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1ª edición, 2016
ISBN: 978-84-16020-79-9
Depósito legal: M-00000-2016
Introducción
Este conjunto de ensayos intenta explicar por qué a medida que el pro-
greso tecnológico se acelera vivimos cada vez peor, por qué a medida
que los avances científicos y técnicos se multiplican las crisis económi-
cas se hacen más intensas y recurrentes, el desempleo estructural no
deja de incrementarse y las sociedades se vuelven más desiguales. A me-
nudo, los análisis críticos que se elaboran para explicar esta paradoja in-
ciden en las manifestaciones más superficiales de la realidad, como por
ejemplo que los empresarios de hoy (particularmente los inversores es-
peculativos) se han hecho más avariciosos que los de antaño. Aten-
diendo a este enfoque, el neoliberalismo se explica como la ausencia de
frenos morales entre los ricos del planeta. Es decir, se considera que la
dinámica socioeconómica obedece estrictamente a una cuestión de vo-
luntades. Por un lado, se encontrarían los ricos, la derecha, en definitiva
los «malos» de la película (por cierto, cada vez más «malos»), sedien-
tos de beneficios rápidos y cuantiosos, y capaces de cualquier cosa para
lograrlos. Por otro lado estaría el pueblo, la izquierda, los «buenos» por
naturaleza. Con este diagnóstico, es muy grande la tentación de pensar
que si mandasen los «buenos» en lugar de los «malos» las cosas cam-
biarían a mejor.
Pero no cambiarán. Mejor dicho: no comenzarán a cambiar hasta
que no empecemos a comprender que los problemas obedecen a una
lógica más profunda, estructural, donde si bien las personas parecen ac-
tuar según su voluntad, en realidad están condicionadas por categorías
abstractas que pautan su comportamiento. De ahí que en estos ensayos
no nos conformemos con realizar una crítica de las manifestaciones más
salvajes a las que nos tiene acostumbrados el capitalismo contemporá-
neo, sino que intentamos hacer un análisis más profundo de por qué
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que supere esta forma de ver las cosas, que entienda que el capital es
una relación social abstracta e impersonal, aunque no despersonalizada
(como bien señala Gilles Dauvé).
A pesar de que muchos de sus autoproclamados seguidores lo in-
terpretan en un sentido completamente distorsionado (desde los al-
thusserianos recalcitrantes hasta los humanistas más sinceros), fue Karl
Marx quien comprendió de manera cabal esta lógica demoledora. Por
ello continúa siendo fundamental estudiar su pensamiento y tomarlo
como referencia central, como intentamos hacer en estos ensayos. En
clara oposición al pensamiento de su época, Marx comprendió algo fun-
damental: que el capitalismo domina a través de formas reales abstrac-
tas, en particular la forma de valor en sus distintas metamorfosis (la
mercancía, el dinero, el capital, el Estado, la nación…). Su crítica de la
economía política no es sin más una teoría sofisticada del valor-trabajo,
sino una teoría de la forma de valor que va indisociablemente unida a
una teoría sobre el fetichismo de la mercancía, el nuevo encantamiento
del mundo que poco a poco sustituye a las religiones tradicionales. Es
decir, parafraseando a Isaac Rubin, otra referencia de primer orden en
nuestro trabajo: una sociedad capitalista no solo se caracteriza porque
las relaciones sociales se presenten como relaciones entre cosas, sino
porque estas relaciones entre cosas son las que regulan el conjunto de
las relaciones entre las personas. Esto es: Marx no se contenta con ex-
plicar que el valor es una forma de representación de la riqueza social
(en particular, del trabajo abstracto contenido en la producción de esa
riqueza), sino que dicha forma de representación abstracta es real, ad-
quiere vida propia y se autonomiza de su contenido, haciendo que las
cosas dominen a las personas. Desde este planteamiento se han de com-
prender los ensayos que ponemos a disposición del lector.
Sin embargo, a medida que el progreso tecnológico se acelera, la
forma de representar la riqueza social se vuelve anacrónica, entra en cri-
sis, intensificando su carácter fetichista mediante ilusiones monetarias,
utopías tecnológicas y mecanismos de valorización cada vez más ficti-
cios. Para comprender esta crisis de la forma de valor y su consecuencia
principal, la evidencia cada vez más palmaria de que la producción de
valor ha llegado a su límite interno absoluto, es fundamental referirse a
la corriente de pensamiento denominada «crítica del valor». Fue Ro-
bert Kurz quien la inició, y actualmente cuenta entre sus figuras más
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bajo humano). Bajo esta concepción ontológica, el trabajo sería por na-
turaleza depositario de unas características que, de por sí, lo convierten
en sujeto político. Sin embargo, en el capitalismo todo trabajo concreto
se reduce a trabajo abstracto, desposeído de sus propiedades en cuanto
tal. En verdad, sería malinterpretar el pensamiento de Marx considerar
que basaba su ideal de emancipación social en una concepción ontoló-
gico-positiva del trabajo. Todo lo contrario: para Marx, el proceso de
abstracción del trabajo humano que se produce en el marco de las rela-
ciones de producción capitalistas conlleva un proceso de subsunción real
del trabajo (también del inmaterial) al capital, y en consecuencia una de-
gradación progresiva de todos los ámbitos de la vida humana.
Entre las corrientes de pensamiento que participan de esta concep-
ción ontológica del trabajo, a lo largo de este conjunto de ensayos nos
detenemos especialmente en la crítica del postobrerismo. La razón fun-
damental que justifica su crítica pormenorizada es que el postobre-
rismo ha realizado una lectura de las transformaciones del capitalismo
contemporáneo, en particular de la revolución científico-técnica en
marcha, precisamente en el sentido contrario de la que realizamos aquí.
Por otro lado, la influencia mediática que han tenido las principales
obras de los autores de esta corriente, sobre todo desde la publicación
de Imperio por parte de Hardt y Negri, hacía necesario un replantea-
miento crítico de algunas cuestiones abordadas por dicha corriente,
desde el rol del trabajo inmaterial en las sociedades actuales hasta las
mutaciones experimentadas por el general intellect desde tiempos de
Marx. En realidad, tras la publicación de Imperio ya Jappe y Kurz rea-
lizaron una primera crítica a estos autores, en un libro que lleva por tí-
tulo Les habits neufs de l’Empire. Remarques sur Negri, Hardt et Rufin,
que recomiendo especialmente consultar. En dicho trabajo, los princi-
pales representantes teóricos de la «crítica del valor» ya señalaban que
la emergencia de un tipo de capitalismo caracterizado por el protago-
nismo del conocimiento social acumulado en el desarrollo de las fuerzas
productivas sociales no auguraba un relanzamiento de la acumulación
de capital, como sostienen Hardt y Negri, sino una crisis y, en definitiva,
la descomposición de la forma de valor.
Para terminar esta introducción, creo conveniente aclarar que este
trabajo es simplemente el comienzo de una reflexión teórica en la que
habrá que profundizar, en la medida en que pueda ser compartida y de-
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Efectivamente, la interpretación del valor como una forma apriorística del trabajo
pone en entredicho la concepción tradicional, basada en la afirmación del proletariado
como productor de valor, planteando la prioridad de la forma sobre el contenido (End-
notes, 2010a). El trabajo no debería concebirse desde un enfoque ontológico positivo,
a la espera de que se lo libere del valor mediante la eliminación de la propiedad privada
y el mercado. El valor preexiste lógicamente como forma apriorística, adquiere una di-
námica autónoma a partir de una lógica fetichista, pero precisa de la explotación del
trabajo para reproducirse. En consecuencia, de aquí no se puede deducir que la cate-
goría de clase pierda relevancia. No existe valor sin intercambio generalizado de mer-
cancías, pero tampoco existe dicho intercambio generalizado sin la explotación del
trabajo por el capital (Endnotes, 2010c). El valor lleva inscrito la explotación del trabajo
en su forma. De hecho, la única razón por la cual los proletarios aceptan vender su fuerza
de trabajo en el mercado es porque no poseen nada más que su capacidad de trabajo.
Es decir, no cabe contraponer el análisis de clase con el despliegue del valor como lógica
abstracta, automática e impersonal. En el fondo, el movimiento de las categorías eco-
nómicas que vamos a abordar en este ensayo es la expresión cosificada de la lucha de
clases, pues dichas categorías son formas mediadas del conflicto entre capital y trabajo.
El valor se vuele autónomo, se convierte en un sujeto automático, en tanto que el trabajo
queda bajo el dominio de lo abstracto (es su forma la que lo permite).
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A partir del enfoque de la «dialéctica sistemática» (Arthur, 2011), debemos aclarar
que, si bien la valorización del valor se basa en la explotación del trabajo, en el plano
abstracto el antagonismo entre capital y trabajo está mediado por categorías más
complejas.
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2010). Para lograr esto, el valor como abstracción no debe ser conside-
rado como una simple idea en la cabeza de la gente, sino que se necesita
una forma históricamente específica de relación social entre producto-
res privados aislados: el intercambio generalizado de mercancías, que
la haga realmente posible. De hecho, se trata de una relación social ex-
tremadamente paradójica: el trabajo es para dicho productor individual
un medio de ganarse la vida, pero un medio abstracto, ya que su conte-
nido concreto no tiene nada que ver con lo que va a consumir poste-
riormente. Es decir, lo que produce es para la venta, y no para su
consumo, aunque lo produzca para vivir. Esta abstracción no comienza
a gestarse en el proceso de intercambio, sino previamente, en el proceso
de producción de mercancías (Rubin, 1974). Nadie produce sin pensar,
sin prefigurar lo que acontecerá en el mercado, si va a poder vender o
no lo que piensa producir. Es el presupuesto a partir del cual se organiza
la producción en el seno de la sociedad capitalista. De ahí que el trabajo
no sea solamente actividad productiva que transforma la naturaleza
(como se suele concebir desde una perspectiva ontológica y transhis-
tórica), sino que genera vínculos sociales entre los trabajadores parti-
culares mediante un proceso de abstracción de carácter social.
Si el valor es una forma socialmente específica de riqueza, el trabajo
que lo sustancia ha de estar también históricamente determinado. Marx
realiza una crítica negativa del trabajo y, por consiguiente, rompe con
cualquier concepción ontológica y transhistórica del mismo (Postone,
2006). En este sentido, opera una ruptura fundamental con los econo-
mistas clásicos, que por desgracia va a ser poco destacada por muchos
de sus seguidores (quienes se empeñan en sostener que Marx tenía una
ontología positiva del trabajo, en línea con la «glorificación» que del
mundo del trabajo se hacía en los países del llamado «socialismo real»3
3
En realidad, la propaganda idílica que se hacía de las clases trabajadoras en el bloque
soviético ocultaba una explotación feroz de las mismas por parte de la burocracia es-
tatal. Esta dramática experiencia es una constatación histórica de que la abolición de
la propiedad privada y la sustitución del mercado por la planificación central no ga-
rantizan una superación categorial del capitalismo. De hecho, estos países continuaron
funcionando bajo la lógica del valor según un tipo de formación socioeconómica que
podríamos denominar «capitalismo burocrático». Ahora bien, no basta con saber
que eran países capitalistas. Como plantea Corrientes (2015), es necesario explicar
por qué lo eran sin convertir la consecuencia, la burocratización, en la causa. Es decir,
el «capitalismo burocrático» debe explicarse como una manifestación fenoménica
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o, por ejemplo, con la alabanza actual del trabajo inmaterial por parte
de los autores postobreristas). ¿Por qué es importante esta cuestión? En
realidad, ya la economía política clásica distinguía entre valor de uso y
valor de cambio, pero Marx se plantea el problema de por qué existe el
valor en sí mismo. Encuentra la respuesta en el doble carácter (concreto
y abstracto) de la fuerza de trabajo, en la necesidad que experimenta el
capital de representar el proceso técnico-material de trabajo mediante
relaciones de valor, en la necesidad de desligar el contenido de la forma,
de convertir a las personas en cosas y a estas en personas. Este es el des-
cubrimiento por excelencia de Marx. En él se encuentra concentrada
toda su crítica al capital. En cambio, para muchos marxistas posteriores
la teoría no se fundamentaría en una crítica de la forma de producción,
sino en una crítica del modo de distribución, basada en una reivindica-
ción de la «verdadera» fuente productiva de la riqueza: el trabajo. Para
estos últimos, el trabajo sería algo bueno en sí mismo, ontológicamente
positivo, incorporado al objeto producido. Y el problema serían los
«malvados» capitalistas que lo «explotan» de forma avariciosa, dis-
tribuyendo desigualmente sus frutos. Esta interpretación del socialismo
«ricardiano» es completamente engañosa: la diferencia esencial entre
Marx y los clásicos reside precisamente en el tratamiento del trabajo.
En realidad, el trabajo no sería la «verdadera» fuente de la riqueza,
como planteó el célebre pensador alemán en la Crítica del programa de
Gotha de la socialdemocracia alemana. Como decía antes, el trabajo
humano abstracto (es decir, un determinado tipo de trabajo) es la
fuente del valor en una sociedad dominada por el intercambio genera-
lizado de mercancías. El trabajo que genera valor no puede compren-
derse en términos ontológicos y transhistóricos, válidos para el trabajo
en cualquier tipo de sociedad humana. El trabajo no puede concebirse
como establece el sentido común: como una actividad social útil que
varía históricamente según el modo de distribuir los resultados del pro-
ceso de producción. En realidad, en el capitalismo las personas están
dominadas por el trabajo que realizan, por los productos del mismo.
En esto se centra la crítica de Marx. El trabajo no es un objeto neutro,
ontológicamente positivo, sujeto a la explotación y a la dominación de
una clase minoritaria, sino que el proceso de abstracción del trabajo
del desarrollo orgánico del propio capital. Para profundizar en esta cuestión, reco-
miendo consultar los trabajos de Bordiga (1955) y Dunayevskaya (1992).
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El trabajo abstracto
Lo que genera el valor de toda mercancía es la cantidad de tiempo so-
cialmente necesario de trabajo abstracto incorporado en su producción.
A partir del análisis del doble carácter de la mercancía, como valor de
uso y como valor de cambio, Marx determina que el tiempo de trabajo
abstracto es la sustancia del valor. A enorme distancia de otros pensa-
dores de su época, llegó a comprender así la naturaleza del capitalismo
y de su forma de dominación abstracta, automática e impersonal. Marx
(1975) plantea que todo proceso de trabajo tiene necesariamente dos
dimensiones. Por un lado, es trabajo concreto, produce siempre una
mercancía con utilidad, con características y propiedades específicas.
Por otro lado, cualquier trabajo es gasto de energía humana indiferen-
ciada, que puede medirse como cantidad de tiempo, convirtiendo cual-
quier trabajo concreto en abstracto. En tanto que trabajo abstracto, no
crea ninguna mercancía (material o inmaterial) en particular, sino so-
lamente una forma social de representar la riqueza (material o inmate-
rial): el valor ( Jappe, 2015). Un dron y un libro pueden tener utilidades
muy diferentes, pero como valores son iguales, siempre que haya sido
necesario el mismo tiempo de trabajo (socialmente necesario) para
producirlos. Es decir, el trabajo abstracto no resulta de la homogeni-
zación de los trabajos concretos, no es una abstracción exclusivamente
mental de las prácticas concretas, ni una generalización inductiva de
las mismas. Entenderlo así puede llevar a errores importantes, como
por ejemplo cuando Hardt y Negri confunden trabajo inmaterial con
trabajo abstracto, tal como se concluye del siguiente fragmento de su
obra principal:
Una de las consecuencias de la informatización de la producción y de la
aparición del trabajo inmaterial ha sido una homogeneización real de los
procesos laborales. Desde la perspectiva decimonónica de Marx, las prác-
ticas concretas de las diversas actividades laborales eran radicalmente he-
terogéneas: el trabajo en los talleres de confección y de tejido incluía
acciones concretas inconmensurables. Solo es posible reunir las diferentes
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Isaac Rubin, militante menchevique hasta la revolución rusa de 1917, fue nombrado
profesor de teoría económica marxista de la Universidad de Moscú en 1921. En 1926,
se incorporó al prestigioso Instituto Marx-Engels, dirigido por David Riazanov, como
asistente de investigación y luego como jefe de la sección de economía política. Fue
arrestado el 23 de diciembre de 1930 y acusado de formar parte de una ficticia orga-
nización clandestina menchevique. Liberado en 1934 por conmutación de sentencia,
fue desterrado a la localidad de Turgai, en Kazajistán. Se le impidió regresar a Moscú
y volver a su antiguo puesto de trabajo. En 1937, fue arrestado nuevamente, encarce-
lado en la prisión de Aktobe y ejecutado poco después.
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duo pueda ser capaz de pasar de una forma de trabajo concreto a otra.
Pero ni el trabajo fisiológicamente homogéneo ni el socialmente igua-
lado son en sí mismos trabajo abstracto, aunque constituyan su su-
puesto. Para que se consideren trabajo abstracto, según Rubin, deben
cumplirse dos condiciones establecidas por Marx: en primer lugar, el
trabajo solo se vuelve social como trabajo igualado, es decir, la igualdad
de los diferentes tipos de trabajo debe expresar el carácter social espe-
cífico del trabajo privado realizado independientemente; en segundo
lugar, esta igualación del trabajo debe realizarse en una forma material,
es decir, debe asumir la forma de valor en el producto de dicho trabajo.
En ausencia de estas dos condiciones, el trabajo puede ser fisiológica-
mente homogéneo y socialmente igualado, pero no universalmente abs-
tracto. En definitiva, el trabajo abstracto es trabajo socialmente igualado
en una forma específica, que es característica de una economía mercan-
til, esto es, del intercambio generalizado de productos elaborados por
trabajadores privados.
Como apunta Rubin, es obvio que el trabajo abstracto se contrapone
al trabajo concreto. Marx lo plantea explícitamente en el capítulo pri-
mero de la primera edición de El Capital. El trabajo abstracto, como sus-
tancia del valor, surge con la aparición de una forma social específica, y
expresa determinadas relaciones sociales entre los trabajadores privados
en el proceso de producción. Por su parte, el trabajo concreto se refiere
a las propiedades técnico-materiales del mismo. El trabajo abstracto
tiene que ver con la forma social en que se organiza el proceso de tra-
bajo. Es decir, que Marx aborda el trabajo desde dos perspectivas dife-
rentes: la técnico-material (el valor de uso) y la social (el valor). En este
sentido, el valor no sería un resultado de la actividad laboral, sino más
bien una expresión material, fetichizada, del trabajo humano. De forma
ilustrativa, Rubin expone un ejemplo que permite comprender la opo-
sición entre trabajo concreto y abstracto a partir de la oposición que
Marx establece entre trabajo privado y trabajo social:
En una gran comunidad socialista, el trabajo de sus miembros, en su forma
concreta (por ejemplo, el trabajo de un zapatero), está incluido directa-
mente en el mecanismo laboral unificado de la sociedad, y se iguala con un
número determinado de unidades de trabajo social (…). En su forma con-
creta, en este caso, el trabajo es directamente trabajo social. Es diferente en
una economía mercantil, donde el trabajo concreto de los productores no
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La revolución científico-técnica
En el capitalismo, la producción se encuentra necesariamente orientada,
desde un punto de vista cuantitativo, hacia la generación de cantidades
cada vez mayores de plusvalía, a valorizar el valor, a hinchar el valor me-
diante más valor. Es lo único que importa, y cualquier proceso de pro-
ducción (material o inmaterial) está subordinado a este objetivo
primordial. El proceso de valorización capitalista se refiere precisamente
a la necesidad de generar más valor en cada nueva secuencia del proceso
de producción, de ahí que la plusvalía (en particular la relativa, pues la
absoluta presenta límites objetivos en su crecimiento) deba crecer de
continuo. Con este motivo, se someten al proceso de producción de mer-
cancías cantidades crecientes de fuerza de trabajo, ya que, como he apun-
tado, la sustancia del valor es el tiempo de trabajo abstracto contenido
en las mismas. Pero, contradictoriamente, esta necesidad imperativa de
amasar trabajo abstracto se opone a otra dinámica sistémica ineludible:
la cantidad de valor que representa la utilización de un cierto tiempo de
trabajo abstracto no se determina a partir del trabajo empleado en la pro-
ducción de cada mercancía particular, sino que refleja el nivel de progreso
de la productividad social, es decir, que viene determinada por el tiempo
de trabajo socialmente necesario, por el tiempo de trabajo que corres-
ponde al nivel actual de productividad social según el estado de la técnica
y la destreza productiva de los trabajadores en cada momento.
Como se constata con la mera observación de la evolución secular
del crecimiento económico, la productividad no ha dejado de crecer ex-
ponencialmente desde los albores del capitalismo. Al intentar acaparar
una parte creciente de riqueza abstracta, los capitalistas individuales ne-
cesitan producir de forma más eficiente que la competencia. Así, rebajan
el tiempo socialmente necesario para la producción de una determinada
mercancía, dejando obsoletas las condiciones técnicas de producción
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nerse por su cuenta. Cuando dicha fuerza de trabajo despliega una capacidad de ge-
nerar valor mayor que el valor de las mercancías que cuesta reproducirla (salario), se
genera una diferencia a favor del propietario de esa fuerza de trabajo (es decir, el ca-
pitalista que la compra) llamada plusvalía.
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bajo vivo principalmente como capital, como trabajo muerto que des-
plaza al primero. Es trabajo acumulado previamente, objetivado en có-
digos, teorías y técnicas determinadas, que el trabajador contemporáneo
suele asimilar a través de un prolongado proceso de formación acadé-
mica. Esta producción enorme de conocimientos no surge de la actividad
propia del trabajo vivo, ya que se limita, como en el caso de las máquinas,
a poner en práctica lo que ha aprendido previamente, siendo muy redu-
cida la incorporación actual de trabajadores en su proceso de producción.
Aunque volveremos sobre esta cuestión en un ensayo posterior, dichos
conocimientos no pueden producir valor en las condiciones sociales es-
pecíficas que caracterizan al modo de producción capitalista, ya que la
sustancia del valor, su contenido, se relaciona con el gasto de fuerza de
trabajo abstracto inmediato. En realidad, a medida que la ciencia y el co-
nocimiento acumulado se convierten en una fuerza productiva con un
mayor protagonismo en la gestación de riqueza concreta, la cantidad de
tiempo de trabajo socialmente necesario aplicado en los diversos proce-
sos productivos se reduce de manera radical, hasta casi desaparecer. Y
así el problema es que ya no hay prácticamente ningún trabajo vivo que
medir, no tanto que sea más difícil medirlo.
En segundo lugar, se encontrarían el lenguaje y los afectos. En este
caso, habrá que tener en cuenta que no son productos del trabajo, ni
siquiera trabajo objetivado, muerto (como el conocimiento o la cien-
cia), y por lo tanto no tienen valor (aunque en ciertas circunstancias
posean un precio). Que puedan tener precio y a la vez no produzcan
valor quiere decir que representan una forma parasitaria de apropiarse
del valor producido por otros capitalistas individuales (mediante el
gasto de fuerza de trabajo abstracta). Un ejemplo claro son las redes
sociales. Empresas como Facebook o Google no producen valor, pero
se apropian de una importante porción de valor producido por otros
empresarios. ¿Cómo lo hacen? De varias maneras. Por ejemplo, colo-
cando publicidad en sus páginas, que visitan millones de personas.
También, vendiendo a otras empresas la información (los datos masi-
vos) generada por los millones de personas que interactúan en dichas
redes sociales. Así, la gente «practica» la amistad en Facebook de
forma gratuita, pero los millones de amigos que frecuentan dicha pá-
gina suponen un suculento negocio para sus propietarios (sin producir
una pizca de valor).
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Capítulo 2
El caballo de Atila
En su último libro, ¿Quién controla el futuro?, el gurú de internet y de la
cultura virtual Jaron Lanier (2014) pronostica escenarios muy negativos
para nuestras sociedades. En el fondo de su preocupación se encuentra
un fenómeno intuido por mucha gente: la tecnología ha comenzado a
destruir más puestos de trabajo de los que crea. Lanier sostiene que la
base fundamental de la nueva economía de la información que está sur-
giendo a partir de las tecnologías digitales consiste en ocultar el valor
monetario de esa misma información al conjunto de la población. Según
su planteamiento, la élite empresarial que ha emergido en internet basa
precisamente sus fortunas en no pagar a la mayoría de las personas por
compartir información en la red, cuando sus empresas se lucran enor-
memente con el tratamiento de dicha información. De esta forma, el
acceso gratuito a los contenidos, que hoy defienden desde empresas
como Google o Facebook hasta amplios sectores de la izquierda pro-
gresista, provocará la destrucción de nuestras formas de vida y especial-
mente la desaparición de significativos segmentos de la clase media,
debido a la destrucción de cada vez más variedades de trabajos cualifi-
cados (como ha sucedido ya en ciertas industrias como la discográfica,
la fotográfica, la audiovisual y en otras relacionadas con el mundo de la
comunicación).
Para Lanier, la capacidad de estas élites para concentrar en sus
manos la apropiación del valor generado tiene que ver fundamental-
mente con la adopción de tecnologías cada vez más potentes, que les
permiten convertir en dinero la información generada de manera gra-
tuita por la interacción de millones de individuos en la red. Al no valorar
monetariamente la «información en bruto», antes de ser introducida
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Sin duda, el crecimiento del empleo precario en el sector servicios ha compensado
en parte la disminución del empleo en el sector industrial. No obstante, los servicios
se han mostrado incapaces de sustituir a la industria como base estructural para un
nuevo empuje en la reproducción ampliada del capital (Endnotes, 2010b). En realidad,
la actividad en el sector servicios presenta serias dificultades para generar aumentos
en la productividad del trabajo. Históricamente, se han dado mejoras drásticas en la
productividad cuando los servicios se han transformado en mercancías (por ejemplo,
cuando se pasó, en los sistemas de telecomunicación, del telégrafo a los teléfonos o,
en el transporte colectivo mecanizado, del ferrocarril al automóvil). Ha sido entonces
cuando han podido aplicarse los procesos industriales para elevar significativamente
la eficiencia productiva mediante la mecanización y la automatización. En el futuro,
es muy probable que la nueva revolución científico-tecnológica permita implantar di-
rectamente la automatización en las propias actividades del sector servicios, pero ello
irá en detrimento del empleo asalariado en dicho sector.
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2
Como ya señalamos en el ensayo anterior, esta concepción del valor es completa-
mente equivocada. Lanier y los postobreristas tienen una concepción ontológica del
valor que les impide comprenderlo como una relación social donde el capital y el tra-
bajo asalariado se constituyen recíprocamente.
3
Los «servidores sirena» son ordenadores de primera fila o un conjunto coordinado
de ordenadores en red. Según Lanier (2014), se caracterizan por su narcisismo, una
hiperaguda aversión al riesgo y una extrema asimetría de la información. Entre los más
destacados «servidores sirena» actuales se encuentran los sistemas de finanzas de
alta tecnología (como los fondos de derivados), las empresas de Silicon Valley más de
moda entre los consumidores finales (como determinados buscadores y redes socia-
les), las compañías aseguradoras y las agencias de inteligencia más modernas, entre
otros muchos ejemplos.
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En este sentido, no es casual que, por ejemplo, el capitalismo alemán busque mejorar
su posición competitiva en el mercado global mediante la imposición de políticas de
austeridad y de reformas estructurales que, como la laboral, buscan deflacionar, redu-
cir, el mercado interior.
5
Esta ley sostiene que la tecnología de los circuitos integrados mejora a una velocidad
cada vez mayor. No es que las mejoras se vayan acumulando, sino que se multiplican.
Aproximadamente, cada dos años la tecnología multiplica por dos su potencia.
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tone: concebir el sujeto automático como una entidad en sí misma, concebir el capital
como una entidad abstracta, una cosa, una totalidad auto-mediada que se reproduce a
sí misma de forma autosuficiente, y no como lo que es en realidad: una relación social
basada en el antagonismo entre capitalistas y trabajadores, intrínsecamente constituida
por ambas partes (Dauvé, 2014). En esta cuestión decisiva se perciben claramente las
debilidades teóricas de la «crítica del valor», cuando de la teoría de la forma valor de-
duce la supresión del análisis de clase.
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Ilusiones monetarias
Para hacer frente a esta situación crítica, Lanier propone una serie de
«escenarios ciberkeynesianos» con el objetivo de paliar los tremendos
desafíos sociales planteados por el proceso de digitalización. Entiende
que los individuos son los propietarios de cualquier dato que pudiese
derivarse de su situación y comportamiento personal. En el caso de que
algo de lo que dice o hace una persona contribuya al crecimiento de una
base de datos, necesaria para que un algoritmo de traducción automática
o de predicción del comportamiento de los mercados realice su función
económica, esa persona debería hacerse acreedora de un nanopago pro-
porcional tanto a su aportación como al valor monetario resultante que
acaparan los grandes servidores. Estos nanopagos se irían acumulando,
dando lugar a un nuevo contrato social en el que los individuos tendrían
los incentivos suficientes para contribuir a la economía de la informa-
ción de manera cada vez más intensa, favoreciendo la consolidación
progresiva de una nueva clase media. Paralelamente a este sistema de
nanopagos, podría establecerse un «impuesto general sobre el espio-
naje» que realizan las empresas y los bancos sobre nuestras vidas. Ya
que dicho «espionaje» alimenta el proceso de destrucción de puestos
trabajo, la recaudación impositiva debería ir destinada a la financiación
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Qué es el dinero
En el fondo, el problema de todos estos planteamientos es que se mue-
ven en el interior de las fronteras impuestas por el fetichismo del dinero,
que constituye una forma derivada del fetichismo de la mercancía. Si
en el ensayo anterior consideramos cómo la expresión del valor entre
dos mercancías oculta una relación social entre personas (fetichismo
de la mercancía), con la forma dinero (equivalente general) lo que su-
cede es muy distinto. En este caso, lo que se pretende ocultar es la re-
lación entre las mercancías que se vinculan en la expresión del valor:
independizarse de ella. Con el dinero, el capital logra algo muy impor-
tante: producir una abstracción real, cuya existencia es independiente
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sino un precio individual. Los precios tienen que expresar un valor real,
en concreto, la parte respectiva de la masa global de valor que le corres-
ponde a cada mercancía particular. En un ejemplo anterior, decíamos
que Google puede vender la información tratada procedente de los mi-
llones de búsquedas que se realizan en su página. Probablemente, el tra-
tamiento de esa información requiere el uso de una pequeña cantidad
de trabajo abstracto, pero el precio que Google obtiene por vender la
información manipulada le permite obtener una parte mucho mayor de
la masa global de valor que la que le corresponde por la pequeña canti-
dad de fuerza laboral gastada en la producción de su mercancía parti-
cular. En realidad, este gran incremento de valor respecto del pequeño
valor que Google suma a la masa total debemos ubicarlo en las activi-
dades productivas de otros capitalistas individuales, que efectivamente
recurren a un mayor gasto de fuerza de trabajo abstracto para fabricar
sus mercancías.
En el caso del dinero ocurre a la inversa. Como equivalente universal,
le corresponde directamente un valor individual. Al contrario que todas
las demás mercancías, tiene que poseer un valor individual en términos
inmediatos. Sabemos que la masa global de valor producida tiene que
coincidir con la masa global de las mercancías, aunque se distribuya de
forma desigual en función de las fuerzas de la competencia en el mo-
mento de la venta. Pero, para que esto pueda ocurrir, la masa global de
valor tiene que desdoblarse en la masa global de valor del dinero. Como
objeto fetiche propiamente dicho, que representa de inmediato esa masa
de valor en su totalidad, toda unidad monetaria tiene que ser sustancia de
valor en términos inmediatos. Precisamente, la equivalencia general con-
sistirá en que debe cumplirse la correspondencia aproximada entre la
masa global de valor (representada por la masa total de mercancías) y
la cantidad de dinero. A continuación vamos a analizar las tensiones que
se derivan de este comportamiento bipolar.
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Basada otra vez en dinero «degradado», como es el caso de los créditos baratos que
el Banco Central Europeo otorga a los bancos privados utilizando como aval pagarés
de dudoso cobro.
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Capítulo 3
Fetichismo y automatismo
Valor y fetichismo
Rubin (1974), al analizar la teoría del valor de Marx, plantea una cuestión
de enorme importancia para la articulación global de este conjunto de en-
sayos: que la mercancía no es un objeto económico individualizado (tal
como lo entienden, desde el lado de la oferta y de la demanda respectiva-
mente, la economía clásica y neoclásica), sino una forma social apriorística
que estructura las relaciones entre las personas. Es decir, que la mercancía
es el resultado de la cosificación de las relaciones entre las personas, pero
a la vez implica una personalización de las relaciones entre cosas. Esta fa-
cultad de las cosas no puede ser comprendida como si les perteneciese a
estas en sí mismas, según plantea erróneamente Bruno Latour (2008),
sino que la forma de mercancía se ha de entender como una relación social
total y apriorística, que imprime una lógica abstracta, impersonal y auto-
mática sobre el conjunto de las relaciones sociales. Anteriormente también
mencionamos que Marx no había descubierto por casualidad esta cues-
tión, sino que había llegado a ella como consecuenciea de hacerse unas
preguntas que la economía política clásica había sido incapaz de plantearse,
debido a la concepción ontológica y transhistórica que manejaba de las ca-
tegorías económicas. De hecho, economistas como Smith o Ricardo con-
sideraban que la existencia de productos del trabajo bajo la forma de
mercancía pone en evidencia un funcionamiento natural de la sociedad
(hasta entonces reprimido por trabas de carácter extraeconómico), lo
cual hacía inviable que pudieran llegar a preguntarse mediante qué tipo
de mecanismos históricamente específicos los productos del trabajo de-
vienen mercancías y, en particular, cómo y por qué en la sociedad capi-
talista la fuerza de trabajo se transforma en una mercancía sujeta a
condiciones de explotación.
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como una relación social entre los objetos, existente al margen de los pro-
ductores. Es por medio de este quid pro quo como los productos del trabajo
se convierten en mercancías, en cosas sensorialmente suprasensibles o so-
ciales (1975: 88).
Por lo tanto, que las relaciones sociales se conviertan en propiedades
objetivas de las cosas, que además no se pueden aprehender sensorial-
mente en ellas, es lo que constituye lo suprasensible de las mercancías. En-
tonces, la modernidad no solo se caracterizaría por el «desencantamiento
del mundo» (en sentido weberiano), por la retirada de la justificación di-
vina de las prácticas sociales. Hay algo más. Con el capitalismo, como sos-
tiene Artous, se produce un «nuevo encantamiento» del mismo en el
marco de la lógica del valor.
Marx fue el artífice de este decisivo descubrimiento teórico, íntima-
mente relacionado con el punto de partida de su obra fundamental: la
doble naturaleza de la forma mercancía como valor de uso y valor de cam-
bio. En El Capital, no solo se analiza cómo el valor de uso y el valor de
cambio se presentan a la vez en la mercancía, sino que se aborda algo más
importante que se ha tendido a olvidar: que en el capitalismo el valor de
cambio fagocita el valor de uso. Para el capitalista, lo importante es cam-
biar su mercancía por dinero y de esta manera acrecentar su valor acu-
mulado. Las características concretas del producto del trabajo son
instrumentales, por completo irrelevantes. Por este motivo, en este modo
de producción sería del todo imposible que el valor de uso se expresase
directamente, como sí ocurre por lo general en las sociedades precapita-
listas (donde los productos del trabajo humano no existen mayoritaria-
mente como mercancías). En dichas sociedades, los productos del trabajo
no tienen por qué asumir una forma fantasmagórica diferente de su rea-
lidad, ingresan al mecanismo social en calidad de servicios directos y pres-
taciones en especie. En estas situaciones, la forma natural del trabajo, su
particularidad y no su generalidad, constituye la forma directamente so-
cial del mismo. No hay desdoblamiento. Las formas de explotación son
muy evidentes (y las formas de coerción más directas), aunque las clases
dominantes están legitimadas a través de distintos fetichismos de natu-
raleza religiosa. Así, en este tipo de sociedades la producción y la circula-
ción de los productos del trabajo adopta la forma de relaciones sociales
directas, personales, inmediatas, aunque sean sobrenaturalizadas. En cam-
bio, en el capitalismo la dominación es abstracta e indirecta, las relaciones
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De la alienación al fetichismo
La mejor manera de comprender la importancia de la teoría del feti-
chismo en la obra de Marx es analizando su genealogía, en especial las
motivaciones que desde un principio estuvieron presentes en su inves-
tigación teórica. En particular, el estudio de esta genealogía de la mano
de los trabajos ya citados de Artous (2006) y de Rubin (1974), que to-
maremos como principal referencia en este apartado, nos coloca en me-
jores condiciones para entender no solo los vínculos de la teoría del
fetichismo con la teoría de la forma valor, sino también su relevancia en
la proyección de una superación categorial del capitalismo, en la bús-
queda de una alternativa para la humanidad por fuera de la lógica del
valor y de la mercancía. Para comprender la evolución del pensamiento
de Marx sobre el problema del fetichismo en la modernidad capitalista,
en primer lugar debemos contextualizar su reflexión en el marco de los
debates de su época. En el siglo XVIII, la crítica del fetichismo se refería
particularmente al fenómeno religioso, como parte del discurso ilus-
trado. Intentaba reflejar la inmadurez de las formas tradicionales de re-
presentación, relacionadas con un predominio de la religión en las
etapas más primitivas de la historia humana. En las formas más arcaicas
de religión, ciertamente, se adoraba a un objeto material al que se le atri-
buían poderes sobrenaturales1. Para David Hume (2003), la ignorancia
de las verdaderas causas de los acontecimientos naturales habría llevado
a los seres humanos a atribuir las causas de los mismos a seres imagina-
rios. Sin embargo, el uso que hará Marx del concepto de fetichismo
(sobre todo en su obra de madurez) será bastante distinto y en última
instancia crítico con el de sus predecesores ilustrados, ya que se referirá
al fetichismo como una característica de las formas de opacidad de las
1
El término «fetiche» proviene del portugués «feitiço». Los navegantes lusitanos ha-
bían adoptado este término para referirse a los objetos de culto fabricados por los pue-
blos de la costa africana. A su vez, deriva del latín facticium, el participio perfecto de
facere (hacer). Como cualquier producto es, en primer lugar, algo hecho. Pero, al igual
que en el castellano «hechizo», derivado de hecho, este término adoptó el significado
de «hechicería». Precisamente, lo que hace Marx es mostrar cómo la forma de mer-
cancía hechiza los productos tan pronto como se apodera de ellos (Haug, 2016). Las
personas han hecho los productos mediante su trabajo, pero al intercambiarlos dichos
bienes se hacen independientes y originan a través del mencionado intercambio las
leyes que luego dirigen retroactivamente la producción de nuevas cosas. Es decir, de
los productos del trabajo se despliega un poder sobre quienes los producen.
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El despotismo de fábrica
Como analizamos antes, en el capitalismo los productores privados en-
tran socialmente en contacto a través del intercambio de los productos
de su trabajo en el mercado. En consecuencia, dichos productos adop-
tan la forma de mercancía y las relaciones sociales la forma de relaciones
entre cosas. No obstante, este proceso de intercambio entre cosas no
esconde únicamente las relaciones de producción entre las personas.
Además, los productos del trabajo adquieren propiedades sociales es-
pecíficas, como ser valor, dinero, capital, etc., que hacen que dichos pro-
ductos no se contenten con ocultar las relaciones sociales entre las
personas, sino que las organizan; adquieren vida propia, sirviendo así
de vínculo mediador entre ellas (Artous, 2006). Es decir, además de
una cosificación de las personas se produce una personificación de las
cosas, que implica una inversión entre el sujeto y el objeto. Como sos-
tiene Rubin (1974), una sociedad capitalista no solo se caracteriza por-
que las relaciones sociales se presentan como relaciones entre cosas,
sino porque estas relaciones entre cosas son las que regulan el conjunto
de la vida social entre las personas.
A medida que el capitalismo se desarrolla, a medida que el valor des-
pliega sus formas más complejas, a medida que se transita de una eco-
nomía mercantil (M-D-M’) a otra capitalista (D-M-D’), la lógica
fetichista se hace más sofisticada, hasta alcanzar a las propias superes-
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Fetichismo y automatismo
dida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de
uso», desplomándose «la producción fundada en el valor de cambio»
(1972: 228-229). Lo que Marx está diciendo aquí es que los valores de
uso, que conforman el contenido de la riqueza social, ya no dependen
para su producción del gasto inmediato de trabajo vivo (sino del trabajo
muerto, particularmente del capital fijo). Pero en el capitalismo la ri-
queza social se expresa bajo el valor de cambio, que es la forma en que
se mide el valor contenido en cada mercancía. En la medida en que el
valor de cambio de las mercancías sea mayor, nuestra riqueza social será
mayor. Sin embargo, como sabemos, la sustancia del valor contenido
en cada mercancía es el gasto realizado en fuerza de trabajo abstracta-
mente humano en la producción de los diversos valores de uso. Como
este gasto de fuerza de trabajo es cada vez menor según se intensifica
el desarrollo tecnológico, la riqueza social deja de ser medible y deja de
poder expresarse a través del valor de cambio. En realidad, deja de serlo
porque la sustancia del valor tiende a desaparecer y por lo tanto el valor
de cambio pierde todo su sentido, se vuelve una forma anacrónica de
expresar la riqueza social.
Con el desarrollo científico se produce además una inversión a me-
nudo poco tenida en cuenta, pero que Marx percibió en todas sus con-
secuencias: la transformación del proceso productivo en proceso
científico disminuiría «el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de
trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente»,
con la singularidad de que, de modo creciente, el trabajo excedente se
convertiría en condición del trabajo necesario (1972: 229). En mi opi-
nión, frente a los planteamientos postobreristas que tienden a ver en el
conocimiento social general un ámbito potencialmente autónomo para
proyectar la transición al comunismo, lo que percibimos apoyándonos
en los análisis de Marx es justo lo contrario, que ese conocimiento social
general es un pilar fundamental para el desarrollo del capital. Un pilar
necesario –en la medida en que permite establecer apriorísticamente el
trabajo necesario a partir de las necesidades del proceso de valoriza-
ción– del crecimiento del trabajo excedente, dejando atrás la época ini-
cial del capitalismo donde la baja productividad social obligaba a que
la plusvalía se estableciese a partir de un tiempo de trabajo necesario
dado de antemano. Con el acelerado desarrollo científico, esta restric-
ción ha ido disolviéndose progresivamente, pues las fuerzas productivas
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ya no son determinadas por las capacidades del trabajo vivo, sino por el
trabajo objetivado. Pero llegará un momento en que se alcance un um-
bral crítico, ya que la lógica impersonal, automática y abstracta del
valor ha conducido a una situación donde el trabajo vivo inmediato
está desapareciendo como resultado de las sucesivas revoluciones cien-
tífico-técnicas, lo cual provocará un desplome progresivo de la produc-
ción de valor. En consecuencia, la crisis de la forma valor tiene que ver
con la propia lógica del proceso de valorización y no, como plantean los
postobreristas, con la dificultad de medir el valor que suponen las trans-
formaciones técnico-materiales en el ámbito de la producción (que, para
estos autores, se traduciría en una potencial autonomía del trabajo in-
material frente al capital).
Machina sapiens
Con este desplome progresivo de la producción de valor, el capital inicia
una carrera desesperada para adoptar nuevas tecnologías. De hecho, la
nueva revolución científico-técnica hay que entenderla como un suce-
derse de pequeñas revoluciones en un cada vez menor intervalo de
tiempo, que no hacen más que agravar la contradicción fundamental del
capital. Estamos experimentando cambios radicales en la forma de or-
ganizar los procesos de producción, pero nadie se está preocupando en
teorizar las consecuencias de todo ello. Y los cambios no cesan. En el pri-
mer ensayo nos referimos a la revolución científico-técnica como un pro-
ceso que se caracterizaba por la automatización, es decir, por la progresiva
eliminación del trabajo de ejecución en los procesos productivos. En
principio, el trabajo de concepción, de supervisión y de reparación de
las máquinas se mantendría. Sin embargo, con el desarrollo de la inteli-
gencia artificial y la aparición de las máquinas «pensantes» el escenario
se ha complicado también para estos colectivos laborales.
En la actualidad, estamos asistiendo a una orgía descontrolada de fe-
tichismo tecnológico en este ámbito. A diario recibimos noticias sobre
los avances en inteligencia artificial desde cualquier rincón del planeta:
un hotel atendido por robots, un programa que selecciona e identifica
nuestra pareja perfecta, un navegador que nos indica la mejor ruta para
llegar a otra ciudad, etc. Desde hace décadas el cine viene prestando
atención a este fenómeno, en películas míticas como «2001: Una odisea
en el espacio» o «Blade Runner», donde las «inteligencias artificiales»
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Fetichismo y automatismo
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Aunque no abordaremos esta interesante cuestión, sería necesario utilizar con más
cautela conceptos como el de «acumulación por desposesión» de David Harvey
(2004), que Hardt y Negri (2011) toman como referencia para equiparar el actual
proceso de mercantilización de los bienes comunes con el que se produjo en los al-
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bajo directo, vivo, es gratuito y sustituye cada vez más al esfuerzo hu-
mano como factor social central en la transformación de la materia. De
esta manera, no solo se incrementa de un modo significativo la produc-
tividad del trabajo, sino que lo hace hasta el punto de convertir la pro-
ducción de riqueza material en algo en esencia independiente del gasto
inmediato de tiempo de trabajo abstracto, que contradictoriamente con-
tinúa constituyendo la fuente del valor.
Con la gran industria, las fuerzas productivas sociales y generales im-
plicadas en la producción de riqueza material no solo son mayores que
la suma de las fuerzas productivas de los productores individuales in-
mediatos, sino que ya no están constituidas fundamentalmente por estas
últimas. A diferencia de lo que ocurría en la manufactura, las fuerzas
productivas de la sociedad ya no expresan de manera alienada tan solo
el conocimiento y la experiencia del «colectivo laboral», sino el cono-
cimiento y la experiencia colectiva acumulada previamente por la hu-
manidad. En consecuencia, la constitución del capital desborda la del
«colectivo laboral» en su forma alienada, va más allá de la expropiación
de los conocimientos surgidos de la cooperación en el proceso inme-
diato de trabajo. Además, el conocimiento social acumulado, la ciencia
en particular, se hace capital, trabajo muerto contra el trabajo vivo, con-
tra el conocimiento vivo, en definitiva contra la creatividad. Y así, las
fuerzas productivas sociales y el trabajo humano se vuelven estructu-
ralmente antagónicos. Cuanto más se desarrollan las primeras, más se
empobrece el segundo. Según Marx, «a medida que se acumula el ca-
pital, empeora la situación del obrero, sea cual fuere su remuneración»
(1975: 805). Esta evolución antagónica no es una consecuencia en sí
misma de la implantación de métodos tecnológicamente avanzados en
la producción de riqueza, sino la expresión de un proceso de trabajo
cada vez más dependiente del proceso de valorización por medio de las
aceleradas transformaciones tecnológicas. Conviene recordar estas pre-
monitorias palabras de Marx:
Hoy día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que
las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más
fructífero el trabajo humano provocan el hambre y el agotamiento del traba-
jador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de
un extraño maleficio, en fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen
adquiridos al precio de cualidades morales. El dominio del hombre sobre la
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Imposturas fisiócratas
Cuando no se tiene en cuenta que el valor es una relación social abstracta
y no una propiedad corpórea del objeto concreto producido (es decir,
que es una forma social de producción y no se reduce a un instrumento
de medida), es imposible comprender el proceso de subsunción del tra-
bajo al capital, reduciéndolo a un mecanismo de control externo del ca-
pital sobre el trabajo. Entre los autores postobreristas, este límite teórico
es bastante evidente. De estos últimos, posiblemente sea Maurizio Laz-
zarato (2002) quien haya ido más allá en su teorización de las implica-
ciones de esta concepción ontológica del valor, intentando ofrecer un
punto de vista sobre la naturaleza del trabajo inmaterial en clara ruptura
categorial con la crítica marxista del valor3. En su libro Puissances de l’in-
3
Para Lazzarato, la duplicidad de cada categoría económica hay que considerarla según
los conceptos deleuzianos de diferencia y repetición. Así, en el caso del trabajo habría
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Téngase en cuenta que esta crítica a la forma de medición del valor en la economía
política va más allá de la crítica que realizan Hardt y Negri. Para estos, como ya señalé
en el primer ensayo, la dificultad para medir el valor estriba en un problema de natu-
raleza técnica, y básicamente se limita al capitalismo cognitivo (Hardt y Negri, 2002).
Sin embargo, la crítica de Lazzarato (2002) representa un desafío de mayor entidad
categorial. En su trabajo sobre la sociología tardiana cuestiona la posibilidad de que
se pueda medir el valor de los productos del trabajo a partir de la reducción del trabajo
concreto a trabajo abstracto en cualquier forma histórica que haya adoptado el modo
de producción capitalista.
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este caso, Marx también sostendría que los trabajos no cualificados son
diferentes entre sí. No obstante, el problema de fondo viene por otro
lado, la incomprensión tanto de Böhm-Bawerk como de Lazzarato (a
pesar de sus diferencias) de la teoría marxista del valor deriva de una
cuestión más profunda. Digámoslo claro: en ningún tipo de mercancía
se sabe de antemano la cantidad de trabajo creador de valor que incor-
pora. No existe tal constitución ontológica del valor, como defienden
Lazzarato y, a otro nivel, Böhm-Bawerk. Por supuesto, esto no cambia
porque sepamos que todos los productores han trabajado la misma
cantidad de tiempo, ya que no podemos saber apriorísticamente si las
mercancías han sido elaboradas bajo condiciones de producción so-
cialmente normales, a partir de las cuales se determina el tiempo de
trabajo socialmente necesario en la producción de cualquier mercancía.
Así, Marx plantea que «solo la cantidad de trabajo socialmente nece-
sario, pues, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para la pro-
ducción de un valor de uso, determina su magnitud de valor» (1975:
48). En este sentido, volvemos a reiterar algo importante para com-
prender el carácter social de este proceso: «las diversas proporciones
en que los distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo simple
como a su unidad de medida se establecen a través de un proceso social
que se desenvuelve a espaldas de los productores» (1975: 55). Y efec-
tivamente es así, ya que el tiempo socialmente necesario viene deter-
minado, en una sociedad basada en el intercambio generalizado de
mercancías, por las «condiciones normales de producción vigentes»
y por el «grado social medio de destreza e intensidad del trabajo»
(1975: 48), que no pueden ser controlados y establecidos directamente
por ningún productor individual.
En este primer capítulo, Marx explica cómo la economía política clá-
sica es incapaz de analizar la naturaleza de la mercancía y del valor, al
no tener en cuenta el doble carácter de la fuerza de trabajo. Literalmente
escribe: «el trabajo, al estar expresado en el valor, no poseía ya los mis-
mos rasgos característicos que lo distinguían como generador de valores
de uso» (1975: 51). Antes dice que «un valor de uso o un bien, por
ende, solo tiene valor porque en él está objetivado o materializado tra-
bajo abstractamente humano» (1975: 47). Por lo tanto, la sustancia del
valor no es sin más trabajo, sino trabajo abstractamente humano, es
decir, «el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo hu-
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como tal (con independencia del capital), sino que en el fondo se trata
de una experiencia gratamente positiva, socialmente enriquecedora
( Jappe y Kurz, 2003). A partir de una concepción ontológica del valor,
Hardt y Negri consideran que el trabajo inmaterial se valoriza por sí
mismo. La negatividad del capital consistiría simplemente en su carácter
confiscatorio, en la apropiación externa del valor (generado de manera
autónoma por la sociedad) mediante estrategias rentistas, parasitarias
(Vercellone, 2008; Marazzi, 2010). Para los postobreristas, el valor deja
de concebirse en términos específicamente socio-históricos como re-
sultado del desarrollo peculiar del modo de producción capitalista.
Hardt y Negri realizan una intensa apología del trabajo inmaterial, de-
finido simplemente como actividad autónoma de individuos que coo-
peran entre sí (y que, en todo caso, son explotados de forma externa).
Este trabajo inmaterial valorizable por sí mismo, expresión de una
«multitud» de por sí ontológicamente positiva, se enfrenta a un «im-
perio» (el capital) vacío, ausente de ser, que explota desde fuera el tra-
bajo inmaterial. Sin embargo, el problema de fondo es otro de naturaleza
muy diferente, ya que se confunde la agudización de la contradicción
fundamental del capital, es decir, la incompatibilidad de las nuevas fuer-
zas productivas con la forma de valor, con una fuerza que nos puede li-
berar del fetichismo de la mercancía.
De hecho, un fenómeno nos hace sospechar la necesidad de buscar un
abordaje alternativo de esta cuestión: a medida que el progreso técnico se
acelera, no parece que las condiciones de vida de la gente mejoren sustan-
cialmente, no parece que se produzca el mencionado crecimiento de la
sociedad. Más bien asistimos a la tendencia contraria. Vivimos cada vez
peor. Sí, estamos rodeados de una enorme variedad de aparatos tecnoló-
gicos, disponemos de mejores medicamentos para curar enfermedades,
nos podemos comunicar en tiempo real con cualquier parte del mundo,
etc. Pero nuestras condiciones de vida empeoran: enfermamos más, es-
pecialmente proliferan las patologías mentales, que han convertido la de-
presión en el principal mal del siglo XXI; las jóvenes generaciones viven
peor que sus padres, no solo ven cómo se les cierran las puertas del mer-
cado laboral sino que en la mayoría de los casos se le niega el acceso a la
vivienda o a un salario digno; la sanidad pública, las pensiones o la educa-
ción gratuita sufren un proceso de deterioro paulatino en el marco del ca-
pitalismo posfordista; las personas viven enviándose mensajes a través del
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vos o sanitarios), sino que además las propias facultades humanas, que
permanecían todavía inmunes a la socialización negativa del capital, su-
fren un deterioro preocupante.
En toda esta fenomenología, plenamente contemporánea, es difícil
identificar la transición hacia un «comunismo espontáneo y elemen-
tal»; es difícil no sobrecogerse por el deterioro de la sociabilidad y la
comunicación humanas como resultado de la socialización negativa del
capital. En realidad, lo que vivimos es una agudización de la contradic-
ción fundamental del capital, una tensión creciente entre las potencia-
lidades de generación de riqueza concreta y los límites crecientes que
impone el proceso de valorización. A medida que el valor se convierte
en una forma cada vez más anacrónica de expresar la riqueza, las capa-
cidades sociales para relacionarse, para comunicarse, para cooperar, se
deteriorarán progresivamente, poniendo en un serio compromiso el fu-
turo de la humanidad.
A diferencia de lo que ocurría en las fases tempranas del desarrollo ca-
pitalista, las fuerzas productivas sociales ya no expresan de forma alienada
los conocimientos de los trabajadores contratados en las fábricas. En la
actualidad, expresan fundamentalmente el conocimiento acumulado por
toda la humanidad (general intellect). De esta manera, se produce un an-
tagonismo estructural entre las fuerzas productivas alienadas y el trabajo
vivo, que implica un deterioro a largo plazo de la cualificación del trabajo
(Postone, 2006). A pesar de que en el llamado capitalismo cognitivo mu-
chos trabajadores intentan encontrarle un sentido a sus vidas a través de
un trabajo que les permita realizarse personalmente, y a pesar de que son
los trabajadores cognitivos del siglo XXI, mucho más que los obreros ma-
nuales decimonónicos, quienes en mayor medida «compran» la ideolo-
gía del culto al trabajo, más que al empoderamiento del trabajo inmaterial
frente a la lógica del capital asistimos a todo lo contrario: una desvalori-
zación general del trabajo humano que está provocando enormes y cre-
cientes sufrimientos a la humanidad. Este deterioro no deriva de las
propiedades intrínsecas de las máquinas y de la tecnología en sí mismas
(tal como podría deducirse de una concepción fetichista de estas últimas),
sino de la estructura profunda de las relaciones sociales en un mundo do-
minado por la lógica abstracta del valor.
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Es necesario matizar esta cuestión (Endnotes, 2010b). En términos absolutos, efec-
tivamente la industrialización de ciertos países periféricos ha supuesto un incremento
de los trabajadores empleados en la industria. Pero en términos relativos, el empleo
industrial continúa disminuyendo a pesar de que el empleo rural se está desplomando.
Como resultado, vivimos en un planeta donde más de mil millones de personas mal-
viven deambulando en «villas miseria», ocupadas en trabajos informales y extrema-
damente precarios (Davis, 2014). A diferencia de lo que ocurrió en los procesos de
desindustrialización de los países centrales, la expansión de un sector servicios basado
en puestos de trabajo en condiciones precarias pero formales no se ha producido, o
no ha sido suficiente.
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2
La composición orgánica del capital es la relación entre el capital constante (C) y
el capital variable (V). O sea, es la relación entre la masa de capital invertida en medios
de producción y la invertida en fuerza de trabajo (C/V).
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len las innovaciones en procesos que ahorren trabajo (como ocurre con
los ordenadores personales y otros productos típicos de la nueva revo-
lución científico-tecnológica). Es decir, no se trata solamente de que,
por ejemplo, un determinado producto microelectrónico sea producido
con una menor cantidad de trabajo, sino que, al incrementar la automa-
tización en otras ramas productivas, disminuye la demanda de trabajo
en toda la economía. En estas circunstancias resurge la «tesis del em-
pobrecimiento», ya que no es posible mantener el auge salarial mientras
se intensifica el ritmo de crecimiento de la productividad del trabajo.
Los trabajadores expulsados de la producción por la automatización no
pueden emplearse de nuevo en industrias alternativas, tal como sucedía
en el fordismo, y de esta manera se consolida una población superflua
para las necesidades de la acumulación de capital. Como a su vez esta
evolución impide que el tamaño del mercado crezca al ritmo de una
productividad del trabajo completamente desbocada, la tendencia a la
sobreproducción presiona a la baja la tasa de ganancia de las empresas,
intensificando la competencia entre los capitalistas individuales y obli-
gándoles a ahorrar todavía más trabajo. Si en el fordismo fue posible
compaginar los incrementos salariales con los de la productividad, bajo
las condiciones de un «consumo de masas» que garantizaba la amplia-
ción de la reproducción del capital, ahora nos encontramos en un cír-
culo vicioso donde la disminución relativa de la demanda de trabajo
avanza más rápido que la acumulación de capital, lo cual, tarde o tem-
prano, termina provocando una disminución absoluta del empleo.
Así, cada vez es más común escuchar que este tipo de dinámica nos
devuelve a las condiciones sociales de la Europa decimonónica, pero el
fundamento económico de la actual regresión social responde a circuns-
tancias muy diferentes (Lohoff y Trenkle, 2014). En aquella época, el
empobrecimiento generalizado estaba relacionado con unos niveles de
productividad bajos, que impedían llevar adelante una explotación del
trabajo que valorizase el capital mediante mecanismos diferentes de
los de la plusvalía absoluta. A medida que la acumulación de capital se
ampliaba y la productividad crecía, los mecanismos de explotación del
trabajo fueron transitando de la forma absoluta a la relativa y, en con-
secuencia, la valorización del capital se hizo potencialmente compatible
con una elevación de los salarios. En realidad, la posibilidad histórica
del régimen fordista tiene que ver con esta cuestión. Sin embargo, en la
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En este caso, es necesario también realizar ciertas matizaciones (Endnotes, 2010b). A
pesar de nuestra percepción habitual, entre 1993 y 2006 China no creó ningún puesto
de trabajo nuevo en el sector industrial (Lett y Banister, 2009). Por un lado, la industria-
lización del sur del país se desarrolló al mismo ritmo que el desmantelamiento de la vieja
industria maoísta en el norte. En buena medida, esto explica por qué no se produjo nin-
gún aumento significativo de los salarios en estas últimas décadas, mientras las tasas de
crecimiento económico experimentaban alzas impresionantes. Por otro lado, hay que
tener en cuenta que las nuevas industrias no solo eran intensivas en mano de obra. Los
bajos salarios le han permitido a China competir en industrias con mayor contenido tec-
nológico, lo cual ha supuesto que las nuevas industrias generen cada vez menos trabajo
en relación al aumento de la producción.
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En la época de Marx, el capital ficticio todavía es una forma de capital marginal, poco
relevante en relación al proceso de acumulación de capital en su conjunto. Por este
motivo, es comprensible que le dedique tan poco espacio en su obra magna.
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5
En principio, el gasto público puede orientarse a la compra de bienes reales, otorgando
ventajas a los empresarios industriales. Pero, como plantean Lohoff y Trenkle, esto tiene
ciertos inconvenientes. Hay que tener en cuenta que si, en el caso de incurrir en déficit
público, financiáramos este gasto endeudándonos, las condiciones de venta de los ac-
tivos financieros privados (acciones, crédito empresarial, etc.) empeorarían, la finan-
ciación privada sería más cara, ya que la emisión de deuda pública compite con el sector
privado en la captación del capital-dinero disponible en los mercados financieros
(efecto crowding-out). Para atenuar este problema, los Bancos Centrales entran en ac-
ción comprando capital ficticio privado y, por lo tanto, aumentando la masa de capi-
tal-dinero disponible.
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Todo esto fue una sorpresa desagradable para los economistas keyne-
sianos. Estaban acostumbrados a tener que elegir entre un crecimiento
fuerte con inflación moderada y un crecimiento débil con estabilidad
monetaria. Sin embargo, en los setenta el fenómeno dominante fue la
estanflación, es decir, la coexistencia de un crecimiento muy débil con
una desvalorización acelerada del dinero. Por otro lado, la deuda pública
creció hasta volúmenes exorbitantes, disociándose por completo de la
futura producción de valor. Y por si fuera poco, el orden monetario in-
ternacional se sume en una profunda crisis (Eichengreen, 2000). Con
la crisis del fordismo, los déficits en la balanza de pagos de Estados Uni-
dos crecen en tal magnitud que la capacidad de absorción de la econo-
mía mundial se ve ampliamente sobrepasada, mermando la posición del
dólar como moneda mundial. Absorbiendo dólares, en lugar de obli-
gar a los Estados Unidos a devaluar, los Bancos Centrales de los demás
países industrializados permitieron que sus tasas de inflación se eleva-
ran. Pero el proceso tenía límites, y estos se pusieron en evidencia
cuando en la primavera de 1971 Alemania decidió dejar fluctuar al alza
su propia divisa. Lo que estaba ocurriendo en el fondo, como señalan
Lohoff y Trenkle, es que la forma en que el capital ficticio generado en
dólares se estaba incorporando a la economía mundial provocaba la
destrucción del sistema monetario. Con las exportaciones masivas de
dólares se desarrolla una forma de producción de capital ficticio que
escapa al control de los Bancos Centrales: el mercado de eurodólares.
A partir de entonces será necesario un nuevo tipo de regulación econó-
mica para administrar la producción de capital ficticio (público y pri-
vado) y su vinculación con el proceso de acumulación real.
El capitalismo invertido
En los ochenta, el capitalismo resurge de sus cenizas. El crecimiento eco-
nómico se reactiva, la inflación se reduce y el dólar se recupera. Tan solo
el volumen de la deuda pública continúa siendo un problema serio. Pero
la solución de las dificultades es meramente superficial. El capitalismo
recupera su dinamismo, pero en un ambiente altamente tóxico para la
valorización del valor. Con la nueva revolución científico-técnica, en
realidad los problemas estructurales se intensifican: el desarrollo tec-
nológico conduce a un enorme crecimiento de la producción de riqueza
material, pero al mismo tiempo se reducen las posibilidades de generar
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Esta cadena de burbujas y estallidos comenzó en América Latina en la década de los
setenta (Endnotes, 2010b). Sin ánimo de exhaustividad, podemos observar cómo dis-
tintas zonas del mundo fueron entrando en esta lógica. Así, por ejemplo, Japón expe-
rimentó una subida de precios de los activos tras los Acuerdos del Plaza en 1985, que
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desarrollo del capital real, sino que el crecimiento del capital real se con-
vierte en una variable dependiente del crecimiento del capital ficticio.
La producción de capital ficticio ya no se concibe para complementar
los requerimientos de la acumulación real (que la valorización decli-
nante de valor real ya no permite cubrir), sino que la relación se invierte
radicalmente.
En los ochenta, la recuperación del crecimiento económico fue acom-
pañada de una expansión sin precedentes históricos de la superestructura
financiera. A partir de ese momento, la evolución del capitalismo de-
penderá de cómo se desarrollen las condiciones de producción de ca-
pital ficticio. Nos encontramos en una nueva fase histórica, típica de un
período de descomposición sistémica. En definitiva, el valor no solo se
convierte en una forma anacrónica para representar la riqueza social,
sino también en una forma ficticia que recurre cada vez más a sus repre-
sentaciones más fetichistas. Lo más interesante es que el nuevo protago-
nismo de la producción de capital ficticio enmascara la destrucción
continuada de las bases reales del proceso de valorización capitalista. Sin
embargo, la producción creciente de capital ficticio no puede enmascarar
eternamente la crisis de la valorización capitalista. Tarde o temprano,
aparecen límites reales infranqueables.
En la jerga académica, el desencadenamiento de las recurrentes crisis
actuales se suele explicar acudiendo a factores coyunturales, denomi-
nados «shocks exógenos». Por desgracia, todas estas transformaciones
estructurales se han comprendido mal. En los noventa era relativamente
frecuente escuchar a muchos economistas emitir juicios elocuentes
sobre las bondades de la «nueva economía». En aquellos tiempos, los
auges financieros se interpretaban como el indicador más consistente
de una sólida dinámica autosostenida de la economía real. Después del
crack de 2008, muchos de estos economistas viven sumidos en una am-
nesia profunda, algunos llegan a declarar incluso que la explosión finan-
ciera ha sido el resultado de una locura colectiva. Pero en realidad siguen
sin entender nada, pues todavía no se ha analizado el papel histórico del
capital ficticio en las transformaciones experimentadas por el modo de
producción capitalista, como si fuese una especie de tabú. Por su parte,
amplios sectores de la izquierda consideran que hay una economía real
buena en sí misma, con capacidad de desarrollarse de forma autososte-
nida, y que por otro lado existe una economía financiera mala en sí, que
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La revolución neoliberal
¿Cómo fue posible aumentar hasta tal punto la producción de capital
ficticio? Evidentemente, el capitalismo invertido no cayó del cielo. En
realidad, como explican Lohoff y Trenkle, el curso mismo de la crisis
de los setenta y los resultados de la aplicación del programa keynesiano
condicionaron la trayectoria de la respuesta del sistema. La crisis estruc-
tural del proceso de valorización real había reforzado la producción de
capital ficticio, pero para el capital funcionante no tenía sentido utilizar
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no se sabe muy bien por qué nos aguaron la fiesta de la prosperidad y del
bienestar a todos y todas. En buena parte del pensamiento crítico existe
un déficit categorial a la hora de comprender la dinámica del capitalismo,
es decir, una incapacidad teórica para comprender el capitalismo como
una construcción basada en categorías abstractas, automáticas e imper-
sonales que ocultan relaciones sociales. Se resuelve el problema analítico
buscando un chivo expiatorio. Así, como no entienden que el neolibe-
ralismo es el resultado histórico de una crisis estructural del proceso de
valorización real del capital, este tipo de interpretaciones teóricas críti-
cas abusan de la personalización sociológica, como si el surgimiento del
neoliberalismo fuese una cuestión de voluntad política de ciertos per-
sonajes o de ciertas élites frente a otras élites «menos malas».
Por ejemplo, David Harvey, en su Breve historia del neoliberalismo, se-
ñala que «la neoliberalización no ha sido muy efectiva a la hora de revi-
talizar la acumulación global de capital, pero ha logrado de manera muy
satisfactoria restaurar o, en algunos casos (como en Rusia o en China),
crear el poder de una élite económica» (2007: 26). En realidad, la ex-
plicación es muy diferente. No hay duda de que la revitalización ficticia
de la acumulación global de capital es impresionante y, en efecto, se pro-
duce una recomposición de las élites económicas y de las relaciones de
poder entre ellas. Pero esta recomposición hay que interpretarla más bien
en el marco de un proceso de descomposición del orden sistémico: las
élites agudizan sus luchas competitivas en un contexto donde la produc-
ción de valor real declina exponencialmente.
Con la crisis del fordismo y el surgimiento de la nueva revolución
científico-técnica, el capital se vuelve incapaz de explotar las nuevas
fuentes de generación de riqueza social, no está en condiciones de ga-
rantizar una acumulación real autosostenida a partir de los elevados ni-
veles de productividad social que implican los acelerados cambios
tecnológicos. En los países desarrollados, la economía se orienta hacia
la especulación, hacia la producción de capital ficticio para suplir la
disminución de la producción de valor real. Así, se puede entender la
funcionalidad del programa neoliberal desde el punto de vista de las
necesidades de la acumulación global de capital. En primer lugar, la
privatización de las infraestructuras básicas y de los servicios generales
tradicionales, al igual que ha ocurrido con la implementación de las
tecnologías de la información y de la comunicación, abrió nuevas po-
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La gran desvalorización
Para que la producción de capital ficticio no se paralice es condición
necesaria que dicha producción, en el seno del capitalismo invertido,
no deje de ampliarse. Para ello es necesario, paradójicamente, que surjan
de continuo nuevas esperanzas de valorización, que puedan constituir
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tituir unas empresas y sectores por otros según se fuesen agotando los
filones. No obstante, llega siempre un momento en el que la burbuja es-
talla, como ocurrió con el crack de las «puntocom» a inicios de la dé-
cada pasada. A continuación, las nuevas burbujas dejaron de tomar
como referencia para las esperanzas de valorización las industrias del
futuro. Se regresó a los sectores tradicionales de la economía y en par-
ticular al sector inmobiliario. Cuando la sustitución de una burbuja por
otra se complica, como ocurrió tras el crack de 2008, se recurre al Estado
y a los Bancos Centrales para preservar la expansión de la producción
de capital ficticio. El Estado se convierte en la «fuente de esperanza de
última instancia», como acertadamente apuntan Lohoff y Trenkle. Re-
curriendo a él parece qu se ha evitado la catástrofe, pero los problemas
del capitalismo invertido son de una naturaleza muy diferente a las di-
ficultades que atravesaba el capitalismo en los años treinta. En primer
lugar, porque la renovación de las fuentes de esperanza en el seno del
sector privado se presenta muy complicada. A diferencia de lo que ocu-
rría en los años treinta, la nueva revolución científico-técnica está ago-
tando muy rápido los posibles filones de producción de valor real. En
segundo lugar, el estallido de la burbuja de 2008 golpeó fuertemente al
corazón de la industria financiera, el sector bancario. Además, se hace
muy difícil generar ilusiones a partir de activos financieros que, como
las viviendas, ya se han «quemado» como alternativa posible. En cierta
medida, el boom de los precios de las materias primas funciona como
sustituto, pero la burbuja ha estallado también.
Poco a poco, se ha ido gestando una burbuja de deuda pública. Por
otro lado, en la medida en que los Bancos Centrales se conviertan en
«bancos malos» o «tóxicos», es decir, en lugares donde se deposita de-
finitivamente el capital ficticio irrealizable en los mercados financieros
privados, la crisis se propagará de manera silenciosa pero progresiva al
dinero. Como señalaba en el segundo ensayo, el dinero no es un símbolo.
Que haya abandonado su cobertura en oro, no quiere decir que haya per-
dido su carácter de mercancía. A diferencia de lo que ocurría antes, el
valor de esa mercancía es el capital ficticio que los Bancos Centrales reci-
ben de sus clientes en contrapartida por los créditos que les conceden.
Unos títulos financieros que en realidad no valen nada. Cuando los Ban-
cos Centrales comienzan a conceder créditos contra capital ficticio irrea-
lizable, en lugar de concederlos a empresas y bancos solventes, están
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servidas las condiciones para una gran desvalorización del dinero. Des-
pués de la fuerte desvalorización del capital productivo, de los activos fi-
nancieros, del trabajo asalariado, la próxima etapa vendrá marcada por
una significativa desvalorización del dinero. Cuando nos referimos a este
proceso de desvalorización, es importante ir más allá de las polémicas
fenomenológicas relativas a las perspectivas inflacionarias o deflaciona-
rias que se puedan percibir en una determinada coyuntura de la econo-
mía mundial. Cuando nos referimos a la desvalorización del dinero como
tal, la inflación y la deflación son idénticas y solo se distinguen en la forma
en que se produce la desvalorización (Kurz, 2016). En el caso de la in-
flación, el dinero sigue circulando, y su desvalorización se manifiesta
como un aumento imprevisto de los precios de las mercancías, que puede
alcanzar dimensiones importantes, con independencia de la evolución
de la oferta y la demanda de bienes. En el caso de la deflación, grandes
masas de dinero o ciertas formas monetarias como tales desaparecen de
la circulación, se produce una reducción imprevista del poder de compra.
Si la dimensión del proceso de desvalorización adquiere proporciones
preocupantes, la inflación y la deflación pueden presentarse de forma
combinada, en varios planos. Así, por ejemplo, pueden subir los precios
de las materias primas, mientras que caen los precios de los bienes de in-
versión o de los títulos financieros.
A diferencia de lo ocurrido en otros procesos históricos de desvalo-
rización del dinero, en la actualidad ya no nos encontramos ante un sim-
ple episodio momentáneo, sino que se trata de un proceso irreversible,
como resultado del impacto de la nueva revolución científico-tecnoló-
gica sobre el gasto de fuerza de trabajo abstracto en la producción capi-
talista. Es decir, los procesos de desvalorización del dinero y del capital
en general ya no preparan el terreno para una nueva fase de acumulación
real. Ni siquiera una inmensa destrucción bélica, como la ocurrida entre
1939 y 1945, podría permitirlo. En conclusión, esta crisis no tiene solu-
ción, es el resultado de una acumulación insostenible de contradicciones
que ya no admite un mecanismo de compensación. El capitalismo in-
vertido es la expresión de un proceso de descomposición sistémica, del
agotamiento de un modo de producción. No existe la posibilidad de
desarrollar un programa de política económica, por no hablar de un re-
torno al consenso keynesiano, que permita superar esta crisis en el con-
texto de la sociedad del valor. No existe ninguna posibilidad de resucitar
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El capitalismo ficticio
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Con esta última frase no pretendo caer en ningún tipo de concepción hegeliana.
Desde mi punto de vista, el capital es una relación social abstracta históricamente
construida. No puede comprenderse como un sujeto sin historia, es decir, sin límite.
Este límite interno absoluto puede alcanzarse de dos maneras: como negación revo-
lucionaria del capital por parte del proletariado o, alternativamente, como negación
del proletariado por parte del capital.
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Capítulo 6
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Sus versiones más moderadas buscarían atenuar las crisis económicas sin
cuestionar la existencia del mercado, mediante la adopción de ciertos me-
canismos de planificación e intervención estatal, como los empleados en
la construcción del Estado del Bienestar en la Europa de posguerra.
En realidad, todas estas explicaciones son fenomenológicas, dema-
siado reductoras, y presuponen que la producción de valor goza de
buena salud, que nos encontramos ante una producción de valor sufi-
ciente para los requerimientos del proceso de valorización capitalista.
El problema no sería la producción, sino la realización del valor. Si así
fuese, las crisis se podrían resolver en el marco de las propias categorías
del valor y del capital, en base a acuerdos políticos que modificasen ante
todo las condiciones distributivas en el interior de la sociedad. En el
fondo, estas interpretaciones de las crisis capitalistas suponen implíci-
tamente que las contradicciones son de carácter distributivo, en torno
al reparto de la riqueza abstracta, del dinero. El fetichismo del capital
se entiende equivocadamente como un apetito voraz de enriqueci-
miento subjetivo y como un poder absoluto de apropiación subjetiva
de la riqueza abstracta por parte de la clase capitalista. Las crisis se re-
solverían entonces mediante la conquista del poder político por los tra-
bajadores, sin necesidad de poner en cuestión las categorías abstractas
que fundamentan la sociedad del valor. Y así, un gobierno de los tra-
bajadores podría frenar con medidas políticas, en favor de una distri-
bución más justa, el apetito insaciable de los capitalistas. Lo paradójico
es que en estas interpretaciones la izquierda salvaría al capitalismo de
sus propias contradicciones, de su propia voracidad, pues al reducirse
las desigualdades con la restitución de la plusvalía extraída a la clase tra-
bajadora, la realización del valor podría efectuarse con mayores garan-
tías de éxito, asegurándose una mayor demanda para la compra de
mercancías.
Una explicación alternativa de las crisis es la que remite a la propia
naturaleza de la producción capitalista, que no puede superarse a sí
misma. Según estas interpretaciones, la contradicción fundamental del
capital tiene que ver con el hecho de que el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas conduce a una generación de riqueza concreta cada vez menos
dependiente del gasto de fuerza de trabajo, mientras que la forma de re-
presentar esa riqueza sigue basándose en el gasto de trabajo abstracto.
Las crisis se podrían superar por un tiempo, adaptando la producción
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más frecuentes e intensas. Cuanto más cerca nos encontremos de esta po-
sibilidad, más nos sumergiremos en una situación de crisis permanente,
donde los auges serán cada vez más cortos y débiles, alimentados en ex-
clusiva por la producción de capital ficticio. De hecho, el proceso histórico
de colapso consiste ante todo en una disminución progresiva de la pro-
ducción de valor, y en consecuencia en la incapacidad estructural para ac-
tivar un proceso autopropulsado de acumulación de capital real, que llega
a convertirse en un problema irresoluble para el sistema.
Para Henryk Grossman (1984), el conjunto de la crítica marxista a
la economía política está orientado a demostrar esta posibilidad de co-
lapso. Según su punto de vista, para Marx el proceso de reproducción
de una economía capitalista depende de la acumulación de capital y, a
su vez, esta depende de la masa de plusvalía que hace posible dicha acu-
mulación. Para que la producción de mercancías tenga sentido para los
capitalistas, es preciso que la plusvalía producida con el capital previa-
mente acumulado sea lo bastante grande como para valorizarlo. Es decir,
para que se cumplan las condiciones de valorización, el capitalista que
invierte una cantidad de capital ha de terminar con un capital incremen-
tado. Si la producción de plusvalía resulta insuficiente, la acumulación
se detiene y estallan las crisis. Como sabemos, la plusvalía es tiempo de
trabajo no pagado, y por tanto la acumulación de capital depende de la
masa de tiempo de trabajo no pagado que se apropia el capitalista. Para
ampliar esta masa de tiempo de trabajo no pagado y prolongar por tanto
el proceso de acumulación del capital, es necesrio ampliar la fuerza de
trabajo contratada y aumentar la productividad del trabajo. El problema
es que, si queremos aumentar la productividad del trabajo, normalmente
tenemos que recurrir al uso de tecnologías que ahorran fuerza de tra-
bajo. De hecho, el desarrollo histórico del capitalismo evidencia que el
crecimiento de la productividad del trabajo ha incrementado la propor-
ción del capital constante (CC) respecto del capital total, resultante de
la suma del primero con el capital variable (CV), esto es, ha supuesto
un aumento de la composición orgánica del capital (CC/CC+CV). Lo
cierto es que el CV también ha crecido en el pasado, pero a menor ritmo
que el CC. Teniendo en cuenta que la fuente de generación de plusvalía
(P) es el CV, las condiciones de valorización que hacen factible el pro-
ceso de acumulación se cumplirán siempre y cuando el crecimiento de
la productividad del trabajo, que incrementa la plusvalía relativa (ya que
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En este libro, que tomaré como referencia en las próximas páginas, Kurz sostiene que
dicha desvalorización puede asumir varias formas: 1) la desvalorización de la fuerza
de trabajo, por medio de la reducción de los salarios y el incremento del desempleo, 2)
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del capitalismo, una vez que el capital como relación social global con-
vierte a los sujetos empíricos en objetos. No existe ninguna posibilidad
de cambiarlo en el marco del modo de producción capitalista, ya que
constituye una forma ciega apriorística que antecede a la acción humana.
Como sostiene Marx, el capitalista individual es tan esclavo de la lógica
abstracta del capital como pueden serlo los trabajadores.
Paradójicamente, la lucha competitiva recompensa con una porción
mayor de la masa global del valor a aquellos capitalistas individuales,
los más avanzados tecnológicamente, que contribuyen en menor me-
dida a su formación. La lógica interna del proceso de valorización se
constituye como un poder trascendental de tal calibre que su desarrollo,
llevado a su extremo fatal, implica el agotamiento sistémico de la masa
de valor. Este proceso, debido a la dinámica automática que lo impulsa,
tiene que culminar en términos históricos. A largo plazo se producirá
un agotamiento total de la masa de valor, pues la producción de plusva-
lía, relativa o absoluta, no puede compensar infinitamente el efecto que
provoca el desarrollo de las fuerzas productivas científico-técnicas sobre
la cantidad de valor incorporado en cada mercancía producida. Con la
crisis abierta en 2008, hemos entrado precisamente en la fase histórica
del colapso del capitalismo.
El capitalismo no implica un «eterno retorno» de sí mismo. La di-
námica del capital expresa la aproximación progresiva a una lógica de
desvalorización final, en función de los niveles de productividad que se
van alcanzando. Marx ya analizó una dimensión de esta desvalorización:
la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia. Para Kurz, esta ley se
ha interpretado erróneamente, ya que no expresa el límite interno del
proceso de valorización de forma inmediata (es decir, no tiene sentido
analizar la caída de la tasa de ganancia desde un punto de vista feno-
menológico). En efecto, desde un punto de vista empírico, la tasa de
ganancia puede recuperarse a través de ciertos mecanismos de com-
pensación que históricamente han puesto en marcha movimientos de
expansión externa e interna del capital, como pudieron ser el colonia-
lismo o el fordismo. Sin embargo, desde una perspectiva categorial, la
contradicción interna del capital, que determina el límite interno del
proceso de valorización, se encuentra presente también cuando actúan
las tendencias que revierten temporalmente la caída de la tasa de ganan-
cia. Desde el punto de vista categorial, lo decisivo es analizar la evolu-
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Se podría rebatir este argumento haciendo referencia a dos fenómenos que se han
producido en las últimas décadas. Por un lado, el fuerte incremento del empleo en el
sector servicios en los países desarrollados. Pero, en buena medida, este trabajo tiene
un carácter improductivo, no produce valor, sino que tan solo facilita su circulación.
Por otro lado, el fuerte crecimiento del empleo industrial en los países emergentes,
especialmente los asiáticos. Pero como ya advertí en el ensayo anterior, este creci-
miento del empleo no puede suponer un aumento paralelo de la masa de valor.
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¿Hacia el postcapitalismo?
En su reciente libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro, Paul Mason
(2016) plantea algunas cuestiones de sumo interés en relación a lo que
estamos estudiando en este conjunto de ensayos. Para empezar, el jefe
de redacción de la sección de economía del noticiero «Channel 4
News» nos sorprende tomando como referencia teórica para su análisis
el debate clásico sobre el colapso del capitalismo entre los marxistas de
comienzos del siglo xx . Apoyándose en la teoría sobre las ondas largas
de Kondratiev, Mason sostiene que la prolongación excesiva de la fase
descendente en la última onda larga (es decir, el período iniciado en la
década de los setenta, que bajo condiciones normales tendría que haber
terminado unos 25 años después) está relacionada con una creciente
dificultad por parte del capital para encontrar mecanismos de adapta-
ción y superar sus crisis. De hecho, al igual que Kurz, vendría a plantear
que esta capacidad de adaptación está alcanzando su límite histórico.
Sin embargo, su explicación vuelve a caer en una lógica voluntarista
cuando plantea que, «en la década de 1980, tuvo lugar la primera “fase
de adaptación” en toda la historia de las ondas largas en que la resistencia
de los trabajadores cedió y se derrumbó», para añadir a continuación
que «de haber seguido el patrón normal, esa resistencia habría forzado
a los capitalistas a adaptarse más radicalmente, lo cual habría dado lugar
a un modelo nuevo, basado en una mayor productividad y unos salarios
reales más elevados», es decir, que «la derrota del movimiento obrero
organizado no posibilitó –como creían los neoliberales– un “nuevo tipo
de capitalismo”; solo sirvió para que se prolongase la cuarta onda larga,
sostenida por el estancamiento de los salarios y la atomización»
(Mason, 2016: 138).
Como ya he dicho en varias ocasiones, esta explicación es errónea;
incurre en los mismos problemas teóricos en que se sustentan los argu-
mentos postobreristas (que el propio Mason reclama como precursores
de su obra). En primer lugar, en el modo de producción capitalista el
progreso técnico y los avances en la productividad del trabajo no se ex-
plican por la mayor o menor resistencia de los trabajadores a los ataques
del capital, sino por la competencia entre los capitalistas por reducir el
tiempo socialmente necesario para la producción de mercancías. En se-
gundo lugar, es precisamente la reducción de la cantidad de valor en la
producción de cada mercancía como resultado de este progreso técnico
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sociedad del valor todo bien que tenga un precio y lo pueda realizar es
una mercancía, independientemente de si ha sido utilizado trabajo asa-
lariado en su producción o no, independientemente de que haya sido
producido tras los muros de una fábrica o no. Quien defiende el carácter
no-mercantil de los bienes cognitivos digitales suele recurrir, además, a
argumentos ideológicos para justificar su posición (Kurz, 2008). Si, como
dicen los postobreristas, la provisión de estos bienes se hace escasa por
la imposición jurídica de derechos de propiedad que obligan a pagar por
su uso, entonces se puede deducir con facilidad que la escasez es un fe-
nómeno, extrínseco a la naturaleza del capitalismo. Sin embargo, la ge-
neración de escasez en el capitalismo no resiste una lectura tan ideológica.
En realidad, con independencia de la dotación de recursos disponibles,
es una condición estructural de la sociedad del valor. El capital necesita
reducir a la mayoría de la población mundial a la condición de proletarios,
es decir, a una situación de desposesión material donde la persona solo
dispone de la capacidad de vender su fuerza de trabajo para poder sobre-
vivir. Necesita hacerlo para avanzar en la acumulación ilimitada de riqueza
abstracta, que es la razón de ser del capital. En consecuencia, la genera-
ción de escasez es una condición estructural de la producción capitalista
como un todo, sin distinguir una clase especial de bienes.
Por otro lado, es un error considerar que los bienes cognitivos digitales
son mercancías contra natura por el hecho de que, por ejemplo, reprodu-
cir una canción digitalmente no implique gasto de fuerza de trabajo5 (al
5
No obstante, siempre hay una producción original (y la misma reproducción) que re-
quiere inversión en trabajo, tecnología y energía. Por mínima que sea la aportación, de-
trás de una supuesta «reproducción sin trabajo» de los bienes cognitivos digitales, al
final siempre hay distintos tipos de trabajo implicados: el cognitivo propiamente, el re-
lacionado con el mantenimiento de las costosas infraestructuras tecnológicas, con la
producción de energía, etc. Evidentemente, depende de las peculiaridades del sector
productivo específico, pero este contenido laboral siempre ha existido. Por ejemplo, la
generalización y el perfeccionamiento de las impresoras 3D sugerían que los costes de
reproducción de muchos bienes producidos mediante estos aparatos experimentarían
una reducción significativa, en especial porque se ahorraría mucho gasto de trabajo hu-
mano. Llegados a un punto, incluso podría ocurrir que la propia producción original
de un determinado bien, o de las mismas impresoras, llegara a eliminar prácticamente
la necesidad de incorporar trabajo humano (Rifkin, 2014). Pero las impresoras 3D
tiene que producirlas alguien, y aunque estas impresoras fuesen producidas por otras
semejantes, al final de la cadena tiene que existir gasto de fuerza de trabajo.
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6
En este sentido, no se debe confundir el intercambio simple de mercancías, «x mer-
cancía a = y mercancía b», con la relación capitalista universal entre mercancía y dinero,
en la cual la circulación en modo alguno media en la «mudanza de manos» entre dos
bienes particulares. Se trata de algo completamente diferente, ya que la circulación que
obedece a la lógica dinero-mercancía-dinero (D – M – D’) media en la realización de la
plusvalía (D’ > D), y no en la «mudanza de manos» entre dos bienes (M ≠ M’). El ob-
jetivo es acumular valor, valorizar el valor, no obtener mercancías distintas a las produ-
cidas. En realidad, lo segundo tan solo es un medio para conseguir lo primero.
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