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CONCLUSIÓN

Se llega a la conclusión de que lLa tarea de encomienda era un privilegio Formatted: Justified
escasamente otorgado a sólo algunas pocas personas, las cuales les eran
otorgadosotorgadas por la cuestión económica. Existen numerosas discusiones
acerca de si la Merced de la Encomienda otorgaba o no automáticamente el
estatus de hidalguía o nobleza a una persona, son pocos los que lo niegan, pero
lo que está claro es que para recibirla había que probar la limpieza de sangre y
honor del linaje, por lo tanto, solo las personas con condición de hidalgos podían
recibirla.
La encomienda durante la conquista fue una institución de suma importancia
tanto dentro de las concepciones sociales de los conquistadores como por las
consecuencias que tuvo para la población indígena. Sus orígenes se encuentran
en la encomienda medieval española, en la cual se cedían tierras a cambio de
protección y defensa, a diferencia de la encomienda indiana en la cual no se
cedían tierras ni indios, sino fuerza de trabajo indígena, como una recompensa
a las hazañas de conquistas y con la misma finalidad de protección y defensa,
además de evangelización. Otro fundamento de la encomienda indiana fue el
hecho que la Corona otorgaba el beneficio del pago del tributo de los indios
directamente a los encomenderos, como una retribución a los gastos y peligros
que los conquistadores debieron sufrir. Si bien es cierto que la encomienda
indiana no implicaba una cesión de tierras -pues éstas pertenecían a la Corona
española- ni de indios -pues éstos no eran esclavos sino vasallos libres-, en la
práctica los encomenderos trataron por varios medios de perpetuarla y en
muchas ocasiones utilizaron a los indios en beneficio propio para enriquecerse.

Las primeras encomiendas fueron repartidas por el mismo Francisco Pizarro a


sus huestes, sobre todo a los cuales no alcanzó el botín en metálico para pagar
sus esfuerzos de conquista. El encomendero, primeramente, se comprometía a
defender el bienestar material de sus indios y de brindarles el acceso al
catolicismo, mientras que los indios debían mantener al encomendero y a su
familia. El dominio sobre un número de indios le dio automáticamente una mayor
posición social a los conquistadores, en muchas ocasiones hombres de humilde
origen que ahora se consideraban respetados ciudadanos.

A poco más de una década del establecimiento de la encomienda, la Corona


española, influenciada por las denuncias de Bartolomé de las Casas, intentó
recuperar el beneficio del tributo y además reducir el exagerado poder que
algunos encomenderos habían conseguido gracias a la riqueza proveniente de
la explotación de sus encomiendas, así se establecieron una serie de normas
compiladas en las llamadas Leyes Nuevas, promulgadas en Barcelona el 20 de
noviembre de 1942. Las Leyes Nuevas reglamentaban la naturaleza y duración
de la encomienda, estableciendo que el Rey era el único que podía darlas y que
éstas debían regresar a la Corona una vez muerto el encomendero. Si bien esta
reglamentación debió haber significado el fin de la perpetuidad de la
encomienda, la reacción violenta de los encomenderos organizados en torno a
Gonzalo Pizarro y luego a Francisco Hernández Girón no sólo retrasó los planes
de la Corona, sino obligó a Pedro de la Gasca a dar una serie de concesiones
que contradecían a lo estipulado en las Leyes Nuevas para conseguir el apoyo
de los encomenderos del bando de Pizarro y Hernández Girón. Después de la
rebelión, la encomienda parecía haberse reforzado en la Sudamérica española.

La Corona entonces planteó la posibilidad de vender encomiendas a


perpetuidad, lo que además proveería ingresos a las arcas alicaídas de Carlos
V, pero el Consejo de Indias se opuso alegando que no se podía dar la
jurisdicción civil a perpetuidad. Fue entonces Felipe II, Rey desde 1556, el que
obligó al Consejo a trasladar a un número de agentes reales para que se
encargaran de establecer los precios de las encomiendas a perpetuidad,
saliendo en 1559 de España y llegando en 1561 a Lima. Los encomenderos
ofrecieron una alta suma siempre y cuando las encomiendas incluyeran
jurisdicción civil, pero los agentes reales no confiaron en la palabra de los
encomenderos ni en su capacidad para reunir esa suma, además de descubrir
nuevas desventajas en la perpetuidad, como en la idea que los hijos de los
encomenderos perderían su lealtad a España si no existía una dependencia de
la Metrópolis. Finalmente, en 1562 los comisarios recomendaron que el Rey
concediera de tres modos la encomienda: un tercio a perpetuidad, un tercio a
una sola vida y el resto a la Corona.

Esto sentenció el fin de la perpetuidad de la encomienda y cobró vigencia la ley


de sucesión de dos vidas ya establecida en 1535-1536, lo cual pone en evidencia
también cómo la importancia de la encomienda y de los encomenderos en el
Perú había disminuido considerablemente desde 1542 hasta tal punto que en
1561 existían 447 encomenderos y unos 8000 españoles, además de haber sido
afectados económicamente por las tasas y retasas realizadas paulatinamente
desde 1549 y que bajaban el tributo indígena con la finalidad de reducir el poder
de los encomenderos. La estocada final podría resumirse hacia 1568 en la
monetarización del tributo indígena, con lo cual se terminó de entender la
encomienda como el usufructo de la mano de obra de los indios, pues ahora el
pago podía conseguirse de la manera que quisieran los indios de le encomienda,
sin que este pago significara una reducción en la recompensa que recibían los
descendientes de los conquistadores.

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