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La agonía de Rasu-Ñiti

Introducción:
Este cuento nos ofrece el desarrollo de un rito religioso donde el danzante de tijeras
“Rasu-ñiti” será el hilo conductor de la obra.

Cuando dansak “Rasu-ñiti”, quien se encuentra al borde de la muerte, anuncia que


está preparado para realizar la danza de las tijeras y comienza a vestirse con los
atuendos luminosos de danzante; tenemos la impresión de estar asistiendo a una
misa religiosa en la cual, el cura viste los ornamentos sagrados. Luego llegan
Lurucha, el arpista; Don pascual, el violinista y la gente del pueblo para
acompañarlo.

La parte central es la danza que realiza el moribundo “Rasu-ñiti”, así como su toque
magistral ante cada nuevo paso de baile que los músicos le ofrecen. El rito culmina
con la muerte del bailarín y la iniciación de su discípulo y sucesor “AtokSayku”; que
comienza a realizar su sacerdocio ante el cadáver del dansak. Los fieles de este rito
religioso creen ver en los restos inertes del fallecido “Rasu-ñiti”, el espíritu del
poderoso wamani.

Desarrollo:
“La agonía de Rasu Ñiti" es una escena de ballet, con la danza del bailarín de tijeras
(Dansak: bailarín): “Rasu Ñiti", que aplasta la nieve, con el cuadro mágico de los
concurrentes a este baile final, donde el oficiante, el dansak “Rasu Ñiti”, está
envuelto en las ricas vestimentas que lo particularizan: el tapavala, adornado con
hilos de oro; la montera, sobre cuyas inmensas faldas, entre cintas labradas brillan
espejos en formas de estrellas; sombrero, del cual caía una rama de cintas de varios
colores; pantalones de terciopelo y zapatillas.
La música que acompaña al dansak “Rasu Ñiti” se siente en variadas tonalidades,
y es interpretada por “Lurucha”, el arpista, y por don Pascual, el violinista. “Rasu
Ñiti” estaba tendido en el suelo de su habitación, sobre una cama de pellejos.
Por la única ventana, cerca del mojinete entraba la luz del sol que daba sobre un
cuero de vaca que colgaba de unos de los maderos del techo y, la sombra
producida, caía a un lado de la cama del bailarín.
A pesar del oscuro del ambiente, era posible distinguir las ollas, los sacos de papas,
los copos de lana, y aun los cuyes cuando salían algo espantados de sus huecos y
exploraban en el silencio.
Cuando sintió que era ya el momento, se levantó y pudo llegar hasta la petaca de
cuero en que guardaba su traje de dansak y sus tijeras de acero. Se puso el guante
en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.
La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, corrieron
a la puerta de la habitación cuando oyeron las tijeras que sonaban más vivamente.
Encontraron a “Rasu Ñiti” que se estaba poniendo la chaqueta adornada de espejos.
El bailarín pidió a su mujer que llamaran al “Larucha” y a don Pascual, porque ya el
corazón le había avisado que había llegado el momento en que él tenía que recibir
al Wamani (Dios de la montaña que se presenta en figura de cóndor).
“Rasu Ñiti” sentía que el Wamani le estaba hablando directamente al pecho; pero
su mujer no podía oírlo. La mujer se inclinó ante el dansak y le abrazó los pies.
Estaba ya vestido con todas sus insignias, un pañuelo blanco le cubría parte de la
frente.
La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja de los pantalones ardía bajo
el angosto rayo del sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del
indio Huancayre, el gran dansak “Rasu Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se
temía y era luz de las fiestas de centenares de pueblos.
Cuando el bailarín interrogó a su mujer sobre si veía al Wamani sobre su cabeza,
esta le contestó que sí, que era de color gris y que la mancha blanca de su espalda
estaba ardiendo.
El tumulto de la gente que venía a la casa del bailarín se oía ya muy cerca. Cuando
las hijas del danzarín, que habían ido a llamar al “Lurucha” y a don Pascual,
regresaron, Pedro Huancayre el gran dansak “Rasu Ñiti”, ya tenia el pañuelo rojo en
la mano izquierda.
Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba porque
todo el traje de color y luces, y la gran montera lo rodeaban, se diluían para
alumbrarlo, su rostro cetrino casi no tenía expresión.
Solo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y
la rigidez de los músculos. “Rasu Ñiti” empezó a tocar las tijeras. Cuando llegó
Lurucha, el arpista del dansak, tocando, ya la fina luz del acero era profunda; le
seguía don Pascual, el violinista.
El Lurucha, que comandaba siempre el dúo, hacia estallar con su uña de acero las
cuerdas de alambre y las de tripa.
Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok Sayku”, el discípulo de “Rasu Ñiti”.
También se había vestido; pero no tocaba las tijeras.
“Rasu Ñiti” vivía en un caserío no más de veinte familias. Los pueblos grandes
estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venia un pequeño grupo de gente.
Cuando “Rasu Ñiti” sintió que ya el final se acercaba, pidió al arpista que tocara.
Conclusiones:
Se puede concluir que el relato condensa admirablemente la interpretación
arguediana de la cultura andina. El cuento irradia una rica gama de símbolos y
significados sobre lo que Arguedas quería ver en el mundo andino: una cultura que
ha preservado su entraña mágico religiosa ancestral y que extrae su fuerza de una
identificación con una naturaleza animada de dioses y espíritus que se manifiestan
a través de la danza y el canto.
Se puede concluir también que el tema principal del relato es la agonía, que finaliza
con el triunfo pasando por la muerte es por eso que el danzante de tijeras muere
tranquilo pues sabe que ha mantenido fielmente su identidad y ha asegurado la
supervivencia de la cultura andina. La ceremonia de su muerte es a la vez la
iniciación del nuevo dansaq (bailarín) del pueblo, en un ritual que simboliza la
continuidad de muerte y nacimiento en la naturaleza y en los cultivadores de la
tradición. El mensaje que nos trasmite es la lucha tenaz de la cultura andina por no
desaparecer.

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