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IV CONGRESO SIGNIS ESPAÑA: MUNDOS POSIBLES EN LA FICCIÓN TELEVISIVA.

LA
EDAD DE ORO DE LAS SERIES

15 millones de méritos y la vida en la verdad

Íñigo Urquía Uriaguereca


Universidad Francisco de Vitoria
i.urquia@ufv.es

Resumen

La distopía, como construcción ficticia en la que se presenta un mundo


indeseable para el hombre, ha inspirado a la literatura, el cine y las series. Sus
tramas seleccionan algunos elementos de la cultura, generalmente los
negativos, y los llevan hasta sus últimas consecuencias creando un mundo a
partir de ellos. Sin embargo, al ser una visión parcial de la totalidad y, por lo tanto,
distorsionada, sus resultados no pretenden ser una profecía, sino poner de
relieve cuestiones con las que convivimos hoy y que repercuten en la felicidad
del hombre.

Así, no sólo funcionan como alertas para el hombre y la sociedad de los peligros
de algunas decisiones y conductas, sino que iluminan su vida actual y real. En
este terreno, Black Mirror se ha erigido como una de las grandes propuestas de
los últimos años. La serie, en temporadas breves de tres capítulos, juega a
dibujar qué clase de mundo puede derivar de la subversión de valores empujada
por la tecnología.

En el capítulo 15 millones de méritos que aquí analizamos, Bingham, su


protagonista, habita una sociedad en la que las personas están divididas en tres
clases: los obesos que desempeñan labores menores como la limpieza y el
mantenimiento, una clase media cuyas actividades son el ejercicio para
conseguir crédito que les permite a su vez consumir entretenimiento, y los
entretenedores, situados en el escalafón más alto. En este contexto Bingham se
encuentra con tres realidades de una naturaleza peculiar: una canción tarareada,
una pajarita de papel y la presencia de una mujer que le atrae. Lo cotidiano se
vuelve excepcional. Así, el protagonista se moverá en una tensión entre su
inclinación a una vida genuina a partir de estos reclamos o seguir participando
de la carrera vital que le sugiere la virtualidad en la que habita. Los elementos
contemporáneos escogidos en esta distopía, y llevados a último término, son el
entretenimiento como fin en sí mismo, el culto a la belleza física y la vida como
espectáculo. Como temas atemporales que subyacen y que revelan los
primeros: la violencia de la incomunicación y el anhelo por la vida en la verdad.

Palabras clave: Black Mirror, Ficción, Distopía, Mundos posibles, Verdad

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I. Introducción

En diciembre de 2011 se estrena una serie poco convencional: Black Mirror


(Netflix, 2011-). Charlie Brooker, su creador, publicó una columna en The
Guardian donde explicaba cómo esta propuesta nació de un estupor inicial:
“Hacemos cosas de manera rutinaria que hace cinco años no habríamos podido
imaginar o no habrían tenido sentido. Es difícil pensar en alguna función humana
que la tecnología no haya alterado de algún modo”. A esta sorpresa inicial le
sigue la pregunta de si esto es bueno “para mi” y “para nosotros”. Nada de esto
ha sido impuesto a la humanidad, sino que, como señala Brooker, “lo hemos
abrazado alegremente”. Y a esta pregunta una incógnita: “¿a dónde nos lleva?,
¿cuáles son los efectos ocultos o secundarios?” (Brooker, 2011).

Este es el contexto en el que nace Black Mirror. Entre la fascinación que


provocan los grandes adelantos tecnológicos y la inquietud por el futuro,
especialmente al darnos cuenta de que, irremediablemente, nuestra vida cambia
junto a este progreso. Para dar forma a esta reflexión Brooker se inspiró en The
Twilight Zone (CBS, 1959-1964). Rod Serling, su creador, se dio cuenta de que
solo en mundos metafóricos y semi-ficcionales era libre hablar de asuntos
controvertidos como podía ser, por ejemplo, el racismo. Pero mientras que en la
época de Serling la bomba atómica, los derechos civiles, la psiquiatría o la
carrera espacial eran las preocupaciones más candentes, nuestra era pone su
atención en temas como el terrorismo, la economía, los medios de comunicación,
la privacidad o la tecnología.

Andy Greenwald cataloga así Black Mirror como “un Twilight Zone para la era de
la información”. Una era en la que estamos insertos, de la cual participamos y,
en último término, alimentamos. Por eso plantea cuestiones “acerca del mundo
que hemos hecho y en el cual estamos”. Según Greenwald, la propuesta de
Brooker tiene una gran fuerza porque da con la regla fundamental de la ciencia
ficción: la tecnología puede cambiar nuestras vidas, pero no lo que somos
(Greenwald, 2013).

En una entrevista concedida a El mundo, Brooken señala que el tema de sus


historias es “la influencia de la tecnología en nuestras vidas y la pérdida de
perspectiva de que, lo que ocurre en el mundo virtual, tiene su correspondencia
con el mundo real”. Sus relatos tratan de algo “cercano y probable”. Afirma que
su pretensión no es la” pura imaginación de futuros distópicos”, sino la de
corretear por las “fronteras de lo posible” (Brooker, 2013).

En este estudio nos detendremos en el segundo capítulo de la primera


temporada: 15 millones de méritos. En primer lugar haremos un esbozo del
género distópico y de qué forma podemos encuadrar aquí esta serie. En un
segundo momento veremos las características del mundo planteado en este
relato: tanto las del escenario ofrecido y sus implicaciones como las de los
personajes que lo habitan en tanto hombres. Después confrontaremos ese
mundo con la persona y veremos cómo es ese “habitar”. Por último,
descubriremos qué papel juegan temas como la memoria, la imaginación, la
condición futuriza o el encuentro en la vida del hombre, en este caso en los
personajes de la trama,

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Para analizarlo, la antropología de Julián Marías nos ofrece categorías muy
iluminadoras. Conviene recordar la relación del filósofo con el cine, que fue muy
estrecha y fructífera. Marías fue un amante del séptimo arte y llegó a escribir más
de 1500 artículos sobre películas, semana tras semana, en Gaceta Ilustrada
(1962-1982), primero, y Blanco Negro (1988-1997), después. Una película (y
podríamos hablar de otras clases de ficción) no le anda a la zaga a un tratado de
antropología a la hora de hablar del hombre porque “la única vida real es
individual, la mía, singular, temporal, circunstancial, y su enunciado es contarla”
(Marías, 1998: 61).

Para el filósofo el cine era un laboratorio de ideas antropológicas y no sólo


valoraba con sensibilidad aspectos técnicos o de dirección, sino que reflexionaba
en torno a cuestiones tan profundas como el ser personal, la libertad, la muerte
o la felicidad que las historias encierran. “No se entiende nada humano más que
contando una historia”, escribió en Razón de la filosofía. Una idea que repite en
su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando:
“Muchas ideas que en él alcanzaron formulación rigurosamente teórica
(refiriéndose a su Antropología metafísica) se me habían ocurrido contemplando
películas o reflexionando sobre ellas” (Basallo, 2016: 40-41).

Por otro lado, a Marías le preocupaba la cuestión de la verdad en tanto que el


hombre puede estar “instalado” en ella, vivir “ajeno” a ella o, incluso “contra ella”.
La distopía, y lo veremos en Black Mirror, nos presenta un mundo indeseable
precisamente porque no responde a la verdad de las cosas y del hombre, sino
que se configura a sus espaldas y, en muchas ocasiones, haciendo violencia a
la verdad.

II. Otros mundos para comprender el nuestro

El género distópico no nos habla tanto del futuro que nos depara el presente,
sino del propio presente inventando mundos a partir de él. En un contexto
histórico donde la incertidumbre ante nuevas realidades paraliza al hombre, lo
distópico surge como un ámbito donde poner en juego esas preocupaciones, y
comprobar su conveniencia o no. Sin duda tiene apariencia profética, pero en
último término sus relatos acerca del futuro hablan del presente.

El tema que preocupa a Huxley es la vida que se mueve en la superficialidad, la


producción incesante hija de la revolución industrial y el placer como
control/narcótico. Orwell, a su vez, apunta al control político totalitario, basado
en el miedo y la violencia. Dos polos que tienen su germen en una realidad
concreta: la gran apuesta del siglo XIX por la razón y el progreso, así como la
fascinación por la técnica, y el posterior desengaño tras la segunda mitad del
siglo XX. Nace por tanto una actitud de desconfianza en el ser humano y sus
posibilidades: no sabemos a dónde nos llevará el progreso, pero sí tenemos
experiencia de que no somos más felices. Es más, nos hemos despertado del
sueño en el cual creíamos que la felicidad iba aparejada al progreso.

Este siglo nos ha traído nuevos temas a partir de nuevas preocupaciones,


deudoras a su vez de las anteriores. La rapidez en el avance de las

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telecomunicaciones y la presencia de la tecnología en el día a día de las
personas ha incidido en la gran mayoría de ámbitos. Desde actos tan banales
como pedir un taxi, comida a domicilio o una entrevista de trabajo a distancia.
Pasando por la seguridad internacional, como las formas de terrorismo ejercidas
de cara a los medios de comunicación para incidir en la opinión pública. O,
sobretodo, en el plano interpersonal, como las nuevas formas de encontrar
pareja o la privacidad en los medios sociales.

En este terreno, Black Mirror se ha erigido como una de las grandes propuestas
de los últimos años. La serie, en temporadas breves de tres capítulos, juega a
dibujar qué clase de mundo puede derivar de la subversión de valores empujada
por la tecnología. Hereda así del cyberpunk la preocupación por la distinción
entre el hombre y la máquina, y la borrosa relación entre lo real y lo artificial.
Además, como en el cyberpunk, ya no está tan clara la posibilidad de esperanza
en esos mundos.

Marías adensa su teoría metafísica y antropológica en 1970 en su obra


Antropología metafísica, y cita algunos de los adelantos tecnológicos
contemporáneos a él, concretamente los que conviven en el ámbito doméstico
como el dictáfono, los magnetófonos, los discos o la radio. De ellos dice, al
referirse a la sensibilidad como contacto con la realidad, que alteran
“radicalmente las formas de la sensibilidad y, por tanto, la manera real de estar
en el mundo”. No llegó a conocer los grandes avances de las telecomunicaciones
de los que somos testigos, pero sí la tendencia, e intuyó con gran claridad que
“si en algo ha variado la estructura empírica de la vida humana, ha sido en esa
manera de alterar y dilatar esa transparencia del mundo que llamamos
sensibilidad” (Marías, 1998: 105). Si esa sensibilidad es la que hace “transitable”
el mundo, se hace urgente la reflexión en torno a la incidencia de la tecnología
en la vida personal.

III. 15 millones de méritos

Pasemos ahora de un mundo repleto de elementos tecnológicos como el nuestro


a un tecno-mundo o mundo pantalla que podemos imaginar: el de 15 millones de
méritos. El relato, localizado en un futuro incierto, transcurre en la Instalación. En
ella los individuos están estratificados en tres niveles. En la clase baja se
encuentran los obesos, encargados de las labores de limpieza. En la clase
media, las personas viven en habitaciones con paredes de pantalla y dedican su
jornada a pedalear en bicicletas estáticas. Así alimentan de energía la
Instalación, cerrada y sin ventanas, donde habitan. Además, logran crédito - muy
similar a las monedas digitales o criptomonedas - que les permite comprar
alimento, utilizar agua o evitar los anuncios en las pantallas que les rodean. Su
entretenimiento consiste en contenidos televisivos del tipo reality o youtuber, en
su mayoría encaminados a humillar a la clase baja.

El tercer estrato lo forman aquellos que protagonizan el show bussiness:


cantantes, presentadores de concursos zafios o actrices porno. Destaca el
jurado cínico y soberbio del programa Hot Shots, inspirado en el formato
televisivo Got talent (ITV, 2007-). Ellos son los que escogen a aquellos que
ascenderán en el escalafón social. Además, cada habitante cuenta con un

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personaje virtual o avatar con el que participa en los concursos como público o
en los videojuegos. Lo público se desarrolla en el espacio virtual y cada habitante
apenas mantiene contacto directo con los demás.

Conocemos a Bingham Madsen, “Bing”. Un ciudadano medio de la Instalación.


De él sabemos que cuenta con un crédito heredado de 15 millones. Su día a día
es el esperado: pedalea en la bicicleta y consume contenidos de entretenimiento.
Gracias a que cuenta con mucho crédito puede evitar la publicidad. Bing escucha
en los aseos a una mujer cantando. Es la voz de Abi. Ella le explica que se trata
de una vieja canción que le cantaba su abuela. Él le ofrece el crédito del que
dispone para que participe en Hot Shots. El premio será escapar de la rutina a la
que está sometida la clase media y alcanzar el nivel superior.

¿Cómo es el mundo visto hasta aquí y qué implicaciones tiene? ¿Quién es Bing
y cómo es su vida? ¿Y Abi? ¿Qué ocurre al contraponer el mundo en el que
habitan con sus propias vidas?

IV. La vida en la Instalación

Al hombre le corresponde una estructura particular: la mundaneidad. Nuestra


idea de mundo se reduce a veces a tierra o universo, pero nos referiremos a él
en un sentido más amplio. De acuerdo a Marías, y a partir de la circunstancia de
Ortega, el mundo “no es cosa, ni una suma o conjunto de cosas; es el ámbito o
dónde ‘en’ que están las cosas y en que estoy yo” (Marías, 1998: 93). Así
entendemos el mundo personal como el conjunto de realidades con el que se
topa la persona, las presentes y las latentes: las otras personas, los objetos, el
abanico de interpretaciones acerca de las cosas, las posibilidades que se le
ofrecen, la persona misma,... Es la instalación a partir de la cual la persona -
cada una - hace su vida.

En el caso de la ficción nos encontramos con un mundo que no es ni el mío ni el


tuyo. Es el imaginado por su creador y del cual participan los protagonistas. El
mundo de Bing no se reduce a las pantallas que le rodean o a la arquitectura de
la Instalación. Su mundo abarca esos elementos pero también la interpretación
que de ellos hace, las posibilidades que se le presentan, sus proyectos o la
carencia de los mismos, lo presente pero también lo latente, etc.

La asfixia que nos produce al entrar en el mundo de Bing tiene su origen en que
la estructura y elementos que lo configuran no concuerdan con los anhelos del
hombre. Ofrece unos pocos e insuficientes elementos (el alimento, el descanso,
el orden social, la higiene, el ocio), pero restringe el abanico de posibilidades que
la vida en sí misma ofrece. Sin lugar a duda Bing tiene aseguradas ciertas
condiciones físicas, las más elementales, pero anuladas otras más superiores.

Podemos caracterizar este mundo como artificial. La artificialidad puede ser


positiva para el hombre en tanto que le permite superar el plano de la naturaleza
y configurar el medio en el que vive. Pensemos en las herramientas más
primitivas y de cómo surgen, mediando la inteligencia, de una superación de la
naturaleza. Pero lo artificial adopta un sentido negativo cuando se confunde, o
se pretende confundir, lo propio de la naturaleza con lo que no lo es.

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De modo análogo veamos cómo la artificialidad inunda gran parte del mundo de
nuestro protagonista, desde el modo de organización a la alimentación, pasando
por las relaciones sociales. El primer diálogo de este capítulo se refiere
precisamente a esta cuestión. Bing intenta sacar una manzana de la máquina
expendedora pero ésta se atasca. Una joven que le ha estado observando le
ayuda a sacarla y le dice: “Casi la única cosa real que hay aquí, y aun así ha
crecido en una Placa de Petri”.

a) La sociedad

El modo de organización de la sociedad, dividida en tres clases, no toma a la


persona como medida de las cosas. En ella se desliza la peligrosa idea de
confundir la clase con la dignidad. Además, a diferencia de aquellas sociedades
donde las diferencias en el nivel adquisitivo no son un impedimento para la
comunicación “inter-clase”, en este escenario se inhabilita al hombre para la
cooperación o el sentido de servicio. La clase más baja, la de los limpiadores,
sirve a las clases superiores pero estos les humillan. Por otro lado la clase más
alta somete a la clase media a un sistema de créditos y entretenimiento.

b) La seguridad

Otro modo de artificialidad es el de la seguridad. Todo en la instalación está


pensado para que funcione como un reloj; sin incidentes. Encontramos aquí una
nota característica de la modernidad. La seguridad se ha convertido en uno de
los baluartes de la sociedad. En tanto que se ha procurado alcanzar un mínimo
acuerdo en torno al concepto de felicidad y se ha acotado al “bienestar”, la
seguridad se vuelve un requisito para amortiguar todo lo que la vida tiene de
imprevisible.

Pero una de las cualidades de la vida, recuerda Marías, es su componente


azaroso: “Con el azar hacemos nuestra vida”. Marías, al hablar del afán por la
seguridad y por eliminar cualquier imprevisibilidad en la vida parece describir el
mundo de Bing en Black Mirror: “Se llega a la mónada sin ventanas, que trata de
evitar la exposición al azar (...) Todo esto puede hacerse, pero es a costa de una
mengua de la realidad personal: en la medida en que estoy protegido del azar o
exento de él, no soy ‘yo’, sino que he experimentado una cosificiación” (Marías,
1998: 190). Es decir, más allá de ser una amenaza para la felicidad del hombre,
el azar es la posibilidad de que la vida se ensanche.

El Show de Truman (Peter Weir, 1998) nos invita a una reflexión similar: el
protagonista ha nacido en un escenario que le garantiza no solo la seguridad
física, sino una coraza ante el mal. Un mundo creado ad hoc para él que incluye
“todo lo bueno de la vida”. Nada ocurre de forma azarosa, sino que responde a
un plan o guión televisivo. Su creador, el director del reallity, está convencido de
que es un bien para Truman, pero a costa de permitirle una vida auténtica.
Veremos más adelante en el caso de Bing, tal y como ocurre también en Truman,
que es un momento ‘azaroso’ el que cambia su vida.

c) El entretenimiento

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Uno de los aspectos que dibujan el panorama de Bing es la continua exposición
a programas de entretenimiento. Como ya hemos apuntado se trata de
concursos zafios en los que se humilla a la clase baja, escenas pornográficas,
videojuegos violentos,... Julián Marías distingue dos tipos de diversión. Por un
lado se entiende diversión, y está en la etimología de la palabra, como una salida
de un lugar para instalarse en otro. Entendemos así la diversión como una
“válvula de escape” mental. Marías apunta que desgraciadamente esto se da no
solo por lo fatigoso de la vida, sino cuando se está “cansado de la vida” (Marías,
2005: 191).

El segundo sentido es positivo: la diversión puede ser una “dilatación de la vida”


o “expansión hacia lo imaginario”. Marías define como “esencial” para la vida
este tipo de diversión. En la Instalación sin embargo nos encontramos con la
primera: la vida en ese mundo se haría insoportable si no fuera por el
entretenimiento continuo. Esto tiene según Marías una correspondencia con la
felicidad, ya que “la deformación o el desequilibrio de placeres y diversiones” la
comprometen (Marías, 2005: 192).

d) Las expresiones artísticas

Es precisamente la segunda acepción de diversión, que podríamos vincular con


el arte, la que se censura en la Instalación. La expresión artística - la música, el
canto, la danza o el baile - es catalizada a través del show Hot Shots. De esta
forma pasa rápidamente a empaquetarse como producto comercial para ser
distribuido. Si el arte puede ser divertido en el sentido de que dilata la vida, Hot
Shots lo transforma en un producto de consumo que sirve de “válvula de escape”
ante el tedio.

No es casual que el arte implique una dimensión trascendental en el hombre, y


que, por lo tanto, estos mecanismos pretendan reducirla. Es muy expresivo el
momento en el que Abi pliega un cartón de tetrabrik para transformarlo en un
pingüino - acto artesanal y creativo - y uno de los limpiadores se lo tira a la
basura, le mira con cara de resignación y le dice: “Residuos, perdón”. En la
Instalación, austera, sólo encontraremos elementos funcionales que tengan una
utilidad práctica, como las bicicletas o las máquinas expendedoras.

e) La transparencia del mundo

Otro modo de artificialidad, y tal vez donde más se hace esto patente, es en la
habitación de Bing, con sus paredes-pantalla, es el lugar más claustrofóbico de
este relato. El espejo negro que da nombre a la serie se corresponde con el
negro de las pantallas de las televisiones o los smartphones cuando están
apagados. Cuando se encienden podemos estar ante cualquier cosa: un paisaje,
una película, un youtuber o un salvapantallas (Bing amanece cada día con un
gallo en el paisaje de una granja). Pero a la vez se encuentra ante la nada.
Nuestro protagonista puede tener la sensación de estar conviviendo con otros
avatares y participando del mundo, pero en realidad no lo está.

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Lo que Bing experimenta en su habitación, y nosotros con él, es la ausencia de
lo que Marías denominó la “transparencia del mundo”. La manera del hombre de
estar “en” y “con” el mundo es su sensibilidad, “un medio transparente que me
inserta en el mundo” (Marías, 1998: 101). De forma análoga en el cosmos, de
acuerdo a la inteligencia, descubrimos un logos que comprendemos y del que
formamos parte. Así el mundo en sí mismo, para distinguirlo de la virtualidad en
la que habita Bing, ofrece al hombre una transparencia o “aptitud para dejarse
penetrar por mis proyectos”.

V. Una persona real en un mundo virtual

La vida de Bing da un giro cuando descubre, o al menos atisba, que su vida se


ensancha. Nuestro protagonista tiene en principio unas normas claras: conseguir
el crédito suficiente para subir de escalafón social y liberarse de las ataduras de
la clase media. Descubre sin embargo que esta vía - cerrada, acotada,
establecida - no es la única. Está abierto, y como humano predispuesto, a un
mundo más amplio. Un mundo que explique por qué una canción le conmueve,
por qué se siente atraído por un igual o de dónde nace el impulso de cooperación.
Cuestiones que no se explican por sí mismas en el mundo, ficticio pero al fin y al
cabo el suyo, en la que está inserto.

a) Memoria e imaginación

La convivencia, ámbito donde acontece la vida personal, parecía censurada en


el mundo de Bing. La mayor parte del tiempo los habitantes de la Instalación lo
pasan pedaleando en sus bicicletas estáticas sin apenas tener contacto entre
ellos; y los momentos en comunidad se desarrollan, prácticamente siempre, a
través de un avatar.

Esto cambia al conocer a Abi. Cuando escucha su voz en los vestuarios sale de
sí mismo para encontrarse con una realidad ajena a él. En este momento su
trayectoria vital se cruza con la de ella y adquiere nuevas perspectivas, lo vemos
en su conversación. “Me gustó cómo cantaste el otro día”, dice Bing. “Estaba
intentando cantar para que nadie me escuchara orinar. No soy Selma, o algo
así”, le quita importancia Abi. “Tienes una voz fenomenal. Era una canción
hermosa. ¿Piensas que estoy siendo cursi? (...) La realidad es cursi a veces”,
insiste Bing. “Gracias. Aunque son solo sonidos. Sonidos en el orden correcto”,
contesta Abi. “No te minimices. Eres buena”, le anima Bing. Entonces Abi le
cuenta su historia: “La canción es buena. Es antigua. Mi madre la cantaba y ella
la aprendió de su madre. Lo heredé”.

En este momento el mundo de Black Mirror, del que hasta este momento
sabíamos bien poco, se empieza a volver más respirable. Ya no es un mundo
cerrado o estático, es un mundo que tiene un pasado que instantáneamente se
caracteriza como real y genuino. Cuestiones como la familia, la tradición o la
calidez de la relación de una madre y una hija empiezan a dibujarse, cuando
hasta ahora parecían impensables.

Podríamos destacar tres aspectos que florecen en el horizonte a partir esta


conversación que apenas dura unos segundos: hay un referente de verdad que

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resuena en el pasado, nace como contraste la consciencia de que la vida actual
en la Instalación es deficiente y aparece un futuro al que proyectarse.

b) Proyecto de futuro

Existe un vínculo claro entre el acto imaginativo, con el que nos proyectamos al
futuro, y la memoria, que se alimenta de materiales “vividos y conocidos”. Ésta,
además, puede ser colectiva cuando se comparten las interpretaciones del
mundo, y es histórica en tanto que proyectiva y argumental (Marías, 1998: 191).
El mundo de Bing y Abi recupera un argumento al entrar en juego un pasado
“real”. Nuestro protagonista traza un plan de la mano de su amiga y con ella
dibuja un horizonte de esperanza. “¿Has pensado en intentarlo en Hot Shots?”,
le anima. Abi le mira sorprendida y le dice: “¿Cantar frente al juez Hope? Me
moriría…”. “¡No! Lo lograrías”, le responde Bing alegre. Abi continúa escéptica y
le contesta: “Primero, no lo creo. Y segundo, no tengo los créditos. Se necesitan
12 millones. ¿Cuánto tiempo es en la bicicleta? ¿Seis meses?”. Bing se queda
pensativo, duda, y finalmente le dice: “Te los regalaré”.

Abi rechaza la idea y le pregunta por qué no utiliza ese crédito para él. Él le
responde que lo único en lo que puede gastarlo en cosas: “Son cosas. Son
confetti. Tú tienes algo real”. Ella le responde quitándole importancia: “Me
escuchaste cantando en el baño. ¿Es eso real?”. Y Bing culmina la conversación
concentrando el núcleo de su preocupación: “Más de lo que me ha pasado este
año. (...) Mira a tu alrededor. Quiero que algo real suceda. Al menos una vez”.

La fuerza expresiva de estas palabras aumenta cuando vemos de fondo, en un


plano abierto, la inmensidad de la Instalación y un enjambre de salas donde los
habitantes pedalean frente a sus pantallas. Bing consigue convencer a Abi y ella
se despide llamándole cariñosamente “lunático”. Esto nos lleva a una reflexión
en torno a la ilusión, que se vincula con el nuevo mundo que se ha abierto a partir
de la conjunción del pasado, la memoria y el proyecto de futuro que Bing quiere
emprender. La ilusión nace por aquellas realidades que, no siendo todavía,
pueden llegar a ser. Aquellas que la vida puede deparar por no estar del todo
hecha. En este caso Bing está proyectando un horizonte en el que Abi es
cantante y supera la clase social en la que viven, y esto se vuelve ilusionante.
Para ella, en cambio, todavía con el ánimo apagado de la Instalación, su idea es
una quimera o locura, propias de lunáticos.

c) Desilusión

El sueño se trunca. El jurado de Hot shot sólo le da la oportunidad de convertirse


en una actriz del canal pornográfico Wright babes y ella acepta bajo la influencia
de un narcótico. Es el “desenlace” del carácter dramático de la ilusión (Marías,
2012). El carácter argumental de la vida conlleva un término en el que se puede
observar si el proyecto se cumple o no, y de la segunda opción nace la
desilusión.

La frustración que experimenta Bing por el bien conocido y arrebatado le mueve


a plantarle cara al sistema. Consigue recuperar los créditos suficientes para
presentarse él mismo al programa y, una vez ante el jurado, amenaza con

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suicidarse si no escuchan lo que quiere decirles. Su discurso es pasional y sin
estructura, lo cual revela que ha intuido que la vida genuina no es la que él ha
conocido, pero no cuenta con una argumentación ordenada de lo que la vida
debería ser: “No tengo un discurso, no he planeado mis palabras (...) solo sabía
que tenía que estar aquí”. Sí hace referencia continuamente a la cuestión de lo
artificial y la realidad. Habla del rostro de los miembros del jurado, y les pide que
le escuchen “sintiendo, no procesando”. Critica la vida en la Instalación porque
“lo único que conocemos es un envoltorio”.

El jurado toma su discurso como una performance y le invita a que tenga su


propio canal. En las últimas escenas comprobamos cómo los habitantes de la
instalación ven a Bing a través de un nuevo canal en el que él habla de lo injusto
del sistema. Su experiencia vital se vuelve trágica: la rebelión que emprende
cuando pierde a Abi por la farsa del sistema termina siendo fagocitada por el
propio sistema, y acaba formando parte de él. No sabemos, sin embargo, qué
hay detrás de la última ventana a la que se asoma Bing, en la que vemos el
paisaje de un bosque y cielo. ¿Es también una pantalla?

VI. Conclusiones

Black Mirror, y en concreto 15 millones de méritos, nos permite viajar a un mundo


que nos resulta extrañamente familiar. Su fuerza reside en que encontramos
experiencias vitales que nos acontecen ahora, no porque esperamos que en el
futuro vivamos en la Instalación, donde nuestro día a día consista en pedalear
para generar energía y que lo más real que conozcamos haya nacido en una
planta de Petri.

En su mundo reconocemos cómo la nueva era de la información y las tecnologías


traen consigo paradojas para el hombre. Buscamos seguridad, pero a la vez
necesitamos estar abiertos a nuevas posibilidades. La comunicación se
perfecciona en un nivel técnico, como transmisor de datos y mensajes, pero el
encuentro fecundo entre las personas pierde intensidad. Los avances científicos
y tecnológicos no parecen llevarnos, al mismo paso, a un aumento de la felicidad.

En el acontecer de la vida de Bing hemos visto de qué forma chocaban


frontalmente el mundo que se le proponía, el de la Instalación, y sus inclinaciones
y tendencias humanas. Un mundo que podría representar “la gran promesa” de
la era de la información. La frase “mira a tu alrededor, quiero que algo real
suceda” recorre todo el capítulo. Este reclamo de una vida auténtica ha sido
suscitado, entre frías pantallas, un destello de verdad y belleza: la voz y la
canción de Abi.

El anhelo de verdad de Bing, y en el que nos reconocemos, se mantiene vivo


pero inconcluso a pesar del mundo tecnológicamente avanzado en el que habita.
Resuenan, así, las palabras de Benedicto XVI: “Los datos científicos y los
instrumentos tecnológicos no pueden sustituir al mundo de la vida, a los
horizontes de significado y de libertad, o a la riqueza de las relaciones de amistad
y de amor”. Serán precisamente la libertad, la amistad o el amor los que puedan
dar sentido y argumento a los avances tecnológicos.

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Bibliografía

Basallo, A., 2016. Julián Marías, crítico de cine: El filósofo enamorado de Greta
Garbo. Madrid: Forcola.
Benedicto XVI (2011). Encuentro con los jóvenes de la Diócesis de San Marino.
Brooker, C (2011). The dark side of our gadget addiction. The Guardian.
Brooker, C (2013). Charlie Brooker: 'La tecnología, como toda droga, deja
secuelas' [Entrevista] (18 Marzo 2013).
Greenwald, A (2013). Through a Glass Darkly. Grantland.
Marías, J (1998). Antropología metafísica. Madrid: Alianza Editorial.
Marías, J (2005). La felicidad humana. Madrid: Alianza Editorial.
Marías, J (2012). Breve tratado de la ilusión. Madrid: Alianza editorial.

Series y filmografía

Serling, R. (Director). (1959). The Twilight Zone. [serie de televisión]. EU.: CBS.
Weir, P. (Director). (1998). Truman’s show. [película]. EU.: Paramount Pictures.

Biografía del autor

Íñigo Urquía (1989, Bilbao). Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas y


Máster en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria. Técnico en el
Departamento de Comunicación y Relaciones Externas de la Universidad
Francisco de Vitoria. Mi campo de interés es la Filosofía de la comunicación, y
actualmente estoy investigando en torno al concepto de los Mundos posibles en
el campo de la ficción.

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