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Construyendo un barrio de clase media.


Narrativas, moralidades e identidades de
clase media en disputas urb....

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Natalia Cosacov
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Construyendo un barrio
“de clase media”

Narrativas, moralidades e identidades de clase


media en disputas urbanas en un barrio
de Buenos Aires

NATALIA COSACOV

Introducción

En Buenos Aires –y en otras ciudades–, es posible encon-


trarse de modo casi cotidiano con apelaciones a la identidad
de clase media o a narrativas históricas a ella asociadas para
justificar o impugnar transformaciones urbanas. Son los
propios actores, identificados como “vecinos”, quienes traen
discursos sobre la clase media y reactualizan disputas, que
tienen una larga historia en la ciudad, sobre quiénes tienen
derecho a pertenecer. En Buenos Aires, clase media pare-
ce ser una poderosa identidad social y las narrativas arti-
culadas en torno a ella son particularmente efectivas para
(re)producir diferencias de clase y cartografías normativas
(Guano, 2004) sobre quiénes pertenecen a dónde y quiénes
no pertenecen a ningún lugar… o al conurbano.
El artículo retoma el trabajo de campo realizado en
el barrio de Caballito, ubicado en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires (CABA) entre 2006 y 2010. En particular,
se centra en dos escenarios de disputas que ocurrieron de

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modo simultáneo en ese espacio barrial: la movilización


de un grupo de “vecinos” contra la construcción de torres
y edificios y las protestas de otro grupo de “vecinos” que
reclamaban el desalojo de un asentamiento de cartoneros.
Esas dos demandas aglutinaron –en cierta medida– modos
diferentes de pensar y de explicar su propio lugar en la
sociedad y, en ambos casos, supusieron la construcción de
“otros” cuya presencia es impugnada en ese espacio barrial.
Quienes se comprometieron en la protesta contra las torres
y edificios pueden pensarse como involucrados en disputas
culturales (Douglas, 1998) al interior de las clases medias.
Contiendas de gustos y de valores inscriptos en el contexto
de una creciente heterogeneización de las clases medias no
sólo en términos socioeconómicos sino también en térmi-
nos de estilos de vida. Por su parte, quienes se compro-
metieron en la protesta para erradicar el asentamiento de
cartoneros, están involucrados en producir y espacializar
distinciones de clase, expulsando a gente pobre asentada en
ese espacio barrial al que reivindican como residencial y de
ciudadanos que pagan altos impuestos por residir allí.
Se trata de dos movilizaciones vinculadas a procesos
estructurales de la ciudad. En el “asentamiento” y en “las
torres” están condensados procesos más generales vincula-
dos con el boom inmobiliario y su reverso: el déficit habi-
tacional y la pobreza urbana. Luego de la crisis de 2001
y la posterior devaluación del peso en 2002, la economía
argentina comenzó un proceso de recuperación y de creci-
miento sostenido. Una de las actividades donde fue notable
es en el sector de la construcción. Como indicador, sirve
referir a la dinámica de los permisos de obra. Mientras que
en 2002 cayeron a 690, al año siguiente fueron un poco
más del doble, y muestra un crecimiento continuo en los
años posteriores hasta 2008, momento de la crisis finan-
ciera mundial. Este dinamismo se expresó en la prolifera-
ción de obras en construcción en su mayoría destinadas a
nuevas viviendas. Es importante señalar que más del 50%
de esas viviendas nuevas se distribuyeron sólo en 6 de los

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Fronteras en la ciudad • 97

48 barrios de la ciudad, dato que expresa un alto grado


de concentración del boom inmobiliario, un reforzamiento
de la segregación socioterritorial y un proceso de valoriza-
ción diferencial del suelo urbano. Como señala Baer (2006),
las zonas más demandadas para la construcción de nuevas
viviendas fueron aquellas que presentan altas densidades,
poseen buena accesibilidad al centro, alta calidad urbana,
cercanía a centros comerciales y de servicios y un nivel
socioeconómico homogéneo de sus habitantes. La selecti-
vidad de la zona también fue acorde al tipo de vivienda
que se construyó de manera predominante: multiviviendas
destinadas a sectores medios-altos y altos (Mignaqui, 1998;
Welch Guerra y Valentíni, 2005; Duarte, 2006; Szajnberg y
Corda, 2007; Baer, 2008).
Caballito es uno de los seis barrios donde se localizó
una gran proporción de emprendimientos residenciales.
Del total de viviendas construidas en la ciudad en el periodo
2000/2009, el 10,4% se concentró en esta zona. En algunas
partes del barrio, esto implicó que de manera simultánea se
registrara un edificio en construcción por manzana (Infor-
me Reporte Inmobiliario, 2008). Los datos del Censo 2010
muestran que entre 2001 y 2010, se incorporaron al barrio
6000 nuevos residentes, lo que significó un crecimiento
del 3,4% de su población y revirtió el sentido decreciente
que se había registrado en el período intercensal anterior
(1991-2001).
Unos años antes de ese boom inmobiliario y en el con-
texto de la profunda crisis social de 2001, se registraron en
la CABA ocupaciones de predios públicos y privados ubi-
cados en zonas centrales por parte de familias pobres. Este
tipo de asentamientos fueron denominados “Nuevos Asen-
tamientos Urbanos” (NAU) para distinguirlos de las villas
miserias, los históricos asentamientos de personas pobres
en la ciudad. Mientras éstas últimas se localizan en su
mayoría en la zona sur de la CABA, cuentan con una trama
más o menos estable, tienen algunos servicios y son reco-
nocidas en los mapas oficiales, los NAU son modalidades de

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pobreza urbana que tienen un marcado carácter intersticial


y se distribuyen en distintos puntos de la ciudad (Rodrí-
guez, 2009). La ubicación de los NAU tuvo por efecto una
mayor proximidad física entre grupos socialmente distan-
tes y reforzó aquello que registra Kessler (2009) como un
desdibujamiento de la oposición barrio versus villa como
ordenador central de las fronteras entre lo seguro y lo peli-
groso. Los NAU emergieron como alteridades geográfica-
mente próximas en barrios centrales de la ciudad.
Ubicado a pocos metros del Club Ferrocarril Oeste y
a otros tantos del emprendimiento inmobiliario “Dos Plaza
Caballito” –uno de los recientes desarrollos residenciales de
torres amuralladas– se encontraba el asentamiento Mori-
xe, donde vivían unas 200 personas. Según la Comisión de
Vivienda de la Legislatura (CVL) de la CABA había estado
allí desde finales de los años noventa, pero algunos vecinos
señalan el año 2001 como el momento en que comenza-
ron a asentarse familias pobres. Algunos eran habitantes
recientes en ese asentamiento, muchos eran “cartoneros”1
que con el cierre del “tren blanco”2 –en febrero de 2008–
decidieron quedarse en áreas centrales de la ciudad. Otras
familias habían llegado ahí luego de que fueran expulsadas
del sitio que ocupaban antes, también en Caballito, en la
calle Donato Álvarez y las vías. A metros del asentamien-
to, del otro lado de la vía, existía un depósito de cartones
y material reciclable (botellas, chapas, madera, cartones).
Las tierras sobre las que estaban emplazados eran terrenos

1 Se llama “cartoneros” a las personas que recolectan cartones y otros mate-


riales reciclables –lo que para otros son residuos– en las calles de la ciudad.
2 El “tren blanco” o “tren cartonero” fue un servicio especial prestado en los
ferrocarriles metropolitanos luego de la crisis de 2001. En aquel entonces,
miles de personas desocupadas o en situación de pobreza se volcaron a la
actividad de juntar materiales reciclables. Este servicio espacial de los ferro-
carriles trasladaba a los “cartoneros” desde el centro de los barrios centrales
de la ciudad hacia los suburbios.

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Fronteras en la ciudad • 99

públicos nacionales, propiedad de la ADIF3 que antes de


la privatización de los trenes fueron la playa de Cargas y
Maniobras del ex ferrocarril Sarmiento.
La presencia del asentamiento así como también la
vertiginosa transformación del barrio resultado del boom
inmobiliario resultaron disruptivas para muchos de sus
residentes que decidieron frente a ello dedicar esfuerzo y
tiempo en desplegar acciones de protesta, realizar presenta-
ciones ante los tribunales, entrevistarse con funcionarios y
legisladores y volverse atractivos para los medios de comu-
nicación. Esas transformaciones materiales del barrio y sus
contestaciones son ámbitos donde se negocian identidades
y diferencias de clase. Al involucrarse en protestas y recla-
mos, los residentes movilizados no sólo están comprome-
tidos con la construcción de un espacio barrial como ellos
imaginan que debe ser, también allí disputan –y constru-
yen– el sentido de “ser de clase media” y dan explicaciones
sobre quiénes son esos “otros”. Es en ese proceso relacional
de impugnación de esas transformaciones y de esos “otros”
presentes en el espacio barrial donde también producen su
propia identidad, actualizando narrativas históricas sobre
las clases medias argentinas y sus imaginarios espaciales. En
esos espacios de conflicto, el drama de las fronteras sociales
y espaciales se intensifica. Quiero evidenciar los discursos y
las prácticas de esos “vecinos” en tanto actualizan narrativas
y moralidades de clase media que –al tiempo que performan
y espacializan esa identidad– niegan a “otros” la legitimidad
de ese anclaje residencial o, más aún, la pertenencia a la
propia ciudad. Además, como sugieren Elwood et al. (2015),
me interesa resaltar cómo esos momentos en que residentes
de clase media luchan por hacer del barrio lo que imaginan
que debe ser –en particular la movilización por el desalo-
jo del asentamiento de cartoneros– constituyen momento

3 Sociedad del Estado Administración de Infraestructura Ferroviaria encar-


gada de administrar los bienes ferroviarios que estaban bajo la jurisdicción
de la ONABE (Organismo Nacional de Administración de Bienes).

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100 • Fronteras en la ciudad

de producción de políticas de la pobreza. Siguiendo a esos


autores, las “políticas de pobreza” refieren a las ideas, los
discursos y las acciones de grupos sociales en respuesta a
la pobreza, ya sea para aminorar sus efectos o para defen-
derse a sí mismos contra su presencia. Preguntarse por la
producción de políticas de pobreza necesariamente implica
un abordaje relacional situado en zonas de contacto entre
personas pobres y no pobres. Como señalan Lawson et al.
(2015), esto supone asumir de entrada que “los actores ‘no
pobres’ están profundamente implicados en la producción
y la transformación de la pobreza a través de sus roles en
la legitimación de diferencia” (2). En ese marco, los barrios
centrales de la CABA son un escenario privilegiado4 para
observar este tipo de dinámicas.

Orígenes y avatares de un barrio en transformación

Caballito es un barrio ubicado en el centro geográfico de


la CABA, está “en el medio”. La historia de su urbanización
está íntimamente articulada al hecho de estar atravesado
por lo que fue históricamente el eje tradicional de tráfico
desde los tiempos de la Colonia, “la espina dorsal de Buenos
Aires”5, la actual Avenida Rivadavia.
Desde su conformación en las primeras décadas del
siglo XX, Caballito fue imaginado como lugar donde podían
desarrollarse valores de privacidad, respetabilidad, tradi-
ción y familia. Por esos años, la vivienda individual fue el
polo positivo de una distinción que se recortó contra la

4 En un artículo anterior (Cosacov y Perelman, 2014) exploramos la producti-


vidad de analizar los contactos entre cartoneros y vecinos para dar cuenta
de los umbrales de tolerancia frente a esos “otros” y las tácticas que esos
“otros” despliegan para poder realizar su trabajo de recolección de materia-
les reciclables en barrios de clase media de la CABA.
5 Así se refería a la Av. Rivadavia Guiraldes, el Intendente de la ciudad, en una
nota que enviara en 1909 al Ministro del Interior (MCBA, 1909: 395; citado
en Dhan Zunino, 2009).

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vivienda colectiva y, en particular, contra el conventillo,


considerado un “peligro de orden físico y moral” (Aboy,
2007: 28). En ese contexto, la vivienda individual fue inves-
tida de todas las virtudes de las que carecían –hasta enton-
ces– los alojamientos colectivos. El conventillo, así como
las pensiones y los inquilinatos, predominaban en las zonas
céntricas y eran lugares de convivencia que se articulaban
más allá de los vínculos de parentesco. Por el contrario, la
vivienda individual era posible en los suburbios y quedaría
estrechamente vinculada a una noción de hogar familiar,
a un núcleo de convivencia sostenido en la sangre (Aboy,
2007). Trabajadores, inmigrantes o nativos, encontraron en
el “ser propietario” no sólo un elemento de seguridad sino
también de respetabilidad en el contexto de esa nueva socie-
dad que se iba conformando en las primeras décadas del
siglo XX (Adamovsky, 2009). En ese contexto, llegar a Caba-
llito significaba lograr una estabilización social y espacial y
una mayor consideración social.
A mitad de siglo XX Caballito ya era un barrio conso-
lidado. Su ubicación geográfica estratégica y la infraestruc-
tura de transporte allí instalada –ya contaba con dos líneas
de subterráneo, un tren metropolitano y una diversidad de
líneas de tranvías que lo atravesaban– fueron colocando a
este barrio como residencial, pero también con una fuerte
impronta comercial de escala barrial y urbana y una signi-
ficativa conectividad con el resto de la ciudad. Como señala
Torres (1992), el cambio de la posición relativa de aque-
llos barrios que como Caballito pasaron de ser periferia
a comienzos de siglo a ciudad central en 1940 “fue capi-
talizado por aquellos sectores de trabajadores que habían
logrado –en las primeras décadas del siglo– acceder a la
pequeña propiedad residencial estableciéndose en el subur-
bio” (1992: 159). Así, Caballito fue quedando, entre mito y
realidad, entre narrativas históricas y relatos autobiográfi-
cos, como un barrio de clases medias ascendentes.

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102 • Fronteras en la ciudad

El relato autobiográfico de una de las entrevistadas


es elocuente. El abuelo de Marita fue uno de los cuatro
millones de europeos que arribaron entre 1880 y 1910 a
la Argentina y parte de ese 60% que se radicó en Buenos
Aires. A diferencia de las pautas que tendría la migración
interna dos décadas más tarde, esta inmigración europea
se asentó en las zonas céntricas de la ciudad de manera
predominante, y una de las modalidades habitacionales más
extendidas fue el “conventillo”. Ramón llegó de España a
Buenos Aires. Vivió en piezas de distintos conventillos e
inquilinatos, ubicados en el centro de la ciudad. Durante
cinco años fue chofer de una familia “adinerada” y luego se
transformó en taxista. En 1917 compró un terreno en Caba-
llito. Además del financiamiento ofrecido por loteadores,
Ramón solicitó dinero a prestamistas en distintos momen-
tos. Con ese dinero construyó su casa, primero de un piso,
luego le agregó otro piso, hizo un gran garaje y arriba del
garaje construyó dos departamentos para alquilar. Al poco
tiempo, el abuelo de Marita vivía de rentas. Había hecho
de ese terreno un lugar no sólo para vivir, sino también
para obtener recursos monetarios. El garaje de Ramón sería
una de las primeras playas de estacionamiento del barrio.
Circula como un recuerdo familiar que Ramón decía que
Caballito era un barrio que iba a “progresar”.
Hacia finales del siglo XX y comienzos del XXI,
Caballito pasó de ser un territorio imaginado –y que en
gran medida así había funcionado– como asiento de clases
medias ascendentes a un territorio cada vez más exclusi-
vo. El boom inmobiliario poscrisis 2001 fue parte de ese
proceso. La demolición de casas viejas y su sustitución por
edificios o torres amuralladas se reiteraba en cada manzana
de algunas zonas del barrio. Muchos emprendimientos en
marcha y otros terminados mostraban una tendencia a la
consolidación del tejido en altura, lo que implicaba la demo-
lición del tejido existente.

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Fronteras en la ciudad • 103

No era la primera vez que Caballito atravesaba por


un proceso de transformación de su morfología. Al filo de
los años cincuenta y sesenta, la construcción de edificios
fue masiva y verticalizó algunas de sus zonas hasta enton-
ces caracterizadas por sus casas bajas.6 Aquel momento ha
sido mencionado en la literatura especializada como el de
mayor acceso a la pequeña propiedad urbana de amplios
sectores de las clases medias.7 Políticas directas e indirectas
implementadas durante el peronismo están en la base de ese
proceso.8 A mitad de siglo y en las dos décadas siguientes las
transformaciones del barrio formaron parte de un contexto
social de democratización del bienestar (Torre y Pastoriza,
2002) y fueron en gran medida la materialización y la posi-
bilidad de una movilidad social ascendente.
Pero las transformaciones recientes en Caballito se ins-
cribieron en un contexto social signado por el aumento de
la desigualdad y la preeminencia de lógicas excluyentes y
de segmentación social que también operaron en el terri-
torio. Esto no fue privativo de Caballito, forma parte de
una dinámica más general de fragmentación socioespacial
de la metrópoli de Buenos Aires (Janoschka, 2002; Prévôt-
Schapira, 2000, 2001).

6 Como señala Ballent, pese a que el Gobierno peronista pretendió estimular


la construcción a través de esa ley –además de democratizar el acceso a la
propiedad– no logró tal objetivo en el período de su gestión. Si bien favore-
ció la venta de unidades existentes, “el boom de la construcción en propiedad
horizontal se registró en las décadas del sesenta y del setenta, hasta la crisis
de 1975, y se basó en el apoyo del crédito oficial a través de planes de ahorro
y préstamo” (1999: 40).
7 En la CABA el aumento de la proporción de propietarios pasó de 17,6% en
1947 a 45,6% en 1960, según los datos de los respectivos censos.
8 En particular, la construcción directa de viviendas a cargo del Estado, el
financiamiento de la demanda a través de los créditos ofrecidos por el Banco
Hipotecario Nacional, la regulación de los alquileres, la Ley de Propiedad
Horizontal sancionada en 1948, así como el abaratamiento de los viajes
–consecuencia de la nacionalización de los ferrocarriles– están entre los
principales factores que tuvieron efectos directos en la producción material
de la ciudad y el acceso a la vivienda, tanto en la periferia como en la ciudad
central.

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104 • Fronteras en la ciudad

Los cambios en el barrio trajeron también una novedad


tipológica: la llamada torre-country o torre amurallada.9 En
Caballito ya existían algunas torres de perímetro libre o
semilibre, cercadas por una reja, que ocupan una fracción
de manzana. Pero a diferencia de éstas, las torres amuralla-
das ocupan terrenos equivalentes a una manzana y además
de tener cámaras de seguridad están perimetradas por un
muro infranqueable a la mirada exterior. Fueron dos los
emprendimientos que los “vecinos” movilizados señalaron
como paradigmáticos de los cambios en el barrio. Uno fue
el complejo “Caballito Nuevo” que ocupa gran parte de la
manzana que recortan las calles Vallese, Colpayo, Aren-
green y Rojas. Es una obra que impacta por su volumen y
el contraste con el tejido urbano de la zona, conformado
de manera predominante por casas bajas o multiviviendas
que no superan los dos pisos. Las torres fueron perimetra-
das por un muro y están rodeadas de un parque de 9000
m2 “en una de las manzanas más tranquilas del barrio,
con excelente accesibilidad”.10 Cada torre, de 35 pisos, tiene
cinco ascensores de alta velocidad y un gimnasio. El pre-
dio cuenta con una pileta climatizada con bar incorporado,
canchas de tenis y fútbol, spa y vestuario con lockers para
personal de servicio. Estas características se ofrecen en los
folletos como “una completísima infraestructura de ameni-
ties y servicios, pensados para el confort, la tranquilidad y
el esparcimiento de sus propietarios”. La misma publicidad
de este desarrollo residencial se construye en oposición a
una práctica constitutiva de la sociabilidad barrial: el club.

9 Siguiendo a Welch Guerra y Valentini (2005), esta tipología edilicia comien-


za a ofrecerse en nuestra ciudad a comienzos de la década del noventa y su
auge está estrechamente vinculado al boom inmobiliario de 1991 y 1992. En
términos geográficos, la construcción de torres amuralladas se expandió
primero en todo el eje norte de la ciudad y en algunos partidos lindantes,
pero a mediados de los años noventa fue notable su avance hacia el noroeste
y el oeste. En Caballito, su implantación se registra junto al boom inmobilia-
rio tras la devaluación de 2002.
10 Según folletos y página web del emprendimiento: www.torrescaballito-
nuevo.com.

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La publicidad señala: “lo que otros tienen en el club, vos lo


tenés en tu casa”. El complejo tiene dos entradas principa-
les, independientes para cada torre, portones automáticos y
puestos de control y seguridad.
Otro de los emprendimientos residenciales de estas
características está ubicado a pocas cuadras del anterior:
el complejo “DosPlaza Caballito”.11 La importancia de este
emprendimiento inmobiliario radica, al igual que el ante-
rior, no sólo en sus dimensiones, sino en el hecho de que
son tipologías habitacionales que no existían con anterio-
ridad en el barrio. “DosPlaza” está ubicado entre la sede
del Club Ferrocarril Oeste y la vera del ferrocarril, en las
calles García Lorca y Martín de Gainza. Dos torres de 33
pisos con cuatro ascensores de alta velocidad y uno de ser-
vicio, rodeadas de una parquización de 10.500 m2. Entre los
servicios y la infraestructura con la que cuenta, hay cuatro-
cientas cocheras fijas, pileta, solarium, gimnasio, seguridad
las veinticuatro horas y vestuarios para el personal.
La protesta de los “vecinos” y sus consignas atestigua-
ban que esos cambios en el entorno barrial resultaban dis-
ruptivos. La verticalización creciente del barrio, la veloci-
dad y multiplicación de las construcciones que mostraban la
“angurria de los desarrolladores” y la presencia de esa nueva
tipología en Caballito a la que calificaron como “paradig-
ma de una ciudad neoliberal”, tensionaron la configuración
socioespacial previa y actualizaron imaginarios espaciales
ligados a ese territorio.
No voy a detenerme en las formas de protesta desple-
gadas en las calles, los recursos de amparo presentados ante
los tribunales o cómo ser “vecinos de Caballito” importó
para llegar a los medios de comunicación y a los legislado-
res de la ciudad, coronando con éxito la protesta.12 Eso ha

11 Se puede ver en www.dosplaza.com.


12 Los “vecinos” lograron no sólo fallos favorables ante los tribunales, sino
también dos leyes aprobadas por la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires
que rezonificó y bajó las densidades y alturas permitidas en varias manzanas
del barrio. Para ampliar ver, Azuela y Cosacov (2013).

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106 • Fronteras en la ciudad

sido desarrollado con anterioridad en otro artículo (Azuela


y Cosacov, 2013). Quiero detenerme en cómo disputaron
la legitimidad de sus demandas e imaginarios espaciales.
Y cómo en ese proceso categorizaron a las “torres” y sus
habitantes, esos “otros”, como contrapunto de una identi-
dad de clase media –siempre negociada– a la que ellos se
autoadscriben y reivindican. Hay que decir que, a pesar de
movilizar narrativas, moralidades y la propia identidad de
clase media al elaborar sus explicaciones, quienes se movi-
lizan lo hacen como “vecinos”, una identidad que despoja
cualquier movilización de intereses de clase.

Estéticas y méritos en la impugnación moral a “las


torres” y sus habitantes

Ana vive en una casa de dos plantas cuya fachada es de


ladrillo a la vista y en su interior presenta un estilo defi-
nido por ella como “cálido”. Desde que se mudaron ella ha
puesto gran dedicación y pasión a su casa. Esta casa en
la que vive Ana es la culminación de una trayectoria resi-
dencial que corona otra, de movilidad social ascendente.
La mamá de Ana, nacida en Carlos Casares, era hija de
inmigrantes rusos. El papá había llegado de Rumania y era
vendedor de ropa.

Mi papá era muy bohemio, vendedor con la valijita de ropa,


dentro de la Capital, su clientela estaba en Parque Patricios,
en el Once, y se manejaba con ingresos más que acotados.
Vivíamos en un departamento de dos ambientes, interno,
alquilado, costaba bastante pagar el alquiler. Mi mamá no
trabajaba, y nosotros éramos cinco […], teníamos muchos
problemas económicos.

Cuando tenía 10 años, Ana se mudó con su familia


a Villa Celina. Sus padres habían empezado a pagar las
cuotas a una empresa constructora que quebró y el Banco

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Fronteras en la ciudad • 107

Hipotecario se hizo cargo de todos los perjudicados, otor-


gando “facilidades para acceder a una vivienda en un mono-
block en la General Paz, donde está el autódromo, pero
de enfrente, del lado de provincia […] eran como unos 20
monoblocks, una zona fea”.
Al poco tiempo de comprar su casa actual, la “casita de
mis sueños”, comenzó a modificarla acorde a su gusto

y cuando se me dio el sueño de la casita después de muchísi-


mos años me aboqué a la casa. (…) hice la parrilla ¡por favor
el asado! Y el cantero de la calle, (…) le saqué el hogar, le
puse uno más rústico, tipo campiña francesa que me encanta,
¡yo quería todo así! Y esos listones de madera en el techo
también…

Hay en la casa de Ana una intención de hacer de cada


objeto que ha colocado una elección estética, de que la belle-
za se introduzca en la cocina, en el baño, en el comedor. Ella
es dibujante, estudió en un terciario y se dedica desde hace
mucho, junto con su marido, al merchandising publicitario.
Ella misma ha hecho muchas de las cosas que cuelgan de las
paredes. En su casa no hay una separación de espacios entre
lugares funcionales, prácticos y otros socialmente designa-
dos para ser “decorados”. En la casa de Ana todo está deco-
rado con un estilo campestre. Ana enmarca su oposición a
los cambios en el barrio en un relato sobre el fin de una
sociedad que a muchos –como ella– les permitió acceder, a
través de un crédito y con esfuerzo, a su primera propiedad.
Ella se siente portadora de una “cultura del esfuerzo” que
contrasta con “lo ostentoso” y “fácil” de quienes compran
los departamentos:

Mi casa ha sido el fruto de tanto, de tanto esfuerzo y de


la elección de vivir en este barrio […]. Argentina se carac-
terizó por una gran clase media y esta gran clase media
tenía sus matices. Lo cierto que en los noventa hubo una
barranca hacia una clase media baja atroz por todas las indus-
trias que se cerraron. Entonces las hipotéticas, los hipotéticos

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108 • Fronteras en la ciudad

ocupantes de los edificios estos nuevos, podrían ser la juven-


tud que necesita o quiere mudarse y les resulta mucho más
económico que una casa. Un departamento, como me pasó a
mí en su momento. Pero lo cierto es que a la mayoría de los
jóvenes le resulta inaccesible. Ni siquiera un departamento,
y ni siquiera hoy tenemos los planes del Banco Hipotecario,
que era un plan social para una clase media baja como era
mi caso. […] Acá no estamos hablando de gente que tiene un
poder adquisitivo que le permite comprar un departamento
de clase media, esto está pensado en función de clase media
alta, o muy alta, yo qué sé, las torres de Colpayo con pile-
ta olímpica de natación, canchas de tenis, eso es un barrio
cerrado, en el mismo barrio. Es un barrio sobre el barrio.
Está pensado con otras variables, que no son el interés por la
gente que compone el barrio, porque el tejido social viva bien
(Entrevista a Ana, abril de 2008).

La “cultura del esfuerzo” de la que se sienten porta-


dores tiñe de legitimidad sus propiedades y apropiaciones.
Pero esa “cultura del esfuerzo”, ese sacrificio al que remiten
una y otra vez, no necesariamente remite a una concepción
individualista del ascenso social. En el relato de los “veci-
nos” emerge cierta añoranza de un Estado que tuvo un rol
de igualador de las desventajas sociales y se lo reivindica,
aunque es parte del pasado. En la explicación de su propia
posición social logran articular un discurso meritocráti-
co con la reivindicación de ese Estado que tuvo políticas
habitacionales y educativas que les permitió llegar a don-
de están hoy. Casi todos los entrevistados han transitado
su escolaridad en el sistema público, de nivel medio, ter-
ciario y universitario. Reivindican un Estado que formaba
parte de una sociedad que acompañó trayectorias sociales
ascendentes sustentadas en “esfuerzo” y “sacrificio”, en una
“cultura del trabajo”.
En esa construcción relacional, las “torres” encarnan
procesos de “especulación”, “modos fáciles de ganar dinero”,
“negocios con ganancias extraordinarias”. Quienes residen
en esas nuevas edificaciones son colocados como aquellos

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Fronteras en la ciudad • 109

que han podido acceder a bienes sin haber seguido una


trayectoria signada por el “esfuerzo”, “sin trabajar”: “Los
departamentos que se hacen tampoco se hacen para gen-
te que trabaja, ¿me entendés? No son departamentos para
clase media para abajo. Son deptos para clases altas, enton-
ces tampoco están solucionando un problema habitacional”
(Entrevista a Rubén, octubre de 2007).
Una entrevistada enmarcaba la indignación que le
generaban las nuevas construcciones en un relato acerca
de que “la clase media” viene sufriendo una “cadena de
pérdidas” y que “la casa” aparece como el “último reducto”
donde refugiarse emocional y patrimonialmente. Tanto ella
como la mayoría de los vecinos movilizados tienen más
de cincuenta años. Han vivido experiencias significativas
de ascenso social intergeneracional, la gran mayoría cons-
tituyen la primera generación de sus familias que accede
a la universidad y hacen de su origen inmigrante un rela-
to épico. Quienes se movilizan colocan como núcleo de
su relato la noción de sacrificio y esfuerzo, para explicar
cómo llegaron a tener lo que tienen y a vivir en el lugar
en el que residen. La experiencia familiar de ascenso social
atraviesa el relato de estos vecinos y enmarca poderosa-
mente la explicación de la legitimidad de sus apropiaciones.
Relatos autobiográficos que encarnan y actualizan lo que
Visacovsky (2014) llama “el relato de origen de clase media”.
Un relato –elaborado durante la primera mitad del siglo
XX– sobre el éxito del inmigrante de origen europeo y de
sus descendientes que resalta las virtudes del trabajo y el
esfuerzo como camino al éxito y al progreso. Siguiendo
al autor, la eficacia y la vigencia de este relato descansa
en su capacidad de brindar un camino moral de ascenso
social y en funcionar como principio de diferenciación de
caminos inadmisibles y aquellos considerados moralmente
aceptables. Los “vecinos” ponen a jugar este origen virtuo-
so y desde allí evalúan y categorizan a esos “otros” como
encarnando caminos moralmente inadmisibles y expresan-
do la materialización del quiebre de una sociedad que ya

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110 • Fronteras en la ciudad

no premia ni acompaña esos caminos morales de ascenso


social. Es decir, enmarcan la indignación que les produce
la construcción de las torres, el deterioro del barrio, del
entorno que rodea su casa, la degradación de su hábitat,
como un suceso más de una cadena de eventos críticos
que han puesto en jaque lo que han logrado con trabajo,
esfuerzo y educación.
En el relato de los “vecinos” emerge el neoliberalismo
como la etapa de la Argentina en la que se produjeron esos
“trastocamientos” que hicieron posible caminos de éxito
moralmente inadmisibles. “Piojos resucitados”, “futbolistas
enriquecidos” son algunos de los modos de nombrar a esos
“otros” de los que ellos se distinguen.
Pero los cambios en el barrio no sólo impactan en esa
moralidad de clase media, también en las estéticas (siem-
pre negociadas) a la que esa identidad remite. Roberto, que
también vive en una casa de dos plantas de ladrillo a la
vista, con un jardín grande, rechaza la estética de las nuevas
construcciones y la distingue de la que siempre caracterizó
al barrio: “Caballito era un barrio residencial. Caballito sur
era un barrio de petit hoteles, de arquitectura maravillosa, de
patrimonio arquitectónico, cultural. (…) La avenida Pedro
Goyena era una calle de casas hermosísimas. La hicieron
añicos con un estilo hollywoodense”.
Aluden al estilo de las nuevas construcciones como
“hollywoodense” y marcan que allí predomina un exceso de
iluminación, vidrios, espejos, tonos grises, blancos y negros
y unos materiales como el acero que ellos oponen a la
calidez de la madera. Las nuevas construcciones aparecen
como portadoras de una estética distinta al estilo francés e
inglés que reivindican como identidad del barrio y toman
distancia de aquel estilo, no quieren ser asociados a eso.
Pero detrás de estos materiales y estilos, ellos afir-
man que existe una intencionalidad de “ostentación”, de
querer “aparentar” lo que no se tiene. En esa línea, dicen
que quienes viven en los nuevos edificios no lo hacen sólo
por la mayor seguridad que proponen, sino también por

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Fronteras en la ciudad • 111

la presencia de las llamadas amenities, porque “muestran


lujo”. Marcos, un psicoanalista que vive en una vivienda
tipo dúplex ubicada en un pasaje tranquilo del barrio, con
árboles viejos y casas bajas, me decía algo similar.

Esa impostura de clase media alta, de hacer cierto sacrificio


para mandar a sus hijos a una escuela privada y por ahí los
dos pibes duermen en el living, es como algo, a mi criterio,
que me hace un cortocircuito, es decir, como que hay ciertas
prioridades me parece. Y también, tienen ciertas actitudes
de creérsela, esta cuestión de tener como una posición ideo-
lógica en el mundo que no se condice ni con la posición
económica ni con la trayectoria de clase familiar, para decirlo
de un modo. Si vengo de una familia patricia y tengo como
cierta soberbia, bueno por lo menos se justifica biológica-
mente, naturalmente, tengo un apellido, nací así, en una casa
pituca de Recoleta y aunque hoy viva con dos mangos, bueno,
me quedé con la soberbia porque lo mamé. Pero hay gente
que viene de hogares muy humildes y se ha hecho como una
especie de repudio a sus orígenes. (…) gente que tiene un
modo de hablar y de plantarse, que no tiene nada que ver
con sus recursos y el lugar donde vive. (…) como si fueran
los “dueños de”, gente que tiene una impostura, una cosa de,
no sé si llamarla de clase, sería como de clase cultural, no
encuentro la palabra, me falta vocabulario sociológico [rién-
dose], es decir, esa posición, una cierta corriente, una cierta
subclase que es la posición que marca la 4×4, o determinado
tipo de coche, determinado modo de vestir a los pibes. El tipo
de vestimenta es cierto tipo de ropa que está en las revistas,
está en la publicidad, ese tipo de ropa. Visten a los pibes de
esa manera, uno nunca va a ver a los pibes vestidos medio
indiecitos. No sólo la cuestión de la ropa, la cuestión del trato
también es diferente. Es gente de mucho “anteojo ahumado”,
hay una distancia…

Olga, una arquitecta que vive en una casa ubicada en


una zona que está declarada Área de Protección Histórica
por el valor arquitectónico de las viviendas, me señalaba
que los “nuevos” tienen otro tipo de actitud, de invasión,
acá en la otra cuadra tenemos un colegio privado y cada

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112 • Fronteras en la ciudad

vez que hay una fiesta escolar te estacionan el auto en tu


garaje, no les importa absolutamente nada, ellos son los
dueños de todo”.
En estos discursos, emerge cierta “retórica de la ade-
cuación” (Liechty, 2009: 349) que remite a la noción de
moderación y punto medio, coloca a los “vecinos” como
portadores de un “consumo esclarecido”, guiado por una
jerarquía de valores adecuada. A esos “otros”, en cambio, se
le atribuyen consumos que a ellos les hace “cortocircuito” y
que califican de “impostados”, aludiendo a que buscan fingir
algo que no son. Hay una impugnación moral acerca de las
prioridades que tienen esos “otros” frente a las que serían
“adecuadas” para una clase media.
Como señala Douglas (1998), la cultura es una con-
tienda sobre la decoración como lo es sobre tantas otras
cosas (1998: 84). Los bienes se utilizan para mostrar dis-
tinciones, entre viejo y joven, superior e inferior, insider y
outsider. Lo interesante –siguiendo a Douglas– es poner a
dialogar los continentes y los contenidos. En la retórica de
la adecuación, lo que está en juego es un juicio acerca de un
mal uso de objetos y comportamientos moralmente inacep-
tables que evidencian que no fueron adquiridos a lo largo
de generaciones de correcta herencia. Son considerados por
los “vecinos” como vulgares. Las “torres” buscan “osten-
tar”, “exhibir poder” mediante objetos –también las 4×4 son
parte de ello– sin formar parte de una serie legitimada de
consumos y de trayectorias. A diferencia de esos “otros”,
los “vecinos” se sienten portadores de historias familiares
de ascenso social sustentados en el esfuerzo y el sacrificio.
Un relato que remite a sus antepasados inmigrantes y que
actualiza el relato de origen de la clase media.

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Fronteras en la ciudad • 113

Purificando el territorio. La lucha por el desalojo del


asentamiento

De modo simultáneo a quienes se involucraron en las con-


testaciones contra la construcción de edificios y torres,
otros “vecinos” estaban comprometidos en lograr la expul-
sión de un asentamiento de cartoneros. Fue la presen-
cia visible de esa pobreza la que activó la movilización y
la organización. En septiembre de 2007, se construyó un
puente peatonal y vehicular que cruza las vías uniendo a
la calle Yerbal y Avellaneda a la altura del Club Ferroca-
rril Oeste. Si bien este asentamiento de cartoneros hacía
tiempo que estaba allí, fue la construcción de este puen-
te lo que creó una “zona de contacto”,13 puesto que tornó
visible el asentamiento antes bastante solapado por la mor-
fología del lugar.
Una vecina relataba:

Cuando el puente se terminó, dejó al descubierto un montón


de viviendas precarias que aparecieron entre las vías del
ferrocarril y el club Ferrocarril Oeste, cuya instalación crece
incesantemente. Junto con todo este movimiento de vivien-
das precarias, empezaron a aparecer los robos a casas, nego-
cios, autos y transeúntes. (…) Como si esto fuera poco, a
fines de diciembre, un numeroso grupo de personas, aparen-
temente de origen peruano, invadieron dos propiedades que
estaban desocupadas en Yerbal al 1420 y 1428 (…) A poco que
apareció toda esta gente, dejaron de funcionar todas las luces
de la calle, desde la esquina de Yerbal y Nicasio Oroño hasta
la mitad de la cuadra del 1400. La calle de noche es un peligro
mayor que de día, ya que, a la marginalidad de nuestros nue-
vos vecinos, se agrega una oscuridad que asusta… (Relato de
vecina en una carta dirigida a una de las organizaciones del
barrio, 14 de enero de 2008).

13 Este concepto pone el acento “en el modo en que están constituidos los suje-
tos en sus relaciones mutuas, en la copresencia, en interacción” (Geertz,
2002: 78).

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114 • Fronteras en la ciudad

En ese breve relato de una de las vecinas, están conden-


sados todos los modos de categorizar que los vecinos movi-
lizaron para aludir al asentamiento de familias pobres que
se dedican al cartoneo. Como señala Carman (2011), la con-
taminación tiene diferentes acepciones implicadas en los
proceso de segregación urbana y funciona siempre entre-
lazándose con discursos más amplios, como la concepción
de ciudadano, los modos adecuados de ocupar el espacio,
de relacionarse con el resto de los sujetos presentes en el
territorio, con discursos morales, etc.
En el asentamiento se condensa la “ilegalidad”, la “inse-
guridad”, la “suciedad” y la “oscuridad”. Formas de catego-
rizar el asentamiento que también son alimentadas por los
medios de comunicación que, al mes de construido el puen-
te, comenzaron sacar notas sobre el asentamiento no como
un problema de pobreza urbana sino como foco de insegu-
ridad.14 Al mismo tiempo, comenzaron a proliferar diversos
foros virtuales donde “los vecinos” opinaban sobre el asen-
tamiento, las villas y lo que, según ellos, se debería hacer.
Me interesa transcribir la intervención de un miembro de
una de las organizaciones del barrio a quien, unos meses
después, le sería otorgado el premio al Vecino Participativo
200915 y quien fuera uno de los referentes en el tema del
desalojo del asentamiento:

14 “Caballito: denuncian que la zona del nuevo puente es muy insegura. Las
miradas apuntan a un asentamiento ubicado entre las vías” (Clarín, 25/10/
07); “La inseguridad golpea al nuevo puente de Caballito” (Infobae, 25/10/
07); “Crece la ocupación de un terreno ferroviario en la zona de la cancha de
Ferro. Pelea entre vecinos y cartoneros por un asentamiento en Caballito”
(Clarín, 28/06/08); “Vecinos de Caballito exigen la erradicación de asenta-
miento” (Infobae, 29/06/08).
15 Juan Matienzo fue quien recibió el premio por “por su compromiso y traba-
jo por la seguridad y la higiene en el barrio”. Los premios al Vecino Partici-
pativo se enmarcan en el Programa de Fortalecimiento de la Participación
Institucional (FOPAI). Desde 1991, y mediante Dto. Nº 578/90, el Gobierno
de la Ciudad realiza el acto celebratorio, “en homenaje al vecino/a participa-
tivo/a”. En dicho evento, vecinos y organizaciones elegidos por los vecinos
de los 48 barrios porteños son reconocidos por el Jefe de Gobierno de la
Ciudad por su contribución a la mejora de la calidad de vida del barrio.

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Fronteras en la ciudad • 115

Desde hace meses, vecinos del barrio de Caballito, venimos


observando con mucha preocupación un nuevo asentamiento
ilegal debajo y en adyacencias del nuevo puente, (…) en el
que se acumulan en gran extensión y en forma constante
desperdicios. Por otro lado, dichos elementos son quemados
y seleccionados para su posterior traslado en camiones que
estacionan todas las noches en doble mano sobre la calle
Yerbal al 1300, siendo todo este conglomerado un foco de
infección y asentamiento de roedores y alimañas, además de
ser evidentemente un espectáculo nada agradable para los habi-
tantes que cumplimos con las ordenanzas municipales. (…) Este
asentamiento se suma paralelamente al precario conjunto de
viviendas y basura acumulada ya existente detrás de los terre-
nos del Club Ferrocarril Oeste (al que concurren periódi-
camente cientos de niños). Este nuevo foco (aún disipable si
se actuara con la urgencia que este tema requiere) inaugura
otro potencial conjunto de viviendas precarias, pero a no
más de 50 metros de nuestras viviendas. Los vecinos, con
total desconcierto, divisamos desde nuestras viviendas, cómo
se acumulan montañas de desperdicios y se efectúan frecuen-
tes incendios intencionales a toda hora de materiales diversos
(…) los cuales invaden nuestros hogares y obligan a cerrar las
ventanas, afectando nuestra salud. Por otro lado, según cons-
ta, Caballito es una zona residencial, y por su condición de tal
abonamos altos impuestos, mientras que estos asentamientos
ilegales y precarios, tanto como las prácticas que los acom-
pañan, hacen que los vecinos veamos con desagrado este tipo
de invasiones visuales y ambientales, que van en desmedro del
lugar en el que hemos elegido vivir. Ante la falta de respuesta
policial (llamados múltiples al 911- visitas a Seccionales 12º
y 13º) se hace manifiesta nuestra impotencia como ciudadanos
de esta capital, al no ser escuchados nuestros reclamos (…) es
por ello que los vecinos afectados por este grave problema,
solicitamos en forma urgente a las autoridades que tomen
las medidas necesarias (…). Ya que a todas luces vemos en este
asentamiento, no sólo una situación ajena a la legalidad, con con-
secuencias notables de inseguridad en la zona (varios ilícitos) y
con perjuicio ambiental; sino también la transformación de
esta zona de transición a metros de nuestras viviendas, como
el foco inicial de una potencial villa… (Intervención de Juan
Matienzo en Forocaballito, resaltado mío)

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116 • Fronteras en la ciudad

En el relato de Juan, la contaminación ambiental se


anuda con la creencia acerca de que la condición de “ile-
galidad” tiene “consecuencias notables de inseguridad en la
zona (varios ilícitos)”. Al igual que en el primer relato citado,
para estos vecinos hay una superposición entre “ilegalidad”,
“inseguridad” y “contaminación”. Estos modos de categori-
zar a esos “otros” pobres funcionan también justificando su
expulsión. Como veremos, el poder público –encarnado en
funcionarios de Gobierno– parece compartir esa comuni-
dad moral que construyen los vecinos y que al tiempo que
refuerza las fronteras con los “otros” pobres, la diluye con
los funcionarios. Pero antes, es preciso decir que frente a
esos “otros” construidos como sucios y delincuentes –ade-
más de usurpadores– los “vecinos” refuerzan su lugar de
“ciudadanos de esta capital” que “cumplen con las ordenan-
zas” y “pagan altos impuestos” por vivir en ese barrio.
Al igual que sucedió en el caso de la protesta contra
la construcción de edificios y torres, la identidad social
de quienes se movilizan –y que en ese proceso la refuer-
zan–parece ser sumamente poderosa para abrir canales de
visibilidad tanto en los medios de comunicación como fren-
te a las agencias de gobierno. Los “vecinos” consiguieron
tener ocho reuniones con altos funcionarios de la ciu-
dad para plantear los principales problemas del barrio. Me
interesa recuperar un intercambio entre vecinos y funcio-
narios que pude presenciar en una de las reuniones.
En la reunión del 2 de octubre de 2008, estuvieron pre-
sentes diversos funcionarios, entre ellos, el Director Gene-
ral de Reciclado Urbano. La presencia de este funcionario se
debía a que sería el encargado de explicarles a “los vecinos”
los plazos legales para la desocupación del asentamiento, así
como las futuras mecánicas de funcionamiento de los reci-
cladores urbanos. La intervención del funcionario comenzó
con una frase que le garantizó que los vecinos –muy acos-
tumbrados a hacer interrupciones con frases como “somos
profesionales, no nos pueden engañar”– le prestaran mucha

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Fronteras en la ciudad • 117

atención. El funcionario inició su exposición diciéndoles


que estaba ahí para “contarles el plan para ver cómo ataca-
mos Caballito”. Lo escucharon atentamente:

“el Gobierno tiene la postura de que acá –en el barrio– no se


recicla más, se van, te damos los recursos y te vas a un centro
verde. El espacio público no es negociable, se los saca por las
buenas o se aplica la ley. El espacio público es para que pueda ser
usado y disfrutado por los vecinos, no para que esté usurpado”.

En ese momento, la explicación del funcionario se


vio interrumpida por acotaciones desordenadas de distin-
tos vecinos:

“sí, ¡no se le debe dar recursos a nadie que no se esfuerce!”


“no se les puede regalar todo”
“al final somos unos boludos, permisivos, dejamos que esa
gente usurpe los espacios públicos del barrio”
“parece que en Caballito fuéramos millonarios ¡y somos
muertos de hambre!”

El centro verde al que aludía el funcionario queda en


el Parque Roca, en Villa Soldati, en la zona sur de la ciudad.
Villa Soldati es uno de los tres barrios que conforman la
Comuna 8, la más pobre de la ciudad (Cfr. Cosacov et al.,
2011). Tanto para “los vecinos” como para los funcionarios
en Villa Soldati sí es adecuada la instalación de un centro
de reciclado. Estas son las instancias cotidianas, microso-
ciales en los que se (re)producen “cartografías normativas
de pertenencia” (Guano, 2004), que distribuyen personas y
objetos según una jerarquía de lugares. El funcionario les
prometió a los vecinos que el día 22 de octubre se pro-
cedería al desalojo del acopio de materiales reciclables y
del asentamiento. Además, continuó el funcionario, “según
la Ley 992 y (el) Código Contravencional, no puede haber
ningún reciclador urbano que no esté vestido, con carro y

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118 • Fronteras en la ciudad

registrado. Los recicladores urbanos es un paso del carto-


nero a reciclador urbano, y no es lo mismo, puesto que no
vive en el barrio, llega y se va”.16
A continuación de la explicación del funcionario, una
vecina planteó que tenía la duda de si “la tracción a sangre
está permitida en la ciudad”. El funcionario le contestó que
la tracción a sangre era lícita, “es como el caso de los de
Disco, que llevan un carrito”. A continuación, otra vecina,
agregó “sí, pero no es lo mismo uno que hace delivery para
Disco y un cartonero”. Interrumpiendo, la primera vecina
que había planteado la cuestión sobre la legalidad o no de
la tracción a sangre, aclaró: “yo no hablo de los cartone-
ros, hablo de la tracción a sangre de animal, de los carritos
tirados por caballos”. Por un instante, “la tracción a sangre”
los convocó a los dos: caballos y cartoneros fueron figuras
que estuvieron en paralelo. Ese malentendido revelaba el
modo en que habían sido tematizados los cartoneros y los
habitantes del asentamiento por parte de estos “vecinos” y
funcionarios: despojados de derechos, sin ser considerados
ciudadanos, ni acaso humanos, esos “otros” eran puestos
en el límite de la sociedad. Eso era posible por una abso-
luta naturalización de la desigualdad, que la invisibilizaba
como problema.
En la explicación que los “vecinos” elaboraron sobre el
asentamiento y la necesidad de desalojarlo sostuvieron un
modo individualista y meritocrático de entender las mane-
ras de estar y de habitar la ciudad y el propio lugar que se
ocupa en la sociedad. A lo largo de las reuniones y en otras

16 Como hemos señalado en un trabajo anterior (Cosacov y Perelman, 2014), el


Estado realiza operaciones estratégicas destinadas a colocar a los cartoneros
como “trabajadores recuperadores”. Los cartoneros pueden ser usuarios
legítimos de esos espacios en tanto “trabajadores recuperadores”, pero no
como habitantes. En los barrios porteños de clase media los cartoneros no
pueden constituirse en “vecinos”. Y en ello el Estado nuevamente emerge
operando a través del uso de la fuerza pública.

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Fronteras en la ciudad • 119

situaciones que compartí con “los vecinos”, emergió con


claridad la condena moral de estos vecinos hacia los habi-
tantes del asentamiento, sustentada en la “falta de esfuerzo”.
Corría el 16 de octubre de 2008; ese día se desarrollaría
otra reunión. Sin embargo, cuando llegué estaban unos
quince vecinos en la puerta del Centro de Gestión y Parti-
cipación Comunal (CGPC) que estaba totalmente cerrado.
Adentro había un policía que dijo no tener información
de una reunión. Allí empezó toda una discusión sobre qué
deberían hacer ante esta “falta de respeto” que era suspen-
der la reunión sin avisarle a nadie. Allí decidieron escribir
un acta y firmarla dejando constancia de que se habían
hecho presentes tal como había sido acordado en la reunión
anterior. Mientras se debatía qué escribir en el acta, llegó
una mujer que decía saber por qué se había suspendido
la reunión. Contó que habían asaltado toda una serie de
negocios cercanos al asentamiento. Eran los del asenta-
miento los que habían robado. El hecho había ocasionado
que cortaran calles, el tránsito se había complicado para
cruzar el puente y varios policías estaban en la zona. Esa
noticia generó muchísimos comentarios. Había pasado lo
que muchos anunciaban que ocurriría si el asentamiento no
era erradicado de ese lugar.17
Unos minutos después, aproveché que esta señora y
un grupo de unas seis personas habían salido de “la ronda”
principal que se dedicaba a redactar el acta para preguntar-
les qué pensaban acerca de por qué esa gente vivía ahí y si
no contemplaban que estas personas no tenían otro lugar
donde habitar, no tenían otra opción. Algunos no dijeron
nada, y si bien hubo como una gestualidad de asentimien-
to, después de la intervención de una vecina se instaló un
discurso acerca de que los antepasados de ellos también
habían sido “inmigrantes” y “pobres”, “y ser pobre no está
mal”, pero sus antepasados, a diferencia de los habitantes

17 Nunca pude confirmar si efectivamente había sucedido esa cadena de robos.


Los diarios al día siguiente no publicaron nada al respecto.

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120 • Fronteras en la ciudad

del asentamiento, habían “trabajado”, se habían “esforza-


do” y habían logrado ascender socialmente. Al igual que
los vecinos movilizados en contra de la construcción de
edificios y torres, el relato de origen de la clase media es
desplegado para explicar el lugar que tienen en la socie-
dad, teñir de moralidad sus trayectorias de ascenso social
y distinguirse de quienes no pueden reivindicar para sí ese
origen virtuoso. En este caso, por no poder alegar un origen
blanco y europeo. A diferencia de la otra protesta en la que
los “vecinos” movilizados lograban articular una explica-
ción meritocrática con una lectura más colectivista en la
que recuperaban la importancia del Estado como iguala-
dor de desventajas sociales, en ésta emergieron explicacio-
nes meritocráticas individualistas. La naturalización de la
desigualdad, la no problematización de la existencia de una
distribución desigual de recursos y de los mecanismos que
intervienen en ello, no sólo reforzó la esencialidad de esos
“otros” –los cartoneros vagos, sucios, delincuentes– sino
que también llevó a explicar por un “modo de ser”, el lugar
que ellos mismos –“los vecinos”– tienen en la sociedad.

Un final anunciado…

Unos meses después, el día 15 de mayo de 2009, se desalojó


el asentamiento. Una revista barrial, cuyos editores forman
parte de esos vecinos que estuvieron en las reuniones con
los funcionarios, publicó una nota sobre el desalojo. En la
nota puede leerse:

Este desalojo no sólo fue posible por el accionar guberna-


mental, sino que también el compromiso cívico de los vecinos al
denunciar el basural y el asentamiento, dio lugar al desalojo.
La acción de una asociación vecinal, abocada a solucionar
temas reales y concretos que nos afectan a todos, sin elabo-
rar proyectos legislativos que muchas veces muestran cierto
interés político; ha demostrado que vale la pena involucrarse y

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Fronteras en la ciudad • 121

participar. El desalojo se desarrolló en armonía. Los ex habi-


tantes del predio se instalarán ahora en un espacio digno
y propio, ya que cada grupo familiar ha sido beneficiado
con un subsidio que les posibilitó adquirir un terreno y una
vivienda en el conurbano (18/05/2009, Revista barrial Hori-
zonte, resaltado mío).

Conclusiones

Recuperamos dos situaciones de conflicto en el barrio de


Caballito que nos permitieron evidenciar cómo “los veci-
nos” en el proceso de trabajar por lo que imaginan y desean
que sea el barrio, no sólo construyen a “otros” sino que
también negocian su propia identidad. En ese sentido, las
disputas urbanas en torno a los usos legítimos del espacio
y sus legítimos habitantes constituyen momentos de pro-
ducción del orden social y espacial y de las diferencias de
clase. En esas dos situaciones de conflicto, la pregunta se
dirigió a comprender cómo los vecinos construyen sus sis-
temas de diferencias, sistemas que crean clases de “otros”, y
qué diferencias se seleccionaron como “problemáticas”. En
ello, resulta significativo cómo las transformaciones por las
que atraviesa el barrio son interpretadas y leídas a la luz
de un relato sobre la clase media argentina y sus avatares.
La clase media termina siendo el eje alrededor del cual se
elaboran explicaciones sobre lo existente, lo que ocurrió
en el barrio y desde donde se construyen identidades y
diferencias de clase.
Ya sea contra “las torres y edificios” o contra “el asen-
tamiento”, es en el contexto de esas prácticas relaciona-
les que “los vecinos” negocian qué significar ser de clase
media. Tanto en esa delimitación por arriba o por abajo,
se movilizan narrativas y moralidades de clase media. Sin
embargo, en la delimitación frente a “las torres” y sus habi-
tantes, emergen explicaciones más colectivas, los “vecinos”
se colocan como encarnando una cultura de lo público que

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122 • Fronteras en la ciudad

los diferencia de esos “otros” y reivindican un rol del estado


como igualador de las desventajas sociales para explicar sus
trayectorias sociales. En la explicación de su propia posi-
ción social logran articular un discurso meritocrático con la
importancia del papel del Estado al acompañar trayectorias
sociales sustentadas en el sacrificio y el esfuerzo. Al mismo
tiempo, construyen a esos “otros” –habitantes de las torres–
como encarnando trayectorias de ascenso social moralmen-
te inadmisibles y personas menos comprometidas que ellos
con lo colectivo. Hacen juicios sobre sus comportamientos:
“se creen dueños de todo” y ponen en serie esos comporta-
mientos con la elección por tipologías arquitectónicas cuyo
valor está puesto en el uso más privado de espacios. Los
“vecinos” oponen a ello su imaginario espacial de un barrio
como espacio público y colectivo frente a esos “otros” a
los que se categoriza como individualistas. Por su parte, en
la explicación que dan sobre el asentamiento y la necesi-
dad de desalojarlo, la mirada estructural, el contexto social,
parece borrarse. Prima en cambio un modo meritocrático
e individualista de entender las maneras de estar y habitar
la ciudad y el propio lugar que se ocupa en la sociedad.
Refuerzan una esencialidad tanto para explicar por qué son
“pobres” los del asentamiento, como para explicar su pro-
pia posición social.
Para cerrar quisiera agregar una última cuestión que,
aunque requiere ser ampliada, es preciso destacar. Estas
situaciones muestran de qué modo el espacio público está
atravesado por lógicas de inclusión/exclusión y el modo
en que algunos grupos, más que otros, logran instalar la
definición sobre sus usos legítimos. En ese proceso, la par-
ticipación ciudadana de estos vecinos muestra la parado-
ja de que su uso es para producir un cierre social. Estos
vecinos necesitan del Estado –y lo consiguen– para lograr
territorializar una frontera simbólica sustentada, pero a la
vez reproductora de desigualdades sociales. La lucha exi-
tosa de “los vecinos” para erradicar el asentamiento es una
clara muestra de ello.

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Fronteras en la ciudad • 123

Desde diversos ámbitos tanto académicos y como


gubernamentales, a nivel local como internacional, la pro-
moción de la participación ciudadana ha sido una de las
apuestas más compartidas en vías a ampliar la democracia.
Pero es preciso discutir y complejizar las miradas en torno a
la participación ciudadana. A la luz de las disputas analiza-
das, el problema pareciera ser no una despolitización de la
sociedad en el sentido de un menor interés por los asuntos
públicos, sino el carácter impolítico al que conducen estas
formas de participación, esto es, “la falta de aprehensión
global de los problemas ligados a la organización de un
mundo común” (Rosanvallon, 2007: 38). El poder público,
por su parte, lejos de favorecer el trabajo político enten-
dido como una restitución de la globalidad, de las causas
subyacentes de fenómenos sociales, capaz de otorgar inte-
ligibilidad a ese mundo común, refuerza y realimenta la
disgregación. La participación de estos vecinos, implicados
en producir el barrio como ellos imaginan que debe ser, son
prácticas políticas en tanto implican movilización de recur-
sos para orientar las decisiones de gobierno respecto al
espacio urbano. Al mismo tiempo, son prácticas moldeadas
por sistemas de clasificación, que categorizan y jerarquizan
a ellos mismos y a los “otros”, al tiempo que se sostienen en
evaluaciones morales.
Sin lugar a dudas, es preciso asumir que los barrios
son ámbitos densos de producción de diferencias de cla-
se (Elwood et al., 2015). Las clases están estructurándose
en interacciones sociales, en arenas públicas y privadas, en
discursos sociales y en distintos ámbitos de la vida social
(Bourdieu, 1998; Giddens, 1998; Devine, Savage, Scott y
Crompton, 2005). Y uno de esos ámbitos son los barrios
de la ciudad.

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