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Responsabilidad Del Laico en La Vida de La Iglesia
Responsabilidad Del Laico en La Vida de La Iglesia
El Concilio Vaticano II nos presenta en el texto citado algunas de las notas esenciales que definen al
laico:
Es una persona incorporada a Cristo por la fe y el Bautismo
Pertenecientes al Pueblo de Dios, la Iglesia;
Partícipe de la dignidad sacerdotal, profética y real de Cristo;
Corresponsable en la realización de la misión de la Iglesia;
Diferente en su función del Obispo, del sacerdote, del diácono y del religioso que ha recibido
de Dios otro tipo de vocación al servicio de la comunidad.
El laico forma parte del Pueblo de Dios, pero no con una pertenencia superficial o externa,
sino íntima y vital. La Iglesia no es un pueblo formado por diversas categorías de personas, sino una
comunidad, una familia en la que Dios distribuye los distintos carismas, ministerios y funciones.
La Iglesia se configura como un cuerpo (1 Cor. 12, 12-30). En el cuerpo humano, todos los
miembros, aunque diversos, son todos importantes y cada uno desempeña una función peculiar y
propia en bien de todo el organismo.
En cuanto a su dignidad sacerdotal, el laico, unido a Cristo, consagra a Dios todas las
realidades temporales, poniéndolas al servicio del hombre, según el Plan de Dios. El cristiano es la
voz de la naturaleza, pues eleva a Dios el himno de alabanza que surge de todos los seres.
En cuanto a su dignidad profética, el laico habla en nombre de Dios para iluminar con la luz
de su Palabra, los acontecimientos y las actuaciones de los hombres. El laico tiene la misión de
anunciar, dentro de su ambiente, a Cristo y de denunciar todo lo que se opone al proyecto de Dios
sobre el hombre y sobre la misma creación. En cuanto a su dignidad real, el laico es llamado por Él
para servir al reino de Dios y difundirlo en la historia. De particular modo están llamados para dar de
nuevo a la entera creación todo su valor originario, ordenando lo creado al verdadero bien del
hombre. “Todas las cosas son vuestras, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor. 3, 22-23)
Cristo pide al laico que dé testimonio de él con su vida y con sus palabras, pero las palabras
solas mueven poco; a lo más, impresionan, llaman la atención, pero no hacen cambiar a las personas.
El ejemplo de la vida es el que arrastra y da frutos permanentes.