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Transiciones Vulnerables. Juventud Desig
Transiciones Vulnerables. Juventud Desig
Gonzalo A. Saraví
Incluye bibliografia
ISBN 978-607-486-035-1
Corrección: Lucy P c r e p
Tipografía y formacion: Laura Roldán A.
Discño de cuadros y gráficas: Pablo Guzrnán
Diseño de portiida: Gabriel Salazar
ISBN 978-607-486-035-1
Para Simón
Este libro es el producto de una investigación que se extendió por cinco años. Ha
sido mayoritariamente el resultado de un esfuerzo personal, y en tal sentido asumo
la responsabilidad por todas sus posibles deficiencias. Sin embargo, también he re-
cibido la colaboración de algunas pocas pero muy valiosas personas e instituciones
a quienes desearía hacer conocer mi agradecimiento.
En primer lugar mi reconocimiento para el ciesas, mi lugar de trabajo, que me
ha brindado las mejores condiciones para realizar esta tarea. Para el desarrollo de
la investigación no conté en ningún momento con financiamiento alguno. En este
sentido la posibilidad de contar con asistentes ha sido mínima, limitada a lo que
podían financiar mis propios recursos. Entre ellos debo agradecer de manera espe-
cial a Crisóforo Pacheco, quien me ayudó con la realización de algunas entrevistas,
me facilitó contactos, intercambiamos impresiones sobre el trabajo de campo, y me
enseñó a moverme por el oriente de la ciudad.
Mi mayor agradecimiento está dirigido a Cristina Bayón. Ella ha sido mi principal
interlocutor en todo este recorrido. Cada nueva idea y cada nuevo problema lo discutí
con ella y siempre resultó en una mirada y una reflexión más profunda. Además,
gracias a su generosidad y su permanente actualización en el debate social, descubrí
innumerables textos de muchísima utilidad.
Finalmente quisiera mencionar a todos los jóvenes que participaron en la inves-
tigación, quienes no sólo aceptaron ser entrevistados, sino también, en la mayoría
de los casos, compartir con alguien prácticamente desconocido para ellos, como lo
era yo, detalles de sus vidas, las cuales han sido el principal insumo de este libro.
No pretendo devolverles nada, sino mantener vivo mi compromiso con la crítica y
análisis de la realidad para la construcción de una sociedad más justa e incluyente
para todos.
11
Construir una interpretación para entender una realidad social no puede lograrse
sin considerar la forma en que los protagonistas de esa realidad la experimentan e
interpretan. Esta fue una de las premisas que mucho más tarde descubrí que había
determinado la preocupación central de este libro y la manera de llegar a los princi-
pales argumentos que lo integran. Este trabajo pretende brindar una interpretación
del proceso de transición a la adultez en los jóvenes de los sectores urbanos más
desfavorecidos de México. La interpretación se basa y se estructura en torno a una
hipótesis que sostiene que se trata de transiciones vulnerables, en el transcurso de
las cuales estos jóvenes enfrentan innumerables situaciones de riesgo que amenazan
con desencadenar un proceso de acumulación de desventajas. Al mismo tiempo, los
argumentos y hallazgos que se fueron tejiendo para dar forma a este libro y responder
al objetivo previo, surgieron de un cuidadoso y por momentos minucioso análisis de
las propias experiencias e interpretaciones de los jóvenes sobre las múltiples dimen-
siones involucradas en el proceso de transición a la adultez. Esto no significa que mi
voz haya sido reemplazada por la de los jóvenes, ni tampoco que sus experiencias e
interpretaciones hayan sido mi único insumo… nada más lejos de ello. Para poder
analizar esas experiencias e interpretaciones me he valido de diversas técnicas de
investigación (cualitativas y cuantitativas), de los aportes de una muy extensa litera-
tura de trabajos empíricos sobre temas de juventud realizados en diversos contextos
sociales, y fundamentalmente de un andamiaje teórico que ha servido como espacio
de reflexión, discusión, y generación de nuevas ideas.
Todos esos insumos condujeron a esta investigación hacia direcciones inicial-
mente no previstas. La desigualdad social emergió como una de las dimensiones
esenciales que se impuso por sí misma en el análisis. Transiciones, desigualdad y
exclusión fueron los conceptos clave que se constituyeron en los tres ejes analí-
ticos más importantes. Pero en el mismo transcurso de la investigación estos tres
ejes comenzaron a entrecruzarse, y no sólo eso, sino también a mostrar una fuerte
interdependencia y vinculación. Fue así como la interpretación sobre el proceso
de transición a la adultez, y la hipótesis inicial en torno a la cual se estructuraba,
comenzaron a enriquecerse y complejizarse.
Introducción
19
aquí, sino que la juventud como proceso de transición hacia la adultez, también sienta
las bases de una sociedad por venir. Tendencias respecto a los más diversos procesos
sociales, tanto en términos culturales como estructurales, pueden comenzar a leerse
en las condiciones y modalidades en que se experimenta esta transición.
El estudio de la juventud planteado en estos términos hace interactuar enton-
ces, la biografía y la historia –tal como Wright Mills se lo planteó a la imaginación
sociológica. Y esta confluencia se da en un doble sentido. En primer lugar, porque
la transición a la adultez no puede entenderse sin las decisiones, experiencias y
sentimientos de los individuos involucrados en este tránsito, pero tampoco sin las
oportunidades y constreñimientos que imponen los procesos y estructuras sociales
en que estos individuos actúan. En segundo lugar, porque la transición a la adultez
nos plantea interrogantes respecto a la construcción de trayectorias biográficas
individuales, pero también respecto al modelo de sociedad que construimos y en el
que vivirán las generaciones futuras.
La investigación que aquí se presenta se apoyó y se construyó sobre esta doble
confluencia de biografía e historia. He sido guiado por el interés y la preocupación
en la construcción de experiencias biográficas condenadas a la desgracia y al entram-
pamiento en círculos de desventajas, es decir la transición a la adultez en la exclusión.
Pero igualmente me interesa y me siento comprometido con el análisis de los modelos
de integración social que se construyen, particularmente en términos de una lacerante
desigualdad y una atemorizante fragmentación social. Es en referencia a este plan-
teamiento que debe entenderse el plural con el que he escrito transiciones vulnerables,
pues encierra dos sentidos o dimensiones de análisis: el individual y el social.
En este capítulo se construye una perspectiva teórica de análisis que permite
responder a estos planteamientos. Pero además, intenta sentar las bases y definir una
serie de claves a partir de las cuales deben leerse los argumentos y hallazgos que se
plantean en los sucesivos capítulos. Con esta idea en mente, el primer paso consiste
en explorar y discutir de qué manera puede insertarse la transición a la adultez (co-
mo experiencia individual y fenómeno social) en procesos de exclusión social. En
el próximo apartado me ocupo de este tema, planteando no sólo un concepto de
exclusión, sino principalmente discutiendo su vinculación con los de desigualdad
social y acumulación individual de desventajas. En el tercer apartado de este capítulo
delimitaré cómo la transición a la adultez se inserta en el curso de vida, y sus impli-
caciones teórico-metodológicas. Es decir, allí exploramos y afinamos los múltiples
aportes de perspectivas basadas en el curso de vida y la construcción biográfica para
el análisis de la juventud. Finalmente, en un último apartado se establece un diálogo
a partir de las ideas discutidas en cada una de las dos secciones previas. No se trata,
sin embargo, de una conclusión que sintetice los hallazgos previos, sino que ese
diálogo se traduce en la construcción de un enfoque mucho más operativo para el
análisis de las transiciones vulnerables en México.
Como ha sido señalado en un trabajo previo (Saraví, 2007b), el debate actual en torno
a la exclusión se concentra sobre la emergencia y confluencia de diversos procesos
que conducen al debilitamiento de los lazos que mantienen y definen en una sociedad
la condición de pertenencia. Los procesos de reformas sociales y reestructuración
socioeconómica que acompañaron a la globalización en el transcurso de las últimas
tres décadas, desencadenaron profundas transformaciones en los regímenes de
bienestar y los mercados de trabajo, que a su vez alteraron las formas tradicionales
de relación entre individuo y sociedad en los más diversos contextos nacionales. La
exclusión social representa el núcleo de una “nueva cuestión social” en la medida que
nos plantea interrogantes y desafíos respecto a sociedades que de manera esquizoide
se adhieren a un modelo homogéneo y globalizado pero que a la vez producen y
reproducen interiormente múltiples micro y mesoespacios de exclusión. En efecto,
la noción de exclusión se consolida en la década de los noventa como un paradigma
de análisis de los acelerados procesos de fragilización social que se observan en la
sociedad contemporánea (Makowski, 2004).
Las divergencias y contrastes que embargan el debate sobre la exclusión social, y
que frecuentemente suelen interpretarse como ambigüedad o indefinición, emergen
precisamente al intentar definir cuáles son los factores determinantes de esta fragiliza-
ción. Es decir, en el fondo de estas discusiones lo que está en juego son concepciones
encontradas sobre los fundamentos de la solidaridad social. En el debate contempo-
ráneo (y mayoritariamente europeo) pueden reconocerse al menos tres respuestas
distintas respecto a dónde se sitúa el aspecto determinante de la fractura del lazo
social: a) la pobreza y la desigualdad, desarrollada por una perspectiva anglosajona
que reconoce como antecedente directo la discusión en torno al carácter relativo o
absoluto de la pobreza; b) el desempleo y la precarización laboral (y social), que en
los estudios franceses aparecen como las expresiones más evidentes de la crisis de la
sociedad salarial; y c) las limitaciones y/o no cumplimiento de los derechos de ciuda-
danía, respuesta asumida particularmente en los estudios y documentos promovidos
por diversas instancias de la Unión Europea. Cabe añadir además, aunque con algu-
Traducción propia del original en inglés.
Una perspectiva diferente sobre esta misma relación entre exclusión y desigualdad
es planteada por Roberts (2007), pero pensando específicamente en la situación
latinoamericana. Mientras que la fragmentación de las sociedades contemporáneas
Barry la tematiza en términos de espacios excluyentes, Roberts reflexiona en torno
a este mismo fenómeno en términos de diversas modalidades de integración. Para
este último autor, el concepto de exclusión tiene la virtud de permitir focalizar el
análisis en el funcionamiento mismo de las instituciones modernas y no en la falta de
acceso a ellas, que fue la principal preocupación de los estudios sobre marginalidad
de algunas décadas atrás. Roberts señala:
Traducción propia del original en inglés.
Roberts mira esos mismos sectores no en términos del acceso negado a estas ins-
tituciones, sino en el acceso permitido y estimulado a instituciones especialmente
diseñadas para ellos. Las condiciones de pobreza y marginación ya no son vistas como
rezagos y/o fenómenos transitorios que irán diluyéndose a medida que los individuos
que las padecen accedan y se incorporen a las instituciones básicas y fundamentales
de la sociedad; hoy la resignación frente a su permanencia ha conducido a una pers-
pectiva de la política pública basada en la aceptación, y cuya principal preocupación
consiste en hacer lo menos dolorosa posible esta (co)existencia. Lo que podemos
observar, entonces, son mecanismos de integración de primera, segunda, e incluso
tercera clase. Es así como en América Latina nos encontramos con modernas clíni-
cas privadas, hospitales públicos; y centros de salud, hay además seguridad privada,
seguridad pública, y no seguridad, o también sistemas de pensiones privadas, mínimas
garantizadas por el Estado, y la esperanza de que la familia se acuerde de uno en la
vejez; y así la fragmentación de la sociedad puede observarse prácticamente en todas
y cada una de las esferas de bienestar.
Esta fragmentación puede leerse tanto en términos de exclusión respecto a ciertas
instituciones, o bien de acceso restringido a otras. Es decir, no se trata de perspectivas
antagónicas, sino de diferentes miradas sobre la base de un mismo diagnóstico. Los
niveles de desigualdad en la región han alcanzado nuevas dimensiones cualitativas,
trascendiendo una distribución estadística de individuos para constituirse en eje(s)
de fragmentación de la sociedad. Esta fragmentación se expresa en exclusiones, tal
como lo expresa Barry en su argumento, pero al mismo tiempo en integraciones
diferenciadas. Es en este sentido que puede decirse que los procesos de exclusión
son reforzados por procesos de inclusión desfavorable (Roberts, 2007).
En el contexto de este debate en torno a la exclusión, es en el que deseo insertar
el análisis sobre la juventud. Esta intención no es casual; tal como lo señala Esping
Andersen (2002: 7), “si acrecentamos nuestro conocimiento sobre los jóvenes de hoy,
estaremos en buenas condiciones de hacer previsiones informadas sobre los padres,
trabajadores y ciudadanos del mañana”. La transición a la adultez implica, además
de una dimensión individual expresada en la experiencia biográfica, una dimensión
societal que se expresa en distintos patrones transicionales seguidos por diferentes
sectores de la población. Analizar la transición a la adultez nos permite explorar
no sólo los riesgos y las amenazas de la exclusión en la construcción biográfica,
sino también la fragmentación social, la construcción de espacios de exclusión, los
mecanismos de una inclusión desfavorable. Un elemento central para hacer posible
este análisis es la idea de acumulación de desventajas a lo largo del curso de vida.
Sobre esta idea, y más específicamente sobre la construcción del andamiaje teórico
que ella implica, me ocupo en el próximo apartado.
y desenlace por parte de los propios actores. Es decir, las transiciones constituyen
períodos críticos en la vida de los individuos, no sólo por las angustias, incertidumbres
y expectativas depositadas en ellas, sino por el carácter condicionante que pueden
tener sobre el futuro de las trayectorias vitales en las que se enmarcan y en otras
con las que se asocian. Pero tal como lo señala Dewilde, lo que hace más crítica esta
relevancia de las transiciones en el curso de vida de los individuos es que ellas no
son absolutamente predecibles. No es posible asegurar la completa programación o
planeación por parte de sus propios protagonistas, pero tampoco están estructural-
mente determinadas, o absolutamente institucionalizadas, o socialmente definidas
por completo. Las transiciones del curso de vida son modeladas en su desarrollo a
partir de la interacción entre agencia y estructura, e incluso por la irrupción, en este
encuentro, del acontecimiento, el azar o la suerte.
Ninguna otra idea ilustra mejor el vínculo contemporáneo entre el contexto social
y la agencia del individuo que el concepto de transición (life transition), el cual define
el problema como un cambio de estados –social y psicológico. Los adultos traen
consigo una historia de experiencias de vida a cada transición, interpretan las nuevas
circunstancias a partir de ese legado, y generan adaptaciones que pueden alterar el
curso de sus vidas. Cuando las transiciones perturban un comportamiento o patrón
habitual, ofrecen la posibilidad de que la vida tome nuevas direcciones y se consti-
tuyen así en un punto de quiebre (turning point) (Elder y O’Rand, 1999: 456).
Es decir, una serie de diversos factores confluyen para hacer de las transiciones en
el curso de vida períodos particularmente vulnerables en la experiencia biográfica de
los individuos. El primero de estos factores es inherente a la idea misma de transi-
ción; tal como lo ha señalado Mary Douglas (1994), el peligro reside en los estados
de transición simplemente porque una transición no es un estado ni el siguiente,
es indefinible. Esta observación de Douglas es particularmente relevante cuando
nos ocupamos de la juventud, en la medida que nos ayuda a interpretar las crisis
asociadas con la indefinición de roles y las búsquedas identitarias (desencadenantes
de muchos otros procesos) características de esta etapa de la vida. El segundo factor
se asocia con la centralidad que puede tener la forma (en su más amplio sentido)
en que se desarrolle una transición sobre el devenir futuro de la propia experiencia
biográfica, e incluso sobre la de otros individuos cercanos. Tal como lo mencionan
No sólo entendida en su dimensión racional sino también en referencia al bagaje psicosocial del
agente.
Traducción propia del original en inglés.
Elder y O’Rand en la cita previa, algunas de ellas, en ciertos casos, pueden llegar
a constituirse en puntos de quiebre en la biografía de sus protagonistas, pero aun
sin llegar a estos casos extremos, las modalidades que asuman las transiciones se
dejarán sentir (con mayor o menor intensidad) como una herencia que se recrea en
determinados momentos de las trayectorias futuras. Finalmente, un tercer factor
que incide en el grado de vulnerabilidad de una transición en el curso de vida, es la
imposibilidad de un absoluto control y/o previsibilidad de su desarrollo, porque el
actor no puede controlar los múltiples factores participantes, y porque los condi-
cionantes estructurales no son absolutamente determinantes de su desenlace. De-
beríamos añadir además, que un creciente proceso de desincrustación social de los
patrones biográficos, asociado a los procesos de individualización en las sociedades
contemporáneas, acentúa esta imprevisibilidad e incertidumbre al debilitar la fuerza
de la institucionalización social de ciertos modelos transicionales.
Estas son algunas de las razones que hacen que las transiciones constituyan etapas
del curso de vida en las cuales los actores son particularmente vulnerables. Es decir,
los riesgos con los que los individuos pueden enfrentarse en distintos momentos de
sus vidas, se tornan más peligrosos y condicionantes del futuro de las trayectorias
vitales cuando ocurren en momentos de transición. Esta idea se basa sobre una pre-
misa fundamental que sostiene que en el curso de vida las experiencias biográficas
presentes y futuras están condicionadas por experiencias y circunstancias previas.
Cualquiera sea el momento elegido, cada persona ha sido formada por sus historias
de vida y elecciones previas y ahora puede, o debe, reformularlas otra vez. Cons-
truidas por su biografía previa, ellas deben ser reconstruidas. Para completar una
transición, los individuos están constantemente bajo la presión de realizar un trabajo
biográfico (biographical work) (Wengraf 2002: 248).
El “trabajo biográfico” al que hace referencia Wengraf, no es otra cosa que el perma-
nente sometimiento del individuo, particularmente en momentos críticos como las
transiciones, a reconstruir su biografía a partir de la interacción entre las herencias
de sus experiencias previas y las actuales circunstancias. En última instancia, la pers-
pectiva del curso de vida mira con recelo y cuestiona la posibilidad de “empezar de
cero” o “empezar absolutamente de nuevo”, tal como suele escucharse en numerosas
historias de vida. Esta premisa resulta clave, y permite pensar tanto en “trayectorias
de riesgo” (risk trajectory), es decir que un factor de riesgo puede reforzar y promover
otros, conduciendo a una creciente restricción sobre las posibilidades futuras, como
Traducción propia del original en inglés.
Traducción propia del original en inglés.
Muchos de los estudios sobre juventud suelen iniciarse con un extensa y por mo-
mentos tediosa discusión referida a cómo se debe definir. El resultado ha sido la
existencia de múltiples y cruzadas críticas a otras tantas definiciones sugeridas.
Mientras estas discusiones han ocupado y continúan ocupando páginas y páginas, y
en ocasiones trabajos enteros, cotidianamente el concepto de juventud es utilizado
sin generar angustias ni dilemas a sus usuarios, e incluso con claridad y consenso
respecto a su referente empírico. Basándome en estas premisas, aquí evitaré entrar
en una afinada y minuciosa crítica de las diversas concepciones sobre juventud que
podemos encontrar en varias disciplinas y estudios sobre el tema. Contrariamente,
he decidido plantear dos definiciones de juventud que nos permitan abordar nuestro
problema con cierta precisión conceptual y empírica; es decir, sin pretender invalidar
otras definiciones o conceptualizaciones que pueden resultar más adecuadas para otros
fines de investigación. En este sentido me referiré a una definición de juventud como
transición y a una definición de juventud como experiencia. Esta doble definición permite
entender la juventud como una transición que se experimenta diferencialmente –lo
que permite hablar de juventudes.
Entre las definiciones más aceptadas actualmente en la literatura especializada sin
duda se encuentra la que proviene de la sociodemografía, y que parte de los nuevos
planteamientos en torno al curso de vida. Como lo adelantamos en apartados ante-
riores, desde esta perspectiva la juventud se considera como un período de transición
en el curso de vida. Tal como señala Rodríguez Vignoli, “la expresión más general
del término ‘juventud’ señala al ciclo de vida en que las personas transitan de la ni-
ñez a la condición adulta, y en el que se producen importantes cambios biológicos,
psicológicos, sociales y culturales” (Rodríguez Vignoli, 2001: 9). En lugar de “ciclo”,
preferimos decir “transición”, en virtud de que este último término refleja con mayor
precisión el carácter procesual y dinámico de esta etapa. La idea de transición, pre-
cisamente, pretende destacar la ausencia de cortes y/o discontinuidades claras entre
diferentes estadios del curso de vida. En este sentido, la juventud no puede extraerse
(aislarse) de los procesos biográficos como una unidad discreta con contornos bien
definidos. Sin embargo, sí puede reconocerse a partir de ciertos “marcadores” que
permiten identificar y/o asociar momentos específicos del curso de vida con la etapa
que llamamos juventud.
Las etapas sucesivas del curso de vida y su periodización no son universales, sino
que muestran gran heterogeneidad inter e intra societales. La juventud, como los demás
estadios del curso de vida, es resultado de procesos de institucionalización por medio
de los cuales se estructura el proceso que va del nacimiento a la muerte, asociando
determinados roles sociales y transiciones con edades cronológicas específicas (Hogan
y Astone, 1986). Como lo señala Tuirán (1997), la edad cronológica sin un contexto
social carece de sentido, son las sociedades y grupos sociales quienes transforman
la edad cronológica en edad social. Es decir, la edad como base de clasificaciones
sociales y de estructuraciones de sentido tiene un carácter esencialmente relativo, en
tanto y en cuanto esta capacidad de la edad es producto de una construcción social.
En este sentido, la juventud puede considerarse resultado de una construcción
social del “nosotros”, que emerge a partir de la asociación de ciertos marcadores
sociales con un período delimitado por una edad cronológica (15 a 29), y que
además resulta una categoría lo suficientemente flexible como para dar cabida a
la diversidad y heterogeneidad intra-societal.
En las sociedades contemporáneas la juventud suele definirse como un período
de transición a la adultez. En este sentido, existen varios “marcadores” de la juventud
que representan pasos cruciales en el proceso de ganar autonomía y hacerse adulto.
La juventud puede asociarse así con cuatro transiciones claves en este tránsito hacia
cuadro 1
Status transicional según edad cronológica, México, áreas urbanas (2005)
Grupos de edad
15 a 19 20 a 24 25 a 29
En el sistema educativo 64.4 29.1 6.5
En el mercado de trabajo 23.7 49.6 62.4
Soltero 93.4 65.4 39.4
Viviendo en el hogar de origen 82.5 65.1 35.7
Nota: Áreas urbanas con más de 20 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2005.
Hasta hace pocos años tendía a predominar la identificación de la juventud con el grupo etario de
15 a 24 años; sin embargo, la tendencia observada a que las transiciones ya mencionadas se hicieran
más lentas y prolongadas, condujo a que se extendiera hasta los 29 años, lo cual es una clara muestra
de que los cortes etarios no son producto de un capricho estadístico, sino que son resultado de la
operacionalización de una categoría eminentemente social.
A partir de una revisión de estudios recientes sobre juventud, Jones (2002) destaca la
profundización de una fractura en la juventud (a youth divide) y la polarización social
de las oportunidades y experiencias de vida de los jóvenes. Aquellos que experi-
mentan una rápida transición al mercado de trabajo, que se encuentra prácticamente
colapsado, a la maternidad/paternidad, y a la independencia residencial, enfrentan
muchos más riesgos de tener resultados negativos asociados con la exclusión social
(Webster et al. 2004: 2).10
Existen diversas interpretaciones respecto a los factores que pueden haber desencadenado estos
cambios (ver Saraví, 2005).
Según los factores considerados en las tres premisas analíticas de la definición de juventud como
experiencia.
10
Traducción propia del original en inglés.
Estas dos citas son particularmente ilustrativas de las preocupaciones que motivaron
la presente investigación, y del problema analítico que nos hemos planteado. Por un
lado, ambas ponen en evidencia algo que veníamos señalando desde algunos párra-
fos atrás: la relevancia en la agenda pública y como cuestión social de la profunda
división de la sociedad en términos de desigualdad, que se desencadena o acentúa
sustancialmente durante la juventud debido a los riesgos implícitos en la transición
a la adultez en la sociedad contemporánea. En efecto, en los más diversos contextos,
la transición a la adultez se ha constituido en un período crítico, tanto para condenar
a ciertas experiencias biográficas a la exclusión, como para profundizar patrones de
polarización social.
Pero además, por otro lado, cada una de estas dos referencias previamente ci-
tadas, destacan un aspecto diferente como condicionante de la vulnerabilidad de la
juventud. Por un lado, la temporalidad o calendario de las transiciones. En efecto,
en el transcurso de la investigación veremos que este aspecto, es decir qué tan tem-
prano ocurran o qué tanto se posterguen ciertos eventos transicionales (abandono
escolar, inserción laboral, abandono del hogar, maternidad, etc.), representa fracturas
profundas en las oportunidades futuras y en sus trayectorias biográficas. Tal como
señala Elder, retomando los hallazgos de Furstenberg y sus colegas:11
11
F. Furstenberg, J. Brooks-Gunn y S. P. Morgan, English (US), 1987, Adolescent Mothers in Later Life,
Nueva York, Cambridge University Press.
12
Traducción propia del original en inglés.
Introducción
Durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado México experimentó
un claro proceso de desarrollo, modernización y secularización en diversas esferas
sociales. Uno de los rasgos más sobresalientes de este proceso fue la magnitud y
velocidad con que la sociedad vivió una serie de cambios en los niveles de urbani-
zación, educación, esperanza de vida, acceso a salud, y en términos generales, en
las condiciones y formas de vida de su población. Pero éste no fue el único rasgo
distintivo del desarrollo experimentado durante estos años. Se trató simultáneamente
de un proceso limitado, incompleto y, en cierto sentido, excluyente, lo cual se tradujo
en que amplios sectores de la población permanecieran al margen de las transforma-
ciones ocurridas, o, en el mejor de los casos, las experimentaran a un ritmo mucho
más lento (Bayón et al. 1998). El fracaso en lograr una plena y equitativa integración
del conjunto de la población en el disfrute de los beneficios asociados al proceso de
desarrollo y modernización, dio lugar a una sociedad fragmentada caracterizada por
fuertes contrastes. En las últimas tres décadas, una nueva orientación en el modelo de
desarrollo consolidó la desigualdad social como un rasgo definitorio de la sociedad
contemporánea. En ella hoy conviven minorías privilegiadas, con niveles y estilos de
vida comparables a los de los países más avanzados, junto a sectores cuya vida diaria
transcurre en la pobreza, la privación y la vulnerabilidad cotidiana.
Este proceso de desarrollo a dos velocidades no sólo se expresa en profundas
diferencias en los niveles de ingreso y la capacidad de consumo de distintos secto-
res sociales, aunque sin duda ellas son sus manifestaciones más visibles e irritantes.
Esta fractura puede percibirse también en muchos otros ámbitos, incluso en el
comportamiento demográfico de los últimos años. Por un lado, México constituye
un ejemplo paradigmático de avances sustanciales en un período relativamente corto
de tiempo, particularmente en términos de los logros alcanzados en el descenso de
los índices de fecundidad y mortalidad. También se ha observado un incremento
considerable de las expectativas de vida, una creciente incorporación de la mujer
al mercado de trabajo, un aumento de los años de escolaridad, una reducción en el
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tamaño de los hogares, una expansión del uso de anticonceptivos, e incluso algunos
autores sostienen la emergencia de ciertos rasgos característicos de una segunda
transición demográfica, dominada por una mayor individualidad y diversidad en las
trayectorias vitales. Pero, por otro lado, estas tendencias no han sido homogéneas.
En ciertas regiones del país y sectores sociales de la población, existen profundos
rezagos y persisten pautas tradicionales que rigen el comportamiento demográfico.
En estos espacios (geográficos y sociales) persisten tasas de mortalidad relativamente
tempranas, una fecundidad elevada, hogares numerosos, una división tradicional de
los roles de género, etc. En síntesis, tal como lo ha señalado Rodolfo Tuirán, “las
desigualdades e insuficiencias de nuestro desarrollo se expresan en una transición
demográfica hasta cierto punto polarizada” (2002b: 126).
La coexistencia de indicadores de avance y rezago no es un aspecto nuevo o
previamente desconocido en México ni en las sociedades latinoamericanas en gene-
ral. Se trata, además, de una contradicción más aparente que real en la medida que
es la manifestación más clara de un desarrollo a dos velocidades. Sin embargo, no
por conocido deja de constituir una herramienta teórico-metodológica que permite
explorar y evaluar con mayor profundidad los procesos contemporáneos de desa-
rrollo socioeconómico en nuestras sociedades. Se trata no obstante de un rasgo tan
enraizado en la sociedad que con frecuencia los analistas suelen pasarlo por alto,
perdiendo de vista sus profundas implicaciones prácticamente en todas las esferas de
la vida social. El objetivo de este capítulo se desprende precisamente de esa premisa,
e intenta explorar el proceso de transición a la adultez en sus esferas privadas (familiar
y residencial), trascendiendo la trampa de los promedios. Me interesa poder indagar
cuáles han sido las tendencias a lo largo de los últimos años en lo que respecta a
las transiciones familiar y residencial de los jóvenes, como así también el nivel de
homogeneidad y/o contraste en diversos aspectos de estas transiciones entre secto-
res sociales. En este sentido, cabe señalar que nuestros esfuerzos y preocupaciones
se dirigen más que a la exactitud de los datos demográficos, a la identificación de
procesos y tendencias en eventos claves de la transición a la adultez que nos sirvan
como marcos de referencia y contexto para entender la experiencia de la juventud
en los sectores más desfavorecidos.
Con la intención de responder a este objetivo, a lo largo del presente capítulo me
concentraré sobre tres aspectos principales. En primer lugar, a partir de una pers-
pectiva comparada exploraré las tendencias y cambios recientes en los procesos de
transición familiar y residencial en México en el transcurso de las últimas décadas.
Luego, se profundizará en la presencia de diversos patrones asociados con distintos
sectores de la población diferenciados por su status socioeconómico. Finalmente,
Uno de los estudios pioneros para América Latina en esta línea y que merece destacarse es el trabajo
de Carlos Filgueira: Emancipación Juvenil: Trayectorias y Destinos, preparado para la cepal, tan sólo una dé
cada atrás (1998). Para el caso de México puede señalarse “Dominios institucionales y trayectorias
de vida en México”, de Rodolfo Tuirán (1999).
forma a este período del curso de vida (Jones y Wallace, 1992). Una de las premisas
centrales de este enfoque se refiere a la interdependencia entre condiciones estruc-
turales y la agencia de los individuos en la construcción de sus propias biografías, de
lo cual se desprendió un renovado interés por explorar la variabilidad de respuestas
y estrategias ensayadas por los jóvenes en distintas esferas de la vida, y la emergen-
cia de una mayor diversificación en los calendarios y patrones de la transición a la
adultez. Por otro lado, aunque vinculado de manera directa con el punto anterior,
las transformaciones recientes en el funcionamiento de los mercados de trabajo
dieron lugar a una de las dimensiones de análisis más promisorias, la exploración de
sus efectos sobre dimensiones del ámbito privado. Durante buena parte del último
siglo el trabajo constituyó para los hombres, pero también directa o indirectamente
para las mujeres, el eje estructurador de otras transiciones y trayectorias del curso
de vida. En el caso de los estudios sobre juventud, la creciente flexibilidad y des-
protección de las relaciones laborales –que afecta con particular intensidad a los
nuevos trabajadores– despertó como un área de creciente interés y preocupación el
análisis de sus efectos sobre el proceso de transición a la adultez, tanto en términos
de las oportunidades de formación familiar e independencia residencial, como en
las características y desafíos que plantea el proceso de inserción social bajo este
nuevo escenario (Paugam, 1995; Evans y Furlong, 1997; MacDonald, 1997; Card
and Lemieux, 2000; Bison y Esping Andersen, 2000; Saraví, 2005).
En el transcurso de las últimas dos décadas diversos estudios basados en encuestas
biográficas realizadas en países de Europa Occidental y América del Norte, mues-
tran cambios en los patrones y calendario de las transiciones familiar y residencial.
Estas últimas tienden a ser más extensas en la medida que se observa una creciente
postergación de la primera unión y del abandono del hogar paterno, y al mismo
tiempo menos lineales y homogéneas al observarse una mayor variabilidad intra-
cohorte. En el caso de los países latinoamericanos existen evidencias dispersas sobre
tendencias similares. Estas evidencias surgen fundamentalmente de la experiencia
cotidiana y/o de la equiparación con fenómenos similares ya estudiados en países
desarrollados. La ausencia de encuestas biográficas longitudinales y las dificultades
de comparabilidad entre diversas fuentes de información han hecho más difícil este
tipo de estudios en nuestra región.
Para el caso de México hay que destacar los estudios realizados sobre trayectorias
de vida a partir de la Encuesta Demográfica Restrospectiva (eder) levantada en 1998,
los cuales fueron reunidos en el libro Cambio Demográfico y Social en el México del Siglo
xx, publicado tan sólo en 2005, y algunos de los cuales se ocupan del tránsito a la
adultez. Se trata sin duda del antecedente más importante a partir del cual podemos
rescatar algunas de las tendencias y cambios que han caracterizado el proceso de
transición a la adultez durante buena parte de las décadas intermedias del siglo pa-
sado. En líneas generales, los resultados de estos estudios confirman para el caso
de México algunas de las tendencias observadas en países más avanzados, aunque
al mismo tiempo con algunas especificidades propias. En este sentido, me interesa
destacar especialmente dos aspectos. El primero de ellos es que efectivamente entre
la generación más avanzada (1936-1938) y la más joven (1966-1968) incorporada
en la eder, se observa una postergación en el calendario de los principales eventos
que marcan el tránsito hacia la adultez, lo cual distintos autores vinculan a la expan-
sión y permanencia de niños y adolescentes en el sistema educativo (Mier y Terán y
Rabell, 2005; Samuel y Sebille, 2005). Es importante anotar, sin embargo, que esta
postergación no es de la misma magnitud en todos los eventos, y más relevante aún,
que se observan contrastes entre géneros y espacios de residencia.
El segundo aspecto significativo para nosotros es que también se observa una
dispersión en los patrones o trayectorias de la transición a la adultez. Es interesante
que al igual que lo ocurrido en países avanzados, durante este período de rápida
urbanización e industrialización, se dio también en México un paulatino crecimiento
de una particular secuencia de eventos, conocida como patrón o modelo normativo,
el cual inicia con el abandono de la escuela, y continúa sucesivamente con la incor-
poración al mercado de trabajo, la unión conyugal y abandono del hogar de origen,
y finalmente el nacimiento del primer hijo. Sin embargo, tal como señalan Coubès y
Zenteno (2005), si bien se puede observar un crecimiento de la proporción de jóvenes
que siguen este patrón normativo, aún en la generación más reciente (1966-1968) está
muy lejos de ser predominante, pues sólo fue seguido por poco menos de la mitad
de los varones, e incluso menos de una tercera parte de las mujeres.
En países avanzados lo que se observa en la década de los años 80 y 90 es el de-
bilitamiento del modelo normativo y una fragmentación de las trayectorias posibles;
en el caso de México, aunque los resultados pueden ser similares, los procesos de
los que emanan son diferentes. En nuestro país, la secuencia normativa de eventos
transicionales nunca llegó a consolidarse como dominante, y para las décadas más
recientes ya teníamos una alta diversificación en los patrones transicionales, particu-
larmente entre las mujeres. En síntesis, se trata de dos hallazgos que consideramos
particularmente relevantes, y que refuerzan nuestro interés por explorar con un poco
más de profundidad la relación entre esta diversificación en calendarios y patrones
de transición, y procesos de desigualdad social.
En este punto nos ocuparemos de los dos aspectos que definen el proceso de inicio
de una nueva familia: la primera unión conyugal y la primera experiencia de mater
nidad/paternidad. Ambos aspectos suponen la generación de una nueva relación
parental, cuyos efectos dejarán sentirse de manera determinante en la futura tra-
yectoria familiar de los jóvenes, pero también condicionarán significativamente las
trayectorias individuales en otras esferas del curso de vida. Las características que
asuman estos dos eventos (particularmente en términos de modalidad y temporali
dad), sin embargo, tendrán efectos diversos: uniones tempranas o tardías, mater
nidad/paternidad durante la adolescencia o la adultez, matrimonios legales o uniones
consensuales, hijos con o sin una pareja, son algunas de las variantes posibles cuyos
efectos, como veremos más adelante, pueden ser notablemente diversos. El primer
objetivo consiste en explorar estos aspectos en el México contemporáneo.
Como señalábamos en la introducción de este capítulo, México presenta la
coexistencia de procesos demográficos que podrían definirse como atributos de
la primera y segunda transición demográfica. En el caso de la transición familiar,
durante la juventud se observan algunas tendencias que pueden considerarse como
indicios de una segunda transición demográfica en marcha: postergación de la edad
de la primera unión y del nacimiento del primer hijo, expansión de la cohabitación o
uniones libres, incremento de nacimientos fuera de la pareja, etc. (Quilodrán, 2000).
Sin embargo, es importante advertir que los datos deben interpretarse en contexto; en
efecto, muchos de los elementos antes mencionados pueden ser en América Latina
más que la expresión de modernidad, la evidencia de la persistencia de patrones y
comportamientos demográficos tradicionales y fuertemente arraigados en nuestras
sociedades (Rodríguez Vignoli, 2005). Tal vez sería más acertado caracterizar a México
por la coexistencia de patrones “tradicionales” y “modernos”.
Según datos de la División de Estadísticas de las Naciones Unidas (2000), a
mediados de los años noventa la edad promedio de las mujeres al momento de la
primera unión era en México de 21 años. Es decir, si bien existen evidencias de una
tendencia a postergar este evento, aún la unión conyugal ocurre en términos gene-
rales a edades tempranas. Esta situación se desprende con claridad de la Gráfica 2.1;
como puede observarse, México, junto con Ecuador, Colombia y Brasil, presenta
las edades más bajas al momento de la primera unión, por debajo de los países del
Cono Sur (Argentina, Chile, y Uruguay), en donde el promedio es de 23 años, y
muy por debajo de la situación prevaleciente en países con una avanzada segunda
transición demográfica en los cuales las edades promedios superan en todos los
casos los 25 años.
Gráfica 2.1
Edad promedio de las mujeres al momento de la primera unión conyugal.
México y países seleccionados, 1991-1997
Gráfica 2.2
Mujeres de 20 a 24 años de edad que tuvieron su primer hijo antes de los 20 años.
México y países seleccionados, 1995-2000
GráficA 2.3
Nacimientos cada 1 000 mujeres de 15 a 19 años de edad. México
y países seleccionados, 2005-2010
Lamentablemente este dato no puede calcularse para el año 2005, pues la enj de ese año sólo pre-
gunta (en el caso de las mujeres) cuántos hijos vivos han tenido a aquellas que dijeron haber estado
embarazadas más de una vez, y nada se sabe de las que estuvieron embarazadas una sola vez. Para
los hombres no se pregunta nada al respecto.
edad), lo cual nuevamente marca una transición más tardía. Esto significa que cerca
de 3 de cada 4 mujeres y 2 de cada 4 hombres tienen su primer hijo antes de los
25 años. Esta proporción, si bien resulta muy elevada al compararla con países más
avanzados, es semejante a los niveles observados en otros países latinoamericanos
(véase Gráfica 2.3).
Cuadro 2.1
Estado civil por género y grupos de edad. México,
áreas urbanas, 2000 y 2005 (porcentajes)
Mujeres Hombres
Año 2000 15-19 20-24 25-29 Total 15-19 20-24 25-29 Total
Unión disuelta 1.6 2.8 4.3 2.8 0.1 0.9 4.6 1.7
Mujeres Hombres
Año 2005 15-19 20-24 25-29 Total 15-19 20-24 25-29 Total
Unión disuelta 0.5 7.9 6.0 4.6 0.0 1.1 4.0 1.6
Cuadro 2.2
Maternidad-paternidad por género y grupos de edad.
México, áreas urbanas, 2000 (porcentajes)
Mujeres Hombres
Sin hijos 81.4 38.3 15.5 41.6 96.0 59.4 31.2 59.2
Con hijos 18.6 61.7 84.5 59.4 4.0 40.6 68.8 40.8
Gráfica 2.4
Mujeres que tuvieron su primera unión antes de los 25 años de edad.
México, áreas urbanas (cohortes seleccionadas)
Gráfica 2.5
Mujeres que tuvieron su primer hijo antes de los 25 años de edad.
México, áreas urbanas (cohortes seleccionadas)
Nuevamente los datos para esta última cohorte deben tomarse con cautela debido a inconsistencias
en la enj 2005. La pregunta sobre la edad a la que se casaron o unieron por primera vez sólo se
hace a quienes actualmente están unidos, es decir no se sabe a qué edad se unieron los que ya se han
separado, divorciado o enviudado, cuya inclusión seguramente haría subir el porcentaje de los que se
unieron antes de los 25 años.
Gráfica 2.6
Porcentaje acumulado de mujeres por edad al momento de la primera unión. México,
áreas urbanas (cohorte 1957-1961 y 1971-1974)
GráficA 2.7
Porcentaje acumulado de mujeres por edad al momento del nacimiento del primer hijo.
México, áreas urbanas (cohorte 1957-1961 y 1971-1974)
En el caso de Suecia y Noruega, por ejemplo, sólo el 47.0% y 42.0%, respectivamente, de las
mujeres que abandonan su hogar de origen pasan a constituir un nuevo hogar con una pareja (en
GráficA 2.8
Jóvenes de 20 a 24 años de edad residiendo en su hogar de origen.
México y países seleccionados (circa año 2000)
Nota: Cifras del año 2000 para Argentina y México, 1996 para Uruguay, y 1994 para los restantes países.
Fuente: México (enj 2000, áreas urbanas con más de 15 000 hab.), Argentina (eph 2000, Gran Buenos Aires).
El Cuadro 2.3 nos presenta una pintura más desagregada del status residencial de
los jóvenes en las áreas urbanas de México tomando en cuenta el estado civil y la
edad. El incremento de la edad y la unión conyugal está claramente asociado con
el abandono del hogar de origen: mientras que casi la totalidad de los adolescentes
solteros (89.2) viven con sus padres, la situación opuesta ocurre con los jóvenes
adultos (25-29) unidos, sólo el 16.4% de ellos permanecen en el hogar de sus padres.
Si bien se trata de una asociación esperable, resulta llamativo que el estado civil
unión formal o consensual). Ésta tiende a ser la situación común en la mayor parte de Europa
Occidental, excepto en países de ascendencia latina (como España e Italia), donde este porcentaje se
eleva hasta el 85.0%. En el caso de México no existen datos al respecto, sin embargo puede hacerse
una estimación de mínima explorando los motivos de abandono del hogar; de acuerdo con datos
de la enj 2000, 56.0% de las mujeres declaran haber abandonado el hogar de sus padres debido a
que se unieron conyugalmente. Este es un porcentaje de mínima, seguramente más alto, pues otras
respuestas posibles (“por motivos económicos”, “para independizarme”, “por problemas con los
padres”, etc.) no excluyen que el destino de estas jóvenes haya sido la convivencia con una pareja.
constituya un determinante de mayor peso que la edad. Mientras que sólo 1 de cada
cuatro (25.7%) jóvenes solteros de 25 a 29 años de edad han abandonado el hogar
de sus padres, la mitad (48.2%) de los adolescentes de 15 a 19 años unidos formal
o consensualmente han completado la transición residencial.
Cuadro 2.3
Condición de residencia por estado civil y grupos de edad.
México, áreas urbanas, 2000
Hogar de origen Nuevo hogar Total
Soltero/a
15 a 19 años 89.2 10.8 100.0
20 a 24 años 81.4 18.6 100.0
25 a 29 años 74.3 25.7 100.0
Unido/a
15 a 19 años 51.8 48.2 100.0
20 a 24 años 29.4 70.6 100.0
25 a 29 años 16.4 83.6 100.0
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. En la categoría “soltero/a” se incluye a quienes
han tenido una unión conyugal previa actualmente disuelta (representan menos del 2.5% del total de
jóvenes). Nueras y yernos del jefe del hogar, fueron equiparados con hijos, es decir en la categoría de re
sidencia en el hogar de origen.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Es decir, si bien la unión conyugal no siempre implica la salida del hogar, al mismo
tiempo puede afirmarse que el principal disparador de la transición residencial sin
duda lo constituye la nupcialidad, mucho más que la edad por sí sola. Así por ejemplo,
Igualmente relevante es la otra cara de la moneda, es decir el alto porcentaje de jóvenes que aun
estando en pareja permanecen en el hogar de los padres. El 52.0% de los adolescentes unidos
permanecen con sus padres, y el 30.0% de los jóvenes de 20 a 24 años con el mismo status. Esto
parece sugerir que si bien el estado civil tiene más peso que la edad para definir la salida del hogar,
no es un elemento determinante, sino que contrariamente es llamativa la proporción de jóvenes
que aun en pareja permanecen en el hogar de sus padres.
según datos de la enj 2000 entre los jóvenes (15 a 29 años) de áreas urbanas que ya
habían abandonado el hogar de sus padres, el 55.0% de las mujeres y el 35.8% de los
hombres, dijeron que el motivo para hacerlo fue su casamiento o unión conyugal; para
el año 2005, este motivo había ganado más peso aún entre las mujeres, reuniendo el
68.1% de las respuestas, descendiendo levemente entre los hombres (31.3%). Esta
diferencia entre ambos géneros es consistente con un patrón de residencia virilocal
para la nueva pareja, lo que explicaría por qué la nupcialidad representa un factor
más importante entre las mujeres ya que este patrón residencial implica para ellas
trasladarse a la casa de los suegros y ningún cambio para ellos. En el siguiente ca-
pítulo analizaremos con más detalle los motivos de la salida del hogar, sin embargo
los datos presentados sugieren, por el momento, que la unión conyugal continúa
siendo en México el principal detonante de la transición residencial.
Una situación similar ocurre en relación con la presencia de hijos. Gráfica 2.9 pre-
senta la condición de residencia de los jóvenes considerando simultáneamente el estado
civil y la presencia de hijos. En ella puede observarse que la maternidad/paternidad
constituye otro determinante de la transición residencial, pero con un peso mucho
menor al de la unión conyugal. El 85.0% de los jóvenes de 15 a 29 años solteros y
sin hijos viven con sus padres, es decir una absoluta mayoría. Entre los solteros con
hijos este porcentaje desciende a 65.0% (lo cual si bien es una disminución signifi-
cativa, no hace que dejen de ser mayoría quienes permanecen con sus padres). La
unión matrimonial, sin o con hijos se asocia en cambio en mucha mayor proporción
con el abandono del hogar paterno. El 36.0% de los jóvenes en pareja pero sin hijos
continúan con sus padres, y sólo el 20.0% de los que se han unido y tienen hijos.
Con respecto a las tendencias observadas en el transcurso de las últimas décadas,
la transición residencial refuerza las establecidas previamente respecto a una pos-
tergación de la transición a la adultez, tal como se ha observado también en otras
regiones. Sin embargo, al igual que lo que sucede con la transición familiar, aunque
en este caso de forma más evidente, éste parece ser un fenómeno relativamente
reciente, ya que durante buena parte de la última mitad del siglo pasado no se ob-
servaron cambios significativos (Tuirán, 1997). En contraste, en el transcurso de la
última década se observa una creciente proporción de jóvenes que permanece por
más tiempo en el hogar de sus padres. Entre la cohorte 1957-1961, el 79.0% de las
mujeres habían abandonado el hogar de sus padres al cumplir los 25 años de edad,
lo cual sucedió en la primera mitad de los años ochenta; este porcentaje descendió al
62.4% entre las mujeres que alcanzaron esta misma edad en la segunda mitad de los
noventa (cohorte 1971-1974). En los primeros años del nuevo milenio, esta tendencia
parece haberse acelerado aún mucho más; en la cohorte 1976-1979 sólo el 37.2% de
las mujeres abandonaron el hogar de sus padres antes de los 25 años.
Gráfica 2.9
Jóvenes de 15 a 29 años de edad residiendo en su hogar de origen según estado civil
e hijos. México, áreas urbanas, 2000.
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. En la categoría “soltero/a” se incluye a quienes han tenido
una unión conyugal previa actualmente disuelta (representan menos del 2.5% del total de jóvenes). Nueras y
yernos del jefe del hogar, fueron equiparados con hijos, es decir fueron incluidos en esta Gráfica.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Mier y Terán y Rabell (2005) exploran el calendario de la salida del hogar a partir
de la eder, y si bien concentran su análisis sobre edades muy tempranas (niñez y
adolescencia), marcan contrastes significativos entre hombres y mujeres de áreas
urbanas. En el caso de los primeros, la postergación es evidente a lo largo de todo
el período considerado; mientras en la generación más antigua (1936-1938) los 12
y los 15 años eran edades en que una proporción importante de jóvenes abandona-
ban el hogar de sus padres, en la generación más reciente (1966-1968) es mínima la
proporción de aquellos que salen de su hogar antes de los 17 años. En contraste con
este patrón, en el caso de las mujeres urbanas las autoras señalan que el cambio hacia
una transición residencial más tardía es mucho más lento y reciente (nuevamente,
llegando el análisis sólo hasta los 17 años).
Esta posposición de la transición residencial, sin embargo, no ha sido homogénea.
A edades tempranas (adolescencia) las proporciones de jóvenes que abandonaron
su hogar de origen no sólo no disminuyeron, sino que incluso puede sugerirse una
tendencia a la alza. La Gráfica 2.10 presenta la proporción acumulada por edad de
Gráfica 2.10
Porcentaje acumulado de mujeres por edad que abandonaron el hogar de origen.
México, áreas urbanas (cohorte 1957-1961 y 1971-1974)
Polarización derivada de una tendencia de cambio que se experimenta con velocidades distintas, lo
que acrecienta la distancia entre sectores.
La idea de fortalezas o resilience es relativamente nueva en la literatura especializada, particularmente
sobre familia. Pretende ser una perspectiva de análisis que en lugar de dirigir la mirada hacia los
déficit, carencias y aspectos negativos de las familias, destaque aquellos rasgos o características de
la dinámica familiar y la interacción de sus miembros que actúan como fortalezas en la medida que
permiten enfrentar y sobrellevar situaciones difíciles, y acrecentar el bienestar de sus miembros.
Sobre este tema, véase Esteinou, 2006.
Me interesa al menos mencionar esta idea de fortalezas (o resilience), en virtud de que considero que
tiene implicaciones a nivel micro y macro. Por un lado, permite comenzar a entender e interpretar
por qué situaciones de riesgo no siempre tienen un mismo desenlace, y cómo determinados aspec-
tos pueden constituirse en fortalezas que eviten riesgos y desventajas, y al contrario promuevan
círculos virtuosos. Sin duda, ésta es la dimensión que más se ha explotado en estudios recientes
sobre fortalezas o resilience, lo cual responde a la pretensión con la cual se acuñó este concepto. Por
otro lado, sin embargo, a nivel macro pensar en fortalezas nos enfrenta con una nueva fuente de
desigualdad. En efecto, las fortalezas no son atributos universales de los individuos, los hogares o
las comunidades, por lo cual nos encontramos con que al igual que lo que sucede con los activos,
la presencia de fortalezas (en cualquiera de los niveles mencionados) les permite a algunos jóvenes
acrecentar sus posibilidades y oportunidades, mientras que la ausencia de fortalezas o la presencia
de debilidades tendría para otros jóvenes el efecto contrario.
Traducción propia del original en inglés.
Centrar el análisis sobre factores de riesgo asociados con el desarrollo de niños y jóve-
nes supone un cambio de enfoque con respecto a la perspectiva que tradicionalmente
caracterizó tanto a la investigación como a la política pública dirigida a este sector de la
población. En el caso específico de los jóvenes esta última tendió a detenerse sobre los
“resultados”, y en particular sobre resultados “negativos” (Moser y Bronkhorst, 1999)
o “problemáticos” (Burt 1998), como por ejemplo la delincuencia juvenil, el abandono
escolar, o los embarazos adolescentes. Es decir, las políticas públicas tendieron (y tienden
aún hoy) a concentrarse en situaciones calificadas como negativas o problemáticas, sin
visualizar a estas últimas como resultantes finales de factores previos que contribuyeron
a este desenlace. La superación de estos abordajes limitados, en la medida que consi-
deran las situaciones resultantes de manera aislada, demanda la aplicación de enfoques
holísticos e integradores que permitan explorar y actuar tanto sobre los factores (de
“riesgo”) que contribuyen al surgimiento de tales problemas como mecanismos (activos
y fortalezas) que permitirían evitarlos o resolverlos positivamente.
En este contexto, diversos estudios han comenzado a explorar la contribución
de variadas condiciones y situaciones durante la niñez y adolescencia en el desenca-
denamiento de nuevas desventajas o problemas en etapas posteriores del curso de
vida. Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(ocde) sobre niños en riesgo, identifica entre los factores de riesgo que contribuyen
a la emergencia de problemas durante la adolescencia los siguientes: a) crecer en
condiciones de persistente o concentrada pobreza, b) ser producto de embarazos
no deseados o parte de familias de muchos hijos y muy seguidos, c) ser hijo/a de
padre desempleado, analfabeto o adolescente, d) tener un padre con problemas de
alcoholismo, adicción a las drogas, enfermedad mental, y/o que carece de seguridad
social, e) crecer en barrios o comunidades con altos niveles de desorganización social,
f) criarse fuera de la propia familia, particularmente en instituciones asistenciales,
y g) crecer sin expectativas de poder obtener un buen empleo o una vida familiar
estable, la percepción de no ser valorado en el mundo exterior, y la idea de que son
escasas las posibilidades de alterar el propio destino (ocde, 1996). Catalano y Haw-
kins (1995) también encuentran como antecedentes comunes a diversas situaciones
problemáticas durante la adolescencia, factores tales como carencia extrema de
recursos económicos, conflictos familiares, historia familiar de comportamientos
problemáticos, dificultades en el manejo de la familia, y ciertas influencias y mode-
los de comportamiento (considerados negativos o censurados por la sociedad) que
ofrece la comunidad local.
En síntesis, lo que se desprende de estos estudios es la necesidad de dirigir
nuestra atención hacia diversos ámbitos (y dentro de éstos hacia distintos aspectos)
en los que transcurre el proceso de desarrollo, formación y maduración de niños
10
Diversos autores han observado que transiciones tempranas tienen consecuencias negativas o se
constituyen en desventajas en el transcurso de las trayectorias vitales (véase Elder, 2000).
11
En este sentido, el nivel de educación de los jóvenes puede considerarse una variable intermedia
en la medida que además de tener un posible efecto sobre las oportunidades y desventajas futuras,
es influenciada por características previas del hogar como las mencionadas anteriormente.
12
Esto explica también por qué he privilegiado y basado mayoritariamente el análisis en la enj 2000 y
no en la enj 2005. En este último levantamiento, la enj dejó de incorporar preguntas respecto a los
padres de los jóvenes que ya no residen en su hogar de origen. Ésta es una limitante muy seria para
poder hacer análisis que pretenden considerar las condiciones socioeconómicas de que provienen
los jóvenes, vivan aún o no con sus padres. Así por ejemplo, con la ENJ 2005 no puede conocerse
el nivel educativo, la ocupación, ni ninguna otra característica de los padres de los jóvenes que ya se
han independizado. Asimilar el status socioeconómico de hogares recién conformados y hogares
ya consolidados (ambos con jóvenes), puede sesgar de manera determinante el análisis.
13
Asociar la “deficiencia educativa” con menos de 12 años educación formal no es un criterio arbitrario,
sino que se basa en distintos estudios previos que han destacado la trascendencia e impacto sobre
las condiciones de vida futura de contar con este nivel. La cepal, por ejemplo, ha determinado
que en la mayor parte de América Latina poseer educación secundaria completa (preparatoria en
el caso de México) constituye el umbral mínimo necesario para salir de la pobreza (cepal, 2004).
Por otra parte, Schkolnik (2005) también destaca la relevancia de este nivel, al señalar que no sólo
resulta clave para alcanzar una más adecuada inserción en el mundo del trabajo, sino también para
Deficiencia educativa
obtener las habilidades generales que permiten asegurar las capacidades mínimas para poder seguir
aprendiendo a lo largo de la vida laboral. Finalmente, en un estudio previo sobre jóvenes en Argentina
(Saraví, 2002), también encontramos que los 12 años de educación marcaban una profunda fractura
en las oportunidades futuras tanto en términos de ingresos como de condiciones laborales.
señalar que, como era de esperar, se observa una fuerte asociación entre la edad y la
permanencia en el sistema educativo, la cual es más evidente aún entre las mujeres;
a menor edad mayor probabilidad de ser estudiante.
Cuadro 2.5
Regresión logística sobre la condición de estar estudiando.
México, áreas urbanas (logaritmos naturales)
Hombres Mujeres
B Std.Error B Std.Error
Constante -0.545 * 0.002 -0.676 * 0.002
Grupos de edad
15 a 19 años 1.530 * 0.003 1.813 * 0.003
20 a 24 años 0.633 * 0.002 0.742 * 0.003
Status familiar
Unido/a -1.767 * 0.007 -1.532 * 0.005
Separado/a Divorciado/a -1.921 * 0.014 -1.337 * 0.007
Casado/a -1.097 * 0.005 -1.806 * 0.005
Maternidad / Paternidad
Con hijos -0.768 * 0.004 -1.142 * 0.003
Status residencial
Casa propia -1.172 * 0.004 -0.131 * 0.004
Casa de otros -0.501 * 0.003 -0.389 * 0.003
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Nivel de significancia estadística: * p < 0.01, ** p < 0.05
Categorías de referencia: Grupos de edad (25 a 29 años), Status familiar (soltero), Maternidad/Paternidad
(sin hijos), Status residencial (casa de los padres).
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Ahora bien, más allá de esta primera relación, resulta interesante detenerse sobre el
efecto “determinante” que adquieren las variables referidas a la condición familiar
y residencial, aun controlando por grupos de edad. Haber pasado por una unión
conyugal (todavía vigente o ya disuelta, formal o consensual), tiene un muy fuerte
efecto negativo sobre la probabilidad de permanecer en la escuela. En este contex-
to, sin embargo, el coeficiente más alto en el caso de los hombres corresponde a
la condición de separado o divorciado, mientras que en las mujeres corresponde al
status de casadas (en ambos casos además, mostrando diferencias significativas con
los coeficientes correspondientes en el género opuesto). Puede sugerirse que el estar
casado/a formalmente implica para las mujeres un mayor compromiso con respon-
sabilidades del hogar y la vida familiar, que obstaculiza las posibilidades de estudiar.
En cambio, cuando la pareja se disuelve parecen ser los hombres quienes encuentran
mayores dificultades para poder estudiar, y las mujeres mejores posibilidades que
en la situación de casadas. ¿Representa la unión conyugal (particularmente de tipo
formal) una mayor renuncia de expectativas y proyectos personales para las mujeres
que para los hombres? Volveremos sobre esto más adelante.
Una interpretación similar puede desprenderse de los coeficientes referidos a la
presencia de hijos. Para ambos géneros, tener hijos se asocia con una menor probabi-
lidad de estar estudiando en relación con aquellos que aún no los tienen. Puede supo-
nerse que los hijos implican nuevas responsabilidades que hacen más difícil continuar
estudiando; sin embargo, puede observarse que esta dificultad es mucho mayor para
las mujeres que para los hombres. Puede sugerirse que lo que los datos señalan es que
es mucho más difícil estudiar para una joven madre, que para un joven padre.
Algo similar, pero en la dirección contraria, ocurre en relación con el status re-
sidencial. En ambos géneros, y cualquiera sea la condición de residencia, vivir fuera
de la casa de los padres disminuye la probabilidad de seguir estudiando. Sin embargo,
el efecto negativo de la independencia residencial (vivir en casa propia) es mucho
mayor entre los hombres que entre las mujeres. Las interpretaciones no son sencillas
en este caso, y requieren de mayor examen; no obstante, resulta plausible sugerir que si
bien dejar el hogar de los padres para pasar a vivir de manera independiente, supone
asumir nuevas responsabilidades y tareas para ambos géneros, este cambio es (o es
sentido como) mayor para los hombres que para las mujeres. ¿Se debe a que en el
hogar de origen los hombres tienen menos responsabilidades que las mujeres en
las tareas familiares y del hogar? ¿La independencia residencial implica mayores res-
ponsabilidades para un hombre que para una mujer, idea expresada en la percepción
tradicional de que “el hombre debe mantener la casa”? Las entrevistas, y su análisis
en el próximo capítulo, nos ayudarán a profundizar sobre estas ideas.
En síntesis, el análisis de los resultados obtenidos a partir de esta regresión nos
permite concluir que efectivamente entre los jóvenes la unión conyugal, la materni-
dad/paternidad y la independencia residencial se asocian con menores probabilidades
de continuar estudiando en relación con quienes permanecen solteros, sin hijos, y
viviendo con sus padres (con independencia de la edad). Ahora bien, dentro de este
panorama general se observa que los costos (o dificultades) para estudiar, asociados
con la transición familiar (unión formal e hijos), son más altos para las mujeres,
mientras que los asociados con la transición residencial (casa propia) son más altos
para los hombres, en ambos casos en términos relativos entre géneros.
Este primer análisis señala cierta incompatibilidad entre esferas privadas de la
transición a la adultez y la permanencia en la escuela, con lo cual podemos comenzar
a fortalecer la hipótesis respecto a que transiciones tempranas tenderán a asociarse
con niveles educativos más bajos y/o deficientes. Efectivamente, en todos los grupos
de edad y en ambos géneros, el porcentaje de jóvenes solteros, sin hijos, y viviendo en
el hogar paterno, es significativamente mayor entre aquellos sin deficiencia educativa
(véanse Gráficas 2.11 y A.2.1). Sólo a modo de ejemplo, consideremos a las mujeres
en el grupo de edad mayor, es decir de 25 a 29 años. Concentrándonos sobre este
grupo, las gráficas muestran que entre las que no presentan deficiencia educativa,
44.9% permanecen solteras, 48.2% aún no tienen hijos, y 43.2% continúan vivien-
do con sus padres. Pero cuando nos detenemos en las que sí presentan deficiencia
educativa, estos mismos porcentajes descienden dramáticamente; así sólo 27.0%
son solteras, el 23.0% no han tenido hijos, y 27.0% viven con sus padres. Dicho en
otros términos, la proporción de mujeres de 25 a 29 años que han pasado por cada
uno de estos eventos (unión conyugal, maternidad, abandono del hogar) se eleva
de 2 cada 4 entre las jóvenes sin deficiencia educativa, y 3 cada 4 entre aquellas con
deficiencia educativa.
Si consideramos a las mujeres del grupo de edad más joven (15 a 19 años), las
diferencias resultan aún más sorprendentes. Entre las adolescentes sin deficiencia
educativa, sólo 3.0% están unidas conyugalmente (o han pasado por una unión), me-
nos de este porcentaje tienen al menos un hijo, y poco más del 10.0% abandonaron
el hogar de origen. Cuando observamos lo que sucede entre las adolescentes que no
han completado 12 años de educación o que tienen un rezago educativo importante,
estos porcentajes se disparan a poco más de 19.0% en los dos primeros casos y cerca
de 30.0% en el tercero. Es decir, mientras los eventos que marcan las transiciones
familiar y residencial son prácticamente desconocidos (o muy poco frecuentes) entre
las adolescentes sin deficiencia educativa, al menos 1 de cada 5 adolescentes mujeres
con deficiencia educativa han experimentado ya cada uno de estos tres eventos.
En el Apéndice se presentan las mismas gráficas para los hombres (véase Gráfica
A.2.1),14 las cuales permiten observar que entre estos últimos se repiten las mismas
tendencias, es decir una mayor proporción de transiciones tempranas entre aquellos
14
En el caso de que ambos géneros muestren tendencias similares, he optado por integrar en el capítulo
las gráficas de sólo uno de ellos, y presentar los correspondientes al otro género en el Apéndice
a efectos de hacer más ágil la lectura. Si bien puede ser interesante detenerse sobre el valor de los
Gráfica 2.11
Porcentaje de mujeres que permanecen solteras, sin hijos, y viviendo en el hogar
de origen, por grupos de edad y deficiencia educativa. México, áreas urbanas, 2000
Solteras
Sin hijos
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Se considera deficiencia educativa menos de 12 años de
educación entre quienes ya abandonaron la escuela y rezago de un nivel, entre quienes aun estudian.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
GráficA 2.12
Edad a la primera unión según género y deficiencia educativa.
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Hombres
Mujeres
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Se considera deficiencia educativa menos de 12 años de
educación entre quienes ya abandonaron la escuela, y rezago de un nivel, entre quienes aún estudian.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Gráfica 2.13
Edad al nacimiento del primer hijo según deficiencia educativa y género.
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Sin deficiencia
Sin deficiencia educativa
educativa
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Se considera deficiencia educativa menos de 12 años de
educación entre quienes ya abandonaron la escuela, y rezago de un nivel, entre quienes aún estudian.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Educación de la madre
16
Consideramos transiciones tempranas aquellas en las cuales los eventos mencionados (unión con-
yugal, maternidad / paternidad, y abandono del hogar) ocurren antes de los 20 años en las mujeres
y antes de los 22 en los hombres.
17
Las otras dos categorías que no se incluyeron en este análisis son: madres con primaria completa
y madres con preparatoria completa.
Cuadro 2.6
Porcentaje de Jóvenes que experimentaron tempranamente las transiciones familiar
y residencial según educación de la madre. México,
áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Primaria Secundaria Superior
incompleta completa completa
HOMBRES
Unión conyugal
Antes de los 22 años 21.5 15.6 7.6
Entre los 22 y 25 años 22.1 9.4 8.8
Nacimiento del primer hijo
Antes de los 22 años 16.0 13.9 5.2
Entre los 22 y 25 años 11.3 14.3 5.7
Abandono del hogar de origen
Antes de los 22 años 24.6 27.2 7.0
Entre los 22 y 25 años 10.8 8.1 18.4
MUJERES
Unión conyugal
Antes de los 20 años 32.3 12.7 10.5
Entre los 20 y 25 años 30.2 29.1 27.7
Nacimiento del primer hijo
Antes de los 20 años 25.0 10.5 4.1
Entre los 20 y 25 años 35.2 27.9 25.8
Abandono del hogar de origen
Antes de los 20 años 26.4 22.1 22.1
Entre los 20 y 25 años 21.7 25.1 50.1
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
transiciones menos compulsivas. Ahora bien, la pregunta que emerge es cómo po-
demos definir una atmósfera del hogar como “hostil” o “contenedora”.
En términos generales podemos decir que el predominio de conflictos y el uso
de la violencia para su resolución en el seno de la familia, la falta de comunicación
entre sus miembros, o un exceso de autoritarismo en la relación entre padres e hijos,
son atributos que distintos estudios han asociado con situaciones problemáticas o
desventajas psicológicas y sociales durante la juventud-adultez. Las variables que
incluimos en el análisis se refieren precisamente a estos aspectos, y ellas son:
Sobre la base de estas variables podemos caracterizar una atmósfera hostil como
aquella predominante en los hogares en los cuales las respuestas de los jóvenes se
orientan hacia la primera de las opciones posibles en cada caso; es decir donde los
conflictos se resuelven con algún tipo de violencia, los padres no utilizan el diálogo
como recurso, los hijos no tienen comunicación con ninguno de sus padres, y definen
como mala su relación con ellos. Una atmósfera contenedora se caracterizaría por la
situación opuesta. Resulta evidente que estos dos tipos de atmósferas del hogar tien-
den a coincidir con estilos de parentalidad contrastantes. Retomando la clasificación
de Baumrind (1991) una atmósfera hostil puede asociarse con un estilo autoritario de
parentalidad, caracterizado por un importante control coercitivo y un uso limitado
de la comunicación, mientras que una atmósfera contenedora nos acercaría a un
estilo de parentalidad de tipo autoritativo en el que se minimiza el uso de la coerción,
dando prioridad al intercambio verbal y la comunicación racional.
Los resultados obtenidos a partir de nuestro análisis tienden a confirmar la hipó-
tesis enunciada más arriba, aunque con algunos matices sobre los que cabe detenerse.
En primer lugar resulta evidente a partir de las gráficas presentadas a continuación,
que los jóvenes provenientes de hogares en los que predominan atributos de una
atmósfera hostil tienden a experimentar más tempranamente los eventos transicio-
nales analizados (véanse gráficas 2.14 y 2.15). Esta situación es particularmente clara
en el caso de las mujeres, y sobre todo en lo referido a la primera unión conyugal y
al abandono del hogar de origen. Veamos algunos ejemplos.
Gráfica 2.14
Edad al experimentar los eventos de transición según atmósfera familiar.
México, áreas urbanas (mujeres, cohorte 1971-1974)
Primera unión
Prime hijo
Gráfica 2.15
Edad al experimentar los eventos de transición según atmósfera familiar.
México, áreas urbanas (hombres, cohorte 1971-1974)
Primera unión
Prime hijo
18
Sobre este tema volveremos más adelante, donde a través del uso de regresiones podremos tener
una mejor aproximación a estas diferencias.
19
En este caso, y dada la tendencia secular a que los hombres sean padres a edades más avanzadas que
las mujeres, las diferencias asociadas con la atmósfera del hogar se perciben más claramente si se
considera los porcentajes de quienes tuvieron su primer hijo antes de los 25 años y no simplemente
durante la adolescencia.
asociación importante con la salida del hogar, al igual que con los eventos anteriores,
el uso de violencia para resolver problemas familiares y la ausencia de comunicación
con ambos padres emergen como las variables más significativas. Entre los hombres,
las disparidades son menos evidentes, aunque no dejan de ser consistentes con nuestra
hipótesis. Un rasgo particular con relación a la salida del hogar, y que lo diferencia de
los otros eventos considerados, es que el efecto de la atmósfera del hogar se deja sentir
fundamentalmente a edades muy tempranas, perdiendo importancia a partir de los
veinte años. Dicho en otros términos, los datos sugieren que una atmósfera hostil en
el hogar tiende a expulsar a una proporción importante de sus miembros adolescen-
tes, e incluso niños, mientras que esta atmósfera hostil tiende a no ser relevante para
abandonar el hogar de origen entre jóvenes mayores. Es decir pareciera que es sobre
la niñez y adolescencia cuando los aspectos negativos del clima familiar ejercen mayor
influencia, asociándose con que muchos de ellos abandonen el hogar. Pero si no lo
hacen en ese momento, luego la atmósfera del hogar pierde fuerza (o los jóvenes se
hacen indiferentes a la hostilidad o contención que brinde el hogar) en su asociación
con una mayor propensión a abandonar el hogar. Así por ejemplo, mientras la atmós-
fera del hogar se asocia con importantes diferencias en los porcentajes de jóvenes que
abandonan el hogar durante la niñez y adolescencia, no hay ninguna asociación entre
un clima hostil o contenedor y el abandono del hogar entre los 20 y 24 años.
En síntesis, la atmósfera del hogar emerge de este análisis como una variable con
una fuerte asociación con la temporalidad de las transiciones familiar y residencial. Las
jóvenes mujeres parecen ser más afectadas que los hombres, y si bien todos los rasgos
de “hostilidad” considerados se muestran consistentes con eventos transicionales a
edades más tempranas, el uso de algún tipo de violencia en la resolución de conflictos
y la falta de comunicación con los padres emergen como los más significativos. En el
caso de los hombres a estos dos aspectos se suma la percepción de que la relación con
los padres es mala como un factor de igual peso que los anteriores. Si bien la forma
de reacción de los padres ante un mal comportamiento de los hijos es la variable que
se asocia con disparidades menos amplias, no dejan de ser destacables las diferencias
que se observan. Debemos tener en cuenta que se trata de un aspecto cuya posible
vinculación con eventos transicionales a edades más tempranas, resultaba inicialmente
menos evidente. Es un rasgo específico y propio de estilos de parentalidad contras-
tantes y su posible asociación con la unión conyugal, la maternidad/paternidad, y el
abandono del hogar parecía menos plausible y directa. Sin embargo, los resultados
obtenidos hasta aquí muestran que el uso o la ausencia de diálogo en el ejercicio de
la autoridad paterna parecen asociarse con eventos transicionales más tempranos, lo
que sugiere la necesidad de profundizar en la asociación entre estilos de parentalidad
y los procesos de transición a la adultez.
El análisis presentado en los puntos anteriores nos brindó una primera aproximación
a la relación entre ciertos factores de riesgo y diferencias en las transiciones familiar
y residencial. A partir de dicho análisis se derivaron múltiples evidencias que sugie-
ren una tendencia a que dichas transiciones ocurran a edades más tempranas entre
aquellos jóvenes que presentan desventajas iniciales o previas, en particular bajos
niveles educativos, pertenencia a niveles bajos de la estratificación social, y, lo que
he denominado como una atmósfera familiar hostil. Sin embargo, éste es todavía
un examen preliminar, en tanto que los resultados obtenidos son poco robustos
(brindan muy poca información respecto a la fuerza y confiabilidad de la relación),
y no dicen nada acerca de la importancia relativa de cada uno de ellos ni de cómo
actúan simultáneamente (o cada uno en presencia de los otros). Estas deficiencias
son particularmente relevantes para los fines de esta investigación dado que, por
un lado, impiden valorar los distintos factores de riesgo explorados, y por otro, no
permiten identificar “fortalezas”, en el sentido que es posible que la presencia de
algunos de estos aspectos compense la ausencia de otros o disminuya el efecto de
ciertos factores de riesgo. A efectos de lograr una aproximación de mayor precisión
examinamos a continuación los resultados de un análisis de regresiones logísticas.
El análisis consistió en hacer sendas regresiones sobre la probabilidad de que
ocurran tempranamente cada uno de los eventos considerados: la unión conyugal, el
nacimiento del primer hijo y el abandono del hogar de origen. Como variables inde-
pendientes se incluyeron los factores de riesgo examinados en los puntos anteriores,
es decir la deficiencia educativa, el nivel de educación de la madre, y cada una de las
variables que caracterizan la atmósfera del hogar. El universo considerado fueron los
Cuadro 2.7
Regresión logística sobre transiciones tempranas.a
México, áreas urbanas (razones de momios)
(Continuación)
Cuadro 2.7
Regresión logística sobre transiciones tempranas.a
México, áreas urbanas (razones de momios)
a
Nota: Transiciones tempranas: en mujeres antes de los 20 años, en hombres antes de los 22 años.
Areas urbanas con más de 15 000 habitantes. Categorías de referencia: Educación (sin deficiencia),
Educación de la madre (primaria completa), Resolución de conflictos (sin violencia), Recurso de los
padres (diálogo), Comunicación con los padres (con ambos), Relación con los padres (buena). Nivel
de significancia estadística: * p < 0,01; ** p < 0.05.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
el Cuadro 2.7 nos permiten refinar esta relación. En términos generales, este análisis
nos permite agregar tres observaciones: a) la deficiencia educativa aparece como el
factor de mayor peso y sustancialmente más significativo de todos los considerados;
b) su efecto sobre las transiciones es más fuerte entre las mujeres que entre los hom-
bres; y c) su asociación es significativamente más fuerte en relación con transiciones
más tempranas en la esfera familiar (unión conyugal y primer hijo) que residencial
(abandono del hogar paterno). Dado que las mujeres tienden a experimentar estos
eventos más temprano que los hombres, ellos pueden ocurrir en etapas en que las
jóvenes se encuentren (potencialmente) aún en la escuela. Es decir que en el caso
de las mujeres la incompatibilidad entre la educación y los eventos transicionales,
principalmente familiares, es más fuerte porque tienden a superponerse en el tiempo;
la decisión o imposibilidad de realizar una u otra cosa (estudiar o iniciar una familia)
resulta más evidente. Así, las mujeres con deficiencia educativa tienen una probabili-
dad cinco veces mayor de experimentar la primera unión conyugal tempranamente
que aquellas sin deficiencia educativa, y seis veces mayor de ser madres temprana-
mente; en cambio, en el caso de los hombres la deficiencia educativa incrementa
estas probabilidades en aproximadamente tres veces y media.
El efecto de la deficiencia educativa sobre el abandono del hogar es mucho
menos notorio en ambos géneros, lo cual puede deberse (entre otras razones) a que
muchos jóvenes abandonen su hogar precisamente para continuar estudiando y/o
que jóvenes que ya han abandonado la escuela no sientan la necesidad o el interés
de dejar de vivir con sus padres.20 Más allá de las razones, lo cierto y significativo es
que, por un lado, la asociación del nivel educativo de los jóvenes con un abandono
temprano del hogar es mucho más débil que su asociación con los otros dos even-
tos considerados, y por otro lado, que existen factores de riesgo, particularmente
vinculados a la atmósfera del hogar, que tienen mayor incidencia que la educación
sobre un abandono temprano del hogar.
Respecto al nivel educativo de la madre (o nuestra variable proxi para el nivel
socioeconómico), se observa nuevamente una relación bastante clara y directa. En
términos generales, los resultados tienden a confirmar que mayores niveles educativos
de la madre se asocian con menores probabilidades de experimentar transiciones
tempranas. En este caso no se observan diferencias sustanciales entre hombres y
mujeres, pero al igual que la deficiencia educativa, su efecto es más importante sobre
los eventos de la transición familiar que sobre el abandono del hogar, el cual parece
ser levemente más indiferente a un determinado estrato social.
20
Sobre este aspecto véase el próximo capítulo, en el cual planteamos que muchas jóvenes inician el
proceso de independencia y autonomía sin abandonar el hogar de origen.
parte de los padres en la relación con sus hijos tiene un efecto similar; cuando no
se utiliza el diálogo, las probabilidades de transiciones tempranas se incrementan
sensiblemente.
Los valores obtenidos para las otras variables no fueron estadísticamente signifi-
cativos, por lo cual no podemos juzgar su efecto, excepto en lo referido al abandono
del hogar donde algunos de los resultados son estadísticamente confiables. Lo in-
teresante sobre este último evento reside precisamente en la alta sensibilidad que se
observa en el caso de los hombres respecto a los factores de riesgo vinculados con la
atmósfera del hogar. Efectivamente, los atributos asociados con una atmósfera hostil
aumentan de manera muy significativa las probabilidades de un abandono temprano
del hogar. El fuerte peso de estos factores asociados con el clima de las relaciones
intrafamiliares en la transición residencial de los hombres resulta particularmente
evidente si consideramos que las cuatro situaciones de hostilidad arrojaron valores
superiores al efecto de la educación de los jóvenes, la cual se había manifestado
como la variable de mayor peso en todas las situaciones previamente examinadas.
La variable con mayor efecto es nuevamente el uso de algún tipo de violencia en la
resolución de problemas familiares, lo cual más que duplica las probabilidades de
un abandono del hogar antes de los 22 años.
Ahora bien, que nos permiten agregar a estas observaciones los resultados del
segundo modelo de regresiones logísticas, es decir cuando todas las variables fueron
introducidas simultáneamente. Lo más significativo es que todas las variables dimi-
nuyeron levemente su efecto, pero al mismo tiempo mantuvieron la tendencia ob-
servada individualmente. Sobre la tendencia a la disminución del efecto en el modelo
multivariado pueden hacerse tres comentarios. El primero es que esta diminución es
mínima en el caso de la educación de los jóvenes, lo cual significa que los factores
considerados no logran compensar el efecto de la deficiencia educativa, que continúa
siendo una variable con una asociación muy fuerte con transiciones tempranas.
El segundo es que en el caso de la atmósfera del hogar, estas variables sí parecen
verse afectadas por las demás, así como por ellas mismas. Tomemos simplemente un
ejemplo: las mujeres sin comunicación con sus padres tenían 2.8 veces más probabili-
dades de ser madres tempranamente, pero si controlamos por su nivel de educación,
el de su madre, y las otras variables del hogar, su efecto desciende a un incremento
de 2.0 veces (el mismo ejercicio puede aplicarse a otras variables). Lo que esto nos
sugiere es que efectivamente existe un efecto de acumulación de desventajas. Cuando
se acumulan factores de riesgo, los efectos sobre las transiciones son mayores; o dicho
en otros términos, el efecto de un factor de riesgo (supongamos no comunicación
con los padres) puede ser compensado o disminuido si ocurre en jóvenes donde las
21
Me interesa destacar este punto, pues así como en algún momento en los estudios sobre pobreza
se exageró la disponibilidad de recursos o activos por parte de los pobres, depositando en ellos la
capacidad (responsabilidad) para salir de tal situación, percibo hoy una tendencia similar con la idea
de fortalezas que tiende a responsabilizar a las familias por ciertos problemas o por su incapacidad
para subsanarlos exitosamente.
tienden a afectar con mayor fuerza la transición familiar en el caso de las mujeres,
y la transición residencial en el caso de los hombres. Dicho en otros términos, y
poniendo más énfasis en la centralidad de este problema, los datos sugieren que
una atmósfera hostil en el hogar tiende a expresarse principalmente en uniones
conyugales y maternidad más temprana entre las mujeres, pero en el caso de los
hombres estos mismos factores de riesgo tienden a traducirse con más fuerza
en transiciones residenciales tempranas. Como veremos en el próximo capítulo,
estas diferencias se asocian con las distintas oportunidades de hombres y mujeres;
mientras para estas últimas una de las pocas alternativas socialmente aceptadas
para abandonar el hogar de sus padres es la unión conyugal, en el caso de los
hombres se presenta también la posibilidad de migrar, lo cual, como veremos,
no sólo es socialmente aceptado sino en ocasiones estimulado.
e) Finalmente y siguiendo en esta misma línea, las variables asociadas con la at-
mósfera del hogar presentan algunos matices en relación con ambos géneros.
El rasgo a destacar es el contraste en la variable de más peso. La falta de co-
municación con ambos padres aparece entre las mujeres como el atributo de
las relaciones intrafamiliares con mayor efecto, mientras que en el caso de los
hombres la violencia en la resolución de conflictos adquiere el primer lugar. No
tenemos interpretaciones claras sobre esta diferencia, pero podría sugerirse una
mayor indiferencia de los hombres respecto a las relaciones con sus padres, y
en cambio un mayor involucramiento en situaciones familiares conflictivas con
uso de violencia.
En este apartado final pretendo retomar muy brevemente algunas de las ideas más
importantes que se desprenden del análisis previo. De manera muy esquemática
ellas se refieren por un lado a las tendencias que se han observado en el transcurso
de las últimas décadas en relación con las transiciones familiar y residencial, y por
otro, a los factores de riesgo y desventaja que se asocian con estas transiciones. En
conjunto, los hallazgos referidos a estos dos temas nos permiten armar un argumento
interpretativo respecto a los procesos sociales en que se inserta la transición a la
adultez en sus esferas privadas.
En el transcurso de las últimas décadas se observa una postergación o retraso en
el calendario de los eventos que marcan las transiciones familiar y residencial entre
los jóvenes del México urbano. Si bien en líneas generales (y en particular en lo que
respecta a edades muy tempranas) la postergación de estos eventos puede rastrearse
desde mediados del siglo pasado, esta tendencia se ha manifestado de manera más
clara en el transcurso de los últimos veinte años. Aún así, principalmente la unión
conyugal, pero también el nacimiento del primer hijo y la salida del hogar de
origen, continúa ocurriendo tempranamente en términos relativos. Además, con
ciertos matices, esta postergación no se ha asociado con una fragmentación y dis-
tanciamiento en el tiempo de estos eventos, sino que la simultaneidad es un rasgo
predominante.
La dimensión de género constituye un determinante clave de contrastes muy
significativos en el comportamiento de estas tendencias. Las mujeres continúan
experimentando todos estos eventos a edades más tempranas que los hombres.
Aun cuando ha sido precisamente en las mujeres en quienes la postergación de la
transición familiar y residencial fue más sostenida y pronunciada en el caso de los
hombres el envejecimiento del calendario de la transición familiar y residencial es
mucho menos significativo y más incipiente.
Esta postergación en el calendario no ha sido sin embargo homogénea y armo-
niosa. Lo que se observa es que efectivamente en promedio los eventos explorados
ocurren a una edad mayor, pero al mismo tiempo también se aprecia que el porcentaje
de jóvenes que viven transiciones tempranas no ha cambiado sustancialmente. Cerca
de un 40.0% de las jóvenes de hoy al igual que las de por lo menos dos décadas
atrás continúan experimentando la unión conyugal, el nacimiento de su primer hijo,
y el abandono de su hogar de origen antes de los 21 años. Según datos del informe
La infancia cuenta en México, 2006, el porcentaje de adolescentes de 15 a 17 años que
ya eran madres fue de 5.7% en el año 2000 y descendió a 5.3% en 2005. Esto nos
Introducción
103
Abandonar el hogar de los padres constituye un evento central del proceso de tran-
sición a la adultez. Representa un momento de quiebre en el curso de vida que se
asocia con el logro de la independencia, y la consiguiente necesidad de reestructurar
la vida cotidiana. La independencia residencial significa simultáneamente asumir
nuevas responsabilidades, restablecer lazos afectivos, enfrentar experiencias iniciá-
ticas y resignificar el mundo de la vida. No se trata simplemente de una mudanza
de espacio (aunque éste no es un aspecto menor), sino de un punto crucial en la
construcción y reafirmación de la individualidad. La centralidad del abandono del
hogar en el tránsito hacia la adultez, reside en ser un evento que empuja hacia una
reconstitución del yo y de la realidad social.
¿Y cómo fue la experiencia de vivir solo? Muy agradable. Sí, para mí fue muy, muy agra-
dable; al principio sí un poco distinta porque después de tantos años junto con la
familia… y de repente estás solo o sea… Pero, ¿te hizo crecer el vivir solo? Sí, sí, desde
luego, sí, sí, porque anterior este yo no tenía digamos tantas necesidades, así de ahora
necesito esto, ahora necesito… Estando solo sí las tienes que tener porque si no, no
vas a sobrevivir. Entonces sí, en esa parte sí. Desde cocinarte hasta… Sí exacto ¿no?
Desde cocinarte, hasta incluso de manera personal, tener las cosas más en orden,
si antes a lo mejor aquí pus mi mamá me lavaba y demás, pues ahora yo tenía que
lavar y eso implica que entonces yo tengo que cuidarme más, yo no me puedo…
Pero eso te hace que te ordenes, te hace que… bueno, ya empiezas a tener incluso
otra perspectiva de la vida. (Entrevista 16: Diego, 29 años)
¿Y cuándo piensas irte de tu casa o nunca se te ha ocurrido? Sí, ahora que compraron mis
papás un terreno se van a ir, creo que en una semana [… ] Pus yo no, yo ya no pienso
irme con ellos, ya pienso vivir solo [… ] Sí, pus no, mejor me voy a ir a rentar un
cuarto solo y ya tengo el cuarto. ¡Ah! ¿ya lo tienes? Sí, ahí es a un lado de unos com-
pañeros con los que me iba a tomar, me voy a vivir a una casa de ellos; al señor [el
casero] lo conozco y pus me dice “pus órale vente para acá”, pus me voy a ir a rentar
ahí, me sale más barato. ¿Cuánto? Doscientos [pesos] al mes. ¿Y no crees que todavía
estas chavo [para vivir solo], si tienes dieciocho años? Pues sí, pero pus como que ya, ya no
me está gustando vivir con mis papás, ya como que me quiero independizar yo.
Será porque pus ya como que… yo quisiera ya enseñarles a mis papás que estando
yo solo también puedo hacer cosas. (Entrevista 13: Leo, 18 años)
una nueva forma de ser, otra perspectiva de la vida. Es simultáneamente una despedida y
un encuentro.
No se trata, sin embargo, de un proceso sencillo ni homogéneo, y menos aún
exento de riesgos. Es un proceso incierto y complejo que implica negociaciones,
con oportunidades y restricciones, en el que intervienen además del propio actor,
su familia de origen, y mutuos deseos, constreñimientos, normas sociales y valores
culturales, e innumerables acontecimientos vinculados a las características de la inte-
racción al interior del hogar de origen. La complejidad de este proceso se acentúa aún
más si tenemos en cuenta que las variables antes mencionadas asumen especificidades
propias asociadas con la condición de género. Es decir, más allá de las tendencias
generales y de los problemas comunes, existen múltiples maneras de experimentar
la transición residencial, lo cual se asocia a uno de nuestros supuestos teórico-me-
todológicos iniciales (planteado en el primer capítulo) respecto a la dualidad de la
juventud como concepto abstracto y como experiencia del curso de vida. Con esta
perspectiva de análisis nos concentraremos sobre cuatro aspectos que servirán como
disparadores para desmenuzar la complejidad de este proceso.
El primer tema consiste en preguntarnos por el inicio de la independencia resi-
dencial. ¿Es efectivamente el hecho (fáctico) de abandonar la casa de los padres lo
que marca la independencia residencial? El análisis de las entrevistas nos ha permitido
ver que este proceso puede iniciarse antes. El segundo punto consiste en profundizar
sobre uno de los hallazgos que emergieron en el capítulo anterior: la simultaneidad
de eventos. A pesar de ser una pauta general, las entrevistas permiten visualizar tanto
las percepciones y experiencias que se encuentran detrás de esta simultaneidad, como
los matices que pueden encontrarse, principalmente asociados con la condición de
género. Luego examinaremos algunos de los factores que de manera más recurrente
se asocian con la salida del hogar. Este análisis nuevamente nos permitirá dar sentido
a algunas de las asociaciones que emergieron en el capítulo previo, al plantear que el
abandono del hogar paterno, particularmente a edad temprana, lejos de explicarse
por decisiones de los actores se asocia con factores expulsores. Finalmente, en un
último punto nos detendremos sobre la familia extensa. En particular nos interesa
destacar lo que podríamos llamar el lado oscuro de la familia extensa, deteniéndonos
sobre los conflictos y percepciones subyacentes en la supuesta valorización y bon-
dades de la familia extensa en la cultura mexicana. Esperamos que a través del análisis
de estos aspectos comencemos a tener una pintura más transparente del proceso de
transición residencial y sus riesgos en sectores populares urbanos.
¿Y qué hacías con lo que ganabas? Le daba gasto a mi mamá. ¿Es costumbre hacer eso, darle
una parte a la mamá? Este… pues no costumbre, sino ver que si no alcanza el dinero
o sea también poner algo de tu parte, porque pues como dice mi mamá uno duer-
me, come y cena ahí… o sea, también debe algo de su parte. Pues yo sí le daba a
mi mamá, no era mucho lo que ganaba pero mitad para mi mamá y mitad para mí:
que ya zapatos, que ropa o equis cosa, así pues ya ahí se iba el dinero. (Entrevista
12: Laura, 19 años)
Con ese dinero pus me medio vestía porque pus ya estaba… ahí empezaba como
que la crisis ¿no? para mí, porque pus ya este… ya no me alcanzaba mucho o sea…
y como ya no me daban ellos dinero pus ya era nada más con lo que yo recibía. ¿Era
como que ya no te consideraban tan chica? No, pero mi mamá decía que… este que pus
a partir de que uno trabajaba ya tenía uno que solventar su gasto, entonces de eso
poco que sacaba le daba a mi mamá. (Entrevista 15: Dalma, 28 años)
¿Y cómo distribuyes tu ingreso? Ahora sí que así como me llega mi quincena en darle
su gasto a mi madre, que estoy en una tanda, doy mi tanda quincenal y lo demás lo
gasto ahora sí que en mi uso personal, calzado, ropa, no sé cualquier cosa que se me
antoje, me voy con mi novia al cine, o sea trato de disfrutar mi dinero al máximo
porque por eso lo gano. (Entrevista 6: Pablo, 20 años)
comida que comparten al vivir con sus padres, y que les generarían gastos que debe-
rían afrontar si vivieran de manera independiente. Este arreglo económico, al que se
le denomina el gasto, reequipara y coloca en un punto de equilibrio las relaciones de
poder entre padres e hijos. Dar el gasto no es lo mismo que vivir en una casa prestada,
pero tampoco es lo mismo que rentar una casa. El gasto es una situación suigeneris
que, como señalábamos al inicio de este apartado, pone en evidencia el inicio de la
transición residencial y, en sentido figurado, insinúa el abandono del hogar.
Dar para el gasto no es, sin embargo, la única alternativa para resolver esta tensión.
Aún queda la aceptación de la dependencia. Cuando se le preguntó a Ignacio acerca
de sus posibilidades de independizarse, claramente hizo notar que para continuar
estudiando necesitaba de su madre, y aceptar su dependencia: “No, ahorita en este
momento no porque no trabajo; como te digo, la verdad es que sí [me gustaría]…
aunque tengo dinero, un poco, guardado… pero sí, necesito de mi mamá ¿no?, que
es la que trae el gasto a la casa” (Entrevista 8: Ignacio, 19 años).
Esta aceptación significa al mismo tiempo una re-afirmación de la autoridad
paterna y una subordinación de los hijos a las reglas que rigen en la casa. Está claro,
como dejan ver las citas que se transcriben a continuación, que los hijos no tienen
mucho espacio de participación en la definición de estas reglas. Es decir, estas per-
cepciones y supuestos que rigen las relaciones entre padres e hijos en determinado
momento del ciclo familiar, resultan complementarias de la primacía de un modelo
autoritario de organización familiar.
En otros términos, al indagar sobre estos aspectos comienzan a iluminarse algu-
nas aristas de lo que ha sido llamado la caja negra de las relaciones intrafamiliares;
protegidas del observador externo por su pertenencia al espacio privado, se impidió
por mucho tiempo ver con claridad cuán limitada era la extensión de relaciones y
pautas de convivencia democrática. El análisis de las relaciones intergeneracionales
al interior del hogar permite, como en su momento lo hicieron y aún lo hacen los
estudios de género, poner de manifiesto cómo las relaciones intrafamiliares pueden
estar profundamente permeadas por relaciones de subordinación y dominación.
A lo largo de este capítulo irán emergiendo nuevas y claras referencias a este
aspecto oculto de las relaciones entre padres e hijos; por el momento cedamos la
El gasto aplica generalmente sólo para hijos e hijas solteros/as. La convivencia de hijos unidos con-
yugalmente en la casa de sus padres plantea una situación diferente. Como veremos en un próximo
punto la relación de poder nuevamente se inclina a favor de los padres, quienes se colocan en la
posición de dador frente a hijos que aun son receptores. Sin ahondar más en un tema que trataremos
más adelante, la percepción de estos jóvenes respecto a que sus padres los “ayudan” y que ellos son
“arrimados”, refleja este nuevo (des)equilibrio de poder en la relación intergeneracional.
palabra a Inés y Lupita, quienes luego de separarse de sus respectivos esposos re-
gresaron a la casa de sus padres, y relatan cómo tuvieron que adaptarse nuevamente
al rol subordinado de hijas que les esperaba en su hogar de origen.
Pues sí, sí es distinto porque bueno… viviendo con los padres uno tiene que pedir
permiso para todo ¿no? y ya uno en su casa pues ya no, uno tiene responsabilidades.
(Entrevista 4: Inés, 27 años)
Y pus no, o sea siempre, siempre el estar de arrimado nunca va a ser… nunca
vas a estar a gusto aquí, pus no te voy a decir que estoy cien por ciento a gusto,
porque hay veces que pues ya no, como casada, y ya al vivir aparte con un hombre,
ya al ser casada pues ya no es lo mismo, llegas y es volver a quedarte callada, ya no
puedes decir esto está bien, esto está mal. ¿Por qué? Porque eres o sea que eres otra
de las hijas y aunque estés casada pus no por eso tienes mayor… eres igual o sea.
(Entrevista 9: Lupita, 30 años)
¿Qué cosas quisieras para el futuro? Este… pues ya tener aunque sea algo ¿no? No sé,
aunque sea un cuartito, pero mío, que digamos este…, aunque sea en la misma casa
de mi mamá pero sí que sea un cuartito, ya un poquito…, ya más mis cosas, no?,
¡eh…! No sé, las primeras cosas, la estufa, algo ya, ahorita en esos cinco años pienso
yo ya independizarme, casada o sin casarme, pero ya independizarme. (Entrevista
1: Daniela, 20 años)
Ajá, sí, sí, o sea en mi casa estoy independientemente, o sea que… no nada más
me basta lo que me den en mi casa, sino que yo…, que yo me independice todas mis
cosas. ¿Vives en algún cuarto de la misma casa o tú fincaste algo? No, es un cuarto digamos
hasta la azotea y este ahí estoy yo sola con mi niño y con un primo, pero tengo mi
estufa, tengo mi… casi digamos mis muebles arriba. (Entrevista 4: Inés, 27 años)
Dentro de la casa de los padres comienza a construirse un espacio propio para los
jóvenes, aunque sea un cuartito, pero mío, en el que pueden reconocerse sus propieda-
des, ya más mis cosas, mi estufa, mis muebles. Nuevamente éste es otro mecanismo de
¿Y tú piensas que la mejor manera de salir de la casa de los padres es cuando uno forma una nueva
familia? Pues yo siento que sí, en mi caso porque como yo, te repito, soy muy depre-
sivo, el hecho de andar solo me acaba. Entonces, este… pues para mí no habría de
otra más que pus salir entre comillas bien ¿no? (Entrevista 21: Ramón, 29 años)
No, no, aquí pus luego viven los mismos… se van con sus esposas a vivir con
sus papás. No, yo no; yo digo “el día que me case pus yo me la voy a llevar a rentar
fuera, aparte”. ¿Y por qué tienes esa forma de pensar? Para evitar problemas de que algún
día lleguen a… “no pus es que están de arrimados” o x cosa y pus así viviendo yo
con mi esposa afuera, rentando, pus voy a juntar y comprarle su casita. (Entrevista
13: Leo, 18 años)
¿Te gustaría vivir sola? No, así soltera, yo soltera y en un lugar solo no, o sea tal
vez sí, a lo mejor y cuando me case, pues sí ¿no?, o sea ya. ¿No es muy común? No,
casi muchas no, casi la mayoría de las personas, de las chavas, este… pues se salen
ya cuando se casan o porque ya salieron embarazadas pues se tienen que ir a vivir
con el novio, pero pues mientras, así, no. [… ] ¿Tampoco te gustaría entonces de casada
continuar viviendo en la casa de tus padres o en la de tus suegros? No. O sea ya sería muy
aparte o sea ya no, ya ni en casa de mi mamá ni en casa de mis suegros… o sea los
dos solos y o sea ya si surgen problemas pues ya sería por nosotros no porque la
otra gente se metió, o por esto o por el otro. O sea ya sería muy aparte (Entrevista
12: Laura, 19 años).
Las citas anteriores resultan ricas en muchos aspectos (que retomaremos más ade-
lante), pero por el momento sólo me interesa detenerme en dos de ellos. Por un
lado, está presente la idea de salir bien de la casa de los padres, lo cual se asocia con
abandonar el hogar al momento de la unión conyugal. Es decir, la simultaneidad
de estos dos eventos emerge en la percepción de los jóvenes como el modelo de
transición residencial que deberían y desearían seguir. Por otro lado, las entrevistas
hacen explícito lo que no desearían ni debería suceder en este proceso.
Primero, particularmente las mujeres, pero también los hombres, no ven con
agrado el vivir solos, y más específicamente, el abandonar el hogar de origen sin
haberse “casado”. En esta percepción emerge la fuerza y la presencia que aún man-
tienen los lazos familiares entre las generaciones más jóvenes; la soledad, el apego
a la familia, y el sentimiento de que abandonar el hogar implica un debilitamiento
de vínculos familiares, se plantean como las principales razones de este rechazo al
abandono solitario del hogar. Para evitar esta aparente “orfandad” intermedia que
significaría el vivir solo, el modelo ideal sugiere pasar directamente de la familia
de origen a la nueva familia, es decir acompañar la mudanza residencial con una
mudanza familiar.
Segundo, tampoco es recomendable la situación inversa, es decir, que jóvenes
que ya se han unido conyugalmente permanezcan viviendo con sus padres. La convi-
vencia intergeneracional no parece estar exenta de conflictos que es preferible evitar.
Ambos eventos se refuerzan mutuamente: se debe abandonar el hogar de los padres
Utilizamos intencionalmente la palabra “casado”, pues incluso la unión conyugal consensual o
informal no satisface plenamente la idea de “salir bien” del hogar.
“sólo” cuando uno se casa, pero también cuando uno se casa “debería” abandonar
el hogar de los padres. Sorpresivamente, y en contraste con lo que han sugerido
muchos estudios, la familia extensa no entra dentro del modelo ideal.
Sin embargo, el modelo ideal de transición residencial que en la percepción de
los propios jóvenes deberían y desearían seguir, está plagado de excepciones. Las
experiencias de transición residencial en sectores populares muestran que salir bien
tiene un carácter más utópico que real, que es común, particularmente entre los
hombres, abandonar el hogar de origen solos antes de la unión conyugal, y que
la convivencia de la nueva pareja (familia) con los padres o suegros de uno de sus
miembros (de manera absolutamente mayoritaria siguiendo un patrón virilocal), lejos
de ser excepcional tiende a ser la norma. La condición de género vuelve a marcar
diferencias significativas en todos estos aspectos. Veamos estas excepciones con un
poco más de detalle.
Para las mujeres, la única opción para abandonar el hogar parece ser la unión
conyugal. Esto no significa que la unión siempre garantice la salida, ni que ésta sea
la única alternativa sólo por razones estructurales, sino que son factores culturales
los que principalmente reducen las oportunidades de las mujeres; así por ejemplo,
Martha nos decía que no se iba a vivir sola a Ciudad Altamirano, de donde es origi-
naria su familia y donde además ha recibido varias ofertas de trabajo que le gustaría
aceptar, porque “es muy difícil, es muy difícil vivir sola; la gente te trata muy diferente
cuando vas sola a que cuando vas con tu mamá, cuando no vives sola” (Entrevista
14: Martha, 19 años). Entre los hombres el arco de opciones se extiende un poco
más, añadiéndose a la unión conyugal la migración como otra de las vías posibles
para abandonar el hogar de origen. Nuevamente, no son sólo factores estructurales
los que presentan esta vía alternativa, sino que como veremos enseguida, también
se ocultan factores culturales detrás de la migración como mecanismo clave de la
transición no sólo residencial sino hacia la adultez entre los jóvenes varones de
sectores populares urbanos. Es decir, el modelo ideal que plantea la simultaneidad
de la transición residencial y la unión conyugal se rompe por sus dos extremos: por
un lado hay jóvenes que abandonan el hogar solos, principalmente hombres que
migran a los Estados Unidos; por el otro lado, hay jóvenes que se unen conyugal-
mente y continúan viviendo en la casa de los padres de uno u otro de los miembros
de la pareja.
En las entrevistas realizadas fue emergiendo de manera recurrente un patrón
poco explorado de transición residencial: jóvenes hombres que abandonan por
primera vez el hogar de sus padres, a edades muy tempranas, entre los 15 y 19 años,
para irse a vivir directamente a Estados Unidos, como migrantes ilegales. Las ex-
periencias de este tipo fueron múltiples durante el trabajo de campo y, en todos los
casos, además de factores expulsores en el hogar de origen (sobre los que ahora no
nos detendremos) la experiencia de la migración “ilegal” aparecía en las narrativas
de los jóvenes con un claro sentido de rito de pasaje.
Pues mi papá me decía “oye, pus ya hueles mal aquí, ya ponte a ver qué haces, pus
por allá aunque sea a lavar carros ¿no? A ver qué carajos haces por allá” [… ] Ya
después había un tiempo en que yo quise, me quise comer el mundo así mira. ¿Por
qué te fuiste a….allá? Porque yo quería tener todo, quería tener un carro, quería tener
una casa y pus ya ésa fue mi idea. Eso quería tener y ya, a fuerzas quería tener un
carro y mi segunda opción era la casa [… ] ¿Tenías experiencia, o sea conocimiento de
Estados Unidos, de gente que estuviera allá? Sí, si, porque por ejemplo estuvo mi tío pero
pus o sea… entons ya llegaba de allá y nos platicaba y uno pus alucinaba ¿no? Ah
sí!, ¿qué cosa te llamaba la atención? Pus digamos las casas ¿no? ¿Aquí? No allá, en el
estado de Puebla o sea construían las casas. Y bueno, yo decía “pus si ellos pueden
por qué yo no” o sea por eso decía ¿no? entons yo este para poderme ir pus ya
sabes que junté una lana y le pedí un poco a mi papá y sí, si, me la dio pero “pus
me la vas a pagar”… entons ya llegué allá y a los… ¿Qué edad tenías cuando te fuiste?
19 años. (Entrevista 11: Marcos, 27 años)
Sí, con la droga, entonces… o sea, yo veo que en cierta manera eso repercutió
porque cuando yo me fui a los Estados Unidos igual yo también caí en las drogas.
¿Por qué te fuiste a Estados Unidos? ¿Qué estabas haciendo en esa época cuando decidiste irte,
estabas trabajando, estabas estudiando? No, prácticamente… había dejado de estudiar…
y como yo sabía que mis hermanos estaban allá… Sí, sí, no o sea…… . o sea una,
ya no, o sea ya tenía un poco de familia más allá y que venían y que pus la verdad
venían con ropa chida o sea muchas cosas así ¿no? Cosas que a lo mejor en… aquellas
ocasiones la verdad mucha gente del barrio, que no se habían ido, no podían tener…
entonces pus yo quise experimentar a ver pus qué onda, como que yo quise, como
que pus yo era bien aventurero o sea a pesar de que mi mamá ya no vivía pus yo
digo “bueno pus qué chingados ¿no?” o sea “qué hago aquí” en cierta manera ¿no?
“voy a ver si puedo pus salir adelante allá”. Mi papá… prácticamente aquí él fue el
que me dijo “pus sabes qué onda si quieres irte pus yo te voy a echar la mano” y fue
Según datos de la Encuesta Nacional de Juventud 2005, el 3.1% de los jóvenes hombres de 15 a 29
años de edad que residen en áreas urbanas, habían migrado al menos una vez a los Estados Unidos
a trabajar o buscar trabajo.
por eso que yo me fui a los Estados Unidos. ¿Qué edad tenías Lucas? Tenía 14 años,
iba a cumplir 15 años. (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
En estas dos entrevistas aparecen ciertos elementos que se repiten en las experiencias
y percepciones tanto de Marcos como de Lucas en asociación con la migración a los
Estados Unidos. Podríamos incluso citar otras entrevistas donde estos elementos
volverían a estar presentes; sin embargo, el interés y la significación de los hallazgos
no es aquí de tipo cuantitativo, sino que consiste en iluminar conexiones de sentido
que muestran una lógica de cómo la migración se inserta en el proceso de transición
residencial (y a la adultez en general). Primer elemento, un contexto familiar que
propicia (tanto en términos positivos como negativos) la salida del hogar. Segundo
elemento, un proyecto migratorio incierto y no claramente definido. Tercer elemen-
to, un sentimiento de aventura y búsqueda de reconocimiento entre los pares en la
comunidad de origen. Cuarto, una iniciación (drogas) y profundización (alcohol) de
adicciones. Finalmente el retorno. Resulta difícil y arbitrario aislar estos elementos
que sólo considerados conjuntamente nos permiten entender un proceso complejo
como es la transición a través de la migración; sin embargo, a efectos de mantener
un orden en el análisis me detendré brevemente en los dos últimos aspectos, para re-
gresar a los dos primeros en un próximo punto dedicado a los factores expulsores.
Lucas lo dice de manera explícita, cruzar al otro lado es una aventura. En el
contexto comunitario en el que trabajamos, localizado entre el municipio de Neza-
hualcóyotl y la Delegación Iztapalapa, la migración ha sido y es un aspecto familiar,
parte de la cotidianidad, de muchos hogares y de la comunidad en su conjunto. Sin
contar con estadísticas precisas, basta caminar por algunas calles de estas colonias y
detenerse a conversar con los vecinos para comprobar que haber cruzado la barrera
de los 30 años y haber nacido en el lugar es una condición casi excepcional. De los
21 jóvenes entrevistados en estas colonias, con la excepción de uno, todos tenían
al menos uno, y en muchos casos ambos padres, provenientes de otros estados.
La mayoría de ellos eran migrantes de los estados de Guerrero, Oaxaca, Puebla y
Michoacán, y habían salido de sus hogares de origen en los primeros años de la ju-
ventud. Venían a probar suerte. La aventura de la migración no les es desconocida,
y el trabajo de campo realizado nos deja intuir que es valorada. Todos ellos, como
en los casos de Marcos y Lucas, parecen dispuestos a ayudar a sus hijos a emprender
su propia aventura migratoria.
La migración emerge naturalmente, como una aventura en la cual canalizar las
energías y deseos propios de la adolescencia de conocer, de rebelarse a lo cotidiano,
de experimentar cosas nuevas, de comprobar el valor y la capacidad de enfrentar ad-
versidades. En estos contextos la migración aparece como un mecanismo socialmente
aceptado para experimentar algunas de las tensiones que forman parte de este proceso
de transición. Pero también la migración ilegal a los Estados Unidos se constituye
para las generaciones más jóvenes en un mecanismo para la construcción de “lo mío”,
a lo cual nos referimos en el punto anterior como propio de la transición residencial.
La migración a los Estados Unidos puede ser la llave para obtener mi auto, mi casa, mis
cosas. Simultáneamente, y de manera no menos importante, es una llave para obtener
dimensiones no materiales de “lo mío”: capacidad, reconocimiento, prestigio… No
pretendo desconocer la fuerza de factores estructurales tanto de expulsión como
de atracción vinculados particularmente con la dinámica de los mercados de trabajo
en ambos lados de la frontera (Durand y Massey, 1992, Massey et al., 1994; Isbister,
1996), sino remarcar al mismo tiempo la presencia y confluencia de dimensiones
culturales y sociales que favorecen y estimulan la migración.
¿Tú pagabas tu propia renta a pesar de que vivías en la misma habitación con tu padre y con tu
hermano? ¡Oh! sí, sí, como era allá pues tenía yo que… tenía que hacerlo. Allá así es
la vida, tiene uno que pagar su propia renta y su propia comida y todo. (Entrevista
2: Alex, 18 años)
Me compré unos aparatos que pus, en el poco tiempo que yo estuve allá no lo
iba a hacer aquí y a la edad que tenía. Entonces como que todavía mis cuates acá
pus… ¡¡¡uta!!! Pus como que me consideraban como el rey, hasta a las muchachas
¿no?, las muchachas ya ¡¡¡uta!!! No pus “ya regresó de los Estados Unidos y viene
cargado de dólares”. (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
Es posible establecer un paralelo con el rol que cumple (o solía cumplir) la militancia política durante
los años de juventud en otros contextos sociales.
tiempo pues empecé a conocer ahí las malas amistades y los lugares a donde ir a
pus malgastar el dinero y ya empecé a mandar menos dinero a la casa y ya tampoco
pues no me alcanzaba ni siquiera luego a veces para comer, por lo mismos de que
gastaba más dinero en cerveza y en las drogas. (Entrevista 2: Alex, 18 años)
Lo que pasa es que yo tenía todavía en aquella ocasión… yo creo traumas, o sea
había dejado una novia aquí y yo decía “no pus pinches americanos no es lo que yo
esperaba” ¿Te desilusionaste un poco? Sí, sí, me desilusioné porque aparte este… yo veía
muchas este… pus todos los chavos ya eran de drogas, y o sea yo no…, digamos
como que me espantaba más bien. ¿Era todo nuevo para ti? Todo nuevo, ni siquiera
el alcohol, no, nada. (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
Alex y Lucas llegaron ilegalmente a los Estados Unidos con 14 años de edad, via-
jando sin ningún familiar cercano; el primero casi no había conocido a su padre, el
segundo perdió a su madre a los 12 años, ambos tenían parientes del otro lado y ya
habían dejado de estudiar, en sus hogares la situación económica no era fácil, y vivían
en colonias donde la migración ilegal es socialmente reconocida como experiencia
de transición para los jóvenes. Ninguno de estos elementos aislados, constituyen ne
cesariamente un factor de riesgo, pero simultáneamente construyen un patrón de
transición vulnerable.
Pero no es sólo la migración lo que pone en duda el modelo ideal de transición
residencial; este modelo también denota su fragilidad en el otro extremo: jóvenes
que se unen conyugalmente y continúan viviendo con sus padres o suegros. Como
lo señalábamos al inicio de este apartado, la familia extensa no encuentra un lugar
dentro de este modelo ideal; sin embargo, casi uno de cada cuatro hogares (23.6%) en
México tiene esta estructura, lo que significa que el 31.6% de la población vive en este
tipo de hogares. Pero si nos detuviéramos en los hogares que en algún momento han
pasado por esta estructura, entonces seguramente nuestro porcentaje se incrementa-
ría sustancialmente. La convivencia intergeneracional luego de la unión conyugal es
excluida del modelo ideal, pero en la práctica representa una experiencia recurrente
en la transición residencial de los sectores populares urbanos. Como vimos en el
capítulo anterior, 1 de cada 4 jóvenes de 15 a 29 años unidos conyugalmente, viven
aún con sus padres o con sus suegros (véase gráfica 2.9), y según datos de Echarri
(2005), el 46.0% de las mujeres siguen un patrón virilocal al momento de la unión.
Generalmente representa una situación intermedia, de tránsito antes de una de-
finitiva y completa independencia residencial. Vivir con los padres o con los suegros
es considerado como una estrategia para facilitarle a la nueva familia el afianzar y
mejorar su propia situación económica en vista de la “inminente” independencia
residencial. Éste es un claro ejemplo de cómo la familia de origen puede constituir
Lo que pasa que cuando nosotros nos juntamos decidimos que nos íbamos a ir con
mis papás ¿no? Pus había unos cuartos y todo pus o sea le dije “los acabamos de
fincar y todo y pus ahí nos quedamos ¿no?, de mientras”. Pero sus papás también
nos dijeron “si gustan pus se pueden venir para acá, a la casa, nosotros aquí los
podemos apoyar” y hasta eso nos han apoyado, no digo poco, mucho nos han apo-
yado. ¿Y la vida de pareja ahora es como la imaginaste o es diferente? Fíjate que es diferente.
¿En qué aspecto? Por los aspectos de que… yo hubiera querido tener un poquito más
de cosas con que este… tener… digamos que ella tuviera sus propias cosas ¿no?
¿Comparten las cosas con la familia de tus suegros? Pues fíjate que hubo un tiempo que sí,
pus las compartimos y todo, pero ahorita este gracias a Dios hemos salido adelante
y ahorita ya cada quien tiene sus cositas ¿no? (Entrevista 10: Ruben, 22 años)
¿O sea que un poco es la costumbre? Aunque no tanto; como siempre empiezan así
de poquito a poquito y de que primero vamos comprando una camita y todo eso.
O sea, por lo mientras tal vez, sí también, porque no les da, no les alcanza para
comprar un terreno y por eso se tienen que ir a vivir a la casa de ahora sí que de la
suegra ¿no? Pero tal vez por ahí es por lo mismo de que yo quisiera superarme, este
comprar mis cosas, no sé, hacerme de mis cosas para el día de mañana que yo llegue
a casarme, ni con mi mamá ni con la suegra, ahora sí que para no tener problemas
y pues ahora sí que ya en un lugar ¿no?, donde nada más estemos nosotros sin que
se metan terceras personas. (Entrevista 12: Laura, 19 años)
¿Y te imaginas viviendo aquí o ya viviendo en otro lado? Viviendo en otro lado dentro
de cinco años más o menos. ¿No te gustaría vivir en la misma casa de tus padres? No, a
lo mejor por un tiempo sí.… mientras se construye una casita por allá o algo así.
(Entrevista 18: Damián, 20 años)
En las tres entrevistas aparece una misma palabra: mientras. El modelo ideal se rompe
transitoriamente, mientras; específicamente mientras la nueva pareja recibe la ayuda
de sus familias y se prepara para una salida definitiva. Esta concepción del mientras
encierra algunas connotaciones interesantes que cabe mencionar aquí. Desde algunas
perspectivas se sostiene que la juventud entendida como un período de tránsito,
mis hermanas, que cuando se casan viven un año ahí, dos años en lo que pueden
hacerse su casita o lo que sea. Ajá, no, aquí mi papá les ayudó, entonces como pus
yo digo, “bueno, pues si mi papá les ayudó a todos por qué a mi no me ayuda ¿no?”
Y sí, me dio dos piezas y ya después como nadie está viviendo ahí puedo utilizar la
otra pieza en lo que viene alguien y prácticamente ya casi me adueñé de la planta de
arriba. (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
Ahora bien, uno puede preguntarse por qué se produce este distanciamiento entre
la práctica y el modelo ideal. Es decir, ¿por qué a pesar de considerar que la unión
conyugal debería ocurrir simultáneamente con un cambio residencial, los jóvenes
continúan viviendo con sus padres o suegros? ¿Por qué esta etapa de preparación
o de acumulación de recursos no se da mientras son solteros, o más específicamente
durante el período de noviazgo, como suele ocurrir en otros sectores sociales? La
respuesta no es unívoca y debería tomar en cuenta varios factores.
El primero de los aspectos a considerar es que la unión conyugal no siempre es
planificada. Como veremos en un próximo apartado dedicado a la transición familiar,
la unión conyugal suele presentarse como un resultado al que se ven empujados por
una serie de diversos factores que no dejan mucho margen de opción. El embarazo de
la joven es uno de estos factores, pero no el único; aspectos contextuales, familiares,
y emocionales pueden motivar una unión conyugal no planificada con antelación.
En este sentido, la unión conyugal, o la maternidad/paternidad, tiene más fuerza y
estima que la independencia residencial. La co-residencia de la nueva pareja con la
familia de origen en estos casos se acerca más a una estrategia de sobrevivencia, en
el sentido que se trata de una respuesta frente a una necesidad inmediata que debe
resolverse en un contexto de escasez de recursos, pero que es avalada por cierto
entramado de valores y sentidos asociados a la nupcialidad, al ser madre o padre, y
a la familia extensa.
El segundo aspecto a tomar en cuenta se refiere precisamente a esta dimensión
cultural. La co-residencia no es sólo ni principalmente la respuesta a un problema
imprevisto, sino que forma parte del habitus en que los sectores populares resuelven
la transición a la adultez. Tanto entre los padres como entre los jóvenes, aunque
por distintos motivos, la valoración del abandono del hogar de origen al momento
de la unión conyugal no tiene en la práctica la misma fuerza que se le atribuye en el
discurso, y que, en mi opinión, simplemente reproduce discursos de las clases medias
extendidos en el conjunto de la sociedad pero sin arraigo en otros sectores.
Los padres ofrecen explícita o tácitamente a sus hijos la posibilidad de permanecer
en su casa por un período transitorio luego de la unión conyugal. En esto, como ya
lo dijimos, existen obviamente condicionamientos estructurales y en tal contexto la
Pues así como que un poquito el que mi hermano se haiga casado y se haiga ido…
o sea, mi hermano vivía con nosotros pero tuvieron problemas y todo eso y se fue
a vivir ahora sí que lejos de aquí. ¿Vivía con su esposa en tu casa? Ajá, sí, ahí tenían un
cuarto y vivían y… o sea, a nosotros nos gustaba que vivieran con nosotros pero
tuvieron problemas mi hermano y su esposa y se fueron a vivir a Celaya Guanajuato
[… ] Que porque…, o sea no sé, cómo fue que aquí no sé qué, se fueron a vivir
también para estar mejor y todo eso y entonces este o sea como que sí a mi familia
la veo como que un poco apachurrada porque mi hermano se fue, o sea mi mamá
sí lo extraña mucho, mi papá, o sea nosotras también. ¿Había problemas…, no con
tu hermano, con tu cuñada? No, mi cuñada sí a veces con mi mamá, porque luego mi
hermano se iba a platicar con mi mamá y todo eso y mi cuñada se enojaba de que
mi mamá siempre se metía ahora sí que en sus cosas y causaba problemas y todo
eso y tal vez también por eso y se fueron pero pues ahora sí que a nadie nos gustó
que, ahora sí que se fueran para allá. (Entrevista 12: Laura, 19 años)
¿Y cuando se juntaron, qué pensaron? ¿Dónde pensaron que iban a ir a vivir? Aquí o donde
fuera, o sea a mí como que se me hizo muy fácil, o sea yo decía “no pus rápido
vamos a encontrar” y cuál… [… ] Ajá, entonces mi mamá me.… o sea nosotros
nos íbamos a ir a rentar pero mi mamá dijo “para qué rentan” dice, “mejor quédate
aquí unos meses y ya luego te vas”. Dije “bueno”. ¿En tu mismo cuarto? Aja sí, o
sea él trajo sus cosas. ¿O sea que tu cuarto de soltera lo acomodaste ahora para casada? Pus
prácticamente nada más entró él ¿no? Le digo “tú eras el intruso aquí” y ya metimos
este sus cosas porque para esto yo ya tenía pus mi recámara, mi tocador, cosas así y
pus así nos la llevamos un tiempo porque como… Porque pus como nos quedamos
aquí pus me embaracé luego luego, o sea es lo malo porque le digo a mi mamá “si
yo hubiera sabido…” (Entrevista 15: Dalma, 28 años)
estos casos la familia se constituye para los jóvenes en una fuente de activos que les
permiten resolver el problema residencial. Al mismo tiempo, sin embargo, puede
constituirse en una fuente de desventajas.
Por un lado, pautas culturales que aceptan y favorecen la co-residencia de la nueva
pareja (y/o familia) en el hogar de los padres, generalmente siguiendo un patrón viri-
local, facilitan, como ya dijimos, el proceso de transición a la adultez. Pero por otro
lado, esta misma facilidad para resolver el problema residencial y el valor secundario
atribuido a la independencia residencial frente a otros eventos, favorecen o por lo
menos permiten transiciones familiares tempranas que a la postre traerán nuevas
desventajas. Tal como lo señala Coubès y Zenteno (2005:353), “la singularidad de
los lazos familiares existentes (que) continúa facilitando un régimen de matrimonio
relativamente temprano en México, aun cuando las parejas no hayan mostrado
capacidad para vivir económica y residencialmente de forma independiente”. Es
decir, se trata de una estrategia de organización social, culturalmente avalada, que
pone en evidencia mecanismos de reproducción de desventajas y desigualdad entre
distintos sectores sociales.
En síntesis, este apartado nos ha permitido reconocer un fuerte contraste entre
la esfera de las percepciones y la esfera de las experiencias, o aun con mayor pre-
cisión entre lo discursivo y el hacer. La migración ilegal a los Estados Unidos y la
convivencia con los padres o suegros, rompe el modelo ideal que se expresa en el
discurso de los jóvenes y sostiene la simultaneidad de la unión conyugal y el aban-
dono del hogar. Al mismo tiempo, el análisis previo vuelve a presentar un patrón de
transición residencial que plantea innumerables riesgos. Recordemos otra vez que
la vulnerabilidad es potencial. En este sentido, la migración y la co-residencia coin-
ciden además en constituir prácticas social y culturalmente reconocidas que forman
parte del habitus de la transición a la adultez, que pueden resolver problemas y crisis
en contextos de escasos recursos, pero que también encierran riesgos y la potencial
acumulación de nuevas desventajas.
Algunos jóvenes pueden permanecer en Estados Unidos (no sabemos qué tan
bien) y algunos más regresar con dólares y prestigio, pero muchos otros retornan con
deudas, adicciones, desilusión, soledad y desconcierto respecto a cómo seguir ade-
lante. Algunas jóvenes parejas pueden ahorrar para lograr la casa propia mientras
viven con sus padres o suegros o resolver transitoriamente el problema residencial;
pero la co-residencia también facilita transiciones tempranas que se asocian con otras
múltiples desventajas que acompañarán las trayectorias futuras. El modelo ideal, que
además coincide con el modelo normativo, se plantea en el plano discursivo como
la transición que todos quisiéramos, una transición sin vulnerabilidad; el plano de la
experiencia muestra que para los jóvenes de sectores populares urbanos éste es un
modelo plagado de excepciones.
factor expulsor que puede estar oculto en la respuesta “por unión conyugal”; como
veremos más adelante en este capítulo, el embarazo suele ser un disparador de la
unión conyugal, y ésta a su vez puede serlo de la transición residencial.
Cuadro 3.1
Motivos para abandonar el hogar de origen, según edad de salida y género.
México, áreas urbanas, cohorte 1971-1974 (porcentajes)
Antes de los 20 años Después de los 19 años
Mujeres Hombres Mujeres Hombres
Independencia 3.1 7.7 5.7 12.1
Trabajo o estudio 28.7 53.0 17.2 20.6
Unión conyugal 53.2 27.0 69.7 61.1
Embarazo 2.5 0.0 0.6 0.9
Problemas en el hogar 5.5 6.1 1.0 1.4
Otra o sin especificar 7.0 6.2 5.8 3.9
Total 100.0 100.0 100.0 100.0
Finalmente, y es aquí donde podemos ver los contrastes más notorios y relevantes,
alrededor del 6.0% de los jóvenes que abandonan el hogar en la adolescencia, dicen
explícitamente hacerlo por “problemas en el hogar”, porcentaje que se reduce a
1.0% entre los que abandonan el hogar más tarde. Esto resulta congruente con los
hallazgos del capítulo anterior, referidos a que el predominio en el hogar de una
atmósfera hostil, principalmente el uso de violencia en la resolución de conflictos,
es uno de los principales determinantes de transiciones residenciales tempranas. Por
otro lado, es importante destacar este 6.0% dado que se trata de jóvenes que atri-
buyeron explícitamente su salida a los problemas del hogar. Al igual que lo que sucede
con el embarazo, el efecto de los problemas en el hogar sobre la salida de éste suele
ser mediada por la unión conyugal; esto es particularmente cierto entre las mujeres,
para quienes una de las pocas alternativas para abandonar el hogar es a través de la
unión conyugal.
Ana, una de las jóvenes entrevistadas en Iztapalapa, marcó con toda claridad la
complejidad de este proceso. En sus palabras podemos entender cómo los problemas
en el hogar pueden desencadenar una salida temprana del hogar de origen, como
para lograrlo las mujeres pueden sacrificar la unión conyugal e incluso el resto de
su trayectoria familiar, cómo para los hombres la migración puede constituirse en
una vía de escape del hogar, etc. Sólo citaré unas pocas líneas de su entrevista, pues
hemos elegido la historia de vida de Ana como un ejemplo paradigmático de biogra-
fía de exclusión, y nos ocuparemos con detalle de ella más adelante. Contándonos
sobre la composición de su familia en la niñez, Ana comienza a reflexionar sobre lo
poco que convivió con algunos de sus hermanos, quienes sintomáticamente en la
adolescencia (sin ser ella misma la excepción) dejaban la casa.
Véase el siguiente apartado de este mismo capítulo.
del hogar que deben interpretarse como estrategias que permiten salir por razones
más profundas vinculadas a factores expulsores (conflictos familiares, etcétera).
En síntesis, la edad y los motivos para abandonar el hogar de origen deben consi-
derarse como potenciales factores de riesgo. Las transiciones residenciales tempranas
tienden a ser particularmente vulnerables en la medida que a la corta edad de los
jóvenes suelen añadirse factores expulsores detrás de la decisión de salir del hogar.
Los problemas en el hogar, a lo cual nos hemos venido refiriendo como un clima
hostil, es uno de estos factores expulsores desencadenante de transiciones tempra-
nas y no preparadas, cuyo efecto además puede estar mediatizado por uniones
conyugales, embarazos o migración, y por lo tanto estar oculto detrás de estas otras
motivaciones explícitas. Las necesidades económicas, no sólo ni necesariamente de
tipo familiar, sino incluso personales, del propio joven, constituyen otro de los fac-
tores expulsores, particularmente presentes en transiciones tempranas. Finalmente,
la condición de género nuevamente vuelve a marcar importantes matices, haciendo
que ciertos factores funjan como expulsores para las mujeres mientras que en el
caso de los hombres ellos mismos pueden actuar como retenedores; en particular
me refiero a las cargas domésticas que suelen atribuirse a las hijas mujeres, mientras
que los hijos permanecen totalmente exentos de ellas.
Lo que estoy viviendo ahorita, el que no tenga apoyo de mi marido…, ella [en re-
ferencia a su madre] siempre me está diciendo, “pues ya no te preocupes, no te va
a faltar, no te fijes, nosotros te ayudamos”, es eso, a eso me refiero, al apoyo moral,
el amor de madre, el que siempre te estén apoyando [… ] Es lo que estoy viviendo
sí…, ahorita que yo necesito mucho o sea me siento apoyada, y si no me apoyaran
entons yo creo que sí me hubiera, como se dice, desbaratado ¿no? (Entrevista 9:
Lupita, 30 años)
La familia extensa es al mismo tiempo, sin embargo, concebida como una experiencia
transitoria. Los jóvenes unidos conyugalmente o con hijos, reconocen que la convi-
vencia con los padres si bien ayuda no es el ideal. En general, particularmente para
las mujeres, la convivencia aparece como un costo que hay que pagar. En primer
lugar, significa retornar o prolongar un rol de hijo que parece ocupar, más allá de la
edad que se tenga, una posición subordinada en la estructura familiar; si se trata de
mujeres, dado el patrón virilocal predominante, es muy probable que esta subordi-
nación se plantee en un hogar desconocido y frente a la suegra. Como señalaron en
sus entrevistas jóvenes que han pasado por esta experiencia, al regresar a la casa de
los padres uno tiene que pedir permiso para todo (Inés, 27 años, separada con un hijo),
llegas y es volver a quedarte callada, ya no puedes decir esto está bien, esto está mal (Lupita, 30
años, separada con una hija), ya estando aquí pus hay que adaptarse a las normas ya de los
padres (Diego, 29 años, casado).
Sí, no, no, no específicamente para nosotros y como una familia o sea totalmente
independiente, o sea que ella me cocina en lo mío, en nuestro cuarto donde dor-
mimos, una recámara, una pequeña salita o sea muy independiente. ¿Y por qué no
sientes que es independiente entonces? O sea sí me es independiente pero no del todo o
sea no es decir es tu casa, es mi casa, puesto que sabes que no es tu casa, aunque
estás independiente sabes que la casa es de otra persona, en este caso es de mi papá,
pero… Al fin yo no me voy a quedar ahí y él sí porque o sea él, el tiempo que le
reste, él va a estar ahí. Sí, entonces yo tengo que hacer este mi casa, mi casa que yo
diga “esta sí es mi casa”. (Entrevista 16: Diego, 29 años).
O sea mis planes adelante… sí o sea primero es conseguir un buen empleo, sí o
sea ése es uno de mis este de mis prioridades y este y otra es este terminar mi casa, si
terminar mi casa y este pus irme a vivir allá. ¿Y por qué si están bien ahí donde están? Ahorita
pero como yo sé que no es mío eso o sea el día de mañana este pus el heredero va a
llegar y, va a llegar con su esposa y no quiero que me marginen ¿no? Que me digan
“sabes qué onda, pues ya no tienes lugar aquí”. (Entrevista 19: Lucas, 28 años).
embargo, al mismo tiempo oculta distintos tipos de conflictos que hacen que en la
percepción y experiencia de los jóvenes, la convivencia con los padres luego de la
transición familiar (unión conyugal y/o embarazo) no entre en el modelo ideal, y
sea vivida como una estrategia no exenta de costos y sacrificios.
parejas. En ambos casos, además, y de manera indirecta, ya sea diciendo que faltó
conocerlo previamente o que se la desconoce en la actualidad, se hace referencia a que
se conoce en el proceso mismo del encuentro, en la experiencia misma de la unión
conyugal; y esto es así porque la persona se reconstruye en ese mismo proceso. Como
sabemos, a partir de la fenomenología, y en particular de los primeros trabajos de
George Mead, este proceso de interacción y conocimiento del otro implica siempre
y al mismo tiempo una reconstrucción del individuo; la persona como constructo
social se ve permanentemente reconstruida como resultado de esta interacción. Es
decir, la transición familiar significa una reconstrucción de la persona a través del
conocimiento del otro.
Sin embargo, no es sólo hacia los actores que debemos dirigir nuestra mirada; el
escenario en el cual ocurre este encuentro resulta igualmente significativo.
“¿Una cosa que me dé miedo?” Solamente hay tres cosas que me dan miedo. Que
me falten mis padres, en el que no tenga yo ni pa’ comer ni pa’ darle de comer a los
que dependan de mí, y en el que pus yo no pueda realizarme como padre ¿no? O
sea son las tres cosas que me dan miedo. (Entrevista 6: Pablo, 20 años)
Aunque parezca evidente, el temor de Pablo se debe a que hay algo más que los
simples actores, al reconocimiento de que los deseos no dependen solamente de la
voluntad; sus miedos se fundamentan en la incertidumbre respecto al escenario en que
transcurrirá su vida en los próximos años. Utilizando nuevamente los conceptos de
Mead, la paternidad no depende exclusivamente del yo y del mí, de lo que podamos
generar y de lo que hemos aprendido; la posibilidad de que Pablo se realice como
padre depende también de lo que podríamos llamar el escenario. El escenario debe
ser considerado al menos en dos sentidos.
En primer lugar, porque éste es un condicionante clave de las características que
asumirán estos encuentros; sirve aclarar, que cuando hablamos del escenario, me
refiero a la influencia ejercida por factores económicos, culturales y sociales, tales
como el capital físico y emocional de los jóvenes involucrados, la atmósfera del hogar
de origen, las identidades de género prevalecientes, la clase social de pertenencia,
entendida como un conjunto de atributos fácticos y simbólicos que caracterizan a un
segmento de la población, e infinidad de otros factores coyunturales que difícilmente
pueden sistematizarse en un único y simple enunciado. Las numerosas críticas a las
teorías del actor racional nos han enseñado que los sujetos no siempre son conscientes
ni tienen información completa no sólo sobre el futuro, sino incluso sobre aspectos
del escenario pasado y presente en el que transcurren y han transcurrido sus vidas.
Las características que asuman los encuentros que dan origen a una nueva familia
Obviamente, más allá de aspectos biológicos que no consideramos menos importantes, pero que
quedan fuera de los alcances de esta investigación.
Mientras no, mientras no tener familia. ¿Qué significa mientras? Unos cinco años. ¿Te
ves solo todavía en cinco años? Puede ser, pero la verdad es que ahorita familia ahorita
no, no porque no tengo un trabajo estable, no tengo un trabajo que me respalde y
hasta que no encuentre ese trabajo pus ya serán otras cosas ¿no? por lo mientras
ahorita no, mientras quiero estar soltero. ¿Es difícil mantener una familia? Pues sí, si
es difícil y más ahorita porque pus si no se enferman los niños, la mujer, que tienes
que comprar pa’ los chavos, que ya no tienen zapatos, ropa, o sea infinidad de cosas,
alimento, que si rentas tienes que pagar tu renta, entonces son cosas en las que me
pongo a pensar y digo no pus “está cañón ¿no?” mejor prefiero hacerme primero de
mis cosas, tener ahora sí mi casa y ya, ya después… (Entrevista 6: Pablo, 20 años)
Pues ahorita en sí, en sí casarme pues no, no está en mis planes ¿Por qué? Pus no
sé, porque tal vez este… una porque no tengo novio… Pero más allá de eso. Pero este
no sé, porque tal vez ahorita me siento como, como estoy trabajando, ganando mi
dinero ahora sí que gastando en lo que yo quiero, saliendo con amigos, y todo eso o
sea tal vez ahorita no o sea como que no se me hace la edad perfecta para casarme
sino tal vez a los 25, 26 años, ya que yo ya haiga este…, no sé disfrutado de muchas
cosas ya entonces ya podré… ¿El casarte te limita algunas cosas….? Pues tal vez y sí
porque… bueno también depende cómo sea la otra persona porque ya sería el estar
atendiendo a tu marido, y si pueden salen y si no pues no, no salen. Como que eso
sí, como que te da un cambio de que tú siempre salías, bueno cada ocho días salías,
cada ocho días te comprabas un par de zapatos, una blusa, un pantalón y ya ahora ya
casada ya el gasto que te da apenas si alcanza para la comida, para la semana, ya no
lo puedes andar gastando en ropa, en salidas [… ] ¿Y lo mismo sobre tener hijos, piensas
que más adelante? Sí, o sea también igual más adelante, porque pus ahorita como que
tener un hijo ahorita a esta edad como que sí también limita muchas cosas, el ya
no poder trabajar por cuidar al bebé…, muchas cosas porque tampoco es tener un
bebé ahora sí que a esta edad. (Entrevista 12: Laura, 19 años)
Es que todos los amigos que conocí ahí pues, en el bachilleres, pues de una o de otra
manera ahorita son alguien, tienen trabajos estables, tienen sus vidas tranquilas dentro
de lo que se puede llamar tranquilo ¿no? Sí, la mayoría; de todos los compañeros
que nos conocimos ahí seguimos solteros. Ajá, ¿y eso es una diferencia con respecto a qué?
Es una diferencia porque pues la mayoría de los amigos que conocí en tiempo de la
adolescencia pues se casaron muy jóvenes o se juntaron o equis ¿no? Muy, muy jóve-
nes, pues antes de los veinte años ya empezaban a tener sus responsabilidades, más
sin en cambio pus todos los amigos que conocí en bachilleres ahorita pus andamos
alrededor de los treinta y pus cada uno de ellos pus está solterón, sin compromisos.
Ajá ¿y eso tú lo ves como una desventaja el hecho de tener hijos, casarse tan jóvenes y eso? Pues es
que lo que pasa que cuando uno ya es casado el hacer algo para el futuro o equis es
todavía más difícil, porque hay que darle también a la familia, digamos que uno solo
se puede apretar el cinturón o “sabes qué, no compro esto o no me doy tal lujo”,
pero ya con familia pues hay ciertas cosas que ya uno ya, ya tiene la obligación de
aportar a la familia. (Entrevista 21: Ramón, 30 años)
Este… porque no sé o sea siempre me ha gustado, he tenido muchas amigas que
he visto que salieron de la secundaria o de la prepa y las veo con sus bebés y o sea
ver que antes se arreglaban, se vestían, se pintaban o sea todo y verlas ahora y o sea
decir “por qué ya no” ¿no? O sea verlas así como se dice aquí fachosas, sin pintarse,
dedicarse nada más a los niños teniendo ahora sí que mucha vida por delante, el
salir a divertirte, comprarte las cosas que tú quieres, ayudar a tu familia y o sea estar
acostumbrada a todo eso, a salir, y de repente estar encerrada en tu casa atendiendo
a tu marido, cuidar los niños, ateniéndote a los gastos que él te da, y si bien le va si
no cincuenta pesos cada semana y ver que te tiene que alcanzar para todo eso, o sea
eso no, o sea no me gusta este… [… ] ¿Y por qué dices el gasto que te da, tú no podrías
trabajar también, como…? Pues sí, pero o sea también si la persona [quiere] porque
hay… , bueno por ejemplo hay mucho hombre machista de que el hombre al trabajo
y la mujer a la casa, y hay muchas personas que no dejan salir aunque sí les gustaría
trabajar a las mujeres no las dejan salir que porque… ¿Pero eso es así, conoces casos que
son así? Pues en.… muchas ocasiones sí, muchas me han preguntado, una de mis
amigas que ya se casó… de mi edad, esa muchacha tiene 17, 18 años más o menos,
ya se casó, tiene un bebé y el muchacho se va a trabajar y no la deja trabajar a ella
sino que a que cuide al bebé, que esté en la casa, que le haga de comer y todo eso,
o sea también y por esas cosas también no me gustaría casarme porque… Bueno
en esta edad no, tal vez más adelante sí, pero en esta edad no, porque luego ya me
dice luego si voy con ella y platico, “no, no pues que no me da permiso de trabajar
estoy aquí con la bebé, tengo que hacerle de comer, hacer el quehacer, lavar la ropa
y todo eso” o sea también como que eso a mí no, no me gustaría pasar por eso […
] Sí, tengo muchas [amigas] que salimos de la secundaria y este pus ahora sí que
todas empezamos a hacer planes para nosotras ¿no? Y muchas dicen “no, vamos a
estudiar” y muchas si decían que sí, pero después este pues sí salieron embarazadas
y ya no siguieron estudiando, y ahora las veo y ya sus bebés ya tienen cuatro, cinco
años. Y luego sí, o sea me pongo a pensar o sea si yo hubiera salido embarazada
ahorita ya estuviera encerrada ahora sí que en mi casa con mi marido o este cuidando
a los niños, este y más sin en cambio no, ¿no? ahorita estudio, trabajo, me compro
lo que yo quiero, salgo a lugares. (Entrevista 12: Laura, 19 años)
Cité de manera extensa la entrevista de Laura porque ella introduce otro de los com-
ponentes centrales de la transición familiar, y sobre el cual los jóvenes construyen
sueños y temores: la pareja. Es interesante observar que, particularmente entre las
mujeres, las cualidades de la pareja parecen estar determinadas por factores como
la suerte, el destino, u otros imponderables que escapan de la capacidad de elección
de los propios sujetos. En parte, la unión conyugal o el embarazo son el resultado
final de un proceso en el que, como veremos en el próximo punto, influyen infinidad
de causas y motivos, en el que el amor o las cualidades del compañero/a están lejos
de ocupar un lugar fundamental (Román Pérez, 2000). Por otro lado, el mercado
matrimonial también restringe de manera sustancial el abanico posible de elección.
Es decir, si tomamos en cuenta estos dos aspectos, el énfasis en la suerte y el destino
no resulta infundado.
Las diferencias entre sectores sociales y géneros vuelven a presentarse cuando
nos preguntamos por los atributos que los jóvenes esperan que la suerte o el destino
les depare en sus respectivas parejas. A decir verdad, en el transcurso de los últimos
veinte años no se han producido grandes cambios en las cualidades buscadas por
hombres y mujeres en sus parejas; la diferencia más significativa con el pasado es
que algunos atributos han sido claramente desechados de las preferencias de los
hombres (al menos en su discurso), como es que las mujeres sean aguantadoras,
sumisas y sufridas (Salles y Tuirán, 1996). A partir de la Encuesta Nacional de Actitudes
y Valores (1994), Salles y Tuirán (1996) señalan que a principios de los años noventa
los hombres continúan prefiriendo (como lo registraba otra encuesta realizada
una década atrás) mujeres trabajadoras y hogareñas, pero además agregan otros
atributos como ser fieles, comprensivas, responsables e inteligentes; por su parte,
las mujeres esperan encontrar hombres que sean trabajadores, responsables, fieles,
comprensivos, buenos e inteligentes. Más allá de los múltiples sentidos con los que
pueden utilizarse estos adjetivos y que una encuesta no puede captar (aspecto
que veremos enseguida), muchos atributos se repiten en las preferencias de unos y
otros; ser trabajadores y comprensivos, al igual que la fidelidad y la responsabilidad
son cualidades que se prefieren en ambos géneros. Sin embargo, hay dos llamativas
excepciones: no se pretende que un hombre sea hogareño, y tampoco se privilegia
que una mujer sea buena. Con todo lo ambiguo que pueden ser dichos conceptos,
estos contrastes comienzan a indicar algo sobre las preferencias de hombres y mu-
jeres respecto a sus parejas.
En el año 2000, y entre los jóvenes, estas preferencias no habían cambiado sus-
tancialmente. A partir de la Encuesta Nacional de Juventud puede observarse que los
atributos anteriores vuelven a repetirse entre los aspectos privilegiados en la pareja.
Pero si bien estas cualidades son mencionadas, como se muestra en el Cuadro 3.2, su
distribución y peso varía de manera significativa entre jóvenes de ambos géneros.
La responsabilidad aparece como el atributo preferido de hombres y mujeres. Sin
embargo, mientras el 37.6% de los hombres privilegiaron este aspecto en sus parejas,
más del 60.0% de las mujeres dijeron buscar un hombre responsable como pareja.
Aunque en ambos casos es la opción preferida, la diferencia no es poco significativa,
e incluso llama la atención la gran homogeneidad que muestran las mujeres en sus
preferencias respecto a una potencial pareja. Si bien aún no es claro qué significa la
responsabilidad, lo cierto es que en el mercado matrimonial los hombres responsables
son sumamente pretendidos. Recordemos que no estamos considerando adolescentes
ni adultos, sino exclusivamente jóvenes (residentes en áreas urbanas) que en el año
2000 tenían entre 26 y 29 años, es decir una edad cercana al período en que tienden
a ocurrir las uniones conyugales.
Ahora bien, este no es el único ni el más importante de los contrastes que nos
muestra el Cuadro 3.2. En segundo y tercer lugar (aunque con porcentajes muy si-
milares), los hombres prefieren como pareja mujeres inteligentes (18.8%), y tiernas
y comprensivas (16.1%). Entre las mujeres en cambio, en un lejano segundo lugar
aunque con un porcentaje importante de las preferencias, el atributo más valorado
Cuadro 3.2
Atributos privilegiados en la pareja, según género y condición educativa.
México, áreas urbanas, cohorte 1971-1974 (porcentajes)
Hombres
Mujeres
Sin deficiencia Con deficiencia
Total
educativa educativa
Su físico 1.7 3.6 3.0
Que sea responsable 60.3 60.8 60.6
Que no tenga vicios 6.4 12.4 10.6
Que sea inteligente 14.6 5.3 8.1
Que sea tierno y comprensivo 5.0 6.0 5.7
Que sea seguro de sí mismo 6.3 5.9 6.0
Otros
Total 30.6 69.4 100.0
en un hombre es que no tenga vicios (10.6%). Estos datos nos presentan ya una
pintura más clara de las recíprocas expectativas que permean las relaciones de géne-
ro en las uniones conyugales. Los hombres prefieren mujeres que reúnan entre sus
cualidades responsabilidad, inteligencia, o ternura y comprensión; por su parte las mujeres
buscan hombres con responsabilidad, sin vicios, o inteligentes. En cada caso, estos tres
atributos reúnen el 80% de las respuestas de hombres y mujeres, respectivamente.
Pero además queda claro lo que parecen ser cualidades no muy importantes en una
relación de pareja en cada género: son excepcionales las jóvenes que dan prioridad
al físico, la ternura y la comprensión en los hombres, atributos que sí tienen un peso
importante en el perfil de mujer que parecen buscar los hombres; la situación inversa
ocurre con el no tener vicios, algo que en las preferencias de las mujeres parece ser
importante pero no en las de los hombres.
La distribución de las preferencias según la condición educativa, que funciona
como una variable proxi del status socioeconómico, no muestra contrastes tan
significativos. De hecho, uno de los aspectos a destacar es la homogeneidad de las
expectativas recíprocas de género en distintos sectores sociales. Sólo cabe hacer dos
observaciones. La primera de ellas se refiere a la mayor inclinación de los jóvenes
varones con bajo nivel educativo por la ternura y comprensión como cualidades
valoradas en la mujer, mientras que en aquellos con mayores niveles educativos,
la responsabilidad atrae una proporción de las respuestas aún mayor. La segunda
observación, referida a las mujeres, pretende destacar la mayor valoración asignada
por las jóvenes con deficiencia educativa a encontrar hombres sin vicios como pa-
rejas. Es decir, si bien tiende a prevalecer cierta homogeneidad en las preferencias
de hombres y mujeres pertenecientes a distintos estratos sociales, se observa que
en el caso de los sectores populares las preferencias recíprocas de ambos géneros
se acentúan. En los sectores populares las mujeres claramente buscan como pareja
hombres responsables y sin vicios, y los hombres mujeres que sean responsables,
tiernas y comprensivas.
La responsabilidad es un atributo que se repite con una insistencia muy notoria
en las preferencias de ambos géneros (particularmente de las mujeres). Sin embargo,
como señalé anteriormente, una encuesta no nos permite captar en qué piensan los
encuestados cuando eligen este adjetivo; se puede ser responsable para ciertas cosas
y no para otras, o para decirlo con mayor especificidad, en una relación de pareja
puede esperarse que el hombre sea responsable de ciertos temas y actividades, y la
mujer de otros. Efectivamente, nuestras entrevistas sugieren que lo que mujeres y
hombres pretenden de sus respectivas parejas al desear que sean responsables, son
cosas distintas. Además, esta diferencia de género en el significado de responsabi-
lidad refuerza los contrastes marcados por los atributos elegidos en segundo lugar
Porque yo luego me acordaba que llegaba de la primaria y pus no había nadie, nadie
en la casa, yo iba y venía sola. ¿Y tu mamá qué hacía si no trabajaba….? Dice que, ella
dice que en ese tiempo andaba tras de mi papá que porque tomaba, que por que …
o sea ahora ya dice que pus era, fue una tonta ¿no? [… ] Y este… y ya después de
que tuve ese novio y me espantó, dije “no, ya…” y me quedé sola un tiempo y…
¿Sería que tenías miedo de que pudieras quedar embarazada? Lo que pasa es que yo decía
“no, porque que tal si me toca un marido borracho y pegalón” o sea yo por ejemplo
a los borrachos les tengo así como que fobia, no puedo ver a una persona borracha
porque me pone de nervios. Yo decía “¡ay no!” o sea ése era mi miedo, más que el
embarazo era eso, decía yo “no porque que tal si….” o sea dentro de lo que cabe
aquí estaba tranquila ¿no? nadie me molesta y decía “si me encuentro un marido
pegalón, borracho y así, qué voy a hacer”). (Entrevista 15: Dalma, 28 años)
¿Por qué te sientes deprimida ahora? Porque… pus no sé, no tengo el apoyo de mi
marido como debe de ser… y pus yo tengo ahora sí que como dicen… tengo que
fletarme yo sola, y luego digo “ya no quisiera yo trabajar”, a veces, pero pus ahora
sí que ahí tengo a mi hija, y es por ella [… ] Y pues sí, mi esposo lo recibió bien,
yo igual, pero ahora como le digo, ahora que tengo que trabajar y que pus no, no
cuento con él como debe de ser pues, como una pareja pues… y lo siento mucho en
las mañanas, que me levanto y mi niña también se levanta a llorar porque quiere que
esté con ella; y no puedo, o trabajo o estoy con ella, y pus ni modo ¿no? [… ] Pues
yo pensé en un principio que con mi esposo nos iba a ir bien, y sí, pero su problema
es el alcoholismo, y no… de ahí empezamos mal. (Entrevista 9: Lupita, 30 años)
los propios modelos de conyugalidad y relación de pareja de los hijos. Por oposición
o aceptación, de manera consciente o inconsciente, las relaciones de género en las
parejas construidas por los hijos, se alimentan sustancialmente de las experiencias
vividas, observadas, o imaginadas en el hogar de origen. No pretendo ser insistente,
pero se trata de un aspecto cuya importancia merece destacarse en la medida que
pone en evidencia como la relación de pareja, y en particular las relaciones de género
en la pareja, forman parte de la parentalidad, y tienen efecto sobre los modelos y ex-
periencias de conyugalidad, relación de pareja, e identidad de género de los hijos.
Por otro lado, la entrevista de Lupita muestra la apretada asociación entre los
atributos no deseados en un hombre: irresponsabilidad y vicios. Se trata de una aso-
ciación recurrente en la percepción de las jóvenes, pero que resulta sumamente difícil
poder atrapar en una cita de unas pocas líneas de una entrevista. La responsabilidad
que las mujeres esperan de los hombres está directamente vinculada a que no ten-
gan vicios. Cuando las jóvenes señalan en la encuesta que lo que más valoran en un
hombre para una relación de pareja es que sea responsable, significa principalmente
que cumpla con su rol de proveedor (breadwinner), que aporte los recursos necesarios
para garantizar el bienestar de la familia, incluso, como se menciona en la entrevista
citada, que libere a la mujer de la necesidad de trabajar y le permita además cumplir
con su rol de madre y ama de casa; en palabras de Lupita, que sea un marido como
deber de ser. Los vicios, particularmente el alcoholismo, aparecen en la percepción de
las mujeres como uno de los principales obstáculos para que los hombres puedan
cumplir con esta responsabilidad; particularmente porque ellos desvían recursos,
capacidad de trabajo y presencia del hombre en el hogar.
Pero, según la encuesta, los hombres también pretenden de sus parejas responsabili-
dad. Sin embargo, se trata de una responsabilidad diametralmente opuesta a la anterior,
o mejor dicho, complementaria de la responsabilidad que esperan las mujeres de los
hombres. Nuevamente, el atributo mencionado en segundo lugar, ternura y compren-
sión, ayuda a entender este concepto de responsabilidad ahora en voz de los hombres.
La responsabilidad que se espera de la mujer consiste en cumplir con las obligaciones
domésticas y familiares de madre y esposa, para lo cual se requiere (siempre dentro de
este modelo) de ternura y comprensión. Como vemos en la entrevista de Lucas, los jó-
venes pueden no sólo pretender, sino desarrollar estrategias activas para encontrar una
pareja que responda a este rol tradicional asignado a la mujer.
entonces por ese medio la conocí, ella vivía cerca de donde yo vivía… ¡Mira que
casualidad! No pus, no era casualidad, era que yo iba a buscar chavas, o sea la verdad
¿no?… O sea pus porque como te digo, o sea ya como que ya estaba fastidiado de
las chavas ahora si de allá [de Estados Unidos]. No, ya decía “no pus…”, o sea, yo
creo que uno a lo mejor nunca madura, porque tú dices que pus allá y como que de
repente se te vienen la…, pus como que las chavas de allá como que otra onda…
[… ] ¡Ah! lo que pasa es que yo más antes aquí había tenido otra novia pero, o sea ya
tenía cuántos años [en Estados Unidos], pero de vez en cuando yo le hablaba ¿no?
Ella siempre fue muy importante para mí pero pus o sea yo allá tenía prácticamente
a las chavas que yo quería, pero eran de otra cultura, algo así más liberal, algo que
yo también…, yo quería algo así como más “mexicanón” ¿no? O sea, como te digo,
siempre lo he hecho yo creo a mi conveniencia, cuando no me va bien, cuando siento
que me están poniendo los cuernos y como que no, esto… y como las enfermedades
como del sida y todo eso como que decía “no qué tal si la pinche vieja me anda
pegando el sida, no mejor, mejor voy a buscar una chava mas tranquilona”, pero ya
las mexicanas de allá, no pus ya están bien “maliadonas” también, ya saben que si no
les gusta un cabrón les gusta otro y así, no hasta que…, o que anden con dos ¿no?
Saben que los hombres, pus más las mexicanas, saben que hay ora sí para escoger,
porque saben que bueno, digamos allá, mexicanas hay ¡uta! digamos era un, no sé,
un 20 por ciento de los hombres. (Entrevista 19: Lucas, 28 años).
res, por otro lado, cuando se piensan como pareja, pretenden encontrar hombres y
mujeres; que cumplan con los roles familiares tradicionales que les son asignados a
cada género. Ahora podemos darle una nueva interpretación a los fríos números de
los promedios y las tendencias; la postergación de la transición familiar, que algunos
autores definen como un indicador del inicio de una segunda transición demográ-
fica, se asocia no con el rechazo, sino con la aceptación y vigencia de los patrones
tradicionales de organización familiar.
Algo similar ocurre en relación al tercer aspecto a tratar, las expectativas respec-
to a cómo establecer una familia, donde nuevamente la confluencia de tradición y
modernidad complejizan la interpretación de los datos. El modelo ideal propicia
que la unión conyugal sea avalada tanto por el Registro Civil como por la Iglesia, y que
el nacimiento de los hijos (incluso su procreación y gestación) ocurra dentro del
matrimonio. Algunos estudios señalan que en la práctica dicho modelo ha venido
perdiendo peso; en este sentido y como claros indicadores del inicio de una segunda
transición demográfica, se señala el debilitamiento del matrimonio religioso consa-
grado por la Iglesia, el incremento de las uniones conyugales libres o consensuales,
y la mayor aceptación social de las relaciones sexuales e incluso la procreación fuera
del matrimonio (Quilodrán, 2000).
Algunos de estos indicadores, sin embargo, deben ser matizados. No porque no
ocurran, sino porque en México muchos de estos aspectos no son nuevos, y porque
su interpretación puede ser muy diferente a la de estos mismos sucesos en otros
países, donde sí pueden ser indicativos de una segunda transición demográfica aso-
ciada con procesos de creciente secularización e individuación. En América Latina,
y México no es excepción, la maternidad fuera del matrimonio en el caso de los
jóvenes tiende a asociarse con situaciones de pobreza, privación y otros factores de
exclusión (abandono escolar temprano, inserción laboral precaria, desconocimiento
de métodos anticonceptivos, etc.), y no necesariamente con una escisión voluntaria
entre proyectos de pareja, por un lado, y de maternidad/paternidad, por otro. Por
otra parte, las uniones libres tienen una vieja presencia en la región y, como coinciden
diversos autores, en muchos casos conservan sus características tradicionales (ce-
pal/oij, 2004). Un informe reciente de la cepal y la Organización Iberoamericana
de Juventud, al explorar las tendencias en las pautas de unión conyugal entre los
jóvenes, concluye que:
Los datos censales muestran un incremento sistemático de la unión libre entre los
jóvenes, lo que puede ser interpretado alternativamente como signo de modernidad
o como señal de precariedad. Para extraer conclusiones respecto del carácter de las
uniones consensuales se requiere un análisis más pormenorizado, aunque estudios
previos sugieren que en la región coexiste la unión informal tradicional con la unión
consensual moderna (cepal/oij, 2004, 85)
Como puede observarse en el Cuadro 3.3 las uniones avaladas ante la autoridad civil
y la Iglesia simultáneamente son claramente mayoritarias entre los jóvenes de áreas
urbanas. Cerca de la mitad de los jóvenes en pareja (47.6%) están unidos por el Civil e
Iglesia, mientras otro 30.0% sólo por el Civil. El primer aspecto a destacar a partir de
estos datos es la importancia del casamiento civil; 3 de cada 4 jóvenes unidos lo está
ante esta instancia; en contraparte, la Iglesia como único aval de la unión ha perdido
fuerza, representando una porción mínima de las uniones conyugales. Finalmente,
una quinta parte (20.4%) de los jóvenes que tienen una pareja conyugal han formado
una unión consensual no formalizada ni ante el Registro Civil ni la Iglesia.
Ahora bien, más allá de una pintura general de la distribución de las uniones
conyugales entre los jóvenes, no contamos aún con una clara interpretación de lo que
significa cada una de ellas; como se señala en el informe de la cepal es necesario un
estudio más pormenorizado que nos permita detectar las características y significados
de las uniones consensuales, de la unión por el Civil, e incluso de la consagración
ante la Iglesia.
Cuadro 3.3
Tipo de unión de jóvenes en pareja, según género y condición educativa.
México, áreas urbanas, cohorte 1971-1974 (porcentajes)
Sin deficiencia educativa Con deficiencia educativa
El análisis de los tipos de unión según género, pero principalmente según la condición
educativa, nos brinda un primer acercamiento a este problema. La primera, y tal vez
la más significativa de las observaciones que se desprenden del Cuadro 3.3, es que la
No, el juntarme yo creo que no porque como dicen no,… al rato qué dicen las
malas lenguas ¿no? Aquí la gente es muy así, muy habladora entonces al rato ya lo
andan criticando a uno “no pus que fulanito ya se juntó y que míralo ni siquiera se
casó y que quién sabe qué…”. Si de por sí cuando uno está casado a veces hablan
hasta demás, ahora imagínese juntado. ¡ Ah si! ¿Todavía se le da mucha importancia a
eso? Claro, aquí sí, aquí hay personas todavía que son así. ¿Y para ti es importante eso o
no? ¿O nada más…? Pues yo siempre he dicho, aquí no importa lo que diga la gente
aquí importa si uno es feliz o no, eres tú, tú mismo no eres los demás. Sí pero… un
poco le estás haciendo caso a la gente porque si dices que no te juntarías, que te casarías y lo harías
porque a ti te parece importante hacer algo formal, casarte formalmente o por lo que podría….?
No, a mí me gustaría casarme formalmente, sería muy bonito ¡vamos! Tener una
novia, conocerla y todo, ver su forma de ser, luego hay que ver qué le gusta, qué no
le gusta y si se da la relación este después sería bonito ir a pedirla ¿no? con sus papás,
porque yo creo que, yo creo que todo papá como la mamá tiene deseos de que sus
hijos se casen pero que se casen bien, de que no se lleven a sus novias y que no se
las.… ¿no? Entonces sería bonito ir a pedir a la novia a su casa y… ¿Y casarte por la
Iglesia o por Civil? Por los dos. (Entrevista 18: Damián, 20 años).
Y entonces se casaron y… ¿se casaron por la iglesia o por el civil? Por el Civil y por la Igle-
sia. ¿Tú eres religiosa…? Sí, soy católica como mis papás. Ajá, o sea que era importante
casarte por la Iglesia porque… Pues realmente yo en lo personal yo como que pus, es
que yo no… O sea soy católica pero así que yo diga “hay mi religión…”, para qué
miento, pero mi mamá sí, entons ella siempre decía “no, pus cásense bien”. ¿Y por
el Civil por qué te casaste? Por puro y mero requisito la verdad, o sea porque mi mamá
decía “si ustedes no se casan no salen… nada de que, de que unión libre, no” y sí.
(Entrevista 15: Dalma, 28 años)
Pero los párrafos citados agregan otros elementos no menos importantes que matizan
y complejizan la interpretación. El más importante de estos aspectos es la fuerte
presencia de las percepciones y discursos de generaciones mayores, particularmente
pero no sólo de los padres, sobre las opciones de los más jóvenes. Damián se justifica
diciendo que todo papá como la mamá tiene deseos de que sus hijos se casen, pero que se casen
bien; por su parte Dalma recuerda la advertencia de su mamá que decía si ustedes no
se casan no salen… nada de que, de que unión libre, no.
Es decir, la vigencia de este modelo ideal es en gran medida parte de una relación
de poder intergeneracional, en la que generaciones adultas intentan controlar y dictar
procesos biográficos de las generaciones más jóvenes. Si la unión conyugal, junto con
el abandono del hogar, constituye un evento decisivo en el proceso de autonomía
e independencia de los hijos, el discurso de los padres se muestra como un último
acto de resistencia al debilitamiento de su poder que implica este proceso. Incluso su
influencia en las decisiones y percepciones de los más jóvenes muestra que se trata
de una revalidación de este poder al pautar y dictar cómo debe ser el proceso mismo
de autonomía e independencia de los hijos. En cierta forma estos párrafos nos dicen
más sobre la vigencia y la fuerza de la autoridad de los padres en los hijos, que sobre
la vigencia y la fuerza del modelo ideal de transición familiar en los jóvenes.
¿Cuál es entonces la voz de los jóvenes de sectores populares más allá de este
discurso que reproduce el discurso de los padres? Haciendo un esfuerzo de síntesis
las percepciones de los jóvenes de sectores populares muestran nuevamente una
combinación, incluso estratégica, de aspectos y pautas que podríamos definir como
modernas y tradicionales. Por un lado, lo religioso no sólo conserva su vigencia,
sino que de las entrevistas emerge que en estos jóvenes la formalización de la unión
conyugal ante la Iglesia es altamente valorada, e implica un compromiso individual
de tipo superior. Por otro lado, las uniones civiles tienden a ser vistas como lo que
efectivamente son, un contrato, pero a las cuales se les atribuye mayor sentido prác-
tico y a la vez menor compromiso individual.
No, se dio así, digamos para tal fecha… y sí. ¿Y se unieron o se casaron por la Iglesia?
Nada más por el Civil… Por el Civil, y ¿por qué? Hay una cosa, todavía me porto mal
pero a Dios no se le puede mentir y Dios pregunta si realmente la amo, y… ¿No lo
había? O sea, no estaba seguro totalmente, ahorita se empiezan a dar las cosas por
las cosas que han pasado, entons en aquel entonces porque lo que yo tenía y por
lo que ella tenía entons no, a Dios no se le puede mentir, eso creo. ¿Y por qué por
el Civil? Era como una forma de ganas de… como que de amarrar el matrimonio
¿no? O ante la sociedad ¿no? ¿Era importante para ti hacerlo, o te daba lo mismo? Pues…
Se hizo por estar bien con su familia ¿no? Que por los principios supuestamente
morales que existían en su familia y mi familia, “sabes qué, pus si te vas a casar
pus trata de hacerlo bien aunque no hagas… aunque sea nada más por el Civil”, y
más que nada fue eso, entonces ya nos casamos, empezamos a… (Entrevista 11:
Marcos, 27 años)
No, no más por la Iglesia, no, no más por la Iglesia. ¿Por qué Lucas, por qué la
Iglesia y no el Civil? Lo que pasa es que mi papá o sea prácticamente a él le importa
más la Iglesia, sí. ¿Pero y a ti? Pues yo prefería casarme por el Civil porque yo se que
después me divorcio y si no me llevo bien con ella pues na’ más me divorcio, es
mas fácil ¿no?, pero este, pero yo todavía tenía como pensado como mi hermano le
hizo allá, en Estados Unidos ¿no? Casarse. Pero yo siempre esperaba que mi esposa
fuera inteligente en ese sentido… que yo me casara con otra chava aunque yo esté
viviendo con mi esposa ahora ¿no?, pero ya veo que es muy difícil o sea porque ella
tiene otra ideología muy diferente a la mía porque yo viví, yo viví toda ésas, entonces
por eso mismo yo creo que en cierta manera no me casé por el Civil. ¿Pero… , la
Iglesia te importa algo o no le das tanta importancia? ¡Ah no, claro! No, pus sí, pus… ¿Te
daba lo mismo juntarte por ejemplo que casarte por la Iglesia? Lo que pasa es que, que yo
desde un comienzo mi papá no iba a permitir que yo me juntara o sea con la mujer
que yo me juntara, que me casara y ya, punto, que ya iba a dejar de… , ora sí pues,
de fastidiarme… (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
Los datos del Cuadro 3.3 muestran que las uniones consagradas ante la Iglesia tienen
una presencia significativamente menor entre los jóvenes de sectores populares. Esto
no necesariamente quiere decir, como suponíamos inicialmente, un mayor grado de
secularización entre estos sectores. Lo religioso conserva su vigencia e influencia
sobre las decisiones individuales, tan es así que ante la inseguridad en la fuerza de la
relación conyugal prefieren evitar o postergar su consagración ante la Iglesia hasta
hallar esta certeza. Es decir, en la percepción de estos jóvenes acerca de las distintas
opciones para establecer una pareja conyugal actúan al menos dos elementos dis-
tintos pero que tienden a reforzarse mutuamente: por un lado, la opinión y vigencia
de la autoridad de los padres que propicia un modelo ideal, sintetizado en la idea de
casarse bien (por el civil y la Iglesia) y que censura las uniones consensuales; por otro
lado, la visión de los propios jóvenes que percibe un mayor compromiso, valor y
perdurabilidad en la unión por la Iglesia, y en la unión por el civil, mayor utilidad
y posibilidades de disolución de la relación.
De esto se sigue que las figuras del Cuadro 3.3, que señalan una menor proporción
en los sectores populares de uniones religiosas, una mayor proporción de uniones
consensuales, y una clara primacía de las uniones por el civil, no nos hablan de una
mayor secularización e individuación, sino que indirectamente nos hablan de los
rasgos contrarios. Mi interpretación de estos datos a la luz del análisis cualitativo,
es que el modelo ideal, y en particular la valoración de la unión por la Iglesia, no
ha perdido fuerza en la percepción de estos jóvenes; lo que sí se ha debilitado en
cambio, es la creencia en la estabilidad de la pareja. Como queda claro en las entre-
vistas de Lucas y Marcos, ante la inestabilidad que parece caracterizar a las uniones
conyugales, el Civil permite que llegado el caso pues na’ más me divorcio, es más fácil,
pero a Dios no se le puede mentir. Los jóvenes parecen entonces atrapados entre fuerzas
encontradas: la vigencia de modelos tradicionales y experiencias que no condicen
con ellos. Los datos del Cuadro 3.3, entonces, nos hablan también de inestabilidad
y de otros motivos, alejados del amor y la decisión no condicionada en las uniones
conyugales (aspectos que veremos en el próximo punto).
El amor no siempre es el único ni menos aún el principal motivo que explica o nos
permite entender por qué se produce una unión conyugal. Es más, deberíamos agregar
que en muchas ocasiones no hay motivos sino causas, no hay voluntad individual sino
factores sociales que desencadenan una transición familiar (embarazo y/o unión)
(Saraví, 2002). Nuestra hipótesis es que cuando en la transición familiar no interviene
la planificación ni la decisión individual, o dicho en otros términos, cuando participan
factores compulsivos y otras motivaciones ajenas a los eventos mismos, se constituye
en un factor de riesgo que potencialmente puede desencadenar otras desventajas.
Es por esta razón que aquí me ocuparé de algunos de estos otros motivos y causas
sociales que pueden esconderse detrás de una unión conyugal.
Nuevamente a partir de la Encuesta Nacional de Juventud y tomando como referencia
a los jóvenes que en el 2000 tenían entre 26 y 29 años, el Cuadro 3.4 nos presenta
una pintura general de las principales causas y motivos que los llevaron a la unión
conyugal. Claramente el deseo de iniciar una vida familiar aparece como la principal
razón, particularmente entre los hombres y entre los jóvenes que se unieron a partir
de los 20 años. Entre las mujeres que se unieron conyugalmente en su adolescencia
esta última razón pierde fuerza (aunque no deja de ser absolutamente mayoritaria),
y comienzan a ganar peso algunos otros motivos y causas. Aunque con porcentajes
sensiblemente inferiores, el embarazo emerge como la segunda causa de una unión
conyugal, particularmente entre los jóvenes de ambos géneros que se unieron antes
de los 20 años. Finalmente, cabe destacar otros dos elementos que sólo aparecen con
un porcentaje considerable de respuestas entre las mujeres que experimentaron una
unión conyugal temprana: cerca de 4.0% de ellas dijeron haberse unido para salir de
la casa, y otro porcentaje similar dijo hacerlo por presión de terceros.
En síntesis, el Cuadro 3.4 más allá de las limitaciones de una encuesta para ex-
plorar estos temas, e incluso de los diversos sentidos que pueden esconderse detrás
del deseo de iniciar una vida familiar, nos muestra una participación considerable de
otras causas y motivos como desencadenantes de una unión conyugal. Es importante
destacar que estos factores de carácter compulsivo, que empujan a la unión conyugal,
tienen particular peso entre las mujeres que se unen tempranamente: 1 de cada 5
jóvenes unidas antes de los 20 años de edad dijo haberlo hecho por razones distintas
al deseo de iniciar una vida familiar.
Es oportuno volver a señalar que el hecho de caracterizar a esta situación como un factor de riesgo
no significa que necesariamente se desencadenen desventajas, ni que estas últimas estén exentas en
otros tipos de transición familiar, sino simplemente una mayor vulnerabilidad a tales desventajas.
Cuadro 3.4
Motivos para unirse conyugalmente, según edad de unión y género.
México, áreas urbanas, cohorte 1971-1974 (porcentajes)
Antes de los 20 años Después de los 19 años
Estos embarazos parecen ser bastante poco problemáticos en términos del presente
y el futuro de la pareja involucrada: ambos jóvenes ya han terminado o estarán a
punto de terminar el ciclo de estudios al que aspiran; sus planes no comprenden
posponer el matrimonio y la maternidad por mucho tiempo; están listos para ca-
sarse más temprano que tarde; casi siempre cuentan con el apoyo de los respectivos
Como vimos con anterioridad, en los sectores populares los jóvenes tienden a experi-
mentar la transición familiar a edades más tempranas, generalmente alrededor de los
20 años; en este sentido, como señala Stern, un embarazo previo a la unión durante
la adolescencia sólo precipitaría unos pocos años eventos próximos y previsibles.
Es decir, el embarazo previo a la unión no siempre es un factor compulsivo de la
unión conyugal; es parte del proceso de transición familiar en el que ambos eventos
(embarazo y unión) pueden darse en un orden indistinto. Tan es así, que es posible
imaginar que en este caso pocos dirían que la causa de la unión fue el embarazo,
sino más bien el deseo de formar una familia. Dicho sintéticamente, en estos casos
el embarazo no agrega nada nuevo más que anticipar el inicio de un evento. Pero
existen situaciones en las que el embarazo sí se constituye en un factor compulsivo
que desencadena uniones no deseadas.
¿Y el embarazo fue previsto… o fue…? No,… no, no fue previsto. ¿Cómo reaccionaste cuando
te diste cuenta de que estabas embarazada? Tranquila. ¿Y tu pareja cómo reaccionó? Ah…
¡ay! Él… yo bueno…, no creo que hubiera querido que estuviera embarazada. ¿Por
qué? Porque no quería tener una relación estable. ¿Tus papás que te dijeron cuando se
enteraron? Cundo se enteraron… Pues nada más pidieron mis papeles para casarme,
me pidieron mis papeles y le pidieron sus papeles a él y ya cuando supimos ya nada
más nos dieron la fecha, de cuando nos teníamos que casar. ¿No fue concensuado por
ustedes el casamiento? No, no. ¿Los obligaron a casarse? Sí, porque pues no nos pidieron
nuestra opinión de si nos queríamos casar o no. ¿Después de que se casaron qué fue lo
más representativo en tu vida? Pues mi niño o sea… sí él, nada más (Entrevista 4: Inés,
27 años)
¿Empezaste a construir en esa época o no pudiste hacer mucho? Empecé pero poquito o
sea empezar a comprar material, empecé a comprar muebles, porque ya teníamos
planes de boda con mi esposa, con mi esposa, no duramos mucho, duramos de
Según encuestas nacionales realizadas en los años ochenta (1982 y 1987) citadas por Salles y Tuirán
(1996), cerca de uno de cada cinco primeros partos ocurrieron antes o durante los primeros seis
meses del matrimonio o la unión.
novios como tres meses y… Nos, nos… Perdón, nos tardamos como ocho meses
para que nos casáramos pero desde después de los tres meses empezamos a comprar
cosas. ¿Y qué edad tenías cuando te casaste? Tenía creo, pus tenía los, iba a cumplir los 25.
¿Y ella cuántos tenía? Ella pus son tres o cuatro años menor que yo, ella… ¿Y por qué
te casaste, se casaron porque tenían ganas en ese momento, lo planificaron o estaba embarazada?
Mmm, estaba embarazada o sea que nos tuvimos que casar casi a huevo o sea [… ]
No, sí, o sea, te casas con la que tú elijas y…, pero como aquí había ya de por medio
un compromiso porque él [su papá] fue a dar la cara cuando la fuimos a pedir y
estaba embarazada entons ya no había marcha atrás.… para él, él tenía que cumplir
porque tenía que cumplir. (Entrevista 19: Lucas, 28 años)
ción, “las concepciones de Berta sobre los derechos y obligaciones entre los géneros
y las generaciones, y las identidades y relaciones de género se entretejen en la idea
del matrimonio o unión, como un medio para escapar de condiciones adversas en
el hogar de origen, si bien la realidad se encarga de matizar la fantasía” (2000: 101).
Podríamos agregar que con frecuencia la realidad no sólo matiza estas esperanzas
sino que tiende a reproducir un proceso de acumulación de desventajas.
El segundo factor no aparece en las opciones de la encuesta, pero emergió con
cierta recurrencia en las entrevistas, particularmente en la voz de los jóvenes hom-
bres. Diversos estudios han mostrado, tanto en México como en otros contextos
nacionales, que la transición familiar representa para las jóvenes, especialmente de
sectores populares, una vía para construir una nueva identidad, entendida como
mediación objetiva de la interacción social (Reguillo, 1991). Concluido el período
escolar, ya no se es estudiante, si se permanece en la casa contribuyendo en las ta-
reas domésticas, no se es trabajadora, pero tampoco podría decirse que se es ama
de casa, incluso, como hemos visto en otro trabajo (Saraví, 2002), cuando ocurren
rupturas familiares importantes (como la muerte o abandono de uno de los padres,
en especial de la madre), la misma condición de hija comienza a ponerse en duda.
Frente a esta indeterminación identitaria, la transición familiar ofrece una identidad
segura y socialmente legitimada con la cual presentarse al mundo: la de madre y es-
posa. Dicho en otros términos, esta crisis identitaria que en las jóvenes de sectores
populares tiende a ocurrir hacia el final de la adolescencia, forma parte del contexto
que favorece el inicio de la transición familiar.
Ha sido menos explorado, y en consecuencia es menos conocido, lo que encuen-
tran los hombres en la transición familiar. De las entrevistas se desprende que ellos
también encuentran elementos que contribuyen a definir una nueva presentación y
forma de interacción. Estos elementos, que podrían denominarse responsabilidad y
desamparo, resultan en apariencia contradictorios, pero como veremos en las siguien-
tes citas, ambos están fuertemente asociados a la masculinidad de los jóvenes.
¿Tus padres cómo reaccionaron con tu matrimonio, tu hijo? Pues fíjate que mis papás lo…
lo platicaron mucho conmigo de que este pues tal vez de que estaba muy chico, de
que pus no tenía un buen empleo y este o sea sí pus me dijeron ¿no? que era muy
joven para casarme y todo, pero tal vez digamos que fue este más que nada por la
soledad ¿no? O sea que me sentía yo muy solo y todo o sea yo dije “no pus sabes
que, o este… o nos componemos o a ver qué le hacemos”; pero afortunadamente
ahorita he salido muy adelante. ¿Cuáles fueron los principales cambios en tu vida después del
matrimonio, del hijo…? Pues fíjate que este los principales cambios fueron los de que
fíjate yo era, no era muy dado a estar casi unido, ¡ajá!, estaba con una persona así
muy cerca y todo eso pero este ya conforme va pasando el tiempo yo pienso que
te vas acostumbrando ¿no? y ya vas reaccionando de otra manera y piensas de otra
manera, digamos yo antes decía “no pus yo si quiero me compro esto y si no pus
me lo gasto no?” y o sea te, digamos era de que o este, ¿cómo se llama? de que hoy
voy a trabajar y mañana no voy a trabajar y eso, pero ahora los principales cambios
son de que tienes que trabajar a fuerzas porque si no, no hay pa’ comer. ¿Crees que
fue lo mejor para ustedes? Pues a la vez pienso… pienso yo que este mi situación este
pienso que yo creo este fue lo, fue lo bueno para mí porque sí ya me estaba desca-
rriando y todo y o sea a raíz de que me casé y todo salí este ya adelante y con otros
pensamientos más que nada. (Entrevista 10: Ruben, 22 años)
Pues sí, no, de eso o sea siempre… la quiero mucho, la quiero mucho… ¿Si, pero
por qué decidieron casarse? Hubo algo que…? Hubo el…, de un niño o sea nació un niño
y antes de casarnos entons fue por eso, también y yo pensé que en todo lo que ha-
bía… me sentía así como, como, como dentro de una soledad, una falta de amor,
entons este pus también yo a lo mejor fue la razón también por buscar este, cómo
se llama? alguien que estuviera conmigo. [… ] Sí, y ya este le digo ya nos casamos
por esa razón y por lo que yo sentía ¿no? por mi, y ella porque pus… tenía como
unos ocho meses que se había muerto su mamá… Ya ella me lo comentó, después
de que la empecé a conocer, entons a lo mejor me… pus ya que también ella optó
por esa idea, y ya… Ajá, porque ella vivía con su papá en esa época. Ella también ya había
muerto su papá, ya vivía con puros hermanos. (Entrevista 11: Marcos, 27 años)
Por un lado, aparece nuevamente con claridad la vigencia del rol tradicional de pro-
veedor asignado al hombre en el hogar. Ésta es la responsabilidad que, veíamos en
el punto anterior, las mujeres esperan de sus parejas, y que ahora vemos los hombres
parecen reconocer como propia. Pero los jóvenes también parecen esperar de la
unión conyugal un refugio para su “soledad”. Cuando les pregunté por los motivos
que los llevaron a unirse conyugalmente, con frases casi idénticas, Rubén y Marcos
hicieron referencia a este aspecto: me sentía yo muy solo, me sentía como dentro de una
soledad. En ambos casos hay un reconocimiento de problemas individuales (ya me
estaba descarriando, por lo que yo sentía por mí) como disparadores o condicionantes de
la unión, que parecen tener prioridad sobre las cualidades y sentimientos hacia la
pareja en sí misma. Si bien se trata de un tema complejo, estos motivos esgrimidos
por los jóvenes parecen complementarios con los resultados de la encuesta que
nos dicen que uno de los aspectos más valorados por los hombres en sus parejas
es la ternura y comprensión de la mujer. Un esfuerzo interpretativo de la voz de
los propios jóvenes diría que la soledad, la falta de amor y el mal comportamiento,
demandan ternura y comprensión.
Ajá, sí soy casado. ¿A los cuántos años te casaste? Pues a los diecinueve me casé. Y ¿a qué
edad tuviste tu primer hijo? A los veinte. ¿Fue algo planificado o fue imprevisto? Fíjate que fue
imprevisto eh, fue imprevisto lo de mi hijo y todo. ¿Cómo reaccionaste? Pues… este a
la vez fíjate que o sea me motivó más y reaccioné de una manera o sea muy alegre
¿no? y todo, pero eso fue lo que más me motivó o sea ya por la familia ya echarle
un poquito más de ganas de salir adelante. ¿Tu pareja cómo reaccionó? Pues también,
este digamos que al principio también como que este medio desconcertados ¿no?
Pero ya después lo platicamos muy bien y todo y pus logramos ahorita salir adelante.
(Entrevista 10: Rubén, 22 años)
Sí, no, sí pus hay muchos que trabajan por ejemplo la mayoría de mi edad digamos
con los que yo me junté pus ya están casados, hay otros más grandes que yo que pus
ya también ya están casados entonces… quieras o no el matrimonio te hace que…
que pienses [… ] Por ejemplo este, cambian cuando se casan, les asienta bien el
matrimonio, a los que yo conozco a la mayoría les ha asentado bien el matrimonio
y han cambiado, han dejado de hacer eso, han dejado de robar, han dejado de dro-
garse, han dejado de tomar. (Entrevista 11: Marcos, 27 años)
novios y todo y alguna vez lo platicamos ¿no? “oye y si nos juntaríamos y eso” y o
sea haz de cuenta que fue este de improviso de que yo agarré y de un día pa’ otro les
dije a mis papás saben qué yo me voy a casar y todo… y este igual con mis suegros
y todo lo platicamos así de un día pa’ otro. (Entrevista 10: Rubén, 22 años)
Muy diferente, dice Rubén; motivos y causas diversas confluyeron para que repentina-
mente iniciara junto a su esposa una vida conyugal para la cual sus esquemas previos
resultaron obsoletos. La realidad inminente de una nueva familia le plantea ahora
la necesidad de hacer frente al rol de esposo y padre, es decir, de ser responsable
y cumplir con sus obligaciones de proveedor. Iniciar y mantener una familia para
los sectores populares no es tarea sencilla; pero más importante de destacar, es que
aunque nunca lo haya sido, esto no significa que las primeras etapas del ciclo familiar
no sean y hayan sido un período plagado de riesgos. Las mujeres tampoco están
exentas de sufrir este choque que implica contrastar sus percepciones previas con
las experiencias actuales. Veamos lo que dicen algunas de las jóvenes entrevistadas:
De ahí pus con ése me casé. ¡ Ah te casaste! Con ése fue el fracaso, le digo “fuiste mi
fracaso”… (Entrevista 15: Dalma, 28 años)
¿Tu vida conyugal resultó como pensabas? No. ¿Por qué? Pues porque yo pensé que era
distinto. ¿Qué te imaginabas? Pues así como, como le digo yo, yo soy una persona
tranquila que nunca me ha gustado tener problemas este y pues yo pensé que mi
vida matrimonial iba a ser así, sin problemas ni disgustos ni nada pues. ¿Y la realidad
cómo fue? Pues al revés, sí. (Entrevista 4: Inés, 27 años)
¿Y cuando te fuiste a vivir con tu esposo… resultó ser como te imaginabas? Pues no, no, no
porque pues de hecho desde que nos casamos esa noche se puso a tomar. Bueno
al principio pus estaba tranquilo, o sea tomaba y normal lo que era normal ¿no? En
principio sí, pero ya con el tiempo ya no, después de que nació la niña y eso al poco
tiempo… o sea de hecho siempre ha tomado desde que yo vivo con él; a lo mejor
antes igual pero pues yo nunca lo vi, como dicen cuando anda uno de novio da
uno la mejor cara que tienes y pues nunca lo vi así hasta ahora que vivimos juntos
fue cuando… que pues, la verdad es una cosa que no, yo creo que nadie la soporta.
(Entrevista 9: Lupita, 30 años)
Rubén se hacía cargo de las expectativas depositadas por las mujeres sobre los
hombres, la responsabilidad de proveedor, que constituye además un factor im-
portante en la construcción y afirmación de su identidad masculina. Por su parte,
¿cuáles son los contrastes que experimentan las mujeres al iniciar la vida conyugal?
Ni más ni menos que conocer en su pareja a un hombre que no reúne las condi-
ciones más valoradas y esperadas: ser responsable y no tener vicios. Es decir, tanto
en las percepciones como en las experiencias nos encontramos con la persistencia
de un modelo de organización familiar tradicional; con expectativas recíprocas de
roles claramente asignadas y diferenciadas que se traducen en diversas prácticas y
experiencias de conyugalidad.
La persistencia de una distribución tradicional de roles al interior del hogar es
evidente entre las generaciones más jóvenes y durante las primeras etapas del ciclo
familiar. El Cuadro 3.5 presenta la distribución de algunas tareas clave de la organiza-
ción familiar entre los miembros del hogar. Como puede observarse, más allá de una
tendencia general que confirma una clara distribución diferencial de tareas entre ambos
cónyuges, existen marcados contrastes por nivel de educación y género. El patrón tra-
dicional de asignación de tareas tiende a estar más arraigado en los jóvenes con menor
educación. Así, por ejemplo, entre las mujeres con deficiencia educativa el 75.9% dicen
que ellas se ocupan de las tareas del hogar, el 70.0% que sus parejas se encargan de dar
dinero a la casa, y el 64.4% que son sólo ellas quienes se ocupan de cuidar a los niños
y ancianos; entre las mujeres sin deficiencia educativa estos porcentajes son en todos
los casos sensiblemente menores (63.2%, 54.0%, y 55.8% respectivamente).
Diferencias notorias también pueden observarse con relación a la respuesta
que dan hombres y mujeres. Nuevamente como tendencia general, se puede notar que
mientras los hombres tienden a mostrar una distribución de tareas más tradicional
al interior de sus respectivos hogares, las mujeres señalan en mayor proporción una
coparticipación de ambos cónyuges en las tareas examinadas. Así por ejemplo, poco
más del 16.0% de los hombres dicen que ambos participan en los quehaceres del
hogar y en dar dinero a la casa, estos porcentajes se incrementan al 20.0% y 26.0%
de las mujeres para cada una de estas actividades respectivamente.
En síntesis, los aspectos más relevantes que nos sugieren los datos de este Cua-
dro son que en la experiencia de la vida conyugal, aún entre las generaciones más
jóvenes, predomina notablemente un patrón tradicional de distribución de roles por
género al interior del hogar, el cual es todavía más evidente entre los jóvenes con
menores niveles educativos, y más enfatizado por los hombres que por las mujeres.
Ahora bien, si lo anterior resulta de interés en sí mismo, la vinculación de estas ex-
periencias con las percepciones examinadas en los puntos anteriores, nos muestran
un panorama aún más complejo. Como señala Matthew Gutmann, “en cuanto a
las relaciones de género en la Ciudad de México es una época histórica sumamente
confusa” (1994: 15). Esta complejidad puede atribuirse a un proceso de cambio en
marcha, que como tal se caracteriza por contradicciones y conflictos; para decirlo
de otra manera, hay percepciones encontradas entre sí, que además no siempre se
condicen con las prácticas.
Cuadro 3.5
Distribución de tareas en el hogar según género y condición educativa.
México, áreas urbanas, cohorte 1971-1974 (porcentajes)
Hombres Mujeres
Una vez llegó [su hermano] tan… no sé, venía de una fiesta y quería de comer y le
dije “no pus sabes qué, yo no te voy a dar”, pero yo ya estaba más grande, ¡chin!
que me agarra del cabello y pum! que me estrella y con los platos me abrió aquí la
cabeza, me dio cerquititas de la sien y yo dije “no pus mi mamá le va a decir” dije,
“ahora, ahora sí ya lo van a correr” y no, dijo, “es que tú tuviste la culpa” dice, “es
que tú…” entons yo luego o sea no me gusta mucho hablar de él porque siempre
con, con mis hermanos tuve muchos conflictos porque mi mamá siempre los pro-
tegía mucho y a nosotras no. […] Es hombre [su hijo] es lo bueno, le digo “hay hijo
es lo bueno”. ¿Pero tú no vas a reproducir lo mismo que hizo tu mamá? No claro, no ¡eh!
para nada porque… “Si yo por ejemplo ahí en mi cuarto yo, yo le dije a mi esposo:
“sabes qué, aquí cómprame mi televisión, mi video, este mi aparato, mi cama”, o
sea mis cosas para que también cuando el niño quiera ver algo… (Entrevista 15:
Dalma, 28 años)”
Ahora bien, el no cumplir con estos roles tradicionales en la organización del hogar,
es percibido, principalmente por las mujeres pero también por los hombres, como
desencadenante de conflictos y desventajas. El rol tradicional de proveedor, como lo
han mostrado otros estudios, reafirma la autoridad del hombre al interior del ho-
gar (Kaztman, 1992; García y Oliveira, 1994; Gutmann, 1996). Así como Dalma
demandaba a su pareja la compra de ciertos electrodomésticos para ella, Marcos
manifiesta su orgullo de poder responder a las expectativas de su propia esposa;
Sobre la asignación diferencial por género de tareas y responsabilidades al interior del hogar entre
sus miembros más jóvenes, véase Camarena, 2004.
cabe señalar que Dalma y Marcos no se conocen, y cada uno de ellos habla de su
propia pareja, aunque dan cuenta de las dos caras de expectativas recíprocas en las
relaciones de género.
Era un cuarto grande y este… ya había comprado mi tele, pus ya podía ver y cam-
biar lo que yo quisiera, y ver lo que yo quisiera ¿no? Entonces yo dije “no pus…,
la video ¿no?, pus vamos a comprar una video ahora”, y ya compramos la video,
y “sabes qué, pus ya me canso mucho pa´lavar”, dice…, todavía no nacía mi hijo,
faltaban días, entonces dice “pus cómprame una lavadora ¿no?”. Ya le compré su
lavadora… ya entonces ya se dio, lo del niño… un varón. Entonces… este… la
llevamos al particular, al doctor particular…, como veía que podía, para que vea
¿no?, que sí puedo. (Entrevista 11: Marcos, 27 años)
Cuando no se puede cumplir con el rol de proveedor que ambos cónyuges esperan
del hombre, se desencadenan conflictos al interior del hogar que se constituyen en
desventajas que se añaden a los problemas económicos que son inherentes a esta
situación. La experiencia familiar de Marcos ha sido sumamente conflictiva, y ha
estado teñida permanentemente por su alcoholismo y la violencia. Así como en la
cita anterior daba cuenta de la satisfacción que le traía el poder mostrar a su familia
su capacidad de proveedor, más adelante Marcos asocia su declive económico con
una escalada de violencia hacia sus hijos y esposa.
Ya tenía decadencia en esa época, entons me harté, empecé a decaer y bueno pus…
“¿por qué no, por qué no puedo?”. Cuando empecé a vivir allá yo sentí que ya
estaba más para abajo. ¿En términos de qué, económicamente o…? Sí, económicamente
y este ahí digamos cuando me robaron di el bajón, y moralmente también me…
¿Anímicamente también? Sí, entonces empecé a insultar más a mi familia, me dediqué
más a tomar, pero yo siguiendo trabajando, y me preguntaban “cómo te va”, “pus
bien, estoy bien”, pero dentro de ese bien yo me estaba pudriendo. (Entrevista 11:
Marcos, 27 años)
¿Y entonces crees que cuando él regrese quiera tomar nuevamente a su familia? No, yo siento
que cuando regrese [a lo mejor] quiere, quiere tomar una posición que no, que no
tiene derecho de tomarla porque ni siquiera en todo este tiempo ha mantenido a
su hijo y bueno, pues digamos menos a mí ¿no? y se quiere tomar el derecho de
todavía preguntarme “y a dónde fuiste, y que esto, y que el otro” o sea cosa que yo
ya no tengo que responderle, o sea quiere él ese derecho y ya no lo tiene (Entrevista
4: Inés, 27 años)
Estas percepciones, presentes entre jóvenes de ambos géneros, refuerzan las obser-
vaciones de García y Oliveira respecto a la estabilidad que ha mostrado esta división
tradicional de roles pese a otros cambios que han ocurrido paralelamente. Como
señalan las autoras, “ser proveedor sigue teniendo una connotación simbólica muy
importante: se asocia con la idea del poder masculino, con la noción de soporte, pro-
tección, representación de la familia (esposa, hijos e hijas), responsabilidad y defensa
del honor. Además, se valora como un indicador de masculinidad. Los varones que
no pueden mantener sus familias pierden poder y prestigio. En ocasiones, cuando
dejan de cumplir sus obligaciones con la familia, pueden asumir comportamientos
violentos en contra de las mujeres e hijos(as)” (García y Oliveira, 2004: 288). En este
sentido, las palabras de Inés son interesantes además por lo que dicen no en forma
positiva sino por negación. Es decir, cumplir con el rol de proveedor legitima el rol
autoritario del hombre al interior del hogar. Este es un punto clave en el que confluyen
una serie de factores que constituyen a la experiencia familiar para las generaciones
más jóvenes en fuente de tensiones, conflictos y desventajas, particularmente y de
manera obvia para las mujeres.
El rol de proveedor legitima una estructura autoritaria y reproduce la desigualdad
de género al interior del hogar. Aun cuando no se presenten situaciones de violencia
explícita y/o una desigualdad de bienes o recursos básicos (lo cual como hemos
visto no deja de ser frecuente), detrás de la armonía del hogar tradicional se oculta
una fuerte disparidad de oportunidades. Como señala Amartya Sen, la desigualdad
de género es últimamente un problema de disparidad de libertades (1995). La sub-
ordinación, el aislamiento, el agobio, son algunas manifestaciones de la desigualdad
genérica al interior del hogar; en sus respectivas entrevistas Inés contó cómo perdió
a todas sus amigas mientras estuvo casada; Lupita, cómo era agredida verbal y física-
mente; Dalma, cómo tuvo que renunciar a sus aspiraciones laborales, y Ana, cómo
pasó varios meses encerrada mientras su esposo no estaba en la casa. Tenemos ahora
mayores instrumentos para comenzar a entender los argumentos con los que los
jóvenes entrevistados justificaban en puntos anteriores sus pretensiones de postergar
algunas manifestaciones que insinúan ciertos cambios en las formas de pensar, ima-
ginar y valorar distintas modalidades de transición familiar y residencial, a nivel de
las prácticas persisten de manera muy consolidada modelos tradicionales en estos
dos espacios de las trayectorias vitales. Los jóvenes de sectores populares reconocen
abierta y mayoritariamente que transiciones tempranas incrementan sustancialmente
sus niveles de vulnerabilidad, que la autonomía e independencia reducen los conflictos
intrafamiliares, que los roles tradicionales de género coartan y limitan capacidades y
libertades individuales. Sin embargo, más allá de una leve postergación de algunos
eventos en jóvenes con oportunidades para hacerlo, en las experiencias exploradas
no se refleja ninguno de estos cambios, y al contrario, se evidencia la persistencia
de innumerables elementos de modalidades y patrones tradicionales de transición
en los ámbitos privados.
Estas tensiones o contradicciones entre percepciones y experiencias pueden
explicarse tomando en cuenta una serie de aspectos estructurales y simbólicos, eco
nómicos y socioculturales, subyacentes al discurso que favorece la continuidad en
las prácticas. Esto nos conecta con un segundo nivel en el que se da la tensión entre
continuidad y cambio, y éste es el nivel de los contrastes entre sectores sociales. En
efecto, en términos generales podríamos decir que mientras el cambio en los mo-
delos y patrones de transición tiene mayor presencia en los sectores de clase media
y alta de nuestra sociedad,10 la continuidad se expresa fundamentalmente en los
sectores populares y más desfavorecidos. La estructura socioeconómica desigual y
crecientemente polarizada también se alimenta de una misma tendencia en el plano
del comportamiento demográfico en el tránsito hacia la adultez. La coexistencia de
continuidad y cambio en una sociedad extremadamente desigual como la mexicana,
contribuye y exacerba dicha desigualdad. Es decir, lo que en el capítulo previo se
expresaba en números y líneas, en éste cobra vida y sentido al desmenuzar el habitus
de la transición familiar y residencial en los sectores menos favorecidos.
En el transcurso del análisis previo emergieron al menos tres aspectos que for-
man parte de la cotidianidad sociocultural de los sectores más desfavorecidos, que
nos permiten elaborar una interpretación de la continuidad de modelos y patrones
tradicionales en la experiencia de los sectores populares. Una temprana escisión de
“lo mío” frente a lo de los padres, la co-residencia de la nueva pareja en el hogar
de los padres generalmente siguiendo un patrón virilocal, la búsqueda de parejas
que puedan responder a los roles tradicionales de género en el hogar. Estos tres
aspectos, a los cuales en algunos casos (no pocos) habría que agregar la presencia
10
Principalmente en términos educativos, y no necesariamente económicos.
Introducción
Una dimensión clave del proceso de transición a la adultez en las sociedades con-
temporáneas, y particularmente en la actual coyuntura, se refiere a la inserción en el
mercado de trabajo. En efecto, la incorporación al mercado laboral (especialmente
cuando se trata de una ocupación remunerada), tiene repercusiones no sólo en la
capacidad económica y por ende en el proceso de independencia y autonomía de los
jóvenes, sino también en la reformulación de identidades, de las relaciones y dinámicas
intrafamiliares, de los proyectos familiares y/o individuales de vida, etc. Al mismo
tiempo y en virtud de esta centralidad en esferas tan diversas de la vida, el trabajo
constituye, como lo han destacado infinidad de autores, un componente clave de
integración social. Durante buena parte del siglo pasado el trabajo, particularmente
de tipo formal, junto con la educación, también formal, constituyeron en América
Latina, en algunos países con más dinamismo que en otros, canales clave de movilidad
social ascendente y de incorporación al acelerado proceso de modernización que
experimentaban estas sociedades. Claro que no todos los sectores eran parte de este
proceso, y que en algunos países, entre ellos en México, una proporción mayoritaria
de su población permaneció al margen de los beneficios que podía brindar el acceso
a un empleo formal o a cierto nivel educativo.
No es mi propósito discutir aquí la relevancia que tuvieron en el pasado estos
mecanismos de movilidad e integración social, ni evaluar qué tan dinámicos y abar-
cadores fueron en México. Lo cierto es que en buena parte de la academia, e incluso
en el imaginario de vastos sectores de la población, ésa es una idea extendida, más
aplicada para el pasado (a veces idealizado en demasía), pero incluso sostenida para el
presente. En un informe preparado para la cepal y la Organización Iberoamericana
de la Juventud sobre la situación de los jóvenes en la región, se señala:
El empleo juega un papel clave en la inserción social de los jóvenes, puesto que
constituye la principal fuente de ingreso de las personas, proporciona integridad
social y conlleva legitimidad y reconocimiento social. Es también un ámbito de
169
de sus primeras actividades laborales. Pero casi todos ellos podrían clasificarse en
dos áreas temáticas: a) la caracterización de la situación prevaleciente en el merca-
do de trabajo juvenil, a nivel general o enfocado sobre cierto sector de jóvenes, y
generalmente destacando sus condiciones de precariedad; y b) la exploración de los
posibles factores que condicionan la incorporación de los niños, adolescentes y/o
jóvenes al mercado de trabajo, así como su peso relativo, nuevamente, para diversos
subgrupos de jóvenes. En ambos casos se trata mayoritariamente de análisis socio-
demográficos del mercado de trabajo.
Gracias a estos estudios conocemos la magnitud del trabajo de niños y ado-
lescentes, o el peso de sus contribuciones a la economía familiar. En el contexto
latinoamericano, México se ubica en el grupo de países con los niveles más altos de
participación económica de la población de 13 a 17 años; en el 32.0% de los hogares
mexicanos hay al menos un joven de 12 a 24 años que trabaja y recibe ingresos y,
aun más, en uno de cada ocho hogares es un joven el que aporta el mayor ingreso
(Camarena, 2004: 96). También sabemos que la inserción laboral de los jóvenes,
como ocurre en la mayor parte de los mercados de trabajo, tiende a caracterizarse
por la condición precaria, la escasa formalidad, y la pobreza de las remuneraciones
recibidas.
En América Latina, las cifras más recientes muestran que el 58.6% de los jóvenes
de 15 a 19 años que trabajan lo hacen en el sector de más baja productividad del
mercado de trabajo, pero lo más preocupante es que se llega a este porcentaje como
resultado de una tendencia que viene en ascenso desde comienzos de los noventa
(Schkolnik, 2005). En el caso específico de México, diversos datos confirman este
panorama regional: poco más del 80.0% de los jóvenes de 15 a 17 años que trabajan
lo hacen bajo un acuerdo verbal con el patrón, sin ningún otro tipo de contrato (Ca-
marena, 2004); cerca de la mitad de los jóvenes que trabajan reciben como ingreso
menos de un salario mínimo en su primer trabajo (Horbath, 2004); la mayoría de los
jóvenes trabajadores carecen de todo tipo de prestaciones sociales (Miranda López,
2002); más de la mitad de los jóvenes que trabajan (54.0%) lo hacen en la informali-
dad (Pérez Islas y Arteaga, 2001). Podrían enumerarse muchos otros datos, algunos
de ellos que incluso mostrarían discrepancias con respecto a la magnitud de estas
condiciones en el mercado de trabajo juvenil, pero lo significativo es que en todos
los casos se presenta un mercado de trabajo para los jóvenes caracterizado por la
precariedad, la informalidad y los bajos ingresos.
De igual manera, también contamos con cierto corpus de conocimientos respecto
a los factores y condiciones que favorecen la participación económica de niños y
adolescentes. Diversos estudios han explorado el efecto de variables tales como la
estructura y composición de la familia, la ocupación y educación de la madre y/o
el padre, las características del mercado de trabajo local, el área de residencia rural
o urbana, etc.
El tipo de estructura familiar prevaleciente en el hogar parece presentar cierta
asociación con la probabilidad de participación económica de niños y adolescentes;
así por ejemplo, los hogares nucleares con jefatura masculina son los que muestran
menor riesgo de una temprana participación laboral de los hijos, mientras que las
monoparentales y extensas, y particularmente los hogares encabezados por una mujer,
muestran la situación inversa, con el mayor riesgo de que sus miembros menores
trabajen (Mier y Terán y Rabell, 2001; Estrada Quiroz, 2005).
Es cierto, sin embargo, que esta asociación, tal como lo señalan Mier y Terán y
Rabell, depende sustancialmente del sector socioeconómico al que pertenezcan las
familias. En este sentido, tanto la educación como el tipo de inserción laboral de los
padres constituyen factores de mucho peso. El nivel de educación del jefe del hogar
opera en la dirección esperada, es decir, a medida que éste aumenta, la probabilidad
de que los niños y adolescentes trabajen disminuye (Estrada Quiroz, 2005).
En cuanto a la ocupación de los padres, se han establecido ciertas asociaciones
vinculadas con distintos aspectos. Así, la participación del jefe del hogar en el sector
primario incrementa sensiblemente la probabilidad de que los niños trabajen, mien-
tras que en el extremo opuesto se encuentran los hogares en los cuales el jefe es un
trabajador no manual (Estrada Quiroz, 2005); Giorguli Saucedo (2005) también ha
observado que la participación de las madres en el sector informal tiende a asociarse
con una mayor probabilidad de que los hijos en edad escolar trabajen; mientras
que Horbath (2004) sugiere que cuando los hijos se incorporan a las mismas acti-
vidades que sus padres, se incrementan las probabilidades de que esta inserción se
de en condiciones precarias.
Esta breve revisión de algunos estudios recientes sobre la inserción de los jóvenes
en el mercado de trabajo nos permite formarnos una idea de las áreas en las que
se han concentrado los estudios sobre el tema. Al mismo tiempo hace evidente la
perspectiva que ha prevalecido y los espacios que han permanecido inexplorados.
En este sentido, aquí me propongo abordar la transición escuela –trabajo desde una
perspectiva distinta, que permita avanzar sobre otras dimensiones poco exploradas
de este tema.
Con respecto a la perspectiva desde la que se mirará el problema en estos dos
capítulos, ésta no difiere de la que se ha planteado desde el inicio de este libro y
que ha permeado toda la investigación. No se trata de reiterar los argumentos, por
cierto complejos, que fueron desarrollados en el primer capítulo, sino simplemente
reafirmar el uso de una perspectiva antropológica sobre las experiencias biográficas
y los procesos de acumulación de desventajas, sustentada en el curso de vida y la
Por ahora nos basta con señalar que muchos estudios sobre los procesos de inser-
ción laboral juvenil han centrado sus preocupaciones en los logros educativos y su
influencia en los logros laborales, sin detenerse en la integralidad que representa este
tránsito de la familia de origen al empleo, incluyendo su paso por la escuela. La inte-
gralidad del tránsito juvenil al empleo incluye fundamentalmente ese rico entramado
de relaciones sociales que se va dando a través de la vida del joven por los diferentes
ámbitos en la que transcurre y que le van ofreciendo una gama de condiciones sobre
sus posibilidades de obtención de trabajo y percepciones sobre la calidad que éste
puede o debe tener (Pérez Islas y Urteaga, 2001: 373).
El análisis también pretende abordar áreas poco exploradas. Por un lado, los procesos
de acumulación de desventajas en la experiencia biográfica y su expresión macro en
la profundización de las brechas de desigualdad social, en este caso en el tránsito
de la educación formal al mercado de trabajo. Por otro lado, las experiencias y per-
cepciones de los jóvenes de sectores populares con respecto a estas dos instancias
clave en la transición a la adultez y en el proceso de integración social, como son la
escuela y el trabajo. Cada uno de estos dos temas será objeto principal (aunque no
exclusivo) de este y el siguiente capítulo, respectivamente.
Ambos temas comparten además el mantener una estrecha asociación con las
transformaciones en el modelo de desarrollo y en el tipo de sociedad que se construye
en el México contemporáneo, y más directamente aún con las tensiones y conflictos
que de allí se derivan (principalmente) para ciertos sectores de la población joven.
Específicamente en lo que atañe a la transición escuela –trabajo, los procesos de
reestructuración económica e incorporación a una economía global han implicado
nuevas oportunidades tanto económicas como de desarrollo personal y profesional
para algunos sectores de jóvenes, mientras que para otros ha significado no sólo una
De la escuela al trabajo
Gráfica 4.1
Condición de actividad según grupos de edad.
México, áreas urbanas (año 2000)
Cuadro 4.1
Condición de actividad por grupos de edad según educación de la madre.
México, áreas urbanas, Año 2000 (porcentajes)
Primaria completa Preparatoria completa
Secundaria completa
o menos o más
15-19 20-24 15-19 20-24 15-19 20-24
Sólo estudia 41.7 13.8 63.6 27.0 73.5 37.7
Estudia y trabaja 10.8 10.0 14.8 14.3 15.6 23.2
Sólo trabaja 28.8 49.4 11.1 40.3 5.9 23.2
Desocupado 5.1 3.9 2.6 5.0 1.7 4.1
Tareas del hogar 9.1 20.0 5.6 12.1 2.0 9.9
Otro 4.5 2.9 2.4 1.3 1.3 1.9
Total 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Según datos de la cepal para áreas urbanas de México, en 2004 el 62.2% de los
jóvenes de 13 a 19 años pertenecientes al quintil de ingresos más bajos asistían a la
escuela, mientras que este porcentaje se incrementaba a 86.2% en el quintil de mayores
ingresos. La brecha es significativamente más amplia aún al considerar el grupo de
20 a 24 años: en el quintil más pobre sólo 12.3% estudian, mientras que en el quintil
más rico este porcentaje es de 50.2%. Las cifras de la cepal para México, referidas
a los niveles de logro educativo en la enseñanza secundaria, muestran los contrastes
socioeconómicos con toda crudeza (véase Gráfica 4.2). En el año 2002, el 38.3% de
los jóvenes de 20 a 24 años habían completado el nivel secundario, pero las dispari-
dades por quintil de ingreso de los hogares nos presentan datos correspondientes a
realidades diametralmente opuestas: mientras que en los hogares pertenecientes al
20% con mejores ingresos los jóvenes de esta edad que han terminado la secundaria
representan el 63.2%, en los hogares del 20% más pobre el porcentaje de jóvenes
con este nivel educativo desciende a tan sólo 12.0%. Como lo muestra la razón en-
tre ambos quintiles, por cada joven con educación secundaria entre los más pobres
hay poco más de 5 entre los más ricos. Pero la razón nos permite señalar otras dos
observaciones.
La primera de ellas es que a pesar de los avances logrados entre el año 1989 y el
2002 en términos de la población de esta edad que cuenta con secundaria (de 21.9%
a 38.3%), la desigualdad en el logro educativo no sólo no se ha reducido, sino que
incluso se movió levemente en la dirección opuesta (la razón entre ambos quintiles
pasó de 5.1 a 5.3). La segunda observación es que el nivel de desigualdad alcanzado
por México lo ubica entre los países más desiguales de la región.
Nuevamente datos de la cepal nos permiten explorar con mayor detalle lo que
sucede con los jóvenes y su relación con la escuela en el período que va de los 15
a los 19 años, el cual resulta crítico en términos de abandono escolar. En las áreas
urbanas de México y para el año 2004 cerca del 35.0% de los jóvenes pertenecientes
a este grupo de edad habían abandonado la escuela, sin haber completado el nivel
secundario; una abultada mayoría de ellos lo había hecho incluso al inicio de este
Gráfica 4.2
Logro educativo en enseñanza secundaria en jóvenes de 20 a 24 años según quintiles
de ingreso de los hogares. México, total del país
Nota: Se considera a la población que completó el ciclo secundario según la Clasificación Internacional
Normalizada de Educación (cine) de 1997.
Fuente: Tomado de cepal/oij 2004.
nivel o antes, es decir un abandono muy temprano. Por otro lado, poco más de la
mitad (52.6%) ya habían egresado de la secundaria o bien se encontraban al día en
sus estudios; mientras que el 12.0% restante continuaba estudiando pero con retraso
(cepal, 2005).
La condición socioeconómica del hogar tiene una asociación clara con la pro-
porción de jóvenes que abandonan la escuela tempranamente. En el Cuadro 4.2
exploramos las edades en que abandonaron la escuela los jóvenes pertenecientes a
la cohorte 1971-1975 de áreas urbanas, es decir aquellos que en el año 2000 tenían
entre 25 y 29 años, y según el nivel de escolaridad de la madre. Cerca del 22.0% de
los jóvenes cuya madre tenía educación primaria completa o menos, abandonó la
escuela antes de los 15 años, y otro 46.0% lo hizo entre los 15 y los 19 años. Es decir,
7 de cada 10 jóvenes dejaron la escuela antes de alcanzar los 20 años de edad. Entre
los jóvenes cuya madre tiene educación secundaria completa o más, los porcentajes
son de 4.1% y 31.6% respectivamente. Es decir, en este grupo casi 7 de cada 10
jóvenes continúa estudiando después de los 19 años.
Cuadro 4.2
Edad al abandonar la escuela según educación de la madre.
México, áreas urbanas, Cohorte, 1971-1975 (porcentajes)
Primaria completa Secundaria completa
Total
o menos o más
Antes de los 15 21.8 4.1 17.0
Entre los 15 y 19 46.4 31.6 41.4
Entre los 20 y 24 13.9 24.4 16.8
Después de los 24 o aún estudia 17.9 39.9 23.8
Total 100.0 100.0 100.0
Cuadro 4.3
Motivos para abandonar la escuela según género y edad de abandono.
México, áreas urbanas, año, 2000 (porcentajes)
Ambos Hombres Mujeres
-15 15-19 -15 15-19 -15 15-19
No tenía recursos 26.4 18.8 23.5 18.7 28.5 18.9
Acabé mis estudios 0.8 6.0 1.0 4.1 0.7 7.8
No me gustaba estudiar 29.7 21.4 31.1 25.5 28.6 17.4
Por reprobar alguna materia 2.0 4.3 3.2 6.0 1.1 2.5
Tenía que trabajar 18.5 24.8 28.5 30.6 11.5 19.0
Embarazo 0.7 3.3 0.0 2.8 1.2 3.8
Matrimonio 12.8 15.4 6.4 8.0 17.3 22.8
Otro 9.1 6.0 6.3 4.3 11.1 7.8
Total 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Nota: En la categoría “otros motivos” se agruparon opciones que no reunieron más de 2.5% de las respuestas
(“mi pareja no me dejó”, “mis papás no quisieron”, “me enfermé”, “problemas de conducta”, “ya no había
escuelas o estaban muy lejos”, y “otros”). Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Cuadro 4.4
Edad al comenzar a trabajar según educación de la madre.
México, áreas urbanas, Cohorte 1971-1975 (porcentajes)
Primaria completa Secundaria completa
Total
o menos o más
Antes de los 15 24.6 14.5 21.8
Entre los 15 y 19 48.2 58.3 50.9
Entre los 20 y 24 16.9 20.6 17.9
Después de los 24 o aún no trabaja 10.4 6.6 9.3
Total 100.0 100.0 100.0
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Una primera observación que sirve para contextualizar este aspecto surge del es-
tudio ya mencionado realizado por la cepal y la Organización Iberoamericana de
la Juventud (2004). En él se señala que en el transcurso de la última década se ha
observado en toda la región un incremento de la proporción de jóvenes ocupados
y desocupados que asisten al sistema educativo, es decir una creciente proporción
de jóvenes que deben compatibilizar las exigencias del trabajo y la escuela. Para el
caso de México, Camarena (2004) estimó que cerca del 32.0% de los jóvenes que
empezaron a trabajar entre los 14 y los 17 años de edad, lo hicieron cuando aún
asistían a la escuela. En esta misma dirección, Giorguli (2005) señala para el caso de
México, que los jóvenes de menos recursos que asisten más a la escuela son aquellos
que combinan esta actividad con el trabajo.
Hasta aquí estos datos sugieren que una importante proporción de jóvenes
combinan desde edades tempranas la asistencia a la escuela con la participación en
el mercado de trabajo (incluso, que esto permitiría una mayor permanencia en la
escuela). Ello abre innumerables interrogantes acerca de sus efectos sobre el rendi-
miento escolar, y la calidad y aprovechamiento de la educación recibida. Pero por
otro lado nos plantea también ciertos cuestionamientos acerca de la competencia
entre ambas actividades, el valor que los propios jóvenes le otorgan a una y otra en
sus proyectos de vida, y la forma en que esta relación subjetiva entre escuela y trabajo
evoluciona con el paso del tiempo.
La primera referencia en esta dirección proviene de un dato muy simple. Mientras
el 63.7% de los jóvenes de la cohorte 1971-1975 cuyas madres habían alcanzado el
nivel de secundaria completa o más señalaron que todavía estaban estudiando cuan-
do comenzaron a trabajar, este porcentaje se reduce a 44.5% entre aquellos cuyas
madres tienen tan sólo la primaria completa o menos. Dicho en otros términos, el
55.5% de los jóvenes provenientes de los hogares de nivel socioeconómico más
bajo ya habían abandonado la escuela cuando empezaron a trabajar (o lo hicieron
simultáneamente).
A efectos de explorar con mayor cuidado esta relación, calculamos la diferencia en
años entre la edad de inicio laboral y la edad de abandono escolar. Es decir, cuando
el resultado es “0” esto significa que ambos eventos ocurrieron a la misma edad,
cuando el resultado es positivo (+) indica que la inserción laboral fue posterior al
abandono escolar (el número de años que transcurrieron entre que dejó la escuela
y empezó a trabajar), y cuando el resultado es negativo (-) indica que la inserción
laboral se produjo mientras aún se estaba estudiando (el número de años anteriores
al abandono escolar durante los cuales ya se trabajaba o había experimentado la pri-
mera inserción laboral). La muestra está representada por jóvenes que ya han tenido
una experiencia laboral y que ya han abandonado la escuela, es decir que pueden
responder respecto a la edad del primer trabajo y la edad de abandono escolar. Para
tratar de evitar al máximo los problemas de truncamiento se toman solamente a
los jóvenes de 26 a 29 años, es decir de edades en las cuales se espera que ya hayan
trabajado alguna vez y que ya hayan completado su educación.
Asumimos este resultado como un indicador de que ambos eventos han ocurrido simultáneamente,
aunque como es evidente no es una interpretación absolutamente correcta pues puede haber di-
ferencias de meses o días (no así de años) entre un evento y otro. Sin embargo, consideramos que
para nuestros fines las diferencias menores a un año no son significativas y nos hablan igualmente
de cierta simultaneidad.
Es importante señalar que un resultado negativo no significa que durante todos esos años se haya
estudiado y trabajado simultáneamente, pues es posible que no haya habido continuidad en la ex-
periencia laboral; sólo señala el número de años transcurridos desde que trabajó por primera vez
hasta el momento en que abandonó la escuela.
Del universo total de jóvenes de 26 a 29 años, el 94.4% ya había trabajado alguna vez, y el 82.0%
ya había abandonado la escuela. Cabe señalar que efectivamente se producen ciertos sesgos deri-
vados del truncamiento de los jóvenes que continúan estudiando a estas edades y que fueron eliminados
del análisis, los cuales además pertenecen mayoritariamente al nivel socioeconómico más alto (es
decir, cuyas madres tienen educación secundaria completa o más). En este sentido, el análisis es
simplemente indicativo, y lo que podríamos esperar si se tomara a este grupo unos años más tarde,
cuando todos hubiesen abandonado la escuela, es que se hicieran más pronunciadas las tendencias
que aquí se insinúan.
Cuadro 4.5
Cuartiles de la distribución de frecuencias de la variable
“Inicio Trabajo-Abandono Escolar” en jóvenes de 26 a 29 años
según educación de la madre. México, áreas urbanas (año 2000)
Educación de la Madre
Cuartiles Primaria completa Secundaria completa Total
o menos o más
1 (25.0%) -3.0 -6.0 -4.0
2 (50.0%) 0.0 -2.0 0.0
3 (75.0%) 2.0 0.0 1.0
La Gráfica 4.3 permite tener una visualización más clara de estos contrastes. En el
lado izquierdo correspondiente a los resultados negativos, es decir años durante los
cuales ya se trabajaba o había tenido una experiencia laboral y se continuó estudian-
do, la línea que representa a los jóvenes con madres con mayor nivel educativo se
mantiene prácticamente siempre por encima de la que representa a los jóvenes cuyas
madres tienen menor educación.
Una situación absolutamente inversa encontramos del lado derecho de la gráfica,
donde se presentan los años que transcurren entre que se abandona la escuela y se
empieza a trabajar. En este caso la línea correspondiente a los jóvenes provenientes
de hogares de nivel socioeconómico bajo se mantiene claramente por arriba de la
línea de jóvenes de nivel medio y alto, mostrando que las proporciones de jóvenes que
experimentan un período fuera de la escuela y el trabajo es siempre mayor en el primer
grupo. Camarena (2004: 107) ya había observado que “para una parte importante de
los jóvenes, en mayor medida mujeres, la entrada al trabajo no sólo se produce una vez
que se ha dejado la escuela, sino un considerable tiempo después de que ello ocurra”.
Lo que sugiere la mitad derecha de la Gráfica 4.3 es que los jóvenes provenientes de
hogares de nivel socioeconómico más bajo tienden a tener, en mayor proporción que
el resto, períodos de “desempleo” o “inacción” entre que dejan la escuela y obtienen
su primer trabajo. Periodos que además, para un porcentaje importante de jóvenes,
resultan significativamente extensos; como señalé anteriormente, 1 de cada 4 jóve-
nes de los hogares de menor status, pasan 2 o más años desempleados o “inactivos”
en este proceso de transición. Desempleo o inacción que significan una condición
Gráfica 4.3
“Inicio trabajo-abandono escolar” según educación de la madre en jóvenes
de 26 a 29 años de edad. México, áreas urbanas (año 2000)
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Se consideró sólo a jóvenes con alguna experiencia
laboral y que ya no estudian.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
fuerte de exclusión (del sistema escolar y del mercado de trabajo, instituciones clave
de integración social durante este período de la vida).
Es decir, el análisis realizado hasta aquí deja abiertos dos temas centrales en el
proceso de transición escuela –trabajo que las técnicas cualitativas nos permitirán
abordar con mayor profundidad en el próximo capítulo. En ambos casos se trata de
especificidades de esta transición en los jóvenes provenientes de hogares más des-
favorecidos. En primer lugar, explorar el proceso por el cual la complementariedad
entre escuela y trabajo tiene una escasa duración, lo cual sugiere que rápidamente
Buena parte de estos jóvenes pueden ser mujeres que luego de abandonar la escuela y antes de
integrarse al mercado de trabajo se dedican por un período a tareas del hogar o vinculadas a una
maternidad temprana. Sin embargo, la reclusión en el hogar y asumir este tipo de actividades a
edades tempranas no deja de ser preocupante, por lo cual esto no resta relevancia ni validez a la
sugerencia de que se trata de una situación de exclusión.
En todo caso podría decirse que el género y el nivel socioeconómico tienen un efecto indirecto
sobre las condiciones en el primer empleo, pues como vimos en la sección anterior, ellos se asocian
con contrastes tanto en la edad de inserción laboral como en su combinación con el estudio.
de las principales instancias de socialización para los jóvenes; y los amigos tam-
bién de integración. Lo que intento sugerir es que la iniciación laboral, que como
ya hemos visto generalmente es bastante temprana, está inmersa en el círculo más
cercano de interacción en la vida cotidiana y en el sentido común que lo organiza,
en dos espacios claves de socialización (e integración) para los jóvenes.
Cuadro 4.6
Medio de obtención del primer trabajo según edad.
México, áreas urbanas, Cohorte 1971-1975 (porcentajes)
Antes de 15 15 a 19 20 a 24
Por los periódicos 3.1 12.4 14.2
En una bolsa de trabajo 1.6 4.3 9.6
Por un amigo 34.7 39.2 33.7
Me contrató un familiar 40.1 21.2 14.4
Por la escuela 0.9 2.6 8.5
Por recomendación 11.1 14.0 12.0
Otra/Sin especificar 8.5 6.3 7.6
Total 100.0 100.0 100.0
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Las respuestas respecto a los mecanismos de obtención del primer trabajo son
prácticamente iguales entre jóvenes provenientes de hogares con diferentes niveles
socioeconómicos. Entre hombres y mujeres, en cambio, se observan algunas dife-
rencias: los primeros obtienen su primer trabajo por amigos (39.0%) y por contra-
tación de un familiar (30.0%) en mayor proporción que las mujeres (34.0% y 22.0%
respectivamente). Pero las diferencias más significativas que se dan entre los jóvenes
dependen de las edades a las cuales se tuvo el primer trabajo. El 40.0% de quienes
empezaron a trabajar antes de los 15 años fue debido a que los contrató un familiar;
este porcentaje desciende a 21.2% entre quienes tuvieron su primera experiencia
laboral entre los 15 y los 19 años, y a 14.4% entre quienes lo hicieron más tarde aún.
Los amigos continúan siendo importantes en los tres grupos, aunque principalmente
en los que empiezan a trabajar entre los 15 y 19 años (39.2%). Finalmente, los perió-
dicos ganan fuerza como medio de obtención del primer empleo entre los jóvenes
que se inician laboralmente a mayor edad (entre los 20 y 24 años), en los que alcanza
el 14.2% de las respuestas; algo similar ocurre con las bolsas de trabajo, que en este
mismo grupo de edad concentró el 9.6% de las respuestas.
Es decir, cuando se inicia más temprano la transición al mercado laboral, los ami-
gos pero principalmente la familia (a través de la contratación directa) constituyen los
principales canales de obtención del primer trabajo. En contraste, en los que se inician
más tarde, mecanismos más indirectos como los anuncios en periódicos o las bolsas
de trabajo ganan fuerza. ¿Qué nos dicen estas observaciones? Una interpretación
plausible sería que aquellos jóvenes que tienen la posibilidad de ser contratados por
un familiar, empezarán a trabajar más temprano. Sin embargo, la relación entre inicio
laboral temprano y familia puede leerse en una dirección diferente. Como veremos
en el siguiente capítulo, a partir de un análisis cualitativo más detallado, la aceptación,
e incluso la valoración de una iniciación laboral temprana en ciertas familias, es lo
que favorece que ésta efectivamente ocurra. Creemos que así como hay factores
económicos que inciden en una iniciación laboral temprana, también participan de
manera no menos importante, factores simbólicos asociados al sentido común o la
doxa prevaleciente en espacios clave de socialización de los jóvenes como la familia
o el grupo de pares. En este sentido, cabe pensar que ciertas familias favorecen y
estimulan una incorporación temprana al mercado de trabajo, y una de las formas
de hacerlo es incorporando a los hijos en actividades económicas familiares.
La absoluta mayoría de los jóvenes se desempeñan como obreros o empleados en
su primer trabajo; cualquiera sea su condición de género e incluso socioeconómica,
ésta es la posición en el primer trabajo para cerca del 85.0% de los jóvenes. Algo
similar ocurre con la rama de actividad en la que se da el inicio laboral de los jóvenes.
El comercio (30.0%), la industria manufacturera (17.5%), los servicios comunales,
sociales y personales (12.2%), y la construcción (5.5%), son las ramas mayoritarias.
Las diferencias por género y condición socioeconómica son menores. En el primer
caso, los hombres son absoluta mayoría en la construcción, mientras que es más
alta la presencia de mujeres en los servicios comunales, sociales y personales. Con
respecto a la segunda categoría, los jóvenes cuyas madres tienen menor educación
(primaria completa o menos) tienden a insertarse en mayor medida en la industria
de la transformación y en los servicios, mientras que los que tienen madres con más
educación (secundaria completa o más) ingresan más en el sector del comercio y
algunos servicios más especializados.
Otro aspecto que me interesa destacar se refiere a la extensión de la jornada laboral
en el primer trabajo. En promedio los jóvenes dedican 8.3 horas diarias al trabajo, con
lo cual se trata de una jornada completa. El 16.5% trabaja 4 horas o menos, el 62.2%
trabaja entre 5 y 8 horas, mientras que el restante 21.2% trabaja una jornada de 9 horas
o más. Recordemos una vez más que estamos hablando del primer empleo.
Las diferencias entre ambos géneros son insignificantes, y entre jóvenes provenientes
de diferentes sectores socioeconómicos hay una leve tendencia que indica que los que se
encuentran en mejores condiciones trabajan menos horas. Los contrastes más notorios,
en cambio, se presentan en relación con la edad de inicio laboral y la continuidad o no
de los estudios. Tal como era de esperar, cuando el primer trabajo ocurre a edades más
tempranas es mayor la proporción de jóvenes que trabajan 4 horas diarias o menos
(25.3%); y lo mismo ocurre con quienes estaban estudiando cuando tuvieron su primer
empleo (25.0%). En promedio quienes combinaban estudio y trabajo dedicaban a esta
última actividad 7.5 horas diarias, mientras que aquellos que ya habían abandonado los
estudios durante su primer trabajo tenían una jornada de 9.1 horas.
El mercado laboral juvenil suele caracterizarse por una alta rotación e inter-
mitencia; con frecuentes entradas y salidas del mercado de trabajo, alternancia de
períodos de empleo y desempleo, y una alta inestabilidad laboral que se traduce en
reiterados cambios de trabajo. Así por ejemplo, los jóvenes que en el año 2000 tenían
entre 25 y 29 años de edad, habían pasado en promedio por 4.3 trabajos diferentes
a lo largo de su corta carrera laboral. Entre los hombres esta rotación es superior
que entre las mujeres, con promedios de 4.9 y 3.8 trabajos respectivamente; esta
diferencia, sin embargo, puede atribuirse a que los hombres suelen tener un inicio
laboral más temprano que las mujeres y a que estas últimas, particularmente durante
estas edades, suelen retirarse durante ciertos períodos del mercado de trabajo, con lo
cual los hombres tendrían una trayectoria laboral más larga y estarían más expuestos
a experimentar cambios de trabajo. En términos de status socioeconómicos, esta
condición no se asocia con diferencias importantes en los niveles de rotación, lo cual
nuevamente parece ser un rasgo inherente al mercado de trabajo juvenil.
Tal como lo señala la oit (2006: 22) en un informe sobre las tendencias del empleo
juvenil en el mundo, “los jóvenes como grupos no son homogéneos; existen ciertos
subgrupos que, además de ser jóvenes, tienen otras desventajas que les dificultan aún
más encontrar un trabajo decente”. En el inicio de la carrera laboral estas diferencias
tienden a borrarse bajo el predominio de las características que impone la condición
juvenil, pero no desaparecen. La juventud es un periodo en el cual se produce una
bifurcación clara –condicionada por desigualdades de origen–, en la trayectoria
laboral, y que determinará de manera profunda las oportunidades y condiciones
laborales futuras durante la vida adulta. Es por ello que no puede analizarse a la ju-
ventud como un momento estático, sino que debe concebirse como una transición
que exige un análisis procesal. Como lo he señalado de manera recurrente desde el
inicio de esta obra, la transición a la adultez representa al mismo tiempo un período
crítico y particularmente vulnerable a procesos de acumulación de (des)ventajas que
afectarán de manera sustancial las condiciones de integración futuras.
La trayectoria laboral durante la juventud es un ejemplo paradigmático de esta
confluencia de procesos. La Gráfica 4.4 nos permite comenzar a visualizar esta
confluencia. En ella se presenta el porcentaje de jóvenes que en América Latina
se ocupan en sectores de baja productividad. Lo que se observa es que a medi-
da que aumenta la edad el porcentaje de jóvenes en estos sectores disminuye, y
lo mismo ocurre a medida que aumenta el nivel de ingresos de sus hogares. En
el grupo de 15 a 19 años el 70.0% se ocupa en sectores de baja productividad;
mientras que en el grupo de 25 a 29 años este porcentaje ha descendido a 45.0%.
Es decir, estos datos refuerzan lo sostenido en el apartado anterior al explorar las
condiciones del primer trabajo: al inicio de la trayectoria laboral la mayoría de los
jóvenes se inserta en sectores de baja productividad usualmente caracterizados
por condiciones precarias de trabajo. Pero a medida que avanza la edad, muchos
abandonan estos sectores mientras otros parecen estancarse en ellos. Ahora vea-
mos lo que ocurre con las condiciones de origen de estos jóvenes, medidas aquí
a través del nivel de ingreso de sus hogares. En el quintil 1 nuevamente el 70.0%
de los jóvenes se ocupa en sectores de baja productividad, pero en el quintil más
rico, este porcentaje es tan sólo de 38.2%. Siguiendo la interpretación propuesta
anteriormente, es posible leer estos datos diciendo que la mayoría de los jóvenes
provenientes de los hogares más pobres permanecen en sectores de baja produc-
tividad cualquiera sea su edad, mientras que aquellos de hogares más favorecidos
que se encontraban en sectores de baja productividad, son los que apenas inician
su trayectoria laboral y quienes irán abandonando rápidamente estos sectores con
el avance de su trayectoria y edad.
Gráfica 4.4
Jóvenes ocupados en sectores de baja productividad según grupos de edad y quintiles
de ingreso per cápita de sus hogares. América Latina (año 2002)
Nota: Empleos de baja productividad: trabajadores por cuenta propia y no remunerados, sin calificación
profesional o técnica, ocupados en microempresas, y empleadas domésticas.
Fuente: cepal/oij 2004.
Hubiese sido conveniente considerar a un solo grupo de jóvenes (una misma cohorte) y explorar los
contrastes según condición socioeconómica entre el primer y último trabajo. Sin embargo, aunque
la enj 2000 pregunta sobre ambos trabajos (el primero y el último), estas preguntas no siempre
son las mismas, además de que la precisión de la información dada respecto al primer trabajo es
muy dudosa. El análisis que sigue y las gráficas que se presentan se basan en cohortes ficticias, las
cuales nos permiten explorar ciertas tendencias y procesos.
Gráfica 4.5
Jóvenes trabajando sin contrato según grupos de edad por deficiencia educativa
y educación de la madre. México, áreas urbanas (año 2000)
Gráfica 4.6
Jóvenes trabajando sin prestaciones según grupos de edad, por deficiencia educativa
y Educación de la Madre. México, áreas urbanas (año 2000)
Gráfica 4.7
Jóvenes con bajos ingresos según grupos de edad por deficiencia educativa y educación
de la madre. México, áreas urbanas (año 2000)
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Bajos Ingresos: menos de 3 salarios mínimos mensuales.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Gráfica 4.8
Jóvenes con altos ingresos según grupos de edad por deficiencia educativa y educación
de la madre. México, áreas urbanas (año 2000)
Nota: Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes. Altos ingresos: más de 5 salarios mínimos mensuales.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Si consideramos el nivel educativo alcanzado por los mismos jóvenes, veremos que
la brecha entre grupos es aún más ancha. Para los adolescentes que trabajan, es
decir que tienen entre 15 y 19 años, las diferencias socioeconómicas intra-cohorte
parecen no tener mucho efecto sobre los ingresos; la absoluta mayoría de ellos, con
independencia del nivel de educación que tengan o del status socioeconómico de sus
hogares, reciben ingresos muy bajos. El 91.6% de estos jóvenes con deficiencia edu-
cativa ganan menos de 3 salarios mínimos, pero entre los jóvenes sin deficiencia
educativa este porcentaje es apenas menor (87.4%). Cuando la brecha entre unos
y otros realmente sufre un brusca ampliación es a la edad de 25-29 años; ahora el
69.4% de los jóvenes con deficiencia educativa reciben menos de 3 salarios mínimos
al mes, mientras que entre aquellos con más educación sólo el 43.0% recibe este
ingreso. Es más, si nos detenemos en la Gráfica 4.8, veremos que para los jóvenes
con deficiencia educativa, es decir menos de 12 años de educación, está prácticamente
negada la posibilidad de recibir un ingreso mayor a los 5 salarios mínimos (sólo 1 de
cada 10), mientras que 31.0% de los jóvenes que han superado este nivel educativo
reciben dicho ingreso.
Los Cuadros 4.7 y 4.8 presentan los resultados de un ejercicio de regresión lo-
gística sobre la probabilidad de tener un empleo precario. Para ello se consideraron
las condiciones de trabajo de aquellos jóvenes que al momento de la encuesta tenían
entre 25 y 29 años (cohorte 1971-1975), y se tomaron como variables dependien-
tes: si cuentan con prestaciones sociales (Cuadro 4.7) y si sus ingresos mensuales
son superiores a los 3 salarios mínimos (Cuadro 4.8). Puede considerarse, como lo
hemos venido haciendo hasta aquí, que un empleo sin ninguna prestación social
o con un ingreso inferior a 3 salarios mínimos mensuales, denota una condición
laboral precaria. El 42.3% de este universo de jóvenes no contaba con ningún tipo
de prestaciones sociales en su empleo, y el 58.1% tenía un ingreso mensual inferior
a los tres salarios mínimos. El interés de este ejercicio no es otro que explorar qué
factores y con qué peso influyen para que ciertos jóvenes pertenezcan a este mundo
laboral precario. En particular me interesa indagar si aspectos vinculados a su origen
social y a la forma en que se incorporaron al mercado de trabajo tienen algún efecto
sobre esta probabilidad. Siguiendo este objetivo se incluyeron las siguientes variables
independientes: género, deficiencia educativa del joven, nivel de educación de su
madre, edad al ingresar al mercado de trabajo, condición escolar cuando empezó a
trabajar, y calificación laboral en su primer trabajo.
Como puede verse en los cuadros mencionados, el género tiene un efecto diferente
sobre ambas condiciones laborales precarias. En los dos casos las mujeres tienen
mayores probabilidades que los jóvenes hombres de encontrarse en una situación
precaria. Sin embargo, mientras la probabilidad de carecer de todo tipo de presta-
ciones se incrementa para las mujeres en sólo 10.0% con respecto a los hombres, la
probabilidad de que ellas tengan un ingreso bajo, inferior a los 3 salarios mínimos
mensuales, es en cambio 68.0% más alta que para los hombres. Algo muy similar
ocurre con la educación de los jóvenes. Nuevamente, comparando ambos cuadros
podemos observar que si bien tener un nivel educativo deficiente incrementa las
probabilidades de una condición laboral precaria, este efecto es relativamente menor
sobre las prestaciones sociales, y significativamente importante sobre los ingresos.
Los jóvenes con deficiencia educativa tienen una probabilidad mayor, en 26.0%, de
carecer de prestaciones laborales en su trabajo en relación a aquellos sin deficiencia
educativa, pero su probabilidad de tener un ingreso bajo se incrementa en poco más
del doble. Es decir, tanto la condición de género como la educación tienen un efecto
menor sobre la probabilidad de contar o no con al menos alguna prestación social,
He definido a los jóvenes con deficiencia educativa como aquellos que tienen menos de 12 años de
educación o se encuentran estudiando pero con un rezago significativo (es decir que se encuentran
en un nivel escolar inferior al que le correspondería de acuerdo a su edad).
Cuadro 4.7
Regresión logística sobre condición laboral precaria en el trabajo actual
(sin prestaciones sociales). México, áreas urbanas
(Cohorte 1971-1975) (razones de momios)
Constante 0.834
Género
Mujer 1.098*
Deficiencia educativa
Con deficiencia 1.260*
Educación de la madre
Primaria incompleta o menos 1.163*
Secundaria completa 0.745*
Preparatoria completa o más 0.760*
Incorporación al mercado de trabajo
Antes de los 15 años 1.460*
Entre los 15 a los 19 años 0.766*
Después de los 24 años 0.826*
Situación escolar al empezar a trabajar
Sí Estudiaba 0.705*
Calificación en primer trabajo
Media-alta 0.774*
Baja 1.017*
Nota: Areas urbanas con más de 15 000 habitantes. Variables de referencia: Género (hombre),
Deficiencia educativa (con deficiencia), Educación de la madre (primaria completa), Incorpo-
ración al mercado de trabajo (entre los 20 y 24 años), Situación escolar al empezar a trabajar
(no estudiaba), calificación en primer trabajo (media).
* P < 0.001
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Cuadro 4.8
Regresión logística sobre condición precaria laboral en el trabajo actual
(ingreso mensual inferior a 3 salarios mínimos)
México, áreas urbanas (Cohorte 1971-1975) (razones de momios)
Variables Exp. (B)
Constante 0.958
Género
Mujer 1.683*
Deficiencia educativa
Sin deficiencia 2.096*
Educación de la madre
Primaria incompleta o menos 0.762*
Secundaria completa 0.339*
Preparatoria completa o más 0.382*
Incorporación al mercado de trabajo
Antes de los 15 años 1.621*
Entre los 15 a los 19 años 1.347*
Después de los 24 años 1.084*
Situación escolar al empezar a trabajar
Sí estudiaba 0.753*
Calificación en primer trabajo
Media-Alta 0.638*
Baja 1.100*
Nota: Areas urbanas con más de 15 000 habitantes. Variables de referencia: Género (hombre),
Deficiencia educativa (con deficiencia), Educación de la madre (primaria completa), Incorpo-
ración al mercado de trabajo (entre los 20 y 24 años), Situación escolar al empezar a trabajar
(no estudiaba), calificación en primer trabajo (media).
* P < 0.001.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
sin embargo, ser mujer y tener un nivel educativo deficiente resulta ser sumamente
determinante de las probabilidades de tener muy bajos ingresos, inferiores a los 3
salarios mínimos mensuales.
El nivel educativo de la madre se comporta en términos generales de la manera
esperada. En efecto, cuanto mayor es la educación de la madre disminuye más la
probabilidad de que sus hijos tengan condiciones laborales precarias. En este caso,
la tendencia es más clara en lo que respecta a las prestaciones sociales. Si la madre
del joven no ha logrado completar el nivel primario, la probabilidad de no tener
ninguna prestación es 16.0% mayor en relación a los jóvenes cuyas madres comple-
taron ese nivel; a su vez, si las madres han completado el nivel secundario o el nivel
de preparatoria, entonces la probabilidad de no tener prestaciones es alrededor de
25.0% menor que la de quienes sus madres tienen sólo la primaria completa. Con
los ingresos, esta tendencia es un poco menos clara. Si consideramos la educación
de la madre como un indicador aproximado del nivel socioeconómico del hogar de
origen de estos jóvenes, puede inferirse que estas diferencias se asocian con el capital
social de dichos hogares, y en particular con el tipo de capital social disponible. Es
decir, los jóvenes provenientes de hogares de nivel socioeconómico medio y medio
alto es probable que tengan mayores contactos y relaciones sociales, vía sus fami-
lias, que les permita acceder a empleos con algún tipo de protección social. Éste no
necesariamente debe ser el caso con respecto a los ingresos, pues muchas veces en
el sector informal pueden obtenerse ingresos superiores a los que se obtienen en
ciertas ocupaciones formales. Precisamente las diferencias residen en las prestaciones
sociales. Esto podría ayudar a interpretar algunas inconsistencias en la relación entre
educación de la madre y nivel de ingresos.
Las restantes tres variables incluidas en el modelo hacen referencia a ciertas
características de la forma en que se dio el ingreso al mercado de trabajo por parte
de estos jóvenes; es decir, referidas a la primera experiencia laboral de los jóvenes
que al momento de la encuesta tenían entre 25 y 29 años. Los resultados obtenidos
resultan muy interesantes.
Tal vez los menos llamativos, por responder a lo esperado, son los referidos a
la calificación que se tenía en el primer empleo. Lo que se destaca es que aquellos
que ingresaron al mercado de trabajo en una ocupación con calificación media-alta
tienen probabilidades menores de carecer de prestaciones sociales (23.0%) y de tener
ingresos bajos (36.0%) en el trabajo actual, en relación con aquellos que iniciaron su
experiencia laboral en una ocupación de baja calificación. Es decir, aunque a edad
temprana las condiciones laborales prevalecientes tienden a ser precarias, el iniciar
esta trayectoria en una ocupación con cierto grado de calificación, parece importar,
y tener un efecto en las condiciones futuras.
Entre los hombres, el 57.3% empezó a trabajar mientras aún estudiaba (frente al 42.0% de las
mujeres); por otro lado, lo mismo hizo el 63.7% de los jóvenes cuyas madres tienen secundaria
completa o más (frente al 44.5% de los hijos de madres con menos educación que la secundaria).
mientras que para otros puede constituirse en un eslabón más de una larga cadena
de acumulación de desventajas.
Los jóvenes de los sectores populares se enfrentan entonces a un desfase entre
expectativas y estructura. Para muchos, el trabajo continúa siendo desde muy tempra-
no un espacio socialmente reconocido de integración social, y contenedor de ciertas
expectativas, entre ellas algunas referidas a un futuro mejor, o lo que podríamos llamar
movilidad. Sin embargo, el trabajo parece haber perdido esta capacidad de consti-
tuirse en una escalera de movilidad social. El mercado de trabajo contemporáneo ha
reducido su dinamismo, no necesariamente por su escasa capacidad de absorción de
trabajadores, sino por lo poco que ofrece a la futura trayectoria laboral. Los jóvenes
provenientes de los sectores menos favorecidos parecen quedar atrapados en los
trabajos precarios y mal remunerados que para otros constituyen simplemente el
escalón inicial de una carrera laboral ascendente. La transición escuela-trabajo puede
resultar una trampa que en lugar de disipar consolida una estructura desigual.
Introducción
207
puede o debe tener”. Exactamente lo mismo puede decirse del otro componente de
esta dupla, la escuela. No debemos olvidar que las transiciones se insertan en trayec-
torias, y que éstas a su vez forman parte de cursos de vida en los cuales las diversas
trayectorias de sus protagonistas se encuentran recíprocamente entrelazadas. En la
experiencia biográfica, la escuela y el trabajo, las decisiones y percepciones sobre
estos dos ámbitos se afectan mutuamente, y se ven influidas por otros factores y
dimensiones del propio curso de vida y de los escenarios en que tiene lugar.
Este capítulo, entonces, se propone explorar las percepciones de los jóvenes de
sectores populares respecto a la escuela y el trabajo en tanto espacios (no sólo físi-
cos, sino institucionales y simbólicos) por los cuales transita su juventud. Al mismo
tiempo, nos adentramos en la experiencia de este tránsito, y en los factores que le van
dando forma a la experiencia escolar y laboral. Las percepciones y las experiencias
no pueden abordarse separadamente sino que unas y otras se alimentan de manera
recíproca. Precisamente, lo que esperamos es poder entender mejor el lugar que la
escuela y el trabajo ocupan en la construcción biográfica de estos jóvenes.
Con este objetivo en mente, el capítulo se organiza en otras tres secciones que
intentan reflejar el proceso de tránsito al que nos hemos venido refiriendo. El primer
momento se define por la centralidad de la escuela, y lo que nos interesa explorar
es cómo se va construyendo (y con qué características) el espacio de la escuela, el
cual se constituye por ciertas experiencias y percepciones sobre la misma. La idea
central que desarrollamos en este apartado, y que nos acompañará en los próximos,
se refiera a la presencia de una “escuela acotada” en cuanto a las expectativas y de-
mandas depositadas sobre ella.
Luego pasamos a analizar un segundo momento de esta transición, el cual se
caracteriza por la emergencia de “competidores” de la escuela. En efecto, podría-
mos definir esta segunda instancia como una de indefinición, de duda y de toma de
decisiones con implicaciones clave en el desenvolvimiento de diversas trayectorias
de vida. Si en el apartado previo el tema era la presencia de una “escuela acotada”,
en éste será la irrupción, temprana y fuerte, de otros espacios de integración, social-
mente reconocidos, aceptados, y en ocasiones favorecidos, que entran en conflicto
con la escuela.
Finalmente, el apartado final coincide con un último momento en esta transición
escuela-trabajo. El eje sobre el cual girará el análisis en este apartado es la experiencia
laboral de los jóvenes, destacándose dos aspectos: la obtención del primer empleo
y la emergencia del trabajo como mal necesario. La idea central que surge de este
análisis es que en los sectores populares más desfavorecidos, los jóvenes se incor-
poran rápidamente al mercado de trabajo con entusiasmo y altas expectativas, las
cuales rápidamente comienzan a debilitarse, para finalmente encontrarse atrapados
La escuela acotada
Gráfica 5.1
Estudiantes de secundaria según logro en español
México, año 2006.
Gráfica 5.2
Estudiantes de secundaria según logro en matemáticas
México, año 2006.
E. Plaisance y G. Vergnaud, 1993, Les Sciences de l’Education, París, Le Decouvertée (citado en Baeza
Correa, 2001).
asociadas con la escuela. Los términos con los que hemos denominado a cada uno
de estos dos tipos de experiencias tal vez no sean los mejores, pero cumplen con la
intención de sugerir las diferencias entre ellas: por un lado, una serie de prácticas,
de haceres que forman parte de la cotidianidad escolar de estos jóvenes; por otro,
algunas emociones, sentimientos, o estados de ánimo que también forman parte de
esta cotidianidad escolar.
En términos generales, y tal como mencionamos antes, la experiencia práctica se
refiere a todas aquellas experiencias vinculadas con el hacer cotidiano de los (niños y)
jóvenes en relación a su condición de estudiantes. Es esta experiencia práctica la que
nos permite comenzar a profundizar en la hipótesis de la presencia de una “escuela
acotada” entre los jóvenes de los sectores populares urbanos. Acotada como resultado
de múltiples procesos que le van quitando “espacio”, y más precisamente, “centrali-
dad”. A través de un lento proceso de naturalización o reificación de lo social, en el
cual la homogeneidad del contexto social tiene mucho que ver, este “acotamiento” y
“descentramiento” de la escuela no es visto como tal, y termina siendo el espacio y el
lugar propio que corresponde a la escuela. Esta escuela acotada demanda un oficio
de alumno particular, el cual a su vez contribuye a reproducir a aquélla.
El trabajo de los adolescentes, y en ocasiones no poco frecuentes de los niños,
simultáneamente a su condición de estudiantes es uno de los factores que interviene
en este proceso. En el capítulo anterior vimos que México se caracteriza por una
integración relativamente temprana de los jóvenes al mercado de trabajo, la cual no
siempre ni necesariamente supone el abandono escolar. En efecto, Levison, More y
Knaul (2001) han señalado que el trabajo entre adolescentes de 12 a 17 años residentes
en la ciudad de México y que aún asisten a la escuela, es mucho más frecuente de lo
que se suponía, sobre todo cuando se toma en cuenta el trabajo doméstico realizado
en el propio hogar por las mujeres. Al mismo tiempo, los autores sostienen que, como
es de esperar, estas actividades laborales desarrolladas por los adolescentes afectan
su desempeño escolar. Aquí sostenemos que la escuela tiende, entre otros factores,
a ser acotada y perder centralidad debido a una temprana incorporación al mercado
de trabajo. Esto ocurre a través de distintos mecanismos: tal como se observa en
las citas siguientes, se llega cansado/a a las clases, no hay tiempo para estudiar o
realizar tareas en casa, las demandas escolares compiten con otras preocupaciones
Un primer acotamiento, tal vez el más evidente hoy día, está dado por los conocimientos adquiridos
por los estudiantes luego de su paso por la escuela, tal como lo muestran las diversas evaluaciones
realizadas y de las cuales emergen las gráficas presentadas previamente. A partir de aquí, el análisis
intenta profundizar en otras dimensiones menos “perceptibles” de la “escuela acotada”.
¿Y en ese momento, cuando dejaste de ir, por qué lo hiciste?…, Por lo mismo de que luego
me sentía…, luego en mi casa me sentía presionada por lo mismo de que llegaba
y a hacer quehacer, y llegar y luego ponerse hacer la comida o tareas en equipo…,
o sea por varias cosas luego ya no quise tampoco estudiar y ya pues empecé andar
con marido y con más razón dejé de ir. ¿Entonces se puede decir que te hacías cargo de tus
hermanos? De mis hermanas y de mi papá, y se podría decir que también llegaba y
darle de comer, le lavaba y le hacía las cosas que pues necesitaban. (Entrevista 22:
Claudia, 19 años)
¿Tenías otras cosas qué hacer aparte de…? Si yo tenía que trabajar, trabajaba sábados
y domingos, luego en las mañanas iba a dejar los puestos… como también vendía
jugos mi mamá, pus ya tenía que ir a dejar el puesto de jugos y regresar y llevarme
a la escuela ¿Ibas en la tarde entonces? En la mañana. ¿Entonces a qué hora te levantabas
para irte? A las cinco. ¿A las cinco ya ibas por los jugos? Sí ¿Y cuántos años tenías? 14. Y ya
en las tardes entonces… Sí, en las tardes también vendía mi mamá, ya llegaba como a
las dos o tres a mi casa, muy tarde, ya me ponía a preparar la masa… ya después le
ayudaba a mi mamá a llevar el triciclo a donde se pone a vender y ya me quedaba
ahí toda la tarde. Ya no hacía tarea, no hacía tarea ya. ¿Te costaba más trabajo? Si ya
después llegábamos en la noche, “ponte hacer tarea” (me decía), “no ya la hice, ya
la hice” [le contestaba], como que ya no me daban ganas de hacerla. (Entrevista
32: Martín, 18 años)
¿Tus papás siempre te dejaron que tú decidieras si ibas o no a la escuela? Sí, sí, mis papás
siempre me dijeron que el día que yo no quisiera estudiar que ya les dijera mejor
para que ya no estuvieran gastando el dinero y el resto; incluso mi papá decía: “no
pus ya para qué estudias ¿no?, mira pónte a trabajar, vas a ver mejor dinero”, y no sé
que más, y mi mamá no, decía no, mejor estudia y yo me enfocaba a lo que yo sentía
¿no? (Entrevista 30: Emilio, 17 años)
¿Ibas a la mañana o a la tarde? En la tarde. ¿Y cómo ves el turno de la mañana o los chicos
que van a la mañana? Pues yo los sentía como que más payasitos; como que se creían
lo…; bueno yo así les decía a mis amigas que se creían los inteligentes o no sé. Eso
es lo que yo decía, pero a lo mejor es diferente el ambiente pero… ¿Por qué diferente?
Porque… bueno… este porque como en la mañana este pus te levantas como que
con más energía y ya. Como yo, por ejemplo, me paraba y empezaba a hacer mi
quehacer y pus este yo me sentía que ya no iba con ganas de estudiar o así bien;
porque el ambiente es con más…, en la mañana con más ganas y en la tarde como
que ya… (Entrevista 25: Eréndira, 17 años)
¿Y por ejemplo veías alguna diferencia con los chicos del turno vespertino? Siempre y hasta
ahorita yo digo que como que tienen más libertad, como que menos, o sea llegan
como quien más… De hecho, siempre he dicho que el de la mañana o sea como
que son más trabajadores porque siempre que se levantan con…, bueno a estudiar y
todo; y los de la tarde como que ya vienen más pintados, más alocados. (Entrevista
29: Rosa, 18 años)
asocia con los rasgos opuestos, reservando para la escuela una especie de espacio
residual en la estructura y organización de la vida cotidiana. En síntesis, lo que estas
opiniones ponen en evidencia es que la centralidad asignada a la escuela en la expe-
riencia cotidiana importa.
La experiencia práctica de la escuela no sólo pierde centralidad frente al trabajo,
no sólo es desplazada en la estructura temporal de la cotidianidad, sino que también
es acotada en el espacio físico: la escuela está arrinconada en la escuela. Nuevamen-
te aquí confluyen diversos factores, pero lo cierto es que la experiencia escolar es
reducida al período transcurrido en los salones, en el edificio “escuela”. Realizar
tareas en la casa, estudiar para las clases, o hacer de lo vivido en la escuela tema de
conversación con los padres, son prácticas que quedan fuera de la experiencia escolar
de estos niños y jóvenes. Se trata de una escuela acotada, de la cual estas prácticas
no forman parte.
¿Estudias antes de las clases o no? No, nunca he estudiado. ¿Y por qué? Pues no, no se
me da eso de estudiar, porque no, pues simplemente no, no se me da lo de estudiar.
¿Y tienes un lugar donde puedas hacer tu tarea? Ahorita sí. ¿Y antes? No. ¿Y dónde hacías
tus tareas? Pues no hacía tareas así del diario por lo mismo de que era un cuarto y
en ese cuarto, ahí se dormía y se comía y veía la tele; y pues si uno estaba viendo la
tele, como también como que me distraía a la vez a la hora que estaba yo haciendo
la tarea. (Entrevista 24: Nancy, 15 años)
¿Tenías un lugar en tu casa donde hicieras tu tarea? No, era así como o sea donde sea
ya la hacíamos, en la cama, en donde sea. ¿Vivían muchos? ¿Cómo era tu casa cuando…?
A pus ahorita… nada más teníamos el cuartito ese que ves allá atrás, un cuartito
chiquito; allí vivíamos todos y no teníamos cama, nos dormíamos todos en el sue-
lo; mamá nada más nos tendía un hule y allí nos este nos ponía cobijas y allí nos
dormíamos. Nada más éramos ocho contando a mi mamá y nos dormíamos todos
abajo. ¿Entonces cuando hacías tu tarea, había ruidos, discusiones o algo así? Pues sí, luego que
no nos dejaban hacer, este no nos dejaban hacer la tarea ya que porque se estaban
peleando los demás y todo eso; pus ya nos distraíamos y ya no hacíamos la tarea,
ya no podíamos. (Entrevista 26: Rosario, 19 años)
Cuadro 5.1
Nivel de conversación con los padres sobre los estudios según escolaridad de la madre.
México, áreas urbanas, 15 a 19 años (porcentajes)
A. Con el padre
B. Con la madre
Educación de la Madres
Total
Primaria completa o menos Secundaria completa o más
En nuestro estudio, uno de los principales factores asociados con una adaptación
positiva fue contar con un ambiente familiar estable y estimulador, en el que los padres
mostraran interés en la educación de sus hijos y desearan que continuaran estudiando
más allá de los niveles de educación básica (Schoon y Bynner, 2003: 24).
En la Gráfica 5.3 tomamos ahora a los jóvenes, nuevamente de áreas urbanas pero
con edades entre los 25 y 29 años, con el fin de evaluar la asociación entre el nivel de
comunicación con sus padres acerca de sus estudios y la duración de su permanencia
en la escuela. La asociación entre ambos aspectos se expresa visualmente con tal
claridad, que las palabras parecen ser excesivas y redundantes. En efecto, los jóvenes
que abandonaron la escuela a edades cada vez más tempranas dicen sucesivamente en
mayor proporción haber conversado “nada” o “poco” sobre la escuela tanto con su
padre como con su madre: 75.0% de quienes abandonaron antes de los 15 años y el
62.0% de los que abandonaron entre los 15 y los 19 años de edad dan estas respues-
tas en relación con su padre (entre quienes abandonaron más tarde, 41.0% da esta
misma respuesta). Lo opuesto ocurre con los que han dejado de estudiar más tarde,
quienes en mayor proporción contestan haber hablado “mucho” sobre los estudios
con ambos padres; así por ejemplo, 44.0% de los que abandonaron entre los 20 y
24 dijeron haber hablado “mucho” con sus madres sobre este tema (frente al 16.7%
que dieron esta misma respuesta entre los que abandonaron la escuela antes de los 15
años). De más está decir que no puede establecerse ninguna relación de causalidad
entre ambos factores, lo cual tampoco es mi pretensión. Pero sí podemos sugerir y
fortalecer que el “espacio” que ocupa la escuela en el hogar sí importa.
En las mismas escuelas las prácticas que tienden a formar parte de la experiencia
escolar con frecuencia también atentan contra un buen desempeño de los estudiantes.
Uno de los jóvenes que participó en la investigación concluyó la secundaria en el
sistema de telesecundaria, donde según los datos de la última evaluación educativa
el 52.0% de sus estudiantes no tienen los conocimientos básicos de español, y el
61.0% no alcanza el mínimo nivel requerido en matemáticas. Este joven contaba de
manera elocuente su experiencia en la tele-secundaria; al mismo tiempo, su relato
nos permite contextualizar los resultados anteriores.
Traducción propia del original en inglés.
Gráfica 5.3
Nivel de conversación con los padres sobre los estudios según edad de abandono escolar.
México, áreas urbanas (25 a 29 años)
Ahora bien, la experiencia escolar no se agota en una serie de prácticas, algunas de las
cuales he tratado de presentar aquí. La experiencia escolar también hace referencia
a ciertas emociones o sentimientos; es decir, aun tratándose de una escuela acotada,
desplazada de la centralidad esperada en esta etapa del curso de vida, ella ocupa (en
el sentido literal de la palabra) un lugar importante en la vida de estos jóvenes. No
sólo por las horas transcurridas y dedicadas a ella, sino porque su presencia en la
experiencia cotidiana permea el estado de ánimo de los jóvenes. Es más, al interrogar
a los jóvenes por su experiencia escolar, los comentarios más frecuentes y reiterativos
se referían no a una práctica sino a un estado de ánimo.
Este estado de ánimo al que prácticamente todos los jóvenes entrevistados hacen
referencia, es el aburrimiento. En efecto, el aburrimiento adquiere en la experiencia
escolar de estos jóvenes una centralidad única e imponente. Si bien es una observación
no del todo novedosa, ha sido poco explorado lo que esconde detrás. Comencemos
entonces por detectar algunas asociaciones muy simples que nos permitan ir desen-
mascarando los sentidos e implicaciones del aburrimiento generado por la escuela.
La primera observación que surge de las entrevistas realizadas es que nunca se
hace referencia al aburrimiento durante la escuela primaria, e igualmente escasas son
sus menciones con respecto al nivel de preparatoria. Es decir, al parecer el aburri-
miento es un estado de ánimo particularmente significativo y casi exclusivo del nivel
secundario: precisamente el período clave para la continuidad o abandono escolar.
La segunda observación derivada de las narraciones de los jóvenes, es que no se
trata de un calificativo asignado a una actividad; no es que estudiar, leer, hacer tareas,
permanecer sentado en clase, o cualquier otra actividad asociada con la escuela, sea
considerada aburrida. Por eso decimos que se trata más que nada de un estado de
ánimo: los jóvenes están aburridos (en la escuela).
¿Por qué empezaste a tener un poquito más de problemas? Sí un poquito más de problemas. ¿Por
qué? Pus sí, me aburría un poco más la escuela, los compañeros, el desastre, ya no
me importaba mucho estudiar, sino hacer desastre o para des-aburrirme. ¿Pero por
qué crees que te aburría más la escuela a diferencia de la primaria digamos? Porque no sé, era
más presión, o sea me presionaban más… no me entraban…, me presionaban y
como que no, pus me chocaba, me hartaba. (Entrevista 32: Martín, 18 años)
hacer y el estar (en la escuela). En las páginas iniciales de su libro Chicos en Banda,
Duschatzky y Corea (2002) se preguntan en qué medida pasar por la escuela supone
salir transformado, es decir si efectivamente la escuela es un lugar capaz de marcar
a los sujetos. Precisamente, entendemos el aburrimiento expresado por estos jó-
venes como una respuesta, “negativa” por cierto, a este interrogante; el estado de
aburrimiento manifestado por los jóvenes respecto a la escuela secundaria denota
su percepción de la incapacidad de la escuela de generar transformación alguna, de
dejar siquiera una huella en su construcción como sujetos. No es un rechazo hacia
la escuela derivado de una percepción de exclusión, y que por lo tanto se constituye
en un rechazo que denota un anhelo frustrado de inclusión. No. No hay un rechazo,
sino una percepción del sin sentido que se expresa en el aburrimiento.
El aburrimiento aparece siempre en el relato de los jóvenes asociado con el
“desastre”. Sin embargo el desastre no es simplemente diversión, por eso no son
necesariamente sinónimos. El “desastre” o “desmadre” puede resultar en ocasiones
divertido, pero en realidad su esencia se refiere al hecho de hacer expresamente ma-
nifiesto el sin sentido de la escuela. Es decir, antes que opuestos el aburrimiento y
el desastre son dos formas de expresar un mismo estado de ánimo; mientras que el
aburrimiento expresa el sin-sentido desde la pasividad, el desastre es su expresión a
través de la acción, del hacer. El desastre es contestar y desautorizar a los maestros,
ausentarse de las clases, no entregar tareas, divertirse y tomar con los amigos durante
las horas en que se debería estar en la escuela, etcétera, etcétera.
No, pues también le echaba ganas, pero ya en tercero [de secundaria] ya no, ya me
descarrié… porque le entrábamos al desastre. ¿En qué sentido? Porque en primero y
en segundo año pues yo le ponía más interés a las cosas y en tercero ya no, luego me
salía de las clases… como no entendía luego me salía de las clases mejor. (Entrevista
23: Mariana, 16 años)
¿Bueno y sí piensas entrar ya bien en febrero o cómo ves? Sí, pues yo creo que sí, yo creo
que los primeros semestres sí, pero ya después ya no sé. ¿Pero sí te sientes convencido o
no mucho? Pues a la vez sí me dan ganas de estudiar, pero a la vez no. ¿Por qué? Como
que siento que no la voy a acabar, no sé… como he estado yendo para allá, se ve que
está chido el coto y todo eso; tal vez pueda caer en las tentaciones del cotorreo,
y tal vez no la acabe y mejor me vaya y me junte con los porros, y les pegue a las
personas… (Entrevista 35: Jonathan, 16 años)
¿Por qué te saliste? Lo que pasa que… pus se puede decir que como todo joven,
como cualquier otro joven que, que se le complica la escolaridad y cae en decadencia.
¿A qué te refieres con caer en decadencia? Cuando yo estaba más este…, más metido en
lo que es el estudio, pus nunca faltaron los amigos que “vente vamos allá, vamos
acá” o sea la mala influencia y probando una vez el cotorreo pus te gusta y entons
pus me la agarré de cotorrear, ya ni iba a la escuela iba a echar cotorreo y entonces
pus… por eso te digo que caí yo en decadencia porque me vine abajo. (Entrevista
6: Pablo, 20 años).
Traducción propia del original en inglés.
la intrascendencia que la escuela secundaria puede tener en sus vidas, o bien son
escépticos al respecto. Las calificaciones obtenidas no alterarán sustancialmente
sus oportunidades laborales, ni tampoco parecen necesarias para el tipo de trabajo
al que accederán. La decisión que se plantea en este momento no es sólo terminar
la secundaria (dada su intrascendencia), sino continuar mucho más allá de ella para
reonocer algún efecto sobre su futura trayectoria laboral; pero esto aparece como
un proyecto de muy largo plazo y plagado de incertidumbres.
La cultura contra-escolar coincide con el “desastre” o “desmadre” en tanto
expresa el sin-sentido de la escuela. Como señalábamos en párrafos anteriores, la
escuela, específicamente en el nivel secundario, carece de capacidad de interpelación,
de marcar y de transformar a los sujetos que pasan por ella. Por eso, a pesar de ser
visible a través de una serie de prácticas y actitudes, consideramos al “desastre”
principalmente como parte de una experiencia emocional, en tanto manifestación
de un estado de ánimo. El aburrimiento y el desastre son dos rostros de una misma
expresión del sin sentido depositada en la escuela. Este sin sentido se profundiza
cuando comienzan a surgir en el escenario otras instancias rivales con mayor capa-
cidad de interpelación que la escuela misma. Como señala Willis en el párrafo antes
citado, es aquí cuando la escuela no sólo significa invertir tiempo en algo incierto a
futuro, sino sacrificar tiempo que podría emplearse en otras esferas de integración.
Sobre estas instancias rivales de la escuela, nos ocupamos en el próximo apartado.
Edad que coincide con el tránsito de la secundaria a la preparatoria.
El primero de estos dos aspectos se asocia con el capital social. Las entrevistas
realizadas con jóvenes de áreas periféricas de la ciudad de México muestran no
sólo una alta homogeneidad en los niveles educativos alcanzados, sino que a su vez
cada uno de los entrevistados señaló un mínimo conocimiento, si es que alguno, de
personas que hubiesen alcanzado niveles educativos superiores a los propios. Esta
redundancia de los contactos sociales en términos de los niveles educativos, resulta
significativa en la medida que para muchos de estos jóvenes continuar en la escuela
más allá de la secundaria aparece como un mundo confuso en el mejor de los casos,
y lisa y llanamente desconocido en muchos otros. No pretendo afirmar que esta
sea la razón que explique el abandono escolar, sino simplemente poner de relieve
que los niveles superiores comienzan a ser excepcionales en estos espacios, lo cual
significa que no forman parte del arco de experiencias cotidianas ni de expectativas
plausibles.
Muchos de los jóvenes entrevistados confundían la universidad con carreras cortas
de nivel preparatorio; el nivel de dificultad o los gastos que demanda la educación
postsecundaria eran imaginados como exorbitantes e inalcanzables sin bases firmes
al respecto, la ubicación física de los lugares en los que puede estudiarse una carrera
universitaria también aparece borrosa, y la experiencia misma de la educación uni-
versitaria resultaba absolutamente desconocida. Es en este contexto que podemos
entender la manera fortuita en que María llega a la universidad, tal como lo expresa
en el siguiente relato.
De allí decidí hacer mi examen, bueno tercero sí lo terminé muy bien y ya decidí
hacer mi examen para entrar a la… yo pensaba estudiar una carrera corta, no quería ni
puse ninguna prepa ni nada. ¿Por qué? Porque no, no quería ninguna carrera larga; yo
como que no tenía muy definido qué quería estudiar… puse escuelas de Conalep en
contabilidad… como unas cuatro, puse una en enfermería y… la mayoría fueron
en contabilidad; entonces ya… ¿Por alguna razón, quién te aconsejaba? Contabilidad,
no sé, como que sí me empezó a gustar y yo tenía así como que cierta facilidad
con los números. Más o menos eso, como que empecé a ver que sí me gustaba un
poco, pero no tenía realmente la idea de lo que era la carrera y enfermería que…
no sé por qué la puse pero sí la puse allí; y ya después este…, llevé mi solicitud a
la escuela y el orientador me dijo que tenía que poner a fuerzas una prepa o una
escuela de alta demanda. ¿A fuerza? Ajá, a fuerzas, porque yo ya tenía todas mis
opciones y todas eran Conalep, todas eran de este… de menor demanda. Me dijo
que tenía que poner de alta demanda; entonces yo en la primera puse una prepa
porque pues supuse que no me iba quedar allí, dije pues no, no creo que me quede;
pongo la prepa y en todas las demás el Conalep. ¿Tus padres intervinieron en la decisión o
tu sola? Sí, yo tomé sola la decisión, a ellos nada más les dije que quería estudiar una
carrera corta; incluso mi mamá sí me dijo que estudiara una carrera corta, pero en el
llenado fui yo la que la llené y… ¿Tenías en la colonia vecinos, amigos, o algún familiar que
hubiese hecho más que la prepa? No, ninguno. Ninguno, ni amigos tampoco, la mayoría
este nada más terminaron hasta la secundaria y ya ¿O sea que tú ni sabías cómo
era la prepa? No, por eso igual y es lo que luego me pregunto; porque por ejemplo
había CCH… luego mi papá me comentaba de los CCH pero yo decía qué será…
o sea, yo lo veía algo lejano que ni conocía y como suponía que mi papá tampoco
lo conocía, igual y no, yo ni los veía en mi lista de escuelas que me dieron ¿Ni sabías
lo que era? No, ni sabía lo que eran; no sabía lo que era una vocacional, no sabía lo
que era…; la universidad medio la había escuchado pero no, como que no era igual
mi anhelo llegar a estudiar una carrera. ¿Nunca te planteabas la universidad? No, hasta
la secundaria, nada más la prepa y ya; o sea una carrera corta y ya, o sea trabajar
porque lo que quería era trabajar. (Entrevista 37: María, 21 años)
Algo similar ocurre cuando los entrevistados fueron consultados acerca de la calidad
de la educación recibida. Si bien las respuestas tienden a ser positivas, lo que se percibe
en sus relatos es fundamentalmente un desconocimiento respecto a otras posibles
experiencias, con lo cual en el fondo se carece de parámetros para poder evaluar la
propia experiencia. Así por ejemplo, el no tener necesidad de realizar tareas en el
hogar, ni de estudiar para las clases, o el hecho de compartir el salón de clases con
otros 50 alumnos por cada maestro, son aspectos naturalizados que no despiertan
ninguna reflexión o cuestionamiento.
En el mundo de la escuela acotada, a partir del nivel secundario la educación para
los jóvenes comienza a entrar en competencia con otras esferas de integración. Es
posible distinguir al menos tres de estas esferas: la familia, el trabajo y la migración.
Pero no sólo se trata de una competencia de alternativas, sino que se observa que
a medida que se debilita y comienza a resultar más borrosa la vía escolar, las otras
aparecen socialmente más firmes, familiares, y menos inciertas. Es decir, la escuela que
para un amplio sector de la población aparece como instancia clave en el proceso de
transición a la adultez, aquí aparece como la ruta más riesgosa y menos conocida.
Tratar de probar estadísticamente si la unión conyugal o el embarazo tienen
algún efecto y de qué magnitud sobre el abandono escolar, no es tarea sencilla y ha
sido motivo de discusión entre opiniones encontradas. Sin embargo, aquí no nos
interesa detenernos en el hecho fáctico de una causalidad, sino en las percepciones
y sentidos que construyen los jóvenes de estos sectores respecto a las dos instancias
y su relación. En esta dirección, las entrevistas dejan ver que la continuidad en la
escuela y el inicio de una nueva familia, particularmente entre las mujeres, se perciben
Ya después me salí y después este ya me junté como a los dos o tres meses de que
me salí. ¿Y por qué ya no seguirse con la carrera? Pues porque ya no, ya no me llamaba la
atención pus ya…, como ya estaba yo con mi esposo pus ya quería estar más tiempo
con él y no estar en la escuela; pues sí el tiempo que estaba en la escuela se me hacía
largo y no llegaba el día de llegar y ver a mi esposo por eso. ¿Ya eran novios o ya eran
esposos? Cuando estudiaba allá éramos novios todavía, cuando me salí; cuando empecé
a dejar de ir para allá todavía éramos novios ya cuando dejé de ir definitivamente
como a la semana me junté con él. (Entrevista 22: Claudia, 19 años)
¿Bueno y ahorita entonces no te gustaba mucho, y por qué decidiste seguir, o sea continuar?
¿O sea estudiando la primaria? ¿Por qué? Porque todas mis hermanas son casadas, y
algunas bueno creo nada más creo terminaron la primaria y de allí se casaron y pus
la verdad, y llevan una vida muy difícil y no quisiera llevar la misma vida que ellas.
(Entrevista 24: Nancy, 15 años)
¿Y bueno tu papá nunca te ha expresado que para él es importante que sigas estudiando, a pesar
de que no te apoye? Pues sí, a veces me dice pus que es importante porque pus al rato
te toca un chavo que pus que no vale, o sea también me dice que me fije; pero o
sea, sí que es indispensable para cuando yo sea grande pueda encontrar trabajo más
fácilmente; porque como ahorita ya no es tan fácil; o sea sí me dice que sí es bueno
Es decir, en ambos casos parece desprenderse la idea que estudiar carece de sentido
para una adolescente que seguirá la ruta de una temprana transición familiar. En
razón de lo anterior, para que la escuela conserve su fuerza en el imaginario de las
jóvenes, o bien se trata de evitar una temprana transición, o bien se comienza a
reflexionar anticipadamente en una posible ruptura familiar, fundada en la crecien-
te debilidad e inestabilidad de las uniones conyugales. Lo que nos muestran estas
dudas y cavilaciones que aquejan a los jóvenes de sectores populares, es el arribo de
lo que algunos autores habían previsto para los años en curso: un posible choque
entre escuela y formación familiar. Nuestra impresión es que si bien se trata de un
proceso en marcha, aún encontramos que en estos sectores de la población la ruta
de la unión conyugal temprana continúa gozando de una amplia aceptación social,
por encima incluso de la continuidad en la escuela. Así por ejemplo, una entrevista-
da que había alcanzado la universidad, nos comentaba la preocupación y la mirada
de extrañamiento que recibía por parte de sus familiares y vecinos por el hecho
de permanecer soltera con 23 años de edad, al mismo tiempo que señalaba que la
colonia había dejado de constituir para ella un potencial mercado matrimonial en el
cual conocer a su pareja, tanto por la disparidad en los niveles educativos como por
la escasez de hombres de esa edad aún solteros.
La familia no es la única esfera en competencia con la continuidad en la escue-
la; el trabajo y la migración constituyen otras dos vías de transición que entran en
conflicto con la permanencia en el sistema educativo. Varios factores confluyen
para hacer tanto del trabajo como de la migración rutas alternativas a la escuela, en
este caso, particularmente para los hombres. Nuevamente aquí nos encontramos
con un contexto social en el que se favorece una transición a la adultez temprana,
o si se quiere desde una perspectiva más relativista, una transición a la adultez por
fuera del sistema escolar. En un capítulo previo hemos señalado que en los sectores
urbano-populares de México, se observa una imperiosa y temprana necesidad de
los jóvenes de comenzar a ganar autonomía al interior del hogar de origen, lo cual
se logra fundamentalmente a través de una creciente independencia económica. No
profundizaremos sobre este punto aquí, sin embargo, es pertinente señalar que no se
trata simplemente (ni necesariamente) de una acuciante necesidad económica, sino
de una fuerte búsqueda identitaria. Esta búsqueda intenta equiparar la identidad con
una edad cronológica, y por ello decimos que se trata de una temprana transición a
la adultez. Tal como lo han señalado Pérez Islas y arteaga (2001: 378).
Algo a resaltar es que, y para el perfil de jóvenes en nuestro estudio, tanto los hom-
bres como mujeres incursionan en el mercado laboral por iniciativa propia y sólo
algunos lo hacen por presiones familiares (para solventar los gastos familiares). A
diferencia de las búsquedas adultas de empleo, las de los y las jóvenes tienen más
que ver con su propia condición juvenil, esto es, con las necesidades que tienen en
determinado momento. Y éstas están relacionadas, por un lado, con sus exploraciones
identitarias en varios ámbitos de la vida (el laboral, por ejemplo) y, por otro, con
“las que su tiempo presente les demande” (entre ellas, obtener dinero para explorar
los espacios de ocio y otros).
No se trata de ignorar la presión que pueden ejercer las necesidades económicas del
hogar en una incorporación temprana al mercado de trabajo, y en un concomitante
abandono escolar por parte de estos jóvenes. Sin embargo, me interesa destacar
que ésta no siempre es la única ni la principal razón, e incluso que en ciertas ocasio-
nes ni siquiera es un factor relevante en estas decisiones. Es importante entonces
complejizar este proceso de transición escuela-trabajo, reconociendo la incidencia
de otros factores. Es decir, la incorporación de un joven al mercado de trabajo no
sólo (ni siempre) representa una contribución económica al hogar de origen, ni es
éste el único ni el principal factor que explica dicha incorporación. Por un lado, el
trabajo no sólo importa por las mejoras económicas que pueden traer los ingresos
que proveen los hijos al hogar de origen, sino por las connotaciones simbólicas
que acompañan e intervienen en los procesos de construcción identitaria; por otro,
¿Y para ti qué era más importante: estudiar o trabajar? Me ha gustado siempre más trabajar.
¿Por qué? Porque así siento que estás más así como te diré, ganas tu propio dinero,
inviertes en cosas que a lo mejor te hacen falta, ganas más para ayudar a cooperar
en tu casa. De hecho a mí siempre me ha gustado más la entrada de dinero que el
estudio, desde niña o sea siempre me gustó más hacer otra cosa que estudiar tanto.
Porque nunca fui una excelente alumna, nunca fui una alumna reconocida por eso.
(Entrevista 38: Karla, 20 años)
Esta valoración del trabajo se ve reforzada en virtud de otros dos aspectos. Por un
lado, un mercado de trabajo local que ofrece amplia variedad de trabajos informales,
precarios, y escasamente remunerados, pero que no requieren mayores niveles educa-
tivos que la secundaria, y que mal o bien permiten cumplir con el objetivo de generar
ingresos. Tal como concluye Estrada Quiroz a partir de un análisis de regresión, la
composición del mercado laboral es un factor importante como condicionante en
la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo: “Las mayores probabilidades
de trabajar se presentan ante un mercado predominantemente no asalariado, lo cual
significa que hay trabajo informal; ello representa para los adolescentes mayores
posibilidades de inserción en el mercado laboral, por su escasa calificación y expe-
riencia debidas a su corta edad” (2005: 237). En las zonas estudiadas, al igual que lo
que sucede en otras áreas de residencia de los sectores populares, muchas de estas
ocupaciones eran parte de un mercado de trabajo local, que, como veremos en el
próximo apartado, podían encontrarse y desarrollarse en la misma colonia o en sus
alrededores, como es el caso de los bici-taxis, empleadas de pequeños negocios,
ayudantes en talleres, etcétera.
Por otro lado, aunque directamente vinculado con el punto anterior, debemos
considerar el sentido otorgado a la educación post-primaria, que se asocia casi de
manera exclusiva con sus potencialidades de permitir generar mejores ingresos. Es
decir, la secundaria y los demás niveles educativos son evaluados fundamentalmente
en términos de su valor agregado a la capacidad de generar ingresos; esto es, si más
“credenciales” proveerán mayor retribución económica.
Esta percepción, nuevamente “acotada” de la escuela, plantea entonces otros
dilemas que la confrontan con el trabajo. En primer lugar, entra en conflicto la retri-
No debe mal interpretarse esta expresión; no se trata de una percepción equivocada, ni tampoco
de un problema que atañe sólo al sujeto social que percibe, sino que también involucra un proceso de
bución a largo plazo que promete la escuela con los ingresos inmediatos que puede
proveer el trabajo, aunque informal y precario. Este aspecto es particularmente rele-
vante porque lo que está en juego no es solamente la inversión de recursos y esfuerzos
durante varios años, sino también tener que lidiar durante todo este tiempo con una
identidad indefinida, o incluso cuestionada en este contexto social, como es la de ser
estudiante. En segundo lugar, así como para las mujeres la familia constituye una vía
más conocida (aunque no necesariamente menos riesgosa) que la permanencia en el
sistema escolar, algo similar ocurre con el trabajo, particularmente entre los hombres,
pero no sólo en ellos. En efecto, no se trata solamente de esperar unos cuantos años
para que los mayores niveles educativos den sus frutos, sino que además se trata de
un camino plagado de incertidumbres. Como lo han expresado varios de los jóvenes
entrevistados, no existe certeza (por diversos factores) de que podrán concluir un
proceso de formación tan largo; ante el temor de un fracaso a mitad de camino,
existe cierta aprobación social de que la mejor opción derivada de esta evaluación
es no iniciar el recorrido; tal como le recomendaba su papá a Luis en la entrevista
citada previamente. Tampoco existe certeza de que efectivamente mayor educación
sea capaz de brindarles (a “ellos”) la posibilidad de obtener más y mejores ingresos.
Como señalan Schoon y Bynner (2003: 25), “debido a las diferentes oportunidades
y constreñimientos que enfrentan los jóvenes provenientes de familias más y menos
privilegiadas, los jóvenes mismos y sus padres realizan diferentes cálculos de los
posibles costos y beneficios de optar por distintas estrategias educativas”.
¿Crees que haber estudiado más te hubiera permitido encontrar un mejor trabajo? Sí, yo digo que
sí, pero también a la vez digo que no; porque ya ves que aunque estudies mucho hay
veces que te toca un trabajo no muy bueno, también te toca luego con muy poco
salario ya tú sabiendo más. (Entrevista 22: Claudia, 19 años)
¿Realmente crees que la escuela o estudiar es importante? Pues sí, ¿no?, como todo
pero… este pues sí es importante pero como te digo para mucha gente no, no lo
toma así y ya piensa que… no sé tener un buen empleo; y sí es cierto ¿no? Porque
una vez me puse a platicar con un amigo que es maestro de albañilería ¿no? y me
pregunta: “¿y tú por qué estudias?” Y yo: “no pus quiero ganar mucho dinero sin
tanto esfuerzo, sin tanto esfuerzo ni tener que… no sé, sin gastar mucho esfuerzo
físico ¿no?”; y él decía: “pero pus si yo no estudié y yo namás superviso las obras,
veo que las hagan bien y sin hacer nada estoy ganando buen dinero”. Y luego como
que te pones a pensar “no, pus sí es cierto, uno aquí ¿no?, esforzándose para salir
adelante y otros ahí no, namás por saber pegar un tabique bien y ya”. (Entrevista
30: Emilio, 17 años)
Finalmente la migración aparece como una tercera vía, con características similares a
las del trabajo, aunque con el añadido que en ciertos contextos sociales, el cruce de
la frontera hacia los Estados Unidos de forma ilegal constituye una especie de rito
de pasaje hacia la adultez. No entraremos en detalle sobre la importancia creciente
que tiene la migración a temprana edad en México; sin embargo, lo que nos inte-
resa destacar aquí es que al igual que lo que sucede con la formación de una nueva
familia, o con el trabajo, la migración es una vía con la que muchos de estos jóvenes
están más familiarizados que con la continuidad en la escuela. La mayor parte de
los jóvenes entrevistados dijo no tener un amigo o familiar que haya llegado a la
universidad, pero casi todos ellos pudieron mencionar a un amigo o familiar cercano
que hubiera migrado a los Estados Unidos.
Recapitulando, la familia, el trabajo y la migración emergen como fuertes com-
petidores frente a una escuela acotada. Estas tres vías de integración y tránsito hacia
la adultez reúnen una serie de aspectos comunes, de ventajas frente a la escuela,
que las hacen realmente atractivas, colocando a los jóvenes en una situación de
profunda incertidumbre. En el presente apartado he puesto de relieve dos de estos
aspectos comunes o ventajas. El primero de ellos se refiere a cierta capacidad de
interpelación (aunque sea transitoria) sobre los jóvenes, que se acrecienta frente a la
debilidad de la escuela en este sentido. Es decir, la familia, el trabajo y la migración
proveen insumos que responden a demandas específicas de la condición juvenil
–socialmente construidas. Éstas son principalmente, aunque no de manera exclusiva,
de tipo identitario.
El segundo aspecto o ventaja se asocia al capital social. El capital social provisto
por los lazos más próximos y fuertes de la familia y el barrio, o la colonia, tienden
a favorecer las vías de integración alternativas a la escuela. Es decir, vemos que el
capital social en estas comunidades no puede definirse simplemente como escaso,
sino que constituye un recurso clave para abrir otras rutas de transición hacia la
adultez: ya sea a través del inicio de una nueva familia, la obtención de un trabajo,
o la migración hacia los Estados Unidos. Esta particularidad del capital social local
en espacios urbanos periféricos de México le otorga rasgos propios a la percepción
En el capítulo anterior destacábamos que los dos primeros motivos señalados por
los jóvenes como causa de su abandono escolar eran “la necesidad de trabajar” y
“el desinterés en continuar estudiando”. Uno de cada cuatro jóvenes que dejaron la
escuela entre los 15 y los 19 años mencionó como su principal motivación la nece-
sidad de trabajar. Los apartados anteriores del presente capítulo han contribuido a
completar el sentido de esta idea al explorar tanto las limitaciones de una “escuela
acotada” como las competencias que ésta debía enfrentar –entre las cuales el trabajo
ocupa un lugar preeminente. Sin embargo, debemos profundizar ahora en la idea de
“necesidad de trabajar” con cierta independencia de la escuela, y de las decisiones
respecto a continuar o no los estudios (en la medida en que analíticamente esto sea
posible). Es decir, se trata de explorar cuál es el sentido oculto detrás de la “necesidad
de trabajar”, e incluso detrás de las impresiones más evidentes que pueden surgir de
forma espontánea. ¿Cuáles son las necesidades a las que responde el trabajo? ¿Qué es
lo que aporta a los jóvenes en su tránsito hacia la adultez? ¿Qué factores promueven
y favorecen esta necesidad?
¿Ésa fue la única razón para dejar la escuela? No y aparte un poco que me gustó también
el dinero. ¡Ah! ¿por qué? ¿Trabajabas ya desde antes? O sea ya trabajaba desde antes, yo
trabajaba y estudiaba. Entonces ya cuando dejé de estudiar empecé a trabajar diario
y pus ganaba más y luego pus intenté volverme a meter pero ya no ganaba lo mismo,
me acostumbré al dinero. Sí, sí ahí empecé a ganar más y pus empecé a ver la vida de
diferente manera, por lo mismo de que tiendes a ganar más y pus ya uno se siente
importante cuando empieza a ganar más. (Entrevista 31: Emiliano, 18 años)
esta primera observación, ella nos dice algunas otras cosas de interés. La primera
de ellas por negación. En efecto, si en el trabajo se da prioridad a los ingresos, al
dinero que puede obtenerse, esto se hace por sobre otros aspectos frecuentemente
asociados con el trabajo. La “vocación”, el trabajo como “llamado” al desempeño de
una actividad está completamente ausente en el imaginario de estos jóvenes. Incluso
la asociación del trabajo con un oficio, una ocupación o un gremio de pertenencia,
tal como tradicionalmente se presentó para la “clase obrera”, también parece una
idea desterrada de las percepciones de estos sectores. El trabajo, para dicho grupo
de jóvenes, no constituye una fuente de identidad en este sentido –aunque sí en
otros sentidos, como veremos enseguida. La primera idea que puede derivarse de
una observación tan evidente como ésta –i.e. que la centralidad del trabajo se asocia
principalmente con los ingresos que provee–, es que en los sectores populares el
trabajo no parece asociarse con “la vocación”, ni constituye una fuente de identidad
en sí mismo.
El trabajo como fuente de identidad sale de la esfera de la producción para in-
sertarse en la esfera del consumo. El trabajo no constituye un fin en sí mismo, sino
un medio, y es la condición de medio para el logro de otros fines lo que le otorga
importancia. Este es un segundo elemento que se desprende de la observación
inicial. La centralidad y atracción del trabajo reside en los ingresos que se obtienen.
Pero aquí debemos hacer una nueva aclaración que evite las rápidas y espontáneas
asociaciones basadas en prenociones del sentido común. Los ingresos no (siempre)
son importantes porque resuelven problemas económicos de hogares sumidos en
situaciones de crisis y pobreza. Muchísimos de los jóvenes entrevistados pusieron
énfasis en la necesidad de trabajar para obtener ingresos, pero no necesariamente
porque la economía de sus hogares fuese crítica, sino para poder satisfacer sus propias
necesidades, asociadas tanto con aspectos económicos como identitarios, en ambos
casos inherentes a su condición juvenil como proceso de tránsito hacia la adultez.
Es en esta esfera, más próxima al consumo que a la producción, en la que el
trabajo adquiere relevancia como fuente de identidad. En primer lugar (en el caso
de los hombres), la “capacidad” de generar ingresos constituye la esencia de la
imagen de “hombre proveedor”, fuertemente asociada con la identidad de adulto y
masculina. Tal como señalan Pérez Islas y arteaga:
En nuestras sociedades, una de las funciones más importantes del rol de género
masculino es fomentado en ellos desde muy pequeños y se convierte en presión
durante la adolescencia y juventud. Ellos deben demostrar –paso a paso– que
La capacidad en sí misma es lo central.
pueden ser autosuficientes, para en un futuro demostrar que pueden también ser
proveedores y mantenedores de sus propias familias. Es más, conseguir su primer
trabajo y aportar dinero a la economía familiar puede ser entendido como un rito de
paso entre su condición de infante dependiente y su primera entrada a la condición
adulta, caracterizada por la independencia y autonomía.
Sí, les ayudaba, por decir un ejemplo sacaba yo 150 y le daba a mi mamá 70, 50 pesos
y ya me quedaba yo con algo y lo iba juntando. ¡Ah! ibas juntando. Sí para comprar
cualquier cosita que se me llegara a ofrecer o que cuando me iba con mi novia pus
ya invitarla, tener dinero para invitarla. (Entrevista 13: Leo, 18 años)
Lo que pasa es que era por temporadas, o sea, me compraba dos tres cosas y
dejaba el trabajo, y otra vez necesitaba y me iba a trabajar con mi abuela o con mi
tío y ya lo dejaba. ¿O sea no tenías problema de encontrar trabajo? No, no ya cuando entré
sí a la prepa ya me, digamos me reafirmé con el trabajo porque ya era la… que uno
quería estar bien con las reinas, todas las muchachas, con las chavitas ¿no?, que
lo vieran a uno pus presentable ¿no? y sí ya diario a trabajar, a trabajar, a trabajar.
(Entrevista 11: Marcos, 27 años)
¿Y por qué empezaste a trabajar? ¿Por qué empecé a trabajar? La verdad porque ya
me había desesperado de estar en mi casa, ya no me gustaba mucho el hecho de
estar dependiendo de mis papás, a pesar de que ellos siempre me apoyaron en todo
Es decir, para los jóvenes de sectores populares, tanto hombres como mujeres, la
necesidad de trabajar se asocia fundamentalmente con la obtención de ingresos. A
su vez, los ingresos así obtenidos son importantes y necesarios no sólo (y en muchos
casos tampoco de manera principal) por la contribución económica que ellos puedan
representan para el hogar. La centralidad de estos ingresos rebasa sus implicacio-
nes exclusivamente económicas para adquirir múltiples implicaciones identitarias
y simbólicas –clave en el proceso de transición a la adultez. No es el trabajo en sí
mismo la fuente de estas implicaciones, sino en tanto medio que permite acceder al
consumo. No es desde la esfera de la producción, sino desde la esfera del consumo
que se logra la reconfiguración de roles, los espacios de autonomía e independencia,
el reconocimiento identitario entre pares, etcétera.
La incorporación de los jóvenes de sectores populares al mercado de trabajo
–particularmente durante su adolescencia– no se da necesariamente como un acto
contra su voluntad, signado por el sacrificio, el disgusto, la resignación y la angustia
de ver truncadas sus oportunidades de continuidad escolar. En muchos de los casos
que hemos visto la incorporación al mercado de trabajo, y fundamentalmente la po-
sibilidad de obtener ingresos aunque estos sean magros y en condiciones sumamente
precarias, son vividas con entusiasmo, regocijo personal, y cierta revalorización de
la autoestima. Sin embargo, estos sentimientos positivos asociados a las demandas
identitarias y simbólicas de la condición juvenil, tienden a diluirse rápidamente.
Como veremos más adelante, este sentido profundo de la necesidad de trabajar
no sólo contribuye a entender la temprana inserción al mercado laboral por parte
de los jóvenes, sino también la rápida decepción que tienden a experimentar en su
carrera laboral.
Las demandas y expectativas depositadas en el trabajo por parte de los jóvenes
de sectores populares, encuentran su contraparte en ciertos aspectos de la estructura
de oportunidades que facilitan su ingreso al mercado laboral. En este sentido, sólo
mencionaré dos aspectos que ya han sido tratados en capítulos y apartados previos:
Es importante resaltar sin embargo, el hecho de que el trabajo sea el medio que permite esta inser-
ción en la esfera del consumo es un aspecto clave (y con muchas repercusiones) y no menor. En
otros sectores sociales, típicamente de clase media o alta, los jóvenes en su etapa más temprana (15
a 19 años) no encuentran ningún conflicto en que sus necesidades personales sean financiadas por
sus padres, ni lo consideran un recorte o limitación a sus espacios de autonomía e independencia,
reconocimiento, etcétera.
uno de ellos se refiere a los mecanismos de obtención del primer trabajo, y el otro
a las características del contexto urbano, específicamente del mercado de trabajo
local. En efecto, las entrevistas realizadas confirman algunas de las observaciones
ya planteadas con respecto a estos dos temas. Decíamos que amigos y familiares
eran las principales vías para obtener el primer trabajo; así, entre quienes se inicia-
ron laboralmente entre los 15 y los 19 años, 39.2% obtuvo su trabajo por medio de
un amigo, mientras que 21.2% fue contratado por un familiar. Lo que nos interesa
destacar aquí, más allá de estos datos, es que lo que observamos a través de las
entrevistas es que desde muy temprano los jóvenes se encuentran insertos en redes
en las cuales circulan de manera muy dinámica diversas oportunidades laborales.
Amigos y familiares son componentes centrales de estas redes. Una apretada sínte-
sis de las trayectorias laborales de Janeth y José nos permite reconocer claramente
esta exposición de los jóvenes de sectores populares desde edades muy tempranas
a diversas ofertas laborales.
¿O sea empezaste a trabajar una vez que terminaste la secundaria? Sí, bueno pero por poco
tiempo, digamos medio año nada más. ¿Qué hacías? Me metí a trabajar en una tienda de
juguetes, en una juguetería de regalos y todo eso. ¿Por aquí? Sí por aquí, cerca también,
forrar cajas de regalos, moños, todo eso. ¿Y cómo lo conseguiste ese trabajo? Porque yo
anduve buscando y la muchacha conocía a mi mamá o sea se hablaban, se platicaban
pues… ¿Eran amigas? Sí, sí eran amigas y le dijo que necesitaba una muchacha para
que atendiera su negocio y entonces le dijo que yo no estaba estudiando que si me
aceptaba y entonces ya la fui a ver y sí me dijo que sí, que me podía quedar y ya en-
tonces ya empecé a trabajar con ella ahí en su negocio […] En ese año igual me metí
a trabajar y ahí me metí a trabajar en un taller de costura, donde hacen ropa y todo
eso, cosen, así todo eso. ¿Cómo conseguiste este otro trabajo? Porque mi mamá también
ha estado trabajando así en cosas así de ésas… y este mi mamá conoció…, tiene una
prima que tiene un taller de costura, ella se dedica al taller de costura entonces… este
ya en ese tiempo yo no estaba estudiando y le dije que quería trabajar… ¿Duraste un
año y medio ahí? Sí un año y medio. (Entrevista 12: Laura, 19 años)
Porque ya iba en cuarto año [de primaria] y empecé a trabajar, empecé a trabajar
en un bicitaxi entonces les pedí permiso a mis papás. ¿En cuarto de primaria? Sí. ¿Te-
nías, 11 años, 12 años? Como 11 sí, y ya les dije a mis papás “pus quiero hablar con
ustedes porque ya no quiero estudiar, quiero trabajar”, “no, que tienes que seguir
estudiando” “pero es que ya no quiero” y sí seguí estudiando terminé mi primaria y
ya después volví a hablar con ellos. ¿Y empezaste a trabajar efectivamente, mientras
hacías quinto? Sí medio día, entraba yo en la tarde a trabajar y en las mañanas yo iba
a la escuela y desde ahí ya empecé a trabajar. ¿Ése fue tu primer trabajito digamos? Sí, sí ya
fue un trabajo de planta duré como tres años. ¿En el bicitaxi? Sí. ¿Y cómo lo conseguiste?
Fue no’más así de repente andaba con unos amigos y veía que pasaban y pasaban
bicitaxis…. “ha de estar bueno ese trabajo” y ya pus aquí adelante conozco uno que
tiene bicitaxis… y ya fui y hablé con el señor y dice “para esto necesito hablar con
tus papás”, “¡ah! no se preocupe ya me dieron permiso” y siendo que no sabían ni
ellos ni yo mismo sabía, dice “¡ah! bueno si es así adelante aquí está el bicitaxi vete
a trabajar de una vez” […] ¿Y cuando dejaste el bicitaxi a qué te dedicaste? Me fui con mi
papá a trabajar de pintor. ¿Y te gustó el trabajo de pintura? Sí. ¿Y cuánto tiempo duraste?
Pues duré con mi papá como tres meses. Poco… Sí y me volví a salir para agarrar
otra vez el bicitaxi. Y sí agarré el bicitaxi como dos semanas y encontré un trabajo de
seguridad privada. ¿Y cómo lo conseguiste? Porque uno de mis compañeros del bicitaxi
entró ahí y un día me lo encontré y le digo “pus ya consígueme la chamba, ¿no?”
(Entrevista 13: Leo, 18 años)
Estas dos citas no sólo dejan ver la presencia de amigos y familiares en redes de rela-
ciones sociales por las cuales circulan oportunidades laborales y a través de las cuales
se produce el ingreso de los jóvenes al mercado de trabajo. Ellas también ponen de
relieve la centralidad que adquieren las oportunidades laborales locales, muchas veces
en el espacio de la propia colonia. En efecto, gran parte de los jóvenes entrevistados
tuvieron su primera experiencia laboral en talleres, negocios, o actividades desarrolladas
en las mismas colonias en las que residían. No es sólo la presencia de estas actividades
y micro-negocios (comerciales y productivos), sino también su carácter informal lo
que favorece la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo a temprana edad.
La facilidad de entrada y la alta rotación que caracterizan al sector informal, hacen
posible que jóvenes sin la edad legalmente necesaria, sin calificación, y sin experiencia,
encuentren una oportunidad de trabajo, lo cual además empata con retribuciones
mínimas que otros trabajadores no estarían dispuestos a aceptar.
Es decir, las expectativas y demandas económicas y extraeconómicas, fundamen-
talmente simbólico-identitarias, depositadas en el trabajo como medio de acceso a la
esfera de consumo, encuentran un contexto favorable a su satisfacción en un entorno
socio-urbano caracterizado por redes de amigos y familiares por los que transcurren
oportunidades laborales, y por una economía local informal y precaria con cierta
capacidad de absorción de trabajadores. Es importante señalar que el capital social
y la economía informal local no sólo facilitan la obtención de empleos precarios a
temprana edad, sino que contribuyen a generar un contexto social en el que tiene
cabida la incorporación temprana de los jóvenes al mercado de trabajo.
Las últimas citas que hemos presentado y muchas de las entrevistas realizadas
muestran otro aspecto igualmente interesante. Las características ya mencionadas del
Cuadro 5.2
Aspecto más valorado del trabajo actual según deficiencia educativa y grupos de edad.
México, áreas urbanas
Que tienes tiempo para estar con tu familia 5.6 5.2 5.4
(Continuación)
Cuadro 5.2
Aspecto más valorado del trabajo actual según deficiencia educativa y grupos de edad.
México, áreas urbanas (porcentajes)
B. Grupo de edad: 20 a 24 años
Deficiencia Educativa
Total
Sin Con
Aspectos relacionados con la necesidad
Que tienes tiempo para estar con tu familia 3.9 8.2 6.6
(Continuación)
Cuadro 5.2
Aspecto más valorado del trabajo actual según deficiencia educativa y grupos de edad.
México, áreas urbanas (porcentajes)
Que tienes tiempo para estar con tu familia 6.1 10.7 8.9
el porcentaje de los que escogieron esta respuesta entre los jóvenes con deficiencia
educativa duplica al de los jóvenes sin deficiencia educativa que dieron esta respuesta
(16.8% frente a 8.4%, respectivamente).
Nuevamente observamos, ahora en los jóvenes de mayor edad, que lo que más les
gusta de sus trabajos presenta significativas diferencias según su condición educativa,
lo cual deja ver una centralidad distinta del trabajo en sus futuras trayectorias. Es más,
no se trata sólo de un lugar diferente sino que con el paso de la edad la prioridad
dada al trabajo por cada grupo de jóvenes se ha invertido.
Los jóvenes con mayor continuidad y nivel educativo a menor edad, valoran más
las oportunidades que puedan brindar sus trabajos de realizar actividades extralabo-
rales, particularmente tener tiempo para estudiar. A medida que aumenta su edad, y
que (es de esperar) comienzan a concluir sus estudios, entonces las posibilidades que
brinda el trabajo asociadas con el desarrollo de una carrera laboral comienzan a ser
claramente privilegiadas por encima de lo extralaboral. Las percepciones y expecta-
tivas depositadas en el trabajo por los jóvenes con deficiencia educativa, en cambio,
siguen el patrón inverso. La carrera laboral pierde paulatinamente centralidad, y en
su lugar comienzan a valorarse aspectos extralaborales (como el ambiente de trabajo
o el tiempo para estar con la familia) o el salario.
Para los jóvenes de sectores populares el trabajo en sí mismo carece de sentido,
y su valor existe y reside en tanto medio de acceso a la esfera de consumo. Esto
permite entender en cierta medida el entusiasmo y las altas expectativas con que se
incorporan tempranamente al mercado de trabajo. Pero luego de la experiencia inicial,
rápidamente el trabajo en sí mismo comienza a mostrar sus costos y los ingresos
sus limitaciones. Los jóvenes de los sectores populares comprueban rápidamente
lo que parece un futuro inevitable, una carrera laboral truncada y estancada en la
precariedad. Del entusiasmo al desencanto. Las expectativas se desplazan del trabajo,
este es casi un mal necesario, y lo que comienza a valorarse pasa a ubicarse fuera del
trabajo en sí mismo. Las entrevistas realizadas nos dan innumerables referencias de
este desplazamiento de prioridades.
El más claro se relaciona con los ingresos. Efectivamente, a medida que aumenta
la edad, comienza a darse un cambio en la valoración de los ingresos recibidos. Ini-
cialmente, por escasos que ellos fueran, eran ingresos y permitían satisfacer algunas
de las demandas simbólico-identitarias asociadas a la condición juvenil. Por mínimos
que fueran, siempre puede darse una parte a la madre, y con la otra dar respuesta
a alguna demanda personal, de tal manera que las necesidades extraeconómicas
parecían quedar cubiertas. Sin embargo, con el paso de la edad la capacidad misma
de generar ingresos deja de ser novedad, y las necesidades no sólo van en aumen-
to, sino que comienzan a ser cualitativamente diferentes. Esto produce profundas
¿Y ganabas más o menos bien? ¿Te alcanzaba para tus gastos, cómo era? Pues sí, o sea sí
me alcanzaba porque ya de ahí le daba a mi mamá y ya era un poco más lo que
ganaba que en la tienda de regalos entonces ya me alcanzaba. ¿Cuánto ganabas más o
menos…? Pues en la tienda ganaba… pues más o menos ¿qué será? como 300 pesos
a la semana más o menos. ¿En la tienda? Ajá, y aquí en el taller de costura ganaba
500, 550 a la semana entons ya era un poquito más… Este pues ahorita de lo que
yo estudié y estoy trabajando pues… no sé, tal vez para mí es… digamos que como
soy soltera y no tengo obligaciones tal vez sí para mí si es un buen trabajo porque así
poniéndome a investigar en otros trabajos están pagando menos de lo que yo estoy
ganando y en más tiempo, a veces les dan 300 a la semana, 350 a la semana, y aquí
la muchacha me está dando 400 a la semana, desayuno, comida. Y [trabajo] cuatro
horas, muy poco, o sea para mí se me hace un buen trabajo, ni muy mal pagado ni
muy bien pagado, pero o sea para mí se me hace un buen trabajo.10 (Entrevista 12:
Laura, 19 años)
10
En el período en que se realizaba la investigación, la paridad peso-dólar era de 10.50 pesos por
dólar.
¿Ese ha sido tu único trabajo? No, ahorita ya, éste es mi segundo trabajo. ¿Cuánto tiempo
duraste en el primero? Nada más medio año. ¿Por qué te saliste? Porque ahí creo yo que ya
había superado todo lo que yo podía hacer y de repente empezó mucho el hecho de
que… cuando ya te empiezan a poner trabas para que no puedas seguir escalando,
ya no tiene caso que te quedes ahí, o sea al menos mi idea nunca ha sido acumular
antigüedad en un trabajo sino al contrario. (Entrevista 3: Patricia, 23 años).
Sí era un despacho contable. Pues estuve cerca de tres meses, lo que pasa es que
yo aspiraba también a algo un poquito mejor, yo esperaba que… ¿Y por qué te fuiste?
Porque yo…, yo me sentía muy presionado porque casi no me utilizaban como auxi-
liar contable o contador, andaba más como mensajero… […] Sí llegó un momento
en que necesitaba dinero y pues me dio la oportunidad de trabajar con él y pues si
duré…, no sé, mas de ocho meses ahí [taller de adornos navideños]. ¡Ah! Bastante.
¿Y por qué te fuiste de ahí….? Igual, es que lo que pasa es de que siempre uno aspira a
más cosas… eso es lo que siempre me ha movido ¿no? la aspiración a más, enton-
ces este pues sí me fui de ahí. […] ¿O sea que ahora estás pasando por un buen momento?
Dentro de lo que cabe, no estoy muy satisfecho con mi trabajo [ropero en hospital]
porque siento que me desperdician en cuanto a lo que sé, porque no me explotan en
ese aspecto de “¿oye sabes computación?” “Sí, sí sé.” Pero pus hay gente que está
en la computadora que tuvo que aprender ahí, o sea yo ya llegué capacitado pero
no me aprovecharon. Ajá, eso es lo que sientes, como que… Sí, digámoslo así, hay gente
que se dedica a llevar las cuentas ahí de toda la ropa pero digamos yo soy técnico
contable pero no me aprovechan. Entonces yo sé, yo siento que soy desaprovecha-
do en muchas cuestiones porque sé hacer ciertas cosas que mucha gente tuvo que
aprenderlas ahí. ¿Y no crees que tengas posibilidades de ascenso ahí? Pues es difícil… sí se
puede, pero es difícil; pero desgraciadamente o afortunadamente como me siento
cómodo pus no he hecho el intento por… ni por subir, ni por cambiar de trabajo
ahorita. (Entrevista 21: Arturo, 30 años)
Muchos otros jóvenes expresan y describen esta experiencia vivida en sus trabajos en
términos de “aburrimiento”. Como sucedía con la escuela, el aburrimiento expresa
ahora la pérdida de sentido del trabajo.
¿Y por qué cambiabas y dejabas los trabajos? Porque no sabía lo que yo quería o sea no
agarraba conciencia, no tenía bien, no estaba cimentado. Me aburría, me aburría sí,
simplemente ya “no quiero saber nada”. (Entrevista 11: Marcos, 27 años)
¿Y por qué dejaste? Lo que pasa es que ya me había aburrido del trabajo, ya era
muy… porque andaba para todos lados, me empecé a cansar ya, luego ya casi ya no
salía ya nomás salía como… (Entrevista 13: Leo, 18 años)
¿Y te fuiste? Si. Me aburrió porque dije “pus si no estoy ganando bien” y no tenía-
mos seguro ni nada y ahí no había descanso o sea por ejemplo como hoy día festivo
ahí se trabaja. (Entrevista 15: Dalma, 28 años)
¿Quisieras un trabajo estable? Pus no tanto, porque aquí no nos va mal o sea, la verdad
no o sea mira empezamos, nos vamos temprano a las seis y media, de seis y media
a seis de la tarde regresamos a tu casa a esa hora. Entonces vendemos un rato,
platicamos, nos vamos a la hora que queremos… Tienen libertad, digamos. Sí, sí
puedo comprar un refresco… o sea gano lo que yo considero que está bien ¿no?
(Entrevista 11: Marcos, 27 años)
¿Y te gustaría ser independiente en el futuro? Claro, pus de hecho ése es uno de los planes,
vivir del negocio, por eso es que me doy dos años para que este negocio ya dé para
vivir de él. ¿Y no te daría pena perder las prestaciones y todo ese tipo de cosas, pasar a ser informal
otra vez digamos? Pues no tanto informal porque yo lo he planeado como para que sea
una industria, sea una empresa en lugar de un negocito. ¡Ah! Por eso digo, eh, sí a lo
mejor sí me daría tristeza el dejar de tener antigüedad, el dejar de tener no sé, seguro,
dejar de percibir lo del aguinaldo y todo eso ¿no?, pero así como lo planeo pues voy a
ganar cinco, seis veces más de lo que gano ahorita, entonces sería como una compen-
sación. […] Entonces yo siento que eso para mí ha sido el prever en el futuro, el ver
ese futuro, el querer hacer algo para…, como yo lo he platicado anteriormente, nunca
ha sido mi plan el ser empleado toda mi vida. (Entrevista 21: Arturo, 30 años)
A lo largo de este capítulo y el previo nos hemos ocupado de dos instancias no sólo
claves en el proceso de transición a la adultez, sino de particular relevancia y actua-
lidad en la agenda pública. En efecto, la participación de los jóvenes en el sistema
educativo y en el mercado de trabajo es motivo de dos grandes preocupaciones: la
persistencia de altos niveles de deserción escolar y las condiciones laborales precarias.
Estos dos aspectos suelen plantearse como las dos caras de un mismo fenómeno,
vinculándolos a partir de la premisa derivada de la teoría del capital humano que
sostiene que más años de educación permitirían acceder a mejores trabajos; premisa
que continúa siendo el supuesto básico que guía la política pública sobre estos temas.
Sin embargo, si bien ella refleja parte del problema, tomada ciegamente desdibuja y
simplifica su complejidad, conduciendo a estrategias poco efectivas.
Al concluir el análisis cuantitativo en el capítulo previo sugería que los jóvenes
de los sectores populares enfrentan un desfase entre expectativas y estructura; ahora
podemos reforzar y completar aquella observación, añadiendo la crisis de las institu-
ciones como bisagra de esta paradoja en la que quedan atrapados los jóvenes.
La crisis vuelve a reunir a la escuela y el trabajo. Al inicio de este capítulo nos
encontrábamos con el trabajo como una alternativa más atractiva y privilegiada por
los jóvenes de sectores populares frente a la escuela. Una escuela acotada, que luego
de los años iniciales, comienza a perder su capacidad de interpelación, quedándose
paulatinamente vacía de sentido; el “aburrimiento” emerge entonces como el estado
de ánimo, el sentimiento que permea la experiencia escolar de los estos jóvenes, y se
constituye en la expresión más clara de incapacidad para marcar al sujeto. La escuela
no logra generar las expectativas que sustentan aquella premisa derivada de la teoría
del capital humano. Dicho de manera simple, los jóvenes de los sectores populares
no ven en la escuela una alternativa real y tangible de movilidad social; la escuela
acotada carece de capacidad de interpelación sobre los sujetos,11 y en tal contexto
emergen otras alternativas que resultan más atractivas.
Frente a la crisis de la institución escolar, la incorporación temprana al mercado
de trabajo promete para estos jóvenes ciertas recompensas simbólico-identitarias.
Sin embargo, el trabajo responde a estas demandas en tanto medio para la obtención
de ingresos, y no como un fin en sí mismo, lo cual, como hemos visto, tiene sus
limitaciones. Inicialmente la incorporación al mercado de trabajo puede resolver
algunas de estas demandas, pero el entusiasmo inicial rápidamente es reemplazado
por el desencanto. En efecto, esto resulta consistente con las tendencias identificadas
en el capítulo previo. Los primeros trabajos suelen presentar cierta homogeneidad
intracohorte determinada en gran medida por el peso de la condición juvenil misma,
lo cual da cierta idea de igualdad, y reafirma la opción de optar por el trabajo frente a
la vía escolar. También vimos que las trayectorias laborales rápidamente comienzan
a dispersarse, y los jóvenes de los sectores populares parecen quedar anclados en los
sectores más precarios del mercado de trabajo; un mercado que estructuralmente
es capaz de generar ciertos empleos pero incapaz de ofrecer una movilidad social
ascendente. El aburrimiento ya experimentado en la escuela, vuelve a emerger ahora
en la experiencia laboral, y nuevamente como síntoma del sin sentido. Es decir, el
mercado de trabajo tampoco logra responder a las expectativas iniciales.
La escuela y el trabajo han representado tradicionalmente mecanismos clave de
movilidad e integración social; la pérdida de sentido de estas dos instituciones entre
las generaciones más jóvenes de los sectores populares, no sólo resulta preocupante,
sino que puede esconderse detrás de muchos de los principales problemas sociales
que hoy enfrenta nuestra sociedad.
11
Lo paradójico es que desde el Estado, se insiste en avalar y estimular la permanencia en la escuela
con la idea de que ello permite alcanzar mejores empleos e ingresos; nuestra impresión es que esto
no se logrará mientras la escuela no logre encontrar un nuevo sentido desde el cual interpelar a
los jóvenes.
Introducción
Tal como lo señala Rosana Reguillo, “los jóvenes no constituyen una categoría
homogénea, no comparten los modos de inserción en la estructura social, lo que
implica una cuestión de fondo: sus esquemas de representación configuran campos
de acción diferenciados y desiguales” (2000: 30). En este capítulo me interesa dirigir
la mirada hacia un aspecto poco tematizado pero de profundas implicaciones no
sólo para la materia que nos ocupa sino para el análisis de las sociedades contem-
poráneas latinoamericanas. Hasta aquí he intentado explorar cómo se expresa y
reproduce la desigualdad social en dimensiones claves del proceso de transición a
la adultez. Pero esta desigualdad también se expresa, y encuentra un mecanismo de
consolidación (o naturalización), en las interacciones cotidianas, en los encuentros
con otros, en lo que podríamos llamar “la sociabilidad urbana”. La experiencia de la
juventud transcurre y es afectada por su presencia en la sociedad, lo cual significa,
siguiendo a Elías, reconocer su inserción en un sistema de fuerzas dinámicas y mul-
tidimensionales que entrelazan a agentes situados diferencialmente pero de manera
interdependiente. Resulta poco menos que evidente que la transición a la adultez, y
sobre todo la experiencia de la juventud, no permanece inmune a esta sociabilidad
urbana atravesada por la desigualdad.
Se trata de una dimensión cuya trascendencia es tan significativa que lo explorado
en los capítulos previos puede tener connotaciones muy diferentes si se la considera o
se la ignora. Obviamente mi opinión es que no sólo ellos se enriquecen al incorporar
esta dimensión, sino que detenernos sobre este aspecto resulta imprescindible para
poder transmitir y dar una idea completa del argumento más general que estructura
esta investigación. Por limitaciones que impone la misma temática de este libro, sólo
me ocuparé de un aspecto puntual de la sociabilidad urbana que permite cumplir
con las necesidades planteadas en este mismo párrafo. En este sentido, aquí sólo me
interesa explorar cómo los jóvenes de sectores populares se sienten percibidos por
“los otros” y cómo ven afectadas, por dichas percepciones, sus interacciones con “los
otros”. La asociación de estos interrogantes con el análisis previo realizado hasta aquí
puede parecer arbitraria e incluso descabellada; sin embargo, trataré de convencer al
249
Así, la estructura del espacio se manifiesta, en los contextos más diversos, en la forma
de oposiciones espaciales, en las que el espacio habitado (o apropiado) funciona
como una especie de simbolización espontánea del espacio social. En una sociedad
jerárquica, no hay espacio que no esté jerarquizado y no exprese las jerarquías y las
distancias sociales, de un modo (más o menos) deformado y sobre todo enmascarado
por el efecto de naturalización que entraña la inscripción duradera de las realidades
sociales en el mundo natural: así, determinadas diferencias producidas por la lógica
histórica pueden parecer surgidas de la naturaleza de las cosas.
La Zona Metropolitana de la Ciudad de México constituye el núcleo demográfico, económico, social
y político más importante del país. Abarca las 16 delegaciones del Distrito Federal y 34 municipios
del Estado de México. Es importante tener en cuenta sin embargo que la extensión de esta zona
puede variar, abarcando al total del Distrito Federal y el Valle de México (en tanto enfoque ecoló-
gico-regional), o al Distrito Federal más 17 municipios del Estado de México (según la delimitación
de los años setenta), o bien la mencionada inicialmente (Distrito Federal más 34 municipios) que
se basa en la delimitación del inegi a partir de la actualización de la cartografía censal del 2000.
Tal como señala García Canclini, “es necesario considerar a la otredad como una construcción
imaginada que –a la vez– se arraiga en divergencias interculturales empíricamente observables”
(2005:213).
didad las experiencias y percepciones de los jóvenes de los sectores populares sobre
esta coexistencia de mundos aislados, a uno de los cuales ellos pertenecen.
La estructura social mexicana se caracteriza por una profunda desigualdad en las con-
diciones de vida de la población, la cual se expresa en múltiples y diversos indicadores,
tanto referentes a la distribución del ingreso, los niveles educativos, la inserción en el
mercado de trabajo, el acceso a servicios de salud, y la seguridad social, entre otros.
En el contexto latinoamericano, el cual constituye la región más desigual del mundo,
México se ubica entre aquellos países donde estas disparidades alcanzan sus niveles
más altos. El índice de Gini para la distribución del ingreso es de 0.52, el decil más
rico de la población concentra el 35.0% de los ingresos, mientras que el 40.0% más
pobre sólo recibe el 16.0% (cepal, 2005); México presenta la irritante paradoja de
contar entre sus connacionales con el hombre más rico del mundo según la publi-
cación internacional Forbes, al mismo tiempo que cerca de la mitad de su población
vive en condiciones de pobreza. Esto ha llevado a hablar de una clara polarización
de la estructura social entre una ciudadanía de primera y de segunda clase.
Un rasgo distintivo de esta estructura ha sido además que a pesar de los innume-
rables logros y avances que se han alcanzado en el transcurso de la segunda mitad del
siglo pasado, particularmente durante el período de industrialización por sustitución
de importaciones –o estabilizador, como se le conoce en México–, la profunda des-
igualdad no sólo persiste sino que tiene una larga data (Bayón, 2006). Es decir, esta
polarización de la estructura social no es producto de una abrupta agudización o
de las crisis recientes que asolaron a la región con resultados dramáticos en algunos
René Druker, “¿Cuándo fue que se robaron la infancia?”, en La Jornada, 10 de agosto de 2009.
países, sino que ha perdurado (incluso con las mejoras ya señaladas) desde largo tiem-
po atrás. Este constituye un aspecto clave a tener en cuenta al momento de analizar
e interpretar el significado de las dimensiones objetivas de la segregación espacial
urbana en México. Es decir, la interacción de los agentes en el espacio urbano está
profundamente tamizada por una arraigada desigualdad en la estructura social que
ha filtrado de manera profunda la estructura espacial.
La polarización social, la segregación residencial y la fragmentación de la es-
tructura urbana no pueden considerarse novedades emergentes de los últimos años
(Duhau 2003a). Esta trayectoria de la estructura social dota a la realidad mexicana de
especificidades propias que no pueden pasarse por alto a la hora del análisis (Bayón,
2006). En este sentido y refiriéndose a la ciudad de México, Duhau y Giglia (2004)
señalan por ejemplo, algo que comparto plenamente, y es el hecho que a diferencia
de la pobreza urbana del mundo desarrollado, al ser aquí mayoritaria, no parece tener
el mismo impacto en la constitución de la subjetividad, lo cual también podría decirse
respecto a la larga persistencia de una estructura social desigual y polarizada.
En la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (zmcm), como suele suceder en
muchas de las grandes metrópolis latinoamericanas, esta estructura social encuentra
expresión en profundos contrastes tanto en el paisaje urbano como en las condiciones
de vida de su población. Sin embargo, esta estructura social fuertemente arraigada en
la sociedad mexicana, no parece encontrar su contraparte en una estructura espacial
igualmente polarizada. Al menos los distintos indicadores de segregación urbana no
parecen mostrarlo así, aunque éste es un tema en discusión. En términos generales,
una visión de conjunto de esta gran zona metropolitana muestra que hacia el oriente
de la ciudad se extiende un amplio espacio integrado por delegaciones y municipios
en los que residen los sectores más pobres de la población, y en los cuales los más
diversos indicadores relativos a las condiciones de vida predominantes muestran
los mayores rezagos; de manera contrastante, la zona nor-poniente y centro de la
ciudad, y algunas áreas del sur, son el lugar de residencia de los sectores más privi-
legiados, además de mostrar (más allá de islas de altísima exclusividad) los niveles
promedio de ingreso, educación, infraestructura urbana, etc., más altos de todo este
conglomerado urbano (y de los más altos del país). Ahora bien, esta percepción
representa casi una fotografía aérea de la ciudad, y es bien sabido que la apreciación
del nivel de segregación urbana prevaleciente depende profundamente de la escala
de análisis que se considere.
En efecto, el análisis a una escala mucho más pequeña muestra que esta primera
imagen de polarización comienza por lo menos a debilitarse, y emerge una estructura
espacial en ciertos aspectos más fragmentada. En un artículo reciente que refleja
parte de los resultados de una amplia investigación sobre la estructura espacial de
la ciudad de México, Parnreiter (2005) señala que la hipótesis de una clara polari-
zación de la estructura urbana es insostenible, idea que ya había sido sostenida por
Rubalcava y Schteingart (2000) a partir de datos del Censo de 1990. Estos trabajos
muestran, al igual que otros, que sectores de clase media e incluso baja, se asientan
en áreas del centro y oeste de la ciudad donde tradicionalmente han residido las
clases privilegiadas. Es decir, si bien puede seguirse un patrón de residencia de las
clases altas, que se extiende por el nor-poniente y centro de la ciudad (alcanzando
algunas colonias del sur), éste no es un cinturón cerrado sino que constituye más
bien una sucesión de islotes rodeados de sectores de clase media e incluso baja.
Panreiter concluye (2005: 20):
Con base en los resultados de los censos de los años 1990 y 2000, y a través de un
ejercicio estadístico que permite calcular los llamados “índices de exposición” (Mas-
sey y Denton, 1988) Ariza y Solís (2005) evaluaron la probabilidad de contactos a
partir de su lugar de residencia entre sectores sociales opuestos en términos de sus
niveles de ingreso, educación, e inserción en el mercado de trabajo. Los hallazgos
de estos autores confirman de alguna manera lo que venían señalando los trabajos
reseñados previamente. Los individuos con bajos ingresos tienen una altísima proba-
bilidad (superior al 90.0%) de interactuar con otros de su misma condición, mientras
que es mínima la de encontrarse con individuos de altos ingresos. Sin embargo, la
situación para estos últimos no parece ser la misma, al menos estadísticamente. Las
probabilidades de que los sectores privilegiados en términos de ingreso interactúen
con personas de su misma condición fluctúan entre el 20% y el 30%, mientras que
las de cruzarse con personas de bajos ingresos alcanzan valores del 70 al 80% (Ariza
y Solís, 2005). Algo similar ocurre al tomar en cuenta las otras variables (educación y
ocupación). Es decir, mientras parecería existir un alto aislamiento de los sectores
Los jóvenes de esos barrios residenciales no conocen los barrios pobres, se desplazan
de las universidades o de sus escuelas de alto nivel a sus casas, se pasean y compran
en los centros comerciales y en caso de necesidad serán atendidos por médicos de
hospitales privados; sus relaciones sociales no se extienden más allá de esos espacios
segregados; allá viven, se educan, toman sus tiempos libres y casi seguramente allá
se casarán, para vivir a su vez en los mismos ámbitos (1999: 13).
Es decir, en este caso, el residir en zonas que a cierta escala resultan socialmente
heterogéneas no asegura la interacción con los sectores más pobres, más allá de algún
que otro encuentro casual e intrascendente.
Éste es un aspecto que considero particularmente relevante, y que sin embargo ha recibido muy
poca atención, si es que alguna. En efecto, los teóricos que reflexionan sobre los rasgos definito-
rios de nuestro tiempo, de la modernidad tardía, reflexiva, o líquida, pero también incluso de la
globalización, han puesto énfasis en la reconfiguración de la dimensión espacial y temporal, y en
particular de la escisión de ambas dimensiones; sin embargo, así como la equivalencia entre tiempo
y espacio se ha debilitado, también lo ha hecho la relación entre el tiempo y lo social y el espacio y
lo social, sin que esto atrajera el mismo interés. Las distancias espacial, temporal y social, asumen
nuevas articulaciones muy diferentes a una correspondencia directa, como tradicionalmente habían
puesto en evidencia diversos estudios antropológicos.
Para decirlo con un ejemplo, la calidad de las relaciones hace referencia a esa cualidad que permite
distinguir entre el encuentro de un profesional médico que al subir a su camioneta se enfrenta con
un obrero de la construcción que espera el autobús, del encuentro del médico y el albañil en los
asientos colindantes de un mismo transporte público que ambos usan habitualmente, aunque en
ninguno de los dos casos medie una palabra entre ellos.
¿Y por ejemplo no sé un chavo del centro de Coyoacán o de las Lomas de Chapultepec como crees
que vería esta colonia? No pus la verían feo ¿no?, como todo. Sí, te discriminarían muy
feo, así como que: “¡No! ¡A poco aquí vives!” y tú sabes… no sé hasta pena te daría
¿no?, de que unos jóvenes así estén ahí echando de menos a tu colonia cuando viven
en otra. No sé… tienen razón porque tienen… no sé… mejores oportunidades y la
vida social de allá pus es mejor y desgraciadamente aquí no lo es… pus ni modo, te
tienes que adaptar a las cosas. ¿Y tú nunca has tenido… o nunca has interactuado con alguna
persona que tenga más dinero o que viva en alguna de esas colonias? No, la verdad es que no.
Siempre… ¿cómo te explico? siempre son como que más así ¿no?, ni se acercan a ti
o yo que sé…, ellos en su círculo civil y nosotros en nuestro círculo civil y… como
que no interactúan, no, por lo menos. (Entrevista 30: Emilio, 17 años)
En una crítica desde la antropología, García Canclini señaló hace ya más de una
década los riesgos de ver una sola ciudad, en el sentido de una ciudad unívoca.
“Puede decirse que la ciudad existe más para el gobierno y la prensa, que para los
ciudadanos. También parte de la investigación urbana encara a la metrópoli como un
todo, al menos los demógrafos y sociólogos. En cambio, para la bibliografía antro-
pológica y de estudios culturales, salvo excepciones, esta ciudad es un rompecabezas
desarmado” (1995: 67).
Las piezas de este rompecabezas, al menos algunas de ellas, representan espacios
inexistentes. Utilizando términos de Baumann son espacios vacíos, vacíos de sentido,
es decir el tratamiento más radical que puede dársele a las diferencias, y al mismo
tiempo disolvente de la otredad.
Los espacios vacíos están primordialmente vacíos de sentido. No es que sean insig
nificantes por estar vacíos, sino que, por no tener sentido y porque se cree que no
pueden tenerlo, son considerados vacíos […] Son vacíos los lugares en los que no
entramos y en los que nos sentiríamos perdidos y vulnerables, sorprendidos, alar-
mados, y un poco asustados ante la vista de otros seres humanos (Baumann 2004:
111 y 113).
En Parias Urbanos Loïc Wacquant (2001) señala que hoy cualquier estudio sociológico
sobre la “nueva” pobreza debe comenzar con la mención del poderoso estigma aso-
ciado a la residencia en los espacios restringidos y segregados. Si bien la sugerencia
es para el estudio del fenómeno en países avanzados, creo que ella es válida también
para nosotros, aunque no limitada a la pobreza sino a la desigualdad social, cuya
profundidad alcanza niveles dramáticos en nuestra región. Los estigmas territoriales,
dimensión indisociable de la segregación urbana, no son sólo fuente de desventajas,
sino al mismo tiempo instrumentos de diferenciación social y, sobre todo, expresión
de una violencia simbólica que reproduce y consolida las relaciones de poder y las
desigualdades de la estructura social. Por un lado, los estigmas asociados con los
espacios ocupados hacen presente, remarcan, pero también establecen y afirman que
no somos todos iguales. Lo significativo es que estos estigmas territoriales crean la
ilusión de estar escindidos de la estructura social, y con ello plantean una desigualdad
naturalizada. No es una desigualdad de mercado, de derechos, o de oportunidades,
se presenta como una desigualdad reificada, natural. Por otro lado, los estigmas te-
rritoriales cristalizan relaciones de poder, constituyéndose en evidencia de relaciones
de dominación simbólica. Tal como señala Bourdieu:
Debido al hecho de que el espacio social está inscrito a la vez en las estructuras
espaciales y las estructuras mentales, que son parte del producto de la incorpora-
ción de las primeras, el espacio es uno de los lugares donde se afirma y ejerce el
poder, y sin duda en la forma más sutil, la de la violencia simbólica como violencia
inadvertida…
Tiende a predominar, sin embargo, tanto en los análisis como en los portadores de
los estigmas territoriales, la percepción de que éstos forman parte de un incons-
ciente colectivo (en términos durkeimianos) parcializado, diferenciado. Es decir, la
impresión dominante es que las diversas estigmatizaciones están perfectamente dis-
tribuidas en concordancia con la segregación del espacio urbano, y por lo tanto que
los sujetos depositarios de estos estigmas no son conscientes de ellos, sino que sólo
son parte del inconsciente colectivo de nosotros. Este supuesto asumido, inherente
a los estigmas territoriales, tiene un efecto tranquilizador, hacen menos violenta y
¿Tú como crees que un chavo digamos de Coyoacán, de Benito Juárez, ve esta colonia en particular?
Pues fíjate que conozco muchas personas que vienen de por allá y la ven este…
malísima, la ven pésima, por este… por la delincuencia más que nada. ¿Qué dicen ellos
sobre esta colonia? Pues que es muy conflictiva o cualquier cosa, así es de la manera que
la ven, o sea muy conflictiva la ven, muy este… digamos que hay mucho pandillero
por aquí. Pues sienten ellos que es muy peligrosa, hay veces, hay ocasiones que no
quieren ni entrar aquí a la colonia. ¿Qué te comentan? Que pues “¿cómo puedes vivir
en esta colonia, si hay mucho delincuente?”, cosas así por el estilo. ¿Y tú que piensas
de ellos? Pues… a la vez pienso que tienen mucho la razón, por la situación que se
ha dado en esto también en la colonia. (Entrevista 10: Rubén, 22 años)
¿Tú cómo piensas que una persona de Coyoacán o digamos de Tlalpan ve a tu colonia? No
pus la van a ver mal, la van a ver como la ciudad perdida. ¿Por qué? Porque es muy
diferente en Coyoacán a Tlalpan que de Tlalpan a San Agustín, porque nunca van a
imaginarse que existe San Agustín entonces pus yo digo que lo van a ver como pus
como que no lo conocen ¿no? Como una colonia donde pus matan, roban, violan
y pus cuando no es así. (Entrevista 6: Pablo, 20 años)
En prácticamente todas las entrevistas los jóvenes dejaron ver claramente su co-
nocimiento de los estigmas territoriales que pesan sobre sus propias colonias y sus
residentes. Y en cierta medida, aunque con dudas, también ellos dejan ver cierta
reificación de las desigualdades expresadas en dichos estigmas. Este reconocimiento
de los estigmas es particularmente relevante como dato antropológico o sociológico
en la medida que nos permite reinterpretar la interacción social. Pone al descubierto
la ilusión de una violencia simbólica silenciosa, que no por ello es inadvertida, y que
por ende se filtra en todo encuentro, en toda interacción. La interacción en tanto
puesta en escena de una actuación, como simulación (Goffman 1988), se apoya en
dicha ilusión, pero no puede hacerla desaparecer. Es decir, aunque hagamos como
En un contexto de profunda desigualdad como el nuestro, este reconocimiento tiene importantes
connotaciones para el análisis e interpretación sociopolítica de la sociedad contemporánea. Si la de
sigualdad se percibe y su naturalización está en duda, la estabilidad del orden social pierde uno de
sus principales apoyos. No sólo ni principalmente en términos de manifestaciones en el ámbito de la
Castel (2004) ha bautizado este proceso como el retorno de las clases peligrosas, al cual
asocia con la inseguridad social que caracteriza a la sociedad contemporánea. Di-
cho en otros términos, los estigmas territoriales asociados con la inseguridad, la
Cuando estos mismos jóvenes dan sus opiniones respecto a sus propias colonias,
vuelven a trazar una línea entre ellos y los otros. En este planteamiento se destacan
dos elementos significativos. El primero de ellos es que la primera y más espontánea
descripción que hacen de su espacio parece planteare como una respuesta, o más
aún, como una negación de los estigmas territoriales que pesan sobre sus colonias.
El rasgo que se privilegia es la tranquilidad, la pacificidad incluso, de sus entornos. El
segundo elemento significativo, es sin embargo, una relativización de estos atributos
de su colonia. En efecto, los mismos jóvenes reconocen que sus colonias son tran-
quilas para ellos, pero que pueden constituir lugares peligrosos para “otros”.
Ya como que le dieron una famita de que pues de lo peor acá, pero pues es que
no saben lo que es vivir acá. ¿Por qué? A ver, cuéntame un poquito cómo es vivir acá. Es
tranquilo… o sea, así como dicen en las noticias que matan… bueno, que mataron
a éste y al otro y al otro, o sea sí, pero no siempre. Cada mes, cada dos meses matan
a alguien. Pero es tranquilo, o sea bueno más que nada no sé si sea porque ya nos
conozcan a los que vivimos en la colonia, porque a nosotros no nos hacen nada,
hemos pasado dos, tres de la mañana y tranquilo. (Entrevista 4: Inés, 27 años)
¿Entonces es tranquilo vivir aquí? Sí. ¿Y por qué se habla tanto de que es tan peligroso? Pus
no o sea ya nomás es la pura fama que quedó aquí porque pus ya de que… dicen que
crea fama y échate a dormir, pero no aquí ya no hay nada de eso, dicen que aquí es
el barrio más pesado pero no… ¿Se puede decir que es lo mismo que vivir en… Coyoacán o
Tlalpan, o es más peligroso? Bueno, no, no tanto así; o sea, sí es un poco peligroso aquí,
pero pus es que es la suerte ¿no? Si yo me voy ahora a las seis o siete de la tarde y quiero irme
caminando hasta el metro… ¿es peligroso o no? Pues algo, porque por aquí sí está un poco
pesadita. ¿Y qué me puede pasar? Pues que lo asalten, que le quiten su dinero… Porque
pus… como no lo conocen y pus cuando ven ahora sí que, como los animales, ven
carne nueva y pus órale sobre él… (Entrevista 13: Leo, 18 años)
¿Piensas que la colonia es peligrosa? Yo creo que pus igual que todas. De hecho vivimos
en una de las delegaciones más peligrosas ¿no? Desde ahí ya para qué nos hacemos.
¿Tú cómo crees que la vería un chavo de Coyoacán? No pues, yo creo que como dicen por
ahí le bajan todo y más si viene bien vestido. ¿Qué pensaría de esta colonia? Pues que
no vuelve, que no volvería por acá. (Entrevista 9: Lupita, 30 años)
Cabe señalar que así como existen zonas prohibidas para ciertos sectores, también las hay para otros.
Los centros comerciales y cines de Santa Fe, los barrios residenciales de Las Lomas, o los clubes
exclusivos, por mencionar algunos ejemplos, son zonas prohibidas para los sectores populares.
Aunque el lector puede pensar que en estos casos existen barreras físicas que impiden el acceso,
esto no es siempre así; las barreras simbólicas, sin embargo, están siempre presentes y son mucho
más fuertes y notorias. Mencionaré un solo ejemplo que siempre llamó mi atención desde mi llegada
a México: Chimalistac es una barrio exclusivo de Coyoacán enclavado en el medio de una zona
sumamente transitada, rodeada de paraderos que conectan diversos puntos de la ciudad, estaciones
del metro, y puestos de comida en la calle. La gente y el bullicio en esta zona son permanentes, sin
embargo, basta con internarse tan sólo una cuadra en Chimalistac para comprobar que el paisaje
cambia radicalmente; no hay ninguna barrera física que impida su acceso, pero nadie camina por
sus callecitas empedradas, los grandes paredones de las residencias tampoco dejan ver a nadie, el
silencio permite escuchar el agua correr de las varias fuentes, y la tranquilidad reinante contemplar
los sobrecargados portones y molduras.
así en todos los aspectos a los lugares que reagrupan principal y a veces exclusi-
vamente a los más indigentes (suburbios pobres, ghettos). Esos lugares de fuerte
concentración de propiedades positivas o negativas (estigmas) constituyen trampas
para el analista que, al aceptarlas como tales, se condena a dejar escapar lo esencial:
como la avenida Madison, la rue du Faubourg Saint-Honoré agrupa a galerías de
arte, anticuarios, casas de alta costura, zapateros de medida, pintores, decoradores,
etcétera, esto es, todo un abanico de comercios que comparten la ocupación de las
posiciones elevadas (por lo tanto, homólogas entre sí) en sus campos respectivos
y que sólo pueden comprenderse en lo que tienen de más específico si se los pone
en relación con comercios situados en el mismo campo, en posiciones inferiores,
pero en otras regiones del espacio físico.
Es decir, lo que trato de señalar es que en los estigmas territoriales confluyen diversos
aspectos que establecen y reproducen desigualdades en distintos campos. Las clases
peligrosas, aunque recubiertas por un estigma criminalizante, representan y conden-
san además un conjunto de otros estigmas degradantes. Un extenso fragmento de la
entrevista con Ignacio, en Ixtlahuacan, Iztapalapa, sintetiza buena parte del análisis
que hemos realizado hasta aquí, pero además muestra con toda claridad cómo, en
la percepción de estos jóvenes, los estigmas territoriales que pesan sobre ellos y sus
lugares de residencia, sintetizan y compactan un conjunto de diversos atributos que
van delineando, dando forma, a un espacio y a un actor particular. La expresión,
usada por Ignacio, “por allá hay puros nacos”, logra la precisión y la síntesis necesaria
para dar cuenta de este collage estigmatizante. Vale la pena reproducir esta parte de
nuestra conversación.
¿Tú qué crees que otras personas piensan de tu colonia, por ejemplo un chavo que vive en Coyoacán?
Ah, pues seguramente “ay colonia…”; para empezar pus yo creo que con decirle que
es en la delegación Iztapalapa “¡Ay! pus allá está muy feo, allá puros rateros y no sé
qué”, pero de la colonia yo creo que diría lo mismo ¿no? que pus allá los nacos o qué
sé yo, como mucha gente dice y este… pus sí… pienso que gente así que vive por
allá por esas zonas diría eso de acá aunque sea sin visitarla ni nada ¿no? Pero pus
diría eso porque la delegación Iztapalapa tiene la fama de ser la… la más cañona y
con eso… con que le digas que es en la delegación Iztapalapa pus ya te dicen “allá
no…, está muy feo, que no se qué” y luego si les dices que vives casi en… el cerro
pues te van a decir “no pus allá no hay nada seguramente puros caballos o burros
todavía habrá ¿no? ¿Por qué dices que dirían “aquí los nacos”? Lo que pasa es que pues
mucha gente así es… así gente más o menos bien que yo conozco… bueno, no que
conozca sino que más bien la he escuchado hablar, pus son gente bien, pus viven
allá en puras zonas de ricachones y pus ya na’ más este… se enteran que tú vives
por aquí o saben que alguien vive por allá y si les dices “vente vamos para allá”
dicen “¡ay no! ¡por allá no!, por allá hay puros nacos” ya sabes como es la gente
¿no?… Estratificada la sociedad: entonces están los de abajo, los de en medio y los
de arriba, entonces los de arriba siempre se sienten más que los de abajo, entons
por eso te hacen así como que… te discriminan un poco. ¿Y cuál sería la definición de
gente bien y de nacos? Bueno gente bien para mí es gente con dinero ¿no? Gente que
por lo menos no tiene preocupaciones económicas y los nacos sería la gente que
viven en las zonas así un poco… como aquí ¿no? en la Delegación Iztapalapa este…
zonas como que muy conflictivas, pues lo contrario de la gente bien. No digo que
gente pobre ¿no?, pero sí gente con menos recursos, tal vez más vulgar que la gente
bien porque pus aquí quiéramos o no pus somos más vulgares que… tal vez menos
educados que la gente con dinero ¿no? (Entrevista 8: Ignacio, 19 años)
Todo lo analizado hasta aquí ha sido magistralmente resumido por Ignacio en unas
cuantas líneas en las cuales se disfruta la simplicidad de lo complejo. Sólo quiero
destacar para el lector dos elementos que no han sido analizados aún pero que serán
abordados más adelante. El primero de ellos se refiere a la relación entre estigmas
territoriales y discriminación: Ignacio pone en evidencia esta relación, la existencia
de la relación misma. Te hacen así como que… te discriminan un poco; como señalábamos
antes, la simulación de la interacción no puede hacer desaparecer los estigmas te-
rritoriales. El segundo elemento es muy breve y muy posible de pasar inadvertido;
Ignacio dice: no digo que gente pobre ¿no?, pero sí gente con menos recursos. Se pueden con-
ceder ciertos atributos, pero no se acepta el estigma de la pobreza. Además, y sobre
esto quiero llamar la atención del lector, se establece una particular concepción de
pobreza o, como mínimo, se rechaza la que estamos acostumbrados a escuchar
(escasez de recursos).
En este último punto pretendo referirme muy brevemente a los efectos de los estig-
mas territoriales en la interacción social. Algunos estudios han comenzado a explorar
este tema aunque la mayoría de ellos se han enfocado sobre aspectos tales como las
dificultades para encontrar empleo, las relaciones con la policía y otras autoridades,
las barreras para acceder a ciertos servicios e instituciones, etc. Si bien falta mucho
por analizar sobre estos aspectos, aquí me ocuparé específicamente de su efecto
en relaciones interpersonales cotidianas, en los encuentros de todos los días. En
términos más concretos, la pregunta sería cómo afectan los mutuos y recíprocos
estigmas que cargan consigo Juan y Arturo, y de los cuales ambos son conscientes:
¿su fortuito encuentro en Chapultepec?
Los estigmas territoriales no sólo expresan una asociación entre atributos so-
cio-culturales y espaciales, sino que al mismo tiempo trazan un vínculo entre el
espacio urbano y sus residentes. En los estigmas territoriales, el barrio o la colonia
se constituye en una especie de firma indeleble de sus habitantes, y de esta manera
los estigmas que pesan sobre estas áreas se trasladan automáticamente a sus
residentes. Al igual que uno tiene un nombre, uno es de un lugar, y éste, al igual
que el nombre, puede gustarnos o no, haberlo elegido o no, pero se carga con él.
Ésta es una de las razones que explican el rápido abandono de los “nuevos ricos”,
de sus lugares de origen lo mismo que en la Edad Media los exitosos mercaderes
intentaban la compra de tierras y títulos nobiliarios para borrar sus orígenes ple-
beyos. La “falacia ecológica” es un rasgo inherente de los estigmas territoriales, y
cuyos efectos son sufridos por los residentes de estas áreas en diversos ámbitos de
interacción cotidiana. Diego relata este proceso de desplazamiento desde el espacio
hacia sus residentes, menciona cuáles son estos estigmas, pero además nos brinda
algunas pistas respecto a cómo se trazan asociaciones entre rasgos espaciales y rasgos
personales (como la forma de hablar, la vestimenta, o las preferencias musicales) que
a su vez permiten empatar estigmas.
¿Por ejemplo con los jóvenes de Neza hay ciertos prejuicios o discriminaciones que tienen que ver
con el lugar donde viven? Sí, sí, sí, sí las hay ¿no? De acuerdo al estatus, desde luego
que las hay no tan marcadas, no tan marcadas ¡vamos! como en otros países yo lo
he visto así ¿no? en otros países, pero sí las hay, desde luego, el simple hecho en la
escuela, yo me acuerdo ¿no? En la universidad el simple hecho de cada quien va “a
ver preséntense, no pues de dónde vienes y tu nombre”, “no pus me llamo fulano
de tal y vengo de Nezahualcóyotl” pus porque para mí tampoco es así como si yo
les digo “vengo de Neza” luego luego me señalan, pero si yo les digo vengo de
Falacia ecológica es el término con el que se conoce un frecuente error lógico en el análisis e in-
terpretación de resultados estadísticos, que consiste en extrapolar relaciones o atributos de nivel
macro, en explicaciones o caracterizaciones de nivel micro. Así por ejemplo puede establecerse una
correlación entre áreas con bajos niveles educativos y pobreza, sin embargo esto no significa que
todos los pobres tengan bajo nivel educativo, ni que quien tenga bajo nivel educativo sea pobre.
Los estigmas territoriales no reconocen esta diferenciación; si Neza se asocia con pobreza, quien
sea de Neza se asumirá que es pobre aunque tal vez estemos frente al propietario de varios talleres
textiles informales con grandes volúmenes de exportación a los Estados Unidos.
Nezahualcóyotl o sea sí me señalan pero como que ya le piensan. ¿Por qué? Porque
en sí la misma expresión de decir “vengo de Neza, soy de Neza” o sea como que
eso te da como que uno se minimiza y si yo les digo “vengo o vivo en Nezahualcó-
yotl” eso ya es distinto… Sí, ya te están así como estereotipando, ah pues lo pobre,
lo violento y equis y equis y equis, o sea así como que más marginado. ¿Existe ese
estereotipo? Sí, pero no está tan… “¿cómo decirte?” tan marcado. Bueno ahora ya
eso lo noto hasta en el mismo Distrito no… “¿de dónde eres?” “de Iztapalapa”
“¡uy, no!’ o “de Neza”, “¡ah!” pus lo mismo, o Tepito ¿no? lo mismo. (Entrevista
16: Diego, 29 años)
¿Y crees que la sociedad discrimina? Sí, mucho, pues como te contaba los chavos… “ay
que los de Iztapalapa” o “no los de Iztapalapa”, sí. No es necesariamente que sean
de Iztapalapa, si tú les dices que vives por una zona que a ellos no les parece con
que les parezca que es diferente a la suya entonces ya en que eres naco o cosas así,
únicamente por eso o sea a veces ni siquiera te tratan ni nada únicamente por eso
o también por como te ven que te vistes cosas de ésas ya, pues ya te dicen “¡ay!, si
eres un naco, no contigo no hablo porque pues como que no eres así de mi estilo”.
Por ejemplo, el otro día en la escuela una chava así bien… fresota no este… y venía
escuchando música se agarró a otro compañero que vive por acá por Santa Catarina
ahí por… este y agarra y le dijo “no que este…” quién sabe que venía escuchando
ella, pero el chavo le dijo “no es que yo traigo un disco de cumbias” entonces que
la otra na’más se le quedó viendo así como “¡ay! que… ¿cómo que cumbias?” y
que no sé qué. ¿La música diferencia a los fresas y a los nacos? Pues también ¿no? O sea
también es parte de eso, hay muchas cosas que te diferencían o pus “qué tipo de
música escuchas –no pues que yo puras canciones de Tigres del Norte” y ¡ah! pues
entonces no, tú no– ¿y yo? No pues yo pura música pop y cosas así. Ya con eso te
das una idea de cómo son más o menos las personas. ¿Tú en algún momento has sentido
algún tipo de discriminación de esas personas? Este pues sí, porque de repente nada más tal
vez les quieres hablar y no pus como que no, no te me acerques y cosas de ese estilo
y pus ¡ah! si no voy a hacer nada… primero tan siquiera que me deje hablarle o algo
pero pus no, como que no se dejan ya simplemente porque te ven “¡Ay! sí, éste no”
y ya. ¿Me puedes contar alguna experiencia (de discriminación)? Bueno pues lo que pasa es
que… allá en la escuela, en la facultad hay gente de todos los tipos, hay gente bien
y hay gente pus no tan bien, y hay gente que se le ve de plano así fregada ¿no? pero
pus de repente no… y me quería acercarle por ejemplo a una chava…, no acercarme
ahí y pus la chava se veía mejor bueno ella es mejor o sea económicamente hablando
y este y pus yo así con mi gorro y mis pantalones o sea mis pantalones son normales
y eso ¿no? pero tal vez me vio así como que así medio fachosín y no pus como que
te le acercas y le hablas y como que ¡ay no!, como que no te quiere contestar o.. y
pus ya mejor no y sí pus si se siente medio gacho… por eso. ¿Y a qué se debe o por qué
sucede eso? Pues es que es… simplemente…, también o sea… como te digo o sea
la gente así nada más ve y ni si quiera te llega a tratar o algo y ya te dice o piensa,
seguramente es lo que piensa que “¡ay! ése no, ése no, ese tipo no porque se ve…”,
a lo mejor se ve, se ve como que muy este… como que a lo mejor hasta un poco
esté corriente o que sé yo ¿no? Pero pus o sea si la gente nunca te llega a tratar pus
nunca va a saber cómo eres tú ¿no? (Entrevista 8: Ignacio, 19 años)
La eventual falta de roce entre grupos sociales en el plano vecinal puede contrarres-
tarse por la existencia de otros ámbitos donde confluyen e interactúan estos grupos
sociales (escuela, mercados, servicios sociales, celebraciones, espacios públicos,
escenarios deportivos o culturales, etc.).
Ahora bien, como están planteando algunos estudios recientes en América Latina,
estos espacios tienden a una creciente segregación y diferenciación social, que acen-
túan la segregación residencial, reforzando la construcción de mundos aislados; así
por ejemplo, hay escuelas públicas, privadas, y exclusivas, shoppings o centros comer-
ciales de nivel internacional y tianguis o mercados informales, hospitales públicos
y clínicas privadas de excelencia, hay parques y clubes, etc., etc., etc. México no es
una excepción, al contrario, este proceso parece haber iniciado más tempranamente
y estar aún más consolidado que en otras regiones, como el Cono Sur por ejemplo
(aunque en estos últimos países puede resultar más visible por la rapidez y profun-
didad de las transformaciones ocurridas).
La universidad sin embargo aparece como uno de los pocos espacios que brinda
aún la posibilidad de estos encuentros, de estas interacciones entre otros. Nuevamente,
las palabras de Ignacio resultan elocuentes al respecto: allá en la escuela, en la facultad,
hay gente de todos los tipos, hay gente bien y hay gente pus no tan bien. Es decir, estos jóvenes
perciben y experimentan la discriminación asociada a los estigmas territoriales, por-
que tienen el privilegio, aunque parezca paradójico, de acceder a estos espacios de
encuentro e interacción. La mayoría de los jóvenes de los sectores populares viven
en un mundo separado, por lo cual estos encuentros son muy poco probables. Pero
la universidad no sólo representa un espacio de encuentro, sino que además reúne un
atributo particular: se trata de un encuentro en igualdad. Es decir, no es el encuentro
entre un jefe y su empleado, entre un médico y su paciente, entre la “señora” y su
“muchacha”, en los que diversos campos se superponen. El encuentro entre com-
pañeros en la universidad pretende dejar fuera las desigualdades en otros campos;
pero los ejemplos anteriores muestran que es una pretensión no siempre cumplida.
La escenificación de la igualdad parece acentuar la necesidad de la distinción. Los
estigmas territoriales, como señalamos en más de una oportunidad, se constituyen
en instrumentos de esta distinción social.
Cabe señalar que la enseñanza universitaria comienza a experimentar esta misma segregación y
distanciamiento social. Al menos en México pueden identificarse claramente universidades privadas
muy exclusivas, universidades públicas, y nuevas universidades públicas claramente orientadas a los
sectores populares. Aquí nos estamos refiriendo a la Universidad Nacional Autónoma de México
la cual conserva aún esta composición social diversa.
Finalmente, un último aspecto que ahora resulta evidente pero que ha ido emer-
giendo paulatinamente a lo largo de todo el capítulo, es el efecto de la segregación
espacial urbana, y de los estigmas territoriales en particular, sobre el aislamiento so-
cial. Tal como señala Wacquant (2001), un efecto común de las estigmatizaciones en
diferentes contextos consiste en estimular la diferenciación y distanciamiento sociales.
No se trata de un aislamiento en términos de falta de encuentros y comunicación de
un grupo en particular, sino fundamentalmente entre grupos. El aislamiento social
puede expresarse mejor como la construcción de muros entre sectores sociales, es
decir la coexistencia de diferentes pero sin interacción. En la última cita, Ignacio
señala: como que te le acercas y le hablas y como que ay! no, como que no te quiere contestar. Este
es el aspecto central, los estigmas territoriales minan la confianza interpersonal y,
en su sentido sociológico más amplio, la solidaridad social. Los estigmas territoria-
les contribuyen a que unos y otros no se miren, no se hablen, no se encuentren ni
interactúen, no compartan, es decir, a que vivan en mundos separados. Volviendo
al texto con el que iniciamos este capítulo, referido al encuentro entre un chico de
Iztapalapa y otro de Las Lomas, el análisis realizado sugiere que las posibilidades de
que Juan y Arturo puedan ser amigos, tal como se lo preguntaba el primero, parecen
remotas, y de hecho, el encuentro entre ambos, fuera de la pluma de Drucker, resulta
ahora igualmente difícil de imaginar.
se responde con una nueva pregunta que motivó este capítulo: ¿Cómo es posible
que en un mismo espacio coexistan tendencias de creciente disparidad y desigual-
dad que van construyendo patrones de transición a la adultez y experiencias de la
juventud tan enfrentadas, disímiles, y nuevamente desiguales? La respuesta a este
último interrogante creemos encontrarla en la fragmentación social, que se expresa
en la fragmentación del espacio urbano, en la recíproca existencia de espacios vacíos
y zonas prohibidas, en el silencioso rechazo y estigmatización del otro que estruc-
turan los (des)encuentros; es decir, en lo que he sintetizado como la coexistencia de
mundos aislados.
Las dimensiones simbólicas son fundamentales en la construcción de los muros
que separan a estos mundos. Y son precisamente estos muros los que hacen posible
la reproducción ampliada de tendencias y experiencias tan desiguales. El análisis
previo nos muestra, sin embargo, que no son dos mundos que se desconocen por
completo. Es cierto, su co-presencia y sus (des)encuentros se basan en estigmati-
zaciones, prejuicios, miedos, y resentimientos mutuos no siempre bien fundados,
pero también es cierto que, al menos los sectores en desventaja, son concientes de
las formas en que son percibidos por los “otros”. Son concientes del desprecio, el
miedo y el rechazo que generan en los sectores privilegiados.
Mi impresión es que estos aspectos resultan claves no sólo para entender la co-
existencia de mundos tan desiguales; también constituyen dimensiones determinantes
para analizar los procesos de vulnerabilidad y exclusión social en México, y al mismo
tiempo re-interpretar las categorías de exclusión e integración social en este contexto.
Cabe entonces plantear la duda si a la luz de estas nuevas dimensiones la integración
social no adquiere cierta relatividad. Es decir, mientras que la integración social en
un sentido prescriptivo asociado a la sociedad que deseamos y esperamos construir
continúa siendo para mi motivo de preocupación e interés analítico, al mismo tiempo
puede plantearse que la acentuación y profundización de la desigualdad conduce a
una fragmentación en la que emergen espacios diferenciados de integración.
Introducción
275
discurso, ahora será el relato de los actores el que irá pautando e hilvanando asocia-
ciones y procesos.
El objetivo que espero alcanzar a través de esta nueva estrategia analítica y
expositiva consiste en trascender la fragmentación temática de manera tal que las
distintas esferas y trayectorias en las que transcurre el curso de la vida puedan verse
y explorarse ahora en interacción. Digo ahora, porque este viraje propuesto pretende
brindar una mirada complementaria a la que mantuvimos en los capítulos previos,
con el propósito de enriquecer y completar los argumentos que he desarrollado en
esta investigación. Es decir, este nuevo esfuerzo analítico, por un lado complementa
y enriquece el análisis previo, pero al mismo tiempo no podría concebirse (ni com-
prenderse en todas sus potencialidades) sin tener a la mano el análisis y los hallazgos
de los capítulos anteriores.
Hacia donde quiero dirigir la mirada ahora es a las intersecciones y entrelaza-
mientos de las distintas esferas y trayectorias exploradas previamente. Factores de
riesgo y trayectorias vulnerables en una dimensión pueden asociarse o no con nuevos
riesgos y vulnerabilidades en otras dimensiones. El camino hacia la exclusión social
se presenta como un proceso de acumulación de desventajas, en el que se encadenan
y potencian recíprocamente experiencias y situaciones en distintos espacios de la
vida, que no sólo suponen condiciones de existencia desfavorables sino un paulatino
debilitamiento y fractura del lazo social. Pero debemos tener en cuenta además que
este encadenamiento no siempre ni necesariamente ocurre; no lo determina una
causalidad irremediable. Es aquí precisamente donde reside otra de las virtudes de
la estrategia analítica que me propongo desarrollar en este apartado.
Dirigir la mirada a la experiencia biográfica en su totalidad y como unidad, permite
analizar en “acción” el entrecruzamiento de los múltiples niveles y dimensiones que
hemos venido explorando y otros que pertenecen a la esfera de las minucias de la
vida cotidiana y que pueden haber pasado desapercibidos. ¿Por qué ciertos factores
tienen determinadas repercusiones en un joven? ¿Cómo pudo desencadenarse cierta
situación problemática? ¿Qué factores y situaciones intervinieron para que determi-
nada desventaja adquiriera tal trascendencia en la vida de un joven? ¿Por qué no se
reflexionó sobre cierta decisión? Son el tipo de preguntas que me interesa explorar
aquí. Tal como lo señala Martuccelli (2004), “es necesario que la toma de vista
‘panorámica’ vaya constantemente a la par con el ‘zoom’ en ‘primer plano’ y que el
estudio se incline a la vez sobre las circunstancias generales de la vida del individuo
y sobre dramas interiores”.
Esta última expresión me conduce al último aspecto que deseo destacar de este
cambio en la estrategia analítica y expositiva que intentaré en este capítulo. La ex-
posición estará casi exclusivamente centrada en el relato de dos jóvenes sobre sus
La entrevista con Alex tuvo lugar una tarde de noviembre, en un pequeño parque
de Iztapalapa, ya en los límites de la ciudad de México. Un parque construido ade-
más en los márgenes, en un espacio sobrante que se denota por su forma irregular
cercana a un triángulo arrinconado entre la moderna autopista que por lo alto lleva
a Puebla, y la colonia misma que allí reconoce su fin. El tráfico es incesante y veloz
sobre el distribuidor, pero ello no parece alterar la tranquilidad que se vive abajo.
Mucho viento, un par de niños con su madre en unos juegos, y la basura amonto-
nada por varios rincones, son testigos de la entrevista. Alex me sorprende en este
contexto por la pulcritud y prolijidad de su arreglo personal: su cabello tirante hacia
atrás termina en una coleta que no deja escapar ni un solo pelo, la camiseta de las
Chivas (uno de los equipos de fútbol más populares en México) luce impecable, al
igual que el pantalón deportivo y los tenis que lleva puestos. Alex vive a unas pocas
cuadras de allí. Tiene 18 años, y por ahora no trabaja ni estudia. Vive con su madre
y dos hermanos más pequeños.
¿Cuánto tiempo hace que vives aquí, en esta colonia? Pus, aquí nací. Es decir que toda tu vida
has vivido por aquí. Sí. ¿Y tus padres? Bueno, mi mamá es de Guanajuato, San Felipe
Guanajuato, y mi papá es de Jalisco. ¿Y a qué se dedican ellos? Mi mamá es ama de
casa y vende comida ahí en mi casa, vende tacos, y mi papá no sé a qué se dedique,
pero así un oficio que tenga, no, no tiene oficio. ¿Tú que oficio le has conocido? Pus
trabajaba…, como él siempre ha estado allá en Estados Unidos y un tiempo yo fui
allá con él, trabajaba de mesero y de cualquier cosa; sí, sabe hacer de todo pero no
ha trabajado en muchas cosas que digamos, aquí en México trabajaba en un rastro…
bueno yo era muy pequeño cuando él trabajaba en un rastro. ¿Y hace cuánto tiempo está
en Estados Unidos? Ahorita ya está en México pero duró mucho tiempo allá porque…,
porque él decía que iba a trabajar por allá. Regresó hace como… pues menos de
un año, pero no regresó con nosotros, primero se fue a vivir allá a Jalisco, y ahorita
no se dónde vive. ¿No está con ustedes entonces? No, ya tiene un buen rato que no está
con nosotros. Yo he estado más con él porque… pues fui allá a Estados Unidos,
pero con mis hermanos pues ya… a mi hermano el chico creo que ni siquiera lo
conocía y mi hermano tiene 11 años, entonces… no pues, ya tiene entonces como
unos 10 años que se fue y no volvió, hasta esta última vez. ¿Y les ayudaba mandándoles
algún dinerito de allá? Primero sí nos ayudaba, dice mi mamá, yo como estaba chico
pues no me daba cuenta de esas cosas pero, pero sí dice mi mamá que primero sí
mandaba dinero, las primeras veces que fue para allá y regresaba al año, a los dos años
con dinero y le daba a mi mamá, eso era cuando estaba mi hermano el mayor y yo
nada más aquí en la casa, ya luego se embarazó mi mamá de mi hermana y se volvió
a ir y volvió a regresar y ya luego se embarazó de mi hermano el más pequeño y se
volvió a ir y ya fue cuando duró más tiempo, y ya fue cuando empezó a desatender
sus obligaciones, no mandaba dinero a mi mamá, y no llamaba tampoco.
La vida familiar de Alex ha estado marcada por un padre presente de manera inter-
mitente, pero al mismo tiempo desconocido. Es poco lo que sabe de él a pesar de
sus visitas a México, y de que en Estados Unidos vivieron juntos. Alex no es hijo
de una madre soltera, su familia y en particular el rol de su padre presenta una dua-
lidad particular, pero a la vez recurrente: la presencia (en ocasiones negativa como
ya veremos) y la ausencia. En la figura del padre se deja ver así cierta potencialidad,
pero una potencialidad teñida de cierta realidad que lo constituye en un riesgo, en un
factor de vulnerabilidad. No hay tampoco una memoria laboral basada en su padre,
ni de involucramiento en el bienestar de la familia. La pobreza y el sacrificio de su
madre es una constante en su infancia.
¿Cómo se las veía entonces tu mamá, duras? Sí pues, sí, lo poco que me acuerdo pues sí
se las veía duras porque como ella estaba embarazada, entonces no… siempre nada
más hemos tenido la ayuda de mi familia, de mis abuelos, de mis tías, ellas eran las
que iban a darnos de comer o hacer esas cosas cuando mi mamá no se podía levantar
de la cama. Igual para el dinero, pues se las veía duras, nada más luego con lo que
nos daban mis tías o así. ¿Tenía que pedir prestado entonces? Sí siempre, yo desde que me
acuerdo siempre hemos pedido prestado. ¿Sufrían para comprar la comida? Pues ella,
yo me imagino que sí, pero casi nunca nos contaba de eso, y hasta la fecha siempre
que nos hace falta algo o ella tiene algún problema no nos cuenta; ahora nada más
es a mí al que me los cuenta porque soy el mayor, el mayor que está aquí con ella;
entonces evita contárselo a mis hermanitos porque pues de qué sirve que les diga
“no tengo dinero, me falta esto, me falta lo otro” pues si ellos no pueden hacer
nada para remediarlo.
Ahora vemos que la figura de la madre también presenta su propia dualidad, entre
protectora y débil. Por un lado ella se presenta como la única protección para sus
hijos, incluso hay un esfuerzo, una pretensión de protegerlos de un entorno hostil.
Pero al mismo tiempo su debilidad, su fragilidad, la constituye en una protección
incierta que con frecuencia los deja a merced de lo imponderable. Nuevamente el
riesgo, la incertidumbre, vuelve a estar presente en la infancia de Alex. Llegados
a este punto, uno puede preguntarse si es posible construir en un contexto de tal
inseguridad, inestabilidad e incertidumbre.
trabajado aquí antes? No, aquí no había trabajado antes de irme para allá, no, allá llegué
a trabajar. ¿Y en qué trabajaste? Lavando carros. Al principio, cuando uno llega allá y
no sabe el idioma tiene que empezar a trabajar en…, pues sí, donde pagan menos y
donde hace uno menos. ¿Y lo que ganabas te alcanzaba? Sí, o sea sí me alcanzaba por-
que al principio hasta le mandaba dinero a mi mamá, yo y mi hermano juntábamos
dinero y se lo mandábamos, pero ya con el tiempo pues empecé a conocer ahí las
malas amistades y los lugares a dónde ir a… pus a mal gastar el dinero y ya empecé
a mandar menos dinero a la casa y ya tampoco me alcanzaba…, a veces ni siquiera
para comer, por lo mismo de que gastaba más dinero en cerveza y en drogas.
Cerca de medio millón de mexicanos al año cruzan de manera ilegal la frontera hacia
los Estados Unidos; en promedio, diariamente mueren dos de ellos en el intento. Si
bien se trata de un fenómeno que no reconoce límites de edad o género, diversas
estadísticas muestran que cada vez es mayor el porcentaje de jóvenes varones que
migran al país vecino y que lo hacen a edades más tempranas; en los primeros años
de la adolescencia. Alex se fue solo al otro lado cuando aún no cumplía los 15 años.
Es una edad que además coincide con el fin de la educación secundaria, momento
en el que se registran las tasas más altas de deserción o abandono escolar.
Pero Alex ni siquiera pudo concluir la secundaria; después de varias entradas y
salidas del sistema escolar, las peleas, el aburrimiento, y el “desastre” lo dejaron de-
finitivamente afuera. Sin nada qué hacer y sin nada qué perder, cruzar a los Estados
Unidos se presentó, al igual que para muchos otros jóvenes en situaciones similares,
como una alternativa atractiva y posible, aunque no necesariamente planificada ni
deseada. Al arribar a los Estados Unidos, Alex ya carga consigo una serie de desven-
tajas que complican su experiencia migratoria; no es precisamente la historia de un
“migrante exitoso”, sino una que representa el lado oculto, menos visible, y menos
reconocido de la migración ilegal. No se trata de un pobre migrante mexicano que
llega a los Estados Unidos desde un pequeño poblado rural, y allí construye su fu-
turo; sino la de un joven chilango, ser urbano por excelencia, no pobre pero sí muy
vulnerable, que acentúa su vulnerabilidad en la experiencia americana, y retorna a
México, no con fortuna sino con nuevas desventajas. En Los Angeles, Alex se siente
solo, desamparado y desprotegido, pero al mismo tiempo con rencor y odio que lo
desplaza y deposita en la figura de su padre. Es en este contexto que Alex descubre
las virtudes de una pandilla.
Pues todo el tiempo era nomás andar en la calle, así es la vida de allá de los “gangue-
ros”. Sí trabajábamos algunos en la mañana y otros en la tarde pero… en el ratito que
nos encontrábamos nada más era para andar en la calle, buscando problemas con
otros de otros lugares. ¿Iban a echar bronca a otros lugares? Sí, íbamos a echar bronca,
fumábamos marihuana y tomábamos cerveza, eso era todo el tiempo. ¿Pero algo más
harían? Pues sí, nos divertíamos también, así en el parque y todo, pero… o sea, todo
lo que hacíamos siempre teníamos que mezclarlo con el vicio: si jugábamos fútbol
pues teníamos que hacerlo borrachos, o no borrachos pero tomando y drogándonos
¿no?, e igual si salíamos a la disco, lo mismo, teníamos que estar drogados, y así….
¿Y cuánto te gastabas? No, pues la mayoría, pero no sé exactamente cuánto, pues nada
más guardaba para lo que era comer y para pagar mi renta, y a veces pues ni para
pagar mi renta tenía.
Más que nada siempre nos la pasábamos haciendo eso, no buscando problemas
pero siempre nos caían problemas de todas partes; por lo mismo de que teníamos…,
pues sí, nos conocían en otros lugares entonces nosotros no podíamos salir a otras
calles donde había otros “gangueros” porque nos balaceaban o nos corrían a ma-
drazos ¿no? entonces pues básicamente todo el tiempo era que estábamos buscando
problemas o nos caían; había veces en que no podíamos salir a otro barrio vecino que
estaba ahí cercas por lo mismo de que no nos querían en ese lugar y constantemente
nos la vivíamos peleando contra ellos. ¿Nunca tuviste problemas con la policía? Sí. Caí en
la cárcel por un año y tres meses, más o menos, eso fue ya últimamente ya… pues
no tiene mucho que salí yo de allá. Acabando mi sentencia me deportaron. ¿Y cómo
es la vida ahí adentro? Pues no, pues… a la vez es una vida fácil ¿no? Porque pues
nadie te molesta ni nada, estás encerrado todo el tiempo, los policías pues no son
como aquí que te golpean o que te golpeas todo el tiempo con los mismos presos.
No, allá es diferente, allá sí hay mucha vigilancia y todo pero…, pero pues tan solo
el hecho de sentirte ahí encerrado…. o sea lo más feo de estar en la cárcel es la
soledad, ¿no? Más allá…, porque pues yo…, las únicas personas que sabían que yo
estaba allá era mi papá, que no quería saber nada de mí, y mi hermano. Y sí, sí tuve
apoyo siempre de mi carnal, me mandaba para comprar comida ahí adentro y para
todo lo que… o sea lo que él podía, él me mandaba.
La pandilla llena el mundo de Alex; en torno a ella se organiza su vida. Los problemas
ahora son los problemas de la pandilla, y los problemas exteriores a ese mundo des-
aparecen tras las drogas y el alcohol. Paradójicamente la cárcel (americana) representa
una vida más fácil para Alex, y significa un quiebre en su corta experiencia migratoria
e incluso en su historia de vida: lo rescata del mundo de la pandilla, nuevamente le
hace percibir su soledad (y en ese contexto la presencia única de su carnal), lo regresa
nuevamente a México, y como veremos más adelante le da el tiempo y el espacio
para reflexionar sobre su vida, para preguntarse cómo ha llegado hasta aquí, es decir
hay una recuperación del yo como sujeto que había desaparecido como protagonista
de su experiencia biográfica en estos últimos años. Sin embargo, Alex vuelve ahora
en su relato un poco más atrás, al momento de dejar la escuela, y allí también se
reconoce como actor de sus decisiones.
¿Y por qué dejaste de estudiar? Pues dejé de estudiar porque me corrieron, bueno la
primera vez me corrieron, ya la segunda vez… ya realmente pues… Yo le pedí la
oportunidad a mi mamá ¿no?, que me dejara otra vez entrar a la secundaria y me dijo
“si por qué no, yo te apoyo”, pero pues desde el principio lo hice con el pensamiento
de que pus nada más iba a ir a cotorrear y echar desmadre, y pus nomás duré unos
meses y me salí pero no fue porque… o sea fue porque yo ya no quería ir, no fue
otra cosa, no me gustaba más que nada ir al a escuela. Me gustaba pero pues a ir
a hacer lo que a mi…, lo que yo quería. ¿Ya pertenecías a una banda o pandilla aquí en
la colonia? No, ya me juntaba con unos chavos pero no pertenecía a… así a banda
ni nada, o sea aquí es muy diferente que allá en Estados Unidos. Aquí si quieres te
juntas y si no pues no, y allá al momento que tú digas que te vas a juntar con ellos
pues tienes que estar con ellos y tiene que ser para siempre ¿no? y aquí no; bueno,
eso es lo que ellos dicen “para siempre” y a últimas pues sí tienes que estar ahí para
siempre porque pues si no hay veces que luego salen ellos matándose entre ellos
mismos o a últimas los matan pero haciendo desmadres ahí con la misma banda.
¿Pero crees que tus amigos o las juntas influyeron para que dejaras la escuela? Pues sí, o sea, sí
tuvieron que ver pero no fue así ninguna presión que yo sintiera de parte de ellos
como, sí o sea que me estuvieran presionando “ay, salte de estudiar” o algo así, no.
Pero sí, sí tuvo mucho que ver ¿no? porque con los chavos que yo me juntaba sus
papás no los obligaban a estudiar, entonces me empezó a gustar el modo de vida
de ellos y yo lo comencé a seguir, ya me salí de la escuela pero… sí, más que nada
nomás fue el mal ejemplo de los chavos con los que yo me juntaba, pero pues fue
también porque yo lo quise decidir así, ¿no?
¿Y en Estados Unidos tuviste otros trabajos? No, pues si tenía varios, pero pues me
salía por lo mismo de que… de que la otra mitad del día la ocupaba en el vicio,
entonces había veces que ni dormíamos y cuando nos juntábamos en la noche pues
ni dormíamos lo que era viernes, sábado, domingo, fines de semana no dormíamos,
entonces ya para el lunes, ya para ir a trabajar pues no me levantaba temprano o
había veces que ni siquiera iba, pues seguido me corrían de los empleos “sabes que,
que te vamos a dar otra oportunidad y ya la última” y así se la pasaban dándome
oportunidades pero no, nunca aproveché ninguna. Sí, sí, pero de que hay trabajo
allá sí hay, mucho trabajo, mientras uno quiera ir a trabajar. ¿Y obtuviste algo bueno,
algún beneficio de estos trabajos que tuviste? Pues no, ninguno, porque ni siquiera aprendí
a hacer en lo que trabajaba, o sea no, no saqué ningún provecho de esos trabajos.
Simplemente el dinero, pero ¿dónde está ahora ese dinero? Me lo acababa así como
lo ganaba, o sea que no, no.
Sí mi familia siempre me ha ayudado, es lo bueno, yo siempre he tenido el apo-
yo de mi familia de algún modo, pero…, pues me ayudaron a buscar un empleo
cuando recién salí de la cárcel que me deportaron. Yo les dije que estaba buscando
trabajo. Trabajé en una farmacia, luego trabajé en un hospital donde mi hermano
estaba internado, y también en varios lugares he trabajado, y siempre lo mismo ¿no?,
he salido por la misma causa. O sea, después de un año y tres meses que estuve
encerrado pues sí me sirvió para arrepentirme de lo que había hecho y todo, y ya
todavía hasta salí con un pensamiento más positivo de ahí, de la cárcel, pero… pero
regresé aquí y… por lo mismo ¿no? la misma malicia que hay aquí en las calles y
todo, pues volví a recaer y seguí en los malos pasos. Pero sí duré como unos tres
meses, cuatro meses sin meterme droga ni nada. ¿Y ahorita te estás drogando? Sí, ahorita
hasta la fecha sí. ¿Por eso se te hace más difícil trabajar? Es más difícil porque ya ahora
es necesidad, es una adicción que tengo, una enfermedad, tal vez antes na’ más me
drogaba por cotorrear y todo eso ¿no? Al principio y ya… pus cerré los ojos y ya
cuando los había abierto ya estaba… ya estaba enfermo y ahora sí ya, ya es mucho
más difícil que al principio ¿no? Todavía al principio decía: “no, ya no voy a meterme
nada”, y tal vez lo podía hacer… unos tres meses, algún tiempo ¿no? Igual ahorita,
yo sé que si pongo fuerza de voluntad pues puedo dejarlas por un tiempo, pero
ya es… está difícil, ya lo he intentado de muchas formas. Entonces pues sí, tiene
mucho que ver ¿no? porque ya ocupo parte de mi tiempo en el vicio. Entonces…
sí, también yo pienso en buscar trabajo y cuando tengo un trabajo también le echo
ganas al trabajo pero…, pero o sea siempre con ese pensamiento del desmadre.
Porque digo voy a guardar la mitad para darle a mi mamá y otra para las loqueras
de toda la semana, y así es.
En estos últimos fragmentos de su relato, y en algunos de los que siguen, Alex parece
preocupado, como parte de su trabajo biográfico, por dilucidar cuál ha sido la pre-
sencia de su yo como sujeto de su biografía. En estos dos últimos párrafos destaca
su protagonismo, y se coloca como actor principal de sus decisiones, enfatizando
la primera persona dice: “porque yo lo quise decidir así” o “nunca aproveché ningu-
na [oportunidad]”. Sin embargo, este rescate y revalorización del yo como sujeto y
actor supone también asumir responsabilidades. Al igual que lo encontrado en una
investigación previa sobre jóvenes en situaciones de fuerte exclusión en Buenos
Aires, la autoculpabilidad emerge como un rasgo clave de la subjetividad de estos
jóvenes (véase Saraví, 2006). En este caso hay una doble culpabilidad: por un lado,
Alex asume su responsabilidad y atribuye sus males a sus propias decisiones; por otro
Pues porque a ninguna chava le gusta ¿no? O sea, a ninguna persona le gustaría… a
nadie le gusta estar familiarizado con lo que tenga que ver con drogas. ¿Y te juntas con
amigos que se drogan? Sí, con todos mis amigos, con los que me junto ¿no? Sí pues, los
que no se drogan toman y los que… sí pues más que nada toman. No, no, no tiene
nada de bueno lo que estoy haciendo ahorita. ¿Te gustaría poder reiniciar tus estudios o
hacer otra cosa? Sí, claro. Pus es lo que…, lo que yo siempre me he puesto a pensar,
en que si hubiera algún modo de regresar el tiempo, tal vez con la experiencia que
ya tengo ya sería diferente. Pero ahora que ya quiero ya se me cierran las puertas…,
siempre o sea es más difícil ¿no?, porque tal vez ahorita yo ya quisiera estudiar y
luego hasta lo comento con mi familia, que me gustaría estudiar, tal vez no meterme
a la escuela normal, pero alguna… pues sí…, o sea yo siempre he tenido ese pen-
samiento positivo de salir adelante. Tal vez no de ser alguien en la vida porque…,
pues…, pues no…, yo me conformaría con cualquier cosa ¿no? Pero… con que yo
sepa escribir mejor, pero está difícil, la neta. ¿Y por qué es tan difícil poder estudiar aquí?
No, no, o sea, yo no digo que aquí sea difícil; yo digo en mi lugar, porque…, para
empezar a estudiar pues necesito yo pagarme mis estudios, no puedo decirle yo a
mi madre: “hey, págueme mi escuela” por lo mismo de que hay muchos problemas
en mi cantón ¿no? Entonces yo no puedo decirle a mi mamá “págueme la escuela”.
Además ya perdí la confianza de mi familia, porque ya ni siquiera me tienen la con-
fianza como para decir “te vamos a pagar tus estudios mientras le eches ganas”; ya
no, porque ya perdí su confianza. Pero más que nada…, pues no…, no se puede.
Ahorita le estamos dando los estudios a mi carnalilla, la que sigue después que yo,
tiene 17 años y está estudiando, pero nos las vemos bien duras, bueno mi madre
más que nada, porque ella es la que se encarga de eso. ¿Y es preferible que estudie tu
hermana? Sí porque…, pus ella es mujer, ella… o sea yo, lo que no quiero yo, no
quiero es ningún mal para mi familia. Tal vez yo ya mi vida… ya… bueno es lo que
pienso a veces, tampoco me gusta ser conformista, pero sí, hay veces que me pongo
a pensar y digo “¡¡¡chale!!! tal vez mi vida ya la eché a perder y todo”. Pero pus no,
yo no quiero lo mismo para mis carnales. Más que nada que son dos todavía, una
mujer y un hombre, por lo que han sufrido ya desde un principio ¿no? porque ya
lo que uno ha sufrido ya eso ya ni… ya nada tiene remedio. Pero tan siquiera, pus
sí, quiero que haiga una clase de recompensa para ellos ¿no? Han visto todo lo que
hemos pasado desde morrillos y todo, tal vez para yo, para mí, ya no va a haber…
o no sé, pero ojalá que para ellos sí ¿no? Que sigan estudiando y todo para que sean
algo en su vida y… sí, para que no sufran, más que nada.
¿Y cómo es la relación con tu familia con esta situación, aparte de la pérdida de confianza que
me decías? No, pues ahorita ha mejorado, pero sí la neta son muchas consecuencias
que vinieron…. así conforme a mis comportamientos ¿no? Porque en mi cantón
pues perdí la confianza, porque llegaron días en que tuve que sacar cosas de mi
casa para empeñarlas para el vicio, entonces pues luego ya había veces que hasta
cerraban, pus cerraban las puertas de la casa para que yo no tuviera acceso a donde
estaba la televisión y cosas así. Igual con mis familiares, cuando iba a visitar a mis
abuelos o a mis tíos ya nomás se me quedaban viendo como diciendo: “A ver qué
se va a robar este guey.” No, muchas cosas que igual mi familia luego por lo mismo
de que, de que yo andaba ya en las calles así muy mugroso y perdido, pus ya luego
me encontraban y ni me dirigían la palabra, como que…, no, no les daba pena
porque…, pero ya como que ni se les antojaba hablarme.
¿Y qué haces ahora, me refiero con tus amigos, en la colonia? ¿En que gastas el tiempo? Pues
en nada, la neta… la gente del barrio… bueno, la juventud, la de mi generación,
están clavados en estos desmadres de las drogas… tal vez unos menos que otros
pero, pero todo tiene que ver ahorita con las drogas. ¿Y han robado? Sí. ¿Y el dinero
es para eso? Para eso, para el vicio, o sea no, no, no robamos así diariamente, así
que digamos: “vamos a robar diario para ir a conseguir para el vicio”, pero sí hay
veces que… bueno, tampoco me disculpo ¿no? porque ya tan solo con el hecho
de robar pues ya es una mala acción pero…, pero no hasta la fecha ahorita ya no
lo hemos hecho. Pero antes sí, antes, porque ahorita tan siquiera como que si ya
están cambiando un poco las cosas pero de recién que yo llegué toda la colonia o
sea, no digo toda la colonia pero sí o sea donde yo vivía, donde yo me juntaba pus
ahí se vendían drogas pero fuertemente, en cantidades así de que ¡chale! Yo luego
me quedaba pensando y decía: “aquí hay mucho dinero”. Ahorita todavía sigue ese
problema de que venden drogas por aquí, por allá, pero o sea ya no es igual que antes.
Antes sí teníamos que andar robando por lo mismo de que había mucha presencia
del vicio, la vendían así como si fuera cualquier otra cosa, la estaban vendiendo
ahí por el barrio. ¿Se iban a robar a otros lugares? No, aquí en la misma colonia. No a los
propios vecinos, no, pero… pero sí a gente que nos conocía, porque pus de todos
modos sean o no amigos son conocidos, porque pus nos conocen, aquí mismo nos
criamos nosotros. Entonces había gente que luego pus ya la robas y te empiezan a
decir: “Oye guey no seas mala onda yo te conozco, regrésame mis cosas”. Y sí, era
por aquí donde lo hacíamos, y lo hacíamos para eso ¿no? porque había veces que
ya cuando no teníamos dinero…
¿Qué es lo que te gusta de tu barrio? Pues lo que me gusta es todo, todo, todo me
gusta del barrio, porque pus aquí nací. Hay veces que luego voy a otra colonia con
mis amigos, y pues no me gusta, no me siento igual que estando en mi barrio. No
sé, no sé qué sea lo que me guste de él, pero me gusta estar en mi barrio. Me gusta
la tranquilidad, porque es tranquilo. Lo que no me gusta es la inseguridad que hay
en el barrio; la policía…, la policía igual consume drogas aquí, la policía igual apoya
a los que venden las drogas… la inseguridad, la corrupción, pus hay muchas cosas
que no me gustan. ¿La policía te molesta? No, no me molesta, pero no me gusta que
no hagan su trabajo. O sea, tal vez yo ya estoy embarrado en el vicio, en las drogas y
en las pandillas ¿no? pero o sea yo si pudiera hacer algo para que se acabara eso…,
yo lo digo por mí, porque yo he buscado la ayuda de alcohólicos anónimos y todo
eso, y si me han ayudado, y sí aguanté, pero por lo mismo de que en mi barrio hay
un chingo de drogas y un chingo de desmadre, pus es difícil que uno se mantenga
alejado de eso… si en el mismo barrio uno lo tiene y uno está viviendo con eso.
Entonces la policía una de dos: si no ayuda pues tampoco trata de evitarlo de ninguna
manera. Es lo que yo veo, y lo que me doy cuenta. Por eso yo me refiero a que…
sí, yo estoy podrido en el vicio y todo, pero yo no quisiera esto para mi hermanito,
que va crecer y no, pus no me gustaría ni siquiera que él creciera aquí.
¿Y el haber regresado a vivir con tu mamá es mejor que estar allá en Estados Unidos? Sí, es
mucho mejor porque tiene… o sea tiene a alguien que la escuche, que le de consejos,
que la apoye. Porque tal vez yo estoy chavo todavía, pero todo lo que he vivido me
ha cambiado mi forma de pensar, totalmente ¿no? Entonces hace rato hablaba de
que ya ahorita han cambiado las cosas, yo digo que han cambiado hacia mi persona,
en mi vida, porque yo… Estaba yendo a un grupo de alcohólicos, hace como unos
3, 4 meses comencé a ir y antes de eso. O sea mi familia siempre ha visto las ganas
de mi parte, porque yo siempre he tratado de buscar ayuda para dejar las drogas,
he tomado… pues de hacer juramentos y cosas por el estilo, hasta que encontré
ese grupo, ese grupo de alcohólicos anónimos. Fui y viví una experiencia ¿no? que
se llama espiritual y todo, ya viví eso y duré, duré unos 3 meses sobrio, pero ya
luego llegó… na’mas para que veas lo que son las cosas ¿no? llegó el mismo guey,
el mismo que me llevó primero al grupo, luego llegó invitándome a que fuéramos
a fumar marihuana y todo… y pues sí ¿no? recaí por lo mismo de que no estaba
todavía preparado para…, pues para resistir esas cosas.
Mi mamá es una persona que me toma mucho en cuenta, porque se ha dado
cuenta del cambio de mi manera, de mi forma de pensar. Entonces ella se da cuenta
que cuando yo doy opiniones o tomo decisiones en la familia, pus son decisiones que
nos benefician a todos de algún modo y nunca tomo decisiones que perjudiquen a
mi familia. O sea yo no soy egoísta en ese aspecto, ni con mi familia ni con ninguna
otra persona. Yo no digo que me gustaría lo mejor para mi familia, yo digo que me
gustaría lo mejor para todas las familias; no digo que nada más para mi hermano
porque él va a crecer aquí, yo me refiero a todos los niños que van a crecer en este
ambiente. Nada más imagínese si… o sea, yo me pongo de ejemplo porque digo:
¡Chale! tú que has tratado de evitar tantas cosas y sigues sin querer salir del vicio y
sigues sin poder salir de la malicia, entonces ya la juventud que viene ni van a tratar
de impedir estas cosas, ya les va a gustar vivir entre las drogas y todo eso ¿no?,
o sea yo porque sé lo que es estar, vivir sobrio y vivir en el alcoholismo y en ese
ambiente ¿no?
Como vimos en el Capítulo 6, también lo hacen muchos otros jóvenes residentes en áreas estigma-
tizadas en la ciudad por sus niveles de violencia e inseguridad.
Yo conozco gente que…, o sea…, que vaya a la universidad no conozco mucha gente,
pero de que hay sí hay [en la colonia], pero no que yo los conozca así directamente.
Tal vez que yo sepa que tal es un doctor, que es abogado, o que tiene su… así co-
nozco varia gente. Y sí, viven mejor, tienen sus mejores carros, mejores casas, todo
es mejor por lo mismo de que tienen dinero pero no creo que sean más felices que
nosotros, simplemente viven mejor, más cómodos por lo mismo de que pues ellos
sí estudiaron y se ganaron eso. ¿Te da coraje eso? No, a mí no me da coraje, a mí me
da tristeza. ¿Por qué tristeza? Porque se siente un nudo en la garganta, la impotencia
¿no? Porque tu dices: “¡chale! yo también puedo, no nada más él”; él pudo porque
tuvo tal vez el apoyo de su familia, no sé, económicamente le dieron sus estudios,
o… no sé. Pero al menos yo no me considero una persona que esté… tonta o algo
así, que no haiga…, que no pueda salir adelante, no. Por eso es que la verdad a mi
me da tristeza. Porque me siento mal al ver que la demás gente sí puede. Y sí, se
siente una impotencia de que dices “¡chale! yo también quiero pero no puedo…” ¿Y
qué podrías hacer? Hay veces que… que tomo esto al contrario, todas las cosas que a
mi me han pasado, buenas y malas, yo se las agradezco a Dios. Y las malas porque
pus a la vista son malas, pero me han enseñado para darme cuenta de dónde estoy
fallando y cuál fue el error que cometí y esas cosas malas que me pasan pues me
hacen más fuerte y pus son las cosas que también me ayudan a decir: “chale, yo
quiero salir adelante y salir, echarle para verla.” Porque mi modo de pensar no es el
mismo que el de mis amigos, yo luego me pongo diario a platicar y a escuchar las
conversaciones de mis amigos y no hablan de otra cosa más que en el día de maña-
na, en: “¿Mañana qué vamos a hacer guey?, ¿pasado mañana vamos a la disco?, me
voy a comprar esto, me voy a comprar lo otro.” O sea, ellos todavía son personas
egoístas, que simplemente piensan en ellos y en ellos, y tampoco se ponen a ver en
un futuro. ¿Y a ver, cómo te ves tú de aquí a cinco años? ¿De aquí a cinco años? Pues, así
como voy no me veo de otra manera más que igual, nada más que más viejo.
¿Te gustaría salir de tu casa y ser independiente? No, eso se me hace más difícil, porque
nunca he pensado en eso. Porque es mucho… es muy difícil, yo lo digo porque veo
a mi mamá cómo se las ve duras para sacarnos adelante y todo, pero también veo la
facilidad que ella tiene para resolver los problemas, entonces yo luego me pongo a
pensar y digo: “Chale yo en su lugar yo… no podría hacerlo”, yo me desesperaría y
es por eso que ahorita a cada rato recaigo sobre las drogas. Hay veces que se presenta
un problema en mi casa o algo así y en vez de ser fuerte y enfrentarlo pues yo busco
el camino fácil ¿no?, y ya me refugio en el vicio entonces se me olvida por un rato
mi problema. Ya al otro día me pongo a reflexionar y digo: “chale cómo mi mamá
sí puede tomar esas decisiones tan tranquilamente”; tal vez se preocupe pero por
dentro, pero no es una persona que refleja su preocupación ni su mal humor, ni
nada, ella esté de malas o esté de buenas, ella está con su sonrisa y todo. ¿Y cuáles han
sido las dificultades o problemas que has tenido que enfrentar? Pues el apoyo, ¿no? El apoyo
de mi padre es el que siempre me ha faltado y no nada más en este tiempo… lo he
necesitado toda la vida, ésa es una de las cosas. Pues…, no sé, también el ambiente
en el que vivo porque si yo tuviera…, digamos otros amigos o algo así, otro…, si pus
otro tipo de gente con la que yo me juntara, gente que me echara la mano, el día que
yo necesite un trabajo que yo pueda contar con ella como para llegar y tocar su puerta
“oye guey necesito un trabajo, ¿sí me puedes ayudar?” Siempre más que nada ha sido
el apoyo el que me ha faltado, si yo tuviera cualquier tipo de apoyo ¿no? Hay veces
que siempre he necesitado de mi carnal, él me apoyaba mucho allá y ahorita pues lo
necesito… tengo su apoyo económico y todo pero no, no es lo mismo. ¿Y qué cosas
te dan miedo? Pues no sé… hay muchas cosas que me dan miedo, que siento temor
luego cuando pienso en ellas. Como que mi carnal falleciera, tengo un hermanito,
el menor tiene cáncer, ahorita ya tiene cero por ciento de cáncer en su sangre, ya
nos lo entregaron. Pero pues sigue peleando con esa enfermedad. Cuando recién
llegué lo vi sin cabello, no tenía cejas, estaba bien flaquito y… o sea los síntomas
de cáncer se los vi así de repente cuando yo llegué de allá. Ya ahorita ya lo disfruto
más a mi hermano y todo pero, pero nomás de pensar en que si algún día él también
llega a recaer en su enfermedad o llegue a fallecer pues eso me da miedo porque
no sé ni siquiera lo que yo haría. No sé si tuviera la fortaleza para… para sacar ese
problema adelante o me dejaría recaer en el vicio o sea… Son de los miedos que yo
tengo, las cosas que puedan pasar en como… También luego me pongo a pensar si
mi mamá no estuviera con nosotros, si le llegara a pasar algo ¿no?
O sea pus yo pienso que soy ciudadano nada más que porque aquí nací. Pero… pero
en realidad no he hecho nada bueno para mi país, que digamos que yo me merezco
ser ciudadano de este país, no he traído ningún beneficio hacia mi comunidad ni hacia
mi país. Pero pus yo digo que sí tengo que estar aquí porque pues sí me merezco
ser ciudadano porque aquí nací, nada más por eso ¿no? pero, pero es lo único que
me hace ser ciudadano de este país, que aquí nací, que tengo mi acta de nacimiento
que soy de aquí pero si no la tuviera pues sería como si ni existiera.
Conversé con Ana cuatro días antes de la celebración de Noche Buena y Navidad.
La entrevista tuvo lugar en su casa, una construcción a medio terminar pero amplia,
ubicada en el oriente de la ciudad de México, en Iztapalapa. Ana tiene 25 años, y una
hija pequeña de cuatro; el padre de la niña trabaja en Carolina del Norte, Estados
Unidos, y prácticamente nunca ha convivido con ellas. La entrevista la había puesto
un poco temerosa y ansiosa, pero cuando llegué se mostró muy interesada en poder
hablar de sí misma. Desde el inicio de la conversación, incluso en las primeras pa-
labras que cruzamos, empezó a transmitir una profunda desvalorización personal,
que contrastaba y ponía más de relieve una apariencia personal atractiva pero oculta.
Ana usa lentes, es delgada, habla fluidamente y de forma correcta, su trato es amable
pero informal, al igual que su arreglo personal. Si al llegar se veía un poco nerviosa,
con el desarrollo de la entrevista se veía cada vez más entusiasmada; mi impresión
en ese momento fue que le gustaba conversar con “otro”. Sin embargo, la posible
irrupción de alguno de sus familiares, principalmente de su madre, la ponían suma-
mente tensa. En la casa viven Ana y su hija, dos hermanos y la madre. Su padre tuvo
una presencia intermitente en el hogar, con frecuentes viajes a los Estados Unidos
y otros abandonos del hogar; fueron seis hermanos, pero el mayor se suicidó a los
33 años, y el que sigue se fue a los 16 a Estados Unidos y nunca más regresó, por lo
cual Ana casi no se acuerda de él.
Pues papá casi siempre fue muy inestable, supuestamente se fue al otro lado [Esta-
dos Unidos] para trabajar, ya sabes superarse y todo eso pero pus, yo siempre seguí
viendo igual o sea nunca hubo mejoría económicamente. Ya hasta que fui creciendo
comprendí que su relación, de papá y de mamá, pus no era muy buena, pus papá
casi nunca vivió con nosotros, inclusive ahorita pues no está, o sea nunca está. ¿O
sea que mucha relación con él de niña no tenías? No, fíjate que a pesar de eso yo quiero
mucho a mi papá, soy la que más lo quiero. De mis demás hermanas hay mucho
resentimiento porque como nunca estuvo con nosotros, pero yo sí, no sé por qué
será, lo quiero mucho, mi mamá también me dice que por qué lo quiero tanto.
Mi hermano, el que falleció, ahorita tendría 35 años; falleció hace dos años. El
que vive en los Estados Unidos se fue a los 16, tengo unos que otros recuerdos de
él todavía, él era muy bueno. Conviví más con mi hermana la chica y mi hermano
Édgar (a él le digo hijo), y con mi mamá porque la mayor [de las hermanas mujeres]
también se casó muy joven y se fue… Había mucha, como que todos los problemas
que veíamos nos hacían que nos fuésemos, mi hermano agarró y se fue por los
problemas, Liliana también se casó por los problemas o sea se casó a los 16, iba
a cumplir 17 años. ¿Y cuáles eran los problemas? Lo que pasa es que en primera papá
nunca estaba y segunda que cuando llegaba a estar siempre peleaban. Aburría luego,
a veces papá tomaba mucho y no…, era muy, muy feo porque luego llegaba borracho
y nada más a pelear y este… pues yo también entiendo a mi mamá ¿no? tiene razón,
sufrió mucho con él pero… Papá cuando tomaba era o sea hablaba mucho y eso
nos asustaba porque no hacía nada, nada más le decía a mi mamá “te voy a pegar
y que te voy a matar”, siempre le decía a mi mamá también…. cuando estábamos
chiquitos nos espantábamos pero ya de grandes…, ¡ay! ya lo mandábamos por un
tubo porque no entiende…, pero sí, eso era lo que nos asustaba mucho.
¿Y la relación con tu mamá cómo era? Casi no fue muy buena. O sea la quiero mucho
a mi mamá. La quiero muchísimo pero no fue muy buena, hasta este momento a veces
chocamos pero pus como madre e hija a pesar de todo ahí estamos pegadas, pero
no fue muy, muy o sea no sé, me hallé mucho más con mi papá y eso que nunca
estaba. O sea, mamá era de las que no te dejaban tener novio, no te dejaba salir; mi
hermana por eso se fue muy chica, y se casó con alguien que no quiere o sea no lo
quiere inclusive hasta ahorita. Sigue con el mismo pero no lo quiere ¿Y qué chiste
tiene? ¿Y les fue bien o más o menos? Al principio le fue mal porque le pegaba. Hasta
que papá le puso un alto al señor… porque es un señor. Ya mi hermana tiene ahorita
27 o 28 y él tiene 40, o sea que está muy grande. Ya después papá habló con él y
se compuso un poco. Pero mi hermana también se traumó un poquito o sea como
que de repente vive lo que vivió mamá. Yo la veo y veo lo mismo que vivimos. A
mí no me gusta ser igual porque no me gusta como vivimos.
El hogar de Ana estuvo signado desde su niñez por las ausencias y los conflictos. La
muerte, en forma de amenazas, suicidios, o desapariciones permanentes, comienza a
emerger de manera recurrente en su relato. De igual manera, el afecto no correspon-
dido e incluso marcado por el conflicto se constituye en otro elemento persistente
en su niñez. La atmósfera del hogar, caracterizada por estos atributos, parece cons-
tituirse en un fuerte factor expulsor de los miembros más jóvenes a muy temprana
edad. De manera paradigmática, y en sintonía con nuestros hallazgos previos, las vías
accesibles para abandonar el hogar están genéricamente diferenciadas: la migración
ilegal para los hombres, la unión conyugal para las mujeres. Uno de los hermanos
termina la secundaria, y a los 16 años (hace 17) se va ilegalmente a Nueva York para
ya no regresar; la hermana mayor, muy temprano en la adolescencia, se junta con
un hombre significativamente más grande, e inicia una vida familiar nuevamente
caracterizada por la violencia y la pobreza. Como veremos, la propia experiencia de
Ana no es una excepción.
Los padres de Ana sólo pudieron terminar la primaria. Sus respectivas trayectorias
laborales han transcurrido en la informalidad y la precariedad. Su padre como peón
en la construcción (chalán), transportista, y diversas tareas en los Estados Unidos;
su madre alternando la venta de comida, ropa y verduras en tianguis y puestos en
la calle. Las limitaciones y escasez de recursos fueron constantes. En este contex-
to, la educación post-secundaria de los hijos no era una prioridad, ni pertenecía al
imaginario de esta familia. De los seis hermanos sólo la hija menor alcanzó un nivel
superior a la secundaria, y algunos de ellos se quedaron sólo con la primaria. Los
que trabajan, hoy lo hacen al igual que sus padres en la informalidad, incluso en las
mismas ocupaciones.
No sé, ni Ana lo sabía, la ocupación del hermano que vive en Nueva York, Estados Unidos.
¿Y dónde lo conociste? Fíjate que no sé, ya ves que hay gente que para colmo es mala
y no sé de dónde me sale para conocerlo, y ya cuando menos ya estoy ahí. Me fui a
vivir con él pero tenía mucha presión, mamá… muy mala, como ahorita… no peor
me trataba, no me dejaba salir, no me dejaba dormir, me traía a pan y agua….. Así
que conociste a ese señor y… Y me fui, me fui, ese tiempo viví por el estado de México,
no se qué lugar era. ¿Pero eran pareja? Sí, convivimos, convivimos como pareja, pero
también sufrí mucho, me trataba muy mal, me dejaba encerrada, no me daba de
comer… Eso fue lo que más me duele, que fui muy tonta porque… ¿Cuánto tiempo
estuviste afuera en ese momento? Un año, un año. ¿Y lo querías a él o era así que…? No, no,
porque me ayudó a salir nada más, pero yo esperaba que me ayudara para estar bien,
nunca me imaginé que iba a vivir todo eso. ¿Te pegaba él? No, fíjate que no, cuando
vivimos en ese lugar nunca me pegó, pero siempre me dejaba encerrada, y se iba y
me dejaba sin comer, o sea que si él se tardaba un día o dos a ver yo qué hacía. En
ese tiempo bajé mucho de peso, me enfermé inclusive. En ese entonces bajé a 40
kilos, inclusive me estaba encorvando, hasta que mamá fue a visitarme una vez…
Ya mamá me dijo “déjalo” y que esto y aquello y por mi orgullo o por, más bien
terca, no me fui. Después volvió mamá como medio año después a visitarme y sí
me fui, me vine a vivir por aquí pero seguía con él ¿Con el mismo señor? Sí ¿Y como lo
convenciste? ¿Qué le dijiste? Porque él quería irse a Chihuahua, y yo dije “si aquí me está
matando de hambre en Chihuahua me va a matar.” Me vine a vivir aquí con uno de
sus familiares…. siempre viví arrimada, él era flojo o sea era una persona… por no
decir otra palabra más fea, pero él no trabajaba. No se por qué no lo dejaba, o sea
no sé, fui muy tonta, todos me echan en cara eso ¿Y qué hacía él? Pues quién sabe,
siempre estaba en la calle. Eso sí, vestía bien ¡eh! Él siempre vistió bien, yo era la
que andaba con dos pantalones de mezclilla que me habían regalado y un vestido
que fue con el que me casé, porque me casé por el Civil nada más. ¿Con él? Con él.
¿Con la autorización de tu mamá y tu papá, porque eras menor? No, esperó a que cumpliera
los dieciocho años. O sea viví un año con él, inclusive… fuimos a un pueblo a ca-
sarnos, a un pueblo de Michoacán porque su familia era de Michoacán. Sí, me casé
por el Civil y todo eso, fue muy triste porque pus no había nadie de mi familia y
pues no me casaba por amor, sí sufrí mucho, sufrí mucho. Mucho ¿Cuando viviste acá
estabas mejor? Sufrí igual, yo creo que peor porque empecé a tomar, o sea ya tomaba
en exceso… no una alcohólica, pero sí ya tomaba a diario. Mamá me dejó trabajar
aquí con ella, en las carnitas, o sea le ayudaba a acarrear y pus así. Ya me daba algo
[de dinero] y ya de lo que ganaba siempre iba y compraba algo para tomar, alcohol
y todo eso. Inclusive él me regañaba porque tomaba, y yo le decía “bueno, si es mi
dinero yo sé lo que hago con él ¿no?” Luego llegaba medio cruda, no aguantaba
las crudas, pero no sé, ya se me hacía algo que necesitaba porque me hacía sentir
bien, por un momento, aunque ya después… ya ves que viene “la cruda realidad.”
Sí tomaba mucho ¿Y hasta cuándo duró eso? Fíjate que después duré un año, de los 18
a los 19 ese año tomaba, tomaba, tomaba hasta que… Cuando yo viví con él aquí
conocí a otro muchacho, que me decía: “¡ah! pus que linda eres”, y yo decía entre
mí “no te burles de mí”. Porque yo estaba fea, era una mujer flaca, mis pantalones
eran no sé que talla eran porque ni me quedaban, yo me sentía una mujer horrible,
y pus tomaba para sentirme aunque sea bien ¿no? y guapa ¿no? Y este muchacho
me decía: “No, estás bonita, no te creas que eres fea, tú puedes conseguir a alguien
mejor.” Y le conté un poco a él que vivía con una persona por si quería seguir siendo
mi amigo. Ya pus me dijo que pues le gustaba más que una amiga y bla, bla, bla y
él fue el que me ayudó y mi familia a dejarlo o sea cuando dejé a Recio, fue porque
me junté con otra persona.
Un día llegué “¿sabes qué? Te llevas tus cosas y me dejas mis cosas”. Pero el des-
graciado cuando llegué de trabajar se había llevado todo y me dejó sin nada. Dijo
mamá: “Pus vente pa’ la casa y no te preocupes.” O sea que en realidad te dejó él, no tú
a él. Yo lo dejé, pero él me dejó sin nada, pero yo lo dejé a él porque él no se quería
ir, no me quería dejar. Inclusive una vez llegué tarde y me quiso pegar, “a mí no
me vengas con que me quieres pegar….. estás mal”, yo en ese entonces usaba un
arma blanca, y sí me dio dos golpes en la cara a puño cerrado, pero ya fue cuando
yo saqué el arma y “sabes qué, si tú me pegas a ver cómo nos toca”. Y sí, se fue, se
fue pero pus se llevó todo.
En esta etapa de su vida, los primeros años de la juventud, Ana comienza a transitar
por una zona de creciente vulnerabilidad y peligrosos riesgos. Son además sus propios
problemas, escindidos a partir de ahora de los de su familia, aunque indudablemente
entrelazados a ellos. En el relato comienza a hacerse presente su individualidad, la
juventud como tránsito a la adultez. Los primeros pasos de este tránsito son suma-
mente confusos, incluso para Ana, quien lo caracteriza como un período oscuro y de
sufrimiento, que prefiere no dar a conocer. Recurrentemente se sitúa y se enfrenta
en contextos y situaciones de riesgo, muchas de ellas transformadas en nuevas des-
ventajas que se entrelazan unas a otras. Abandona varias veces la casa, deambula
por zonas oscuras de la ciudad, conoce a las “clases peligrosas” y sus formas de
vida, su familia la estigmatiza como una mujerzuela, como una puta, y se le encierra
y se la niega. Como en el caso de su hermana, la unión conyugal, nuevamente en
una relación dudosa y desigual, aparece como una vía de escape y la ilusión de un
futuro mejor. Como fue para Alex la migración, para Ana la unión representó una
alternativa atractiva y posible, aunque no necesariamente planificada ni deseada. Su
enorme vulnerabilidad y la fragilidad social que la acompaña, sin embargo, la dejan
Ya empecé con esta otra persona con quien convivía. ¿Pero convivir qué quiere decir?
¿Vivías con él o no? No, convivía de que él también tomaba mucho, o sea éramos
compañeros de parranda, digámoslo así, porque él tomaba mucho. Él era casado
por eso no, na’más de lejitos porque no me gustaban los problemas y menos con
los casados o sea fue muy… yo tuve la decisión de dejarlo ir porque él no se quería
ir. Antes de dejar a Recio ya convivía con este otro, pero para la parranda nada más,
para tomar… y todo eso.
Después de eso tuve muchas amistades, hombres, pero ninguna estable, venían y
me visitaban en el puesto, o sea pretendientes digámoslo así, pero no, no, casi no. Ya
después de eso conocí al que es el padre de mi hija. O sea yo nunca fui una mujer que
anduve con quien me hablaba, yo no tuve así relaciones, así que te dijera anduve con
diez hombres en la cama. No, no, fue nada más con esa persona, y lo que es el padre de
mi hija. Él también es mayor, ahorita tiene 43 años. Yo lo quiero mucho, ha sido muy
buena persona conmigo, pero siento como que le falta fuerza a nuestra relación, no sé.
¿Está casado ahora? O sea tenía a su esposa y a sus hijos, sus hijos uno es de mi edad, o
sea tiene hijos y nos juntamos y todo. ¿Pero se fueron a vivir juntos entonces? Tardamos el
año en hacernos novios, de ahí este pues ya tuvimos algo que ver, quedé embarazada,
pero mi mamá no sabía. Y perdí al bebé. Mi mamá no sabía, pero ya después supo
porque cuando perdí a mi bebé lo metí en un frasquito para enterrarlo, pero mi mamá
me lo vio, y pus me regañó. ¿Pero de cuántos meses estabas cuando perdiste el embarazo? Pues
tenía como tres meses. Estaba chiquito, pero sí, eso me ha afectado mucho.
¿No había sido planificado o tú querías quedar embarazada? No, no quería. De hecho
con Ayelí tampoco, no quería hijos, no sé, de tonta, no sé, pero ya ella estaba bien
así que dije “no pues voy a tener a mi bebé” y ya. ¿Ya vivías con él? Sí, cuando vivía
con él volví a quedar embarazada. ¿Y cuál fue tu reacción cuando te enteraste que estabas
embarazada? De la segunda vez, normal, no lo podía creer, inclusive cuando nació no
lo podía creer. ¿Y él, tu pareja? Pues sí estaba contento decía que le daba gusto más
que nada que estaba bien de salud. ¿Cambió tu vida? A mí sí me cambió todo, todo,
todo, porque yo soy una persona como te vuelvo a repetir, inestable, y mi hija es la
que me ha hecho que yo sea estable, o sea si no es por ella a lo mejor yo no estuviera
En este caso Ana usa la palabra “convivir” de acuerdo con uno de los sentidos que se le da en
México, referido a pasar un momento de sociabilidad juntos.
aquí o estuviera muerta. No sé, son muchas cosas. Emocionalmente sé que me falta
un poquito de tratamiento psicológico pero no lo quiero aceptar.
Una vez… Yo sufro de un problema en la cabeza y tomaba pastillas que eran muy
fuertes. Tanta era mi intención que yo creo que me pasé de dosis, no sé si lo hice con
mala o con buena intención, me puse muy mal, también fui a parar al hospital. Otra
vez intenté hacerlo cortándome las venas pero como que ahí sí le saqué porque sí
dolía. Me decían que estaba loca o sea yo trataba de buscar la manera de que pusie-
ran atención: “Que yo estoy aquí, háganme caso, pregúntenme cómo me siento, qué
quiero, qué quiero en el futuro.” Pero era algo que no se podía porque todos tenemos
problemas en la casa, ésa era mi forma de llamar la atención. Yo quería que alguien me
escuchara, por eso me iba mucho de casa porque yo le decía a mamá y a papá “es que
yo quiero que me entiendan, yo me voy de casa porque yo quiero que se preocupen
por mí, que piensen qué es lo que quiero, no tanto sus problemas”. Pero de todos
modos nunca les importaba, papá también me decía que estaba loca.
¿Con el papá de tu hija no viven juntos? No, yo creo que por nuestra situación econó-
mica nos hemos separado porque yo inclusive hablé con él y le dije “mira, vamos
a tratar de ver nuestra situación”. Porque como que no nos falta, económicamente a
mi no me gusta sufrir. Yo inclusive estando sola he tenido más que estando con
un hombre, o sea yo con un hombre no, no puedo hacer nada. ¿No progresas? No
progreso porque…, no sé. ¿Y cuántos años viviste con el papá de la niña entonces? Viví un
año. Él se fue y volvió a regresar, y se volvió a ir. O sea, haz de cuenta que estoy
viviendo lo que mis papás, pero ahora ya mi hija conmigo. ¿Dónde vivían, aquí o en
otro lado? Vivíamos en otro lado. Cuando él se fue yo me vine para acá. Cuando él
volvió, yo ya vivía aquí, se quedó un tiempo aquí y se volvió a ir.
sin saber ahora qué hacer. Si la esperanza de Alex era volver el tiempo atrás, la de
Ana es poder vivir el tiempo que no vivió.
¿En qué trabajas ahora? Ahorita estoy trabajando con mamá, pero sí ambiciono traba-
jar en algo más, que me ayude a… Fue el trabajo que siempre tuviste. Sí, siempre estuve
ahí. ¿Y tienes ingresos separados o lo maneja todo tu mamá? No, ahorita ya me da un día. O
sea, haz de cuenta que hoy trabajamos, hoy lo que salga es para mí y mañana es el
día de ella, lo que salga es para ella; así es como se va organizando. Así es como nos
ayudamos ahorita, pero por lógica ahorita las ventas aquí han bajado. La situación
ahorita cada día que pasa está un poquito más pesada, no pienso estar siempre aquí,
por eso pienso irme y hacer algo más. ¿A donde piensas ir? Tengo muchas ganas de ir a
Estados Unidos a conocer y también pus a trabajar. ¿Y dejarías a tu niña aquí? No, no,
a mi hija yo me la llevo. ¿Y cómo vas a hacer para llevártela? Pues hay muchas maneras,
bueno lógico que si me voy pus es de ilegal, todos los de por aquí se van de ilegal.
¿Y con tu dinerito qué haces, lo guardas, lo ahorras, lo gastas, lo usas para el gasto? Mi dinero…,
pues ahorita la verdad tuve un fuerte compromiso y me quedé sin dinero, pero ya lo
poco que me está saliendo es para pagar las deudas que tengo. Pero ahorita no tengo
muchos gastos. Siempre trato de comprar la despensa y las cosas necesarias pus son
principalmente para mi hija. ¿Y el papá de la niña no te ayuda? Ahorita no porque se
fue. ¿A dónde? A Estados Unidos. ¿Y no te manda de allá? Ahorita no porque no tiene ni
ocho días que se fue, apenas se fue, inclusive te digo por eso no tengo dinero porque
todo lo que tenía lo utilicé en él y pues ahora sí… es un poquito caro para pasar. ¿Y
si llegó? Sí ya está bien o sea ya. ¿Y él te va a ayudar? Sí, sí, pues la otra ocasión que se
fue él me ayudaba y me ayudaba otra persona también, este de eso me hice de algo
pero pasaron muchas cosas y se me fue acabando mi dinero. Pero ahorita sí, aunque
no me ayude él no me importa, lo que me importa es saber que está bien y que haga
algo para él aunque no me de a mí. ¿A Nueva York se fue? No, él está en Carolina. A
pesar de todo lo que me ha pasado no tengo ni rencor, sí me acuerdo a veces pero
con sentimiento, por eso soy muy chillona, pero no, no, fíjate que estoy contenta de
estar bien, de tener a mi hija, la quiero mucho y pienso mucho en su futuro de ella y
en el mío y aprovechar todavía lo que me queda de juventud.
Trayectorias frágiles
Las experiencias biográficas de Alex y Ana son excepcionales, pero al mismo tiem-
po paradigmáticas. Muchas de sus experiencias han sido vividas también por otros
jóvenes que participaron en esta investigación, y en términos generales no resultan
ajenas ni desconocidas para los jóvenes de los sectores populares. Pero en estos dos
casos, por múltiples circunstancias y factores, ellas toman cierto carácter, tienen
determinadas consecuencias, y se constituyen en desventajas que se entrelazan unas
a otras atrapando a sus protagonistas y empujándolos a un proceso simultáneo de
aislamiento social y des-subjetivación. Si hay un aspecto que se puede rescatar como
trascendental y esencial a estas excepcionalidades y, por lo tanto, considerarlo
como paradigmático de la transición de la vulnerabilidad a la exclusión, ese aspecto
es, tal como se ve en ambas historias, una persistente y creciente fragilidad social
desde la niñez más temprana.
Con fragilidad social me refiero a la debilidad de lo social que envuelve y cobija
al individuo en una sociedad. Las relaciones familiares, de amistad, comunitarias,
con el Estado, o con otras instituciones, son precarias e inestables. Con el paso del
tiempo, en el transcurso de la experiencia biográfica, éstas se potencian unas con
otras dejando que el individuo se deslice desde la vulnerabilidad inicial al extremo de
la exclusión. Desde el inicio de sus respectivos relatos, en su infancia más temprana,
tanto Alex como Ana hacen evidente la soledad, la falta de apoyo, el conflicto y la
inestabilidad, el desinterés, y en ocasiones el desprecio presente en sus relaciones
familiares e interpersonales. La precariedad de estas relaciones sociales primarias,
y en los círculos más íntimos y primeros de socialización, se potencia con una
temprana desconexión institucional (de la escuela, el mercado de trabajo, organiza-
ciones comunitarias, etc.), y también con una absoluta desprotección y desamparo
de un estado que, directamente, podría definirse como ausente. Es decir, la misma
precariedad o debilidad se presenta en las relaciones y espacios sociales de segundo
y tercer orden.
Imaginemos a estos dos jóvenes en caída libre, alejándose cada vez más de su
condición de miembros de la sociedad. La fragilidad social expresaría la completa
ausencia de lazos sociales (en su sentido más amplio), de los cuales poder asirse para
resistir la caída, o mejor dicho, la presencia de lazos frágiles de los cuales intentan
sujetarse pero que se van quebrando en el camino, dejándolos caer cada vez un poco
más profundo. Sólo como ejemplo, es interesante notar que tanto Alex como Ana
ante esta fragilidad de lo social, intentaron construir lazos de los cuales aferrarse: la
pandilla en el primer caso, la unión conyugal en el segundo. En ambos casos estos
intentos, como ellos mismos lo reconocen, se constituyeron a la postre en nuevas
desventajas que agudizaron su situación. Es en este sentido que se puede argumentar
que la fragilidad social en sus versiones más extremas puede parafrasearse como
la pérdida de la dimensión social del sujeto. Según Alain Touraine (2003), uno de
los rasgos distintivos de la modernidad es el debilitamiento del campo social: mi
impresión es que este debilitamiento, en un contexto de generalizada desprotección
social, puede significar para los sectores más desfavorecidos y vulnerables el riesgo
de la exclusión.
Las historias de Alex y Ana también son paradigmáticas porque muestran los
distintos espacios genéricamente diferenciados en que puede (y suele) darse este
deslizamiento de la vulnerabilidad a la exclusión. La trayectoria hacia la exclusión
seguida por Alex seguramente resulta más familiar para el lector, y ello se debe a
que, efectivamente situaciones similares a las que él ha experimentado no sólo han
sido más estudiadas sino que son más visibles. Indudablemente esto se asocia, en el
caso de los jóvenes varones, con que dicha trayectoria ocurre principalmente en
un espacio público, en un espacio más visible y transparente ¿Pero dónde están las
jóvenes mujeres? ¿Acaso ellas son inmunes a la exclusión? La respuesta a esta última
pregunta es un definitivo no, y el complemento necesario es que la trayectoria
hacia la exclusión de las jóvenes mujeres tiende a ocurrir en un espacio privado, un
espacio más escondido y opaco. Sabemos mucho menos de estos procesos en las
jóvenes. El caso de Ana es paradigmático en este sentido; la experiencia de campo
me ha permitido encontrarme con muchas otras jóvenes como Ana, para quienes
la exclusión se expresa en el encierro y la reclusión, el agobio y el sufrimiento, la
soledad y el desamparo, todo dentro del hogar.
Duschatzky y Corea (2002) señalan que la exclusión social produce un des-existente.
Los protagonistas de las dos historias que presentamos llegan a un momento en el
que sólo parecen ser protagonistas del relato pero no de su experiencia biográfica,
la cual parece haberse escapado de sus manos. Frente a este proceso de desubjeti-
vación emerge la evasión como respuesta: las drogas y el alcohol tienen un peso
importante en la vida de cada uno de ellos en los momentos más críticos de sus
vidas. También en ambos casos irrumpe un hecho imprevisto que se constituye
en determinante de cierta recuperación de la condición de sujetos de sus vidas: la
cárcel, en el caso de Alex, el nacimiento de su hija en el caso de Ana. Finalmente,
un hecho último que parece constituirlos tímida y momentáneamente en sujetos, es
precisamente la situación de la entrevista, que en última instancia no es más que la
representación de lo social, de una preocupación social por sus vidas, las cuales por
un momento parecen dejar de ser inexistentes.
Han sido analizadas aisladamente, y desde una perspectiva muy diferente a la aquí planteada, pero
de todos modos es más frecuente encontrarse con trabajos sobre jóvenes pandilleros, jóvenes
migrantes, jóvenes adictos, etc., en todos los casos típicamente varones.
Transiciones vulnerables
Específicamente en áreas urbanas, sobre las cuales se concentró esta investigación.
303
hostil caracterizada por la violencia, la ausencia de diálogo y una mala relación en-
tre sus miembros, tiende a acelerar estas transiciones. Nos encontramos así con la
posibilidad de situaciones extremas en las que confluyen y se entrelazan desventajas
pertenecientes a distintos órdenes que se potencian recíprocamente: estructurales,
relacionales, demográficas.
Estas diferencias en el calendario de los eventos que marcan las transiciones
familiar y residencial, mantienen una estrecha relación con la transición de la escuela
al mercado de trabajo. Como es ya sabido, transiciones tempranas en las esferas pri-
vadas se asocian con un rápido abandono del sistema escolar; de hecho, uno de los
principales factores asociado con la postergación de la maternidad, la unión conyugal
o el abandono del hogar, es la extensión de la educación formal. Los jóvenes pro-
venientes de hogares desfavorecidos permanecen por menos tiempo en la escuela,
reciben una educación de menor calidad, y acceden a trabajos más precarios y peor
remunerados. El abandono temprano de la escuela, sin embargo, no debe atribuirse
exclusivamente a la situación socioeconómica del hogar, ni tampoco pensar que la
solución a las transiciones tempranas consiste simplemente en lograr que los jóvenes
permanezcan por más tiempo en el sistema educativo. Las respuestas son más com-
plejas que esto; no se trata simplemente que la escuela demande demasiados gastos
o sea muy cara, tampoco se trata de que la permanencia en la escuela represente una
especie de claustro que los protege contra las relaciones de pareja o la maternidad/
paternidad. Como he tratado de argumentar en los capítulos previos, las respuestas
y soluciones deben buscarse en el ámbito de los sentidos; es necesario considerar las
expectativas, percepciones y sentidos atribuidos a la escuela (así como al trabajo, la
familia o la migración, entre otras) en el propio proyecto de vida, como así también
la capacidad de interpelación que tiene la escuela (al igual que las otras instituciones
mencionadas) sobre el sujeto en los sectores urbano-populares más desfavorecidos,
y por ende su incidencia (y la de las demás) en la construcción y reconstrucción de
un proyecto de vida.
En primer lugar, la valoración y necesidad del trabajo para estos jóvenes no
solamente ni siempre se asocia con carencias y privaciones extremas en el hogar
de origen; deben considerarse también las necesidades económicas e identitarias de
los propios jóvenes. En el contexto de los sectores populares urbanos se observa
una temprana escisión de “lo mío” frente a lo de los padres que exige una relativa
independencia económica desde los primeros años de la adolescencia. La impor-
tancia de esta autonomía relativa responde a una valoración no sólo económica
sino también simbólica y social. Una consecuencia casi inevitable es que el trabajo
se constituye en un fuerte competidor de la escuela, y en términos más generales, la
pérdida de centralidad de la escuela frente a la creciente presencia de otros espacios
Gráfica A.2.1
Porcentaje de hombres que permanecen solteros (a), sin hijos (b),
y viviendo en el hogar de origen (c) por grupos de edad. México, áreas urbanas
Solteros
Sin hijos
Gráfica A.2.2
Edad al nacimiento del primer hijo según género y deficiencia educativa.
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Hombres
Mujeres
Gráfica A.2.3
Edad al abandonar el hogar de origen según género y deficiencia educativa
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Hombres
Mujeres
Gráfica A.2.4
Edad a la primera unión según deficiencia educativa y género.
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Gráfica A.2.5
Edad al Abandonar el Hogar de Origen según Deficiencia Educativa y Género.
México, áreas urbanas (cohorte 1971-1974)
Gráfica A.4.1
Jóvenes con baja calificación laboral según grupos de edad por deficiencia educativa
y educación de la madre. México, áreas urbanas (año 2000).
Nota: Se consideraron como de “baja calificación” las siguientes ocupaciones: trabajadores en actividades
agrícolas, ayudantes, peones y similares, conductores y ayudantes de conductores, vendedores ambulantes,
trabajadores en servicios personales, trabajadores en servicios domésticos, etc. Áreas urbanas con más de
15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Gráfica A.4.2
Jóvenes con alta calificación laboral según grupos de edad por deficiencia educativa
y educación de la madre. México, áreas urbanas (año 2000).
Nota: Se consideraron como de “alta calificación” las siguientes ocupaciones: profesionistas, técnicos, tra-
bajadores de la educación, funcionarios y directivos del sector público y privado, jefes y supervisores, etc.
Áreas urbanas con más de 15 000 habitantes.
Fuente: Elaboración propia con base en la Encuesta Nacional de Juventud 2000.
Daniela 20 Nezahual- Secundaria Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Monoparental No
(1) cóyotl completa (sin hijos) padres hermanos
Alex 18 Iztapalapa Secundaria Soltero Casa de No estudia N.C. N.C. 14 años Monoparental Sí
(2) incompleta (sin hijos) madre ni trabaja Padre/her.
Patricia 23 Nezahual- Media com- Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(3) cóyotl pleta (técnica) (sin hijos) padres tíos
Inés 27 Nezahual- Secundaria Separada Casa de No estudia 19 años 19 años 19 años Ambos padres No
(4) cóyotl incompleta (un hijo) padres ni trabaja Ex esposo
Armando 27 Iztapalapa Secundaria Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Monoparental No, nadie
(5) completa (sin hijos) madre
Pablo 20 Nezahual- Media incom- Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(6) cóyotl pleta (técnica) (sin hijos) padres
Gonzalo A. Saraví
Juan 21 Iztapalapa Media com- Soltero Casa de No estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(7) pleta (técnica) (sin hijos) padres ni trabaja
Ignacio 19 Iztapalapa Universidad Soltero Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Monoparental No, nadie
(8) incompleta (sin hijos) madre
Lupita 30 Iztapalapa Secundaria Separada Casa de Trabaja 26 años 28 años 26 años Ambos padres No.
(9) completa (un hijo) padres Ex esposo
Rubén 22 Iztapalapa Secundaria Casado Casa de Trabaja 19 años 20 años N.C. Ambos padres No, nadie
(10) incompleta (un hijo) padres
Marcos 27 Nezahual- Media com- Casado Indepen- Trabaja 21 años 22 años 19 años Ambos padres Sí, tíos
(11) cóyotl pleta (abierta) (dos hijos) diente
(Continuación)
21/10/09 19:18:25
Libro 1.indb 331
cuadro A.P.1
Principales características de los jóvenes entrevistados
Nombre Edad Localidad Educación Estado Residencia Actividad Primera Primer Salida Familia Migración
civil unión hijo de hogar de origen EUA
Laura 19 Iztapalapa Secundaria Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(12) completa (sin hijos) padres
Leo 18 Nezahual- Primaria Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(13) cóyotl completa (sin hijos) padres
Martha 19 Nezahual- Secundaria Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Monoparental Sí
(14) cóyotl completa (sin hijos) madre Hermanos
Dalma 28 Iztapalapa Media com- Casada Casa de No estudia 23 años 23 años N.C. Ambos padres s.d
(15) pleta (técnica) (un hijo) padres ni trabaja
Diego 29 Nezahual- Universidad Casado Casa de Trabaja 28 años N.C. 25 años Ambos padres No
(16) cóyotl completa (sin hijos) padres Hermanos
Alicia 20 Iztapalapa Secundaria Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Monoparental No, nadie
Anexos
(Continuación)
21/10/09 19:18:26
Libro 1.indb 332
cuadro A.P.1
332
Nancy 15 Valle de Secundaria Soltera Casa otros Estudia N.C. N.C. 14 años Monoparental No, nadie
(24) Chalco incompleta (sin hijos) familiares
Eréndira 17 Valle de Secundaria Soltera Casa de No estudia N.C. N.C. N.C. Monoparental No
(25) Chalco completa (sin hijos) padres ni trabaja Primos
Rosario 19 Valle de Primaria Casada Casa de No estudia 16 años 16 años 16 años Monoparental No, nadie
(26) Chalco completa (dos hijos) suegros ni trabaja
Eugenia 18 Valle de Media incom- Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(27) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres
Esteban 18 Valle de Media incom- Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(28) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres Hermanos
Rosa 18 Valle de Secundaria Soltera Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(29) Chalco completa (sin hijos) padres Pariente
Gonzalo A. Saraví
Emilio 17 Valle de Media incom- Soltero Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(30) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres
Emiliano 18 Valle de Secundaria Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(31) Chalco completa (sin hijos) padres
Martín 18 Valle de Secundaria Soltero Casa de Trabaja N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(32) Chalco completa (sin hijos) padres
Paola 15 Valle de Media incom- Soltero Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(33) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres Hermanos
Carlos 15 Valle de Media incom- Soltero Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(34) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres
(Continuación)
21/10/09 19:18:26
Libro 1.indb 333
cuadro A.P.1
Principales características de los jóvenes entrevistados
Nombre Edad Localidad Educación Estado Residencia Actividad Primera Primer Salida Familia Migración
civil unión hijo de hogar de origen EUA
Jonathan 16 Valle de Secundaria Soltero Casa de No estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(35) Chalco completa (sin hijos) padres ni trabaja Tíos
Arturo 15 Valle de Media incom- Soltero Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(36) Chalco pleta (técnica) (sin hijos) padres Tíos
María 21 Valle de Universitaria Soltera Casa de Estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No
(37) Chalco incompleta (sin hijos) padres Tío
Karla 20 Valle de Media incom- Casada Casa de No estudia N.C. N.C. N.C. Ambos padres No, nadie
(38) Chalco pleta (preparatoria) ( un hijo) padres ni trabaja
Nota (1): Con educación media me refiero a la educación media superior, es decir el nivel inmediatamente posterior a la secundaria, lo que equivale a
Anexos
los años 10 a 12 de escolaridad; en México existen diversas modalidades para este nivel, como la preparatoria, el bachillerato u otros estudios técnicos
equivalentes.
Nota (2): El primer reglón de esta columna señala si el o la entrevistada ha migrado alguna vez a los Estados Unidos; el segundo renglón señala si tiene
algún familiar viviendo en Estados Unidos (no se tuvieron en cuenta vecinos, amigos o conocidos ya que de haberlos incluido prácticamente todos
tendrían a alguien en el país vecino).
333
21/10/09 19:18:26
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