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Institut

français
d’études
andines
Globalización y crisis social en el Perú  | Víctor
Carranza

I. La crisis social
p. 15-52

Texto completo
1 El actual proceso de globalización evidencia con fuerza
inusitada un hecho que nuestros liberales intentan
esconder a todas luces: las crisis que afrontamos los
peruanos expresan la confluencia dramática de históricas
fracturas internas con un orden mundial que implica la
postración de las sociedades subordinadas.
2 Por ello, los dos escenarios, nacional y global, donde se
construyen las identidades sociales de nuestras
poblaciones, y en los que se desenvuelven sus formas de
hacer economía, política y cultura, están hoy día en el
centro de un debate en el cual se juega nuestro futuro:
¿cómo articular liberadoramente lo local y lo mundial?
3 Si se contempla el siglo xxi desde las consecuencias
prácticas del neoliberalismo actual, coincidimos con la
indignación de Jadish2 ante el futuro inmediato de los
países subdesarrollados: representarán el 83% de la
población mundial a inicios del año 2001. Por otro lado,
son preocupantes las radicales conexiones económicas y
políticas nocivas al interior de nuestros países que
refuerzan la construcción de un poder estatal
culturalmente excluyente de sus grandes mayorías.
4 Felizmente, por el lado del escenario mundial, éste no es
monolítico. Extraordinarias fisuras culturales se muestran
con evidencia por las mismas áreas geográficas donde las
trasnacionales van estableciendo su predominio casi
absoluto sobre las relaciones económicas. Tradición,
modernidad y postmodernidad son, en adelante, los
horizontes conflictivos por los cuales transitan los actores
de un mundo que -por lo demás-siempre «se ha movido».

LOS MUROS CAÍDOS


5 Octubre de 1989. En la mirada y en la actitud de los
alemanes que cruzan, en una y otra dirección, los restos del
muro que sólo horas antes separaba a las dos Alemanias, la
pasión y el desconcierto eran alentados por un saber
compartido en todos ellos: había caído algo más que un
muro. El 16 de octubre en el diario El País, de España, un
artículo de Fukuyama sugería las consecuencias: «El fin de
la historia».
6 Ni fin, ni principio. Simplemente la historia parecía
cobrarle una vieja apuesta a las burocracias estalinistas
que olvidando la sentencia de Fourier, en el sentido de que
anular la contradicción entre la sociedad civil y el
capitalismo no implicaba matar a ambos al mismo tiempo,
hicieron precisamente lo contrario: en nombre de su lucha
contra el capitalismo, fueron acabando con la sociedad
civil. El resultado: un creciente rencor de sus ciudadanos,
cada vez más interesados en el reconocimiento del
individuo y de las libertades democráticas, y que al no
verlas cristalizadas en el socialismo «realmente existente»,
terminaron imaginándolas, maniqueamente, como
categorías consustanciales al capitalismo.
7 Sin capacidad para asumir la articulación del socialismo y
la democracia, y bajo una colosal presión de las masas
populares en sus países, las burocracias de Europa oriental
terminaron rindiéndose al ya no tan discreto encanto de
las burguesías supranacionales que les ofrecían, en el
marco de una globalización capitalista sin precedentes, el
paraíso perdido. Era la revancha de la Revolución de
Febrero de 1917 contra la Revolución de Octubre. Después
de 73 años los bolcheviques devolvían el poder al fantasma
de Kerensky.
8 Las imágenes de sociedades opulentas y «democráticas»
que las trasnacionales supieron vincular con el proceso de
mundialización bajo su liderazgo, encandilaron a las
resentidas poblaciones de la órbita socialista. Sus deseos
de tránsito a la otra orilla, a pesar de que no todos
resultarían beneficiarios de la agenda de reingeniería
mundial,3 eran tan contundentes que, desde 1990, los
gobernantes que no quisieron adaptarse a esta tendencia
empezaron a caer uno a uno. «Antes que apertura
económica, crecerán peras en los manzanos de Bucarest»,
dijo Ceausescu. Esa misma tarde, los estudiantes de teatro
salieron a colgar en los manzanos peras hechas con papel
plateado. Al día siguiente, una sublevación militar
derrocaba a Ceausescu, y, en un sumarísimo proceso, lo
fusilaban.
9 Con la caída del muro, la historia parecía dispuesta a
cobrarse, además, otra vieja apuesta: esta vez contra los
estados-naciones bajo cuyas estructuras la triunfante
burguesía de Francia levantó un modelo político
paradigmático para el resto del mundo. Un modelo,
instituido como el dogma de la modernidad y que se
impuso a nivel planetario, aún cuando no existieran, en
cada caso concreto, las dos condiciones que lo hicieron
viable en la sociedad francesa: la articulación capitalista
del mercado interno y la avanzada cohesión étnica de sus
poblaciones regionales. El resultado fue que, haciendo de
lo económico la instancia básica, las burguesías de Europa
y de sus ex colonias integraron discriminatoriamente, bajo
sus nuevos estados-naciones, a otras colectividades
étnicas, dejando larvados conflictos sociales cuya
naturaleza explosiva sólo pudo ser atenuada por la
represión militar y política.
10 Como no hay crimen perfecto, ya en 1945 Lewis Mumford
advertía una realidad subversiva donde todos veían
coherencia: a través de la tenue envoltura de la unidad
nacional, afloraban, para él, los colores básicos de las
realidades geográficas, económicas y culturales
presumiblemente desaparecidas. En una visión anticipada
de lo que está sucediendo hoy día, Mumford indica:
«Desde que se inició el movimiento regionalista, ciertos
observadores inteligentes como Auguste Comte, y más
tarde Le Play, no solamente observaron que estaba
destinado a culminar, dado que satisfacía las condiciones
básicas de la existencia política, sino que, además, Comte
predijo que dentro de un siglo Europa contaría con algo así
como ciento sesenta entidades regionales. Aunque esta
predicción no se ha cumplido totalmente, el hecho es que
hay en existencia ahora un número mayor de estados que a
mediados del siglo xix; y, lo que es más importante quizá,
se habla en la actualidad un número mayor de idiomas que
hace un siglo».4
11 Ello explica que cuando el poder de las trasnacionales
logra -al margen de los estados- la globalización de los
mercados a nivel mundial por la expansión de la industria
y el comercio, y por la integración de los circuitos
financieros, se desestabiliza la homogeneidad estructural
en la que primaba la función integradora de la política
desde el estado-nación, y se reactivan, al mismo tiempo,
expectativas de autonomía en las colectividades étnicas
sujetas al interior de esos estados. Consecuentemente, si es
a través de la lucha por la hegemonía en el mercado
interno que la burguesía nacional procede a homogeneizar
a la población, al margen de su diversidad étnica y
regional, será en la desnacionalización de los mercados -
léase mundialización- que la burguesía trasnacional
«sacará la vuelta» a los estados-naciones, con el
consiguiente reacomodo de las tradicionales lealtades
étnicas y regionales.
12 Esta compleja relación entre expansión del mercado y
autonomía cultural y regional es común a todos los estados
conformados por diversidades étnicas. Si Ceaucescu no
quiso comprender la necesidad de la apertura económica,
Gorbachov comprendió demasiado tarde que no bastaba
sólo la apertura económica, pues no obstante iniciar la
«perestroika» se vio desbordado por los habitantes de
ciento dieciséis nacionalidades que exigieron no sólo una
economía de mercado, sino también un nuevo estatuto
nacional. La resistencia de Gorbachov a reformar el estado
multinacional soviético terminará catapultando a Yeltsin,
quien, alentando reformas liberales en un marco de
autonomías nacionales, logró encumbrarse en el gobierno.5
13 Situaciones similares, insinuándose y extendiéndose en
uno y otro continente, indicaban la presencia de un nuevo
punto axial en la historia, donde se condensaban dos
hechos aparentemente contradictorios: por un lado, el
rompimiento del mundo bipolar Este-Oeste y la
ampliación del proceso de globalización de la economía
capitalista; y por otro, la exigencia de autonomías (el
Québec francófilo, los vascos, Galicia, Cataluña, la minoría
húngara en Rumania o la minoría rumana en Moldavia),
de emancipación (Irlanda, Escocia, Gales, Palestina), de
separación estatal (checos y eslovacos; croatas, serbios y
bosnios, en Yugoslavia; lituanos, letones y ucranianos al
interior de la URSS), de cambio de correlación de fuerzas
en estados multiétnicos (Burundi, Sudáfrica), de cohesión
nacional (Alemania, Corea, China); así como de
integración-restitución de pertenencias nacionales (toma
de Kuwait por Irak, que trata de rehacer sus fronteras,
cercenadas en los años ‘20 por la corona británica).
14 El factor étnico adquirió tanta o más actualidad que el
conflicto de clases. Un proceso dialéctico en que cada paso
hacia adelante por la unificación económica mundial
suscita en los pueblos un reclamo de autonomía cultural y
política. Cada nuevo equilibrio definido por las
integraciones en curso provoca un reequilibrio étnico.
Regis Debray anota: «El planeta se globaliza cada vez más
en sus objetos, pero también se vuelve más tribal en sus
temas».6
15 Este fenómeno cobra fuerza inusitada no sólo en los países
del Tercer Mundo, donde se asientan las culturas
«tradicionales» que son la mayoría del planeta, sino
también en los países de Europa. La cultura ha mostrado
más elasticidad de la esperada en relación con la «razón de
estado» siempre dispuesta a reproducir los patrones de
modernización trasnacional. Ashis Nandy advierte que
cuando entidades culturales relativamente grandes se han
opuesto a las necesidades y razones de sus estados, a
menudo es el estado el que ha cedido frente a la cultura.7
16 Cabe anotar que, como consecuencia de las
reivindicaciones culturales y regionales, sobre todo en la
década de los ‘90, en Europa el número de estados se ha
duplicado, mientras que en África y Asia se ha triplicado.
El continente americano, en un hecho que debe ser
estudiado con mayor detenimiento, ha sido la excepción.
Para el caso de América latina, en 1990, los problemas
económicos y la atracción ejercida por la apertura
neoliberal como solución a ellos, no estaban asociados con
la preocupación sobre las cuestiones étnicas y regionales.
Ello no obstante que, como apunta Alain Touraine, sólo
una parte de la sociedad se halla integrada al estado a
través de un sistema político relativamente abierto,
mientras que la mayor parte es marginada y reprimida,
sobre todo cuando su identidad étnica es diferente de la del
centro como sucede en la mayoría de los países andinos.8
Las propuestas neoliberales toman impulso bajo el
liderazgo de Collor de Mello en Brasil; de Carlos Menen en
Argentina; de Violeta de Chamorro en Nicaragua, y de
Patricio Alwyn en Chile, quienes asumen la presidencia de
sus países denunciando la impotencia de los programas
«nacionalistas» para superar los problemas sociales en la
región. Una región donde (según el Informe sobre el
Desarrollo, publicado por el Banco Mundial), los
contrastes entre la pobreza y la riqueza son los más
notables del mundo. En términos individuales, los
latinoamericanos estaban peor que hace 10 años. Mientras
los países de Asia meridional crecieron en la década al 5,5
% anual, América latina lo hizo al 1,6 %. Un porcentaje
menor a su crecimiento demográfico.
17 Casi en forma paralela a la «Iniciativa para las Américas»,
con la cual el presidente estadounidense Bush prevé un
Mercado Común en todo el continente, y a su invitación a
México a integrarse al Pacto de Libre Comercio (NAFTA),
Brasil y Argentina promueven el MEKCOSUR e invitan a
Uruguay, Paraguay y Bolivia en ese intento. Ampliando la
coincidencia en potenciar el rol de América Latina en la
economía mundo, se realiza, en ese mismo año, la reunión
cumbre de los países andinos. El viejo sueño
integracionista de Bolívar se puso a andar nuevamente.
18 Mas, sumergidas bajo la ola expansiva de los provectos
trasnacionales, las muchedumbres mestizas y las «culturas
vencidas» de América latina replanteaban, paso a paso, sus
viejas reivindicaciones. En 1990 Octavio Paz, al recibir el
premio Nóbel, resume en la imagen de un México mágico y
mestizo -cuya cultura proviene de pasados superpuestos:
mercantilismo anacrónico español y misticismo
trascendentalista indígena-, la compleja realidad social de
los pueblos de este continente. En cuanto a los sujetos de
la cultura mexicana (y de gran parte de Latinoamérica)
dirá: «Los mestizos destruimos mucho de lo que crearon
los criollos y los indios, y hoy estamos rodeados de ruinas y
raíces cortadas. ¿Cómo reconciliarnos con nuestro
pasado?»
19 Hoy sabemos que los indios y mestizos de Chiapas se
estaban haciendo la misma pregunta.
LA CRISIS SOCIAL «A LA PERUANA»
20 La crisis que Alan García había intentado remontar, con
una orientación contraria a las exigencias liberales del
mercado internacional, se volvió contra su propio gobierno
con una intensidad tal que, a inicios de 1990, los peruanos
tenían la impresión de estar viviendo en un estado en
ruinas. El «futuro diferente» ofrecido se había
transformado en un presente dolorosamente insoportable:
desgarrada por una guerra interna, que registraba ya
22  000 muertos, miles de mutilados y pueblos andinos
desolados aún más por la migración compulsiva de
700  000 desplazados a las ciudades de la Costa, la
sociedad peruana sufría una de las crisis más profundas de
su historia republicana. A la hiperinflación (promedio
anual de 130%), a la recesión productiva, al desempleo, al
hambre, a la corrupción, a la impotencia del gobierno para
articular una salida, se asociaba la imagen del terror
político (impulsada tanto por las fuerzas subversivas como
por el estado), impredecible en sus alcances.
21 De este escenario 240  000 peruanos, en un verdadero
éxodo,9 lograron emigrar al extranjero hacia un futuro
incierto, mientras que otros, entre los que destacan 50 000
niños huérfanos, iniciaban el peregrinaje, por las calles de
Lima y otras ciudades, hacia la miseria, la mendicidad y las
drogas.
22 La administración aprista revela, de ese modo, los límites
de su proyecto populista y las enormes carencias de su
gobierno asistencialista (de los de arriba para los de abajo).
Es este fracaso el que hizo descubrir a su militancia que los
centros verdaderos del poder estaban fuera de su gobierno
y fuera de su país.
23 El caos vivido evidenciaba algo más que una crisis
económica (proceso endógeno y cíclico por el cual la
ruptura de la acumulación cobra sólo la forma de
destrucción de capital), es decir estábamos más allá de la
forma de manifestación económica del proceso social real,
por el cual se arruinan los capitalistas y se arrebata a las
masas obreras, vía la desocupación, sus medios de
subsistencia.
24 A la pérdida de riqueza (crisis económica), se añadía la
pérdida de legitimidad (crisis política), y se exacerbaba la
carencia de motivación social (crisis cultural). La situación
involucraba a los tres sistemas que se desarrollan en el
modo capitalista de producción: el económico, el político y
el sociocultural, y por lo tanto se había transformado en
una crisis social.10
25 Frente a este hecho, la intervención del estado peruano se
tradujo solamente en acciones de regulación y de represión
en los ámbitos económico, político y cultural, para permitir
con ello la reproducción del capital y, sin quererlo,
reproducir también las condiciones del surgimiento de
nuevas crisis. De este modo, al no resolverse radicalmente
las fuentes de la crisis social, se instalará en el país una
complementariedad dinámica: la tendencia a la crisis
económica se retroalimentará también de la crisis política
y de la crisis cultural.
26 Asistimos así, en el Perú de los 90’ a una crisis social en la
cual actúan las siguientes tendencias: 1) El sistema
económico muestra su irracionalidad al no producir las
proporciones adecuadas de valores consumibles; 2) el
sistema político no aporta decisiones legítimas, ni procura
justificaciones generalizadas en el grado requerido y 3) el
sistema sociocultural no genera, en el grado requerido,
«sentido» motivante a la acción.11
27 Mas, si lo que caracteriza a una crisis social son las
disfunciones en los tres sistemas, no cabe deducir que
estas disfunciones deberán actuar simultáneamente. Por el
contrario, podrán presentarse varias combinaciones
posibles relacionadas a las diferencias en el período de
maduración de los conflictos, hecho que otorga relativa
autonomía a cada uno de los sistemas antes de
manifestarse en crisis social. En esa perspectiva, en el Perú
hemos asistido a las siguientes etapas: a) 1990-1992: crisis
que involucra simultáneamente a los sistemas económico,
político y sociocultural; b) 1992-1996: crisis en el sistema
sociocultural, no obstante la relativa estabilidad económica
y política,12 y c) 1997-1999: crisis en el sistema
sociocultural, disfunciones en el sistema político en el
marco de la oposición de masas al gobierno y percepción
de los límites del sistema económico, sobre todo en los
campos de la recesión y del desempleo generalizado.
28 Cabe destacar que los intentos para revertir la crisis social
en el Perú sólo han estado dirigidos a los sistemas
económico y político. La ausencia de una visión
totalizadora que reconozca que los fenómenos económicos
no pueden ser comprendidos al margen de sus fuentes
socioculturales,13 no ha hecho sino reproducir una
permanente crisis de identidad y de motivación social que
empuja a la mayoría de los peruanos a un callejón sin
salida.
29 El mismo Habermas reconoce que si hasta ahora las
estructuras de la intersubjetividad no han sido
suficientemente investigadas, ello no nos hace olvidar que
los sistemas de sociedad pueden mantenerse frente a la
naturaleza exterior mediante acciones instrumentales
(siguiendo reglas técnicas) y, frente a la naturaleza
interior, mediante acciones comunicativas (siguiendo
normas de validez). Esta reorganización se cumple en las
estructuras de una intersubjetividad producida
lingüísticamente.14 Pues bien, en nosotros tanto las reglas
técnicas como las normas de validez están disociadas de
los intereses concretos de las diversas colectividades
étnicas y regionales. Ello, en última instancia,
retroalimentará los procesos de crisis que se originan en
problemas de autogobierno no resueltos.
***
30 En el marco de un estado-nación capitalista relativamente
homogéneo en lo étnico, los sistemas económico, político y
sociocultural son generalmente analizados como si se
hallaran integrados en una misma dimensión clasista y
étnica a la vez. Se asume por ello que la correspondencia
entre estos diversos sistemas permiten la coherencia de las
soluciones al interior de nna crisis social. Es esta
«certidumbre» lo que ha llevado -incoherentemente- a los
ideólogos del neoliberalismo a caer cautivos de los
discursos según los cuales los pueblos son básicamente
grupos sociales particulares, que no deben estar unidos los
unos con los otros más que como «instrumentos de
desarrollo».
31 La homogeneidad clasista y étnica no se presenta en la
realidad del Perú. Aquí la ampliación del mercado
capitalista no ha podido evitar la persistencia de
diversidades étnicas y regionales que no han sido
integradas totalmente a los patrones de identidad criolla
exigidos por el estado-nación peruano. Esto nos permite
hablar de la coexistencia de dos dimensiones sociales: en
una de ellas se encuentran los modos de producción y los
actores de clase de la dominación económica y política
(dimensión vertical), y en la otra se encuentran los mismos
actores; pero en su condición étnica, como agentes de
enfrentados y/o convergentes proyectos histórico-
culturales (dimensión horizontal). El establecimiento de
coordenadas étnico-clasistas en la sociedad peruana, y la
percepción bidimensional de sus relaciones, hacen más
compleja toda interpretación, pero enriquece la
perspectiva de análisis. Nos acerca a las reflexiones de
Touraine en el sentido de que las relaciones sociales se
presentan como una combinación de ideología y de utopía:
si la dimensión utópica está ausente, el conflicto de clase
corre el riesgo de perder su referencia a la historicidad y de
reducirse, por lo tanto, a una lucha economicista. Pero si la
ideología está ausente, la reivindicación histórica se reduce
a un movimiento modernizador o antimodernizador, entre
dos formas de sociedad y de cultura enteramente opuestas,
conduciendo el análisis no ya en términos de relaciones
sociales, sino de relaciones intersociales, como si se tratara
de una lucha entre dos estados, planteándose una
concepción antisociológica, y la imagen de un conflicto
meramente político y casi territorial.15
32 Confundir las condiciones étnicas y clasistas en una sola
dimensión de análisis lleva a conclusiones erráticas, como
sostener que las colectividades indígenas (andinas o
amazónicas) son, básicamente, un estadio inferior a las
clases de una economía de mercado. Por lo tanto, la
integración de estas colectividades al modo capitalista de
producción implica «inevitablemente» su conversión en
bloque en una de las clases modernas: en adelante se
disolverán como indios y serán sólo campesinos,
proletarios o burgueses. En esa línea reduccionista de
análisis, la dinámica «de indio a campesino» es presentada
como el derrotero ineludible por el que deberán transitar
los nativos de este país hacia la «modernidad».
33 Las limitaciones de esta matriz especulativa radican, por
un lado, en ver a una colectividad étnica como una
naturaleza socioeconómica vacía, predispuesta a encuadrar
en el molde clasista que exige su ubicación integrada en el
estado-nación; por otro lado, en querer ver el modo
capitalista de producción que se desarrolla en el Perú como
un escenario en el cual la escala social se reduce tan sólo a
las clases sociales. En ambos casos se despoja a la sociedad
de las particularidades culturales, lingüísticas e históricas
que definen a las diversas colectividades étnicas y
regionales y, por lo tanto, a las mismas clases sociales. Por
este camino no sólo se le niega a lo étnico un rol en la
economía sino también en la ética, en el arte, en la política,
y en cualquier otro campo de la vida moderna.16
34 La cuestión a resolver es entonces: sin desconocer la
predominancia de las relaciones capitalistas de producción
en el conjunto de la sociedad peruana, ¿se puede hablar de
quechuas-campesinos, de aymaras-burgueses, o de
asháninkas-obreros? Es decir, ¿pueden interactuar sin
exclusiones la condición de clase y la de identidad étnica
en un hombre peruano en particular, o en un colectivo de
hombres en general?
35 Aún más, y esta es otra pregunta esencial: ¿cómo
reinsertarnos en la aldea global de Mc Luhan sin quedar
reducidos a un país-factoría, de ensambladores, sin
historia ni tradiciones?
36 Reconociendo las limitaciones de las categorías que
caracterizan a la identidad social17 consideramos que en
ésta sí pueden interactuar la condición de clase con la
pertenencia étnica, a condición de situar en el análisis las
características bidimensionales de los peruanos. Esa
manera de acercarnos al problema atenuaría en parte el
desconcierto, cercano al fatalismo, en las argumentaciones
de muchos sociólogos que, con las mejores intenciones,
advierten sobre el destino catastrófico de las culturas
andinas al interior de una globalizada economía de
mercado. En sus planteamientos aparece explícita la
siguiente tesis: si la expansión del mercado capitalista
tiende a liquidar a las culturas andinas, entonces éstas
asegurarían su supervivencia sólo si se limita la expansión
del mercado. Sin embargo, de lo que se trata es de buscar
caminos por los que, a la par que nos desenvolvamos como
agentes económicos modernos, mantengamos las
pertenencias étnicas.18
***
37 El hecho de encontrarnos con sistemas económicos,
políticos y socioculturales que no están ni integrados en sí
mismos, ni coherentemente articulados al sistema
capitalista peruano, dificulta extraordinariamente la
explicación de nuestra crisis social y amplía la complejidad
de las soluciones posibles.
38 Es aleccionador, en este aspecto, el desnivel entre el
diagnóstico certero de César Hildebrandt cuando señala:
«El marxismo en el Perú tiene que considerar al racismo al
margen de la lucha de clases, como una mecánica de la
sociedad peruana», y su salida perezosa de apostar
básicamente por la «clase exportadora» como la solución a
los desgarradores conflictos sociales. Al respecto, cito
algunos de sus argumentos desarrollados en el libro Sobre
el volcán, de María del Pilar Tello:
C. Hildebrandt: «Mariátegui murió muy joven y no pudo
desarrollar aquello que se esbozó en la polémica sobre el
indigenismo, sólo se esbozó y fue una lástima que esa
polémica se truncara tan prontamente porque creo que ahí
estaban los ingredientes de algo que Marx no pudo prever
y que trastorna cualquier análisis académico.»

(...)

María del Pilar Tello: Yo creo que estamos hablando del


Perú, de una revolución social necesaria y de una
redistribución de la riqueza imperativa para evitar el
conflicto desatado...

César Hildebrandt: De acuerdo, el problema es cómo.


¿Cómo subsidias un proyecto de redistribución del ingreso
que significa mejores salarios? Eso implica necesariamente
un acuerdo con la clase exportadora para obtener divisas.
No hay otra salida…19

39 Es cierto: lo que relaciona a la naturaleza con la sociedad


es la tecnología. Y que el impulso de ésta, por la presión del
mercado, influye notablemente en el progreso social; pero
es cierto también que el desarrollo es algo más que el
crecimiento económico: implica la movilización de todas
las potencias creativas de los pueblos, con equidad e
identidad. Pero no basta con reconocerlo, hay que aceptar
todas sus consecuencias. Parecen ser precisamente las
consecuencias radicales que entraña la comprensión de las
aberrantes exclusiones las que hacen retroceder,
intimidados, a aquellos que se atreven a ver de cerca el filo
del abismo social.

¿EL FUTURO DIFERENTE?


40 Como era obvio, los efectos de la interrelación con la aldea-
mundo se manifestaban, con todas las posibilidades y
limitaciones, en el Perú a inicios de los 90'.
41 Pero serán las limitaciones de esta interrelación las que
derrotarán el acuerdo «nacionalista» de la administración
aprista, de amortizar la deuda externa con una suma
equivalente al 10% del valor de las exportaciones y no con
el 60% como exigía el Fondo Monetario Internacional.
Tras la convocatoria, sin éxito, a formar un frente
latinoamericano de países deudores, el gobierno peruano
recibe una categórica respuesta: el FMI le declara la guerra
tratándolo como «país inelegible» e incluyéndolo, desde
1986, en su lista de parias financieros.
42 Internamente, las cosas marchaban por rumbos parecidos.
La intención de afianzar un pacto social entre el estado, las
clases medias y el sector «progresista» de la burguesía
para dinamizar la acumulación interna, en oposición a la
corriente neoliberal mundial, fue siendo derrotada
paulatinamente. Las fuerzas centrífugas eran tan intensas
que las medidas preferenciales asumidas por el gobierno
en favor de los empresarios -para forzar la eficiencia
productiva-, se convirtieron en un boomerang: la
especulación financiera, la fuga de capitales y la corrupción
(de la que Alfredo Zanatti20era sólo la punta del iceberg),
fueron ahogando al modelo. Producto de la desesperación,
el Poder Ejecutivo decide, en julio de 1987, la intervención
de 10 bancos, 6 financieras y 17 compañías de Seguros
como medidas previas a la estatificación de la Banca para
asegurarse el control sobre los recursos financieros. Esta
medida terminó en otra debacle para el gobierno: por un
lado, al negarle su propia mayoría parlamentaria la
aprobación de las normas jurídicas, y por otro lado, al
generar la respuesta en bloque del conjunto de las clases
propietarias. El hecho adquirió contornos políticos de
primera magnitud cuando Mario Vargas Llosa, liderando
intensas movilizaciones opositoras a la medida, forja el
movimiento político «Libertad» apoyado por la misma
clase empresarial que, con esa viveza criolla que Menéndez
y Pelayo había asociado con un «un no sé qué indefinible
de gracia desenvuelta y no pensada», terminará
rompiendo lanzas contra el gobierno aprista que la había
sostenido.21
43 Para Alan García, que había hecho explícito que el dilema
de la economía peruana era «o luchar contra la inflación
aceptando el desempleo y la recesión como factores
necesarios, o impulsar la economía productiva a costa de
presiones inflacionarias», el camino a optar era el
segundo.22 Y continuará en esta opción no obstante los
conflictos en los frentes externo e interno. Cabe resaltar
que, independientemente de lo errático de las formas
asumidas, el objetivo era reforzar la actividad
intervencionista: el estado no se debía limitar a asegurar
las condiciones generales de la producción capitalista, sino
que debía incorporarse, él mismo, al proceso de su
reproducción. Con esta acción no debilitaba las bases del
sistema capitalista, como sugerían los ideólogos del
Movimiento Libertad, sino que, por el contrario, cargaba
sobre los hombros del propio estado la tarea de
apuntalarlas.
44 Ciertamente, el gobierno aprista continuaba la política del
capital con otros medios. Consciente de que un régimen
basado en una distribución asimétrica de la riqueza social
no puede obtener ni lealtad de masas ni legitimación
política sino en la medida en que se constituya como
arbitro, más fuerte mientras más radicales se manifiesten
las luchas sociales, tratará entonces de «provocar» el
bienestar común no sólo con la redistribución de los
recursos fiscales sino también con la ampliación del
empleo.
45 Del nivel de eficacia de esta medida dependía, según los
dirigentes apristas, la capacidad del sistema de defenderse
de la opción socializante impulsada desde la izquierda legal
y desde los movimientos subversivos. Efectivamente, para
los izquierdistas, los indicadores del deterioro económico y
de sus efectos sociales eran atribuidos a la incapacidad del
gobierno (y también de la burguesía, de las clases medias,
y de los poderes fácticos de la sociedad peruana) para
lograr un modelo de acumulación eficaz en condiciones de
estabilidad política.

CRUCE DE SENDEROS
46 La orientación aprista logra detener la ola privatista del
gobierno anterior y hacer del estado el empresario más
importante del país (controlaba 186 empresas cuyas
actividades generaban alrededor del 20% del PBI). Pero,
por eso mismo, por cuanto el estado era el encargado de la
redistribución del mayor volumen del producto social,23
logra también el desplazamiento de los conflictos que se
daban entre las clases, hacia el escenario de las clases
contra el estado.
47 Por ello, no serán únicamente las clases propietarias,
alentadas por la tendencia neoliberal, las que se opondrán
al modelo estatista de acumulación; también se opondrán
los pequeños y micro empresarios de la ciudad y del
campo, así como las masas de desocupados, pugnando por
superar los límites de la capacidad redistributiva del estado
y la ausencia de empleo. Se refuerza de ese modo la
tendencia migratoria hacia las ciudades por millones de
campesinos indígenas y mestizos, que presionan sobre
todas las formas de organización social existentes para
efectos de sobrevivir, como invasores de tierras,
productores clandestinos o vendedores ambulantes. El
dinamismo de este fenómeno no parecía tener límites: en
octubre de 1988, la revista Perú Económico afirma que del
total de transacciones financieras, el 80% se efectúa al
margen del sistema financiero formal.
48 En 1990 los pequeños y medianos industriales daban
empleo (incluyendo a ellos mismos) a alrededor de
3 670 000 personas: el 50% de la PEA. Estaban nucleados
en la Asociación de pequeños y medianos industriales del
Perú (APEMIPE), organización creada por Máximo San
Román como una escisión de la Sociedad Nacional de
Industrias dominada por las grandes empresas. Si
comparamos el empleo ofrecido por estos empresarios
«chichas», con los 2  600  000 trabajadores agrícolas de
entonces (en su mayoría parceleros y pequeños
propietarios) se hace evidente la gran importancia social y
económica del sector.
49 Las nuevas correlaciones sociales adquieren una doble
característica: el rol protagónico de las masas populares,
fundamentalmente andinas y mestizas en la expansión
informal de la economía y, asimismo, la presencia cada vez
más notoria, sobre todo en Lima, de prácticas inherentes a
las culturas regionales que amplían el proceso de
interculturación de la sociedad en todos los niveles. Esta
vez la gran densidad migratoria, al articularse conflictiva
pero creativamente en el sistema económico,
informalizándolo en gran medida, crea mejores
condiciones de defensa de las tradiciones regionales que en
el pasado. Por lo tanto, el modelo de las «ciudades-
molino», que se tragan la cultura de los asimilados, ya no
funciona mecánicamente.
50 A contracorriente de ello, sublimando sólo el referente
económico del fenómeno migratorio, Hernando de Soto
venía sosteniendo, desde 1986, que la nuestra era ante
todo una crisis de transición hacia nuevas formas de
capitalismo y que los actores más interesados en superarla
eran los migrantes andinos y desocupados costeños, cuyas
prácticas económicas informales creaban, al margen y
contra el estado «mercantilista», formas eficaces de
sobrevivencia y condiciones para la expansión del
capitalismo en su versión liberal. De Soto fue más allá:
alertaba que los niveles del conflicto de estas masas
emergentes con su estado tendrían un límite. En el caso de
Francia, anota, la revolución de 1789 superó el conflicto.
Para evitar la revuelta, a la peruana, exige un programa
que transforme nuestro estado y reestructure las
ineficientes formas mercantilistas de acumulación.24
51 En el fondo, su propuesta es más superficial y menos
dramática. En su estudio se impone una visión legalista
(formalidad-informalidad) de la economía peruana y la
sublimación del rol transformador, bastante esquemático,
de los informales.25 Su entusiasmo por la iniciativa privada
de origen popular no parece tener límites. Y en esto se
parece a Proudon, el cual consideraba como la mejor salida
a la condición expoliadora de la gran propiedad, la
extensión de la propiedad «sin sus taras, sin sus robos».
¿No es ésta acaso, tal como señalaba Marx una forma
oportunista de pretender suprimir la alienación del «no
tener» de los desposeídos, mediante la ilusión del
desarrollo generalizado de la posesión? Por lo demás, al
obviar los horizontes culturales de los agentes económicos,
el mercado «liberador» que ofrece De Soto a los migrantes
andinos se convierte en un nuevo mecanismo extirpador
de idolatrías.

LAS TRAMPAS DEL DOGMATISMO


52 En ese escenario de crisis social habrá otros actores
igualmente desconcertados: las masas asalariadas de las
ciudades y del campo, así como sus organizaciones
sindicales y políticas que militan bajo la orientación
socialista. Politizados bajo paradigmas estatistas y
clasistas, los partidos de izquierda se encontraron de
repente en un callejón sin salida: sus concepciones
reduccionistas no les permitieron encarar una estrategia de
alianzas con los otros sectores discriminados por el gran
capital, entre ellos con los pequeños productores y con los
micro-comerciantes, de la ciudad y del campo, que veían
en el estado corporativo la fuente de su situación de
emergencia y de informalidad. Cabe anotar que en 1990 las
agrupaciones de izquierda incluyeron a un solo pequeño
industrial, Luis Valer, en sus listas parlamentarias, pero en
un lugar sin ninguna chance.
53 Al no ofrecer un discurso para ese sector
extraordinariamente dinámico en la economía y en la
recreación cultural, la izquierda se encerraba en sí misma.
El clasismo demostró ser necesario; pero insuficiente para
subvertir a la sociedad civil en su conjunto. Esto se
manifiesta aún más cuando, como producto de las derrotas
de los socialismos «realmente existentes» frente a la
corriente neoliberal, los partidos de izquierda creyeron que
su supervivencia pasaba por quitarle el filo socialista a sus
programas de gobierno, pero sin atinar a ofrecer
respuestas creativas que no viniesen sólo desde el estado.
A la propuesta fundamentalista del libre mercado le
oponían otro fundamentalismo: el del estado benefactor.
No vislumbraban intermediaciones posibles. La negación
absoluta de la importancia del mercado26 hizo que las
organizaciones izquierdistas, expertas en la crítica a la
economía política, no se dieran cuenta de sus limitaciones
en un nuevo contexto nacional y mundial que exigía no
sólo transferir con equidad la riqueza, sino además,
refundar las bases institucionales de su creación.
54 Por otro lado, la noción absolutista que considera la
estructura económica como determinante del conjunto de
las relaciones sociales, perfiló una visión clasista del estado
anulando, en la práctica, la autonomía de las variables
étnica y cultural. Ese ejercicio reduccionista fue aislando a
la izquierda en la medida que no tenía propuestas
creativas, ni para los «cholos» exitosos, ni para los
excluidos que se alistaron en Sendero Luminoso. Al
respecto es aleccionadora la referencia de Rodrigo
Montoya: «En una oportunidad, cuando sugerí que era
pertinente incluir en el debate de la refundación de la
izquierda, los problemas étnicos, de la democracia y de la
libertad para el conjunto de la sociedad peruana y no sólo
para el segmento criollo limeño, la respuesta de Agustín
Haya de la Torre fue que yo estaba proponiendo una
guerra civil como en África del Sur. Si los dirigentes de
izquierda están pensando de esta manera, es que no
entienden este país. No saben en qué país están
viviendo».27
55 Además de estas carencias, como para hacer leña del árbol
caído, un sector considerable de la opinión pública empezó
a identificar a la izquierda legal como parte del poder en
descomposición, cargando también sobre ella el
desprestigio por los efectos de la crisis. La actitud
defensiva que asumieron los izquierdistas fue privando al
movimiento popular de su soporte intelectual y político
alternativo al sistema.

LOS «INDEPENDIENTES»
56 Al mismo tiempo que el deterioro económico colocaba a
los sectores populares en una situación de emergencia y de
informalidad, la violencia política en curso los llevaba a un
estado de gran desorganización social. La ansiedad por la
sobrevivencia acentuó en los migrantes la descomposición
de los lazos comunales y en los asalariados erosionó las
solidaridades gremiales. El aumento del individualismo en
la sociedad peruana, es un fenómeno que se da en los
umbrales de la desesperación. Aunque es también desde la
desesperación que la gente tiende a recrear nuevas
identidades sociales como una cobertura frente a la crisis.
57 Por el lado del modelo de acumulación, si tomamos en
cuenta las premisas de la economía clásica, asumimos que
la ampliación del mercado en términos liberales desplaza
hacia éste, en cuanto escenario de relaciones contractuales
libremente ejercidas, la legitimidad política requerida por
el sistema. Es decir el crecimiento informal de la economía
fue ampliando la forma no política de la relación entre
trabajo asalariado y capital, creando condiciones para
atenuar el arbitraje de los partidos políticos. De ese modo,
la inmensa masa de pequeños productores y comerciantes
de la ciudad y del campo descubren su situación de relativa
independencia frente al clientelaje de las organizaciones
partidarias.
58 La economía de mercado, en su versión no estatal adquirió
tal dinamismo que descolocó toda pretensión dogmática de
encasillar, en patrones puramente ideológicos, a los
procesos de construcción de las identidades sociales. Las
muchedumbres, empujadas por el hambre y la guerra
hacia las ciudades, ampliaban el mercado al margen del
discurso «nacional unitario», acentuando, en su práctica
cotidiana de sobrevivencia, frente al estado y a las clases
dominantes, su filiación a diversidades étnicas y regionales
excluidas.
59 Todos estos factores (economía informal, autoritarismo,
segregación cultural, racismo, centralismo, etc.), que
erosionan la autoestima de la mayoría de los peruanos, no
tenían, sin embargo, su correlato en las propuestas
programáticas de las organizaciones partidarias de centro,
izquierda o derecha. En la ausencia de propuestas
reparadoras de la diversidad social, encontramos las
mayores carencias de los políticos para comprender las
expectativas de las masas.
60 El descolocamiento actual de los partidos políticos obedece
precisamente a esa visión congelada de la sociedad
peruana a la cual siguen ofreciendo -en el ámbito de la
economía, la política y la cultura-, discursos
homogeneizadores que chocan frontalmente contra su
configuración policlasista, multiétnica, pluricultural y de
acentuado regionalismo. Ello explica, en gran parte, que el
caudal electoral, alcanzado conjuntamente por los partidos
a nivel nacional en las elecciones municipales (que ofrecen
mayor margen de autonomía -tanto a los candidatos como
a los electores-), baje desde el 93% que obtuvieron en 1983
hasta el 35% en las elecciones de 1993. En contraparte, los
«independientes» subirán, en el mismo período, del 77, al
65%.
61 El divorcio entre las masas y las organizaciones partidarias
más representativas será sancionado en las elecciones
municipales de noviembre de 1989 en las que los
candidatos «independientes» alcanzan el 28,5% de la
votación nacional. El caso más espectacular es Lima,
donde Ricardo Belmont, que se enfrentó como
«independiente» a los partidos de centro, derecha e
izquierda, logra derrotarlos con una votación casi similar a
la de todas esas agrupaciones juntas, modificando la
anterior correlación electoral por la cual esos frentes se
repartían un tercio del electorado cada uno.28

EL FUNDAMENTALISMO LIBERAL
62 Es un hecho que la «mundialización del mundo» al mismo
tiempo que trasnacionaliza la economía, alienta -como
mecanismo de defensa- la diversidad cultural y regional en
todos los continentes. En el Perú nos encontramos con una
paradoja: no son los logros del crecimiento capitalista, sino
más bien su deficitario crecimiento lo que alienta la
persistencia de diversidades culturales y regionales
sumamente dinámicas. Esto descalifica a aquellos que
apostaron a la visión economicista como única opción
viable para el desarrollo del país y que previeron la
liquidación de las diversas culturas como un hecho
ineludible de la modernidad.
63 Si los proyectos promovidos por el discurso del estado-
nación -ya sea en su versión liberal o en su versión
dogmática del marxismo-, que asociaban el desarrollo con
la extirpación de diversidades, estaban siendo revaluados
¿significaba ello que se habían abierto a los peruanos
condiciones favorables para revaluar «su» desarrollo?
64 Y si esto era así, ¿cambiaban las ideologías de los peruanos
al mismo ritmo que los acontecimientos?
65 Una atenta revisión de los programas políticos y de la
producción intelectual nos muestra que, salvo raras
excepciones, el desfase entre teoría y praxis era evidente.
Ni la ofensiva neoliberal a escala planetaria, ni la búsqueda
de seguridad de los pueblos en su condición étnica y
regional, encontrarán respuestas creativas en las
organizaciones políticas o en sus líderes, arrinconados en
posiciones dogmáticas. Irónicamente, en el mismo período
en que las reivindicaciones étnicas y culturales
amenazaban con cambiar la agenda mundial, en el Perú la
mayoría de sus ideólogos seguían proclamando que, para
superar nuestro deficitario desarrollo, era imprescindible
anular la diversidad cultural y regional.
66 La simetría es el orden de los seres opuestos. Pero esta
visión del mundo, alentada por Pitágoras, no estaba a la
orden del día en el escenario peruano. Al interior de la
intelectualidad, sólo algunos de sus integrantes exigían que
lo esencial del debate pase por reconocer no sólo la crisis
económica y las limitaciones del modelo de acumulación
sino, fundamentalmente por encarar la crisis social y
definir sus alternativas, pero al nivel de las oposiciones en
la esfera de la sociedad civil. Efectivamente, no afrontar el
problema desde esta perspectiva significaba despojar al
movimiento social de estrategias reales y arrinconarlo a
soluciones de corto plazo.
67 En otras palabras, los desfases macroeconómicos son
elementos notorios que caracterizan la crisis; pero, ésta es
mucho más amplia y más profunda. La emergencia de
nuevos actores e inéditos roles en la sociedad peruana
pone al descubierto necesidades que van más allá de la
simple sobrevivencia o de la justicia económica. Destacan
entre las demás necesidades «radicales» la identidad social
y la de institucionalizar la diversidad. Necesidades que
reclaman respuestas estratégicas que no pueden venir sólo
de la economía ni de la política formal.
68 La crisis en el Perú estaba asociada entonces con la
necesidad de revaluar, con todas sus consecuencias
posibles, los contenidos y las formas de la construcción de
la nación. Y por qué no, de revaluar también la pertinencia
o no de su construcción.
69 Al margen de todas estas evidencias y depurando al
máximo el esencialismo economicista, el discurso
neoliberal de Vargas Llosa, explicitado durante la campaña
electoral de 1990, subraya que la crisis peruana sólo puede
ser resuelta si se acelera la desvinculación del sistema
económico respecto de los sistemas político y sociocultural.
Surgiría entonces en la sociedad civil un ámbito económico
emancipado de los lazos tradicionales, de tal modo que la
estabilidad y el desarrollo sociales se asienten básicamente
en la acción estratégico-utilitarista de los que participan en
el mercado.
70 Para él, la debacle del gobierno aprista significó la derrota
de una ideología nacionalista que no había querido
renunciar a los tambores de guerra de la revolución
mexicana. La única alternativa posible la veía en un estado
moderno que se insertara en la corriente mundial
neoliberal con todos los costos posibles que ello implica.
Más, consciente de la diversidad étnica que caracteriza a
los peruanos, y de su resistencia frente al carácter
excluyente de la cultura trasnacional, Vargas Llosa recurre
al apoyo de Popper. Se trata, para ambos, de combatir «el
espíritu de la tribu»: «aquella cultura rural, colectivista, de
religiosa identidad entre el hombre y el mundo natural,
para reemplazarlo por un mundo urbano, secularizado,
impersonal, de individuos aislados y gobernado no por los
dioses, ritos y creencias ancestrales sino por leyes
abstractas y mecanismos económicos».29
71 Una modernidad radical en la que ya no hay tiempo para
las grandes preguntas del nacionalismo político y de la
diversidad cultural. Una imagen apocalíptica del nuevo
Perú, en la que el progreso, como en la visión de la tierra
prometida, amenaza convertir en estatuas de sal a los que
vuelvan la mirada. Anular la injerencia estatal en la
economía y reducir el estado representan para Vargas
Llosa el ensanchamiento de la libertad individual y la
integración a la aldea global con todos los atributos que
puede otorgar una ciudadanía planetaria. «Sincerar» la
economía, en el juego de la oferta y la demanda
globalizadas, será en adelante su única fórmula para
restituir la legitimidad de los actos sociales. Era la
advertencia de una dinámica inicial de ajuste y
estabilización financiera extraordinariamente dura para las
masas populares.
72 En esa cruzada, no le fue difícil a Vargas Llosa contar con
la adhesión de «intelectuales» y de masas medias juveniles
anarquizantes. Paradójicamente, su problema era
convencer a los empresarios -beneficiarios de ese estado
corrupto y corporativo-, que el anti-estatismo es condición
previa del progreso. Vargas Llosa se encontraba en un
laberinto; la suya era una lucha que parecía absurda:
proponía un programa que reposaba sobre una burguesía
moderna, inexistente, y pedía, por lo tanto, a los viejos
burgueses, que se autodestruyeran. Hasta el último
momento, la tensión no desapareció. Sus socios del
Fredemo no avalaron el discurso ni firmaron el plan
económico que presentó Vargas Llosa ante el CADE′89 en
el cual sugería eliminar el proteccionismo, los reintegros
tributarios, las exoneraciones, el crédito subsidiado, el tipo
de cambio diferenciado, entre otras ventajas que el estado
otorgaba a los empresarios.
73 No obstante estas fisuras internas del Fredemo, la
candidatura de Vargas Llosa parecía invencible frente al
errático populismo aprista, y a la dispersión suicida de las
izquierdas. Su victoria estaba al alcance de la mano;
aunque, para alcanzarla era necesario algo que el escritor
comprendió de mala gana: la campaña electoral debía
transitar por caminos tortuosos: la subjetividad de las
gentes. Se le sugirió adular a las masas, halagar sus gustos,
visitar barriadas miserables, bajar el tono despectivo frente
a las tradiciones populares.
74 El hizo todo eso; pero insistió en dos condiciones, ambas
innegociables: la primera, su exigencia de un programa de
ajuste neoliberal y de integración compulsiva al mercado
mundial; la segunda, su propuesta de construir una nación
«moderna» en la que no cabía ninguna reivindicación
étnica ni cultural por cuanto éstas implicaban «congelar el
tiempo, detener la historia».
75 Si su primera exigencia encajaba más con la tendencia
mundial que con las formas de expansión del mercado
informal peruano, la segunda, desencajaba tanto local
como mundialmente. Eran los días en que «Los Chapis»,
creadores de la música «chicha», la cumbia andina,
vendían más discos que cualquier otro conjunto musical
criollo o extranjero. Días, asimismo, en que los alemanes
pasaban sobre los restos del muro de Berlín buscando
ansiosos su vieja unidad nacional.
76 Pero él era inflexible. Parafraseando a Bertoldt Brecht la
posición de Vargas Llosa sonaba fundamentalista: «¡Si
nuestro pueblo no nos deja llegar a la modernidad,
cambiemos de pueblo!».30

EL DESENLACE ELECTORAL DE 1990


77 Luis Cisneros Vizquerra, tenía una visión muy particular
de las elecciones: «En nuestro país no se vota por las ideas,
se vota por los caudillos, por el hombre. Barrantes es una
opción y seguirá siendo una opción. Si lo comparamos con
Mario Vargas Llosa veremos que en tanto Barrantes es
provinciano, Vargas Llosa es internacional; Barrantes es
cholo, Vargas Llosa es blanco; Barrantes es bajo; Vargas
Llosa es alto; Barrantes habla el lenguaje sencillo que
entienden todos los niveles, en tanto el discurso de Vargas
Llosa es intelectualoide que está dirigido a una élite;
Barrantes habla quechua y Vargas Llosa habla inglés y
francés... ¿Por quién va a votar este país de cholos en 1990,
con estos dos esquemas sociológicos?31
78 A contrapelo de muchos «científicos sociales», el general
Luis Cisneros, acertaba al situar la identidad cultural como
uno de los ejes de la contradicción fundamental de la
sociedad peruana. Sin embargo, peca de mecanicista no
sólo por no avizorar los otros dos ejes de esta
contradicción, que son el político y el económico, sino por
sujetar a los «cholos» a la figura de Barrantes, un
personaje cuyo propio caudillismo llevó al declive su
liderazgo.
79 Efectivamente, repitiendo la experiencia sectaria de Hugo
Blanco, que llevó al rompimiento de la Alianza
Revolucionaria de Izquierda (ARI) de 1980, Alfonso
Barrantes, ensoberbecido por su enorme caudal electoral,
consumó la ruptura de Izquierda Unida en 1989 obligando
a sus militantes a presentarse en listas separadas, hecho
que definirá la derrota de todos ellos. Si Blanco quiso
salvarse de los «reformistas», Barrantes quiso salvarse de
los «radicales». Esta vez, la historia se repitió como
comedia y como tragedia. Ambos influyeron en la
dispersión y el desaliento de los simpatizantes
izquierdistas. Ambos entablaron un combate no sólo con
sus propios enemigos, sino con los enemigos de sus
enemigos.32
80 En el caso de Barrantes la situación es más compleja por
cuanto su obsesión de aislar a los militantes «radicales» de
Izquierda Unida, lo hace desconfiar de toda radicalismo en
una sociedad sobre la cual, el mismo general Cisneros,
tildado de «ultrarreaccionario», afirmaba: «si vamos a las
razones diría que éste es un país que ha debido vivir en
guerra siempre».33
81 Obviamente, entre «las razones» que alude Cisneros
estaban no sólo la explotación económica, sino, además, la
opresión social, la discriminación étnica y el racismo en la
sociedad peruana. A ninguna de estas razones satisfacía ya
la imagen de Barrantes. Y por eso mismo, por carecer de
un proyecto de transformación radical de la sociedad que
desarmara los contenidos y las formas en que se asentaba
la herencia colonial -centralismo político, parasitismo
económico y etnocidio cultural- las gentes empezaron a
desconfiar de este provinciano al que habían encumbrado
a la alcaldía de Lima en 1983.
82 Por el efecto de los vasos comunicantes, Barrantes y su
grupo transfieren su descrédito a los otros tres bloques
electorales de izquierda que, por otra parte, ofrecían
también sólo optimizar el estado-nacional «unitario», sin
querer ver ni las tendencias informales y privatistas de la
economía peruana, ni el resentimiento de siglos de
colectividades pluriculturales contra ese mismo estado.
83 Disminuidas notablemente las posibilidades de triunfo del
Apra y de las izquierdas, los conflictos y las expectativas en
juego, en el escenario electoral, se concentraron
básicamente en el campo de la derecha. Económicamente,
la hegemonía burguesa tendía a ser desplazada desde su
fracción industrial-exportadora a la fracción financiera
trasnacionalizada. Políticamente, la corriente neoliberal
liderada por Vargas Llosa exigía la presencia directa de los
burgueses en el gobierno en reemplazo de la pequeña
burguesía tecnocrática y populista. Se trataba de poner en
una única mano el poder económico y el control del
gobierno. Lo que no se ponía en duda era el papel
sustentador de las fuerzas armadas cuyo poder aumentaba
en la misma proporción en que se ampliaba la guerra
interna.
84 Sólo hoy sabemos que para las masas las propuestas
privatistas de Vargas Llosa no eran suficientes. Su
mayoritaria pertenencia al gran sector de humillados y
ofendidos del sistema, hacía de ellos portadores de
reivindicaciones económicas, pero también de exigencias
políticas y culturales. Por ello, desde las imprecisas
fronteras de sus identidades sociales, sin haber logrado
construir un discurso alternativo, los excluidos por la
cultura oficial marcaron sus diferencias con los candidatos
«blancos» del Fredemo tan propensos a recordarles su
origen. Lo nuevo que buscaban no estaba en ellos.
85 Por otro lado, una propuesta que hubiera convocado a las
masas sólo desde una opción culturalista, enfrentando la
cultura de la reciprocidad andina contra el sistema
capitalista, tampoco hubiera cautivado: su proceso de
ideologización no había madurado en esa perspectiva.
Necesitaban recuperar la estima de sus identidades
sociales (que se componían de aspectos muy diversos y
generalmente contradictorios), pero no cuestionaban al
sistema de acumulación en su conjunto. En una encuesta
de Apoyo, en diciembre de 1989, el 74% del estrato popular
consultado opinaba que el estado debería quedarse con
sólo pocas empresas eficientes, mientras que el 45% de
este mismo estrato estaba de acuerdo en que todas las
empresas estatales debían pasar a manos privadas.34
86 A fines de marzo de 1990 los sondeos de opinión
vaticinaban un triunfo contundente para el Fredemo. Lo
sorprendente era que no obstante ser las más vulnerables a
la crisis social en curso, las masas parecían apostar por el
escritor y su corte como la única opción posible: el final
parecía previsible. Mucho después «descubrimos» que en
el estado de ánimo de la gente la «contundencia» de las
encuestas era relativa. Había confusión en sus actitudes
frente al profeta de «la modernidad», que se transformó en
un sentimiento de sospecha y de rechazo ante la millonaria
campaña publicitaria de los candidatos del Fredemo.
Conscientes de estar sobreviviendo al margen y
generalmente contra el estado, en una situación de aguda
crisis económica y de extrema violencia política, los
sectores populares exigían reformas radicales y apoyaban a
Vargas Llosa; pero, previendo también que ellos serían
quienes más sufrirían las consecuencias de los ajustes
económicos (el shock, el despido masivo), se replegaron en
sus exigencias antiestado y se pusieron a la sombra de
mensajes populistas cuya ventaja adicional radicaba en la
fuerza propagandística de toda la maquinaria
gubernamental que aún manejaban los apristas y en las
lealtades que su partido había creado en una frondosa
burocracia tras cinco años de administración pública.
87 Complejidad extrema: las masas populares querían el fin
del terror, pero las condiciones sociales creaban en ellas un
estado de ánimo extremadamente conflictivo, política y
culturalmente hablando. Se volcaba en los gestos
cotidianos todo el resentimiento racial y étnico contra los
sectores dominantes, pero se ponía mucha expectativa en
la expansión del modelo económico de esos mismos
sectores dominantes. Es por todo ello que la subjetividad
de las masas estaba lista a escuchar mensajes diferentes de
los populismos de centro e izquierda y del neoliberalismo
de la derecha; mensajes que rompieran con la vieja
polarización ideológica y los viejos métodos de explicarla.
Ciertamente, sus modalidades de resistencia no se
expresaban en un proyecto de nación alternativa. Más que
una ideología, era sólo una atmósfera de desasosiego la
que crecía en el ambiente. Muy a pesar suyo, si no se
hubieran presentado otros candidatos, las masas habrían
ido a las elecciones como aquellos que sólo pueden escoger
la salsa con que habrán de engullírselos.
88 Hasta que, de repente, un rumor sordo, persistente,
contagiante, se fue apoderando de la gente: «El chinito es
la voz». Nadie sabía el origen del rumor, de donde venía,
pero se escuchaba en el mercado, en el microbús, en las
fábricas. Y resultaba más extraño aún, porque el personaje,
Alberto Kenya Fujimori Fujimori, era un perfecto
desconocido que se enfrentaba a las poderosas alianzas
políticas de derecha, centro e izquierda, y que aparecía en
las encuestas periodísticas con sólo el 1% de preferencia.
Pero el rumor crecía y crecía, sobre todo en las capas
populares de Lima y de los pueblos de la sierra y de la
selva: sólo dos semanas antes de la elección presidencial,
todos teníamos la sensación de estar viviendo una escena
de política ficción. (¿Se habría expresado así -como rumor-
convulsión- la religiosidad andina del Taqui Onkoy?).
89 Después de todo, la nuestra es una sociedad acostumbrada
a los rumores. Sendero Luminoso, con su preferencia por
la acción directa, sin mensajes que la explicasen, y, por
otra parte, el celo de las fuerzas armadas en mantener en
reserva sus planes antisubversivos, habían exacerbado en
los peruanos una actitud de convivencia con el rumor:
«Dicen que habrá paro armado», «Parece que Abimael
está muerto». Si a ello añadimos el frecuente rumor sobre
vírgenes que lloran y cuanto milagro fuera pregonado,
diríamos que los rumores habían alcanzado un estatus de
vida oficial. Lo diferente en este rumor era que encauzaba
una polarización extraña en un momento electoral en el
que, según los analistas políticos, los peruanos parecían ya
haber comprometido sus lealtades, con uno u otro
candidato, al margen de Fujimori. Se «sabía» que Mario
Vargas Llosa llegaría primero y que el segundo lugar sería
disputado entre Alva Castro y Alfonso Barrantes:
«Tendríamos que ser una sociedad prelógica -y no lo
somos- para que un rumor desestructure lealtades políticas
de años» comentaba un periodista. Las clases medias y
altas, por su lado, lo asumían como un runrún folklórico,
como un comportamiento «chicha» sin mayores
consecuencias.
90 Sólo faltando una semana para las elecciones las empresas
encuestadoras advirtieron, en forma privada, que lo de
Fujimori era imprevisible, que estaba sucediendo un
fenómeno que podría alterar los resultados: sin partido, sin
propaganda en los medios de comunicación, sin historia
política, sin casi nada, Fujimori crecía y crecía, los últimos
15 días, a un promedio de 1% diario.
91 ¿Comprendió Fujimori la intensidad de este fenómeno? Él
sería el primer sorprendido. Sabemos cabalmente sus
intenciones cuando presentó su lista: aspiraba como
máximo a alcanzar una cantidad de votos que le
permitieran ser senador. ¡Y eso ya era dificilísimo! Pero
cuando las masas corren el rumor de querer votar por él, y
la derecha empieza a ridiculizarlo por ser hijo de
inmigrantes japoneses, (lo que equivale a decir, en el Perú,
ser miembro de una etnia discriminada), por un
mecanismo de defensa, por un racismo a la inversa, sin
prever los resultados, Fujimori y su entorno definen
magistralmente la campaña: «Sí, -proclama- somos un
chinito y cuatro cholitos!... ¡Es la hora del cambio!».
92 En esta estrategia jugará un destacado papel Francisco
Loayza, sociólogo y ex-asesor del Servicio de Inteligencia
Nacional, integrado al grupo de Fujimori en plena
campaña. Loayza nos dice: «Me di cuenta de que las
alusiones racistas en la campaña electoral habían hecho
erupcionar un volcán que parecía apagado. Propuse por
ello «descolocar» a Vargas Llosa no sólo desnudando su
racismo sino expropiándoselo, pasando a la ofensiva. El
instinto nos decía que ello podría conferirle a Fujimori
solidaridades étnicas que compensarían todas las carencias
del movimiento y nos pondría en una situación muy
favorable; pero el huaico de adhesiones que obtuvimos
superó todas nuestras ilusiones».35
93 Habiendo roto vínculos con casi todas las orientaciones
partidarias, un sector considerable de la población
decodificó el ataque-defensa racista de Fujimori como algo
que los involucraba existencialmente.36 La discriminación
étnica la sentían con mucha intensidad y el que ¡al fin!
alguien se atreviera a meter en la política este elemento,
motivó en ellos el despertar de sentimientos encontrados.
Fue el momento culminante: se consumó el hechizo. Algo
similar a la adhesión mostrada hacia Barrantes, el
«frejolito» auroral de la década de los ‘80; pero más
espectacular, por estar asociado a un carisma irracional y a
roles inéditos bautizados como «El aprendiz de brujo y el
curandero chino».37
94 En todos aquellos que se inclinaban por Fujimori había el
desconcierto por la opción asumida. Era casi imposible
triunfar con él; empero, los cálculos electorales formales
no pesaban en sus decisiones. Probablemente no ganaran;
pero era la mejor forma de cobrarse la revancha contra los
demás candidatos a los que, antes de sacárselos de la
cabeza, se los habían sacado del corazón.
***
95 Abril 8 de 1990, tres de la tarde. Un flash televisivo
anuncia las proyecciones de voto de las elecciones
presidenciales que acaban de realizarse. Contra todos los
pronósticos, en lo que se ha llamado el mayor vuelco
político que la historia republicana del Perú recuerde, al no
haber alcanzado nadie la mayoría absoluta, Vargas Llosa
deberá competir, en segunda vuelta, con Alberto Fujimori
y con los empeñosos micro empresarios y pastores
evangélicos de su entorno.38 Para el escritor, experto en
diferenciar la cálida empatia de la gris teoría, el veredicto
era claro: lo habían sepultado.
96 Su temor tenía sentido pues sus cálculos electorales habían
fallado. Conociendo los irreconciliables antagonismos
entre sus contendores apristas e izquierdistas que hacía
improbable que se unieran contra él en segunda vuelta, los
atacó y los satanizó sin cuartel, sin preocuparle la
posibilidad de competir contra cualquiera de ellos en
segunda vuelta. Los apristas e izquierdistas sólo serían
peligrosos si apareciera un tercer candidato que pasando a
la segunda vuelta los convocara como aliados contra el
Fredemo. Pero eso para él, ducho en la ficción literaria, era
imposible. Éste era también el pronóstico que ese mismo
día, en horas previas a los resultados, en un panel
televisivo, asumía el periodista Jaime de Althaus.
Descartando cualquier sorpresa, comentaba
socarronamente: «Fujimori, es un mito». Para él, la
montaña, el colosal rumor a favor del chino, también esta
vez, pariría una pulga.
97 Las masas patearon el tablero. Fueron, sobretodo, aquellas
identificadas como los estratos pobres del país,
concentrados en los barrios de migrantes andinos en Lima,
o en las regiones centro y sur de la sierra: «la mancha
india». Eran masas marginales también en relación a los
discursos políticos en juego. Es por esa condición de
marginalidad extrema que los militantes fredemistas,
como la Antígona de Sófocles, dirán de esta gente:
«¡Tienen demasiado orgullo para ser alguien que está en
desgracia!». No se quedaron en palabras. Desataron una
«histeria blanca» grancada en el cartel de «Ningún japonés
gobernará el Perú», con el que los fredemistas llegan al
hotel donde Vargas Llosa recibía los resultados de la
primera vuelta. Las agresiones verbales a los peruanos de
rasgos asiáticos durante el transcurso de la segunda vuelta
se volvieron moneda corriente.39 En estas actitudes, el
entorno criollo del Perú, se atrevió a mostrar con crudeza
su racismo. La «Sudáfrica solapa» ya no lo era tanto.
98 Cuando se releen las crónicas de esos días, es tanto el
desconcierto en ellas que hacen pensar en aquella historia
en que tres ciegos intentan, al tacto, describir un elefante.
Lo evidente era que la masiva votación por Fujimori, en
primera vuelta, transformó profundamente el sistema
político y social peruano: las tradicionales alianzas
construidas para mantener la estabilidad en el país se
habían erosionado y parecían romperse. La inestabilidad
afectó a la misma jerarquía eclesiástica que, en un intento
desesperado por llamar al orden a sus fieles para que no
votasen por candidatos evangélicos, improvisó, por las
calles de Lima, una procesión del «Señor de los milagros».
99 La polarización estaba en marcha. A ella ayudaba,
también, el perfil carismático de personajes como Máximo
San Román y Julián Bustamante, integrantes de «Cambio
90»: provincianos, andinos, quechua hablantes; cuzqueño,
dirigente nacional de la pequeña y la mediana empresa el
primero; huancavelicano, mediano empresario y dirigente
evangelista, el segundo. Ellos fueron, entre muchos otros,
los que demostraron, contra todo pronóstico, la eficacia de
una contracultura informativa de masas, en la que San
Román sostenía, de boca en boca: «la crisis que vivimos los
peruanos y cada uno de los pueblos de América mestiza,
será vencida cuando los privilegiados del sistema político
sean obligados a ceder paso a los hombres de trabajo...».40
100 Al prever su derrota, en segunda vuelta, Vargas Llosa
propuso retirarse de la campaña si Fujimori, que no tenía
un programa de gobierno, cumplía las tesis neoliberales
del Frente Democrático. No llegan a ningún acuerdo.
Vargas Llosa se impacienta. «Si no aplican mi programa
habrán ganado en vano», indica. Ésta, como en la vieja
alusión a Emiliano Zapata, le parecía ser la historia de
unos hombres que hicieron una revolución en las urnas,
para no cambiar nada.
101 Las muchedumbres que votaron por Fujimori sí querían el
cambio. A su manera. Por supuesto, anhelaban la apertura
económica y otro estado; pero en función de los intereses
de una sociedad pluricultural. No llegaban todavía a
anhelar, es cierto, la reformulación de la nación desde la
sociedad civil; ni la recuperación, en la ideología, de su
conciencia histórica; les bastaba con que se les tomase en
cuenta, se les respetase. Más que un programa político
levantaban un estado de ánimo. Por eso a «su» candidato
tampoco le exigieron un programa; bastó con que
Fujimori, como medium, hubiera sintonizado, como
ninguno otro antes, sus anhelos y pasiones condensadas.
Frente al proyecto «civilizador» de Vargas Llosa se
estableció, aparte de otros cálculos políticos, un pacto
secreto entre colectividades discriminadas para cobrarse
una vieja revancha. O por lo menos, así lo entendieron esas
masas.
102 Para la segunda vuelta, con la adhesión de los
simpatizantes del Apra y de las izquierdas, a los cuales
Alberto Fujimori ofrece un estado distributivo (en
oposición a la propuesta neoliberal de Vargas Llosa), el
candidato de «Cambio 90» obtiene el triunfo electoral con
el 62,4%. Vargas Llosa alcanzará sólo el 37,5% de la
votación nacional.41
103 No sólo las masas que (en consideración a su ubicación
conflictiva en el mercado y a su procedencia étnica o
regional discriminada) catapultaron a Fujimori a la
presidencia celebraron el triunfo electoral en segunda
vuelta. Apristas e izquierdistas asumían que la derrota del
Fredemo era también su victoria:42 el discurso
fundamentalista de Vargas Llosa contra el estado quedaba,
por lo pronto, suspendido. Al menos eso indicaba la
campaña de Fujimori contra las medidas privatizadoras
del Fredemo. Había otra razón, tan importante como la
primera, para estar alegres: la rivalidad por la conducción
de las capas medias y de los sectores laborales, desde
opciones políticas encontradas (el reformismo populista
del Apra y el socialismo estatizante de las izquierdas) no
necesitaba ser suspendida. El cálculo mutuo era claro:
sumando sus votos a los de «Cambio 90», sin necesidad de
aliarse orgánicamente, «sepultarían» la opción neoliberal y
realinearían sus propias fuerzas.
104 Eso fue precisamente lo que pensaron y lo que hicieron.
Una probable lucha, en el futuro, contra el nuevo gobierno,
los tenía sin cuidado. «Apoyaremos a Fujimori contra
Vargas Llosa -hizo público Hugo Blanco, líder del Partido
Unificado Mariateguista-porque es más fácil luchar contra
unos hombres sin partido que contra un elefante».
105 No se equivocaba en cuanto a lo genérico de la estrategia:
quien intenta jalar a un elefante para cambiarle de rumbo,
termina siendo desbordado. Pero, si al hablar de elefante,
Hugo Blanco pensaba sólo en las fuerzas políticas y
empresariales ligadas al Fredemo, se había quedado corto.
Detrás de ellos (o delante) estaba el verdadero
mastodonte: el auge planetario de la liberalización radical
de la economía y la mundialización sin precedentes de la
sociedad y de la cultura. Aunque esa es otra historia.
***
106 Son los resultados de la primera vuelta, los de abril, los que
definieron entonces el ascenso y gloria de Fujimori. Ellos,
al hacer estallar todas las formas tradicionales de
interrelación social, reforzaron en las masas, en los
pueblos y regiones que componen el país, las bases de una
informalidad política que los llevó a independizarse, aún
más, de las consagradas representaciones partidarias.
Sobre los grises programas partidarios, se había impuesto
la realidad existencial, estremecida, de las vidas singulares.
107 La victoria en segunda vuelta, en junio, es, en cambio,
producto del cálculo político y de explícitos compromisos
entre cúpulas partidarias, muchas de las cuales habían sido
conducidas a una extrema precariedad por los
acontecimientos en curso. Fue un cargamontón contra
Vargas Llosa y por lo mismo, la disolución de las
contradicciones en un no-querer-algo, y no la propuesta
orgánica de una salida coherente a la crisis social.
108 Por ello, serán los eventos de la primera vuelta los que
realmente develen la situación social en sus «nuevas»
contradicciones o, en todo caso, en el estallido formal-
electoral de viejas reivindicaciones. Para su decantamiento
fue necesaria la confluencia de diversos elementos, entre
los cuales destaca, en primer lugar, el hecho de que
Fujimori se forjó una imagen radical y un discurso
«subversivo» que sintonizó con la situación de crisis social
que vivía el país: frente a la pérdida de la radicalidad
política y social en la izquierda legal, y en oposición al
violentismo-terror de los grupos subversivos, las masas
apoyaron a quien les ofrecía la radicalidad sin el terror.
109 Frente a la defensa del estado hipertrofiado, que hacían las
clases medias burocráticas y la pequeña burguesía
intelectual de centro e izquierda, Fujimori es la expresión
de una pequeña y mediana burguesía informal en ascenso,
que para ampliar su influencia en el mercado interno debe
luchar precisamente contra la burocracia estatal. Así
mismo, en oposición a la propuesta neoliberal y
trasnacional del Fredemo de eclipsar al estado, Fujimori
representaba la posibilidad de un estado regulador fuerte
que defienda a los micro y pequeños empresarios, de la
gran burguesía trasnacional.
110 Frente a la condición étnica de los peruanos, cuyo debate
era eludido en la izquierda por peligroso, y despreciado en
la derecha por arcaico, Fujimori desnuda el racismo de la
sociedad peruana y representará el sentimiento de rechazo
hacia la discriminación imperante. En fin, denigrando del
centralismo limeño, «Cambio 90» se apoya en líderes
regionales; y frente a las jerarquías católicas, dominantes
en la ideología de los peruanos, Fujimori se rodea de
empeñosos grupos evangélicos.
111 Sin embargo, toda esa capacidad de situarse al margen de
las propuestas electorales en curso no indica, como sugiere
Alfredo Barnechea, que Fujimori triunfa por haber
ocupado el espacio de centro político que Vargas Llosa
cometió el error de abandonar.43 Es todo lo contrario.
Fujimori adquiere una imagen de radicalidad frente a
opciones políticas conservadoras de sus rivales en relación
con la situación social en su conjunto. El hecho de que la
imagen de Fujimori no correspondiera realmente con su
esencia y que lo que estaba sucediendo era el clasico juego
de espejos de las visiones invertidas, es otro asunto. En
todo caso, lo que ha dado en llamarse «la clase política»,
tenía sólo discursos para los estratos altos y medios de la
población. Fujimori abría expectativas para los sectores
emergentes y para todos los discriminados.
112 ¿Quién era realmente Alberto Kenya Fujimori Fujimori?
De acuerdo con la visión sociológica, Fujimori era lo más
parecido a todo pequeño burgués. Añadimos: sí, pero todo
pequeño burgués no es como Fujimori. Su biografía revela
horizontes dramáticos que tratará de superar en su
práctica política: «Mi padre me dijo que la primera palabra
que pronuncié fue en dialecto Kumamoto»,44 nos narra
Fujimori, en cuya niñez, tras el saqueo de la tienda de sus
padres y el cierre de la escuela para japoneses (Perú
apoyaba a los aliados en la segunda guerra mundial), es
obligado a estudiar con cholos y mestizos en una escuelita
fiscal, donde los niños, que suelen reproducir la crueldad
étnica de sus padres, lo toman «de punto». Un ambiente
de hostilidad que volvería a reproducirse durante la guerra
de Corea. «Me trataban como coreano y no como peruano.
No me lo explicaba...».45
113 Fujimori entonces no es un accidente electoral. Su
ideología no salía de la nada: además de expresar los
intereses económicos y políticos de la clase más numerosa
del país, los pequeños y medianos productores de la ciudad
y del campo, se retro-alimentaba del resentimiento étnico
y de la búsqueda de identidades sociales de la inmensa
mayoría de los peruanos.
114 Fujimori expresaba una imagen difusa, pero enervada, de
un país lleno de enfrentamientos no resueltos, en donde la
informalidad económica y la pluriculturalidad habían
abierto cauces sumamente conflictivos y prometedores a la
vez. Si las masas discriminadas étnicamente y sojuzgadas
socialmente catapultaron a Fujimori, los conflictos a nivel
de toda la sociedad hicieron inevitable su triunfo electoral.
En ese sentido, Fujimori representa no «el error fatal de
aquellos que buscando un inca encontraron un mandarín»,
sino la maduración de imágenes plurales de una sociedad
construida sobre un volcán.

Notas
2. Bhagwati Jadish, 1973.
3. En El horror económico, Viviane Forrester (1997) puntualiza que
entre 1979-1994 en el G-7, los desocupados pasaron de 13 a 24
millones. Quienes ya dejaron de buscar empleo suman cuatro
millones. «Ya no sirven ni siquiera para ser explotados...».
4. Mumford, Lewis, 1945(tomo 11): 222.
5. Gorbachov, reelecto en 1990, en el xxviii Congreso del PCUS con un
programa de distensión mundial (había suscrito con Bush y otros 34
gobernantes La Carta de París que marca el fin de la Guerra Fría), no
puede evitar la influencia política de Yeltsin que, reclamando la
soberanía rusa, proyecta crear sus propias fuerzas de defensa y
anuncia que tratará con las 15 repúblicas que forman la URSS como un
«poder extranjero».
6. Debray, Regis. Entrevista. Diario La República. Lima, 2 de abril,
1995.
7. Nandy, Ashis, 1996.
8. Touraine, Alain, 1998: 215.
9. Tanto en su obra Éxodo como en diversas publicaciones, Teófilo
Altamirano advierte la importancia que está alcanzando la emigración
como un fenómeno social en el Perú. Estima que, hasta 1994, los
peruanos que han emigrado al exterior son más de 1 400 000. En las
últimas olas destacan la edad juvenil de los migrantes: principalmente
entre 18 y 25 años, así como el mayoritario porcentaje de mujeres
(54%) en relación con los hombres (46%). El volumen de dinero
estimado que envían a sus familiares que se han quedado en el país es
alrededor de mil millones de dólares anuales.
10. En relación al concepto de crisis social, Agnès Heller, en Para
cambiar la vida (1981), señala: «Habermas ofrece propuestas teóricas
significativas por que no escinde los elementos sociales de sus
elementos económicos, y aunque analiza estos últimos hasta el final,
atribuye al concepto de crisis social un peso teórico más importante.
Hay que señalar que su trabajo fue hecho en una fase en la que la crisis
económica no había llegado todavía a un nivel tan serio y, en
consecuencia, algunos aspectos quedaron sin definir, pero creo que
todos los que nos dedicábamos a la teoría en aquella etapa, llegamos a
considerar que el problema central era la crisis social más que la crisis
económica. A largo plazo se confirmará que esa concepción era
acertada. Tal vez la crisis económica actual vaya a ser algo más larga
que las anteriores, pero en todo caso es razonable pensar que tras ella
vendrá un período de gran crecimiento, mientras que por el contrario
no se estará en condiciones de dar ninguna respuesta a la crisis social.
Por ello, el trabajo de Habermas será en mi opinión aún más
importante a largo plazo».
11. Debemos a Habermas, la clasificación de las posibles tendencias de
la crisis social sustentadas en las interrelaciones que se establecen
entre los elementos de los diversos sistemas: económico, político y
sociocultural. Ver: Habermas, Jürgen, 1986.
12. Al recuperar el volumen del PBI de 1987, reducir el índice
inflacionario e incrementar las Reservas internacionales netas (RIN),
el gobierno de Fujimori alienta la inversión trasnacional, generando de
ese modo un entorno macro-económico menos vulnerable que el de
1990. En el sistema político, el triunfo electoral en 1995, los éxitos
militares sobre las organizaciones subversivas, así como la dispersión
de los partidos de la oposición permiten a Fujimori gozar de una
estabilidad política relativa.
13. En lo que consiste una revisión a sus tesis iniciales que anunciaban
el fin de la historia, Fukuyama destaca en La confianza (1996), la
innegable relación entre la economía de los países y sus respectivas
culturas.
14. Habermas, Jürgen, op. cit.
15. Alain Touraine desarrolla esta tesis en «Las clases sociales». Ver
Touraine, Alain, 1987: 26.
16. Enrique Urbano, en un análisis que no compartimos, señala:
«Seamos realistas. La sociedad incaica, pese a sus logros y laureles, o
lo que el desgraciado dios Con signifique no posee gran cosa que pueda
servir de modelo a la sociedad contemporánea». A su pregunta:
«¿Cuáles serían las circunstancias más favorables para propiciar el
advenimiento de lo arcaico andino en un discurso crítico (moderno)?»,
contesta que la posibilidad estaría en «la capacidad de asumir
símbolos impregnados de lógicas distintas a las andinas». Con ello,
interesadamente, Urbano reconoce que si por algo la razón andina
puede llegar a la modernidad será (paradójicamente), por su capacidad
de integrarse, de disolverse. Ver Urbano, 1991.
17. Enriqueciendo las posiciones de Peter Berger y Thomas Luckman
que señalan que las fuentes del enculturamiento no son sicológicas
sino sociológicas, Bourdieu señala que lo que en verdad se internaliza
es el «habitus», la identidad social. Este enfoque de «identidad social»
tiene la ventaja de liberar al actor de la determinación directa de la
gama total de sus actuaciones por su cultura»y al mismo tiempo
conservar la idea central del culturalismo de que las actuaciones
individuales expresan la identidad social de los actores. Bourdieu
acepta, asimismo, la tesis situacionalista de que el actor es capaz de
producir comportamientos sin antecedentes, en respuesta a las
circunstancias cambiantes en que se encuentre.
18. Gonzalo Portocarrero indica que lo que permitiría la sobrevivencia
de lo andino es una atmósfera de tolerancia y apertura que favorezca la
hibridación y el pluralismo cultural. Y añade: «Pero si el progreso
económico es más rápido que la democratización el resultado podría
ser una aculturación masiva, o sea una deculturación a gran escala. Del
choque con el occidente y la modernidad sólo quedarían cenizas de lo
andino». Portocarrero, 1993: 278.
19. Tello, María del Pilar, 1989: 234 y 241.
20. Durante su proceso judicial, por defraudación al listado,
enriquecimiento ilícito y otros cargos, Zanatti involucrará en la
corrupción al mismo ex presidente Alan García.
21. Alan García logra que el Congreso apruebe la ley de estatificación;
pero ésta además de ser totalmente modificada por la Cámara de
Senadores, de mayoría aprista, será boicoteada después por
funcionarios del mismo gobierno que bloquearán su implementación.
Al final, utilizando diversos recursos judiciales, los banqueros
continuarán en la propiedad de sus empresas financieras, lográndolo
además en el marco de una consolidación gremial burguesa (se
refuerza la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales
Privadas-CONFIEP), de una abierta ofensiva económica en contra del
gobierno, v de un amplio apoyo financiero a la oposición de carácter
político, que los partidos Acción Popular, Popular Cristiano y el
incipiente movimiento Libertad representaban como alternativa de
poder.
22. García Pérez, Alan, 1982.
23. En 1989 los cinco grupos empresariales más importantes del país
eran del Estado. En The Perú Report, Lima, 1989.
24. De Soto, Hernando, 1988.
25. Superando la dicotomía de De Soto, otros autores como Fernando
Viliarán, Sergio Alvarez y Carlos Mendoza muestran en Perspectivas
del Desarrollo de la Pequeña y Micro Industria en un contexto de
crisis económica (1988), que, dentro de la estructura industrial en el
Perú, el sector informal, enfocado desde la heterogeneidad tecnológica,
evidencia una baja productividad (por la escasa dotación de
maquinaria y equipo) que mantiene a los trabajadores en niveles
mínimos de subsistencia.
26. En el Diario La República (19 de octubre de 1997), Eduardo
Cáceres, ex secretario general del Partido Unificado Mariateguista
(PUM) y otros líderes de izquierda, reconocen que, en los años previos
a la victoria electoral de Fujimori, no prestaban atención adecuada a la
expansión del mercado ni a los comportamientos sociales inherentes a
ese proceso.
27. Rodrigo Montoya. «Los de abajo empiezan a encontrar el lugar que
nunca tuvieron». En Revista Sí. 401. Noviembre de 1994. Entrevista de
Víctor Carranza.
28. Tuesta Soldevilla, Fernando, 1994.
29. Vargas Llosa, Mario, 1997: 259.
30. Vargas Llosa ha recalcado en diversas entrevistas periodísticas que
su noción de identidad nacional cabe toda ella en la arenga del caudillo
Salaverry: «Que levanten las manos todos los que quieren ser
peruanos».
31. Cisneros Vizquerra, Luis. «¡Esta es un guerra ideológica!». En
Tello, María del Pilar, 1989: 148.
32. «Izquierda Unida» el frente político formado en 1983, sin
trotskistas (a los cuales se satanizó por el rompimiento de ARI en
1980), fue la segunda fuerza electoral nacional a lo largo de la década
del ‘80. Conquistó, además de la alcaldía de Lima en 1983, las
comunas de Arequipa, Cuzco y de cientos de pueblos del país. En 1985,
Barrantes, el candidato presidencial, pasó a la segunda vuelta
electoral, a la cual renunció, favoreciendo la asunción inmediata de
Alan García al gobierno. No obstante ello, la presencia parlamentaria
de IU era bastante representativa. En 1986 IU volvió a ocupar la
segunda colocación en las elecciones municipales a nivel nacional. Tras
el desastroso gobierno del Apra (1985-1990), la Izquierda Unida era el
único frente que podía competir auspiciosamente contra Vargas Llosa.

En su etapa agónica, en las últimas elecciones presidenciales de 1995,


la IU obtuvo algo más de 42 mil votos, apenas el 0,57% del electorado,
mientras que en los resultados para el Congreso su «fuerza electoral»
ascendió al 1,88% de los votos.
33. Cisneros Vizquerra, Luis, op. cit.: 142.
34. Apoyo, «Informe de opinión». Lima, diciembre, 1989.
35. Francisco Loayza afirma haber sido él quien, días antes de la
primera vuelta electoral, entregó a Fujimori información confidencial
del Servicio de Inteligencia en la que se confirmaba la creciente
adhesión popular hacia su candidatura. Entrevista de Víctor Carranza.
36. «Atacan a Fujimori por ‘chinito’, es decir por que no es blanco,
nosotros tampoco lo somos. Si descalifican a él, es porque se parece a
nosotros. Sus padres vinieron a trabajar para ellos, como los nuestros,
como nosotros». Juicios como éste son recurrentes en los informantes
de Isidro Valentín (1993: 113).
37. Degregori, Carlos Iván, 1991.
38. Sin alcanzar ningún partido la victoria absoluta con el 51% de los
votos, corno exige la norma electoral, el triunfo relativo, lo alcanza
Vargas Llosa con el 32,5%; pero tendrá que competir en segunda
vuelta con el candidato de «Cambio ‘90", cuyo líder el Ing" Alberto
Fujimori Fujimori, obtuvo el 29,1% de los votos válidamente emitidos,
por encima del Apra (22,5%), de la Izquierda Unida (8,2%) y de la
izquierda socialista (4,7%). En esta oportunidad la suma de
ausentismo, y los votos nulos y blancos representan el 33,6% del
electorado.
39. «No obstante que Fujimori no tenía ascendencia china, igualmente
recibíamos agresiones de los simpatizantes del Fredemo. Estábamos
muy preocupados por ello. incluso, sé que este tema se trató en la
Colonia China v que la conclusión fue que esperáramos, que ya
pasará.» José (informante). Entrevista de Víctor Carranza.
40. Romeo Grampone, ha analizado el papel exitoso de los circuitos
alternativos y los formadores de opinión en las elecciones que
encumbraron a Fujimori en su ensayo «Fujimori: razones y
desconciertos». En: Demonios y redentores en el nuevo Perú. Una
tragedia en dos vueltas. IEP. 1991.
41. Tuesta Soldevilla, Fernando, op. cit.
42. Al conocerse los resultados de la segunda vuelta, Alan García
concentró en el patio del palacio de gobierno a la Banda Republicana y
le hizo tocar -irónicamente- la canción utilizada en los spots televisivos
del Fredemo contra el Apra: «La mecedora».
43. «Su error (de Vargas Llosa) fue no reconocer que el centro es, más
bien una zona psicológica donde se coloca esa instintiva vocación de
equilibrio que se expresa en casi todas las votaciones de cualquier
país». En Barnechea, Alfredo, 1995.
44. Jochamowitz, Luis, 1993: 86.
45. Diario La República. Entrevista de Mariela Balbi, 2 de marzo de
1992.

© Institut français d’études andines, 2000

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Referencia electrónica del capítulo


CARRANZA, Víctor. I. La crisis social In: Globalización y crisis social
en el Perú [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2000
(generado el 26 août 2021). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/ifea/3535>. ISBN: 9782821844803.
DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea.3535.

Referencia electrónica del libro


CARRANZA, Víctor. Globalización y crisis social en el Perú. Nueva
edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2000
(generado el 26 août 2021). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/ifea/3528>. ISBN: 9782821844803.
DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea.3528.
Compatible con Zotero

Globalización y crisis social en el Perú


Víctor Carranza

Este libro es citado por


Hocquenghem, Anne Marie. Durt, Étienne. (2002) Integración
y desarrollo de la región fronteriza peruano ecuatoriana: entre
el discurso y la realidad, una visión local. Bulletin de l’Institut
français d’études andines. DOI: 10.4000/bifea.6926

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