaneció en silencio.
Demasiado silencio. Ni asentamiento de maderas del suelo ni coches circulando en la
calle, ni marionetas golpeando la ventana. La sombra del armario le oprimía.
Saltó de la cama. La sombra le siguió, curvándose al compás de sus movimientos.
Apoyando el hombro contra el peso muerto del armario, Bird lo separó de la pared.
Este se enganchó en la alfombra y atravesó la tela raída. Siguió empujando hasta que
dejó al descubierto la pared de detrás y el contorno del recuadro de la puerta en dicha
pared. Se presionó la mano contra el pecho.
—Recuerdo adónde conduces —dijo.
Al ático. Recordó estar fuera de la casa hace uno o dos días o, guiándose por el
peso que había perdido desde entonces, hace un año, y ver la marioneta que
presionaba el rostro contra la ventana.
—No hay nadie allí arriba. Tú no estás arriba.
El silencio aguardó al siguiente movimiento de Bird. Vivian no podía estar allí
arriba. Él no era esa clase de hombre.
La alfombra se plegó alrededor de la base del armario, trabándolo en esa posición.
Colocó la mano sobre el pomo, pero no lo giró. En lugar de eso, cerró la puerta del
dormitorio y pensó en volver a empapelarlo. Y esconder así la habitación hasta que
olvidara su existencia.
Un rayo de sol amarillento se colaba en el salón. Las casas que rodeaban la suya
parecían estar desmoronándose bajo la luz añeja… como si hubiera estado tendido en
la cama cien años. Las puertas amarillas permanecían entreabiertas. La estática se
derramaba de la pantalla del televisor. El reloj de la repisa de la chimenea
tartamudeaba. El tiempo se quedó parado a las tres y treinta y cinco. ¿Salía esa luz

www.lectulandia.com - Página 75
amarilla de las puertas? Cruzó al otro lado de la sombra de una puerta. Algo golpeó la
ventana. Se negó a comprobar si era de madera o de oro, marioneta o corona.
Mientras permanecía en el umbral, la luz le empujaba, abrazándole por las
muñecas, el cuello y los tobillos. Bird tiró en dirección contraria, sus manos de
titiritero eran esqueléticas, recubiertas de piel amarilla y venas negras. Tras echarse
hacia atrás y esquivar la succión, se acercó a la primera puerta. Esta se negaba a
cerrarse. Bird empujó con el hombro y la puerta y sus pies perdieron tracción. Con un
gruñido, lanzó su peso ahora ligero contra la puerta. Se cerró con pausada delicadeza.
El presentador del concurso rugía en la pantalla del televisor tras sustituir la estática
previa. El rostro amarillo, un traje amarillo a jirones, atrapado en el tiempo, dientes
blancos como perlas y unos labios negros dibujando una sonrisa artificial. La imagen
parpadeaba pero siempre era la misma.
La otra puerta se cerró de un portazo por sí sola. Las manecillas del reloj giraron.
En la pantalla Dirk Almond gritaba:
—¡Aquí está Vivian!
Pero a ella no se la veía por ninguna parte.
En la pantalla una chica gritaba, y aplaudía y saltaba en una extraña danza delante
de la puerta aún cerrada. El único parecido de la chica con Vivian era que esta
manejaba los hilos de la marioneta de Dirk Almond. ¿Realmente creía la muy idiota
que encontraría la vida de sus sueños detrás de una puerta en un concurso de
televisión? Él esperaba encontrar una pesadilla.
En el piso de arriba, algo golpeó una de las puertas cerradas. Un dolor de cabeza
ciñó las sienes de Bird, como un torno presionando su calavera. Otra puerta se
marcaba bajo el empapelado de la pared, y se abrió sin que él la tocara. Bird contuvo
el aire en los pulmones. Un insistente golpeteo en la ventana hizo que un escalofrío le
recorriera el cuerpo. Emily y el Rey Marioneta echaron un vistazo al interior.
Bird se presionó la cara con los dedos, deseando que desaparecieran. Un puño
golpeó la puerta de entrada. Bird bajó las manos. La trampilla metálica del buzón se
abrió.
—No vives ahí —dijo Emily al tiempo que miraba por la rendija del buzón.
—Sí, sí vivo aquí —dijo Bird, aunque se preguntó si no sería mejor ignorar a la
niña.
Bird se agarró con fuerza a los brazos del sillón. El cuero crujió bajo la yema de
los dedos. El televisor se abalanzó hacia delante como si de repente fuera demasiado
pesado para las patas de la mesa.
—Entonces el buldócer grande y viejo te aplastará.
Bird se incorporó y avanzó tambaleante por la habitación. Con la espalda
encorvada por el inesperado peso de la cabeza. El buzón se cerró. A espaldas de Bird
el televisor quedó en silencio. Debería abrir la puerta y correr. Derribar a Emily si
tenía que hacerlo, sin importarle que su cabeza de porcelana se rompiera.
—¿Estás todavía ahí? —preguntó él. Cuando Emily no le respondió, gritó—:

www.lectulandia.com - Página 76
¿Estás todavía ahí?
—¿Y tú? —dijo Emily, y luego se alejó brincando tac-tac-taconeando sobre el
asfalto.
Bird se inclinó y levantó la trampilla del buzón para mirar por la ranura de cinco
centímetros. Emily y el Rey Marioneta le saludaron desde la verja. Se apartó de la
puerta. Su mano temblaba frente a él, como si pretendiera espantar a los dos. La piel
parecía fina como el papel. Si la rebanas, tal vez encuentres una puerta que conduzca
hacia el lugar donde Vivian había ido. En el piso de arriba, aquello que había
golpeado la puerta del dormitorio finalmente logró atravesarla. Las rodillas de Bird
vencieron y aterrizó sobre las bolsas que contenían las cosas de Vivian.
Ella le había abandonado. La mayor parte del tiempo, él había estado seguro de
eso. Ella había querido irse, lo había intentado, esa parte era cierta, pero no lograba
recordarla marchándose. Ni ningún último adiós lloroso. Luego estaba la cuestión de
las cosas que ella se había dejado al marchar. Sobre su cabeza las escaleras crujieron.
Bird miró hacia arriba.
—No tienes buen aspecto, Bird —dijo Vivian.
Las palabras se trabaron en la garganta de Bird. El televisor rugía con risotadas.
—Aquí está Vivian —dijo Dirk Almond.
Bird tembló cuando su Vivian descendió las escaleras. Una chica marioneta con
los hilos cortados y sus deshilachados restos chorreando de las muñecas. Había
querido que ella regresara con él, pero no de esa forma. Vivian parecía demasiado
delgada, había perdido incluso más peso que él y su perfume olía a rancio y acre. Ella
solía oler a lavanda.
Detrás de él, la trampilla del buzón se abrió. Bird se giró. El Rey Marioneta le
lanzó un guiño. Unos finos dedos de madera y una corona se deslizaron por la ranura
del buzón. Bird se sentó paralizado mientras el Rey Marioneta colocaba la corona
sobre su cabeza.
En la pantalla del televisor, Dirk Almond exclamó:
—Estamos encantados de anunciar un nuevo espectáculo de marionetas que
comenzará mañana, niños. Bird Man a las 3:35 pm. No os lo perdáis. Va a ser muy,
muy, muy divertido.
Vivian se inclinó sobre Bird. Le agarró las muñecas y ató unos hilos a su
alrededor.
—El espectáculo no puede continuar sin ti, Bird. Intenté que sólo me cogieran a
mí. En serio. Lo he intentado todo.
Su Vivian lo levantó, manejándolo como en el pasado él la había manejado a ella.
La cabeza de Bird osciló hacia delante y rebotó sobre su fino cuello. Quería recorrer
su rostro con los dedos, pero ella le dio la espalda y lo dejó colgando en la entrada.
En el salón, Vivian arrastró el televisor sobre la mesa separándolo de la pared. La
pantalla gris parpadeaba y la palabra Fin sangraba de ella en color amarillo.

www.lectulandia.com - Página 77
www.lectulandia.com - Página 78
EL TEATRO Y SU DOBLE

¡Y el espíritu de César, hambriento de venganza,


vendrá en compañía de Atis, salido del infierno,
y gritará en estos confines con su regia voz:
«¡Matanza!», y desencadenará los perros de la guerra!
¡Este crimen se extenderá a todo el universo
por los lamentos de los moribundos suplicando sepultura!
William Shakespeare, Julio César

ROLLO B:

L’EMPEREURA VÊTU AVEC LE SOLEIL

(PAR FRANÇOIS VILLÓN, au París, ca. 1457


Asile d’Aliénés de St. Eustache)

Supprimé par Antonin Artaud, 1928-

ACTO I, ESCENA PRIMERA

EL FANTASMA DE LA MÚSICA

DIRECTOR DE CORO

Niño de la calle, chico de granja descarado, príncipe pródigo,


el joven Josefo, hijo del rey Hastur, de la Casa de Jaune
que deseaba ser Rey en aquellos tiempos, en sus ensoñaciones,

Hijastro escriba de un nigromante genocida


que se voló la cabeza antes de que el chico naciera,
lejos, lejos, en una fuerte explosión de luz blanca,
cuando pronunció el Nombre. Casandra se quedó,

y crió a Josefo en tierras lejos


del muerto reino de Hastur y apresuradamente
le dio otro nombre…

CORO

www.lectulandia.com - Página 79
Más allá de los cielos, las Híades cantan
la canción que las campanas de la Muerte ahora repican
debe morir sin haber sido escuchada, convertirse en Nada,

en la Perdida Carcosa.

Las puertas de las Híades ahora no pueden oscilar


donde flamean los andrajos del Rey,
el firmamento ahora ya sólo es un ente

sobre Carcosa.

Extraña es la noche donde brotan tales estrellas,


agujeros negros de luz que observan como ojos,
y las tres lunas bailan un vals con luciérnagas de pantano,

en la Sombría Carcosa.

En los cielos tormentosos, las islas se rompen,


tanto las nubes como la tierra flotan en ese Lago,
un sol doble, una Regia vigilia

en Carcosa…

ROLLO A:

LE REPARATEUR DES RÉPUTATIONS

Muchos me llaman loco. Pero si estuviera loco, ¿no lo negaría? ¿Es una locura
enamorarse del paisaje de un sueño, del preciso punto de unión de dos colinas que se
ciernen sobre una carretera de piedras muertas, por donde uno camina y no puede
usar palabras para pedir refugio? Entonces también lo es escribir en las regiones de
un nuevo espacio arriba en la Luna, soñando, mientras otros permanecen sentados en
sus casas. Yo soy partícipe de la gravitación planetaria dentro de las fisuras de mi
mente y de la naturaleza tangible de las intenciones del Hombre.
Nunca me adapto a la continuidad de mi vida. Mis sueños no disponen de escape,
ni de refugio o guía. Verdaderamente hiede a miembros amputados. Siento el deseo
de no ser, de no haber caído nunca en este antro de idioteces, abdicaciones, renuncias
y contactos obtusos. Deseo la luz amarilla del Tiempo de los Sueños, esa luz virtual,
imposible, que sin embargo encuentro en la vida real.

* * *

www.lectulandia.com - Página 80
El recurrente milagro del Amanecer se urdió ante mis ojos justo después de que
me despertara y tomara la medicina. Vi la primera luz eléctrica titilando en la
oscuridad a lo lejos entre los tilos. Es abril en París y todos los jardines de todas las
calles lucen pletóricos de esa miel primordial que hace que los rayos de sol irradien
de las flores, los árboles, las nubes, y parpadeen en un cielo profundo tras una larga
tormenta.
Cuando la morfina comenzó a hacer efecto, mientras contemplaba los cielos color
cobalto, la niebla deshilachada que se alzaba sobre el río adquirió una tonalidad
violeta y dorada, y en los acres de prado y pastizales brotaban piedras preciosas.
Aquella niebla se desplazó entre las copas de los árboles tocados por el ardor,
mientras en las profundidades del bosque débiles destellos llegaban procedentes de
algún rayo perdido de luz matinal sobre hojas húmedas.
Luego llegó el sol, el sol amarillo, y todo volvió a ser agreste de nuevo.

* * *

Cuando pronunciamos la palabra «Vida», se debe entender que no nos referimos a


la vida tal como la conocemos a través de su superficie factual, sino a ese centro
frágil y fluctuante que las formas jamás llegan a tocar. Cuando escribimos, mi
querido Diario, comenzamos con el lugar donde nos encontramos para alejarnos de
él: Estas escaleras desvencijadas en espiral en la parte trasera de este viejo teatro
ratonera mortal en caso de incendio, con todas esas pequeñas puertas al final de todos
los pasillos.
Empiezo con los arañazos que mi gato Pierrot me dejó a lo largo de los
antebrazos, estas gafas de sol de broma con nariz falsa que llevo hoy, mi sudor, mi
palidez, mis dientes.
Tengo empleados a quince hombres, cinco chicos y tres mujeres, los cuales
reciben un escaso salario pero realizan el trabajo con un entusiasmo que posiblemente
nazca del propio miedo. Mi prole de trasgos procede de todas las condiciones y clases
sociales. Los elijo a mi antojo de entre los que responden a mis anuncios.
Es bastante fácil. Podría triplicar el número en veinte días si lo deseara. Cuando
aparecen, les invito a subir aquí a mi oficina para charlar un poco. Fumamos algo de
marihuana, tomamos una copa. El último de ellos era el editor del Paris-Match.
Nos marchamos cogidos del brazo, aullando de la risa.
Trabajé de tramoyista con Dullin y pinté decorados con Pitoeff mientras nos
editábamos los unos a los otros. Escribí la mise-en-scene para la primera película
surrealista. Ningún escritorzuelo o asistente de escena podía soportar el caos y la
alegría que me corresponde a mí dispensar en este extraño y tumultuoso año de 1929.
Yo reparo las reputaciones de otros dramaturgos arruinando la mía propia para
representar sus obras aquí en nuestro local. Mañana, los chacales bastardos
surrealistas las machacarán como hormigas sobre un pájaro muerto. Aunque tuviera

www.lectulandia.com - Página 81
éxito en algunos casos, me costaría más de lo que podría ganar con ello.
Pero hay algunas obras de teatro que deben ser representadas, aunque mi Noche
de Estreno pudiera estar maldita como la de “El Barbero de Sevilla” de Rossini, por
la presencia de un maniaco con una Máscara Pálida, sonriendo aterrado o triunfal,
que desbarata mi teatro, alguno de los ayudantes de escena que cometió el error de
leer el pliego original que en ocasiones me olvido de guardar bajo llave.
Permítanme que lo explique. Empezamos nuestro primer ensayo dentro de varios
días…

* * *

ROLLO B:

ACTO I, ESCENA SEGUNDA

EL FANTASMA DE LA DUDA

OSCURIDAD, LUZ DE ESTRELLAS. CRIATURA ataviada con lo que parece ser una
CAPA Y CAPUCHA A JIRONES DE PIEL HUMANA ICTÉRICA entra en escena. EL ROSTRO
DE LA CRIATURA está oculto bajo una alta y picuda capucha de trasgo. La luz de
estrellas debería parecer negra. Este es EL REY DE AMARILLO.

REY DE AMARILLO

¡Ha llegado el día! ¡Ha llegado el día!


Está hecho. Mientras caía a través de los mundos que ahora he reconstruido,
deseaba seguir a Cassilda. Pero he ido demasiado lejos, cuando acabé
la obra de Padre. Demasiado lejos. Demasiado lejos.
Recuerdo cuando su entrometida hermana pequeña, Camilla, encontró
el templo de Padre,
o lo que quedaba de este, mientras yo intentaba en vano acabar la Obra.
Recuerdo que ella
gritaba,
y el terrible maleficio que pronuncié…

Ahora los jirones de la ley marcial pasan volando a través de


El Portal de las Híades,
empujados por el viento entre mundos y llegando incluso hasta
la Tierra. Nada teman buenas gentes aquí reunidas,
porque me alzaré ante el próximo gran ejército y provocaré
una tempestad en dos continentes.

www.lectulandia.com - Página 82
Mis delgados dedos, lenguas, ojos, todavía flamean en los cielos,
a través de ese humeante lago-celeste que conecta los
Reinos
de Hastur, Aldebaran, y Yhill (donde los nativos no saben
nada de esto, y creen que tales cosas son monstruosamente
imposibles),
también el reino más profundo de Demhe, que se hundió bajo
las olas hace mucho tiempo.

Incluso el cielo de la Tierra que el odioso Croy Castaigne


clausuró
con su desconsiderado suicidio en mi laboratorio, y también Uoht
y Thale,
Naotalba, todas las polis que en otro tiempo pagaron tributo a
Padre y me dieron…

EL REY DE AMARILLO ABRE SUS OJOS CALEIDOSCÓPICOS LUMINOSOS.

REY DE AMARILLO

Que me dieron mi historia, pobres e ignorantes corderillos de la Tierra,


conducidos a una masacre que los hombres no pueden entender.

EL REY ABRE SU CARNOSA CAPA Y REVELA UNA CRIATURA BRILLANTE BAJO ESTA, CON UNA
ESPLÉNDIDA DIADEMA Y UNA TÚNICA DE SEDA BLANCA BORDADA CON UN GLIFO AMARILLO:
UN HALCÓN CUYA GARRA ATRAVIESA EL CRÁNEO DE UN CONEJO. LA FORMA DEL SIGNO
AMARILLO SUGIERE UNA CRUZ GAMADA.

La historia del Último Gran Rey,


el Príncipe Pródigo que partió por el camino,
envuelto en una raída Capa Familiar amarilla—

EL REY ELEVA LAS MANOS HACIA EL CIELO CON LOS OJOS DEMASIADO BRILLANTES PARA SER
CONTEMPLADOS

REY DE AMARILLO

¡Ya está hecho, ya está hecho! Que las naciones se levanten y admiren
a su Rey,
¡Rey por derecho propio en la tierra Hastur, porque conozco
el misterio del Corredor de las Híades entre los mundos! Yo
recorrí a nado el Lago de Hali,

www.lectulandia.com - Página 83
y contemplé la Tierra. Los diarios de Padre me indicaron el camino,

entre los alfabetos del revés y las plantas


crípticas, entre los esbozos de los juguetes humanos
del Rey Hastur.

Mi corona, mi imperio, toda esperanza y toda ambición,


ahora vivía mirando hacia delante y aprendía mirando
hacia atrás, observándome al volver la vista.

Atándome a mi propia piel, hasta que mi voz entera es un grito,

y el Recuerdo me inquieta con su pico negro, muy negro.


Enfurezco, sangrando, colérico, tras haber conquistado
Trono e Imperio, y tras haberlo perdido todo.

¡Pobre! ¡Pobre de aquel que es coronado Rey de Amarillo!


No entendí
que al pronunciar el nombre del Gusano Conquistador al
final del propio Tiempo
(Comedor de Estrellas, Devorador de Pasados),
me derretiría en el crisol del Logos, cambiaría mi forma,
desintegraría mi esencia, me haría estallar como un globo,

Sin embargo mis restos todavía no podían morir, y transitarían


de nuevo a la vida, jirones de la mente, buscando lianas de piel
apergaminada,

intentando comenzar
a acabar la Obra
de la que todos formamos parte,
pero mi primo, le Castaigne,
echó a perder todos los planes,
envenenó el camino a la Tierra,
contaminó mi Obra
con su propio cadáver
ocioso y putrefacto,
rajado de oreja a oreja por su propia mano,
sangrando la sangre de la familia
de su tío Hastur,
cerró el camino,

canceló esa parte de mi cielo

www.lectulandia.com - Página 84
[falta página de pliego]

* * *

ROLLO A:

EL REY DE AMARILLO ha sido considerada «la obra de teatro más deliberadamente


anónima del mundo». Superficialmente, la obra es un relato Fantástico y sobrenatural
ubicado antes del principio de los tiempos, en una tierra lejana. En la superficie, es un
pésimo melodrama monárquico sobre un rey-mago destronado y una joven prometida
que se enamora del primo de su marido.
Su marido, que se convierte en el Rey de Amarillo, toma cartas en el asunto y
mata a su primo, y la esposa se suicida embargada por el terror y la tristeza. La
trivialidad e inocencia del primer acto permite que el golpe de la caída posterior
alcance un efecto más terrible.
No hay principios morales concretos violados en esas páginas, ni doctrina
impartida, ni convicciones escandalizadas. Sin embargo, no se puede valorar con
ninguna unidad de medida humana. Aunque la naturaleza humana puede que no
soporte la, digamos, «partitura» original desordenada, la historia logra pulsar las
notas supremas del Arte.
En este ejemplo, la obra es el Teatro… y su doble, en el que acecha la esencia de
la más pura cosmología.
Robert W. Chambers, uno de los autores comerciales de mayor éxito de principios
del siglo veinte, revolvió las aguas cuando escribió la versión popular, una serie de
relatos breves sumamente valiosos e inquietantes que giraban alrededor de una
versión de ficción de la obra prohibida de Sade L’EMPEREUR A VÊTU AVEC LE SOLEIL. A
su vez, Sade había plagiado gran parte del argumento central de la obra del mismo
nombre escrita por Moliere, que también fue prohibida y jamás representada, o leída.
Ambas versiones dejaron de ser editadas, y se desconoce si algún coleccionista
adquirió una, o ambas.
Una versión que podría encajar entre el París de los tiempos de Molière y el de
Sade apareció por primera vez en Europa en una edición limitada realizada por
Tristan Tzara (con líneas de cincuenta pies que se sacaba de la manga) a mediados de
los años veinte.
La edición limitada no llegó a ser mucho más que una curiosidad que se imprimía
bajo pedido para los muy ricos, los imprudentes o los menesterosos. Tzara afirmaba
que tomó la decisión de publicar la obra en un ataque de odio misántropo hacia la
raza humana, tan feroz que deseó provocar el bíblico Final de los Tiempos.
El viejo Tzara ahora abjuraba de ese ataque, pero es básicamente un gesto vacío.

www.lectulandia.com - Página 85
El manuscrito de Tzara es una mierda. Contiene una versión completamente
embarrada del original, más similar a Finnegans Wake que a la obra original; la cual
precede al Dadaísmo, al Surrealismo, e incluso al Irrealismo de Sade.

* * *

Esta obra de teatro es una idea, una idea viva, como lo están todas las ideas. Una
idea que no puede ser aniquilada. El Rey no puede ser asesinado. Ya ha pasado
demasiado tiempo para eso. Los Siete Mundos quedaron fracturados en cierto
momento de nuestra propia historia antes de la colonización del Nuevo Mundo,
América.
Ahora América es el laboratorio y caldo de cultivo del fracaso más espectacular
de cualquier otro imperio desde el romano, cuando sus bancos exigen el pago
inmediato de todas esas facturas que América no ha podido abonar por su Futurismo
fascista. Llegará. Muy pronto. En mis sueños, el infernal Rey me muestra a hombres
saltando por las ventanas, hombres que parecen banqueros americanos. No hay nadie
que los detenga.

* * *

Pero no me atrevo a hablar de eso todavía. La obra está dividida en tres actos de
aproximadamente cinco escenas cada uno, y el pliego original es de
aproximadamente trescientas páginas. No todas esas páginas están llenas. Una o dos
contienen sólo una línea de diálogo, o una frase. Si hubiera escrito algo más, la
página no podría contenerlo. Las ilustraciones son más sensatas que el texto. Lo cual
no dice mucho de la obra.
La cosmología de la obra es gnóstica, maniquea y Blakeiana. Al principio existía
el Caos, y la percepción del Caos, en varios grados de Luz y Sombra, Concordia y
Discordia. Cuando las cosas comenzaron a separarse, parecía creer el dramaturgo, la
Vida comenzó a doler.
Al principio, las cosas comenzaron a separarse. Al principio, las cosas dolían. El
principio ocurrió cuando la mente del Rey se fraccionó en siete trozos. Cuando Él se
alzó y rugió el nombre que su Padre capturó, el nombre de Dios, los jirones de su
túnica ondearon y crepitaron a los vientos de siete mundos.
Siete puertas en el Corredor de las Híades, a través de las serpientes de fuego, y la
asfixiante niebla gélida del humeante y negro lago de montaña Hali flotando en el
aire. Traicionado, el Rey había pronunciado el nombre del Gusano Conquistador al
final de los Tiempos. Por una mujer.
Siempre es por una mujer. Josefo pronunció el nombre, y lanzó sus puños
enfundados en guantes laminados, y abrió unas grietas humeantes en el suelo

www.lectulandia.com - Página 86
mientras los agujeros entre los mundos succionaron parte de Él, la capa en primer
lugar, y Le dieron un ojo, una oreja, una susurrante mano no-muerta en cada uno de
ellos.

* * *

Al Principio, el Rey destruyó todo. Para así poder arreglarlo. Al Principio, el Rey
inició el Tiempo tal como es ahora. Arriba en Su trono, sin un solo ademán de
disculpa, simplemente observa con cada ojo mientras las partes más pequeñas de Sí
mismo repiten la danza, el interminable reel, la ridda, por arriba y por abajo, dentro y
fuera, una palmada…

* * *

Una palmada. Al principio, había Mierda. Al principio, el primer ser vivo decidió
completar el proceso de nacer y expulsó las partes muertas de sí mismo para poder
existir hasta el final. Para vivir, sólo se tiene que dejar de luchar, pero para vivir en
carne y hueso es necesario cagar.
El hombre selló ese pacto: vivir de la carne durante un breve periodo y luego
sacrificar su vida y dejar que las bestias lo devoren. Pasar toda la vida aferrado a la
parte más pequeña del mundo que conoce, comportándose como las bestias que un
día lo devorarán entero, viviendo según el reloj que creó para detener el Tiempo y
alejarse de la luz eterna e incalculable del Vacío al que todos nosotros nos ofrecemos
en la verdadera Misa, sin ningún intermediario, mientras Ella se aproxima con todas
Sus formas, y nos rodea y penetra.
El Teatro de la Crueldad fuerza al público a ver de lo que se alimenta, lo que es,
lo que hace y encarna y llega a ser. Cuando hablo de crueldad no me refiero a causar
dolor como sí ocurría en el caso del Gran Irrealista, Sade, sino a usar esa especie de
violencia fría y nítida para hacer añicos todas y cada una de las máscaras de cartón
piedra de Texto y Lenguaje y Significado. Me refiero a relatar una historia en la
esfera espiritual y lograr que incluso los del gallinero se queden boquiabiertos.
No usamos una cuarta pared en el Teatro Jarry. El público es la cuarta pared. Los
actores podrían ser cualquiera de ellos, a no ser por los símbolos y técnicas sofócleas:
un látigo, un cochecito, un enorme huevo azul. Las nuevas «luces estroboscópicas»
que el americano de la costa Este fabricó para la fotografía en cuarto oscuro son
usadas en mi escenario del Jarry. Todo esto, y más.
Es la cruda catarsis lo que espero del público, cruda compasión, crudo miedo que
provoca un crudo éxtasis cuando los dos elementos químicos se combinan en el sudor
y las lágrimas. Os burláis de mí y os aferráis a ilusiones, pero vosotros mismos
clavasteis los clavos en vuestro ataúd. Dios exige que rompáis con vuestra propia

www.lectulandia.com - Página 87
conciencia. Ni tan siquiera Él puede compararse con vuestra pálida máscara
ideológica.
Nuestro verdadero hogar, el nuevo mundo, el Mundo Medio, no depende de
ninguna variable que entendamos. Nuestra consciencia debe desencajar la mandíbula
para comenzar a digerirlo.
Está por encima del hambre, el sexo, la agonía y la exaltación. Se manifiesta
como un hambre diferente, no de ideas, sino de Realidades. Alfred Jarry lo sabía. ¡Se
burlaba tanto de la Ciencia como el expatriado norteamericano Charles Fort se burla
ahora! Jarry decía que la risa surge cuando uno comprende una contradicción
aparente…
Como la guerra, o la mitad de las cosas que creemos saber, o nuestro
adiestramiento social. El Teatro nos puede liberar de eso, e impactarnos con tanta
fuerza como para recordarnos que somos personas. Pero esto no puede conseguirse
con las viejas técnicas.

* * *

Roger y yo tomamos nuestro propio camino cuando abrimos el Jarry, aunque


sabíamos que ningún surrealista genuino se une a una organización que se
autodenomine surrealista. Muchos de los de la antigua pandilla ahora nos desprecian,
mientras devoran dólares americanos.
Sin embargo… por alguna razón, Diario, el público asiste a nuestras
representaciones. Las mejores mentes europeas vienen a ver nuestras obras; mientras
desprecian los «espantosos» bustos de Boris Yvain presentes en muchos salones
(todas sus estatuas parece que pudieran hablar, o gritar), se marchan y escriben sobre
las obras que representamos aquí.
Se nos considera como una especie de zona de pruebas. No es théâtre réfusé,
como lo etiquetaron los críticos del Journal Paris con su gruesa y húmeda brocha…
sino Théâtre de la Cruâté, como considero que debería ser conocido.
Entre todas esas cosas llega el perfume de las rosas y el tabaco, el crepitar de
abanicos, el roce de brazos torneados y la risa. Y el vino. Como la primera vez que
visité París y trabajé todo el tiempo codo con codo con esos ancianos cubiertos de
hiedra. Como cuando el mundo aún se movía en línea recta y cualquier cosa todavía
era posible.

* * *

Todo pathos es crueldad. Toda Tragedia es cruel. El águila devora el hígado de


Prometeo. Antígona es encerrada en una tumba de piedra. Sin embargo, nadie
aprovecha a fondo esta catarsis. Hasta que llegamos nosotros. La manecilla del Aviso

www.lectulandia.com - Página 88
ha marcado la hora. Nuestra hora.
Pero la obra más reciente, oh qué gran obra… Es el hilo que ha recorrido toda la
civilización occidental, un Cadáver Exquisito compuesto de muchas partes diferentes
de tomos redactados y editados y vueltos a redactar.
Hacen falta ojos multifacéticos para leerlo, ojos de mosca. He tomado las setas
que Gide me trajo a su regreso de México y lo he hecho con mi “Viernes de Chicas”
revoloteando por la cabeza y preguntándome si debería perder el sentido y actuar
como un simio salvaje.
Pero cuando me senté ante el espejo y comencé a preparar esta obra, como un
compositor podría preparar una vieja partitura, y contemplé mi propio rostro, vi que
volvía a ser joven, un demonio, un libertino, la cabeza altanera y largos brazos
estirados en un gesto de poder y orgullo.
Mis ojos brillaban ferozmente ese día mientras leía. La tragedia era bastante
convencional, pero lo que finalmente logré desentrañar entre líneas era algo que
podría valerme.
Vi el cuadro oculto en la obra. Vi el doble del teatro. Vi el Signo Amarillo.
Ellos todavía piensan que estoy loco, y lo estoy. Loco para explorar las relaciones
ocultas de Poder, el verdadero conocimiento alquímico de la Tierra, los quejumbrosos
abismos en la Ciencia que Fort y Crowley y todos los demás ensartan en páginas
impresas.
Aquel que se ríe el último ríe más tiempo en el manicomio. La Dinastía Imperial
de América necesita un freno, ceder terreno, una lanza para pinchar la hinchazón,
para dilatar el Vacío interior, las partes muertas del Vacío, y trompetear el pedo del
Arte derribando todo el museo, haciendo añicos la prisión de la cruz, la caja y el
ángulo que somete a todas las Mentes. Mente es lo que soy, y ello es yo, y ello quiere
SALIR FUERA.

* * *

Estos días, una caza de brujas no significa ser asado en la estaca, sino ser asado
por medio de shocks eléctricos y sustancias químicas. Toda mi vida he estado
encerrado por decir en voz alta lo que pasaba por mi mente, y vivirlo. Mis padres no
pudieron curarme, ni los doctores, así que continuaron encerrándome.
A raíz de la vieja enfermedad, la enfermedad infantil que no podía ser curada, me
provocaron una aún peor: Láudano, el cual acabó con mis dolores de cabeza y los
espasmos faciales que me hacían perder la compostura, también acabó con los gritos
y el sonambulismo, pero me dejó a solas con la droga, embalsamado con lo que será
mi final.
Después de un tiempo en varias instituciones más pequeñas, me licencié y me
alisté en el Ejército, uno muy grande. El Ejército permitió que me echara para atrás.
Corrí hacia las candilejas, a París, Pero yo no me veía a mí mismo como una

www.lectulandia.com - Página 89
persona curada. Nunca me puse enfermo. Nunca quise suicidarme, pero cada vez que
iba a ver al psiquiatra de la sala, me entraban ganas de ahorcarme, porque me invadía
la necesidad de rajarle la garganta y no me iban a dejar hacerlo.
Esas vías ya no son de ninguna utilidad ahora (el «mundo real» que Papá tanto
alababa cuando usaba su boca y no su cinturón para hablar).
No puedo contar a nadie que Carcosa en realidad ha empezado a prestar atención
a París otra vez, que hasta los ejércitos enardecidos del mundo se alzarán y temblarán
ante la Máscara Pálida. Será mi última broma, mi último experimento, mi último gran
salto, que sea yo mismo quien Lo expulse. El hijo nativo de la ciudad anochecida de
Hastur arribará con el Nuevo Amanecer y las estrellas de la Tierra se tornarán negras.
Y son los surrealistas quienes hacen que Él sea irrelevante.

* * *

Puedo viajar allí, cuando dibujo el Signo Amarillo y medito en su interior, usando
una variación del Ritual del Pentagrama del Destierro Menor de Crowley. Yo soy…

* * *

Pestañeo, y estoy de regreso en Carcosa, en una sola habitación que ocupa la


mayor parte del piso superior en una inestable colmena de tejados. El narguile hace
ondear las mosquiteras y las pértigas de los tranvías avanzan de costado entre
edificios recubiertos de musgo allá abajo, a lo lejos, como fantasmas en la niebla
amarilla.
Los andrajos del Rey no me pueden alcanzar aquí. Todavía. Afilo el lápiz con los
dientes y encuentro la primera palabra. La luz plateada se torna extraña.
A mis pies, en las calles, la niebla gira en una espiral de colores jamás vistos en
la Tierra. Bebés pálidos y demacrados cubiertos con la arcilla larvaria de la
Máscara Pálida, nacidos a partir de las muestras de esperma de niños durante la
última Guerra; heces y balbuceos transportados en recargados cochecitos.
Sus Niñeras también llevan máscaras céreas y demacradas y prestan más
atención al POM POM POM de los Hombres Carroñeros golpeando sus escudos
mientras marchan por la calle con paso lento y cerrado. Sus propias Máscaras están
sonriendo y son de oro bruñido, pero los rostros bajo los falsos rostros laten
calientes, blancos y supurantes con gangrena, como cadáveres hirviendo con
gusanos, cambiando… Cambiando. ¿En qué? No quiero saberlo jamás.
Fuera en el llano campo, más allá de la plaza, se alza un círculo de seis cruces
profundamente arraigadas en el asqueroso y babeante abrazo del nauseabundo y
silbante limo del suelo. El sol pasa sobre el corazón del ónfalo y lo ilumina. Un
hombre permanece en cada Estación del Sol y el Séptimo es un caballo descuartizado

www.lectulandia.com - Página 90
que conduce a un hombre vacío hacia el centro del círculo, al ritmo de un violento
gemido de trompeta y el latido de un largo redoble.
Los hombres marchan con paso cerrado alrededor del caballo y su jinete zombi
desnudo. Las cruces se calcinan hasta quedar convertidas en cenizas, pero las aristas
no están apagadas. El hechizo sólo se ha hundido en la tierra.
He escondido la armadura del Príncipe en el cuarto de utilería del Teatro Jarry y
hay un anillo en el yelmo que tiene grabado el Signo Amarillo. Sobreviviremos al
holocausto que está por venir, cuando el Rey libere las aguas del Lago Hali y las
derrame por la Tierra, y convierta todo ser vivo en mármol, a excepción de los que
su Éxtasis desee salvar.
Nosotros nos salvaremos de todas formas. Yo y todos lo que pueda congregar en
el Jarry. Escucharán. Cuando el cielo se abra, escucharán, y no se quedarán atrás.
Escuchad…

* * *

ROLLO B:

ACTO II, ESCENA TERCERA

EL FANTASMA DEL PASADO

[falta hoja de pliego]

CASSILDA

Sonidos de medianoche desde esos brumosos chapiteles del Hogar,


mi calle, Calle de los Cuatro Vientos. La niebla se desliza
golpeando mis ventanas, bajando de las nubes
que se deslizan y golpean las orillas del Lago Hali, lejos
sobre nuestras cabezas, tan profundo que llega hasta los confines,

hasta el distante reino celestial de Terra,


que las nuevas gentes procedentes de allí
llaman Tierra.

Son principalmente taumaturgos,


los que vienen a Carcosa, hombres
con largos e impresionantes nombres,
y escuálidas extremidades y miradas esquivas,

www.lectulandia.com - Página 91
que avanzan con bastones,
y continuamente exclaman asombrados
ante todo lo que ven.

De vez en cuando, viene una mujer.


Una de ellas me contó que un nuevo territorio
en la Tierra había sido encontrado, el cual
los viajeros dicen que será llamado
la Dinastía Imperial de América.

Sueño este Imperio, poderoso como un río,


en mis sueños, sus torres son más altas que el más alto
Templo del Gusano Conquistador construido
por el Rey Hastur
en los últimos días, cuando nosotros

éramos pequeños, cuando todo era humo


y sangre y rayos, y todos los hombres,
mujeres y niños fueron abandonados a su propia suerte.

O eso me dijeron Madre y Nana.


Nana, la Madre de Madre, no creía
en sueños. Nana creía en lo que
podía ver. Yo creía en algo que, sin embargo,
podía ver en muy pocos lugares,

El amor. No había ningún amor en el hosco y patán Josefo,


se suponía que debía casarme, para mezclar la sangre ponzoñosa
de Hastur, con la nuestra propia. Juré que renunciaría,

que venga lo que tenga que venir.

* * *

EN UNA COLINA, EL ADOLESCENTE JOSEFO PASTOREA OVEJAS DE NOCHE. JOSEFO ATIZA UNA
PEQUEÑA HOGUERA CON UN PALO, FUERA DE LA TIENDA, DIBUJANDO SIGILOS EN EL CARBÓN.

JOSEFO

Alentado por mi ciega y odiosa madre Venissia,


en el sacrificio de sangre de Padre, me cuentan, participó la mayor parte

www.lectulandia.com - Página 92
del Parlamento y la familia real.

Incluso bajo los rayos de sol primaverales, las palabras gotean


como veneno, como el sudor en el lecho de muerte
se absorbe en una sábana y amarillea.

Se expande. «¡Señor Hastur, te suplicamos misericordia!»


la canción suena en nuestro nuevo reino de refugiados,
y el Rey ruge en respuesta, «Ninguno de vosotros importáis».

Alentado por mi propia y justa ambición,


guardo las ovejas del terrible Ubu en
esta colina, duermo aquí, me alimento aquí, me baño
en este río fétido, donde
la cambiante expresión
de mis propios ojos descubre

un rostro como el mío, pero más blanco,

tan delgado que apenas lo reconozco.

Diamantes brillan sobre mi frente.

Oh, Vos que ardéis de corazón


por aquellos que arden en el Infierno,
cuyos fuegos vos mismo alimentaréis
a su vez: Cuánto tiempo gritaréis
«¡Apiádate de ellos, Dios!»
¿Por qué, quién sois vos para enseñar
y yo aprender?

Permitamos que el rojo amanecer decida lo que debemos hacer,


cuando esta luz de estrellas azul muera,

y Todo haya terminado.

ROLLO A:

Leí las noticias ayer. No sé cuánto de lo que cuentan puede ser cierto, o qué
porcentaje de noticias reales hay entre las letras, las líneas y todas las palabras que
dicen tantas cosas a un mismo tiempo que el mensaje se pierde entre ellas, devorado
y defecado y vuelto a devorar, descendiendo por la cadena evolutiva hasta que las

www.lectulandia.com - Página 93
noticias y las cosas que consumen las noticias sólo se parecen remotamente al limo
devónico, ni tan siquiera humano.
América no necesita mejores condiciones para sus personas corrientes. Necesita
cambiar a su gente para adaptarla a las exiguas condiciones post-humanas. América
busca producir en masa trabajadores intercambiables que puedan realizar cualquier
tarea básica sin quejarse, el Producto definitivo.
La nueva gente puede conducir el mercado global a través de varias guerras e
intercambios de poder nominal y, a medida que los excedentes mengüen, surgirá una
raza más maleable y menos individualista en su lugar.
Debemos mantenerlos ocupados a todos ellos, e inventar intrigas para levantar
nuevas almenas en la granja-hormiguero, hacer que las hormigas corran tras
espejismos que creen necesitar, objetos hechos a un bajo coste en el laboratorio, que a
su vez los hacen enfermar y morir y acelera la purga de su intelecto, drenando la
esencia vital divina y volcándola en el virus-máquina que se replica hasta el infinito.
Las plantas serán las últimas en desaparecer, cuando todos los elementos
químicos que contienen se hayan sintetizado. La nueva gente respirará la nueva
atmósfera mientras el viejo manto muere y se convierte en combustible. Para esto, la
Dinastía Imperial de América se ha estado preparando desde la Gran Guerra,
construyendo un muro cada vez más alto y más ancho.
Hay un Rojo bajo todas las camas, o alguna raza híbrida subhumana que se quiere
comer a nuestras mujeres y defecar en nuestros aparatos de radio. Los hombres
durante un tiempo lucharon con sus puños, espadas, pistolas a diez pasos. Luego las
repúblicas gemelas de América y Francia prohibieron los duelos y forzaron que las
armas se hicieran más grandes, que las distancias aumentaran y que el nivel de
inteligencia necesario para acabar con una vida disminuyera más y más, hasta que los
hombres pudieron ser extinguidos por los propios microbios de nuestro Señor
simplemente apretando un botón. Pero yo no, mi estimado Diario. ¡Oh, yo no!
Toda Vida es sufrimiento que devora otra Vida. Me uno a los tarahumara, que se
tragan el sol en el botón de peyote hasta que la negra noche caiga sobre los Días del
Hombre y nosotros deberemos construir nuestro propio Octavo Día en la oscuridad
tras el Armagedón.
Me uno al salvaje nativo que vive sin aparejos de pesca ni cajas ni gravedad.
Brinco y bailo con ellos cuando la Noche cae. Quiero que la Noche permanezca.
Un verdadero gourmet es tan sensible al sufrimiento como un conquistador, dicen
los ingleses. Los aztecas entendían que un conquistador no puede ser sometido
mediante el sufrimiento. La crueldad era una virtud, en algunos casos, según ellos, los
Medid, los Bonaparte…
La crueldad significa limpiar la sangre con sangre, la violencia con violencia,
cada vez que la Bestia asoma reencarnada en un humano. Somos los dioses que
nuestros antepasados veneraron, el principio en su interior y el nuestro. Ahora
empuñamos la parte más insignificante de Dios. El rayo.

www.lectulandia.com - Página 94
Ahora Dios ha quedado obsoleto, porque Él creó una cosa más fea que Él, que le
atravesó el corazón, Lo embalsamó, ahogó Su aliento con ilusiones, pero nunca pudo
eliminar ese único bosón de Él que es Nosotros.

* * *

Lo Mental siente el sufrimiento Corporal más agudamente, jamás disminuye,


mientras los estímulos externos del mundo se agolpan y exigen, exigen, exigen, hasta
que ya no puedo respirar, ya no puedo expirar, ni darles un último hálito de mi aire.
Me ahogo en mí mismo… y entonces ventoseo como un burro y me río de mi nueva
y asquerosa clase de asfixia.

* * *

Debo vigilar mi salud. Los dolores de cabeza se producen con mayor frecuencia.
Intento tomar la medicina sólo por las tardes y nunca más de media dosis. Sólo
morfina de la farmacia, nunca heroína que estimula mi sangre con viajes hermosos
pero no, NO. Debo tratar la enfermedad. No debo dejar que la niebla vuelva a mis
ojos, de la manera que Madre decía que solía pasar cuando yo era pequeño.

* * *

De la manera que lo hacen ahora, según dice mi asistente. «Vaporosa y blanca»,


gorjea en mi oído la joven Edith Gassion como un hambriento polluelo-Piaf
regañando al humano que ronda demasiado cerca de su cena, «De la misma manera
en la que te empeñas en escabullirte, Mon Oncle».
La chica no es mi familiar. La contraté y la saqué de las cloacas. Sabe
mecanografiar. Tiene catorce años, una gata salvaje callejera y endiablada. Nos
llevamos bien. Menos en lo de mi medicina.
Ah, oui, mi pequeña jazz-baby tocada con su sombrero de ala ancha me ha
producido más ataques de corazón que la heroína. Pero me trae café cuando estoy
trabajando, y no le lleva medio maldito día hacerlo. Y creo en el fondo de mi corazón
que Edith debe ser alguna clase de ángel, porque cuando canta en el teatro vacío
mientras escribo, mi dolor de cabeza se esfuma al escucharla.

* * *

Edith cantó para mí ayer noche, mientras ella corregía mi manuscrito en ese largo,
achatado y vacío caserón donde el Realismo finalmente acabó descuartizado como un

www.lectulandia.com - Página 95
cerdo. Ella me había hecho pasar un mal rato cuando, durante el desayuno, me pidió
dinero para ir a ver un espectáculo esa noche, o algo parecido, así que, por supuesto,
comenzó a cantar ese viejo himno comunal “L’Internationale”. Encore une fois,
pequeño gorrión. Pihuelos oprimidos del mundo, uníos. Ella hacía que incluso las
canciones comunistas sonaran bellas.

* * *

Escuché a Edith cantar y recordé esa extraña tiendecilla en la Rue d’Auseil


(bastante más abajo que la buhardilla sobre la colina desde donde se llevaron a rastras
al violinista loco cuando yo era un niño, del que decían que iba sin ojos y con las
cuencas desgarradas por las marcas de succión de algún insecto gigantesco). ¿Cómo
se llamaba esa tienda…? Ya no está en ese lugar, se trasladaron o algo similar. CARO,
JEUNET ET FILS. Eso era. LIBROS RAROS.

* * *

Los propietarios no estaban allí. El chico que se encargaba de la tienda ese día,
que se llamaba Camus o algo similar, parecía un tanto demacrado y tenía una mirada
sin vida. Su traje gris estaba raído y sus manos eran delgadas y pálidas. Dijo Buenos
días, luego continuó revolviendo en un enorme cajón de fruta lleno de enciclopedias
colocado sobre una escalera con ruedas en otra parte de la tienda.
Me quedé en la parte de delante, zigzagueando entre el alto y largo laberinto de
estanterías que se dividían en pasillos orientados hacia el cristal del escaparate que
daba a los ladrillos irregulares de la Rue D’Auseil y el adoquinado de esa parte de la
calle.
También era primavera por aquel entonces, la pasada primavera, y los ataques de
histamina causados por el polen hacían que mi nariz pareciera una polla flácida e
inflamada. Se me nublaban los ojos y apenas podía ver un solo título. Pero me
entraron ganas de descansar.
Había un pequeño sillón al final de uno de los pasillos de estanterías. Una
lámpara eléctrica de lectura había sido ubicada inteligentemente sobre una mesita
junto a este. El propio sillón parecía haber sufrido los arañazos de un gato salvaje
todos los días durante años.
El libro en mi mano era amarillo. En el lomo destrozado algún «Lector
Constante» había garabateado: EMPEREUR A VÊTU AVEC SOLEIL VILLÓN.

* * *

Afortunadamente, me había sentado en el sillón y me había tomado mi pastilla de

www.lectulandia.com - Página 96
un cuarto de dosis de buena morfina que saqué de mi pitillera. Iba a ser un largo
camino de regreso a casa. Mis gafas estaban en el bolsillo de la camisa. Lo mejor era
evitar el dolor de cabeza por todos los medios disponibles. Entonces abrí la obra por
la primera página.

* * *

Cuando pude parpadear de nuevo, cuando descubrí que podía hacerlo, el joven
librero Albert (él mismo se presentó) me estaba preguntando amablemente si podía
cerrar la tienda, e incluso me ofrecía un chavo para gastar en la taberna si aún dudaba
en irme. Sacudí la cabeza, carcajeándome.
«Chico, no soy ningún charlatán mendicante. Je suis auteur! Surréaliste! Pero
gracias por tu amabilidad». Era el empleado que me cobró el precio que marcaba EL
REY DE AMARILLO. Porque, aunque ya lo había cerrado, no podía bajo ningún concepto
dejarlo allí.

* * *

Mi rostro había enrojecido, lo descubrí cuando regresaba bajando por la colina


hacia Montmartre. El latido en los oídos me ensordecía y no me dejaba escuchar nada
más. Mi mente también estaba ardiendo por algo más abrasador que el simple terror o
la alegría, y experimentaba dolor en cada terminación nerviosa. Cuando regresé a
casa, me arrastré tembloroso hasta la cama, donde leí y releí, lloré y reí y me
estremecí con un terror que en ocasiones todavía me asalta. Rezo a Dios para que
maldiga al escritor, al igual que el escritor maldijo al mundo con esta bella y
magnífica creación, terrible en su simpleza, irresistible en su verdad.

* * *

La versión bastarda de Tzara de la obra por supuesto fue prohibida en Francia y


devorada en Inglaterra, luego cayó en la obsolescencia y la oscuridad, como les
ocurre a todas las cosas de la cultura popular que produjo la última guerra. La Gran
Guerra anegó la Historia de tanta desesperación que algunos de estos procesos ahora
ya son irreversibles.
El Rey va a regresar y nosotros le preparamos el terreno. Él no es feliz. Sueño que
su primo se ha reencarnado en Nueva York, y no lo sabe. ¡El Príncipe de una
poderosa dinastía, que tal vez no haya contado a nadie el derecho de nacimiento del
que disfruta, o tal vez haya sido encarcelado en Bellevue de por vida! ¡Imaginen!
Pero Je suis Irréaliste, como Sade anunciaba a los cuatro vientos subido a los
tejados hasta que Napoleón Bonaparte redobló los tambores y lo envió al manicomio.

www.lectulandia.com - Página 97
El original de la obra de Sade fue escondido en el armario de su suegra, que ardió
cuando Bonaparte ordenó ejecutar a mujeres y niños en una plaza pública y los
campesinos se alzaron en rebelión…
Yo soy esa rebelión, cultivada hasta dar su fruto. Yo soy el sistema del hombre
muerto para todo el planeta. Yo soy Artaud y ya vengan el infierno o las aguas
bravas, mi compañía representará esta obra. Ya es la hora. La gente no debe conocer
al hijo de Hastur. La obra es mi propio conjuro.
Para enviarlo a casa…

* * *

ROLLO B:

ACTO II, ESCENA CUARTA

EL FANTASMA DE LA AMENAZA

LA BATALLA COMIENZA en LA CALLE DE LOS CUATRO VIENTOS. CROY CASTAIGNE se


tambalea sobre su bastón mientras avanza hacia la ventana y echa un vistazo. El
pincel sigue en su mano, CASSILDA, modestamente ataviada, posa totalmente inmóvil
para su retrato, en negras ROPAS DE LUTO.

CROY CASTAIGNE

El suicidio es un pecado mortal, pero es algo bueno y noble ser reclutado y


enviado a la guerra… Te llevaré conmigo, como me pides.

DE ENTRE LA NIEBLA, ALLÁ ADELANTE, HOMBRES LLEGAN CORRIENDO DESDE TODAS LAS
CARRETERAS, CAMPOS Y CUNETAS, Y VAN DE CABEZA HACIA UNA EMBOSCADA. LOS HOMBRES
CARROÑEROS, GUARDIANES ORIGINALES DEL ÚLTIMO FRAGMENTO DE LA MÁSCARA PÁLIDA
DEL REY HASTUR, FORMAN REMOLINOS DE AIRE A SU ALREDEDOR CON SUS RAYOS. SE
PROPAGA LA ORDEN ENTRE LOS RANGOS DE LOS CONTRA-REVOLUCIONARIOS. ALGUNOS DE
ELLOS DEJAN CAER SUS ARMAS Y ALGUNOS LAS APUNTAN CONTRA LOS OTROS.

CASSILDA

No os adentréis en la nauseabunda guarida de Josefo.


Su locura es eterna, pero nuestro amor
puede sobrevivir a ella. Descansa los ojos,
los brazos, las manos,

www.lectulandia.com - Página 98
el corazón durmiente,

en casa como el cazador, y en tus sueños,


canto a las salvajes estrellas de noche
que lloran rocío del amanecer,
y comienzan a arder
otra vez al ponerse el sol,
en unos cielos tan extensos y cercanos,

cielos que ya no se abren


a ningún otro lugar.

Yo no juro fidelidad a ningún Rey.

SE ESTÁN DISPARANDO CAÑONES. CARCOSA ARDE. EN LA CALLE, MEDIO SOLDADO SE


CONVULSIONA Y MUERE, TODAVÍA SOSTENIENDO UN TRABUCO CON BAYONETA FIJA. OTROS
DOS SOLDADOS LO ACABAN DE CORTAR POR LA MITAD. LA INFANTERÍA SE TROPIEZA, LOS
ESQUELETOS DE REGIMIENTOS LUCHAN POR MANTENER EL ORDEN.

CROY gira sobre sus talones, atraviesa el cuarto y arranca el broche con el Signo
Amarillo del cuello del vestido de Cassilda. CROY lo lanza por la ventana abierta del
estudio. EL PINTOR Y LA MODELO SE CIERRAN EN UN ABRAZO.

* * *

ACTO II, ESCENA QUINTA

UN BOSQUE CERCA DE CARCOSA

En las ruinas desmoronadas que es ahora el TEMPLO DEL GUSANO, Josefo pasa la mano
adornada con anillos sobre una piedra negra, y su visión de la casa familiar de
Cassilda en la ciudad, de Cassilda y Croy besándose, se desvanece en una bruma
amarilla.

JOSEFO

Hay tres cosas que me sorprenden sobremanera,


o mejor, cuatro, que desconozco:
el avance de un águila en el aire; el avance de una serpiente sobre
una roca;
el avance de un barco en medio del mar; y los avances de

www.lectulandia.com - Página 99
un hombre con una doncella.
Y dejemos al Filósofo y al Médico predicar
sobre lo que harán y lo que no harán,

cada uno de ellos es sólo un eslabón de una cadena eterna


que nadie puede abrir o romper ni tensar.
Porque, ¿cómo dejar que el Escriba, o el Fariseo
entiendan el profundo trastorno que ellos causan?

JOSEFO observa el techo sobre su cabeza, irritado. A lo lejos, allá arriba, suena el grito
y la explosión y el silbido de los obuses.

La mano derecha de JOSEFO comienza a brillar con un destello amarillo. UN CÍRCULO


DIBUJADO CON TIZA EN EL SUELO silba con el viento.

JOSEFO

El sol asciende; ellos se congregan


y se esconden en sus guaridas. El estimado Primo Croy
se lanzará sobre sus rodillas junto a la cama
hedionda y abandonada de Cassilda, sabiendo que él no se atreve
por su propia vida a abandonar lo que él cree
muerto, aunque ella sólo duerme en roca
líquida. El alma de ella está segura.
Él jamás lo sabrá…

* * *

ROLLO A

(más tarde)

¡Estoy loco! Toda devoción se ha esfumado y ahora tengo ganas de reírme de mí


mismo. Sin embargo, esto lo escribo con el corazón débil.
Cuando regresé aquí arriba, la pequeña Edith estaba sentada con sus enormes pies
apoyados en mi escritorio y leyendo un pliego encuadernado en color amarillo. No
sabía si había sido afectada al leer el original. Ella simplemente lo dejó sobre el
escritorio cuando entré, lenta y elegantemente, y no dijo nada. Parecía aturdida.
«Él es el Rey a quien todos nuestros Emperadores han servido, aunque muchos no
lo supieran», susurré. Luego, durante un largo rato, permanecí en silencio junto a ella,

www.lectulandia.com - Página 100


pero Edith no se movió ni habló.
Finalmente, su boca con forma de arco de cupido comenzó a temblar y torcerse, y
sus ojos se entrecerraron con una bizquera miope. «Esto es… genial…», balbuceó
dirigiéndose a mí, «pero… Mon Oncle, se decía que ya no estabas loco. Yo…» Con
algo parecido al horror, vi que mi dependienta se inquietaba.
«Has cruzado el paso a la Tierra, Camilla», susurré, esperando infundirle
seguridad. «Explícame cómo lo has hecho. Explícame. La obra debe ser
representada. Sin duda debes entender mi razonamiento, siendo tú misma de
Carcosa. ¿Cómo nadaste hasta aquí?»
El rostro de Edith cambió entonces. Me pareció mucho, mucho más vieja,
devastada por los mismos venenos opiáceos que ahora recorren mis venas, brillando a
través del rostro de la joven como una máscara. Como una máscara pálida. Pero ella
no dijo nada. Sólo se quedó allí de pie y escuchó.
Eran ya pasadas las cinco. La luz del ocaso fue haciéndose más ictérica y extraña
en mi polvorienta oficina. Edith se limitó a quedarse de pie y mirarme con los ojos
grandes como platos, oscuros y serios.
«El Rey hará que la Dinastía Imperial de América se doblegue. No puedo
decírselo a nadie. Ellos sólo dicen que soy mentalmente defectuoso, pero muchos en
la Tierra quieren que la puerta a Carcosa vuelva a abrirse. Muchos en América. No
actúes como si pensaras que estoy loco…»
Ella se encoge de hombros elocuentemente, un gesto tan francés como las
canciones folclóricas que canta. “No me corresponde a mí juzgarlo. Ça commence
avec toi”, susurra ella con tristeza en mi oído, y cierra el Libro del Sueño sobre mi
cabeza.
Cuando lo hace, soy libre, renazco de mis cenizas. Hasta que siento las ataduras.

* * *

ROLLO B

[…]

Abajo en el Templo del Gusano, CASSILDA, despierta,


ahora gime ante
el brazo amputado de CROY, que es lo único sólido que quedó
cuando el Hechizo se rompió.

CASSILDA

Canción de mi alma, mi voz está muerta,


muere sin embargo, sin ser cantada, como lágrimas no derramadas

www.lectulandia.com - Página 101


se secará y pudrirá en Su cabeza,

en la Perdida Carcosa…

* * *

ROLLO A:

Hay una grieta que atraviesa el universo, una cicatriz amarilla a lo largo del Sol.
Hay un problema mayor aquí que puede Afectar a Cualquier otro lugar, y nadie
sabrá la hora en la que el Amo venga a llamarnos. En estos instantes, las torres de
Carcosa se elevan por detrás de la Luna.
Hay una voz más débil en su interior, una alta silueta se cierne sobre el yeso
grabado con glifos. Le gusta sembrar la desolación y lo único que podríamos aspirar
a hacer es cantarle hasta dormirlo durante el mayor tiempo posible. Lo único que
podemos hacer es morder su mano. Morder su mano, que destruyó al niño con la
vara y derramó la semilla de la vergüenza para siempre sobre su prole que devoraba
al nacer, como una puerca devorando a su propia camada.

* * *

Me despierto, e inmediatamente deseo no haberlo hecho.


Los harapos del Rey vuelven a bañar mi mente, la arrastran hacia la corte de la
horca del Caos. Sólo queda su robot Cristo al que llorar ahora.
Podría decir más cosas, pero no veo en qué podría mejorar el mundo. En cuanto a
mí, estoy ya más allá de cualquier ayuda o esperanza humana.
Mientras estoy aquí sentado, escribiendo, sin importarme si muero o no antes de
acabar, puedo sentir que tendrán mucha curiosidad por conocer la tragedia… los del
mundo exterior que escriben libros e imprimen millones de periódicos.
Podrían enviar a sus esbirros a casas destrozadas y chimeneas heridas de muerte,
y sus periódicos exprimirían la sangre y las lágrimas. Pero la humillación definitiva
se ha hecho realidad, palabra por palabra, una pesadilla cocinada en la calavera de un
oráculo.
Todo lo que sabía quedó aplastado por las rocas cuando realmente importaba,
masticado por la ansiosa y gélida boca de la Noche, extraído y devorado y defecado y
devorado otra vez. Por encima de este catre plano y con grilletes, al otro lado de mi
ventana con barrotes, las nubes brillan grisáceas. Palomas blancas se posan en los
cables. El viento ulula y grita como las palomas al doblar las esquinas de este lúgubre
y viejo manicomio. Al otro lado de esa ventana hay una ciudad donde nunca tuve
ningún motivo por el que estar.

www.lectulandia.com - Página 102


Así está escrito, olvidado… ¿Reescrito? Aquí me siento desprotegido, cuando me
despierto, expuesto, retorciéndome al viento, incapaz de distinguir las sombras de la
habitación de otros tiempos de décadas pasadas ya enterradas, justo como entonces,
en cierto sentido. Quiero vaciar esta herida, pero es demasiado vieja y profunda.
Quiero quitarme su sabor. Quiero aporrearle la cabeza.

* * *

Pero incluso ahora hay niebla salina flotando en el cielo allá fuera. Debo apretar
las abrazaderas, someter mi biología animal, para protegerme y distinguir la luz de las
sombras, manos que se alimentan de manos que inyectan una cura peor que cualquier
enfermedad.
Sin embargo, tanto antes como ahora mi mente calla y gotea de las paredes del
manicomio. Descanso, y respiro, y espero a que me suministren la medicina. Llegará.
Esta vez, me comporto bien.
Jamás rajarán el colchón, ni encontrarán el pliego de la obra. Como el Rey, nunca
llevo una máscara, ni pretendo ser lo que no soy. Simplemente, no han buscado bien.

* * *

Sólo cuando me pongo la corona y permito que el oro bruñido irradie un halo en
las candilejas, la Criatura que gobierna el reino de Su padre Hastur dirige la obra
desde la audiencia.

(El diario acaba aquí)

——————————

[Para:
Joe Pulver y Lucius Shepard, Tierra
Antonin Artaud y Robert W. Chambers, Carcosa]

www.lectulandia.com - Página 103


www.lectulandia.com - Página 104
EL HIMNO DE LAS HÍADES

La pesadilla no llegó hasta el alba. Sangró derramándose en el dormitorio de Martin


tan sigilosa y orgánicamente como las sombras nocturnas. Echó raíces lo mejor que
pudo, porque el niño al que atacaba estaba en el limbo, ni dormía ni se había
despertado todavía.
Incluso a la tierna edad de diez años Martin ya había detectado levemente la
brecha que existía entre el orden del mundo y los brotes de su fértil imaginación. Su
padre había insistido en que aprendiera los parámetros de ese orden y fuera siempre
consciente de ellos. Cada dibujo que sus padres desenterraban, cada alijo de cómics
que descubrían, provocaba una reprimenda de mayor o menor gravedad. Martin había
comenzado a ser más consciente de lo que le rodeaba y a distraerse menos con
productos de su imaginación. Desde el primer momento de conciencia de su propia
existencia, consideraba frecuentemente la vida como una especie de obra teatral en la
que le habían asignado un papel para el que no estaba preparado. La conversación le
resultaba difícil; tenía un miedo atroz a meter la pata al recitar sus líneas, a arruinar la
trama, tanto daba lo incomprensible que esta fuera para él.
Gracias al condicionamiento de su padre, Martin era medio consciente de que el
terrible ruido que le había asustado tanto no podía proceder de la naturaleza y, en
consecuencia, debía tener origen en su propia imaginación. Un frente frío había
estado azotando la ciudad durante la mayor parte de la última semana y Martin sabía
que la temperatura era demasiado suave para que lloviera. Y sin la posibilidad de
lluvia no puede haber truenos.
Sin embargo, el siguiente repique confirmó sus sospechas de que se trataba de un
trueno. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos, aliviado de ver fugazmente la luz solar
que iluminaba lo suficientemente el cuarto para asegurarle su inmutabilidad. Se
preguntó si los ruidos fantasma que estaba escuchando podrían ser definidos
correctamente como una pesadilla, ya que se escuchaban a plena luz del día.
Se sentó en la cama y separó con los dedos las láminas de la persiana,
doblándolas. El cielo imitaba el monótono gris de las aceras vacías. Las ráfagas de
copos de nieve impedían la presencia de cúmulos tormentosos. Martin escuchó
atentamente cuando volvió a producirse el ruido, más tenue pero todavía audible.
Examinó la hierba perlada y los anodinos campos hace ya tiempo cosechados,
esperando descubrir alguna causa lógica del ruido. Tal vez se había dejado abierta
otra vez la puerta del refugio de tormentas, o quizás era simplemente el ático
quejándose por el ataque del gélido vendaval.
La única manera de descubrir la verdad era enfrentarse al tema tan valerosa y
minuciosamente como su padre lo hubiera hecho de haber estado en su lugar.
Martin sacrificó el cálido y mullido santuario de su cama y se vistió tembloroso.

www.lectulandia.com - Página 105


El dormitorio de sus padres estaba cerrado y en silencio cuando pasó junto a la
puerta. Lo más probable es que sus padres hicieran caso omiso de su impulso de salir
de la casa a explorar a esa hora de la mañana, pero aun así Martin no quería
arriesgarse a ser descubierto. Bajó sigilosamente al vestíbulo trasero de la granja y se
abrigó.
Cuando abrió la puerta de atrás y salió a cielo abierto, lamentó la pataleta que
había montado cuando su madre le sugirió que se comprara un mono de nieve para el
invierno. Hoy le habría venido bien su calidez. Había llegado a la conclusión de que
evitar llevar ropa que a él le parecía infantil no aumentaba más sus posibilidades de
hacer amigos en el colegio que sus frecuentes esfuerzos de reír con los chicos
mayores siempre que se metían con él, o el sacrificio voluntario de su paga; un ritual
semanal que inevitablemente le hacía llorar.
«No sirve de nada ahora comportarse como un niño pequeño», se dijo Martin.
Cambió su lento avance a contraviento por una marcha decidida.
El campo abierto facilitaba las arremetidas del viento. Martin se subió la bufanda
hasta los ojos y continuó avanzando. Localizar el lugar del sonido resultaba más
difícil de lo que había supuesto, porque en el llano paisaje el sonido parecía
omnipresente, y era tan probable que brotara del duro suelo como de los árboles del
barranco cercano. Sin la distorsión acústica de su casa, Martin percibió que el sonido
era mucho más nítido, como docenas de ramas rompiéndose una tras otra o un
rompehielos surcando un mar de cristal.
Martin sabía que la sensación que tenía de que los árboles de hoja perenne le
hacían señas para que se acercara al barranco era simplemente su deseo de escapar
del terreno abierto, pero aun así aceptó la invitación. El trecho le pareció
imposiblemente largo, pero cuando alcanzó el borde arbolado observó que las ráfagas
de nieve no penetraban en el entramado de las ramas. Suspiró aliviado. La
temperatura no era mucho mejor, pero estar al resguardo de los vientos ya era
suficiente alivio.
La nieve se mecía sobre los pinos y los árboles de hoja perenne como azúcar
glaseada sobre un pastel, haciendo que añorase las Navidades. La bajada que
conducía hacia el West River era suave, pero la gruesa capa de hielo que la cubría la
hacía peligrosa. Cuanto más descendía Martin, más claro se escuchaba el sonido. Se
bajó la capucha para asegurarse de que el sonido era, en efecto, el del hielo
rompiéndose en el río.
Su primera visión del West River se lo confirmó, pero también le dejó perplejo.
La capa de hielo nunca comenzaba a romperse hasta abril, marzo como muy pronto.
Febrero apenas había comenzado y para colmo la ciudad se encontraba sumida en una
profunda helada. Sin embargo, la gran placa que bloqueaba el río se estaba dividiendo
en docenas de pequeños trozos justo delante de sus ojos. Debía de haber estado
quebrándose durante bastante tiempo, porque podía ver las negras aguas por debajo
arrastrando los trozos de hielo río abajo.

www.lectulandia.com - Página 106


Podía aceptar la idea de un inusual deshielo prematuro, pero no la presencia de
renacuajos y otros peces. Martin sabía que el agua estaba demasiado fría para que
estuvieran culebreando en la corriente.
Pero no eran renacuajos y, a pesar de ser plateadas, las motas danzarinas eran
demasiado pequeñas para ser peces. Se agachó y notó el gélido vapor que manaba del
río. Cerró los ojos para borrar cualquier fantasía que pudiera estar contaminando su
mente y miró de nuevo al West River.
Había leído —sin duda en uno de sus relatos de Nunca Jamás— acerca de
estrellas que eran descritas como motas de hielo, pero nunca de nieve que se
pareciera a las estrellas. Y, sin embargo, Martin no pudo evitar pensar en un cielo
nocturno cuando observó los destellos que flotaban a su lado. El río cumplió con su
parte para reforzar el símil ofreciendo su fría negrura y dando la impresión de ser tan
ilimitado como el espacio, y exactamente igual de ultraterreno.
Como una urraca, Martin quedó hechizado por los destellos flotantes. Estaba
seguro de su brillante presencia, pero no lo estaba tanto de su extraña canción.
¿Intentaban adormecerlo con su melodía como las sirenas sobre las que había leído en
su Odisea ilustrada? El trino era débil, pero de alguna manera lograba colarse entre el
borboteo y el crujido del río y el hielo.
Estuvo a punto de meter la mano, pero se dio cuenta de que todavía llevaba
puesto el mitón. Si se mojaba la ropa, el camino de regreso a casa sería incluso más
insoportable, así que se sacó el mitón de la mano y la metió en el agua para pescar
una de las estrellas gimientes.
Se permitió el lujo de fantasear con una imagen: su mano no se hundía en agua,
sino en el cielo nocturno de un mundo que existía a leguas debajo de él. Imaginó a los
atónitos nativos desplomándose aterrados y huyendo despavoridos al contemplar la
pálida mano que surcaba su cielo.
La temperatura del agua estremeció su piel desnuda, pero se sintió aliviado por la
gelidez del agua cuando la pequeña bola de luz comenzó a quemarle la palma.
No había podido sujetar la estrella, si es que lo era, durante más de uno o dos
segundos antes de que la arrastrara la corriente. Pero fue suficiente para quemarle la
mano. Gravemente. Sacó el brazo del agua, sin reconocerlo en un primer momento.
Tenía los dedos enrojecidos por el frío y brillaban a causa del agua. Un furioso y rojo
pinchazo ocupaba el centro de la palma. No había sangre, gracias a Dios, pero vio
algo que se parecía asquerosamente a una herida de bala. Gritando, Martin giró la
mano y a continuación suspiró aliviado al comprobar que la estrella no la había
atravesado totalmente.
La carne alrededor del agujero circular estaba lívida y había líneas irregulares que
se extendían desde el centro. Ya no sentía ningún dolor. Lo único que sentía ahora
eran pinchazos de agujas que le adormecían el brazo.
Martin se sacudió frenéticamente el agua del brazo y metió la mano de nuevo en
el mitón. Ahora estaba llorando, más por el miedo que sentía que por el dolor. El

www.lectulandia.com - Página 107


ruido del hielo al romperse era ahora menos frecuente y más débil, pero la canción
femenina de las estrellas parecía estar más cerca de él.
Se resbaló, patinó y avanzó a trompicones para salir del barranco. El viento en los
campos seguía siendo igual de crudo, pero en ese momento le traía sin cuidado. La
flema se pegaba a la garganta y el aire le abrasaba la garganta y los pulmones. Ahora
las lágrimas de Martin se filtraban por la bufanda y se sintió levemente turbado por la
idea de que alguien pudiera verlo en esas condiciones. Pero era domingo por la
mañana y sabía que los chicos que le pegaban habitualmente estarían
santurronamente arrodillados en los bancos de la iglesia.
La casa apareció ante sus ojos.
Dentro, estaban despiertos y en la cocina cuando Martin irrumpió en el vestíbulo.
Frunció los labios para acallar los balbuceos que había estado emitiendo durante
varios minutos y comenzó a desatarse las botas. Unos ruidos metálicos le indicaron
que su madre estaba a punto de preparar el desayuno. Martin se limpió las lágrimas
frías de las mejillas e inspiró aire para soportar la visión de la terrible marca cuando
se quitara el mitón.
Estaba menos preocupado por la herida que por la posible reprimenda que podría
caerle por salir sin avisar, por embarcarse en una misión idiota en el West River, por
haberse dañado con casi toda probabilidad permanentemente la mano con la que
escribía. Pero cuando se hubo quitado las prendas de invierno, se metió en la cocina y
sólo recibió un «Buenos días» de su madre.
—Buenos días —respondió Martin. Se sujetaba la mano herida con la otra mano.
—Si has salido esta mañana para comprobar la puerta del refugio, puedes
quedarte tranquilo. Ya la cerré yo por ti —la estridente voz sonó en el rincón. Martin
reconoció las manos que sujetaban el periódico matutino, pero sólo pudo imaginar
que el rostro tras el escudo de prensa escrita era el de su padre—. Tuve que salir en
pijama a las diez en punto ayer por la noche para poder quedarme tranquilo. Tuve la
corazonada de que te habrías olvidado de cerrarla después de que tu madre te dejara
jugar allí, y no me equivocaba. Debíamos estar a veinte grados bajo cero teniendo en
cuenta el efecto del viento. Casi me muero congelado.
—Lo siento.
Las manos volvían las páginas ruidosamente. La madre de Martin anunció:
—Estoy haciendo tortillas.
Tras superar el miedo a ser regañado, Martin corrió escaleras arriba para
enfrentarse a su siguiente crisis.
Detrás del nebuloso espejo del botiquín encontró un tarro de bálsamo que su
madre había usado para calmarle la quemadura de hoguera que se hizo el verano
pasado. Era grasiento y escocía, pero era lo único que creía que podría calmar la
herida. La idea de que se coagulara y causara un daño permanente a la mano con
aquellas extrañas cicatrices le revolvió el estómago. ¿Cómo explicaría el estigma a su
madre, o a los matones en el autobús escolar, o a su padre?

www.lectulandia.com - Página 108


Ya estaba empezando a formarse una ampolla en la palma. Un trio de líneas en
espiral se extendía desde el hoyo poco profundo que la estrella/hielo había horadado.
El hecho de que no sintiera ningún dolor, más que aliviarle, le preocupaba, y sabía lo
suficiente sobre esos temas para darse cuenta de que el asqueroso color a yema de
huevo de la ampolla podría significar infección.
Martin se sentó sobre la taza del váter y empezó a darle vueltas a las terribles
consecuencias de su error tan calladamente como pudo hasta que su madre le llamó
para que bajara a desayunar.
Aunque le preocupaba que el olor del bálsamo pudiera delatarle, recordó que su
madre estaba resfriada y que su padre jamás prestaba atención a otras vidas más allá
de las vidas capturadas en tinta impresa.
Tuvo que engullir la tortilla y untó de mantequilla la tostada sobre el plato
rezando para que nadie le preguntara por qué devoraba la comida con el tenedor en la
mano izquierda. Después del desayuno se encerró en su dormitorio.
A las doce del mediodía le atacó la fiebre.
El instinto le guió al baño justo a tiempo para vomitar el desayuno. Regresó
tambaleante a su cuarto, los pies y las manos le palpitaban y todavía sentía espasmos
en el estómago. Mientras se desnudaba y se ponía el pijama, sintió que se mareaba.
Era como si el engranaje dentro de su cabeza hubiera estado oxidado y atascado por
un mal uso y ahora, gracias a la fiebre, se hubiera engrasado y comenzara a girar
incontrolablemente. Martin oscilaba de un lado a otro como si las tablas del suelo se
vieran afectadas por su remolino interno. Se dejó caer sobre la cama, pero el hecho de
permanecer inmóvil no ayudó en nada a controlar aquellos violentos giros.
«Mamá…», carraspeó.
Al levantar la mano, vio lo que sin duda era el origen de todo aquel vértigo
generalizado que se había apoderado de él: la marca superficial en la palma de la
mano giraba y giraba. Sus tentáculos amarillos se encogían y estiraban y se rizaban
como lenguas de gato lamiendo leche. La herida en el centro del signo comenzó a
brillar. La cavidad de la herida reflejaba el destello de una roca volcánica pulida,
como luz de luna resbalando por la superficie de un estanque de tinta. Cuando metió
el dedo índice de la mano izquierda en el centro del remolino de luz en movimiento,
Martin sintió algo sólido contra la suave piel de la yema del dedo.
Parte de aquello que había atrapado en el West River, fuera lo que fuese, seguía
incrustado en su mano.
Pasó el resto del día alternando unos cuantos momentos de vigilia alucinada con
varias horas de sueños todavía más estrafalarios. Se veía a sí mismo caminando por la
orilla de un sombrío lago gris y, de repente, se encontraba observando cómo las finas
rayas del empapelado de su dormitorio serpenteaban y formaban ornamentados
alfabetos. Entre sueños febriles escuchaba las gorjeantes canciones que brotaban de
las negras estrellas en el firmamento, y durante aturdidas vigilias observó con
desvalido terror cómo una enorme silueta con forma de momia se colaba

www.lectulandia.com - Página 109


silenciosamente en su habitación. Su ropa a jirones era del mismo color amarillo que
la herida de Martin.
Cuando la enorme y adusta silueta examinó el cuerpo de Martin, el chico sólo
percibió que su mano marcada era expuesta y luego horadada por las garras afiladas
como agujas del intruso.
Era ya muy de noche cuando Martin escuchó la puerta de su cuarto abriéndose
otra vez. Capaz de levantar la cabeza con menos dificultad que antes, se sintió
aliviado al detectar que la silueta que llenaba el umbral le resultaba familiar.
—¿Estás despierto? —le susurró su madre.
—Sí —carraspeó el chico.
Ella entró en el cuarto y cuando Martin vio el vaso de agua fría en su mano a
punto estuvo de gemir.
Bebió lentamente y pudo sentir el agua fría arrastrando el miasma que había
estado coagulándose en su interior. El agua le estaba purificando.
—Nos has pegado un buen susto —su voz sonaba suave.
—Lo siento —dijo Martin—, sólo quería ver qué era ese ruido…
—Debes prometerme que si te haces alguna herida siempre nos lo dirás a tu padre
y a mí —o bien ella no le había oído o no tenía ningún interés en su confesión—. Esa
quemadura en la mano se había infectado mucho. Afortunadamente, el doctor Mason
pudo limpiarla. Tengo penicilina para ti, pero ahora mismo necesitas descansar un
poco más.
—¿El médico entró en mi cuarto?
Su madre asintió.
—Está bien —murmuró Martin. Y sin duda lo estaba.
Durmió hasta bien entrado el día siguiente. Su madre decidió que no fuera a la
escuela hasta el jueves. Durante su convalecencia, no soñó con la orilla sombría. A
excepción de un tenue picor, la herida ya no le molestaba. La mano estaba vendada
con blancas vendas limpias, y cuando su madre le cambiaba las vendas Martin sólo
veía una grasienta costra en la palma. Las ampollas giratorias habían desparecido, así
como el recuerdo distorsionado del doctor Mason febrilmente ataviado de amarillo
como una enorme momia sin rostro.
Le calmaba la reconfortante idea de que nunca más tendría que volver a ver
aquella terrible figura, lo cual explica por qué su siguiente encuentro casi lo deja
totalmente devastado.
Al pasar junto a la granja del señor Nelsh de camino a la esquina donde lo recogía
el autobús escolar, Martin se sobresaltó al ver un espantapájaros que el anciano había
olvidado retirar desde la estación anterior. Las cañas de maíz, ya sin las mazorcas,
estaban casi totalmente enterradas bajo la nieve. Las más testarudas sobresalían como
bigotes de gato, y eran estos precarios brotes los que cuidaba el olvidado
espantapájaros. Su ropa a jirones era del mismo color amarillento que las plantas
secas. El atuendo de la figura, que el viento hacía ondear flameando ampliamente

www.lectulandia.com - Página 110


como una gran capa, escondía la percha de madera tan bien que durante unos
segundos Martin creyó ver unas piernas y unos pies con sandalias sobre el suelo
helado.
Pero la nieve que caía, y la distancia, eran claramente las causantes del espejismo.
La efigie era más delgada que la de cualquier humano y además no parecía tener una
estatura menor a la de la hilera de árboles de hoja perenne que flanqueaba el campo
del señor Nelsh.
Martin se dijo a sí mismo que no debía dejar que su imaginación se desbordara.
¿Qué diría padre? Reflexionó racionalmente sobre todo el asunto y logró convencerse
de que no había visto al espantapájaros avanzando silenciosamente por el campo.
Ni siquiera oyó el ruido del autobús ronroneando a su lado, o las voces de los
otros niños metiéndole prisa. Martin subió con vehemencia los escalones del autobús,
aprovechando la oportunidad de poner distancia entre él y aquel espantapájaros
merodeador. Al mirar por la ventana y no ver rastro del llamativo gigante no se sintió
aliviado. Intentó convencerse de que su mente había hecho desaparecer aquel síntoma
persistente de su fiebre, pero el gélido escalofrío en su piel le contaba una historia
totalmente diferente.
Concentrarse en las clases del día quedaba descartado. Martin se pasó toda la
mañana observando los remolinos de nieve que se arrastraban por el asfalto del patio
al otro lado de la ventana de la clase como derviches de polvo pálido. Incluso cuando
fingía escribir en su libro de ejercicios, escuchaba secretamente la voz del hielo sobre
la negra agua del río.
Durante el recreo se mantuvo ocupado con sus habituales juegos solitarios. Estaba
encorvado junto a la valla de tela metálica del patio escolar, modelando monigotes
con nieve, y declamándoles líneas de su drama imaginario sobre Reyes distantes y
tierras demasiado fabulosas para ser representado por humanos.
Fue durante este juego y mientras el Rey extranjero confesaba su amor a una
actriz cuando Martin escuchó la Canción.
Creyendo inicialmente que el trino de pájaros provenía de la mujer de nieve llena
de bultos que había moldeado, casi se sintió decepcionado cuando localizó el origen
del sonido y se dio cuenta de que provenía de una niña del patio.
Estaba sentada separada de los otros niños. Su abrigo rojo era como un manchón
de sangre que contrastaba con el anémico desierto de nieve al fondo. La voz que
brotó de sus diminutos labios era bella de una forma casi inhumana.
Y la canción…
Martin la había oído antes, o más bien la había sentido, cuando le llegó
procedente del río, cuando brotó a borbotones de las negras estrellas en su paisaje
febril.
¿Había compartido esa chica su sueño? ¿Era parte de su sueño?
Martin saltó hacia ella, desesperado por saber cuál era la respuesta.
La chica parecía incapaz de responder a sus preguntas. Su voz sonaba ahora

www.lectulandia.com - Página 111


distorsionada; retorciéndose y mutando de himno celestial a grito desbocado.
Fue el señor Feldman, el director, quien separó a Martin de la niña. Ella no paraba
de sollozar y se negaba a mirarlo. Martin intentó explicarse, pero la niña seguía
gritando acerca de la cara tan terrible que Martin había puesto antes de abalanzarse
hacia ella.
Martin se pasó la tarde en el despacho del señor Feldman como castigo, pero fue
incapaz de cumplir las órdenes del director: este le instaba a entregar la horrible
máscara que, supuestamente, se había puesto para atormentar a la niña. La secretaria
había intentado en varias ocasiones contactar con los padres de Martin para
informarles de su mala conducta. Cuando comprobó que no podía localizarlos, el
señor Feldman mecanografió una carta que debía ser firmada por ellos.
El viaje en autobús de camino a casa transcurrió en una bruma sin palabras.
Cuando el autobús redujo velocidad para que Martin se apeara en la esquina, él ya no
estaba preocupado por la desaparición del espantapájaros amarillo del señor Nelsh.
La casa estaba vacía cuando entró. Buscó una nota en la cocina, de las que su
madre le dejaba si había tenido que salir antes de que él llegara del colegio.
Los platos del desayuno seguían en la mesa.
El periódico de su padre yacía doblado sobre el suelo de linóleo. Martin intentó
tragar, pero no pudo reunir suficiente saliva.
El viento traía un débil golpeteo sordo. Martin había escuchado ese sonido las
suficientes veces como para reconocerlo; aun así, se arrimó a la ventana de la cocina
para ver si la puerta del refugio estaba dando portazos por las ráfagas de viento.
Sobresaliendo del borde de la puerta del sótano se veía un racimo de lenguas
vibrantes.
La visión de las llamaradas provocó el pánico en Martin, que se lanzó al exterior
de la casa y en dirección a la puerta entreabierta en el suelo.
Las lenguas que ondeaban sobre el borde de la puerta del refugio, brillantes como
velas romanas, eran demasiado amarillas para estar hechas de fuego. Cuando fue
consciente de que lo que contemplaba eran en realidad retales de una radiante tela
amarilla ya era demasiado tarde.
Clavado en el suelo por la conmoción, Martin recorrió con la mirada los
escalones de madera espolvoreados de nieve que conectaban el refugio improvisado
con el terreno donde él se encontraba. Sus pensamientos se volvieron pegajosos e
imposibles de concretar. Vio un bulto sobre el sucio suelo del refugio, algo que había
sido tensado hasta perder su forma original. Aunque Martin tenía una remota idea de
cuál era la verdadera razón por la que su padre yacía boca abajo sobre el frío suelo,
no pudo evitar preguntarse si era debido a la vergüenza o al disgusto que sentía ante
la incapacidad de su hijo por controlar su imaginación, incluso en estos momentos,
con una amenaza tan real y tan próxima.
Martin se dio cuenta de que lo que había visto en el campo del señor Nelsh era
real, pero no sintió ningún afán de venganza. Aquella cosa se alzaba erecta y muda,

www.lectulandia.com - Página 112


su rostro, gracias a Dios, permanecía oscurecido por la cueva que formaba la
capucha, su única voz era el grave lamento del viento. Incluso los jirones de sus
ropajes ondeaban silenciosamente. Era como una aparición en una película muda.
Martin era apenas consciente de que sus dedos habían comenzado a escarbar las
vendas que cubrían la palma. Levantó la mano, con la débil esperanza de que la
marca, que giraba de nuevo, pudiera de alguna manera ayudarle.
Su siguiente pensamiento resultó ser propio de su corta edad: la figura era
realmente tan alta como había temido.
Sus brazos eran igualmente de un tamaño formidable, porque salieron disparados
hacia arriba y levantaron a Martin con facilidad. La máscara amarilla que la figura
sacó de entre los pliegues era pequeña en comparación. Martin ahora entendió por
qué la chica en el patio del colegio había gritado y deseó poder hacerlo él también en
ese instante.
Martin se preguntó si había sido tallada para él porque, como forzosamente
descubrió, la máscara encajaba perfectamente en su cara.

www.lectulandia.com - Página 113


www.lectulandia.com - Página 114
BRILLANTES HUESOS NEGROS
Y TENUES ESTRELLAS NEGRAS

POR LO GENERAL, todas las fosas parecen iguales: hundidas o abombadas, se


advierte la tierra excavada ligeramente más suelta que cualquier otra a su alrededor,
en ocasiones de otro color, de otra composición. Indicios de que algo ha sido
removido y recolocado, y apilado de nuevo sobre lo que yace abajo.
Empiezas con la paleta y la sonda; limpias la superficie cerca de donde sospechas
que está el borde de la fosa, introduces la sonda tanto como se pueda y luego la
hueles para detectar la presencia de descomposición. Si das con algo blando es que
has encontrado algo interesante. Las fotos de satélite también ayudan, así como los
picos y palas. Ken Kichi se instala cerca para conectar la estación de cartografía
electrónica y trazar el contorno del terreno y así proporcionar un trazado en tres
dimensiones de todos los cuerpos y su posición al ser encontrados, mientras Judy
Moss —tu compañera habitual de excavación— comparte las tareas de las fotografías
del proceso con Guillaume Jutras, director de este equipo en particular de
antropología forense de Physicians for Human Rights. Sus obturadores zumban
constantemente como desconocidos y extraños insectos al calor de una caldera, clic-
flash, clic-flash, brrrr.
Y tú, mientras tanto… tú estás acuclillada entre el hedor, palpando la tierra en
busca de huesos, encontrando ropa putrefacta y carne amojamada por el salitre.
La tumba está húmeda, tiene filtraciones de agua de mar. La arena se pega a todo,
y se adhiere al propio hueso. En la capa superior, expuestos tanto al aire como a los
carroñeros —cangrejos, pájaros—, los cuerpos están viscosos, fragmentados en
trozos y revelan una esqueletonización parcial. En capas inferiores siguen
conservando la carne y parecen literalmente a punto para la autopsia; esos son los que
Jutras tiene más ganas de examinar. Mientras que todavía más abajo…
Cada estrato es una era, un lapso de tiempo entre masacres. Los números varían:
grupos de dos, tres y cinco personas como máximo, a diferencia de los veintitrés
encontrados en el primer y segundo estrato. A mayor profundidad es donde tus
conocimientos específicos ganan mayor peso, diferenciando los huesos de un cuerpo
de los de otro, separando a varón de mujer, a adulto de niño. Intentas no sentirte
demasiado mal por desear descender tan rápido como sea posible para ver hasta qué
profundidad llega.
Esta torre de asesinatos, volcada, invertida. Para ti resulta un misterio, un reto:
para la gente cuyos fragmentos componen la torre —o, al menos, para sus familiares
— es una obscenidad, una vergüenza. Pero no puedes pensar en eso, porque no hará
más que retrasarte y pulsar una fibra sensible. Los sentimientos provocan errores.

www.lectulandia.com - Página 115


Agachada, palpando con ambas manos, suave pero firmemente. Y diciéndote a ti
misma en silencio, a cada respiración: Sigue trabajando, sigue en silencio, sigue
atenta. No descuides nada. Y, al mismo tiempo, asegurándoles a ellos: yaced
tranquilos, por fin hemos llegado. Ya era hora.
Hemos venido para llevaros a casa.

Llegaste a la isla de Carcosa hace siete días, a las 6:35 de la tarde según tu reloj, y
descubriste entonces lo que parecían ser dos soles observándote allá arriba; uno en el
centro, el otro descolocado… una pupila boca arriba, blanca con cataratas, con un
débil tono azulado. Es una ilusión óptica, te dijo Jutras durante vuestra reunión vía
Skype. Todo el mundo la sufre. También hay otras cosas.
¿Como qué?
Sólo… cosas. No es importante.
(Lo cual implica claramente: No estarás el suficiente tiempo para que importen.
Una suposición que no cuestionas, ya que te viene bien; pero más tarde la recordarás.
Y te reirás).
Así que, en efecto, es un lugar extraño, aunque no intolerablemente extraño… al
menos no más que el increíble calor o el olor que te rodea, rancio e ineludible, a pesar
de no haber llegado siquiera a la zona de excavación; o las playas negras con arena de
cristales pulidos por el agua, o el cúmulo de flores del mismo color que los
camarones o los alargados y frágiles nidos de insectos palo que escalan por todas las
superficies verticales. De hecho, todos los colores son diferentes aquí, siempre un
poco «apagados»: la capa verde sobre verde de sus pastos, de sus frondosas copas y
enredaderas no es tu verde, no exactamente. Es más como el recuerdo reprimido de tu
verde.
Se huele un aroma a humo de madera húmeda en el aire, como si acabasen de
sofocar un incendio en el bosque. Su olor te produce un ciego lánguido y
envolvente… humo de opio mezclado con polvo de hueso.
Según Jutras, la isla —en sí misma, el minúsculo saliente de una cadena
montañosa submarina rodeada de negras fumarolas, increíblemente volátiles— tuvo
en el pasado un volcán en el centro que entró en erupción, al estilo del Tera, tras lo
cual su caldera quedó convertida en lo que ahora se conoce como el «Lago» Hali. Las
comillas se deben a que el lago se llena una y otra vez con agua de mar que entra por
un extremo abierto que da a la isla su forma de luna creciente carcomida. La ciudad
de Carcosa ocupa la zona media de la luna, su terreno más elevado, mientras que las
dos penínsulas formadas por los cuernos de la luna casi se superponen. La más larga
de las dos se llama Hali-joj’uk, «la puerta de Hali» o «verja», en la lengua bastante
fácil de entender y a un mismo tiempo arcanamente individual de la isla. Jamás
habría pensado que podrían existir tantos subdialectos en una sola isla cuya población
total históricamente jamás ha superado los cuatrocientos habitantes.

www.lectulandia.com - Página 116


Es como si cada familia tuviera su propia manera de decir las cosas, te dijo
Jutras. Y todos se entienden entre sí, pero saben que tú no. Por eso tenemos un
intérprete.
No se fían de la gente que viene de Lejos, apuntó Judy. Es así como te lo
explican: están ellos, y luego están los de Lejos. De cualquier otro lugar.
Sí, se da una situación Innsmouthiana verdaderamente grave por estos lares,
confirmó Ken. Tendremos que lidiar con algunos hijos de puta endogámicos, eso es
un hecho probado.
Ken, le advirtió Jutras, pero Ken se limitó a resoplar.
¿Qué, tío? Es verdad. Estas gentes se han estado casando con sus primos durante
mil años, por definición; primos, si son afortunados, ¿y qué pasa con todos esos
años? Me apuesto lo que sea a que el acervo genético no evolucionó demasiado.
Como en esos poblados amish donde todos los hombres tienen el mismo nombre de
pila y todos los perros se llaman «Hund».
No hay mucha contaminación cultural en Carcosa, en otras palabras, lo cual es
bueno en ciertos aspectos, pero no tanto en otros. Por citar otra historia, en 1856 —
cincuenta y dos años después de haber sido redescubierta oficialmente por los
británicos— Pitcairn Island, habitada por los descendientes de los amotinados del H.
M. S. Bounty, perdió el 100% de su población, recuperándose tan sólo a dieciséis tres
años más tarde. A partir de entonces, el número de habitantes ha ido fluctuando arriba
y abajo… desde un máximo de doscientos cincuenta en 1936 hasta un mínimo de
cuarenta y tres en 1996. Sin embargo, el número de habitantes en Carcosa permanece
aparentemente estable, como si tuvieran una política estricta de pervivencia de la raza
reemplazando cada muerte con un nacimiento… es decir, menos cuando tiene lugar
ocasionalmente algún asesinato en masa.
Porque eso es lo que te ha traído hasta aquí, por supuesto… como siempre pasa,
da igual dónde ni con quién. Porque tú te «encargas» del recuento de los muertos:
sexar huesos y extraer ADN, separar la muerte violenta oculta de desechos más
completos: tanto da que sean fosas comunes o accidentes o Actos del Señor, el
terrible desastre humano que queda atrás siempre que la tierra se abre, siempre que la
jungla disemina algo que hace que la gente tosa hasta morir o que sude sangre por
cada poro, siempre que el mar se eleva y arrastra consigo todo lo que se pone en su
camino.
La isla en total mide unas dieciocho millas cuadradas, incluyendo el «lago». Hay
nueve millas desde la pista de aterrizaje hasta Halijo’juk, donde el paso elevado hacia
la excavación te espera: Funeral Rock, una isla dentro de una isla, una diminuta
muesca de apenas una milla de ancho separada del borde principal que conduce al
propio Hali, una elevación de desnudas laderas de riscos que acunan una playa de
arena negra que se separa totalmente de la península cuando sube la marea.
Aquí es donde todo ocurrió: nadie dirá cuántos habitantes de la isla, tan
estrictamente censada en cualquier otro aspecto, fueron encerrados como ganado

www.lectulandia.com - Página 117


durante quién sabe cuánto tiempo, para no regresar jamás. Por lo que Judy y Ken han
descubierto hasta ahora, piensan que este tipo de sacrificios debió comenzar mucho
antes de que la isla fuera cartografiada, no digamos ya visitada, y continuó
intermitentemente mucho tiempo después, y sólo las disparatadas cifras del último
asesinato en masa revelan la verdadera naturaleza de esta singular tradición
«conmemorativa»… junto al hecho de que aquellos conducidos a Funeral Rock para
el «enterramiento» no estaban, estrictamente hablando, normalmente muertos antes
de que lanzaran las rocas y la arena sobre ellos.
Lo único que saben es que no hay forma de averiguar a qué profundidad llega, te
dijo Jutras antes incluso de que comenzaras a hacer la maleta. Lo cual explica por
qué necesito a mi mejor chica, Alice… para darle un giro a esto tan pronto como sea
posible.
¿A qué viene tanta prisa? Preguntaste. Sólo pueden denunciarse los muertos de la
primera capa, ¿no es así? Quiero decir, el resto sin duda prueba que hay un patrón
de conducta, prejuicios locales, supersticiones, tal vez incluso un motivo religioso…
pero en términos judiciales, ¿de qué sirve todo eso?
Jutras suspiró. Es difícil saberlo. Es una… situación extraña, como mínimo;
escurridiza. Nadie sabe quién es responsable, o quién afirma no serlo, así que las
autoridades han reunido a todos los hombres no discapacitados dentro de un cierto
radio; no tienen una cárcel y los han encerrado en la sala de contagiosos del
hospital.
Porque las mujeres nunca matan a nadie, ¿verdad? Pero, como ya sabías la
respuesta a esa pregunta, en lugar de eso preguntaste: ¿Y quiénes son las autoridades
en este caso, de todas formas?
Hum… En la Wikipedia dice que las Islas Híades: «forman un sub-archipiélago a
treinta millas de la costa de Timor Oriental», es decir… Indonesia, supongo. Es todo
muy ambiguo. Una pausa. La cuestión es que ni siquiera tienen policía, no digamos
ya un juzgado, así que quienquiera que es acusado de cualquier cosa tiene que salir
de la isla para ser juzgado, y a nadie la gusta esa idea: el comandante del cuartel
local precisa pruebas de peso para evitar que Carcosa explote a su alrededor,
literalmente. Y por eso, vamos nosotros.
Has trabajado con Jutras siete veces anteriormente, por todo el mundo. Para
empezar, en las excavaciones del Tribunal Penal Internacional de Naciones Unidas,
coordinadas a través de La Haya: Darfur y luego Costa de Marfil. Luego en
cuestiones menores en lugares bastante más oscuros, compaginando la vigilancia
interna corporativa con el voluntariado en comunidades remotas y de escasos
recursos. Carcosa sin duda alguna se ajusta a este tipo de comunidad, y también
promete algo que otros emplazamientos no poseen: misterio. Ya por la época en que
estabas acabando la interinidad en el Servicio de Patología Forense de Ontario, tu
veredicto final en todos los casos casi nunca era puesto en duda desde el momento en
que inspeccionabas el cuerpo por primera vez, ya fuera asesinato, accidente o

www.lectulandia.com - Página 118


simplemente, una UJMN, es decir, una jodida muerte natural.
De hecho, nunca he oído el nombre de las Híades, reconociste, sintiéndote
estúpida. Ni Carcosa.
Sí, me pasó lo mismo; tuve que buscarlas durante el vuelo. Pero no es asunto
nuestro darle vueltas al asunto, ¿verdad?
Podrías haber mostrado tu desacuerdo con esa última afirmación… lo deberías
haber hecho, probablemente. Pero el jet lag ya te estaba afectando, lo cual nunca
ayuda. Una excavación más, nada demasiado difícil.
Ahora, aquí hundida hasta la cintura, te das cuenta de lo equivocada que habías
estado.

La descomposición se pega a todo, en ambos sentidos de la palabra; exactamente


igual que el calor, el cual atenuaba un tanto el sentido del pudor, provocando que
tanto tú como Judy os bajarais los monos hasta la cintura durante la comida, para
evitar que cayera morralla de cadáver en vuestros alimentos. Más tarde, meterás el
«sujetador de tumbas» de hoy en una bolsa de plástico llena de Woolite y cogerás el
de mañana de la pila que ha estado secándose en el armario de tu habitación del hotel.
Compras siete nuevos cada vez que vas a una excavación, coordinando distintos
colores para los días de la semana, y después los tiras, tan saturados de hedor que lo
único que se puede hacer con ellos es quemarlos.
El famoso intérprete que contrató Jutras, Ringo Astur, está sentado junto a ti bajo
el toldo, espantando las moscas. Eternamente jovial y fumando un cigarrillo
importado tras otro; su piel es del mismo color que el enladrillado de la Ciudad de
Carcosa, un marrón claro con matices de coral y el cabello recogido en trenzas
africanas cosidas cortas. ¿Cuántos han sido hoy, Alice?, te pregunta cada mediodía y
cada noche, con los ojos irradiando encanto, como si fuera una versión local del
¿Cómo te va?
Tres por ahora, Ringo. ¿Por qué?
Oh, por ninguna razón. Son muchos, ¿verdad?
Cada vez te apetece más contarle cosas. Más, y más, y más… ¿Pero qué han
estado haciendo estas gentes aquí todo este tiempo?
Cuéntame cosas sobre la otra ciudad, dices al final. La que está al otro lado del
Hali.
Hum, replica él. Bueno… esa ciudad también se llama Carcosa, supuestamente.
Aparece en el centro del lago, donde antes estaba el volcán; no siempre, no todas las
noches, sólo en ocasiones. Donde se alzaba en otro tiempo la primera Ciudad de
Carcosa, antes de que se hundiera.
Entonces, ¿hay otra Ciudad de Carcosa entera bajo este lago?
Se encoge de hombros. Eso dicen. Y, en ocasiones, aparece… estaríamos más
cerca de ella aquí que allá atrás, si apareciera. Bajan al muelle cuando aparece, las

www.lectulandia.com - Página 119


personas que viven en ella, y saludan haciéndonos señas para que crucemos a remo.
¿Viven personas allí?
Bueno, por su aspecto parecen personas, sí. Aquellos que las han visto dicen que
llevan máscaras.
Entonces bajas la mirada hacia tus manos, todavía manchadas de la fosa; el color
negro de la tierra parece que jamás se va del todo. Al recordar una de las calaveras,
con la parte trasera aplastada por un arma similar a un hacha, tan frágil que cuando
metiste dos dedos a través de las cuencas de los ojos y un pulgar por las fosas nasales
se deshizo en tu mano… se quebró en secciones a pesar de que te esforzaste al
máximo para que se conservara intacta; el hueso amarillo grisáceo se desprendió
dibujando un rostro totalmente nuevo con ojos del color rosa de la palma de la mano
y una boca sin cuerdas y llena de barro.
Es sorprendente la facilidad con la que se deshacen, teniendo en cuenta lo que
descubriste en las excavaciones del estrato superior: los carcosanos están llenos de
cartílagos, como los tiburones o los pulpos, con una proporción espeluznantemente
pequeña de huesos escasos en colágeno frente a la extensa red de tejido; todos ellos
parecen flexibles aunque mullidos, como una osteogénesis imperfecta sin fractura.
Puedes ver los signos desde donde estás sentada, en las escleróticas azuladas de
Ringo, su rostro triangular, esa leve maleabilidad borrosa de los rasgos que aparece
en la mayoría de las placas craneales, las cuales simplemente no se fusionan, una
cabeza llena de fontanelas y ninguna ligazón sin réplica. En una ocasión, en Ciudad
de Carcosa, viste a un niño de diez años bastante corpulento escurrirse a través de una
gatera y salir por el otro lado riéndose, y luego brincar alejándose por la maleza.
No los suficientes huesos en algunos aspectos, pero demasiados en otros. Y tú
eres la única persona, hasta el momento, a la que se le ha ocurrido juntar los huesos
extra…
(Pero ese es un proyecto secreto, al menos por ahora. Ni siquiera se lo has
enseñado a Jutras).
Ocurre los días de dos soles, casi siempre, hacia el ocaso, sigue explicando
Ringo. Eso es lo que dicen. Miras hacia el Hali y allí está, toda iluminada, y ellos
con las máscaras, haciendo señas. Y entonces, cuando levantas la mirada,
contemplas las estrellas negras allá arriba, observándote.
¿Quiénes son esos «ellos» de los que hablas todo el rato, tío? Le grita Ken,
apostado junto al frigorífico. Quiero decir, tú estás relacionado con casi todo el
mundo aquí, ¿no es así? ¿Todos esos Astur? ¿El viejo John-Paul-George Astur de la
oficina de correos, la señorita Sexy London Astur de la granja de algas? ¿Ese tipo
Kilimanjaro-Significa-que-No-Pudimos-Escalarlo Astur, de los astilleros?
No seas gilipollas, Ken, le dice Judy. ¡Jesús! ¿Qué más te da, de todas formas?
Ahora es el turno de Ringo de bajar la mirada.
Ellos ya no hablan conmigo mucho, dice por fin. Porque me fui Lejos. Así que
realmente no puedo preguntarles nada de esto.

www.lectulandia.com - Página 120


Entonces, ¿no lo has visto por ti mismo?, te sorprendes preguntándole.
Bueno… sí lo vi, sí. En una o dos ocasiones, creo. Era joven, hace mucho tiempo.
Fue antes, y Lejos… bueno, Lejos hace que esas cosas sean difíciles de recordar.
¿Alguna vez intentaste volver?
No, no. Eso sería… una mala idea.
Asientes y tomas un sorbo de agua. Entonces recuerdas algo que él dijo antes,
provocando otra pregunta, antes de poder pensarla mejor:
Está más cerca por aquí… ¿es ese el verdadero motivo de que la gente viniera a
Funeral Rock en primer lugar? ¿Para tener que remar menos trecho si decidían ir al
otro Carcosa?
Ringo te mira fijamente durante un largo rato, sin decir nada. Hasta que
finalmente dice: No, ese no es el motivo. Vinieron para enterrar, o para ser
enterrados. Como el Rey, en la historia.
… ¿qué historia?

El Rey, te dice Ringo, gobernó en el pasado en la Otra Ciudad de Carcosa, antes de


ser expulsado y abandonado a la deriva. Llegó de algún lugar totalmente distinto, de
Lejos, más lejos que cualquier otro lugar… Vino atravesando sus puertas a pie un día
de dos soles, a la hora del ocaso, y cuando le pidieron que se quitara la máscara como
gesto amistoso, aseguró que no llevaba puesta ninguna máscara.
¿Es que no podían verlo? Preguntas tú, razonablemente. Pero Ringo se limita a
sacudir la cabeza.
Él parecía… diferente. Pálido, amarillo, con cuernos por todos lados; nadie
hubiera podido pensar que ese era su verdadero rostro; eso es lo que ellos dicen. Y,
sin embargo… Esa es la razón de que el volcán estallara… O eso dicen.
¿Por culpa del Rey?
Porque no quiso irse. Así que las gentes de la Otra Ciudad de Canosa lo
provocaron para asegurarse de que se marchaba.
¿Pero eso no los habría destruido a ellos también?
Ringo se encogió de hombros. Y, tras un latido, concluyó: Bueno, no,
aparentemente. Ellos son… diferentes.
Más tarde, de vuelta en el campamento, Judy afirma que, de hecho, ella misma ha
escuchado esa historia unas cuantas veces, narrada por otros isleños. Lo cual
sorprende una barbaridad a Ken, quien, a pesar de sus reticencias, probablemente no
ha intentado hablar con nadie sin que Ringo le tradujera desde que llegó aquí. Sin
embargo, Jutras lo confirma sacando un mp3 que había grabado con su teléfono en el
que se escuchaba a una mujer (¿la señorita Sexy London Astur?) que contaba la
historia en una lengua franca rudimentaria básica, el dialecto del inglés con inflexión
de Malacca-Malay que los carcosanos tal vez aprendieran de marineros errantes,
salpicado con palabras que o bien no oías o no entendías, mientras tu cerebro

www.lectulandia.com - Página 121


rellenaba las lagunas con lo que fuera más apropiado por el contexto:
Muchos y muchos, una vez haber un [rey] [mago] [caudillo] [traidor] que tener
toda la fuerza del negro pozo de [estrellas] [sal] [limo], el fondo de todos los
[agujeros] [bocas] [fosas]. No llevar ninguna [máscara] [rostro] [nombre].
Despedazado en pequeños trozos y hecho pulpa, lanzado a los mares, hundido en lo
más hondo, para ser comido por los peces. Pero entonces una vez hay peces que se lo
comen y los isleños comer el pescado, con [trozos] [semillas] [huesos] de él en su
interior. Y entonces los isleños tener hijos sin [huesos] [nombres] [rostros]…
Tragas saliva y te sabe a bilis. Jesús, dices. Así que… es eso, ¿verdad? El motivo.
¿Es esa la razón?
La clásica Otredad, con cierto toque de cuento de hadas, afirma Jutras. Me gusta
particularmente todo el asunto del Rey Maligno que sacan a pasear cada vez que
brotan estas cargas genéticas atávicas; esperas hasta que se hace evidente, les
reasignas etiquetas y los señalas como niños sustitutos creados y diseminados por el
Enemigo, luego los llevas a Funeral Rock y dejas que «la naturaleza» siga su curso.
«“Tuvimos” que matarlos, ¿comprende? Porque no eran humanos, en realidad no lo
eran. No eran como nosotros».
Mira quién habla, farfulla Ken.
Judy frunce el ceño. Sin embargo, lo que no entiendo es de dónde llegó todo esto
originalmente. La idea de este Rey Maligno, de la Otra Ciudad de Carcosa… todo
ello.
De «Lejos», supongo, responde Jutras. Pero… no, ya hacían esto mucho antes de
que alguien viniera por aquí, así que puede tratarse de alguna clase de fobia
primigenia al mar, tal vez. Toda esa agua, todo lo que hay bajo ella, los temblores,
toda la inestabilidad. Tiene que ser culpa de alguien. Una pausa. Esa es la teoría, de
todas formas. Pero es difícil saberlo, porque, hum… nadie lo confesará.
No es posible que creas…
Por supuesto que no, Alice, pero ellos lo creen. Con la suficiente fie como para
matar a veintitrés niños, y Dios sabe cuántos más…
Ahora es tu tumo de asentir y mirar. Y, finalmente, responder:
… Debería mostrarte algo, probablemente.

Tras echar un vistazo a lo que has ordenado tan pulcramente sobre una lona
impermeable en una trinchera estrecha a un metro de la fosa, protegido de las
inclemencias del tiempo bajo una nueva tienda, Jutras no dice nada, se limita a bajar
la mirada. No es que le culpes a él; tú misma eres responsable, era la primera vez que
por fin decidiste parar y respirar. Ahora las palabras se desbordan en un torrente
similar, apenas interrumpidas, con paso de monólogo y al ritmo de taquicardia por un
subidón de adrenalina, tan rápido que a duras penas reconoces tu voz, la cual oís
ambos decir estas cosas, con una confianza sentenciadora total… el mismo ritmo

www.lectulandia.com - Página 122


autoritario y hechizante que transforma en verdad las mentiras, que convierte la
ficción en realidad, simplemente exponiendo hasta las cosas más ridículas en voz
alta.
Lo estudias con detenimiento mientras hablas, también por si las moscas; atenta a
cualquier leve gesto, cada movimiento muscular, cada espasmo. Es casi como si
creyeras que en cualquier momento los blancos de sus ojos fueran a tintarse de azul y
la mandíbula y las sienes a deformarse, mientras se relajaban los planos de su
calavera hasta desplazarse y formar el rostro de otra persona.
¿Recuerdas cuando Ken insistía en que estas gentes no eran como nosotros?
Bueno, por muy gilipollas que sea, resulta que tenía razón. El cuerpo humano adulto
tiene doscientos seis huesos. Estas criaturas… tienen más. El total más aproximado:
un poco más de trescientos cincuenta, como un bebé humano, casi como si sus huesos
nunca se hubieran fusionado correctamente; y el triple de la cantidad normal de
cartílago, así que tampoco importa mucho que los huesos no estén fusionados. Como
si estuvieran diseñados para no fusionarse; como si se supusiera que debían llegar a
la madurez con la capacidad de filtrarse fácilmente a través de espacios que
romperían el cuello de cualquier humano adulto normal.
Además, la razón de que sean «un poco más» de esa cifra es porque
supuestamente cada cuerpo siempre tiene dos duplicados de un hueso concreto…
pero nunca es el mismo. Esta mujer tiene dos peronés. Este hombre tiene dos
segundas vértebras torácicas. Este niño tiene dos mandíbulas… debe de ser difícil
hablar, especialmente porque la segunda mandíbula es de tamaño adulto. Es como si
Dios estuviera metiendo clandestinamente a una persona totalmente distinta en
Carcosa, escondida dentro de los cuerpos de estas gentes.
Pero… ¿qué puedo decir? Supongo que todos los habitantes los detectaron.
Oh, y ahora que hemos llegado al fondo —lo logramos ayer—, ¿sabes cuántos
cuerpos hay en esta fosa, exactamente? Trescientos cincuenta.
Más uno.
Es ese «más uno» el que Jutras está examinando ahora mismo, el invitado sin
nombre en este festín de carroñeros, minuciosamente ensamblado en una vista
anatómica desarrollada. En sí mismo parecería una novatada ebria de estudiantes de
medicina, un mestizaje fallido formado a partir de tres esqueletos a un mismo tiempo:
la columna vertebral está articulada como la de una boa constrictor, hay costillas por
todos lados, incluso en sus extremidades; la calavera es como un casco de cubos de
Rubik, a bloques, estriados y entrelazados, un cubo rompecabezas con un millón de
soluciones pero ninguna respuesta. El hecho de que resultara sorprendentemente fácil
unirlo es la menor de tus preocupaciones, ante una extrañeza tan trivial apenas vale la
pena perder el tiempo reflexionando sobre ella… no cuando hay tanto sobre lo que
debes evitar pensar, en retrospectiva.
¿Cuánto tiempo lleva ese moho creciendo en él? Pregunta Jutras.
¿Qué moho?

www.lectulandia.com - Página 123


Señala y finalmente lo ves: gris como los propios huesos, peludo. Es difícil saber
lo que creíste que era, si es que habías registrado su existencia… ¿humedad?
¿Condensación?
No… No lo sé. ¿Por qué?
… no hay un motivo.
Pero él ya está retrocediendo, paso a paso; apartando la lona de la tienda sin mirar
y liberándose. Le escuchas tomar aire con una larga y temblorosa inhalación, como si
se sintiera tenso por las náuseas, intentando no vomitar. Su walkie deja escapar un
fuerte y ronco aullido.
Algo está pasando, dice él, por fin, después de una conversación mascullada y
unilateral. En la ciudad. Tengo que ir.
Un minuto más tarde, estáis sólo tú y los huesos otra vez.

Jutras está ilocalizable durante la mayor parte del día siguiente, lo que significa que
no está allí para presenciar el temblor submarino que sacude la isla. A pesar de ser
temblores menores, el epicentro se encuentra junto al anillo de fumarolas que hacen
que las costas de Carcosa sean tan fértiles y rebosen de peces y bosques de algas; está
situado más cerca de la Ciudad de Carcosa que Funeral Rock, afortunadamente, de
manera que la sacudida sólo ha sumergido el paso elevado bastante más rápido y
durante más tiempo de lo esperado. Tú ni siquiera lo notaste hasta que saliste de la
tienda y encontraste a Ken y Judy en el cuerno con Jutras, gritándole que nos hemos
quedado atrapados en la excavación y que pasaremos allí la noche hasta que el paso
elevado emerja de nuevo. Dicha posibilidad te preocupa menos de lo que debería,
pero podría tratarse de puro cansancio. Quién diría que observar moho creciendo
pudiera ser tan agotador.
Lo que sí te preocupa —silenciando a Ken y también a Judy— es lo que Jutras te
dice finalmente cuando logra colar alguna palabra: el temblor causó un mini-tsunami
que partió el hospital en dos, llevándose por delante la pared de la sala de
contagiosos. En la confusión, la mayoría de los sospechosos de la masacre se
liberaron y huyeron, desapareciendo en una red amiga de cuartos traseros, sótanos,
cuevas en barrancos y otros escondrijos variados. Sorprendentemente los guardias
militares sufrieron muy pocas heridas, y todas ellas por causas naturales y no por
alguna acción hostil, pero todos podéis leer entre líneas; en el cuartel los soldados
rasos están confundidos y desmoralizados, tal vez incluso planean liberarse y huir, y
los propios isleños… bueno, no están muy contentos con la situación.
Se han enterado de lo que andáis haciendo aquí, te dice Ringo, después de que
Jutras cierre la transmisión. Ensamblar de nuevo el cuerpo del Rey… ese es el motivo
de que esto pasara. Ellos quieren deteneros.
Ken resopla. Así que esos tipos que estaban en la cárcel, ¿qué? ¿Invocaron una
ola y salieron surfeando de allí? Vamos, tío. El ejército los habrá detenido mañana a

www.lectulandia.com - Página 124


más tardar; este lugar no es lo suficientemente grande para esconderse. No por
mucho tiempo.
Eso no lo sabes. No sabes nada sobre nosotros.
Sé lo suficiente, tío.
No. Ringo sacude la cabeza, se ve claramente que hace esfuerzos por seguir
siendo educado. No es seguro para vosotros quedaros aquí, no ahora, ninguno de
vosotros. Deberíais iros.
¿Irnos adónde? Preguntas tú, haciendo una seña a Ken para que se calle, mientras
Judy se encoge abrazándose el cuerpo. ¿Adónde deberíamos irnos, Ringo?
Sin dudarlo: Lejos, por supuesto. Y llevadme con vosotros cuando lo hagáis.

Aunque no eres micóloga o saprofitóloga de profesión, cualquiera que trabaja el


tiempo suficiente con la descomposición aprende a identificar los agentes micóticos
clave lo suficientemente rápido. La materia que brota en los huesos de «El Rey»
sigue sin asemejarse a nada que reconozcas: demasiado dura, se extiende demasiado
rápido, especialmente careciendo de una fuente de nutrientes identificable. Pierdes
unos minutos en buscar información sobre la región en tu tablet, intentando encontrar
una taxonomía de la fauna y flora local, y te detienes en la página de desambiguación
de Wikipedia para el término «Híades». Hay cuatro entradas: las islas, el grupo
musical, las figuras mitológicas griegas y un grupo de estrellas en la constelación de
Tauro.
Alzas la mirada hacia la luz del anochecer, a la otra orilla del lago. Los «soles
gemelos» se inclinan hacia el horizonte con un borroso resplandor. Un espejismo, una
ilusión; el mismo efecto que hace que los soles parezcan casi blanco azulados, en
lugar de dorado rojizos. O eso dice Ringo. Bajas la mirada a tu tablet y pinchas en el
enlace del grupo de estrellas. Lo haces pensando en artículos que algunos de tus
amigos más expertos te han enviado, ensayos sobre cosas como los agujeros de
gusano estáticos y puntos espacio-tiempo equipotenciales; túneles cuánticos, branas
negras, pliegues del espacio y densidades de energía negativa.
El grupo de las Híades tiene más de seiscientos millones de años de antigüedad,
mucho más antiguo que la mayoría de grupos estelares similares, un superviviente de
los eones al orbitar lejos del centro galáctico. Al menos veinte de sus estrellas son
gigantes blancas de tipo A, y diecisiete o dieciocho de ellas se piensa que
posiblemente sean sistemas binarios (estrella doble). Aparece en la Ilíada, en el
escudo que Hefestos forjó para Aquiles, y se llama así en honor a las hijas de Atlas,
que lloraron tan abundantemente por la muerte de su hermano Hiante que se
convirtieron en las estrellas protectoras de la lluvia.
El crepúsculo se intensifica y el brillo de tu tablet aumenta en la creciente
oscuridad. Pero tu sombra se afila a un lado, más allá del espacio iluminado por la
tablet, y alzas la mirada una vez más.

www.lectulandia.com - Página 125


Sobre el centro del lago, donde el volcán entró en erupción hace siglos, unas luces
brillan en una dispersa matriz verde, azul, dorada y roja, nítida y fría. La oscuridad
entre ellas parece trazar contornos de formas: estructuras, bloques y torres. Es difícil
verlos y desafían la agudeza de tus ojos casi dolorosamente. No sabrías decir si la
inconcreción es debida a la distancia, o a un espejismo de la atmósfera, o la estela de
un movimiento demasiado rápido para ser detectado. La venenosa luz azul verdosa de
los soles ponientes te revuelve el estómago. Sientes todo ello tirando de ti,
físicamente, como un anzuelo enganchado a las entrañas: una segunda fuerza de
gravedad que te empuja hacia el lago y hacia el lugar que sabes que no está allí, que
no puede estar allí…
… no porque no sea real, sino porque está en otro lugar. Algún otro lugar
absoluto y extraño, tan lejano que su luz es más antigua que tu especie.
Es ese empuje, esa náusea y esa incredulidad lo que impide que escuches el
tumulto hasta que ya es demasiado tarde. Distraída por la espectacular apariencia de
la Otra Ciudad de Carcosa, simplemente no te has dado cuenta de que las barcas se
acercan, silenciosas y seguras: canoas marinas con pontón que se anclan a los pies de
Funeral Rock para que sus pasajeros puedan trepar por una pared con huecos en los
que asirse y salir a través de aquellas grutas que ni siquiera sabías que estaban allí,
casi bajo tus pies.
Una explosión de balas, un fogonazo del cañón de un arma en la noche, y Ringo
ya está en pie, tirando de tu brazo para levantarte: Alice, ven, vamos, Alice… ahora,
ahora, ahora, ¡están aquí! ¡Déjalo todo!
Pero… ¡Ken, Judy, joder, Ringo! ¿Qué pasa…?
Demasiado tarde, ¡vámonos! Tenemos que irnos…
En la otra orilla del Hali, tras el brillante contorno de la Otra Ciudad de Carcosa,
apenas se atisba la capital «verdadera» consumiéndose en llamas, iluminada por una
serie de explosiones controladas. ¿Es esa una de las oficinas locales de Jutras, el
cuartel, el hidroavión que te trajo hasta aquí? Cerca de la fosa, mientras tanto, Ken
rebusca entre sus datos, transmitiéndolos frenéticamente; un tiro le alcanza en el
hombro, otro en la parte superior de la espalda, lanzándolo directamente por el
barranco. Lo puedes oír removiéndose allá abajo, intentando desesperadamente
enterrarse lo suficiente con la arena mojada para volverse invisible. Ringo tira de ti
avanzando a toda prisa mientras los atacantes invaden el campamento, destrozando,
rompiendo y lanzando tanto el equipo como las pruebas al mar. Tras rajar las tiendas
de lona, acribillan a balazos todas las bolsas de huesos que descubren, como si
pensaran que pudiera haber algo escondido allí detrás.
Fue una buena idea haberle cambiado de lugar, te sorprendes pensando. Buena
idea, buena idea…
Ringo se desploma sobre las rodillas y te arrastra con él; tus rodillas se sacuden
dolorosamente. Aquí, Alicia, dice, ¡Vamos! Esta gruta lleva al otro extremo…
podemos nadar, jamás nos verán.

www.lectulandia.com - Página 126


¿Nadar? ¿Adónde demonios?
A la Otra Ciudad de Carcosa, por supuesto; nadie espera que lo hagamos. ¿Es
que no los ves allí, haciéndonos señas?
Pero es una locura demasiado grande para digerirla, incluso ahora. Así que en ese
momento te echas hacia atrás, forcejeas y te liberas mientras Ringo se escurre hacia
abajo por el terreno y desaparece en unos segundos… De todas formas, nunca lo
lograrías, es lo que te dices a ti misma. El agujero es demasiado estrecho, demasiado
retorcido; simplemente te caerías a plomo, amoratada y magullada y estirada hasta
romperte, para morir al final aplastada como un bicho. En lugar de eso, te sueltas,
susurrando Adiós.
¿Por qué? Grita Judy a tus espaldas, inútilmente, y explota de nuevo. ¿Por qué,
por qué?
Porque algunas cosas están destinadas a permanecer enterradas, responde una
voz desde muy adentro.
A continuación: unos focos acuchillan la creciente penumbra y suena el rugido de
unos rotores de helicóptero mientras los altavoces emiten lo que deben de ser órdenes
más allá de cualquier comprensión. Disparan más munición haciendo trizas el
campamento, en esta ocasión verticalmente; la cabeza de Judy explota en el acto, y
simultáneamente la metralla te alcanza martilleando la mitad de tu cuerpo con una
serie de impactos consecutivos en el antebrazo, el hombro, la cadera y el muslo. La
corriente descendente te envuelve en una lona de tienda ya desgarrada, como una
mortaja de plástico y en el momento álgido sales rodando directamente hacia el
matorral donde escondiste el cuerpo ensamblado de «El Rey», de manera que te
quedas tendida en el suelo tocando con la nariz lo que aquella cosa solía emplear
como nariz.
Ningún dolor, sólo conmoción, fría y tan enorme como para afinar tu capacidad
de observación hasta niveles inhumanos. El no-hongo ya ha acabado su trabajo. La
piel de la criatura es totalmente negra, pero su rostro es como una máscara pálida,
resbaladizo y blando, aceitoso al tacto, casi caliente; es tu sangre con lo que se está
empapando, como una esponja, como si cada poro fuera un orificio alimenticio,
hinchándose con el sacrificio.
Y su enorme cabeza astada se gira, los ojos amarillos crujen al abrirse. Se clavan
en los tuyos.
Estoy aquí, te dice; mira al otro lado del lago, donde se alza mi ciudad, y
obsérvanos haciéndote señas. Me has prestado un valioso servicio al traerme de
regreso a este mundo.
Ahora: No tengas miedo, quédate tumbada quieta y en silencio. Tu larga espera
ya ha acabado.
En el aire, más allá del helicóptero, aquellos dos soles descienden y el blanco
azulado se transforma en rojo, llenando la caldera del Hali con falsa lava. Y cuando te
dejas caer sobre la espalda y miras hacia arriba de nuevo, ves estrellas. Estrellas

www.lectulandia.com - Página 127


suaves y negras, casi invisibles entre el negrísimo cielo.
El Rey posa una mano escamosa sobre tu frente, con suavidad. Casi con afecto.
Volveré, promete, para llevarte a casa.

www.lectulandia.com - Página 128


www.lectulandia.com - Página 129
NO HAY SUFICIENTE ESPERANZA

{para un rey muy añorado, KEW}

Karl Edward Wagner. Escritor. Editor. Soñador. Se supone que en busca de otra
historia.
Después de esta copa.
«O la siguiente».
En su balcón en la Sombría Carcosa. «Excelentes vistas».
Levanta el vaso vacío. Se sorprende levemente al ver que no resplandece… no
tiene boca, ni recuerdos, es sólo algo ocupando espacio. Lo sujeta unos segundos. No
cambia. Lo vuelve a dejar en la mesa.
—Mucho mejor ayer noche. Al menos Elvis y Des Lewis se divirtieron… si las
anchoas de las pizzas no acabaron con ellos.
Ríe y termina con un ataque de pulmones y luchando por otro trago de aire.
Coge la botella.
—No hay tantos sueños en esta mierda como me gustaría, pero…
—Ya veo que andas jugando con termitas y euforia otra vez.
Karl no se volvió para mirar a Cassilda. No quiere ver esos ojos, ni las largas y
suaves curvas de sus piernas por el mismo motivo. Sabe lo que quieren. Quieren la
cosa. A él. Y él está demasiado imbuido en otro tiempo, demasiado cansado para
volver a quitarse la máscara.
—¿Sabes que el centro comercial está cerrado esta noche?
—Sí. Demasiado tarde para hacer el viaje.
—Tal vez consigas ver a de Vega mañana…
—Quizás. A menos que nieve. La Phoenix no despegará si hace demasiado frío.
—¿Va a llegar el Monstruo de la Naturaleza aquí? —ninguna sonrisa.
—No. Allá en su casa.
Teme volverse y ver el rostro de ella, ver a una extraña, o el brocado de cicatrices.
No quiere tirar del hilo y recoger las complejas pulgadas de lamentos, o tener que
enfrentarse a otro maldito momento de la verdad. Demasiado frecuentes últimamente,
demasiado scherzo en sus ojos, ni siquiera los torbellinos en el crematorio lograron
apagarlos del todo.
—¿Ha nevado alguna vez aquí?
Cassilda da vueltas a lo mucho que le gustaría bailar descalza, sólo una vez, sólo
unos minutos, sobre la nieve.
—No. Nunca.
—Lo suponía.

www.lectulandia.com - Página 130


Una nube que no le gusta a Cassilda regresa para danzar con la luna. Ella hace
mutis por el balcón a la izquierda.
Él no se toma la molestia de girarse y verla marchar. Vería su dulce trasero…
probablemente contoneándose suavemente sólo para él, y entonces sería su turno de
desear.
Quizás debería haberla detenido, haberla llamado para que regresara. Tal vez
debería haberse sentado con ella y tomado una copa. Debería haber hablado, aunque
algunas de sus palabras fueran torpes. Tal vez, haberle dedicado más tiempo. Pero eso
les conducía al dormitorio
y el corsé
y los juguetes… y aquellos recuerdos…
Las espaldas de ella estarían cargadas de biología primaria y la lengua de él
comenzaría a dar las gracias por su suerte. Luego ella formularía la pregunta…
«Maldita sea».
Levanta la mirada y ve la pequeña nube negra que la persigue. Asiente lanzando
un agradecimiento poco entusiasta.
Debería estar avanzando con el nuevo relato de Kane. Le dijo al señor
ReinodelaMuerte que se lo enviaría hacia octubre. Octubre no está ya muy lejos… los
pájaros se preparan para el invierno. Sabe que Mark entenderá que esta vez se retrase
un poco. No es justo. Aunque el Jack Daniels le robe algo de tiempo, sigue siendo un
profesional.
Muchas cosas no han ido bien estos últimos seis eones.
No irán bien mañana. No fueron bien el último ayer. Pastillas para ayudar al Jack
Daniels a ejecutar el estacato solitario, así de mal están las cosas aquí esta noche.
Otro gélido Nunca al final de un lento día púrpura…
Nunca nunca viene en una nueva y flamante botella.
Nunca.
Un ave, está seguro de que es un pájaro de mal agüero de la catedral, reclamando
una esquirla de luz de estrellas. Su amortiguado martilleo le irrita. Siempre lo hace.
—Los que odian la luz y su isolato —desea tener a mano una pistola; mira su
mechero—. Sé cómo reventarte el trasero.
El pájaro de mal agüero se calla.
—Maldito espíritu maligno.
Debería dispararles a todos esos una de estas noches.
De vuelta a su botella. En paz. Bueno, no realmente, pero no tiene elección, así
que se adapta a lo que hay.
Como hace con frecuencia últimamente.
Se arrepentía de no haberse acercado a la galería de alimentación, podría haber
atravesado las riadas de niños gritones y sus colores chillones, y haberse sentado con
Des y Elvis. No le apetecía comer pizza de centro comercial, pero podría haberse
pedido un taco o una hamburguesa y tal vez echarse unas risas. Reír no le hubiera

www.lectulandia.com - Página 131


perjudicado. Y siempre le gustó Des, todo bromas y chanzas… no daba puntada sin
hilo, un verdadero maestro ese tipo. Elvis no le enrollaba demasiado. No es que fuera
un mal tipo; era muy cariñoso y amigable, era sólo que no podía aguantar su estúpido
sonsonete de osito de peluche.
—Debería haberme acercado —saludar desde lejos no fue muy presentable—.
¿Cuánto hubiera costado desviarme treinta pasos y charlar durante unos minutos?
Lima viejas asperezas. Sólo quedan dos o tres tragos en la botella. Piensa en
entrar a por otra botella.
Alma. Conflicto mental desgarrado, extenuado y agotado. No tiene ningún interés
en moverse.
Mira su pluma. No parece querer recordar…
Mira hacia las olas de nubes.
Todo eso duele. Todas las décadas de arpegios de rayos de sol como dientes de
león corroídos por el frío… ¿Cuántos agujeros dejé en ese bar donde los altavoces
radiaban 1967?
Las horas. Los lugares… Todas las piezas esparcidas con las alas del pájaro
muerto en el suelo bajo El Árbol de Invierno.
—Toda la Blancura.
El teléfono sobre la mesa suena, la mano no vacila. Dylan, «El escaparate está
vacío, Karl, y todos los luminosos de neón están creando confusión en Desolation
Row. Y la vigilancia informa de que Rum-Row es un desastre que ni una horda de
alienistas armados con útiles de rehabilitación podría arreglar».
—Y Pulver ha dejado de bailar… Archer le aburría pero al mismo tiempo le hacía
sentir bien con todos esos ¡zis, zas! El tipo se perdió en las corrientes de pleamar y
las lágrimas. La única cosa que dijo, al estilo de Betty Davis, fue: «Mis manos están
atadas en este trance. No pueden ser reparadas». Compitió en su carrera. Estuvo
escuchando “Solid Air” durante toda la noche. Hora tras hora, como si fuera una
sinfonía inacabada. Si eso no es suficiente prueba, entonces no tengo ni idea de qué
puede serlo.
—Él siempre había estado en un lugar solitario. Su galaxia era…
—La bruma gris y la lluvia siempre le impedían llegar a la orilla, Bob.
—Culpaba a Loki. No es sólo él; todos los misterios y conjeturas se han
derrumbado. Cosas nimias, cualquier pincelada de sirope y toda clemencia que
pudieran tener se tornó peligrosa. Nada ahí fuera se mueve. Todo es pánico y dolor
bajo la custodia de lo que el Cortarrollos congregó.
La calada de Bob se congela formando una espiral.
Karl le escucha exhalar rápidamente y dar otra calada. Se alegra de que no esté
aquí, ya hay suficiente veneno gris asfixiando el cielo, no necesita añadir el romance
de Bob con chimeneas de cigarrillos.
—Brel anda por ahí con una sarta de agoreros pisándole los talones, empujando
una carretilla llena de piezas de robots anticuados de un lado al otro de la manzana y

www.lectulandia.com - Página 132


no puedo desenterrar un amuleto de Agamotto para rasgar la maldita niebla. Por
delante y por detrás, todo lo que hay son lápida y grietas, Karl… no hay ni un solo
asiento libre en el Último Tren.
»Lo que estaba dormido no lleva máscara. Esta cosa no sólo está de paso…
Mierda y maldición. ¿Algún consejo para un cansado Quijote al que quiera asistir?
Sin duda le estaría agradecido.
—Sí —una risa ligera se coló en su voz—. Pleamar por todos lados, Darwin. Uno
sólo puede beber hasta cierto punto, abre otra botella de Jack. Puede que logres
remontar, o tal vez no.
—Ya monté en la Línea de la Eternidad. No es que esté exactamente deseoso de
atarme a esa cadena otra vez.
—Jesús, Bobby, tú eres el que decías que bailas con la pareja que te toque, o, en
caso de mala suerte, te subes la cremallera y eliges un asiento. ¿Realmente creíste que
podrías sentarte en la oficina de Archer y regresar a un jardín con alegres cielos
azules? El cabrón es peor que Loki. ¿No lo viste? El hijo de puta podría intentarlo,
pero no oculta esa atmósfera subterránea muy profundamente. Rellenaste el
cuestionario, hiciste sus pruebas. Todas esas hileras de preguntas de oscuro cielo, no
puedes resucitar limpio y seguro después de esas sombras.
—Oh —suena como un barco a la deriva en una vorágine de restos flotantes de un
naufragio—. Toma una copa. Encontrarás lo que encuentres.
—Lo siento, Bobby, tengo prisa. Cassilda ha salido por ahí con sus demonios esta
noche, regresará en cualquier momento para volver a ponerme las esposas. Intenta no
hurgar en la tumba.
—No te lo puedo prometer, pero cerraré todas las ventanas.
—Asegúrate de que también tienes pilas de recambio para la linterna.
—Lo haré.
Karl cuelga el teléfono. Se toma dos pastillas con un trago de Jack. Rellena el
vaso.
La blancura cae… Vivir muere.
Gira la cabeza hacia la catedral esperando que los pájaros de mal agüero cacareen
o le ofrezcan uno de sus nunca jamás.
El verdugo debe de estar comiendo. Cabrón.
Mira su pluma… y el vaso. Lo vacía de un trago. Toma su pluma. La página sigue
blanca, vacía. Karl mira fijamente la pluma, todavía esperando reunir la suficiente
energía para articular su índigo en marcas negras. Viejos músculos invocan viejas
heridas. El instinto dispara la falta de inspiración que lo paralizaba y la pluma de Karl
se mueve por la página.

EL DISCURSO DE LOKI

La noche de carbón y ceniza arde. Arrebata los detalles de la amarga soldadesca y

www.lectulandia.com - Página 133


las columnas con unas filas más exiguas y menos activas tras la serie de desventuras.
Desenvainando aleaciones para atravesar los riffs y bajando los cuchillos a la espera
de la ocasión de girar la rueda de la fortuna, cada uno de ellos espera encontrar la
verdad.
Habla rayos y truenos.

Rayos y truenos.

Había rayos y truenos. Había Rayos… Llegaron y rugieron.

Rayos… y truenos.

Rayos.

Truenos.

… en corazones prisioneros… por la carretera…

Truenos.

Y rostros malvados.

Rostros malvados que delataron sueños. El doctor Sipus—Archer se


expandió, y también su veneno. Ese rictus de serpiente de cascabel. La
fría y negra mirada enmarcada en unas feas gafas de montura de pasta,
él es la Muerte llamando a la puerta. Es el pecado, purgando y

La pluma se detiene. Una sonrisa surge, hazlo.


pulverizando

—Pulver, gilipollas. Los «campos de fresas» son un mito.


Eras sólo un peón en el juego del Rey. Nunca ibas a llegar a duque o barón.
Deja la pluma sobre la mesa y coge el vaso. Baja la mirada a las palabras.
¿Dejaste escrita una declaración sobre el fuego, o el último día?
Levanta la mirada, percibe los nudillos que ribetean la nube negra guardando a la
luna.
—¿O es que dejaste de negociar y ofreciste tabaco a la luna de zinc? Gilipollas.
Estúpido gilipollas, miraste abajo hacia la oscuridad y marcaste la creciente línea de
flotación con tu foto policial. ¿Verdad?
Ninguna respuesta en el cielo. Ninguna en el vaso vacío. Karl coge su pluma.

con algo de maldad, separando el consumo de lo bueno de lo llorado.

Su Nación de Purificación, su profecía metálica, ese río sin cauce


para aquellos juzgados y descuartizados por Otro. "Es una cuestión de
combinar la luz que irradia", dijo él, mientras de nuevo escupió la
culpa y hambre del peón que él ha esculpido con la peste.

www.lectulandia.com - Página 134


* * *

"Haz que pare". Y ella se acurruca, sintiendo todavía la traición


como el filo de un cuchillo apoyado en la garganta.

Ella recuerda el ayer, cuando su corazón se aceleraba, se aceleraba


latido a latido con el de Camilla. Ellas habían roto el toque de queda
de la mala fortuna para vivir divirtiéndose y habían estado leyendo
acerca de la astuta traición de Loki cuando se sintió embargada por un
escalofrío de miedo que hizo que empezara a sollozar. Temerosa y, sin
embargo, recordando vagamente esa frase de la otra historia —"Uno
siempre recuerda sus propios errores…"—, se sorprendió a sí misma
temblando mientras el frío viento marino arreciaba, reptaba por el
acantilado y se colaba por la ventana de su dormitorio y, con todo su
peso, danzaba sobre su hombro. Camilla la sujetaba, la tapaba con la
colcha color crema y cobre con ribetes amarillos que tenía el tacto de
un cálido poema.

—Camilla.

—Estoy aquí, querida. No te soltaré.

El dulce contralto de Camilla transformó sus ropas, la liberaron para


que nadara en el mar.

—Haz que pare.

Lágrimas y un alma de cobarde en el cuarto del traidor con momentos


de soledad. Esta hora, ahora mismo, y las asfixiantes horas de despojos
venideros.

—Karl… Por favor, deberías entrar y descansar. Unas horas de sueño te vendrán
bien.
—Estaba, hum, pensando en ello.
Los ojos de ella cuestionan su débil respuesta.
Ella cambia de lengua.
—Él estará allí.
La expresión del rostro de él es enérgica. Más enérgica que su tenue «Lo sé».
—Su brújula girará y finalmente se detendrá y te señalará a ti. Mañana ya es hoy.
Karl asiente, sí, sí.
—Y Él señalará tus manos.
A él ya no le quedan más cartas que jugar. Mira su vaso vacío.
La luna se esconde rápidamente tras un banco de nubes. Desde las torres
penetrantemente negras y de picos irregulares de la catedral, los pájaros de mal
agüero cantan la canción del desenmascaramiento.
Karl no ve ninguna lágrima en los ojos de Cassilda. Ve que sus labios se
mueven…
—El último escritor se sienta solo en su estudio… Escribe…

www.lectulandia.com - Página 135


—Por todas partes: bruma gris y lluvia.

(inspirado en el relato de Karl Edward Wagner “The River of Night’s Dreaming”)

[W. S. Burroughs “A Thanksgiving Prayer”, Bennie Maupin “Quasar”, Kate Bush


“Running Up That Hill”, John Martyn “Solid Air”, Bob Dylan “Things Have
Changed”, “High Water (For Charlie Patton)”, “Desolation Row”, B, S, & T “He’s A
Runner”, Jacques Brel “Marathon”, Mathias Eick “October”, The Beatles
“Strawberry Fields Forever”, “A Day In The Life”, Wings “Live And Let Die”,
Traffic “(Roamin Thru the Gloamin With) 40,000 Headmen”]

www.lectulandia.com - Página 136


www.lectulandia.com - Página 137
AQUELLOS CUYOS CORAZONES
SON DE ORO PURO

A NTES DE MARCHARSE a su crucero de un mes, la madre de Camilla, Tess, dejó la


lista definitiva de «Cosas que Hacer» sobre la mesa de la cocina:

pasar el aspirador cada dos días


quitar el polvo el domingo
recoger las manzanas todos los días
arrancar malas hierbas
limpiar la letrina del gato bajo los arbustos
regar el césped
lavar las sábanas
podar los árboles
recoger las manzanas
arreglar el seto
echar agua con la manguera por el camino de entrada
tirar libros viejos del sótano
portarse bien

La lista de «Cosas que Hacer» es el intento de Tess de controlar el caos, el


inimaginable montón de cosas que había acumulado durante los últimos veinte años.
Cuando nació Camilla, la presencia del bebé y sus absorbentes demandas eran
constantes recordatorios del hombre que la había dejado preñada y que luego la
abandonó para soportar sola la carga. Tal vez fuera un intento de enterrar a su hija
viva lo que llevó a Tess a comprar de forma compulsiva: salía de tiendas de segunda
mano con bolsas llenas de baratijas y rebuscaba en las librerías de viejo en pos de
novelas románticas, las cuales, como un virus lento, habían invadido todas las
superficies de la casa. Camilla, en realidad, jamás tuvo su propia habitación. Sólo un
pequeño espacio en un armario que había logrado mantener despejado… un lugar
donde se pasaba las tardes leyendo y soñando sobre lo que otras chicas estaban
haciendo en sus cuartos.
Esa mañana de julio Camilla se despierta y encuentra la casa en silencio. Ve la
lista de cosas que hacer e instintivamente la arroja a un lado. Porque por primera vez
en su vida Camilla no va a hacer ninguna de esas cosas: y eso es sólo el principio.
En lugar de ocuparse de todas las tareas con gran entusiasmo para complacer a su
madre, como habitualmente hace, Camilla se pasa los dos primeros días que está sola
viendo la televisión. Family Feud, The 20,000 Pyramid, The Guiding Light, The Edge

www.lectulandia.com - Página 138


of Night. A las 4 de la tarde, Leo Buscaglia aparece en la pantalla con Phil Donahue
para hablar sobre el amor y el pensamiento positivo. «El amor siempre crea, nunca
destruye. Es nuestra única esperanza». Sus palabras son ruido de fondo durante el
amodorramiento vespertino que se transforma en sueño.
El tercer día, aletargada por demasiadas horas frente al televisor pero animada por
su desafío, Camilla siente el deseo de levantarse y hacer algo en algún lugar,
totalmente sola. Pero la influencia controladora de su madre es tan fuerte que se
queda paralizada; la energía sigue estando ahí, pero no tiene dónde ir. Avanza
lentamente sobre los montones de ropa y estatuas baratas que han invadido el salón, y
le entran ganas de romperlas, pero siente que sus brazos están clavados a ambos
costados. Lo único que puede hacer es caminar, como un fantasma que sabe que está
vivo pero que todavía no ha encontrado su forma.
Finalmente, Camilla se derrumba deshecha en lágrimas sobre el sucio suelo del
salón (por el que no ha pasado un aspirador desde hace años) y descubre una caja de
madera escondida bajo una librería abarrotada. Dentro hay una extraña baratija: un
alfiler con un broche de ónix negro en el que hay grabado un extraño símbolo o letra
en oro. Es hermoso, así que Camilla se lo pone.
No sabe por qué se le ocurre la idea: ¿qué pasaría si de repente recorriera toda la
casa y destripara el relleno de los sillones? ¿Si arrancara el marco de las puertas? ¿Si
arrancara el grifo del lavabo? Podría ser divertido. Pero en lugar de hacer algo que
pudiera provocar la ira histérica de su madre, se levanta del suelo, sale de la casa y se
queda de pie en medio de la calle.
Se queda allí unos minutos. El cemento está caliente, pero planta los pies en el
suelo y siente el asfalto ardiendo. Oye un avión y el lento crepitar de las hojas. En
algún lugar un niño está llorando. Contempla unas manzanas marchitas tiradas en el
suelo. Advierte la presencia de una bandada de cuervos posados sobre el cable de
teléfono, como si esperaran a que una ráfaga de viento impulsara su vuelo. Camilla
lanza una piedra a los cuervos. Unos cuantos se asustan y huyen volando. Luego,
vuelve dentro y pasea de un lado a otro.
Hay algo que debe resolver. A pesar de la furiosa voz de su madre en la cabeza
ordenándole que haga las tareas porque la casa se está cayendo a pedazos, Camilla se
imagina alejándose más y más de la casa: más allá del callejón sin salida, atravesando
la calle silenciosa y metiéndose en una serie de aventuras y desventuras que, incluso
en el caso de las más truculentas, ella afronta con calma como la génesis de un
mundo que pasivamente ha puesto en marcha.

II

Cada día de ausencia de su madre Camilla prueba hasta dónde puede llegar
apareciéndose en lugares donde no debería estar: el lunes en la parada de autobús con

www.lectulandia.com - Página 139


camisón a las cinco de la mañana, el martes en la gasolinera a medianoche, el
miércoles en la mediana que divide el tráfico a las doce del mediodía, con los brazos
estirados como Jesucristo.
El jueves decide subir la apuesta de su experimento mental quedándose parada en
medio de Alcott Street. Por la calle se aproxima un chico llamado Kass que conduce
el Buick de su padre demasiado rápido, con resaca y escuchando “Trampled Under
Foot” de Zeppelin en el radiocasete a un volumen demasiado fuerte. Ve a Camilla
demasiado tarde, pero se las apaña para pisar con fuerza los frenos, derrapando y
chocando contra las zarzas de un seto. Camilla sigue en pie en la calle mirando
inexpresivamente la escena, como un detective.
—¿Eres una puta loca? ¿Qué demonios te ocurre? ¡Apártate de la carretera,
idiota!
Camilla se limita a mirarle mientras él salta de un lado a otro, dando un puñetazo
al seto, pateando los neumáticos, haciendo gestos al aire. El silencio de la muchacha
es inquietante y hace que él cambie de tono.
Kass se calla.
—¿Qué…? Uf. De acuerdo. Así que… ¿te han dado de alta demasiado pronto del
loquero?
—Era para ver lo que ocurriría —dice ella.
—¡¿Para ver lo que ocurriría?! ¿Para ver qué cojones pasaría? Yo te diré lo que
ocurrirá cuando mi padre vea su coche todo arañado. ¡Zorra estúpida! ¡Estúpida
zorra!
Kass arrastra a Camilla apartándola de la calle y tirando de la manga la conduce
hasta el seto aplastado. Camilla se encoge de hombros y le sonríe.
Ese gesto hace que Kass le mire a la cara con detenimiento: sus redondos ojos
castaños, el cabello despeinado que cae enmarañado brotando de una goma en la
nuca, la camisa que apenas toca la cinturilla de la falda. Piensa, «es guapa. Y
obviamente está loca. Y mi padre me dijo que las guapas locas son las mejores en la
cama».
En ese momento el dueño del seto dobla la esquina y está a punto de aparcar su
ranchera en el camino de entrada. Al ver que se aproxima el hombre del seto, Kass
agarra a Camilla y la empuja al asiento del pasajero del Buick. Justo cuando el
hombre del arbusto grita: «¡mira lo que le has hecho a mi seto!» Kass se abalanza al
asiento del conductor, luego sonríe y se despide con la mano mientras echa marcha
atrás sacando el coche del jardín y regresando a la carretera. Nada de esto parece
alarmar a Camilla, que está disfrutando como nunca en su vida.
Kass ya es consciente de que Camilla no es muy habladora e introduce Technical
Ecstasy en la ranura del casete. La única música que Camilla conoce es la que pone
su madre: recopilaciones de melodías en álbumes de versiones baratos que encuentra
en las tiendas de segunda mano. Pero ahora, al escuchar la música de Kass, un terror
puro le atraviesa todo el cuerpo y se siente conmovida. La letra dice: La ciudad

www.lectulandia.com - Página 140


dormida sueña la noche / En la calle contemplo el mañana convirtiéndose en hoy. La
música dice: lucha. La mente de Camilla se aferra a cada golpe de ritmo; deja escapar
un gemido. Ahora su ojo es otro órgano. Lo enfoca hacia su interior mientras sujeta el
alfiler de oro. El sol se pone a sus espaldas mientras el coche se adelanta en el
tiempo; y ella, siempre aletargada, se mantiene despierta con una energía inagotable.

III

Kass está parado en un semáforo, moviendo la cabeza y tamborileando con los dedos
en el volante, intentando reprimir su excitación por la sensación de peligro que le
produce aquella situación. Al oírla gemir, él deja de moverse y mira a Camilla, que en
ese momento mira fijamente hacia delante; tiene los ojos totalmente abiertos y los
labios separados. Kass se queda conmocionado. Dirige el Buick hacia el
aparcamiento del Safeway, encuentra una plaza en el lugar más apartado de la entrada
y apaga el motor.
Camilla siente la mano derecha de Kass tirando de su pelo mientras le quita la
goma, y la mano izquierda levantándole la camisa. Piensa en las palabras de su
madre: las chicas que incitan a los chicos a tocarlas se transforman para siempre en
algo maligno, repudiable, amargo, soez y feo. Durante unos instantes Camilla
escucha la voz de su madre atravesándole la mente, pero luego piensa en lo bien que
se sentiría lanzando toda la basura de Tess al patio, o agujereando las paredes con
chinchetas. O marcando zigzags en los paneles de madera con una llave. Camilla ha
salido para sembrar la perdición y ya ha activado la primera fase de destrucción.
Abandona la urgencia de luchar contra la mano de Kass cuando él le abre los
muslos. Rechaza la voz de la vergüenza mientras las manos de él la tumban.
Reflexiona que no ha provocado ser tocada. Que no está haciendo nada malo sólo por
encontrarse en un lugar distinto al que debiera haber estado. Se deja llevar por el
riesgo de no saber qué será lo siguiente que ocurra. De repente los dedos agrietados
de él la tocan: ella es toda carne, agitándose por diez lugares distintos con la
elasticidad del caucho, y esa sensación desata una humedad que extingue la
quemazón y que resulta casi placentera. Al sentirla, Kass mueve la mano más
rápidamente, provocando más humedad. Tras haber perdido el sentido del espacio,
Camilla pone la mano sobre el dorado alfiler (que está ahora latiendo al ritmo de su
corazón) y siente la respiración subiendo y bajando por su pecho como partículas de
luz.
Kass tira de ella hasta incorporarla y le abrocha el cinturón de seguridad. La
expresión de Camilla no parece haber cambiado; no ha dicho ni una sola palabra. Él
supone que ella no tiene intención de volver a su casa a menos que llegue allí por
accidente. No tiene dinero, no habla mucho en realidad, y parece increíblemente
desorientada. Todas son cualidades que intrigan a Kass. Y por eso decide quedársela.

www.lectulandia.com - Página 141


Por fin, una novia para él solo.

IV

Camilla ha estado viviendo con Kass durante unos días, pero Camilla se aburre
fácilmente. Kass tiene que mantenerla bien vigilada para evitar que vuelva a salir y se
quede parada en medio de la calle, causando un accidente o algo peor. La lleva a ver
películas y le asombra el hecho de que jamás pestañee… una chica que no se asusta
viendo Engendro mecánico mola mucho. Camilla se da cuenta de que todas las
películas favoritas de Kass tratan de personas monstruosas que provocan situaciones
terribles en el mundo, pero al final el mundo siempre vuelve a la normalidad.
Contempla esos actos de violencia y aprende algo sobre el mundo dentro del mundo
del que su madre tanto se ha esforzado por apartarla. En este nuevo mundo,
reflexiona Camilla, la violencia existe para que la violencia pueda ser eliminada; el
mal existe para que el bien pueda tomar el poder; los hombres libran guerras porque
gracias a la lucha puede existir el amor. Los hombres se disparan en la cabeza porque
al hacerlo se aseguran de que no dispararán contra ninguna otra persona. Los
hombres disparan, sangran, queman y rajan a otros hombres para preservar la
cordura, como principio general. ¿Y cuál es el problema?, pregunta Camilla a Kass.
«Ninguno, supongo», dice Kass, que realmente no está muy interesado en toda
esa mierda filosófica.
A pesar de todo, Camilla ha aprendido algunos sorprendentes movimientos de
lucha en un periodo de tiempo muy corto. Su mente se mueve misteriosamente rápido
y absorbe el conocimiento con increíble agilidad. De las películas ha aprendido cómo
esconderse y luego atacar; cómo aplastar la cabeza de un hombre con una llave
inglesa; cómo patear a un hombre en las pelotas para que se incline hacia abajo… y
en ese momento patearle la cara. Ha aprendido que golpear a un hombre desde abajo
arriba en el mentón es más efectivo que intentar golpearle de lado. Existe este mundo
de violencia y además, simultáneamente, existe otro mundo de paz: la oscuridad del
cuarto, las imágenes en la pantalla; el trompeteo de los cláxones en la calle, los ojos
dementes de Kass mientras se la folla, exactamente igual que en las películas.
No fue un accidente ni un acto premeditado lo que provocó que Camilla, a
primera hora del viernes, usara un cuchillo de carne para cortar las cejas de Kass
mientras este dormía. Ella se incorpora sentada y observa mientras él grita, le suplica
piedad y la sangre de la cuenca del ojo se derrama por el rostro. Así que, reflexiona
ella, estas cosas ocurren, y también estas, y mientras continúe haciendo cosas que
antes nunca habría hecho, nuevos mundos serán creados, y todo alcanzará el
equilibrio. Poco sospecha que el mundo que está creando no es el suyo propio.

www.lectulandia.com - Página 142


V

Camilla sonríe, con la mano sobre su corazón dorado, mientras Kass, en un ataque de
ira, grita:
—¡Qué coño estás haciendo, zorra desagradecida!
Sujeta una camiseta contra el ojo y da zancadas por el cuarto buscando el teléfono
y armando un gran jaleo. Está obsesionado con Camilla, pero no está prestando
ninguna atención cuando ella se sube la cremallera de los vaqueros y se ata las
zapatillas blancas de tenis antes de dirigirse con calma hacia la puerta de entrada.
Camilla corre frenéticamente. Se imagina entrando a toda prisa en un bosque
oscuro y misterioso donde merodea el furioso fantasma de una dama que busca al
hombre que la pueda liberar. La fantasía le ayuda a correr más rápido y que no le
importe la gente que va derribando por la calle. Cuando por fin deja de agacharse tras
los cubos de basura y de disparar su pistola invisible a zombis inexistentes que la
persiguen, ya es de noche. Camilla está debajo de las vías elevadas en el centro de la
ciudad, de pie en medio de la calle y girando en círculos para absorber la atmósfera.
Nunca ha estado en esa parte de la ciudad. Allí los coches parecen haber estado
aparcados durante mucho tiempo. En la manzana donde se encuentra hay tres talleres
de reparaciones, una tienda de recambios usados, un centro de reciclado de botellas y
un bar llamado Kitty’s. En un instante de lucidez Camilla levanta la mirada hacia las
grietas entre los rieles de las vías y se da cuenta de que todavía es de día. Pero las
farolas ya están encendidas. Este hecho la inquieta. Durante unos segundos, quiere
regresar a casa. Pero en cuanto tiene este pensamiento, otro lo sustituye rápidamente:
el mundo está sediento; ahora ¡dejémosle que beba!, dice una voz, como si en su
mente se estuviera escribiendo un libro.

VI

Un Ford Pinto de color verde oscuro se aproxima por su espalda. Al verla de pie en
medio de la calle, le pita; ella se aparta educadamente de su camino. Un coche
abarrotado con cuatro universitarios aparca a un lado de la calle. Camilla los observa
mientras bajan del coche, riendo y contando nerviosamente chistes como si intentaran
mostrarse duros, pero sin lograr estar a la altura de su papel. Tres de ellos cruzan la
calle y se dirigen al Kitty’s, pero uno se queda rezagado, apoyado en el coche para
encender un cigarrillo y mirar a Camilla.
No hay palabras durante este intercambio de miradas… sólo un asentimiento
tenso. El chico corre dentro para encontrarse con sus amigos, y como el broche le
infunde coraje, Camilla le sigue. La nebulosa oscuridad del bar está invadida por un
fulgor rojo amortiguado y el movimiento de cuerpos de mujeres en una tarima
adornada con espumillón rosa. Los chicos han ocupado unos asientos cerca de la

www.lectulandia.com - Página 143


parte trasera. Camilla logra acomodarse en un rincón junto a la pared, lo
suficientemente cerca para poder vigilarlos.
Un hombre se acerca a ella; una voz.
—¿Estás aquí para la audición?
Camilla se pone de pie, planta con firmeza los pies en el suelo y estira los brazos.
Sus ojos siguen el sonido de la voz y se da cuenta de que tiene mucha hambre.
—Hamburguesas, patatas y una soda. Por favor.
El hombre, delgado con una cabeza larga y una gorra de béisbol ladeada
ligeramente hacia la izquierda, aparece en su campo de visión, riéndose.
—¡Qué monada! Claro que sí, cielo. Tenemos hamburguesas. Y batidos de fresa.
¿Quieres queso?
—Sí.
—De acuerdo, con queso. Y pepinillos también.
Chasquea los dedos burlonamente.
—¡Carlos! Una hamburguesa deluxe para la señorita de la mesa cuatro. Venga
cielo, vamos a desvestirte. Veamos lo que sabes hacer. Te alimentaré cuando hayas
acabado. Sólo ven y búscame. Me llaman Phil.
Camilla es conducida por un estrecho pasillo hacia una diminuta habitación donde
hay espejos y un perchero enterrado bajo un montón de batas con remates de piel de
conejo. Había visto esa clase de vestidos en la escena final de Marlowe, una de las
películas de los 60 que Kass le pasó porque pensaba que tenía un toque intelectual.
Camilla observaba cómo se movía Delores, con el torso arqueado en un ángulo
diferente al de sus piernas; la cabeza giraba lentamente mientras los pies permanecían
apoyados, abriendo las piernas y luego cerrándolas… rápidamente. Por una
hamburguesa de queso, ella era capaz de hacerlo.
Camilla encuentra un vestido rojo con tirantes cruzados en forma de X por la
espalda; es ajustado por el torso y la falda tiene mucho vuelo. Tiene clase. Camilla se
despoja de su burda vestimenta, la lanza al suelo y por primera vez durante sus veinte
años contempla su cuerpo en un espejo. Es todo músculo. De repente, se da cuenta de
que el alfiler dorado está en el suelo y siente en su más recóndito interior un pánico
que durante unos segundos está a punto de hacerla huir. Pero el deseo de no separarse
jamás del broche es demasiado poderoso. Lo desabrocha de su vieja camisa y lo
prende en el vestido rojo. Durante unos segundos parece vivo, como una criatura
agarrándose a su nuevo hogar. Ella acaricia con el dedo el misterioso símbolo por la
parte trasera. El símbolo tiembla.
Todavía desnuda e inclinada sobre aquel objeto tembloroso, Pan abre la puerta sin
llamar. Parece asombrado.
—Eres una jodida maravilla.
Camilla sonríe mientras se recompone y se enfunda el vestido. Otra voz en su
interior responde: «Sí, lo sé».
Él la ayuda con la cremallera del vestido; coge un frasco de laca y le rocía el

www.lectulandia.com - Página 144


cabello; le sujeta las mejillas con las manos y besa ambas suavemente.
—Déjalos muertos, cielo —le dice, guiándola hacia el pasillo y las luces del
escenario.
Camilla se queda de pie allí en medio, recordando una clase de ballet a la que
asistió cuando tenía dos años… antes de que Tess decidiera que el ballet era malo
porque su pequeña se lo pasaba demasiado bien. Apoya los pies ligeramente
inclinados, estira las rodillas y ondea la mano como un cisne sobre su cabeza. La
música ya ha empezado, pero ella simplemente está allí erguida, manteniendo esa
posición. Los chicos se ríen. Unos cuantos hombres en el bar gritan: «¡Enseña las
tetas!» Pero sólo hay silencio en su cabeza. Todo lo que pasa fuera de la quietud que
siente en su cuerpo no importa lo más mínimo. Y ahora sabe que el alfiler amarillo
con su misterioso símbolo la protegerá contra cualquier cosa.
Como si cediera ante una fuerza superior a ella, siente que sus caderas se rinden a
la música. No conoce la canción, pero entra por su columna vertebral como la
gravedad que tira hacia abajo de una manzana. Se mueve porque la música es su piel,
pelándose lentamente arriba y abajo a lo largo de todo el cuerpo. Sus manos son
como lazos atados sobre la cabeza; ondean lentamente en el aire. Se cae y,
apoyándose en un brazo, se tiende, estira las piernas y arquea la espalda; se gira
lentamente sobre las manos y los pies, impulsando la parte baja de la espalda;
despacio, vuelve a erguirse y sus manos se mueven subiendo por la pierna y
levantando el vestido para revelar los muslos y el vientre desnudos; el vestido vuelve
a caer mientras sube las manos por el pecho hasta el corazón. El vestido rojo cae de
los hombros; levanta los brazos y gira al ritmo de la música, que la ha penetrado
como una corriente de aire filtrándose por debajo de una puerta. Tiembla; se corre; la
música para y los chicos permanecen callados, sólo unos segundos. Desnuda y
agachada, apoyada sobre las yemas de los dedos, pasea la mirada por la penumbra
pobremente iluminada de la sala. Mantiene esa posición, no se mueve. Se escucha un
aplauso aquí y algún que otro grito allá. Comentarios obscenos, algunas risas. Pan se
acerca a ella por detrás y le echa el vestido por los hombros. El broche está ahora de
nuevo pegado a su piel, hundiéndose en ella. Mientras clava sus garras en la carne,
Camilla ríe histérica. Se siente como el océano al encontrar eternidad en su sangre.
Pan, que no entiende qué resulta tan gracioso, sacude la cabeza ante esta extraña
pero dinámica chica y la saca del escenario en dirección a los vestuarios; mientras
ella se pone de nuevo el vestido, él le sujeta el cuello y la besa en las mejillas.
—Cielo, eso ha sido bellísimo. Fuera lo que fuese. Un poco extraño. Eres un poco
extraña, ¿verdad?
Saca un fajo de billetes de la billetera y le da siete dólares.
—Ahí tienes, chica, ve y cómprate una apetitosa hamburguesa con queso. Y
regresa mañana a las dos de la tarde. Amanda estará aquí y puede enseñarte unos
cuantos trucos.
Camilla tira su ropa vieja a la basura. Se queda con las zapatillas de tenis, a pesar

www.lectulandia.com - Página 145


de que tienen agujeros. Qué lugar más maravilloso y mágico, y qué sensaciones tan
maravillosas y mágicas, reflexiona. Al abandonar el club capta la mirada del
universitario, que se coloca la mano en el corazón y la deja allí mientras la observa
yéndose. Camilla ha visto ese gesto en una película: amor. Ahora que lo ha
experimentado, se propone buscarlo en todas las personas que conozca desde ese
mismo instante. Y la tarde siguiente regresará para bailar ese sentimiento de amor por
todos y cada uno de los que miren su cuerpo desnudo ondeando, latiendo y
abriéndose lentamente. Este iba a ser el momento más feliz de su vida. Por fin,
reflexionó, es 1977 y este es mi mundo.
Pero este momento no va a durar mucho. Porque, Camilla, el mundo no va a ser
un jardín de chocolate y rosas. Porque el ciclo que ha comenzado a girar como el
alfiler amarillo (ahora parte de ella, como lo son las venas de su piel) se dispone a
recrear Carcosa en este lugar y el tiempo no ha terminado de girar.

VII

Ahora es de noche. Sus instintos le empujan a salir de debajo de las vías y encontrar
una calle donde haya gente y luces y un Taco Bell. Oeste, se dice a sí misma, y echa a
andar. Una figura apoyada en un poste mueve los pies y se acerca a ella. Hola
Camilla, dice Kass.
Camilla, absorbida por su nuevo mundo, no reconoce a Kass al principio. Lleva
una bandana negra que le cubre el pelo y una tira de la camiseta atada alrededor de la
cabeza que le cubre el ojo.
—¿Creías que te iba dejar marchar tan fácilmente?
Un chorro de adrenalina despierta en ella el instinto de huir.
Kass la sigue, pero se rezaga un poco. Lleva siguiéndola todo el día y no siente
ninguna urgencia por alcanzarla ahora… sólo quiere que sepa que él siempre estará
cerca.
Camilla piensa que lo ha despistado y gira por una calle sin farolas y llena de
adosados. Hay chicos de su edad haciendo el vago en la esquina y supone que esa
calle podría conducirle a un lugar mejor.
De repente los chicos de la esquina la rodean en un círculo, como bisontes en
formación de ataque. Kass, un poco rezagado, ve lo que ocurre desde la distancia y se
esconde detrás de un coche para observar el desarrollo de la escena. Va a ser
divertido.
Camilla sonríe y saluda a los chicos. Cruza los brazos sobre el pecho y espera a
que ellos den el siguiente paso.
Los chicos se ríen de ella. Uno se ríe tan fuerte que se dobla hacia delante. Otro
tiene la mano en la cabeza. Otro la señala y se pone a dar saltos. Camilla no ve nada
gracioso, así que comienza a andar.

www.lectulandia.com - Página 146


Se para en seco cuando le bloquean el paso al otro lado de la calle. Ahora
empiezan a clavarle los dedos como si se acabara de caer de otro planeta.
Uno de los chicos le agarra la cara.
—Eh, nena, no puedes pasar por aquí si no pagas el peaje. ¡Este puente está
encantado!
Los otros chicos ríen. Uno saca un cuchillo de cocina y lo arrima a la mejilla de
Camilla. Ella no se mueve. Su temeridad, al principio tan graciosa, ahora parece
haberles cabreado de verdad. Todos se aproximan a ella.
Un coche patrulla gira la esquina justo en ese instante. Al ver a chicos jóvenes
rodeando a una chica blanca, el coche da un frenazo hasta detenerse en seco y dos
policías, un hombre y una mujer, bajan con las pistolas en alto. Tres chicos salen
corriendo en direcciones opuestas; los otros tres se quedan petrificados y colocan las
manos detrás de las cabezas porque los policías les apuntan con sus armas.
—Miiierda, sólo estábamos jugando con ella, agente. No íbamos a hacerle nada.
Camilla sonríe a los policías, cuyas frentes están fruncidas por la tensión de haber
desenfundado sus pistolas.
—Apartaos de la chica —dice la mujer policía.
—No hemos hecho nada, agente. No pasa nada, todo va guay.
Al ver que los chicos mantienen las manos en el aire, la mujer policía se guarda el
arma en la funda. Su compañero está más nervioso y continúa apuntándolos con el
arma. Las luces del coche patrulla giran rojas y blancas surcando el aire. Camilla está
hechizada por el repentino cambio de luz.
—Vamos, agente, somos legales. Dígale que es una estúpida por andar paseando
sola de noche por aquí. Está loca, agente. Se ve perfectamente. Sólo fíjese en ella.
Pero los policías no les escuchan. Los empujan contra el capó del coche y los
esposan.
—Vayamos a la ciudad y se lo contáis todo al juez.
La mujer policía enciende la radio para pedir refuerzos.
Camilla, que no tiene ningún miedo de los chicos, decide protegerlos. Le pega
una patada a la radio que sujeta la mujer policía; el otro policía se acerca. Camilla
espera hasta que está a un brazo de distancia y entonces lo desarma con un golpe de
karate, da una voltereta en el suelo y recoge el arma. Al ver que la mujer policía echa
mano de su pistola, Camilla abre fuego y le dispara en el brazo. La fuerza lanza a la
mujer hacia atrás y deja caer el arma. El agente se escabulle por un lado y recoge el
arma de su compañera; los chicos esposados, al ver el rostro totalmente relajado de
Camilla cuando dispara al policía, retroceden alejándose de la escena y huyen
corriendo tan rápido como pueden. La mujer policía no entiende lo que está
ocurriendo; grita a los chicos para que se detengan, pero es demasiado tarde; saltan
por encima de las vallas y huyen por campo abierto tan veloces como antílopes.
Camilla recuerda Carrie y de repente se siente poseída. Se yergue con la pistola
en posición de victoria, con un pie sobre el policía caído. La mujer policía, aterrada,

www.lectulandia.com - Página 147


cubre su herida con la mano. Camilla dispara directamente al aire porque le gusta el
sonido. Un cuervo que dormía en un tejado cercano se asusta, levanta el vuelo y la
bala lo abate. Una lluvia de sangre cae sobre Camilla. Como un cohete interceptado,
el cuervo aterriza a los pies del policía. Las luces del coche patrulla giran una y otra
vez y sólo durante unos segundos Camilla siente la carga de su destino.
Pero en ese momento escucha sirenas que le llegan de todas direcciones y sabe
que es hora de echar a correr. Gira la esquina y se esconde detrás de un seto para
asegurarse de que no la siguen. Avanza hacia el patio de la casa más cercana. Todas
las luces están apagadas y no hay ningún coche en el camino de entrada. Camilla
rompe una ventana para acceder al sótano y se desliza dentro. No hay nadie en la
casa. Cansada, sube al piso superior, encuentra una cama y se queda dormida.
Kass, tras haber presenciado todo, ha seguido a Camilla al interior de la casa
donde está profundamente dormida en la cama del piso de arriba, completamente
relajada, como si no hubiera pasado nada. Sostiene la pistola como un muerto
sostiene un ramo de flores. Kass baja las persianas. La policía ha invadido las calles
cercanas. Kass se arrodilla junto a la cama y retira suavemente el arma de sus manos
cerradas. Como una autómata, Camilla da un respingo, derriba a Kass y agarra la
pistola. Para complicar un poco más las cosas, coge el reloj despertador y lo lanza por
la ventana. Y sigue con la mesilla y una silla.
—¿Por qué cojones has hecho eso? —pregunta Kass.
La policía rodea la casa para investigar los sonidos de cristales rotos.
Camilla agarra la sábana de la cama, la lanza sobre el incauto Kass y lo tira al
suelo. Sujetando los extremos de la sábana como un saco, los ata con un nudo. Luego
comienza a lanzar todo el mobiliario de la habitación sobre él… la librería, el
escritorio, una silla. Encuentra ropa en el armario y también la lanza sobre el montón.
Kass grita pidiendo ayuda, pero Camilla apenas lo escucha. La policía ya está en la
casa, subiendo por las escaleras. Camilla encuentra un librillo de cerillas que ha caído
del armarito del escritorio. Enciende la sábana, la cual envuelve a Kass en llamas. La
policía entra en el cuarto apuntando con sus armas. Pero lo único que ven son
llamas… Camilla ha saltado por la ventana y ha aterrizado entre los setos.
Sacudiéndose la ropa, avanza directamente entre la multitud que se está
congregando en el lugar de la escena. Los camiones de bomberos y la ambulancia se
apresuran para enfrentarse a las llamaradas. A sus espaldas, las llamas brotan de las
ventanas de la habitación donde acaba de dormir.
Camilla camina una manzana y ve una obra donde hay una excavadora aparcada
en una parcela vacía; esta le hace señas como una criatura maternal y ella escala hasta
sus garras. Nota el frío metal contra su cuerpo, pero pronto se calienta. Contempla las
estrellas. La luna ilumina ahora donde antes el cielo parecía apagado. Suspira y
permite que la pala la envuelva: mamá, susurra, y la excavadora parece dejar escapar
un largo chirrido, pero no es real. Camilla duerme profundamente durante toda la
noche, hasta que escucha el barullo de hombres y coches y se da cuenta de que ya es

www.lectulandia.com - Página 148


por la mañana. Salta de la pala y corre pasando frente a los hombres boquiabiertos,
alarmados al ver a una chica emerger de la pala con la gracia de una Venus surgiendo
de la concha de una almeja.
Avanza por en medio de la carretera durante unas cuantas manzanas. Un
conductor la recoge. Tras darse cuenta de que sus intentos de meterle mano no la
asustan, el hombre decide que no le produce ninguna excitación y entonces le
propone llevarla a su casa. Ella no está del todo segura de dónde está su casa, pero le
describe el paisaje: una calle sin salida, un recinto, un lugar estrecho rodeado de
árboles y casas. No lejos de Hugh M. Woods en Sheridan Boulevard. El conductor la
deja en algún lugar en medio de aquellas vagas coordenadas y Camilla, con un
sentido de la orientación agudizado, sigue los latidos del alfiler amarillo y logra
encontrar el camino a su casa.

VIII

Camilla sólo lleva fuera doce días, pero debido a que ella y su broche amarillo
abrieron una brecha en el tiempo parece como si hubiera estado fuera desde hace
años.
Sabe que un curso de acontecimientos se ha puesto en marcha. No sabe de qué se
trata, pero está desesperada por averiguarlo. El alfiler amarillo le ha hecho abrazar
una libertad antes inimaginable, pero hay algo más que debe encontrar. Le da una
patada a la puerta y se dirige instintivamente hacia la encimera de la cocina, donde su
madre siempre le deja notas. Todavía no ha regresado. Como un rayo se dirige a la
estantería donde originalmente encontró el broche. Comienza a rebuscar en ella hasta
que ve lo que está buscando: un libro encuadernado en piel de serpiente. Camilla
escucha sirenas en la distancia, agarra el libro y sale al patio trasero. Hay manzanas
caídas y podridas por todas partes. Y el manzano, sin podar, luce un espeso follaje.
Saca rápidamente el contenido del cobertizo al jardín: equipo de podar, bicicletas,
juguetes rotos, conchas marinas, trineos, macetas y herramientas eléctricas. Cuando
llega la policía para registrar la casa, ella se sube a lo alto del árbol y se esconde
detrás de una espesa capa de hojas. El patio trasero se encuentra en tal estado de caos
que no se les ocurre mirar hacia arriba.
Una vez que se han marchado, Camilla saca unas cuantas planchas de madera del
revestimiento exterior de la casa para construirse una plataforma en lo alto del
manzano. Coloca encima una plancha de brea que ha arrancado del tejado. A la
mañana siguiente, se construye un tipi con ramas, atadas juntas con cordel de
cáñamo. Duerme profundamente. El crepitar de hojas moviéndose en una espiral de
viento la despierta… baja, las recoge y las empuja contra la esquina para evitar que
entre la corriente. Está dominada por el instinto de protegerse a sí misma y de
proteger el libro.

www.lectulandia.com - Página 149


Finalmente se hace el silencio y encuentra el tiempo para leer el aterrador libro:
El Rey de Amarillo. Es incluso más espeluznante que las películas que había visto con
Kass, pero lo lee de cabo a rabo con la certeza de que esa historia y su propia historia
son la misma. Ella es Camilla, la tercera hija del Rey de Carcosa, que narra la historia
de la autodestrucción de su padre. Está poseída por la narración de este; es lo que le
ha dado forma y sentido a su vida.
Invadida ahora por la urgencia y la determinación asesina de representar el guion
de su locura, Camilla hace pedazos todas las herramientas eléctricas de su madre y las
coloca ordenadamente en un montón. En mitad de la noche, coge tantas cosas como
puede cargar de los cubos de basura colocados fuera de otras casas del vecindario:
sillas de madera, cajas de electrodomésticos, ropa; una lámpara, periódicos, una casa
de juguete de plástico. Almacena todos los cachivaches en el patio trasero y comienza
a catalogarlos: objetos de metal, objetos de plástico, objetos de papel, objetos
orgánicos. Rasga la ropa haciéndola jirones e introduce estas entre las planchas de
cartón para mejorar el aislamiento. Todas las noches asalta la despensa de su madre:
alubias, pasta seca y Crisco, que consume directamente de la lata. De hecho ha
ganado algo de peso.
Cada día siente una mayor necesidad de construir su templo. Una semana más
tarde la basura a su alrededor es tan espesa que la envuelve cálidamente y la protege
de los chubascos vespertinos de verano. El metal de las herramientas cubre la casa
como letales decoraciones de un pastel. Una noche, una ardilla rabiosa se tropieza
con el montículo de trastos y se desliza dentro: una Camilla con ojos desorbitados la
despelleja y se hace un brazalete de piel. Usa los huesos para reforzar las juntas de su
templo, combándolas en un arco que señala hacia el cielo.
Es por la mañana y hace frío. A su alrededor el mundo cambia y los efectos que
ella misma ha activado reverberan. Nunca sabrá cuáles son esos efectos, porque el
futuro es como un ángel andando hacia atrás por todos los desechos y el caos,
recogiéndolos a medida que se mueve, reconstruyendo lo que parece rescatable y
prendiendo fuego a todo lo demás.
Cuando Tess regresa a casa del crucero ve el increíble desastre en el que se ha
convertido su casa y llama a la policía. Camilla ha estado sentada en silencio en su
templo del manzano durante casi dos semanas. Durmiendo sentada y pasando los días
atrapada en salvajes fantasías sobre el Rey Amarillo de Carcosa y lo delirante que
será el momento en que venga a por ella y la vuelva a sentar en su legítimo lugar
junto a su trono.
Hacen falta tres camiones de bomberos y doce efectivos para llegar hasta ella.
Mientras la bajan por las escaleras y pasa junto a su sollozante madre, y sale por la
puerta, experimenta un único momento de total lucidez antes de sumirse en un
enmudecimiento absoluto: el rosal en el patio está comenzando a florecer
simplemente porque no lo ha pisoteado. Y mientras las estrellas gotean rocío, las
torres de Carcosa se alzan detrás de la Luna.

www.lectulandia.com - Página 150


www.lectulandia.com - Página 151
EL AMANECER DE ABRIL

N O HAY TEATROS EN KILKEE. Existen un par de razones para que esto ocurra. En
primer lugar, Kilkee es una ciudad pequeñita, allí apenas viven cien almas y ningún
hombre de negocios invertiría en un local de ese tipo, ni habría suficientes clientes
para sufragarlo si hubiera alguien tan loco para intentarlo.
En segundo lugar, el padre Phinean sin duda se opondría. Le escuché despacharse
sobre el tema en una ocasión. El señor Seamus Callaghan, nuestro comerciante local,
había visitado la metrópolis de Dublín en una misión de aprovisionamiento. Cuando
regresó a Kilkee se dirigió directamente a la Iglesia de St. Padraic e informó al padre
de que había estado en la metrópolis, que había ido a la Bijou Opera y había visto un
fabuloso espectáculo con hermosos vestidos de época y canciones y fantásticas
dramatizaciones de batallas representadas delante de sus propios ojos, y se
preguntaba si Kilkee sería un buen lugar para tener algo parecido a un teatro propio.
Tal vez no habría suficientes actores y músicos en Kilkee para organizar una
representación, pero había compañías ambulantes que viajaban por el país montando
sus espectáculos, dijo Seamus Callaghan, y podrían venir y montar uno en Kilkee.
El rostro del padre Phinean enrojeció. Lo vi con mis propios ojos. Yo estaba
escondido detrás del coro y el padre no sabía que estaba allí. Le propinó un golpe al
señor Callaghan a un lado de la cabeza. Me quedé anonadado. No se trataba de un
tipo problemático que hubiera pisado su catecismo o hubiera hecho ruidos impropios
durante la misa. Era el señor Callaghan, un importante ciudadano de Kilkee.
Pero el padre Phinean se enfadó tanto que le soltó aquel golpe al señor Callaghan
en la oreja y el señor Callaghan se limitó a quedarse allí, y su rostro palideció tanto
como enrojeció el del padre.
Entonces el padre dijo:
—Tendrás que hacer penitencia por esto durante un mes, chico.
El señor Callaghan era lo suficientemente mayor para ser el padre del padre
Phinean, pero el padre le llamó «chico» y el señor Callaghan se quedó allí y aguantó
el chaparrón.
—¡No vamos a permitir que vengan esas malvadas meretrices con sus caras
pintarrajeadas y mostrando sus escotes a esta ciudad, pervirtiendo a nuestros
inocentes fíeles con ideas libidinosas! Si necesitamos música, tenemos los sonidos
celestiales de la misa y si necesitamos teatro tenemos la Pasión de Nuestro Señor.
¡Ahora arrodíllate, Seamus Callaghan, baja esa cabezota y reza a la Virgen para que
interceda por ti ante su Hijo y seas perdonado por haber sugerido algo tan maligno, y
limpie tu cabeza de la porquería con la que la has llenado!
Eso ocurrió hace mucho tiempo, cuando yo aún era un joven fornido y mi querida
Maeve, Maeve Corrigan, todavía estaba viva. Ah, todavía puedo verla. Apenas tenía

www.lectulandia.com - Página 152


quince años, pero ya era una mujer. Su cabello era tan negro como el corazón de
Satán, sus ojos tan verdes como los campos de Irlanda, su piel tan blanca como la
nieve de Año Nuevo, sus labios tan dulces como relucientes cerezas rojas, sus pechos
tan suaves y gustosos como las nubes del cielo.
Una moza de quince años, yo su cortejante un poco mayor, tan profundamente
enamorados como puedan estarlo dos personas. Cuando ella apareció en mi vida
Kilkee dejó de tener encanto para mí y por ello arribé a las orillas del Nuevo Mundo.
Ahora comprenden por qué no hay teatros en Kilkee. Ahora ven la razón. Pero ya
no estamos en Kilkee. Estamos en la ciudad de San Francisco, entre la encantadora
bahía y el ancho océano Pacífico, ¡y San Francisco está llena de teatros! La primera
vez que vi una ópera fue en la Golden Nugget Opera House en Kearney Street. Me
costó el salario de una jornada completa sólo entrar, pero mereció la pena.
Había relucientes arañas con velas encendidas y pinturas en las paredes que
supuse representaban escenas de óperas famosas: dioses y héroes griegos y pirámides
egipcias y senadores romanos y batallas navales. Había asientos tan cómodos que
parecía impensable abandonarlos después de haberse sentado en ellos. Pero incluso
antes de llegar a esos asientos podías parar en el bar y saborear una bebida tan
deliciosa como las de cualquier salón de Barbary Coast, y sin correr el riesgo de que
te embarcaran a la fuerza en un clíper en dirección a Asia.
Se representaba una magnífica obra con música y vestuario de época, e incluso
había caballos en el escenario. El nombre de la ópera, esperen, lo escribí para no
olvidarlo, era Le Roi d’Ys, lo cual, según me susurró en el oído una amable ciudadana
sentada junto a mí, era francés y significa El Rey de Ys, e Ys es una antigua ciudad de
una región llamada Carnouaille, de la cual debo confesar que jamás antes oí hablar.
Pero hay muchísimos países en este mundo de los que nunca he oído hablar, sin duda.
La obra fue escrita por un monsieur llamado Edouard Lalo.
Era una historia maravillosa. Había un rey Gradlon que tenía dos hijas, Margared
y Rozenn, a cual más bella. Ahora comprendía por qué el padre Phinean temía la idea
de Seamus Callaghan de construir una ópera en Kilkee. El vestuario era glorioso y las
dos princesas sin duda tenían los rostros maquillados y generosos escotes que no
tenían ningún reparo en mostrar. Todas las canciones eran en francés, pero no era
difícil seguir la historia, y mi vecina de butaca me mantuvo informado de lo que
significaban las partes más difíciles.
Oh, había una estatua parlante de un santo. Imaginen, una estatua de piedra que
vuelve a la vida ante sus propios ojos en el escenario de la ópera. Era la estatua de un
hombre santo que llevaba mitra de obispo. Se llamaba San Corentino de Quimper.
Bajó de un salto de su pedestal y se paseó por el escenario y habló e incluso cantó,
todo en francés. Nunca había oído hablar de San Corentino, pero el padre Phinean
probablemente podría predicar todo un sermón sobre él y regañar a cualquier chaval
que osara quedarse dormido y no pasara el examen cuando acabara. Había un
príncipe Karnac y un caballero con armadura llamado Mylio, y las dos hijas del rey

www.lectulandia.com - Página 153


se peleaban por ver cuál era la que elegía marido y cuál era la que debía conformarse
con el descarte de la otra, y al final de la historia se producía una gigantesca riada que
anegaba completamente la ciudad.
Oh, jamás olvidaré aquel espectáculo aunque viva más años que Matusalén. Ni
olvidaré tampoco aquella noche, gracias a mi amable vecina de butaca. Era una mujer
elegante, eso es lo que iba a contarles, y me mostró algunas partes de la ciudad con
las que no hubiera podido ni soñar allá en mi hogar en County Clare. En efecto, sin
duda alguna me mostró algunos lugares con los que no hubiera podido ni tan siquiera
soñar allá en mi hogar en County Clare.
Pero ya basta de divagar. Quiero contarles qué ocurrió más tarde, cuando empecé
a trabajar para el señor Abraham ben Zaccheus, el Rey secreto de Todos los Judíos
del Mundo, aunque él es demasiado humilde para hacer alarde de tal título. Hacía
mucho tiempo que no había estado en esta ciudad cuando encontré un anuncio en el
periódico local. Se leía:

INVESTIGADOR precisa secretario, amanuense y asistente general. Algo está


ocurriendo en la Tierra. Algo va a ocurrir. Los solicitantes deben mostrar
coraje, fuerza, voluntad de enfrentarse a riesgos y explorar lo desconocido.
Imprescindible poseer agudeza en los sentidos olfativos y cinéticos. Se le
proporcionará alojamiento, comida y salario. Sólo se atenderán solicitudes
presenciales.

Necesitado de un trabajo remunerado, solicité el puesto en persona, pensando que


tal vez podría cumplir con algunos de los requisitos del empleo. Tenía coraje, fuerza
y la voluntad de asumir riesgos y explorar lo desconocido. Podría añadir que tampoco
soy mal parecido, o eso me han dicho un buen puñado de amigas a lo largo de los
años. Pensé que podría ser secretario y asistente general. No tenía ni idea de qué era
un amanuense, pero cuando el caballero que había puesto el anuncio me lo explicara,
le diría que también podía ocuparme de esa labor.
Después de todo, si Johnson tenía a su Boswell y Sherlock Holmes a su doctor
Watson, entonces el rey Abraham ben Zaccheus bien podía emplear a un amanuense,
y yo estaba encantado de convertirme en el suyo.
Viví algunas gloriosas aventuras mientras trabajé para el rey Abraham, y también
otras bastante aterradoras, pero jamás he conocido a un hombre más honorable que
Abraham ben Zaccheus, además de ser el primer hebreo a quien tuve el honor de
conocer.
Pero, ah, sin duda aún lo recuerdo demasiado bien, ese día era lunes. El rey
Abraham y yo habíamos regresado de una aventura en Los Farallones, en el frío
océano Pacífico, donde Abraham se metió en el océano totalmente desnudo, portando
sólo su bastón con empuñadura de oro, y desapareció bajo las aguas durante tres días
y tres noches mientras yo encendía hogueras en la orilla rocosa para mantenerme

www.lectulandia.com - Página 154


caliente y cocinar las comidas que madame Chiang nos había preparado para el viaje.
Luego el Rey de Todos los Judíos regresó andando y me dijo: «John O’Leary, espero
que te acordaras de traer las toallas calientes y una botella de buen whisky, porque
hacía un frío del demonio allá abajo y necesito calentarme tanto por fuera como por
dentro».
Ahora estaba ayudando al rey Abraham a clasificar sus documentos y a responder
su correo, ya que su ayuda y consejos eran solicitados por personas que sufrían y
estaban supuestamente necesitadas en todos los rincones del planeta.
Estaba sentado tras un enorme escritorio de oscura madera de caoba, mesándose
la barba de aspecto diabólico y abriendo las cartas que habían llegado durante nuestra
ausencia. Nuestra ama de llaves, madame Chiang Xu-Mei, estaba atareada
preparándonos un refrigerio y desde la cocina nos llegaban olores deliciosos.
El rey Abraham abrió la siguiente carta del montón, profirió un sonido que nunca
antes le había escuchado y se puso en pie de un salto. El rey Abraham, en caso de que
lo ignoren, no es exactamente delgado, ni lo que se llamaría un ágil atleta, y verlo
ponerse de pie de un salto es una experiencia que nadie debería perderse.
—¡Está en San Francisco! —dijo el rey Abraham—. ¡Lleva aquí una semana y
nosotros hemos estado ocupados con esas ruinas en las islas Farallones y nunca lo
supimos! Y hemos sido invitados para mañana por la tarde. ¡Ah, John, sin duda esto
va a ser todo un lujo! —me miró—. ¡Ajá! Te preguntas de quién estoy hablando, John
O’Leary, ¿verdad?
El rey Abraham hablaba de esa manera en ocasiones. Tardé unos segundos en
averiguar a qué se refería. Luego respondí:
—Sí, Su Majestad.
El Rey de los Judíos sacudió la cabeza.
—Por favor, John, sabes que prefiero que me llamen Abraham. Sólo eso.
—Sí, Su Majestad —asentí.
Dejó escapar un suspiro y volvió a hundirse en su enorme sillón tras el escritorio.
Sacudió la carta delante de mí.
—Esto es de Robert Chambers. Mi amigo Robert Chambers.
Esperé a que continuara.
—Supongo que no sabes quién es. No lees muchos libros, ¿verdad que no, John
O’Leary?
Admití que no leía mucho.
El rey Abraham se levantó y se dirigió a una de las librerías que llenaban cada
centímetro de su estudio, a excepción de un hueco que había salvado para colgar un
cuadro de alguna persona importante y famosa. Recogió su bastón favorito con
empuñadura de oro y letras hebreas grabadas de las que ignoraba el significado, y
señaló con este una hilera de libros forrados con papel brillante.
—Robert Chambers escribió estos libros, John. Lo conocí en París cuando
acababa de publicarse su primer libro y ya estaba escribiendo su segunda obra, una

www.lectulandia.com - Página 155


colección de relatos que se titularía El Rey de Amarillo.
Alargó el brazo y bajó un libro de una de las estanterías. Volvió las páginas y
luego me lo pasó para que lo examinara. Era una edición muy elegante. La cubierta
llevaba un dibujo de ese rey con los ropajes amarillos más raídos que gloriosos, y
unas extrañas alas carmesí que le crecían en los hombros. Cómo debía de ser escribir
un libro, me pregunté maravillado, ya no digamos toda una estantería llena de ellos.
Devolví el libro al rey Abraham.
—Fue poco después de que yo desterrara a un P’an Hu que celebraba fiestas
nupciales aterradoras en la provincia china de Jiangsu. Durante mi estancia allí debo
admitir que me convertí en un adicto a la cocina local, en concreto a su pato seco
salado.
Una mirada como de lejanía apareció en los ojos del rey Abraham. Mi jefe es un
hombre modesto, cualidad que comparte conmigo, por supuesto. No suele contar
historias de sus casos muy a menudo, pero cuando lo hace he aprendido a escuchar
atentamente y tomar notas, porque se me paga, claro está, por ser su amanuense.
—A las autoridades francesas les llegaron rumores de mi éxito y un grupo de
financieros parisinos aunaron sus inversiones para contratar mis servicios y hacer
desaparecer del Bois de Boulogne a una manada de licántropos violentos. Eso ocurrió
en 1895, un año en el que Francia se desacreditó para siempre al condenar al inocente
capitán Dreyfus y despojarlo de todos los honores que se había ganado al servicio de
su país.
Me pareció que el Rey de Todos los Judíos del Mundo seguía furioso por tal
hecho después de una década. Pegó un golpe con el puño sobre el escritorio, luego
inhaló aire profundamente y continuó contándome su historia. Parecía calmarle
contar su historia.
—Cuando acabé el trabajo, me encontré paseando por los callejones de
Montmartre. No me había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que detecté
el tentador aroma de una cocina al estilo de Jiangsu. ¿Puedes imaginártelo, John? Me
encontraba a dos continentes de la ciudad de Wuxi, donde probé por última vez esa
delicada cocina, y fui a encontrarla de nuevo en un diminuto restaurante de la Rue
Lamarck, prácticamente a la sombra de la Basílica del Sagrado Corazón.
Su historia fue interrumpida por el golpeteo de las cacerolas de madame Chiang
en la cocina. Eso significaba que nuestra comida estaba casi lista, e indicó a Abraham
ben Zaccheus que debía finalizar su relato.
Se golpeó la nariz con la punta roma de un dedo.
—Ella nos esperará —dijo—. Esto no nos llevará mucho tiempo.
Había colocado El Rey de Amarillo sobre el escritorio y ahora lo volvió a coger y
lo abrazó como si fuera algo vivo. Entonces dijo:
—Seguí mi olfato y pronto me encontré en un pequeño establecimiento. Todo el
mundo en aquel lugar era obviamente chino excepto un hombre, un tipo alto y de
aspecto distinguido con alzacuellos rígido y un espeso bigote negro. Me vio cuando

www.lectulandia.com - Página 156


entré y me saludó levantando la mano. Luego dijo: «Hola, ¿es usted
norteamericano?» «No —respondí—, soy austriaco. Pero conozco un poco su
idioma». Me invitó a que me sentara con él a su mesa. Pude ver que apreciaba la
cocina de Jiansu. Estaba cenando un plato que los nativos de la región llaman Adiós a
mi concubina. Incluye carne de tortuga de caparazón blando, pollo, champiñones y
licor chino. Los medios por los que los propietarios de aquel establecimiento parisino
habían conseguido todos los ingredientes eran un misterio aún mayor que el del
aterrador P’an Hu. Se precisan los conocimientos de un chef supremo para prepararlo
correctamente.
Suspiró.
—Mi improvisado anfitrión y yo nos presentamos. El norteamericano dijo que su
nombre era Robert Chambers. «Pero llámame Bob», dijo. Comentó que estaba
trabajando en un libro que iba a titularse El Rey de Amarillo. Le di mi dirección en
San Francisco y me prometió que me enviaría un ejemplar cuando lo publicara.
También le invité a que me visitara si alguna vez pasaba por esta ciudad.
Abraham se puso en pie. Y luego dijo:
—Acompáñame, John, madame Chiang nos va a regañar si llegamos tarde a su
mesa —me rodeó los hombros con el brazo mientras nos dirigimos al comedor—,
Chambers está en San Francisco. Está alojado en el Palais d’Or de Market Street.
Dice que tiene un nuevo libro con el intrigante título de El rastreador de personas
perdidas y desea regalarme un ejemplar. ¡Y tiene una sorpresa especial guardada para
nosotros mañana por la noche!
Pasé el día siguiente atendiendo mis tareas, esperando que el rey Abraham
anunciara la hora de salir de nuestra casa en Rooshian Hill para conocer al famoso
Robert Chambers en el Palais D’Or. «Hemos sido invitados a una cena de
medianoche, John O’Leary», me había dicho el rey Abraham.
Vaya, tenía que ser una cena a medianoche, pensé. Una cena a medianoche.
¿Cómo podía alguien esperar hasta medianoche para cenar? Cuando el sol se hundía
tras la niebla vespertina mi estómago estaba ya gruñendo y sospechaba que mi rostro
también revelaba el hambre que me invadía. Madame Chiang, bendito sea su corazón
oriental, se apiadó de mí y me alivió con un humeante cuenco de estofado. Deliciosos
trozos de falda de ternera, zanahorias y patatas bañadas con un apetitoso caldo.
Añadió su propio toque chino de aceite picante y salsa de soja y rindió un pequeño
homenaje a mi querida Irlanda con un generoso chorro de Jameson’s.
Ahora, me digo a mí mismo, ahora sí estoy preparado para esperar esa prometida
cena de medianoche.

La luz diurna hacía ya horas que se había apagado cuando Abraham ben Zaccheus y
yo nos subimos en el Superba Modern Electric Phaeton de Abraham. Ya había ido
antes en este buggy con Abraham al volante, mientras rodaba a una velocidad de

www.lectulandia.com - Página 157


relámpago de hasta veinte kilómetros por hora. Me enorgullece mi coraje, como mis
logros pasados sin duda ya han dejado probado, pero no puedo negar que me agarré
como un clavo ardiendo a la vida mientras el Phaeton aceleraba por la amplia calle
que atraviesa esta ciudad.
El rey Abraham nos transportó directamente por Lombard Street, atravesando
Barbary Coast, hasta Market Street, donde el Palais D’Or brillaba iluminado como un
pastel de cumpleaños infantil. El rey Abraham y yo llevábamos ropa formal; trajes
negros, elegantes camisas blancas y pajaritas. Íbamos vestidos de forma idéntica con
lo que Abraham denominó festivos y oxidados atuendos, o algo similar. Su Majestad
siempre se tomaba la molestia de enseñarme palabras que jamás había escuchado en
Kilkee. Lo único que nos diferenciaba era el chaleco de Abraham con signos mágicos
hebreos bordados en dorado y azul.
El señor Chambers nos esperaba en el lobby del Palais D’Or. Era imposible no
reconocerle a partir de la descripción de Abraham ben Zaccheus, y por la manera en
la que ambos hombres sonrieron y se estrecharon las manos. Pude ver por el aspecto
del señor Chambers que él y el rey Abraham tenían la misma edad y estaban
encantados de verse después de unos diez años.
Nuestro encantador anfitrión nos condujo a un comedor privado que había sido
reservado para nosotros. Camareros vestidos como nosotros tres nos sirvieron comida
y vino. Una pequeña orquesta situada en un rincón tocaba instrumentos de cuerda.
Comenzamos con una copa de champán y algunos bocados delicados que el señor
Chambers dijo que se llamaban petits fours en francés. No tengo ni idea de por qué se
les llamaba fours, ¡pero sin duda eran pequeños!
Pronto llegó una sopa fría, de un tono marrón amarillento, que se agitaba y
temblaba en el cuenco como gelatina recién hecha. El sabor no era del todo malo, un
poco como caldo de pollo con escaso sabor, pero pensé que habría estado mejor si el
chef se hubiera acordado de mantenerla caliente antes de servirla. Luego llegaron
unas cosas verdes con forma de aros, muy blandas y temblorosas como la sopa, con
pequeños trozos de verduras crujientes clavados en ellas como figurillas sorpresa en
un pastel de cumpleaños.
El gran manjar, supongo, que el señor Chambers llamó la piece de resistance, era
algo que se parecía a una enorme araña roja cocinada con caparazón duro. Había sido
servida con cascanueces y una especie de salsa blanca pegajosa, y sin duda era la
cosa más extraña que jamás había comido. El señor Chambers dijo que se llamaba
ganso largo, lo cual me pareció que no tenía ningún sentido porque no era muy largo
y sin duda alguna no era ganso. Aunque debo confesar que el sabor no estaba nada
mal.
Durante toda la comida, mientras los camareros traían constantemente platos y
escanciaban vino y la pequeña orquesta del rincón continuaba rasgueando, Abraham
ben Zaccheus y Bob Chambers continuaron su cháchara. Yo me concentré
principalmente en el vino, que era muy bueno, y en la comida, que estaba totalmente

www.lectulandia.com - Página 158


fría. Supongo que se debía a que estábamos comiendo muy tarde ya de noche. El chef
debió de prepararlo antes de marcharse a su casa hacía ya horas.
No tenía mucho que decir, pero mantuve los oídos bien abiertos mientras
Abraham y Robert intercambiaban historias. Escuché algunas aventuras del rey
Abraham que jamás había escuchado antes. De cuando marchó a Yucatán para
consultar al espíritu de un sacerdote maya. O de cuando voló hasta Australia para
recuperar una losa perdida que había permanecido erguida en la cima de un lugar
llamado Uluru Rock durante diez mil años. Esto ocurrió antes de que aquellos
hermanos construyeran su máquina voladora y la pilotaran a Carolina del Norte. O la
vez que rescató a un explorador perdido de una enorme ciudad de piedra enterrada
bajo el hielo del Polo Sur.
Escuché suficientes historias para escribir un libro y tal vez lo haga algún día, si
Abraham ben Zaccheus me da el visto bueno, lo cual hasta la fecha no ha hecho. Pero
si no quiere que el mundo conozca sus historias, ¿por qué se las cuenta al señor Bob
Chambers? ¿Y por qué contrata mis servicios como su amanuense personal?
Por fin llegó el turno de hablar del señor Bob Chambers. Entre sorbos de vino y
mordisquitos de comida, habló del espectáculo que íbamos a presenciar. Un amigo
compositor italoamericano con un nombre que sonaba algo así como Gasparo
Spontini había leído su libro El Rey de Amarillo, dijo, y le gustó tanto que envió una
carta al señor Chambers y le propuso que si estaba dispuesto a escribir algo llamado
libreto, él se ofrecía a escribir los arreglos que lo acompañarían, lo cual deduje que,
en jerga musical, significaban las palabras y la música. El señor Chambers le dijo al
signore Spontini que lo haría, así que se reunieron y escribieron una ópera completa
llamada El Rey de Amarillo.
Y esa, dijo el señor Chambers al rey Abraham y a mí, era la sorpresa especial.
—Estrenamos en la Maison de Rêves en Sutter Street. Me sorprende que no lo
supieras antes, aunque lo cierto es que recibiste mi carta ayer.
—Ah —dijo el rey Abraham—, John O’Leary y yo hemos estado ocupados con
un trabajo al oeste de aquí, apartados de los últimos acontecimientos en la ciudad —
se calló y luego continuó—: Pero, por favor, infórmame sobre la producción.
—Me resultó bastante fácil crear un libreto a partir de mis relatos y de la obra
original. Y Spontini es un verdadero genio. Creó una composición extraordinaria, por
momentos bella, discordante, violentamente estimulante y casi insoportablemente
sensual. Creo que Spontini compone la música del futuro. Jamás he escuchado nada
ni remotamente semejante.
—¿Y cuándo tendré el placer de escuchar este trabajo? —preguntó el rey
Abraham.
El señor Chambers sacó un reloj de bolsillo de su chaleco, lo consultó y lo volvió
a esconder.
—¡Dentro de una hora, Abraham!
El rey Abraham parecía sorprendido.

www.lectulandia.com - Página 159


—Pero si son casi las tres de la mañana —exclamó.
—Es una representación especial, Abraham. Para ti y para tu compañero, el señor
O’Leary. La producción se estrena mañana por la noche. ¿O debería decir esta noche?
La compañía está ya reunida en el teatro. Están vestidos para la representación. El
escenario está construido. Lo he diseñado yo mismo y he supervisado personalmente
el diseño de los decorados y biombos.
Se levantó y extendió los brazos como si fuera a abrazarnos a Abraham y a mí y
al mundo entero.
—Vamos, vamos amigos. ¡Experimentaréis algo que jamás habéis experimentado
en vuestra vida!
Avanzamos entre la niebla, cruzamos Market Street y subimos hacia Sutter. El
Palais d’Or a nuestras espaldas estaba a oscuras, invisible sobre el fondo del cielo
negro y la niebla gris y espesa. Había tanta humedad en el aire nocturno que
pequeños hilillos de agua se condensaban y corrían por nuestros rostros. Sin duda
debíamos tener una apariencia fantasmal, los tres ataviados con trajes negros y
camisas blancas, con el chaleco de Abraham ben Zaccheus recamado con símbolos
hebreos bordados en oro y azul, y el casquillo del bastón del Rey repicando sobre el
pavimento al ritmo de cada paso que daba.
La niebla olía de manera extraña y desagradable. Me pareció escuchar un sonido
peculiar y sentí la mismísima tierra temblando bajo mis pies.
Llegamos al teatro y fuimos recibidos por el propio signore Spontini, ataviado tal
y como íbamos nosotros tres. Su cabello era ondulado y lucía un bigote afilado. Era
un hombre entrado en carnes. A los italoamericanos les vuelve locos la pasta, pensé, y
acto seguido le estreché la mano. Nos condujo a nuestros asientos y anadeó hacia el
frente del auditorio. Se subió al estrado del director, tomó la batuta y agitó las manos
haciendo revivir a la orquesta.
Sobre nuestras cabezas habían colgado una gloriosa araña. Estaba hecha de mil
diamantes y encendida con cien velas que llenaban el auditorio con una cegadora
ventisca de luz.
Era cierto lo que Bob Chambers nos había contado en el Palais d’Or, la música
del signore Spontini no se parecía a nada que hubiera escuchado en toda mi vida.
El telón se abrió y contemplé otro mundo. Había una ciudad en el escenario, una
ciudad medio en ruinas que parecía que en otro tiempo pudo ser tan poderosa como
Roma o París o San Francisco, pero que ahora se encontraba casi desierta.
El rey de la ciudad se llamaba Yhtill. Llevaba un atuendo que tal vez en otro
tiempo fuera una túnica de paño de oro, pero que ahora estaba hecha trizas, como el
sudario de un cadáver que ha yacido bajo tierra durante cien años, o mil. Llevaba una
reluciente corona de oro y diamantes y una máscara dorada con ranuras para los ojos.
La obra continuó. El rey Yhtill tenía dos hijas, dos bellas princesas. La primera de
estas se llamaba Camilla y llevaba un vestido naranja pálido que parecía
transformarse en una ardiente llama carmesí cuando giraba y cantaba sus arias con el

www.lectulandia.com - Página 160


acompañamiento de la orquesta. Su cabello era de color plata brillante y le cubría los
hombros, y al girarse permanecía apartado de su rostro, como las alas de una paloma
blanca.
Estaba de pie junto a una oscura masa de agua, el Lago de Hali. No sabría
asegurarles si la hora era la del amanecer o la del ocaso. Había dos soles en el negro
cielo sobre la ciudad, una ciudad llamada Carcosa.
Sentí que el teatro temblaba, escuché un estruendo, olí los extraños olores que
había olido fuera en la calle.
La segunda princesa apareció. Era alta, y me dejó sin respiración. Llevaba un
vestido verde pálido que se transformaba en una ardiente llama verde cuando giraba y
cantaba sus arias con el acompañamiento de la orquesta. Se llamaba Cassilda.
Ella cantaba, Por la orilla, olas turbias rompen, los soles gemelos se hunden bajo
el lago, las sombras se alargan en Carcosa.
Su cabello era tan negro como el corazón de Satán, sus ojos tan verdes como los
prados de Irlanda, su piel tan blanca como la nieve de Año Nuevo, sus labios tan
carnosos como cerezas granate, sus pechos tan suaves y gustosos como las nubes del
cielo. El pelo le caía por encima de los hombros y cuando se giraba permanecía
apartado del rostro como las alas de un cuervo negro.
Ella era mi Maeve.
Ella era mi Maeve.
El corazón me latía con fuerza, los tímpanos me latían al ritmo de la orquesta, el
signore Spontini agitaba los brazos mientras dirigía a los músicos. Instrumentos de
viento resonaron e instrumentos de cuerda aullaron y Cassilda, que era Maeve, que
era mi adorada Maeve renacida, cantó con una voz tan aguda y cristalina y tan
afligida como un ángel expulsado del Cielo por Dios Todopoderoso. Canción de mi
alma, mi voz ha muerto, morid vos, sin haber sido cantada, como lágrimas no
derramadas, marchitaos y morid en la perdida Carcosa.
La enorme araña se precipitó sobre las hileras de asientos vacíos produciendo el
estruendo de diez millones de copas de champán haciéndose añicos. El techo se
derrumbó sobre el escenario produciendo el estruendo de diez millones de tímpanos
palpitando. No hubo ningún aviso previo. No hubo escape posible. Los soles
pintados, el lago artificial, todo se derrumbó. Las cantantes quedaron aplastadas. El
rey Yhtill, la princesa Camilla, la princesa Cassilda, mi Maeve, mi queridísima y
pequeña Maeve, fueron aplastados.
La Maison de Rêves dejó de existir.
Miré a mi alrededor. El sol se había levantado sobre San Francisco, pero la tierra
había sacudido aquella hermosa ciudad como un perro se sacude una pulga molesta.
Columnas de humo se alzaban por todos lados oscureciendo el cielo. Y luego
comenzaron a brotar llamaradas. Hombres, mujeres y niños gritaban y gemían y
lloraban.
Un milagro salvó al rey Abraham, a Robert Chambers y a mí. De algún modo,

www.lectulandia.com - Página 161


entre los escombros de la Maison de Rêves, logramos escapar con sólo unos arañazos
y moratones. Pero de los actores y la orquesta no sobrevivió nadie. Nadie.
Alcé los brazos por encima de mi cabeza y miré al cielo, hacia las nubes de humo
y las crecientes llamas, y maldije al cruel Dios por haberme salvado la vida.

www.lectulandia.com - Página 162


www.lectulandia.com - Página 163
REY WOLF

EXP. 224798
CARRET,
Selwyn Lovelace Wilde “Leary”
Falleció en el Hogar de las Hermanas de la Caridad, el domingo 9
de enero, 2012.
A la joven edad de 98 años
En los brazos del Señor
Pasó a mejor vida
Queridísimo esposo de la difunta Rose, adorado padre de la
Hermana Mary Elizabeth, Nigel (fallecido), Maurine (fallecida),
Ronald (fallecido), Cyril (fallecido) y Silvia (de soltera Carret)
Pennycuik (fallecida). Estimado suegro de Ethel (fallecida), Maria, y
Cyril (fallecido). Amantísimo abuelo y abuelo putativo de Joan
Carrett-Wong, John Wong, y Alexander Carr (de soltero Carret) y
Simone Dodd. Amado bisabuelo de Jack y Julie, de Safire, Emrald,
Wolf y Lovage.

Se celebrará un servicio fúnebre por SELWYN en la Capilla del


Hogar de las Hermanas de la Caridad en el 2158 de Pacific
Highway, Tempe, el jueves (12 de enero, 2012) a las 11 a. m. Al
finalizar las oraciones tras la misa, el cortejo fúnebre se dirigirá al
Crematorio de Kurringah Memorial Gardens.

Funeraria Sydney Love & Care


Sans Souci Periferia
9538 9087 0413 879 733

Hora tras hora el coche avanzaba veloz y la última ciudad que pasaron con
múltiples salidas fue Wollongong. Ahora las señales correspondían a desvíos. La
Bahía de Old Erowal, la Ensenada de Sussex, los Locales de la Playa Recién
Abiertos, el Camping de Caravanas de Swan Lake, una tienda de surf. O eran señales
en la carretera que no tenían nada más que ofrecer que árboles. El Bosque del Estado
de Yerriyong, la Carretera de Luncheon Creek, Manyana…
Los cuervos saltaban esquivando los neumáticos con la suficiente rapidez para
evitar ser atropellados, pero había una variada cosecha: uómbats, ualabíes, unos

www.lectulandia.com - Página 164


cuantos loros rosella pillados con las cabezas metidas en arbustos granados y urracas
que también picoteaban los cadáveres pero que no eran tan rápidas como los cuervos.
Ahora el tráfico era errático, ligero, para nada local: coches y camiones que
colisionaban con pesadas espirales de nubes de hormigas voladoras apareándose. Los
limpiaparabrisas, ya pegajosos por las pelusas de las acacias, se agitaban
laboriosamente para retirar los manchurrones grasientos. Algunos conductores
precavidos encendieron las luces nocturnas.
Dentro del coche, el aire acondicionado removía la sofocante tensión.
—¡Como no me traigas ese informe el lunes, serviré tus pelotas en una bandeja a
mi perro!
En el centro del asiento medianero, Lovage Carr se inclinó en el asiento de
seguridad para niños hacia su hermano mayor, Safire, y le susurró:
—¿Qué perro?
En el asiento trasero, Wolf, de ocho años de edad, se desabrochó el cinturón de
seguridad y se giró para mirar hacia delante, con la cabeza entre ellos.
—¿Qué pelotas?
—Pelotas de tenis —replicó Safire, lanzando el puño hacia atrás.
Wolf se rio.
—Venga —murmuró—, cuéntale a Lovie lo de nuestro perro. Papá es un hombre
tan familiar.
Emrald, la melliza de doce años de Safire, se giró con cierta dificultad, impedida
por el cinturón en el pequeño espacio al lado de Lovage.
—Ni se os ocurra.
—Pero qué quieres que diga —lloriqueó Wolf—, no podemos dejar que ella se
haga ilusiones. Y, además, ya sabes lo que ha dicho mamá sobre los perros y que
contagian quistes hidáticos.
—Como lo que hace papá con los niños que contagian niñez —dijo Safire
burlonamente—. Tiene razón, Em. Odian a los perros. Y si Lovie lo pregunta una vez
más…
Delante, en el asiento del copiloto, su madre se sacó un auricular de la oreja y se
filtró un débil tintineo de música de piano. Luego volvió a ponerse el auricular.
Hablaban tan bajito que Lovage no les escuchaba y, de todas formas, ella estaba
ensimismada pensando en el perro. Había estado jugando con Pobblebonk, fingiendo
que era un príncipe rana, pero lo tiró a un lado cuando escuchó la palabra perro. Tal
vez papá estaba enfadado con alguien que se suponía que debía llevar el perro a la
casa para recibirla cuando toda la familia llegara. Y ella y el perro —ya lo había
bautizado León— irían al jardín trasero donde León bajaría la cabeza de manera que
ella pudiera cabalgarlo, y luego marcharían por delante de las flores hasta que las de
pétalos azules se inclinaran ante ella, y se deslizaría por la espalda de León y él
levantaría su pata derecha y jugarían al tenis.
El coche aceleró mientras adelantaba a un camión. A ambos lados de la carretera

www.lectulandia.com - Página 165


los árboles parecían borrones oscuros.
—¡Joder, que te jodan! —gritó su padre—. No me importa una mierda que tengas
un tumor del tamaño de un puto estadio. El lunes a las nueve, y no te olvides de
incluir gráficos. Y nada de excusas —golpeó el volante con la mano izquierda—.
¡Cabrón! —con la derecha se aferró al teléfono, y aunque ninguno de los que estaban
en los asientos de atrás podía verlo realmente, todos imaginaban su dedo pulgar
moviéndose a toda velocidad.
Lovage empezó a temblar. Pero tal vez papá no estaba tan enfadado como sonaba.
Algunas veces era difícil saberlo. Siempre estaba tan ocupado que se quedaba
«corto», como en ocasiones él mismo reconocía cuando se disculpaba, como a veces
hacía después de asustarla y de que él y mamá hubieran tenido una pelea.
Lovage se mordió el labio inferior.
Safire se desabrochó el cinturón y se giró hacia un lado. Acarició el hermoso pelo
dorado de la pequeña. Arrugó la cara. Se inclinó hacia ella.
—¿Em?
Emrald había estado aporreando desesperadamente el control remoto y finalmente
la pantalla se encendió.
¡Narnia!
En silencio, pero no importaba. Todos se sabían de memoria cada palabra.
Lovage se metió el pulgar en la boca. Ya con cuatro años debería haber
abandonado tales hábitos, pero también debería haber abandonado la costumbre de
mearse encima.
Safire le hizo el gesto de pulgar arriba a Emrald y se volvió a sentar en su asiento,
aunque sus piernas eran incluso más largas que las de Emrald.
—Saffa —dijo Wolf—. ¿Te queda alguna patata frita?
—No.
—Cerdo egoísta —susurró Em con rabia.
Se inclinó por encima de Lovie y arrebató la bolsa de patatas Smiths con sabor a
sal y vinagre del regazo de Safire. Él lanzó la mano para atrapar la bolsa y ambos
tiraron al mismo tiempo. Sólo el tamaño de los pies de Saffa amortiguó la lluvia de
patatas. Pero eran unos luchadores tan experimentados que nada de esto fue detectado
en los asientos delanteros.
Wolf ya se había vuelto a abrochar el cinturón. A ningún otro le gustaba mirar la
carretera por la que ya habían pasado, pero además, nadie más tenía un incentivo para
evitar ver Narnia. Wolf no sólo tenía ocho años, también tenía una espesa mata negra
y profundos ojos negros, y se parecía tanto al hermano pequeño egoísta que esperaba
que Lovie madurase y se olvidase de la fantasía de que ellos cuatro eran de un linaje
especial: Reyes y Reinas a los que sólo les faltaba un reino que necesitara ser
rescatado, y a él le tocaba ser el falso y amoroso pecador para que así ellos tuvieran a
alguien a quien poder perdonar noblemente.
Se había leído la versión del libro para ver si era igual de mala. Aunque el libro

www.lectulandia.com - Página 166


no tenía ninguna foto de él dentro, detestaba tanto la historia que se vengó… y su
crimen le hizo sentir bien y mal al mismo tiempo, como irse a dormir sin ropa
interior.
Era un libro de biblioteca. Lo enterró bajo las mondas pegajosas de naranjas y los
arenosos posos de café en el cubo de basura de comida orgánica. Y al día siguiente,
cuando estaba sola en el mostrador, se lo confesó a la simpática bibliotecaria que
llevaba una placa identificativa en la que se leía Úrsula. Le dijo que el libro se le
había caído de las manos dentro del váter del colegio. Suponía que debía pagar el
libro. Eso no le preocupaba, aunque ser expulsado de la biblioteca… Pero ella se
inclinó sobre el mostrador, sonrió y susurró:
—Me pasó lo mismo en una ocasión. No te preocupes. Simplemente lo
modificaremos… —y se volvió hacia la pantalla y tecleó un rato.
—Ya está —dijo ella, apartando su reluciente pelo gris—. Ese ejemplar nunca
existió. Pero no te vayas —buscó algo bajo el mostrador—. Saqué este de los libros
retirados antes de que llegara a la mesa de ventas. Lo he guardado aquí para ti. ¡Pero
te costará algo! Veinte centavos.
Yo creía que debía ser uno de esos libros que los bibliotecarios que no confían en
las personas guardan en la mazmorra, alejados de las estanterías, pero resultó ser sólo
otro libro viejo para añadir al montón.
En la cubierta, dos pájaros danzarines abrían unas alas rematadas con plumas que
sobresalían como largos dedos enfundados en un guante negro. En la base de cada ala
se veía un enorme cuadrado asimétrico amarillo, como los que llevan los camiones en
las puertas traseras. El libro tenía un nombre extraño e interminable: Los animales y
sus colores: camuflaje, avisos cromáticos, demostraciones territoriales y de cortejo,
imitación. Y sus autores eran Michael y Patricia Fogden. El editor era Crown,
advirtió Wolf complacido. Había editores a los que prefería y otros que consideraba
de poco fiar.
Se marchó corriendo a casa con él para buscar, en primer lugar, el significado del
amarillo. Ya había leído que el amarillo en las ranas significa ¡No me comas!, así que
suponía que los símbolos amarillos en los camiones significaban No te acerques. Pero
cuando estos pájaros muestran sus manchas, ¿qué otra cosa podrían significar sino
¡Acércate! ¡Admira mi belleza!? Wolf había confiado en averiguar así por qué el
amarillo era su color favorito, pero nunca lo logró.
Ya habían pasado seis meses. Bajó la mirada a su camiseta con el dibujo del
canguro fin medio de la enorme señal de carretera amarilla y las palabras
innecesarias: Canguros cruzando… era un regalo de Navidad de Em. Él habría
preferido llevarla puesta en una isla a solas con ella. Aquellas estúpidas palabras le
cabreaban. Y detestaba que todo el mundo le mirase y dijera que le quedaba bien.
Pero no quería herir los sentimientos de Em.
Wolf siempre se sentía marginado cuando veía lo mucho que Saffa y Em seguían
el juego a Lovie, siempre comportándose como si no tuvieran más remedio que

www.lectulandia.com - Página 167


aceptarlo y sin dejar que sus propios egos se impusieran. «Lovie necesita jugar al
Armario», decían. Así que él debía obedecer y hacer de hermano malo en este mundo
cruel de fantasía que lo había atrapado. Él tenía que jugar o si no era etiquetado como
el hermano egoísta en la vida real, el que hacía llorar a Lovie.
Y aunque Wolf no quería que esos sabelotodo, Saffa y Em, lo supieran, la ternura
de Lovie siempre le rompía el corazón. Él soñaba con Lovie y con un lobo grande y
real que saltaba tras ella mientras paseaba por un camino de adoquines amarillos. Y
de la nada, más rápido que una flecha, con más dientes que un tiburón, llegaba él
corriendo abalanzándose sobre el lobo. Justo en el momento en que el lobo lanzaba
las garras hacia Lovie a punto de saltar sobre ella, Wolf se abalanzaba sobre la bestia.
Sus largas garras rasgaban el pellejo del lobo y se hundían hasta los huesos. La
lengua del lobo quedaba aplastada contra los adoquines del camino al partirse la
mandíbula bajo su cuerpo, ¡el de Wolf!, pesado como un cargamento de rocas. Y en
ese instante del sueño, Lovie se giraba y veía que había un enorme lobo malo
aplastado y casi muerto bajo su hermano Wolf, que la había salvado. Y ella se mordía
el labio inferior. Y luego él siempre se despertaba.
Wolf metió la mano en el bolsillo delantero de la chaqueta manchada y apestosa a
la que su madre se refería como su segunda piel. Sacó un libro con forro
impermeable, lo abrió por una hoja al azar, enganchó su lámpara de lectura en ella y
encendió el artilugio. En la penumbra gris observó que la luz se movía como un dedo
mutante, o como dios, y apuntaba su luz sagrada hacia la página. Él la miró, cerró los
ojos y articuló las palabras: «Tratamiento para un hombro roto…»
—¡Joder! ¿Te lo puedes creer?
Alex Carr golpeó el volante con tanta fuerza con la mano izquierda que hizo que
se le saliera el auricular. Se quedó allí suelto colgando de su oreja derecha.
—¿Te importaría controlarte? —Simone se quitó los auriculares. Las notas de
piano salieron flotando de su regazo. Se quitó las gafas de lectura, las colocó en el
estuche que tenía en el regazo y bajó la pantalla que había estado mirando.
Su marido se detuvo a medio camino de reajustarse el auricular. Lanzó las manos
hacia arriba.
—¡Tú y tu Darcy!
—Ya hemos aguantado bastante tus histerismos, gracias —dijo Simone mirando
directamente hacia delante y no a las manos de él, que se movían por el volante—. Yo
también tengo trabajo que hacer, te recuerdo, y tú no haces más que malabares con
jugadores y dinero. ¡Ya me gustaría verte reubicando a niños y haciendo juegos
malabares con ellos! Un día en Servicios Comunitarios y estarías suplicándome
cambiar. Además, no nos sobra el tiempo y tú lo gastas ¿en qué? ¿Tu abuela monja,
que en gloria esté, a la que nunca conociste? ¿Esa casa que tiene tu abuelo, o tenía, en
Hunters Hill? Nadie apareció a excepción de aquel buitre de la funeraria. Te dije que
la herencia no valía la pena el viaje de Melbourne a Sydney.
Él había estado tarareando para sí, dando golpecitos al teléfono, pero paró.

www.lectulandia.com - Página 168


—¡Tú no sabrías lo que vale la pena aunque te lo…!
Ella se volvió hacia él.
—He aprendido —e inclinó la cabeza y cogió la funda de las gafas. Si estaba
intentando ocultar su sonrisa, no lo estaba logrando.
—¡Tú has aprendido una mierda! —el auricular le cayó sobre el vientre—. ¡Así
que has leído antiguos romances de verso libre! ¡En un ipad que yo te di! Así que te
pone Chopin. ¡Qué refinada! No sabrías lo que vale la pena así te…
Ella cogió el ipad.
—He aprendido lo que alguien no vale.
Él recogió el auricular y lo lanzó al ipad de Simone. Rebotó y cayó sobre el
regazo de ella.
Ella dio un manotazo al auricular, como si fuera una araña, y lo pisoteó en el
suelo, enterrándolo entre la moqueta.
Él dio un volantazo con ambas manos. Tenía el rostro encendido cuando inspiró
aire entrecortadamente. Luego pisó con fuerza el acelerador y giró el volante.
Con la fuerza de un elefante turbo de 8 válvulas, las ruedas del todoterreno
surcaron la gravilla, cortaron una zanja de drenaje y aplanaron cinco metros de
matorrales antes de colisionar contra un eucalipto. Los chirridos del corte de metal y
el crujido de cristal haciéndose añicos quedaron amortiguados por las explosiones de
los cuatro airbags. Al salir, expulsaron nubes de polvo blanco.
Si no hubiera sido por el airbag que la aprisionó contra el asiento, Simone habría
salido volando por el parabrisas. Pero en lugar de eso se partió el cuello. La cabeza
quedó colgando boca arriba hacia el techo del coche. Alex saltó en su asiento.
—¡Putos airbags! —se inclinó hacia su esposa, pero su asiento era deportivo y…
—. ¡Puto cambio de marchas!
Levantó la mano para ajustar el espejo retrovisor y justo en ese momento la rama
baja del seco y frágil eucalipto que formaba un arco sobre el coche se rompió, crujió
y cayó aplastando el techo sobre Alex como un puño a través de una hoja de papel.
La pantalla de los niños se quedó colgada en un extraño ángulo… su cristal era un
cuchillo.
En algún lugar allí cerca unos pajarillos piaron. Tal vez les habían perturbado
cuando se disponían a dormir. En cualquier otro momento, a Wolf le hubiera
encantado explorar y explicárselo a todo aquel que pudiera estar interesado.
—Guhghhhh —se oyó en asiento delantero.
Era un gorjeo, como en el dentista justo antes de escupir. Pero cuando paró ese
gorjeo, Wolf estornudó. Sip. Justo como dicen los libros. Ya se había desabrochado el
cinturón y estaba arrodillado sobre su asiento, mirando hacia delante.
Lovie tomó una bocanada de aire y luego comenzó a toser. Wolf le acarició la
cabeza.
—No pasa nada —dijo—. Espera un segundo.
El cuero cabelludo de Lovie estaba caliente y sudado, y de ella manaba un olor

www.lectulandia.com - Página 169


dulzón a meado.
Echó la mano hacia delante y apretó la parte que pudo alcanzar del cuerpo de
Safire y Emrald… un hombro y un mechón de pelo. Em se estaba sacudiendo los
ojos.
—¡Que todo el mundo salga! Veneno…
—Es sólo bicarbonato, o algo así —dijo él totalmente seguro de que lo había
leído en algún lugar.
—Pu-ta-mier-da —farfulló Safire.
Wolf desabrochó a Lovie.
La pequeña apretó la cara contra la de él, sollozando con convulsiones. Los labios
de la niña le humedecieron la oreja.
—Estás haciendo ruido. Se supone que no debemos movernos.
—No pasa nada —dijo Wolf.
Ella levantó la cabeza y susurró:
—Ahora sí que van a ponerse realmente furiosos.
—Les diré que no fue culpa tuya —dijo Em mientras colocaba a Lovie sobre su
regazo.
Las puertas estaban cerradas. Contuvieron la respiración cuando Safire se colocó
en posición para pegar una patada a la ventana con ambos pies.
—¡No! —siseó Wolf. A sus espaldas se escuchó el crujido de ruedas sobre
gravilla—. Callad y haceos los muertos. ¡Alguien se acerca!
Safire se incorporó.
—¿Estás loco? —dijo.
Lovie se retorcía en los brazos de Em.
—Consíguenos ayuda —dijo Em entre dientes apretados.
Arriba la pesada rama crujía sobre el techo del coche. Fuera, las puertas de un
vehículo se abrieron.
Safire se giró cuidadosamente y se arrodilló sobre su asiento.
—¡Aquí! —gritó, agitando los brazos.
El asiento tembló y entonces Wolf saltó y se colocó delante de Safire. De su boca
abierta y a distancia de un beso brotó un grito agudo, violento y sin palabras que
atravesó a Safire, quien reaccionó al recibir un chorro de vómito sobre los pantalones
cuando todo el terror que había estado acechando a Lovie se vaciaba ahora de sus
pulmones.
Las dos personas, una encantadora pareja alemana de turismo por Australia
durante el extraño verano del continente, salieron corriendo a tanta velocidad que ella
se tropezó y cayó, y él le rompió el vestido de tirantes al ayudarla a levantarse. Se
marcharon en el coche tan rápido como les permitió la vieja camioneta de alquiler
que conducían.
Em y Safire miraron con odio a Wolf.
—Lovie —dijo él, y señaló a la ventana de Safire—. Esa ventana está agrietada.

www.lectulandia.com - Página 170


Rómpela, Saffa. Ya hablamos después.
Había algo en la calma de Wolf que hizo que su hermano se echara hacia atrás y
pateara la ventana con ambos talones. No salió a la primera. Se inclinó hacia delante,
abrió la nevera que había en el suelo y sacó una lata de bebida energética Mother que
papá había metido para no tener que parar a hacer noche durante las trece horas de
viaje en coche hasta casa. Safire trazó un círculo en la ventana con el borde de
aluminio. Luego pegó una buena patada y se escuchó la lluvia de cristales. A
continuación se deslizó por la ventana. Caer sobre cristales rotos no fue tan malo
como caer sobre los arbustos partidos. Una rama rota le golpeó el párpado. Se puso
en pie y miró a Wolf, que lo condujo hacia el lado de Em. Ella se apartó sujetando a
Lovie con cierta dificultad, pero Safire las ayudó hasta que estuvieron los tres junto a
la puerta. De pronto, a Wolf no se le veía por ninguna parte…
—¡Aquí! —les llamó, saliendo a toda prisa de detrás de unos arbustos a unos
pocos metros del coche—. Vamos Em. Saffa, saquemos nuestras cosas del coche.
Safire dejó que Wolf tomara las decisiones. Ambos transportaron cosas, pero
Safire se ocupó de lo más pesado. Pronto vaciaron el coche, incluyendo la vieja
manta de Lovie y los portátiles de mamá y papá.
Em había colocado a Lovie sobre la manta del coche y se sentó junto a ella. Eran
ya las nueve en punto, hacía ya mucho que había pasado la hora de irse a la cama
para Lovie. Se acurrucó y se metió el pulgar en la boca. Pero no iba a irse todavía a la
tierra de los sueños. Se incorporó.
—¿Dónde está Pobblebonk? Pobblebonk tiene hambre.
—Se acaba de comer una almorrana —rio Safire—. Es su hora de irse a dormir.
—No, no es.
—Bueno, cuéntale una historia. Está deseando que le cuenten secretos.
A espaldas de Safire, Wolf hacía gestos frenéticos a Emrald que significaban
«Dile que Cierre la Boca», y Emrald pilló el mensaje.
—Aquí hay un Mensajero de Pobblebonk —dijo Em.
—Gracias, bella Reina —dijo Wolf, tras lo cual hizo una reverencia y desenrolló
un pergamino invisible.
—Desde el lejano reino de Scrumply Gumps, traigo esta carta para entregarla en
persona a la Lovie más bella de la región.
—¡Esa soy yo! —se rio Lovie. Sus ojos verdes brillaron enormes como los de un
ave nocturna.
—Preguntamos a su graciosa Loviestad si nos da su permiso para invitar a nuestro
hogar a Pobblebonk durante un… es difícil leer esto… ¡oh! Un kués.
Lovie se sacó el pulgar de la boca.
—¿Qué es un kués?
—Un mes scrumplegumpsiano. Y dicen que a Pobblebonk le encantan sus
pasteles de moscas. Así que ¿sí? Por favor, ¿sí? —Wolf se apoyó sobre una sola
pierna y cayó hacia delante.

www.lectulandia.com - Página 171


—¡Sí! —gritó Lovie—, pero sólo durante un grumblegumpskmilia o como sea
que se diga mes.
Junto a ella, Em levantó el pulgar a Wolf con la mano derecha y se enjugó un ojo
con la izquierda.
—El señor Sueño te espera —dijo Em.
Lovie se acurrucó a su lado y un minuto más tarde podían oír el ronquido de
mocos de una niña que había llorado y a la que nadie le había dicho «Ahora, suénate
la nariz».
Wolf nunca lo confesó ni ellos se lo preguntaron, pero encontrar a Pobblebonk
había sido una de las prioridades de Wolf. Encontró una pata de la suave rana de
peluche bajo el asiento del pasajero, pero estaba enganchada. Tiró de ella y se deshizo
entre sus dedos.
Entonces se mordió la lengua, evitando así gritar, pero no vomitar.

En primer lugar, sin más discusión, Safire abrió la bolsa de ropa, rebuscó en ella y en
algunas otras bolsas y se abrió camino entre los matorrales hasta alejarse lo
suficiente. Usó una botella de agua de la nevera para lavarse y un chorro de loción de
afeitado de su padre para eliminar el mal olor. Usó un par de los calcetines de su
padre para secarse y aplastar los mosquitos que se posaban en el culo y las piernas
húmedas. Sus calzoncillos no se habían mojado, pero de todas formas se quitó las
bermudas y se puso los pantalones negros reservados para el colegio y los entierros.
No tenía otra elección.
La noche era suave, como ocurre con frecuencia en enero en la costa sur de
Australia. Un leve aroma de miel de las hakeas en flor parecía dar la bienvenida a los
visitantes a su reino. Wolf y Em hablaban en voz baja mientras esperaban y, cuando
les llegó una fuerte vaharada de olor que confirmaba sus sospechas de por qué Safire
había necesitado algo de tiempo en soledad, Wolf explicó que aquellos arbustos
malvados que olían tan bien y que habían dejado sus marcas deberían ser bautizados
Sus Espinosísimos.
Em asintió, luego sacudió la cabeza.
—Si fueran humanos, podríamos llamarlos Sus Falsedades.
Cuando Safire regresó, Em abrió la nevera y sacó una lata de bebida energética
Mother. La abrió y la pasó a los otros.
—De todas formas, no voy a dormir —dijo Safire después de echar un trago.
—Ni yo tampoco —añadió Em mientras pasaba la lata a Wolf.
Wolf levantó el labio desdeñosamente.
—Le birlé un poco a papá el año pasado. ¿No sabíais que tiene un sabor de
mierda?
Safire se agachó y agarró la lata.
—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Wolf.

www.lectulandia.com - Página 172


—Sólo voy a lanzarla.
—¡No la tires a los arbustos!
Safire se irguió totalmente, alcanzando la altura de un hombre ya maduro. Y la
lanzó con toda la grácil fuerza de un atleta entrenado. Escucharon un repiqueteo
sorprendentemente cerca.
—¡Puto bosque! —se arrodilló y soltó un fuerte puñetazo a la espalda de su
hermano. Rodaron por encima de la manta y Wolf hincó los dientes en el hombro de
Safire.
—¿Es que queréis que se despierte? —Em sostuvo en alto un pesado palo y lo
meneó; luego, dirigiéndose a Wolf—: De acuerdo, señor Sabelotodo. Debes de haber
tenido una razón para haber fastidiado nuestro rescate. Desembucha.
—Eso es lo único que quería —farfulló Safire—. Una explicación. Y más vale
que sea buena.

Safire alborotó el pelo de Wolf.


—Si al menos Lovie fuera una pequeña mocosa tan apestosa como tú…
—En realidad no lo piensa —dijo Em, sonriendo a Wolf y frunciendo el ceño al
mirar a Safire.
Wolf estiró la moqueta junto a él.
—Saffa tiene razón, Em. Pero incluso si fuera cierto, todavía tendríamos el
problema de que somos cuatro.
—Cuatro niños custodiados por el Estado —dijo Em—. Ya sabes, la clase de
gente sobre la que mamá siempre echaba pestes, los profesionales de los negocios de
acogida.
Saffa suspiró.
—Siempre evitaba escuchar a mamá cuando echaba pestes.
—No sé qué era lo que más detestaba —dijo Em—. Si a los padres de acogida o
el problema de los niños que necesitan ser acogidos.
—Sí, supongo —dijo Saffa—. Yo me sentía mal por esos chicos. Creo que ella,
de algún modo, los odiaba.
—No tanto como nos odiaba a nosotros.
Fue Em quien lo dijo. Safire había estado mirando hacia abajo, pero ahora su
cabeza se levantó como con un resorte.
—No quise decir eso —dijo Em. Se quedó boquiabierta.
—Papá también —dijo Wolf—. Nosotros éramos una molestia para su estilo de
vida.
Permanecieron en silencio el tiempo suficiente y finalmente Wolf dijo:
—No he oído ulular al búho.
Em explotó en una breve risotada, o sollozo, que acabó en hipidos.
—Pen… sándo… lo mejor —dijo—, mamá no nos odiaba.

www.lectulandia.com - Página 173


—No personalmente, no —dijo Wolf.
—A ella le encantaba la idea de los niños —se rio Safire.
—Lo cual nos trae de nuevo al tema de que Lovie es lo primero —dijo Wolf—. Y
que debemos mantenernos juntos los cuatro. Va a amanecer antes de lo que creemos.
Saffa pegó un suave puñetazo a Wolf.
—Un viernes trece, de noche, por un siniestro bosque del interior —silbó (no muy
bien, pero nadie se rio)—. Lo has dejado bien claro, pero, joder, yo mismo hubiera
huido de esos gritos en cualquier circunstancia.
Wolf se volvió hacia Em.
—¿Crees realmente que esa tal Tía Joan de la que hablas podría acogernos?
—No lo sé. Sólo sé que es hermana de papá y que se casó con un cardiólogo que
papá odiaba por una cuestión de principios.
—Siendo dichos principios que el cardiólogo ayuda a la gente a tener corazones
sanos y papá sangraba a gente como un banquero porque jamás tuvo corazón y…
Em levantó la mano.
—Ya hemos celebrado nuestra misa por papá. No hace falta seguir con el sermón
—se volvió hacia Wolf—. Viven en Londres o en Manchester, o algo así. Y papá y su
hermana jamás se llevaron bien, así que me parece que es un callejón sin salida. Lo
siento.
—Además —dijo Safire— no podemos arriesgarnos a entregarnos. Y, además…
—Escúpelo —dijo Em.
—No. Tal vez me equivoque. Ocurrió aquí, en Nueva Gales del Sur, y eso está al
otro lado de la frontera de Victoria.
Em lo agarró por detrás del cuello y apretó.
—Ahora eres tú quien está siendo un estúpido. Desembucha.
—¡De acuerdo! ¿Qué pasará si cuando encuentran el coche averiguan que se trata
de mamá y papá? Vale, ellos chocaron. Pero ¿qué pasará si descubren que nosotros
también íbamos en el coche? Claro que ahora son vacaciones escolares, pero no lo
serán dentro de dos semanas y, aunque nos hemos mudado e iremos a colegios
nuevos, alguien terminará enterándose tarde o temprano. Y luego buscarán a nuestros
padres porque no vamos al colegio y lo relacionarán con el accidente lejos de casa, en
medio de ningún sitio, una noche oscura y aterradora. Y entonces averiguarán que
nuestros padres quedaron hechos papilla de tomate. Y ¡tachán! Tendrán un nuevo
motivo para encontrarnos. ¡Asesinato!
—¿Te refieres a que nosotros los asesinamos? —dijo Wolf mientras se frotaba los
riñones.
—Olvida que lo he dicho.
—No.
—Estoy de acuerdo, no —dijo Emrald—. Papá era un cabrón y mamá era una…
Safire levantó una mano y dijo:
—¡Vos misma prohibisteis los sermones!

www.lectulandia.com - Página 174


—Trabajadora social —dijo Wolf con el semblante serio.
Todos rompieron en carcajadas tan fuertes que Em los hizo callar y miró a Lovie,
que no se movía.
—¿Sabes dónde estamos? —preguntó Wolf a Em.
—No exactamente, pero recuerdo haber visto una señal que indicaba el Paraíso de
los Pescadores. Eso fue hace ya un buen trecho, pero creo que hace poco hemos
dejado atrás un camino de tierra antes de que…
—Escuchad —dijo Wolf levantando la cabeza. Safire y Em cerraron los ojos.
Wolf tembló y se echó las manos a la parte de atrás de la camisa—. No a los
mosquitos. Escuchad más allá de los insectos.
Esperó mientras admiraba la matizada iridiscencia dorada del escarabajo de
Navidad que tenía en la mano. Las patas casi le hacían daño, eran tan espinosas. Se
limitaba a estar allí sin hacer nada y de pronto decidió desplegar las alas y volar.
Safire dio un giro y lanzó el puño al aire.
—¡A la mierda! Dios, estos bichos son espasmódicos. Y a la mierda con tu
interrogatorio.
—Yo sí lo escucho, Wolf. El viento en los árboles.
—No hay viento, Em. Es el mar.
Safire lanzó un puñetazo al aire.
—¡Casas de vacaciones! Ya te sigo.
—Saffa —dijo Wolf—, me refería sólo a la playa.
—Pero mira, Wolf, si tenemos suerte, Saffa tiene razón.
—Nos iremos al amanecer —informó Safire.
—Yo iré a explorar primero —dijo Em.
—Luego yo abriré y entraré —dijo Safire balanceando un bate invisible—. Debe
de haber una casa de vacaciones donde podamos refugiarnos.
Em estiró los brazos hacia ellos y puso una de sus manos sobre la otra.
—Mi querida familia de criminales.
Ellos pusieron sus manos sobre las de ella.
—Espera —susurró Wolf—. Tenemos que jurar que nunca dejaremos que nos
separen.
—Por supuesto que lo juramos —ladró Em—. ¿Tienes algo nuevo que añadir?
—Por supuesto que sí —Wolf parecía dolido.
—Lo siento.
—No pasa nada. Es sólo que no podemos arriesgarnos. Y Lovie es tan amigable
que no vamos a poder escondernos para siempre y necesitamos conseguirnos
identidades nuevas, nombres nuevos. Algo que Lovie no tenga problemas de recordar
en caso de que hable con alguien.
—Algo sencillo para los nombres —dijo Safire—. Eres un genio, hermanito. A
Lovie le encantará ser Lucy permanentemente. Y… —achinó los ojos—. A ti te
encantará ser Edmund.

www.lectulandia.com - Página 175


—¡No!
—Vamos —bromeó maliciosamente Safire— Edmund el sinvergüenza, hazlo por
una buena causa.
Em se levantó y le propinó a Safire una patada en el culo.
—Ya basta. Será Ed, ¿de acuerdo? Y, por cierto, si salimos todos de esta y
acabamos con alguien bueno y amable, de nuestra propia elección, para que sea
nuestra familia, juro que te rebautizaremos Wolf, el Rey Wolf el Cauto.
—Lo acepto —Wolf parecía ligeramente apaciguado—. Si Saffa es nombrado
Rey Cabezamierda.
—¿Ya has pensado en un apellido? —preguntó Safire a Wolf.
—De hecho, sí, y Em me lo recordó. Cosa. Será fácil de recordar, y Lovie nunca
aprendió más nombres para ella que Lovage, Lovie y Lucy. Así que este le resultará
fácil de aprender.
—¿Por qué Cosa? —preguntó Em.
Safire miró a Wolf con una interrogación en los ojos.
—Creo que sé por qué. ¿Porque se parece a casa?
—Buen intento, y casi aciertas, pero no del todo. Estaba pensando en la familia.
Nuestra familia, por la que moriría antes que traicionarla. Ese es el código de la cosa
nostra. Lo vi en una película que papá puso una noche. Me apuesto lo que sea a que
cosa se refiere a la familia, a la casa, como has dicho, Saff… digo, Rey. Y nostra es
nuestra.
Wolf estaba inspirado, su rostro anguloso estaba surcado por la luz de luna
tamizada por las ramas.
—Me apuesto lo que sea a que cuando nos cacen nos llamarán los Chicos del
Coche en las noticias. Nadie lo adivinaría.
Safire dio un puñetazo al hombro de Wolf, amistosamente.
Em besó la coronilla de Wolf.
—Tú eres mi capo criminal italiano favorito. Y, por cierto, Saffa. Se acabó de
joder.
—¿A qué se refiere, señorita Fox? La conozco…
—No es eso a lo que me refiero, Saffa. Hemos enterrado toda la puta mierda con
papá. Tú no eres una versión joven de él. Wolf, hace rato que deberías estar
durmiendo.
—Amén —dijo Wolf.
—De todas formas, hace ya mucho que deberías estar durmiendo —Em se rio—,
pequeño lameculos.
—Sois los dos demasiado listos para lo que os conviene —dijo Safire—. Venga,
los dos, ¡a dormir! Yo me ocupo de la primera guardia.
—De acuerdo —dijo Em—. Pero tú necesitas dormir un poco más, así que me
despertaré dentro de dos horas.
Em se tendió, ahuecó la mochila bajo la cabeza y cerró los ojos. Algún árbol

www.lectulandia.com - Página 176


cercano debía de estar en flor. Los murciélagos reñían entre las hojas. Pero no tenía
más sueño que ellos.
—¿Saffa?
—¿Sí?
—¿Qué piensas de todo esto del funeral? ¿De qué iba la cosa? ¿Y por qué crees
que papá nos hizo ir cuando ninguno lo conocimos en vida?
—No lo sé, Em. Pero yo sí lo conocí.
Emrald se incorporó totalmente.
—¿Cuándo?
—Cuando aún estaba vivo.
—Ya me lo imaginaba, idiota.
—Cuando todavía vivíamos en Sydney. Yo debía de tener la edad de Wolf. No, un
año menos. Fue el día después de mi séptimo cumpleaños, cuando papá me regaló mi
primera raqueta profesional.
—¿Y bien?
—Bueno, papá dijo que ahora que estaba creciendo, debía presentarme a su
abuelo. El lugar era una enorme mansión de piedra en una calle llena de mansiones
similares.
—Mola.
—Fue bastante extraño. Era enorme, se podía ver desde fuera, pero el recibidor
tenía una grieta en la pared por la que se podía meter la mano de canto. Todo el lugar
apestaba a tabaco y…
—¿Cómo era él?
Saffa cerró los ojos.
—¿Sabes nuestra nariz? ¿La de papá, la mía y la tuya? Es como la suya. Debió de
ser un tipo atractivo a nuestra edad. Pero aun así seguía siendo bastante
impresionante. Sentado allí cuando llegamos, como un emperador. Y su cabello era
gris, pero muy abundante. Tenía unas cejas increíblemente peludas.
—¿Y qué pasó?
—Pues un chef nos abrió la puerta y nos dejó pasar al salón y se sentó con
nosotros mientras papá y el viejo hablaban durante un rato. Luego el chef cargó al
abuelo en los brazos y lo subió por las escaleras a su dormitorio…
—Un enfermero hombre.
—Supongo. Así que subimos todos a su dormitorio, donde yo tuve que esperar
otro largo rato mientras papá y él hablaban o se peleaban. Era difícil de saber. Y
luego nos fuimos.
—¿Eso fue todo?
—Sí.
—No me extraña entonces que nunca me lo contaras.
Le llegó el ruido de la moqueta cuando Em volvió a tumbarse.
Safire giró el cuello, comenzando así su tabla de estiramientos, recordando…

www.lectulandia.com - Página 177


Aquellas paredes. Cubiertas de cuadros con marcos dorados tallados y porquería
de cien años de antigüedad. Pero esa oscuridad no ocultaba las escenas de hombres y
mujeres desnudos; algunos sostenían copas, pero todos estaban entrelazados en una
orgía bestial. En el baño, los grifos eran delfines de oro; la bañera estaba apoyada
sobre cuatro zarpas de león, pero en medio de la bañera había una silla de cromo con
un asiento de baño azul.
Las paredes del dormitorio estaban cubiertas de raído terciopelo rojo. El cuero
estaba pegajoso.
Pero era el cuadro colgado sobre la cama lo que se aparecía en los sueños de
Safire desde aquel día. En una colina con extraños árboles como espárragos, una bella
mujer desnuda se retorcía en una cruz. Llevaba sobre la cabeza una guirnalda de rosas
y las espinas se hundían en su frente, la cual se veía surcada de regueros de sangre. El
cabello le caía en gruesos mechones oscuros y brotaba también por debajo de los
brazos y entre las piernas. Un grupo de hombres levantaban los brazos hacia ella,
algunos le tocaban los pies. Todos ellos la miraban con los ojos encendidos y los
labios abiertos, carnosos y relucientes por la saliva. Sólo se podía ver a los que
estaban más altos, pero bastaba para comprobar que no todos eran viejos y que
algunos eran atractivos, pero todos ellos babeaban lascivamente.
Durante años sufrió pesadillas, especialmente con la imagen de aquel cabello.
Pero hace una semana volvió a soñar con ella… era una bailarina de barra con unos
tacones altos rojos. Y él se encontraba entre el público.
Tampoco le dijo a Emrald que, a mitad de la visita, el bisabuelo de imperiosa
nariz y noble cabeza se sacó la dentadura, tras lo cual su boca se transformó en una
aterradora grieta o agujero. Ni que las ropas que llevaba eran una camisa blanca y
unos pantalones ¿grises? que ni tan siquiera hubieran aceptado en un establecimiento
de St. Vinnies. Ni le habló de que su voz era áspera y jadeante, ni de que todo el rato
se apretaba un pañuelo bordado con sirenas contra el cuello. Papá le dijo a Saffa
después de marcharse que el motivo del pañuelo no era que el bisabuelo fuera un
artista ni nada de eso, sino que era para cubrir un agujero en la garganta.
Y Saffa nunca contó a nadie que, cuando papá bajó las escaleras para ir al baño
antes de marchar, el abuelo de papá le dijo que se acercara. Y cuando Saffa reunió el
valor para hacerlo, el viejo le puso una cajita en la mano y le dijo que la guardara
hasta que se hiciera mayor y que, mientras tanto, no se la enseñara a nadie. Nunca lo
cumplió. El bolsillo de su pantalón era muy poco profundo, o tal vez lo tenía lleno
con otras cosas. Cuando llegó a su cuarto en casa de aquel bolsillo sólo salió una caja
de Smarties.

En el extremo más alejado de la manta, Emrald se despertó y escuchó la profunda y


constante respiración de Safire. La manta daba tirones bajo su cuerpo.
Probablemente, pensó Em, estaba haciendo su tabla de abdominales del Men’s

www.lectulandia.com - Página 178


Fitness. Después de lo que debió de ser una serie de cincuenta repeticiones de
abdominales, paró.
—¿Estás dormida?
—No.
—Siento lo de tu violín.
Em también lo sentía. Ya lo echaba de menos.
—Nunca podrás volver a tocar el violín, ¿lo sabes?
Em se incorporó. Nunca se le había ocurrido pensar en ello.
—¿Por qué?
—Lo tocas demasiado bien. Te reconocerán.
Lo decía en serio. Ella le sonrió, sin saber si su cara era una máscara negra.
—Esta es la primera vez que no te refieres al violín como algo estúpido. Pero, ¿y
qué hay de tu tenis?
—Siempre lo detesté.
Fue toda una sorpresa para Em, pero lo cierto es que se lo habían impuesto a los
tres años de edad.
Safire se estiró y comenzó a contar flexiones.
Ella se tendió boca arriba. No habían hablado acerca de a quién podrían recurrir
para formar una familia. ¿Quién no sólo los querría, sino que además podría costear
su educación? Y lo que era más importante, ¿de quién podrían fiarse? Em fue
descartando un tipo tras otro de familia: los cristianoides del rollo cuantos-más-mejor,
los amistosos pedófilos, hombres que la castiguen como si fuera un bebé. Em
consideró la idea de hackear algún registro de solicitudes de fecundación in vitro,
pero desechó la idea cuando recordó cuántos de esos padres «de éxito» eran como su
madre: sólo amaban la idea de los niños.
Nadie nos querrá. Y no podemos fiarnos de nadie. Se quedó totalmente en
blanco… hasta que se le ocurrió: ¡parejas gays!
Sabía que tendría que explicarlo bien, o de lo contrario Saffa lo rechazaría con un
¡Mariconazos! Pero una simpática pareja de mediana edad de, digamos, unos
cincuenta años, que ya hubieran dejado atrás sus días de sexo desenfrenado. Y,
además, Saffa podría sacudirles si intentaban algo. Siendo una pareja estable a esa
edad, serían inteligentes y capaces de apreciar a Wolf.
La idea fue afianzándose en ella mientras pensaba más y más en la pareja.
Tendrían dinero, cultura, así que les encantaría la buena música (podría pasarme al
arpa). Siempre se les había negado cruelmente tener una familia… una familia que
siempre habían deseado. Ahora tendrían todo el lote completo, incluyendo un perro
(todos los gays adoran los perros). Ella, por supuesto, podría tenerlos como amigos.
Se sonrió para sus adentros mientras se lo imaginaba todo, sabiendo que la cualidad
más importante eran los caudales. Una vieja pareja de gays ya se habrían pasado más
de media vida guardando secretos, fingiendo ser alguien diferente ante el resto del
mundo.

www.lectulandia.com - Página 179


Tan sólo había un problema. ¿Sería esa playa en la que oía romper las olas de la
clase de playas por donde pasean viejos gays? Eso podría suponer un problema. Al
menos no sería el Paraíso de los Pescadores. Los gays no pescan.
Divagó un poco más hasta dormirse y en una hora sus piernas y las de Safire
quedaron estiradas sobre el territorio de caza de innumerables criaturas de la noche.

Un monstruo con fauces húmedas estaba devorando a Wolf de la cabeza hacia abajo.
El monstruo sujetaba los hombros de Wolf con sus garras. Wolf abrió la boca para
pedir ayuda a gritos pero sólo pudo carraspear…
—¡Wolf!
Los labios de Lovie le hicieron cosquillas en la oreja. Había logrado llegar hasta
él y estaba casi bajo su cuerpo.
—Algo va a venir a comernos.
No muy lejos, parecía que alguien practicaba con una guitarra, pulsando una sola
cuerda… ranas macho pobblebonk compitiendo. Pero no podía ser.
Lovie lloriqueó en su cuello.
—Cállate —dijo él, incorporándose, irritado y asustado.
Algo estaba aproximándose. Algo pesado, con paso escurridizo.
Wolf sujetó a Lovie lo mejor que pudo y se puso en pie intentando no hacer
ningún ruido.
La oscuridad explotó en un frenesí de ramas rompiéndose y hojas crepitando. A
continuación, les llegó un largo siseo desde uno de los árboles que tenían frente a
ellos. No sabía de cuál… y entonces detectó que el contorno lateral del árbol más
cercano cambiaba de forma, a la altura de un primer piso.
Bajó a Lovie al suelo —era demasiado pesada— y señaló:
—¿Ves ese árbol? Allí arriba está el hermano mayor de mi señor Lagarto.
—¿De verdad?
—Y tanto que sí… ¿Y sabes lo mucho que le gusta al señor Lagarto que le des
plátanos?
—¡Oh! —respondió la pequeña. Su cara se transformó. Wolf la amaba y la odiaba
tanto en ese momento que se le cortó la respiración. ¿Por qué era Lovie capaz de ser
Feliz a un nivel que él jamás podría aspirar alcanzar? ¿Por qué ella le hacía que
quisiera matar por ella? ¿Por qué? Cuando ella ni siquiera apreciaba su amor… ¿Y
cuándo dejaría de ser Lovie? ¿Cuándo?… ¿Dentro de un año? ¿Dos?
Ella tomó su mano… ¿para torturarme? Sus ojos nauseabundamente hermosos le
miraban con una confianza perfecta.
—¿Crees que a su hermano mayor le gustarán las bananas?
—A él le encantarían, Lovie, pero no esta noche. Ahora, volvamos a dormir.
Wolf se sorprendió al ver que Lovie no le causaba problemas y accedía a
tumbarse junto a él en la manta. Pero le llevó un tiempo volver a dormirse y cuando

www.lectulandia.com - Página 180


lo hizo tuvo otra pesadilla… el señor Lagarto esperaba infructuosamente.
Em se despertó la primera, rascándose un picor. Huelo terrible fue su primer
pensamiento. Luego abrió los ojos. El amanecer ya había llegado y se había
marchado. Estaba de cara a Saffa, un zombi hasta las doce. Wolf también estaba
profundamente dormido, pero se despertó con un solo toque. De hecho, fue él quien
los despertó del todo, en cuanto se incorporó.
—¿Dónde está Lovie?
Tuvo la sensación de que se le caía el estómago al suelo. Ese maldito lagarto
goanna. No le había dedicado ni un segundo de su pensamiento, excepto para admirar
su longitud de proporciones humanas.
Nadie podía moverse. Estaban demasiado asustados. Emrald y Safire no podían
mirarse a los ojos, no digamos ya a los ojos de Wolf.
—Buuueennn León. ¿León tiene hambre?
Lovie entró en el claro sujetando un pequeño perro blanco y negro. Cuando el
perro vio a los otros tres humanos, se pegó a Lovie tembloroso.
—Shhh —dijo Lovie—. No te harán daño.

El terrier jack russell rechazó una naranja que compartieron el resto y lamió tanta
agua como pudo de las manos ahuecadas de Em cuando esta se la ofrecía. El perrito
no quería abandonar los brazos de Lovie, pero dejó que Em le atara una correa
provisional al collar rojo y sin chapa que llevaba. Em acarició su cuerpo tembloroso
hasta que el pequeño perro le lamió la mano.
Em se volvió hacia los otros, con la boca apretada.
—Es una perrita de Navidades abandonada. Y acaba de tener perritos. Puede que
haya andado desde el desvío del Paraíso de Pescadores. Está hambrienta y tiene las
tetas doloridas.
Así que ahora eran cinco.
Wolf llamaba a Lovie, pero ella lo ignoraba, o bien jugaba con León o quería que
la acunara Em. Y así pasaban el día ella y Em. De modo que él no existía. Sólo de
noche, cuando ella tenía miedo.
—No debería haberme quedado —murmuró Wolf—. Ahora va a ser difícil
conseguir unos padres de adopción.
Sacó los libros de su bolsa. Todos de la biblioteca. Todos con la fecha de
devolución caducada desde hacía un mes y ahora técnicamente robados, ya que no los
devolvió antes de que la familia se mudara.
—Úrsula me habría adoptado.
—¿Quién es Úrsula? —preguntó Em, que estaba sentada junto a él.
—¡Nadie! —volvió a llenar su bolsa y se levantó—. ¿No nos vamos?
—¿Irnos adónde? —Lovie miraba el rosto turbado de Wolf y Emrald.
—Pongámonos en marcha —dijo Safire, cogiendo de un impulso a la niña y a la

www.lectulandia.com - Página 181


perra—. Yo las llevaré.
Lovie se revolvió hasta que Em tuvo que cogerla y la perra saltó de sus brazos.
Wolf cogió la correa, pero no era necesario. El animalillo sólo esperaba volver a
estar con Lovie.
—No —gritó ella, llorando histéricamente—. ¡No!
—Tiene hambre —dijo Em.
—¿No qué? —preguntó Wolf.
—No vayamos a casa. Juguemos al Armario.
—¿Por qué quieres que juguemos al Armario?
—¡Así no nos meteremos en problemas!
—Lo que dice no tiene ningún sentido —dijo Safire.
Em acarició el pelo de Lovie.
—Ni tampoco lo tendría lo que tú dijeras si estuvieras hambriento y tuvieras
cuatro años. ¡Vamos!
—¡¡¡No!!!
Lovie luchó por liberarse de los brazos de Em, y esto hizo que su hermana la
sujetara con más fuerza. Sus gritos debían de llegar hasta la autopista.
—Eh, Lovie, tengo una idea —dijo Wolf, tocándole un brazo. Afortunadamente,
el griterío paró—. No volvamos nunca a casa.
El perro se incorporó y arañó la pierna de Em, pidiendo que le subiera.
Lovie miró a Wolf.
—¿No volver a casa nunca?
—Nunca.
¿Ni con papi?
—Ni con papi —dijo Safire.
Fuera del rango de visión de Lovie, Em hacía señas a Safire: ¡Cállate!
—¿Quieres decir que León puede venirse con nosotros?
—Por supuesto —dijo Wolf.
—¿Y prometes que papi nunca nos encontrará?
—¿Cómo podría hacerlo? Nunca ha venido con nosotros antes cuando jugamos al
Armario, así que, ¿cómo va a poder hacerlo ahora, cuando no estamos jugando?
Lovie reflexionó y pareció encontrarle sentido. Pero, entonces, recordó algo.
—¿Y Saffa y Em nos protegerán en nuestros viajes? —alargó el brazo hacia el
perro—. Después de todo, León es sólo un bebé y podría haber una reina mala por la
que tú nos abandones.
—Él nunca haría eso —dijo Em.
—Cállate —dijo Wolf—. Saffa y Em nos protegerán, Lovie, y mira lo mucho que
te quiere León.
Wolf asintió a Saffa, el cual extendió los brazos hacia Lovie con una
determinación de Yo me encargo a partir de ahora.
Wolf se arrodilló y rebuscó en su bolsa, escondiendo las lágrimas. Sentía un puñal

www.lectulandia.com - Página 182


clavado en el corazón.
—Yo podría encontrar otro papi para nosotros —dijo Lovage a Safire—. Un
simpático viejecito con albornoz.
—Genial —murmuró Safire—. Un exhibicionista —pero estaba sacudiendo la
cabeza y sonriendo a Em, que no lo había oído.
Ella miraba a Wolf ¡A veces!, pensó Em, me pregunto si Lovie tiene corazón.

www.lectulandia.com - Página 183


www.lectulandia.com - Página 184
EL ROSTRO BLANCO AL AMANECER

MUJER ARAÑA
(Escrito por un habitante de la Sombría Carcosa)

Cuando los soles gemelos descienden más allá del Lago Hali
Y las negras estrellas aparecen, para iluminar oscuros callejones
Criaturas nocturnas se deslizan y corretean sobre húmedos adoquines
Y aparece una pálida mujer araña, no se trata de un engaño.

Bajo extrañas lunas, ella se desliza y repta


Su rostro es mármol puro, una placenta congelada
Caer rendido a sus tenebrosos encantos, sería una imprudencia
Su bendición es un beso mortal.

Un amanecer escarlata rasga la espesa penumbra del apartamento. Unos dedos rosas
de finos rayos de luz me despiertan de otra noche agitada, plagada de sueños febriles
sobre mi amada Genevieve, y sueños del extraño rey andrajoso con ropas amarillas,
un ser gris y enjuto que se aferra a un cetro de ónix negro y lleva una corona de joyas
deslucidas sobre su angulosa cabeza. El suyo es un rostro de oscura astucia y ángulos
afilados. Una lengua como un gusano necrófago. Fue él, estoy seguro, el que vino a
por Genevieve.
Además, un ruido estuvo despertándome durante la noche. Un ruido como de
fuertes golpeteos, como si el inquilino de arriba hubiera recorrido el apartamento con
zuecos de madera. ¡Clomp!… ¡clomp!… ¡clomp!
Estoy sentado en el pequeño diván de la habitación principal. La puerta del
dormitorio está cerrada… el dormitorio que compartí con la dulce Genevieve y sus
ojos como rayos de sol, su piel como alabastro, sus labios como la fruta más madura.
Su voz, su melodía, era como un coro de ángeles. Todo ha desaparecido ahora. Para
siempre. Su belleza externa escondía una debilidad interna, un corazón defectuoso. Y
ahora soy yo quien sufre de un corazón roto. Oh, Genevieve, mi amor perdido. No he
tenido el coraje de regresar al dormitorio, a nuestra cama, a nuestra vida anterior.
Tras levantarme y parpadear, la inquietud nocturna se disipa lentamente, dejando
tras de sí un sabor amargo. Me acerco a la ventana, la abro dejando entrar el rosado
amanecer y miro a la plaza adoquinada luchando por despertarme, como todos los
habitantes de la ciudad hambrienta.
En la plaza, los vendedores destapan sus tenderetes de loneta con la mercancía ya

www.lectulandia.com - Página 185


lista. La magnífica fuente de mármol está seca. Ancianas, tras velos negros, anadean
por el empedrado como gordos pichones. El aire huele a aguarrás. Una débil bruma
amarilla flota en el cielo brillante.
Finalmente, un movimiento en la plaza atrae mi atención. Me inclino hacia
delante; echo un vistazo a los balcones del otro lado de la plaza. Sombras sobre
sombras, oscuridad sobre oscuridad. Los dos soles en ciernes no llegarán a esta
fachada hasta última hora de la tarde. Es por eso que elijo una orientación hacia el
oeste… mi mejor trabajo lo he realizado a la suave luz mañanera.
De nuevo detecto un movimiento furtivo entre las sombras de enfrente. Entonces
lo veo y me echo hacia atrás alarmado; un rostro muy, muy blanco, brillante como un
pergamino blanqueado y suave como una máscara de exquisito mármol, tenue y
pálido, de un estoicismo congelado.
Un rostro blanco al amanecer.
El semblante me turba; inexpresivo y observante, una perfección impasible y
paciente, su simple falta de expresión de alguna manera refleja una terrible belleza.
Me acuerdo entonces de la obra del joven Boris Yvain, me estremezco y vuelvo a
esconderme en las sombras de mi habitación, lejos de aquel rostro que me juzga.
Sacudo la cabeza, intentando liberarme de la niebla de la noche. Ah, Boris, creo.
Hay belleza en la roca, pero las grietas siempre asoman. El propio Boris se agrietó a
la tierna edad de veintitrés años, durante su estancia en París. Como una bengala,
deslumbró con fuerza, pero brevemente. A pesar de ser norteamericano, recuerdo
ahora que Boris Yvain debió de estar influenciado por el célebre escultor Vance, el
oscuro artista que transformaba la vida en piedra. Boris experimentó con la química,
destilando un extraño preparado científico que cuando entraba en contacto con un ser
vivo, por ejemplo, un lirio silvestre, tenía lugar una reacción, como un rayo de sol o
un destello de vida que brotaba de la flor y se fusionaba a su alrededor,
transformándola en una perfecta figura de mármol. Presentía que su descubrimiento
contaminaría el mundo del arte, y tal vez ya lo hubiera hecho años antes; Vance ya
había corrompido a Carcosa. Vance no tenía ningún escrúpulo en usar su «don» para
fines más oscuros.
Tras apartar a Boris y el rostro blanco de mis pensamientos, me dirijo a la
pequeña cocina y me preparo un frugal desayuno de café y tostada con mermelada. El
trabajo me llama, así que me llevo la comida al salón y me siento al escritorio. Echo
un vistazo a la puerta cerrada del dormitorio y veo… algo en la ranura entre el suelo
y la puerta, un movimiento, una niebla negra, agitándose. Pero entonces parpadeo y
no veo nada, sólo un trozo de oscuridad filtrándose por debajo de la puerta. Sacudo la
cabeza y vuelvo la mirada al escritorio.
Del cajón del escritorio saco mis herramientas: pergamino, tinta y plumas, y las
coloco listas para ser usadas. Voy a crear una obra maestra, algo más grandioso
incluso que El Rey de Amarillo, esa diáfana e inolvidable creación que tanto me
enerva y me aterra. Mío será el libro que se lleven de las casetas y lean de noche bajo

www.lectulandia.com - Página 186


la parpadeante luz de un quinqué, temblorosos, petrificados por el terror, y sin
embargo incapaces de apartar la mirada de las palabras ponzoñosas. Entonarán
alabanzas por mí y me maldecirán. ¿Cómo es posible que dicha creación, me
pregunto, haya seguido formando parte de la conciencia colectiva durante tanto
tiempo? Y, sin embargo… sin embargo, incluso ahora estoy tentado de recuperar el
ejemplar de la obra y revisitar el negro mundo del Rey Amarillo y la Máscara Pálida.
Por mucho que lo intente, jamás lograré recrear una obra tan incongruente. La idea
me intimida y me embarga de una ira envidiosa.
Levanto la mirada y la dirijo al rincón de la habitación. El maniquí, un resto de mi
vida anterior, me mira impasible, juzgándome. Sonrío, recordando muchos momentos
maravillosos, cuando terminaba de confeccionar una prenda de ropa en el maniquí y
luego se la ponía a Genevieve; vestirla y, a continuación, desvestirla. Luego,
inevitablemente, acabábamos en el dormitorio, donde nos deleitábamos con las sedas,
los rasos y nuestras pieles. Tal vez, supongo, debería deshacerme de ese trasto viejo.
No es más que otra flecha en mi corazón.
Vuelvo la atención al pergamino, mi nueva vida, sorbo el café espeso y me pongo
a la tarea, pero tras unos cuantos intentos comienzo a titubear. Las palabras no fluyen.
La musa se muestra esquiva. Continúo intentándolo, pero todo lo que garabateo en el
pergamino parece un galimatías ilógico y enrevesado. Poco después admito la derrota
y me retiro al balcón. Quizás la contemplación de los dos soles logre prender algo en
mi interior.
Pienso en el rostro blanco. Los balcones del otro lado de la plaza siguen envueltos
en la oscuridad. Miro atentamente las sombras. Veo débiles destellos de pálidas
lámparas en algunos de los apartamentos. Y movimiento. Los habitantes, creo,
moviéndose detrás de ventanas cerradas y persianas bajadas. Intento recordar de qué
balcón emergió el rostro blanco. Parpadeo. ¿Estaba justo enfrente de mí? ¿Abajo? ¿A
la derecha? Me falla la memoria. Podría haber estado en cualquier sitio. De repente
tengo una visión del rostro blanco reptando por la fachada del edificio, sobre los
balcones, por encima de las ventanas, el cuerpo de ella (porque estoy seguro de que
es una mujer) es rápido y ágil, su cabeza es de suave y sonriente piedra.
Estos sombríos pensamientos nublan mi mente. No voy a poder seguir con el
trabajo por el momento, así que decido salir a pasear.
La plaza está llena de movimiento frenético y ruidosa cháchara; luz solar naranja
y sombras azules. Huele a pan fresco y a miel. En un puesto destartalado le compro
un cruasán a un hombre bajito y moreno. «Buenos días», digo al robusto hombrecillo
sonriendo e intentando mantener el ritmo, pero él se limita a gruñir por toda
respuesta. El cruasán está rancio, duro, pero decido que no voy a permitir que nada
más afecte negativamente mi estado de ánimo. Genevieve habría sonreído y habría
continuado.
Hombres, mujeres y niños pasan en un remolino a mi lado como un indistinto
flujo constante. Yo soy el único parado en un mundo en movimiento; el centro, la

www.lectulandia.com - Página 187


cúspide, un habitante de Carcosa. Sin Genevieve, estoy solo. Me siento débil,
mareado. Llego a trompicones a la mesa más cercana de una cafetería y me desplomo
en un asiento vacío. Cierro los ojos e intento apagar ese mundo vertiginoso.
Con los ojos cerrados, lo «veo» otra vez… el rostro blanco. Piedra suave y estoica
moviéndose en mi visión, flotando en la oscuridad. Me asusto, abro los ojos y dejo
escapar un grito ahogado.
A mis pies, algo negro corretea sobre los oscuros adoquines. Una araña, delgada y
de patas largas permanece inmóvil como una estatua sobre el empedrado caliente, tal
vez tras detectar mi repentina atención. Me pongo de pie y aplasto rápidamente a la
negra criatura con el tacón de mi bota. Presiento el satisfactorio crujido, pero jamás
llega. Cuando levanto el pie no hay ni rastro de la araña.
Cruzo a trompicones la plaza en dirección a un pequeño callejón. Me apoyo
contra la fría y oscura pared, jadeando y parpadeando. Tal vez, como con el rostro
blanco, simplemente me imaginé la araña. Tal vez ingerí demasiada absenta ayer
noche. No sería la primera vez. Ni la última.
Intento recordar la velada, pero el recuerdo resulta tan esquivo como mi musa.
Sin embargo, recuerdo vagamente a una mujer, lo cual es imposible. Sólo existe una
mujer para mí: Genevieve. No habrá ninguna otra.
El callejón es oscuro y estrecho. Huele a tripas de pescado y a desesperación. Me
parece oír algo, un ruido como el chapoteo de unos pies diminutos sobre el cemento
húmedo del callejón. Un correteo. Luego un suave zumbido, como la explosión de
una respiración contenida. Tal vez un golpeteo amortiguado y titubeante. Creo ver
algo moviéndose al final del callejón, una sacudida. Me inclino hacia delante y
entrecierro los ojos. No estoy seguro, pero creo ver una forma pálida salir de las
sombras, una cabeza, o más bien una máscara blanquecina, observándome
ciegamente. Me agarro la cabeza, doy media vuelta y salgo corriendo del callejón,
jurándome a mí mismo dejar de beber para siempre. No sería la primera vez.
Y entonces me despierto en el pequeño diván de mi apartamento. La puerta del
dormitorio está cerrada… el dormitorio que compartí con mi estimada Genevieve.
Estoy cansado y mi cabeza está nublada con espesa niebla. Mi sueño fue irregular.
Escuché un extraño ruido durante la noche, un golpeteo, como si el inquilino del
apartamento de arriba llevara puestos zapatos de madera. He estado notando
picaduras y pinchazos por el cuerpo durante toda la noche. No estoy seguro de qué
día es. Pero no bebí, de eso sí estoy seguro.
Cuando me levanto, me sobresalto momentáneamente al descubrir una figura de
pie en el rincón, silenciosa y quieta como una noche de invierno. Avanzo con el brazo
estirado y parpadeo. Es el maniquí, desnudo e inmóvil, la mitad inferior no son más
que tres patas de madera, como un taburete de bar, la mitad superior es un torso
femenino, su espantosa piel blanca rosada es una pátina de grietas y surcos y pintura
pelada. En la tenue luz de la mañana distingo el rostro del maniquí. Los ojos negros
me miran fijamente, la boca abierta forma un siniestro rictus. Me parece oír un grito

www.lectulandia.com - Página 188


procedente de esas fauces negras inmóviles. La cabeza está calva, suave y brillante
como las extrañas lunas sobre la ciudad.
Recuerdo mi vieja profesión; la sastrería y los arreglos de ropa, las finísimas
sedas y rasos, los botones, agujas y alfileres, el vestirse y desvestirse. Especialmente,
el vestirse y desvestirse. Sonrío. Antes de Genevieve, muchas mujeres necesitaron
arreglos. Por aquella época ya me había ganado una excelente reputación; una
reputación que necesito reparar.
Arrastro los pies y alargo el brazo para tocar la mejilla del maniquí, pero me paro.
Hay una mancha negra en la mejilla del antiguo maniquí que se mueve, repta
lentamente sobre la piel agrietada y rota. ¡Otra condenada araña! Se cuelga de la boca
del maniquí, como si hubiera reptado de dentro de aquel agujero negro. Golpeo a la
criatura con la mano abierta, aplastándola. Deja una mancha negra en la pintura
pelada. Durante un segundo, me parece escuchar que brota un débil grito del maniquí.
Inquieto, me aparto del maniquí inmóvil. El apartamento está en silencio, las
ventanas y las cortinas cerradas. Me dirijo tambaleante hacia el dormitorio, pero la
puerta cerrada se burla de mí, me paro en seco. Observo la puerta. Una lúgubre
desazón me invade. Me aparto del dormitorio, agarro el chaleco y huyo del
apartamento.
Fuera, a la luz, alzo la mirada hacia los soles gemelos. Por su posición supongo
que debe de ser media tarde. Pero ¿cómo puede ser que haya dormido toda la
mañana?
Así que, finalmente, me encuentro frente al pub Four Winds, mirando con los ojos
achinados el cartel de madera sobre la pesada puerta negra. No recuerdo qué ocurrió
cuando salí de mi apartamento, ni cómo llegué allí, porque ahora los soles ya
descienden y la tarde se disipa.
Abro la pesada puerta y entro. El aire está espeso por el humo y la conversación.
El viejo Viktor se encuentra detrás de la barra, así que me dirijo hacia allí.
—Hail —saluda el viejo Viktor—. Vaya, pareces un poco desencajado. Tu rostro,
mi viejo amigo, está surcado de preocupaciones y penas.
Soy levemente consciente de que no he comido, pero antes de poder pedir un
plato de comida, el viejo Viktor ya ha colocado un whisky doble delante de mí.
—Invita la casa —dice—. Tienes pinta de necesitarlo.
Apuro el whisky de un trago y, cuando voy a colocar el vaso sobre la barra, la
veo, una araña, reptando ebria sobre la húmeda madera oscura. Furioso, levanto la
mano para aplastar a la criatura pero el viejo Viktor me agarra el brazo.
—No —dice—, no debes matarla. Las arañas transportan nuestras penas. Se
considera de mala educación y trae mala suerte.
Bajé la mano y miré al viejo Viktor.
—Mi suerte no podría ser peor —digo.
—Tal vez —replicó el viejo Viktor, y luego preguntó—: ¿Conoces la historia de
las Arañas de las Penas?

www.lectulandia.com - Página 189


Sacudí la cabeza con aire taciturno.
—Ven, entonces —dijo, dejando que el joven Viktor se ocupara de la barra y
conduciéndome a una mesa apartada, no sin antes servirnos un largo trago—. Quizás
te sirva de material para tu próximo libro.
»Escuché esta historia de Hawberk el armero —siguió el viejo Viktor—, que se la
oyó contar a Severn. Pero es un relato tan cierto como el que más.
»Hace mucho tiempo, mucho antes de que Carcosa tuviera torres, muelles y
puentes, cuando las estrellas negras derramaban sufrimiento, allí vivía un joven,
Gaston, el hijo del gran escultor Vance. Gaston estaba enamorado de una joven dama,
Camilla.
»Resulta que Vance no era un escultor al uso. De hecho, se decía que su arte era
producto de la magia negra. Con un solo toque y una invocación, podía convertir
objetos animados en piedra. Gaston era halconero, pero se decía que era dueño de una
variedad de animales y que estaba particularmente interesado en las arañas. Las
arañas, afirmaba Gaston, eran del mundo de los vivos y del de los muertos. Así pues,
podían viajar entre ambos mundos, transportando almas. Incluso podían, en raras
ocasiones, revivir a los muertos.
En este punto, el viejo Viktor calló para tomar un sorbo de whisky. Yo hice lo
mismo. Luego el viejo Viktor continuó.
—Vance había prohibido a Gaston que viera a Camilla, una plebeya. Lo cierto es
que Camilla era una joven de tal belleza que Vanee en secreto la deseaba para sí
mismo. Era un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería. Sin embargo, los
jóvenes amantes continuaron su fogosa relación, enfureciendo a Vance.
»Pero un día, cuando Camilla acudió al Lago Hali para encontrarse con su
amante, en su lugar encontró a un hombre de piedra, suave y muerto, colgado de un
enorme sauce llorón. Camilla se rompió en dos por el dolor. Resultaba imposible
consolarla. Lloró durante horas junto a la orilla del lago, abrazándose con fuerza a la
fría piedra. Finalmente, demasiado desesperada para continuar, se lanzó al Lago Hali.
Pero, poco después, el lago la escupió de nuevo a la orilla. No estaba muerta, pero
tampoco estaba totalmente viva.
»Aunque Gaston había sido transformado en piedra sólida, las arañas comenzaron
a brotar de su boca. Cientos de ellas salieron y bajaron hacia la orilla del lago, donde
treparon sobre la forma inconsciente de Camilla y entraron por su boca abierta. Se
cuenta que les atraía su pena, su dolor. Ella estaba atrapada en una especie de
purgatorio, una tierra de nadie, y las arañas ofrecieron un pasaje seguro en su viaje,
allá donde la llevara.
Me remuevo nerviosamente en la silla y apuro lo que queda de whisky.
—¿Y? —pregunté.
El viejo Viktor sonrió.
—Ella se levantó, por supuesto. Aquella mujer medio muerta, medio viva,
chorreando agua, deambuló por el campo hasta la casa de Vance, el reputado escultor.

www.lectulandia.com - Página 190


Lo encontró en su estudio. Cuando Vance la vio, se levantó de su asiento esperando
recibir furiosos reproches. Pero Camilla tan sólo sonrió con una amplia sonrisa y
arrastró los pies hacia delante. Cosas negras se movían en su boca. Abrió aún más su
sonrisa y avanzó a trompicones hacia Vance. ¿Es posible? Pensó Vance. ¿Es posible
que ella me haya querido todo este tiempo? Camilla abrió los brazos. «Acércate»,
dijo, «quiero darte un beso». Y Vance se movió hacia ella y posó su boca hambrienta
en la de ella, y Camilla, aparentemente con la fuerza que le proporcionaba la piedra y
el dolor, lo sujetó mientras las arañas se trasladaban de ella a él, llenándolo hasta
reventar al tiempo que Vance forcejeaba intentando evitar aquella negra riada.
Tengo el estómago revuelto.
—Curiosa historia —digo.
—Encontraron a Vance varios días después —dijo el viejo Viktor—, tendido
sobre el suelo del estudio, con el rostro congelado en una máscara de terror. Lo
achacaron a sus problemas de corazón. Un corazón débil, dijeron. La estatua de su
hijo, Gaston, también estaba en el estudio, como si milagrosamente «hubiera vuelto a
la vida», y también hubiera atravesado el campo. Había un nido de arañas en su negra
boca.
Toso.
—¿Y la joven? ¿Camilla?
—Nunca la encontraron. No la volvieron a ver nunca más. Sin embargo, ahora se
dice que visita a aquellos que guardan luto por sus seres queridos. Sus penas la
atraen. Ellos la alimentan, la mantienen amarrada a este mundo. Se dice que adopta la
forma de una enorme araña, con el rostro de una bella joven. Un rostro, dicen, que
sólo podría estar hecho de pura piedra blanca.
Me incorporo mareado. Creo que debería comer, pero siento que es esencial que
regrese a casa sin demora. Dejo a un lado los remedios del viejo Viktor y salgo a toda
prisa del pub.
Las estrellas negras gotean, como si lloraran. En la oscuridad, bajo las extrañas
lunas, encuentro el camino a casa.
En el apartamento, con el corazón acelerado, me acerco a la puerta del
dormitorio. Oh, Genevieve. Mis ojos se llenan de lágrimas. A continuación, todavía
mareado y débil por no haber comido, me tropiezo y caigo hacia delante sobre el
diván. Y luego todo se vuelve negro.
Me despierta un ruido extraño, un clomp, clomp amortiguado. Me incorporo en el
diván y parpadeo. Mis ojos se mueven rápidamente hacia la puerta cerrada del
dormitorio. Clomp. Ahí suena de nuevo. Clomp. Proviene del otro lado de la puerta
de la habitación.
Clomp.
Me levanto.
Clomp… clomp.
Me arrastro hacia delante. Luego, mientras mis ojos se acostumbran a la

www.lectulandia.com - Página 191


penumbra, lo veo, al maniquí, pálido y fantasmal, bañado en luz de luna y
moviéndose hacia mí, balanceando sus patas de madera por el suelo en un baile
espasmódico. Algo negro se mueve dentro de la boca del maniquí. Entonces, se
escucha un sonido procedente del dormitorio, un extraño golpeteo, y giro
rápidamente la cabeza hacia la puerta. En la ranura entre la puerta y el suelo veo
movimiento, un negro más negro, una cuña de oscuridad filtrándose por debajo de la
puerta y correteando hacia mí, una ráfaga quitinosa de ruido negro. Y el maniquí
baila. Clomp… clomp.
Entonces, más allá del dormitorio, escucho otra vez ese ruido, un zumbido, como
aliento exhalado, y un crujido, como si alguien o algo estuviera despertándose de un
descanso profundo, levantándose, saliendo del dormitorio pálido y sonriente y
susurrando «Ven aquí y dame un beso».

www.lectulandia.com - Página 192


www.lectulandia.com - Página 193
EL POZO DE LOS DESEOS

Obviamente, nadie me ha reconocido jamás por la calle como uno de los niños
originales de Golden Class. Tengo ya cuarenta y tres años y no he envejecido muy
bien. Pero siempre que me acorrala algún seguidor acérrimo de la vieja televisión
local diurna o soy presentado como el Tontaina Artie por algún conocido con poco
tacto, tengo preparado un arsenal de bonitas historias cuando me preguntan qué tal
era aquello. «Crecí con ese programa», dicen siempre, y también: «La señorita Iris
fue mi otra maestra, mi verdadera maestra». Algunos apenas son capaces de contener
sus celos nostálgicos.
«¿Cómo era en realidad?», preguntan, y les suelto una de mis mentiras
cuidadosamente elaboradas. Aunque lograra hacerles ver la verdad, esta los partiría
en dos. No les cuento, por ejemplo, aquella ocasión en la que intenté quitarme la
máscara delante de la cámara, o el día que vaciamos un paquete entero de matarratas
en el té de la señorita Iris.
Las palabras no alcanzan a expresar lo que era estar en Golden Class. Lo que
todavía sigue siendo, si puedo serles franco, porque cada vez que cierro los ojos
regreso allí, al rincón, detrás de mi máscara y un capirote de burro, y soy un tontaina
con un montón de problemas.
Lo cierto es que no lo sabía, no recordaba nada de lo que pudiera hablar en
profundidad que me hubiera sucedido desde los siete años hasta que me llegó el
paquete por correo.
Mis manos temblaban mientras rompía el papel de embalaje de la caja. Si mis
dedos hubieran dado con una pila de cuchillas oxidadas enterradas en vainas de
espuma rígida de embalaje no habría sentido mayor decepción que la que sentí en ese
momento, cuando toqué el contorno burlón de mi vieja máscara.
No había ninguna nota, sólo un vídeo… tuve que rebuscar en el trastero para
recuperar mi viejo reproductor. No había remitente, ni etiqueta alguna en la cinta de
vídeo, sólo un desdibujado logo grabado sobre el plástico negro que se hacía visible
cuando lo sujetaba a contraluz. El símbolo de la flor art decó de tres hojas de Golden
Class Productions.
El ataque de pánico ya había comenzado antes de meter la cinta de vídeo y ver la
grabación. Era una grabación de primera generación a partir de una cinta de tres
cuartos de pulgada, amarillenta pero dolorosamente nítida. Tras treinta y siete años de
ver las cintas en distribución, con colores sangrando unos sobre otros como una
acuarela de un paciente demente, me impactó como si me hubiera recuperado
repentinamente de un ataque al corazón. La sangre coagulada es drenada del tejido
cerebral dañado y la memoria y la percepción regresan en una riada.
Al principio sonaba la sintonía del programa y el título se fundía dando paso a la

www.lectulandia.com - Página 194


toma máster familiar de Golden Class. Cuando la señorita Iris informó a la clase de
que era un día especial, el último día en el colegio, me di cuenta de que era un
episodio que nunca se llegó a emitir, y que mis terapeutas y psiquiatras de Norwalk
me aseguraban que sólo era producto de mi imaginación.
Dijeron que nunca ocurrió, dijeron que me lo había inventado todo y me drogaron
hasta un punto en que ya no podía recordar nada. Pero ahora se veía en mi pequeño
televisor y no paraba. Lancé el mando a distancia y luego la máscara para romper la
pantalla. El audio continuó oyéndose por el diminuto altavoz. «¿Y queréis saber por
qué hoy es un día especial, niños? Porque hoy… vamos a montar una obra de teatro».

No es preciso que les aburra repitiendo los tropos familiares del programa. Aquellos
que no lo vieron de niños, no saben cómo era, pero me remito aliviado a su breve e
indirecta entrada en la Wikipedia:
[Edito]

Aunque este programa infantil de televisión rodado en Los Ángeles sólo


duró una temporada (99 episodios) en 1972, logró gran difusión y notoriedad
debido a sus rituales a un mismo tiempo rígidos y extraños; con una
hipnótica partitura de órgano y Theramin del padrino de la música exótica
Korla Pandit (adaptación libre del estándar de jazz "Yellow-Belly Stomp" de
King Leopardi); y su agobiante director de arte post-psicodélico. Acusado
por algunos críticos de tomar demasiado prestado de sus rivales Romper
Room y Mr. Roger’s Neighborhood, el programa Golden Class, producido
anónimamente, era a un mismo tiempo más autoritario y más surrealista que
cualquiera de los otros dos y fue acusado por el grupo de defensa cristiano
Acción para la Televisión Familiar de promover "una imaginería de
drogadictos" y "temas de lo oculto/brujería". Jean Baudrillard comentó
en una entrevista de The Psychedelic Review en 1973 que el programa era
una "dialéctica criptofascista planteada para minar el paradigma
contracultural", y reconocía inquietantes resonancias con la famosa obra
francesa decadentista titulada El Rey de Amarillo*.
Bajo la figura autoritaria de la señorita Iris Moll, la clase constaba de
veintitrés niños de cinco y seis años que tenían que llevar extrañas máscaras
expresionistas (para proteger la identidad de los menores, pero también para
que fuera más sencillo reemplazarlos) y participar en extraños rituales que
incluían meditación e histrionismo, además de clases de gramática,
geometría, filosofía y etiqueta. Los temas predominantes de las clases
incidían en el valor del conformismo y el peligro de una imaginación
desbocada.
Las actividades escolares se veían interrumpidas con frecuencia por la

www.lectulandia.com - Página 195


intromisión de cortesanos y familia real de la Ciudad Dorada de Carcosa:
elaboradas marionetas y títeres bunraku que acudían para compartir
canciones e historias, pero también en ocasiones para "cabalgar" o poseer a
los estudiantes más débiles; los empujaban a realizar inofensivos pero
extraños actos de mala conducta. La señorita Iris ordenaba a los estudiantes
y a los televidentes que apartaran la mirada de las marionetas y conseguía
crear escenas de humor involuntario con sus estridentes amenazas de que el
Tatterdemalion se llevaría a cualquier niño que se portara mal ante el tribunal
del Rey de Amarillo*. Un estudiante que se hubiera portado especialmente
bien era seleccionado al final de todos los programas para que lanzara una
moneda y una pequeña nota impresa al Pozo de los Deseos —un cubo de la
basura decorado al efecto— para pedir un deseo secreto.
Jamás distribuido en VHS o DVD y eliminado en YouTube, las
recopilaciones pirata de Golden Class son atesoradas por entusiastas de la
televisión extraña, mientras que las imágenes de los niños enmascarados
han sido empleadas como imágenes de fondo en un vídeo en directo de
White Zombie, y una especialmente incomprensible clase de la señorita Iris
ha sido sampleada en la canción "Yellow Magic Enema" de los Butthole
Surfers.
*_ Esta página ha sido borrada por los administradores debido a
corrupción textual en serie.
Había visto docenas de veces cada uno de los episodios, buscando respuestas.
Pero nunca había visto este.
Me forcé a expulsarlo del reproductor y tirarlo al contenedor de basura a la salida.
Preparé una bolsa de ropa para pasar la noche y reservé plaza en un vuelo matutino
de ida a Honolulú desde LAX. Llamé a Kelsey y le dije que me marchaba, que
cuidara mis plantas y que no intentara contactarme. Me marchaba a mi isla.
Lanzaba miradas a los coches en la carretera, convencido de que todo el mundo
me seguía. Aparqué en una calle residencial a las afueras de Sepulveda. Me despisté
un segundo cuando estaba en el Fuddrucker de la Galería y alguien me mangó el
teléfono antes de que me levantara de la mesa. Qué ciudad más encantadora. Se me
cayó la billetera en las escaleras automáticas. Nadie me avisó para devolvérmela.
¡Oh, qué Mundo tan Feliz, lleno de todo tipo de gentuza!
Pagué en metálico una entrada para una terrible película en el Arclight y me
cambié de una sala a otra hasta después de la medianoche, esperando que bajara la
marea.
Mi avión despegaría en una hora. Probablemente sabían que yo no iría en él. Pero
si me conocían tan bien como yo me conocía a mí mismo, probablemente esperarían
que me hubiera derrumbado completamente e ingresara bajo un nombre falso en el
Centro de Eutanasia Encino, o que la hubiera diñado en algún trastero alquilado,
guardándome el as en la manga de negarles la satisfacción de certificar mi

www.lectulandia.com - Página 196


fallecimiento.
Sabía que ellos me conocían demasiado bien. Mi mente no contenía nada que
ellos no hubieran puesto dentro.
Tal vez fue idea de ellos, lo de que me escondiera en mi isla.

Mi propia biografía en la Wikipedia después de Golden Class sería un listado tal que
así: Drogas, Fracaso, Pánico Homosexual, Drogas, Fracaso, Drogas, Fracaso,
Rehabilitación.
Mamá se había opuesto enérgicamente a que siguiera los pasos de mi padre como
actor, pero cuando Golden Class chapó, se le subió a la cabeza el cheque de
indemnización. Me presentaba a audiciones a jornada completa y conseguí unos
cuantos anuncios y pequeños papeles en comedias televisivas y dramas policiacos
hasta que tuve diez años y empecé entonces a autolesionarme con cortes. Cuando
suspendí sexto grado y le robé las pastillas para dormir, mamá rompió la hucha y la
gastó en terapia y en colegios privados cada vez más abusivos.
Con la mayoría de edad, continué buscando trabajo, pero no sabía hacer otra cosa.
Actué en varias obras teatrales y en el circuito de cenas de misterio en North
Hollywood, mientras sufría dos colapsos nerviosos, y cobraba cheques por royaltis de
sumas fríamente decentes que me llegaban cada mes allá donde estuviera viviendo,
incluso cuando no avisaba de cambio de domicilio, incluso cuando no quería ser
encontrado.
Cuando las cosas se pusieron realmente mal, Kelsey intentó darme una charla
sobre el reflujo y el flujo cósmico. Yo estaba tocando fondo y el flujo negativo debía
invertirse. Kelsey creía que cuando perdía un fajo de dinero en metálico, la ciudad
redistribuía de esa manera la riqueza compartiéndolo con el brahmán esquizofrénico
y adicto al crack más cercano mediante una especie de ciega osmosis kármica.
Pero Kelsey sólo había tocado fondo ocasionalmente, mientras que yo tenía un
puesto fijo allí. Yo sabía cómo era esta ciudad y que ella se había aficionado a mí. A
primera vista, podría parecer que estaba sufriendo otro colapso nervioso tras perder
un trabajo y haber sido desahuciado de mi estudio en Sherman Oaks. Pero Los
Ángeles me estaba devorando poco a poco ya antes de que cayera en mis manos la
cinta de vídeo. Que hubiera sufrido un colapso nervioso no habría sorprendido a
nadie, pero sólo Kelsey estaba allí para ayudarme.
No moriría por ellos, pero iba a desaparecer de la manera más patética posible.
Fui cauto. No me hacía ilusiones de salirme con la mía siempre. Cuando has sido
multado por mear en una alcantarilla de tu propia calle a las tres de la madrugada
bajo un diluvio, aprendes a no dar nada por sentado. Vives en un mundo de
posibilidades mágicas no menos predecible por ser un lugar totalmente jodido y
dispuesto a destrozarte.
Mi isla era el único lugar en el planeta donde me sentía seguro. Nadie me

www.lectulandia.com - Página 197


buscaría allí, nadie podría rastrearme y yo podría esconderme y perder la cabeza sin
que nadie intentara recluirme.

La última vez que vi a mi padre, vino a recogerme cuando mamá todavía estaba en el
trabajo. Le dejó una nota diciéndole que nos íbamos de acampada y también le dejó
los últimos ocho meses de pensión alimenticia, más los seis siguientes.
Papá era actor y en una ocasión fue expulsado del set de una película porno por
intentar dirigirla. Mamá jamás hablaba de lo que hizo o de quién era, y realmente no
quería saberlo. Él se metió en una especie de secta, o se vio mezclado en algún tipo
de estafa piramidal. Nunca tenía dinero, y cuando lo tenía, mamá lo gastaba con
cuentagotas.
No esperaba ir de acampada. Papá no tenía el equipo adecuado. Estaba claro que
iba a llevar la misma ropa durante una semana. Paramos en un parque en el Valle,
paseamos bordeando una laguna ornamental poco profunda, dimos de comer a los
patos y nos encontrábamos bien en general hasta que vimos a unas personas lanzando
monedas al agua.
—¿Por qué los gilipollas creen que cualquier masa de agua demasiado pequeña
para ahogarse es un pozo de los deseos?
No le respondí. Mamá me había dicho que la única manera de enfrentarse a las
iras irracionales de papá era mostrarse agradable, pero permanecer callado. A los seis
años yo ya poseía facultades a nivel de secundaria.
—¿Quieres ver un pozo de los deseos de verdad? —no era una pregunta, sino una
orden.
No íbamos de acampada.
Me llevó a la Galería y vimos la película de la última sesión —Mephisto Waltz—
dos veces, luego salimos de la sala y saltamos la pared del terraplén con vistas a la
intersección de la 405 con la 101. Me empujó hacia arriba por la pared y me arrastró
por la vía de aceleración que se bifurcaba y curvaba. El asfalto estaba blando y
caliente como goma de mascar, incluso a medianoche. Daba la sensación de estar
corriendo por el cañón de una pistola, pero entonces saltamos el abollado
guardarraíles y tiró de mí hacia un bosque más espeso que cualquier otra zona en las
montañas, más salvaje que el Parque Griffith.
El único sonido era el de los coches pasando, invisibles tras la espesa maleza,
como balas saliendo disparadas de cañones curvados. Las luces de la autopista no
atravesaban los pinos ni los espesos bosquecillos de hierba de las pampas y las
buganvillas. Sólo la luz azul plateada de la luna llena se colaba por el claro circular
en forma de cuenco, un bosque encantado de árboles de Navidad.
Antes había un rancho justo aquí, antes de que hubiera una ciudad. Y antes de
eso, indios. Los viejos californios decían que el pozo de aquí era profundo. Los
indios decían que llegaba hasta el centro de la Tierra, hasta el Agua Primigenia. Los

www.lectulandia.com - Página 198


deseos que se pedían aquí se hacían realidad. Se extendió la leyenda y la gente olvidó
todo excepto que tal vez cualquier agujero profundo en el suelo tenía la capacidad de
hacer realidad los deseos y lo único que costaba era un penique. Trasladaron el pozo a
otro parque en Tarzana y metieron un cubo de basura en el fondo, para que la gente
lanzara dinero… pero fuera lo que fuese que hacía realidad los deseos se quedó en el
agujero…
Ahora iba delante de él y me empujaba a través del tumulto de los árboles
frondosos y los matorrales, a través de las ruinas de un campamento provisional,
hasta una hondonada flanqueada en tres lados por terraplenes de tréboles. Levantando
la mirada se podían ver los coches, la ciudad, las luces, todo.
—Me gusta venir aquí a pensar —dijo mi padre empujándome hacia delante
como si quisiera presentarme a alguien—. Me gusta venir y reflexionar sobre por qué
ninguno de mis deseos se ha cumplido.
Él notaba que yo estaba asustado. Se paseó tranquilamente por el borde de la
hondonada de un bosquecillo en medio de la autopista y levantó una sucia plancha de
contrachapado del suelo, dejando al descubierto un agujero perfectamente circular
como un charco de aceite.
—Antes estaba aquí —dijo, sin aliento y sacudiéndose sus preciosos Newports—.
Lo llenaron de cemento, pero nosotros lo volvimos a abrir.
Finalmente se percató de que yo me iba alejando del claro, hacia el guardarraíl y
los coches que pasaban embalados.
—No pasa nada. No voy a lanzarte por el pozo.
Eso ni tan siquiera se me había pasado por la cabeza. La mayoría de los sitios
donde hemos vivido estaban invadidos por ratas, cucarachas y cosas peores. Yo había
imaginado que todo lo que estaba en la oscuridad saldría y nos arrastraría hacia abajo.
Quería cruzar al otro lado de la autopista y jugar al minigolf, pero tenía miedo de
pedírselo.
Sacó un dólar de plata. Tras pasárselo de un nudillo a otro, lo lanzó al agujero.
—¡Conviérteme en el mejor actor del mundo! —gritó hacia el pozo mientras caía
la moneda.
—No se cumplirá si lo dices en voz alta —dije; creo que quería enfadarle, pero él
sólo se rio.
—No era para mí —respondió—. Era para ti. Y los deseos cuestan muchísimo
más que un dólar, si quieres que se cumplan.
Su voz tenía ese tono bajo y crispado, como el de un cuchillo en una piedra de
afilar, que adoptaba cuando estaba a punto de gritar o de romper algo. Yo no sabía
qué hacer. Tenía hambre, estaba asustado y empezaba a pensar que tal vez iba a morir
en una isleta de tráfico en la intersección de autopista con mayor tráfico al oeste del
Mississippi.
Pero entonces él se acercó y se sentó a mi lado, y de repente vi que arrastraba una
mochila bastante grande, con un saco de dormir enrollado. Encendió un pequeño

www.lectulandia.com - Página 199


camping gas y calentó palomitas.
—¿Vas a presentarte a alguna audición este mes? —preguntó un rato después.
No le respondí. Él siguió preguntando hasta que le dije:
—La agente dice que no tengo carisma.
—¡Pero tienes personalidad! Esa zorra estúpida… —comenzó a enfurecerse de
nuevo, pero entonces miró a su alrededor y no vio nada que pudiera lanzar, excepto a
mí.
—No me mires de esa manera —gruñó—. Jamás te haría daño. Eres un príncipe,
y un día, hijo mío… —su brazo me atrapó, y con el otro barrió el panorama color
caramelo del campo de golf en miniatura y el incesante aluvión de coches—. Un día,
todo esto será tuyo…
»Durante un día.

Mi isla no había cambiado tanto como el resto del Valle, pero se veía distinta.
El pequeño grupo boscoso encerrado entre las vías de aceleración en forma de
trébol de la 405 y la 101 había sido invadido por malas hierbas y cosas peores.
Agresivas lianas de pepinos silvestres parasitarios y enredaderas con campanillas
cubrían el eucaliptus y los pinos con tan repulsiva violencia que uno podía oírlas
crecer y estrangular a sus huéspedes. Vainas espinosas reventaban cuando las
golpeaba con el hombro al pasar, dejando escapar pegajosas semillas.
El resplandor color yodo procedente de las farolas de sodio hacía que todo
adquiriera el aspecto de la lívida luminiscencia tras una explosión de flash, y poblaba
la oscuridad con palpitante vida sin ocultar nada de la basura que asfixiaba la hiedra y
el sotobosque de ailanto. Pero no había ningún asentamiento de vagabundos y la vista
seguía siendo hermosa; por la vía de aceleración de la 101 Oeste a la 405 Norte
estaba ubicado el reino de cartón piedra de colores pastel del campo de minigolf
Camelot y, más allá, la torre de entrenamiento de los bomberos y un cementerio de
antiguos coches de bomberos esparcidos como los juguetes abandonados de una
niñez más feliz que la mía.
Tenía un dólar de plata en el bolsillo, pero me había olvidado la palanca que
siempre llevaba en la bolsa, con una colchoneta compacta de aire, un puñado de
cereales y comida empaquetada liofilizada, un botiquín, una linterna, prismáticos, un
espray de pimienta y un cuchillo de supervivencia de ocho pulgadas. Vacié el
contenido de la bolsa sobre el colchón de aire. También me las había apañado para
perder mi pastillero. Y casi no me quedaban cigarrillos.
No podía irme a casa, no hasta que lo descubriera. Podía ir a la gasolinera Mobil
y estar de regreso aquí mucho antes de que subiera la marea de tráfico. Pero ellos
estarían mirando. Mi avión había despegado sin mí. Y no necesitaba los prismáticos
para ver mi apartamento en la planta alta del edificio, porque las luces estaban
encendidas. Yo las había apagado antes de irme.

www.lectulandia.com - Página 200


Tenía algo de picoteo y paquetes de comida deshidratada para tres días. Toda la
instalación de riego de la isla era de agua reciclada no potable, pero la isla limítrofe
era un oasis con virutas de cortezas para matar el sotobosque, palmeras rey y un viejo
irrigador que le garantizaba el suministro de agua. Estaba preparado para vivir allí
eternamente, pero no duraría ni doce horas sin mis medicinas y ni media hora sin un
pitillo.
No sé cuánto tiempo estuve allí sentado, paralizado. Me había olvidado ponerme
el reloj.
Un coche salió a toda velocidad por la vía de aceleración pitando violentamente,
como si intentara fastidiar el putt de alguien en el hoyo de la Torre Eiffel. Algo chocó
contra las ramas de los escuálidos pinos como un cañonazo. Me lancé cuerpo a tierra
hasta que me sentí estúpido. Me arrastré hacia la mochila de Betty Boop que el coche
había lanzado a la isla. Antes de abrir la cremallera, un teléfono en el interior empezó
a sonar.
Mi pastillero, un suéter extra, una manta espacial de papel de aluminio, dos rollos
de papel de váter, un fajo de tabloides y un cartón de Newport mentolados. En el
fondo, el teléfono desechable de prepago trinó como una cigarra, haciendo que
vibraran mis empastes.
—Bueno[3] —respondí.
—¿Qué coño te pasa?
Me senté en un matorral de ailanto, ahogándome con la peste a manteca de cacao
rancia cuando exploté en lágrimas.
—Kelsey… gracias. Gracias… pero no deberías haber ido a mi apartamento.
—Nadie te busca. Nadie más, en todo caso…
—Escucha, gracias, pero tú no sabes…
—¿Es todo esto por el programa? ¿Estás sufriendo otra vez flashbacks?
¿Ven lo adorable que era? Los llamaba flashbacks, no delirios.
—Sí… pero es…
—No te estás tomando la medicación ¿verdad?
—La tomé esta mañana, pero… vi algo. Ellos lo enviaron. Quieren que lo sepa…
—mi mente embarullada dejó de dar trompicones el tiempo suficiente para hilar un
pensamiento—. Tú regresaste allí. ¿Lo viste?
—Lo dejaste hecho un desastre. Buen trabajo con el televisor, por cierto. Vi tus
pastillas en la encimera.
—No encontraste el paquete en la mesa…
—No vi nada, pero podría regresar…
—¡No! No es seguro…
—¿Estás alucinando?
—Es grave. No puedo ver caras.
—¿Repítelo?
—No son como alucinaciones de LSD o psilocibina, donde todo se vuelve

www.lectulandia.com - Página 201


extraño por el rabillo del ojo, pero que cuando miras directamente el velo se descorre.
Es más como la ketamina, con la sola mirada todo se derrite y lo quema aún más, y
empiezas a pensar que tu percepción está destruyendo la realidad. No puedo ver las
caras de nadie, Kelsey…
—Estás teniendo una recaída. Sólo son paranoias. Nadie te está buscando.
—Tú lo has sabido muy rápido. Podrían haberte seguido…
—Iba ahora al Coronet, a ver La piel que brilla, y luego comer sola en el
Dolores’, ya que te has rajado. Cualquiera que ande siguiéndome o que tenga
intervenida la línea es bienvenido a acompañarme.
—Esto es… —gritarle no iba a convencerla de nada, pero lo intenté—. ¡Es real!
Estoy alucinando porque eso es lo que te obligan a hacer… Así es como ellos… te
matarán…
Una larga pausa embarazosa, y luego el sofocado sonido de sirenas.
—Jesús, la autopista está colapsada, están desviando todo el tráfico hacia
Sepulveda… Escucha, el teléfono te funcionará una semana, pero en cuanto empieces
a sentir la más mínima reducción de lucidez debes interrumpir tu viaje de
campamento y regresar a Los Ángeles.
—De acuerdo… —me levanté y bordeé la isla con forma de cuenco hasta que mis
botas tropezaron con una tapa de cemento que sobresalía unas pocas pulgadas del
manto de pinocha—. Regresaré pronto, lo prometo. Pero Kelsey…
—¿Qué necesitas?
—Hay un True Valué en Santa Mónica abierto toda la noche…
—¿Para qué?
—Hum… te juro que regresaré y lo solucionaré todo, pero por favor consígueme
una palanca y un mazo.

Nunca la he visto desnuda, pero Kelsey fue el gran amor de mi vida.


La conocí cuando estábamos los dos en custodia por suicidio. Yo atacaba a mi
grupo de terapia porque tenía un complejo narcisista autodestructivo, dijeron los
doctores, y no porque los otros pacientes tuvieran máscaras, o placentas resbaladizas
y membranosas cubriendo sus rostros que se balanceaban y temblaban cuando
hablaban. Cuando las cosas se pusieron realmente mal, ella era la única que conservó
su rostro.
Era la manera en la que Kelsey se relacionaba, la forma en la que ocupaba un
espacio, afirmando silenciosamente su derecho a existir en un mundo que le ofrecía
pocas o ninguna razón para quedarse. Qué debieron de hacer para criar a una joven
tan profundamente obsesionada, tan segura de sí misma a pesar de todo lo que le
hicieron. No supe hasta más tarde que había adquirido su aplomo tras intentar
suicidarse y fracasar en ocho ocasiones.
Kelsey era una hija bastarda secreta. Su padre anónimo terriblemente famoso le

www.lectulandia.com - Página 202


había pagado una buena cantidad para que se cambiara el nombre y mantuviera la
boca cerrada. No le había pagado para que se convirtiera en una neurótica de ciento
cuarenta kilos y, por ello, totalmente invisible en Los Ángeles, pero en ese caso
hubiera sido dinero bien gastado. Alguien como Kelsey podía cantar hasta hacer
llorar a los ángeles y nadie a su alrededor le prestaría la más mínima atención, a
menos que se escondiera detrás de una supermodelo mientras lo hacía.
Había conseguido un par de trabajos como modelo de tallas grandes, pero alguien
en una agencia siempre la descartaba en el último momento. Era como si la tuvieran
guardada en una caja y estuvieran continuamente agitándola hasta no dejarle otra
alternativa que incinerar su carrera con un pírrico libro de confesiones. Ahora
trabajaba en su apartamento de un dormitorio en Studio City, realizando
mantenimiento de webs para algo llamado reputation.com. Ella me adoptó porque su
madre nunca le dejaba llevar a casa perros abandonados.

Era uno de esos brillantes días de principios de invierno en L. A., cuando el sol es tan
sólo un reluciente efecto especial de oro pálido, pero las sombras azules son como
escarcha y absorben el calor de tu cuerpo a través de los pies. Me desperté temblando
bajo mi manta espacial y no pude levantarme ni moverme durante una hora.
Había tenido pesadillas: la vieja pesadilla que siempre se repetía, en la que la
señorita Iris me empuja dentro del armario. El polvo y el miasma empalagoso de la
rosa de té y el sudor agrio me asfixian como un trapo empapado en éter.
—Voy a mostrarte lo que eres —dice, y yo intento no mirarla, pero entonces ella
me ordena que la mire y se abre el vestido y todo se desborda y me aplasta contra la
pared.
Tenía este sueño todas las noches durante la pubertad hasta que dejé de hablar con
chicas. Pensé que era normal. Pensé que significaba que yo era gay. Cuando eso
tampoco funcionó, me alivió no tener que intentar comprenderlo.
Pero nada de eso me pasó realmente a mí jamás. Me dijeron que yo proyectaba en
ella mis problemas con la figura materna, mi repulsión por el arquetipo femenino. Me
sometí a hipnoterapia y a técnicas intensivas de control psíquico para recuperar
recuerdos reprimidos, cualquier cosa que me ayudara a entender por qué algunos
colores y olores me asqueaban o aterraban, por qué no podía soportar ni tan siquiera
la idea de ser tocado, por qué constantemente sufría pesadillas sobre lo que todo el
mundo escondía bajo sus ropas.
Hacía mis necesidades en un arbusto de ricino y leía a Wodehouse, y disfrutaba
de los sonidos de la hora punta, tan parecidos a las olas de una playa tropical.
Descansar en nemorosa tranquilidad en un claro rodeado por un circuito interminable
de furia de metal y asfalto era más relajante, de alguna manera, que cualquier otro
escenario en la naturaleza. Me atiborré de cereales y me preparé un filete del
Salisbury para comer, luego eché una siesta hasta que la marea cambió y pasé la hora

www.lectulandia.com - Página 203


mágica espiando mi apartamento.
Las cortinas de mi salón estaban echadas. Estaba seguro de que las había dejado
abiertas. ¿Las había cerrado Kelsey? No sé qué esperaba ver, pero creo que me habría
sentido mejor si el señor Muchas-gracias o el Mendigo hubieran aparecido para hacer
una reverencia y confirmarme que, efectivamente, había perdido el juicio.
Me había ido a dormir sintiéndome felizmente relajado, aunque ligeramente
estúpido, y pasé el resto del día bastante seguro de que simplemente me había vuelto
a dormir. De todas formas ¿quién cojones eran ellos?
La productora del programa quebró en 1974; los cheques de royalties se
esfumaron de un fondo de capital indirecto y sin cabeza; y el programa sin
distribución y medio amateur se quedó sin créditos. El equipo y los titiriteros también
llevaban máscaras. Si había alguien por encima de la señorita Iris, jamás lo vimos.
Sólo conocí a algunos de mis compañeros de clase televisivos por su nombre, y
sólo vi a unos pocos sin máscara. Nos desaconsejaban encarecidamente que
fraternizáramos fuera de la clase y jamás vi a ninguno de ellos después de que el
programa acabara en el mes de junio de 1973. Hubo varias reposiciones del programa
que duraron hasta 1984 en el sur de California y, según todas mis fuentes, todavía
seguían emitiéndolo en algunas partes de Canadá. Un par de mis compañeros de clase
salieron a la luz, pero sólo tras su muerte. El último era un prometedor personaje de
televisión que acababa de dar el salto de la televisión al cine. Cuando murió de una
sospechosa interacción de drogas, su obituario lo identificaba como Tommy, el
alumno preferido de la maestra. Nuestros historiales, de alguna manera, habían
quedado vedados tanto a la prensa como a los fans, incluso a nosotros mismos.
Durante años intenté encontrar a la chica que se sentaba a mi lado cuando no
estaba castigado en el rincón. Tenía el pelo brillante y del color de un penique de
cobre nuevo, recogido en trenzas detrás de la blanca sonrisa monótona de su máscara,
y su uniforme siempre estaba impecable, pero su preciosa mano derecha ligeramente
pecosa tenía una tenue cicatriz alrededor de la base de la palma y la base del pulgar.
Era una cicatriz extrañamente retorcida y brillante como la piel de una muñeca
incluso después de que la hubieran embadurnado con maquillaje compacto, y en una
ocasión ella me dijo, en voz muy baja entre dos tomas, que un perro la mordió y que
su nombre real era Regina.
De alguna manera, la señorita Iris nos escuchó cuando hablamos y supe que me
había metido en un buen lío, no como los pequeños líos en los que me atrapaban un
día sí y otro también. Solía soñar que agarraba su mano marcada con una cicatriz y la
arrastraba conmigo por debajo de los pupitres, y cruzábamos juntos la pequeña puerta
en el rincón que llevaba a Carcosa o a cualquier otro lugar donde jamás nos
encontrarían, pero siempre nos pillaban. Nos hacían cosas que recuerdo más
vívidamente que nada que hubiera experimentado despierto. Sabía que las pesadillas
eran un castigo, pero también sabía que sería castigado hiciera lo que hiciera.
Una semana más tarde persuadí a un chaval no muy inteligente llamado Richard

www.lectulandia.com - Página 204


para que intercambiara su máscara por la mía, sólo para el canto de la mañana y la
visita de la reina Camilla. Me sentía como si estuviera llevando las gafas de otra
persona. A mitad de la canción, Richard sufrió un ataque. La señorita Iris le castigó
por sobreactuar, pensando que era yo. La cámara la enfocaba a ella y no a mí, pero
todos los niños se rieron cuando me quité la máscara de Richard.
Las pesadillas empeoraron. Comencé a mearme en la cama y a cortarme. Fue
poco después, supongo, cuando eché veneno en el té de la señorita Iris.
Esa noche las pesadillas cesaron y al día siguiente la señorita Iris me eligió para
que pidiera un deseo al Pozo de los Deseos.

Unas horas más tarde cayó la noche, dejé de leer a la luz de la linterna y me puse al
fin a despejar un trozo plano de tierra para acostarme; entonces me pareció oír que
alguien merodeaba entre los arbustos. No andaba ni hacía crujir las ramas, sino que
pisaba con sumo cuidado y sigilo, aguardando en silencio antes de dar el siguiente
paso.
El tráfico de la hora punta se había aligerado, pero ahora el turno de noche volaba
en ambas direcciones, lo suficientemente rápido para matar a un peatón. Pasé la
linterna por las frondosas paredes de arbustos de calistemas y árboles envueltos en
lianas, pero aun así se colocaron por detrás de mí.
Di un salto hacia atrás, eché mano a la mochila en busca del cuchillo
desparramando la comida a mis pies.
El tipo negro alto y flaco con chándal parecía una momia cenicienta. Estaba
seguro de haberlo visto en la televisión. Una mujer blanca y gorda con paja en lugar
de pelo blandía un hacha que parecía que ella misma hubiera fabricado con un cuadro
de freno de motocicleta. La mujer se agazapó sonoramente y gruñó para apartarme de
mi comida. No estaba gorda, pero llevaba la ropa rellena de bolsas de plástico. Los
dos chicos mexicanos estaban aturdidos tras haber inhalado pegamento o alcohol
etílico. Con idénticas patillas cholombianas y botas de punta, parecía que hubieran
venido a una pelea de gallos. Entre los dos sujetaban a un tipo que, en parte, podría
haber sido el padre de ambos. De raza mezclada y cubierto con algo que apestaba
más que una cloaca, también parecía que le hubiera pasado por encima uno o más
coches.
—¿Quién te crees que eres? —chilló la mujer—. ¡No puedes acampar aquí!
—Tienes que marcharte, tío —dijo el negro—. Necesitamos esto, ¿sabes a lo que
me refiero?
Su cabeza se balanceó y se sacudió como si intentara desgajarse del cuello. Su
mano salió disparada como si estuviera haciendo malabares con algo.
—A la mierda, pago mis impuestos —finalmente encontré el cuchillo y el espray
de pimienta que se habían quedado enterrados en la mochila. Me quemaba la mano
—. Tu amigo necesita ir a un hospital.

www.lectulandia.com - Página 205


El tipo negro se acercó con las manos en alto. Le dejé que se acercara.
—Ya está con un pie más allá del hospital, tío, sólo quiere pedir un deseo. Sé por
qué estás aquí, en serio, pero amigo, él morirá antes de que amanezca y sólo quiere
arreglar las cuentas con el…
Los mexicanos gritaron y señalaron algo entre los árboles. Se dieron media vuelta
y huyeron corriendo, tropezándose con la enmarañada maleza y llevando al
moribundo sobre sus hombros. La mujer levantó el hacha, que silbó sobre su cabeza,
luego lanzó una moneda y escupió sobre la cubierta de cemento en el centro de la
isla. Luego ella también corrió.
El hombre negro simplemente me miró e intentó prenderme fuego con los ojos.
Era como si estuviera dudando entre correr o llevarme a rastras con él. Le enseñé un
fajo de dinero, todo lo que me quedaba. Lo cogió y salió corriendo.
Me di la vuelta e intenté ver lo que los había asustado, pero lo único que vi… lo
único que creí ver… fue una sábana ondeando en el viento, un viento que no podía
sentir y que la hacía parecer un cuerpo sin peso brotando de los árboles y volando por
los aires sobre la 405 en dirección norte.
No pude dormir hasta que amaneció, pero ellos no regresaron. Alrededor de las
tres, un coche aceleró por la vía en forma de trébol, los neumáticos desgastados
chirriaron y desde el interior lanzaron algo a mi isla lo suficientemente pesado para
romper unas cuantas ramas. Kelsey era mejor de lo que cualquiera merecería. Una
bolsa de lona de Whole Foods con una palanca y un mazo.
Por la mañana transformé mi «carrera de destrucción» mental nerviosa en algún
tipo de acción. Jugué a detective con el teléfono y luego leí los tabloides mientras me
preparaba un café y copos de avena instantáneos.
Encontré la moneda que la vieja había lanzado: un dólar de plata con un extraño
símbolo mandala marcado en la cruz con un hierro de soldar. Tras una mirada más
detenida, comprobé que la basura alrededor del pozo de los deseos tapado era
realmente un montón de ofrendas; comida, licores sin abrir, papelinas de droga, velas
votivas llenas de sangre seca.
En el lugar donde creí ver la sábana, los hierbajos, la uña de gato y los retoños de
eucaliptos se habían vuelto blancos, se quebraban y deshacían al tocarlos.
Kelsey ya habría acabado su chat matinal de asistencia y estaría trabajando en su
rincón del desayuno, acallando difamaciones Online con un gato en cada rodilla.
Respondió al primer tono.
—Has estado fumando como un carretero, ¿verdad?
—¿Qué más te da? Tú me trajiste el cartón.
—Tu respiración suena como alguien corriendo con pantalones de pana.
—¿Has regresado? ¿Viste la máscara?
—Regresé, pero todo había desaparecido.
—¿Qué? Estaba en el televisor, el cual estoy en perfectas facultades de… Oye, no
está tan desastrado…

www.lectulandia.com - Página 206


—Escucha. Todo ha desaparecido. Tu apartamento está totalmente limpio. Ya no
es tu apartamento.
A punto estuve de gritar y correr hacia el tráfico, pero entonces ella se echó a reír
socarronamente.
—¿Es eso lo que querías escuchar?
No podía seguir enfadado con ella cuando se reía de esa manera, y no paró hasta
que me uní a su risa.
—Te lo dije, ¿verdad que sí? Van a extirparme del mundo y enterrar hasta mi
último rastro…
—Coge los prismáticos y mira hacia tu apartamento —todavía hiperventilando
levemente, enfoqué hacia mi ventana y la vi de pie en el balcón, saludando y
bebiendo café en mi tazón favorito—. Tu gran idea delirante no resiste ni la más
mínima comprobación. He investigado un poco.
—Déjalos en paz, irán a por ti también…
—Relájate, me gano la vida haciendo esto. Ahora, escúchame, no estoy
juzgándote. Te quiero por quien eres, no por quien crees que eres.
—Eso no suena muy bien.
Probablemente podría haber manejado la situación un poco mejor. Sin perder el
ritmo, ella continuó hablando:
—Bueno, me las apañé para encontrar las nóminas de la productora. Tu enorme
conspiración está encerrada en una cámara de los estudios al norte de Hollywood. Por
cincuenta pavos, el jefe me dejó rebuscar y examinar algunos documentos. Quebraron
en 1974 y Golden Class fue el único programa que produjeron.
—Nada que no sepamos ya…
—Encontré la lista de la clase.
—Tonterías.
—Tú te sentabas al lado de Regina Haglund. Era la hija del productor.
Mi corazón se puso en huelga. En el fondo de mis entrañas, siempre había
querido creer… bueno, da igual.
—Ninguno de los adultos que trabajaron en el programa sigue vivo. Dos de los
niños han muerto desde entonces…
Mi garganta se cerró. Tuve que tragar una botella de agua antes de poder
preguntar.
—¿Quiénes?
—Tommy y Norma Gutiérrez. Ella se cayó de un puente y se ahogó, justo antes
de cumplir dieciocho años…
—¿Saltó, se cayó o la empujaron?
—No lo sé, ellos no… ¿Qué importa?
—Les importa a ellos —dije—. ¿Y qué hay de la señorita Iris?
—Ella creó todo el programa. Ella y Haglund compartían tareas de dirección.
Murió hace más de diez años.

www.lectulandia.com - Página 207


Recorté el obituario de la señorita Iris el 12 de junio de 1999. El periódico local
se burlaba. La Escuela acabó para siempre, decía el titular sobre la fotografía de una
marchita anciana con una sonrisa vacía y gélida. Recuerdo haberme sentido culpable
la primera vez que vi su rostro desnudo. Luego todo se desató y comencé a reír y a
llorar. Ella no era la consumada dominatriz que siempre había imaginado. Parecía una
bibliotecaria de pueblo retirada, con el pelo ralo y unas gafas enormes con montura
de carey que ocultaban sus ojos tras mandalas gemelos de destellos de flash.
Siguiendo sus deseos, el cuerpo de la señora Iris Klawsen será incinerado y sus
cenizas esparcidas en el mar sin ninguna ceremonia.
Lo usé como excusa para pasarme nueve días borracho. Nunca regresé al océano.
—Ya no hay nadie vivo, y en todo caso eran don nadies. La productora quebró
porque Haglund se vio involucrado en alguna clase de estafa piramidal, o en una
secta, que captaba actores sin trabajo. Se suicidó en el 75. Su esposa y su hija se
mudaron, cambiaron de nombre. Podría encontrarlas…
—No, por favor. Sólo créeme cuando te digo que no todos murieron. Alguien
envió esa cinta…
Una sombra se movió detrás de ella, deslizándose desde el salón hasta atravesarla
desde detrás. Reprimí un grito. Las cortinas ondeaban por fuera de las ventanas hacia
el balcón.
—Tampoco pude encontrarla, y miré en la basura, gracias por nada —ella ahuecó
la mano sobre los ojos y se señaló el pecho—. Tu respiración suena incluso peor.
¿Qué ocurre?
—Sólo métete dentro, por favor.
—De acuerdo, pero no he acabado. Deberías saber…
—¿Qué?
—Dijiste que tus recuerdos de aquella época son bastante borrosos…
—¿Qué?
—En las nóminas se refleja que tú sólo estuviste con ellos durante una semana.
—Eso es mentira.
—Hay un aviso legal adjunto al registro de septiembre de 1972. Dice que fuiste
expulsado del programa por problemas disciplinarios, y cita «tocamientos
inapropiados» como el motivo. Te reemplazó…
—¡Para!
—Te reemplazó un chico llamado Billy Munson que se ajusta a tu físico; él ocupó
tu puesto en los episodios restantes. Hay ocho William Munson en el 818. Podría
llamarles…
—Yo estuve en todos los episodios. Están intentando desautorizarme…
—Te creo, cielo.
Al oír su voz burlona me entraron ganas de lanzarle una piedra.
—… Intentan eliminarme para no tener que responder por lo que me hicieron…
—¿Y qué te hicieron?

www.lectulandia.com - Página 208


—Ellos… —me ahogué—. El último día de clase rodaron un episodio que jamás
emitieron. Me lo mostraron a mí. Debían de haber estado esperando a que… me
derrumbara, y ahora intentan…
—¿Todo esto me va a hacer sentir furiosa y asqueada? ¿Qué hicieron…?
—Nos hicieron representar la obra de teatro francesa.
—¿El qué? Lo siento, no soy persona de teatro. ¿Os hicieron representar una
obra, como una representación de Navidad?
No quería decirlo por teléfono, ¿pero qué más daba? Si ellos estaban
escuchándonos ya lo sabían todo.
—Tienes suerte de no haber oído hablar nunca de El Rey de Amarillo.
—El… ¿no es esa una historia de Raymond Chandler?
—No bromees.
Ella quería creerme. Se cortaría un brazo y se lo comería para convencerme de
que aceptaba todo lo que le decía. No importaba que yo fuera un tipo raro hijo de un
estafador con dos condenas por violación a menores, o que mi trauma derivase de
haber sido obligado a formar parte de una olvidada obra francesa en un programa
televisivo para niños igualmente olvidados.
—De acuerdo, pero todo eso es el pasado. Nadie te busca. Nadie se acuerda…
—¡Uf!
—No me refiero a eso. Tu valoración en IMDB ha subido un seis por ciento esta
semana, por cierto —se metió dentro y tropezó con algo—. Maldita sea, tu cuarto está
hecho un desastre…
Volví a coger los prismáticos.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Me quedé a dormir ayer por la noche. No funciona el wi-fi en mi casa y…
No parecía capaz de encontrar mi propio apartamento, o lograr enfocar los
prismáticos. Me temblaban los párpados. ¿Me había tomado la medicación? ¿Me
había olvidado y había tomado demasiada?
Allí… Las cortinas ondeaban por fuera en la brisa matutina, luego parecieron
revolverse, rizándose y formando el contorno de un cuerpo enorme. Se giró y me
mostró una cara pálida y sin ojos que pareció, sorprendentemente y a media milla de
distancia, lanzarme un guiño.
—¡Sal de ahí ahora! ¡Hay alguien en el salón!
Ella descorrió las cortinas para salir al balcón.
—No hay nadie más aquí. Sólo Dios sabe por qué me empeñé en ayudarte,
Arthur. Quieres convertir a todo aquel que intenta ayudarte en cómplice de tu
suicidio.
—¿Quién ha hablado de suicidio?
Y entonces me impactó el descubrimiento. Pensé que no tenía más motivos para
seguir mintiendo. Tenía una enorme carta en la mano y, estúpidamente, la jugué.
—Sé por qué me tienes dando vueltas de esta manera, por qué dijiste que no y

www.lectulandia.com - Página 209


luego lanzaste ese otro paquete…
—¿Qué otro paquete?
—Sé que eres uno de ellos… Norma.
Una inhalación conmocionada succionó todo el aire de la conexión telefónica.
—Yo no sé qué eres tú —comenzó ella, pero luego se rindió—. ¿Cuánto
tiempo…?
—No tenía ningún motivo para pensarlo, antes de hoy. Nunca me dijiste quién era
tu padre, pero me proporcionaste las suficientes pistas. Hice algunas llamadas. La
empresa donde trabajas de día está dirigida por el mismo fondo de capitales que lleva
los derechos de distribución de Golden Class. Llegué a la conclusión de que Aquel
que Jamás Debe Ser Nombrado se llamaba originalmente Gutiérrez, encajaba. Y te
perdono.
—¿Por qué?
—Por esconderte a plena vista. Por mentir sobre tu edad. Por intentar tangarme
cuando…
Kelsey/Norma se apoyó sobre la barandilla, gritando furiosa al sol poniente como
si fuera mi cara.
—No me comprendes. ¿Piensas que yo quería que me arrebatasen mi vida cuando
era una adolescente? Yo fingía, y el agente de mi padre pensó que él podría aspirar a
un Óscar ese año. Así que cuando salté al canal mintieron y dijeron que fui arrastrada
por el agua hasta el mar. Nadie me relacionaba con mi padre y no podía probarlo ante
un tribunal. Pero no tuvo nada que ver con el maldito programa…
—¿Y qué hay de las cosas que nos hicieron?
—¿Qué cosas? No abusaron de nosotros, no nos drogaron… ¡Sólo nos obligaron
a representar una estúpida obrilla! Y otros niños la vieron y luego crecieron y se
olvidaron de nosotros, y sea lo que sea que estuvieran intentando hacer…
—¿Qué intentaban hacer con nosotros, Norma?
Tuvo que pensarse esa respuesta.
—Enseñar a los niños cómo era el mundo realmente, detrás de su máscara. Juegos
extraños, castigos arbitrarios y un chivo expiatorio en una estaca en todos los patios.
«Las manos más limpias sólo se lavan con sangre…» Recuerda, era una de las frases
de ella.
Su voz era como una mecha de casi cuarenta años de antigüedad, ardiendo en
cuestión de segundos. Sin aliento, quemada por sus propias lágrimas, se apresuró a
sacárselo de dentro.
—Pensé que lo mío era algo accidental, pero era todavía peor. Esas personas que
consiguen todo lo que quieren en la vida… alguien tiene que pagar por ello…
—Tú recuerdas la obra.
Ella moqueó, soltó un hipido y sollozó.
—Lo recuerdo todo.
—¿Recuerdas lo que me ocurrió a mí… en la obra?

www.lectulandia.com - Página 210


—Si sabes tanto, entonces probablemente ya lo habrás supuesto. El grupo debe
apedrear a uno hasta matarlo, y otro debe morir por su propia mano, para expiar todos
los pecados de Golden Class, y así purificarlos para entrar en Carcosa y gobernar.
Esas son las normas, ese era el juego. Uno debe morir por su propia mano. Ese se
suponía que debías ser tú, Tontaina Artie. Todas esas veces que intenté quitarme la
vida… intentaba salvarte.
—No, Norma, por favor —supliqué—. Te amo.
—Eso es muy bonito… —bajó la cabeza y sonrió. Detrás de ella, la cortina se
hinchó y se convirtió en una figura encapuchada—. Pero seguimos siendo
marionetas. Ellos pueden obligarte a decir cualquier cosa.
Y luego saltó por el balcón.

Entre todo el simulacro de espumillón y oropel del programa, había dos cosas en las
que los niños creíamos profundamente. Una era el Pozo de los Deseos. La otra eran
los hilos de marionetas.
No tuvieron que dirigirnos. La señorita Iris nos mantuvo subyugados sin recurrir
al constante aluvión de órdenes y aforismos que resonaban tras la boca de su máscara.
Cuando una marioneta te tocaba en el hombro, ya fuera Lord Tanglewood o Lady
Dientesverdes, Haita el Pastor o el Vagabundo, no sabías qué ibas a hacer, sólo que
habías sido elegido, y luego te veías a ti mismo hacerlo. Algunos de nosotros nos
levantábamos y salíamos de las clases de caligrafía para entonar evocadoras y bellas
melodías sin letra, otros eran conducidos a pintar dibujos sobrenaturales o a recitar
extrañas estrofas de versos sin sentido o, como yo, volcaban los tinteros y robaban
material escolar o sodomizaban a otro niño en el guardarropa…
Cuando Kelsey desapareció de mi vista al caer por la barandilla de mi
apartamento en el séptimo piso con vistas a Sepulveda y Valley Vista, sentí que los
hilos se tensaban. No corrí gritando a la policía. No llamé al 911. Me dispuse a buscar
el hacha de la anciana de las bolsas y me puse a desbrozar las lianas de pepinos
silvestres y a cortar el ailanto y arbustos de ricino y hierbas y parásitos aún más
extraños, hasta que mi isla pareció de nuevo un paraíso podado, el sueño de un niño
de un mundo mejor.
Y mientras el sol descendía, me agaché entre los arbustos con mi hacha y esperé
al reencuentro con mi clase.

Sólo pude ver diez minutos del último episodio, porque me invadieron las
alucinaciones. Al escuchar la mecánica y extraña declamación de frases
incomprensibles de niños hipnotizados, descubrí lo que me había traumatizado. Entre
los encuadres de atrofiante orden que se disolvían en una locura de cartón piedra,

www.lectulandia.com - Página 211


tuve visiones fugaces de todo lo que no ocurrió.
La señorita Iris en la pizarra y todos los niños en un círculo con las manos
extendidas sobre el regazo de los de al lado, gimiendo al unísono… y todos aplaudían
siguiendo el ritmo de los golpes que propinaba Susie con la tapa de su escritorio
sobre la cabeza rota de Billy el Abusón… la puerta a Carcosa se abrió en la pared y
un torrente de ratas invadió el plató, deslizándose entre nuestras piernas al tiempo que
nos subimos a los pupitres o sobre otros niños para evitarlas… Gritando, riendo como
monos rabiosos, todos prendimos fuego a los libros y nos los tiramos unos a otros
hasta que nuestras máscaras y nuestras ropas ardieron y el plató y el estudio y el
mundo entero ardieron…
Lo mío no fue un caso de intolerancia a la medicación o un síntoma de mi trauma.
Aquello era lo que todos los niños podían ver en el pequeño teatro de sus mentes cada
vez que pestañeaban mientras seguían Golden Class. Este era el mensaje del
programa y el secreto de su duradero atractivo.
Pero desató todo aquello que yo había logrado olvidar. No hay nadie tan libre
como un hombre condenado.

Antes de abandonarme, mi padre intentó confesar. No esperaba que yo fuera a


entenderle. Sólo tenía seis años y le tenía más miedo a él que a cualquier otra cosa.
—Me uní a un grupo… son gente poderosa, conectada con la industria… pero me
dejaron entrar y no les pregunté por qué, hasta que fue demasiado tarde. Cuando no
tienes dinero, la gente puede controlarte, y cuando acaban contigo siempre quedan
hilos sueltos. Me ordenaron hacer algunos… favores para ellos y me prometieron que
mi suerte iba a cambiar.
»Pero sólo querían que yo fuera parte de su grupo para ayudarles a subir,
¿entiendes? Como los niños en el recreo… Escucha, dentro de un grupo, cada cual
piensa que el farsante es él y tiene miedo de ser descubierto, así que se somete al
grupo. Pero si el grupo puede proyectar toda su debilidad en una sola persona,
entonces la debilidad se extingue y ellos pueden vivir y reinar sin dudas ni miedos. Es
su mundo, hombrecito.
No dije nada, me limité a mirar por la ventana. La radio de papá sólo pillaba la
onda media y ahora se escuchaba una horripilante canción acerca de un tal Mellow
Yellow a través de las ondas de estática.
—Ya sé que mamá me critica mucho, y tiene razón, aunque sea una puta zorra.
Pero sólo quiero lo mejor para ti. Quiero que llegues a ser alguien, para que nadie
pueda atarte hilos y no tengas que esconderte tras una máscara nunca.
»Por eso estoy haciendo… lo que estoy haciendo —no me miraba, ni tampoco
miraba a la carretera—. No saltaré. Haré que ellos me empujen.
No había visto a mi padre durante un mes cuando recibí por correo la invitación a
una audición para Golden Class. Ni se me ocurrió pensar entonces que tal vez no

www.lectulandia.com - Página 212


volvería a verlo jamás, y no fue hasta mucho más tarde cuando fui consciente de que
ambas cosas estaban relacionadas.

No me hizo falta ver más de diez minutos del último episodio porque, en el ínterin,
me había leído El Rey de Amarillo.
Esa secta de estafa piramidal de mi padre debió usar el texto expurgado. Los
alumnos de Golden Class no dejaban nada al azar. Tommy había muerto de forma
poco clara, lo cual debió de volverles locos, y quizás explica por qué esperaron tanto
tiempo para cerrar el círculo. Ahora Kelsey se había quitado la vida, tal vez porque
sabía que yo era demasiado débil. Porque yo sabía que el que sacrificara su vida por
la clase asumiría la máscara negra del Maestro y serviría a la luz del día. Uno más
debía ser sacrificado, para hacer que la Corona Oculta se manifestara. Esto sería fácil.
Lo único que tenían que hacer era asesinarme.

Las once y diez, una vaharada de perfume empalagoso llegó de entre los matorrales y
ella entró en el bosquecillo. Sola. Se deslizó a través de la vegetación pegajosa, pero
no se tropezó, porque yo había allanado el camino con el hacha que ahora sostenía en
alto mientras saltaba cortándole el camino.
—No voy desarmada —dijo sujetando la pistola delante de su máscara. Ahora le
quedaba bien. Nuestras máscaras nos quedaban enormes y grotescas cuando éramos
niños, porque eran nuestras caras adultas. En la obra, ella era Cassilda.
Alcé la mirada pero no vi la pistola. La cicatriz en la mano reflejó el resplandor
anaranjado de la luz de sodio, brillante como el esmalte de dientes.
—Te busqué —susurró ella.
—No, no lo hiciste —comencé a decir, pero ella tapó las palabras con su boca.
Me empujó hacia atrás sobre la tierra recién removida, entre las raíces
desmembradas, las aguas residuales recicladas y el perfume de tumbas.
Nunca pude soportar el tacto de otro ser humano, hombre o mujer, pero ahora
algo se removió en mi interior, se rompió y me deleité con el suave calor de su carne
a través del blanco damasco plisado y la seda. Allá donde la tocaba con mis sucias
zarpas, dejaba profundos manchones, como si hubiera sido pisoteada por cerdos.
Tras arrancarme la ropa, ella rodó hacia un lado y dejó la pistola en el suelo,
presionó la pelvis contra mí unas cuantas veces y gruñó levemente sorprendida
cuando eyaculé sobre su muslo.
—No te preocupes, cielo —dijo—. También cuenta.
Se levantó con la pistola y retrocedió. Intenté encontrar el hacha, pero ni siquiera
podía encontrar mis pantalones. Todavía estaba desnudo cuando los otros
comenzaron a llegar al claro.

www.lectulandia.com - Página 213


—Su deseo ha sido concedido —dijo Regina en voz alta, limpiándose la pierna
mientras se acercaba lentamente al grupo.
Ellos me rodearon y llenaron el claro, un grupo de hombres y mujeres
enmascarados. Tres de ellos, dos hombres vestidos con trajes negros y Regina
(Cassilda), ataviada con el vestido manchado de barro, se aproximaron a mí con
largos cuchillos ceremoniales.
—Vais a fastidiarlo —gruñí—. Todos esos años de planificación, de destruir
cualquier cosa buena de mi vida para inducirme al suicidio, y vais a fastidiarlo.
El hombre que llevaba la máscara altiva de Thale me espetó:
—Los sacrificios han sido hechos y aceptados —reconocí la voz de dos de los
éxitos de taquilla del último verano—. Ella ha sacrificado su vida para servir a la luz
del día y Tom murió para aguardar en el crepúsculo. Sólo queda uno más, el que
llevará la Máscara Pálida y servirá en las sombras.
—Acabemos de una puta vez con esta mierda —dijo Uoht… lo cual era extraño;
Uoht era la máscara de Tommy. Pero el espectáculo debía continuar, los actores eran,
en último caso, prescindibles. Uoht se abalanzó con la daga.
Me eché hacia atrás, dejé que el aerosol de pimienta resbalara por mi manga, le
rocié el ojo derecho y llené su boca abierta. Se cayó al suelo y pasé por encima de él,
pero los otros eran un retablo petrificado.
—¿Creéis que lo de Tom fue un accidente? ¿En qué os basáis? ¿En el informe del
forense? ¿La necrológica en el Variety? Joder, estáis todos zumbados. Si hubiera
sabido que todo lo que me ha ocurrido fue debido a un estúpido programa infantil,
más pronto o más tarde, yo también la hubiera diñado.
Eso provocó que se pusieran a murmurar.
—Y Norma no estaba sola en mi apartamento. No se habría suicidado, sabía lo
que estaba en juego. Alguien la empujó.
La mujer, Cassilda, alargó el brazo para quitarse la máscara, pero Thale la detuvo.
—Ya me he cansado de esto.
—Mentira —dijo Thale—. Nadie la empujó. Era una cobarde, y se mató ella sola
porque sabía que interponerse en nuestro camino habría sido incluso peor. Nuestro
camino, ¿lo oyes? Este mundo es nuestro.
Sólo le faltó decir La corona será mía. Joder, ese demente hijo de puta sabía
actuar.
—Yo lo hice —dije—. Yo la empujé.
La mayoría de ellos se rieron. Reconocí sus voces del cine y la televisión, de las
noticias locales y nacionales. En las que no reconocía detecté el desdén del verdadero
poder, el de los productores, abogados y financieros.
—Nunca abandonaste tu pequeña isla, Tontaina Artie. Te hemos tenido encerrado
durante dos días.
—Lo hice por teléfono. Le dije que sabía lo suyo y… le dije que la amaba. Perdió
la cabeza, yo la empujé.

www.lectulandia.com - Página 214


Ahora reían demasiado fuerte para oír nada.
—¡Su deseo fue concedido!
—Ella saltó —dijo Thale, ayudando a Uoht a ponerse de pie—. Tom era débil por
dentro, pero tal vez lo suyo fuera un asesinato. Más de uno de nosotros lo odiábamos.
No hay manera de estar seguros, tienes razón. Pero la Máscara Negra ha sido
asignada. Esto debe ocurrir. Así que vamos a hacerlo.
Retrocedí hasta que me topé con unos brazos rígidos que me empujaron hacia los
cuchillos. Me zafé, pero a través de la muchedumbre vi que el vigésimo miembro de
nuestro grupo llevaba la máscara de la señorita Iris.
Lloré desconsoladamente. La había matado con palabras, pero mis manos estaban
limpias, según el tribunal definitivo, y ahora ella era la Maestra. Entonces me reí,
porque pensaban que me tenían atrapado.
Los niños premiados que llevaban las máscaras especiales pedían un deseo casi
todas las semanas, pero más pronto que tarde, todos los estudiantes en Golden Class
lograban pedir un deseo al Pozo de los Deseos. Incluso los chapuceros y los inútiles,
los lentos y los malditos, conseguíamos responder correctamente alguna pregunta
amañada o hacíamos alguna buena obra que nos permitía asomarnos al cubo de
basura decorado en el rincón de la clase junto a la puerta que llevaba a Carcosa, y
lanzar una moneda dorada con un diminuto trozo de papel. Recuerdo cómo el efecto
sonoro del plop resonante de las aguas profundas silenciaba el golpe de la moneda
contra la almohada en el fondo del cubo y, sin embargo, creí que mi deseo se
cumpliría. Cuando la señorita Iris me acompañó al Pozo de los Deseos —incluso
entonces, temiendo alguna travesura—, me colocó la nota fuertemente enrollada
junto a la moneda en mi puño. No había tiempo de echarse atrás, así que,
simplemente, me la metí en el bolsillo y lancé la moneda con el trozo de papel que yo
mismo había escrito.
—Os quedaréis sin nada —les dije—. Mi deseo todavía no se ha cumplido. Sólo
será un asesinato sin sentido.
La maestra se abrió paso entre la hilera de máscaras brillantes, haciéndolos
parecer enanos, niños eternos alrededor de sus rodillas. Su brillante máscara negra era
del tamaño del capó de un coche. Pero reconocí su voz.
—Su deseo debe ser concedido. Pero no pudimos leerlo. Terrible caligrafía… —
sus gigantescas manos se entrelazaron y sobresalieron unos nudillos como pistolas de
fogueo—. Un juego de adivinanzas podría resultar de lo más ameno.
—¡No! —dijo Uoht—. ¡Ya basta de esta mierda! ¡Confiesa tu deseo, don nadie!
Su cuchillo me atravesó el hombro, justo por encima del pulmón, y emergió por
la espalda, en la sección derecha de mis omoplatos. Gemí cuando me puso de
puntillas, levantándome por la herida. No podía hablar, pero pude señalar la cubierta
de cemento a mis pies. No alcanzaba con el pie la grieta que había hecho con la
palanca, pero taconeé sobre ella. Uoht y Cassilda se arrodillaron para inspeccionarla.
—Es sólo una boca de alcantarilla.

www.lectulandia.com - Página 215


—No… es un pozo de los deseos… mi padre pidió… un deseo… con su vida.
Aquel… que sirve en las sombras…
Uoht hizo que me arrodillara con el cuchillo.
—¿Soy yo el único que quiere acabar ya con esto?
Otros se aproximaron rápidamente con los cuchillos, pero yo me rendí.
—Ojalá… mi padre viniera… a por mí.
La cubierta de cemento voló como la tapa de un depósito de gasolina, aplastando
las piernas de Uoht y clavándolo a mis pies.
—Vuestras ofrendas nos han divertido —dije, articulando las palabras que
entraban en mí a través de los hilos atados a la espalda de mi alma—, pero la Hora ya
ha pasado. Ninguno de vosotros llevaréis la Corona. Todos serviréis en las sombras.
Cassilda retrocedió a trompicones, dejó caer el cuchillo e intentó correr
alejándose de la moneda dorada que yo sostenía frente a ellos. Todos intentaron
alejarse, pero ya era demasiado tarde. Los matorrales y los árboles emblanquecieron
y se disolvieron en nubes de ceniza.
Entonces, me quité la máscara.

www.lectulandia.com - Página 216


www.lectulandia.com - Página 217
SWEETUMS

—¿ Feeney? —preguntó Keira.


La recepción del móvil aquí era terrible; la voz de su agente crepitaba y se
cortaba.
—Sí —decía Ralph—, lo sé, pero es lo único que he podido encontrar. Son malos
tiempos en Tinseltown[4], como en todas partes. Si Feeney no hubiera cabreado a
todo el mundo y a su tío con sus mierdas, no habría podido conseguirte esto de
ninguna manera. Afortunadamente, el tipo es un auteur, lo que quiere decir que es un
puto gilipollas. Por no mencionar que sus tres últimas películas recaudaron una
mierda en taquilla.
—Eso había oído —dijo Keira—. En serio, me asombra que algún estudio
apueste por él.
—Ningún estudio apuesta por él —dijo Ralph—. Ese tipo es tóxico; nadie quiere
tocarlo. Aparentemente, ha logrado reunir a un grupo de inversores privados.
—¿En serio?
—En serio. He preguntado por ahí.
—¿Quién paga sus cheques?
—Un grupo de gente de Europa del Este. Probablemente la mafia rusa intentando
blanquear dinero.
—Joder.
—No, sólo te estoy tomando el pelo. Los inversores son de Hungría o Rumanía o
alguna mierda por el estilo. Por lo que he oído, están creciendo. Bastiones de la
cultura y todo eso.
—Ajá —dijo Keira—. ¿De qué va la película?
—No sabría decirte. No me sorprendería que tampoco lo sepa el propio Feeney.
¿Viste su última película? ¿La que hizo por intuición?
—¿Cuánto tiempo durará el trabajo?
—Tres semanas, con opción de extenderlo a otras tres más. Pero si estás tan
ocupada…
No lo estaba. El restaurante en el que trabajaba le había rebajado el horario a las
noches de los domingos. Turno que se había convertido en el paso previo a ser
despedido y salir por la puerta.
—¿Dónde está? —preguntó ella.
—Feeney ha alquilado un almacén en primera línea de mar. Te pasaré la dirección
por e-mail. El primer día de rodaje es el lunes. Radiante y pronto: a las cinco de la

www.lectulandia.com - Página 218


mañana.
—Uf.
—Claro… como estás tan ocupada.
—De acuerdo, de acuerdo.
—¿Entonces…?
—Lo acepto. Por supuesto que lo acepto.

II

Keira aparcó junto al almacén con casi veinte minutos de retraso. No llegó tan tarde
como podría haberlo hecho, considerando la resaca que llevaba… y la cantidad de
alcohol que, sin duda, seguía corriendo por sus venas. La noche anterior la habían
despedido del restaurante, tras lo cual sus (antiguos) compañeros insistieron en
invitarla a unas copas en el bar del otro lado de la calle… aunque ella sospechaba
que, al tiempo que se apenaban de que ella hubiera perdido su puesto, celebraban en
igual medida seguir teniendo un trabajo. Ella había intentado decirles lo de su trabajo
con Feeney, había sentido que la noticia se iba acercando más a la punta de la lengua
tras cada nuevo ron con cola, pero no llegó a consumir el suficiente licor para
revelarlo con palabras. No fue por la vergüenza de trabajar con un conocido
farsante… un trabajo de actriz era un trabajo de actriz, y aunque no sonaba a papel
protagonista, incluso unos cuantos minutos en la pantalla la acercaban más al día en
el que su nombre aparecería anunciado sobre el título. No había dejado que nadie
conociera las buenas noticias, ni su padre, que contaba las semanas que habían
pasado desde que participó en el anuncio de champú, o su madre, que le garantizaba
un puesto de profesora de teatro en su colegio de primaria si se mudaba de nuevo al
este, o incluso su compañera de piso, que respondió a su preocupación por perder el
trabajo del restaurante preguntándole cuándo planeaba mudarse. No era
especialmente supersticiosa —bueno, no más que cualquier otro actor—, pero estaba
invadida, poseída, por la convicción de que si revelaba el cambio de suerte a sus
compañeros, a sus padres, a su compañera de piso, llegaría a primera hora del lunes a
un almacén vacío.
Así que tragó ron con cola tras ron con cola, observando cómo el interior del bar
se desenfocaba, comenzando por los bordes de su rango de visión y extendiéndose
poco a poco hacia el centro, hasta que las caras de sus amigos se derritieron como
trozos de mantequilla deslizándose por una sartén caliente. Con todos y cada uno de
los consejos de tráfico acerca de la conducción bajo los efectos del alcohol
martilleándole los oídos, condujo hasta su casa agachada tras el volante de su GEO
Metro, y también en esa postura y ligeramente más sobria condujo durante su viaje
por la I-710 unas horas más tarde. Frente a ella, la luna parecía un doblón colgado en
el horizonte. Cuando miró a la carretera el satélite se alargó, estirándose hasta formar

www.lectulandia.com - Página 219


un par de círculos dorados conectados por un estrecho puente, unas enormes pesas de
dibujos animados. Hizo todo lo que pudo por ignorarlas.
El almacén en el que estaba rodando Feeney se encontraba situado en algún lugar
a las afueras del puerto de Los Ángeles, en dirección a Long Beach. Pocos minutos
después de abandonar la autopista, Keira se perdió totalmente, incapaz de reconocer
o, en algunos casos, leer los nombres de las calles. Entonces, un giro a la derecha, y
allí estaba: una verja de hierro forjado donde acababa la calle, la palabra
VERDIGRIS suspendida entre un par de arcos paralelos. La parte izquierda estaba
abierta; pegado a la derecha había un trozo de papel amarillo con las palabras
«Aparcamiento Actores en Sección 3» escritas con rotulador negro. El sentimiento
funesto que había embargado a Keira y que la presionaba contra el volante
desapareció con una oleada de euforia. Aceleró al atravesar la entrada. La sección 3
estaba situada a la izquierda del almacén. ¿Qué posibilidades había de que hubieran
empezado ya? Era lunes por la mañana, por Dios. Cerró el coche y corrió hacia el
almacén.
El lugar era enorme. Si le hubieran dicho que allí guardaban barcos contenedores
y los cargaban, se lo habría creído. Una altura de ocho o diez pisos, cientos de yardas
de largo, parecía más un muro que un edificio, una enorme barrera construida para
protegerse contra algo gigantesco al otro lado. Cuanto más se acercaba, más pequeña
se sentía. Era como el muro de King Kong, pero la bestia que este muro debía
contener no era un mono enorme, sino una criatura cuya masa viscosa podría tapar el
sol. Supongo que eso me convierte en Fay Wray.
La entrada a esa parte del almacén era sorprendentemente modesta, una sola
puerta sobre la cual una bombilla desnuda arrojaba una luz amarillenta. Pinchado en
la puerta con una chincheta, había un papel pautado en el que se leía: «Actores».
Keira estaba casi atravesando el umbral cuando un par de siluetas se desgajaron de
las sombras circundantes, una a su derecha y otra a su izquierda. Hombres, eran
hombres. Tuvo el tiempo suficiente para pensar, Oh, Dios mío, voy a ser atracada,
para que el corazón le diera un vuelco y sus brazos se tensaran antes de que se
abalanzaran hacia ella. El que estaba a la derecha se colocó a su espalda; el que
estaba a la izquierda se colocó delante. Keira sacudió la cabeza hacia atrás y hacia
delante y el movimiento repentino hizo que se le removiera el estómago. Los
hombres se movían con largas zancadas medidas, más como bailarines preparándose
para ejecutar un salto que como criminales preparándose para golpearla y robarle.
Tenían las manos en alto, no en guardia como un boxeador, sino más altas, delante de
sus ojos. Sujetaban algo cerca de los ojos… cámaras, pequeñas videocámaras
compactas. Y entonces pudo ver la luz roja de grabación encendida en ambas
cámaras.
—Esperad, esperad —dijo ella, mientras los hombres seguían rodeándola—.
Mierda —sonrió, sacudiendo la cabeza más lentamente—. De acuerdo, de acuerdo.
Ya lo pillo —levantó las manos—. Soy Keira Lessingham. Soy miembro del reparto.

www.lectulandia.com - Página 220


Los hombres continuaron filmando. Parecían ir vestidos igual: suéteres negros y
ajustados de cuello alto, pantalones de pana marrones y Doctor Martens negras. No
podía ver sus rostros, aunque uno de ellos llevaba una boina negra.
—Yo, hum, supongo que me voy dentro, entonces.
Los hombres continuaron rodeándola. Keira avanzó entre ellos hacia la puerta y la
abrió.

III

Se accedía al almacén por un pasillo estrecho. Keira lo recorrió con el corazón


todavía golpeando con fuerza las costillas. El pasaje estaba iluminado por una serie
de bombillas redondas y mugrientas colgadas en el espacio, una hilera de soles
ponzoñosos que la conducían hacia la oscuridad y luego hacia una rendija en la pared
a su derecha. Atravesó la abertura y se encontró en una calle de ciudad. El decorado
no era de los más elaborados en los que había estado, pero teniendo en cuenta los
limitados recursos de Feeney no estaba nada mal. Al otro lado de una amplia calle
adoquinada, en medio de la fachada de ladrillo de una hilera baja de apartamentos, se
abría un gran arco de entrada lo suficientemente ancho para que pasara un coche
pequeño. Situadas junto a la acera frente a los apartamentos, una por entrada, se
alzaban unas farolas negras cuyas coronas curvadas en interrogaciones acunaban
globos de cristal esmerilado que bañaban la escena con una luz densa y cremosa. Por
encima de los apartamentos, la aguja de lo que parecía ser probablemente una
catedral ocupaba la distancia media; un cielo nocturno bastante convincente llenaba
el fondo. Podría perfectamente haberse encontrado en alguna ciudad de provincias
centroeuropea, uno de los lugares a los que sus padres la habían arrastrado cuando era
más joven e intentaban inculcarle cultura, un asentamiento contra cuyos muros de
piedra oleadas de invasiones, religión y nacionalismo se habían alzado y sucumbido
durante milenios.
—Por fin.
Keira giró hacia la izquierda, y allí estaba Feeney con un par de operadores de
cámara, posiblemente los mismos dos hombres que la habían abordado fuera del
almacén: era difícil estar seguro, porque este par también comenzó a rodearla,
mientras ella intentaba centrarse en el director.
Este no era más bajito de lo que Keira había esperado… ¿no es esa la impresión
que la mayoría de la gente tiene cuando conocen en persona a una celebridad? Keira
nunca había tenido la impresión de que Feeney midiera más que la estatura media, e
incluso opinaba que era bajito. El pelo del director se elevaba en un tupé que hacía
que su frente pareciera demasiado expuesta y sus ojos sorprendidos. Llevaba un
abrigo largo de lana de color azul marino o negro. Sus labios se movieron alrededor
de un cigarrillo apurado casi hasta el filtro:

www.lectulandia.com - Página 221


—Excelente. Puedes quedarte donde estás. De hecho, acércate dos pasos. Ahora
da un paso a tu derecha. Bien —miró a los cámaras, que habían dejado de moverse—.
Uno de vosotros que vaya allá —dijo señalando el arco de entrada—, y el otro… aquí
—señaló hacia un foco a unos diez pies a la izquierda de Keira, y a continuación se
dirigió a ella—: De acuerdo. Tú…
—Keira Less…
—De acuerdo, Keira. Veamos si vales para esto. Comienzas aquí. Estás en esta
calle en… bueno, no importa dónde. En algún lugar lejos de tu casa. Los nativos no
hablan inglés. Tú estás hecha polvo. De hecho, no estás tan mal, pero crees que lo
estás, ¿de acuerdo? Métete las manos en los bolsillos.
Keira metió las manos en los vaqueros.
—De acuerdo. Echa los hombros hacia delante… encórvate hacia delante. No
demasiado. Bien. De acuerdo. Cuando diga «Acción», tú miras hacia ese lugar —
señaló la hilera de apartamentos—. Algo va a ocurrir. Algo. No te diré el qué; sólo
quiero ver tu reacción.
Keira asintió.
—Improvisación —dijo ella.
—Reacción —le corrigió Feeney—. ¿Lo entiendes? Bien —dio una palmada—.
¡De acuerdo! ¿Lista?
—Sí —respondió Keira.
Los cámaras levantaron las manos con la señal de listos.
Feeney retrocedió media docena de pasos hacia el lugar por donde Keira había
entrado.
—Y… acción.
Unas cuatro puertas más allá del arco, casi a la misma altura donde Feeney había
ubicado a Keira, una de las puertas de los apartamentos se abrió hacia dentro.
Supongo que Feeney no puede perder el tiempo, pensó Keira. Una luz del color de la
miel oscura invadió la entrada. Desde algún lugar en el interior de aquel espacio, en
aquella luz, una sombra se movió… se abrió camino hacia delante, como si luchase
por atravesar la luz. Si era un hombre —¿y qué otra cosa podía ser?—, era enorme,
tan ancho que resultaba difícil creer que pudiera pasar a través de la escalera de
entrada. El contorno de su cabeza era redondeado, y lo que se adivinaba de sus
hombros parecía desdibujado, como si llevara un abrigo de piel o estuviera recubierto
de un pellejo espeso. Keira podía oír las maderas del suelo crujiendo bajo el peso de
aquel hombre. Sin darse cuenta, había sacado las manos de los bolsillos; levantó una
de ellas hacia la boca y la otra hacia delante. Algo en el movimiento del hombre no
era normal, parecía descoordinado de una manera que Keira podía reconocer pero no
describir. Era sorprendentemente blando, como si no fuera nada más que un montón
de carne, el extremo de un gusano monstruoso. La reacción que provocó en ella fue
inmediata y profunda: Keira estaba más asustada de lo que recordaba haber estado
jamás; los brazos y las piernas le temblaban. Era intolerable que la obligaran a

www.lectulandia.com - Página 222


contemplar durante más tiempo aquella figura en el vano de la puerta. Echó la vista
atrás, hacia el lugar por donde había entrado al decorado, pero no encontró la abertura
en la pared, sólo la fachada de otra hilera de apartamentos. Feeney había
desaparecido. Cuando Keira se giró de nuevo hacia la calle, vio al hombre cerrando la
puerta. Casi antes de ser consciente, echó a correr, sus pies la transportaban hacia el
otro lado de la calle y por el arco de entrada a través del edificio de apartamentos.
El cámara colocado a la derecha del arco captó su paso en una fluida toma.

IV

Durante un rato, sus pisadas se persiguieron por el túnel. Luego llegó a un vasto
espacio abierto, el centro vacío de una plaza cuyos laterales consistían en más
edificios de apartamentos. En la esquina derecha de la plaza, un callejón ofrecía la
única vía de escape visible de aquel espacio. Keira corrió hacia allí. Le pareció que la
distancia que atravesó era el doble de lo que debería haber sido. Durante todo el
tiempo era consciente del arco de entrada a sus espaldas y el espacio desnudo que la
rodeaba.
Cuando llegó a la boca del callejón, su pecho subía y bajaba agitado y la blusa
estaba empapada. A pesar de estar invadido por cubos de basura, el callejón parecía
transitable. Deslizando los pies entre mondas podridas y papeles mojados, Keira
recorrió el callejón, evitando por poco chocar con un cubo repleto que habría alertado
a su perseguidor dirigiéndolo hacia ella. Por arriba, en las paredes de ambos lados, las
escaleras de acceso de las salidas de incendio estaban izadas justo fuera de su
alcance, burlándose de ella. Delante, el callejón acababa en una pared de ladrillo. El
pánico que prendió en ella pronto quedó extinguido al darse cuenta de que el callejón
estaba conectado con otro perpendicular. Giró a la derecha, vio una abertura en la
pared, ahora a la izquierda, y asomó la cabeza por ella.
A excepción de un reluciente rectángulo grande que brillaba a su izquierda, la
enorme estancia en la que entró se encontraba a oscuras. La peste a carbón se
mezclaba con el aire, como si el fuego hubiera arrasado el lugar en un pasado
reciente. En el espacio que había entre donde ella estaba y el bloque de luz, unas
líneas oscuras formaban rectángulos y cuadrados de distintas dimensiones. Cuando se
acercó a ellos, vio que eran marcos de paredes incompletas con las maderas
ennegrecidas y con muescas. Escuchó el ronroneo suave de un motor en algún lugar
frente a ella. En el centro del espacio iluminado, se alzaba una silueta.
La sangre fluyó hacia las orejas de Keira. ¿Cómo la había encontrado tan
rápidamente aquel hombre? Se había medio girado hacia el camino por donde había
venido cuando su cerebro procesó lo que sus ojos habían captado. La figura en la luz
era Feeney, su cabeza y sus hombros, en todo caso. El ronroneo constante era el
sonido de un proyector apoyado sobre una mesa de camping que proyectaba la

www.lectulandia.com - Página 223


imagen del director sobre una pared quemada. El metraje estaba sin editar, el
timecode corría en la esquina inferior derecha. Keira se acercó al proyector. Feeney
estaba mirando a la derecha y mostrando tres cuartos de perfil. Sostenía un enorme
teléfono en la oreja izquierda y un cigarrillo recién prendido entre los dientes. Con un
estruendo que le hizo dar un respingo, el audio rugió, cogiendo a Feeney en mitad de
una frase.
—… Sweetums —decía—. Mi pequeña mierda —se detuvo—. Es el Signo —
otra pausa—. No. No es sobre el Signo, es el Signo —pausa—. ¿Cómo puede…? —
pausa, durante la cual se quitó el cigarrillo de la boca, examinó su longitud y lo
volvió a colocar en su sitio—. ¿Qué tiene que ver nada de eso conmigo? —pausa—.
No —pausa—. No —pausa—. No seas ridículo, Sweetums. No seas estúpido —
pausa—. Sí estás siendo estúpido. ¿Por qué eres tan jodidamente estúpido? —pausa
—. Porque no es como nada. No es una metáfora, mi pequeño zurullo —pausa—.
Eres mi zurullito. Mi pequeño trozo de mierda —pausa—. Sweetums. Cómo voy a
disfrutar jodiéndote, pequeño zurullo. Cómo voy a disfrutar follándote hasta sacarte
las tripas, pequeño trozo de mierda. Oh, sí, lo disfrutaré —pausa—. Y tanto.
Un zapato se arrastró por el suelo. Keira se giró y se encontró frente a frente con
los cámaras, el piloto rojo de grabación brillaba en sus aparatos.
—Joder.
El hombre no respondió. Las mejillas de Keira enrojecieron. Por supuesto, todo
esto era parte de la película. ¿Qué se había pensado que era? Sin duda, había
operadores de cámara ubicados por la ruta que había recorrido. Esperaba que Feeney
estuviera satisfecho con la mezcla de alivio y vergüenza que le ruborizó el rostro.
A espaldas del cámara, una puerta daba acceso a otra estancia. Keira sopesó la
idea de abandonar aquel lugar y regresar al callejón por el que había llegado; sin
embargo, la idea de encontrarse con el hombre (tenía que ser un hombre) cuya
presencia le había hecho reaccionar de forma tan dramática fue suficiente para que
optara de buena gana por bordear al cámara y entrar en la habitación contigua.

Unas cortinas pesadas y de color mostaza le bloqueaban el paso. Keira las descorrió
hacia la izquierda, en busca de algún mecanismo. Notó la tela mugrienta bajo la yema
de los dedos. Partículas de polvo y moho revoloteaban a su alrededor. Estornudó una
vez, dos veces. Encontró el extremo de la cortina, lo levantó y pasó por debajo.
Se encontró en un espacio pequeño mal iluminado cuyas paredes eran cortinas de
color mostaza. Delante de ella, había un hombre sentado frente a una máquina de
escribir sobre una mesa de juego que temblaba cada vez que sus gruesos dedos
aporreaban las teclas. El pelo largo del tipo se acercaba más a castaño que pelirrojo, a
diferencia de la barba, que salía disparada de sus mejillas y era prácticamente de

www.lectulandia.com - Página 224


color naranja. El ancho rostro era rosado, hinchado y los vasos sanguíneos rotos que
lo surcaban dibujaban una ruta marcada por las hermanas vacías de la botella de Jack
Daniels situada a la izquierda de la máquina de escribir. Al mismo tiempo, sus ojos
mostraban una franqueza y espontaneidad que le hacían parecer extrañamente
inocente. Cuando Keira le miró, el hombre sacó la página mecanografiada de la
máquina de escribir y la sostuvo en alto para examinarla. Frunció el ceño y sus labios
se movieron sin hacer ruido. Tras leer, tal vez, la mitad del folio, arrugó el papel entre
las manos, hizo una bola y la lanzó al suelo de madera, donde fue a reunirse con un
montón de heridos de guerra similares. El hombre dio un trago comedido a la botella
de licor, luego seleccionó una hoja limpia del fajo de papel a la derecha de la
máquina de escribir y la introdujo en el carro. Sus dedos retomaron el asalto a las
teclas.
¿Era este tipo actor? Resultaba difícil imaginar qué otra cosa podría ser. Keira
examinó los pliegues de las cortinas. Casi inmediatamente vio una luz de grabación
brillando en uno de los rincones a la derecha. Así que el tipo era parte de la película.
Keira no estaba segura de qué hacer. Feeney no había previsto qué hacer cuando
encontrase a otro miembro del reparto. A menos que su instrucción de «reaccionar»
incluyera cualquier cosa posterior a la orden inicial de «acción». El hombre parecía
estar hablando consigo mismo. Keira se acercó a él.
Era difícil distinguir las palabras del hombre bajo el repiqueteo de las teclas. Su
voz estaba suavizada por un deje sureño cuyo origen exacto Keira no fue capaz de
identificar. Decía:
—No soñando, sino en Carcosa. No muerto, sino en Carcosa. No en el Infierno,
sino en Carcosa. Vaya, entonces te serviré. Un hijo genuino de Tennessee. Jesús, qué
gilipollas. Ven, vámonos, y ceguemos a tu padre. Esta era la criatura que en el pasado
fue Celia Blassenville. Y así el demonio carameliza todos los pecados. ¡Excelente
hiena! Te las tendrías que ver con este trueque sangriento. ¿Qué criatura se
alimentaba peor que el ansioso Tántalo? Bienvenida, terrible Furia, a mi triste
morada. El mal de las estrellas no es como el mal de la tierra. Verdad es, verdad es;
observa la punta afilada de mi cuchillo. Y es que esto es el infierno, y no estoy fuera
de él. Y toqué una superficie fría y firme de cristal pulido. Ruibarbo, ¡oh, que el
ruibarbo purgue esta cólera! Allí se sienta la Muerte, manteniendo su circuito sobre el
borde afilado. Solomon miseris socias habuisse doloris. Encontraré escorpiones para
encordar mis fustas. Vergama se echó hacia delante sentado en su silla y pasó la
página. Considero este mundo un teatro tedioso. Y mientras Grom aullaba y se
golpeaba el velludo pecho, la muerte me llegó en el Valle del Gusano. Tan sólo miedo
y metal mortal, mi señor. Continuamente acarreamos un cuerpo podrido y muerto.
¿Sin máscara? Este banquete, el cual deseo que resulte ser más adusto y sangriento
que la fiesta de los Centauros. ¿Has visto al Rey…? La gente se asombra al ver su
deformidad en cualquier otra criatura menos en sí misma. Donde flamean los harapos
del Rey. Es aterrador caer en las manos de un Dios vivo. En la oscura Carcosa. En la

www.lectulandia.com - Página 225


perdida Carcosa. En la muerta Carcosa.
El hombre se inclinó hacia delante y sacó la página de la máquina de escribir.
Esta vez, echó un trago a la botella mientras examinaba la hoja. Como antes, no había
terminado de leerla cuando la arrugó y la dejó caer al suelo. Mientras metía una
página nueva en la máquina, Keira se arrodilló y recogió la bola de papel más
cercana. Extendió la hoja sobre una rodilla y la alisó sobre la otra.
El papel estaba en blanco. Keira miró al hombre, que volvía a teclear y repetía su
monólogo. «Vaya, entonces te serviré». Estrictamente hablando, no había ninguna
razón para que hubiera nada escrito en la hoja, pero dada la ferocidad con la que el
hombre aporreaba las teclas, había esperado encontrar algo escrito, aunque fueran
combinaciones de letras y números al azar. «Y así el demonio carameliza todos los
pecados». Keira se preguntó si el tipo estaría transcribiendo su extraño monólogo,
que es lo que ella hubiera hecho. «Bienvenida, terrible Furia, a mi triste morada».
Una explosión de martillazos hizo que Keira pegara un brinco. Desde el otro lado
de las cortinas, llegaron ruidos de un montaje rápido: martillos clavando clavos,
sierras aserrando madera, tablas chasqueando al ensamblarse, que ahogaron el
parloteo de la máquina de escribir. El hombre hizo caso omiso, así como el cámara
que lo filmaba. ¿Provenía el ruido de la izquierda? Estaba bastante segura de que así
era. Parecía que no le iba a servir de mucho seguir allí. Supuso que podía intentar
hablar con el hombre, pero se resistía a romper cualquier estado mental en el que el
tipo se encontrara. Reacción, ¿no? Pues reaccionaría investigando el origen de los
ruidos del edificio. Pegada a las cortinas, bordeó al hombre frente a la máquina de
escribir. Había una abertura en las cortinas por la que podía pasar. Antes de hacerlo,
echó una mirada hacia atrás por encima del hombro del actor. Aunque los dedos
apretaban las teclas de la máquina de escribir a un ritmo constante, ninguna de las
correspondientes varillas se levantaba para imprimir su símbolo en el papel.

VI

Keira emergió por el extremo derecho de un escenario bajo frente a un auditorio


vacío. En el centro del escenario, media docena de hombres estaban atareados con
una caja de madera cuyas proporciones recordaban a las de un ataúd apoyado sobre
un extremo; aunque un ataúd para un hombre al menos medio metro más alto que
Keira. Vestidos con los mismos suéteres de cuello alto, pantalones de pana marrones
y botas negras que los cámaras que había ido encontrando, estos hombres habían
sustituido sus cámaras por una variedad de herramientas. Sin las cámaras
oscureciendo sus rostros, Keira podía ver que los hombres se parecían entre sí hasta
un grado sorprendente, incluso artificial. Calvos, ojos protuberantes con pesados
párpados, bocas grandes, labios finos y una piel cenicienta bajo las luces que
brillaban arriba; aquellos hombres bien podrían haber sido hermanos de una familia

www.lectulandia.com - Página 226


absurdamente enorme. Sin duda, todos habían sido fabricados con el mismo molde,
aunque Keira era incapaz de entender por qué Feeney debería preocuparse de la
apariencia de sus operadores de cámara. Tal vez también ellos formaran parte de la
película; quizás luego le pidieran a ella que juzgara algunas de las actuaciones del
día.
Keira se acercó lo suficiente a la construcción para que uno de los hombres se
girase hacia ella y dijera:
—Precioso, ¿verdad?
Habló con algo parecido a un acento inglés de clase baja, Dick Van Dyke
haciendo de cockney en Mary Poppins.
—¿Qué es? —dijo Keira asintiendo.
El hombre la miró asombrado.
—¿Que qué es? ¿Acabas de preguntar en serio que qué es?
—Lo siento. Soy nueva aquí… es mi primer día en los estudios y…
—Esto es… ven aquí —dijo el hombre, haciéndole señas para que se acercara—.
Venga, no seas tímida.
Desde la parte de delante, Keira vio que la caja era el doble de ancha que un
ataúd. Una puerta que se abrió hacia la izquierda revelaba un estrecho compartimento
a la derecha. Le recordó a una cabina de fotomatón, especialmente cuando vio la
hilera de botones verdes en el panel izquierdo del compartimento. Un par de ranuras
habían sido cortadas en la madera sobre los botones, el más alto a la altura del rostro
de una persona y el más bajo a la altura de la garganta. Debajo de los botones verdes,
había un par de agujeros en el panel, el más alto a la altura de la cintura de una
persona, y el más bajo situado aproximadamente a la altura del muslo.
—Esto —dijo el hombre— es la Beneficencia del Rey.
—¿El qué del rey…?
El hombre suspiró.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—No —dijo Keira—. Es decir, ahora sí, pero soy de Nueva York.
—¿En serio? —dijo el hombre—. Si eres una ciudadana de la Vieja Imperial,
entonces deberías estar bastante familiarizada con la Cámara Letal.
—Yo, eh, no, me temo que no.
—¿Es católica tu gente?
«¿Mis padres?», pensó Keira.
—Episcopalianos —respondió. Cuando el hombre frunció el ceño, explicó—:
Anglicanos.
—Ah —dijo el hombre—. No me digas más. Esto —señaló la caja— es la manera
mediante la cual un hombre, o una mujer, que así lo desee puede alcanzar su propio
descanso eterno, por citar al viejo Will-I-Am de Avalon. Aunque, en lugar de una
simple aguja de jareta, hay que elegir entre estos cuatro botones.
Keira alargó el brazo y se inclinó hacia el compartimento, pero en ese instante el

www.lectulandia.com - Página 227


hombre le agarró del otro brazo y tiró de ella hacia atrás, gritando.
—¿Te has vuelto loca de remate? —al ver la expresión en el rostro de Keira,
añadió—: De acuerdo, de acuerdo, no sabes nada.
Tras liberarla de su mano, el hombre se agachó y recogió una pieza delgada de
madera de la longitud de una regla de un metro.
—Ya va siendo hora de hacer una prueba, de todas formas —dijo el hombre, y
apretó el botón más cercano con la madera.
Algo brillante y metálico salió de la ranura superior y permaneció tembloroso en
el aire. Una ancha y plana lengua de metal con un borde afilado y brillante.
—La Filosofía del Rey —explicó el hombre—, con la que nos libera de la carga
de nuestros propios pensamientos.
Movió la punta de su improvisado puntero hacia el siguiente botón y lo pulsó.
De la ranura inferior, una hoja metálica lanzó un destello hacia fuera y a los lados.
Más ancha que la cuchilla superior, esta estaba curvada en forma de luna creciente
tallada con finas filigranas.
—El Consejo del Rey —continuó el hombre—, con el cual nos libera de la carga
de nuestras palabras.
Movió la espada hacia el tercer botón y lo accionó. Una barra puntiaguda de acero
salió disparada a través del agujero superior. Cuando alcanzó su límite, una docena de
cuchillas saltaron formando una corona a su alrededor.
—La Cena del Rey —dijo el hombre—, con la que nos libera de la carga de
nuestros apetitos.
Pulsó el cuarto y último botón. Del agujero inferior, un manojo de púas saltó
hacia fuera girando primero a la izquierda y luego a la derecha.
—La Castidad del Rey —concluyó el hombre—, con la que nos libera de la carga
de nuestros deseos.
Dejó caer el trozo de madera.
—Bueno, todo funciona perfectamente, entonces. ¡Eh! —gritó—. Uno de
vosotros, resetead la Beneficencia —nadie respondió—. ¿Lo entiendes ahora? —le
dijo a Keira.
—Pero… —dijo ella—, ya sé que las cosas siempre pueden ir a peor, créeme,
pero incluso en ese caso, ¿tú podrías?… es decir… es más fácil tomarse unas
pastillas, o…
—No le des más vueltas —dijo el hombre.
A la izquierda del escenario se escuchó un barullo procedente del otro lado del
telón; alguien gritaba, se oían botas arrastrándose por el suelo, la cortina se hinchó.
Tres operadores de cámara se abrieron paso hasta el escenario. Llevaban los brazos
unidos, como si fueran el coro más corto del mundo. Por no decir el menos
coordinado: el hombre del centro iba totalmente desacompasado con el resto de sus
compañeros. Esto, observó Keira, ocurría porque estaba forcejeando con sus
compañeros.

www.lectulandia.com - Página 228


—Bien, bien, bien —dijo el hombre situado junto a Keira—. El hijo pródigo hace
su entrada.
Ante tal declaración, el hombre de en medio levantó la mirada y al ver la
Beneficencia del Rey comenzó a gritar.
—¡No! ¡No! ¡Ahora no! ¡Ahora no!
Logró liberar el brazo izquierdo del abrazo de su compañero, pero el hombre a su
derecha pivotó hacia él y le clavó el puño en el estómago. El cautivo se dobló por la
cintura como una marioneta cuyos hilos hubieran sido cortados. Los otros dos lo
sujetaron por las axilas y lo arrastraron hacia la caja.
El resto de operadores de cámara habían cogido sus cámaras y rodaba el progreso
de sus compañeros. Mientras el trío pasaba delante de ella, el cautivo giró el rostro
hacia Keira y, con el estertor de un hombre cuyos pulmones han agotado todo el aire
que contenían, dijo:
—¿Sabes lo que esto significa? ¿Lo sabes?
—Significa lo que significa, viejo amigo —dijo el hombre junto a Keira—. Es el
Signo, eso es lo que es.
Mientras sus compañeros se preparaban para obligarle a meterse en el
compartimento —en el cual se habían escondido previamente todos los accesorios
letales—, el cautivo hizo un último intento de escapar. Pero los otros ya estaban listos
para detenerle; uno le pegó un puñetazo en la cabeza, el otro apoyó la mano
extendida sobre el pecho del cautivo y lo empujó. Las manos cubrían su cabeza y el
hombre tropezó cayendo hacia atrás por la apertura de la caja. Sus compañeros no
perdieron ni un segundo en cerrar la puerta. La última visión que tuvo Keira del
hombre fue de las manos de este descubriendo su rostro, que revelaba una mezcla de
terror y profunda tristeza. Cuando la puerta se cerró, los hombres la aseguraron con
un trío de cerrojos de bronce.
—Esperad… —dijo Keira.
Pero los cámaras ya habían comenzado a cantar:
—Elige. Elige. Elige —una palabra repetida a un volumen que aumentaba de
forma constante.
—Esperad —dijo ella al hombre que estaba a su lado.
Él la ignoró y centró su atención en el canto.
—Elige. Elige. Elige.
Desde dentro de la Beneficencia del Rey, el cautivo gritó:
—¡Podéis iros todos a la mierda!
Por toda respuesta, los operadores de cámara aumentaron el volumen unos
decibelios más.
—¡Elige! ¡Elige! ¡Elige!
—¿Creéis que voy a hacer esto? ¿Sólo porque pasó antes, pensáis que va a pasar
ahora?
—¡Elige! ¡Elige! ¡Elige!

www.lectulandia.com - Página 229


—¡Ya basta! ¡Parad esto inmediatamente, hostia!
—¡Elige! ¡Elige! ¡Elige!
—¿Es que no entendéis lo que está pasando?
Si alguno de los cámaras lo entendía, no lo dijo. En lugar de eso, todo el grupo
rugió:
—¡ELIGE! ¡ELIGE! ¡ELIGE!
—¡Que Dios os condene! ¡Que Dios os condene a todos al infierno!
—¡ELIGE! ¡ELIGE! ¡ELIGE!
Keira ya había tenido más que suficiente. Con los ojos clavados al frente, salió
del escenario por la misma dirección por la que el cautivo y sus compañeros habían
entrado, a la izquierda del escenario.

VII

Al otro lado del telón mostaza había un pasillo corto al final del cual una salida de
incendios conducía a una calle sin salida. A la izquierda arrancaba un callejón que
giraba hacia la derecha. Frente a Keira, una escalera metálica subía por una pared de
ladrillo hacia una puerta. A su derecha, un cámara estaba de pie entre el montón de
cubos de basura, grabando a Keira mientras esta reflexionaba sobre qué podría haber
al doblar la esquina del callejón y finalmente se dirigía hacia las escaleras y las subía
corriendo.
Arriba, vaciló. Un pasillo como el que la había conducido al interior del almacén
se extendía ante ella, una procesión similar de luces mugrientas mantenía a raya la
oscuridad total. Se le ocurrió entonces que estaba, si no totalmente perdida,
inquietantemente cerca de estarlo. Tal vez debería retroceder sobre sus pasos e
intentar encontrar el camino de regreso a la entrada. Eso supondría volver a donde
estaban los cámaras y la extraña escena que estaban representando, lo cual no tenía
ningún deseo de hacer. De acuerdo, la Beneficencia del Rey era alguna clase de
efecto especial —debía serlo; no podía imaginarse a Feeney dirigiendo una snuff
movie—, pero ella no tenía ningún interés por el porno de tortura. Si tuviera que pisar
aquel escenario otra vez, sin duda encontraría un charco de sangre falsa filtrándose
por debajo de la puerta de la caja, o, peor aún, un chorro de sangre de cerdo o de vaca
derramada para lograr el máximo realismo.
Entonces, hacia delante. Además, había operadores de cámara por todas partes.
Cuando necesitara encontrar el camino de salida, siempre podría pedir que la
orientase alguno de ellos.
Sus pasos resonaban como si el espacio bajo el suelo estuviera hueco. Los ecos de
su paso retumbaban a sus espaldas y corrían delante de ella. ¿Estaban las luces cada
vez más separadas? Miró por encima del hombro. Así era: las luces ahora estaban al
menos al doble de espacio entre sí que aquellas situadas en la entrada. La siguiente

www.lectulandia.com - Página 230


bombilla aún estaba más alejada. Tampoco podía detectar la luz roja de ningún
operador de cámara.
A la derecha, alguien andaba junto a ella. Con un grito ahogado, Keira se giró y,
durante unos segundos, no reconoció a la mujer tenuemente iluminada que le
devolvía la mirada igualmente sorprendida. Luego se dio cuenta de que estaba
mirándose a sí misma, reflejada en un ventanal grande y rectangular.
—Mierda.
Se acercó al ventanal. A través de su reflejo fantasmagórico, vio una habitación
prácticamente vacía en la que un flexo arrojaba una luz amarillenta sobre una mesa
sencilla. Había sillas a ambos lados de la mesa; la de la izquierda de Keira estaba
arrimada a la mesa, la de la derecha estaba separada varios pies hacia atrás, y había
un hombre sentado en ella, en la penumbra. No podía distinguir mucho de él,
principalmente un abrigo largo negro o azul marino y una nube de humo de cigarrillo
flotando alrededor de su cabeza. ¿Feeney? ¿Qué hacía allí? Detrás de él, un cámara
seguía filmando la escena.
Una puerta en la pared al otro lado de la mesa se abrió y una mujer entró en la
habitación. Alta, delgada, llevaba un traje pantalón, una blusa blanca, un collar de
cuentas negras y el cabello largo y tintado de color rubio platino (un tinte barato).
Podría haber pasado por la madre de Keira… por la propia Keira dentro de unos doce
años, si el tiempo no la tratara bien. Pensó en los cámaras. ¿Era este el motivo de que
Feeney la hubiera contratado, porque se parecía a uno —o más— de los actores que
ya habían sido contratados para la película?
La mujer arrastró la silla separándola de la mesa, le dio la vuelta y se sentó a
horcajadas abrazando el respaldo.
—Bien —dijo, y Keira la escuchó; su voz era transmitida por un altavoz colocado
sobre la ventana. La calidad del sonido era mala; sonaba mortecina y metálica.
—Kay —dijo el hombre sentado en la silla.
Keira no sabía si era Feeney el que hablaba.
—No —dijo Kay.
—Sólo habla —dijo el hombre—. Di algo.
Sin pausa, Kay dijo:
—Oí hablar de las Fiestas de Laceración cuando aún era bastante nueva aquí.
Conocí a una chica de Vancouver con la que solía salir de vez en cuando. Kirsten o
Karen… creo que era Karen. Solía decir, «Es el Vancouver de Seward, no el
Vancouver de Canadá». Tal vez era Kirsten. Una chica grande. Había una taberna
cerca de una de las cabinas del Rey más populares, La Deuda Contraída, donde nos
quedábamos en la barra y dejábamos que hombres de negocio fracasados y
trovadores abatidos nos invitaran a rondas de Pernod mientras ellos se preparaban
para la Beneficencia. De todas formas, fue durante una noche particularmente
tranquila cuando Karen, estoy bastante segura de que ese era su nombre, me habló de
estas fiestas, estas veladas, a las que una amiga suya había sido invitada. En las

www.lectulandia.com - Página 231


colinas, en algún lugar cerca del Observatorio. Sólo acudían los de la lista A, los de la
lista A+, o los de la lista A++. Supuestamente, el propio Rey había hecho acto de
presencia, aunque la amiga de Kirsten no lo había visto personalmente. En la puerta,
los invitados eran recibidos por un mayordomo que les ofrecía un cuenco lleno de
cuchillas. Todos escogían una para usarla después. La amiga no había dado muchos
detalles sobre lo que ocurrió más tarde, pero llevaba la mano y el antebrazo derecho
totalmente vendado y afirmaba que ya no podía mover dos de sus dedos.
»Llevo el suficiente tiempo en este lugar como para dudar de la historia. Sin
embargo, jamás pensé que asistiría a una de esas fiestas. Y no por una cuestión de
reservas morales; simplemente no me veía a mí misma mezclándome con la flor y
nata… con el azúcar glasé espolvoreado sobre la flor y nata.
»Eso fue antes de René. Si me hubieras preguntado hace un tiempo si yo dejaría
que un conductor de coche fúnebre pusiera un pie en mi calle, no digamos ya que me
pusiera una mano encima… Yo sabía que él estaba, supongo que podría decirse,
«interesado». Pasaba con el coche por la caseta en la que yo trabajaba dos veces al
día, una vez de camino a la morgue y la segunda vez de camino al Cementerio de
Potter’s Field. Nunca repiten una ruta a menos que algo les llame la atención. Yo
conocía los riesgos de reconocer su presencia, no digamos ya de alentarla. Varias
chicas que conocía cuando llegué aquí decidieron averiguar qué era lo que había al
otro lado de las puertas del depósito de cadáveres y no volví a verlas nunca más.
También sabía que, sin mi consentimiento, los planes del de las pompas fúnebres se
quedarían en meras especulaciones. A pesar de los rumores, los hombres cumplen el
Ritual religiosamente. Pasaron años antes de que le mirara. Y no es que él me
conquistara; tampoco era que me hubiera asaltado un deseo repentino por la muerte.
No tenía nada más: cualquier otra opción había acabado en un callejón sin salida. Así
que le miré a los ojos, levanté la mano izquierda con la palma hacia fuera y dejé que
viniera lo que tuviera que venir.
»No había amor, ni chispa, ni momento mágico en el que me diera cuenta de que
él era igual que yo. En honor a la verdad, no estoy al cien por cien segura de por qué
aquel hombre continuó conmigo. Tuvieron que pasar meses antes de que soportara su
tacto, y sólo bajo los efectos de una buena botella de Pernod. No me termino de
acostumbrar al tacto de su carne; todavía salto cada vez que posa sus manos en mí. El
olor a formol me pone enferma y no tengo ni el más mínimo interés en lo que hace
con los cuerpos en las cámaras de atrás.
»Pero hay algún consuelo en ser la acompañante de un conductor de pompas
fúnebres. El dinero no está mal y, sobre todo, está el prestigio, ese estatus extraño e
indirecto que te permite acceder a casi todas partes. El día que lo miré no sabía que,
al final, él sería mi pasaporte para asistir a una Fiesta de Laceración. Fue en las
colinas, cerca del Signo. Debíamos parecer un espanto: él con su diminuto sombrero
hongo y un abrigo de piel, y yo con un vestido de plumas y una boa. Por no
mencionar el hecho de que él era cinco veces más grande que yo… y que cualquier

www.lectulandia.com - Página 232


otro invitado allí.
»En la puerta de entrada, un joven vestido con esmoquin sostenía un cuenco de
madera lleno de cuchillas para que eligiéramos la nuestra. Cogí una; René no, lo cual
hubiera sido motivo para no dejarle participar en la Fiesta, pero, en serio, ¿quién iba a
tener el valor de impedirle la entrada? La casa estaba llena de celebridades y personas
demasiado poderosas para ser celebridades. Cuanto más te adentrabas, mayor era el
estatus de tus acompañantes, hasta que se llegaba a una habitación cuyo propósito
original era imposible de adivinar, llena de gente cuyos nombres desconocías. Y allí
era donde se utilizaban las cuchillas. Más o menos en el centro de la habitación había
una mesa de acero y una mujer tendida sobre ella, desnuda. No estoy segura de qué
proceso mental podría haberla llevado a estar allí. Una a una, las personas en la
habitación se acercaban a ella, inspeccionaban la superficie de su cuerpo y elegían un
lugar en el que usar sus cuchillas. La única regla parecía ser no cercenar ninguna
arteria o vena. Tras acabar, lanzaban la cuchilla a un cubo de plástico colocado bajo
la mesa.
»Cuando llegó mi turno, el suelo alrededor de la mesa estaba empapado de
sangre. Me acerqué a la mujer, cuyo cuerpo se había convertido en un patchwork de
músculos y nervios al descubierto. Yo había evitado mirarle la cara, que seguía
intacta. No estoy segura de por qué. Pero lo presentí mientras arrastraba mis ojos por
el ensangrentado espacio hasta llegar a su cara. Desde el primer segundo que la vi, la
reconocí: Karen, o Kirsten, mi antigua compañera del Deudas Contraídas. Ella
también me reconoció; estoy segura de ello. No detecté ningún miedo o ira en su
mirada, sólo una especie de fascinación inexpresiva. Presioné la cuchilla sobre el
párpado derecho y la deslicé.
»Cuando acabé, me enderecé y allí estaba el Rey, inclinado al otro lado de la
mesa. Dicen que sólo una persona lo ve cada vez que aparece, y supongo que es
cierto porque a mi alrededor los invitados continuaron como si no pasara nada.
Durante un rato muy, muy largo, mientras los ojos de Karen se inundaban de la
sangre que luego se derramaba sobre la mesa, el Rey me observó, y yo a él. Alargó la
mano derecha y vi que llevaba un guante blanco de algodón. Tocó con la punta del
índice el ojo de Kirsten y la sangre escaló por las sedientas fibras, tintando de
escarlata la parte inferior del dedo. Asintió, se echó un paso atrás y la multitud, de
alguna manera, se cerró a su alrededor engulléndolo. No le conté a René lo que había
pasado, pero me guardé la cuchilla.
»Así que he visto al Rey y he vivido para contarlo. Todo el mundo siempre le da
mucha importancia a su cara; ya sabes, «¿Sin máscara? ¡Sin máscara!» Como si él se
diferenciara en algo de nosotros. Como si todos nosotros no nos mostráramos
desnudos ante el mundo.
En esta ocasión, a Keira no le sorprendió la presencia del cámara a su izquierda;
supuso que lo había oído aproximarse. Detrás de él, podía distinguir el vano de una
puerta a través del cual se colaba una luz ámbar al pasillo. Pasó por detrás del hombre

www.lectulandia.com - Página 233


y se dirigió a la puerta.

VIII

La habitación en la que entró le recordó a Keira al salón del adosado de piedra


marrón de sus padres. Frente a una hilera de cristales del mirador, un viejo televisor
cuyas voluminosas dimensiones parecían las de un altar, mostraba un metraje de
Feeney delante de un pequeño sillón reclinable. Algún error en la sintonización del
televisor tintaba la pantalla de varas de color amarillo dorado. El director había sido
filmado mostrando tres cuartos de perfil y mirando hacia la derecha. Sostenía un
enorme teléfono pegado a la oreja izquierda y un cigarrillo recién encendido entre los
dientes. Keira se arrodilló y ajustó el botón del volumen en sentido de las agujas del
reloj. En el audio sonaba la voz de quienquiera que estuviera hablando con él. La voz
sonaba amortiguada, metálica; estaba en mitad de una frase.
—¿… sobre el Signo? —hubo una pausa mientras la voz esperaba una respuesta
que Feeney no dio—. ¿Pero qué significa eso? Es una película —pausa—. ¿Sabes
qué? Olvídalo —la voz continuó mientras Feeney se sacaba el cigarrillo de los labios,
observaba su longitud y lo devolvía a su lugar—, no es importante. Lo que pasa es
que estoy aquí, en este puto… Estoy aquí y todo está mal. No sé por dónde empezar.
El maldito cielo, por Dios bendito —pausa—. Tú eres el que me trajiste aquí,
gilipollas —pausa—. Sí, fuiste tú —pausa—. Si, fuiste tú, cabrón —pausa—. No
estoy siendo estúpido —pausa—. Es como… —pausa—. Que te jodan. No se te
ocurra hablarme de esa manera —pausa—. Que te jodan. Tú eres el trozo de mierda
—pausa—. Como intentes ponerme un dedo encima, te lo cortaré —pausa—. Que te
jodan.
Keira se irguió. Enmarcado por el arco que conducía hacia el vestíbulo principal,
un operador de cámara la filmó mientras atravesaba la habitación, pasaba por delante
de él y abría la puerta principal.

IX

Emergió en un amplio espacio llano… un aparcamiento… el aparcamiento junto al


almacén. Era ya de noche y el cielo estaba lleno de estrellas. A excepción de su
coche, el aparcamiento se encontraba totalmente desierto. ¿Había pasado todo el día
allí dentro? No tenía la sensación de que hubiera pasado tanto tiempo y, sin embargo,
ahí estaba la noche. Supuso que podía regresar al almacén, pero la invadió una oleada
de cansancio. Sólo recorrer todo aquel… como quieran llamarlo, le había dejado las
piernas débiles y la cabeza flotando. Haberse saltado la comida y, por lo que parecía,
probablemente también la cena, tampoco ayudaba mucho. Detrás de ella, la puerta

www.lectulandia.com - Página 234


por la que había salido chasqueó al cerrarse. Eso decidió la cuestión. Un minuto
después estaba tras el volante del Metro, saliendo por la verja de aquel lugar.
La autopista estaba tranquila. Bien. Llegaría a casa más pronto que tarde. No era
probable que lograra dormir lo suficiente, pero aprovecharía lo que pudiera. Mañana
empezarían otra vez a las cinco. Uf. Delante, la luna llena colgaba dorada sobre las
colinas. No recordaba haberla visto jamás tan cerca, tan enorme, ni el rostro borroso
que dibujaba su topografía tan visible. Durante unos segundos tuvo la sensación de
que algo enorme dirigía su atención hacia ella.
Ruedas repicando sobre la carretera, un convoy de camiones de dieciocho ruedas
pasaron adelantándola. Las ventanas de las cabinas estaban tintadas; bastante
peligroso para viajar de noche, pensó. Los tráileres eran plataformas, todas ellas
festoneadas con un montón de brillantes luces de colores, al igual que el contenedor
que transportaba. Era tal el brillo que Keira no pudo ver qué transportaban los
camiones hasta que se alejaron de ella, y entonces vio que las estructuras cuadradas
ribeteadas de luces rojas, malvas y amarillas eran horcas y las sogas danzaban en el
fuerte viento.
Igual de rápido que llegaron, los camiones se marcharon hasta que sus luces
traseras se convirtieron en puntos rojos en la distancia. Los ojos de Keira quedaron
tan deslumbrados que, al principio, confundió la segunda luna que se alzaba en el
cielo con un espejismo.

Para Fiona

www.lectulandia.com - Página 235


www.lectulandia.com - Página 236
EL REY ES AMARILLO

El viejo negro hizo todo lo que pudo para hundirle el cuchillo de carnicero en la
cara según Speedy entraba por la puerta. Speedy respondió desviando la trayectoria
de la hoja y vaciando ambos cañones recortados en las entrañas del tipo. Los
resultados fueron tan feos como era de esperar.
El gordo Bob atravesó la puerta a toda prisa detrás de Speedy, blandiendo su barra
de demolición hacia la habitación vacía mientras Speedy abría su recortada de doble
cañón, sacaba los cartuchos vacíos y cargaba unos nuevos. Ambos hombres se
apartaron del charco de sangre del cadáver, que se extendía lentamente alrededor del
cuerpo.
Speedy gesticuló con la barbilla hacia la puerta de la derecha y el gordo Bob giró
hacia allí. Bob echó una ojeada por el borde del vano de la puerta sin exponerse como
blanco ante quienquiera que pudiera estar allí dentro; sostuvo la barra de demolición
hacia atrás. Bob miró de nuevo a Speedy y sacudió la cabeza.
Speedy encabezó el camino hacia la puerta de la izquierda y el gordo Bob se
mantuvo pegado a sus talones. Esa habitación era el premio gordo: el libro estaba
justo donde el Hombre había dicho que estaría, sobre el estrado. El tomo descansaba
sobre un trozo de tersa piel clara de poro fino, que no se parecía a ninguna piel de
vaca que Speedy hubiera visto antes.
Siguiendo las instrucciones, Speedy envolvió el libro con la piel sin tocarlo en
ningún momento y se metió el bulto bajo el brazo. El gordo Bob abrió la boca como
si fuera a hablar, pero la cerró otra vez con expresión disgustada cuando Speedy le
lanzó una mirada.
Los dos hombres pasaron por encima del cuerpo tirado en la entrada y salieron
corriendo a la luz del día. Estaban en Hunter’s View, los barrios de viviendas de
protección oficial al sur de los límites originales de la Ciudad. Desgarrados edificios
de apartamentos los rodeaban, con barrotes en todas las ventanas y la mayoría de las
viviendas claramente inhabitables.
Mientras pasaban rápidamente junto a una estructura de juegos de plástico
quemada en el parque, un chico negro en una bici de diez velocidades dobló una
esquina y pasó frente a ellos. Al ver a los dos rostros pálidos, los ojos del chico se
agrandaron como si no pudiera dar crédito. Mientras pedaleaba alejándose, el chico
dejó escapar un grito de guerra indio, un gorjeo entrecortado que salía de su boca
mientras se palmeaba repetidamente los labios con una mano. Unos segundos
después, el grito de guerra fue replicado desde varios puntos ocultos en el edificio
más cercano; los jaleadores sonaban como si estuvieran acercándose a toda pastilla.
Speedy y el gordo Bob, sin vergüenza alguna, echaron a correr y rodearon el
edificio hasta llegar a la misma calle. El pequeño Willy los vio llegar con evidente

www.lectulandia.com - Página 237


alivio y separó el Le Mans de la acera antes incluso de que las puertas estuvieran
totalmente cerradas.
Estaban en Hunter’s Point, así que se dirigieron hacia el oeste por Third Street,
pasando por Candlestick Park y alejándose de China Basin y los astilleros
abandonados. Cuando llegaron a la vía de acceso a la autopista de Bayshore en
dirección norte, la tensión en el coche disminuyó visiblemente: la fase uno ya había
sido completada y había resultado mucho más fácil de lo que el Hombre les había
dado a entender.
Speedy se aproximó a una hilera de cabinas de teléfono de pago en Union Square
para hacer el contacto. El gordo Bob vagueaba con indiferencia unos teléfonos más
allá, observando todo lo que ocurría a espaldas de Speedy y listo para aplastar a
cualquiera que intentara aprovecharse del lado oscuro de su colega. El hermano de
Speedy, el pequeño Willy, estaba aparcado en doble fila fumando como un carretero y
lanzando una colilla tras otra por la ventanilla del Le Mans, dándole vueltas a ideas y
sufriendo sus habituales epifanías.
Unos turistas alemanes impasibles esperaban a los tranvías que subían y bajaban
por Powell Street, como si creyeran que esa era una típica experiencia
norteamericana. Rodeando la plaza se encontraba uno de los distritos de compras más
exclusivos a este lado de la Costa Este: Armani y Louis Vuitton y Tiffany & Co.;
Saks Fifth Avenue y Salvatore Ferragamo, Bulgari y Arthur Beren; Nine West y 240
Stockton y Dior Homme.
Union Square es la gallina de los huevos de oro, diseñada para que los palurdos
locales la llenen y vomiten su dinero… San Francisco era tradicionalmente una
ciudad para nuevos ricos y sus ricos frecuentemente iletrados estaban deseosos de
comprar los accesorios necesarios para diferenciarse de la chusma.
Speedy marcó el número que le habían pedido que memorizase y el Hombre
contestó la llamada antes de que el primer tono acabara.
—¿Tiene el libro? —preguntó el Hombre.
—En mi coche y listo para la entrega —respondió Speedy—. ¿Tiene lo que
prometió?
—Bien —dijo el Hombre, con un ufano regocijo en la voz—. En cuanto a eso:
tendrá lo que le corresponde.
—Eso es lo que esperaba desde el principio —dijo Speedy haciendo el gesto de
todo correcto al gordo Bob con un movimiento del dedo. Bob se irguió con un
respingo en la cabina sobre la que había estado apoyado y giró sobre sus talones,
anticipando el inevitable reparto, con la certeza de que Speedy se la pegaría a esos
idiotas en cuanto mostrasen sus cartas.
A continuación el gordo Bob se puso en marcha con la barra de demolición
pegada a la pierna. Señaló al pequeño Willy, que esperaba en el coche, y levantó las
cejas con gesto interrogativo mirando a Speedy. Speedy asintió y el gordo Bob
comenzó a avanzar distraídamente hacia allá, mirando a todo aquel que se cruzaba en

www.lectulandia.com - Página 238


su camino… Los más observadores saltaron a derecha y a izquierda para dejar el paso
libre a Bob.
—¿Está en la Transamerica Pyramid según las instrucciones? —preguntó el
Hombre.
—Bueno —dijo Speedy—. En cuanto a eso… Nunca me dio una sola razón para
confiar, así que debo confesar que no estamos en ese lugar concreto. ¿En serio pensó
que íbamos a dejar que nos tendiera una emboscada? Yo soy el rey, zorra… nadie me
jode, sé lo que iban a hacer.
El Hombre permaneció en silencio durante unos segundos embarazosos.
—¿No están allí? —cualquier atisbo de regocijo que pudiera haber en su voz
desapareció—. ¿No están allí? Pero es allí donde deben estar. Es el locus, la
intersección para las líneas de energía.
—Lo que usted diga, jefe. Renegociemos el intercambio.
—No habrá renegociación —dijo el Hombre con una voz al mismo tiempo
resignada y al borde de quebrarse. Se escuchó un fuerte estruendo de algo
derrumbándose al otro lado de la línea telefónica, y Speedy separó el teléfono de la
oreja cuando una repentina ráfaga de aire polar salió por el auricular.
—Amo —balbuceó el Hombre, y luego se hizo el silencio.
Speedy esperó mientras la paranoia y la impaciencia que le invadían iban en
aumento. Poco después, gruñó:
—¿Sigue ahí, gilipollas?
Al otro lado arrancó una voz, no era la del Hombre, y sonaba como si saliera a
presión de un tanque de puré de patatas:
—Tú, imbécil… el Hombre ha fallecido.
—Speedy —gritó Willy.
Speedy miró el coche con los ojos como platos… una luz ambarina que manaba
del interior emborronaba el contorno de Willy, de manera que no se distinguía nada
más que una silueta. La luz se fue haciendo cada vez más fuerte mientras Speedy la
observaba y atravesó las ventanas como una bruma en expansión. El gordo Bob tenía
la mano en la manilla de la puerta de atrás del coche, pero la soltó y retrocedió unos
pasos trastabillándose. Speedy corrió para unirse a Bob y los colegas delincuentes
permanecieron uno al lado del otro con los ojos desorbitados y brillantes mientras la
sucia luz color limón giraba como una luz estroboscópica.
—Sal del coche, Willy —bramó el gordo Bob; su voz sonaba como un torrente de
gravilla debido a la cantidad de veces que había sido golpeado en la garganta—. Es
una bomba.
—No puedo —dijo el pequeño Willy tirando de sus brazos de un lado a otro sin
poder soltar el libro—. Está pegado a mis manos, no puedo soltarlo.
El libro estaba abierto en el regazo de Willy y su mirada estaba embelesada en las
páginas, desde las que manaba la creciente luz… Iluminándole el rostro desde abajo,
el fulgor enfermizo hacía que Willy pareciera un cadáver ictérico. Speedy dio una

www.lectulandia.com - Página 239


sola zancada hacia el coche y abrió de par en par la portezuela del conductor.
—Despégalo de sus manos, Bob —dijo Speedy—. El muy cabrón lo ha
envenenado o algo parecido.
Bob se aproximó, aunque obviamente no parecía muy dispuesto, y le pegó un
fuerte golpe al libro con la barra de demoliciones. El libro no se inmutó tras el
impacto de la barra… la barra rebotó hacia atrás como si hubiera golpeado una tapia
de ladrillos y Bob la dejó caer con un grito, sacudiendo la mano.
La barra de demolición se retorció y contorsionó sobre el suelo, se metamorfoseó
en algo que parecía un enorme ciempiés amarillo azafrán y se deslizó por la
alcantarilla más cercana mascullando para sí mismo.
—Joder —gritó el gordo Bob, apartándose hacia atrás.
Una mujer comenzó a gritar una y otra vez en algún lugar y las ventanas de todos
los edificios de alrededor adquirieron un brillo lechoso y opaco, como si les hubieran
salido cataratas. Speedy y el gordo Bob se pegaron inmediatamente espalda contra
espalda, como si sus omoplatos estuvieran imantados. Speedy sujetaba la recortada en
la mano; por detrás de los truculentos puños del gordo Bob asomaba el ceño fruncido
de berserker de su rostro blanco.
—¿Qué es eso, Speedy? —susurró Bob—. ¿Armas nucleares? ¿Alguna clase de
mierda rusa?
—Échate a un lado, Willy —dijo Speedy, y se sentó tras el volante cuando su
hermano pequeño le obedeció; las manos de Willy seguían pegadas al vibrante libro.
Speedy miró casi pidiendo disculpas al gordo Bob cuando cerró la puerta del
conductor.
—Estoy pensando que la Transamerica Pyramid es la única opción que tiene
sentido. Lo entenderé si prefieres andar desde aquí, hermano.
El gordo Bob se detuvo visiblemente a regañadientes. Los gritos de la mujer
invisible se transformaron en una risa maniaca, la multitud que esperaba el tranvía
salió corriendo a gritos cuando dos tranvías comenzaron a aparearse, y el hombre que
estaba más cerca de Bob se clavó las uñas en la cara hasta que la sangre empezó a
caerle por las mejillas. Bob se apresuró a sentarse en el asiento trasero.
—El ojo de la tormenta, ¿verdad? —gruñó el gordo Bob exasperado—. ¿Qué tal
si le metes caña al acelerador?
Speedy sacó humo de las ruedas al apartarse de la acera y se dirigieron hacia
Market Street, pero lo que fuera que estuviera ocurriendo les seguía: la gente
señalaba el coche según pasaba… Al mirar por la ventana trasera, el gordo Bob vio
que el Le Mans iba dejando marcas de las ruedas desgastadas como si hubiera pasado
sobre pintura amarilla fresca. El amarillo se filtraba y se expandía a ambos lados,
subiendo por las aceras e incluso por las fachadas de los edificios.
Bob giró lentamente la cabeza hacia delante mientras avanzaban con estruendo
por la calle; todo parecía aparentemente normal allá delante. Era el cierre de oficinas
en «la Wall Street del Oeste» y la hora punta de la tarde se estaba aproximando.

www.lectulandia.com - Página 240


Los oficinistas más exquisitos tenían ascensores directos exprés al aparcamiento
en la planta subterránea y sus Beamers & Benz’s de rigor esperaban en fila india a la
salida del parquin. Pero cuando pasaron junto a una salida de aparcamiento y el
amarillo comenzó a empapar la rampa y más abajo, el gordo Bob pudo ver que el
vigilante del garaje salía de su caseta y se acercaba al primer coche de la fila que
esperaba su turno para vomitarse entre el tráfico. El vigilante, que estaba
sorprendentemente despeinado y parecía un tanto ictérico, se apoyó en la ventanilla
del coche y comenzó a succionar la cara del conductor, que se hundió rápidamente.
Bob se estremeció y se giró para mirar al pequeño Willy; este derramaba lágrimas
silenciosas mientras seguía leyendo el libro, como si sus ojos ahora amarillos
estuvieran pegados a él, al igual que sus manos. Bob captó la mirada de Speedy en el
espejo retrovisor, esperando no parecer tan aterrado como él.
Mientras el Le Mans pasaba y el amarillo se extendía hasta ellos, largas colas de
oficinistas del escalafón más bajo bajaban por las escaleras de entrada al submundo
de las estaciones del BART que recorrían el tramo de Market. A medida que la gente
descendía, inquietantes ruidos emergían de las profundidades… Speedy no vio a
nadie que regresara del metro. Las paradas del servicio municipal estaban atestadas
por miles de usuarios de transporte público fornicando, asesinándose los unos a los
otros de varias maneras creativas, o ambas cosas simultáneamente… el amarillo
invadía sus pieles, y sus contornos se alteraban de forma bastante desagradable a la
vista… personas que se derretían fundiéndose con otras y formando nuevas
amalgamas, o que crecían expandiéndose en arcadas, o que se deshacían convertidas
en polvo y eran barridas por el viento.
Cuando se aproximaban al Edificio Montgomery, la mirada de Speedy ascendió
por las interminables 48 plantas de la Transamerica Pyramid hasta la parte superior
puntiaguda que se proyectaba hacia el cielo… Parecía un dedo corazón estirado,
como si San Francisco le hiciera una peineta al mundo. Casi contra su voluntad,
Speedy pensó en la fascinación infinita del pequeño Willy con la Pirámide. Willy en
una ocasión le dijo a Speedy que parecía una especie de mecanismo ciclópeo oculto
construido por hombres de negocios para invocar al Demonio del Dinero y venderle
sus inexistentes almas. Ahora era como si la pintoresca imaginación de Willy hubiera
dictado una nueva realidad: la Pirámide vibraba con fuerza y exudaba un hedor
sulfuroso que contaminaba el aire a su alrededor como un banco de niebla del Golden
Cate.
Mientras conducía a toda velocidad por Clown Alley, Speedy se dio cuenta de lo
vana que era la esperanza de pensar que ir allí podía resolver algo. El amarillo que
seguía al Le Mans ya les había alcanzado y manchaba todos los rascacielos que les
rodeaban hasta mezclarse con la nube dorada brillante que se proyectaba desde la
Pirámide… el zumbido de la Pirámide aumentó inquietantemente.
—¿Qué hacemos ahora, Willy? —preguntó Speedy, derrapando hasta parar a los
pies de la Pirámide, cerca de la entrada principal—. Venga, cerebrito… ¿qué pone en

www.lectulandia.com - Página 241


ese puto libro? ¿Qué hay que hacer para parar todo esto?
—No lo haremos —dijo Willy, que sonaba distraído mientras seguía leyendo los
párrafos del libro. Llegó al final de la página y esta se volvió por sí sola para mostrar
la siguiente, sin ninguna ayuda externa que Speedy o Bob pudieran detectar. Tanto el
gordo Bob como Speedy intentaban de forma instintiva no mirar directamente el
libro… pero este absorbía su atención constantemente, siempre estaba allí, en el
rabillo del ojo.
—Somos naipes de una baraja —dijo el pequeño Willy—. En esta ocasión nos
barajaron y nos tocó una mala mano. Pero esto es sólo un final para nosotros… las
cartas volverán a ser barajadas y todos volveremos a estar dentro. El Rey Amarillo no
reina sobre todo, sólo sobre su propio pequeño rincón desordenado. Nuestra mala
suerte es morir aquí. Pero tened valor: el libro dice que sólo tendremos que
enfrentarnos a unas cuantas peores que esta a lo largo de toda la eternidad.
—Déjate de gilipolleces, Willy —gritó el gordo Bob—. A la mierda con el Rey
Amarillo, soluciónanos este problema.
—Ya lo he hecho —dijo el pequeño Willy mientras abría la portezuela y salía.
Willy se dirigió a la entrada principal de la Pirámide. El guardia de seguridad del
vestíbulo ya no cabía en su uniforme de segurata y rebasaba por todas las costuras…
la ropa probablemente era la única cosa que lo mantenía con una forma semejante a
una figura humana, con la piel del color de los copos de avena y, si seguía teniendo
un rostro, Speedy no fue capaz de encontrarlo. La masa amorfa uniformada se
desbordó de su asiento burbujeando y se dirigió dando tumbos hacia la puerta,
manteniéndola abierta para el pequeño Willy como un botones.
—Willy —aulló Speedy, mientras salía del coche y daba un paso hacia la entrada
con el brazo estirado.
Sonaron unos pasos lentos… Bob no distinguía si sonaban a un millón de
kilómetros de distancia o justo al lado de su oreja, pero las delicadas pisadas se
impusieron al ruido de fondo como si fueran el único sonido en el universo. Las luces
se habían apagado en el interior de la Pirámide y de las profundidades de la penumbra
del vestíbulo emergió una figura.
Era increíblemente alta e inhumanamente angulosa bajo sus ondeantes ropajes
amarillos dorados hechos jirones; su cabeza encapuchada rozaba el techo. Una
máscara andrajosa le cubría el rostro, en el que unos extraños ojos miraban tan-taaan-
cansados por encima del embozo de la máscara. Se acercó a la puerta donde Willy
esperaba y la masa amorfa de seguridad bajó su rostro sin facciones hacia el suelo,
como si mostrara un respeto sobrecogido.
El Rey Amarillo toqueteó su máscara destrozada. Speedy y el gordo Bob dejaron
escapar un grito y retrocedieron, incapaces de cerrar los ojos ante la revelación que se
acercaba. Pero el pequeño Willy extendió el brazo y sujetó la mano del Rey Amarillo,
ofreciéndole al mismo tiempo el libro.
El Rey Amarillo apuntó su rostro hacia Willy, que no retrocedió. El Rey agarró el

www.lectulandia.com - Página 242


libro con una zarpa con garras, cogió la mano de Willy y los dos se dirigieron juntos
hacia la oscuridad, hombro con hombro.
—¡Speedy! —gritó Bob desde el asiento del conductor—. Yo me voy. Quizás
quieras pensarte si vienes conmigo.
Speedy se metió en el auto y salieron disparados hacia el Embarcadero.
San Francisco gritó. Los edificios y las colinas se hundieron a su alrededor y
nuevas leyes físicas se materializaron en originales diseños. El paisaje amarillo de los
rascacielos se fundió e inundó las colinas, los edificios sobresalían en un despliegue
inconexo a un mismo tiempo extraño y familiar: un océano de aspecto medieval de
almenas y tejados, cúpulas y torres, como si toda la Ciudad se acabara de
metamorfosear en un enorme castillo encantado.
En una tienda de electrónica, un muñeco elefante con tres cabezas se dedicaba a
destripar con saña a otro, encaramado en un montículo de alrededor de una docena de
televisores apilados; las entrañas del muñeco que se derramaban del corte en la
barriga eran de color pardo. Los ciudadanos avanzaban a codazos o corrían de un
lado a otro por la acera; la naturaleza humana de muchos de ellos estaba ya tan
alterada que a Bob le resulta imposible contemplar sus difusos contornos durante más
de uno o dos segundos.
El gordo Bob vio a un individuo tras otro postrándose de rodillas y reverenciando
a la Pirámide y al Rey Amarillo. Bob escupió por la ventanilla.
Llegaron a la vía de aceleración de Bay Bridge y se incorporaron a los carriles del
nivel inferior. El gordo Bob se relajó aliviado… pero al mirar a Speedy, vio que su
colega estaba llorando; las mejillas de Speedy estaban mojadas con lágrimas.
«Willy», pensó el gordo Bob, y luego: «A la mierda».
—No te atrevas a comportarte como una nenaza conmigo, Speedy —gruñó Bob
—. No lo hagas.
—De acuerdo —farfulló Speedy—. De acuerdo.
Se incorporó en el asiento, limpiándose la cara con el dorso de la mano, y el
gordo Bob se tranquilizó.
Les había pillado la hora punta y el tráfico era muy denso… pero ahora el tramo
de Bay Bridge en dirección este estaba abarrotado de desertores motorizados que
intentaban huir de la Ciudad en dirección a Oakland, al igual que Speedy y el gordo
Bob. Los carriles eran ignorados por coches que se adelantaban unos a otros, rayando
guardabarros e intentando abrirse paso por debajo o por encima de otros coches que
les precedían… Todos intentaban desesperadamente hacerse con el valiosísimo
espacio del coche más alejado del infierno amarillo que se había desatado a sus
espaldas, y todos maldecían a las horrendas personas que ocupaban el espacio de
delante que ellos querían ocupar.
Y casi inmediatamente, la Ciudad del Atasco; el Le Mans no podía avanzar ni un
centímetro más, ni ninguno de los otros coches varados en el puente. Los dos
hombres estaban sentados en sus asientos, ambos con expresiones estúpidas en el

www.lectulandia.com - Página 243


rostro. De poco servía la inteligencia ahora.
—Propongo que vayamos a Bakersfield a pie desde aquí —dijo el gordo Bob con
decisión—. Podemos escondernos en el campo hasta que todo esto estalle.
—¿Hasta que estalle? —Speedy sacudió la cabeza y miró desconcertado a su
amigo, envidiando amargamente la total falta de imaginación de Bob.
Algo descendió desde los carriles superiores y se escurrió entre los cables hacia el
nivel inferior. La cosa tal vez fuera del tamaño de una carretilla elevadora, con
demasiadas patas, una cola con forma de mazo sobre su cabeza y numerosos
miembros que se agarraban como garfios. Era lo más parecido a un enorme y carnoso
cangrejo, con la piel de un malsano tono amarillo azafrán… cientos de ojos cubrían la
superficie superior y todos ellos giraban estúpidamente.
Se aproximó de lado con un paso asombrosamente delicado, mientras sus fauces
afiladas rechinaban húmedas. Se rio con la vocecilla de un niño pequeño cuando
arrancó el techo del coche más cercano y empezó a comerse a los pasajeros como si
fueran bombones… los gritos de estos producían un contrapunto discordante con su
risita aguda.
Se detuvo después de arrancar de un mordisco la cabeza del último pasajero y
pivotó lentamente hasta que encaró el Le Mans con el cuerpo decapitado aún
colgando de sus miembros prensiles. Todos sus ojos se clavaron en el Le Mans.
—¡Speedy! —la criatura cangrejo gorjeó con la voz del pequeño Willy, dejó caer
los restos de su última comida y se dirigió hacia ellos.
Speedy y el gordo Bob salieron del coche a toda prisa, pero la criatura ya estaba
encima de ellos y no iban a poder repelerla. Enganchó el brazo del gordo Bob y lo
elevó en al aire, donde se quedó colgando y aullando a la espera de ser digerido.
Speedy corrió hacia la criatura con el rostro crispado y disparó la recortada de
cañón doble cuando estuvo lo suficientemente cerca para tocarlo. La mitad de sus
ojos explotaron por los perdigones… Dejó entonces a un lado a Bob como si dejara
un mal hábito y se fue arrastrando los pies maldiciendo imaginativamente, todavía
con la voz de Willy.
—¿Estás bien? —preguntó Speedy a Bob mientras le ayudaba a incorporarse.
—Es sólo un rasguño —dijo Bob—. Nada de importancia.
Pero la mancha que se extendía en la chaqueta de Bob era amarilla y evitaba
mirar a Speedy a los ojos.
Con un aullido metálico los carriles saltaron hacia arriba, como si un terremoto
hubiera roto los cables de amarre, y se inclinaron hacia abajo como un contenedor de
basura listo para evacuarlos a todos en el mar. El gordo Bob logró agarrarse a la
barandilla lateral, pero Speedy se escurrió por el borde irregular del carril destrozado
y a duras penas logró sujetarse del dentado borde del asfalto donde acababa el carril.
Los coches llenos de gente gritando pasaron junto a Speedy en cascada y fueron
desplomándose a cámara lenta por los cientos de pies hasta el agua; las salpicaduras
que producían al impactar eran tan distantes que el ruido tardaba un segundo en

www.lectulandia.com - Página 244


llegarle. Ya fuera por obcecada persecución o por accidente, el enorme cangrejo
siguió a los autos por el borde y sacudió sus patas inútilmente mientras caía y
desaparecía en las profundidades junto a su presa.
Speedy quedó colgando sobre el vacío, mirando a un lado y otro con
desesperación. Sobre su cabeza, con un rugido, el sol desapareció y la noche reinó
instantáneamente. Las farolas de azufre de la Bahía se encendieron durante unos
segundos activadas automáticamente, pero se apagaron formando un círculo de
tinieblas que fue expandiéndose mientras el contagio se extendía desde la zona cero
de Willy… La oscuridad fue creciendo paulatinamente sobre Yerba Buena Island y
sobre East Bay, atravesó el agua para continuar por las colinas sin dar muestras de
perder velocidad incluso cuando llegó a la cumbre y continuó expandiéndose más allá
de la cuenca del área de la Bahía.
El cielo estaba plagado de estrellas que formaban constelaciones desconocidas…
que aparecían y desaparecían como ojos parpadeantes, latiendo en una versión
obscena de código Morse. Sentían una presión desde arriba, como si el propio cielo
estuviera aplastándolos; los tímpanos de Speedy crujieron como si hubiera caído a
plomo desde la cima de una montaña hasta las tierras bajas. Luego, con un chirrido
que sacudió el mundo entero, el cielo nocturno se invirtió blanqueándose y las
estrellas se hicieron negras dibujando un negativo de sus formas originales. Las
estrellas todavía vibraban y miraban lascivamente, como cuando eran blancas, pero
eso sólo hizo que, de alguna manera, todo pareciera más incorrecto.
El asfalto se deshizo en polvo bajo la mano derecha de Speedy, que la retiró
rápidamente, como si quemara. Ahora colgaba tan sólo de la mano izquierda,
balanceándose suavemente mientras observaba el oscuro abismo a sus pies.
No se veían olas donde había estado la Bahía hacía tan sólo unos minutos… A
cientos de pies allá abajo, la superficie parecía totalmente lisa, plateada y metálica,
como un gigantesco lago de mercurio. Las estrellas negras hacían que el mercurio
brillara… ¿o es que brillaba con su propia luz interna?
—Bakersfield no parece tan mala idea ahora mismo —gruñó el gordo Bob
invisible por encima de él. La voz de Bob sonaba como si estuviera hablando con la
boca llena de puré.
Y, de nuevo, sonaron aquellas tranquilas pisadas acercándose desde el otro
extremo de los carriles destrozados… tranquilas como antes, pero siempre
imponiéndose sobre el resto de ruidos de fondo como si fuera el único sonido en el
mundo.
Speedy se soltó y giró la cabeza hacia abajo mientras caía. Pegó las piernas y los
brazos a los costados en un salto de cabeza con el cuerpo rígido, en caso de que
hubiera agua allá abajo y pudiera transformar el impacto en algo que le permitiera
sobrevivir.
Cayó para siempre.

www.lectulandia.com - Página 245


www.lectulandia.com - Página 246
D T

Teniendo en cuenta su profesión, no era de extrañar que el autor ocasionalmente


contara una pintoresca historia rescatada de su pasado. Debido a que el arma de su
elección era el horror, estas historias eran predeciblemente truculentas.
Había sido apuñalado, golpeado, quemado. Había iniciado desventuras que
implicaban fechorías y románticos errores de cálculo. Ahora podía reírse de todo ello,
aunque fuera amargamente.
A veces, la editora imaginaba al autor: un joven motero vikingo en un piso de
alquiler en la tercera planta, luego el cubo de disolvente derramado sobre su cara, la
llamarada del encendedor, una bola de fuego, nuestro vikingo se estrella contra el
cristal atravesándolo y desplomándose sobre una hilera de cubos y bolsas de basura.
Después de rebotar, tan sólo unas cuantas rozaduras, unos cuantos arañazos, un hueso
roto, pero, por lo demás, ileso aunque con una floreciente sensación de inmortalidad.
Esa era la historia de su juventud. Afortunado y maldito a un mismo tiempo.
Muchos años después, el escritor se había hinchado hasta proporciones
mastodónticas, una masa intimidante de músculo bajo el exceso blando, rosa y gris de
la mediana edad, una persona que estaba en casi todos los sentidos esfumándose
paulatinamente de la Tierra a medida que se expandía. Tenía el pelo rubio y largo y
lucía un suntuoso bigote a lo Dalí. Su boca se torcía en una mueca mientras dormía.
Apretaba los puños como un bebé gigantesco, como un bebé Hércules ahogando a la
serpiente hasta matarla.
Había cabalgado una chopper y llevaba una cazadora de aviador en sus buenos
tiempos, había noqueado tanto a maderos como a motoristas rivales por igual, pasó
una temporada a la sombra y resistió, por si les interesa saberlo. La mayoría de las
cicatrices se las hicieron por dentro. Había esnifado cocaína y engullido pastillas y
ayudó a que las destilerías continuaran con sus negocios abiertos. Tras reinventarse
como niño prodigio de la literatura pulp y el subsiguiente ascenso por los rangos
literarios, se folló a las suficientes groupies para ser considerado una estrella menor
del rock.
Sin embargo, ay, la estrella se apaga como acostumbran a hacer las estrellas.
Que ya no hubiera superventas significaba nada de coca, ni más tarros de
caramelos llenos de pastillas, ni más tarros de caramelos llenos de colegialas de ojos
ingenuos; de nuevo con Schlitz y Jameson, su viejo gato Tom y la comida de gato
enlatada de Tom. Ya no más granos cayendo por un reloj de arena, sino humo
deslizándose por una pipa, así transcurrían los días de su vida. Fantasmas y demonios
habían llegado descendiendo en picado para recogerlo al vuelo y llevárselo al Valhala
en una columna de fuego.
Rodaba y se sacudía durante el sueño y sudaba como un hombre aterido por la

www.lectulandia.com - Página 247


fiebre. Su amante, la editora, no sabía cómo ayudarle. Cuando las cosas se ponían
feas, y últimamente sucedía con frecuencia, ella fumaba Benson & Hedges y se
sentaba en una silla con las piernas cruzadas, desnuda a excepción de un par de gafas
de ojos de gato y el último modelo de cámara fotográfica colgada al cuello, mirando
atentamente e incapaz de descifrar los murmullos delirantes de su amante.
Ocasionalmente, ella tomaba fotos de su estado comatoso. Él también había hecho
algunos pinitos en la fotografía y esta era una de las pasiones que les mantenían
unidos después de que otras pasiones hubieran amainado y muerto. Las fotografías
inevitablemente fueron haciéndose más turbias y granulosas, como sus palabras.
¿Qué estaba soñando?
¿Ninguna máscara? ¡Ninguna máscara!, y alguna mierda sobre Camilla era todo
lo que había conseguido entender de sus desvaríos cuando lograba entenderlos. En
una ocasión él mencionó una pesadilla en la que estaba enterrado en arena hasta el
cuello mientras subía la marea y el autor mundialmente famoso Stephen King se
acercaba a él tocado con un turbante color marfil y una capa harapienta amarilla que
arrastraba por la arena como una cola. ¿Qué podría significar? Ella no creía que
significara nada excepto que, tal vez, se sintiera acomplejado ante tipos ricos como
Stephen King.
También mencionó que últimamente le seguían, que él, como todo el mundo,
tenía un doppelganger. Suponía que el cabrón debía estar interceptando sus cheques
por royalties. Esto no le interesaba a la editora… los escritores eran unos paranoicos.
No, ella se preocupaba de otros misterios tales como ¿quién demonios era Camilla?
Sin duda no esa Camilla. No, sin duda no.

La editora era joven y astuta y, tras pasar un tiempo en las trincheras, consiguió el
puesto de editora de ficción en una nueva e importante revista urbana, una cabecera
de moda orientada a la ciencia y la tecnología, y creada para servir de contrapeso al
excesivo interés del magnate dueño de la editorial por la pornografía de alta costura.
El autor era dos décadas mayor que la editora y recientemente había enviado su
séptima novela a su agente. Todos sus otros libros habían tratado de bárbaros
espadachines luchando con sus metales contra demonios y dinosaurios y, con menor
frecuencia, de curtidos detectives privados y sus damas enfrentándose a amenazas
sobrenaturales. Mezclaba una pincelada de realismo de clase obrera y una pizca de
ambición literaria con el batiburrillo pulp convencional. Funcionó en seis ocasiones,
aunque con cada nueva entrega los beneficios fueron menguando.
El agente, que era un amigo mutuo, había confiado a la editora que la nueva
novela era un verdadero lío, una especie de telefilm hecho de retazos a lo
Frankenstein más que un libro tradicional, que no iba a reportar al autor ningún nuevo
defensor entre los críticos de mayor peso, que probablemente se hundiría sin dejar
rastro y sería devastador para su ya exiguo número de lectores. ¿De qué trataba?

www.lectulandia.com - Página 248


¿Quién demonios lo sabía? Incluso el autor se encogía de hombros cuando le
preguntaban y farfullaba algo en latín que la editora no entendía. El agente, todavía
en confianza, había reconocido que dejó de leer a mitad del manuscrito, que no estaba
seguro de poder acabarlo y mucho menos de reunir el coraje para ofrecerlo a alguna
editorial reputada.
El autor se había ganado cierto respeto con sus seis libros anteriores y unos cien
relatos breves, pero también había dedicado tiempo a desarrollar labores de editor de
revistas de ficción extraña y dirigía una longeva serie de antologías que celebraban
los mejores relatos de terror de cada año. La presentación de la antología corría
peligro debido a un cambio de aires en la editorial.
La pareja se conocía profesionalmente desde hacía años, por supuesto. La
industria del género era claustrofóbicamente pequeña y el rincón del armario
dedicado a la ciencia ficción y el terror lo era aún más, por lo que resultaría
sorprendente que no se hubieran relacionado durante las distintas convenciones y
seminarios que dividían las estaciones en lapsos de tiempo más manejables. Lo que
nadie adivinaba, ni siquiera sus confidentes más cercanos, era que la pareja mantenía
una relación romántica con variada frecuencia y que lo llevaban haciendo desde el
principio. En aquel tiempo incluso disfrutaron juntos de unas largas vacaciones,
aunque a medida que la fortuna de ella aumentaba y la de él menguaba, el ardor se
enfrió. En la actualidad, se encontraban en hoteles en citas acordadas de antemano o
en ocasiones fortuitas durante las convenciones literarias antes mencionadas. Para
ella se había convertido en un acto de caridad, una ternura residual procedente de
tiempos más felices.
El trabajo de ella en la revista de moda estaba considerablemente mejor pagado
que las exiguas ventas de él, así que cuando se citaban una vez a la semana para follar
y luego ir a bailar, ella pagaba. Por lo general, eso significaba verle abrir un botellín
tras otro del mini bar del hotel, o ponerse catastróficamente borrachos mientras
rodaban de club en club. Con frecuencia, sus amigos y colegas los acompañaban en
esas expediciones, pero jamás adivinaron que la pareja era realmente una pareja. Lo
más interesante de todo el asunto era que ninguno de los dos jamás había intentado
mantenerlo en secreto. Mientras sus ámbitos y esferas de influencia los consideraran
colegas e iguales en lugar de sometido y ama o amo, no había nada que planteara un
conflicto de intereses. Ambos, aunque mostraban unas imágenes públicas un tanto
extravagantes, en el fondo eran bastante discretos y rehuían las muestras de afecto en
público. Sin embargo, nadie detectó antes sus ausencias simultáneas de conferencias
atrozmente tediosas, o cómo bajaban juntos con demasiada frecuencia en el ascensor,
o cómo normalmente eran los últimos en irse de la fiesta de la editorial en la suite de
lujo. Nadie preguntó ni ellos tampoco lo desvelaron, hasta que, al final,
«informalmente clandestinos» se convirtió en su lema.
La conclusión de todo ello era que la editora sentía un profundo sentimiento de
aislamiento allí bajo los últimos brillos del crepúsculo. No se le ocurría ni una sola

www.lectulandia.com - Página 249


persona a la que acudir en momentos de necesidad que no supusiera un riesgo de
exposición en los medios o de escándalo. No se le ocurría quién se tomaría en serio
ese romance de hombre maduro y jovencita.
Así pues, se limitaba a observar el gradual declive de su amante y a entrar y salir
de sus propios sueños cada vez más extraños y que, sin duda, eran una respuesta
empática a la condición del hombre.

Sábado por la noche. El autor y la editora se marcharon con paso lento a la versión en
su ciudad del Tenderloin, un antro de cazadoras vaqueras y chupas de cuero. Fue una
de esas raras ocasiones en las que estuvieron solos durante toda la velada. Joan Jett
and the Blackhearts berreaban en la jukebox, y Lynyrd Skynyrd, y George Thorogood
y los Delaware Destroyers. La gente cabeceaba con furia y se escuchaba ruido de
cristales rompiéndose.
—Tal vez beber no sea tan buena idea —dijo ella cuando él regresó con cuatro
chupitos de bourbon a la mesa y se los bebió de un trago, uno tras otro. Ya era la
tercera ronda para él durante las últimas dos horas. El Té helado Long Island de ella
se había descongelado mientras tanto. Sin embargo, ya se había fumado medio
paquete de cigarrillos—. Tienes la piel de un color asqueroso. Frena un poco y tómate
una gaseosa. Regresa al mundo de los vivos.
—El otro día me fui de excursión a las Catskills. Hay una manada de ciervos
magníficos en las colinas. Quería sacar unas fotografías. En todo caso, es la estación
de los bichos. Garrapatas, jejenes, mosquitos hasta en el ojete. Me comieron vivo —
se subió momentáneamente las mangas para mostrar los distintos bultos y moratones
—. Y ni un solo ciervo. Sólo cagadas de ciervo y garrapatas y bosque cerrado.
—Tal vez tengas malaria —dijo ella, medio en broma.
¡Pam, pam, pam, pam! Estampó uno tras otro los vasos vacíos sobre la mesa y le
sonrió con la furia indolente de un viejo león solitario. Le dio unas palmaditas en la
mano, le arrebató el cigarrillo y dio una calada profunda.
—Estoy preocupada por ti.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Hablas en sueños. No es buena señal. Significa que algo te preocupa. Un
sentimiento de culpa.
—Yo no tengo ningún sentimiento de culpa.
—Deberías.
—Lo sé, pero no lo tengo.
En ese momento sonó “Connected”, de los Stereo MC. Ella pensó que el enérgico
ritmo enmascaraba horrores cósmicos. Una canción para los Lovecrafts modernos.
Él chasqueaba los dedos al ritmo.
—Al murió ayer noche.
Alden era el sufrido agente del autor y el autor hablaba de su abrupta pérdida con

www.lectulandia.com - Página 250


una indiferencia fingida.
La editora había estado ausente de la oficina durante el fin de semana, había
desconectado el teléfono como hacía habitualmente, así que las noticias le cayeron
como un puñetazo en el estómago.
—Mierda. ¿Qué pasó?
—Estaba investigando un megalito en el condado de Arkham. El mamotreto cayó.
Él quedó aplastado.
—Lo único gracioso que tienes es tu pinta. Joder, ¿qué ocurrió? Estuve con Al la
semana pasada.
—Lo siento. No lo sé. La poli lo encontró en su apartamento esta mañana.
Probablemente problemas de corazón —el autor sonrió para mostrar que no le dolía,
pero sus ojos brillaban y la pausa en su voz fue demasiado pronunciada—. Lo
averiguarán. Pero, mientras tanto, estoy metido en un lío. Necesito un representante.
Todo el mundo te adora, E.
—Yo no soy agente —dijo ella, tras lo cual tomó el Té helado Long Island y se lo
bebió casi entero.
—Sólo por esta vez. Enséñale mi manuscrito a algunos de los peces gordos, aletea
las pestañas, enséñales un poco de pierna, lo que sea…
—Me encanta lo que piensas de mi profesionalidad. No necesito hacer eso para
vender un proyecto.
—Mierda, E, lo sé. Sólo te estoy tomando el pelo. Pero ahora, en serio, tienes que
ayudarme con esto. Estoy con el agua al cuello. Inténtalo, es lo único que te pido —se
limpió los ojos con el dorso de la mano y miró a la distancia como si se estuviera
centrando en la música—. El funeral. Necesitamos hacer los preparativos.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo ella. No servía de nada alargar una discusión
que terminaría perdiendo tras unas cuantas rondas más. Ella amaba a aquel tipo y ahí
se acababa la discusión.
El autor sonreía y parecía una sonrisa genuina.
—Voy a plantar un pino —se inclinó hacia delante y le besó la mejilla, luego se
puso de pie lentamente y a punto estuvo de derribar la mesa. Avanzó tambaleándose
hacia un cuarto lejano donde estaban situados los lavabos. Tanto los yupis como los
tipos duros del bar le dejaron el paso libre.
Ella bajó la cabeza, respiró profundamente y se preguntó en qué se había metido
en los últimos años, y qué era lo que iba a hacer.
Un extraño salió de la niebla.
—Cielo —dijo él—, antes se inflaba a pastillas y se follaba a las putitas de barrio
porque podía hacerlo. Ahora se infla a alcohol y se mete droga porque es lo único que
le permite seguir produciendo como salchichas las mierdas que produce como
salchichas. Pero no hay suficiente priva ni droga para compensar. En cuanto a las
putitas, tú eres la última. ¿Lo pillas?
Durante unos segundos ella pensó que su acompañante había vuelto del baño,

www.lectulandia.com - Página 251


aunque era físicamente imposible. Sin embargo, la voz era idéntica, así como la altura
y los rasgos del hombre que se había materializado frente a ella tras salir del humo y
la penumbra. Su autor iba vestido con vaqueros y una chaqueta de cuero que ya no le
cerraba. Este extraño idéntico era al menos veinte kilos más delgado y llevaba una
chaqueta, un pantalón deportivo y botas de cowboy, todo nuevecito. Sus ojos estaban
escondidos tras unas gafas de sol estilo Hollywood y llevaba la melena recogida en
una coleta. ¿Un hermano? ¿Un primo? ¿El autor pero al final del camino no
recorrido?
Ella se aclaró la garganta y forzó una sonrisa.
—Maldita sea, perdona si se me desencaja la mandíbula, pero la similitud… ¿Sois
familia?
—No —el extraño se deslizó sobre la silla frente a la de ella—. Soy el
doppelganger, a su servicio.
Él colocó las manos sobre la mesa. Eran grandes y pálidas, los nudillos de la
izquierda estaban amoratados y ensangrentados por alguna pelea reciente y ella vio
que se hinchaban ante sus ojos.
La editora sopesó unas cuantas reacciones posibles, un par de ellas le parecieron
precipitadas y optó por la serenidad, como habría hecho si hubiera estado delante de
un perro rabioso.
—Dicen que todos tenemos un doble en el mundo —se encendió otro cigarrillo y
examinó en silencio al visitante, con la esperanza de que el autor regresara y acabase
con aquella escena.
Pero, ay.
—Tu novio y yo —dijo finalmente el extraño— nos conocimos en Europa.
Durante la guerra. ¿Recuerdas ese viaje organizado de visitas a los viejos castillos y
museos… el que te perdiste? Ese es el año que conseguiste tu trabajo en la revista de
moda. Sí, estabas demasiado ocupada dorando la píldora a los peces gordos como
para dejarlo todo e irte de vacaciones con tu adorado compañero. Pues bueno, era un
alma perdida y unos tipos malos le vendieron una droga aún peor y directamente
descarriló como un puto tren. Me pegué a él una noche mientras yacía sudando y
delirando en el camastro de su hostal.
—¿Lo conociste? Nunca te ha mencionado —dijo ella.
—Claro que sí. Pero tú no escuchas con atención.
—Lo que tú digas. Pero sí escucho. Y, mierda, tienes razón. Sí te conoció. ¿Por
qué le sigues? ¿Sois amigos? ¿Enemigos? —era una pregunta estúpida, pero fue la
única que se le ocurrió en aquellas circunstancias. Estaba nerviosa. Su visión se hacía
borrosa por los efectos de haberse apurado de un trago la maldita bebida un minuto
antes…
—Es más bien una relación huésped-parásito.
—¿Una qué?
—O, tal vez, podrías llamarme su musa. Nuestro amigo es asombrosamente

www.lectulandia.com - Página 252


prolífico para un hombre que está a punto del colapso total.
Mientras hablaba, el extraño flexionaba la mano magullada y eso le recordó a ella
cómo el autor cerraba el puño mientras dormía.
La editora miró a su alrededor. Aunque el bar estaba abarrotado, parecía que ellos
dos ocupaban una isla diminuta iluminada por el haz de luz de una tenue lámpara que
colgaba de una cadena. Ella se había puesto su falda corta de terciopelo, que
normalmente provocaba sonrisas lascivas y unos cuantos silbidos, sin embargo, nadie
de la multitud parecía advertir su existencia. Incluso la música se había convertido en
un débil rugido de distantes olas rompientes.
Metió la mano en el bolso y sacó el elegante bote de gas de defensa personal que
llevaba a todas partes desde la última vez que alguien fue atracado en su edificio de
apartamentos.
—Empecemos de nuevo. ¿Quién eres?
Él sonrió. La maldad retorció los músculos de su mandíbula y se expandió
rápidamente por su rostro.
—No soy el único que le ha absorbido la vida. Sus fans, sus editores, los
críticos…
—¿Quién eres?
—¿Es que planeas atacarme si no te gusta la respuesta?
—Sí, como a una cucaracha.
Se inclinó hacia delante para que el espray estuviera cerca de la cara del tipo, vio
su propia mano temblorosa agrandada y reflejada en las gafas de sol. Su dedo acarició
el gatillo.
—Como quieras. Yo soy el hombre terrible a quien Camilla vio.
—Camilla.
—Camilla. Sin máscara. ¡Sin máscara! —siseó él, intentando imitar a una
multitud vitoreando y, a continuación, colocó las manos como un bailarín de jazz.
—Oh, otra vez esa perra.
Y apretó con fuerza el gatillo.
El extraño inhaló el gas y se dividió como una ameba sobre un portaobjetos de
microscopio, su rostro comenzó a desfigurarse mientras agitaba la cabeza de lado a
lado, partiéndose en dos; una grieta roja le recorrió verticalmente desde la coronilla
hasta el ombligo, mientras las luces del bar resplandecían negras, como un puñetazo
en la cuenca del ojo, y cuando volvieron las luces el tipo ya había desaparecido.
A lo lejos, la puerta del baño se abrió de par en par y el autor irrumpió en el bar.
Le sangraba el ojo derecho y todas las cabezas se giraron para verlo pasar. La editora
corrió hacia él y sujetó la enorme masa sobre su delicado hombro. La música explotó
y retumbó y todo el mundo volvió a ignorarlos.
Ella le gritó por encima del estruendo, pidiéndole que le dijera qué había pasado y
que se marcharan inmediatamente al hospital.
—Bah, estoy bien. Sólo un poco grogui.

www.lectulandia.com - Página 253


Tocó la sangre y meneó su cabeza peluda, confundido. La sangre le daba la
apariencia de haber salido volando por un parabrisas.
—Un cabrón gilipollas me ha pegado un puñetazo. No lo vi venir. No necesito
ningún hospital. Llévame a casa, E. Me duele la cara.
Ella le llevó de regreso a su apartamento en taxi y le limpió las heridas con agua
oxigenada. El apartamento era una cochiquera… cajas apiladas que formaban un
laberinto, una caja de arena de gato llena de mierdas de gato, un radiador oxidado
vibrando bajo la única ventana; en la pared de ladrillo había colgados pósteres de
Vonnegut y Einstein y desnudos de Vallejo galopando sobre bestias prehistóricas, con
vistas a un escritorio robado de un instituto clausurado sobre el que descansaba su
máquina de escribir eléctrica de los 70 y una montaña de papel manuscrito; un bidón
de pepinillos colocado boca abajo le servía de silla de oficina; y el insoportable olor a
sudor, alcohol, humo y gato. Oh, sí, recordó de inmediato por qué detestaba tanto
traspasar aquel umbral.
El autor echó un trago de una botella de Jameson y amasó el trasero de ella con la
mano libre mientras despotricaba sobre su novela, el puto estado en el que se
encontraba la industria y el hecho de que había perdido facultades si una rata
desgraciada podía tumbarle de un solo golpe.
—Cielo, te juro que el hijo de puta me golpeó con un gato de coche.
—Cállate y no te muevas.
Ella derramó el último tapón de agua oxigenada en la fea raja que le partía la
frente y la riada diluyó la sangre y las lágrimas.
Esas fueron las últimas palabras que intercambiaron. Él se amodorró en un sueño
de pedos y ronquidos intercalados con gemidos y gritos de angustia. Ella se escabulló
antes del amanecer y se derrumbó en su propia cama en su propio apartamento. El
domingo era el único día de la semana para ella misma, lo que frecuentemente
significaba ponerse al día con la multitud de gestiones burocráticas que conlleva
dirigir una revista importante.

La policía lo encontró tres días más tarde a raíz de unas denuncias por ruidos… había
dejado la radio a todo volumen justo antes de caer al suelo, muerto. Ataque al
corazón provocado por un hígado inflamado, declaró el médico forense. El alcohol y
las drogas eran los principales culpables, aunque se corrieron algunos rumores de que
estaba afectado por la enfermedad de Lyme.
Así que la editora asistió a dos funerales en el transcurso de una semana. Alden el
agente también murió solo y de un ataque al corazón. La editora se refugió en el
tabaco y el alcohol durante varios días, atisbando fugazmente su propio futuro en el
espejo del destino de sus colegas. Pero la desolación, la soledad, resultó ineludible, y
también la lúgubre idea de que la vida que había elegido la llevaba a un destino
inevitable, y terminó fumando y bebiendo más que nunca.

www.lectulandia.com - Página 254


Parecía claro que necesitaba unas vacaciones, algo que la distrajera de su
melancolía. Metió la cámara en la maleta, el manuscrito final del autor (que había
sustraído de la oficina de Alden cuando ella y un puñado de amistades mutuas se
ocuparon de guardar sus pertenencias en un trastero), alquiló un coche, condujo al
norte del Estado hacia el Hudson Valley y se alojó en un pintoresco albergue cerca de
las colinas que su amante había recorrido con frecuencia. Su plan era seguir los
caminos rurales y sacar unas cuantas fotos, comprar en las boutiques, beber café en la
cafetería de la esquina y avanzar con el libro si lograba reunir el suficiente ánimo.
El propietario del albergue le dio las llaves de la casita situada en la parte trasera
del edificio principal y le indicó que le llamara si necesitaba cualquier cosa. Esa
primera noche se hizo un ovillo en el sofá, sorbió un poco de vino a la luz de las
velas, escuchó una emisora de blues en la radio, sacó la novela de la bolsa donde la
había embutido y leyó el primer cuarto del libro. Título provisional: D T, y que la
aspen si era capaz de descifrar a partir de un texto cada vez más esotérico lo que el
título podía significar. La narración era siniestramente inconexa, una amalgama de
descripciones episódicas de violencia y sexo y sombríos paisajes habitados por
extrañas figuras, cuyas inescrutables rutinas se intercalaban con destellos homicidas
cada cierto número de páginas. Se quedó dormida y experimentó la clase de sueños
que contraen el esfínter. Recordó uno en el que estaba follando con el autor en un
fotomatón mientras la cámara sacaba fotos, pero en realidad era el doppelganger del
autor el que la miraba a los ojos y le susurró algo. Era una advertencia. Y el
fotomatón se convirtió en algo diferente: se descorrieron unos paneles en la pared que
revelaron bocas de lanzallamas y el chirrido de sierras eléctricas y taladros…
Se despertó con un grito posiblemente por primera vez en su vida. Tras un
desayuno melancólico en el comedor del edificio principal, se puso unos pantalones
cortos y unas botas de escalar y se pasó todo el día aturdida paseando por las colinas
boscosas. Las piernas le pesaban como si fueran de plomo, le dolía el cráneo y cada
ramita que se rompía u hoja que se movía le provocaba un respingo, lo cual a su vez
la enojaba lo suficiente para seguir adentrándose aún más en la maleza. No había
ciervos a la vista. Fotografió obstinadamente remansos donde acuden ciervos a beber
y montones de cagadas de ciervo en los serpenteantes senderos que transitaban por
túneles creados por el bosque. En cierto aspecto, había tenido más suerte que el autor:
la mayoría de los insectos habían muerto o se habían escondido para hibernar, y tras
untarse de arriba abajo con repelente de insectos sufrió pocas picaduras.
Cena en la casa, que de nuevo tomó sola a excepción del propietario y un
camarero aburrido. Luego se marchó dando tumbos a su cabaña y se derrumbó sobre
el sofá, renunciando a su habitual copa de antes de dormir. Todo el día había estado
dándole vueltas a la pesadilla de la noche anterior y el horrible hechizo que la novela
le había lanzado.
Y así estaba, sentada a la parpadeante luz de la vela, con el manuscrito en el
regazo y el pulgar separando las páginas hasta la marca anterior. Y así fue como

www.lectulandia.com - Página 255


finalmente se percató de la mancha negra brillante del diámetro de una moneda de
diez centavos pegada a su muslo, aunque pasaron varios segundos antes de que
reconociera que se trataba del cuerpo monstruosamente engordado de una garrapata.
Me pegué a él una noche…
Venciendo el instinto de gritar aterrada y asqueada, respiró entrecortadamente,
chasqueó la rueda del mechero y cuando brotó la llama la arrimó al insecto. Este
retrocedió desprendiéndose en un segundo y cayó al suelo, soltando un fluido negro
mientras correteaba buscando refugio.
La editora agarró el fajo del manuscrito y golpeó con él a la garrapata y la aplastó
contra las tablas de pino del suelo produciendo un crujido audible. Unas gotas de
sangre brotaron del diminuto agujero de su muslo. Más sangre, negra como un
vertido de petróleo, rezumó por debajo del libro.
Tanta sangre que se podría pensar… se podría pensar…
La cabeza le daba vueltas como le había ocurrido aquella noche en el bar durante
su extraño encuentro con el desconocido, y se cubrió los ojos para que la habitación
dejara de dar vueltas. Temía vomitar, porque de pronto estaba convencida de que de
su boca saldría un chorro de sangre, en lugar del salmón con curry que había cenado.
El vértigo fue desapareciendo y logró calmarse, se limpió las lágrimas y los
mocos y levantó el manuscrito, apartándolo del cráneo aplastado del hombre que
yacía a sus pies.
El papel pesaba, empapado con toda esa sangre y masa cerebral. Las
sanguinolencias empaparon el fajo de abajo arriba; el papel las absorbió como una
esponja hasta que la oscuridad emborronó la página del título, ocultando el propio
título bajo una mancha de Rorschach infernal.
Alguien llamó, la puerta de entrada se abrió y una figura se recortó en el umbral,
y tras ella un crepúsculo morado y la luna amarilla resquebrajada y boquiabierta se
precipitaba ya hacia la tierra. La ciudad lejana debería haber brillado sobre el
horizonte,
pero…
La figura dijo con una voz que ella reconoció:
—¿Dónde iremos?
—Estas páginas están pegadas —dijo ella—. Nunca sabré cómo acaba.
… no había otras luces.

www.lectulandia.com - Página 256


www.lectulandia.com - Página 257
SALVACIÓN DE AMARILLO

Papá. Papá predicador. Papá predicador había dicho que Jesús vendría… que Jesús
vendría antes de que la Autopista llegara aquí. Pero Jesús no vino. La Autopista llegó,
pero Jesús no. La Autopista pasaba a veinte codos del porche de Papá predicador. El
porche que ahora era el porche de ella… ahora que Papá predicador había muerto. La
Autopista había llegado y Jesús no. La Autopista llegó y trajo consigo todo lo malo
del mundo, todo contra lo que Papá predicador les había advertido, todo lo que Dios
odiaba. Pero ella debía mantenerse fuerte. Tenía que ser valiente. Por Papá
predicador, así como por sí misma.
—No temas, hija mía —había dicho él hace ya muchos años—. Es más grande
Aquel que está en tu interior que aquel que está en el mundo.
—¿Quién es Él? —preguntó ella.
—¡Pero bueno!, Jesús, por supuesto.
—¿Cómo lo sabes?
—Es imposible no reconocer a Jesús.
—No, quiero decir, ¿cómo sabes que está dentro de mí?
—Porque yo lo puse ahí dentro, pequeña.
—¿Cómo?
—Con disciplina y oración. ¡Y con esto! —blandió la Biblia por encima de su
cabeza—. ¡La palabra de Dios Todopoderoso!
Disciplina, oración y la Biblia… las tres grandes constantes de su vida, las tres
comidas completas de su día espiritual. Entendía la disciplina: el cinturón de Papá
predicador, el dorso de su mano pétrea, y los innumerables rasguños y moratones que
dejaron en su cuerpo. La oración, sin embargo, era más difícil. Algo hecho de humo y
niebla. Imposible de entender. Ella también había rezado, después de todo. Rezaba
por muchas cosas. Cosas que nunca se hacían realidad, pero… pero la Biblia era
incluso más dura —más dura en cierto sentido que las manos de Papá predicador y
más difícil de entender que la oración—, las palabras eran demasiado difíciles y el
lenguaje tan extraño. Era inglés, sí, pero no. Así que Papá predicador la ayudó;
después de todo las palabras de Dios eran sus palabras, así que ¿quién mejor para
saberlo que él mismo?
Pero Papá predicador tenía otras formas, otras maneras de meter a Jesús dentro de
ella… otras maneras secretas: cuando entraba en su dormitorio por la noche, entraba
en el dormitorio con sus manos duras como rocas, con sus palabras duras como rocas
y la cosa dura como una roca que vivía entre sus piernas.
Pero Papá predicador ahora ya no estaba. Hace ya mucho tiempo. Lo único que
quedaba era su casa y su Biblia y su promesa… su promesa de que Jesús vendría.
Promesas. Contradicciones. Acertijos. ¿Cómo, se preguntaba, puede Jesús estar

www.lectulandia.com - Página 258


dentro de mí si todavía estoy esperando a que venga?
—Cada cosa a su tiempo —se dijo en voz alta—. Primero la casa, luego la Biblia
y luego la promesa.
Así es como lo habría querido Papá predicador. Todo de la forma adecuada, todo
en su lugar. Casa. Biblia. Promesa.

Casa.

Biblia.

Promesa.

—————

Treinta codos. Catorce metros. Ella misma había medido la distancia con sus propios
antebrazos, tal como Papá predicador le había enseñado. Era una chica grande. Alta.
Desde el codo hasta la punta del dedo corazón había exactamente cuarenta y cinco
centímetros. «Un codo, justo hasta la nariz», había dicho Papá predicador con un
destello de orgullo en los ojos. Así que, por supuesto, ella había medido la distancia,
tras escabullirse de la casa una noche sin luna, cuando el tráfico había disminuido un
poco y era menos probable que la vieran. Se arrastró sobre la tierra seca y agrietada;
sobre la dura arcilla roja de Georgia; desde la base del porche principal en alto hasta
el borde de la serpiente de asfalto negro que hizo lo que Jesús no hizo; del codo a la
punta del dedo, del codo a la punta del dedo.
Treinta codos. La altura del Arca de Noé. La distancia desde la casa hasta la…
Apartó bruscamente la mano del asfalto. Le hacía cosquillas. Estaba frío.
¡No, caliente!
¡No, frío!
Tembló.
—El enemigo es fuerte —dijo Papá predicador—, y está fuera de nuestro alcance
calibrar sus fuerzas. Pero más grande es Aquel que está dentro de ti que aquel que
está en el mundo.
El mundo, pensó, la Tierra, y entonces recordó otro fragmento de las escrituras
que Papá predicador había leído. Del Libro de Job. Un diálogo entre Dios y Satán.
«¿De dónde venís?», preguntó Dios. Y Satán respondió: «De andar de acá para
allá en la tierra y de recorrerla de arriba abajo».
Más grande es Aquel que está en tu interior que aquel que está en el mundo.
Ella apartó la mirada de la mano y la dirigió a la Autopista. El asfalto negro
apenas era visible de noche, pero la línea amarilla doble pintada en el centro parecía
brillar con luz propia.

www.lectulandia.com - Página 259


—————

Los pinos habían crecido rápidamente: los pinos pequeños y jóvenes que había
cogido en el bosque y que plantó en tres largas hileras entre la casa y… y, oh, qué
rápido habían crecido; de plantones a árboles en sólo unas semanas. O meses. O años.
El tiempo podía ser engañoso, igual que la oración. Tal vez… tal vez eso es lo que
era. Una oración. Una oración del pasado hacia el futuro. O desde el futuro hacia el
pasado. Con momentos de… de «ahora» entre medias. Entre. Entre la casa y la…
la…
—Esta casa es nuestra Arca —le había dicho Papá predicador—. Nuestro bastión.
Nuestra fortaleza. Nuestro santuario flotando en un mar de interminable pecado. Nos
protege, niña mía, y nosotros, tú y yo solos, debemos protegerla.
Y por eso los pinos, la pared de árboles, la barrera entre… entre…
Pero todavía podía ver la maldita criatura, al menos de día, no claramente pero lo
suficiente, y a los monstruos rugientes que circulaban sobre su espalda: las brillantes
bestias de piel de acero cuyos pensamientos eran tan ruidosos como sus rugidos.
Cacodemonios, los llamó Papá predicador. Los Ruidosos. Los Gritones.
¿Gritones?
—No seas una Gritona —le dijo Papá predicador cuando se metió en su
dormitorio ya tarde una noche, con Jesús en la mente y Jesús en sus labios y Jesús en
su…
¿Es así como sonaba yo? La idea le hizo sentir vértigo. Y le revolvió el
estómago.
—Perdóname, Papá predicador. Perdóname. Yo… yo no… no lo sabía.
Pero ahora sí lo sabía. Era su trabajo saberlo. Su llamada. Su objetivo. La casa
debía ser protegida, el Arca debía mantenerse a flote, debía mantener la Autopista a
raya. La Autopista y su… su…
Incluso de noche podía verlos, sus ojos ardían brillantes al otro lado de los pinos,
reluciendo blancos y amarillos, acercándose y alejándose, alejándose y acercándose.
¿Qué es lo que buscan?
—Tu mamá también era una Gritona —le había dicho Papá predicador—. Intenté
ayudarla, pero ella no hacía caso. Los Gritones nunca lo hacen. Lo único que hacen
es…
¿Yo? ¿A mí? ¿Por qué iban a estar buscándome…?
Bajó las persianas, cerró las cortinas y se alejó de la ventana.
—Nunca más —juró ella—. No miraré más. Lo prometo, Papá predicador. Yo…
yo…
CasaBibliaPromesaCasaBibliaPromesa…

—————

www.lectulandia.com - Página 260


Y ella había cumplido su palabra. Siempre cumplía su palabra.
Al principio estaba el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
Pero de poco había servido. Su palabra. Su promesa. Todavía podía… todavía los
veía. Los veía con los oídos. Los veía en su mente. La Autopista. Los Ruidosos.
Los…
Los Gritones nunca lo hacen. Lo único que hacen es…
Sus pensamientos eran tan ruidosos. Tan perversos. Tan…
—¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué piensan en mí?
Tan ruidosos. Tan equivocados. Tan…
Así que se retiró. A lo más profundo de la casa. Lo más lejos posible de la
Autopista. De sus sonidos. Sus vistas. Sus pensamientos. Más y más profundamente,
renunció primero al recibidor, luego al salón, luego a su propio dormitorio, una
habitación a la semana, o al mes, o al año, era difícil de concretar, concretar el
tiempo, tiempo y espacio, espacio y tiempo, ambos formando una oración, uno dentro
del otro, en lo más, más profundo, primero el recibidor, luego el salón, luego su
propio dormitorio, llevándose la Biblia con ella. La Biblia de Papá predicador, ahora
la Biblia de ella, grande, negra, llena de hojas, con el lomo partido, algunas veces
abierta, otras veces cerrada, pero en todo momento hablándole, a ella, con la voz de
Papá predicador, preguntando… ¿De dónde venís?… respondiendo… De andar de
acá para allá en la tierra y de recorrerla de arriba abajo… prometiendo… Más
grande es Aquel que está dentro de ti que aquel que está en el… en el… pero por
encima de todas esas palabras —por encima, por debajo, más allá— ella todavía
podía… podía oír… podía oír la… la Autopista… la Autopista y su… su… está
todavía… todavía aquí… todavía aquí…

—————

Seguía aventurándose profundamente en áreas de la casa que nunca antes había visto,
habitaciones que nunca supo que existían, algunas abarrotadas, otras vacías, pero
todas ellas, todas ellas… apagadas… torcidas… sólo levemente al principio, y luego
aún más, y aún más, hasta que finalmente se vio obligada a avanzar a cuatro patas, a
apoyarse contra las paredes y sujetarse en los vanos de las puertas como un… como
un marinero en un barco o… o Noé y su Arca o… o Jesús en su… en su…
—La cruz, márcala sobre mi corazón y espera a… espera a… marca la cruz sobre
mi corazón y espera a…
CasaBibliaPromesaCasaBibliaPromesa…
Ella recorría la distancia entre una puerta y otra tambaleándose, arrastrándose,
reptando, una habitación tras otra tras… y cada nueva habitación más torcida, más
inclinada que la anterior. Más insólita. Más extraña.
La mujer extraña es un pozo angosto.
—Lo sé, Papá predicador. Y… y lo siento. Lo siento pero… yo…

www.lectulandia.com - Página 261


Pero la Biblia también estaba cambiando, cambiaba entre sus manos, bajo su
brazo, contra su pecho, en su regazo… la cubierta se descoloría… las páginas se
oscurecían… en otro tiempo tan blancas… tan brillantes… y ahora sucias…
amarillentas… como la… la línea doble… la línea doble que… y los huesos… los
huesos en el bosque… el bosque allá fuera… aquellos pequeños y hermosos huesos
que… que Papá predicador había colocado formando… formando extraños dibujos…
en el jardín… el jardín secreto… el Jardín de… de Getsemaní… PonloDentroDeMí…
ÉlDentroDeMí… Él… Más grande es Aquel que está… formando extraños dibujos
y… y la forzó… en otro tiempo tan blancas, tan brillantes… la forzó a… y ahora
sucias, amarillentas… a sentarse encima y… y mear… mear sobre los… los pequeños
y hermosos… una y otra vez… una vez tras otra… tanta agua… tanta lluvia…
cuarenta días y… y cuarenta noches… o meses… o años… es difícil de concretar…
concretar el tiempo… pero el tiempo es… el tiempo es sólo un… la vida es sólo
una…
—Rema, rema, rema tu barca suavemente por la… suavemente por la…

—————

El Señor preside la Inundación; sí, el Señor es Rey por siempre.


—Sí, pero… ¿pero qué Señor? ¿Qué Rey?
Es más grande Aquel que está en tu interior que… que Aquel que está en el… en
el… el bosque… el bosque allá atrás… ¡atrás!… más y más profundamente… más y
más extraño… una mujer extraña es un… es un… colocados formando extraños
dibujos y… y la forzó… la forzó a… a…
—Suavemente por la… suavemente por la…
—Una duda es una grieta, niña mía —Papá predicador le había dicho. ¿O tal vez
no? Sí. Oh, sí. Muchas veces. Y todavía… todavía lo decía. En la Biblia. En la Casa.
En su cabeza. Una duda es una grieta, niña mía, una grieta en el casco del Arca. Y
hasta la grieta más pequeña, si no es reparada, puede…
—Lo sé, Papá predicador. Lo sé. Pero… pero…
Pero la Biblia también tenía grietas… páginas… pasajes… promesas…
CasaBibliaPromesaCasaBiblia… en otro tiempo tan… tan blancas… tan brillantes…
ahora sucias… amarillentas… como los… los hermosos… los hermosos y
pequeños… colocados formando extraños dibujos y… y goteando… rezumando…
sangrando…
—Feliz, feliz… amarillenta, amarillenta… la vida sólo es una… la vida sólo es
una…
Pero todavía podía oírlos. Todavía podía verlos. La… la Autopista… Los
Ruidosos… los… los…

www.lectulandia.com - Página 262


—————

Tan profundamente reptó. Más y más profundamente. Cada vez más extrañas. Las
habitaciones se retorcían. La Biblia goteaba… páginas… pasajes… portales…
goteaba… rezumaba… sangraba…
—Feliz, feliz… amarillenta, amarillenta… la vida sólo es una… la vida sólo es
una…
Porque la sangre es la vida.
Sí, pero, pero ¿la sangre de quién? ¿La vida de quién? Y por qué así… así… así
por qué… por qué… por qué tú… era… era la mía… ¡la mía!… y tú… tú…
Lo que es tuyo es mío, niña mía. Lo que es tuyo es…

—————

Más y más profundamente… más y más extrañas… más y más amarillentas…


páginas… pasajes… portales… habitaciones que ya no eran habitaciones… sólo
revueltas y esquinas y… y palabras… palabras interminables como laberintos… en
espiral… escurriéndose… llamando… pero… pero la voz… la voz ahora era
distinta… más extraña… más profunda… más amarillenta… y… y cambiaba…
cambiaba la… la forma… la forma de la… la Casa… combando las tablas del
suelo… redondeando sus… sus ángulos… ¿ángeles?… formando extraños…
¿ángeles?… y… y cambiando… llamando… su llamada… su objetivo… la… la
Casa… ella podía… podía sentir… sentirse a sí misma… ¿tocarme a mí misma?… se
sentía transformándose… transformándose en… en una parte de… de… de Ella… la
Casa… la Biblia… la Promesa… carne de Su carne… sangre de Su sangre… hueso
de Su… Su…

—————

Es la mía… ¡la mía!… lo que es mío es… es Suyo… lo que es Suyo es… es…
colocados en… en extraños… y… se sentó encima… llovió sobre… llovió y llovió
y… amarillo… tan amarillo… lo siento… mucho… lo siento… tanto, tanto… pero
él… él me obligó… me obligó… Lo intenté… intenté protegerte, mantenerte
seguro… a salvo… secreto… pero… pero él… él…

—————

Más grande es Aquel que está… ¿pero qué Aquel?… ¿Qué Señor?… ¿Qué Rey?…
¡Bruja!… ¡Bruja![5]… No permitáis que una sola bruja… viva… la vida sólo es
una… la vida sólo es una… pero él… él te llevó… él te llevó a ti sin embargo… te

www.lectulandia.com - Página 263


llevó lejos y… me forzó… me forzó a… a… lo siento… lo siento tanto… tanto,
tanto…

—————

Cuarenta días y cuarenta noches… o meses… o años… o… pero más profundo…


más extraño… más amarillo… la Casa… la Biblia… la Promesa… y los… los
huesos… los huesos en el bosque… el bosque en los huesos… bosque y hueso…
hueso y bosque… de ella y… y de Ello… de Ello y… y…

—————

Más profundo… más extraño… más amarillo… CasaBibliaPromesa…


CasaBibliaEllo… CasaBibliaElla… uno y el… el mismo… muy, muy… parecido…
al tiempo y… y la oración… y… uno dentro del otro… profundamente dentro del
otro… uno y… y el mismo… muy, muy… realmente, realmente… feliz, feliz… la
vida sólo es una… la vida sólo es una…

—————

¡Un Arca!… ¡Sí!… un arca… el Arca… el Arca de la… la Alianza… la Promesa…


la Promesa de que… de que Jesús buscaría… de que Jesús bosquería… bosque y… y
huesos… tantos, tantos huesos… en otro tiempo tan… tan pequeños… tan frágiles…
ahora grandes… ahora fuertes… y… y amarillos… tan amarillos… como la… la
línea… la línea doble… la línea doble amarilla… en la… la…

—————

Llegó… Ello llegó… no… no Jesús… sino… sino Ello… ELLO… y vino por… por
ella… sólo ella… ella y sólo ella… ella y… y Ello… Ello y… y ella… dos iguales…
uno y el… el mismo… Promesas hechas… Promesas cumplidas… CasaBibliaEllo…
CasaBibliaElla… juntos… por fin… otra vez… para siempre… y… y…

—————

Goteando… zozobrando… hundiéndose… pero… pero feliz… feliz… y… y


suavemente… tan suavemente… suavemente por la… suavemente por la…

—————

www.lectulandia.com - Página 264


AUTOPISTA… Mi camino… EL camino… ¡Yo!…

—————

Yo soy el CAMINO, la verdad, y la… la…


La vida sólo es una… la vida sólo es una…

—————

Feliz… feliz…

—————

Amarillenta… amarillenta…

—————

Caída…

—————

… caída…

—————

… caída…

www.lectulandia.com - Página 265


www.lectulandia.com - Página 266
EL HOTEL BEAT

Por supuesto, todos los artistas, si podían, escogían la habitación 41 del Hotel Beat
en Rue Git-Le-Coeur. La vista sobre los tejados desde allí era sugerente. Una artista,
que se hacía llamar Julieta, se había colado en algunas de las habitaciones que no
estaban cerradas con llave, había cogido las mugrosas almohadas y las había
destripado. Lanzó las plumas desde la ventana declarando que el invierno había
llegado antes de tiempo y que todos se sentirían mejor por ello. Esta afirmación era,
por supuesto, más que dudosa, porque en invierno hacía un frío glacial en aquel lugar
destartalado. Aun así, al final Madame Rachou la perdonó, aunque Julieta tuvo que
darle tres de sus mejores cuadros para evitar tener que marcharse. La cuenta que
Madame Rachou llevaba mentalmente de la colección de su propiedad aumentó en
tres cuadros. Madame Rachou perdonaba casi cualquier cosa a los artistas. Les dejaba
hacer lo que quisieran en sus cuartos… allí podían reinventarse mil veces entre
aquellas paredes.
Algunos de los artistas elegían las celdas del hotel. Dormían sobre una cama de
hierro, con un pequeño radiador, una silla y una bombilla colgando de un cable
extrafino. Sin ventana. Cubículos. A solas, a punto de dejar de pergeñar más libros y
poemas, pero a la espera de que surgiera alguna llama antes de que el último rescoldo
se extinguiera. Antes de sentirse tan cansados, tan ajados, tan débiles para dejar que
su estrella se apagara. Lo único que necesitaban era respirar aire limpio, un potosí de
suerte, un escondrijo lo suficientemente escondido. Una vida en un episodio de
muerte. Una muerte en un ritual de vida. Un final. Una vez más a las barricadas (eso
vendría más tarde), y con más adoquines que cuando asaltaron la Bastilla.
Julieta sin su balcón. ¿Cómo oirían sus palabras los cielos, o cualquier posible
amante en la calle? De todas formas, no tenía ninguna necesidad de amar… no iba a
perder el tiempo fantaseando con el sexo. Los cielos podían esperarla un rato más
mientras acababa sus cuadros.
Madame Rachou tenía una gata, con marcas de guerra de peleas con perros y
otras criaturas. La gata se lamía el bajo vientre apoyada sobre el lomo; una pata
apuntada hacia arriba, otra pata elástica estirada sobre la mesa. Esa misma gata había
sido lanzada al Sena en muchas ocasiones y siempre había regresado maullando por
más, más de lo que la vida podía darle. Más de Madame y más caricias en lugares en
los que le gustaba que la acariciaran. La gata susurraba al oído de Madame lo que
había visto. Piernas y culos abiertos, delgaduchos, regordetes y redondos. Madame
babeaba literalmente al imaginar las descripciones de la gata, que sacudía la pata
hacia el Sena como si saludara jovialmente a un viejo amigo. La gata veía ese río una
y otra vez. El río no podía perder… ¿verdad? ¿Podría haber vencido si el cadáver de
un gato se pudriera dentro? ¿Perdería entonces el lecho de meados de aquel río su

www.lectulandia.com - Página 267


poder de atraer a los amantes?
Julieta había dejado que la gata entrara en su habitación y el animal salió de allí
corriendo y dando alaridos. Había visto aquellos cuadros en las paredes, Julieta no
tenía ningún reparo en ir al grano. Podía pintar esas figuras en aquellas posiciones,
haciendo esas cosas que enloquecen a los hombres y también a las mujeres, pero
siempre tenía que llevarlo más allá. Un Paso Más Allá. Lo recuerdan, ¿verdad? La
gata había dado ese paso muchas veces y regresaba para informar a su ama… de que
se había adentrado en territorio prohibido y que había un hombre que la gata jamás
había visto antes sentado en un sillón raído. Julieta alargó el puño plisado de su
túnica amarilla para atrapar a la gata cuando esta escapaba. Madame Rachou, en una
ocasión, reunió el valor para preguntar a Julieta quién era su visitante y cómo era
posible que nunca lo vieran entrar o salir del hotel. Julieta simplemente susurró
«Carcosa» como si fuera la respuesta a todo.
En su habitación, Julieta encontró algo de espacio en la pared, se apartó la melena
morena de la oreja y la apoyó. ¿Podía oír? ¿Podía oír? Sí. «Carcosa». «Carcosa».
¿Quizás en esta ocasión? Hundió el pincel en el bote. Amarillo dorado. ¿Fue tal
vez el color lo que hizo enloquecer a Van Gogh al pintar sus benditos girasoles?
¿Podía un color volverte loco? Julieta sostenía el pincel, que goteaba pintura dorada
sobre el suelo, donde el pigmento citrino se expandió y se adhirió fuertemente al
linóleo desvaído. ¿Qué otros colores hubieran podido volver loco a otros pintores?
Intentó pensar en ello. Si la retuvieran en una habitación donde las paredes estuvieran
pintadas de blanco, durante días y más días, o si torbellinos de colores psicodélicos
giraran unos alrededor de otros en un continuo esfuerzo por mezclarse sin lograrlo…
¿sería suficiente con eso? Estaba segura de que sí. Las formas que ella pintaba y de
las que huía la gata eran liberadoras… ¿verdad?
El Rey aparentemente así las consideraba.
Ella las pintaba para él. Julieta se giró y le sonrió. Él asintió.
Se escuchó otro golpe en la puerta y Julieta, sorprendida, se giró rápidamente y
dejó caer el pincel. Nunca se le agotaba la pintura amarilla y, cuando cayó al suelo, el
amarillo brotó del pincel y se extendió por debajo del rodapié. Manaba libre.
Ningún pincel podría contener tanta pintura, reflexionó ella.
Era Chapman. ¿Es que había regresado o es que realmente jamás se había
marchado? El hombre le sacó una foto antes de que ella pudiera oponerse. Incluso
logró estirar su brazo de serpiente, maniobrar entre la puerta y ella y sacar otra foto
del cuarto. Luego enrolló de nuevo el brazo y desapareció. Ella cerró la puerta. Le
daba igual.
El Rey se había retirado por ahora.
El hambre no la dejaba pensar. ¿Bajaría a la cafetería de la planta baja? Raúl
estaría allí con esos ojos anodinos y esas manos siempre inquietas. A veces se sentaba
con él. En una ocasión, Raúl miró a Madame Rachou, introdujo la mano bajo la
minifalda de Julieta, buscó su clítoris y lo pellizcó con fuerza… y luego retiró la

www.lectulandia.com - Página 268


mano rápidamente. Julieta gritó dando un respingo y sonrió. La gata simplemente
pensó que tendría que informar a su ama, ya que lo había visto de primera mano.
¿Podía sonreír un gato? Pues este lo hizo.
No. Hoy no iría a esa cafetería.
El Hotel Beat estuvo a punto de ser clausurado en 1963. Madame Rachou lo
adecentó un poco, después de todo era un establecimiento de decimotercera categoría
y no precisaba de demasiados arreglos. Todos los tabiques ruinosos fueron
reconstruidos y los bichos exterminados. Todavía eran los 60 y el lugar seguía
estando asqueroso, pero las autoridades tendían a hacer la vista gorda.
Vietnam en los titulares a diario y Julieta ponía la canción “Lay Lady Lay” de
Bob Dylan mientras pintaba. Sólo esa canción… nada más.
El pincel todavía rezumaba más pintura amarilla de la que podía contener y se
había abierto camino por las grietas entre las tablas del suelo. La mitad del suelo
estaba cubierto con linóleo y plagado de marcas de tacones de aguja de una ocupante
anterior.
Huelo como el pescado que cené ayer noche, pensó.
Sonrió. Conocía a Rimbaud. «La vida es la farsa que todos estamos obligados a
soportar». Y su descenso a la locura o la verdad. Julieta había llegado a la conclusión
hacía mucho tiempo de que los poetas no recrean el mundo. Crean mundos.
Rimbaud otra vez. «La mañana en que, con Ella, te debatiste en el resplandor
cegador de la nieve, los labios verdes, el hielo, las banderas negras y los rayos azules,
y los perfumes purpúreos del sol de los polos… tu fuerza».
La puerta volvió a abrirse y el gato entró. Parecía estar de buen humor, pero
mantuvo la cabeza baja y no miró a las paredes. Olisqueó la pintura amarilla y se
sentó dándole la espalda a Julieta. Sus ojos… casi totalmente eclipsados por el iris
negro. Soles gemelos. Agujeros negros. Durante unos segundos le recordó a los
perros gigantescos del cuento “El yesquero” de Hans Christian Andersen. Esos
enormes ojos como platillos.
Alguien llamó a la puerta. Esta vez era Madame Rachou. Julieta ladeó la cabeza y
examinó a la mujer durante unos segundos. Tenía vivos ojos azules que bailaban el
cancán, clavados en los pechos de Julieta, luego los ojos y luego los pechos… ya
saben, como hacen algunos hombres. Madame Rachou no era un hombre, o al menos
Julieta no pensaba que lo fuera, ¿o, tal vez, eso que asomaba sobre el labio superior
era un atisbo de bigote? Julieta se rio a carcajadas mientras se imaginaba a la mujer
vestida de hombre y tal vez con un bigote a lo Dalí. Madame sonrió. Estaba
acostumbrada a Julieta.
Madame le ofreció un nuevo libro de recibos de alquiler. Julieta se lo agradeció
educadamente y cerró la puerta enseguida. Recordó la ocasión en que Madame le dio
su primer libro de recibos de alquiler. ¿Cuánto tiempo hacía de eso? No tenía ninguna
gana de molestarse en comprobar la fecha y lo lanzó sobre el escritorio, cerca de la
ventana. Justo encima de esta, pegada a la pared, estaba la postal que Víctor le había

www.lectulandia.com - Página 269


enviado. Víctor había dibujado una caricatura de ellos dos junto al Sena. Julieta
recordaba ese día bastante claramente… cuando pasearon por las riberas del río
hablando sobre la exposición que habían planeado juntos. Nunca se materializó, pero
ambos se emborracharon esa noche de verano y lanzaron poemas al agua. ¿Era bueno
alguno de ellos?, pensó Julieta. El agua borró la tinta, pero fantasearon con que las
palabras volverían a unirse fuera del papel y ondearían en el agua hasta ser
depositadas en una orilla lejana, quizás… la de Carcosa. Tinta negra sangrante.
Imaginó que flotaba en aquellas aguas de obsidiana, dejando que la corriente la
arrastrase al mar más oscuro. Y en ese mar la rodeaban puras orquídeas blancas hasta
donde alcanzaba la vista.
¿Qué le ocurrió a Kaja y su libro de Canciones Humanas? ¿Contenían alguna
dulzura? Humanas. Convertidas en polvo. O podían ser negras y blancas. Tan
blancas. Miles de palomas volando juntas contra las ráfagas de nieve y una roca negra
en el camino. Obsidiana. Perla. Arena y, por fin, vidrio. Docenas de gruesos vidrios
verde oscuro de una ventana en los que la paloma que se reflejaba en cada uno de
ellos ya había desaparecido.
Julieta rememoró su niñez y recordó su vestido estampado con diminutas rosas
rojas. Se derramó el vino encima del vestido. El pequeño sombrero de fieltro rosa y
gris con un bordado en el que se leía «Calais». Su padre le había mostrado el camino
y ella no volvió a mirar hacia atrás desde ese momento. Su recuerdo más temprano.
Mirando a través de las barras de su cuna hacia las sombras… buscando una. Siempre
la misma. Nunca la encontró. Las grandes fauces del bosque bajo su casa y todo lo
que prometía ofrecerle. Las dos damas hablando español. En otra ocasión… el
recuerdo del jazmín. El oso Steiff que su hermano le había traído de Alemania. Si lo
ponías boca abajo gruñía. Estaba sentado junto al mono con platillos. El oso. Era una
criatura maligna. Le tiraba del pelo y la destapaba hasta el amanecer. El primer rayo
de luz que se filtraba por la rendija de las cortinas hacía que sus ojos marrones
brillaran y entonces volvía a ser tan sólo un estúpido oso rosa deforme con un lazo
rojo descolorido en el cuello. Cómo se arrepentía de no haberle cortado la cabeza
durante el día para que no la asustara cada noche.
Los otros deseaban conocer al Rey. Le habían suplicado que viniera a ellos. Se
había llevado a Víctor, pero no a ella. ¿Por qué no podía ir ella?
Víctor había vuelto para verla sólo esa vez. Al menos eso pensaba ella. Era una
fría noche de invierno, había estado bebiendo otra vez y temblaba bajo la fina colcha
gris. Sintió el cuerpo de él cerca del suyo y un brazo alrededor de su cintura. Luego
un sueño maravilloso… de niña había visto un tapiz en un viejo castillo u otro tipo de
edificio y en él se mostraba una partida de caza con atuendos medievales. La mujer
llevaba una túnica larga rosa, el hombre iba de rojo. Cabalgaban caballos blancos y
dos galgos grises miraban atrás hacia el hombre y la mujer, esperando sus órdenes.
Las aves encapuchadas. Durante todo el sueño una rima sonaba en su cabeza: «con
anillos en los dedos y campanillas en los dedos de los pies, siempre sonará música

www.lectulandia.com - Página 270


para ella allá donde vaya…»
El ave se coló volando por la ventana. Un halcón, ni más ni menos. ¿En París?
Siempre es una señal. Algo que lleva a otra cosa… por un oscuro callejón del Barrio
Latino… sobre el diminuto puente en Venecia. Ellos siempre van detrás, ¿no es así?
No hay nadie que grite y diga «Idiota». ¿Es que no lo ves? Ningún profeta a la vista,
ningún mensajero al que disparar o con el que salvar el día. Nada de luz diurna ahora
y para siempre. Para siempre. Eternidad bajo lunas gemelas. El halcón voló dibujando
un círculo y luego se dirigió hacia la pared como si intentara atravesarla. Se rompió el
cuello en el intento. Y ahora había sangre en el cuello del hombre en la pared, antes
de que la guillotina descienda.
Julieta pensó en su padre. Decía que era viajante. Apenas lo veía durante semanas
y semanas y, en su mente extravagante, él era el verdugo nacional, Monsieur de París.
Él era el rostro del hombre en la pared. Que la miraba directamente. Recordó su
niñez… una niñez difícil con padres sin amor que darle. Hija única. Hija repudiada.
Se le permitió correr salvajemente por las calles, y la porquería de las calles corría
salvajemente por ella. Una niña especial. Tenía que convertirse en eso.
Julieta se puso el suéter verde chillón acanalado por la cabeza. Era un suéter
corto, le gustaba ver su vientre desnudo. Luego miró por la ventana. ¿Le molestaría el
frío? Tenía un anorak negro. Eso bastaría. Se lo puso rápidamente. Sólo tenía un par
de zapatos… zapatillas, en realidad. En otro tiempo fueron blancas. Cogió su
maltrecha bolsa de piel marrón y salió de la habitación. Bajó las escaleras con
cuidado para no resbalarse, lo había hecho muchas veces antes, y salió por la entrada
del edificio.
París bajo la lluvia. No le importaba. Julieta siempre veía la fachada del edificio
azul y gris. Por todos lados, paredes grises y tejados azules, cuando deberían haber
sido grises o color óxido. Tejados azules… exactamente igual que el del refugio de
caza del tapiz.
Iría a ayudar a Michel en su puesto de buquinista en la ribera del Sena a cambio
de unos cuantos francos destinados al alquiler y algo de comida. Julieta era buena
vendiendo cosas, incluso a sí misma en ocasiones.
—Ah, aquí está mi Julieta. ¡La Julieta de todos!
Michel la besó apasionadamente en la boca. A ella le gustó el sabor a brandy en
su lengua.
—¿Has vendido mucho esta mañana?
—Un poco. No mucho. Pero ahora que estás aquí con tus dulces palabras, sin
duda pronto tendremos buenas ventas.
Michel había montado un toldo sobre la estructura simple de madera y los libros
de segunda mano estaban expuestos sobre trozos de alfombra vieja, lo cual no
proporcionaba demasiada protección contra la lluvia y, sin embargo, los libros nunca
se notaban húmedos al tacto.
—¿Te leíste el libro? —preguntó Julieta.

www.lectulandia.com - Página 271


—Sabes que no existe nada en el mundo que pudiera hacerme abrir ese libro…
Sólo tú vas a vender ese libro, Julieta. No sé dónde tienes la caja llena de ellos. No lo
quiero saber. No debería guardar en el almacén esa maldita cosa. No sé por qué lo
hago.
Julieta sonrió y abrió la caja. Ella tampoco había abierto el libro nunca, pero
conoció a muchos que lo hicieron y lo que les ocurrió.
Levantó la mirada consciente de los ojos que la observaban. Dos hombres
jóvenes. Uno más alto que su compañero de cabello más oscuro. La miraron a ella y
también el ejemplar que sostenía en la mano. Uno susurró al oído al otro con la mano
sobre el brazo de su compañero. El más bajo apartó bruscamente la mano. Se dirigió
hacia ella. El dedo le temblaba ligeramente al señalar el libro.
—¿Es eso realmente lo que pienso que es? ¿Un ejemplar de la obra… El Rey de
Amarillo?
Julieta asintió.
—Me llevaré un ejemplar.
Le ofreció un puñado de billetes. Ella tomó lo que pensó que era justo y le
entregó el resto con el libro.
El más alto se unió al chico que volteaba el libro una y otra vez entre sus manos.
Él mismo hizo las presentaciones de su compañero y él mismo a Julieta. Michel los
observaba… entretenido.
—Yo soy Henry y este es Charles… ¿y tu nombre es?
—Julieta.
Ambos jóvenes sonrieron. Siempre recibía esa sonrisa cuando respondía aquella
pregunta.
—¿Llevas viviendo en París mucho tiempo?
—El suficiente.
Hablaron un poco más. Julieta les dijo dónde vivía. Ellos se quedaron
impresionados porque conocían la historia del hotel. Y de los beats que vivieron allí
no mucho tiempo atrás.
—¿Conociste a Burroughs?
—Sí. Excelente escritor. ¿Vosotros dos escribís?
Supo la respuesta inmediatamente. Escritores. Perdidos en París. Perdidos en el
idioma. Encontrándose a sí mismos a través de otros escritores. Otros escritores
avanzando un paso más. Todos los artistas están consumidos por la necesidad de
encontrar esa experiencia definitiva a través, o no, de la prosa. Escalando más alto.
Buscando más hasta la caída. LA caída.
—¿Quieres enseñarnos un día el hotel? —sonrió Charles.
—Sí, quiero —decisiva. Sonó casi como una promesa de matrimonio. Casi.
Julieta se citó con ellos para el día siguiente en el hotel. Les pidió que le
devolvieran el libro explicándoles que haría que lo firmara alguien y que quedarían
impresionados cuando lo vieran. Charles rechazó la oferta educadamente.

www.lectulandia.com - Página 272


A la hora del almuerzo, Julieta ya estaba hambrienta y aburrida de los turistas.
Nunca se había cruzado con otros escritores. Con una señal de cabeza dirigida a
Michel, este le dio algunos francos y ella volvió a desaparecer. Se llevó unos cuantos
ejemplares de El Rey de Amarillo para el propietario de la librería Shakespeare. Este
siempre los colocaba en los estantes más altos o en cajas detrás de cajas, de manera
que sólo los más fervorosos, los más devotos, pudieran encontrarlos. Él tampoco
había leído nunca la obra. La mayoría de personas con sentido común no lo hacían.
Planta tras planta de estanterías y libros de todas las épocas atraían a Julieta, que
recorría cada piso entresacando enormes tomos polvorientos… buscando siempre
referencias a lo prohibido y lo profano, lo inusual y lo exótico, lo extremo y aquellas
frases combinadas de una manera tan simple que sus páginas derramaban oro líquido.
Otra vez, el color amarillo. Encontró los «otros» libros forrados de papel amarillo.
Entre esas cubiertas podría encontrarse un placer y dolor exquisitos. Huida.
Encontró un viejo sillón y se hundió en él con un libro. Fingiendo que leía,
observaba a las personas que entraban y salían. Julieta podía ver. Ahora realmente
podía ver. Podía ver el fondo de sus corazones y mentes y veía qué mano de naipes le
había repartido la fortuna a cada una de ellas. Observó a la joven con el sombrero
azul de ala ancha, un pañuelo de encaje blanco en el cuello, una blusa con estampado
de cachemir y una falda roja de algodón que rozaba las pilas de revistas marchitas.
Un hombre subió tras ella por las escaleras. Era mucho mayor que ella, pero todavía
era capaz de seducir a mujeres jóvenes. Estaba a punto de hablar con la chica. Julieta
pudo verlo. Él había rozado su brazo con la mano mientras bajaba un libro al lado de
ella. Se disculpó y sonrió, aquellos brillantes ojos azules todavía surtían efecto…
Julieta lo había visto en la tienda antes. Era inglés. Cunningham, creía que se
llamaba. A él le daba igual a quién enrolaba en su pequeño conciliábulo. Así que,
¿qué pasaría si la mujer estuviera casada o tuviera un hijo? Eso no le importaba a él.
Nunca lo intentó con Julieta. Sabía que no tenía nada que hacer. Era incapaz de
sorprenderla. Ni un ápice. Tenía muchos libros encuadernados en amarillo. Su
corazón estaba hecho de sombras y Julieta imaginó que él había vivido muchas veces
anteriormente. ¿Pariente del Rey de Amarillo, quizás? Julieta anotó mentalmente que
debía preguntar al Rey sobre Cunningham, aunque ya sospechaba cuál sería la
respuesta. Cuando Julieta miró en el corazón de la chica, se rio en voz alta. Qué
estupidez. Un idiota haciendo de recadero con la polla en la mano. Esa chica iba a
salir corriendo.
Julieta alzó la mirada y vio un libro con la cubierta de frente. Era una posición
inusual en una librería con un espacio tan reducido. Sobre la cubierta se veía la
caricatura de un idiota, imaginen una caricatura dibujada por Beardsley, un idiota
elegante, si lo prefieren. Idiotas. Demonios. Falacia. Perros. Delicadeza. Pura maldad.
Pura Maldad. Der Puderquast. La mujer desnuda transportada por un hombre con
la cabeza de cabra y alguien más. Ese alguien más no era relevante. Beardsley sería
su hermano algún día. Leda y el cisne volaron entonces al interior de su mente.

www.lectulandia.com - Página 273


Ah. Cunningham y la joven se fueron juntos. Tan pronto. Qué idiota. El hombre
la rodeaba por la cintura y luego insistió en bajar él primero por las escaleras. Las
escaleras iban a hacérsele empinadas a aquella chica.
Julieta bostezó. Hora de ir a casa. No era un hogar. Sólo un lugar donde ir a la
deriva. Compraría vino por el camino.
Fuera de nuevo el azul y gris. Lluvia. Vio a Cunningham en la lejanía, todavía
rodeando a la chica con el brazo. ¿Adónde se la llevaba? Les siguió. Tenía curiosidad
por ver dónde vivía él. ¿Un elegante apartamento, quizás? La chica se rió. Encantada.
Julieta pensó en su Rey de Amarillo y se alejó de ellos. Pensó en Henry y Charles.
¿Serían capaces de escribir una prosa increíble? Lo averiguaría y sin duda volvería a
aburrirse pocos minutos después. Ya pasó antes.
A mitad de camino a casa, se sentó en un banco y esperó. Podía escuchar el
sonido de la revuelta, los estudiantes alzaban los brazos en armas sólo para que se los
volvieran a atar en la espalda. Los trabajadores pedían más de lo que tenían… ¿y por
qué no?
Se acercó al ruido. Pensó en las actrices de la antigua Roma. Solían actuar
desnudas. Pero una no quiso. Julieta sabía lo que la actriz había dicho: «Prefiero dar
placer a unos pocos con mi talento que a muchos con mi cuerpo». Se produjo una
revuelta y la actriz fue expulsada de los escenarios. Siempre por elección propia,
chica. Siempre por elección propia. Estos alborotadores querían justicia social. Y
entonces, de nuevo en 1229, tras una revuelta estudiantil, cerraron la universidad
durante dos años. ¿Y a quién le importó? Julieta pasó al lado de los que lanzaban
bombas de gasolina y volcaban coches. Alzó la mirada y vio al Rey de Amarillo. Él
se giró hacia ella pero la capucha que lo cubría escondía sus ojos. Ella los sintió. Vio
a Henry y Charles corriendo hacia los adoquines. Charles se resbaló y el libro que
había comprado ese día cayó bajo un coche en llamas. Julieta sonrió al verlo.
Tal vez ya era hora de irse, pero ¿le daría ÉL permiso?
Madame Rachou miró a Julieta con una sonrisa triste en sus labios pintados de
color rojo rubí cuando entró en el hotel. No subió corriendo las escaleras. No había
ninguna prisa. Él la esperaba en su habitación. El Rey de Amarillo alargó el brazo y
ella tomó su mano. La pared se transformó en una llamarada de un solo color:
amarillo. Julieta se fundió en ella y al hacerlo vio a su padre mirarla con ojos
suplicantes. Estaba arrodillado. La hoja de la guillotina cayó. El sonido retumbó a
través de su sangre. En unos segundos abandonó su mundo, y ese otro medio-mundo
entre las paredes. Julieta alzó la mirada para contemplar las lunas gemelas.
Este era el lugar donde van los verdaderos habitantes de Carcosa cuando cumplen
su etapa en aquellos pálidos lugares. Rimbaud, Bierce, Villon, Romualdo Locatelli,
Hart Crane, Kaja, Lew Welch… incluso Corso lo logró. Helen Strange se encuentra
allí… también. La gata les siguió.

www.lectulandia.com - Página 274


www.lectulandia.com - Página 275
Notas

www.lectulandia.com - Página 276


[1] Hastur la vista: En castellano en el original. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 277


[2] Sandy Lane podría equivaler en este contexto a Dique Seco. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 278


[3] En castellano en el original. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 279


[4] Hollywood en argot. (N. de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 280


[5] Aquí juega el autor con las palabras homófonas “which” (qué o cuál) y “witch”

(bruja), (…but which He?… Which Lord?… Which King?… Witch!… Witch!…) (N.
de la T.) <<

www.lectulandia.com - Página 281

También podría gustarte