Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
AMM escribió estas palabras en un artículo que llevaba por título Aires
de jazz y que salió publicado en el suplemento El Cultural del periódico El
Mundo el 10 de julio de 2002. Sin más armas que su amor por esta música,
una escucha atenta y asidua, y una agudeza en la mirada muy particular el
escritor ubetense ha sabido transmutar en palabras las imágenes que se
pueden ver en la exposición. Uno recorre las salas y se fija en las fotografías,
en las acuarelas, las mira, se acerca para observar algún detalle, la luz, el color
o el gesto del músico. Pero cuando realmente las llega a ver es cuando lee los
textos que las acompañan. Qué difícil distinguir lo nuevo y lo valioso de lo
común y lo homogéneo. Solo una mirada entrenada en observar lo obvio como
si fuera extraordinario es capaz de apreciar la belleza donde el resto solo ve
una imagen.
Entre los músicos del pasado reconoce a aquellos que estaban en la raíz
de lo que aún no se intuía, el cambio radical que el jazz experimentaría a
comienzos de los años cuarenta. Por eso le gustan tanto Louis Armstrong y
Duke Ellington, a quienes considera los artífices de llevar el lenguaje del jazz
en las dos direcciones que ya mantendría esta música para siempre, la de los
solos heroicos de Armstrong y la de las complejidades orquestales de Ellington.
Pero además de las improvisaciones solistas y de las composiciones
arriesgadas ama la ternura secreta de Lester Young, la energía expansiva de
Dizzy Gillespie, la música limpia y luminosa de Chet Baker, la claridad
enigmática de Tete Montoliú. Pero, quizás, ama a Bill Evans y a Thelonius
Monk por encima de todos, porque la música de cada uno es la expresión más
directa pero más bella de sus espíritus atormentados, por la heroína el
primero, el segundo, por la enfermedad. Incluso, admira la capacidad para
cambiar el curso del jazz de Miles Davis, a pesar de que le despertara tanto
recelo por su chulería.
Ama tanto el jazz porque encarna mejor que ningún otro género musical
una ética y una estética afines tanto a su modo de entender la escritura como
de encarar la vida, porque para escribir se necesita el mismo equilibrio entre
disciplina y abandono que un jazzman precisa para improvisar; porque tanto
para el escritor como para el músico, el tiempo es la materia última de su arte;
porque tanto en el jazz como en la escritura lo que importa es la conmoción y el
reconocimiento, los cuales junto a la técnica son las armas que ambos
necesitan para estremecernos: <<viendo tocar a un pianista, uno imagina –tal
vez para atenuar la envidia- que sus gestos con muy similares a los de quien
escribe una página feliz: el mismo aire de abandono, la misma movilidad sabia
y automática de las manos, el mismo juego de premeditación y de instinto.>>1
1 MUÑOZ MOLINA, Antonio, El jazz y la ficción, Revista de Occidente nº93, 1989, págs. 21-27.