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Abordar el tema de la identidad de género, en sí es ya una tarea compleja, ahora

bien, hacer un especial énfasis en las personas transgénero es sumamente


complejo, lo cual debe llevarnos a tomar con cierta precaución el asunto.
Inicialmente, hay que deslindar el problema del transexualismo de otras situaciones
relativas a la sexualidad, como los casos de ambigüedad genital. Estos son
diferentes de los casos de transexualismo; las personas transexuales no presentan
una ambigüedad sexual corporal; su sexo a nivel corporal –y ciertamente genético–
está definido, lo que ocurre es que sienten incomodidad o disforia respecto de él, y
se conciben a sí mismos como si fueran del sexo opuesto.
Un claro ejemplo de esto, puede ser apreciado en el mini filme Documental,
transmitido por Television DO. Spain titulado “Real life test” a lo largo del cual se
puede ver explícitamente el largo proceso, físico, psicológico y principalmente
social, por el que atraviesa un transexual hasta que este llega a la intervención
quirúrgica que incluye una prueba denominada test o experiencia de vida real. La
cual, consiste en que la persona asuma el rol del género que siente como suyo.
Pero, ¿qué significa esto? Es decir, que ha llegado la hora de empezar a vivir como
siempre se ha querido, en palabras de el endocrino Federico Vázquez. Señalado
que, el punto de partida es el cambio de nombre. Después, toca vestirse de acuerdo
al sexo que se quiere tener, así como comportarse (hablar, moverse) como tal.
Siendo ese el momento clave de la aceptación social. Claro, siempre y cuando, si
esta prueba resulta positiva, es cuando se da el paso de plantear una cirugía de
reasignación sexual.
En razón de lo anterior, ciertas corrientes de pensamiento –especialmente las
llamadas teorías o ideologías de género– han intentado definir la sexualidad
desgarrándola totalmente de su componente fisiológico. En este sentido, se afirma
que la auténtica identidad de la persona radica en la mente, y que el ser hombre o
ser mujer no tendría nada que ver con el cuerpo. Por lo mismo, estas teorías
adoptan el concepto de género para referirse a la sexualidad humana –eliminando
de paso el concepto de sexo– cuya única característica es precisamente la
subjetividad. La radicalidad de estas posturas ha llegado a ampliar el número de
categorías sexuales que la persona puede ser, ya que el binomio “hombre y mujer”
sería hoy día insuficiente para clasificar la identidad sexual de todas las personas,
recurriendo a otras definiciones como agénero, cisgénero, género fluido, entre
muchas otras (Facebook contempla por el momento 72 posibilidades). Esta postura
radical va mucho más allá del fenómeno de la transexualidad en su vertiente suave,
ya que esta última asume como premisa que toda persona pertenece objetivamente
a uno de dos sexos, a pesar de sentirse del otro distinto al propio cuerpo: el hombre
transexual es objetivamente hombre, pero se siente y vive como mujer. Sin
embargo, es esta postura radical la inspiradora del proyecto que comentamos.
Rescatando lo anterior, se puede advertir inmediatamente en el artículo 2 del
proyecto que define identidad de género (ingresado el 7 de mayo de 2013 al senado
de la República Mexicana) como la “vivencia interna e individual del género tal como
cada persona la siente respecto de sí misma”. Es decir, es esta vivencia interna la
que debe predominar a la hora de identificar en los registros a las personas como
perteneciente al sexo masculino o femenino, y no su constitución física corporal –
que atraviesa desde sus cromosomas a su contextura física, pues el ser humano es
sexuado desde su unidad celular más básica– que es el criterio utilizado hoy a la
hora de inscribir al recién nacido. Sin embargo, me pongo a pensar sinceramente,
¿realmente ser hombre o mujer no tiene nada que ver con el cuerpo? Es decir, el
hecho de tener genitales femeninos, poseer dos cromosomas X o la posibilidad de
abrigar en el vientre a un ser humano, ¿en realidad nada dicen acerca de pertenecer
al sexo femenino? Esto es bastante radical, y contraría todo lo que conocemos del
ser humano hasta ahora. Aun así, es lo que propone el proyecto aún en trámite.
Una vez abordado este aspecto formal en el que leyes y reformas ya están inmersas
en el tema en nuestro país, cabe dar pauta a el documetal sobre la comunidad
transexual en la CDMX, titulado “Salir”, el cual, asimismo, busca generar una
conversación sobre la problemática de la comunidad transexual. Porque pesé a que
desde noviembre del 2015 el gobierno de la ciudad se declaró “gay friendly” gracias
a los avances legales y jurídicos que se han tenido, éstos aún no se reflejan en
terrenos sociales. Haciendo una pauta final en la concientización de todas las
personas: “Ante la violencia, no seas indiferente.”
Es así que con esto podemos acercarnos a un asunto bastante difícil de abordar.
La sexualidad humana, el ser hombre o mujer, como lo hemos enseñando,
aprendido y comprendido hasta ahora, en realidad sería algo muy diferente, que
dependería únicamente de la vivencia interna. De esta manera, se propone
remplazar el concepto de sexo por el concepto género, diluyendo la
sexualidad humana y rebajándola a un estado de la mente, a un sentimiento interno,
a una comprensión subjetiva de uno mismo (eso supone, además, que la
subjetividad sería la verdadera realidad).
Llegado de tal manera a un punto en todo lo escrito, que considero es necesario
preguntarse: ¿qué es ser hombre, ¿qué es ser mujer? ¿Importa realmente esto?
¿No se ha banalizado ya totalmente la sexualidad humana?
Si ser hombre o ser mujer depende de la subjetividad, de la vivencia interna, y no
tiene relación alguna con nada, ni con el modo de hablar, ni con los genes, ni con el
vestir, ni con los genitales, ni con los modales, ¿importa de algo decirnos hombre o
mujer? Mujer y hombre serían un concepto vacío y cabe razonablemente
preguntarse: ¿qué más da ser uno u otro? Es más, ¿por qué tendríamos que ser
uno? ¿Por qué no abrirnos a la posibilidad infinita de otras identidades sexuales o
de optar por no ser de ninguna? Si no hay nada objetivo, nada realmente femenino
o masculino como criterio, el ser hombre o ser mujer termina por ser convertirse en
un continente posible de llenar con cualquier contenido. Porque entonces, mujer u
hombre sería, en fin, pura arbitrariedad y lo único cierto en ambos conceptos
finalizarían por ser el hecho de ser palabras compuestas por cinco y seis letras.

Para finalizar, considero que las consecuencias de una ley como la que he abordado
son difíciles de medir. Aunque, cierto es, que sus efectos van mucho más allá que
superar las situaciones de discriminación injusta siendo ese su propósito inicial
(incluso es discutible que la propuesta efectivamente logre superar las situaciones
de discriminación y, en cambio, no las agudice). Las consecuencias repercutirán,
en todo caso, en todo el ordenamiento jurídico y social, ya que nuestras relaciones
siempre se han desplegado suponiendo que objetivamente existe la diferencia entre
un hombre y una mujer.

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