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Filosofía del lenguaje y lingüística - Cecilia Broilo

INTRODUCCIÓN

Es fácil comprobar que hay temas que aparecen tanto en el índice de un tratado de Filosofía
del Lenguaje como en el de uno de Lingüística, y que autores como Platón y Aristóteles,
Wittgenstein y Austin, tienen su lugar en los textos de ambas disciplinas.

El lenguaje nos permite comunicarnos e informar a nuestros interlocutores, esto es posible


porque usamos expresiones con significado que se vinculan con el mundo a través de la
referencia. El significado y la referencia son dos aspectos centrales en el estudio del
funcionamiento del lenguaje y en su análisis han participado tanto los filósofos del lenguaje
como los lingüistas durante siglos de indagación teórica.

La reflexión metalingüística nació con la Filosofía y en la mayor parte de su historia ha estado


incluida en ella. Desde el principio los límites entre estos campos del conocimiento son
borrosos. Por otra parte, la Filosofía del Lenguaje establece relaciones interdisciplinarias con
otras áreas filosóficas como la Metafísica, la Teoría del Conocimiento, la Lógica, la Ética o la
Estética de acuerdo con la variación de su centro de interés. Asimismo, la relación entre la
mente y el lenguaje es una constante que se manifiesta en otros campos del saber como la
Psicología y la Sociología.
Estas comprobaciones llevan a afirmar que el tratamiento de algunos problemas de la Filosofía
del Lenguaje debe ser necesariamente interdisciplinario, especialmente teniendo en cuenta
que la vinculación entre Filosofía y Lingüística posibilita la explicación de cuestiones como las
que plantean la Pragmática y la Semántica.

Piénsese en la ridícula paradoja que encierra la común expresión ‘dominar una lengua’. Las
lenguas son ellas mismas dominios inmensos de tradiciones, vastos léxicos que se nos escapan,
reglas gramaticales subterráneas de las que apenas alcanzamos a atisbar los mecanismos,
métricas tan espontáneas como misteriosas, poéticas realizadas y otras maravillosas por
cumplirse. De nada de todo esto corresponde ni es posible apropiarse: sólo cabe aquí una
contemplación admirada, un humilde y tenaz estudio que arranque de la certeza de la
inaccesibilidad total de su objeto último. (Bordelois, 2003: 14).

DESARROLLO

1. Un enfoque tradicional: Aunque, como dijimos, la Lingüística y la Filosofía tienen un origen


común, durante mucho tiempo abordaron sus problemas de manera aislada hasta que, ya en
el siglo XX, en las dos disciplinas aparecieron líneas teóricas que propiciaron la vinculación de
ambos campos del conocimiento. Es necesario partir de la afirmación de que la Filosofía tiene
entre sus problemas fundamentales el estudio de cuál es la naturaleza misma de la
investigación filosófica. La determinación acerca de qué es un problema filosófico es en sí una
cuestión filosófica y los filósofos han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a tratar de
desentrañarla. (Valdés Villanueva, 1991: 10).
Por su parte, la Lingüística moderna se ha esforzado por separarse de la Filosofía y suele
definirse a sí misma como el estudio científico del lenguaje, enfatizando su carácter empírico
frente al enfoque más bien apriorístico de los filósofos. (Valdés Villanueva, 1991: 12). Cabe
recordar que Ferdinand de Saussure establece, en su Curso de Lingüística General, como tarea
de la Lingüística, en tercer lugar: “c) deslindarse y definirse ella misma”. (Saussure, 1988: 34).

La Filosofía analítica y los filósofos del lenguaje común por un lado, y los lingüistas formales
por otro, iniciaron caminos de reflexión que, aunque no siempre acercaron estas áreas del
saber entre sí, en todos los casos obligaron a los estudiosos a saltar los límites de sus
respectivas disciplinas. La Filosofía del siglo XX estuvo marcada por el ‘giro lingüístico’ que
surgió a partir de la Filosofía analítica.

Este giro lingüístico se puede caracterizar, breve y toscamente, como la creciente tendencia a
tratar los problemas filosóficos a partir del examen de la forma en que éstos están encarnados
en el lenguaje natural. (Acero y otros, 1996: 15).

Este movimiento dentro de la Filosofía ha producido de manera simultánea una renovación


también en los estudios del lenguaje.

Es más, en muchas ocasiones es precisamente la Filosofía del Lenguaje la disciplina que tiende
un puente hacia ciencias empíricas como la Lingüística y la Psicología a través del cual la
Filosofía toda resulta fecundada, renovada. (Acero y otros, 1996: 15).

Tuvo gran importancia el hecho de que los filósofos hayan advertido que los problemas
filosóficos son siempre formulados y abordados inmersos en su realidad lingüística, por lo cual
la Filosofía del Lenguaje debe resolver problemas que, en muchos casos, son de naturaleza
lingüística. Por eso dice Valdés Villanueva que, de alguna manera, todo filósofo es filósofo del
lenguaje porque casi todos los filósofos se han ocupado en algún momento de cuestiones
relacionadas con la lengua. (Valdés Villanueva, 19: 17).

Asimismo, la lógica formal moderna necesita adentrarse en cuestiones lingüísticas en la


medida en que aspira a ser una teoría científica del razonamiento válido. Esto es así porque es
el análisis lingüístico de las expresiones que componen los enunciados lo que pone al
descubierto su comportamiento lógico.

El análisis de las relaciones del lenguaje con la realidad conduce a la Semántica mientras que
las vinculaciones entre el lenguaje y la acción humana llevan a la Pragmática. Éstas son las dos
vías más importantes que se abren para el enfoque interdisciplinario de la manera como lo
estamos planteando. (Acero y otros, 1996: 23).

Parecería entonces que determinar el campo de la Filosofía del Lenguaje es una tarea difícil ya
que sería insuficiente decir que se ocupa de los conceptos de significado y de referencia, o de
sus vinculaciones con el mundo. La Filosofía del Lenguaje es mucho más que todo eso. Según
Acero, Bustos y Quesada:

Básicamente, como formulación puramente descriptiva, cabe afirmar que se desarrolla en tres
direcciones: la metodología de la lingüística, la investigación de los fundamentos de esta
ciencia y lo que, a falta de mejor denominación, se puede llamar lingüística filosófica. (Acero y
otros, 1996: 26-27).
Por otra parte, en relación con la metodología de la Lingüística, desde la perspectiva filosófica,
se presentan dos problemas importantes y muy productivos para el análisis como son el de los
universales lingüísticos y el de las reglas gramaticales.

Por lo tanto, si la Lingüística actual se ocupa de cuestiones como la competencia del hablante
para producir e interpretar enunciados o los universales lingüísticos, se estaría ocupando de
áreas tradicionalmente reservadas a los filósofos.

Asimismo, la Lingüística se ha acercado o alejado, en distintos momentos de su historia, del


enfoque centrado en la sintaxis, o sintaxicentrismo, y esa oscilación la ha alejado o acercado
respectivamente de la Filosofía del Lenguaje. De manera que las interconexiones entre
lingüística y filosofía del lenguaje complican el problema aunque simultáneamente
representan una vía para su esclarecimiento.

Para cerrar estas reflexiones se pueden citar las palabras de Acero, Bustos y Quesada: “… no es
posible trazar ninguna frontera sensata entre Filosofía del Lenguaje y Lingüística…” (Acero y
otros, 1996: Ídem 37).

2. Una mirada novedosa

Frente a esta perspectiva, que podríamos llamar tradicional, K. Korta presenta una postura
distinta puesto que opina que toda la Filosofía del Lenguaje es Filosofía de la Lingüística o de
las Ciencias del Lenguaje.

Yo, sin embargo, quiero argumentar que, por mucho que la relación de los filósofos del
lenguaje y los lingüistas en el siglo XX sea prácticamente la historia de un desencuentro, la
Filosofía del Lenguaje sí ha sido Filosofía de la Lingüística […] un examen más pausado de la
cuestión revela que los fundamentos de gran parte de la Lingüística, que los lingüistas no
hacían, estaban siendo elaborados por lógicos y filósofos interesados en cuestiones semánticas
y pragmáticas. (Korta, 2002: 345).

Dice también Korta que no queda claro qué debe incluirse en el ámbito de la Filosofía y qué en
el de la Lingüística, ya que orientaciones como la ‘Semántica filosófica’ o la ‘Pragmática
filosófica’ involucran enfoques de ambas disciplinas.

También expresa que, si bien no caben dudas acerca de que los lingüistas y los filósofos del
lenguaje han tenido intereses distintos y han realizado sus estudios de manera autónoma, es
paradójico que:

…ha sido precisamente la Filosofía del Lenguaje la que ha establecido los fundamentos de dos
de las ramas principales de la Lingüística: la Semántica y la Pragmática. Si esto es así, si la
Semántica y la Pragmática constituyen la Lingüística no histórica junto con la Sintaxis […]
entonces no es verdad que la Filosofía del Lenguaje haya estado alejada desde sus orígenes de
la Lingüística. (Korta, 2002: 347).

Quizás el origen de las confusiones esté en el hecho de que tanto el filósofo-lingüista como el
lingüista-filósofo abordan problemas y temas similares, pero siempre es posible distinguir
cuándo cada uno de ellos está haciendo “…Lingüística (Fonética, Fonología, Morfología,
Sintaxis, Semántica y Pragmática) o hace Filosofía de la Lingüística” (Korta, 2002: 354). Por
ejemplo, dice también, es fácil la distinción entre el Chomsky lingüista y el Chomsky filósofo, y
lo mismo sucede con Austin. Para finalizar, es pertinente citar la recomendación de Korta: “Por
eso, es más necesario que nunca el trabajo colectivo cooperativo entre filósofos del lenguaje,
lingüistas y científicos cognitivos en general” (Korta, 2002: 355).

CONCLUSIONES

La lengua es un objeto de estudio de difícil aprehensión. Para los filósofos del lenguaje puede
ser vehículo, código, representación, herramienta o instinto; se la puede estudiar desde la
concepción cartesiana o a partir de una concepción antropológica.

Para algunos lingüistas lengua es lo mismo que lenguaje, para otros no lo es; a lo largo de
varios siglos de práctica de reflexión metalingüística la han caracterizado como sistema de
signos, diccionario mental, institución social, producto, proceso, y de muchas otras maneras
según sus bases teóricas e intereses epistemológicos.

En esta breve revisión acerca de los distintos modos de acercamiento de filósofos del lenguaje
y lingüistas a su objeto de estudio hemos podido, al menos, mostrar que un enfoque
interdisciplinario es imprescindible para cualquier investigador que intente abordar este
objeto tan especial.

Teoría de la argumentación

La teoría de la argumentación, o la argumentación, es el estudio interdisciplinario de la forma


en que se obtienen conclusiones a través de la lógica, es decir, mediante premisas. Incluye el
arte y la ciencia del debate civil, el diálogo, la conversación y la persuasión. Estudia las reglas
de la inferencia, la lógica y las reglas procedimentales, tanto en el mundo real como en
sistemas artificiales.

La teoría de la argumentación incluye el debate y la negociación, los cuales están dirigidos a


alcanzar conclusiones de mutuo acuerdo aceptables. También incluye el diálogo erístico, una
rama del debate social en el cual la principal motivación es la victoria sobre un oponente. Este
arte y ciencia es con frecuencia el medio por el cual algunas personas protegen sus creencias o
propios intereses en un diálogo racional, en simples coloquios o durante el proceso de
argumentación o defensa de ideas.

La argumentación es usada en los juicios para probar y o refutar la validez de ciertos tipos de
evidencias. Los estudiosos de la argumentación estudian las racionalizaciones post hoc
mediante las cuales un individuo puede justificar decisiones que originalmente pudieron haber
sido realizadas de forma irracional.

Índice

 1 Historia

 2 Componentes de la argumentación

 3 Tipos de argumentación

 4 Contexto de la argumentación

 5 Condiciones de la argumentación
 6 Véase también

Historia[editar]

Desde la antigüedad, la argumentación ha sido objeto de interés en todas las áreas donde se
practica el arte de hablar y de escribir de manera persuasiva. En la actualidad, el estudio de la
argumentación ha recobrado vigencia debido a la gran influencia que los medios de
comunicación tienen sobre la sociedad. Esta influencia se manifiesta en el planteamiento de
estrategias argumentativas para convencer al público acerca de ciertos valores e ideas.
Ejemplo de esto son los discursos argumentativos relacionados con la publicidad o el
pensamiento político. Así pues, la principal motivación del estudio de la argumentación (por
parte de los argumentadores) consiste en establecer si el razonamiento planteado es
verosímil, es decir, si quien es objeto de la argumentación estará dispuesto a aceptarla.

Un argumento no es solamente la afirmación de algunas opiniones, ni tampoco simplemente


es una disputa. Son intentos de apoyar opiniones con razones.

De este modo son esenciales. Lo es así porque es una forma de tratar de documentarse acerca
de qué opiniones son mejores que las demás, ya que no todos los puntos de vista son iguales
para las personas. Algunas conclusiones pueden apoyarse en buenos razonamientos, mientras
que otras tienen un sustento más débil, pero frecuentemente se desconoce cuáles cuál. Por
ello, se tienen que dar argumentos en favor de las conclusiones, para luego valorarlos y
considerar cuán fuertes y verdaderos son.

Por lo tanto, argumentar es importante por otro motivo, ya que una vez que se ha llegado a
una conclusión apoyada en razones se explica y se la defiende mediante argumentos.1

Componentes de la argumentación[editar]

 Una tesis o conclusión principal a favor de la cual se quiere argumentar.

 Un conjunto de premisas desde las cuales se pretende inferir la tesis.

 Un argumento que muestre cómo de las premisas se sigue la tesis.

 Identificar y entender la presentación de un argumento, explícito o implícito, y las


metas o propósitos de los participantes en los diferentes tipos de diálogo.

 Identificar la conclusión y sus premisas, es decir, la conclusión es derivada de éstas.

 Establecer el Onus probandi o carga de la prueba para determinar quien hizo la


afirmación inicial y por consiguiente el responsable de proveer las evidencias por las
que su posición merece ser aceptada.

 Se pone en orden las evidencias para su posición con objeto de convencer o forzar la
aceptación del oponente. El método por el cual esto es realizado es mediante válidos,
atinados y convincentes argumentos, faltos de flaqueza y no fácilmente atacables,
criticables o impugnables.

 Identificar fallos en el argumento o razonamiento del oponente para poder atacar las
razones o premisas del mismo y proveer contraejemplos, si es posible, para identificar
falacias que muestren que una conclusión válida no puede ser derivada de las razones
o argumentos que el oponente ha mostrado.

Tipos de argumentación[editar]
Se reconocen tres tipos de discursos persuasivos: la demostración, la argumentación y la
descripción:

 La demostración trata de llegar a una conclusión partiendo de premisas mediante


razonamientos deductivos. En la demostración no aparece ninguna marca del sujeto
que la enuncia. Aparentemente se habla de hechos y no de opiniones.

 La argumentación trata de causas y consecuencias, se evalúa en relación a una


situación dada y se expresa con palabras comunes. En esta situación es donde se
comprueba si la argumentación ha logrado su objetivo primordial: convencer al
destinatario para que adopte un determinado punto de vista o realice cierta acción.

 La descripción se ubica en una línea intermedia entre ambos discursos. Se la acepta o


rechaza en relación a lo que ha sido explicado, por lo cual es necesario el debate
donde se expresan y defienden una opinión.

Contexto de la argumentación[editar]

Cuando alguien desarrolla una argumentación para convencer a otro de que acepte su tesis, lo
hace en un determinado contexto. Éste abarca las creencias, las costumbres, las ideas de la
comunidad a la cual ambos pertenecen. Además, el contexto determina las convenciones
lingüísticas que ambos usan, es decir, el valor semántico de las palabras empleadas. Cuando el
contexto en el que se desarrolla la argumentación, no es común a sus participantes, alguien
puede fácilmente utilizar palabras que resulten molestas o agraviantes para los demás.

Condiciones de la argumentación[editar]

Para plantear un discurso argumentativo es necesario conocer las condiciones de propiedad y


legitimidad. Las condiciones de propiedad son las características que tiene que reunir el
destinatario a quien se dirige el argumentador, es necesario conocerlas para que el argumento
sea efectivo. Las condiciones de legitimidad tienen que ver con la autenticidad de la figura del
argumentador.

De acuerdo con las condiciones de propiedad, en primer lugar se argumenta partiendo de que
el otro no adhiere a la tesis pero puede llegar a convencerse de ella. En segundo lugar, se
argumenta a partir del supuesto de que el otro tiene la inteligencia y los conocimientos
necesarios para comprender los argumentos.

En cuanto a las condiciones de legitimidad, a veces, cuando el argumentador no está seguro de


que el otro confía en su legitimidad, puede apelar a enunciados justificativos.

El argumentador también debe suponer que el otro puede ser persuadido mediante una
argumentación adecuada: si encuentra resistencia será posible desplegar las estrategias
persuasivas necesarias para hacerlo cambiar de opinión. La argumentación es legítima cuando
hay una concesión mutua de derechos entre los interlocutores. En este campo inciden no sólo
el contexto de la situación sino también los roles de autoridad que se establecen entre ellos...
AMBIGÜEDAD Y VAGUEDAD COMO CARACTERÍSTICAS DEL LENGUAJE

A. AMBIGÜEDAD Y VAGUEDAD

La ambigüedad y la vaguedad se parecen en que ambas son muestras de lenguaje impreciso.


Sin embargo, hay una diferencia entre ellas. Palabra o expresión ambigua es la que tiene más
de un significado. Palabra o expresión vaga es aquella cuyo significado no es claro. El lenguaje
ambiguo nos enfrenta a varios significados, entre los que no es fácil determinar el correcto. La
vaguedad nos enfrenta con la tarea de ir en búsqueda del significado. La frase “¡Ese libro es
tremendo!”, sería ambigua. “¡Qué libro!… ”, sería vaga.

La ambigüedad se debe a veces a la falta de un contexto conocido. Pero una vez establecido
éste, el significado se hace claro (“Le entregó la carta” es una expresión ambigua hasta que
sabemos que es el cartero el que realiza la acción y no el mozo del restaurant). Distinto es el
caso de las palabras vagas, algunas de las cuales son siempre vagas, independientemente del
contexto en el cual se encuentran, porque su significado no es solamente indeterminado (la
definición de la palabra “rico”, por ejemplo, no establece cuánto dinero o bienes debe tener
una persona para ser calificada correctamente como una persona rica) sino indefinidos.

En muchos casos la vaguedad no se debe a la falta de claridad de la palabra o expresión, sino al


uso que ha tenido en diferentes épocas “finas”, “elegantes”, “grandes”. Otras palabras son
vagas porque han ido adquiriendo muchos significados, por lo que han perdido la precisión
que una vez tuvieron (“arte”, “democracia”, “progreso”, “cultura”). Finalmente existen algunas
palabras que son a la vez ambiguas y vagas, como por ejemplo “artista”.

B. VAGUEDAD

(La) falta de precisión en el significado (designación) de una palabra se llama vaguedad: una
palabra es vaga en la medida en que hay casos (reales o imaginarios, poco importa) en los que
su aplicabilidad es dudosa; o, por decirlo en términos lógico-matemáticos, no es decidible
sobre la base de los datos preexistentes, y sólo puede resolverse a partir de una decisión
lingüística adicional. Si nos proponemos hacer una lista de palabras vagas, probablemente
tardaremos mucho: como la piedra de toque de la vaguedad consiste en imaginar algún caso
dudoso y la imaginación es inagotable, veremos que prácticamente todas las palabras son
vagas en alguna medida. Tomemos como ejemplo una palabra bien conocida, como “libro”,
que se refiere (más o menos, y aquí está la dificultad) a un conjunto de muchas hojas impresas,
encuadernadas juntas y con cubierta. Y empecemos a imaginar problemas:

a) ¿Muchas hojas? ¿Cuántas? Un conjunto de dos hojas no sería llamado libro, pero, claro está,
dos hojas no son muchas. ¿Cinco hojas, entonces? ¿Diez? Doscientas hojas pueden hacer un
libro. ¿Y ciento cincuenta, ochenta, sesenta? Un conjunto de cincuenta hojas ¿es un libro o un
folleto? Si es un folleto, ¿qué tal si suponemos cincuenta y cinco? Aquí llegaremos
inexorablemente a algún número que nos parezca dudoso.

b) ¿Impresas? En la Edad Media había libros escritos a mano. Claro que ésta también es una
forma de imprimir, en sentido amplio. ¿Y si es perforado en sistema Braille para ciegos? ¿O
sino todas las hojas están escritas, sino sólo la mitad? Además, ¿no existen también libros en
blanco, donde las hojas están dispuestas para ser llenadas por su dueño con un diario
personal, por ejemplo?

c) ¿Encuadernadas? Esto no quiere decir necesariamente cosidas: hay libros en los que las
hojas van unidas con ganchos. Un conjunto de trescientas hojas con una perforación en la
esquina y unidas por un simple alambre ¿sería un libro? ¿Y si las hojas estuviesen sueltas, pero
debidamente numeradas y contenidas en un estuche de cuero con el nombre de la obra en la
cubierta?

d) El requisito de llevar cubierta da lugar para reflexiones semejantes, que dejaremos al lector
imaginar por su cuenta.

El significado de las palabras, pues, suele presentarse –según una clásica comparación– con
una luz proyectada sobre una superficie. Habrá una parte claramente iluminada en el centro, y
en torno seguirá reinando la oscuridad. Pero entre claridad y oscuridad habrá un cono de
penumbra, en cuyo ámbito el objeto iluminado será visible, aunque no con la misma facilidad.
Del mismo modo, y para cada palabra, existe un conjunto central de casos en los que el
nombre resulta aplicable: encajan sin dificultad en los criterios usuales, y estamos habituados
a aplicar el vocablo a tales situaciones.

Habrá un número infinito de casos (el entorno) a los que no aplicaríamos la palabra en modo
alguno. Pero existe también un cono de vaguedad, donde nuestros criterios resultan
insuficientes y los casos no pueden resolverse sin criterios adicionales más precisos.

C. AMBIGÜEDAD

Si la designación de las palabras suele resultar insuficiente en gran número de casos, la


situación se complica cuando una palabra tiene dos o más designaciones. La condición de una
palabra con más de un significado se llama polisemia o, más comúnmente ambigüedad. “Vela”,
por ejemplo, puede designar un cilindro de cera con un pabilo en su interior que sirve para
iluminar, un lienzo que se ata al mástil de una nave para aprovechar la fuerza del viento, o bien
la actitud de alguien que cuida a una persona o cosa durante la noche.

Desde luego, la ambigüedad de una palabra no constituye una vacuna contra la vaguedad, sino
que tiende a multiplicarla. Una palabra ambigua puede ser vaga (y generalmente lo es) en cada
una de sus distintas acepciones. En el ejemplo ya apuntado, podríamos dudar sobre si una
camisa, amarrada por un náufrago al mástil de su improvisada balsa, es una vela; o si un cirio,
habida cuenta de su gran tamaño, puede ser llamado vela; o si corresponde decir que pasó la
noche en vela un juerguista que llega a su casa a las nueve de la mañana, borracho y con una
media de mujer colgando de un bolsillo.
La ambigüedad proviene muchas veces de la extensión de un nombre a diversos aspectos o
elementos de una misma situación. Así, por ejemplo, llamamos corte al acto de cortar e incluso
al filo de la herramienta con la que cortamos. O tras veces la polisemia es un accidente en la
evolución de las palabras a partir de distintas etimologías: las acepciones de “corte” que
acabamos de señalar provienen del verbo latino curtare; pero el significado de “corte” como
séquito del rey, o como tribunal de justicia, proviene del latín cors, cortis, o cohors, cohortis.
Cada uno de estos vocablos evolucionó a su modo en el idioma castellano y ambos
coincidieron finalmente en la forma corte.

Pero la voluntad del hombre colabora también en la producción de ambigüedades a través del
lenguaje figurado. Así podemos dar a alguien una mano sin necesidad de extender la diestra,
correr un riesgo sin pretender alcanzarlo y aclarar algún punto oscuro sin gastaren electricidad.
El colmo del lenguaje figurado es la metáfora, figura que parece decir una cosa para que se
entienda otra, creando entre ambas un sutil y acaso fugaz vínculo de significado a la vez que
sugiere vagas semejanzas.

La poesía está repleta de ejemplos de esta técnica lingüística de la ambigüedad deliberada:

Las piquetas de los gallos

cavan buscando la aurora,

cuando por el monte oscuro

baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo su carne,

Huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

Podríamos traducir los dos primeros versos como “los gallos cantan al alba”; pero, si lo
hiciéramos, el fantasma de Federico no nos daría tregua. No porque tal traducción fuese
incorrecta, sino porque la gracia del lenguaje poético reside aquí en la metáfora, que, a la vez
que implica que los gallos cantan al alba, nos permite comparar su canto con el golpe de una
piqueta sobre la tierra y sugerir que el gallo busca deliberadamente el día mediante el canto
como quien cava en busca de un tesoro escondido. Un análisis semejante de los demás versos
puede quedar librado a la discreción del lector.

METALENGUAJE

Es el lenguaje que utilizamos cuando con él nos referimos no al objeto del discurso, sino al
lenguaje que se refiere al objeto del discurso.

Según la teoría de la jerarquía de los lenguajes, propuesta por B. Russell (en relación con el
análisis de los problemas lógicos que plantean las paradojas semánticas) debemos distinguir
dos niveles de lenguaje: un nivel llamado lenguaje-objeto, es decir, el lenguaje con el que nos
referimos directamente a los objetos; y otro nivel llamado metalenguaje, el lenguaje con el
que nos referimos al lenguaje-objeto, al lenguaje que se refiere directamente a los objetos.

Veamos un ejemplo de esta distinción. Si decimos: "es verdad que la suma de los cuadrados de
los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa", podemos distinguir en ella dos niveles de
lenguaje. "Es verdad" se refiere a lo que se afirma a continuación, es decir, se refiere al
lenguaje con el que se enuncia un teorema de las matemáticas, y pertenecería por tanto al
metalenguaje; pero el resto de la expresión: "que la suma de los cuadrados de los catetos es
igual al cuadrado de la hipotenusa" pertenece al lenguaje-objeto de las matemáticas, al
limitarse a enunciar dicho teorema.

TYPE-TOKEN

In disciplines such as logic, linguistics, metalogic, typography, and computer programming, the
type–token distinction is a distinction that separates a descriptive concept from objects that
instantiate the concept, seen as particular instances of it. For example, the sentence "the
bicycle is in the garage" refers to a token of the type named "bicycle", while the sentence "the
bicycle is becoming more popular" refers to the type.

This distinction in computer programming between classes and objects is similar, though in
this context, "class" may refer to a set of objects (with class-level attribute or operations)
rather than a description of an object in the set.

The words type, concept, property, quality, feature and attribute are all used in describing
things. Some verbs fit some of these words better than others. E.g. You might say a rose bush
is a plant that instantiates the type(s), or embodies the concept(s), or exhibits the properties,
or possesses the qualities, features or attributes “thorny”, “flowering” and “bushy”. The term
"property" is used ambiguously to mean property type (height in feet) and/or property
instance (1.74). The term "concept" is probably used more often for the property type (height
in feet) than the property instance.

Types like "thorny" are often understood ontologically as concepts. Types exist in descriptions
of objects, but not as tangible physical objects. A type may have many tokens. However, types
are not directly producible as tokens are. One can show someone a particular bicycle, but
cannot show someone the type "bicycle", as in "the bicycle is popular." It is often presumed
that tokens exist in space and time as concrete physical objects. But tokens of the types
"thought", "tennis match", "government" and "act of kindness" don't fit this presumption.

Clarity requires us to distinguish between abstract "types" and the "tokens" or things that
embody or exemplify types. If we hear that two people "have the same car", we may conclude
that they have the same type of car (e.g. the same make and model), or the same particular
token of the car (e.g. they share a single vehicle). The distinction is useful in other ways, during
discussion of language.

Contents

[hide]

 1 Occurrences
 2 Typography

 3 See also

 4 Notes

 5 References

 6 External links

Occurrences[edit]

There is a related distinction very closely connected with the type-token distinction. This
distinction is the distinction between an object, or type of object, and an occurrence of it. In
this sense, an occurrence is not necessarily a token. Quine discovered this distinction.
However, he only gave what he called an "artificial, but convenient and adequate definition" as
"an occurrence of x in y is an initial segment of y ending in x".[1] Quine's proposed "definition",
known as The Prefix Proposal, has not received the attention it deserves, but at least one
counter-proposal has been formulated.[2]

Considering the sentence: "A rose is a rose is a rose". We may equally correctly state that there
are eight or three words in the sentence. There are, in fact, three word types in the sentence:
"rose", "is" and "a". There are eight word tokens in a token copy of the line. The line itself is a
type. There are not eight word types in the line. It contains (as stated) only the three word
types, 'a,' 'is' and 'rose,' each of which is unique. So what do we call what there are eight of?
They are occurrences of words. There are three occurrences of the word type 'a,' two of 'is'
and three of 'rose'.

The need to distinguish tokens of types from occurrences of types arises, not just in linguistics,
but whenever types of things have other types of things occurring in them.[3] Reflection on the
simple case of occurrences of numerals is often helpful.

Typography[edit]

In typography, the type–token distinction is used to determine the presence of a text printed
by movable type:[4]

The defining criteria which a typographic print has to fulfill is that of the type identity of the
various letter forms which make up the printed text. In other words: each letter form which
appears in the text has to be shown as a particular instance ("token") of one and the same
type which contains a reverse image of the printed letter.

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