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Criminología critica

La mayor parte de la teoría criminológica se centra en la etiología de la causalidad del

delito individual o en las fallas de las instituciones locales, prestando poca atención al papel de

las fuerzas sociológicas a gran escala.

Escuela de Teoría Crítica

La Escuela de Frankfurt es una teoría que nació hace casi 70 años. Dentro de los pensadores

de esta escuela sociológica, es necesario distinguir dos ramas de pensamiento, estas son: Primera

etapa: M. Horkheimer, T. W. Adorno y E. Fromm. Segunda etapa de pensamiento: G. Rusche, O.

Kirchheimer y W. Benjamin., y J. Habermas.

La Teoría Crítica ocupa un lugar destacado entre los muchos intentos emprendidos en el

período de entreguerras para desarrollar el marxismo de forma productiva. No fueron tanto sus

principios teóricos como, sobre todo, sus objetivos metodológicos, los que destacaron

principalmente. La Teórica Critica es una teoría materialista de la sociedad que utiliza

sistemáticamente todas las disciplinas de investigación de la ciencia social

En la Escuela de Frankfurt, fundada en 1924, se llevaron a cabo durante los primeros

años investigaciones sobre la historia del socialismo. Horkheimer desarrolló el programa de una

teoría crítica de la sociedad. Horkheimer consideraba que la situación intelectual en la que se

encontraban los esfuerzos por desarrollar una teoría de la sociedad se caracterizaba por una

divergencia entre la investigación empírica y el pensamiento filosófico, divergencia que tenía

consecuencias fundamentales. La división abstracta del trabajo científico y metafísico que había

originado la evolución posthegeliana (investigación empírica versus concepción histórica-

filosófica de la razón) del pensamiento no había dejado lugar para la idea de una razón histórica.
Sin embargo, con la eliminación de la filosofía de la historia, toda filosofía se veía

privada de cualquier posibilidad de ejercer una crítica trascendente. Por consiguiente, la

fundamentación de una teoría crítica de la sociedad suponía en un primer término la superación

de la separación histórico-intelectual entre investigación empírica y la filosofía. En el aspecto

epistemológico, el pensamiento se orientó a una crítica sistemática del positivismo. Así, se va

configurando la transición de la criminología liberal a la criminología crítica construyéndose una

teoría materialista, económico-política de la conducta socialmente inapropiada, de los

comportamientos socialmente negativos y de los procesos de criminalización.

La idea central dentro del pensamiento de Horkheimer era la construcción del análisis

social. Indagaba acerca de cómo se producen los mecanismos mentales que hacen posible que las

tensiones entre clases sociales (dialéctica entre clases) puedan permanecer latentes en la sociedad

(estructuras simbólicas institucionalizadas). Analiza en qué condiciones un individuo puede ser

considerado criminal, analiza como el estrato social al que pertenece un individuo configura las

posibilidades que tiene tanto de llegar a ser un criminal, como de acceder a los grados más

elevados dentro de la escala social

La segunda línea de pensamiento dentro de la Teoría Crítica recibió aportaciones de

Georg Rusche y Otto Kirchheimer. En este momento la teoría crítica llega a su maduración en la

criminología cuando el objeto de conocimiento pasa a ser los mecanismos de control social y el

proceso de criminalización de los individuos y sus conductas (Michalowski y Carlson, 2000).

Sus investigaciones tuvieron como punto de partida la crítica a la escuela positivista, a la

sociología criminal-liberal, al capitalismo y por último al derecho penal entendido en sus más

avanzadas concepciones clásicas de la defensa social. Estos autores exponen que ciertos

enunciados provenientes del derecho penal no se cumplen en la realidad o bien estos postulados
no alcanzan su finalidad; afirman que el estatus de criminal no es igual para todos ni está

preconcebido sino que es generado por distintas estructuras sociales y económicas

institucionalizadas aplicando la misma teoría social (crítica) a la criminología. Estos dos autores

relacionan los conceptos de mercado de trabajo y sistema penal (Michalowski y Carlson, 2000).

La crítica al derecho penal se centra a que el derecho penal es considerado como sistema

dinámico de funciones donde el sistema mismo genera procesos de criminalización.

En esta crítica podemos establecer tres aspectos: 1-El fenómeno de creación de

estructuras lingüísticas negativas provenientes de las reglas, mecanismos y estructuras de la

sociedad, basadas en las relaciones de poder entre grupos. 2-El mecanismo de la aplicación de

normas o el proceso penal que comprende la acción de los organismos de averiguación

(criminalización primaria). 3-Su momento definitivo u culminante de la ejecución de la pena o

de medidas de seguridad (criminalización secundaria). Pero "criminales" ya no son personas a

quienes se han aplicado, con efectos socialmente significativos, definiciones legales de delito,

sino que se habla de la reformulación del concepto de desviación en la criminología (Muraro,

s.f).

La teoría crítica sostiene que el estrato social al que se pertenece determina las

probabilidades de ser delincuente. Esto basado en el argumento de que quienes integran la

población criminal dentro de las sociedades capitalistas, en su mayoría son la clase obrera y las

menos favorecidas económicamente. Cada individuo debe indagar a que clase social pertenece,

entonces sabrá su mayor o menor probabilidad de ser definido, por parte de los detentadores del

control social (formal o no formal), como delincuente. Conceptos como "carrera delictiva",

"población carcelaria", "marginados" comienzan a interactuar dentro del proceso de definición

delictiva (Muraro, s.f).


Por su parte, Jürgen Habermas propone la idea de la intersubjetividad lingüística de la

acción social afirmando que la reproducción social no se puede reducir a la sola dimensión del

trabajo. El afirma que los sujetos están unidos entre sí por medio del entendimiento lingüístico,

respaldado en las estructuras lingüísticas; por lo que la intersubjetividad, constituye, para que sea

posible el entendimiento lingüístico entre individuos, un requerimiento esencial para la

reproducción social (Garrido, 2011).

Para Habermas la comunicación lingüística (con sus niveles de intersubjetividad) es el

medio que les permite a los individuos garantizar la reciprocidad de la ubicación y noción de sus

acciones, reciprocidad necesaria para que la sociedad resuelva los problemas de reproducción

material. La nueva teoría crítica tiene como conceptos centrales la acción, trabajo e interacción

(Garrido, 2011).

Así, se construye una teoría basada en la fundamentación teórico-comunicativa de una

teoría crítica de la sociedad. Lo que trata de demostrar es que la racionalidad de la acción

comunicativa es un presupuesto esencial del desarrollo social.

Habermas proyecta su visión hacia una teoría social sobre las dinámicas del capitalismo

avanzado. En esta nueva praxis que entiende Habermas, están los cimientos de su propia teoría

de la acción comunicativa, ya que este principio le permitió integrar la filosofía del lenguaje con

la explicación sociológica en una teoría crítica del capitalismo moderno. Analiza la interacción

social mediada por el lenguaje como una dimensión constitutiva de la praxis humana, no

solamente como una acción fundamental y explica por qué en este tipo de acción reside el

verdadero cambio social

Desarrollo histórico de la Criminología critica


Según Gallino (citado por Panarello, 2015) casi todas las definiciones de delito

elaboradas a lo largo de la historia pueden reconducirse a dos concepciones del delito. Por un

lado se encuentran aquellas concepciones de delito iusnaturalistas y, por otro lado, las

concepciones sociológicas del delito.

La concepción iusnaturalista del delito considera este mismo como un hecho absoluto, es

decir claramente y universalmente definible como delito en todos tipos de sociedades. Se refiere

a la existencia de un conjunto de normas de convivencia universalmente compartidas y cuya

violación es considerada reprobable de manera igualmente universal. Por tanto, la criminología

debe investigar las causas de la criminalidad. Por esta razón, en los estudios criminológicos que

utilizan tal concepción de delito, se habla de aplicación de un paradigma etiológico (Panarello,

2015)

Por su parte, la concepción sociológica del delito, define el delito relacionándolo con el

contexto social, histórico y político. Adoptando una concepción sociológica de delito, este se

asume como acto resultante de un proceso de interacción entre el sujeto que cumple el acto

delictivo y los órganos responsables del control social (policía, jueces, expertos en derecho,

opinión pública, medios de comunicación) que reaccionan al mismo. En la mayoría de los casos

las investigaciones que utilizan una perspectiva sociológica en el análisis y definición de los

actos delictivos se concentran en poner en evidencia los mecanismos de control social y los

procesos de criminalización mediante los cuales un determinado acto viene calificado como

delito (Panarello, 2015)

Estos estudios se caracterizan por el uso del paradigma hermenéutico de la reacción

social. La historia de criminología sociológica coincide con la historia de los estudios sobre la
desviación y el control social. Los resultados teóricos de tales estudios constituyeron los

cimientos básicos para las teorías de criminología crítica (Panarello, 2015)

Los fenómenos de industrialización, urbanización e inmigración llevaron a un incremento

de las desigualdades y de los conflictos sociales y, por ende, un aumento de la tasa de

criminalidad. La percepción de que la mayoría de los actos delictivos eran cometidos por sujetos

pertenecientes a las clases más pobres y desaventajadas de la sociedad, incentivó los sociólogos

estadounidenses a interrogarse sobre las causas del delito y sobre su correlación con una

situación de pobreza y marginación (Panarello, 2015)

El interés hacia el fenómeno de la desviación de las clases sociales más bajas hizo que los

sociólogos se distanciaran de las posturas positivistas de la criminología clásica, las cuales

proponían una solución de tipo correccionalista al fenómeno de la criminalidad, para asumir

posturas más apreciativas del fenómeno del delito y de la desviación. Así, se dio el nacimiento de

una postura apreciativa del fenómeno de la criminalidad lo que suponía una vuelta al

subjetivismo (Panarello, 2015)

En este sentido, aparece la Escuela de Chicago y la teoría enunciada por Sutherland,

según la cual cualquier ser humano, prescindiendo de su proveniencia económico-cultural, puede

ser un "criminal" siempre y cuando, en su evaluación de pro y contra, la cual ocurre en razón y

en consecuencia de sus peculiares y personales instrumentos cognitivos, prevalezcan los pro

(Panarello, 2015)

En el mismo sentido, la elaboración teórica de Cohen, conocida bajo el nombre de teoría

de las subculturas criminales, se refiere al proceso de creación y transmisión de la subcultura

criminal. Según Cohen los jóvenes están todos en búsqueda de un determinado status. Sin
embargo las características de tal estatus dependen directamente de la jerarquía de valores

pactada dentro de un determinado contexto social y, normalmente, suelen coincidir con la

jerarquía de valores propia de la clase media. Según Cohen, los sujetos pertenecientes a las

clases más desaventajadas de la sociedad, son los que más sufren de frustración que se convierte

en una reacción hostil a los valores pactados por la clase media y lleva a una modificación ad hoc

de los medios considerados aptos para el logro del estatus. Es cuando dicha solución asume el

carácter de "solución colectiva" que nace una novedosa forma cultural: la subcultura criminal

(Panarello, 2015)

Posteriormente, en la década de los sesenta, se desarrolló una perspectiva teórica que tuvo

una profunda relevancia en el ámbito de la sociología de la desviación, el labelling approach, que

representó el apogeo de la afirmación, en el ámbito criminológico, de la actitud de apreciación

del fenómeno de la desviación. La desviación era considerada como el producto de la interacción

entre la persona que actúa y aquellos que reaccionan a su accionar.

Las labelling theories, herederas de las ideas de la Escuela de Chicago y del

interaccionismo simbólico de Mead, determinaron un desplazamiento en el objeto de

investigación de la criminología y de la sociología desde el estudio del fenómeno de la

desviación hacia el de control social. A partir de esto, en la criminología se empieza hablar de

teorías de la reacción social.

En los años siguientes dicho desplazamiento fue interpretado como una revolución en

ámbito criminológico. Concorde a la opinión de Keckeisen, Steinert sostenía que la oposición

radical entre la perspectiva etiológica y el paradigma de la reacción social marcaba la diferencia

entre criminología y sociología criminal. Según Baratta, las teorías criminológicas

psicopatológicas (a las cuales correspondía un modelo positivista de ciencia penal) habían sido
progresivamente desplazadas por parte de teorías criminológicas desarrolladas según una

perspectiva sociológica

Baratta como Keckeisen y Steinert desarrollaron sus pensamientos sobre la base de la

existencia de una relación antagónica entre el paradigma etiológico y el de la reacción social,

haciendo coincidir, de alguna manera, el nacimiento del labelling approach con la muerte del

paradigma etiológico en la criminología y en la sociología de la desviación (Larrauri, 2006).

En los años sesenta, surgió una criminología influenciada por las ideas radicales de los

movimientos sociales, se busca redefinir el concepto de delito más allá de su definición legal y

proponen la inclusión de la dimensión moral que deriva del acto delictivo. En Estados Unidos, se

asumió una postura represiva de la criminología radical que llevo al surgimiento de una

criminología radical de matriz inglesa. De tal manera, mientras que la criminología radical

estadounidense se caracterizaba por una crítica de todas las teorías de la desviación precedentes,

la nueva criminología inglesa surgió a partir del debate sobre una posible reinterpretación de las

teorías del etiquetamiento y las de las subculturas (Larrauri, 2006).

La criminología inglesa busca construir una teoría sociológica de la criminología que se

preocupara tanto de la acción desviada y de la reacción social a dicha conducta desviada. De ahí,

la propuesta inglesa de la new criminology se desarrolló a partir de una reformulación de las

críticas dirigidas a las teorías de la desviación norteamericanas. Los nuevos criminólogos

ingleses querían construir "una teoría social del fenómeno de la criminalidad que considerara

requisitos tales como analizar el fenómeno de la desviación, a partir de las relaciones y

conexiones entre los elementos estructurales y aquellos psicosociales.


Los criminólogos británicos consideraban que la nueva criminológica tenía que estudiar

unos aspectos del fenómeno delictivo: el primer aspecto eran los factores estructurales que

influían sobre el fenómeno de la desviación, como las motivaciones socio-psicológicas que

inducían el sujeto a elegir cometer un acto desviado. Un segundo aspecto, eran las razones

psicológicas del sujeto para cometer el delito; otro aspecto era la reacción social frente al

fenómeno delictivo, es decir las criminalización de determinadas conductas, como sus

consecuencias sobre la futura conducta del sujeto desviado.

Muchos expertos, afirman que la new criminology marcó el nacimiento de la

criminología crítica. En este orden de ideas, la criminología crítica llega a su madurez cuando

define como su objeto de crítica al Derecho Penal. Uno de los retos de la criminología crítica es

demostrar que el Derecho Penal es uno de los tantos mecanismos de reproducción de las

injusticias sociales. Por tanto, la finalidad última de la criminología crítica era la de abatir la

"ideología de la defensa social, la cual se sustanciaba a través de los principios generales del

sistema penal (los principios del bien y del mal, de culpabilidad, de igualdad, de interés social y

del delito natural, del fin o de la prevención).” (Panarello, 2015, pág 40)

Por su parte, en Estados Unidos, el objeto de la criminología a partir de los setenta, fue la

seguridad de los ciudadanos americanos: la criminalidad callejera y los delitos contra la

propiedad. Las palabras llaves del nuevo realismo eran controlar y prevenir el crimen. La causa

prevalente de la criminalidad eran las situaciones de pobreza y marginalidad. Los delitos se

convirtieron en una actividad específica de las minorías y las clases desfavorecidas.

De ahí, se habla de un reforzamiento y potenciamiento del poder punitivo. Se aumentó el

número y la presencia de las fuerzas de policía, se financió y amplió el aparato de justicia penal,

se encarceló masivamente, se reintrodujo la pena capital, se endurecieron y alargaron las penas.


Esto llevo a la consolidación en la década de los ochenta de la perspectiva realista en

ámbito criminológico. Según este enfoque, los fenómenos de desorden urbano (suciedad,

grafitos, vandalismo, prostitución, etc.), generaban un aumento de la criminalidad, degradación

urbana y transformación de la población residente. De ahí, se crea una política de tolerancia cero

cuyo objetivo era prevenir los delitos y hacer una equivalencia entre criminalidad e inmoralidad.

Con el pasar de los años, el ámbito de la criminalidad y la penalidad fue cambiando por

aspectos tales como la popularización y politización del delito y el surgimiento del tema de la

seguridad ciudadana, la transformación de la concepción socio-cultural del delito, el derrumbe

del modelo penal de Bienestar y las consecuencias del triunfo de la "ley del mercado" y de la

tecnologización en la política criminal y en los medidas de control del delito.

Surge así, la criminología cultural que indagan indagar la influencia de los factores

socioeconómicos sobre el sistema de control penal y, más en general, de control social. Estos

estudios analizan el estado actual de la cuestión criminal a partir de un análisis del declive del

Estado de Bienestar, la insuficiencia de las políticas sociales para solucionar los conflictos y los

problemas y la incapacidad del Estados para satisfacer las necesidades han provocado muchos de

los problemas sociales y criminales de la sociedad contemporánea.

Sistema penal y Sistema penitenciario

Historia Universal de la Prisión como Pena

La privación de la libertad surge en la historia como un medio que permite aislar de la

sociedad a aquellas personas que atentan contra su integridad y debido desarrollo, con el fin de

resocializarlas. A lo largo de la historia, la prisión ha sido aplicada de diferentes formas, pero


siempre a sido utilizada por el Estado como herramienta de su poder coercitivo y como medio de

control de la sociedad que gobierna (Galvis, 2003).

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX el control social del delito, especialmente

tratándose de la aplicación de la pena de cárcel, comenzó una etapa de internacionalización

promovida por el norteamericano Enoch C. Wines. De forma tal, los problemas de años atrás del

sistema carcelario y penitenciario fueron discutidos en Congresos Penitenciarios Internacionales,

en los que se buscaron las soluciones que el sistema requería para tener un funcionamiento efectivo

(Galvis, 2003).

El primer Congreso se celebro en Londres en 1872. En este congreso se recogió

información sobre estadísticas carcelarias, con el fin de comparar la forma como se desarrollaban

los sistemas penales que existían. Con base en esta información, se determinaron tres temas: la

administración de la justicia antes de la sentencia; la ejecución de las penas y el régimen

penitenciario; y el régimen de liberados y las sociedades de patronato (Galvis, 2003).

El segundo congreso se celebro en Estocolmo en 1878. Los temas de discusión fueron:

sección de legislación penal; sección de establecimientos penitenciarios; y sección de prevención.

El tercer congreso se celebro en Roma en 1885 y se centro en temas como cambios en la

construcción de las prisiones celulares, los principios de alimentación de los reclusos, y el

tratamiento de los menores delincuentes (Galvis, 2003).

Finalmente, el último congreso celebrado en 1910 en Washington, señalo que el trabajo de

los presos debería ser remunerado con salario y estableció los principios fundamentales de los

métodos penitenciarios modernos (Galvis, 2003).


Como consecuencia de la primera guerra mundial, estas reuniones se vieron interrumpidas

hasta el año de 1925. En estos congresos se empezaron a tratar temas penales por lo que adoptaron

el nombre de “Congreso Penal y Penitenciario”. En 1929, se redactaron las “reglas generales para

el tratamiento de los reclusos” que fueron la base para las “reglas mínimas para el tratamiento de

los reclusos” presentadas por las Naciones Unidas en el I Congreso de Prevención del Delito y

Tratamiento del Delincuente celebrado en Ginebra en 1955 (Galvis, 2003).

Fue así como se consolido el uso de la prisión con el nombre de penitenciaria como lugar

para purgar la pena y se organizó su funcionamiento. La pena de prisión es la más usada en las

sociedades actuales, teniendo en cuenta los lineamientos internacionales y las normas establecidas

por cada una de ellas.

Critica a las penas de privación de la libertad

Históricamente, las penas de privación de la libertad constituyen un fracaso, no socializan

y son perjudiciales para los reclusos. Frente a esta crisis de las penas privativas de libertad

comenzó a desarrollarse, una orientación político criminal caracterizada por la búsqueda de

sustitutos penales que permitieran una utilización más acotada y racional de las penas privativas

de libertad. Sin embargo, esta propuesta empezó a recibir críticas por lo que se empezó a

considerar que las alternativas a la cárcel redundaban en unas redes más fuertes, amplias e

intensas que comportaban un mayor control social.

La realidad carcelaria de la actualidad no es acorde a los requisitos necesarios para poder

cumplir funciones de resocialización. Frente a esto, la discusión alrededor de la resocialización

del delincuente a través de la cárcel, gira en torno a dos posturas: la primera, se refiere al

reconocimiento científico de que la cárcel no puede resocializar sino únicamente neutralizar; que
la pena carcelaria para el delincuente no representa en absoluto una oportunidad de reintegración

en la sociedad sino un sufrimiento impuesto como castigo. La segunda, considera que se debe

mantener la idea de la resocialización (Baratta, 2004a).

La comunidad carcelaria tiene, en las sociedades capitalistas contemporáneas,

características constantes, prevalecientes respecto a las diferencias nacionales. Los centros de

detención ejercen efectos contrarios a la reeducación y a la reinserción del condenado, y

favorables a su estable integración en la población criminal. Al condenado desde el inicio de su

detención se le degrada, se le despoja de su autonomía, la cárcel es represiva, suprime la

identidad y la individualidad. En la cárcel se da un proceso de “desculturización” puesto que las

personas pierden todas las condiciones que son necesarias para vivir en sociedad, pierden el

sentido de autoresponsabilidad, la capacidad para aprehender la realidad del mundo externo; y en

cambio lo remplazan e interiorizan modelos de comportamiento y los valores característicos de

la subcultura carcelaria (Baratta, 2004b).

De esta forma, queda elimina cualquier posibilidad de reinserción en la sociedad desde el

punto de las relaciones sociales y de poder, de las normas, de los valores, de las actitudes que

presiden estas relaciones, etc. En la cárcel aprenden a ser criminales de la mano de una minoría

restringida de criminales con fuerte orientación asocial que tienen el poder dentro de la cárcel

por lo que imponen un modelo basado en la violencia, el crimen, etc., que se trasmite a todos los

detenidos. En la cárcel, se da la aceptación de las normas formales del establecimiento y de las

informales impuestas por el personal de la institución interiorizandose modelos de

comportamiento ajenos y haciendo que el detenido asuma comportamientos caracterizados por la

hostilidad, la desconfianza y una sumisión no consentida (Baratta, 2004b).


Por otro lado, la sociedad excluye al detenido entonces no se puede hablar de reinserción

desde la exclusión. Además el sistema penitenciario reproduce en la carcel un modelo basado en

el egoísmo y en la violencia ilegal, en cuyo seno los individuos socialmente más débiles se ven

constreñidos a funciones de sumisión y explotación. Pero eso es un reflejo de la sociedad

entonces antes de atacar al detenido y de hablar de reinserción la sociedad debe examinar sus

valores y modales de comportamiento (Baratta, 2004b).

La cárcel es la representación de los problemas y conflictos de la sociedad, y es por ello

que se necesita que la sociedad asuma sus problemas y no los segregue en la cárcel. Por tanto,

transformar la sociedad requiere corregir las condiciones de exclusión de la sociedad de los

grupos sociales de los que provienen puesto que esta exclusión del ex convicto es la que lo lleva

nuevamente a cometer un delito (Baratta, 2004a).

Baratta (2004a), propone una política de reintegración social de los autores de delitos, el

cuyo objetivo no sea solo una cárcel "mejor" sino también que se reduzca la aplicación de la

pena carcelaria. Así, como ampliar las posibilidades del detenido y proteger sus derechos,

mediante la instrucción, al trabajo y a la asistencia. También argumenta que la exclusión es uno

de los graves problemas del sistema penitenciario, por ello propone la apertura de la cárcel a la

sociedad y, recíprocamente, de ella hacia la cárcel. El aislamiento es uno de elementos más

negativos de la institución carcelaria haciendo que las oportunidades de resocialización del

condenado sean mínimas (Baratta, 2004a).

Antes de cometer los delitos, los detenidos ya vivían una vida de carencias y exclusión.

Es por ello, que debe ofrecerse al detenido una serie de servicios que van desde la instrucción

general y profesional hasta los servicios sanitarios y psicológicos, como una oportunidad de

reintegración y no como un aspecto de la disciplina carcelaria (Baratta, 2004a).


Según Francisco Muñoz, el tratamiento al delincuente no puede ser una obligación, es

decir no puede ser impuesta coactivamente. Es decir que el tratamiento en contra de la voluntad

del detenido es una manipulación a la conciencia y escala de valores del detenido. Por tanto, el

tratamiento sin la cooperación voluntaria del interno será una imposición coactiva de valores y

actitudes por lo que no conducirá a la restitución del detenido.

En este orden de ideas, es necesario redefinir los conceptos de tratamiento y

resocialización de forma que se garantice el ejercicio de los derechos de los ciudadanos

retenidos, y se les provean servicios y oportunidades laborales y sociales durante y después de la

detención, por parte de las instituciones y las comunidades.

En Colombia, está claro que la cárcel no puede producir efectos útiles para la

resocialización del condenado y que, por el contrario, impone condiciones negativas en relación

con esta finalidad. A pesar de esto, se debe reinterpretar y reconstruir la reintegración social del

condenado, pero esto necesita un cambio de las condiciones de vida en la cárcel.

Por tanto, el sistema penitenciario colombiano es el mejor ejemplo de un sistema

contrario a la reinserción del detenido, y que su verdadera función es la de constituir y mantener

una determinada forma de marginación.

Historia de la Prisión como Pena en Colombia

Actualmente, el sistema carcelario y penitenciario colombiano presenta dificultades

grandes que impide que las funciones bajo las cuales fue concebida esta institución sean

cumplidas en su debida forma.


Ahora bien, la información más reciente que existe sobre el origen del sistema de

prisiones colombiano data de 1906, época en que se organizó la primera colonia penal del país.

Dentro de la evolución carcelaria, siglo XV, época de los aborígenes, se determinó que los

chibchas practicaban castigos como pena de muerte al homicida, vergüenza pública al cobarde,

tortura al ladrón (Castro & Herrera, 1998).

En la época de la conquista, se impusieron las leyes del conquistador: delitos, guarda de

presos, tormentos, penas y perdones a elección del conquistador limitando con la arbitrariedad.

El Establecimiento de Reclusión se considera como un sitio previo a la ejecución o un castigo

para la población española o criolla, posteriormente en la época de la Colonia, se aplicaron

castigos como la confiscación, multa y prisión así como medidas eclesiásticas relacionadas con

abjuración, represión, suspensión de órdenes y las penitencias con un fundamento religioso muy

marcado y amplia influencia de la iglesia, la ejecución de las penas era en mazmorras como

fueron las de Cartagena y Tunja; las cárceles de la Real Cárcel, la Cárcel del Divorcio, la de

Zipaquirá y la de Santafé (Colegio de Nuestra Señora del Rosario, 2002).

Para el siglo XX se creó la Dirección General de Prisiones mediante la ley 35 de 1914 y

decreto orgánico No. 1557 entidad adscrita al Ministerio de Gobierno.

Esta ley fue expedida bajo la presidencia de José Vicente Concha, ley que nacionalizo la

casa de presidio y reclusión para las penas impuestas por el poder judicial o para detener a los

sumariados. Como se mencionó, con esta ley se creó la Dirección General de Prisiones, que

estaba encargada de: organizar el sistema carcelario, crear los reglamentos de las prisiones,

inspeccionar y fiscalizar los establecimientos, llevar a cabo la estadística penal, y decretar la

construcción y mejoramiento de los edificios. Adicionalmente, se trazaron las primeras normas

de operación de la cárcel como medio de sanción social (Galvis, 2003).


En 1934 se crea Estatuto de Régimen penitenciario y Carcelario, a fin de

reglamentar su administración y organización (Decreto Ley 1405 de 1934). De forma tal, el

presidente Enrique Olaya Herrera, expidió dicho Decreto, en ejercicio de las facultades

extraordinarias conferidas por la Ley 20 de 1933, que fue un cuerpo de normas orgánicas mejor

ordenado que los anteriores. Dispuso que la Dirección General de Prisiones dependiera del

Ministerio de Gobierno con el nombre de “División General de Establecimientos de Detención

de Penas y Medidas de Seguridad”. Luego en la década de los sesenta, la entidad se convirtió

nuevamente en Dirección General de Prisiones y quedo adscrita al Ministerio de Justicia (Galvis,

2003).

En el año de 1938, los establecimientos de reclusión en Colombia tenían una población

conformada por 8.686 internos. Esta población aumento anualmente en una cifra promedio de

mil internos. En 1946, la población disminuyo en 2.765 internos como consecuencia del proceso

de desjudicialización, pero en los siguientes años continuo aumentando, debido al alto índice de

violencia que se vivió durante esta época, hasta llegar a la cifra de 37.770 internos. Este aumento

generó la construcción de los penales de La Picota, Popayán, y El Barne, La Cárcel Modelo de

Bogotá y la Distrital de Barranquilla, San Gil, Pamplona, Picaleña, Manizales, Tumaco,

Montería, Cartagena, Santa Marta, Pasto, Duitama, Pereira y Cali. Así mismo, se fortaleció la

Colonia Penal de Araracuara. En 1957 se produjo un nuevo proceso de desjudilización, el cual

implico que la población carcelaria se redujera en 12.771 internos (Galvis, 2003).

El Doctor Bernardo Echeverri Ossa en 1963 el cargo de Director General de Prisiones

encontró una gran crisis en el sistema caracterizada por numerosos fugas, homicidios y masacres

al interior de los penales, inadecuado manejo de los establecimientos de reclusión por parte de
los funcionarios, crueldad o pasividad de los guardianes etc. a raíz de esto, Echeverri fue el

promotor de la reforma al Código Penitenciario de 1934 (Galvis, 2003).

En el año de 1964, mediante el Decreto No. 1817 se reformó y adicionó el Código

Carcelario (Decreto ley 1405/34) creando la Escuela y Carrera Penitenciaria, los Servicios de

Asistencia Social Carcelaria y la Post-Penitenciaria. Este nuevo código significó una

transformación total del Sistema Carcelario y Penitenciario colombiano. A su vez, se estableció

el tratamiento progresivo y disciplina atenuada de los condenados, se creó la Escuela

Penitenciaria “para la formación y actualización de todos los funcionarios de prisiones”, el

servicio social carcelario, los permisos premio para los reclusos, la organización del Cuerpo de

custodia (guardianes), la carrera para los funcionarios, la cárcel para conductores, las cárceles

para la fuerza pública, los criterios de clasificación para los reclusos (Galvis, 2003).

A pesar de esto, la población carcelaria y penitenciaria sufrió un nuevo aumento, llegando

hasta los 58.125 internos en el año de 1971. Fue así como el sistema empezó a registrar las

graves consecuencias del hacinamiento. La aplicación de medidas despenalizadoras, la

expedición de la Ley de rebaja de Penas y el mejoramiento en las condiciones sociales llevaron a

la disminución de la población reclusa, en el año de 1973, a 36.500 internos. Durante los años

siguientes este número se mantuvo más o menos estable, aunque se redujo considerablemente

con la expedición del Decreto 1853 en 1985, el cual ordeno la excarcelación de sindicados por

delitos menores (Galvis, 2003).

En el año 1992 y mediante decreto No. 2160 se fusiona la Dirección General de Prisiones

con el Fondo Rotatorio del Ministerio de Justicia y la Imprenta Nacional y se crea el

INSTITUTO NACIONA PENITENCIARIO Y CARCELARIO INPEC, cuya naturaleza jurídica

es de un establecimiento público de orden nacional, adscrito al Ministerio de Justicia y del


Derecho, con personería jurídica, patrimonio independiente, descentralización administrativa y

desconcentración de funciones, asegurando una gestión autónoma, eficaz e independiente para el

manejo administrativo dirigido hacia la auto-organización de los recursos, lo que debe conducir a

desarrollar políticas penitenciarias modernas tendientes a lograr la reinserción social como uno

de los fines principales de la pena como de la Institución (Castro & Herrera, 1998).

Posteriormente con la con la Constitución de 1991 se propendió por garantizar los

derechos fundamentales a los recluidos, los objetivos de la justicia y el fin de la pena, a través del

tratamiento progresivo, la clasificación científica de los internos, el seguimiento de los grupos

interdisciplinarios de profesionales, la programación de actividades educativas, culturales y

deportivas. Así mismo se desarrollan las funciones del juez de ejecución de penas, se crea la

carrera penitenciaria para el personal del instituto, y se incorpora el servicio militar obligatorio

de bachilleres, este último empleado como servicio social que se presta esencialmente en las

oficinas administrativas de la institución (Ley 65 de 1993, Código Penitenciario y Carcelario).

Hoy el INPEC tiene el control sobre 139 establecimientos penitenciarios y carcelarios,

clasificados así: una (1) Colonia Agrícola (CA), cuatro (4) Establecimientos Penitenciarios y

Carcelarios de Alta y Mediana Seguridad (EPCAMS), dos (2) Establecimientos Penitenciarios de

Alta y Mediana Seguridad (EPAMS), doce (12) Reclusiones de Mujeres (RM), diez (10)

Establecimientos Penitenciarios (EP), diecinueve (19) Establecimientos Carcelarios (EC),

ochenta y nueve (89) Establecimientos Penitenciarios y Carcelarios (EPC), dos (2)

Establecimientos de Reclusión Especial (ERE). Existen establecimientos penitenciarios y

carcelarios con pabellones destinados como Establecimientos de Reclusión Especial (ERE). El

manejo del sistema carcelario en cuanto a políticas y estrategias de desarrollo de efectúa a través

de seis regionales que abarcan el total de establecimientos en todo el país.


De la misma, manera para darle urgencia al INPEC se estableció la Ley 65 de 1993 que

se convertiría en el Código Penitenciario y Carcelaria de Colombia. Este Código a raíz de las

deficiencias del Sistema Carcelario y Penitenciario y los múltiples problemas en las cárceles

colombianas, fue modificado mediante la Ley 1709 del 20 de enero de 2014, por medio de la

cual se reforman algunos artículos de la Ley 65 de 1993, de la Ley 599 de 2000, y de la Ley 55

de 1985 (Galvis, 2003).

Las circunstancias sociales del país, como las dificultades del sistema judicial han

influido en el crecimiento de la población en las prisiones, que actualmente alcanza niveles

incalculables, lo cual ha desencadenado una gran crisis en el sistema.

La crisis carcelaria del país obligo a reformar el Código Carcelario y Penitenciario con el

fin de enfrentar el hacinamiento y las fallas del sistema tales como la implementación en mayor

medida de la privación de la libertad como pena, el aumento de los mínimos de duración de esta

privación, la reducción de los beneficios administrativos y judiciales etc.

Política del Gobierno Colombiano en Materia Penitenciaria y Carcelaria

Ahora bien, el hecho de que una persona se encuentre internado en un establecimiento de

reclusión no constituye una excepción para que el Estado cumpla su función primordial (Art 1,

Constitución Política de Colombia) en relación con dicha persona. La Corte Constitucional

expresa al respecto en la Sentencia T-705 de 1996 del Magistrado ponente Eduardo Cifuentes

Muñoz:

Si bien la condición de recluso implica una restricción de los derechos fundamentales,

ello no significa que las autoridades penitenciarias puedan disponer a su arbitrio de los mismos,
pues la limitación de estos derechos debe ser la estrictamente necesaria para lograr la

resocialización de los internos y la conservación de la seguridad, el orden y la disciplina dentro

de las cárceles. Las autoridades administrativas deben atender a los principios de razonabilidad y

proporcionalidad so pena de incurrir en arbitrariedad. (Sentencia T-705 de 1996)

Por lo tanto, las normas que rigen el Sistema Carcelario y Penitencio colombiano deben

buscar que los establecimientos de reclusión sean realmente un instrumento de prevención, frente

a los actos que vulneran o ponen en peligro el orden social, y de resocialización del infractor, de

forma tal que este pueda volver a formar parte de la sociedad. Todo esto teniendo en cuenta que

los derechos de los condenados deben ser respetados.

En este orden de ideas, la política del Gobierno Colombiano en materia penitenciaria y

carcelaria consiste en:

Dar un tratamiento igual a quienes se les imputa la comisión de algún delito o a quienes

ya fueron condenados por esta razón. El tratamiento igualitario se encuentra establecido en los

Artículos 13 de la Constitución Política de Colombia, 3 del Código Penitenciario y Carcelario de

1993, 7 del Código Penal de 2000 y 5 del Código de Procedimiento Penal de 2000 (Galvis,

2003).

Garantizar los derechos a la libertad y al debido proceso. En relación con el derecho a la

libertad, su garantía se encuentra consagrada en los artículos 28 de la Constitución Política de

Colombia, 1 de la Lay 1709 de 2014 y, 3 del Código de Procedimiento Penal de 2000. Por su

parte, la garantía del derecho al debido proceso está señalada en los artículos 29 de la

Constitución Política de 1991, 2 y 3 de la Ley 1709 de 2014, 6 del Código Penal y, 6 y 7 del

Código de Procedimiento Penal (Galvis, 2003).


También, respetar, como principio fundamental, la dignidad humana de quienes se

encuentran privados de la libertad. Este principio lo consagran los artículos 5 de la Constitución

Política de 1991, 4 de la Ley 1709 de 2014, 1 del Código Penal, y 1 del Código de Procedimiento

penal (Galvis, 2003).

Resocializar a los condenados, por medio de un tratamiento que les permita volver a

formar parte de la sociedad que han lesionado con sus actos. El objetivo principal de la prisión

como pena en Colombia es el de resocializar al delincuente. Por lo que con el tratamiento

penitenciario se busca conocer al infractor en su personalidad, familia, antecedentes etc; y lograr

mediante la disciplina, el trabajo, el estudio, y la ejecución de actividades culturales, religiosas y

deportivas, la corrección de sus actos para que pueda volver a su vida en sociedad (Galvis,

2003).

La imposición y ejecución de la restricción del derecho de libertad, debe:

Sujetarse rigurosamente al imperio de la Ley, es decir, debe ser consecuencia de una

orden judicial impartida por autoridad competente, por motivo previamente definido por la Ley y

en cumplimiento de las formalidades legales (Artículos 29 de la Constitución Política de

Colombia, 1,3 y 5 de la Ley 1709 de 2014, 6 del Código Penal de 2000, y 6 del Código Procesal

Penal de 2000) (Galvis, 2003).

A su vez, debe no vulnerar otros derechos constitucionales (Artículos 1 y 2 de la

Constitución Política, 4 de la Ley 1709 de 2014, 1 del Código Penal de 2000 y 1 del Código de

Procedimiento Penal de 2000). Y finalmente, ser necesaria, proporcional y razonable (Artículo 3

del Código Penal de 2000) (Galvis, 2003).


Por otro lado, los establecimientos de reclusión de orden nacional son creados,

fusionados, suprimidos, dirigidos, administrados y ubicados por el Instituto Nacional

Penitenciario y Carcelario INPEC. Pero, los centros para las personas detenidas previamente y

condenadas por contravenciones que impliquen privación de la libertad, por orden de autoridad

policiva, son dirigidos, organizados y administrados por los Departamentos, Municipios, Áreas

Metropolitanas y el Distrito Capital de Bogotá, bajo la vigilancia y control del INPEC (Galvis,

2003).

El principio de legalidad le consagra a los establecimientos de reclusión el carácter de

institución legal. El Gobierno nacional es el encargado de desarrollar este principio ya que es el

encargado de formular los lineamientos de política penal y de política criminal, y el INPEC es

quien se encarga de ejecutar lo dispuesto por el Gobierno nacional (Galvis, 2003).

Los establecimientos de reclusión, como institución legal, implican una estructura

orgánica, una infraestructura, unas autoridades, unos reglamentos de comportamiento y

desempeño tanto para los funcionarios carcelarios y penitenciarios, como para los internos, y un

proceso de tratamiento para la resocialización en las penitenciarias. Todos estas temas están

regulados en el Código Penitenciario y Carcelario (Galvis, 2003).

Situación Actual de las Cárceles en Colombia

Uno de las situaciones más graves que afronta el país es precisamente la crisis del sistema

penitenciario, diariamente encontramos noticias que se enfocan en la situación poco garantista

que se vive en los establecimientos penitenciarios; aunque el Gobierno nacional a través del

INPEC ha tratado de solucionar estas situaciones no se cuenta en la actualidad con las

herramientas ni las normatividades determinantes que den solución a al tema carcelario de


nuestro país, la reforma al Código Penitenciario y Carcelario mediante la Ley 1709 de 2014 es

otro intento de solucionar dicha crisis.

El hacinamiento de las cárceles en Colombia es quizás uno de los problemas más difíciles

ya que hoy se tienen cerca de 25.000 reclusos suma que desborda la disponibilidad de

infraestructura y cupos disponibles actualmente. Es claro que las cárceles no cumplen con lo

ordenado por la Constitución en el sentido de resocializar ya que aspectos como el acceso a la

educación, la mala alimentación, la corrupción, la dificultad de reinserción laboral e incluso el

acceso a un colchón son parte de pagos no contemplados en la ley que hacen del sistema un foco

de irregularidades que no ofrecen garantías básicas de igualdad a los reclusos (Defensoría del

Pueblo, 2013).

Las personas que se encuentran recluidos en los centro penitenciarios en su mayoría son

hombres (90%), entre los 16 y los 30 años (57,7%), sin educación primaria (43%) o sin

bachillerato (48%) que se encontraban desocupados o trabajando informalmente antes de

cometer el delito. En el estudio se resalta además que, con excepción de los detenidos por

narcotráfico (7%), los delitos del conflicto armado —secuestro, terrorismo, rebelión— no

terminan en prisión. Es decir, en las penitenciarías acaban, normalmente, sólo los criminales de

más fácil captura y que, más allá de la naturaleza de su crimen, se llevan todo el peso de la

política criminal. (Investigación realizada por la Relatoría de Prisiones de la Universidad de los

Andes)

Sin embargo y atendiendo a lo anterior es claro y público que los beneficios otorgados a

personas como los llamados delincuentes de cuello blanco se les da un trato preferencial con

marcadas diferencias en temas precisamente como alimentación, acceso a estudio, ubicación,


visitas y hasta requisas, marcando una gran diferencia entre unos y otros vulnerando principios

fundamentales como el de igualdad.

Entre otras cosas, por diferentes medios se ha denunciado una mafia entre guardianes del

INPEC y algunos reclusos que incluso, en los que se manifestaron situaciones como las

siguientes:

 Se cobra por el acceso a los servicios públicos dentro de las cárceles.

 En algunos centros carcelarios los reclusos se ven obligados a pagar hasta $5.000

para tener acceso al servicio de agua potable y hasta dos millones pesos para contar con una

celda.

 Actualmente el INPEC cuenta en promedio con un solo guardia para controlar a

500 presos.

 Al interior de las cárceles "usar un BlackBerry cuesta cerca de 30 millones de

pesos, mientras que un cigarrillo se vende hasta por 6.000 pesos, y una botella de whisky puede

costar hasta 700.000 pesos".

 Los guardianes, operan más de 100 horas semanales en condiciones poco óptimas.

"Mientras un funcionario debe trabajar por mucho 48 horas semanales, los guardias del INPEC

lo hacen 140 horas semanales. 768.000 pesos es el salario base de un dragoneante, y con

bonificaciones recibe un poco más de 1’700.000 pesos"

 Los guardianes están expuestos a enfermedades como "tubercolosis, lepra, VIH

Sida, pulgas, piojos, roedores, y hasta trastorno mental por estrés. Incluso, algunos están a

exposición de los fluidos corporales de los internos".


 Se requiere especial atención a los presos con problemas mentales.

La grave situación de hacinamiento en Colombia genera frente a los reclusos el

desconocimiento de las condiciones mínimas con las que estos deben contar: una celda, una

cama, una buena higiene, separación por categorías entre otras, vulnerándose gravemente sus

derechos.

El hacinamiento implica también que a los reclusos se les vulnere el derecho a la salud.

El sistema de salud de las prisiones colombianas enfrenta una grave situación. En la actualidad,

el INPEC no cumple adecuadamente su obligación de proporcionar en todos los establecimientos

de reclusión atención médica oportuna a los internos, y garantizar que gocen de buena salud

durante el tiempo de reclusión y con posterioridad a su liberación. Los reclusos deben recibir

atención médica con la consideración debida, recibir medicamentos, el INPEC debe velar porque

las condiciones de higiene y educación alimenticia se mantengan de acuerdo con las normas de

salubridad. El Sistema Penitenciario y Carcelario debe ser dotado adecuadamente con

consultorios, equipos, medicamentos y profesionales en la salud.

Las precarias condiciones de los establecimientos penitenciarios y carcelarios en

Colombia se deben a las fallas en la infraestructura de las zonas sanitarias, a la escases de agua y

los problemas en el sistema de alcantarillado, el hacinamiento, hacen que la situación de la salud

en los centros de reclusión sea muy grave.

Si bien es cierto, la legislación colombiana garantiza la atención integral de los privados

de libertad, en la práctica no existe evidencia de que esto se esté realizando.

Así las cosas, es claro poder definir la situación carcelaria del país como “grave”, ya que

la política penitenciaria y carcelaria no cumple con sus objetivos a tal punto que “compromete
seriamente el cumplimiento de las obligaciones del estado colombiano de proteger la vida,

integridad física, dignidad y seguridad jurídica de las personas privadas de la libertad, en estas

condiciones es aún más inviable la reinserción social” incluso se ven afectados los funcionarios y

la guardia del INPEC situación que va en contravía de los fines esenciales del sistema y de las

obligaciones que tiene el estado frente a la población carcelaria y frente a los empleados

estatales.

Los establecimientos de reclusión no son actualmente instrumentos de cambio social ya

que no re garantizan ni respetan los derechos de los internos en sus diferentes modalidades ni

tampoco se logra la finalidad fundamental de la pena, que es, la resocialización. A su vez,

tampoco se ejecutan eficientemente los elementos de la resocialización tales como el trabajo, la

educación y la disciplina.

Frente a este aspecto, la Corte Constitucional en la Sentencia T-352 de 2000 manifestó

que los derechos a la educación y al trabajo de los internos son violados, ya que un gran

porcentaje de los reclusos no obtienen las oportunidades correspondientes y su acceso está

condicionado a la corrupción y la extorción. Esta situación se mantiene actualmente y se agrava

aún más dadas las condiciones de hacinamiento, falta de recursos y programas, de personal, y de

infraestructura adecuada.

De forma tal, la resocialización como se mencionó anteriormente es la función primordial

de la pena de privación de la libertad, pero no se está logrando ya que el tratamiento que requiere

dicha resocialización es ineficiente y no se desarrolla como se contempla en el Código

Penitenciaria y Carcelario, por lo que no permite la reinserción social.


La política de Gobierno en materia Penitenciaria y Carcelaria es clara y bien

fundamentada, pero esta política no tiene aplicación real en Colombia. Por ejemplo, no se asigna

suficiente presupuesto al Sistema Penitenciario y Carcelario; no existe la planeación necesaria

para mejorar las instalaciones de reclusión o para construir más; y se aplica la privación de la

libertad como única pena sin tener en cuenta que hay otras opciones o medidas preventivas.

Así, la crisis carcelaria hace evidente la falta de una adecuada y eficiente estructura de la

política criminal, por lo que se requiere una política coherente con la realidad, que prevenga el

delito y que resocialice al recluso. Se espera que la reforma al Código Penitenciario y Carcelario

tenga realmente un impacto positivo en la población carcelaria y en el sistema atendiendo el

rediseño de la infraestructura penitenciaria y carcelaria mediante las alianzas público-privadas;

diseñando políticas que promuevan un eficiente proceso tanto preventivo como de reinserción

social; limitar el uso de la pena de privación de la libertad solo a casos en los que no exista más

opción; y atendiendo los problemas sociales, de salud, corrupción, violencia de las cárceles etc.

Reforma al Sistema Penitenciario

Con la reforma al Código Penitenciario y Carcelario se sustituyó la Ley 65 de 1993, Código

Penitenciario y Carcelario con el fin de ajustar medidas y procedimientos al Sistema Penitenciario

y Carcelario, algunas de las razones que además de las expuestas anteriormente se tienen en cuenta

es precisamente la actualización del sistema penal creado a través de la ley 599 del 2000 frente a

temas relacionados con la oralidad y el sistema de audiencias.

El 11 de Abril de 2011, el Ministro del Interior y de Justicia, radicó en la Cámara de

Representes, un proyecto de ley por medio del cual se buscaba la expedición de un nuevo Código
Penitenciario y Carcelario, que reemplazó al previsto en la Ley 65 de 1993, el nuevo código (Ley

1709 de 2014) consta de 107 artículos y nueve títulos, regula los derechos, los deberes y el

tratamiento de los internos; la vigilancia interna y externa de los establecimientos de reclusión; los

beneficios penitenciarios; los mecanismos sustitutivos de la pena privativa de la libertad. Al

revisarlo es realmente un amplio catálogo que ofrece grandes modificaciones que propenden a

aliviar radicalmente gran parte del problema que se expuso en el capítulo anterior, entre las

soluciones contempladas se mencionan algunas que se consideran de mayor relevancia:

 Modificar el sistema de tratamiento penitenciario estableciendo la obligación de

hacer estudios individuales a todos a cada uno de los internos, con miras a establecer y adoptar el

tratamiento adecuado y el sistema de seguimiento para verificar su resocialización.

 Se establece la posibilidad de que los particulares tengan a su cargo, mediante el

sistema de concesión, la administración de establecimientos de reclusión, salvo lo relacionado con

la seguridad interna, que seguirá a cargo del Estado.

 Se crea un estricto sistema de redención de penas por estudio, basado en logros y

no simplemente en horas de asistencia. En el futuro sólo el interno que obtenga los logros en los

distintos programas académicos podrá ser beneficiario de redenciones de penas por estudio.

 Se endurecen las sanciones disciplinarias aplicables a los internos y a los

funcionarios con lo cual se combate la corrupción y se generan mejores condiciones para la

conservación del orden dentro de los centros de reclusión.

 Se establece que los permisos excepcionales de 72 horas y de 15 días, que se

conceden actualmente a los internos, sin vigilancia, puedan someterse a medidas de vigilancia o a

condiciones especiales, con el fin de que las autoridades ejerzan los debidos controles sobre estos

beneficios penitenciarios.
 Se instaura la obligación de que en todos los establecimientos penitenciarios

existan salas dotadas con los medios necesarios para la realización de audiencias virtuales y la

posibilidad de que el INPEC solicite la comparecencia virtual del interno a las respectivas

audiencias, cuando existan razones de seguridad, orden público, costos o salubridad que así lo

aconsejen. Con esta medida se evitarán fugas y costos derivados de los recurrentes traslados de los

internos.

 Se plantea el requerimiento legal de poner en marcha la implementación de

dispositivos que permitan la interrupción de las comunicaciones no autorizadas, que de forma

clandestina realizan los internos, muchas veces con el ánimo de delinquir.

 Se propone ejercer control de las comunicaciones que se realizan bajo autorización,

en el sentido de dejar un registro que permita identificar qué interno realizó la llamada, a quién

llamó y cuánto duró la conversación. No se trata de interceptar la comunicación, sino de llevar

control sobre las llamadas en los aspectos ya indicados.

 Se radica en cabeza del SENA y del Ministerio de Educación, la creación de

programas, especialmente de educación básica y media. De la misma manera se establece la

posibilidad de la celebración de convenios con empresas particulares para la implementación de

programas para los internos con el fin de que, una vez el interno obtenga su libertad, se pueda

vincular laboralmente con dicha empresa. (Texto aprobado en la Comisión Primera de la honorable

Cámara de Representantes del proyecto de ley 210/11 –cámara- “por medio de la cual se expide el

Código Penitenciario y Carcelario y se dictan otras disposiciones”.)

Conclusión
Se necesita de medidas de mediano y largo plazo para superar históricas dificultades como

el déficit de infraestructura y el consiguiente hacinamiento carcelario, factores que atentan contra

la reinserción social de los privados de libertad y, a todas luces, constituye un factor relevante del

fenómeno de la reincidencia delictiva.

Resulta necesario avanzar hacia el establecimiento de una política criminal armónica que,

junto a un sistema penitenciario moderno, conjugue un adecuado sistema de penas y cumplimiento

de éstas, con una política racional de prevención del delito.

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