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Primer Grado - Secundaria

LOS PATRIARCAS

…4que son israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria,


los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, 5de quienes son
los patriarcas, y de quienes, según la carne, procede el Cristo, el cual está sobre
todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

Romanos 9, 4-5

Los Patriarcas
La historia judía empezó hace unos 4.000 años (siglo XVII AC) con
los patriarcas: Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob. Documentos
descubiertos en Mesopotamia, que se remontan a los años 2000-1500
AC, corroboran aspectos de su estilo de vida nómade, descrito en la
Biblia. El Libro del Génesis relata cómo Abraham fue llamado desde
Ur de los caldeos a Canaán para formar un nuevo pueblo con la
creencia en Un Dios. Cuando el hambre azotó Canaán, Jacob (Israel),
sus doce hijos y sus familias se establecieron en Egipto, donde sus
descendientes fueron sometidos a la esclavitud y obligados a realizar
trabajos forzados.

La palabra patriarca tal como se aplica a personajes bíblicos, viene de la Versión de los Setenta, en donde
se usa en un sentido amplio, incluyendo a oficiales religiosos y civiles. (por ejemplo, 1 Crón. 24,31;
27,22). En un sentido más estricto y uso común se le aplica a los padres antediluvianos de la
raza humana y más particularmente a los tres grandes progenitores de Israel: Abraham, Isaac y Jacob. En
el Nuevo Testamento el término se les aplica también a los hijos de Jacob (Hechos 7,8-9) y al
rey David (ibid. 2,29). Para un relato de estos patriarcas posteriores vea los
artículos Abraham, Isaac Jacob etc. Los primeros patriarcas constituyen el grupo antediluviano, y los que
se hallan entre el Diluvio y el nacimiento de Abraham. Del primer grupo tenemos dos listas en el Génesis.
La primera (Gén 4,17-18, pasaje que los críticos asignan al llamado documento "J") comienza con Caín y
presenta como sus descendientes a Henoc, Irad, Mejuyael, Metusael y Lámek. La otra lista (Gén 5,3-31,
atribuida al escritor sacerdotal, "P") es mucho más elaborada y se acompaña de indicaciones cronológicas
minuciosas. Empieza con Set y, extraño decirlo, también termina con Lámek. Los nombre intermedios
son Enós, Quenán, Mahalael, Yéred, Henoc y Matusalén.

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Después de explicar el origen del mundo y de la humanidad, la Torá pasa
a explicarnos el origen del pueblo de Israel. Y lo hace valiéndose de un
complejo tejido narrativo, cuyos hilos argumentales forman las historias
de los patriarcas.
¿Cuándo se escriben estos relatos? Los israelitas viven bajo el cautiverio
de Babilonia. Añoran la tierra perdida y esperan regresar algún día. Los
sacerdotes y los profetas alientan la fe de la comunidad y urgen a una
renovación de la fe en Dios. El pueblo sobrevivirá si conserva viva su
memoria.

Fieles a su finalidad, contar para unir al pueblo, los autores bíblicos utilizan viejas leyendas vinculadas a
santuarios israelitas para componer un relato cuyo sentido es el siguiente: Israel es un pueblo que debe
sobrevivir unido, pues ha sido amado y elegido por Dios, desde sus orígenes. Y aunque atraviese duras
peripecias, Dios se mantendrá fiel a su promesa de un futuro mejor, en una tierra donde volverán crecer
y prosperar.

Es interesante notar que en estos relatos no hay exaltación


alguna de la monarquía, ni de un santuario único que centralice
el culto. Tras la experiencia del exilio, el rey y el templo han
perdido su función aglutinadora del pueblo. Quedan la fe, la
institución familiar y la práctica ritual en el día a día, teniendo
presente la cercanía y la bendición de Dios en todo momento.
Estos son los valores que se reflejan en las narraciones de los
patriarcas.

Líneas narrativas El sacrificio de Issac


Caravaggio

Para tejer la epopeya de los orígenes, los autores bíblicos unieron varios personajes y varias líneas
narrativas de la siguiente manera:

Historia familiar: relacionaron los diversos personajes en una sola familia, de manera que Abraham,
Isaac y Jacob son padre, hijo y nieto.

Peregrinaciones: los patriarcas recorren los lugares emblemáticos que jalonan la historia del pueblo.

Cultos salvíficos: los protagonistas se detienen en ciertos lugares ―donde había santuarios― a ofrecer
sacrificios; allí reciben revelaciones divinas y renuevan su alianza con Dios.

Promesas: Dios va renovando sus promesas de bendición, descendencia y posesión de la tierra.

Los personajes

Normalmente, en las leyendas sobre el origen de un pueblo aparece un único fundador. ¿Por qué en el
caso de Israel son tres? Veamos qué función tiene cada uno de ellos.

Abraham es un personaje de la tradición vinculado al santuario de Hebrón, en el reino del Sur (Judá).
Hebrón fue un lugar que, a lo largo de los siglos, permaneció intacto, sin ser conquistado por las grandes
potencias que asolaron el país. Además, en el relato bíblico Abraham recorre un largo periplo que es el
mismo del pueblo: Mesopotamia, Egipto, Canaán. Sale de Ur de Caldea para ir a Jarán; de allí pasa a

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Canaán y pasa por Siquem, Betel, Hebrón y Beersheva. Baja a Egipto. Regresa. Abraham recibe una triple
promesa: descendencia numerosa, la tierra y la protección de Dios. Por ello se erige como padre del
pueblo y padre de la fe. Babilonia― pero cree que, en el futuro, se harán realidad. Y confía.

Isaac, el patriarca más discreto, está asociado a Lajay-Roí, el pozo del que ve. Curiosamente, es un
personaje que se queda ciego… Su papel es importante: es el único de los tres patriarcas que nace y
muere en la tierra prometida. Encarna el pleno derecho a la posesión de la tierra.

Jacob, por último, está vinculado al reino del Norte (Israel). De hecho, este es su otro nombre, Israel, el
«fuerte contra Dios». Al igual que Abraham, recorre los lugares más significativos del pueblo errante:
Mesopotamia, Canaán y Egipto, donde muere. Su visión en Betel es otra promesa de retorno a la tierra:
«Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas y te haré volver a este
país…» (Gén 28, 15).

José, el hijo de Jacob cuya historia forma una preciosa novela inserida en
el relato bíblico, representa, en palabras de J. L. Ska, el “tío de América”
que emigra y hace fortuna. Su historia muestra que, pese a todo, los
israelitas pueden prosperar y salir adelante en el destierro, y que las
rupturas y conflictos familiares pueden resarcirse. El reencuentro y la
José y sus hermanos
reconciliación son posibles. Antonio del Castillo Saaverdra

Otros personajes de los relatos patriarcales sirven para explicar el origen de diversos pueblos: Ismael,
primer hijo de Abraham, será el padre de los árabes. Esaú, fundador de Edom; los hijos de Lot, origen de
Moab y Ammón, y así con muchos otros.

Marco histórico de los patriarcas

El lector siempre se puede preguntar, ¿qué hay de cierto en los relatos patriarcales? ¿Existe un sustrato
real? Aunque ya sabemos que la Biblia no es historia “científica”, en las narraciones de los patriarcas hay
un trasfondo histórico que se puede relacionar con el devenir del Oriente Próximo entre el segundo y el
primer milenio antes de nuestra era.

Entre los años 2000 y 1800 a.C. se producen grandes movimientos de pueblos en el Creciente Fértil. Los
hicsos invaden Egipto y fundan una dinastía extranjera. Una nueva dinastía sube al trono del imperio
babilonio; los hititas comienzan a surgir. Los hurritas se instalan en el norte de Siria y fundan el reino de
Mittanni. Tribus de pastores nómadas procedentes de Arabia se van desplazando hacia las tierras más
fértiles: Mesopotamia, Canaán, Egipto.

En medio de esta situación, es fácil imaginar que varios grupos nómadas de origen semita pudieran
recorrer trayectos similares al de Abraham y sus descendientes. ¿Cómo vivían? ¿En qué dioses creían?
Es imposible saberlo con precisión, aunque la misma Biblia arroja pistas. No existía el monoteísmo, los
cabezas de clan adoraban a los dioses locales y se adaptaban a las costumbres de cada tierra. Las
mujeres conservaban idolillos domésticos protectores. Los sacrificios eran habituales y obligados si se
quería obtener el favor del dios.

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Mensaje

Pero el relato bíblico se vale de la historia de Abraham, por un lado, para explicarnos un salto en la fe
del pueblo y una diferencia sustancial con la religiosidad de las otras culturas circundantes. Por otro,
quiere reforzar esta fe en tiempos de exilio y dificultades.

Abraham, como cualquier hombre de su tiempo, adora los dioses de cada lugar por donde vive. En Ur,
los dioses protectores eran Sin y Ningal, divinidades lunares cuyos auspicios consulta Abraham para
decidir hacia dónde partir. En Jarán, venera a los dioses de ese lugar. Y, llegado a Canaán, adora al dios
El, cabeza del panteón cananeo.

Pero ¿qué ocurre? Abraham se encuentra con un dios que ya no le pide sacrificios, sino que le ofrece
una alianza. Del dios de un lugar pasa a toparse con el Dios personal, el «Dios de Abraham», que le
ofrece su bendición de manera incondicional. Solo busca su fidelidad. Así es como puede interpretarse
el episodio del «no-sacrificio» de Isaac, uno de los más pavorosos e incomprensibles de la Biblia:
Abraham se dispone a sacrificar a su hijo, siguiendo el uso de los rituales de su tiempo. Dios lo rechaza:
no quiere sacrificios cruentos: quiere a la misma persona, su vida, su lealtad, su amor.

Por otra parte, la alianza que ofrece Dios es un pacto unilateral: haga lo que haga el hombre, Dios se
compromete del todo, incondicionalmente. No es un ídolo a quien sacrificar para obtener algo a cambio.
Su promesa es un don que se cumplirá en su momento y se realizará a través de personas y
acontecimientos terrenales.

Un Pueblo bajo la Nueva Alianza


Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de
mujer, nacido bajo la Ley. En Jesús se cumplen todas las promesas del
AT, en Él llega a su plenitud toda la Historia de la Salvación.
Con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y
milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío
del Espíritu de la verdad; instaura y hace presente el Reino de Dios, nos
revela la misericordia de Dios que es nuestro Padre, manifiesta y realiza la
reagrupación de los hombres dispersos y divididos por el pecado. Agrupa
en torno a sí, discípulos y gente que lo sigue, formando con ellos la
comunidad, el nuevo Pueblo de Dios, abierto a judíos y gentiles. En su sangre sella la Nueva y definitiva
Alianza.

La Historia de la Salvación continúa en la Iglesia

El cuadro de la historia de la Salvación, que encuentra en


Jesús su eje y su centro, continúa en la historia de la Iglesia
y de cada cristiano. La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios,
cuya cabeza es el mismo Jesús, y se conforma como Pueblo
Real, eso es, de Reyes, como Pueblo Profético y Sacerdotal,
que marcha con su jefe, Cristo, hacia el Reino de Dios.

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