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PERVERSIONES

JUSTIFICADAS
(diario cerebral de marcelo)

Patricio Cárdenas H.

HERRACIONES
Edwin Rodríguez Galeas
Directorio 2008 - 2012

PRESIDENTE:
Esc. Gabriel Cisneros Abedrabbo

VOCALES:
Ing. Guillermo Montoya
Arq. Msc. Ximena Idrobo
Artista Gustavo Meythaler
Dr. Daniel Escobar
Dra. Jacqueline Costales
Mat. Iván Pazmiño
Ing. Cristian Aguirre
Tlga. Ivonne Ronquillo

CONSEJO EDITORIAL:
Lcdo. Luis Yaulema
Arq. Franklin Cárdenas
Esc. Gabriel Cisneros

PORTADA:
Manuel Núñez

COORDINACIÓN:
Ing. Anahi Cárdenas

DIAGRAMACIÓN:
Manuel Núñez

CORRECCIÓN DE TEXTOS:
Lcdo. Carlos Larrea Naranjo MBA

IMPRESIÓN:
Marcelo
un estridente ser humano
que por accidente
se condenó a una silla
por atolondrado
a sordo mudo
y por genética a la oscuridad.
para William
con el macizo amor de mi Gothita
y la voluntad de Penélope Simoné y Jezabel

Patricio Cárdenas H.
Con tristeza y alegría
tanta, toda
de traerte a este mundo.

Edwin Rodríguez Galeas


a contar…

Uno
carga cuestas / empellones de tulipán
los brazos no fueron suyos

Dos
silencio por unidades / jamás
él no puede ser de nadie

Tres
luz muerta
intento por búsqueda

tanto quiero salir de mí


que apenas cuento tres.

7 PatricioCárdenasH.
La Fortuna

Entró como arrastrándose o flotando,


era difícil distinguir desde el ojal del patio que
acomodé para estar la mañana. Se recostó
sobre el sofá lleno de grietas, temblando de
dolor y frío.

La pierna izquierda tiesa, venía aran-


do el suelo de rojo. Sus labios enredados de
arena y sequedad dejaban salir quejas de un
ser que respiraba saliva. A mi cercanía inten-
taba ser agresivo y con un aliento repugnante
tarareaba un sonido gutural, que no abando-
naba sus fauces y se enroscaba hacia sus in-
felices adentros.

Sentí una ternura terrible por el maldi-


to. Fui por agua. Intenté que beba dos veces,
y las dos ocasiones, torpemente rodó al piso
junto al tarro que hizo de cajón salva sed.
Con impaciencia lancé un chorro a su cara.
Las gotas se volvieron negras, pocas rodaron
a su lengua moviéndose entre la caducidad
y el aire. Una fuerza irrepulsiva me subió y
aprovechándola descargué un chasquido que
lo ahogaba de a ratos, atinando siempre al
orificio que le creció en la cara.

Edwin Rodríguez 8
Se esconde, lo rodeo con más fuerza y una
ira condescendiente convertía el agua en lan-
zas.

Se queda quietecito, voltea lento mi-


rando mis pies, no vuelve a ver mi rostro.

Las súplicas rondaban el filo de la


muerte y previniendo su reacción encuentro
una vieja porción de escoba. Dos golpes, uno
le deja colgando la oreja, el otro cierra su ojo
derecho -recuerdo a mi madre y su matamos-
cas-.

Repudio sus lágrimas viéndolo inmóvil,


pero metiéndose aire. Entro a casa y, como
la puerta del baño estaba fértil, con rapidez
tomo el jabón líquido. Acomodo su cabeza
para la tira cómica, una cascada lenta lo ab-
sorbe y pronuncia burbujas desesperadas.
Retorciéndose forma parte de la sustancia,
que alegría ver alimentarse a las moscas
como semáforo en verde que rondan al estilo
de los perros callejeros alrededor de un buen
trozo de pañal.

Regresé a terminar mi desayuno, es-

9 Edwin Rodríguez
taba frío y decidí arrojarlo al reflejo del que
descansa en el patio. Estúpido rodó hasta
alejarse de la piscina donde lo dejé. Lo ame-
trallo con el plato, la taza se estrella en la
pared y mi zapato se deleita con fuerza en
sus costillas.

Ahora el desespero es mío, rompo cor-


deles, lo arrastro, desaparece el coeficiente
de fricción y quiero volver arena su cuerpo.
¡Qué hermoso e inconfundible ser!

Enrojecen sus ojos y la lengua ya no


ocupa el lugar de siempre, lo llevé al altar
de un mediodía de silencio. Al fin almorzaré
tranquilo.

Edwin Rodríguez 10
cómo son las cosas?

dentro
casi cerca
la quietud conspira entre rosas
de esas que por placer hacen funestos
[parques
difíciles para las pieles
dignos para los zapatos

con cinética y todo


la ciudad suele ceñirse
los cortos paseos a la
[cintura
con la seguridad del que se deja caer en
[la acera
y no arrullar por los amigos extintos
que traman rayuelas en tiempo de
[acequias

¡por fin soy pero me apago!


de bruces
compensando saliva
donde nadie quiere saber de nosotros
que para el caso es lo

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[mismo
y la frase insuficiente
como con frecuencia pasa al inicio
de las conversaciones que mueren en la
[prisa
es mirada que cae entre los senos
y sabe despistar a los dedos largos y
[perezosos
tristes de contar años y algunas lunas
en la ventana que pinta la luz y la lluvia
en los terceros pisos de cualquier
[parte…

¡por fin soy y me apagaron!


qué alegría reconocerlo con la pena de
siempre…

PatricioCárdenasH. 12
La Ciencia

Hasta se mordieron por adueñarse del


último paracaídas. El no se inmutó, iba a ser
su último experimento.

13 Edwin Rodríguez
a diario

repaso una situación


con la insistencia de la primera gota del
[aguacero…

quiero dormir en el siguiente paso


y descansar en los pasillos donde
[tambaleo
pero aquella cuenta
la inconclusa de signos
le tachó de suelas al vacío
para riesgo de la palabra
que aguaita desde el diccionario en
[tacones
desde la repisa en la oscuridad
hasta dos calles después

quiero volver a contar


pero no hay tiempo
tampoco lugar
y escalar resultaría como ser la tinta
del periódico con el que hago
[acordeoncillos

doblo
dimensional y tibio
guardo los días en mis axilas
lleno de crucigramas ruedo

PatricioCárdenasH. 14
triste de clasificados me releo
y se empolva la columna que tengo por
[cabeza…

no me leerán
no me interesa…

15 PatricioCárdenasH.
La Espera

No he comido, pero la ducha caliente


ayudó. Ese olor a sardina quemada me as-
fixia. Pronto vendrás y no sabré que decir. Los
microbios se han ido, su lugar lo ocupan las
lagartijas, anidan mi cabeza, creo que de eso
huyeron la última vez que nos vimos.

Diluyo el veneno del desorden en la


frágil estación de los estantes que fabriqué
con los cráneos de mis libros. Busco entre las
piernas de la gótica cama el cd que me rega-
laste hace miles de años. Excelente ocasión
para estrenarlo.

Lo siento, no me atreví a matar al pe-


rro que siempre molesta golpeando la venta-
na, lo dejaremos escapar y si preguntan di-
remos que después de todo no fue tan astuto
para regresar de la tienda.

Me peiné, tuve que pasarle flores


blancas a la camisa y quitarle el cerebro al
pantalón. El letrero de Amar, amar, amor lo
hice con el periódico de ayer y que bien me
hubiera quedado si no fuera por la rabia que
me invade cuando de cortar algo se trata, tú
me conoces, por eso adorné la mesa con le-

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chugas. Perdón la rata en la jaula, es lo más
parecido a los pájaros.

Linda la toalla ocultándonos de la ven-


tana, que decir de la cama esparcida por la
habitación, así será primitiva la ceremonia del
cortejo. Se me pasó la sal en el postre, sé de
tu afición por lo agridulce.

Mi veredita de colores, ya no volvere-


mos a llorar y prometo no volver a quemarte
los cabellos. El olor es inevitable, prefiero la
nausea a tener que percibir algo que no seas
tú…

Después de todo parece que no vie-


nes, voy a descolgarme de la puerta.

17 Edwin Rodríguez
hasta la coronilla

me convencí que caería


tarde
sobre sí
en cámara lenta
al penúltimo escalón
no queda más que clavar en la pared
lo poco que mantengo de ojos
y separar mi fe de entre moscas y
[pésimos cuadros

fijo
miro
o eso parece
queriendo precisar la talla de mi temor
[de minformal ego
que se parangonea con el vacío de
[todas las vidas contigo
gato translúcido
[acurrucadobajo mis piernas
desierto y uranio
desde que te posaste en el mal olor de
[mis horas
repletas de lo que pienso
en este instante
mientras supones que te miro…

PatricioCárdenasH. 18
La Embriaguez

Me aburrí, me aburrieron. Tantas co-


pas rojas que bailan opera en mis manos,
pocos argumentos para refutar la inconclusa
tragedia del mundo. Estoy sepultado en mil lu-
gares, condicionado a temer las carreteras y
un tabaco se achica sin ser devorado; marca
el paso de campanadas verdes. Cada gota
que equilibra mi cerebro cosquillea sus talo-
nes y relámpagos negros suben a sus cabe-
zas.

Temen cada sorbo que maquilla mi


boca, saben que los veré del otro lado, moja-
dos y tibios de tanto tambalear.

Ya son tres horas y sienten la náusea


del principio, se levantan, olvidan los muebles
del lugar.

Suelto las moscas prisioneras en sus


bolsillos y bañadas en polvo negro vuelan
cercando cabezas. Desconcertados aprove-
chan la penumbra y tropiezan en las butacas
sobre las que me equilibro y apenas diferen-
cian nariz de suelo. Ruegan me vaya, que es
tarde para empezar de nuevo. Nada más tar-
dío que lo que nunca llega. Me quedo.

19 Edwin Rodríguez
Hacen una bola de ruidos, silbidos y
música; no hay madre que les calle.

Tiro otra tapa al suelo, revientan focos


e invierte el deseo sexual. Nunca veo besos
más tiernos que éstos, ni bailes menos por-
nográficos. Sus bocas tiemblan y no logran
pasar por el agujero de mi cabeza hebra de
palabra alguna. Mi garganta desase su cor-
dura, la playa de mis aves de paso es aún
más amplia y la de ellos profundamente tar-
día.

Una de vino tilda al aire de innecesa-


rio, un ron y el viento deja de latirme en la
nuca. En la vereda más de veinte botellas des-
nudas.

A la tierra le brota granos de pus y al caminar


se revientan manchándome brazo y pantalo-
nes. No he vomitado.

Las mujeres van locas por mí, pero se


alejan por la sensación de indignas que baña
su cuerpo de olores horribles, entonces en-
tiendo por qué no podía merendarme el am-

Edwin Rodríguez 20
biente.

Una ebullición de las paredes inyecta


plomo a los transeúntes que se ponen idiotas
y chocan provocando mi retraso.

Se achica la tormenta y caen palomas


vestidas de filo sobre autos que graznan su
dolor en la tonada de sus alarmas.

Patalean los hidrantes y muerden ra-


bia a los niños que quieren golpearme.

Un vagabundo se levanta, enciende


sus cuerpos y demasiada iluminación no me
deja levantar la cabeza. Va golpeando a la
gente, recogiéndolos en una funda de arroz
donde previamente ha puesto al universo.

Camino en la nada clara, me recuesta


y enumera a todos los muertos para mi con-
fort.

Al moverme y despertar el mundo,


todo a la terrible tranquilidad.

21 Edwin Rodríguez
durante y siempre

tiemblo tras el consumo de la noche


esto de ser porcelana
ojiatada
sin sabor
aleja toda intensión de quedarme libre
para perjuicio del viento y de ti…

no soy más que los zapatos del tiempo


frente a la densidad de la luz negra
soportable
indestructible
frágil de percibir
en la ineptitud de la última caricia de
[mayo
perpleja por verse descalza
tras esta masacre de ruedas
que pretende enredar la prueba del
[abandono

no pretendo acabármela
peor tiritar en medio de su bañera
repleto de óxido cálido
en la humedad de la impaciencia
adepto al frío de tus pies
que escaparon sobre mis últimos trazos
recogidos en la cesta del mercado

PatricioCárdenasH. 22
prometo hacerte un mapa
mañana
temprano por la tarde
cuando los perros hayan dejado de
cantar
esa melodía que olvidé
en algún lado que también quiero
[olvidar.

23 PatricioCárdenasH.

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