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Ernesto Langer Moreno: Todo o nada

Las lágrimas en sus ojos no impidieron que mirara


hacia delante y viera a su amigo Patricio cruzar la
polvorienta avenida, dando brincos como un
condenado, hasta acercársele y ponerle una mano
sobre su hombro con cariño. " Así es la vida, amigo"
le dijo, y éste entonces lo miró con una sonrisa sin
gracia, desvanecida ya antes de empezar.
Acto seguido se dirigieron juntos al bar de la
esquina, los dos cómplices del mismo silencio, a
tomar el trago más fuerte que les pudieran servir.
Entonces, Camilo volvió a dar muestras de pesar y se
cubrió el rostro con las dos manos.
Patricio, que era su amigo desde la niñez, conocía
bien ese dolor fruto de la desgracia y la mala suerte,
pues muchas, pero muchas veces, había perdido
hasta la camisa en juegos de azar improvisados, en
alguna habitación amueblada especialmente para el
evento, en un barrio oscuro de una desconocida
ciudad.
Pero él era un perdedor consumado, dilapidador de
fortunas, oveja negra que arrastraba consigo la mala
suerte como una pata de conejo. No como su amigo,
perdedor casual, víctima ocasional de las
circunstancias.
Después del cuarto o quinto vaso el desgraciado se
le puso a llorar en el hombro, y musitó sus muy
insoportables dolores, decaído y balbuceante. Luego
vinieron dos horas de estresante sufrimiento, en que
él no dijo una palabra, y esperó a que la pena de su
amigo se aguara, con la esperanza de ventilarla
después, lo mismo que el alcohol.
" Era todo lo que tenía ", balbuceaba, " qué cosa más
terrible", y entonces él volvía a pasarle su brazo
sobre el hombro en signo de fraternidad y
comprensión. No había más que se pudiera hacer.
La historia era simple, Camilo había trabajado buena
parte de su vida como cajero de un supermercado,
viendo como pasaba la plata ajena por sus manos.
Consiente que esa monotonía hace que el cerebro se
seque y el espíritu decaiga, permanecía allí desde las
diez de la mañana hasta las 6 de la tarde, todos los
días, como cuencas de un rosario maldito del que
cualquiera diría; cada vez se hace más difícil de
escapar.
El día en que se encontraron hacía varios años que no
se veían. Desde su adolescencia en El Algarrobal, el
fundo de su abuelo, en donde los padres de Camilo
trabajaban. Allí crecieron juntos, unidos a pesar del
muro que tan diferente cuna hubiese podido levantar
entre los dos. Pero compartieron sueños y peleas,
aventuras de juventud y experiencias espirituales
profundas de esas que marcan para siempre.
Un buen día él partió abandonando el redil familiar
para intentar encontrar su propio destino, mientras
Camilo se quedó allá, fiel a los deseos de su madre,
de que se convirtiera en un hombre bueno y
trabajador como su progenitor. El tiempo pasó.
Por obra del destino él se convirtió en un amante de
los placeres y el lujo, y para cuando recibió su
primera herencia sus deudas eran tantas, que el
monto de la misma no alcanzó para pagarlas.
En todo ese tiempo maduró su afición por el juego, y
aunque nunca gozó de los favores del que podríamos
llamar, "su Ángel de la Guarda", él prosiguió
enviciado, perdiendo y agrandando la deuda, que
únicamente el nombre de su familia le hacía posible
contraer.
Estuvo de novio con una mujer exquisita con la que
contrajo los sagrados vínculos. Pero el mismo hábito
del juego le impidió tratar a su mujer como debía,
por lo que el matrimonio no duró.
Lavó entonces su recuerdo con alcohol. Pero el
alcohol mató también lo poco o nada que le quedaba
de pudor . Después recibió una segunda y generosa
herencia con la que intentó enderezar su lastimosa
situación económica. Y casi lo logra, sino hubiese sido
porque las inversiones tampoco eran su fuerte, y los
últimos pesos cayeron también en una oscura y
fétida pieza olor a tabaco, llena de empedernidos y
ansiosos jugadores.
Camilo por su parte encontró un empleo o dos, todos
mal pagados, hasta que el dueño del supermercado le
ofreciera hacerse cargo de una de las cajas
registradoras. El dijo bueno, y con el aumento en los
ingresos que esto le significó abrió una cuenta de
ahorro en el banco, que fue engordando con el
tiempo. Su vida en verdad era monótona. El único
sentido de todo eso era ahorrar, juntar pesos para
cumplir algún indefinido sueño que sus noches
solitarias no le permitían siquiera imaginar.
Hasta que de pronto, un buen día, y por casualidad,
se le ocurrió que podría criar aves y venderlas.
Gorriones, faisanes, pavos reales, tucanes y loros
entre otros. Y sin saber porque, esto se le puso
entre las dos cejas.
Con el tiempo abrigó la esperanza de adquirir un
pequeño sitio, cerca del lugar de su trabajo, para
acomodar sus pájaros.
Ordenado como era, su primer gasto fueron unos
libros sobre el tema. Entonces maduró la idea y poco
a poco se fue convirtiendo en un verdadero
ornitólogo. Compró sus primeros ejemplares y mandó
fabricar donde don Manuel, el carpintero, una jaula
especial para sus aves. El tiempo pasó.
A los tres años de comenzado su proyecto Camilo ya
tenía pavos reales, loros, faisanes y gallitos de la
pasión que cuidaba como si fueran sus hijos. Su
favorito entre todos era, sin embargo, un pájaro gris
y desplumado que había llegado solo, un día de
invierno, en que la lluvia le dificultaba el alimentar a
sus aladas criaturas. El pájaro se había posado en su
hombro sin miedo y él, sin siquiera pensarlo, lo
alimentó de su propia mano.
Una curiosa amistad comenzó entonces entre el
plumífero y Camilo quien poco a poco, y sin darse
cuenta, le fue entregando sus más profundos
pensamientos.
Cada día el pájaro parecía escuchar sin distraerse y
de este modo se convirtió para su amigo en la más
potente de las terapias. Le hizo bien.
Más adelante Camilo pudo dejar su empleo en el
supermercado, gracias a la venta de sus pájaros. El
negocio comenzó a ponerse interesante y Brumildo,
como llamó Camilo a su pájaro, pudo ser el oyente de
un positivo y complaciente discurso, plagado de
optimismo. Por otro lado, el pasar de los años y
desgracias hizo que Patricio perdiera un poco de su
espíritu de aventura y que, después de mucho
meditarlo, intentara cortar de raíz con el muy
absorbente poseedor de su alma: el juego; pero no lo
consiguió, y su otro archi-enemigo, el alcohol se
ofreció para ayudarlo.
No había mucho entonces que pudiera hacer por
salvarse a sí mismo, por lo que finalmente decidió
volver a su lugar de origen pensando en encontrar
allí algún respiro y tal vez solución para su
atormentada y vilipendiada existencia.
Pero el asunto no fue fácil. Su raquítico peculio y sus
muchas deudas una vez más complotaron en su
contra por lo que no tenía siquiera el monto
necesario para pagarse un mísero pasaje.
Sólo tenía refugio gracias al amparo generoso de
algunas putas amigas que conociendo su trayectoria
y desgracia se apiadaban de él y le prestaban auxilio
por turnos.
Hubo de rogar a Dios como nunca lo había hecho
para que un sólo golpe de suerte, uno sólo, le diera la
oportunidad de volver a su tierra y tratar de
redimirse.
Finalmente, con la ayuda de Erminda, una de sus
amigas que le concedió en préstamo la mitad de las
ganancias de una noche, tiró los dados y la suerte le
abrió de par en par sus brazos, permitiéndole ganar
lo suficiente para devolver el préstamo y pagar el
pasaje. Así, una noche clara de octubre, subió al bus
que lo llevaría de regreso a su tierra, mientras su
ropa aún olía a alcohol y a jaranda.
A pesar de que llevaba más de 15 años lejos, su
pueblo no había cambiado mucho. Al pasar por el
centro vio la misma peluquería de siempre, el
almacén de doña Berta, la comisaría y la parte de
atrás del supermercado de los Bustamante. La
avenida principal, todavía de tierra, exponía también
muy pocos cambios. Hasta las nubes parecían ser las
mismas.
Como el fundo que había sido de su abuelo ya no era
propiedad de su familia y no quedaba allí ningún
familiar que lo acogiera, pensó en visitar a una amiga
de su madre que lo conocía desde su infancia y que,
según averiguó, vivía aún en las afueras del pueblo.
Esta lo recibió sin grandes expresiones de contento
pero, le sirvió de comer, le preparó un buen baño y le
contó de todos en el pueblo.
De Camilo le dijo que se había convertido en un
próspero comerciante de bicharracos.
Al otro día temprano se fue para el pueblo. No le fue
difícil encontrar las pajareras de Camilo y a su
dueño alimentando las aves con un pájaro
desplumado y flaco sobre uno de sus hombros.
Cuando éste lo vio lo reconoció de inmediato y lo
abrazó y miró una y otra vez con efusiva sorpresa. "
pero, Patricio, tanto tiempo", y Brumildo, celoso, voló
hasta posarse sobre la rama de un árbol. Patricio no
se atrevió a contarle a su amigo acerca de su
verdadera vida de jugador empedernido, sino que le
dijo que la añoranza de su tierra le perseguía, y que
estaba ahí respondiendo a un antiguo voto de volver
a su tierra, profesado hacía tiempo.
Camilo lo invitó a quedarse en su casa.
Después de unos 15 días, Patricio, que había logrado
pasar un buen período lejos del juego y la bebida, se
preparó para partir. Pero Camilo para retenerlo le
ofreció quedarse y ayudarlo con su negocio. " Pero
hombre", le respondió éste, " si yo no entiendo nada
de pájaros ". " Aprenderás", fue lo único que obtuvo
por respuesta. El tiempo pasó.
La antigua amistad renació, y fue esta relación la que
logró la paulatina recuperación de Patricio. Tenía
siempre vergüenza de confesar a su amigo acerca de
su pasada vida y debió inventarle una historia. Para
Camilo, Patricio había sido a lo más la pobre víctima
de un trágico destino. La pérdida de su fortuna y el
fracaso familiar no eran sino muestras de cómo la
vida puede tratar mal a un ser humano. Y Patricio lo
dejó durante todo el tiempo creer en esa historia.
Todo fue como si algo en el cielo hubiese querido que
las cosas cambiaran radicalmente para él. No sintió
más por ahora la atracción por el juego y, aunque
parezca difícil de creer, el solo aroma del alcohol le
producía nauseas.
En realidad no recordaba haber sido tan feliz como
entonces. Su piel cambió y sus ojos recuperaron el
brillo de la juventud. Aseaba las jaulas y alimentaba
los pájaros cantando. Hasta logró la aceptación de
Brumildo, quien se posaba también desde entonces
en su hombro, cuando Camilo estaba ausente.
El negocio iba de viento en popa y los ejemplares de
plumíferos se sucedían unos tras otros. Por ese
tiempo el nombre de Camilo se había hecho conocido
en toda la región y los clientes aparecían
constantemente. Patricio entretanto aprendió las
cosas para él más insólitas: conocer el sexo de los
pájaros por el color de sus plumas y a imitar su canto
con una similitud asombrosa.
Camilo como siempre conservaba su buen humor y su
gusto sano por el trabajo.
Por las tardes los dos amigos se sentaban bajo una
higuera a recordar viejos tiempos. Pero claro que
todo se limitaba a os recuerdos de su primera
juventud, como si los dos hubiesen hecho un pacto
de no entrar a ventilar períodos menos prósperos.
Sobre todo Patricio. Un día de enero, caluroso y
polvoriento, se presentó ante una de las pajareras un
hombre elegante y bien parecido que, según dijo,
había recorrido más de 1000 Km en busca de un ave
rara entre todas, que pensaba encontrar en ese
criadero. Patricio se ofreció para hacerle un
recorrido por las jaulas, pero el pájaro en cuestión
no estaba entre las aves de Camilo y el señor, que
parecía estar decepcionado, esperó a que el dueño
de los pájaros se presentara para hablarle. En
realidad su interés había sido desde un principio el
proponerle un negocio a Camilo. El de la exportación
de aves a Europa, según dijo.
Camilo se impresionó al escuchar las cifras
expuestas por el aparecido inversionista y le
prometió estudiar la oferta.
El hombre dio otra vuelta por el recinto y se
despidió alargando su mano, dejándole una tarjeta. "
Volveré en 10 días ", fue lo último que dijo.
Seis meses después el asunto no era el mismo. El
negocio entero se había mudado a un terreno tres
veces más grande y los pájaros, cada vez más
extravagantes, partían en lujosas jaulas, fabricadas
especialmente para su transporte, hacia el viejo
continente.
Con el crecimiento del ritmo del negocio también
crecieron las arcas y la vida burguesa y adinerada
del nuevo socio fue ganando terreno en el espíritu de
Camilo, el que hasta entonces había permanecido un
hombre sencillo y sin más pretensiones que el de
cuidar y alimentar a sus queridos pájaros.
Patricio, que vislumbró en todo esto un chispazo de
su vida anterior, se mostró siempre reticente a
embarcarse de lleno en el asunto, y sin atreverse a
decirle nada a su amigo, intensificó sus charlas con
Brumildo.
Camilo sin embargo cambió completamente de pelo.
El éxito removió sus naturales cimientos y lo fue
trastocando hasta que primero fue su ropa, que
cambió a elegantes chaquetas y perfumados
pañuelos, y luego fueron sus gustos, los que confesó
ávidamente a su amigo y a Brumildo. Incluso decidió
abandonar por primera vez su terruño para viajar a
Europa acompañando a su socio y Patricio hubo de
quedarse a cargo hasta su regreso.
El viaje duró poco más de dos meses y Patricio no
recibió siquiera una carta durante todo ese tiempo.
A su regreso Camilo traía la cabeza llena de sueños.
Quería abandonar el pueblo e instalar su negocio en
la capital. Quería en definitiva lanzarse a lo grande y
decía que su socio lo apoyaba. Patricio, por un
momento, no pudo dejar de pensar que se había
puesto insoportable.
Le trajo de regalo una miniatura de la tour Eiffel y
una casita de cerámica hecha en el norte de España,
además de una chillona corbata de seda italiana. Se
veía que sus gustos habían cambiado. Ni siquiera
preguntó por sus pájaros y no dejó de hablar de su
idea con un evidente delirio de grandeza.
Al comienzo de la semana siguiente se puso manos a
la obra. Le pidió a Patricio que le ayudara a hacer el
inventario y que pusiera en orden la contabilidad,
mientras él se dedicó a levantar los muros de su
nuevo proyecto: encargaría 100 aves raras del fin
del mundo, mandaría hacer jaulas enormes que luego
transportaría al recinto definitivo. Así su ambición
creció sin detenerse. Tendría un verdadero
zoológico en el corazón mismo de la ciudad, digno de
epatar a cualquiera, en cualquier parte del mundo,
inspirándose en el zoo de Amberes, Bélgica, que le
había tocado la suerte de visitar y lo había
deslumbrado con su increíble sector de aves
nocturnas.
Patricio, sin decir una palabra, no aprobó la conducta
de su amigo pero, agradecido como estaba prefirió
callar y quedarse a la espera, dispuesto a apoyar y
seguir al que se había convertido en su generoso
benefactor.
Lo ayudó en todo lo que éste le pedía y el mono se
armó.
Permítame aquí una palabra el lector para decir que
en este relato, así como en la vida real, nunca todo
es como se quisiera que fuese, y también en esta
historia un no pequeño problema explotó justo
cuando la idea se desarrollaba perfectamente.
Un día Brumildo no apareció durante toda la jornada,
cosa que hizo a Patricio presagiar la más terrible
desgracia. Cuando le contó a Camilo éste no le prestó
importancia y continuó con lo que hacía.
Una hora después del medio día sonó el teléfono y,
luego de un rato de conversación, Camilo estaba
blanco como un muerto. Su socio, por alguna razón,
retiraba su ofrecimiento de respaldar el proyecto, y
era una decisión definitiva.
" Las cosas nunca vienen solas", se dijo Patricio, y se
preparó a enfrentar algo peor.
Camilo salió como un loco sin pensar. Algo inusual en
él acostumbrado a tratar las cosas con delicadeza.
El asunto se ponía negro aunque reflexionando, lo
único que caía con esto era un sueño, porque lo
esencial, el negocio, seguía ahí, sólido y rentable.
Pero Camilo se agrió.
Las próximas 24 horas fueron insoportables. Camilo
escupió maldiciones contra su socio y se mostró
agresivo. Dijo que éste era un farsante, un
mentiroso poco confiable, y que era la primera y
última vez que le permitía una infamia como esta;
que no era cosa de que un día si y otro no; que la
seriedad ante todo; que el compromiso; y por último,
que él llevaría a cabo su proyecto con o sin socio. Y
mientras decía esto daba vueltas como un león en
una jaula. Entonces acudió a la banca, pero en ésta le
ofrecieron prestarle solamente una parte de lo
requerido como inversión. Tampoco en otro lugar
pudo levantar fondos, a pesar de la defensa
extremada que hacía de su proyecto.
Patricio a todo esto trató de calmarlo, pero al verlo
tan decidido no insistió. El asunto iba de mal en peor.
Ni siquiera Brumildo se dignaba aparecer. Y al otro
día, Camilo irrumpió en la habitación de Patricio con
un mazo de naipes en sus manos diciéndole: " Quiero
que me enseñes a jugar. Esta es la solución. Estoy
seguro que sí. Apostaré doble o nada. No tengo otra
opción."
Entonces Patricio, obligado por el honor y la amistad,
debió sacar de su olvido la terrible llama de su
pasión por los juegos de azar. A esa altura de su vida
pensó que ninguna otra cosa hubiera logrado
despertar esa afición que tanto mal le causara en el
pasado. Pero en fin, era el momento de devolver una
mano, así es que se puso a trabajar.
Le dedicaron gran parte del día a jugar y jugar.
Patricio le preguntaba de vez en cuando como para
asegurarse " pero, ¿estás seguro?", y Camilo le
respondía que si, golpeando la mesa poniendo una
carta sobre ésta.
No resultó para nada ducho en estas lides, más bien
parco y quedado. Claro que no podía compararlo con
la destreza obtenida después de años empapado de
sufrimiento y dolor, revolcándose en el juego. El el
juego lo llevaba en la sangre. Camilo no.
Nunca le preguntó cómo ni cuándo había sabido de su
afición por el juego, porque el asunto es que después
de enterarse con sorpresa, lo demás no tenía
importancia. Esto le sirvió para aumentar su
agradecimiento por un amigo tan leal, que aún
sabiéndolo todo, quizás desde el principio, lo había
acogido durante años sin decir una palabra.
" Full de reyes", "gano yo", gritó Patricio.
Camilo se puso poco a poco de malhumor y muy
ansioso. Era necesario que Brumildo regresara.
Camilo tenía sin embargo un plan. Acercarse a un
grupo de juego en el que se apostara fuerte.
Organizar una partida importante y arrasar. Al
menos esa era su idea. Y hacia esto dirigía todos sus
esfuerzos. La fuerza de la obsesión lo acompañaba,
pues se mostraba dispuesto a todo para conseguir su
fin.
Después de un tiempo y muchas diligencias había
descubierto el lugar para el encuentro y organizado
la partida con solventes y arriesgados jugadores. Lo
que no había progresado era su destreza para las
cartas. En esto seguía siendo un principiante sin
muchos dedos para el piano.
Entonces, sin que su entendimiento se nublara,
prefirió renunciar a ser él el jugador, rogándole a
Patricio que aceptara ser su adalid en esa lucha.
Patricio de primeras no aceptó. " Ni loco", le dijo, "
te imaginas la responsabilidad, además que todo esto
no es más que una locura". Pero Camilo logró
convencerlo arguyendo a que él sabía bien lo que
hacía, y que como ya estaba todo arreglado, que un
amigo avezado en el juego, apasionado y
experimentado lo representara, sería su mejor
carta. Patricio sintió que la sangre le hervía en las
venas y por primera vez en mucho tiempo, deseó un
buen trago de alcohol. Enseguida abrió una botella
guardada por Camilo para las visitas y bebió, no sólo
un trago sino que varios, hasta que cuando ya estaba
medio eufórico, le contestó que si, que ganarían.
Es curioso como se puede llegar a tener una relación
con un plumífero hasta el punto de echarlo tanto de
menos cuando éste se ausenta. Brumildo no volvía y
esto puso melancólico a Patricio, obligado como
estaba de tener que asumir lo que acontecía sin
nadie con quien contar para liberar sus tensiones.
Por las noches se desvelaba sin lograr conciliar el
sueño a causa del espasmo que le causaba el estar
sufriendo otra metamorfosis, pero ahora de regreso
hacia aquello de lo que antes había escapado con
tantas dificultades y después de tantos infortunios.
Comenzó a calmar sus nervios tomando nuevamente
un poco de alcohol, limitando la dosis a solamente
uno o dos vasos por día, creyendo tenerlo así todo
controlado.
Con asombro reparó en que no había olvidado casi
nada de sus antiguos manejos de jugador con cierta
técnica. Porque a pesar de que si sacaba la cuenta
era más lo perdido que lo ganado, no por esto dejaba
de tener un estilo, el suyo, desarrollado y madurado
a través de tantos torneos.
Casi se convenció que tenía una oportunidad y se
sintió como antes, con un aíre frío recorriéndole
todo su cuerpo, cada vez que alguna partida
importante le esperaba.
El día del juego fue un día corto, pues la noche llegó
sin demorarse. Camilo y Patricio salieron hacia el
lugar de la partida no sin antes abrazarse y
desearse buena suerte.
Allí les esperaban cuatro personajes que habían sido
invitados al juego. Estos los recibieron gentilmente y
en general el ambiente era cortés y agradable.
Sólo se aceptarían apuestas con un mínimo de un
millón y la partida sería hasta la madrugada si fuese
necesario, pudiendo retirarse cuando cualquier
participante lo estimase conveniente. Pero la
intención era jugar fuerte, mucho, ya que era un
juego entre pesos pesados, decididos a batirse.
Cuando repartieron las primeras cartas Camilo no
soportó los nervios y salió a tomar aíre atravesando
la polvorienta avenida. Dieron las dos de la mañana.
Patricio transpiraba.
Las manos, unas tras otras, eran duras, 20 millones,
25. Dos de los jugadores abandonaron el juego
desconsolados.
Llegó el momento del todo o nada y Camilo no estaba
allí para apoyarlo, aunque fuera asintiendo la apuesta
con su mirada.
Patricio tembló. El pozo en juego era de varios
millones.
De pronto pensó en que ahí, sobre esa mesa, se
encontraba todo el pasado y el futuro, el esfuerzo y
los sueños de su mejor y único amigo. Volvió a
temblar, pensando en lo que aquello significaba.
Pensó en Brumildo y hasta creyó verlo revoloteando
por la pieza bien iluminada. Cosa que tomó como un
buen presagio y respiró profundo dándose aliento.
Faltaba únicamente que él mostrara sus cartas.
Sobre la mesa estaban tirados un full de reinas y
una escala de nueves.
Había pedido dos cartas y hasta entonces las tenía
sobre la mesa sin destaparlas.
Las cogió con lentitud. Miró su juego y no pudo
evitar lanzar un grito de angustia y desconsuelo. Un
grito tan feroz y tan violento que se escuchó clarito
al otro lado de la polvorienta avenida, en donde
Camilo esperaba hecho un güiro comiéndose las uñas.

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==== Antecedentes biográficos
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Ernesto Langer Moreno nació en Santiago, Chile, el


23 de mayo de 1956. Estudió en el Liceo San Agustín
de Santiago y en la Escuela Militar General
Bernardo O`Higgins. Posteriormente, estudió
Administración de Empresas en Francia y
actualmente se desempeña como Gerente Comercial
de una de las empresas proveedoras de acceso a
Internet más innovadoras del país: Interaccess.
Casado, cuatro hijos vive en su parcela de Peñaflor,
a 30 km de la capital.
Ha publicado libros de poemas, cuentos y dos
novelas cortas, además de haber sido colaborador
de diversos diarios nacionales como Las Últimas
noticias y varios suplementos semanales. En 1983 y
84 fue propietario y director de un periódico
provincial llamado El Trapiche el que fue clausurado
por el régimen militar del general Augusto Pinochet.
Su libro más reciente, " El hombrecillo de los
cuentos" ha sido escogido por un grupo de
especialistas para ser recomendado como lectura a
todos los estudiantes de enseñanza media del país.

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