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Nos debemos apoyar del valor de nuestro “Capital Natural” y poner en claro que, a menos que
se haga una distinción entre desarrollo y crecimiento económico, no se encontrará el camino
exacto hacia el desarrollo sostenible. Muestra como ya se han ignorado demasiadas señales
de advertencia, y se plantea que, tanto en el Norte como en el Sur, se avanza en la dirección
equivocada y que puede haber pocos atajos, si los hay, que permitan volver atrás.
Ha sido excepcionalmente difícil llevar a la práctica una gran agenda de desarrollo sostenible
que se adapte en todos sus contenidos al escenario del actual Siglo XXI, aún hay muchos
asuntos involucrados que no figuran en dicho análisis, pero de los que hay que tomar
consciencia. Los mercados, por ejemplo, tendrán que aprender a funcionar sin expansión, sin
guerras, sin desperdicio, sin la publicidad que estimule el derroche. La política económica
tendrá que suprimir ciertas actividades para permitir que otras se expandan, de manera que la
suma total se mantenga dentro de los límites del presupuesto biofísico de un consumo de
recursos que no crece. Esto se suma a una agenda política formidable. Es por eso que se
requieren tan urgentemente una sabiduría y un liderazgo político excepcionales. Grandes
retos les esperan a las generaciones futuras en los intentos que tienen en cuanto a la
conservación del ambiente biofísico y ambiental del planeta.
EL MUNDO HA LLEGADO A SUS LÍMITES.
Los límites del crecimiento ya han sido alcanzados, se observa cómo un mayor crecimiento de
los insumos requeridos ha venido alejando al planeta de la sostenibilidad, y así se está
excluyendo de antemano opciones para el futuro, posiblemente por el sobredimensionamiento
de los límites (Catton, 1982). El ecosistema global es la fuente de todos los elementos
materiales que alimentan el subsistema económico, y es el vertedero de todos sus desechos.
Las funciones de fuente y vertedero del ecosistema global tienen una capacidad limitada para
mantener el subsistema económico. Por lo tanto, el imperativo es mantener el tamaño de la
economía mundial dentro de la capacidad del ecosistema que la sostiene. El ecosistema
global, que es la fuente de todos los recursos que el subsistema económico necesita, es finito
y tiene capacidades limitadas de regeneración y asimilación. Grandes pensadores han venido
demostrando que el mundo ya no está “vacío”, el subsistema económico es grande con
relación a la biosfera y las capacidades de las fuentes y vertederos de la biosfera están siendo
sometidas a presión.
Se ha creído por épocas que el crecimiento económico se debe medir en base al ingreso que
se genera dentro de la economía, durante décadas pasadas la mayoría de los países ha
calculado su ingreso nacional de acuerdo con los lineamientos dados por la Oficina de
Estadística de las Naciones Unidas, generalmente conocida como el Sistema de Cuentas
Nacionales; para calcular apropiadamente el ingreso, se debe registrar el desgaste de los
recursos naturales y la degradación ambiental. Si el ingreso es medido apropiadamente, es
sostenible por definición. Una persona o una nación no pueden continuar viviendo al mismo
nivel material si el disfrute actual se obtiene al costo de liquidar el capital. A medida que el
capital se agota, se socava la posibilidad de mantener el mismo nivel de consumo en el futuro.
Hay entonces una aceptación creciente de la noción de las actividades contaminantes
deberán soportar todos los costos de su contaminación para la sociedad.
Resulta de mucha importancia tomar y desarrollar una contabilidad apropiada del Ingreso, ya
que las medidas del ingreso indicarán que clase de crecimiento o de expansión de la actividad
económica se está experimentando y proyectando.
Los cambios en el ingreso actual, que probablemente están por debajo de las proyecciones
de crecimiento de Brundtland, se relacionan con el Producto Interno Bruto PIB como se lo
mide convencionalmente y se lo valora como costo de factor. Pero si cambiamos el enfoque
del producto bruto a un producto neto más sostenible desde el punto de vista ambiental (del
que ha sido eliminado el costo de uso de los recursos agotables), ponemos un valor a los
desastres naturales y lo deducimos del ingreso, y desarrollamos el hábito de valorar las
actividades en todo su costo ambiental cuando los precios reflejan escasez verdadera,
quedamos circunscritos a una lectura muy diferente del ingreso y su crecimiento.
En tal caso bien puede ser que la expansión por cinco o diez veces en actividad económica,
como lo vislumbró Brundtland sea menor. Al valorar el ingreso como indicador del
crecimiento económico en un país, se deberá contabilizar y valorar los costos que se han
ocasionado en todos los desastres y daños naturales, por ello, dicho indicador no
dimensiona ni cuantifica el valor económico real de los daños al ecosistema.
La inversión, en todas sus diferentes formas, modela nuestras vidas, así como las de
las generaciones venideras. La inversión en educación, ciencia, tecnología, cultura y
comunicaciones, por ejemplo, continúa teniendo impactos cruciales sobre el bienestar
humano. En muchos casos, la degradación de los actuales recursos es una función de
decisiones anteriores sobre la inversión en la escala y calidad del consumo y la
producción. Esto clama por una mayor comprensión de los procesos de inversión para
lograr una mejor administración del capital hecho por el hombre y el natural. Los costos
ambientales, que aumentan rápidamente, inducen a los científicos y a los economistas
a alertar que se están alcanzando los límites, y desafían la máxima de que el crecimiento
económico lleva a un mayor bienestar global. Si tomamos estas advertencias
seriamente, creemos que el asunto tiene implicaciones importantes que merecen ser
consideradas por los planeadores del desarrollo en todas partes del mundo. Con base
en la relación entre la calidad ambiental, el desempeño económico y el bienestar social,
ahora es evidente que el desarrollo sostenible demanda que se dirijan mayores
inversiones hacia el sector ambiental para proteger y restaurar las capacidades
productiva y asimilativa del capital natural.
El incremento en la inversión no se hará únicamente para adaptar los límites
ambientales, sino también para cambiarlos. Las inversiones en investigación
biotecnológica son un ejemplo importante de esto último, que ofrece desafíos con
consecuencias de largo alcance ambiental y socioeconómico. Es a través de la
influencia sobre las decisiones actuales de inversión a largo plazo, en áreas como la
biotecnología y los recursos renovables, como la política y la comunidad que toma
decisiones tendrán el mayor impacto sobre los esfuerzos para el desarrollo sostenible
de la comunidad local e internacional. El desarrollo sostenible implica que los procesos
de inversión sean comprendidos y administrados no sólo por compensaciones
monetarias, sino que los factores no monetarios (por ejemplo, las realidades cultural y
ecológica) también sean considerados. Esto significa que el valor de los servicios y
bienes ambientales debe ser estimado e incorporado al proceso de toma de decisiones.
La falla de los sistemas tradicionales de cuentas a este respecto está empezando a
reconocerse, y se está haciendo un trabajo considerable para generar métodos de
contabilidad que incluyan la depreciación (así como también incrementos) de los activos
de capital ambiental y que resten los gastos de defensa del ingreso nacional.
De la misma manera que los ejecutores de las políticas y los que toman las decisiones
consultan los indicadores macroeconómicos (inflación, crecimiento, tasas de cambio,
desempleo, etc.), deberían también tener acceso a indicadores ambientales y modelos
que ilustren el estado del medio ambiente y su impacto sobre la economía, así como
también la relación entre la actividad económica y la degradación de los recursos. Como
se establece ahora, los modelos de desarrollo a menudo ignoran el valor directo e
indirecto del capital natural, tanto en el proceso de crecimiento económico como en el
sostenimiento del bienestar humano.
Debido a los factores antes mencionados y a la creciente escala de actividad humana,
ahora hay una larga lista de prioridades ambientales que requieren inversiones a gran
escala, abarcando desde la atmósfera (para reducir las emisiones de gases de
invernaderos y químicos que destruyen la capa de ozono), hasta la conservación local
de la diversidad biológica y genética. Estamos ahora en una era en la que “la inversión
debe pasar de la acumulación de capital hecho por el hombre a la preservación y
restauración del capital natural”.
Ahora hemos entrado en una nueva era en la que el factor limitante en el desarrollo ya
no es el capital hecho por el hombre sino el capital natural restante. La madera está
limitada por los bosques existentes, no por la capacidad de los aserríos; la pesca está
limitada por las poblaciones de peces, no por los botes pesqueros; el petróleo crudo
está limitado por los depósitos que aún quedan, no por la capacidad de perforar y
bombear.
Sin embargo, los estudios más recientes tienden a reconocer el potencial de las
habilidades humanas, y este nuevo desarrolla ha traído consigo el restablecimiento de
una corriente de pensamiento antigua y marginada. Hoy en día, se reconoce en forma
casi unánime la importancia del capital humano en el desarrollo económico, y así se
ha interpretado la experiencia de las economías más productivas del Este y el Sudeste
Asiático. El énfasis en el capital humano (en particular en el desarrollo de la destreza y
la capacidad productiva de toda la población) ha contribuido a atemperar y humanizar
la concepción del desarrollo. En consecuencia, la ampliación de la capacidad del ser
humano tiene importancia directa e indirectamente para conseguir el desarrollo.
Indirectamente, permite estimular la productividad, elevar el crecimiento económico,
ampliar las prioridades del desarrollo y contribuir a controlar razonablemente el cambio
demográfico; directamente, afecta el ámbito de las libertades humanas, del bienestar
social y de la calidad de vida, tanto por su valor intrínseco como por su condición de
elemento constitutivo de este ámbito.
A partir del informe Brundtland, el mundo es concebido como un sistema global cuyas
partes están interrelacionadas considerándose el concepto de desarrollo sostenible
como un proceso multidimensional que afecta el sistema económico, ecológico y
social pasando a ser una variable a tener en cuenta en las decisiones de política
económica. Sin embargo, en los últimos años, una de las cuestiones más
preocupantes ha sido el conocer si realmente se siguen pautas de sustentabilidad, es
decir, si se tienen indicadores que nos alerten sobre la evolución positiva o negativa
de este proceso. Aunque, la ambigüedad del propio concepto dificulta esta tarea, se
han ido elaborando algunos indicadores que muestran aspectos de las tres
dimensiones mencionadas anteriormente (económicas, ecológicas y sociales).