La película tradicional se presenta como historia, no como discurso, sin embargo es
discurso. Lo típico de este discurso, consiste precisamente en que borra los rasgos de enunciación y se disfraza de historia, para que el espectador tenga la impresión de ser él mismo ese sujeto (actor) pero en calidad de sujeto vació y ausente. El humano frente al cine, siente el deseo de ocupar el lugar del enunciador y el film de ficción clásico le cumple ese deseo, es decir que no haya mediador. Como el lugar del enunciador parece vacante, por la falta de marcas de enunciación, el espectador imagina que es él quien toma su lugar. “Película de ficción”: la película es exhibicionista, y al mismo tiempo no lo es. O al menos hay varios exhibicionismos, y varios voyeurismos que le corresponden. El exhibicionismo pertenece al orden del discurso, no de la historia, y se basa enteramente en el juego de las identificaciones cruzadas, en el ir y venir asumido del yo y del tú. Lo exhibido sabe que lo miran, desea que así ocurra, se identifica con el voyeur de quien es objeto (pero que también le constituye como sujeto). La película no es exhibicionista. La miro, pero no me mira mirarla. Aun así, sabe que la estoy mirando. No obstante, no quiere saberlo. Esta denegación fundamental es la que ha orientado todo el cine clásico por las vías de la “historia”, al que ha borrado sin tregua el soporte discursivo. La película sabe que la miran, y no lo sabe. El que sabe es el cine, la institución (y su presencia en cada película, es decir, el discurso que se halla detrás de la historia); el que no quiere saber, es la película, el texto: la historia. Durante la proyección de la película el público está ausente. Por eso el cine anda con exhibicionismos y tapujos. Lo que veo en la pantalla no es mi complemento, sino su fotografía. El espectador se enfrenta a imágenes de cuerpos y no cuerpos reales. Metz agrega, que esas imágenes que ve tampoco son de su propio cuerpo (relacionado con la fase del espejo y el terror que siente el niño a separarse de la madre) La institución del cine prescribe un espectador inmóvil y silencioso, un espectador hurtado, en constante estado de submotricidad y de su percepción, un espectador alienado, acrobáticamente aferrado a sí mismo por el hilo invisible de la visita, un espectador que sólo en el último momento se recobra como sujeto, mediante una identificación paradójica con su propia persona, ya extenuada en la mirada pura. La institución cinematográfica ubica al espectador en un determinado lugar, diciéndole que puede hacer y qué no (le pone condiciones por ejemplo, en la sala del cine) No se trata aquí de la identificación del espectador a los personajes de la película (ya secundaria: el espectador se identifica con el actor porque se produce una conexión que le recuerda a su propio cuerpo o historia), sino de su identificación previa a la instancia vidente (invisible) constituida por la misma película como discurso, como instancia que pone por delante la historia y que la da a ver. Metz “relativiza” en parte la cuestión de la identificación, diciendo que ésta no sólo es secundaria, subrayando la identificación primaria. Si la película tradicional tiende a suprimir todas las marcar del sujeto de la enunciación, es para que el espectador tenga la impresión de ser él mimo ese sujeto, pero en estado de sujeto vacio (porque solo puede ver y oír) y ausente (porque él no estuvo presente en la configuración del film), de pura capacidad de ver. ¿Fase del espejo, entonces? Sí, en una amplia medida, aunque no del todo. En el cine tradicional, el espectador ya sólo se identifica con un elemento vidente, su imagen no figura en la pantalla (esto hace que le sea imposible conectarse con los cuerpos, distinto al teatro. Y hace que su propio cuerpo pierda importancia) la identificación primaria ya no se construye en torno a un sujeto-objeto, sino en torno a un sujeto puro, omnividente e invisible. Situación ferozmente dispersa, en donde se mantiene a toda costa la doble negación sin la cual no habría historia: lo visto ignora que lo ven (para que no lo ignorara, haría falta que comenzara a ser un poco sujeto), y su ignorancia permite que el voyeur se ignora como voyeur. La que se exhibe es la “historia”, la reina es la historia.