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Caímos en la trampa de la aprobación.

Nos importaban más los likes en las redes,


que un simple vacuo y singular like en la vida real.

Éder Leandro Rodríguez

Me cambiaron los viejos amores de cartas escritas a mano y serenatas, por


nuevos, muy nuevos amores con textura a plástico y aliento a coltán, y casi no
me di cuenta. Estaba tan ocupado respondiendo emails, mensajes de Whatsapp y
Facebook, revisando posts y perdiéndome en videos de nutrias patinando, que los
días se me iban a 250 kilómetros por hora. Me cambiaron aquellos días de
esperar una llamada, y mientras esperaba, imaginar. Imaginar su vestido, el color
de sus uñas, su peinado. Imaginar sus primeras palabras y recordar las últimas.
Recordarlas tanto, que cada una llegaba a tener un peso especial, como si fueran
cartas habladas.

Me bombardearon con likes, fotos, minitextos repletos de abreviaturas y millones


de articulitos virales que me dijeron, y me siguen diciendo, cómo enamorarme en
cinco pasos, cómo desenamorarme en otros cinco, llegaron al extremo de
asegurarme que los primeros ocho segundos del primer encuentro en una cita
eran, son esenciales, según estudios de no sé qué universidad. Los consejos
fueron instrucciones que se convirtieron en mandamientos, que me llevaron en un
tiempo a vivir contando los segundos. La vida iba cada vez más rápido. ¿Y el
amor? El amor no podía quedarse en los viejos tiempos.

Entonces cambió. Cambió a fuerza de que los negociantes nos acribillaran con
sus negocios de amor. “Yo te doy, tú me das. El amor es un negocio, aunque
suene sucio”. Yo les creí, nosotros les creímos, ustedes les creyeron y el amor se
volvió viral. Mentiroso, como todo lo viral. Hipócrita, intrascendente, superficial
y anodino, alienado y alienante, como todo lo viral; y, sobre todo, y ante todo,
veloz y desechable, también como todo lo viral. Te vi, te agregué, me hablaste,
nos gustamos, nos enviamos fotos, nos dimos besos virtuales y demás, me
invitaste a un café virtual, fuera como fuera, y luego nos vimos y nos amamos, y
en dos días, o máximo en dos semanas, adiós. Nos conocíamos ya tanto antes de
conocernos, que ya no tuvimos nada para descubrir el uno del otro.

Para qué conversar entre nosotros, si mientras conversábamos nos perdíamos de


millares de conversaciones en el aire. Tú te guardaste tus mejores vestidos para
tomarte fotos que vieran, comentaran y compartieran millones. Yo me guardé las
pocas y originales frases que se me ocurrieron y las publiqué en un muro virtual.
Y así, tú terminaste por hablar conmigo solo en las redes, y yo acabé por buscarte
únicamente en tus fotos.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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