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Gloria al jazz, por Antonio García Martínez, 28-11-2015

En el Circulo de Bellas Artes de Madrid, visitando la exposición Ahora


Jazz en la que se presentan fotografías y acuarelas sobre músicos de jazz y en
el que ha colaborado Antonio Muñoz Molina con unos textos, me acuerdo de
una definición que el escritor ubetense hizo de esta música: “El jazz es una
música infecciosa”. Y me acuerdo, también, estos días de ese video donde
policías americanos, tan enormes como torres, disparan con saña a un joven
negro y, cuando yace en el suelo ya moribundo, lo rematan de varios disparos
más como si hicieran prácticas de tiro con un saco de arena. La definición de
AMM no es exagerada; es un rasgo que define perfectamente a quien se
acerca con pasión y sin prejuicios a esta música: uno queda contagiado y no
para de escucharla nunca más.

AMM escribió estas palabras en un artículo que llevaba por título Aires
de jazz y que salió publicado en el suplemento El Cultural del periódico El
Mundo el 10 de julio de 2002. Sin más armas que su amor por esta música,
una escucha atenta y asidua, y una agudeza en la mirada muy particular el
escritor ubetense ha sabido transmutar en palabras las imágenes que se
pueden ver en la exposición. Uno recorre las salas y se fija en las fotografías,
en las acuarelas, las mira, se acerca para observar algún detalle, la luz, el color
o el gesto del músico. Pero cuando realmente las llega a ver es cuando lee los
textos que las acompañan. Qué difícil distinguir lo nuevo y lo valioso de lo
común y lo homogéneo. Solo una mirada entrenada en observar lo obvio como
si fuera extraordinario es capaz de apreciar la belleza donde el resto solo ve
una imagen.

Entre los músicos del pasado reconoce a aquellos que estaban en la raíz
de lo que aún no se intuía, el cambio radical que el jazz experimentaría a
comienzos de los años cuarenta. Por eso le gustan tanto Louis Armstrong y
Duke Ellington, a quienes considera los artífices de llevar el lenguaje del jazz
en las dos direcciones que ya mantendría esta música para siempre, la de los
solos heroicos de Armstrong y la de las complejidades orquestales de Ellington.
Pero además de las improvisaciones solistas y de las composiciones
arriesgadas ama la ternura secreta de Lester Young, la energía expansiva de
Dizzy Gillespie, la música limpia y luminosa de Chet Baker, la claridad
enigmática de Tete Montoliú. Pero, quizás, ama a Bill Evans y a Thelonius
Monk por encima de todos, porque la música de cada uno es la expresión más
directa pero más bella de sus espíritus atormentados, por la heroína el
primero, el segundo, por la enfermedad. Incluso, admira la capacidad para
cambiar el curso del jazz de Miles Davis, a pesar de que le despertara tanto
recelo por su chulería.

Ama tanto el jazz porque encarna mejor que ningún otro género musical
una ética y una estética afines tanto a su modo de entender la escritura como
de encarar la vida, porque para escribir se necesita el mismo equilibrio entre
disciplina y abandono que un jazzman precisa para improvisar; porque tanto
para el escritor como para el músico, el tiempo es la materia última de su arte;
porque tanto en el jazz como en la escritura lo que importa es la conmoción y el
reconocimiento, los cuales junto a la técnica son las armas que ambos
necesitan para estremecernos: <<viendo tocar a un pianista, uno imagina –tal
vez para atenuar la envidia- que sus gestos con muy similares a los de quien
escribe una página feliz: el mismo aire de abandono, la misma movilidad sabia
y automática de las manos, el mismo juego de premeditación y de instinto.>>1

Nada más entrar en el vestíbulo del Círculo de Bellas Artes uno se


encuentra con ……………………… Y a partir de ahí, en cada sala, en cada
piso, al final de las escalinatas o de los corredores en los que de pronto uno se
encuentra solo, la exposición es una enciclopedia visual de todas o casi todas
la figuras prodigiosas que han desarrollado el jazz: Louis Armstrong, Duke
Ellington, Fats Waller, Chet Baker, Bill Evans, Thelonius Monk, …. Hacía
muchos años que no venía al Círculo, creo que la última vez que estuve me
negué a pagar una pequeña entrada tan sólo para ir a tomar algo a la cafetería.
Antes había ido a la presentación de un libro de Manuel Rivas, aunque muchas
veces sólo he ido a visitar la librería, buscando eso sí, las horas de menos
afluencia de público, las menos rumorosas, para sumergirme en soledad en la
lectura, solo y estimulado por ella.

Todo lo bien hecho nos subyuga. Amar el jazz es asombrarse de las


variaciones infinitas que uno puede escuchar de esa misma melodía que tanto
le gusta; es sorprenderse al ver a unos músicos ancianos tocando junto a otros
dos o tres generaciones más jóvenes, cada uno con su personalidad, con su
afán, con su secreto; es celebrar el mestizaje: la unión natural y benéfica entre
personas de distintas razas que comparten un lenguaje universal, el de la
música; pero es también, practicar la solidaridad, cultivar la humildad, ejercer la
libertad y defender el espíritu democrático de un grupo en el que un mismo
músico es a la vez protagonista y secundario, a veces solista y a veces
acompañante. Ese espíritu democrático que suele ser la marca de identidad de
un país en el cual los que deberían proteger a sus ciudadanos parecen no
entender todavía, que democracia significa igualdad y que aquellos que con
demasiada frecuencia confunden con dianas son seres humanos con los
mismos derechos que tienen ellos, ¡los mismos!

1 MUÑOZ MOLINA, Antonio, El jazz y la ficción, Revista de Occidente nº93, 1989, págs. 21-27.

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