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C O L E C C I O N "V IA J E S Y N A T U R A L E Z A "
(T R A D U C C IO N DE L IS A N D R O ALVARADO )
L IB R O S : 5 ° Y 6 ° Y A P E N D IC E
TOMO III
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BIBLIOTECA VENEZOLANA DE CULTURA
C O L E C C IO N “ V IA J E S Y NATURALEZA"
A. DE HUM BO LDT Y A. B O N P L A N D
REDACTADO POR
A L E J A N D R O DE H U M B O L D T
(T R A D U C C IO N DE L IS A N D R O A L V A R A D O )
L IB R O S : 5 ° Y 6° Y A P E N D IC E
TOMO III
19 4 1
ES C U E L A T EC N IC A IN D U S T R IA L
T A L LE RE S DE AR TES GRAFICA»
BIBLIOTECA NACIONAL C A R A C A S
CARACAS - VENEZUaA
H U M B O L D T A O R IL L A S D E L O R IN O C O , 1808
LIB R O Q U I N T O
CAPITULO XIV
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VIAJE A LAS REGIONES EQUINOCCIALES 19
ne.3 que se propagan por el in terio r de la tie rra , cuando se han visto
esos enorm es efectos de solevantam iento, esos terren o s convexos
que agrietándose arro ja n inm ensas cantidades de agua, barro, y v a
pores, es difícil no creer en cavidades, en com unicaciones entre la
p arte oxidada del globo y o tra p a rte que todavía abunda en m e
taloides, en sulfuros de silicio y o tras sustancias no oxidadas. Véase
a rrib a.
(34) D auxion-Lavaysse, Voyage a la T rin ité, pp. 25, 30, 33.
(35) Las em anaciones inflam ables (gas hidrógeno proveniente
de la n a fta en suspensión) de P ie tra M ala salen de la piedra c a l
cárea alpina que puede seguirse desde Covigliano h a sta Raticofa,
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(39) T. I, Cap. V.
(40) T. I, Cap. IV.
(41) T. II, Cap. VI.
(42) Véase arriba,
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4 h 37'40"
Véase Recuell d’observ. astron., t. I, pp. 158-184. Excluim os
una determ inación cronom étrica, a causa del movim iento del barco
cerca del cabo Codera, en un m ar encrespado.
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dida que se form aba, h allab a todavía 0,78 en la.s 40 pulgadas cú
bicas. E l resto, o sean 0,22, era nitrógeno. E l ácido carbónico
no se había form ado por la absorción del oxígeno atm osférico.
El que se desprende de las cerezas del cafeto ligeram en te hum e
decidas y colocadas en ur. frasco lleno de aire y con ta p a esm e
rila d a contiene alcohol en suspensión, m ás o m enos como las m o
fe ta s que se form an en n u estra s bodegas d u ran te la ferm entación
del mosto. A gitando el g as con el agua, tom a ésta un sab o r a l
cohólico m uy pronunciado. C uántas su stan cias no te n d rán quizás
en suspensión esas m ezclas de ácido carbónico e hidrógeno que
llam am os miasmas deletéreos, que por dondequiera se elevan en
los trópicos, en sitios pantanosos, en las play as del m ar, en las
selvas donde el suelo está cubierto de hojas m arch itas, de fru to s
y de insectos descom puestos!
(13) 112 lib ras inglesas hacen 105 lib ras fran cesas, peso de
m arco; y 100 lib ras españolas hacen 93 lib ras francesas.
75.900.000 libras.
La importación total del café de América en Europa
excede hoy de 106 millones de libras, peso de marco de
Francia. Si a esto se agregan de 4 a 5 m illones de las
islas de Francia y Borbón, y 30 millones de Arabia y de
Java, se halla que el consumo de la Europa entera en
1817 difiere poco de 140 millones de libras (16). En las
investigaciones que bice en 1810 sobre los géneros colo
niales me decidí por una suma menor (17). Este enor
me consumo de café no ha mermado el del té, cuya ex
portación en China ha crecido en más de una cuarta
parte en los últimos quince años (18). El té podría cul
tivarse, como el café, en la parte montañosa de las pro
vincias de Caracas y Cumaná. Todos los climas están
allí superpuestos en pisos unos sobre otros, y este nuevo
cultivo se lograría allá tan bien como en el hemisferio
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y para una altura de 300 toesas; pero las fuentes del río
se hallan en los cerros cercanos. La casa del propieta
rio, colocada en un m ontículo de 15 a 20 toesas de eleva
ción, está circundada por las chozas de los negros, de
los cuales, los que están casados proveen por sí m ism os a
su subsistencia. Se les asigna aquí, como en todos los
valles de Aragua, una parcela de terreno cultivable. En
ésta invierten los sábados y dom ingos, únicos días li
bres en la sem ana. Poseen gallinas, y aun a veces un
cerdo. El amo ensalza la dicha de ellos, como en el
Norte de Europa gustan los señores de ensalzar el bien
estar de los cam pesinos adscritos a la gleba. El día
de nuestra llegada vim os reivindicar tres negros fugiti
vos: eran esclavos com prados ha poco. Tem í asistir a
uno de esos castigos que dondequiera que reina la escla
vitud sustraen el em beleso a la vida de los campos. Fe
lizm ente los negros fueron tratados con hum anidad.
En esta plantación, com o en todas las de la provincia
de Venezuela, distinguen ya desde lejos, en el color de
las hojas, las tres especies de caña de azúcar cultivadas:
la antigua caña criolla, la caña de O tajeti, y la caña de
Batavia. La prim era especie tiene hojas de un verde
más subido, el tallo m ás cenceño, los nudos m ás juntos.
Fué la primera caña de azúcar introducida de la India
en Sicilia, en las Canarias y en las Antillas. La segunda
especie se distingue por un verde m ás claro. Su tallo es
más alto, grueso y suculento. Toda la planta anuncia
una vegetación m ás lujuriante. Es debida a los viajes
de Bougainville, de Cook y de Bligh (27). Bougainville
la transportó a la isla de Francia, de donde pasó a Ca
yena, a la Martinica, y luego, en 1792, a las dem ás An
tillas. La caña de Otajeti, el To de los insulares, es una
de las adquisiciones m ás im portantes que desde hace un
siglo debe la agricultura colonial a los viajes de los na
turalistas. No solam ente rinde, en una extensión igual
de terreno, una tercera parte de yuurupo (zumo fresco)
(2) Fray Pedro Simón llama este lago, sin duda por error,
Acarigua o Tacarigua. (N o tic . h istor., pp. 533, 668).
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(84) Dañan el cacao los loros, los monos, los acures, las ar
dillas, los venados (Véase Depons, t. II, pp. 182-204).
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CAPITULO XVII
(10) Uno de estos filones sobre el cual se han abierto dos po
zos, estaba dirigido, hor. 2,1 e inclinado 80° al Este. Las capas
de serpentina, en los puntos en que se halla estratificada con alguna
regularidad, tienen la dirección hor. 8 y una inclinación casi per
pendicular. He encontrado malaquita diseminada en esta serpen
tina, donde esta pasa a la roca verde.
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(75) De las cuales 72.000 son bueyes, 9 000 vacas, 74.000 ter
neros, según el censo oficial de 1817, siendo la población de París
de 713.765 almas. París consume, además, 328.000 carneros y 74.000
cerdos; por todo, 77.300.000 libras de carne.
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que el sol tiene una declinación hom ónim a con el hem is
ferio. Es m enester que se tenga aquí observado, que a la
falta de brisa no siem pre se sigue una calm a chicha, sino
que la calm a se in terru m p e con frecuencia, sobre todo en
las costas occidentales de América, con vendavales o vien
tos del suroeste y sureste. Este fenóm eno parece demos
tra r que las colum nas de aire húm edo que se elevan en la
zona ecuatorial boreal se d erram an en veces hacia el polo
austral. En efecto, los países situados en la zona tórrida,
al N orte y al Sur del ecuador, m anifiestan d u ran te su es
tío, m ientras que el sol pasa por su zenit, el m áxim u m de
diferencia de tem p eratu ra con el aire del polo heterónimo.
La zona tem plada au stral tiene su invierno, a tiem po que
llueve en el N orte del ecuador y que existe allí 1111 calor
medio 5o o 6o m ayor que en los tiem pos de sequía, en los
que el sol está m ás b ajo (13). La continuación de las
lluvias m ientras soplan los Vendavales prueba que las
corrientes del polo m ás alejad o no obran en la zona equi
noccial boreal como las corrientes del polo m ás cercano,
a causa de la m ayor hum edad de la co rrien te polar aus
tral. El aire que conduce esta corriente viene de un he
m isferio casi enteram ente acuático. A traviesa, p ara lle
gar al paralelo de 8o de latitu d Norte, toda la zona ecua
torial austral, y es por consiguiente m enos seco, menos
frío, m enos propio que la corriente polar boreal o la brisa
del N oreste p ara o b rar como contracorriente, p ara renovar
el aire equinoccial e im p ed ir su saturación (14). Se puede
creer que los Vendavales son vientos im petuosos en algu
nas costas, por ejem plo en las de G uatem ala, porque 110 son
ellos el efecto de un derram e reg u lar y progresivo del aire
de los trópicos hacia el polo austral, sino que altern an con
las calm as, y están acom pañados de explosiones eléctri-
(13) Desde el ecuador hasta los 10° de latitud boreal las tem
peraturas medias de los m eses de estío e invierno difieren apenas
de 2" a 3"; pero en los confines de la zona tórrida, hacia el trópico
de cáncer, las diferencias se elevan a 8o y 9o.
(14) En las dos zonas templadas el aire pierde su trasparen
cia cada vez que el viento sopla del polo heterónimo, es decir, del
polo que no tiene la misma denominación que el hemisferio en el
cual se hace sentir el viento.
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dos por la m ano del hom bre. D etrás de este seto se eleva
un m ato rral de Cedrelas, Brasiletes y Guayacanes. Son
raras las palm eras, no viéndose m ás que troncos esp arci
dos de Corozo y de P íritu espinosos. Los grandes cua
drúpedos de estas regiones, los tigres, d an tas y váquiras,
han practicado ab ertu ras en el seto de Sauzo que acab a
mos de describir, y por ahí salen los anim ales salvajes
cuando vienen a beb er al río; y como tem en poco la
aproxim ación de u n a canoa, se tiene el gusto de verlos
costear lentam ente la ribera, h asta que desaparecen en
la selva m etiéndose por uno de los pasajes estrechos que
las zarzas d ejan de trecho en trecho. Confieso (pie tales
escenas, que a m enudo se repiten, han conservado siem
pre el m ayor atractivo p ara mí. El placer que se expe
rim enta no se debe sólo al interés que pone el n atu ralista
en los objetos de sus estudios, sino que depende de un sen
tim iento com ún a todos los hom bres educados en los h á
bitos de la civilización. Vése uno en contacto con un
m undo nuevo, con una n atu raleza salvaje e indóm ita: ya
es el ja g u ar, herm osa p an tera de América, (pie aparece
en la rib era ; ya el P a u jí (Crax alector, C. P au x i), de
plum as negras y cabeza em penachada, que se pasea len
tam ente a lo largo de los Sauzos. Sucédense unos tras
otros anim ales de las clases m ás diferentes. “Es como en
el Paraíso ”, decía nuestro patrón, viejo indio de las m i
siones. Todo, en efecto, recu erd a aquí ese estado del
m undo prim itivo del que vetustas y venerables tradicio
nes han recontado a todos los pueblos la inocencia y la
felicidad; m as observando con cuidado las relaciones de
los anim ales entre sí, vemos que se evitan y se tem en m u
tuam ente. La edad de oro ha cesado, y en este paraíso
de las selvas am ericanas, como en otra p arte cualquiera,
una triste y larga experiencia ha enseñado a todos los
seres que ra ra s veces se hallan unidas la d u lzu ra con la
fuerza.
Cuando las playas son de una an ch u ra considerable,
la fila de Sauzos queda alejad a del río. En ese terreno
interm edio vense los cocodrilos, a m enudo en núm ero de
8 ó 10, tendidos sobre la arena, inm óviles, ab iertas las
q u ijad as en ángulo recto, reposando unos al lado de
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son sino de dos quintos de peso por b o tija (20). Los indios,
en su ida a la cosecha de huevos, se benefician tam bién
con una prodigiosa can tid ad de huevos secados al sol o
sometidos a u na ligera ebullición. N uestros rem eros
siem pre tenían canastos o saquillos de tela de algodón
llenos de tales huevos. No nos h an parecido de sabor
desagradable cuando están bien aderezados. Mostrá-
ronsenos grandes carapachos de tortugas vacíos p o r obra
de los tigres Jaguares, los cuales siguen a las A rraus por
las playas donde ha de efectuarse la postura. S orprén
d e n o s sobre las arenas, y p ara devorarlas a su sabor, las
vuelcan de m an era que el plastrón quede hacia arriba.
En esta posición no puede la tortuga enderezarse; y co
mo el Ja g u a r voltea de ellas m ucho m ás de las que se co
me en una noche, los indios se aprovechan a m enudo de
su astucia y de su m aligna avidez.
R eflexionando sobre la dificultad que experim enta
el n atu ra lista v iajero p ara a rra n c a r el cuerpo de la tor
tuga sin a p a rta r el carapacho del plastrón, no puede ad
m irarnos lo bastante la flexibilidad de las m anos del tigre,
que vacía el doble escudo de la A rrau como si se le hu
biesen desprendido las ligaduras m usculares por medio
de un instrum ento de cirugía. El Ja g u a r persigue a la
tortuga hasta el agua cuando ésta no es m uy profunda.
Hasta desentierra los huevos, y ju n to con el cocodrilo,
las garzas y el buitre Gallinazo, es el enem igo m ás cruel
de las tortuguillas recientem ente sacadas. El año prece
dente estuvo la isla de P a ra ru m a de tal modo infestada
de cocodrilos d u ran te la recolección de los huevos, que
los indios cogieron en una sola noche dieciocho de aque
llos, entre doce y quince pies de largo por m edio de gan
chos de hierro cebados con carne de m an atí. F u era de los
anim ales selváticos que acabam os de nom brar, los indios
ser el tipo prim itivo de nuestra especie, son una raza de
generada, tenues restos de pueblos que, después de h ab er
estado largo tiem po dispersados en las selvas, han sido
reintegrados a la barbarie.
Siendo, por decirlo así, el único vestido de los indios
la p in tu ra de color berm ejo, pueden de ella distinguirse
dos clases, según sean m ás o m enos pudientes las perso
nas. El com ún adorno de los C aribes, los Otomacos y los
Y aruros es el Onoto, que los españoles llam an Achote, y
los colonos de Cayena Iiocú (28). Es la m ateria colo
ran te que se extrae de la pulpa de la Bixa O rellana (29).
P a ra p re p a ra r el Onoto, las m u jeres indianas echan las
sem illas de la planta en una tina llena de agua; baten el
agua d u ran te una hora, y entonces d ejan que se deposite
quietam ente la fécula colorante, que es de un ro jo de la
drillo m uy intenso. Después de h ab er ap artad o el agua,
se re tira la fécula, se la exprim e entre las manos, am á-
sanla con aceite de huevos de tortuga y fo rm an de ello
tortas redondeadas de 3 a 4 onzas de peso. A falta de
aceite de tortuga, algunas naciones m ezclan con el Onoto
la grasa de cocodrilo. Otro pigm ento m ucho m ás valio
so sacan de una plan ta de la fam ilia de las Bignoniáceas
que el Sr. B onpland ha descrito con el nom bre de Big-
nonia Chica (30). Los Tam anacos la llam an Craviri, los
M aipures K iraaviri. T repa en los árboles m ás elevados
y a ellos se adhiere con zarcillos. Sus flores bilabiadas
tienen una pulgada de largo, son de un herm oso color
violeta, y están dispuestas de dos en dos o de tres en tres.
Sus hojas bipinadas se ponen ro jizas al desecarse, y el
bido por las leyes españolas, era tolerado por los gober
nantes civiles, y ensalzado como útil a la religión y al
engrandecim iento de las misiones por los superiores de
la Com pañía. “La voz del evangelio no es escuchada
(dice ingenuam ente un jesu íta del Orinoco (48) en las
Cartas edificantes) sino allí donde los indios han oído
el estrépito de las arm as, el eco de la pólvora. La dul
zu ra es un medio lentísim o. Castigando a los naturales,
se facilita su conversión”. No p articip ab an sin duda de
estos principios degradantes p ara la h u m anidad, todos
los m iem bros de una sociedad que, en el Nuevo Mundo
y dondequiera que la educación quedó exclusivam ente
en m anos de los m onjes, ha prestado servicios a las letras
y a la civilización. Pero las entradas, las conquistas es
pirituales por medio de las bayonetas, eran un vicio in
herente a un régim en que tendía al engrandecim iento
rápido de las misiones. Consuela ver que no han segui
do el m ism o sistem a los religiosos de San Francisco, de
Santo Domingo y de San Agustín, que hoy gobiernan una
vasta porción de la A m érica m eridional, y que por la
du lzu ra o aspereza de sus costum bres ejercen una in
fluencia poderosa en la suerte de tantos m iles de in d í
genas. Las incursiones a m ano a rm a d a están casi del
todo abolidas; y allí donde se p ractican están desapro
badas por los superiores de las Ordenes. No concluire
mos por el m om ento si esta m ejo ra del régim en m onacal
se debe a falta de actividad y a indolente tibieza, o si ha
de atrib u irse, como p u d iera creerlo, al acrecim iento de
luces, a sentim ientos m ás elevados y conform es con el
verdadero espíritu del cristianism o.
Desde la boca del río P aru asi se estrecha de nuevo
el Orinoco. Lleno de islotes y de m asas de rocas g ran í
ticas, p resen ta rápidos o pequeñas cascadas ( rem olin os)
que a p rim era vista pueden a la rm a r a los v ia jero s por
el continuo giro del agua, pero que 110 son peligrosos
p ara los barcos en ninguna estación del año. Se necesi-
N o ta A
N o ta B
haber observado (¿en veces?) dos sem illas aplicadas entre sí, como
en el A guacate (Laurus P ersea). Quizá este botanista quiso ex
presar la m ism a conformación del nucleus que Swartz indica, en
la descripción del Brosimum: nucleus bilobus aut bipartibilis. H e
mos mencionado los lugares donde vegeta este árbol notable; y será
fácil a los botanistas viajeros procurarse la flor del Palo de Vaca,
y desvanecer las dudas que nos quedan sobre la fam ilia a que per
tenece.
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