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Colección de Análisis y Crítica

Alfredo Macías Vázquez

El colapso del capitalismo tecnológico


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Alfredo Macías Vázquez

El colapso del capitalismo tecnológico


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1ª edición, 2016

© Alfredo Macías Vázquez


© Escolar y Mayo Editores S.L. 2016
Avda. Ntra. Sra. de Fátima 38 5ºB
28047 Madrid
info@escolarymayo.com
www.escolarymayo.com

Diseño de cubierta: Javier Suárez


Maquetación: Escolar y Mayo Editores

ISBN: 978-84-16020-79-9
Depósito legal: M-00000-2016

Impreso en España / Printed in Spain


Kadmos
Compañía 5
37002 Salamanca

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podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes, sin la pre-
ceptiva autorización, reproduzcan o plagien, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
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Introducción

Este conjunto de ensayos intenta explicar por qué a medida que el pro-
greso tecnológico se acelera vivimos cada vez peor, por qué a medida
que los avances científicos y técnicos se multiplican las crisis económi-
cas se hacen más intensas y recurrentes, el desempleo estructural no
deja de incrementarse y las sociedades se vuelven más desiguales. A me-
nudo, los análisis críticos que se elaboran para explicar esta paradoja in-
ciden en las manifestaciones más superficiales de la realidad, como por
ejemplo que los empresarios de hoy (particularmente los inversores es-
peculativos) se han hecho más avariciosos que los de antaño. Aten-
diendo a este enfoque, el neoliberalismo se explica como la ausencia de
frenos morales entre los ricos del planeta. Es decir, se considera que la
dinámica socioeconómica obedece estrictamente a una cuestión de vo-
luntades. Por un lado, se encontrarían los ricos, la derecha, en definitiva
los «malos» de la película (por cierto, cada vez más «malos»), sedien-
tos de beneficios rápidos y cuantiosos, y capaces de cualquier cosa para
lograrlos. Por otro lado estaría el pueblo, la izquierda, los «buenos» por
naturaleza. Con este diagnóstico, es muy grande la tentación de pensar
que si mandasen los «buenos» en lugar de los «malos» las cosas cam-
biarían a mejor.
Pero no cambiarán. Mejor dicho: no comenzarán a cambiar hasta
que no empecemos a comprender que los problemas obedecen a una
lógica más profunda, estructural, donde si bien las personas parecen ac-
tuar según su voluntad, en realidad están condicionadas por categorías
abstractas que pautan su comportamiento. De ahí que en estos ensayos
no nos conformemos con realizar una crítica de las manifestaciones más
salvajes a las que nos tiene acostumbrados el capitalismo contemporá-
neo, sino que intentamos hacer un análisis más profundo de por qué

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hemos llegado a esta situación crítica y de por qué, si no se evita, el ac-


tual sistema económico nos conducirá a un colapso definitivo. No hay
término medio: o superamos categorialmente este sistema, o el sistema
acabará con nuestra especie y nuestro planeta. El dilema «socialismo o
barbarie», formulado por Rosa Luxemburg durante la Primera Guerra
Mundial, se ha vuelto completamente actual.
Las próximas décadas serán decisivas. La contradicción fundamental
de este modo de producción, entre el desarrollo de las fuerzas producti-
vas y las relaciones sociales de producción, ha alcanzado su cénit. Desde
la década de los setenta del siglo pasado, el capitalismo es incapaz de ali-
mentar una dinámica auto-sostenida de acumulación de valor real, te-
niendo que recurrir cada vez más a la producción de capital ficticio. De
esta manera va posponiendo su colapso, pero con ello no hace más que
incrementar sus contradicciones explosivas (tal como hemos tenido oca-
sión de experimentar tras el estallido de la crisis de 2008). En medio del
optimismo tecnológico con que nos seducen permanentemente desde
los medios de comunicación, lo que se oculta, lo que explica esta evolu-
ción paradójica, es que la producción de valor, la razón de ser de este sis-
tema, ha alcanzado su límite interno absoluto. El capitalismo no
sucumbirá porque choque con sus límites externos (por ejemplo, eco-
lógicos), sino que lo hará mucho antes como resultado del desarrollo de
su propia lógica. La sustancia del valor, el gasto en fuerza de trabajo abs-
tracto, cada vez es menos necesario para desarrollar las fuerzas producti-
vas sociales. Por consiguiente, la producción de valor declina, provocando
que los capitalistas intensifiquen sus luchas competitivas por llevarse un
trozo mayor de la tarta, pero de una tarta que no hace más que achicarse.
Hoy en día, los capitales no son capaces de crecer si no es en detrimento
de otros capitales. Y las propias luchas competitivas terminan por agu-
dizar la mencionada contradicción fundamental: el progreso tecnológico
constituye la principal manera de reducir el tiempo socialmente necesa-
rio para la producción de mercancías y, de esta forma, quedarse con el
trozo del pastel del vecino rezagado, quien inevitablemente se arruina
(ya que no puede competir produciendo con un gasto mayor en tiempo
de trabajo). Los rasgos depredadores y parasitarios del capitalismo se
agudizan, mientras que las ideologías sobre el emprendimiento y la in-
novación intentan generar un manto superficial de dinamismo y con-
fianza en el futuro que nos distraiga de los problemas de fondo.

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Introducción

En el contexto de estas luchas competitivas hay sin duda ganadores


que obtienen enormes beneficios, como ocurre hoy con los nuevos gi-
gantes del capitalismo tecnológico (por ejemplo, Facebook o Google).
Pero, en términos globales, la masa de valor declina de forma creciente,
porque el avance exponencial de la productividad no puede compen-
sarse con incrementos en el tamaño del mercado (ya sean provocados
por el abaratamiento progresivo de los productos tecnológicos o por la
aplicación más decidida de políticas keynesianas de expansión de la de-
manda). Así, el colapso del capitalismo es inevitable en el terreno de su
propia lógica. No hay solución posible al límite absoluto de la produc-
ción de valor en el marco de este modo de producción. Y la propia lógica
del valor, la necesidad de valorizar el valor, nos aboca a una situación
crítica, haciendo inútil cualquier esfuerzo compensatorio desde el ám-
bito de la política económica.
Frecuentemente nos indignamos, y con razón, al observar el com-
portamiento despiadado y corrupto de muchos gobernantes. Pero nos
olvidamos de que quienes nos gobiernan, independientemente de su
color político, son meros «títeres» de la lógica del valor. Una lógica de
la que nadie puede escapar (ni los de arriba, ni los de abajo), a pesar de
los reiterados, y también sucesivamente fracasados, proyectos de cierta
izquierda desencantada por construir sus «arcadias felices». En el
fondo, solo podremos comenzar a construir una alternativa al sistema
si comprendemos el capitalismo en términos categoriales, es decir, si
realizamos una crítica de las categorías de valor, mercancía y dinero.
Para ello es fundamental entender que el valor se despliega como una
lógica abstracta, automática e impersonal. A diferencia de otras formas
de dominación social, el capitalismo es un sistema que domina me-
diante la abstracción. Por eso es tan difícil superarlo: su lógica devasta-
dora no terminará por quitar del poder político a los «malos» y poner
a los «buenos», ni tampoco cambiando las relaciones jurídicas de pro-
piedad o acabando con el mercado (tal como se puso en evidencia con
la trágica experiencia posterior a la Revolución Rusa de 1917). No obs-
tante, nos encanta buscar «chivos expiatorios» causantes de nuestros
males. En algunos casos, esos «chivos expiatorios» son los banqueros,
los especuladores y los corruptos. En otros casos, se personaliza de
forma más negativa en los inmigrantes, los funcionarios o las minorías
étnicas. Lejos de todo ello, es necesario construir una perspectiva crítica

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que supere esta forma de ver las cosas, que entienda que el capital es
una relación social abstracta e impersonal, aunque no despersonalizada
(como bien señala Gilles Dauvé).
A pesar de que muchos de sus autoproclamados seguidores lo in-
terpretan en un sentido completamente distorsionado (desde los al-
thusserianos recalcitrantes hasta los humanistas más sinceros), fue Karl
Marx quien comprendió de manera cabal esta lógica demoledora. Por
ello continúa siendo fundamental estudiar su pensamiento y tomarlo
como referencia central, como intentamos hacer en estos ensayos. En
clara oposición al pensamiento de su época, Marx comprendió algo fun-
damental: que el capitalismo domina a través de formas reales abstrac-
tas, en particular la forma de valor en sus distintas metamorfosis (la
mercancía, el dinero, el capital, el Estado, la nación…). Su crítica de la
economía política no es sin más una teoría sofisticada del valor-trabajo,
sino una teoría de la forma de valor que va indisociablemente unida a
una teoría sobre el fetichismo de la mercancía, el nuevo encantamiento
del mundo que poco a poco sustituye a las religiones tradicionales. Es
decir, parafraseando a Isaac Rubin, otra referencia de primer orden en
nuestro trabajo: una sociedad capitalista no solo se caracteriza porque
las relaciones sociales se presenten como relaciones entre cosas, sino
porque estas relaciones entre cosas son las que regulan el conjunto de
las relaciones entre las personas. Esto es: Marx no se contenta con ex-
plicar que el valor es una forma de representación de la riqueza social
(en particular, del trabajo abstracto contenido en la producción de esa
riqueza), sino que dicha forma de representación abstracta es real, ad-
quiere vida propia y se autonomiza de su contenido, haciendo que las
cosas dominen a las personas. Desde este planteamiento se han de com-
prender los ensayos que ponemos a disposición del lector.
Sin embargo, a medida que el progreso tecnológico se acelera, la
forma de representar la riqueza social se vuelve anacrónica, entra en cri-
sis, intensificando su carácter fetichista mediante ilusiones monetarias,
utopías tecnológicas y mecanismos de valorización cada vez más ficti-
cios. Para comprender esta crisis de la forma de valor y su consecuencia
principal, la evidencia cada vez más palmaria de que la producción de
valor ha llegado a su límite interno absoluto, es fundamental referirse a
la corriente de pensamiento denominada «crítica del valor». Fue Ro-
bert Kurz quien la inició, y actualmente cuenta entre sus figuras más

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Introducción

destacadas, al margen de las diferencias entre ellos, con Anselm Jappe,


Moishe Postone, Ernst Lohoff y Norbert Trenkle. El estudio de sus con-
tribuciones ha sido de una enorme importancia para la elaboración de
estos ensayos, y desde estas líneas debo reconocer mi deuda intelectual
con ellos. La crisis de la forma de valor, la incapacidad creciente de la
misma para regular las relaciones sociales, es una consecuencia directa
del desarrollo de las fuerzas productivas, en especial de las sucesivas re-
voluciones tecnológicas. En la medida en que el conocimiento social
acumulado se convierte en la principal fuerza productiva de la sociedad,
en detrimento del gasto inmediato de fuerza de trabajo, la forma de valor
pierde progresivamente su capacidad para representar la formación de
la riqueza social. Las consecuencias de este proceso son socialmente de-
vastadoras (y lo serán cada vez más). En particular, millones de traba-
jadores están volviéndose, a un ritmo acelerado, superfluos para el
sistema. Pero así el propio capitalismo se ve irremediablemente conde-
nado al colapso, ya que, si cada mercancía producida contiene una can-
tidad menor de gasto de fuerza de trabajo, la masa global de valor, es
decir, la masa de valor del conjunto de las mercancías, declinará. El
ritmo de este decrecimiento dependerá de la posibilidad de establecer
mecanismos de compensación mediante el incremento del tamaño del
mercado (de modo que aumente la masa global de mercancías vendi-
das), pero la velocidad de los cambios tecnológicos es tal que cualquier
mecanismo de este tipo queda desfasado en poco tiempo, agudizando
la propia lógica competitiva que la alimenta.
En términos generales, en la izquierda hay una incomprensión
preocupante de esta dinámica del capitalismo. La crisis está impac-
tando duramente sobre las condiciones de vida de la población. Y aun-
que cada vez vivimos peor, rebrotan una y otra vez las ilusiones
neorreformistas. Por desgracia, la izquierda se ha convertido en una po-
derosa industria de generación de falsas ilusiones, imbuida de la lógica
fetichista del sistema, incapaz de superar sus categorías, alejada de un
verdadero debate sobre los contenidos reales de la dominación capita-
lista, contagiada lamentablemente por las influencias formalistas del
pensamiento posmoderno. Digámoslo claro: no hay ninguna posibili-
dad de introducir ni siquiera unas mínimas reformas en este capitalismo
en descomposición. Todo lo que nos espera son retrocesos en las con-
diciones de vida. Y ante esta situación, podemos hacer dos cosas: o bien

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permanecer sumidos en la lógica del valor, disputándonos (incluso vio-


lentamente) una riqueza abstracta cada vez menor, o intentar superar ca-
tegorialmente este sistema, y dejar atrás la lógica del capital. Para
emprender este segundo camino es necesario profundizar en el análisis de
las categorías de valor, trabajo abstracto, mercancía y capital. Nuestro pri-
mer ensayo intenta desarrollar algunos elementos básicos en relación a
esta cuestión. Para empezar, estas categorías no deben entenderse en tér-
minos transhistóricos y ontológicos. Por un lado, la categoría de valor es
el resultado de condiciones sociales específicas, de una sociedad donde
los productos del trabajo se enfrentan entre sí en un intercambio genera-
lizado de mercancías. Las categorías del capitalismo, por tanto, no pueden
extrapolarse a otros contextos sociales donde no se produce de forma ge-
neralizada un intercambio de esta naturaleza. Por otro lado, el modo de
producción capitalista se fundamenta en la doble naturaleza del trabajo y
de la mercancía. Esto quiere decir, como señala Rubin, que el análisis de
la economía capitalista siempre ha de tener en cuenta una doble dimen-
sión: la técnico-material y la del proceso de valorización.
No obstante, existe permanentemente la tentación de adoptar un en-
foque unilateral de doble sentido, como expone Federico Corriente
(2015) en un artículo muy interesante que publicó la revista Salaman-
dra, y cuya problemática se aborda con más profundidad en los trabajos
recopilados en la revista Endnotes. Por un lado, entender la lógica del
valor como si se reprodujese de forma automática al margen de las re-
laciones sociales que la constituyen, basadas en el antagonismo entre
capital y trabajo. En cierta medida, este es un problema implícito en la
concepción del sujeto automático que adopta la corriente de la «crítica
del valor». Para Kurz y sus discípulos, la teoría de la forma de valor de-
riva en una concepción del sujeto automático, autosuficiente, en una to-
talidad social que se reproduce por sí sola, donde se descarta el análisis
de clase y donde la explotación del trabajo sería un fenómeno marginal
en términos analíticos. Por otro lado, un obstáculo más común consiste
en adoptar una concepción ontológica del valor, actualmente muy en
boga. En realidad, hoy día esta concepción ricardiana del valor se ha ge-
neralizado en el pensamiento crítico y, lamentablemente, entre muchos
marxistas (que, como comentába más arriba, catalogan la crítica de la
economía política de Marx como una síntesis entre la teoría del valor-
trabajo de Ricardo y el análisis de la plusvalía y de la explotación del tra-

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Introducción

bajo humano). Bajo esta concepción ontológica, el trabajo sería por na-
turaleza depositario de unas características que, de por sí, lo convierten
en sujeto político. Sin embargo, en el capitalismo todo trabajo concreto
se reduce a trabajo abstracto, desposeído de sus propiedades en cuanto
tal. En verdad, sería malinterpretar el pensamiento de Marx considerar
que basaba su ideal de emancipación social en una concepción ontoló-
gico-positiva del trabajo. Todo lo contrario: para Marx, el proceso de
abstracción del trabajo humano que se produce en el marco de las rela-
ciones de producción capitalistas conlleva un proceso de subsunción real
del trabajo (también del inmaterial) al capital, y en consecuencia una de-
gradación progresiva de todos los ámbitos de la vida humana.
Entre las corrientes de pensamiento que participan de esta concep-
ción ontológica del trabajo, a lo largo de este conjunto de ensayos nos
detenemos especialmente en la crítica del postobrerismo. La razón fun-
damental que justifica su crítica pormenorizada es que el postobre-
rismo ha realizado una lectura de las transformaciones del capitalismo
contemporáneo, en particular de la revolución científico-técnica en
marcha, precisamente en el sentido contrario de la que realizamos aquí.
Por otro lado, la influencia mediática que han tenido las principales
obras de los autores de esta corriente, sobre todo desde la publicación
de Imperio por parte de Hardt y Negri, hacía necesario un replantea-
miento crítico de algunas cuestiones abordadas por dicha corriente,
desde el rol del trabajo inmaterial en las sociedades actuales hasta las
mutaciones experimentadas por el general intellect desde tiempos de
Marx. En realidad, tras la publicación de Imperio ya Jappe y Kurz rea-
lizaron una primera crítica a estos autores, en un libro que lleva por tí-
tulo Les habits neufs de l’Empire. Remarques sur Negri, Hardt et Rufin,
que recomiendo especialmente consultar. En dicho trabajo, los princi-
pales representantes teóricos de la «crítica del valor» ya señalaban que
la emergencia de un tipo de capitalismo caracterizado por el protago-
nismo del conocimiento social acumulado en el desarrollo de las fuerzas
productivas sociales no auguraba un relanzamiento de la acumulación
de capital, como sostienen Hardt y Negri, sino una crisis y, en definitiva,
la descomposición de la forma de valor.
Para terminar esta introducción, creo conveniente aclarar que este
trabajo es simplemente el comienzo de una reflexión teórica en la que
habrá que profundizar, en la medida en que pueda ser compartida y de-

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El colapso del capitalismo tecnológico

batida con mucha gente. En verdad, se trata de un conjunto de ensayos


donde se apuntan reflexiones pendientes todavía de teorizarse de una
manera más coherente, general y sistemática. Los ensayos pueden leerse
de forma independiente, aunque existe una relación entre ellos. En par-
ticular, mi consejo es leer primero el ensayo inicial, ya que en él se esta-
blece el enfoque teórico que da sentido a las diversas problemáticas
abordadas posteriormente. Aunque he hecho un esfuerzo por acercar
el lenguaje y la exposición del texto a la compresión de un lector esca-
samente iniciado en la teoría marxista del valor, soy consciente de que
hay pasajes donde la complejidad del tema no me ha permitido mante-
nerme fiel a esta norma. Además, debo advertir que, por evitar reitera-
ciones, hay explicaciones que se encuentran más desarrolladas en unos
ensayos que en otros.
Evidentemente, se me han quedado muchas cuestiones en el tin-
tero. He priorizado un enfoque más crítico que propositivo, en la me-
dida en que creía necesario mejorar nuestra comprensión de lo que
está pasando en el mundo. Pero soy consciente de que esto no es sufi-
ciente. Como decía antes, la crítica categorial tiene que ir acompañada
de un debate serio y profundo sobre la cuestión subjetiva, que no se
puede resolver de forma inmediata ni superficial (tal como apunta Co-
rriente en el artículo que citaba arriba). Este debate no es nada fácil,
pues además de la necesidad de rendir cuentas con la historia, parece
claro que los derroteros por los que nos conduce el capital (especial-
mente a resultas del rol que está asumiendo la tecnología en las rela-
ciones humanas) nos obligan a responder a desafíos antropológicos
inéditos en la historia de la humanidad. Es evidente que desde la teoría
de la forma de valor no se puede dar una respuesta completa a estos
desafíos, ni tampoco combinando dicha teoría con un enfoque de
clase. Desde ya aclaro que para mí el marxismo no representa una res-
puesta total. Sin embargo, es importante no perder de vista que el ca-
pital es una relación social, constituida recíprocamente por el capital
y el trabajo. Sin duda, no existe posibilidad alguna de superar catego-
rialmente este sistema si no es partiendo de considerar al proletariado
como el sujeto que puede negar el capital. Todo camino de emancipa-
ción social, si quiere evitar perderse por los enrevesados vericuetos del
reformismo (tanto del ámbito político como de la vida cotidiana),
debe tomar buena nota de ello.

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Introducción

La redacción de estos ensayos no hubiera sido posible sin la cola-


boración, el ánimo y la discusión con dos amigos muy especiales: Jorge
Herrero y Pablo Alonso. Con Jorge me une el haber compartido un
mismo recorrido político en los últimos veinte años que, pese a los
errores y a ciertas decepciones, nos ha permitido madurar (a diferentes
niveles) en un compromiso político más responsable y meditado.
Desde un punto de vista teórico, el del conocimiento de nuevos deba-
tes y nuevas lecturas, la clarificación de cuestiones teóricas centrales
en la redacción de los ensayos y la necesidad de afinar el texto en tér-
minos políticos, la contribución de Jorge ha sido fundamental. Con
Pablo he compartido en los últimos años lo que podríamos denominar
una aventura académica trepidante y apasionante, que nos ha llevado
del postobrerismo a la «crítica del valor», en un itinerario que no pa-
rece tener fin. No me cabe duda de que Pablo es uno de los más cuali-
ficados exponentes de la nueva generación de académicos españoles,
y en concreto su colaboración ha sido fundamental para mantener la
tensión categorial del análisis a lo largo del texto, algo que no siempre
es fácil. También debo agradecer la generosidad intelectual de Giam-
paolo Gornati. Los debates que hemos mantenido (junto con Jorge
Herrero) han sido de enorme importancia para la elaboración de estos
ensayos. No obstante, los probables errores y, sobre todo, la ambigüe-
dad que se pueda encontrar en algunos pasajes del texto son de mi ex-
clusiva responsabilidad.
Por último, debo agradecer expresamente a mis compañeros y com-
pañeras del Departamento de Economía de la Universidad de León su
comprensión durante estos meses de intenso trabajo. En especial,
quiero agradecerle al profesor Luis Buendía la corrección de estilo y
algunos comentarios que realizó al primer y quinto ensayo. Respecto
de mi Departamento, debo señalar además que hubiera sido muy difícil
escribir este trabajo sin el contexto de tranquilidad, fraternidad, rigor
académico y respeto a la diversidad de ideas que prevalece en su fun-
cionamiento cotidiano.

León (España), 26 de junio de 2016.

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Capítulo 1

El anacronismo del valor

La distinción entre valor y riqueza


En la primera frase de El Capital, Karl Marx plantea que «la riqueza de
las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se
presenta como un enorme cúmulo de mercancías» (1975: 43). Este
enunciado, aparentemente sencillo, encierra tras de sí una crítica integral
del capitalismo como un nuevo tipo de sociedad diferente a todas las
conocidas hasta entonces. Concretamente, nos dice que en el capita-
lismo la riqueza «se presenta como» acumulación de mercancías. Es
decir, sugiere que la riqueza podría aparecer en formas alternativas, pero
en las sociedades donde domina el modo de producción capitalista la
acumulación de mercancías representa su forma principal y hegemó-
nica, su forma apriorística. Paralelamente, representa una crítica de los
economistas clásicos y en especial de Adam Smith (2004), que concibe
la riqueza de las naciones como un producto del trabajo, con indepen-
dencia de su forma social (Heinrich, 2008a). Los economistas clásicos
analizaron la mercancía en términos de una noción indiferenciada y
transhistorizada de trabajo (como actividad productiva del ser humano
en general, mediadora con la naturaleza). En cambio, Marx plantea que
no puede realizarse ningún análisis de la riqueza al margen de las rela-
ciones de producción que se configuran en una sociedad específica.
La crítica marxista de la economía política está orientada a demos-
trar dos cosas. Por un lado, que toda plusvalía, tenga la forma que tenga
(beneficio, interés, renta…), proviene de la explotación del trabajo hu-
mano. Por otro lado, Marx intenta poner de relieve que el desarrollo del
modo de producción capitalista presenta un límite interno absoluto,
que posee una caducidad histórica. Pero para demostrar ambas cues-
tiones es importante tener en cuenta que el valor, es decir, la mercancía,

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1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 18

El colapso del capitalismo tecnológico

es la forma social que adopta el trabajo, un determinado tipo del mismo,


en una economía donde el intercambio mercantil se ha generalizado.
Con ello no se está diciendo que el valor se identifique con el trabajo
(como hace Ricardo), sino que se convierte en la forma, en la represen-
tación apriorística del trabajo en las condiciones sociales específicas de
una sociedad dominada por el intercambio generalizado de mercancías.
Y esto es así porque para que el capitalista pueda comprar la fuerza de
trabajo esta tiene que transformase en una mercancía. Para ello, cada
fuerza de trabajo individual tiene que ser comparada en términos de
valor con todas las demás, es decir, tiene que reducirse a una abstrac-
ción, a fuerza de trabajo abstractamente humana. Lo cual significa que
la fuente del valor no es el trabajo concreto, el trabajo en un sentido téc-
nico-material, sino el trabajo abstracto generado a partir de unas con-
diciones sociales específicas.
Entonces, Marx no elabora solamente una teoría del valor-trabajo
(más desarrollada que la clásica), sino una teoría de la forma de valor
(Rubin, 1974). La principal diferencia entre el enfoque marxista y la
economía política clásica consiste en la importancia que le concede a
los aspectos formales de la actividad económica1 (a la pregunta de por
qué la riqueza social toma la forma que tiene). En el capitalismo, las re-
laciones sociales se cosifican como propiedades de un objeto, adquieren

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Efectivamente, la interpretación del valor como una forma apriorística del trabajo
pone en entredicho la concepción tradicional, basada en la afirmación del proletariado
como productor de valor, planteando la prioridad de la forma sobre el contenido (End-
notes, 2010a). El trabajo no debería concebirse desde un enfoque ontológico positivo,
a la espera de que se lo libere del valor mediante la eliminación de la propiedad privada
y el mercado. El valor preexiste lógicamente como forma apriorística, adquiere una di-
námica autónoma a partir de una lógica fetichista, pero precisa de la explotación del
trabajo para reproducirse. En consecuencia, de aquí no se puede deducir que la cate-
goría de clase pierda relevancia. No existe valor sin intercambio generalizado de mer-
cancías, pero tampoco existe dicho intercambio generalizado sin la explotación del
trabajo por el capital (Endnotes, 2010c). El valor lleva inscrito la explotación del trabajo
en su forma. De hecho, la única razón por la cual los proletarios aceptan vender su fuerza
de trabajo en el mercado es porque no poseen nada más que su capacidad de trabajo.
Es decir, no cabe contraponer el análisis de clase con el despliegue del valor como lógica
abstracta, automática e impersonal. En el fondo, el movimiento de las categorías eco-
nómicas que vamos a abordar en este ensayo es la expresión cosificada de la lucha de
clases, pues dichas categorías son formas mediadas del conflicto entre capital y trabajo.
El valor se vuele autónomo, se convierte en un sujeto automático, en tanto que el trabajo
queda bajo el dominio de lo abstracto (es su forma la que lo permite).

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1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 19

El anacronismo del valor

una forma material, y las personas se relacionan a través de las cosas.


Toda mercancía esconde tras de sí una relación social de explotación,
de antagonismo (Endnotes, 2010c). Pero, a la vez, la forma de valor, de
mercancía, adquiere vida propia, autónoma e independiente, de tal ma-
nera que la representación se vuelve sobre la realidad y la domina, se
hace ella misma real, transformando lo real. Las cosas gobiernan las re-
laciones entre las personas. Y entonces, como resultado del fetichismo
de la mercancía, las personas se cosifican y las cosas se personalizan.
Por este motivo, no basta con denunciar los males que causa el ca-
pitalismo, como las desigualdades o la pobreza. Además es necesario
realizar una crítica que desvele el carácter socialmente específico de sus
categorías centrales, como el valor, el trabajo abstracto, el capital, el di-
nero o la mercancía. A diferencia de lo ocurrido en otros períodos de la
historia humana, solo se podrá superar socialmente el modo de produc-
ción capitalista cuando se asuma de manera consciente la lógica a la que
todo ser humano está sometido. Al tratarse de un sistema que domina
por medio de relaciones sociales abstractas, necesariamente tiene que
ser así. De ahí la dificultad enorme que implica su superación. No basta
con denunciar el capitalismo en sus manifestaciones fenoménicas
(como la pobreza o las desigualdades), ni tampoco con condenar el ca-
pital en sus personalizaciones concretas (como, por ejemplo, a los ban-
queros avariciosos o a los especuladores desalmados). Para superar el
capitalismo es de crucial importancia comprender que el capital es una
relación social abstracta, que funciona bajo una lógica impersonal y au-
tomática que va más allá de la voluntad de las personas concretas que
la encarnan. Y con mayor razón hoy día, cuando las relaciones mercan-
tiles se han generalizado a todos los ámbitos de la vida humana y la crí-
tica fenomenológica que incide en la denuncia, no obstante necesaria,
de las patologías sociales (de muy amplio espectro, desde la pobreza o
la marginación social hasta las enfermedades mentales) causadas por
esta generalización del intercambio mercantil a todos los órdenes de la
vida resulta completamente impotente.
Esa crítica más profunda debe ser, en primer lugar, una crítica radical
de toda concepción ontológica de las categorías económicas que las
proyecte sobre el pasado cuando son específicas del capitalismo (Kurz,
2014). Frente a todo intento de naturalizar o de mostrar como eternas
las características de este sistema económico, se hace necesario desen-

19
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El colapso del capitalismo tecnológico

mascarar las relaciones sociales específicas que se esconden detrás de


esas supuestas propiedades naturales, transhistóricas, objetivas, de las
cosas. En este sentido, el valor no sería solamente una categoría econó-
mica, sino que constituye una forma específica de dominación social,
caracterizada por la generación de estructuras abstractas y objetivas, in-
dependientes de la voluntad de cada persona. Donde domina el valor,
domina la abstracción, o más exactamente el tiempo abstracto. Si un ar-
tesano elabora un cuchillo en media hora y una máquina lo hace en diez
segundos, el valor de cualquier cuchillo en el mercado queda reducido
a diez segundos de tiempo de trabajo. Es decir, la media hora concreta
de trabajo del artesano queda reducida a diez segundos abstractos, que
con la mecanización se constituyen en el tiempo socialmente necesario
de trabajo abstracto. Así, en el capitalismo los procesos de producción
se constituyen como estructuras sociales abstractas que dominan a la
gente. La peculiaridad más relevante de este tipo de dominación social
consiste en que ella misma no es resultado de ninguna coerción externa
(como ocurría en el esclavismo o en el feudalismo). Se trata de algo más
complejo. En efecto, se parte de la existencia de una contradicción entre
capital y trabajo, de un antagonismo social que sucesivamente se pone
en evidencia en cada acto de producción. Pero, como resultado del ca-
rácter fetichista de la mercancía y del valor, las relaciones entre las per-
sonas terminan siendo gobernadas inconscientemente por las relaciones
entre las cosas2. Y esto es así, como explicaré más adelante, porque el
proceso de intercambio generalizado de los productos del trabajo es el
resultado de una abstracción social implacable.
Marx no se conforma con denunciar un modo injusto de repartir la
riqueza, sino que cuestiona la forma social que asume esa riqueza en sí
misma. Debido a la forma que asume, los seres humanos o la propia na-
turaleza quedan reducidos a abstracciones, a eslabones del engranaje
que representa el proceso de valorización capitalista. En este sentido, el
valor no sería un modo específico de regular la distribución de la ri-
queza, sino una forma específica de la riqueza en sí misma. De aquí ex-
traemos una lección importante: la categoría de valor no debería

2
A partir del enfoque de la «dialéctica sistemática» (Arthur, 2011), debemos aclarar
que, si bien la valorización del valor se basa en la explotación del trabajo, en el plano
abstracto el antagonismo entre capital y trabajo está mediado por categorías más
complejas.

20
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El anacronismo del valor

entenderse en un sentido ricardiano, como expresión de un determi-


nado modo de distribución de la riqueza abstracta mediado por el mer-
cado, sino que su comprensión debería realizarse a partir de una clara
distinción entre valor y riqueza (Postone, 2006). Para Marx, la categoría
de valor no puede comprenderse en términos del modo de distribución
de la riqueza abstracta, en función de los conflictos originados por su
reparto. Marx no analiza solamente la manera como se distribuye, sino
qué se distribuye.
Cuando adoptamos un enfoque ricardiano, el fenómeno del poder
se convierte en el problema central de la economía, relegando a un se-
gundo plano las preguntas en torno al valor (Backhaus, 1978). En buena
medida, la práctica totalidad de la literatura crítica sobre la economía
contemporánea está atravesada por este límite teórico, incluso entre
aquellos que se dicen marxistas. Al final, el análisis crítico se reduce a
fenomenología, al estudio de los conflictos, de la lucha de poder por el
reparto de la riqueza abstracta, sin cuestionar categorialmente esta úl-
tima. Como el poder se convierte en la variable clave, se considera a los
actores económicos, los empresarios y los trabajadores, sujetos que de
forma voluntarista pueden modificar las condiciones en que se distribuye
la riqueza abstracta, el valor. Y ahí queda la cosa. No sería necesario cues-
tionar este último (de hecho, se hace todo lo posible para no hacerlo),
sino que lo decisivo es tener más poder (político) que el contrincante.
De esta manera, el capitalismo pasa a ser una cuestión de «buenos y
malos», cuando en realidad el capital es una relación social impersonal,
abstracta y automática. Y aunque los «buenos» adquieran más poder
político que los «malos» las contradicciones seguirán ahí, agudizándose:
la explotación del trabajo se redoblará y la población superflua de traba-
jadores se incrementará.
En su crítica de la economía política, Marx comienza planteando que
la mercancía presenta el doble carácter de valor de uso y valor de cam-
bio. La producción de riqueza bajo la forma de cosas útiles no es más
que un efecto secundario, aunque indispensable, de la producción de
riqueza abstracta. Ni el contenido material ni la satisfacción de necesi-
dades humanas que reporta el consumo de una mercancía concreta im-
portan realmente al capital. Son un «mal necesario». Lo que interesa
es la realización de un fin en sí abstracto: la acumulación de más y más
valor, que alimenta la dinámica ciega y voraz del capitalismo ( Jappe,

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El colapso del capitalismo tecnológico

2010). Para lograr esto, el valor como abstracción no debe ser conside-
rado como una simple idea en la cabeza de la gente, sino que se necesita
una forma históricamente específica de relación social entre producto-
res privados aislados: el intercambio generalizado de mercancías, que
la haga realmente posible. De hecho, se trata de una relación social ex-
tremadamente paradójica: el trabajo es para dicho productor individual
un medio de ganarse la vida, pero un medio abstracto, ya que su conte-
nido concreto no tiene nada que ver con lo que va a consumir poste-
riormente. Es decir, lo que produce es para la venta, y no para su
consumo, aunque lo produzca para vivir. Esta abstracción no comienza
a gestarse en el proceso de intercambio, sino previamente, en el proceso
de producción de mercancías (Rubin, 1974). Nadie produce sin pensar,
sin prefigurar lo que acontecerá en el mercado, si va a poder vender o
no lo que piensa producir. Es el presupuesto a partir del cual se organiza
la producción en el seno de la sociedad capitalista. De ahí que el trabajo
no sea solamente actividad productiva que transforma la naturaleza
(como se suele concebir desde una perspectiva ontológica y transhis-
tórica), sino que genera vínculos sociales entre los trabajadores parti-
culares mediante un proceso de abstracción de carácter social.
Si el valor es una forma socialmente específica de riqueza, el trabajo
que lo sustancia ha de estar también históricamente determinado. Marx
realiza una crítica negativa del trabajo y, por consiguiente, rompe con
cualquier concepción ontológica y transhistórica del mismo (Postone,
2006). En este sentido, opera una ruptura fundamental con los econo-
mistas clásicos, que por desgracia va a ser poco destacada por muchos
de sus seguidores (quienes se empeñan en sostener que Marx tenía una
ontología positiva del trabajo, en línea con la «glorificación» que del
mundo del trabajo se hacía en los países del llamado «socialismo real»3

3
En realidad, la propaganda idílica que se hacía de las clases trabajadoras en el bloque
soviético ocultaba una explotación feroz de las mismas por parte de la burocracia es-
tatal. Esta dramática experiencia es una constatación histórica de que la abolición de
la propiedad privada y la sustitución del mercado por la planificación central no ga-
rantizan una superación categorial del capitalismo. De hecho, estos países continuaron
funcionando bajo la lógica del valor según un tipo de formación socioeconómica que
podríamos denominar «capitalismo burocrático». Ahora bien, no basta con saber
que eran países capitalistas. Como plantea Corrientes (2015), es necesario explicar
por qué lo eran sin convertir la consecuencia, la burocratización, en la causa. Es decir,
el «capitalismo burocrático» debe explicarse como una manifestación fenoménica

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El anacronismo del valor

o, por ejemplo, con la alabanza actual del trabajo inmaterial por parte
de los autores postobreristas). ¿Por qué es importante esta cuestión? En
realidad, ya la economía política clásica distinguía entre valor de uso y
valor de cambio, pero Marx se plantea el problema de por qué existe el
valor en sí mismo. Encuentra la respuesta en el doble carácter (concreto
y abstracto) de la fuerza de trabajo, en la necesidad que experimenta el
capital de representar el proceso técnico-material de trabajo mediante
relaciones de valor, en la necesidad de desligar el contenido de la forma,
de convertir a las personas en cosas y a estas en personas. Este es el des-
cubrimiento por excelencia de Marx. En él se encuentra concentrada
toda su crítica al capital. En cambio, para muchos marxistas posteriores
la teoría no se fundamentaría en una crítica de la forma de producción,
sino en una crítica del modo de distribución, basada en una reivindica-
ción de la «verdadera» fuente productiva de la riqueza: el trabajo. Para
estos últimos, el trabajo sería algo bueno en sí mismo, ontológicamente
positivo, incorporado al objeto producido. Y el problema serían los
«malvados» capitalistas que lo «explotan» de forma avariciosa, dis-
tribuyendo desigualmente sus frutos. Esta interpretación del socialismo
«ricardiano» es completamente engañosa: la diferencia esencial entre
Marx y los clásicos reside precisamente en el tratamiento del trabajo.
En realidad, el trabajo no sería la «verdadera» fuente de la riqueza,
como planteó el célebre pensador alemán en la Crítica del programa de
Gotha de la socialdemocracia alemana. Como decía antes, el trabajo
humano abstracto (es decir, un determinado tipo de trabajo) es la
fuente del valor en una sociedad dominada por el intercambio genera-
lizado de mercancías. El trabajo que genera valor no puede compren-
derse en términos ontológicos y transhistóricos, válidos para el trabajo
en cualquier tipo de sociedad humana. El trabajo no puede concebirse
como establece el sentido común: como una actividad social útil que
varía históricamente según el modo de distribuir los resultados del pro-
ceso de producción. En realidad, en el capitalismo las personas están
dominadas por el trabajo que realizan, por los productos del mismo.
En esto se centra la crítica de Marx. El trabajo no es un objeto neutro,
ontológicamente positivo, sujeto a la explotación y a la dominación de
una clase minoritaria, sino que el proceso de abstracción del trabajo

del desarrollo orgánico del propio capital. Para profundizar en esta cuestión, reco-
miendo consultar los trabajos de Bordiga (1955) y Dunayevskaya (1992).

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El colapso del capitalismo tecnológico

en sí mismo termina constituyendo el modo impersonal, abstracto y


objetivo que caracteriza a la dominación capitalista: la explotación del
ser humano por el capital, mediante la fetichización de las relaciones
sociales de explotación específicas de este modo de producción.
Marx no asume la teoría del valor-trabajo de David Ricardo (1973).
Ni la dota de más consistencia, ni la utiliza para demostrar que el bene-
ficio es creado únicamente por el trabajo explotado. Marx critica las ca-
tegorías clásicas descubriendo sus bases sociales e históricas específicas.
Elabora una teoría crítica de la especificidad histórica y social de las for-
mas de la riqueza en el capitalismo, que se aleja de cualquier ontología
positiva del trabajo. Así, este –como creador de valor– no puede ser
aprehendido adecuadamente como actividad intencional que altera la
forma de la materia, que media entre los seres humanos y la naturaleza.
Posee una dimensión social adicional, específica históricamente de esta
sociedad: su carácter dual (como trabajo concreto y abstracto) le da la
apariencia de algo transhistórico, pero en el capitalismo el proceso de
trabajo es una práctica que encubre las relaciones sociales de explota-
ción que la fundamentan. Las encubre, no las hace explícitas (como sí
ocurre en el esclavismo o en el feudalismo). No es un proceso neutro,
meramente técnico, sino una práctica que, al realizarse, encadena a los
trabajadores a la lógica abstracta del valor. En la sociedad capitalista, los
seres humanos no son tan libres y autónomos como imaginan. La in-
mensa mayoría están sometidos a estrictas obligaciones estructurales
cosificadas, que resultan de construir sus relaciones sociales bajo la ló-
gica de la mercancía, del valor, el trabajo abstracto y el dinero, de cons-
truir sus relaciones sociales a partir del intercambio de cosas materiales
(Rubin, 1974). El desafío que nos plantea el capitalismo no es solo la
explotación descarnada a la que nos somete, sino cómo encubre esa ex-
plotación a partir del fetichismo del valor y de la mercancía.

El valor, una categoría fetichista


El valor no se forma mediante una sustancia natural, inmutable, que
pueda ser visualizada en el cuerpo de ninguna mercancía. En realidad,
es la forma de representar la riqueza social en la modernidad capitalista.
Se trata de una abstracción que no puede expresarse de forma inmediata,
pero que se manifiesta de forma real, ya que paradójicamente regula la
reproducción real de la sociedad, las relaciones entre las personas y con

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El anacronismo del valor

la naturaleza. Lo paradójico es que una abstracción que no es palpable,


que no es corpórea, que no es física, se presente como una objetividad
real, en objetos materiales que en sí mismos no son abstractos, pero que
se convierten en objetos realmente abstractos por su proyección social.
De ahí la relevancia que va a cobrar el concepto de «fetichismo de la
mercancía» en la crítica marxista de la economía política. Sin embargo,
al igual que sucede con el concepto de «sociedad del espectáculo» (De-
bord, 2010), actualmente existe el riesgo de interpretarlo en clave pos-
moderna, como si estuviese poniendo de manifiesto la emergencia de
un tipo de capitalismo basado fundamentalmente en la publicidad y en
el marketing, en la manipulación de los deseos del consumidor. Nada
más lejos de lo que quería poner de manifiesto Marx con su teoría del
fetichismo.
Para el pensador alemán, el fetichismo es el concepto central de la crítica
al capital, antes y ahora, dando sentido al análisis de la doble naturaleza
de la mercancía y del trabajo que mencionábamos arriba. El fetichismo
no es un engaño o una mistificación, no es un fenómeno limitado a la
esfera de la conciencia. Frente a la mayor parte de la filosofía de su época,
Marx sostiene que la abstracción no es una propiedad exclusiva de la
mente, sino que se genera también en el intercambio de mercancías.
Dicha abstracción no tiene su origen en el pensamiento de los seres hu-
manos, sino en sus actos. En esta ruptura con el pensamiento moderno,
hay que contextualizar la célebre frase de El Capital «no lo saben, pero
lo hacen» (1975: 90). En el intercambio mercantil, la acción y la con-
ciencia recorren trayectorias diferentes (Sohn-Rethel, 2001). Solamente
la acción, y no la conciencia, es abstracta. A partir del doble carácter de
la mercancía y del trabajo, las acciones de intercambio eliminan todas las
diferencias de contenido y sujeto, de espacio y tiempo.
Como plantea Anselm Jappe (2014), el fetichismo es la consecuen-
cia directa e inevitable de la existencia de la mercancía y del valor, del
trabajo abstracto y del dinero. De hecho, todas estas categorías reales
son fetichistas. Así, el dominio del capital sobre el trabajo es mediado
por abstracciones reales e impersonales que adquieren vida propia. No
tiene nada que ver con los anteriores sistemas de dominación social,
como el feudalismo o el esclavismo, donde una forma mitológica o re-
ligiosa representa una esencia trascendente que se proyecta sobre la so-
ciedad constituyendo un sistema de relaciones (también reales) de

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El colapso del capitalismo tecnológico

dependencia personal. En las sociedades de este tipo, la dominación no


es mediada por las cosas materiales producidas mediante el trabajo hu-
mano, como ocurre en el capitalismo, sino por determinadas personas,
como los reyes o los emperadores, que se convierten en representacio-
nes de dicha esencia trascendente en el mundo real. Estas personas tam-
poco son portadoras autónomas de voluntad, pero lo saben y lo declaran
explícitamente (por ejemplo, insistirán en que siempre actúan en nom-
bre de Dios). En cambio, en el capitalismo ocurre algo muy distinto: el
valor, el capital, funciona como una lógica automática, impersonal, ges-
tionada por personas de carne y hueso (los capitalistas) y/o por la bu-
rocracia estatal (el capital centralizado), que sin embargo no son libres
de hacer lo que individualmente deseen, aunque tengan la falsa con-
ciencia de que es así (y lo declaren hasta la saciedad). En realidad, se
ven obligados a seguir las órdenes de esta lógica, a acumular más y más
valor, esto es, a valorizar el valor acumulando el capital resultante. A di-
ferencia de los sistemas sociales previos, las personas ya no son trascen-
dentalmente representativas, sino que las cosas materiales aparecen
dotadas de vida propia, mediante el intercambio generalizado de objetos
bajo la forma de valor. Pero este proceso no deja indiferentes a las per-
sonas, ya que regula la reproducción social en todas sus dimensiones, y
esto termina cosificando al ser humano. De esta manera, las cosas me-
dian las relaciones humanas, ya no se necesita una entidad trascendente
exterior al mundo, ni mediadores personales que representen la volun-
tad de dicha entidad divina. El valor se constituye como un absoluto te-
rrenal, social (Kurz, 2013). De hecho, la forma de valor no tolerará
ninguna esencia transcendente que compita a su lado.
Entre forma y contenido se establece entonces una mediación social,
específicamente capitalista, que permite reducir la naturaleza a la abs-
tracción del valor. Dicha mediación social es material, pero no natural.
Se trata del trabajo abstracto, lo que es común en la comparación de los
diversos trabajos concretos, el cual constituye la fuerza social que per-
mite no solo la mediación con la que se consolida en el mundo natural
su abstracción como valor, sino que además busca un fin-en-sí, la auto-
valorización del valor. En consecuencia, Marx se encuentra muy lejos
de cualquier conceptualización del trabajo abstracto de carácter positi-
vista, que lo defina como un hecho ontológico objetivo, determinado
por leyes naturales. En realidad, su planteamiento teórico representa

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El anacronismo del valor

una crítica radical de la abstracción real contenida en el concepto mo-


derno de trabajo, supone el comienzo de una crítica categorial a una
realidad negativa que, mediante la abstracción del valor de uso y del
trabajo concreto, tiende a la destrucción del mundo natural, pero tam-
bién social, humano.
Por lo tanto, Marx no intenta definir (en un sentido positivista) el
valor de un producto en relación al trabajo objetivado en él, sino que
intenta explicar por qué se valora un producto y bajo qué condiciones
sociales específicas tiene sentido plantearse este interrogante. En reali-
dad, se hace dos preguntas fundamentales e inéditas para la economía
política de su época: 1) por qué el contenido del valor adopta la forma
que tiene, y 2) por qué la medida del trabajo conforme a su duración
temporal se representa en la magnitud del valor alcanzada por el pro-
ducto del trabajo, por la mercancía (Marx, 1975: 98). Hasta entonces,
la economía política había abordado el problema de la magnitud del
valor en un sentido cuantitativo estrecho, es decir, solamente en térmi-
nos de los valores de cambio relativos. Por supuesto, Ricardo (1973) ya
sabía que, para servir como base de los valores de las mercancías, es ne-
cesario reducir el trabajo del individuo a trabajo socialmente necesario.
Pero, como decimos, esta reducción solo afecta al aspecto cuantitativo
del problema, y no al cualitativo. En realidad, lo que le interesa a Marx
no es solo esto, sino que al mismo tiempo intenta explicar por qué todas
las mercancías se presentan como encarnación del trabajo social, y por
ello son intercambiables por cualesquiera otras mercancías (Marx,
1975). Ricardo se conforma con analizar la dimensión cuantitativa del
problema (la magnitud del valor) porque lo considera como la forma
natural y eterna de la producción social, como si el valor constituyese
un dato ontológico sobreentendido en toda formación social.
En cambio, lo que Marx intenta es explicar que la categoría de valor
no es natural o eterna, sino que pertenece específicamente a una forma
determinada de producción, el modo de producción capitalista (Nieto,
2015). Para él, el valor es una relación social, y no una cosa, no una en-
tidad previamente constituida. Es una relación entre diferentes trabajos
privados dentro de una sociedad donde dicha relación adopta una forma
cosificada, fetichizada, donde las relaciones personales se expresan a
través de las relaciones entre cosas. El valor solo tiene sentido en una
sociedad de este tipo, de ahí que su teoría de la forma de valor y su teoría

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El colapso del capitalismo tecnológico

del fetichismo remitan la una a la otra (Rubin, 1974). En la sociedad


mercantil, la organización de la producción se articula mediante pro-
ductores privados e independientes que, en función de sus propios in-
tereses, deciden qué es lo que quieren producir y en qué cantidad.
Aunque formalmente son independientes, en verdad todos ellos depen-
den materialmente los unos de los otros como resultado de la especia-
lización productiva a la que los aboca el marco de división social del
trabajo (de hecho, como plantea Marx, toda producción de mercancías
presupone una división del trabajo altamente desarrollada). Los pro-
ductos elaborados por los trabajadores privados se ponen en contacto
entre sí bajo las condiciones que impone el mercado, procediendo si-
multáneamente a una distribución del trabajo social total y de la pro-
ducción global de mercancías. En estas circunstancias, cada productor
tiene como objetivo prioritario vender sus mercancías en el mercado,
siéndole indiferente qué produce su comprador. Lo único que le interesa
es que posea mercancías, especialmente en forma de dinero. La produc-
ción sigue siendo importante, pero se encuentra subordinada a este
principio abstracto. Así es como las cosas adquieren propiedades que
en realidad son expresión de relaciones sociales. Y en consecuencia, el
valor es una relación social enmascarada, fetichizada, bajo la envoltura
de los productos del trabajo humano. De modo que el «fetichismo de
la mercancía» no radica exclusivamente en la mente de las personas,
sino que posee una dimensión real, objetiva.
Con la generalización del fetichismo de la mercancía, la vida social
se reduce a la creación de valor, de riqueza abstracta, mediante la igua-
lación de los productos del trabajo en un proceso generalizado de in-
tercambio mercantil. En la actualidad, este tipo de fetichismo se ha
extendido a todos los ámbitos de la vida social, y sin embargo mucha
gente tiene la percepción contraria. Por ejemplo, aunque desde diferen-
tes medios se insiste en la importancia de la cualificación profesional,
de la formación y la educación en la economía de hoy, en realidad cada
vez importan menos nuestras cualidades como trabajadores en sí mis-
mas, interesando solo su lado abstracto, en la medida en que los produc-
tos puedan ser intercambiados por otras mercancías y en consecuencia
acumular más valor ( Jappe, Kurz y Ortlieb, 2009). Si no es así, esos tra-
bajadores pasan a ser superfluos, como ocurre hoy con profesionales
como los periodistas, los fotógrafos, los músicos, etc. Aunque volvere-

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El anacronismo del valor

mos más despacio sobre este concepto, el fetichismo de la mercancía


implica que todo trabajo concreto necesita abstraerse para hacerse so-
cial. Lo concreto se convierte en un derivado de lo abstracto, que repre-
senta el tipo de forma apriorística sobre la que se constituye la sociedad
capitalista moderna.

El trabajo abstracto
Lo que genera el valor de toda mercancía es la cantidad de tiempo so-
cialmente necesario de trabajo abstracto incorporado en su producción.
A partir del análisis del doble carácter de la mercancía, como valor de
uso y como valor de cambio, Marx determina que el tiempo de trabajo
abstracto es la sustancia del valor. A enorme distancia de otros pensa-
dores de su época, llegó a comprender así la naturaleza del capitalismo
y de su forma de dominación abstracta, automática e impersonal. Marx
(1975) plantea que todo proceso de trabajo tiene necesariamente dos
dimensiones. Por un lado, es trabajo concreto, produce siempre una
mercancía con utilidad, con características y propiedades específicas.
Por otro lado, cualquier trabajo es gasto de energía humana indiferen-
ciada, que puede medirse como cantidad de tiempo, convirtiendo cual-
quier trabajo concreto en abstracto. En tanto que trabajo abstracto, no
crea ninguna mercancía (material o inmaterial) en particular, sino so-
lamente una forma social de representar la riqueza (material o inmate-
rial): el valor ( Jappe, 2015). Un dron y un libro pueden tener utilidades
muy diferentes, pero como valores son iguales, siempre que haya sido
necesario el mismo tiempo de trabajo (socialmente necesario) para
producirlos. Es decir, el trabajo abstracto no resulta de la homogeni-
zación de los trabajos concretos, no es una abstracción exclusivamente
mental de las prácticas concretas, ni una generalización inductiva de
las mismas. Entenderlo así puede llevar a errores importantes, como
por ejemplo cuando Hardt y Negri confunden trabajo inmaterial con
trabajo abstracto, tal como se concluye del siguiente fragmento de su
obra principal:
Una de las consecuencias de la informatización de la producción y de la
aparición del trabajo inmaterial ha sido una homogeneización real de los
procesos laborales. Desde la perspectiva decimonónica de Marx, las prác-
ticas concretas de las diversas actividades laborales eran radicalmente he-
terogéneas: el trabajo en los talleres de confección y de tejido incluía
acciones concretas inconmensurables. Solo es posible reunir las diferentes

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El colapso del capitalismo tecnológico

actividades laborales y entenderlas de manera homogénea cuando se las


abstrae de sus prácticas concretas, entonces ya no se las considera como
sastrería y tejeduría, por ejemplo, sino como gasto de fuerza laboral hu-
mana en general, como trabajo abstracto. Hoy, en cambio, con la informa-
tización de la producción tiende a reducirse la heterogeneidad del trabajo
concreto y el obrero queda más apartado del objeto de su trabajo (…).
Mediante la informatización de la producción, el trabajo tiende pues a la
posición de trabajo abstracto (2002: 271-272).
En realidad, la categoría de trabajo abstracto remite a un proceso social
que supone una abstracción de las cualidades específicas de los trabajos
concretos, reduciéndolos a su común denominador: el tiempo de trabajo
socialmente necesario empleado en su producción. Para Isaac Rubin
(1974), es importante huir de cualquier concepción naturalista del trabajo
abstracto, que daría pie a una consideración ontológica y transhistórica
del mismo. Estas interpretaciones naturalistas suelen definir el trabajo
abstracto como gasto indiferenciado de energía humana, independiente-
mente de su forma social. Así, el trabajo abstracto habría existido siempre,
con independencia de la forma social de producción, ya que la energía fi-
siológica del ser humano crea riqueza social en toda época histórica. Pero,
como sostiene el malogrado pensador soviético4, el trabajo abstracto pre-
senta características que difieren de esta definición. En realidad, el proceso
de abstracción del trabajo en una economía mercantil expresa la iguala-
ción de los trabajos concretos bajo una forma histórica específica.
En sus extraordinarios Ensayos sobre la teoría marxista del valor, que
tomaremos como referencia básica en esta sección, Rubin plantea que
efectivamente la igualdad fisiológica de los diferentes gastos de trabajo
es una condición necesaria para la igualación y la distribución social del
trabajo en una economía mercantil. Para que el proceso de trabajo ad-
quiera un carácter socialmente igualado, es necesario que todo indivi-

4
Isaac Rubin, militante menchevique hasta la revolución rusa de 1917, fue nombrado
profesor de teoría económica marxista de la Universidad de Moscú en 1921. En 1926,
se incorporó al prestigioso Instituto Marx-Engels, dirigido por David Riazanov, como
asistente de investigación y luego como jefe de la sección de economía política. Fue
arrestado el 23 de diciembre de 1930 y acusado de formar parte de una ficticia orga-
nización clandestina menchevique. Liberado en 1934 por conmutación de sentencia,
fue desterrado a la localidad de Turgai, en Kazajistán. Se le impidió regresar a Moscú
y volver a su antiguo puesto de trabajo. En 1937, fue arrestado nuevamente, encarce-
lado en la prisión de Aktobe y ejecutado poco después.

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El anacronismo del valor

duo pueda ser capaz de pasar de una forma de trabajo concreto a otra.
Pero ni el trabajo fisiológicamente homogéneo ni el socialmente igua-
lado son en sí mismos trabajo abstracto, aunque constituyan su su-
puesto. Para que se consideren trabajo abstracto, según Rubin, deben
cumplirse dos condiciones establecidas por Marx: en primer lugar, el
trabajo solo se vuelve social como trabajo igualado, es decir, la igualdad
de los diferentes tipos de trabajo debe expresar el carácter social espe-
cífico del trabajo privado realizado independientemente; en segundo
lugar, esta igualación del trabajo debe realizarse en una forma material,
es decir, debe asumir la forma de valor en el producto de dicho trabajo.
En ausencia de estas dos condiciones, el trabajo puede ser fisiológica-
mente homogéneo y socialmente igualado, pero no universalmente abs-
tracto. En definitiva, el trabajo abstracto es trabajo socialmente igualado
en una forma específica, que es característica de una economía mercan-
til, esto es, del intercambio generalizado de productos elaborados por
trabajadores privados.
Como apunta Rubin, es obvio que el trabajo abstracto se contrapone
al trabajo concreto. Marx lo plantea explícitamente en el capítulo pri-
mero de la primera edición de El Capital. El trabajo abstracto, como sus-
tancia del valor, surge con la aparición de una forma social específica, y
expresa determinadas relaciones sociales entre los trabajadores privados
en el proceso de producción. Por su parte, el trabajo concreto se refiere
a las propiedades técnico-materiales del mismo. El trabajo abstracto
tiene que ver con la forma social en que se organiza el proceso de tra-
bajo. Es decir, que Marx aborda el trabajo desde dos perspectivas dife-
rentes: la técnico-material (el valor de uso) y la social (el valor). En este
sentido, el valor no sería un resultado de la actividad laboral, sino más
bien una expresión material, fetichizada, del trabajo humano. De forma
ilustrativa, Rubin expone un ejemplo que permite comprender la opo-
sición entre trabajo concreto y abstracto a partir de la oposición que
Marx establece entre trabajo privado y trabajo social:
En una gran comunidad socialista, el trabajo de sus miembros, en su forma
concreta (por ejemplo, el trabajo de un zapatero), está incluido directa-
mente en el mecanismo laboral unificado de la sociedad, y se iguala con un
número determinado de unidades de trabajo social (…). En su forma con-
creta, en este caso, el trabajo es directamente trabajo social. Es diferente en
una economía mercantil, donde el trabajo concreto de los productores no

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El colapso del capitalismo tecnológico

es directamente trabajo social sino privado, es decir, el trabajo de un pro-


ductor privado de mercancías, un propietario privado de medios de pro-
ducción y un organizador autónomo de la actividad económica. Este trabajo
solamente puede llegar a ser social mediante su igualación con todas las
otras formas de trabajo, mediante la igualación de los productos. En otras
palabras, el trabajo privado no se hace social porque tenga la forma de tra-
bajo concreto que produce valores de uso concretos, por ejemplo, zapatos,
sino solo si los zapatos son igualados como valores con una determinada
suma de dinero (y, mediante el dinero, con todos los demás productos como
valores). Así, el trabajo materializado en los zapatos se iguala con todas las
demás formas de trabajo y, por consiguiente, se despoja de su forma con-
creta determinada y se convierte en trabajo impersonal, en una partícula de
la masa total del trabajo social homogéneo (1974: 195-196).
Como plantea Rubin, Marx no quería simplemente reducir el valor
al trabajo, sino deducir el valor del trabajo. Así como los productos con-
cretos del trabajo solo manifiestan sus propiedades sociales como valor
si el producto se despoja de su forma concreta y es igualado mediante
una determinada cantidad de dinero en el proceso de intercambio, así
también el trabajo privado y concreto contenido en dichos productos
manifiesta su carácter social si se despoja de su forma concreta y es igua-
lado, en determinada proporción, con todas las demás formas posibles
de trabajo. Pero el trabajo abstracto no solo difiere del trabajo concreto
por sus propiedades negativas, por la abstracción de las formas concretas
de trabajo. Si solamente fuese esa la diferencia, podría incluso aceptarse
la concepción del trabajo abstracto como un gasto de trabajo en sentido
fisiológico, dando pie a una concepción ontológica y transhistórica del
valor. Además, dicho trabajo también presenta propiedades positivas,
en particular la igualación de todas las formas de trabajo como tiempo
de trabajo abstracto empleado en la producción, en un múltiple inter-
cambio de mercancías elaboradas por productores privados. En la teoría
del valor de Marx, como sostiene Rubin, la transformación del trabajo
concreto en abstracto no es un acto teórico de abstracción orientado a
calcular una unidad general de medida, sino un hecho social real y con-
tradictorio. En consecuencia, el trabajo abstracto no puede concebirse
realmente en ausencia del proceso de intercambio como forma social de
la producción. Tan solo en la medida en que el proceso de producción
adquiere la forma de la producción de mercancías, basada en el inter-
cambio generalizado, el trabajo adquiere la forma de trabajo abstracto,

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El anacronismo del valor

y los productos del trabajo la de valor. Se trata entonces de un proceso


social históricamente específico, lo cual implica que el trabajo abstracto
no puede abordarse como un dato ontológico, como una mera abstrac-
ción mental apriorística de las cualidades específicas de los trabajos con-
cretos, sino como el resultado de un proceso real basado en las
relaciones de explotación del trabajo por el capital, a partir de la venta
como mercancía de su fuerza de trabajo.

La revolución científico-técnica
En el capitalismo, la producción se encuentra necesariamente orientada,
desde un punto de vista cuantitativo, hacia la generación de cantidades
cada vez mayores de plusvalía, a valorizar el valor, a hinchar el valor me-
diante más valor. Es lo único que importa, y cualquier proceso de pro-
ducción (material o inmaterial) está subordinado a este objetivo
primordial. El proceso de valorización capitalista se refiere precisamente
a la necesidad de generar más valor en cada nueva secuencia del proceso
de producción, de ahí que la plusvalía (en particular la relativa, pues la
absoluta presenta límites objetivos en su crecimiento) deba crecer de
continuo. Con este motivo, se someten al proceso de producción de mer-
cancías cantidades crecientes de fuerza de trabajo, ya que, como he apun-
tado, la sustancia del valor es el tiempo de trabajo abstracto contenido
en las mismas. Pero, contradictoriamente, esta necesidad imperativa de
amasar trabajo abstracto se opone a otra dinámica sistémica ineludible:
la cantidad de valor que representa la utilización de un cierto tiempo de
trabajo abstracto no se determina a partir del trabajo empleado en la pro-
ducción de cada mercancía particular, sino que refleja el nivel de progreso
de la productividad social, es decir, que viene determinada por el tiempo
de trabajo socialmente necesario, por el tiempo de trabajo que corres-
ponde al nivel actual de productividad social según el estado de la técnica
y la destreza productiva de los trabajadores en cada momento.
Como se constata con la mera observación de la evolución secular
del crecimiento económico, la productividad no ha dejado de crecer ex-
ponencialmente desde los albores del capitalismo. Al intentar acaparar
una parte creciente de riqueza abstracta, los capitalistas individuales ne-
cesitan producir de forma más eficiente que la competencia. Así, rebajan
el tiempo socialmente necesario para la producción de una determinada
mercancía, dejando obsoletas las condiciones técnicas de producción

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El colapso del capitalismo tecnológico

anteriores y expulsando a aquellos rivales que no sean capaces de incor-


porarlas en sus empresas. Este crecimiento paulatino de la productivi-
dad se manifiesta como una espiral sin fin, como una dinámica ciega e
impersonal que no puede ser reconducida exógenamente, a nivel polí-
tico, desde un organismo planificador o mediante estructuras monopó-
licas u oligopólicas de mercado (a lo sumo, este tipo de intervenciones
pueden atenuar dicha dinámica en el corto plazo).
En consecuencia, sería erróneo considerar la evolución de la produc-
ción industrial como un simple proceso técnico, intrínsecamente indepen-
diente del capitalismo. Para Marx, el análisis histórico de las revoluciones
industriales debe insertarse en un marco teórico que enfatice el carácter
dual de las categorías capitalistas. Así, la tecnología y los métodos de pro-
ducción en general no pueden analizarse de forma neutra, como si las
técnicas productivas fuesen buenas en sí mismas. En realidad, están cre-
cientemente moldeadas por el proceso de valorización, en especial a me-
dida que el capitalismo avanza hacia formas de industrialización a gran
escala. Por ejemplo: la producción basada en la aplicación intensiva de
maquinaria industrial ha supuesto históricamente un método de produc-
ción más adecuado a la generación creciente de plusvalía relativa que la
economía manufacturera anterior, ya que implica que en el mismo tiempo
de trabajo los proletarios son capaces de producir una cantidad mucho
mayor de mercancías (Marx, 1975). De esta forma, se puede extraer más
plusvalía del trabajador de una forma complementaria al alargamiento de
la jornada laboral o a la reducción del salario.
Por tanto, podemos observar que existe una interrelación estrecha
entre el modo material de producir y la forma de representar la riqueza
(Postone, 2006). El curso del desarrollo de las fuerzas productivas so-
ciales no se produce al margen del proceso de valorización, es decir,
de la necesidad de generar más valor a partir de una determinada masa
de valor inicial. Dicho de otra manera: las fuerzas productivas en una
sociedad capitalista no reflejan un conjunto de fuerzas positivas, en sí
mismas beneficiosas para el progreso humano, que simplemente nece-
sitan ser liberadas del yugo de la propiedad privada para poner de ma-
nifiesto todo su poder benéfico para la comunidad. Todo lo contrario.
Están intrínsecamente ligadas al valor, han sido moldeadas para favo-
recer la lógica de la valorización, la generación de plusvalía y para so-
meter en mayor medida al ser humano. Conviene no perder esto de

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El anacronismo del valor

vista a la hora de analizar los cambios tecnológicos que atraviesa el ca-


pitalismo actual.
Posiblemente, el fordismo de posguerra haya supuesto la etapa del
desarrollo capitalista que mejor expresa la realización exitosa de esta
lógica de valorización, a la par que sentó las bases para una mayor in-
tegración política de los trabajadores en la sociedad capitalista con la
expansión de las clases medias. Junto con el crecimiento de la produc-
tividad, el fenómeno del «consumo de masas» va a constituir una
pieza importante de esta «edad dorada». Con el fordismo es aplas-
tante la victoria de la máquina sobre el ser humano, la mecanización
se generaliza y se intensifica en todos los procesos industriales. De esta
forma, las máquinas sustituyen cada vez más al trabajo humano como
primera fuente de generación de riqueza. No obstante, lo paradójico
es que este desarrollo histórico no solo eleva enormemente la produc-
tividad del trabajo y el nivel técnico de la sociedad hasta cotas nunca
conocidas, sino que lo logra agudizando las contradicciones del propio
capitalismo, en la medida en que convierte la producción de riqueza
en algo esencialmente independiente del gasto inmediato de tiempo
de trabajo humano. Por este motivo, el fordismo entró en crisis en la
década de los setenta del siglo pasado, surgiendo nuevas formas de or-
ganización de la producción que han sido agrupadas bajo denomina-
ciones tan variadas como posfordismo, tercera revolución industrial,
revolución científico-tecnológica, sociedad postindustrial, y capita-
lismo cognitivo o informacional entre otras. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por
qué la aceleración del progreso técnico no nos ha colocado a las puer-
tas del paraíso terrenal, sino en una senda de crisis recurrentes, cada
vez más profundas?
A la hora de interpretar la crisis de los setenta del siglo pasado, des-
tacados teóricos marxistas suelen subrayar el papel que desempeñaron
en su gestación los conflictos salariales y obreros en general (Glyn y Sut-
cliffe, 1994; Hardt y Negri, 2002). Es decir, defienden una interpreta-
ción de la crisis como resultado de límites de naturaleza sociopolítica,
externos al proceso de valorización capitalista, que estarían relacionados
con la conflictividad laboral que vivieron los países desarrollados a partir
de Mayo del 68 francés. En buena medida, estos pensadores analizan la
crisis del fordismo como resultado del fortalecimiento de la subjetividad
obrera en el contexto de un capitalismo tecnocrático e industrialista que

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El colapso del capitalismo tecnológico

no habría podido responder a las demandas laborales de mayores sala-


rios, pero tampoco a las relacionadas con la mejora de las condiciones
de vida en general y en el interior de la propia fábrica. La creciente me-
canización habría sido contestada por un proletariado, que ansiaba
mayor porcentaje en el reparto de la riqueza abstracta y que se sentía
hastiado por las condiciones de trabajo que imponían los métodos tay-
loristas en las principales ramas industriales. Sin embargo, esta interpre-
tación ni nos permite comprender la crisis del fordismo ni tampoco
entender los límites de la contestación obrera a la misma, que se pon-
drían en evidencia en décadas posteriores con el apoyo electoral de im-
portantes sectores de la población a los programas políticos de corte
neoliberal.
En realidad, la contradicción fundamental en el capital no deriva de
la lucha entre empresarios y trabajadores por el reparto de la riqueza abs-
tracta, es decir, por cómo se distribuye el excedente generado entre be-
neficios y salarios, sino que se agudiza como resultado de la competencia
entre capitalistas. El capitalismo puede sobrevivir perfectamente, incluso
fortalecerse, frente a cualquier movimiento social reivindicativo que no
cuestione las categorías centrales de la sociedad del valor5. Realmente,
la contradicción básica que mina las bases del sistema social se produce
cuando, como resultado de la competencia entre capitalistas, el apre-
miante proceso de acumulación de capital se fundamenta en la elimina-
ción creciente de trabajo vivo, que es el que crea valor al abstraerse como
mercancía. Las máquinas no crean valor, solo lo transmiten6. Tampoco
5
Con esto no estoy diciendo que los trabajadores y la población en general no deban
luchar por mejores condiciones de vida. Sobre todo si tenemos en cuenta que los ca-
pitalistas buscarán solucionar sus problemas en el ámbito de la valorización deterio-
rando cada vez más los salarios y las condiciones laborales. Sin embargo, nos
encontramos muy lejos de la época histórica donde el capitalismo podía impulsar la
reforma social haciendo concesiones a los trabajadores. En realidad, lo que quiero
decir es que estas luchas no tienen ningún futuro si no cuestionan directamente las
categorías centrales de la sociedad del valor.
6
Conviene aclarar por qué el trabajo vivo es la única fuente de creación de valor en
una sociedad capitalista. Si el empresario comprase al trabajador como tal, como un
esclavo, este no crearía valor, tan solo lo transferiría al producto del trabajo mediante
un proceso de amortización, como ocurre con la compra de cualquier otro medio de
producción. En una sociedad basada en el modo de producción capitalista, lo que per-
mite que el trabajo cree valor es que el empresario solo compra la mercancía «fuerza
de trabajo abstracto» y a cambio paga al trabajador un salario para que pueda mante-

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El anacronismo del valor

lo crea el conocimiento científico y tecnológico acumulado durante ge-


neraciones, que no deja de ser otra manifestación de trabajo muerto
(capital). A este respecto, Marx plantea que «el capital solo es produc-
tivo de valor considerado como una relación, al imponerse coactiva-
mente sobre el trabajo asalariado, obligando a este a aportar plustrabajo
o acicateando la productividad del trabajo para que cree plusvalía rela-
tiva»; sin embargo, «no crea nunca un nuevo valor y solo añade valor
de cambio al producto siempre y cuando él mismo lo tenga, es decir,
cuando él mismo se convierta en tiempo de trabajo materializado», lo
cual quiere decir que «el valor de una mercancía se determina exclusi-
vamente por el tiempo de trabajo contenido en ella»(1980: 83-84). Sin
embargo, la competencia empuja a cada capitalista a utilizar el mayor
nivel de tecnología posible y el conocimiento científico más avanzado,
con el objeto de reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario en
la producción particular de mercancías y de venderlas más baratas que
sus rivales. Aunque sus beneficios individuales se incrementan con di-
chos aumentos de productividad, al desplazar a los competidores reza-
gados, globalmente la masa de valor y de plusvalía se reducen en la
medida en que se agudiza esta lucha competitiva entre capitalistas.
En realidad, una hora de trabajo abstracto es siempre una hora de
trabajo abstracto, representando así la misma suma de valor. En este sen-
tido, las mejoras tecnológicas en la producción no cambian absoluta-
mente nada. No obstante, lo que sí cambia es la cantidad de mercancías
que pueden ser producidas en esa hora de trabajo abstracto y entre las
cuales se reparte el valor representado por ella. Si en una hora de trabajo
abstracto se producen más mercancías utilizando la misma cantidad de
trabajo abstracto, cada una de ellas incorpora menos cantidad de valor.
En consecuencia, desde una perspectiva global la única manera de com-
pensar la menor proporción de valor que se incorpora en una mercancía
particular es vendiendo más mercancías que antes, es decir, ampliando
el tamaño del mercado (Kurz, 2011). En el fordismo, la incorporación
al consumo de masas de muchos productos considerados hasta enton-
ces de lujo se basó en un considerable abaratamiento de los mismos (au-

nerse por su cuenta. Cuando dicha fuerza de trabajo despliega una capacidad de ge-
nerar valor mayor que el valor de las mercancías que cuesta reproducirla (salario), se
genera una diferencia a favor del propietario de esa fuerza de trabajo (es decir, el ca-
pitalista que la compra) llamada plusvalía.

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El colapso del capitalismo tecnológico

tomóviles, electrodomésticos...), como resultado del elevado creci-


miento de la productividad industrial. Esta evolución permitió com-
pensar la caída del valor relativo en cada mercancía con un enorme
incremento de la venta de mercancías, como ponen de manifiesto las
elevadas tasas de crecimiento económico de la época. Con el paso del
tiempo, la generalización de los avances tecnológicos fordistas elevó no-
tablemente los niveles medios de productividad del trabajo, mientras
que los límites intrínsecos de la ampliación del mercado impidieron se-
guir incrementando las ventas al ritmo inicial. Al final, la conjunción de
ambos procesos provocó que, llegados a un punto de saturación, fuese
imposible seguir compensando suficientemente los aumentos de la pro-
ductividad con mayores ventas de mercancías. Con diferencias nacio-
nales, este punto de saturación se fue fraguando en la década de los
sesenta, lo cual dio lugar a una importante crisis del modelo fordista en
la década siguiente. En este contexto, los cambios tecnológicos poste-
riores pretendieron responder a esta crisis de rentabilidad generada por
el agotamiento del fordismo, que a su vez provocó la desvalorización de
importantes ramas de la producción industrial (que sufrirán dramáticos
procesos de reconversión en los años siguientes). El problema es que,
al adentrarse por este camino se agudiza críticamente la contradicción
fundamental. Con la nueva revolución científico-tecnológica, el ritmo
de crecimiento de la productividad es exponencial, y por tanto se re-
quiere vender una producción suplementaria, de tal manera que la am-
pliación del mercado acompase su ritmo de crecimiento con el
tremendamente intenso de la productividad. Sin embargo, lo que en la
«edad dorada» del fordismo era posible, en el posfordismo es comple-
tamente inviable desde el comienzo.
De hecho, el capitalismo se enfrenta a una encrucijada de difícil re-
solución. Por un lado, los capitalistas afrontan la crisis del fordismo po-
tenciando el desarrollo técnico y científico como manera de salvarse a
título individual, de tal forma que la creación de riqueza concreta se va
independizando relativamente del gasto de fuerza de trabajo abstracto.
Por otro lado, el capitalismo continúa aprisionando estas nuevas fuerzas
productivas en los límites de un proceso de valorización que sigue te-
niendo como sustancia el gasto de fuerza de trabajo abstractamente hu-
mano. Con la revolución científico-tecnológica en curso el dilema
adquiere tintes críticos, ya que representa un salto cualitativo en los ni-

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El anacronismo del valor

veles de productividad social respecto a transformaciones anteriores del


capitalismo.
Radovan Richta (1974) realizó un interesante análisis de esta revo-
lución científico-técnica. Reivindicaba de forma explícita el uso de este
término, en lugar de utilizar el de tercera o cuarta revolución industrial,
precisamente por el papel destacado que va a jugar el conocimiento
científico en los procesos productivos en general, no solo en la industria.
Con la crisis del fordismo, la ciencia pasa a convertirse en una fuerza
productiva directa, haciendo depender la resolución de cualquier pro-
blema técnico en el ámbito de la producción de una aplicación concreta
y crecientemente intensiva del conocimiento científico. En paralelo, los
cambios en la organización de la producción se caracterizaron espe-
cialmente por la irrupción y la consiguiente difusión de la automatiza-
ción, la cual no debe confundirse con el simple perfeccionamiento de
la mecanización que hasta entonces dominó las sucesivas revoluciones
industriales. Con la automatización, la máquina se equipa con meca-
nismos de control capaces de monitorizar los procesos de trabajo y de
tomar decisiones en cada una de sus fases en función de los resultados
previos. Los trabajadores son sustituidos por robots en el propio pro-
ceso productivo. En este contexto, solamente se requiere la intervención
humana para diseñar y construir el mecanismo productivo, y para con-
servarlo garantizando unas buenas condiciones de funcionamiento. Me-
diante la automatización se multiplica exponencialmente el crecimiento
de la productividad y, en consecuencia, si este crecimiento no va acom-
pañado de una expansión del mercado que lo compense, el fenómeno
del desempleo puede generalizarse de forma significativa y convertirse
en una tendencia estructural y creciente en el marco del sistema econó-
mico, como se observa cada vez con más claridad en el mundo actual.
Como resultado, se produce una situación inédita en la historia del
capitalismo. Por un lado, se necesitan unos trabajadores más cualificados
para abordar la gestión del proceso de producción; pues mientras que la
mecanización había reducido el proceso de trabajo a su versión más sim-
plificada y monótona, la automatización implica la utilización de las cua-
lidades cognitivas e inmateriales de los trabajadores encargados del
diseño, construcción y conservación del mecanismo productivo. Por otro
lado, se hacen superfluos enormes contingentes de fuerza de trabajo. Para
empezar, sobran los trabajadores que no poseen la cualificación nece-

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El colapso del capitalismo tecnológico

saria para las demandas de las industrias automatizadas, en muchos


casos, trabajadores procedentes de las fábricas que cerraron durante la
prolongada crisis del fordismo. Pero, a medida que la automatización
se intensifica, muchos trabajadores cualificados se verán expulsados
también del mercado de trabajo, ya que la lógica de la automatización
lleva a la eliminación progresiva y creciente del trabajo humano en el pro-
pio proceso de diseño, construcción y supervisión del mecanismo pro-
ductivo. Por ejemplo: cada vez serán menos los ingenieros necesarios
para diseñar máquinas, ya que paulatinamente se desarrollarán procesos
automáticos para ir eliminando la intervención humana en la propia fase
de diseño. Es importante comprender que las transformaciones tecno-
lógicas progresivas que sufre el capitalismo son resultado directo de las
crisis de su proceso de valorización, que se van haciendo más intensas
y prolongadas a medida que se van elevando los niveles de productivi-
dad social (Kurz, 2011), lo cual estimula a su vez los cambios tecnoló-
gicos. De hecho, estamos asistiendo a una acelerada automatización de
los procesos productivos en el conjunto de los sectores de la produc-
ción, incluidos los servicios (por ejemplo, hace unos meses se inauguró
el primer hotel atendido por robots en Japón. De igual manera, los pla-
nes de automatizar el transporte por carretera o las residencias geriátri-
cas posiblemente se harán realidad en pocos años).

La crisis de la forma de valor


En un contexto de competencia entre capitalistas el proceso de valori-
zación da lugar a crecientes incrementos de la productividad cuando se
aplican a la producción los desarrollos tecnológicos y científicos. De esta
manera, la productividad material adquiere un ritmo de crecimiento muy
elevado, resultado del potencial productivo de la ciencia y la tecnología.
Como consecuencia del protagonismo que adquieren en la producción
la tecnología y el conocimiento acumulado (ya sea de forma material o
inmaterial), el gasto de tiempo de trabajo inmediato ya no guarda nin-
guna relación significativa con la producción de riqueza. Este es el au-
téntico problema que sufre la sociedad del valor: la inadecuación de la
forma de valor para expresar las nuevas fuerzas que animan la producción
de riqueza social. En realidad, «el valor se hace más anacrónico en tér-
minos del potencial de producción de riqueza material de las fuerzas pro-
ductivas a las que da origen» (Postone, 2006: 270).

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El anacronismo del valor

No obstante, al equiparar el valor con la riqueza social en general, el


discurso dominante se ha empeñado tanto en identificar el trabajo como
la única fuente social de riqueza, subsumiendo por consiguiente la ri-
queza (material o inmaterial) en el valor (Walton y Gamble, 1977),
cuanto en señalar que el valor no solo está en función del trabajo inme-
diato, sino que puede ser creado directamente por el conocimiento acu-
mulado a nivel científico y tecnológico, subsumiendo en este caso el
valor en la riqueza (Robinson, 1973). Dejémoslo claro: ni el valor re-
presenta una forma transhistórica de expresar la riqueza de una socie-
dad, ni su anacronismo tiene que ver con una inadecuación teórica de
la categoría elaborada por Marx. Para el pensador alemán, es fundamen-
tal comprender la diferencia entre valor y riqueza para analizar la evo-
lución contradictoria del capitalismo, que no puede entenderse como
un desarrollo técnico lineal que choca con determinadas formas socia-
les e institucionales extrínsecas, como la propiedad privada o el propio
mercado. Por el contrario, esta evolución contradictoria parte de un
desarrollo intrínseco donde el valor no se adecúa al potencial produc-
tivo de la ciencia y la tecnología, a pesar de que continúa constituyendo
la forma dominante de expresión de dicha riqueza (Postone, 2006).
Para abordar adecuadamente esta cuestión es importante no caer en
una visión del dominio capitalista como puro y simple sistema de rela-
ciones entre personas que actúan en función de su propia y autónoma
voluntad. Por otro lado, es crucial no caer en una concepción del control
del trabajo por parte del capital de naturaleza meramente exterior, es
decir, basada en una dominación política de la producción. Bajo este
tipo de interpretaciones reduccionistas, Hardt y Negri (2002) extraen
conclusiones muy equivocadas de las actuales transformaciones en el
mundo de la producción y del trabajo. Así, los autores postobreristas
deducen, por ejemplo, que «cuando la producción inmaterial se torna
hegemónica, todos los elementos del proceso capitalista tienen que ser
considerados bajo una nueva luz, a veces completamente invertidos con
respecto a los análisis tradicionales del materialismo histórico», con lo
cual «la transición del capitalismo al comunismo cobra la forma de un
proceso de liberación en la práctica», planteándose la posibilidad de
«la constitución de un nuevo mundo» (2011: 42). Aunque suene cho-
cante el planteamiento de este tipo de escenarios, Hardt y Negri llegan
a esta conclusión señalando una cuestión interesante, que no hemos

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El colapso del capitalismo tecnológico

analizado todavía y sobre la que merece la pena que nos detengamos a


reflexionar:
En el tránsito a la posmodernidad, una de las condiciones esenciales del
trabajo es que funcione fuera de toda medida. Los regímenes temporales
de trabajo y todas las demás medidas económicas y/o políticas que se ha-
bían impuesto en ese campo se han desintegrado. Hoy la fuerza laboral es
inmediatamente una fuerza social animada por los poderes del conoci-
miento, el afecto, la ciencia y el lenguaje. En realidad, el trabajo es la acti-
vidad productiva de un intelecto y un cuerpo generales fuera de toda
medida (2002: 326-327).
En este fragmento, Hardt y Negri vendrían a señalar que efectivamente
existe una crisis del valor, pero que sería resultado de la incapacidad de uti-
lizarlo como criterio de medida a través del tiempo de trabajo empleado
en la producción. Más adelante, ambos autores desarrollan más este punto
de vista planteando que la incomensurabilidad del tiempo está relacionada
con el fin de un determinado tipo de espacio social de producción, la fá-
brica, que provocaría que el control político de los trabajadores por parte
del capital fuese prácticamente imposible:
La dificultad cada vez mayor de distinguir entre producción y reproduc-
ción en el contexto biopolítico también destaca una vez más la inconmen-
surabilidad de tiempo y valor. A medida que el trabajo se extiende fuera
de las paredes de la fábrica, se hace cada vez más difícil mantener la ficción
de cualquier medida de la jornada laboral y, por lo tanto, de separar el
tiempo de producción del tiempo de reproducción o el tiempo de trabajo
del tiempo libre. No hay ningún reloj que pueda fichar el tiempo en el te-
rreno de la producción biopolítica; el proletariado produce en toda su ge-
neralidad en todas partes y a lo largo de todo el día (2002: 365).
Aunque Hardt y Negri intuyen aspectos interesantes relacionados
con los cambios actuales en el sistema económico, en realidad incurren
en un error teórico de fondo. Para Marx, el valor no es un instrumento
de medida de la riqueza producida, sino una relación social abstracta
que domina a las personas independientemente de sus circunstancias
espacio-temporales concretas. Para Kurz (2013), al igual que ocurre
con cualquier mercancía, el trabajo no sería válido en la producción ca-
pitalista por aquello que parece ser, por su forma aparente (el trabajo
concreto), sino como gasto de fuerza de trabajo abstracta pura y simple.
Desde el momento en que el capitalista compra la mercancía fuerza de

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El anacronismo del valor

trabajo, el trabajador opera bajo el control del capital, con independen-


cia del modo particular en que se organice la producción. Por esta razón,
los criterios operacionales y los regímenes empresariales son abstractos
y universales, completamente independientes del contenido concreto
de la producción. En realidad, en el capitalismo la relación entre lo abs-
tracto y lo concreto está patas arriba. Lo concreto, el mundo real sensi-
ble, tan solo supone una forma aparente de lo abstracto, y no al revés.
La abstracción no es el resultado final de comparar diversos trabajos
concretos mediante una unidad de medida común. La dominación ca-
pitalista tiene un carácter apriorístico y se produce a través de la abs-
tracción, precisamente porque la forma de valor asume una vida propia
frente a un ser humano cosificado (de ahí, la relevancia que adquiere la
teoría del fetichismo en la crítica marxista).
Desde esta perspectiva, la pregunta relevante sería cómo descubrir,
cómo descifrar, a través del análisis del trabajo concreto, las mediaciones
prácticas que constituyen dicho trabajo en mera forma aparente del tra-
bajo abstracto, de tal manera que podamos interpretar adecuadamente
las transformaciones fenoménicas que ocurren en el mundo contem-
poráneo de la producción. Según Kurz (2013), estas mediaciones son
de carácter espacial y temporal. En primer lugar, se encontraría el espa-
cio de producción. Un espacio que no debe concebirse en exclusiva en
su dimensión material-funcional, como hacen los postobreristas, sino
por su carácter social. Que los muros de la fábrica se desmoronen y la
producción capitalista adquiera unas características más difusas tan solo
pone de relieve una mutación fenoménica. De hecho, el espacio social
de la producción capitalista no viene determinado esencialmente por
su forma material, sino por su función social como espacio de valoriza-
ción del valor. De hecho, recurre a su forma material para desarrollar
esta función social, y no al contrario. Por ejemplo, cuando el capitalista
recurre a productos del trabajo que satisfagan necesidades humanas para
valorizar el valor, pero solo desde un punto de vista instrumental, como
«mal necesario».
Ciertamente, la fábrica industrial tuvo su funcionalidad en el con-
texto de una determinada fase del desarrollo capitalista. Como sostiene
Karl Polanyi (1989), el capitalismo se caracteriza en sus albores histó-
ricos por una determinación funcional de ese espacio de producción
abstraído, completamente «desincrustado» del mundo de la vida,

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El colapso del capitalismo tecnológico

como un espacio destinado al proceso de producción de valor que se


desvincula radicalmente de las necesidades vitales, que se consideran
exteriores a la determinación económica. En verdad, la separación de
la producción de todos los demás ámbitos de la vida no es consecuencia
de que la producción ya no se destine al consumo propio, como ocurría
en otras formaciones sociales previas. La usurpación del espacio de pro-
ducción del mundo de la vida responde a un proceso social e histórico,
caracterizado por la transición hacia una sociedad basada en la valori-
zación del valor mediante el intercambio generalizado de los productos
del trabajo.
Lo que sucede en la actualidad no es tanto que los muros de la fábrica
se desmoronen haciendo cada vez más difícil «separar el tiempo de pro-
ducción del tiempo de reproducción o el tiempo de trabajo del tiempo
libre». Sin duda que esto ocurre (y es importante tenerlo en cuenta),
pero de ningún modo implica que los «poderes del conocimiento, el
afecto, la ciencia y el lenguaje» puedan expresarse de manera inmediata
como fuerza productiva. En realidad, lo que ocurre es que la lógica del
espacio funcional a la valorización del valor se va imponiendo en todos
los ámbitos humanos implicados en la reproducción social. Así, los es-
pacios culturales, sanitarios, educativos, ambientales, familiares… son
tratados según los criterios funcionales propios de las fábricas, sometidos
directamente a la lógica del trabajo abstracto. Es decir, ocurre todo lo
contrario de lo pronosticado por Hardt y Negri. En verdad, se produce
una expansión espacial de la lógica funcional del capitalismo a todos los
órdenes de la vida, que vuelve a «incrustar» lo que previamente había
sido «desincrustado», en un sentido inverso al descrito por Polanyi. Esta
«re-incrustación» tiene que ver –como señalé antes– con los problemas
de acumulación de capital relacionados con la nueva revolución cientí-
fico-tecnológica (Kurz, 2014). Pero no resolverá la crisis de acumulación,
sino que más bien la agudizará, ya que para poder sostenerse en el largo
plazo el capitalismo necesita mantener desvinculadas este tipo de estruc-
turas reproductivas a nivel social.
En segundo lugar, al espacio funcional abstraído le corresponde en
paralelo un tiempo igualmente desvinculado y abstraído, un tiempo fun-
cional al proceso de valorización del valor, como hemos mencionado
antes. Postone (2006) ha analizado de forma rigurosa la transformación
del tiempo en la modernidad capitalista. Un tiempo ilimitado, indefi-

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1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 45

El anacronismo del valor

nido, continuo e infinito, cuya función es la de servir fielmente a la


pretensión desmedida del proceso de valorización de acumular capital
mediante el gasto de fuerza de trabajo abstracto. Nuevamente, las
transformaciones actuales avanzan en el sentido de subordinar todo el
tiempo de la vida a esta concepción funcional del tiempo. Se trata de
un tiempo insaciable, donde el problema no es tanto que «a medida
que el trabajo se extiende fuera de las paredes de la fábrica, se hace cada
vez más difícil mantener la ficción de cualquier medida de la jornada la-
boral», sino que toda medida del tiempo de vida se ve sometida a un
proceso de abstracción que lo hace funcional al proceso de valorización
del valor. Como digo, esta necesidad apremiante de subordinar todos
los ámbitos vitales a la lógica del proceso de valorización responde a la
crisis del mismo, a las complicaciones que genera una producción men-
guante de valor. Pero, como veremos más adelante, el carácter anacró-
nico de la forma de valor provocará que este comportamiento totalitario
y totalizante del capital tan solo tenga como resultado una aceleración
del proceso de descomposición de las estructuras reproductivas que
sostienen la sociedad capitalista.
Entonces, los individuos se abstraen unos de otros en la práctica, aun-
que al mismo tiempo tengan que cooperar en el proceso de producción
concreto. No obstante, para Hardt y Negri, en el contexto del capitalismo
cognitivo, esta cooperación ya no la organiza el capital, como ocurría en
la fábrica decimonónica. Respecto a esta cuestión, comentan:
El trabajo cognitivo y el trabajo afectivo producen por regla general coo-
peración autónomamente respecto del poder de mando capitalista,… los
medios de cooperación intelectuales, comunicativos y afectivos son crea-
dos por regla general en los encuentros productivos mismos y no pueden
ser dirigidos desde el exterior (2011: 154).
Esta postura voluntarista, que concibe el dominio capitalista como
un proceso exterior a la producción, conduce a considerar el capital
como un «depredador» que «trata de capturar la riqueza común pro-
ducida autónomamente», llegando a plantear que la «creciente auto-
nomía del trabajo está en el corazón de las nuevas formas de crisis de la
producción y el control capitalistas» (2011: 155-156). En realidad,
como acabamos de ver, las cosas son bastante diferentes. La cooperación
no es autónoma respecto de los capitalistas, pero tampoco les pertenece
personalmente; no obedece sin más al control exterior, depredador, del

45
1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 46

El colapso del capitalismo tecnológico

empresario privado como sujeto de voluntad. En verdad, la cooperación


es estructurada por el propio espacio-tiempo abstracto, funcional al pro-
ceso de valorización.
En definitiva, Hardt y Negri intuyen la existencia de problemas en
el funcionamiento del llamado capitalismo cognitivo, pero la explica-
ción que elaboran está equivocada. Según estos autores, se estarían re-
basando los límites del orden capitalista, dando lugar al protagonismo
creciente de una «fuerza laboral [que] es inmediatamente una fuerza
social animada por los poderes del conocimiento, el afecto, la ciencia y
el lenguaje». En realidad, el mayor protagonismo de estas fuerzas pro-
ductivas tiene que enmarcarse en un proceso de expansión del espacio-
tiempo abstracto, que funciona como un apriorismo social destinado a
involucrar estructuralmente el mundo de la vida en el proceso de valo-
rización del valor, como resultado de la crisis que atraviesa el proceso de
valorización capitalista en el contexto de la revolución científico-tecno-
lógica. Por lo tanto, más que ante un desbordamiento del orden capita-
lista, nos encontramos ante la generalización de la lógica abstracta del
valor a todos los órdenes de la vida social. Como señalaba antes, el mayor
protagonismo del conocimiento, el afecto, la ciencia y el lenguaje en la
producción social tiene que ver con la búsqueda desquiciante por parte
de cada capitalista individual de una porción mayor en el reparto de la
riqueza abstracta. Así, podemos afirmar que estas fuerzas productivas
emergentes se estructuran progresivamente –son moldeadas– a partir
de la lógica del valor.
No obstante, esta dinámica continúa agudizando la contradicción
fundamental del capital. Para abordar esta cuestión, lo primero que te-
nemos que tener en cuenta es que el conocimiento, los afectos, la ciencia
y el lenguaje no son fuerzas productivas semejantes entre sí. Al menos
es necesario dividirlas en dos grandes grupos para poder analizarlas. En
primer lugar se encontrarían el conocimiento y la ciencia. En este caso,
nos estaríamos refiriendo en gran medida a conocimientos acumulados
a lo largo de un recorrido amplio de la historia de la humanidad. Dentro
de estos conocimientos podemos incluir desde el teorema de Pitágoras
hasta la teoría de la relatividad de Einstein, pasando por los avances cien-
tíficos más recientes en ingeniería genética o en manipulación de materia-
les. Más allá de las condiciones sociales específicas en que se produjeron
estos conocimientos, actualmente su enorme masa se presenta ante el tra-

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1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 47

El anacronismo del valor

bajo vivo principalmente como capital, como trabajo muerto que des-
plaza al primero. Es trabajo acumulado previamente, objetivado en có-
digos, teorías y técnicas determinadas, que el trabajador contemporáneo
suele asimilar a través de un prolongado proceso de formación acadé-
mica. Esta producción enorme de conocimientos no surge de la actividad
propia del trabajo vivo, ya que se limita, como en el caso de las máquinas,
a poner en práctica lo que ha aprendido previamente, siendo muy redu-
cida la incorporación actual de trabajadores en su proceso de producción.
Aunque volveremos sobre esta cuestión en un ensayo posterior, dichos
conocimientos no pueden producir valor en las condiciones sociales es-
pecíficas que caracterizan al modo de producción capitalista, ya que la
sustancia del valor, su contenido, se relaciona con el gasto de fuerza de
trabajo abstracto inmediato. En realidad, a medida que la ciencia y el co-
nocimiento acumulado se convierten en una fuerza productiva con un
mayor protagonismo en la gestación de riqueza concreta, la cantidad de
tiempo de trabajo socialmente necesario aplicado en los diversos proce-
sos productivos se reduce de manera radical, hasta casi desaparecer. Y
así el problema es que ya no hay prácticamente ningún trabajo vivo que
medir, no tanto que sea más difícil medirlo.
En segundo lugar, se encontrarían el lenguaje y los afectos. En este
caso, habrá que tener en cuenta que no son productos del trabajo, ni
siquiera trabajo objetivado, muerto (como el conocimiento o la cien-
cia), y por lo tanto no tienen valor (aunque en ciertas circunstancias
posean un precio). Que puedan tener precio y a la vez no produzcan
valor quiere decir que representan una forma parasitaria de apropiarse
del valor producido por otros capitalistas individuales (mediante el
gasto de fuerza de trabajo abstracta). Un ejemplo claro son las redes
sociales. Empresas como Facebook o Google no producen valor, pero
se apropian de una importante porción de valor producido por otros
empresarios. ¿Cómo lo hacen? De varias maneras. Por ejemplo, colo-
cando publicidad en sus páginas, que visitan millones de personas.
También, vendiendo a otras empresas la información (los datos masi-
vos) generada por los millones de personas que interactúan en dichas
redes sociales. Así, la gente «practica» la amistad en Facebook de
forma gratuita, pero los millones de amigos que frecuentan dicha pá-
gina suponen un suculento negocio para sus propietarios (sin producir
una pizca de valor).

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1. El anacronismo del valor._Maquetación 1 22/11/2016 7:37 Página 48

El colapso del capitalismo tecnológico

En definitiva, el hecho de que las fuerzas productivas sociales depen-


dan en mayor medida de «los poderes del conocimiento, el afecto, la cien-
cia y el lenguaje» lo que pone de manifiesto es una crisis de la forma de
representación de la riqueza social en el capitalismo, pero no supone me-
cánicamente la posibilidad de superar dicho sistema (y mucho menos si
además continuamos utilizando sus mismas categorías, como hacen los
postobreristas). Como sostienen Jappe y Kurz (2003), la emergencia de
las nuevas fuerzas productivas sociales pone en evidencia que la crisis
del capitalismo se profundiza y la forma de valor se descompone. En el
fondo, lo que ocurre es que cuando la ciencia y el conocimiento acumu-
lado, por no hablar del lenguaje o el afecto, se convierten en la fuerza pro-
ductiva más importante del sistema económico la forma de valor resulta
anacrónica para representar la riqueza social. Como analizaremos en el
segundo ensayo, puede ocurrir que una minoría de capitalistas –aquellos
que dispongan de una tecnología más potente para manipular estas fuer-
zas productivas sociales– consiga apropiarse de una porción mayor de la
masa global de valor, pero por las razones que estoy apuntando dicha masa
global menguará progresivamente con el mayor peso de estas fuerzas pro-
ductivas en la producción de riqueza social.
El origen de la crisis que atravesamos está en el desarrollo mismo del
capital (Marx, 1975), que no se encuentra en condiciones de asegurar
una acumulación real a la altura de los niveles de productividad que es-
tablece el desarrollo tecnológico. El valor se vuelve anacrónico porque,
como forma de representación de la riqueza, no es capaz de explotar las
nuevas fuentes de generación de la misma, provocando que una masa
creciente de personas se vuelvan superfluas como fuerza de trabajo. Vi-
viremos peor en el futuro, a pesar de estar rodeados de tecnologías cada
vez más sofisticadas. En realidad, la revolución científico-tecnológica
ha comenzado a imponer un límite histórico interno a la valorización
capitalista del trabajo humano que nos conducirá a crisis cada vez más
recurrentes e intensas.

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2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 49

Capítulo 2

Crítica del ciberkeynesianismo

El caballo de Atila
En su último libro, ¿Quién controla el futuro?, el gurú de internet y de la
cultura virtual Jaron Lanier (2014) pronostica escenarios muy negativos
para nuestras sociedades. En el fondo de su preocupación se encuentra
un fenómeno intuido por mucha gente: la tecnología ha comenzado a
destruir más puestos de trabajo de los que crea. Lanier sostiene que la
base fundamental de la nueva economía de la información que está sur-
giendo a partir de las tecnologías digitales consiste en ocultar el valor
monetario de esa misma información al conjunto de la población. Según
su planteamiento, la élite empresarial que ha emergido en internet basa
precisamente sus fortunas en no pagar a la mayoría de las personas por
compartir información en la red, cuando sus empresas se lucran enor-
memente con el tratamiento de dicha información. De esta forma, el
acceso gratuito a los contenidos, que hoy defienden desde empresas
como Google o Facebook hasta amplios sectores de la izquierda pro-
gresista, provocará la destrucción de nuestras formas de vida y especial-
mente la desaparición de significativos segmentos de la clase media,
debido a la destrucción de cada vez más variedades de trabajos cualifi-
cados (como ha sucedido ya en ciertas industrias como la discográfica,
la fotográfica, la audiovisual y en otras relacionadas con el mundo de la
comunicación).
Para Lanier, la capacidad de estas élites para concentrar en sus
manos la apropiación del valor generado tiene que ver fundamental-
mente con la adopción de tecnologías cada vez más potentes, que les
permiten convertir en dinero la información generada de manera gra-
tuita por la interacción de millones de individuos en la red. Al no valorar
monetariamente la «información en bruto», antes de ser introducida

49
2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 50

El colapso del capitalismo tecnológico

en los ordenadores centrales de empresas como Google o Facebook, el


resultado será una marginación creciente de amplios sectores sociales,
que sufrirán los costes y los riesgos de esas operaciones (como estamos
observando hoy en día con la crisis financiera desencadenada en 2008),
pero que en modo alguno disfrutarán de los beneficios del tratamiento
de dicha información. En la medida en que la destrucción de puestos
de trabajo se cebe no solo con los periodistas, los músicos o los fotógra-
fos, sino que pase a afectar a los transportistas, los profesores, el personal
sanitario, los administrativos o los trabajadores de las industrias ener-
géticas, la destrucción de la clase media será inevitable y con ella se pro-
ducirá una descomposición del mercado y de la propia democracia.
El proceso no ha hecho más que empezar, pero está adquiriendo un
ritmo acelerado debido al desarrollo exponencial de las tecnologías di-
gitales. Rifkin (2014) también pronostica esta aceleración, dando por
cerrada la etapa de tregua que significó la creación de nuevos puestos
de trabajo en el sector servicios en las últimas décadas, que provocó la
ilusión de un «capitalismo de servicios o postindustrial»1. De hecho,
según Rifkin llegará un momento en que los incrementos de produc-
tividad dependerán exclusivamente de la tecnología, algo que bien po-
dría ocurrir con el desarrollo y la generalización de tecnologías como
las impresoras en 3D, la robotización de la industria pesada o de de-
terminados servicios, como la atención a personas mayores o el trans-
porte por carretera.

1
Sin duda, el crecimiento del empleo precario en el sector servicios ha compensado
en parte la disminución del empleo en el sector industrial. No obstante, los servicios
se han mostrado incapaces de sustituir a la industria como base estructural para un
nuevo empuje en la reproducción ampliada del capital (Endnotes, 2010b). En realidad,
la actividad en el sector servicios presenta serias dificultades para generar aumentos
en la productividad del trabajo. Históricamente, se han dado mejoras drásticas en la
productividad cuando los servicios se han transformado en mercancías (por ejemplo,
cuando se pasó, en los sistemas de telecomunicación, del telégrafo a los teléfonos o,
en el transporte colectivo mecanizado, del ferrocarril al automóvil). Ha sido entonces
cuando han podido aplicarse los procesos industriales para elevar significativamente
la eficiencia productiva mediante la mecanización y la automatización. En el futuro,
es muy probable que la nueva revolución científico-tecnológica permita implantar di-
rectamente la automatización en las propias actividades del sector servicios, pero ello
irá en detrimento del empleo asalariado en dicho sector.

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2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 51

Crítica del ciberkeynesianismo

Según Lanier, un enorme número de personas generan una cantidad


creciente de valor en las interacciones que se producen en la red2. Sin
embargo, la mayor parte de ese hipotético valor fluye hacia quienes al-
macenan y manipulan la información que resulta del enorme volumen
de interacciones sociales. Los «servidores sirena»3 recopilan los datos
de la red, normalmente sin pagar por ellos. La «información en bruto»
es analizada por potentes ordenadores gestionados por personal técnico
de elevada cualificación. Los resultados del análisis se guardan en se-
creto, pero se emplean para manipular las decisiones futuras de los usua-
rios de la red. Los servidores que disponen de la tecnología más potente
son los que tienen la capacidad de monetizar este volumen de informa-
ción generado, provocando una enorme concentración de la renta y una
desigualdad explosiva, ya que los capitalistas individuales que no dis-
ponen de dicha tecnología solamente pueden llegar a competir (y cada
vez con mayor dificultad a medida que avanza la automatización de los
procesos productivos) mediante una fuerte reducción de los costes la-
borales. Los países que, como China y otros países asiáticos, compensan
el diferencial de productividad con unos reducidos costes laborales se
verán progresivamente abocados a un tipo de competencia basada en
la reducción cada vez mayor de los niveles de vida de su población. Por
tal motivo, la expansión de la clase media que se produjo en los países
emergentes como consecuencia de los procesos de industrialización
que experimentaron en las décadas pasadas también se verá fuertemente
afectada. En un contexto caracterizado por la adopción de tecnologías
tan disruptivas en términos de productividad, no existe posibilidad de
un término medio.

2
Como ya señalamos en el ensayo anterior, esta concepción del valor es completa-
mente equivocada. Lanier y los postobreristas tienen una concepción ontológica del
valor que les impide comprenderlo como una relación social donde el capital y el tra-
bajo asalariado se constituyen recíprocamente.
3
Los «servidores sirena» son ordenadores de primera fila o un conjunto coordinado
de ordenadores en red. Según Lanier (2014), se caracterizan por su narcisismo, una
hiperaguda aversión al riesgo y una extrema asimetría de la información. Entre los más
destacados «servidores sirena» actuales se encuentran los sistemas de finanzas de
alta tecnología (como los fondos de derivados), las empresas de Silicon Valley más de
moda entre los consumidores finales (como determinados buscadores y redes socia-
les), las compañías aseguradoras y las agencias de inteligencia más modernas, entre
otros muchos ejemplos.

51
2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 52

El colapso del capitalismo tecnológico

En realidad, los diques de contención que hasta ahora habían prote-


gido a los profesionales liberales, a las industrias locales o a los funcio-
narios públicos ya no funcionan. Poco a poco se van desintegrando. Las
nuevas tecnologías provocan que la riqueza se concentre directamente
en el servidor central, mediante el tratamiento de la información que
resulta del acceso gratuito a las redes sociales. Una gratuidad que ya les
ha salido bastante cara a los músicos, por ejemplo. En realidad, el servi-
dor que difunde gratuitamente contenidos musicales obtiene beneficios
por aplicar la tecnología sobre la información resultante de las copias
realizadas por millones de usuarios. Sin embargo, el músico observa
cómo desaparecen los diques habituales que protegían sus ingresos
monetarios, como los derechos de autor o los pagos por reproducción
mecánica. Anteriormente, sus ingresos estaban vinculados con la venta
de sus creaciones, pero ahora quien se apropia de los mismos son las
empresas que producen aparatos tecnológicos (como el Kindle de
Amazon o el iPhone de Apple) además de distribuir contenidos para
los mismos (en forma de eBooks o iTunes). Es decir, los músicos han
dejado de ser trabajadores creativos para convertirse en «creadores de
contenidos» para productos tecnológicos elaborados por otras indus-
trias. De esta forma, su trabajo queda subordinado a la dinámica de otros
procesos productivos y se ven sometidos, por otro lado, a realizar tareas
impropias de su profesión, como puede ser el trabajo de corrección, ma-
quetación, grabación y otros. Para Amazon o Apple, el negocio no está
en vender más eBooks o iTunes, sino en vender más Kindles o iPhones.
Por consiguiente, lo que les interesa a estos grandes emporios empre-
sariales es ampliar y difundir la oferta de música de que disponen los
usuarios de sus aparatos. De esta manera, el poder de negociación de
los músicos se reduce sustancialmente y provoca una disminución ra-
dical de los ingresos de la mayoría de ellos.
Probablemente con razón, Lanier considera que este proceso es insos-
tenible a largo plazo. A medida que la tecnología se haga más potente, la
situación se hará insoportable: la destrucción de puestos de trabajo im-
plicará más costes que los beneficios asociados a la gratuidad del acceso
a los contenidos en la red. De forma creciente, los beneficios del progreso
tecnológico serán capitalizados por los grandes servidores, mientras que
los costes y los riesgos asociados al mismo los sufrirá la mayoría de la po-
blación, que no controla las innovaciones tecnológicas. Algo paradójico,

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Crítica del ciberkeynesianismo

teniendo en cuenta que la tecnología se considera la solución universal


para todos los males de la humanidad. De hecho, se están haciendo gran-
des fortunas a costa de una disminución del potencial de crecimiento eco-
nómico y de la reducción del mercado debida a la desaparición de la clase
media y al incremento explosivo de las desigualdades asociadas a estas
transformaciones. No es casual que el número de multimillonarios crezca
mientras que la gente común vive cada vez peor.
Tal como plantea Postone (2006), es oportuno recordar aquí que el
desarrollo de las fuerzas productivas no puede separarse del carácter so-
cial de las relaciones de producción. El capitalismo no se constituye
como un conjunto de factores extrínsecos que traban el desarrollo del
proceso de producción, como podrían ser la propiedad privada de los
medios de producción o condiciones exógenas relacionadas con el fun-
cionamiento institucional de los mercados. No existen unas fuerzas pro-
ductivas «buenas» que deban ser liberadas del yugo de unas relaciones
de producción «malas». Entre ambas esferas existe una interacción per-
manente y profunda. El proceso de industrialización y todas las trans-
formaciones tecnológicas asociadas al mismo no es independiente de
las relaciones capitalistas de producción, sino que está intrínsecamente
relacionado con ellas. Ciertamente, las características de la tecnología
digital ofrecen las bases objetivas para que, tal como estoy planteando,
esta concentración extrema del capital pueda incrementarse exponen-
cialmente. Es decir, el proceso de digitalización es extremadamente fun-
cional a la lógica del valor en las actuales condiciones de producción
declinante del mismo, en especial en el sentido de que favorece la apro-
piación de porciones crecientes de la masa global de valor por parte de
los capitalistas que disponen de las tecnologías más potentes. La digi-
talización representa una tecnología muy eficaz para el desarrollo de un
capitalismo basado en la concentración extrema de los ingresos en una
minoría opulenta, que hoy día constituye la única versión posible del
capitalismo, en la medida en que los elevados niveles de productividad
alcanzados impiden que el crecimiento del tamaño del mercado com-
pense la menor incorporación de valor en cada mercancía particular.
Ante esta situación, la única manera de acumular capital es apropián-
dose del valor producido en otras empresas, exacerbando ferozmente la
lucha competitiva entre los capitalistas. En realidad, un determinado ca-
pital solamente se puede ampliar a expensas de otros capitales.

53
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El colapso del capitalismo tecnológico

Al abordar el proceso de subsunción real del capital, Marx (1984)


nos ofrece claves muy interesantes para comprender las transformaciones
actuales. Sostiene que el capitalismo se realiza plenamente con la indus-
trialización a gran escala. Esta vendría a constituir la materialización más
ajustada a la lógica del proceso de valorización capitalista, ya que cons-
tituye la expresión más adecuada de la naturaleza específica y contradic-
toria del impulso del capital hacia niveles crecientes de productividad,
mediante una explotación del trabajo humano articulada en torno a la
obtención de plusvalía relativa. Los capitalistas individuales necesitan
incrementar la productividad para competir entre sí. Así logran reducir
el tiempo socialmente necesario de trabajo en la producción de mercan-
cías y expulsar del mercado a los capitalistas que se quedan rezagados
por no poder reducir los precios en la misma proporción. La empresa in-
novadora ve incrementar sus beneficios como resultado de que vende
más mercancías a costa de los competidores, pero la cantidad de valor
incorporada en cada mercancía individual desciende. Esto es debido a
que los incrementos de productividad se basan en la mecanización del
proceso de producción, reduciendo la cantidad de trabajo abstracto in-
corporado en cada mercancía. Como la cantidad de trabajo abstracto
constituye la sustancia del valor de cada mercancía, esta última va redu-
ciéndose como consecuencia del progreso tecnológico.
Así, lo que para el empresario innovador representa un incremento
de beneficios, para la economía en general supone un riesgo, ya que en
su interior late la amenaza de un posible descenso progresivo de la masa
global de valor si el mercado no llega a ampliarse lo suficiente para com-
pensar la reducción del valor incorporado en cada mercancía particular.
Con cada revolución tecnológica que se difunde en el conjunto del te-
jido productivo, esta contradicción fundamental del capital adquiere un
carácter más crítico, como resultado de encontrarse la economía en un
nivel superior de productividad (Kurz, 2011). En efecto, la industriali-
zación a gran escala ha sido históricamente funcional al desarrollo ca-
pitalista porque, gracias a los mecanismos de compensación del
mercado (primero el colonialismo y después el consumo de masas du-
rante el fordismo), la masa global de valor pudo continuar creciendo.
Es decir: fue funcional al capitalismo porque la lucha competitiva entre
los capitalistas individuales por hacerse con una porción mayor de la
masa global de valor no ponía en riesgo el crecimiento continuo de esta

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Crítica del ciberkeynesianismo

a largo plazo. Bajo estas circunstancias, el crecimiento de la clase media


no solo era factible, sino recomendable, ya que la ampliación del tamaño
del mercado constituía un requisito fundamental para la sostenibilidad
del desarrollo capitalista.
Con la nueva revolución científico-tecnológica, las cosas han cam-
biado sustancialmente. Ahora, la lucha competitiva sí que pone en
riesgo el crecimiento de la masa global de valor y va desgarrando los
mecanismos de compensación que impedían que la reducción del valor
incorporado en cada mercancía individual se expresase en el plano glo-
bal. En la medida en que los cambios tecnológicos alimentados por la
sed individual de ganancias disparan exponencialmente la productivi-
dad social, no existe ampliación del mercado que pueda soportarlo (a
pesar de que se vendan millones y millones de aparatos tecnológicos en
todo el mundo) y, en consecuencia, la búsqueda de valor se hace tan
desesperada que el propio tamaño del mercado (nacional, especial-
mente) se convierte en un obstáculo para mantenerse vivo en la lucha
competitiva entre los capitales individuales y/o nacionales4. Se trata de
una dinámica ciega y arrolladora que tiene como fuerza propulsora la
necesidad de los capitalistas de competir entre sí para valorizar el valor.
A este respecto, Lanier tiene bastante razón al otorgarle una relevancia
especial en la explicación del proceso a la vigencia de la Ley de Moore5.
Pero, regresando a la lectura que Rubin (1974) hace de la obra de Marx,
sería unilateral explicar la insostenibilidad del curso actual del capita-
lismo exclusivamente en base al determinismo tecnológico. En realidad,
no se puede comprender nada sin inscribir estas transformaciones tec-
nológicas en el contexto de las dificultades que atraviesa el proceso de
valorización capitalista.
Precisamente, lo que buscan empresas como Google y Facebook es
utilizar la tecnología más potente para, a través del tratamiento algorít-
mico de la «información en bruto» recabada de millones de usuarios

4
En este sentido, no es casual que, por ejemplo, el capitalismo alemán busque mejorar
su posición competitiva en el mercado global mediante la imposición de políticas de
austeridad y de reformas estructurales que, como la laboral, buscan deflacionar, redu-
cir, el mercado interior.
5
Esta ley sostiene que la tecnología de los circuitos integrados mejora a una velocidad
cada vez mayor. No es que las mejoras se vayan acumulando, sino que se multiplican.
Aproximadamente, cada dos años la tecnología multiplica por dos su potencia.

55
2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 56

El colapso del capitalismo tecnológico

de la red, incrementar de manera exponencial sus beneficios expulsando


a potenciales rivales en esta economía de la información. La tecnología
digital permite realizar uno de los mayores sueños de cualquier capita-
lista: concentrar toda la riqueza en sus manos expulsando radicalmente
a potenciales rivales del negocio. En la red, el ganador se lo lleva todo.
Se trata de un tipo de economía donde solo es posible que exista un
único ganador, es decir, solo un buscador (como Google) puede tener
éxito económico, o tan solo una red social (Facebook). No pueden tener
éxito varias empresas del mismo tipo, pues los ganadores arrasan con
todo, como el caballo de Atila. El problema es que esta lucha competi-
tiva que implica un único ganador va acompañada de una reducción
progresiva de la masa global de valor como resultado de la enorme des-
trucción de puestos de trabajo que comporta. Por ejemplo, Instagram
se ha convertido en el líder indiscutible en el mundo de la fotografía di-
gital, mientras que Kodak, inventor de la primera cámara digital, quebró.
Cuando Facebook la compró por mil millones de dólares, Instagram
tenía trece trabajadores, mientras que Kodak llegó a tener más de
140.000 empleados. Como plantea Lanier, incluso Google o Facebook
terminarán sucumbiendo, ya que llegará un momento en que el enorme
volumen de información tratada en torno a estos «servidores sirena»
no pueda atraer dinero, debido al agotamiento de la masa de valor.
Desde un punto de vista fenomenológico, Lanier percibe la gravedad
del problema, la insostenibilidad de la dinámica actual del capitalismo,
su lógica suicida6, que se hará más evidente a medida que la digitaliza-
6
Esta lógica suicida se manifiesta políticamente de diversas formas. De una manera ra-
dical, la encontramos en los populismos de extrema derecha, xenófobos, y en la derecha
más radicalmente neoliberal. Pero también existen opciones políticas que propugnan
un suicidio lento, narcotizado, como por ejemplo las alternativas neorreformistas (o
reformistas tradicionales) que encandilan actualmente a la gente de izquierdas. Esta ló-
gica suicida se encuentra instalada de manera más consciente incluso en una izquierda
crítica, a la de podríamos denominar «socialdemocracia de la catástrofe» (J. C., 2012).
Bajo el argumento de que nada se puede hacer ante la dinámica cada vez más destructiva
del capitalismo, estos sectores de la izquierda abogan en muchas ocasiones por intentar
retrasar la catástrofe apoyando (sin mucha convicción) las opciones neorreformistas
en las elecciones. Curiosamente, muchos partidarios de la «crítica del valor», de los
planteamientos teóricos de Kurz o Jappe, se inscriben en este punto de vista. Aunque
en estos ensayos no me he propuesto realizar una crítica de esta corriente teórica, en
buena medida lo que se deja traslucir en este tipo de posiciones son las consecuencias
lógicas de un problema medular en los planteamientos teóricos de Kurz, Jappe o Pos-

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Crítica del ciberkeynesianismo

ción se vaya extendiendo a todas las actividades económicas. Lo que no


comprende el autor norteamericano son las razones de fondo que sub-
yacen a esta problemática y que, como he apuntado, tienen que ver con
la lógica del proceso de valorización capitalista. Incapaz de deshacerse
de las relaciones fetichistas que envuelven dicha lógica, no entiende que
el problema no consiste –tal como él plantea– en que se produzca una
desmonetarización del valor (cuya producción asocia, como los posto-
breristas, con la información generada por los millones de interacciones
sociales que se producen en la red). En realidad ocurre todo lo contra-
rio: que la moneda deja de tener valor como resultado de la reducción
de la masa global de este último. De hecho, la reducción de la masa glo-
bal del valor, como consecuencia de la menor incorporación de trabajo
abstracto en la producción total de mercancías, no se ve compensada
con la hipotética generación de valor (de forma externa y autónoma a
las relaciones sociales de producción capitalistas) ocasionada por los
millones de interacciones que se producen entre los usuarios de la red.
Como ya adelanté en el ensayo anterior, las mercancías que venden
Google o Facebook, el producto obtenido del tratamiento de la «infor-
mación en bruto» por parte de los ordenadores y el personal cualificado
de los «servidores sirena», tienen un elevado precio, pero escaso valor,
dado que la cantidad de trabajo abstracto incorporado en su producción
es muy pequeña.
¿Pero, entonces, cómo ganan tanto dinero Facebook o Google? Por-
que, pese a que son actividades que generan escaso valor, detraen valor
producido por otros capitalistas individuales que sí recurren al gasto de
fuerza de trabajo abstracto en los procesos productivos que ponen en
marcha. Facebook o Google no se apropian del valor generado por la
comunidad en sus interacciones sociales a través de la red, sino que se
hacen con el valor que generan otros capitalistas, y ello mediante la venta
a un precio elevado de la información procesada de dichas interacciones,

tone: concebir el sujeto automático como una entidad en sí misma, concebir el capital
como una entidad abstracta, una cosa, una totalidad auto-mediada que se reproduce a
sí misma de forma autosuficiente, y no como lo que es en realidad: una relación social
basada en el antagonismo entre capitalistas y trabajadores, intrínsecamente constituida
por ambas partes (Dauvé, 2014). En esta cuestión decisiva se perciben claramente las
debilidades teóricas de la «crítica del valor», cuando de la teoría de la forma valor de-
duce la supresión del análisis de clase.

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El colapso del capitalismo tecnológico

así como a través de los contratos de publicidad, los negocios financieros


o las rentas obtenidas por el uso de sus plataformas virtuales.
Por desgracia, la concepción ontológica y transhistórica del valor
abre las puertas a unas ilusiones monetarias desaforadas, que dificultan
enormemente la búsqueda de una alternativa viable a la lógica suicida
en la que nos está embarcando el modo de producción capitalista. En
realidad, el problema no consiste en que el «valor» generado supues-
tamente por la comunidad no posea una expresión monetaria, como
sostiene Lainer; es decir, el problema no es que el valor se desmoneta-
rice, que no tenga reconocimiento monetario. En realidad ocurre todo
lo contrario. El dinero se desvincula de su sustancia; se generaliza el di-
nero sin valor, como consecuencia de la producción declinante de este
(Kurz, 2014). Si el problema es este último, ¿cómo va a ser posible so-
lucionarlo reconociendo el valor monetario de los millones de interac-
ciones sociales en la red? Algo va mal en las alternativas políticas
planteadas por Lanier y los postobreristas.

Ilusiones monetarias
Para hacer frente a esta situación crítica, Lanier propone una serie de
«escenarios ciberkeynesianos» con el objetivo de paliar los tremendos
desafíos sociales planteados por el proceso de digitalización. Entiende
que los individuos son los propietarios de cualquier dato que pudiese
derivarse de su situación y comportamiento personal. En el caso de que
algo de lo que dice o hace una persona contribuya al crecimiento de una
base de datos, necesaria para que un algoritmo de traducción automática
o de predicción del comportamiento de los mercados realice su función
económica, esa persona debería hacerse acreedora de un nanopago pro-
porcional tanto a su aportación como al valor monetario resultante que
acaparan los grandes servidores. Estos nanopagos se irían acumulando,
dando lugar a un nuevo contrato social en el que los individuos tendrían
los incentivos suficientes para contribuir a la economía de la informa-
ción de manera cada vez más intensa, favoreciendo la consolidación
progresiva de una nueva clase media. Paralelamente a este sistema de
nanopagos, podría establecerse un «impuesto general sobre el espio-
naje» que realizan las empresas y los bancos sobre nuestras vidas. Ya
que dicho «espionaje» alimenta el proceso de destrucción de puestos
trabajo, la recaudación impositiva debería ir destinada a la financiación

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Crítica del ciberkeynesianismo

de las prestaciones sociales orientadas a paliar los efectos devastadores


de la automatización y la digitalización, en especial en lo que atañe a la
generación de una masa de trabajadores superfluos para el sistema.
Curiosamente, este tipo de propuestas políticas y su justificación
analítica se parecen mucho a las elaboradas por la izquierda postobre-
rista italiana (y otras corrientes políticas) alrededor de la «renta bá-
sica» (Hardt y Negri, 2011; Fumagalli, 2010). De hecho, en los últimos
años la propuesta de la «renta básica» ha traspasado el límite de los
debates académicos para instalarse de forma visible en los ámbitos po-
líticos (incluso conservadores). En mi opinión, la posibilidad de poner
en práctica esta «renta básica» (o propuestas semejantes, como un sis-
tema de nanopagos) tiene que medirse desde un punto de vista eco-
nómico con dos cuestiones que a menudo soslayan sus defensores. Por
un lado, no se tiene en cuenta que realmente la masa global de valor
está declinando como consecuencia de la automatización acelerada de
los procesos productivos. Por otro lado, se parte de suponer errónea-
mente que la infinidad de interacciones sociales que se producen en la
red generan valor. ¿De dónde se obtendrán los recursos para financiar
la renta básica si la masa de valor decae y no aparecen realmente nuevas
fuentes de producción de valor? Según estos autores, podríamos finan-
ciarla a partir de una determinada ilusión monetaria. Como las empre-
sas pagan un precio por la información manipulada en los «servidores
sirena», se trataría de forzar políticamente un cambio en la distribu-
ción de la riqueza abstracta, haciendo que dichas empresas sean car-
gadas, por ejemplo, con mayores impuestos. Sin duda, esto se podría
hacer y tal vez durante cierto tiempo se lograría un cierto reparto más
equitativo de la masa de valor generada en el conjunto de la economía.
Pero el problema es que el precio que se pagase por dicha información
no reflejaría ninguna producción de valor, sino una transferencia de
valor de unos capitalistas a otros. Se podría imponer políticamente la
«renta básica», sin duda, pero drenando dichos recursos del circuito
menguante de la valorización del valor que resulta de generalizar los
procesos de automatización, lo cual implicaría su colapso financiero
sistémico más pronto que tarde.
Pero ignorando estas cuestiones, el postobrerismo (al igual que La-
nier) justifica analíticamente su propuesta de la «renta básica» recu-
rriendo a argumentos basados en la justicia distributiva: si la gente

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El colapso del capitalismo tecnológico

supuestamente produce valor mediante la información generada en los


millones de interacciones que se dan en las redes sociales, lo lógico es
que una parte de dicho valor regrese a quienes lo producen en forma de
diferentes tipos de renta. Por lo tanto, el debate político debe focalizarse
en el conflicto generado por la distribución de la riqueza abstracta, sin
cuestionar esta última, mediante la adopción de estrategias rentistas más
efectivas que las del contrincante, sobre todo los «servidores sirena»
(Pasquinelli, 2008). Según estos autores, la producción de valor se ge-
neraría cada vez más fuera de las relaciones de producción establecidas
entre capital y trabajo, y en consecuencia resultaría necesario compensar
a sus verdaderos productores con algún tipo de renta (teniendo en
cuenta, además, que un número creciente de esas personas permanecerá
desempleada durante períodos prolongados de su vida laboral).
La información y los conocimientos generados en la red represen-
tarían por sí mismos producciones de valor, como resultado de un pro-
ceso de cooperación que es independiente y autónomo de la división
clásica del trabajo, encajonada tradicionalmente dentro de los muros de
la fábrica industrial. Ontológicamente, esas producciones de valor serían
el resultado de la acción de cerebros ensamblados, y no de la socializa-
ción que se produce en el contexto limitado de las empresas y del mer-
cado. Para Lazzarato (2002), presuponen una acción colectiva que no
puede inscribirse en la lógica de la producción material a escala de las
plantas fabriles, y una forma de coordinación que no puede reducirse
al mercado. En realidad, los rentistas, los verdaderos parásitos, no serían
los desempleados de larga duración al recibir esa «renta básica» (argu-
mento que suele utilizar la derecha neoliberal y populista para oponerse
a este tipo de propuestas políticas), sino los propios capitalistas, en con-
creto los «servidores sirena» (que efectivamente son parásitos, pero
por razones bien distintas a las apuntadas por los postobreristas).
Para un postobrerista, en definitiva, el valor es algo bueno en sí
mismo, y además goza de buena salud, gracias a los millones de personas
que generan cultura, conocimiento o información mediante infinitas
interacciones sociales (no solo en la red, por cierto). Para esta corriente,
el valor tiene existencia en sí mismo: es una cosa, y no una relación so-
cial. Para Marx, en cambio, las cosas son muy distintas ( Jappe y Kurz,
2003). El valor es una relación social, posible solamente porque existen
unas condiciones sociales e históricas específicas, donde el capitalista

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Crítica del ciberkeynesianismo

compra la mercancía fuerza de trabajo para producir (con independen-


cia del espacio físico donde se desarrolla la producción, como ya tuvi-
mos ocasión de señalar en el ensayo anterior). Por ejemplo, Facebook
vende mercancías, pero estas apenas contienen valor. ¿Por qué? Porque
la sustancia del valor es el gasto de fuerza de trabajo abstractamente hu-
mano, y esto solo es posible transformando la fuerza de trabajo en una
mercancía. Es verdad que Facebook contrata a algunos trabajadores
(como estadísticos y matemáticos que manipulan los datos masivos de
que dispone la empresa) y en consecuencia produce una pequeña can-
tidad de valor. Pero en ningún caso los millones de usuarios de Face-
book producen valor. Si Facebook o Google se han colocado entre las
empresas más grandes de Estados Unidos no es porque produzcan
mucho valor, sino porque su potencia tecnológica como «servidores
sirena» les ha permitido vender sus mercancías a un precio elevado,
detrayendo valor producido en sectores tradicionales.
Para los postobreristas, la enorme capacidad de este tipo de empresas
para acumular valor responde a otras razones. Desde su punto de vista,
en la medida en que el valor que generan tendría que ser resultado de un
proceso de cooperación autónoma y externa al capital, las élites capitalis-
tas recurrirían cada vez más a estrategias de carácter rentista para trans-
formar en ganancias la producción de valor asociada a la generación de
conocimiento e información que se produce en las interacciones sociales
en la red; es decir, que habría un devenir renta del beneficio empresarial
(Vercellone, 2008; Marazzi, 2010). Utilizando distintos tipos de algorit-
mos cuya formulación guardan en secreto (es decir, la transforman en un
bien escaso), empresas como Google obtendrían sus recursos mediante
una estrategia rentista capaz de apropiarse de manera parasitaria del valor
generado externa y autónomamente en las interacciones sociales que se
producen cuando millones de usuarios acceden al buscador (Pasquinelli,
2009). Así, una «información en bruto» masiva (big data) se convierte,
mediante el uso de tecnologías muy potentes, en un recurso manipulado
y rentabilizado por una pequeña minoría. Pero, según estos autores, el
valor es generado previamente en las interacciones, es un dato ontológico,
y lo que hace el capital es apropiarse externamente del mismo a través de
dichas estrategias rentistas.
A partir de este análisis, a la izquierda postobrerista le resulta fácil
deducir la necesidad de que se establezca una renta básica garantizada

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El colapso del capitalismo tecnológico

como uno de los ejes básicos de un programa de reforma del capitalismo


(Hardt y Negri, 2011). Se trata de repartir la renta generada entre aque-
llos que propiamente han producido valor. Sería de justicia hacerlo así.
Como en el caso de Lanier, la solución política consistiría en distribuir
la riqueza abstracta, dando por hecho que el valor económico se ha creado
previamente y que las crecientes interacciones sociales en la red no harán
más que incrementarlo. De hecho, Hardt y Negri (2011) llegan a estable-
cer un paralelismo entre el crecimiento de la economía y el desarrollo de
la sociedad; más en concreto, plantean que la valorización creciente del
valor sería el resultado de una sociedad que se desarrolla como tal, y en
la que se intensifican la comunicación y la interacción social. En líneas
generales, habría entonces dos opciones para corregir la tendencia cre-
cientemente desigual y excluyente del capitalismo actual, devolviéndole
a la sociedad lo que le pertenece: o bien se fijan ingresos monetarios para
los millones de usuarios que interactúan en la red, cuya «información en
bruto» constituye la materia prima que utilizan los «servidores sirena»
para obtener voluminosos beneficios (distribución ex ante de la riqueza
abstracta); o bien se incrementan los impuestos cargados a dichos servi-
dores para que los ingresos recaudados se destinen a los millones de
usuarios, que probablemente irán perdiendo sus puestos de trabajo re-
munerado en una cantidad creciente (distribución ex post).
Todo parece muy razonable. Sin embargo, si no se estuviese gene-
rando ningún valor en estas interacciones sociales, sino que por el con-
trario se estuviese reduciendo la masa de valor como consecuencia de
la aceleración del progreso técnico, ¿cómo sería posible sostener la fi-
nanciación de la renta básica u otro tipo de prestaciones sociales cuando
la masa global de valor disminuye?, ¿cómo mantener un sistema de na-
nopagos a los usuarios de la red, es decir, prácticamente a la humanidad
entera? En el ensayo anterior ya analizamos los errores teóricos que sub-
yacen en este tipo de interpretación ricardiana del valor. Para los posto-
breristas, «crear valor» es un proceso eminentemente positivo, un dato
ontológico universal en el que la humanidad se realiza ( Jappe y Kurz,
2003). El capital sería negativo porque, a través de la renta, confisca y
expropia el valor generado de forma autónoma y externa en la coope-
ración social. Sin embargo, este elogio de la potencia del trabajo vivo en
cuanto a su capacidad de «valorarse a sí mismo» (Hardt y Negri, 2002:
273), en especial del trabajo inmaterial y cognitivo, olvida el carácter

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Crítica del ciberkeynesianismo

históricamente específico que el mismo tiene en el capitalismo. El hecho


de que la forma valor se vuelva anacrónica, que se haga incompatible
con las nuevas fuerzas productivas desplegadas por la revolución cien-
tífico-tecnológica, se confunde torpemente con una fuerza que permi-
tiría reproducir el capital como «capital sin capitalistas» ( Jappe y Kurz,
2003: 89). Esta interpretación ontológica de las clases sociales, que con
tanta fuerza ha impregnado las diversas corrientes del marxismo, ha sido
históricamente nefasta. Por ejemplo, ha llevado a caracterizar como
«socialismo real» lo que en realidad era «capitalismo burocrático» en
las dictaduras estalinistas de la Unión Soviética, China o Cuba. En ver-
dad, el valor es una fuerza impersonal, automática y abstracta, y como
no podía ser de otra manera, el capitalismo se construye históricamente
bajo esta especificidad. El hecho de que desapareciese la propiedad
privada, las empresas y los capitalistas individuales no significaría la
desaparición del capitalismo. Todo lo contrario, hasta podría significar
su reforzamiento. De hecho, la revolución científico-tecnológica trae
aparejadas, como pretendo mostrar, nuevas formas de centralización
del capital a través de los «servidores sirena», que son completamente
funcionales a esta lógica.
Si siguiésemos los planteamientos de Hardt y Negri (2011), llega-
ríamos a la conclusión de que hoy en día la acumulación de capital es
más vigorosa que nunca, y que se puede desvincular de la lógica del
valor y de las condiciones históricamente específicas de generación del
trabajo abstracto. Además, en sus planteamientos teóricos hay un error
analítico de partida que es necesario señalar: consideran que las inno-
vaciones tecnológicas no se deben a los mecanismos de competencia
entre capitalistas –para incidir en beneficio propio en el proceso de valo-
rización–, sino que se adoptan para hacer operativa una estrategia rentista
que permita desviar el valor generado en ámbitos sociales autónomos
hacia la cuenta de resultados de determinados capitalistas particulares.
Por ejemplo, piensan erróneamente que los «servidores sirena» detraen
el valor de la sociedad en general, y no, como en realidad ocurre, de otros
capitalistas individuales que lo producen al gastar fuerza de trabajo abs-
tracto en la fabricación de mercancías. De esta manera, se deduce que to-
mando decisiones políticas que consigan distribuir de forma más igualitaria
la renta captada injustamente por las élites capitalistas se conseguiría tra-
ducir la acumulación creciente de capital en un mayor bienestar para el

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El colapso del capitalismo tecnológico

conjunto de la población. En buena medida, el tipo de lógica voluntarista


que subyace a las propuestas de Lanier o de los propios postobreristas
también se encuentra en los nuevos proyectos políticos de la izquierda
actual (que se basan fundamentalmente en programas de corte keyne-
siano orientados a la transformación de las condiciones de distribución
de la riqueza abstracta). De hecho, las ilusiones sobre el poder del dinero
en estos proyectos alcanzan niveles preocupantes. Parece que desarro-
llando una política monetaria o fiscal expansiva, creando bancos públicos,
generando empleos públicos o reestructurando la deuda, la crisis econó-
mica se acabará solucionando más pronto que tarde. Desde este punto de
vista, el origen de la crisis actual sería más bien político y no económico:
el poder estaría en manos de unos señores «muy malos» que le imponen
austeridad al pueblo (que es «muy bueno»), cuando en realidad la crisis
se solucionaría con las políticas expansivas puestas en marcha por los po-
líticos «buenos» del pueblo. En consecuencia, el problema se soluciona-
ría cambiando a estos señores «muy malos» por otros «muy buenos»,
y así las cosas volverían a ir bien. En muchas ocasiones se defienden este
tipo de planteamientos, basados en la «autonomía de lo político», ha-
ciendo referencia a la manera en que se solucionó la crisis de los años
treinta. Aunque en un ensayo posterior volveremos sobre el tema para
desmitificar el significado histórico del keynesianismo, conviene ir ade-
lantando en todo caso que las condiciones del capitalismo en aquella
época, en especial el grado de desarrollo de la contradicción fundamen-
tal del capital, no habían alcanzado los elevados niveles que presentan
en la actual revolución científico-tecnológica.

Qué es el dinero
En el fondo, el problema de todos estos planteamientos es que se mue-
ven en el interior de las fronteras impuestas por el fetichismo del dinero,
que constituye una forma derivada del fetichismo de la mercancía. Si
en el ensayo anterior consideramos cómo la expresión del valor entre
dos mercancías oculta una relación social entre personas (fetichismo
de la mercancía), con la forma dinero (equivalente general) lo que su-
cede es muy distinto. En este caso, lo que se pretende ocultar es la re-
lación entre las mercancías que se vinculan en la expresión del valor:
independizarse de ella. Con el dinero, el capital logra algo muy impor-
tante: producir una abstracción real, cuya existencia es independiente

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Crítica del ciberkeynesianismo

de lo particular, de las mercancías particulares (Endnotes, 2010a). El


marxismo tradicional, influido por la concepción ricardiana, pasó por
alto esta cuestión y se mantuvo en una visión del dinero como instru-
mento técnicamente útil para facilitar el intercambio de los valores de
las mercancías, que se suponen preexistentes. No obstante, esta visión
está en la base precisamente de las ilusiones monetarias que analizá-
bamos en el apartado anterior, al no tener en cuenta la extraña objeti-
vidad real del valor. Así, el hecho de que el dinero no sea inherente
ontológicamente a ninguna mercancía en particular, que solo exista en
la relación de equivalencia entre una de ellas y la totalidad de todas las
demás, hizo de él la forma adecuada en la que el valor podía realizarse
de manera autónoma.
En El Capital, al volver sobre la forma de valor en sus distintas ver-
siones fenoménicas (forma simple, forma desplegada y forma gene-
ral), Marx plantea la cuestión del fetichismo del dinero de la siguiente
manera:
Cuando la forma relativa de valor de una mercancía, por ejemplo el lienzo,
expresa su carácter de ser valor como algo absolutamente distinto de su
cuerpo y de las propiedades de este, por ejemplo como su carácter de ser
igual a una chaqueta, esta expresión denota, por sí misma, que en ella se
oculta una relación social. Ocurre a la inversa con la forma de equivalente.
Consiste esta, precisamente, en que el cuerpo de una mercancía como la
chaqueta, tal cual es, expresa valor y posee entonces por naturaleza forma
de valor. Esto, sin duda, solo tiene vigencia dentro de la relación de valor
en la cual la mercancía lienzo se refiere a la mercancía chaqueta como equi-
valente. Pero como las propiedades de una cosa no surgen de su relación
con otras cosas, sino que simplemente se activan en esa relación, la cha-
queta parece poseer también por naturaleza su forma de equivalente, su
calidad de ser directamente intercambiable, así como posee su propiedad
de tener peso o de retener el calor. De ahí lo enigmático de la forma de
equivalente, que solo hiere la vista burguesamente obtusa del economista
cuando le sale al paso consumada ya en el dinero (1975: 71).
Como plantea Heinrich (2008a) comentando este pasaje de la prin-
cipal obra de Marx, en la forma relativa de valor se puede ver que el valor
es algo social, es decir, que el valor de una mercancía no se puede ex-
presar en su propio cuerpo, sino que necesita desdoblarse en otro ob-
jeto, en otra mercancía. Sin embargo, con la forma de equivalente sucede
otra cosa. En lugar de expresar algo social, la forma monetaria del valor

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El colapso del capitalismo tecnológico

parece expresar algo natural. Pero, como ya he señalado, el valor no es


algo natural sino social. Ninguna mercancía, por naturaleza, como pro-
piedad de la cosa misma, puede poseer la forma de valor. En realidad,
se trata de una propiedad que solo puede existir en una relación entre
mercancías. Al inicio del capítulo de El Capital dedicado al dinero, Marx
lo deja meridianamente claro:
Las mercancías no se vuelven conmensurables por obra del dinero. A la in-
versa. Por ser todas las mercancías, en cuanto valores, trabajo humano ob-
jetivado, y por tanto conmensurables entre sí y para sí, pueden medir
colectivamente sus valores en la misma mercancía específica y esta con-
vertirse en su medida colectiva de valor, esto es, en dinero. En cuanto me-
dida de valor, el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida
del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo (1975: 115).
Por lo tanto, el dinero no es una cosa que se introduzca desde el ex-
terior, incorporándose a lo que de antemano es esencialmente una eco-
nomía «real», no-monetaria (Gill, 2002). Para Marx no existe una
dicotomía entre lo real y lo monetario. El dinero no es un «velo» detrás
del cual haya que indagar para descubrir los fenómenos reales. En tanto
que expresa valor, la categoría dineraria nace con el desarrollo del inter-
cambio mismo, con el surgimiento de la economía mercantil.
En este sentido, el análisis marxista del dinero representa un eficaz
antídoto contra todas las concepciones políticas que, considerándolo
como un puro símbolo o una simple convención (más ficticia que real),
manipulable al antojo de las autoridades monetarias, hacen del mismo
el instrumento predilecto de su lógica voluntarista y nominalista. Como
vengo afirmando, la forma dinero es una metamorfosis de la forma valor
y, como tal, su trayectoria no se puede desvincular de la suerte que corra
esta última. Con el paso del tiempo, la tendencia a reemplazar el dinero
metálico por papel moneda, por meros signos, incita a muchos sectores
a recaer en las tentaciones fetichistas de una manera mucho más intensa.
No obstante, conviene aclarar una vez más que no es el dinero lo que re-
presenta en todas las mercancías su valor, sino que son las mercancías
las que representan sus valores en dinero (independientemente de la
forma fenoménica que este asuma). A través de una analogía, Marx ilus-
tra este malentendido cuando dice: un «hombre, por ejemplo, es rey
porque los hombres se comportan ante él como súbditos; estos creen, al
revés, que son súbditos porque él es rey» (1975: 71).

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Crítica del ciberkeynesianismo

Por lo tanto, el dinero surge del valor (y no al revés). Sin embargo,


este planteamiento resulta insuficiente. Podría dar lugar aún a una in-
terpretación demasiado simple de la génesis del dinero, consistente en
pensar que surge como consecuencia de las insuficiencias que eviden-
cian las economías de trueque para facilitar el intercambio de los pro-
ductos del trabajo (Gill, 2002). Si fuese así, solo habríamos conseguido
desplazar la pregunta (sin resolverla) a una nueva instancia, ya que ha-
bría que explicar las razones del propio trueque. En realidad, como ya
indiqué en el ensayo anterior, el problema de fondo es comprender ca-
balmente la naturaleza de la economía mercantil y las características que
asume la socialización del trabajo humano en la misma. Así, en dicha
economía los trabajos privados que realizan los distintos productores,
con independencia de los demás, no son inmediatamente trabajo social.
Para llegar a serlo, es necesario que los productos de su trabajo puedan
ser intercambiados, que logren ser vendidos en el mercado y se trans-
formen en dinero. En consecuencia, la venta de los productos en el mer-
cado supone la validación social de los diversos trabajos privados,
siendo el dinero la mediación necesaria en el tránsito del trabajo privado
al trabajo social. Es decir, el dinero expresa la impotencia del trabajo
privado para convertirse de forma inmediata en trabajo social. En este
sentido, no puede reducirse a su dimensión técnica, como mero artificio
que facilita el intercambio de mercancías. Ante todo, antes incluso de
justificar su existencia por las funciones que desempeña, el dinero ex-
presa una relación social de coordinación de los productores privados
en el seno de la economía mercantil, un tipo de producción social his-
tóricamente específica. De hecho, el dinero es la forma específica me-
diante la cual el trabajo adquiere su carácter social en dicha economía:
la mediación necesaria para que el trabajo pueda socializarse.
A diferencia de otros sistemas sociales, donde no es necesario un
desdoblamiento fetichista, pues el trabajo es inmediatamente social
(por ejemplo: en el feudalismo, la riqueza producida por el siervo le
sirve directamente como alimento, o es entregada al señor en base a sus
derechos), en la modernidad capitalista la forma aparece separada del
contenido. Por ejemplo, la producción del mismo alimento adquiere su
condición de riqueza desdoblándose en su forma de mercancía. Del
mismo modo que el contenido material, el valor de uso (en este ejem-
plo el alimento), adopta la forma de mercancía, también el tiempo de

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El colapso del capitalismo tecnológico

trabajo abstracto socialmente necesario para la producción de esa mer-


cancía adopta una forma: se desdobla en la forma de valor. Como de-
rivación lógica, sucede algo parecido con el dinero. Veamos cómo
explica Marx este proceso:
Nuestros poseedores de mercancías descubren, pues, que la misma división
del trabajo que los convierte en independientes hace que el proceso de pro-
ducción y sus relaciones dentro de ese proceso sean independientes de ellos
mismos, y que la independencia recíproca de las personas se complemente
con un sistema de dependencia multilateral propio de las cosas. La división
del trabajo convierte en mercancía el producto del trabajo, y con ello torna
necesaria la transformación del mismo en dinero (1975: 131-132).
Por consiguiente, la gestación de la forma monetaria es el resultado
de un proceso doble. Por un lado, responde al propio desdoblamiento
entre la forma y el contenido que se produce en una sociedad dominada
por el intercambio generalizado de mercancías, tal como acabo de expli-
car más arriba. Por otro lado, la forma dinero es una evolución de la pro-
pia forma valor, un paso más en el grado de fetichismo que soportan las
relaciones sociales en una sociedad de este tipo. La única manera en que
los diversos productores privados se pueden socializar en una economía
mercantil es a través de la formación de una «comunidad ficticia», el di-
nero, equivalente general de todas las mercancías. Como la riqueza no
se puede expresar en términos inmediatos, tan solo una mediación como
el dinero permite la expresión de la riqueza social. Es decisivo tener en
cuenta ambas dimensiones. Y la comprensión de la interacción entre las
dos resulta fundamental para no caer en la visión del dinero como mero
complemento técnico para facilitar el intercambio de mercancías. La
riqueza de un producto del trabajo en la sociedad capitalista nunca se
expresa en él, sino que implica la mediación de otra mercancía, el di-
nero, como equivalente general, para que pueda expresarse la riqueza
contenida en su cuerpo. Dicho de forma más simple: toda venta de una
mercancía corriente (para adquirir después otra distinta) implica ne-
cesariamente una contraprestación monetaria. De nuevo Marx aclara
a este respecto lo siguiente:
Dicho proceso suscita un desdoblamiento de la mercancía en mercancía y
dinero, una antítesis externa en la que aquella representa su antítesis inma-
nente de valor de uso y valor. En esa antítesis las mercancías se contrapo-
nen como valores de uso al dinero como valor de cambio. Por otra parte,

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Crítica del ciberkeynesianismo

ambos términos de la antítesis son mercancías y por tanto unidades de


valor de uso y valor. Pero esa unidad de elementos diferentes se representa
inversamente en cada uno de los polos y refleja a la vez, por ende, la relación
recíproca que media entre ambos. La mercancía es realmente valor de uso;
su carácter de ser valor se pone de manifiesto solo de manera ideal en el
precio, que la refiere al término opuesto, al oro, como a su figura real de
valor. El material áureo, a la inversa, solo cuenta como concreción material
del valor, como dinero. De ahí que sea realmente valor de cambio. Su valor
de uso se pone de manifiesto únicamente de manera ideal en la serie de las
expresiones relativas de valor, en la cual se refiere a las mercancías que se
le contraponen, como al ámbito de sus figuras de uso reales. Estas formas
antitéticas de las mercancías son las formas efectivas en que se mueve el
proceso de su intercambio. (…) [Dicho proceso] se lleva a cabo a través
de dos metamorfosis contrapuestas que a la vez se complementan entre sí:
la transformación de la mercancía en dinero y su reconversión de dinero
en mercancía. (…) Todo el proceso no hace sino mediar el intercambio
entre el producto de su trabajo y el producto del trabajo ajeno, el intercam-
bio de productos (1975: 128-129).
En este párrafo, Marx nos está diciendo que, en el desarrollo de una
economía mercantil, nos enfrentamos a dos tipos de dualidad que
interatúan entre sí. Una dualidad interna, entre valor de uso y valor,
presente en el interior de toda mercancía. Y otra externa, donde el di-
nero, como equivalente general, tiene por valor de uso expresar el valor
de cada mercancía. De esta manera, el dinero permite desarrollar ple-
namente el ciclo mercantil (M-D-M’); permite igualar los productos
del trabajo en el proceso de intercambio. Al tener como valor de uso la
capacidad de expresar el valor de cada mercancía, el dinero permite me-
diar el ciclo mercantil haciendo efectivo el proceso de intercambio a
partir de las «formas antitéticas de las mercancías».
Por lo tanto, Marx desarrolló una teoría explícita y coherente del di-
nero, que no se disolvería en el concepto universal de mercancía ni tam-
poco se reduciría a mero signo funcional (Kurz, 2014). En primer lugar,
basó su teoría del dinero en una concepción del trabajo abstracto como
sustancia del valor y, por lo tanto, lo concibió como universalidad social
abstracta de esa sustancia del valor. Así, quedaría excluido cualquier ca-
rácter meramente simbólico del dinero. En segundo lugar, considera que
el dinero no puede comprenderse como mercancía entre otras mercan-
cías, ni como mercancía-reina, ya que de esa manera no conseguiremos

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El colapso del capitalismo tecnológico

distinguir suficientemente su carácter especial. En el capitalismo, el di-


nero no es una herramienta pasiva, no es un mero artificio técnico, no es
un «velo», sino que tiene una importancia central. Se convierte en la
forma de expresión del fin-en-sí de este sistema económico: la acumula-
ción incesante de capital, la valorización del valor. En consecuencia, para
Marx el dinero no es una mercancía entre otras, que tendría como mera
función adicional la de constituir un medio de expresión entre valores,
y tampoco un simple signo. Para él, entre todas las mercancías el dinero
fundamenta el desdoblamiento real de las mismas, en cuanto corporei-
dad del valor, en mercancía y dinero. Así, mercancía y dinero dejarían de
ser tratados como dos objetos distintos en su esencia y exteriores el uno
al otro. En realidad, nos encontraríamos ante el desdoblamiento interno
de la propia forma sustancial del valor en dos formas de manifestación
referidas la una a la otra: la forma-mercancía y la forma-dinero.
Al igual que la mercancía corriente, el dinero tiene un valor de uso y
un valor de cambio, pero aquí terminan las semejanzas. En realidad, el
valor de uso del dinero no es un valor individual que desaparezca con
el consumo, no se trata de un valor de uso en el sentido de una utilidad
material y sensible, como ocurre con las demás mercancías. Su corpo-
reidad de valor se convierte, ella misma, en un valor de uso fetichista:
«su cuerpo de mercancía específico es el único a ser considerado direc-
tamente valor» (Kurz, 2014: 194). Al tener como valor de uso la capa-
cidad de expresar el valor de cualquier mercancía, el dinero es la única
mercancía que no puede aparecer inmediatamente como valor de cam-
bio, bajo la forma de valor relativo, sino que está condenado a una exis-
tencia separada en forma de equivalente general. Esto propicia una
diferencia fundamental (Kurz, 2014): en el caso de una mercancía cual-
quiera, la parte del valor obtenida respecto de la masa global no tiene
nada que ver con el trabajo empleado en ella a título individual. Va a de-
pender fundamentalmente del precio que alcance en condiciones de
competencia en el mercado. La parte de la masa global de valor obtenida
no tiene nada que ver con el valor individual que supuestamente se hu-
biese fundido con el cuerpo de la mercancía en función de la cantidad
de trabajo abstracto utilizado. Estos valores individuales se van sumando
hasta constituir la masa global de valor, pero la parte de dicha masa que
se lleva el capitalista por la venta de sus mercancías dependerá del precio
(Kurz, 2008). En realidad, las mercancías no tienen un valor individual,

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2. Crítica del ciberkeynesianismo_Maquetación 1 22/11/2016 7:41 Página 71

Crítica del ciberkeynesianismo

sino un precio individual. Los precios tienen que expresar un valor real,
en concreto, la parte respectiva de la masa global de valor que le corres-
ponde a cada mercancía particular. En un ejemplo anterior, decíamos
que Google puede vender la información tratada procedente de los mi-
llones de búsquedas que se realizan en su página. Probablemente, el tra-
tamiento de esa información requiere el uso de una pequeña cantidad
de trabajo abstracto, pero el precio que Google obtiene por vender la
información manipulada le permite obtener una parte mucho mayor de
la masa global de valor que la que le corresponde por la pequeña canti-
dad de fuerza laboral gastada en la producción de su mercancía parti-
cular. En realidad, este gran incremento de valor respecto del pequeño
valor que Google suma a la masa total debemos ubicarlo en las activi-
dades productivas de otros capitalistas individuales, que efectivamente
recurren a un mayor gasto de fuerza de trabajo abstracto para fabricar
sus mercancías.
En el caso del dinero ocurre a la inversa. Como equivalente universal,
le corresponde directamente un valor individual. Al contrario que todas
las demás mercancías, tiene que poseer un valor individual en términos
inmediatos. Sabemos que la masa global de valor producida tiene que
coincidir con la masa global de las mercancías, aunque se distribuya de
forma desigual en función de las fuerzas de la competencia en el mo-
mento de la venta. Pero, para que esto pueda ocurrir, la masa global de
valor tiene que desdoblarse en la masa global de valor del dinero. Como
objeto fetiche propiamente dicho, que representa de inmediato esa masa
de valor en su totalidad, toda unidad monetaria tiene que ser sustancia de
valor en términos inmediatos. Precisamente, la equivalencia general con-
sistirá en que debe cumplirse la correspondencia aproximada entre la
masa global de valor (representada por la masa total de mercancías) y
la cantidad de dinero. A continuación vamos a analizar las tensiones que
se derivan de este comportamiento bipolar.

Dinero sin valor


De lo planteado hasta ahora se intuye que el dinero no puede ser abor-
dado desde el punto de vista de la voluntad política, ni desde la iniciativa
de determinados sectores de la sociedad (incluyendo aquí iniciativas
como las «monedas sociales» o las «monedas-trabajo», donde una
determinada autoridad monetaria entregaría a cada productor un cer-

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El colapso del capitalismo tecnológico

tificado correspondiente al tiempo socialmente necesario de trabajo


que ha empleado en la producción de mercancías), ni desde el Estado,
con la esperanza de que mediante la política monetaria se puedan es-
quivar las perturbaciones más violentas de las crisis del capitalismo y
comenzar, antes y de forma más sólida, el proceso de recuperación eco-
nómica. A este respecto, en 1682 William Petty ya advertía irónicamente
de que «si pudiera duplicarse por decreto la riqueza de una nación re-
sultaría inexplicable que nuestros gobiernos no hubiesen dictado hace
tiempo decretos de esta naturaleza»7. En realidad, el dinero solo puede
ser una objetualidad resultante de procesos ciegos, inconscientes e im-
personales, relacionados con la naturaleza de la valorización capitalista.
Si esto es así, convendría que nos preguntásemos si cuando la masa glo-
bal de valor decae basta con emitir más dinero para solucionar el pro-
blema. Por ejemplo: si el proceso de digitalización nos conduce a un
progresivo achicamiento de la sociedad del valor, con la expulsión pro-
gresiva de amplios sectores de la población de la posibilidad de obtener
un empleo remunerado, ¿basta con establecer una monetarización de
las interacciones sociales que se producen en la red (o una «renta bá-
sica») para revertir el proceso de deterioro socioeconómico? Si el nú-
mero de trabajadores superfluos se incrementa cada vez más, si la
producción de valor disminuye, sería legítimo preguntarse si basta con
incrementar la masa monetaria para financiar la «renta básica» (o el
sistema de nanopagos) para todos los afectados.
Bajo la influencia del pensamiento moderno, nos hemos acostum-
brado a considerar el dinero de forma completamente desvinculada del
valor, cayendo una y otra vez en el fetichismo monetario. De hecho, la
economía política inmediatamente anterior a Marx incurría de forma
frecuente en este tipo de errores teóricos. Por ejemplo, para Ricardo
(1973) el dinero representa un mero «velo» que oculta la mediación
natural y material del valor en la producción, un simple medio informa-
tivo sobre las verdaderas relaciones de valor entre mercancías, un signo
desprovisto de sustancia, un símbolo de valores reales y no un valor real.
En ningún caso consideraba necesario que el capitalismo tuviese que
recurrir al desdoblamiento interno de la sustancia del valor en las formas
de mercancía y dinero. Para él, se trata simplemente de un velo que
oculta la sustancia, y nunca será una forma posible, desdoblada, de dicha
7
Citado por Marx (1975: 124).

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Crítica del ciberkeynesianismo

sustancia. En cambio, como ya he señalado, para Marx la naturaleza del


dinero no se puede comprender cabalmente sin atender a las metamor-
fosis de la sustancia del valor en sus diferentes formas.
En el pensamiento económico moderno la concepción del dinero
ha sufrido pocos cambios con el paso del tiempo (Kurz, 2014). Desde
el surgimiento de la economía política se lo concibe como un hecho na-
tural, evidente, sin necesidad de mayor fundamentación teórica. De
hecho, la inmensa mayoría de los manuales de economía comienzan la
explicación del dinero mediante el estudio de sus diferentes funciones
técnicas (unidad de cuenta, medio de cambio, reserva de valor…), ig-
norando el análisis de su sustancia social, que constituye el aspecto más
importante. Para la ciencia económica moderna, el dinero no es una ca-
tegoría real determinada por la especificidad histórica de la economía
mercantil, es decir, como mediación necesaria para que la socialización
de los trabajos privados tenga lugar en este tipo de sociedad. Todo lo
contrario. Para este tipo de corrientes teóricas, el dinero es una categoría
transhistórica y universal, únicamente analizable desde el punto de vista
de sus propiedades técnicas. No obstante, como consecuencia de la agu-
dización de la contradicción fundamental del capital (y sin cuestionar
este denominador común), se han ido imponiendo interpretaciones
teóricas unilaterales, aún más fetichistas, que lo consideran como una
mera marca para establecer el precio, como un mero signo, desplazando
definitivamente a las teorías que prevalecían en los albores del capita-
lismo, cuando el dinero era concebido (también erróneamente) como
la forma del valor de una mercancía (entre otras), sin determinación ca-
tegorial propia. De hecho, tras Bretton Woods (1944), con el estableci-
miento del patrón dólar-oro, se impuso de forma generalizada y sin
mayor reflexión teórica la concepción nominalista.
Este sesgo hacia versiones nominalistas y voluntaristas, más fetichis-
tas, de la teoría monetaria convencional se explica por la agudización
de la contradicción fundamental del capital, en especial desde finales
del siglo XIX (Kurz, 2014). Durante este período pasa a la historia la ga-
rantía institucional del carácter sustancial del dinero, reflejada en el man-
tenimiento de un patrón metálico. Al declinar la producción de valor
real se hizo necesario comenzar a «gastar» el futuro, a producir valor
ficticio; se impuso una huida hacia delante: generar dinero crediticio
bajo la promesa de una generación de plusvalía en el futuro. De esta ma-

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El colapso del capitalismo tecnológico

nera, se intentaban paliar los efectos de la menor producción real de


valor en el presente y obtener financiación adicional para costear las ma-
yores inversiones que implicaba la segunda revolución industrial. Con
una expansión continua del crédito, la convertibilidad de las diferentes
divisas en oro comenzó a revelarse como un obstáculo, ya que limitaba
estructuralmente la capacidad de expansión del dinero crediticio. Evi-
dentemente, era necesario buscar una alternativa, y se encontró. Pose-
yendo el Estado una capacidad en apariencia ilimitada de atraer crédito
como resultado de su acceso soberano a los recursos nacionales, se con-
virtió en el garante político de la emisión de papel-moneda por parte de
los Bancos Centrales. A partir de entonces, el proceso de endeudamiento
público y la reproducción del capital ya no podían considerarse como
procesos externos el uno al otro, sino que pasaron a estar estrechamente
entrelazados (Kurz, 2014). Cuando una determinada perturbación
(como una guerra o una crisis financiera) minaba las posibilidades de
seguir financiando la expansión del crédito, los Bancos Centrales recu-
rrían a la emisión de dinero «degradado», creado a partir de la nada, lo
cual terminaba provocando procesos dramáticos de desvalorización del
dinero (como lo fue la hiperinflación alemana tras la Primera Guerra
Mundial). Frente a las primitivas degradaciones del dinero, en los albo-
res de la modernidad las nuevas desvalorizaciones eran mucho más pe-
ligrosas, pues su onda expansiva afectaba de lleno al conjunto de la
reproducción global del capital.
Tras la Segunda Guerra Mundial se intentó reconstruir un patrón me-
tálico, pero estos intentos fracasaron debido a que la intensificación cien-
tífico-tecnológica de los procesos de producción provocó tal incremento
en los gastos de inversión en nuevas plantas industriales que el recurso
al crédito se hizo todavía más imperioso (Kurz, 2014). En consecuencia,
la presión para imprimir papel-moneda o incrementar la deuda pública
fue constante, provocando una permanente desestabilización del sistema
monetario internacional debido al potencial inflacionario de la financia-
ción crediticia del desarrollo capitalista. En la década de los setenta, como
es sabido, se abandonó el sistema de Bretton Woods. A partir de enton-
ces, el dinero parece haberse desprendido definitivamente de su sustancia
y funcionar más allá de cualquier cobertura metálica. Aunque volvere-
mos más despacio sobre esta cuestión en el quinto ensayo, la desregula-
ción neoliberal de los mercados financieros (tras la estanflación de los

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Crítica del ciberkeynesianismo

setenta) trajo como consecuencia un proceso de endeudamiento global,


adquiriendo el abismo entre la producción real y ficticia de valor unas
proporciones gigantescas (Brenner, 2009).
Durante algún tiempo, desde ciertas corrientes teóricas se mantuvo
la ilusión de que una economía basada en el endeudamiento creciente
podría tener una traducción medianamente sostenible en el plano real,
ya que ciertos booms de consumo consecuencia de dicha expansión
crediticia arrojaron como resultado una cierta recuperación del empleo.
En realidad, ha ocurrido algo muy distinto. Pero lo que se ha generado
es un inmenso «agujero negro» de no-valor entre la producción real y
ficticia de valor, soslayado temporalmente porque el ciclo de reproduc-
ción del capital no se detiene. Por paradójico que parezca, en estas cir-
cunstancias el neoliberalismo se ha transformado en un keynesianismo
de los mercados financieros de dimensiones globales (Kurz, 2014). Es
como si se hubiese abierto una oficina transnacional de falsificadores y
estos hubiesen distribuido una masa gigantesca de billetes falsos entre
buena parte de la población mundial. A partir de la crisis de 2008, lo
que sufrimos es una «avalancha desvalorizadora», que pone de mani-
fiesto que hemos alcanzado el límite interno absoluto del capital. Esta
«avalancha» se ha paralizado momentáneamente como consecuencia
de un regreso a la economía basada en el endeudamiento estatal8. Con
toda probabilidad, lo que experimentaremos en el futuro próximo será
una desvalorización dramática del dinero, ya sea mediante procesos de-
flacionarios o inflacionarios (Kurz, 2016).
Por mucho que Keynes (1992) haya podido pensar que nos pode-
mos emancipar de la sustancia del valor, haciendo una gestión «cientí-
fica» y autónoma del dinero, la realidad pone en evidencia que dicha
sustancia nunca ha dejado de estar al acecho. Lejos de lo que podría
pensarse de los patrones metálicos del siglo XIX, la corporeidad del equi-
valente general no es un resquicio –un inconveniente irremediable– de
una economía mercantil inmadura que el capitalismo contemporáneo
habría sustituido por un sistema de signos refinado y más civilizado, al
compás de su proceso de desarrollo. El carácter sustancial de esta cor-
poreidad se basa en una necesidad real: el fetichismo monetario no

8
Basada otra vez en dinero «degradado», como es el caso de los créditos baratos que
el Banco Central Europeo otorga a los bancos privados utilizando como aval pagarés
de dudoso cobro.

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El colapso del capitalismo tecnológico

puede funcionar como una forma autonomizada si no es desdoblándose


en una mercancía real cuyo valor de uso consista en expresar el valor de
las demás mercancías. Se trata de un fenómeno que concuerda de lleno
con la especificidad histórica del sistema capitalista, donde toda forma
autonomizada necesariamente se vincula con un contenido material
real. Por este motivo, desvincular el dinero de su sustancia no representa
una solución monetaria a la crisis económica actual, a pesar de los in-
tentos que se han puesto en práctica en las últimas décadas. La intensi-
ficación de los fenómenos de crisis es el resultado de la disminución de
la masa global de valor, resultado a su vez de la lucha encarnizada entre
capitalistas. En este sentido, las crisis económicas deben explicarse
desde el propio movimiento autonomizado del valor, como contradic-
ción interna objetiva del proceso de valorización capitalista. Por muchas
medidas políticas que se quieran poner en marcha, es imposible superar
la sucesión de estas crisis, que cada vez serán más frecuentes e intensas,
sin abolir el sistema fetichista subyacente a esta lógica.
Sin embargo, ya sea incidiendo en el ámbito de lo objetivo o de lo
subjetivo, es difícil encontrar corrientes teóricas capaces de superar este
horizonte fetichista (Kurz, 2014). La escuela austríaca, posiblemente
la corriente más coherente desde la perspectiva de los fundamentos de
la economía burguesa, quiere devolvernos al patrón oro. Pero, si esto se
llevase a la práctica, la recesión de la economía sería devastadora. Como
analizaremos más adelante, el keynesianismo no fue adoptado por las
élites políticas de las principales naciones porque estas se dejasen co-
rromper en sus ideales políticos y económicos, sino porque era la única
solución posible para mantener la reproducción ampliada del capital
en un contexto donde la acumulación de valor real resultaba tenden-
cialmente insuficiente. La economía neoclásica responsabiliza de las
crisis económicas a las decisiones subjetivas, sobre todo políticas, pero
en realidad son el resultado de la dinámica ciega e impersonal del pro-
ceso de valorización capitalista. Su interpretación es comprensible, ya
que la teoría marginalista pura se caracteriza por el abandono del con-
cepto de valor como relación social (reduciéndolo a una relación feno-
ménica entre un sujeto individual y un objeto particular), compaginado
con la ausencia de una teoría específica del dinero. Frente a este reclamo
de la subjetividad, el marxismo tradicional apostó por la objetividad,
reproduciéndola de forma positivista. Analizó las crisis como resultado

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Crítica del ciberkeynesianismo

de leyes objetivas, que había que dominar precisamente mediante la


acción estatal (y no a través de la abolición de las categorías reales que
las fundamentan). Por su parte, el marxismo posmoderno (como el
postobrerismo) redujo de nuevo las crisis a acciones voluntarias sub-
jetivas, políticas, de los actores sociales, aproximando la crítica de la
economía política a la economía neoclásica. Pero por mucho que el di-
nero se desvincule del valor, aun apoyándose en teorías cada vez más
presas en el fetichismo monetario, no se incrementan las posibilidades
de que el voluntarismo político se salga con la suya. En realidad, se le
echa más leña al fuego promoviendo nuevas desvalorizaciones del di-
nero mediante la expansión del crédito, «degradando» todavía más el
dinero e incrementando hasta niveles críticos las dimensiones del «agu-
jero negro» del no-valor.
En el fondo, estas limitaciones teóricas ponen de manifiesto una in-
capacidad estructural del capital para pensar su propio límite interno.
Sus principales corrientes teóricas omiten esta cuestión, intentan con-
vencernos de que mediante las políticas económicas es posible superar
cualquier límite. Puede que el keynesianismo haya sido la corriente que
más ha insistido en este planteamiento, pero no deja de ser una postura
general. Incluso la corriente que mejor intuye los problemas estructu-
rales que asolan a la sociedad capitalista, el postobrerismo, construye
una narrativa basada en el «mito del eterno retorno», como si el capital,
de alguna manera, pudiese auto-transformarse en otra cosa.

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3. Fetichismo y automatismo_Maquetación 1 23/11/2016 18:53 Página 79

Capítulo 3

Fetichismo y automatismo

Valor y fetichismo
Rubin (1974), al analizar la teoría del valor de Marx, plantea una cuestión
de enorme importancia para la articulación global de este conjunto de en-
sayos: que la mercancía no es un objeto económico individualizado (tal
como lo entienden, desde el lado de la oferta y de la demanda respectiva-
mente, la economía clásica y neoclásica), sino una forma social apriorística
que estructura las relaciones entre las personas. Es decir, que la mercancía
es el resultado de la cosificación de las relaciones entre las personas, pero
a la vez implica una personalización de las relaciones entre cosas. Esta fa-
cultad de las cosas no puede ser comprendida como si les perteneciese a
estas en sí mismas, según plantea erróneamente Bruno Latour (2008),
sino que la forma de mercancía se ha de entender como una relación social
total y apriorística, que imprime una lógica abstracta, impersonal y auto-
mática sobre el conjunto de las relaciones sociales. Anteriormente también
mencionamos que Marx no había descubierto por casualidad esta cues-
tión, sino que había llegado a ella como consecuenciea de hacerse unas
preguntas que la economía política clásica había sido incapaz de plantearse,
debido a la concepción ontológica y transhistórica que manejaba de las ca-
tegorías económicas. De hecho, economistas como Smith o Ricardo con-
sideraban que la existencia de productos del trabajo bajo la forma de
mercancía pone en evidencia un funcionamiento natural de la sociedad
(hasta entonces reprimido por trabas de carácter extraeconómico), lo
cual hacía inviable que pudieran llegar a preguntarse mediante qué tipo
de mecanismos históricamente específicos los productos del trabajo de-
vienen mercancías y, en particular, cómo y por qué en la sociedad capi-
talista la fuerza de trabajo se transforma en una mercancía sujeta a
condiciones de explotación.

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3. Fetichismo y automatismo_Maquetación 1 23/11/2016 18:53 Página 80

El colapso del capitalismo tecnológico

En realidad, Marx se hizo la pregunta clave: por qué vivimos en una


sociedad dominada por la mercancía, por qué existe el valor como
forma social apriorística que regula nuestras vidas. Su teoría del valor
no es tan solo una teoría del valor-trabajo, sino ante todo una teoría de
la forma de valor de los productos del trabajo, que no deriva directa-
mente de la anterior (Rubin, 1974) y que, como plantea Jean-Marie
Vincent (1987), es además una teoría de la forma de las relaciones so-
ciales de explotación y de los actores que intervienen en ellas. Si con-
sideramos que la forma mercantil de un producto del trabajo no es una
propiedad natural del mismo, podemos comprender cómo la produc-
ción y la circulación de mercancías genera formas específicas de socia-
lización entre los individuos y de estructuración de las relaciones
sociales. Para ello, Marx desarrolló un trabajo analítico que necesaria-
mente tenía que constituirse en una teoría crítica (categorial) de las re-
laciones sociales, ya que en el capitalismo lo particular de la materialidad
de lo social es que está compuesta de formas de representación (Artous,
2006). En El Capital, las categorías de la economía política (la mercan-
cía, el valor, el trabajo abstracto, el dinero o el capital) se analizan como
formas de representación intelectual que se desdoblan en una verdad
objetiva, en tanto que reflejan relaciones sociales reales históricamente
específicas. En este sentido, en la obra madura de Marx la teoría del fe-
tichismo está orgánicamente relacionada con su teoría de la forma valor
(y las sucesivas metamorfosis de la misma, incluida la forma Estado).
Para Antoine Artous (2006), cuyo libro Le fetichisme chez Marx inspira
lo que resta de este apartado, la complementariedad entre las dos teo-
rías en la obra de Marx se justifica plenamente. Por un lado, la teoría
de la forma valor analiza cómo se estructuran las relaciones de produc-
ción a partir de la generalización del intercambio de mercancías, trans-
formando la fuerza de trabajo en mercancía. Por otro lado, la teoría del
fetichismo se interesa por el tipo específico de opacidad, de naturaleza
muy diferente a la que se da en otros modos de producción precapita-
listas, que oculta las nuevas formas de dominación social, de carácter
abstracto, que acompañan a las transformaciones analizadas por la teoría
de la forma valor. En realidad, la teoría del fetichismo analizaría la trans-
formación de las relaciones sociales en abstracciones, las cuales con-
quistan la conciencia de los individuos dominándolos socialmente en
el plano de lo real. Se trata de formas que pueden comprenderse como

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3. Fetichismo y automatismo_Maquetación 1 23/11/2016 18:53 Página 81

Fetichismo y automatismo

datos sociales objetivos, pero al mismo tiempo son formas de adquisi-


ción de la conciencia de esos datos sociales (Haug, 2016). Por lo tanto,
estas formas determinan al mismo tiempo el objeto, el ser social y la
conciencia del mismo.
Cuando en el capítulo primero de El Capital Marx (1975) analiza la
mercancía como una cosa sensorialmente suprasensible, nos está diciendo
que el valor no es una propiedad natural de las cosas. Básicamente, nos
dice que las formas de representación intelectual tienen una objetividad
social, o al revés: que las relaciones sociales no se tienen en pie sin las
representaciones que las acompañan, que lo sensible y lo suprasensible
se sostienen mutuamente. Es decir, el fetichismo no consiste en una
simple ilusión de la conciencia, no remite tan solo a la apariencia de las
relaciones sociales, sino que se refiere al modo de existencia de las rela-
ciones de producción capitalistas mismas, a su forma social objetiva. Lo
que resulta «falso» o «invertido» no es la conciencia, sino la sociedad
misma (Haug, 2016). Por consiguiente, el fetichismo es algo objetivo,
se refiere a una abstracción real que afecta a las personas de carne y
hueso. Si dejamos de creer en el valor abstracto, si nos deshacemos de
la ilusión, el valor va a seguir ahí, vamos a seguir siendo explotados por
el capital. Realmente no cambia nada. Por ejemplo, si dejamos de tra-
bajar porque llegamos a la conclusión de que el valor es una categoría
fetichista, nos moriremos igualmente de hambre, porque el dinero, la
mercancía o el valor son categorías reales.
En buena medida, lo enigmático de la forma mercancía consiste en
que refleja los caracteres sociales del trabajo como caracteres objetivos
de los productos del trabajo. Así, el valor y la magnitud del valor parecen
corresponderle objetivamente al producto del trabajo de modo similar
a sus propiedades físicas, haciendo pasar el valor y su magnitud por pro-
piedades naturales, es decir, independientes del ser humano y de la so-
ciedad en la que vive. Por ello, muchas teorías económicas caen en el
fetichismo cuando consideran que el valor es una propiedad natural,
ontológica, de los productos del trabajo. En realidad, en la relación de
valor no hay ninguna relación física entre cosas, sino una relación fan-
tasmagórica, ya que lo suprasensible en las mercancías es precisamente que
las relaciones sociales se convierten en propiedades objetivas, si bien no se
pueden aprehender sensorialmente en aquellas. Lo suprasensible se oculta
detrás de lo sensible. Y la dificultad estriba en que lo sobrenatural no se puede

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3. Fetichismo y automatismo_Maquetación 1 23/11/2016 18:53 Página 82

El colapso del capitalismo tecnológico

captar sin más, mediante la simple observación de las mercancías. De ahí la


necesidad de la crítica categorial.
Por lo tanto, la crítica categorial consiste en analizar la mercancía no
como un objeto individual, sino como una relación social total. Si la
analizamos como un objeto, seremos incapaces de descubrir lo supra-
sensible detrás de lo sensible. De hecho, Marx no aborda la crítica cate-
gorial de la economía política clásica como si esta consistiese en un
discurso orientado a justificar los intereses de la burguesía en el proceso
de acumulación de capital (como podría desprenderse, en cierto sen-
tido, de su planteamiento en La ideología alemana). Su obra fundamental
no es una crítica a la economía política argumentando que esta es una
especie de «tapadera» o de «coartada» ideológica para defender los
intereses particulares de la burguesía. De hecho, Marx no considera que
la economía política clásica sea un discurso ideológico, sino que le
otorga el rango de una teoría científica que produce conocimiento (dis-
tinguiéndola claramente de la economía vulgar), como se puede obser-
var a continuación:
Para dejarlo en claro de una vez por todas, digamos que entiendo por eco-
nomía política clásica toda la economía que, desde William Petty, ha in-
vestigado la conexión interna de las relaciones de producción burguesas,
por oposición a la economía vulgar, que no hace más que deambular esté-
rilmente en torno de la conexión aparente, preocupándose solo de ofrecer
una explicación obvia de los fenómenos que podríamos llamar más bastos,
y rumiando una y otra vez, para el uso doméstico de la burguesía, el mate-
rial suministrado hace ya tiempo por la economía científica (1975: 99).
Su crítica va encaminada en otra dirección: a poner de manifiesto
que las aporías en que incurre la economía política le impiden liberarse
de las formas de opacidad propias de las relaciones de producción ca-
pitalistas, cayendo prisionera de las mismas. A este respecto plantea:
Una de las fallas fundamentales de la economía política clásica es que
nunca logró desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía, y más es-
pecíficamente del valor de la misma, la forma valor, la forma misma que
hace de ella un valor de cambio. Precisamente en el caso de sus mejores
exponentes, como Adam Smith y Ricardo, tratan la forma del valor como
cosa completamente indiferente, o incluso exterior a la naturaleza de la
mercancía. Ello no solo se debe a que el análisis centrado en la magnitud
del valor absorba por entero su atención. Obedece a una razón más pro-

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Fetichismo y automatismo

funda. La forma de valor asumida por el producto del trabajo es la forma


más abstracta, pero también la forma más general, del modo de producción
burgués, que de tal manera queda caracterizado como tipo particular de
producción social y con esto, a la vez, como algo histórico. Si nos confun-
dimos y la tomamos por la forma natural eterna de la producción social,
pasaremos por alto, necesariamente, lo que hay de específico de la forma
valor, y por tanto en la forma de mercancía, desarrollada luego en la
forma de dinero, la de capital, etc. (1975: 98-99).
Si se concibe el modo de producción burgués como forma natural de
producción social, entonces se investiga su contenido (la determinación
del valor por el trabajo); pero lo históricamente específico de sus deter-
minaciones formales (por qué el trabajo se expresa como valor, por qué
el valor de la mercancía necesita expresarse en una forma), analizadas en
el primer ensayo, ya no puede ser percibido en modo alguno (Heinrich,
2008a). De ahí que mediante la comprensión de la importancia de la te-
oría del fetichismo sea posible explicar por qué la economía política de-
riva en una concepción transhistórica y ontológica de las categorías
específicas del modo de producción capitalista. Es el mismo modo de
producción el que convierte las relaciones sociales en propiedades de las
cosas, surgiendo desde ahí la apariencia de que poseen validez para cual-
quier forma histórica de producción social. Solo sobre la base del análisis
de la forma valor se puede criticar la economía política y descifrar el fe-
tichismo de la mercancía; solo sobre esta base se pueden comprender
las categorías de la economía burguesa como expresión de las formas de
pensamiento objetivas atrapadas en esta lógica fetichista.
Para llevar adelante esta tarea, el punto de partida de Marx no es la
manera en que el obrero se exterioriza en su trabajo (como hacía en los
Manuscritos de 1844), sino las características sociales específicas que
permiten a los productos del trabajo asumir la forma de mercancía. Es
decir, el punto de partida no es el acto de producción en sí mismo, sino
la forma de organizar el trabajo social en el marco de una sociedad do-
minada por el intercambio generalizado de mercancías. El fetichismo
no consiste entonces en una cosificación en general de las relaciones
entre las personas (como sucedía con la teoría de la alienación en los
Manuscritos), sino en considerar el valor como una forma de relacio-
narse las cosas entre ellas, regulando de esta manera las relaciones entre
las personas (Rubin, 1974). No es más que una representación en las

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El colapso del capitalismo tecnológico

cosas de una relación social, la expresión reificada e invertida de la rela-


ción de las personas en su actividad productiva recíproca. Los sujetos
son objetivados y los objetos subjetivados; se invierte la relación entre
sujeto y objeto (Haug, 2016). Pero es necesario tener claro que esa
«conciencia invertida» muestra las cosas como lo que son en realidad.
En verdad, esta inversión de la relación entre sujeto y objeto solamente
es «falsa» a la luz de la crítica categorial.
Para Marx, el valor no es una sustancia en sí, la propiedad de una
cosa considerada de manera aislada, sino el efecto de una relación entre
cosas sociales. La mercancía no sería un simple producto del trabajo,
sino la forma social apriorística del producto del trabajo en las relaciones
de producción capitalistas. No remite al trabajo humano como categoría
transhistórica, sino a la actividad productiva tal como se establece en
esas relaciones. La fuente del valor no es el trabajo, es el trabajo abstrac-
tamente humano, que, como ya analizamos en el primer ensayo, es una
categoría específica del capitalismo. El valor no es medido por el tiempo
de trabajo, como si el trabajo fuese un referente natural. El procedi-
miento de medida es construido socialmente, mediatizado por relacio-
nes sociales (por eso Marx toma en consideración el tiempo de trabajo
socialmente necesario). A partir de estas consideraciones teóricas, Marx
puede superar críticamente la economía política clásica, después de un
prolongado y arduo período de estudio de sus principales representan-
tes teóricos. De esta manera, puede concluir que en Ricardo (1973) la
teoría del valor-trabajo se convierte en una construcción fetichista al
atribuirle al trabajo en general lo que son las características del trabajo
en las relaciones de producción capitalistas. Como plantea Artous, Marx
deconstruye a Ricardo. Más allá de la crítica a la naturalización de las
formas sociales capitalistas, hay una crítica a una ontologización social
espontánea del trabajo, esto es, al trabajo como dato natural de la vida
social. Si las mercancías no son resultados naturales de los productos del
trabajo, la producción y la circulación de mercancías suponen formas
particulares de socialización de los individuos y de estructuración de las
relaciones sociales, que impiden concebir cualquier tipo de ontología
positiva en las categorías del valor y del trabajo abstracto. A pesar de lo
que hoy en día defienden muchos de sus autoproclamados seguidores,
Marx dedicó buena parte de su empresa teórica a combatir cualquier
concepción del trabajo humano, en las condiciones específicas del modo

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Fetichismo y automatismo

de producción capitalista, desde una perspectiva ontológica positiva y


transhistórica.
Por consiguiente, para la economía política la forma de mercancía
nunca ha representado un problema. Nunca se ha podido preguntar
qué constituye en general el fetichismo, en qué consiste lo enigmático
de la forma mercancía. Por su parte, Marx no afirma que el valor es una
propiedad social natural, sino algo bien distinto: que es la forma de
mercancía la que refleja los caracteres sociales del trabajo como una
propiedad social natural, como algo objetivo, independiente de la vo-
luntad humana. De ahí, insisto, la fuerte vinculación entre su teoría de
la forma valor y su teoría del fetichismo. En su obra fundamental se
pregunta:
¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al pro-
ducto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de
esa forma misma. La igualdad de los trabajos humanos adopta la forma
material de la igual objetividad de valor de los productos del trabajo; la
medida del gasto de fuerza de trabajo humano por su duración cobra la
forma de la magnitud del valor que alcanzan los productos del trabajo; por
último, las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas
las determinaciones sociales de sus trabajos, revisten la forma de una rela-
ción social entre los productos del trabajo (1975: 88).
En el párrafo siguiente desarrolla más este mismo planteamiento. La
modernidad se caracteriza por la separación entre naturaleza y cultura,
que son tratadas como opuestas entre sí. Mientras que la sociedad sería
creada por el ser humano, la naturaleza sería independiente de él. Sin
embargo, Marx va a volver a unir ambos conceptos (Heinrich, 2008a).
Así, el valor no es una propiedad natural (como el peso o la altura) sino
social, pero queda sustraído al control de las personas del mismo modo
que sucede con las propiedades de la naturaleza. En realidad, Marx no
afirma que el valor sea una propiedad social natural, sino que es su forma
la que refleja los caracteres sociales del trabajo como una propiedad so-
cial natural:
Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que
la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo
como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como
propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también
refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo social

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El colapso del capitalismo tecnológico

como una relación social entre los objetos, existente al margen de los pro-
ductores. Es por medio de este quid pro quo como los productos del trabajo
se convierten en mercancías, en cosas sensorialmente suprasensibles o so-
ciales (1975: 88).
Por lo tanto, que las relaciones sociales se conviertan en propiedades
objetivas de las cosas, que además no se pueden aprehender sensorial-
mente en ellas, es lo que constituye lo suprasensible de las mercancías. En-
tonces, la modernidad no solo se caracterizaría por el «desencantamiento
del mundo» (en sentido weberiano), por la retirada de la justificación di-
vina de las prácticas sociales. Hay algo más. Con el capitalismo, como sos-
tiene Artous, se produce un «nuevo encantamiento» del mismo en el
marco de la lógica del valor.
Marx fue el artífice de este decisivo descubrimiento teórico, íntima-
mente relacionado con el punto de partida de su obra fundamental: la
doble naturaleza de la forma mercancía como valor de uso y valor de cam-
bio. En El Capital, no solo se analiza cómo el valor de uso y el valor de
cambio se presentan a la vez en la mercancía, sino que se aborda algo más
importante que se ha tendido a olvidar: que en el capitalismo el valor de
cambio fagocita el valor de uso. Para el capitalista, lo importante es cam-
biar su mercancía por dinero y de esta manera acrecentar su valor acu-
mulado. Las características concretas del producto del trabajo son
instrumentales, por completo irrelevantes. Por este motivo, en este modo
de producción sería del todo imposible que el valor de uso se expresase
directamente, como sí ocurre por lo general en las sociedades precapita-
listas (donde los productos del trabajo humano no existen mayoritaria-
mente como mercancías). En dichas sociedades, los productos del trabajo
no tienen por qué asumir una forma fantasmagórica diferente de su rea-
lidad, ingresan al mecanismo social en calidad de servicios directos y pres-
taciones en especie. En estas situaciones, la forma natural del trabajo, su
particularidad y no su generalidad, constituye la forma directamente so-
cial del mismo. No hay desdoblamiento. Las formas de explotación son
muy evidentes (y las formas de coerción más directas), aunque las clases
dominantes están legitimadas a través de distintos fetichismos de natu-
raleza religiosa. Así, en este tipo de sociedades la producción y la circula-
ción de los productos del trabajo adopta la forma de relaciones sociales
directas, personales, inmediatas, aunque sean sobrenaturalizadas. En cam-
bio, en el capitalismo la dominación es abstracta e indirecta, las relaciones

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Fetichismo y automatismo

sociales se presentan como relaciones entre cosas, lo cual da pie a que


muchos piensen erróneamente que el capitalismo ha superado todo ves-
tigio de «superstición», por oposición a otros sistemas sociales anterio-
res que serían considerados evolutivamente inferiores.
En verdad, esta distinción entre ambos tipos de sociedades no revela
sin más una manera diferente en que los individuos representan sus re-
laciones sociales en su conciencia, sino que remite también a formas di-
ferentes de estructuración de la objetividad social. Al contrario de lo que
ocurre en las relaciones de dependencia personal que se desarrollan en
las sociedades precapitalistas, estas relaciones materiales (cosificadas) de
dependencia se manifiestan de tal manera que los individuos son domi-
nados a través de abstracciones, que no son más que la expresión teórica
de las relaciones materiales que dominan realmente a las personas. En
las sociedades basadas en la dependencia personal, las relaciones sociales
aparecen directamente como relaciones entre personas. Por el contrario,
en el capitalismo las relaciones sociales de producción generan una visión
invertida de la sociedad que oculta la explotación. No solo la oculta, sino
que produce una imagen inversa, al hacer aparecer las relaciones entre
personas como relaciones entre cosas. Aquí ya nos encontramos con una
ruptura clara con el evolucionismo dominante en la época, que considera
la sociedad moderna como la culminación de la historia, como el mo-
mento en que se alcanzan unas formas sociales que ya existían embrio-
nariamente en las sociedades previas. Las comparaciones entre las
formaciones sociales capitalistas y precapitalistas ya no se inscriben en
un discurso antropológico destinado a desvelar cómo la esencia humana
se construye a través de la historia, de tal manera que las diferencias entre
ambas formaciones sociales se diluyen en un discurso transhistórico
sobre la organización de lo social, que termina proyectando sobre ella
las categorías de la modernidad. En este sentido, en la obra de madurez
de Marx la dialéctica de la forma valor no revela tanto una desviación so-
cial (una alienación) respecto a una sociabilidad original (que podríamos
considerar como «buena», positiva o idílica), cuanto una dinámica de
automatismos sociales que dan forma a las relaciones humanas. Por lo
tanto, el vínculo social no se comprende como forma de expresión
(buena o mala) de una sociabilidad original, sino como las relaciones
determinadas en las que entran los individuos en el proceso de produc-
ción de su vida social (Marx, 1970).

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El colapso del capitalismo tecnológico

De la alienación al fetichismo
La mejor manera de comprender la importancia de la teoría del feti-
chismo en la obra de Marx es analizando su genealogía, en especial las
motivaciones que desde un principio estuvieron presentes en su inves-
tigación teórica. En particular, el estudio de esta genealogía de la mano
de los trabajos ya citados de Artous (2006) y de Rubin (1974), que to-
maremos como principal referencia en este apartado, nos coloca en me-
jores condiciones para entender no solo los vínculos de la teoría del
fetichismo con la teoría de la forma valor, sino también su relevancia en
la proyección de una superación categorial del capitalismo, en la bús-
queda de una alternativa para la humanidad por fuera de la lógica del
valor y de la mercancía. Para comprender la evolución del pensamiento
de Marx sobre el problema del fetichismo en la modernidad capitalista,
en primer lugar debemos contextualizar su reflexión en el marco de los
debates de su época. En el siglo XVIII, la crítica del fetichismo se refería
particularmente al fenómeno religioso, como parte del discurso ilus-
trado. Intentaba reflejar la inmadurez de las formas tradicionales de re-
presentación, relacionadas con un predominio de la religión en las
etapas más primitivas de la historia humana. En las formas más arcaicas
de religión, ciertamente, se adoraba a un objeto material al que se le atri-
buían poderes sobrenaturales1. Para David Hume (2003), la ignorancia
de las verdaderas causas de los acontecimientos naturales habría llevado
a los seres humanos a atribuir las causas de los mismos a seres imagina-
rios. Sin embargo, el uso que hará Marx del concepto de fetichismo
(sobre todo en su obra de madurez) será bastante distinto y en última
instancia crítico con el de sus predecesores ilustrados, ya que se referirá
al fetichismo como una característica de las formas de opacidad de las

1
El término «fetiche» proviene del portugués «feitiço». Los navegantes lusitanos ha-
bían adoptado este término para referirse a los objetos de culto fabricados por los pue-
blos de la costa africana. A su vez, deriva del latín facticium, el participio perfecto de
facere (hacer). Como cualquier producto es, en primer lugar, algo hecho. Pero, al igual
que en el castellano «hechizo», derivado de hecho, este término adoptó el significado
de «hechicería». Precisamente, lo que hace Marx es mostrar cómo la forma de mer-
cancía hechiza los productos tan pronto como se apodera de ellos (Haug, 2016). Las
personas han hecho los productos mediante su trabajo, pero al intercambiarlos dichos
bienes se hacen independientes y originan a través del mencionado intercambio las
leyes que luego dirigen retroactivamente la producción de nuevas cosas. Es decir, de
los productos del trabajo se despliega un poder sobre quienes los producen.

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Fetichismo y automatismo

relaciones sociales no solo primitivas sino también modernas, estable-


ciendo a su vez significativas diferencias entre las formas capitalistas y
precapitalistas de fetichismo. Sin embargo, es preciso ir más despacio.
En su juventud, el genio alemán todavía permanece prisionero de
un esquema evolucionista donde el fetichismo se asocia esencialmente
con un estadio primitivo. De hecho, en El manifiesto comunista de 1848
Marx y Engels todavía escriben lo siguiente:
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucio-
nario. Dondequiera que se instaló en el poder, echó por tierra todas las re-
laciones feudales, patriarcales, idílicas. Desgarró implacablemente los
abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores natu-
rales, y no dejó en pie más vínculos que el del interés escueto, el del dinero
contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo
temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y
la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cál-
culos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el valor de cambio y re-
dujo todas aquellas innúmeras libertades escrituradas y bien adquiridas a
una única libertad: la despiadada libertad de comerciar. Sustituyó, en una
palabra, un régimen de explotación velado por los cendales de las ilusiones
políticas y religiosas por un régimen de explotación franco, descarado, di-
recto, seco (1992: 249-250).
No obstante, aunque el joven Marx pueda arrastrar este sesgo evolu-
cionista a la hora de comparar las sociedades modernas con las tradicio-
nales, aunque pueda considerar la religión como una rémora del pasado,
en realidad ya existía en su obra una preocupación inicial por desentrañar
los mecanismos modernos de alienación social. Así, en los Manuscritos
de 1844 comienza ya a concebir el mundo de las mercancías como un
mundo de fetiches que regulan y dominan la vida humana, estableciendo
ciertas analogías entre las representaciones mercantiles y religiosas, como
podemos observar en el siguiente pasaje:
Cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el
mundo extraño, objetivo que crea frente a sí, y tanto más pobres son él
mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Otro tanto
sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos
guarda en sí mismo. El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir
de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanta mayor es su ac-
tividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto
de su trabajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más

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El colapso del capitalismo tecnológico

insignificante es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto


significa no solo que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia
exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se con-
vierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado
al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil (1993: 106).
En estas líneas, Marx pone de manifiesto que existe otro proceso
de alienación, de enajenación, que sufre el trabajador y que es inherente
a las relaciones sociales que caracterizan específicamente al capita-
lismo. Aunque esta temprana elaboración todavía está muy lejos de su
pensamiento posterior, ya que aún piensa que existe una esencia hu-
mana original, anterior, impoluta, que puede ser rehabilitada mediante
la abolición de la propiedad privada, como se puede observar en las si-
guientes líneas:
El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en
cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real
de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del
hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno,
consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana
hasta el presente. Este comunismo es, como completo naturalismo=hu-
manismo, como completo humanismo=naturalismo, la verdadera solu-
ción del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el
hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre
objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo
y género (1993: 143).
Entre 1845 y 1847 Marx abandona la idea de que el ser humano deba
recuperar su propia esencia. En La ideología alemana él y Engels sostie-
nen que «tal y como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que
son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que
producen como con el modo en que producen. Lo que los individuos
son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su produc-
ción» (2014: 16). Por ello, la esencia humana no es algo a lo que se
pueda retornar, ni siquiera algo que se pueda representar apriorística-
mente en el pensamiento, ya que se encuentra en permanente proceso
de transformación histórica. De hecho, más adelante dicen: «La con-
ciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de
los hombres es su proceso de vida real» (2014: 21). En consecuencia,
Marx ya no parte del concepto de ser humano, sino del ser humano real.

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Fetichismo y automatismo

Frente a una filosofía que interpreta la historia como un proceso de


evolución de la conciencia, Marx y Engels intentan mostrar que en el
curso del desarrollo histórico las ideas, las abstracciones, se autonomi-
zan de las condiciones de existencia material en que nacen. De esta ma-
nera, las clases dominantes universalizan sus sistemas ideales, producen
ideologías de pretensión universal, cuando en realidad representan inte-
reses particulares. Con el capitalismo, este proceso de universalización al-
canza su cénit. La burguesía se convierte en la representante del interés
general de la humanidad, aunque paradójicamente el capitalismo es un
tipo de sociedad que, mediante la generalización del intercambio mer-
cantil y de la propiedad privada, está intensamente atravesada por la bús-
queda desaforada de los intereses privados. Para Marx y Engels, a estas
alturas de su proceso de reflexión, las diversas formas de alienación hu-
mana en el curso de la historia ya no se explican a partir del proceso de
evolución de la conciencia en términos idealistas, sino de las condicio-
nes materiales de existencia. Pero Marx todavía está lejos de su teoría
posterior del fetichismo, ya que las ilusiones abstractas, generales, apa-
recen aún como idealidades separadas que dominan la vida real, mate-
rial, exterior. Tal como sostiene Artous, estas idealidades funcionan
todavía como simples superestructuras que expresan intereses materia-
les separados de las mismas.
Desde entonces, Marx considerará la esencia humana en el contexto
de las condiciones históricas en que existe el ser humano, abandonando
su concepción dualista, donde existía un supuesto conflicto entre el tra-
bajador alienado de la sociedad capitalista y su esencia humana no alie-
nada. Pero no se va a detener ahí. A finales de la década de 1850, después
de profundizar en su estudio crítico de la economía política, el conflicto
resurge en un plano diferente. No ya en la forma de un conflicto entre
el ideal y la realidad, sino como un conflicto entre fuerzas productivas
y relaciones sociales, ambas dimensiones de lo real. Así, en la Contribu-
ción a la crítica de la economía política de 1859, en un pasaje que ha sido
bastante malinterpretado, Marx establece que «durante el curso de su
desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradic-
ción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más
que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo in-
terior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas

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El colapso del capitalismo tecnológico

de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social» (1970:


37). A estas alturas, Marx ya ha abandonado el concepto de alienación,
que se asociaba con la idea previa de que la emancipación humana se
identificaba con la recuperación de su esencia auténtica, transhistórica.
Pero aunque abandona el concepto, continúa desarrollando su conte-
nido, llevándolo mucho más lejos de sus formulaciones iniciales.
En su polémica con Proudhon va a comprender que el poder mate-
rial del capital frente al trabajador no se constituye por medio de una
interpretación errónea, ilusoria, de las relaciones humanas desde nuestra
conciencia, sino que las relaciones de dominación y de subordinación
representan un hecho social real. No son «fantasmas de la imagina-
ción», sino productos muy prácticos y reales de la alienación humana.
Por ello, no tiene sentido oponer al poder material del capital una hu-
manidad ideal, transhistórica. En relación con esta ruptura tan decisiva
para comprender la evolución del pensamiento de Marx, conviene re-
cordar cómo entiende Rubin el surgimiento de la teoría del fetichismo
en este contexto polémico:
Con el fin de transformar esta teoría de la «alienación» de las relaciones
humanas en una teoría de la «cosificación» de las relaciones sociales (esto
es, en la teoría del fetichismo de la mercancía), Marx tuvo que elaborar el
camino del socialismo utópico al científico, del elogio a Proudhon a una
aguda crítica de sus ideas, de la negación de la realidad en nombre de un
ideal a la búsqueda dentro de esa realidad misma de las fuerzas capaces de
impulsar el desarrollo y el movimiento (1974: 106).
Proudhon formula la determinación del valor por el tiempo de trabajo
como esencia directa de la actividad humana. De esta manera, desarrolla
una ontología positiva del trabajo (que ya hemos criticado en el primer
ensayo), que lo lleva a plantear la abolición de la propiedad privada
como manera de retornar mecánicamente a dicha esencia. Evidente-
mente, hay una distancia enorme entre el Marx que elogia la concepción
del trabajo de Proudhon y el Marx que desarrolla la categoría de trabajo
abstracto en El Capital. Durante todo un período inicial, Marx compar-
tirá este enfoque, pero comienza a abandonarlo en 1847 hasta llegar,
poco a poco, a la formulación final de la teoría del fetichismo. En La mi-
seria de la filosofía (1847) ya percibe que las relaciones sociales de pro-
ducción están detrás de las categorías materiales de la economía, pero
todavía no es capaz de preguntarse por qué las relaciones de producción

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Fetichismo y automatismo

entre las personas reciben necesariamente esta forma material en una


economía mercantil. Esta distinción, que tomamos de los Ensayos de
Rubin (1974), posee una enorme transcendencia para comprender
de qué manera Marx llega a profundizar teóricamente su plantea-
miento crítico.
Será en la Contribución a la crítica de la economía política cuando Marx
realice una primera formulación del fetichismo de la mercancía, al plan-
tear que «lo que caracteriza al trabajo que crea valor de cambio es que
las relaciones sociales de las personas aparecen, por así decirlo, inverti-
das, como la relación social de las cosas» (1970: 53). Aunque no se se-
ñala la causa de la materialización y su necesidad en una economía
regulada por el intercambio generalizado de los productos de multitud
de trabajadores privados, ya se destaca el carácter material de las rela-
ciones de producción en una economía mercantil, es decir, el carácter
real del fetichismo capitalista. En la Contribución el fetichismo todavía
se explica como resultado de las rutinas de la vida cotidiana, que lleva-
rían a considerar como «cosa banal y corriente el hecho de que una re-
lación de producción revista la forma de un objeto, de manera que las
relaciones de las personas en su trabajo se manifiesten como una rela-
ción en que las cosas entran en relaciones entre sí y con las personas»
(Marx, 1970: 54).
No abandonará la interpretación a partir de los hábitos y las rutinas
hasta que no profundice su explicación del fenómeno del fetichismo en
el libro primero de El Capital. En su obra fundamental, Marx planteará
que es la ausencia de una regulación directa del proceso social de produc-
ción lo que conduce necesariamente a su regulación indirecta a través del
mercado, es decir, a través de las cosas, de las mercancías. Al socializarse
los trabajos privados mediante el intercambio generalizado de los pro-
ductos del trabajo en el mercado, las relaciones entre las personas se re-
gulan a través de las relaciones entre unas cosas que se comparan en
el mercado haciendo abstracción de sus cualidades concretas. Es decir,
la cuestión a analizar no es la mistificación, la ilusión en sí misma, sino
la materialización real de las relaciones de producción, su expresión
en una forma material. Al plantearlo así, Marx establece un estrecho
vínculo entre su teoría de la forma valor y su teoría del fetichismo, el
cual queda de manifiesto cuando explica la génesis de la forma de mer-
cancía en el siguiente párrafo:

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El colapso del capitalismo tecnológico

Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe única-


mente a que son productos de trabajos privados ejercidos independiente-
mente los unos de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo
que constituye el trabajo social global. Como los productores no entran
en contacto social hasta que no intercambian los productos de su trabajo,
los atributos específicamente sociales de esos trabajos privados no se ma-
nifiestan sino en el marco de dicho intercambio. O en otras palabras: de
hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo
social en su conjunto sino por medio de las relaciones que el intercambio
establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre
los productores. A estos, por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos
privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como
relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en
sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre
las personas y relaciones sociales entre las cosas (1975: 89).
En consecuencia, los productos del trabajo solo obtienen objetivi-
dad de valor en el proceso de intercambio. Esta finalidad domina por
completo la configuración del proceso de producción, ya que desde
un principio el productor privado tiene que lograr que su producto se
realice como mercancía, tiene que lograr que su trabajo privado se so-
cialice. Para que esto ocurra, los trabajos privados deben adquirir un
doble carácter social, ya que el gasto mismo de dichos trabajos no los
hace parte integrante del trabajo social global. Por un lado, cada trabajo
útil debe satisfacer una necesidad social. Por otro lado, cualquier tra-
bajo útil debe poder intercambiarse por (igualarse con) otro trabajo
útil que le sea equivalente. Esta igualdad de los distintos trabajos útiles
no existe de por sí, sino que se establece mediante la abstracción de la
desigualdad real, que implica la reducción de dichos trabajos a trabajo
abstractamente humano. Sin embargo, a los productores este proceso
social solo se les manifiesta de manera objetiva cuando se intercambian
efectivamente los productos del trabajo, es decir, «el cerebro de los
productores privados refleja ese doble carácter social de sus trabajos
privados solamente en las formas que se manifiestan en el movimiento
práctico, en el intercambio de productos» (Marx, 1975: 90). Así, lle-
gados a este punto, lo más importante a destacar (desde el punto de
vista de la teoría del fetichismo) es que la equiparación de los trabajos
privados útiles no es un presupuesto consciente del intercambio, sino
su resultado objetivo, automático. Es decir, la socialización de los tra-

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Fetichismo y automatismo

bajos privados en el capitalismo, el establecimiento de mecanismos de


conexión y coordinación social entre los productores, solo se hace cons-
ciente cuando los productos del trabajo se intercambian en el mercado.
En realidad, la formación y el desarrollo de las estructuras de socializa-
ción de estos trabajos privados representa un proceso inconsciente para
los mismos productores que las ponen en marcha. Marx lo plantea de
esta manera:
El que los hombres relacionen entre sí como valores los productos de su
trabajo no se debe al hecho de que tales cosas cuenten para ellos como
meras envolturas materiales de trabajo homogéneamente humano. A la in-
versa. Al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos hete-
rogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo
humano. No lo saben, pero lo hacen. El valor, en consecuencia, no lleva es-
crito en la frente lo que es. Por el contrario: transforma todo producto del
trabajo en un jeroglífico social (1975: 90-91).
Por lo tanto, el valor es una relación entre personas bajo una envol-
tura cósica. Lo cual es decisivo para comprender la especificidad del ca-
pitalismo, cuya naturaleza particular no se relaciona con la existencia
de relaciones sociales conflictivas (pues estas ya se dan en modos de
producción anteriores), sino con la existencia de relaciones sociales de
explotación que quedan ocultas detrás de las cosas (Heinrich, 2008a).
Así, el hecho de que el valor se transforme en un «jeroglífico social»
pone de relieve que la teoría del valor-trabajo de los economistas clási-
cos (especialmente Petty, Smith y Ricardo) representa un descubri-
miento teórico insuficiente, ya que en sí mismo no desvanece «la
apariencia de objetividad que envuelve los atributos sociales del tra-
bajo», tal como Marx sostiene a continuación:
El descubrimiento científico ulterior de que los productos del trabajo, en la
medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter
de cosas, del trabajo humano empleado en su producción, inaugura una
época en la historia de la evolución humana, pero en modo alguno desva-
nece la apariencia de objetividad que envuelve los atributos sociales del tra-
bajo. Un hecho que solo tiene vigencia para esa forma particular de
producción, para la producción de mercancías –a saber, que el carácter es-
pecíficamente social de los trabajos privados independientes consiste en su
igualdad en cuanto trabajo humano y asume la forma del carácter de valor
de los productos del trabajo–, tanto antes como después de aquel descubri-

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El colapso del capitalismo tecnológico

miento se presenta como igualmente definitivo ante quienes están inmer-


sos en las relaciones de producción de mercancías, así como la descom-
posición del aire en sus elementos por parte de la ciencia deja incambiada
la forma del aire en cuanto forma de un cuerpo físico (1975: 91).
Ciertamente, el valor ha sido reducido al trabajo (lo cual, a partir
principalmente de la obra de Ricardo, fue un descubrimiento decisivo
para que Marx pudiese avanzar desde la ruptura con Proudhon hasta su
teoría de la forma de valor y del fetichismo), pero dicha teorización en
realidad no pone en cuestión que el trabajo gastado se presente como
propiedad objetiva del producto de dicho trabajo (Heinrich, 2008a).
Es decir, los economistas clásicos consiguen descifrar el contenido del
valor, pero se acepta como normal, como natural, que este contenido
se exprese con forma de valor, como propiedad objetiva del producto
del trabajo.

El despotismo de fábrica
Como analizamos antes, en el capitalismo los productores privados en-
tran socialmente en contacto a través del intercambio de los productos
de su trabajo en el mercado. En consecuencia, dichos productos adop-
tan la forma de mercancía y las relaciones sociales la forma de relaciones
entre cosas. No obstante, este proceso de intercambio entre cosas no
esconde únicamente las relaciones de producción entre las personas.
Además, los productos del trabajo adquieren propiedades sociales es-
pecíficas, como ser valor, dinero, capital, etc., que hacen que dichos pro-
ductos no se contenten con ocultar las relaciones sociales entre las
personas, sino que las organizan; adquieren vida propia, sirviendo así
de vínculo mediador entre ellas (Artous, 2006). Es decir, además de
una cosificación de las personas se produce una personificación de las
cosas, que implica una inversión entre el sujeto y el objeto. Como sos-
tiene Rubin (1974), una sociedad capitalista no solo se caracteriza por-
que las relaciones sociales se presentan como relaciones entre cosas,
sino porque estas relaciones entre cosas son las que regulan el conjunto
de la vida social entre las personas.
A medida que el capitalismo se desarrolla, a medida que el valor des-
pliega sus formas más complejas, a medida que se transita de una eco-
nomía mercantil (M-D-M’) a otra capitalista (D-M-D’), la lógica
fetichista se hace más sofisticada, hasta alcanzar a las propias superes-

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Fetichismo y automatismo

tucturas políticas e ideológicas de la sociedad capitalista (de cuyo aná-


lisis específico no nos ocuparemos en este trabajo). En este proceso
de desarrollo, hay que inscribir el enorme paso que supone transitar
del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital, yendo más
allá del fetichismo del dinero (que analizamos en el ensayo anterior).
Con el fetichismo del capital, no solo se logra el ocultamiento de las rela-
ciones sociales por las relaciones entre cosas, sino que se pasa a una situa-
ción donde las cosas organizan la vida de las personas. Es necesario tener
en cuenta este desarrollo de la lógica del fetichismo para comprender
cómo la inversión entre sujeto y objeto experimenta un salto cualitativo
en la era del maquinismo y del automatismo. Por un lado, las relaciones
sociales entre personas se presentan como relaciones entre cosas, esto es:
el valor de las mercancías es percibido socialmente como un atributo na-
tural de los productos del trabajo. Es decir, las personas se cosifican. Por
otro lado, a partir del análisis del proceso de subsunción real del trabajo
por el capital, Marx (1984) descubre que detrás del ideal del sujeto autó-
nomo moderno, del trabajador que vende libremente su fuerza de trabajo,
lo que en realidad opera es un ser humano que se ha convertido progresi-
vamente en un apéndice de las máquinas, a medida que se profundiza el
desarrollo capitalista. Es decir, las cosas se personalizan.
En el siguiente pasaje del libro tercero de El Capital, Marx vuelve
sobre su análisis del fetichismo de la mercancía (abordado en el capítulo
primero), relacionando el proceso de formación de representaciones con
la complejidad que se percibe en las sucesivas metamorfosis de la forma
valor (parcialmente autónomas, pero subordinadas a su génesis obje-
tiva), desde la mercancía al capital, dando lugar a una lógica fetichista
que impregna progresivamente todos los ámbitos de la vida social. Una
vez más, en este fragmento podemos comprobar cómo en Marx la teoría
de la forma valor y la teoría del fetichismo no solo están estrechamente
relacionadas, sino que el propio despliegue del valor en sus sucesivas
formas está impregnado y alimentado por ese carácter fetichista:
Al examinar las categorías más simples del modo capitalista de producción,
e incluso de la producción mercantil, al examinar la mercancía y el dinero,
hemos puesto de relieve ya el carácter mistificador que transforma las re-
laciones sociales a las que sirven en la producción (…). Pero en el modo
capitalista de producción y en el caso del capital, que forma su categoría
dominante, ese mundo encantado y distorsionado se desarrolla aún mucho

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El colapso del capitalismo tecnológico

más. Si se considera primero el capital en el proceso directo de producción,


como extractor de plustrabajo, esa relación todavía es muy simple, y la co-
nexión real se impone al portador de ese proceso, al capitalista mismo, y
aún está en su conciencia. Lo prueba con contundencia la violenta lucha
por los límites de la jornada laboral. Pero incluso dentro de esta esfera no
mediada, en la esfera del proceso directo entre trabajo y capital, las cosas no
son tan simples. Al desarrollarse el plusvalor relativo en el propio modo es-
pecíficamente capitalista de producción, con lo cual se desarrollan las fuerzas
productivas sociales del trabajo, estas fuerzas productivas y las conexiones
sociales del trabajo aparecen en el proceso laboral directo como desplazadas
del trabajo al capital. De esta suerte, el capital ya se vuelve un ente místico
en grado sumo, puesto que todas las fuerzas productivas sociales del trabajo
se presentan como fuerzas que le pertenecen al capital y no al trabajo en
cuanto tal, y que retoñan de su propio seno (1977: 1052).
Así, el capitalista detentaría el poder porque él personifica el capital.
Es decir, la relación social de producción es creada por las cosas sociales,
introduciendo una ruptura radical con las formas de sociabilidad preca-
pitalistas, la cual da lugar a una nueva forma de dominación específica
donde las abstracciones sociales estructuran la acción de los individuos
por encima de la voluntad de las personas (Artous, 2006). Por ello, ade-
más de considerar la cosificación de las personas, la teoría marxista del
fetichismo es importante también por prestar atención a la personifica-
ción de las cosas, a cómo las cosas, en particular las máquinas, regulan la
vida entre las personas.
Aquí es necesario retomar el capítulo inédito del libro primero de El
Capital, donde Marx (1984) considera que los medios de producción
parecen dotados de cualidades propias. En este capítulo, Marx aborda
la distinción entre subsunción real y formal del trabajo por el capital.
Por un lado, la subsunción formal se refiere a un proceso de producción
que todavía es organizado a partir de las antiguas formas de producción.
Por otro lado, la subsunción real se refiere a una situación donde el capital
transforma el proceso de trabajo para generar nuevas formas de produc-
ción, específicamente capitalistas. En este último caso, el trabajo se so-
mete al capital en el seno mismo del proceso de producción, dejando de
hacerlo a través de las relaciones externas de dependencia monetaria que
se entablan en el proceso de circulación. En estas circunstancias, no es
el trabajador quien utiliza los medios de producción, sino que son di-
chos medios (en forma de capital) los que utilizan al obrero. En buena

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Fetichismo y automatismo

medida, el paso de la subsunción formal a la real se corresponde con el


salto del fetichismo del dinero al del capital. Es decir, existe una relación
muy estrecha entre el desarrollo de la capacidad de subsunción del tra-
bajo al capital y de la propia lógica fetichista del sistema, lo cual pone
en evidencia dos cosas. Por un lado, que sería un error considerar que
el fetichismo se reduce progresivamente a un fenómeno superestructu-
ral e ideológico. Al contrario, la lógica fetichista está estrechamente vin-
culada con las transformaciones estructurales en las relaciones de
producción. Por otro lado, que la intensificación del proceso de subsun-
ción del trabajo al capital va acompañada de un reforzamiento de la ló-
gica fetichista a todos los niveles. Es decir, en la medida en que el
maquinismo se impone, toda la vida social es dominada por automatis-
mos de los cuales es imposible sustraerse sin poner en cuestión las ca-
tegorías centrales de la sociedad del valor. En definitiva, fetichismo y
automatismo son procesos que, cada vez más, se desarrollan mutua-
mente de manera muy estrecha.
Para analizar estas transformaciones, Marx no parte tan solo de las
condiciones técnicas, materiales de la producción, sino del proceso de
trabajo como proceso de valorización del valor. En este sentido, el ca-
pitalismo se traduce en una ruptura con las formas de producción pre-
capitalistas (Artous, 2006). La producción se organiza mediante el
trabajo colectivo, a través de una producción socializada que busca la
valorización del valor acumulado. De hecho, la cooperación en el ámbito
de la producción cambia por completo de sentido. Antes la producción
se organizaba como un proceso de cooperación controlado desde los tra-
bajos individuales. Por el contrario, el predominio del trabajo colectivo
supone una división en el seno mismo del proceso de trabajo dirigida
por el capital. Marx analizará pormenorizadamente esta transformación
y se referirá a esta forma de dominación inédita como «despotismo de
fábrica». Planteará que la inteligencia colectiva para la organización de
este trabajo colectivo es confiscada por el capital (cristaliza en el
mismo), siendo en la gran industria donde se realiza plenamente la se-
paración entre trabajo manual e intelectual (cuya potencia transforma
en poder del capital contra el trabajo). Por lo tanto, esta división entre
trabajo manual e intelectual no debe comprenderse de manera natura-
lista (como los que trabajan con las manos frente a quienes lo hacen con
el intelecto, trabajo material e inmaterial). En realidad, Marx se refiere

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El colapso del capitalismo tecnológico

a una ruptura radical con las formas previas de organización de la pro-


ducción, a un movimiento más amplio de separación entre las tareas de
concepción y organización del proceso de trabajo y las de ejecución,
inspirado por la lógica del valor (el cual va a experimentar un salto cua-
litativo con la nueva revolución científico-técnica). En estas circunstan-
cias, el capitalismo no se contenta con someter el desarrollo de las
fuerzas productivas sociales desde el exterior, sino que convierte el
desarrollo técnico y científico en un modo de subordinación del trabajo
al capital, transformándolo en mero apéndice de un sistema automático
de valorización del valor, que engloba cada vez más todos los ámbitos
de la vida social.
De forma superficial, se ha entendido que el capitalismo se caracte-
riza exclusivamente por la separación jurídica del trabajo respecto de
los medios de producción, que pasaban a ser propiedad privada del ca-
pital. De ahí que el proceso de superación de este sistema económico
se identificase con la abolición de la propiedad privada de los medios
de producción. Sin embargo, el proceso de subsunción real muestra
que esta separación jurídica se desdobla en otra separación todavía más
importante: la progresiva pérdida de control del trabajo sobre la con-
cepción del proceso de producción (incluida la producción de conoci-
miento) y de las condiciones técnicas de dicho proceso (Artous, 2006).
Es decir, no solo los capitalistas son propietarios de los medios de pro-
ducción, sino que el proceso de producción mismo es estructurado por
el capital, en la medida en que encarna la inteligencia colectiva surgida
de la cooperación entre los trabajadores que pone en marcha. Por lo
tanto, acabar sin más con la propiedad privada de los medios de pro-
ducción no permite liberar la producción industrial, que en sí misma
no conservaría unas cualidades intrínsecamente positivas, ya que la
misma ha sido organizada persiguiendo el objetivo de la valorización
del valor (Postone, 2006). De esta manera, a la par que el carácter del
trabajo como creador de valor aparece como propiedad de las cosas,
todas las fuerzas productivas asociadas al trabajo humano se presentan
como propiedades inmanentes del capital. Los instrumentos técnicos
se subjetivizan; el poder de acrecentar la productividad deviene enton-
ces una propiedad del capital mismo. Los medios de producción, al de-
venir capital, se personifican frente al trabajador, adquieren vida propia,
autónoma.

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Fetichismo y automatismo

El problema es que, si permanecemos en una concepción naturalista


del trabajo manual e intelectual (tal como les ocurre a los autores posto-
breristas), podemos llegar a conclusiones bastante equivocadas respecto
a lo que está sucediendo en el contexto de la nueva revolución científico-
técnica. Es decir, si concebimos la progresiva separación entre trabajo
manual e intelectual como una consecuencia de las transformaciones en
el proceso productivo en su estricta dimensión técnico-material, pode-
mos pensar erróneamente que el mayor protagonismo actual del trabajo
inmaterial y cognitivo en los procesos de producción podría estar aso-
ciado a una especie de reconciliación entre ambos tipos de trabajo, al-
bergando esperanzas infundadas en las actuales transformaciones del
capitalismo desde el punto de vista de las posibilidades de emancipa-
ción social. Así, Hardt y Negri (2002, 2011) sostienen que las posibili-
dades de un «comunismo espontáneo» se incrementan con la supuesta
irrupción del trabajo inmaterial como fuerza productiva predominante
en el llamado capitalismo cognitivo, olvidando que la separación entre
trabajo manual e intelectual hace referencia a un proceso cuya natura-
leza no puede ser reducida a la planteada por los postobreristas en tér-
minos de la dicotomía entre trabajo material e inmaterial. De hecho, es
preciso reiterar que lo que experimentamos en la actualidad es justo el
proceso contrario. Como resultado de un capital que se encuentra en
mejores condiciones de proceder a la subsunción real del trabajo en la
lógica del valor, en la medida en que la tecnología adquiere un papel
más relevante, el fetichismo del capital permite presentar cada vez más
estos avances como propiedades inmanentes de este frente al trabajo
humano.

Revisitando el general intellect


En la lectura que realizan de las transformaciones contemporáneas del
capitalismo, los autores postobreristas defienden que se está produ-
ciendo una superación de la vieja dicotomía entre trabajo manual y tra-
bajo intelectual, entre trabajo orientado a la ejecución y a la concepción.
Así, en su definición de la «intelectualidad de masas» Paolo Virno
(2003) establece lo siguiente:
Es un error comprender tan solo o sobre todo la intelectualidad de masas
como un conjunto de funciones: informáticos, investigadores, empleados
de la industria cultural, etc. Mediante esta expresión designamos más bien

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El colapso del capitalismo tecnológico

una cualidad y un signo distintivo de toda la fuerza de trabajo social de la


época posfordista, es decir, la época en la que la información y la comuni-
cación juegan un papel esencial en cada repliegue del proceso de produc-
ción (2003: 86).
Para analizar este fenómeno, Virno recupera críticamente el con-
cepto de general intellect, empleado por Marx en el «fragmento sobre
las máquinas» de los Grundrisse. En dichas páginas, Marx extrae una
serie de consecuencias para el trabajo humano relativas al creciente
papel que juega la ciencia en el desarrollo capitalista, tal como se mues-
tra en el siguiente pasaje: «en la maquinaria, la ciencia se le presenta al
obrero como algo ajeno y externo, y el trabajo vivo aparece subsumido
bajo el objetivado, que opera de manera autónoma», añadiendo que
«el obrero se presenta como superfluo, en la medida en que su acción
está condicionada por la necesidad [de capital]» (1972: 221). Es decir,
Marx no estaría haciendo referencia a una hipotética disolución de la
división entre trabajo de ejecución y de concepción, sino que el fenó-
meno más relevante desde su punto de vista sería un mayor dominio
del trabajo objetivado sobre el trabajo vivo a través de una creciente ca-
pacidad del capital para apropiarse del conocimiento social acumulado
(es decir, el trabajo intelectual objetivado, pretérito, muerto). Polemi-
zando con este planteamiento, Virno sostiene que el error de Marx es
precisamente haber «identificado totalmente el general intellect (o al
menos el saber en tanto que principal fuerza productiva) con el capital
fijo, desdeñando así la parte en la que el propio general intellect se pre-
senta por el contrario como trabajo vivo», subrayando que esta parte
«precisamente hoy es el aspecto decisivo» (2003: 85). Para poner de
relieve la importancia creciente del trabajo vivo (especialmente inte-
lectual, de concepción) en la constitución actual del general intellect,
Virno considera que hay «constelaciones enteras de conceptos» que
se están transformando en «máquinas productivas», tal como argu-
menta a continuación:
En efecto, la conexión entre saber y producción no se agota en el sistema
de las máquinas, sino que se articula necesariamente a través de los suje-
tos concretos. Hoy no es difícil ampliar la noción de general intellect
mucho más allá del conocimiento que se materializa en el capital fijo, in-
cluyendo también las formas de saber que estructuran la comunicación
social e inervan la actividad del trabajo intelectual de masas. El general in-

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Fetichismo y automatismo

tellect comprende los lenguajes artificiales, las teorías de la información y


de sistemas, toda la gama de cualificaciones en materia de comunicación,
los saberes locales, los «juegos lingüísticos» informales e incluso deter-
minadas preocupaciones éticas. En los procesos de trabajo contemporá-
neos, hay constelaciones enteras de conceptos que funcionan por sí mismas
como «máquinas» productivas, sin necesidad de un cuerpo mecánico, ni
siquiera de una pequeña alma electrónica (2003: 85).
Ante el planteamiento de Virno, cabe preguntarse si en efecto el
desarrollo del modo de producción capitalista hace necesario que pro-
gresivamente el conocimiento social se exprese de manera obligada a
través del capital fijo, por medio de la maquinaria, para que pueda ser
subsumido realmente en la lógica del valor. A este respecto, aquí nos en-
contramos de nuevo con una lectura equivocada del significado de la
división entre trabajo manual e intelectual en una economía capitalista,
donde subyace una incomprensión del doble carácter del proceso de
producción capitalista como proceso técnico-material y como proceso
de valorización. Desde el punto de vista de este último proceso, el tra-
bajo vivo y los otros dos elementos (material y medios de trabajo) solo
se distinguen en que el primero produce valor y los dos últimos son de-
terminados como valores constantes. Con el desarrollo del capital, Marx
considera que «el medio de trabajo experimenta diversas metamorfosis,
la última de las cuales es la máquina o más bien un sistema automático
de maquinaria», de tal manera «que los obreros mismos solo están de-
terminados como miembros conscientes de tal sistema» (1972: 218).
En estas circunstancias, «la máquina en ningún aspecto aparece como
medio de trabajo del obrero individual», sino que la actividad del tra-
bajador «no hace más que transmitir a la materia prima el trabajo o ac-
ción de la máquina», es decir: «la actividad del obrero, reducida a una
mera abstracción de la actividad, está determinada y regulada en todos
los aspectos por el movimiento de la maquinaria, y no a la inversa» (1972:
218-219). En este sentido, Marx considerará que «la ciencia (…) no
existe en la conciencia del obrero, sino que opera a través de la máquina,
como poder ajeno, como poder de la máquina misma, sobre aquel», lo
cual viene a poner de manifiesto algo esencial en su crítica de la econo-
mía política: «en la maquinaria el trabajo objetivado se le presenta al
trabajo vivo, dentro del proceso laboral mismo, como el poder que lo
domina y en el que consiste el capital –según su forma– en cuanto apro-

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El colapso del capitalismo tecnológico

piación del trabajo vivo», que a su vez se convierte en un «mero acce-


sorio vivo de esa maquinaria (1972: 219).
Es decir, en el modo de producción capitalista la relación entre el
capital fijo y el trabajo vivo no es de tipo simbiótico, manteniéndose
una autonomía relativa entre los dos polos. En realidad, el trabajo vivo
es dominado y apropiado por el capital a través de la maquinaria. En
el mundo actual, ciertamente el trabajo inmaterial relacionado con la
comunicación social juega un rol fundamental en la economía, pero
es evidente que su importancia no puede desvincularse de la revolu-
ción cibernética y el surgimiento de las tecnologías de la información
y la comunicación. En el segundo ensayo ya analizamos cómo estas
nuevas tecnologías habían supuesto una acelerada desvalorización de
ciertos tipos de trabajos inmateriales, cognitivos, como los relaciona-
dos con la industria fotográfica o musical. De hecho, «el capital solo
emplea la máquina en la medida en que le permite al obrero trabajar
durante una parte mayor de su tiempo, relacionarse con una parte
mayor de su tiempo como tiempo que no le pertenece, trabajar más
prolongadamente para otro», reduciendo «a un mínimo el cuanto de
trabajo necesario para la producción de un objeto dado» y en conse-
cuencia permitiendo «que un máximo de trabajo se valorice en el má-
ximo de tales objetos» (1972: 224). Desde el punto de vista del
proceso de valorización, el trabajo vivo (incluido, de forma progresiva,
el inmaterial) se encuentra completamente subordinado, subsumido,
a la lógica del capital como relación social abstracta. Lo que se expe-
rimentaría con los sucesivos avances científicos y del conocimiento
humano en general es una mayor subsunción del trabajo vivo al capi-
tal, incorporando nuevos tipos de trabajadores inmateriales como los
científicos, los profesionales liberales, los artistas, etc. a la lógica de
este último.
A este respecto, Marx sostiene desde un primer momento de su ex-
posición que «la acumulación del saber y de la destreza, de las fuerzas
productivas generales del cerebro social, es absorbida así, con respecto
al trabajo, por el capital, y se presenta por ende como propiedad del ca-
pital, y más precisamente del capital fixe» (1972: 220). Así, la maquinaria
«se desarrolla con la acumulación de la ciencia social, de la fuerza pro-
ductiva en general», no siendo «en el obrero sino en el capital donde
está representado el trabajo generalmente social» (1972: 221). En con-

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Fetichismo y automatismo

secuencia, «la fuerza productiva de la sociedad se mide por el capital fixe,


existe en él en forma objetiva, y a la inversa, la fuerza productiva del ca-
pital se desarrolla con este progreso general, del que el capital se apropia
gratuitamente» (1972: 221). Entonces, en el proceso de valorización el
medio de trabajo «pierde su forma inmediata y se contrapone material-
mente, como capital, al obrero» (1972: 221). Por lo tanto, Marx no niega
que las fuerzas productivas asociadas al desarrollo del conocimiento so-
cial posean una fuente enormemente diversa y plural. Lo que está di-
ciendo es que, en una sociedad dominada por la valorización del valor,
dichas fuerzas se miden a través del capital fijo, existen en él en forma
objetiva, es más, se presentan como propiedad del capital y se contrapo-
nen materialmente a los trabajadores. Para lograr esto, el capital fijo ne-
cesita desarrollarse también en un sentido técnico-material. De ahí la
importancia del surgimiento de un sistema automático de maquinaria
que progresivamente permita al capital apropiarse de manera gratuita
(disminuyendo el trabajo necesario hasta prácticamente cero) de las fuer-
zas productivas generadas por la sociedad. A continuación, Marx sinte-
tiza la evolución de este proceso de la siguiente manera:
El pleno desarrollo del capital, pues, tan solo tiene lugar –o el capital tan
solo ha puesto el modo de producción a él adecuado– cuando el medio de
trabajo está determinado no solo formalmente como capital fijo, sino su-
perado en su forma inmediata, y el capital fijo se presenta frente al trabajo,
dentro del proceso de producción, en calidad de máquina; el proceso en-
tero de producción, empero, no aparece como subsumido bajo la habilidad
directa del obrero, sino como aplicación tecnológica de la ciencia. Darle a
la producción un carácter científico es, por ende, la tendencia del capital,
y se reduce el trabajo a mero momento de ese proceso. Así como ocurre
con la transformación del valor en capital, en un análisis más preciso del
capital se aprecia que este por un lado presupone un desarrollo determi-
nado de las fuerzas productivas, históricamente dado –y entre esas fuerzas
productivas también la ciencia– y por otro lado lo impulsa hacia adelante
(1972: 221).
De una forma que sorprende por su anticipación en el tiempo, lo que
Marx está planteando en este párrafo es que con el maquinismo la sub-
sunción del trabajo al capital deja de producirse de una forma inmediata,
es decir, «bajo la habilidad directa del obrero», para pasar a realizarse
de una forma mediada, «como aplicación tecnológica de la ciencia».

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El colapso del capitalismo tecnológico

En realidad, «la transformación del proceso productivo a partir del pro-


ceso simple de trabajo en un proceso científico (…) se presenta como
cualidad del capital fijo frente al trabajo vivo», porque permite que «el
trabajo individual en cuanto tal deje de aparecer como productivo»,
siendo, por medio del desarrollo científico, solamente «productivo en
los trabajos colectivos que subordinan las fuerzas naturales a sí mismos»
(1972: 222-223). En consecuencia, mediante el surgimiento de un sis-
tema automático de maquinaria, el fetichismo del capital se desarrolla
plenamente hasta el punto de hacer pasar el conocimiento social acu-
mulado por propiedades del capital fijo. Fetichismo y automatismo se
desarrollan mutuamente con el objetivo de valorizar el valor. De esta
manera, el trabajo social general se convierte en el instrumento funda-
mental para valorizar el valor, es decir, para desvalorizar el trabajo vivo
inmediato (incluido, como veremos en el siguiente ensayo, el conoci-
miento vivo, la creatividad social). Es decir: la transformación de la cien-
cia en capital es una necesidad en un modo de producción basado en la
lógica del valor (por este motivo, la lucha competitiva entre capitalistas
individuales se presenta necesariamente mediante la adopción de suce-
sivas revoluciones científico-técnicas; no es algo contingente). La trans-
formación del progreso científico-técnico en capital fijo es la forma en
que el capital consigue superar los límites que, para la valorización del
valor, suponía la explotación inmediata de la fuerza de trabajo.
Tal como deducimos a la hora de analizar la contradicción funda-
mental del capital en el primer ensayo, en esta evolución se percibe con
claridad cómo «el capital mismo es la contradicción en proceso», ya
que «tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que
por otra parte pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente
de la riqueza» (1972: 229). Cuando «el pilar fundamental de la pro-
ducción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el
hombre ni el tiempo que este trabaja, sino la apropiación de su propia
fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio
de la misma gracias a su existencia como cuerpo social (…), el robo del
tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como
una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado,
creado por la gran industria misma» (1972: 228). Así, «tan pronto
como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente
de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su me-

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Fetichismo y automatismo

dida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de
uso», desplomándose «la producción fundada en el valor de cambio»
(1972: 228-229). Lo que Marx está diciendo aquí es que los valores de
uso, que conforman el contenido de la riqueza social, ya no dependen
para su producción del gasto inmediato de trabajo vivo (sino del trabajo
muerto, particularmente del capital fijo). Pero en el capitalismo la ri-
queza social se expresa bajo el valor de cambio, que es la forma en que
se mide el valor contenido en cada mercancía. En la medida en que el
valor de cambio de las mercancías sea mayor, nuestra riqueza social será
mayor. Sin embargo, como sabemos, la sustancia del valor contenido
en cada mercancía es el gasto realizado en fuerza de trabajo abstracta-
mente humano en la producción de los diversos valores de uso. Como
este gasto de fuerza de trabajo es cada vez menor según se intensifica
el desarrollo tecnológico, la riqueza social deja de ser medible y deja de
poder expresarse a través del valor de cambio. En realidad, deja de serlo
porque la sustancia del valor tiende a desaparecer y por lo tanto el valor
de cambio pierde todo su sentido, se vuelve una forma anacrónica de
expresar la riqueza social.
Con el desarrollo científico se produce además una inversión a me-
nudo poco tenida en cuenta, pero que Marx percibió en todas sus con-
secuencias: la transformación del proceso productivo en proceso
científico disminuiría «el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de
trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente»,
con la singularidad de que, de modo creciente, el trabajo excedente se
convertiría en condición del trabajo necesario (1972: 229). En mi opi-
nión, frente a los planteamientos postobreristas que tienden a ver en el
conocimiento social general un ámbito potencialmente autónomo para
proyectar la transición al comunismo, lo que percibimos apoyándonos
en los análisis de Marx es justo lo contrario, que ese conocimiento social
general es un pilar fundamental para el desarrollo del capital. Un pilar
necesario –en la medida en que permite establecer apriorísticamente el
trabajo necesario a partir de las necesidades del proceso de valoriza-
ción– del crecimiento del trabajo excedente, dejando atrás la época ini-
cial del capitalismo donde la baja productividad social obligaba a que
la plusvalía se estableciese a partir de un tiempo de trabajo necesario
dado de antemano. Con el acelerado desarrollo científico, esta restric-
ción ha ido disolviéndose progresivamente, pues las fuerzas productivas

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El colapso del capitalismo tecnológico

ya no son determinadas por las capacidades del trabajo vivo, sino por el
trabajo objetivado. Pero llegará un momento en que se alcance un um-
bral crítico, ya que la lógica impersonal, automática y abstracta del
valor ha conducido a una situación donde el trabajo vivo inmediato
está desapareciendo como resultado de las sucesivas revoluciones cien-
tífico-técnicas, lo cual provocará un desplome progresivo de la produc-
ción de valor. En consecuencia, la crisis de la forma valor tiene que ver
con la propia lógica del proceso de valorización y no, como plantean los
postobreristas, con la dificultad de medir el valor que suponen las trans-
formaciones técnico-materiales en el ámbito de la producción (que, para
estos autores, se traduciría en una potencial autonomía del trabajo in-
material frente al capital).

Machina sapiens
Con este desplome progresivo de la producción de valor, el capital inicia
una carrera desesperada para adoptar nuevas tecnologías. De hecho, la
nueva revolución científico-técnica hay que entenderla como un suce-
derse de pequeñas revoluciones en un cada vez menor intervalo de
tiempo, que no hacen más que agravar la contradicción fundamental del
capital. Estamos experimentando cambios radicales en la forma de or-
ganizar los procesos de producción, pero nadie se está preocupando en
teorizar las consecuencias de todo ello. Y los cambios no cesan. En el pri-
mer ensayo nos referimos a la revolución científico-técnica como un pro-
ceso que se caracterizaba por la automatización, es decir, por la progresiva
eliminación del trabajo de ejecución en los procesos productivos. En
principio, el trabajo de concepción, de supervisión y de reparación de
las máquinas se mantendría. Sin embargo, con el desarrollo de la inteli-
gencia artificial y la aparición de las máquinas «pensantes» el escenario
se ha complicado también para estos colectivos laborales.
En la actualidad, estamos asistiendo a una orgía descontrolada de fe-
tichismo tecnológico en este ámbito. A diario recibimos noticias sobre
los avances en inteligencia artificial desde cualquier rincón del planeta:
un hotel atendido por robots, un programa que selecciona e identifica
nuestra pareja perfecta, un navegador que nos indica la mejor ruta para
llegar a otra ciudad, etc. Desde hace décadas el cine viene prestando
atención a este fenómeno, en películas míticas como «2001: Una odisea
en el espacio» o «Blade Runner», donde las «inteligencias artificiales»

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Fetichismo y automatismo

son capaces de rebelarse contra las directrices humanas, hasta largome-


trajes como «Her» o «I. A. Inteligencia Artificial», donde incluso los
ordenadores tienen la capacidad de expresar sentimientos humanos. Pa-
rece que las máquinas se están volviendo inteligentes y autónomas res-
pecto de las relaciones sociales de producción. Paradójicamente, no
serían los trabajadores los que se están volviendo autónomos, sino en
apariencia las máquinas. No obstante, aunque en los avances en inteli-
gencia artificial la innovación en algoritmos es fundamental, tan funda-
mental como eso es alimentar dichos algoritmos con big data obtenidos
de la multitud de interacciones entre personas de carne y hueso (Lanier,
2014). Hasta ahora, una inteligencia artificial tan solo se puede entender
como una combinación de los comportamientos previos de multitud de
personas reales. La inteligencia artificial, incluidos los algoritmos que
se van incorporando a su diseño, no es un ente sobrenatural, depende
por completo de las facultades y de las decisiones humanas, de las inter-
acciones sociales de millones de personas.
En la década pasada, uno de los proyectos estrella de Google consistía
en escanear todos los libros existentes en las grandes bibliotecas del
mundo para convertirlos al formato digital. Para los ingenieros de Goo-
gle, el objetivo de este proyecto no era fundamentalmente que las per-
sonas leyesen los libros en los ordenadores, sino que los leyese una
«inteligencia artificial» (Lanier, 2014). La tecnología avanzada se en-
cargaría de atomizar el contenido de los libros en pedazos de información
que a continuación se podrían volver a ensamblar en función de los ob-
jetivos diseñados. De esta manera, la «inteligencia artificial» culminaría
la realización del fetichismo del capital, pues la integridad de la obra de
un autor, su peculiaridad literaria, su perspectiva, se anularía. Mediante
esta transformación tecnológica, de la mercancía «libro» no quedaría
prácticamente ningún vestigio humano. Como resultado de este proceso,
la mercancía adquiriría su estatus metafísico más logrado.
En buena medida, la posibilidad de una mente inmortal capaz de
poder enseñarse a sí misma, por completo liberada del cuerpo humano
(que, bajo una concepción cartesiana, representaba la carga de la morta-
lidad, la tendencia a la entrega corruptora de la humanidad a los deseos y
las pasiones), del trabajo humano, abría la posibilidad de «pensar sin el
cuerpo» (Noble, 1999: 182). En cierto modo, la inteligencia artificial su-
pone una exaltación de la capacidad humana de pensar como facultad

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El colapso del capitalismo tecnológico

única, desgajada, abstraída del conjunto de nuestro ser. La destilación de


los mecanismos del pensamiento humano para transferirlos a un medio
artificial «más seguro», una morada inmortal y sentimentalmente asép-
tica, reflejaba de forma inconsciente un «segundo yo» más perfecto, en
realidad, una encarnación eterna y objetivada de la propia divinidad.
Como plantea Noble, «completamente liberada del cuerpo humano, la
mente inmortal podría evolucionar de forma independiente hacia formas
más elevadas de vida artificial, y unirse por fin con su origen, la mente de
Dios» (1999: 183). Entre las primeras personas que imaginaron dicha
posibilidad, Alan Turing tenía como preocupación fundamental desarro-
llar ordenadores electrónicos que permitiesen crear una máquina pen-
sante capaz de simular el pensamiento humano. Turing se planteó la
posibilidad de crear una «máquina» abstracta, un ordenador universal
capaz de expresar afirmaciones lógicas, estableciendo una relación entre
la aritmética binaria y una notación simbólica de alto nivel que permitiese
generar una analogía entre los estados de la máquina y de la mente.
Turing fue más allá, sugiriendo que algún día las máquinas podrían
estar diseñadas con unas facultades de pensamiento capaces de evolucio-
nar más allá de los límites para los que habían sido originariamente pro-
gramadas. Llegó a estar obsesionado con la posibilidad de crear una
máquina que pudiese aprender. Por consiguiente, estaríamos hablando
de una máquina diseñada por la inteligencia humana que al mismo
tiempo sería autónoma con respecto a dicha inteligencia, y no solo eso,
ya que sería capaz de superar e incluso suplantar a la mente humana. Para
los más visionarios, las máquinas mentales representaban el próximo paso
en la evolución, una especie nueva, los machina sapiens, que competiría y
al final sustituiría idílicamente al homo sapiens (Noble, 1999). Y en cierta
medida han cumplido sus previsiones, pero en un sentido que deja
mucho que desear en términos evolutivos. Así, al tiempo que los precur-
sores de la inteligencia artificial buscaban la mente inmortal, contribu-
yeron enormemente a perfeccionar los sistemas militares, mediante las
«armas inteligentes», que incrementaron la eficacia mortífera de los ejér-
citos más avanzados del planeta. De hecho, en buena medida las ideas del
propio Turing derivaban de su labor en tiempos de guerra con el objetivo
de descodificar la criptografía alemana («Enigma») para el ejército bri-
tánico. Igualmente, sus avances tecnológicos han favorecido a las grandes
corporaciones industriales y financieras, contribuyendo en gran medida

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Fetichismo y automatismo

a una mayor disciplina y descualificación del trabajo humano, así como


a la consiguiente supresión de millones de puestos de trabajo, mientras
la riqueza abstracta se concentraba cada vez en menos manos.
En buena parte, la inteligencia artificial representa el paroxismo del
escapismo fetichista en el que se debate el modo de producción capita-
lista en su proceso de descomposición. En la medida en que la base real
para un progreso humano se agota irremediablemente, en la medida en
que la decadencia del capitalismo nos aboca a escenarios incompatibles
con la supervivencia de la humanidad, no es casual que las nuevas for-
mas de la revolución científico-técnica se construyan sobre la idea de
que una inteligencia artificial pueda sustituir de forma eficaz a la hu-
mana, purgándola precisamente de todos los obstáculos que le impidan
funcionar como una máquina perfectamente funcional al proceso de
abstracción que implica la valorización del valor. En realidad, la posibi-
lidad de que una «máquina abstracta» suplante a la inteligencia pro-
piamente humana supone desarrollar el proceso de subsunción real del
trabajo al capital hasta sus últimas consecuencias. La generalización de
la inteligencia artificial ejemplificaría de forma contundente cómo el
conocimiento colectivo es apropiado por el capital, convirtiendo las
fuerzas productivas sociales en propiedades inmanentes del capital prác-
ticamente de una manera perfecta y total.
Pero, al margen de toda la carga fetichista que hay detrás de esta
huida hacia delante, la contradicción fundamental del capital no hace
más que agudizarse con el perfeccionamiento de las máquinas. No solo
por la eliminación cada vez más intensa del gasto de fuerza de trabajo
en los procesos de producción, no solo porque las propias máquinas
requieren a su vez un menor gasto de tiempo de trabajo, sino porque
además la inteligencia artificial, por definición, requiere máquinas prác-
ticamente eternas, muy longevas. Si dichas máquinas aprendiesen por
sí mismas, la prolongación de su tiempo de vida útil incrementaría su
capacidad de reducir el tiempo de trabajo humano socialmente nece-
sario en la producción. Si nos pusiésemos en el extremo de que una
máquina durase para siempre (Mason, 2016), se reduciría a cero (y
para siempre) la transferencia de valor desde el medio de producción
a la mercancía. Fuese cual fuese el tiempo de trabajo empleado en la
producción de dichas máquinas pensantes, su duración eterna impediría
la transferencia de valor, pues reduciría la amortización anual a cero.

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Fetichismo y automatismo

Obviamente, las máquinas no duran para siempre, la propia compe-


tencia entre capitalistas conllevaría la aparición de máquinas pensantes
más sofisticadas. Pero de nuevo nos encontramos aquí con una contra-
dicción entre las características técnico-materiales del proceso de pro-
ducción y la imperiosa lógica del valor, pues la prolongación de la vida
útil de la máquina pasaría a representar el factor principal para reducir
el tiempo de trabajo socialmente necesario en aquellos procesos de pro-
ducción donde dicha máquina fuese incorporada. Como el tiempo so-
cialmente necesario para producir una mercancía (dadas las condiciones
técnicas imperantes), constituye el criterio para definir el valor incor-
porado en la producción de esta última, la generalización de la inteli-
gencia artificial implicará directamente un agotamiento mucho más
acelerado de la producción de valor, ya que además del agotamiento de
la propia generación de valor se esquilmarían también sus fuentes de
transferencia directas desde los medios de producción.
En realidad, el capital es prisionero de su propia concepción feti-
chista, es prisionero de su propia lógica. En su escapismo fetichista, em-
prende una huida hacia adelante con la cual cree superar sus problemas
estructurales, pero que en el fondo termina deteriorando aún más sus
condiciones de valorización en un proceso que refuerza el impulsado
por la competencia entre los capitalistas. En cada solución que busca a
sus problemas va agudizando sus contradicciones hasta colapsar.

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Capítulo 4

Las desventuras del trabajo cognitivo

El proceso de subsunción real


En el ensayo anterior, ya hicimos referencia al concepto de subsunción
real para demostrar que el control que el capital proyectaba sobre el tra-
bajo humano no poseía un carácter externo, posibilitado gracias al ejer-
cicio de la propiedad privada de los medios de producción, sino que el
capital tenía la capacidad fetichista de hacer pasar las propiedades de
las personas por propiedades de las cosas, provocando a su vez que las
relaciones entre las personas fuesen gobernadas por las relaciones entre
las cosas. No obstante, de las transformaciones que se desarrollan en el
capitalismo contemporáneo Hardt y Negri concluyen que «el capital
es cada vez más externo respecto al proceso productivo y la generación
de riqueza» o, dicho de otra manera, que «el trabajo biopolítico es cada
vez más autónomo»; en consecuencia, «la extracción del valor del
común se realiza cada vez más sin que el capitalista intervenga en su
producción», mediante una «primacía renovada de la renta» en el pro-
ceso de acumulación de capital (2011: 155).
En el meollo de la argumentación postobrerista se encuentra el rol
creciente del trabajo inmaterial en los procesos productivos. Para los
postobreristas, este tipo de trabajo implicaría una mayor responsabili-
dad del trabajador en la gestión de la producción, lo cual posibilitaría
que pudiera organizar autónomamente su propio trabajo. Según su
punto de vista, la creación de riqueza social comienza a basarse direc-
tamente en el conocimiento social (que pasaría a convertirse en la sus-
tancia del valor, en detrimento del tiempo de trabajo abstractamente
humano), derivando en una pérdida de control por parte del capital
sobre la organización social de la producción. De hecho, el trabajo in-
material trascendería la relación social entre capital y trabajo y, como

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El colapso del capitalismo tecnológico

ya analizamos antes, lograría producir directamente valor (el cual se ana-


liza en exclusiva desde una perspectiva cuantitativa, como instrumento
de medida y no como forma de las relaciones sociales de producción
en el capitalismo).
En realidad, las cosas son bien distintas. Al no tener en cuenta la cen-
tralidad de la teoría del fetichismo en la crítica marxista del valor, los
postobreristas no comprenden cómo una mayor implicación cognitiva
de los trabajadores en los procesos de producción se traduce en un
mayor sometimiento del trabajo al capital. Para comprenderlo, nos
vamos a basar principalmente en el análisis que realiza Postone (2006:
420-447) del capítulo inédito de El Capital en su libro Tiempo, trabajo
y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx.
Según Postone, Marx se aproxima al proceso de subsunción del trabajo
al capital desde el ámbito de la producción, no desde el ámbito super-
ficial del mercado y las relaciones jurídicas de propiedad que se puedan
establecer en un determinado momento. Para Marx (1984) hay que
considerar el proceso de producción en una doble dimensión. En pri-
mer lugar, como proceso técnico-material de trabajo, de producción de
riqueza material. Y, en segundo lugar, como proceso de valorización, de
creación de plusvalor. Nos interesa especialmente preguntarnos por la
interacción entre ambas dimensiones: cómo la relevancia de los distin-
tos elementos que conforman el proceso técnico-material de trabajo se
transforma cuando se los considera desde el punto de vista del proceso
de valorización. Es decir, el trabajo no se analiza desde su especificidad
cualitativa, bajo sus características técnicas y materiales, sino como
medio para lograr un objetivo dado: la valorización del valor. En reali-
dad, este tipo de análisis se hace más necesario a medida que el capita-
lismo profundiza su desarrollo, ya que, mientras que al comienzo de
este el proceso de valorización permanece extrínseco al proceso de tra-
bajo, con la hegemonía del maquinismo la situación cambia por com-
pleto y el proceso de trabajo queda determinado intrínsecamente por
el proceso de valorización.
Marx identifica tres etapas en este recorrido del desarrollo capita-
lista: la cooperación, la manufactura y la industria a gran escala. En la
primera etapa, la producción capitalista no representaba aún un cambio
cualitativo en el modo de producir, sino solo un incremento cuantitativo
en el tamaño de las unidades de producción, en la cantidad de trabaja-

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Las desventuras del trabajo cognitivo

dores empleados simultáneamente por el mismo capitalista. Es cierto


que la cooperación permite un mayor grado de productividad, un nuevo
poder productivo, que es intrínsecamente un fenómeno social, colec-
tivo. En este contexto histórico, Marx todavía analiza la productividad
en términos del carácter social del trabajo concreto, incluyendo los co-
nocimientos y las experiencias científico-técnicas y organizativas. La ca-
pacidad productiva que supone la cooperación pone de manifiesto que
el todo es superior a las partes, que una serie de trabajadores reunidos
en una unidad de producción son más productivos que todos ellos por
separado. Aunque esta mayor productividad es el resultado de la mayor
interacción de los trabajadores en el proceso productivo, para Marx la
cooperación beneficia exclusivamente al capitalista, y ello de varias ma-
neras. En primer lugar, le permite aumentar la productividad, es decir,
reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario. En segundo lugar,
el capitalista paga a cada trabajador como propietario individual de su
fuerza de trabajo independiente, mientras que deja de pagar la ganancia
de productividad, el producto social excedente, que supone combinar
la fuerza de trabajo de todos ellos.
Posteriormente, el proceso de subsunción del trabajo al capital irá
más allá de la apropiación por parte de los capitalistas de la producción
social excedente que se obtiene gracias a la cooperación. Implicará una
constitución alienada de los conocimientos y las experiencias generales
de la sociedad, que no se limita a los conocimientos y las experiencias
de los productores inmediatos. Pero en la etapa de la cooperación todavía
no se ha constituido en la esfera de la producción un modo general de
conocimiento y experiencia separado de los productores inmediatos e
independiente de ellos. Por el momento, la conversión de la capacidad
productiva del trabajo en la del capital se consigue a través de los instru-
mentos típicos de la acumulación originaria, fundamentalmente a través
de la propiedad privada de los medios de producción.
En el período de la manufactura, en los albores de la modernidad, el
proceso de trabajo sufre cambios cualitativos. Se incrementa la división
del trabajo en el interior de la unidad de producción. En lugar de basarse
en prácticas artesanales, la nueva división del trabajo se articula me-
diante operaciones segmentadas que utilizan instrumentos especializa-
dos de trabajo. Los trabajadores quedan reducidos a la realización de
tareas repetitivas, parciales, simples, que luego son coordinadas entre

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El colapso del capitalismo tecnológico

sí. El resultado es un fuerte aumento de la productividad, disminuyendo


de manera significativa el tiempo socialmente necesario para la produc-
ción de mercancías. En consecuencia, se incrementa la plusvalía, en par-
ticular la relativa, y aumenta la autovalorización del capital, en tanto que
la simplificación y la parcialización disminuyen el valor de la fuerza de
trabajo como mercancía. En esta etapa, el desarrollo capitalista ya su-
pone que el proceso de trabajo se encuentre intrínsecamente relacio-
nado con el capital, es decir, que sea moldeado materialmente por el
proceso de valorización.
Esta forma material de producción es una consecuencia del empuje
constante entre los capitalistas hacia un incremento de la productividad,
hacia un proceso de trabajo lo más eficiente posible. Por lo tanto, una
reducción significativa del tiempo socialmente necesario se efectuó en
primer lugar, no con la introducción de la maquinaria, sino mediante la
especialización reductora del trabajo. Los obreros individuales especia-
lizados se convierten en órganos del «colectivo laboral», que mediante
el proceso de subsunción real termina constituyendo una forma de exis-
tencia del capital. En total ruptura con cualquier ontología positiva del
trabajo, Marx considerará que la subsunción de los trabajadores indivi-
duales al «colectivo» en el período de la manufactura es negativa, ya
que la capacidad productiva del conjunto queda constituida a expensas
de la capacidad productiva del individuo. De esta manera, la forma de
mercancía pasa a transformar la vida de las personas, en la medida en
que va a desarrollar en los trabajadores unas facultades ligadas a la es-
pecialización, a expensas de cualesquiera otras facultades. Es decir, Marx
no solo está criticando el incremento de la explotación que supone la
mayor capacidad del capital para aprovecharse de la fuerza productiva
del trabajo social, sino que este proceso comienza a llevarse adelante
mediante la mutilación de las facultades de los trabajadores. Además,
el trabajador ya solo puede trabajar como parte del conjunto, lo cual im-
plica que ya no solo vende su fuerza de trabajo debido a que no dispone
de la propiedad jurídica de los medios de producción (como ocurría en
la «acumulación originaria»1), sino que su necesidad de vender la

1
Aunque no abordaremos esta interesante cuestión, sería necesario utilizar con más
cautela conceptos como el de «acumulación por desposesión» de David Harvey
(2004), que Hardt y Negri (2011) toman como referencia para equiparar el actual
proceso de mercantilización de los bienes comunes con el que se produjo en los al-

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Las desventuras del trabajo cognitivo

fuerza de trabajo se basa en la naturaleza técnica del proceso de trabajo,


que pasa a ser intrínsecamente capitalista. Tener en cuenta esto es fun-
damental: el capitalismo no solo expropia a los trabajadores sus medios
de producción, sino también sus facultades corporales2 y cognitivas.
Progresivamente, el valor se va constituyendo como una categoría
estructurante de la producción (y no solo del mercado), una categoría
despótica y jerárquica. Así, la planificación técnica de la unidad de pro-
ducción no es algo neutro en sí, desvinculado de la lógica del valor. Por
supuesto, tampoco es algo positivo en sí mismo, como si la planificación
de la producción se opusiese esencialmente a la anarquía del mercado.
Para Marx, esta planificación refleja el triunfo del despotismo de la co-
lectividad sobre el individuo, que pasa a ser un mero engranaje del sis-
tema. Como argumenta Postone, el trabajador no solo queda subsumido
al capital porque no disponga de la propiedad de los medios de produc-
ción, sino por la manera en que la organización del trabajo se constituye
para incrementar su productividad con el objetivo de valorizar el valor.
Sin embargo, en esta etapa el capital todavía no se ha realizado plena-
mente. Sin duda, la totalidad social alienada ya es mayor que la suma de
sus partes, y condiciona enormemente el desarrollo facultativo de los
individuos que subsume. Pero la constitución de dicha totalidad, la
constitución del capital como relación social global, todavía se com-
prende en términos de los productores inmediatos que la conforman.
Aunque en la manufactura el proceso de trabajo ya queda definitiva-
mente determinado por el proceso de valorización, todavía no repre-

bores de la modernidad. Aunque existan elementos de similitud entre ambos procesos


históricos, de ningún modo se puede deducir de esta analogía, tal como sostiene Har-
vey, que «la larga historia del capitalismo» se articula en torno a una «relación diná-
mica entre la continua acumulación originaria por un lado y la acumulación mediante
la reproducción ampliada descrita en El Capital, por otro», concluyendo, sobre una
interpretación errónea de la obra de Rosa Luxemburg (1967), que «Marx estaba equi-
vocado (…) al confinar la acumulación originaria a la prehistoria del capitalismo»
(2014: 297). En realidad, Harvey no tiene en cuenta que el concepto de «acumulación
originaria» tiene que ver con un determinado estadio de desarrollo del capital en el
cual el proceso de subsunción del trabajo humano solo podía producirse en términos
formales. Se puede consultar una crítica más amplia del concepto de «acumulación
por desposesión» en Macías (2016).
2
En relación a la expropiación de las facultades corporales, que no abordaremos en
este trabajo, se recomienda consultar Federici (2010).

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El colapso del capitalismo tecnológico

senta su materialización plena. La forma de valor puede generar un im-


pulso permanente hacia el crecimiento de la productividad, pero aún
no puede discriminar entre un proceso de trabajo para el cual el obje-
tivo sea la riqueza material y otro para el cual sea la valorización del
valor.
Con la era de la industria a gran escala, con la revolución industrial
que se inicia en Inglaterra a finales del siglo XVIII, el capital se realiza
plenamente, llega a su apogeo. Ahora sí, el proceso de valorización se
va a materializar adecuadamente. Con la primera revolución industrial,
la mecanización de la producción implica que el trabajador es susti-
tuido por una máquina-herramienta. Como describe Marx (1975),
estas máquinas, motrizmente independientes del trabajador (como la
máquina de vapor), se liberan de las limitaciones orgánicas de la fuerza
de trabajo, a la vez que –a diferencia de lo que ocurría con la energía
hidráulica o animal durante la época feudal– quedan bajo control hu-
mano. A partir de entonces, se constituye una «ciencia de la produc-
ción», basada en las ciencias naturales, que no tiene en cuenta los
principios anteriores de la división del trabajo centrados en el conoci-
miento inmediato, vivo, del trabajador. Con la producción de máquinas
por máquinas, con la automatización del proceso productivo, la indus-
tria a gran escala alcanza su fundamentación técnica adecuada en tér-
minos de la lógica del valor.
Con el desarrollo de la gran industria, «el hombre aprende a hacer
que opere a gran escala y gratuitamente, al igual que una fuerza natural,
el producto de su trabajo pretérito, ya objetivado» (1975: 472). Dentro
de estas fuerzas a gran escala y gratuitas, Marx incluye el conocimiento
científico acumulado durante siglos, ya que, una vez realizado un des-
cubrimiento, utilizarlo no cuesta nada. Cuanta mayor sea la eficacia pro-
ductiva de la máquina en relación a la herramienta, mayor será la
capacidad de aprovechar estas fuerzas previas. En consecuencia, un as-
pecto fundamental del desarrollo de la industria a gran escala será la
consolidación de un conocimiento general de la sociedad, científico y
técnico, que no está en función ni puede reducirse a los conocimientos
y las experiencias inmediatas de los trabajadores particulares, sino que
procede de una acumulación previa. Es trabajo muerto, pretérito, obje-
tivado, en definitiva es capital. De hecho, el valor de uso de este trabajo
acumulado como una «fuerza natural», independientemente del tra-

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Las desventuras del trabajo cognitivo

bajo directo, vivo, es gratuito y sustituye cada vez más al esfuerzo hu-
mano como factor social central en la transformación de la materia. De
esta manera, no solo se incrementa de un modo significativo la produc-
tividad del trabajo, sino que lo hace hasta el punto de convertir la pro-
ducción de riqueza material en algo en esencia independiente del gasto
inmediato de tiempo de trabajo abstracto, que contradictoriamente con-
tinúa constituyendo la fuente del valor.
Con la gran industria, las fuerzas productivas sociales y generales im-
plicadas en la producción de riqueza material no solo son mayores que
la suma de las fuerzas productivas de los productores individuales in-
mediatos, sino que ya no están constituidas fundamentalmente por estas
últimas. A diferencia de lo que ocurría en la manufactura, las fuerzas
productivas de la sociedad ya no expresan de manera alienada tan solo
el conocimiento y la experiencia del «colectivo laboral», sino el cono-
cimiento y la experiencia colectiva acumulada previamente por la hu-
manidad. En consecuencia, la constitución del capital desborda la del
«colectivo laboral» en su forma alienada, va más allá de la expropiación
de los conocimientos surgidos de la cooperación en el proceso inme-
diato de trabajo. Además, el conocimiento social acumulado, la ciencia
en particular, se hace capital, trabajo muerto contra el trabajo vivo, con-
tra el conocimiento vivo, en definitiva contra la creatividad. Y así, las
fuerzas productivas sociales y el trabajo humano se vuelven estructu-
ralmente antagónicos. Cuanto más se desarrollan las primeras, más se
empobrece el segundo. Según Marx, «a medida que se acumula el ca-
pital, empeora la situación del obrero, sea cual fuere su remuneración»
(1975: 805). Esta evolución antagónica no es una consecuencia en sí
misma de la implantación de métodos tecnológicamente avanzados en
la producción de riqueza, sino la expresión de un proceso de trabajo
cada vez más dependiente del proceso de valorización por medio de las
aceleradas transformaciones tecnológicas. Conviene recordar estas pre-
monitorias palabras de Marx:
Hoy día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que
las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más
fructífero el trabajo humano provocan el hambre y el agotamiento del traba-
jador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de
un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen
adquiridos al precio de cualidades morales. El dominio del hombre sobre la

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El colapso del capitalismo tecnológico

naturaleza es cada vez mayor; pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte


en esclavo de otros hombres o de su propia infamia. Hasta la pura luz de la
ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la igno-
rancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual
a las fuerzas materiales, mientras que reducen la vida humana al nivel de una
fuerza material bruta. Este antagonismo entre la industria moderna y la cien-
cia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro; este antagonismo entre
las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho
palpable, abrumador e incontrovertible(2016: 369).
Aunque la industria a gran escala desarrolla tremendamente las fuer-
zas productivas sociales, no libera a los obreros del trabajo parcial y re-
petitivo. Al contrario, como dice Marx (1984), los subsume todavía más
en la producción haciéndolos parte de las propias máquinas. En reali-
dad, el trabajo se fragmenta y se especializa todavía más, haciendo des-
cender el nivel intelectual del mismo, empobreciéndolo en general. Es
más, los trabajadores se convierten en un recurso de «usar y tirar» que
da lugar a un ejército industrial de reserva totalmente subordinado a las
necesidades de la acumulación de capital. A pesar del recurrente dis-
curso sobre la relevancia del trabajo cognitivo en nuestra época, esta es
la realidad vigente para la inmensa mayoría. Es decir, las fuerzas pro-
ductivas sociales se desarrollan de modo que dominan crecientemente
a las personas, perjudicando su propio desarrollo como tales.

Imposturas fisiócratas
Cuando no se tiene en cuenta que el valor es una relación social abstracta
y no una propiedad corpórea del objeto concreto producido (es decir,
que es una forma social de producción y no se reduce a un instrumento
de medida), es imposible comprender el proceso de subsunción del tra-
bajo al capital, reduciéndolo a un mecanismo de control externo del ca-
pital sobre el trabajo. Entre los autores postobreristas, este límite teórico
es bastante evidente. De estos últimos, posiblemente sea Maurizio Laz-
zarato (2002) quien haya ido más allá en su teorización de las implica-
ciones de esta concepción ontológica del valor, intentando ofrecer un
punto de vista sobre la naturaleza del trabajo inmaterial en clara ruptura
categorial con la crítica marxista del valor3. En su libro Puissances de l’in-

3
Para Lazzarato, la duplicidad de cada categoría económica hay que considerarla según
los conceptos deleuzianos de diferencia y repetición. Así, en el caso del trabajo habría

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Las desventuras del trabajo cognitivo

vention: la psychologie économique de Gabriel Tarde contre l’économie poli-


tique, Lazzarato plantea que la fuente del valor no reside en el gasto de
fuerza de trabajo abstracto en el proceso de producción capitalista, sino
que desde siempre se ha encontrado en la capacidad de invención y de
asociación de los miembros de las sociedades humanas, a través de sus
múltiples y diversas interacciones concretas. Oponiendo la psicología
económica de Gabriel Tarde a la economía política (incluyendo a Marx),
sostiene que la potencia de creación, así como la capacidad de coopera-
ción autónoma de las fuerzas sociales, se constituye ontológica e histó-
ricamente con anterioridad a la división del trabajo y al proceso de
valorización capitalista. De hecho, para Lazzarato la cooperación pro-
ductiva no resultaría de la socialización capitalista, sino que derivaría di-
rectamente de los procesos de emancipación social que se desarrollaron
en los albores de la modernidad contra las jerarquías de las sociedades
tradicionales. En su visión, el trabajo no se subsume al capital, sino que
se autovaloriza a partir de las propias luchas de los trabajadores. En el
mundo de hoy, esta concepción se extrapola al trabajo inmaterial y a su
rol en el llamado capitalismo cognitivo, deduciendo de ello que en la ac-
tualidad el capital no subsume realmente el trabajo, sino formalmente a
toda la sociedad (Hardt y Negri, 2002), de tal manera que ejerce un con-
trol externo sobre la producción biopolítica por medio de estrategias ren-
tistas (Vercellone, 2008; Marazzi, 2010).
En concreto, Lazzarato sostiene que la constitución del valor en la
actividad científica no se produce mediante una lógica abstracta, sino
que sería el resultado de la cooperación intercerebral entre los miembros
de la comunidad, teniendo en cuenta precisamente toda la diversidad y
multiplicidad de contribuciones asociadas a dicha cooperación social
en términos concretos. En consecuencia, cuestiona la concepción que
defiende que la medida del valor de los productos del trabajo se obtiene
a partir de la reducción de los trabajos concretos a trabajo abstracto, ya

que distinguir entre las actividades de reproducción (repetición) y las actividades de


creación y de innovación (diferencia). En el caso del capital, entre capital-material (re-
petición) y capital-invención (diferencia). En el consumo, entre consumo pasivo (re-
petición) y consumo activo, entendido como la invención de nuevas normas de
consumo (diferencia). Y dentro de las necesidades también habría que distinguir entre
las orgánicas (repetición) y las especiales, como la necesidad de conocer y la curiosi-
dad, que fundamentarían el progreso económico (diferencia).

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El colapso del capitalismo tecnológico

que al negar la naturaleza heterogenea de los mismos se estaría igno-


rando precisamente que en la multiplicidad de los distintos cerebros
participantes se encuentra la potencia de creación e invención de la so-
ciedad4. Según Lazzarato, Marx incurriría en una contradicción, ya que,
aunque introduce el punto de vista subjetivo de las fuerzas sociales, su
naturaleza heterogénea queda neutralizada por el funcionamiento de la
ley del valor y la forma en que lo mide, el tiempo de trabajo abstracta-
mente humano empleado en la producción de mercancías. Para el autor
postobrerista, Marx subordina la cooperación entre cerebros, donde se
constituirían los procesos de subjetivación, a la dinámica de reproduc-
ción del capital, a su lógica abstracta e impersonal.
Para aproximarnos a un análisis crítico de la obra de Lazzarato, con-
viene que explicitemos mejor cuál es en realidad el planteamiento de
Marx. Para ello daremos un pequeño rodeo. En primer lugar, retoma-
remos la crítica que Böhm-Bawerk realizó del análisis marxista del tra-
bajo cualificado a finales del siglo XIX . En realidad, Lazzarato aborda
una problemática más amplia. Lo que está poniendo en cuestión es que
se pueda medir el valor de cualquier actividad laboral (no solo la cuali-
ficada) mediante su reducción a trabajo abstracto. Para él, la producción
de valor consiste en un proceso social basado en la interacción de una
multiplicidad heterogénea de trabajos concretos. Siendo así, no tendría
sentido medir el valor a través de un proceso de abstracción que no tu-
viese en cuenta precisamente el fundamento de su producción, esto es,
la actividad concreta de cada individuo. Por su parte, Böhm-Bawerk es
más específico en su crítica a Marx, ya que lo que cuestiona es que dicha
reducción a la abstracción se pueda dar en un tipo determinado de tra-
bajo, el cualificado. Sin embargo, un análisis crítico de la obra de Böhm-
Bawerk (2000) nos puede ayudar a comprender los límites teóricos de
ambos planteamientos. En principio, Böhm-Bawerk pone sobre la mesa

4
Téngase en cuenta que esta crítica a la forma de medición del valor en la economía
política va más allá de la crítica que realizan Hardt y Negri. Para estos, como ya señalé
en el primer ensayo, la dificultad para medir el valor estriba en un problema de natu-
raleza técnica, y básicamente se limita al capitalismo cognitivo (Hardt y Negri, 2002).
Sin embargo, la crítica de Lazzarato (2002) representa un desafío de mayor entidad
categorial. En su trabajo sobre la sociología tardiana cuestiona la posibilidad de que
se pueda medir el valor de los productos del trabajo a partir de la reducción del trabajo
concreto a trabajo abstracto en cualquier forma histórica que haya adoptado el modo
de producción capitalista.

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Las desventuras del trabajo cognitivo

un problema diferente: la imposibilidad de equiparar en valor los pro-


ductos de trabajos de diferente complejidad utilizando un elemento
común. Sin embargo, en términos lógicos ambos están cuestionando lo
mismo: la posibilidad de reducir a un elemento común abstracto el pro-
ducto de un trabajo, con el objetivo de equipararlo en valor a otro pro-
ducto, cuando en realidad las cualidades concretas implicadas en su
producción son muy distintas. Más allá del tipo de trabajo al que se
refieran ambos autores, más allá de cómo entiendan la producción
(subrayando la faceta inmaterial o no), y más alla de que entre sus cua-
lidades incluyamos o no la influencia de las interacciones sociales por
fuera de las unidades productivas, el problema de fondo que se plan-
tean es el mismo. Ambos autores pretenden críticar a Marx por el
mismo motivo, esto es, porque consideran que el valor generado por
el trabajo humano tiene que ver con las cualidades concretas del
mismo y no con su reducción a fuerza de trabajo abstracta como re-
sultado de las condiciones históricamente específicas de una sociedad
dominada por el intercambio generalizado de mercancías.
Eugen von Böhm-Bawerk (en La conclusión del sistema marxiano,
2000) fue uno de los primeros autores que pretendió haber descubierto
un punto débil de la teoría marxista del valor en lo que respecta al trata-
miento del trabajo cualificado (o complejo). En el capítulo primero de
El Capital, Marx plantea que «el trabajo más complejo es igual solo a tra-
bajo simple potenciado, o más bien multiplicado, de suerte que una pe-
queña cantidad de trabajo complejo equivale a una cantidad mayor de
trabajo simple», añadiendo a continuación que «la experiencia muestra
que constantemente se opera esa reducción. Por más que una mercancía
sea el producto del trabajo más complejo, su valor la equipara al producto
del trabajo simple y, por consiguiente, no representa más que determi-
nada cantidad de trabajo simple. Las diversas proporciones en que los
distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo simple como a su uni-
dad de medida se establecen a través de un proceso social que se desen-
vuelve a espaldas de los productores, y por eso a estos les parece resultado
de la tradición. Para simplificar, en lo sucesivo consideraremos toda clase
de fuerza de trabajo como fuerza de trabajo simple, no ahorrándonos
con ello más que la molestia de la reducción» (1975: 54-55).
Böhm-Bawerk comenta ampliamente este fragmento de El Capital.
Para empezar, tras constatar el hecho empírico de que el producto de

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El colapso del capitalismo tecnológico

una hora de trabajo cualificado tiene un valor mayor que el producto


de una hora de trabajo simple, se pregunta por el elemento común que
equipara diferentes cosas entre sí en el intercambio de mercancías. Res-
ponde, interpretando las primeras páginas del capítulo primero de El
Capital, que ese elemento común, ese algo común de magnitud igual,
debería ser el trabajo abstracto. Sin embargo, en el pasaje antes citado
Marx habla de «trabajo simple», y no de trabajo abstracto. Es decir, el
elemento común al que debería reducirse todo tipo de trabajo para poder
ser medido serían las unidades de trabajo simple contenidas en dicho
trabajo. Por ejemplo, el trabajo de un científico contendría muchas más
unidades de trabajo simple que la actividad de un panadero. En realidad,
el trabajo simple sería aquel tipo de trabajo que no exige del operario una
preparación especial, que toda persona común podría realizar sin nece-
sidad de una formación especial a partir de sus propias facultades cor-
porales. Pero a Böhm-Bawerk este planteamiento le choca mucho,
negándose a aceptar que en el producto de un artista o de un científico
incorpore trabajo simple, la misma cantidad de trabajo simple que la con-
tenida por ejemplo en cinco productos del operario de una fábrica textil.
En síntesis, Böhm-Bawerk sostiene que «ambos productos incorporan
distintos géneros de trabajo en cantidades también distintas» (2000:
125-126). Dicho esto, acepta que «los hombres, por el motivo que fuere,
pueden equiparar una jornada de trabajo del escultor a cinco jornadas
del cantero, lo mismo que, por ejemplo, pueden equiparar un cabrito a
cinco liebres. Pero así como esta equiparación no autorizaría a un esta-
dístico a afirmar con toda seriedad científica que una reserva con 100
cabritos y 500 liebres contiene 1.000 liebres, así tampoco un estudioso
de los precios o un teórico del valor está autorizado a afirmar que en el
producto diario del escultor se hallan incorporadas cinco jornadas de
trabajo simple, y que tal es el motivo de que en el intercambio el primero
se equipare a cinco productos diarios del cantero» (2000: 126).
Tras constatar este problema, Böhm-Bawerk concentra su crítica en
el siguiente argumento: «en este punto topamos con un dato bastante
natural pero comprometedor para la teoría marxiana, según la cual la
medida de la reducción está determinada únicamente por las propias re-
laciones efectivas de cambio. La proporción en que, en la valoración de
sus productos, los trabajos cualificados deben ser convertidos en trabajo
simple no está determinada o no es determinable a priori por una de las

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Las desventuras del trabajo cognitivo

propiedades inherentes a los mismos, es el resultado efectivo el único


que decide las relaciones de cambio efectivas» (2000: 127). Según
Böhm-Bawerk, el propio Marx lo dice en las siguientes frases del pasaje
antes citado del capítulo primero de El Capital: el «valor la equipara [a
la mercancía] al producto del trabajo simple», «las diversas proporcio-
nes en que los distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo simple
como a su unidad de medida se establecen a través de un proceso social
que se desenvuelve a espaldas de los productores». En consecuencia,
Böhm-Bawerk comenta lo siguiente:
¿Qué significa, en tales circunstancias, referirse al «valor» y al «proceso so-
cial» en cuanto factores determinantes de la medida de la reducción? De-
jando al margen otras consideraciones, significa que la explicación se mueve
en un círculo vicioso. Objeto de la explicación deben ser las relaciones de in-
tercambio de las mercancías, por ejemplo la razón por la que una estatuilla,
fruto de una jornada de trabajo del escultor, es intercambiada por un carro
de grava, que ha costado al cantero cinco jornadas de trabajo, y no por una
cantidad mayor o menor de grava, obtenida acaso durante diez o solo tres
jornadas laborales. ¿Qué explicación da Marx? La relación de intercambio,
dice, es esta y no otra, porque el trabajo de una jornada del escultor puede
reducirse a cinco jornadas de trabajo simple. ¿Y por qué puede reducirse a
cinco jornadas precisamente? Porque la experiencia demuestra que se pro-
duce esa reducción a través de un proceso social. ¿Y cuál es este proceso so-
cial? El mismo que tiene que ser explicado: el mismo por el que precisamente
el producto de una jornada de trabajo del escultor equivale en valor al de
cinco jornadas de trabajo simple. (…) Es evidente que de ese modo jamás
sabremos el verdadero motivo por el que productos de diferentes géneros
de trabajo son intercambiados entre sí en esta o aquella proporción: se in-
tercambian así, nos dice Marx, aunque con palabras algo distintas, ¡porque,
según la experiencia, así se intercambian! (2000: 127-128).
¿Es realmente esto lo que «nos dice Marx»? ¿Es acertada la crítica
de Böhm-Bawerk? Intentaremos averiguarlo con la ayuda de la contraar-
gumentación de Roman Rosdolsky (2004: 558-570) en Génesis y es-
tructura de El Capital de Marx. Para empezar, conviene no perder de
vista que también para Marx es evidente que los productos obtenidos
responden a diversas clases de trabajo, con sus cualidades concretas es-
pecíficas. En ningún caso niega esto. Pero ¿no ocurre lo mismo cuando
comparamos el trabajo de un cantero con el de un albañil, un conductor
de camiones o un obrero metalúrgico? Coincidiendo con Lazzarato en

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El colapso del capitalismo tecnológico

este caso, Marx también sostendría que los trabajos no cualificados son
diferentes entre sí. No obstante, el problema de fondo viene por otro
lado, la incomprensión tanto de Böhm-Bawerk como de Lazzarato (a
pesar de sus diferencias) de la teoría marxista del valor deriva de una
cuestión más profunda. Digámoslo claro: en ningún tipo de mercancía
se sabe de antemano la cantidad de trabajo creador de valor que incor-
pora. No existe tal constitución ontológica del valor, como defienden
Lazzarato y, a otro nivel, Böhm-Bawerk. Por supuesto, esto no cambia
porque sepamos que todos los productores han trabajado la misma
cantidad de tiempo, ya que no podemos saber apriorísticamente si las
mercancías han sido elaboradas bajo condiciones de producción so-
cialmente normales, a partir de las cuales se determina el tiempo de
trabajo socialmente necesario en la producción de cualquier mercancía.
Así, Marx plantea que «solo la cantidad de trabajo socialmente nece-
sario, pues, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para la pro-
ducción de un valor de uso, determina su magnitud de valor» (1975:
48). En este sentido, volvemos a reiterar algo importante para com-
prender el carácter social de este proceso: «las diversas proporciones
en que los distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo simple
como a su unidad de medida se establecen a través de un proceso social
que se desenvuelve a espaldas de los productores» (1975: 55). Y efec-
tivamente es así, ya que el tiempo socialmente necesario viene deter-
minado, en una sociedad basada en el intercambio generalizado de
mercancías, por las «condiciones normales de producción vigentes»
y por el «grado social medio de destreza e intensidad del trabajo»
(1975: 48), que no pueden ser controlados y establecidos directamente
por ningún productor individual.
En este primer capítulo, Marx explica cómo la economía política clá-
sica es incapaz de analizar la naturaleza de la mercancía y del valor, al
no tener en cuenta el doble carácter de la fuerza de trabajo. Literalmente
escribe: «el trabajo, al estar expresado en el valor, no poseía ya los mis-
mos rasgos característicos que lo distinguían como generador de valores
de uso» (1975: 51). Antes dice que «un valor de uso o un bien, por
ende, solo tiene valor porque en él está objetivado o materializado tra-
bajo abstractamente humano» (1975: 47). Por lo tanto, la sustancia del
valor no es sin más trabajo, sino trabajo abstractamente humano, es
decir, «el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo hu-

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Las desventuras del trabajo cognitivo

mano indiferenciado, gasto de la misma fuerza humana de trabajo»,


aclarando inmediatamente después que «el conjunto de la fuerza de
trabajo de la sociedad, representado en los valores del mundo de las
mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza humana de tra-
bajo, por más que se componga de innumerables fuerzas de trabajo in-
dividuales» (1975: 48).
Por lo tanto, «la igualdad de trabajos toto coelo diversos solo puede
consistir en una abstracción de su desigualdad real, en la reducción al
carácter común que poseen en cuanto gasto de fuerza humana de tra-
bajo, trabajo abstractamente humano» (1975: 90). No es un deseo de
Marx. No es que Marx esté de acuerdo con esta realidad, sino que en
una sociedad basada en el intercambio generalizado de mercancías las
cosas son así. En la Contribución a la crítica de la economía política lo deja
bien claro: «el trabajo así medido con el tiempo no aparece como tra-
bajo de distintos individuos, sino que los diferentes individuos que tra-
bajan aparecen más bien como simples órganos del trabajo» (1970:
49). En este último pasaje está la clave de la cuestión. En realidad,
Böhm-Bawerk y Lazzarato nos hacen retroceder en el tiempo a las ideas
fisiócratas, que condicionaban la capacidad del trabajo para generar
valor a sus propiedades naturales, ontológicas, confundiendo valor y ri-
queza, es decir, riqueza abstracta y concreta. Por su parte, en el siguiente
párrafo Marx rescata un descubrimiento teórico de la economía política
clásica que será de enorme importancia para poder comprender el sig-
nificado de su crítica del valor:
Un inmenso progreso se dio cuando Adam Smith rechazó todo carácter de-
terminado de la actividad creadora de riqueza considerándola simplemente
como trabajo; ni trabajo manufacturero, ni trabajo comercial, ni agricultura,
sino tanto uno como otro. Con la universalidad abstracta de la actividad
creadora de riqueza, como producto en general, o, una vez más, como tra-
bajo en general, pero como trabajo pasado, objetivado (1971: 25).
Lazzarato y los postobreristas en general han realizado una interpre-
tación muy equivocada de Marx. No cabe duda de que la creación de
riqueza concreta está estrechamente relacionada con la cooperación y
la capacidad de innovación de los diversos miembros de la sociedad.
Siempre ha sido así. Pero, como señalé más arriba, en el capitalismo los
trabajos y la riqueza concreta simplemente desempeñan un papel ins-
trumental y subordinado, convirtiendo el trabajo, como dice Marx, «no

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El colapso del capitalismo tecnológico

solo en cuanto categoría, sino también en la realidad, en el medio para


crear riqueza en general». De esta manera, el trabajo deja «de adherirse
al individuo como una particularidad suya», como sucedía antes en un
mundo de artesanos (1971: 25). Por este motivo, para Marx es funda-
mental preguntarse por qué el trabajo aparece bajo la forma de valor, y
qué clase de trabajo puede aparecer de ese modo. La forma de valor es el
resultado del doble carácter del trabajo en el capitalismo, como trabajo
concreto y abstracto. Cuando no se distingue adecuadamente este doble
carácter del trabajo, la sustancia del valor se toma como algo que reside
de manera natural en el objeto producido. Pero, en realidad, el valor no
es una encarnación del trabajo en el producto. Es una relación social que
domina a las personas, que supone transformar a los seres humanos en
un instrumento al servicio de su expansión ilimitada. Por eso es equivo-
cado sostener que el valor es una mera forma impuesta desde el exterior
(por ejemplo, mediante cercamientos jurídicos que imponen la propie-
dad privada). Como sostiene Rubin, el trabajo abstracto como contenido
del valor no es «algo a lo cual la forma se adhiere desde afuera», sino
que «más bien, a través de su desarrollo, el contenido mismo da origen
a la forma que ya estaba latente en él» (1974: 117).
En el capitalismo no existe el trabajo para el ser humano, sino el ser
humano para el trabajo. Como señalábamos antes, «los diferentes in-
dividuos que trabajan aparecen, antes bien, como meros órganos del
trabajo». Así, el trabajador inmaterial, cognitivo, es un mero apéndice
del trabajo objetivado, del conocimiento científico acumulado, del tra-
bajo muerto, del capital. Todo lo que importa es el rendimiento medio
de ese trabajo. Nada más. En la Contribución de 1859, Marx lo explica
de la siguiente manera: «el efecto es el mismo que si los diferentes in-
dividuos hubiesen reunido sus tiempos de trabajo y hubiesen represen-
tado cantidades distintas del tiempo de trabajo a su común disposición
por valores diversos de cambio. El tiempo de trabajo del individuo es,
de este modo, el tiempo de trabajo que debe gastar la sociedad para pro-
ducir un valor de uso determinado; es decir, para satisfacer una necesi-
dad concreta» (1970: 52). Para Marx, el valor de las mercancías nada
tiene que ver con las propiedades naturales de los trabajos concretos
que las producen. La cualidad creadora de valor del trabajo humano no
está dada de antemano, no es un hecho natural, sino tan solo el resultado
de una equiparación de diversos trabajos que tiene lugar en «un proceso

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Las desventuras del trabajo cognitivo

social que se desenvuelve a espaldas de los productores». Es absurdo,


como pretende Lazzarato, buscar una fundamentación ontológica pre-
via del valor que permita explicar un debilitamiento de la capacidad del
capitalismo para subsumir en su lógica al trabajador inmaterial contem-
poráneo. Para Marx, el valor no es un dato neutro y natural que exista
como tal en la sociedad. Muy al contrario, son formas negativas, des-
tructivas, que aprisionan las fuerzas productivas sociales hasta el punto
de convertir a buena parte de la humanidad en algo superfluo, innece-
sario desde el punto de vista del proceso de valorización del valor. Y lo
hace crecientemente mediante la capitalización del conocimiento social
acumulado. Como afirma Jappe, «el valor no es otra cosa que un modo
social fetichista de expresar el tiempo pasado: una fantasmagoría» (2015:
6). De hecho, una enorme cantidad de riqueza concreta, ya sea material
o inmaterial, puede coincidir con una pequeña cantidad de valor. Si es así,
dicha riqueza concreta puede ser perfectamente ignorada, abandonada o
peor, destruida (como ocurre, por ejemplo, con la degradación de la na-
turaleza o del propio trabajo inmaterial).

La subsunción del trabajo científico


Después de este rodeo, volvamos a retomar la principal conclusión del
primer apartado de este ensayo: la subordinación del conocimiento
humano a la lógica del capital constituye uno de los aspectos más im-
portantes de la historia del capitalismo. En contraposición al plantea-
miento de Lazzarato y los postobreristas, este recorrido histórico
refuerza el proceso de subsunción real del trabajo al capital. Cierta-
mente, a raíz de la revolución científico-técnica, en las últimas décadas
se ha puesto de relieve un mayor protagonismo del trabajo de concep-
ción sobre el de ejecución en la composición técnica de los procesos
productivos. Sin embargo, de este predominio del trabajo de concep-
ción no puede deducirse ni una especie de emancipación del trabajo
inmaterial a partir de la producción misma, ni una relativa reconcilia-
ción entre el trabajo intelectual y manual en el llamado capitalismo
cognitivo. Más bien ocurre todo lo contrario. En la primera revolución
industrial, lo que ocurrió básicamente es que el conocimiento general
acumulado por la sociedad se volvió contra los conocimientos parti-
culares de los productores inmediatos mediante el proceso de meca-
nización asociado con la industrialización a gran escala. Con la nueva

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El colapso del capitalismo tecnológico

revolución científico-técnica, este proceso experimenta un salto cua-


litativo, con la subsunción del trabajo intelectual inmediato, vivo, al
proceso de valorización capitalista. Desde la generalización del for-
dismo ya se venían dando pasos en esta dirección (Mandel, 1972).
Como mostraremos a continuación, en el ámbito del trabajo científico
se han producido avances significativos en el proceso de subsunción
real, bien identificables en un plano fenomenológico. Más reciente-
mente, los artistas y otros trabajadores propiamente inmateriales, como
los publicistas o los diseñadores, experimentan un proceso similar. Nu-
merosas profesiones, como los médicos, los abogados o los profesores,
que hasta ahora gozaban de un estatuto especial, son sometidas direc-
tamente a la lógica del proceso de valorización capitalista.
En su libro Technocapitalism. A critical perspective on technological in-
novation and corporatism, que tomaremos como referencia en este apar-
tado, Luis Suárez-Villa (2012) analiza de forma pormenorizada este
proceso de subsunción del trabajo científico al capital. Como sabemos,
para que la produción de valor ocurra, la creatividad científica tiene que
expresarse como gasto de fuerza de trabajo abstracto destinado a la pro-
ducción de mercancías. De hecho, en una actividad de investigación lo
importante no es descubrir la verdad, sino producir valor abstracto. No
obstante, por mucha programación capitalista de la actividad de inves-
tigación que se ponga en marcha, este proceso no es sencillo, no es fácil
sostener un dinamismo creativo cuando el objetivo primordial es la va-
lorización del valor. Crear no es lo mismo que apretar un tornillo. La
creatividad tiene una naturaleza frágil e intangible, en la medida en que
es una facultad propiamente humana. En particular, presenta una resis-
tencia enorme a ser estandarizada y cuantificada, a pesar de los sucesivos
intentos de burocratizarla (Graeber, 2015). Por estos motivos, estimular
la productividad de un investigador científico es un proceso más com-
plejo que incrementar la productividad de un trabajador industrial
(donde diversos métodos de organización de la producción, como por
ejemplo los tayloristas, han tenido un éxito relativo).
Por otro lado, a pesar de que se intente generar una imagen del cien-
tífico como un individuo que investiga de forma aislada en su laborato-
rio, en realidad la reproducción de la creatividad científica es sostenida
sobre todo a través del contexto comunitario, que comprende las rela-
ciones y las redes en las que los científicos se insertan socialmente. Este

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Las desventuras del trabajo cognitivo

contexto comunitario resulta fundamental para nutrir de ideas a los in-


vestigadores, para incrementar su capacidad de imaginar, de pensar de
modo diferente, para poner en marcha experimentos y para comprender
el riesgo y la incertidumbre, que también forman parte del proceso crea-
tivo. No obstante, la lógica del valor también actúa a este nivel, en una
dirección que fortalece un comportamiento alienado tanto en relación
a lo que se puede imaginar, como en las variantes permitidas en cuanto
a las formas de pensar, en el tipo de experimentos que se llevan a cabo,
en la forma de abordar los riesgos y las incertidumbres asociados a dicha
experimentación, etc. Casi siempre, la conversión del talento en valor
termina siendo una experiencia humanamente degradante. Pero incluso
cuando no lo es, se encuentra en desacuerdo con el esfuerzo creativo o
con el proceso de práctica creativa. Así, la valorización, al condicionar la
imaginación, puede convertirse en la principal fuente de alienación para
los investigadores. Para combatir los posibles efectos negativos en la pro-
ductividad del trabajo científico de este tipo de condicionantes, en la
nueva revolución científico-técnica existe una necesidad imperiosa de
hacer ideología, de construir un aparato de propaganda en torno al pro-
ceso de valorización de la creatividad científica, en especial, transmitiendo
la idea de que la lógica económica se hace más democrática en los nuevos
escenarios del capitalismo actual (Florida, 2010). En este sentido, se in-
siste machaconamente a toda la sociedad con el discurso sobre el empren-
dimiento, se nos pretende convencer de que todos tenemos las mismas
oportunidades de alcanzar el éxito, que todos podemos participar en la
gestación de esta nueva sociedad del conocimiento con tal de que tenga-
mos nuevas ideas aplicables a la producción (Hanlon, 2014). Sin embargo,
la cruda realidad es que solo las grandes corporaciones disponen de los
recursos necesarios para ello, apropiándose de esta forma de una creciente
porción de la masa global de valor abstracto.
En relación a estas cuestiones, Hardt y Negri realizan un análisis equi-
vocado de lo que está sucediendo. Por un lado, su planteamiento es en
parte acertado, cuando sostienen que «las formas de trabajo intelectual,
afectivo y cognitivo que están emergiendo con un papel central en la eco-
nomía contemporánea no pueden ser controladas por las formas de dis-
ciplina y poder de mando desarrolladas en la época de la sociedad fábrica»
(2011: 270). Sin embargo, a continuación plantean que, «en la economía
de hoy día, el conocimiento que está generalizado en la sociedad –la in-

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El colapso del capitalismo tecnológico

telectualidad de masas– se está tornando en una fuerza productiva central,


fuera del alcance del sistema de control, y ese cambio socava el paradigma
industrial», añadiendo que, «de esta trayectoria del conocimiento dentro
de la producción económica se desprenderían entonces dos hechos im-
portantes: en primer lugar, que el conocimiento ya no sería solo un medio
para la creación de valor (en la forma de mercancía), sino que la produc-
ción de conocimiento es de suyo, ontológicamente, creación de valor; en
segundo lugar, no solo este conocimiento ya no es un arma de control ca-
pitalista, sino que en realidad el capital se enfrenta a una situación para-
dójica: cuanto más obligado se ve a buscar la valorización mediante la
producción de conocimiento, más se sustrae a su control el conoci-
miento» (2011: 272-273).
Por el contrario, Suárez-Villa deja bastante claro que, a pesar de las di-
ficultades, el capital acrecienta su control sobre la producción de cono-
cimiento. Sostiene que el marco institucional para transformar la
creatividad científica en valor es más que nunca la corporación, particu-
larmente la tecnocapitalista, la nueva fábrica del siglo XXI. Para Suárez-
Villa deben producirse varios pasos generales para llevar adelante este
proceso de subsunción del trabajo de los investigadores al capital. En pri-
mer lugar, las grandes corporaciones tecnocapitalistas, como Apple, Mi-
crosoft o la farmaceútica Pfizer, por citar algunos ejemplos relevantes,
deben configurar el proceso y la actividad de investigación en una deter-
minada dirección. Para ello configuran específicamente el diseño de ex-
perimentos, las pruebas de testado, la interpretación de los resultados, la
elaboración de nuevas fases en la actividad investigadora o la propia com-
binación con otros experimentos. Aunque tiene efectos nocivos sobre la
visión de conjunto y las interacciones sociales que animan la investiga-
ción, se suele recurrir a una gran fragmentación y sistematización de estas
fases de la actividad creativa como parte del proceso para racionalizarla
y estructurarla. De esta manera se logra estandarizar, controlar y hacer
mensurables los procesos de trabajo científico (como si se tratase, a otro
nivel, de la cadena de montaje taylorista en la industria automovilística).
En segundo lugar, se necesita desconectar los procesos creativos de
su contexto original, alienándolos de las personas de carne y hueso que
los han llevado adelante. Debido a que resulta muy complicado asignar
la contribución exacta que cada trabajador individual ha tenido en los
resultados de la investigación, la mercantilización puede desplegarse

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Las desventuras del trabajo cognitivo

como un proceso completamente al margen de las nuevas ideas, proce-


sos, fórmulas, métodos o servicios. Hoy en día, en muchas actividades
el objeto creado ha anulado por completo la autoría del mismo en be-
neficio de las corporaciones tecnocapitalistas. Así, el fetichismo cosifi-
cador se impone con toda su crudeza en este ámbito, incluso cuando se
hace de los ritos reputacionales (premios, ascensos, etc.) el incentivo
más atractivo para los investigadores.
Paralelamente, se intentan introducir mecanismos fetichistas que en-
cubran este proceso de subsunción. Por ejemplo, se genera una ilusión
de control sobre los resultados de la investigación por parte de los tra-
bajadores implicados en la misma. Para ello se suelen establecer inicia-
tivas autónomas basadas en la construcción de equipos de investigación
de carácter multidisciplinario, de tal manera que esta autonomía permite
a los equipos auto-organizarse y fortalecer su poder creativo. Además,
se intentan enfatizar los incentivos intrínsecos, como la apelación al al-
truismo o la autoestima (mediante la posibilidad de obtener prestigio
y reconocimiento), sobre los extrínsecos, herramientas más tradiciona-
les como las subidas salariales, las promociones o las stock options. De
esta forma, se tiende a la constitución de una comunidad vinculada me-
diante narrativas corporativas, con incentivos intrínsecos que se pre-
sentan como valores corporativos. En definitiva, se trata de lograr una
alienación y apropiación corporativa más aceptable para los trabajadores
científicos.
Por último, se establece un permanente estado de urgencia en todos
los aspectos relacionados con el tiempo y la velocidad de las actividades
de investigación, en un doble sentido. Por un lado, en el ambiente cor-
porativo se suele instalar una preocupación obsesiva por responder rá-
pido a los acontecimientos inesperados. Lo cual tiene que ver con las
presiones financieras a corto plazo y la propia lucha competitiva entre
las corporaciones tecnocapitalistas, en su carrera por crear nuevas in-
novaciones globalizadas. Por ejemplo, es común explicar fracasos como
el de Nokia recurriendo a argumentos como la falta de reflejos o la len-
titud en la respuesta de las corporaciones tecnocapitalistas ante las es-
trategias de los competidores inmediatos. Para imponer este ambiente
obsesivo, sobre los investigadores y su personal de apoyo se sobrepone
una capa de agentes dinamizadores, cuya función es estimular y contro-
lar la capacidad creativa y el ritmo de surgimiento de los resultados de

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El colapso del capitalismo tecnológico

la investigación. Por otro lado, como consecuencia de esta necesidad de


comprimir el tiempo de la actividad científica, se suelen configurar den-
tro de las corporaciones programas secuenciales y modulares de inves-
tigación, de tal manera que se pueden mantener en activo distintas
líneas de trabajo en el mismo ámbito, así como ensamblar las fases tem-
porales de proyectos distintos en función de los resultados provisionales
que se vayan produciendo en cada línea de investigación.
En resumen, como señala Vincent (1994), la fuerza de trabajo cien-
tífica sufre igualmente el proceso de abstracción capitalista, de subsun-
ción real al capital, siendo transformada igualmente en un instrumento
destinado a la acumulación ilimitada de valor. Pero es cierto que algo
cambia con el mayor protagonismo del trabajo de concepción en la actual
revolución científico-técnica. La valorización de dicho trabajo adquiere
un carácter más procesual, ya que hay que compatibilizar procesos de
producción que, desde una óptica técnico-material, tienen una naturaleza
muy heterogénea. Sin embargo, en este proceso se dejan al margen as-
pectos concretos de la actividad intelectual humana, que resultan deci-
sivos para dotar de una cierta racionalidad a la evolución de sistemas
productivos tan complejos. En realidad, uno de los grandes problemas
en el modo de funcionamiento del capitalismo consiste en que se nece-
sitan personas que sepan lo que están haciendo, pero solo hasta cierto
punto. En nombre de la rentabilidad capitalista, siempre se terminará li-
mitando la capacidad de conectar conocimientos entre sí. Sin embargo,
un sistema productivo basado en el trabajo de concepción precisa de una
mayor capacidad de reflexividad, lo que en última instancia supondría
tomar distancia de la lógica abstracta, impersonal y automática del valor.
Desde la perspectiva de esta lógica dominante, no importa a dónde
vamos, lo que importa es acumular valor. Todo conocimiento o toda co-
municación que no avance en este sentido es radicalmente marginado,
aunque disminuya de manera notable la reflexividad sistémica. Eviden-
temente, los peligros que subyacen ante esta problemática, en especial
cuando la revolución científico-técnica se acelera, son enormes.

La degradación del trabajo inmaterial


Negar este proceso de subsunción real del trabajo científico (o, podría-
mos incluso decir, del trabajo cognitivo) al capital tiene implicaciones
políticas, en la manera como se plantean las luchas sociales en torno a

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Las desventuras del trabajo cognitivo

la mercantilización del conocimiento. Por ejemplo, los movimientos


políticos organizados alrededor de una defensa del copyleft o del «hard-
ware o software libre» se articulan alrededor de una redistribución de
la riqueza abstracta, sin cuestionar en ningún momento los fundamen-
tos de una sociedad del valor que se está agotando progresivamente. Se
trata de movimientos políticos que manejan una concepción ontológica
del valor, que no tienen en cuenta el anacronismo de la forma de valor.
Representan la versión posmoderna de un marxismo tradicional incapaz
de realizar la crítica categorial del capitalismo. Por ejemplo, liberar a la
sociedad del copyright posiblemente implicaría una modificación de la
distribución de la riqueza abstracta, pero este cambio no necesaria-
mente sería beneficioso para muchos artistas, músicos o directores de
cine. Todo lo contrario, fácilmente podría arruinar sus carreras profe-
sionales en favor de las grandes corporaciones tecnocapitalistas (tal
como analizamos en el segundo ensayo). Sin embargo, Hardt y Negri
hacen caso omiso de las cuestiones que estamos señalando en estas pá-
ginas y defienden un punto de vista muy diferente cuando intentan ana-
lizar las implicaciones políticas de la emergencia del trabajo inmaterial
y las transformaciones asociadas al llamado «capitalismo cognitivo»,
tal como vemos a continuación:
El trabajo inmaterial incluye inmediatamente interacciones y cooperacio-
nes sociales. En otras palabras, el aspecto cooperativo del trabajo inmaterial
no se impone ni se organiza desde el exterior, como ocurría en las formas
anteriores de trabajo, sino que ahora la cooperación es completamente in-
manente a la actividad laboral misma. Este dato pone en tela de juicio la
antigua noción (común a la economía política clásica y a la marxista) según
la cual la fuerza laboral se concibe como un «capital variable», es decir,
como una fuerza a la que solo el capital activa y da coherencia, porque los
poderes cooperativos de la fuerza laboral (particularmente el poder del
trabajo inmaterial) ofrecen al trabajo la posibilidad de valorarse a sí mismo.
Los cerebros y los cuerpos aún necesitan de los demás para producir valor,
pero esos otros que necesitan no tienen que provenir forzosamente del ca-
pital y de sus capacidades para orquestar la producción. Hoy, la producti-
vidad, la riqueza y la creación de superávit social adquieren la forma de la
interactividad cooperativa a través de redes lingüísticas, comunicacionales
y afectivas. En la expresión de sus propias energías creativas, el trabajo in-
material parece proveer así el potencial para un tipo de comunismo espon-
táneo y elemental (2002: 273).

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El colapso del capitalismo tecnológico

Al no distinguir entre riqueza y valor, al concebir el capital como una


cosa y no como una relación social que implica la existencia de capitalistas
y trabajadores asalariados para que se pueda producir valor, Hardt y Negri
llegan a conclusiones erróneas en este fragmento. Según ambos autores,
como el trabajo inmaterial habría adquirido la capacidad de valorizarse
por sí mismo sin necesidad de ser comprado por el capital (como trabajo
asalariado), dicho trabajo inmaterial se situaría potencialmente fuera del
capitalismo, proporcionando la base para una suerte de «comunismo es-
pontáneo y elemental». Desde su punto de vista, el trabajo inmaterial ven-
dría a representar una especie de trabajo vivo que podría crear valor sin la
intervención del capital. Vendría a poner de manifiesto nuevas fuerzas pro-
ductivas incompatibles con las relaciones de producción capitalistas. No
obstante, las cosas son bien distintas. El supuesto predominio del trabajo
inmaterial en la actual fase del desarrollo capitalista no representa la aper-
tura de una transición al comunismo (por cierto, ¿bajo la lógica de la va-
lorización del valor?), sino una intensificación de la contradicción
fundamental del capital. Por un lado, está sucediendo lo que venimos
apuntando desde más arriba: con la aceleración del progreso técnico, la
creación de riqueza abstracta se va independizando relativamente del gasto
de trabajo vivo. Se producen cada vez más mercancías, pero el valor incor-
porado en cada una de ellas decrece abruptamente con la rápida tecnifi-
cación de los procesos productivos y la expulsión de una creciente masa
de trabajadores de los procesos de producción. En consecuencia, la masa
global de valor desciende crecientemente, lo cual conduce al capital a
buscar una mayor explotación del trabajo y un recorte de las conquistas
sociales que caracterizaron el período fordista. Con la revolución cien-
tífico-tecnológica, esta contradicción fundamental del capital no encuen-
tra mecanismos de compensación lo suficientemente adecuados al
crecimiento exponencial de la productividad, como puedan ser la amplia-
ción de los mercados internos o la asimilación de mercados no capitalistas,
lo cual nos aboca a un progresivo empobrecimiento de la humanidad y a
un futuro caracterizado por el estallido sucesivo de crisis económicas, cada
vez más intensas y prolongadas. Por otro lado, el problema no es solo que
la acelerada tecnificación hace superfluos a millones de trabajadores en
distintas ramas de la producción, sino que el valor constituye una forma
anacrónica de representar la riqueza social relacionada con el desarrollo
de las nuevas fuerzas productivas científico-técnicas, de tal modo que

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Las desventuras del trabajo cognitivo

se convierte en un obstáculo para el crecimiento de esas mismas fuerzas.


Es decir, no solo se produce menos valor, sino que además se comienzan
a destruir las fuerzas productivas sociales que explican la generación de
riqueza, empezando por la degradación del propio trabajo humano
(Arrizabalo, 2014). Concretamente, asistimos a una fuerte degradación
del trabajo inmaterial, que tiende a ser una pesada carga para un capital
incapaz de reproducirse ante la falta de generación de valor. Pese a todas
las esperanzas depositadas en una sociedad postindustrial basada en la
proliferación de trabajadores inmateriales bien remunerados y con una
calidad de vida ascendente, lo cierto es que los escenarios futuros pare-
cen apuntar en una dirección opuesta.
Sin embargo, en el desarrollo de su argumentación Hardt y Negri va-
ticinan todo lo contrario. Según estos célebres autores, lo que estaría
sucediendo es que, con la emergencia del trabajo inmaterial, conceptos
como «valorización y acumulación cobran necesariamente un carácter
social y no individual» (2011: 288). Este nuevo carácter social del pro-
ceso económico dejaría atrás la socialización mediante productores pri-
vados, analizada por Marx como esencial en el modo de producción
capitalista, y se canalizaría por el contrario a través de unos recursos co-
munes que, como el conocimiento o la cultura, son puestos a trabajar
por «redes sociales amplias y abiertas» de productores inmateriales.
Desde su perspectiva, estaríamos presenciando la emergencia de un
nuevo modo de acumulación basado en una especie de «revolución del
común», en un general intellect liberado de las ataduras del capital. Así,
«la creación de valor y la acumulación del común remiten ambas a una
expansión de las potencias productivas sociales» y, por consiguiente,
«el crecimiento económico tiene que entenderse como crecimiento de
la sociedad» (2011: 288). Más adelante, estos autores precisan que «la
acumulación del común no significa tanto que tenemos más ideas, más
imágenes, más afectos, etc., sino, lo que es más importante, que nuestras
potencias y sentidos aumentan: nuestras potencias de pensar, sentir, de
relacionarnos unos con otros, de amar. Así pues, en términos más pró-
ximos a los de la economía, este crecimiento implica tanto un stock cre-
ciente del común accesible en la sociedad, como también una mayor
capacidad productiva basada en el común» (2011: 288).
Como podemos observar, para los postobreristas la «creación de
valor» no solo es un dato ontológico en el que la humanidad se realiza

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El colapso del capitalismo tecnológico

como tal (con independencia del capital), sino que en el fondo se trata
de una experiencia gratamente positiva, socialmente enriquecedora
( Jappe y Kurz, 2003). A partir de una concepción ontológica del valor,
Hardt y Negri consideran que el trabajo inmaterial se valoriza por sí
mismo. La negatividad del capital consistiría simplemente en su carácter
confiscatorio, en la apropiación externa del valor (generado de manera
autónoma por la sociedad) mediante estrategias rentistas, parasitarias
(Vercellone, 2008; Marazzi, 2010). Para los postobreristas, el valor deja
de concebirse en términos específicamente socio-históricos como re-
sultado del desarrollo peculiar del modo de producción capitalista.
Hardt y Negri realizan una intensa apología del trabajo inmaterial, de-
finido simplemente como actividad autónoma de individuos que coo-
peran entre sí (y que, en todo caso, son explotados de forma externa).
Este trabajo inmaterial valorizable por sí mismo, expresión de una
«multitud» de por sí ontológicamente positiva, se enfrenta a un «im-
perio» (el capital) vacío, ausente de ser, que explota desde fuera el tra-
bajo inmaterial. Sin embargo, el problema de fondo es otro de naturaleza
muy diferente, ya que se confunde la agudización de la contradicción
fundamental del capital, es decir, la incompatibilidad de las nuevas fuer-
zas productivas con la forma de valor, con una fuerza que nos puede li-
berar del fetichismo de la mercancía.
De hecho, un fenómeno nos hace sospechar la necesidad de buscar un
abordaje alternativo de esta cuestión: a medida que el progreso técnico se
acelera, no parece que las condiciones de vida de la gente mejoren sustan-
cialmente, no parece que se produzca el mencionado crecimiento de la
sociedad. Más bien asistimos a la tendencia contraria. Vivimos cada vez
peor. Sí, estamos rodeados de una enorme variedad de aparatos tecnoló-
gicos, disponemos de mejores medicamentos para curar enfermedades,
nos podemos comunicar en tiempo real con cualquier parte del mundo,
etc. Pero nuestras condiciones de vida empeoran: enfermamos más, es-
pecialmente proliferan las patologías mentales, que han convertido la de-
presión en el principal mal del siglo XXI; las jóvenes generaciones viven
peor que sus padres, no solo ven cómo se les cierran las puertas del mer-
cado laboral sino que en la mayoría de los casos se le niega el acceso a la
vivienda o a un salario digno; la sanidad pública, las pensiones o la educa-
ción gratuita sufren un proceso de deterioro paulatino en el marco del ca-
pitalismo posfordista; las personas viven enviándose mensajes a través del

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Las desventuras del trabajo cognitivo

móvil, pero la comunicación humana y el propio lenguaje experimentan


retrocesos probablemente irreversibles en el marco de la sociedad actual.
Con seguridad, nunca como hasta ahora pobreza social y riqueza material
hayan coexistido de forma tan escandalosa. Vivimos rodeados de cada vez
más mercancías, de mercancías muy sofisticadas, y sin embargo somos
cada vez más pobres en todas las dimensiones de nuestras vidas.
Y no solo eso. Por otro lado, el mundo del trabajo se está convirtiendo
en un espacio de socialización crecientemente negativo, opresivo, de de-
gradación espantosa de las facultades humanas (empezando por la creati-
vidad científica, como señalé más arriba). En Labour in the digital economy:
the cybertariat comes of age, Ursula Huws (2014) nos ofrece una panorá-
mica muy amplia de este deterioro de las condiciones laborales asociado
a la tecnificación de los procesos productivos y sus efectos sobre herra-
mientas fundamentales de la socialización humana, como la comunicación
o la afectividad. De forma creciente, los trabajadores no solo son más ex-
plotados sino que asumen todos los riesgos de la producción, como les
sucede a los llamados «emprendedores» (algo que, se suponía, justificaba
los beneficios empresariales). Los trabajadores sufren situaciones de gran
aislamiento social, en el contexto de una lucha agónica por sobrevivir en
la jungla capitalista. Por otro lado, los trabajadores creativos, como los mú-
sicos, los cineastas o los escritores han visto cómo sus condiciones labo-
rales han cambiado de manera notable. Antes sus ingresos estaban
vinculados con la venta de sus creaciones, como las películas, los discos,
los libros o las revistas. Ahora, los mercados están cada vez más dominados
por empresas que producen aparatos tecnológicos (como el Kindle de
Amazon o el iPhone de Apple) además de distribuir contenidos (en forma
de eBooks o iTunes). Es decir, estos colectivos profesionales han dejado
de ser trabajadores creativos para convertirse en «creadores de conteni-
dos» para productos tecnológicos elaborados por otras industrias. De esta
forma, su trabajo queda subordinado a la dinámica de sistemas de máqui-
nas enormemente poderosos y, por otro lado, se ven sometidos a la reali-
zación de tareas impropias de su profesión, como pueden ser el trabajo de
corrección del estilo de los textos, de maquetación, de diseño, de grabación
y otras. Para Amazon o Apple, el negocio no está en vender más eBooks o
iTunes, sino en vender más Kindles o iPhones. Por consiguiente, lo que
les interesa a estos grandes emporios empresariales es ampliar y difundir
lo más posible (incluso gratuitamente) la oferta de música, literatura o

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El colapso del capitalismo tecnológico

cine de la que disponen los usuarios de sus aparatos. De esta manera, el


poder de negociación de los trabajadores creativos se reduce sustancial-
mente y provoca una disminución radical de los ingresos de la mayoría de
ellos. De nuevo vemos aquí como los movimientos por un «hardware/
software libre» pueden ser perfectamente integrados (incluso animán-
dola) en la lógica de la valorización del valor abstracto.
Otro ejemplo de la degradación del trabajo inmaterial lo podemos
observar en los servicios públicos, que se han convertido en un nuevo
campo de batalla de la acumulación de capital, como resultado de la
agudización de su contradicción fundamental. Además de las típicas
privatizaciones, un fenómeno más sutil se está produciendo en este sec-
tor económico. La externalización progresiva de estos servicios –fun-
ción a función, departamento a departamento, hospital a hospital,
región a región– se ha transformado en una oportunidad para obtener
enormes ganancias para una nueva clase de compañías transnacionales
especializadas en la captura corrupta de estas gangas, que lo son en
buena medida porque se apoyan en una fuerte degradación de los sala-
rios y las condiciones laborales de los trabajadores contratados.
Cada vez más, por otro lado, la comunicación o la afectividad huma-
nas se encuentran subordinadas a la lógica del valor. Las personas se co-
munican crecientemente por medios digitales, consumiendo datos que
benefician a las grandes compañías de telecomunicaciones. En paralelo,
la búsqueda de afecto engorda las cuentas de resultados de muchas de
las compañías que configuran las redes sociales en el espacio virtual. La
necesidad humana de afecto, de coquetear y de conversar, de mantener
relaciones sexuales, de no sentir soledad en unos espacios urbanos que
nos aíslan radicalmente, se ha convertido en mercancía y ha sido asimi-
lada también a la lógica del valor. Al hacerlo, la degradación de la afec-
tividad humana sigue un curso parecido a lo que ocurre con el deterioro
de la comunicación en general. El valor cobra vida propia, entra y sale
de los ámbitos relacionales, inmateriales, íntimos de nuestra vida, con
la intención de parasitar nuestras emociones y nuestras experiencias vi-
tales. Mientras las grandes compañías se benefician económicamente
de ello intentando revertir los problemas de rentabilidad que les acu-
cian, no solo degradan las condiciones del trabajo inmaterial que se basa
en la creatividad y en otras capacidades humanas (como, por ejemplo,
la preocupación por el cuidado de las personas en los ámbitos educati-

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Las desventuras del trabajo cognitivo

vos o sanitarios), sino que además las propias facultades humanas, que
permanecían todavía inmunes a la socialización negativa del capital, su-
fren un deterioro preocupante.
En toda esta fenomenología, plenamente contemporánea, es difícil
identificar la transición hacia un «comunismo espontáneo y elemen-
tal»; es difícil no sobrecogerse por el deterioro de la sociabilidad y la
comunicación humanas como resultado de la socialización negativa del
capital. En realidad, lo que vivimos es una agudización de la contradic-
ción fundamental del capital, una tensión creciente entre las potencia-
lidades de generación de riqueza concreta y los límites crecientes que
impone el proceso de valorización. A medida que el valor se convierte
en una forma cada vez más anacrónica de expresar la riqueza, las capa-
cidades sociales para relacionarse, para comunicarse, para cooperar, se
deteriorarán progresivamente, poniendo en un serio compromiso el fu-
turo de la humanidad.
A diferencia de lo que ocurría en las fases tempranas del desarrollo ca-
pitalista, las fuerzas productivas sociales ya no expresan de forma alienada
los conocimientos de los trabajadores contratados en las fábricas. En la
actualidad, expresan fundamentalmente el conocimiento acumulado por
toda la humanidad (general intellect). De esta manera, se produce un an-
tagonismo estructural entre las fuerzas productivas alienadas y el trabajo
vivo, que implica un deterioro a largo plazo de la cualificación del trabajo
(Postone, 2006). A pesar de que en el llamado capitalismo cognitivo mu-
chos trabajadores intentan encontrarle un sentido a sus vidas a través de
un trabajo que les permita realizarse personalmente, y a pesar de que son
los trabajadores cognitivos del siglo XXI, mucho más que los obreros ma-
nuales decimonónicos, quienes en mayor medida «compran» la ideolo-
gía del culto al trabajo, más que al empoderamiento del trabajo inmaterial
frente a la lógica del capital asistimos a todo lo contrario: una desvalori-
zación general del trabajo humano que está provocando enormes y cre-
cientes sufrimientos a la humanidad. Este deterioro no deriva de las
propiedades intrínsecas de las máquinas y de la tecnología en sí mismas
(tal como podría deducirse de una concepción fetichista de estas últimas),
sino de la estructura profunda de las relaciones sociales en un mundo do-
minado por la lógica abstracta del valor.

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Capítulo 5

El capitalismo ficticio

¿Un siglo chino?


Gérard Duménil y Dominique Lévy, en La crisis del neoliberalismo, lo
caracterizan como «una nueva etapa del capitalismo que emergió a
raíz de la crisis estructural de los setenta». Más adelante consideran
el neoliberalismo como «la expresión de una estrategia de las clases
capitalistas aliadas con la alta dirección, en concreto gestores financie-
ros, para robustecer su hegemonía y expandirla globalmente» (2014:
9). A continuación, Duménil y Lévy explican la crisis contemporánea
del neoliberalismo como «un resultado de las contradicciones inhe-
rentes a esta estrategia». Para ambos autores, estaríamos inmersos en
la «cuarta crisis estructural del capitalismo desde finales del siglo
XIX », donde «las tendencias neoliberales finalmente desestabilizaron
los fundamentos de la economía de base segura de las clases superio-
res» (2014: 9-10).
De su planteamiento se deduce que previamente existía una econo-
mía de «base segura» que pusieron en peligro, en crisis, las estrategias
de unas élites económicas ávidas de dinero. Es un enfoque bastante
común en la economía crítica contemporánea, que tiende a idealizar la
economía productiva, industrial, frente a la economía financiera, sin
tener en cuenta que el auge de esta última obedece a los límites de la
primera. Para estos autores, la crisis actual del neoliberalismo representa
el comienzo de un período de transición similar al experimentado ante
otras crisis estructurales del capitalismo desde finales del siglo XIX, como
si se tratase de un mero sucederse de ciclos interminables. A raíz de la
concepción que he desarrollado sobre el valor y su tendencia secular,
considero que sería necesario explicar el neoliberalismo y su crisis de
otra manera.

143
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El colapso del capitalismo tecnológico

Duménil y Lévy, escindiendo la economía productiva de la financiera,


plantean que «el neoliberalismo es un orden social orientado a la gene-
ración de ingresos para las clases superiores, no así a las inversiones en la
producción o, menos aún, al progreso social» (2014: 32). Partiendo de
una lectura tan equivocada de la lógica del capital, no sorprende que estos
autores sostengan que, si bien «las crisis de los años 1890 y 1970 fueron
el resultado de las tendencias descendentes de la rentabilidad, la Gran De-
presión y la crisis del neoliberalismo no están vinculadas con las citadas
tendencias», sino que estas crisis de origen financiero (1929 y 2008) ten-
drían su origen en «la expansión ilimitada de las demandas de las clases
superiores, que han empujado los mecanismos económicos hasta, final-
mente, más allá de las fronteras de la sostenibilidad» (2014: 31). Para
Duménil y Lévy, la producción de valor, la economía de «base segura»,
gozaría de buena salud y el sistema económico solamente peligraría por
obra de unas clases altas demasiado obsesionadas con ganar dinero. Es
decir, lo que cuestionaría las posibilidades futuras del capitalismo sería la
avidez de ganancias de las élites neoliberales y no tanto, como considera-
mos aquí, las contradicciones del propio sistema en el terreno de la pro-
ducción de valor real.
Por otro lado, Duménil y Lévy consideran que el neoliberalismo sig-
nificó una desterritorialización de la producción desde los Estados Uni-
dos y el conjunto de los países centrales hacia los llamados países
emergentes, sobre todo asiáticos. De esta manera, las economías de di-
chos países centrales pasarían a «transformarse gradualmente en eco-
nomías de servicios, manteniendo una serie de actividades donde el
conocimiento, la educación y la investigación serían claves», aunque
por encima de todo «estas economías debían de convertirse en centros
financieros» (2014: 32). Para ellos, esta dinámica les brindaría una opor-
tunidad a los países emergentes y supondría un riesgo para los países cen-
trales, pues el éxito de los emergentes en el ámbito de la producción
industrial podría permitirles acceder después a la alta tecnología y posi-
blemente consolidarse también como mercados financieros potentes,
convirtiéndose en fuertes competidores de los países centrales. Según
Duménil y Lévy, la clave del éxito en los países emergentes vendría dada
por la existencia de unas clases superiores nacionalistas y patrióticas.
Así, llegan a sostener que China «sí mantuvo un compromiso naciona-
lista» y por lo tanto «aprovechó la oportunidad (…) para, finalmente,

144
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El capitalismo ficticio

amenazar la dominación del centro», encontrándose la explicación de


este proceso en que los objetivos del despliegue internacional por parte
de las elites chinas «están aún ampliamente dirigidos al desarrollo na-
cional» (2014: 37).
¿Es realmente así? ¿Los países periféricos están replicando la trayec-
toria que antes recorrieron los países centrales en materia de industriali-
zación? ¿Nos encontramos ante una reedición del régimen fordista en los
llamados países emergentes, donde serían compatibles los aumentos su-
cesivos de salarios con el crecimiento de la productividad del trabajo?
¿Se ha consolidado, en estos países, una dinámica de acumulación auto-
sostenida de valor real? En principio, la industrialización de los países
emergentes podría hacernos dudar de que la masa de valor venga dismi-
nuyendo progresivamente a nivel mundial en las últimas décadas, tal
como hemos sostenido en los ensayos anteriores. Ciertamente, la pérdida
de empleos industriales en los países desarrollados se ha compensado con
el crecimiento del proletariado en las llamadas economías emergentes, en
especial en los países asiáticos. No obstante, aunque la creación de empleo
industrial en estos países haya podido superar su destrucción en las eco-
nomías centrales1, este crecimiento neto del empleo fabril no representa
un incremento de la masa de valor. Veamos por qué (Lohoff y Trenkle,
2014). A nivel de la empresa individual, la explotación de esta fuerza de
trabajo logra ser rentable porque el diferencial de productividad con los
países industriales más avanzados se compensa con unos salarios extre-
madamente bajos. Es decir, cuando los diferenciales de productividad
entre países y empresas se disparan, la única manera que tienen de com-
petir los segmentos rezagados de baja productividad es reduciendo drás-
ticamente los salarios. Sin embargo, esto no significa que en la producción
de cada mercancía particular el tiempo de trabajo abstracto empleado en

1
Es necesario matizar esta cuestión (Endnotes, 2010b). En términos absolutos, efec-
tivamente la industrialización de ciertos países periféricos ha supuesto un incremento
de los trabajadores empleados en la industria. Pero en términos relativos, el empleo
industrial continúa disminuyendo a pesar de que el empleo rural se está desplomando.
Como resultado, vivimos en un planeta donde más de mil millones de personas mal-
viven deambulando en «villas miseria», ocupadas en trabajos informales y extrema-
damente precarios (Davis, 2014). A diferencia de lo que ocurrió en los procesos de
desindustrialización de los países centrales, la expansión de un sector servicios basado
en puestos de trabajo en condiciones precarias pero formales no se ha producido, o
no ha sido suficiente.

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El colapso del capitalismo tecnológico

producirla, relativamente más prolongado en estos países de baja produc-


tividad que en las economías más desarrolladas, represente una cantidad
mayor de valor. Como sabemos, cada mercancía producida se enfrenta al
tiempo de trabajo socialmente necesario, marcado por las condiciones
más avanzadas de productividad alcanzadas en el mercado mundial. Es
decir, todas las mercancías similares que han sido producidas en el mundo
representan exactamente la misma cantidad de valor, con independencia
de si han sido producidas en condiciones técnicas menos favorables que
las más avanzadas. La deslocalización de la producción industrial en los
mercados emergentes puede ser rentable al nivel de ciertas empresas par-
ticulares, debido a la imposición de salarios muy bajos, pero no contribuye
en modo alguno a aumentar la masa de valor a nivel global. No es el
tiempo de trabajo empleado individualmente para la producción de una
mercancía lo que determina su valor, sino el nivel de productividad de-
terminado por las condiciones técnicas de producción establecidas en los
países más avanzados.
Por lo tanto, la expansión internacional que se ha producido en las
últimas décadas del empleo industrial no se ha traducido en una expan-
sión equivalente de la masa de valor. En verdad, el diferencial de produc-
tividad se ha compensado mediante una intensificación feroz de la
explotación del trabajo, una exacerbada destrucción del medio ambiente,
el establecimiento de ventajas fiscales para las empresas y una progresiva
devaluación de las divisas nacionales. En este sentido, el fenómeno de
los mercados emergentes no supone un nuevo empuje a la acumulación
de valor autocentrada. No abre la posibilidad de consolidar nuevos cen-
tros del desarrollo capitalista (con independencia de que sigan o no una
estrategia nacionalista y patriótica), lo cual constituye una diferencia fun-
damental con el boom fordista de posguerra. Como ya bosquejaba Alain
Lipietz (1992), la consolidación de un «fordismo periférico» representa
un asunto extremadamente complejo.
En realidad, el fordismo de posguerra se explica por circunstancias
muy excepcionales en la historia del capitalismo. Según la ley general
de la acumulación capitalista (Marx, 1975), cuanto más elevada es la
composición orgánica de capital2 de las industrias, más rápido tiene que

2
La composición orgánica del capital es la relación entre el capital constante (C) y
el capital variable (V). O sea, es la relación entre la masa de capital invertida en medios
de producción y la invertida en fuerza de trabajo (C/V).

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El capitalismo ficticio

producirse la acumulación de capital para que se puedan mantener los


niveles de empleo. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que esta
aceleración del ritmo de la acumulación acrecienta el peso del capital
constante respecto al variable, reduciendo con ello la demanda relativa
de trabajo. Entonces, ¿cómo fue posible durante el boom posbélico una
intensificación del ritmo de la acumulación con un incremento del em-
pleo industrial, absorbiendo enormes masas de trabajadores proceden-
tes de las zonas rurales, de tal manera que se pudiese producir un
incremento paulatino de los salarios a la par que se incrementaba la pro-
ductividad del trabajo? De hecho, anteriormente las cosas habían sido
bastante diferentes. La segunda revolución industrial había representado
una caída de la demanda de trabajo, primero relativa y después absoluta,
respecto a la primera revolución. Las nuevas industrias, como la quí-
mica, los ferrocarriles o el telégrafo, no fueron capaces de compensar
la reducción del empleo en las ramas industriales previas. En buena
medida, la «tesis del empobrecimiento» defendida por Marx se basaba
en esta tendencia al incremento progresivo del desempleo, que provo-
caría una caída de los salarios y un aumento de las desigualdades so-
ciales a medida que se incrementase la productividad del trabajo. Lo
que no previó Marx fue que, durante las décadas intermedias del siglo
XX , las nuevas industrias absorbiesen capital y trabajo excedentarios al
mismo tiempo, a medida que el tamaño del mercado se iba ampliando
de forma significativa (Endnotes, 2010b). En el surgimiento de estas
condiciones excepcionales, fue clave la gestión estatal y la transforma-
ción de los servicios al consumidor en bienes de consumo. El paradigma
de este cambio fue la industria automovilística. A partir de la subvención
que supuso la construcción de carreteras por parte del Estado (algo re-
lativamente diferente en el caso de las vías ferroviarias), el transporte
mecanizado pasó de ser un servicio a convertirse en un bien adquirido
por el consumidor individual. Algo parecido sucedió con el paso del te-
légrafo a los teléfonos.
Sin embargo, es necesario advertir que el capital no está dotado de
ninguna tendencia intrínseca que permita generar de forma continua
innovaciones en productos (como los automóviles o los teléfonos) que
compensen las innovaciones en proceso destinadas al ahorro de mano
de obra en la producción industrial (Endnotes, 2010b). De hecho, puede
ocurrir justo lo contrario, que dichas innovaciones en producto estimu-

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len las innovaciones en procesos que ahorren trabajo (como ocurre con
los ordenadores personales y otros productos típicos de la nueva revo-
lución científico-tecnológica). Es decir, no se trata solamente de que,
por ejemplo, un determinado producto microelectrónico sea producido
con una menor cantidad de trabajo, sino que, al incrementar la automa-
tización en otras ramas productivas, disminuye la demanda de trabajo
en toda la economía. En estas circunstancias resurge la «tesis del em-
pobrecimiento», ya que no es posible mantener el auge salarial mientras
se intensifica el ritmo de crecimiento de la productividad del trabajo.
Los trabajadores expulsados de la producción por la automatización no
pueden emplearse de nuevo en industrias alternativas, tal como sucedía
en el fordismo, y de esta manera se consolida una población superflua
para las necesidades de la acumulación de capital. Como a su vez esta
evolución impide que el tamaño del mercado crezca al ritmo de una
productividad del trabajo completamente desbocada, la tendencia a la
sobreproducción presiona a la baja la tasa de ganancia de las empresas,
intensificando la competencia entre los capitalistas individuales y obli-
gándoles a ahorrar todavía más trabajo. Si en el fordismo fue posible
compaginar los incrementos salariales con los de la productividad, bajo
las condiciones de un «consumo de masas» que garantizaba la amplia-
ción de la reproducción del capital, ahora nos encontramos en un cír-
culo vicioso donde la disminución relativa de la demanda de trabajo
avanza más rápido que la acumulación de capital, lo cual, tarde o tem-
prano, termina provocando una disminución absoluta del empleo.
Así, cada vez es más común escuchar que este tipo de dinámica nos
devuelve a las condiciones sociales de la Europa decimonónica, pero el
fundamento económico de la actual regresión social responde a circuns-
tancias muy diferentes (Lohoff y Trenkle, 2014). En aquella época, el
empobrecimiento generalizado estaba relacionado con unos niveles de
productividad bajos, que impedían llevar adelante una explotación del
trabajo que valorizase el capital mediante mecanismos diferentes de
los de la plusvalía absoluta. A medida que la acumulación de capital se
ampliaba y la productividad crecía, los mecanismos de explotación del
trabajo fueron transitando de la forma absoluta a la relativa y, en con-
secuencia, la valorización del capital se hizo potencialmente compatible
con una elevación de los salarios. En realidad, la posibilidad histórica
del régimen fordista tiene que ver con esta cuestión. Sin embargo, en la

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nueva revolución científico-técnica las cosas son muy diferentes, la po-


sibilidad de replicar y generalizar el fordismo en la periferia del sistema
es completamente inviable. La elevación de la productividad tiene exac-
tamente el efecto contrario del que tenía en los albores del capitalismo.
Por un lado, aumenta la obligación de vender todo tipo de mercancías,
incluida la fuerza de trabajo, bajo condiciones feroces de competencia,
con el objetivo de continuar existiendo frente a las economías técnica-
mente más desarrolladas. Por otro lado, en el caso de que los trabajado-
res de los países emergentes mejorasen sus condiciones laborales
recurriendo a la conflictividad social, se volverían progresivamente su-
perfluos como les ocurrió antes a muchos trabajadores industriales de
los países desarrollados.
Una expresión muy evidente de que esta expansión del empleo in-
dustrial hacia los países emergentes tiene unos fundamentos comple-
tamente diferentes, es la dependencia de estos países del crecimiento
de las exportaciones. Como se puede observar con claridad en países
como China3, existe una dificultad enorme para generar internamente
el poder de compra que haga posible una ampliación sustancial de la
circulación de mercancías en el mercado nacional. En realidad, el cre-
cimiento económico chino ha dependido fundamentalmente de la ex-
pansión de la producción de capital ficticio en los países centrales, que
es la responsable de haber mantenido la demanda en la economía mun-
dial. Por ejemplo, el superávit comercial que China mantiene con Esta-
dos Unidos y otras economías desarrolladas se basa sobre todo en el
endeudamiento de estos últimos. No existen bases estructurales para
pensar en la posibilidad de que se esté asistiendo a un nuevo período de
acumulación de valor real autosostenido, a la emergencia de un nuevo

3
En este caso, es necesario también realizar ciertas matizaciones (Endnotes, 2010b). A
pesar de nuestra percepción habitual, entre 1993 y 2006 China no creó ningún puesto
de trabajo nuevo en el sector industrial (Lett y Banister, 2009). Por un lado, la industria-
lización del sur del país se desarrolló al mismo ritmo que el desmantelamiento de la vieja
industria maoísta en el norte. En buena medida, esto explica por qué no se produjo nin-
gún aumento significativo de los salarios en estas últimas décadas, mientras las tasas de
crecimiento económico experimentaban alzas impresionantes. Por otro lado, hay que
tener en cuenta que las nuevas industrias no solo eran intensivas en mano de obra. Los
bajos salarios le han permitido a China competir en industrias con mayor contenido tec-
nológico, lo cual ha supuesto que las nuevas industrias generen cada vez menos trabajo
en relación al aumento de la producción.

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El colapso del capitalismo tecnológico

período de prosperidad bajo la hegemonía china. Como se puede obser-


var por la evolución reciente de la economía asiática, a medida que se ra-
lentiza el crecimiento de sus exportaciones se hace más palpable la
debilidad de las bases del desarrollo capitalista del país. De hecho, tras el
estallido de la crisis de 2008 ha sido necesario sostener el ritmo de creci-
miento económico mediante una producción creciente de capital ficticio
a nivel interno, que ha dado lugar a una importante burbuja –primero in-
mobiliaria y después bursátil– en la propia China. El crecimiento de di-
chas burbujas se asocia a un rápido crecimiento de la deuda y de la
«banca en la sombra», que ha pasado a representar un tercio del sistema
financiero chino. El índice Chinex se ha triplicado en un año, un creci-
miento similar al que experimentó el Nasdaq durante la burbuja de las
«puntocom». Pero el estallido de dicha burbuja durante 2015 pone de
relieve la debilidad estructural del proceso de desarrollo chino y su in-
capacidad para abrir un período de acumulación autosostenida de valor
real. Así, con la progresiva caída de las exportaciones, los problemas se
agudizarán y ni siquiera la opción elegida de una devaluación competitiva
de la divisa nacional podría impedir que China se sume al proceso histó-
rico de colapso que experimenta el capitalismo global en su conjunto.
Más que la posibilidad de un siglo chino, tal vez las dificultades que
atraviesa el gigante asiático expresen en todo su dramatismo la imposi-
bilidad estructural de comenzar un nuevo período de acumulación au-
tosostenido de valor real bajo fórmulas alternativas a las vigentes en el
mundo occidental, como podrían ser las del caduco «capitalismo bu-
rocrático». Para comprender por qué esta alternativa autosostenida es
imposible en el contexto del capitalismo contemporáneo, es necesario
analizar históricamente cómo los problemas relacionados con la pro-
ducción de valor real se encuentran en la base del surgimiento del neo-
liberalismo, de su crisis y de las transformaciones asociadas al mismo.
De esta manera, tendremos una explicación de la crisis actual al margen
de las tan populares narrativas de corte voluntarista, que basarían sus
posibles soluciones en la esperanza de que determinadas variantes del
capitalismo o determinadas facciones entre los capitalistas sean mejores
que otras, o dicho de otra manera, en la esperanza de que determinadas
variantes o facciones (inscritas en una especie de «neoliberalismo ama-
ble») permitan un mayor margen de maniobra para la conservación de
ciertas conquistas sociales. En el fondo, estas narrativas conducen irre-

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El capitalismo ficticio

mediablemente a la frustración política, ya que terminan chocando con


la lógica abstracta, automática e impersonal del valor. La crisis estruc-
tural del capitalismo, que se prolonga desde la década de los setenta, no
es el resultado de la avidez de los capitalistas de nuestra época, ni la im-
posibilidad de superarla es consecuencia de que las actuales élites polí-
ticas (excepto las chinas, según Duménil y Lévy) sean menos patrióticas
y nacionalistas que las del pasado. Aunque los capitalistas fuesen menos
avariciosos y las élites políticas fuesen más patrióticas, menos corruptas
y más sensibles socialmente, la crisis actual seguirá su curso (como lo
pone de manifiesto la crisis finlandesa, en uno de los países menos co-
rruptos del mundo). La era del reformismo social terminó hace mucho
tiempo, tal como lo evidencia el fracaso de muchos Estados periféricos
desde sus procesos de independencia. En realidad, el carácter crecien-
temente ficticio del capitalismo –de su crecimiento en base a burbujas
que explotan una tras otra– y, en consecuencia, la crisis actual obedecen
a razones más profundas, más estructurales, que se vienen incubando
en el proceso de desarrollo capitalista desde sus orígenes históricos.

¿Capital financiero (financiarizado) o capital ficticio?


Antes de analizar el proceso histórico que ha conducido al predominio
del capital ficticio sobre cualquier otra forma de capital, es importante
que lo comprendamos en un sentido categorial. Es frecuente recurrir a
personalizaciones sociológicas para analizar las diferentes formas del
capital, como si la voluntad de los sujetos concretos determinase el con-
tenido de dichas formas. Así, habría capitalistas «buenos» y «malos»,
menos avariciosos y más avariciosos, más patriotas y menos patriotas.
Los primeros serían, sobre todo, los empresarios industriales, supues-
tamente comprometidos con la llamada «economía productiva», con
la creación de empleo y la prosperidad de las naciones, en la medida en
que supuestamente dependerían en mayor grado de la demanda de los
consumidores radicados donde están ubicadas sus inversiones empre-
sariales. Los segundos, los «malos», serían los especuladores, el capi-
talismo financiero, los grandes fondos de inversión internacionales que
mueven su dinero buscando la mayor rentabilidad, el diferencial entre
tipos de interés, sin ninguna consideración por las poblaciones afectadas
por sus oscuras apuestas. De esta concepción del capital se derivan pe-
riódicamente retóricas populistas contra el capital financiero como

151
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El colapso del capitalismo tecnológico

«mal absoluto», como si supusiese un fenómeno completamente in-


dependiente de la lógica del capital como tal, en especial de su forma
productiva y real. Como ya ocurrió tras la crisis de 1929, aunque con
una connotación fuertemente antisemita en este último caso, en la crisis
actual han regresado con fuerza este tipo de retóricas basadas en la de-
nuncia de «chivos expiatorios», como pueden ser los banqueros sin es-
crúpulos o los políticos corruptos. Estas retóricas populistas, en su
época, ya fueron ampliamente criticadas por Marx (en particular, en su
polémica con Proudhon).
Desde principios del siglo XX , bajo la influencia de la obra de Rudolf
Hilferding (1985), se ha empleado con frecuencia el término «capital
financiero» para referirse a la forma predominante del capitalismo con-
temporáneo. Hoy en día se hace referencia a la financiarización como
una tendencia fundamental en la economía actual (Lapavitsas, 2016).
Es evidente que el capital que devenga interés, el capital que aparente-
mente se valoriza por sí mismo (D-D’), sin necesidad de invertir el di-
nero en la producción de mercancías (D-M-D’), ha incrementado
significativamente su presencia en la economía. De forma creciente, el
crédito se ha hecho indispensable para poner en marcha prácticamente
cualquier negocio. Como reacción a este proceso, a menudo se consi-
dera que el capital que devenga interés es exterior al proceso de produc-
ción de valor real, que tendría un carácter «vampiresco» respecto a una
economía productiva que hay que proteger de él. Además, con la proli-
feración de los grandes bancos y las sociedades por acciones, emergería
también un tipo de capitalista desligado de las empresas, que no las co-
noce, que no trabaja en ellas, que lo único que conoce de ellas son los
números que se reflejan en sus cuentas de resultados. Efectivamente,
hay algo de verdad en todo esto. Todos estos argumentos espolean las
retóricas políticas antes aludidas. Pero, en realidad, la economía capita-
lista difícilmente se hubiera podido desarrollar sin recurrir al crédito.
Sin él, muchos negocios ni siquiera se hubieran podido poner en mar-
cha. En verdad, el crédito crece porque las inversiones productivas se
hacen progresivamente más cuantiosas, haciéndose inasumibles por
ningún capitalista individual a partir de su propia acumulación.
No obstante, el crédito creciente sirve para financiar unas inversiones
que, con el tiempo, minan la capacidad de incrementar la producción
de valor. Como he señalado en ensayos anteriores, esta inversión cre-

152
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El capitalismo ficticio

ciente explica el proceso secular que conduce a la desvalorización real,


ya que tiene como resultado una desproporción estructural entre el uso
creciente del capital constante y la fuerza de trabajo que todavía es po-
sible utilizar de forma rentable. Y, evidentemente, esto alimenta todavía
más la economía crediticia, ya que si la producción de valor declina en
relación al capital invertido, su reproducción mediante nuevas inversio-
nes, todavía más cuantiosas, precisa de nuevas fuentes de financiación
que la propia valorización real no puede garantizar. Así, las sucesivas re-
voluciones tecnológicas, activadas por la competencia entre los capita-
listas individuales, han obligado a recurrir crecientemente al crédito
para financiar las nuevas inversiones asociadas a ellas. Es decir, la ex-
pansión del crédito obedece a los problemas de la economía productiva,
que solo puede seguir subsistiendo mediante dicha expansión. El capital
que devenga interés, más que un «vampiro», más que un parásito, re-
presenta un mecanismo de «respiración artificial» para un sistema eco-
nómico que pierde progresivamente vigor.
En estas circunstancias complicadas es donde hace su aparición el
capital ficticio, pues el crecimiento del crédito no puede sostenerse in-
definidamente. Como sabemos, la concesión de cualquier crédito por
parte de los bancos se basa en que la probabilidad de recuperarlo es muy
elevada. A pesar de que aparenta ser exterior al proceso de producción
de valor real (D-M-D’), la probabilidad de recuperar un crédito se de-
duce de unas expectativas sobre las ganancias futuras que, cada vez más,
el capital funcionante no puede garantizar como verdadero productor
de valor real. De esta manera, la desvalorización real resultante ha obli-
gado a apoyarse en unos procesos de capitalización de carácter ficticio
que permiten alimentar la liquidez del sistema salvando las estrecheces
crecientes del mundo real. Estos procesos de capitalización se sostienen
sobre unas expectativas en cuanto a las ganancias completamente ficti-
cias, que sin embargo sostienen la esperanza en los retornos monetarios
que alimentan la economía del crédito. En consecuencia, la acumulación
de capital que devenga interés y la acumulación de capital ficticio se
convierten en fenómenos estrechamente relacionados, que se alimentan
de manera recíproca. Tenemos un ejemplo muy claro de esta interrela-
ción en el caso de las burbujas inmobiliarias que se han desarrollado en
las últimas décadas. Los bancos conceden masivamente hipotecas, no
porque piensen que las personas pueden hacer frente a sus obligaciones

153
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El colapso del capitalismo tecnológico

crediticias a partir de sus ingresos reales, sino porque las expectativas


sobre la subida de los precios de las viviendas son tan exageradamente
buenas que los bancos confían en que podrán recuperar su dinero sin
mayor problema. De hecho, la práctica misma de pedir hipotecas se
convierte en un auténtico negocio, ya que el margen de ganancia que
implica vender las viviendas poco tiempo después justifica plenamente
el endeudamiento, aunque uno no posea unos ingresos reales que sir-
van de respaldo. Lo paradójico de estas coyunturas es que, mientras la
burbuja crece, la gente se hace millonaria endeudándose. La ficción
puede llegar a tal extremo que la gente no necesite capital real para ha-
cerse millonaria.
Es decir, más que por ser un capitalismo financiero o financiarizado,
el capitalismo contemporáneo se caracteriza por ser crecientemente
ficticio, lo cual se explica ante todo por el proceso secular de desvalo-
rización de la economía real, y no por la avaricia de los especuladores.
Si la producción de valor fuese vigorosa, quizás fuese adecuado utilizar
el concepto de capitalismo financiero o financiarizado, pues reflejaría
la idea de una economía real «vampirizada» por una economía finan-
ciera ávida de dinero (Lapavitsas, 2016). Pero en realidad nos encon-
tramos con una situación bien distinta: una producción de valor real
declinante que necesita cada vez más recurrir al crédito para soste-
nerse y un crédito que se levanta cada vez más sobre expectativas de
capitalización completamente ficticias. Es más, el propio proceso de
financiarización termina sucumbiendo a esta lógica, intensificán-
dose la explosión de las burbujas financieras que van colonizando al-
ternativamente los diversos espacios de la economía mundial.
En la sección quinta del libro III de El Capital, Marx aborda deteni-
damente la cuestión del capital que devenga interés. Dentro de dicha
sección, en el capítulo vigesimoquinto, aborda en concreto la cuestión
del capital ficticio4. Por lo tanto, para Marx está claro que el capital fic-
ticio no surge de la nada, sino de una determinada forma de capital, la
que devenga interés. En dicho capítulo, analiza en primer lugar las letras
de cambio, que constituirían propiamente dinero comercial, el origen
del dinero crediticio (al margen del dinero metálico). Las mercancías

4
En la época de Marx, el capital ficticio todavía es una forma de capital marginal, poco
relevante en relación al proceso de acumulación de capital en su conjunto. Por este
motivo, es comprensible que le dedique tan poco espacio en su obra magna.

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El capitalismo ficticio

no se venderían a cambio de dinero, sino de una promesa de pago (la


letra de cambio) que se haría efectiva en un plazo determinado. A su
vez, estas letras de cambio circulan como medios de pago en sí mismos,
anulándose por compensación de créditos y deudas previas. Funcionan
propiamente como dinero, aunque al finalizar el plazo de su venci-
miento no se transformen en dinero. Marx cita a William Leatham, po-
niendo de relieve cómo la proliferación de letras de cambio termina
generando un capital sin base real, muy difícil de aislar en sí mismo:
Las letras de cambio no (…) pueden ponerse bajo control, salvo que se
impida la abundancia de dinero o las bajas tasas de interés o de descuento
que dan origen a una parte de aquellas y que incentivan esta grande y pe-
ligrosa expansión. Es imposible decidir cuánto proviene de transacciones
reales, por ejemplo de compras y ventas reales, y qué parte ha sido de
creación artificial (fictitious) y solo consiste en letras de colusión, es decir,
letras que se extienden como relevo de otras antes de su vencimiento,
creando así capital ficticio por fabricación de simples medios de circula-
ción (1977: 512-513).
Es decir: en principio la emisión de letras de cambio tiene una con-
trapartida real. Sin embargo, la proliferación de las mismas, su sucesivo
cambio de manos, las iría convirtiendo progresivamente en un instru-
mento independiente de las «transacciones reales», cuyo objetivo es
suministrar liquidez adicional a la economía. Se crearía así un capital
ficticio sin base real. Un dinero crediticio sin valor real que lo sustente.
De este modo, el incremento de la capacidad crediticia mediante la pro-
liferación de las mencionadas letras se desarrollaría como un proceso
por completo independiente de la posibilidad real de recuperar la suma
a la que dicho título da derecho.
Por otro lado, Marx analizó también el carácter ficticio de la deuda
pública y de las acciones. En el primer caso, observó cómo el capital
destinado a comprar títulos de deuda pública en realidad nunca se in-
vierte, pues se utiliza para financiar el déficit público. Es decir, el capital
cubre un gasto pretérito y por lo tanto no podrá valorizarse siguiendo
su ciclo reproductivo (D-M-D’). En realidad, el interés que reciben los
propietarios de los títulos de deuda consiste en una participación en los
impuestos, que representan los ingresos estatales. En el caso de las ac-
ciones, hay que tener en cuenta que, después de la emisión de acciones
para financiar, por ejemplo, la ampliación de las instalaciones produc-

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El colapso del capitalismo tecnológico

tivas de una determinada empresa, el capital continúa existiendo de


forma independiente. Es decir, no solo como resultado del capital in-
vertido (de tal manera que se valorizaría como resultado de su propia
reproducción real, D-M-D’), sino por la capitalización de las acciones
a través de su sucesiva venta en los mercados bursátiles. Con el tiempo,
el valor de mercado de las mismas podrá llegar a representar una suma
de dinero sin relación alguna con el valor nominal establecido en la emi-
sión inicial.
Hoy en día se han generalizado muchas más maneras de acumular ca-
pital ficticio. Un ejemplo claro lo tenemos en los derivados, los productos
financieros que se refieren a otros productos financieros. En principio,
como ocurría con las acciones, la emisión de un título financiero posee
un punto de referencia directo en la economía real, aunque después la
evolución de su valor pueda independizarse de esa referencia real. Sin em-
bargo, todavía podríamos desvincularnos más de cualquier referencia de
este tipo. Podría ocurrir que esos mismos títulos se conviertan en la refe-
rencia directa de otros productos financieros emitidos posteriormente. A
partir de esta operativa financiera derivada se puede explicar, por ejemplo,
la formación de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos con las hipo-
tecas «basura» (Lordon, 2009). Por otro lado, estarían los contratos de
futuro. En estos contratos se negocia con la propia compra del título fi-
nanciero, la cual no tiene por qué llegar a producirse realmente. Tenemos
un ejemplo de esta práctica en la comercialización de las materias primas,
como el petróleo. Se trata de contratos donde el comprador y el vendedor
pactan la entrega en un plazo determinado (normalmente un año o seis
meses), con un precio estimado según las tendencias del mercado. Debido
a la cantidad de dinero que se puede ganar como resultado de la diferencia
entre el precio previsto y el precio final de mercado, se producen presiones
artificiales sobre la demanda y la oferta de las materias primas. En los con-
tratos de futuros, en muchas ocasiones el negocio está precisamente en
especular con estas diferencias.
Como digo, el capital ficticio está estrechamente relacionado con el
capital que devenga interés, cuya existencia sería inviable sin la presencia
de un sistema crediticio. Sin embargo, sus procesos de valorización son
diferentes. En principio, el capital que devenga interés participa de las
ganancias producidas por los empresarios industriales y comerciales en
función del tipo de interés fijado para la suma de dinero prestada. Por

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El capitalismo ficticio

ejemplo, supongamos que un prestamista le concede a una empresa in-


dustrial un crédito de un millón de euros para instalar una nueva planta
productiva, a un tipo de interés del cinco por ciento. Dicha cantidad pres-
tada rendiría 50.000 euros, que (junto con la devolución del principal)
saldrían de la plusvalía generada por la producción de valor asociada a la
nueva planta en funcionamiento. Por su parte, los títulos financieros
(como las acciones o la deuda pública) representan un derecho a parti-
cipar en los beneficios futuros de las empresas (o en los ingresos futuros
del Estado). La acumulación de capital ficticio se relaciona con la nego-
ciación de dichos derechos, y no con la posibilidad de hacer efectivos los
respectivos beneficios (como sí ocurre en el capital que devenga interés).
Por ejemplo, imaginemos que una persona posee la propiedad de un tí-
tulo de deuda pública por importe de 100 euros. Como mencionamos
antes, el acreedor no puede reclamar el pago de la deuda, ya que el capital
ha sido consumido previamente por el Estado. Como propietario del tí-
tulo de deuda pública, el acreedor solo posee el derecho a participar en
cierto porcentaje de los ingresos anuales del Estado (si el tipo de interés
es el cinco por ciento, serían cinco euros). Sin embargo, el acreedor puede
vender dicho título y transferir el mencionado derecho a otras personas.
A un tipo de interés del cinco por ciento, el acreedor podría vender el tí-
tulo a 100 euros, pues para el comprador es lo mismo comprarlo, asegu-
rándose un tributo anual por parte del Estado de cinco euros, que
conceder un crédito por una suma de 100 euros a dicho tipo de interés.
No obstante, por mucho que se multipliquen dichas transacciones, el ca-
pital representado por el título de deuda pública continúa siendo ficticio,
y la apariencia de capital que poseen se desvanecería en el caso de que
esos títulos dejasen de ser vendibles. Es decir, en el caso del capital que
devenga interés los problemas surgirían si la nueva planta industrial
puesta en funcionamiento con ayuda del crédito de un millón de euros
no fuese capaz de generar y realizar la rentabilidad suficiente para devol-
ver el principal más los intereses asociados a dicho crédito. Sin embargo,
en el caso del capital ficticio público, dada su naturaleza ilusoria, los pro-
blemas comenzarían cuando se hiciese imposible vender los títulos fi-
nancieros en los mercados secundarios, ya que de esta manera quedaría
al descubierto el carácter ficticio de este tipo de capital.
En consecuencia, el capital ficticio consigue algo que el capital que de-
venga interés no puede hacer por sí solo: «huir hacia delante» cuando la

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El colapso del capitalismo tecnológico

desvalorización del capital funcionante (D-M-D’) hace cada vez más


difícil recuperar los créditos. Por ello, la economía crediticia se sustenta
cada vez más en títulos financieros completamente desvinculados de
las transacciones reales, dando lugar a repetidas burbujas crediticias que
solo llegan a explotar cuando se hace imposible vender los títulos. Aun
en el caso de que el título no represente un capital meramente ilusorio
(como ocurre con la deuda pública), su valorización también podría
tener estas mismas características. Tomemos el caso de las acciones. Ya
he comentado que, en estas circunstancias, el capital no puede existir
permanentemente de las dos maneras: como valor del capital de los tí-
tulos de propiedad y como capital realmente invertido. En realidad, solo
existe bajo esta última forma y «la acción no es otra cosa que un título
de propiedad, pro rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por inter-
medio de ese capital» (Marx, 1977: 601). Es verdad que el propietario
A podrá vender su título a B, y luego B a C, pero estas transacciones no
alteran la naturaleza de la cuestión. Efectivamente, «A o B habrán trans-
formado su título en capital» a través de la venta sucesiva de las acciones,
«pero C habrá convertido su capital en un mero título de propiedad
sobre el plusvalor que cabe esperar del capital accionario» (1977: 601).
Si desea recuperar su capital, C deberá lograr vender sus acciones en el
mercado secundario como antes lo hicieron A y B. En este punto, Marx
enfatiza algo importante que se deduce de esta lógica:
El movimiento autónomo del valor de estos títulos de propiedad, no solo
de los títulos estatales, sino también de las acciones, confirma la apariencia
de que constituirían un capital real junto al capital o al derecho de ese ca-
pital, derecho del que posiblemente sean títulos. Pues se convierten en
mercancías, cuyo precio tiene un movimiento y una estabilidad peculiares.
Su valor de mercado adquiere una determinación diferente de su valor no-
minal, sin que varíe el valor (aunque sí la valorización) del capital real
(1977: 602).
Efectivamente, su «valor de mercado adquiere una determinación
diferente a su valor nominal». Es decir, cuando se emite una acción su
valor nominal representa una parte alícuota de un capital real, pues la
emisión de acciones sirve para financiar una ampliación de capital real
consistente, por ejemplo, en construir una nueva planta productiva. Pero
el propietario del título accionarial podrá negociar sus derechos sobre
los beneficios futuros en los mercados bursátiles modificando el valor

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El capitalismo ficticio

de mercado del mismo, «sin que varíe el valor (aunque sí la valorización)


del capital real». Por ejemplo, si el valor nominal de una acción es de 100
euros y la empresa arroja posteriormente unos beneficios del diez por
ciento en lugar del cinco por ciento previsto en el momento de la emisión
del título, el valor se elevará a 200 euros y por lo tanto el capital ficticio
alcanzará la suma de 200 euros. A la inversa sucedería si los beneficios
caen. De esta manera, la pérdida, «hasta los últimos rastros», de «toda
conexión con el proceso real de valorización del capital, consolidándose
la idea del capital como un autómata que se valoriza por sí solo» (1977:
601), representa una característica determinante del capital ficticio. En
realidad, podemos decir que supone la realización cuasiperfecta del «fe-
tichismo del capital». Para Marx, no cabe duda que el capital ficticio re-
presenta una forma irracional de apropiación de plusvalía, la cual puede
llegar a suponer no solo una intensificación de los conflictos entre las di-
versas formas de capital existentes, sino también un socavamiento signi-
ficativo de su lógica de funcionamiento en el largo plazo (a pesar de que
la creciente complejidad de las innovaciones financieras pretenda en-
mascarar esta situación).

Una huida hacia delante


En lo que resta de ensayo, voy a analizar cómo el desarrollo del capital fic-
ticio se ha convertido en el principal instrumento para posponer en el
tiempo la crisis del proceso de acumulación de capital real, a la vez que
incrementa las contradicciones del capital en un grado extremo. Para ello,
tomaré como referencia fundamental el libro de Ernst Lohoff y Norbert
Trenkle (2014) La grande dévalorisation. Pourquoi la spéculation et la dette
de l’État ne sont pas les causes de la crise. Los autores comienzan planteando
que, en los albores del capitalismo, el proceso de acumulación de capital
tenía un ritmo autosostenido, alimentándose a sí mismo a través del valor
generado por el propio capital real invertido (D-M-D’). El capitalismo
gozaba de una gran vitalidad, se encontraba en su período de esplendor.
La acumulación de capital real, las nuevas inversiones productivas, absor-
bía cada vez más trabajo vivo, alimentando en paralelo el circuito de la va-
lorización con una producción de plusvalía creciente que cubría las
necesidades de financiación de las nuevas inversiones productivas. La acu-
mulación de capital requerida todavía no superaba la producción de valor
en el ámbito de la producción. La valorización del valor aún representaba

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El colapso del capitalismo tecnológico

un proceso vigoroso, que por el momento no necesitaba apoyarse en una


acumulación suplementaria de capital ficticio para responder a los reque-
rimientos crecientes de la reproducción del capital real, como resultado
de los sucesivos cambios tecnológicos.
Como vimos más arriba, la acumulación de capital ficticio consiste
en la capitalización en el presente de una hipotética producción de valor
en el futuro. Todos los títulos financieros, como las acciones, son capital
ficticio. Durante el siglo XIX , solo se necesitaba recurrir a la producción
de capital ficticio para expandir algún tiempo adicional las fases de auge
de los ciclos industriales típicos, para prolongar de forma artificial dichos
ciclos en el corto plazo, cuando empezaba a declinar la generación de
valor real como resultado de la dificultad de su realización en los merca-
dos, los cuales comenzaban a encontrarse saturados. Es cierto que se pro-
ducen crisis financieras, porque esta prolongación artificial de las fases
de auge termina explotando de forma abrupta. Pero todavía la produc-
ción de capital ficticio es relativamente pequeña respecto a la acumula-
ción de capital total y se encuentra subordinada a la lógica del proceso
valorización real. Las crisis son momentos donde se ajustan, se purgan,
los excesos cometidos durante la fase ascendente del ciclo económico
real. La producción de capital ficticio todavía se encuentra subordinada
a dicho proceso cíclico real y no presenta un carácter autónomo.
En la segunda mitad del siglo XIX , con el desarrollo de industrias con
elevados costes fijos, se producen cambios significativos. A partir de en-
tonces es necesario reunir grandes cantidades de capital para poner en
marcha las ramas relacionadas con la segunda revolución industrial (quí-
mica, eléctrica, ferrocarril…). Paralelamente, la composición orgánica
del capital se incrementa, es decir, esas fuertes inversiones en capital se
corresponden con una incorporación de trabajo abstracto cada vez
menor en proporción a la maquinaria empleada, como resultado de que
las nuevas tecnologías implican una reducción del tiempo socialmente
necesario para la producción de mercancías en dichas industrias. Como
sabemos, la fuente del proceso de valorización, es decir, la capacidad de
que el valor genere más valor, se relaciona con el gasto de fuerza de tra-
bajo abstracto. ¿Cómo compaginar entonces unas necesidades de acu-
mulación de capital mayores con un proceso de valorización que ya no
es capaz de alimentar adecuadamente dicha acumulación? Pues me-
diante la emisión de capital ficticio, ya no como un fenómeno subordi-

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El capitalismo ficticio

nado al proceso de acumulación real y sus ciclos, como ocurría durante


la primera revolución industrial, sino adelantándose al mismo con el
objetivo de estimularlo, de activar la acumulación real de capital, sir-
viendo de «locomotora» de la misma. A partir de entonces cambian
los roles: será el capital ficticio el que marque las pautas del proceso de
acumulación de capital. Así, surgen en esta época los grandes bancos,
las grandes instituciones privadas de crédito y el mercado bursátil, aso-
ciados crecientemente con este fenómeno.
A partir de 1914, la producción de capital ficticio se ve acompañada
de nuevos fenómenos que la refuerzan. Con el incremento de los gastos
militares ocasionados por la Primera Guerra Mundial, los Estados co-
mienzan a imprimir masivamente papel-moneda no respaldado por re-
servas metálicas, y los Bancos Centrales comienzan a comprar grandes
cantidades de deuda pública. No obstante, con el final del conflicto bé-
lico se vuelve al patrón-oro y, dadas las condiciones restrictivas que
dicho patrón impone a la política monetaria, los Bancos Centrales ven
limitadas fuertemente sus posibilidades de comprar deuda pública. De
forma infructuosa, se pretende regresar a la situación anterior a la guerra.
Al mismo tiempo, la acumulación de capital ficticio privado, en especial
en el mercado bursátil, se recupera con vigor, supliendo el vacío que
deja el capital ficticio público. Nos encontramos en los «los locos años
veinte», un período marcado por una fuerte especulación en los merca-
dos financieros internacionales. Pero en 1929 se produce la mayor des-
trucción de capital ficticio conocida hasta entonces. Las bolsas caen en
picado y se termina produciendo una oleada de quiebras bancarias. Los
accionistas observan atónitos como sus títulos bursátiles sufren una ace-
lerada caída de sus cotizaciones, igual que les sucede a otros propietarios
de activos financieros (viviendas, tierras, etc.). En realidad, esta desva-
lorización del capital ficticio termina ocurriendo siempre, pues las ex-
pectativas sobre un crecimiento futuro del valor real nunca llegan a
materializarse de forma efectiva, ya que las inversiones que se financian
con ese capital ficticio (en ramas relacionadas con la segunda revolución
industrial) implican con el paso del tiempo una producción declinante
de valor real como resultado de la reducción del tiempo socialmente ne-
cesario para la producción de las nuevas mercancías.
En la crisis de los treinta se percibe con claridad cómo la acumulación
real pasa a depender de la acumulación previa de capital ficticio. En este

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El colapso del capitalismo tecnológico

período cambia definitivamente la forma en que se relacionan los ele-


mentos reales y ficticios en las crisis del capitalismo, la manera en que se
resuelven dichas crisis respecto al siglo anterior. En las crisis del siglo
XIX , el recurso al capital ficticio servía para prolongar los períodos de
bonanza, pero las crisis se resolvían en el terreno de lo real. La destruc-
ción de capital real no rentable era condición suficiente para iniciar una
nueva senda de crecimiento económico sostenido, es decir: en las crisis
se autogeneraban las condiciones para su propia solución y superación.
Consistían en una especie de «purga», donde el sistema económico se
deshacía de los segmentos de capital real que dejaban de ser competitivos
en el contexto de una productividad social que aumentaba como resul-
tado de las transformaciones tecnológicas. Hoy en día se sigue recu-
rriendo a esta retórica para explicar la dinámica de las crisis, aunque ya
no explique lo que pasa en realidad y sirva simplemente para justificar
las políticas de austeridad frente a la mayoría de la población.
A pesar de la enorme resistencia de los economistas y los políticos
de la época a reconocer los hechos, la profundidad y la persistencia de
la crisis de los treinta ponen de relieve que la producción de capital fic-
ticio va a resultar fundamental para reanimar la economía, para afrontar
el coste de las nuevas inversiones tecnológicas, una vez «purgado» el
aparato industrial previo. Por ello, la desvalorización del capital real acu-
mulado no propicia una nueva reactivación del proceso de acumulación
real (como había ocurrido en anteriores crisis). No es suficiente, y la crisis
se prolonga en el tiempo. En verdad, lo que ocurre es que la revolución
tecnológica en curso impone unos costes de financiación tan elevados
para las nuevas inversiones en equipamientos tecnológicos y nuevas plan-
tas industriales (petroquímica, automóvil, electrodomésticos, etc.), sin
olvidar la necesidad creciente de costosas infraestructuras (red de carre-
teras y de ferrocarriles, tendido eléctrico y telefónico, instalaciones por-
tuarias y aeroportuarias, red de oleoductos, etc.), que se hace necesario
recurrir a la producción masiva de capital ficticio para establecer las bases
de la recuperación económica. Y no solo se necesita recurrir a la produc-
ción de capital ficticio privado, sino también público. Es decir, la acumu-
lación de capital requerida y la capacidad de generar nuevo valor real se
distancian de tal forma que la producción de capital ficticio privado re-
sulta insuficiente para reanudar una nueva fase de auge. Se precisa adi-
cionalmente de un capital ficticio público con mayores garantías de

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El capitalismo ficticio

estabilidad, que genere mayor confianza relativa en sus siempre ficticias


expectativas de valorización. En los años treinta, la producción de capital
ficticio público va a resultar fundamental para reactivar las diversas eco-
nomías capitalistas, tal como se pone en evidencia en el nuevo consenso
keynesiano.
Entre los economistas, es difícil encontrar explicaciones de una crisis
financiera y su persistencia a partir de los problemas que plantea la pro-
pia revolución tecnológica. Suele ser al revés. El origen de los problemas
se relaciona especialmente con el lastre que representa la vieja estructura
industrial y tecnológica, que sería necesario «purgar», o con el desaco-
plamiento que se produce entre dicha revolución y la superestructura
institucional, que habría que modificar para permitir que las nuevas tec-
nologías puedan expresar su fuerza productiva y traducirla en prospe-
ridad social. En la tradición schumpeteriana suele prevalecer este último
punto de vista. A partir de un riguroso análisis histórico donde compara
la evolución de las principales crisis del capitalismo, Carlota Pérez
(2004) sostiene que existe una pauta estable, previsible, en la forma de
relacionarse las revoluciones tecnológicas con las crisis financieras, lo
cual permite formular un «modelo» extrapolable prácticamente a cual-
quier etapa del desarrollo capitalista.
En realidad, puede construir un «modelo» extrapolable porque con-
sidera que el problema de fondo son los desajustes institucionales que se
generan como consecuencia de la forma en que se desarrolla la tecnología,
mediante revoluciones radicales, obviando en su análisis el declive pro-
gresivo en la producción de valor real a medida que se va profundizando
el desarrollo capitalista. Desde un enfoque transhistórico de las revolu-
ciones tecnológicas, analiza cómo el sistema económico tiene dificultades
para metabolizarlas en todos los casos históricos. Para Pérez, durante las
primeras décadas de gestación de una revolución tecnológica, antes de
que se generalice, el capital financiero jugaría un papel decisivo en su
desarrollo. Pero, mientras esto ocurre, va generándose un desacopla-
miento entre la estructura tecnoeconómica y la superestructura institu-
cional que provocaría el colapso de los mercados financieros. Es decir, el
problema no tendría nada que ver con la producción de valor real, sino
que se resolvería en el plano de las luchas políticas e ideológicas alrededor
de las transformaciones institucionales, que una vez resueltas permitirían
que el capital financiero dejase de tener una función relevante.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Curiosamente, Perez se topa con grandes dificultades para explicar la


crisis de 1929 tomando como referencia su modelo, que según ella
misma reconoce tan solo sería válido para crisis que no durasen más de
dos años. En concreto, declara que «hay que dar una respuesta a la pre-
gunta de por qué la Gran Depresión de los Estados Unidos, después de
1929, duró tanto tiempo» (2004: 172). Para la autora venezolana, la ex-
plicación se encontraría en las dificultades que tuvo Roosevelt para poner
en marcha el New Deal, unas dificultades que no se habrían superado
hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la colaboración entre el Estado
y el sector privado en la consolidación del complejo militar-industrial
hizo ver a las clases altas estadounidensen los beneficios que obtendrían
de ese tipo de políticas económicas. Así, el tiempo de duración de la crisis
vendría determinado por razones relacionadas con la voluntad de los ac-
tores concretos. Donde hubo más resistencia a las nuevas formas de re-
gulación institucional, la crisis duró más. Bajo esta interpretación, la
ideología y la política se convierten en dimensiones clave del problema.
De hecho, Pérez sostiene que en la Alemania nacional-socialista o en la
Rusia nacional-comunista la recuperación fue más rápida porque la re-
gulación política evolucionó de forma mejor acompasada con el desarro-
llo intensivo de la producción industrial en masa.
Sin negar la importancia de esta cuestión, en mi opinión la crisis de
los treinta no puede abordarse con un «modelo» que analiza la relación
entre los cambios tecnológicos y los fenómenos financieros dejando a
un lado la contradicción fundamental del capitalismo, esto es, la con-
tradicción entre riqueza y valor (no entre riqueza financiera y real), entre
un desarrollo de las fuerzas productivas que depende cada vez menos
del trabajo abstracto y una forma de representar la riqueza, la forma valor,
que se mide por la cantidad de trabajo abstracto empleado en la produc-
ción. En los años veinte, la transición incipiente hacia el fordismo había
abierto nuevos campos potenciales de valorización, pero no fue posible
garantizar el gasto en inversión requerido para realizar estas potenciali-
dades mediante la producción privada de capital ficticio. Con la aplica-
ción del programa keynesiano se supera este obstáculo al entrar en
escena el Estado como productor masivo de capital ficticio. No quiero
ignorar las cuestiones políticas e ideológicas que, sin duda, influyeron
en la marcha de los acontecimientos y en las diferentes variantes y tem-
poralidades que adoptó la salida de la crisis. Sin embargo, lo decisivo es

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El capitalismo ficticio

el proceso secular de desvalorización real, y no tanto el desajuste coyun-


tural entre lo financiero y lo real. Hay que contextualizar la eficacia del
programa keynesiano, junto con su crisis posterior, en esta tendencia de
largo plazo. Si no, si utilizamos un «modelo» transhistórico, no com-
prenderemos la crisis posterior del keynesianismo, y sobre todo no en-
tenderemos la creciente incapacidad institucional del sistema para
reconducir sus crisis en el período contemporáneo.
Es cierto que a partir de la crisis de los treinta las instituciones esta-
tales asumen un protagonismo de primer orden, pero se concentra es-
pecialmente en reorganizar la creación de capital ficticio para asegurar
un ritmo sostenible en el proceso de acumulación real de capital. Así,
la elevación del gasto público fue clave para detener la espiral deflacio-
nista en que se había instalado la economía mundial tras el crack de
1929. Como sabemos, hay dos maneras principales de financiar el cre-
cimiento del gasto público: mediante ingresos fiscales corrientes (im-
puestos), que provocan una disminución de la riqueza monetaria
disponible entre los actores privados, o mediante el endeudamiento pú-
blico (capital ficticio público). Con la emisión de deuda se provoca una
succión sobre la riqueza abstracta futura, aunque en el presente el Es-
tado dispondrá de una masa mayor de liquidez equivalente a la emisión
de títulos. A través del endeudamiento, el Estado asume un rol activo
en la creación de capital ficticio de dos maneras contradictorias: por un
lado se endeuda, convirtiéndose en vendedor de títulos financieros en el
mercado de capitales; por otro lado, los Bancos Centrales conceden cré-
dito a los bancos privados, participando a gran escala en la adquisición de
activos financieros privados. Es decir, el Estado es simultáneamente com-
prador de capital ficticio privado y vendedor de capital ficticio público5.
Antes de la crisis de 1929, mientras estuvo vigente del patrón-oro, a los

5
En principio, el gasto público puede orientarse a la compra de bienes reales, otorgando
ventajas a los empresarios industriales. Pero, como plantean Lohoff y Trenkle, esto tiene
ciertos inconvenientes. Hay que tener en cuenta que si, en el caso de incurrir en déficit
público, financiáramos este gasto endeudándonos, las condiciones de venta de los ac-
tivos financieros privados (acciones, crédito empresarial, etc.) empeorarían, la finan-
ciación privada sería más cara, ya que la emisión de deuda pública compite con el sector
privado en la captación del capital-dinero disponible en los mercados financieros
(efecto crowding-out). Para atenuar este problema, los Bancos Centrales entran en ac-
ción comprando capital ficticio privado y, por lo tanto, aumentando la masa de capi-
tal-dinero disponible.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Bancos Centrales les estaba permitido comprar activos financieros de gran


calidad de forma limitada. Tras 1929, estos límites desaparecen.
En 1929, la creación de capital ficticio privado se paraliza con el hun-
dimiento de los mercados bursátiles. Para afrontar esta situación y las
necesidades de financiación que implican las inversiones asociadas a la
nueva revolución tecnológica, la creación de capital ficticio tuvo que
asentarse sobre bases más amplias y sólidas que en la era del patrón-oro.
Con la proclamación de los Bancos Centrales como prestamistas de úl-
tima instancia al sector privado se logra este objetivo, vital para la su-
pervivencia del capitalismo. En el plano teórico, será Keynes (1992)
quien haga ver que el orden monetario tradicional incapacitaba a las
economías capitalistas para apoderarse del valor futuro necesario (aun-
que sea de forma ficticia) para reactivar la acumulación real y profundi-
zar en la revolución tecnológica pendiente. Para el economista británico,
una succión insuficiente de la producción de valor futuro mediante la
creación de capital ficticio en el presente se traduce en una acumulación
de capital insuficiente. De modo que si el patrón-oro impedía que el Es-
tado produjese capital ficticio (público y privado) para impulsar la acu-
mulación real en el presente, había que buscar una regulación alternativa
en materia monetaria. Para Keynes, el gran problema de una crisis como
la de los treinta fue la propensión al ahorro, la preferencia por la liquidez,
la predilección por la conservación de la riqueza abstracta en dinero, en
lugar de su inversión. Había que estimular la producción de capital fic-
ticio por todos los medios posibles, y no solo eso, además había que ga-
rantizar que ese capital ficticio sirviese para impulsar la acumulación
real en el presente. En realidad, el keynesianismo no salvó al capitalismo,
el sistema económico se salvó a sí mismo por el margen de valorización
real que aún presentaba el desarrollo de sus fuerzas productivas (Han-
sen, 1945). Pero los instrumentos de política económica que puso en
marcha permitieron explotar de forma más eficaz las potencialidades
productivas que se incubaban en la nueva revolución tecnológica en
curso, acelerando la salida de la crisis de los treinta.
El keynesianismo fue fundamental para que este desarrollo capita-
lista pudiese materializarse. Pero, como señalan Lohoff y Trenkle, la in-
terpretación que se hizo de la relevancia de los diferentes elementos del
programa keynesiano en la salida de la crisis de los treinta fue equivo-
cada. Por un lado, se magnificó la influencia que las políticas fiscales y

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El capitalismo ficticio

monetarias expansivas, como tales, tuvieron en la gestión de la crisis,


atribuyéndoles un poder que ambas estaban lejos de poseer (como re-
conoce el propio Keynes). Por otro lado, se hizo caso omiso de la im-
portancia que tuvo el mayor control estatal sobre la producción de
capital ficticio, que realmente representó el factor clave para superar la
prolongada crisis. De acuerdo con la desconfianza de Keynes hacia los
rentistas y los especuladores, una característica central de su programa
consiste en que el proceso de capitalización anticipada del valor futuro,
es decir, la producción de capital ficticio, sea dirigido siempre desde cri-
terios capitalistas globales, y que el capital-dinero generado alimente de
forma inmediata la economía real. Aquí se encuentra la clave de la cues-
tión en materia de regulación política. Ahora bien, la eficacia de este
programa va en consonancia con la capacidad política para dirigir el ca-
pital-dinero suplementario hacia determinadas formas preestablecidas
para su uso en la economía real. Dependiendo de si dicho capital-dinero
permanece por tiempo indefinido como capital ficticio, si se orienta al
consumo o si se invierte de forma productiva, los efectos macroeconó-
micos serán distintos (Keynes, 2015). En cualquier caso, su éxito está
ligado en última instancia a una condición que no puede garantizarse
políticamente, y que depende de una dinámica ciega e impersonal: las
perspectivas de valorización rentable en la esfera del capital real. Quien
mejor intuyó este problema fue Michal Kalecki (1956), cuando escri-
bió: «está claro que los capitalistas pueden decidir invertir y consumir
más en un período de tiempo dado que en el anterior, pero no pueden
decidir ganar más».

La crisis del fordismo


Sin embargo, como muy bien considera Marx, el capitalismo nunca re-
suelve sus contradicciones, sino que las eleva a una escala superior y las
reproduce a una escala ampliada. El programa keynesiano y la reactiva-
ción posterior de la acumulación real, en lo que representó el boom del
fordismo, permitieron la superación de la crisis de los treinta. Pero a
pesar de las esperanzas de buena parte de la izquierda actual en la repe-
tición de una jugada semejante para superar la crisis actual, el desarrollo
posbélico supuso la incubación de contradicciones más profundas en
el sistema económico, que no podrán ser superadas en nuestro futuro
inmediato mediante una nueva aplicación del programa keynesiano.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Una buena prueba de la incapacidad creciente de la regulación polí-


tica para gestionar eficazmente las contradicciones del capital la tene-
mos en el ámbito monetario. Una vez que la acumulación fordista se
aceleró, una vez que la acumulación fordista se aceleró, Bretton Woods
(1944) se reveló como un sistema monetario inadecuado para sostener
una creación de capital ficticio que garantizase el ritmo de la acumula-
ción real. Con los acuerdos de Bretton Woods se intentaba evitar la ten-
dencia a la autarquía predominante en las relaciones económicas
internacionales de los años treinta, cuando la creación de capital ficticio,
abandonado el patrón-oro , no pudo coordinarse a nivel internacional
tomando como referencia una moneda mundial reconocida por todos
los países. En 1944, el dólar asume esta función de moneda mundial
compartida con el oro, pero con el tiempo surgirán nuevos problemas.
La expansión de la economía mundial dependía de que se emitiesen
cada vez más dólares, pero esto presuponía que otros países adquiriesen
créditos en dólares. Sin embargo, la multiplicación de dólares entrañaba
un desajuste con respecto al stock de oro, algo que comenzó a ser un
problema en los años sesenta, cuando empezó a producirse una depre-
ciación estructural del oro frente al dólar y la economía norteamericana
perdió importancia relativa en el mundo.
La expansión de la economía mundial genera entonces unas necesi-
dades de creación de capital ficticio que el orden monetario de posgue-
rra no puede garantizar. Este orden deja de existir en 1971, y el largo
proceso histórico de desmonetización del oro llega a su término. Con
su fin, se inicia el proceso de autodestrucción del orden keynesiano-for-
dista. En realidad, el boom posbélico se basaba en dos factores con efec-
tos contrarios sobre la valorización del valor. Al tiempo que el volumen
y diversidad de las mercancías producidas se ampliaba de un modo con-
siderable, el desarrollo tecnológico comenzó a provocar una caída drás-
tica del tiempo de trabajo socialmente necesario en la producción de
cada mercancía particular. En este sentido, la crisis de los años treinta
había representado una «crisis de transición» en el modo de produc-
ción capitalista (Kurz, 2014). Hasta 1929, los mecanismos de compen-
sación del sistema para hacer frente a esta contradicción fundamental
del capitalismo se basaban en la expansión estructural y espacial, dando
lugar principalmente al fenómeno del colonialismo. Como bien lo per-
cibió Rosa Luxemburg (1967), la expansión exterior permitía resolver

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El capitalismo ficticio

el problema de la realización de la plusvalía, ya que mediante la amplia-


ción del mercado a espacios no capitalistas se conseguía solucionar la
falta de demanda que implicaba un incremento continuo de la produc-
ción en los centros capitalistas. Tras la década de los treinta, el meca-
nismo histórico de compensación asume una nueva forma, basada en
la expansión interna de los capitalismos centrales. El fuerte incremento
de la productividad del trabajo que significó la consolidación del fordismo
supuso que el gasto en trabajo por cada unidad de producto disminuyese
sustancialmente, lo cual permitió abaratar de forma significativa produc-
tos que hasta entonces se había considerado bienes de lujo (como los
automóviles o los electrodomésticos). Naturalmente, la contribución
de cada mercancía particular a la masa global de valor cae, pero esta va
a crecer, puesto que esa menor contribución se compensa con la apari-
ción del consumo de masas, que permitirá vender un número mucho
mayor de mercancías.
Al comienzo de la posguerra, este mecanismo funciona eficazmente
y la sociedad del valor se expande de manera significativa. Nos encon-
tramos en la llamada «edad dorada» del capitalismo. Se desarrollan
nuevas ramas industriales, que absorberán masivamente trabajo vivo y
que compensarán con creces la expulsión de trabajo en ramas más ma-
duras. Pero esta «edad dorada» se agotará pocos años después. Como
señala Robert Brenner (2009), la tasa de ganancia comienza a descen-
der en la década de los sesenta, antes de que empiecen a declinar las
tasas de crecimiento económico de los diferentes países, ya que el men-
cionado mecanismo de compensación va perdiendo vigor. La tasa de
plusvalía sigue aumentando, pero la expulsión del trabajo vivo se im-
pondrá como factor dominante, de modo que la masa global de valor
terminará descendiendo.
En consecuencia, en los años setenta el proceso de valorización del
valor entró plenamente en crisis como resultado del acelerado desarro-
llo de las fuerzas productivas. Las consecuencias inmediatas fueron
menos graves que en 1929, pero desde el punto de vista estructural se
perfilaba un escenario mucho más amenazante. Como consecuencia de
las mejoras significativas en la productividad, la expulsión de trabajo
vivo de la producción dejó de verse compensada con la ampliación del
mercado. La producción de valor real comienza a contraerse, tras varias
décadas de crecimiento continuado. En el contexto del consenso key-

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nesiano-fordista, ya no era posible impedir el retroceso de la valoriza-


ción, ya que las posibilidades de llevar adelante inversiones rentables se
hacían cada vez más difíciles. Durante los primeros años de la crisis se
aplicó el programa keynesiano para atenuar las consecuencias de la de-
bilidad de la acumulación de valor sobre el crecimiento económico, pero
el intento fracasó al no recuperar las tasas de crecimiento su nivel previo
a la crisis. Como decía antes, el grado de eficacia de la estimulación key-
nesiana sobre el crecimiento depende fundamentalmente de la forma
en que se gasta el capital-dinero suplementario en el momento en que
entra en la economía real. Para que sea efectiva, la inversión productiva
tiene que superar al consumo como forma de gasto de dicho capital-
dinero. Pero, insisto, esto no depende de una decisión política, no de-
pende por ejemplo de fortalecer una banca pública que ejerza un control
político sobre la forma en que se gasta el capital-dinero suplementario,
sino fundamentalmente de las perspectivas de valorización rentable del
capital real. Si las estimaciones de beneficios que ofrece dicho capital
no cumplen las expectativas, la inversión terminará retrocediendo como
forma de gasto del capital-dinero, sustituida por otros usos posibles.
En los treinta, el problema consistía en que el coste de las inversiones
en infraestructuras y en tecnologías necesarias para difundir la segunda
revolución industrial era tan elevado que la capacidad privada para pro-
ducir capital ficticio, además de inestable, no resultaba suficiente. En
los setenta, los problemas son otros. La dificultad no consiste en que
las inversiones en las nuevas ramas productivas no sean posibles como
consecuencia de la ausencia de capital ficticio estatal, sino que el pro-
blema es que no existe la posibilidad de invertir de forma rentable en
nuevas ramas industriales. Por consiguiente, el keynesianismo no podía
solucionar el problema. El Estado y el Banco Central podían aumentar
la producción de capital ficticio, pero las empresas solo utilizaban una
pequeña parte de dicho capital-dinero para realizar nuevas inversiones,
ya que la tasa de beneficio declinaba. En realidad, la mayor parte del ca-
pital ficticio generado en la década de los setenta se gastó en forma de
consumo. De ahí que diese como resultado un repunte de las tasas de
inflación, ya que el volumen de dinero en circulación aumentó no solo
de manera absoluta, sino también relativa, frente al valor conjunto de
todas las mercancías producidas. Y si la producción no crece en sintonía
con el incremento de los medios de cambio, el dinero se deprecia.

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El capitalismo ficticio

Todo esto fue una sorpresa desagradable para los economistas keyne-
sianos. Estaban acostumbrados a tener que elegir entre un crecimiento
fuerte con inflación moderada y un crecimiento débil con estabilidad
monetaria. Sin embargo, en los setenta el fenómeno dominante fue la
estanflación, es decir, la coexistencia de un crecimiento muy débil con
una desvalorización acelerada del dinero. Por otro lado, la deuda pública
creció hasta volúmenes exorbitantes, disociándose por completo de la
futura producción de valor. Y por si fuera poco, el orden monetario in-
ternacional se sume en una profunda crisis (Eichengreen, 2000). Con
la crisis del fordismo, los déficits en la balanza de pagos de Estados Uni-
dos crecen en tal magnitud que la capacidad de absorción de la econo-
mía mundial se ve ampliamente sobrepasada, mermando la posición del
dólar como moneda mundial. Absorbiendo dólares, en lugar de obli-
gar a los Estados Unidos a devaluar, los Bancos Centrales de los demás
países industrializados permitieron que sus tasas de inflación se eleva-
ran. Pero el proceso tenía límites, y estos se pusieron en evidencia
cuando en la primavera de 1971 Alemania decidió dejar fluctuar al alza
su propia divisa. Lo que estaba ocurriendo en el fondo, como señalan
Lohoff y Trenkle, es que la forma en que el capital ficticio generado en
dólares se estaba incorporando a la economía mundial provocaba la
destrucción del sistema monetario. Con las exportaciones masivas de
dólares se desarrolla una forma de producción de capital ficticio que
escapa al control de los Bancos Centrales: el mercado de eurodólares.
A partir de entonces será necesario un nuevo tipo de regulación econó-
mica para administrar la producción de capital ficticio (público y pri-
vado) y su vinculación con el proceso de acumulación real.

El capitalismo invertido
En los ochenta, el capitalismo resurge de sus cenizas. El crecimiento eco-
nómico se reactiva, la inflación se reduce y el dólar se recupera. Tan solo
el volumen de la deuda pública continúa siendo un problema serio. Pero
la solución de las dificultades es meramente superficial. El capitalismo
recupera su dinamismo, pero en un ambiente altamente tóxico para la
valorización del valor. Con la nueva revolución científico-técnica, en
realidad los problemas estructurales se intensifican: el desarrollo tec-
nológico conduce a un enorme crecimiento de la producción de riqueza
material, pero al mismo tiempo se reducen las posibilidades de generar

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El colapso del capitalismo tecnológico

valor. A pesar de los triunfalismos, la crisis estructural del proceso de va-


lorización progresa subterráneamente, adquiriendo una entidad mucho
más peligrosa. Se estaban incubando problemas mucho más graves.
El análisis de las características específicas que adquirió la produc-
ción de capital ficticio en este período nos ofrece algunas claves para
comprender lo ocurrido. Hasta ahora, hemos intentado poner de ma-
nifiesto que los incrementos de capital no se identifican necesariamente
con la producción real de valor. Junto a la producción de valor, existe
una segunda forma de multiplicar el capital social global: la producción
de activos financieros, la producción de capital ficticio. La relación entre
esta segunda forma de multiplicación del capital, alimentada principal-
mente por la industria financiera, y la producción real de valor es deli-
cada y compleja. En tiempos de Marx, la masa de capital ficticio crece
en paralelo a la producción real de valor. Evidentemente existen varia-
ciones cíclicas, como ya se apuntó, pero la evolución del capital ficticio
no tiene gran relevancia para el curso de la acumulación real, que sigue
siendo saludable y conserva un ritmo autosostenido en el largo plazo.
Con la segunda revolución industrial, que se inicia a finales del siglo XIX
y se consolida con el fordismo, la producción de capital ficticio supera
a la creación real de valor. Se vuelve indispensable como sostén de esta
última, pero a fin de cuentas se trata de un proceso que colabora posi-
tivamente con la producción real de valor.
Con la nueva revolución científico-técnica, sin embargo, la produc-
ción de capital ficticio se acelera de manera espectacular, desvinculán-
dose por completo de la producción real de valor. Ya no tiene por único
objetivo cubrir las necesidades complementarias de financiación de las
nuevas inversiones tecnológicas, dados su alto coste y la producción de-
clinante de valor real para alimentarlas. En las últimas décadas, la pro-
ducción de capital ficticio se convierte en la principal locomotora de la
actividad económica, compensando la disminución de la producción
real de valor hasta llegar a permitir una recuperación del crecimiento y
una etapa de cierto dinamismo económico gracias a la sucesión de
«burbujas» especulativas6.

6
Esta cadena de burbujas y estallidos comenzó en América Latina en la década de los
setenta (Endnotes, 2010b). Sin ánimo de exhaustividad, podemos observar cómo dis-
tintas zonas del mundo fueron entrando en esta lógica. Así, por ejemplo, Japón expe-
rimentó una subida de precios de los activos tras los Acuerdos del Plaza en 1985, que

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Para Lohoff y Trenkle, las condiciones de la acumulación de capital


cambian sustancialmente respecto a períodos pasados. Antes, la reacti-
vación de los procesos de acumulación se basaba siempre en la aparición
de nuevos campos de valorización real, de nuevas ramas industriales,
nuevas posibilidades para explotar el trabajo vivo. Con mayor o menor
intensidad, esto es así tanto en la primera como en la segunda revolución
industrial. En los ochenta, la producción de capital ficticio, en particular
la industria financiera, asume el rol que hasta entonces desempeñaban
las nuevas ramas industriales en la economía real, en la medida en que
estas nuevas ramas son incapaces de elevar las bajas tasas de rentabilidad
de las inversiones productivas (como consecuencia del descenso pro-
nunciado en el gasto de fuerza de trabajo que implica la revolución cien-
tífico-tecnológica). En estas circunstancias, la acumulación de capital
se separa radicalmente de la producción real de valor, hasta el punto de
que seguir postulando la identidad entre ambas llevará a conclusiones
erróneas. Por ejemplo, muchos economistas críticos sostienen que la fi-
nanciarización de la economía sería el resultado de que los trabajadores
tienen que solicitar masivamente créditos porque los salarios son tan
bajos que su poder de compra no les permite comprar las mercancías
producidas. Esta concepción permanece presa de la idea según la cual
la expansión de la producción de capital ficticio se basaría en una de-
terminada distribución del valor real generado de antemano. Como se
extraía demasiada plusvalía de los trabajadores, estos debían endeudarse
para mantener sus niveles de consumo. Pero este enfoque es equivo-
cado: el problema primario es la producción de valor, y no la distribu-
ción del valor real previamente generado. Con el nivel actual de
productividad del trabajo, el capitalismo ya no puede funcionar si no es
bajo una forma invertida. El capitalismo no se ha financiarizado, se ha
invertido, se ha vuelto ficticio. La relación entre capital real y ficticio se
invierte: la expansión a largo plazo del capital ficticio ya no refleja el

se derrumbó en 1991. Como consecuencia, la sucesión de burbujas migró a otras eco-


nomías surasiáticas, a las que Japón había exportado su capacidad productiva tras la re-
valorización del yen. Con la revalorización posterior del dólar, estas economías asiáticas,
de nuevo junto a las latinoamericanas (efecto tequila), volvieron a sufrir fuertes crisis.
Como resultado, la burbuja se trasladó a la economía norteamericana, en especial al
ámbito de las empresas tecnológicas (las «puntocom»). En 2001, la burbuja se trans-
firió al mercado inmobiliario de los propios Estados Unidos y de la Unión Europea.

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desarrollo del capital real, sino que el crecimiento del capital real se con-
vierte en una variable dependiente del crecimiento del capital ficticio.
La producción de capital ficticio ya no se concibe para complementar
los requerimientos de la acumulación real (que la valorización decli-
nante de valor real ya no permite cubrir), sino que la relación se invierte
radicalmente.
En los ochenta, la recuperación del crecimiento económico fue acom-
pañada de una expansión sin precedentes históricos de la superestructura
financiera. A partir de ese momento, la evolución del capitalismo de-
penderá de cómo se desarrollen las condiciones de producción de ca-
pital ficticio. Nos encontramos en una nueva fase histórica, típica de un
período de descomposición sistémica. En definitiva, el valor no solo se
convierte en una forma anacrónica para representar la riqueza social,
sino también en una forma ficticia que recurre cada vez más a sus repre-
sentaciones más fetichistas. Lo más interesante es que el nuevo protago-
nismo de la producción de capital ficticio enmascara la destrucción
continuada de las bases reales del proceso de valorización capitalista. Sin
embargo, la producción creciente de capital ficticio no puede enmascarar
eternamente la crisis de la valorización capitalista. Tarde o temprano,
aparecen límites reales infranqueables.
En la jerga académica, el desencadenamiento de las recurrentes crisis
actuales se suele explicar acudiendo a factores coyunturales, denomi-
nados «shocks exógenos». Por desgracia, todas estas transformaciones
estructurales se han comprendido mal. En los noventa era relativamente
frecuente escuchar a muchos economistas emitir juicios elocuentes
sobre las bondades de la «nueva economía». En aquellos tiempos, los
auges financieros se interpretaban como el indicador más consistente
de una sólida dinámica autosostenida de la economía real. Después del
crack de 2008, muchos de estos economistas viven sumidos en una am-
nesia profunda, algunos llegan a declarar incluso que la explosión finan-
ciera ha sido el resultado de una locura colectiva. Pero en realidad siguen
sin entender nada, pues todavía no se ha analizado el papel histórico del
capital ficticio en las transformaciones experimentadas por el modo de
producción capitalista, como si fuese una especie de tabú. Por su parte,
amplios sectores de la izquierda consideran que hay una economía real
buena en sí misma, con capacidad de desarrollarse de forma autososte-
nida, y que por otro lado existe una economía financiera mala en sí, que

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El capitalismo ficticio

mantiene atenazada a la economía real. Nada más lejos de la realidad,


pues sin ese desarrollo extraordinario de la producción de capital ficti-
cio, sin la «autonomización» de los mercados financieros, jamás se hu-
biese remontado la crisis de los setenta ( Jappe, 2011).
Con independencia de su procedencia política, tanta incomprensión
tiene una raíz teórica. La economía política se basó en la idea de que la
realización del precio es una resultante de la creación previa de un valor
real, concebido en términos ontológicos. Si se comparte esta hipótesis
de partida, resulta muy difícil explicar cómo el incremento del precio
de los activos financieros puede representar un incremento de la masa
de capital sin que previamente se haya producido un incremento de la
masa de valor real, es decir, es muy difícil explicar cómo la acumulación
de capital se puede desligar de la producción de valor, cómo podemos
encontrarnos en un mundo con cada vez más capital, ficticio, pero sin
valor. Para comprender los derroteros que ha seguido el capitalismo in-
vertido actual, la economía política tiene que prescindir de su hipótesis
fundamental en cuanto a la teoría del valor. En la actualidad, el precio
no expresa el valor real, sino que se ha erigido en un mecanismo para
expropiar el valor a quien lo produce. Así ocurre en todos los procesos
especulativos, en todas las burbujas financieras. Con la elevación de los
precios de los activos financieros, el crecimiento de la masa de capital
ficticio, como la producción de valor es declinante, se construye a partir
de la succión de la producción de valor real en otros sectores económi-
cos. Por ejemplo, cuando se hincha una burbuja inmobiliaria, la eleva-
ción de los precios de la vivienda se sufraga con los salarios de los
trabajadores y con el valor generado por otras empresas que compran
los inmuebles. En este mecanismo, se resume la dinámica del capita-
lismo ficticio.

La revolución neoliberal
¿Cómo fue posible aumentar hasta tal punto la producción de capital
ficticio? Evidentemente, el capitalismo invertido no cayó del cielo. En
realidad, como explican Lohoff y Trenkle, el curso mismo de la crisis
de los setenta y los resultados de la aplicación del programa keynesiano
condicionaron la trayectoria de la respuesta del sistema. La crisis estruc-
tural del proceso de valorización real había reforzado la producción de
capital ficticio, pero para el capital funcionante no tenía sentido utilizar

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El colapso del capitalismo tecnológico

ese capital-dinero suplementario en la ampliación de la actividad pro-


ductiva. En experiencias anteriores, esta situación se solucionaba acti-
vando procesos masivos de desvalorización, que liquidaban velozmente
los excedentes de capital ficticio. Sin embargo, las políticas expansivas
de los setenta impiden semejantes correcciones de valor, generando una
acumulación de capital-dinero segregada de la economía real. A la vez,
la política de débiles tipos de interés hace crecer por otra vía la demanda
de capital ficticio, ya que los bancos privados pueden financiarse en me-
jores condiciones a través del Banco Central. Por último, hay que hacer
referencia a un factor que ya mencioné más arriba: con la desmoneti-
zación total del oro y el paso a un sistema de tipos de cambio flotantes
desapareció el principal obstáculo a una producción transnacional de
capital ficticio, y se desarrolló enormemente lo que hoy llamamos glo-
balización.
En estas circunstancias, como señalan a continuación Lohoff y Tren-
kle, el programa keynesiano resultaba un esquema demasiado rígido para
regular la producción de capital ficticio que exigía el nuevo capitalismo
invertido. Por un lado, propiciaba un esquema de producción de capital
ficticio restringido a los marcos nacionales de acumulación de capital.
En los setenta, se había producido una elevación vertiginosa de la deuda
pública, pero insuficiente para iniciar un nuevo período de auge econó-
mico. El fracaso que supuso la política económica del nuevo gobierno
francés, encabezado por François Mitterrand a partir de 1981, puso cla-
ramente en evidencia las limitaciones de la aplicación de este tipo de pro-
gramas en un marco nacional. Por otro lado, tras el trauma de 1929 el
keynesianismo condicionaba en exceso los términos en los que el sec-
tor privado podía producir capital ficticio. Representaba una «camisa
de fuerza» demasiado rígida para contener la locura suicida en que se
estaba instalando el capital en su proceso irremediable de descompo-
sición. Se imponía remplazarlo por un programa de política económica
que ofreciese las mismas oportunidades a todas las formas de genera-
ción de capital ficticio en el sector privado, a pesar de los riesgos que
pudiesen representar implícitamente para el sostenimiento del proceso
de acumulación real. La revolución neoliberal va a ser el catalizador de
esta transformación.
El neoliberalismo no fue el resultado de la decisión consciente de
unos señores «muy malos», Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que

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El capitalismo ficticio

no se sabe muy bien por qué nos aguaron la fiesta de la prosperidad y del
bienestar a todos y todas. En buena parte del pensamiento crítico existe
un déficit categorial a la hora de comprender la dinámica del capitalismo,
es decir, una incapacidad teórica para comprender el capitalismo como
una construcción basada en categorías abstractas, automáticas e imper-
sonales que ocultan relaciones sociales. Se resuelve el problema analítico
buscando un chivo expiatorio. Así, como no entienden que el neolibe-
ralismo es el resultado histórico de una crisis estructural del proceso de
valorización real del capital, este tipo de interpretaciones teóricas críti-
cas abusan de la personalización sociológica, como si el surgimiento del
neoliberalismo fuese una cuestión de voluntad política de ciertos per-
sonajes o de ciertas élites frente a otras élites «menos malas».
Por ejemplo, David Harvey, en su Breve historia del neoliberalismo, se-
ñala que «la neoliberalización no ha sido muy efectiva a la hora de revi-
talizar la acumulación global de capital, pero ha logrado de manera muy
satisfactoria restaurar o, en algunos casos (como en Rusia o en China),
crear el poder de una élite económica» (2007: 26). En realidad, la ex-
plicación es muy diferente. No hay duda de que la revitalización ficticia
de la acumulación global de capital es impresionante y, en efecto, se pro-
duce una recomposición de las élites económicas y de las relaciones de
poder entre ellas. Pero esta recomposición hay que interpretarla más bien
en el marco de un proceso de descomposición del orden sistémico: las
élites agudizan sus luchas competitivas en un contexto donde la produc-
ción de valor real declina exponencialmente.
Con la crisis del fordismo y el surgimiento de la nueva revolución
científico-técnica, el capital se vuelve incapaz de explotar las nuevas
fuentes de generación de riqueza social, no está en condiciones de ga-
rantizar una acumulación real autosostenida a partir de los elevados ni-
veles de productividad social que implican los acelerados cambios
tecnológicos. En los países desarrollados, la economía se orienta hacia
la especulación, hacia la producción de capital ficticio para suplir la
disminución de la producción de valor real. Así, se puede entender la
funcionalidad del programa neoliberal desde el punto de vista de las
necesidades de la acumulación global de capital. En primer lugar, la
privatización de las infraestructuras básicas y de los servicios generales
tradicionales, al igual que ha ocurrido con la implementación de las
tecnologías de la información y de la comunicación, abrió nuevas po-

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El colapso del capitalismo tecnológico

sibilidades de localización rentable del capital-dinero suplementario.


En buena medida, el fuerte crecimiento económico de los noventa se
explica por este motivo. En segundo lugar, la desregulación de la pro-
ducción de capital ficticio abre la vía a una diversificación de la industria
financiera. Mientras que el keynesianismo regulaba estrechamente la
manera en que el capital ficticio llegaba a la economía real, el programa
neoliberal libera al capital de estas rigideces. El crecimiento del mercado
de derivados y de futuros es un buen ejemplo de la dinámica abierta por
la desregulación. Por último, la política de bajos impuestos, además de
la sustitución de los sistemas de reparto por los de capitalización privada
en la seguridad social, condujo al reforzamiento de la demanda privada
de capital ficticio.
En realidad, la desregulación de ciertos servicios y otras medidas tí-
picas del programa neoliberal ya había comenzado a ser aplicada por la
administración Carter. En octubre de 1979, Harvey narra cómo Paul
Volcker, a la sazón Presidente de la Reserva Federal, «maquinó una
transformación draconiana de la política monetaria estadounidense»
(2007: 30). El tipo de interés nominal subió repentinamente hasta co-
locarse, en julio de 1981, en torno al 20 por ciento. Esta subida tan pro-
nunciada del tipo de interés, que trajo aparejada una crisis industrial de
enorme envergadura, se aplicó, según Harvey, porque Reagan y sus ase-
sores estaban convencidos de que lo mejor para una «economía en-
ferma y estancada» era la «medicina monetarista» de Volcker (2007:
31). Pero este punto de vista, que entiende el monetarismo como una
simple ideología, ignora el motivo fundamental por el cual Estados Uni-
dos elevó sustancialmente los tipos de interés. Es cierto que la subida
de tipos fue muy dañina para la competitividad de la industria nortea-
mericana y el servicio de la deuda pública, pero hizo de Estados Unidos
el paraíso del rendimiento del capital-dinero. Si los mercados de capi-
tal-dinero hubiesen estado limitados a las economías nacionales, como
en la época dorada del keynesianismo, la política de altos tipos de interés
habría tenido consecuencias suicidas inmediatas para el capitalismo es-
tadounidense. Pero fue precisamente la subida de tipos lo que acabó
con el aislamiento de los mercados de capital-dinero, ya que transformó
los mercados norteamericanos en un paraíso para el capital-dinero mun-
dial que buscaba oportunidades de inversión. A partir de 1984, la llegada
masiva de capital-dinero transnacional a la economía estadounidense

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El capitalismo ficticio

produce unos efectos tan positivos sobre el crecimiento económico, que


compensan los efectos devastadores iniciales de esta política. Así, al con-
vertirse Estados Unidos en el centro de la industria financiera global, el
dólar reconquista su papel de moneda mundial.
La «reaganomics» reduce la tasa de inflación, muy elevada en los
setenta, porque cambia la forma en que se gasta el capital-dinero, y no,
como explica la teoría cuantitativa del dinero, porque la subida de los
tipos de interés convirtiese el dinero en un bien escaso. En los setenta,
la debilidad de las tasas de beneficio del capital real había provocado
que una parte creciente del capital-dinero generado por el programa
keynesiano no se gastase en inversiones productivas, sino en consumo.
Al entrar de esta manera en la economía real, el capital-dinero suple-
mentario se añade como simple medio de circulación para comprar pro-
ducción real, lo cual repercute negativamente en la inflación. En los
ochenta concluye esta forma de inyectar capital-dinero en la economía
real, pues la mayor parte permanece en la esfera financiera. El capital-
dinero ya no se convierte en medio de circulación, sino que sigue siendo
capital. Es la época del «capitalismo patrimonial» (Useem, 1999), del
surgimiento de las grandes fortunas gestadas en los mercados financie-
ros. Pero esta forma de crecimiento de la masa monetaria, que no im-
plica una desvalorización del dinero a través de la inflación, no puede
funcionar correctamente de forma ilimitada.
Para Lohoff y Trenkle, la política norteamericana de elevados tipos
de interés va a suponer un proceso de acumulación primitiva de capital
ficticio transnacional centrado en la potencia de posguerra, ya que este
nuevo marco transnacional de circulación del capital ficticio tiene en Es-
tados Unidos a su primer y más potente centro de atracción. A cada dólar
que el Estado norteamericano (o sus empresas) toman prestado del ex-
tranjero le corresponde un crecimiento de la riqueza monetaria de los
acreedores europeos y asiáticos. Esta multiplicación acelerada de capital
ficticio va a significar una relativa acumulación de capital real inducida
por la industria financiera, que contribuye a relanzar la producción
industrial en ciertos países, como Alemania o Japón, y en los llamados
países emergentes, especialmente asiáticos. No obstante, no hay que
perder de vista que el crecimiento de las exportaciones industriales de
estos países va a depender de la compra de activos financieros nortea-
mericanos como contrapartida. En consecuencia, surgen dos grandes

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El colapso del capitalismo tecnológico

«circuitos deficitarios», que serán la fuente de grandes desequilibrios en


la economía mundial (Kurz, 2014). Estos «circuitos» son el resultado de
esta crisis del proceso de valorización capitalista y, en particular, de la
forma de funcionamiento que adopta el capitalismo neoliberal al hacer
depender la acumulación de capital real de la producción de capital ficticio.
¿Cuáles son? Por un lado, el «circuito deficitario» establecido principal-
mente entre China y Estados Unidos. Por otro lado, con sus características
particulares, el existente entre Alemania y su periferia europea.
Si bien la «reaganomics» constituye la fase de arranque del capita-
lismo invertido, es todavía una revolución incompleta que conserva
ciertos residuos keynesianos. En particular, la emisión de deuda pública
continúa significando durante un cierto tiempo la forma más impor-
tante de producción de capital ficticio, aunque el déficit público ad-
quiere una nueva función: su objetivo ya no será estimular la demanda
de mercancías reales, sino estimular la producción de capital ficticio (ya
que el déficit es producto ante todo de la caída de los ingresos fiscales
como consecuencia de la bajada de impuestos). Una vez se consigue
esto, las formas de creación de capital ficticio en el sector privado pasan
a convertirse en hegemónicas, aunque la deuda pública continúe cre-
ciendo y compense la producción privada cuando esta entra en crisis
(como ha ocurrido tras la crisis de 2008). De esta forma, la fase de arran-
que concluye con el final de la política de elevados tipos de interés, ya
que unos tipos altos, aunque fueron fundamentales para desplazar el
centro de gravedad de la acumulación de capital de la economía real a
la industria financiera, en el fondo mermaban el crecimiento de las for-
mas principales de producción de capital ficticio en el sector privado,
en particular la bolsa de valores. En buena medida, el crecimiento ex-
ponencial del capital ficticio pudo desvincularse de la emisión de deuda
pública cuando los tipos de interés volvieron a bajar. De la acumulación
primitiva de capital ficticio se pasó a una nueva fase, donde la produc-
ción de capital ficticio adquirió un carácter más autocentrado.

La gran desvalorización
Para que la producción de capital ficticio no se paralice es condición
necesaria que dicha producción, en el seno del capitalismo invertido,
no deje de ampliarse. Para ello es necesario, paradójicamente, que surjan
de continuo nuevas esperanzas de valorización, que puedan constituir

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El capitalismo ficticio

un punto de referencia (aunque sea en extremo ilusorio) para alcanzar


beneficios futuros. En las últimas décadas hemos asistido a la irrupción
sucesiva de este tipo de esperanzas en varias ocasiones: las «punto-
com», la vivienda, las materias primas… Conforme las burbujas fueron
estallando, se necesitaron nuevas esperanzas que sustituyesen a las re-
cién fracasadas. Así funciona el capitalismo invertido.
Antes también se formaban burbujas financieras, pero con la agudi-
zación de la crisis estructural de la valorización del capital real de las úl-
timas décadas se ha necesitado una amplia diversificación de las
esperanzas de valorización. Hasta tal punto que, cada vez más, se pro-
duce un nuevo tipo de capital financiero que toma como referencia para
su capitalización presente actividades que no producirán por sí mismas
ningún valor futuro (más bien dicha capitalización conlleva la destruc-
ción de su potencial de valorización futura). Paradójicamente, lo que
había constituido una fortaleza del capitalismo como sistema econó-
mico, incluso tras la crisis del fordismo, se convierte en su contrario. Es
decir, más que servir para apoyar la financiación de nuevas inversiones
tecnológicas, la producción de capital ficticio se convierte progresiva-
mente en un mecanismo de destrucción anticipada de nuevas y prome-
tedoras ramas productivas. Dada su voracidad actual, la producción de
capital ficticio va a arruinar de antemano la posibilidad de desarrollar
cualquier actividad productiva prometedora en el futuro.
En realidad, la producción de capital ficticio presenta un problema
estructural que no tiene solución: para que la acumulación global de ca-
pital sea más fuerte que la producción de valor, la reproducción del ca-
pital ficticio tiene que darse a una escala ampliada. Es decir, la emisión
de capital ficticio, de títulos financieros, tiene que ser mayor que su li-
quidación, lo cual implica generar nuevas y crecientes esperanzas de ne-
gocios futuros. Por ello, sean legales o no, todo este tipo de negocios
siguen la pauta de una «estafa piramidal», tal como ya apuntó en su mo-
mento Keynes (2015). Sin embargo, cuanto más avanza la nueva revo-
lución científico-técnica, menos capacidad tiene cada activo financiero
emitido de inducir producción de valor, ya que el fuerte incremento de
la productividad social implica una cantidad menor de valor por cada
mercancía producida en el futuro. Así, para conseguir el mismo volumen
de producción de valor, se necesita emitir más títulos financieros. A sim-
ple vista, parecería que la capacidad del sistema de capitalizar en el pre-

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El colapso del capitalismo tecnológico

sente valor futuro a escala ampliada no tendría límites, y podría pensarse


que el valor futuro constituye una reserva de riqueza inagotable. Pero
no es así, una concepción tan optimista hace abstracción del carácter es-
pecífico de la producción de capital ficticio, ya que la transferencia al pre-
sente del valor futuro está ligada absolutamente a un recurso presente.
Como producción de valor, la capitalización anticipada de valor futuro
debe comprenderse como una relación social específica que tiene lugar
en unas condiciones determinadas. Básicamente, estas condiciones se
refieren a que el comprador de un activo financiero tenga confianza en
que va a poder recuperar su inversión, en la capacidad de reembolso fu-
turo. Es decir, la acumulación global de capital puede autonomizarse de
la producción de valor real actual como nunca antes, pero solo en la me-
dida en que se expone a una nueva dependencia. Que el capital ficticio
se haya convertido en la fuerza principal de la acumulación de capital
no implica que se haya transformado en una potencia independiente de
lo que sucede en la realidad.
Como decía más arriba, para que la acumulación de capital ficticio
crezca a escala ampliada hace falta que surjan múltiples esperanzas de
valorización futura. La creación de dicho capital depende de un recurso
que en sí mismo no puede ser engendrado en el seno de la industria fi-
nanciera. Los portadores de esperanza siempre se ubican en la economía
real. Si la renovación de esas fuentes de esperanza se interrumpe, se pro-
duce una catástrofe para el capitalismo invertido. El problema es que un
uso intensivo de estas fuentes de esperanza, como está ocurriendo con
la utilización recurrente de las construcciones inmobiliarias y las empre-
sas tecnológicas, mina su capacidad para cumplir esa misma función en
el futuro. Por ejemplo, hoy en día el volumen de la deuda hipotecaria no
representa un indicador de crecimiento potencial, sino una pesada carga
heredada del pasado para las familias que la sufren. En estas condiciones,
difícilmente podremos repetir este tipo de burbujas.
A lo largo de estas décadas, hemos sido testigos de una sucesiva re-
novación de las fuentes de esperanza. En los ochenta, fue la privatiza-
ción de empresas públicas, pero las empresas públicas solo se pueden
privatizar una vez. En los noventa, la revolución tecnológica permitió
constituir una fuente de acumulación autosostenida de capital ficticio
en el seno del sector privado. A diferencia de lo que ocurrió en los
ochenta con las privatizaciones, la revolución tecnológica permitía sus-

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El capitalismo ficticio

tituir unas empresas y sectores por otros según se fuesen agotando los
filones. No obstante, llega siempre un momento en el que la burbuja es-
talla, como ocurrió con el crack de las «puntocom» a inicios de la dé-
cada pasada. A continuación, las nuevas burbujas dejaron de tomar
como referencia para las esperanzas de valorización las industrias del
futuro. Se regresó a los sectores tradicionales de la economía y en par-
ticular al sector inmobiliario. Cuando la sustitución de una burbuja por
otra se complica, como ocurrió tras el crack de 2008, se recurre al Estado
y a los Bancos Centrales para preservar la expansión de la producción
de capital ficticio. El Estado se convierte en la «fuente de esperanza de
última instancia», como acertadamente apuntan Lohoff y Trenkle. Re-
curriendo a él parece qu se ha evitado la catástrofe, pero los problemas
del capitalismo invertido son de una naturaleza muy diferente a las di-
ficultades que atravesaba el capitalismo en los años treinta. En primer
lugar, porque la renovación de las fuentes de esperanza en el seno del
sector privado se presenta muy complicada. A diferencia de lo que ocu-
rría en los años treinta, la nueva revolución científico-técnica está ago-
tando muy rápido los posibles filones de producción de valor real. En
segundo lugar, el estallido de la burbuja de 2008 golpeó fuertemente al
corazón de la industria financiera, el sector bancario. Además, se hace
muy difícil generar ilusiones a partir de activos financieros que, como
las viviendas, ya se han «quemado» como alternativa posible. En cierta
medida, el boom de los precios de las materias primas funciona como
sustituto, pero la burbuja ha estallado también.
Poco a poco, se ha ido gestando una burbuja de deuda pública. Por
otro lado, en la medida en que los Bancos Centrales se conviertan en
«bancos malos» o «tóxicos», es decir, en lugares donde se deposita de-
finitivamente el capital ficticio irrealizable en los mercados financieros
privados, la crisis se propagará de manera silenciosa pero progresiva al
dinero. Como señalaba en el segundo ensayo, el dinero no es un símbolo.
Que haya abandonado su cobertura en oro, no quiere decir que haya per-
dido su carácter de mercancía. A diferencia de lo que ocurría antes, el
valor de esa mercancía es el capital ficticio que los Bancos Centrales reci-
ben de sus clientes en contrapartida por los créditos que les conceden.
Unos títulos financieros que en realidad no valen nada. Cuando los Ban-
cos Centrales comienzan a conceder créditos contra capital ficticio irrea-
lizable, en lugar de concederlos a empresas y bancos solventes, están

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El colapso del capitalismo tecnológico

servidas las condiciones para una gran desvalorización del dinero. Des-
pués de la fuerte desvalorización del capital productivo, de los activos fi-
nancieros, del trabajo asalariado, la próxima etapa vendrá marcada por
una significativa desvalorización del dinero. Cuando nos referimos a este
proceso de desvalorización, es importante ir más allá de las polémicas
fenomenológicas relativas a las perspectivas inflacionarias o deflaciona-
rias que se puedan percibir en una determinada coyuntura de la econo-
mía mundial. Cuando nos referimos a la desvalorización del dinero como
tal, la inflación y la deflación son idénticas y solo se distinguen en la forma
en que se produce la desvalorización (Kurz, 2016). En el caso de la in-
flación, el dinero sigue circulando, y su desvalorización se manifiesta
como un aumento imprevisto de los precios de las mercancías, que puede
alcanzar dimensiones importantes, con independencia de la evolución
de la oferta y la demanda de bienes. En el caso de la deflación, grandes
masas de dinero o ciertas formas monetarias como tales desaparecen de
la circulación, se produce una reducción imprevista del poder de compra.
Si la dimensión del proceso de desvalorización adquiere proporciones
preocupantes, la inflación y la deflación pueden presentarse de forma
combinada, en varios planos. Así, por ejemplo, pueden subir los precios
de las materias primas, mientras que caen los precios de los bienes de in-
versión o de los títulos financieros.
A diferencia de lo ocurrido en otros procesos históricos de desvalo-
rización del dinero, en la actualidad ya no nos encontramos ante un sim-
ple episodio momentáneo, sino que se trata de un proceso irreversible,
como resultado del impacto de la nueva revolución científico-tecnoló-
gica sobre el gasto de fuerza de trabajo abstracto en la producción capi-
talista. Es decir, los procesos de desvalorización del dinero y del capital
en general ya no preparan el terreno para una nueva fase de acumulación
real. Ni siquiera una inmensa destrucción bélica, como la ocurrida entre
1939 y 1945, podría permitirlo. En conclusión, esta crisis no tiene solu-
ción, es el resultado de una acumulación insostenible de contradicciones
que ya no admite un mecanismo de compensación. El capitalismo in-
vertido es la expresión de un proceso de descomposición sistémica, del
agotamiento de un modo de producción. No existe la posibilidad de
desarrollar un programa de política económica, por no hablar de un re-
torno al consenso keynesiano, que permita superar esta crisis en el con-
texto de la sociedad del valor. No existe ninguna posibilidad de resucitar

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El capitalismo ficticio

un capitalismo reformista. Todo lo que nos espera a partir de ahora es


un deterioro en nuestras condiciones de vida. Es vital romper con las
«modas» actuales en el pensamiento crítico, centradas en un debate
sobre las diferentes formas de capitalismo, como si una discriminación
entre ellas fuese la clave para afrontar con un cierto sentido estratégico
los problemas que la humanidad tiene por delante. Como si los proble-
mas pudiesen solventarse a base de diferenciar entre formas «buenas»,
«malas» o «menos malas» de capitalismo. Es un profundo error. En
realidad, lo que ha comenzado con la crisis de 2008 es el proceso de co-
lapso del capitalismo. Para afrontar esta situación necesitamos desarro-
llar una crítica categorial de la sociedad en que vivimos, que tiene que
partir de lo que se ha intentado en este ensayo: comprender cabalmente
la lógica profunda del desarrollo histórico del capital. Es necesario rom-
per cuanto antes con la lógica imperante en el pensamiento crítico con-
temporáneo, basada en la crítica del capital a partir de personalizaciones
sociológicas, de sus formas fenomenológicas. Digámoslo claro: no hay
capitalistas «buenos» y «malos», no hemos transitado de un capita-
lismo «bueno», productivo, industrial, a un capitalismo «malo», fi-
nanciarizado, parasitario. No existe vuelta atrás. En realidad, el período
histórico que nos ha tocado vivir es el resultado del desarrollo lógico
del capital como totalidad7.

7
Con esta última frase no pretendo caer en ningún tipo de concepción hegeliana.
Desde mi punto de vista, el capital es una relación social abstracta históricamente
construida. No puede comprenderse como un sujeto sin historia, es decir, sin límite.
Este límite interno absoluto puede alcanzarse de dos maneras: como negación revo-
lucionaria del capital por parte del proletariado o, alternativamente, como negación
del proletariado por parte del capital.

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Capítulo 6

El colapso del capitalismo

Crisis y acumulación de capital


Marx no nos legó una teoría general sobre las crisis del capitalismo, sino
una serie de análisis fragmentarios que han dado lugar a interpretaciones
distintas, incluso contradictorias, de sus escritos. De forma sintética,
podemos agrupar dichas interpretaciones en dos planteamientos con-
trapuestos sobre la naturaleza de las crisis del capitalismo (Kurz, 2014;
Mattick, 2014). En primer lugar, algunos autores sostendrán que las cri-
sis se originan en los desequilibrios que se producen como resultado de
la socialización de los productores privados aislados a través del mer-
cado, considerado una institución anárquica. Este tipo de interpretacio-
nes identifican el capitalismo con la economía de mercado. Entre los
principales desequilibrios, se encontrarían la desproporción entre las
inversiones que se realizan en las diferentes ramas productivas y, sobre
todo, la contradicción entre la lógica de la producción y la lógica de la
distribución, en la medida en que los trabajadores no recibirían el salario
suficiente para poder comprar la masa total de mercancías producidas.
A los trabajadores se les pide por un lado que consuman cada vez más,
mientras que por otro se intenta restringir sus salarios, que determinan
su capacidad adquisitiva. Esta interpretación no cuestiona las categorías
abstractas del capitalismo. Tal como señalé en el primer ensayo, no tiene
en cuenta una socialización fetichista que se da en el ámbito previo de la
producción debido a la abstracción del trabajo humano. En las versiones
más radicales de este tipo de interpretaciones, las crisis se resolverían
mediante la planificación estatal, sustituyendo la anarquía del mercado
por una burocracia que planifique la distribución de la riqueza abstracta.
Es decir, sustituyendo el «capitalismo de mercado» por un «capita-
lismo burocrático», como ocurrió inicialmente en la Unión Soviética.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Sus versiones más moderadas buscarían atenuar las crisis económicas sin
cuestionar la existencia del mercado, mediante la adopción de ciertos me-
canismos de planificación e intervención estatal, como los empleados en
la construcción del Estado del Bienestar en la Europa de posguerra.
En realidad, todas estas explicaciones son fenomenológicas, dema-
siado reductoras, y presuponen que la producción de valor goza de
buena salud, que nos encontramos ante una producción de valor sufi-
ciente para los requerimientos del proceso de valorización capitalista.
El problema no sería la producción, sino la realización del valor. Si así
fuese, las crisis se podrían resolver en el marco de las propias categorías
del valor y del capital, en base a acuerdos políticos que modificasen ante
todo las condiciones distributivas en el interior de la sociedad. En el
fondo, estas interpretaciones de las crisis capitalistas suponen implíci-
tamente que las contradicciones son de carácter distributivo, en torno
al reparto de la riqueza abstracta, del dinero. El fetichismo del capital
se entiende equivocadamente como un apetito voraz de enriqueci-
miento subjetivo y como un poder absoluto de apropiación subjetiva
de la riqueza abstracta por parte de la clase capitalista. Las crisis se re-
solverían entonces mediante la conquista del poder político por los tra-
bajadores, sin necesidad de poner en cuestión las categorías abstractas
que fundamentan la sociedad del valor. Y así, un gobierno de los tra-
bajadores podría frenar con medidas políticas, en favor de una distri-
bución más justa, el apetito insaciable de los capitalistas. Lo paradójico
es que en estas interpretaciones la izquierda salvaría al capitalismo de
sus propias contradicciones, de su propia voracidad, pues al reducirse
las desigualdades con la restitución de la plusvalía extraída a la clase tra-
bajadora, la realización del valor podría efectuarse con mayores garan-
tías de éxito, asegurándose una mayor demanda para la compra de
mercancías.
Una explicación alternativa de las crisis es la que remite a la propia
naturaleza de la producción capitalista, que no puede superarse a sí
misma. Según estas interpretaciones, la contradicción fundamental del
capital tiene que ver con el hecho de que el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas conduce a una generación de riqueza concreta cada vez menos
dependiente del gasto de fuerza de trabajo, mientras que la forma de re-
presentar esa riqueza sigue basándose en el gasto de trabajo abstracto.
Las crisis se podrían superar por un tiempo, adaptando la producción

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El colapso del capitalismo

de plusvalía a las necesidades de valorización de una estructura de ca-


pital que se modifica permanentemente como resultado del progreso
técnico. Según esto, las crisis solo pueden superarse incrementando la
explotación del trabajo (y no cambiando las condiciones de distribu-
ción de la riqueza abstracta en favor de los trabajadores para incremen-
tar el consumo y, así, recuperar el equilibrio supuestamente perdido).
Aunque puedan aparecer en un primer momento en el ámbito de la cir-
culación del capital (por ejemplo, mediante un descenso brusco en las
ventas de mercancías), las crisis no pueden comprenderse exclusiva-
mente como un problema de realización del valor; antes bien consisten
en una ruptura del proceso global de reproducción del capital, que in-
cluye tanto su producción como su circulación. Y como el proceso de
reproducción depende de la acumulación de capital, y por lo tanto de la
masa de valor que hace posible dicha acumulación, lo que sucede en el
ámbito de la producción es prioritario respecto a lo que acontece en la
circulación. Aunque empíricamente pueda parecer lo contrario, el factor
decisivo en el desencadenamiento de una crisis está en el ámbito de la
producción de valor. No obstante, hay que subrayar que, aunque la esfera
de la producción sea el factor más importante, no es el único. En realidad,
las crisis del capitalismo no resultan del proceso de producción ni del de
circulación por separado. Lo relevante es la forma en que se interpreta la
relación entre ambos. No es que la desproporción entre producción y
consumo conduzca a la crisis, sino que la crisis, como manifestación de
una interrupción del proceso de acumulación, se expresa como un in-
cremento de las desproporciones y un debilitamiento de la capacidad de
consumo de la población.
Por este motivo, la insistencia de la izquierda en desarrollar progra-
mas políticos basados en la lucha contra las desigualdades, obviando
una crítica categorial del sistema, muestra toda su impotencia cada vez
que gobiernos progresistas asumen el poder político. En realidad, la dis-
tribución profundamente desigual de la riqueza abstracta en la actuali-
dad es una manifestación de las dificultades crecientes para producir
valor en un contexto marcado por una intensa disparidad en la evolu-
ción de la productividad entre países y sectores sociales, la cual obliga
a una lucha competitiva feroz basada en la imposición de continuas re-
ducciones de salarios y de un deterioro progresivo de las condiciones de
vida en aquellos sectores sociales y zonas del mundo que quedan rezaga-

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El colapso del capitalismo tecnológico

dos en la carrera competitiva (que supondrán la amplia mayoría de la po-


blación mundial a medida que se acelere el cambio tecnológico). Si los
gobiernos y las sociedades no aceptan estas condiciones emanadas de la
ley del valor, se verán amenazados con ser expulsados del mercado de un
modo dramático. Aunque suene políticamente poco correcto, luchar con-
tra las desigualdades sociales sin cuestionar la lógica del valor no conduce
a ningún lado. Lo decisivo en la evolución futura de la crisis actual será la
capacidad social para emprender proyectos políticos cuyo programa se
base en la liberación de la riqueza concreta respecto del fetichismo de la
mercancía y de todas las metamorfosis de la forma valor.
Como es lógico, estas interpretaciones tan opuestas de las crisis del
capitalismo dan lugar a proyecciones muy diferentes sobre la dinámica
de las mismas. Por un lado, las interpretaciones fenomenológicas de las
crisis, que inciden sobre los desequilibrios en la esfera de la circulación
del capital, suelen considerar que los procesos de crisis tienen carácter
cíclico, con una funcionalidad catártica para el sistema. En términos na-
rrativos, su explicación habitual podría encajar en la estructura del
«mito del eterno retorno», en la necesidad del sacrificio para alcanzar
la meta celestial de la prosperidad y la abundancia o en la fábula bíblica
según la cual después de siete años de vacas gordas vendrán siete años
de vacas flacas. A nivel teórico, estas concepciones no cuestionan las ca-
tegorías del valor, pues sostienen que el sistema es capaz de metabolizar
sus períodos de recesión, haciéndose incluso más fuerte y más sofisti-
cado cada vez que supera una crisis particular (Heinrich, 2008b). Por
su parte, las interpretaciones de las crisis a partir de una crítica categorial
del valor concentran sus esfuerzos analíticos en determinar los límites
objetivos del proceso de valorización, deduciendo la existencia de una
caducidad histórica del modo de producción capitalista. En este caso,
el problema es que en muchas ocasiones se adopta una posición dema-
siado catastrofista, como si el colapso del sistema hubiese de equipararse
a un infarto fatal. De ahí la necesidad de profundizar en un análisis que
articule el estudio del proceso secular de la decadencia del capitalismo
con el estudio de la dinámica propia de los ciclos económicos (Kurz,
2014). En realidad, las dos explicaciones sobre la dinámica de las crisis
no son excluyentes, sino más bien complementarias. Es decir, a medida
que la decadencia del capitalismo se hace más profunda, a medida que
el colapso como proceso histórico se aproxima, las crisis cíclicas se harán

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El colapso del capitalismo

más frecuentes e intensas. Cuanto más cerca nos encontremos de esta po-
sibilidad, más nos sumergiremos en una situación de crisis permanente,
donde los auges serán cada vez más cortos y débiles, alimentados en ex-
clusiva por la producción de capital ficticio. De hecho, el proceso histórico
de colapso consiste ante todo en una disminución progresiva de la pro-
ducción de valor, y en consecuencia en la incapacidad estructural para ac-
tivar un proceso autopropulsado de acumulación de capital real, que llega
a convertirse en un problema irresoluble para el sistema.
Para Henryk Grossman (1984), el conjunto de la crítica marxista a
la economía política está orientado a demostrar esta posibilidad de co-
lapso. Según su punto de vista, para Marx el proceso de reproducción
de una economía capitalista depende de la acumulación de capital y, a
su vez, esta depende de la masa de plusvalía que hace posible dicha acu-
mulación. Para que la producción de mercancías tenga sentido para los
capitalistas, es preciso que la plusvalía producida con el capital previa-
mente acumulado sea lo bastante grande como para valorizarlo. Es decir,
para que se cumplan las condiciones de valorización, el capitalista que
invierte una cantidad de capital ha de terminar con un capital incremen-
tado. Si la producción de plusvalía resulta insuficiente, la acumulación
se detiene y estallan las crisis. Como sabemos, la plusvalía es tiempo de
trabajo no pagado, y por tanto la acumulación de capital depende de la
masa de tiempo de trabajo no pagado que se apropia el capitalista. Para
ampliar esta masa de tiempo de trabajo no pagado y prolongar por tanto
el proceso de acumulación del capital, es necesrio ampliar la fuerza de
trabajo contratada y aumentar la productividad del trabajo. El problema
es que, si queremos aumentar la productividad del trabajo, normalmente
tenemos que recurrir al uso de tecnologías que ahorran fuerza de tra-
bajo. De hecho, el desarrollo histórico del capitalismo evidencia que el
crecimiento de la productividad del trabajo ha incrementado la propor-
ción del capital constante (CC) respecto del capital total, resultante de
la suma del primero con el capital variable (CV), esto es, ha supuesto
un aumento de la composición orgánica del capital (CC/CC+CV). Lo
cierto es que el CV también ha crecido en el pasado, pero a menor ritmo
que el CC. Teniendo en cuenta que la fuente de generación de plusvalía
(P) es el CV, las condiciones de valorización que hacen factible el pro-
ceso de acumulación se cumplirán siempre y cuando el crecimiento de
la productividad del trabajo, que incrementa la plusvalía relativa (ya que

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El colapso del capitalismo tecnológico

hace disminuir el tiempo necesario para reproducir la fuerza de trabajo),


compense el menor peso del CV con respecto al capital total.
Pero un CC creciendo más rápido que el CV derivará tendencial-
mente en una caída de la tasa de ganancia, que nos indica la masa de
plusvalía obtenida en relación al capital total acumulado (P/CC+CV).
Cada vez menos trabajadores han de generar una plusvalía que debe se-
guir creciendo para producir la ganancia, la rentabilidad, que exige un
capital en constante expansión. Cuando se acumula capital, la masa del
mismo crece. Por lo tanto, a medida que se incrementa el capital se ne-
cesita producir más plusvalía para justificar su inversión. Sin embargo,
llegará un punto en el que la máxima plusvalía obtenida del colectivo
laboral ya no sea suficiente para valorizar el capital acumulado. Para
Marx, las dificultades que atraviesa la acumulación de capital derivan
de contradicciones internas del propio proceso de producción de plus-
valía, y ponen en evidencia la caducidad histórica de este modo de pro-
ducción. Por consiguiente, su teoría de la acumulación es una teoría de
la crisis, ya que las crisis tendrían su causa en una insuficiente valoriza-
ción del capital como resultado de la tendencia declinante de la tasa de
ganancia. En el fondo, las crisis se producen porque falta plusvalía para
valorizar el capital acumulado, lo cual transforma la caída de la tasa de
ganancia en escasez real de ganancia. En este sentido, el fenómeno de
la crisis es sinónimo de interrupción del proceso de acumulación, y re-
fleja una sobreacumulación de capital. Para restablecer una proporción
adecuada entre la producción de plusvalía y el capital acumulado se re-
quiere incrementar la tasa de ganancia. Dicho incremento se puede con-
seguir de dos maneras (Mattick, 2014): bien destruyendo capital, o bien
incrementando la plusvalía producida. Si se logra, se superará la crisis y
se reactivará el proceso de acumulación. Posteriormente, el ciclo se re-
petirá y volverá a producirse una sobreacumulación de capital, ya que
la sed incontrolable de plusvalía lleva de nuevo al proceso de acumula-
ción más allá de los límites en los que es factible la valorización del ca-
pital. Pero, tendencialmente, la escasez de ganancia real será cada vez
mayor, en la medida en que cada ciclo económico se supera con un nivel
de productividad social mayor. En consecuencia, la recuperación de la
tasa de ganancia será cada vez más difícil, asomando progresivamente
la posibilidad de un colapso del sistema.

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El colapso del capitalismo

El debate clásico sobre el derrumbe


Cuando se piensa en la posibilidad de que el capitalismo pueda colapsar,
habitualmente surgen dos tipos de reacciones. Suele prevalecer la incre-
dulidad, en particular en los ambientes de la izquierda y la intelectuali-
dad progresista. Esta, cuando no la ridiculización condescendiente, por
parte de gente que se considera madura para aceptar noticias «apoca-
lípticas» y «pueriles», se apoya en las reiteradas veces en que se ha pro-
fetizado erróneamente el final del capitalismo. ¿Se acuerdan del cuento
aquel de «que viene el lobo»? Por otro lado, en el hipotético caso de
que la argumentación sobre la posibilidad del colapso resultase convin-
cente y rigurosa, la reacción habitual contiene fuertes dosis de resisten-
cia psicosocial a aceptar tal idea. Tan imbuidos estamos en la sociedad
del valor y en el fetichismo de la mercancía, que pensar en su posible
desaparición nos produce pánico, teniendo en cuenta que, de no superar
positivamente este modo de producción, la suerte de la humanidad será
muy semejante a la del propio sistema. Por estos motivos, antes de ex-
plicar por qué el capitalismo ha entrado en su proceso histórico de co-
lapso, es importante que intentemos clarificar los contenidos del debate
clásico sobre el derrumbe del capitalismo.
A finales del siglo xix , cuando comenzó este debate, el desarrollo
capitalista difícilmente auguraba tal posibilidad (Mattick, 2014). Hasta
la década de 1860, las crisis se producían más o menos cada diez años.
El estancamiento se manifestaba casi siempre por sobreproducción, la
cual no se podía superar recurriendo al comercio exterior dado el em-
pobrecimiento generalizado de la población europea de aquella época.
Los bajos salarios eran consecuencia de una baja productividad del tra-
bajo, que al mismo tiempo impedía incrementar la plusvalía relativa.
Los episodios recesivos se manifestaban como crisis comerciales, las
cuales se traducían en caídas ruinosas de los precios de las mercancías,
que a su vez no permitían realizar posteriores inversiones productivas.
Pero después de la larga crisis finisecular iniciada en 1873 (probable-
mente la primera crisis con rasgos permanentes en la historia del capi-
talismo), un largo período de prosperidad trajo como consecuencia
una mejora significativa de las condiciones laborales. La productividad
del trabajo había mejorado lo suficiente como para poder sostener por
períodos más prolongados la rentabilidad del capital y su proceso de
acumulación.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Entonces comienzan a surgir, en el ámbito de la socialdemocracia,


las primeras voces que intentan desvincular, separándose de Marx, el
análisis del proceso de acumulación del capital de la teoría de la crisis y
el colapso del sistema. En este debate, los esquemas de reproducción
del capital, que Marx había desarrollado en el libro ii, adquirieron una
relevancia trascendental, pues para algunos autores dichos esquemas
demostrarían supuestamente la posibilidad real de una reproducción
del capital progresiva, armónica y exenta de crisis. En esta senda, el pri-
mer gran teórico de las concepciones armonicistas será Mijáil von
Tugán-Baranovski (2002), quien influirá notablemente en la evolución
de la socialdemocracia alemana. En sus investigaciones sobre las crisis
comerciales inglesas, asume la teoría del equilibrio, derivada de la Ley
de Say, según la cual, si se da una distribución proporcional de la pro-
ducción social, la oferta de mercancías debe coincidir con la demanda.
interpretando los esquemas de reproducción del capital elaborados por
Marx bajo la influencia de esta ley, Tugán-Baranovski pronostica que
cada vez que la producción se amplía crea simultáneamente nuevas po-
sibilidades de colocación para la misma. Aunque el progreso técnico
implique la sustitución de trabajo humano por máquinas, la disminu-
ción resultante del consumo social no implicaría una crisis estructural
de sobreproducción, ya que dicha disminución se vería compensada
por una mayor demanda de medios de producción. De esta manera, el
desarrollo capitalista podría ser perfectamente compatible con una
menor capacidad de consumo por parte de los trabajadores. Para Tugán,
la gran expansión de la industria pesada desde finales del siglo xix ven-
dría a corroborar esta hipótesis. En consecuencia, el límite absoluto para
la expansión de la producción lo constituyen las propias fuerzas pro-
ductivas sociales. En sí misma, la realización de valor se desarrollaría sin
obstáculos estructurales, siempre y cuando se produzca un desarrollo
proporcional y armónico entre las ramas industriales. La acumulación
de capital se proyectaría como un proceso ilimitado, siempre y cuando
la anarquía del mercado no amenace el desarrollo proporcional entre
las industrias ligeras y pesadas. Por lo tanto, estaría plenamente justifi-
cado implementar un mayor control político sobre la economía.
Para Tugán-Baranovski, la causa de las crisis no se encuentra en la
forma desigual en que se distribuye la riqueza abstracta entre el trabajo
y el capital, sino en la distribución desproporcionada del propio capital.

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El colapso del capitalismo

En consecuencia, no nos encontraríamos ante la presencia de un teórico


de las crisis de subconsumo, ya que desde su punto de vista la limitación
del consumo no constituiría ningún obstáculo para la realización de la
plusvalía. En este sentido, perfectamente podría ocurrir que una mayor
acumulación de capital fuese acompañada por un retroceso del con-
sumo social, que sería inevitable. Sin embargo, Tugán-Baranovski ol-
vida la teoría del valor que fundamenta el análisis marxista del proceso
de acumulación del capital (Mattick, 2014). De hecho, llega a decir que
«se puede considerar a la máquina capital variable con el mismo derecho
que a la fuerza de trabajo humana, porque ambas producen plusvalías»1,
lo cual hace imposible analizar la caída tendencial de la tasa de ganancia
como resultado del aumento de la composición orgánica del capital que
resulta de intensificar el proceso de acumulación. En resumen, según
Tugán-Baranovski las crisis no pueden ser resultado ni del subconsumo
ni de la sobreacumulación de capital, sino que están relacionadas con la
proporcionalidad del proceso de reproducción del capital.
En buena medida, esta deducción nos alerta de las graves implica-
ciones que tuvo vincular el debate sobre la posibilidad de un colapso
del capitalismo con los esquemas de reproducción del libro ii. Clara-
mente fue un paso atrás, porque la intención de Marx al elaborar esos
esquemas no tenía nada que ver con la necesidad de demostrar la hipó-
tesis derrumbista (Mattick, 2014). La función de los esquemas es de-
mostrar que tanto la producción como la acumulación exigen que la
producción de ciertos tipos de mercancías se dé en determinadas pro-
porciones, que han de establecerse a través del mercado. Es decir, los
esquemas no tratan de reflejar la evolución real del proceso de repro-
ducción, sino que buscan establecer las condiciones necesarias para que
dicho proceso de reproducción se desarrolle efectivamente, unas con-
diciones que han de imponerse de un modo u otro para hacer posible
la acumulación. En realidad, Tugán-Baranovski y otros autores de la
época malinterpretan los esquemas, ya que estos no intentaban explicar
la realidad.
Será Rosa Luxemburg (1967), en La acumulación del capital, quien
cambie sustancialmente los términos del debate. A partir de una cierta
crítica a los esquemas de Marx, Luxemburg intentará demostrar el límite
objetivo del desarrollo del capitalismo. Considera que en el proceso de
1
Citado en Mattick (2014: 188).

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El colapso del capitalismo tecnológico

acumulación de capital se genera continuamente un desequilibrio: un


residuo de mercancías invendibles cuyo valor solo puede realizarse fuera
del sistema, a través de un mercado constituido por compradores que
no obtengan sus ingresos en el marco de las relaciones entre capital y
trabajo. Para la revolucionaria polaca, el asunto decisivo para el futuro
del capitalismo no son las dificultades en la producción de plusvalía du-
rante el proceso de acumulación. El problema clave sería la realización
del valor, dando lugar a crisis de sobreproducción cada vez más graves.
De esta forma, la realización del valor destinado a la acumulación pro-
vocaría un problema cada vez más intenso, sin solución, en el marco de
una sociedad que conste únicamente de obreros y capitalistas. El capi-
talismo necesitaría una zona no capitalista, no solo para garantizar la
realización del valor, sino también para obtener ciertos medios de pro-
ducción (materias primas) y fuerza de trabajo suplementaria.
De forma muy sintética, podemos decir que en torno al debate de
principios de siglo sobre el derrumbe del capitalismo se perfilaron dos
posturas enfrentadas. Por un lado, Rosa Luxemburg afirma que la acu-
mulación de capital presenta un límite absoluto, y que como consecuen-
cia el colapso del sistema es inevitable. Por otro lado, los sectores
reformistas de la socialdemocracia planteaban que la acumulación de
capital podía desarrollarse ilimitadamente y que el sistema no desapa-
recería por causas de naturaleza económica. Tiempo después, volviendo
a Marx, Henryk Grossman (1984) desarrolla una teoría alternativa a la
de Rosa Luxemburg sobre un hipotético derrumbe del capitalismo. Más
acorde con la teoría del valor de Marx, considera que la cuestión de la
acumulación de capital es básicamente un problema de valorización,
que tiene su base en el proceso de producción de valor, aunque pueda
expresarse en el de circulación. Para Grossman, el elemento decisivo en
el funcionamiento del capitalismo es la producción de plusvalía, ya que
el objetivo del capitalista es valorizar el valor, es decir, aumentar la masa
de valor en relación al acumulado previamente. Sin embargo, llega un
momento en que la plusvalía producida no es suficiente para garantizar
esta ley de hierro del proceso de acumulación de capital. Cuando esto
ocurre, la acumulación se detiene, desencadenándose una crisis. Para
explicar cómo se llega a esta situación, Grossman no se basa en los es-
quemas de reproducción, sino en el crecimiento inexorable de la com-
posición orgánica del capital total (CC/CC+CV) a medida que se

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El colapso del capitalismo

intensifica el desarrollo del capitalismo. Este crecimiento de la compo-


sición orgánica es consecuencia de la dinámica ciega a la que está some-
tida la acumulación como resultado de la lucha competitiva entre
capitalistas. Como sabemos, los capitalistas individuales intentan incre-
mentar la productividad del trabajo para expulsar a los demás capitalistas
del mercado. Para incrementar la productividad del trabajo, necesitan in-
corporar más y mejores máquinas, de tal manera que, al generalizarse
estas inversiones, se incrementa la proporción del capital constante (CC)
respecto al capital total (CC+CV). Una composición orgánica en au-
mento implica tendencialmente un descenso de la tasa de ganancia
(P/CC+CV) ya que, a medida que el capital constante representa una
proporción mayor del capital total, la proporción de la plusvalía (P) ob-
tenida respecto al capital total acumulado va disminuyendo, y ello porque
la fuente del valor, la fuerza de trabajo, representa una proporción menor
del capital gastado. En consecuencia, el capital tiene que asumir unas in-
versiones en maquinaria y tecnología cada vez más onerosas, mientras
que la fuente de generación de valor va disminuyendo. Aunque este pro-
ceso se puede contrarrestar mediante un incremento acelerado de la tasa
de plusvalía, hay que tener en cuenta que su crecimiento presenta dos li-
mitaciones. En primer lugar, el crecimiento de la plusvalía absoluta se
encuentra limitado por razones legales y biológicas, relativas al incre-
mento de la jornada laboral y la reducción de salarios. En segundo lugar,
hay que tener en cuenta que el crecimiento de la plusvalía relativa se aso-
cia con una mayor productividad del trabajo, que por lo general deriva
en un crecimiento relativo del capital constante sobre el variable.
Por lo tanto, tendencialmente la tasa de ganancia caerá hasta que lle-
gue un momento en que la acumulación se detenga y estalle la crisis. La
acumulación se vuelve excesiva (se produce una sobreacumulación de
capital) precisamente porque la valorización es insuficiente. Es decir, la
masa de valor generada mediante la extracción de plusvalía se vuelve
cada vez más escasa en relación al capital ya acumulado. No se trata de
una insuficiencia de capital acumulado, sino de valor producido. En de-
finitiva, la sobreacumulación de capital y la insuficiencia de valorización
son fenómenos correlacionados. De ahí que la única manera de superar
este tipo de crisis en los procesos de acumulación sea mediante la des-
valorización del capital existente, tanto del constante como del variable.
Para Grossman, el derrumbe del capitalismo será consecuencia de una

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El colapso del capitalismo tecnológico

valorización insuficiente, pero su colapso se puede postergar mediante


la desvalorización del capital acumulado. Es decir, en cada crisis parti-
cular cabría la posibilidad de realizar un ajuste, aunque sea traumático,
abaratando el capital constante y el variable. En su extraordinario libro
La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, la posibi-
lidad de un colapso no se abre por una insuficiencia en la producción
de valor derivada de un proceso de acumulación de capital que hace su-
perflua a la mayoría de la clase trabajadora. En su planteamiento, la so-
breacumulación surge como un problema relativo (de tasa de ganancia,
no de masa de la misma) que tiene que ver con el crecimiento de la com-
posición orgánica del capital total. Aunque resulta interesante su punto
de vista, nuestro planteamiento va por otros derroteros.

1873, 1929 y 2008


Volvamos sobre el problema de la sobreacumulación de capital. Apa-
rentemente las teorizaciones de Grossman (1984) y de Mattick (2014)
incluyen la producción de valor en la explicación de las crisis. La pro-
ducción de valor no se agota, pero resulta relativamente insuficiente en
relación al capital acumulado. Se considera implícitamente que la so-
breacumulación habría producido demasiado valor bajo la forma de
mercancías. En las épocas de bonanza tendría lugar una sobreinversión
en capital material o en fuerza de trabajo, que se traduce empíricamente
en sobrecapacidad productiva frente a un poder de compra en contrac-
ción, como resultado de una mayor explotación de los trabajadores.
Según esta teoría, la crisis no remite al límite interno del proceso de
valorización, sino que existiría la posibilidad de una compensación me-
diante la desvalorización del capital en todas sus formas. En consecuen-
cia, la crisis no aparece como manifestación de una contradicción
categorial imposible de resolver en el seno de la reproducción del capi-
tal, sino que la desvalorización del capital incorporado en el sistema
económico permitiría resolverla. Es precisamente Robert Kurz (2014),
en su libro Dinero sin valor. Apuntes para una transformación de la crítica
de la economía política, quien señala los límites de la teoría de la crisis de
Grossman y Mattick2.

2
En este libro, que tomaré como referencia en las próximas páginas, Kurz sostiene que
dicha desvalorización puede asumir varias formas: 1) la desvalorización de la fuerza
de trabajo, por medio de la reducción de los salarios y el incremento del desempleo, 2)

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El colapso del capitalismo

Aunque la teoría de la sobreacumulación pueda representar la ver-


sión menos fragmentaria de las teorías marxistas sobre las crisis, para-
dójicamente es la que más se aproxima a la economía política burguesa.
Al igual que la economía neoclásica, no reconoce la existencia de nin-
guna crisis interna en el proceso de valorización. Y si la crisis es conse-
cuencia de perturbaciones exógenas, el ajuste debe producirse entonces
en el plano de la propia reproducción del capital. Así, la crisis se resol-
vería mediante la desvalorización de los componentes excedentarios
del capital, tal como acabo de explicar. Ahora bien, la desvalorización
de estos componentes excedentarios no devuelve el nivel de desarrollo
científico-técnico de las fuerzas productivas a su estadio anterior. En
realidad, el nivel de conocimiento técnico y científico que ha alcanzado
la sociedad se conserva y, por lo tanto, el salto que ha dado la produc-
tividad del trabajo permanece. La contradicción fundamental entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y las condiciones de valorización
del capital no se puede resolver con los instrumentos que maneja la
teoría de la sobreacumulación. En realidad, la superación de las crisis
mediante la desvalorización del capital solo representaría una huida hacia
delante, que al igual que la producción masiva de capital ficticio prepa-
raría el terreno para crisis cada vez más intensas y permanentes.
Para Marx (1972), la problemática sobre el colapso del sistema gi-
raría en torno a la contradicción fundamental del capital, esto es, en
torno a la relación entre la productividad y las condiciones de valoriza-
ción: a medida que la productividad aumenta exponencialmente hay
demasiada fuerza de trabajo que se vuelve superflua, lo cual da lugar a
una producción insuficiente de plusvalía. Con la nueva revolución cien-
tífico-técnica, la contradicción fundamental del capital alcanza un
punto tal que ya solo es posible una acumulación ficticia del mismo,
insostenible a largo plazo, mediante el recurso permanente a burbujas
financieras y al endeudamiento estatal. La masa creciente de productos
concretos, de riqueza concreta, es cada vez más difícil de representar
mediante la forma valor y, en consecuencia, es cada vez más difícil con-
vertirla en dinero, en riqueza abstracta. Este problema no se resuelve
mediante acuerdos políticos, mediante actos de voluntad, ya que res-

la desvalorización del capital material o constante, por ejemplo mediante el cierre de


empresas o mediante procesos de reconversión industrial, y 3) la desvalorización del
dinero, fundamentalmente a través de la inflación.

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El colapso del capitalismo tecnológico

ponde a la dinámica abstracta, automática e impersonal del capital.


Desde el punto de vista fenomenológico, la disminución de la produc-
ción de valor se presenta ciertamente bajo la forma de una disminución
del poder de compra, cuando la masa de valor compuesta por el con-
junto de las mercancías producidas no consigue realizarse en forma de
dinero. Pero este problema no se produce en el ámbito de la circulación,
sino que es expresión de una producción declinante de valor.
Lo importante es tener claro que el fin-en-sí del capitalismo, la valo-
rización del valor, la acumulación de riqueza abstracta, se asienta exclu-
sivamente sobre el gasto creciente de trabajo humano. Este gasto de
trabajo es la sustancia del capital, y el dinero simplemente la forma rei-
ficada de manifestación de dicha sustancia. Como sabemos, el problema
es que el desarrollo de las fuerzas productivas, relacionado con la nueva
revolución científico-técnica, hace cada vez más superflua esta sustancia,
provocando la desvalorización de todas las formas objetivas que asume
el valor. En realidad, cada vez que que el capital alcanza su fin-en-sí fe-
tichista, el valor hinchado de valor, prepara las condiciones para su pro-
pia descomposición. Pero ¿por qué el capital cuestiona su propia
sustancia de forma involuntaria para lanzarse a una crisis objetiva?
Como ya dije en un ensayo anterior, para responder a esta pregunta es
fundamental no reducir la crítica del valor de Marx al planteamiento del
capítulo primero de El Capital, pues entonces existiría el riesgo de caer
en una concepción de la mercancía como objeto individual. En reali-
dad, la crítica del valor debe realizarse considerando el capital como
relación social global, lo cual supone rechazar la idea de que el valor
pueda concebirse como una categoría empírica medible en el interior
de una determinada mercancía. Al contrario, el valor producido por
cada capitalista individual en su producción particular de mercancías
se agrega a una masa global de valor por cuyo reparto compiten entre sí
muchos capitalistas, llevándose una porción mayor de la misma aquellos
empresarios que adopten tecnologías más avanzadas, las cuales les per-
miten reducir el tiempo socialmente necesario en la producción de las
mismas mercancías que sus competidores. Lo que sucede es que la in-
tencionalidad libre de los sujetos en el plano microeconómico se con-
vierte, en el plano macroeconómico, en un ejercicio mecánico y objetivo.
Algo que los economistas ortodoxos no quieren reconocer ni por asomo.
En esta transformación, están dadas las bases estructurales de la crisis

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El colapso del capitalismo

del capitalismo, una vez que el capital como relación social global con-
vierte a los sujetos empíricos en objetos. No existe ninguna posibilidad
de cambiarlo en el marco del modo de producción capitalista, ya que
constituye una forma ciega apriorística que antecede a la acción humana.
Como sostiene Marx, el capitalista individual es tan esclavo de la lógica
abstracta del capital como pueden serlo los trabajadores.
Paradójicamente, la lucha competitiva recompensa con una porción
mayor de la masa global del valor a aquellos capitalistas individuales,
los más avanzados tecnológicamente, que contribuyen en menor me-
dida a su formación. La lógica interna del proceso de valorización se
constituye como un poder trascendental de tal calibre que su desarrollo,
llevado a su extremo fatal, implica el agotamiento sistémico de la masa
de valor. Este proceso, debido a la dinámica automática que lo impulsa,
tiene que culminar en términos históricos. A largo plazo se producirá
un agotamiento total de la masa de valor, pues la producción de plusva-
lía, relativa o absoluta, no puede compensar infinitamente el efecto que
provoca el desarrollo de las fuerzas productivas científico-técnicas sobre
la cantidad de valor incorporado en cada mercancía producida. Con la
crisis abierta en 2008, hemos entrado precisamente en la fase histórica
del colapso del capitalismo.
El capitalismo no implica un «eterno retorno» de sí mismo. La di-
námica del capital expresa la aproximación progresiva a una lógica de
desvalorización final, en función de los niveles de productividad que se
van alcanzando. Marx ya analizó una dimensión de esta desvalorización:
la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia. Para Kurz, esta ley se
ha interpretado erróneamente, ya que no expresa el límite interno del
proceso de valorización de forma inmediata (es decir, no tiene sentido
analizar la caída de la tasa de ganancia desde un punto de vista feno-
menológico). En efecto, desde un punto de vista empírico, la tasa de
ganancia puede recuperarse a través de ciertos mecanismos de com-
pensación que históricamente han puesto en marcha movimientos de
expansión externa e interna del capital, como pudieron ser el colonia-
lismo o el fordismo. Sin embargo, desde una perspectiva categorial, la
contradicción interna del capital, que determina el límite interno del
proceso de valorización, se encuentra presente también cuando actúan
las tendencias que revierten temporalmente la caída de la tasa de ganan-
cia. Desde el punto de vista categorial, lo decisivo es analizar la evolu-

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El colapso del capitalismo tecnológico

ción de la tasa de ganancia desde la perspectiva del valor como relación


social total, es decir, la forma en que el CC y el CV se componen orgá-
nicamente en el plano global de la sociedad. En este sentido, lo primero
que hay que tener en cuenta es que la tasa de ganancia es una expresión
relativa (al contrario que la masa absoluta de ganancia o beneficio, que
se corresponde con la masa de plusvalía). Como sabemos, para analizar
la evolución de la tasa de ganancia es decisivo tener en cuenta la com-
posición orgánica de capital. Si aumenta la proporción relativa del CC
respecto al capital total, la tasa de ganancia tiene que disminuir. Es decir,
que para producir la misma masa de ganancia (y, por lo tanto, mayor
masa de plusvalía) los costes previos de inversión en capital son más
elevados. Esta evolución representa una necesidad histórica del desarro-
llo capitalista de las fuerzas productivas, que con la nueva revolución
científico-técnica alcanza su nivel más crítico.
Lo curioso es que una tasa de plusvalía creciente puede ser perfec-
tamente compatible con una tasa de ganancia declinante. Hay que tener
en cuenta que la plusvalía puede ser objeto de una doble consideración
en relación a los costes previos de inversión: si se compara con la tota-
lidad de los costes previos, obtenemos la tasa de ganancia (P/CC+CV);
si se compara con los costes previos en CV, obtenemos la tasa de plus-
valía (P/CV). Entonces, puede ocurrir que una tasa de ganancia decre-
ciente pueda ir acompañada de un crecimiento relativo de la tasa de
plusvalía como resultado de incorporar cierto progreso técnico. Como
la tasa de ganancia es una expresión relativa, su caída solo puede expre-
sar la contradicción fundamental del capital de forma indirecta. De ahí
que su estudio fenomenológico no pueda llevarnos al análisis del pro-
ceso histórico que desemboca en un límite interno absoluto del capital.
Para llegar aquí, lo importante no son las magnitudes relativas, sino la
masa absoluta de beneficio, es decir, la masa social absoluta de plusvalía
que puede ser distribuida y apropiada en la lucha competitiva entre los
capitalistas individuales. Aunque la tasa de ganancia descienda, la masa
de ganancia puede aumentar, pues la caída de la tasa de ganancia no
viene provocada por una disminución absoluta de su masa, sino por una
disminución relativa del CV en relación al capital total. Sin duda, la
caída de la tasa de ganancia expresa la contradicción interna del capital
y pone en evidencia su dificultad para hacer frente a unos costes previos
en trabajo muerto cada vez mayores, lo cual dificulta enormemente el

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El colapso del capitalismo

proceso de acumulación de capital. Pero en estas circunstancias, el capital


puede continuar valorizándose, en la medida en que la cantidad absoluta
de fuerza de trabajo empleada crezca, con independencia de que dismi-
nuya en relación al capital total. Fue lo que sucedió cuando se pusieron
en marcha los dos grandes movimientos históricos de compensación tras
las crisis de 1873 y 1929. Tras la crisis de 1873, el imperialismo se con-
solidó y permitió ampliar los mercados externos mediante el reparto del
mundo entre las potencias coloniales. La crisis de 1929 puso en evidencia
que esta forma de incrementar la masa total de plusvalía, la venta de más
mercancías en mercados externos, no lograba compensar la pérdida de
valor incorporado en cada mercancía individual como resultado del cre-
cimiento de las fuerzas productivas tras la generalización de la segunda
revolución industrial. Mediante el fordismo, se logró iniciar otro período
de prosperidad basado en la expansión de los mercados internos por el
abaratamiento de los que anteriormente eran bienes de lujo. En este sen-
tido, estas crisis representaron períodos históricos de transición, fases de
ajuste, entre diferentes formas de compensar la disminución del valor in-
corporado en cada mercancía particular como resultado del crecimiento
de la productividad del trabajo. Tras la crisis de 2008, la pregunta sería si
nos encontramos ante un nuevo período de transición, que abriría las
puertas a una renovada expansión del capital a partir de la reformulación
de los mecanismos de compensación, o si por el contrario la sucesión de
dichos mecanismos podría haber alcanzado su final histórico.
Para responder a esta pregunta, conviene aclarar mejor la relación
entre la tasa y la masa absoluta de ganancia. La caída tendencial de la tasa
de ganancia constituye una ley interna de la dinámica del capital, mien-
tras que la posibilidad de que se produzca un crecimiento de la masa ab-
soluta de ganancia no, sino que es más bien un imperativo de la lógica
del proceso de valorización. La cuestión es si, cuando el desarrollo de las
fuerzas productivas alcanza cierto nivel, la propia ley interna se convierte
en un límite para el crecimiento de la masa absoluta de ganancia. Es decir,
si sobrepasado un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas
sociales, la eliminación de la fuerza de trabajo como resultado de la in-
corporación de progreso técnico supera la expansión del capital, interna
o externa, asociada a los mecanismos de compensación. Cuando se pre-
senta esta situación, la disminución relativa del CV respecto al CC se tra-
duce en una disminución absoluta de la fuerza de trabajo empleada, es

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El colapso del capitalismo tecnológico

decir: el incremento de la composición orgánica de capital y la corres-


pondiente caída de la tasa de ganancia se traducen en una reducción de
la masa absoluta de ganancia. En esas circunstancias, nos encontraríamos
en presencia del límite interno absoluto del capital.

El límite interno del capital


Para la mayoría de los marxistas, la crisis tiene una función catártica,
decisiva para que el capitalismo pueda regenerarse y garantizar su con-
tinuidad histórica. No se plantean la posibilidad de que deje de ser cí-
clica y adquiera un carácter permanente, hasta conducirnos a un proceso
histórico de colapso del sistema. En los debates clásicos sobre esta cues-
tión, el hipotético colapso del sistema no sería resultado de un límite
absoluto en el propio proceso de valorización, sino de una intensifica-
ción de la lucha de clases en alguna de las crisis periódicas. Pero, como
se ha corroborado a lo largo de la experiencia histórica, la lucha de clases
no ha conseguido destruir el capitalismo en ninguna de sus crisis cícli-
cas. La paradoja de nuestra época es que, aunque esto último no haya
sido posible, la tendencia al colapso ha seguido su curso por causas ob-
jetivas, derivadas de la lógica del propio capitalismo. Por otro lado, aque-
llos enfoques no podían comprender el colapso como implicado en el
interior de las categorías fundamentales de la sociedad del valor. De
hecho, ya he señalado cómo las teorías clásicas del colapso del capita-
lismo no se referían al problema central de la producción declinante de
valor, sino que consideraban únicamente las contradicciones en el ám-
bito superficial de la circulación. En ningún momento estas interpreta-
ciones analizan la posibilidad de que la crisis se derive de una falta de
sustancia real de fuerza de trabajo, de una producción insuficiente de
valor, como sucede en la actualidad en los procesos de automatización
asociados con la nueva revolución científico-técnica.
Paradójicamente, lo que pasó por un triunfo claro del capitalismo
fue la primera experiencia histórica de colapso de una variante de este
modo de producción, su eslabón más débil. En 1989, la caída del Muro
de Berlín y las revoluciones democráticas en Europa Oriental iniciaron
el colapso del «capitalismo burocrático». En 1991, el derrumbe de la
Unión Soviética supuso su eclosión definitiva en lo que constituía el
centro neurálgico de esta formación socioeconómica. Aunque no es el
objeto de este ensayo, existe una relación estrecha entre la concepción

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El colapso del capitalismo

del valor que estoy defendiendo y el hecho, seguramente chocante para


muchos, de que caracterice a este conjunto de países como una forma
de capitalismo. En este sentido, habría que considerar el «socialismo
real» más bien como una variante fracasada del capitalismo en el con-
texto de la crisis del régimen fordista de acumulación de capital. Y esto
sería así no solo porque en estos países nunca dejaron de existir el valor
y la explotación del trabajo humano, sino porque las transformaciones
que experimentaron en sus últimas décadas forman parte del proceso
de reestructuración general que experimenta el capitalismo global tras
el agotamiento del fordismo.
En el fondo, la nueva revolución científico-técnica alteró las condi-
ciones de valorización en una dimensión cualitativamente nueva. El
problema es que esta alteración no puede comprobarse de modo inme-
diato, ya que el verdadero plano del valor se manifiesta de manera poco
fiable en la realidad empírica, exclusivamente en la lucha competitiva
entre los capitalistas individuales. Para analizar las alteraciones de las
condiciones de valorización en el plano del capital como relación social
global es necesario recurrir al análisis categorial. Y en este nivel de aná-
lisis, ¿qué alteración fundamental ocurrió con el surgimiento de la nueva
revolución científico-técnica? Básicamente se constata la incapacidad
de los mecanismos de compensación interna que garantizaban la valo-
rización del capital tras el salto en el nivel de productividad que supuso
la segunda revolución industrial. Cierto que continúa produciéndose
un proceso de abaratamiento de los productos como resultado de los
intensos y continuos incrementos de la productividad. Cotidianamente
observamos cómo los móviles, los televisores o los ordenadores perso-
nales, por poner algunos ejemplos bien conocidos por todos, van ba-
jando de precio a medida que surgen modelos más sofisticados. Pero el
crecimiento de la productividad se ha acelerado tanto en la nueva revo-
lución científico-técnica, que la ampliación del mercado que supone
este proceso de abaratamiento no compensa la disminución de la can-
tidad de valor incorporado en cada mercancía. Falta un factor decisivo
que sí se dio en el fordismo: una expansión paralela de la fuerza de tra-
bajo empleada en el proceso de producción que fuese productiva desde
el punto de vista de las condiciones de valorización del capital. Si el
ritmo de crecimiento del trabajo productivo no alcanza el nivel de cre-
cimiento de la productividad, la disminución de la cantidad de valor

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El colapso del capitalismo tecnológico

en cada mercancía no queda compensada por una mayor contratación


de trabajadores para producir más mercancías. Dado el crecimiento
acelerado de la productividad, para que ese trabajo productivo se in-
crementase se necesitaría una ampliación del mercado tan exagerada-
mente grande y persistente que ningún mecanismo de compensación
logra garantizarla. Por el contrario, lo que ocurre cada vez más es que
el desarrollo tecnológico destruye una cantidad creciente de trabajo
vivo. A nivel global, el resultado será que la masa de valor no solo des-
ciende, sino que el ritmo de disminución de dicha masa se acelera cada
vez más a medida que la lucha competitiva se hace más encarnizada.
Conforme se incorpore más progreso técnico, el aumento de plusvalía
relativa por unidad de fuerza de trabajo será inútil si el número de traba-
jadores productivos empleados bajo las nuevas condiciones de producti-
vidad disminuye fuertemente. Durante el fordismo, esto no supuso un
problema. El crecimiento del consumo de masas exigía la incorporación
a las fábricas de un número muchísimo mayor de trabajadores. Con la
nueva revolución científico-técnica, la relación se invierte. El incremento
de las fuerzas productivas se produce a una escala tal que la transición
hacia un consumo de masas, como resultado del abaratamiento de los
nuevos productos tecnológicos, no requiere una cantidad suficiente de
trabajadores adicionales que compense la disminución del gasto de fuerza
de trabajo por mercancía producida3. Por primera vez en la historia, la ra-
cionalización tecnológica y organizativa de la producción avanza mucho
más rápido que la ampliación de los mercados. A pesar de que estos se
expanden, la cantidad de valor asociada con el tiempo de trabajo abstracto
gastado en la producción de mercancías se reduce progresivamente. Y esta
dinámica es la contraria de la que se desarrolló durante la expansión del
fordismo, basada en la expansión del mercado interno.
Esta crisis categorial no se puede analizar empíricamente de manera
inmediata, solo de forma indirecta. Lo que se manifiesta empíricamente

3
Se podría rebatir este argumento haciendo referencia a dos fenómenos que se han
producido en las últimas décadas. Por un lado, el fuerte incremento del empleo en el
sector servicios en los países desarrollados. Pero, en buena medida, este trabajo tiene
un carácter improductivo, no produce valor, sino que tan solo facilita su circulación.
Por otro lado, el fuerte crecimiento del empleo industrial en los países emergentes,
especialmente los asiáticos. Pero como ya advertí en el ensayo anterior, este creci-
miento del empleo no puede suponer un aumento paralelo de la masa de valor.

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El colapso del capitalismo

son quiebras en varios planos diferentes, en especial en los mercados fi-


nancieros. En realidad, los indicadores empíricos no nos explican lo que
ocurre a nivel de la evolución de la fuerza de trabajo y el crecimiento de
la productividad. Primero, porque las estadísticas de empleo no repro-
ducen la verdadera relación entre la magnitud de fuerza de trabajo váli-
damente gastada y las relaciones de valor. Por un lado, esto se debe a
que se generan formas de mediación complejas, como el crédito, que
se sobreponen a la creación de valor real. Por otro lado, porque en modo
alguno la cantidad numérica de unidades de fuerza de trabajo traduce
su contribución en términos de creación de valor (como ya tuvimos
ocasión de analizar al comienzo del ensayo anterior). Segundo, porque
las estadísticas de productividad poco tienen que ver con el desarrollo
de las fuerzas productivas. Simplemente permiten analizar las relaciones
entre los costes y los beneficios económicos de las empresas, proyecta-
dos a nivel nacional con sus oscilaciones anuales. Pero tienen menos
que ver con el plano del valor que las estadísticas de empleo. En realidad,
si bien de forma indirecta, es más fácil deducir el desarrollo de las fuer-
zas productivas durante la nueva revolución científico-técnica a partir
del abaratamiento de los productos característicos de la misma, además
de considerar las cifras de desempleo y subempleo estructural que cada
vez predominan más en nuestras sociedades.
En estas condiciones de valorización, se va imponiendo de forma
contundente un regreso al paradigma de la plusvalía absoluta como mé-
todo de explotación de la fuerza de trabajo, incluso con mayor intensi-
dad que en el siglo xix . A partir de la década de los noventa se constata
una ampliación drástica del tiempo de trabajo, por ejemplo mediante
la generalización de las horas extras no remuneradas o la ampliación de
los límites jurídicos para la duración de la jornada laboral. Sin embargo,
de esta manera tampoco se consigue frenar la reducción de la cantidad
de valor por cada mercancía particular, resultado de los incrementos de
productividad que estimula una competencia cada vez más feroz entre
capitalistas. El número de mercancías producidas por cada trabajador
crece en mayor medida que la cantidad de tiempo de trabajo que se con-
vierte en plusvalía como resultado de la aplicación conjunta de las formas
relativa y absoluta de explotación. Ante la ausencia de una ampliación
semejante de la demanda de bienes, la masa de valor se reduce progresi-
vamente. Poco a poco, se hace evidente la existencia de un límite interno

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El colapso del capitalismo tecnológico

en el proceso de valorización capitalista, es decir, se hace palpable la po-


sibilidad de que la generación de valor se bloquee. Con mayor olfato que
la izquierda, determinados sectores del establishment (no precisamente
las elites neoconservadoras, que de manera suicida abogan por terminar
con los rescates y las políticas económicas expansivas) comienzan a intuir
la posibilidad de que se produzca un «estancamiento secular» del capi-
talismo (Teulings y Baldwin, 2014). Precisamente, las políticas basadas
en los estímulos monetarios pretenden trasladar al futuro el impacto de
este límite interno, pero el precio a pagar es una intensificación de las
contradicciones. En el horizonte se percibe un escenario de crisis cada
vez más intensas y recurrentes, salpicadas de recuperaciones creciente-
mente endebles, que adquirirá un carácter permanente.
Cuando se habla de los límites del capitalismo, hoy en día muchos
estudiosos suelen identificarlos con los límites externos ecológicos, ya
que en su proceso de crecimiento desbocado el sistema pondría en peli-
gro la vida en el planeta. En buena medida, los enfoques decrecentistas
pretenden precisamente incidir sobre este aspecto fenomenológico: la
necesidad de estimular el crecimiento económico, dando por supuesto
que el capitalismo en sí mismo sería un sistema económico insuperable.
Evidentemente, la voracidad capitalista nos está conduciendo a una des-
trucción acelerada del medio ambiente que pondrá en serio peligro nues-
tra supervivencia como especie. Pero el capitalismo no acabará con el
medio ambiente porque su ritmo de crecimiento sea incompatible con
la restricción externa que representan los ciclos biológicos de reproduc-
ción de la naturaleza. El problema de fondo es el límite interno del pro-
ceso de valorización, que obliga tanto a una mayor explotación del
trabajo humano, como a una mayor degradación de los recursos natura-
les, con el objeto de recuperar los niveles de rentabilidad del capital. El
capitalismo necesita estimular el crecimiento económico porque cada
mercancía producida incorpora una cantidad menor de valor. Solo con-
jugando un fuerte crecimiento con una desvalorización enorme de la
fuerza de trabajo y de los medios de producción (incluidas las materias
primas) podrá compensar temporalmente la disminución de la masa de
plusvalía. Está claro que la descomposición del capitalismo es lo que está
poniendo en peligro a la humanidad y la naturaleza (y no el crecimiento
en sí mismo). A medida que nos aproximemos a este límite interno, la
presión sobre la naturaleza se incrementará exponencialmente, pues

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El colapso del capitalismo

el aumento de la productividad obligará a estimular en mayor medida


el crecimiento económico y a desvalorizar la propia naturaleza, para
compensar la disminución de la cantidad de valor incorporada en cada
mercancía individual. De hecho, aunque la nueva revolución cientí-
fico-técnica permita el surgimiento de tecnologías verdes, la presión que
impone el límite interno será más fuerte y, en consecuencia, la destruc-
ción de la naturaleza no dejará de incrementarse. En realidad, los enfo-
ques decrecentistas forman parte de todo ese conglomerado de visiones
críticas contemporáneas cargadas de voluntarismo y de personalización
sociológica de las contradicciones del sistema, instaladas erróneamente
en una concepción de la autonomía de lo político que pondrá en eviden-
cia su incapacidad transformadora a medida que nos vayamos aproxi-
mando al límite interno del proceso de valorización capitalista.
En un sentido empírico, algunos economistas muy reconocidos em-
piezan a intuir los peligros que acechan tras el crack financiero de 2008.
Por ejemplo, Joseph E. Stiglitz sostiene que «en octubre de 2008 la eco-
nomía estadounidense estaba en caída libre, a punto de arrastrar con ella
a gran parte de la economía mundial», añadiendo que «nunca antes los
nubarrones de tormenta se habían desplazado tan rápido a través de los
océanos Atlántico y Pacífico, ganando fuerza a medida que avanzaban».
Sin embargo, para el nobel norteamericano «había un origen común: la
imprudente política crediticia del sector financiero, que había alimentado
la burbuja de la vivienda, burbuja que al final estalló». Si Estados Unidos
había evitado este tipo de situaciones desde la crisis de los treinta, fue
«debido a la normativa que estableció el gobierno después de aquel
trauma». Así, «una vez que se impuso la desregulación, era solo cuestión
de tiempo que regresaran esos horrores del pasado» (2010: 59). Según
Stiglitz, el gran problema de esta crisis es cómo domar a la «bestia finan-
ciera» que, debido a las decisiones políticas erróneas que se han adoptado
en las últimas décadas, quedó liberada de las cadenas con que se la con-
tuvo tras la crisis de los treinta. Si la «bestia» pudiese ser encadenada de
nuevo, la economía de mercado podría recuperar su capacidad de generar
prosperidad social. Haciendo una clara reivindicación de la autonomía
de lo político, y desde una percepción errónea de los cambios que se están
produciendo en la economía real y su relación con el ámbito financiero,
el célebre economista defiende que «si tomamos las decisiones adecuadas
(…) no solo haremos más improbables otras crisis, sino que tal vez in-

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El colapso del capitalismo tecnológico

cluso consigamos acelerar el tipo de innovaciones reales que mejorarían


la vida de la gente en todo el mundo» (2010: 13).
Escindir la economía real y la financiera, como si la segunda fuese
responsable de los males de una economía real que a priori goza de
buena salud y es ontológicamente positiva en sí misma, no hace sino
conducir a profundos errores en la comprensión de esta crisis y de su
posible evolución futura. A este respecto, no está de más hacerse la
misma pregunta que se formula Anselm Jappe: «¿y si la financiariza-
ción, lejos de haber arruinado la economía real, por el contrario, la hu-
biese ayudado a sobrevivir más allá de su fecha de caducidad?» (2011:
111). Para Jappe y la corriente de la «crítica del valor», la supervivencia
provisional del capitalismo está relacionada con el protagonismo que
ha asumido la producción del capital ficticio. Que el aumento del capital
ficticio tenga que ver con procesos de endeudamiento público y privado,
interno o externo, no cambia mucho el panorama desde el punto de vista
del capital como relación social global. Se generan burbujas y niveles de
endeudamiento privado que no son viables a largo plazo. Posteriormente,
la intervención del Estado y de los Bancos Centrales desplaza la carga de
la deuda hacia el ámbito público. Pero, a medida que las crisis adquieren
un carácter más global e intenso, el Estado se encuentra en peores con-
diciones para subvencionar de forma sostenible la falta de acumulación
real. A diferencia de lo que ocurrió tras la crisis de finales del siglo xix y
la de los treinta, hoy en día no existe ningún mecanismo de compensa-
ción que permita resolver la crisis estructural, teniendo en cuenta el nivel
que ha alcanzado la productividad del trabajo. Ha comenzado el proceso
histórico caracterizado por el colapso del modo de producción capita-
lista. En las últimas décadas, se ha pospuesto este colapso mediante una
intensa producción de capital ficticio, con la revolución neoliberal y el
surgimiento de un capitalismo invertido, tal como vimos en el ensayo
anterior. A partir de 2008, las contradicciones crecientes de este régimen
económico han llegado a un límite. Dado que el dinamismo de la pro-
ducción de valor real concluyó con la crisis del fordismo, dado que es
imposible establecer mecanismos de mercado que compensen la pro-
ducción declinante de valor, la crisis del capitalismo ficticio nos aboca a
un período histórico caracterizado por el colapso del capitalismo.

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El colapso del capitalismo

¿Hacia el postcapitalismo?
En su reciente libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro, Paul Mason
(2016) plantea algunas cuestiones de sumo interés en relación a lo que
estamos estudiando en este conjunto de ensayos. Para empezar, el jefe
de redacción de la sección de economía del noticiero «Channel 4
News» nos sorprende tomando como referencia teórica para su análisis
el debate clásico sobre el colapso del capitalismo entre los marxistas de
comienzos del siglo xx . Apoyándose en la teoría sobre las ondas largas
de Kondratiev, Mason sostiene que la prolongación excesiva de la fase
descendente en la última onda larga (es decir, el período iniciado en la
década de los setenta, que bajo condiciones normales tendría que haber
terminado unos 25 años después) está relacionada con una creciente
dificultad por parte del capital para encontrar mecanismos de adapta-
ción y superar sus crisis. De hecho, al igual que Kurz, vendría a plantear
que esta capacidad de adaptación está alcanzando su límite histórico.
Sin embargo, su explicación vuelve a caer en una lógica voluntarista
cuando plantea que, «en la década de 1980, tuvo lugar la primera “fase
de adaptación” en toda la historia de las ondas largas en que la resistencia
de los trabajadores cedió y se derrumbó», para añadir a continuación
que «de haber seguido el patrón normal, esa resistencia habría forzado
a los capitalistas a adaptarse más radicalmente, lo cual habría dado lugar
a un modelo nuevo, basado en una mayor productividad y unos salarios
reales más elevados», es decir, que «la derrota del movimiento obrero
organizado no posibilitó –como creían los neoliberales– un “nuevo tipo
de capitalismo”; solo sirvió para que se prolongase la cuarta onda larga,
sostenida por el estancamiento de los salarios y la atomización»
(Mason, 2016: 138).
Como ya he dicho en varias ocasiones, esta explicación es errónea;
incurre en los mismos problemas teóricos en que se sustentan los argu-
mentos postobreristas (que el propio Mason reclama como precursores
de su obra). En primer lugar, en el modo de producción capitalista el
progreso técnico y los avances en la productividad del trabajo no se ex-
plican por la mayor o menor resistencia de los trabajadores a los ataques
del capital, sino por la competencia entre los capitalistas por reducir el
tiempo socialmente necesario para la producción de mercancías. En se-
gundo lugar, es precisamente la reducción de la cantidad de valor en la
producción de cada mercancía como resultado de este progreso técnico

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El colapso del capitalismo tecnológico

lo que empuja al capital a reducir los salarios y empeorar las condiciones


de trabajo. En ausencia de mecanismos que permitan compensar la
menor cantidad de valor por mercancía mediante un incremento signi-
ficativo de la cantidad total de mercancías producidas (debido a que el
crecimiento exponencial de la productividad del trabajo dejará pequeño
cualquier incremento del tamaño del mercado), al capital no le queda
otra opción que doblegar la resistencia obrera y deteriorar las condicio-
nes de vida de la mayoría de la población. Desde una perspectiva vo-
luntarista, el incremento de la capacidad de resistencia (en el marco de
las reivindicaciones por un reparto más justo de la riqueza abstracta) se
percibe como una oportunidad para iniciar un nuevo período de refor-
mas sociales, en la medida en que el capitalismo se vería obligado a re-
cuperar su dinamismo productivo. Lamentablemente, la confianza
depositada por millones de personas en este tipo de ilusiones fetichistas
de la izquierda reformista nos aboca a un prolongado período de sufri-
miento. No existe ninguna posibilidad de regresar a un capitalismo re-
formista, todo lo que nos espera por delante son retrocesos cada vez
más significativos en nuestras condiciones de vida.
En un trabajo que resulta demasiado ecléctico desde un punto de vista
teórico, Mason plantea una cuestión clave relacionada con los desafíos
que le plantea al capital la nueva revolución científico-técnica: «La tec-
nología de la información, lejos de crear una forma nueva y estable de
capitalismo, está disolviendo el sistema capitalista en general, porque
corroe los mecanismos de mercado, socava los derechos de propiedad
y destruye la tradicional relación entre salarios, trabajo y ganancias»
(2016: 160). Más adelante, Mason profundiza en este argumento, sos-
teniendo que «es imposible valorar adecuadamente unos insumos
cuando estos tienen forma de conocimiento social», ya que «la pro-
ducción impulsada por el conocimiento tiende a la creación ilimitada
de riqueza, con independencia de la mano de obra empleada en ella»,
lo cual implicaría una contradicción, tal como establece Marx, «entre
las “fuerzas productivas” y las “relaciones sociales”» (2016: 189). Sin
embargo, cuando plantea el problema de la transición al postcapitalismo
en la última parte del libro, Mason defiende que tenemos que «cons-
truir alternativas dentro del sistema» y, reivindicando la valentía de una
«izquierda adaptativa», sostiene que «es perfectamente posible cons-
truir los elementos de un nuevo sistema de forma molecular dentro del

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El colapso del capitalismo

antiguo» (2016: 314). Resulta paradójico que, después de haber intuido


la crisis de la forma valor, termine defendiendo un programa político (lo
denomina el «proyecto cero») que, más allá de un voluntarismo ingenuo,
no puede explicarse ni siquiera a partir del propio marco teórico que el
autor establece en su obra.
Lamentablemente, la tendencia a imaginar transiciones postcapita-
listas como algo que puede desarrollarse desde el interior del sistema
es una creencia bastante generalizada en el pensamiento crítico. Hardt
y Negri (2011) y Laval y Dardot (2015) llegan a emplear el término
«revolución» para describir este tipo de transiciones, donde los «ele-
mentos moleculares del nuevo sistema» estarían representados por los
bienes comunes. Gilles Dauvé y François Martin ponen el dedo en la
llaga cuando irónicamente hacen referencia a estas nuevas narrativas de
la izquierda posmoderna:
La sociedad del futuro tenía mito. Hoy se ha convertido en una construcción
gradual. Antes, se practicaba el reformismo en nombre de una revolución
eternamente futura. Ahora, se lo practica negando que exista una distinción
entre reforma y revolución. (…) Pues si se toma en consideración una rup-
tura, es para decir que está ya en marcha y que es suficiente con profundizarla,
con extenderla. Un paso pacífico al socialismo, en cierto modo, pero despo-
jado de la idea de socialismo, y aun en nombre de la crítica de la noción de
un socialismo o de un comunismo que superaría al capitalismo. En adelante,
la superación del capitalismo se hace por y en el capitalismo. Es una auto-su-
peración. Ya no hay diferencia entre lo mismo y lo otro (2003: 14).
Así, a partir de una contraposición entre «producción de mercan-
cías» y «producción biopolítica» (que se relacionaría con las formas
comunes de producción), Hardt y Negri sostienen que «el proceso bio-
político no se limita a la reproducción del capital como una relación so-
cial, sino que presenta también el potencial de un proceso autónomo
que podría destruir el capital y crear algo completamente nuevo»
(2011: 149-150). Algo curioso: se trata de una producción que repro-
duciría el capital y a la vez lo puede destruir. Dentro de esta producción
biopolítica, y al margen de la enorme colección de mercancías que cons-
tituyen la riqueza abstracta en el capitalismo, los autores postobreristas
destacan los llamados «nuevos comunes»4 (particularmente, los bienes
4
Hardt y Negri (2011) distinguen entre dos clases de bienes comunes. En primer
lugar, se refieren a la riqueza común del mundo material, que suele ser reivindicada

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El colapso del capitalismo tecnológico

cognitivos digitales), adjudicándoles un estatuto político-económico


especial. A diferencia de todos los demás bienes, se supone que los
«nuevos comunes», debido a sus características técnico-materiales es-
pecíficas, portarían objetivamente la capacidad para disolver la forma
hegemónica de valor. Como decimos, los «nuevos comunes» serían
en concreto los «elementos moleculares del nuevo sistema». De hecho,
estos bienes deberían ser considerados como un cuerpo social diferente
a las mercancías, como no-mercancías. Paradójicamente, según estos
autores, a través del propio desarrollo de las fuerzas productivas, el ca-
pitalismo estaría produciendo involuntariamente un tipo de bienes (en
especial, los cognitivo-digitales) con características divergentes a las que
marca la norma capitalista.
Para Hardt y Negri (2011), las implicaciones de este tipo de análisis
teóricos son evidentes: habría que concentrar todos los esfuerzos polí-
ticos en un programa de reforma del capitalismo que se focalice en la
protección y la promoción de estos bienes considerados especiales. Ha-
bría que dejar que las fuerzas productivas asociadas a la nueva revolu-
ción científico-tecnológica se desarrollasen lo más posible, para preparar
la transición al comunismo (o al postcapitalismo, como diría Mason).
Desde su punto de vista, la «ventana de oportunidad» que supone el
desarrollo de este «capitalismo cognitivo» es incuestionable, y vendría
a superar las limitaciones de las estrategias tradicionales de la lucha
obrera en la actualidad. Así, mientras que en la producción capitalista
«normal» se levantan barreras «infranqueables» contra la superación
de la forma mercancía, haciendo inviable la posibilidad de superar este
sistema para la inmensa mayoría de la gente de izquierdas, el «espacio
virtual» se transformaría por el contrario en la «máquina para la eman-
cipación» del siglo xxi. De esta manera, se trataría simplemente de en-

como herencia de la humanidad y que ha de ser compartida. En este grupo podríamos


incluir la inmensa mayoría de los recursos naturales, como los mares, los lagos, los
bosques o la atmósfera. En segundo lugar, ambos autores consideran que son también
bienes comunes, y con mayor motivo, los resultados de la producción social que son
necesarios para la interacción social y la producción ulterior derivada de la misma,
tales como los conocimientos, los lenguajes, los códigos, la información o los afectos.
En este caso se encuentran sobre todo los bienes cognitivos digitales (software, música,
películas, libros…). Una crítica de la teoría convencional sobre los bienes comunes,
a partir de la tipología establecida por los autores postobreristas, se puede encontrar
en Macías y Alonso (2016).

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El colapso del capitalismo

contrar los «atajos políticos» oportunos (como lo eran «ocupar» y/o


«sabotear» en el viejo discurso de la autonomía) que permitan eludir
las mediaciones más complejas para superar la forma mercancía. Siendo
irónicos, alguien podría llegar a imaginar que pinchando con el ratón
un «no me gustan» en Facebook, tal vez se pudieran llegar a cambiar
(aunque sea mínimamente) las condiciones sociales a las que nos con-
dena el actual modo de producción.
Para los bienes cognitivos digitales, el estatuto de mercancía sería
algo extraño, les vendría impuesto desde fuera, de manera completa-
mente formal. Dicho estatuto se lograría básicamente mediante la im-
posición externa de determinadas construcciones jurídicas, análogas a
los cercamientos medievales sobre las tierras comunes, que volverían
escasos esos bienes de manera artificial. Habría muchos y variados ejem-
plos de este tipo de cercamientos. Así, cuando se establecen derechos
de propiedad sobre un software, un libro o una canción se estarían cer-
cando una serie de recursos cognitivos cuyo acceso tendría que ser
abierto, compartido y libre por naturaleza. De forma que estos cerca-
mientos abolirían el acceso libre y abierto a los recursos cognitivos y re-
percutirían negativamente en el desarrollo de las fuerzas productivas
sociales a largo plazo, del trabajo inmaterial, ya que los «nuevos comu-
nes» prosperan con la intensificación de la interacción social que los
alimenta (Hardt y Negri, 2011). Según este enfoque, el capitalismo for-
zaría a estos bienes a asumir el carácter de mercancías contra natura, re-
curriendo a maquinaciones jurídicas «impropias» de su condición
ontológica, que deben ser combatidas mediante instrumentos de la
misma naturaleza, como el copyleft o el software/hardware libre. De
hecho, el capitalismo iría en contra de sus propios intereses, ya que estos
cercamientos reducirían la interacción social que estimula la producción
de «nuevos comunes» (como el conocimiento y la creatividad social)
y, en consecuencia, minaría la base principal del desarrollo económico
contemporáneo.
Para Kurz (2008), esta construcción teórica del postobrerismo, como
todo intento de identificar dichos «elementos moleculares» dentro del
sistema, carece de rigor teórico. Ningún bien, sean cuales sean sus cuali-
dades particulares, es o deja de ser una mercancía como resultado de su
condición ontológica. No existen bienes que son mercancías por natu-
raleza y otros que solo lo son de forma forzada, contra natura. Así, en la

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El colapso del capitalismo tecnológico

sociedad del valor todo bien que tenga un precio y lo pueda realizar es
una mercancía, independientemente de si ha sido utilizado trabajo asa-
lariado en su producción o no, independientemente de que haya sido
producido tras los muros de una fábrica o no. Quien defiende el carácter
no-mercantil de los bienes cognitivos digitales suele recurrir, además, a
argumentos ideológicos para justificar su posición (Kurz, 2008). Si, como
dicen los postobreristas, la provisión de estos bienes se hace escasa por
la imposición jurídica de derechos de propiedad que obligan a pagar por
su uso, entonces se puede deducir con facilidad que la escasez es un fe-
nómeno, extrínseco a la naturaleza del capitalismo. Sin embargo, la ge-
neración de escasez en el capitalismo no resiste una lectura tan ideológica.
En realidad, con independencia de la dotación de recursos disponibles,
es una condición estructural de la sociedad del valor. El capital necesita
reducir a la mayoría de la población mundial a la condición de proletarios,
es decir, a una situación de desposesión material donde la persona solo
dispone de la capacidad de vender su fuerza de trabajo para poder sobre-
vivir. Necesita hacerlo para avanzar en la acumulación ilimitada de riqueza
abstracta, que es la razón de ser del capital. En consecuencia, la genera-
ción de escasez es una condición estructural de la producción capitalista
como un todo, sin distinguir una clase especial de bienes.
Por otro lado, es un error considerar que los bienes cognitivos digitales
son mercancías contra natura por el hecho de que, por ejemplo, reprodu-
cir una canción digitalmente no implique gasto de fuerza de trabajo5 (al

5
No obstante, siempre hay una producción original (y la misma reproducción) que re-
quiere inversión en trabajo, tecnología y energía. Por mínima que sea la aportación, de-
trás de una supuesta «reproducción sin trabajo» de los bienes cognitivos digitales, al
final siempre hay distintos tipos de trabajo implicados: el cognitivo propiamente, el re-
lacionado con el mantenimiento de las costosas infraestructuras tecnológicas, con la
producción de energía, etc. Evidentemente, depende de las peculiaridades del sector
productivo específico, pero este contenido laboral siempre ha existido. Por ejemplo, la
generalización y el perfeccionamiento de las impresoras 3D sugerían que los costes de
reproducción de muchos bienes producidos mediante estos aparatos experimentarían
una reducción significativa, en especial porque se ahorraría mucho gasto de trabajo hu-
mano. Llegados a un punto, incluso podría ocurrir que la propia producción original
de un determinado bien, o de las mismas impresoras, llegara a eliminar prácticamente
la necesidad de incorporar trabajo humano (Rifkin, 2014). Pero las impresoras 3D
tiene que producirlas alguien, y aunque estas impresoras fuesen producidas por otras
semejantes, al final de la cadena tiene que existir gasto de fuerza de trabajo.

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El colapso del capitalismo

contrario de lo que ocurriría, por ejemplo, con la producción de una


mesa o una silla). En realidad, pueden ser mercancías como cualquier
otra, con independencia de si la producción de dichos bienes implica
la incorporación directa de sustancia de valor o no. Para aclarar esta
cuestión hay que romper con las concepciones inmediatistas de la cir-
culación del valor (Kurz, 2008). Al comienzo de su obra principal, Marx
(1975) analiza la génesis de la forma valor tomando como referencia la
ecuación «x mercancía a = y mercancía b», en base a la cantidad de tra-
bajo abstracto incorporado en cada mercancía, que actúa como «ter-
cero común». Más adelante, Marx abandona el sistema de producción
simple de mercancías (M-D-M’) y se sumerge plenamente en el análisis
de una economía capitalista (D-M-D’). En este caso, la reproducción
capitalista como tal, como socialización del valor, no se levanta sobre
el intercambio inmediato entre mercancías (a, b), sino que se requiere
la intervención de mediaciones más complejas. En el capitalismo, en
realidad nunca se intercambia «x mercancía a» por «y mercancía b»,
sino mercancías por dinero, es decir, que el valor de cambio tan solo
puede presentarse como precio en la forma de dinero. En consecuencia,
la mercancía se define como un bien que, sean cuales sean sus caracte-
rísticas, alcanza un precio bajo la forma de dinero6. Es importante tener
esto en cuenta, porque en realidad la distribución de la masa de valor
entre los capitalistas individuales no se realiza en función de la cantidad
de trabajo incorporado en la producción de cada mercancía particular,
sino que es el precio resultante de la competencia mercantil el que de-
termina, en todos los casos, la cantidad de valor que cada capitalista ob-
tiene por la venta de las mercancías producidas. De esta manera, aunque
en un bien cognitivo digital (intercambiado por un determinado precio)
no se haya utilizado fuerza de trabajo para su producción, igualmente
podrá ser una mercancía con todas sus propiedades.

6
En este sentido, no se debe confundir el intercambio simple de mercancías, «x mer-
cancía a = y mercancía b», con la relación capitalista universal entre mercancía y dinero,
en la cual la circulación en modo alguno media en la «mudanza de manos» entre dos
bienes particulares. Se trata de algo completamente diferente, ya que la circulación que
obedece a la lógica dinero-mercancía-dinero (D – M – D’) media en la realización de la
plusvalía (D’ > D), y no en la «mudanza de manos» entre dos bienes (M ≠ M’). El ob-
jetivo es acumular valor, valorizar el valor, no obtener mercancías distintas a las produ-
cidas. En realidad, lo segundo tan solo es un medio para conseguir lo primero.

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El colapso del capitalismo tecnológico

Es imperativo romper con una concepción naturalista y positivista


del valor: este no es una cualidad suprahistórica de las cosas como tales,
sino una forma de relación social históricamente específica. A diferencia
de la economía política clásica, donde el análisis del valor parte siempre
del acto individual de producción y de cambio, Marx parte de la estruc-
tura del conjunto de la reproducción social. Es decir, el valor de una
mercancía no se obtiene sumando los gastos imputables (en términos
de trabajo abstracto) a cada una de ellas. En realidad, el proceso es a la
inversa, lo cual implica concebir el valor como una relación social global.
En concreto, en función de la lucha competitiva asociada a la reducción
del tiempo socialmente necesario de trabajo abstracto para su produc-
ción, la masa global de valor que se obtiene de la producción total se re-
parte entre las diversas mercancías. Este reparto no está calculado de
antemano en función de los costes de producción, tal como creen los
clásicos, sino que es el resultado de un proceso posterior de igualación
social de los tiempos de trabajo (Kurz, 2013). Por lo tanto, ninguna mer-
cancía individual, sea del tipo que sea, incorpora una determinada can-
tidad de trabajo abstracto gastado de forma particular, sino que
incorpora, en la forma de precio, una determinada parte de la cantidad
del trabajo abstracto gastado por el conjunto de la sociedad. La sustancia
de valor no adquiere su dimensión efectiva como resultado de sumar los
gastos en tiempo de trabajo implicados en la producción de cada mer-
cancía en particular, sino que, a través de la forma de precio, se hace efec-
tiva mediante el correspondiente reintegro de una suma de dinero por
su venta. Una vez que la representación del valor se da en forma de di-
nero, como proceso mediado por el conjunto social, la cantidad de valor
incorporada en cada mercancía individual bajo la forma de dinero no
tiene nada que ver con la cantidad de trabajo que cuesta producirla.
En consecuencia, los bienes cognitivos digitales pueden ser perfec-
tamente una mercancía a pesar de que no se utilice fuerza de trabajo en
su producción y/o reproducción, incluso aunque su producción haya
sido el resultado de un proceso colaborativo a nivel social. De hecho,
como mercancías que son, pueden tener un precio que les permita cap-
tar una parte significativa de la masa global del valor generado en el con-
junto de la economía. Por ejemplo, en el caso de Facebook o Google el
objeto de mercantilización son los datos generados por millones de per-
sonas que interactúan gratuitamente en dichas redes sociales. Muchas

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El colapso del capitalismo

empresas desean obtener acceso a esa información (y pagan un precio


por ella) para mejorar sus estrategias de comercialización. Además, tam-
bién se convierte en mercancía la atención de esos millones de usuarios
que participan a diario en las redes sociales, lo cual da lugar a que mu-
chas empresas deseen contratar espacios de publicidad con los gigantes
de la red. Contratando directamente a muy pocos trabajadores, Face-
book o Google han podido apropiarse de una importante porción de la
masa global de valor, encumbrándose en los primeros puestos de la je-
rarquía internacional capitalista. Producen directamente muy poco
valor, pero poseen una gran capacidad para apropiarse del valor gene-
rado por otros capitalistas.
En definitiva, la sustancia del valor no es algo que resida de manera
natural en el objeto producido. Para Marx, el valor es otra cosa: una re-
lación social abstracta que adquiere diversas formas (mercancía, dinero,
capital). Se trata de una relación social que domina a todos los partici-
pantes, una relación que convierte a las personas en esclavas de las cosas,
que transforma a los seres humanos en un instrumento para valorizar
el valor. De ahí que la sociedad del valor posea una gran capacidad para
integrar en su lógica cualquier tipo de «elemento molecular». Com-
prender el valor como una simple forma impuesta (mediante la propie-
dad privada de los medios de producción) contra natura a un contenido
denota una ontología positiva del trabajo (y una visión de los capitalistas
como clase parasitaria), que olvida que el trabajo abstracto, como con-
tenido del valor, no es algo a lo cual se le adhiera desde fuera la forma.
En realidad, el contenido da origen a la forma, que ya estaba latente en
él (Rubin, 1974). Precisamente porque se trata de una relación social
abstracta, el valor solo puede ser superado a través de una ruptura cate-
gorial, que implica el desvelamiento social de su lógica de conjunto.

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