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Las Elegias de Ovidio
Las Elegias de Ovidio
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© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
Antonio Alvar Ezquerra – Las elegías de Ovidio
ISBN - 978-84-9822-807-6
THESAURUS:
Ovidio, elegía de exilio, Amores, Heroidas, Arte de amar, Cosméticos
para el rostro de la mujer, Remedios contra el amor, Tristes, Cartas desde el
Ponto
El siglo de Augusto
La poesía elegíaca de Cornelio Galo a Propercio
Ovidio y la poesía épica. Las Metamorfosis
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Dicho de otro modo: Propercio parece haber ido descubriendo motivos y temas
en un lento proceso de creación, de modo que sus elegías tratan los diferentes
motivos de manera desequilibrada y desordenada, pocas veces en relación unas con
otras. Frente a él, Ovidio conocía temas y situaciones y la manera de resolverlos
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Todo eso produce el efecto de que la obra erótica de Ovidio proviene más de
una voluntad literaria que de una verdad vivida, impresión a la que contribuye no poco
el hecho de que el propio poeta declara al principio de su libro I que primero fue el
deseo de escribir y luego la razón para escribir; mientras que en el caso de Propercio
ocurría justo al revés: primero se enamoró de Cintia y luego necesitó escribir. La
poesía elegíaca de Ovidio es, sin duda, pura literatura a propósito de la que
difícilmente cabe preguntarse sobre las posiblidades autobiográficas, todavía
admisibles para algunos momentos de la elegía precedente. Esa escasa convicción
en la seriedad del género provoca que trate los temas, incluso los más serios en
apariencia, con un distanciamiento divertido y socarrón. A pesar de ello, lo hace con
un dominio absoluto de la técnica poética y con un conocimiento profundo de la
tradición literaria. Ovidio muestra así, desde su creación inicial, algunas de las
constantes que pueden observarse en el resto de su producción: conocimiento y
asimilación de los modelos; ruptura respecto a ellos; intencionalidades novedosas;
ambigüedad calculada; perfección formal; voluntad de tratar los temas de modo
completo, disponiéndolos a modo de cuadros, etc.
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2. LAS HEROIDAS:
Por las mismas fechas en que publicaba sus Amores, o poco después, Ovidio
compone una nueva galería de escenas en torno al amor, pero esta vez lo hace de un
modo sutilmente diferente: abandona un mundo real y contemporáneo y se sitúa en
un mundo mítico, dando a sus personajes una voz como si fueran seres reales.
Heroidas consiste en una colección de veintiuna epístolas poéticas que las más
famosas enamoradas dirigen a sus respectivos amantes, aunque, en tres casos, ellos
son los que escriben. El propio Ovidio se reconoce además autor (en Am. II 18, 21-34;
lo que implica que para entonces ya estaban escritas, o que esta elegía fue
compuesta para la segunda edición de Amores), al menos, de las siguientes:
Penélope a Ulises (1); Filis a Demofonte (2); Enone y Helena a Paris (5 y 17,
respectivamente); Cánace a Macareo (11); Hipsípila y Medea a Jasón (6 y 12,
respectivamente); Ariadna a Teseo (10); Fedra a Hipólito (4); Dido a Eneas (7) y Safo
a Faón (15, elegía que siguió por razones ignoradas una tradición distinta a las demás
en los manuscritos, por lo que se cuestiona, con débiles razones, su autenticidad); y
en ese mismo lugar reconoce que otro poeta amigo suyo, Sabino, compuso las
contestaciones de Ulises a Penélope, Hipólito a Fedra, Eneas a Dido, Demofonte a
Filis y Jasón a Hipsípila. Animado, tal vez, por este feliz impostor, Ovidio creó, en los
muy primeros años de nuestra era, las tres últimas parejas -o heroidas dobles-, en
general bastante más extensas que las anteriores: Paris a Helena (16) y Helena a
Paris (17); Leandro a Hero (18) y Hero a Leandro (19); por último, Aconcio a Cídipe
(20) y Cídipe a Aconcio (21). Finalmente, no resulta fácil explicar por qué Ovidio no
menciona en el texto aludido de Amores las otras tres que guarda la tradición:
Briseida a Aquiles (3); Hermíone a Orestes (8) y Laodamía a Protesilao (13).
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devuelve el arte de Ovidio al mundo de Calímaco, quien también escribió sobre Cídipe
y Aconcio y le pudo guiar en la composición de la carta de Safo; con todo, a diferencia
de la elegía helenística, aquí no hay sino narración en primera persona -al uso de la
elegía romana- en forma de largos parlamentos. Junto a Calímaco, se señalan como
otras fuentes posibles los poemas homéricos, la tragedia ateniense, la épica
helenística, el carmen 64 de Catulo y la Eneida; además, el mismo Propercio se había
servido con profusión, a veces monotemática, de los motivos mitológicos en sus
elegías, mientras que en los Amores ocupaban un lugar mucho más discreto y
meramente ejemplificador. Sin embargo, tan grandes modelos no apabullan a Ovidio,
que recrea, a veces con decidido ánimo polemizador (particularmente perceptible en
el retrato de su Dido frente a la de Virgilio), los mismos personajes de siempre.
Pero decir todo esto es decir bien poco para comprender la inmensa riqueza
literaria que encierran las Heroidas, pues Ovidio no busca explorar esos motivos con
la fidelidad del mitógrafo acerca del origen de este género: simplemente, se sirve de
ellos para lograr, con la dificultad añadida del amor como único hilo conductor, unos
brillantísimos estudios de la psicología femenina. El inmenso esfuerzo al que
voluntariamente se somete Ovidio queda premiado por la infinidad de lugares felices
en la descripción de los más complejos y sutiles matices del amor y, aún más, por la
multitud se sugerencias en lo que a selección y organización de los materiales
literarios se refiere. En efecto, no es poco mérito el que Ovidio haya creado un ser
multiforme, donde el dístico elegíaco, lo erótico y lo mitológico no son sino meras
herramientas que conviven armoniosamente con el dramatismo de la narración
epistolar; a ello hay que añadir las continuas evocaciones al mundo de la tragedia
ateniense en general, y euripidea en particular, y la recreación de temas de los más
hermosos poemas épicos junto con una exploración del alma femenina. La inevitable
monotonía no sirve, pues, sino de contrapunto a lo diverso. Si a ello se añade el
efecto subsidiario conseguido mediante la descripción del sentimiento del amor
masculino y del femenino en las heroidas dobles, se comprenderá cabalmente el
tremendo alcance del intento ovidiano. Dos universos tan cercanos como
irreconciliables -el del hombre y el de la mujer- se enfrentan y se funden en un crisol
común, donde el poeta mueve con sabio antojo a sus criaturas, dotándolas de vida y
palabra. Los soliloquios están llenos de intensidad e impulso, por paradójico que
parezca en un género que aparenta ser mitad carta, mitad elegía.
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en un momento crítico y emotivo de la historia del personaje (in medias res) y, a partir
de él, se suceden la evocación de los recuerdos, la narración del presente o el
presentimiento trágico de lo porvenir; todo ello se hace con habilidad extrema y con
variaciones constantes, para acabar de nuevo sin que la acción haya concluido, de
modo que el lector se ve obligado a suplir lo que ha de pasar. Queda, pues, implicado
en el drama, del que ya no es simple espectador.
No satisfecho Ovidio con haber levantado dos poemarios en torno al tema del
amor –Amores y Heroidas–, decidió ensayar una nueva fórmula de poesía erótica en
donde, al amparo del género literario de la poesía didáctica, se desarrollaba uno de
los temas habituales de la elegía erótica: el del magister amoris. De esta manera, el
poeta de Sulmona dio a la luz, cuando ya contaba más de cuarenta años de edad, una
de las obras que, junto a Metamorfosis, más fama le iban a proporcionar: el Ars
amatoria o Arte de amar. Aunque sólo se puede aventurar de modo aproximado su
fecha de publicación, es muy probable que haya que situarla entre el 1 a.C. y el 2
d.C.; en términos de cronología relativa, el Arte de amar es posterior a Amores y
Heroidas, pero antecede (en parte) a los otros poemas didácticos y, por supuesto, a
Metamorfosis, Fastos y las obras del exilio. En definitiva, estamos en presencia de
una creación de quien, tras haber experimentado el amor en su juventud –y haber
contado (o fingido) la experiencia en clave autobiográfica en Amores y en tercera
persona en Heroidas– se siente en la edad madura llamado a dar lecciones sobre ese
asunto, en una formidable simbiosis de literatura didáctica-seria y de literatura jocosa-
burlona.
En este caso, aunque el tratado esté escrito en dísticos elegíacos –frente a los
hexámetros de la poesía didáctica convencional–, no estamos en presencia de
elegías, como las de Tibulo, como las de Propercio o como las contenidas en los
Amores del propio Ovidio; el Arte de amar, cuyos tres libros constan de 772, 746 y 812
versos respectivamente, se trata, más bien, de eso que podemos llamar un 'poema
elegíaco', equivalente a lo que en el género épico es la epopeya (frente al epilio). La
distinción se basa en algo más que en la simple pero importante cuestión de la
extensión de unos y otros poemas. Hay correspondencias también en lo que se refiere
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del hombre elegido. En este caso, se hace más lamentable la pérdida del resto de la
obra, pues en el actual estado resulta muy difícil calibrar si hay o no un ataque frontal
a las medidas con que Augusto intentaba restaurar el orden social sencillo y severo,
propio de los tiempos arcaicos, y, en el caso de que lo haya como así parece ser,
hasta qué punto se llega en la ridiculización de los modelos propuestos por el poder.
Más interés, sin duda, reviste el otro tratado, los Remedios contra el amor. La
primera cuestión se plantea a propósito de las razones que pudieron empujar a Ovidio
a su composición; entre ellas, las hay de carácter estrictamente literario: la literatura
didáctica anterior conocía ya este tipo de parejas de tratados en que uno enseña
cómo obtener los efectos justamente contrarios al otro; así, por ejemplo, se citan
losTheriaká (Tratado sobre los venenos) y los Alexiphármaka (Tratado sobre los
antídotos) de Nicandro de Colofón, imitados en latín por Macro –escritor amigo de
Ovidio cuya obra se ha perdido–, según nos informa el propio poeta de Sulmona en
Trist. IV 10, 44; pero tampoco hay que olvidar el juego de parejas creado por el propio
Ovidio en sus Heroidas dobles y el contenido incluso en el Arte de amar entre los
libros I y II frente al libro III, donde probaba ya su capacidad creadora para mostrar
sucesivamente el anverso y el reverso de una misma situación desde la perspectiva
de sus diferentes protagonistas. Con menor seguridad, pueden haber actuado también
razones de índole extraliteraria en la composición de los Remedios contra el amor.
Las críticas ciertas (cf. Rem. am. 361-362) de los sectores más conservadores de la
sociedad romana por la falta de respeto hacia el orden político establecido y a la
inmoralidad de las enseñanzas de los tratados anteriores animaron, quizás, a Ovidio a
defender su insegura posición mediante la redacción de un tratado más acorde con
los gustos del poder.
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El 8 d.C. Ovidio fue condenado al exilio por orden del emperador; las razones
que justifican tal proceder de Augusto constituyen uno de los enigmas más debatidos
en la historia literaria latina, pues, si bien Ovidio se refiere en varias ocasiones a los
motivos del destierro, nunca quiso decir cuáles fueron en concreto. Tal vez, el texto
más explícito a ese respecto sea el que puede leerse en Trist. II, 207-212. Las
interpretaciones formuladas con respecto a este pasaje son variadísimas, en un
intento de romper ese silencio a que el propio poeta se obliga para no volver a ofender
-con la mera mención de las razones de su castigo- la majestad de Augusto. El
silencio ovidiano es, por tanto, voluntario, en tanto que con él -y con sus poemarios
escritos en el exilio bajo el título de Tristia y Epistulae ex Ponto- guardó siempre la
esperanza del perdón.
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Mayores problemas presenta la explicación del error (en Trist. II, 207; 109 y
también Trist. III 6, 26; IV 1, 23 y 4, 39), en otros lugares reconocido como culpa (vid.
Trist. IV 1, 24), como stultitia y crimen (vid. Trist. III 6, 35, citado infra), o como
peccatum (ibidem 33 y 34), que fue, junto al carmen, causa directa y declarada del
exilio. Los investigadores coinciden en señalar que el motivo debió estar muy
directamente relacionado con la persona del propio Augusto, ya que la mera mención
por parte del poeta de ese asunto podía reavivar las heridas del pasado. A partir de
las diferentes interpretaciones de los versos de Ovidio, se han formulado numerosas
hipótesis, que van desde hechos presuntamente relacionados con la moralidad de
alguna mujer de la familia imperial (en concreto, Julia, hija de Augusto y de Escribonia,
o Julia, la nieta del emperador, hija de la anterior y de Agripa) hasta la participación en
supuestas conjuras políticas, más o menos vinculadas a sectas neopitagóricas
opuestas al sistema político instaurado por Augusto y dadas a toda suerte de prácticas
adivinatorias, prohibidas entonces. Estas hipótesis, a las que podrían sumarse otras
menos defendibles, muestran hasta qué punto el Ars amatoria no fue sino un pretexto
del emperador para eliminar a quien, por razones oscuras, resultaba molesto o incluso
peligroso. De todos modos, el error ovidiano no fue de la máxima gravedad como lo
pone de manifiesto el hecho de que su exilio en Tomi (la actual Constanza, sobre la
costa occidental del Mar Negro, en el territorio de Rumanía) fue más una relegatio (no
un exilium) que una auténtica muerte civil, pues el poeta no sufrió la confiscación de
sus bienes, ni perdió sus derechos civiles, ni su condición de ciudadano; sí, por el
contrario, fueron condenadas con él sus obras, de modo que quedaron excluidas de
las bibliotecas, y su lectura, prohibida.
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su fértil pluma, y, en especial, los libros del exilio. Además, cuando se precisa hacer
una valoración, ésta suele ser, en muchas ocasiones, apresurada y
predominantemente negativa: las elegías del destierro -se suele decir- son una
muestra evidente de la decadencia espiritual y literaria de quien no tuvo fuerzas para
sobreponerse a la tragedia y sucumbió a una servil e insistente demanda de perdón;
la temática, a más de reiterativa, es aburrida por el dominio abusivo que la excelente
formación retórica de su autor ha ejercido sobre la propia materia que se intentaba
poetizar. Pero hay algo de inquietante en la obra del poeta que, tras haber sido
reconocido como arquetipo del amor galante, da en expresarse con la queja, esta vez
seria, de su propio dolor (aunque también en este caso se ha planteado la cuestión de
la "persona real" frente a la "persona literaria", pretendiendo hacer una lectura no
autobiográfica, sino de simulación artística en tales poemas). Resulta paradójico que
Ovidio se viera obligado a reconocer, al final de su vida y forzado por las
circunstancias, el valor original de la poesía elegíaca como medio de expresión de los
más tristes sentimientos, tras haberla utilizado tantas veces -y con tanto éxito- con la
distancia burlona de quien escribe sobre la peor de las desgracias de los mortales -el
amor- y enseña a combatirla y dominarla.
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hablar con graves lamentos. De modo que como efecto de unas circunstancias
precisas y de una afección profunda, la voz del exiliado se expresó en el mismo
género y con el mismo tono en que lo habían hecho antes los enamorados, si bien, en
esta ocasión, bajo la forma versátil y dramática de la epístola.
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Desde el punto de vista del contenido, hay otros elementos de interés en estas
elegías: el tema de la fuerza del paso del tiempo es un tema propio de la elegía de
amor; la rebelión contra esa fuerza, también lo es; la inclusión del tema de la nave es
otro de sus temas favoritos, como lo es el de los síntomas de desfallecimiento, la
nostalgia por la ausencia del ser querido, la representación mental de su imagen, el
desagrado por la realidad que le toca vivir al poeta y, finalmente, la evocación de la
muerte como remedio de todos sus males. Es decir, no hay prácticamente ningún
tópico de los presentes en estas elegías que no sea perfectamente conocido de la
poesía elegíaca en general y la de amor en particular; sin embargo, el resultado es
nuevo, de modo que una sabia conjunción de los mismos materiales, dispuestos en
un orden y en una proporción diferente y con una intencionalidad novedosa, producen
un subgénero poético plenamente funcional y de éxito posterior indudable.
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Ovidio compuso los dos ciclos, y en especial Tristes -que iban dirigidas al
público en general- con el mismo cuidado e idéntica perfección formal en cada elegía
y en la estructuración del conjunto con que solía elaborar su obra. Él era muy
consciente de la grandeza de su arte y de la necesidad imperiosa de alcanzar por
este medio el afecto y la estima de sus conciudadanos; si a ello se añade que, en esta
ocasión, por la vena poética fluía el dolor sentido en las propias carnes, se
comprenderá que en estas últimas elegías hay un Ovidio tan grande como siempre
pero ahora además novedoso en su sinceridad: hay en ellas algo más que literatura y
ya no existe el distanciamiento entre el autor y su obra.
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BIBLIOGRAFÍA:
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