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“ROMPECABESCRITO”

Objetivo de aprendizaje: Identificar la secuencia lógica entre párrafos como mecanismo


para dar coherencia al texto.
Descripción de la actividad: Los participantes del equipo recibirán un texto dividido en seis
partes con el fin de ordenarlo secuencialmente, señalando la posición del fragmento en la columna
de la derecha.

GUERRILLA
Héctor Abad Faciolince
¿Qué sentido puede tener una guerra en la que los comandantes -como el cura
Pérez, como Camacho Leyva o Tirofijo- envejecen en ella y en ella se mueren de
enfermos o de viejos? Una guerra perpetua (y para colmo interior, entre
nosotros mismos) es como el espejo de la locura: como un partido de fútbol sin
límite de tiempo, ni de goles, y con la posibilidad de hacer infinitos cambios de 5
jugadores, o como una pelea de boxeo sin límite de asaltos y en la que ninguno
de los contendores gane, aunque los dos se caigan. Pelearse el poder, sin la
posibilidad de ganárselo, en un país destrozado por la misma guerra, es como la
riña de dos calvos que se matan por una peinilla.

Si hace un siglo tuvimos la Guerra de los Mil Días, es posible que ahora sólo a
nuestros nietos les toque ver el fin de la Guerra de los Cien Años. O, si son
longevos, puede que, a nuestros hijos, porque al fin y al cabo ya llevamos varios
decenios de guerra y, si la predicción resulta acertada, entonces no nos faltan
sino sesenta o setenta. Tal vez el título de la novela más famosa de García 6
Márquez no haya sido sólo un retrato de nuestro pasado, sino también una
profecía de nuestro futuro.

En esa medida uno podría pensar que a la guerrilla le va bien en Colombia: a


fuerza de no perder, va ganando. Pero lo que va de la frase de Kissinger al caso
de Colombia, es que el Secretario de Estado norteamericano se refería a la guerra
de Vietnam, es decir a la derrota de un ejército invasor, que no podía quedarse 3
ahí aguantando eternamente, a fuerza de no perder. En el caso colombiano, en
cambio, nuestro ejército, por ser tan rudimentario (o sea tan colombiano, tan
acostumbrado a vivir en la precariedad) puede darse el mismo lujo de la guerrilla:
no habrá perdido hasta que no le ganen. A estos dos factores (ni el ejército ni la
guerrilla pierden hasta que no les ganen) se debe el hecho de que nuestra guerra
de mediana intensidad pueda durar cien años. O más.

¿Pero puede haber algo más tonto que una guerra de cien años? Suponiendo que
las guerras tengan alguna racionalidad, su condición primera debería ser que se 4
puedan ganar en un tiempo que esté a la medida de una vida humana. Es decir,
cuando menos, que una misma generación de generales, comandantes,
guerrilleros y soldados la puedan ganar.

Asistimos al espectáculo de una nación que no pelea, sino que se suicida.


Independientemente de quienes tengan la razón (el Estado, los paramilitares, la
guerrilla), la idea de una guerra indefinida, en la que nadie gana, es un 1
contrasentido. Todas las guerras son horribles, pero no hay peor guerra que la
que no conduce a ninguna derrota ni a ninguna victoria. En esta inútil matanza
vivimos en el reino de lo absurdo y este país, exagerado para todo, parece
condenado a contradecir aquel adagio que afirma, ingenuo y optimista, que “no
hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Aquí el mal puede durar
cien años, y hasta es posible que el país lo resista.

Henry Kissinger dio hace tiempos una definición memorable: “Un ejército
convencional pierde cuando no gana. La guerrilla gana cuando no pierde”. 2

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