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Carlos M. Morán Bustos es autor de la presentación de la obra y del comentario a


los Títulos II, IV, VI, VIII, X, XII y XIV, así como del epígrafe V del Título V.

Carmen Peña García es autora de la Introducción y del comentario a los Artículos


preliminares y a los Títulos I, III, V, VII, IX, XI, XIII y XV, así como del epígrafe VI
del Título X.

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Carlos Morán Bustos
Carmen Peña García
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Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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ÍNDICE

PRESENTACIÓN DE LA OBRA........................................................................... 23

INTRODUCCIÓN: CONTENIDO, FINALIDAD Y VALOR


JURÍDICO DE LA INSTRUCCIÓN ...................................................................... 27
I. CONTENIDO, PROCESO DE ELABORACIÓN, Y AUTORÍA DE LA
INSTRUCCIÓN .................................................................................. 27
II. FINALIDAD DE LA INSTRUCCIÓN ................................................. 29
III. VALOR JURÍDICO DE LA INSTRUCCIÓN ...................................... 31
IV. CRITERIOS GENERALES DE INTERPRETACIÓN DE LA
NORMATIVA PROCESAL.................................................................. 33
V. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 34

ARTÍCULOS PRELIMINARES (Arts. 1-7) .......................................................... 37


I. CUESTIONES GENERALES SOBRE LAS CAUSAS CANÓNICAS
DE NULIDAD..................................................................................... 37
1. Ámbito de aplicación de la Instrucción (art. 1) ......................... 37
2. Puntualizaciones sobre el objeto de la Instrucción.................... 39
2.1. ¿Procesos de nulidad del matrimonio canónico o procesos
canónicos de nulidad de matrimonio? (art. 3)...................... 39
2.2. ¿Declaración de nulidad o disolución del matrimonio? (art. 7) 42
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2.3. ¿Proceso judicial o procedimiento administrativo para la


declaración de nulidad? (arts. 5 y 6)..................................... 43
II. DETERMINACIÓN DEL DERECHO SUSTANTIVO Y PROCESAL
APLICABLE EN LAS CAUSAS CANÓNICAS DE NULIDAD
MATRIMONIAL (Arts. 2 Y 4) ............................................................. 45
1. Matrimonio en que al menos uno de los cónyuges es católico .. 46
1.1. Matrimonio civil o contraído en forma no canónica por los
obligados a la forma canónica (arts. 5 §3)............................ 47
1.2. Matrimonios mixtos (art. 2 §2) ............................................. 48

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1.3. Matrimonios dispares ........................................................... 49


2. Matrimonio de dos bautizados acatólicos (art. 4 §1) ................. 49
3. Matrimonio de dos no bautizados (art. 4 §2) ............................. 51
III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 51

TÍTULO I: LA COMPETENCIA DE LOS TRIBUNALES (Arts. 8-21)............... 55


I. DIFERENCIAS ENTRE COMPETENCIA ABSOLUTA Y
COMPETENCIA RELATIVA .............................................................. 56
1. La competencia absoluta (art. 9 §3) ........................................... 56
2. Competencia relativa (art. 10 §3) ............................................... 57
II. CRITERIOS DE ATRIBUCIÓN DE LA COMPETENCIA
ABSOLUTA......................................................................................... 58
1. Criterio objetivo .......................................................................... 58
1.1. Causas reservadas por ley al Romano Pontífice (art. 8) ........ 59
A/ Causas matrimoniales de los Jefes de Estado............... 59
B/ Causas avocadas a sí por el Romano Pontífice............. 60
1.2. Incompetencia por razón de la materia (art. 9 §1, 2º)........... 60
2. Criterio funcional ........................................................................ 61
2.1. Criterios derivados del grado de los tribunales (art. 9 §2) ..... 61
2.2. Criterios derivados del principio ne bis in idem.................... 64
A/ Principio general (art. 9 §2) .......................................... 64
B/ Criterio de prevención (art. 18) .................................... 65
C/ Aplicación al supuesto de una primera sentencia
negativa ......................................................................... 66
D/ Competencia en supuestos de conclusión de la causa
por renuncia o caducidad (art. 19) ............................... 67
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E/ Otras manifestaciones del principio ne bis in idem ..... 67


III. CRITERIOS DE ATRIBUCIÓN DE LACOMPETENCIA RELATIVA 68
1. Fueros previstos en virtud del criterio territorial (arts. 10-14) . 68
1.1. El fuero del lugar de celebración del matrimonio................. 69
1.2. El fuero del domicilio o cuasidomicilio del demandado ...... 69
1.3. El fuero del domicilio del actor ............................................ 70
1.4. El fuero donde han de recogerse la mayor parte de las pruebas 72
1.5. El fuero competente en caso de ignorarse el paradero del
demandado ........................................................................... 73
2. La conexión de causas (art. 15)................................................... 74

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3. Competencia sobre matrimonios de católicos orientales (art. 16). 75


4. Otras normas sobre la tramitación de cuestiones de competencia
(arts. 20 y 21) ..................................................................................... 75
IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 76

TÍTULO II: LOS TRIBUNALES. (Arts. 22-64) .................................................... 81


INTRODUCCIÓN ................................................................................... 82
I. DE LA POTESTAD JUDICIAL EN GENERAL Y DE LOS
TRIBUNALES .................................................................................... 82
1. El obispo diocesano y «su» tribunal (arts. 22 y 32) ................... 82
2. El tribunal interdiocesano (arts. 23, 24 §2 y 26) ....................... 86
3. La prórroga de competencia a favor de un tribunal y el auxilio
entre tribunales (arts. 24 y 29) ................................................... 87
4. Los tribunales de segunda instancia (art. 25) ............................ 91
5. La Rota Romana, tribunal universal de apelación (arts. 27 y 28). 94
6. Tribunal colegial y juez único (arts. 30, 48 y 49, y 31)............... 98
II. DE LOS MINISTROS DEL TRIBUNAL ............................................ 103
1. Responsabilidades de los obispos como electores de los miembros
del tribunal, y obligaciones generales de éstos (arts. 33-37).............. 103
1.1. Nombrar personas idóneas, que trabajen celosamente y con-
forme a derecho (arts. 33-34) ................................................ 103
1.2. Obligación de prestar juramento y conocer el derecho matri-
monial-procesal y la jurisprudencia (arts. 35 y 40) .............. 105
1.3. Régimen de incompatibilidades (art. 36) .............................. 106
1.4. Imposibilidad de constituir ministros del tribunal distintos
de los del CIC (art. 37) .......................................................... 108
2. El vicario judicial, los vicarios judiciales adjuntos y los demás Índice
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jueces (arts.38-49) ....................................................................... 109


2.1. El vicario judicial y los vicarios judiciales adjuntos (arts. 38-42) 109
2.2. Requisitos subjetivos para ser vicario judicial, vicario judi-
cial adjunto y jueces (arts.42-43) .......................................... 112
2.3. Estabilidad de los nombramientos (arts. 44 y 49) ................ 117
2.4. Actos del Colegio (art. 45) ..................................................... 119
2.5. Actos del Presidente del Colegio (art. 46) .............................. 121
2.6. Actos del Ponente (art. 47)..................................................... 124
3. El Auditor y los Asesores (arts. 50-52) ....................................... 126
3.1. El auditor (art. 50) ................................................................ 126

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3.2. Delegación «a una persona idónea» (art. 51) ........................ 128


3.3. El asesor del juez único (art. 52) ........................................... 129
4. El Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia (arts. 53-60) 130
4.1. Necesidad de ambas figuras (arts. 53 y 55) ........................... 130
4.2. Requisitos subjetivos del defensor del vínculo y del promo-
tor de justicia (art. 54)........................................................... 135
4.3. Actuación del defensor del vínculo (art. 56).......................... 136
4.4. Actuación del promotor de justicia (arts. 57-58)................... 142
4.5. El defensor del vínculo y el promotor de justicia tienen la
condición procesal de parte (arts. 59-60) .............................. 143
5. El «moderador de la cancillería del tribunal» y el notario
judicial (arts. 61-64) .................................................................... 146
5.1. El «moderador de la cancillería del tribunal» (el secretario
general del tribunal) (art. 61) ................................................ 146
5.2. El notario judicial (art. 62-64).............................................. 147
III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 148

TÍTULO III: LA DISCIPLINA DE LOS TRIBUNALES. (Arts. 65-91 DC)......... 153


I. NORMAS RELATIVAS AL OFICIO DE LOS JUECES Y DEMÁS
MIEMBROS DEL TRIBUNAL 153
1. El deber de imparcialidad del juez y el principio ne bis in idem
(art. 66) ........................................................................................ 154
2. La inhibición-recusación de los ministros del tribunal (arts.
67-70) ........................................................................................... 155
3. El principio inquisitivo en la actuación del juez en el proceso
(art. 71) ........................................................................................ 157
4. Deberes y prohibiciones comunes a todos los ministros del
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tribunal (arts. 72-75, 86-87)........................................................ 159


II. NORMAS SOBRE EL ORDEN EN QUE HAN DE CONOCERSE
LAS CAUSAS 161
1. Principio general y precisiones concretas (art. 76).................... 161
2. Las excepciones procesales (arts. 77-79) .................................... 162
III. EL TIEMPO PROCESAL: PLAZOS Y PRORROGAS (Arts. 81-83) ... 164
1. Cómputo del tiempo .................................................................... 165
2. Plazos procesales......................................................................... 165
IV. ANOTACIONES SOBRE LA SEDE DEL TRIBUNAL Y LA
TERRITORIALIDAD DE LA JURISDICCIÓN (Arts. 84-85) ............. 166

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V. EL PRINCIPIO DE ESCRITURA Y LAS ACTAS PROCESALES


(ARTS. 88-91) ..................................................................................... 167
VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 169

TÍTULO IV: LAS PARTES EN LA CAUSA. (Arts. 92-113)................................... 171


I. INTRODUCCIÓN ............................................................................... 171
II. CONCEPTO DE «PARTE» DEL PROCESO ...................................... 172
III. REQUISITOS PARA SER PARTE: «CAPACIDAD DE SER PARTE»
Y «CAPACIDAD PROCESAL» ............................................................ 173
1. Capacidad para ser parte ............................................................ 173
2. Capacidad procesal: los arts. 97-100 de la Dignitas Connubii a
la luz de la normativa codicial .................................................... 175
2.1. «Quienes carecen de uso de razón» (art. 97 §1) ..................... 177
2.2. Los «minus firmae mentis» (art. 97 §2)................................. 179
2.3. Los menores (art. 97 §3)........................................................ 182
2.4. La designación del curador (arts. 98-100)............................. 183
IV. LA LEGITIMACIÓN PROCESAL EN EL PROCESO DE NULIDAD
MATRIMONIAL (Arts. 92-94) 185
1. Legitimación originaria de los cónyuges para impugnar el
matrimonio (art. 92, 1º) .............................................................. 187
1.1. Fundamento de la legitimación originaria ilimitada de los
cónyuges ............................................................................... 187
1.2. Breve referencia histórica a las limitaciones de los cónyu-
ges para impugnar el matrimonio......................................... 188
A/ La «cláusula de culpabilidad» ....................................... 188
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B/ Los acatólicos ................................................................ 190


1.3. El añadido «sean o no católicos» del art. 92, 1º ................... 192
1.4. Participación de ambos en el proceso (arts. 95 y 102)........... 194
2. Legitimación sustitutiva del promotor de justicia (art. 92, 2º) . 198
3. Impugnación póstuma del matrimonio (art. 93) ....................... 199
4. Prosecución post mortem de la causa (arts. 94 y 143)............... 201
5. Situación procesal de los terceros en relación a la
impugnación del matrimonio...................................................... 204
V. DE LOS PROCURADORES Y ABOGADOS (Arts. 101-113) ............. 205
VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 211

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TÍTULO V: LA INTRODUCCIÓN DE LA CAUSA. (Arts. 114-142 DC)............... 215


I. EL ESCRITO DE DEMANDA ............................................................ 216
1. Características y exigencias de la demanda (arts. 115-117) ...... 216
1.1. Requisitos ............................................................................. 216
1.2. Estructura formal ................................................................. 217
1.3. Documentos a acompañar y anuncio de pruebas ................. 219
1.4. La acumulación de capítulos de nulidad en la demanda ..... 220
2. La admisión o rechazo de la demanda (arts. 118-125) .............. 223
2.1. Procedimiento ....................................................................... 223
2.2. Criterios de admisión-inadmisión de la demanda ................ 225
2.3. El decreto de inadmisión de la demanda .............................. 227
2.4. La admisión ipso iure de la demanda................................... 228
II. LA CITACIÓN A JUICIO DEL DEMANDADO Y LA
NOTIFICACIÓN DE LOS ACTOS JUDICIALES .............................. 229
1. Requisitos de la citación a juicio (arts. 126-128) ....................... 229
2. La citación a juicio del demandado en paradero desconocido
(arts. 132) .................................................................................... 231
3. Efectos de la citación (art. 129) .................................................. 232
4. La notificación de los actos judiciales (arts. 130-131, 133) ....... 233
III. ACTITUDES PROCESALES DE LA PARTE DEMANDADA ANTE
LA CITACIÓN A JUICIO (Art. 134) ................................................... 234
1. Intervención activa de la parte demandada en el proceso ......... 235
1.1. Oposición a la demanda ....................................................... 235
1.2. Reconvención........................................................................ 235
2. Sometimiento a la justicia del tribunal ...................................... 237
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3. Notificaciones que deben ser hechas al ausente......................... 238


IV. LA FÓRMULA DE DUDAS (Arts. 135-137) ....................................... 240
1. Concepto ...................................................................................... 240
2. Procedimiento para la fijación de la fórmula de dudas ............. 241
3. La modificación del dubium ....................................................... 243
V. LA INCOMPARECENCIA DE LAS PARTES (Arts.138-142) ............ 247
1. La ausencia voluntaria de la parte, el principio de
contradicción y el derecho de defensa ........................................ 247
2. Presupuestos necesarios para la declaración de ausencia del
demandado: citación y actitud absolutamente pasiva................ 250
2.1. Citación ................................................................................ 250

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2.2. Actitud absolutamente pasiva............................................... 251


3. La declaración de ausencia del demandado ............................... 252
4. Derechos de la parte demandada declarada ausente ................. 257
4.1. Derecho a recibir determinadas notificaciones..................... 257
4.2. Derecho a comparecer y abandonar la ausencia .................. 259
4.3. Derecho a impugnar la sentencia ......................................... 261
5. Ausencia del actor ....................................................................... 261
VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 265

TÍTULO VI: LA CESACIÓN DE LA INSTANCIA. (Arts. 143-154) ..................... 269


I. INTRODUCCIÓN ............................................................................... 269
II. LA SUSPENSIÓN-INTERRUPCIÓN DE LA INSTANCIA (Arts.
143-145).............................................................................................. 272
1. «Suspensión» e «Interrupción»................................................... 272
2. Interrupción por muerte sobrevenida de las partes y por cese
en el cargo del curador o del procurador (arts. 143-144) .......... 273
3. El art. 145 plantea otros supuestos de suspensión de la instancia 275
4. Efectos de la suspensión y de la interrupción de la instancia ... 277
III. CADUCIDAD DE LA INSTANCIA (Arts. 146 Y 149) .................................... 277
1. Noción de caducidad ................................................................... 277
2. Requisitos para decretar la caducidad (arts. 146-147) .............. 277
3. Naturaleza procesal de la caducidad .......................................... 279
4. Efectos de la caducidad (arts. 148-149, 152 y 19) ...................... 280
IV. RENUNCIA A LA INSTANCIA (Arts. 150-151) ...................................... 281
1. Noción de renuncia a la instancia............................................... 281
2. Renuncia a la instancia y renuncia a todos los actos del Índice
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proceso o a algunos (art. 150 §1)................................................ 283


3. Condiciones de validez de la renuncia (art. 140, 2º y 150 §2)... 283
4. Efectos de la renuncia (art. 151)................................................. 285
V. SUSPENSIÓN DE LA CAUSA ANTE LA DUDA DE
INCONSUMACIÓN (Arts. 153-154)................................................... 286
1. Ubicación sistemática novedosa.................................................. 286
2. Naturaleza procesal de la suspensión de la causa en caso de
dudas sobre la consumación ....................................................... 287
3. Requisitos para la suspensión y el cambio jurisdiccional.......... 288
4. Breve referencia al procedimiento a seguir................................ 291

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VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 293


TÍTULO VII: LAS PRUEBAS. (Arts. 155-216).................................................... 295
I. NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN Y PRÁCTICA
DE LA PRUEBA ................................................................................. 297
1. El sujeto de la prueba (art. 156 §1) ............................................ 297
2. El objeto de la prueba (art. 156 §2) ............................................ 298
3. Criterios de licitud, transparencia y utilidad de la prueba (art. 157) 299
4. La decisión judicial sobre la admisión-rechazo de las pruebas
(art. 158) ...................................................................................... 300
5. Actuación del abogado y el defensor del vínculo en la prueba
(art. 159) ...................................................................................... 301
6. Momento procesal para la proposición y práctica de pruebas
(art. 160) ...................................................................................... 303
7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba (art. 161) ... 304
II. NORMAS SOBRE EL EXAMEN JUDICIAL ..................................... 305
1. Normas generales (arts. 162-163, 176)....................................... 305
2. El abogado y el defensor del vínculo en la presentación de
cuestionarios (art. 164) ............................................................... 307
3. Modo de realizar el examen (arts. 165-166) ............................... 309
4. Actuación del juez en el examen (arts. 167-168) ........................ 310
5. Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del acta
(arts. 169-175) ............................................................................. 312
III. LAS PRUEBAS EN PARTICULAR .................................................... 316
1. Declaración de las partes (arts. 177-182) ................................... 316
1.1. Importancia y modo de realización (arts. 177-178) .............. 316
1.2. Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión
judicial (art. 179) .................................................................. 317 Índice
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1.3. Criterios de valoración de las declaraciones de las partes


(arts. 180-182)....................................................................... 318
2. Prueba documental (arts. 183-192) ............................................ 321
2.1. Concepto y clasificación (arts. 183-184) ............................... 321
2.2. Valoración de la prueba documental (arts. 185-189) ............ 322
A/ El documento público (arts. 185 §1)............................. 323
B/ Documentos preconstituidos (arts. 185 §§ 2-3) ............ 324
C/ Documentos privados (arts. 186-187)........................... 325
D/ Documentos anónimos (arts. 188) ................................ 326
E/ Documentos manipulados (arts. 189) ........................... 326

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2.3. Normas sobre la presentación de documentos (arts. 190-192).. 326


2.4. El defensor del vínculo ante la prueba documental.............. 328
2.5. Documentos relevantes en las causas de nulidad ................. 329
2.6. Excepciones a la obligación de presentar documentos (art. 192) 331
3. La prueba testifical (arts. 193-202) ............................................ 331
3.1. El testigo: concepto, obligaciones y capacidad requerida
(arts. 194-196)....................................................................... 332
A/ Inidoneidad para ser testigo (art. 196 §1) .................... 333
B/ Incapacidad absoluta para ser testigo (art. 196 §2) ..... 334
3.2. La proposición de la prueba testifical (art. 197-199) ............ 335
3.3. Reprobación o/y exclusión de un testigo (art. 200)................ 336
3.4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición de testigos 338
3.5. Valoración de los testimonios (arts. 201-202) ....................... 341
A/ Criterios generales de valoración ................................. 341
B/ Eficacia probatoria del testigo único............................ 344
C/ Valoración del testimonio aportado como prueba
documental.................................................................... 345
4. La prueba pericial (arts. 203-213) .............................................. 346
4.1. La necesidad de prueba pericial en las causas matrimonia-
les y el valor de la pericia super actis (art. 203) .................... 347
4.2. Proposición y nombramiento del perito (arts. 204, 206 y 213).. 350
4.3. Condiciones subjetivas del perito: la no contradicción con
la antropología cristiana (art. 205)....................................... 352
4.4. Modo de realización de esta prueba (arts. 207-211) .............. 355
A/ Cuestiones que deben proponerse al perito (arts. 208-209) 356
B/ Exigencias jurídicas del dictamen pericial (arts. 209 Índice
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§3 y 210) ........................................................................ 359


C/ Posibilidad de examen judicial al perito (art. 211)....... 359
4.5. Valoración de la prueba pericial (art. 212)............................ 360
5. Las presunciones (arts. 214-216) ................................................ 362
5.1. Presunción de derecho (art. 215)........................................... 363
5.2. Presunción de hecho (arts. 216) ............................................ 363
IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 365

TÍTULO VIII: LAS CUESTIONES INCIDENTALES. (Arts. 217-228) ............... 373


I. NOCIÓN Y ELEMENTOS.................................................................. 373
1. Noción (art. 217) ......................................................................... 373

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2. Elementos de las «causas incidentales» (arts. 217-220, 227) .... 374


2.1. Que exista un proceso principal en curso (art. 217).............. 374
2.2. El elemento objetivo de las causas incidentales (arts. 218 y 220) 375
2.3. Se proponen ante el juez que conoce la causa principal (art. 219) 376
II. MODO DE PROCEDER ANTE UNA CAUSA INCIDENTAL ............ 378
1. ¿Quiénes pueden proponer las causas incidentales? (art. 221 §1) 378
2. Cuestiones susceptibles de ser propuestas como causas
incidentales.................................................................................. 380
3. Modo de proposición de las causas incidentales (art. 219) ....... 381
4. Procedimiento concreto que han de seguir las causas incidentales
(arts. 221-226 y 228).......................................................................... 381
5. Apelabilidad de las decisiones tomadas por el tribunal durante
la tramitación-decisión de las causas incidentales (art. 218,
222 §§2-3, 224 §2, 225, 228 y 262) ............................................. 385
6. La revocación del decreto o sentencia interlocutoria por parte
del tribunal (art. 226).................................................................. 387
III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 388

TÍTULO IX: LA PUBLICACIÓN DE LAS ACTAS Y LA CONCLUSIÓN DE LA


CAUSA. (Arts. 229-245) ......................................................................................... 391
I. LA PUBLICACIÓN DE LAS ACTAS (Arts. 229-236) ......................... 392
1. Alcance de la exigencia de publicación de las actas y
consecuencias procesales de su incumplimiento (arts. 229 y 231).. 393
2. Normas sobre el examen de las actas por las partes (arts. 232-
233) .............................................................................................. 396
3. La posible entrega de copias a los abogados (art. 235) .............. 396
4. La ausencia de publicación de algún acto (arts. 230 y 234) ...... 398 Índice
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5. El suplemento de prueba en el periodo de deducciones (art. 236) 402


II. LA CONCLUSION DE LA CAUSA (Arts. 237-239) ........................... 403
1. Modo de producirse (art. 237) .................................................... 403
2. Efectos de la conclusión de la causa (art. 238) .......................... 404
3. Admisión de pruebas tras la conclusión de la causa (art. 239) . 405
III. LA DISCUSIÓN DE LA CAUSA (Arts. 240-245) ............................... 408
1. El principio de escritura en la discusión de la causa ................. 408
2. Finalidad y límites de la discusión de la causa (art. 241) .......... 409
3. El turno de alegaciones (art. 240) .............................................. 410

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Índice 17

4. Límites y criterios de actuación del defensor del vínculo en la


discusión de la causa ................................................................... 411
5. Turnos de réplica y dúplica (arts. 242-243) ................................ 413
6. Posibilidad de un moderado debate oral (art. 244) ................... 414
7. Negligencia de abogados y defensores del vínculo en la
presentación de las defensas (art. 245)....................................... 414
IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 418

TÍTULO X: DE LOS PRONUNCIAMIENTOS DEL JUEZ. (Arts. 246-262) ....... 421


I. LOS PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES: LA SENTENCIA
DEFINITIVA ...................................................................................... 422
1. Tipos de pronunciamientos (arts. 246 y 261) ............................. 422
2. La sentencia definitiva decide la causa principal (art. 246) ...... 423
II. LA ADOPCIÓN DE LA DECISIÓN DEFINITIVA POR PARTE DEL
TRIBUNAL ......................................................................................... 425
1. La sentencia, «obra» de todos los jueces (art. 248) .................... 425
2. Convocatoria para discutir-decidir la causa por parte de los
jueces (art. 248 §1) ...................................................................... 425
3. Procedimiento para deliberar (art. 248 §§ 2-7) ......................... 426
4. La redacción de la sentencia (art. 249)....................................... 429
III. CERTEZA MORAL Y DECLARACIÓN DE NULIDAD DE UN
MATRIMONIO ................................................................................... 431
1. Contenido del art. 247................................................................. 431
2. Necesidad de certeza moral para declarar la nulidad del
matrimonio (art. 247 §1) ............................................................ 431
3. ¿Qué entendemos por certeza moral? Diferenciación respecto
de la «certeza prevalente» y «cuasi-certeza» (art. 247 §2) ......... 433
Índice
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4. La certeza moral se obtiene «ex actis et probatis» (art. 247 §3) 437
5. Libre valoración de las pruebas y certeza moral (art. 247 §§4-5)..... 438
IV. ELEMENTOS QUE CONFIGURAN INTRÍNSECAMENTE LA
SENTENCIA....................................................................................... 440
1. La necesaria congruencia de la sentencia (art. 250, 1º)............. 440
2. La motivación de la sentencia (arts. 250, 2º y 254) ................... 442
3. Otros elementos que forman parte de la configuración
intrínseca de la sentencia (arts. 252 y 250, 3º-4º) ...................... 445
V. ELEMENTOS QUE CONFIGURAN EXTRÍNSECA O
FORMALMENTE LA SENTENCIA (Art. 253)................................... 447
1. El encabezamiento de la sentencia (art. 253 §1)........................ 448

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2. La exposición de los hechos, las conclusiones de las partes y el


dubium (art. 253 §2) ................................................................... 449
3. El cuerpo de la sentencia: la fundamentación jurídica y fáctica
y la parte dispositiva (art. 253 §3) .............................................. 449
4. Datación y firma de la sentencia (art. 253 §4) ........................... 450
5. Referencia a la eventual «ejecutabilidad», las vías de
impugnación o la remisión de oficio al tribunal de apelación
(art. 253 §5) ................................................................................. 451
VI. EL VETO JUDICIAL (Art. 251) .......................................................... 452
1. Concepto ...................................................................................... 452
2. La imposición del veto................................................................. 454
2.1. Fundamento y criterios para su imposición ......................... 454
2.2. Posibilidad de imponer el veto a la parte no causante de la
declaración de nulidad ......................................................... 455
2.3. Tribunal competente para la imposición del veto ................. 457
2.4. Una cuestión problemática: la interpretación del silencio
del tribunal superior respecto al veto impuesto por el tribu-
nal inferior............................................................................ 459
3. Procedimiento para el levantamiento del veto........................... 460
3.1. Remoción del veto en los supuestos de incapacidad o impo-
tencia .................................................................................... 460
A/ Sujeto legitimado para hacer la consulta ..................... 461
B/ Determinación del tribunal que ha de ser consultado..... 463
C/ Valor jurídico de la remoción otorgada por el Ordina-
rio sin consulta previa al tribunal................................. 465
3.2. Remoción del veto en supuestos de error o simulación......... 465
3.3. Apelabilidad del decreto denegatorio del levantamiento ....... 466
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VII. LA PUBLICACIÓN DE LA SENTENCIA (Arts. 257-258) ................. 467


1. La sentencia debe ser dada a conocer a las partes (art. 258)..... 467
2. Necesidad de la publicación de la sentencia............................... 468
3. La publicación de la sentencia ha de hacerse quam primum
(art. 257 §1) ................................................................................. 468
4. En la sentencia deben indicarse los medios de impugnación de
la misma (art. 257 §2) ................................................................. 469
5. Modo de hacer la publicación (art. 258) .................................... 469
6. Corrección de los errores materiales y de las omisiones de la
sentencia definitiva (art. 260, can. 1616) ................................... 470
VIII. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 472

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Índice 19

TÍTULO XI: EL ENVÍO DE LOS AUTOS AL TRIBUNALDE APELACIÓN Y LA


TRAMITACIÓN DE LA CAUSA EN SEGUNDA INSTANCIA. (Arts. 263-268 DC)... 477
I. EL PROCEDIMIENTO DE REMISIÓN DE OFICIO DE LOS
AUTOS AL TRIBUNAL SUPERIOR TRAS UNA PRIMERA
SENTENCIA DECLARATIVA DE LA NULIDAD (Art. 264) ............. 478
1. Fundamento y naturaleza jurídica.............................................. 479
2. Normas sobre el procedimiento de remisión de los autos ......... 481
II. LA TRAMITACIÓN DE LA CAUSA EN SEGUNDA INSTANCIA ..... 482
1. El proceso brevior del art. 265.................................................... 483
1.1. Naturaleza jurídica............................................................... 483
1.2. Tramitación del proceso brevior............................................ 485
1.3. Consideraciones sobre la actuación del defensor del vínculo
en este proceso ...................................................................... 486
1.4. La finalización del proceso abreviado .................................. 488
2. El decreto confirmatorio de la sentencia.................................... 489
2.1. Naturaleza jurídica y requisitos............................................ 489
2.2. Contenido del decreto confirmatorio..................................... 490
3. El envío de la causa a examen en trámite ordinario .................. 491
3.1. Naturaleza jurídica y requisitos del decreto de envío a exa-
men ordinario ....................................................................... 491
3.2. Tramitación de la causa por el trámite ordinario (art. 267).. 493
3.3. La introducción de nuevos capítulos en apelación para ser
juzgados como en primera instancia (art. 268) ..................... 495
A/ Tramitación del nuevo capítulo .................................... 496
B/ Consideraciones sobre la sentencia .............................. 497
III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 498
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TÍTULO XII: LA IMPUGNACIÓN DE LA SENTENCIA. (Arts. 269-294).......... 501


I. INTRODUCCIÓN ............................................................................... 502
II. LA QUERELLA DE NULIDAD (Arts. 269-278) ................................. 504
1. La nulidad insanable de la sentencia (art. 270) ......................... 506
1.1. Sentencia dictada por un juez absolutamente incompetente
(art. 270, 1º) .......................................................................... 506
1.2. Sentencia dictada por quien carece de potestad de juzgar en
el tribunal ante el cual se ha tratado la causa (art. 270, 2º) . 507
1.3. El juez dictó sentencia coaccionado por violencia o miedo
grave (art. 270, 3º)................................................................. 508

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20 Índice

1.4. Sentencia dada en un juicio realizado sin la petición judicial o


no entablado contra ningún demandante (art. 270, 4º)............. 508
1.5. Sentencia dictada entre las partes, de las cuales una al menos
no tiene capacidad para estar en juicio (art. 270, 5º) ................ 509
1.6. «Alguien actuó en nombre de otro sin mandato legítimo»
(art. 270, 6º) ......................................................................... 509
1.7. Denegación del derecho de defensa (art. 270, 7º) ................. 509
1.8. La sentencia no dirimió la controversia ni siquiera parcial-
mente (art. 270, 8º)................................................................ 510
1.9. Otros supuestos no incluidos en el art. 270 .......................... 511
2. La nulidad sanable de la sentencia (art. 272) ............................ 511
2.1. Sentencia dictada por un número no legítimo de jueces (art.
272, 1º).................................................................................. 511
2.2. Sentencia que no contiene los motivos o razones de la deci-
sión (art. 272, 2º) .................................................................. 512
2.3. Sentencia que carece de las firmas prescritas por el derecho
o no está datada o no indica el lugar (art. 272, 3º y 4º) ........ 513
2.4. Sentencia basada en un acto nulo no subsanado (art. 272, 5º) ... 513
2.5. Sentencia dictada contra una parte legítimamente ausente
(art. 272, 6º) .......................................................................... 514
3. Procedimiento de la querella de nulidad.................................... 514
3.1. Los sujetos legitimados para proponer la querella de nuli-
dad (art. 276) ........................................................................ 514
3.2. El fuero competente para proponer la querella de nulidad
(art. 274) ............................................................................... 516
3.3. Plazos y modos de proponer la querella de nulidad (art. 281 §1). 518
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3.4. Procedimiento a seguir (art. 277) .......................................... 519


III. EL RECURSO DE APELACIÓN CONTRA LA SENTENCIA (Arts.
279-289).............................................................................................. 520
1. Introducción ................................................................................ 520
2. Los sujetos legitimados para apelar (art. 279) ........................... 523
3. Decisiones judiciales no apelables (art. 280) ............................. 525
3.1. «Contra la sentencia del mismo Sumo Pontífice o de la Sig-
natura Apostólica»................................................................ 525
3.2. «Contra la sentencia que adolece de vicio de nulidad, a no ser
que la sentencia se acumule con la querella de nulidad» ......... 526
3.3. «Contra la sentencia que ha pasado a cosa juzgada»............ 526

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Índice 21

3.4. «Contra el decreto del juez o sentencia interlocutoria que no


tenga fuerza de sentencia definitiva, a no ser que se acu-
mule con la apelación contra la sentencia definitiva».......... 527
3.5. «Contra la sentencia o decreto en una causa que según el
derecho debe dirimirse expeditissime» .................................. 527
4. Procedimiento procesal de la apelación: interposición y
prosecución.................................................................................. 528
4.1. La interposición de la apelación (arts. 281, 282, 288) .......... 528
4.2. La prosecución de la apelación (arts. 284-285) .................... 531
4.3. Tribunal competente para conocer de la apelación (art. 283) ... 533
4.4. Abandono y renuncia de la apelación (arts. 286-287)........... 534
4.5. Las causas de nulidad de matrimonio no pasan a cosa juz-
gada (art. 289)....................................................................... 535
IV. LA NOVA CAUSAE PROPOSITIO (EL RECURSO
EXTRAORDINARIO DE REVISIÓN) (Arts. 290-294)....................... 536
1. Interés del individuo y exigencia del ordenamiento canónico
en la determinación del verdadero estado personal................... 536
2. La «ratio veritatis» y la revisión de la causa............................... 537
3. Origen histórico y fundamentos de la revisión de la causa........ 538
4. Naturaleza jurídica de la «revisión de la causa» y comparación
con la apelación ........................................................................... 540
5. Los sujetos legitimados activos y pasivos en la revisión de la causa. 542
6. Los requisitos previos para la revisión de la causa (art. 290).... 544
6.1. Que se trate de causas referidas al estado de las personas .... 545
6.2. Que estemos ante dos sentencias conformes. La cuestión de
la conformidad formal y de la conformidad sustancial o
equivalente de las sentencias (art. 291)................................. 549
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A/ Conformidad «formal» (art. 291 §1) ............................. 550


B/ Conformidad «sustancial» o «equivalente» (art. 291 §2).. 552
7. Condiciones sustantivas de admisibilidad de la revisión de la
causa: «nuevas y graves pruebas o razones» (arts. 290 §1 y 292).. 557
7.1. «Pruebas o argumentos» ....................................................... 558
7.2. La novedad de las pruebas o argumentos ............................. 559
7.3. La gravedad de las pruebas o argumentos ............................ 560
8. El procesículo previo en orden a la admisión del recurso de
revisión (arts. 293) ...................................................................... 567
9. La decisión del recurso de revisión (arts. 293-294) ................... 568
V. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 569

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TÍTULO XIII: EL PROCESO DOCUMENTAL. (Arts. 295-299 DC) .................. 577


I. CONCEPTO Y REQUISITOS (Art. 295) ............................................ 577
II. FINALIDAD Y NATURALEZA JURÍDICA DEL PROCESO
DOCUMENTAL .................................................................................. 580
III. FASE INTRODUCTORIA DEL PROCESO DOCUMENTAL
(Art. 296-297)...................................................................................... 581
IV. DESARROLLO DEL PROCESO DOCUMENTAL EN PRIMERA
INSTANCIA ........................................................................................ 583
V. ALGUNAS CUESTIONES CONFLICTIVAS EN LA
TRAMITACIÓN DEL PROCESO ....................................................... 586
VI. LA RESOLUCIÓN JUDICIAL EN EL PROCESO DOCUMENTAL .. 588
VII. FIRMEZA DE LA SENTENCIA DECLARATIVA DE LA NULIDAD 589
VIII. LA TRAMITACIÓN DEL PROCESO DOCUMENTAL EN
APELACIÓN (Art. 298-299) ............................................................... 591
IX. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 592

TÍTULO XIV: DE LA ANOTACIÓN DE LA NULIDAD DEL MATRIMONIO Y


DE LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN DE UN NUEVO
MATRIMONIO. (Arts. 300-301)............................................................................ 595
I. LA ANOTACIÓN DE LA NULIDAD DEL MATRIMONIO (Art. 300) ... 595
II. LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN DE UN
NUEVO MATRIMONIO (Art. 301)..................................................... 597
III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 598

TÍTULO XV: LAS COSTAS JUDICIALES Y EL GRATUITO PATROCINIO.


(Arts. 302-308 DC) ................................................................................................. 599
I. DERECHO-DEBER DEL OBISPO DE REGULAR
NORMATIVAMENTE LAS COSTAS JUDICIALES (Art. 303) .......... 599
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II. CRITERIOS FUNDAMENTALES EN MATERIA DE COSTAS


(Arts. 302, 305 Y 308) ......................................................................... 600
III. EL PROCEDIMIENTO PARA LA CONCESIÓN DE GRATUITO
PATROCINIO O REDUCCIÓN DE COSTAS (Arts. 306-307) ........... 602
IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA......................................................... 603

APÉNDICE: CORRESPONDENCIA DE LOS ARTÍCULOS DE LA DIGNITAS


CONNUBII CON EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO DE 1983 ............... 605

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA DE CONSULTA .................................................. 611

ÍNDICE TEMÁTICO ......................................................................................... 613

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PRESENTACIÓN DE LA OBRA

A lo largo de la historia se han intentado dar distintas respuestas a


propósito de lo que define al ser humano, algunas de ellas transidas de
inmanencia. Si hay algo que define a la persona, y que lo distingue del
resto de las criaturas es su capacidad de amar: el hombre es, ante todo,
un ser capaz de amar (RH, n. 10). Esta capacidad no es una entelequia,
sino una posibilidad-necesidad de alguien que, como la persona, se con-
figura esencialmente como un «quehacer», como «tarea», y que encuen-
tra en el amor un «proyecto» hecho a su medida (a la medida de su liber-
tad, de su voluntad, de su sexualidad…). Para ser auténtico, este amor
—más allá del mero apasionamiento puntual y efímero—, ha de tener
rasgos de permanencia, de proyección de perpetuidad-eternidad, de ex-
clusividad, de entrega total y totalizadora —sin reservas de ningún
tipo—, de vocación.
Todo ello encuentra los cauces idóneos en el matrimonio. El matrimo-
nio es un «viaje hacia el infinito»: lo es por sus componentes naturales, es-
pecialmente el amor, la libertad, el sentido común necesario para sortear
los constantes escollos de la convivencia en intimidad...; y lo es, por esa
sacramentalidad que, entre bautizados, no hace otra cosa que colocar a
Dios-Redentor ante los ojos de los esposos.
La Iglesia, desde sus orígenes, siempre ha intentado destacar y prote-
ger la grandeza y dignidad del matrimonio, sobre todo en aquellos tiem- Índice
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pos en los que los vaivenes culturales han sido más contrarios al mismo.
Los nuestros son, precisamente, tiempos difíciles para la institución ma-
trimonial. La realidad de las crisis conyugales no es uno más de los mu-
chos problemas que asaltan al ser humano; se trata de una auténtica pa-
tología social, una «nueva enfermedad» epidémica de difícil tratamiento
a corto plazo, y cuyas consecuencias han hecho cambiar buena parte de
los estamentos sociales, afectando la vida diaria de manera decisiva. La
pastoral matrimonial y los tribunales eclesiásticos se encuentran a diario
con esta patología de los matrimonios, intentando buscar «soluciones»
cuando ello sea posible.

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24 Carlos M. MORÁN BUSTOS

El matrimonio no es algo privado, sino que tiene una dimensión natu-


ral —no manipulable ni cancelable por los privados— y pública. Necesi-
tando para su nacimiento del concurso de dos voluntades heterosexua-
das, no se puede decir que, en lo que a los derechos y obligaciones que lo
configuran esencialmente como tal se refiere, dependa de la voluntad de
los individuos que le dieron vida inicial: el acto de voluntad en que con-
siste el consentimiento que hace surgir el matrimonio (can. 1057), no es
un acto «creador» del vínculo conyugal, ya que éste no es un vínculo con-
sensual, sino natural. No siendo el matrimonio algo privado, ni son las
partes quienes configuran su estatuto jurídico, ni son ellas las que, priva-
damente —según su conciencia— determinan el fin del mismo. Pocas co-
sas son más destructoras para la institución matrimonial, como su priva-
tización, también en lo que a la respuesta ante la crisis se refiere.
No se puede invocar tampoco una falsa pastoralidad ante la realidad
de tantos fracasos conyugales. No existe pastoral que no respete el pro-
yecto divino de que «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», ni
se puede ayudar a la persona al margen de la verdad (también de la ver-
dad del propio estado). La búsqueda de la verdad del propio estado debe
ser el alma de todo el proceso canónico de nulidad. Como indicaba el
querido y recordado Papa Juan Pablo II en el Discurso a la Rota Romana
de 1994, cuando así se actúa en el proceso, cuando «los administradores
de la ley se esfuerzan por tener una actitud de plena disponibilidad a las
exigencias de la verdad, con un riguroso respeto a las normas procesales,
los fieles podrán conservar la certeza de que la sociedad eclesial vive bajo
el régimen de la ley; que los derechos eclesiales están protegidos por la
ley; y que la ley, en definitiva, brinda una respuesta amorosa a la voluntad
de Dios» (Discurso a la Rota Romana del Papa Juan Pablo II de 1994).
La Instrucción «Dignitas connubii» viene a destacar la necesidad de
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someter la cuestión sobre la nulidad del matrimonio de los fieles a un


proceso judicial con todas las garantías. La Iglesia reivindica su compe-
tencia sobre estas causas, ya que está en juego la propia existencia del
matrimonio; desinteresarse de este problema sería oscurecer la propia
sacramentalidad del matrimonio, lo cual, en las actuales circunstancias
socioculturales, supondría contribuir firmemente a firmar el acta de de-
función del matrimonio como institución.
Ésta es una tarea que incumbe primaria y directamente a los obispos
diocesanos y, con ellos, a todos los que nos dedicamos, en nombre de la
Iglesia, a la tarea de administrar justicia, de decir el derecho en el caso
concreto de cada historia conyugal. A nosotros se nos invita a que, respe-
tando las normas procesales, evitemos los formalismos y las interpreta-

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Presentación de la obra 25

ciones subjetivistas del derecho sustantivo y procesal, y facilitemos la tra-


mitación de estas causas.
Alguien dijo que «para ir a un litigio hace falta llevar tres cosas: un
saco de papeles, un saco de dinero y un saco de paciencia» (Pierre Marie
Quitard). Nada más lejos de la realidad, al menos en lo que a los procesos
canónicos se refiere. El único «saco» que debemos aportar los jueces es el
del conocimiento de las instituciones procesales, de los «elementos» que
aparece a lo largo de un proceso como el proceso canónico de nulidad del
matrimonio. Todo lo que contribuya a ello es siempre bienvenido. Con las
deficiencias subjetivas de nuestras propias limitaciones, esto fue lo que
pretendimos al consentir a la propuesta que se nos hizo de dar a conocer
el contenido de la Instrucción «Dignitas connubii».
Siendo dos los autores de esta obra, procedentes ambos de la vida
académica —profesora propia de la Pontificia Universidad de Comillas, y
profesor asociado de dicha Universidad y de la Universidad de Navarra y
del Estudio Rotal para Abogados y Psicólogos— y comprometidos tam-
bién ambos en la «tarea» judicial —uno como Juez del Tribunal de la Rota
de la Nunciatura Apostólica de España, y la otra como Defensor del Vín-
culo del Tribunal Metropolitano de Madrid— cada uno es responsable de
los méritos y deméritos de la misma. Si conseguimos lo pretendido es
algo que deberá ponderar el lector.

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INTRODUCCIÓN: CONTENIDO, FINALIDAD
Y VALOR JURÍDICO DE LA INSTRUCCIÓN

Pese a tratarse de una norma de desarrollo –de rango, por tanto, infe-
rior al Código de Derecho Canónico- la Instrucción Dignitas Connubii
tiene una importancia muy notable en la regulación de los procesos canó-
nicos para la declaración de la nulidad matrimonial, en cuanto que reor-
dena, aclara, desarrolla y, en algún caso, completa las normas codiciales
a seguir en la tramitación de las causas de nulidad matrimonial. En este
sentido, la publicación por parte del Pontificio Consejo para los Textos
Legislativos de la Instrucción Dignitas Connubii sobre las causas de nuli-
dad matrimonial constituye, por su extensión y por la amplitud y alcance
de la materia que regula, un acontecimiento normativo de primer orden,
comparable al que en su momento supuso la Instrucción Provida Mater1.

I. CONTENIDO, PROCESO DE ELABORACIÓN, Y AUTORÍA DE


LA INSTRUCCIÓN
Índice
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La Dignitas Connubii es una instrucción extensa, compuesta de 308


artículos, distribuidos en 15 Títulos. Muchos de estos 308 artículos son
mera reproducción y reorganización de los cánones del Libro VII del Có-
digo o de otras normas vigentes2, pero otros, sin embargo, contienen no-
1.
Instrucción Provida Mater, de la Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacra-
mentos, de 15 de agosto de 1936 (AAS 28, 1936, pp. 313-361).
2.
Entre las fuentes de la Instrucción, cabe citar, aparte de los cánones del Código, documen-
tos de muy diverso rango: leyes (Pastor Bonus, Normas de la Rota Romana), interpretaciones auténti-
cas con rango de ley (Respuestas de 26-6-1984; 28-2-1986; 29-4-1986), leyes no vigentes en la Iglesia la-
tina (CCEO), documentos de Dicasterios de la Curia Romana (Letras circulares de la Congregación de

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28 Carmen PEÑA GARCÍA

vedades de diversa significación: muchas meramente formales, explicati-


vas o interpretativas de lo ya dispuesto codicialmente, y algunas de
carácter más sustantivo, en cuanto que cubren vacíos legales o modifican
de algún modo lo regulado en el Código.
La Instrucción está fechada el 25 de enero de 2005, vigésimo segundo
aniversario de la promulgación del Código, siendo presentada pública-
mente el 8 de febrero de 2005 por el Cardenal Herranz, Presidente del
Pontificio Consejo para los Textos Legislativos3.
La redacción de este texto ha seguido un proceso largo y laborioso4: el
24 de febrero de 1996, el Romano Pontífice dispuso que se constituyese
una Comisión interdicasterial —integrada por la Congregación para la
Doctrina de la Fe, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, el Tri-
bunal de la Rota Romana y el Pontificio Consejo para los Textos Legislati-
vos— con el mandato de que elaborase, siguiendo los criterios y método
usados en la elaboración de la Instrucción Provida Mater, una instrucción
en la que se detallase el modo en que deben tramitarse las causas de de-
claración de nulidad matrimonial5.
Esta Comisión Interdicasterial elaboró dos anteproyectos de esta ins-
trucción, los cuales fueron presentados a las Conferencias Episcopales
con el fin de que recibir sugerencias. Una vez finalizada esta fase previa,
el Romano Pontífice, por Decreto del 4 de febrero de 2003, encomendó al
Pontificio Consejo de Textos Legislativos que, teniendo en cuenta los dos
anteproyectos citados, redactara el texto definitivo de la nueva Instruc-
ción, lo cual, como se especifica en el mismo texto, se realizó por medio
de una nueva Comisión interdicasterial y consultando a las Congregacio-
nes y Tribunales Apostólicos interesados. Finalmente, el Romano Pontífi-
ce aprobó el texto definitivo en fecha 8 de noviembre de 2004. Índice
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Sacramentos, de 20-12-1986; Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 29-6-1998), y


2.

las Alocuciones de los Romanos Pontífices a la Rota Romana (Pío XII: años 1941, 1944; Juan Pablo II:
años 1987,1988, 1996, 1997, 1998 y 2002). Puede verse un completo índice de las fuentes de la Instruc-
ción en BOGARÍN, J., Apéndice IV. Fuentes citadas por la Instrucción, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO
ESPINA, L., Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp.217-227.
3.
La Instrucción no ha sido formalmente promulgada ni publicada en el Acta Apostolicae Se-
dis, aunque el texto oficial latino –con su traducción a varios idiomas- fue publicado, a lo largo de
2005, por la Librería Editrice Vaticana.
4.
Cfr. DANEELS, F., Una introducción general a la Instrucción Dignitas Connubii, en «Ius Ca-
nonicum » 46, 2006, pp. 33-58.
5.
Especial eco tuvo el anuncio que hizo el Romano Pontífice de la constitución de esta Comi-
sión Interdicasterial en su discurso de apertura del Año Judicial de 1998: JUAN PABLO II, Alocución a
los Auditores de la Rota Romana, de 17 de enero de 1998 (AAS 90, 1998, pp. 783-785; traducción al
castellano en «Ecclesia» 2881, 1998, pp. 30-31).

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Introducción: contenido, finalidad y valor jurídico de la instrucción 29

En cuanto a la autoría del documento, interesa destacar que, pese a


este proceso más o menos participado de elaboración, la Instrucción tie-
ne formalmente un único autor: el Pontificio Consejo de Textos Legislati-
vos, Dicasterio que firma la norma, y que —según se expone en la misma
Introducción— ha actuado en virtud de un mandato específico del Roma-
no Pontífice. Este mandato específico del Romano Pontífice constituye,
en este caso, la legitimación de la actuación del Pontificio Consejo de los
Textos Legislativos, puesto que, como es bien sabido, ningún Dicasterio
puede actuar legítimamente fuera del ámbito de sus competencias, y la
redacción de una Instrucción excede claramente las competencias que el
Pontificio Consejo tiene atribuidas en la legislación canónica6.
Por otro lado, la aprobación del texto de la Instrucción por el Romano
Pontífice fue hecha en forma común, no en forma específica, lo que resul-
ta relevante de cara a la determinación de la autoría y del valor jurídico
de la norma.

II. FINALIDAD DE LA INSTRUCCIÓN

El fin perseguido por esta Instrucción es el mismo que, durante la vi-


gencia del Código de 1917, motivó la redacción de la Instrucción Provida
Mater: la necesidad de favorecer la seguridad jurídica y la correcta apli-
cación de las normas procesales en la tramitación de las causas de nuli-
dad, habida cuenta la complicada regulación codicial de este proceso,
agravada, en la actualidad, por el significativo aumento en el número de
causas de nulidad planteadas ante los tribunales eclesiásticos y por el
preocupante descenso en el número de jueces y ministros de los tribuna-
les7.
Índice
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Los procesos para la declaración de nulidad del matrimonio tienen,


por su número y su repercusión en el estado de vida de los fieles, una no-
table relevancia cuantitativa y cualitativa en el ejercicio de la potestad ju-
risdiccional de los tribunales de la Iglesia, constituyendo de hecho la
6.
Cfr. GONZÁLEZ AYESTA, J., Valor jurídico de la Instrucción Dignitas Connubii en el marco del
sistema normativo canónico de fuentes del Derecho, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.–RUANO ESPINA, L.,
Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp. 30-33.
7.
«Después del Código promulgado en 1983, parecía urgente la necesidad de preparar una
instrucción que, siguiendo las huellas de la Provida Mater, ayudara a los jueces y demás ministros de
los tribunales en la recta interpretación y aplicación del nuevo Derecho matrimonial, con mayor mo-
tivo cuando el número de causas de nulidad de matrimonio ha aumentado en los últimos decenios,
mientras que, por el contrario, los jueces y ministros de los tribunales son menos, y con frecuencia
claramente insuficientes para realizar el trabajo» (Dignitas Connubii, Introducción).

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30 Carmen PEÑA GARCÍA

práctica totalidad de las causas que se tramitan ante los tribunales ecle-
siásticos periféricos. Sin embargo, esta importancia de facto no resulta
pareja con la parcial regulación codicial de estos procesos: los procesos
de declaración de nulidad matrimonial —tanto el ordinario o común
como el documental— vienen regulados en el Código en los cann. 1671 a
1691, como especialidades respecto al proceso contencioso-ordinario
(cann. 1501-1655), el cual constituye el proceso tipo. Ello supone que los
cánones del proceso contencioso ordinario se aplicarán con carácter sub-
sidiario, para todo aquello que no venga específicamente regulado en los
cánones de los procesos especiales de nulidad matrimonial, lo que difi-
culta notablemente la tramitación de este tipo de causas, pues provoca
«que el itinerario procesal que han de seguir los jueces y ministros de los
tribunales en las causas para la declaración de nulidad del matrimonio
no se encuentre en una secuencia única y continua. Las dificultades que
de aquí se siguen en la tramitación de estas causas son evidentes, y los
jueces manifiestan que las sufren constantemente; con mayor razón si se
tiene en cuenta que los cánones de los juicios en general y del juicio con-
tencioso ordinario sólo son de aplicación “si no lo impide la naturaleza
del asunto” y, además, “cumpliendo las normas especiales para las causas
acerca del estado de las personas y para aquellas que se refieren al bien
público” (can. 1691)»8.
Por otro lado, en los más de veinte años de vigencia del Código, se ha
ido desarrollando una intensa labor interpretativa, tanto jurisprudencial
como doctrinal, relativa al modo en que deben aplicarse las nuevas nor-
mas procesales, resultando especialmente significativas en esta materia
las interpretaciones auténticas emitidas por el Pontificio Consejo de Tex-
tos Legislativos en materia procesal, y las declaraciones y decretos del
Tribunal de la Signatura Apostólica respecto a actuaciones concretas de
los tribunales diocesanos. No obstante, pese a la importancia de estas re- Índice
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soluciones, lo cierto es que el conocimiento de las mismas frecuentemen-


te no resulta accesible a todos los tribunales eclesiales, ni mucho menos a
todos los profesionales que actúan en causas matrimoniales canónicas,
de modo que estas resoluciones en materia procesal pasan frecuentemen-
te desapercibidas.
En definitiva, la compleja regulación codicial de este proceso, unida
al posterior desarrollo doctrinal y jurisprudencial que se ha hecho de
cuestiones controvertidas, así como la dificultad —real, en muchas par-
tes de la Iglesia— de encontrar personas con la suficiente cualificación,

8.
Ibidem.

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Introducción: contenido, finalidad y valor jurídico de la instrucción 31

formación y dedicación para el ejercicio, no sólo de la función judicial,


sino incluso para responsabilizarse de la dirección letrada de estas cau-
sas como abogados, hacía necesaria la elaboración de una Instrucción
que clarificase la correcta aplicación de las normas procesales en mate-
ria matrimonial, expusiera, de modo lineal y continuo, el procedimiento
a seguir en estas causas, y ayudase a todos los operadores del derecho a
alcanzar la necesaria seguridad jurídica. De hecho, ésta es precisamente
la finalidad de la Instrucción: servir de ayuda a los jueces, ministros y co-
laboradores del tribunal en la interpretación de las leyes procesales, que
siguen vigentes, detallando el modo en que deben ser aplicadas.
No obstante, como se reconoce en la misma Instrucción, el logro de
este fin no será posible sin un decidido esfuerzo, por parte de los mismos
sujetos afectados y del Obispo, como responsable último de su tribunal,
de formación –doctrinal y práctica- en materia procesal y matrimonial9.

III. VALOR JURÍDICO DE LA INSTRUCCIÓN

En cuanto a su configuración jurídica, la Dignitas Connubii es formal-


mente una Instrucción, esto es, una norma dada por quien tiene potestad
ejecutiva con el fin de aclarar las prescripciones de una ley y desarrollar y
determinar la forma en que ésta ha de ejecutarse, que se dirige a aquellos
a quienes compete cuidar que se cumpla y ejecute la ley (art. 34).
No obstante, la doctrina ha prestado especial atención a la cuestión
de la naturaleza jurídica de la instrucción y del valor jurídico de sus dis-
posiciones10, no faltando autores que han destacado la difícil inclusión de
9.
«Hay que afirmar que sigue siendo válida hoy, y por cierto con mayor urgencia que en el
momento en que se publicó la instrucción Provida Mater, la observación que añadía esa misma ins- Índice
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trucción: “sin embargo, conviene advertir que estas reglas serán insuficientes para el fin que se pro-
ponen si los jueces diocesanos no poseen un conocimiento profundo de los sagrados cánones ni
cuentan con una buena experiencia forense”. Por tanto, corresponde a los Obispos, como grave de-
ber de conciencia, procurar que se formen adecuada y tempestivamente en el Derecho canónico mi-
nistros de justicia idóneos para sus tribunales, y que se preparen con una práctica oportuna en el
foro judicial para instruir con arreglo a derecho y sentenciar correctamente las causas matrimonia-
les» (Dignitas Connubii, Introducción).
10.
Entre otros, GARCÍA FAÍLDE, J.J. La Instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca
2006, pp. 17-20; GONZÁLEZ AYESTA, J., Valor jurídico de la Instrucción Dignitas Connubii en el marco
del sistema normativo canónico de fuentes del Derecho, cit., pp. 25-50; LLOBEL, J., La natura giuridica
e la recezione ecclesiale dell’instr. Dignitas Connubii, en «Ius Ecclesiae» 18, 2006, pp. 343-370; MON-
TINI, G.P., L’Instruzione Dignitas Connubii nella gerarchia delle fonti, en «Periodica» 94, 2005, pp.
417-476; OTADUY, J., El principio de jerarquía normativa y la Instrucción Dignitas Connubii, en «Ius
Canonicum» 46, 2006, pp. 59-97; PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii y su repercusión
en las causas de nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, pp. 645-701...

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32 Carmen PEÑA GARCÍA

la Dignitas Connubii en la categoría de las Instrucciones, en cuanto que,


obviamente, sus destinatarios no son únicamente los tribunales, sino to-
dos los obligados por las normas del Libro VII del Código, aparte de con-
tener una cierta reorganización de toda la materia11.
En cualquier caso, más allá de las posibles deficiencias formales de la
Instrucción, es indudable que se trata de una norma administrativa o ejecu-
tiva de desarrollo de una ley12. En cuanto instrucción o norma ejecutiva de
desarrollo, la norma podrá desarrollar las disposiciones codiciales, estipu-
lando el modo en que han de cumplirse y determinando cuál es la correcta
interpretación y aplicación de la misma en aquellos supuestos en que la ley
abriese la puerta a varias posibilidades. Por el contrario, la Instrucción no
podrá en ningún caso derogar la ley en cuyo desarrollo ha sido dada, por lo
que se recuerda expresamente en la Introducción que, en este caso, las leyes
procesales contenidas en el Código «mantienen plena vigencia, y habrá que
tomarlas siempre como referencia para interpretar la Instrucción».
En virtud de la relación entre las disposiciones de la Dignitas Connu-
bii y el Código, habría sin embargo que distinguir entre tres tipos de dis-
posiciones:
a) Las disposiciones secundum legem: serían aquellas ni contrarias, ni
totalmente autónomas respecto al Código, y vendrían constituidas
bien por aquellas que reproducen nórmas codiciales o interpreta-
ciones auténticas de la ley, emanadas del Pontificio Consejo de Tex-
tos Legistativos, las cuales conservan todo su valor, o bien por
aquellas que desarrollan los preceptos codiciales, explicitando lo
que en la misma ley está implícito o indicando el modo obligatorio
de aplicación entre varios posibles. Respecto a estas últimas, sin
embargo, aunque en principio nada obsta a que una norma ejecuti-
va de desarrollo imponga como obligatorio un modo concreto de
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cumplir la ley entre los varios posibles, parece que el límite habría
que situarlo en la imposibilidad de que la Instrucción contenga in-
terpretaciones restrictivas o extensivas de la ley, las cuales —por
salirse del sentido propio de las palabras y suponer una modifica-
ción de la ley— sólo pueden ser hechas por el legislador.
11.
En este sentido, algún autor sostiene que sería preferible hablar de norma atípica, puesto
que no encaja bien en ninguna de las categorías codicialmente previstas (vid. GONZÁLEZ AYESTA, J.,
Valor jurídico..., cit., p. 40).
12.
Las normas ejecutivas de desarrollo previstas en el Código son los decretos generales eje-
cutorios (cann. 31-33) y las Instrucciones (can. 34): ambas son normas sin rango de ley, dadas en de-
sarrollo de ésta por quien tiene potestad ejecutiva. Haciendo un paralelismo con el ordenamiento ci-
vil, podría decirse –salvando todas las distancias- que los decretos generales ejecutorios equivalen a
los reglamentos y las instrucciones a las circulares.

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Introducción: contenido, finalidad y valor jurídico de la instrucción 33

Por otro lado, los artículos de la Dignitas que reproducen normas


del Código de cánones de las Iglesias Orientales (CCEO) no son
propiamente disposiciones meramente reproductivas, en cuanto
que hacen entrar en el derecho canónico latino normas prove-
nientes de otro ordenamiento y que no tienen fuerza de ley en el
nuestro. Respecto a éstas, por tanto, será preciso determinar en
cada caso si constituyen normas secundem legem de desarrollo o,
por el contrario, son propiamente normas praeter legem.
b) Las disposiciones praeter legem: Serían aquellas disposiciones to-
talmente autónomas respecto al Código, que plantean en su caso
un importante problema interpretativo, puesto que, por princi-
pio, las mismas quedan fuera de la finalidad de una norma de de-
sarrollo como es una Instrucción. Por tanto, si constase con cer-
teza que una disposición es autónoma respecto a la ley y que
incorpora una regulación ex novo, habría que concluir que la mis-
ma carece propiamente de valor normativo, aunque se le pueda
reconocer un cierto valor orientativo.
c) Las disposiciones contra legem: En el supuesto —más hipotético
que real, a mi juicio— de que hubiese en la Dignitas Connubii al-
guna disposición contra legem, la misma sería nula de pleno dere-
cho, pues en las instrucciones, conforme establece el can. 34 §2,
carece de fuerza vinculante aquello que resulte incompatible con
lo regulado en la ley.

IV. CRITERIOS GENERALES DE INTERPRETACIÓN DE LA


NORMATIVA PROCESAL

La Dignitas Connubii abre y cierra su texto con la explicitación de al- Índice


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gunos criterios generales que deberán ser tenidos en cuenta en la inter-


pretación y aplicación, no sólo de esta instrucción, sino de toda la norma-
tiva procesal. Estos criterios, expuestos en la introducción y en el último
artículo de la Instrucción, enmarcan todo el articulado, dan la pauta a se-
guir a la hora de interpretar esta regulación y son indicativos del estilo
propio y peculiar que presentan los procesos –muy particularmente, los
matrimoniales- en la Iglesia.
Estos criterios apuntados en la Instrucción serían los siguientes:
a) Evitar el formalismo jurídico a la hora de interpretar y aplicar la le-
gislación procesal, especialmente en materia matrimonial: La Ins-
trucción se muestra contundente en esta cuestión, recordando

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34 Carmen PEÑA GARCÍA

que «habida cuenta de la naturaleza propia de este proceso, ha-


brá de evitarse con especial urgencia... el formalismo jurídico, 13
completamente contrario al espíritu de las leyes de la Iglesia» .
b) Evitar el excesivo subjetivismo en la aplicación del derecho sustan-
tivo y procesal: Junto con el repudio del formalismo, la Instruc-
ción advierte igualmente contra otro peligro, el excesivo subjeti-
vismo, que aparece como el extremo opuesto, en cuanto que
puede dar lugar a la arbitrariedad del juez, en menoscabo de la
seguridad jurídica y de la efectiva salvaguarda de los derechos de
los fieles.
c) Importancia de la jurisprudencia emanada de los Tribunales Apos-
tólicos: Intímamente relacionado con el principio anterior está la
preocupación por intentar lograr una cierta unidad de los tribu-
nales a la hora de resolver las causas matrimoniales, por lo que se
resalta el importante papel de la jurisprudencia de la Rota Roma-
na y de la Signatura Apostólica en la interpretación de las leyes
sustantivas y procesales: «Para conseguir en toda la Iglesia aque-
lla unidad fundamental de jurisprudencia que exigen las causas
matrimoniales, es necesario que todos los tribunales de grado in-
ferior miren a los Tribunales Apostólicos, es decir, al Tribunal de
la Rota Romana, al que corresponde proveer a la “unidad de la
jurisprudencia” y prestar “ayuda a los tribunales inferiores me-
diante sus sentencias” (Pastor bonus, art. 126); y al Supremo Tri-
bunal de la Signatura Apostólica, al cual compete, “además de la
función de tribunal supremo que ejerce”, proveer a que “se admi-
nistre rectamente justicia en la Iglesia” (Pastor bonus, art.
121)»14.
d) Principio de pastoralidad: Al igual que el Código, la Instrucción se
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cierra, en el art. 308, con una alusión a la salus animarum como


suprema ley de la Iglesia y como criterio inspirador de toda la ac-
tividad judicial.

V. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

ARRIETA, J.I., Integrazioni e determinazioni apportate dall’Istruzione «Dignitas connubii»


ai canoni del Codice di Diritto Canonico, en ed. ARRIETA, J.I., L’istruzione «Dignitas
connubii» nella dinamica delle cause matrimoniali, Venecia 2006.

13.
Dignitas Connubii, Introducción.
14.
Dignitas Connubii, Introducción.

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Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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Introducción: contenido, finalidad y valor jurídico de la instrucción 35

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ARTÍCULOS PRELIMINARES
(ARTS. 1-7)

Pese al contenido y finalidad esencialmente procesal de la Instrucción


Dignitas Connubii, la misma se abre con unos artículos preliminares (ar-
ts. 1-7), antepuestos al Título I, que tienen una notable importancia para
una adecuada comprensión no sólo del alcance de la Instrucción, sino
también del ejercicio de la potestad judicial en la Iglesia y del mismo De-
recho matrimonial sustantivo. Dichos artículos introductorios contienen
disposiciones relativas al objeto y ámbito de aplicación de la Instrucción,
y al derecho sustantivo y procesal que debe aplicarse en la resolución de
las causas de nulidad matrimonial.

I. CUESTIONES GENERALES SOBRE LAS CAUSAS


CANÓNICAS DE NULIDAD
1. Ámbito de aplicación de la Instrucción (art. 1)
Índice
Una de las características del ordenamiento procesal canónico lati-
no15 es que se trata de un ordenamiento universal, de modo que, en prin-
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15.
El Código de Derecho Canónico de 1983 y la Instrucción Dignitas Connubii afectan a la
Iglesia Católica de rito latino, extendida por todo el mundo y la más numerosa en número de fieles. Las

37

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38 Carmen PEÑA GARCÍA

cipio, se tramiten donde se tramiten, todas las causas canónicas para la


declaración de nulidad de un matrimonio se regirán por las mismas nor-
mas. Este principio de universalidad del ordenamiento procesal canóni-
co, recogido en el can. 1402 y el art. 1 de la Dignitas Connubii, exige que
todos los tribunales de la Iglesia Católica latina se rijan por las mismas
normas procesales, salvo las esporádicas remisiones que el mismo Códi-
go –y la Instrucción- hace a leyes particulares, y, por consiguiente, terri-
toriales16.
Este principio de universalidad de las leyes procesales viene reforza-
do asimismo por la disposición del art. 1 §3 de la Dignitas, que reproduce
el can. 87: la dispensa de estas leyes procesales queda excluida de la com-
petencia de los Obispos y se reserva a la Sede Apostólica, que la ejercerá
en su caso por medio de la Signatura Apostólica17.
No obstante, por disposición del can. 1402 y del art. 1 de la Dignitas,
quedan fuera de este preceptivo sometimiento a la regulación codicial los
Tribunales de la Sede Apostólica, entendiéndose por tales únicamente el
de la Rota Romana y el Tribunal de la Signatura Apostólica. Estos Tribu-
nales Apostólicos, con competencia sobre la Iglesia universal, se rigen
por leyes propias, tanto en lo relativo a su constitución y competencias,
como en lo referente al procedimiento18. Por el contrario, el Tribunal de
la Rota de la Nunciatura Apostólica en España, comúnmente llamado
Rota Española, aunque se rige, en cuanto a su composición y competen-
cia, por normas aprobadas motu proprio por el Romano Pontífice19, sí
está sometido, con carácter subsidiario, a la regulación codicial y a lo dis-
puesto en la Dignitas Connubii20.

Iglesias Católicas Orientales —que parten de unas tradiciones teológicas propias y antiquísimas, que
16.

se remontan frecuentemente a los primeros siglos de la Iglesia, antes de la ruptura entre Oriente y Índice
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Occidente— tienen su propia regulación procesal en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales
(CCEO), promulgado por Juan Pablo II en 1990.
17.
Con relación al derecho aplicable en las causas de nulidad matrimonial, el Código y la Dig-
nitas contienen algunas remisiones a leyes canónicas particulares: por ejemplo los cann. 1439 (cons-
titución de tribunales de segunda instancia por las Conferencias Episcopales), can. 1509 (modo de
realizar las notificaciones), can. 1649 (costas judiciales y gratuito patrocinio)…
17.
Pastor Bonus, art. 124 §2.
18.
Constitución Apostólica Pastor Bonus, arts.130 y 125; Normas del Tribunal Apostólico de la
Rota Romana, de 1 de octubre de 1994, en AAS 86, 1994, pp. 508-540.
19.
JUAN PABLO II, Litterae Apostolicae Motu Proprio datae de accommodatione Normarum a
Rota Nuntiaturae Apostolicae in Hispania servandarum, de 2 de octubre de 1999: texto en castellano
en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 15, Sala-
manca 2000, pp. 415-430.
21.
Lo mismo sucede con otros tribunales que, pese a ser vicarios del Romano Pontífice para un
territorio determinado, como la diócesis de Roma, la Ciudad del Vaticano o la región del Lazio en Italia,

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 39

Por otro lado, esta dimensión de universalidad configura de algún


modo toda la regulación de la Dignitas Connubii, por lo que conviene te-
nerla en cuenta a la hora de interpretar la Instrucción. En efecto, el orde-
namiento procesal canónico está vigente en países muy diferentes, que
tienen culturas, tradiciones jurídicas y medios materiales y humanos
muy distintos, lo que inevitablemente condiciona la aplicación de una
normativa en principio universal. Esta diversidad entre los diversos tri-
bunales se aprecia en la preparación y formación de los ministros, en la
calidad de la jurisprudencia, en los problemas a que deben hacer frente,
en las tradiciones jurídicas de las que parten…, y ha motivado algunas
disposiciones en principio sorprendentes de la Instrucción21.

2. Puntualizaciones sobre el objeto de la Instrucción

Conforme se recoge en su mismo título, la Dignitas Connubii tiene por


objeto el desarrollo de las normas procesales a observar en la tramitación
de las causas canónicas de nulidad de matrimonio. Respecto a esta afir-
mación, conviene sin embargo hacer alguna aclaración o matización:

2.1. ¿Procesos de nulidad del matrimonio canónico o procesos


canónicos de nulidad de matrimonio? (art. 3)

Propiamente, la Instrucción no regula los procesos para la declara-


ción de nulidad del matrimonio canónico —entendiendo por éste el con-
traído, de conformidad con el derecho canónico, bien entre dos católicos,
bien entre parte católica y parte acatólica, sea bautizada o no (can.
1059)—, sino que su objeto, mucho más amplio, es la regulación de los
Índice
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no son propiamente Tribunales de la Sede Apostólica: JUAN PABLO II, M.P. Quo civium iura, de 21 de
20.

noviembre de 1987,en AAS 79, 1987, pp. 1353-1355; JUAN PABLO II, M.P. Solicita cura, quo Tribunal
apellationis apud Vicariatum Urbis constitutur, de 26 de diciembre de 1987, en AAS 80, 1988, pp.
121-124; JUAN PABLO II, Const.Ap. Ecclesia in Urbe. Vicariatus Urbis nova ratione ordinatur, de 1 de
enero de 1998, en AAS 90, 1998, pp. 177-193.
21.
Daneels, en su comentario a la Instrucción, pone algunos ejemplos de artículos que se ex-
plican mejor desde esta perspectiva: vid. DANEELS, F., Una introducción general a la Instrucción Dig-
nitas Connubii, en «Ius Canonicum» 46, 2006, p.48. Sobre la situación actual de los tribunales ecle-
siásticos españoles, resultan de interés, entre otros, FERRER DAROCA, R., Situación de los tribunales
eclesiásticos: El Tribunal Interdiocesano de Zaragoza, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y pro-
cesal canónico para profesionales del foro, vol. 17, Salamanca 2005, pp. 397-406; GALLEGO PÉREZ, J.,
Los tribunales eclesiásticos españoles: encuesta, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal
canónico para profesionales del foro, vol. 15, Salamanca 2000, pp. 397-406; OLMOS ORTEGA, M.E., La
problemática de los tribunales eclesiásticos españoles, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y pro-
cesal canónico para profesionales del foro, vol. 15, Salamanca 2000, pp. 407-414.

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40 Carmen PEÑA GARCÍA

procesos canónicos para la declaración de nulidad del matrimonio, sea


éste canónico o no22.
Las causas canónicas de nulidad tienen por finalidad principal verifi-
car el estado de libertad del sujeto —católico o no— que, habiendo cele-
brado un matrimonio anterior, quiere que la autoridad eclesiástica com-
petente determine si dicho matrimonio fue válido o nulo, y, por
consiguiente, si la persona tiene o no un impedimento de vínculo que le
impida contraer un ulterior matrimonio canónicamente válido23. En este
sentido, el ordenamiento canónico no sólo afirma que las causas matri-
moniales de los bautizados, católicos o no, corresponden al juez eclesiás-
tico por derecho propio (can. 1671 y art. 3 §1), sino que —a diferencia de
lo que ocurría en la regulación anterior al Código actual— reconoce, en
el can. 1476, el derecho de acción a todas las personas que quieren im-
pugnar la validez de su matrimonio, incluidos los no bautizados24.
No obstante, ello no supone la afirmación de un derecho automático o
arbitrario del acatólico a solicitar el juicio de la autoridad judicial de la
Iglesia acerca de su matrimonio, sino que será necesario, para justificar
la legitimación activa de la parte —y, más hondamente, la competencia
de los tribunales eclesiásticos para juzgar ese caso25— que el acatólico
22.
En el ordenamiento canónico, el concepto matrimonio válido, más amplio que el de matri-
monio canónico, haría referencia a todo matrimonio contraído, por el intercambio de un válido con-
sentimiento, entre dos sujetos, bautizados o no, que no estén incursos en ningún impedimento de de-
recho natural o divino, y en el cual se hayan cumplido aquellos otros requisitos impuestos, bajo pena
de nulidad, por la ley positiva por la que se rige el matrimonio.
23.
El impedimento de ligamen o vínculo, regulado en el can. 1085, es la prohibición de con-
traer matrimonio cuando uno o ambos contrayentes está ligado por un vínculo matrimonial válido
anterior, y surge de cualquier matrimonio válido, sea sacramental o no, consumado o no, siempre
que no haya sido disuelto por muerte o por disolución pontificia. En virtud del principio de indisolu-
bilidad matrimonial, la Iglesia no reconoce las disoluciones vinculares dadas por la autoridad civil ni
por otras autoridades religiosas (vid. PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, Índice
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Bilbao 2004, pp. 67-83, 125-132).


24.
Problema distinto, regulado por la normativa concordataria y estatal de cada país será el
de si el Estado reconocerá civilmente la sentencia eclesiástica que declare la nulidad de un matrimo-
nio no canónico.
25.
Especialmente problemática resulta la fundamentación de la jurisdicción y competencia de
los tribunales eclesiásticos para juzgar las causas de dos no bautizados; esta cuestión ha sido tratada,
entre otros, por ACEBAL LUJÁN, J.L., La declaración de nulidad del matrimonio de dos acatólicos, en
«Revista Española de Derecho Canónico» 49, 1992, pp. 691-697; BASTIDA CANALS, X., La jurisdicción
judicial canónica sobre el matrimonio desde el ángulo de sus destinatarios (sujetos pasivos), en ed. AZ-
NAR GIL, F.R., Estudios de derecho matrimonial y procesal en homenaje al Prof. Juan Luis Acebal Luján,
Salamanca 1999, pp. 71-106; DÍAZ MORENO, J.Mª, Matrimonios no canónicos y competencia de los tri-
bunales eclesiásticos, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Temas candentes de derecho matrimonial y proce-
sal y en las relaciones Iglesia-Estado (Actas de las XXVI Jornadas de la Asociación Española de Canonis-
tas, 19-21 abril 2006), Madrid, 2007, pp. 83-117; KOWAL, J., L’istruzione Dignitas Connubii e la
competenza della Chiesa circa il matrimonio dei battezzati, en «Periodica» 94, 2005, pp. 477-507.

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 41

demuestre tener un interés legítimo en la causa que justifique la interven-


ción de la autoridad eclesial, como es el querer contraer matrimonio con
parte católica26.
En este sentido, el art. 3 §2 de la Dignitas Connubii —artículo sin pa-
ralelo en el Código, pero que recoge la citada praxis eclesial— recuerda
que «el juez eclesiástico conoce solamente de aquellas causas de nulidad
de matrimonio de acatólicos, bautizados o no, que sean necesarias para
comprobar el estado libre de al menos una de las partes ante la Iglesia ca-
tólica, respetando lo dispuesto en el art. 114».
Se trata, sin embargo, de un artículo que podría resultar problemático a
causa de su redacción, algo confusa y susceptible de inducir a errores en su
interpretación. A mi juicio, es claro que este artículo tiene por finalidad úni-
camente recordar, recogiendo el unánime sentir doctrinal y jurisprudencial
al respecto, la exigencia de un interés legítimo del acatólico para solicitar la
intervención del tribunal eclesiástico. Generalmente, ese interés legítimo
vendrá constituido por su intención de contraer un matrimonio canónico,
pero no cabe excluir que puedan existir, en casos concretos, otras motivacio-
nes: por ejemplo, interés de la persona que está en un proceso de conversión
de aclarar su situación matrimonial, sea con vistas a entrar en la vida consa-
grada, sea por otras motivaciones de conciencia.
Entiendo, por tanto, que carecería de base una interpretación de este
art. 3 §2 en el sentido de exigir, para la legítima intervención del juez, que
el actor acatólico especifique su voluntad de contraer matrimonio con
una persona católica determinada, y, más aún, que, antes de aceptar la de-
manda, el juez deba a su vez —para no pronunciarse inútilmente sobre la
validez o nulidad del matrimonio del acatólico— comprobar que la parte
católica es libre para casarse. Una interpretación de la norma en este sen-
tido, aparte de ser notablemente restrictiva, causaría graves e injustifica-
dos perjuicios a las personas en el supuesto, bastante frecuente, de que el Índice
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acatólico quisiese contraer con un católico que estuviese a su vez deman-


dando la declaración de nulidad de su anterior matrimonio, pues impedi-
ría al juez eclesiástico admitir la demanda de nulidad del acatólico mien-
tras no constara con certeza en el fuero externo, mediante dos sentencias
conformes, el estado de libertad del católico27.

26.
La Signatura Apostólica reconoció la jurisdicción de la Iglesia en estos casos, en una cono-
cida Declaración de 28 de mayo de 1993 (cfr. RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Notas al Decreto-Declaración del
STSA: La jurisdicción eclesiástica y los matrimonios de los acatólicos, en «Ius Canonicum» 34, 1994,
pp. 653-659). Esta cuestión, desde el punto de vista de la legitimación, es tratada en Título IV, IV.1.3.
27.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii y su repercusión en las causas de
nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, pp. 657-658.

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42 Carmen PEÑA GARCÍA

En cualquier caso, sin perjuicio de la competencia propia de la Iglesia


sobre las causas de nulidad del matrimonio de los bautizados y de la com-
petencia indirecta —justificada por el bien del tercero católico con que la
parte quiere contraer matrimonio o por cualquier otro motivo legítimo—
en el caso de matrimonios de no bautizados, el ordenamiento canónico
reconoce igualmente la competencia del juez civil sobre las causas que
tienen por objeto los efectos meramente civiles del matrimonio. No obs-
tante, recuerda el art. 3 §3, tales causas podrán también ser tratadas y de-
cididas por el juez eclesiástico cuando el derecho particular así lo esta-
blezca y siempre que se planteen de manera incidental y accesoria,
conforme dispone el can. 1672.

2.2. ¿Declaración de nulidad o disolución del matrimonio? (art. 7)


Conforme se puntualiza en el art. 7, la Instrucción tiene por objeto
únicamente las declaraciones de nulidad del matrimonio, en ningún caso
su disolución por el Romano Pontífice en los supuestos en que ésta es po-
sible. Pese a que ambas figuras tienen en común que permiten al sujeto
acceder a un matrimonio canónicamente válido, la Dignitas Connubii in-
siste en la importancia de tener siempre en cuenta, también en cuanto a
la terminología, la sustancial distinción entre la declaración de nulidad y
la disolución del matrimonio:
La nulidad es una resolución declarativa por la que se reconoce que el
matrimonio, pese a su apariencia externa de validez, no ha existido nun-
ca, por la existencia en el momento constitutivo de un vicio jurídicamente
relevante. La declaración canónica de nulidad de un matrimonio es la
constatación, por la autoridad competente, de que un determinado víncu-
lo conyugal no llegó a surgir por la existencia de un fallo ab origine.
La disolución, por el contrario, supone un acto constitutivo por el que Índice
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se produce la ruptura de un vínculo matrimonial presumiblemente váli-


do. El ordenamiento canónico contempla la posibilidad de la disolución
vincular, aunque la misma únicamente se concede —tras la tramitación
de un procedimiento específico en el que se comprueba la existencia de
los requisitos necesarios— por causa grave y en supuestos muy concre-
tos: que se trate de un matrimonio no sacramental (disolución in favorem
fidei), o de un matrimonio, sea o no sacramental, que no haya sido consu-
mado (disolución super rato)28. Sin embargo, conforme aclara el art. 7, la
28.
Sobre la regulación de la disolución canónica del matrimonio, me remito a lo expuesto en
mi manual, y a la bibliografía allí recogida; vid. PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Derecho y praxis de
la Iglesia, cit., pp. 365-392.

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 43

Instrucción no afecta a estos procedimientos para la disolución del ma-


trimonio, que mantienen su regulación específica29.

2.3. ¿Proceso judicial o procedimiento administrativo para la de-


claración de nulidad? (arts. 5 y 6)
Una de las cuestiones que se plantea cada cierto tiempo, de modo re-
currente, es la de la necesidad de la vía judicial —y su correspondiente
proceso— para la declaración de nulidad matrimonial, cuestionándose
desde diversas instancias —en algún caso jurídicas, pero preferentemen-
te pastorales— la conveniencia, en aras de la rapidez, de la utilización de
un procedimiento administrativo para la resolución de estas causas30.

29.
El procedimiento para la disolución pontificia del matrimonio rato y no consumado se
rige por los cann. 1697-1706 y en las Letras circulares acerca del proceso sobre matrimonio rato y
no consumado, de la Sagrada Congregación de Sacramentos, de 20 de diciembre de 1986; el pro-
cedimiento para la disolución pontificia de los matrimonios no sacramentales en favor de la fe,
por su parte, viene regulado en las Normas para tramitar el proceso para la disolución del vínculo
matrimonial en favor de la fe, de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 30 de abril de 2001,
enviadas reservadamente a las diócesis, que vienen a sustituir a la Instrucción Ut notum, así como
por las Normas procesales que la acompañaban, ambas de fecha 6 de diciembre de 1973. Sobre es-
tos procedimientos administrativos de disolución del matrimonio, puede verse, entre otros: AM-
BORSKI, K., Procedural norms of the process for the dissolution of the matrimonial bond in favorem
fidei, en «Apollinaris» 77, 2004, pp. 835-858; AZNAR GIL, F.R., Nuevas normas sobre la disolución
del vínculo matrimonial no sacramental, en «Revista Española de Derecho Canónico» 60, 1993,
pp. 141-157; DÍAZ MORENO, J.M., Un caso de disolución del vínculo matrimonial in favorem fidei.
Aplicación del can. 1150 en la duda de hecho, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, pp. 855-869;
KOWAL, J., Nuove Norme per lo scioglimento del matrimonio in favorem fidei, «Periodica» 91, 2002,
pp. 459-506; LÓPEZ ZARZUELO, F., El proceso de matrimonio rato y no consumado, Valladolid 1991;
MCCORMACK, A., A commentary on the Norms for Favor of the Faith cases, en «The Jurist» 65, 2005,
pp. 268-336; MONETA, P., Le nuove norme per lo scioglimento del matrimonio in favore della fede, en
«Il Diritto Eclesiastico» 2002, pp. 1331-1346; PAPEZ, V., Lo scioglimento del matrimonio non sacra-
mentale in favorem fidei, en «Folia Canonica» 6, 2003, pp. 41-56; PEÑA GARCÍA, C. La disolución Índice
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pontificia del matrimonio in favorem fidei: cuestiones sustantivas y procesales, en «Estudios Ecle-
siásticos» 81, 2006, pp.699-723; ID., Procesos canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en
ed. O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001,
pp.392-424; RUANO ESPINA, L., Las nuevas Normas para tramitar el proceso para la disolución del
vínculo a favor de la fe: iustel.com, Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico
del Estado, n.2, mayo 2003; RUBIYATMOKO, R., Competenza della Chiesa nello scioglimento del vin-
colo del matrimonio non sacramentale, Roma 1998; SILVESTRELLI, A., Scioglimento di matrimonio
in favorem fidei, en: AA.VV., I procedimenti speciali nell diritto canonico, Ciudad del Vaticano
1992, pp. 179-204…
31.
Especial difusión tuvieron unas palabras del Card. Ratzinger, entonces Prefecto de la Con-
gregación de la Fe, aludiendo a esta posibilidad (vid. RATZINGER, J., La sal de la tierra. Cristianismo e
Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Conversación con P. Seewald, Madrid 1997, p. 224). En relación al
empleo de la vía administrativa en la resolución de las causas de nulidad matrimonial se ha pronuncia-
do –desde muy diversos posicionamientos- numerosos juristas, entre ellos ARROBA CONDE, M.J., Aper-
tura verso il processo amministrativo di nullità matrimoniale e diritto di difesa delle parti, en «Apollinaris»

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44 Carmen PEÑA GARCÍA

Ciertamente, el procedimiento administrativo presenta, de suyo, una ma-


yor flexibilidad en los trámites, lo que le convierte en potencialmente más
rápido; por el contrario, el proceso judicial, más elaborado y con mayo-
res formalidades jurídicas y, por consiguiente, frecuentemente más lento,
ofrece sin embargo una mayor seguridad jurídica y un ámbito menor de
discrecionalidad de la autoridad que los procedimientos administrativos,
por lo que el proceso —la vía judicial— parece un medio más adecuado
para la salvaguarda de los derechos de los fieles (por ejemplo el derecho
de defensa) y, sobre todo, para la resolución de este tipo de causas, de na-
turaleza declarativa31.
Respecto a esta cuestión, la Dignitas Connubii confirma —como no
podía ser menos, por otro lado, habida cuenta la naturaleza jurídica de
esta norma— la normativa vigente y la constante praxis eclesial respecto
a la conveniencia de la vía judicial para la tramitación de la declaración
de nulidad de un matrimonio, al recordar el art. 5 §1 de la Instrucción
que «las causas de nulidad de matrimonio sólo pueden ser resueltas por
sentencia del tribunal competente»32.
No obstante, el mismo art. 5 prevé, en su párrafo segundo, una excep-
ción a dicha norma, al establecer que «la Signatura Apostólica tiene la fa-
cultad de decidir por decreto casos de nulidad de matrimonio en los que
resulte evidente la nulidad». Se recoge, de este modo, la posibilidad, pre-

75, 2002, pp.745-777; ID., Peculiarità dell’iter processuale nelle cause matrimoniali dopo l’Istruzione
30.

«Dignitas connubii», en ed. ARRIETA, J.I., L’Istruzione «Dignitas connubii» nella dinamica delle cause
matrimoniali, Venezia, 2006, pp. 45; CALVO TOJO, M., Cuestiones actuales de derecho procesal canóni-
co, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal para profesionales del foro, vol. 17, Salamanca
2005, pp.231-262; DANEELS, F., La natura propria del proceso di nullità matrimoniale, en ed. FRAN-
CHESCHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M.A., La nullità del matrimonio: temi processuali e sostantivi in occa-
sione della ‘Dignitas Connubii’, Roma 2005, pp.15-26; LLOBELL, J., La natura giuridica e la recezione
ecclesiale dell’instr. Dignitas Connubii, en «Ius Ecclesiae» 18, 2006, pp.354-370; ID., Quaestiones dis- Índice
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putatae sulla scelta della procedura giudiziaria nelle cause di nullità del matrimonio, sui titoli di com-
petenza, sul libello introduttorio e sulla contestazione della lite, en «Apollinaris» 70, 1997, pp.581-622;
DE PAOLIS, V., Amministrazione della giustizia e situazione dei tribunali ecclesiastici, en AA.VV., Curso
de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 18, Salamanca 2007, pp.
413-452; SCOLA, A., Processi matrimoniali: una prospettiva pastorale, en «Il Regno-documenti» 7/
2006, pp. 226-231; VILLEGGIANTE, S., Il discorso di S.S. Benedetto XVI del 28 gennaio 2006 alla Rota
apre le porte al nuovo processo matrimoniale canonico?, en «Angelicum» 83, 2006, pp. 685-704.
31.
A mi juicio, la decidida opción por la vía judicial para la resolución de las causas de nuli-
dad no es en modo alguno incompatible –todo lo contrario- con la articulación, en su caso, de un pro-
ceso judicial más rápido, en el que se eliminen las formalidades innecesarias (en ese sentido han ido
las sucesivas reformas legales del proceso), y, sobre todo, con un esfuerzo decidido, por parte de to-
dos los responsables, por mejorar la administración de justicia en la Iglesia, mediante la dedicación
de los medios materiales y humanos necesarios, la preocupación por la formación de los miembros
de los tribunales..., conforme insiste reiteradamente la Instrucción Dignitas Connubii.
32.
A la sentencia equivale el decreto ratificatorio del art. 265, también de naturaleza judicial.

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 45

vista en las leyes que regulan la actividad de la Curia Romana y fundada


en la equidad canónica, de que este Dicasterio pueda declarar, en vía ad-
ministrativa, la nulidad del matrimonio en aquellas causas que no exijan
una especial investigación33. Debe destacarse, no obstante, el carácter
claramente excepcional de esta posibilidad: la declaración en vía admi-
nistrativa de la nulidad no sólo queda reservada a la Signatura Apostóli-
ca, sino que el mismo art. 5 §2 destaca que «si exigen una indagación o in-
vestigación más cuidadosa, la Signatura remitirá la causa al tribunal
competente, o si el caso lo requiere, a otro tribunal, que tramitará el pro-
ceso de nulidad del modo dispuesto por el derecho», esto es, remitirá la
causa a un tribunal diocesano para que sea juzgada en vía judicial34.
Por otro lado, respecto a los cauces procesales a seguir en la tramitación
de estas causas, el art. 6 de la Instrucción recuerda la imposibilidad de apli-
car las normas del proceso contencioso oral en las causas para la declaración
de nulidad del matrimonio, de conformidad con el can. 169035. El empleo de
este procedimiento provocaría la nulidad insanable de la sentencia dictada,
conforme establece el can. 1669 y el art. 269 de la Dignitas Connubii.

II. DETERMINACIÓN DEL DERECHO SUSTANTIVO Y PROCESAL


APLICABLE EN LAS CAUSAS CANÓNICAS DE NULIDAD
MATRIMONIAL (ARTS. 2 Y 4)

En principio, la determinación de la normativa procesal aplicable en


las causas matrimoniales tramitadas ante tribunales eclesiásticos no

33.
Sobre el procedimiento a seguir en estos casos extraordinarios de declaración de la nuli-
dad en vía administrativa, puede verse BURKE, R., La procedura amministrativa per la dichiarazione
di nullità del matrimonio, en AA.VV., I procedimenti speciali nel diritto canonico, Ciudad del Vaticano Índice
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1992, pp. 93-105.


34.
En relación a esta excepción del art. 5 §2, sorprende el silencio de la Dignitas Connubii so-
bre el segundo requisito exigido por la praxis de la Signatura para proceder a la declaración de nuli-
dad en vía administrativa: que la causa no pudiera ser tratada en vía judicial, generalmente a causa
de inexistencia de tribunal local competente. Este requisito, cumulativo con el primero, era el que
fundamentaba la necesidad de intervención de la Signatura Apostólica, por lo que la omisión del art.
5 plantea no pocos interrogantes.
35.
El legislador canónico ha previsto dos procesos tipo, uno escrito (el juicio contencioso-or-
dinario) y otro oral (el proceso contencioso oral, regulado en los cann. 1656-1670), basados en los
principios procesales de escritura y de oralidad, respectivamente. Sin embargo, la regulación parcial
de éste último —que obliga a una remisión general a los cánones del juicio contencioso ordinario— y
su restringido campo de aplicación (al estar excluido de las causas de nulidad matrimonial y ser muy
extraños los juicios de separación tramitados en sede canónica) hace que, de hecho, el proceso oral
haya quedado convertido en un proceso residual, utilizado para resolver cuestiones incidentales que
deban resolverse por sentencia (can. 1590 §1), la cuestión sobre el derecho de apelación (can. 1631)…

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46 Carmen PEÑA GARCÍA

plantea problema alguno: con independencia del carácter canónico o no


del matrimonio cuya validez se discute, es indudable —y así lo explicita el
art. 4 §2, 1º respecto a un supuesto concreto (declaración de nulidad del
matrimonio de dos no bautizados)— que siempre que el tribunal eclesiás-
tico juzgue la validez o nulidad de un matrimonio, deberá aplicar su pro-
pia normativa procesal, contenida en el libro VII del Código y en la Ins-
trucción Dignitas Connubii.
Por el contrario, mucho más complicada aparece la determinación de
cuál es la normativa sustantiva que debe aplicar el juez canónico a la
hora de valorar la validez o nulidad de estos matrimonios, habida cuenta
la amplitud y diversidad de causas de nulidad matrimonial que, confor-
me se ha señalado, pueden plantearse ante los tribunales eclesiásticos, y
las significativas lagunas del Código de Derecho Canónico respecto al de-
recho aplicable a los matrimonios de los acatólicos.
El punto de partida de la praxis eclesial en esta materia es el reconoci-
miento de que la validez del matrimonio depende directamente de la ley a
la que esté sometido ese matrimonio: presupuesta la existencia de aque-
llos requisitos de Derecho natural que obligan a todos los sujetos, con in-
dependencia de su condición de bautizados o no bautizados (fundamen-
talmente, la existencia de un válido consentimiento matrimonial, y la
ausencia de impedimentos de derecho natural36), la validez del matrimo-
nio dependerá también, por derecho positivo, del cumplimiento de aque-
llos otros requisitos impuestos por la ley que regula dicho matrimonio.
A este respecto, cabe distinguir tres supuestos jurídicos diferentes,
respecto a los cuales la Instrucción Dignitas Connubii ha introducido sig-
nificativas novedades, no exentas de problemas.

1. Matrimonio en que al menos uno de los cónyuges es católico Índice


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De conformidad con el can. 1059 y el art. 2 §1 de la Dignitas, el matri-


monio de los católicos, aunque sea católico uno sólo de los contrayentes,
se rige para la validez, no sólo por el derecho natural o divino, sino tam-
bién por el derecho positivo canónico, lo que incluye todos los impedi-
mentos matrimoniales canónicos y la exigencia de una determinada for-
ma canónica, tal como viene regulada en el Código.
En relación con estos matrimonios, existen tres supuestos especial-
mente problemáticos:
36.
Son impedimentos de Derecho natural los de impotencia (can. 1084), vínculo (can. 1085),
y algunos grados de consanguinidad (can. 1091).

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 47

1.1. Matrimonio civil o contraído en forma no canónica por los


obligados a la forma canónica (arts. 5 §3)

Para los católicos obligados a la forma canónica, a tenor del can.


1117, el matrimonio civil o el matrimonio contraído según la forma de
otra confesión religiosa no es, en términos generales, canónicamente vá-
lido37, por la existencia de un defecto de forma invalidante, a tenor de los
cann. 1108 y siguientes.
En estos supuestos, al faltar totalmente la forma canónica —siempre
que ésta no haya sido dispensada por la autoridad eclesiástica competen-
te— no hay ni siquiera apariencia de validez, por lo que el art. 5 §3 de la
Dignitas —recogiendo una interpretación auténtica de la Pontificia Comi-
sión38— establece que, si, tras la finalización de ese matrimonio, alguno de
los cónyuges quiere contraer matrimonio canónico con otra persona, no
será necesario que solicite judicialmente la declaración de nulidad de su
anterior vínculo civil, siendo suficiente con que se compruebe el estado de
libertad del sujeto en el expediente administrativo previo al matrimonio39.
No debe olvidarse, sin embargo, que, en virtud del can. 1117, única-
mente están obligados a la forma canónica los católicos que no se hayan
apartado de la Iglesia por un acto formal40. Esto supone que será válido a
priori el matrimonio civil o el celebrado en cualquier otra forma religiosa
—incluso el ya disuelto por la autoridad respectiva— que hayan contraí-
do entre sí dos personas, bautizadas o no, no obligadas a la forma canóni-
37.
No obstante, la misma ley canónica prevé excepciones: por ejemplo el matrimonio celebra-
do entre un católico y un acatólico oriental ante ministro sagrado acatólico será válido a tenor del
can. 1127 §1.
38.
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN PARA LA INTERPRETACIÓN AUTÉNTICA DEL CÓDIGO, Respuesta de 26
de junio de 1984, AAS 76, 1984, p. 747.
39.
La consideración de este matrimonio como inexistente a esos efectos es una ficción jurídi- Índice
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ca tendente a favorecer a los fieles, no imponiéndoles la obligación de acudir a los tribunales a solici-
tar la declaración de nulidad de su matrimonio —prácticamente automática, en la mayoría de los ca-
sos— por defecto de forma. Sin embargo, no es propiamente dicho un matrimonio inexistente, sino
un matrimonio nulo por el incumplimiento de un requisito de derecho positivo eclesiástico: el con-
sentimiento puede ser naturalmente suficiente, y llegar a producir determinados efectos jurídicos, tal
como reconoce la Iglesia al admitir que este matrimonio civil pueda ser, en algunos casos, sanado en
raíz conforme a los cann. 1161-1165, sin necesidad de renovar el consentimiento (vid., sentencias c.
Funghini, de 30 de junio de 1988, n.4, en «Monitor Ecclesiasticus» 114, 1989, p. 312; c. Turnaturi, de
30 de abril de 1998, n.13-14, en SRRD 90, 1998, pp. 350-352).
40.
La determinación de los requisitos exigidos para la renuncia por acto formal ha sido recien-
temente objeto de una Comunicación del Pontificio Consejo para la Interpretación de los textos legisla-
tivos, de 13 de marzo de 2006. Cfr. AZNAR GIL, F.R., La defección de la Iglesia Católica por acto formal:
concepto, consecuencias canónicas y regulación en las diócesis españolas, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN,
R., Puntos de especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones
actuales de Derecho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, en vías de publicación.

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48 Carmen PEÑA GARCÍA

ca, por lo que, en ocasiones, puede resultar complicado realizar la valo-


ración de la nulidad del matrimonio civil de los católicos en los estrechos
márgenes procedimentales del expediente previo41.

1.2. Matrimonios mixtos (art. 2 §2)

Con relación a la determinación del derecho sustantivo por el que se rigen


los matrimonios mixtos (los contraídos entre católico y bautizado no católi-
co), el art. 2 §2 de la Dignitas Connubii, establece que, además de por el dere-
cho divino y el derecho canónico positivo, ese matrimonio se rige también:
1º. «por el derecho propio de la Iglesia o Comunidad eclesial, a la
cual pertenece la parte acatólica, si esta comunidad tiene un de-
recho matrimonial propio;
2º. por el derecho que usa la Comunidad eclesial a la cual pertenece
la parte acatólica, si esta Comunidad carece de derecho matrimo-
nial propio».
Este párrafo segundo del art. 2, que reproduce de modo casi literal el can.
780 del Código de Cánones de las Iglesias Orientales (CCEO), vendría a relle-
nar una laguna existente en el ordenamiento canónico latino, explicitando los
criterios que viene aplicando la jurisprudencia canónica en esta materia. En
principio, tanto la doctrina como la jurisprudencia reconocen pacíficamente
que, en los matrimonios mixtos, si el no católico pertenece a una comunidad
que —como las Iglesias Orientales acatólicas— tienen un derecho matrimo-
nial propio, estará obligado a guardar también las normas de éste42, mientras
que si se trata de un acatólico occidental, perteneciente a una Iglesia que ca-
rece de un derecho matrimonial propio, deberá estarse al derecho que usa
esa comunidad eclesial, que generalmente será el derecho civil43.
Índice
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41.
Por otro lado, el matrimonio civil de los católicos puede, en ocasiones, ser un matrimonio
canónico en forma extraordinaria, siempre que se den los requisitos del can. 1116, o bien constituir
la forma pública elegida para la celebración de los matrimonios mixtos, previa dispensa de la forma
canónica, por lo que estos supuestos de defecto de forma deben valorarse con sumo cuidado (cfr.
PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, cit., pp. 318-347).
42.
Por el contrario, las disoluciones vinculares concedidas en su caso por la correspondiente
autoridad eclesial acatólica no será reconocida en ningún caso por la Iglesia Católica, en virtud del
principio de indisolubilidad.
43.
A mi juicio, esta disposición de la Instrucción, pese a suponer una valiosa orientación en la
práctica, en cuanto reconocimiento y explicitación de una doctrina y una praxis continuada, no deja
de presentar notables oscuridades, especialmente en lo relativo a la determinación exacta de su valor
normativo, en cuanto que supone la regulación, en una norma de desarrollo, de una materia inten-
cionadamente excluida por el legislador de la regulación codicial latina, tal como se puso de mani-
fiesto en el proceso de redacción (cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii y su repercu-
sión en las causas de nulidad matrimonial, cit, pp. 652-658).

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 49

1.3. Matrimonios dispares


Tanto la Instrucción como el Código guardan silencio respecto a cuál
es la normativa aplicable —aparte del derecho divino y el derecho positi-
vo eclesiástico— a la hora de juzgar canónicamente la validez o nulidad
de los matrimonios dispares (los contraídos entre un católico y un no
bautizado, previa dispensa del impedimento de disparidad de cultos).
Respecto a estos matrimonios, cabría por tanto preguntarse si resultaría
exigible ad validitatem, en analogía con lo dispuesto en el art. 4 §2 de la
Dignitas Connubii, también el derecho propio del no bautizado o si, por el
contrario, es suficiente con el cumplimiento del derecho divino y del de-
recho positivo eclesiástico que obliga a la parte católica.
El silencio —sin duda intencionado— de la Instrucción respecto a la re-
gulación aplicable a estos matrimonios no contribuye a aclarar las dudas
doctrinales respecto a esta cuestión, aunque resulta ciertamente prudente y
ajustado a la regulación codicial. En efecto, aunque hubiese podido resultar
esclarecedor —al menos como orientación— un pronunciamiento explícito
de la Dignitas Connubii en esta materia, el silencio de la Instrucción parece
adecuado si se tiene en cuenta los peligros, señalados en el proceso codifica-
dor, de una canonización general de la ley civil o de las comunidades no cris-
tianas, así como la ausencia de un amplio consenso doctrinal en esta mate-
ria. Por otro lado, en estos matrimonios dispares cabe en principio —salvo
posterior bautismo de la parte no bautizada— la disolución pontificia in fa-
vorem fidei, lo que permitirá a la parte interesada —sea la católica o la no
bautizada— alcanzar, con mayor facilidad, el logro de su finalidad.

2. Matrimonio de dos bautizados acatólicos (art. 4 §1)


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El art. 4 §1 de la Dignitas Connubii regula —igualmente sin corres-


pondencia legal en el ámbito jurídico latino— el derecho que debe apli-
car el juez eclesiástico a la hora de valorar en sede canónica la validez o
nulidad del matrimonio de dos acatólicos bautizados. Este artículo dis-
tingue, en paralelismo con el can. 781 CCEO, entre las normas relativas a
la capacidad y habilidad de los contrayentes, y las relativas a la forma de
celebración del matrimonio:
a) En cuanto al derecho al que estaban sujetas las partes en el mo-
mento de la celebración del matrimonio, el art. 4 remite al art. 2
§2, esto es, el juez canónico deberá aplicar lo que disponga el de-
recho de la comunidad eclesial de los contrayentes, en el caso de
que dicha comunidad cuente con un derecho matrimonial propio

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50 Carmen PEÑA GARCÍA

(acatólicos orientales); en caso contrario, se estará a lo que dis-


ponga el derecho que use dicha comunidad eclesial (acatólicos
occidentales), que será generalmente el derecho civil.
b) En cuanto a la forma de celebración del matrimonio, «la Iglesia re-
conoce cualquier forma prescrita por el derecho o admitida en la
Iglesia o Comunidad eclesial a la que pertenecían las partes en el
momento de la celebración del matrimonio, con tal que, si al me-
nos una parte es fiel de alguna Iglesia oriental no católica, el ma-
trimonio haya sido celebrado mediante un rito sagrado».
Respecto a la forma de celebración del matrimonio de los bautizados
no católicos, la Iglesia remite, en definitiva, a lo dispuesto en sus respec-
tivas confesiones. En este sentido, la aparente regulación de un requisito
ad validitatem para los acatólicos orientales –la celebración mediante rito
sagrado- no es indicativa de una voluntad legislativa de la Iglesia católica
sobre estos matrimonios, sino del reconocimiento de una tradición orien-
tal antiquísima, con una comprensión teológica del sacramento del ma-
trimonio distinta a la de la Iglesia católica latina44.
Sí resulta llamativo, sin embargo, que, a diferencia de lo dispuesto en
el artículo del Código de Cánones de las Iglesias Orientales en que se
basa este art. 4 §1, la Instrucción omita toda referencia a la exigencia de
una manifestación del consentimiento en forma pública. Este silencio
permitiría, respecto a los acatólicos occidentales, el reconocimiento ca-
nónico de los matrimonios clandestinos o matrimonios informes celebra-
dos en Estados que los admitan como válidos45, pese a los indudables pe-
ligros que este tipo de matrimonio encierra46.
44.
Para las Iglesias orientales, la forma litúrgica de celebración del matrimonio juega un papel
fundamental en la confección del sacramento: la actuación del sacerdote invocando al Espíritu Santo y
bendiciendo la unión de la pareja es verdaderamente sacramental y necesaria. Históricamente, en la Índice
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tradición oriental, aunque se exige el intercambio previo del consentimiento por parte de los contra-
yentes, no son éstos —como en la tradición latina— los que se confieren mutuamente el sacramento,
sino que es el sacerdote quien aparece como verdadero ministro del mismo. La exigencia de un rito sa-
grado en la celebración del matrimonio es, por tanto, una idea tradicional y constante en el Oriente,
que hace depender de esta celebración —y de la bendición nupcial del sacerdote— la sacramentalidad
del matrimonio (cfr. KADZIOCH, G., Il ministro del sacramento del matrimonio nella tradizione e nel di-
ritto canonico latino e orientale, Roma 1997; NAVARRETE, U., De ministro sacramenti matrimonii in Ec-
clesia Latina et in Ecclesiis Orientalibus. Tentamen explicationis concordantis, en «Periodica» 84, 1995,
pp. 711-733; PRADER, J., Il matrimonio in Oriente e Occidente, Roma 1992; SALACHAS, D., Il sacramento
del matrimonio nel Nuovo Diritto Canonico delle Chiese orientali, Roma 1994).
45.
Puede verse un caso real en ARECHEDERRA, L., Matrimonio informal «by cohabitation with ha-
bit and repute» en Escocia (traducción, notas y comentario), en «Ius Canonicum» 42, 2002, pp. 697-722.
46.
Se mantiene de este modo la misma laguna detectable en el can. 1117 del Código latino,
con la problemática que lleva consigo (cfr. PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Derecho y praxis de la
Iglesia, Bilbao 2004, pp.324-327).

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Artículos preliminares (arts. 1-7 DC) 51

3. Matrimonio de dos no bautizados (art. 4 §2)

En relación con el derecho sustantivo aplicable a estos matrimonios,


el art. 4 §2 establece que «siempre que el juez eclesiástico deba juzgar so-
bre la nulidad de un matrimonio contraído por dos no bautizados (...) la
nulidad del matrimonio se dilucida con arreglo al derecho que obligaba a
las partes en el momento de la celebración del matrimonio, quedando a
salvo el derecho divino».
A mi juicio, el hecho de que se determine el derecho aplicable a los
matrimonios de dos no bautizados constituye una innovación problemá-
tica de la Instrucción, si se pone en relación con la legislación canónica
tanto latina como oriental, que guardan un prudente silencio sobre esta
cuestión. Por un lado, la Iglesia no se atribuye tradicionalmente jurisdic-
ción directa sobre estos matrimonios de no bautizados, y, por otro lado,
existe siempre en estos casos la posibilidad de acudir al procedimiento
para la disolución del matrimonio no sacramental, más sencillo, o inclu-
so al proceso para declarar la nulidad del matrimonio por causas de de-
recho natural o divino (incapacidades o vicios de consentimiento, o exis-
tencia de impedimentos de dicha naturaleza), lo que, en mi opinión,
convierte en innecesario y especialmente problemático el recurso a la de-
claración canónica de nulidad de esos matrimonios en virtud de un dere-
cho positivo totalmente ajeno, como es aquél a que estaban sujetos los
contrayentes no bautizados al tiempo del matrimonio47.
No obstante, pese a estas dificultades, no cabe negar que se trata de
una disposición que reproduce el criterio constantemente admitido en la
doctrina y praxis canónica respecto a la jurisdicción propia de la legítima
autoridad civil o religiosa para regular, siempre que no atenten contra el
derecho natural, el matrimonio de sus súbditos, por lo que este artículo
podría ser considerado como una plasmación de dicha praxis. Índice
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III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

ACEBAL LUJÁN, J.L., La declaración de nulidad del matrimonio de dos acatólicos, en «Re-
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47.
En la práctica, esto puede dar lugar a importantes problemas doctrinales y jurisprudencia-
les a la hora de determinar la conformidad o no con el derecho natural de las normas de las religio-
nes no cristianas, como señalamos en otro lugar (cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Con-
nubii..., cit, pp. 656, nota 20).

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Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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52 Carmen PEÑA GARCÍA

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TÍTULO I:
LA COMPETENCIA DE LOS TRIBUNALES
(Arts. 8-21)

En cumplimiento de su explícita finalidad pedagógica, la Instrucción,


a lo largo de todo su articulado, presta una notable atención a intentar ex-
poner y clarificar conceptos procesales que, aunque sobradamente cono-
cidos a nivel doctrinal, pueden, sin embargo, dar lugar en su aplicación
práctica a un incorrecto funcionamiento de los Tribunales, cuando no a
clamorosas nulidades de sentencia. Pues bien, uno de los conceptos a que
la Instrucción dedica más espacio es precisamente el de competencia ju-
dicial.
En la Dignitas connubii, y fundamentalmente —aunque no con carác-
ter exclusivo— en este Título I, encontramos muchos artículos, que, ca-
rentes de correspondencia directa con los cánones codiciales, tienen por

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56 Carmen PEÑA GARCÍA

finalidad explicitar, en armonía con las interpretaciones auténticas del


Código y con la doctrina procesalista, las diferencias entre competencia
absoluta y competencia relativa, así como señalar los motivos que provo-
can cada tipo de incompetencia y a aportar los criterios de actuación que
deben seguir los jueces, con el fin de evitar dudas y, sobre todo, de corre-
gir errores relativamente frecuentes en la praxis forense.

I. DIFERENCIAS ENTRE COMPETENCIA ABSOLUTA Y


COMPETENCIA RELATIVA

A diferencia de la jurisdicción —participación en la potestad judicial


de la Iglesia, que poseen todos los tribunales eclesiásticos legítimamente
constituidos—48, la competencia es la legitimación de un juez o tribunal
para conocer de un caso concreto, con preferencia a todos los demás jue-
ces o tribunales igualmente dotados de jurisdicción, o, dicho de otro mo-
do, la porción de jurisdicción que se atribuye a cada tribunal en concreto.
El ordenamiento procesal articula unos criterios de distribución del ejer-
cicio de la jurisdicción, de modo que el mero hecho de detentar jurisdic-
ción no autoriza al tribunal a ejercerla de modo indiscriminado.

1. La competencia absoluta (art. 9 §3)


La falta de competencia absoluta es el defecto de legitimación del Tri-
bunal para juzgar válidamente una causa, de tal modo que en ningún
caso —ni aunque las partes lo pidan, ni siquiera aunque el Juez ignore su
falta de competencia— será válida la sentencia dictada por un Tribunal
absolutamente incompetente.
La sentencia dictada en este supuesto de incompetencia absoluta del
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Tribunal adolecería de un vicio de nulidad insanable, conforme se recoge


en el art. 270, 1º y el can. 1620, 1º49. Por este motivo, el juez que conozca
que es absolutamente incompetente está obligado a declararse de oficio,
en cualquier momento del proceso, incompetente para conocer de la cau-
sa (arts. 79 y 77 §1; cann. 1461 y 1459 §1); y también las partes tienen la
posibilidad de plantear en cualquier fase o grado del juicio —incluyendo
por tanto el de apelación— la excepción de incompetencia absoluta del
Juez o Tribunal (art. 77 §1 y can. 1459 §1).
48.
La jurisdicción, en cuanto potestad de administrar justicia, es una y única para todos los ti-
tulares de la misma, y constituye el concepto general y básico para delimitar los órganos encargados
de la administración de justicia, frente a los órganos que ejercen otras potestades públicas.
49.
Vid. Comentario al art. 270, 1º en Título XII.II.1.1.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 57

A diferencia de la competencia relativa, la competencia absoluta no


admite prórroga, ni expresa ni tácita, por parte de ninguna autoridad. Sí
cabría, por el contrario, la posibilidad de comisión, concepto distinto del
de prórroga, y que viene previsto en el art. 9 §3 de la Instrucción: la Sig-
natura Apostólica, por justa causa, pueda encomendar (committere) el
examen de la causa a un tribunal carente de títulos de competencia abso-
luta. Se trata de una disposición con fundamento en el art. 124 §2 de la
Pastor Bonus, que encomienda a la Signatura el estudio de las peticiones
dirigidas a la Sede Apostólica para obtener alguna gracia relativa a la ad-
ministración de la justicia; dentro de estas actuaciones graciosas se ubi-
caría la posibilidad del art. 9 §3 de otorgar competencia absoluta a quien
carece de ella.

2. Competencia relativa (art. 10 §3)

La incompetencia relativa es el defecto de competencia del Tribunal —ab-


solutamente competente— para juzgar lícitamente una causa, de tal
modo que dicho defecto de competencia no impide sin embargo al Tribu-
nal conocer válidamente la causa. A diferencia de la incompetencia abso-
luta, la falta de competencia relativa del tribunal no provoca per se la nu-
lidad de la sentencia, siempre que el tribunal no sea absolutamente
incompetente; no obstante, será ilícito que el juez conozca de una causa
careciendo de ningún título de competencia relativa sobre ella, y podrán
ser en su caso sancionados por la autoridad competente (can. 1457 §1).
En los supuestos de incompetencia relativa, cabe la prórroga de la
competencia, por lo que la Sentencia dictada por Tribunal relativamente
incompetente no será nula y, si se ha subsanado la incompetencia me-
diante la mencionada prórroga, ni siquiera ilícita. Esta prórroga de com- Índice
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petencia es una competencia exclusiva de la Sede Apostólica, que la ejer-


ce por medio de la Signatura50. La competencia puede prorrogarse tanto
ad casum (para causas concretas) como para todos los casos51, aunque
50.
Constituye una praxis reprochable el que los Obipos —y más aún los Vicarios judiciales—
se limiten a encomendar de facto las causas de su propia circunscripción al tribunal vecino, sin con-
sulta y aprobación previa de la Signatura. Así lo ha puesto de manifiesto reiteradamente la misma
Signatura, y así se recoge en el art. 24 de la Dignitas: vid. comentario art. 24, en Título II, II.3.
51.
Suele concederse esta prórroga de competencia a aquellas diócesis en las que, por su esca-
sez de personal cualificado, por su pequeño tamaño..., resulte imposible o inoportuno tanto consti-
tuir un tribunal propio como constituir un tribunal interdiocesano; en estos supuestos, puede la Sig-
natura, a petición del Obispo diocesano, prorrogar la competencia de otro tribunal eclesiástico
cercano, del mismo grado, para que conozca también -previo consentimiento del Obispo de dicho tri-
bunal- las causas que corresponderían a la diócesis que no puede constituir el tribunal.

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58 Carmen PEÑA GARCÍA

sólo afectará a supuestos de incompetencia relativa —que es la única que


admite prórroga—, nunca de incompetencia absoluta.
Es deber del juez relativamente incompetente rechazar de oficio la
demanda que se le presenta, conforme establece el can. 1505 §1; pero
una vez ha admitido la demanda —declarándose por tanto implícitamen-
te competente— no sólo no tiene ya obligación de declararse de oficio in-
competente, sino que ni siquiera podría hacerlo52, sin perjuicio de las
sanciones que pueda imponer la autoridad competente al juez que se de-
clare competente careciendo de título para ello.
Por otro lado, es potestad de las partes –públicas o privadas— presentar
excepción dilatoria de incompetencia relativa antes de la litiscontestación
(can. 1459 §2). No obstante, si no presentan esta excepción en el menciona-
do plazo, antes de la fijación de la fórmula de dudas, la incompetencia rela-
tiva del Juez quedaría subsanada y la competencia consolidada ipso iure,
no cabiendo ya impugnación ninguna contra la misma. Así lo recuerda el
art. 10 §3 de la Dignitas Connubii, que recoge este principio y establece
esta forma de adquisición ipso iure de la competencia relativa53.
Sin embargo, para garantizar el cumplimiento de las normas de com-
petencia, el legislador canónico ha dispuesto que podrán ser castigados,
a tenor del can. 1457, tanto los jueces que rehúsen administrar justicia
siendo cierta y evidentemente competentes, como aquellos que se decla-
ren competentes sin ningún título jurídico que legitime esta competencia

II. CRITERIOS DE ATRIBUCIÓN DE LA COMPETENCIA


ABSOLUTA

En el ordenamiento canónico, la atribución de la competencia abso-


luta viene determinada principalmente por los criterios objetivo y fun-
cional. Índice
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1. Criterio objetivo
Aunque un amplio sector de la doctrina procesalista canónica distin-
gue entre el criterio objetivo —en virtud de la entidad o características
52.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de Derecho procesal canónico, Salamanca 2005, p.76.
53.
Llobell se muestra crítico con esta regulación y, siguiendo a Roberti, sostiene la convenien-
cia de permitir que la excepción de incompetencia relativa se pueda proponer, de oficio o a petición
de las partes, mientras dure la litispendencia: LLOBEL, J., Los títulos de competencia en la Instrucción
«Dignitas connubii»: algunas cuestiones problemáticas, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Puntos de es-
pecial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de De-
recho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid 2007, en vías de publicación.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 59

del negocio objeto de la controversia, que justifica su reserva a determi-


nados tribunales— y el criterio subjetivo —según la cualidad o condición
de los sujetos inmersos en la relación jurídica procesal—, a mi juicio am-
bos criterios integrarían el criterio objetivo en sentido estricto, en cuanto
que, en ambos casos, lo determinante es la reserva realizada por la ley a
favor de un determinado tribunal, haciéndose esta reserva en virtud de
unas circunstancias objetivas —sea por razón de la persona o de la mate-
ria— expresamente delimitadas en la ley.
En virtud del criterio objetivo así entendido, cabe señalar los siguien-
tes supuestos de incompetencia absoluta en relación con las causas de
nulidad matrimonial:

1.1. Causas reservadas por ley al Romano Pontífice (art. 8)


El art. 8 §1 de la Instrucción recoge dos supuestos concretos en que la
ley reserva el conocimiento de determinadas causas de nulidad directa-
mente al Romano Pontífice, no a los Tribunales Apostólicos54. En estas
causas, como recuerda el art. 8 §2 de la Dignitas, la incompetencia de to-
dos los demás jueces es absoluta, y tanto la sentencia como todos los de-
más actos de la causa resultarían insanablemente nulos (can. 1406 §2 en
relación con el can. 1620 §1).
Estas causas matrimoniales legalmente reservadas al Romano Pontífi-
ce son dos:

A/ Causas matrimoniales de los Jefes de Estado


Conforme recuerda el art. 8 §1, están reservadas al Romano Pontífice
las causas canónicas de nulidad matrimonial de aquellos que ejercen la
suprema autoridad en un Estado (can. 1405 §1, 1º). Aunque en el proceso
de redacción del Código se criticó el mantenimiento de esta reserva por Índice
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considerarla un residuo medieval, lo cierto es que la reserva al Romano


Pontífice viene justificada también por la necesidad de salvaguardar la
independencia judicial de la Iglesia, que podría verse en entredicho en el
supuesto de que conocieran de dichas causas los tribunales eclesiásticos
existentes en el territorio del Estado a cuyo Jefe se juzga55.
54.
No obstante, lo cierto es que, por regla general, el Romano Pontífice no juzga personal-
mente de estas causas a él, sino que encomienda las mismas bien a comisiones especiales, bien a jue-
ces delegados.
55.
A mi juicio, este mismo fin podría haberse conseguido, quizás de modo más adecuado, es-
tableciendo una reserva a favor del tribunal de la Rota Romana, reserva en la cual hubiera sido con-
veniente se incluyeran otros supuestos no incluidos en este apartado, pero en los que puede darse el
mismo peligro para la independencia judicial de la Iglesia (presidentes de Gobierno…).

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60 Carmen PEÑA GARCÍA

La reserva alcanza únicamente a los Jefes de Estado propiamente di-


chos, sea cual sea la denominación que reciban. Han quedado fuera de
esta reserva a favor de la Sede Apostólica —a diferencia de la anterior re-
gulación canónica— las causas matrimoniales de los hijos de los Jefes de
Estado, así como de sus sucesores en la suprema Magistratura.
En el caso de adquisición sobrevenida de la condición de Jefe de Esta-
do estando pendiente una causa, el tribunal eclesiástico que esté cono-
ciendo de dicha causa se convertirá automáticamente en incompetente
para seguir juzgándola, debiendo remitir los autos a la Sede Apostólica.
Por el contrario, la pérdida sobrevenida de la condición de Jefe de Estado
no supondrá la modificación ni la pérdida de la competencia de quien es-
tuviese juzgando la causa, en virtud de la potestad ordinaria y universal
del Romano Pontífice.

B/ Causas avocadas a sí por el Romano Pontífice


También quedan reservadas al Romano Pontífice el conocimiento de
aquellas «causas que él mismo haya avocado a sí» (art. 8 §1; can. 1405 §1,
4º), con independencia de los sujetos implicados en las mismas56. Esta avo-
cación a sí de las causas puede hacerla el Romano Pontífice tanto de modo
espontáneo, en virtud de su jurisdicción ordinaria e inmediata sobre todos
los fieles, como a petición de alguna de las partes interesadas. A tenor del
can. 1417, todo fiel tiene derecho a llevar la causa a la Santa Sede en cual-
quier instancia del juicio y sea cual sea el estado en que se encuentre el liti-
gio, aunque, como recuerda el art. 28, para evitar maniobras dilatorias de
las partes, esta petición no suspenderá el ejercicio de la jurisdicción del juez
que ya ha comenzado a conocer de la causa hasta que no le conste, por docu-
mento auténtico, que la Sede Apostólica ha avocado a sí la causa57.
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1.2. Incompetencia por razón de la materia (art. 9 §1, 2º)


También dentro de los criterios objetivos de atribución de la competencia
absoluta habría que ubicar, a mi juicio, la incompetencia por razón de la ma-
teria, a que alude la Dignitas Connubii en el art. 9 §1, 2º. En materia matri-
monial, se da esta incompetencia en aquellos territorios (por ejemplo Italia)
en que los tribunales regionales tienen reservada la competencia exclusiva
sobre las causas matrimoniales, de modo que los tribunales diocesanos son
56.
En la misma línea, ningún juez puede resolver sobre un acto o instrumento confirmado de
forma específica por el Romano Pontífice, sin previo mandato de éste, puesto que ello equivaldría a
juzgar a la persona misma del Pontífice, conforme establece el can. 1405 §2.
57.
Vid. comentario al art. 28, en Título II, I.5

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 61

absolutamente incompetentes para juzgar de las mismas; igualmente, po-


dría darse con carácter general esta incompetencia también en aquellos ca-
sos en que, habiéndose constituido un tribunal interdiocesano para juzgar
este tipo de causas (can. 1423 §2 y art. 23 DC), el tribunal diocesano proce-
diera no obstante a declarar la nulidad de algún matrimonio58.

2. Criterio funcional

En virtud del criterio funcional, la atribución de la competencia abso-


luta atiende a una serie de exigencias consustanciales derivadas del ca-
rácter dinámico del proceso, tendentes a proteger el recto desarrollo del
mismo. En función de este criterio, la competencia absoluta de los tribu-
nales debe tener en cuenta tanto la jerarquía o el grado de cada tribunal,
como las exigencias derivadas del principio ne bis in idem, a las que po-
drían añadirse otras normas como el principio de la prevención, o las
prohibiciones absolutas recogidas en el can. 1447.

2.1. Criterios derivados del grado de los tribunales (art. 9 §2)


En razón de la jerarquía o grado de los tribunales, el criterio funcio-
nal establece que las sucesivas instancias deben corresponderse con el
correlativo grado de los tribunales59, de tal modo que, en principio, un
tribunal de primera instancia sería absolutamente incompetente para co-
nocer una causa en segunda instancia, y viceversa.
No obstante, este principio de jerarquía tiene una excepción que, con
carácter general, introduce el legislador precisamente para las causas de
nulidad matrimonial: conforme establece el can. 1683 y reproduce el art.
268, si en grado de apelación se aduce un nuevo capítulo de nulidad, el
Índice
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Tribunal de apelación puede admitirlo y juzgarlo «como en primera ins-


tancia». En estos casos, el Tribunal de apelación actuará como tal respec-
to a unos capítulos de nulidad y como tribunal de primera instancia res-
pecto a los nuevos capítulos legítimamente introducidos en grado de
apelación.
58.
En Italia, tras la promulgación del nuevo Código, los Obispos decidieron no obstante man-
tener el sistema introducido por Pío XI en el M.P. Qua cura, de 8 de diciembre de 1938. Cfr. ARROBA
CONDE, M.J., Diritto procesuale canonico, 5ªed, Roma 2006, p. 124, nota 82; ID., La primera instancia
en la Instrucción Dignitas Connubii: novedades, concreciones e innovaciones, en ed. RODRÍGUEZ CHA-
CÓN, R.–RUANO ESPINA, L., Los procesos canónicos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid
2006, p. 54, nota 5; LLOBELL, J., Centralizzazione normativa processuale e modifica dei titoli di compe-
tenza nelle cause di nullità matrimoniale, en «Ius Ecclesiae» 3, 1991, pp. 462-464.
59.
Vid. comentario arts. 22-27, en Título II, I.1-5.

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62 Carmen PEÑA GARCÍA

En cualquier caso, una vez iniciada la primera instancia, queda fijada


en principio la línea jerárquica de los Tribunales superiores a los que debe
acudirse en las sucesivas instancias, de conformidad con lo establecido en
los cann. 1438 y 1439, de modo que, conforme dispone el can. 1440, la alte-
ración de dicha línea jerárquica produciría la incompetencia absoluta del
Tribunal. Este principio, mantenido de modo prácticamente unánime por
la doctrina procesalista, se basa –más allá de la regulación positiva del can.
1440— en la misma naturaleza del proceso, que exige que la causa en gra-
do de apelación sea juzgada por el tribunal predeterminado en la ley, no
por cualquier otro tribunal de apelación al que las partes quieran dirigirse.
Mientras que la competencia de los jueces de primer grado es relativa, la
competencia entre los de segundo grado es absoluta60.
En este sentido, llama la atención el silencio del art. 9 §2 de la Dignitas
Connubii sobre esta incompetencia absoluta de un tribunal de segundo
grado para juzgar en apelación las causas provenientes de todo tribunal in-
ferior que no sea aquel que le corresponde de conformidad a la línea jerár-
quica preestablecida en la ley. En efecto, el art. 9 §2, al referirse a la incom-
petencia en función del grado, se limita a afirmar que «la incompetencia
del juez es absoluta por razón del grado si la misma causa, después de que
se haya dictado sentencia definitiva, es tratada de nuevo en la misma ins-
tancia, a no ser que la sentencia haya sido declarada nula». No obstante,
parece claro que esta omisión –intencionada o no— de un artículo de la
Instrucción no tiene fuerza derogatoria respecto al can. 144061.
En definitiva, de conformidad con este criterio funcional o jerárquico,
las apelaciones deben, en principio, tramitarse ante el tribunal inmediata-

60.
La práctica totalidad de los procesalistas se pronuncian en este sentido: entre otros, ACEBAL
LUJÁN, J.L, Comentario al can. 1440, en AA.VV., Código de Derecho Canónico, Madrid 1986, p. 707; ARRO-
BA CONDE, M.J., Diritto processuale canonico, cit, p.115 y nota 65; DE DIEGO-LORA, C. – RODRÍGUEZ OCA- Índice
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ÑA, R., Lecciones de Derecho procesal canónico. Parte general, Pamplona 2003, pp. 309-310; LLOBELL, J.,
«Quaestiones disputatae», cit., pp.601-604; ORTIZ, M.A., La competenza dei tribunali perfierici secondo il
grado di giudizio, en «Ius Ecclesiae» 9, 1997, pp. 470-475; ID., Comentario al can. 1440, en Comentario exe-
gético, cit., vol. 4, pp.883-887; PANIZO ORALLO, S., Temas procesales y nulidad matrimonial, Madrid 1999,
pp.191-192…En contra de esta postura, Daneels, siguiendo el magisterio de Ochoa, defiende que, siem-
pre que el tribunal de apelación sea de segundo grado y posea competencia subjetiva y material, el in-
cumplimiento de los criterios de atribución de la competencia de los cann. 1438 y 1439 provocaría única-
mente la incompetencia relativa del tribunal superior (cfr. DANEELS, F., Recensione a M.J. Arroba, «Diritto
processuale canonico», en «Ius Ecclesiae» 9, 1997, pp. 332-338; OCHOA, J., I titoli di competenza, en Il pro-
cesso matrimoniale canonico, Ciudad del Vaticano 1994, pp.133-181, especialmente pp. 147-148).
61.
Aunque la activa intervención de Daneels en la redacción de la Instrucción permita sospe-
char que la omisión no se trata de un descuido, el principio de jerarquía de fuentes y la claridad del
c.1440 no deja lugar a dudas sobre el carácter absoluto de la incompetencia derivada del incumpli-
miento de los cann. 1438 y 1439. Cfr. LLOBELL, J., Los títulos de competencia en la Instrucción «Digni-
tas connubii»: algunas cuestiones problemáticas, cit, en vías de publicación.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 63

mente superior al que haya decidido la causa en la instancia precedente. En


la determinación de esta competencia jerárquica, se deberá tener en cuen-
ta, como recuerda el art. 17 DC, lo dispuesto en los arts. 25 y 27 de la Dig-
nitas, que recogen normas codiciales y disposiciones de la Pastor Bonus62,
así como los cann. 1438-39, 1444, 1º, 1632 §2, y el ya comentado 168363.
A este respecto, la Rota Romana viene configurada, a tenor del art. 27
(can. 1444 §1.1º), como tribunal de segunda instancia concurrente con
los tribunales de apelación locales, sean diocesanos o interdiocesanos64.
Puede, por tanto, juzgar en segunda instancia las causas sentenciadas
por tribunales ordinarios de primera instancia que hayan sido elevadas a
la Santa Sede por apelación legítima.
En la organización jurisdiccional eclesiástica española, a tenor de
este criterio funcional, lo ordinario será —dejando siempre a salvo el
mencionado derecho de todo fiel a solicitar del Romano Pontífice la avo-
cación de la causa a su propio juicio, así como la posibilidad de apelación
directa a la Rota Romana del can. 144465— que las causas vistas en pri-
mera instancia ante el Tribunal de una diócesis sufragánea sean juzgadas
en segunda instancia por el Tribunal Metropolitano y en tercera o sucesi-
vas instancias por el Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica, y
las juzgadas en primera instancia por un Tribunal Metropolitano66 serán
62.
Vid. comentario a los arts. 25 y 27, en Título II, I.4 y 5.
63.
En relación con estos criterios jerárquicos de competencia absoluta, la Instrucción Digni-
tas Connubii contiene abundantes aclaraciones: por ejemplo, se explicita cuál es el tribunal compe-
tente para conocer en segunda instancia del capítulo introducido, a tenor del can.1683, en grado de
apelación (el de tercer o ulterior grado: art. 268 §2); para juzgar la querella de nulidad que se inter-
ponga contra sentencias dictadas en diferentes grados de juicio (el tribunal que dictó la última deci-
sión: art. 274 §2); para tramitar la causa cuando el tribunal de apelación declara la nulidad de la sen-
tencia (el tribunal a quo: art. 278)…
64.
Esta consideración que tiene la Rota Romana de tribunal concurrente de apelación respec-
to a los tribunales locales no la tiene, por el contrario, el Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apos- Índice
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tólica en España o Rota Matritense respecto a los tribunales diocesanos españoles. No obstante, tam-
bién en relación a la Rota Española podría producirse en algunos supuestos, con carácter
excepcional, un salto en el grado de los tribunales, en virtud del art. 37 §3 de las Nuevas Normas de
la Rota de la Nunciatura en España (NRNAE), aprobadas por el Motu Proprio De accommodatione
Normarum a Rota Nuntiaturae Apostolicae in Hispania servandarum, de 2 de octubre de 1999: vid.
comentario art. 25, en Título II, I.4.
65.
Esta posibilidad de apelación a la Rota Romana viene reconocida, además de en el dere-
cho universal, en el art. 38 §1 de las nuevas Normas orgánicas y procesales del Tribunal de la Rota de
la Nunciatura Apostólica en España, que ha introducido un cambio relevante respecto a la anterior
regulación: vid. Título II, I.5.
66.
Se exceptúan de esta norma las causas juzgadas en primera instancia por los tribunales de
Sevilla y Zaragoza, puesto que, al haberse establecido en esas provincias eclesiásticas Tribunales In-
terdiocesanos de primera y segunda instancia, ha dejado de ser la Rota Española el tribunal ordina-
rio de apelación de dichos tribunales metropolitanos, pasando a serlo el Tribunal Interdiocesano de
segunda instancia de las mencionadas provincias.

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64 Carmen PEÑA GARCÍA

conocidas en segunda o ulteriores instancias por el Tribunal de la Rota


Española67.

2.2. Criterios derivados del principio ne bis in idem


Mientras el criterio jerárquico anteriormente analizado regula la
competencia absoluta de los tribunales de diverso grado, el principio ne
bis in idem –explicitado en el art. 9 §2 de la Dignitas— regula la compe-
tencia absoluta entre los tribunales del mismo grado. Se trata de un prin-
cipio fundamental, derivado del carácter dinámico del proceso, y que da
lugar a diversos supuestos:

A/ Principio general (art. 9 §2)


Con carácter general, el principio ne bis in idem establece la imposibi-
lidad de que dos tribunales del mismo grado dicten dos sentencias válidas
respecto a la misma controversia, prohibiendo tanto que el mismo tribu-
nal juzgue dos veces la misma causa en la misma instancia, como que
una causa ya definida pueda ser válidamente juzgada por otro tribunal
del mismo grado (art. 289 §2)68.
En relación con este principio ne bis in idem, resulta fundamental la
delimitación precisa de los elementos identificatorios de la causa, de
modo que conste con certeza si existe propiamente identidad en la con-
troversia o se trata, por el contrario, de una causa distinta, que no se ve-
ría afectada por este motivo de incompetencia. En principio, la identidad
de la controversia exige, a tenor del can. 1641, 1º y del art. 289 §3, la
identidad entre partes, petitum (la nulidad matrimonial) y causa petendi
(el motivo o capítulo concreto de nulidad que se invoca), de tal modo que
si alguno de estos elementos varía, no se daría la identidad entre las cau-
sas ni, por consiguiente, incompetencia absoluta del tribunal del mismo Índice
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grado para dictar sentencia. En este sentido, el ordenamiento canónico sí


permite plantear sucesivamente la nulidad del mismo matrimonio ante
diversos tribunales eclesiásticos de primera instancia, siempre que los
capítulos invocados —causa petendi— sean distintos y no hayan sido juz-
gados previamente.
67.
Art. 37 §1 NRNAE. Además, el Tribunal de la Rota Española puede, con carácter excepcio-
nal, juzgar en primera instancia las causas que el Nuncio Apostólico, a petición de algún Obispo es-
pañol, le confía por razones graves (art. 37 §2 NRNAE), aparte de actuar como tribunal propio del
Arzobispado castrense en las diversas instancias: vid. Título II, I.4.
68.
A lo largo del articulado de la Dignitas Connubii se encuentran numerosas concreciones de
este principio: además de la exposición general del principio que hace el art. 289 §2, el art. 259 aplica
este criterio al supuesto de que el tribunal quisiese revocar la sentencia definitiva válida dictada por él...

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 65

A este respecto, sin embargo, el reconocimiento expreso de la confor-


midad equivalente o sustancial que, recogiendo la jurisprudencia preva-
lente de la Rota Romana al respecto, hace la Instrucción en el art. 291
—identidad de las causas que se basen en los mismos hechos y las mis-
mas pruebas, aunque los capítulos de nulidad invocados fueran formal-
mente distintos69— podría plantear no pocas dudas con relación a la de-
terminación de la competencia absoluta del tribunal70, tanto en relación
con la validez de sentencias ya dictadas —que podrían ser posteriormen-
te objeto de querella de nulidad por este motivo— como, sobre todo, res-
pecto a la admisión de la demanda, en aquellos supuestos en que el Tribu-
nal entendiera que el capítulo invocado por la parte es equivalente o
sustancialmente conforme con uno ya juzgado previamente71. A mi juicio,
sin embargo, la diferencia entre ambos supuestos es clara: a posteriori, en
la querella de nulidad, el Tribunal, a la vista de las dos sentencias y de los
autos respectivos, tiene todos los datos para resolver fundadamente, ex
actis et probatis, si efectivamente las dos sentencias se basan en las mis-
mos hechos y pruebas –y son, por tanto, equivalentemente conformes— o
no, por lo que nada obsta a que el tribunal haga este juicio y declare en su
caso la nulidad de la sentencia por él dictada72; por el contrario, a priori,
en el momento de decidir sobre la admisión de la demanda, el tribunal
carecerá de datos para realizar fundadamente este juicio, por lo que en
principio, excepto en los capítulos tradicionalmente considerados como
equivalentes, la inadmisión de la demanda por este motivo podría supo-
ner una injusta denegación del derecho de acción y del derecho a la tutela
judicial efectiva.

B/ Criterio de prevención (art. 18)


El principio de ne bis in idem exige que, en relación con la misma con-
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troversia, se delimite la posible concurrencia de tribunales del mismo


grado relativamente competentes para conocer la misma causa, de tal
modo que únicamente uno de ellos pueda juzgar. Esta delimitación se lo-
gra mediante el criterio de prevención, regulado en el art. 18 (can. 1415),
69.
vid. comentario art. 291, en Título XII, IV.6.2.
70.
Apunta agudamente estos problemas LLOBELL, J., Los títulos de competencia en la Instruc-
ción «Dignitas connubii»: algunas cuestiones problemáticas, cit., en vías de publicación.
71.
Aunque, con anterioridad a la Dignitas Connnubii, la conformidad equivalente solía ser
apreciada por la Rota Romana, generalmente en tercera o ulterior instancia, nada impide que un tri-
bunal de primera instancia, si tiene noticias de haber dictado sentencia en una causa ya juzgada an-
teriormente por otro tribunal, aunque fuera con un capítulo formalmente distinto, pero equivalente-
mente conforme, declare la nulidad de dicha sentencia.
72.
Cfr. Título XII, IV.6.2.

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66 Carmen PEÑA GARCÍA

que prevé que, en caso de pluralidad de tribunales igualmente competen-


tes, será competente, con exclusión de todos los demás, el tribunal que
primero haga suyo el pleito mediante la legítima citación del demandado,
a tenor del can. 1512, 2º. Este criterio resulta determinante de la compe-
tencia, no porque la otorgue, sino porque deroga la competencia de todos
los demás tribunales en principio competentes, los cuales se convierten
en absolutamente incompetentes para juzgar dicho pleito (art. 9 §2), de
tal modo que si otro tribunal intenta conocer de esa causa se le podrá
oponer la correspondiente excepción.

C/ Aplicación al supuesto de una primera sentencia negativa

En materia de nulidad matrimonial, la previsión canónica de que


nunca pasan a cosa juzgada las causas sobre el estado de las personas in-
troduce alguna significativa variación en la inimpugnabilidad de la sen-
tencia negativa firme.
Como se ha indicado, el principio ne bis in idem exige que, una vez
dictada una sentencia válida por un tribunal, ningún otro tribunal del
mismo grado entre a juzgar nuevamente dicha causa, sin perjuicio de la
posibilidad de que el tribunal de apelación revise dicha sentencia de ins-
tancia73. Así pues, es claro que, si existe una sentencia negativa de nuli-
dad en primera instancia, no puede volverse a plantear de nuevo la mis-
ma causa, por los mismos capítulos, ante otro tribunal de primera
instancia que también gozara de competencia territorial a tenor del can.
1673, puesto que, en virtud de este principio ne bis in idem en relación
con el can. 1440, dicho tribunal sería absolutamente incompetente para
juzgar la causa. En estos casos, conforme aclaraba una conocida declara-
ción de la Signatura Apostólica, el único tribunal competente será el de
segunda instancia. Índice
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La variación introducida por el can. 1643 en el régimen general de la


inatacabilidad de la sentencia firme es que, en las causas matrimoniales,
el tribunal de apelación será competente incluso en el supuesto de que la
sentencia negativa hubiese alcanzado firmeza por haberse perjudicado
de cualquier modo la apelación: en efecto, el tribunal de segunda instan-
cia podrá reabrir la causa en cualquier momento, a petición de cualquie-
ra de las partes, sin necesidad de nuevas y graves pruebas y razones, puesto
73.
Vid. coram Morán Bustos, decreto de 15 de junio de 2007 que declara la nulidad de una
sentencia por violación del principio ne bis in eadem, pues entró a juzgar de nuevo en primera instan-
cia un capítulo que anteriormente había sido conocido por el mismo tribunal (MORAN BUSTOS, C. M.,
Jurisprudencia canónica, en www.elderecho.com/jurisprudencia).

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 67

que éstas son exigidas por el can. 1644 únicamente para el supuesto de
que existan efectivamente dos sentencias conformes en la causa74. En este
sentido, no deja de resultar sorprendente el absoluto silencio de la Ins-
trucción respecto a este tema de la determinación y requisitos del fuero
competente tras una única sentencia negativa firme: se trata de una cues-
tión que ha provocado no pocas confusiones y prácticas contrarias a de-
recho en la actuación forense, por lo que hubiese podido resultar conve-
niente y clarificador incluir expresamente en la Instrucción alguna
declaración al respecto.

D/ Competencia en supuestos de conclusión de la causa por


renuncia o caducidad (art. 19)
Un supuesto diferente, pero que puede plantear alguna duda en la
praxis forense, es cómo afectaría este principio a aquellas causas que se
hubiesen planteado en primera instancia, pero que hubiesen concluido
sin sentencia, por renuncia o caducidad de la instancia. El art. 19 de la
Dignitas Connubii aclara esta cuestión, distinguiendo dos supuestos dife-
rentes, a los que aplica diversos criterios en la determinación del tribunal
competente:
a) Si la causa se encontraba en un tribunal diocesano, puede volver
a interponerse sin ninguna limitación ante cualquier tribunal que
sea competente, conforme aclaró en su momento la Pontificia Co-
misión para los Textos Legislativos75;
b) Por el contrario, si la causa renunciada o caducada se estaba tra-
mitando —aunque fuera en primera instancia— ante la Rota Ro-
mana, únicamente puede volver a plantearse ante este tribunal,
conforme al art. 70 de las Normas de este tribunal.
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E/ Otras manifestaciones del principio ne bis in idem


Gran relación con este principio ne bis in idem —aunque no consti-
tuya propiamente un supuesto de incompetencia absoluta del tribunal—
guarda el art. 66 de la Dignitas, que, desarrollando lo dispuesto en el
74.
TRIBUNAL DE LA SIGNATURA APOSTÓLICA, Declaratio de foro competenti in causa nullitatis
matrimonii, post sententiam negativam in prima instantia latam, de 3 de junio de 1989, en «Monitor
Ecclesiasticus» 115, 1990, pp. 230-231; vid. ACEBAL LUJÁN, J. L., El fuero competente. Textos y comen-
tarios a declaraciones recientes del S.T. de la Signatura Apostólica, en «Revista Española de Derecho
Canónico» 47, 1990, pp. 199.124.
75.
PONTIFICIA COMISIÓN PARA LOS TEXTOS LEGISLATIVOS, Respuesta de 29 de abril de 1986, en
AAS 78, 1986, p. 1324; vid. Título VI, III.4.

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68 Carmen PEÑA GARCÍA

can. 1447, regula una serie de prohibiciones que dan lugar a supuestos
de nulidad insanable de la sentencia dictada por el juez que vulnere este
principio de no juzgar dos veces la misma causa. A tenor del art. 66,
quien ha intervenido en una causa como juez no puede actuar válida-
mente, en otra instancia, como juez o asesor; y quien ha intervenido
como promotor de justicia, defensor del vínculo, procurador, abogado,
testigo o perito no puede después válidamente definir como juez la mis-
ma causa en la misma u otra instancia, ni desempeñar el oficio de ase-
sor76.

III. CRITERIOS DE ATRIBUCIÓN DE LACOMPETENCIA


RELATIVA

En relación con la determinación de la competencia relativa, el crite-


rio fundamental es el territorial u horizontal, puesto que la competencia
relativa implica un reparto de la jurisdicción entre tribunales del mismo
grado, no de diverso, como en la competencia funcional por razón del
grado (absoluta). No obstante, este criterio territorial se ve completado
por otros criterios, como el de la conexión de causas.
La distribución de la competencia relativa persigue una división y ra-
cionalización de la jurisdicción de los tribunales y una distribución de las
tareas judiciales entre tribunales del mismo rango, en base a una serie de
principios fundamentales: facilitar la defensa de la parte demandada, fa-
vorecer el acceso directo del juez a las pruebas (principio de inmediación
judicial), realizar el principio de economía procesal, y facilitar en lo posi-
ble la ejecución de la sentencia.

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1. Fueros previstos en virtud del criterio territorial (arts. 10-14)

En las causas de nulidad matrimonial, la competencia territorial de


los Tribunales viene regulada en el art. 10 §1 de la Dignitas Connubii, que
reproduce el can. 167377. El ordenamiento canónico prevé cuatro posi-
76.
Se trata de un artículo que amplia significativamente lo dispuesto en el can. 1447, al exten-
derla a la actuación de estas personas como juez o asesor en la misma instancia (supuesto no con-
templado en el can.1447), lo que puede plantear problemas interpretativos en relación al valor jurídi-
co de esta cláusula invalidante: Vid. comentario Título III, I.1.
77.
Este can. 1673 es una ley especial, que deja sin efecto, para los procesos de nulidad matri-
monial, lo dispuesto, con carácter general, en los cann. 1408-1413 sobre atribución de la competen-
cia territorial en el proceso contencioso ordinario.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 69

bles fueros competentes, aunque dos de ellos lo son únicamente en forma


condicionada. Se trata de títulos de competencia relativa concurrentes o
cumulativos, de modo que –aunque nada dice la Dignitas Connubii al res-
pecto— queda a la elección del actor el decidir ante qué tribunal interpo-
ne la demanda (can. 1407 §3).
Los fueros previstos en el can. 1673 y reproducidos en el art. 10 §1 de
la Dignitas, son los siguientes:

1.1. El fuero del lugar de celebración del matrimonio


Se trata de un fuero tradicional, correspondiente al fuero del contra-
to, y cuya determinación no plantea, de ordinario, ningún problema: en
virtud de este fuero, será siempre competente el tribunal del lugar en
cuyo territorio se haya contraído el matrimonio. Para la comprobación
de dicha competencia, será suficiente con la aportación, junto con la de-
manda, de la certificación auténtica de la celebración del matrimonio,
conforme recuerda el art. 116 §2.

1.2. El fuero del domicilio o cuasidomicilio del demandado


Se trata igualmente de un fuero tradicional, que reproduce el can.
1408 y que es, en última instancia, una concreción o aplicación a las cau-
sas de nulidad del principio general, recogido en el can. 1407 §3, de que
«el actor sigue el fuero del demandado» (actor forum rei sequitur). Este
principio procesal se basa en razones de equidad: puesto que el actor lle-
va la iniciativa del proceso, imponiendo al demandado el tiempo y las cir-
cunstancias del pleito, parece lógico que se procure que produzca los me-
nores inconvenientes posibles al demandado.
El domicilio y el cuasidomicilio vienen regulados en los cann. 102-
Índice
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107, que establece las cuestiones relativas a su adquisición, pérdida y pe-


culiaridades. En el ordenamiento canónico, nada impide que una perso-
na tenga simultáneamente varios domicilios y cuasidomicilios, entre los
cuales el actor podría libremente elegir, sin que exista una preferencia del
domicilio frente al cuasidomicilio.
Respecto a la comprobación de la concurrencia de este fuero –aunque
resulta igualmente aplicable al siguiente— la Dignitas Connubii hace, en
su art. 11, algunas advertencias que deben ser tenidas en cuenta por el
tribunal antes de declararse competente y que buscan evitar, en lo posi-
ble, que la parte actora «fabrique» un fuero de competencia ficticio:
a) Para comprobar el domicilio canónico y, especialmente, el cuasido-
micilio de las partes, en caso de duda no será suficiente la simple de-

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70 Carmen PEÑA GARCÍA

claración de las mismas partes, sino que se requieren los apropiados


documentos eclesiásticos o civiles, o, en su defecto, otras pruebas.
b) Por otro lado, si la parte afirma que ha adquirido el cuasidomici-
lio por residencia en el territorio de alguna parroquia o diócesis,
unida a la intención de permanecer allí al menos por tres meses,
la Dignitas establece que se estudie con peculiar detenimiento si
se ha cumplido realmente lo dispuesto por el can. 102 § 2, es de-
cir, que el demandado tiene efectivamente su residencia en el te-
rritorio de la diócesis, y que la misma o bien se ha prolongado de
hecho durante tres meses, o bien consta de algún modo que se va
a prolongar previsiblemente durante tres meses.
En cualquier caso, conforme recuerda el art. 12, la competencia terri-
torial se consolida y queda fijada con la citación del demandado (can.
1512.2º), de modo que el posible cambio del domicilio o cuasidomicilio
del cónyuge demandado posterior a dicha citación resulta irrelevante a
efectos de la ya adquirida competencia del Tribunal.

1.3. El fuero del domicilio del actor

Este fuero, introducido como novedad en el Código de 1983, pretende


facilitar el ejercicio de la acción al actor –frecuentemente movido, en es-
tas causas de nulidad, por motivos de conciencia— en aquellos casos en
que el demandado no está dispuesto a tomar parte en la causa.
Se trata de un fuero sometido a varias condiciones o requisitos, expli-
citados en el mismo canon y que —junto con el fuero de las pruebas— ha
motivado varias intervenciones interpretativas por parte de los Dicaste-
rios de la Curia Romana. De todos modos, aunque tanto estos requisitos
como los señalados en el fuero de las pruebas son exigidos para la validez Índice
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del fuero territorialmente competente, sin embargo, su inexistencia no


daría lugar a una nulidad de las actuaciones procesales ni de la sentencia
que en su día se dictara, puesto que, en cualquier caso, se trata de un su-
puesto de falta de competencia relativa, no absoluta, por lo que no condi-
ciona la validez del proceso ni de la sentencia78. Estos requisitos son los
siguientes:
78.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J.J., La instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca 2006, p.
42-43; GULLO, C.-GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio. Ag-
giornata con l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005, p. 76. No obstante, parece que la
Dignitas Connubii ha relativizado notablemente el carácter irritante de los requisitos exigidos para la
concurrencia de estos títulos de competencia: (cfr. LLOBELL, J., Los títulos de competencia en la Ins-
trucción «Dignitas connubii»: algunas cuestiones problemáticas, cit., en vías de publicación).

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 71

1º. El fuero hace referencia al domicilio de la parte actora, nunca al


cuasidomicilio79.
2º. Ambas partes deben tener su domicilio —en sentido canónico—
en el territorio de la misma Conferencia Episcopal, habiéndose
elegido en la Comisión esta referencia territorial en vez del pre-
visto término «nación» con el fin de facilitar la aplicación del fue-
ro del actor, puesto que hay Conferencias Episcopales que englo-
ban varias naciones80.
3º. Es preciso el consentimiento del Vicario Judicial del domicilio de
la parte demandada, una vez haya consultado a ésta. Tanto en
este fuero como en el de las pruebas, este consentimiento del Vi-
cario Judicial no puede presumirse, sino que ha de constar por
escrito (art. 13 §2)81.
La exigencia de audiencia de la parte demandada por el Vicario Judi-
cial resulta fundamental en orden a garantizar el derecho de defensa de
dicha parte. Esta consulta al demandado podrá hacerse por escrito o de
palabra, aunque en este último caso, el Vicario deberá redactar un docu-
mento que lo certifique, conforme detalla el art. 13 §3 de la Dignitas Con-
nubii, sin paralelo en la regulación codicial.
Sin embargo, pese a la importancia de esta consulta, el consentimien-
to del Vicario no queda condicionado por la respuesta que dé la parte de-
mandada: lo que la norma exige es la consulta, no el consentimiento de
dicha parte. Por tanto, corresponderá al Vicario del domicilio de la parte
demandada valorar las razones expuestas por ésta, así como su posible si-
lencio o incomparecencia, y decidir, a la vista de todas las circunstancias
del caso, si concede o niega su consentimiento. Así lo explicita el art. 13 §4
de la Dignitas, que hace especial énfasis en la necesidad de que el juez va-
lore las dificultades que pueda tener la parte demandada para defenderse
Índice
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en el otro tribunal.
Esta exigencia de que el Vicario del domicilio del demandado oiga a
éste se mantiene incluso aunque la parte demandada haya sido ya oída
por el Vicario judicial del domicilio del actor, conforme reitera el Decreto
79.
Cfr. «Communicationes» 16, 1984, pp. 72-73.
80.
Cfr. «Communicationes» 16, 1984, p. 72. Por esta razón, en las naciones en que existen
Conferencias Episcopales regionales (por ejemplo en Italia), el territorio considerado a los efectos
del c.1673.3º es el nacional, no el regional: LLOBELL, J., Comentario al c. 1673, en Comentario exegéti-
co al CIC, cit, p. 1843.
81.
En caso de que no exista en la diócesis del domicilio del demandado Vicario Judicial Dio-
cesano, la Pontificia Comisión para la Interpretación de los textos legislativos determinó que el con-
sentimiento corresponde darlo al Obispo diocesano, no al Vicario Judicial del Tribunal Interdiocesa-
no (art. 13 §5 Dignitas).

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72 Carmen PEÑA GARCÍA

General de la Signatura Apostólica de 6 de marzo de 1993, que recuerda


que el consentimiento dado por el Vicario sin haber oído al demandado
será un acto nulo82.

1.4. El fuero donde han de recogerse la mayor parte de las prue-


bas
Este título de competencia, introducido en la regulación canónica con
anterioridad a la promulgación del nuevo Código83, persigue una doble fi-
nalidad: conseguir una mayor economía procesal, reduciendo la necesi-
dad de solicitar para la instrucción de las causas el auxilio judicial de
otros Tribunales; y lograr la mayor inmediación procesal posible entre las
pruebas que motivarán la decisión judicial y el Tribunal que ha de valo-
rarlas y decidir la causa.
A diferencia de lo previsto respecto al fuero del actor, este fuero no
exige que las partes residan en el territorio de la misma Conferencia
Episcopal. Esto requerirá, conforme recuerda el art. 13 §4, un especial
cuidado del Vicario Judicial del domicilio del demandado a la hora de
dar el consentimiento, teniendo que valorar cuidadosamente tanto las ra-
zones que el demandado alegue como, de oficio, las dificultades que sur-
girán, para el derecho de defensa, de circunstancias como el desconoci-
miento del lenguaje, la lejanía del Tribunal en que se pretende juzgar la
causa, los gastos que ello puede originar... Esta exigencia de una especial
ponderación por parte del Vicario Judicial del domicilio del demandado
no es una innovación de la Instrucción, sino que venía ya firmemente exi-
gida por la Declaración de la Signatura Apostólica de 27 de abril de 1989
De foro plerarumque probationum, la cual explicitaba, asimismo, otras
cuestiones en relación con los requisitos exigidos por el can. 1673, 4º:
1º. Es un requisito constitutivo de este fuero el que en el territorio del Índice
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Tribunal cuyo competencia se pretende deban recogerse «la ma-


yor parte de las pruebas», para lo cual ha de atenderse tanto a un
criterio cuantitativo, como cualitativo. Así, ha de tenerse en cuen-
ta, por un lado, no sólo las pruebas propuestas por el actor en la
demanda para justificar la competencia del Tribunal al que se di-
rige, sino también las que se presuma que puedan presentar la
parte demandada y el Defensor del Vínculo, o aquellas que pueda
practicar de oficio el mismo Juez; además, debe tenerse en cuen-
82.
Cfr. AAS 85, 1993, pp. 969-970.
83.
Fue establecido por Pablo VI en el Motu Propio Causas matrimoniales, de 28 de marzo de
1971.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 73

ta no sólo el número de las pruebas, sino su importancia, el peso


que puedan tener a la hora de provocar la certeza moral en el áni-
mo de los juzgadores (art. 14).
2º. El «lugar» a que hace referencia el foro de las pruebas se refiere a
la diócesis o al territorio sobre el que se extienda la competencia
del Tribunal, siendo insuficiente a estos efectos que las pruebas se
encuentren en la misma nación o en diócesis cercanas.

1.5. El fuero competente en caso de ignorarse el paradero del de-


mandado
El art. 13 §6 de la Dignitas Connubii contempla cómo actuar en el su-
puesto —siempre problemático en relación con la salvaguarda del dere-
cho de defensa de la parte— de que el demandado se encuentre en para-
dero desconocido y no sea posible cumplir los requisitos exigidos con
relación al fuero del actor y de las pruebas. En este caso, prevé la Instruc-
ción que, si tras una diligente investigación, persiste el desconocimiento
acerca del paradero del demandado, se haga constar en las actas.
A tenor de esta regulación de la Dignitas Connubii, parece que no
cabe excluir que, en estos supuestos, sea de aplicación –aparte del fuero
del lugar de celebración del matrimonio, siempre posible— el fuero del
actor, pese a que, en principio, éste exigiría que ambas partes residan en
la misma Conferencia Episcopal, requisito imposible de cumplir al igno-
rarse el domicilio del demandado84.
En cuanto al fuero de las pruebas, es clara su concurrencia en estos
casos —sin necesidad, por supuesto, del consentimiento del Vicario Judi-
cial del domicilio del demandado— puesto que, la competencia para que
conozca la causa el fuero de las pruebas pertenece al interés público85. Índice
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84.
Así lo había señalado LLOBELL, J., Comentario al c. 1673, en Comentario exegético al Código
de Derecho Canónico, cit., p. 1843. Por mi parte, como expuse en otro lugar, no comparto la solución
dada por algunos autores que sostienen que, en este caso, podría aplicarse por analogía el can. 1409
§2, que autoriza el fuero del actor cuando el demandado se halla en paradero desconocido (IGLESIAS
ALTUNA, J.M., Procesos matrimoniales canónicos, Madrid 1991, p. 129, nota 43). A mi juicio, del tenor
literal del can.1409 §2 —que dispone que «la persona cuyo domicilio... se desconoce puede ser de-
mandada según el fuero del actor, a no ser que le corresponda otro fuero legítimo»— se deduce la im-
posibilidad de su aplicación a los procesos matrimoniales, en los que siempre caben otros fueros legí-
timos alternativos (el del lugar de celebración del matrimonio) (cfr. PEÑA GARCÍA, C., Procesos
canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en ed. O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad ca-
nónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 254-255).
85.
Decreto de la Signatura Apostólica de 6 de abril de 1973 (recogido en GORDON, I.–GRO-
CHOLEWSKI, Z., Documenta recentiora circa rem matrimonialem et processualem I, Roma 1977, nn.
1299-1301).

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74 Carmen PEÑA GARCÍA

2. La conexión de causas (art. 15)

Los cuatro fueros de competencia relativa previstos en el can. 1673 y


desarrollados en los arts. 10-14 de la Dignitas Connubbi, se ven completa-
dos con el criterio de la conexión de causas a que alude el art. 15 (can.
1414). En virtud de este criterio de conexión de causas, un determinado
tribunal será, en principio, competente para juzgar —dentro del mismo
proceso— todas las causas objetivamente conexas con aquella que esté
juzgando, de tal modo que podrá juzgar todas las causas en que se pro-
duzca la identidad de alguno de los elementos objetivos identificativos de
la acción (causas en que coincidan el mismo petitum o la misma causa pe-
tendi)86.
En la conexión, se produce, en virtud de los principios de economía y ar-
monía procesal —con el fin de evitar no sólo la pérdida de tiempo y dinero,
sino también el peligro de resoluciones contradictorias en casos conexos—
una prórroga legal de la competencia que otorga, al tribunal que está cono-
ciendo de una causa, la competencia para conocer de las conexas aunque no
fuese competente sobre ellas por ningún otro título. No obstante, esta atribu-
ción de la competencia por conexión no es ilimitada, impidiéndola el hecho
de la incompetencia absoluta del tribunal sobre la causa conexa87.
86.
En relación a la conexión, existe cierta discrepancia doctrinal respecto a si la misma con-
tiene propiamente una obligación del juez o de las partes de unir todas las causas conexas en un mis-
mo proceso o, si por el contrario, establece únicamente una posibilidad de la que las partes pueden
valerse si así lo desean. A favor de la obligatoriedad de la conexión se pronunciaron, ya durante la vi-
gencia del anterior Código, autores como Roberti, Goyeneche, Wernz-Vidal-Capello o Cabreros de
Anta, y, recientemente Llobell y García Faílde; en contra, autores como Lega-Bartoccetti, Coronata y,
recientemente, Arroba Conde (cfr. ARROBA CONDE, M.J., Diritto procesuale canonico, cit., pp. 135-
139; GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de derecho procesal canónico: comentario al Código de derecho canó-
nico vigente y a la instrucción “Dignitas connubii”, Salamanca, 2005, pp. 35-43; LLOBELL, J., Comen-
tario a los cns. 1414 y 1415, en Comentario exegético al CIC, cit, pp. 734-749). Muy recientemente, Índice
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Llobell se ha planteado, en relación con los problemas que puede plantear la conformidad equivalen-
te, si la conexión podría convertirse en un título de competencia absoluta, no relativa; aunque parece
inclinarse por una respuesta negativa, sí destaca la conveniencia de permitir oponer la excepción de
incompetencia relativa mientras dura la litispendencia (cfr. LLOBELL, J., Los títulos de competencia
en la Instrucción «Dignitas connubii»: algunas cuestiones problemáticas, cit, en vías de publicación).
Sobre esta poblemática doctrinal vid. PEÑA GARCÍA, C. El fuero de la conexión de causas en el proceso
de nulidad matrimonial. Consideraciones sobre su carácter obligatorio o voluntario, en «Estudios Ecle-
siásticos» 82, 2007, en vías de publicación.
87.
Esta limitación sin embargo se encuentra un tanto difuminada en las causas de nulidad
matrimonial, puesto que en éstas, a diferencia del resto de las causas, el hecho de que la causa co-
nexa se encuentre en distinto grado de jurisdicción no impide necesariamente la atribución de com-
petencia por conexión, al permitir el c.1683 la presentación en grado de apelación o de revisión de
nuevos capítulos de nulidad, que serán admitidas y juzgadas «como en primera instancia». No obs-
tante, fuera de esta excepción legalmente prevista en el c.1683, es claro que la incompetencia absolu-
ta del tribunal es un obstáculo insalvable que impide la conexión de causas.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 75

3. Competencia sobre matrimonios de católicos orientales


(art. 16)
El art. 16 constituye una novedad significativa de la Instrucción Dig-
nitas Connubii, en cuanto que regula una cuestión totalmente ausente del
Código de 1983, como es la determinación de en qué supuestos puede un
tribunal eclesiástico latino juzgar la causa de nulidad de un matrimonio
de católicos pertenecientes a las Iglesias católicas orientales.
Aunque los católicos orientales están sujetos a un ordenamiento dis-
tinto del de los católicos latinos, la Instrucción, atenta a la realidad actual
(inmigración) que hace cada vez más frecuente la presencia de católicos
orientales en territorios occidentales, establece una serie de normas en
esta materia. A tenor del art. 16, el tribunal latino podrá juzgar las causas
de los católicos orientales, bien ipso iure –en aquellos territorios en que
no exista Jerarca local de cualquier otra Iglesia sui iuris o donde la cura
pastoral de los fieles de esa Iglesia esté encomendada, por designación o
consentimiento de la Sede Apostólica, al Ordinario latino— bien en vir-
tud de prórroga de competencia concedida por la Signatura Apostólica,
de modo estable o para ese caso concreto (art. 16.1).
En estos supuestos, coherentemente con los criterios expuestos en los
artículos introductorios, el tribunal latino juzgará la validez del matrimo-
nio conforme a las normas sustantivas de la Iglesia sui iuris, aunque apli-
cará su propia ley procesal en la tramitación de la causa (art. 16.2).

4. Otras normas sobre la tramitación de cuestiones de compe-


tencia (arts. 20 y 21)

Cierran el Título I dos artículos sobre el procedimiento a seguir en los


Índice
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casos en que se discuta la competencia del tribunal:


a) Por un lado, el art. 21 establece que si se plantea excepción de in-
competencia, deberá estarse a lo dispuesto en los arts. 78 y 79 de
la Instrucción88.
b) Por otro lado, el art. 20 —reproduciendo lo dispuesto en el can.
1416— recuerda que, si en la aplicación de estas normas se produ-
jeran conflictos de competencia —sean positivos o negativos— en-
tre diversos órganos jurisdiccionales, dichos conflictos deberán ser
resueltos por el común tribunal de apelación si ambos están suje-
tos al mismo, y, en su defecto, por la Signatura Apostólica.
88.
Vid. Comentario Título III, II.2.

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76 Carmen PEÑA GARCÍA

IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA89

ACEBAL LUJÁN, J.L., El fuero competente. Textos y comentarios a declaraciones recientes


del S. T. de la Signatura Apostólica, en «Revista Española de Derecho Canónico» 47,
1990, pp. 199-214; ID., El fuero competente matrimonial: can. 1673,3º. Texto y co-
mentario, en «Revista Española de Derecho Canónico» 51, 1994, pp. 691-697.
ARIETA, G., La sentenza sulla competenza, Padua 1990.
ARROBA CONDE, M.J., La primera instancia en la Instrucción «Dignitas connubii». Noveda-
des, concreciones e innovaciones, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA. L.,
Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid, 2006, 51-73; ID., La
competenza, en AA.VV., Il giudizio di nullità matrimoniale dopo l’istruzione «Digni-
tas Connubii». Parte seconda. La parte statica del processo, Ciudad del Vaticano
2007, pp. 27-43.
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sin, October 8-11, 1984), Washington 1985, pp. 98-113.
BERLINGÒ, S., Brevi annotazioni in tema di competenza, domicilio e commoratio non preca-
ria, en «Il Diritto Ecclesiastico» 85/2, 1974, pp. 7-16

89.
Además de la bibliografía que presentamos, a título indicativo sirva la siguiente referencia jurispruden-
cial:
A/ Tribunales apostólicos:
SIGNATURA APOSTÓLICA, Decreto particolare. «Nullitas matrimonii». Cann. 1095, 2º e 3º, 1432, 1440, 1444 §
1, 2º, 1445 § 3, 1º, 1620, 1º, 1683, 17 mayo 1995, en «Ius Ecclesiae» 8, 1996, pp. 819-821.
ROTA ROMANA, coram Serrano Ruiz, sentencia 23 enero 2004, Insubris seu Mediolanen., en «Ius Ecclesiae»
17, 2005, pp.711-742.
ROTA ROMANA, coram Alwan, decreto 25 febrero 2003, Moronen, Nullitatis matrimonii, en «Ius Ecclesiae»
15, 2003, pp. 741-748. —ROTA ROMANA, coram Defilippi, decreto, 14 mayo 1998, Aquilana, en «Il Diritto Eccle-
siastico» 110/2, 1999, pp. 14-19.
ROTA ROMANA, coram Davino, decreto, 10 enero 1991, Romana: ARRT Decreta 9, 2003, pp.1-4 (difamación).
ROTA ROMANA, coram Giannecchini, decreto, 19 febrero 1991, Abbatiae D.N. Aiguebelle: ARRT Decreta 9,
2003, pp.1-4 (nulidad de profesión solemne). Índice
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ROTA ROMANA, coram De Lanversin, decreto, 12 diciembre 1990, Andegaven: ARRT Decreta 8, 2002,
pp.201-205.
ROTA ROMANA, coram Doran, decreto, 20 julio 1989, Bruklynien: ARRT Decreta 7, 2000, pp.137-140.
ROTA ROMANA, coram Doran, decreto, 19 mayo 1988, Torontina: ARRT Decreta 6, 1999, pp.123-130.
ROTA ROMANA, coram Stankiewicz, decreto, 26 febrero 1987, Petrocoricen: ARRT Decreta 5, 1998, pp.32-40.
ROTA ROMANA, coram Huot, decreto, 29 enero 1987, Brixien: ARRT Decreta 5, 1998, pp.10-14 (Iurium. Ex-
ceptionis rei iudicate: no matrimonial).
ROTA ROMANA, coram Pinto, decreto, 9 enero 1987, Florentina: ARRT Decreta 5, 1998, pp.1-5. —ROTA RO-
MANA, coram Bruno, decreto, 31 octubre 1985, Bruklyniena, en «Quaderni di Studio Rotale» 110/2, 1989, pp.100.
B/ Tribunales territoriales:
TRIBUNALE DI APPELLO DEL VICARIATO DI ROMA, coram Martín de Agar, decreto, 16 abril 2002, Romana, Nu-
llitatis Matrimonii; Praeliminar. de querela nullitatis, en «Il Diritto Ecclesiastico» 116/2, 2005, pp. 3-9;
TRIBUNALE ECCLESIASTICO REGIONALE LOMBARDO, coram Maragnoli, sentencia interlocutoria con fuerza de
sentencia definitiva, 17 diciembre 1998, Nullitatis matrimonii; incidentis: de exceptione rei iudicatae, en «Il Diritto
Ecclesiastico» 114/2, 2003, pp. 201-210.

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 77

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Título I: La competencia de los tribunales (arts. 8-21 DC) 79

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TÍTULO II:
LOS TRIBUNALES
(Arts. 22-64)

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81

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82 Carlos M. MORÁN BUSTOS

INTRODUCCIÓN

El articulado de este Título II se centra en el análisis de los órganos


que conforman las estructuras judiciales de la Iglesia. A lo largo de estos
42 artículos se van desgranando algunos de los principios de la estructu-
ra orgánica judicial eclesial, y se hace un repaso por los miembros que
constituyen el tribunal (funciones, requisitos…); todo ello en dos Capítu-
los: el primero de ellos dedicado a la potestad judicial en general, y el se-
gundo, a los miembros del tribunal, en general y en particular.
Si se estudia la sistemática de este Título II se ve que el criterio que se
ha adoptado es distinto del que usa el Código, distinción que en parte vie-
ne justificada por el hecho de que el CIC tiene en cuenta los procesos en
general, mientras que la DC se centra en la particularidad del proceso ca-
nónico de nulidad de matrimonio.
Como novedades más reseñables están las siguientes: la insistencia en
la necesaria preparación experiencial, jurisprudencial y doctrinal de los
distintos ministros del tribunal, la explicitación de algunas incompatibili-
dades entre las funciones que desempeñan los distintos miembros del tri-
bunal, el recoger en un elenco los actos del Colegio, del Presidente y del
Ponente, y la aclaración de algunas funciones del defensor del vínculo.

I. DE LA POTESTAD JUDICIAL EN GENERAL Y DE


LOS TRIBUNALES

1. El obispo diocesano y «su» tribunal (arts. 22 y 32)

«En cada diócesis, el juez de primera instancia para las causas de nu- Índice
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lidad del matrimonio...es el obispo diocesano» (art. 22)90. Así es, el Obispo
diocesano, en virtud de su consagración episcopal —por tanto, por dere-
cho divino—, goza de potestad de régimen, que se divide en legislativa,
ejecutiva y judicial; «en virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sa-
grado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juz-
garlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del
apostolado» (LG 27a). Se trata, por tanto, de una potestad —también la
90.
El art. 22 (y el can. 1419 §1) utiliza los términos «diócesis» y «Obispo diocesano». En teoría
habría que incluir todos aquellos que el derecho equipara a los Obispos diocesanos (can. 381 §2), es
decir, quienes presiden las comunidades asimiladas a las diócesis: las prelaturas territoriales, las
prelaturas personales, las abadías territoriales, los vicariatos apostólicos, las prefecturas apostólicas,
las administraciones apostólicas erigidas establemente y los ordinariatos militares.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 83

de juzgar— que se configura como un derecho y como una obligación, y


que presenta estas características: «es propia, ordinaria e inmediata» (LG
27a, can. 381 §1).
El art. 22 (y el can. 1419 §1) utiliza los términos «diócesis» y «Obispo
diocesano». En teoría habría que incluir todos aquellos que el derecho
equipara a los Obispos diocesanos (can. 381 §2), es decir, quienes presi-
den las comunidades asimiladas a las diócesis: las prelaturas territoria-
les, las prelaturas personales, las abadías territoriales, los vicariatos
apostólicos, las prefecturas apostólicas, las administraciones apostólicas
erigidas establemente y los ordinariatos militares.
Esta potestad no es universal. Ya la LG afirmaba que, en lo que al ejer-
cicio se refiere, la potestad de los Obispos estaba regulada por la suprema
autoridad de la Iglesia, pudiendo ser circunscrita dentro de ciertos lími-
tes con miras a la utilidad de la Iglesia o de los fieles (LG 27). Uno de es-
tos límites al ejercicio de la potestad judicial de los Obispos diocesanos es
el que se estable en determinadas causas de nulidad de matrimonio, en
concreto, en aquellas a las que se refieren el can. 1405 §1, 1º (las referi-
das a los que ejercen la autoridad suprema en un estado) y el can. 1417
(también can. 1405 §1, 4º), las cuales están reservadas al Romano Pontífi-
ce91, siendo sobre ellas los Obispos diocesanos absolutamente incompe-
tentes (art. 8 §2).
El Obispo diocesano —dicen el art. 22 §1 y el can. 1419 §2—, puede
juzgar las causas matrimoniales «por sí mismo o por medio de otros», lo
cual merece dos comentarios: por una parte, en teoría podría juzgar «por
sí mismo», pero no «únicamente por sí mismo», ya que estaría sometido a
la necesidad de colegialidad en la tramitación de las causas de nulidad de
matrimonio (art. 30, can. 1425 §1, 1º), a menos que se tratara de causas
susceptibles de ser tratadas mediante un proceso documental (can. 1686-
Índice
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1688, arts. 295-299); por otra parte, la expresión «por medio de otros»
hay que circunscribirla al tribunal diocesano, o a los jueces delegados
que en determinados supuestos pudieran existir (can. 135 §3, art. 32).
A pesar de la posibilidad teórica de juzgar personalmente, el §2 del
art. 22 indica que «conviene que no juzgue por sí mismo a no ser que lo
exijan causas especiales», recomendación que en lo que su literalidad se
refiere no tiene paralelos en el Código. Nada se dice de cuáles son esas
«causas especiales», pero podrían ser aquellas particularmente relevan-
tes desde el punto de vista de la salus animarum, o en las que se precisara
para evitar un escándalo público, o aquellas en las que hubiera necesidad
91.
Vid. Título I, apartado II.1.1 (art. 8 §1).

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84 Carlos M. MORÁN BUSTOS

urgente de completar el tribunal (por ejemplo, tras la muerte de uno de


los jueces si no existen más jueces, o en el caso previsto en el art. 69
§2)…Esa recomendación del §2 viene fijada en el §3 en términos de obli-
gación: «todos los Obispos diocesanos deben constituir un tribunal dioce-
sano para su diócesis». No se trata de algo potestativo, sino de una obliga-
ción, con la que se pretende corresponder al derecho que tienen los fieles
a la tutela judicial efectiva (can. 221), a saber la verdad sobre su status
personae, sobre su concreto matrimonio celebrado92.
En todo caso, el ejercicio de la potestad judicial —el que realiza el
Obispo o cualquier otro juez— ha de hacerse «de acuerdo con el derecho»
(art. 22 §1). Es decir, no cabe la arbitrariedad, ni en lo que se refiere a la
normativa procesal, ni en lo referido a las leyes sustanciales. Así es indi-
cado también en el art. 32, que recoge dos de los principios claves que
configuran la potestad judicial: la necesidad del sometimiento al derecho
(procesal y sustantivo) en lo que al ejercicio de la potestad judicial se re-
fiere (el principio de legalidad), recordando que las normas procesales no
son dispensables por los obispos (can. 87 §1), y la interdicción de la dele-
gación de dicha potestad —lo que no ocurre con la potestad ejecutiva—
«si no es para realizar los actos preparatorios de un decreto o una senten-
cia».
Aunque la cuestión de la delegación de la potestad judicial será objeto
de comentario al analizar el art. 2993, sí que conviene indicar aquí ya, que
la prohibición de su delegación no es absoluta. De acuerdo con el can.
1442, el Romano Pontífice, juez supremo para todo el orbe católico, pue-

92.
Esta obligación tendría como excepciones, en primer lugar, la de algunos casos concretos
de aquellos que se equiparan a los Obispos diocesanos y a las diócesis, los cuales pudieran verse en
situación de no poder constituir un tribunal —por imposibilidad de recursos humanos, o por inopor-
tunidad—, ni poder formar parte de un tribunal interdiocesano; en este caso, sí que los equiparados Índice
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al obispo diocesano tendrían que proveer a fin de que se posibilitara el acceso de sus fieles a un tribu-
nal que pudiera hipotéticamente conocer de sus «situaciones» matrimoniales, lo cual se podría con-
cretar por la vía de la prórroga de competencia por parte de la Signatura Apostólica (art. 24). En se-
gundo lugar, también estarían exceptuados los Ordinarios militares, de hecho el n. XIV de la
Spirituali Militum Curae establece que «en lo referente a las causas judiciales de los feligreses del Or-
dinariato militar, es competente en primera instancia el tribunal diocesano donde tiene su sede la cu-
ria del Ordinariato militar; en los estatutos se designará de una manera permanente el tribunal de
apelación»; la razón de ser de esta excepción es que la jurisdicción del Ordinario Castrense es cumu-
lativa con la de los Obispos diocesanos, de modo que los fieles castrenses pueden acudir a un tribunal
de primera instancia, aquel que les corresponda en razón de su domicilio; en el caso de España, por
vía de estatutos se establece lo siguiente: «el arzobispado castrense tiene como tribunal propio, según
consolidada tradición, el de la Rota de la Nunciatura Apostólica, para las causas de sus fieles, tanto
en primera como en instancia de apelación, en sucesivos turnos» (Estatuto del Ordinariato Militar en
España, de 1 de enero de 1988, en BOCEE 5, 1988, p. 41).
93.
En concreto, en el apartado I.3 de este Título II.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 85

de dictar sentencia personalmente, por medios de sus tribunales ordina-


rios, y también «por jueces en los cuales delega». También los superiores
mayores de institutos religiosos de derecho pontificio, en caso de conflic-
tos entre provincias del instituto, pueden juzgar en primera instancia
personalmente «o por medio de un delegado» (salvo que lo prohíban las
constituciones).
La cuestión que nos planteamos es quién podría delegar la potestad
judicial. En relación a los sujetos que pueden delegar, hay que indicar
que quienes gozan de la potestad judicial de modo vicario —jueces y tri-
bunales— no pueden delegarla, salvo para la realización de actos proce-
dimentales y preparatorios. En relación a los obispos la doctrina se divi-
de entre los que afirman que pueden delegar la potestad judicial, y los
que afirman lo contrario, aunque la doctrina mayoritaria sostiene —con
argumentos nada desdeñables— que la imposibilidad de delegar la potes-
tad judicial no se refiere a la persona del Obispo diocesano94.
En estos casos de delegación de la potestad que hicieran el Romano
Pontífice, el Obispo y los Superiores Generales de los institutos religiosos
de derecho pontificio, entraría dentro de los límites de la delegación tam-
bién la facultad de decidir, en cuyo caso esta delegación «no es una pró-
rroga de la competencia, pues la “materia” que se delega, lo delegado, es
la misma potestad judicial, es decir, la capacidad para decidir jurisdiccio-
nalmente una asunto litigioso, entre dos partes enfrentadas, llevado al tri-
bunal. Las reglas de la competencia, por tanto, se deben aplicar al caso
como si estuviese juzgando el propio delegante. Si éste —exceptuado el
supuesto del Romano Pontífice—, fuese absolutamente incompetente
para esa causa concreta, el juez delegado también lo sería, y si lo fuera re-
lativamente, igual condición tendría el delegado»95. Los que no pueden
delegar su facultad de decidir son los tribunales y los jueces, que sólo
pueden delegar para la realización de actos preparatorios —actos proce- Índice
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dimentales— de un decreto o una sentencia.

94.
Se dice, por ejemplo, que cuando el CIC quiere referirse a los Obispos como jueces lo indi-
ca expresamente (ej. cann. 1419 §1, 1449 §3), sin embargo, esto no ocurre con el can. 135 §3 (ni con
el art. 32 §1). Se dice también que si el superior general de los institutos religiosos puede delegar en
algunos supuestos, cuánto más el Obispo diocesano. Además, la existencia de estos jueces delegados
por el Obispo haría explicables cánones como el de la reconvención (can. 1495) —que habla del juez
delegado—, o el de la perpetuatio iurisdiccionis del juez delegado (can. 1512, 3º) (cfr. DE DIEGO LO-
RA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho procesal…, cit., p. 321); en el mismo sentido, vid.
LLOBELL, J., La delegación de la potestad judicial «decisoria» y la reconvención en las causas de nuli-
dad del matrimonio tras la Instr. Dignitas Connubii, a publicar en el próximo número de «Ius Canoni-
cum».
95.
Ibidem, pp. 321-322.

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86 Carlos M. MORÁN BUSTOS

2. El tribunal interdiocesano (arts. 23, 24 §2 y 26)

El Obispo diocesano puede dar cumplimiento a esa obligación de


constituir un tribunal acudiendo a crear con otros Obispos diocesanos un
tribunal interdiocesano, tal como lo permiten en can. 1423 y este art. 23.
Se trata de una posibilidad («pueden constituir»), no existiendo ninguna
circunstancia que obligue a ningún Obispo a crear este tipo de tribunales,
ni a permanecer en ellos96. Por esta razón, se necesita el acuerdo común
de todos los Obispos que integran dicho tribunal, no existiendo ni la posi-
bilidad de imponerlo, ni de discrepar.
La razón de ser de este tipo de tribunales es la dificultad para buscar
personal con la suficiente y necesaria capacitación jurídica. Por ello, se-
gún mi parecer, siempre que esa dificultad se pudiera vencer —y para
ello es muy importante que los obispos se preocupen de la formación jurí-
dica de sus sacerdotes y laicos— no tendría sentido este tipo de tribuna-
les, ya que en la práctica lo que se hace es alejar la administración de jus-
ticia de los fieles (ello a pesar del art. 23 §2).
Inicialmente, la competencia para su creación era de la Congregación
para los Sacramentos, pero después del Concilio Vaticano II la competencia
pasó a la Signatura Apostólica, que dictó en 1970 unas Normas que regula-
ban este proceso de creación de estos tribunales, Normas que —al dejar de
estar en vigor la Regimini Ecclesiae Universae de Pablo VI para cuya ejecu-
ción se dieron— han perdido vigencia, aunque su contenido se mantiene
como praxis97.
En términos generales se puede decir que se requiere: 1º/ el acuerdo y
la petición común de los Obispos, petición que se dirige a la Signatura
Apostólica, de quien han de recibir el nihil obstat; 2º/ la aprobación por
parte de la Signatura Apostólica del Decreto de erección. Índice
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El tribunal interdiocesano de primera instancia se constituye en susti-


tución de los tribunales diocesanos también de primera instancia, de modo
que, una vez creado, los Obispos diocesanos que lo formaron no pueden
ejercitar su potestad judicial fuera de esta vía, ni de modo alternativo o pa-
ralelo, ello salvo que la erección sólo se hiciera para un tipo de causas, lo
cual, siendo bastante infrecuente en sí, lo es más en lo que a las causas ma-
trimoniales se refiere, ya que —siendo la mayoría de las causas que cono-
cen los tribunales eclesiásticos— no tendría sentido que quedaran fuera de
96.
Vid. por ejemplo STSA, Decreto de 13 de marzo de 1991, n. prot. 2311/91.
97.
S. T. SIGNATURA APOSTÓILCA, Normae pro Tribunalibus interdioecesanis, vel regionalibus aut
interregionalibus, en AAS 63, 1971, pp. 486-492.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 87

la competencia de estos tribunales, o que quedaran algún tipo de ellas (por


ejemplo en razón del capítulo de nulidad). Si a pesar de existir un tribunal
interdiocesano competente para juzgar las causas matrimoniales, uno de
los tribunales diocesanos que forman parte de él conociera de una causa
concreta, la sentencia sería nula con nulidad insanable, ya que se trataría
de un supuesto de incompetencia absoluta por razón de la materia98.
Lo que puede suceder es que, estableciéndose la sede del tribunal en
una diócesis concreta (normalmente la metropolitana), y con el fin de que
no se perjudique a quien tiene que acudir a un tribunal distante geográfi-
camente, se posibilite la constitución de secciones instructorias —con
uno o más notarios, auditores, defensor del vínculo— con la finalidad de
recoger las pruebas y notificar los actos (art. 23 §2); en todo caso, su acti-
vidad será únicamente instructoria, nunca decisoria.
El tribunal interdiocesano tiene un moderador, con las mismas funciones
respecto al este tribunal que las que tiene el Obispo diocesano sobre su tribu-
nal diocesano (arts. 24 §2 y 26): el can. 1423 §1 decía que el obispo designa-
do o «el grupo de obispos» tenían las mismas potestades que el obispo dioce-
sano sobre su tribunal; la verdad es que no se entiende muy bien cómo el
grupo de obispos, en conjunto y como tal, puede ejercer la mayoría de esas
facultades. El art. 26 mantiene esa misma imprecisión: por una parte el art.
24 §2 indica que el Moderador del tribunal interdiocesano es «el obispo de-
signado que se menciona en el art. 26», pero, por otra parte, el art. 26 alude,
además de al «obispo designado», al «grupo de Obispos». Para evitar esta si-
tuación, parece conveniente que se designe siempre un Obispo como Mode-
rador del tribunal interdiocesano, siendo praxis habitual que sea el del Obis-
po de la diócesis donde tiene su sede el tribunal, aunque también podrían
turnarse en la función de Moderador; en todo caso, ello deberá estar claro en
el decreto de erección; quizás se podrían dejar como facultades del «grupo
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de Obispos» aquellas más relevantes y concretas, por ejemplo, el nombra-


miento de los miembros del tribunal (así lo hace el art. 34 §1).

3. La prórroga de competencia a favor de un tribunal y el auxi-


lio entre tribunales (arts. 24 y 29)

En caso de imposibilidad de constituir un tribunal en la propia dióce-


sis, o un tribunal interdiocesano, el Obispo diocesano «debe» pedir a la
98.
Cfr. ARROBA CONDE, M.J., La primera instancia en la Instrucción Dignitas Connubii: nove-
dades, concreciones e innovaciones, en AA.VV., Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy,
Madrid 2006, p. 54, nota 5; vid. Título I.II.1.2.

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88 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Signatura Apostólica la prórroga de competencia a favor de un tribunal


vecino, ello con el consentimiento del Moderador de ese tribunal. Este ar-
tículo, que no tiene paralelo en el CIC, repite el contenido de la Pastor
Bonus 124, 3º, que establece que pertenece a las competencias de la Sig-
natura Apostólica «prorrogar las competencias de los tribunales inferio-
res»99.
Antes de entrar en el análisis de esta posible prórroga de competencia
a la que se refiere el art. 24, conviene hacer un distinto entre «prórroga» y
«comisión» de competencia, conceptos que se relacionan directa y res-
pectivamente con los de incompetencia relativa y absoluta100. La prórro-
ga de competencia puede hacer competente únicamente al tribunal rela-
tivamente incompetente; la comisión de competencia, sin embargo,
además de conferir jurisdicción a quien no participa en vía ordinaria de
la potestad judicial —potestad delegada—, sirve para hacer competente
al tribunal absolutamente incompetente, pero que ya participa de la po-
testad judicial, normalmente con potestad ordinaria vicaria. Ambos insti-
tutos —prorroga y comisión— son confiados por la ley exclusivamente a
la Signatura Apostólica101.
Dicho esto, lo que primero que hay que observar es que la petición de
prórroga de la competencia a que se refiere este artículo está fijada en
términos de obligación, lo cual tiene una doble perspectiva: por una par-
te, respecto de la situación que sirve de base a dicha petición —el no po-
der constituir tribunal diocesano o interdiocesano—, lo que pone de ma-
nifiesto la preocupación y el interés que debe tener el Obispo diocesano
para que sus fieles puedan tener acceso a un tribunal; en otras palabras,
si se verifica esa imposibilidad, el Obispo no puede mirar a otro lado, sino
que debe proveer al respecto, debe preocuparse por garantizar el ejerci-
cio del ius impugnandi matrimonium. Por otra parte, respecto de a quién
va dirigida la petición, esto es, a la Signatura Apostólica, a la cual compe- Índice
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te necesariamente conceder la prórroga de la competencia; es decir, ni el


propio Obispo diocesano puede «pactar» con otro Obispo para que el tri-
bunal de éste conozca de las causas que aquél no puede conocer —pues

99.
Vid LLOBELL, J., Commissione e proroga della competenza dei tribunali ecclesiastici nelle
cause di nullità matrimoniale. Sulla natura dell’incompetenza in questi processi, en «Ius Ecclesiae» 2,
1990, pp. 721-740; la diferencia entre la incompetencia absoluta y relativa está analizada en el Título
I, I.1 y 2.
100.
Cfr. LLOBELL, J., Centralizzazione normativa processsuale e modifica dei titoli di competenza
nelle cause di nullità matrimoniale, en «Ius Ecclesiae» 3, 1991, pp. 431-477, n. 5.
101.
Con la excepción de la posible comisión en favor de los tribunales locales por parte de la
Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos en las causas de nulidad de la
ordenación sagrada de acuerdo con el can. 1710.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 89

no puede constituir tribunal—, ya que ello excede de las competencias del


Obispo diocesano, ni mucho menos puede hacerlo el vicario judicial,
como se intentó en algún caso; en relación a esta cuestión, la praxis de la
Signatura Apostólica es muy reiterada y abundante102.
Un supuesto en el que, de facto, se produce una prórroga de compe-
tencia a favor de otro tribunal es el que prevé el art. 69 §2: en caso de re-
cusación de los jueces del tribunal, si no se puede proseguir la causa por
falta de jueces, y no hay posibilidad de reemplazarlos, y no existe otro tri-
bunal competente, «la cuestión debe remitirse a la Signatura Apostólica
para que designe otro tribunal que conozca la causa».
Muy distinto del recurso a la prórroga de competencia a favor de un
tribunal próximo es lo que se ha llamado el auxilio entre tribunales en or-
den a facilitar la instrucción de una causa (por ejemplo, interrogatorio de
las partes, de los testigos, práctica de la prueba pericial) y para hacer las
intimaciones judiciales (comunicaciones, citaciones…). A ello se refiere
al art. 29, cuyo contenido —recogiendo lo establecido en el can. 1418—,
tiene que concretarse atendiendo a lo dispuesto en los arts. 50 §3, 85
§2,161 §1, 162 §1103.
Hablamos de un deber de colaboración entre los tribunales, el cual se
estructura no sólo en términos de cortesía o de «favor», sino que se trata
de un verdadero y real derecho de pedir ayuda a otro tribunal («ius habet
in auxilium vocandi»), derecho al que le sigue una obligación del otro tri-
bunal a prestar esa ayuda solicitada.
Los límites de esta «colaboración» entre tribunales vienen marcados
por el can. 135 §3 (art. 32 §1), que indica que «la potestad judicial no
puede delegarse, si no es para realizar los actos preparatorios de un de-
creto o una sentencia». Según ello, el tribunal que está tramitando una
causa no puede pedirle a otro que «decida». La cuestión que se puede
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plantear aquí es cuál es la extensión de la expresión «actos preparato-


rios», o cómo entender en la práctica la posibilidad de decidir qué prue-
bas han de de recogerse y de qué manera, tal como establece el art. 50
§3 (can. 1428 §3).
En este art. 50 §3 se indica que esta posibilidad de decidir qué prue-
bas ha de recogerse y de qué manera la tiene el Auditor sólo cuando «se
discutan estas cuestiones mientras desempeña su tarea», y siempre que
no se le prohíba e el mandato. Es decir, parece que no se le faculta al Au-
102.
El que fuera Prefecto de la Signatura Apostólica cita varias supuestos de concesión de pró-
rroga de competencia en supuestos similares, vid. GROCHOLEWSKI, Z., Comentario al can. 1420, cit.,
p. 773, nota 2.
103.
Respectivamente, los cann. 1428 §3, 1469 §2, 1528, 1558 §1.

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90 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ditor para que, con carácter previo, decida sobre la admisión de las prue-
bas, sobre el alcance de las mismas... Pues bien, si esto es así para ese Au-
ditor que pudiera ser miembro del Tribunal —de hecho el art. 50 habla
del Auditor encargado de la instrucción de la causa, bien sea éste un juez
de los que forman el tribunal u otra persona aprobada por el obispo para
desempeñar esta función—, cuánto más para aquellos que, siendo de un
tribunal distinto, colaboran en la práctica de determinadas pruebas por
ejemplo vía exhorto.
Así, por ejemplo, no me parece que entraría dentro de esta «ayuda-co-
laboración» el que el tribunal «colaborador» —o el vicario judicial, u otro
juez— designara a un perito concreto: por ejemplo, en ocasiones, cuando
el peritando reside en un lugar distinto del tribunal que está conociendo
la causa, una vez que éste ha aceptado la prueba pericial propuesta, se fa-
culta al vicario judicial del domicilio del peritando para que designe un
perito concreto (no digamos si la aceptación de la prueba pericial tam-
bién se «delega»), el cual también le planteará las cuestiones que ha de es-
tudiar en la citada pericia. En mi opinión, esta designación del perito
concreto, que puede tener mucha relevancia en el curso de una causa, de-
bería hacerse desde «el tribunal» que está conociendo de la causa, que es
el mismo que ha aceptado la prueba pericial propuesta, que conoce cómo
va la instrucción de la causa, cuáles son los aspectos sobre los que se soli-
cita la intervención del experto; en todo caso, antes de dictar el decreto
por el que designa a un perito concreto, podrá recabar información sobre
las personas concretas (sobre los distintos peritos), pero debería ser el
Presidente o el Ponente —si fueran personas distintas— quienes realiza-
ran la designación (arts. 46 §2, 15 y 47 §2). En caso contrario, nos podría-
mos encontrar con situaciones cuanto menos curiosas: piénsese en un su-
puesto en el que, en segunda instancia, se ha pasado una causa a proceso
ordinario, causa que versaba sobre una hipótesis de incapacidad consen- Índice
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sual, en la que se practicó una pericia en primera instancia, pericia que


fue aceptada y concretada por el Presidente o el Ponente del tribunal pri-
mijuzgador, y cuyas conclusiones —o cuyos presupuestos antropológi-
cos— no son compartidos por el tribunal superior; ¿cómo se puede «dele-
gar» para que sea el mimo Ponente o Presidente del tribunal el que
designe un nuevo perito?
Esta colaboración entre tribunales tiene su razón de ser en el hecho
de facilitar la práctica de las pruebas, lo cual, a su vez, tiene un carácter
instrumental respecto a una de las finalidades esenciales de todo proce-
so: el conocimiento de la verdad. Pues bien, creo que es muy interesante
la inmediación en la instrucción de las causas, ya que ésta permite un co-
nocimiento mejor de la verdad; por ello, ni soy partidario de que sistemá-

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 91

ticamente el Instructor-Auditor no sea Juez-decisor104, ni tampoco soy


partidario —salvo en situaciones puntuales, o en aquellas en las que no se
puede proceder de otro modo— de los exhortos, sobre todo cuando esta-
mos en segunda o tercera instancia. Mi experiencia en un Tribunal como
el de la Rota de España me hace recelar de dicha práctica, sobre todo en
supuestos como el siguiente: se concede la nulidad en primera instancia,
sin embargo, no se ratifica esa causa por decreto, sino que se la envía a
proceso ordinario; ¿tiene sentido que se mande que se practique nueva
instrucción —declaración de las partes, testifical— al mismo tribunal al
que no se le ha confirmado la causa? En mi opinión, no; la experiencia
me ha dicho que, en muchos casos, la inmediación ha sido determinante
para el devenir de la causa, y para el resultado final de la misma. En este
sentido, las partes y/o los testigos deben desplazarse a la sede del tribunal
superior o, en su caso, que el propio Juez se desplace a la sede del tribu-
nal primijuzgador. Algunos consideran que el desplazamiento del juez
comporta muchas incomodidades de tiempo y de dinero, y que esta
praxis no es oportuna y recomendable105, y de hecho el propio can. 1469
§2 (art. 85 §2) parece considerar como excepcional esta posibilidad. Mi
parecer, salvando algunos supuestos concretos, es muy distinto: por una
parte, hay que tener en cuenta que el can. 1469 §2 está pensando en tribu-
nales entre los que no existe relación jerárquica, de hecho no podría apli-
carse este canon al ejemplo que hemos indicado, pues no se puede consi-
derar que, por ejemplo, el Juez Ponente del tribunal metropolitano
«(salga) de su propio territorio» cuando acude a la sede de un tribunal su-
fragáneo a tomar declaraciones en una causa que éste conoció en prime-
ra instancia, y que aquél está conociendo en segunda; por otra parte, en
la mayoría de los casos el desplazamiento del juez —normalmente del Po-
nente— se ahorra tiempo, pero sobre todo dinero a las partes y a los testi-
gos; además —y ésta es la clave desde mi punto de vista—, desde esa in- Índice
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mediación probatoria se contribuye a un mejor conocimiento de la


verdad, que siempre ha de regir todo el desarrollo del proceso.

4. Los tribunales de segunda instancia (art. 25)

La pretensión primera de todo proceso de nulidad matrimonial es de-


clarar la verdad sobre el estado personal de unos cónyuges concretos, los
cuales acuden a la Iglesia para que ésta diga el derecho, lo justo, «lo su-

104.
Vid. comentario art. 50, Título II, II.3.1.
105.
Cfr. GROCHOLEWSKI, Z., Comentario al can. 1418, cit., pp. 764-765.

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92 Carlos M. MORÁN BUSTOS

yo». Esa verdad que se declara en una sentencia de nulidad es una verdad
formal, siendo pretensión que la misma corresponda a la verdad sustan-
cial. Ahora bien, dado que la de juzgar es una empresa de hombres, está
sometida a los límites de la condición humana, también a la posibilidad
de error. El paliar esta falibilidad es el fundamento de la diversidad de
instancias con que se estructuran los tribunales de la Iglesia y el propio
proceso matrimonial, que exige la conformidad de dos sentencias pro nu-
litatem para poder declarar nulo un matrimonio (can. 1684 §1). En este
sentido, la propia organización jerárquica de los tribunales eclesiásticos
lo que busca es que el fiel que se sienta perjudicado por una decisión judi-
cial pueda acudir a una instancia superior a fin de que ésta vuelva a estu-
diar el caso y a emitir un pronunciamiento.
La DC, siguiendo los criterios de los cann. 1438 y 1439, establece en
su art. 25 cómo se configuran jerárquicamente los tribunales de segunda
instancia. Quedando a salvo la consideración de la Rota Romana de tri-
bunal universal de apelación, y salvados «los indultos concedidos por la
Sede Apostólica» —es decir, las situaciones de comisión de competencia
por parte de la Signatura Apostólica—, los tribunales de segunda instan-
cia en las causas matrimoniales se estructuran de la siguiente manera:
1º. Si conoce la causa en primera instancia un Obispo sufragáneo
—es decir, un Obispo de una diócesis que no sea arzobispal—, se
apela al Metropolitano106; esta es la llamada apelación sin salto.
Como excepción, el art. 37 §3 de las Normas de la Rota de la Nun-
ciatura establece que «por razones asimismo graves y convin-
centes, podrá el Nuncio Apostólico, según su prudente juicio y
conciencia, a petición de ambas partes, y con el consentimiento
del Metropolitano, enviar a la Rota de la Nunciatura, para que
sean juzgadas en segunda instancia las causas de nulidad de mat-
Índice
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106.
En el caso de España, los tribunales de segunda instancia metropolitanos-arzobispales res-
pecto de los sufragáneos son los siguientes:
Barcelona Æ Sant Feliu de Llobregat y Tarrasa;
Burgos Æ Bilbao, Osma-Soria, Palencia y Vitoria;
Granada Æ Almería, Cartagena, Guadix-Baeza, Jaén y Málaga;
Madrid Æ Alcalá de Henares y de Getafe;
Mérida-Badajoz Æ Coria-Cáceres, Plasencia;
Oviedo Æ Astorga, León y Santander;
Pamplona-Tudela Æ Calahorra y La Calzada-Logroño, Jaca, San Sebastián ;
Santiago de Compostela Æ Lugo, Mondoñedo-Ferrol, Orense, Tuy-Vigo.
Tarragona Æ Girona, Lleida, Solsona, Tortosa, Urgell, Vic;
Toledo Æ Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Sigüeza-Guadalajara;
Valencia Æ Orihuela-Alicante, Segorbe-Castellón, Ibiza, Mallorca, Menorca;
Valladolid Æ Ávila, Ciudad Rodrigo, Salamanca, Segovia y Zamora.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 93

rimonio que en primera instancia hayan sido juzgadas por cual-


quier tribunal sufragáneo de España».
2º. Si conoce la causa en primera instancia el Tribunal Metropolita-
no, se apela107 ante el tribunal que él mismo haya designado de
modo estable, con la aprobación de la Santa Sede (de la Signatu-
ra Apostólica, art. 124, 4º Pastor Bonus). En esta misma situación
están los tribunales de los arzobispados con diócesis sufragáneas
y sin ellas, las diócesis exentas —que dependen directamente de
la Santa Sede—, y los Ordinariatos militares108 y las Prelaturas
Personales. En el caso de España, el art. 37 §1 indica: «La Rota de
la Nunciatura Apostólica juzga: a) en segunda instancia, las cau-
sas que fueron juzgadas en primera instancia por cualesquiera
tribunales de España, metropolitanos o de arzobispado no metro-
politano109 inmediatamente sujeto a la Sede Apostólica, quedan-
do suprimidos los tribunales que de una vez para siempre se de-
signaron para recibir las apelaciones (can. 1438, 2º)»110.
3º. Si conoce la causa en primera instancia un tribunal interdiocesa-
no (art. 23, can. 1423), hay que distinguir cuatro hipótesis:
a. si el tribunal interdiocesano de primera instancia está inte-
grado por diócesis de la misma provincia eclesiástica o archi-
diócesis, y entre ellas no está la sede metropolitana, el tribu-
nal de apelación suele ser por lo general el tribunal de esta
sede metropolitano, no existiendo obligación de crear otro
tribunal de segunda instancia;
b. si las diócesis que constituyen el tribunal interdiocesano per-
tenecen a la misma provincia eclesiástica, pero entre ellas
está también la diócesis metropolitana111, el tribunal de ape-
107.
La versión castellana del art. 25, 2º ha traducido impropiamente «fit» por «se interpone», Índice
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sin embargo la interposición de la apelación es ante el tribunal a quo, siendo la prosecución ante el
tribunal ad quem.
108.
En el caso de España —tal como se establece en el Estatuto del Ordinariato Militar de Espa-
ña, de 1 de enero de 1988 (BOCEE 5, 1988, p. 41)— la Rota de la Nunciatura es tribunal de primera
y segunda instancia para el arzobispado castrense.
109.
La precisión iba realizada por Barcelona, que era arzobispado pero no metropolitano; tras
la división de la diócesis también es Metropolitano.
110.
En concreto, están en esta situación los siguientes arzobispados: Barcelona, Burgos, Gra-
nada, Madrid, Mérida-Badajoz, Oviedo, Pamplona-Tudela, Santiago de Compostela, Tarragona, Tole-
do, Valencia, Valladolid.
111.
Es lo que ocurre en España con uno de los dos tribunales interdiocesanos que existen, el de
Zaragoza, ya que las diócesis que lo forman —Barbastro-Monzón, Huesca, Tarazona, Teruel y Alba-
rracín— son todas ellas sufragáneas de Zaragoza, pero ésta también formar parte del tribunal inter-
diocesano de primera instancia, de modo que no tiene tribunal que sea segunda instancia para las
demás.

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94 Carlos M. MORÁN BUSTOS

lación no podrá ser el de ésta, pues ha sido sustituido por el


interdiocesano, ni tampoco el designado establemente por el
metropolitano con aprobación de la Signatura Apostólica,
sino el de la Conferencia Episcopal;
c. si las diócesis sufragáneas que constituyen el tribunal inter-
diocesano de primera instancia no pertenecen a la misma ar-
chidiócesis, la Conferencia Episcopal —con la aprobación de
la Signatura Apostólica— debe establecer un tribunal de se-
gunda instancia112;
d. fuera de estos casos, la Conferencia Episcopal, con la aproba-
ción de la Signatura Apostólica, puede constituir uno o más
tribunales de segunda instancia.
En estos tribunales de segunda instancia, la Conferencia Episcopal
cumple la misión de Moderador, desempeñando sobre ellos las mismas
facultades que competen al Obispo diocesano sobre su tribunal, aunque
también puede designar como Moderador a un Obispo concreto (arts. 24
§2 y 26).

5. La Rota Romana, tribunal universal de apelación


(arts. 27 y 28)

Recogiendo el contenido del can. 1444 §1 —y del art. 128 1º de la Pas-


tor Bonus—, el art. 27 establece el carácter de tribunal universal ordina-
rio de apelación de segunda instancia de la Rota Romana (PB, art. 126),
función que cumple de modo concurrente con los tribunales de segunda
instancia a los que se refiere el art. 25. En principio, de acuerdo con el
art. 283 §1 (can. 1632 §1), si en la apelación no se indica a qué tribunal se
dirige, se considera realizada a algunos de los que se refiere el art. 25. Si Índice
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una parte apela a la Rota Romana y la otra a otro tribunal de apelación,


resolverá la Rota Romana, ello salvando el principio de prevención (arts.
283 §2 y 18)113.
Ya hemos indicado que en el caso de España, la Rota de la Nunciatura
es tribunal de segunda instancia para las causas tratadas en primera por
112.
Es lo que ocurre en España con el otro tribunales interdiocesano, el de Sevilla, que es tri-
bunal de primera instancia para las diócesis de Cádiz y Ceuta, Córdoba, Huelva, Jerez de la Frontera,
y la propia Sevilla, existiendo un tribunal interdiocesano de segunda instancia para todas las causas
tratadas en primera instancia por el interdiocesano de primera instancia, y también para las causas
que trataron los tribunales diocesanos de primera instancia de Canarias y San Cristobal de la Lagu-
na o Tenerife.
113.
Vid. Título XII, III.4.3.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 95

los tribunales metropolitanos, pudiendo también serlo excepcionalmente


para las causas conocidas en primera instancia por los tribunales sufra-
gáneos (art. 37 §3); en todo caso, este tribunal es concurrente como tribu-
nal de segunda instancia con la Rota Romana. Comparando las Normas
antiguas y las nuevas Normas del Tribunal de la Nunciatura, vemos que
existe un cambio sustancial en relación a esta cuestión. En las Normas
antiguas, sólo se podía acudir en segunda instancia a la Rota Romana si
existía un acuerdo previo de las partes, lo cual se aplicaba también para
las instancias superiores, aunque en este caso no se necesitaba dicho
acuerdo si se verificaba una situación de falta de jueces para constituir
Turno rotal114. En las Normas aprobadas por Juan Pablo II el 11 de octu-
bre de 1999, se ve el deseo de potenciar el Tribunal de la Rota Romana,
de modo que el Tribunal de la Nunciatura queda subordinado a aquel; en
concreto, y por lo que a la posibilidad de acudir en segunda instancia a la
Rota Romana, ya no se requiere el previo acuerdo de ambas partes, sino
que basta la voluntad de una de las partes (arts. 37 §1 y 38 §1).
Igualmente, la Rota Romana es, en principio y quedando a salvo las
leyes particulares y «las facultades concedidas por ella misma», único tri-
bunal de apelación en tercera o ulteriores instancias (art. 27 §2 y 124, 2º
de la Pastor Bonus, can. 1444 §1, 2º). En el caso de España, el art. 37 §1
de las Normas de la Rota Española indica en su apartado b) que la Rota
de la Nunciatura «juzga en tercera instancia, con salvedad de los dispues-
to en el art. 38, las causas que fueron juzgadas en segunda instancia por
los tribunales metropolitanos del territorio de España, o por tribunales
interdiocesanos de segunda instancia, o por la misma Rota»; y en el art.
37 §1 c): «en una instancia ulterior, las causas que requieran una nueva
proposición, si proceden de la misma Rota; también si proceden de tribu-
nales metropolitanos o de tribunales interdiocesanos de segunda instan-
cia erigidos con la aprobación de la Santa Sede, con la salvedad de los Índice
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dispuesto en el art. 38».


Una vez establecido el carácter universal de apelación de la Rota ro-
mana, el art. 28 se plantea si «la petición presentada ante la Sede Apostó-
lica» suspende o no el ejercicio de la jurisdicción del juez que ya ha co-
menzado a tratar la causa115. Para analizar esta cuestión que suscita el
art. 28 (can. 1427 §2), hay que considerar el §1 del can. 1417, que indica
que «…cualquier fiel puede llevar o introducir ante la Santa Sede una

114.
Cfr. M.P. Apostolico Hispaniarum Nuntio, arts. 39 y 41, en AAS 39, 1947, p. 161.
115.
Desde un criterio puramente sistemático, y considerando el contenido general de este capí-
tulo I, parece evidente que este art. 28 está absolutamente desubicado, incorporando las mismas du-
das que ya planteaba el §2 del can. 1417.

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causa…en cualquier instancia del juicio y cualquiera que sea el estado en


el que se encuentre el litigio». Según esto, parecería que existe un verda-
dero derecho de todo fiel a solicitar la intervención de la Santa Sede, in-
dependientemente del momento procesal en que se encontrara (ya sea al
inicio o durante el curso del proceso); de este derecho se derivaría la obli-
gación de la Santa Sede de juzgar todas las causas que le llegaran invo-
cando este can. 1417 §1. Pues bien, nada de ello es así: no existe tal dere-
cho por parte de los fieles —el mismo conllevaría graves inconvenientes
desde el punto de vista de la economía procesal, y abriría una «fácil puer-
ta» por la que concretar muchos intentos dilatorios respecto de la trami-
tación que de determinadas causas se fuera haciendo por parte de los tri-
bunales inferiores116—, ni hay tal obligación por parte de la Santa Sede,
sino que lo único que existe —y ello en virtud del Primado de Pedro— es
la posibilidad de que el Romano Pontífice se avoque a sí cualquier causa,
ya sea al inicio del proceso, ya sea en el curso del mismo117.
Si esto no fuera así, no tendría sentido ni el art. 28, ni el can. 1417 §2,
pues en ambos se sienta el principio de que el planteamiento de la susodi-
cha petición a la Santa Sede (la «provocatio») no suspende el ejercicio de
la jurisdicción —y la tramitación— que viniera haciendo el Tribunal que
conoció inicialmente de la causa. En efecto, si el sentido del §1 del can.
1417 fuera distinto al que hemos advertido, habría que admitir que, con
carácter general, la petición hecha al Papa suspendería automáticamente
la jurisdicción del juez inferior.
Por tanto, lo que se afirma es que los fieles tienen derecho a pedir a la
Santa Sede la avocación de una causa, petición que no suspende la trami-
tación, ya que la misma puede ser atendida o no. Si tal petición se aten-
diera —y sólo se hace en situaciones especiales y por motivos graves—,
entonces sí que cesa la jurisdicción del juez, que pasa a ser absolutamen-
Índice
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te incompetente para tramitar la causas, y cuya sentencia sería insana-


blemente nula (can. 1620, 1º).
Esto que venimos afirmando se ha de sostener para la totalidad de las
situaciones, también en los supuestos de apelación ante la Rota Romana
en virtud del art. 27. Por ello, no tiene sentido la expresión con que se ini-
cia este art. 28 —«fuera de la legítima apelación a la Rota Romana de
acuerdo con el art. 27»—, pues parece dar a entender que para estos ca-
116.
Recuérdese que existe una circular de la Signatura Apostólica de 13 de diciembre de 1977
que llama la atención sobre esta cuestión, desaconsejando que se propongan esas demandas ante la
Santa Sede con la finalidad de obstaculizar la tramitación de una causa (vid. AAS 70, 1978, p. 75).
117.
Cfr. GROCHOLEWSKI, Z., Comentario al can. 1417, en Comentario Exegético al Código de De-
recho Canónico, Pamplona 1996, vol. IV/I, p. 760-762.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 97

sos (apelación a la Rota Romana) el criterio sería distinto, lo cual no es


cierto en absoluto.
En este sentido, compartimos plenamente el parecer de Grocholews-
ki, quien, en relación a dicho inciso —y con carácter general para todo
tipo de procesos, no sólo los de nulidad del matrimonio—, indica que «re-
sulta incomprensible, porque no se entiende cómo podría darse apela-
ción a la Santa Sede contra una decisión si un tribunal local ha adquirido
ya la jurisdicción para conocer esa apelación. Y no parece que el canon
quiera afirmar que, en caso de que un juez inferior haya comenzado ya a
conocer la causa en apelación, la demanda de avocación a la Santa Sede
suspende la jurisdicción en ese juez inferior. Parece más bien que ese in-
ciso, referido a la apelación…está aquí fuera de lugar»118. Así es, estaba
fuera de lugar ese inciso del can. 1417 §2, y sigue estándolo el del art. 28
de la DC: hay que seguir sosteniendo —también para las causas de nuli-
dad de matrimonio—, que, en principio y con carácter general, la presen-
tación de la apelación ante la Rota Romana no suspende la tramitación
que se viniera haciendo por parte de un Tribunal inferior, ello salvo que la
Sede Apostólica comunicara al juez que ha avocado a sí la119 causa. En este
último supuesto —si la Sede Apostólica (la Rota Romana) se avocara a
sí la causa—, el tribunal inferior suspenderá la tramitación, lo cual cier-
tamente es una excepción a lo que se indica en el art. 9 §1, 1º —«la incom-
petencia del juez es también absoluta: si la causa pende legítimamente de
otro tribunal (can. 1512, 2º)»—, aunque la misma está prevista en el art. 8
§1, que expresamente alude a esa posibilidad del Romano Pontífice de
avocarse a su juicio una causa.
Es evidente que el supuesto que subyace al artículo es el de una peti-
ción elevada a la Sede Apostólica una vez que ya está en curso la apela-
ción. Ahora bien, teniendo en cuenta el doble mecanismo de interposi-
ción-prosecución de la apelación en la causas de nulidad de matrimonio, Índice
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¿qué ocurriría si, por ejemplo, una de las partes al interponer la apela-
ción ante el tribunal a quo muestra su propósito de proseguirla ante al
Rota Romana, y la otra ante el tribunal de segunda instancia establecido
a tal efecto? El can. 1632 §2 establece que el tribunal que debe conocer de
la causa es el tribunal que, de entre los dos, sea de grado superior, a no
118.
Ibidem, p. 763.
119.
Tanto el can. 1417 como el art. 28 hablan de la «Santa Sede», expresión que se ha de utili-
zar como «Romano Pontífice», ya que el §1 del can. 1417 se está refiriendo al fuero Pontificio, al pri-
mado del Romano Pontífice; ahora bien, cuando en ambas fuentes normativas se hablan de «provo-
catio ad Sedem Apostolicam» no se puede entender como apelaciones directas al Romano Pontífice,
ya que éstas no existen, de modo que lo que hay que entender apelación a la Rota Romana, de hecho
así también se alude expresamente en el propio art. 28.

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98 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ser que a favor del inferior esté el principio de prevención (can. 1415).
Pues bien, este canon es completado con el art. 283, que en su §2 señala
que si una parte apela a la Rota Romana y la otra a otro tribunal de apela-
ción, resolverá la causa la Rota Romana, ello «a salvo lo dispuesto en el
art. el art. 18».
Si la concurrencia de apelaciones se da entre la Rota Romana y la
Rota Española, la competente para conocer de la causa en apelación será
la primera, a no ser que la segunda ya hubiera comenzado a tratar la ape-
lación, lo cual no puede verificarse legítimamente hasta que no hayan
transcurridos los plazos de apelación, ni tampoco si tuvo noticia de la
apelación interpuesta a la Rota Romana (art. 38 §2 de las NRNAE). En
este sentido, «si la Rota Española no puede legítimamente comenzar a
tratar la apelación mientras los plazos para interponerla no se hayan ago-
tado y la Rota Romana sí puede legítimamente comenzar a tratar la ape-
lación antes de expirar esos plazos, prácticamente el principio de preven-
ción solamente opera a favor del Tribunal de la Rota Romana»120.

6. Tribunal colegial y juez único (arts. 30, 48 y 49, y 31)

Según establece el art. 30 §1, las causas de nulidad del vínculo matri-
monial han de ser tratadas por un tribunal colegial de tres jueces (can.
1425 §1); no ocurre así con otras causas matrimoniales, por ejemplo, no
necesitan el tratamiento colegial las causas de separación de los cónyu-
ges (cann. 1692-1696), o las causas para obtener la dispensa del matri-
monio rato y no consumado (cann. 1697-1706), o la declaración de muer-
te presunta (can. 1707), o las declaraciones de nulidad del matrimonio
por vía administrativa, o aquellas causas de nulidad de matrimonio sus-
ceptibles de ser tramitadas por el procedimiento documental (cann. Índice
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1686-1688, arts. 295-299).


La razón ser de la necesaria colegialidad en la constitución del tribu-
nal que tiene que conocer de las causas de nulidad de matrimonio es la
especial relevancia de estas causas, las cuales deben ser tratadas con las
mayores garantías de verdad y de justicia, garantías que se supone se
consiguen de manera más adecuada cuando son varios —no un juez úni-
co— los que las estudian y sentencian121; de esta manera se evita el riesgo
del subjetivismo a la hora de juzgar las causas más delicadas (y las de nu-
lidad del matrimonio lo son). Para ratificar esta disposición se indica que
120.
GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de derecho procesal canónico, Salamanca 2005, p. 405.
121.
Vid. CHIOVENDA, G., Principi di diritto processuale civile, Napoli 1980, p. 404.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 99

queda reprobada toda costumbre contraria (can. 24 §2), y se sanciona


con la nulidad sanable aquella sentencia que hubiese sido dictada por un
número ilegítimo de jueces (can. 1622, 1º, art. 272, 1º)122.
No sería reprobada la costumbre de juzgar estas causas con un núme-
ro superior, ni tampoco sería nula la sentencia, ello a pesar de que se le
asigna al Obispo Moderador —no al vicario judicial, ni al vicario judicial
adjunto, ni al resto de jueces— la facultad de encomendar las causas más
difíciles o de mayor importancia a un tribunal de cinco jueces. Le corres-
ponde, por tanto, al Obispo el juicio de dificultad o importancia de una
causa, por que es él a quien le corresponde encomendar algunas causas
concretas a un número mayor de jueces. Lo que no podrá el Obispo es en-
comendar determinadas causas a un número menor de tres jueces, ya
que estamos ante una prescripción normativa procesal, la cual escapa a
la capacidad de dispensa de los Obispos (can. 87 §1)123.
Con carácter absolutamente excepcional (§3)124, las causas de nulidad
de matrimonio pueden ser encomendadas en primera instancia a un juez
único (can. 1425 §4). Para que esto se verifique se han de dar necesaria-
mente una serie de requisitos:
1º. que exista una verdadera imposibilidad de constituir un tribunal
colegial, ni tan siquiera nombrando a un laico cumpliendo con
las condiciones que establecen el art. 43 §2 y el can. 1421 §2;
2º. sólo mientras y hasta que dure esa imposibilidad;
3º. que exista un permiso de la Conferencia Episcopal125;
4º. ese permiso no puede tener un carácter general ni universal, sino
que va dirigido a un Obispo concreto, en una situación concreta;
5º. ese juez único ha de ser clérigo (diácono, sacerdote, obispo);
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6º. si es posible, debe valerse de la colaboración de un asesor y de un


auditor (aunque si pudiera contar con un auditor es previsible
que la situación de indigencia de personal no sería tan relevante
como para impedir realmente formar un colegio de tres jueces).
122.
Vid. Comentarío a este art. 272, 1º en Título XII, II.2.1.
123.
Cfr. DE DIEGO LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho procesal…, cit., p. 277.
124.
Este carácter excepcional ya aparecía en la Provida Mater Ecclesia, de hecho en su art. 13
§2 indicaba que «en los países de misiones pueden conocerse las causas matrimoniales según ins-
trucciones especiales dadas por la S. Congregación competente»; por tanto, sólo para los países de
misión, y sólo la Congregación podía dar el permiso.
125.
En la publicación que hace el profesor Martín de Agar de las legislaciones de 46 Conferen-
cias Episcopales, sólo 16 habían concedido este permiso (vid. MARTÍN DE AGAR, J.T., Legislazione delle
Conferenze Episcopali complementare al CIC, Milano 1990).

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100 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Si se cumplen todas estos requisitos, y con el permiso de la Conferen-


cia Episcopal el Obispo encomienda el tratamiento de una causa de nuli-
dad a un juez único, éste lógicamente gozará de todas las competencias
que el derecho atribuye al colegio, al presidente o al ponente, es decir, de
todas aquellas competencias necesarias para la instrucción y decisión de
dicha causa.
Como norma general, el tribunal de apelación se constituye de la mis-
ma manera que el de primera instancia. Ahora bien, si en primera instan-
cia la causa de nulidad del vínculo conyugal fue conocida por un juez úni-
co, en segunda instancia, sin embargo, habrá de ser conocida por un
tribunal colegial. Si se compara el can. 1441 §1 y el art. 30 §4 se observa
que éste señala que el tratamiento colegial de la causa en segunda instan-
cia —incluso si en primera instancia se encomendó a un juez único— es
«para la validez»; el can. 1441 §1 no indica el carácter irritante de esta
norma. Es evidente que por vía administrativa no se puede introducir
una norma irritante que vaya más allá de lo que fija el CIC, en concreto el
can. 1622, 1º126, de modo que la sanción sería la misma que cualquier
constitución ilegítima de un tribunal por motivos de números de jueces.
Venimos diciendo que las causas matrimoniales se han de encomen-
dar a un tribunal de tres jueces, siendo excepcional que se encomienden a
un solo juez, ahora bien ¿quién decide qué tres jueces —o qué juez— han
de conocer una causa? Según establece el art. 48, esta facultad es del vi-
cario judicial (can. 1425 §3), ello salvo que para un caso determinado el
Obispo Moderador determine otra cosa (art. 48 §2)127. El vicario judicial
determinará igualmente quién va a hacer de Presidente (lo normal es que
sea él, salvo en las diócesis más grandes con varios vicarios judiciales ad-
juntos y varios jueces). Un dato importante en relación a la constitución
de los turnos por parte del vicario judicial es que el modo de proceder
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debe estar previamente establecido, es decir, debe existir un procedi-


miento que permita conocer con carácter previo cómo se actúa en la for-
mación de los turnos; con ello se evitan sospechas de favoritismos, se eli-
minarán algunas suspicacias en relación con la designación de
determinados jueces para causas concretas, y se garantizará mejor la im-
126.
Cfr. «Communicationes» 11, 1979, p. 146. En el CIC’ 17 la falta del número legítimo de jue-
ces provocaba la nulidad insanable de la sentencia. La Provida Mater Ecclesia de 1936 establecía lo
siguiente: «reprobada toda costumbre contraria y revocado cualquier privilegio en contra obtenido
antes del Código…las causas acerca del vínculo matrimonial están reservadas al tribunal colegial de
tres jueces por lo menos…; y si se diera sentencia quebrando esta prescripción, adolecería de vicio de
nulidad insanable» (art. 13 §1).
127.
En el caso de la Rota Romana y de la Rota de España, es el Decano quien constituye los
turnos (arts 17 y 21 respectivamente).

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 101

parcialidad. La designación-constitución del turno ha de hacerse me-


diante decreto, que debe ser comunicado a las partes.
En la Rota Española el modo de constitución de los turnos es el si-
guiente: «para la primera instancia rotal se sigue orden en los turnos, de
tal forma que el primero conste del decano y de los jueces segundo y ter-
cero; el segundo, de los jueces segundo, tercero y cuarto; el tercero, del
tercero, cuarto y quinto, y así sucesivamente, de tal forma que el turno si-
guiente esté constituido por el segundo de los jueces del turno anterior y
por los dos que le siguen, incluyendo de nuevo al decano con los dos últi-
mos jueces, o con el último y el segundo de los mismos» (art.22); «en caso
de apelación de una sentencia rotal, el turno ad quem es aquel que se
compone de los jueces inmediatamente anteriores a aquellos que compo-
nen el turno a quo» (art. 23). En el caso de la Rota Romana la formación
de los turnos está regulado en el art. 18 de forma parecida, aunque tiene
dos peculiaridades: en primer lugar, que es el Decano —no el Obispo— el
que —«si lo exigen las circunstancias »— puede encomendar alguna cau-
sa a cinco o más jueces, o incluso al conocimiento de todos; en segundo
lugar, también puede el Decano —«si el asunto lo reclama»— encomen-
dar una causa a un turno fuera del orden establecido128.
De acuerdo con el art. 49, una vez designados los jueces y constituido
el turno, el vicario judicial no puede cambiarlos, salvo por causa gravísi-
ma. No estamos aquí ante un supuesto de recusación o de inhibición, o
ante una enfermedad o cualquier otra circunstancia grave que afecte al
juez129, sino que lo prescrito por este artículo mira al ámbito de la volun-

128.
Art. 18 de las Normas de la Rota Romana: «§ 1. Los Turnos procederán según el siguiente
orden: el primero estará integrado por el Decano y por los Auditores segundo y tercero; el siguiente,
por los Auditores segundo, tercero y cuarto; el que va a continuación, por los Auditores tercero, cuar-
to y quinto; y así en adelante, según el criterio de que el Turno subsiguiente esté constituido por el Au- Índice
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ditor que ocupa el segundo lugar en el Turno precedente y por los dos que le siguen, incluyendo al
Decano de nuevo con los dos últimos Auditores, o con el último de ellos y el segundo. § 2. Si se trata
de la apelación a una sentencia rotal, el Turno ad quem es el que está constituido por los Jueces que
preceden inmediatamente al Turno a quo. § 3. Si lo exigen las circunstancias puede constituirse un
Turno de cinco o de más Auditores, o conociéndolo todos; además, si el asunto lo reclama, el Decano
puede encomendar una causa a un Turno fuera del orden establecido. § 4. En el decreto en el que se
constituye un Turno, el Decano debe designar también al Ponente de la causa, que generalmente es el
más antiguo en el cargo. § 5. Si el Juez o el Ponente, por enfermedad o por otra causa justa, se ve im-
pedido de participar en el Turno, sustitúyalo el Decano por otro Auditor».
129.
Las Normas de la Rota Romana recogen este tipo de situaciones, destacando que la sustitu-
ción es reversible, Art. 19: «Siempre que a un Juez impedido le sustituye otro, después, cuando cesa
el impedimento, el primer Auditor puede ser restituido al Turno con decreto del Decano, a no ser que
el sustituto esté implicado en el juicio de una cuestión incidental que por su naturaleza puede influir
en la sentencia definitiva». Art. 20 §1: «El juez que sustituye a otro impedido no puede ser Ponente,
aunque sea más antiguo, mientras permanezca el Ponente designado antes».

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102 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tad del vicario judicial, no a las circunstancias que directa o indirecta-


mente tiene que ver con los jueces designados. Pues bien, es el vicario ju-
dicial el que designa el turno, designación que suele responder a un
mecanismo reglado, pero éste no es libre para cambiar al turno nombra-
do, ya que ello puede afectar al curso de una causa, poniendo en tela de
juicio la imparcialidad del turno —y del propio vicario—, impidiendo
también que los jueces designados actúen con absoluta libertad, respec-
tando únicamente a su conciencia —en donde se debe forjar la certeza
moral suficiente y necesaria para pronunciarse en un sentido u otro— y a
las normas procesales y sustantivas (el derecho matrimonial y la jurispru-
dencia de la Rota Romana)130. En todo caso, y si se verifican esas «cir-
cunstancias gravísimas», se deberá hacer constar dicho cambio en un de-
creto, en el que —aunque no se dice en este art. 49— se habrían de
explicitar los motivos de la sustitución.
Establecida la necesidad de tribunal colegial en las causas de nulidad
de matrimonio, el art. 31 indica lo siguiente: «cuando el tribunal debe
proceder colegialmente, está obligado a dictar decisiones por mayoría de
votos». Se trata de un artículo que tiene una redacción más precisa que el
relativo can. 1426 §1, que establece que «el tribunal colegial debe proce-
der colegialmente, y dictar sentencia por mayoría de votos», lo cual es
cierto en aquellos actos reservados al colegio, y no tiene por qué serlo en
aquellos actos que puede realizar el Ponente y/o el Presidente y/o el Ins-
tructor131. Por ello, el artículo precisa «cuando el tribunal debe proceder
colegialmente», dando a entender que hay actuaciones que en las que no
se requiere tal proceder colegial.
En lo que sí coinciden es en la necesidad de mayoría de votos a la hora
de tomar las decisiones colegiales, mayoría que se entiende ha de ser ab-
soluta (la mitad más uno); eso significa que en los turnos, y a efectos de la
nulidad del matrimonio, el parecer final de cada uno de los jueces no Índice
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puede ser sino «consta» o «no consta», no pudiendo abstenerse; en caso


de duda, y de acuerdo al can. 1060, el pronunciamiento debería ser «no
consta».

130.
Es curioso observar que ni en las Normas de la Rota Romana, ni en las de la Rota Española
se hace mención —ni siquiera en situaciones gravísimas— de esta posibilidad del Decano de cambiar
a los jueces de un turno constituido, y sin el concurso de su voluntad (si ellos se encuentran impedi-
dos por enfermedad o por causas justa, entonces sí que se les puede cambiar, art. 24 NRE, art. 18 §5
NRR). En todo caso, sí que se podría producir esta sustitución por parte del Decano, ello al amparo
del can. 1425 §5.
131.
Vid. comentario a los arts. 45-47, en Título II, II.2.4-6.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 103

II. DE LOS MINISTROS DEL TRIBUNAL

1. Responsabilidades de los obispos como electores de los


miembros del tribunal, y obligaciones generales de éstos
(arts. 33-37)

Antes de entrar en el análisis de los requisitos subjetivos y objetivos,


de las competencias, de los derechos y obligaciones de los distintos
miembros del tribunal, la Instrucción hace un repaso por algunas res-
ponsabilidades particulares de los obispos en cuanto electores de dichos
miembros, así como por algunas obligaciones generales de éstos.

1.1. Nombrar personas idóneas, que trabajen celosamente y con-


forme a derecho (arts. 33-34)

Las causas de nulidad del vínculo conyugal son causas con una espe-
cial complejidad —la que deriva de la necesidad de adentrarse en los en-
tresijos de la personalidad y en el mecanismo de la voluntad de los indivi-
duos, y en su proyección conyugal…— y, al mismo tiempo, especialmente
graves por su repercusión para el bien de la Iglesia en general, y de las fa-
milias y el matrimonio en particular. Por ello, esta actividad eclesial no
puede estar en manos sino de personas oportunamente capacitadas, per-
sonas con un profundo conocimiento y con una relevante experiencia.
El formar ministros de justicia idóneos es una tarea que incumbe pri-
maria y directamente a los obispos diocesanos, que —como recordaba el
Papa en el discurso del 29 de enero de este año 2005 (n. 4)— son «jueces
por derecho divino de sus respectivas comunidades. Es en su nombre en
Índice
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el que los tribunales administran justicia. Por tanto, ellos han de empe-
ñarse en primera persona por procurar la idoneidad de los miembros de
los tribunales..., y han de velar porque se respete en las sentencias una
doctrina sana. Los sagrados Pastores no pueden pensar que la actividad
de sus tribunales es una cuestión meramente técnica, de la cual pueden
desinteresarse, confiándola íntegramente a sus vicarios».
También en la Introducción a la Instrucción se indica que «correspon-
de a los Obispos, como grave deber de conciencia132, procurar que se for-
men adecuada y tempestivamente en el Derecho canónico, ministros de
justicia idóneos para sus tribunales, y que se preparen con una práctica
132.
El art. 21 de la Provida Mater Ecclesia decía «onerada gravemente su conciencia».

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104 Carlos M. MORÁN BUSTOS

oportuna en el foro judicial para instruir con arreglo a derecho y senten-


ciar correctamente las causas matrimoniales».
Estas palabras son repetidas casi literalmente por el art. 33, 1º, que
alude a esta obligación-responsabilidad de los Obispos de formar «minis-
tros idóneos para sus tribunales», mientras que el art. 33, 2º hace referen-
cia a la obligación-responsabilidad también de los seleccionados de des-
empeñar diligentemente sus respectivas obligaciones y con arreglo al
derecho.
De ambas obligaciones se deriva la necesidad que tiene el vicario judi-
cial de rendir cuentas del estado y de la actividad del tribunal, así como el
deber —y la potestad— del Obispo de vigilar sobre la recta administra-
ción de la justicia (art. 38 §3).
Este deber de vigilancia sobre la administración de justicia compete a
los Obispos diocesanos, entre otras cosas, porque son a ellos a quienes
corresponden los nombramientos de los ministros del tribunal, tal como
lo recuerda este art. 34; aunque, no en lo que se refiere a su contenido
esencial, sí que este artículo es nuevo en su literalidad respecto a los cá-
nones del Código, pues se deja claro que todos los miembros del tribunal
son nombrados por el Obispo diocesano, bien de modo directo, o bien a
través de los mecanismos indirectos de la aprobación o de la admisión,
mecanismos con los que el Obispo diocesano despliega ese deber de vigi-
lancia no sólo sobre los miembros del tribunal, también por ejemplo so-
bre los abogados y los procuradores (arts. 105, 112).
En el caso de los tribunales interdiocesanos, esta facultad —que es
una de las más importantes—, compete al «coetus» (al grupo) de Obispos
o, en su caso, a la Conferencia Episcopal (en los supuestos del art. 25, 3º
y 4º), ello salvo en las situaciones de urgencia, en las que el Obispo Mode-
rador puede nombrar los ministros del tribunal interdiocesano, hasta que
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provea el «coetus» o la Conferencia Episcopal.


En las Normas que en 1970 dio la Signatura Apostólica sobre los tri-
bunales interdiocesanos, se indicaba, en su art. 5 §1, que los nombra-
mientos del vicario judicial y de los demás jueces, así como los del pro-
motor de justicia y defensor del vínculo —y sus sustitutos—,
correspondían al grupo de Obispos con la mayoría absoluta de los vo-
tos; a pesar de que estas Normas no están en vigor, la doctrina conside-
ró que esta reserva en lo que al nombramiento se refiere —y la propia
dinámica del mismo— no era contraria a la ley; si quedara alguna duda
es despejada por la referencia expresa de este art. 34. Aunque en el mis-
mo no se alude al «mecanismo» de decisión, se debe mantener el crite-
rio de la mayoría absoluta.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 105

1.2. Obligación de prestar juramento y conocer el derecho matri-


monial-procesal y la jurisprudencia (arts. 35 y 40)
Así lo establece el art. 35, artículo que no tiene paralelos concretos en
el CIC en lo que a los §§ 2 y 3 se refiere. La primera obligación es la de
prestar juramento de que cumplirán su función del modo debido y fiel-
mente (art. 35 §1). Esta obligación de prestar juramento viene estableci-
da en sentido muy amplio, pues incumbe «a todos los que forman parte
del tribunal o colaboran con él»; no sólo, por tanto, a los jueces, también
al defensor del vínculo y al promotor de justicia —y a sus sustitutos—, al
auditor, al asesor, al notario; y también a todos que colaboran con el tri-
bunal, por ejemplo los peritos (psicólogos, psiquiatras, hagiógrafos…),
intérpretes... Todos éstos deben, en consecuencia, prestar juramento de
fidelidad, entendiendo por tal la manifestación y el compromiso público
—poniendo a Dios por testigo— de asumir y desempeñar la tarea que se
les encomienda en comunión con las normas de la Iglesia —en nuestro
caso también con la jurisprudencia— y con sus Pastores. Este juramento
de fidelidad es distinto del juramento «probatorio» que se pide a las par-
tes y a los testigos (cann. 1532 y 1562 §2, art. 167 §2).
Tratándose de una Instrucción, la DC debería haber concretado ante
quién prestar ese juramento, y de qué manera (con qué formalidades). La
única explicitación que se hace en relación a este extremo tiene que ver
con la toma de posesión de los vicarios judiciales (también los adjuntos),
de hecho el art. 40 indica que éstos tienen obligación de hacer profesión
de fe133 y juramento de fidelidad «según la fórmula aprobada por la Santa
Sede»134. Para el resto de miembros del tribunal no se dice nada, de modo
que no sabemos si deben prestar este juramento ante el Obispo o ante el
vicario judicial; en todo caso, lo que sí será necesario es la presencia del
notario que, encargándose de todas las formalidades, levante acta del
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acto realizado, y deje constancia del mismo en los archivos de la curia135.


Una vez prestado el juramento de fidelidad —y en su caso también la
profesión de fe—, todo el ejercicio de su función como jueces, defensores

133.
El can. 833, 5º sólo exige profesión de fe a los vicarios judiciales, no al resto de miembros
de los tribunales; a éstos, es obvio, no se les prohíbe, aunque quizás tampoco se les podría plantear la
profesión de fe en términos de estricta exigencia jurídica, lo cual no significa que no sea ésta una
cuestión a ponderar al momento de la elección, ello por la especificidad de su tarea.
134.
Vid. CONGREGACIÓN DE LA DOCTRINA DE LA FE, Professio fidei et iusiurandum fidelitatis in
suscipiendo officio nomine Ecclesiae exercendo una cum nota doctrinali adnexa, 29.VI.1998, en AAS
90, 1998, pp. 542-551.
135.
Los cann. 1621-1622 del CIC’ 17 eran más explícitos en relación con el modo de realizar
este juramento, también el art. 20 de la Provida Mater Ecclesia.

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106 Carlos M. MORÁN BUSTOS

del vínculo y promotores de justicia debe estar marcado por un conoci-


miento cada vez más profundo del derecho matrimonial y procesal (art.
35 §2), y no sólo del derecho, también de la jurisprudencia de la Rota Ro-
mana136, a quien corresponde velar por la unidad jurisprudencial, y ser-
vir de ayuda con sus sentencias a los tribunales inferiores (art. 35 §3)137.
Esta recomendación que este artículo hace a todos los miembros del tri-
bunal, posteriormente se especifica en el caso de alguno de ellos, en con-
creto, de los vicarios judiciales (art. 42), de los jueces (art. 43 §§ 3 y 4), y
de los defensores del vínculo y promotores de justicia (art. 54).

1.3. Régimen de incompatibilidades (art. 36)

Con carácter parcialmente novedoso, el art. 36 hace referencia a una


serie de incompatibilidades que afectan al vicario judicial, a los vicarios
judiciales adjuntos, y a los defensores del vínculo y promotores de justi-
cia, tanto en el ejercicio de su función en el mismo tribunal cuanto en tri-
bunales entre los que haya subordinación jerárquica, con especial consi-
deración al ejercicio conjunto de las funciones judiciales y de abogado.
De acuerdo con el §1 «el Vicario judicial, los Vicarios judiciales adjun-
tos, los demás jueces, los defensores del vínculo y los promotores de justi-
cia no deben ejercer establemente el mismo oficio u otro de éstos en dos
tribunales conexos por razón de la apelación». Si comparamos este §1
con el art. 1447, vemos que existe alguna restricción no prevista en el
CIC. En efecto, el can. 1447 prohíbe a quien ha sido juez, promotor de
justicia y defensor del vínculo (también procurador, abogado, testigo o
perito) actuar como juez o desempeñar el oficio de asesor en la misma
causa, en otra instancia (el art. 66 §2 añade también «en la misma»); esta
prohibición viene protegida con la sanción de nulidad de los autos y de la
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sentencia («valide»).
El art. 36 §1 amplía aparentemente la prohibición: «el vicario judicial,
los vicarios judiciales adjuntos», y los demás jueces, los defensores del
vínculo y los promotores de justicia no pueden ejercer «el mismo oficio u
otro distinto» —no sólo el de juez o asesor— en dos tribunales conexos
por razón de apelación, bien se trate de la misma causa o de causa distin-
tas. Decimos aparentemente porque el can. 1447 —que se refiere, como
136.
Vid. GROCHOLEWSKI, Z., Problemi attuali dell’attività giudiziaria della Chiesa nelle cause
matrimoniali, en «Apollinaris» 56, 1983, pp. 153-156.
137.
Vid. el n. 4 del Discurso a la Rota Romana de 1983, el n. 6 del de 1984, el n. 5 del de 1992,
el n. 3 del de 1993, en LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos pontificios a la Rota Romana, Pamplona
2001, pp. 142, 149, 192, 194.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 107

el art. 66 a la misma causa— dice «no puede…válidamente», mientras


que el art. 36 §1 dice «no deben». Intentando hacer compatibles ambas
fuentes podemos afirmar que, existiendo las susodichas incompatibilida-
des para todos en términos de recomendación obligatoria (art. 36 §1), tie-
ne carácter de prescripción irritante únicamente en lo que a ser juez o
asesor en la misma causa se refiere, bien sea en la misma instancia (art.
66), bien sea en otra instancia (can. 1447 y art. 66), ya que las incompati-
bilidades que indica la Instrucción no vienen exigidas ad validatem, ni
provocarían la nulidad insanable de la sentencia.
En nuestra opinión, este artículo da categoría de norma a lo que era
una pura exigencia de sentido común: vicario judicial, vicarios judiciales
adjuntos, jueces, defensores del vínculo y promotores de justicia, partici-
pan en el descubrimiento de la verdad procesal desde su concreta posi-
ción institucional y en cumplimiento de la función que le ha sido enco-
mendada, de modo que, para lograr una mayor independencia y libertad,
para evitar abusos, y para proteger a las partes, es más que conveniente
que no ejerzan funciones distintas en dos tribunales conexos por razón de
apelación, ello no sólo en la misma causa138. Ésta ha sido la praxis de la
Signatura Apostólica quien, cumpliendo con su misión de vigilancia so-
bre la recta administración de justicia en la Iglesia (Pastor Bonus art.
124, 1º), ha insistido en que se respete la distinción entre los tribunales
jerárquicamente subordinados, también en lo que se refiere al personal y
a la sede, interviniendo cuando descubre que alguien trabaja en dos tri-
bunales uno de los cuales es superior jerárquicamente al otro139.
El art. 36 §2 establece otra prohibición: los vicarios judiciales (tam-
bién los adjuntos), los jueces, los defensores del vínculo y promotores de
justicia, no pueden desempeñar simultáneamente de modo estable dos
oficios en el mismo tribunal, ello independientemente de si se trata de la
misma causa o de causa distinta. Se trata de una prohibición que es abso- Índice
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lutamente lógica, pues es objetivamente sorprendente —y lo sería más


para los fieles— que un mismo sujeto actuara en un mismo tribunal unas
veces como juez y otras como defensor del vínculo o promotor de justicia.
La única excepción es la que recoge el art. 53 §3 (can. 1436 §1): la misma
persona puede ser defensor del vínculo y promotor de justicia en el mis-
mo tribunal —de acuerdo con el §1 no podrían serlo en tribunales distin-
tos jerárquicamente dependientes—, aunque no en la misma causa.

138.
Vid. comentario del art. 66 en Título III, I.1.
139.
Cfr. DANEELS. F., De tutela iurium subiectivorum: quaestiones quaedam quoad administra-
tionem iustitiae, en AA.VV., Ius in vita et in missione Ecclesiae. Acta Symposii Internationalis Iuris Ca-
nonici, Città del Vaticano 1994, pp. 175-184.

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108 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Con esta prohibición se viene a cubrir una laguna que también contra-
dice el sentido común procesal: el can. 1447 prohíbe a los vicarios judicia-
les, jueces, defensor del vínculo y promotor de justicia ser juez o asesor «en
otra instancia», pero no dice nada de la misma instancia, y podría ocurrir,
sobre todo con ocasión de nombramientos advenedizos, que uno fuera de-
fensor del vínculo y después juez, de hecho así se ha producido en algún su-
puesto; es verdad que la doctrina mayoritaria interpretaba que no pudien-
do actuar en una instancia superior, menos podía hacerlo en la misma
instancia. El art. 36 §2 prohíbe desempeñar dos oficios en el mismo tribu-
nal, independientemente de la instancia que sea, pero dice «simultánea-
mente» («simul»); según eso, uno que era defensor del vínculo, por ejem-
plo, podrá ser nombrado en ese mismo tribunal juez (de hecho el art. 43 §4
recomienda este tipo de situaciones), ya que en ese caso no desempeñaría
ambos oficios «simultáneamente», pero ¿podrá serlo en la misma causa?
Este supuesto no está expresamente recogido ni en el can. 1447, ni en el
art. 36 §1, pero sí en el art. 66 §2, que indica que quien ha intervenido
como defensor del vínculo, promotor de justicia, procurador, abogado, tes-
tigo o perito, no puede definir válidamente la causa como juez —ni desem-
peñar el oficio de asesor—, «en la misma causa o en otra instancia».
El §3 prohíbe a los ministros del tribunal actuar como abogados o pro-
curadores en el mismo tribunal o en otro conexo con él por razón de apela-
ción, ni directamente ni a través otra persona interpuesta. La prohibición
es lógica y evitará ciertos escándalos, aunque en mi opinión la prohibición
se debería extender no sólo entre los tribunales que mantienen una rela-
ción jerárquica: ¿no escandaliza que un juez del tribunal de Madrid sea
abogado de una parte en Cuenca? Parece que sí, sin embargo, no se prohí-
be tal situación. Por otra parte no entendemos la expresión «por persona
interpuesta»; si con ella se refiere a esas situaciones en las que pudiera
existir un pacto privado entre la parte, un patrono de la misma y un miem- Índice
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bro del tribunal, la verdad es que difícilmente se tendrán mecanismos para


entrar en esta situación, que normalmente permanecerá en la intimidad.
En términos generales este art. 36 es muy interesante, pues refleja la
preocupación de la Iglesia por proteger la imparcialidad y la indepen-
dencia de los miembros del tribunal, y por evitar todo tipo de suspicacias
al pueblo fiel en general, y a la partes en particular.

1.4. Imposibilidad de constituir ministros del tribunal distintos


de los del CIC (art. 37)
A modo de cierre de esta primera sección del Capítulo II del Título II
sobre los ministros de los tribunales en general, se fija en este artículo la

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 109

prohibición de constituir ningún ministro del tribunal distinto de los enu-


merados. Si comparamos este artículo con el contenido del art. 36 —y de
los precedentes— vemos que en el fondo es tautológico: una vez realizada
la enumeración de quiénes son los miembros del tribunal, el resto no son,
ni pueden ser constituidos como tal. Esto no quiere decir que no puedan
actuar de una manera u otra en el tribunal; por ejemplo, si vamos a las
Normas de la Rota de España vemos que aparecen los escribientes (art.
12 §2), los cursores y alguaciles (art. 14); éstos no son miembros del tri-
bunal, pero sí que existen y, en cuanto tal, actúan en dicho tribunal.
Al margen de estas figuras «residuales», lo que quiere hacer este artí-
culo es poner fin —o impedir— a la posible tentación de arbitrariedad
por parte del Obispo diocesano en la configuración de funciones y en la
designación de «cargos» dentro del tribunal.

2. El vicario judicial, los vicarios judiciales adjuntos y los de-


más jueces (arts.38-49)

2.1. El vicario judicial y los vicarios judiciales adjuntos (arts. 38-42)

El Obispo diocesano puede ejercer la potestad judicial por sí mismo o


por medio de otros (art. 22 §1, can. 1419 §1), recomendándose que no juz-
gue por sí, sino que debe constituir un tribunal140, a cuyo frente está el vica-
rio judicial141. La constitución de este oficio no es potestativa para el obispo,
sino que es obligatoria («debe nombrar»). Esta obligatoriedad no existe en
los supuestos en los que varios Obispos han constituido un tribunal inter-
diocesano (art. 23); en este caso, existirá un vicario judicial interdiocesano,
que lo será para todas las diócesis que componen dicho tribunal, al que se le
aplicarán todas las disposiciones —debidamente adaptadas— relativas al Índice
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vicario judicial diocesano (art. 39). Ni existe tampoco esta obligatoriedad en


los supuestos de los Ordinariatos personales, o de las misiones sui iuris. El
que no exista esta obligatoriedad no significa que no puedan nombrarlo;
así, por ejemplo, en el caso de los tribunales interdiocesanos existirá un vi-
cario judicial del tribunal, pero ello no significa que cada Obispo no pueda
nombrar también un vicario judicial para cada una de sus diócesis142.
140.
Vid. comentario art. 22 en Título II, I.1.
141.
El can. 1573 del CIC’ 17 le llamaba «Official», auque se tradujo por «Provisor», terminolo-
gía que se mantuvo en la Provida Mater Ecclesia (vid. por ejemplo art. 14). El CIC’ 83 lo llama «vica-
rio judicial» y también «oficial», terminología que repite la Dignitas Connubii.
143.
Así se deduce de una respuesta auténtica sobre el can. 1673, 3º, de 17 de junio de 1986
(AAS 78, 1986, p. 1323), en la que se indica que para que se verifique el fuero del actor, en los supuestos

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110 Carlos M. MORÁN BUSTOS

El vicario judicial goza de una potestad de juzgar que es ordinaria, es


decir, ligada a su oficio (no se concede a una persona por sí misma, sino
en función del oficio, can. 131§1); es una potestad ordinaria vicaria, pues
no se ejerce en nombre propio, sino en nombre de otro (en nuestro caso
del Obispo diocesano); por ser judicial, es una potestad que no se puede
delegar, ello salvo para la realización de actos preparatorios de un decre-
to o una sentencia, debiéndose ejercer de acuerdo a derecho (art. 32 §1).
La obligación es de nombrar «un» vicario judicial, no pudiendo, por
tanto, existir más de uno. Lo que sí puede existir es uno o varios «vicarios
judiciales adjuntos» (art. 41), con la misión genérica de ayudar al vicario
judicial. Los Vicarios judiciales adjuntos, una vez designado el turno para
cada causa, gozan de los mismos poderes y facultades que el vicario judi-
cial a la hora de dirigir el proceso y decretar lo que sea necesario para ad-
ministrar justicia, sin intromisión, sea del Vicario judicial, sea del Obis-
po. La referencia que hace el art. 41 §2 de que «los vicarios judiciales
adjuntos tienen la obligación de actuar bajo la dirección del Vicario judi-
cial» (art. 41 §2), no se refiere a lo que atañe al ejercicio de la potestad ju-
dicial, —por ello se dice «quedando a salvo su libertad de juzgar»—, sino
en todo lo relacionado con cuestiones de la potestad «judicial-administra-
tiva».
Por la especificidad de la potestad de juicio, el vicario judicial ha de
ser alguien distinto al vicario general. La razón de ser de esta incompati-
bilidad está en la naturaleza distinta de ambos oficios (judicial el prime-
ro, administrativa el segundo), y también en la dedicación específica que
requieren cada uno de ellos; esta disposición está en la línea de uno de los
Principios que se establecieron el 1967 como guía del proceso de revisión
del Código, en concreto del n. 7, que indicaba: «distínganse claramente
las diversas funciones de la potestad eclesiástica, es decir, legislativa, ad-
ministrativa y judicial, y establézcanse adecuadamente qué órganos ejer- Índice
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citan cada una de estas funciones»143. En esta línea de incompatibilida-


des, y aunque no se diga nada ni en el CIC ni en la Instrucción, resultaría
chocante la simultaneidad que se pudiera establecer también entre el vi-
cario judicial y otros oficios, por ejemplo con el ecónomo (can. 494), o
con el penitenciario (can. 508), igualmente por la especificidad de ambas
tareas.

de tribunales interdiocesanos, ha de requerirse, no el consentimiento del vicario judicial del tribunal


142.

interdiocesano, sino el del Obispo, ello en caso de que no exista vicario judicial de la diócesis; de ahí
se deduce que sí que cada diócesis de los que forman el tribunal interdiocesano puede tener su vica-
rio judicial.
143.
«Communicationes» 1, 1969, p. 83.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 111

Como excepción a esta incompatibilidad entre los oficio de vicario ju-


dicial y vicario general está el hecho de que la diócesis sea pequeña, o
sean muy pocas las causas que se tramiten144.
El vicario judicial (§2) constituye un solo tribunal con su Obispo, no
pudiendo juzgar las causas que el Obispo se reserve, lo cual es una con-
clusión que se deriva de la naturaleza vicaria de la potestad. Al margen
de estas causas que el Obispo pueda reservarse según su criterio y discre-
ción, hay ocasiones ligadas con la tramitación de las causas matrimonia-
les en las que el Obispo es el único competente para resolver el caso por sí
mismo, o por un delegado. Son los supuestos regulados en los cann. 1449
§ 2 (art. 68 §2) y 1457 § 1 (art. 75 §1). El primero se refiere a la recusación
del Vicario judicial, cuando éste no se abstiene del conocimiento de la
causa a pesar de estar incurso en alguno de los motivos recogidos en el
can. 1448 § 1; la resolución de la recusación es competencia reservada al
Obispo que preside el tribunal, es decir, al Obispo como juez. El segundo
supuesto —que viene a ser concreción del deber de vigilancia que compe-
te al Obispo diocesano sobre la recta administración de la justicia del tri-
bunal (art. 38 §3)—, es la imposición de sanciones a los jueces que han
actuado según las actuaciones reprobadas por el can. 1457 § 1. Las penas
adecuadas que se pueden imponer en estos casos se deciden «en procedi-
miento más bien administrativo que judicial. Si es a los jueces, la autori-
dad competente para imponer la acción punitiva es el Obispo, en los tri-
bunales diocesanos, y el Arzobispo en los metropolitanos» 145; en este
sentido, y con carácter novedoso, el art. 75 §2, aludiendo a ese deber de
vigilancia del Obispo diocesano —o del grupo de Obispo en el caso del
tribunal interdiocesano—, concreta que puede proveer aquellos medios
que considere aptos para tal extremos, «sin excluir, si llegara el caso, la
remoción del oficio». En todos estos supuestos, y a pesar de que el vicario
judicial constituye un solo tribunal con el Obispo, corresponde a éste ac- Índice
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tuar como juez.


Del hecho de que ambos forman un solo tribunal se deriva no sólo que
el vicario judicial no puede juzgar las causas que el Obispo se haya reser-
vado para sí (can. 1420 § 2), sino que se deriva también el que el Obispo,
144.
Tiene razón quien advierte de la oscura redacción del art. 38 §1, sobre todo porque, aten-
diendo a cómo se han puesto las comas, no se sabe si la expresión «a no ser que lo reducido de la dió-
cesis o la escasez de causas aconsejen otra cosa» establece una excepción a la obligación de nom-
brar vicario judicial, o a la obligación de que el vicario judicial sea distinto del vicario general; si,
como parece, la excepción se refiere a que ambos vicarios sean la misma persona, se debería haber
suprimido la coma que hay detrás de vicario general (Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de derecho…,
cit., p. 100).
145.
DEL AMO, L., Comentario al can. 1457, en «CIC Pamplona».

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112 Carlos M. MORÁN BUSTOS

por su parte, no puede reformar ni cambiar las sentencias o las decisio-


nes legítimamente dictadas, según el derecho, por el tribunal al final de
un proceso, pues quedan sometidas al sistema de apelaciones y recursos
previstos por el CIC; así por ejemplo, no podría existir apelación de una
decisión del vicario judicial —y de su tribunal— ante el Obispo, sino que
se han de seguir los mecanismos y la estructura propia de la apelación.
Por último, el §3 recuerda que, en lo que se refiere al ejercicio de la
potestad judicial, el vicario judicial goza de máxima libertad para dictar
sentencia, lo cual —como hemos indicado— también lo garantiza el art.
41 §2 respecto de los vicarios judiciales adjuntos; eso significa que no
debe adaptarse a los criterios que tenga el Obispo, sino que debe decidir
según sus criterios (los cuales deben estar formados en la normativa pro-
cesal y sustantiva, y en la jurisprudencia). Esta libertad se compagina con
la necesidad que tiene de «dar cuenta del estado y la actividad del tribu-
nal diocesano al Obispo», pues a éste le compete vigilar sobre la adminis-
tración de justicia del tribunal. En este sentido, el §3 ha venido a dar ca-
rácter normativo a lo que ya se decía en una Circular de la Signatura
Apostólica —anterior al Código— que hablaba de cómo debían ser las re-
laciones vicario judicial-Obispo: «el Obispo y el Oficial están íntimamen-
te asociados en la administración de justicia, de tal modo que al Obispo
corresponde la vigilancia sobre la disciplina de los jueces y de los minis-
tros de los tribunales…Sin perjuicio de lo que dispone la ley…sobre la
sentencia que ha de dictarse en conciencia, no es lícito al Oficial sustraer-
se a la dirección del Obispo, antes bien, debe dar cuenta al Obispo de
cuanto sucede en el tribunal y trasladarle, cuando así lo pida, las actas de
una causa y una copia de las sentencias dictadas»146.
Ese «rendir cuenta» tiene mucho que ver con el hecho de que el vicario
judicial, además de la potestad judicial, tiene también potestad administra-
tiva sobre su tribunal, de hecho existen muchas actuaciones que le compe- Índice
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ten al vicario judicial y que se sitúan en este ámbito administrativo147.

2.2. Requisitos subjetivos para ser vicario judicial, vicario judi-


cial adjunto y jueces (arts.42-43)
La discrecionalidad del Obispo en la elección del vicario judicial o del
vicario judicial adjunto tiene como límite la verificación en el candidato
146.
S.T SIGNATURA APOSTÓLICA, Circular de 24 de julio de 1972, en «Periodica» 62, 1973, nn. 2 y
4, p. 588.
147.
Por ejemplo, la designación de los jueces que forman el turno encargado de juzgar una
causa (can. 1425 §3, art. 48 §1), la notificación de la sentencia al Ordinario del lugar en que se cele-
bró el matrimonio para que la ejecute (can. 1685, art. 300 §1)…

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 113

de una serie de requisitos (art. 42): han de ser sacerdotes, de buena fama,
doctores o al menos licenciados en derecho canónico, y con no menos de
treinta años; a ello se añade la recomendación de que tenga experiencia
forense. Estos requisitos no son exigidos para la validez del nombramien-
to, no pudiéndose tener por inválido el nombramiento recaído sobre al-
guien que no fuera portador de alguno de estos requisitos148. En relación
con esta cuestión, recuérdese que cabe la dispensa de la Signatura Apos-
tólica (art. 124, 2º Pastor Bonus), no la del Obispo diocesano, pues éste
no puede dispensar una ley procesal como es el can. 1420 §4 (can. 87 §1).
El primero de los requisitos, por tanto, es que sea sacerdote, no siendo
suficiente que sea diácono; es indiferente si se trata de un sacerdote dio-
cesano o de un religioso, aunque en este último caso debería contarse con
la autorización del Superior —sobre todo en los supuestos de Institutos
religiosos de derecho pontificio—, de hecho el can. 671 indica —en línea
con P. O. 20b— que un religioso no acepte un oficio fuera de su propio
Instituto sin contar con la licencia del Superior legítimo. Evidentemente,
podrá ser también Obispo, lo cual pudiera verificarse —sin contravenir el
art. 38 §2— en los casos en que el Obispo auxiliar fuera también vicario
judicial, aunque en este supuesto habría que respetar también la reco-
mendación del art. 38 §1 de que no fuera vicario general.
El segundo de los requisitos es que sea «de buena fama»149, ello a jui-
cio del Obispo diocesano, que es el que debe analizar la fama del candida-
to150. La fama, en una primera aproximación, hace referencia a aquella
«opinión acerca de la excelencia de un sujeto en su profesión o arte»151.
Sin embargo es algo más: no se reduce a la profesión o arte, se refiere al
prestigio moral que una persona merece socialmente, tanto en su con-
ducta pública como en la privada. Esta exigencia revela la importancia
que se le quiere dar al oficio que están llamados a desempeñar, oficio que
no implica sólo condiciones intelectuales, sino que presupone y exige una Índice
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serie de cualidades muy relevantes desde el punto de vista moral. Al igual


que en el caso de los jueces (art. 43), y del promotor de justicia y del de-
fensor del vínculo (art. 54) —incluso del notario (art. 63)—, la cualidades

148.
Quizás con la única excepción del primero de ellos, sobre todo si no hubiera recibido el sa-
cramento del orden sacerdotal.
149.
Esto también es exigido para los jueces (can. 1421 §3, art. 43 §3), para el promotor de jus-
ticia y para el defensor del vínculo (art. 54, can. 1435), incluso para los notarios (art. 63, can. 483 §2).
150.
Como ocurre con el can. 1420 §4, también la traducción castellana ha suavizado el original
latino, pues en éste no se habla de «buena fama», sino «de fama íntegra», lo cual es evidente que es
muy distinto. El can. 1573 §4 traducía la misma expresión «integrae famae» por «de fama intacha-
ble», que seguramente responde más al original que «de buena fama».
151.
CASARES, J., Diccionario ideológico de la lengua española, Barcelona 1973.

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114 Carlos M. MORÁN BUSTOS

morales exigidas no pueden considerarse sin más como simples concep-


tos indeterminados sin contenido objetivo alguno, como si no se preten-
diera, al recogerlos en la norma incidir en la elección. No es así, y de he-
cho, para evitar ciertos riesgos a la hora de proveer los oficios, el can. 149
§2 ha recogido la rescindibilidad de todo nombramiento hecho a favor de
quien carece de las cualidades requeridas por el derecho universal o par-
ticular.
El tercero de los requisitos es que sean «doctores o al menos licencia-
dos en derecho canónico». El CIC’17 indicaba que el vicario judicial y los
vicarios judiciales adjuntos, habían de ser «doctores o al menos «peritos»
en derecho canónico (can. 1573 §3). El CIC’83 y la DC parecen elevar el
nivel de exigencias a este respecto, pues ambos indican que sean doctores
o al menos licenciados en derecho canónico. El requisito de esta titula-
ción debe ser condición necesaria —no puede ser dispensado por el Obis-
po diocesano, ya que estamos ante una ley procesal152—, pero no suficien-
te, para ejercer la función de vicario judicial o de vicario judicial adjunto
—y también de juez—, ya que su posesión permite presumir que se ha de-
dicado un tiempo a una formación específica, que se tienen los conoci-
mientos teóricos, no sólo de derecho matrimonial y procesal, sino de
otras materias que bien pueden ser muy necesarias en el ejercicio de las
susodichas funciones. Ahora bien, los títulos, por sí, no son quienes juz-
gan, sino las personas que los poseen, a las que hay que exigir además el
bagaje de una experiencia en el ámbito forense; por ello merece un juicio
muy positivo el que se recomiende encarecidamente no nombrar vicario
judicial o vicario judicial adjunto a quien no tiene una experiencia en el
ámbito forense (art. 42 §2)153. Esta experiencia forense debería incluir
también el saberse manejar por los conceptos de las ciencias de la psico-
logía y la psiquiatría, ciencias con las que tendrá que entrar en un diálogo
constante, a las que acudirá con carácter instrumental para que le «ayu- Índice
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den» en el proceso de conocimiento de la verdad.


El último de los requisitos es que no tengan menos de treinta años de
edad. Evidentemente se trata de un requisito que está relacionado con los
anteriores, pues la fama íntegra, los conocimientos intelectuales, y la ex-
periencia forense se adquieren y corroboran con el paso de los años. En

152.
Sobre la cuestión de la dispensa del requisito de los títulos académicos vid. GROCHOLEWS-
KI,Z., Comentario…, cit., pp. 778-780.
153.
El art. 3 de las Normas de la Rota Española, además de indicar como requisitos que sean
españoles, sacerdotes de edad madura, doctores o al menos licenciados en derecho canónico y muy
esclarecidos por su honestidad de vida, prudencia, indica que destaquen también por su «jurisperi-
cia».

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 115

las Normas de la Rota Española se habla de «edad madura» como requi-


sito para ser Juez, lo cual no deja de ser un concepto indeterminado;
aquí, al igual que en el Código (can. 1420 §4), se ha querido ir a un crite-
rio objetivo más o menos prudente, sobre todo si se compara con la edad
requerida para otro tipo de oficios; en todo caso, y para supuestos parti-
culares, existe la posibilidad de solicitar la dispensa a la Signatura Apos-
tólica (art. 124, 2º Pastor Bonus).
Además de repasar los requisitos para ser vicarios judiciales y vicarios
judiciales adjuntos, el art. 42 §3 indica que éstos no cesan en su cargo du-
rante el periodo de sede vacante, ni pueden ser removidos de su cargo
por el Administrador diocesano —aunque éste sea el mismo Obispo que
los ha nombrado—, lo cual marca una diferencia sustancial respecto del
resto de vicarios (can. 481), y responde al hecho de que el derecho a la tu-
tela judicial efectiva que tienen los fieles (can. 221) es de tal naturaleza
que su ejercicio no se puede ver suspendido ni tan siquiera por el hecho
de quedar vacante la sede episcopal, pues ello les ocasionaría un grave
perjuicio; esta disposición deja entrever la calidad del oficio, y la delica-
deza con que la Iglesia intenta garantizar su correcto desempeño, de
modo que no se pueda ver nadie objetivamente perjudicado pues una
cuestión que le sea ajena. Lo que sí podrá hacer el Administrador dioce-
sano es nombrar vicario judicial o vicario judicial adjunto en caso de que
estos oficios estén vacantes, ya que tiene las mismas facultades que las
del Obispo diocesano, salvo las excluidas por el derecho (can. 427 §1). En
todo caso, el vicario judicial y el vicario judicial adjuntos deben ser con-
firmados por el nuevo Obispo (can. 1420 §5).
¿Y los jueces? Además del vicario judicial, y de los posibles vicarios ju-
diciales adjuntos, para que exista el tribunal que debe constituir el Obis-
po diocesano, se requiere que se proceda al nombramiento de jueces. A
Índice
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ellos se refiere el art. 43, cuyo nombramiento —igual que ocurría con el
vicario judicial— viene establecido en términos de obligatoriedad, lo cual
en parte se explica por el hecho de que las causas de nulidad de matrimo-
nio requieren para su conocimiento que se constituya un colegio de tres
jueces —excepcionalmente de cinco (art. 30)—, así como el hecho, sobre
todo en determinadas diócesis, de dar respuesta adecuada al número de
causas que se sustancian; además de ello, hay que tener también en cuen-
ta la posibilidad de abstención del propio juez y/o recusación de la parte
(cann. 1448 §1 y 1449 §1, arts. 67 §1 y 68 §1), y la consiguiente necesidad
reemplazar al juez.
En relación al número de jueces a nombrar por el Obispo, Benedicto
XIV indicó que un mínimo de cuatro, el can. 1574 §1 del CIC’ 17 indicaba

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116 Carlos M. MORÁN BUSTOS

que «no más de doce», mientras que el ni el CIC ‘83 ni la Instrucción Dig-
nitas Connubii no hace referencia alguna al número de jueces; lo lógico
es que el número dependa del tipo de diócesis, de sus posibilidades, de
sus necesidades154.
Por lo que respecta a los requisitos para ser juez, el primero de ellos es
el de ser clérigo; a diferencia de lo que ocurre con el vicario judicial y los
vicarios judiciales adjuntos, no se requiere ser sacerdote (art. 42 §1), de
modo que también los diáconos podrían ser jueces. Este requisito está es-
tablecido para la generalidad de los casos, sin embargo, excepcionalmen-
te —y si se verifican algunas condiciones— también los laicos pueden ser
nombrados jueces (art. 43 §2).
Esta cuestión no es únicamente práctica, sino que tiene un profundo
calado teológico relacionado con el ejercicio de la potestad jurisdiccional
por parte de los laicos (cann. 129, 145, 274 §1, 228 §1). Sin entrar en de-
bates doctrinales relacionados con la fundamentación de la potestad judi-
cial, desde el punto de vista práctico hay que someterse a las prescripcio-
nes del Código (can. 1421 §2) y de la Instrucción (art. 43 §2). En primer
lugar, se requiere de un permiso de la Conferencia Episcopal, permiso
que puede ser general o particular, esto es, circunscrito a un caso concre-
to155. No existe una situación objetiva de necesidad de obligue a la Confe-
rencia Episcopal a otorgar este permiso, como se decía en el art. V §1 del
M. P. Causas Matrimoniales156, sino que la Conferencia Episcopal será la
que analice las condiciones de necesidad o no, y también la que decidirá
el otorgamiento o no de dicho permiso. Una vez verificada la situación de
necesidad, y otorgado el permiso, éste debería estar en función de la per-
sistencia o no de la susodicha situación de indigencia en lo que a encon-
trar jueces clérigos se refiere, de modo que si existen clérigos que pudie-
ran juzgar las causas, no deberían asignarse a jueces laicos; si se quiere
que sea de otro modo se debería haber indicado, pero si no se ha hecho Índice
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hay que someterse a lo que ha legislado, y lo legislado es lo que acabamos


de comentar.

154.
Cfr. DE DIEGO LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho…, cit., p. 274.
155.
Cfr. «Communicationes» 10, 1978, p. 231.
156.
Vid. AAS 63, 1971, pp. 441-446; El M. P Causas Matrimoniales permitió a las Conferencias
Episcopales nombrar varios laicos para el oficio de juez —en Colegio, con dos clérigos—, en su art. V
§1. Las misma facultad se concedió para las Iglesias orientales en el M. P. Cum Matrimonialium, de 8
de septiembre de 1973, en su art. V §1: en efecto, en caso de no ser posible la constitución de un cole-
gio formado íntegramente por tres clérigos, el Patriarca o Arzobispo Mayor, oído el Sínodo perma-
nente, podía facultar para que uno de los tres jueces fuera un varón laico (vid. AAS 65, 1973, pp. 577-
581).

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 117

Y aun verificándose esa situación de necesidad que llevó a la Conferen-


cia Episcopal a otorgar el permiso, se debe tener en cuenta que no podrán
ser nunca jueces únicos, sino que únicamente podrán formar parte del co-
legio; sólo uno de ese colegio podrá ser laico, no más, de modo que el resto
habrá de ser clérigo (con ello se vendría a evitar una posible mayoría abso-
luta contraria a quien tiene la condición de clérigo). La cuestión que cabría
plantearse es si sería nula la sentencia dictada por un juez único laico, o
por un colegio en el que hubiera dos laicos; la cuestión es discutida: para
unos sería nula en función del can. 1620, 2º157, otros parecen decantarse
por una solución distinta158. Lo que sí es más común es considerar que este
eventual juez laico podrá ser Ponente del turno, pues no existen motivos
fundados para mantener otro criterio; lo que no podría ser es Presidente
del turno, ya que a éste lo corresponden una serie de facultades que —re-
bus sic stantibus— serían imposibles de asumir por un laico159.
Al margen de ser clérigo —requisito establecido para la generalidad
de los casos—, el §3 del art. 43 alude a otros requisitos necesarios para
ser juez: buena fama, doctores o al menos licenciados en derecho canóni-
co. A todos estos requisitos —comentados ya al hablar de los vicarios ju-
diciales— habría que añadir lo que estable el can. 149 §1: la necesidad de
estar en comunión con la Iglesia y dotado de aquellas cualidades que se
requieren para ese oficio por derecho universal o particular; esto es exigi-
do como requisito para todos los miembros de los tribunales.
Por último, el §4 introduce como novedad muy loable la recomenda-
ción de que no se nombre juez a quien no haya ejercido otro cargo en el
tribunal durante un tiempo razonable, lo que viene a ser una concreción
para el caso de los jueces de la recomendación general de los arts. 33, 1º,
35 §3. En la mayoría de los casos, los otros cargos más acordes con la
preparación necesaria para poder ser con posterioridad juez serán los de
defensor del vínculo y promotor de justicia. Índice
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2.3. Estabilidad de los nombramientos (arts. 44 y 49)


En cualquier oficio eclesiástico, tal como se deriva del can. 145, se re-
quiere de una estabilidad. Dicho canon se refiere a una estabilidad objeti-
va, esto es, la propia del oficio con independencia de su titular; ahora bien,
157.
Cfr. GROCHOLEWSKI, Z., Comentario.., cit., pp. 784-785.
158.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de derecho…, cit., pp. 103-105.
159.
Por ejemplo, siempre que se pueda, debe presidir el tribunal colegial el vicario judicial o el
vicario judicial adjunto, que ha de ser sacerdote (can. 1420 §4, art. 42 §1); el presidente tiene una se-
rie de potestades sobre los otros miembros del turno, que serían sacerdotes (por ejemplo los cann.
1428 §1, 1429, 1609 §§1 y 3).

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118 Carlos M. MORÁN BUSTOS

a nadie se le escapa que parece deseable que el titular de un oficio perma-


nezca como tal de un modo estable, para que pueda desarrollar sus funcio-
nes con competencia y profesionalidad. Es indudable que la permanencia
en el desempeño de un oficio favorece la pericia en el ejercicio de las misio-
nes encomendadas. En el ámbito procesal esta estabilidad es un medio
apto para conseguir una coordinación y eficacia, así como una unidad de
criterio respecto del resto de ministros del tribunal. En el caso del ejercicio
de la potestad de juzgar, un elemento necesario para garantizar la impar-
cialidad judicial es la estabilidad del cargo; si el desempeño de un oficio
como el de juez es provisional, o si depende de una serie de circunstancias
absolutamente discrecionales o arbitrarias, lo primero que se ve dañado es
la imparcialidad de juez, y la propia estabilidad del tribunal. Pues bien,
este artículo permite afirmar que los oficios de vicario judicial, vicarios ju-
dicial adjunto, y juez han de tener una estabilidad que hace de garante de
una imparcialidad objetiva en el ejercicio de sus funciones, y de una estabi-
lidad en el funcionamiento del tribunal, así como una tramitación de las
causas en la que no caben los imprevistos derivados de los cambios repen-
tinos e injustificados de jueces, lo que no dejaría de dañar a los justiciables.
Una primera expresión de esta estabilidad es que su nombramiento se
realiza para un tiempo determinado, no pudiendo ser removidos durante
el mismo si no es por causa legítima y grave, ello salvadas las situaciones
de pérdida del oficio que prevén los cann. 184ss. Es decir, ni pueden ser
nombrados sine die, o de por vida, ni puede ser removidos arbitrariamen-
te. El nombramiento por un periodo de tiempo también permite que el
Obispo tenga más libertad a la hora de proceder, una vez cumplido el pla-
zo, a un cambio de personas; obviamente, cumplido ese plazo también se
puede renovar el nombramiento.
A la hora de concretar este concepto indeterminado de «causa grave»
nos podemos referir a situaciones como las que se describen en los cann. Índice
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1454-1457, o aquellas a las que se refiere el art. 67 (can. 1448 §1): causas en
las que medie parentesco de consanguinidad o afinidad en cualquier grado
de línea recta y hasta el cuarto grado de línea colateral, o aquellas otras en
las que exista una relación de tutela, curatela, amistad íntima, aversión
grande, obtención de lucro o prevención de daño, o «en la que pueda recaer
sobre él cualquier otra sospecha fundada de acepción de personas»160.
Un apunte más en relación a este requisito de «causa grave» para pro-
ceder a la remoción de los oficios citados, apunte que es extensible al res-
160.
Vid. comentario art. 67, en Título III, I.2. Algunos remiten a las situaciones que dar lugar a
los procesos de remoción de párrocos (cann. 1740-1744), aunque más ajustadas a la actividad judi-
cial son las que hemos referido.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 119

to de los ministros del tribunal. Hemos visto que para esos oficios se pre-
cisaban de unos requisitos; pues bien, el can. 149 §2 indica que la
provisión de un oficio eclesiástico hecha a favor de quien carece de las
cualidades requeridas, solamente es inválida cuando tales cualidades se
exigen expresamente para la validez de la provisión por el derecho uni-
versal o particular; en otro caso, es válida, pero puede rescindirse por de-
creto de la autoridad competente o por sentencia del tribunal administra-
tivo. Es decir, es deseo del legislador universal que la persona destinada a
ejercer determinadas funciones —en concreto, vicario judicial, vicario
judicial adjunto, juez, y también sería esto aplicable al resto de miembros
del tribunal, especialmente al defensor del vínculo y al promotor de justi-
cia— reúnan una serie de requisitos que garanticen el idóneo desempeño
de su función. Pero puede ocurrir que el acto de provisión del Obispo no
se ajuste a las exigencias de la norma universal, tampoco en lo que a los
requisitos subjetivos se refiere. En tal caso, el nombramiento será válido
—si quedan salvados los requisitos de validez— aunque puede ser ilícito
y, por ello, rescindible en vía administrativa o judicial.
Sabemos que los vicarios judiciales y los vicarios judiciales adjuntos no
cesan en periodo de sede vacante, ¿y los jueces? Aunque el art. 44 reenvía
al art. 42 §3, lo cierto es que éste sólo hace referencia a los dos primeros,
no a los jueces; a pesar de ello, y dado que lo que se pretende evitar en
este caso sería igual que lo que se invoca en el caso de los vicarios judicia-
les —evitar la paralización de las causas, lo que perjudicaría gravemente a
los fieles—, se puede sostener que tampoco cesarían en su oficio durante
ese periodo de sede vacante; téngase en cuenta que si no fuera así, muchas
causas, a pesar de la disposición del art. 42 §3, quedarían igualmente para-
lizadas, ya que es común en los tribunales ver los turnos formados por jue-
ces que no son vicarios judiciales, o vicarios judiciales adjuntos.
Esta estabilidad e independencia no se manifiesta sólo en el nombra- Índice
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miento, en el hecho de que no pueden ser removidos si no es por causa legíti-


ma y grave, sino que se pone de relieve también en que, una vez designados
como jueces para una causa concreta, el vicario judicial —que es el encarga-
do de llamar por turno al colegio de jueces (art. 48 §1)— no puede cambiar-
los si no es por una causa gravísima, que ha de hacer constar en el decreto.

2.4. Actos del Colegio (art. 45)


Los artículos 45-47 son algunos de los que merecen un juicio más po-
sitivo de toda la Instrucción, sobre todo desde el punto de vista práctico,
pues vienen a clarificar cuáles son las funciones que corresponden a cada
tipo de juez, estableciéndose un elenco que será muy útil y clarificador

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120 Carlos M. MORÁN BUSTOS

para quienes trabajan en los tribunales, y también para quienes se rela-


cionan con ellos, especialmente abogados y procuradores.
En concreto, este art. 45 establece un elenco de cuáles con las atribu-
ciones encomendadas al Colegio de jueces. No se trata de entrar en este
momento en el análisis de cada una de ellas, sino que nos limitamos por
el momento a dejar constancia de que estas actuaciones son competencia
del Colegio. Pues bien, algunas de estas facultades que corresponden al
Colegio de jueces en cuanto tal, se derivan de la necesidad de que las cau-
sas matrimoniales sean conocidas por un tribunal colegial (art. 30), en
concreto las siguientes:
(1º) decidir la causa principal (art. 30 §1); ello salvo que se den las
circunstancias que hagan encomendar la causa a un juez único
(art. 30 §3);
(7º) establecer, por una razón grave, un plazo mayor de un mes para
dictar sentencia (art. 249 §5, can. 1610 §3);
(8º) imponer, si se diera el caso, una prohibición de acceso a nuevas
nupcias (arts. 250, 3º y 251);
(9º) establecer las costas judiciales y resolver el recurso contra el
pronunciamiento acerca de las costas y de los honorarios (arts.
250, 4º y 304 §2, cann. 1611, 1649 §2);
(10º) corregir el error material en el texto de la sentencia (cf. art. 260,
can. 1616 §1);
(11º) proceder a confirmar mediante decreto la sentencia a favor de
la nulidad de primera instancia, o decretar su pase a proceso or-
dinario (art. 265 §1, can. 1682 §2);
(12º) pronunciarse sobre la nulidad de la sentencia (arts. 269, 274 §1,
275, 276 §2, 277 §2);
Índice
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(13º) realizar otros actos procesales que el colegio se haya reservado o


que se le hayan remitido; este número deja claro que la enumera-
ción que hace el artículo no es exhaustiva, ni se ha considerar algo
cerrado, sino que el Colegio tiene potestad para reservarse a sí la
realización de otras actuaciones a lo largo del proceso.
Pero además de estas atribuciones del Colegio derivadas de la necesa-
ria colegialidad en el conocimiento de las causas matrimoniales, hay que
llamar la atención sobre la reserva que la Instrucción hace a favor del Co-
legio de una serie de actuaciones que anteriormente eran competencia
del juez que había dictado la resolución que se pretende impugnar; en
este sentido, son novedosas las siguientes reservas de atribuciones a favor
del Colegio:

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 121

(2º) resolver la cuestión de incompetencia (art. 78 §1); el can. 1460 §1


indica que si la excepción de se propone contra la competencia de
juez, la decisión corresponde al mismo juez; en realidad la novedad
viene dada por el hecho de que la competencia es del tribunal —del
turno—, no del juez, lo que explica que sea el propio Colegio quien
resuelva la excepción de incompetencia, no teniendo sentido que lo
haga un juez, ya que no se presenta contra uno sino contra el turno;
(4º) resolver el recurso contra el decreto del Presidente o del Ponente
que fija la fórmula de dudas (art. 135 §4); el can. 1513 §3 atribuye
la resolución de este recurso al mismo juez que dicto el decreto fi-
jando la fórmula de dudas; seguramente la novedad responde al
hecho de proteger con una mayor objetividad e imparcialidad un
acto tan importante como la fijación de la fórmula de dudas, lo
cual se consigue seguramente mejor con la participación de todo
el Colegio; el problema que veo es que el can. 1513 indica que la
cuestión se resuelva «expeditissime», lo cual es más difícil de con-
seguir si la decisión es del Colegio que si es del Presidente o del
Ponente que dictó el decreto;
(5º) resolver el recurso contra el decreto de inadmisión de las pruebas
propuestas; el can. 1527 §2 indica que «si una parte insiste en que
se admita una prueba rechazada por el juez, el mismo juez ha de
decidir la cuestión con toda rapidez»; seguramente muchos consi-
derarán acertado el que no sea el mismo juez que dictó el decreto
de inadmisión de pruebas —o de alguna de las propuestas—
quien tenga que analizar sobre un eventual recurso, ya que con
ello queda mejor protegida la imparcialidad; el problema, una
vez más, será que difícilmente la resolución se podrá tomar de
manera «expeditissime», lo cual en este caso es más grave, ya que
este tipo de recursos son muy frecuentes. Índice
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Este elenco se completa con el n. 3º, que reserva al Colegio resolver el


recurso interpuesto ante él contra el rechazo de la demanda —ello tanto
si el rechazo lo decretó el Presidente como si no, pues el primer caso iría
al Colegio al que pertenecía el Presidente, y en los demás, a apelación,
pero también a decidir por turno—, y con el n. 6º, que reserva la decisión
de las cuestiones incidentales también al Colegio (arts. 217-228).

2.5. Actos del Presidente del Colegio (art. 46)


De entre los miembros del Colegio, el cargo más representativo es el de
Presidente, que ha de ser el «vicario judicial o el vicario judicial adjunto, o,
si no fuera posible, un clérigo del colegio designado por uno de ellos (can.

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122 Carlos M. MORÁN BUSTOS

1426 § 2)». Es decir, es el propio vicario judicial quien, cumpliendo con su


función de constituir el turno (art. 48), determina quién va a ser el Presi-
dente, pudiendo perfectamente —de hecho es muy habitual— nombrarse a
sí mismo, o nombrar a un vicario judicial adjunto, o a cualquiera de los
jueces del Colegio. Lo que no puede hacerse es nombrar Presidente del Co-
legio a un laico, sino que expresamente —no se hacía así en el CIC— se in-
dica que ha de ser clérigo; con ello se viene a dar carácter normativo a una
serie de respuestas de la Signatura Apostólica, en las que se viene a dejar
claro que, considerando las facultades del Presidente del turno, y teniendo
en cuenta que éste viene a ejercer una cierta potestad sobre el resto de jue-
ces, no es lógico que esta función sea desempeñada por un laico161.
Como hemos comentado, parece normal que el Presidente sea el pro-
pio vicario judicial, o el vicario judicial adjunto, pues es lógico que sean
ellos quien dirijan el proceso, y quienes realicen todas aquellas atribucio-
nes que competen al Presidente del turno. Es verdad, como ha puesto de
relieve algún autor, que esta normativa también puede dar lugar a abusos,
sobre todo en aquellas diócesis pequeñas, en las que sistemáticamente el
Presidente —que normalmente también será el Ponente— sea siempre el
vicario judicial, pues en muchos casos se puede correr el riesgo de conver-
tir al resto de jueces en simples ayudantes que deben apoyar la decisión
del vicario judicial, que es su superior en el tribunal, «pudiendo ser vistas
con malos ojos, cuando no abortadas, las posibles opiniones contrarias
que legítimamente deberían poder manifestarse (can. 1609 §4)»162.
El §2, con muy buen criterio, ha elencado distintas atribuciones del
Presidente del Colegio en cuanto tal, independientemente de si, además,
es Ponente y/o Instructor. En relación a este elenco, indicar que no tiene
carácter taxativo sino que el propio Presidente puede realizar otros actos
que no estén reservados ipso iure al Colegio, o que éste no se reserve ex-
Índice
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presamente. Además de ello, hay que indicar que, por una parte, muchos
de ellos no son exclusivos del Presidente, sino que también los puede rea-
lizar el Ponente, en concreto los nn. 2º, 7º-16º, 18º, 21º; y por otra parte,
le competen también al Presidente otras atribuciones que están reserva-
das por el CIC al juez, sin especificar si es Presidente o no.
Dicho esto, la lista de atribuciones que corresponden al Presidente del
Colegio son las siguientes:
161.
Vid. comentario art. 43 en Título II, II.2.2. El que fuera Prefecto de la Signatura Apostólica cita
algunas respuestas en este sentido: Decreto de 25 de noviembre de 1988, n. 5, prto. n. 20.045/88 VT; litt.,
12 de enero de 1989, prot. n. 19.797/88 VT; litt. 27 de abril de 1993, prot. n. 24.242/93 VT; litt. 30 de abril
de 1993, prot. n. 24.001/93 VT; citados todos ellos por GROCHOLEWSKI, Z., Comentario…, cit., p. 785, n. 9.
162.
DE DIEGO LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho…, cit., p. 279.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 123

1º. nombrar al Ponente y sustituirlo por otro cuando haya causa justa
(art. 47); recordar que se puede nombrar a sí como Ponente; si el
vicario judicial no es Presidente, no puede nombrar al Ponente;
2º. nombrar al auditor o, con justa causa, delegar, para ese acto, a
una persona idónea a fin de que interrogue a una parte o a un
testigo (arts. 50 § 1; 51); también lo puede hacer el Ponente;
3º. resolver la excepción de sospecha contra el defensor del vínculo,
el promotor de justicia u otros ministros del tribunal (art. 68 § 4);
4º. ejercer la vigilancia sobre los asistentes al juicio de acuerdo con
los cann. 1457 § 2; 1470 § 2; 1488-1489 (arts. 75 § 1; 87; 111 § 1;
307 § 3);
5º. admitir o designar al curador (arts. 99 § 1; 144 § 2);
6º. proveer, respecto a la actuación del procurador o del abogado, con
arreglo a los arts. 101 §§ 1, 3; 102; 105 § 3; 106 § 2; 109; 144 § 2;
7º. admitir o rechazar la demanda y citar a juicio a la parte deman-
da de acuerdo con los arts. 119-120; 126; el can. 1677 §1 hacía
referencia al Presidente o al Ponente, indistintamente; ahora, la
DC reserva la citación al Presidente;
8º. cuidar de que el decreto de citación a juicio se notifique inme-
diatamente, y también, si fuera el caso, convocar mediante nue-
vo decreto a las partes y al defensor del vínculo (arts. 126 § 1;
127 § 1); estos artículos hablan también del Ponente;
9º. decretar que el escrito de demanda no debe darse a conocer a la
parte demandada, antes de que declare en el juicio (art. 127 § 3);
también lo puede hacer el Ponente;
10º. proponer y establecer la fórmula de la duda o de las dudas (arts.
127 § 2; 135 § 1); el can. 1677 §2 alude indistintamente al Presi-
Índice
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dente y al Ponente a la hora de definir los términos de la contro-


versia; este n. 10º habla del Presidente, mientras que el art. 127 §2
se habla del Presidente o del Ponente; no existe contradicción, ya
que este art. 46 §2 no establece competencias exclusivas y reser-
vadas, de lo cual este n. 10º es un ejemplo clarísimo al respecto;
11º. ordenar y llevar a cabo la instrucción de la causa (arts. 137;
155ss.; 239); el can. 1677 §4 alude indistintamente al Presidente
o al Ponente, cosa que también hacen los arts. 137, 155s y 239,
aunque este n. 11º del art. 46 §2 sólo aluda al Presidente;
12º. declarar ausente del juicio a la parte demandada y procurar que
cese en su ausencia (arts. 138 y 142, el primero de los cuales
también habla del Ponente, no sólo del Presidente);

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124 Carlos M. MORÁN BUSTOS

13º. proceder según el art. 140 si el actor no atiende a la citación


(art. 142); el art. 140, 1º habla también habla del Ponente;
14º. declarar la caducidad de la instancia o admitir la renuncia (arts.
146-147; 150 § 2, que también habla del Ponente);
15º. nombrar a los peritos y, si el caso lo requiere, asumir los dictá-
menes ya realizados por otros peritos (art. 204, en donde tam-
bién se hace referencia al Ponente);
16º. rechazar desde el inicio del proceso, de acuerdo con el art. 220,
la petición de que se introduzca una causa incidental, o revocar
un decreto suyo que haya sido impugnado (art. 221 § 2, que ha
de entenderse referido también al Ponente, pues éste puede ser
también el autor de dicho decreto);
17º. por mandato del colegio, decidir la cuestión incidental mediante
decreto de acuerdo con el art. 225;
18º. mandar la publicación de las actas y la conclusión de la causa, y
moderar su discusión (arts. 229-245, lo cual también está entre
las competencias del Ponente);
19º. fijar la sesión del colegio para decidir la causa y moderar la dis-
cusión (art. 248);
20º. proveer con arreglo al art. 255, si un juez no puede firmar la
sentencia;
21º. en el procedimiento al que se refiere el art. 265, transmitir me-
diante decreto las actas al defensor del vínculo para que emita
su voto, y advertir a las partes para que, si lo desean, propongan
sus observaciones; esto también puede ser hecho por el Ponente
22º. conceder el patrocinio gratuito (arts. 306-307);
23º. realizar otros actos procesales que no estén reservados al cole- Índice
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gio ipso iure o por acto del mismo colegio.

2.6. Actos del Ponente (art. 47)


Se refiere este artículo a las competencias del Ponente; la tarea princi-
pal de éste —hablamos en singular porque sólo puede ser uno— es infor-
mar sobre la causa en la reunión de jueces, y redactar la sentencia y los de-
más decretos en las causas incidentales (art. 47 §1, cann. 1429, 1610 §2).
Si lo comparamos con los cann. 1429 y 1677 —que prevé la posibili-
dad de su intervención también en la citación de la demanda, la fijación
del dubium y el decreto ordenando la instrucción— se ve que se ha redi-
mensionado notablemente la figura del Ponente, lo cual responde segura-

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 125

mente a la idea de que Presidente y Ponente sean la misma persona, idea


que me parece plausible; incluso, como criterio general, también el Ins-
tructor debería coincidir en la misma persona, pues así se aseguraría una
inmediatez en la práctica de las pruebas y una relación directa con las
partes, testigos y peritos durante todo el proceso instructorio163. Segura-
mente se está pensando en la praxis de la Rota Romana, en donde se alu-
de únicamente al Ponente como director de la causa, reservándose al De-
cano el título de Presidente164; en caso de la Rota Española, también se
sigue este mismo criterio, de hecho no se hace mención del Presidente
del Turno, dando por sobreentendido que éste es el Ponente.
Al hablar de las atribuciones del Presidente fuimos comentando cuá-
les podrían ser realizadas también por el Ponente, tal como se deducía
del reenvío que hace este art. 47 §2; a pesar del riesgo de reiteraciones,
con el fin de tenerlas enumeradas, preferimos elencar ahora las atribu-
ciones del Ponente, las cuales también puede ser realizadas por el Presi-
dente, pudiendo éste incluso reservarse alguna de ellas; en concreto, el
Ponente puede:
— delegar a una persona idónea a fin de que interrogue a una parte
o a un testigo (art. 51);
— cuidar de que el decreto de citación a juicio se notifique inmedia-
tamente a la parte a la parte demandada y al mismo tiempo se le
participe a la parte actora ya al defensor del vínculo (art. 127 § 1);
— decretar que el escrito de demanda no debe darse a conocer a la
parte demandada, antes de que declare en el juicio (art. 127 § 3);
— proponer y establecer la fórmula de dudas (arts. 127 §2 y 135 §1);
— ordenar y llevar a cabo la instrucción de la causa (arts. 137, 155ss
y 239);
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— declarar ausente del juicio a la parte demandada y procurar que


cese en su ausencia (arts. 138 y 142);
— declarar desierta la causa si el actor no atiende a la citación (art.
142);
— declarar la caducidad de la instancia o admitir la renuncia (arts.
146-147 y 150 §2);
— nombrar a los peritos y, si el caso lo requiere, asumir los dictáme-
nes ya realizados por otros peritos (art. 204);
163.
Vid. comentario art. 50, en Título II, II.3.1. Para una opinión distinta vid. PEÑA GARCÍA, C.,
La Instrucción…, cit., p. 668, n. 36.
164.
Cfr. AAS 86, 1994, pp. 508-540.

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126 Carlos M. MORÁN BUSTOS

— rechazar desde el inicio del proceso, de acuerdo con el artículo


220, la petición de que se introduzca una causa incidental, o re-
vocar un decreto suyo que haya sido impugnado (art. 221 §2);
— mandar la publicación de las actas y la conclusión de la causa, y
moderar su discusión (arts. 229-245);
— en el procedimiento para la confirmación de la sentencia por decre-
to, transmitir mediante decreto las actas al defensor del vínculo.
Una vez designado el Ponente, no podrá ser sustituido, salvo que —a
juicio del Presidente— exista causa justa para ello (art. 47 §3, can. 1429), lo
cual debe hacerse por decreto, que ha de comunicarse a las partes. Habla-
mos de la sustitución como Ponente, no de la sustitución como Juez, ya que
para ello se requiere causa legítima y grave (art. 44, can. 1422). Así, por
ejemplo, se podría considerar causa justa la acumulación excesiva de tra-
bajo que dificultara redactar la sentencia, el que exista otro juez verdadera-
mente experto en la cuestión se subyace a una causa concreta…

3. El Auditor y los Asesores (arts. 50-52)

3.1. El auditor (art. 50)


Dentro de los miembros del tribunal, nos centramos ahora en la figu-
ra del Auditor, cuya misión principal es llevar a cabo la instrucción de
una causa, bien dirigiendo todo el proceso de instrucción, bien practican-
do algunos actos puntuales instructorios. En relación a su designación
hay que tener presente dos datos: en primer lugar, la designación corres-
ponde al Presidente (no al Ponente, salvo que sean el mismo); en segundo
lugar, la designación es potestativa («puede designar»); lo que no es po-
testativo obviamente es la instrucción de la causa que, si no se designa un Índice
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Auditor, será realizada por el Presidente. El único caso en el que sí que


establece como obligatoria la designación del Auditor es en aquel en el
que, debiendo ser juzgada una causa por un tribunal colegial —como
ocurre con las causas matrimoniales (art. 30)—, se dan las circunstancias
para que excepcionalmente sean juzgadas en primera instancia por un
juez único, en cuyo caso —salvo que ello no sea posible— se ha de valer
de la colaboración de un Auditor y de un Asesor. Sea como fuere, la desig-
nación se hace mediante decreto, que ha de ser comunicado a las partes.
El §1 dice que la designación del Auditor debe hacerse «eligiéndolo
entre los jueces del tribunal o entre las personas aprobadas por el Obispo
para esta función». Tratándose de causas como las matrimoniales, donde
hay que constituir un Colegio, parece que lo más lógico sería que el Audi-

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 127

tor fuera uno de los jueces, debiéndose tener como excepcional la posibi-
lidad de nombrar Auditor alguien que no forma parte del Colegio, siendo
más excepcional todavía las otras posibilidades a las que se refiere el §1
con la expresión «o entre las personas aprobadas por el Obispo para esta
función» (can. 1428 §1)165. En todo caso, el Auditor puede inhibirse y ser
recusado, decidiendo sobre la recusación el vicario judicial si es uno de
los jueces de Colegio, o el Presidente si no lo es (cann. 1448, 1449 §4).
En nuestra opinión, el Auditor-Instructor debería ser el mismo Ponen-
te —el cual podría muy bien ser también el Presidente, tal como ocurre
en la Rota Romana y en la Rota de España—, lo que tiene indudables ven-
tajas desde el punto de vista de la inmediatez con las pruebas, facilitando
la posterior tarea de informar al Colegio. En este sentido, no participo de
la praxis de algunos tribunales en los que, sistemáticamente, el juez ins-
tructor no es el juez ponente, tal como ocurre en los procesos penales, en
los que el instructor no decide, para evitar una «contaminación objetiva».
En mi opinión, no sólo no se evita ésta, pues de hecho sí que es normal
que forme parte del tribunal colegial —y, en cuanto, tal, juzgue—, sino
que existen una serie de peligros que tienen más relevancia en el curso de
una causa de lo que pudiera parecer a simple vista. Por ejemplo, que el
instructor se limite a una instrucción casi de memoria, con preguntas
más o menos tipo; en este sentido, no hay que olvidar que la clave del pro-
ceso está en la instrucción, y que para instruir bien, hay que conocer per-
fectamente la causa, y hay que conocer perfectamente los elementos más
fundamentales que entran en juego en cada uno de los capítulos que for-
man parte del dubium, esto es, hay que conocer la jurisprudencia perfec-
tamente, y hay que conocer la doctrina, y hay que tener conocimientos de
psicología y de psiquiatría para realizar con propiedad determinadas ins-
trucciones…; y hay que tener una serie de cualidades que no se adquieren
por cualquiera, por ejemplo intuición, sagacidad, sensibilidad, equilibrio, Índice
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«buen ojo clínico-judicial»…; pues bien, con la praxis que comento se po-
nen las bases para todo lo contrario, pues en la práctica, instruye quien
todavía no se ve –o no lo ven– capacitado para redactar una sentencia.
No creo que para hacer una buena instrucción se requiera menos capaci-
tación que para ser Ponente. Ahora bien, si miramos los requisitos que se exi-
gen para actuar como Auditor, resulta evidente que el nivel de exigencias es
menos riguroso que el que se pide para ser Ponente o Presidente. Así, al Audi-

165.
A quien no se puede nombrar Auditor bajo ningún aspecto es al abogado o al procurador
de la parte, ya que ello contradice los principios generales del proceso, en concreto va contra la nece-
saria imparcialidad del juzgador, contra la igualdad de las partes, y, en general, contra la propia dia-
léctica procesal…

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128 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tor se le pide que «destaquen —clérigos o laicos— por sus buenas costum-
bres, prudencia, y doctrina», no haciéndose alusión alguna, ni a la «buena (ín-
tegra) fama» de los jueces, defensores del vínculo, promotores de justicia, ni a
la titulación académica que también se exige para los citados ministerios.
Al Auditor, en cuanto Auditor-Instructor únicamente —otra cosa es la
tarea de decidir que le vendría a corresponder si formara parte del Cole-
gio— le corresponde únicamente recoger las pruebas y entregarlas al
juez, según el mandato de éste (art. 50 §3, can. 1428 §3). A la hora de
cumplir con esta tarea el Auditor está sometido, por una parte, a las dis-
posiciones que establece el Código sobre la práctica de las pruebas (cann.
1526-1587), y también a las propias limitaciones que le fije el Presidente
del tribunal colegial (o eventualmente el juez único).
El Auditor, además de instruir la causa y entregar lo instruido al juez,
puede tener también algún poder de decisión. En concreto, y salvo que se lo
prohíba el mandato del juez, «puede provisionalmente decidir qué pruebas
han de recogerse y de qué manera, en caso de que se discutan estas cuestio-
nes mientras desempeña su tarea». Dos apreciaciones en relación con esta
capacidad de decisión del Auditor en la instrucción de una causa: en primer
lugar, se trata de una capacidad que tiene un carácter provisional, de modo
que, al margen de lo decidido por el Auditor, el juez tiene la facultad de indi-
car que se completen las pruebas, que se excluya alguna, o que se indague
sobre otras…; en segundo lugar, parece que no se le faculta al Auditor para
que, con carácter previo, decida sobre la admisión de las pruebas, sobre el
alcance de las mismas166, sino que la susodicha capacidad está circunscrita
al momento de desempeñar su tarea, siendo entonces cuando se pueden
plantear qué pruebas recoger y de qué manera… Al margen de ello, el tribu-
nal puede encomendar a un Auditor la resolución de una causa incidental
relacionada con la práctica de las pruebas, si debe hacerse por decreto (can.
Índice
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1590 §2) y surge durante la instrucción del proceso.


Al igual que en el caso del Ponente (art. 47 §3), el Auditor puede ser re-
movido, en cualquier momento del juicio, por quien lo designó, exigién-
dose causa justa para ello.

3.2. Delegación «a una persona idónea» (art. 51)

Con la referencia de los cann. 1558 §3 y 1561, el art. 51 establece que el


Presidente, el Ponente y el Auditor —ello de acuerdo al art. 50 §3—, pue-
den delegar a una persona «idónea» que interrogue a una parte o a un testi-
166.
Vid. comentario art. 29, en Título II, I.3.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 129

go. La disposición produce alguna perplejidad: en primer lugar, se reducen


las exigencias a que ese instructor delegado sea simplemente alguien «idó-
neo», sin explicitar a juicio de quién, ni en qué sentido se ha de entender
esa expresión; en segundo lugar, esta posibilidad se puede dar siempre que
exista causa justa, no sólo cuando exista una imposibilidad de la parte o del
testigo para acudir a la sede del tribunal, lo cual parece olvidar tanto la po-
sibilidad de las intimaciones judiciales (art. 29), como la posibilidad del
traslado del juez, o de la declaración que pueda tomar éste como si de un
«reconocimiento» se tratara (can. 1582, 1583); si el juez tiene que tomar
declaración a Cardenales, Patriarcas y Obispos en el lugar por ellos decidi-
do, lo que obliga a salir al juez, por qué no va a existir esta posibilidad en
casos de verdadera imposibilidad de la parte y del testigo de acudir a la
Sede del Tribunal (por ejemplo, por estar impedido físicamente, o por estar
en cárcel…)167; en tercer lugar, no se explicita nada sobre el modo de pro-
ceder, sobre las formalidades con que ha de contar la realización de este
acto…
¿Cómo es posible que cualquiera interrogue a la parte privada sobre
cuestiones como las que discuten en un proceso como el de nulidad del
vínculo? La finalidad del proceso no es la práctica de las pruebas, sino
que ello tiene un carácter instrumental respecto al conocimiento de la
verdad. En este sentido, la posibilidad del art. 51 debería haber sido esta-
blecido en situaciones de extraordinaria excepcionalidad. Por ello, y dado
que el art. 51 habla en términos de posibilidad, creo que la prudencia y el
sano juicio procesal deben llevar a que, en territorios como el de España,
el mismo no se vea aplicado, al menos en lo que al extremo que acabamos
de comentar se refiere; los abusos que se pueden abrir por esta vía son in-
sospechados, y las consecuencias para el desarrollo de un proceso más
que negativas, ello aunque haya sido fijado con la mejor de las volunta-
des, quizás pensado en latitudes en las hay una ausencia de medios hu- Índice
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manos que posibiliten la instrucción de una causa de nulidad.

3.3. El asesor del juez único (art. 52)


Si, a pesar de la exigencia de colegialidad en el conocimiento de las
causas de nulidad del matrimonio, se dan las circunstancias que posibili-
tan la actuación excepcional del juez único168, se establece como posibili-
dad —«donde sea posible» dice el art. 30 §3— que éste cuente con la ayu-
da de un Auditor y de un asesor; por lo que a éste se refiere, deberá
167.
Vid. Ibidem.
168.
Vid. comentario art. 30, en Título II, I.6.

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130 Carlos M. MORÁN BUSTOS

elegirse entre los clérigos o laicos —«de vida íntegra» añade el can.
1424— aprobado por el Moderador del tribunal para esta función. No se
requiere que sean jueces, aunque si tienen que asesorar, es lógico que ten-
ga unos conocimientos, una idoneidad y una capacitación conforme con
la tarea que están llamados a desempeñar. Teniendo que asesorar sobre la
marcha del proceso, la valoración de las pruebas…, es normal que se les
requiera unos conocimientos en derecho procesal y matrimonial, así
como en la jurisprudencia (art. 35). En todo caso, y a pesar de que el pa-
recer del asesor esté muy bien fundamentado, lo cierto es que el juez no
se siente vinculado por el mismo, sino que es él —y sólo él— quien tiene
que dictar sentencia.
Esta figura del asesor está pensada para ayudar el juez único, ya que en
el caso del tribunal colegial, no tiene sentido acudir a un asesor que ayude,
ya que están el resto de jueces, que son algo más que un asesor. La designa-
ción ha de constar en autos y debe notificarse a las partes, que pueden pedir
que se abstengan (can. 1448 §2) o, en su defecto, recusarlos (can. 1449 §4).
Quedan sujetos al régimen de incompatibilidades que establece el can. 1447,
y que amplía el art. 36169. Deben prestar juramento (can. 1454, art. 35).

4. El Defensor del Vínculo y el Promotor de Justicia (arts. 53-60)

4.1. Necesidad de ambas figuras (arts. 53 y 55)

Según establece el art. 53, es necesario que se establezca de manera


estable en cada tribunal —diocesano o interdiocesano— un defensor del
vínculo y un promotor de justicia. No se trata de algo potestativo, sino
que es obligatorio; esta obligación recae sobre el Obispo diocesano (can.
1435)170 —o los que se equiparan a él, esto es, Prelado y Abad territorial, Índice
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Vicario y Prefecto Apostólico, y Administrado Apostólico estable171 (can.


381 §2 y 368)— o sobre el Moderador del tribunal interdiocesano estable-
cido en el decreto de erección del mismo (art. 26). Este nombramiento ha
de hacerse por escrito (can. 156), y con arreglo a las normas del derecho
universal que están sancionadas en los cann. 146 y ss, y en los cann. 1432
169.
Vid. comentario art. 36, en Título II, II.1.3.
170.
El CIC’17 indicaba que este nombramiento correspondía al «Ordinario», lo que provocó
diferencias doctrinales a propósito de si el Vicario General podía o no hacer el nombramiento. El
can. 1435 disipa toda duda al respecto.
171.
En caso de necesidad, estando en sede vacante podría realizar el nombramiento el Admi-
nistrador diocesano del can. 427 §1, ya que a él le corresponde la potestad del Obispo diocesano, fue-
ra de aquello que exceptúe la naturaleza del asunto o el derecho.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 131

y ss, referidos a los oficios que estamos estudiando. Aunque no se dice ex-
presamente, parece que se puede aplicar también al defensor del vínculo
y al promotor de justicia el criterio establecido para los jueces de que
sean nombrados para un tiempo determinado172.
La razón de ser de la necesidad de estos oficios estables en las causas de
nulidad de matrimonio es que este tipo de causas no son meramente priva-
das, sino que en ellas entra en juego el bien público, bien que es protegido
por cada uno de ellos con una especificidad propia (cann. 1430, 1432).
Tal como indica el can. 1436 §2, tanto el defensor del vínculo como el
promotor de justicia pueden constituirse «para todas las causas» (art. 53
§1), o bien «para causas determinadas» (art. 53 §2). En éste último caso,
habría que hablar más de «encargo» que de «cargo», por la eventualidad
que lleva aparejada este tipo de designación; en este sentido, parece que no
se verifican las condiciones de estabilidad exigidas por el can. 145 §1 para
todo tipo de oficio eclesiástico173, de hecho son elegidos en función de nece-
sidades de índole tan diversas como la acumulación de trabajo, la necesi-
dad de cubrir sustituciones por razón de enfermedad…La existencia de al
menos un defensor del vínculo y de un promotor de justicia «para todas las
causas» es obligatoria, siendo optativa el poder elegir a otros «para causas
determinadas»; en este sentido, el Obispo no cumple con la prescripción
del art. 53 §1 (cann. 1430, 1432) nombrando sólo un promotor de justicia y
un defensor del vínculo para causas singulares, sino que —insistimos— ha
de nombrar un defensor del vínculo y un promotor de justicia con carácter
estable para el tribunal. Como criterio personal, considero poco conve-
niente que, en circunstancias ordinarias, el Obispo nombre defensor del
vínculo para cada causa, por ejemplo, a medida que vayan éstas llegando
al tribunal. En tal caso, difícilmente puede decirse que el oficio está consti-
tuido en la diócesis, pues no se podría afirmar que goza de un titular pro-
piamente dicho, pues en cada causa es uno distinto. Por ello, si se ha nom- Índice
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brado establemente un titular del oficio, para nombrar a otro en una causa
determinada debe existir una causa que lo justifique.
Distinto de los nombrados «para determinadas causas» son aquellos a
los que, con carácter de novedad, se refiere el art. 55: los sustitutos del de-
fensor del vínculo o del promotor de justicia. Se trata de nombramientos
estables, realizados también por el Obispo —aunque la sustitución concre-
ta en una causa la designe el vicario judicial—, y su intervención constituye
un fenómeno de sustitución. En efecto, de acuerdo a este art. 55, el vicario
172.
Vid. comentario art. 44, en Título II, II.2.3.
173.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., Comentario al can. 1436, en «Comentario Exegético…», cit., p.
855-856.

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132 Carlos M. MORÁN BUSTOS

judicial, tanto al comienzo del proceso como durante el curso del mismo,
puede nombrar sustitutos del defensor del vínculo y del promotor de justi-
cia, ello mediante decreto que debe constar en autos, los cuales harán las
veces de éstos, si los elegidos en primer lugar estuvieran impedidos. Es de-
cir, no se trata de que para una causa se designen dos defensores del víncu-
lo o dos promotores de justicia, sino que los «sustitutos», dados para una
causa determinada —al inicio o en el curso de la misma— sólo actúan con
carácter subsidiario, es decir, si les resulta imposible desempeñar su res-
pectiva función al defensor del vínculo y al promotor de justicia, imposibi-
lidad que debe ser ponderada por el vicario judicial, que es quien los desig-
na. La cuestión que se plantea es si pueden existir sustitutos del defensor
del vínculo o del promotor de justicia para la generalidad de las causas. Si
nos fijamos, por ejemplo, en las Normas de la Rota de España, vemos que
se hace referencia en varias ocasiones a los sustitutos del «fiscal» (promo-
tor del justicia) y del defensor del vínculo174, los cuales sí que parecen pen-
sados para la generalidad de los casos, de hecho así es como están consti-
tuidos en la práctica del tribunal; esto mismo pudiera considerarse
aplicable al resto de tribunales; el problema que se observa para establecer
un parangón entre ambas figuras es que el art. 55 indica que es el vicario
judicial quien nombra a los sustitutos del defensor del vínculo y del promo-
tor de justicia —lo cual casa mal con los arts. 34 y 53 §1, y con los cann.
1430, 1432—, mientras que en el caso de la Rota Española, quien los nom-
bra es el Nuncio175. En realidad, lo que hace el vicario judicial es nombrar
al defensor del vínculo y del promotor de justicia para que sustituyan en
una causa determinada al defensor del vínculo y al promotor de justicia «ti-
tulares», pero sigue siendo el Obispo el que previamente los ha elegido
como sustitutos del promotor de justicia y del defensor del vínculo.
Volviendo al art. 53, el §3 autoriza a que los dos oficios sean desempe-
ñados por la misma persona, con una única excepción: que no sea en la Índice
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misma causa (can. 1436 §1). En este §3 se viene a afirmar que los oficios
de defensor del vínculo y de promotor de justicia son compatibles, de he-
cho los mismos pueden conferirse a la misma persona, que recibiría dos
nombramientos. La razón de ser de esta compatibilidad entre sendos ofi-
cios está en que, aunque ambos van dirigidos a la protección del bien pú-
blico dentro de la Iglesia, sin embargo, se le asigna al promotor de justi-
174.
Artículo 8 de las Normas de la Rota de España: «hay también en la Rota un fiscal para de-
fender el bien público y un defensor del vínculo matrimonial y del de la sagrada ordenación; y a estos
se les pueden dar sustitutos que, bajo su dirección, defiendan el bien público o el sagrado vínculo».
175.
Art. 10: los nombra el Nuncio, una vez recibido el consentimiento de la Signatura Apostóli-
ca, teniendo en cuenta los candidatos que la presenta la Comisión Permanente de la CEE, oído su
respectivo Ordinario.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 133

cia la defensa del bien público eclesiástico con carácter general, mientras
que al defensor del vínculo se asigna con una especificación más particu-
lar. Normalmente la agrupación de ambos oficios en la persona vendrá
motivada por razones de escasez de personal. La participación del defen-
sor del vínculo en cada causa concreta es obligatoria (can. 1432, art. 56
§1), mientras que la del promotor de justicia depende de que se verifi-
quen una serie de circunstancias que posibiliten su actuación como parte
activa (can. 1674, 2º, arts. 57 §1 y 92, 2º), o bien depende de que haya de
ser tutelada la ley procesal (art. 57 §2). En todo caso, y teniendo en cuen-
ta que ambos actúan en la protección del bien público desde un ámbito
distinto, es lógico que, estando necesariamente presente el defensor del
vínculo por mandato de la ley canónica, no pueda ser la misma persona
quien ejerza la función de promotor de justicia en la misma causa, pues
se vería obligada en algún supuesto a ir contra sí misma (en el caso de
que pidiera el promotor de justicia la nulidad), poniéndose siempre en
tela de juicio el desenvolvimiento de su función; además de ello, se podría
atentar contra los principios de contradicción y de duplicidad.
En este sentido, la incompatibilidad que establece el art. 53 §3 (can.
1436 §1), novedosa respecto al antiguo can. 1588 §1 —e incluso en su exten-
sión también respecto al art. 36 de la Provida Mater Ecclesia—176, merece un
juicio positivo que responde a la necesidad de que no actúe el mismo sujeto
en la defensa del bien público, interfiriéndose desde posiciones distintas.
Además de esta incompatibilidad del §3, el defensor del vínculo y el promo-
tor de justicia están sometidos al conjunto de incompatibilidades que esta-
blecen el can. 1447 y el art. 36177: por ejemplo, no podrán actuar desempe-
ñando el mismo oficio u otro distinto en una instancia superior —lo que
significa que si actúan como defensor del vínculo o promotor de justicia en
primera instancia no podrán actuar la misma persona en las instancias su-
periores—, ni podrán desempeñar simultáneamente otros oficios en el mis- Índice
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mo tribunal, ni actuar como abogados o procuradores en el mismo tribunal


o en otro conexo por razón de apelación...

176.
El art. 1588 §1 del CIC’17 establecía que «puede una misma persona desempeñar el oficio de
promotor de justicia y defensor del vínculo, de no impedirlo la multiplicidad de asuntos y causas»; es de-
cir, la única causa que podía impedir la acumulación de los oficios de fiscal y defensor en la misma perso-
na era el mucho trabajo, la multiplicidad de causas; la doctrina, sin embargo, destacó que existen otras
razones de más peso, en concreto, el hecho de que pueden darse supuestos en los que el fiscal se vea com-
pelido a impugnar la nulidad del matrimonio, cosa que no puede hacer el defensor del vínculo; esta posi-
ción doctrinal fue recogida en el art. 36 de la Provida Mater Ecclesia, que establecía lo siguiente: «en aque-
llas diócesis donde el oficio de fiscal y defensor del vínculo se acumulan en la misma persona (v. can.
1588), si la causa se entabla por el fiscal, se ha de designar otra persona como defensor del vínculo».
177.
Vid. comentario art. 36, en Título II, II.1.3.

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134 Carlos M. MORÁN BUSTOS

De acuerdo con el art. 53 §4, el defensor del vínculo y el promotor de


justicia pueden ser removidos por quienes los nombraron (can. 1436 §2),
ello si existe causa justa. La remoción ha de hacerla el Obispo en un de-
creto debidamente motivado, el cual es susceptible de ser sometido a re-
curso administrativo (cann. 1732-1739).
Como ocurre con otros ministros del tribunal, también se pretende
proteger los oficios de defensor del vínculo y de promotor de justicia
con una estabilidad, por ello la remoción sólo puede proceder del pro-
pio Obispo, no pudiendo ser removidos, por ejemplo, por el administra-
dor diocesano durante el período de sede vacante, aunque necesita ser
confirmados por el nuevo Obispo178. La razón de ser de esta estabilidad
de quienes están llamados a actuar en defensa del bien público eclesiás-
tico es que la misma permitirá una mayor independencia, pues el des-
empeño de su función no estará al socaire del parecer favorable o no del
terceras personas, ni tan siquiera del Obispo. Esta estabilidad es aplica-
ble tanto a los supuestos en los que actúan «para todas las causas»,
como en los casos en que fueron designados «para causas determina-
das», pues en éste segundo supuesto, aunque su actuación se ciña a si-
tuaciones particulares —a causas concretas, no a la generalidad de las
causas—, el desarrollo de la misma también quedará protegida por la
estabilidad de su oficio; es decir, para remover a un defensor del vínculo
que, designado para «para causas determinadas», está ejerciendo de tal,
se precisan de los mismos motivos que para remover al designado «para
todas las causas».
Un elemento fundamental que debe existir para poder remover de su
oficio al defensor del vínculo o al promotor de justicia es «causa justa»179.
Corresponde al Obispo diocesano juzgar si concurre o no este elemento
—ya que fue él quien los nombró—, el cual deberá someterse al procedi-
miento establecido (can. 193 §§1 y 2), debiendo dejar constancia en el de- Índice
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creto de remoción del porqué de la misma. Sin concurrir causa justa no


sería lícito al Obispo realizar un nuevo nombramiento. Así, no sería cau-
sa justa, de ningún modo, la opinión que pudiera tener el Obispo sobre la
posición concreta que está sosteniendo el defensor del vínculo y el pro-
motor de justicia en una causa en curso.

178.
Esta prescripción no aparece directamente predicada del promotor de justicia ni del de-
fensor del vínculo, pero creo que, por analogía, se puede trasladar a estos oficios lo establecido en el
can. 1420 §5.
179.
El art. 44 exige causa grave para remover al vicario judicial, al vicario judicial adjunto, y al
resto de los jueces; el art. 47 §3 exige causa justa para remover al que hacía de Ponente, lo mismo que
exige el art. 50 §4 en el caso del Auditor. Vid. comentario art. 44, en Título II, II.2.3.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 135

4.2. Requisitos subjetivos del defensor del vínculo y del promo-


tor de justicia (art. 54)

El art. 54, en línea con el can. 1435 —y a diferencia de lo que estable-


cía el antiguo can. 1589 §1180—, no exige ser sacerdote para desempeñar
las funciones de defensor del vínculo y de promotor de justicia, sino que
también los laicos pueden desempeñar tales los oficios. Con esta disposi-
ción el art. 54 —y el can. 1435— enlaza con la Const. Dei Miseratione, que
fue la que creó el oficio de defensor del vínculo; en ella se establecía que
el defensor del vínculo debía ser preferiblemente del estado eclesiástico,
pero no se exigía este requisito de modo necesario. En 1968 se pidió repe-
tidas veces a la Signatura Apostólica que, ante la escasez de sacerdotes,
se autorizara para poder nombrar a varones laicos como defensores del
vínculo181; el 11 de junio de 1968 se indicó que se podía pedir la facultad
para proceder al nombramiento al Romano Pontífice; en el M. P Causas
Matrimoniales no se indicó nada, aunque la doctrina consideró que, si
podían ser asesores, auditores, incluso uno de los del colegio también
juez, y notarios, no veían por qué no podían ser defensor del vínculo o
promotor de justicia. El 19 de noviembre de 1975 Pablo VI permitió a la
Signatura Apostólica la facultad de conceder a los Obispos que lo solicita-
ran la posibilidad de nombrar defensores del vínculo a laicos, en caso de
verdadera necesidad. Esta posibilidad aparecerá en proceso de codifica-
ción182, quedando recogida en el definitivo can. 1435 del CIC’83, que per-
mite el nombramiento de un laico como defensor del vínculo y promotor
de justicia en circunstancias ordinarias —sin que sea necesario que se ve-
rifique ninguna situación de necesidad— y para todas las causas.
En relación a las titulaciones académicas, se exige que sean doctores
o licenciados en derecho canónico. Una vez más hay que comentar que la
titulación académica es condición necesaria pero no suficiente. Con buen Índice
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criterio —como en el caso de los jueces (art. 43)— no se dice que sea sufi-
ciente con ser «peritos»183, ya que ello dio origen a no pocos abusos. Hoy
se exige para los defensores del vínculo y los promotores de justicia la
misma titulación que para ser vicario judicial, vicario judicial adjunto o
juez, lo cual no es una simple exigencia formal, sino que pertenece a la
180.
Lo mismo se reguló para las Iglesias orientales, de hecho, el 14 de diciembre de 1918, la S.
C. del Concilio respondió negativamente a esta pregunta: «an in futurum laici homines, in iure et in
canonibus periti in iudicis ecclesiasticus admitti possint tamquam Auditores”.
181.
Cfr. GROCHOLEWSKI, Z., Nominatio laicorum ad munus promotoris iustitiae et defensioris
vinculi in recentissima praxi, en «Periodica» 66, 1977, pp. 271-295.
182.
Vid. «Communicationes» 10, 1978, p. 239, can. 35.
183.
Así se decía en el can. 1589 §1 del CIC’ 17.

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136 Carlos M. MORÁN BUSTOS

sustancia de estos oficios —también de los de promotor de justicia y de-


fensor del vínculo— por voluntad del legislador.
Además de la titulación, se requieren que los candidatos a defensor
del vínculo y promotor de justicia posean una serie de cualidades mora-
les positivas, en concreto, que sean de buena fama184, «probada pruden-
cia y celo por la justicia»185. Estos requisitos morales son requisitos sine
qua non, y son indispensables. Veamos. La fama tiene que ver con el pres-
tigio moral de una persona. La probada prudencia hace referencia a la
necesidad de que el querer y el obrar sean conformes a la verdad, a la rea-
lidad objetiva; al exigirse esta cualidad moral se está indicando que, ade-
más de los títulos, se requiere un bagaje práctico. Y, por último, «un celo
por la justicia», que no es otra cosa que el afán por que la justicia se reali-
ce.
De todo ello se deduce que no podría ser promotor de justicia ni de-
fensor del vínculo quien careciera de una mínima competencia profesio-
nal, quien no goza de una reputación estimable, quien no es un hombre o
una mujer probos en su conducta.
Como indicamos al hablar de los requisitos de los jueces186, no se pue-
de olvidar lo que establece el can. 149 §1: la necesidad estar en comunión
con la Iglesia y dotado de aquellas cualidades que se requieren para ese
oficio por derecho universal o particular; esto es exigido como requisito
para todos los miembros de los tribunales. Según esto, un «no católico» o
un agnóstico no podría ser titular de estos oficios. La comunión eclesial
exigida por el canon ha de comprenderse también de modo positivo, e
implica la efectiva unión a los Pastores y al magisterio manifestada parti-
cularmente en la vida sacramental. Por ello, un laico que estuviera en una
situación irregular —concubinato, unión libre, matrimonio civil…— no
podría ser admitido a desempeñar estos oficios.
Índice
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4.3. Actuación del defensor del vínculo (art. 56)


El art. 56 recogiendo gran parte de las indicaciones del discurso a la
Rota Romana de 1988, establece toda una serie de competencias y funcio-
nes del defensor del vínculo. En el §1º se hace referencia a la necesaria
presencia del defensor del vínculo en las causas de nulidad del matrimo-
nio, tanto en las de tramitación ordinaria como en aquellas que se trami-
184.
Vid. comentario art. 42, en Título II, II.2.2.
185.
Este entrecomillado no se exige ni para el vicario judicial, ni para el vicario judicial adjun-
to, ni tampoco para los jueces.
186.
Vid. comentario art. 43, en Título II, II.2.2.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 137

tan por el proceso documental. El mismo hecho de la introducción de al-


guna de estas causas provoca su intervención, debiendo ser citado y
personarse en autos187. Nada se dice de la intervención del defensor del
vínculo en los procesos sobre la muerte presunta del cónyuge (can. 1707),
lo cual no significa que el canon prohíba esta presencia. Tales causas no
afectan directamente al vínculo, pero indirectamente sí; se trata de probar
si el cónyuge ha muerto, lo cual significaría que el vínculo se extinguió.
Desde este punto de vista, y aunque no es necesario, podría aconsejarse la
participación del defensor del vínculo en el proceso188. Tampoco se dice de
modo expreso en el Código que el defensor del vínculo debe intervenir en
los procesos del can. 1644 (art. 290-294), sin embargo ha de considerárse-
le legitimado para intervenir en ellos. Se trata, en definitiva, de una nueva
causa, y como tal, se requiere su presencia para el ejercicio oportuno del
ius defensionis. En relación a los procedimientos de dispensa del matri-
monio rato y no consumado, indicar que el can. 1701 §1 determina que en
estos procesos debe intervenir siempre el defensor del vínculo, quien debe
manifestar todo aquello que puede aducirse razonablemente contra la di-
solución del matrimonio solicitada por el orador.
En aquellos procesos en los que es necesaria la presencia del defensor
del vínculo, ésta debe producirse ya desde el inicio y durante la evolución
del proceso (§2). Con ello se quiere destacar que la figura del defensor del
vínculo no es meramente formal, sino que su presencia es un elemento
clave para el desarrollo de un proceso que afecta al bien público de la
Iglesia, bien público que, en la especificidad de la defensa del vínculo
conyugal, le ha sido confiada institucionalmente.
Recogiendo lo establecido en el can. 1432, el art. 56 §3 explicita su ta-
rea de proponer y manifestar todo aquello que pueda aducirse razonable-
mente contra la nulidad; ese «omnia» del can. 1432 se explicita con la ex-
presión «cualquier tipo de pruebas, oposiciones o excepciones» de este Índice
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§3. Como se ve, la tarea del defensor del vínculo no es únicamente de


187.
Debe intervenir también cuando la nulidad se pide después de la muerte de ambos cónyu-
ges (can. 1675 §1) y, del mismo modo, en el supuesto de que —muerto alguno de los cónyuges litigan-
tes— continúe la causa su heredero, sucesor, o un tercero legítimamente interesado. No altera este
principio el hecho de que sea el promotor de justicia quien pida la nulidad del matrimonio.
188.
Cabría distinguir dos situaciones. La primera se produce cuando se trata de la declaración
de estado libre o muerte presunta de otro cónyuge para pasar a ulteriores nupcias; en este caso, no se
pone en duda la validez del vínculo, ni se pide la nulidad de éste, de modo que no sería necesaria la
intervención del defensor del vínculo. Una segunda hipótesis sería aquella de un matrimonio cuya
validez se acusó por la existencia de un vínculo anterior, sin que conste con certeza la muerte del otro
cónyuge. En este caso es evidente que se trata de una causa de nulidad simpliciter en la que el defen-
sor del vínculo debe ser citado porque se solicita la nulidad del segundo matrimonio en base al impe-
dimento de ligamen.

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138 Carlos M. MORÁN BUSTOS

oposición, también puede ejercitar su misión institucional de defender el


vínculo mostrando un comportamiento activo, esto es, proponiendo
pruebas que permitan conocer mejor la verdad del vínculo conyugal.
Sabemos que se presume la validez del matrimonio hasta que no se
pruebe lo contrario (can. 1060), y que la carga de la prueba incumbe al que
afirma la nulidad, bien sea un cónyuge, o los dos como litisconsortes acti-
vos voluntarios, o el promotor de justicia. El defensor del vínculo no tiene
que probar la validez de un matrimonio que se presume válido, sin embar-
go, tampoco podrá permanecer pasivo durante el período probatorio, sino
que su actitud concreta dependerá de esa tarea de proponer y manifestar
todo aquello que se pueda aducir razonablemente contra la nulidad pedida
por el actor. En este sentido, y desde su posición de demandado, deberá
permanecer activo en la causa: por ejemplo, deberá también él probar sus
afirmaciones, pedir y aportar documentos, testimonios… en favor de la va-
lidez189. Junto a esta función, y sin entrar en el ámbito del juez, se debe atri-
buir también al defensor del vínculo la misión de vigilar y controlar la
práctica de las pruebas aportadas por las partes, no sólo en lo que al cum-
plimiento de las normas procesales que regulan la práctica de la prueba se
refiere, sino también respecto del contenido y alcance de las mismas, para
que no se les dé el valor que no tienen. Todo ello, insistimos, desde su posi-
ción procesal de parte, sin interferir en las funciones del juez, que no se
debe ver molestado por la actitud del ministerio público.
A diferencia de la parte privada, que puede sufrir las consecuencias
desfavorables del no ejercicio de un derecho, o de la no cumplimentación
de las diversas oportunidades procesales de actuación, el defensor del vín-
culo no sufrirá personalmente ningún perjuicio por su pasividad, pero sí
que lo sufrirá el interés público, el bien común y la salus animarum. Por es-
to, hay que llamar la atención —y la Instrucción se preocupa de ello en di-
versos artículos— sobre el deber importante que tiene el defensor del vín- Índice
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culo de ejercitar su función de la mejor de las maneras. Cuanto más y


mejor ejerciera su función el defensor del vínculo, menos se encontraría el
juez en la tesitura de echar mano de lo que le posibilita el can. 1452 (art. 71
§2): la actuación del juez supliendo la negligencia de las partes en la pre-
sentación de pruebas o en la oposición de excepciones —actuación que en

189.
El defensor del vínculo, por ejemplo, puede asistir a la declaración-confesión de las partes,
de los testigos y de los peritos (can. 1678 §1º, art. 159 §1), puede proponer artículos al juez para el
examen de las partes (can. 1533) y de los testigos (can. 1561, arts. 51 y 166); puede también conocer
las actas judiciales aun cuando no estén publicadas y examinar los documentos de las partes (can.
1678 §1, 2º, art. 159 §1, 2º), presentar querella de nulidad (can. 1626 §1º, art. 276 §1) y apelación
(can. 1628, art. 279 §1)...

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 139

alguna ocasión podría poner en tela de juicio su necesaria imparcialidad—,


vendría a tener un carácter absolutamente subsidiario en muchas situacio-
nes, si el defensor del vínculo cumpliera fiel y diligentemente su misión.
Por ello, el juez, antes de suplir un comportamiento negligente de la parte
pública, deberá instar su actuación evitando así todo riesgo de parcialidad
real o aparente en la causa; de este modo se protege el bien público de la
Iglesia y se contribuye a aplicar en el proceso el principio de imparcialidad
en la administración de la justicia.
El § 4 de este art. 56 es una de las novedades más importantes de la
Instrucción, y quizás uno de los puntos que más disensión doctrinal origi-
nará. Para algunos, no exentos de argumentos fundados, la Instrucción
ha venido a quebrar el equilibrio que el Código había establecido entre
las parte privadas que actúan asistidas de letrado y el defensor del víncu-
lo, atribuyéndose al ministerio público funciones de asesoramiento del
juez —por ejemplo, en la admisión de la demanda (art. 119 §2), en la con-
clusión de la causa (art. 238), en la concesión del patrocinio gratuito (art.
306)...— e incluso otorgándole atribuciones de vigilancia disciplinar (art.
307), lo cual vendría a modificar el estatuto de parte190. Salvando cuanto
hemos afirmado con anterioridad, compartimos este parecer, y defende-
mos que se siga manteniendo en la práctica la configuración institucional
que hace el Código de la figura del defensor del vínculo, aunque también
creemos que debe activarse en la práctica muchas de las recomendacio-
nes que se hacen en esta Instrucción sobre el papel del defensor del vín-
culo. Es posible que algunas de las nuevas atribuciones o de las nuevas
funciones que se atribuyen al defensor del vínculo respondan a la consta-
tación de que no infrecuentemente éste ha dejado de ejercer su misión de
proponer y manifestar «todo» lo aducible razonablemente en defensa del
vínculo; no obstante, la experiencia del incumplimiento de una función
no debe llevar a confundir los contornos procesales e institucionales de la Índice
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figura del defensor del vínculo.


En el discurso a la Rota Romana de 1988 el Papa llamaba la atención
sobre la necesidad de que el defensor del vínculo, en las causas de inca-
pacidad psíquica, se refiera constantemente a una adecuada visión an-
tropológica de «normalidad» y de «madurez», motivo por el cual había
de confrontar los planteamientos y los resultados de las pericias con la
visión cristiana de dichos conceptos. Indicaba el Papa que había que evi-
tar que las tensiones y las dificultades, inevitables en la realización de
los ideales conyugales, se confundan con los signos de una grave patolo-

190.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción «Dignitas connubii»..., cit, pp. 669-670.

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140 Carlos M. MORÁN BUSTOS

gía; que la dimensión subconsciente de la vida psíquica ordinaria se in-


terprete como un condicionamiento que quita la libertad sustancial de la
persona; que cada forma de insatisfacción o de desadaptación en el pe-
ríodo de la propia formación humana se entienda como un factor que
destruye necesariamente la capacidad de elección y realización del pro-
yecto conyugal; que el defensor tenga cuidado para que no se acepten
como suficientes para fundar un diagnóstico, pericias científicamente
no seguras o bien limitadas solamente en la búsqueda de signos anorma-
les, que se tenga cuidado en aquellas pericias en las que no se menciona
la responsabilidad de los cónyuges, o la posibilidad de errores, o en las
que no se hacen referencia a los medios a su disposición para remediar
debilidades o errores...a partir de todas estas llamadas de atención, se
insiste en dicho discurso en la importancia de la tarea del defensor del
vínculo, y de su actuación a lo largo de las distintas fases del proceso. En
concreto, se indica que le corresponde al defensor del vínculo, en interés
de la verdad objetiva, «procurar que al perito se le hagan las preguntas
de modo claro y pertinente, que se respete su competencia y no se pre-
tendan de él respuestas en materia canónica» (n. 12). Una vez en el pe-
ríodo discusorio, deberá valorar también las pericias en cuanto desfavo-
rables al vínculo, señalando oportunamente al juez los riesgos de una
interpretación incorrecta. Por último, «en caso de sentencia afirmativa
de primer grado, si descubre deficiencias en la pruebas sobre las que la
pericia se basa o en su valoración, no dejará de interponer y justificar la
apelación» (n. 12).
Como se ve, todas estas recomendaciones de los nn. 10-12 del discur-
so de 1988 han quedado recogidas en este §4 del art. 56, algunas de ellas
de manera textual. Esto significa que el juicio que hagamos desde el pun-
to de vista procesal, debe tener en cuenta, por una parte, la configuración
institucional y la naturaleza del defensor del vínculo, las cuales fueron Índice
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queridas por el legislador, y también estas directrices que deben informar


el desempeño concreto de su misión en defensa del vínculo, directrices
que también han sido queridas por el autor de la ley. Por ejemplo, es ver-
dad que el análisis último sobre la pertinencia de los cuestionarios peri-
ciales incumbe al juez (can. 1577 §1, arts. 207 §1 y 209 §1), pero ello no
significa que el defensor del vínculo —y también las partes— no pueda
decir alguna palabra en relación a dichos cuestionarios, sabiendo que la
misma no tendrá un carácter vinculante para el juez (es éste, y no el de-
fensor del vínculo, quien debe controlar y decidir la procedencia y ade-
cuación de los cuestionarios presentados al perito, así lo establece el can.
1577 y el art. 207). Semejante apunte podemos hacer sobre la cuestión
del análisis de la metodología científica y de la conformidad de las peri-

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 141

cias con la antropología cristiana, análisis que, en lo que al carácter deci-


sorio se refiere, está encomendado al juez, aunque el defensor del vínculo
puede —así lo indica el Papa— prestar atención y destacar aquellos pun-
tos más oscuros, y aquellas situaciones susceptibles de ser reconducidas y
mejoradas, incluso podría —al igual que las partes— recusar al perito
(cann. 1576, 1550, 1555, arts. 206, 196 y 200)...
En definitiva, se trata de cumplir con su tarea en defensa del vínculo, y
hacerlo respetando su configuración institucional, respetando la propia ta-
rea del juez, atendiendo a las directrices Pontificias, y hacerlo permane-
ciendo en el ámbito de su específica competencia canónica: él no es perito,
ni puede sustituirlo en su ciencia; sí que podrá, sin embargo, velar para
que no se pretendan del perito juicios canónicos, para que no se dé validez
jurídica necesaria a las conclusiones periciales; al juez le corresponde diri-
gir y valorar la prueba pericial, pero también le corresponde al defensor
del vínculo velar por el interés público, interés que se concreta en la defen-
sa de una visión cristiana del hombre y del matrimonio, en una antropolo-
gía que hace compatible la libertad y la constatación de dificultades, que se
enfrenta a los determinismos, y confía en la posibilidad de los cónyuges de
dar realización al proyecto conyugal —proyecto para el que están ontológi-
camente capacitados, a menos que se demuestre lo contrario—, que consi-
dera la madurez del hombre en términos, no de plenitud y de perfección,
sino en términos de suficiencia, de punto de partida.
Siendo su tarea defender el vínculo, y hacerlo razonablemente, si el
defensor del vínculo no encontrara argumentos razonables, no tendrá ne-
cesariamente que oponerse a la nulidad del matrimonio, sino que su ac-
tuación pro rei veritate le puede llevar a remitirse a la justicia del tribunal;
lo que en ningún caso podrá hacer, es actuar a favor de la nulidad del ma-
trimonio. Con esta disposición del §5 se intentan corregir determinadas
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prácticas forenses que contradicen la función institucional que tiene en-


comendada el defensor del vínculo, prácticas que consistían en la mani-
festación pro nullitate que hacía el defensor del vínculo cuando no tenía
argumentos razonables que oponer en defensa del vínculo; lo que debe
hacer en estos supuestos el defensor del vínculo es remitirse a la justicia
del tribunal, nunca manifestarse a favor de la nulidad.
El §6, en concreción del can. 1682 §2, indica que, en grado de apela-
ción, el defensor del vínculo puede, o bien remitirse a las observaciones
expuestas a favor del vínculo en primera instancia, o bien proponer siem-
pre sus propias observaciones, debiendo actuar de manera diligente
cuando hay que realizar un complemento de prueba por haberse manda-
do la causa a proceso ordinario.

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142 Carlos M. MORÁN BUSTOS

4.4. Actuación del promotor de justicia (arts. 57-58)


El art. 57 §1 alude a la posible legitimación activa del promotor de
justicia para impugnar la nulidad del matrimonio, la cual viene regulada
en el art. 92, 2º, artículo que repite lo establecido en el can. 1674, 2º; los
requisitos para que el promotor de justicia pueda pedir la nulidad del ma-
trimonio son los siguientes: que la nulidad se ha divulgado y no sea posi-
ble o conveniente convalidar el matrimonio191. En estos supuestos, el pro-
motor de justicia tiene la condición de parte pública, goza de los mismos
derechos que la parte privada, a no ser que constara otra cosa por la na-
turaleza del asunto o por la disposición del derecho (art. 58).
Al margen de esta actuación del promotor de justicia pidiendo la nulidad
del matrimonio, se le encomienda que actúe en aquellos supuestos en los que
se haya de tutelar la ley procesal, especialmente cuando se refiere a nulidad
de actos, o a excepciones, y ello tanto en la causa principal, como en las cau-
sas incidentales (arts. 57, 223, 306 §3 y 307 §3). Cuando actúe tutelando la
ley procesal, su informe será pro rei veritate, no siendo vinculante para el
juez. Aunque en este parágrafo se utiliza la expresión «tutelar» la ley proce-
sal, esto ha de entenderse como expresión de la defensa del bien público
eclesial que tiene institucionalmente conferida. Su función no es de «prote-
ger» el bien de la iglesia, ya que ello corresponde a la jerarquía eclesiástica
en el ejercicio de su poder jurisdiccional; tampoco «tutelar» directamente el
bien público ante los tribunales de justicia, ya que ello corresponde al juez o
al tribunal en cada proceso (can. 1452 §1); su tarea es «defender» lo que es
digno de tutela, para lo cual proporcionará al juez los argumentos y las prue-
bas necesarias, y provocará aquellas situaciones que le permitan su iniciati-
va de impugnar o de plantear recursos legítimos, siempre a favor del bien
público que está obligado a velar en razón de su oficio (can. 1430)192.
Si ha sido necesaria su intervención en la instancia precedente de la Índice
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causa principal o accidental, se presume necesaria también su interven-


ción en el grado siguiente de la misma causa (can. 1432 §2). La prolonga-
ción del ejercicio de las funciones del promotor de justicia en las instan-
cias sucesivas se basa en la presunción de que, si el bien público exigió su
participación en la instancia anterior, también lo exigirá en las ulteriores,
presunción que es iuris et de iure. Es evidente que no será la misma perso-
na quien realizará esta función ya que también el promotor de justicia
está sometido al régimen de incompatibilidades que establece el art. 36
§1, debiéndose nombrar a otra persona.
191.
Vid. comentario al art. 92 en Título IV, IV.2.
192.
Cfr. DE DIEGO LORA, C. –RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho..., cit., p. 245.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 143

4.5. El defensor del vínculo y el promotor de justicia tienen la


condición procesal de parte (arts. 59-60)
A pesar de que la Instrucción nunca utiliza el término «parte» para re-
ferirse al defensor del vínculo y al promotor de justicia, y a pesar también
de que no es infrecuente el referirse seguidamente a ambos —usando ha-
bitualmente la expresión «el defensor del vínculo y las partes», o vicever-
sa, y no simplemente «las partes»—, la realidad es que promotor de justi-
cia y defensor del vínculo tienen la condición procesal de parte,
condición que debe impregnar el tratamiento que se le dé a ambos en el
ámbito de la práctica forense. Como hemos comentado al analizar el art.
56, consideramos que muchas de las disposiciones referidas al promotor
de justicia y al defensor del vínculo no pueden ir más allá, no pueden po-
ner en tela de juicio la igualdad de las partes, situándose las partes públi-
cas en una situación de privilegio que superó el CIC’83.
Así, las insistencias que Juan Pablo II hizo en los discursos a la Rota
Romana de 1982 y 1988 sobre el desempeño de la función diligente y fiel
de la defensa del vínculo, no puede ser utilizado para desfigurar su consi-
deración procesal. En estas intervenciones el Romano Pontífice ha veni-
do a establecer una serie de pautas para que el defensor del vínculo venga
a cumplir con su tarea de indagar, proponer y aclarar todo lo razonable
que se pueda aducir contra la nulidad, poniendo de relieve el grave per-
juicio que se produciría para la recta administración de la justicia si no
actuara de este modo. Ahora bien, ni se puede privilegiar su posición res-
pecto a las partes privadas, ni lo podemos convertir en una especie de
asesor de juez, y menos aún, se le puede otorgar atribuciones que son
propias y exclusivas de éste.
El defensor del vínculo y el promotor de justicia son «parte», «parte
pública», pero «parte». A lo largo de la historia, sobre todo a partir del Índice
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CIC’ 17 —en el que la figura del defensor del vínculo estaba absoluta-
mente privilegiada en lo que a los derechos se refiere, poniéndose muy en
entredicho el principio de igualdad de las partes— se fueron dando diver-
sas consideraciones doctrinales a propósito de la naturaleza jurídico-pro-
cesal del promotor de justicia y del defensor del vínculo. Algunos lo con-
sideraron como parte «sui generis» (Roberti), otros como procurador o
abogado de la parte demandada (Lega), otros como figura propia (Del
Amo), otros como representante de la parte demandada (Grocholews-
ki)193. Frente a esas corrientes doctrinales, en la actualidad es unánime la
193.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C.M., El derecho de impugnar el matrimonio. El litisconsorcio activo de
los cónyuges, Salamanca 1998, pp. 313-322.

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144 Carlos M. MORÁN BUSTOS

consideración procesal de parte del promotor de justicia y del defensor


del vínculo, consideración que debe mantenerse también en el análisis
que se haga de Instrucción Dignitas Connubii, lo que impone leer algunos
de sus preceptos en clave de igualdad procesal respecto de las partes. El
defensor del vínculo y el promotor de justicia, ministros del tribunal, no
son miembros del mismo, como no lo son las partes. Su oficio no les per-
mite ordenar el proceso, ni dirigirlo, ni decidir procesalmente hablando,
sino que su función se ciñe a sus intereses de parte pública, lo que les fa-
cultará para demandar, alegar, probar, recurrir, todo ello únicamente en
defensa del bien público eclesiástico.
Por ello, siempre que la ley mande que el juez oiga a las partes o algu-
na de ellas, también debe ser oído el defensor del vínculo y el promotor
de justicia (si éste interviene en el proceso). Con esta referencia del art.
59, 1º se está indicando que, siempre que el juez tenga que atender las de-
claraciones y manifestaciones de voluntad de la parte antes de realizar
una actuación propia194, será necesario que se tenga la misma atención
con las partes públicas. Esta indicación del art. 59, 1º debe interpretarse
también en sentido contrario, de modo que no queden privilegiados las
partes públicas respecto a las privadas: por ejemplo, cuando el art. 56 §4
hace referencia al examen de pertinencia de las preguntas planteadas al
perito por parte del defensor del vínculo, ha de entenderse que también
dicho examen debe posibilitarse a las parte privadas, sabiendo que el pa-
recer de ambas no será nunca vinculante para el juez.
El n. 2º del art. 59 indica que, cuando se requiere instancia de la parte
para que el juez pueda decir algo, tiene idéntico valor la instancia del de-
fensor del vínculo o del promotor de justicia, prescripción que debe ser in-
terpretada también en sentido contrario. Igual que ocurre en el can. 1434,
2º, también en este art. 59, 2º se viene a utilizar el término «instancia» en
sentido distinto del que se le da en el can. 1517. Se refieren ambas disposi- Índice
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ciones a todas aquellas situaciones en las que el juez, antes de decidir al-
go, ha de contar con la instancia de la parte, lo que ocurre en supuestos
como las impugnaciones de las sentencias definitivas —apelación de par-
te, querella de nulidad, nova causa propositio—, las impugnaciones de
sentencias interlocutorias y decretos con efectos definitivos (can. 1618,
art. 262), la posibilidad de promover causas incidentales (can. 1588, art.
219), la instancia al juez para que dicte el decreto ejecutorio (can. 1651)...;

194.
Por ejemplo a la hora de citar a las partes (cann. 1507 §1 y 1677 §1 y 2, arts. 126 §1 y 127
§1), o a la hora de formular el dubium (can. 1513, art. 135), o a la hora de cambiar la demanda (can.
1514, art. 136), o al admitir la cuestión incidental (can. 1589, art. 222), o para aceptar la renuncia del
actor (can. 1524 §3, art. 150 §2)...

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 145

en todas estas situaciones, así como en aquellas en las que se habla sólo de
las «partes», el mismo valor ha de darse a la instancia de la parte privada
que a la instancia de la parte pública.
Dicho esto, ¿qué ocurre si, requiriéndose la presencia del defensor del
vínculo y/o del promotor de justicia, no se procede a citarlos? Según el
art. 60, que repite el contenido del can. 1433, los actos son nulos, salvo
que hayan intervenido realmente o, al menos, hayan podido cumplir su
función antes de la sentencia, habiendo examinadas las actas.
Veamos. Si el defensor del vínculo —o, en su caso, también el promo-
tor de justicia— no intervino nunca en un proceso, aunque pudo hacerlo,
si no examinó las actas, o no consta en modo alguno que lo haya hecho,
en realidad está ausente del proceso. Es decir, según esto, la ausencia se
puede dar en dos situaciones: bien cuando no ha sido citado, bien cuando
de hecho no interviene a pesar de ser citado.
En el n. 2 del Discurso a la Rota Romana de 1988, el Papa indicaba
que «ya que el matrimonio afecta al bien público de la Iglesia, gaudet fa-
vore iuris (can. 160), la función del defensor del vínculo es insustituible y
de máxima importancia. Por tanto, su ausencia en el proceso de nulidad
del matrimonio hace nulos los actos (can. 1433)».
En este sentido, aunque el defensor del vínculo examine las actas an-
tes de la sentencia, considero que es discutible afirmar que, con sus ani-
madversiones finales, y sin intervención a lo largo del proceso, ha venido
a cumplir con su oficio de defensa del vínculo conyugal. Por ello, el defen-
sor del vínculo, que desde el inicio del proceso no fue legítimamente cita-
do y sólo fue llamado al final para examinar las actas, podrá pedir funda-
damente la nulidad de las actuaciones realizadas sin su intervención; de
lo contrario, la norma sanatoria de can. 1433 y de este art. 60 podría ser
utilizada como un fraude de ley. La intervención del defensor del vínculo
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y del promotor de justicia en los procesos en los que su presencia es re-


querida por el derecho es necesaria; en consecuencia, es obligación del
titular del oficio velar por que se cumpla con esta obligación.
La presencia del defensor del vínculo —y cuando se den las circuns-
tancias también la del promotor de justicia— debe ser efectiva, y el juez
puede exigirla así cuando no se da. El art. 71 (can. 1452) permite al juez
proceder de oficio en determinadas circunstancias, siempre que esté en
juego el bien público, o para suplir la negligencia de las partes, si está en
juego la propia justicia de la sentencia. Pues bien, es razonable pensar
que la ausencia real de la figura del defensor del vínculo puede afectar se-
riamente a la sentencia. La salus animarum y el bien público eclesial son
los que deben impulsar al juez para que pida la presencia real del defen-

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146 Carlos M. MORÁN BUSTOS

sor del vínculo, solicitando incluso del Obispo su sustitución si su ausen-


cia continúa, o incluso sancionando los comportamientos que atenten
contra la disciplina de los tribunales. Además, el juez, aun permanecien-
do siempre extraño al contradictorio —él no es parte—, tiene reconoci-
dos poderes y facultades que le permiten estimular e integrar el contra-
dictorio en el proceso, poderes que debe ejercer para evitar la ausencia
efectiva del defensor del vínculo o del promotor de justicia. El defensor
del vínculo, ni puede ausentarse, ni puede inicialmente remitirse a la jus-
ticia del tribunal, pues por oficio tiene encomendada la tarea de defender
el vínculo, no puede no comparecer.

5. El «moderador de la cancillería del tribunal» y el notario ju-


dicial (arts. 61-64)

5.1. El «moderador de la cancillería del tribunal» (el secretario


general del tribunal) (art. 61)
El art. 61 se refiere a la figura y funciones del moderador de la canci-
llería del tribunal (el secretario general del tribunal). Se trata de una no-
vedad respecto del Código, que únicamente habla del notario. En térmi-
nos generales, se puede decir que la función principal del secretario
general es de carácter administrativo material, pues le corresponde cui-
dar de que los actos del tribunal se redacten y expidan correctamente, y
se custodien en el archivo.
A este oficio, que puede ser desempeñado también por un laico195 —de
hecho el art. 63 sólo exige buena fama y estar libre de toda sospecha—, le
compete —salvo que se determine otra cosa— las siguientes funciones: re-
gistrar con número de protocolo todos los actos que hayan llegado al tribu- Índice
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nal; anotar en el registro de protocolo el inicio, el desarrollo y el fin de las


causas; recibir los documentos presentados por las partes; expedir las cita-
ciones y las cartas; cuidar de la confección de los sumarios de los procesos
y su distribución a los jueces; custodiar las actas y los documentos de cada
causa; remitir una copia autenticada de éstos al tribunal de apelación, si es
interpuesta apelación o la causa es enviada de oficio a dicho tribunal; con-
servar el original de las actas y documentos en el archivo del tribunal; com-
pulsar la copia de cualquier acta o documento cuando lo pida legítima-
mente el interesado; finalmente, devolver al terminar el juicio los
documentos que son propiedad de los particulares (art. 91 §1).
195.
Cfr. «Communicationes» 13, 1981, pp. 121-122.

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Título II: Los tribunales (arts. 22-64 DC) 147

El límite de su actuación está marcado por lo que se describe en este


§2, debiendo de abstenerse de cualquier actuación en la causa al margen
de estas actuaciones de carácter administrativo material que le competen
en razón de su oficio. En relación a todas estas actuaciones, el secretario
general del tribunal es también notario para los actos que él realiza.
No es una figura necesaria, aunque sí la función que realiza, por ello,
en caso de ausencia o impedimento, estas funciones de la secretaría gene-
ral serán realizadas por otro notario para actos judiciales.

5.2. El notario judicial (art. 62-64)


Se trata de un oficio necesario en todas las causas de nulidad, cuya
función principal es la de dar fe pública de las actuaciones realizadas en
el proceso. El notario es una especie de testigo público fidedigno, tanto
del juez frente a las partes y de las partes frente al juez, como del tribunal
superior respecto a cuanto se actuó y al modo de hacerlo en el tribunal
inferior. Es el medio apto para que las peticiones auténticas y correctas
lleguen al juez, y los acuerdos del juez lleguen auténticamente a las par-
tes, sin que se viole el secreto y sin que ningún documento se pierda»196.
Como hemos indicado, la tarea principal del notario es dar fe pública
de lo ocurrido en el curso de un proceso, función que desempeña firmando
las actas. Con su firma, el notario autentica, deja constancia de la autoría
cierta de un acto, en toda su extensión. Es decir, el notario, en cuanto testi-
go fidedigno y desinteresado, viene a dar oficialidad a la trascripción escri-
ta de los actos procesales realizados, al contenido de los mismos…, de ma-
nera que éstos no pueden ser válidamente corregidos, suprimidos,
ampliados…, si no es dejando nueva constancia notarial de ello. En otras
palabras, una vez firmadas, se establece una presunción iuris tantum de fi-
delidad y veracidad. Índice
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Al igual que ocurre en el can. 1437 §2, también el art. 62 §2 indica que
las actas «redactadas» por el notario hacen fe pública, debiendo indicar
«redactadas y/o firmadas», ya que bien pudiera ser que otro fuera el que
redactara las actas —por ejemplo el secretario general—, aunque siem-
pre éstas deberían ser firmadas por el notario.
Estas actas firmadas por el notario son documentos públicos eclesiás-
ticos; en ellos queda recogida la prueba de manera fiel y permanente, to-
das las pruebas: así, han de estar presentes en las declaración-confesión
de las partes, en la prueba testifical (cann. 1561, 1567-1569), y también
196.
DEL AMO, L., Comentario al can. 1437, «Código de Pamplona».

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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148 Carlos M. MORÁN BUSTOS

en la ratificación del perito (cann. 1577 §3, 1578 §3), o en la autentica-


ción de documentos (can. 1544).
El nombramiento del notario del tribunal corresponde al Obispo dio-
cesano (can. 470), pudiendo ser removido por también por éste (o, en su
caso, por Obispo moderador del tribunal interdiocesano), tal como se in-
dica en el art. 64, aunque habría de someterse a lo establecido en el can.
193 sobre la remoción de los oficios conferidos. No obstante, y si existe
causa justa, el juez —y también su delegado o el auditor— puede nom-
brar un sustituto para un solo acto, sobre todo en aquellos supuestos en
los que una parte o un testigo han de ser interrogados fuera de la sede del
tribunal (art. 62 §4). Esta posibilidad es una novedad de la Instrucción,
como también la de nombrarse un sustituto del notario para que haga las
veces de él, si aquel estuviera impedido: este sustituto del notario es dis-
tinto de la sustitución puntual que se haga para un acto concreto, por
ello, y aunque no se diga nada —sí lo decía el art. 19 §1 de la Provida Ma-
ter Ecclesia—, su nombramiento debe reservarse al Obispo diocesano, o
al Obispo Moderador en el caso de los tribunales interdiocesanos, no pu-
diendo el juez, ni el vicario judicial, realizar este nombramiento.
La Instrucción establece los mismos requisitos para ser nombrado se-
cretario general del tribunal (moderador de la cancillería) que para ser
notario judicial: buena fama y estar por encima de toda sospecha. Como
se ve, no se exige para ser notario que tengan una determinada titulación
académica, aunque parece lógico que quede probada su capacidad espe-
cífica y sus conocimientos concretos. En el caso de la Rota Romana, se
exige que los notarios tengan el título de doctor en derecho canónico y di-
ploma de abogado rotal, así como una experiencia forense acreditada197.
En las Normas de la Rota Española se indica que sean «doctores o por lo
menos licenciados en derecho canónico»198.
Índice
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197.
Cfr. Art. 8 de las Normas de la Rota Romana de 1994.
198.
Cfr. Art. 11 de las Normas de la Rota Española de 1999.

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
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TÍTULO III:
LA DISCIPLINA DE LOS TRIBUNALES
(Arts. 65-91 DC)

El Título III de la Dignitas Connubii recoge la normativa relativa a la


disciplina que ha de observarse en los tribunales eclesiásticos, sin presen-
tar, en términos generales innovaciones significativas respecto a la siste-
mática o al contenido del Código. No obstante, aunque este Título III se
limita fundamentalmente a reproducir y ordenar los preceptos codicia-
les, cabe señalar, como excepción ciertamente destacada y no exenta de
problemas, la significativa innovación introducida en el art. 66 respecto
al can. 1447.
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I. NORMAS RELATIVAS AL OFICIO DE LOS JUECES Y DEMÁS


MIEMBROS DEL TRIBUNAL

Los arts. 65 a 75 de la Instrucción regulan diversas cuestiones refe-


rentes al oficio de los jueces y ministros del tribunal, entre las que se in-
cluye el régimen de obligaciones y prohibiciones a que están sometidos
estos ministros, la regulación de su inhibición o recusación, y la aplica-
ción del principio inquisitivo en el proceso canónico de declaración de
nulidad matrimonial.

153

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154 Carmen PEÑA GARCÍA

Pero la Instrucción no olvida la fundamental dimensión pastoral de la ac-


tuación judicial eclesial199, especialmente en los procesos de nulidad, por lo
que abre este capítulo I del Título III con una extensa referencia al deber
conciliador de los jueces, plasmación del principio de comunión eclesial. En
este sentido, el art. 65 establece que es obligación del juez no sólo —confor-
me a lo dispuesto en el can. 1676— intentar inducir a los cónyuges a convali-
dar su matrimonio y restaurar la convivencia conyugal si es posible, sino
también, si ello no es posible, exhortarles a que colaboren sinceramente en
la búsqueda de la verdad objetiva y a que abandonen cualquier actitud de
hostilidad y aversión recíproca durante la tramitación del proceso.

1. El deber de imparcialidad del juez y el principio ne bis in


idem (art. 66)
En relación con la necesaria imparcialidad del juez y como medio para
salvaguardar el principio fundamental de no juzgar dos veces la misma
causa, el art. 66 de la Dignitas, desarrollando lo dispuesto en el can. 1447,
establece una serie de prohibiciones sancionadas con la nulidad insanable
de la sentencia: quien ha intervenido en una causa como juez no puede ac-
tuar válidamente, en otra instancia, como juez o asesor; y quien ha interve-
nido como promotor de justicia, defensor del vínculo, procurador, aboga-
do, testigo o perito no puede después válidamente definir como juez la
misma causa en la misma u otra instancia, ni desempeñar el oficio de ase-
sor. La norma —fundamentada en el principio ne bis in idem y en el deseo
de evitar toda sospecha de parcialidad en el juzgador— es tajante y estable-
ce la imposibilidad absoluta de que actúen como jueces en una causa las
personas que, en una instancia anterior o en la misma instancia, hubiesen
intervenido en el pleito ejerciendo alguno de los oficios mencionados.
Sin embargo, el art. 66 de la Dignitas amplía significativamente la Índice
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prohibición del can. 1447, al extenderla también a la actuación de cual-


quiera de esas personas como juez o asesor en la misma instancia, extre-
mo éste no incluido en el can. 1447. A mi juicio, aunque se persiga un fin
loable como es garantizar la imparcialidad del juzgador y pueda conside-
rarse que la ratio de la norma es la misma que la del can. 1447200, la dis-
199.
Cfr. RUINI, C., Funzione giudiziaria e ministero pastorale, en AA.VV., Crisi coniugali: riconci-
liazione e contencioso giudiziario, Ciudad del Vaticano 2001, pp. 17-34; STANKIEWICZ, A., I doveri del
giudice, en AA.VV., Il proceso matrimoniale canonico, Ciudad del Vaticano 1994, pp. 299-321; ID., I
doveri del giudice nel proceso matrimoniale canonico, en «Apollinaris» 60, 1987, pp. 210-215.
200.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C. M., Comentario al art.36, en MORÁN BUSTOS, C. M.-PEÑA GARCÍA, C.,
Las causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», en www.eldere-
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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 155

posición del art. 66 constituye, desde el punto de vista normativo, una in-
novación sumamente problemática de la Dignitas Connubii, en cuanto
que introduce, en una norma de desarrollo como es la Instrucción, una
cláusula irritante —que afecta a la validez de la sentencia— carente de
base legal alguna en el Código201.
Por otro lado, es previsible que la generalidad de esta cláusula irritante
pueda provocar importantes problemas en aquellos supuestos, frecuentes en
la práctica, en que se nombre juez a quien antes ha actuado como defensor
del vínculo o promotor de justicia, posibilidad que, paradójicamente, la mis-
ma Dignitas Connubii recomienda en su art. 43. A tenor del art. 66, si esa
persona ha intervenido de cualquier modo en la causa, aunque sea única-
mente contestando a la demanda202, quedaría ya inhabilitado para dictar vá-
lidamente sentencia en esa causa, lo que puede provocar notables perjuicios
en tribunales con escasez de personal con la necesaria formación.
En mi opinión, aun reconociendo desde una perspectiva teórica el
acierto de la prohibición y la conveniencia de evitar cualquier sospecha
sobre la imparcialidad del juzgador, resultaba más prudente el silencio
del can. 1447, que permitía un mayor margen de actuación a los tribuna-
les en caso de necesidad. Por otro lado, la imparcialidad del juzgador
quedaba en cualquier caso suficientemente salvada, sin necesidad de es-
tablecer con carácter general una cláusula invalidante, con el instituto de
la inhibición/recusación del juez, que permite la sustitución de éste en los
casos en que, de hecho, haya tenido una intervención relevante en el pro-
ceso que haga desaconsejable su actuación como juez.

2. La inhibición-recusación de los ministros del tribunal (arts.


67-70)
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Además de la seria prohibición ad validitatem del art. 66, la Instrucción


regula, en los arts. 67 a 70, los supuestos de inhibición y/o recusación de
los miembros del tribunal, institutos que guardan relación directa con el
deber de imparcialidad del juez y de los demás ministros del tribunal.
Conforme establece el art. 67 y el can. 1448, es obligación de los mi-
nistros del tribunal abstenerse de intervenir en aquellas causas en que
tengan interés por razón de consanguinidad o afinidad en cualquier gra-
201.
Sobre esta cuestión vid. GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de Derecho procesal canónico, Sala-
manca 2006, pp. 91-94.
202.
No habría intervención en la causa —ni, por tanto, prohibición de actuar como juez— si la
persona simplemente había sido designada por el Vicario como Defensor del vínculo para esa causa,
pero no había realizado ninguna actuación antes de ser nombrado juez.

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156 Carmen PEÑA GARCÍA

do de línea recta y hasta el cuarto grado en línea colateral, o por razón de


tutela o curatela, amistad íntima, aversión grande, obtención de un lucro
o prevención de un daño. En estos supuestos, si el ministro no se inhibe,
la parte puede recursarlo, conforme al can. 1449 y el art. 68.
La Instrucción Dignitas Connubii introduce sin embargo oportunas acla-
raciones en relación con estos motivos de inhibición –y, en su caso, recusa-
ción— de los ministros del tribunal. Así, el art. 67, al recordar al juez y de-
más ministros la obligación de inhibirse, señala como causa suficiente para
ello –además de los motivos citados en el can. 1448— la posibilidad «de que
pueda recaer sobre él cualquier sospecha fundada de acepción de personas».
Se refuerza de este modo la radical exigencia de imparcialidad de los minis-
tros respecto a los intereses de los particulares y la necesidad de evitar cual-
quier sospecha que pudiera dañar la confianza de los fieles en la justicia del
tribunal. En definitiva, el juez no sólo debe ser efectivamente imparcial, sino
que debe también ser considerado como tal por las partes de la causa203. No
obstante, aclara el art. 68.5 que «no puede considerarse fundada la recusa-
ción planteada por actos realizados legítimamente por el juez u otro minis-
tro del tribunal», rechazando de este modo que pueda invocarse como causa
de recusación del juez las decisiones tomadas por éste en causas anteriores.
Igualmente, es claro que tampoco podrá considerarse fundada la re-
cusación basada en el mero conocimiento o trato profesional entre los
miembros del tribunal y los abogados que colaboran en él. Si bien parece
aconsejable, a priori —siempre que sea posible— que los ministros del
tribunal se inhiban si conocen, aunque sea ligeramente, a alguno de los
cónyuges cuya nulidad se discute, o incluso si han oído o aconsejado a la
parte, aunque sea en virtud de su ministerio pastoral (art. 113), parece
claro que no cabe decir lo mismo respecto al conocimiento de los letra-
dos que patrocinen la causa. La prescripción del can. 1448 y del art. 67
Índice
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tiene como presupuesto la existencia, por parte de los ministros del tribu-
nal, de un interés en el resultado de alguna causa concreta, sin que sea
motivo suficiente para la recusación —ni tan siquiera para la inhibición
voluntaria por parte del ministro— la mera buena relación o trato profe-
sional entre los mismos y los abogados que dirigen las causas204. De cara
203.
En este sentido se pronuncia un reciente Decreto rotal c. Bottone, de 27 de enero de 2005,
citado en GULLO, C.-GULLO, A., Prassi procesasuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio,
Ciudad del Vaticano 2005, p.118, nota 4.
204.
Afirmar lo contrario supondría, en último extremo, la imposibilidad de impartir justicia en la
Iglesia, puesto que, frecuentemente, el mero trato derivado del ejercicio de las respectivas responsabilida-
des, de la coincidencia en congresos y simposios de formación, etc., va creando lazos de relación y amistad
entre todos los operadores del tribunal, sin que dicha relación constituya de suyo motivo suficiente para
impedir a los miembros del tribunal intervenir en las causas patrocinadas por dichos letrados.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 157

al correcto ejercicio de la administración de justicia, parece importante


compatibilizar la necesaria exigencia de imparcialidad con el derecho al
tribunal legalmente predeterminado, pues una interpretación abusiva del
art. 67 —en el sentido de considerar suficiente para la recusación el mero
trato cordial entre profesionales y miembros del tribunal— llevaría consi-
go un peligro cierto de colapso de la actividad jurisdiccional y de selec-
ción de los miembros del tribunal a voluntad de las partes.
En cuanto a la tramitación de la recusación, el art. 68 §§2-4 —repro-
duciendo el can. 1449— recuerda que corresponde juzgar sobre la recu-
sación al presidente del tribunal colegial o al juez único (si el recusado es
cualquier ministro no juez), al Vicario Judicial (si se recusa a un juez), al
Obispo (si el recusado es el Vicario Judicial); si es el Obispo el recusado,
debe abstenerse de juzgar. No cabe, por el contrario, en circunstancias
ordinarias, la recusación de todo un tribunal en su conjunto, puesto que
la imparcialidad del juzgador o de los demás ministros intervinientes es
un requisito personal205.
Por disposición del can. 1451, la recusación deberá resolverse con la
máxima rapidez (expeditissime), lo que lleva consigo la imposibilidad de
apelar la resolución, sea estimatoria o desestimatoria (can. 1629, 5º). Si
se admite la recusación, deberán cambiarse las personas recusadas, sin
cambiar el grado del juicio, conforme recuerda el art. 69 (can. 1450). La
Instrucción sale al paso de praxis procesales indebidas y señala que, en
caso de imposibilidad de proseguir la causa por falta de otros ministros
que reemplacen a los recusados, si no existe otro tribunal competente, la
cuestión debe remitirse a la Signatura Apostólica, para que designe otro
tribunal que conozca la causa (art. 69 §2).
Los actos realizados por el juez antes de la recusación son válidos; los
efectuados tras la interposición de la recusación, aun siendo también vá-
lidos, deben ser rescindidos si lo pide la parte en el plazo de diez días des- Índice
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de la admisión de la recusación (art. 70 §2; can. 1451 §2).

3. El principio inquisitivo en la actuación del juez en el


proceso (art. 71)

En relación con la obligación del juez de buscar la verdad —especial-


mente en causas como las matrimoniales, que afectan al bien público— el
art. 71 de la Instrucción Dignitas Connubii, en concordancia con su para-
lelo codicial, el can. 1452, recoge el principio inquisitivo en el proceso ca-
205.
Decreto c. Funghini, de 12 de febrero de 1987, Parisien en ARRT Decreta 5, 1998, pp. 17-22.

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158 Carmen PEÑA GARCÍA

nónico y establece el alcance y los límites de la iniciativa judicial a lo lar-


go del proceso.
En el ordenamiento procesal canónico, coexisten el principio disposi-
tivo —que consagra la iniciativa de parte, absolutamente insustituible en
la incoación del proceso (can. 1501) y fundamental a lo largo de su trami-
tación— y el principio inquisitivo, recogido con bastante amplitud en el
can. 1452 y que reconoce un importante papel al juez en el impulso pro-
cesal206. En virtud de este principio, en los procesos de nulidad matrimo-
nial, una vez la parte haya introducido la causa mediante el ejercicio de
la acción correspondiente —requisito ineludible para la validez de la sen-
tencia, conforme al aforismo nemo iudex sine actore (arts.114 y 270, 4º;
cann. 1501 y 1620 §4)—, el juez puede y debe proceder no sólo a instancia
de parte, sino también de oficio, tanto en la proposición de la prueba
como incluso en la presentación de excepciones (art. 71).
Aunque, en virtud del principio dispositivo del proceso, sería a las
partes y no al juez a quien correspondería, de suyo, la iniciativa en mate-
ria de prueba207, en las causas canónicas –especialmente, matrimonia-
les— el juez goza de amplísimas facultades en relación con la prueba,
tanto por disposición legal expresa208 como por el principio general de
impulso judicial establecido en el can. 1452, al permitir, con carácter ge-
neral, al juez suplir la negligencia de las partes en la presentación de
pruebas, siempre que lo considere necesario para evitar una sentencia
gravemente injusta209. Se trata de una facultad judicial —propiamente no
constituye una carga para el juez210— que adquiere especial relevancia en

206.
Cfr. ARROBA CONDE, M.J., El principio dispositivo en el proceso contencioso canónico,
Roma 1989; BONNET, P.A., Comentario al can. 1452, en Comentario exegético al Código de Derecho Ca-
nónico, cit., pp. 931-935; CARMIGNAMI CARIDI, S., Principio inquisitorio e principio dispositivo, en Índice
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AA.VV., Il giudizio di nullità matrimoniale dopo l’istruzione «Dignitas Connubii». Parte prima. I princi-
pi, Ciudad del Vaticano 2007, pp. 327-334.; DE DIEGO-LORA, C.-RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., Lecciones de
Derecho procesal canónico. Parte general, Pamplona 2003, pp. 338-344…
207.
Así se desprende del can. 1526 §1, que disponer que la carga de la prueba recae sobre la
parte que afirma, sea el actor o el demandado.
208.
Entre otros, cann. 1530, 1545, 1560.2, 1570, 1574, 1600…
209.
«Esta facultad del juez para suplir las pruebas se extiende tanto a las causas de solo interés
particular como de interés o bien público, y se sitúa en la línea de los modernos ordenamientos pro-
cesales de dar mayor cabida al principio inquisitivo, pues aun en las causas de puro interés privado
está en juego el prestigio y la eficacia de la función judicial, y no se puede permitir que la negligencia
de las partes impida el conocimiento de la verdad objetiva y el pronunciamiento de una sentencia
justa, frustrando la misión de los tribunales de justicia» (ACEBAL LUJÁN, J.L., Comentario al can. 1452,
en Código de Derecho Canónico, Madrid 1986, p. 714).
210.
La Comisión de reforma del Código rechazó expresamente que, en vez de facultad, fuese
una obligación o carga (cfr. «Communicationes» 10, 1978, p. 253).

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 159

las causas de nulidad matrimonial, por el carácter declarativo de las mis-


mas y los relevantes valores que están en juego.
No obstante, pese a su importancia y necesidad, el principio inquisiti-
vo presenta también serios interrogantes, en cuanto que una aplicación
abusiva del mismo podría afectar a la necesaria imparcialidad judicial211.
Por ello, conviene que esta facultad de suplir la negligencia de las partes
en la proposición de pruebas sea utilizada con prudencia por parte del
juez, de modo que se cumpla la condición exigida en el art. 71 §2: que la
práctica de dicha prueba aparezca como necesaria o conveniente para
evitar una sentencia injusta.

4. Deberes y prohibiciones comunes a todos los ministros del


tribunal (arts. 72-75, 86-87)

Aparte de los deberes o prohibiciones específicas de los jueces, los


arts. 72-74 de la Instrucción recogen una serie de obligaciones comunes
a todos los ministros del tribunal:
a) La obligación de administrar diligentemente justicia: aunque obli-
gue de modo preferente al juez y al tribunal, todos los intervinientes
en la tramitación de las causas deben procurar que éstas terminen
cuanto antes, estableciéndose como criterio deseable que —siempre
sin merma de la justicia— no duren más de un año en primera ins-
tancia ni más de seis meses en segunda (art. 72; can. 1453). Aun-
que no siempre es posible cumplir los plazos fijados con carácter
general en esta norma, el principio claramente mantenido por el
legislador es que una justicia lenta es una mala justicia. Debe por
tanto existir una especial sensibilidad, tanto en los responsables
eclesiales como en todos cuantos forman parte de los tribunales o Índice
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colaboran con ellos, por intentar que los procesos se resuelvan


cuanto antes, proporcionando de este modo una respuesta rápida
y eficaz a las pretensiones de las partes212.
211.
A este respecto, señalaba García Faílde que «el juez, que debe ser imparcial, ¿no se conver-
tirá en protector de la parte a la que favorezca la prueba o la excepción suplida por él?, ¿no premiará
con esa suplencia la negligencia de la parte con perjuicio en no pocas ocasiones de la diligencia de la
otra parte?, ¿no es renunciable el ejercicio del derecho a presentar por lo menos determinadas prue-
bas y excepciones y no renuncia a ese ejercicio la parte con su negligencia en presentarlas?» (GARCÍA
FAÍLDE, J.J., Nuevo Derecho procesal canónico, Salamanca 1992, p. 117); recientemente, ha reiterado
el autor estas reflexiones en su Tratado de Derecho procesal canónico, Salamanca 2005, p. 176.
212.
El deber de diligencia obliga principalmente a los ministros del tribunal, pero también a
los abogados que patrocinan a las partes, los cuales deben evitar el planteamiento de cuestiones irre-
levantes que dilaten innecesariamente el proceso.

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160 Carmen PEÑA GARCÍA

b)La obligación de prestar juramento de que cumplirán recta y fiel-


mente su tarea, y preocupación por la formación continua en de-
recho matrimonial y procesal (art. 35; can. 1454)213.
c) La prohibición de aceptar regalos de cualquier tipo con ocasión
de las actuaciones judiciales (art. 74; can. 1456).
d) La obligación de guardar secreto respecto a lo conocido en virtud
del oficio (art. 73; can. 1455): esta obligación alcanza a todos los
ministros y ayudantes del tribunal respecto a todo lo que conocen
con ocasión del ejercicio de su oficio, aunque el párrafo segundo
destaca también la especial obligación de secreto que tienen los
jueces respecto al sentido de sus votos y a la discusión que tiene
lugar en la sesión de jueces que tiene lugar cuando se reúnen
para dictar sentencia214.
En relación con los principios de publicidad y secreto del proceso, hay
que recordar que los procesos canónicos en general, y las causas matrimo-
niales en particular, aun no siendo secretos, no admiten sin embargo la au-
diencia pública, de modo que no podrán estar presentes en el desarrollo de
los procesos personas ajenas a los mismos215; al contrario, conforme re-
cuerda el art. 86, sólo podrán estar presentes en la sala aquellas personas
que la ley o el juez determinen que son necesarios para realizar el proceso
(can. 1470 §1): por ejemplo, por disposición legal, se excluye que los cón-
yuges puedan estar presentes en la declaración del otro cónyuge o de los
testigos de cualquiera de ellos… No obstante, a diferencia de lo que ocurría
en la regulación codicial anterior, sí se permite la presencia habitual de los
abogados de las partes en la práctica de la prueba216.
También en relación con la publicidad y secreto de las actas, el art. 91
§2 recuerda que, sin mandato del juez, está prohibido que el moderador
de la cancillería y los notarios proporcionen a nadie copia de las actas ju-
Índice
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diciales y de los documentos que forman parte del proceso.


En el supuesto de que los ministros del tribunal incumplan los debe-
res de su cargo, sea por comisión o por omisión, por malicia o por negli-
gencia, el art. 75 §1 recuerda que deben ser castigados por la autoridad
213.
Vid. Título II, II.1.2.
214.
Sobre los diversos tipos de secreto existentes en el proceso: ARROBA CONDE, M.J., Comenta-
rio al can. 1455, en ed. BENLLOCH POVEDA, A., Código de Derecho Canónico, Valencia 1993, pp. 642-
643.
215.
El art. 87 recuerda las facultades disciplinares y sancionadoras que tiene el juez relación al
desarrollo del juicio, desde llamar al orden a los asistentes al juicio que falten gravemente al respeto
y obediencia debidos al tribunal hasta, en el caso de los abogados y procuradores, suspenderles del
ejercicio de su función en la causa (can. 1470 §2).
216.
Vid. comentario art. 159, en Título VII, I.5.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 161

competente con penas adecuadas, incluida la privación del oficio (can.


1457). En este sentido, insiste la Dignitas Connubii, desarrollando y ex-
plicitando el texto legal, que, aún no existiendo propiamente delito, los
Obispos deberán adoptar las medidas oportunas para garantizar la recta
administración de la justicia, sin excluir, en caso de negligencia, abusos o
impericia, la posibilidad de remoción del oficio (art. 75 §2). E igualmente
recuerda, en aplicación del principio general del can. 128, la obligación
de reparación del daño causado en los supuestos en que haya mediado
dolo o culpa (art. 75 §3).

II. NORMAS SOBRE EL ORDEN EN QUE HAN DE CONOCER-


SE LAS CAUSAS

El capítulo II del Título III de la Dignitas Connubii reproduce, sin


prácticamente variación, lo dispuesto en los cann. 1458-1461 y 1464. En
este sentido, quizás lo más novedoso en este capítulo venga dado por una
extraña omisión detectable respecto a la regulación codicial: en efecto, la
Instrucción omite absolutamente cualquier referencia —tanto en este ca-
pítulo como a lo largo de todo su articulado— a la acción reconvencional,
regulada en el Código en los cann. 1463, 1494 y 1495217, pese a tratarse
de una acción ejercitable en las causas de nulidad matrimonial.

1. Principio general y precisiones concretas (art. 76)

El principio general que rige en esta materia, tal como establece el


art. 76 —reiterando lo dispuesto en el can. 1458—, es que las causas de
nulidad deben ser tramitadas en el mismo orden en que fueron propues-
tas218, sin que sea lícito al juez preterir injustificadamente unas en benefi- Índice
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cio de otras. No obstante, no cabe excluir que, en algún caso concreto,


pueda haber razones fundadas para otorgar a alguna causa una tramita-
ción más rápida (peligro de muerte…), pero en este caso es una obliga-
ción del juez el justificar mediante decreto motivado dicha decisión, de
modo que se evite toda sospecha de favoritismo o arbitrariedad.

217.
Vid. Título V, III.1.2.
218.
Esto presupone, a su vez, la existencia en el tribunal de un protocolo o registro de entrada
de las causas (cfr. DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can. 1458, en Comentario exegético al CIC, cit,
pp. 947-950; GARCÍA FAÍLDE, J.J., La Instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca 2006, pp.
87-88).

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162 Carmen PEÑA GARCÍA

Por otro lado, la Instrucción reitera, en los arts. 77-80, las disposiciones
codiciales relativas al momento procesal en que deben ser planteadas y re-
sueltas algunas cuestiones puntuales, como las cuestiones sobre concesión
de gratuito patrocinio y sobre prestación de caución para garantizar el pago
de las costas judiciales219, o los diversos tipos de excepciones procesales.

2. Las excepciones procesales (arts. 77-79)

Los arts. 77-79 dan normas sobre el procedimiento a seguir para la


proposición y resolución de las excepciones procesales que, en su caso,
interpongan las partes o el mismo juez de oficio.
El can. 1491 establece que «todo derecho está protegido no sólo por
una acción, mientras no se establezca otra cosa, sino también por una ex-
cepción». La excepción es el derecho del demandado a protegerse frente a
la acción del actor, oponiendo a la misma algún derecho que o bien elimi-
ne o destruya ésta de manera perpetua y absoluta (excepción perentoria),
o, al menos, difiera o aplace temporalmente su eficacia (excepción dilato-
ria). La excepción, por tanto, viene configurada como la otra cara de la
acción, constituyendo el medio de defensa del demandado respecto a la
petición del actor que pretende inquietarle en la pacífica posesión de un
derecho. En este sentido, la excepción no es una figura autónoma, sino
necesariamente accesoria de una acción planteada con anterioridad; por
esta razón la excepción se considera perpetua por su propia naturaleza y
podrá oponerse siempre que se plantee de hecho la acción (can. 1492).
En las causas canónicas de nulidad matrimonial —y, más ampliamente,
en las causas que versan sobre el estado de las personas— no caben las ex-
cepciones perentorias de pleito acabado a que se refiere el can. 1462220, pues-
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to que dichas causas nunca pasan a cosa juzgada, en virtud del can. 1643221.
219.
Según recuerda el art. 80, las cuestiones sobre concesión de gratuito patrocinio, si se soli-
cita desde el primer momento, o sobre prestación de caución deberán tratarse antes de la fijación de
la fórmula de dudas (can. 1464).
220.
A diferencia de las dilatorias, estas excepciones excluyen no sólo el ejercicio de la acción,
sino el mismo proceso, al basarse en que la cuestión que se propone ya ha sido legítimamente resuel-
ta, de tal modo que no puede discutirse nuevamente en virtud del principio ne bis in idem; son las ex-
cepciones de cosa juzgada (si ya se planteó judicialmente la causa y se dictó sentencia firme) y de
transacción, compromiso o juicio arbitral, si en virtud de estos remedios extrajudiciales se resolvió
definitivamente la cuestión.
221.
Aunque en estas causas existan dos sentencias conformes entre los mismos litigantes, sobre
la misma petición y en base al mismo título jurídico (lo que daría lugar a la cosa juzgada formal del
can. 1641,1º), el can. 1644 dispone que podrá siempre solicitarse la nueva proposición de la causa
ante el tribunal de apelación, aunque es necesario aducir nuevas y graves pruebas o razones.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 163

En consecuencia, nada dice la Dignitas Connubii sobre las excepciones


perentorias, centrando toda su atención en las excepciones dilatorias,
aquellas que pretenden excluir, no la acción de modo perpetuo y absolu-
to, sino únicamente el ejercicio de la misma, retrasándolo o excluyéndolo
temporalmente, mediante la alegación de fallos en el ejercicio de la ac-
ción, bien relacionados con el tribunal, el sujeto, el tiempo o el modo en
que se pretende ejercer la acción.
En cuanto al modo de tramitar estas excepciones dilatorias, el art. 77
§2 —reproduciendo el can. 1459— dispone que, en principio, las mismas
deben proponerse antes de la litiscontestación o fijación de la fórmula de
dudas, a no ser que surjan con posterioridad, y deben resolverse cuanto
antes. No obstante, si se trata de excepciones que puedan dar lugar a nu-
lidad de sentencia podrán ser planteadas en cualquier momento del pro-
ceso, tanto como excepción propiamente dicha —por la parte demanda-
da— como por el mismo juez de oficio (art. 77 §1 y can. 1459). Como
concreción de este principio general, el art. 79, reiterando lo dispuesto en
el can. 1461, recuerda que si el defecto es la incompetencia absoluta del
tribunal, el juez no sólo podrá, sino que deberá declararla de oficio en
cualquier momento del proceso.
Tanto el Código como la Dignitas Connubii prestan especial atención
a la excepción de incompetencia del tribunal222, que viene regulada con
cierto detenimiento:
a) En relación con esta excepción, el art. 78 §1 introduce una cierta
innovación respecto a la regulación codicial, en cuanto que la
Instrucción (arts.78 §1 y 45 §2º) reserva al colegio de jueces una
función —la resolución de la excepción de incompetencia— que
el Código, en el can. 1460 §1, atribuía en principio al mismo juez
que admitió la demanda.
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b) Si el colegio se declara incompetente, sea con incompetencia ab-


soluta o relativa, la parte que se considere perjudicada puede
apelar ante el tribunal superior en el plazo de 15 días útiles (art.
222.
Además de las excepciones relativas a la falta de competencia del tribunal (en las que se in-
cluirían la excepción de litispendencia, etc.), cabe citar como excepciones dilatorias las siguientes: la
falta de capacidad procesal del actor, la falta de legitimación del actor o el defecto en el mandato pre-
sentado por el procurador (vid. Título IV); la excepción de inadecuación de procedimiento, que, aun-
que prácticamente imposible de encontrar en el proceso contencioso-ordinario de nulidad, resulta
sin embargo relativamente frecuente en las causas tramitadas por proceso documental, debido a la
especial naturaleza y requisitos de éste (vid. Título XIII, I); o, con carácter general, la excepción de
demanda defectuosa, que podrá ser opuesta siempre que el demandado considere que la demanda
no debería haber sido admitida por incurrir en alguno de los supuestos de rechazo de la demanda del
can. 1505 §2 y del art. 121 (vid. Título V, I.2).

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164 Carmen PEÑA GARCÍA

78 §3 y can. 1460 §3), puesto que la resolución del colegio es una


decisión definitiva que pone fin a la instancia.
c) Por el contrario, si el colegio se declara competente, el art. 78 §2
(can. 1460 §2) recuerda que, en el supuesto de excepción de in-
competencia relativa, la decisión será inapelable (se trata de una
resolución que no pone fin a la instancia), aunque no se excluye
que la parte perjudicada pueda proponer, en su caso, la querella
de nulidad o el recurso extraordinario de la restitutio in inte-
grum223.
d) Nada dice la Instrucción —ni el mismo Código— respecto a la
apelabilidad del decreto de colegio que resuelva una excepción
de incompetencia absoluta declarándose competente. No obstan-
te, la doctrina entiende que esta decisión —pese a no tener strictu
sensu fuerza de sentencia definitiva— sí sería en cualquier caso
apelable, habida cuenta las graves consecuencias que se segui-
rían (la nulidad insanable de la sentencia) si realmente el tribunal
es absolutamente incompetente224. Por otro lado, aunque nada se
diga expresamente en la norma, entiendo que, por paralelismo
con el can. 1460 §2 y el art. 78 §2, también cabría, a fortiori, inter-
poner querella de nulidad o la restitutio in integrum contra dicha
decisión.

III. EL TIEMPO PROCESAL: PLAZOS Y PRORROGAS (ARTS. 81-83)

La Dignitas Connubii, en sus arts. 81-83, que reproducen sustancial-


mente las disposiciones de los cann. 1465-1467, regula lo relativo a los
plazos procesales y las prórrogas. Llama la atención, sin embargo, que no
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se haga alusión alguna a una cuestión previa, de notable trascendencia en


223.
Como ha destacado un decreto —inédito— de la Signatura Apostólica, de 17 de julio de
1999, se trataría del único caso en el que, en contra de la norma general, se puede proponer la resti-
tutio in integrum contra una decisión que, de suyo, no tiene fuerza de sentencia definitiva (cfr. GU-
LLO, C.-GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio. Aggionarta con
l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005, p. 75, nota 8). De hecho, no han faltado auto-
res que han criticado esta posibilidad de acudir en este caso a la restitutio in integrum (vid. Por ejem-
plo DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can. 1460, en Comentario exegético al CIC, cit., pp. 960-961).
224.
ACEBAL LUJAN, J.L., Comentario al can. 1460, en Código de Derecho Canónico, cit., Madrid
1986; ARROBA CONDE, M.J., Diritto procesuale canonico, Roma 2001, p. 287; GARCÍA FAÍLDE, J.J., La
instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca 2006, pp. 89-90; LLOBELL, J., Centralizzazione
normativa processuale e modifica dei titoli di competenza nelle cause di nullità matrimoniale, en «Ius
Ecclesiae» 3, 1991, p.460...En el mismo sentido, el art. 214 §2 de la Instrucción Provida Mater Eccle-
sia.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 165

la práctica forense y que provoca múltiples confusiones en la praxis pro-


cesal, como es la del cómputo del tiempo y de los plazos en el Derecho Ca-
nónico, que viene regulada con carácter general en el Libro I del Código.

1. Cómputo del tiempo


En el ordenamiento canónico, el cómputo del tiempo viene regulado
en los cann. 200-203, y presenta significativas variables respecto al cóm-
puto de los plazos procesales en el ordenamiento civil. A tenor de dichos
cánones, que deberán aplicarse en las causas canónicas salvo que el dere-
cho disponga expresamente otra cosa, el ordenamiento canónico distin-
gue entre estos dos tipos de tiempo:
a) «Tiempo útil»: aquél que concierne a quien usa o reclama su dere-
cho, de tal modo que no corre para quien ignora o no puede re-
clamar.
b) «Tiempo continuo»: aquél que no admite ninguna interrupción.
El ordenamiento canónico, a diferencia del civil, no distingue entre días
hábiles e inhábiles en el cómputo de los plazos procesales: una vez la parte
haya recibido la notificación en forma legal, el tiempo correrá ininterrumpi-
damente, salvo que se disponga expresamente otra cosa en la legislación par-
ticular o reglamentaria. No obstante, sí prevé el can. 1467, reproducido en el
art. 83 de la Dignitas, que si el día en que finalice el plazo estuviera cerrado el
tribunal, se entiende prorrogado dicho plazo hasta el primer día hábil.

2. Plazos procesales
El art. 81, en paralelismo con el can. 1465, distingue dos tipos de pla-
zos: los plazos fatales o legales, que son improrrogables, y los plazos judi-
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ciales o convencionales, que sí admiten prórroga.


Son plazos fatales los determinados por la ley para la perención de los
derechos; esta perentoriedad por mandato legal, por ser una norma odio-
sa, debe ser interpretada estrictamente, a tenor del can. 18, y no puede
nunca presumirse, debiendo por el contrario venir expresamente afirma-
da en la ley225. Estos plazos fatales fijados por la ley no pueden ser válida-
mente prorrogados por el juez, aunque sí podrán ser abreviados si todas
las partes lo piden226.
225.
Viene expresamente recogida, por ejemplo en los cann. 1621, 1630 §1, 1637 §3, 1644 §1…
226.
A tenor del can. 1465 §1y del art. 81 §1, no es suficiente con que las partes no se opongan,
sino que es necesario que las partes lo pidan expresamente, de tal modo que nunca cabe una actua-
ción de oficio del juez al respecto.

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166 Carmen PEÑA GARCÍA

Por el contrario, los plazos judiciales y convencionales, aunque sean


perentorios227, sí podrán ser prorrogados por decisión del juez228, siem-
pre que no hayan ya vencido, exista justa causa y hayan sido oídas las
partes, sin que se exija el consentimiento de las mismas, sino únicamente
su audiencia. No obstante, no parece que esa exigencia de audiencia a las
otras partes sea un requisito para la validez de la prórroga, puesto que la
referencia del canon a la validez hace alusión únicamente a la reducción
de los plazos, no a su prórroga. Por tanto, si el juez prorroga un plazo ju-
dicial o convencional sin oír a las otras partes, dicha prórroga será váli-
da, aunque contraria a las normas codiciales. En cualquier caso, sí re-
cuerda la norma la obligación del juez de evitar que la concesión de
prórrogas prolongue excesivamente la duración del proceso.
Por otro lado, dichos plazos judiciales y convencionales podrán ser
abreviados por el juez, aunque esta reducción del plazo exige, para la va-
lidez, el consentimiento de todas las partes, conforme dispone el can.
1465 §2 y el art. 81 §2.
Cuando la ley no señala un plazo para ello, será al juez a quien corres-
ponda fijar los plazos para la realización de los actos procesales, tenien-
do en cuenta la naturaleza de los mismos (art. 82; can. 1466), y la necesi-
dad de conciliar el derecho de defensa de la parte —que podría verse
afectado con la concesión de un plazo insuficiente— con el principio de
diligencia y celeridad de la justicia en la Iglesia.

IV. ANOTACIONES SOBRE LA SEDE DEL TRIBUNAL Y LA TE-


RRITORIALIDAD DE LA JURISDICCIÓN (ARTS. 84-85)

Con relación a la sede del tribunal, el art. 84, en total paralelismo con
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el texto codicial, recuerda que todo tribunal debe tener, en la medida de


lo posible, una sede fija, así como la obligación de que ésta esté abierta a
horas determinadas (can. 1468). La exigencia de una sede física fija y de
un calendario y horario previamente determinado constituyen garantías
para el ejercicio por parte de los fieles de sus derechos, en cuanto que fa-
vorece la posibilidad de acceso de los fieles a la administración de justicia
eclesial. Aunque con carácter general la ubicación del tribunal eclesiásti-
co se hallará en la sede episcopal, junto con la Curia Diocesana, no es im-
227.
El juez puede señalar plazos perentorios (así viene previsto, por ejemplo en los cann. 1484
§2 ó 1596 §3), aunque deberá hacerlo siempre de un modo inequívoco.
228.
A tenor de la interpretación estricta que exige esta materia, también podría el juez prorro-
gar los plazos legales no perentorios.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 167

prescindible que sea así, pudiendo el Obispo constituir el tribunal en


cualquier lugar de la Diócesis, siempre que se halle dentro del territorio
de su jurisdicción.
Con relación a la territorialidad de la jurisdicción, es un principio fir-
me que el juez, en circunstancias ordinarias, sólo puede ejercer válida-
mente su jurisdicción en su propio territorio. No obstante, el art. 85, re-
produciendo el can. 1469, recoge dos excepciones a este principio:
a) La posibilidad de que el juez que haya sido expulsado por la fuer-
za de su territorio, o bien esté impedido para ejercer en él su ju-
risdicción, pueda ejercer ésta fuera de su territorio: en este caso,
el juez así arrojado de su territorio podrá incluso dictar sentencia
fuera del ámbito de su jurisdicción, aunque se exige —únicamen-
te para la licitud, no para la validez— que informe de ello al Obis-
po diocesano del lugar en que se encuentra. Como se ve, no se re-
quiere el consentimiento del Obispo, sino únicamente que sea
informado por el Juez de esta circunstancia.
b) Facultad del juez de salir de su propio territorio para recoger
pruebas, por causa justa y oídas las partes. En este caso se requie-
re tanto la licencia del Obispo diocesano del lugar al que va como
que la prueba se recoja en la sede que determinada por el Obispo.
Se trata de una alternativa legal a la solicitud de auxilio judicial
entre tribunales para recoger la prueba que, aunque de escasa —y
no sencilla— aplicación práctica, podría en ocasiones contribuir
a un mejor logro del principio de inmediación procesal229.

V. EL PRINCIPIO DE ESCRITURA Y LAS ACTAS PROCESALES


(ARTS. 88-91)
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El proceso contencioso ordinario para la declaración de nulidad del


matrimonio se rige por el principio de escritura, conforme recuerda el
art. 88 (can. 1470 §1). En virtud de este principio, todos los actos judicia-
les deben recogerse por escrito, ya sean actas de la causa (las que se refie-
ren a actuaciones de fondo o de mérito) o actas del proceso (las que con-
tienen actuaciones relativas al procedimiento). Las actas deberán ser
numeradas y autenticadas por el notario, pues éste es quien da fe pública
(art. 88 §2).
229.
MORÁN BUSTOS, C.M., Comentario art. 29, en MORÁN BUSTOS. C. M.- C. PEÑA GARCÍA, Las
causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», en www.eldere-
cho.com, Madrid 2006.

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168 Carmen PEÑA GARCÍA

En cuanto al modo de redactar las actas, esta cuestión se halla repar-


tida a lo largo de la Instrucción, a pesar de la referencia expresa de este
capítulo V del Título III al modo de redactar las actas230. En relación con
esta cuestión, el art. 89, en paralelismo con el can. 1473, prevé cómo ac-
tuar en el supuesto de que la parte o el testigo rechace o no sepa firmar
las actas. En este caso, el artículo dispone que ha de consignarse el hecho
en las actas, correspondiendo al juez y al notario dar fe de que esa acta se
ha leído íntegramente a la parte o al testigo y de que éstos no pudieron o
no quisieron firmar.
Las actas originales deben conservarse en el archivo del tribunal, dis-
poniendo el derecho que, en caso de existencia de apelaciones —a lo que
habría que equiparar el supuesto de traslado de oficio de la causa al tri-
bunal superior en caso de sentencias declarativas de la nulidad— se ha de
remitir al tribunal superior copia de los autos, dando fe el notario de su
integridad y autenticidad (art. 90; can. 1474 §1). En la práctica, resulta
muy frecuente que se envíe los autos originales al tribunal superior, por
lo que en estos casos, teniendo en cuenta el riesgo cierto de pérdida, ex-
travío o destrucción que pueden correr los autos, deberá tener especial
cuidado el tribunal de primera instancia en realizar una copia exacta y
completa de los autos y conservarla en su archivo mientras le devuelven
los autos originales.
En relación con el envío de los autos al tribunal superior, prevé el art.
90 §2 que, si los autos están redactados en una lengua desconocida por el
tribunal superior, han de traducirse a otro idioma conocido por él, to-
mando precauciones para que conste la fidelidad de la traducción (can.
1474 §2). En principio, el español es uno de los idiomas oficialmente co-
nocidos en la Rota Romana, por lo que, ni siquiera en caso de apelacio-
nes ante este tribunal apostólico sería necesario traducir las actas; por el
contrario, sí podría ser necesaria esta traducción, incluso sin salir del Índice
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ámbito español, en el supuesto de que las actas estuviesen redactadas, to-


tal o parcialmente, en alguna lengua autonómica desconocida por el tri-
bunal de apelación231.
Por último, el art. 91 recuerda la obligación del tribunal de, una vez fi-
nalizado definitivamente el proceso por cualquiera de los medios previs-
230.
Especial importancia tienen las disposiciones del Título VII dedicado a las pruebas y, más
concretamente, del capítulo II dedicado al examen judicial (arts.173-175).
231.
En el caso de necesidad de traducción, el tribunal debe asegurarse la fidelidad y correc-
ción de la misma. En cualquier caso, considero que, por paralelismo con el art. 172, conviene que se
envíe al tribunal superior, junto con la traducción, copia exacta del original, de modo que el tribunal
de apelación pueda verificar en su caso la exactitud de la traducción, si surgiese cualquier duda al
respecto.

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Título III: La disciplina de los tribunales (arts. 65-91 DC) 169

tos en el derecho, devolver a los particulares los documentos que les per-
tenecen (can. 1475). Debe, sin embargo, conservarse copia de dichos
documentos, debidamente autenticada por el notario, en los autos que
permanecen en el archivo del tribunal.

VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

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170 Carmen PEÑA GARCÍA

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TÍTULO IV
LAS PARTES EN LA CAUSA
(Arts. 92-113)

I. INTRODUCCIÓN

El proceso, que aspira a la búsqueda y al encuentro con la verdad y la


justicia, necesariamente se articula en torno a las partes, no concibiéndo-
se de ninguna manera sin éstas. Este protagonismo de las partes, que es
reconocido por el ordenamiento procesal canónico con carácter general,
se torna decisivo en los procesos de nulidad matrimonial. En este Título
IV vamos a analizar la idea y el concepto de parte, los requisitos
subjeti-vos que se han de poseer para disfrutar de tal condición —la
capacidad de ser parte y la capacidad procesal—, así como legitimación
en orden a impugnar la nulidad del matrimonio; por último, será objeto
de análisis el ius postulandi, en concreto, los derechos y deberes de los
procuradores y abogados.

Índice
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171

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172 Carlos M. MORÁN BUSTOS

II. CONCEPTO DE «PARTE» DEL PROCESO

El proceso, concebido como un instrumento legal que posibilita la


realización de la justicia en el caso concreto, tiene como presupuesto
subjetivo a las partes litigantes. Son ellas, al ejercer el derecho a la tu-
tela judicial efectiva en defensa de sus propios intereses jurídico-sus-
tanciales, quienes dan vida al proceso, posibilitando la tramitación, la
investigación, y el pronunciamiento final. En todo proceso nos encon-
tramos con una parte que pretende inicialmente la tutela jurisdiccional
(actor), y otra, frente a la que se pretende la aplicación de la ley en el
caso concreto (demandado); ambas gozan, ante el juez o ante el tribu-
nal —y respecto de la otra parte—, de los mismos poderes jurídicos
para formular declaraciones de voluntad, proponer y practicar prue-
bas, plantear recursos...
Las partes son, por tanto, el factor subjetivo decisivo del proceso, de
modo que es imprescindible determinar su estatuto jurídico, precisando
los derechos y deberes que configuran esencialmente su posición. Este
estatuto jurídico dependerá de la propia noción de parte que se adopte,
de manera que se hace preciso delimitar qué se entiende por parte del
proceso.
La cuestión de la noción de parte ha sido muy discutida por la doctri-
na procesal civil, y también por los procesalistas canónicos. Nosotros
compartimos aquella concepción que ve a las partes del proceso como
«los sujetos que pretenden (actores) o frente a los que se pretende (de-
mandados) una tutela jurisdiccional concreta y que, afectados por el pro-
nunciamiento judicial correspondiente, asumen plenamente los dere-
chos, cargas y responsabilidades inherentes al proceso»232.
Es ésta una noción de parte exclusivamente procesal, que atiende, Índice
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no a la situación jurídico-material, sino a su posicionamiento en la li-


tis233. Aun cuando en la mayoría de los casos vengan a coincidir los suje-
tos de la relación jurídico-material y las partes llamadas a intervenir en
232.
Cfr. DE LA OLIVA, A.,- FERNÁNDEZ, M. A., Derecho procesal civil, vol. 1, Madrid 1990, p. 381.
234.
Ésta que hemos expuesto es la postura doctrinal mayoritaria en torno a la noción de parte,
la cual, en el ámbito latino, proviene de Chiovenda, para quien «è parte colui che domanda in pro-
prio nome (o nel cui nome è domandata) una attuazione di legge, e colui di fronte al quale essa è do-
mandata» (CHIOVENDA, G., Principii di diritto processuale civile, Napoli 1980, p. 529); Chiovenda, a
su vez, la tomó de HELLWING, J., Lehrbuch des deutschen Zivilprozessnechts, Leipzig 1903-1907, p. 111.
Esta misma postura es seguida, por ejemplo, por COSTA, S., v. Parti (diritto processule civile), en «Novissimo
Digesto Italiano» 12, 1965, pp. 499-500; LIEBMAN, E. T., Manuale di diritto processuale civile, vol. 1,
Milano 1992, p. 112; MANDRIOLI, C., Corso di diritto processuale civile, Torino 1987, vol. 1, pp. 57-61;
REDENTI, E., Il giudizio civile con pluralità di parti, Milano 1960, pp. 1-5; GUASP, J., Derecho procesal civil,

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 173

un proceso, consideramos que no se puede establecer una identidad en-


tre «partes» del proceso y «partes» del negocio o la relación jurídica: en
el proceso se actúa con «independencia» de la titularidad del derecho
controvertido, ya que, ésta es, en realidad, una cuestión que sólo se po-
drá resolver con la sentencia al final del proceso. Más allá de la confor-
midad o no entre lo afirmado y la realidad sustancial, la parte actora —
que formula la pretensión ante el juez o el tribunal— y la parte deman-
dada —frente a la que la pretensión es formulada—, se convierten en tal
en virtud del decreto de admisión de la demanda, sin perjuicio de que la
relación procesal se constituya posteriormente por la citación del de-
mandado.

III. REQUISITOS PARA SER PARTE: «CAPACIDAD DE SER PAR-


TE» Y «CAPACIDAD PROCESAL»

Las referencias que hemos hecho a la noción de parte nos han situado
en un plano abstracto; para convertirse real y efectivamente en parte de
un proceso determinado, se precisa de una serie de requisitos que han de
poseer los sujetos concretos que pretendan disfrutar de tal condición.
Nos referimos a continuación a aquellos requisitos que podríamos consi-
derar «subjetivos», pues se mueven en el ámbito de las aptitudes genera-
les del sujeto, independientemente de los procesos concretos y de los con-
cretos objetos de esos procesos. Hablamos de la capacidad para ser parte
y de la capacidad procesal.

1. Capacidad para ser parte


Índice
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Entendemos por tal la aptitud para ser titular de los derechos y obli-
gaciones inherentes al proceso234. Es, con otras palabras, la aptitud para

Madrid 1977, pp. 170-171. En el ámbito canónico ARROBA CONDE, M. J., Diritto processuale canonico,
233.

Roma 1994, p. 206; BONNET, P. A., v. Processo (processo canonico), en «Enciclopedia Giuridica» 24,
Roma 1990, p. 5; CABREROS DE ANTA, M., Comentarios al Código de derecho canónico, vol. 3, Madrid
1964, p. 364; DELLA ROCCA, F., Istituzioni di diritto processuale canonico, Torino 1946, p. 156; GROCHO-
LEWSKI, Z., Parte conventa nelle cause di nullità del matrimonio, en AA.VV., Atti del tribunale regionale
Siculo in occasione dell’inaugurazione dell’anno giudiziario 1990-1991, Palermo 1991, p. 15; ID., La
parte resistente nei processi contenzioso-amministrativi presso la Segnatura Apostolica, en AA.VV., Iustus
iudex, studi in onore di Weseman, Essen 1990, p. 474 y pp. 477-483; ROBERTI, F., De processibus, vol. 1,
In Civitate Vaticana 1956, p. 501; ZUANAZZI, I., Le parti e l’intervento del terzo, en AA.VV., Il processo ma-
trimoniale canonico, ed. BONNET, P. A. y GULLO, C., Città del Vaticano 1994, p. 335.
235.
Cfr. ROBERTI, F., De processibus, cit., p. 510; vid. CHIOVENDA, G., Principii di diritto..., cit.,
p. 583; DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M. A., Derecho procesal..., cit., vol. 1, p. 383; DE DIEGO-LORA, C., La

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174 Carlos M. MORÁN BUSTOS

pedir la tutela judicial y resultar afectado por la decisión jurisdiccional


relativa a la tutela jurídica pretendida. La capacidad de ser parte es ex-
presión sinónima de la capacidad jurídica general, aunque contemplado
este último concepto desde una vertiente jurídico procesal.
Las leyes procesales canónicas no hablan expresamente de esta ca-
pacidad, pero la suponen, de la misma manera que suponen la capaci-
dad jurídica general. El can. 96 del CIC. ‘83 atribuye a los bautizados
que están en comunión con la Iglesia la condición de miembros de la
Iglesia (persona in Ecclesia), y les reconoce los derechos propios de
cristianos, a no ser que estén privados de ellos por una sanción legíti-
ma235. Además, el can. 221 §1 reconoce a todos los fieles el derecho a la
protección judicial de los derechos (derecho a la tutela judiciaria) me-
diante un proceso con las garantías suficientes236. Aquéllos que están
fuera de la comunión con la Iglesia no están privados de cualquier dere-
cho en relación con la Iglesia, sino que existen una serie de derechos
que tienen en cuanto personas humanas, aunque no sean «persona in
Ecclesia», y, precisamente en virtud de su capacidad jurídica general,
estos derechos les son reconocidos.
La capacidad de ser parte es una derivación natural e inevitable del
hecho radical de ser persona humana, y como tal, ha de ser reconocida
en la Iglesia237. El can. 1476 reconoce la capacidad de ser parte a «cual-
quier persona», sea bautizado o no. A pesar de que el Código no es dema-
siado preciso en el uso de los términos procesales, es aceptado por la doc-
trina que con la expresión «quilibet potest in iudicio agere» se está
haciendo referencia a la capacidad de ser parte, entendida como la capa-
cidad de ver tutelados los propios derechos, independientemente de su
capacidad de ejercitarlos personalmente238; en este sentido, aunque la
persona fuese «non sui compos», goza también de la capacidad de ser
parte. Índice
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tutela de los derechos en la Iglesia, en AA.VV., Manual de derecho canónico, Pamplona 1988, p.
234.

731; FIGUEROA, R., La «persona standi in iudicio» en la legislación eclesial, Roma 1971, pp. 102, 107 y
215; LLOBELL, J., v. Processo canonico ordinario, en «Digesto delle Discipline Privatistiche» 15, Tori-
no 1997, pp. 26-27; OLIVERO, G., Le parti..., cit., p. 37.
235.
Cfr. RICCIARDI, G., La costituzione del curatore processuale, en AA.VV., Il processo..., cit.,
p. 406.
236.
Vid. LLOBELL, J., L’efficace tutela dei diritti (can. 221): presupposto della giuridicità dell’or-
dinamento canonico, en «Fidelium Iura» 8, 1998, pp. 227-264.
237.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., Legitimación procesal y designación de curadores, en ed. MANZANA-
RES, J., Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, Madrid 1992, p. 140.
238.
Cfr. LLOBELL, J., Le parti, la capacità processuale e i patroni nell’ordinamento canonico, en
«Ius Ecclesia» 12, 2000, P. 77.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 175

Por último, indicar que la capacidad de ser parte es una cualidad que
corresponde tanto a la persona humana como a la persona jurídica, al-
canzando incluso a las personas morales del can. 113 §1239.

2. Capacidad procesal: los arts. 97-100 de la Dignitas Connu-


bii a la luz de la normativa codicial

El segundo presupuesto procesal para determinar la condición de


parte es la capacidad procesal (legitimatio ad processum)240, que es la ap-
titud de realizar actos válidos en el proceso (aptitud que comporta, ade-
más, la posibilidad de que respecto del sujeto capaz se realicen actos efi-
caces). Del mismo modo que se ha establecido una correlación entre
capacidad jurídica y capacidad para ser parte, viene estimándose —con
plena lógica y justificación— una correlación entre capacidad de obrar y
capacidad procesal.
La capacidad procesal —que es necesaria y requerida igualmente en
la parte demandante y en la demandada—, es un presupuesto procesal, es
decir, una circunstancia necesaria para que se pueda constituir válida-
mente la relación procesal, y se relaciona con las facultades de la inteli-
gencia y la voluntad. En efecto, la capacidad procesal supone el poder
ejercitar las facultades humanas de la inteligencia y la voluntad en un
proceso, de acuerdo con lo dispuesto en la ley (como norma, la mayoría
de edad y el uso de razón).

239.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho procesal..., cit., p. 203;
vid. NAVARRO, L., La tutela giudiziaria dei soggetti senza personalità giuridica canonica, en AA.VV., La
giustizia nella Chiesa: fondamento divino e cultura processualistica moderna (28 Congresso nazionale
di diritto canonico dell’associazione canonistica italiana), Cagliari 1996, pp. 211-228. Índice
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240.
Por lo que a la terminología se refiere, seguimos a la mayoría de la doctrina procesalista,
que viene a identificar capacidad procesal y legitimatio ad processum; vid. CHIOVENDA, G., Principii di
diritto..., cit., p. 589; DE MIGUEL Y ALONSO, S., Legitimación procesal, en «Nueva Enciclopedia Jurídi-
ca» 25, pp. 61-65; DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M. A., Derecho procesal..., cit. p. 394-396; GUASP. J.,
Derecho procesal..., cit., p. 193; MORENO CATENA, V., Derecho procesal civil, Valencia 1992, p. 74. En
el ámbito canónico, por ejemplo, vid. ARROBA CONDE, M. J., Diritto processuale..., cit., p. 214; EICH-
MANN, E., Das Prozessrecht des codex iuris canonici, Paderborn 1921, p. 89; FEDELE, P., v. Capacità ca-
nonica (teoria general), en «Enciclopedia Giuridica» 6, Milano 1966, pp. 163-176; FIGUEROA, R., La
«persona..., cit., p. 118; GARCÍA FAÍLDE, J. J., Nuevo derecho procesal canónico, Salamanca 1995, p.
42; GRAZIANI, E., Annotatio. Pontificia Commissio ad Codicis canones authenticae interpretandos 4
ianuarii 1946, en «Ephemerides Iuris Canonci» 2, 1946, pp. 145-146; NACE, A. J., The right to accuse
the marriage of invalidity, Washington 1961, pp. 73-74. En la jurisprudencia se utilizan términos
como capacitas agendi et respondendi in iudicio, o persona standi in iudicio, o legitimatio ad proces-
sum; vid. S.R.R.D., coram Giannecchini, cit., p. 401; S.R.R.D., coram Ewers (11 novembris 1972), vol.
64, 1972, p. 696.

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176 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Si la capacidad de ser parte es la aptitud subjetiva para ser centro de


los derechos y deberes inherentes al proceso, la capacidad procesal es la
aptitud del sujeto para actuar en el proceso con eficacia. Si la capacidad
de ser parte respondía al hecho de ser persona humana, la capacidad
procesal responde a «sus dones intelectuales y voluntad que hace al hom-
bre o a la mujer aptos para realizar actos jurídicos procesales, asumiendo
libremente las responsabilidades de sus propios actos, y cargando con to-
das las diversas consecuencias que derivan de sus propias actuacio-
nes»241.
Son, por tanto, las facultades naturales de entender y querer –y, como
veremos, la habilitación de la ley– los elementos imprescindibles para po-
der realizar actos procesales con eficacia jurídica. Estas facultades se
presumen presentes si se verifica la mayoría de edad y el tener uso de ra-
zón, tal como se deduce de una interpretación a contrario sensu del can.
1478 §1. En dicho canon se recogen distintos supuestos de incapacidad,
en concreto, para los menores, los que carecen del uso de razón, los que
sufren interdicción de bienes, y los que padecen algún trastorno mental.
Resumiendo la disciplina procesal actual establecida en el can. 1478, se
deben considerar en estado de incapacidad absoluta, los menores antes
de cumplir catorce años, y todos aquéllos que carecen del uso de razón
(sea cual sea su edad). Desde el punto de vista de la capacidad procesal,
son relativamente incapaces los menores que hayan cumplido catorce
años y tengan uso de razón, y los mayores de edad que —sin carecer total-
mente del uso de razón— no tienen plena posesión de sus facultades men-
tales o se encuentren en la posición de interdicción civil o penal (can.
1478 §4)242.
La falta de capacidad procesal no significa que el sujeto pierda la ca-
pacidad de ser parte en el juicio: los menores, los que carecen total o par-
cialmente del uso de razón, los sometidos a interdicción, poseen capaci- Índice
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dad jurídica general y, por tanto, son titulares de derechos que


reivindicar o defender procesalmente. Entra aquí todo el tema de lo que

241.
Cfr. DE DIEGO LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho procesal..., cit., p. 203.
Estando ligada a las condiciones de inteligencia y voluntad, la capacidad procesal escapa a las perso-
nas jurídicas, las cuales deberán actuar en juicio por medio de sus legítimos representantes (can.
1480 §1).
242.
Quien es absolutamente incapaz no puede realizar actos jurídico-procesales, ya que no es
judicialmente responsable de sus actos; en cambio, quien es relativamente incapaz «conserva» una
cierta responsabilidad personal y, en ciertas cosas, puede ser admitido por la ley o por el juez a estar
en juicio (cfr. DEL CORPO, E., De curatore pro mente infirmis in causis matrimonialibus, Napoli 1970,
n. 17, p. 25). Vid. una sentencia coram Pinto, de 12 diciembre de 1980, en «Monitor Ecclesiasticus»
107, 1982, n. 2, p. 20.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 177

algún autor ha llamado capacidad procesal mediata243, que se concreta


de la siguiente manera:
1º. los que carecen de uso de razón no pueden actuar por sí mismos
en el proceso, sino que deben hacerlo «por medio de sus padres,
tutores o curadores» (can. 1478 §1);
2º. los que sufren interdicción de sus bienes o algún trastorno mental
que no conlleve la privación del uso de razón tampoco pueden ac-
tuar por sí mismos, sino que han de actuar por medio de curado-
res (can. 1478 §4), salvo en los casos en que tuvieran que compa-
recer en juicio «para responder de sus propios delitos o por
mandato del juez»;
3º. los menores de edad que aún no han cumplido 14 años –aunque
no estén privados del uso de razón, ni sufran interdicción de sus
bienes o tengan algún trastorno mental–, tampoco pueden inter-
venir por sí mismos en ninguna causa, sino que han de hacerlo
«por medio de sus padres, tutores o curadores» (can. 1478 §1);
4º. los menores de edad que han cumplido 14 años –si no están pri-
vados del uso de razón, ni sufren interdicción de sus bienes, ni
padecen trastorno mental alguno–, pueden actuar por sí mismos
cuando se trate de «causas espirituales» (las matrimoniales lo
son) o de causas «conexas con ellas» (can. 1478 §3).
Comparando lo prescripto para los procesos en general por los cann.
1478-1479, con lo regulado en los arts. 97-100 de la DC para los procesos
declarativos de nulidad matrimonial, nos encontramos con algunas «no-
vedades» y/o «innovaciones»244. Vamos a referirnos a ellas, y lo hacemos
siguiendo el propio orden que fija el articulado de la Instrucción:

Índice
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2.1. «Quienes carecen de uso de razón» (art. 97 §1)

El art. 97 §1 dice de ellos que «sólo pueden comparecer en juicio por


medio de un curador». Si lo comparamos con el can. 1478 §1 encontra-
mos dos diferencias: por una parte se omite la referencia conjunta a los
menores, de modo que se entiende –y sobre ello incidiremos posterior-
mente– que éstos no tienen la misma consideración que los que carecen
de uso de razón; por otra parte, se omite también referencia alguna a los
padres y a los tutores, aludiéndose únicamente a los curadores.
243.
Cfr. LLOBELL, J., Le parti..., cit., pp. 80-81.
244.
Entrecomillamos ambos términos por la propia consideración de la Instrucción Dignitas
Connubii desde el punto de vista de su categoría normativa.

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178 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Esta última omisión no parece desacertada, sobre todo si se tiene en


cuenta el carácter distinto de la tutela y la curatela. Aunque en el ordena-
miento canónico no se han delimitado de manera clara y precisa ambos
institutos, sí que la doctrina civilista ha establecido algunas diferencias
entre ellos. Así, en la tutela se pretende completar la incapacidad del me-
nor, mientras que la curatela mira a otros supuestos de incapacidad,
como la ausencia de razón y la debilidad mental; el tutor se asigna a la
persona, mientras que el curador se da intuitu bonorum; el tutor es un re-
presentante habitual del incapaz, mientras que el curador es alguien que
le presta asistencia puntual, alguien que completa ocasionalmente sus li-
mitaciones de actuación jurídica245.
Si analizamos el can. 1478 §1 vemos que considera que quienes care-
cen del uso de razón —y también los menores de 14 años—, están necesita-
dos, en primer lugar, de la «representación» de sus padres; en su defecto, la
protección de su personalidad estaría en los tutores; ello sin perjuicio de
que se pudieran dar situaciones en las que viniera justificado el nombra-
miento de un curador que viniera a defender esos intereses del carente de
uso de razón que requieren de una especial actividad tuitiva. Pues bien, los
procesos matrimoniales, por la propia sustantividad de los mismos, serían
una de esas situaciones en las que, considerando la distinción que hemos
realizado entre el tutor y el curador, podría estar justificado privilegiar la
«representación» legal del curador246 sobre la de los padres y los tutores.
Téngase en cuenta, por una parte, que, en estos procesos, es fácil que se ve-
rifique un conflicto de derechos-intereses entre el incapaz carente de uso
de razón y sus padres y/o tutores, conflicto que es previsto por el can. 1478
§2, y que viene solucionado gracias a la designación del juez, designación
que debería ser a favor de un curador procesal. Por otra parte, el can. 1550
considera incapaces de testificar a los que «comparecen en juicio en nom-
bre de las partes», ya que se presume avocados al peligro de ser parciales. Índice
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Según esto, si quien suple la capacidad procesal del carente de uso de ra-
zón fuera un padre o un tutor, no podría actuar como testigo, lo cual no
vendría a facilitar el conocimiento de la verdad.

245.
Cfr. DEL CORPO, A., De curatore..., cit., p. 18; citado por PANIZO ORALLO, S., La legitimación
procesal..., cit., p. 151, nota 15.
246.
Aunque hablamos del curador en términos de representación de la parte, sin embargo va
entrecomillado porque distinguimos entre el curador y el procurador: el procurador recibe un poder
de la parte, y la representa en los litigios en función y conforme a ese mandato procuratorio; el pro-
curador, por tanto, gestiona los negocios ajenos por mandato del titular de los mismos, un titular que
goza de capacidad procesal; el curador, aunque también gestiona derechos-intereses ajenos, sin em-
bargo su actividad no responde a un mandato de la parte, sino que lo hace por imperativos del Dere-
cho o del juez, y lo hace supliendo la incapacidad procesal absoluta o relativa del sujeto.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 179

Por ello, no deja de ser plausible que, en los supuestos de carencia de


uso de razón, la parte comparezca en juicio por medio del curador. El
problema sería si, invocando el can. 1478 §1, y pese a lo dispuesto por el
art. 97 §1 de la DC, el padre quisiera comparecer en juicio en nombre de
su hijo que carece de uso de razón, o quisiera hacerlo el tutor designado
por la autoridad civil. En estos hipotéticos supuestos la única solución se-
ría acudir al posible conflicto de intereses, y que el Juez designara a un
curador; ello debidamente motivado.

2.2. Los «minus firmae mentis» (art. 97 §2)

De ellos se dice que «sólo pueden comparecer en juicio por mandato


del juez; en los demás casos deben demandar y contestar por medio de
sus curadores» (art. 97 §2 DC). Comparando el contenido de este art. 97
§2 DC con el can. 1478 §4 nos encontramos con dos diferencias.
La primera de ellas es que ya no se habla de «los que sufren interdicción
de sus bienes», omitiéndose lógicamente también el que puedan comparecer
en juicio «para responder de sus propios delitos». Quizás la omisión tenga
que ver con lo siguiente. A la hora de interpretar el can. 1478 §4 la doctrina
procesal canónica se planteó el problema de qué se debía entender por per-
sona que sufre interdicción de sus bienes. En los códigos civiles la interdic-
ción de bienes era una prohibición de administrar ciertos bienes que se im-
ponía por el vicio de prodigalidad e imbecilidad247, de ahí que se les
equiparara a los débiles mentales248. En el ordenamiento canónico, se trata
de la situación de una persona que, habiendo mediado una pena de censura
impuesta, es declarada incapaz de realizar determinados actos de la vida ju-
rídica y que, en consecuencia, se ve privada legalmente de la administración
de determinados bienes sagrados (can. 1332). Pues bien, la omisión que hace
el art. 97 §2 de la DC nos parece correcta: suprimida la cláusula de culpabili- Índice
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dad del can. 1971 §1, 1º del CIC’17, y considerando que el objeto del proceso
de nulidad matrimonial no es privativo de las partes, ni es pacticio, sino que
es un bien público eclesial (está relacionado directamente con la salus ani-
marum), es normal que no se considere incapaz procesalmente hablando al
sujeto que ha incurrido o se le ha impuesto una pena de entredicho, ya que
una cosa es la responsabilidad personal derivada de una determinada ac-
ción, y otra la posibilidad de actuar eficazmente en un proceso en el que se
va a declarar la verdad de un estado personal como es el conyugal.
247.
Cfr. CABREROS DE ANTA, M., Comentario al can. 1650..., cit., p. 368.
248.
La interdicción civil se suprimió en la reforma del Código penal de 1983, y tampoco apare-
ce en el Código penal actual, de modo que carece en la actualidad de relevancia jurídica.

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180 Carlos M. MORÁN BUSTOS

La segunda diferencia entre el art. 97 §2 de la DC y el can. 1478 §4 es


que en el primero se especifica que la situación de los minus firmae men-
tis puede verificarse «al inicio o durante el proceso». En principio la pre-
cisión merece un juicio positivo, ya que si se trata de suplir la incapaci-
dad procesal, y como está en juego la propia nulidad insanable de la
sentencia (can. 1620, 5º), se ha de atender, no sólo al momento de la ins-
tauración de la relación procesal, sino también al propio desarrollo del
proceso. Cuestión distinta sería aquélla de quienes, padeciendo algún
trastorno mental al momento de contraer matrimonio, sin embargo, más
tarde, al momento de la actuación procesal, ha remitido o se ha corregido
esa situación mental, en cuyo caso no precisaría de que ningún curador
supliera o completara una inexistente incapacidad procesal: en este sen-
tido, es teórica y prácticamente posible que nos encontremos con una
sentencia válida de nulidad de matrimonio por enfermedad psíquica, dic-
tada en un proceso en el que no se ha designado curador a la persona
afectada por dicha enfermedad al momento de contraer matrimonio249;
entra aquí la tan discutida cuestión de la perpetuidad de las enfermeda-
des mentales250; sin entrar en esta cuestión, decir que, para la constitu-
ción de curador, ha de atenderse, no tanto a las condiciones de la persona
al momento de contraer matrimonio, cuanto a esas condiciones al mo-
mento de iniciar al proceso o durante el curso del mismo.
Al margen de este añadido que consideramos positivo, seguimos con
la imprecisión a la hora de utilizar determinados términos importantes
desde el punto de vista procesal. En efecto, tanto si el trastorno mental se
produce al inicio como durante el proceso, se dice que, sólo podrían com-
parecer en juicio («stare in iuidicio») por mandato del juez, debiendo en
los demás casos demandar y contestar («agere et respondere») por medio
de sus curadores. ¿Qué se quiere decir en este §2 del art. 97 con la expre-
sión «stare in iudicio»? Es evidente que esa misma expresión no tiene Índice
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igual significado en el §1 que el §2: en el §1 alude a la incapacidad proce-


sal, mientras que en el §2 no puede hacer referencia a la incapacidad pro-
cesal, ya que de ser así, no podría ser suplida por mandato del juez: por
ser una aptitud del sujeto relacionada con las facultades de la inteligencia
y de la voluntad, no puede ser suplida por la decisión del Juez que le per-
mita comparecer en juicio, sino que lo único que puede hacer el Juez es
proceder a nombrarle un curador. No entendemos cómo, careciendo de
capacidad procesal, podría comparecer en juicio por mandato del juez y,

249.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Nuevo derecho..., cit., p. 47; vid. STANKIEWICZ, A., De curatoris pro-
cessualis designatione pro mente infirmus, en «Periodica» 81, 1992, p. 514.
250.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., La legitimación..., cit., p. 166.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 181

sin embargo, necesitaría de un curador para demandar y contestar; ni en-


tendemos cuáles son esos otros casos («in ceteris») a los que se refiere la
segunda parte del art. 97 §2.
Por otra parte, seguimos con la cuestión del alcance de la expresión
minus firmae mentis. Es una expresión que aparecía en el can. 1650 del
CIC’17 («débiles mentales» se decía en su traducción), que aparece en el
can. 1478 §4 del CIC’83 («trastorno mental» se dice en su traducción), y
que aparece también en este art. 97 §2 de la DC (traducida también por
«trastorno mental» en su versión española, por «infermità mentale» en su
traducción italiana). ¿Cuál es el alcance de esta expresión? Antes de dar
respuesta a este interrogante –aunque sea una respuesta un poco epidér-
mica–, decir que, por lo que a la necesidad de designación de curador se
refiere, la respuesta de la Pontificia Comisión de Intérpretes de 25 de ene-
ro de 1943 unificó y equiparó las situaciones de carencia de uso de razón
y de debilidad mental251, sin embargo ello no resuelve la cuestión de qué
hay que entender por esa expresión minus firmae mentis. A título de
aproximación podemos indicar que se trata de aquellos sujetos que, sin
estar privados del uso de razón –lo cual es algo fácil de individuar y perci-
bir–, sí que presentan problemas de disminución mental. Se trata de una
cuestión de grado o intensidad de la enfermedad mental. La debilidad-en-
fermedad-trastorno mental puede entenderse como un estado permanen-
te de insuficiencia del funcionamiento intelectual, que se sitúan por deba-
jo del promedio. No se trata tanto de una anomalía homogénea, cuanto
de un cúmulo de síndromes suyo denominador común es la deficiencia
mental.
El problema realmente es precisar el grado de madurez intelectual
que se requiere para actuar personalmente en un proceso como el matri-
monial: ¿se requiere una madurez idéntica o distinta que la que se requie-
re para contraer matrimonio? En la jurisprudencia de la Rota encontra- Índice
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mos sentencias en ambos sentidos, esto es, afirmando que para contraer
matrimonio se requiere una misma madurez que para actuar procesal-
mente, y sosteniendo que la capacidad matrimonial es más exigente que
la capacidad procesal. Por nuestra parte, compartimos el criterio de Pa-
nizo Orallo en el sentido de que no se puede equiparar la discreción o ma-
durez requerida para contraer matrimonio y la que se precisa para estar
en el proceso252: se trata de realidades distintas, y también lo es la capaci-

251.
Cfr. AAS 35, 1943, p. 58; vid. REGATILLO, E., Interpretatio et iurisprudentia CIC, Santander
1957, p. 637: «quando pars est amens aut infirmae m entis, aius personam sustinet seu repraesentat
curator».
252.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., La legitimación..., cit., pp. 163-164.

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182 Carlos M. MORÁN BUSTOS

dad que se requiere para ambas. En este sentido, considero que es posible
pensar —más aún, es práctica común en nuestros tribunales— en una
sentencia válida de nulidad de matrimonio por falta de discreción de jui-
cio en supuestos de falta de curador, ya que es compatible una falta de
discreción de juicio para el matrimonio con un discernimiento suficiente
para actuar en el proceso. Por tanto, no siempre que se pide la nulidad
por un capítulo en el que el sustrato fáctico es una situación de debilidad
mental o de trastorno mental o de anomalía psicológica es necesario pro-
ceder a la designación de un curador, aunque también es verdad que en
determinados casos el Juez podría plantearse seriamente la cuestión.

2.3. Los menores (art. 97 §3)

De acuerdo con el art. 97 §3 «los menores pueden actuar y responder


por sí mismos, sin el consentimiento de los padres y del tutor, quedando a
salvo los §§ 1-2». Aunque se cite el can. 1478 §3, las diferencias respecto a
lo dispuesto en dicho canon son evidentes: desaparece la edad como ele-
mento de incapacidad procesal en las causas matrimoniales, incluso si
ésta es menor de 14 años. En efecto, el can. 1478 §3 indica que, en las cau-
sas espirituales —y las matrimoniales lo son— los menores que tengan uso
de razón y hayan cumplido 14 años pueden actuar sin el consentimiento
de los padres y del tutor; ahora bien, en caso de no tener 14 años, se consi-
dera que carece de capacidad procesal, de modo que ha de actuar por me-
dio de un curador nombrado por el juez. Esta prohibición del menor de 14
años de actuar personalmente es omitida por el art. 97 §3.
Alguien pudiera pensar que la omisión se debe a que es extremada-
mente extraño que nos encontremos con un sujeto que pretenda partici-
par en un proceso de nulidad matrimonial siendo menor de 14 años. Cier-
tamente es difícil, pero no sería imposible, ya que podría darse Índice
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excepcionalmente en los casos de cónyuges menores de 14 años desposa-


dos con dispensa del impedimento de edad253, cosa que puede suceder en
algunos territorios de misión254. Además, desde el punto de vista procesal
es indiferente la cuantificación fenomenológica, ya que lo importante es
que, de acuerdo con el §3 del can. 1478, estos cónyuges podrían actuar en
253.
El can. 1083 §3 establece como edad mínima para contraer matrimonio válido los dieciséis
años para el varón, y los catorce para la mujer, pero se trata de un impedimento de derecho humano,
y como tal dispensable. El M. P. De Episcoporum muneribus (A.A.S. 58, 1966, pp. 467-472) reservaba
a la Santa Sede la dispensa de edad que excediera un año. No sucede así en la actual disciplina, de
modo que puede ser dispensada por el Ordinario del lugar, aunque exceda del límite aludido (can.
1078 §1) (cfr. FORNÉS, J., Derecho matrimonial canónico, Pamplona 1990, pp. 61-62).
254.
Cfr. JEMOLO, A.C., Il matrimonio nel diritto canonico, Milano 1941, p. 379.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 183

una causa de nulidad sólo mediante un curador nombrado por el juez,


mientras que el art. 97 §3 les permite actuar personalmente. ¿Cómo solu-
cionar esta contradicción entre lo dispuesto en el CIC y lo que se dice en la
DC? En este caso, como en tantos otros que se plantean a lo largo del arti-
culado de la Dignitas Connubii, la solución tiene que partir del análisis del
valor jurídico de esta Instrucción, de su consideración desde el punto de
vista de la jerarquía normativa: es evidente que no puede ser adscrita al
grupo de las normas legales, sino que estamos ante una norma adminis-
trativa ejecutoria o de desarrollo (infra legem); en este tipo de normas, por
el propio principio de legalidad, no pueden contenerse disposiciones con-
tra legem, ni tampoco disposiciones praeter legem (contenidos autónomos
o independientes respecto a la ley), y de existir, no tienen consistencia,
prevaleciendo lo dispuesto en el CIC255. Esto es lo que ocurre en el caso
que nos ocupa, de modo que los menores de 14 años, si actúan en un pro-
ceso de nulidad, han de hacerlo por medio de su curador.

2.4. La designación del curador (arts. 98-100)

Para que una persona pueda actuar por otra en un proceso se requiere
una especie de legitimación formal que toma forma de mandato o de au-
torización de la ley o de la competente autoridad. En el ámbito procesal
canónico no existen los curadores natos establecidos por ley, sino que se
necesita una constitución de los mismos ad norman iuris. Pues bien, la
norma del art. 98 de la DC, con la única excepción de referirse únicamen-
te al curador –no al tutor–, repite lo dispuesto en el can. 1479, en el que se
canoniza la curatela establecida por la autoridad civil, no de modo auto-
mático, sino mediante un acto de reconocimiento y aceptación por parte
del juez eclesiástico, el cual, si es posible, debe oír antes al Obispo dioce-
sano de aquél a quien se le dio256. Si no estaba nombrado, o se considera Índice
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que no debe ser admitido, el juez designará un curador para la causa.


De acuerdo con el art. 99 §1 –que no tiene paralelo en el CIC–, la desig-
nación o admisión del curador corresponde al Presidente, lo que hará –y
esto es nuevo, pero es muy lógico– «mediante decreto motivado»: la desig-
255.
Vid. GONZÁLEZ AYESTA, J., Valor jurídico de la Instrucción «Dignitas Connubii» en el marco
del sistema canónico de fuentes del derecho, en AA.VV., Los procesos de nulidad de matrimonio canóni-
co hoy, Madrid, 2006, pp. 43-49.
256.
El can. 1651 del CIC’17 atribuía al Obispo diocesano la competencia para designar al cura-
dor, lo que hacía por un acto puramente administrativo, ante el que cabía recurso a la S. Congregación
del Clero. Existieron autores, no obstante, que discutieron el carácter administrativo del nombramien-
to del curador. En la normativa actual no hay duda: la designación del curador es un acto judicial, y, en
cuanto tal, sometido a los mismos posibles recursos que cualquier otra decisión judicial recurrible.

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184 Carlos M. MORÁN BUSTOS

nación se deja al arbitrio de Presidente, pero éste ha de motivar su deci-


sión, de manera que se protejan mejor los intereses y derechos del incapaz.
La designación del curador –que no es constitutiva sino declarativa– debe
ajustarse a criterios de prudencia: no se debe dejar sin curador a la perso-
na que lo necesite, ni se le debe nombrar si no lo necesita; en este sentido,
de la misma manera que la incapacidad no se presume, tampoco se puede
presumir la necesidad del curador, de manera que debe demostrarse que el
sujeto pasa por una situación susceptible de requerir presencia del cura-
dor. De acuerdo con el can. 1620, 5º, la sentencia es insanablemente nula si
una de las partes no tenía capacidad de actuar en juicio; ¿y si ocurre lo
contrario, es decir, si a alguien se le nombra curador sin necesitarlo? En mi
opinión, esta sentencia sería también nula con nulidad insanable, de hecho
el can. 1620, 6º sanciona con este tipo de nulidad aquellos supuestos en los
que «alguien actuó en nombre de otro sin mandato legítimo». La necesidad
de motivar la designación del curador contribuirá, en todo caso, a que se li-
mite la arbitrariedad, respetándose la discrecionalidad del Juez.
La designación del curador ha de notificarse «a todos los que tengan
interés» (art. 99 §2): no se especifica qué sujetos son quienes tienen inte-
rés jurídico, ni se dice si ese interés ha de probarse o fundamentarse por
los sujetos o, por el contrario, debe considerarse de oficio por el juez, de
modo que sea éste quien decida a quienes hay que notificar. Sí es acerta-
do el criterio general de tener que notificar también al propio cónyuge al
que se le da curador, a no ser que exista una causa grave, quedando a sal-
vo el derecho de defensa (art. 99 §2).
Por último, el art. 100 recuerda que pertenece al oficio del curador el
tutelar por los derechos de la parte para la que ha sido designado. Él no
es parte, sino que lo es el necesitado de asistencia procesal: éste sigue
siendo el titular de los derechos procesales controvertidos y también de
los derechos sustantivos de fondo; el curador asiste-representa, suple la Índice
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falta de capacidad procesal, realiza funciones de parte, pero no es parte,


lo cual ha de aplicarse también a los casos de nulidad matrimonial257. En
257.
No podría, por ejemplo, pedir la nulidad del matrimonio, ya que no aparece entre los sujetos
legitimados que regulan los cann. 1674-1675. (vid. en sentido contrario STAFFA, D., De constitutione cu-
ratoris pro mente infirmo in iure canonico, en «Apollinaris» 16, 1943, pp. 80ss; citado por PANIZO ORA-
LLO, S., La legitimación..., cit., nota 42). En relación a la posibilidad de impugnar el matrimonio, algún
autor opina que si el cónyuge es absolutamente incapaz, el ius impugnandi sólo podrá ser ejercitado
por el promotor de justicia, ya que los representantes legales del incapaz no poseen legitimación de
acuerdo con el can. 1674 1º. En cambio, si el cónyuge es relativamente incapaz, podrá impugnar direc-
tamente el matrimonio, pues el can. 1505 §2, 2º no debe ser aplicado si falta la certeza sobre la incapa-
cidad (RICCIARDI, G., La costituzione del curatore processuale, en AA.VV., Il processo matrimoniale...,
cit., p. 431). En nuestra opinión, es cierto que el can. 1674, 1º no legitima a los representantes legales,
pero no hay que olvidar que la legitimación en estos casos sigue correspondiendo al incapaz.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 185

términos generales se puede decir que el curador tiene potestad sobre


aquello que toca el ejercicio de los derechos del incapaz, no sobre la titu-
laridad de los mismos.

IV. LA LEGITIMACIÓN PROCESAL EN EL PROCESO DE NULI-


DAD MATRIMONIAL (ARTS. 92-94)

Nos hemos referido hasta el momento a la capacidad de ser parte y la


capacidad procesal, verdaderos presupuestos para poder actuar como
parte en un proceso. Ahora bien, no basta la capacidad de ser parte y la
capacidad procesal para poder demandar y contestar en un juicio con-
creto. Para poder actuar en un juicio determinado, en una causa concreta
–por ejemplo en una causa matrimonial–, se necesita estar legitimado.
Mientras las capacidades hasta ahora examinadas son aptitudes me-
ramente generales —inherentes al sujeto de que se trate—, aptitudes que
se tienen o de las que se carece con independencia de los procesos con-
cretos y de los concretos objetos de esos procesos, la legitimación proce-
sal (legitimatio ad causam)258 es una cualidad o condición de las partes en
relación con concretos procesos o —lo que es igual— con los concretos
objetos procesales. La capacidad procesal dice relación a la capacidad
personal de un individuo para intervenir en un proceso como actor o
como demandado; es un elemento subjetivo de la persona. La legitima-
ción, en cambio, es la habilidad o aptitud de una persona para una causa
determinada, o en otras palabras, es la relación existente entre una per-
sona y una acción determinada, de modo que la acción pueda ser pro-
puesta o no por ella.
La legitimación, con ser una aptitud o cualidad predicable de las par-
Índice
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tes en un proceso —en lo que se asemeja a la capacidad de ser parte y a la


capacidad procesal— no constituye, como éstas, un presupuesto del dere-
cho al proceso, es decir, del derecho a una sentencia sobre el fondo, sino
un presupuesto de la acción, esto es, uno de los elementos necesarios
para tener derecho a una tutela jurisdiccional concreta259. Según esto,
258.
Legitimatio ad causam es el término usado por Roberti y por aquellos que siguen su termi-
nología; según Roberti, la legitimación procesal (legitimatio ad causam) es la «facultas certam actio-
nem proponendi vel eidem respondendi» (ROBERTI, F., De processibus, cit., vol. 1, p. 588; ID., De ac-
tione promotoris iustitiae et coniugum in causis matrimonialibus, en «Apollinaris» 11, 1938, pp. 571-
575).
259.
ROBERTI, F., De habilitate ad accusandum matrimonium, legitimatione ad causam et nulli-
tate sententiae, en «Apollinaris» 14, 1941, p. 89; Vid. WERNZ, F.-VIDAL, P., Ius canonicum. De processi-
bus, vol. 6, Romae 1949, p. 178.

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186 Carlos M. MORÁN BUSTOS

podemos definir la legitimación como la cualidad de un sujeto jurídico


consistente en hallarse, dentro de una situación jurídica determinada, en
la posición que fundamenta, según el derecho, la titularidad de la acción
(legitimación activa) o la exigencia, precisamente frente a él, de la con-
creta tutela jurisdiccional correspondiente a la acción de que se trate (le-
gitimación pasiva)260.
Centrándonos en las causas de nulidad de matrimonio, la legitima-
ción para impugnar el matrimonio es tratada en los cann. 1674 y 1675
del CIC, cánones cuyo contenido –pese a algunas excepciones que iremos
comentando–, viene recogido en los arts. 92-94 de la DC. En ambas dis-
posiciones normativas subyace idéntica concepción procesal. Se recono-
ce legitimación originaria para impugnar el matrimonio a aquellas per-
sonas que sean titulares de los derechos matrimoniales. Dado que los
cónyuges son los únicos titulares, ellos son los únicos que poseen legiti-
mación originaria para actuar en el proceso declarativo de nulidad ma-
trimonial. Este modo de proceder se explica por el hecho de que la disci-
plina canónica sólo concede el derecho de acción261 en virtud de la
titularidad de un derecho, no en virtud del interés legítimo262.
Todos los demás sujetos que no sean los cónyuges carecen de legitima-
ción originaria para impugnar el matrimonio. A pesar de ello, el legisla-
dor ha concedido expresamente legitimación sustitutiva a personas que,
sin ser titulares de los derechos matrimoniales, poseen un interés legíti-
mo que el ordenamiento canónico pretende proteger. Estas personas go-
zan de legitimación sustitutiva: la ley les legitima para defender un dere-
cho ajeno en virtud de un interés propio.
El can. 1674, 1º (y el art. 92, 1º DC) reconoce legitimación originaria
a los cónyuges; el can. 1674, 2º (art. 92, 2º DC) reconoce legitimación
sustitutiva al promotor de justicia para impugnar un matrimonio vivien-
do los propios cónyuges en base a un interés público. El can. 1675 (arts. Índice
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93-94) —junto con el can. 1518— reconoce legitimación sustitutiva, en

260.
Cfr. DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M., Derecho procesal..., cit., p. 399.
261.
Nosotros compartimos aquella concepción que ve la acción como un derecho a la senten-
cia favorable, un derecho a obtener el restablecimiento de la injusticia sufrida, a proteger un derecho
concreto. Si la acción es el derecho a la sentencia favorable, la pretensión es el derecho a la sentencia
sobre el fondo. La acción hace referencia a un derecho concreto, la pretensión hace referencia a la
protección de los derechos en abstracto. Mientras que la acción es un derecho a la tutela jurisdiccio-
nal concreta, la pretensión, que se mueve en un ámbito más formal y técnico que la acción, es un acto
de «pretender» dicha tutela, manifestación del derecho fundamental —abstracto— de acceder a los
tribunales.
262.
Vid. ARRIETA, J. I., v. Diritto soggetivo (diritto canonico), en «Enciclopedia Giuridica» 11,
Roma 1989, pp. 1-8.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 187

los supuestos de impugnación póstuma del matrimonio y prosecución


post mortem de la causa, a terceras personas portadoras de un interés le-
gítimo, siempre que se cumplan determinados requisitos263. Vamos a ana-
lizar cada una de estas situaciones.

1. Legitimación originaria de los cónyuges para impugnar el


matrimonio (art. 92, 1º)

1.1. Fundamento de la legitimación originaria ilimitada de los


cónyuges

El ordenamiento reconoce habilidad para impugnar el matrimonio de


modo originario únicamente a los cónyuges, ya que únicamente ellos son
titulares de los derechos matrimoniales. Todos los demás, en las condi-
ciones que el Código establece, sólo gozan de legitimación sustitutiva. El
fundamento de la legitimación originaria de los cónyuges es la titularidad
de los derechos matrimoniales, en concreto, la existencia de un derecho
subjetivo a impugnar la validez del matrimonio, que deriva del derecho
que tienen los cónyuges para pedir que se declare la verdad sobre su sta-
tus personal. La decisión nupcial no es sino una manifestación de la esen-
cial libertad que tiene todo fiel a elegir el propio status de vida (can. 219)
y de perseguir la propia santificación (can. 210) a través del estado elegi-
do. El ordenamiento canónico reconoce a los individuos —siempre que
no se encuentren en determinadas situaciones excepcionales de incapaci-
dad— la capacidad de realizarse en la propia relación conyugal, y tutela
dicha capacidad. De aquí brotan el derecho a contraer matrimonio (ius
connubi, can. 1058), y el derecho a actuar en juicio para su defensa y
efectiva actualización (can. 221)264. Índice
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Consecuencia del derecho natural a contraer válido matrimonio, es el


derecho de los cónyuges a impugnar la nulidad de su matrimonio265. Por
tanto, podemos hablar de un verdadero derecho subjetivo a que se declare
la validez o nulidad del propio matrimonio, derecho que no es sino la cara
opuesta del derecho natural de todo hombre a contraer matrimonio266.
263.
En sentido distinto del que manifestamos vid. RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., Legitimación origina-
ria y sucesiva..., cit., pp. 181-197.
264.
Cfr. ZUANAZZI, I., Le parti..., cit., p. 324.
265.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Principios inspiradores del proceso de nulidad matrimonial, en
«Ius Canonicum» 27, 1987, p. 156.
266.
Cfr. GHERRO, S., Ancora sul diritto di difesa nel processo matrimoniale canonico, en AA.VV.,
Studi sul processo matrimoniale canonico, ed. GHERRO, S., Padova 1991, p. 82.

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188 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Este derecho es reconocido por el can. 1674 1º a «los cónyuges», sin


limitación alguno, precisándose en el art. 92, 1º de DC «sean o no católi-
cos». El añadido es tan verdadero como innecesario, sobre todo si se tie-
nen en cuenta las fuentes del citado canon, y las vicisitudes históricas que
hubieron de sucederse hasta su formulación definitiva en el CIC’83.

1.2. Breve referencia histórica a las limitaciones de los cónyuges


para impugnar el matrimonio

A/ La «cláusula de culpabilidad»
Hasta el s. XII el derecho de acusar el propio matrimonio por parte de los
cónyuges se reconocía sin limitación alguna. Alejandro III, en la decretal
Propositum267, prohibió a un hombre pedir la nulidad del matrimonio, para
evitar que pudiera sacar provecho de su acción dolosa. En el futuro, los ca-
nonistas aplicaron este precedente a situaciones similares, apoyándose en el
mismo razonamiento, hasta llegar a la llamada «cláusula de culpabilidad»
(«nisi ipsi fuerint impedimenti causa») del can. 1971 §1, 1º del CIC’17, cláu-
sula que será objeto de una serie de repetidas respuestas por parte de la Pon-
tificia Comisión de Intérpretes268. La primera de ellas fue la de 12 de marzo
de 1929, en la que se precisó el alcance del término «impedimentum», el cual
vendría a significar cualquier circunstancia que hacía nulo el matrimonio
(tanto los impedimentos propios como los impropiamente dichos). La se-
gunda respuesta fue la de 17 de febrero de 1930, en la que se permite a los
cónyuges culpables denunciar su matrimonio, estableciéndose una diferen-
cia procesal entre la denuncia y la acusación. El 17 de julio de 1933 se aclaró
que la inhabilidad se extendía no sólo a los supuestos en que el cónyuge era
culpable del impedimento, sino también a aquellos otros en los que era cul-
pable de la nulidad. Llegamos así a la PME, que recogía en su art. 35 §1, 1º Índice
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267.
X 4, 7, 1.. Con esta decretal dirigida al abad del monasterio de S. Albano (Inglaterra), el
Papa prohibía a un hombre pedir la separación de la mujer con la que vive en matrimonio inválido:
el hombre era culpable de la nulidad del matrimonio, pues había celebrado el matrimonio nulo dolo-
samente, ocultando la existencia del impedimento de ligamen. Muerta su esposa, pide la separación
de la mujer con la que había atentado segundo matrimonio y de la que había tenido varios hijos. Ale-
jandro III indica que, a pesar de que en los cánones se dice que nadie debe unirse en matrimonio con
la que antes había adulterado, aquella petición no debe ser escuchada. Las razones que fundamentan
la decisión de Alejandro III son: por una parte, la ignorancia de la segunda mujer de que él tenía una
esposa viva, y por otra, la injusticia que supondría que el hombre obtuviese beneficio de su dolo («ex
suo delicto videretur commodum reportare»).
268.
Vid. SARTORI, C., Enchiridion canonicum, Romae 1963, pp. 427-432. Para el análisis de to-
das estas respuestas vid. MORÁN BUSTOS, C.M., El derecho de impugnar el matrimonio. El litisconsor-
cio activo de los cónyuges, Salamanca 1998, pp. 100-142.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 189

textualmente la prohibición del CIC’17. Con posterioridad a dicha Instruc-


ción, el 27 de julio de 1942, se indicó que la carencia de legitimación afecta-
ba sólo al cónyuge que hubiera sido causa directa y dolosa del impedimento
y de la nulidad, no afectando dicha inhabilidad a quien fue sólo causa indi-
recta y libre de dolo. El 3 de mayo de 1945 la PCI dio una respuesta según la
cual el cónyuge inhábil para acusar la nulidad del matrimonio era también
inhábil para apelar269.
Una respuesta procesalmente muy importante fue la del 4 de enero de
1946270, pues vino a afirmar que la inhabilidad para acusar el matrimonio
no implicaba necesariamente la incapacidad para estar en juicio, o lo que
es lo mismo, el cónyuge inhábil para acusar el matrimonio era «legítima
persona» para estar en juicio y, por tanto, caso de que actuara, la senten-
cia no estaría viciada de nulidad insanable de acuerdo con el can. 1892,
2º. Esta respuesta causó gran asombro en muchos procesalistas, que en
gran parte esperaban un pronunciamiento contrario, produciéndose una
reflexión muy interesante desde el punto de vista procesal a propósito del
significado de la expresión persona standi in iudicio. A partir de entonces,
el concepto romano-decretalista de persona standi in iudicio quedó cam-
biado por una concepción más alemana, que distinguía entre la capaci-
dad procesal (legitimatio ad processum) y la legitimación procesal (legiti-
matio ad causam): la falta de la capacidad procesal conllevaba la nulidad
insanable de la sentencia, en cambio, la ausencia de la legitimación pro-
cesal no conllevaba necesariamente la nulidad, sino que había que espe-
rar a lo que determinara la ley positiva para cada caso concreto.
Alrededor de los años sesenta comenzaron a darse los primeros pasos
hacia la eliminación de la cláusula de culpabilidad. El primero fue de la
Congregación para la Doctrina de la Fe que, el 2 de diciembre de 1966271,
facultó al Ordinario para que pudiera permitir que el cónyuge inhábil com-
pareciera en juicio. Posteriormente, el 20 de junio de 1970272, el STSA acla- Índice
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ró el sentido de esta respuesta, indicando que el Ordinario de primera ins-


tancia podía conceder a la parte actora inhábil la facultad de comparecer
en juicio, no sólo en primera instancia, sino también en apelación. Signifi-
cativas son las llamadas Normas Americanas, dadas por Pablo VI el 28 de
Abril de 1970273, en cuyo n. 8 se establecía que cualquier cónyuge, sin ex-
269.
Respectivamente todas estas respuestas en: AAS 21, 1929, p. 171; 22, 1930, p. 196; 25,
1933, p. 345; 34, 1942, p. 241; 37, 1945, p. 149.
270.
Cfr. AAS 38, 1946, p. 162.
271.
Vid. «Periodica» 60, 1971, pp. 323-324.
272.
Cfr. Ibidem.
273.
Los textos latino e inglés, se pueden ver en LEFEBVRE, CH., De procedura in causis matri-
monialibus concessa conferentiae episcopali U.S.A. en «Periodica» 59, 1970, pp. 563-598.

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190 Carlos M. MORÁN BUSTOS

cepción, podía pedir la declaración de nulidad de su matrimonio; estas nor-


mas se extendieron a Australia (el 31 de agosto de 1970), Bélgica (el 7 de no-
viembre de 1970), Inglaterra y Escocia (el 20 de enero de 1971)274. Este
multiplicarse de normas minaba la necesaria unidad procesal de las causas
matrimoniales, lo que se intentó evitar con el M. P. Causas matrimoniales
de 28 de marzo de 1971, sin embargo en estas normas no se hablaba en nin-
gún momento del derecho de acusar el matrimonio. La realidad fue que, en
aplicación de los principios del Concilio, los tribunales fueron atenuando
paulatinamente la cláusula, aunque su derogación definitiva se produjo con
la promulgación del CIC’83. No tenía sentido alguno seguir aplicando el
principio de que «ninguno saque beneficio de su acción dolosa» al ámbito
de la legitimación para impugnar el matrimonio, sobre todo porque –te-
niendo en cuenta el carácter declarativo y la naturaleza no pacticia ni pri-
vada del objeto de estos procesos–, se estaba yendo directamente contra la
posibilidad de conocer la verdad del propio estado, induciendo al concubi-
nato de por vida al cónyuge actuante de mala fe, y se estaba perjudicando
directamente a la otra parte, y a la comunidad eclesial en su conjunto.

B/ Los acatólicos
Un Decreto de la S.C.S.O de 27 de enero de 1928 prohibió también a
los acatólicos acusar el matrimonio275, prohibición que fue recogida en el
art. 35 §3 de la PME. Posteriormente se sucedieron nuevos decretos en los
que el Santo Oficio intentó resolver las dudas que se iban planteando. El
primero fue un decreto de 27 de enero de 1937276, en el que se indicó que
había de considerar también entre los acatólicos aquellos que, nacidos y
bautizados en la Iglesia católica, abandonaron después la fe, o dieron nom-
bre a una secta o se declararon sin religión. El 22 de marzo de 1939 se
aclararon dos cuestiones procesales relativas a la prohibición de los acató-
Índice
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licos277: en primer lugar, que dicha prohibición afectaba tanto al ámbito de


la Rota Romana como al de los tribunales diocesanos; en segundo lugar,
que el promotor de justicia no podía acusar el matrimonio mediando de-
nuncia del cónyuge acatólico si no contaba con licencia del Santo Oficio, a
no ser que, a juicio del Ordinario, la denuncia viniese postulada por el bien

274.
Respectivamente vid. OCHOA, F. X., Leges ecclesiae..., cit., vol. 4, n. 3885, col. 5877; ibidem,
n. 3920, col. 5918; ibidem, n. 3943, col. 5962.
275.
Vid. AAS 20, 1928, p. 75.
276.
Esta resolución no fue publicada oficialmente, y por ello no aparece en AAS; sí que aparece
recogida en «Monitor Ecclesiasticus» 40, 1938, p. 67; para un comentario a esta decisión vid. ROBERTI,
F., Quinam acatholici careant iure accusandi matrimonium, en «Apollinaris» 10, 1937, pp. 111-113.
277.
Vid. AAS 31, 1939, p. 131.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 191

público. El 15 de enero de 1940278, el Santo Oficio emanó otra nueva res-


puesta por la que –en relación a la acusación de su matrimonio– se le daba
a los apóstatas el mismo tratamiento que a los acatólicos.
Hubieron de transcurrir 30 años para que la prohibición de 1928 se
fuera mitigando gracias a respuestas particulares de la S.C.S.O. El 28 de
mayo de 1957 el Santo Oficio permitió a una acatólica bautizada acusar su
matrimonio ante un tribunal eclesiástico279; algo parecido ocurrió el 17 de
diciembre de 1965280; el 2 de diciembre de 1966 la Congregación facultó al
Ordinario para que permitiera al cónyuge inhábil acusar el matrimonio281.
El Concilio Vaticano II promulgó diversos documentos que sirvieron de
base doctrinal para la posterior eliminación de la prohibición: se hizo hin-
capié en la dignidad de la persona humana y en los derechos fundamenta-
les que de ella se derivan, se insistió en la solidaridad y fraternidad entre
todos los hombres, se impulsó el ecumenismo... El 15 de agosto de 1967
Pablo VI promulgaba la REU, la cual —al reorganizar la Curia romana—
privó a la S. C. para la Doctrina de la Fe de las competencias sobre los as-
pectos disciplinar y judicial de los matrimonios entre parte católica y aca-
tólica, lo que significaba que ya no podía dar la licencia para intervenir
como actor a los acatólicos en las causas matrimoniales de nulidad, no in-
dicándose en ningún sitio a quién le competía. Una sentencia rotal coram
Palazzini, de 24 de octubre de 1967282, afirmaba que, después del Vaticano
II, se debía admitir la habilidad de los acatólicos para acusar el matrimo-
nio. El primer texto legislativo en que desaparece la prohibición que veni-
mos comentando es en las ya citadas Normas Americanas de 1970. El 20
de junio de 1970 la Signatura Apostólica facultó al Ordinario para que pu-
diera permitir que el cónyuge inhábil compareciera en juicio, no sólo en
primera instancia, sino también en apelación283. Las aportaciones realiza-
das durante los trabajos de codificación tuvieron una gran incidencia en la
regulación de la situación procesal de los acatólicos. En efecto, en el n. 27b Índice
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de la Relatio de 1970 se indicaba que la abolición de la prohibición de acu-


sar el matrimonio de los acatólicos se hacía eminente. Llegamos al 8 de
enero de 1973284, fecha en la que la Pontificia Comisión para la Interpreta-
ción de los Decretos del Concilio Vaticano II emitió una respuesta con la
que declaraba que ya no estaban vigentes ni el decreto del Santo Oficio del
278.
Vid. AAS 32, 1940, p. 52.
279.
Vid. OCHOA, F. X., Leges Ecclesiae..., cit., vol. 2, 3624-3625, n. 2662.
280.
Vid. Ibidem, vol. 3, 4922, n. 3382.
281.
Vid. «Periodica» 60, 1971, pp. 323-324.
282.
S.R.R.D., coram Palazzini (24 octobris 1967), vol. 59, 1967, n. 8, pp. 689-690.
283.
Cfr. OCHOA, X., Leges ecclesiae..., cit., vol. 4, Romae 1974, n. 3871, cols. 5843-5844.
284.
Vid. AAS 65, 1973, p. 59.

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192 Carlos M. MORÁN BUSTOS

27 de enero de 1928, ni el art. 35 §3 de la PME. Lógicamente esta respuesta


de 1973 fue recogida por la Comisión que trabajaba en la elaboración del
Código, y quedó plasmada en el CIC’83: en concreto en los cann. 1476 –es-
tablece que «quilibet, sive baptizatus sive non baptizatus, potest in iudicio
agere», desapareciendo, por tanto, la cláusula «nisi a sacris canonibus pro-
hibeantur» del antiguo can. 1646–, y 1674 del CIC. ‘83, canon que no reco-
ge prohibición acusatoria alguna.
Resulta evidente que la prohibición de acusar de los acatólicos con-
travenía el derecho natural de los cónyuges a saber la verdad de su estado
personal, así como el derecho también natural a contraer válido matri-
monio, además no tenía en cuenta el carácter declarativo del proceso de
nulidad matrimonial; en los casos de matrimonio de un católico con un
acatólico, aquél podía acusarlo directamente, mientras que éste no podía
hacer lo mismo sin licencia previa de la Santa Sede, y dependiendo del
parecer del promotor de justicia, lo cual no dejaba de ser una discrimina-
ción inaceptable. La justicia canónica no podía quedar reservada a quien
el ordenamiento canónico considerara persona in Ecclesia Christi, sino
que, por ser la justicia un bien común a todo hombre o mujer, debía ser
servido por los tribunales a todo ser humano por el hecho de serlo; ello
significa que los conceptos «persona» y «personalidad» en el derecho pro-
cesal canónico, rebasaban los límites estrictos de consideración subjetiva
de este ordenamiento, para instalarse en la más amplia esfera de los dere-
chos humanos, que merecen ser reconocidos en todo lugar y a cualquier
persona sin discriminación alguna.

1.3. El añadido «sean o no católicos» del art. 92, 1º

Este recorrido por la historia nos ha permitido comprender hasta qué


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punto la legitimación originaria de los cónyuges se fue liberando de las li-


mitaciones impuestas fundamentalmente por el can. 1971 §1, 1º del
CIC’17 y por el Decreto del S. C. del Santo Oficio de 27 de enero de 1928,
limitaciones que desaparecen totalmente en la regulación del CIC’83, lo
cual fue juzgado de manera muy positiva por toda la doctrina285. No exis-
285.
Por ejemplo, vid. ACEBAL LUJÁN, J. L., Observaciones sobre la introducción de la causa...,
cit., p. 149; ARROBA CONDE, M., Diritto processuale..., cit., p. 499; BERLINGÒ, S., Il processo, en VITA-
LE, E.-BERLINGÒ, S., Diritto matrimoniale canonico, Milano 1989, p. 235; DANEEELS, F., Il diritto di
impugnare il matrimonio, en AA.VV., Il processo matrimoniale canonico, ed. BONNET, P.A.-GULLO, C.,
Città del Vaticano 1994, pp. 394-397; GROCHOLESKI, Z., Panoramica sulle novità del nouvo diritto pro-
cessuale canonico, en GROCHOLEWSKI, Z.-POMPEDDA, M.-ZAGGIA, C., Il matrimonio nel nuovo Codice
di diritto canonico, Padova 1983, p. 194; RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., Legitimación originaria y sucesiva...,
cit., pp. 187-191.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 193

tiendo, por tanto, ninguna limitación, no parece que tenga demasiado


sentido, en principio, explicitar que los cónyuges son hábiles para impug-
nar el matrimonio «sean acatólicos o no», como no lo tendría si se añadie-
ra «sean culpables o no», o «apóstatas o no»: afirmado el todo, queda tam-
bién afirmada la parte.
Quizás con el añadido se ha querido entrar en una cuestión que, en mi
opinión, sería mejor tratarla al estudiar la competencia que al estudiar la
legitimación: el tema de la jurisdicción de la Iglesia sobre los matrimo-
nios de los acatólicos. La cuestión escapa objetiva y subjetivamente del
ámbito de este estudio286. Sirva como apunte lo siguiente.
Hemos dicho que en la regulación actual han desaparecido las limita-
ciones del ius impugnandi matrimonium, lo cual, siendo cierto, pudiera
ser matizado en el caso del acatólico (bautizado o no) que pretende im-
pugnar su matrimonio no canónico ante los tribunales eclesiásticos. Los
datos son los siguientes: a) en 1951, el Santo Oficio, estudiando cómo de-
bían ser tratadas las causas de nulidad del matrimonio de los acatólicos,
indicó que la Iglesia podía juzgar estas causas en el supuesto de que uno
de ellos quisiera convertirse287; este Decreto tuvo en cuenta además dos
Instrucciones anteriores dadas para casos semejantes288; b) el 28 de mayo
de 1993, la Signatura Apostólica —cumpliendo con las competencias que
le otorga la Pastor Bonus en su art. 124, 1º y el can. 1445 §3, 3º— emanó
un Decreto en el que se afirmaba que la Iglesia podía ejercer su jurisdic-
ción sobre el matrimonio entre acatólicos si uno de los cónyuges intenta-
ba contraer nuevo matrimonio con parte católica289.
Teniendo presentes estos datos, una parte de la doctrina considera
que la legitimación activa en estos supuestos se dará siempre y cuando
exista una razón —el nuevo matrimonio con parte católica, la intención
de convertirse, ...— que induzca a la jurisdicción eclesiástica a intervenir
por estar en relación con el interés de la Iglesia. En los demás casos, de Índice
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acuerdo con esta posición doctrinal, se debería sostener la falta de legiti-

286.
Vid. Comentario a los Artículos Preliminares, I.2.1.
287.
Cfr. SACRA CONGREGATIO SANCTI OFFICII, Regulae servandae a Vicariato Apostolico Sueciae
in pertractandis causis super nullitate metrimonium acatholicorum, Typis Polyglotis Vaticanis 1951,
p. 3.
288.
Vid. SACRA CONGREGATIO SANCTI OFFICII, Instr. data ad Vicarium Apostolicum Oceaniae
(24.4.1843), en «Cuadernos S. Congregationis de Propaganda Fidei« 1, Romae 1907, reimp. 1971, n.
965; SACRA CONGREGATIO SANCTI OFFICII, Instr. data ad Episcopum Nesquallien in Statibus Foederatis
Americae Septentionalis (24.1.1877), en ibidem 2, n. 1465; ROBERTI, F., De processibus, cit., vol. 1, pp.
133-134.
289.
Vid. S.T.S.A., Decreto-Declaración (28.5.1993), prot. n. 23805/93, V. T., en «Ius Ecclesiae» 6,
1994, p. 366.

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194 Carlos M. MORÁN BUSTOS

mación activa del acatólico, pero estrictamente no porque haya una limi-
tación del ius impugnandi, sino por incompetencia del juez canónico
para conocer en dichos supuestos290. Otros, por el contrario, consideran
que se puede hablar de «una cierta jurisdicción de la Iglesia sobre todo
matrimonio tanto por la unicidad de la institución matrimonial —según
el diseño divino “al principio” (Gen. 2, 24), corroborado por Cristo (Mt.
19, 3-12) y “repromulgado” universalmente por Juan Pablo II, confiando
en el auxilio de la gracia a toda persona que no la rechaza— como por
darse el interés de la Iglesia sobre una realidad jurídica que posee eviden-
tes consecuencias para la salus animarum de quien solicita la interven-
ción eclesiástica y de la comunidad en la que vive»291.
El art. 3 §2 de la DC no parece exigir ni intención de convertirse, ni
propósito de contraer matrimonio con parte católica, sino que habla de
que «el juez eclesiástico conoce solamente de aquellas causas de nulidad
de matrimonio de acatólicos, bautizados o no, que sean necesarias para
comprobar el estado libre de al menos una de las partes ante la Iglesia ca-
tólica, respetando lo dispuesto en el art. 114»; ahora bien ¿hay alguna
causa en la que de un modo u otro no se pretenda conocer el estado de li-
bertad de una de las partes?
Insisto que el añadido del art. 92, 1º, aunque no esté mal, me parece
innecesario; la cuestión no es tanto de legitimación activa del acatólico,
cuanto de competencia-incompetencia de juez.

1.4. Participación de ambos en el proceso (arts. 95 y 102)


El art. 95 §1 de la DC –que no tiene paralelo directo en el CIC’83– in-
dica que, con el fin de colaborar al conocimiento de la verdad y tutelar
mejor del derecho de defensa, «es muy conveniente que ambos cónyuges
tomen parte activamente en el proceso de nulidad de matrimonio». La re-
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comendación no es que sean parte activa o pasiva, ya que ello depende de


lo que cada uno considere oportuno; tampoco se recomienda que sean
parte, ya que los esposos no pueden no serlo, están en una situación de li-
tisconsorcio necesario —pasivo o activo—292, ya que la relación jurídico-
290.
Cfr. RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., Sub liber VII, de processibus; pars III, de quibusdam processibus
specialibus; y sub cann. 1674-1675, Comentario exegético..., cit., vol. 4/2, p. 1859.
291.
LLOBELL, J., La jurisdicción de la Iglesia sobre los matrimonios no obligados a la forma ca-
nónica, en «Ius Canonicum» 37, 1997, n. 6; vid. NAVARRETE, U., Privilegio de la fe: constituciones pas-
torales del siglo XVI. Evolución posterior de la práctica de la Iglesia en la disolución del matrimonio de
infieles, ed. GARCÍA BARBERENA, T., El vínculo matrimonial. ¿Disolución o indisolubilidad?, Madrid
1978, pp. 242-247.
292.
Sobre la fundamentación del litisconsorcio necesario vid. MORÁN BUSTOS, C M., El derecho
de impugnar..., cit., pp. 296-300.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 195

material que está en la base del proceso de nulidad es una realidad única
e indivisible, viéndose necesariamente afectados ambos por la sentencia.
La recomendación es que participen, que contribuyan al esclarecimiento
de la verdad; que realicen todas aquellas actuaciones que permitan des-
cubrir la realidad vivida y existente al momento de contraer matrimonio,
ello desde su concreta posición procesal, en defensa de sus intereses, y
como tutela del derecho de defensa propio y ajeno. Para reforzar esto, se
indica en el §2 —de acuerdo con el can. 1476— que «el cónyuge legítima-
mente citado tiene obligación de responder».
Un modo de participar en el proceso es actuar ambos cónyuges como
litisconsortes voluntarios activos. Todo cónyuge tiene derecho a saber la
verdad sobre su status personal293, derecho que no se ve satisfecho sólo
con que se le permita actuar en el juicio, sino que este derecho exige que
se le permita hacerlo adoptando la posición procesal que considere opor-
tuna para defender su patrimonio jurídico, también la posición litiscon-
sorcial activa.
La posible actuación conjunta de los cónyuges no es sólo una manifes-
tación del principio de igualdad de las partes, y del derecho efectivo a sa-
ber la verdad sobre el propio estado, es también una expresión más del
favor veritatis, y responde a criterios de economía procesal, de oportuni-
dad, de conexión de acciones, así como a un intento de asegurar un trata-
miento procesal unitario y de evitar sentencias contradictorias. Prohibir
a los cónyuges actuar como litisconsortes es tanto como obligar a que
uno de ellos adopte una posición procesal que pudiera no ser la que de-
sea, lo que supondría fingir un contradictorio meramente formal entre
los cónyuges, una fictio iuris que aleja de la realidad y de la verdad.
La pregunta que surge inmediatamente es: si se admite el litisconsor-
cio activo de los cónyuges ¿quién garantiza la existencia del necesario
contradictorio? El contradictorio procesal viene garantizado —sobre Índice
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esta cuestión la doctrina es prácticamente unánime294— por la presencia


necesaria del defensor del vínculo, el cual —en cuanto parte en sentido
pleno, parte pública— actúa en el proceso defendiendo, protegiendo y tu-
telando el bien público de la Iglesia. En estos casos de actuación litiscon-
sorcial no falta el conflicto de intereses, ya que éste, si no se da entre los

293.
Cfr. GHERRO, S., Ancora sul diritto di difesa..., cit., p. 82; ZUANAZZI, I., Le parti..., cit., p. 324.
294.
Vid. por ejemplo CAPPELLO, F., Tractatus canonico-moralis de sacramentis (de matrimonio),
vol. 5, Marietti 1950, p. 888; COMOTTI, G., Considerazioni sull’istittuto..., cit., p. 129; DE DIEGO-LORA,
C., Sub liber VII, de processibus; pars I, de iudiciis in genere, y sub cann. 1430-1437, en Comentario exe-
gético..., cit., vol. 4/1, p. 825; GERINGER, K.-TH., Das Recht auf verteidigung im kanonischen Proze,
Wien 1976, p. 429.

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196 Carlos M. MORÁN BUSTOS

intereses individuales de los cónyuges —aliados sustancial y procesal-


mente en la impugnación del matrimonio—, existe, sin embargo, entre el
interés común de ambos cónyuges en declaración de nulidad del matri-
monio y el interés de la Iglesia en la protección del vínculo, que se presu-
me válido295.
El planteamiento de los cónyuges como litisconsortes activos debe hacer-
se en términos de «posibilidad», no de necesidad, ya que se trata de un litis-
consorcio activo voluntario. Esto significa que el elemento esencial que de-
termina la formación de tal instituto procesal es la voluntad de los cónyuges.
Este litisconsorcio voluntario puede ser inicial, si ambos se ponen de acuer-
do antes de presentar la demanda, o sucesivo, por ejemplo, cuando el de-
mandado se adhiere sin más en el escrito de contestación a la demanda.
También se puede producir un litisconsorcio activo sucesivo en los ca-
sos de reconvención. La acción reconvencional —que se tiene que plan-
tear en el plazo de treinta días después de la litisconstestatio (can. 1463
§1)— puede originar también situaciones de litisconsorcio activo sucesi-
vo entre el actor-reconvenido y el demandado-reconviniente cuando am-
bos pidan la declaración de nulidad de su matrimonio por el nuevo capí-
tulo. También se podría hablar, como fruto de la reconvención, de una
situación de litisconsorcio sucesivo activo o pasivo entre el actor-recon-
venido y/o el demandado-reconviniente, y las partes públicas (sobre todo
con el defensor del vínculo)296.
La posibilidad de aducir un nuevo capítulo de nulidad en apelación
puede originar nuevas situaciones de litisconsorcio activo entre ambos
cónyuges. En efecto, el can. 1683 al facultar a los cónyuges a pedir la nu-
lidad del matrimonio por un capítulo nuevo, puede hacer que los cónyu-
ges, que respecto a los capítulos ya tramitados actuaban respectivamente
como actor y demandado, adopten una posición de litisconsorcio activo.
Este litisconsorcio activo puede ser inicial, si los dos presentan conjunta- Índice
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mente el nuevo capítulo de nulidad, o uno se adhiere al presentado por el


otro, o sucesivo, si uno de los cónyuges presenta reconvencionalmente un
nuevo capítulo de nulidad. Esto es así porque —como indica el propio
can. 1683— el tribunal de apelación juzga acerca del nuevo capítulo de
nulidad presentado como en primera instancia.
Por último, este litisconsorcio voluntario activo —sucesivo o inicial—,
¿es un litisconsorcio propio o/y impropio? en otras palabras, ¿se permite

295.
Cfr. MONETA, P., La giustizia nella Chiesa, Bologna 1990, p. 91.
296.
Cfr. POY, J., La reconvención el el proceso canónico (especial consideración en las causas de
nulidad del matrimonio, Roma 1995, pro manuscripto, p. 255.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 197

que los cónyuges actúen como litisconsortes activos sólo cuando existe
una misma causa petendi —litisconsorcio propio— o pueden hacerlo
también cuando la causa petendi sea diversa, es decir, cuando uno pide la
nulidad del matrimonio por un capítulo y el otro por otro capítulo diver-
so?
La doctrina canónica —que sólo ha tratado el tema del litisconsorcio
en el proceso matrimonial de modo tangencial— cuando habla del litis-
consorcio activo de los cónyuges está pensando en el litisconsorcio volun-
tario propio. No obstante, teniendo presente el concepto de litisconsorcio
voluntario impropio delineado por la doctrina civil —la única que ha tra-
tado el argumento—, se puede permitir la actuación litisconsorcial de los
cónyuges también cuando la causa pentendi sea distinta. Para ello se de-
ben verificar algunos datos previos: en primer lugar, se debe tratar de ca-
pítulos de nulidad compatibles, y por tanto, susceptibles de ser sustancia-
dos en un único proceso297; en segundo lugar, para que ello ocurra es
necesario que ningún cónyuge adopte una posición de parte demandada
respecto a la petición del otro cónyuge298.
A pesar de cuanto venimos diciendo, lo cierto es que no hay ninguna
base normativa que fundamente el litisconsorcio activo de los cónyuges.
Sí hay en la DC un artículo que no tiene paralelo en el CIC, y que parece
referirse implícitamente a esta posibilidad; nos referimos al art. 102, que
establece que «si ambos cónyuges piden la declaración de nulidad del
matrimonio pueden nombrar un procurador o abogado en común». Este
artículo tiene como fuente el art. 43 §3 de la PME que decía que «si am-
bos cónyuges piden la declaración de nulidad, basta que uno u otro de
ellos nombre abogado, salvo que la otra parte quiera nombrar el suyo
propio o que el presidente lo considere oportuno»; este artículo se com-
pletaba con el art. 113 §2 de la PME, que contemplaba también de modo
explícito la actuación conjunta de ambos cónyuges: «si ambas partes acu- Índice
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saran el matrimonio o si la parte demandada respondiera que nada tiene


que oponer a la acusación, el instructor, aun de oficio, indagará con cau-
tela acerca de las razones por las que ambas partes están de acuerdo en la
acusación o no disienten».

297.
En el caso de que se produjera una acumulación de acciones «incompatibles» y ésta se pro-
dujera con carácter subsidiario, también se podría dar litisconsorcio.
298.
El litisconsorcio voluntario impropio se daría, en el caso de que el cónyuge «A» pensara pe-
dir la nulidad del matrimonio por impotencia propia, y el cónyuge «B» por metus padecido en su pro-
pia persona e ignorado por su consorte, si, tras conocer las pretensiones del otro, decidieran actuar
como litisconsortes activos, sin ocupar una posición de demandado respecto a la causa petendi del
otro, ni de litisconsortes voluntarios propios; serían litisconsortes voluntarios impropios.

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198 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Al margen de las fuentes de esta norma, parece evidente que la misma


se fundamenta en razones de economía procesal, sin embargo se debe ser
prudente a la hora de llevarla a cabo, ello por varias razones: en primer lu-
gar, porque aunque la posición procesal de ambas partes es la misma, e
igual también el petitum y la causa petendi (en los supuestos de litisconsor-
cio voluntario propio), no lo son necesariamente los hechos de los que par-
ten (ni objetivamente, ni desde el punto de la vivencia que cada uno de
ellos tuvo de esos hechos); en segundo lugar, porque difícilmente se podría
articular esa posibilidad en los casos de litisconsorcio voluntario impropio,
más cuando éste es sucesivo; y por último, porque la prescripción normati-
va va establecida en términos de posibilidad, no excluyéndose situaciones
tan rocambolescas como aquella en la que, además del abogado común de
los litisconsortes activos, existe un abogado particular de uno de ellos.

2. Legitimación sustitutiva del promotor de justicia


(art. 92, 2º)

El art. 92, 2º de la DC repite literalmente el can. 1674, 2º referido a la


legitimación del promotor de justicia en orden a impugnar la nulidad del
matrimonio cuando la nulidad se haya divulgado y no sea posible o con-
veniente convalidar el matrimonio.
Al impugnar el matrimonio, el promotor de justicia actúa no como ti-
tular de un derecho, sino solamente para la protección de un interés pú-
blico. Dado que el CIC. ‘83 concede derecho de acción a los titulares de
un derecho subjetivo, se puede considerar la legitimación del promotor
de justicia como una legitimación sustitutiva, es decir, se le concede dere-
cho de acción en virtud de un interés propio —el interés público— para
ejercer un derecho no propio sino ajeno, de los cónyuges.
Índice
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Descendamos brevemente a los presupuestos objetivos que establece


este art. 92, 2º (can. 1674, 2º)299. El primero de ellos es la divulgación de
la nulidad, es decir, que ésta sea públicamente conocida, siendo indife-
rente el capítulo por el cual es nulo el vínculo conyugal. Aunque, en rigor,
la norma no exige que se produzca el escándalo, parece evidente que el
legislador ha concedido legitimación al promotor de justicia para remo-
ver el escándalo que se produce cuando la nulidad del matrimonio se ha
divulgado y no se convalida ni impugna el matrimonio.
El segundo de los requisitos –que debe darse cumulativamente con el
primero–, es la imposibilidad o la inconveniencia de convalidar el matri-
299.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C. M., El derecho de impugnar..., cit., pp. 242-247.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 199

monio. La imposibilidad puede ser de carácter jurídico, porque el impe-


dimento no sea dispensable o no pueda cesar, o porque la nulidad no se
encuentre entre las que es posible subsanar; o bien puede ser una imposi-
bilidad de hecho, impuesta por las circunstancias concretas del caso. En
otras ocasiones, sin embargo, es posible la convalidación del matrimo-
nio, pero no es conveniente u oportuna la convalidación de un concreto
matrimonio nulo. Esto podría suceder, por ejemplo, cuando los cónyuges
no quisieran continuar con la vida matrimonial, o en los casos de divor-
ciados civilmente que han establecido una nueva relación y piensan con-
traer nuevas nupcias civiles.
Se debe indicar que la convalidación a la que se refiere el art. 92, 2º
(can. 1674, 2º) puede incluir los tres modos regulados por el CIC. ‘83: la
convalidación simple (cann. 1156-1160), la sanación en raíz (cann. 1161-
1165) y la nueva celebración (cann. 1158 §1 y 1160).
Cuando se den los requisitos del este art. 92, 2º el promotor de justicia
estará obligado a impugnar la validez del matrimonio. Ello significa que
si se niega a hacerlo, cabe plantear recurso administrativo ante el Ordi-
nario primero, y ante la Congregación para los Sacramentos después.

3. Impugnación póstuma del matrimonio (art. 93)

Si comparamos el can. 1675 §1 del CIC. ‘83 y el art. 93 de la DC nos


encontramos con un mismo contenido, pero con una redacción distinta:
mientras que el CIC establece como principio general la prohibición de la
impugnación póstuma, parece que la DC establece como principio gene-
ral el contrario (la no prohibición de la impugnación póstuma); ello es así
porque el CIC se expresa en términos negativos, mientras que la DC se
expresa en términos afirmativos. No obstante, si se analizan ambas dis- Índice
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posiciones, nos encontramos con un idéntico contenido. No hay duda de


que la DC ha querido seguir con la idea del CIC de respetar tanto la deci-
sión de los cónyuges de iniciar o no el juicio en vida, como la dignidad de
la persona difunta que no tiene ya la posibilidad de intervenir para defen-
der los propios argumentos.
Ello es así porque el ordenamiento canónico no considera jurídica-
mente legítima ninguna clase de intereses —ya sean públicos o priva-
dos— que se contrapongan al matrimonio no impugnado en vida de los
cónyuges, excepción hecha de los casos de prejudicialidad. Como motivo
de ello se puede citar, en primer lugar, la desaparición del periculum pec-
cati: al dejar de existir el matrimonio con la muerte de uno o de ambos
cónyuges, desaparece el peligro que para la salus animarum podría supo-

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200 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ner la no conformidad de la realidad jurídica con la realidad objetiva.


Dado que ya no estaba amenazado el bien de las almas, no son necesarias
todas aquellas normas que lo tutelaban; precisamente una de estas nor-
mas es la perpetua proponibilidad de la acción de nulidad matrimonial
(can. 1492). En segundo lugar está la dificultad de encontrar una prueba
moralmente cierta, ya que con la muerte de uno o de ambos cónyuges,
desaparece la prueba oral, el testimonio del cónyuge o de los cónyuges di-
funtos. Por último, proteger los efectos que el matrimonio produjo duran-
te su existencia, de modo especial proteger la legitimación de la prole y
los derechos de los herederos, ya que la mayoría de las veces estas causas
se introducen para obtener efectos meramente civiles.
La condición sine qua non para poder impugnar con carácter póstu-
mo el matrimonio es que la cuestión de la validez del matrimonio sea pre-
judicial para resolver una controversia, ya en el fuero canónico ya en el
civil. Una cuestión es prejudicial respecto a otra cuando de la solución
que se dé a la primera depende la solución que se dará a la otra cuestión.
En nuestro caso, la prejudicialidad significa la necesidad de decidir pri-
mero sobre la nulidad del matrimonio, porque de ello depende la deci-
sión que deba darse a otra causa principal que se proyecta plantear sepa-
radamente300.
Ni el can. 1675 §1, ni el art. 93 de la DC aclaran de qué tipo debe ser la
cuestión principal que reclama una decisión previa sobre la nulidad del
matrimonio. Tampoco se dice nada sobre cuál debe ser el objeto de la
controversia, sino que únicamente se exige que exista conexión prejudi-
cial con la nulidad matrimonial. Para evitar posibles instrumentalizacio-
nes de esta facultad en orden a obtener finalidades que no sean espiritua-
les ni anejas a ellas, hubiera sido interesante que la DC hubiera recurrido
al concepto de interés legítimo: que sólo se pudiera plantear como preju-
dicial la validez de un matrimonio cuando el sujeto persiguiera un interés Índice
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legítimo en la causa principal. Este legítimo interés se daría, por ejemplo,


siempre que se persiga una utilidad, o se protejan los derechos, o se evite
un daño,...; por ejemplo, cuando está en juego la legitimación de la prole,
establecer el orden de sucesión u otras cuestiones hereditarias, defender
la buena fama...
La legitimación otorgada por el can. 1675 §1 y el art. 93 DC es una le-
gitimación sustitutiva, concedida a sujetos que, careciendo de un derecho
300.
Cfr. RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., La legitimación originaria..., cit., pp. 192-193. La acción de nu-
lidad matrimonial no es prejudicial respecto a una acción de separación planteada por los mismos
consortes (cfr. BARBERENA, T. G., Prejudicialidad de la causa de nulidad del matrimonio respecto a la
de separación, en «Revista Española de Derecho Canónico» 13, 1958, pp. 531-542).

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 201

propio, pretenden tutelar un interés legítimo en la causa principal. El le-


gislador reconoce el derecho de acción en virtud del interés propio y para
ejercitar un derecho no propio, sino ajeno, de los cónyuges.

4. Prosecución post mortem de la causa (arts. 94 y 143)

Al igual que hace el can. 1675 §2 respecto del can. 1518, el art. 94 de la
DC reenvía a lo prescrito por el art. 143 sobre la prosecución post mortem
de la causa. El fundamento de la misma es el siguiente: quien prosigue
post mortem una causa de nulidad matrimonial pretende que se declare si
un concreto vínculo matrimonial fue o no válido desde su inicio (el víncu-
lo ya ha sido disuelto por la muerte, de modo que no se pretende su disolu-
ción); esta cuestión —saber si el matrimonio fue válido o nulo— no se ex-
tingue porque se produzca la muerte, por tanto, cabe la posibilidad de
proseguir la causa que ya ha sido iniciada; de esta manera se protegen de-
terminados intereses legítimos relacionados con la validez o nulidad del
matrimonio. Además, no se debe olvidar que las acciones que se refieren
al estado de las personas no se extinguen nunca (can. 1492 §1); e incluso
en el caso de que se extinguieran, «las acciones que caducan con el paso
del tiempo o con la muerte, una vez introducidas en juicio permanecen».
Dicho esto, la línea divisoria que marca una distinta actuación es el
hecho de que se hubiera decretado o no la conclusión de la causa. En el
primer supuesto, esto es, si la muerte de uno o ambos cónyuges adviene
antes de la conclusión de la causa, «la instancia se suspende hasta que se
solicite su reanudación el otro cónyuge u otro interesado» (art. 143, 1º).
Si analizamos esta cita, observamos en primer lugar que se sigue con la
confusión entre los términos «causa» e «instancia» (arts. 94 y 143), y, ade-
más, se le sigue llamando «suspensión de la instancia» a lo que no es sino Índice
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una interrupción-paralización de la actividad del proceso301. Al margen


de ello, el hecho que debe verificarse es la muerte de uno o ambos cónyu-
ges, que debe acaecer iniciado el proceso y antes de la conclusión de la
causa. En este supuesto, ¿quiénes son los sujetos legitimados para prose-
guir la causa post mortem? El can. 1518, 1º distingue tres tipos de perso-
nas habilitadas para pedir al juez la reanudación de la instancia: los here-
301.
Este fenómeno técnicamente se llama interrupción, y su finalidad es tutelar los intereses de
los litigantes y de sus sucesores, así como garantizar tanto la efectiva existencia del contradictorio
como una eficaz representación técnica de las partes (Cfr. CARRERAS, J., Sub liber VII, de processibus;
pars II, de iudicio contentioso ordinario y sub cann. 1517-1525, en Comentario exegético..., cit., vol. 4/
2, pp. 1256-1257; D’OSTILIO, F., Sospensione o interruzione?, en «Apollinaris» 65, 1992, p. 218). Vid.
Título VI, II.2

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202 Carlos M. MORÁN BUSTOS

deros del difunto, su sucesor y el legítimamente interesado. La DC hace


referencia a dos categorías: el cónyuge u otro interesado. El CIC, por tan-
to, no hace referencia explícita a la legitimación del cónyuge supervivien-
te, cosa que con buen criterio sí hace el art. 143, 1º de la DC, ya que si al-
gún sujeto está legitimado para proseguir la causa, ése es el cónyuge
superviviente. Por otra parte, la DC no habla del «heredero del difunto o
su sucesor» sino que únicamente habla de cualquier «otro interesado», el
cual habrá de probar «el legítimo interés» (lo que va después del punto y
coma no se refiere al cónyuge, ya que no parece que éste tenga que pro-
bar su interés; se refiere únicamente a cualquier «otro interesado»).
La alusión al sujeto interesado es importante, ya que autoriza tener
por legitimados para continuar el pleito a personas que no son el otro
cónyuge, ni el heredero o sucesor del difunto, pero que pueden tener un
interés en que el proceso, que quedó interrumpido, culmine con una sen-
tencia declarativa acerca de la nulidad o validez del matrimonio. Ese in-
terés ha de ser legítimo, ha de probarse, lo cual es lógico, sobre todo si te-
nemos en cuenta que al proseguir la causa matrimonial se pone un juego
algo tan importante como la validez o nulidad de un vínculo.
La nueva parte podrá ser tanto actora como demandada, y adquiere
esa condición de modo pleno, lo que significa que puede adoptar las acti-
tudes procesales que en su opinión mejor defiendan su interés, sin estar
obligada a mantener las pretensiones del difunto cónyuge (legitimación
sustitutiva). El sustituto —a diferencia del representante— es verdadera
parte (formal), y aunque no es suyo el derecho en virtud del cual actuó en
el proceso, la acción sí lo es en virtud del interés302; por ello, el sustituto
actúa en nombre y en interés propio, mientras que el representante lo
hace en nombre y en interés ajeno. En este sentido, la legitimación a suje-
tos diferentes de los cónyuges supone una excepción —no una contradic-
ción303— al can. 1674, 1º, y a la concepción procesal del CIC. ‘83. A pesar Índice
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de ello, el legislador, intentando tutelar los intereses legítimos de terce-


ros, les ha concedido una legitimación sustitutiva; en otras palabras, les
ha otorgado un derecho de acción en virtud de un interés propio y para
ejercitar un derecho no propio, sino ajeno, de los cónyuges.

302.
DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M. A., Lecciones de derecho..., cit., vol. 1, p. 358: «Excepcio-
nalmente, en casos taxativamente establecidos por las normas jurídicas, se concede el derecho a obte-
ner concretas tutelas jurisdiccionales (esto es, se conceden acciones) a sujetos que no son titulares
del derecho subjetivo privado que, ciertamente, fundamenta la concesión de aquellas tutelas. Se co-
noce el conjunto de estos fenómenos con la denominación de legitimación por sustitución, a diferen-
cia de los casos en que la acción se concede al titular del derecho fundante de ella».
303.
Cfr. PALESTRO, V., L’istanza della lite..., cit., p. 548.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 203

¿Y si la muerte adviene después de decretarse la conclusión de la cau-


sa? La respuesta es idéntica en el CIC y en la DC: el juez debe proseguir
citando al procurador o, si no lo hay, al heredero del difunto o a su suce-
sor. La razón de ser de esta disposición es que se entiende que la causa
está suficientemente instruida, y el tribunal está en grado de dictar sen-
tencia (can. 1606).
El objeto de llamar al procurador es que esté presente un represen-
tante de la parte difunta, sin que se produzca una sustitución en la legiti-
mación, ya que el procurador no es parte, sino un representante de la
parte. En caso de que faltase el procurador, el juez citará al heredero del
difunto o a su sucesor, que pasan a ser «intervinientes forzosos» (ex officio
o iussu iudicis, can. 1597), y sustituyen al cónyuge difunto (legitimación
sustitutiva), y se convierten en parte (formal) del proceso: actúan en nom-
bre propio y lo hacen, no en virtud de un derecho, sino en virtud del inte-
rés.
El artículo no habla ni del interesado, ni del cónyuge superviviente: se
trata de citar a un sustituto del cónyuge difunto, y este sustituto —a no ser
que se den situaciones de litisconsorcio— normalmente no será el cónyu-
ge superviviente304. Por lo que al legítimamente interesado se refiere,
aunque el art. 143, 2º (igual que el can. 1518, 2º) no diga nada, considera-
mos que no hay razón para no aplicar el mismo criterio del que hemos
hablado en caso de que no se hubiera decretado la conclusión de la cau-
sa: la conclusión o no de la causa influye en la suspensión de la misma o
en que el juez continúe hasta la sentencia, pero no influye en la determi-
nación de los sujetos legitimados. Por tanto, si antes del decreto de con-
clusión de la causa cuius intersit puede proseguir la misma, no vemos
porqué, una vez decretada la conclusión de la causa, no pueda proseguir-
la cualquiera que esté legítimamente interesado. En este caso, —como en
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los anteriores— estaremos ante una legitimación sustitutiva, y el tercero


«legítimamente interesado» adquirirá la condición de parte.
La prosecución post mortem de la causa de nulidad matrimonial plan-
tea otro interrogante que afecta tanto al supuesto del art. 143, 1º (can.
1518 1º) como al supuesto del art. 143, 2º (can. 1518, 2º): ¿se puede pro-
ceder a la ejecución de una única sentencia de nulidad cuando el matri-
monio se ha disuelto por muerte? El CIC no dice nada, tampoco la DC;
para resolver esta cuestión hay que acudir al art. 222 de la PME que esta-
blecía que, muerto el cónyuge, el defensor del vínculo ni estaba obligado,
ni podía interponer apelación contra la sentencia de nulidad, no estando
304.
Cfr. DANEELS, F., Il diritto di impugnare..., cit., p. 402.

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204 Carlos M. MORÁN BUSTOS

legitimado tampoco para proseguirla cuando se acreditara la defunción


una vez que la sentencia era apelada305. Luego si el defensor del vínculo
no estaba obligado, ni podía apelar, pensamos que lo mismo se debe decir
de la mal llamada «apelación automática» (can. 1682 §1). En consecuen-
cia, se podría considerar ejecutable esta única sentencia, siempre que
ninguna parte privada presentara la apelación306.

5. Situación procesal de los terceros en relación a la impugna-


ción del matrimonio

En el derecho histórico canónico existió la llamada actio popularis,


esto es, la posibilidad de que quivix ex populo pudiera proceder a la acu-
sación del matrimonio de un tercero, siempre que ello no estuviera reser-
vado a uno o ambos cónyuges. La existencia de la acción popular se basa-
ba en razones muy relacionadas con el bien público de la Iglesia. Debido
a los abusos se fue restringiendo, hasta desaparecer en el regulación del
CIC’17, de modo que a los terceros sólo les quedaba la denuncia ante el
Ordinario o el Promotor de Justicia (can. 1971 §2 y arts. 35 §2 y 41 §1-3
de la PME). La actual regulación ha suprimido el instituto de la denuncia
de la nulidad del matrimonio, aunque si de hecho se produce ésta, y el
promotor de justicia comprueba que se dan las condiciones indicadas por
el can. 1674, 2º, deberá impugnar el matrimonio, y el que ha ejercitado la
denuncia no incurre en fraude de ley307.
Al margen de la denuncia ¿cuál es la protección que la regulación vi-
gente hace de los intereses privados de los terceros? De acuerdo con el
CIC y la DC, los terceros, durante la vida de los cónyuges, sólo pueden de-
nunciar el matrimonio, pues carecen de legitimación para impugnarlo;
tras la muerte de algún cónyuge, en cambio, están legitimados —en de-
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terminados casos— para la impugnación póstuma del matrimonio y para


305.
Cfr. CARRERAS, J., Sub liber VII, de processibus; pars II, de iudicio contentioso ordinario y
sub cann. 1517-1525, en Comentario exegético..., cit., vol. 4/2, p. 1258; Instr. Provida Mater Ecclesia,
cit., art. 222 §2.
306.
En una sentencia coram Sabattani de 1961 se señala que la praxis de la Rota Romana era
conceder la ejecución de la única sentencia a favor de la nulidad, una vez que el vínculo matrimonial
había sido disuelto por la muerte, y siempre que ninguna persona privada se declarara agraviada por
la sentencia (cfr. S.R.R.D., coram Sabattani (14 iulii 1961), vol. 53, 1961, p. 376).
307.
POMPEDDA, M., Nuovo processo canonico..., cit., p. 57: «È pur vero che ora non si fa parola
della possibilità per altri di denunciare la nullità del matrimonio all’ordinario o al Promotore di gius-
tizia (cfr. vecchio can. 1971, §2), ma ciò non toglie che ove di fatto questo avvenga il promotore poi,
ove né ricorrano le condizioni, instauri il relativo processo». Vid. FINOCCHIARO, F., Il matrimonio nel
diritto canonico, Bologna 1989, p. 122; GONZÁLEZ DEL VALLE, J. M., Derecho canónico matrimonial,
Pamplona 1985, p. 190.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 205

la prosecución post mortem de la causa. Se han ignorado, por tanto, los


posibles intereses privados que los terceros pudieran tener para impug-
nar el matrimonio durante la vida de los cónyuges: por ejemplo, el interés
que puede tener un hijo que ve que su padre impugna la validez de su ma-
trimonio308.
Los únicos instrumentos procesales que tienen los terceros para hacer
valer sus posibles intereses legítimos son la «intervención» y el ser «testi-
gos» durante el desarrollo del proceso. Por lo que a ala intervención se re-
fiere (cann. 1596-1597), los terceros sólo pueden actuar en el proceso
matrimonial mediante una intervención adhesiva simple309: este intervi-
niente no es parte, sino que ayuda a la parte (intenta hacer valer sus inte-
reses ayudando a una de las partes, ya que podía estar interesado en que
la sentencia fuese favorable a una parte y no a otra). Además de esta la in-
tervención adhesiva simple, sólo les queda ser testigos.

V. DE LOS PROCURADORES Y ABOGADOS (ARTS. 101-113)

Como norma general, el nombramiento de procurador-abogado es


algo facultativo de la los litigantes, ya que éstos pueden actuar personal-
mente en el proceso de nulidad de su matrimonio (can. 1481 §1), ello sal-
vo que el juez, a la vista del caso y las condiciones de las partes, considere
necesaria su presencia. En principio, los cónyuges son libres de nombrar
procurador-abogado, pudiendo también libremente nombrarse uno y/u
otro; incluso, si actúan como litisconsortes pidiendo la nulidad, pueden
—y esta disposición es novedosa en la DC— nombrar un procurador o
abogado en común (art. 102). Normalmente no es lo más idóneo que la
parte misma sea la que venga a realizar toda la actividad en un proceso
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que le es extraño, del que habitualmente sabrá poco, en el que se ve invo-


lucrada…; por ello, es habitual que se haga «acompañar», en concreto,
representar y asistir respectivamente por el procurador y el abogado310.
Hay, incluso, situaciones en las que la parte no es libre de tener o no
abogado y procurador, sino que, si el juez lo estima necesario, se ve com-
pelida a nombrarlo (can. 1481 §1): «§ 2. Si a juicio del presidente la ayuda
de un procurador o de un abogado es necesaria y la parte no provee den-
308.
Cfr. MADERO, L., La tutela procesal del derecho de los hijos..., cit., pp. 535-537.
309.
Cfr. ARROBA CONDE, J. M., Diritto processuale..., cit., pp. 499-500; ZUANAZZI, I., Le parti...,
cit., pp. 378-391, en concreto, en la p. 389.
310.
Cfr. ZAYAS, M., Advocats i procuradors en els tribunals eclesiàstics, en «Revista Jurídica de
Cataluña» 83, 1984, p. 202.

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206 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tro del plazo establecido, debe nombrarlos el mismo presidente, según lo


requiera el caso, para que permanezcan en el ejercicio de su función has-
ta que la parte nombre a otros» (art. 101 §2); este nombramiento de pro-
curador y abogado hecho por el juez es distinto del que hace el juez o el
presidente en los casos de justicia gratuita (art. 101 §3).
Tanto en el caso del procurador como en el del abogado, se trata de fi-
guras que no son extrañas al funcionamiento de nuestros tribunales, más
bien todo lo contrario, de hecho, Ǥ 1. Quedando a salvo el derecho de las
partes a defenderse personalmente, el tribunal tiene la obligación de pro-
veer a que ambos cónyuges puedan defender sus derechos con la ayuda
de una persona competente, sobre todo si se trata de causas de especial
dificultad» (art. 101 §1); un modo de posibilitar esta obligación es la crea-
ción —prevista por el art. 112— de un elenco de abogados y procurado-
res: «§ 1. Al Obispo Moderador le corresponde publicar el índice o elenco
en el que deben inscribirse los abogados admitidos en su tribunal y tam-
bién los procuradores que suelen representar a las partes en ese tribunal.
§ 2. Los abogados inscritos en el elenco tienen obligación de prestar el
patrocinio gratuito, por mandato del Vicario judicial, a aquellos a quie-
nes el tribunal haya concedido este beneficio (art. 307)».
Ambas funciones, salvo que por vía de reglamento se establezca otra
cosa en un tribunal concreto, pueden ser ejercidas por la misma persona.
El can. 1656 §4 del CIC ‘17 reconocía expresamente esta posibilidad. El
CIC ‘83 la silenciaba, pero no la prohibía, de hecho parece que, atendien-
do a la naturaleza de ambas funciones, no hay una razón grave que prohí-
ba su unión en el desempeño por la misma persona. La Instrucción lo si-
lencia igualmente, aunque al establecer en el art. 103 § que «§ 1. Las
partes pueden nombrar un procurador distinto del abogado» parece que
está presuponiendo que ambas funciones pueden ser desempañadas por
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la misma persona.
Por lo que a la función de cada uno de ellos se refiere, hay una clara lí-
nea divisoria. El procurador «representa» en unos determinados nego-
cios jurídicos, en unas determinadas actuaciones jurídicas, a su represen-
tado (a la parte). Los romanos lo definían como «qui aliena negotia
mandato domini administrat»311. En el ámbito procesal, el procurador
tiene la función de representar a la parte en el proceso y de realizar en su
nombre los actos procesales, todo ello en virtud de un mandato específi-
co. Actúan, por tanto, en nombre de otro, y lo hace dentro de los límites
establecidos por el mandato, pero él no es la parte. El abogado, por su
311.
Ulpianus, D.3.3.1.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 207

parte, interviene en el proceso para ayudar al litigante, para defenderlo;


desempeña una función en nombre propio, pero a favor de su cliente, ya
que él no es parte tampoco, sino aquel a quien asiste.
Con carácter general, la parte «puede designar sólo un procurador, el
cual no puede hacerse sustituir por otro, si no se le concede expresamen-
te esa facultad (can. 1482 § 1)» (art. 103 §1), auque, «cuando por justa
causa una persona designa varios procuradores, lo hará de manera que
se dé entre ellos lugar a la prevención (can. 1482 § 2)» (art. 103 §2). En el
caso de los abogados, sí que pueden nombrarse varios a la vez (art. 103
§4, can. 1482 § 3).
«El procurador y el abogado, antes de iniciar su función, deben pre-
sentar su mandato auténtico al tribunal (can. 1484 § 1)» (art. 106 §1). No
basta el simple mandato para negociar, sino que hablamos del mandato
específico para litigar, sin el cual, ni el procurador es ni puede actuar
como representante de la parte, ni el abogado es ni puede actuar como
asistente de dicha parte. Este mandato es concedido por la parte, salvo en
el caso de que a ésta se le haya nombrado un curador para suplir su inca-
pacidad procesal, en cuyo caso éste puede nombrar también al abogado y
al procurador.
En todo caso, hay que dejar constancia escrita del mandato, que debe
ir acompañado de las formalidades propias de este tipo de actos, siendo
imprescindible que se corrobore expresamente la voluntad de la parte de
conceder mandato para que le represente y/o asista a una determinada
persona, para un determinado proceso. En caso de ausencia del mandato
de procurador, la sentencia sería nula con nulidad insanable (can. 1620,
6º, art. 270, 6º)312, cosa que no ocurriría en caso de ausencia del mandato
del abogado, salvo que ésta —lo cual no es fácil de determinar— provoca-
ra la indefensión de la parte (can. 1620, 7º, art. 270, 7º).
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Distinto de la ausencia del mandato es que, debiéndose presentar di-


cho mandato antes de iniciar su función, éste no fuera Presentado, en
cuyo caso, «para impedir la extinción de un derecho, el presidente puede
admitir también a un procurador que no haya presentado el mandato,
una vez preste la oportuna garantía, si es el caso; pero ese acto carece de
toda eficacia si el procurador no presenta debidamente el mandato den-
tro del plazo perentorio fijado por el mismo presidente (can. 1484 § 2)»
(art. 106 §2).
El mandato cesa al ser removidos el procurador y/o el abogado, o
cuando éstos han cumplido su oficio, lo cual sucede cuando se da la sen-
312.
Vid. comentario al Título XII, apartado II.1.6.

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208 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tencia definitiva, salvo que exista el derecho a apelar, en cuyo caso —tal
como indica el art. 107 §2— «el procurador sigue teniendo derecho y
obligación de apelar, mientras el mandante no se oponga (can. 1486 §
2)»; esta prórroga del mandato del procurador sólo es para el recurso de
apelación, no para los demás recursos (ni para la querella de nulidad, ni
para el recurso extraordinario de revisión). Obsérvese que el artículo —y
también el can. 1486 §2— habla de «apelar», no distinguiendo entre la in-
terposición o la prosecución, de modo que parece que esta posibilidad de
prórroga podría extenderse a ambos momentos.
El mandato del procurador lo habilita para realizar los actos válidos y
necesarios de todo proceso —los actos relacionados con la constitución,
desarrollo y terminación del proceso—, pero no para realizar unos actos
que implican disposición de los derechos del mandante; para ello se re-
quiere un mandato especial: «si no ha recibido mandato especial, el pro-
curador no puede válidamente renunciar a la acción, a la instancia o a los
actos judiciales; ni realizar, en general, ninguno de los actos para los que
el derecho exige mandato especial (can. 1485)» (art. 107 §1).
¿Cuáles son los requisitos que se precisan para actuar como procura-
dor o como abogado? Según establece el art. 105 §1 (can. 1483), «el pro-
curador y el abogado han ser de buena fama; además, el abogado debe
ser católico, a no ser que el Obispo Moderador permita otra cosa, y doc-
tor, o al menos verdaderamente perito, en derecho canónico, y ha de ser
aprobado por el mismo Obispo». Por tanto, el abogado ha de ser católico,
cosa que no se exige para el procurador, aunque el obispo diocesano pue-
de autorizar que un no católico actúe en su tribunal (can. 1423)313. El
abogado ha de ser doctor o verdadero perito en derecho canónico, cosa
que tampoco se exige para el procurador314. Para que el abogado actúe ha
de ser aprobado por el Obispo moderador —cosa que tampoco necesita el
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313.
La razón de ser de este requisito está en la línea de lo expresado por el querido Juan Pablo
II en su discurso a la Rota de 1982: «en la misma perspectiva de la globalidad de la vida familiar, hay
que desear finalmente la colaboración cada vez más activa de los abogados eclesiásticos. su actividad
debe estar al servicio de la Iglesia; y por tanto ha de ser considerada casi como un ministerio eclesial.
Debe ser un servicio al amor, que requiere una entrega de caridad, sobre todo a favor de los más ne-
cesitados y de los más pobres» (LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos pontificios a la Rota romana, Pam-
plona 2001, pp. 137-1389.
314.
Como se ve, el derecho universal no exigen ningún título académico, pues, si no se tiene el
doctorado, bastaría con ser «perito en derecho canónico», de lo cual no existe ningún título que lo
acredite; a pesar de ello, sí que debe existir un «control» que de un modo u otro venga a garantizar
que se está en condiciones para realizar la función de asesoramiento a la que es llamado por la parte;
esto es particularmente necesario hoy que en las facultades de derecho la formación canónico matri-
monial-procesal es nula; este control se producirá por la vía del tercer requisito: la aprobación por
parte del obispo.

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 209

procurador—, siendo la razón de ello el que el obispo, que es juez nato de


su diócesis (can. 1419 §1), tiene sobre el tribunal todas la potestades que
la atribuye el derecho (can. 1423 §1), entre ellas también la de aprobar
los letrados; esta aprobación podrá hacerse para la generalidad de las
causas —sabiendo que la inclusión en el elenco de abogados comporta
este aprobación general—, o bien para una causa concreta; según se indi-
ca en el art. 105 §2 «quienes han obtenido el título de abogado rotal no
necesitan esa aprobación, pero el Obispo Moderador puede prohibirles
por causa grave el ejercicio del patrocinio en su tribunal; en tal caso cabe
recurso a la Signatura Apostólica». Tanto el abogado como el procurador
han de ser de buena fama.
Nada se dice en el Código ni en la Instrucción de que los abogados y
procuradores tengan que residir en el territorio del tribunal en el que ha-
yan de intervenir, no obstante se presupone que sea así; a pesar de ello,
«el presidente, por circunstancias peculiares, puede aprobar para un
caso a un procurador —y considero que con mayor motivo lo mismo se-
ría aplicable al abogado— que no resida en el mismo territorio del tribu-
nal» (art. 105 §3).
Según indica el art. 108, «los abogados y procuradores pueden ser re-
movidos en cualquier estado de la causa por aquel que los nombró, sin
perjuicio de la obligación de abonarles los honorarios debidos por el tra-
bajo realizado, pero, para que produzca efecto la remoción, es necesario
que se les notifique, y si ya se hubiera fijado la fórmula de la duda, debe
comunicarse al juez y a la otra parte (can. 1486 § 1)». Es decir, en cual-
quier momento de la causa, la parte puede remover tanto al procurador
como al abogado, y ello mediante la revocación del mandato que se les
otorgó; para que la revocación sea eficaz tiene que ser intimada, y si es
después de la contestación de la demanda, tiene que ser notificada la re-
moción al juez y a la otra parte. Índice
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Pero además de esta remoción de la parte, el juez puede remover al


procurador y al abogado, bien de oficio, bien a petición de parte —se re-
fiere a la otra parte, pues la propia parte no necesita la intervención del
juez para proceder a la remoción—, con tal que exista causa grave, que
debe quedar reflejada en la motivación (can. 1487, art. 109); causa grave
sería, por ejemplo, la mala fama del abogado o del procurador, el que hu-
biera tentado y usado cualquier artimaña…
El art. 110 establece una especie de lista de actuaciones-actitudes pro-
hibidas para el procurador y para el abogado: « Se prohíbe a los aboga-
dos y a los procuradores: 1.º renunciar al mandato sin justa razón, cuan-
do aún está pendiente la causa; 2.º pactar emolumentos excesivos: si así

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lo hicieran, el pacto es nulo; 3.º prevaricar de su oficio por regalos, pro-


mesas o cualquier otra causa; 4.º sustraer causas a los tribunales compe-
tentes o actuar de cualquier modo con fraude de ley (cann. 1488-1489).
En todas estas situaciones lo que se pretende es proteger a la parte, tanto
respecto de posibles actuaciones del procurador o del abogado que reper-
cutan en el ámbito del desarrollo del proceso, como de actuaciones que
dañen sus recursos económicos; por ejemplo, ni el procurador ni el abo-
gado pueden pactar emolumentos excesivos, entendiendo por tales los
que se sobrepasan los límites establecidos por los Colegios de abogados y
procuradores; especialmente importante es el n. 4º, el cual responde a un
intento de evitar las llamadas «fugas de causas» a tribunales «más favora-
bles»; estas actuaciones denigran a los que las cometen, y suponen un
daño a veces irreparable para la fama de los tribunales eclesiásticos; hay
que advertir que en estos casos también alguna responsabilidad corres-
ponderá a los tribunales que aceptan este «comercio de causas».
Los abogados y procuradores que cometan algunas de estas actuacio-
nes, o cualquier otro tipo de delito contra el encargo a ellos encomenda-
do, deben ser castigados conforme a derecho (art. 111 §1, cann. 1386,
1389, 1391, 2º, 1470 §2, 1488-1489). Si se prueba que no están a la altura
de su oficio por impericia, pérdida de la buena fama, negligencia o abuso,
el Obispo Moderador del tribunal debe proveer, adoptando las medidas
adecuadas, sin excluir, si el caso lo requiere, la prohibición de ejercer el
patrocinio en su tribunal (art. 111 §2); quienes causan a otro ilegítima-
mente un daño por cualquier acto realizado con dolo o culpa, están obli-
gados a reparar el daño (art. 111 §3, can. 128).
Por último, y por lo que a los patronos estables se refiere, el can. 1490,
que establecía que «en la medida de lo posible, en todo tribunal ha de ha-
ber patronos estables, que reciban sus honorarios del mismo tribunal, y
que ejerzan la función de abogado o de procurador, sobre todo en las cau- Índice
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sas matrimoniales a favor de las partes que libremente prefieran desig-


narlos» (también art. 113 §1); el art. 113 viene a desarrollar este can.
1490, estableciendo en su §1 que, además de este patrono estable, si es
posible, se establezca un servicio o una persona «a los que pueda dirigirse
cualquiera, con libertad y fácilmente, para aconsejarse sobre la posibili-
dad de introducir la causa de nulidad de su matrimonio y sobre el modo
de proceder, en la medida en que pudiera haber fundamento»; y en su §2:
«si alguna vez esta función es desempeñada por ministros del tribunal,
éstos no pueden intervenir en la causa ni como juez ni como defensor del
vínculo», ni tampoco como abogado estable si fue éste el que realizó di-
cha función (art. 113 §4); esta prescripción puede originar problemas a
muchos vicarios judiciales y jueces —sobre todo de diócesis pequeñas, en

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 211

las que quizás no haya más jueces— que reciben en una primera conver-
sación a los fieles con algún tipo de problemas susceptibles de ser recon-
ducidos a un proceso de nulidad —en algunas ocasiones a instancias de
sacerdotes, o de cualquier otra persona de buena fe, pero que carece de
los conocimientos requeridos—, y que hacen un buena tarea de orienta-
ción, de discernimiento, y de consejo; es indudable que se pretende prote-
ger la imparcialidad del juez, pero habrá que estar a cada caso concreto,
y analizar hasta qué punto se está «contaminado» por ese consejo dado.

VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

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Título IV: Las partes en la causa (arts. 92-113 DC) 213

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TÍTULO V
LA INTRODUCCIÓN DE LA CAUSA
(Arts. 114-142 DC)

Una vez desarrollados en los títulos precedentes los presupuestos pro-


cesales y las cuestiones relativas a la parte estática del proceso, la Ins-
trucción aborda, a partir de su Título V, la parte dinámica del proceso. En
concreto, la fase introductoria del proceso de nulidad matrimonial viene
regulada en los arts. 114-142 de la Dignitas Connubii, que reproducen y
explicitan lo dispuesto en los cann. 1501-1515 y 1677 del Código315, acla-
315.
Desde un punto de vista sistemático, cabe destacar que la Instrucción, con buena técnica
jurídica, incluye en este Título V el capítulo dedicado a la no comparecencia de las partes (arts.138-
142), materia que en el Código quedaba ubicada tras la prueba, en el Título dedicado a las causas in-
cidentales (cann. 1592-1595).

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215

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216 Carmen PEÑA GARCÍA

ran cuestiones dudosas, y corrigen praxis forenses incorrectas. Asimis-


mo, este Título V introduce, respecto a la regulación codicial, algunas no-
vedades significativas y, en ocasiones, problemáticas, como la concreción
de las diversas actitudes procesales de la parte demandada admitidas en
la praxis canónica o la recomendación de que el juez oiga al Defensor del
vínculo antes de la admisión de la demanda.

I. EL ESCRITO DE DEMANDA

Para que se inicie el proceso es indispensable la formulación ante el


Tribunal de una demanda por parte del interesado, como presupuesto in-
eludible para la válida intervención del juez. Así lo recuerda el art. 114
(can. 1501), reproduciendo el clásico aforismo nemo iudex sine actore, se-
gún el cual el juez no puede entrar a juzgar causa alguna si el interesado
o, en su caso, el promotor de justicia no han formulado una petición a te-
nor de los cánones316.

1. Características y exigencias de la demanda (arts. 115-117)

De conformidad con el art. 115, la demanda es, de ordinario, un acto


de carácter escrito (art. 115 §1, can. 1502), aunque, si el actor tuviera un
impedimento para presentarla por escrito, puede admitirse la demanda
oral. En este caso, el Notario deberá levantar acta de la manifestación
oral del actor; acta que ha de ser leída al actor y aprobada por éste, y que
sustituirá a la demanda a todos los efectos jurídicos (art. 115 §2, can.
1503)317.

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1.1. Requisitos
En la demanda, deben especificarse, al menos, los presupuestos pro-
cesales, tanto subjetivos (dualidad de partes, capacidad jurídica y proce-
sal de las partes, y legitimación de las mismas; jurisdicción y competen-
cia del Tribunal) como objetivos (pretensión debidamente formalizada,
316.
La vulneración de este principio produciría, a tenor del 1620, 4º, la nulidad insanable de la
sentencia dictada sin dicha petición: art. 270, 4º.
317.
En la práctica forense española, será difícil encontrar una demanda oral en un proceso de
nulidad matrimonial, puesto que esta demanda ha de cumplir los requisitos del can. 1504 —entre
ellos, el de su fundamentación jurídica—, lo que excede de las funciones del Notario. Por tanto, pare-
ce más conveniente designar a la persona que desee demandar un abogado y procurador de oficio, o
bien acudir a los patronos estables del Tribunal, para que redacten adecuadamente la demanda.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 217

petitum y causa petendi), pues si dichos presupuestos faltasen, se produci-


ría la nulidad insanable de la sentencia, en virtud del can. 1620. En este
sentido, recuerda el art. 116 §1, recogiendo lo dispuesto en el can. 1504,
que el escrito de demanda deberá:
1º. especificar ante qué tribunal se introduce la causa;
2º. delimitar el objeto de la controversia, identificando qué se pide
(la nulidad de un matrimonio concreto) y en virtud de qué capítu-
lo o capítulos se impugna la validez del mismo, aunque no será
necesario que se utilicen términos técnicos en la delimitación de
la causa petendi;
3º. indicar, al menos de modo general, en qué hechos y pruebas se
apoya el actor para demostrar lo que afirma;
4º. estar firmado por el actor o por su procurador, con indicación del
día, mes y año, así como también del lugar de residencia a efectos
de recibir notificaciones;
5º. indicar el domicilio o cuasidomicilio del cónyuge demandado.
Por otro lado, aunque no se menciona expresamente en la Dignitas
Connubii, también deberá la demanda indicar si se ha intentado previa-
mente la obtención de la declaración canónica de nulidad del matrimonio,
sea en ese tribunal o en cualquier otro. Así lo exige tanto las posibles —y
graves— consecuencias que este hecho puede tener para la determinación
de la competencia del tribunal, como el requisito de veracidad y sinceridad
del actor en la exposición de los hechos318. A este respecto, por la importan-
cia que tiene esta prueba documental319, convendrá que la parte actora o
bien aporte copia de los autos de nulidad incoados anteriormente, o al me-
nos identifique adecuadamente la causa, de modo que pueda el tribunal re-
querir dichos autos del órgano jurisdiccional correspondiente. Índice
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1.2. Estructura formal

La demanda tiene, en la praxis forense española, un esquema formal


típico, que ordena este contenido necesario en tres grandes apartados:
encabezamiento, cuerpo y suplico.
318.
Vid. comentario Título I, II.2.2. Respecto a la importancia del conocimiento de si se ha plan-
teado previamente alguna causa de nulidad entre las partes y las posibles sugerencias para facilitarlo,
nos remitimos a lo expuesto en: PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en
ed. PÉREZ RAMOS, A. y RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones
de actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 71-74.
319.
Vid. Título VII, III.2.5.

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218 Carmen PEÑA GARCÍA

En el encabezamiento de la demanda se identifican los elementos indi-


vidualizadores del proceso, en concreto: la determinación del Tribunal
eclesiástico al que se dirige la demanda; el nombre y apellidos del ac-
tor;320 el nombre y apellidos del cónyuge demandado, así como su domi-
cilio o cuasidomicilio actual321; y el objeto de la controversia, es decir, los
motivos o capítulos por los que se pide la nulidad del matrimonio. Asi-
mismo, aunque no es obligatorio, resulta de gran utilidad que se indique
en la demanda el número de teléfono tanto del actor como, en su caso,
del demandado, pues –aunque la comunicación telefónica no suprima la
exigencia legal de realizar en forma las notificaciones preceptivas— ello
puede contribuir de modo notable a la agilización de algunos trámites.
En el cuerpo de la demanda se consignan, convenientemente separa-
dos en dos grandes apartados, los fundamentos fácticos y jurídicos en que
se apoya la pretensión del actor:
a) en los fundamentos fácticos, debe exponerse, de modo breve, cla-
ro y ordenado, los hechos fundamentales que sirvan de base a la
pretensión de la parte actora. Conviene que la narración sea cla-
ra, precisa y concisa, de tal modo que permita al Juez apreciar
que la petición no es temeraria, sino que goza del fumus boni iu-
ris322 necesario para su admisión por el tribunal.
Teniendo en cuenta las características propias de las causas de nu-
lidad matrimonial, es muy frecuente y resulta altamente recomen-
dable que los fundamentos de hecho se basen en una redacción de
los hechos realizada por el mismo actor, o, en su defecto, por el le-
trado recogiendo lo más literalmente posible las manifestaciones
del cónyuge demandante, de modo que se eviten los tecnicismos y
expresiones científicas en la exposición de los hechos, así como los
formularios uniformadores y distorsionantes de la realidad. Índice
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b) en los fundamentos de derecho, se recogen los fundamentos jurídi-


cos tanto procesales como sustantivos, siendo suficiente la alu-
sión somera a los cánones correspondientes, aunque cabe tam-
bién hacer un breve desarrollo doctrinal o jurisprudencial de los
mismos.
320.
Si, como es habitual, presenta la demanda el procurador en nombre del actor, deberá
constar en la demanda tanto el nombre completo del procurador como el del actor, bastando con que
los datos identificadores de éste último consten en el poder para el procurador.
321.
Este dato resulta fundamental para poder practicar la citación al demandado, pudiendo
también en muchas ocasiones ser útil para determinar la competencia territorial del Tribunal.
322.
Término tradicionalmente usado por la doctrina canonística para designar esta caracterís-
tica que debe tener la demanda de no ser manifiestamente temeraria o infundada.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 219

En el suplico de la demanda, se recogen concisamente las peticiones,


tanto principales (la declaración de la nulidad y los capítulos concretos
por que se pide) como accesorias (p.e., la concesión del beneficio de gra-
tuito patrocinio).
El escrito de demanda concluirá con las solemnidades formales: indi-
cación del lugar y fecha, y firma del actor o de su procurador. También se
exige, en la práctica, la firma del Letrado, aunque esto último no venga
contemplado en el Código, ni su ausencia perjudique en modo alguno la
demanda.

1.3. Documentos a acompañar y anuncio de pruebas


Deberán acompañar a la demanda una serie de documentos funda-
mentales para que el Juez pueda juzgar, a la hora de admitir la demanda,
sobre su propia competencia, la capacidad del actor y la existencia del fu-
mus boni iuris necesario para la admisión de la demanda.
Frente al silencio del Código al respecto, la Instrucción Dignitas Con-
nubii especifica, en su art. 116 §2, que debe acompañar a la demanda una
certificación auténtica de la celebración del matrimonio, y si el caso lo re-
quiere, el documento sobre el estado civil de las partes. Si se solicita la
declaración de nulidad de un matrimonio celebrado canónicamente,
debe aportarse la certificación eclesiástica, resultando insuficiente la cer-
tificación civil en que se recoja la celebración del matrimonio canónico.
Si la demanda la presenta un procurador, debe acompañar a la misma
el documento auténtico en que conste la representación que ostenta. A es-
tos efectos, es válido tanto el Poder para pleitos dado ante un Notario ci-
vil —siempre que contenga mención expresa a la jurisdicción canónica—
como el Acta de mandato procuratorio hecho ante el fedatario público
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eclesiástico.
Igualmente, debe aportarse, junto con la demanda, el Acta de manda-
to al letrado, si éste interviene. Esta obligación viene recogida en el can.
1484 §1 y el art. 106 de la Dignitas Connubii323, que exige que tanto el
abogado como el procurador presenten al tribunal, antes de iniciar su
función, mandato auténtico; sin embargo, el defecto de mandato del abo-
gado —a diferencia de lo que sucede con el procurador— no tiene fuerza
invalidante.
No es necesario, por el contrario, acompañar a la demanda informes
periciales relativos al estado psicológico de los cónyuges. Así lo aclara la
323.
Vid. comentario Título IV, V.

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220 Carmen PEÑA GARCÍA

Dignitas Connubii, que, saliendo al paso de abusos detectados en algunos


tribunales, prohíbe que se exijan dictámenes periciales previos para la
admisión de la demanda (art. 116 §3).
Por otro lado, en la demanda deben mencionarse, aunque sea de ma-
nera sumaria, las pruebas en que el actor piensa apoyar su petición (can.
1504, 2º), a efectos de que el juez pueda comprobar que el actor no litiga
temerariamente, y que la causa cuenta, al menos, con el fumus boni iuris
exigido para su admisión.
La Instrucción Dignitas Connubii, en su art. 117, establece varios cri-
terios sobre este anuncio de pruebas de la parte actora:
1º. si se cuenta con prueba documental, hay en principio obligación
de entregarla, si es posible, con la demanda;
2º. deben indicarse los nombres y domicilios de los testigos, sin per-
juicio de la posibilidad de cambiarlos o añadir otros en el mo-
mento de efectiva proposición de la prueba;
3º. debe anunciarse también la intención de proponer otro tipo de
pruebas, y, al menos con carácter general, qué hechos son dedu-
cibles de las mismas.
En cualquier caso, este anuncio de pruebas hecho en la demanda no
excluye, en ningún caso, que posteriormente, durante el curso del proce-
so y, fundamentalmente, en el momento de proposición de pruebas, pue-
dan aportarse cualquier otra prueba que se estime oportuna o convenien-
te, sin necesidad de que haya surgido o sido conocida con posterioridad a
la redacción de la demanda.

1.4. La acumulación de capítulos de nulidad en la demanda


De conformidad con lo dispuesto en el art. 116 §1, 2º, la parte actora Índice
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debe identificar, en la demanda, el capítulo o capítulos por los que propo-


ne la nulidad324. Se reconoce de ese modo la posibilidad, prevista en el
can. 1493, de acumulación de acciones en el mismo proceso. Se trata de
una posibilidad muy utilizada en las causas matrimoniales, en las que es
frecuente que concurran varios capítulos por los que pueda declararse la
nulidad del matrimonio. Precisamente por ello, extraña un poco el silen-
cio de la Instrucción Dignitas Connubii sobre los criterios, reiteradamen-
te expuestos por la doctrina y la jurisprudencia rotal, que deben tenerse
en cuenta a la hora de invocar simultáneamente varios capítulos de nuli-
324.
Igualmente, el art. 135 §3 exige que dichos capítulos –si son admitidos— sean recogidos
por el juez en la fijación de la fórmula de dudas: vid. comentario Título V, IV.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 221

dad, fundamentalmente la necesidad de comprobar que se cumplen los


requisitos del can. 1493: 1º/ que las acciones que se quieren acumular no
sean contradictorias o incompatibles entre sí; y 2º/ que todas ellas entren
dentro de la competencia del Tribunal que va a juzgar325.
En derecho matrimonial canónico, se consideran ciertamente incom-
patibles o contradictorias entre sí acciones frecuentemente invocadas en
la misma causa, como son los capítulos de grave defecto de discreción de
juicio y la simulación, sea total o parcial, del consentimiento. Como re-
cuerda la constante jurisprudencia de la Rota Romana, «si la persona es
inhábil para prestar el consentimiento matrimonial por defecto de discre-
ción de juicio, ha de considerarse que esa misma persona no es capaz de
poner un acto positivo de la voluntad por el que excluya el matrimonio
mismo o alguno de los bienes del mismo (...) El contrayente que es inca-
paz de prestar el consentimiento matrimonial es incapaz de simularlo, ya
que es incapaz de prestar consentimiento, sea perfecto, sea simulado»326.
También se suelen considerar doctrinal y jurisprudencialmente in-
compatibles entre sí los capítulos de grave defecto de discreción de juicio y
de miedo, en cuanto que en el primero no existe consentimiento matrimo-
nial —la persona es incapaz de poner el acto de la voluntad que es el con-
sentimiento— y en el miedo sí existe consentimiento, aunque viciado por
el miedo: en los supuestos de miedo, el contrayente elige contraer y pone
el acto del consentimiento, aunque no hace esa elección desde sí mismo,
sino movido por el deseo de evitar el mal con que se le amenaza.
Igualmente, la jurisprudencia rotal ha venido tradicionalmente consi-
derando incompatibles la simulación del consentimiento y el miedo grave,
por considerar que, una vez quede probado el defecto de consentimiento

325.
Sobre esta cuestión, entre otros, BASTIDA, X., Congruencia entre el «petitum» y la sentencia, Índice
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sal canónico para profesionales del foro, vol. 16, Salamanca 2004, 169-197; SERRANO RUIZ, J.Mª, La
determinación del capítulo de nulidad de matrimonio en la disciplina canónica vigente, en AA.VV., El
«consortium totius vitae». Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del fo-
ro, vol.7, Salamanca 1986, pp. 347-377 ; ID, Incapacidad y exclusión: afinidades y divergencias de dos
grandes temas de nulidad del matrimonio, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canóni-
co para profesionales del foro, vol.5, Salamanca 1982, pp. 175-202.
326.
SRRD, c. Di Felice, sentencia de 26 de mayo de 1981, vol. 73, 1981, p. 290, n. 2. En el mismo
sentido, las sentencias c. Di Felice, de 26 de mayo de 1981, en «Monitor Ecclesiasticus» 107, 1982, p.
11; SRRD, c. Palazzini, de 28 de octubre de 1970, vol. 62, 1970, p. 974, n. 16... Mucho más discutida es
la incompatibilidad entre las incapacidades del can. 1095,3º y los capítulos de simulación (cfr. PEÑA
GARCÍA, C., Homosexualidad y matrimonio. Estudio sobre la jurisprudencia y la doctrina canónica,
Madrid 2004, pp. 366-369).

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222 Carmen PEÑA GARCÍA

por exclusión del matrimonio mismo o de algún elemento o propiedad


esencial, no es posible resolver que la misma persona cuyo consentimien-
to matrimonial ha sido realmente no puesto, ha prestado dicho consenti-
miento movido por un miedo grave: en efecto, en la simulación el consen-
timiento mismo queda viciado o limitado, mientras que en el miedo sí
puede considerarse puesto el consentimiento, aunque sin la necesaria li-
bertad327. No obstante, si bien es prácticamente unánime la jurispruden-
cia rotal en considerar incompatibles, por los motivos expuestos, los ca-
pítulos de simulación total del consentimiento y de miedo grave, más
problemática parece, sin embargo, la incompatibilidad entre los mencio-
nados capítulos cuando no se trata de la exclusión del matrimonio mis-
mo, sino únicamente de alguna de sus propiedades esenciales, como han
cuestionado algunas sentencias328.
Ante esta incompatibilidad entre los citados capítulos de nulidad, es
importante destacar que, no obstante la limitación del can. 1493, podrá
pedirse la declaración de nulidad de un matrimonio por varios capítulos,
aunque sean contradictorios entre si, siempre que se invoquen de modo
alternativo o subsidiario, lo que, de suyo, obligaría al tribunal a, estimado
uno de ellos, desestimar los otros. En sentido estricto, la invocación alter-
nativa de dos capítulos de nulidad contradictorios supondría su presenta-
ción ante el juzgador, por parte del actor, en plano de igualdad, dejando a
juicio del tribunal la elección de sobre cuál de las acciones propuestas ha
de decidir en primer lugar, de modo que, una vez aceptada una de ellas,
se entiende automáticamente rechazada la otra. Si, por el contrario, se
invocan los capítulos contradictorios subsidiariamente, el tribunal debe-
rá resolver las peticiones por el orden de subsidiariedad propuesto por el
actor en la demanda o bien exigido por la misma naturaleza de los capí-
tulos de nulidad, de modo que, en teoría, la sentencia adolecería de in-
Índice
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327.
Así lo recoge, entre otras, una sentencia c. Stankiewicz, resumiendo la jurisprudencia rotal
precedente: «Ha de tratarse subordinadamente de la simulación del consentimiento y del miedo.
Probado el defecto de consentimiento por simulación, por la cual se limita el mismo y, en consecuen-
cia, queda viciado, ya no existiría la posibilidad de considerar si se dio la nulidad del matrimonio por
fuerza o miedo, dado que en este caso se supone que se dio el consentimiento, aunque el mismo fuera
prestado sin la debida libertad. Por ello, el juez deberá analizar en primer lugar si la persona que su-
frió el miedo simuló el consentimiento o, lo que es lo mismo, no lo prestó internamente, y solamente
si se considerase que no se ha probado la simulación debería entrar a considerar si se prestó o no el
consentimiento por coacción o miedo grave»: SRRD, c. Stankiewicz, de 11 de marzo de 1980, vol. 72,
1980, pp. 170-171, n.9. En el mismo sentido, vid. SRRD, c. Raad, de 14 de marzo de 1973, vol. 65,
1973, p. 267, n.2; c. Anné, de 7 de noviembre de 1972, vol. 64, 1972, p. 689, n.17; c. Pinna, de 30 de
abril de 1964, vol. 56, 1964, p. 328; c. Pinna, de 5 de octubre de 1963, vol., 1963, pp. 661-665…
328.
Sobre esta cuestión vid. PEÑA GARCÍA, C., Procesos canónicos matrimoniales de nulidad y
disolución, en ed. O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Ma-
drid 2001, pp. 257-262.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 223

congruencia si el órgano judicial resolviese sobre uno de los capítulos sin


haber rechazado previa y razonadamente los anteriores.
En la práctica, sin embargo, especialmente en el supuesto de senten-
cias de primera instancia, resulta sumamente conveniente, para no per-
judicar el derecho de los fieles a una sentencia justa, no emplear un exce-
sivo formalismo en esta materia. Teniendo en cuenta la exigencia legal de
la duplex conformis para la declaración de la nulidad, es aconsejable que,
en primera instancia, el tribunal se pronuncie en la parte dispositiva de la
sentencia sobre todos los capítulos invocados, sean subsidiarios o princi-
pales, haciéndolo de manera igualmente subsidiaria329, dejando que sea
el tribunal superior el que, en caso de confirmar la sentencia precedente,
decida por qué capítulo considera efectivamente probada la nulidad. De
este modo, se evitará la injusticia que para las partes supone el que, ha-
biendo declarado el tribunal de primera instancia la nulidad por un de-
terminado capítulo, el de segunda instancia no confirme dicho capítulo,
declarando por el contrario la nulidad por otro capítulo que el tribunal
de primera instancia no entró ni siquiera a conocer por considerarlo au-
tomáticamente incompatible con el capítulo fallado afirmativamente330.

2. La admisión o rechazo de la demanda (arts. 118-125)

Una vez presentada la demanda, es obligación del Vicario judicial de-


signar cuanto antes y por decreto el tribunal, y notificar inmediatamente
al actor los miembros del tribunal y del defensor del vínculo a efectos de
posibles recusaciones (art. 118)331.

2.1. Procedimiento
En las causas de nulidad matrimonial, el ordenamiento canónico impo- Índice
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ne a los jueces el deber de, antes de aceptar la demanda y siempre que se


vea alguna esperanza de éxito, emplear medios pastorales para inducir a
329.
Esto permitirá al tribunal que, considerando probado un capítulo, pueda responder tam-
bién afirmativamente —de modo subsidiario— a otros capítulos que resulten sin embargo jurídica-
mente incompatibles con los anteriores.
330.
Este supuesto de hecho, relativamente frecuente, es contemplado, entre otros, en un Decreto
rotal en el que se declara que no puede reconocerse la conformidad entre una primera sentencia que,
habiendo declarado la nulidad por un capítulo, no entró a juzgar el otro capítulo por considerarla in-
compatible con el primero, y la sentencia de segunda instancia que rechazó el capítulo aceptado por el
tribunal de instancia y declaró la nulidad por el otro capítulo. El decreto considera que no puede ha-
blarse de duplex conformis en este caso puesto que ambas sentencias han sido dadas en primera instan-
cia: c. Stankiewicz de 22 de marzo de 1994, en «Monitor Ecclesiasticus» 119, 1994, pp. 341-351.
331.
Vid. comentario arts. 67-70, en Título III, I.2.

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224 Carmen PEÑA GARCÍA

los cónyuges, si es posible, a convalidar su matrimonio y a restablecer la


convivencia conyugal (can. 1676 y art. 65). El juez, por tanto, antes de deci-
dir sobre la admisión de la demanda, deberá llamar a la parte actora para
indagar si hay alguna posibilidad de reconciliación del matrimonio; no obs-
tante, el juez podrá legítimamente prescindir de este trámite en todos los
casos en que no se vea ninguna esperanza de éxito, por ejemplo, porque las
partes ya han contraído un nuevo matrimonio civil con otra persona, ...
Como recuerda el art. 119, la admisión o inadmisión de la demanda
no viene configurada en las causas de nulidad matrimonial como un acto
colegial, sino que corresponde al Presidente del tribunal (can. 1505 §1).
No obstante, nada impide que, si alguna razón —especial complejidad de
la decisión…— así lo aconseja, sea el tribunal colegial el que decida sobre
la admisión de la demanda.
Por otro lado, la decisión sobre la admisión de la demanda es un acto
judicial que no requiere contradictorio procesal, no siendo necesaria la
intervención de la parte demandada, a la que aún no se le ha comunicado
la interposición de la demanda. Asimismo, en virtud de su equiparación
con las partes, tampoco resulta, de suyo, obligatoria la intervención del
defensor del vínculo en este trámite.
No obstante, el art. 119 §2 de la Dignitas Connubii introduce una nove-
dad significativa, al especificar que parece oportuno —en ningún caso obli-
gatorio— que el presidente oiga al defensor del vínculo antes de decidir so-
bre la admisión o rechazo de la demanda. Se trata de una disposición a
nuestro juicio problemática y difícilmente conciliable con la configuración
legal del ministerio del defensor del vínculo contenida en el Código, en cuan-
to que supone una cierta modificación del status de parte del defensor del
vínculo y su conversión en una especie de asesor del juez332. A mi juicio, des-
de la perspectiva de la configuración procesal de este Ministerio, es claro Índice
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332.
Según algunos autores, en los procesos de nulidad, la parte demandada –la que salvaría el
contradictorio procesal— sería propiamente el defensor del vínculo, en cuanto que nada se opone a
que los cónyuges soliciten conjuntamente la declaración de nulidad (Vid. comentario art. 56, Título
II, II.4.5). Sobre la configuración legal del defensor del vínculo y su consideración como parte en el
proceso vid. GROCHOLEWSKI, Z., Quisnam est pars conventa in causis nullitatis matrimonii, en «Pe-
riodica»79, 1990, pp. 357-391; HUBER, J., Il defensore del vincolo, en «Ius Ecclesiae»14, 2002, pp.
113-133; MORÁN BUSTOS, C., El derecho de impugnar el matrimonio. El litisconsorcio activo de los
cónyuges, Salamanca 1998, pp. 307-323; ORMAZABAL ALBISTUR, P., La naturaleza procesal del defensor
del vínculo en su desarrollo legislativo. Perspectiva histórica, en «Revista Española de Derecho Canó-
nico» 60, 2003, pp. 621-663; PALOMAR GORDO, M., El defensor del vínculo en el nuevo CIC, en AA.VV.,
El consortium totius vitae. Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del fo-
ro, vol. 7, pp. 401-447; PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en ed. PÉ-
REZ RAMOS, A.-RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de ac-
tualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 49-87. Vid. Título II, II.4.5.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 225

que es al juez a quien corresponde decidir sobre la admisión o inadmi-


sión de la demanda y quien debe tener especial cuidado y diligencia en no
admitir demandas que se encuentren incursas en causas de inadmisión,
sin que en dicho juicio sea necesario –ni siquiera conveniente— el auxilio
del defensor del vínculo ni de la parte demandada333.

2.2. Criterios de admisión/inadmisión de la demanda


En relación con los criterios de admisión o rechazo de la demanda, la
Dignitas, explicitando lo apuntado en el Código (can. 1505 §1), distingue
según se trate de presupuestos procesales ineludibles —competencia del
tribunal y capacidad procesal del actor—, los cuales deben ser examina-
dos con carácter previo y admiten, y en su caso, exigen, una investigación
judicial previa a la decisión sobre la admisión de la demanda (arts. 119 §1
y 120 §1), u otros motivos de inadmisión legalmente establecidos.
No obstante, presupuesta la competencia del tribunal y la capacidad del
actor, el ordenamiento canónico, lejos de todo formalismo, se muestra favo-
rable al ejercicio del derecho de acción, estableciendo como criterio general
el de admisión de la demanda, excepto en aquellos casos taxativamente fija-
dos en el can. 1505 y en el art. 121 de la Dignitas Connubii334. Por tanto, de
conformidad con esta regulación, los únicos motivos que autorizan la in-
admisión del escrito de demanda serán los siguientes:
1º. La incompetencia del Tribunal: A este respecto, resulta indiferente
si se trata de incompetencia absoluta o relativa: en ambos casos,
el Juez no sólo puede, sino que —a tenor del art. 119— está obli-
gado a rechazar la demanda, puesto que la ley no distingue335.
2º. Ausencia de capacidad procesal o de legitimación del actor: el Pre-
sidente del tribunal deberá examinar tanto la legitimación para la
causa como la legitimación para el proceso (capacitas standi in Índice
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iudicio) del actor, puesto que ambas constituyen un presupuesto


333.
No obstante, atendiendo a la realidad existente en muchas diócesis, la previsión del art.
119,2, pese a su difícil encuadre en la actual configuración doctrinal del Defensor del vínculo, puede
resultar una solución útil en la práctica, especialmente en casos complicados o en supuestos de exce-
so de trabajo de los jueces presidentes (cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii y su re-
percusión en las causas de nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, p. 678).
334.
Al tratarse de una ley odiosa, que restringe el libre ejercicio de los derechos, los motivos de
inadmisión de la demanda deberán ser interpretadas estrictamente, por aplicación del can. 18.
335.
No obstante, presupuesta esta obligación, lo cierto es que las consecuencias de un incumpli-
miento de la misma por parte del juez sí serán claramente distintas según se trate de incompetencia abso-
luta (que provocará necesariamente la nulidad insanable de la sentencia) o relativa (en cuyo caso la sen-
tencia será válida y, según los casos, puede ser incluso lícita si el tribunal adquiere ipso iure la competencia
relativa al no interponerse excepción de incompetencia antes de la litiscontestación: vid. Título I, I.

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226 Carmen PEÑA GARCÍA

procesal de tipo subjetivo cuya ausencia daría lugar a un vicio de


nulidad insanable de sentencia a tenor del can. 1620 §5. Asimis-
mo, conforme se deduce de la remisión que hace el art. 121 §1, 2º
al art. 106 §2, será también causa de inadmisión de la demanda el
que el procurador no presente, dentro del plazo concedido en su
caso por el juez, el mandato que justifique la representación en
virtud de la cual ejerce la postulación procesal en la causa.
3º. Incumplimiento de los requisitos formales de la demanda recogi-
dos en el art. 116 §1, 1º-4º: podrá rechazarse la demanda cuando
en la misma no se especifique ante qué Tribunal se introduce la
causa, no se identifique de qué matrimonio se trata, no se indi-
quen los capítulos por los que se pide la nulidad, no se explique
en qué derecho se funda el actor ni los hechos y pruebas en que se
apoya, así como también en aquellos casos en que falte la firma
del actor o del procurador, no se haya indicado el lugar para reci-
bir notificaciones, o se haya omitido datar la demanda.
4º. Ausencia de fumus boni iuris: podrá también rechazarse la de-
manda si del mismo escrito de demanda se deduce con certeza
que la petición carece de todo fundamento y no cabe esperar que
del proceso aparezca fundamento alguno. Con relación a este
causal, el art. 122 de la Dignitas Connubii, recogiendo la constan-
te jurisprudencia al respecto, explicita que faltará el fumus boni
iuris cuando conste con certeza que el hecho en que se funda-
menta la pretensión, aun siendo totalmente verdadero, carece de
virtualidad para dar lugar a una sentencia favorable al actor, o
bien en el caso de que sea manifiesta —por tratarse de hechos
contradictorios, etc.— la falsedad de lo que se afirma.
Resulta notable la preocupación del legislador canónico por salva-
guardar el acceso de los fieles a la tutela judicial, al exigir al juez, para Índice
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que pueda rechazar la demanda por este motivo, que le conste «con certe-
za» no sólo la ausencia de todo fundamento de la demanda, sino también
que no quepa esperar que aparezca fundamento alguno durante el proce-
so. Asimismo, el art. 120 §2 insiste en que el juez no debe hacer una inves-
tigación previa sobre el fondo del asunto con el fin de decidir si admite o
rechaza la demanda; y, si en algún caso excepcional, esta investigación
apareciera como necesaria, debería versar únicamente sobre la posibili-
dad de que durante el proceso aparezca algún fundamento336. De este
336.
Obsérvese la diferencia con lo dispuesto en el art. 120 §1, en que se establece que el presidente
tendrá, por el contrario, no sólo el derecho, sino el deber de realizar una investigación previa en aquellos
casos en que deba determinarse la competencia del tribunal o la capacidad del actor para actuar en juicio.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 227

modo, la Instrucción acentúa la necesidad de salvaguardar el derecho de


acción de la parte, defendiendo una interpretación estricta de los motivos
que, a tenor del can. 1505 §2, 4º y del art. 121 §4 (falta de fundamento de
la pretensión) justifican la inadmisión de la demanda.

2.3. El decreto de inadmisión de la demanda

Si el juez decide inadmitir la demanda, deberá hacerlo mediante un


decreto motivado, tal como recuerda el art. 121 §2. Se trata de una con-
creción de la norma general del can. 1617, que priva de toda eficacia a
aquellos decretos en los que, no siendo de mero trámite, no se hagan
constar, al menos de un modo sumario, los motivos de la decisión adopta-
da. Esta necesidad de motivación es clara en el supuesto del decreto re-
chazando la demanda, al tratarse de una decisión que afecta directamen-
te al derecho a la tutela judicial de los derechos de los fieles.
Contra el decreto de inadmisión de la demanda podrá siempre la par-
te actora interponer recurso, en el plazo útil de diez días. Conforme a lo
dispuesto en el can. 1505 y en el art. 124 DC, el recurso deberá ser moti-
vado y se interpondrá ante el colegio de jueces, si el autor del decreto es
el juez presidente. Si, por el contrario, el decreto rechazando la demanda
hubiese sido dado por el tribunal colegial, el recurso se interpondrá, en el
mismo plazo y con los mismos requisitos, ante el tribunal de apelación.
En caso de recurso ante el tribunal de apelación, la decisión de este tribu-
nal versará únicamente sobre la admisión de la demanda: una vez resuel-
to este recurso y revocado, en su caso, el decreto de rechazo de la misma,
el tribunal de apelación deberá devolver los autos al tribunal de primera
instancia, único competente para juzgar la causa (art. 124 §2).
Sea el colegio o el tribunal de apelación al que corresponda estudiar
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el recurso, éste debe ser resuelto con la mayor rapidez (expeditissime), lo


que excluye que quepa apelación contra la resolución del mismo. En este
sentido, la Dignitas Connubii, saliendo al paso de praxis procesales inco-
rrectas, recuerda, en el art. 124 §3, la imposibilidad de recurrir nueva-
mente ante el tribunal de apelación el decreto del colegio resolviendo el
recurso contra la inadmisión de la demanda. Sí cabría, en cualquier caso,
interponer, además de la querella de nulidad, el recurso extraordinario
de la restitutio in integrum, puesto que se trata de un decreto definitivo
que tiene fuerza de cosa juzgada.
Por otro lado, con el fin de salvaguardar el derecho de acción de la
parte, el art. 123 de la Dignitas Connubii recuerda que, en virtud de lo
dispuesto en el párrafo tercero del can. 1505, si la demanda es rechazada

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228 Carmen PEÑA GARCÍA

por defectos subsanables, el actor puede presentar ante el mismo Juez un


nuevo escrito de demanda correctamente redactado, y establece la obli-
gación del juez de, no solo indicar en el decreto de inadmisión los moti-
vos concretos que fundamentan el rechazo de la demanda, sino de invitar
a la parte a subsanarlos y a volver a presentar el escrito.

2.4. La admisión ipso iure de la demanda

El art. 125 de la Dignitas Connubii, reproduciendo lo previsto en el


can. 1506, regula la admisión ipso iure de la demanda, que tiene por fina-
lidad garantizar los derechos de los fieles y evitar toda negligencia por
parte del juez, y constituye un ejemplo de la preocupación del legislador
canónico por la agilización del proceso337. A tenor de esta disposición,
una vez haya transcurrido un mes desde la fecha de entrada de la deman-
da en el Tribunal sin que el juez haya decidido acerca de la admisión o el
rechazo de la misma, la parte actora puede, en cualquier momento, ins-
tar al juez para que se pronuncie sobre su admisión; y si en el plazo de
diez días desde la fecha de presentación de la mencionada instancia el
juez no ha dictado decreto admitiendo o rechazando la demanda, ésta se
considera admitida ipso iure, estando el juez obligado a continuar la tra-
mitación del proceso.
Debe destacarse, sin embargo, en relación con los exigentes requisitos
previstos para los fueros de competencia del can. 1673, 3º y 4º, que esta
admisión automática tendrá lugar únicamente en supuestos de inactivi-
dad por parte del juez durante un mes, no cuando, habiendo solicitado el
juez el consentimiento del Vicario judicial de la parte demandada, no se
haya recibido la contestación de éste en dicho plazo.
Por otro lado, como puntualiza la Instrucción Dignitas Connubii al Índice
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hacer —a diferencia del can. 1506— alusión a la necesidad de que la de-


manda haya sido legítimamente propuesta, este instituto de la admisión
ipso iure de la demanda no implica en modo alguno una convalidación ex
lege de demandas que carezcan de alguno de sus elementos esenciales. La
finalidad de esta norma es suplir la posible negligencia del juez y evitar
que ésta perjudique a las partes, no convalidar una demanda nula, espe-
cialmente si en la misma concurren vicios de nulidad insanable —como
337.
En la regulación prevista en el Código de 1917, si el juez, en el plazo de un mes, no daba
decreto admitiendo o rechazando la demanda, la parte podía instar al juez para que cumpliese su
obligación; pero si, pasados cinco días, el juez seguía sin dictar el decreto, la única posibilidad de la
parte era interponer recurso ante el Ordinario del lugar o ante el Tribunal superior, para que obliga-
ran al juez a fallar o le sustituyeran por otro.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 229

la falta de capacidad procesal del actor, o incompetencia absoluta del Tri-


bunal— que darían inevitablemente lugar a la nulidad de la sentencia que
en su caso se dictase. Si la demanda presentada no ha sido propuesta le-
gítimamente, conforme a derecho, el juez podrá y deberá dar decreto de-
nunciando los vicios detectados.

II. LA CITACIÓN A JUICIO DEL DEMANDADO Y LA NOTIFICA-


CIÓN DE LOS ACTOS JUDICIALES

Los arts. 126-134 de la Dignitas Connubii, recogiendo lo dispuesto en


los cann. 1677 §1 y 1507-1512, regulan lo relativo a la citación a juicio
del cónyuge demandado y, más ampliamente, las normas que deberán ob-
servarse en la notificación de actos judiciales.

1. Requisitos de la citación a juicio (arts. 126-128)

Dispone el art. 126 que el presidente del tribunal, en el mismo decreto


de admisión de la demanda, deberá proceder a citar al cónyuge deman-
dado, o a los cónyuges, en caso de que la demanda la haya interpuesto el
promotor de justicia338.
La citación a juicio del demandado es un acto procesal de gran impor-
tancia, necesario para la instauración plena de la relación jurídica proce-
sal y para que dé comienzo la instancia judicial (can. 1517, art. 217)339.
Está, además, íntimamente vinculado al derecho de defensa, en cuanto
que permite al demandado conocer la pretensión del actor y decidir qué
postura adoptar ante ella340. En este sentido, recuerda el art. 127 §1 que
el decreto de citación a juicio debe ser notificado en seguida tanto al de- Índice
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mandado o demandados como a todos aquellos que intervengan en el


proceso (actor, defensor del vínculo y promotor de justicia si ha interveni-
do). La notificación resulta de gran importancia, puesto que, en realidad,
338.
Si la demanda ha sido admitida ipso iure, el decreto de citación deberá darse en el plazo de
veinte días desde la instancia de la parte reiterando que se pronuncie sobre la admisión (art. 126 §2).
339.
Vid. MORÁN BUSTOS, C. M., La parte voluntariamente ausente en el proceso de nulidad, en
AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 18, Sala-
manca 2007, pp. 162-168.
340.
Sobre la relación entre citación a juicio y derecho de defensa, ARROBA CONDE, M.J., La nu-
llità insanabile della sentenza per un vizio attinente al procedimento (can. 1620,7), en AA.VV., La «que-
rela nullitatis» nel processo canonico, Ciudad del Vaticano 2005, pp.155-157; ERLEBACH, G., La nulli-
tà della sentenza giudiziale «ob ius defensionis denegatum» nella giurisprudenza rotale, Ciudad del
Vaticano 1991, pp. 242-244.

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230 Carmen PEÑA GARCÍA

los importantes efectos procesales que la ley hace depender de la citación


a juicio derivan no tanto de ésta cuanto de su legítima notificación al de-
mandado. Salvo que quede sanada por la comparecencia de hecho del
demandado ante el juez para tratar la causa, el defecto de notificación de
la citación a la parte demandada provocará la nulidad de los actos del
proceso (art. 128 y can. 1511), sentencia incluida (art. 272 §§5-6 y can.
1622 §§5-6), aunque no de los actos de la causa341.
Con relación al contenido de esta citación, el principal es la llamada auto-
ritativa que hace el juez presidente a la parte o partes demandadas para que
comparezcan en juicio y contesten a la demanda. En relación con esta llama-
da o vocación a juicio, deberá el juez determinar en el decreto si los demanda-
dos deben responder por escrito —para lo cual se indicará el plazo dentro del
cual deben contestar— o comparecer ante el tribunal, en cuyo caso se fijará la
fecha, hora y lugar en que debe personarse para concordar las dudas.
Además, como novedad significativa, la Dignitas Connubii dispone, en
el art. 127 §2, que el presidente o el ponente, al hacer estas notificaciones,
incluya una propuesta de fórmula de dudas, deducida de la demanda, que
deberá ser dada a conocer a todas las partes para que respondan lo que
estimen oportuno. Se trata de una previsión un tanto extraña en la tradi-
ción jurídica española, donde lo usual es que el actor actúe en el proceso
auxiliado de abogado, y sea éste quien, desde sus conocimientos técnico-
jurídicos, identifique en la demanda los capítulos de nulidad concretos
que propone; sin embargo, puede resultar de gran ayuda en aquellos paí-
ses en que, por falta de tradición o de personal cualificado, los cónyuges
se limitan a exponer al juez los hechos del matrimonio y es el juez quien
da nombre jurídico a los motivos de nulidad.
En la praxis forense española, sin embargo, lo normal, salvo que el de-
creto de admisión diga otra cosa, es entender implícitamente propuestos, Índice
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para la fijación del dubium, los capítulos recogidos en el suplico de la de-


manda. Por el contrario, si el juez considera que alguno de los capítulos in-
vocados por la parte carece del debido fumus boni iuris y no puede ser admi-
tido, o bien considera que la formulación propuesta por la parte es inexacta
o contraria a derecho, deberá hacerlo constar así en el decreto de admisión
de la demanda y proponer, en su caso, la fórmula de dudas oportuna, de
modo que las partes puedan ser oídas antes de la fijación del dubium.
Al decreto de citación debe unirse, como regla general, copia del escrito
de demanda, de tal modo que pueda la parte demandada contestar a todos
341.
GULLO, C.–GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio.
Aggionarata con l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005, pp. 109-110.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 231

los extremos de la misma. No obstante, con carácter excepcional, el art. 127


§3 —reproduciendo el can. 1508 §2— autoriza al juez, siempre que medien
razones graves y mediante decreto motivado, a no dar traslado del escrito de
demanda a la parte demandada hasta que ésta haya declarado en el juicio.
La necesidad de motivación de este decreto es un requisito para la validez
del mismo, a tenor del art. 128 y de la norma general del can. 1617, de modo
que, en su defecto, la parte demandada podría alegar la nulidad de la cita-
ción a juicio y, por consiguiente, la nulidad de los actos del proceso342.
Esta posibilidad del juez de no dar traslado de la demanda tiene un
carácter claramente excepcional, dado que supone una obvia limitación
del derecho de defensa del demandado343. Por esta razón, aunque corres-
ponde al juez valorar la existencia de «motivos graves» que justifiquen en
un caso concreto no dar traslado de la demanda, es importante que el
juez se muestre prudente y objetivo en la valoración de estos motivos, sin
acudir frívola e injustificadamente a esta posibilidad344.
En cualquier caso, el decreto deberá contener necesariamente los datos
esenciales de la citación a juicio, incluidos el objeto de la causa y los capítulos
alegados por el actor en su demanda, bajo pena de nulidad de citación. Así lo
especifica, recogiendo la constante jurisprudencia canónica, el art. 127 §3,
que completa y perfecciona de este modo la regulación del can. 1508 §2. Por
otro lado, aunque no forme parte stricto sensu del contenido necesario de la
citación a juicio, dispone el art. 127 §4 —sin paralelo en el Código— que, jun-
to con la citación, deberán también notificarse al demandado los nombres de
los jueces y del defensor del vínculo. No obstante, el incumplimiento de esta
obligación no provocará en principio la nulidad de la citación.

2. La citación a juicio del demandado en paradero desconoci-


do (art. 132)
Índice
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Un supuesto especialmente problemático en las causas matrimoniales


es la notificación de la citación a juicio al demandado que se encuentra
342.
STANKIEWICZ, A., De citationis necessitate et impugnatione, en «Monitor Ecclesiasti-
cus»114, 1989, pp. 389-390.
343.
Se ha producido, en este sentido, una notable evolución jurisprudencial en relación a esta
cuestión, pues, todavía en 1971, una decisión de la Signatura Apostólica, de fecha 4 de abril de 1971
mantenía que, en las causas matrimoniales, no existe en sentido estricto un derecho del demandado
a conocer la demanda ni cuando recibe la citación, ni en el momento de la litiscontestación, sin que
eso suponga una privación del ius defensionis (cfr.. GORDON,I.-GROCHOLEWSKI, Z., Documenta recen-
tiora circa rem matrimonialem et processualem, vol.1, Roma 1977, n. 1309, p. 221.
344.
A modo de ejemplo, cabe citar que la sentencia de la Rota Romana, c. Colagiovanni, de 21
de mayo de 1985, consideró legítima la negativa de la parte demandada a declarar ante el juez por
negarse éste —una vez que el demandado se había presentado ante el tribunal— a leerle la demanda.

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232 Carmen PEÑA GARCÍA

en paradero desconocido. En la práctica, el hecho de que se desconozca


el paradero del demandado impide de facto que el demandado pueda co-
nocer la existencia del juicio y tomar parte en el mismo, lo que afecta ine-
vitablemente a su derecho de defensa. Y, aunque no sería justo privar a la
parte actora del derecho de acción por el hecho de que la parte demanda-
da se halle en paradero desconocido, los problemas de indefensión que
plantea este supuesto hacen necesaria una especial prudencia y diligen-
cia del juez a la hora de afrontar estos casos. Por ello, el art. 132 exige al
juez que realice una diligente y cuidadosa investigación –de la cual debe
quedar constancia en autos— para intentar averiguar el paradero del de-
mandado; y sólo en caso de fracaso de dicha investigación puede el juez
proseguir con la tramitación del procedimiento.
A tenor del art. 132 §2, en estos supuestos de demandado en paradero
desconocido, cabe también, si así lo prevé la ley particular, la notificación
por edictos, los cuales pueden ser publicados en el tablón de anuncios del
Tribunal —en cuyo caso su eficacia es prácticamente nula— o bien en pe-
riódicos u otros medios de difusión pública345. No obstante, considero
que el tenor del art. 132 y, sobre todo, la entidad de los valores en juego —
fundamentalmente, el ius defensionis del demandado— exige que tam-
bién en este supuesto preceda a la publicación de los edictos una diligen-
te investigación judicial, de modo que el recurso al edicto no constituya
una alternativa fácil a la obligación del juez de asegurar la efectiva recep-
ción de la citación por el demandado.

3. Efectos de la citación (art. 129)

En cuanto a los efectos de la citación a juicio, el art. 129, aplicando a


las causas matrimoniales lo dispuesto en el can. 1512, recuerda que la ci- Índice
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tación legítimamente notificada al demandado culmina y completa la re-


lación procesal.
Comienza de este modo la litispendencia y su correspondiente excep-
ción, de tal modo que se impida, en virtud del principio de economía pro-
cesal y la necesidad de evitar sentencias diversas o contradictorias sobre
la misma materia346, que el asunto litigioso pueda ser sometido a otro
345.
Pese a su notable falta de efectividad, especialmente si se colocan en el tablón del tribunal,
la Comisión de estudio de los esquemas preparatorios del nuevo Código consideró que la notificación
por edictos podía ser incluido entre los medios que las leyes particulares consideraran como «muy
seguros» («Communicationes» 15, 1984, n.1, 63). Vid en este Título V, la pregunta V.2.
346.
PANIZO ORALLO, S., Comentario al can. 1512, en Comentario exegético al Código de Derecho
Canónico, cit., p.1230.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 233

proceso en tanto el tribunal no dicte sentencia definitiva, o se concluya la


instancia por los otros modos establecidos por el derecho347.
Asimismo, a partir de la notificación de la citación la causa se hace
propia del tribunal ante el cual se ha entablado la acción, con tal de que
sean competentes. Otro efecto de la citación es la perpetuación de la ju-
risdicción, de modo que, en virtud del principio de prevención (art. 18 y
can. 1415), se otorga la competencia exclusiva para conocer de esa causa
—con exclusión de todos los demás— al tribunal que en primer lugar no-
tificó la citación al demandado, siempre que el juez tenga competencia.
En el mismo sentido, el can. 1512 §3 —al que remite el art. 129— explici-
ta que, con la citación, se consolida la jurisdicción del juez delegado, de
manera que, en el caso de que intervenga éste, no se extinguiría su juris-
dicción aunque cesase la potestad de quien le delegó348.

4. La notificación de los actos judiciales (arts. 130-131, 133)


La notificación de los actos judiciales —decretos, sentencias, citacio-
nes…— a las partes349 deberá hacerse, conforme a lo dispuesto en el art.
130 (can. 1509), por medio del servicio público de correos «o por otro
procedimiento muy seguro» previsto en la ley particular.
En cualquier caso, se haga del modo que se haga, deberá siempre que-
dar constancia en los autos, mediante acta levantada por el Notario, del
resultado de la notificación y del modo en que se ha realizado:
a) si la notificación se manda por correo certificado, deberá unirse a
los autos el acuse de recibo, de modo que exista constancia de
que el demandado ha recibido la citación;
b) si se notifica la citación mediante el cursor del tribunal, deberá
constar en autos el resultado. La figura del cursor, ignorada por el Índice
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nuevo Código y por la Dignitas —lo que no supone que no existan,


persistiendo de hecho en numerosas legislaciones particulares y en
la misma Rota de la Nunciatura Apostólica en España—350 tiene
347.
Vid. comentario arts.146-152, en Título VI, III y IV.
348.
Vid. MORÁN BUSTOS, C. M., Comentario al art. 32, en MORÁN BUSTOS, C. M. - PEÑA GARCÍA, C.,
Las causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», en www.eldere-
cho.com, Madrid 2006; vid. Título II, I.1.
349.
Si la parte actúa por medio de procurador, será a él a quien se realicen las notificaciones,
aunque el art. 131.2 recuerda el deber del procurador de informar a la parte de las citaciones y las
notificaciones. Por otro lado, si la parte carece de la capacidad standi in iudicio, las notificaciones
deberán ser hechas a su curador (art. 131.1).
350.
Vid. MORÁN BUSTOS, C. M., Comentario al art.36, en MORÁN BUSTOS, C.M.-PEÑA GARCÍA, C.,
Las causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», cit.

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234 Carmen PEÑA GARCÍA

autoridad notarial, de modo que dan fe pública de lo por ellos ac-


tuado.
Por otro lado, el art. 133 establece, de conformidad con lo dispuesto
en el can. 1510, que, si el demandado rehúsa recibir la citación o impide
de algún modo que ésta llegue a sus manos, ha de tenérsele por legítima-
mente citada o notificada. El rechazo de la notificación se equipara de
este modo jurídicamente a la efectiva recepción de la notificación, por lo
que deberá dejarse constancia en autos de este rechazo de la parte de-
mandada.

III. ACTITUDES PROCESALES DE LA PARTE DEMANDADA


ANTE LA CITACIÓN A JUICIO (ART. 134)

Tras la notificación del decreto de citación a juicio al demandado, éste


tiene, en principio, la obligación de responder, conforme establecen el
can. 1476 y el art. 95 DC, siendo deseable, para un mejor descubrimiento
de la verdad objetiva y para la mejor tutela del ius defensionis, que el cón-
yuge demandado tome parte activa en la causa (art. 95).
Sin embargo, el demandado, una vez recibida la notificación de la de-
manda, puede adoptar diversas actitudes: comparecer ante el tribunal y
tomar parte activa en la causa, bien oponiéndose a la demanda, bien pre-
sentando reconvención; contestar a la demanda sometiéndose a la justi-
cia del tribunal; o bien no comparecer ni contestar a la demanda, perma-
neciendo ausente del juicio. Aunque la Dignitas Connubii no regula con
detalle cada una de estas actitudes procesales del demandado –excepto la
de ausencia, en los arts.138 a 142— sí recoge esta diversidad de situacio-
nes en el art. 134, que tiene por objeto la determinación de las notifica-
ciones que deben hacerse a los demandados en función de la postura pro- Índice
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cesal que hayan adoptado.


El art. 134 constituye una novedad de especial importancia de la Ins-
trucción, pues viene a clarificar una cuestión que ha planteado no pocas
dudas en la doctrina351 y, previsiblemente, servirá para unificar la praxis
mantenida por los diversos tribunales en esta materia. Este artículo reco-
351.
Sobre estas divergencias doctrinales y prácticas, puede consultarse MORAN BUSTOS, C. M.,
La parte voluntariamente ausente en el proceso de nulidad, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y
procesal canónico para profesionales del foro, vol. 18, Salamanca 2007, pp. 146-149; RAMÍREZ NAVA-
LÓN, R.Mª, La declaración de ausencia y el sometimiento a la justicia del tribunal en las causas de nu-
lidad matrimonial, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA, L., Cuestiones actuales de derecho
canónico y eclesiástico en el XXV aniversario de los Acuerdos con la Santa Sede y XX aniversario de vi-
gencia del CIC, Salamanca 2005, pp. 253-282.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 235

ge, en líneas generales —aunque con algún matiz significativo— lo dis-


puesto en el art. 60 de las Normas de la Rota Romana, y fija qué notifica-
ciones resulta preceptivo hacer al demandado en función de su diversa
participación en el proceso.

1. Intervención activa de la parte demandada en el proceso

De conformidad con el art. 134 §1, al actor y al demandado que com-


parece en juicio y toma parte activa en la causa, sea por sí mismo o por
medio de procurador, se les notificarán todos los actos que con arreglo a
derecho deben ser notificados.

1.1. Oposición a la demanda


Una de las actitudes que puede tomar el demandado, tras la recepción
de la demanda, es la oponerse activamente a la pretensión contenida en
la misma. Para ello, deberá personarse en la causa, sea personalmente o
mediante procurador y abogado, y manifestar su intención de oponerse a
la demanda presentada por el actor, bien negando los hechos, bien reco-
nociendo la verdad de los hechos pero negando que de estos se siga el
efecto jurídico pretendido por la parte actora. Igualmente, podrá el de-
mandado opuesto a la demanda proponer, en su respuesta, todas aquellas
excepciones procesales que le favorezcan352.

1.2. Reconvención
Por otro lado, cabe también que el demandado conteste a la demanda
presentando a su vez demanda reconvencional. La reconvención, respec-
to a la que curiosamente la Dignitas Connubii no hace ninguna referencia Índice
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—pese a ser praxis habitual su admisión en causas de nulidad matrimo-


nial— viene regulada en el Código en los cann. 1494-1495 y 1463, y supo-
ne la interposición, por parte del demandado, de una nueva demanda,
ante el mismo juez y dentro del mismo proceso, dirigida contra el deman-
dante que ha dado origen al pleito. La demanda reconvencional es una
verdadera acción que el demandado interpone contra el actor, dando lu-
gar a una duplicidad de posturas procesales —activa y pasiva a la vez—
de las partes, de modo que ambas partes son simultáneamente actores

352.
Vid. comentario arts.76-80, en Título III, II.2.

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(respecto a las acciones por cada uno de ellos ejercitadas) y demandados


(respecto a las acciones planteadas por la otra parte)353.
La acción reconvencional exige, a tenor de los cann. 1494-1495, apar-
te de que el juez no sea absolutamente incompetente para conocer de la
acción reconvencional, que o bien la petición del demandado, por su mis-
mo contenido, esté ordenada a neutralizar o disminuir la petición del ac-
tor, o bien sea una causa objetivamente conexa —por identidad de peti-
tum o de causa petendi— con la acción ejercitada por el actor. Esta
posibilidad de reconvención por conexión, nueva en la regulación codi-
cial, tuvo su origen en la práctica judicial, que comenzó a admitir, preci-
samente en causas matrimoniales de nulidad, reconvenciones que, en vez
de neutralizar la acción principal, la reforzaban, al permitir que fuera de-
clarada la nulidad del matrimonio tanto por los capítulos invocados por
el actor como por el reconviniente.
La acción reconvencional sólo podrá interponerse válidamente, a te-
nor del can. 1463, en un plazo de treinta días desde la contestación de la
demanda354, aunque, en la práctica, lo indicado es proponerla juntamen-
te con la contestación —dentro del plazo concedido para ésta— con el fin
de que, en la fórmula de dudas fijada por el juez, queden recogidas las pe-
ticiones de ambas partes.
En cuanto al tribunal competente, será siempre el que esté conocien-
do de la demanda principal, incluso si se trata de un juez delegado sólo
para una causa o tiene cualquier otro tipo de incompetencia relativa, pre-
viendo el can. 1495 la prórroga de competencia en este caso. No obstan-
te, dicha prórroga cabrá únicamente en los supuestos de incompetencia
relativa, de tal modo que la incompetencia absoluta del juez para conocer
de la acción reconvencional provocaría, en su caso, la imposibilidad de
interponer ésta ante dicho tribunal.
Índice
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En cuanto verdadera demanda, la demanda reconvencional está so-


metida a las normas que regulan la admisión de la demanda, de modo
que se rechazará la reconvención si se halla en los supuestos del art. 121
(can. 1505). Es preciso, a este respecto, que se especifiquen en la deman-
353.
En este sentido, es clara la diferencia entre la reconvención y las excepciones, en cuanto
que éstas impugnan directamente la acción, pretendiendo su extinción o su dilación, mientras que la
reconvención, por el contrario, presupone la acción y, sobre la base de la acción recibida (demanda
principal), ejercen una nueva acción (demanda reconvencional).
354.
Se trata de un plazo legal, y fatal, que no podrá ser prorrogado por el juez en ningún caso. So-
bre la interpretación del can. 1463, cuyo tenor literal suscita alguna perplejidad —al establecer el plazo
de treinta días desde la litiscontestación, en vez de desde la notificación de la demanda— puede verse lo
expuesto en PENA GARCÍA, C., Procesos canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en ed. O’CA-
LLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 275-276.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 237

da reconvencional los hechos en que se apoya la reconvención, no bas-


tando con la mera referencia a los hechos mencionados por la parte acto-
ra en la demanda principal, salvo que de los mismos se deduzca con toda
claridad la nulidad del matrimonio por los capítulos invocados por el re-
conviniente; en caso contrario, podría rechazarse la reconvención por
ausencia del necesario fumus boni iuris.
Igualmente, tampoco cabe entender que existe reconvención implícita
por el hecho de que el demandado, en su contestación, aporte hechos que
pudiesen dar lugar a la declaración de la nulidad por capítulos distintos
de los solicitados por el actor. Salvo que el demandado pida expresamen-
te que se declare la nulidad de su matrimonio por alguno de esos capítu-
los, no podrá entenderse que ha ejercido la acción reconvencional.

2. Sometimiento a la justicia del tribunal

El sometimiento o remisión a la justicia del tribunal, a que hace alu-


sión el art. 134 §2 DC, es una postura procesal ampliamente consolidada
en la praxis forense y plenamente legítima, aunque carente de regulación
codicial. Guarda una cierta similitud con el allanamiento a la demanda
civil, pero no coincide exactamente con esta figura, puesto que en este
caso el demandado no se allana a la pretensión del actor —que debe ser
igualmente probada— sino a la decisión que en su día adopte el tribunal.
Se produce, en el sometimiento a la justicia del tribunal, una renuncia
expresa por parte del demandado al ejercicio del derecho de defensa y de
contradicción procesal355. La remisión a la justicia del tribunal no se pre-
sume, sino que debe existir una declaración de voluntad en tal sentido, de
modo que se que si la parte no contesta, o no manifiesta someterse a la
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justicia del tribunal, lo que procede es declara su ausencia356. Por otro la-
355.
ACEBAL LUJÁN, J. L., La sumisión a la justicia del tribunal, en «Ciencia Tomista» 107, 1980,
pp. 557-583.
356.
«Lo que define la remisión a la justicia del tribunal, y marca la diferencia respecto a la au-
sencia procesal, es la declaración o manifestación de voluntad —el compromiso— de mantenerse
procesalmente inactivo en el proceso, ateniéndose a lo que la ley determine y a lo que el tribunal esti-
me probado: el remitido a la justicia del tribunal es un simple espectador del desarrollo y de la deci-
sión final del proceso, lo cual es fruto de un compromiso asumido personalmente ante el juez. El de-
clarado ausente, en cambio, o bien no hará manifestación alguna —que es lo más habitual en
nuestros tribunales—, o de hacerla, ésta será expresando su desentendimiento absoluto del proceso.
Esta diferente actitud por parte del sujeto, que caracteriza a cada una de estas figuras, se traduce en
diferencias en lo que a determinados efectos jurídicos se refiere, en concreto en el ámbito de las noti-
ficaciones y de las costas procesales» (MORÁN BUSTOS, C. M., La parte voluntariamente ausente…, cit.,
p. 152).

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do, se trata de una renuncia siempre revocable, puesto que en el momen-


to que estime conveniente puede la parte demandada renunciar a la su-
misión y tomar parte activa en el proceso.
Aunque el sometimiento a la justicia del tribunal supone la voluntad
del demandado de no tomar parte activa en la causa defendiendo una de-
terminada pretensión procesal, el demandado que se somete a la justicia
del tribunal puede y debe aportar su versión de los hechos, afirmando o
negando la veracidad de las afirmaciones fácticas vertidas por el actor;
igualmente, deberá comparecer ante el tribunal siempre que sea citado
por el juez; y, si es requerido para ello, puede también aportar documen-
tos o indicar el nombre de testigos que conozcan los hechos para que, si
lo estiman oportuno, puedan ser propuestos por el defensor del vínculo o
bien ser citados por el mismo juez de oficio, a tenor del can. 1452, con el
fin de favorecer el descubrimiento de la verdad.
Esta configuración del sometimiento a la justicia del tribunal exige
que al demandado que adopta esta postura procesal le sean notificados
los actos procesales más importantes. Así, el art. 134 §2 dispone —si-
guiendo la normativa de la Rota Romana— que, en este supuesto, se noti-
fique al demandado «el decreto que fija la fórmula de la duda, la nueva
demanda que pudiera presentarse en el transcurso de la causa, el decreto
de publicación de las actas y todos los pronunciamientos del colegio». La
obligación de notificar el decreto de publicación de las actas al demanda-
do sometido constituye una novedad respecto a lo dispuesto en el art. 60
las Normas de la Rota Romana. Se trata de una innovación ciertamente
oportuna, en cuanto que garantiza al demandado la posibilidad de ejerci-
tar su derecho de defensa, mediante el conocimiento de lo actuado.

3. Notificaciones que deben ser hechas al ausente Índice


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Respecto al demandado que se sitúa voluntariamente en situación de


ausencia357, la Instrucción recoge únicamente la obligación de que se le
notifique la fórmula de dudas y la sentencia definitiva. No obstante, res-
pecto a la sentencia, considerando la remisión del art. 134 §3 al art. 258
§3, si la parte hubiera declarado expresamente que rechaza cualquier
notificación relativa a la causa, se presume que renuncia a la facultad de
obtener una copia de la sentencia, en cuyo caso, respetando lo que dis-
357.
Sobre el concepto canónico de ausencia, y sobre el régimen de notificaciones del declara-
do ausente, vid. infra, comentario a los arts. 138-142, en este Título V, especialmente la pregunta
V.4.1.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 239

ponga la ley particular, se le puede notificar la parte dispositiva de la sen-


tencia.
Personalmente, considero que esta regulación de las consecuencias
de la ausencia en el proceso plantea no pocos interrogantes y puede dar
lugar a praxis restrictivas del ius defensionis. Efectivamente, pese al si-
lencio –indudablemente intencionado— de la Instrucción al respecto, es
claramente una exigencia del derecho de defensa y del mismo dinamismo
del proceso que, antes de su admisión por el tribunal, se dé traslado al de-
mandado de cualquier nueva acción de nulidad que pretenda introducir
el actor a lo largo del proceso. Por tanto, si bien es de agradecer que la
Instrucción aclare los términos del can. 1514, especificando la no obliga-
toriedad de notificar al ausente cualquier solicitud de modificación del
dubium (por ejemplo la relativa a la redacción de los capítulos), creemos
que la misma naturaleza de la acción exige que se notifique al demanda-
do –cualquiera que sea su situación procesal— el ejercicio de la misma,
para que pueda aducir en su caso lo que estime oportuno. Y, por el mismo
motivo, y de conformidad con la constante jurisprudencia rotal sobre el
ius defensionis, parece indudable la necesidad de notificar al ausente no
sólo la inicial fijación del dubium, sino también cualquier decreto que
modifique –en un sentido o en otro— la fórmula de dudas.
Por otro lado, la posibilidad, abierta por el art. 258 §3, de que el juez
no comunique ni siquiera la parte dispositiva de la sentencia al demanda-
do que expresamente haya rechazado recibir notificaciones del tribunal
constituye una importante novedad de la Instrucción358, no exenta de pro-
blemas, a nuestro juicio. Por un lado, resulta llamativa esta prescripción
en un ordenamiento como el canónico, tan preocupado por la efectiva
participación de ambas partes en el proceso y por facilitar al ausente su
intervención en cualquier momento del juicio, así como por salvaguardar
su ius impugnandi (can. 1593). No obstante, hay que tener en cuenta, Índice
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aparte de sus evidentes ventajas de cara a agilizar los procesos, que la


previsión del art. 258 §3 tiene como presupuesto ineludible la renuncia
expresa, nunca tácita, de la parte: su fundamento se halla, por tanto, en el
principio de autonomía de la voluntad y de coherencia con los propios
actos procesales359, de modo que quedaría salvado en principio el dere-
cho de defensa de la parte.

358.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii…, cit., pp. 679-680; vid en este Tí-
tulo V, V.4.1 y el Título X, VII.1.
359.
Más hondamente, podría alegarse incluso a favor de la no notificación de la sentencia el
principio de libertad religiosa, si el motivo del rechazo expreso del demandado a recibir notificacio-
nes se apoya en motivos religiosos o en el no reconocimiento de la jurisdicción eclesiástica.

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240 Carmen PEÑA GARCÍA

Asimismo, pese al silencio de la Instrucción, constituye una praxis fo-


rense consolidada el hecho de notificar al ausente el decreto de declara-
ción de ausencia, aunque el defecto de esta notificación no producirá la
nulidad de las actuaciones.
Por último, para el supuesto de ausencia involuntaria del demandado,
por encontrarse en ignorado paradero360, el art. 134 §4 establece que a di-
cha parte «no se le hace ninguna notificación».
Se trata, sin embargo, como ha destacado Morán, de una disposición
desafortunada: si el art. 132 prevé que, en estos casos, la notificación del
decreto de citación al demandado se haga por edictos o por otros medios
que pueda establecer la legislación particular, no se ve por qué no utilizar
dichos medios para notificar otros decretos igualmente esenciales361.

IV. LA FÓRMULA DE DUDAS (ARTS. 135-137)

Bajo el epígrafe De la fórmula de la duda, el capítulo III reproduce,


con alguna ligera variante, los cánones codiciales referidos a la litiscon-
testación. Se produce de este modo, con una finalidad pedagógica, un
cambio terminológico que, además de recoger la terminología habitual
en la praxis forense, ayudará a evitar los equívocos que suscitaba el tér-
mino codicial de litiscontestación (contestatio litis), frecuentemente en-
tendido –de modo incorrecto— como contestación a la demanda.

1. Concepto

La litiscontestación, regulada en los cann. 1513-1516 y 1677 §§2-4 del


Código, no es la contestación a la demanda hecha por el demandado, sino
la fijación de los términos de la controversia judicial hecha por el juez a Índice
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partir de las peticiones y respuestas de las partes. La litiscontestación o


fijación del dubium es, por tanto, un acto judicial, hecho por decreto, que
supondrá la determinación por el juez del objeto del litigio, tomando
como punto de partida ineludible —puesto que el ejercicio de la acción
pertenece a las partes, nunca al juez— las peticiones de los cónyuges.
Por otro lado, la litiscontestación o determinación de la fórmula de
dudas es el decreto judicial que pone fin a la fase introductoria del proce-
360.
Vid. Comentario al art. 132, en Título V, II.2.
361.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C. M., La parte voluntariamente ausente en el proceso de nulidad, en
AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 18, Sala-
manca 2007, pp. 177-178.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 241

so y da paso a la fase probatoria. Por este motivo, dispone el art. 137 (can.
1677 §4) que el juez, una vez sea firme el decreto de litiscontestación, de-
berá ordenar mediante un nuevo decreto la instrucción de la causa, con-
cediendo a las partes un plazo para la proposición y práctica de las prue-
bas.
Aunque el art. 137 se limita a reproducir literalmente lo dispuesto en el
can. 1677 §4, lo cierto es que llama la atención la insistencia de la Instruc-
ción en la exigencia de que la apertura del periodo probatorio se decrete
con un «nuevo decreto», una vez alcanzada firmeza el de determinación
de la fórmula de dudas. Si bien esta disposición resulta procesalmente im-
pecable —en cuanto que determina con precisión cuándo ha quedado de-
finido y firme el objeto del proceso y fija con certeza el paso de una fase
del proceso a la otra, evitando cualquier inseguridad jurídica al respec-
to— lo cierto es que provoca una cierta dilación en la tramitación del pro-
ceso, al exigir la redacción y notificación a las partes de dos decretos dis-
tintos. Por contra, es praxis habitual en muchos tribunales españoles el
unir en un solo decreto la fijación de la fórmula de dudas y la apertura de
la instrucción de la causa, previendo expresamente el decreto de litiscon-
testación que, si transcurrido el plazo para recurrir contra la fijación del
dubium, ninguna de las partes hubiese objetado nada, quedará abierto el
periodo probatorio, concediéndose a las partes un plazo prudencial para
proponer la prueba de que intenten valerse. Se trata, a mi juicio, de una
praxis que permite agilizar notablemente el proceso, sin presentar incon-
venientes relevantes para la seguridad jurídica ni para la buena marcha
del proceso362.

2. Procedimiento para la fijación de la fórmula de dudas


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El art. 135, reproduciendo el can. 1677 §2, dispone que el presidente


o ponente, una vez hayan transcurrido quince días desde la notificación a
las partes del decreto de citación a juicio, deberá fijar de oficio, mediante
decreto, la fórmula de dudas. Para dictar este decreto, el juez tiene un
plazo de diez días, a no ser que una de las partes o el defensor del vínculo
solicite una audiencia para la fijación del dubium, en cuyo caso el Juez ci-
tará a ambas partes y al Defensor del vínculo a una sesión para concor-
dar la fórmula de dudas; en dicha sesión, el juez, una vez oídas todas las
362.
Téngase en cuenta que, en la práctica forense española, la parte que interviene activamen-
te en la causa lo suele hacer asistida de abogado, de modo que lo normal es que la fórmula de dudas
recoja los capítulos previamente invocados por las partes, resultando verdaderamente excepcional
un recurso contra este decreto.

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242 Carmen PEÑA GARCÍA

partes, fijará mediante decreto dicha fórmula de dudas, con independen-


cia de que las partes estén o no de acuerdo con ella.
A la hora de fijar la fórmula de dudas a que la sentencia deberá dar
respuesta, determinando por consiguiente el objeto del litigio, el juez de-
berá tomar en consideración las peticiones y manifestaciones de las par-
tes, tanto las hechas por escrito en la demanda y en la contestación a la
demanda, como las declaraciones orales hechas ante el juez (art. 135 §2).
Por otro lado, como recuerda el art. 135 §3, reproduciendo el can. 1677
§3, en las causas de nulidad matrimonial el dubium tiene un contenido nece-
sario, prefijado por la ley. Por expresa disposición codicial, la fórmula de du-
das no puede plantear únicamente, de un modo genérico, si consta de la nu-
lidad del matrimonio cuya validez se impugna, sino que debe especificar los
capítulos concretos por los que se solicita la nulidad. Quedan prohibidas, de
este modo, las fórmulas de dudas genéricas, exigiéndose que queden clara-
mente definidos los dos elementos objetivos de la acción: el petitum y la cau-
sa petendi363. El dubium, por tanto, se expresará mediante la fórmula ritual
de «si consta la nulidad de este matrimonio por los capítulos de...».
Esta exigencia de concreción de los capítulos invocados viene exigida
por serias razones, como la necesidad de una adecuada y precisa defini-
ción del objeto litigioso para poder realizar una instrucción ordenada y
completa de la causa, evitando el peligro de dispersión y vaguedad, así
como por la exigencia de que existan dos sentencias conformes para per-
mitir la ejecución de las sentencias de nulidad y la consiguiente celebra-
ción de un nuevo matrimonio canónico, conformidad que, a tenor del
can. 1641,1º, vendrá dada por la igualdad de estos tres elementos: las
partes litigantes, el petitum y la causa petendi364.
El decreto fijando la fórmula de dudas deberá ser notificado a las par-
tes, quienes, en caso de desacuerdo, pueden recurrir contra dicho decre-
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to en el plazo de diez días, según el art. 135 §4 (cann. 1513 §3 y 1677 §4).
Este recurso deberá ser resuelto con toda rapidez (expeditissime), me-
diante decreto contra el cual no cabrá apelación, por disposición del can.
1629, 5º (art. 280 §1, 5º DC).
363.
En la discusión del canon 1677 §3, la Comisión rechazó expresamente la propuesta que pre-
tendía que la fórmula de dudas se limitase únicamente a recoger el petitum (la petición de la nulidad), sin
determinar qué capítulos en concreto se alegaban, de modo que su determinación concreta quedara en
manos del juez a la vista de los hechos probados en los Autos: Communicationes 11, 1979, p. 261.
364.
Aunque el reconocimiento expreso, por parte de la Dignitas Connubii, de la conformidad
equivalente o sustancial de sentencias amplía el concepto de conformidad definido en el can. 1641,
1º, ello no implica que carezca de importancia la adecuada determinación de la fórmula de dudas en
la causa y, mucho menos, que quede sin efecto el requisito —expresamente exigido en el art. 135.3—
de especificar por qué capítulos se discute la nulidad. Vid. comentario art. 291, en Título XII, IV.6.2.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 243

Como novedad destacable introducida por la Dignitas Connubii, la


Instrucción reserva al colegio de jueces la resolución de este recurso con-
tra el decreto del presidente o del ponente fijando la fórmula de dudas.
Mientras que el Código, en el can. 1513 §3, atribuía la competencia para
resolver este recurso al mismo juez que había dictado el decreto impug-
nado, los arts.45, 4º y 135, 4º de la Instrucción reservan al tribunal cole-
gial la resolución de este recurso. Se garantiza de este modo una mayor
imparcialidad a la hora de resolver las reclamaciones de las partes, aun-
que, en la práctica, esta reserva al colegio puede dificultar la resolución
expeditissime de estos recursos.

3. La modificación del dubium

Con la fijación de la fórmula de dudas en el decreto de litiscontesta-


ción queda definido el objeto del proceso, el cual, en principio, es inmodi-
ficable. No obstante, el ordenamiento canónico, más preocupado por la
búsqueda de la verdad objetiva y la realización de la justicia que por el
culto al formalismo, ha previsto, en el can. 1514 y en el art. 136 DC, una
excepción a la prohibición de modificar sustancialmente los términos de
la controversia, permitiendo en determinadas circunstancias el cambio
del dubium de la causa.
En las causas de nulidad matrimonial, una fijación excesivamente rígida
e inamovible de la fórmula de dudas podría dar lugar, por el principio de
congruencia de las sentencias (can. 1611, 1º y art. 250, 1º DC), a sentencias
gravemente injustas. Así ocurriría, por ejemplo, en aquellas causas en que de
la prueba recogida en la instrucción se deduzca la existencia de un capítulo
de nulidad matrimonial que, por inadvertencia o desconocimiento, no hu-
biese sido recogido en el decreto de litiscontestación fijado en su momento,
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pero que quisiese posteriormente ser invocado por la parte actora.


Con el fin de evitar este peligro, el art. 136 permite excepcionalmente
que se modifiquen los términos de la controversia, aunque exige para la
validez de esta modificación los siguientes requisitos:
1º. Que la modificación de la fórmula de dudas se lleve a cabo me-
diante nuevo decreto dictado por el Juez.
2º. Que la modificación se produzca a instancia de parte365: este requisi-
to, evidente e ineludible teniendo en cuenta que la introducción de
365.
Entre las partes legitimadas para pedir la modificación de la fórmula de dudas se incluye
al promotor de justicia, que goza de legitimación activa en el proceso. Por el contrario, nunca podrá
el defensor del vínculo, en virtud de su configuración legal, ni introducir una nueva pretensión, ni pedir

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244 Carmen PEÑA GARCÍA

nuevos capítulos —sea añadiéndolos a los ya existentes, sea sustitu-


yendo unos capítulo por otros— equivale a la presentación de nue-
vas acciones, convierte la petición de alguna de las partes del proce-
so en un requisito imprescindible para la validez de los nuevos
capítulos introducidos, impidiendo en consecuencia la modificación
de la fórmula de dudas de oficio por el juez, ni siquiera con el fin de
evitar una sentencia gravemente injusta. En efecto, a tenor del can.
1620, 4º, sería nula con nulidad insanable la sentencia que recayera
sobre un capítulo introducido en la fórmula de dudas por el juez y
para el que no hubiera existido previa petición de parte, por tratarse
de una sentencia que se pronunciaría ultra vel extra petita.
Resulta significativo, en este sentido, que la Dignitas Connubii
reitere, ya para las causas de nulidad matrimonial, la exigencia
de que la modificación del dubium se produzca a instancia de
parte. No han faltado voces doctrinales que sostienen que, en las
causas de interés público, puede llevarse a cabo el cambio de los
términos de oficio, por parte del juez, a tenor del can. 1452, sien-
do suficiente con que las partes no se opongan a dicha modifica-
ción366. Personalmente, sin embargo, aun reconociendo que di-
cha propuesta puede solucionar problemas planteados en no
pocos lugares del mundo por la dificultad de encontrar abogados
y por el desconocimiento del derecho canónico que tienen las
partes que actúan por sí mismas en el proceso, no puedo compar-
tir esta postura, por entenderla incompatible con la configura-
ción legal del juez y su necesaria imparcialidad367.
En efecto, aunque el can. 1452 concede al juez amplias facultades
en el impulso procesal de la causa, no le permite la introducción
de nuevas acciones, actividad que, por su propia naturaleza, per-
tenece al poder dispositivo de las partes. La introducción por par- Índice
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te del Juez de una nueva acción atentaría contra el principio de


imparcialidad judicial (pues convertiría al juzgador en juez y par-

la sustitución de un capítulo por otro, puesto que este Ministerio carece de legitimación activa. La ac-
366.

tuación del defensor del vínculo en la solicitud de modificación del dubium queda reducida, en vir-
tud de los límites que configuran su ministerio, a denunciar los posibles errores materiales o proce-
sales que se hayan producido en la fijación del dubium.
366.
Entre otros, GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de Derecho procesal canónico, Salamanca 2006, p.
158; STANKIEWICZ, A., Comentario al can. 1514, en Comentario exegético al Código de Derecho Canóni-
co, cit, p.1241...
367.
Naturalmente, no se hace referencia con esta posibilidad a modificaciones meramente no-
minales, o a correcciones de errores materiales, sino al cambio sustancial del dubium, mediante la
introducción de nuevos capítulos de nulidad.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 245

te, al menos para los capítulos introducidos por él) y contra el


principio jurídico nemo iudex sine actore, recogido en los cann.
1620, 4º y 1501, que exigen que, para que el Juez pueda resolver
sobre alguna cuestión, haya habido una petición en este sentido
del interesado o del promotor de justicia368.
3º. Que se oiga a las demás partes, tanto públicas como privadas, cu-
yas razones deberán ser cuidadosamente ponderadas por el juez.
No se exige ya, como ocurría en el Código de 1917, el consenti-
miento de las demás partes para la modificación de los términos
de la litis, sino únicamente su audiencia, lo que otorga al Juez
una mayor libertad a la hora de valorar la procedencia de la mo-
dificación de los términos de la controversia.
4º. Que exista causa grave para dicha modificación: Después de oír
las razones de las partes, el juez deberá juzgar cuidadosamente si
existe o no causa grave que justifique la modificación del dubium.
Se trata de un requisito para la validez de la modificación y, por
consiguiente, para la validez de la sentencia que en su caso se dic-
tase por el nuevo capítulo introducido en la fórmula de dudas.
En principio, habría causa grave siempre que se intente evitar una sen-
tencia gravemente injusta. Sin embargo, esta fórmula genérica requiere
ser utilizada con precisión, puesto que la mera sospecha de una sentencia
negativa no permite calificar a la sentencia de «gravemente injusta». En
este sentido, parece claro que el hecho de temer una respuesta negativa a
la pretensión inicialmente planteada no constituye de suyo causa grave ni
sería suficiente para la modificación de la fórmula de dudas.
Por otro lado, la causa grave para modificar el dubium no coincide
tampoco con el fumus boni iuris necesario para la admisión inicial de la
demanda, antes de la práctica de la prueba (momento en que puede bas- Índice
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tar incluso con la esperanza de que durante el proceso aparezca algún


fundamento para la acción ejercida), sino que, por el momento en que se
produce y por su carácter de algún modo excepcional, exige que haya en
autos elementos probatorios que hagan al menos probable la existencia
de dicho capítulo.
368.
Como dice un autor, «el juez no goza del derecho de acción, el cual está reservado a las par-
tes interesadas y al promotor de justicia... La norma que comentamos mantiene su vigencia también
a todo lo largo del proceso, en lo que se refiere al planteamiento de peticiones, en un doble sentido:
no puede el juez introducir ninguna causa o cuestión no contenida en la demanda, y le está igual-
mente prohibido juzgar o decidir sobre asuntos no planteados en la demanda introducida por la par-
te o el promotor de justicia» (ACEBAL LUJÁN, J.L., Comentario al can. 1501, en Código de Derecho Ca-
nónico, cit, p. 739).

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246 Carmen PEÑA GARCÍA

Cuando, como es habitual, la petición de modificación del dubium se


realiza tras la publicación de la causa, una vez recogida la prueba, la exis-
tencia de causa grave para dicha modificación y para la admisión de nue-
vos capítulos exige, no sólo la genérica invocación de intentar evitar una
sentencia gravemente injusta sino también, habida cuenta el carácter ex-
cepcional de esta posibilidad de modificación del objeto de la controver-
sia, que de lo actuado en los autos haya quedado probado el nuevo capí-
tulo, o existan, al menos, pruebas o indicios suficientes que apoyen los
nuevos capítulos que se pretenden introducir en la fórmula de dudas, sin
que baste para la validez de esta modificación el mero fumus boni iuris
necesario para que su admisión —si se hubieran invocado en la deman-
da— no pudiera ser considerada temeraria o infundada. No sería válida,
pues, la ampliación del dubium que se pretendiese alegando hechos nue-
vos, sobre los cuales no hubiera recaído prueba ninguna, aun en el su-
puesto de que esos hechos, de resultar probados, dieran lugar a la nuli-
dad. Esto es así puesto que, debido su carácter excepcional, debe, por
lógica procesal, exigirse para la modificación de los términos de la con-
troversia más que para la mera admisión inicial de la demanda.
Si, una vez comprobada la concurrencia de los requisitos indicados
en el art. 136, el juez dicta decreto modificando la fórmula de dudas, éste
deberá ser notificado, bajo pena de nulidad, a todas las partes del proce-
so, incluidos el sometido a la justicia del tribunal y el ausente en juicio369.
Por aplicación del art. 135 §4, el decreto estableciendo la nueva fórmula
de dudas podrá ser impugnado ante el colegio de jueces en el plazo de
diez días, debiendo ser resuelto expeditissime, por lo que la decisión del
tribunal colegial no será en ningún caso apelable.
Por el contrario, si el juez desestima la solicitud de modificación de la
fórmula de dudas, no será necesario notificar al ausente dicho decreto,
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puesto no se ha producido modificación ninguna de los términos de la


controversia. Este decreto denegatorio de la modificación de la fórmula
de dudas será inapelable por no tener fuerza de sentencia definitiva (can.
1629, 4º), puesto que ni impide, ni pone fin al juicio ni a una instancia del
mismo (can. 1618). En este sentido, el rechazo de la modificación del du-
bium supone únicamente que no se admite el cambio del objeto del juicio,
que continuará conforme a los términos anteriormente definidos.
Por último, la modificación de los términos de la litis, si lleva consigo
la introducción de un nuevo capítulo, exigirá siempre, sea cual sea la fase
procesal en que se produzca, la de apertura del periodo probatorio en re-
369.
Vid. comentario art. 134, en Título V, III.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 247

lación al nuevo capítulo, de conformidad con lo dispuesto en el art. 137.


Por tanto, deberá concederse a las partes, bajo pena de nulidad por inde-
fensión, la oportunidad de solicitar las pruebas que consideren necesa-
rias respecto al capítulo introducido en la fórmula de dudas.

370
V. LA INCOMPARECENCIA DE LAS PARTES (ARTS.138-142)

1. La ausencia voluntaria de la parte, el principio de contra-


dicción y el derecho de defensa

En el ámbito contencioso, nadie está obligado a litigar si no lo desea, a


incoar un proceso contra su voluntad; igualmente, nadie que ha sido citado
a un proceso está obligado a comparecer y defenderse. Presentada la de-
manda, y admitida ésta, se procederá a la citación del demandado (can.
1507, art. 126 DC), pudiendo el demandado adoptar diversas posturas, que
van desde la oposición activa a las pretensiones de la parte, hasta la más
absoluta pasividad371. Sea cual sea la postura del demandado, lo cierto es
que tras la citación queda instaurada la relación procesal (can. 1517), pro-
duciéndose las vinculaciones —tanto para el actor como para el demanda-
do— propias de la relación jurídica procesal y todos los efectos consiguien-
tes descritos en el can. 1512 (arts. 9 §1, 1º, 12 y 129 DC). La consecuencia
será que el proceso entrará en su dinámica normal, de modo que no se verá
paralizado por la eventual incomparecencia del demandado372, entre otras
370.
Este punto ha sido realizado por el profesor Carlos Morán, y viene a ser un resumen de: La
parte voluntariamente ausente en el proceso de nulidad, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y pro-
cesal canónico para profesionales del foro, vol. 18, Salamanca 2007, pp. 107-190.
371.
No hay duda de que el legislador ha querido acentuar la presencia de las partes en el pro- Índice
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ceso de nulidad, en cuanto que con ello se presupone una mayor garantía en el acercamiento a la ver-
dad, pero igualmente es cierto que el legislador también ha querido que se tutelaran de la mejor ma-
nera los derechos de las partes, y no hay mejor modo de concretar este propósito que respetando la
propia decisión de ejercitarlos en cada caso concreto; esto es válido incluso cuando se trata de un de-
recho basilar como es el derecho de defensa, cuyo ejercicio no puede ser impuesto a la parte que vo-
luntariamente no quiere ejercitarlo.
372.
Si no fuera así, los procesos en la Iglesia, en donde las posibilidades coercitivas podríamos
decir que son prácticamente inexistentes, no tendrían visos de posibilidad, lo que produciría un gra-
ve perjuicio, pues impediría la tutela judicial efectiva y el propio derecho de defensa de las propias si-
tuaciones jurídico-materiales. Como hemos explicado en otro lugar, comparecer en el proceso será
una «carga» —cuyo origen está en la propia autoresponsabilidad—, pero no una «obligación», de he-
cho no puede ser exigida judicialmente, ni existe ya sanción posible en caso de incumplimiento; pues
bien, hay que recordar que el deber jurídico estrictamente considerado supone una sanción —al
margen del tipo como ésta sea—, porque es propio de la norma jurídica la tendencia a actuarse prác-
ticamente en cuanto esto sea posible (cfr. Ibidem, pp. 139-145).

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248 Carlos M. MORÁN BUSTOS

cosas porque queda garantizado el principio de contradicción y el dere-


cho de defensa.
Para que pueda existir un verdadero proceso es necesario la presencia
de dos posiciones contrapuestas, siendo también posible en determina-
das situaciones que esta dualidad de posiciones procesales se verifique
sin la concurrencia personal de algún sujeto373. Ello es así porque una
cosa es el derecho de defensa, y otra el ejercicio de dicho derecho: la ley
protege el derecho de defensa y el ejercicio de ese derecho; los jueces de-
ben garantizar también el primero; sin embargo, el ejercicio del derecho
de defensa no depende de la voluntad de la ley ni de la voluntad del juez,
sino de la voluntad de las partes, que pueden optar por no hacer uso de
él374.
La parte no podrá renunciar al derecho de defensa, pues éste va liga-
do a la propia dignidad de la persona —y ésta no es disponible para el su-
jeto—, pero sí puede renunciar al ejercicio del derecho de defensa. El de-
mandado que voluntariamente se ausenta de un proceso como el de
nulidad del matrimonio no renuncia al derecho de defensa, sólo a su ejer-
cicio, prueba de lo cual es el hecho de que puede comparecer en juicio en
el momento en que lo desee (can. 1593 §1), incluso después de la senten-
cia (can. 1593 §2). Esta posible renuncia al ius defensionis es recogida en
el n. 5 del discurso a la Rota romana de 1989: «evidentemente, para la va-
lidez del proceso no se requiere la defensa de hecho, sino que permanez-
ca siempre su concreta posibilidad. Por tanto, las partes pueden renun-
ciar al ejercicio del derecho de defensa en el juicio contencioso; en el
juicio penal, sin embargo, no puede jamás faltar la defensa de hecho, es
más la defensa técnica, porque en un juicio tal, el acusado debe siempre
tener un abogado (cann. 1481 §2 y 1723)». Dicho esto, el Papa también
indica: «conviene rápidamente añadir la precisión al respecto sobre las
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373.
Vid. PICARDI, N., Il principio del contraddittorio, en «Rivista di Diritto Processuale» 53,
1998, pp. 673-681. Una cosa es que una parte no se persone, o que su actitud en el curso del proceso
sea pasiva, y otra muy distinta es que el juicio no se hubiera entablado contra algún demandado, su-
puesto éste que ocasionaría la nulidad insanable de la sentencia a tenor del can. 1620, 4º (cfr. LLOBE-
LL, J., La nullità insanabile della sentenza per un vizio attinente alle parti (can. 1620, nn. 4, 5 e 6), en
AA.VV., La «querela nullitatis» nel processo canonico, Città del Vaticano 2005, pp. 128-135).
374.
El estudio que hace G. Erlebach sobre el derecho de defensa en sí, y sobre su relevancia en
cuanto motivo de nulidad de la sentencia, es interesantísimo. En él, entre otras muchas cosas, se deja
constancia de que «constantemente si ribadiva nella giurisprudenza rotale il carattere soggettivo del
diritto di difesa e cioè che il diritto di difesa, essendo proprio un diritto, e non un dovere, era faccoltà
appartenente a chi fosse soggetto di questo diritto. In quanto faccoltà poteva essere liberamente non
esercitato, persino trascurato ed anche rinunciato per una esplicita o implicita remissione alla giusti-
zia del tribunale, rimanendo questo integro» (ERLEBACH, G., La nullità della sentenza giudiziale «ob
ius defensionis denegatum» nella giurisprudenza rotale, Città del Vaticano, 1991, p. 37).

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 249

causas matrimoniales. Aunque una de las partes hubiera renunciado al


ejercicio de la defensa, permanece para el juez en estas causas el grave
deber de hacer serios intentos para obtener la deposición judicial de tal
parte y también de los testimonios que ésta podría aportar. El juez debe
valorar bien cada caso. A veces, la parte convenida no quiere presentarse
a un juicio aportando nada, porque no entiende cómo la Iglesia podría
declarar la nulidad del sagrado vínculo de su matrimonio después de tan-
tos años de convivencia. La verdadera sensibilidad pastoral y el respeto
por la conciencia de las partes imponen en tal caso al juez el deber de
ofrecer todas las oportunas informaciones respecto a la causa de nulidad
matrimonial y procurar con paciencia su plena cooperación en el proce-
so, también para evitar un juicio parcial en una materia tan grave»375. Es-
tas palabras del Papa han sido recogidas en el art. 138 §2 de la DC, que
indica que «el presidente o el ponente deben procurar, no obstante, que el
demandado no persista en su ausencia», y también en el art. 95 que habla
de la conveniencia de que ambos cónyuges participen activamente en el
proceso de nulidad.
El derecho de defensa marca los límites infranqueables de la ausencia
procesal de la parte, límites que son de derecho natural. Ni en el CIC ‘83
ni en la Dignitas Connubii existe un elenco de supuestos en los cuales el
derecho de defensa se ve violado, pero sí podemos afirmar que uno de es-
tos supuestos sería aquel en el que el fenómeno de la ausencia de la parte
en el proceso de nulidad se hubiera producido, no con carácter volunta-
rio, sino de modo forzoso, impuesto, siempre que de ello se hubiera deri-
vado una imposibilidad de defenderse por no haberse podido configurar
ni siquiera mínimamente el contradictorio procesal. El binomio ausen-
cia-nulidad de la sentencia no se circunscribe a la nulidad insanable por
violación del ius defensionis (can. 1620, 7º, art. 270, 7º DC), sino que el
can. 1622, 6º prevé la nulidad sanable de la sentencia que fue dada «con- Índice
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tra una parte legítimamente ausente, de acuerdo con el can. 1593 §2 (art.
272, 6º DC). En el fondo, el fundamento de esta nulidad está en la imposi-
bilidad de defenderse que ha tenido esta parte ausente, pues no se puede
presumir —de hecho su ausencia es legítima, siendo éste el elemento que
debe verificarse para poder presentar la querella de nulidad al amparo
del can. 1622, 6º (art. 272, 6º)— que renunció a dicha posibilidad.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia con el can. 1620, 7º? ¿Por qué en el
caso del can. 1620, 7º hablamos de nulidad insanable, y en el supuesto
del can. 1622, 6º de nulidad insanable? En mi opinión, la diferencia se ex-

375.
LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos Pontificios…, cit., pp. 172-173, n. 5.

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250 Carlos M. MORÁN BUSTOS

plica echando mano de la distinción entre los elementos esenciales y no


esenciales del ius defensionis. Pertenece a la esencia del ius defensionis —
además de la ya aludida configuración del contradictorio procesal— la
posibilidad de conocer el objeto del juicio (cann. 1507-1508), la posibili-
dad de presentar pruebas a tenor de la legislación (cann. 1527 §1, 1553,
1600), la posibilidad de conocer las pruebas presentadas por la parte
contraria (can. 1598 §1, 1678 §1, 2º), la posibilidad de presentar alega-
ciones y la posibilidad de defenderse contra la sentencia y los decretos
decisorios como el ratificatorio de primera sentencia de nulidad matri-
monial. Pues bien, si la sentencia se dio en ausencia de la parte, y se prue-
ba que ésta fue legítima, y que se imposibilitó alguna de estas opciones, la
nulidad de la sentencia será reconducible al can. 1620, 7º, pues se vería
afectado esencialmente el derecho de defensa. Si no fue así, por ejemplo,
por haberse declarado la ausencia con carácter sobrevenido, estaríamos
ante un supuesto del can. 1622, 6º.

2. Presupuestos necesarios para la declaración de ausencia del


demandado: citación y actitud absolutamente pasiva

2.1. Citación

Para que pueda hablarse de ausencia voluntaria de la parte ha de veri-


ficarse necesariamente un presupuesto previo: la citación; así se deduce
claramente del can. 1592 §1, que indica que «si el demandado no compa-
rece cuando se le cita..., el juez ha de declararlo ausente...», y del art. 138
§2, según el cual, «si el demandado, debidamente citado, no compare-
ce...han de declararlo ausente del juicio».
La citación es, por tanto, conditio sine qua non de la declaración de
ausencia. Sin esta vocatio in iudicio, ni existe relación procesal Índice
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(can.1517, art. 217 DC), ni se podrán verificar con carácter de validez las
múltiples vicisitudes por las que puede transcurrir un proceso como el de
nulidad de matrimonio. La única excepción a la necesidad de la citación
sería la comparecencia de hecho de la parte demandada ante el juez, en
cuyo caso «el actuario debe hacer constar en las actas que esa parte esta-
ba presente en el juicio» (art. 126 §3 DC, can. 1507 §3).
La citación se articula en torno a dos momentos: el decreto de cita-
ción propiamente dicho, y la notificación del mismo a la parte demanda-
da (cann. 1508-1512 y 1677, arts. 127-133 DC). Veamos:
Respecto del decreto de citación, indicar que el contenido del mismo tie-
ne una relación directa con la ausencia del demandado, pues «si la citación

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 251

no contiene lo que es necesario de acuerdo con el art. 127 §3» (art. 128
DC), serán nulos los actos del proceso (can. 1511) y, consiguientemente,
también la declaración de ausencia.376 ¿Cuál es el contenido esencial del
decreto de citación? Es esencial que la parte demandada sepa quién ha
provocado la citación, qué se pretende, por qué motivos y ante qué tribu-
nal; por ello, el can. 1508 §2 indica que, «salvo que existan motivos graves
que aconsejen otra cosa» (art. 127 §3 DC), debe unirse a la citación el escri-
to de demanda, y el art. 127 §2 establece con carácter novedoso —aunque
en muchos tribunales ya se hacía— que se añada «la fórmula de la duda o
de las dudas tomadas de la demanda, para que responda».
La notificación del decreto de citación, que es ordenada por el presiden-
te o el ponente, se hará normalmente al destinatario de la citación, es decir
a la parte, salvo cuando entren en escena el curador y/o el procurador, y se
hará según el modo establecido en el art. 130 §1 DC (can. 1509 §1). La cita-
ción tendrá como acto final la intimación, que es el acto último de la trans-
misión de la esquela de citación, y que consiste en la entrega material o le-
gal (can. 1510) de la cédula de citación al citado.377 ¿Qué ocurre si el citado
no recoge la recoge, o se encuentra en paradero desconocido? El juez se-
guirá adelante con el procedimiento, pero debe constar en actas la cuida-
dosa investigación llevada a cabo (art. 132). Esta cuestión es muy impor-
tante a efectos de una eventual indagación posterior sobre la legitimidad o
no de la ausencia —y de la consiguiente declaración de ausencia—, así
como a efectos de la eventual homologación civil de la sentencia de nuli-
dad canónica; en este sentido, incluso se debería reseñar en la sentencia
qué procedimiento se ha seguido, qué actitud adoptó el demandado, qué
garantías se le ofrecieron..., todo ello con el fin evitar cualquier incerti-
dumbre a propósito del modo como se procedió, o si se salvaguardó o no el
derecho de defensa de la parte, que libremente decidió no ejercitarlo.
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2.2. Actitud absolutamente pasiva


El segundo presupuesto para la declaración de ausencia del deman-
dado —una vez que la notificación de la citación se ha realizado de mane-
376.
Vid. GULLO, C., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio, Città del
Vaticano 2001, p. 95.
377.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho..., cit., pp. 135-137. El CIC ‘83 no precisa nada
esta cuestión, de modo que, como acertadamente indica el autor (ibidem p. 135), sería de aplicar la
regulación del CIC ‘17, que sí que era precisa y detallada. Así, el can. 1715 indicaba que la citación se
intimaba a través de una cédula en la que figuraba el juez que cita, por qué motivo, quién es el actor
y el reo —con nombre y apellidos—, así como el año, mes, día y hora en que debía de comparecer;
todo ello firmado por el juez y por el notario, mas el sello del tribunal. Esta citación se extendía en
dos cédulas (can. 1716), una de las cuales se remitía al demandado, y la otra se unía a los autos.

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252 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ra legítima— es que éste adopte una actitud estática, absolutamente pasi-


va, bien porque no comparece cuando se le cita, bien porque no responde
de acuerdo con el can. 1507 §1 (can. 1592 §1), o bien porque no da una
excusas razonable para su ausencia (art. 138 §1).
Los planteamientos subjetivos desde los que se adoptan esta actitud
pueden ser muy diversos. A propósito de la contumacia ya D. León del
Amo indicaba que los motivos podían ser de muy distinta índole: «por al-
gún motivo razonable que impida el comparecer y por descuido en alegar
la excusa; por incuria en el ejercicio de los propios derechos; por renun-
cia a defenderse, al menos de momento, ante el tribunal que tramita la
causa; por confianza excesiva en la razón que le asiste creyendo que sin
comparecencia brillará la verdad y triunfará la causa; por desconfianza
de que rectamente se administre justicia; por desprecio a la persona del
juez o a la autoridad judicial...». Todas esas, y tantas otras378, son motivos-
motivaciones que subyacen en la actitud del sujeto; ahora bien, más allá
del elemento intencional —que a efectos de la declaración de ausencia es
irrelevante—, lo decisivo es que objetivamente un sujeto no actúa, adopta
una actitud absolutamente pasiva; este dato será determinante a los efec-
tos de la posible declaración de ausencia sobrevenida.

3. La declaración de ausencia del demandado

Si vemos la sistemática del libro VII —«de los procesos»—, observare-


mos que el CIC ‘83 trata la ausencia de la partes dentro del título dedica-
do a las causas incidentales —es el Capítulo I, del Título V, de la Sección
I, de la Parte II—, título que va introducido con una referencia previa a
las normas generales sobre las causas incidentales —cann. 1587-1591—,
a la que siguen los cann. 1592-1595 sobre la ausencia de las partes, y los
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cann. 1596-1597 sobre la intervención de un tercero en la causa. Según

378.
Algunas de ellas no deberían existir en la Iglesia; me refiero a esos casos en los que la parte
se ausente por desconocimiento, o por un mal consejo, incluso por prevención ante posibles situacio-
nes económicamente difíciles; en particular esto último debería cuidarse mucho, de manera que se
procuran los medios efectivos para que la parte pudiera libremente ejercer su derecho de defensa, al
margen de incertidumbres de cualquier tipo. Esto es tarea que incumbe fundamentalmente a los
obispos, de hay que el art. 303 §2 les llama la atención para que «al establecer estas normas —se re-
fiere a las normas sobre costas, honorarios, resarcimiento de daños...—, tenga en cuenta el Obispo
ante sus ojos la peculiar naturaleza de las causas matrimoniales, que postula que, en lo posible, am-
bos cónyuges se personen en el proceso de nulidad»; y el art. 308: «cuide el Obispo Moderador de que
ni por la manera de obrar de los ministros del tribunal ni por unas costas inmoderadas queden los
fieles apartados del ministerio de los tribunales con grave daño de las almas cuya salvación debe ser
siempre en la Iglesia la suprema ley».

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 253

esta sistemática —que es reminiscencia de la empleada por el CIC ‘17—,


parece que la ausencia del demandado es considerada como una causa
incidental. La DC, en cambio, trata la no comparecencia de las partes
dentro del Título V dedicado a la introducción de la causa —en concreto
en los arts. 128-142—, no dentro del título dedicado a las causas inciden-
tales.
El cambio de ubicación en el tratamiento de la incomparecencia de
las partes parece acertado, pues —aunque guarda ciertas semejanzas en
lo que al tratamiento y la resolución se refiere—, «la declaración de au-
sencia no da lugar propiamente a una cuestión incidental, ya que se trata
en realidad de fijar los efectos procesales ligados a la actitud de incompa-
recencia de alguna de las partes. Propiamente lo que se plantea estricta-
mente es una cuestión de índole procedimental, que se debate sobre la
marcha con la finalidad única de establecer la ausencia de la parte»379.
Al margen de la cuestión sobre si es o no una causa incidental propia-
mente dicha, y centrándonos en la figura del demandado, el primer dato
que conviene aclarar es a quién le corresponde declarar la ausencia. En
la normativa anterior se planteaba la duda de si era el colegio o el presi-
dente-ponente el competente para la declaración de ausencia: el art. 89
§2 PME decía que el presidente, mientras que el art. 115 hablaba del cole-
gio. Si fuera propiamente una causa incidental, le correspondería al cole-
gio, pues la resolución de éstas corresponde al colegio (can. 1590 §2, arts.
45, 6º y 222 §§1 y 3, 224 DC)380, sin embargo el can. 1592 §1 habla del
juez, y el art. 138 §1 DC habla del «presidente o el ponente» (también los
arts 46, 12º y 47 §2). Por tanto, habrá que considerar que el presidente o
el ponente pueden declarar la ausencia del demandado, ello a menos que
el colegio se hubiera reservado este acto (art. 46, 13º DC).
La declaración se hará mediante decreto, no por sentencia interlocu-
toria como se hacía también en la legislación anterior y como se reserva Índice
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para la decisión de aquellas causas incidentales más relevantes (cann.


1589 §1 y 1590 §1, arts. 221 §1 y 224). Este decreto, dado que no es de
mero trámite, debe estar motivado, careciendo «de toda eficacia si (en
ellos) no se hacen constar, al menos de modo sumario, los motivos, o no
se remiten a motivos expresados ya en otro acto» (can. 1617, art. 261
DC); decir «declaramos ausente a la parte...» no es motivar, sino que, al
menos, se debe dejar reseña del iter procesal seguido hasta ese momento,

379.
PANIZO ORALLO, S., Temas procesales y nulidad matrimonial, Madrid 1999, p. 387.
380.
Aunque el colegio puede encomendar la cuestión a un auditor o al presidente (can. 1590 §2
y art. 225 DC).

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de las citaciones practicadas, de la respuesta de la parte a cada una de


ellas...Obviamente, ese decreto debe constar en autos.
En contra de la opinión de algún autor381, ese decreto tiene naturaleza
judicial, no administrativa. La doctrina posterior el CIC ‘17 no tuvo du-
das de que el decreto por el que se declaraba contumaz al demandado era
susceptible de apelación —si el juez procedió sin haber observado los re-
quisitos fundamentales (cann. 1843 §1 y 1849)—, incluso cabía la restitu-
tio in integrum para los casos en los que se pretendía purgar la contuma-
cia después de haberse dado sentencia. Hoy no cabría apelación, pues no
es un decreto que tenga fuerza de sentencia definitiva (can. 1629, 4º, art.
228 DC), y porque, a diferencia de lo que ocurría en la legislación ante-
rior —en la que no era suficiente con comparecer para librarse de los
efectos económicos, y en ocasión penales, de la declaración de contuma-
cia, sino que había que purgar esa contumacia382—, hoy no hay que pur-
gar la ausencia, ni justificarla, de modo que con la presencia vale, dejan-
do sin contenido y sin efecto la apelación.
En cuanto al momento de la declaración de ausencia, indicar que pa-
rece lógico que sea inmediatamente después de que las notificaciones de
la citación no hayan surtido efecto; es frecuente verlo en el mismo decre-
to en el que se fija la fórmula de dudas; en todo caso, lo que no tiene sen-
tido es retrasarlo hasta comprobar que la parte no acude a su deposición;
no olvidemos que es un deber del juez, que éste ha de actuar de oficio
(can. 1592 §1, art. 138 §1 DC), y que no existe configuración jurídica de la
simple ausencia.
Al cumplir este deber, el juez no puede suplir la voluntad de la parte,
cosa que no rara vez acontece cuando se interpreta el silencio de la parte
tras la notificación de la citación como presunción de sometimiento a la
justicia del tribunal: así es, no son infrecuentes los supuestos en los que la
actitud absolutamente pasiva de la parte es interpretada como someti- Índice
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miento a la justicia del tribunal; incluso en algunas ocasiones, en el decreto


de citación se indica que, «de no contestar, se entenderá que se somete a la
justicia del tribunal». Como ya lo hemos indicado al deslindar ambas figu-
ras, en la remisión a la justicia del tribunal tiene que haber una manifesta-
ción de voluntad; si la parte no contestó, si no hizo nada —no digamos si
381.
Vid. MURA, M., Lo ius defensionis dell’absens a iudicio» nelle cause di nullità matrimoniale:
analisi storico-comparata e interpretazioni dottrinali, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y pro-
cesal canónico para profesionales del foro, vol. 11, Salamanca, 1994, p. 461.
382.
Purgar la contumacia era distinto de deponer la contumacia: deponerla era personarse fí-
sicamente; purgar la contumacia suponía alegar y probar que se había tenido un impedimento legíti-
mo por el cual el ausente no había podido comparecer ni alegar excusa. La prueba había de verificar-
se en un juicio contradictorio.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 255

contestó afirmando claramente no tener que ver nada con el proceso—, lo


que procede es la declaración de ausencia, la cual compete al juez a título
de obligación.
Casi todo el discurso que venimos haciendo tiene como referencia la
declaración «inicial» de ausencia, esto es, la que se produce como conse-
cuencia de la actitud absolutamente pasiva de la parte tras la notificación
de la citación, sin embargo, nada empece para poder hablar de la ausen-
cia sobrevenida, esto es, producida y declarada después de haberse per-
sonado inicialmente en la causa. El silencio del CIC ‘83 al respecto llevó
a una división de la doctrina relación a este extremo, sin embargo el art.
142 DC viene zanjar —a mi juicio con buen criterio— esta cuestión: «las
normas sobre la declaración de ausencia de parte en el juicio han de ob-
servarse también, con las debidas adaptaciones, cuando se haya de decla-
rar ausente a una parte durante el proceso». Por tanto, cabe la ausencia
sobrevenida, la cual, sin embargo, no puede ser confundida con la actitud
de una parte de no someterse a una prueba concreta, por ejemplo, a la
prueba pericial: no actuaría correctamente el juez que, ante la negativa
de la parte a someterse a una determinada pruebas, procediera a decla-
rarla ausente, pues quizás esa declaración no responda a la voluntad real
de la parte, que —pese a no acceder, por ejemplo, a la proposición de
pruebas, o la práctica de alguna prueba concreta, podría estar interesada
en conocer las actas, en presentar alegaciones...
Aunque nos referimos posteriormente a otro tipo de consecuencias,
hay que indicar ya, que el principal efecto de la declaración de ausencia
es que la causa no se paraliza, sino que el presidente o el ponente han de
«decretar que la causa, observando lo que está mandado, prosiga hasta la
sentencia definitiva» (art. 138 §1, can. 1592 §1).
¿En qué manera afecta la ausencia a la determinación del objeto del Índice
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proceso? ¿El objeto del proceso quedará circunscrito a lo pretendido en


la demanda por el actor? El CIC ‘83 no se refiere expresamente a esta
cuestión; sí lo hacía el CIC ‘17 para los juicios en general, pues en el can.
1844 §2 establecía lo siguiente: «si se procede hasta la sentencia definiti-
va sin haber sido contestado el pleito, la sentencia debe recaer solamente
sobre lo pedido en la demanda; si después de haber sido contestado el
pleito, sobre el objeto mismo de la contestación». Este canon venía a esta-
blecer una especie de ficta litiscontestatio que venía del derecho romano,
y que había sido adoptada por el derecho canónico. En principio ello es
aplicable al proceso de nulidad conyugal, aunque con algunas matizacio-
nes en función de su naturaleza pública: en primer lugar, no es el actor el
único que tiene algo que decir en la determinación del dubium en los su-

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256 Carlos M. MORÁN BUSTOS

puestos de ausencia del demandado, sino que también el defensor del vín-
culo tiene algo que decir (can. 1677, art. 135 DC)383, de hecho —como to-
dos sabemos—, podría recurrir contra dicho decreto (art. 135 §4 DC,
cann. 1513 §3 y 1677 §4); en segundo lugar, aunque una vez fijada la fór-
mula de dudas no puede modificarse, sin embargo, «por causa grave, a
instancia de parte, y después de oír y ponderar las razones de la otra par-
te y del defensor del vínculo» (art. 136 DC, can. 1514), se puede volver a
fijar nuevamente los términos de la controversia mediante nuevo decreto.
De todo ello se deduce que la ausencia del demandado no deja el objeto
del proceso necesariamente en los términos invocados en el libelo intro-
ductorio.
Sea como fuere, lo que sí esta claro es que con la declaración de au-
sencia queda libre el camino procesal para seguir el juicio hasta la sen-
tencia definitiva y su ejecución, aunque teniendo que observar durante la
tramitación de la causa las normas propias del proceso de que se trata:
habrá que instruir la causa, practicar las pruebas, tener la discusión y fa-
llar la controversia conforme a lo que se deduzca de la actuado y proba-
do.
Un aspecto muy importante que hay que desterrar es interpretar la au-
sencia voluntaria de la parte en clave de presunción de aceptación de las
pretensiones de la parte contraria (una especie de «quien calla otorga»); la
contumacia del demandado, por sí sola, no constituye una presunción de
su sin razón, ni revela al actor de la obligación de probar sus asertos («ac-
tore non probante reus absolvitus»)384; habrá que analizar cada caso con-
creto, las circunstancias del mismo..., pero la declaración de ausencia no
es presunción de allanamiento, ni de confesión conforme, no tiene —en de-
finitiva— valor probatorio385, ya que ello choca con la naturaleza pública
del objeto del proceso de nulidad matrimonial. En este sentido, si el actor
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no prueba sus asertos, o si éstos son desmentidos por la defensa del víncu-
lo, o si los mismos no tienen la consistencia objetiva como para ir más allá
de la presunción de validez del matrimonio (can. 1060) y alcanzar la certe-
za moral suficiente y necesaria para declarar la nulidad del matrimonio,
habrá que concluir declarando que no consta la misma, al margen obvia-
383.
A la hora de fijar la fórmula de dudas a que la sentencia deberá dar respuesta, determinan-
do por consiguiente el objeto del litigio, el juez deberá tomar en consideración las peticiones y mani-
festaciones de las partes, tanto las hechas por escrito en la demanda y en la contestación a la deman-
da, como las declaraciones orales hechas ante el juez (art. 135 §2), también las del defensor del
vínculo.
384.
Vid. DE OTTO, N. S., La contumacia en las antiguas leyes civiles y canónicas y en el derecho
procesal moderno, Huesca 1929, p. 12.
385.
Vid. MURA, M., Lo ius defensionis dell’absens..., cit., p. 461.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 257

mente de la actitud que el demandado hubiera adquirido. Es decir, no es


suficiente pedir; el actor tendrá que probar todo lo que pide en la demanda
o lo concretado en la litiscontestación; las pruebas han de superar las ex-
cepciones que contra ellas haga el defensor del vínculo, hasta lograr ven-
cer el favor iuris del que goza el matrimonio; el juez, por su parte, lo que
tiene que hacer es no consentir que la declaración de ausencia pueda usar-
se como medio para fraudes o abusos de derecho.

4. Derechos de la parte demandada declarada ausente

El demandado declarado ausente es formalmente parte procesal, por


tanto, goza, en principio y teóricamente, de los derechos y deberes de las
partes. Ahora bien, dado que se ha comportado de una determinada ma-
nera —de un modo absolutamente pasivo—, de ello se derivan una serie
de consecuencias en lo que al bagaje jurídico de derechos y responsabili-
dades se refiere. No habrá perdido aquellos derechos que son esenciales
al proceso, y sin los cuales se vería en peligro el derecho de defensa, pero
sí que no podrá exigir aquellos otros a los que se considera ha renuncia-
do.
En términos generales podemos afirmar que el declarado ausente si-
gue siendo el titular del ius defensionis —ya que no puede renunciar a
ello—, aunque la renuncia que hizo al ejercicio de ese ius defensionis le
sitúa en una posición muy particular pues, por una parte la renuncia no
puede ser de tal consistencia, ni puede tener unos efectos tales que equi-
valga a una verdadera renuncia del derecho mismo, y por otra parte, no
puede desplegar el mismo nivel de exigencias como si no existiera la de-
claración de ausencia386.
Veamos cuáles son los derechos que sigue manteniendo, y que el tri- Índice
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bunal debe respetar y garantizar escrupulosamente.

4.1. Derecho a recibir determinadas notificaciones


El art. 134 §3 DC —recogiendo el art. 60 §3 de las Normas de la Rota
romana de 1994— estable lo siguiente387: «a la parte que ha sido declara-
386.
En este sentido se entiende la siguiente reflexión: «sembra una contraddizione che la parte
legittimamente dichiarata assente abbia un diritto di difesa, o meglio che, una volta dichiarata assen-
te, abbia ancora il diritto di esercitarlo come se non fosse assente. E rispondo: il diritto di esercitarlo,
sí; como se non fosse assente, no» (VILLEGGIANTE, S., Lo ius defensionis denegatum..., cit., p. 202).
388.
La normativa anterior al Código especificaba qué notificaciones había de recibir el decla-
rado ausente, aunque existían algunas diferencias: el CIC ‘17 y la PME indicaban expresamente que se

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258 Carlos M. MORÁN BUSTOS

da ausente del juicio, se le notificarán la fórmula de dudas y la sentencia


definitiva, quedando a salvo el art. 258 §3». En relación a este artículo se
podría decir que las que están son, pero no están todas las que son, y al-
gunas que no son, podrían hacerse; es decir, las notificaciones que refiere
el art. 134 §3 han de hacerse necesariamente, pero alguna otra que es ne-
cesario hacer no está y, además, hay alguna también que, sin ser jurídica-
mente necesario, sí que es conveniente hacer.
Veamos. La primera notificación que hay que hacer al declarado au-
sente —y que no está en ese art. 134 §3— es la del decreto de declaración
de ausencia; parece lógico que el ausente reciba el decreto de declaración
de ausencia, debiendo constar en actas que se le ha notificado, así como
el recibo correspondiente de la oficina de correos en el que queda reseña-
do si lo recibió o no.
La siguiente notificación que hay que hacerle es la del decreto de fija-
ción de la fórmula de dudas. Esta cuestión es pacífica: el declarado ausente
es parte procesal, y tiene que tener conocimiento del objeto sobre el que
versa el proceso. A este respecto, la DC sí que omite una notificación que es
necesaria hacer: me refiero a la notificación de cualquier nueva acción de
nulidad que pretenda introducir el actor a lo largo del proceso; la Instruc-
ción guarda silencio, pero debe retenerse que la misma naturaleza de la ac-
ción exige que se notifique al demandado —cualquiera que sea su situación
procesal— el ejercicio de la misma, para que pueda aducir en su caso lo
que estime oportuno. Así lo reconocía el Santo Padre en el discurso del
Papa a la Rota de 1989: «considero oportuno recordar a todos los operado-
res de la justicia que, según la sana jurisprudencia de la Rota romana, se
debe notificar en las causas de nulidad matrimonial a las partes que hayan
renunciado al ejercicio del derecho de defensa, la fórmula de dudas, toda
eventual nueva demanda de la parte adversa y la sentencia definitiva»388.
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El decreto de publicación de las actas no es necesario comunicarlo,


de modo que no se podría invocar indefensión en caso de que se omita
esta notificación; en todo caso, mi parecer es favorable a que se le comu-
nique también este decreto, ya que ello podría ser ocasión para que la
parte depusiera su actitud pasiva.

le comunicara el dubium (respectivamente, can. 1729 y art. 89 §3); las Normas de la Rota romana de
387.

1934 hablaban de la notificación del decreto de declaración de contumacia, del dubium, de cualquier
otra petición que pudieran hacer y de la sentencia si se trataba de causas relacionadas con el bien pú-
blico (art. 72). El CIC ‘83 no habla expresamente de las notificaciones que hay que hacer al declarado
ausente, aunque a partir de los cann. 1511, 1513 §3, 1593 §2, 1614 y 1615, la doctrina fue deducien-
do qué notificaciones había que hacerle.
388.
JUAN PABLO II, Discurso a la Rota romana de 29 de enero de 1989, en LIZARRAGA ARTOLA, A.,
Discursos..., cit., p. 173, n. 5.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 259

Sí es necesario que se le notifique la sentencia (la definitiva y firme).


Esta cuestión es pacífica, aunque el art. 134 DC introduce una referencia al
art. 258 §3 DC que no esta en el art. 60 §1 de las actuales Normas de la Rota.
En dicho art. 258 §3 se dice: «si una parte hubiera declarado expresamente
que rechaza cualquier notificación relativa a la causa, se entiende que re-
nuncia a la facultad de obtener una copia de la sentencia. En tal caso, respe-
tando lo que disponga la ley particular, se le puede notificar la parte disposi-
tiva de la sentencia»; el artículo es interesante porque pone de manifiesto
que la notificación de ciertos actos no depende exclusivamente de la volun-
tad de la parte, por mucho que ésta hubiera sido manifiestamente contraria
a la recepción de notificación alguna; uno de estos actos es la sentencia, la
cual —de existir ese rechazo expreso— podía ser notificada únicamente en
lo que se refiere a su parte dispositiva; esto estaría dentro del principio de
autonomía de la voluntad y de coherencia con los propios actos procesales,
y no pondría en peligro el ius defensionis de la parte.
Para acabar el apartado de las notificaciones, hay que referirse al art.
134 §4, según el cual «a la parte ausente a tenor del art. 132, porque se
desconoce el lugar en que reside, no se le hace ninguna notificación». Me
parece un parágrafo desafortunado, no sólo por el contenido, sino porque
el mismo está en contradicción con el propio art. 132 al que cita: en este
artículo —en su §2— se dice que, en caso de que la parte esté en paradero
desconocido, la ley particular puede establecer que la notificación de la
citación se haga por edictos; ahora bien, si se puede notificar por edictos
—o por otros medios que se establezca en la legislación particular— el
decreto de citación, que es esencial, ¿por qué no aquellos otros decretos
que también lo son?

4.2. Derecho a comparecer y abandonar la ausencia


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La voluntad del sujeto es un presupuesto necesario de la conforma-


ción inicial de la ausencia, y también de la permanencia de la misma en
el tiempo; por ello, el sujeto puede deponer esta actitud y personarse en
cualquier momento del proceso: sólo se requiere que quiera hacerlo.
No es necesario que la parte lo indique expresamente —por ejemplo,
con un documento dirigido al tribunal—, sino que este cambio se puede
deducir por la vía de los hechos: por ejemplo, la presencia de la parte en
la proposición de pruebas, o en la práctica de alguna prueba concreta...,
es un signo inequívoco de la voluntad de la parte de desistir de la anterior
pasividad, quedando sin efecto la declaración de ausencia; a partir de
aquí, por ejemplo, habría que volver al régimen de citaciones propio de la
participación activa.

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260 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Comparecer y abandonar la ausencia no es una gracia que conceda el


tribunal, sino un derecho de la parte, por ello el can. 1593 §1 y el art. 139
§1 DC, presuponiéndolo como tal, se limitan a indicar distintas conse-
cuencias de esa comparecencia en función de que la misma se produzca
antes o después de la sentencia389. Si el demandado comparece en el jui-
cio o responde antes de la sentencia, a su vez hay que hacer un distingo
según se haya decretado o no la conclusión de la causa, distingo que es
consecuencia del principio de preclusión:
1º. si no se decretó la conclusión de la causa, el compareciente podrá
proponer pruebas —y someterse a las que se hubieran propues-
to—, teniendo como limitaciones, las mismas que tiene la parte
actora, esto es, que se trate de pruebas útiles y lícitas390 (can. 1527
§1, art. 157 §1 DC); además de proponer y practicar pruebas, po-
drá realizar todos los actos subsiguientes (presentar alegaciones,
replicar...);
2º. si comparece después de la conclusión de la causa, la proposi-
ción de pruebas que pudiera plantear está sometida a lo estable-
cido por el can. 1600 §1, 2º y 3º (art. 239 §1, 1º y 2º), en concre-
to, a la posibilidad de una sentencia injusta en caso de no
acceder a la propuesta probatoria, o al hecho de que —previa
audición de la otra parte y del defensor del vínculo— se conside-
re que existe una razón grave que así lo aconseja, evitando en
todo momento el peligro de fraude o soborno. Esta limitación
en la proposición de pruebas del que comparece después de la
conclusión de la causa fue introducida por la Comisión de refor-
ma del Código, con el fin de que el demandado declarado ausen-
te no se viera favorecido, ni pudiera crearse una vía susceptible
de ser utilizada por otros con ánimo obstruccionista y en perjui-
cio del actor391. Índice
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En ambos casos, el tribunal deberá vigilar para que, por una parte, no
se viole el derecho de defensa, y por otra, «no se prolongue innecesaria-
mente el juicio con largas e innecesarias demoras».

389.
Aunque tanto el can. 1593 como el art. 139 utilizan la expresión «ante definitionem cau-
sae», sin embargo la traducción castella es distinta; en el Código, con mejor criterio, se habla «defini-
ción de la causa», mientras que la DC habla de «decisión de la causa»; en realidad, el punto de refe-
rencia que marca las diversas posibles actuaciones del que comparece tras la declaración de
ausencia es la sentencia.
390.
La licitud de las pruebas debe ponderarse en cuanto al fondo —a la naturaleza—, y en
cuanto a la forma, esto es, en cuanto al modo de adquisición.
391.
Cfr. «Communicationes» 11, 1979, p. 130.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 261

4.3. Derecho a impugnar la sentencia


El art. 139 §2 DC (can. 1593 §2) establece que la parte, «aunque no
hubiera comparecido o respondido antes de la definición de la causa,
puede impugnar la sentencia; y puede entablar querella de nulidad, si
prueba que no compareció por legítimo impedimento que, sin culpa por
su parte, no le fue posible demostrar antes».
Además de la posibilidad de apelar, y presentar querella de nulidad,
también podrá proponer la nova causae propositio: no se menciona este
recurso extraordinario, pero es obvio que, de existir dos sentencias con-
formes, el declarado ausente —y no compareciente en ninguna de las ins-
tancias— también podrá interponer la nova causae propositio (can. 1644,
art. 290 DC).

5. Ausencia del actor

La actitud estática, absolutamente pasiva, no es privativa de la parte


demandada, sino que también puede afectar al actor. En términos numé-
ricos, la ausencia de la parte actora es menos relevante, aunque es más
grave procesalmente hablando: téngase en cuenta que el demandado es
traído a juicio por la citación; es el actor quien insta por su voluntad y
quien pide al juez que se entable la litis y se dirima definitivamente, de
modo que la ausencia del actor, o bien responde a la convicción de que
sus pretensiones son infundadas, o bien a maniobras dolosas para perju-
dicar al demandado. Por ello, en las mismas circunstancias, parece lógi-
co mostrarse más severo con el actor que con el demandado, y mostrarse
atentos a fin de que no se derive de su posible actitud dolosa un perjuicio
para el demandado.
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La incomparecencia del actor no da lugar a una declaración de la


misma mediante decreto: no se declara la ausencia del actor, sino que la
declaración de ausencia es privativa del demandado; en todo caso, de lo
que sí que habrá que dejar constancia —y se hará mediante decreto—, es
de que se verifica esta situación de ausencia del actor, explicando que la
misma sirve de fundamento fáctico de la presunción de la renuncia tácita
a la instancia (can. 1594, 2º), o de la declaración de causa desierta (art.
140, 2º DC).
El can. 1594 (art. 140 DC) regula la ausencia del actor de la siguiente
manera: «Si en el día y hora señalados para la litiscontestación no com-
parece el actor ni aduce una excusa adecuada: 1º/ el juez lo citará de nue-
vo; 2º/ si el actor no obedece a una nueva citación, se presume que renun-

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262 Carlos M. MORÁN BUSTOS

cia a la instancia, según los cann. 1524-1525; 3º/ si más tarde desea
intervenir en el proceso, cúmplase lo establecido en el can. 1593».
Si atendemos al tenor de este can. 1594 (art. 140 DC), el primer ele-
mento que debe verificarse es la incomparecencia del actor en el día y hora
fijados para la litiscontestación, no habiendo alegado excusa alguna o ha-
biendo dado disculpas fútiles. A diferencia de lo que ocurría en el caso del
demandado, aquí sí se dice expresamente que se proceda a citar por segun-
da vez al actor, citación ésta que realiza el presidente o el ponente de oficio,
sin necesidad de la instancia de la otra parte (privada o pública). Una vez
comprobada la incomparecencia del actor tras la segunda citación, hay
que estar a lo establecido por los cann. 1524 y 1525 referidos a la renuncia
expresa a la instancia (can. 1594, 2º); en concreto, el presidente o el ponen-
te deberá emitir un decreto —suficientemente motivado—, en el que se in-
dique la presunción de renuncia del actor a la instancia (can. 1594, 2º), o
en la que se declare desierta la causa (art. 140, 2º DC).
Tal como se indica expresamente en el art. 140, 2º DC, antes de dar
este decreto, el presidente o el ponente debe informar a la parte deman-
dada —y de actuar también al promotor de justicia—, y debe verificar
cuál es su actitud. Así es, el demandado, que con la presentación de la de-
manda ha sufrido la llamada diffamatio iudicialis, tiene que tener la posi-
bilidad de «decir algo» ante la posterior actitud del actor que se ausenta
del proceso392. Ese «algo» que el demando puede decir es reconducible a
dos actitudes: la primera de ellas es aceptar —o no impugnar— la renun-
cia tácita del actor (can. 1524 §3), en cuyo caso queda desierta la causa,
pues los efectos de la renuncia y de la caducidad son los mismos (can.
1525, art. 151 DC), y se extinguirían las actas «del proceso» —no las «de
la causa», que podrían servir en otro proceso distinto—, manteniéndose
vivo el derecho de acción, y la consiguiente posibilidad de un ulterior
planteamiento de la misma en otro proceso distinto. El decreto que de- Índice
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clara desierta la causa es susceptible de ser recurrido, pues es una deci-


sión que viene a poner fin «al juicio o a una instancia del mismo» (cann.
1618, 1629, 4º).
Al hilo con esta cuestión cabría preguntarse si en estos supuestos de au-
sencia del actor, de renuncia tácita a la instancia, el defensor del vínculo
tiene algo que decir; en mi opinión —y ocurre así también en los supuestos
de renuncia expresa— el defensor del vínculo debe tener una implicación
decisiva, ya que en alguna ocasión se puede utilizar la renuncia como un
mecanismo para liberarse de un determinado tribunal, ello sobre todo en
392.
También el defensor del vínculo tiene «algo» que decir; vid. comentario al art. 150 §2, en
Título VI, IV.3.

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Título V: La introducción de la causa (arts. 114-142 DC) 263

primera instancia, en donde ante una eventual nueva presentación de la


instancia, los tribunales competentes serán aquellos que lo sean en el mo-
mento de la reanudación de la instancia, no el que estaba conociendo de la
causa al momento de presentación de la renuncia393; la actuación del de-
fensor del vínculo oponiéndose a la renuncia de la parte, impediría que se
llevara a cabo esta discutible estratagema procesal, y entraría dentro de su
función ministerial de defender el vínculo, y de hacerlo pro rei veritate; por
esto se explica el que el novedoso art. 150 § 3 DC, que indica que «la renun-
cia debe comunicarse al defensor del vínculo».
La otra actitud que le queda al demandado es oponerse a la renuncia
tácita de la parte actora, e instar —como reconviniente— la nulidad del
matrimonio. El can. 1594 no alude expresamente a esta posibilidad, pero sí
que está implícitamente contenida en la referencia que se hace a los cann.
1524-1525. Durante el proceso de revisión del Código se sugirió que se ex-
plicitara la posibilidad del demandado de pedir que se prosiga el proceso
hasta la sentencia definitiva; la Comisión no aceptó la sugerencia, pues
consideró que la misma estaba sobreentendida por la remisión a los cáno-
nes sobre la renuncia394. El art. 140, 2º DC sí que alude explícitamente a la
posibilidad de que el demandado inste la nulidad del matrimonio, en cuyo
caso actuaría como actor. También prevé el citado art. 140, 2º DC que sea
el promotor de justicia —si actuó como consecuencia de haberse divulgado
la nulidad y no ser posible o conveniente convalidar del matrimonio (can.
1674, 2º, art. 92, 2ºDC)—, quien inste la nulidad del matrimonio.
Una cuestión más. El Código y la Instrucción están pensando en la in-
comparecencia del actor —que presentó la demandada— a la litiscontes-
tación, y es discutible si se puede hablar de una ausencia «sobrevenida»
del actor: para algunos, lo establecido por el can. 1594 respecto a la in-
comparecencia del actor a la litiscontestación se puede aplicar también a
cualquier desobediencia del actor respecto a cualquier otro mandato le- Índice
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gítimo del juez durante el proceso395; en apoyo de esta opinión estaría el


propio art. 142 DC, que no hace distinción entre ausencia del actor y la
del demandado, sino que se limita a indicar que las normas sobre la au-
sencia deben ser aplicadas, con las debidas adaptaciones, «también si la
parte debe ser declarada ausente durante el juicio»396; otros, en cambio,

393.
Cfr. Respuesta de la CPI de 17 de mayo de 1986, en AAS 78, 1986, p. 1324.
394.
Cfr. «Communicationes» 11, 1979, p. 131.
395.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho procesal..., cit., p. 161.
396.
Obsérvese, no obstante, que el art 142 hace referencia en dos ocasiones a «ausencia decla-
rada», y ya hemos indicado que la incomparecencia del actor, a diferencia de la del demandado, no
se declara.

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264 Carlos M. MORÁN BUSTOS

sostienen que sólo se puede entender como renuncia a la instancia la in-


comparecencia del actor a la litiscontestación, pues ésta es la única re-
nuncia tácita que se contempla, ya que cualquier ulterior renuncia del ac-
tor, para ser válida, ha de efectivarla no sólo en forma expresa, sino por
escrito (can. 1524), debiendo ser admitida mediante proveído judicial;
por ello, cualquier desobediencia de la parte actora al mandato legítimo
del juez no puede ser interpretada como renuncia del actor, pues ésta no
puede ser supuesta, ni impuesta, ya que el juez dirige el proceso, pero no
dispone del objeto del mismo397.
Quizás, detrás de esta divergencia doctrinal está la confusión entre el
instituto de la renuncia y el de la caducidad, confusión que está alimenta-
da por la propia normativa actual —de hecho el can. 1594 habla de re-
nuncia a la instancia, mientras que el art. 140, 2º de «causa desierta»—, y
por el hecho de que los efectos son los mismos (can. 1525, art. 151 DC).
Lo que sí hay que evitar es considerar cualquier incumplimiento del actor
de algún mandato del juez como expresión de una voluntad de ausencia,
ya que una cosa es renunciar a la instancia, y otra muy distinta renuncia
a determinados actos del proceso (can. 1524 §1).
¿Qué actos habrá que comunicarse al actor al que se ha presumido
que renuncia a la instancia? El art. 134 DC se refiere a la ausencia del de-
mandado, pero los criterios que se establecen allí son reconducibles al
ámbito de la renuncia del actor: habrá que comunicarle, al menos, el du-
bium y la sentencia definitiva.
Por último, si después de presumida la renuncia del actor a la instan-
cia, finalmente no se hubiera decretado desierta la causa porque el proce-
so hubiera proseguido a instancias de la otra parte, el que fuera actor po-
drá volver a intervenir en el proceso, pero deberá someterse a los mismos
criterios y posibilidades que en el caso del demandado declarado ausente
que desea posteriormente personarse y participar en el proceso (can. Índice
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1594, 3º, art. 140, 3º DC)398.

397.
Cfr. CALVO TOJO, M., Decreto de 9 de noviembre de 1988, en AA.VV., Jurisprudencia ..., cit., p. 441.
399.
Para un análisis de algunas consecuencias económicas derivadas de la incomparecencia
de las partes, y sobre todo para la interesante cuestión de la incidencia de la ausencia de la parte en
la homologación civil de las sentencias canónicas de nulidad del matrimonio vid. MORÁN BUSTOS, C.
M., La parte voluntariamente ausente…, cit., pp. 183-190; allí se ofrece bibliografía al respecto, de la
que nos permitimos destacar la siguiente: BARBER CÁRCAMO, La eficacia civil de la nulidad canónica
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TÍTULO VI
LA CESACIÓN DE LA INSTANCIA
(Arts. 143-154)

I. INTRODUCCIÓN

Todo ordenamiento jurídico contiene un conjunto de normas


regula-doras de la organización, vida y relaciones de los miembros y
entes públi-cos que rigen esa sociedad. La finalidad que esas normas
persiguen es perfectamente compatible con el hecho de que existan una
serie de vulne-raciones, las cuales producen una injusticia. La sociedad
necesita no sólo de un derecho objetivo, sino que también necesita de
un ordenamiento que garantice la justicia de la que cada uno se estima
merecedor. Esos de-rechos subjetivos ignorados o violados no serían
susceptibles de verdade-ra tutela, si, al lesionado por la injusticia, no se le
reconociera titular de un poder inviolable que le habilite a acudir con garantía
de ser escuchado en su reclamación y amparado por quien tiene la
jurisdicción, tras pro-

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270 Carlos M. MORÁN BUSTOS

bar esa situación injusta que afirma padecer. «Ese poder jurídico inviola-
ble de conseguir protección jurídica o tutela de los órganos competentes
instituidos por la sociedad jurídicamente organizada para atender a este
tipo de reclamaciones es lo que en la doctrina jurídica se designa con el
nombre de acción procesal»399.
Ha sido mucho lo que se ha discutido y escrito en torno al tema de la ac-
ción (concepto, naturaleza...)400. Sin entrar en más disquisiciones, nosotros
compartimos aquella concepción que ve la acción como un derecho a la sen-
tencia favorable, un derecho a obtener el restablecimiento de la injusticia su-
frida, a proteger el derecho concreto. Dicho de otro modo, «la posibilidad
ofrecida por el ordenamiento jurídico de obtener de sus órganos jurisdiccio-
nales una decisión vinculante que restaure el injusto perjuicio —pasado, pre-
sente, futuro— de cualquier interés legítimo...cuando tal situación injusta
sea insoluble para los sujetos activos y pasivos de tal enfrentamiento, es de-
cir, se encuentren en una situación de formal contradictorio»401.
Si la acción es el derecho a la sentencia favorable, la pretensión es el de-
recho a la sentencia sobre el fondo. O mejor, la pretensión es «el acto jurídico
formal por el que el sujeto del ordenamiento jurídico, que se estima gravado
injustamente, acude al órgano de justicia en reclamación frente a otro en pe-
tición de tutela jurídica»402. Así formulada, la pretensión incluye tres conteni-
dos distintos: a) afirmación de la acción, es decir, el derecho a una tutela ju-
dicial concreta; b) derecho a un sentencia sobre el fondo de lo pretendido: de
esta forma, el acto de pretender, al tiempo que ejercita los derechos de ac-
ción y al proceso, pone en marcha la actividad del órgano judicial eclesiásti-
co; c) la petición misma: que se declare la nulidad del matrimonio.
La acción hace referencia a un derecho concreto, la pretensión hace
referencia a la protección de los derechos en abstracto. Mientras la ac-
ción es un derecho a la tutela jurisdiccional concreta, la pretensión, que
se mueve en un ámbito más formal y técnico que la acción, es un acto de Índice
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«pretender» dicha tutela, manifestación del derecho fundamental —abs-

399.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., Tutela de los derechos en la Iglesia, en AA.VV., Manual de derecho
canónico, Pamplona 1988, p. 720.
400.
Vid. CABREROS DE ANTA, M., Comentarios al código de derecho canónico, Madrid 1964, vol.
3, pp. 399-404; MORENO HERNÁNDEZ, M., Derecho procesal canónico, Barcelona 1975, pp. 165-166;
POY CHAVARRÍA, J., La reconvención en el proceso canónico, Roma 1995, pp. 47-64, en donde se ofrece
abundante bibliografía sobre la cuestión.
401.
LLOBELL, J., Acción, pretensión y fuero del actor en los procesos declarativos de la nulidad
matrimonial, en «Ius Canonicum» 28, 1987, n. 54, p. 640; DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M. A., Derecho
procesal civil, vol. 1, Madrid 1990, p. 123.
402.
DE DIEGO-LORA, C., Lecciones de Derecho procesal canónico, I. Ad usum privatum, Pamplo-
na 1998, p. 32. Cfr. LLOBELL, J., Acción, pretensión…, cit., pp. 640-641.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 271

tracto— de acceder a los tribunales403. Por último, la demanda es el ins-


trumento jurídico-formal en el que se ejerce la pretensión.
¿Y la instancia? El título VI de la Instrucción Dignitas Connubii lleva
por título «de la cesación de la instancia», sin embargo el término «ins-
tancia» no es utilizado de manera unívoca a lo largo del título, sino que al
mismo se le dan diversos significados, lo que hace que sea necesario pre-
cisar cuál es el sentido que debe tener en cada caso, pues de lo contrario
difícilmente se podrá entender qué es lo que se quiere decir en cada uno
de los artículos de este título VI.
En términos generales podemos distinguir entre un sentido subjetivo
y un sentido objetivo del término «instancia». Desde un punto de vista
subjetivo, la «instancia» significa el derecho al proceso; instar es pedir,
solicitar la intervención de alguien, en nuestro caso del juez. Si hemos di-
cho que la acción es el derecho a la sentencia favorable, el derecho a ver
reconocida la tutela jurisdiccional completa, en un sentido subjetivo, la
«instancia» es el derecho a la actividad jurisdiccional, el derecho a acce-
der al proceso; la «instancia», en este sentido, permite la pretensión, esto
es, el derecho a la sentencia sobre el fondo. Cuando se habla de la caduci-
dad o de la renuncia a la «instancia» normalmente se utiliza este término
en un sentido subjetivo.
Pero el término «instancia» también es utilizado en un sentido objeti-
vo, como sinónimo de proceso o de grado del proceso. En este sentido, la
«instancia» viene a significar un conjunto de actos, de plazos, de formali-
dades...con los que se inicia, desarrolla y termina la relación jurídico-
procesal. En un sentido objetivo, la «instancia» es el tiempo y el recorrido
procesal que se necesita para ver satisfecho ese derecho al proceso y a la
sentencia sobre el fondo («instancia» en un sentido subjetivo y «preten-
sión»). Por ejemplo, cuando el art. 50 §1 indica que «el actor puede re-
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nunciar a la instancia en cualquier fase y grado del juicio», se podría de-


cir que el actor puede «renunciar a la instancia en cualquier instancia»,
pues el conjunto de actos y actuaciones que se realizan a lo largo del pro-
ceso, y también los distintos grados del mismo, vendrían a entrar dentro
del término «instancia» entendido en un sentido objetivo.
Si comparamos este título VI de la Instrucción con el correlativo título III
de la sección I de la parte II del Código nos encontramos con que no existe el
403.
El contenido de este acto (pretensión) es la afirmación de la acción (del derecho a obtener
la tutela jurisdiccional que se pretende) y el ejercicio de un derecho a la sentencia sobre el fondo (Cfr.
DE LA OLIVA, A.-FERNÁNDEZ, M. A., Derecho procesal..., cit., p. 131). LLOBELL, J., Acción, pretensión...,
cit. p. 640: «la pretensión es la posibilidad prevista por el ordenamiento jurídico para solicitar de un
tribunal de justicia el reconocimiento de la acción, sin que se prejuzgue la titularidad de la misma».

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272 Carlos M. MORÁN BUSTOS

paralelo al can. 1517404, canon que indica que «la instancia comienza por la ci-
tación; concluye no sólo por la sentencia definitiva, sino también de otros mo-
dos establecidos por el derecho». Este canon era novedoso respecto al can.
1732 del CIC ‘17, en donde se indicaba que la instancia comenzaba por la litis-
contestación. El CCEO, de modo contrario al CIC ‘83, vino a omitir cuándo te-
nía comienzo la «instancia», con lo que el legislador del Código oriental pasa-
ba de largo sobre la cuestión doctrinal del inicio de la «instancia». Como
acertadamente indica Carreras, es loable la posición tomada por el CCEO
«porque no es la ley positiva quien tiene que determinar cuando tiene comien-
za la instancia, sino que esta tarea presenta más bien un carácter doctrinal»405.
Este mismo ha sido el criterio de la Instrucción, que no ha querido en-
trar en esta cuestión doctrinal del inicio de la instancia, entre otras cosas
porque se corre el riesgo de someterse a serias imprecisiones procesales.
Así, si la «instancia» se toma como «derecho al proceso» no se podría afir-
mar que comienza con la citación del demandado, ya que éste es anterior
a la misma; si tomamos «instancia» en un sentido objetivo, parece eviden-
te que tendría inicio también antes de la citación del demandado, pues
con anterioridad a ese momento se han realizado distintos actos procesa-
les (demanda, aceptación, rechazo, notificación...). A pesar de que no
existe el paralelo al can. 1517, sí que hemos de considerar que también
en el proceso de nulidad matrimonial la citación del demandado produce
los efectos propios de la litispendencia, tal como se indica en el art. 129.
El can. 1517 indica que la «instancia» concluye no sólo por la senten-
cia definitiva, sino «también de otros modos establecidos por el derecho».
Algunos de esos otros modos de conclusión de la instancia a los que se re-
fiere son la renuncia y la caducidad; de ellos trata el título VI, y también
de la suspensión-interrupción de la instancia. A ellos habría que añadir la
transacción judicial, el arbitraje y el compromiso.
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II. LA SUSPENSIÓN-INTERRUPCIÓN DE LA INSTANCIA


(CANN. 1518-1519, ARTS. 143-145)

1. «Suspensión» e «Interrupción»

Los arts. 142-145 utilizan el término «suspensión», sin embargo este tér-
mino en alguna ocasión ha de entenderse como «interrupción». El CIC ‘17
404.
Aunque indirectamente el art. 217, al hablar de las causas incidentales, sí que hace refe-
rencia a que la instancia se inicia con la citación.
405.
CARRERAS DEL RINCÓN, J., Comentario al can. 1517, en «Comentario Exegético...», cit., p. 1251.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 273

distinguía ambos conceptos, sin embargo el CIC ‘83 y la Instrucción han pa-
sado por alto esa distinción, y hablan sólo de «suspender», ello a pesar de
que los cann. 1518 y 1519 y los arts. 143 y 144 hacen referencia a la figura
de la interrupción de la instancia, no de la suspensión de la instancia.
Sin entrar en el análisis detallado de las diferencias entre ambos insti-
tutos406, sí que podemos indicar que la suspensión de la instancia se pro-
duce por actos voluntarios de las partes que determinan la detención de
la tramitación de la cuestión principal, mientras que la interrupción se
produce cuando adviene un hecho jurídico nuevo, producido fuera del
ámbito del proceso —fuera también del ámbito de la voluntad de las par-
tes—, y que afecta a su evolución, produciéndose ciertas consecuencias
mutatorias en el proceso, pues queda afectada de alguna manera la capa-
cidad de las partes o de sus representantes de continuar con el mismo.
Los actos realizados durante la interrupción son nulos —aunque se pue-
dan sanar—, y la reanudación de la instancia no se produce automática-
mente, sino a instancia de la parte.
Ambos institutos se parecen en que vienen a ser circunstancias anó-
malas de un proceso, eventos accidentales del mismo, crisis de la tramita-
ción, produciéndose como consecuencia de ambos una pausa del proce-
dimiento y una dilatación de los términos y de los tiempos de duración407.

2. Interrupción por muerte sobrevenida de las partes y por cese en


el cargo del curador o del procurador (arts. 143-144)

El derecho a la tutela judicial efectiva, siendo un derecho de las partes


—de ambas—, se puede decir que en cierto modo está por encima de
ellas, tal como se refleja en la prescripción del art. 143 (can. 1518). Como
se deduce del contenido de este artículo, el hecho de la muerte acaecida Índice
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durante el curso del proceso, aunque incide en el mismo, no provoca ne-


cesariamente su conclusión, ya que no se extingue el objeto litigioso —se
pone fin al matrimonio, pero no se extingue el saber si el matrimonio fue
válido o no—, y además, pueden existir sujetos que estén interesados en
sustituir al litigante difunto. Muere el cónyuge, pero pervive la acción, y
como tal, lo que se produce es una interrupción de la instancia, hasta que
se dé una sustitución de la parte que ha fallecido.
Si comparamos el can. 1518 y el art. 143, vemos que en éste no se alu-
de —y es absolutamente lógico tratándose de una normativa referida ex-
406.
Cfr. Vid. D’OSTILIO, F., Sospensione o interruzione?, en «Apollinaris» 65, 1992, pp. 224-227.
407.
Cfr. PUNZI, C., L’Interruzione del processo, Milano 1963, p. 31.

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274 Carlos M. MORÁN BUSTOS

clusivamente al proceso de nulidad matrimonial— a quien cesa «en el ofi-


cio por razón del que actúa»408, ni se alude tampoco a quien «cambia de
estado», lo cual, aunque improbable, sí que podría darse en los procesos
de nulidad de matrimonio, ya que podría suceder que, por ejemplo, un
menor cumpliera la edad de 14 años (can. 1478 §3), en cuyo caso se po-
dría producir una situación de interrupción de la instancia en la que se
pudiera deliberar sobre la conveniencia o no de proseguir la causa que
eventualmente hubiera iniciado su tutor409.
Al margen de ello, el artículo hace un distingo según el óbito se pro-
duzca antes o después del decreto de conclusión de la causa. En el primer
supuesto, esto es, si la muerte de uno o de ambos cónyuges adviene antes
de la conclusión de la causa, «la instancia se suspende hasta que solicite
su reanudación el otro cónyuge u otro interesado»; si la muerte se produ-
ce después de decretarse la conclusión de la causa, el juez debe prose-
guirla, citando al procurador o, si no lo hay, al heredero del difunto o a su
sucesor. Al hablar de los sujetos legitimados nos referimos ampliamente a
la legitimación post mortem, limitándonos ahora a destacar que lo que se
produce es una interrupción, no una suspensión, ni un cese definitivo de
la instancia410.
Otro supuesto de interrupción de la instancia es el que recoge el
art. 144: cuando se produce un cese en el cargo de curador o procura-
dor, la instancia queda interrumpida (no «suspendida»). Es obvio que
esta interrupción sólo se produciría cuando la presencia de estos re-
presentantes viniera obligada por la ley procesal. La referencia al cu-
rador es lógica, pues viniendo a suplir las facultades de la inteligencia
y de la voluntad (la capacidad procesal), su cese en el cargo por cual-
quier motivo, hace que la instancia deba interrumpirse, ya que no se
puede continuar con una tramitación en la que una de las partes (o las
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dos) carecen de la capacidad procesal, esto es, de la actitud para reali-


zar actos válidos en el proceso; en este caso, «el presidente o el ponen-
te debe designar cuanto antes otro curador» (art. 144 §2)411, ello si la
parte no lo hace dentro del breve plazo que determinará el mismo juez
(can. 1519 §2).
408.
Con esta referencia el can. 1518 está pensando en los representantes o administradores de
las personas jurídicas, cuyo cese en el cargo u oficio con el que actuaban producía también la inte-
rrupción de la instancia.
409.
Sobre esta cuestión vid. el comentario al art. 97 §3, en Título IV, III. 2.c.
410.
Vid. comentario al art. 94, en Título IV, IV.4.
411.
El art. 101 §2 se refiere únicamente al presidente a la hora de nombrar un procurador o
abogado que sea necesario para la parte, sin embargo el art. 144 §2 alude también al ponente cuando
se trata de sustituir al procurador o abogado que cesó en su cargo.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 275

En el caso del procurador hay que tener en cuenta que su presencia


no es necesaria en las causas de nulidad de matrimonio, de modo que, en
principio, el cese del procurador no provoca la interrupción de la instan-
cia, ello salvo que se trate de un procurador —o de un abogado— nom-
brado por el presidente de acuerdo con el art. 101 §2. En este caso, si se
verifica la situación de necesidad que obliga a nombrar al abogado o al
procurador, y se adviene el cese de éstos, se producirá también la inte-
rrupción de la instancia, sabiendo que el presidente o el ponente pueden
nombrar un nuevo procurador —o abogado— si la parte no lo hace den-
tro del plazo breve que determinará el mismo juez. Para que se produzca
esta situación es necesario que se den los siguientes elementos:
1º. que el cese advenga después de la citación del demandado, ya que
antes la relación procesal no se ha constituido;
2º. debe existir una constitución formal y una situación de cese for-
mal;
3º. debe comunicarse a la parte contraria y al juez.
Además de ello, hay que tener en cuenta que el propio juez, si existe
una causa grave, puede proceder a remover al procurador o al abogado,
bien de oficio, bien a petición de parte (cann. 1486 §1, 1487, 1470 §2, ar-
ts. 108, 109, 46 §2), lo que provocaría la interrupción de facto de la ins-
tancia; ello advendría también si es el propio procurador, quien, comuni-
cándolo a las partes y al juez, renuncia a su cargo.
Como hemos indicado, si no estuviéramos en un supuesto del nom-
bramiento necesario del abogado y del procurador no se produciría la in-
terrupción de la instancia, sin embargo, no se podría proceder ad ulterio-
ra antes de que la parte dejara constancia de su intención de defenderse
por sí misma, o antes de que presentara el nombramiento del nuevo pro-
curador, ello con el fin de que no se privara de su derecho de defensa412. Índice
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3. El art. 145 plantea otros supuestos de suspensión de


la instancia

El §1 de dicho artículo se refiere a aquella suspensión de la tramita-


ción de la causa principal que se produce cuando se plantea alguna
cuestión incidental que haya de abordarse necesariamente antes de que
se resuelva la causa principal; hasta que la causa incidental no se deci-
412.
Cfr. PALESTRO, V., L’Instanza della lite (can. 1517-1525), en AA.VV., Il processo matrimoniale
canonico, Città del Vaticano 1994, p. 550.

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276 Carlos M. MORÁN BUSTOS

da, el proceso quedará suspendido, procediéndose a su reanudación


una vez que la misma se haya resuelto (cann. 1587-1589, art. 217, 219,
222 y 145 §1).
Aunque las causas incidentales serán objeto de un análisis poste-
rior413, sí que hay que decir que éstas pueden surgir a lo largo de todo el
proceso, bien antes de la litiscontestación (por ejemplo relativas a la in-
competencia del juez, la recusación, la admisión de la demanda, la capa-
cidad procesal del actor...), bien después de la misma, en cuyo caso, es-
tando relacionadas con la causa principal en discusión, con la que le une
un nexo de prejudicialidad, deben ser definidas antes de la cuestión prin-
cipal (can. 1589, art. 222).
En todo caso, si se interpone una cuestión incidental que deba ser re-
suelta antes de la causa principal, se debe proceder a la suspensión de la
instancia, término que en esta ocasión viene interpretado en sentido obje-
tivo, ya que lo que se produce, no es una suspensión del derecho al proce-
so, sino una interrupción en la realización de aquellos actos y formalida-
des con las que se desarrolla el proceso principal.
El art. 145 §2 alude a otras dos hipótesis de suspensión de la instan-
cia: a) en primer lugar, cuando se presenta una querella de nulidad con-
tra una sentencia; tratándose de las causas de nulidad de matrimonio, en
las que se necesita doble sentencia conforme para proceder a declarar
dicha nulidad, el supuesto a que se refiere es aquel en el que, existiendo
una primera sentencia, y estando la causa en trámite de apelación, se
presenta querella de nulidad, en cuyo caso habrá de procederse a la sus-
pensión de dicha apelación hasta que se decida la querella de nulidad;
una vez decidida la querella de nulidad se podrá continuar con la apela-
ción; b) la segunda hipótesis a que se refiere el art. 145 §2 es aquella en
la que, estando en tramitación una causa por impedimento de vínculo, Índice
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se pone en duda a la vez, la existencia del vínculo precedente, cuestión


ésta que viene a ser también prejudicial para la anterior, ya que si se
constata la nulidad del vínculo del primer matrimonio, desaparecerá el
objeto de la causa principal. Como se ve, en ambas hipótesis se produce
el fenómeno de la suspensión procesal de la instancia porque, por un
principio de economía procesal —e incluso para evitar pronunciamien-
tos contradictorios—, es necesario proceder al conocimiento de la que-
rella de nulidad y a la validez o no del vínculo precedente antes de seguir
conociendo respectivamente de la apelación o de la causa por impedi-
mento del vínculo.
413.
Vid. Comentario al Título VIII, especialmente el apartado II.4.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 277

4. Efectos de la suspensión y de la interrupción de la instancia

Tanto en el caso de la interrupción como en el de la suspensión, el pri-


mer efecto es la imposibilidad de realizar actos jurídicos, ya que los mis-
mos serían nulos, aunque podrían ser sanados; esto mismo podría decirse,
no sólo de los actos realizados por la parte, también de cualquier acto del
juez que no sea la declaración de interrupción o suspensión de la instancia.
El segundo de los efectos es que, aunque existe litispendencia, quedan
interrumpidos los términos procesales pendientes, de modo que no trans-
curren los términos para la perención, ello a menos que el juez no haya fi-
jado en su decreto términos perentorios para la prosecución de la causa.

III. CADUCIDAD DE LA INSTANCIA (CANN. 1520-1523,


ARTS. 146 Y 149)

1. Noción de caducidad

La caducidad de la instancia es un modo de terminación de la misma


(entendida en el sentido subjetivo) producida por la inactividad injustifica-
da de las partes; esto es, se trata de un abandono real y efectivo del ejerci-
cio del derecho al proceso deducible, no de acciones, sino de omisiones, de
la pasividad de las partes en litigio, de la falta de impulso procesal.
Al interponerse demanda de nulidad, y al procederse a la citación del
demandado, se activa un proceso que debe ir alimentado con el impulso
de su promotor (o de sus promotores). Ahora bien, cuando ésta dinámica
se trunca por la inactividad de quien está llamado a actuar, sólo quedan Índice
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dos hipótesis, o bien permitir que la pasividad se prolongue indefinida-


mente —con lo que de incertidumbre e inseguridad jurídicas comporta—
, o bien activar mecanismos que permitan hacer frente a esa serie conti-
nuada de omisiones; uno de estos mecanismos procesales es decretar la
caducidad de la instancia.

2. Requisitos para decretar la caducidad (arts. 146-147)

El art. 146, que reproduce sustancialmente lo establecido en el can.


1520, fija como requisitos para decretar válidamente la caducidad de la
instancia los siguientes:

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278 Carlos M. MORÁN BUSTOS

1º. La inactividad de las partes: el elemento primero para poder hablar


de caducidad es que ninguna de las partes haya realizado acto pro-
cesal alguno, tanto si es válido como si es inválido. En efecto, aun-
que un acto pudiera ser inválido, sin embargo puede muy bien ser
manifestación de una determinada voluntad de continuar con la
tramitación de la causa, de modo que cabría pensar que el mismo
produce la interrupción de la perención. Hablamos, eso sí, de inac-
tividad de las partes, no de inactividad del juez, ya que ésta no pue-
de producir la caducidad de la instancia, pues este instituto proce-
sal mira a quienes iniciaron el proceso, no al juez. En este sentido,
aun cuando el juez actuara en virtud del can. 1452 §§1 y 2 suplien-
do la negligencia de las partes en la proposición de pruebas o en la
oposición de excepciones, sin embargo esta actuación del juez no
interrumpiría los términos de la perención.
2º. Inactividad prolongada durante 6 meses: este plazo de caducidad,
común a los diversos grados del proceso, comienza a correr el día
en que por disposición de la ley o del juez debería haberse puesto el
acto. No correría el plazo si las partes no realizaron acto alguno,
no porque ellas no quisieran, sino porque el juez se mostró inacti-
vo, viéndose las partes imposibilitadas en la práctica para realizar
actuación alguna; sí corre el plazo, en cambio, si el juez, insta a las
partes a que se cumpla lo que se les ordenó, pero éstas no realizan
actividad alguna (todos estos actos del juez urgiendo la actividad
de las partes no paralizan el tiempo, ni impiden la caducidad).
Para el cómputo del tiempo debe tenerse en cuenta el can. 203, aun-
que sería conveniente que no se tuviera una visión formalista de los
plazos y términos procesales, sino que se atendiera también a las
actitudes de los sujetos llamados a intervenir en el proceso; en este
sentido, y considerando las consecuencias que se producen al de- Índice
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cretar la caducidad de la instancia, es mejor pasarse por exceso que


ser escrupulosos y pasarse por defecto. En este sentido, considérese
que el art. 146 introduce como novedad el que el tribunal deba ad-
vertir a la parte sobre el acto que debería realizar, advertencia que
responde a un intento de evitar la caducidad de la instancia, y las
consecuencias de la misma. Además hay que tener presente que por
ley particular se pueden establecer otros plazos de caducidad, pla-
zos que habrían de ser más largos, nunca más cortos414.
414.
Así, por ejemplo, el Art. 65 de las NRR establece lo siguiente: «si la parte actora, o la más
diligente, no realiza ningún acto procesal a lo largo de un año, mientras no obste algún impedimento,
la instancia caduca ipso iure; y el Ponente lo declara por decreto».

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 279

3º. Que no exista impedimento: hablamos tanto de impedimentos


«de derecho» —situaciones como la interrupción o la suspen-
sión del proceso a las que nos hemos referido—, como impedi-
mentos «de hecho», tan variados éstos como la vida misma. Es
el juez quien debe valorar la legitimidad o menos del impedi-
mento, gozando para ello de discrecionalidad, no de arbitrarie-
dad, ya que debe tener presente las normas comunes del dere-
cho. Estos impedimentos son hechos que no se presumen, sino
que deben demostrarse con argumentos o pruebas convincen-
tes; por esta razón, si el juez considera inexistente o insuficiente
algún impedimento invocado por la parte, a ésta —para probar
que existió un verdadero impedimento que no le dejó actuar du-
rante ese tiempo— sólo le queda recurrir al Colegio, e incluso al
tribunal superior, ya que la caducidad viene a poner fin al juicio
(can. 1618).
4º. Debe declararse (art. 147, can. 1521): aunque el decreto de caduci-
dad no es constitutivo, sí que hay proceder a declararla, siendo
ello competencia exclusiva del juez (del presidente o ponente); en
caso contrario, y aunque la caducidad se produce ipso iure, en la
práctica no tendría efecto para las partes, ya que éstas lo ignora-
rían. Como hemos indicado, este decreto del juez es susceptible
de ser recurrido: si se dictó el decreto no existiendo las condicio-
nes legales para ello el juez se excedió en sus competencias, exce-
so del que se deriva una lesión del derecho a la tutela judicial
efectiva y del ius defensionis de las partes, motivo por el cual pue-
de ser recurrido ante el juez o ante el Colegio.

3. Naturaleza procesal de la caducidad


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La caducidad la produce la ley, no el decreto del juez declarándola


(los requisitos anteriormente indicados han sido fijados por la ley, y es
ésta la que determina la caducidad). El centro de gravedad de la caduci-
dad no está en las partes —pues estaríamos ante una situación de renun-
cia formal a la instancia—, ni está tampoco en la actuación unilateral del
tribunal —lo que supondría una violación de derechos subjetivos o de
principios procesales—, sino que responde exclusivamente a una deter-
minación de la ley, la cual, a su vez, responde a criterios de seguridad ju-
rídica, de diligencia en la tramitación y resolución de los litigios...
La caducidad, que se produce ope legis, tiene lugar ipso iure y frente a
todos, también frente a las partes materiales cuando éstas sufrieron la in-

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280 Carlos M. MORÁN BUSTOS

actividad procesal de sus representantes legales; en estos casos, y a pesar


de que las partes no son los responsables directos de la falta de diligencia
procesal, sin embargo también les afecta a ellos la inactividad de sus re-
presentantes, quedando siempre a salvo el derecho a pedir indemnizacio-
nes a los tutores, curadores o procuradores (can. 1521).
Por tanto, una vez verificados los requisitos exigidos por este instituto
procesal, el juez debe proceder a declarar esa caducidad que se produce
ipso iure; si no actúa de esta manera el juez incumple una obligación pro-
cesal.

4. Efectos de la caducidad (arts. 148-149, 152 y 19)

La caducidad extingue las actas del proceso, pero no las de la causa,


que podrán tener eficacia también en una nueva instancia para la decla-
ración de nulidad del mismo matrimonio (art. 148, can. 1522).
Actos procesales son todos aquellos que realizan las partes y el juez a
lo largo del proceso, los cuales, una vez que tienen la firma del notario
que hace fe pública de ellos, se llaman actas415. Estas actas, si se relacio-
nan con el modo de proceder —citaciones, intimaciones, notificaciones,
decretos de publicación...— se llaman «actas del proceso», y si se relacio-
nan con el mérito de la controversia —declaraciones de las partes, decla-
raciones de los testigos, documentos, pericias, pruebas documentales,
sentencia, sentencia interlocutoria— se llaman «actas de la causa».
La caducidad extingue las «actas del proceso», que ya no tendrán va-
lor en otra instancia en la que pudiera volver a plantearse la causa, lo que
significa que habría que realizar nuevamente esos actos procesales. Aho-
ra bien, las «actas de la causa» no se extinguen con la caducidad, ya que
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ésta no puede cancelar la verdad de los hechos; por ello, esas actas de la
causa pueden tener eficacia en una nueva instancia que se abra, siempre
que ésta tenga que ver con las mismas personas y con el mismo objeto de
la instancia caducada.
La caducidad extingue todos aquellos actos relacionados con la forma
de proceder, pero no extingue la acción, por ello, los actos de la causa no
se extinguen. Esto no significa que en una nueva instancia para la decla-
ración de nulidad del mismo matrimonio no se pueda proceder a repetir
nuevas declaraciones, nueva prueba documental y pericial..., ya que ello
depende del ejercicio del ius probationis.
415.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho..., cit., p. 145.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 281

Las causas de nulidad de matrimonio, que no pasan a causa juzgada


(can. 1643, art. 289), no se ven sujetas a la prescripción de la acción (can.
1492), tampoco cuando media la caducidad. Por tanto, a pesar de decre-
tarse la caducidad por inactividad de las partes durante seis meses —no
existiendo impedimento para ello—, éstas siguen teniendo acción, siguen
siendo titulares de ese derecho a una sentencia favorable, y también de
ese derecho al proceso que permita conocer de quién es la acción.
Una cuestión que se plantea es qué tribunal es el competente para co-
nocer esa nueva instancia para la declaración de nulidad del mismo ma-
trimonio. De acuerdo con los arts. 152 y 19416, en caso de caducidad —y
también en caso de renuncia—, la causa se podrán introducir siguiendo
los siguientes criterios: si la caducidad se produjo antes de la sentencia
definitiva de la primera instancia, la causa deberá reanudarse ante el juez
competente al momento de la reanudación, no ante el que la conoció en
la instancia anterior concluida por caducidad (art. 19 §1)417; si la caduci-
dad se produce en apelación (can. 1635 y 1643), la reasunción de la ins-
tancia habrá de hacerse ante el juez de apelación, ello salvo cuando la
apelación se hubiera interpuesto fuera del plazo, en cuyo caso se apela al
juez a quo, pidiendo la transmisión de las actas al tribunal competente de
apelación418; si la caducidad se declara estando tramitándose la causa en
la Rota Romana, será éste el tribunal competente para conocer de una
eventual presentación de nueva instancia (art. 19 §2)419.
Por lo que a los gastos se refiere, cada una de las partes se hará cargo
de los que haya realizado en la instancia caducada; esta disposición del
can. 1523 es repetida en el art. 149, en el que se añade: «a no ser que el
juez disponga otra cosa por causa justa» (art. 149).

IV. RENUNCIA A LA INSTANCIA (CANN. 1524-1523, ARTS. 150-151) Índice


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1. Noción de renuncia a la instancia

La renuncia a la instancia es la manifestación de voluntad de la parte


actora por la que considera terminado el litigio sin esperar a un pronun-
416.
Vid Título I, II.2.2.D.
417.
Cfr. PALESTRO, V., L’istanza..., cit., p. 557, nota 41; allí se hace referencia a la respuesta de
la CPI, de 17 de mayo de 1986 (AAS 78, 1986, p. 1324).
418.
Cfr. Ibidem, p. 558.
419.
Ello salvo que la Rota Romana estuviera conociendo gracias a una comisión de competen-
cia otorgada por el tribunal de la Signatura apostólica, en cuyo caso deberá solicitar una nueva co-
misión a dicho tribunal (art. 84 &2 de las NRR).

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282 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ciamiento sobre el mérito. La renuncia a la instancia es una facultad que


corresponde exclusivamente al actor en cualquier grado del juicio, no al
demandado, ya que es aquél —en cuanto dominus litis— el que activa el
proceso presentando la demanda y solicitando del tribunal un pronuncia-
miento sobre el fondo; ello no obstante, en segundo o ulterior grado de
juicio la denuncia puede ser realizada también por el demandado, siem-
pre que haya interpuesto y proseguido la apelación.
Teniendo en cuenta que en el proceso se ven involucrados otros suje-
tos, fundamentalmente el demandado, la posibilidad del actor de renun-
ciar a la instancia no es absoluta, sino que la misma depende de la concu-
rrencia de diversos factores. En primer lugar, hay que considerar el
estado o el grado del juicio del que nos encontramos. Así, si todavía no se
ha producido la citación del demandado, la renuncia a la instancia del
actor debería ser aceptada necesariamente por el juez, que daría por con-
cluido el proceso; si ya se ha procedido a citar al demandado, ya está ins-
taurada la relación jurídico-procesal, de modo que la parte demandada
tiene algo que decir, y ello porque también tiene derecho a obtener una
sentencia sobre el fondo; por esta razón el consentimiento del demanda-
do será necesario, bien de manera explícita o bien implícita (si acepta la
renuncia, o si no la impugna).
En las situaciones de litisconsorcio voluntario activo, y dado que cada
litisconsorte goza de libertad y de independencia de actuación procesal
—lo que implica que de los actos que cada uno de ellos realiza en el pro-
ceso, sólo pueden derivarse consecuencias favorables o perjudiciales
para quien las realizó—, cada uno de los cónyuges es libre para renunciar
a la instancia, aunque si la misma no es efectuada por los dos — esto es, si
uno de ellos quiere continuar con la tramitación normal— la instancia se-
guirá tramitándose, no pudiendo ser admitida por el juez.
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En el caso de que el actor fuera el promotor de justicia, de acuerdo con


el art. 92, 2º (can. 1674, 2º), consideramos que las posibilidades de renun-
ciar a la instancia son menores, sobre todo si las condiciones que posibilita-
ron su actuación —nulidad divulgada e imposibilidad o inconveniencia de
convalidar el matrimonio— tienen una base sólida; esa renuncia por parte
del promotor de justicia vendría a chocar con la obligación que tiene insti-
tucionalmente conferida de proteger, promover, defender y tutelar el bien
común, el cual se vería dañado seriamente si el promotor de justicia no so-
licitara la nulidad del matrimonio, o si, habiéndola solicitado, renunciara a
la instancia. En caso de que las condiciones que posibilitaron su actuación
se fueran debilitando en el curso de la tramitación, entonces sí que el pro-
motor de justicia tendría el mismo derecho a renunciar a la instancia.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 283

2. Renuncia a la instancia y renuncia a todos los actos del pro-


ceso o a algunos (art. 150 §1)

Ya hemos indicado que la renuncia a la instancia es privativa del actor,


sin embargo el art. 150 §1 (can. 1524 §1) habla también de la posibilidad
que tienen tanto el actor como el demandado de renunciar a los actos del
proceso pedidos por ellos mismos, ya sea a todos, ya sea a alguno de ellos.
La renuncia a la instancia conlleva implícita la renuncia a los actos, pero la
renuncia a algunos actos hecha por el actor y por el demandado, y la re-
nuncia a todos los actos hecha por el demandado, no conlleva la renuncia a
la instancia; la renuncia a todos los actos realizada por el actor sí que equi-
vale, en el fondo, a la renuncia a la instancia (y a un desistimiento).
Dentro de esos «actos del proceso» a los que se refiere el art. 150 §1,
quedan incluidos tanto las actas «del proceso» como las actas «de la cau-
sa», esto es, tanto aquellos actos de naturaleza procedimental, como
aquellos de naturaleza sustancial-material: el actor y el demandado pue-
den renunciar a actos como por ejemplo pedir una prueba pericial, apor-
tar un documento, solicitar la deposición de un testigo, o también pueden
renunciar a que se realice una determinada citación, o que se dé traslado
de un determinado acto judicial.… La renuncia puede ir referida tanto al
futuro, como respecto al pasado, aunque en relación a los hechos y a las
actuaciones procesales practicadas hay que tener en cuenta, tanto el
principio de preclusión, como el hecho de que el objeto del proceso de-
clarativo de nulidad del matrimonio no es pacticio, lo que implica que se
tenga cuidado a la hora de aceptar o admitir renuncias a determinados
actos del proceso (sobre todo a determinadas de la causa).

3. Condiciones de validez de la renuncia (art. 140, 2º y 150 §2) Índice


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La renuncia puede ser expresa y tácita o presunta. Es tácita la renuncia


que se debe, no a una manifiesta voluntad de renunciar explícitamente tema-
tizada, sino la que es consecuencia de una negligencia en el actuar, lo que
provoca el transcurrir de los términos perentorios establecidos y la consi-
guiente perención. Esta situación de renuncia tácita se puede producir tam-
bién en los supuestos del can. 1594, 2º (art. 140, 2º), de hecho expresamente
se indica que si, en el día y hora señalados para la litiscontestación, no com-
parece el actor —o el procurador—, ni aduce una excusa adecuada, ni obe-
dece a una nueva citación, «se presume que renuncia a la instancia, según
los cann. 1524-1525». La renuncia tácita puede referirse a determinados ac-
tos procesales, no ejecutados dentro del término perentorio establecido, en

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284 Carlos M. MORÁN BUSTOS

cuyo caso el juez puede proceder ad ulteriora, o también a instancia de parte


o de oficio, puede declarar la desertio de la parte que ha incumplido los pla-
zos; en el caso que la parte negligente quisiera invocar la existencia de un
impedimento, le corresponde al juez valorarlo una vez oídas las partes de la
causa; si existiera oposición, surgiría una cuestión incidental.
Cuando la renuncia es expresa ha de someterse a las condiciones de
validez que establece el art. 150 §2 (can. 1524 §3):
1º. Ha de realizarse por escrito y ser firmada por el renunciante: nadie
puede suplir la voluntad del renunciante, y el modo de verificar
esta voluntad es la constancia de la misma por escrito la autenti-
cación de la firma; en caso de que la parte actúe con procurador,
éste necesitará de mandato especial para poder renunciar a la
instancia, o a todos o a unos actos del proceso; en el caso de la ac-
tuación del curador supliendo la capacidad procesal de la parte,
o en caso de presencia del tutor, se necesitará dejar constancia de
la certeza de la voluntad renunciadora de la parte, ya que a ella
corresponde el derecho de acción.
2º. Debe notificarse a la otra parte: una vez instaurada la relación ju-
rídico procesal, lo que ocurra en el desarrollo del proceso no
compete únicamente a una parte, sino que atañe a ambas —es un
acto bilateral—, por ello, la voluntad de renunciar a la instancia
debe ponerse en conocimiento de la otra parte —también al pro-
motor de justicia si interviniera, y al defensor del vínculo—, a la
que hay que dar un tiempo prudencial para que pueda responder.
El demandado, que con la presentación de la demanda ha sufrido
la llamada diffamatio iudicialis, tiene que tener la posibilidad de
oponerse a la renuncia del actor, y para ello ha de tener noticia de
la misma.
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Al igual que indicamos al hablar del renunciante, si la otra parte


actúa con procurador, o tiene un tutor o un curador, éstos no po-
drán aceptar válidamente la renuncia si no han recibido un man-
dato especial para realizar la renuncia y/o para aceptarla, no
siendo válido para tales efectos el mandato general para litigar
otorgado y recibido.
La notificación que se haga a la otra parte deberá establecer un
término para proceder a aceptar o rechazar la renuncia, teniendo
presente que el silencio de la otra parte puede ser interpretado
como una aceptación tácita de la renuncia.
En muchos supuestos de renuncia a la instancia por parte del ac-
tor, y también por parte del apelante —sea actor o demandado—,

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 285

el defensor del vínculo debe tener una implicación decisiva, ya


que en alguna ocasión se puede utilizar la renuncia como un me-
canismo para liberarse de un determinado tribunal, ello sobre
todo en primera instancia, en donde ante una eventual nueva pre-
sentación de la instancia, los tribunales competentes serán aque-
llos que lo sean en el momento de la reanudación de la instancia,
no el que estaba conociendo de la causa al momento de presenta-
ción de la renuncia420; la actuación del defensor del vínculo opo-
niéndose a la renuncia de la parte, impediría que se llevara a
cabo esta discutible estratagema procesal. Por esto se explica el
que el novedoso §3: «la renuncia debe comunicarse al defensor
del vínculo, sin perjuicio de los dispuesto en el art. 197».
Un apunte más. No parece que la aceptación de la otra parte sea
necesaria en los casos de renuncia de algún acto que interesa sólo
al renunciante (por ejemplo la renuncia que hace el actor o de-
mandado a la prórroga del plazo para presentar un determinado
escrito, o la renuncia a un testigo421…).
3º. Ha de ser admitida por el juez: la renuncia debe ser admitida for-
malmente por el juez; este decreto es constitutivo —no es simple-
mente declarativo—, por ello es un requisito de validez y de efica-
cia de la renuncia; este decreto debe ser comunicado a las partes
—también a aquella que no la impugnó, lo que se interpretó
como una aceptación tácita—, también al defensor del vínculo y,
en su caso, al promotor de justicia.

4. Efectos de la renuncia (art. 151)

De acuerdo con el art. 151 (can. 1525), la renuncia admitida por el Índice
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juez produce sobre los actos a los que se hubiera renunciado los mismos
efectos que la caducidad de la instancia422.
420.
Cfr. respuesta de la CPI de 17 de mayo de 1986, en AAS 78, 1986, p. 1324.
421.
Aunque hay que recordar que el art. 197, que permite que la parte que presentó un testigo
pueda renunciar a su examen, faculta también a la otra parte y al defensor del vínculo para que, pese
a todo, puedan pedir que se le oiga.
422.
Esta afirmación, en realidad, sólo es válida para la renuncia a la instancia del actor —y la
renuncia a todos los actos que hace también el actor, ya que ésta es equiparable a la renuncia a la ins-
tancia—, no necesariamente para el resto de renuncias (a todos los actos o a alguno de ellos): así, no
se puede afirmar que la renuncia a algún acto del actor o de demandado pueda tener los efectos que
vimos tenía la caducidad, en concreto, la extinción de las actas que sean del proceso, pues sin algu-
nas de ellas el proceso no podría configurarse con tal proceso; igual reflexión cabría hacer en el caso
de la renuncia a todos los actos de proceso hecha por el demandado.

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286 Carlos M. MORÁN BUSTOS

En este sentido, al igual que distinguíamos entre caducidad de la ins-


tancia y caducidad de la acción, también debemos establecer un distingo
entre renuncia a la instancia y renuncia a la acción. La renuncia a la ins-
tancia equivaldría a renunciar al ejercicio del derecho a una sentencia fa-
vorable, o a renunciar al derecho de litigar sobre el derecho subjetivo que
la apoya; esta renuncia a la acción no necesitaría de aceptación, ya que
cualquiera es libre para ejercer o no un derecho de acción y para, en vir-
tud de ello, proseguir o no en juicio. Por el contrario, la renuncia de la
instancia no llevaría consigo otra cosa que desistir y salirse del proceso
en curso, manteniéndose vivo el derecho de acción, y la consiguiente po-
sibilidad de un ulterior planteamiento de la misma en otro proceso distin-
to.
En este sentido, la renuncia a la acción es de mayor trascendencia que
la renuncia a la instancia, en cuanto que en la primera, no es la demanda
únicamente la que se ve afectada, sino el propio derecho subjetivo que
sirve de sustrato a la acción, derecho que se pretendía defender en el pro-
ceso, pero a cuya defensa se ha renunciado. En el caso de la renuncia a la
instancia, como sigue en pie el derecho de acción, cabe siempre promo-
ver el juicio, sin que el demandado esté facultado para oponerse a ello ha-
ciendo valer el abandono anterior423.
Por último, si se decreta la admisión de la renuncia, se obliga al re-
nunciante a correr con los gastos que se hubieran realizado (can. 1525), a
no ser que el juez, por causa justa, disponga otra cosa» (este añadido del
art. 151 es novedoso).

V. SUSPENSIÓN DE LA CAUSA ANTE LA DUDA DE INCONSU-


MACIÓN (ARTS. 153-154, CAN. 1681)
Índice
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1. Ubicación sistemática novedosa

Una de las novedades de la Dignitas connubii es la alusión a la posible


suspensión de la tramitación de una causa de nulidad en caso de que sur-
jan dudas sobre la consumación del matrimonio dentro del título a la ce-
sación de la instancia.
Si lo comparamos con el can. 1681 de Código, fácilmente nos percata-
mos de la diferente ubicación de los arts. 153 y 154 de la Instrucción: el
423.
Esto tiene especial relevancia en las causas sobre el estado de las personas —y las causas
de nulidad de matrimonio lo son—, ya que este tipo de causa no pasan a cosa juzgada (can. 1643, art.
289 §1).

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 287

Código habla de esta posibilidad dentro del los cánones referidos al pro-
ceso de nulidad de matrimonio, y lo hace dentro del subtítulo «de la sen-
tencia y de la apelación»424; la ubicación del Código es más lógica si se
parte de un punto de vista material, pues la posibilidad de seguir la vía
administrativa de la dispensa del matrimonio rato y no consumado se
abrirá normalmente una vez que se haya realizado la instrucción de la
causa —no siempre será así, sobre todo si la inconsumación es clara des-
de el inicio del proceso—, sin embargo la sistemática de la Instrucción es
más precisa si se tiene en cuenta el efecto procesal que se produce en el
proceso jurídico ya en curso425.

2. Naturaleza procesal de la suspensión de la causa en caso de


dudas sobre la consumación

Aunque sorprendente, no es erróneo considerar como suspensión de la


causa el fenómeno que se produce cuando, en el curso de un proceso de nu-
lidad, aparecen dudas probables de la inconsumación del matrimonio; pro-
cesalmente hablando, la situación que se origina en el supuesto descrito no
es distinta de la que prevé el art. 145 §2 (la suspensión de la instancia que se
produce cuando, en la tramitación de una causa por impedimento de víncu-
lo, se pone en duda a la vez la existencia del vínculo precedente). Al igual que
en este supuesto, la existencia o no del hecho es anterior al inicio del proce-
so, aunque el conocimiento del mismo sea sobrevenido, es decir, se ponga
«en la mesa» del proceso una vez que éste está caminando.
Algún autor habla de extinción de la instancia426, otros hablan de una
situación parecida a la originada con las sentencias interlocutorias o de-
cretos que tienen fuerza definitiva porque ponen fin al procedimiento
(can. 1618)427; sea como fuere, lo cierto es que el decreto del tribunal pro- Índice
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424.
El CIC ‘83 cambió también la ubicación sistemática del CIC ‘17; en efecto, el antiguo can.
1963 §2, que hacía referencia a este fenómeno de cambio de la vía judicial por la vía administrativa
de la dispensa del matrimonio rato y no consumado, estaba ubicado dentro del capítulo dedicado a la
determinación del fuero competente, pues consideraba que si se producía esta situación, se daba un
verdadero cambio de fuero; en realidad lo que ocurría era algo más que un cambio de fuero, de he-
cho se producía un verdadero cambio del orden jurisdiccional (de la potestad judicial a la adminis-
trativa). La ubicación sistemática de la Provida Mater Ecclesia es muy parecida a la que hace el CIC
‘83, pues el art. 206 estaba dentro del título dedicado a la sentencia.
425.
Quizás lo único que no sería preciso es el encabezamiento del propio capítulo: en lugar de
«…en caso de duda sobre la inconsumación», habría que decir «…en caso de duda sobre la consuma-
ción», pues solamente en este supuesto se podría posibilitar lo que establece el artículo 153; no es
igual dudar de un hecho, que de su contrario.
426.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho..., cit., p. 150.
427.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., Comentario al can. 1681, en «Comentario Exegético…», cit., p. 1902.

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288 Carlos M. MORÁN BUSTOS

voca la «suspensión» de la tramitación judicial de la causa, suspensión


que tiene un carácter y un efecto extintivo, aunque si tras la tramitación
administrativa no se consigue la dispensa se podrá «retomar» la vía judi-
cial428. Hablamos de efecto extintivo respecto de la vía judicial, no respec-
to de las actas, ya que éstas no son archivadas, sino que seguirán siendo
utilizadas por el tribunal, aunque con finalidad distinta. En el art. I.e de
las Normas de la Instr. Dispensationis matrimonii de 1972429 ya se decía
que no se trataba de una suspensión de la causa de nulidad, sino que la
decisión de cambiar supone un nuevo modo de proceder, pues se pasa de
la vía judicial a la vía administrativa, no existiendo entre ambas vías más
en común que la conservación del valor de los actos de prueba, que ha-
brán de ser tenidos en cuenta por el nuevo orden jurisdiccional. En ade-
lante, lo que el tribunal realice como instructor se centrará exclusiva-
mente en el tema de la no consumación, mientras que el objeto procesal
de la causa de nulidad queda abandonado, no simplemente suspendido.

3. Requisitos para la suspensión y el cambio jurisdiccional


Los arts. 153 y 154 (y el can. 1681) nos sitúan ante la posibilidad de ini-
ciar un procedimiento para obtener la dispensa que tiene como precedente
inmediato un proceso de nulidad del matrimonio, en el cual, el tribunal com-
petente que venía conociendo la causa decide que la instancia se paralice,
para dar paso a la vía administrativa, vía que con la que se pretende pedir a
la Santa Sede la dispensa de ese matrimonio rato y no consumado.
Para que esto se lleve a caso se precisan de unos requisitos:
1º. Consentimiento de las partes: teniendo en cuenta que el proceso
de nulidad de matrimonio está basado en el principio de iniciati-
va de las partes y de justicia rogada (cann. 1501 y 1504, 1º, arts.
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114 y 116 §1)430, parece lógico que el cambio jurisdiccional del


428.
Si se concede la dispensa lo normal es que los cónyuges no se vuelvan a preocupar de la
nulidad de su matrimonio. En caso de que no se conceda la dispensa, o en el supuesto de que uno de
los cónyuges no esté de acuerdo con la misma y siga pretendiendo la nulidad, y como los efectos de la
dispensa y de la nulidad son distintos —los primeros se producen ex nunc, es decir, desde el momen-
to de la dispensa, los de la nulidad ex tunc, esto es, desde el momento de la celebración del matrimo-
nio—, no parece que exista problema alguno para que, a petición de parte, se pueda reanudar la cau-
sa de nulidad; en este sentido se podría asemejar esta situación a la que se produce tras la
suspensión-interrupción de la instancia, e incluso a la que se produce cuando se desea continuar la
tramitación de una causa cuya caducidad fue declarada.
429.
Cfr. AAS 64, 1972, pp. 242-252.
430.
Sobre esta cuestión existe una respuesta del Pontificio Consejo para la Interpretación de los
Textos Legislativos que aclara los términos de este acuerdo de las partes, su efecto... (Risposta a tre ques-
tioni circa l’interpretazione della clausola “de consensu partium” del can. 1681 CIC, en www.vatican.va).

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 289

art. 153 (can. 1681) también se base en dicho principio, de hecho


es inconcebible sin la voluntad de las partes, o contra su volun-
tad. Por ello, se dice en el §1 que se requiere la petición inicial «de
ambas partes o de una de ellas», y el consentimiento de las dos.
Téngase en cuenta que estamos ante una dispensa, ante una gra-
cia que, en cuanto tal, debe ser pedida por las partes. Algunas
precisiones:
a) la iniciativa tiene que partir de las partes, pero también el tri-
bunal, que conoce mejor esta posibilidad —y el modo de arti-
cularla— puede informar e instar a las partes a que inicien la
vía administrativa de la dispensa super rato, aunque deberá
respetar la libertad de las partes de seguir o no esta vía;
b) lo que decimos de las partes es aplicable al defensor del vín-
culo, tanto en lo que se refiere a la iniciativa en la petición,
como a la hora de dar su consentimiento;
c) los dos —y el defensor del vínculo— tienen que consentir, no
pudiendo producirse el cambio jurisdiccional sobre la negati-
va de una de las partes; en este sentido, con carácter novedo-
so el §4 del art. 153 indica que «si una parte se niega a dar el
consentimiento indicado en el §1, se le debe advertir de las
consecuencias jurídicas de su negativa»431;
d) consideramos que se podrá producir este cambio, no sólo so-
bre la base de un consentimiento positivo expreso, también
en supuestos de consentimiento tácito (por ejemplo, si una de
las partes no dice nada ante la petición de la otra)432;
e) la manifestación de voluntad de las partes tiene un triple mo-
mento: el instar la suspensión de la tramitación, al consentir
en ello, y al momento —una vez producida la instrucción por
el tribunal— de pedir la dispensa al Santo Padre.
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2º. La existencia de una duda muy probable de que no se ha producido


la consumación: no puede ser una simple posibilidad, sino que
debe existir una probabilidad alta de que no existió consumación,
ya que de lo contrario no tiene sentido embarcarse en un nuevo
431.
Esta curiosa advertencia tiene carácter de amonestación, aunque no logramos ver cuáles
pueden ser las consecuencias jurídicas de la negativa al cambio jurisdiccional, La única consecuen-
cia que se puede derivar es que la causa de nulidad no prospere, lo cual, dependiendo de la posición
adoptada por la parte será positivo o negativo para sus intereses; además se estaría prejuzgando la
causa si el juez hiciera alguna indicación al respecto a la parte; por último, esas consecuencias jurídi-
cas no van ligadas a la negativa de la parte, sino a situación fáctica que sirve de base al proceso judi-
cial incoado.
432.
En la citada respuesta del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos legislati-
vos se ha admitido este consentimiento tácito.

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290 Carlos M. MORÁN BUSTOS

procedimiento encaminado a pedir una gracia sobre la base una


realidad que no la posibilita; en la práctica esta duda, sobre todo
si surge tras la instrucción de la causa de nulidad, tendrá bases
sólidas de verosimilitud y certidumbre.
Esta duda puede surgir en cualquier tipo de proceso de nulidad,
por cualquier causa: el CIC ‘17 sólo se podía producir este cam-
bio jurisdiccional en los procesos de nulidad en los la causa fuera
por impotencia; el art. 206 §2 de la Provida Mater Ecclesia habla-
ba ya también de otros supuestos de falta de consentimiento, de
coacción, de miedo…433; el CIC ‘83 y la Instrucción extienden
esta posibilidad a todo tipo de supuestos.
Obviamente, la duda tendrá mayor o menos consistencia en fun-
ción de las pruebas sobre las que se sostenga; así, si el «argumen-
to físico» no puede ser invocado, ni tampoco el argumento «per
coarctata tempora», o si el «argumento moral» el muy débil, difí-
cilmente la duda estará fundada, al menos no tendrá la consisten-
cia como para proceder a suspender la nulidad en curso. Esto nos
lleva al siguiente requisito.
3º. Es potestativo del tribunal la suspensión de la causa: es el tribunal
el que ha de ponderar la probabilidad o no de la consumación, la
consistencia objetiva de la duda, la verosimilitud de la inconsu-
mación. En este sentido hay que recordar que la decisión es po-
testativa del tribunal —«tribunal potest» dice el art. 153 §1—, no
viéndose obligado por la petición de las partes; el tribunal goza
de discrecionalidad, aunque ésta es distinta de la arbitrariedad,
por ello debe motivar el cambio de jurisdicción, y también debe-
ría motivar la negativa al mismo; en todo caso, la discrecionali-
dad del tribunal tiene como límites de actuación la solidez de la
duda, las pruebas y argumentos en que se sostiene… Índice
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4º. El decreto del tribunal colegial: el tribunal debe dar un decreto


suspensorio de la causa de nulidad, decreto que ha de ser motiva-
do, y que ha de comunicarse a las partes, también al defensor del
vínculo; a partir de ese momento, ese tribunal seguirá actuando;
433.
Art. 206 §2 de la Provida Mater Ecclesia: «cuando se trate de otro capítulo de nulidad (p. ej.
de falta de consentimiento, de coacción y miedo…) y a juicio del colegio no pueda demostrarse la nu-
lidad del matrimonio, pero surgiere incidentalmente duda muy probable de no haberse seguido la
consumación del matrimonio, en ese caso es potestativo de una o de ambas partes dirigir un escrito
al Romano Pontífice, pidiendo dispensa sobre matrimonio rato y no consumado; y el presidente o el
instructor tiene derecho a instruir la causa conforme a las normas determinadas en las mismas Re-
glas. Después se enviarán a la S. Congregación todos los autos, juntamente con el voto del Obispo y
las observaciones de arriba se ha hecho mención».

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 291

ahora bien, aunque sea el mismo el órgano que instruye ambos


procedimientos —el mismo tribunal (art. 153 §2)—, sin embargo,
éste no actúa ya como un órgano de la potestad judicial, sino
como un órgano de la potestad administrativa. Aunque no se dice
nada expresamente el art. 153, ni en el can. 1681, el tribunal de-
berá seguir siendo colegial: si era colegial el tribunal que conoció
del proceso de nulidad del matrimonio —y es la norma general
de acuerdo con el art. 30 §1 y el can. 1425 §1, 1º— también lo
será el tribunal que instruye el procedimiento de matrimonio rato
y no consumado; si excepcionalmente —de acuerdo con el art. 30
§3 y can. 1425 §4, o incluso en los procesos documentales (cann.
1686-1688, arts. 295-299)— el juez que conocía era unipersonal,
se podrá entender que él mismo puede dictar el decreto de cam-
bio jurisdiccional, aunque quizás sería conveniente que se hiciera
ayudar de un asesor especialista en estos procedimientos super
rato.
Una consecuencia del decreto del tribunal es el automandato de ini-
ciar la instrucción del procedimiento super rato, instrucción que no será
judicial-procesal, sino administrativa. Esto significa que en este nuevo
procedimiento no existirán determinados derechos estrictamente proce-
sales, por ejemplo, no hay publicación de las actas (can. 1703 §1), ni po-
drán los abogados exigir los derechos procesales del can. 1678 (no po-
drán exigir el derecho a asistir al examen de las partes, ni de los testigos,
ni de los peritos, ni podrán conocer los documentos presentados por las
partes…). Todo ello en parte es consecuencia también de la eliminación
del contradictorio procesal, pues no hablamos de un procedimiento con
dos partes enfrentadas, sino que estamos ante un procedimiento tendente
a elevar a la sede apostólica una petición de dispensa que realizará uno o
ambos cónyuges, y que ser favorable terminará, no con una declaración Índice
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de nulidad, sino con una decisión de la suprema autoridad de la iglesia


que tiene un carácter disolutorio.

4. Breve referencia al procedimiento a seguir434

Aunque ya nos hemos referidos a algunas pautas procedimentales,


una vez que se decreta el cambio jurisdiccional, el mismo tribunal proce-
434.
Cfr. MARCHETTA, B., Scioglimento del matrimonio canonico per inconsumazione, Padova
1981; LÓPEZ ZARZUELO, L., El proceso canónico de matrimonio rato y no consumado, Valladolid 1991;
ID., La carta circular «de processu super matrimonio rato et non consumato». Texto y comentario, en
«Revista Española de Derecho Canónico» 45, 1988, pp. 557ss.

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292 Carlos M. MORÁN BUSTOS

de a la instrucción de la causa de dispensa de matrimonio rato y no con-


sumado. Toda la instrucción va dirigida a hacer acopio de todos los ele-
mentos que permitan al Santo Padre conceder la dispensa; estos
elementos son: la existencia de causa justa (can. 90) y proporcionada
para conceder la dispensa, la oportunidad de dicha concesión, el hecho
de la inconsumación, para lo cual se tiene en cuenta el argumento llama-
do «per coarctata tempora» —probar que, una vez casados, los cónyuges
no cohabitaron nunca—, el argumento moral —que tiene especial rele-
vancia cuando no existe el argumento físico, y que se hace a través de la
confesión de los cónyuges, de la declaración de los testigos, distinguién-
dose entre testigos de credibilidad de los cónyuges y testigos de ciencia—
, y el argumento físico (la inspección corporal).
Una vez finalizada la instrucción, se decreta la conclusión de la causa,
pero no se publican las actas (can. 1703 §1) —tratándose de una gracia
no está en juego el derecho de defensa—, aunque el instructor puede co-
municarle a las partes cómo ha ido la instrucción para sus intereses; in-
terviene el defensor del vínculo, no intervienen los abogados, aunque la
parte puede hacerse ayudar de un jurisperito. El tribunal, una vez finali-
zada la investigación, emitirá un voto sobre la misma, al que habrá que
acompañar las observaciones del defensor del vínculo y también el voto
del Obispo (cann. 1681, 1704 y 1705 §1, art. 153 §3). Según establece el
art. 154 §1, si quien instruyó la causa de nulidad fue un tribunal interdio-
cesano, este voto del Obispo deberá ser redactado por el Obispo modera-
dor del tribunal, que ha de consultar al Obispo de la parte oradora al me-
nos sobre la oportunidad de que se conceda la dispensa solicitada435. Al
redactar el voto el tribunal debe exponer el hecho de la inconsumación
y la causa justa de la dispensa (art. 154 §2); el Obispo, por su parte, pue-
de adherirse con su voto al voto del tribunal, limitándose a firmarlo,
una vez asegurada la existencia de causa justa y proporcionada para la Índice
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gracia de la dispensa y la ausencia de escándalo por parte de los fieles


(art. 154 §3)436.
Todas las actas de la instrucción se transmiten a la Congregación del
Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, incluidas las actas con
la petición de dispensa por parte de los dos cónyuges o de uno de ellos, las
observaciones del defensor del vínculo, el voto del tribunal y el voto del
Obispo. Tres comisarios de la citada Congregación analizan si se dan o no
las condiciones necesarias para la concesión de la dispensa, y emiten un
voto; si éste es afirmativo, significa que se dan las condiciones para presen-
435.
Cfr. CCDDS, Carta circular de 20 de diciembre de 1986, nn. 7 y 23 b.
436.
Cfr. Ibidem, n. 7.

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Título VI: La cesación de la instancia (arts. 143-154 DC) 293

tar la dispensa al Papa, presentación que hará el Prefecto de la Congrega-


ción, que es quien —viva voce, de lo cual es notario el propio Cardenal Pre-
fecto— finalmente concederá la dispensa del matrimonio rato y no
consumado (can. 1698 §2); la comunicación de esta dispensa concedida la
preparará la Congregación, y la enviará al Obispo correspondiente, que
será el que la ponga en conocimiento de las partes y de los párrocos donde
éstas recibieron el bautismo y donde celebraron el matrimonio, ello para
las debidas anotaciones en los libros parroquiales (can. 1706).

VI. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

BERLINGÒ, S., La perenzione, diserzione e rinuncia delle cause in Rota e la loro riassun-
zione, en AA.VV., Le «Normae» del Tribunale della Rota Romana, Città del Vati-
cano 1997, pp.223-240.
CARRERAS, J., «De litis instantia» y comentario a los cann. 1517-1525, en Comentario
exegético al Código de Derecho Canónico, Pamplona 1996, vol. 4, pp. 1247-1268.
DEL AMO, L., La separación entre lo administrativo y lo judicial y el tránsito de una a
otra vía, en «Revista Española de Derecho Canónico» 15, 1960, pp. 281-316.
D’OSTILIO, F., Necessità di favorire una giusta rapidità nelle cause matrimoniali, en
«Monitor Ecclesiasticus» 1987, pp. 55-70; ID., I processi canonici. Loro giusta
durata, Roma, 1989; ID., Sospensione o Interruzione? Opportunità di riesamina-
re i cann. 1518-1519 del CIC e i cann. 1199-1200 del CICO, en «Apollinaris» 65,
1992, pp. 217-236.
FINOCCHIARO, A., V. Sospensione o interruzione?, en «Apollinaris» 65, 1992, pp. 217-236.
LÓPEZ ZARZUELO, F., El proceso canónico de matrimonio rato y no consumado. Efica-
cia civil de las resoluciones pontificias. Doctrina, legislación y formularios, Va-
lladolid 1991.
MARCHETTA, B., Il processo «super matrimonio rato et non consummato» nel nuovo Co-
dice di Diritto Canonico, en ed. GROCHOLEWSKI, Z.-CÁRCEL ORTÍ, V., «Dilexit Índice
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iustitiam». Studia in honorem Aurelii Card. Sabattani, Città del Vaticano 1984,
pp. 420-423.
MAZZACANE, E., La listi contestatio nel processo canonico, Napoles 1954; ID., La justa
causa dispensationis nello scioglimento del matrimonio per inconsumazione:con-
tributo alla teoria degli atti amministrativi canonici, Milano 1963.
PALESTRO, V., L’istanza della lite, en ed. BONNET, P.A.-GULLO, C., Il processo matri-
moniale canonico, Città del Vaticano 1994, pp. 539-566.
PUNZI, C., L’Interruzione del processo, Milano 1963.
RODRÍGUEZ-OCAÑA, R., La introducción de la causa y la cesación de la instancia en la
Instr. «Dignitas connubii», en RODRÍGUEZ-OCAÑA, R.-SEDANO, J., Procesos de
nulidad matrimonial. La Instrucción «Dignitas connubii», Pamplona 2006, pp.
171-205.

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TÍTULO VII
LAS PRUEBAS
(Arts. 155-216)

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295

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296 Carmen PEÑA GARCÍA

El Título VII —el más extenso de la Dignitas Connubii— regula en sus


62 artículos lo relativo a los diversos medios de prueba, indicando, en pa-
ralelismo con los cann. 1526-1586, tanto la normativa que debe seguirse
para su proposición y práctica como, en su caso, criterios para su valora-
ción por el juez de cara a la sentencia.
En comparación con la regulación codicial, se observan algunas va-
riaciones significativas en la Dignitas Connubii:
1º. La Instrucción, aunque básicamente reitera y explicita lo conte-
nido en el Código respecto a la práctica de la prueba, introduce
sin embargo algunas novedades importantes, especialmente en la
prueba pericial437.
2º. Al regular los medios de prueba en particular, omite la Instruc-
ción toda referencia a la prueba de acceso y reconocimiento
judicial (cann. 1582-1283), pese a que esta prueba puede prac-
ticarse en ocasiones en las causas de nulidad matrimonial (por
ejemplo, reconocimiento judicial de instrumentos probatorios
aportados por las partes, como cintas de video, o bien acceso
del juez a un archivo eclesiástico para hacer la inspección ocu-
lar de la partida de matrimonio, de la existencia de correccio-
nes o añadidos en la misma, para la comprobación de la dele-
gación al sacerdote asistente...). No obstante, lo cierto es que,
en sentido estricto, el acceso y reconocimiento judicial no son
propiamente una prueba, sino un modo de acceder al conoci-
miento del medio probatorio y permitir su incorporación a los
autos, lo que, unido a su escasa utilización en las causas matri-
moniales, quizás explique el silencio de la Instrucción al res-
pecto.
3º. El Título VII de la Instrucción introduce un cambio en la distri- Índice
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bución sistemática de los artículos respecto al Título IV del Códi-


go, al interpolar, entre los artículos introductorios (paralelos a los
cánones previos, 1526-1529) y el capítulo II, dedicado a los me-
dios de prueba en particular, un capítulo I que tiene por objeto el
examen judicial, agrupando las normas que regulan el modo en
que la persona que tenga encomendada la instrucción –sea el juez
presidente o ponente, el juez de exhortos, los delegados del juez o
el auditor (art. 155 §2 DC)— debe proceder al examen de partes,
testigos y, si el caso lo requiere, peritos.
437.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción «Dignitas Connubii» y su repercusión en las causas ca-
nónicas de nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, pp. 645-701.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 297

I. NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN Y PRÁC-


TICA DE LA PRUEBA

La instrucción del proceso es un momento crucial, de cuyo resultado


dependerá en gran medida la decisión final de la causa. Según el conoci-
do principio procesal, los pleitos se ganan o se pierden en la prueba, por
lo que esta fase tendrá una importancia determinante para las pretensio-
nes de las partes, que deben desvirtuar –fundamentalmente, la parte ac-
tora— las presunciones legales que defienden la validez del matrimonio.

1. El sujeto de la prueba (art. 156 §1)

En principio, con carácter general, los sujetos de la prueba son las


partes litigantes —a las que quedan equiparados el defensor del vínculo y
el promotor de justicia, en caso de intervenir—, siendo el juez el destina-
tario de la prueba. Así se deduce del art. 156 §1 (can. 1526 §1), que esta-
blece como principio básico que la carga de la prueba recae sobre la par-
te que afirma, sea el actor o el demandado. Se recoge de este modo el
principio dispositivo del proceso, según el cual es a las partes y no direc-
tamente al juez a quien corresponde la iniciativa en materia de prueba.
No obstante, en el proceso canónico y, de modo muy especial, en las
causas matrimoniales —por pertenecer éstas al bien público de la Igle-
sia— el juez goza de amplísimas facultades en materia de prueba, de tal
modo que el principio dispositivo de la prueba queda en gran medida ate-
nuado por la concurrencia del principio inquisitivo438. En relación con la
prueba en estos procesos, el juez tiene, entre otras facultades, el derecho-
deber de interrogar, en cualquier momento, a las partes para descubrir la
verdad (art. 177), la facultad de ordenar que se realice un careo bien en- Índice
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tre testigos, bien entre los testigo y una de las partes, en caso de que dis-
crepen sobre una cuestión grave (art. 165 §2), la facultad de llamar a los
testigos para que declaren nuevamente, si lo considera necesario o útil,
antes de la publicación de las actas (art. 176); la facultad de ordenar que
se presente en el proceso un documento común a ambas partes (art. 191);
el derecho —deber, en algunos casos— de ordenar que se practiquen las
pericias necesarias para comprobar un hecho o determinar la verdadera
naturaleza de una cosa (art. 203)…
438.
Vid. comentario Título III, I.3. Sobre la relación entre principio dispositivo y principio in-
quisitivo en la fase probatoria del proceso, resulta de interés ARROBA CONDE, M.J., El principio dispo-
sitivo en el proceso contencioso canónico, Roma 1989, pp. 135-160.

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298 Carmen PEÑA GARCÍA

2. El objeto de la prueba (art. 156 §2)

La actividad probatoria debe recaer sobre los hechos que fundamen-


ten y justifiquen las pretensiones de las partes, de tal modo que, como
principio general, sólo debe admitirse prueba sobre aquellos hechos que
puedan tener incidencia en la decisión del juez. Esto implica que el Juez
deberá rechazar, por impertinentes e inútiles para el mérito de la causa,
tanto las pruebas que versen sobre hechos que no guarden relación con el
objeto del juicio como aquellas que pretendan demostrar hechos eviden-
tes. No obstante, el juez deberá ser sumamente cauteloso en su juicio so-
bre la pertinencia de las pruebas para no vulnerar el derecho de defensa
de las partes.
Por otro lado, tampoco necesitan prueba, a tenor del art. 156 §2 (can.
1526), «aquellas cosas que la misma ley presume». En virtud de este prin-
cipio, la parte –sea pública o privada— que afirme un hecho que venga
amparado por una presunción legal (por ejemplo, la conformidad entre
el consentimiento interno439
y externo, la consumación del matrimonio en
caso de cohabitación…) queda exenta de la carga de la prueba, reca-
yendo dicha carga sobre la parte que pretendiera negar lo amparado en
dicha presunción.
Precisamente por la existencia de una presunción general favorable a
la validez del matrimonio —presunción que la parte actora debe desvir-
tuar— sí deberán probarse aquellos hechos que puedan dar lugar a la nu-
lidad, sin que sea suficiente con que los afirme uno de los cónyuges y sean
reconocidos por el otro. La confesión de una de las partes no exime a la
otra de la carga de la prueba, puesto que, en las causas de nulidad matri-
monial, las confesiones y declaraciones de las partes no tienen fuerza de
prueba plena, salvo que vengan corroboradas por otros elementos proba- Índice
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torios440.
Por último, aunque nada dice la Dignitas Connubii al respecto, cabe
señalar que, aunque en principio la prueba tiene por objeto únicamente
hechos —presumiéndose el conocimiento del Derecho por el tribunal,
conforme al aforismo iura novit curia—, también el derecho deberá ser
excepcionalmente objeto de prueba, en los supuestos de costumbres o le-
yes particulares canónicas poco conocidas en el lugar del proceso. Asi-
mismo, podrá exigirse prueba del derecho civil o del derecho propio de
otras confesiones religiosas en aquellos supuestos en que la nulidad del
439.
Vid. comentario art.215, en Título VII, III.5.1.
440.
Vid. comentario art.180, en Título VII, III.1.3.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 299

matrimonio venga provocada por estas normas ajenas al ordenamiento


canónico441.

3. Criterios de licitud, transparencia y utilidad de la prueba


(art. 157)

Reitera el art. 157 el criterio general de que las partes podrán propo-
ner, para probar sus pretensiones, cualquier prueba lícita que consideren
de utilidad para la defensa de sus derechos, correspondiendo al Juez de-
cidir sobre su legalidad, pertinencia y licitud.
Hay una notable insistencia de la Instrucción en el criterio de licitud
de las pruebas. En principio, parece indudable que en el proceso canó-
nico no pueden tener cabida las pruebas ilícitas, que deben ser de oficio
rechazadas por el juez si fueran propuestas; y, en el supuesto de que hu-
biesen sido admitidas inadvertidamente, no deberán ser tenidas en
cuenta por el juzgador a la hora de dictar sentencia. Sin embargo, se
trata quizás de una de las cuestiones más problemáticas en la práctica,
en cuanto que con frecuencia, en las causas de nulidad matrimonial, el
énfasis en criterios de licitud (por ejemplo, respecto a la obligación de
secreto profesional de los profesionales que han tratado a la parte de-
mandada, respecto al modo de adquisición de documentos propios de la
otra parte...) puede entrar en conflicto con la finalidad del proceso de
lograr descubrir la verdad objetiva y favorecer conductas obstruccionis-
tas por parte del cónyuge que no quiera colaborar en el proceso, cau-
sando de ese modo un perjuicio a la parte actora que pretende la decla-
ración de nulidad442.
En este aparente conflicto, resulta clarificador el art. 157 §1 DC, que
desarrolla y explicita lo dispuesto en el can. 1527 §1, recordando que la
Índice
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ilicitud puede venir provocada tanto por su naturaleza como por su modo
de adquisición, y que, en ambos casos, ello hará que la prueba no pueda
ser ni aportada, ni admitida por el juez. La Instrucción opta así, decidida-

441.
Vid. comentario arts.2 y 4, en Artículos Preliminares, II.
442.
Sobre los problemas que, en relación a la necesaria licitud de la prueba, pueden plantearse
en la práctica a la hora de admitir determinados medios probatorios, resulta de especial interés GU-
LLO, C.-GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio. Aggiornata con
l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005, pp. 141-156; también GARCÍA FAÍLDE, J.J Posi-
ción de los tribunales eclesiásticos españoles ante requerimientos de pruebas o actas del proceso, en ed.
RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Puntos de especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y
procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007, en
prensa.

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300 Carmen PEÑA GARCÍA

mente, por primar el criterio de la necesaria licitud de las pruebas sobre


otras consideraciones. De conformidad con los criterios señalados en la
Instrucción, serán pruebas ilícitas –y deberán ser por tanto desestimadas
en todo caso— todas aquellas que hayan sido conseguidas de forma frau-
dulenta, dolosa o ilegítima (mediante hurto, engaño...), así como las que
supongan violación del secreto profesional sin consentimiento expreso
del interesado, sean contrarias a la dignidad de la persona humana o im-
pliquen la violación de los derechos y libertades fundamentales o de al-
gún deber moral.
Asimismo, la Instrucción prohíbe igualmente la admisión de pruebas
secretas, a no ser por causa grave y siempre que se asegure su notifica-
ción a los abogados de las partes (art. 157 §2). Se refuerza de este modo el
carácter claramente excepcional de las pruebas secretas, las cuales, en
todo caso –como insisten los arts. 230 y 234 en relación con la publica-
ción de las actas— deberán ser dadas a conocer a los letrados, para salva-
guardar el derecho de defensa de las partes.
Por último, el art. 157 §3 apunta, como criterio para decidir sobre la
oportunidad y utilidad de las pruebas propuestas, que el juez debe evitar
el número excesivo de testigos y la multiplicidad de pruebas innecesarias,
especialmente si le consta que las pruebas aportadas tienen como finali-
dad la de retrasar la resolución de la causa.

4. La decisión judicial sobre la admisión-rechazo de las prue-


bas (art. 158)

El juez, en base a los criterios de utilidad y licitud, deberá decidir, por


medio de decreto, sobre la admisión o rechazo de las pruebas propuestas
por las partes. En principio, la decisión sobre la admisión de las pruebas Índice
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corresponderá al juez presidente o ponente; como reitera el párrafo se-


gundo del art. 158, la decisión que en su caso pudiera tomar el auditor so-
bre la admisión de la prueba tendrá únicamente carácter provisional.
En el supuesto de que el juez rechace alguna de las pruebas propues-
tas, podrá la parte perjudicada insistir para que se admita, aduciendo las
razones que estime pertinentes. Se trata de una cuestión que debe ser re-
suelta con toda rapidez (expeditissime), por lo que, a tenor del can. 1629,
5º, no cabrá apelación contra dicha decisión.
En relación con este recurso contra la inadmisión de una prueba, la
Dignitas introduce una notable innovación respecto a la normativa codi-
cial, al establecer los art. 45, 5º y 158 §1 que corresponde al colegio la re-

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 301

solución de este recurso, mientras que el can. 1527 §2 atribuye esta fun-
ción al mismo juez que inadmitió la prueba. Se trata de una innovación, a
mi juicio, no exenta de problemas, puesto que si bien es cierto que, en prin-
cipio, el recurso al colegio parece garantizar una mayor imparcialidad a la
hora de resolver las reclamaciones de las partes, lo cierto es que, en la
práctica, resultará difícil que esta reserva al colegio de un recurso tan ha-
bitual como el que se plantea contra la inadmisión de una prueba no pro-
voque indebidas dilaciones en la tramitación de estos procesos y dificulte
la resolución expeditissime de los recursos previstos en el can. 1527 §2.
Por otro lado, cabe señalar que ni el Código ni la Dignitas Connubii
prevén un recurso específico contra la admisión de alguna prueba. No
obstante, a tenor de la norma general del art. 221, siempre podrá la parte
que se considere perjudicada por dicha prueba recurrir ante el colegio
contra el decreto de admisión de la misma y abrir una causa incidental,
al no ser éste propiamente un decreto de mero trámite.

5. Actuación del abogado y el defensor del vínculo en la prueba


(art. 159)

El art. 159, recogiendo lo dispuesto en el can. 1678, fija los derechos


de abogados y defensores del vínculo con relación a la prueba443, partien-
do del principio de equiparación entre partes públicas y partes privadas
que actúen asistidas de abogado.
Así, a tenor de este artículo, el defensor del vínculo y los abogados de
las partes tienen derecho:
1º. A asistir al examen de las partes, de los testigos y de los peritos, a no
ser que el juez, por lo que se refiere a los abogados, estime que, por
las circunstancias del asunto y de las personas, se debe proceder en Índice
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secreto: Esta previsión contenida en el artículo no se refiere a que


la prueba se decrete secreta –lo cual, como señala el art. 157 §2,
exigirá siempre en cualquier caso su notificación a los abogados
para salvaguardar el derecho de defensa de la parte— sino a la
posibilidad de que el juez, a la vista de las circunstancias concu-
rrentes, considere oportuno, que en un caso concreto los aboga-
dos de las partes –nada se dice respecto al defensor del vínculo—
no estén presentes mientras se toma declaración a la parte, testi-
gos o peritos. Se trata, en cualquier caso, de una posibilidad con
un marcado carácter excepcional, en cuanto que supone la limi-
443.
Vid Título IV, apartado V.

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302 Carmen PEÑA GARCÍA

tación de un derecho previamente reconocido a los abogados de


las partes, por lo que el juez deberá ser sumamente prudente a la
hora de ordenar que «se proceda en secreto» al examen de dichas
personas, sin que sea suficiente, por ejemplo, la mera petición del
declarante de que no esté presente el abogado de la otra parte.
2º. A conocer las actas judiciales, aun cuando no estén publicadas, y a
examinar los documentos presentados por las partes: Con indepen-
dencia de lo previsto en el número anterior, los abogados de las
partes y el defensor del vínculo tienen derecho, en cualquier mo-
mento del proceso, a conocer las actas judiciales y a examinar los
documentos presentados por las partes. Podrán, por tanto, solici-
tar al juez el examen de las actas tanto si voluntariamente han de-
jado de asistir a la práctica de la prueba como, con mucho mayor
motivo, si su presencia en el examen judicial se ha visto limitada
por mandato del juez, a tenor del art. 159 §1, 1º.
Salvando la diferencia prevista para el supuesto de que el juez decida
proceder secretamente en el examen judicial, el art. 159 —en paralelismo
con el can. 1678— consagra el principio de equiparación entre el minis-
terio público y los abogados de las partes en relación con la práctica de la
prueba444. La actual regulación, por tanto, no sólo ha perfilado mejor la
figura del defensor, al eliminar aquellos privilegios y atribuciones excesi-
vas que desvirtuaban su actuación procesal, sino que, al hacer extensiva a
las partes y sus abogados facultades anteriormente reservadas al defen-
sor del vínculo, ha configurado un proceso más equilibrado, en el que
rige el principio de equiparación de las partes públicas y privadas.
No obstante, debe tenerse en cuenta que, pese a esta teórica y desea-
ble equiparación, en la práctica el defensor del vínculo se encuentra en
una situación de notoria inferioridad respecto a las partes en materia
probatoria, en cuanto que no tiene medios de acceder a documentos que Índice
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puedan resultar fundamentales para la defensa del vínculo, desconoce las


444.
En el Código de 1917, el defensor del vínculo tenía una serie de privilegios y de obligacio-
nes en relación a la prueba de los que se veían privadas las partes: revisar en cualquier momento las
actas del proceso; proponer al juez nuevos plazos para presentar escritos; pedir la comparecencia de
nuevos testigos o de los ya examinados, incluso aunque la causa hubiera sido declarada conclusa;
exigir que se practiquen las actuaciones que él sugiera, salvo oposición unánime del tribunal; exami-
nar los interrogatorios de las partes y reformarlos si lo estimaba necesario; asistir al examen de par-
tes, testigos y peritos, presentando interrogatorios cerrados y sellados, y sugerir al juez nuevas pre-
guntas a la vista del examen; etc. Este cúmulo de obligaciones y de privilegios atribuidos por ley
provocaba una notable diferencia del defensor del vínculo respecto a los abogados de las partes (cfr.
CABREROS DE ANTA, M., Comentario a los can.1569-1607, en Comentarios al Código de Derecho Canó-
nico, vol. 3, Madrid 1964, p. 288). Sobre la figura del Defensor del vínculo en la anterior regulación,
puede verse DEL AMO, L., La defensa del vínculo, Madrid 1954.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 303

circunstancias que rodearon el matrimonio, los nombres y direcciones de


testigos que pudieran resultar importantes…, todo lo cual puede llevar a
una situación de desprotección efectiva del vínculo conyugal, especial-
mente en el supuesto, nada infrecuente, de que ambos cónyuges —sea
mediante demanda conjunta o mediante la ficticia sumisión de uno de
ellos a la justicia del tribunal— se pongan de acuerdo para obtener la nu-
lidad445.
En cualquier caso, hay que advertir, para una correcta comprensión
del principio de equiparación entre partes públicas y privadas en el pro-
ceso, que, propiamente, dicha equiparación se predica en relación con
las partes que actúan asistidas de letrado, no respecto a las demás partes:
en efecto, tanto la regulación codicial como, en concreto, el can. 1678 y el
art. 159 DC, equiparan las facultades del defensor del vínculo con las de
los abogados de las partes, no con las de las partes mismas, cuyos dere-
chos al respectos son más limitados. A este respecto, el art. 159 §2 DC rei-
tera expresamente que «las partes no pueden asistir al examen del que se
trata en el § 1, n. 1».
La razón de ser de esta aparente desigualdad respecto a la parte que
ejerza personalmente su derecho de postulación procesal se encuentra,
como ha señalado la doctrina, en que la facultad de asistir al examen de
las partes, testigos y peritos se configura, más que como un derecho deri-
vado del carácter de parte, como una facultad que la ley otorga a la parte
que actúa en el proceso con una postulación técnica que goce de los sufi-
cientes conocimientos jurídicos como para poder intervenir de modo
adecuado en la realización de dichos actos procesales446.

6. Momento procesal para la proposición y práctica de prue-


bas (art. 160) Índice
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Con carácter general, el momento oportuno para la proposición y


práctica de la prueba será el plazo que a tal efecto señale el Juez, median-
te decreto, una vez adquiera firmeza la fórmula de dudas establecida en
la causa, puesto que la lógica procesal exige que la recogida de pruebas
se haga una vez ha quedado definitivamente fijado, por el decreto de litis-
contestación, el objeto del litigio.
445.
Sobre esta cuestión, vid. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba,
en ed. PÉREZ RAMOS, A.-RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cues-
tiones de actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 49-87.
446.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can.1434, en Comentario exegético al Código de Dere-
cho Canónico, vol. 4/1, Pamplona 1996, p. 839.

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304 Carmen PEÑA GARCÍA

No obstante, cabe excepcionalmente que se propongan y practiquen


pruebas fuera de esta fase de instrucción. El art. 160, en paralelismo con
el can. 1529, prevé la posibilidad de que el juez, si existe causa grave, per-
mita la práctica de alguna prueba antes de la litiscontestación. Como
causa grave, suele considerarse, en la praxis forense, el temor a la muerte
de algún testigo, la previsión de una ausencia prolongada que impidiera
o dificultase extremadamente el examen de la parte o de algún testigo, y,
en general, el peligro de que alguna prueba o indicio importante pudiera
desaparecer o perjudicarse si se dilata su recogida.
Por otro lado, en el ordenamiento procesal canónico, más preocupa-
do de la verdad objetiva y la realización de la justicia que del rigor forma-
lista, no se aplica con rigidez el principio de preclusión, de tal modo que
será posible proponer y practicar pruebas no sólo antes de abrirse la fase
probatoria, sino también una vez concluida ésta, tanto después de la pu-
blicación de las actuaciones, como incluso después del decreto de conclu-
sión de la causa o en apelación, siempre que, en estos casos, se cumplan
las condiciones previstas en el can. 1600 (arts. 236, 239 y 267 §3).
En cuanto al momento de la proposición de la prueba, ya se ha indicado
que, de ordinario, será el establecido por el juez en el decreto de apertura del
periodo probatorio (art. 137 y can. 1677 §4). A este respecto, aunque no se
menciona nada expresamente ni en la Dignitas Connubii, ni el Código, pare-
ce claro que el principio de equiparación entre partes públicas y privadas
exige que el defensor del vínculo, abandonando antiguos privilegios ya dero-
gados, presente su escrito de proposición de pruebas dentro del plazo conce-
dido en el decreto del juez, que obliga a todas las partes por igual. A mi en-
tender, resulta poco ajustada a derecho la praxis, mantenida todavía en
algunos tribunales, de que el defensor del vínculo espere a conocer la prueba
solicitada por las otras partes y, en base a ésta, elabore su propia proposición
de prueba. A tenor de la actual regulación codicial y del principio de equipa- Índice
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ración de partes públicas y privadas, considero que el defensor del vínculo


deberá proponer su prueba en el mismo plazo que las partes447 y sin conocer
la prueba solicitada por éstas, constituyendo la praxis contraria, a mi juicio,
una vulneración poco justificada del principio de igualdad de partes.

7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba (art. 161)


En el ordenamiento canónico, la flexibilidad en la proposición y prác-
tica de la prueba alcanza, no sólo al tiempo de proponerla y practicarla,
447.
Naturalmente, si fuera necesario, podrá el defensor del vínculo, al igual que las partes, so-
licitar prórroga del plazo para proponer prueba, cumpliendo los requisitos del art.81 (can. 1465).

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 305

sino que viene configurado como un principio general de actuación del


juez en el art. 161, que cierra la sección preliminar de este Título VII. El
art. 161, tras recordar la posibilidad —prevista en el can. 1528— de acu-
dir a un notario público o a un laico designado por el juez para tomar de-
claración a la parte o los testigos que rehúsen comparecer ante el juez
eclesiástico, profundiza en el criterio de flexibilidad en la práctica de la
prueba, previendo que, si en algún caso no se pueden observar las nor-
mas canónicas, podrán no obstante admitirse esos medios de prueba,
siempre que conste su autenticidad e integridad, evitándose cualquier pe-
ligro de fraude, colusión o corrupción.

II. NORMAS SOBRE EL EXAMEN JUDICIAL

Antes de entrar a describir los diversos tipos de prueba en particular,


el capítulo I da una serie de normas comunes relativas al modo de reali-
zar el examen judicial de partes, testigos y, cuando el caso lo requiera, pe-
rito.

1. Normas generales (arts. 162-163, 176)

La citación para el examen judicial de quien ha de ser interrogado –


sea la parte, el testigo o, en su caso, el perito— se hará, a tenor del art.
163, mediante decreto del juez legítimamente notificado, siendo de apli-
cación en esta materia las normas codiciales sobre citación y notificacio-
nes de los arts. 130 y siguientes de la Dignitas Connubii448. En la cédula
de citación deberán constar, al menos, los siguientes datos: el juez que la
dicta, el nombre y domicilio del citado, el mandato al testigo para que
comparezca y la causa para la que se le cita, con expresión de los cónyu- Índice
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ges litigantes, así como el lugar y la fecha en que debe acudir a declarar.
En cuanto al lugar de realización del examen judicial, el art. 162 (can.
1558) establece, como norma general, que el examen judicial de todas es-
tas personas se hará en la sede del tribunal, salvo que el juez, por justa
causa, disponga otra cosa, correspondiendo en este caso al juez determi-
nar dónde han de ser oídos aquellos que por distancia, enfermedad u otro
impedimento, se vean imposibilitados de acudir a la sede del tribunal.
Por otro lado, en el supuesto de que los testigos tengan su domicilio en
448.
En la práctica forense española, lo habitual será que el juez encomiende a los procurado-
res de las partes la notificación de la citación a los testigos propuestos por cada una de ellas, encar-
gándose el juez de la notificación a los testigos de oficio o propuestos por el ministerio público.

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306 Carmen PEÑA GARCÍA

otra diócesis, podrá el juez solicitar el auxilio judicial del tribunal ecle-
siástico correspondiente, al que deberá proporcionarle las instrucciones
y los artículos necesarios para realizar el interrogatorio del testigo449.
No obstante, en razón de su dignidad, están exentos de acudir a la
sede del tribunal para prestar declaración —debiendo ser oídos en el lu-
gar que ellos elijan— los Cardenales, Patriarcas y Obispos, así como to-
dos aquellos que gozan de este derecho a tenor del derecho civil, cuyos
privilegios quedan así canonizados. Igualmente, hay que entender inclui-
dos dentro de esta excepción, en virtud de su dignidad, todos aquellos
equiparados en derecho al Obispo diocesano: Prelados territoriales, Aba-
des territoriales, Vicario apostólico, Prefecto apostólico y Administrador
apostólico (cann. 381,2 y 368).
Una vez notificada legítimamente la citación, el sujeto tiene la obliga-
ción de comparecer a declarar —obedeciendo así al mandato judicial—
o, en su defecto, de manifestar al juez el motivo de su ausencia (can.
1557), tal como recuerda el párrafo segundo del art. 163. Esta obligación
de comparecer depende, por consiguiente, de que se haya notificado en
forma la citación al testigo, de tal modo que, en el supuesto de que el tes-
tigo no comparezca ni presente ninguna excusa, podrá el juez —si lo esti-
ma conveniente— citarle nuevamente.
No es necesaria, sin embargo, la reiteración de la citación —salvo que
no constara en autos la notificación legítima— y, de hecho, no suele reali-
zarse en el caso de los testigos, por entender que si éstos no comparecen
ni se excusan es porque no tienen intención de acudir ante los tribunales
eclesiásticos; sí es más frecuente, por el contrario, que se cite nuevamen-
te al demandado en caso de incomparecencia de éste, por la importancia
que puede tener su declaración para el descubrimiento de la verdad obje-
tiva del matrimonio.
Índice
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En cualquier caso, nada obsta a que el juez, siempre que lo estime ne-
cesario o útil y que se evite todo peligro de fraude o corrupción, pueda
volver a llamar a declarar a quienes ya han sido interrogados, tanto de
oficio como a petición de parte, como recuerda el art. 176, reproducien-
do lo dispuesto en el can. 1570. Aunque el artículo no indica el momento
a que se refiere esta posibilidad de volver a llamar a quien ya ha declara-
do, es claro que el artículo hace referencia a la reiteración del examen
antes de la publicación de las actas: así se deduce tanto de la ubicación
sistemática de este artículo, en el título dedicado a las pruebas, como por
el hecho de que, una vez publicadas las actuaciones, serían de aplicación,
449.
Vid. arts. 29, 51 y 85.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 307

por el contrario, los arts. 236 (can. 1598.2) y, en su caso, el art. 239 (can.
1600), si ya se ha decretado la conclusión de la causa.

2. El abogado y el defensor del vínculo en la presentación de


cuestionarios (art. 164)

Sin perjuicio del amplio margen de actuación que tiene el juez con re-
lación a la prueba, el art. 164 recuerda que si las partes y el defensor del
vínculo —o el promotor de justicia, si interviene— han solicitado el exa-
men de partes, testigos o peritos, deberán aportar los artículos o pregun-
tas sobre las que desean que se les interrogue, dentro del plazo concedido
por el juez. Comparando este art. 164 con la redacción del can. 1552 §2
que le sirve de base, cabe destacar una significativa omisión de la Ins-
trucción, puesto que desaparece cualquier referencia a que el descuido
en la presentación de los interrogatorios a partes o testigos lleve apareja-
da la presunción de desistimiento de la petición de dicha prueba. Se trata
de un silencio indudablemente intencionado, que, a nuestro juicio, supo-
ne una concreción más del criterio general de flexibilidad en la práctica
de la prueba.
En el proceso canónico, a diferencia de lo que ocurre en el civil —en
que únicamente puede pedirse la declaración de la otra parte— nada im-
pide que las partes propongan como prueba la declaración judicial de
ambos cónyuges y, en consecuencia, presenten interrogatorios para los
dos, siendo ésta, de hecho, la praxis habitual en las causas de nulidad.
Mayor problema teórico puede plantear la cuestión de si puede el de-
fensor del vínculo, conforme a una praxis común y muy extendida en los
tribunales eclesiásticos, presentar interrogatorios para los testigos pro-
puestos por las otras partes450. En no pocos tribunales, es frecuente que el Índice
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defensor del vínculo presente una especie de interrogatorio general para


ser hecho —siempre que el juez instructor lo estime pertinente— a todos
los testigos, lo cual puede suscitar problemas, en cuanto que, en princi-
pio, parece que lo procedente sería que cada parte presentase artículos
únicamente para sus propios testigos.
Ciertamente, el can. 1552 §2 –no recogido en la Dignitas Connu-
bii— configura la presentación de interrogatorios como una verdadera
obligación o carga procesal, en cuanto que sanciona con tener por de-
450.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en ed. PÉREZ RAMOS,
A.-RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de actualidad en
Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 74-76.

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308 Carmen PEÑA GARCÍA

sistido de la petición de esta prueba a quien no presente los preceptivos


artículos o interrogatorios. De ahí se deduce, ineludiblemente, que la
presentación de artículos, en cuanto tal obligación, atañe únicamente a
los testigos propuestos por la parte, sin que alcance a los restantes tes-
tigos. Lo habitual será, por consiguiente, que cada parte presente inte-
rrogatorios para sus propios testigos, sin perjuicio del derecho del abo-
gado a solicitar al juez, durante el examen de los testigos propuestos
por las otras partes, que le realice las preguntas que estime pertinentes
(art. 166).
No obstante, a mi juicio, de la disposición del can. 1552 §2 no cabe de-
ducir que resulte ilegítima la praxis por la cual el defensor del vínculo
presenta interrogatorio para todos los testigos, puesto que lo cierto es que
nada hay ni en el Código ni en la Dignitas Connubii que excluya esta posi-
bilidad: por un lado, el hecho de que el can. 1552 regule con carácter es-
tricto una obligación para la parte que propone la prueba testifical no ex-
cluye en modo alguno la posibilidad de que las otras partes —incluido el
defensor del vínculo— puedan proponer al juez con carácter general pre-
guntas que desean hacer a la totalidad de los testigos que declaren en la
causa; y, por otro lado, el hecho de que puedan proponer esas preguntas
sobre la marcha, en el mismo examen judicial, tampoco excluye de por sí
la posibilidad de que, previendo quizás la imposibilidad de acudir a dicho
examen, puedan proponerlas con anterioridad. Al contrario, puesto que
la normativa canónica reconoce como principio general la facultad de
presentar preguntas para los testigos de la otra parte –sin perjuicio de
que esas cuestiones deban ser aprobadas por el juez, autor del interroga-
torio— no se ve por qué motivo debería impedirse el ejercicio de esta fa-
cultad en aquellos casos en que las partes, públicas o privadas, no pudie-
ran estar presentes en el examen451.
Se trata, en definitiva, de una cuestión no regulada expresamente en Índice
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el Código, por lo que deberán tenerse en cuenta las regulaciones particu-


lares, así como el usus fori de cada lugar. No obstante, considero aconse-
jable, en aras a salvaguardar el deseable principio legal de igualdad entre
partes públicas y privadas, que se reconozca esta facultad a todas las par-
tes intervinientes, correspondiendo en definitiva al instructor decidir qué
preguntas conviene hacer al testigo.

451.
Otra posible solución —un tanto artificiosa— sería que el defensor del vínculo o la parte hi-
cieran suya con carácter previo la prueba testifical que propongan las otras partes, de modo que es-
taría en realidad presentando interrogatorios para unos testigos que asume como propios.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 309

3. Modo de realizar el examen (arts. 165-166)

Se ha de examinar por separado a cada parte, testigo y perito, con el


fin de evitar el influjo de unos declarantes sobre otros, así como situacio-
nes de enfrentamiento, tal como dispone categóricamente el art. 165. Se
trata de una prohibición establecida, para los testigos, en el can. 1560,
pudiendo destacarse que la Comisión de reforma del Código rechazó ex-
presamente la posibilidad de que se concediera al juez la facultad de deci-
dir otra cosa si lo estimaba conveniente452.
No obstante, si, una vez han prestado declaración por separado, se
observan discrepancias importantes respecto a una cuestión grave, que
resulte fundamental para la resolución de la causa, podrá el juez ordenar
que se practique un careo entre los discrepantes, evitando en la medida
de lo posible las disensiones y el escándalo. Aunque, dados los múltiples
inconvenientes que plantea y la complejidad de su realización, el careo es
muy raramente empleado en la práctica forense matrimonial, no deja de
ser en ocasiones –siempre que sea bien realizado, lo que exige al juez
unas cualidades muy determinadas— un medio óptimo para descubrir la
verdad, especialmente en aquellos casos de versiones totalmente diver-
gentes sobre un mismo punto que no pudiera ser corroborado por ningún
otro medio453.
Por otro lado, conforme dispone el art. 166 (can. 1561), el examen de
los declarantes deberá ser realizado por el juez, su delegado o un auditor,
de modo que, salvo que la ley particular disponga otra cosa, los abogados
o el defensor del vínculo presentes en el interrogatorio deberán dirigirse
al juez o a quien haga sus veces si desean formular nuevas preguntas al
declarante.
A diferencia del proceso civil, en el derecho procesal canónico no ca- Índice
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ben las repreguntas, puesto que, con el fin de evitar las declaraciones pre-
paradas o manipuladas, no se da traslado a las otras partes de los artícu-
los presentados para el interrogatorio de los declarantes, sólo de sus
nombres (art. 170). No obstante, en sustitución de las repreguntas, po-
drán los letrados de las partes y el defensor del vínculo presentes en el in-
terrogatorio solicitar todas las aclaraciones que deseen a la narración de
452.
«Communicationes» 11, 1979, p.114. No obstante, no serían nulos —aunque tendrían muy
escaso valor— los testimonios realizados en presencia de otros testigos.
453.
Sobre el ejercicio del contradictorio en materia probatoria, cfr. ARROBA CONDE, M.J., Cues-
tiones fundamentales de derecho probatorio canónico, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Puntos de espe-
cial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Dere-
cho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007, pp. 105-129, en prensa.

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310 Carmen PEÑA GARCÍA

hechos ofrecida por el testigo, formulando —a través del juez, salvo ley
particular en contrario— las preguntas que estimen necesarias para el
descubrimiento de los hechos. A este respecto, el juez deberá cuidar que
tanto esas preguntas formuladas en el acto del examen del declarante
como los artículos presentados en el momento de la proposición de prue-
ba, cumplan los requisitos del can. 1564454.
Asimismo, también exige el art. 166 —reproduciendo en el can.
1561— que el juez, al hacer el examen, esté asistido por un notario. No
obstante, respecto a la necesidad de la presencia del notario en la decla-
ración, habría que puntualizar lo siguiente:
1º. Esta exigencia se halla también condicionada a que la ley particu-
lar no establezca otra cosa. Así se desprende del proceso de re-
dacción del can. 1561, en que se puso de manifiesto que la excep-
ción «salvo que la ley particular establezca otra cosa» incluida al
final del canon afectaba a todo el contenido de la norma, es decir,
tanto al examen de las partes y los testigos por el juez, como a la
exigencia de que los abogados de las partes y el defensor del vín-
culo propongan las preguntas al juez para que sea éste quien las
formule a la parte o al testigo, como a la necesidad de la presen-
cia del notario en las declaraciones455.
2º. En ningún caso la ausencia del notario provocará la nulidad del
acto de la declaración judicial de las partes, testigos o peritos.

4. Actuación del juez en el examen (arts. 167-168)

Los arts.167 y 168 recogen, en línea con los cann. 1562-3 y 1532, una
serie de obligaciones del juez a la hora de realizar el examen del decla-
rante. Se trata de indicaciones que pueden tener notable importancia Índice
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para la consecución de una correcta instrucción de la causa y de una


prueba obtenida con todas las garantías:
De conformidad con el art. 167, el juez, al proceder al examen de las
partes y los testigos, deberá recordarles su obligación grave de decir toda
la verdad y solo la verdad, así como, a menos que una causa grave acon-
seje otra cosa, pedir a los declarantes que presten juramento de decir ver-
dad, o, al menos, de que es verdad lo que han manifestado. Asimismo, po-
drá el juez pedirles juramento o promesa de guardar secreto. Si el
declarante se niega a prestar el juramento de decir verdad, el art. 167 §2
454.
Vid. comentario art.169, en Título VII, II.5.
455.
«Communicationes» 11, 1979, p. 115.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 311

establece que debe prometer que dirá la verdad. No obstante, pese al te-
nor imperativo de este artículo, lo cierto es que el ordenamiento canóni-
co dispone que, si el declarante se niega a jurar, deberá ser oído sin jura-
mento (art. 167 y can. 1562 §2), aunque deberá hacerse constar en acta,
de conformidad con el can. 1568, las razones de dicha negativa, que pue-
den tener gran importancia a la hora de valorar este testimonio456.
Por otro lado, deberá el juez averiguar la identidad del declarante,
mediante un documento oficial (DNI o similar), sin que sean suficiente
las manifestaciones de los letrados de las partes de que el declarante es
persona conocida. Deberá, además, preguntarse al declarante cuál es su
relación con las partes litigantes, al constituir éste un dato de gran impor-
tancia para valorar su credibilidad y ciencia.
Igualmente, aunque nada dice el artículo al respecto, deberá el juez
preguntar y hacer constar en actas los datos fundamentales del declaran-
te, al menos los relativos a su edad, profesión, domicilio, religión y, en su
caso, parroquia. Estos datos generales pueden tener cierta importancia a
la hora de valorar la declaración: por ejemplo, si el declarante, siendo
una persona ajena al mundo del derecho, utiliza en su narración térmi-
nos jurídico-canónicos; si el testigo depone sobre hechos que, en virtud
de la edad que tenía cuando ocurrieron, no pudo conocer... Por su parte,
la pregunta sobre la parroquia en la que el declarante, en su caso, cumple
con la práctica religiosa puede ser de utilidad en el supuesto de que se es-
time necesario pedir al párroco informes sobre su credibilidad, por lo
que conviene que el declarante indique no la parroquia a la que jurídica-
mente pertenece, sino aquella en la que participa y donde le conocen.
Asimismo, insiste el art. 168 en la obligación del juez de preguntar al
declarante, cuando éste declare sobre los hechos objeto de la causa, no
sólo la fuente de conocimiento de dichos hechos, sino también «en qué Índice
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momento preciso se enteró de aquello que afirma».


En virtud de su fuente de conocimiento, las declaraciones serán: de
ciencia propia o presencial, si la persona declara sobre hechos percibidos
directamente por él; de referencia, si declara lo que ha oído de testigos
presenciales; de fama, cuando se limita a recoge en su declaración la opi-
nión pública y difundida respecto a un hecho.
En cuanto a la determinación del momento en que se conoció el hecho,
se trata de una circunstancia que puede igualmente tener gran importan-
456.
Indudablemente, no podría considerarse carente de valor la declaración de un testigo ex-
cesivamente escrupuloso, que no quiere prestar juramento por miedo precisamente a cometer perju-
rio por error, omisión, fallos de memoria, etc.

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312 Carmen PEÑA GARCÍA

cia para la correcta valoración de la declaración, puesto que el conoci-


miento obtenido en tiempo ya sospechoso deberá ser acogido con suma
prudencia por el juzgador457. En general, conviene que el declarante con-
crete lo más posible las circunstancias —de lugar, tiempo, compañía,
contexto...— de los hechos que narra, de modo que el juez pueda alcan-
zar certeza moral sobre los mismos 458.

5. Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del


acta (arts. 169-175)

Por disposición del art. 169, las preguntas que se hagan a los decla-
rantes —sean las presentadas previamente por las partes públicas o pri-
vadas, sean las que propongan en el mismo acto de la declaración el abo-
gado o el defensor del vínculo si están presentes, sean las que haga el juez
de oficio— deben cumplir los requisitos del can. 1564, de modo que debe-
rá el juez rechazar toda pregunta que no tenga las siguientes característi-
cas:
1º. Brevedad y sencillez: las preguntas deben ser breves, para facilitar
su comprensión por el declarante y su respuesta, y, sobre todo, no
abarcar varias cuestiones a la vez, puesto que las preguntas com-
plejas favorecen la confusión, al provocar el desorden de las
ideas y la posibilidad de olvidos u omisiones.
2º. Acomodadas a la capacidad del que declara: el declarante no po-
drá responder adecuadamente a lo que no comprende bien, por
lo que es importante utilizar un lenguaje claro e inteligible para
el declarante, evitar términos técnicos, giros rebuscados, etc.
3º. No ser capciosas ni falaces: se prohíben por el derecho las pre- Índice
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guntas oscuras, ambiguas, engañosas, puesto que lo importante


es el descubrimiento de la verdad, para lo cual es preciso que los
declarantes narren los hechos tal y como los conocen.
457.
A este respecto, se considera tiempo sospechoso, conforme a la jurisprudencia rotal, no
sólo el tiempo de preparación de la demanda, sino también el tiempo en que surgen las desavenen-
cias entre los cónyuges, puesto que éstos pueden estar previendo ya -y de algún modo preparando- la
futura demanda de nulidad: entre otras, sentencias rotales c. Wynen, de 6 de mayo de 1941, en SRRD
33, 1941, p. 380; c. Felici, de 30 de marzo de 1949, en SRRD 41, 1949, p. 140...
458.
Así lo destacan numerosas sentencias rotales que insisten en que «es necesario que (el tes-
tigo) añada cuándo, de quién, en qué contexto lo oyeron, si se dijo seria o jocosamente; de lo contra-
rio, su declaración es deficiente porque faltan los elementos que permitan verificarla»: c. Giannec-
chini, de 19 de noviembre de 1982, en SRRD 74, 1982, p.540; c. Lanversin, de 30 de junio de 1991, en
«Monitor Ecclesiasticus» 117, 1992, p.55...

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 313

4º. No ser sugerentes: las preguntas no deben indicar, ni siquiera su-


gerir, la respuesta, puesto que esto limitaría en gran parte la li-
bertad del testigo, sino que deben tender a que la parte haga un
relato de los hechos. En dicho relato, será labor del juez el inten-
tar, sin sugerir la respuesta, que la parte vaya detallando los he-
chos y concretando datos, circunstancias, que puedan tener inte-
rés para la causa.
Esta característica de la no sugerencia —de gran importancia
para la correcta instrucción de la causa— exige que el orden de
las preguntas vaya de lo más general a lo más concreto y específi-
co, y que las preguntas sean abiertas, sin predeterminar la res-
puesta. No caben, por tanto, en el ordenamiento canónico, a dife-
rencia de la práctica procesal civil, la formulación de las clásicas
posiciones, con su redacción afirmativa “diga ser cierto que...”.
5º. No ser ofensivas, de modo que «a nadie ofendan», ni al que decla-
ra, ni a las partes en la causa.
6º. Pertinentes al mérito de la causa: se trata de un criterio de legiti-
midad importante, puesto que el declarante no estaría obligado a
contestar preguntas impertinentes, que no guarden relación con
los hechos objeto del proceso, aunque sean entendidos en un sen-
tido amplio (recogiendo circunstancias relevantes, etc.). Es al
instructor a quien corresponde juzgar sobre la pertinencia o no
de las preguntas, para lo cual es fundamental que acuda al acto
de la declaración con un buen conocimiento tanto del plantea-
miento y el objeto de la causa como de las actuaciones practica-
das en la misma hasta el momento.
Para evitar el peligro de declaraciones preparadas o manipuladas, el
art. 170 prohíbe que se den a conocer las preguntas con antelación a Índice
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quienes han de ser interrogados, aunque prevé la posibilidad de que pue-


da el juez anunciar algunos puntos al declarante, si los hechos sobre los
que debe declarar son tan lejanos que no podría hacerlo adecuadamente
de otro modo (can. 1565); y el art. 171 exige que las respuestas de los de-
clarantes sean siempre orales459, prohibiéndose expresamente la lectura
de escritos por parte de los declarantes, aunque no cabe excluir, a tenor
de la regulación codicial (can. 1566), que en algunos supuestos difíciles
de recordar —por ejemplo, la fecha concreta del hecho que narra— pue-
da el juez autorizar al testigo a hacer uso de sus anotaciones. Esta prohi-
459.
Sobre las consecuencias de esta exigencia de oralidad de los testimonios, vid. Título VII,
III.3.4.C.

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314 Carmen PEÑA GARCÍA

bición genérica de leer escritos no alcanza, sin embargo, al perito, en el


supuesto de que sea éste quien vaya a declarar para exponer ante el juez
las conclusiones de la pericia. Asimismo, también queda matizado el
principio de oralidad en el supuesto de que el declarante sea sordo o mu-
do, al prever la legislación que, en este supuesto, cabe que el juez, o bien
recurra a un intérprete, o bien disponga que el declarante conteste por
escrito a las preguntas que él le plantee460.
En cuanto al modo de redactar el acta de la declaración, los arts.173-
175 recogen una serie de criterios, tomados de los cann. 1567-1569.
El art. 173, reproduciendo el can. 1567, dispone que las respuestas de
los declarantes deben ser inmediatamente recogidas por escrito por el
notario, bajo la dirección del juez, en el acta de la declaración, siendo
obligación del notario –y del juez— el consignar «las mismas palabras de
la declaración, al menos en cuanto se refieren directamente al objeto del
juicio». Se trata de un criterio fundamental para asegurar la posibilidad,
por parte de los jueces, de hacer una valoración objetiva de esta declara-
ción, por lo que es importante que el notario evite la tentación de «tradu-
cir» las manifestaciones de los declarantes a lenguaje jurídico, de utilizar
como plantilla las declaraciones hechas anteriormente por otros testigos
en la misma causa...
No obstante, sólo es obligatorio que consten literalmente las palabras
del testigo en aquello que de modo directo incide en el objeto de la causa;
respecto al resto de la declaración, será suficiente con que conste íntegra
y fielmente lo narrado por el declarante en respuesta a las preguntas del
instructor, teniendo el notario –y el juez— un cierto margen de actuación
para evitar declaraciones excesivamente difusas, extensas, en que abun-
den datos accidentales no pertinentes al mérito de la causa, etc. Sin em-
bargo, en caso de duda, es preferible una declaración extensa y literal que Índice
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una excesivamente resumida, puesto que los jueces podrán valorar más
adecuadamente el testimonio si conocen los hechos tal y como son cono-
cidos y expresados por el testigo, no a través de la percepción y redacción
de los mismos que haga el instructor o el notario.
Tanto por este afán de recoger lo más literalmente posible las declara-
ciones de los testigos como por el fin de agilizar el proceso, el párrafo se-
460.
Asimismo, también será necesario recurrir a un intérprete en aquellos casos en que el de-
clarante hable una lengua desconocida para el instructor (así lo recoge el art.172, que reproduce lite-
ralmente el can. 1471). En el supuesto de declaraciones tomadas en distintas lenguas, bien porque se
haya utilizado intérprete, bien porque las declaraciones hayan sido tomadas por exhorto en el ex-
tranjero, deberán unirse a los autos tanto la declaración redactada en la lengua original del decla-
rante como su traducción

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 315

gundo del art. 173 autoriza —a discreción del instructor— el empleo del
magnetófono o de otros medios técnicos (grabaciones en vídeo, CD,
DVD...) en el examen de los declarantes. No obstante, habida cuenta el
principio de escritura que rige en el proceso contencioso ordinario, la
norma exige la trascripción de dicha cinta a un acta, que deberá ir firma-
da por el notario —quien da fe de que la trascripción de la cinta responde
fielmente a la declaración del testigo— y por el juez, así como, siempre
que sea posible, por el mismo testigo. Este supuesto constituye en reali-
dad una excepción a la norma general del art. 175 §2, que exige que cons-
te la firma del declarante en el acta; no obstante, en este caso eso exigiría
que, una vez transcrita la cita, se citase nuevamente al testigo para que
firmase el acta, lo cual iría en contra de la finalidad de agilización del
proceso que justifica el empleo del magnetófono.
Aunque no es lícito, como se puso de manifiesto en el proceso de re-
dacción del Código, que se unan las cintas a los autos sin transcribir,
puesto que la sola cinta, por las posibilidades de manipulación o falsifica-
ción que presenta, no puede ser admitida como prueba461, sí es obligación
del notario —y así se recoge en el art. 175 §3, sin paralelismo en el Códi-
go— autenticar la grabación y disponer lo necesario para que se conserve
íntegra y segura.
Al redactar el acta, deberá el notario hacer constar, por disposición
del art. 174 (can. 1568), si el declarante prestó juramento o promesa o si,
por el contrario, éste fue dispensado o rehusado; las personas que esta-
ban presentes en el acto del examen judicial; las preguntas añadidas de
oficio —o a petición de las partes presentes en el interrogatorio— en di-
cho acto, así como todo aquello que haya sucedido durante el examen y
que pueda tener cierta importancia.
En cualquier caso, exige el derecho (art. 177 §§1-2; can. 1569) que, Índice
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una vez terminado el examen del testigo, le sea leído a éste el acta de su
declaración tomada por el notario —o, en su caso, se le haga oír lo graba-
do en cinta magnetofónica—, dándole la posibilidad de añadir, suprimir,
corregir o modificar lo que juzgue necesario. Aunque nada dice la Ins-
trucción, es claro que estas modificaciones deberán hacerse constar en
acta como tales modificaciones finales a la declaración, para que puedan
ser valoradas por los jueces. En este sentido, deberá evitar el instructor
realizar estas correcciones directamente sobre lo declarado inicialmente,
borrando esto. Una vez concluida y revisada la declaración, el declarante
—excepto en el supuesto de que su declaración haya sido recogida en me-
461.
«Communicationes» 10, 1978, p. 263.

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316 Carmen PEÑA GARCÍA

dios técnicos— firmará el acta junto con el juez, el notario y, si han estado
presentes, el defensor del vínculo y los abogados.

III. LAS PRUEBAS EN PARTICULAR

El capítulo II de este Título VII (arts. 176-216) describe cada una de


las pruebas en particular, dando criterios específicos sobre el modo en
que deben practicarse y, especialmente, sobre su valoración por el juez a
la hora de dictar sentencia en las causas de nulidad matrimonial.

1. Declaración de las partes (arts. 177-182)

1.1. Importancia y modo de realización (arts. 177-178)


La declaración de las partes no sólo es reconocida en el actual orde-
namiento canónico como verdadera prueba462, sino que constituye una de
las pruebas más destacadas en las causas de nulidad matrimonial, sobre
todo por las especiales características de éstas.
En este sentido, el art. 177 exhorta al juez para que interrogue a las
partes, con el fin de mejor descubrir la verdad. Sin embargo, conviene
puntualizar que, no obstante el tenor literal del art. 177, en las causas de
nulidad matrimonial la necesidad de proceder al examen de las partes –o
al menos intentarlo— constituye propiamente un deber, más que un mero
consejo. En efecto, a tenor del can. 1530, la práctica de esta prueba de de-
claración de las partes no está sujeta, en los procesos matrimoniales, a la
previa petición de parte, sino que debe en cualquier caso ser ordenada de
oficio por el juez, por tratarse de causas que afectan al bien público. En Índice
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definitiva, existe en estos procesos la obligación judicial de intentar lo-


grar la declaración de las partes, con el fin de que éstas, con sus aporta-
ciones personales y sus precisiones a lo expuesto en los escritos de de-
manda y, en su caso de contestación –siempre más breves y genéricos,
aparte de habitualmente redactados por el abogado— permitan conocer
con mayor exactitud los hechos controvertidos.
En cuanto al modo en que debe practicarse esta prueba, es de aplica-
ción lo previsto en los artículos 162-176 sobre el examen judicial. No obs-
tante, el art. 178 recuerda la obligación de la parte legítimamente inte-
462.
Cfr. GULLO, C. – GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimo-
nio, cit, p. 161.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 317

rrogada de responder y decir «toda la verdad», correspondiendo al juez,


en su caso, valorar la negativa de la parte a responder (can. 1531). No se
aplica automáticamente, pues, en el ordenamiento canónico, la ficta con-
fessio, ni se establecen presunciones legales sobre el valor del silencio o la
negativa a responder, sino que se deja a criterio del juez el realizar esta
valoración, que deberá ser hecha con sumo cuidado, tomando en consi-
deración todas las circunstancias: la causa de la negativa, su legitimidad
y consistencia, etc.
Por otro lado, esta obligación de responder exige como requisito pre-
vio la legitimidad del interrogatorio, de modo que, por la remisión del
art. 178 a los cann. 1534 y 1548 §2, sólo habrá obligación de responder a
las preguntas hechas por el juez que sean atinentes al mérito de la causa,
que no vulneren el derecho al honor del propio declarante, que no supon-
gan la vulneración del deber de guardar secreto de oficio, que de la res-
puesta no se siga peligro de infamia, vejaciones o males graves para el de-
clarante o su familia, etc.

1.2. Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión


judicial (art. 179)
Una de las novedades más problemáticas de la Instrucción Dignitas
Connubii en materia probatoria es la modificación introducida en el art.
179 respecto a la definición legal de confesión contenida en el Código.
El can. 1535, recogido en el art. 179 §1, define la confesión judicial
como la afirmación escrita u oral sobre algún hecho ante el juez compe-
tente463, manifestada por una de las partes acerca de la materia del juicio
y contra sí misma, tanto espontáneamente como a preguntas del juez. Por
consiguiente, lo que, según la definición codicial, caracteriza y distingue
la confesión judicial de otras declaraciones de las partes –concepto más Índice
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amplio, que incluye cualquier respuesta o manifestación personal de los


cónyuges a las preguntas del juez— es precisamente que el hecho de que
la parte declare contra sí misma, esto es, en contra de su pretensión en el
proceso, con independencia de que dicha pretensión sea favorable o ad-
versa a la declaración de nulidad del matrimonio. Sin embargo, esta defi-
nición se ve modificada, para las causas de nulidad matrimonial, por el
art. 179 §2, que, recogiendo la jurisprudencia rotal al respecto, establece
que por confesión judicial habrá que entender las declaraciones, hechas
463.
Si la confesión no se hace ante el juez competente para conocer de la causa de nulidad,
será considerada confesión extrajudicial y valorada como tal: así sucede, por ejemplo, con las decla-
raciones de las partes ante el juez civil que son aportadas al proceso canónico.

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por la parte ante el juez, contrarias a la validez del matrimonio que ver-
sen sobre hechos propios. Se trata, como ha destacado la doctrina proce-
salista, de una innovación muy discutible desde un punto de vista técnico,
peligrosa por su ambigüedad y por su oposición directa a lo dispuesto en
la ley464.

1.3. Criterios de valoración de las declaraciones de las partes (ar-


ts. 180-182)
En principio, las declaraciones de las partes, constituyan o no confe-
sión judicial en sentido estricto, tendrán una importancia muy notable en
los procesos canónicos de nulidad matrimonial. Para el juez canónico,
preocupado por el descubrimiento de la verdad de los hechos y de la de-
terminación de la existencia objetiva o no de un matrimonio válido, tiene
en principio gran valor todo aquello que declaran las personas más impli-
cadas en la causa, los cónyuges, especialmente teniendo en cuenta que,
por la materia sobre la que versa el proceso —hechos relativos a la inti-
midad de los esposos o bien actos internos de las personas—, con fre-
cuencia los únicos que tienen un conocimiento directo de los mismos son
las propias partes litigantes.
En el ordenamiento canónico, rige el principio de libre valoración de
la prueba por el juez, de modo que será a éste al que corresponda valorar
la fuerza probatoria de la declaración judicial de las partes, sean o no
confesiones propiamente dichas, poniéndolas en relación con las demás
pruebas y circunstancias de la causa465. Así se reconoce en el art. 180,
que, de conformidad con el can. 1536 §2, reconoce que el juez puede atri-
buir un cierto valor probatorio a las declaraciones de las partes, lo que en
su momento constituyó una importante novedad —de origen jurispru-
dencial— respecto a la regulación anterior al Código de 1983, en la que Índice
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no se concedía valor alguno a las declaraciones de las partes contrarias al


vínculo matrimonial. No obstante, aun reconociendo la importancia de
esta prueba, el art. 180, reiterando lo dispuesto en el can. 1536 §2, prohí-
be al juez atribuir fuerza de prueba plena a las declaraciones de las par-
tes, salvo que éstas vengan totalmente corroboradas por otros elementos
probatorios.
464.
Cfr. ARROBA CONDE, M.J., La primera instancia en la Instrucción «Dignitas connubii». No-
vedades, concreciones e innovaciones, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA, L., Los procesos
de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp. 64-65.
465.
Sobre los diversos tipos de declaraciones de las partes y su valor probatorio vid. ARROBA
CONDE, M.J., Il valore di prova delle dichiarazioni delle parti nelle cause di nullità matrimoniale, en
«Rivista Diocesana Torinese», marzo 2000, pp. 19-43.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 319

En la misma línea, el art. 180 §2, recuerda que, de conformidad con el


can. 1679, a no ser que las pruebas sean plenas por otros conceptos, para
valorar las declaraciones de las partes el juez deberá requerir, si es posible,
testigos que declaren acerca de la credibilidad de las partes; y usará tam-
bién otros indicios y adminículos. Constituye, por tanto, obligación del
juez, siempre que ello sea posible y que no exista prueba plena en la causa,
requerir informes sobre la probidad y credibilidad de las partes a testigos
que, aún no conociendo de ciencia propia los hechos controvertidos en la
causa, puedan sin embargo acreditar la veracidad de los declarantes; asi-
mismo, podrá también valerse de otros indicios o adminículos de prueba
para otorgar valor de prueba plena a las declaraciones de las partes.
De conformidad con lo dispuesto en los dos párrafos del art. 180, para
conceder valor de prueba plena a las declaraciones de las partes no será
imprescindible en principio —aunque será ciertamente conveniente— la
concurrencia de otros medios de prueba en sentido estricto (testigos, peri-
tos o documentos), sino que podrá otorgarse esa plenitud de valor proba-
torio a las solas declaraciones de los cónyuges, siempre que conste induda-
blemente la veracidad de éstos mediante los testimonios de credibilidad,
acompañados de otros indicios o adminículos466. Se trata de una posibili-
dad que, aunque debe ser utilizada con prudencia con el juez, evitando in-
currir en arbitrariedad, constituye una aportación fundamental de la ac-
tual regulación procesal canónica, que puede contribuir a evitar o
disminuir los conflictos entre fuero interno y fuero externo y ayudar a re-
solver importantes problemas de conciencia de los fieles, ofreciendo una
vía jurisdiccional para solucionar aquellos casos en que los hechos origi-
nantes de la nulidad, por sus circunstancias, fueran desconocidos para
otras personas467.

466.
Acebal alude, a este respecto, a la eficacia probatoria «reforzada» o «corroborada» de las Índice
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declaraciones de las partes en ACEBAL LUJÁN, J.L., Valoración procesal de las declaraciones de las par-
tes, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 12, Sala-
manca 1996, pp. 328-331.
467.
De hecho, el mismo Cardenal Ratzinger, destacó, como Prefecto de la Congregación para
la Doctrina d el Fe, la importancia que, desde esta perspectiva, tiene la posibilidad, introducida en el
Código de Derecho Canónico de 1983, de reconocer valor probatorio a las declaraciones de las par-
tes, evitando de ese modo que no pueda demostrarse la nulidad de un matrimonio en el fuero externo
procesal; vid. RATZINGER, J., Introducción, en CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre la
atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. Documentos, comentarios y estudios, Madrid
2000, p. 31. Puede verse también, entre otros, BERTONE, T., Gli interventi della Congregazione per la
Dottrina della Fede circa il can. 1536, en ed. GHERRO, S., Confessione e dichiarazione delle parti nelle
cause canoniche di nullità matrimoniale, Padua 2003, pp. 85-97; MACÍAS RAMOS, C.J., Nulidad del
matrimonio. Fuerza probatoria de la declaración de las partes en el proceso canónico por simulación y
por miedo, Valencia 2006, pp. 49-58; PINTO, P.V., I processi nel Codice de Diritto Canonico, Ciudad del
Vaticano 1993, pp. 509-511...

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Por otro lado, de esta regulación se deduce que los testimonios de cre-
dibilidad sólo son necesarios en el supuesto de que no se haya conseguido
prueba plena en la causa, por lo que no se ve justificada la praxis –muy
extendida todavía en muchos tribunales— de solicitar dichos testimonios
a los párrocos en todos los casos. Por otro lado, en relación con estos tes-
timonios de credibilidad –sean hechos por el párroco o por otros testi-
gos— es claro que los mismos tendrán muy escaso valor si el juicio sobre
la veracidad de la parte se apoya en generalidades o en meras impresio-
nes subjetivas sin fundamentar, por lo que deberá el juez, en su caso, soli-
citar que se detalle y concrete el motivo de dicho juicio.
Por otra parte, la atribución de fuerza plena a la declaración de las
partes exigirá, además de dichos testimonios de credibilidad, que la mis-
ma venga de algún modo corroborada por otros indicios o adminículos,
como pueden ser las circunstancias que rodean los hechos, el carácter y
honestidad de la persona, su religiosidad, la motivación religiosa del pro-
ceso468, su condición moral e integridad...
En cuanto a la eficacia probatoria de la confesión extrajudicial —aque-
lla que se produce fuera del proceso y es incorporada a juicio por alguno
de los medios de prueba posibles— el art. 181 recuerda que corresponde
igualmente al juez decidir su valor, una vez haya sopesado todas las cir-
cunstancias (can. 1537), entre las que cabría incluir el modo de manifes-
tación de dicha confesión (en principio, las manifestaciones escritas pa-
recen más seguras que las orales), la posibilidad de determinar con
suficiente exactitud las palabras exactas que dijo la parte, la seriedad, es-
tado de ánimo, causa y circunstancias en que emitió dicha confesión, el
lugar y el tiempo en que esas afirmaciones fueron pronunciadas, etc. Con
frecuencia, la jurisprudencia rotal concede mayor valor probatorio a las
declaraciones extrajudiciales, siempre que se compruebe que su veraci-
dad y que han sido hechas en tiempo no sospechoso, que a las declaracio- Índice
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nes judiciales, realizadas en tiempo sospechoso y que pueden verse con-


dicionadas por las concretas pretensiones de la parte en el proceso469.
Por último, el art. 182 recuerda que, a tenor del can. 1538, carecerán
de cualquier eficacia probatoria todas aquellas declaraciones de la parte
468.
La existencia de una verdadera motivación religiosa en el planteamiento de la causa, unida
al carácter íntegro y honesto de la persona, podría llevar en su caso al juez a la certeza de su veraci-
dad, puesto que no puede presumirse que la persona vaya a mentir en un asunto de conciencia.
469.
A este respecto, indica un Auditor Rotal que «si se pueden determinar el tiempo, lugar y cir-
cunstancias de la confesión de modo que se pueda situar ésta fuera del tiempo sospechoso, y si se puede
establecer que la parte dijo las palabras que se le atribuyen por una razón válida, con perceptible re-
flexión y con seriedad, entonces la confesión puede ser de gran valor» (DORAN, T.G., Comentario al can.
1537, en Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, vol. 4/2, Pamplona 1996, p. 1302.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 321

que hayan sido arrancadas por violencia o miedo grave así como las emi-
tidas por error de hecho. El motivo de esta disposición se halla en la ne-
cesidad de que la declaración sea libre y deliberada para tener algún va-
lor; no obstante, si se quiere impugnar el valor de la declaración de la
parte por estos motivos, deberán quedar probados en autos bien la vio-
lencia y el miedo sufridos, bien el error de hecho470.

2. Prueba documental (arts. 183-192)

Otra de las pruebas que, como recuerda el art. 183, recogiendo lo dis-
puesto en el can. 1539, se admite en las causas de nulidad matrimonial,
es la prueba de documentos, públicos o privados.

2.1. Concepto y clasificación (arts. 183-184)


Al igual que el Código, la Instrucción no da una definición de docu-
mento. No obstante, con carácter general, se considera documento aquel
instrumento escrito en el que se recoge algún dato y que, con indepen-
dencia de su soporte material, pueda ser susceptible de ser incorporado a
los autos del proceso, puesto que «en otro caso, solamente podría llegar
al proceso por otras vías como, por ejemplo, el acta notarial o el recono-
cimiento judicial»471. No constituirían documentos, a este respecto, las
cintas magnetofónicas u otros instrumentos análogos472.
Frente a otro tipo de pruebas, la prueba documental presenta la ven-
taja de su objetividad, que la libra del peligro de excesivo subjetivismo
propio de pruebas como la declaración de las partes o la testifical; ade-
más, a diferencia de éstas, la documental suele ser una prueba constitui-
da con anterioridad al proceso, lo que evita en principio —siempre que
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conste su fecha— el peligro de las pruebas realizadas ya en tiempo sospe-


choso. Por estos motivos, se trata de una prueba que puede llegar a tener
gran importancia probatoria en las causas de nulidad matrimonial: en el
proceso documental, su importancia será determinante, permitiendo la
utilización de un cauce procesal específico y muy ventajoso para la parte
470.
Como señaló la Comisión de reforma del Código en relación al can. 1538, dentro de este
error de hecho se encontraría igualmente incluido el dolo, que también provocaría la falta de efica-
cia de la declaración pese a no venir expresamente mencionado en dicho canon: Communicationes
11, 1979.
471.
Cfr. IGLESIAS ALTUNA, J.M., Comentario al can. 1539, en Comentario exegético al Código de
Derecho Canónico, cit., p. 1305.
472.
Así lo indicó expresamente la Comisión de reforma del Código en la redacción de estos cá-
nones: «Communicationes» 11, 1979, p. 105.

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322 Carmen PEÑA GARCÍA

que demanda la nulidad473; y también en el proceso contencioso ordina-


rio constituye una prueba importante, aunque deberá ser puesta en rela-
ción con las restantes pruebas practicadas en autos.
En relación con la clasificación y naturaleza de los documentos, el
art. 184 de la Dignitas Connnubii, reproduciendo literalmente lo dispues-
to en el can. 1540 del Código, distingue entre documentos públicos y pri-
vados, en función de los sujetos que intervienen en su confección.
A tenor del párrafo primero, será documento público eclesiástico
aquel que haya sido redactado, suscrito o autorizado por una persona pú-
blica en el ejercicio de su función en la Iglesia y observando las solemni-
dades prescritas por el derecho. Serán, por tanto, documentos públicos
eclesiásticos aquellos que han sido extendidos, en el ejercicio de sus fun-
ciones, por un sujeto que desempeñe una función pública oficial en la
Iglesia, sea el notario —la persona que tiene atribuida precisamente la
misión de dar fe pública—, sea una autoridad que, por ostentar la potes-
tad jurisdiccional, atribuye fe pública a los actos que realiza en el desem-
peño de las misiones propias de su autoridad474.
Asimismo, se reconocen, en el párrafo segundo del art. 184, como do-
cumentos públicos civiles los documentos que la ley civil de cada país re-
conozca como públicos. Se produce de este modo una remisión o “cano-
nización” de la ley civil en esta materia, de modo que los tribunales
eclesiásticos españoles deberán tener en cuenta, entre otros, los art. 1216
y siguientes del Código Civil, así como los artículos correspondientes de
las leyes procesales civiles (especialmente, el art. 317 de la Ley 1/2000, de
7 de enero, de Enjuiciamiento civil).
Finalmente, se considera documento privado todo aquel que no sea
público, ni civil ni eclesialmente.
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2.2. Valoración de la prueba documental (arts. 185-189)


La Instrucción, en sus arts. 185-188 establece una serie de criterios
referentes a la eficacia probatoria de los documentos, recogiendo no sólo
473.
Vid. comentario Título XIII.
474.
De conformidad con esta definición, serán documentos públicos, en virtud de la autoridad
de quien emanan, los documentos del Romano Pontífice, de la Curia Romana y de los Obispos, he-
chos de forma auténtica en el ejercicio de sus funciones, las sentencias y decretos judiciales, así como
las partidas de bautismo, confirmación, matrimonio, ordenación sagrada, profesión religiosa y de-
función que se conservan en los archivos parroquiales o de la Curia entre otros; y, en virtud de la in-
tervención del Notario eclesiástico, serán también documentos públicos todas las copias y atestados
auténticos de los documentos otorgados por las mencionadas autoridades, así como las actas judicia-
les y todas aquellas otras actas autorizadas por notario.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 323

la distinción codicial entre el valor de los documentos públicos y los pri-


vados, sino los criterios establecidos por la praxis jurisprudencial en la
valoración de algunos documentos concretos.

A/ El documento público (arts. 185 §1)


A tenor del art. 185.1 (can. 1541), el documento público hace prueba
plena de todo aquello que directa y principalmente afirma, salvo que
conste otra cosa por argumentos contrarios y evidentes.
La plenitud de eficacia probatoria no se predica respecto a todo el
contenido del documento, sino únicamente respecto a lo directa y princi-
palmente afirmado en éste: a este respecto, se entiende que un documen-
to afirma directamente todo aquello que la persona pública ha percibido
por los sentidos, y principalmente, todo aquello que se recoge por razón
del fin para el que el documento fue confeccionado, así como los elemen-
tos que atañen a la sustancia del acto consignado en el documento, pero
no necesariamente a los presupuestos necesarios para la validez de dicho
acto: por ejemplo, un acta de matrimonio o de bautismo extendida por el
fedatario público hará prueba plena del hecho de la celebración del sa-
cramento, las personas que intervinieron, la forma, el lugar y la fecha,
pero no de otras circunstancias que pueden quedar recogidas indirecta-
mente en el acta, como serían, en el supuesto del acta de matrimonio, la
edad y condición de los contrayentes o la delegación del sacerdote, y en el
acta de bautismo, la fecha de nacimiento del que recibe el bautismo. A
este respecto, la jurisprudencia canónica reconoce que, en los supuestos
en que sea necesario probar la fecha de nacimiento de los hijos —por
ejemplo, de cara a demostrar la existencia de un embarazo prematrimo-
nial— las certificaciones civiles de nacimiento tienen mayor eficacia pro-
batoria para acreditar este hecho que las partidas de bautismo eclesiásti- Índice
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cas475.
Por otro lado, esta plenitud de eficacia probatoria de los documentos
públicos está fundada en la presunción de veracidad del fedatario público
que extiende el documento, de tal modo que puede perder dicha eficacia
si se demuestra que no fue extendido por una persona pública en el ejer-
cicio de sus funciones o que se redactó sin observarse las solemnidades
exigidas por el derecho. En estos supuestos, el documento perdería su ca-
rácter público, debiendo el juez valorar su eficacia probatoria conforme a
lo dispuesto para los documentos privados.
475.
Así lo recoge, entre otras, la c. Lefebvre, de 16 de abril de 1959, n.4, en SRRD 51, 1959,
p. 207.

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Por último, cabría también la pérdida de eficacia probatoria del docu-


mento público eclesiástico por falsedad del mismo, penada en el can.
1391. Esta falsedad documental podrá ser impugnada por la parte a
quien perjudique mediante un incidente en la causa matrimonial princi-
pal, con independencia de que pueda dar lugar igualmente a una denun-
cia ante el Ordinario por vía penal (cann. 1717 y siguientes).

B/ Documentos preconstituidos (arts. 185 §§ 2-3)


Como novedad respecto a la regulación codicial, la Instrucción expli-
cita, recogiendo criterios establecidos por la doctrina y la jurisprudencia,
que no tendrán, por el contrario, la plenitud de eficacia probatoria propia
de los documentos públicos ni la autenticación de un documento privado
hecha por un notario —aunque la autenticación es pública, ello no modi-
fica el carácter privado del documento (art. 185 §2)— ni los escritos pre-
constituidos deliberadamente para probar la nulidad del matrimonio,
aunque hayan sido otorgados ante notario (art. 185 §3).
Con relación a estos últimos, plantea especial problema la valoración
de las actas notariales, realizadas con anterioridad al matrimonio, en que
se recogen manifestaciones de uno o ambos contrayentes tendentes a de-
mostrar la simulación total o parcial del consentimiento. Por un lado, se
trata a todas luces de un documento preconstituido, realizado precisamen-
te con la intención de que un día puedan ser utilizadas en un hipotético fu-
turo proceso en orden a conseguir la declaración de nulidad canónica del
matrimonio, por lo que, no sólo por su carácter de prueba preconstituida,
sino porque son generalmente escritos redactados por abogados, no direc-
tamente por la parte, habría que atribuirle muy escaso valor. No obstante,
por otro lado, el mismo hecho de la confección de este documento resulta,
en sí mismo, sumamente significativo, al menos en relación con la prueba Índice
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de la exclusión de la indisolubilidad, en cuanto que esa conducta de la par-


te de intentar asegurarse la futura nulidad parece reflejar ya, de algún mo-
do, una voluntad del contrayente de no aceptar la perpetuidad del vínculo,
por lo que podría ser admitido al menos como indicio de una posible ex-
clusión.
A este respecto, la Instrucción, de conformidad con la jurispruden-
cia más extendida, opta por huir de las valoraciones generales y aprio-
rísticas, y reconoce un cierto valor probatorio —el de los documentos
privados— a este tipo de documentos preconstituidos, de modo que su
eficacia probatoria deberá ser valorada por el juez en cada caso concre-
to, a la luz de las restantes circunstancias de la causa y del conjunto de
las pruebas.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 325

C/ Documentos privados (arts. 186-187)


Respecto al valor probatorio de los documentos privados, dispone con
carácter general el art. 187 —reproduciendo el can. 1542— que el docu-
mento privado reconocido ante el juez tiene la misma fuerza que la confe-
sión o la declaración extrajudicial. No obstante, pese a esta afirmación
genérica, no cabe excluir que la parte que lo reconozca como propio ami-
nore o modifique su eficacia probatoria mediante la explicación de su
contenido, de la intención con que lo escribió, de las circunstancias en
que lo hizo, etc.
Se reconoce, en definitiva, en la actual regulación un cierto valor pro-
batorio a estos documentos privados, correspondiendo al juez la determi-
nación de dicho valor probatorio a la vista de las circunstancias de la
causa y, especialmente, conforme especifica el art. 186 §2, del momento
en que fueron escritos, de modo que podrán tener gran importancia si
consta que fueron escritos en tiempo no sospechoso. No obstante, no es
éste, como es obvio, el único criterio a tener en cuenta en la determina-
ción de la eficacia probatoria del documento privado, siendo igualmente
fundamental el referente a la verificación de su autenticidad. En este sen-
tido, si se discutiera —por la otra parte o por el defensor del vínculo— la
autoría del documento, cabe que el juez adquiera certeza de la misma
mediante pruebas accesorias como la pericial caligráfica, el cotejo de le-
tras, la declaración de testigos…
Por último, el art. 186 §1 presta atención a un tipo de documento
privado, cuya presentación en los procesos canónicos de nulidad re-
sulta relativamente frecuente y al que la Instrucción, siguiendo crite-
rios de la jurisprudencia rotal, reconoce un peso probatorio «no pe-
queño»: las cartas intercambiadas, entre sí o con otros (familiares,
amigos), por las partes durante el noviazgo o durante el matrimonio, Índice
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pero siempre en tiempo no sospechoso. Estas cartas, siempre que


conste con certeza su autenticidad y la fecha de su redacción, suelen
arrojar mucha luz sobre la intención con que los contrayentes acudie-
ron al matrimonio y pueden resultar de gran ayuda en el descubri-
miento de la verdad, puesto que, con frecuencia, reflejan la realidad
de los hechos acaecidos con más objetividad que la confesión judicial
de los cónyuges, quienes, aún siendo veraces, no pueden por lo gene-
ral evitar el influjo del fracaso matrimonial en la narración y recuerdo
de los hechos anteriores al mismo. Por otro lado, a diferencia de los
documentos del art. 185 §3, no se trata de documentos preconstituidos
en orden al proceso canónico, por lo que pueden llegar a tener una no-
table eficacia probatoria.

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D/ Documentos anónimos (arts. 188)


El art. 188 introduce un criterio novedoso —sin paralelo alguno en el
Código— respecto a los documentos anónimos, estableciendo que éstos
«no pueden considerarse por sí mismos ni siquiera como indicios, a no
ser que se refieran a hechos que puedan comprobarse por otras vías y en
la medida en que puedan ser comprobados». Se trata de una disposición
problemática que, a mi juicio, causa una cierta perplejidad y sorpresa.
Por un lado, podría parecer, en principio, una disposición superflua o
contradictoria, puesto que si los hechos recogidos en el anónimo pueden
ser comprobados por otros medios, éstos constituirán la prueba de dichos
hechos y no el documento anónimo, que de por sí no tiene ni siquiera valor
de indicio. No obstante, esta objeción podría salvarse si referimos la dispo-
sición de este artículo, no al momento decisorio de valoración de la prueba
ya recogida, sino al momento de proposición y admisión de la prueba: en
este sentido, el art. 188 permitiría al juez no rechazar el documento anóni-
mo, sino –siempre que su contenido sea importante para el mérito de la
causa— admitirlo y seguir investigando para ver si por otros medios pue-
den comprobarse los hechos allí referidos.
Sin embargo, quedaría en pie, en cualquier caso, la principal objeción
que cabe hacer contra los documentos anónimos, que sería la de su difícil
encaje con el criterio de licitud que inspira y debe inspirar, como se ha in-
dicado, la admisión de cualquier tipo de prueba por parte del juez476. En
efecto, ¿puede considerarse lícita la admisión de un escrito anónimo, por
muy relevantes que sean los hechos que en dicho escrito se narren y aun-
que sea a los solos efectos de seguir investigando?

E/ Documentos manipulados (arts. 189)


Índice
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El art. 189, reproduciendo el can. 1543, recuerda que, para la correc-


ta valoración probatoria de los documentos, tanto públicos como priva-
dos, debe tenerse en cuenta si los documentos están raspados, corregi-
dos, interpolados o alterados de cualquier modo, puesto que en este caso
corresponderá al juez valorar, a la vista de las circunstancias, si pueden
tenerse en cuenta y en qué medida.

2.3. Normas sobre la presentación de documentos (arts. 190-192)


Para que los documentos tengan fuerza probatoria, deberán ser depo-
sitados —bien el original, bien copia auténtica del mismo— en la canci-
476.
Vid. comentario art.157, en Título VII, I.3.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 327

llería del Tribunal, para que puedan ser examinados por el juez y las res-
tantes partes en la causa, conforme exige el art. 190 (can. 1544). No
tienen pues, en principio, fuerza probatoria alguna las fotocopias no au-
tenticadas, ni los documentos no presentados en forma legítima, por lo
que deberían ser rechazados de oficio por el juez. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que, en algunos casos, estos documentos podrían llegar a
adquirir eficacia, por ejemplo, si son reconocidos por la parte a quien
perjudique, por lo que no cabe excluir que en alguna ocasión pudieran
ser admitidos por el juez, valoradas las circunstancias.
Por otro lado, aunque nada dice la Instrucción al respecto, es claro
que, si los documentos estuvieran redactados en un idioma desconocido
para el juez o para las partes, deberá acompañarse al original la traduc-
ción jurada del mismo.
Habitualmente, la presentación de documentos en juicio se hace de
modo espontáneo por la parte que quiere valerse de dicha prueba para
demostrar el hecho controvertido. No obstante, cabe también que la pre-
sentación se haga de modo forzoso, por mandato del juez. Así lo establece
el art. 191, que, reproduciendo el can. 1545, recoge la facultad del juez de
mandar que se presente en el juicio un documento común a las dos par-
tes, entendiendo por tal aquél que afecta a ambos cónyuges.
En el Código actual —y la Dignitas Connubii mantiene el mismo silen-
cio al respecto— ha desaparecido la regulación de la actio ad exhibendum,
existente en el Código de 1917. No obstante, aunque las partes no pueden
propiamente ejercer una acción exigiendo que se presenten determinados
documentos a juicio, es claro que nada impide que soliciten del juez que
ejerza la facultad que éste tiene concedida a tenor del art. 191. Se trata, en
cualquier caso, de una facultad discrecional del juez, por lo que éste debe-
rá decidir sobre la conveniencia y necesidad de ordenar la exhibición del
Índice
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documento en función de las circunstancias de la causa.


Por otro lado, debe destacarse que tanto el art. 191 como el can. 1545
aluden únicamente, al regular esta facultad del juez, a la presentación de
documentos comunes a las partes, aunque tampoco se excluye expresa-
mente que el juez pueda pedir, si lo estima necesario, la presentación de
un documento propio y exclusivo de una de las partes; al contrario, el te-
nor del art. 192 parece dar por presupuesto que el juez podría solicitar la
presentación de documentos no comunes. No obstante, aunque, en prin-
cipio, nada se opone a que el juez pueda solicitar a la parte su colabora-
ción al proceso mediante la aportación de este documento propio, encon-
tramos sumamente discutible que, si la parte se niega a ello, el juez pueda
obligarle a presentarlo.

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328 Carmen PEÑA GARCÍA

2.4. El defensor del vínculo ante la prueba documental


En relación con esta facultad del art. 191 y, más ampliamente, con las
limitaciones y criterios de actuación del defensor del vínculo en las cau-
sas de nulidad matrimonial, conviene destacar que la prueba documental
es una de las cuestiones en que se percibe mejor la precariedad de las po-
sibilidades del defensor del vínculo, teóricamente iguales a las de las par-
tes, en materia probatoria.
En relación con la prueba documental, la función del defensor del
vínculo queda reducida, generalmente, al examen de los documentos
aportados por las otras partes y, en su caso, a proponer las excepciones
posibles contra los mismos, conforme al art. 190. Aunque legalmente el
defensor puede, al igual que cualquiera de las partes, aportar todos los
documentos públicos o privados que estime pertinentes, lo cierto es que
esta posibilidad presenta un marcado carácter ideal, puesto que, en la
práctica, el defensor del vínculo no tiene acceso directo —salvo que la
parte demandada quiera proporcionárselo477— a ningún documento rela-
cionado con las partes.
Esta situación de inferioridad del defensor del vínculo en relación con
esta prueba queda puesta de manifiesto en el mismo hecho de que, mien-
tras las partes aportan de hecho los documentos de que intentan valerse,
el defensor del vínculo debe conformarse con solicitar al tribunal, en
aquellos casos en que considere necesaria esta prueba, que ordene traer a
juicio estos documentos, bien mediante oficio a la correspondiente auto-
ridad, preferentemente eclesiástica (pues la autoridad civil rara vez cum-
plimenta estos oficios), bien mediante requerimiento del juez a la parte,
en virtud del art. 191. En definitiva, mientras que la admisión de docu-
mentos en el caso de las partes es prácticamente automática (salvo que
exista alguna causa de inadmisión, en cuyo caso deberá motivarse el re- Índice
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chazo de la prueba), la petición del defensor del vínculo deberá pasar


previamente el filtro del juez, que valorará su necesidad y oportunidad, y
decidirá si asume y ordena dicha prueba, puesto que únicamente el juez
—y nunca el defensor del vínculo— puede ordenar la presentación de do-
cumentos a las partes.
Y, si bien esta asunción por el juez de la prueba propuesta por el de-
fensor del vínculo no encontrará habitualmente dificultades en el caso de
documentos cuya necesidad sea manifiesta para el proceso, como puedan
477.
Sobre los criterios que deben guiar, en su caso, la relación entre el defensor del vínculo
y la parte demandada, vid. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, cit,
pp. 66-68.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 329

ser los autos de un proceso canónico de nulidad o de separación manteni-


do anteriormente entre las partes, el expediente matrimonial, o los certi-
ficados de matrimonio y, especialmente en el caso de embarazo prematri-
monial, de nacimiento de los hijos (en el supuesto de que la parte actora
no los haya aportado en la demanda, como procede), lo cierto es que la
admisión de la prueba pedida por el defensor del vínculo puede resultar
más conflictiva en el supuesto de otros documentos cuya necesidad y re-
levancia pueda no ver el juez, privando de ese modo al defensor del vín-
culo, a priori, de un medio de prueba legítimo.

2.5. Documentos relevantes en las causas de nulidad

Respecto a la importancia de la prueba documental —sea aportada


espontáneamente por las partes, sea solicitada por el juez, de oficio o a
instancia del defensor del vínculo— conviene destacar la importancia
probatoria que pueden tener documentos civiles como la certificación de
matrimonio del Registro Civil —que aportan datos importantes sobre la
ejecución de sentencias civiles de separación y divorcio, y el régimen eco-
nómico matrimonial— y los autos de los procesos civiles de separación o
divorcio, especialmente si han sido contenciosos, con toda la prueba allí
practicada478. En contra de lo que en ocasiones se cree, toda esa masa do-
cumental allí contenida puede resultar sumamente relevante en el proce-
so canónico, puesto que, aunque haga alusión fundamentalmente al final
de la convivencia conyugal, y no al momento constitutivo del matrimo-
nio, los hechos alegados y probados —mediante los medios de prueba co-
rrespondientes— en sede civil pueden iluminar y ayudar al juez a obtener
la necesaria certeza moral respecto a hechos directamente atinentes al
mérito de la causa canónica.
A nuestro entender, resulta sumamente aconsejable que se aporten Índice
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al proceso canónico al menos las principales actuaciones de los proce-


sos civiles de separación o divorcio mantenidos entre los cónyuges, es-
pecialmente en caso de ser contenciosos479. Como mínimo, convendría
contar en el proceso canónico con los escritos de demanda y contesta-
ción, las confesiones judiciales, la documental aportada, el peritaje
478.
Cfr. CALVO TOJO, M., Reforma del proceso matrimonial anunciada por el Papa, Salamanca
1999, pp. 315-320.
479.
En cuanto al modo concreto de ordenar esta prueba, será más eficaz que el juez requiera a
la parte la presentación de estos documentos que indudablemente tiene —o puede obtener fácilmen-
te—, puesto que el oficio directo al juzgado civil resultará generalmente infructuoso; y si la parte des-
atiende el mandato judicial y se niega a presentar esos documentos, al juez corresponderá valorar di-
cha actitud.

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330 Carmen PEÑA GARCÍA

psico-social480 y la sentencia, pues el análisis de esta masa documental


y su comparación diligente con la prueba practicada en el proceso ca-
nónico, puede arrojar no poca luz a la causa, bien porque ayude a en-
tender mejor el desarrollo de la vida matrimonial y los hechos relevan-
tes del matrimonio y corrobore la credibilidad de las partes, bien
porque el contraste entre ambos procesos permita detectar si las par-
tes han omitido en el proceso canónico algunos hechos importantes, o
han presentado explicaciones sesgadas —cuando no abiertamente
contradictorias— de los mismos hechos, lo cual deberá ser tenido en
cuenta en la valoración de la prueba y en la resolución final de la causa
por el tribunal.
En relación con esto, aún más clara es la importancia vital que, para
el descubrimiento de la verdad, tienen los autos de las causas canónicas
de nulidad que se hayan podido plantear anteriormente entre los cónyu-
ges, causas que, lógicamente, habrían concluido sin sentencia —por ca-
ducidad o renuncia— o habrían tenido un resultado negativo, pues en
caso contrario no tendría sentido la demanda de nulidad. El conoci-
miento de lo que en dicha causa se alegó, y de las pruebas practicadas
en su caso en la misma, resulta fundamental para poder dictar en la
causa una sentencia con todas las garantías de objetividad. La necesi-
dad y relevancia probatoria de estos documentos resulta irrefutable,
puesto que la comparación entre los autos primigenios y los posteriores
suele arrojar gran luz acerca de la credibilidad de los declarantes, de
modo que generalmente de esa comparación puede deducirse si las par-
tes han re-escrito falazmente los hechos relevantes de su matrimonio,
inventándose versiones diferentes y, en ocasiones, contradictorias con
la anteriormente expuesta, o si, por el contrario, se han limitado a enfo-
car la causa de modo más adecuado, profundizando y concretando lo ya
apuntado en su momento y quizás no debidamente desarrollado, y, en Índice
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general, presentando la prueba necesaria para el efectivo logro de sus


pretensiones procesales481.

480.
Debe tenerse en cuenta que los litigantes en el proceso civil generalmente asisten a este pe-
ritaje, dejándose examinar por los psicólogos del juzgado, por lo que este peritaje, aunque nunca su-
pla la prueba pericial ordenada por el juez canónico y realizada directamente sobre el cónyuge, pue-
de sin embargo arrojar luz en aquellos casos en que el demandado rehusa someterse a dicha prueba
pericial, debiendo practicarse la pericia super actis.
481.
Es, en este sentido, deber de la parte manifestar la existencia de esas causas anteriores y
aportar, si la tiene, la documentación correspondiente a las mismas o, al menos, identificar suficien-
temente esas causas, de modo que pueda el juez -de oficio o a instancia de la parte o del defensor del
vínculo- ordenar que se incorporen a las actas del proceso los autos de las anteriores causas de nuli-
dad que haya planteado cualquiera de los cónyuges.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 331

2.6. Excepciones a la obligación de presentar documentos (art. 192)


Muy relacionado también con la facultad del art. 191 se halla lo dis-
puesto en el art. 192, reproducción del can. 1546, en cuanto que este artí-
culo regula las excepciones que pueden oponer las partes al deber de pre-
sentar los documentos —sean o no comunes— exigidos por el juez. En
base a dicho artículo, no existe obligación de presentar documentos que
no puedan mostrarse sin peligro de que recaiga un grave daño —como
infamias, vejaciones peligrosas u otros males graves— sobre la parte,
consanguíneos o afines próximos al mismo482, así como tampoco aquellos
documentos que supongan la violación del deber de guardar secreto.
En cuanto a la violación de la obligación de guardar secreto, podría dar-
se con relación a la exhibición de aquellos documentos que hubieran sido
entregados a la persona depositaria en virtud de su oficio o ministerio, entre
los que se encuentran, por analogía con el art. 194 §2, 1º-2º (can. 1548 §2,
1º), los clérigos, autoridades civiles, médicos, comadronas, abogados, nota-
rios, y todos los que estén obligados a guardar secreto de oficio en lo que se
refiere a los asuntos que caen bajo ese secreto (por ejemplo, los psicólo-
gos…). No obstante, el mismo art. 192 contempla, en su párrafo segundo,
como posible solución en esos casos, la facultad del juez de exigir que la par-
te presente aquellos particulares del documento que puedan ser transcritos y
mostrados sin incurrir en el peligro de daño o de violación de secreto.
Por otro lado, nada se opone a que las partes puedan presentar en jui-
cio las cartas privadas de que sean destinatarios sin necesidad de licencia
de su remitente, siempre que el contenido de las mismas no sea secreto
por su propia naturaleza, ni conste en la misma carta la prohibición de su
publicación. No obstante, también podría plantear cuestiones la licitud
de esta prueba si se previera que, de la presentación de la misma, hay pe-
ligro de que se siga un daño grave para su autor, por lo que el juez deberá Índice
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valorar cuidadosamente la conveniencia de su admisión.

3. La prueba testifical (arts. 193-202)


Los arts.193-202 de la Dignitas Connubii regulan la prueba testifical,
reproduciendo en líneas generales, sin variables ni innovaciones signifi-
cativas, lo regulado en el Código para todo tipo de procesos483.
482.
En relación a estas excepciones, hay que destacar que, según la interpretación unánime de
doctrina y jurisprudencia, no se incluiría dentro de este peligro de grave daño a que alude el art.192
el temor de que la parte pueda salir perjudicada en el pleito por la presentación del documento.
484.
No obstante, el art.193 contiene una significativa modificación respecto a su fuente, el can.
1547, al no incluir la afirmación de éste referida a que la prueba testifical se admite «en todas las causas».

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332 Carmen PEÑA GARCÍA

Se trata de una prueba que, conforme recuerda el art. 193, se realiza


bajo la dirección del juez, aunque dentro de este término se incluirían
también, a tenor del art. 155 §2, el juez de exhortos, el delegado del juez y
el auditor. En cuanto al modo de practicar dicha prueba, deberá tenerse
en cuenta lo dispuesto con carácter general en los arts. 162-176 para el
examen judicial de partes y testigos484.

3.1. El testigo: concepto, obligaciones y capacidad requerida (ar-


ts. 194-196)
El testigo es aquella persona ajena a la relación jurídica procesal —dis-
tinta, por tanto, de las partes, sus representantes y el tribunal— que es lla-
mada a juicio para declarar sobre hechos relevantes en la causa que han
sido percibidos directamente por él, a través de sus sentidos. Por su pro-
pia configuración procesal, resulta fundamental que el testigo declare
siempre sobre hechos o circunstancias fácticas, evitando hacer juicios de
valor sobre los mismos o sacar conclusiones jurídicas de ellos, puesto que
la valoración de los hechos corresponde al juez.
El testigo es siempre, por tanto, un tercero procesal, que ha tenido cono-
cimiento de los hechos objeto del proceso con anterioridad a la constitución
de la relación procesal. Se diferencia, en este sentido, del perito, que, siendo
igualmente un tercero, conoce los hechos objeto del proceso por mandato ju-
dicial con el fin de que aporte sus conocimientos técnicos sobre los mismos.
La principal obligación del testigo es, como recuerda el art. 194 —que
reproduce el can. 1548— la de declarar la verdad al juez que les interroga
de manera legítima. Según se especificó en el proceso de redacción del
Código, en esta obligación de declarar la verdad se incluiría tanto el no
declarar nada falso como el no ocultar hechos verdaderos485.
No obstante, junto con este deber de declarar la verdad, el ordenamien- Índice
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to canónico reconoce, en este art. 194, una serie de exenciones de la obliga-


ción de responder, de modo que los testigos quedarían eximidos de la obli-
gación de responder a aquellas preguntas —y sólo a esas— que recaigan,
bien sobre materias protegidas por el deber de guardar secreto por haber
tenido conocimiento de ellas en virtud del ministerio o de la profesión, o

El art.193 de la Instrucción, con buena técnica jurídica, omite esa afirmación, puesto que la única ex-
483.

cepción a la general admisión de la prueba testifical se encuentra precisamente en el ámbito de los


procesos matrimoniales, al no caber la testifical en el proceso documental (arts. 295-299, cann. 1686-
1688). Por consiguiente, únicamente en las causas de nulidad matrimonial tramitadas por el proceso
contencioso ordinario –las más frecuentes, por otro lado- podrá practicarse la prueba testifical.
484.
Vid. Título VII, II.
485.
«Communicationes» 15, 1984, p.65.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 333

bien sobre materias de las que pueda seguirse graves males, infamias o ve-
jaciones peligrosas para sí mismos o sus familiares más cercanos. Así pues,
en virtud de la obligación de guardar secreto, los clérigos —aparte de su in-
capacidad absoluta para declarar lo que conocen por confesión sacramen-
tal (art. 196)— estarán exentos de declarar respecto a todo aquello que les
haya sido confiado en razón del ministerio sagrado; y la misma exención
tendrán igualmente los magistrados, abogados, procuradores, médicos,
comadronas, notarios y otros profesionales obligados al secreto —incluso
por razón del mero consejo dado— respecto a lo que hayan conocido en
virtud de su oficio, por estar sometido al secreto profesional.
No debe confundirse esta dispensa legal del deber de declarar sobre
las mencionadas cuestiones con las causas de incapacidad para testificar
recogidas en el art. 196 (can. 1550), puesto que en este supuesto los testi-
gos son plenamente capaces de testificar, estando dispensados únicamen-
te respecto a algunas preguntas concretas. De hecho, el testigo podría, si
lo estima pertinente, declarar lícitamente tanto sobre cuestiones de las
que pueda seguirse grave daño para él o los suyos, como sobre aquellas
materias que caen bajo el secreto profesional, siempre que la parte que se
las haya confiado le conceda autorización expresa para revelarlas. Igual-
mente, podrán los clérigos —sean o no sacerdotes— revelar, con permiso
de la parte, todo aquello que se les haya confiado en virtud del ministerio,
excepto lo conocido por confesión sacramental.
En cuanto a la capacidad requerida para ser testigo, el ordenamiento
canónico reconoce, en el art. 195 y el can. 1549, que puede ser testigo
cualquier persona a quien el derecho no se lo prohíba expresamente, en
todo o en parte. Las únicas prohibiciones legalmente prevista para ser
testigo vienen recogidas en el artículo siguiente, de modo que, con carác-
ter general, podrá ser testigo en las causas canónicas de nulidad matri-
monial toda persona que no se halle en una de dichas prohibiciones, con Índice
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independencia de su condición de bautizado o no, de católico o no, de si


está incurso en una pena canónica o en situación irregular, de si les une
vínculos familiares o de amistad con las partes, etc.
El art. 196, reproduciendo el can. 1550, regula las únicas excepciones
contenidas en el derecho al principio del art. 195, distinguiendo entre
causas de inidoneidad para testificar y causas de incapacidad absoluta
para ser testigo:

A/ Inidoneidad para ser testigo (art. 196 §1)


El párrafo primero del art. 196 recuerda que no deben admitirse
como testigos tampoco los menores de catorce años y los débiles menta-

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334 Carmen PEÑA GARCÍA

les, aunque no se trata de una prohibición absoluta, ya que el mismo artí-


culo prevé que puede el juez oírles si manifiesta mediante decreto la con-
veniencia de esta prueba.
Por lo que respecta a los menores de catorce años, éstos pueden en
principio —siempre que hayan alcanzado el uso de razón— ser capaces
de percibir la realidad, aunque no son adecuados como testigos porque
suelen carecer de la madurez para discernir acertadamente los hechos y
las circunstancias, dada su sugestionabilidad, su mayor imaginación y
menor discreción mental, por lo que la jurisprudencia rotal recomienda
que no se admitan como testigos y, en caso de admitirlos, que se valoren
con suma prudencia sus testimonios486. En cualquier caso, la prohibición
no afecta a la declaración de los mayores de catorce años que testifiquen
sobre hechos que conocieron antes de alcanzar dicha edad, aunque es
claro que el juez deberá valorar con cautela dichos testimonios, puesto
que, en cualquier caso, sí existiría una incapacidad del testigo para decla-
rar aquello que conoció siendo un menor carente de capacidad de discer-
nimiento.
En cuanto a los débiles mentales, dentro de esta categoría estarían in-
cluidos los oligofrénicos, los retrasados mentales, los enfermos con per-
turbaciones de la percepción, la memoria o la conciencia, los que pade-
cen demencia senil, los alcohólicos y toxicómanos, etc. No obstante, en
caso de admitirse dichos testimonios, deberá el juez determinar su valor
en función de las circunstancias del caso, puesto que no viene tasada le-
galmente su valoración.

B/ Incapacidad absoluta para ser testigo (art. 196 §2)


En primer lugar, serán absolutamente incapaces de testificar los que
son parte en la causa o comparecen en juicio en nombre de las partes Índice
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(procurador, curador); los jueces y sus ayudantes, entendiéndose por tal a


todos los que de algún modo forman parte del tribunal —jueces, notarios,
actuarios, instructor...— y han intervenido en la tramitación de la causa,
sea en la presente instancia o en una instancia anterior; y a los abogados
y aquellos que presten o hayan prestado asistencia a las partes en la mis-
ma causa, en cualquiera de sus instancias.
Habida cuenta la incapacidad absoluta de estas personas para testifi-
car, la Instrucción recuerda la importancia de que aquellas personas co-
nocedoras de los hechos cuyo testimonio sea importante para la prueba
486.
Entre otras, c. Fiore, de 29 de noviembre de 1960, n. 6, en SRRD 52, 1960, p. 404; c. Wynen,
de 28 de mayo de 1940, n. 8, en SRRD 32, 1940, p. 244.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 335

de la verdad no asuman ese tipo de funciones en la causa. Se trata de una


advertencia muy oportuna, que será fundamental tener en cuenta a la
hora de que la parte designe abogado o procurador, o bien a la hora de
designar judicialmente a alguien como curador del que carece de la capa-
citas standi in iudicio (por ejemplo, será una causa grave que aconseje
que el juez nombre, de conformidad con el art. 98, a un curador distinto
del designado por el juez civil)487. En cuanto a los miembros del tribunal,
por otro lado, es claro que quien conoce hechos relevantes de la causa tie-
ne la obligación de abstenerse de intervenir en la causa, siendo motivo
suficiente para la inhibición o recusación, por lo que, en principio, no de-
berían plantearse problemas al respecto488.
No obstante, en base al tenor literal del artículo 196 y del canon 1550,
y teniendo en cuenta la necesidad de una interpretación estricta de esta
prohibición, por tratarse de una ley odiosa (can. 18), no parece que la in-
capacidad para testificar alcance a los abogados o profesionales que úni-
camente hubiesen aconsejado a las partes antes de iniciarse la causa, de
modo que éstos serían en principio capaces de testificar, aunque no ten-
drían obligación de contestar a aquellas preguntas que afectasen a lo co-
nocido bajo secreto profesional (art. 194 §2, 2º).
En segundo lugar, se considera igualmente incapaz como testigo al sa-
cerdote respecto de todo aquello que conozca por confesión sacramental, in-
cluso aunque el penitente le pida que lo manifieste. La prohibición alcanza,
por tanto, no sólo a los pecados confesados, sino a todo lo que se conoce por
medio o con motivo de la confesión sacramental. La razón de esta incapaci-
dad estriba en la plena y absoluta inviolabilidad del sigilo sacramental (can.
983), y alcanza no sólo al sacerdote, sino también a todas aquellas personas
que de cualquier modo hayan oído algo con motivo de la confesión (intérpre-
tes, oyentes involuntarios, etc.), de tal modo que lo conocido mediante esta
vía no puede ser aceptado ni siquiera como indicio de verdad (art. 196.2,2º y Índice
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can. 1550,2). No obstante, nada se opone, en principio, a que pueda el confe-


sor testificar respecto a los hechos o circunstancia que hubiese conocido fue-
ra de la confesión, estándose en este caso a lo dispuesto en el art. 194 §2,1º.

3.2. La proposición de la prueba testifical (art. 197-199)


Conforme a lo dispuesto en el art. 198, la proposición de la prueba tes-
tifical exige que la parte que los propone aporte los nombres y domicilios
o lugar de residencia de dichos testigos (can. 1552 §1). Se trata de un re-
487.
Vid. comentario arts.97-98, en Título IV, III.2.
488.
Vid. comentario arts.67-70, en Título III, I.2.

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quisito expresamente exigido por la ley y reiterado por la Instrucción, de


modo que, en principio, deberá ser cumplido incluso en el supuesto —ha-
bitual en la praxis española— de que la realización de las citaciones a di-
chos testigos se encargue al procurador de la parte que los propuso.
Una vez propuestos por las partes los testigos de que intentan valerse,
deberá el juez notificar a las otras partes sus nombres antes de proceder a
su interrogatorio (art. 199, reproduciendo literalmente el can. 1554).
Esta notificación de los nombres permitirá, en su caso, a las otras partes
proceder, si lo consideran necesario, a la reprobación de alguno de los
testigos propuestos, a tenor del art. 200.
No obstante, la obligación de notificar los nombres no viene configu-
rada como una obligación absoluta, previendo el mismo art. 199 que, si el
juez estima que no puede hacerse dicha notificación sin grave dificultad,
deberán notificarse los nombres al menos antes de la publicación de los
testimonios, es decir, una vez ya practicado el examen judicial del testi-
go489. Como grave dificultad que facultaría al juez a omitir dicha notifica-
ción, señalan la doctrina y la jurisprudencia el peligro de soborno al testi-
go o de que se intente impedir, por medios ilícitos, la declaración de
dicho testigo, etc. Sin embargo, deberá el juez ser sumamente prudente
en la apreciación de estos peligros y de la concurrencia de una grave difi-
cultad que justifique el posponer la notificación de los nombres de los tes-
tigos, puesto que dicha decisión judicial impedirá, de hecho, que la otra
parte pueda ejercer su derecho de solicitar la exclusión del testigo.
Por otro lado, el art. 197 reconoce, de conformidad con lo dispuesto en
el can. 1551, el derecho de la parte a renunciar al examen del testigo, re-
nuncia que podrá hacer la parte que le ha propuesto, antes de que éste sea
interrogado. No se trata, sin embargo, de un derecho absoluto. De esta pe-
tición de renuncia al testigo deberá darse traslado a las otras partes, públi-
Índice
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cas y privadas, quienes pueden solicitar que el testigo sea oído en el juicio,
correspondiendo al juez decidir libremente sobre la procedencia de esta
renuncia, en función de las razones esgrimidas por las partes.

3.3. Reprobación o/y exclusión de un testigo (art. 200)


A tenor del art. 200 (can. 1555), las partes podrán solicitar, siempre
antes de su examen o interrogatorio, la exclusión de alguno de los testi-
489.
En los casos más graves, para evitar un peligro gravísimo, podría incluso el juez decretar
secreto dicho testimonio y no proceder a su publicación, a tenor del art. 230 y del can. 1598, aunque
ello exigiría en cualquier caso su manifestación a los abogados de las partes, bajo juramento o pro-
mesa de guardar secreto: vid. Título IX, I.4.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 337

gos, bien por encontrarse en alguno de los supuestos del art. 196 (can.
1550), bien porque exista justa causa para su exclusión.
Aunque suelen utilizarse indistintamente, conceptualmente no coinci-
den los términos de reprobación y exclusión del testigo. La reprobación o
tacha de un testigo es la solicitud de su exclusión y es realizada por la par-
te, mientras que la exclusión del testigo es propiamente el mandato del
juez decretando que esa persona no sea admitida como testigo; en este
sentido, la reprobación consistiría en una excepción presentada por la
parte contra el testigo para que el juez excluya de ser testigo a esa perso-
na, mientras que la exclusión es el acto con el que el juez prohíbe efecti-
vamente al testigo prestar declaración490.
Por otro lado, aunque la reprobación o tacha es claramente distinta de
la renuncia a un testigo propio, regulada en el art. 197 (can. 1551), no se
excluye que esta posibilidad de que una de la partes plantee la reproba-
ción del testigo pueda darse respecto a testigos propuestos por ella mis-
ma. En efecto, aunque lo normal será que la parte solicite, en su caso, la
exclusión de testigos propuestos por las otras partes, nada impide que
pueda tachar también a testigos propuestos por ella misma, aunque, de
suyo, esta reprobación de los propios testigos sólo podrá tener lugar
cuando, habiendo renunciado la parte a su examen de conformidad con
el art. 197, las otras partes insisten en que sea oído.
Ni la Instrucción ni el canon concretan qué causas justificarían esta
reprobación o excepción de sospecha del testigo, pero pueden señalarse
como justa causa, entre otras, el odio o enemistad manifiesta hacia una
de las partes, el haber sido el testigo sobornado, instruido o aleccionado
previamente, la falta de libertad del testigo por su condición de subordi-
nado, servidor o dependiente de una de las partes...
También constituiría justa causa para su exclusión el hecho de que el testi- Índice
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go tenga interés porque recaiga sentencia en un sentido determinado, aunque


debe tratarse de un interés muy cualificado (por ejemplo, el del tercero que
quiere contraer matrimonio con uno de los cónyuges). No sería suficiente para
la exclusión del testigo el temor a la parcialidad propia de los familiares de las
partes, puesto que, en las causas matrimoniales, los parientes y consanguíneos
pueden conocer hechos que, por su carácter íntimo, no es fácil que conozcan
los extraños, por lo que resulta adecuada su admisión como testigos.
La concurrencia de esta justa causa que justifica la exclusión de un
testigo debe ser probada por la parte que presenta la reprobación, corres-
490.
GARCÍA FAÍLDE, J.J., Comentario al can. 1555, en Comentario exegético al Código de Derecho
Canónico, cit., p. 1342.

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338 Carmen PEÑA GARCÍA

pondiendo al juez valorar libremente su posible incidencia en la declara-


ción del testigo. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que la exclusión
del testigo, además de perjudicar el derecho de defensa de la parte que lo
ha propuesto, supone la privación del derecho de toda persona a testifi-
car, recogido con carácter general en el art. 195 (can. 1549); se trata, por
tanto, de una norma de estricta interpretación, a tenor del can. 18.

3.4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición


de testigos
Con relación a la prueba testifical, se plantean, en la praxis judicial,
algunas cuestiones no carentes de interés respecto a cuál debe ser la ac-
tuación del defensor del vínculo en la proposición de esta prueba491.
Una primera cuestión que cabría plantear sería el alcance y los límites
del derecho del defensor del vínculo a investigar para obtener los nom-
bres de testigos relevantes. Aunque, en principio, parece claro teórica-
mente el derecho del defensor del vínculo a realizar investigaciones en
búsqueda de prueba492, lo cierto es que en la praxis de nuestros tribunales
puede generar un cierto malestar el hecho de que el defensor del vínculo
se ponga en contacto con la parte demandada y le ruegue que le indique
el nombre y la dirección de testigos que, conocedores de los hechos, pue-
dan acudir a declarar.
En principio, esta iniciativa del defensor del vínculo debe ser valo-
rada, a nuestro juicio, como un medio legítimo —y muy útil en ocasio-
nes— de obtener pruebas eficaces que aportar al proceso, subsanando de
ese modo la inicial desigualdad entre las partes. Hay que tener en cuenta
que, de suyo, el defensor del vínculo desconoce la realidad de ese matri-
monio y su círculo de relaciones, viéndose obligado en general a propo-
Índice
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ner testigos «a ciegas», en base a los únicos datos con que puede contar:
los padres de los cónyuges, cuyos nombres vienen recogidos en el certifi-
cado de matrimonio; y los testigos de matrimonio o del expediente pre-
matrimonial, cuya declaración —caso de acudir— resulta generalmente
de escasa utilidad.
Es preciso, no obstante, tener siempre presente el carácter parcial del
defensor del vínculo, de modo que no resultaría lícito, a nuestro juicio,
491.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, cit, pp. 74-80.
492.
Así se recogía, por ejemplo, en el art. 72 de la Instrucción Provida Mater, que, aunque dero-
gado hoy en día, puede seguir teniendo validez como concreción del principio general de que cada
parte tiene derecho -y en ocasiones, obligación- de obtener todas las pruebas que puedan apoyar su
pretensión en el proceso.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 339

que, en dicha investigación, el defensor del vínculo se prevaliera de su


posición, intentando forzar la manifestación extrajudicial de la parte de-
mandada al respecto. Lo más que puede hacer el defensor del vínculo es
sugerir e invitar a la parte a que indique el nombre de esos testigos, res-
petando en su caso el silencio o la negativa de la parte.
Por otro lado, si la parte demandada compareciera de hecho a decla-
rar en el proceso, podrá el defensor del vínculo solicitar al juez que inte-
rrogue a la parte acerca de la existencia de personas conocedoras de los
hechos, pudiendo en su caso pedir la declaración de estos testigos tras la
publicación de la causa, a tenor del can. 1598 §2, correspondiendo al juez
valorar la necesidad de este suplemento de instrucción.
Asimismo, en caso de que la parte demandada acceda a ponerse en
contacto con él, deberá el defensor del vínculo evitar cuidadosamente el
peligro de desvirtuar su propia postura procesal y convertirse en defen-
sor de parte. En concreto, en relación con la testifical, el ministerio públi-
co deberá tener la libertad de, una vez hecha la antedicha investigación,
decidir, valorando todas las circunstancias, si propone o no los testigos
que la parte demandada le ha indicado: por ejemplo, sería claramente in-
adecuado que el defensor del vínculo contribuyera a una política obstruc-
cionista y dilatoria de la parte demandada, proponiendo testigos residen-
tes en lugares remotos o multiplicando innecesariamente los exhortos,
salvo que existiera una causa grave que hiciera verdaderamente necesa-
ria y útil la declaración de tales testigos.
Otro aspecto que puede resultar problemático, en relación con la obli-
gación de las partes de indicar al tribunal el domicilio de los testigos (art.
198), es la praxis, existente en muchos tribunales y muy criticada en su
momento por algún autor493, de que el defensor del vínculo proponga los
nombres de los testigos de que intenta valerse (generalmente, familiares
directos de los cónyuges), sin indicar su domicilio, y solicite al tribunal Índice
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que requiera a las partes para que aporten el domicilio actual de dichos
testigos494. En principio, podría parecer que esta praxis constituye, bien
una cierta situación de privilegio del defensor del vínculo, bien una argu-
cia procesal por su parte, en cuanto que con ello quedaría exento de la
obligación del art. 198 y del can. 1552 §1 de aportar los domicilios de los

493.
Cfr. PALOMAR GORDO, M., El defensor del vínculo en el nuevo CIC, en AA.VV., El consortium
totius vitae. Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 7, pp.
430-431.
494.
Por su condición de parte, nunca podría el Defensor del vínculo requerir directamente a
las partes privadas que aportasen dichos domicilios, correspondiendo dicha actuación al juez, siem-
pre que lo estime oportuno.

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340 Carmen PEÑA GARCÍA

testigos que se proponen, volcando sobre las partes privadas –general-


mente, la actora— una carga que sólo al ministerio público corresponde.
A mi juicio, sin embargo, este uso forense, aunque quizás no plena-
mente ajustado a derecho, viene justificado y exigido por la consustancial
inferioridad del defensor del vínculo en materia probatoria, de modo que
cabría argüir en defensa de esta praxis lo siguiente:
1º. Muy frecuentemente, existe una auténtica imposibilidad de hecho
de que los defensores del vínculo averigüen las direcciones actua-
les de los testigos, especialmente en las grandes ciudades. El de-
fensor del vínculo no es un detective privado, ni cuenta –tampoco
el juez— con medios efectivos que le permita obtener esta infor-
mación. Esta imposibilidad material, no achacable a negligencia
del defensor del vínculo, impediría, de no ser subsanada, una
adecuada defensa del interés público que este ministerio defien-
de, lo que pondría llegar a poner en cuestión la objetividad de la
sentencia y la misma existencia del contradictorio procesal.
2º. Por otro lado, las partes tienen la obligación de colaborar con el
Tribunal en la administración de la Justicia y en el descubrimien-
to de la verdad objetiva. En este sentido, esta praxis no exige a las
partes una investigación exhaustiva, ni una carga desproporcio-
nada ni en modo alguno gravosa, sino que únicamente se les pide
que declaren, si lo conocen, el domicilio de algunos testigos, ge-
neralmente parientes cercanos suyos.
3º. El can. 1452 y el art. 71 DC permiten al juez, con suma amplitud,
suplir la negligencia de las partes en la presentación de pruebas,
especialmente en las causas que, como las matrimoniales, afectan
al bien público de la Iglesia. A fortiori, pues, es indudable que po-
drá el Juez solicitar de las partes un dato —las direcciones de los
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testigos— sin el cual la prueba propuesta no podría practicarse, es-


pecialmente teniendo en cuenta tanto el interés público que el de-
fensor del vínculo protege como el hecho de que la omisión de di-
cho dato no es achacable a negligencia del ministerio público.
4º. Nada obstaría a que el Juez, bien de oficio, bien a preguntas del
defensor del vínculo, interrogase a las partes, en su declaración
bajo juramento, sobre las direcciones de algunos testigos, los cua-
les podrían ser en su caso ser posteriormente llamados, de con-
formidad con el can. 1598 §2 y el art. 236 DC. Ciertamente, esta
solución provocaría serios retrasos, que perjudicarían principal-
mente a la parte interesada en conseguir la nulidad, por lo que
parece más adecuado y menos gravoso solicitar la colaboración

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 341

voluntaria de las partes en el momento inicial de la proposición


de pruebas.

3.5. Valoración de los testimonios (arts. 201-202)


Con carácter general, el ordenamiento canónico, a diferencia de lo
que sucede en la jurisdicción civil, reconoce un notable valor a la prueba
testifical en orden a probar la nulidad del matrimonio. A pesar de los
múltiples peligros que indudablemente presenta esta prueba —peligros
que pueden ir desde la percepción defectuosa o incompleta de los hechos,
las disposiciones psicológicas y la parcialidad afectiva del testigo o los
meros fallos de memoria hasta la mala fe y la falta de veracidad de su tes-
timonio— sigue manteniendo una gran eficacia probatoria en el ordena-
miento canónico, puesto que, con frecuencia, el testimonio de las perso-
nas cercanas a los cónyuges es la única prueba que permite al juez
obtener la certeza suficiente sobre la verdad de los hechos. Se acepta, por
tanto, en el Derecho canónico la importancia de la prueba testifical, aun-
que, debido a los peligros señalados, el juez deberá poner especial cuida-
do, no sólo en la práctica del examen al testigo, sino también en la poste-
rior valoración de sus declaraciones, para lo cual los arts. 201 y 202
establecen una serie de criterios de valoración de los testimonios.
No obstante, debe tenerse en cuenta que el ordenamiento canónico
articula un sistema no de prueba tasada, sino de libre valoración de la
prueba por el juez, de modo que los criterios recogidos en estos artículos
deben ser interpretados como orientaciones y datos de experiencia que
ayudarán al juez a mejor cumplir con su obligación de descubrir la ver-
dad objetiva. En este sentido, incluso el aparente límite de la valoración
legal que del testigo único hace el art. 202 tiene un carácter más orienta-
tivo que impositivo, en cuanto que el tenor literal de este artículo –y del Índice
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can. 1573 que está en su base— es lo bastante amplío como para permitir
al juez, ponderadas todas las circunstancias, tomar la decisión contraria.
En principio, pues, corresponde al juez hacer la valoración de los testimo-
nios recogidos en el proceso. De hecho, la determinación de la fuerza probato-
ria de los testimonios —aisladamente y en su interrelación— es una de las ta-
reas más importantes y difíciles que debe realizar el juez, y requisito ineludible
para poder alcanzar la certeza moral suficiente para dictar sentencia.

A/ Criterios generales de valoración


Esta valoración de los testimonios deberá hacerse conforme a las re-
glas de la sana crítica, puesto que la libre valoración de los testimonios

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342 Carmen PEÑA GARCÍA

por el juez no puede ser confundida con la arbitrariedad por parte de és-
te. En este sentido, adquieren especial relevancia los criterios recogidos
en el art. 201 (can. 1572), los cuales deberán ser tenidos en cuenta el juez
para hacer una valoración correcta de los testimonios495:
1º. Criterio de probidad y veracidad de los testigos: A la hora de valo-
rar un testimonio, debe el juez tener en cuenta la condición y ho-
nestidad de la persona, valoración ésta que debe ser hecha con
sumo cuidado, puesto que no puede identificarse sin más la sin-
ceridad con las buenas costumbres, la religiosidad, etc. ni presu-
poner de la arreligiosidad práctica del testigo o de sus costum-
bres contrarias a la moral católica, la falta de credibilidad de
éste. En este sentido, aunque el artículo señala como medio de
verificar la credibilidad del testigo la solicitud de cartas testimo-
niales, consistentes en informes sobre el testigo emitidos por el
párroco propio, lo cierto es que dichas cartas suelen ser de poca
ayuda, especialmente en las grandes ciudades, dada la dificultad
de que el párroco conozca directamente al testigo.
2º. Criterio de la fuente de ciencia del testigo: El valor del testimonio
será muy distinto según si el testigo conoce los hechos de ciencia
propia, en cuyo caso se trata de un testimonio de gran valor,
siempre que el juez se asegure de el testigo puedo realmente pre-
senciar los hechos496; si se trata de un testigo de referencia, en
cuyo caso el valor de su testimonio dependerá tanto de la credibi-
lidad del propio testigo cuanto principalmente de quién haya sido
su fuente de información y en qué momento se produjo éste; o si,
por último, se trata de un testigo de fama, que testifique sobre el
sentir común, uniforme y constante que sobre un hecho hay en
un lugar concreto, en cuyo caso la declaración tendrá muy escaso
Índice
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valor.
3º. Criterio del momento de adquisición del conocimiento de los he-
chos por el testigo: Es una preocupación recurrente en la Dignitas
Connubii el acentuar la importancia que, en las causas de nuli-
dad matrimonial, tiene este criterio del momento en que se cono-
cieron los hechos sobre los que se declara. Así, correlativamente
a la insistencia del art. 168 en la obligación del juez de preguntar
495.
En relación a estos criterios de valoración, resultan de interés las apreciaciones de GIL DE
LAS HERAS, F., Comentario al can. 1572, en Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, cit.,
pp. 1392-1402.
496.
Podría resultar inverosímil su conocimiento de ciencia propia en función, por ejemplo, de
la edad del testigo cuando ocurrieron los hechos, de la naturaleza privada de los mismos...

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 343

este extremo al declarante, el art. 202 introduce, con relación a


su fuente, el can. 1572, esta significativa innovación, destacando
de este modo un criterio clásico, continuamente reconocido por
la jurisprudencia rotal. Se establece así como criterio determi-
nante en la valoración de los testimonios la determinación de si el
conocimiento se produjo o no en tiempo sospechoso, entendiendo
por tal, como define el mismo art. 202, aquél en que las partes ya
han empezado a pensar en introducir la causa de nulidad.
Igualmente, es claro que tendrá muy escaso valor probatorio,
tanto por falta de credibilidad de los declarantes como por haber
obtenido su conocimiento en tiempo ya sospechoso, aquellos tes-
timonios que han sido preparados o aleccionados antes de la de-
claración, de tal modo que declaran aquello que interesa a la par-
te, omitiendo todo lo que estimen que la pueda perjudicar.
4º. Criterio de coherencia interna de las declaraciones: El juez debe
valorar, a partir de la misma declaración del testigo, la capacidad
de éste para percibir, retener en la memoria, evocar y referir los
hechos sobre los que declara, para lo cual será significativo des-
cubrir el grado de constancia, seguridad, firmeza y coherencia
consigo mismo que demuestra el testigo en su declaración497.
5º. Criterio de conformidad de la declaración con el resto de las prue-
bas: Al valorar las declaraciones de los testigos, el juez debe to-
mar en consideración, además de cada testimonio en sí mismo
considerado, también el conjunto de toda la prueba practicada,
de modo que analice su relación con las restantes pruebas. En la
práctica, esta confrontación con el resto de las pruebas de la cau-
sa suele poner de relieve, con bastante exactitud, la objetividad de
los testimonios, de modo que con cierta frecuencia se observa
que hay testigos cuyos testimonios resultan mucho más parciales Índice
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que el de las mismas partes (generalmente, familiares cercanos


de uno de los cónyuges, cegados por la pasión a favor o en contra
de una de las partes).
Por otro lado, aunque se alude a los testigos contestes, lo importante
no es tanto el número de testigos que corroboran los hechos como el va-
lor de sus testimonios. En esta materia, rige el aforismo latino testes non
numerantur, sed ponderantur, de tal modo que dos testigos contestes pue-
497.
En este sentido, resulta interesante el estudio de las aptitudes psicológicas de los testigos
que se desarrolla en GARCÍA FAÍLDE, J.J., Criterios psicológicos para la valoración judicial de las decla-
raciones de los contendientes y de los testigos, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal ca-
nónico para profesionales del foro, vol. 9, Salamanca 1990, pp. 387-411.

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344 Carmen PEÑA GARCÍA

den hacer prueba plena del hecho sobre el que declaran. Por testigos con-
testes se entiende aquellos cuya declaración resulta coincidente en lo
substancial respecto a un hecho, de modo que la coincidencia de sus de-
claraciones se produzca en lo sustancial, sin que obste que se produzcan
discrepancias en lo meramente accidental; de hecho, una excesiva identi-
dad de los testimonios en lo accidental puede ser indicio de que los testi-
gos hayan sido preparados.
Junto con estos criterios señalados por la Instrucción y por el Código,
son de frecuente aplicación en la jurisprudencia canónica, a la hora de
valorar los testimonios, los aforismos jurídicos y las máximas de expe-
riencia. Entre éstos, tienen especial importancia los siguientes:
1º. Testibus duobus in specie magis creditur quam mille in genere de-
ponentibus; se da más crédito a dos testigos sobre hechos concre-
tos que a mil genéricos.
2º. Non creditur testi nisi reddat rationem dicti sui; no se ha de creer
al testigo si no da razón de su dicho: se trata de un aforismo que
destaca la importancia que tiene el razonamiento del testigo a la
hora de valorar su testimonio.
3º. Probatio speciali praevalet generali; la prueba especial tiene más
fuerza que la general, de modo que hay que reconocer mayor
fuerza probatoria a los testigos específicos —que narran hechos
concretos, con sus circunstancias de tiempo, lugar, personas pre-
sentes, etc, debidamente determinadas— que a los genéricos.

B/ Eficacia probatoria del testigo único


Como se indicó anteriormente, el art. 202, reproducción literal del
can. 1573, parece establecer una cierta limitación a la discrecionalidad
del juez en la valoración de los testimonios, al disponer que la declara- Índice
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ción de un solo testigo no tiene fuerza probatoria plena, a no ser que se


trate de un testigo cualificado que deponga sobre lo que ha realizado en
razón de su oficio, o que las circunstancias objetivas o subjetivas persua-
dan al juez de otra cosa.
Este precepto legal tiene su origen remoto en el aforismo testis unus,
testis nullus, aunque hay que destacar que, incluso sin sus excepciones, la
norma suaviza notablemente dicho aforismo, ya que, en cualquier caso,
aunque no pueda hacer fe plena de lo que afirma, sí se reconoce al testimo-
nio del testigo único una cierta fuerza probatoria. Frente a dicho aforismo
clásico, el art. 202 —y el can. 1573— ha acogido la línea de pensamiento
doctrinal y jurisprudencial más moderna, que sostenía la posibilidad de
que un solo testigo pudiese llevar al juez a la certeza moral de lo afirmado,

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 345

siempre que concurriesen circunstancias objetivas y subjetivas que corro-


borasen dicho testimonio498, o bien que se tratase del testimonio de un tes-
tigo cualificado que depone sobre lo actuado en función de su oficio, excep-
ción ésta que puede resultar de gran utilidad en los supuestos de extravío o
destrucción de un documento público, o en aquellos en que existan dudas
sobre la interpretación de su contenido.
En cualquier caso, hay que destacar que, en este supuesto del testigo
único, tendrá una especial importancia la correcta valoración por el juez
de dicho testimonio, debiendo el juzgador atender con sumo cuidado tan-
to a los criterios orientadores dados por el código, como a los criterios de
psicología judicial que garanticen la capacidad del testigo y la objetividad
de sus recuerdos.

C/ Valoración del testimonio aportado como prueba documental

Aunque nada dice la Dignitas Connubii expresamente al respecto, existe


una corruptela procesal —relativamente extendida en la praxis forense—
consistente en la presentación ante el tribunal de un documento, general-
mente notarial, en el que se contienen manifestaciones sobre hechos atinen-
tes al mérito de la causa por parte de alguna persona, con independencia de
que posteriormente ésta sea o no propuesta como testigo en la causa.
Con carácter general, estos documentos suponen una verdadera pre-
constitución de prueba para su utilización en el proceso y quebrantan to-
das las normas canónicas sobre el modo en que debe realizarse el interro-
gatorio de los testigos, de modo que se elude la inmediatez del examen
del testigo por el juez, se vulnera frontalmente el mandato del art. 171 de
que las declaraciones sean orales, y se priva a esta prueba de todas sus
garantías, por lo que, en principio, no deberían ser admitidas en el juicio.
Índice
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De hecho, incluso aunque posteriormente se citara al testigo para que se


ratificase en su escrito y pudiese el juez hacerle las preguntas que estima-
se pertinentes y útiles al mérito de la causa, existiría en principio una
fuerte sospecha de que el testigo haya sido preparado, por lo que el valor
de esta prueba será, con carácter general, muy escaso.
En este sentido, es claro que la costumbre o uso jurídico que autoriza
la presentación de estos documentos en sustitución de pruebas testifica-
498.
Con anterioridad a la promulgación del vigente Código, habían mantenido este criterio,
entre otras, las sentencias rotales c. Brennan, de 17 de abril de 1960, en SRRD 52, 1960, p. 241; c. Be-
jan, de 27 de abril de 1966, en SRRD 58, 1966, p. 246; c. Ewers, de 18 de enero de 1969, en SRRD 61,
1969, p. 36; c. Davino, de 31 de enero de 1973, en SRRD 65, 1973, p. 50; c. Parisella, de 11 de enero
de 1979, en SRRD 71, 1979, p. 3.

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346 Carmen PEÑA GARCÍA

les es una costumbre contraria a derecho, que viola directamente lo dis-


puesto en el art. 171 respecto a la oralidad de los testimonios. A este res-
pecto, resulta significativo destacar que, en la redacción del can. 1566,
base del art. 171, se rechazó expresamente la propuesta que pedía que
esta obligatoriedad de que los testigos declarasen oralmente se dejase a
discreción del juez, siendo la razón de esta negativa precisamente el que,
como destacó la Comisión, esta norma «servía para evitar comprobados y
deplorados abusos, según los cuales los testigos no son interrogados por
el juez, sino que las posiciones escritas son enviadas al juez, redactadas
por el abogado. El canon debe permanecer para evitar estos abusos»499.
No obstante, si en algún supuesto muy excepcional se considera opor-
tuno admitir este documento –lo que exigiría, como mínimo, que el testi-
go presente todas las garantías de probidad y credibilidad y que exista
una causa grave (por ejemplo, la imposibilidad del testigo de prestar otro
tipo de declaración) que justifique dicha admisión— correspondería al
juez determinar el valor de dicha prueba, debiendo ser especialmente
prudente en dicha valoración.
En cualquier caso, es claro que lo dicho respecto a la testifical presen-
tada como documental no sería en principio de aplicación a la facultad,
reconocida en el art. 161 y el can. 1528, de que el juez, ante la negativa
del testigo a comparecer ante el tribunal eclesiástico, pueda intentar ob-
tener su declaración ante un notario público, puesto que en este supuesto
no cabe hablar de una preconstitución de la prueba con miras a su utili-
zación en el proceso, ni de un testimonio escrito por parte del testigo.

4. La prueba pericial (arts. 203-213)

La prueba pericial viene regulada en los cann. 1574-1581 del Código y Índice
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en los arts.203-213 de la Instrucción Dignitas Connubii. Se trata del me-


dio de prueba en que la Instrucción introduce un mayor desarrollo res-
pecto a las disposiciones codiciales, siendo constatable la preocupación y
el interés de la Instrucción por recoger, en relación fundamentalmente a
las pericias psicológicas y psiquiátricas, la doctrina del magisterio re-
ciente —especialmente, de los conocidos discursos del Romano Pontífice
a la Rota Romana de 1987 y 1988— y de la jurisprudencia rotal posterior
respecto a la valoración de dichas pericias en las causas matrimoniales.
La prueba pericial es aquella actividad probatoria tendente a compro-
bar un hecho o determinar la verdadera naturaleza de una cosa mediante
499.
Cfr. «Communicationes» 16, 1984, p.66.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 347

su estudio y observación, conforme a los medios técnicos o científicos ade-


cuados, por parte de un perito o experto, que emitirá el correspondiente in-
forme o dictamen al respecto para su incorporación a los autos500.
Pueden distinguirse diversos tipos de perito, según el criterio de clasi-
ficación que se utilice:
1º. En función de si ejercen su actividad dentro o fuera del proceso,
los peritos serán judiciales o extrajudiciales; a este respecto, se
consideran extrajudiciales todos los informes y dictámenes apor-
tados por las partes al proceso canónico que hayan sido realiza-
dos fuera de él, incluidos los informes periciales realizados en
sede civil.
2º. Según su nombramiento, serán públicos u oficiales, si son desig-
nados por el juez, o privados, si son nombrados por las partes,
aunque hayan de ser aceptados por el juez.
3º. Según la obligatoriedad de su intervención, serán necesarios, si
su actividad viene exigida por la ley o por el juez, o voluntarios, si
son propuestos por las partes.
4º. En función de la materia de su ciencia, podrán encontrarse en el
proceso canónico de nulidad pericias médicas, psiquiátricas, psi-
cológicas, caligráficas...

4.1. La necesidad de prueba pericial en las causas matrimoniales


y el valor de la pericia super actis (art. 203)
Con carácter general, será obligatorio acudir al auxilio de los peritos,
a tenor del art. 203 §2 y del can. 1574, siempre que así lo disponga el juez,
500.
La bibliografía sobre la relevancia y condiciones de la prueba pericial ha sido muy notable Índice
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en los últimos años: entre otros, ARROBA CONDE, M., Características generales y valoración jurídica de
la pericia, en AA.VV., Estudios de derecho matrimonial y procesal en homenaje al Prof. Dr. D. Juan L.
Acebal Luján, Salamanca 1999, pp. 389-423; AZNAR GIL, F.R., El perito psicológico o psiquiatra en los
procesos canónicos de nulidad matrimonial, en AA.VV., Estudios de derecho matrimonial y procesal en
homenaje al Prof. Dr. D. Juan L. Acebal Luján, cit, pp.265-292; COLAGIOVANII, E., Rilevanza giuridica
dei test psicodiagnostici nelle cause di nullità di matrimonio, en «Monitor Ecclesiasticus»116, 1991,
pp. 505-517; GARCÍA FAÍLDE, J.J., Valoración jurídica de la prueba pericial psicológico/psiquiátrica
(causas de nulidad del matrimonio del can. 1095), en AA.VV., Incapacidad consensual para las obliga-
ciones matrimoniales, Pamplona 1991, pp..85-319; ID., El perito psicológico y psiquiatra en las causas
canónicas de nulidad matrimonial, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para
profesionales del foro, 13, Salamanca 1997, pp. 35-354; GIL DE LAS HERAS, F., El juez ante las anoma-
lías psíquicas, en Incapacidad consensual para las obligaciones matrimoniales, Pamplona 1991,
pp.259-284; LÓPEZ ZARZUELO, F., La valoración por parte del juez eclesiástico de las pericias psicológi-
cas y psiquiátricas en las causas de nulidad de matrimonio, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y
procesal canónico para profesionales del foro, vol. 13, cit., pp. 355-374...

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348 Carmen PEÑA GARCÍA

por estimar necesario un dictamen basado en las reglas de una técnica o


ciencia para comprobar un hecho o determinar la verdadera naturaleza
de algo (la autenticidad de algún escrito...), y también siempre que lo or-
dene la norma legal, cosa que en materia matrimonial sucede tanto para
las causas sobre impotencia como para aquellas en que se invoque la falta
de consentimiento por enfermedad mental, según la prescripción del can.
1680.
La Instrucción, por su parte, en el art. 203 §1, amplía y desarrolla lo
dispuesto en el can. 1680, estableciendo la necesidad de la prueba peri-
cial en las causas de nulidad por impotencia, falta de consentimiento por
enfermedad mental, o por las incapacidades del can. 1095, salvo que, por
las circunstancias, parezca evidente su inutilidad. La inclusión explícita
en el art. 203 §1 de las causas tramitadas por el can. 1095 sale al paso de
algunas praxis forenses que —apoyándose en la alusión del can. 1680 al
mentis morbum – consideraban con carácter general innecesaria la reali-
zación de la prueba pericial en aquellos casos en que la incapacidad del
can. 1095 no venga provocada propiamente por una enfermedad mental,
como sucedería, por ejemplo, en los supuestos de trastornos o variacio-
nes de la conducta sexual, parafilias, trastornos antisociales…501.
A tenor del art. 203 §1, el principio general será, por tanto, la necesi-
dad de prueba pericial en las causas de incapacidad del can. 1095, sin
perjuicio de la facultad del juez de valorar si, en algún caso concreto, por
las circunstancias del caso, la realización de la prueba pericial aparece
como manifiestamente inútil. Así podría suceder, por ejemplo, como
apunta la Signatura Apostólica en una conocida Respuesta de 16 de junio
de 1998502, si hubiese en autos un documento o testimonio cualificado –no
tiene por qué ser un Informe, en aquellos países en que la actuación pro-
fesional ante tribunales eclesiásticos plantee problemas a los psicólogos o
Índice
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psiquiatras— que ofrezca al Juez suficientes garantías sobre el mérito de


la causa; o cuando resultase claramente innecesario porque de la abun-
dancia y valor de las pruebas se deduzca sin ningún género de duda la in-
capacidad por alguno de los causales del can. 1095 (por ejemplo, por la
existencia de informes psicológicos o psiquiátricos extrajudiciales obran-
501.
A modo de ejemplo, una conocida sentencia italiana —la c.Ricciardi, de 27 de mayo de
1982— cuestionaba la necesidad de prueba pericial en los supuestos de homosexualidad, puesto que
no constituyen propiamente supuestos de amencia: sobre esta cuestión, PEÑA GARCÍA, C., Homose-
xualidad y matrimonio. Estudio sobre la jurisprudencia y la doctrina canónica, Madrid 2004, pp. 337-
341, 407-410.
502.
Texto latino completo en «Periodica» 87, 1998, pp. 619-621. A este respecto, llama podero-
samente la atención el silencio de la Instrucción respecto a esta conocida e influyente Respuesta de
la Signatura.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 349

tes en autos, por haber quedado perfectamente probado un constante


comportamiento indicativo de una verdadera incapacidad del sujeto para
asumir las obligaciones conyugales...).
Muy relacionado con esta cuestión de la necesidad de las pericias psi-
cológicas o psiquiátricas en las causas por incapacidad se halla el proble-
ma de la necesidad y eficacia probatoria de la llamada pericia super actis.
Según el modo en que se practique la prueba pericial, cabe hacer una dis-
tinción de las pericias que tendrá gran trascendencia para su ulterior va-
loración por el juez: en función de la posibilidad de reconocimiento di-
recto del periciado por parte del perito, las pericias pueden ser realizadas
sobre la base del examen directo —por entrevista personal, aplicación de
test...— del periciado, unido al estudio de las actas del proceso, que siem-
pre habrán de ser tenidas en cuenta503, o, por el contrario, en el supuesto
de negativa o imposibilidad de examinar a la parte sobre la que recae la
pericia, serán únicamente pericias sobre autos, realizadas sobre los he-
chos aportados al proceso por las partes y los testigos.
La problemática relativa a la licitud y valor probatorio de la pericia
sobre autos ha dado lugar a una abundante bibliografía504, y ha sido
igualmente objeto de la anteriormente comentada Respuesta de la Signa-
tura Apostólica de 16 de junio de 1998. En esta respuesta, la Signatura
refleja como habitual y conveniente —aunque no impone como absoluta-
mente obligatoria— la praxis forense de que el juez, ante la negativa, táci-
ta o expresa, de la parte de someterse al examen del perito, pueda solici-
tar al perito un voto sobre las solas actas; y advierte que, en caso de que
tal voto fuese requerido y obtenido, deberá ser ponderado y críticamente
evaluado por el juez, «de modo diverso a la pericia en sentido técnico».
En conclusión, recuerda la Signatura que la pericia sobre los solos autos
no es propiamente una pericia.
En este sentido, algunos autores apuntan, basándose en esta respuesta Índice
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de la Signatura, a que, a la hora de determinar la necesidad de la prueba


503.
Vid. comentario art.207 §2, en Título VII, III.4.4.
504.
Además de la anteriormente indicada, cabe destacar, entre otros, ARROBA CONDE, M., Valo-
ración de los informes periciales realizados solamente sobre los autos de la causa., en AA.VV., Curso de
derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 16, Salamanca 2004, pp.
111-135; GARCÍA MONTAGUD, J., Propuesta de actuación en ausencia del peritando, en ed. PÉREZ RA-
MOS, A.-RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de actuali-
dad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 461-469; HERNANDO CALVO, P.,
La prueba pericial psicológica realizada solamente sobre los autos de la causa, en AA.VV., Curso de de-
recho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol. 13, Salamanca 1997, pp. 295-
319; SERRANO RUIZ, J..Mª, La pericia psicológica realizada solamente sobre autos de la causa: legiti-
mación, elaboración y valoración canónica, en AA.V., Curso de derecho matrimonial y procesal canóni-
co para profesionales del foro, vol. 10, Salamanca 1992, pp. 525-554...

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350 Carmen PEÑA GARCÍA

pericial en las causas por incapacidad, habrá que tener también en cuenta
—por el distinto valor de la prueba pericial y del mero voto sobre los au-
tos— si la práctica de la pericia se pudiese ver impedida por el anunciado
rechazo de una de las partes a someterse a ella, o por dificultad grave, no
achacable a la parte, para proceder a su realización, o porque, no siendo
realmente necesaria su práctica, se prevé que puede provocar un retraso
desproporcionado a su utilidad505. No obstante, con relación a esta cues-
tión, no cabe olvidar que el principio general es la necesidad de la prueba
pericial, y que la discrecionalidad del juez en esta materia se ve de algún
modo limitada por la exigencia legal de que, para la omisión de la pericia
en dichas causas, conste «con evidencia» la inutilidad de ésta, por lo que,
en caso de duda, convendrá ordenar la práctica de dicha prueba, aun
siendo conscientes de que su eficacia probatoria no será equivalente a la
de una pericia realizada con examen directo del peritado.
Por otro lado, queda a la discreción del juez la decisión sobre el nú-
mero de peritos que conviene nombrar en la causa, al disponer el art. 203
—en paralelismo con el can. 1680— que «el juez se servirá de uno o va-
rios peritos». Han desaparecido, a este respecto, las prescripciones del
Código de 1917 que exigían al menos dos peritos para las causas de impo-
tencia y enfermedad mental.

4.2. Proposición y nombramiento del perito (arts. 204, 206 y 213)

La prueba pericial puede ser propuesta por las partes u ordenada de


oficio por el juez. En caso de proposición de la prueba pericial por las
partes, la praxis habitual será que se solicite la admisión de esta prueba,
bien en el escrito de proposición de pruebas dentro del plazo concedido
al efecto en el decreto de litiscontestación, bien después de publicadas las
actuaciones a tenor del art. 236 y del can. 1598 §2. En cualquier caso, a Índice
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tenor del art. 204, tanto en el supuesto de proposición de la prueba peri-


cial por las partes, como si el juez ordena de oficio o por prescripción le-
gal la práctica de esta prueba, corresponderá al juez presidente o ponen-
te el nombramiento del perito que haya de realizar el dictamen, de modo
que éste será siempre, en principio, un perito público.
505.
Cfr. CALVO TOJO, M., Reforma del proceso matrimonial anunciada por el Papa, Salamanca
1999, pp. 383-390. En sentido contrario interpreta la Respuesta de la Signatura ARROBA CONDE, M.,
Valoración de los informes periciales..., cit., pp. 115-121. Sobre la interpretación de esta relevante
Respuesta de la Signatura, resultan interesantes también las valoraciones contenidas en NAVARRETE,
U., Commentarium, en «Periodica» 87, 1998, pp. 623-641; PANIZO ORALLO, S., El derecho a la intimi-
dad y la investigación psicológica de la personalidad en el proceso de nulidad matrimonial, en «Revista
Española de Derecho Canónico» 59, 2002, pp. 118-124.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 351

Sin embargo, prevé también el art. 204 §1 la posibilidad de que el


juez, si las circunstancias del caso lo permiten, pueda asumir los dictá-
menes elaborados por peritos privados que ya consten en el proceso. No
obstante, dado que esta asunción por el juez no las convierte en pericias
oficiales, al no haber sido realizadas de conformidad con lo legalmente
establecido en el ordenamiento canónico, el juez deberá ser sumamente
prudente a la hora de hacer uso de esta posibilidad, teniendo en cuenta
los criterios referentes a la necesidad de una prueba pericial oficial en los
supuestos del art. 203 (can. 1680).
En cualquier caso, nada obstaría a que el juez designara como peritos
oficiales a quienes previamente hubiesen reconocido a alguno de los cón-
yuges acerca del hecho en el que se funda la petición de la nulidad, co-
rrespondiendo al juez, a la vista de las circunstancias, decidir sobre la
conveniencia de dicha designación506.
Por otro lado, con relación al nombramiento del perito, el art. 204 in-
troduce una significativa modificación respecto a la normativa codicial
que regula la participación de las partes en este nombramiento.
En la regulación codicial, aunque el nombramiento del perito público
corresponde al juez, el can. 1575 exige para dicho nombramiento bien la
previa audiencia de las partes, bien que el perito haya sido propuesto por
alguna de las partes. Esta intervención previa de las partes y del ministe-
rio público, en cualquiera de sus formas, vendría justificada por la conve-
niencia de permitir a las partes manifestar si tienen algo que oponer a la
designación del perito, puesto que, a tenor del can. 1576, los peritos que-
dan excluidos o pueden ser recusados por las mismas causas que los testi-
gos, tramitándose y resolviéndose este incidente del mismo modo que el
de la tacha de algún testigo.
En la regulación de esta materia hecha en el art. 204 para las causas Índice
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matrimoniales, sin embargo, esta necesidad de intervención previa de la


partes se ha visto de algún modo modificada por la significativa omisión
del art. 204 respecto al can. 1575: a tenor del art. 204 §1, el nombramien-
to del perito corresponde al juez, desapareciendo cualquier alusión a la
posibilidad de que el nombramiento se haga a propuesta de las partes, o
previa audiencia de éstas. Sí se exige, lógicamente, que se notifique a las
506.
El Código de 1917 prohibía expresamente esta posibilidad, pero dicha prohibición desapa-
reció del Código actual, por lo que, en principio, nada se opone a esta facultad del juez. En cualquier
caso, si el juez no lo estima conveniente, siempre podrán estos peritos que hayan reconocido con an-
terioridad a alguno de los cónyuges prestar declaración como testigos sobre todo aquello que no que-
de protegido por el secreto profesional, salvo que éste le sea levantado por la parte; por otra parte,
sus dictámenes o informes podrán ser incorporados al proceso como documentos.

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352 Carmen PEÑA GARCÍA

partes y al defensor del vínculo ese nombramiento (art. 204 §2), de modo
que la Instrucción configura una intervención a posteriori de las partes —
públicas o privadas— en esta materia.
Una vez notificado el nombramiento del perito, éste podrá ser recusado
por la parte o excluido por el juez por las mismas causas que los testigos,
conforme recoge el art. 206, reproduciendo literalmente el can. 1576.
Por otro lado, además de los peritos públicos, el art. 213 (can. 1581)
recoge la posibilidad de que puedan las partes designar libremente a peri-
tos privados para que les asesoren, aunque dichos peritos, para tener esa
consideración y, por tanto, las facultades que se regulan en este artículo,
necesitan la aprobación del juez. Los peritos privados judicialmente
aprobados podrán siempre presentar su propio dictamen para su incor-
poración a los autos, y se les podrá permitir, siempre que el juez lo estime
oportuno, ver las actas de la causa en la medida que sea necesario y asis-
tir a la realización de la pericia. No podrán, sin embargo, ni estar presen-
tes en el examen judicial de los peritos públicos, ni tampoco conocer los
informes de dichos peritos, conforme señaló expresamente la Comisión
de reforma del Código507.

4.3. Condiciones subjetivas del perito: la no contradicción con la


antropología cristiana (art. 205)
Frente al silencio del Código al respecto, la Instrucción Dignitas Con-
nubii detalla, en el art. 205, los criterios para la designación de los peri-
tos, introduciendo innovaciones y concreciones muy significativas.
Con carácter general, es claro que, para el nombramiento del perito,
el juez deberá asegurarse de que concurran en la persona elegida una se-
rie de cualidades, como integridad y honestidad personal y profesional,
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profundo conocimiento de la materia, buena reputación en su profesión,


etc. Pero, además, la Instrucción insiste, no sólo en la cualificación profe-
sional del perito, sino también en que sea recomendable por su religiosi-
dad y honradez. Asimismo, en línea con las conocidas alocuciones ponti-
ficias a la Rota Romana, especialmente las de los años 1987 y 1988508, y
haciendo especial referencia a las causas por incapacidad del can. 1095,
destaca el párrafo segundo del art. 205 la importancia de que los peritos
«sigan los principios de la antropología cristiana».
507.
Communicationes 11 (1979) 124.
508.
JUAN PABLO II, Alocución a los Auditores de la Sagrada Rota Romana, de 5 de febrero de
1987 en «Ecclesia» 28 febrero 1987, pp. 295-298; ID., Alocución a la Rota Romana, de 25 de enero de
1988 en «Ecclesia», 13 febrero 1988, pp. 216-219.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 353

Efectivamente, uno de los aspectos en que más preocupación provoca


en relación con la resolución de las causas de nulidad por el can. 1095, y
que más advertencias han suscitado, tanto en los discursos del Pontífice a
la Rota Romana como en la misma jurisprudencia elaborada por este tri-
bunal, es la verificación de la no contradicción entre los presupuestos
doctrinales subyacentes en la prueba pericial utilizada en las causas ca-
nónicas con los presupuestos antropológicos cristianos que deben regir
la comprensión del matrimonio en el ordenamiento eclesial. En la Ins-
trucción Dignitas Connubii, de hecho, se trata de una cuestión recurren-
te, que está presente e informa las novedades introducidas, no sólo en los
requisitos para el nombramiento del perito (art. 205), sino también en la
regulación de las funciones del defensor del vinculo y su papel a la hora
de valorar las pericias (art. 56 §4)509, en la preocupación por determinar
las preguntas que deben hacerse a los peritos (art. 209)...
La relación entre el discurso canónico y las ciencias psicológicas y
psiquiátricas presenta una cierta ambivalencia que es preciso destacar.
Por un lado, estas ciencias resultan de indudable ayuda para el canonista
y para el juez canónico, en cuanto que pueden contribuir a lograr un me-
jor conocimiento, más completo y realista del ser humano, de sus condi-
cionamientos psicológicos, de las pulsiones que pudieran influir en su li-
bertad, de las limitaciones psíquicas que pudieran afectar a la capacidad
conyugal del sujeto, y, en este sentido, tanto el Romano Pontífice como la
jurisprudencia rotal han reconocido sin ambages la valiosa ayuda que la
ciencia psiquiátrica y psicológica presta a la ciencia canónica, especial-
mente en la resolución de las causas de nulidad matrimonial.
Sin embargo, por otro lado, el recurso a estas ciencias psicológicas y
psiquiátricas obliga a los jueces eclesiásticos a prestar un especial cuida-
do a la cuestión de la no contradicción de los presupuestos meta-empíri-
cos o filosóficos de dichas ciencias —o de sus diversas escuelas— con la Índice
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antropología cristiana, o, dicho con más precisión, con los presupuestos


antropológicos irrenunciables desde la revelación cristiana: se trata de
una cuestión importante a tener en cuenta en una temática como ésta, en
la que resulta en cierto modo inevitable que las concepciones previas que
mantenga el perito sobre la naturaleza de la sexualidad humana, de la li-
bertad del sujeto..., influyan de algún modo en sus conclusiones pericia-
les sobre el caso concreto que se le plantea para su estudio.
En este sentido, tanto los discursos del Romano Pontífice a la Rota de
los años 1987 y 1988, como la jurisprudencia rotal elaborada a partir de
509.
Según este art.56 §4, al defensor del vínculo «le corresponde observar si las pericias se fun-
damentan en los principios de la antropología cristiana y se han realizado con método científico».

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354 Carmen PEÑA GARCÍA

los mismos, insisten reiteradamente en la necesidad de que el juez, tanto


a la hora de designar el perito como en la valoración del Informe pericial
que éste presente, tenga muy en cuenta los presupuestos filosóficos del
perito respecto a una serie de cuestiones, con el fin de determinar si los
mismos son concordes o, al menos, no resultan contradictorios, con los
principios antropológicos cristianos. A este respecto, deberá el juez canó-
nico valorar cuáles son los presupuestos periciales relativos, entre otros:
1º. al concepto mismo de matrimonio, puesto que una comprensión
pericial que considerara el matrimonio únicamente como medio
de autosatisfacción, autorrealización o descarga psicológica, ol-
vidando la necesidad de renuncia, sacrificio, esfuerzo y un deci-
dido propósito por parte de los cónyuges de superar las dificulta-
des y obstáculos de la vida conyugal no sería compatible con la
antropología cristiana;
2º. a la comprensión de la incapacidad para el matrimonio que utili-
za el perito, pues no serían adecuados los informes periciales que
interpretasen como incapacidad cualquier dificultad que surja en
la convivencia conyugal, las leves patologías, o las deficiencias de
orden moral, ni las que consideren el fracaso matrimonial como
prueba o síntoma de dicha incapacidad. Muy unido con esto se
hallaría, por otro lado, la determinación de cuál es el concepto de
normalidad psicológica que utiliza el perito, puesto que de ello
dependerá su valoración de las diversas conductas de los cónyu-
ges: deberá, pues, el juez valorar con sumo cuidado si el perito
parte de una antropología que considere cualquier dificultad y
resistencia de los cónyuges — tanto consciente como inconscien-
te— como una forma de psicopatía, de modo que se identificara
la normalidad en relación al matrimonio con una plena capaci-
dad de autodonación y de relación interpersonal de los contra- Índice
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yentes, que hiciera posible la consecución de una vida conyugal


absolutamente feliz;
3º. también deben ser valorados por el juez los presupuestos sobre el
concepto y grado de madurez afectiva exigido para el matrimo-
nio, y, por tanto, sobre el concepto de inmadurez afectiva como
causa de nulidad, pues no puede exigirse para la validez del con-
sentimiento esa madurez que sólo se adquiere después de años de
matrimonio y de continuas superaciones y renuncias en la vida
matrimonial;
4º. notable relevancia tiene también la valoración que el perito haga
del subconsciente y de su influjo en la libertad humana, puesto

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 355

que en algunas escuelas psicológicas o psiquiátricas subyace un


cierto determinismo del subconsciente. Y, en el mismo sentido,
deberá el juez valorar si el perito parte de un cierto determinismo
de los hechos del pasado en la vida psíquica de una persona; in-
dudablemente, el pasado puede influir decisivamente en el futuro
de una persona, pero afirmar la ausencia de libertad por esta cau-
sa es una conclusión muy grave, que debe siempre ser suficiente-
mente probada y no puede deducirse gratuitamente de la mera
existencia de algún elemento traumatizante en la infancia o ado-
lescencia de la persona, puesto que estos hechos pueden encon-
trarse fácilmente en el pasado de toda persona.
Por lo anteriormente señalado, y por la importancia de las pericias psico-
lógicas y psiquiátricas en la resolución de las causas de nulidad por incapa-
cidad del can. 1095, resulta sumamente recomendable, en la práctica foren-
se, que en cada tribunal exista un elenco de peritos psicólogos y psiquiatras,
de tal modo que conste al tribunal que los peritos que van a intervenir en es-
tas causas parten de presupuestos filosóficos y científicos compatibles con la
antropología cristiana, y tienen también un cierto conocimiento de los requi-
sitos que el derecho canónico exige a los dictámenes periciales.

4.4. Modo de realización de esta prueba (arts. 207-211)


Una vez nombrado el perito, el art. 207 §3 establece que el juez deberá
fijar, previa audiencia del perito, un plazo prudencial para que éste reali-
ce su estudio y emita el correspondiente dictamen. No obstante, advierte
la Dignitas Connubii –a diferencia del silencio del can. 1577 §3— que el
juez deberá cuidar para que la causa no sufra retrasos inútiles.
Para que el perito pueda realizar su estudio, dispone el art. 207 §2
(can. 1577 §2) que deberán serle entregadas las actas de la causa, así Índice
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como aquellos otros documentos y adminículos de prueba que el juez es-


time necesario para que pueda cumplir con su obligación de un modo
adecuado. La referencia a las actas de la causa supone que, con carácter
general, deberán entregarse al perito al menos los escritos de demanda y
contestación y las declaraciones de las partes y de los testigos, aunque
conviene también que se le entregue otros documentos que puedan ayu-
darle en el cumplimiento de su función, como informes periciales sobre
los esposos, cartas de éstos... Hay que tener en cuenta que el estudio de
las actas resulta siempre fundamental en la prueba pericial, no sólo en las
pericias sobre autos, puesto el perito debe informar acerca de cuál era el
estado psíquico de la persona al tiempo de contraer, no tanto en el mo-
mento de realización de la prueba.

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356 Carmen PEÑA GARCÍA

A/ Cuestiones que deben proponerse al perito (arts. 208-209)

El art. 207 §1, reproduciendo el can. 1577 §1, recuerda la obligación


del juez de determinar mediante decreto cada una las cuestiones a las
que deber responder el dictamen pericial, tomando en consideración los
puntos para la pericia presentados tanto por el ministerio público como
por las partes. La Dignitas Connubii, saliendo al paso de praxis judiciales
poco adecuadas —en que, por ejemplo, se hace una genérica remisión del
cónyuge al perito para que informe sobre su estado, o bien se plantean al
perito preguntas inadecuadas— muestra una notable preocupación por
este tema, insistiendo reiteradamente sobre la cuestión de la pertinencia
de las cuestiones hechas al perito. Así, a modo de ejemplo, además de re-
cordar la obligación del juez de determinar mediante decreto dichas
cuestiones, insiste en que al defensor del vínculo «le corresponde exami-
nar si se han planteado con claridad al perito cuestiones pertinentes al
caso y que no excedan de su competencia» (art. 56 §4)510.
Además, los arts. 208 y 209, totalmente novedosos respecto a la regu-
lación codicial, regulan detalladamente las cuestiones concretas sobre las
que debe ser interrogado el perito en las causas de impotencia y en cada
uno de los causales del can. 1095. Se trata de unos artículos que reflejan
la profunda interrelación que existe entre el derecho sustantivo y el dere-
cho procesal en las causas matrimoniales, en cuanto que vienen a deter-
minar y explicitar, con relación a un determinado medio de prueba, los
requisitos exigidos por la ley y la jurisprudencia para la declaración de
nulidad por impotencia o por incapacidad para prestar el consentimien-
to.
Respecto a las causas sobre impotencia, el art. 208 establece que el
juez deberá solicitar al perito información sobre la naturaleza de la impo-
tencia, sobre si es absoluta o relativa, antecedente o subsiguiente al ma- Índice
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trimonio, perpetua o temporal, y, en caso de ser sanable, por qué medios.


Estas preguntas tienen por objeto que el juez, a partir del examen físico
del médico sobre el cónyuge afectado por la impotencia, pueda alcanzar
la certeza moral necesaria sobre los requisitos exigidos por el can. 1084
para la existencia de un impedimento matrimonial: su antecedencia y
510.
Se trata, a mi juicio, de una innovación poco afortunada, en cuanto que otorga al defensor
del vínculo un papel –el de controlar la procedencia y adecuación de los cuestionarios a proponer al
perito- que, de suyo, corresponde al juez, sin perjuicio del derecho del defensor a criticar a posterio-
ri, en su informe, los fallos detectables en la pericia (cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción ‘Dignitas
Connubii’ y su repercusión en las causas canónicas de nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásti-
cos» 80, 2005, p. 67; en la misma línea, ARROBA CONDE, M.J., Diritto processuale canonico, Roma
2006, p. 229, nota 92).

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 357

perpetuidad. En este sentido, el art. 208, con buena técnica jurídica, dis-
tingue entre curabilidad y perpetuidad, y ordena inquirir sobre los me-
dios por los que pudiera ser sanada la impotencia, puesto que jurídica-
mente se considera perpetua aquella impotencia que no puede ser sanada
por medios lícitos y ordinarios511.
Por otro lado, la cuestión sobre el carácter absoluto –erga omnes— o
relativo —sólo respecto al cónyuge— de la impotencia, aunque resulta
irrelevante de cara a la declaración de nulidad, puede tener gran impor-
tancia en la decisión del tribunal de imponer o no el veto para contraer
nuevo matrimonio a la persona afectada por la impotencia, por lo que re-
sulta muy oportuno que se pregunte al perito sobre esta cuestión.
Pero, como se ha señalado, la principal preocupación de la Dignitas
Connubii guarda relación con las causas de incapacidad para prestar el
consentimiento del can. 1095 y el modo en que se realizan las pericias en
estas causas. En este sentido, el art. 209, con un detalle y una minuciosi-
dad quizás excesiva, no sólo establece las cuestiones genéricas que deben
ser hechas al perito en todas las causas planteadas por el can. 1095, sino
que determina incluso las cuestiones específicas que deben ser pregunta-
das en función del concreto capítulo de nulidad que se invoque.
A tenor de este artículo, por tanto, en toda causa de nulidad por el
can. 1095 deberá el juez plantear al perito cuestiones sobre «si ambas
partes o una de ellas se encontraban afectadas en el momento de con-
traer matrimonio por una peculiar anomalía habitual o transitoria; cuál
era su gravedad; cuándo, por qué causa y en qué circunstancias se origi-
nó y se manifestó». Se recuerda, de este modo, la importancia de que el
perito determine con precisión, en la medida de lo posible, no sólo la
existencia de algún trastorno o anomalía psíquica y su identificación y
descripción conforme a los criterios diagnósticos más comunes en el ám-
Índice
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bito científico, sino también la gravedad de dicha anomalía y el momento


de origen y manifestación de la misma, puesto que ello permitirá al juez
valorar cuál fue la condición de la persona al tiempo de contraer matri-
monio.
Por otro lado, respecto a cada uno de los causales del can. 1095, expli-
cita el art. 209 §2 la necesidad de hacer las siguientes cuestiones específi-
cas:
1º. En las causas por falta de uso de razón (can. 1095,1º), deberá el
juez preguntar «si la anomalía perturbaba gravemente el uso de
razón en el momento de la celebración del matrimonio, y con qué
511.
PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Doctrina y praxis de la Iglesia, Bilbao 2004, pp. 113-125.

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358 Carmen PEÑA GARCÍA

intensidad y bajo qué indicios se reveló»; a este respecto, sorpren-


de un tanto la atención la preocupación de la Instrucción por este
capítulo, puesto que las causas planteadas por el can. 1095.1 son
prácticamente inexistentes en la praxis judicial.
2º. En las causas por defecto de discreción de juicio (can. 1095, 2º), el
juez debe preguntar «qué efecto produjo la anomalía sobre la fa-
cultad de discernimiento y de elección para tomar decisiones gra-
ves, y en particular para elegir libremente un estado de vida»; se
identifican de este modo las dos facultades que integran sustan-
cialmente la necesaria discreción de juicio para poner válida-
mente el consentimiento matrimonial: la capacidad crítico-deli-
berativa, que permita discernir las ventajas, inconvenientes y
consecuencias de la decisión de contraer, y la capacidad de auto-
determinarse y elegir libremente el matrimonio.
3º. En las causas por incapacidad de asumir las obligaciones esencia-
les del matrimonio (can. 1095, 3º), el juez debe preguntar «sobre
la naturaleza y la gravedad de la causa psíquica por la que la par-
te padece no sólo grave dificultad, sino imposibilidad para hacer
frente a las acciones inherentes a las obligaciones del matrimo-
nio». Reitera de este modo la Instrucción, en concordancia con la
doctrina pontificia y la jurisprudencia rotal, el principio sustanti-
vo de que que «no es la mera dificultad, sino sólo la verdadera in-
capacidad para cumplir las cargas esenciales, lo que hace que el
contrayente sea incapaz de contraer matrimonio»512.
También desde una perspectiva sustantiva, resulta interesante desta-
car el absoluto silencio del art. 209 acerca de que el perito se pronuncie
sobre el carácter perpetuo o insanable de la anomalía, lo que vendría a
confirmar la línea jurisprudencial y doctrinal más moderna de no exigen-
cia del requisito de perpetuidad en la incapacitas assumendi513. No obs- Índice
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tante, considero que resulta sumamente conveniente que, con carácter


general, se pregunte al perito sobre el estado actual del peritado y sobre
sus posibilidades de curación, puesto que, aunque ello no tenga relevan-
cia de cara a la decisión sobre el fondo del asunto (que atiende a la capa-
cidad o incapacidad del sujeto al tiempo de contraer), sí podrá tener no-
table relevancia en orden a otras cuestiones sobre las que deberá
pronunciarse el juez, como la imposición o no de un veto a la parte inca-
paz.
512.
C. Boccafola, 23 de junio de 1988, en SRRD 80, 1993, pp. 427-428.
513.
Sobre esta cuestión, PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Doctrina y praxis de la Iglesia, cit.,
pp. 207-209.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 359

B/ Exigencias jurídicas del dictamen pericial (arts. 209 §3 y 210)

A tenor del art. 210 §1, que reproduce literalmente el can. 1578 §1, el in-
forme pericial deberá ser necesariamente presentado por escrito, habiendo
desaparecido de la vigente legislación canónica la posibilidad de que los peri-
tos presentaran oralmente sus informes. Además, como norma general, cada
perito —en el supuesto de que el juez ordenara la intervención de más de un
perito— habrá de elaborar por separado su propio Informe, sin ponerse en
contacto con los otros peritos designados. No obstante, si en algún supuesto
excepcional ordenase el juez que se presentase un único dictamen, éste debe-
rá ir firmado por todos los peritos que han intervenido en su elaboración,
siendo obligatorio que conste en dicho dictamen cualquier discrepancia que
haya podido surgir entre los peritos respecto al objeto de la investigación.
En el dictamen, el perito no puede limitarse a exponer las conclusio-
nes a que ha llegado en base a su examen, sino que es obligatorio, a tenor
del art. 210 §2, hacer constar en el informe tanto las fuentes de informa-
ción como el método que ha observado en el cumplimiento de su tarea514,
así como, especialmente, los argumentos sobre los que funda sus conclu-
siones; esto resulta fundamental para que, a la hora de valorar las prue-
bas para dictar sentencia, tenga el juez datos suficientes para efectuar la
valoración de la prueba pericial.
Asimismo, advierte el art. 209 §3 la importancia de que el perito no
sólo responda en su dictamen a cada una de las cuestiones planteadas en
el decreto del juez, sino que lo haga «según las reglas de su propia técnica
y ciencia» sin exceder «los límites de su función para no emitir juicios que
corresponden al juez». Esta advertencia, realizada en el contexto de las
causas sobre incapacidad del can. 1095, sale al paso de aquellos informes
psicológicos o psiquiátricos en que el perito se pronuncia expresamente
sobre la resolución de la fórmula de dudas fijada en la causa, o bien inclu- Índice
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ye en su dictamen consideraciones ajenas a su propia ciencia, como las


relativas a la falta de fe del peritado, su posible voluntad de excluir algún
elemento o propiedad del matrimonio, etc.

C/ Posibilidad de examen judicial al perito (art. 211)

Una vez que el perito haya presentado al tribunal su dictamen, podrá el juez
–de oficio o a instancia de parte— citarle, si lo estima necesario, para que se ra-
tifique en sus conclusiones y clarifique los puntos oscuros o dudosos, responda
514.
Sobre la metodología de la pericia psicológica o psiquiátrica en las causas de nulidad vid.
GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de Derecho procesal canónico, Salamanca 2005, pp. 253-285.

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360 Carmen PEÑA GARCÍA

a críticas o cuestiones que puedan haber surgido, añada las explicaciones que
estime convenientes, etc., según se dispone en el art. 211 (can. 1578 §3).
A este examen del perito tendrían derecho a asistir, a tenor del art.
159 §1, tanto los abogados de las partes —no así las partes— como el de-
fensor del vínculo y el promotor de justicia en su caso, lo cual supone que
previamente habrá debido ponerse en su conocimiento el informe peri-
cial, para que puedan ejercer su derecho de defensa proponiendo al juez
cuestiones para el examen del perito.
En caso de que se hubiese nombrado más de un perito, deberán, en
principio, por disposición del art. 165 §1, ser examinados por separado.
No obstante, nada impide que, en caso de desacuerdo entre los peritos,
pueda el juez realizar un careo entre ellos, por aplicación de la norma ge-
neral del art. 165 §2. Asimismo, podrá el juez —en virtud de las faculta-
des que le reconoce el art. 203— tanto nombrar a nuevos peritos que emi-
tan otros informes sobre el problema controvertido, como designar un
peritior que dictamine no solo sobre el objeto de controversia, sino tam-
bién sobre la corrección del método y las conclusiones a que llegan los
demás peritos, para lo cual será preciso que se le dé traslado de todos los
informes periciales realizados en la causa.

4.5. Valoración de la prueba pericial (art. 212)


En relación con la valoración de esta prueba, dispone el art. 212 (can.
1579) que el juez ha de ponderar atentamente no sólo las conclusiones de
los peritos, aun cuando éstas fueran concordes, sino también todas las
demás circunstancias de la causa, incluidas por supuesto todas las demás
pruebas practicadas en el proceso y obrantes en autos. Conforme a esto,
el juez tiene no sólo la facultad, sino el estricto deber, de no aceptar auto-
mática y acríticamente las conclusiones periciales, correspondiéndole la Índice
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tarea de realizar la valoración de la misma conforme a lo establecido en


el art. 247 (can. 1608). En ningún caso, por tanto, resulta vinculante para
el juez el informe del perito, aunque el juez deberá hacer constar, en la
motivación de su decisión, las razones por las que ha aceptado o rechaza-
do las conclusiones periciales.
Aunque no se detallan, ni en el Código, ni en la Dignitas Connubii, los
criterios a tener en cuenta a la hora de hacer la valoración judicial de la
pericia, la doctrina y la jurisprudencia han destacado la necesidad de que
el juez evalúe, entre otros, los siguientes extremos515:
515.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., Procesos canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en ed. O’CA-
LLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 322-333.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 361

1º. La objetividad e imparcialidad del perito: la misión del perito en la


causa es auxiliar al juez en el descubrimiento de la verdad, no la
de favorecer a ninguna de las partes en el proceso.
2º. Las fuentes de las que ha obtenido su conocimiento: aunque,
como ha destacado algún autor, la pericia sobre autos exige unos
criterios de valoración propios y diferenciados respecto a los cri-
terios de valoración de la pericia stricto sensu516, puede afirmar-
se, con carácter general, que la pericia practicada exclusivamen-
te sobre autos tendrá en principio un valor probatorio inferior a
aquella realizada en base tanto al examen o reconocimiento di-
recto del periciado como al estudio de las actas de la causa.
3º. La certeza de los hechos en que se apoyan los razonamientos y con-
clusiones de la pericia: el juez deberá analizar con extremo deteni-
miento en qué hechos fundamenta el perito sus conclusiones cien-
tíficas y si dichos hechos han quedado debidamente probados en el
proceso, puesto que el valor del dictamen pericial dependerá de
que el juez —a través de los restantes medios probatorios— alcan-
ce la certeza moral de que los hechos sucedieron tal y como fueron
tomados en consideración por el perito. En este sentido, si quedase
probado en el proceso la falsedad de los hechos que fundamentan
el informe pericial, será en principio obligado —salvo que el juez
deduzca otra cosa del conjunto de las circunstancias— rechazar
las conclusiones de ese dictamen.
4º. La correlación lógica entre las conclusiones y las premisas del dic-
tamen: una vez comprobado que el perito parte de premisas ade-
cuadas, debe igualmente valorar el juez si las conclusiones a que
llega se siguen lógicamente de las mencionadas premisas, puesto
que en ocasiones el perito extrae conclusiones que van más allá Índice
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de lo que dichas premisas permiten. Un frecuente ejemplo de esto


en las causas de nulidad matrimonial por incapacidad por moti-
vos psíquicos es la tendencia de algunos peritos a retrotraer a la
época anterior al matrimonio el estado psíquico del periciado en
el momento de realizar el dictamen. A este respecto, la jurispru-
dencia rotal ha destacado reiteradamente la improcedencia de
dicho procedimiento retroactivo, salvo en el supuesto de que
consten en autos signos anteriores al matrimonio que, en sí mis-
mos o en unión a otros hechos, indicasen la existencia de la ano-
malía psíquica de que se trate.
516.
Cfr. ARROBA CONDE, M., Valoración de los informes periciales..., cit., pp. 121-132.

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362 Carmen PEÑA GARCÍA

5º. La compatibilidad entre los presupuestos filosófico-antropológicos


de las pericias y los presupuestos antropológicos cristianos, con re-
lación a las pericias psicológicas o psiquiátricas: en la valoración
crítica de estas pericias, será fundamental que el juez evalúe sus
premisas y presupuestos antropológicos y filosóficos, habida
cuenta el peligro de que peritos que partan de una antropología
incompatible con la cristiana, saquen, de los mismos hechos,
unas conclusiones inaceptables desde el punto de vista del dere-
cho canónico517. En este sentido, los criterios establecidos magis-
terial y jurisprudencialmente para la valoración de las pericias
psicológicas y psiquiátricas, son, en último extremo, concrecio-
nes de los criterios generales de comprobación por el juez de la
corrección de las premisas en que se basan los dictámenes y de la
correlación lógica entre premisas y conclusiones.

5. Las presunciones (arts. 214-216)

Con relación a esta prueba, la Instrucción, en sus arts. 214-216, re-


produce literalmente lo dispuesto en los cann. 1584-1586 del Código,
aunque, como significativa novedad, añade, en el art. 216, un último pá-
rrafo sin correspondencia alguna con la norma codicial y que presenta
no pocas dificultades interpretativas.
El art. 214, en paralelismo con el can. 1584, define la presunción
como la «conjetura probable sobre cosa incierta». Como ha señalado la
doctrina, la presunción es la conclusión lógica sobre la verdad de un he-
cho en sí mismo incierto deducida, sea por la ley o por el juez, a partir de
otro hecho cierto —llamado indicio—, en virtud de la conexión que entre
dichos hechos suele existir. Consiste esta prueba, por tanto, en un proce- Índice
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so lógico por el que, a partir de un hecho cierto y a través de un cálculo de


posibilidades, se concluye afirmando la verdad del hecho más verosímil,
de tal modo que la presunción aparece, en palabras de Acebal, como «al-
go intermedio entre la mera posibilidad y la certeza moral acerca de la
verdad de un hecho, al que da por verdadero de acuerdo con el orden
normal de las cosas según la experiencia histórica»518.
En cuanto a sus clases, la presunción puede ser presunción de dere-
cho (praesumptio iure), si viene expresamente determinada en la ley, o
517.
Nos remitimos a lo expuesto supra, en Título VII, III.4.3.
518.
Cfr. ACEBAL LUJAN, J.L., Comentario al can. 1584, en Código de Derecho Canónico, Madrid
1986, pp. 771-772.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 363

presunción judicial o de hombre (praesumptio hominis), si proviene de


un razonamiento del juez.

5.1. Presunción de derecho (art. 215)


A tenor del art. 215 (can. 1585), quien tiene a su favor una presunción
de derecho queda exonerado de la carga de la prueba, que recaería sobre
la parte que pretendiese probar lo contrario, desvirtuando así la presun-
ción legal. La presunción de derecho aparece así como un desplazamien-
to de la carga de la prueba, más que un verdadero medio de prueba.
En el ordenamiento canónico han desaparecido las presunciones iu-
ris et de iure —aquellas presunciones a las que el derecho concedía una
firmeza y validez tal que no admitían prueba en contrario—, de modo que
todas las presunciones legales recogidas en el Código son presunciones
iuris tantum, que admiten prueba en contra.
En materia matrimonial, recoge el Código importantes presunciones
de derecho, las cuales, aun admitiendo –por ser iuris tantum— prueba en
contra, permiten a la parte, sea pública o privada, beneficiada por la pre-
sunción no tener que demostrar positivamente los hechos amparados por
la misma519.

5.2. Presunción de hecho (arts. 216)


El art. 216 §1, por su parte, reitera la disposición del can. 1586 de que
el juez no debe formular presunciones que no vengan establecidas por el
derecho, a no ser que la presunción judicial se base en un hecho cierto y
determinado que tenga relación directa con el objeto de la controversia.
A tenor de esta regulación, deberá el juez tener especial cuidado de no
elaborar presunciones a partir de un hecho a su vez presunto, o que re- Índice
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sulte incierto por cualquier otro motivo.


519.
Entre estas presunciones de derecho, cabe citar, entre otras, la presunción general favora-
ble a la validez del matrimonio, de modo que, en la duda, se estará por la validez mientras no se de-
muestre lo contrario (can. 1060); la presunción favorable a la consumación del matrimonio siempre
que los cónyuges hayan cohabitado con posterioridad a la boda (can. 1061 §2); en relación con el im-
pedimento de disparidad de cultos, la presunción de la validez del matrimonio si, al tiempo de su ce-
lebración, uno de los cónyuges era comúnmente tenido por bautizado o su bautismo era dudoso, de
tal modo que deberá probarse con certeza que uno de los cónyuges estaba bautizado y el otro no
(can. 1086, 3º); la presunción de un suficiente conocimiento respecto al matrimonio a partir de la pu-
bertad (can. 1096, 2º); la presunción de conformidad entre el consentimiento matrimonial interno y
el externamente manifestado en la celebración del matrimonio (can. 1101 §1); la presunción de per-
severancia del consentimiento válidamente prestado mientras no conste su revocación, en los su-
puestos de matrimonio nulo por impedimento o defecto de forma (can. 1107).

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364 Carmen PEÑA GARCÍA

La presunción judicial (hominis) no provoca los mismos efectos que la


presunción legal, puesto que no dispensa a la parte de probar su tesis. Estas
presunciones judiciales tienen en realidad un carácter supletorio, de modo
que se utilizarán en defecto de prueba cierta del hecho controvertido, y son
creadas por el juez en cada supuesto, conforme a las reglas de la sana crítica.
No obstante, las presunciones hominis pueden llegar a tener valor de prueba
plena si la concurrencia de varios indicios señalando el mismo hecho otorga
suma probabilidad a la presunción judicial efectuada; en este caso, habla la
jurisprudencia rotal de presunción «violenta vel vehemens».
Con relación a la prohibición de que el juez formule presunciones no
establecidas por el derecho, alcanzó notable difusión un Decreto del Su-
premo Tribunal de la Signatura Apostólica, de 13 de diciembre de
1995520, que criticaba la publicación, por parte de un Tribunal eclesiásti-
co periférico, de un elenco de presunciones de hecho —todas ellas, excep-
to una, pro nullitate—, en cuanto que suponía una vulneración frontal del
can. 1586 y otorgaba a las presunciones de hecho una fuerza probatoria
no sólo no prevista en el Código, sino, en algunos casos, en abierta con-
tradicción con la regulación codicial sustantiva: así pasaba, por ejemplo,
con la presunción de incapacidad para prestar el consentimiento de los
jóvenes entre 16 y 19 años, que ignora la prescripción del can. 1083; la de
simulación a partir de la mera mentalidad divorcista o contraria a la fide-
lidad, sin tener en cuenta el can. 1099...
En cuanto a las presunciones hominis, la Dignitas Connubii, introdu-
ce, en el art. 216 §2, una puntualización cuya interpretación resulta, sin
embargo, difícil: la prohibición de que el juez formule «presunciones que
discrepen de las elaboradas en la jurisprudencia de la Rota Romana».
Si, como se ha indicado, a tenor del art. 216 §1, la única presunción
que puede hacer el juez es la praesumptio hominis, es decir, aquella que, a
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partir de un hecho cierto y determinado (indicio), permite al juez, por


medio de un razonamiento lógico, deducir que se ha producido otro he-
cho sobre el que no hay prueba directa, no se acaba de ver en qué sentido
pueda afirmarse que esta deducción lógica, hecha en un caso concreto a
partir de los hechos y circunstancias del caso particular, pueda discrepar
o concordar con las presunciones hechas por la jurisprudencia rotal res-
pecto a otros supuestos concretos diferentes, que, pese a las posibles si-
militudes, tendrían también unas peculiaridades y características propias
520.
Decreto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, de 13 de diciembre de 1995, sobre
las presunciones de facto en las causas de nulidad matrimonial, en «Il Diritto Eclesiastico» 1, 1997/2, pp.
22-25. Puede verse un comentario a este decreto en NAVARRETE, U., Comentario al Decreto della Signa-
tura Apostólica sulle cosiddette ‘Presumptiones of Fact’. en «Periodica» 135, 1996, pp. 535-548.

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Título VII: Las pruebas (arts. 155-216 DC) 365

que los harían únicos. Como ha apuntado algún autor, el art. 216 §2,
aparte de resultar difícilmente encajable en la regulación técnica de la
prueba presuntiva, puede abrir la puerta a una praxis peligrosa: la de
«volver a repetir la abusiva estereotipia medieval de las presunciones
(momento en que se elaboraron tratados con miles de indicios y presun-
ciones y se tarifó su valor), con nefastas consecuencias procesales. Con-
vertir en presunciones brocardos fijos, inmutables y universales»521.
Indudablemente, la Instrucción ha pretendido destacar la importancia
de que los jueces conozcan y sigan la jurisprudencia de la Rota Romana, y
quizás, implícitamente, denunciar praxis contrarias a derecho de algunos
tribunales522, pero, desde el punto de vista del derecho probatorio, hay que
destacar que la redacción del art. 216 §2 resulta conceptualmente confusa.

IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

AA.VV., I mezzi di prova nelle cause matrimoniali secondo la giurisprudenza rotale, Ciudad
del Vaticano 1995.
ACEBAL LUJÁN, J.L., Valoración procesal de las declaraciones de las partes, en AA.VV.,
Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, vol.
12, Salamanca 1996, pp. 307-334.
AGOSTINI, S., Iniziativa delle parti nella prova testimoniale, Roma 1995.
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Pese a no hacerse ninguna alusión al Decreto de la Signatura Apostólica de 13 de diciem-
bre de 1995, anteriormente comentado, parece que el mismo estaría en la base de esta disposición de
la Instrucción.

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TÍTULO VIII
LAS CUESTIONES INCIDENTALES
(Arts. 217-228)

I. NOCIÓN Y ELEMENTOS

1. Noción (art. 217)

Tanto el can. 1587 del CIC ‘83 como el art. 217 de la Instrucción —que
vienen a repetir lo establecido en el can. 1837 del CIC ‘17 y en el art. 187
de la Provida Mater Ecclesia— coinciden en la noción de causa inciden-
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tal: «se produce una causa incidental siempre que, una vez iniciada la
instancia por la citación, se plantea una cuestión que, aunque no se con-
tenga expresamente en el escrito de demanda por el que se introduce la
cuestión principal, concierne de tal manera a la causa que, normalmente,
habrá de ser resuelta antes de juzgar sobre ésta (cf. c. 1587)».
La terminología que se utiliza en el CIC ‘83 es la de «causa inciden-
tal», ello salvo en los cann. 1598 § 2 y 1590 § 1, cánones en los que se ha-
bla de «cuestión incidental»; en la Dignitas connubii, sin embargo, ambos
conceptos se entremezclan, de hecho se habla de «causa incidental» en
los arts. 217, 218, 219, mientras que en los arts. 222 §§ 1 y 3, 224 § 1, 225,

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374 Carlos M. MORÁN BUSTOS

227 y 228 se utiliza la expresión «cuestión incidental». La doctrina proce-


sal distinguía entre «causa incidental» y «cuestión incidental» o «inciden-
te»: las primeras eran aquellas que surgían durante la tramitación de una
causa principal, sin embargo, por su prejudicialidad respecto a la misma,
requerían de un proceso propio, de una cierta autonomía y unas caracte-
rísticas propias de tramitación y resolución; el simple «incidente» o
«cuestión incidental», por el contrario, aunque planteado ex novo en el
proceso, sin embargo, no provocaba esa tramitación peculiar, sino que se
resolverá en la sentencia del proceso principal, el cual seguía tramitán-
dose sin alteración, ya que dicha cuestión quedaba imbricada con las res-
tantes cuestiones planteadas y pendientes de quedar resueltas en su día
mediante la sentencia definitiva.
Quizás se debería haber sido más preciso, evitar esta impropiedad ter-
minológica, y continuar con la distinción entre los simples incidentes y
las causas incidentales propiamente dichas, sobre a nivel de su trata-
miento en la práctica. No ha sido así.
La referencia a los elementos que las configuran nos permite descu-
brir su especificidad propia, y su diferenciación respecto de otros «avata-
res» procesales que se suceden en el desarrollo del proceso, desde su ini-
cio hasta su fin.

2. Elementos de las «causas incidentales» (arts. 217-220, 227)

2.1. Que exista un proceso principal en curso (art. 217)


Para que pueda hablarse de «causa incidental» el primer elemento
que ha de verificarse es la existencia de un proceso principal en curso, en
el que, ex novo, se introduce una accidental causa judicial, con cuyo plan-
Índice
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teamiento se viene a producir una distinción de procesos, o mejor, una


distinción de cuestiones dentro de un mismo proceso: la principal, en
cuyo cauce se plantea la cuestión nueva, y la causa incidental, que nor-
malmente —quedando a salvo el art. 222 § 3 y can. 1589 § 2— habrá de
resolverse con prioridad a la cuestión planteada. En este sentido pode-
mos decir que las causas incidentales tienen una sustantividad propia
que las distingue de la causa principal, pero al mismo tiempo, tienen una
accesoriedad respecto de la causa principal.
Este primer elemento —la existencia de un proceso principal en cur-
so, la accesoriedad respecto de éste— nos lleva a la cuestión de cuándo se
pueden presentar este tipo de causas. Si atendemos a lo que establece el
art. 217 (y el can. 1587), el momento de presentar las causas incidentales

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 375

tendría como límites la citación y la sentencia, periodo durante el cual se


da la litispendencia. En relación a ese momento inicial, textualmente se
dice que la causa incidental se plantea «una vez iniciada la instancia por
la citación», lo que plantea algún interrogante en relación a determina-
das cuestiones que pueden suscitarse antes de que se proceda a citar al
demandado: cuestiones relacionadas, por ejemplo, con el rechazo de la
demanda por el juez (can. 1505), o con el silencio del juez sobre la admi-
sión o no de la demanda (can. 1506), u otras referidas a la competencia
del tribunal, o a la propia capacidad de las partes, o relacionadas con las
condiciones del mandato procuratorio, o con la gratuidad del proceso.
La doctrina suele considerar este tipo de cuestiones como «cuestiones
preliminares»523, aunque en la práctica vienen a recibir un mismo trato
que las causas incidentales; de hecho, si estas cuestiones se plantean en
grado de apelación serían causas incidentales propiamente dichas, aun-
que se propongan antes de la notificación legítima de la primera citación
hecha en ese grado a la parte demandada, porque en ese grado ya existe,
en virtud de la citación susodicha de primera instancia, la relación proce-
sal entre el actor-juez-demandado524.
Igualmente, y respecto al momento final —el de la sentencia— tampo-
co se podría considerar causas incidentales en sentido estricto determi-
nados incidentes que se producen después de haberse dictado dicha sen-
tencia; así, vicisitudes como la corrección de errores materiales de la
sentencia, la exigencia de cauciones para ejecutar la sentencia, las expen-
sas judiciales, difícilmente podrían considerarse como verdaderas causas
incidentales, sino como «remedios o elementos de la ejecución de la sen-
tencia»525.
A pesar de ello, desde el punto de vista de la praxis, ambas —las que
surgen antes de la citación, y las que se proponen con posterioridad a la
sentencia—, tendrán tratamiento igual que el de las causas incidentales Índice
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propiamente dichas.

2.2. El elemento objetivo de las causas incidentales (arts. 218 y 220)


El segundo elemento que ha de verificarse para poder hablar de cau-
sas incidentales es el llamado el elemento objetivo de las causas inciden-
tales; esto es, que estén fundadas, y que tengan relación con la causa
principal. La causa incidental tiene que estar fundada, es decir, debe con-
523.
Cfr. VILLEGIANTE, S., Le cuestioni incidentali, en AA.VV., Il proceso canonico, cit., p. 639.
524.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho…, cit., p. 298.
525.
PANIZO ORALLO, S., Temas procesales…, cit., p. 741.

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376 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tener —como la demanda— fumus boni iuris, y debe estar unida a la cau-
sa principal por una conexión de prejudicialidad, lo que significa que ésta
no podrá resolverse sin antes resolver la causa incidental.
El objeto de la causa incidental no puede estar ya planteado en la de-
manda, pues de ser así pasaría a formar parte del objeto del proceso prin-
cipal; ha de estar fuera del objeto de proceso principal, pero ha de rela-
cionarse con él, ha de presentar un nexo de unión con la causa principal,
nexo que se concreta en que no se podrá continuar con la causa principal
sin entrar en el conocimiento previo de la causa incidental. En este senti-
do, a la sustantividad propia de las causas incidentales, y a su accesorie-
dad respecto de la causa principal, hay que añadir la prejudicialidad: no
es la causa incidental una causa autónoma, pero sí que influye condicio-
nando la resolución final que el tribunal deba dictar sobre la cuestión
principal.
Tanto es así que si la causa incidental no tiene una sustantividad pro-
pia —si no tiene fundamento—, o si carece de ese nexo de prejudiciali-
dad, debe ser rechazada; así lo indica el art. 218, que —recogiendo el
pensamiento del Santo Padre recogido en el discurso a la Rota Romana
de 1996— indica que no se propongan ni se admitan «con ligereza» cau-
sas incidentales526; y también el art. 220, que expresamente indica: «si la
petición no guarda relación con la causa, o si resulta evidente su carencia
de todo fundamento, el presidente o el ponente pueden rechazarla desde
el inicio del proceso, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 221». Es decir,
si la causa incidental no está fundada ni tiene nexo con la causa princi-
pal, o si, teniendo fundamento, no tiene relación de prejudicialidad con
la causa principal —si es indiferente su resultado para la tramitación y la
decisión de la causa principal, de modo que ésta no se vería afectada de
alguna manera por la supuesta causa incidental—, no podrá ser aceptada
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por el tribunal, sino que éste tendrá que rechazarla ab limine.

2.3. Se proponen ante el juez que conoce la causa principal (art. 219)

La causa incidental, en principio, queda bajo la competencia del mis-


mo juez de la causa principal. Según establece el art. 219 (can. 1588), la
causa incidental ha de proponerse ante el juez que es competente para
juzgar la causa principal, correspondiéndole a él —en la causas matrimo-
526.
«Actos procesales como la proposición de ciertas cuestiones incidentales, o comportamien-
tos moratorios, ajenos ininfluyentes o que, incluso, impiden alcanzar dicho fin, no pueden admitirse
en el juicio canónico» (JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana, de 22 de enero de 1996, en LIZARRA-
GA ARTOLA, A., Discursos.., cit., p. 213, n. 4).

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 377

niales al colegio, salvo las situaciones excepcionales de juez único— juz-


gar sobre el fundamento de la misma, y sobre la relación existente entre
ella y la causa principal. Esta disposición del art. 219 hay que relacionar-
la con lo establecido en el art. 221; según el § 2 de este artículo, la presen-
tación de la causa incidental se hace ante el autor del decreto —ello en el
supuesto de que la misma sea consecuencia de un decreto, en concreto,
de un decreto de mero trámite—, el cual, y a no ser que considere que
haya de revocarlo, deberá trasladarlo sin demora al Colegio (art. 221 § 1).
La razón de ello estriba en que lo que se pretende con la causa inci-
dental, de tal manera se relaciona con lo pretendido en la causa princi-
pal, que provoca un proceso propio, imbricado en la causa principal, un
proceso incidental injertado en el propio proceso principal hasta tal pun-
to, que la resolución que a ella se dé influirá en la de la causa principal.
Por ello, ambas causas deben estar sometidas a la competencia del mis-
mo tribunal, por una aplicación del principio de conexión entre causas
judiciales en cuanto razón determinante de atribuciones particulares de
la competencia judicial527. La única excepción sería la siguiente: que el
competente, con competencia absoluta, para conocer de una determina-
da causa incidental, fuera otro tribunal; en esta hipótesis, el tribunal que
estaba conociendo de la causa principal debería inhibirse a favor del tri-
bunal competente para que sea éste el que resuelva la causa incidental;
una vez resuelta, se proseguiría el proceso ante el juez de la causa princi-
pal.
De acuerdo con el art. 227, si la causa —después de verificarse los re-
quisitos que establece el art. 30 § 3—, la estaba conociendo un juez único,
«él mismo juzga las causas incidentales, con las debidas adaptaciones».
En principio esta disposición es lógica, pues si se verificó una verdadera
imposibilidad de constituir un tribunal colegial que tramitara la causa
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principal de nulidad del vínculo, es normal que la misma se verifique


para conocer la causa incidental relacionada con aquella; ahora bien,
¿qué ocurre en aquellos supuestos en los que el juez es único, no por im-
posibilidad de constituir el tribunal, sino porque el tipo de proceso así lo
permite o exige?528 Por ejemplo, ¿qué ocurriría con una causa incidental
527.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., La litiscontestatio y las causas indicentales, ad usum privatum, p. 13.
528.
Recordar que, aunque las causas de nulidad del vínculo matrimonial han de ser tratadas
por un tribunal colegial de tres jueces (can. 1425 § 1), existen situaciones concretas en las que se pue-
de verificar el conocimiento de estas causas por un juez; por ejemplo, las causas de separación de los
cónyuges (cann. 1692-1696), o las causas para obtener las dispensa del matrimonio rato y no consu-
mado (cann. 1697-1706), o la declaración de muerte presunta (can. 1707), o las declaraciones de nu-
lidad del matrimonio por vía administrativa, o aquellas causas de nulidad de matrimonio suscepti-
bles de ser tramitadas por el procedimiento documental (cann. 1686-1688, arts. 295-299).

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378 Carlos M. MORÁN BUSTOS

que, en sí, precisa de un tribunal colegial, pero que surge estando en cur-
so un proceso documental? Imaginemos que, constando con certeza la
existencia de un impedimento dirimente, y estando en curso un proceso
documental, se cuestiona la validez de la sentencia de nulidad de un ma-
trimonio anterior que afectó a una de las partes del proceso documental.
En mi opinión, esta situación debería ser conocida por un tribunal cole-
gial, debiéndose proceder a suspender el proceso documental hasta que
se resolviera la causa incidental (igual que ocurre en los supuestos de in-
competencia absoluta).

II. MODO DE PROCEDER ANTE UNA CAUSA INCIDENTAL

1. ¿Quiénes pueden proponer las causas incidentales?


(art. 221 §1)

El can. 1837 del CIC ‘17 indicaba qué sujetos podían proponer las
causas incidentales, aludiendo en concreto a las partes, al defensor del
vínculo y al promotor de justicia (si interviene en el proceso); el art. 187
de la Provida Mater Ecclesia repetía el contenido de dicho artículo. El
CIC ‘83 ha guardado silencio al respecto.
Ello no obstante, podemos considerar que nada ha cambiado en relación
a esta cuestión. En primer lugar, están legitimadas para proponer causas in-
cidentales las partes privadas, y también las partes públicas, en concreto, el
defensor del vínculo y, en su caso, el promotor de justicia (si interviene de
acuerdo con el can. 1674, 2º, art. 92, 2º)529. La responsabilidad del actor y
del demandado no se circunscribe únicamente a la causa principal, sino que
se extiende también a aquellas situaciones procesales conexas con la misma,
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en particular, también a las causas incidentales. Las partes públicas, equipa-


radas procesalmente hablando a las partes privadas en lo que a derechos y
obligaciones procesales se refiere, gozan también de legitimación para pro-
poner causas incidentales, de hecho explícitamente se indicaba así en la le-
gislación anterior al código vigente; la Instrucción se refiere explícitamente
en su art. 221 § 1 al defensor del vínculo, no dice nada del promotor de justi-
cia, sin embargo, si éste interviene en el proceso de nulidad, podrá igual-
mente proponer cuestiones incidentales (art. 58 y 59, 1º).
Pero no sólo las partes —públicas y privadas— pueden proponer cues-
tiones incidentales, también el propio juez, de oficio, podría proponer en
529.
Vid. Título IV, IV.1 y 2.

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 379

alguna ocasión determinadas causas incidentales. Sabemos que el juez,


una vez introducida legítimamente una causa de nulidad de matrimonio,
puede y debe obrar no sólo a instancia de parte, sino también de oficio
(can. 1451 § 1, art. 71 §1), en concreto, puede y debe suplir la negligencia
de las partes al aportar pruebas o al oponer excepciones, siempre que sea
necesario para evitar una sentencia injusta (can. 1452 §2, art. 71 §2); te-
niendo presente estas disposiciones, se explica el que en alguna ocasión
el propio juez pueda interponer una causa incidental de oficio, de hecho
—y a título de ejemplo— el can. 1461 (art. 79) indica que, en cualquier
fase de la causa, el tribunal debe reconocer su incompetencia absoluta.
Una cuestión que nos podríamos plantear es si los terceros pueden
proponer causas incidentales en un proceso de nulidad de matrimonio.
La intervención procesal surge cuando, en un proceso iniciado entre dos
partes —un actor y un demandado— un tercero ajeno hasta ese momento
al proceso, comparece para defender un derecho o un interés propio530.
La intervención procesal puede ser «voluntaria» o «forzosa», según la
iniciativa de plantear la entrada del tercero provenga de la propia volun-
tad de éste, o venga provocada por la llamada (litis denuntiatio) de una de
las partes procesales (intervención forzosa a instancia de parte) o por la
iniciativa del juez (intervención forzosa ex oficio). La intervención volun-
taria se divide en intervención principal e intervención adhesiva (o acce-
soria); en la intervención principal el interviniente afirma que le pertene-
ce a él un derecho que es objeto de litigio entre otras dos personas (las
partes), las cuales pasan a estar en una relación de litisconsorcio. En la
intervención adhesiva, por el contrario, el interviniente no interpone una
acción incompatible con la que se está discutiendo en el proceso origina-
rio, sino que se limita a cooperar con una de las partes, bien convirtién-
dose también en parte del proceso (intervención adhesiva litisconsor-
cial), o bien limitándose únicamente a ayudar a la parte, pero sin Índice
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convertirse en parte (intervención adhesiva simple).


En el caso de los procesos de nulidad de matrimonio, los terceros sólo
pueden actuar como testigos y como intervinientes531; el can. 1596 § 1 distin-
gue entre la intervención principal (litisconsorcial) y la intervención adhesi-
va (accesoria), sin embargo, cuando se discute la unidad del vínculo, la inter-
vención de los terceros es una intervención adhesiva simple, ya que éstos
carecen del derecho de acción, ni son titulares de un derecho propio e in-
compatible con el derecho que se ejercita en el proceso. Estos terceros inter-
530.
Crf. DE LA OLIVA, A. FERNÁNDEZ, M. A., Derecho procesal..., vol. 1, cit. pp. 471-472; MADE-
RO, L., La intervención de terceros en el proceso canónico, Pamplona 1982, pp. 38-43.
531.
Sobre la posición procesal de los terceros en los procesos de nulidad vid Título IV, IV.5.

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Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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vinientes adhesivos simples no son parte, sino que se limitan a ayudar a las
partes, pues pueden estar interesados en que el pronunciamiento sea en un
sentido o en otro. Teniendo esto presente, consideramos que, en los procesos
de nulidad de matrimonio, los terceros intervinientes no podrían plantear
cuestiones incidentales, sino que, a lo sumo, podrían poner el contenido de
las mismas, en conocimiento de las partes o de propio promotor de justicia,
si estuviera en juego el bien público.

2. Cuestiones susceptibles de ser propuestas como


causas incidentales
Las posibles causas incidentales que se pueden plantear en un proce-
so de nulidad son tantas y variadas como la propia vida del proceso y los
distintos avatares del mismo. En términos generales podemos distinguir-
las según se refieran a problemas de orden procesal o a cuestiones de ca-
rácter material. Entre las primeras, podríamos citar a título meramente
indicativo las que se pudieran suscitar con ocasión de la determinación
de la competencia, o la fijación de un plazo, o una determinada decisión
de ordenación de un proceso...; en estos casos los efectos serían esencial-
mente procedimentales, y la cuestión tendría valor de mero incidente, sin
incidir en la sentencia definitiva.
Además de estas cuestiones incidentales de carácter procesal, están
aquellas otras cuyo trasfondo es de carácter sustantivo, es decir, se refie-
ren a una situación jurídica relacionada de alguna manera con el curso
del proceso. También a título simplemente indicativo, podríamos referir-
nos a determinadas situaciones surgidas con ocasión de la proposición-
aceptación-práctica de las pruebas; en estos casos, los efectos no son ex-
clusivamente procesales, sino que los mismos inciden de una manera di-
recta o indirecta sobre la sentencia, de hecho la resolución tiene fuerza Índice
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de sentencia definitiva.
Aunque ya nos hemos referido a la distinción entre causas incidenta-
les y cuestiones incidentales o incidentes, lo cierto es que en la práctica
ambas situaciones tienen un tratamiento unitario. Por ello, y partiendo de
una consideración amplia, hemos de admitir como causa incidental «to-
do aquello que surge en el proceso una vez iniciado el mismo y antes de
su término, en conexión con el objeto de dicho proceso y exigiendo una
resolución del juez previa y distinta de la principal: se trate de cuestiones
relacionadas con el procedimiento o se trate de cuestiones conexas con el
mérito de la causa»532.
532.
PANIZO ORALLO, S., Temas procesales..., cit. p. 745.

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 381

Siguiendo a Roberti podemos enumerar algunas causas incidentales,


dividiéndolas en estos grupos533:
— Causas incidentales relacionadas con la salvaguarda de determi-
nados derechos en peligro (acciones cautelares): por ejemplo la
establecida para recibir pruebas antes del inicio de la Instrucción
cuando existe peligro de no poder practicarlas en su momento le-
gar; el inventario de determinados bienes...
— Causas incidentales relacionadas con los presupuestos del proce-
so: por ejemplo cuestiones de competencia, recusación de los jue-
ces, cuestiones relacionadas con la capacidad procesal de las par-
tes, con la admisión o no del procurador civil, con la designación
del tutor o también relacionadas con la litispendencia...
— Cuestiones referidas a la validez de los actos procesales: deman-
da, citación, resoluciones susceptibles de impugnación...
— Causas incidentales relacionadas con el curso del proceso: temas
como las expensas judiciales, la indemnización y resarcimiento
de daños, la corrección material de la sentencia...

3. Modo de proposición de las causas incidentales (art. 219)

De acuerdo con el art. 219 (can. 1588), la causa incidental puede pro-
ponerse por escrito o de palabra, indicando, en todo caso, la relación
existente entre ella y la causa principal.
En caso de que se presente oralmente, y de modo análogo a lo que
ocurre con la demanda (can. 1503, art. 115 §2), habrá de dejarse constan-
cia escrita de ello; en concreto, el juez ordenará al notario que levante
acta de esa propuesta de causa incidental, que deberá ser leída a la parte
y, tras comprobar que la misma responde a sus pretensiones, habrá de ser Índice
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aprobada por ella. La razón de ello es que estamos en un procedimiento


prevalentemente escrito, de modo que todo cuanto ocurre en él ha de te-
ner una constancia por escrito.

4. Procedimiento concreto que han de seguir las causas inci-


dentales (arts. 221-226 y 228)

El CIC ‘83 le dedica sólo tres cánones a explicar cómo es el procedi-


miento que se ha seguir en las causas incidentales. La Instrucción ha sido
533.
Cfr. ROBERTI, F., De processibus, vol. 2, Roma 1926, pp. 121-122.

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382 Carlos M. MORÁN BUSTOS

un poco más explícita, de hecho los arts. 221-226 y 228 vienen a precisar
y desarrollar más algunas cuestiones concretas; no obstante, y teniendo
en cuenta la trascendencia que las causas incidentales tienen en el curso
del una causa principal, y lo que contribuyen con frecuencia a la demora
de los proceso de nulidad de matrimonio, habría sido conveniente toda-
vía una mayor y más detallada regulación sobre el modo de proceder. En
términos generales, y haciendo abstracción de otras situaciones puntua-
les que se pudieran producir, la tramitación de las causas incidentales
está sujeta a un procedimiento con los siguientes pasos:
Presentación del escrito —o la petición oral, reflejada por escrito por
el notario— de proposición de la causa incidental. Este escrito deberá ve-
nir fundado en razones de hecho y de derecho. En el caso de que sea con-
tra un decreto de mero trámite del presidente, ponente o auditor, ha de
interponerse en el plazo de diez días desde la notificación del decreto; de
lo contrario se entiende que las partes y el defensor del vínculo acatan el
decreto (art. 221 §1). Como hemos indicado, se presenta ante el autor del
decreto; éste puede revocarlo; en caso contrario, deberá trasladarlo sin
demora al colegio (art. 221 §2).
Una vez recibida la proposición, el tribunal debe oír a las partes priva-
das, y también al defensor del vínculo (y si interviene también al promo-
tor de justicia como actor), tal como lo indican el can. 1589 §1 y el art.
222 §1. Lo que no se dice es cómo debe hacerse; la praxis en algunos de
nuestros tribunales es dar traslado del escrito de la parte proponente a la
otra parte y al defensor del vínculo, citándoles a todos y concediéndoles
un plazo para que expongan lo que consideren oportuno en relación a la
causa incidental propuesta. Esto se hace a través de unos «memoriales»,
y tienen un carácter previo a la admisión o rechazo de la causa inciden-
tal.
Ya en este momento, el colegio puede requerir, tanto a instancia de Índice
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parte o del defensor del vínculo como de oficio, la intervención del pro-
motor de justicia, aunque hasta entonces no hubiera intervenido en el
proceso, si la naturaleza o la dificultad de la cuestión incidental así lo
aconsejan534.
A partir de este momento, y tanto si las partes han contestado como si
no, «el colegio debe decidir si la cuestión incidental propuesta parece te-
ner fundamento y guarda relación con el juicio principal, o si debe recha-
534.
El art. 190 § 2 de la Provida Mater Ecclesia, cuyo contenido ha recogido el art. 223 de la
Dignitas Connubii, indicaba que «cuando conste que el bien público corre peligro, a instancia de parte
o de oficio, debe recabara la intervención del fiscal, si es que aún no interviene; y puede recabarla, si
así lo aconseja la naturaleza o la dificultad de la cuestión incidental».

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 383

zarse desde el inicio del proceso» (art. 222 §1, can. 1589 §1). Por tanto, en
este momento al tribunal sólo le quedan dos opciones: si considera que
está fundada —si tiene fumus boni iuris—y tiene relación con la causa
principal, rápidamente ha de admitirla a trámite, ello sin entrar todavía
en el fondo o en el mérito de la cuestión; si no cumple con estos dos requi-
sitos, también rápidamente debe rechazarla.
¿Y si el colegio no responde a la petición de las partes? El art. 188 §1
de la Provida Mater Ecclesia establecía la obligación del instructor de
contestar mediante decreto a la petición legítima de la parte; el CIC ‘83
no dice nada al respecto, ni tampoco la Instrucción; aunque previsto para
la demanda, creo que podemos aplicar el can. 1506 (art. 125), de modo
que, si transcurre un mes desde la presentación de la petición, la parte
debe instar al colegio para que cumpla su función, y transcurridos inútil-
mente diez días desde la fecha de esa instancia, la causa incidental se
considera admitida.
Con esta primera «criba procesal» —admitir o no admitir— lo que se
pretende evitar es que un instrumento irrenunciable de garantías para la
búsqueda de la verdad como son las causas incidentales puedan conver-
tirse en un mecanismo obstruccionista, tendente únicamente a retardar
el desarrollo de la causa principal535. Para evitar esto, y tal como se indica
en los arts. 222 §2 y 228, ninguna de estas dos decisiones son susceptibles
de apelación o recurso alguno, de hecho ambas hay que tomarlas con
toda rapidez —y no cabe apelación contra los decretos que deben diri-
mirse con la mayor rapidez posible, (can. 1629, 5º, art. 222 §2)—, y, ade-
más, no tienen fuerza de sentencia definitiva, con lo que, de acuerdo con
el can. 1629, 4º (art. 228), tampoco cabe apelación.
Si decide admitirla a trámite, el colegio tiene que tomar una nueva de-
cisión: abstenerse de entrar por el momento a analizar y resolver la causa Índice
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incidental, o entrar de inmediato en el análisis y resolución de la misma.


Veamos:
1º. En la primera hipótesis, lo que decide el colegio es posponer la re-
solución de la causa incidental hasta el momento de dictar sen-
tencia, para lo cual decretará que sea analizada y resuelta cuan-
do se defina la causa principal, en el momento de dictar
sentencia. El art. 222 §3 —que viene a completar el contenido del
can. 1589 §2, e insiste en la rapidez también en este supuesto—
textualmente indica: «si el colegio juzga que la cuestión inciden-
535.
Cfr. LEGA, M.BARTOCCETTI, V., Commentarius in iudicia ecclesiastica, iuxta codicem iuris
canonici, vol. 2, Romae 1950, p. 856.

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384 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tal no debe resolverse antes de la sentencia definitiva, decretará,


también con la mayor rapidez posible, que sea tenida en cuenta
cuando se resuelva la causa principal». Con ello, por una parte el
juez puede «librarse» de determinadas actuaciones dilatorias de
las partes, pero sobre todo, por un principio de economía proce-
sal, se logra una mayor celeridad en la tramitación de las causas,
y se contribuye mejor al desarrollo unitario del proceso; en todo
caso, esta posibilidad no puede articularse en aquellos supuestos
en los que sea necesario proceder a resolver la causa incidental
antes de seguir con la tramitación de la principal.
2º. En la segunda hipótesis, esto es, si el colegio decide que hay que
analizar y resolver la causa incidental antes de la sentencia defi-
nitiva, habrá de tomar otra decisión más, en concreto, el colegio
ha de decidir si dada su gravedad —que deberá analizar discre-
cionalmente el propio colegio— ha de resolverse por sentencia
interlocutoria —«observando las formalidades del juicio, y, por
tanto, con previa formulación de las dudas» (art. 22 § 1b)—, o si
es suficiente que se resuelva por decreto (can. 1589 §1, art. 1589
§1)536:
a) Si debe resolverse mediante sentencia interlocutoria del cole-
gio, han de observarse las normas de los cann. 1658-1670 so-
bre el proceso contencioso oral, salvo que el colegio considere
preferible otro modo de proceder, teniendo en cuenta la gra-
vedad del asunto (can. 1590§ 1, art. 224 §1); el colegio puede,
sin embargo, derogar, por decreto motivado, aquellas normas
procesales de dicho proceso contencioso oral cuyo cumpli-
miento no se requiera para la validez, a fin de lograr una ma-
yor celeridad, sin detrimento de la justicia (can. 1670, art. 224
§2). Esta sentencia interlocutoria tiene la apariencia de una Índice
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verdadera sentencia, con los requisitos propios externos e in-


ternos de las sentencias, con la necesaria fundamentación ju-
rídica y fáctica, de hecho así lo reconoce explícitamente el art.
256, el cual, después de haberse hecho referencia a las partes
de la sentencia, a los requisitos formales y sustanciales de la
misma, señala que «las reglas arriba expuestas sobre la sen-
tencia definitiva han de acomodarse también a la sentencia
interlocutoria (can. 1613)».
536.
En algunos supuestos esta decisión le viene dada; así, por ejemplo, en el caso de la correc-
ción de algún error material de la sentencia el art. 260 § 2 —explicitando el contenido del can. 1616
§ 2— indica que, si alguna de las partes se opone a la corrección, «la cuestión incidental se decidirá
por decreto».

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 385

b)
Si debe resolverse mediante decreto —respetando igualmente
el contradictorio—, ha de emplearse cuanto antes a las partes y
al defensor del vínculo un plazo para que presenten sus argu-
mentos mediante un breve escrito o memorial (art. 225). Este
mismo art. 225 indica que «el colegio puede «encomendar» la
cuestión a un auditor o al presidente, salvo que resulte claro
que ha de proceder de otro modo, o la naturaleza del asunto re-
quiera otra cosa (can. 1590 §2)»; en virtud de esta posible «en-
comienda», el auditor o presidente podrán instruir la causa in-
cidental, ahora bien ¿pueden decidirla? El can. 1085 §1, 3º del
CCEO indica que el tribunal colegial debe proceder colegial-
mente y decidir por mayoría de los votos —y ello para la vali-
dez—, tanto si se trata de dictar sentencia, incluso interlocuto-
ria, como si se trata de decreto que tiene valor de sentencia
definitiva; a pesar de ello, el art. 46 §2, 17º establece que corres-
ponde al presidente del colegio, por mandato de éste, «decidir
la cuestión incidental mediante decreto de acuerdo con el art.
225»; lo que me resulta más difícil de aceptar es que sea el audi-
tor «no juez» —si fuera juez del turno la situación sería similar
a la del presidente— quien pueda decidir la cuestión incidental
por decreto, ya que ello queda fuera de su misión genérica de
«recoger las pruebas y entregarlas al juez» (art. 50).
En todo caso, tanto si se decide por sentencia interlocutoria, como si
se resuelve por decreto, deberá motivarse —tanto in iure como in facto—
la decisión final —que tendrá los mismos alcances en un caso u otro—, ya
que no son decisiones de mero trámite; en caso contrario carecerían de
toda eficacia (can. 1617, arts. 121 §2, 261, 265 §4).

5. Apelabilidad de las decisiones tomadas por el tribunal durante Índice


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la tramitación-decisión de las causas incidentales (art. 218,


222 §§2-3, 224 §2, 225, 228 y 262)

Todas las decisiones a las que hemos hecho referencia, con excepción
de las referidas al mérito, son inapelables, ya que han de tomarse con
toda rapidez (can. 1629, 5º, arts. 218, 222§ 2 y 3, 224 §2, 225) y ninguna
de ellas tiene fuerza de sentencia definitiva (can. 1629, 4º, art. 228).
La cuestión que nos planteamos es si son apelables o no las decisiones
que resuelven la cuestión incidental en cuanto al fondo537. Si nos fijamos
537.
Vid. SABATTANI, A., Le impugnative delle decisioni incidentali, en «Ephemerides Iuris Cano-
nici» 41-42, 1985-1986, pp. 95-107.

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386 Carlos M. MORÁN BUSTOS

en algunas cuestiones incidentales específicas, advertimos que en ellas se


indica que el juez debe resolverlas «expeditissime», de donde se derivaría
su inapelabilidad: ocurre así en el caso de la recusación del juez (can.
1451, 1, art. 70 §1), en la cuestión del rechazo de las pruebas, cuando una
parte insiste en que se admita una prueba rechazada por el juez (can.
1527 §2, art. 158 §1), o cuando surge una cuestión sobre el derecho de
apelación (can. 1631, art. 282). En todos estos casos, y de acuerdo con el
can. 1629, 5º no cabe apelación, ya que ésta no es posible «contra la sen-
tencia o decreto en una causa que según el derecho debe dirimirse con la
mayor rapidez posible».
En el caso de la decisión que resuelve la causa incidental en cuanto al
mérito, el can. 1590 no indicaba que dicha decisión había de tomarse con
rapidez, por ello la doctrina fundamentó la inapelabilidad en lo estableci-
do en el can. 1629, 4º. El art. 224 §2 de la Instrucción sí que hace una re-
ferencia indirecta a la celeridad en la decisión que deba tomarse por sen-
tencia interlocutoria, y el art. 225 también de manera indirecta alude a
ello, aunque tampoco en ninguno de ellos se dice expresamente que la de-
cisión sobre el fondo tenga que tomarse «expeditissime».
La consideración de apelable o no de una decisión que resuelva la
cuestión incidental en cuanto al fondo depende de que la misma tenga o
no fuerza de sentencia definitiva. En este sentido, el art. 228, recogiendo
lo prescripto en el can. 1629, 4º, establece que «no cabe apelación contra
la decisión sin fuerza de sentencia definitiva que pone fin a una cuestión
incidental, a no ser que se acumule con la apelación contra la sentencia
definitiva». Este art. 228 debe completarse con el art. 262 (can. 1618),
que indica qué sentencias interlocutorias o decretos tienen fuerza de de
sentencia definitiva y, en cuanto tal, serían apelables: «la sentencia inter-
locutoria o decreto tiene fuerza de sentencia definitiva si impiden o po-
nen fin al juicio o a una instancia del mismo, al menos por lo que se refie- Índice
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re a una de las partes de la causa».


Con carácter general podemos establecer que los decretos decisorios
del fondo y las sentencias interlocutorias, con los que se pone fin a las
causas incidentales, no son apelables, a no ser que el ordenamiento admi-
ta la apelabilidad en supuestos concretos538, y también en aquellos casos
en los que estos decretos y sentencias interlocutorias tienen fuerza de
sentencia definitiva. En este sentido, si una decisión, pese a haber sido to-
538.
Por ejemplo, can. 1460 § 3 (art. 78 § 3) indica expresamente que si, con ocasión de la inter-
posición de una excepción de incompetencia relativa del juez, éste se declara incompetente, la parte
que se considera perjudicada, puede recurrir al tribunal de apelación. Esta decisión es apelable por-
que en el fondo viene a tener fuerza de sentencia definitiva.

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 387

mada con toda rapidez según establecía la norma, sin embargo tiene
fuerza de sentencia definitiva, prevalecerá esta circunstancia de tener
fuerza de sentencia definitiva sobre la circunstancia de haber sido toma-
da —por disposición de la ley—, con toda rapidez539.
Este sistema que establece el código para la apelación del pronuncia-
miento conclusivo de las cuestiones incidentales responde a un equilibrio
entre la búsqueda de la verdad y la celeridad en la administración de la
justicia.
Además de la apelabilidad para aquellas cuestiones incidentales que
tienen fuerza de sentencia definitiva, y aunque nada se dice explícitamente
al respecto, hemos de considerar que las mismas son susceptibles de que-
rella de nulidad, ya que no se podría admitir la verdad de un pronuncia-
miento si éste está afectado por algunos de los vicios establecidos en los
cann. 1620 y 1622 (arts. 270 y 272). Igualmente también cabría el remedio
de la restitutio in integrum, ya que sería incongruente pensar que se haya
podido afirmar la verdad, a través de un pronunciamiento que haya visto
uno de los graves defectos que, de acuerdo con el can. 1645 §2, manifiestan
claramente una injusticia en el iter procesal que no puede dejar de reflejar-
se también en la decisión del juez540. Aunque las cuestiones incidentales
surjan en unas causas como las matrimoniales, que no pasan a cosa juzga-
da (can. 1643, art. 289), lo cierto es que tienen un petitum propio, general-
mente no referido al estado de las personas, de manera que los pronuncia-
mientos que deciden estas causas incidentales sí que pueden pasar a causa
juzgada, pudiendo ser susceptibles de la restitutio in integrum.

6. La revocación del decreto o sentencia interlocutoria por


parte del tribunal (art. 226)
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Completando el contenido del can. 1591, el art. 226 establece que, an-
tes de terminar la causa principal —a no ser que se trata de una decisión
con fuerza de sentencia definitiva—, el colegio puede, por causa justa, re-
vocar o reformar el decreto o la sentencia interlocutoria, tanto a instan-
cia de parte o del defensor del vínculo como de oficio, después de oír a las
parte y al defensor del vínculo.
Se trata de una verdadera facultad de revocación o reforma de una re-
solución dictada por parte de quien la dicto, facultad que produce una
539.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho..., cit., p. 302.
540.
Cfr. VILLEGGIANTE, S. Le questione incidentali, en AA.VV., Il proceso matrimoniales..., cit, p.
667-672.

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388 Carlos M. MORÁN BUSTOS

cierta perplejidad procesal, y con la que se intenta dejar abierta la posibi-


lidad de, en aras de la verdad y de la justicia, corregir determinadas deci-
siones que, por exigencias de la celeridad, pudieran no responder de ma-
nera real a dicha verdad y justicia. A diferencia de la querella de nulidad
y de la restitutio in integrum, en este supuesto la revocación del decreto o
de la sentencia interlocutoria se produce no por motivos reglados, sino
con el fundamento únicamente de la discrecionalidad del juez o del tribu-
nal, lo que no deja de sorprender procesalmente hablando.
Por ello, esta facultad, que desde el punto de vista objetivo se extiende
a la posibilidad de revocar o simplemente reformar, ha de ejercitarse, no
desde la arbitrariedad, sino desde la iusta ratione, es decir, desde la razón
jurídica, desde la argumentación lógica hecha por el juez en su anterior
decreto o sentencia interlocutoria. Normalmente, esta justa causa tendrá
que ver con algún error iuris producido en las resoluciones citadas, o un
error en el supuesto de hecho reconocido que condujo a dictar una reso-
lución judicial incidental equivocada.
Además de estos requisitos de justa razón, la revocación o reforma del
decreto o de la sentencia interlocutoria por parte del juez, ha de someter-
se también al cumplimiento de unos requisitos formales que se describen
en el art. 226; en concreto: en primer lugar, ello ha de ocurrir, dada su
prejudicialidad, antes de terminar la causa principal, ya que contra ésta
sólo cabe la apelación ordinaria, a la que se podrán acumular — si se de-
sea apelar las resoluciones incidentales— las apelaciones que permitan el
can. 1629, 4º; en segundo lugar, estas revocación y reforma sólo las po-
drán realizar el tribunal competente que venía conociendo la causa prin-
cipal, ello incluso si la causa incidental —en función del art. 225b y del
can. 1590 §2— fue resuelta por un auditor o sólo por el presidente del tri-
bunal; en tercer lugar, que la revocación o reforma se realice en la misma
instancia de la causa principal en la que se originó y resolvió la causa in- Índice
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cidental; y en cuarto lugar, que la iniciativa proceda de la parte o del de-


fensor del vínculo o del propio juez, requiriéndose que sean oídas las par-
tes y el defensor del vínculo, sin cuyo trámite no puede darse revocación
o reforma de la resolución incidental.

III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

ACEBAL LUJÁN, J. L., Las cuestiones incidentales en derecho canónico, en «Ciencia Tomis-
ta» 90, 1963, pp. 571-628; ID., Naturaleza de las cuestiones prejudiciales, en AA.VV.,
Lex Ecclesiae. Estudios en honor del prof. Marcelino Cabreros de Anta, Salamanca
1972, pp. 439-450.

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Título VIII: Las cuestiones incidentales (arts. 217-228 DC) 389

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TÍTULO IX:
LA PUBLICACIÓN DE LAS ACTAS
Y LA CONCLUSIÓN DE LA CAUSA
(Arts. 229-245)

Aunque, desde una perspectiva dinámica del proceso, la fase probato-


ria no concluye con la proposición y recogida de la prueba, sino que se
extiende hasta la conclusión de la causa, momento en que se inicia la fase
discusoria, la Instrucción, siguiendo en este punto la distribución siste-
mática del Código, recoge conjuntamente en este Título IX tanto la publi-
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cación de la causa como la discusión de la misma. En consecuencia, este


título IX se divide en tres capítulos distintos, con un contenido claramen-
te diferenciado:
El capítulo I tiene por objeto el fundamental momento procesal de la
publicación de las actuaciones, y desarrolla, a lo largo de sus ocho artícu-
los, lo regulado codicialmente de modo sumamente condensado en los
dos párrafos del can. 1598. Se trata del capítulo que presenta una mayor
novedad respecto al texto codicial, al introducir varios artículos en los
que se explicita y aclara lo implícitamente contenido en dicho canon,
como lo relativo a las consecuencias procesales del defecto de publica-

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392 Carmen PEÑA GARCÍA

ción del art.231, la previsión de que el examen de las actas se haga en la


sede del tribunal del art.233 §1, la prohibición al abogado de entregar co-
pia de las actuaciones a las partes del art.235 §2, los requisitos para de-
cretar secreta una prueba (arts. 230 y 234)... No obstante, también se in-
troduce alguna disposición novedosa respecto a la regulación codicial,
como el derecho de la parte a examinar las actas en la sede del tribunal
de su residencia(art. 233 §2), o la exigencia de juramento de secreto
como condición para poder realizar el examen (art. 232).
El capítulo II recoge y desarrolla lo regulado codicialmente en los
ccan. 1599 y 1600 respecto al decreto de conclusión de la causa, decreto
que pone fin al periodo probatorio y supone el tránsito al periodo de dis-
cusión de la causa por las partes.
El capítulo III se centra en la fase discusoria del proceso, reprodu-
ciendo en líneas generales –con alguna ligera variante— lo establecido en
el Código.

I. LA PUBLICACIÓN DE LAS ACTAS (ARTS. 229-236)

La publicación de las actuaciones practicadas en la causa es la última


fase del periodo probatorio, y consiste en un decreto del juez por el cual se
ponen de manifiesto a las partes y sus abogados todas aquellas actuaciones
procesales que aún no conocen, permitiéndoles que las examinen. Confor-
me dispone el art. 229, que desarrolla y explicita el contenido del denso
can. 1598 §1, una vez han sido recogidas, en la fase instructoria, todas las
pruebas practicadas en la causa, debe el juez dictar un decreto permitien-
do a las partes y sus abogados, examinar en la cancillería del tribunal las
actas que les son desconocidas, salvo que el juez, excepcionalmente y por
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peligros gravísimos, decrete la no publicación de algún acto concreto. Para


la realización de dicho examen, el juez deberá fijar, en el decreto de publi-
cación de las actuaciones, un plazo prudencial en el cual puedan las partes
y sus abogados instruirse sobre las pruebas practicadas.
No obstante, esta exigencia de publicación de las actuaciones se da
únicamente con relación a las pruebas y actas que partes y abogados
«aún no conocen». En las causas de nulidad matrimonial, a tenor del art.
159 (can. 1678 §1, 2º), tanto el defensor del vínculo y el promotor de jus-
ticia en su caso como los abogados de las partes —no así los mismos cón-
yuges— tienen derecho en cualquier momento a conocer las actas judi-
ciales, aun cuando no estén publicadas, y a examinar en la sede del
tribunal los documentos presentados por las otras partes, por lo que, pro-

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 393

piamente, la obligación de publicación de las actas no alcanzaría, respec-


to a estos profesionales, a aquellas actas que ya conociesen.

1. Alcance de la exigencia de publicación de las actas y conse-


cuencias procesales de su incumplimiento (arts. 229 y 231)

El deber establecido en el art. 229 de permitir el examen de las actua-


ciones a las partes y sus letrados constituye una obligación gravísima del
juez, que viene exigido, en el can. 1598, «bajo pena de nulidad».
En la interpretación y aplicación de este canon, la jurisprudencia rotal
viene distinguiendo entre nulidad sanable y nulidad insanable de la senten-
cia, según el incumplimiento del can. 1598 afectase sustancialmente o no al
derecho de defensa de las partes. Este criterio jurisprudencial es recogido en
el art. 231 de la Dignitas Connubii, según el cual en cualquier caso, la viola-
ción de lo dispuesto en el art. 229 §3 llevará consigo, de suyo, la nulidad sa-
nable de la sentencia, de conformidad con el can. 1622, 5º (art. 272, 5º); no
obstante, si el defecto de publicación de las actas provoca realmente una de-
negación del derecho de defensa de la parte, nos encontraríamos en un su-
puesto de nulidad insanable del can. 1620, 7º (art. 270, 7º).
El fundamento de esta distinción es claro: la publicación de las actas es
una concreción del principio de publicidad procesal que rige en el derecho
canónico, y por eso viene exigida, por ley positiva, bajo pena de nulidad,
presumiblemente sanable. No obstante, la radical nulidad insanable de
sentencia por denegación del ius defensionis no viene provocada por la
mera ausencia del decreto de publicación, sino por el desconocimiento de
las actuaciones practicadas en el proceso, hecho que obstaculizaría el ejer-
cicio del derecho de defensa de las partes y que, de suyo, es insanable.
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A este respecto, cabe señalar que gran parte de las sentencias declara-
das nulas por denegación del derecho de defensa proceden precisamente
de un defecto en la publicación de las actas541. En este sentido, la juris-
prudencia rotal insiste en que el derecho de ver todas las actas recogidas
541.
Sobre esta cuestión, vid. comentario art.270, 7º, en Título XII, II.1.7. También, ACEBAL LUJÁN,
J.L., El derecho de defensa de las partes en las causas de nulidad matrimonial, en AA.VV., Curso de Derecho
matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 9, Salamanca 1994, pp. 297-302; ARROBA
CONDE, M.J., La nullità insanabile della sentenza per un vizio attinente al procedimento (c1620,7), en
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394 Carmen PEÑA GARCÍA

en la fase de instrucción está en íntima relación con el derecho de defen-


sa, de modo que, en general, no puede privarse a las partes de su derecho
de conocer las actuaciones practicadas en la causa542.
No obstante, como se ha indicado, para la denegación del ius defen-
sionis lo relevante no será tanto el defecto en el trámite de publicación —
que dará lugar en su caso a una nulidad sanable de la sentencia del art.
272, 5º— como el efectivo conocimiento o desconocimiento que las par-
tes o sus abogados tengan de las pruebas. Así, la jurisprudencia rotal con-
sidera que no se produciría la nulidad insanable de la sentencia por viola-
ción del derecho de defensa en los supuestos en que, aunque faltó la
publicación de las actas, las actuaciones practicadas en la causa eran co-
nocidas por las partes o por sus abogados543, o bien en aquellos casos en
que se omite la publicación de alguna prueba irrelevante, que no ha teni-
do influencia alguna en la decisión adoptada en la sentencia544.
Una cuestión muy relacionada con la anterior es la de cuál es el alcan-
ce de la obligación de publicar, o, dicho de otro modo, quiénes son las
«partes» a las que alude el art. 229 §3 y el can. 1598.
En la interpretación y aplicación del can. 1598, discutía la doctrina si
era obligatorio notificar el decreto de publicación de las actas a la parte
sometida a la justicia del tribunal y a la declarada ausente en juicio, así
como si, en su caso, la ausencia de dicha notificación provocaba o no la
nulidad de sentencia, habida cuenta la renuncia al ejercicio del derecho
de defensa llevada a cabo expresamente por el sometido a la justicia del
tribunal y tácitamente por el declarado ausente en juicio545. En este senti-
do, la Instrucción Dignitas Connubii ha venido a arrojar algo de luz sobre
esta cuestión, al establecer en el art. 134 la necesidad de notificar a la
parte sometida a la justicia del Tribunal el decreto de publicación de las
actuaciones (aunque no se especifica si bajo pena de nulidad o no), mien- Índice
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542.
La sentencia coram Stankiewicz de 28 de julio de 1994 recuerda la íntima vinculación en-
tre la violación del can. 1598,1 y la denegación del ius defensionis del can. 1620,7º (cfr. «Monitor Ec-
clesiasticus» 121, 1996, pp. 337-351); en el mismo sentido, la c. Pompedda de 23 de julio de 1986 —en
SRRD 78, 1986, pp. 479-482— declaró la nulidad por violación del derecho de defensa de la parte a
quien no se le había permitido conocer las pruebas practicadas en la causa.
543.
Vid. c. Anné de 13 de febrero de 1968, en SRRD 60, 1968, p. 89.
544.
Vid. c. Davino, de 1 de abril de 1976, en «Ephemerides Iuris Canonici» 3-4, 1977, p. 302.
545.
Sobre esta cuestión, vid. Título V, III.2-3 y V.4. También, ACEBAL LUJÁN, J.L., La ausencia
en el proceso de nulidad matrimonial, en AA.V., Curso de Derecho matrimonial y procesal canónico
para profesionales del foro,vol. 9, Salamanca 1990, p.441; RAMÍREZ NAVALÓN, R.Mª, La declaración de
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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 395

tras que, por el contrario, en el caso del ausente en juicio no lo impone


como necesario.
A mi juicio, sin embargo, considero sumamente conveniente que se
realice la notificación del decreto de publicación también a la parte au-
sente, salvo que haya manifestado expresamente que no desea ser moles-
tada con ninguna notificación del tribunal eclesiástico. Por un lado —aun
siendo consciente que no ser ésta la interpretación mayoritaria en doctri-
na y jurisprudencia— entiendo que no cabe olvidar el tenor literal del
can. 1598 §1 y del art. 229, que hace referencia a las partes, sin distinguir
en función de su postura procesal en la causa, por lo que podría ser de
aplicación el principio «donde la ley no distingue, no debemos distinguir
nosotros»; por otro lado, se trata de una notificación que no retrasa la
causa y que, sin embargo, garantiza y salvaguarda mejor el ius defensio-
nis de todas las partes, incluida la ausente, favoreciendo además de este
modo su posible participación activa –sobrevenida— en el proceso, parti-
cipación que viene configurada como un desideratum tanto en el Código
como en la Dignitas Connubii. En definitiva, aun no viniendo expresa-
mente exigida en la ley la notificación al ausente, nada se opone tampoco
a la misma y, de hecho, las ventajas que aporta son mayores que los in-
convenientes, por lo que considero que, con carácter general, sería con-
veniente realizarla546.
En cuanto a la preceptiva notificación del decreto de publicación de
las actuaciones a la parte sometida a la justicia del tribunal establecida
en el art. 134, se trata de una novedad muy oportuna de la Instrucción,
aunque no parece que la misma vaya a modificar la tradicional postura
rotal de no considerar que esta notificación venga exigida bajo pena de
nulidad insanable por denegación del derecho de defensa. Según se des-
prende de la jurisprudencia rotal, el principio general en estos casos es
que el defecto de dicha notificación no provocaría la nulidad insanable Índice
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de sentencia a tenor del can. 1620, 7º, al haber renunciado expresamente


la parte sometida al ejercicio del derecho de defensa547.

546.
Sobre la conveniencia de esta notificación del decreto de publicación de las actas al ausen-
te, pueden verse los argumentos expuestos por Calvo Tojo en relación a una querella de nulidad por
denegación del derecho de defensa: Decreto del Tribunal de Santiago de Compostela, de 12 de julio
de 1999, en «Revista Española de Derecho Canónico» 59, 2002, pp. 909-916.
547.
Así se sostiene, por ejemplo, en el Decreto coram Pompedda, de 17 de junio de 1985, que
afirma que, aunque es cierto que el defecto de publicación de las actas y del decreto de conclusión de
la causa pueden provocar la violación del derecho de defensa, dicha violación no se produce, sin em-
bargo, en los supuestos de sometimiento a la Justicia del Tribunal (cfr. «Il Diritto Eclesiastico» 1985/
II, pp. 271-276).

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396 Carmen PEÑA GARCÍA

2. Normas sobre el examen de las actas por las partes


(arts. 232-233)

Sobre el lugar del examen, el art. 233 §1 establece como norma gene-
ral que el examen de las actas se hará en la sede del tribunal que está tra-
mitando la causa, dentro del plazo concedido por el juez. No obstante, el
art. 233 §2 introduce una interesante novedad, fundada en la necesidad
de salvaguardar el derecho de defensa de la parte: la posibilidad de que si
una parte vive lejos de la sede del tribunal, pueda examinar las actas en la
sede del tribunal de su residencia o en otro lugar seguro. Aunque nada
dice la Instrucción, esta posibilidad exigirá, en su caso, que el tribunal so-
licite el auxilio del tribunal de la parte demandada y envíe a dicho tribu-
nal copia de las actas de la causa. En este caso, al tribunal corresponde
únicamente mostrar dichas actuaciones, permitiendo a la parte su exa-
men, sin que pueda en ningún caso entregar copia de las mismas a la par-
te (ni siquiera en el supuesto de que compareciera con abogado).
En cuanto a los requisitos para el examen de las actas por la parte, el
art. 232 introduce una novedad en cierto modo restrictiva, en cuanto que,
no sólo prevé, de conformidad con el can. 1455 §3, que el juez pueda en al-
gún caso exigir juramento de guardar secreto, sino que condiciona a dicho
juramento el derecho de la parte a examinar las actas, estableciendo una
discutible presunción: «Si una parte rehúsa prestar juramento o, en su ca-
so, promesa, se considera que renuncia a su facultad de examinar las actas,
a no ser que la ley particular establezca otra cosa». Como ha criticado la
doctrina, resulta muy peligrosa establecer una renuncia presunta, espe-
cialmente en una materia que afecta al derecho de defensa de la parte548.

3. La posible entrega de copias a los abogados (art. 235) Índice


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Tanto el Código como la Dignitas Connubii hacen una notable distin-


ción entre las partes y sus abogados a la hora de regular la publicación de
las actas. Mientras que a las partes les corresponde únicamente «exami-
nar» lo actuado, los abogados de las partes podrán solicitar que se les en-
tregue una copia de las actas, conforme recuerda el art. 235 §1.
Se trata, en cualquier caso, de una facultad —no una obligación— del
juez, que puede autorizar esta entrega con el fin de permitir a los aboga-
548.
Cfr. ARROBA CONDE, M., La primera instancia en la Instrucción Dignitas Connubii: noveda-
des, concreciones e innovaciones, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA, L., Los procesos ca-
nónicos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, p. 69.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 397

dos ejercer mejor la defensa de los intereses de las partes. No obstante,


pese a este carácter potestativo, lo cierto es que la praxis judicial resulta
favorable a entregar, con carácter general, copia a los abogados, puesto
que la complejidad de las causas de nulidad matrimonial exigen un estu-
dio reposado de las pruebas para un adecuado ejercicio del derecho de
defensa, estudio que difícilmente podrá realizarse a partir de la mera lec-
tura y toma de notas en sede judicial.
Por el contrario, no recoge la Dignitas Connubii, ni recogía el Código,
la posibilidad de entregar directamente a los cónyuges dichas copias, por
el temor a que las partes —sobre las cuales el tribunal no puede ejercer, a
diferencia de los abogados, ningún control disciplinario— hagan mal uso
de ellas, empleándolas para fines distintos del proceso canónico: por
ejemplo, para promover acciones penales ante la jurisdicción civil contra
la otra parte o los testigos, para presentarlas en los pleitos civiles de sepa-
ración o divorcio... De hecho, éste –el evitar el ejercicio de acciones pena-
les o civiles por lo manifestado en las causas canónicas— fue precisamen-
te el motivo por el cual se eliminó del canon la posibilidad de entregar
copias de las actas a las partes, posibilidad que sí venía expresamente re-
conocida en la primera redacción del can. 1598549.
La Dignitas, además, establece, en el art. 235 §2, que el abogado tiene
la obligación grave de no entregar copia total o parcial de las actuaciones
a nadie, ni siquiera a las partes. Se trata de una prohibición a los Letra-
dos que ciertamente se encuentra implícitamente contenida en el can.
1598, como se deduce de los motivos que justifican la necesidad de no
dar copia a las partes de las actas, pero que no deja de resultar problemá-
tica a la hora de articular en la práctica la correcta relación profesional
entre Abogado y cliente, lo que de hecho ha generado, en los años de vi-
gencia del Código, praxis muy diferentes según los diversos tribunales.
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Por esto, pese a los problemas que esta normativa canónica puede susci-
tar en su interacción con la normativa civil de los colegios profesionales,
la claridad del art. 235 §2 servirá al menos para unificar esta multiplici-
dad de prácticas y otorgará al abogado un fundamento jurídico sólido en
que justificar su actuación en caso de reclamaciones por parte de sus
clientes.
No obstante, esta regulación del art. 235 no excluye, a nuestro juicio,
que, en el supuesto de que alguna de las partes actuase por sí misma en el
proceso, sin la ayuda técnica de abogado, pueda el juez entregarle copia
de las actas, siempre que se asegure de que la parte no hará mal uso de
549.
Cfr. «Communicationes» 11, 1979, p. 134.

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398 Carmen PEÑA GARCÍA

las mismas550. Esto permitiría garantizar el correcto ejercicio del derecho


de defensa de la parte que actúa por sí misma y evitar su discriminación
respecto a la parte que actúa defendida por abogado. En efecto, aunque
el derecho de defensa queda salvado con la posibilidad de examen de las
actas, ya se ha indicado que la correcta preparación de los escritos de ale-
gatos y defensas de las partes exige un detenido estudio de las actuacio-
nes que —especialmente teniendo en cuenta las características de las
pruebas en el proceso canónico (extensión de las declaraciones de partes
y testigos, complejidad de las pericias...)— resulta sumamente difícil rea-
lizar en la sede del tribunal. No obstante, se trata de una posibilidad que
queda a la prudencia del juez y a su ponderada valoración de los riesgos y
circunstancias de la causa, sin que pueda la parte, con carácter general,
exigir dichas copias.
Cuestión distinta sería, a mi juicio, el supuesto –ciertamente no acon-
sejable, por el riesgo de apasionamiento y falta de objetividad del letra-
do— de que se hubiera permitido a la parte defenderse a sí misma en el
proceso debido a su condición de abogado del elenco del tribunal ecle-
siástico. En este caso, entiendo que sí debería el juez, como criterio gene-
ral, otorgarle dichas copias, puesto que ni el can. 1598 §1 ni el art. 235 §1
hacen distinciones al respecto; además, en cuanto profesional, ese aboga-
do estaría sometido al control disciplinario del tribunal, por lo que en
principio se evitaría el motivo que justificó la disposición de no entregar
copias a las partes.

4. La ausencia de publicación de algún acto (arts. 230 y 234)

Pese a la importancia y vigencia del principio de publicidad en el pro-


ceso canónico, el art. 230, recogiendo la excepción prevista en el can. Índice
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1598 §1 para las causas en que esté en juego el bien público, entre las que
se encuentran las matrimoniales, recuerda la posibilidad de que el juez,
para evitar peligros gravísimos, pueda decretar que algún acto no sea
manifestado a las partes, cuidando que quede siempre íntegro el derecho
de defensa.
Esta cláusula –verdadera novedad del Código de 1983— fue introdu-
cida en la Plenaria de 1981 para salvaguardar el peligro, en países donde
la jurisdicción de la Iglesia no es reconocida, de la proliferación de de-
mandas civiles y querellas penales ante la jurisdicción estatal contra la
550.
En este sentido, por ejemplo RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Comentario al can. 1598, en Comenta-
rio exegético al Código de Derecho Canónico, cit., vol. 4/2, p. 1483.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 399

otra parte o los testigos por hechos conocidos a través de la publicidad de


las actas, supuesto muy frecuente, por ejemplo en países como Canadá y
USA. Constituye una limitación a la general obligatoriedad de publica-
ción de las actuaciones y presenta numerosas dificultades, por lo que no
sólo deberá ser interpretada estrictamente, a tenor del can. 18, sino que
deberá ser empleada por los jueces con suma prudencia y en casos verda-
deramente excepcionales, puesto que está en juego el ejercicio del ius de-
fensionis de las partes, con el correspondiente peligro de nulidad insana-
ble de sentencia551.
Por otro lado, cabe destacar la relativa innovación introducida por el
art. 230 respecto a la redacción literal del can. 1598, al puntualizar que,
pese a la amplitud del término «a nadie» recogido en el can. 1598, la fa-
cultad del juez de decretar la no publicación de algún acto alcanza única-
mente a las partes privadas, no al ministerio público. En realidad, se tra-
ta propiamente de una aclaración y puntualización de la norma, puesto
que existía una fundamental coincidencia en doctrina y jurisprudencia552
a la hora de reconocer que la facultad del can. 1598 §1 no incluiría el no
poner de manifiesto un acto al defensor del vínculo, o al promotor de jus-
ticia en caso de que interviniera en el proceso, tanto por la importancia
de la misión que desempeñan en el proceso canónico y del interés público
que protegen, como por su condición de ministerio público, que hace im-
probable una indebida utilización de las actas por su parte.
La interpretación necesariamente estricta de la facultad del art. 230
—y del can. 1598 §1— exigirá que se cumplan los requisitos establecidos
en dicho artículo:
1º. La motivación que justifica, en su caso, la no publicación de al-
gún acto, será que éste sea el único medio de «evitar peligros gra-
vísimos». La referencia a esta finalidad en la norma legal supone
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la exigencia de que esos peligros —sean para la parte, los testi-


551.
A modo de ejemplo, cabe citar que el decreto c. Pinto de 24 de mayo de 1984 declaró la nu-
lidad de una sentencia por denegación del ius defensionis (can. 1620, 7º) por haberle sido prohibido
a la parte conocer las deposiciones de los testigos, que fueron injustificadamente decretadas secretas
(cfr. «Monitor Ecclesiasticus» 113, 1988, pp. 314-319). Y el mismo Pontífice Juan Pablo II hizo alu-
sión al carácter claramente excepcional de esta norma, destacando que nunca puede ser convertida
en regla general (cfr. JUAN PABLO II, Alocución a la Rota Romana, de 26 de enero de 1989, en AAS 81,
1989, p. 924).
552.
Como excepción, cabría citar a Arroba Conde, quien, en anteriores ediciones de su Ma-
nual, exigía una simetría total entre las partes, sus letrados y las partes públicas en la interpretación
y aplicación de la excepción del can. 1598 §1 (cfr. ARROBA CONDE, M., Diritto processuale canonico,
Roma 2001, pp. 466-469); en la última edición, recoge ya lo dispuesto en la Dignitas Connubii, pre-
sentándolo como una especialidad introducida por la Instrucción para las causas de nulidad matri-
monial (cfr. ID., Diritto processuale canonico, Roma 2006, p. 495).

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400 Carmen PEÑA GARCÍA

gos, peritos o miembros del tribunal— tengan una entidad, grave-


dad y certeza considerables, sin que la alusión a peligros remotos
o hipotéticos justifique en modo alguno el empleo de esta facultad
por parte del juez.
En este sentido, considero que, en general, la genérica alusión al
temor de partes o testigos a denuncias civiles por difamación o ca-
lumnias, difícilmente justificarán la declaración de secreto, no sólo
por su carácter hipotético, sino porque los riesgos citados son con-
naturales a la dialéctica procesal y los peligros temidos constitu-
yen, en realidad, garantía de la veracidad y credibilidad de los de-
clarantes. Y, naturalmente, menos aún justificará el recurso al
secreto —ni a tenor del art. 157 §2, ni del art. 230— el hecho de
que los declarantes temiesen algún menoscabo en sus relaciones
sociales, o en la consideración de alguna de las partes, si conocen
lo que han dicho de ellos... En general, respecto a este tipo de te-
mores de los declarantes, hay que recordar no sólo el principio de
que las personas deben ser responsables de sus actos, sino la pre-
valencia del derecho fundamental al ius defensionis –que induda-
blemente se ve afectado, en mayor o menor grado, por el decreto
de una prueba secreta— sobre este otro tipo de consideraciones553.
2º. La posibilidad de decretar el secreto sobre las actuaciones practi-
cadas en la causa deberá circunscribirse siempre a «algún acto»,
esto es, a una prueba concreta de cuya manifestación se seguirían
peligros gravísimos. En ningún caso puede decretarse el secreto
de la mayoría de la instrucción practicada, puesto que ello impli-
caría necesariamente la nulidad de la sentencia por vulneración
del derecho de defensa.
3º. Exige igualmente el art. 230, en paralelismo con el can. 1598, que
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se asegure el juez de que «quede a salvo» (permanezca íntegro) el


553.
A este respecto, Gullo señala, como criterio que justificaría el decreto de secreto, el temor
no a que la otra parte o un tercero ejerzan un derecho –como es el de querellarse si estima que se le
ha calumniado— sino a que lleven a cabo un abuso o una injusticia contra la cual no puedan legíti-
mamente defenderse, como sucedería, por ejemplo, en aquellos supuestos contemplados en la ley ci-
vil para la protección de testigos (temor fundado a actos mafiosos), o bien en aquellas países en que
la misma ley civil, o la situación de desigualdad y sometimiento de unas personas a otras, castigue o
hagan temer serios perjuicios para alguno de los declarantes, o incluso para la misma Iglesia, si se
halla en una situación de persecución religiosa (cfr. GULLO, C.–GULLO, A, Prassi processuale nelle
cause canoniche di nullità del matrimonio, Ciudad del Vaticano 2005, p. 229). Personalmente, sin ex-
cluir que pueda existir también algún otro supuesto en que esté justificada la declaración de secreta
de una prueba (por ejemplo, la situación de dependencia laboral del declarante respecto a una de las
partes que se opone a su declaración), comparto su visión de la necesidad de una interpretación rigu-
rosa de los casos en que procede hacer uso de la facultad del art. 230.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 401

derecho de defensa de las partes. Se trata de una regulación ne-


cesaria –por la importancia del derecho en juego— pero que no
puede evitar suscitar una cierta perplejidad, puesto que no se ve
claramente cómo puede salvaguardarse este derecho de defensa
si se decreta el secreto de alguna prueba que no resulte irrelevan-
te para la decisión de la causa.
A este respecto, la doctrina ha aportado diversas interpretaciones,
que van desde los que consideran que el derecho de defensa quedaría sal-
vado con la comunicación del acto a los abogados de las partes, bajo pro-
mesa y obligación grave de guardar secreto, a los que, como Arroba Con-
de, consideran que la integridad del derecho de defensa –requisito al que el
can. 1598 condiciona la posibilidad de decretar secreta alguna actua-
ción– exige que la prueba que se declare secreta no perjudique en modo
alguno al interés procesal o las pretensiones de ninguna de las partes,
esto es, que se trate de un acto sustancialmente irrelevante para la resolu-
ción de la causa, pero cuya publicación podría comprometer o dañar se-
riamente la dignidad de la persona554.
Muy vinculada con esta finalidad de salvaguardar la integridad del
derecho de defensa en el supuesto de decretar secreta alguna prueba, se
halla la previsión del art. 234 de la Dignitas Connubii, que establece que,
en el supuesto del art. 230, pueden los abogados, previo juramento de
guardar secreto, conocer esa prueba. Esta solución tiene su origen remo-
to en el art. 130 de la Provida Mater, y es considerado mayoritariamente
por la doctrina como el modo más adecuado — si no el mejor, el menos
malo— de evitar los graves peligros a que hace mención el art. 230 sin
vulnerar el derecho de defensa de las partes555.
No obstante, no deja de resultar problemático que se confíe en exclu-
siva a un tercero –aunque sea el profesional que tiene encomendada la di-
rección técnica del proceso— la defensa de los intereses de la parte en de- Índice
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trimento de ésta, puesto que, por un lado, los derechos que están en juego
pertenecen a la parte, no al letrado; y, por otro lado, en la práctica, difícil-
mente podrá el abogado, sin consultar con la parte –conocedora de los
hechos— ejercer adecuadamente la defensa respecto a la prueba decreta-
da secreta.
554.
Cfr. ARROBA CONDE, M., Diritto processuale canonico, cit, p. 499; ID., La nullità insanabile
della sentenza per un vizio attinente al procedimento (can. 1620,7º), en AA.VV., La ‘querella nullitatis’
nel proceso canonico, Ciudad del Vaticano 2005, pp. 159-160.
555.
Entre otros, DANEELS, F., De iure defensionis, en «Periodica» 79, 1990, p. 257; GARCÍA FAÍL-
DE, J.J., Nuevo derecho procesal canónico, Salamanca 1992, pp. 194-195; IGLESIAS ALTUNA, J.M., Pro-
cesos matrimoniales canónicos, Madrid 1991, p. 192; RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Comentario al can. 1598,
en: Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, vol. 4/2, p. 1486...

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402 Carmen PEÑA GARCÍA

5. El suplemento de prueba en el periodo de deducciones


(art. 236)

A tenor del art. 236 (can. 1598 §2), una vez publicadas las actas, tanto
las partes y sus abogados, como el defensor del vínculo y el promotor de
justicia, si interviene, podrán, dentro del plazo de deducciones señalado
por el juez en el decreto de publicación, solicitar que se complete la ins-
trucción de la causa con la práctica de nuevas pruebas. Si el juez lo esti-
ma necesario, admitirá dichas pruebas, las cuales, una vez practicadas,
deberán ser nuevamente publicadas bajo pena de nulidad de sentencia.
Esta posibilidad de proponer nuevas pruebas —aunque resulta en cier-
to modo contraria al principio de preclusión— es una garantía importante
del derecho de defensa de las partes, puesto que éstas, a la vista de lo actua-
do, pueden solicitar pruebas que no consideraron necesarias o convenien-
tes en su proposición inicial y que han devenido imprescindibles a lo largo
del proceso. Al tratarse de una posibilidad con un cierto carácter excepcio-
nal, las partes –tanto públicas como privadas— deberán justificar la nece-
sidad del suplemento de prueba que solicitan, sin que baste con su mera
proposición. El juez, por su parte, deberá valorar cuidadosamente la nece-
sidad y conveniencia de ordenar la práctica de esta prueba, cuidando de
que esta posibilidad no sea utilizada por las partes con fines dilatorios.
Por otro lado, el art. 236 establece expresamente la necesidad de que
las nuevas pruebas practicadas sean publicadas conforme a lo dispuesto
en el art. 229 §3. La Instrucción clarifica así las dudas que provocaba la
confusa redacción del can. 1598 §2, al especificar que el giro «si el juez lo
considera necesario» hace referencia únicamente a la facultad del juez de
admitir o no la nueva prueba pedida, no a la obligación de dictar nuevo
decreto de publicación.
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Aunque el art. 236 de la Dignitas Connubii y el can. 1598 §2 única-


mente hacen alusión a la necesidad de publicar las nuevas pruebas prac-
ticadas en periodo de deducciones, sin aclarar si tras esta publicación
procede abrir nuevamente plazo para deducciones, parece que, en prin-
cipio, habrá que reconocer a las partes la posibilidad de que, a la vista de
esas nuevas pruebas, soliciten un segundo complemento de instrucción
con el fin de contrarrestar los nuevos elementos probatorios incorpora-
dos a los autos tras la publicación de la causa. Así lo exige, a mi juicio, el
derecho de defensa, puesto que, en caso contrario, podría darse el abuso
de que la parte se reservase la prueba más importante para presentarla
en el momento de deducciones, impidiendo de este modo que la otra par-
te pudiese contrarrestar la eficacia probatoria de dicha prueba.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 403

No obstante, presupuesta esta posibilidad de que la parte pueda propo-


ner un nuevo suplemento de prueba tras la publicación del anterior, al juez
corresponderá valorar la necesidad del mismo, de modo que queden ga-
rantizados tanto el derecho de defensa de las partes como el derecho a un
proceso sin dilaciones indebidas, pues es claro que la instrucción del pro-
ceso no puede alargarse indefinidamente, ya que esto vulneraría el dere-
cho de los fieles a obtener justicia efectiva de los tribunales eclesiásticos.
Por último, conviene tener en cuenta, aunque nada dice expresamente
la Instrucción, que este periodo de deducciones, además de permitir la so-
licitud de nuevas pruebas, es el momento adecuado para que las partes, a
la vista de lo actuado en la causa, soliciten, si lo estiman necesario, la modi-
ficación de la fórmula de dudas, conforme a lo dispuesto en el art.136 (can.
1514), bien sea renunciando a aquellos capítulos que resulten inviables,
bien introduciendo algún capítulo nuevo del cual hayan aparecido pruebas
o indicios suficientes en autos556. En este caso, siempre que en la modifica-
ción de los términos de la litis se introduzca algún capítulo no recogido con
anterioridad, deberá el juez abrir nuevamente el periodo probatorio res-
pecto a dicha acción, de modo que puedan las partes proponer todos aque-
llos medios de prueba que estimen necesarios para la defensa de sus dere-
chos, siempre que guarden relación con el nuevo capítulo añadido. No
obstante, si las partes, considerando adecuada la instrucción de la causa e
innecesaria ninguna nueva prueba, dejan pasar inútilmente el plazo de
proposición o renuncian expresamente a proponer la práctica de nuevas
pruebas, el juez decretará sin más dilaciones la conclusión de la causa.

II. LA CONCLUSION DE LA CAUSA (ARTS. 237-239)

La conclusión de la causa es la solemne clausura por el juez del perio- Índice


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do probatorio y la apertura del periodo discusorio.

1. Modo de producirse (art. 237)

Conforme recuerda el art. 237 §1 (can. 1599 §1), a la conclusión de la


causa se llega una vez terminado todo lo referente a la instrucción de la
causa y a la recogida de las pruebas propuestas. La conclusión puede
producirse de tres modos, de conformidad con el art. 237 §2, que repro-
duce el can. 1599 §2:
556.
Respecto a los requisitos y a la tramitación de la petición, vid. Título V, IV.3.

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404 Carmen PEÑA GARCÍA

1º. la declaración de las partes, si éstas, en el periodo de deduccio-


nes, manifestan no tener nada más que aducir en la causa;
2º. el transcurso del plazo de deducciones sin que las partes hayan
hecho uso de su derecho a solicitar, si lo estimaban necesario o
conveniente, el suplemento de instrucción del art. 236;
3º. la declaración de oficio por parte del juez de que la causa está su-
ficientemente instruida: esta facultad del juez viene justificada
principalmente por razones de economía procesal, con el fin de
impedir la prolongación indefinida del proceso mediante sucesi-
vas presentaciones de prueba.
En cualquier caso, sea cual sea el modo en que se haya producido, debe-
rá el juez dictar un decreto recogiendo la conclusión de la causa, conforme
al art. 237 §3, que reproduce el can. 1599 §3. Se trata de un decreto de natu-
raleza declarativa, no constitutiva, cuya ausencia no lleva aparejada, sin em-
bargo, la nulidad –ni sanable ni insanable— de la sentencia. En este sentido,
pese a venir establecido legalmente el deber del juez de dictar este decreto
declarativo de la conclusión, lo cierto es que no hay ninguna norma jurídica
que sancione con pena de nulidad el defecto de este acto.

2. Efectos de la conclusión de la causa (art. 238)

El principal efecto de la conclusión de la causa es la clausura del pe-


riodo probatorio y la preclusión de nuevas pruebas, de tal modo que, en
principio, no cabría la incorporación de nuevos elementos probatorios a
la causa. Por este motivo, el art. 238, sin paralelo en el Código, advierte
que el juez debe tener cuidado de no dictar el decreto de conclusión
mientras considere que queda todavía algo por indagar para que la causa
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pueda considerarse suficientemente instruida. En este caso, después de


oír, si lo estima oportuno, al defensor del vínculo, debe el juez disponer
que se complete lo que falta.
Se trata de una norma que recoge el principio inquisitivo del proceso
y que recuerda las amplias facultades que tiene el juez canónico en rela-
ción con la recogida de la prueba557. No obstante, encontramos desacer-
tada la alusión del artículo a la posibilidad de que el juez, antes de decre-
tar en su caso el suplemento de instrucción, oiga «al defensor del
vínculo». Indudablemente, nada se opone a que el juez consulte y oiga a
este ministerio sobre la necesidad de una prueba, pero, a nuestro juicio,
557.
Vid. Título III, I.3.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 405

el principio de igualdad de partes y la adecuada configuración del minis-


terio público de la defensa del vínculo –como parte, no como asesor del
juez— exigirían que no se distinguiera entre el ministerio público y los
abogados de las partes con relación a dicha consulta.
Además de este efecto principal de la apertura de la fase discusoria del
proceso, la conclusión de la causa tiene otros efectos procesales, como la no
suspensión de la instancia en caso de fallecimiento o cambio de estado de al-
guna de las partes, a tenor del art. 143, 2º (can. 1518), o la prohibición de
permitir la intervención en la causa del tercero que lo solicite una vez decre-
tada la conclusión (can. 1596)558. Aunque la Dignitas Connubii omite cual-
quier referencia a la intervención del tercero en la causa, no cabe en princi-
pio excluir dicha intervención en los procesos de nulidad matrimonial, sea
como parte, en supuestos de intervención adhesiva litisconsorcial (cuando el
tercero, que debió ser llamado al proceso, acude para defender un derecho
propio, como ocurriría si, en un supuesto de litisconsorcio pasivo necesario
—por ejemplo, demanda presentada por el promotor de justicia— no se hu-
biese citado a ambos cónyuges, sino a uno solo559; o en las situaciones litis-
consorciales, ciertamente complicadas, que se producen en los supuestos de
impugnación o prosecución post mortem de la causa), sea en supuestos de in-
tervención adhesiva simple, en las que el tercero pretende intervenir no
como parte, sino con carácter accesorio, para salvaguardar un interés jurídi-
co propio necesitado de protección y que guarda una relación estrecha con
el proceso: así ha ocurrido, en ocasiones, con terceros a los que se ha permi-
tido intervenir en el proceso canónico de nulidad por entender que las impu-
taciones que hace alguna de las partes –por ejemplo, acusándole de infideli-
dad con el otro cónyuge...— le difaman o calumnian.

3. Admisión de pruebas tras la conclusión de la causa (art. 239) Índice


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Aunque uno de los efectos de la conclusión de la causa es la clausura


del periodo probatorio, con el consiguiente efecto preclusivo, lo cierto es
558.
Sobre la intervención del tercero en la causa vid. MADERO, L, Comentario al can. 1596, en
Comentario exegético al CIC, cit., vol. 4/2, pp. 1470-1474; ID., La intervención del tercero en el proceso
canónico, Pamplona 1982; MORÁN BUSTOS, C. M., El derecho de impugnar el matrimonio. El litiscon-
sorcio activo de los cónyuges, Salamanca 1998, pp. 300-304.
559.
No obstante, aun cuando el can. 1596 establece como requisito para la admisión del terce-
ro la presentación de la petición antes de la conclusión de la causa, en este caso de intervención del
cónyuge integrante de un litisconsorcio pasivo necesario que, indebidamente, no fue llamado a juicio
desde un principio, entiendo que la conclusión no surtiría ningún efecto extintivo de su derecho a in-
tervenir, al tener el interviniente indudablemente el carácter de parte y constituir, por tanto, un pre-
supuesto del proceso, exigido bajo pena de nulidad.

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406 Carmen PEÑA GARCÍA

que esta preclusión queda notablemente atenuada en los procesos matri-


moniales canónicos por la amplitud de las excepciones contenidas en el
art. 239, que recoge lo dispuesto en el can. 1600 adaptándolo a las causas
matrimoniales. A tenor de esta normativa, una vez decretada la conclu-
sión de la causa en los procesos declarativos de nulidad, cabe no obstante
la proposición, admisión y práctica de nuevas pruebas, tanto de oficio
como a instancia de parte, en los siguientes supuestos:
1º. En relación con los documentos, el juez podrá permitir u ordenar
la presentación de documentos no incorporados anteriormente al
proceso, siempre que no haya mediado culpa del interesado (can.
1600 §2).
2º. En cuanto a los restantes medios de prueba, podrá el juez llamar
a los mismos o a otros testigos, o practicar cualquier prueba no
pedida con anterioridad, en los siguientes supuestos:
a) Cuando resulte verosímil que, de no admitirse una nueva
prueba, la sentencia habrá de ser injusta a tenor de las si-
guientes razones, recogidas en el can. 1645 §2, 1º-3º:
— porque las pruebas en que vaya a basarse la sentencia
sean falsas;
— porque se descubran, con posterioridad a la conclusión
de la causa, documentos que prueben, sin lugar a dudas,
hechos nuevos que darían lugar a una decisión contra-
ria;
— porque una de las partes haya actuado dolosamente en
perjuicio de las otras partes, sean públicas o privadas.
b) En los demás casos, siempre que se cumplan estos tres requi-
sitos:
— que se oiga previamente a las partes, tanto públicas Índice
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como privadas: no es preciso, a diferencia de las causas


que no afectan al bien público, el consentimiento de las
otras partes, sino únicamente su audiencia;
— que haya una razón grave para admitir dichas pruebas,
entendiendo la doctrina por tal, entre otras, el peligro de
dictar una sentencia gravemente injusta, sin que sea pre-
ciso que dicha injusticia provenga —a diferencia del can.
1600 §1, 3º— de los causales del can. 1645 §2, 1º-3º;
— que se evite todo peligro de fraude o soborno.
La regulación del art. 239 —y del can. 1600 que está en su base— es
otro ejemplo más de la flexibilidad y falta de rigorismo formalista del pro-
ceso canónico, al permitir, aunque con las limitaciones necesarias para

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 407

no alargar indebidamente el proceso en detrimento de la justicia efectiva,


que se complete la instrucción después de la conclusión de la causa, tanto
a instancia del juez como de las partes. Esta posibilidad viene motivada
no sólo por la finalidad de salvaguardar y permitir el descubrimiento de
la verdad, sino incluso —paradójicamente— por razones de economía
procesal, evitando de este modo que las partes tengan que esperar a la si-
guiente instancia para obtener una sentencia justa.
El art. 239 §3, que reproduce lo dispuesto en el can. 1600 §3, recuerda
que las nuevas pruebas practicadas tras la conclusión de la causa debe-
rán ser publicadas, bajo pena de nulidad, observándose lo establecido en
los arts. 229-235. A tenor de esta regulación, el juez deberá dictar decreto
ordenando la publicación de las actas de las nuevas pruebas, y conceder
plazo para que las partes puedan examinar las actas y, en su caso, puedan
los abogados solicitar copia de las mismas.
No cabría, sin embargo, que las partes soliciten, a la vista de las nue-
vas pruebas practicadas tras la conclusión de la causa, un suplemento de
instructoria a tenor del art. 236 (can. 1598 §2), puesto que el art. 239 §3,
con el fin de evitar la prolongación indefinida del proceso, remite única-
mente a los arts. 229-235. En consecuencia, si, tras la publicación de es-
tas nuevas pruebas, alguna parte considerara esencial a su derecho la
práctica de alguna otra prueba, debería solicitarlo al juez, justificando su
petición en alguno de los causales del art. 239; y al juez corresponderá
decidir sobre la oportunidad de su admisión, valorando cuidadosamente
las circunstancias de la causa.
Una vez publicadas las nuevas pruebas, se dictará decreto declarando
nuevamente conclusa la causa y concediéndose plazo para la presenta-
ción de las defensas o alegatos, a tenor del art. 240 (can. 1601).
Por otro lado, aunque nada dice la Instrucción al respecto, podrán
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igualmente las partes, en base a los mismos fundamentos de preeminen-


cia de la verdad objetiva sobre el formalismo procesal, de preocupación
por la realización efectiva de la justicia y de economía procesal, solicitar
la modificación de la fórmula de dudas incluso después de la conclusión
de la causa, a tenor del art.136 (can. 1514). Se trata de una cuestión rele-
vante, puesto que, en caso de que se decretase, tras la conclusión de la
causa, una modificación de los términos de la litis que supusiese la intro-
ducción de nuevos capítulos de nulidad, deberá abrirse nuevamente el
periodo probatorio, pudiendo las partes solicitar las pruebas que estimen
convenientes respecto a los nuevos capítulos alegados.
Por ello, debe destacarse que, en virtud del principio de preclusión
procesal, esta posibilidad de ampliación del dubium tras la conclusión de

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408 Carmen PEÑA GARCÍA

la causa presenta un carácter fuertemente excepcional, y exigirá una cui-


dadosa valoración por parte del juez no sólo respecto a la concurrencia
de los requisitos necesarios para la validez de dicha modificación, sino
también acerca de la conveniencia de acceder a ella una vez dictado el
decreto de conclusión de la causa. En este sentido, aunque ni el art. 136
ni el can. 1514 determinan en qué tiempo puede solicitarse el cambio en
la fórmula de dudas —por lo que, en principio, podría solicitarse esta mo-
dificación también en el periodo discusorio—, es preciso tener en cuenta
el carácter claramente excepcional tanto de esta posibilidad de modifica-
ción del dubium, como de la posibilidad de presentación de nuevas prue-
bas tras la conclusión de la causa a tenor del can. 1600560. Por tanto, si
una vez declarada conclusa la causa, resulta excepcional la admisión de
alguna nueva prueba que aclare, ilumine y contribuya a resolver una cau-
sa ya instruida sobre un dubium debidamente determinado, aún más ex-
cepcional será, a fortiori, la admisión, tras la conclusión de la causa, de
una modificación de los términos de la litis, que implica necesariamente
la apertura de la fase probatoria.

III. LA DISCUSIÓN DE LA CAUSA (ARTS. 240-245)

1. El principio de escritura en la discusión de la causa

Los arts.240 a 245 de la Dignitas Connubii regulan la fase discusoria


del proceso, que se inicia tras la conclusión de la causa. Estos artículos
recogen, con carácter general, lo dispuesto en los cann. 1601 a 1606 del
Código, aunque contienen una omisión significativa, al haber desapareci-
do, en la Instrucción, cualquier referencia a la posibilidad de una discu-
Índice
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sión oral de la causa.


El Código prevé dos modalidades distintas en que puede realizarse la
discusión de la causa: la discusión por escrito, que es la forma ordina-
ria561, y la discusión oral, que puede ser aceptada, previo consentimiento
de todas las partes, si el Juez lo considera suficiente (can. 1602,1). Ya en
la misma regulación codicial la discusión oral de la causa aparece con un
560.
Tanto los arts.136 y 239 como sus correlativos legales (cann. 1514 y 1600) son normas que
contienen una excepción a la ley, por lo que, a tenor del can. 18, deberán ser interpretadas estricta-
mente: por ejemplo, en la valoración de la «causa grave» necesaria para la validez de la modificación
del dubium, a tenor del art. 136 y del can. 1514.
561.
En el proceso de codificación, se rechazó expresamente que la discusión oral de la causa
apareciese como norma general (vid. «Communicationes» 11, 1979, p. 137).

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 409

carácter marcadamente residual, en cuanto que se exige para la misma,


no sólo el consentimiento —no la mera audiencia— de las partes, públi-
cas y privadas personadas en la causa, sino también que el juez estime su-
ficiente este modo de discusión.
De hecho, el recurso a la discusión oral en los procesos de nulidad
matrimonial resultaba prácticamente inexistente, al menos en nuestro
ámbito geográfico, hasta el punto de que se discutía si dicha modalidad
de discusión resulta aplicable a estas causas. Y, aunque, en principio, el
hecho de que la discusión oral aparezca regulada, sin ninguna limitación
por razón de la materia, dentro de las normas del proceso contencioso
ordinario, autorizaría a aplicarla a todas las causas que se tramiten por el
mencionado proceso, entre las cuales se encuentran las de nulidad matri-
monial, lo cierto es que la discusión oral aparece, en términos generales,
como claramente insuficiente para discutir estas causas, habida cuenta la
dificultad de la materia y la complejidad de las pruebas562.
En definitiva, aunque la Dignitas Connubii no excluye necesariamente
la utilización de la discusión oral en estas causas, lo cierto es que su total
silencio al respecto –sin duda intencionado— resulta ciertamente signifi-
cativo, en cuanto que presenta la discusión escrita como el modo habitual
de proceder en las causas de nulidad matrimonial.

2. Finalidad y límites de la discusión de la causa (art. 241)

En esta fase procesal, las partes —públicas y privadas— personadas


en el proceso intercambian sus defensas y alegatos, con la finalidad de
persuadir al juez del derecho que les asiste. Para ello, cada una de las
partes deberá –o al menos, tendrá la oportunidad de hacerlo— realizar la
valoración de la prueba practicada en la causa, articular la defensa de Índice
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sus pretensiones en base a lo probado en autos, y rebatir los argumentos y


pretensiones de las otras partes.
El art. 241, reproduciendo literalmente la prohibición del can. 1604,
establece, sin embargo, un límite a esta actividad de las partes de intentar
convencer al juez de su mejor derecho, al disponer que «está terminante-
mente prohibido que las partes, los abogados u otras personas trasmitan
al juez informaciones que queden fuera de las actas de la causa». Se trata
de una concreción del aforismo jurídico quod non est in actis non est in
562.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., Procesos canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en ed.
O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 332-
333.

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410 Carmen PEÑA GARCÍA

mundo, tendente a garantizar tanto el derecho de defensa de las partes,


mediante los principios de publicidad y contradictorio, como la impar-
cialidad del juez, y, en este sentido, es un principio rector de todo el pro-
ceso, no únicamente del periodo discusorio. El juez debe rechazar tajan-
temente, en cualquier momento del proceso, cualquier información
privada sobre los hechos objeto de la causa o sobre las partes implicadas,
y, en caso de que se produjeran dichas informaciones, el juez no podrá te-
nerlas en cuenta ni hacer uso de ellas a la hora de resolver la causa, en
virtud del can. 1608 §2 (art. 247 §3).

3. El turno de alegaciones (art. 240)

El art. 240 §1, recogiendo el can. 160 §1, dispone que el juez, una vez
decretada la conclusión de la causa, deberá establecer un plazo conve-
niente para elaborar, si es necesario, el sumario de las actas y para la pre-
sentación de los escritos de alegatos y defensas de las partes.
Este plazo no viene delimitado en ninguna norma universal, dejándo-
se a lo que dispongan los reglamentos de cada tribunal o a lo que, en su
defecto, decida el juez, aunque doctrina y jurisprudencia consideran que
un plazo inferior a diez días lesionaría gravemente el ius defensionis de
las partes563. El derecho de presentar alegaciones integra y forma parte
del derecho de defensa564, por lo que deberá permitirse que las partes
puedan hacer uso efectivo de su derecho a, una vez conocidas las actua-
ciones practicadas en la causa, presentar las alegaciones que estimen
conveniente al respecto, lo que difícilmente podrán hacer si se les conce-
de un plazo meramente simbólico.
En la praxis procesal española, este plazo suele variar entre quince
días y un mes565. En cualquier caso, se trata de un plazo judicial y, en Índice
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cuanto tal, prorrogable por el juez, de oficio o a instancia de parte, antes


563.
Cfr. GULLO, C., La pubblicazione degli atti e la discussione della causa, en A.A.V.V., Il proces-
so matrimoniale canonico, Ciudad del Vaticano 1994, p. 691.
564.
La sentencia c. Giannecchini de 25 de marzo de 1987 puntualiza —aunque no sea el tema cen-
tral objeto del recurso—que los primeros escritos de alegaciones pertenecen al ius defensionis y lo comple-
tan (cfr. «Monitor Ecclesiasticus» 113, 1988, pp. 309-313); en el mismo sentido se expresa el Tribunal de la
Signatura Apostólica, en la sentencia c. Gantin, 20 abril 1991 en «Studia Canonica» 25, 1991, p. 411; tam-
bién sostuvieron esta postura, entre otras, la sentencia c. Wynen de 9 de marzo de 1955 en SRRD 47, 1955,
p. 220; decreto c. Lefebvre de 17 de julio de 1976 en «Ephemerides Iuris Canonici» 34, 1977, p. 329...
565.
A modo de ejemplo, cabe señalar que las Normas del Sagrado Tribunal de la Rota Romana,
aunque no determinan el plazo que debe concederse a las partes privadas, establecen, en su art. 83
§2, un plazo de 40 días para que el Defensor del Vínculo presente sus Observaciones o Animadversio-
nes.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 411

de su vencimiento, si hay justa causa, y previa audiencia de las restantes


partes (art. 81).
En el plazo fijado por el juez, las partes personadas en la causa presenta-
rán sus escritos de alegaciones o defensas, el defensor del vínculo su escrito
de observaciones o animadversiones, y el promotor de justicia, en su caso,
redactará su voto pro rei veritate. Ni el Código ni la Dignitas Connubii inclu-
yen normas precisas relativas a la extensión, número de copias566 y al modo
de redactar dichos escritos, limitándose a remitirse a lo que disponga el re-
glamento de cada tribunal (art. 240 §2 y can. 1602 §3), aunque, en su defec-
to, también serán de aplicación los usos forenses vigentes en cada tribunal.
En cualquier caso, sí parece recomendable evitar una extensión excesiva de
estos escritos567, resultando preferible que los escritos contengan una exposi-
ción concisa y clara de los argumentos favorables a las respectivas pretensio-
nes, con referencias concretas a las pruebas practicadas en la causa.
En este sentido, aunque no se regula nada con relación a la estructura
de estos escritos de defensas, es práctica habitual y conveniente que sigan
el esquema de las sentencias (facti species, in iure, in hoc facto), de modo
que contengan, en primer lugar, una breve descripción de las principales
actuaciones procesales y sobre todo, una referencia a la fórmula de dudas
que se discute en la causa; a continuación, en el In iure, puede recogerse
de modo conciso la doctrina y jurisprudencia referente a los capítulos del
dubium, evitando las disquisiciones científicas difusas y las disputas aca-
démicas, así como la acumulación innecesaria de citas, centrándose es-
pecialmente en aquello que resulte de aplicación a lo actuado en cada
causa concreta. En cualquier caso, la parte central del escrito debe ser
siempre el análisis de los hechos objeto de la causa, así como la valora-
ción crítica de la prueba practicada en la causa, de modo que las partes
expongan en sus escritos qué hechos consideran que han quedado proba-
dos, así como la aplicación a dichos hechos del derecho pertinente. Índice
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4. Límites y criterios de actuación del defensor del vínculo en


la discusión de la causa
En virtud de su configuración legal –expuesta en el can. 1432 y desa-
rrollada en el art. 56 de la Instrucción— la misión del defensor del víncu-
566.
En relación al número de copias, parece que, en principio, dejando siempre a salvo lo que
regulen los reglamentos de cada tribunal, las partes deberían entregar, además del original, copias
para cada una de las partes personadas en la causa, incluidas las partes públicas.
567.
A título orientativo —puesto que cada causa exigirá una extensión diferente, según su com-
plejidad, las pruebas practicadas…— cabe señalar que el art. 182 de la Instrucción Provida Mater fi-
jaba un máximo de 20 páginas para las defensas y alegatos.

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412 Carmen PEÑA GARCÍA

lo en este momento procesal será la de articular, en la medida de lo posi-


ble, la defensa de la validez del matrimonio, para lo cual deberá utilizar
todos los argumentos de que disponga en cada caso concreto y, sobre to-
do, deberá valorar la prueba practicada en la causa y destacar, en su es-
crito, aquellos puntos débiles de la pretensión de la parte actora.
En este sentido, los límites de la actuación del defensor del vínculo
vienen claramente establecidos en su definición legal, de tal modo que la
misión del defensor no será nunca suplantar la actuación del juez, eva-
luando los argumentos en pro y en contra de la nulidad y decidiendo si ha
quedado o no probada la nulidad, sino exponer los argumentos favora-
bles a la validez del matrimonio. En consecuencia, lo máximo que podrá
hacer el defensor, si considera que de lo actuado en la causa consta con
certeza la nulidad, será reconocer que no puede argüirse nada razonable
a favor de la validez, o, como dice el art. 56 §5, remitirse a la justicia del
tribunal, pero nunca dar argumentos favorables a la nulidad.
Interesa destacar, a este respecto, que la única condición que el Códi-
go exige a la actuación pro vinculo de este ministerio es la de que esa de-
fensa vincular se realice de modo razonable (rationabiliter): así, mientras
que el juez debe dictar sentencia en conciencia, siendo determinante su
certeza moral –que siempre deberá estar basada en lo alegado y probado
en autos— respecto a si el matrimonio es válido o nulo568, el texto legal no
alude, por el contrario, en ningún momento a la certeza moral del defen-
sor del vínculo acerca de la validez del matrimonio, ordenándole expre-
samente el can. 1432 que, en virtud de su oficio —no de su conciencia—
proponga y manifieste «todo aquello (omnia) que pueda aducirse razona-
blemente contra la nulidad o disolución». Indudablemente, si nada razo-
nable tiene el defensor que oponer a la declaración de nulidad, podrá y
deberá manifestarlo así, pero, como recuerda el art. 56.5, nunca podrá
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actuar a favor de la nulidad del matrimonio569.


En definitiva, de la misma regulación legal se deduce que la función del
defensor del vínculo, en su condición de parte procesal, será la de alegar
todo aquello que pueda aducirse en favor de la validez del matrimonio,
siendo el único límite a este mandato legal el de que esta defensa —necesa-
riamente parcial— del vínculo se haga de modo razonable, es decir, con-
forme a razón, aduciendo argumentos y pruebas, sin obcecaciones ni obs-
568.
Vid. comentario art.247, en Título X, III.
569.
Desarrollamos con anterioridad esta cuestión de los límites y criterios de la actuación pro
vinculo del defensor del vínculo en PEÑA GARCÍA, C, La función del Defensor del vínculo en la prueba,
en ed. PÉREZ RAMOS, A.-RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cues-
tiones de actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp. 51-58.

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 413

truccionismos, sin utilizar razonamientos falaces ni, por supuesto, medios


ilícitos...

5. Turnos de réplica y dúplica (arts. 242-243)

Conforme dispone el art. 242 §1 (can. 1603 §1), una vez las partes han
presentado los escritos de defensa, el juez dará traslado de estos escritos
a las otras partes, concediéndoles un plazo breve para que presenten los
correspondientes escritos de réplica. En estos escritos de réplica, las par-
tes personadas deberán intentar rebatir, concisa y razonadamente, los ar-
gumentos de hecho o de derecho presentados por las otras partes que re-
sulten adversos a sus pretensiones.
A diferencia del derecho a presentar alegatos y defensas, este derecho de
réplica no pertenece a la esencia del ius defensionis, de tal modo que su vul-
neración no provocaría la nulidad insanable de la sentencia, tal como ha de-
clarado la Signatura Apostólica570. Además, este derecho de réplica entra
dentro de la categoría de cargas procesales, de tal modo que es renunciable,
tanto expresa como tácitamente, por las partes, sean públicas o privadas.
Como norma general, este derecho de réplica corresponde a las par-
tes una sola vez, salvo que el juez, por causa grave, estime que debe con-
ceder a las partes el derecho a replicar nuevamente. En este caso, en vir-
tud del principio de igualdad procesal de las partes, dispone el art. 242 §2
–reproduciendo el can. 1603 §2— que la concesión hecha a una de las
partes se extiende automáticamente a las demás.
En cuanto al turno de dúplica del ministerio público, el art. 243 §1,
que modifica de algún modo lo dispuesto en el can. 1603 §3, recoge el de-
recho del defensor del vínculo a ser oído siempre en último lugar.
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El can. 1603 §3 contiene una norma excepcional, que supone una ruptu-
ra del principio de igualdad entre partes públicas y privadas asistidas de
abogados, en cuanto que atribuye al promotor de justicia y al defensor del
vínculo el derecho a ser oídos en último lugar, concediéndose a las partes
públicas el derecho de contestar a las réplicas presentadas por las partes571.
570.
Tribunal de la Signatura Apostólica, sentencia c. Gantin, de 20 de abril de 1991, en «Studia
Canonica » 25, 1991, p. 411.
571.
Enla regulación codicial, este derecho de dúplica era propiamente el único privilegio que
tenían reconocido las partes públicas en su actuación en el proceso en relación a los abogados de las
partes. Por el contrario, como ya hemos expuesto en otro lugar, la Instrucción otorga otros derechos-
deberes al defensor del vínculo, modificando notablemente el principio de equiparación de partes
(cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción «Dignitas Connubii» y su repercusión en las causas canónicas de
nulidad matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, pp. 669-670).

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414 Carmen PEÑA GARCÍA

Sin embargo, lo cierto es que, en su aplicación a las causas matrimoniales,


el tenor de este can. 1603 §3 —aplicable a todo tipo de causas— provocaba
una cierta perplejidad en aquellos supuestos en que intervenían ambos mi-
nisterios públicos, el promotor de justicia impugnando la validez del matri-
monio en aras del bien público eclesial, y el defensor del vínculo defendien-
do dicha validez en virtud de su oficio. En este sentido, el art. 243 §1
concreta que, en estas causas, siempre tiene derecho a ser oído en último
lugar el defensor del vínculo, en cuanto que es el ministerio público que tie-
ne encomendada la defensa del interés a priori más necesitado de protec-
ción, según se deduce de las diversas disposiciones legales que protegen la
validez del matrimonio.
No obstante, el art. 243 §2 —sin correlativo en el Código— puntualiza
expresamente que este derecho de dúplica constituye un acto renunciable
–expresa o tácitamente— por el defensor del vínculo, de modo que si este
ministerio no responde dentro del plazo breve marcado por el juez, se
presume que no tiene nada que añadir a la causa y se prosigue con el pro-
cedimiento sin más dilaciones.

6. Posibilidad de un moderado debate oral (art. 244)

Como complemento de esta discusión escrita –no en sustitución de


ella— el art. 244 §1 (can. 1604 §2) prevé que puede el juez, si lo estima
pertinente, ordenar que tenga lugar un moderado debate oral ante el tri-
bunal con el fin de aclarar algunas cuestiones puntuales que puedan ha-
ber surgido de la discusión escrita de la causa. Este moderado debate
oral, posterior a la discusión escrita, puede ser ordenado por el juez de
oficio o a instancia de parte, pero no requiere, a diferencia de la discu-
sión oral de la causa, el consentimiento de las partes.
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De conformidad con el art. 244 §2, a este debate oral debe asistir un
notario para levantar acta de las cuestiones discutidas, las posiciones de
las partes y las conclusiones a que se ha llegado, siempre que el juez lo
mande o lo consienta a petición de parte (can. 1605).

7. Negligencia de abogados y defensores del vínculo en la pre-


sentación de las defensas (art. 245)
El art. 245 de la Instrucción introduce algunas novedades significati-
vas respecto a lo dispuesto en el can. 1606. Este canon establece una cla-
ra distinción entre partes públicas y privadas con relación a la obliga-
ción de presentar los escritos de defensa: así, mientras que para las partes

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 415

—asistida de letrado o no— la presentación de estos escritos es algo potes-


tativo, a lo que pueden renunciar, expresa o tácitamente, para el defensor
del vínculo es obligatorio, constituyendo propiamente un deber procesal
el presentarlos. Así se deduce del can. 1606, que regula de modo diferente
las consecuencias de dicho defecto de presentación, sea debido a renun-
cia, negligencia o descuido: en el caso de las partes privadas, el juez podía
pasar sin más a dictar sentencia, siempre que el defensor del vínculo hu-
biera presentado su escrito; en caso de negligencia del defensor del víncu-
lo, por el contrario, el juez está obligado a requerir al ministerio público
su presentación antes de proseguir la tramitación de la causa.
Sin embargo, con relación a las partes privadas, esta situación ha su-
frido una modificación importante con la novedad introducida —sin pa-
ralelo alguno en el Código— en el art. 245 §1. Así, mientras que el can.
1606 preveía la posibilidad de que las partes privadas pudieran renunciar
a presentar alegaciones, bien de modo tácito, dejando transcurrir el pla-
zo concedido sin presentar ningún escrito («descuidando la presentación
de la defensa en tiempo útil»), bien de modo expreso, remitiéndose a la
ciencia y conciencia del juez, el art. 245 §1 parece haber suprimido —o,
al menos, modificado profundamente— esta posibilidad de renuncia táci-
ta, al disponer que «si los abogados descuidan la presentación de la de-
fensa en tiempo útil, debe comunicarse a las partes, advirtiéndoles para
que lo hagan dentro del plazo que el juez les otorgue, por sí mismas o por
medio de un nuevo abogado legítimamente designado».
Se trata de una norma cuya finalidad es indudablemente proteger a
las partes frente a la desidia y falta de diligencia debida de sus abogados,
así como garantizar el efectivo ejercicio de defensa por parte de los inte-
resados, al prever que serán informadas por el juez de la negligencia de
su abogado y se le concederá un plazo prudencial para que aleguen lo
que estimen conveniente, por sí mismas o por medio de otro abogado. No Índice
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obstante, pese a esta laudable finalidad, lo cierto es que se trata de una


norma que presenta, en principio, muy difícil encaje con el can. 1606,
que preveía unas consecuencias claramente distintas para la inactividad
de la parte, con los problemas interpretativos que ello supone a la hora de
determinar el valor jurídico de una norma de desarrollo en buena medida
contradictoria con la regulación codicial. Además, modifica de algún
modo el carácter de carga procesal —y, por tanto renunciable, tácita o ex-
presamente— de la presentación de estos escritos, y ciertamente supone
introducir una norma notablemente dilatoria del proceso, puesto que el
plazo fijado no podrá en modo alguno ser breve, especialmente si, una
vez notificada la parte, ésta elige designar otro abogado, el cual deberá
estudiar una causa que no conoce y redactar el escrito de alegaciones.

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416 Carmen PEÑA GARCÍA

Por otro lado, hay que destacar que el tenor literal del art. 245 §1 arro-
ja algunas dudas sobre cuál deberá ser posteriormente la actuación del
juez en estos casos: así, a pesar de que dicho tenor parece excluir que sea
el mismo abogado negligente quien presente —tras hablar con su clien-
te— el escrito de alegaciones en el nuevo plazo concedido, a nuestro jui-
cio nada se opone a esta solución, indudablemente la que menor retraso y
perjuicio provocará en la causa y la que respeta de modo más adecuado
la libertad de designación del profesional por la parte. Igualmente, pare-
ce claro que si, advertida la parte, ésta sigue sin presentar alegaciones,
una vez transcurrido el plazo fijado podrá el juez sin más dilaciones pa-
sar a dictar sentencia; así parece deducirse de lo dispuesto en el art. 245
§2, que reitera el can. 1606.
Por otro lado, teniendo en cuenta tanto el tenor literal del art. 245 §1
—que regula únicamente el modo de actuar en caso de descuido en la
presentación de defensas— como lo dispuesto en el párrafo segundo de
ese mismo artículo y, más hondamente, la preeminencia de la ley sobre
las disposiciones de la Instrucción, entendemos que nada se opone a que
la parte privada o su abogado, si lo estima oportuno, renuncie expresa-
mente a presentar alegaciones, manifestando en su caso remitirse a la
ciencia y conciencia del tribunal. Esta remisión a la ciencia y conciencia
del juez no equivale en modo alguno al sometimiento a la Justicia del Tri-
bunal, ni mucho menos a una renuncia a la acción, puesto que en dicha
remisión a la ciencia del juez, la parte mantiene su postura procesal y sus
pretensiones, habiendo renunciado únicamente a poner un acto procesal
concreto, la presentación de defensas.
En cualquier caso, aun siendo potestativa en principio para la parte
privada la presentación de defensas y alegatos, lo cierto es que, con ca-
rácter general, resulta muy conveniente presentarlas, incluso en el su-
Índice
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puesto de que los hechos sean tan evidentes que el abogado pueda consi-
derar seguro un fallo favorable a la pretensión de su defendido. En efecto,
la elaboración de los alegatos por el letrado será, además de signo de su
interés profesional por el cliente, un modo positivo de contribución del
abogado a la administración de la justicia, ayudando de este modo al tri-
bunal en su misión.
El defensor del vínculo, por su parte, deberá, en principio, a tenor del
art. 245 §2 y del can. 1606, presentar siempre sus escritos de defensa, sin
que quepa en su caso la posibilidad de renunciar —expresa o tácitamen-
te— a presentarlas. Si el defensor del vínculo descuidase la presentación
de sus observaciones en tiempo útil, deberá el juez requerirles para que lo
presenten, a tenor de lo dispuesto en el can. 1606. No obstante, conviene

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 417

destacar que dicho requerimiento es todo lo que exige el texto codicial, de


modo que, a tenor del can. 1606, si después del mismo, continuara sin
embargo el ministerio público sin cumplir con su obligación, podría el
Juez pasar a definir la causa sin esperar la efectiva presentación de di-
chos escritos, sin perjuicio de las posibles sanciones disciplinares en que
incurriera el defensor del vínculo negligente, a tenor del can. 1457 (art.
75). En este caso, es claro que no podría invocarse la vulneración del de-
recho de defensa del interés público —a no ser que hubiese causas graves
que exigiesen una prórroga del plazo para la parte pública— ni tampoco
la nulidad de los actos a tenor del can. 1433, puesto que el defensor del
vínculo ha tenido la posibilidad de cumplir su misión, ya que, de hecho,
han sido requeridos para ello por el Juez572.
Sin embargo, el art. 245 §2 parece no conformarse con el mero reque-
rimiento judicial al defensor del vinculo para que cumpla con su deber de
presentar el escrito de alegaciones, puesto que supedita la posibilidad de
que el juez pase inmediatamente a dictar sentencia no al hecho de «re-
querir» las observaciones al defensor del vínculo, sino al hecho de «reci-
bir» dichas observaciones escritas. Se trata de una puntualización que
sale al paso de prácticas abusivas por parte de algunos tribunales y re-
cuerda la importancia de una efectiva defensa del vínculo en las causas
matrimoniales, pero que produce cierta perplejidad desde una perspecti-
va técnico-procesal, a la hora de determinar las consecuencias jurídicas
de un incumplimiento de la misma. Si el defensor del vínculo, pese al re-
querimiento, continuase sin cumplir su obligación, ¿no tiene más reme-
dio el juez que nombrar otro defensor del vínculo para que emita el pre-
ceptivo escrito de animadversiones, o podría pasar a dictar sentencia,
conforme permitía el can. 1606? A mi juicio, aunque parece más oportu-
no con carácter general optar por la primera opción, siempre que pueda
hacerse sin grave perjuicio para las partes, hay que tener en cuenta que la Índice
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recepción de las animadversiones del defensor del vínculo en este su-


puesto no viene en ningún caso exigida ad validitatem, por lo que no cabe
excluir que, si en algún caso hay una causa grave que así lo aconseje (cau-
sas con un gravísimo retraso, situaciones de especial urgencia, etc.), pue-
da el juez, una vez hecho el requerimiento, seguir adelante sin esperar la
efectiva recepción de las animadversiones573.
572.
En este sentido se pronunciaban, entre otros GARCÍA FAÍLDE, Nuevo Derecho procesal ca-
nóinco, Salamanca 1992, p. 196; RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Comentario al can. 1606, en Comentario exe-
gético al Código de Derecho Canónico, cit., p.1520...
573.
Se trata, obviamente, de una solución puntual a un caso concreto y de algún modo excepcio-
nal. En ningún caso sería lícito que, por sistema, los defensores del vínculo de un tribunal incumpliesen
su obligación de presentar los escritos de animadversiones y los jueces dictasen sentencia sin ellos.

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418 Carmen PEÑA GARCÍA

IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

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Título IX: La publicación de las actas y la conclusión de la causa (arts. 229-245 DC) 419

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TÍTULO X
DE LOS PRONUNCIAMIENTOS DEL JUEZ
(Arts. 246-262)

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421

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422 Carlos M. MORÁN BUSTOS

I. LOS PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES: LA SENTENCIA


DEFINITIVA

1. Tipos de pronunciamientos (arts. 246 y 261)

Aunque el título X de la Instrucción se refiere a los pronunciamientos


«del juez», sin embargo, dado que las causas de nulidad exigen de un tri-
bunal colegial, parece más preciso hablar de «pronunciamientos judicia-
les». Por tales entendemos aquellas «declaraciones de voluntad formal-
mente expresadas por los jueces o tribunales», a través de las cuales el
tribunal «promueve, ordena e impone la disciplina en su sede (cann. 1470
y 1487), impulsa el proceso contencioso, lo instruye y lo resuelve definiti-
vamente»574.
En concreto, estas formales declaraciones de voluntad de los jueces o
tribunales son las siguientes: sentencia definitiva, sentencia interlocuto-
ria y decretos. De acuerdo con el art. 246, «el juez decide la causa princi-
pal mediante sentencia definitiva…; y la causa incidental, mediante sen-
tencia interlocutoria…». La «sentencia» es utilizada para aquellos
pronunciamientos más relevantes y de mayor importancia, debiéndose
distinguir entre «sentencias definitivas», que entran y resuelven la cues-
Índice
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tión de fondo (la causa principal), y «sentencias interlocutorias», con las


que se resuelven determinadas causas incidentales especialmente impor-
tantes (art. 222 §1, can. 1589 §1), llegando incluso a tener la misma fuer-
za que las sentencias definitivas si ponen fin al proceso (art. 262, can.
1618)575. A pesar de esta distinción entre sentencias definitivas y senten-
cias interlocutorias, el art. 256 (can. 1613) establece una concurrencia

574.
DE DIEGO LORA, C., Comentario a los cann. 1607-1618, en «Comentario Exegético…», cit.,
pp. 1521-1522.
575.
Al estudiar las causas incidentales nos referimos a las sentencias interlocutorias que las re-
solvían, y a la apelabilidad de las mismas (vid. comentario al Título VIII, II. 4 y 5), de modo que nues-
tra reflexión se centrará fundamentalmente en las sentencias definitivas.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 423

paralela entre ambas en lo que al modo de proceder en sus respectivas


elaboraciones y formas externas de formulación.
«Fuera de la sentencia, los demás pronunciamientos del juez son de-
cretos…» (art. 261, can. 1617): entre los decretos hay que distinguir los
de mero trámite, que no necesitan motivación jurídica576, y aquellos otros
que con los que se «decide» algo, que carecen de eficacia «si en ellos no se
hace constar, al menos sumariamente, los motivos, o no se remiten a mo-
tivos ya expresados en otro acto debidamente publicado» (art. 261)577.
A pesar de la diversidad que existe entre cada uno de los pronuncia-
mientos judiciales a los que nos hemos referido, sí que tienen una serie de
elementos comunes. Uno de ellos es la necesidad de una forma jurídica,
la cual obviamente será distinta según se trate de una sentencia definiti-
va, o de una sentencia interlocutoria o de un decreto. Otro elemento co-
mún es la necesidad de jurisdicción y competencia por parte del órgano
que lo dicta, y la actuación dentro del territorio de su jurisdicción. También
es común a todos ellos el que se pronuncien dentro de un proceso —ya que
si se hiciera de modo contrario no sería un acto procesal—, o la datación
del mismo —indicando día, mes y año— con la respectiva firma de los
que han intervenido (mas la firma del notario, can. 1473, art. 89).

2. La sentencia definitiva decide la causa principal (art. 246)


La iniciativa de las partes solicitando la intervención del tribunal, la
fijación de la fórmula de dudas, el conjunto de todas las pruebas practica-
576.
Por ejemplo, los decretos de admisión de peticiones —de la demanda, que es la petición
principal, o del resto de peticiones que se realizan a lo largo del proceso—, los decretos de ordena-
ción e impulso procesal —por ejemplo, un decreto de admisión de una determinada prueba, o el de-
creto de publicación de las actas…—, los decretos de traslados —a una de las partes o a ambas, a los
testigos, al perito…—; todos estos decretos de mero trámite no necesitan motivación, y ello porque se Índice
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limitan a ser aplicación directa de las normas canónicas; el que no requieran de motivación, no sig-
nifica que no puedan ser impugnados en caso de que alguna las partes estime que no responden al
contenido de la norma canónica que regula el trámite procesal.
577.
Estos decretos «decisorios» suelen tener que ver con situaciones puntuales en las que se
produce un contradictorio, y sobre las que el juez ha de adoptar una decisión concreta; suelen estar
relacionadas con las causas incidentales, debiendo el juez —al admitirlas— si se han de resolver por
sentencia interlocutoria o por decreto (vid. comentario al título VIII, II.4); en otras ocasiones, se tra-
ta de decretos que —sin resolver una cuestión incidental— sí que vienen a suponer determinadas de-
negaciones de peticiones planteadas por las partes (el rechazo de la demanda, la denegación de prue-
bas lícitas propuestas en plazo…), debiéndose dejar constancia de la fundamentación de la negativa
del juez; la motivación no será tan extensa como la de las sentencias, sino que basta con que se haga
constar, al menos sumariamente, los motivos de la decisión —valiendo, incluso, remitirse a motivos
ya expresados en otro acto debidamente publicado—. Si, debiendo ser motivados, el decreto carece
de fundamentación alguna, no tendrá tampoco eficacia alguna, de modo que no podrá ser exigido
por el tribunal a las partes; estaríamos, en este caso, ante un acto jurídico-procesal ineficaz.

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424 Carlos M. MORÁN BUSTOS

das, las alegaciones…tiene como referencia teleológica el pronuncia-


miento final, la sentencia. La sentencia es el acto culminante y decisivo
con el que el tribunal viene a coronar todo el proceso de cognición que se
ha ido practicando. En otras palabras, «es el acto solemne que pone fin a
la contienda judicial, decidiendo sobre las pretensiones que han sido ob-
jeto del pleito»578. Aún más, «la sentencia es un acto cualificado del tribu-
nal, culminante del proceso, por el que el juez decide sobre el fondo del
asunto controvertido»579.
El can. 1868 del CIC ‘17 establecía a modo de definición que la sen-
tencia era un «pronunciamiento legítimo por el que el juez resuelve la
causa propuesta por los litigantes y tratada judicialmente». El can. 1607
del CIC ‘83 —y el art. 246 de la Instrucción— recoge el contenido del an-
tiguo can. 1868, sin embargo, en lugar de dar una definición de lo que se
entiende por sentencia, opta por una referencia descriptiva respecto del
efecto principal de la sentencia definitiva: decidir la causa principal.
Se impone antes de seguir una precisión: la sentencia definitiva es
aquella resolución que, entrando en el fondo del proceso y resolviendo la
causa principal, pone fin a la instancia. Esta sentencia definitiva, si es váli-
da, no puede ser revocada por los mismos jueces (aunque consientan todos
unánimemente), sino que han de seguirse los procedimientos de impugna-
ción previstos (art. 259). Cuando esa resolución, o bien es inimpugnable, o
bien no ha sido impugnada en tiempo y forma, se convierte en sentencia
firme.
La sentencia, al activar la voluntad concreta de la ley —lo establecido
con carácter general por el legislador— y resolver la causa principal, ten-
drá un sentido favorable a las pretensiones del actor, o un sentido desfa-
vorable al actor y favorable al demandado.
Si se responde afirmativamente al dubium, y se accede a lo solicitado Índice
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por la parte actora, la sentencia será estimatoria; si, en cambio, no se ac-


cede a lo solicitado, la sentencia será desestimatoria. En el caso de los
578.
PALLARÉS, E., Diccionario de derecho procesal civil, México 1970, p. 720.
579.
PANIZO ORALLO, S., Temas procesales…, cit., p. 766. Este autor destaca los siguientes carac-
teres técnicos de la sentencia: 1º/ es un acto eminentemente procesal: es una resolución procesal
más, especialmente importante, con una fuerte imperatividad; 2º/ es un acto procesal de terminación
del proceso: todos los actos procesales que le anteceden no son sino preparación de este acto final
que es la sentencia; 3º/ es un acto estrictamente jurisdiccional: por la sentencia, el juez decide la cau-
sa, poniendo en acto la potestad jurisdiccional de la Iglesia; 4º/ es un acto documental-formal; 5º/ es
un acto lógico-volitivo: la sentencia no crea el derecho, sino que aplica la norma jurídica a un caso
concreto, y lo hace realizando una especie de silogismo que tiene una premisa mayor (la norma apli-
cable al caso), una premisa menor (el supuesto que se subsume en la norma general) y una conclu-
sión (el fallo); 6º/ es un acto procesal típico; 7º/ un acto procesal definitivo (cfr. Ibidem, pp. 766-771).

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 425

procesos de nulidad del matrimonio, el sentido de la sentencia será, o


bien que «consta la nulidad del matrimonio», o bien —si se desestima lo
pedido por la parte actora— que «no consta la nulidad del matrimonio».
En todo caso, se tratará siempre de sentencias declarativas —no constitu-
tivas, ni de condena—, pues se limitan a constar la existencia o no de una
realidad jurídica, o la validez o no de un acto (el matrimonio): ni crean,
modifican o extinguen realidades jurídicas, ni establecen obligaciones de
dar, de hacer o no hacer, para el condenado; simplemente, se limitan a
declarar la constancia o no de una realidad jurídica (el matrimonio).

II. LA ADOPCIÓN DE LA DECISIÓN DEFINITIVA POR PARTE


DEL TRIBUNAL

1. La sentencia, «obra» de todos los jueces (art. 248)

El art. 248, recogiendo en su mayor parte el contenido del can. 1609,


establece cómo es el procedimiento para la toma de la decisión que ha de
pronunciar posteriormente el tribunal. Se trata de un procedimiento de
actuación conjunta de los jueces: el colegio actúa como un único órgano
en el ejercicio de la potestad judicial, de modo que la sentencia ha de ser
obra conjunta y solidaria de todos los jueces; no son cada uno de los jue-
ces los que dictan sentencia —no se trata de una mera asignación de la
causa a un turno pluripersonal—, sino que es el colegio el órgano que juz-
ga, siendo de éste la sentencia (no de cada juez individualmente); en este
sentido, se puede afirmar que «la sentencia es obra de un solo autor, el tri-
bunal de justicia, quien obra colegialmente y decide por mayoría de votos
(can. 1426 §1), de modo solidario, pues se trata la sentencia definitiva de
un acto procesal cuyo protagonista es el órgano colegial de justicia que Índice
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dicta la sentencia y manda sea publicada»580.

2. Convocatoria para discutir-decidir la causa por parte de los


jueces (art. 248 §1)

Esta idea de colegialidad de la decisión de fondo ha de articularse a


través de un procedimiento que permita a los jueces deliberar juntos,
compartir opiniones, hacer partícipes a los otros jueces de los conoci-
mientos y las convicciones propias…Así, y según establece el art. 248 §1
580.
DE DIEGO LORA, C., La sentencia definitiva, pro manuscripto, Pamplona 2006, p. 7.

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426 Carlos M. MORÁN BUSTOS

(can. 1609 §1), una vez concluidas las actuaciones instructorias en la res-
pectiva instancia, y realizado el intercambio de alegaciones de las partes
y animadversiones de la defensa del vínculo, el presidente del tribunal
habrá de convocar a todos los jueces que forman el colegio, a una re-
unión en la que se discutirá y decidirá el pronunciamiento final. Tratán-
dose de una convocatoria en la que, al menos, han de coincidir tres perso-
nas distintas, ha de hacerse fijándose el día y la hora.
A esta reunión únicamente pueden asistir los jueces; recogiendo lo es-
tablecido en el art. 198 §1 de la Próvida Mater Ecclesia, el art. 248 §1 de
la Dignitas Connubii excluye expresamente de esa reunión a «cualquier
otro ministro del tribunal». Esto significa que no puede asistir a esta se-
sión deliberativa y decisoria de los jueces ni siquiera el notario, y ello por-
que así lo ha dispuesto el legislador, disposición que no va contra lo esta-
blecido en el can. 1437; en todo caso, sí que se levantará acta de la
reunión, acta que será firmada por todos los jueces, que podrán conver-
tirse en documento público si posteriormente la firma el notario.
Salvo que exista una causa especial que aconseje otra cosa, la reunión
habrá de celebrarse en la sede del tribunal, tal como establece el can.
1606 §1; téngase en cuenta que todo tribunal, de acuerdo con el can.
1468, ha de tener una sede fija, la cual debe situarse dentro del territorio
en que se ejerce la jurisdicción, quedando a salvo la hipótesis excepciona-
lísima prevista por el can. 1469 §1.
Se debe dar importancia a esta convocatoria de los jueces para delibe-
rar-decidir la causa, corrigiéndose la praxis de no pocos tribunales que la
sustituyen por el envío del propio voto al presidente del colegio, lo cual
desvirtúa el sentido racional, eclesial y jurídico de la acción colegial581.

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3. Procedimiento para deliberar (art. 248 §§ 2-7)

Como condición previa a la actividad deliberativa, el §3 establece que


debe invocarse el nombre de Dios al inicio de la reunión, siendo lo común
la invocación al Espíritu Santo dirigida por el presidente del tribunal.
Posteriormente cada uno de los jueces va presentando por escrito sus
conclusiones sobre el objeto del litigio, comenzando por el ponente, a
quien le corresponde —en cuanto relator de la causa— informar al resto
de los jueces de las conclusiones a las que ha llegado tras el estudio de las
actuaciones practicadas. Siguiendo un orden de preferencia, los demás
581.
Cfr. ARROBA CONDE, M., La primera instancia en la Instrucción…, cit., p. 70.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 427

jueces han de exponer también sus propias conclusiones, lo cual se reali-


zará dando lectura a sus respectivos votos, que han de estar fundados ju-
rídica y fácticamente.
Una vez puestos sobre la mesa los pareceres de cada uno de los jueces,
tendrá lugar la discusión posterior, que estará marcada por la fundamen-
tación y rotundidad de la argumentación jurídica y fáctica que hayan es-
grimido cada uno de los miembros del colegio. En esta discusión cual-
quier juez puede modificar su conclusión anterior manifestada en el voto
al que dio lectura (art. 248 §4), pudiendo incluso renunciar parcial o to-
talmente a su propuesta inicial, adhiriéndose al parecer de otro miembro
del tribunal. Esta discusión debe ser dirigida por el presidente, quien de-
terminará el iter de la reunión, y quien decidirá en qué momento habrá
que procederse a la votación.
Pudiera ocurrir que en esta reunión se estimara que no es oportuno
establecer la decisión definitiva, bien porque se han de practicar nuevas
pruebas, que pueden ser pedidas de oficio por el tribunal (can. 1600, art.
239), lo que supondría que se debería proceder a una nueva publicación
que permitiera a las partes conocer el tenor de estas nuevas pruebas; o
bien porque no pudo producirse una situación que posibilite la toma de
decisión, situación que se verificaría en el caso de una discordia irresolu-
ble que aconseje detener la reflexión y posponer la resolución. Así lo esta-
blece el §5 del art. 248: «si los jueces no quieren o no pueden dictar sen-
tencia en la primera discusión, puede diferirse la decisión hasta nueva
reunión, pero no más de una semana, a no ser que haya que completarse
la instrucción de la causa a tenor del can. 1600». En esta segunda sesión,
con el fin de evitar cualquier otra prolongación del tiempo, el presidente
dispondrá que se proceda sin excusas a la votación, ordenando la repeti-
ción de la misma hasta que se obtenga la mayoría de los votos requerida
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por el can. 1426 §1 (art. 31 y can. 119, 2º), excluyéndose la posibilidad de


un nuevo aplazamiento.
En este acto de toma de decisión se ha de establecer la parte dispositi-
va de la sentencia, es decir, se ha de dar respuesta al dubium fijado en el
proceso dejando la exposición y la fundamentación jurídica y fáctica de
la sentencia a quien corresponde su redacción (el ponente); tal como se
indica en el art. 248 §6 de la Instrucción, una vez adoptada la decisión, le
corresponde al ponente redactar en forma de respuesta afirmativa o ne-
gativa la duda propuesta, firmándose por todos los jueces y uniéndose el
acta a los autos. En términos estrictos podemos afirmar que el pronun-
ciamiento propiamente dicho es el documento escrito que recoge lo deci-
dido en la sesión deliberativa, pronunciamiento que será redactado, mo-

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428 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tivado y formalizado hasta adquirir la forma definitiva de la sentencia


que es publicada y dada a conocer a las partes.
La decisión final es, como hemos indicado, una obra unitaria y solida-
ria del colegio, imputable por igual a todos y cada uno de sus miembros,
ahora bien, el art. 248 §4 expresamente indica que «el juez que no quiera
sumarse a la decisión de los demás puede exigir que se transmita su voto
bajo secreto al tribunal superior (can. 1609 §4)». Esta posibilidad del voto
particular a la sentencia del colegio se articula en los supuestos en los
que exista apelación, y también cuando exista la posibilidad de cualquier
otro recurso, en concreto, en los supuestos de recurso de revisión en las
causas de nulidad del matrimonio: el art. 248 §4 no contiene la expresión
«si hubiera apelación» del can. 1609 §4, de modo que la posibilidad del
voto particular no ha de limitarse a estos supuestos de apelación, sino
que la misma —en los casos de causas de nulidad de matrimonio— tam-
bién existe en aquellos supuestos de sentencia firme, susceptibles única-
mente del eventual recurso extraordinario de revisión.
Al posibilitar el voto particular, lo que se está respetando es la opinión
personal de cada juez, su conciencia, pero no se está restando valor al
sentido de la sentencia, que es de todos los jueces, también del que disien-
te con un voto particular. En este sentido, «no se trata de un deber de in-
formación, del tribunal de la anterior instancia ante el tribunal superior,
de las incidencias internas que ocurrieran en el seno del tribunal hasta
llegar a dictar éste su sentencia, sino de un derecho del juez disidente a
que sea informado el tribunal superior de la propia solución que en justi-
cia estimó que debió pronunciarse, al mismo tiempo que recibe una satis-
facción moral al poder evidenciar ante el tribunal de superior grado su
celo por la justicia del caso concreto, susceptible de generar otras conclu-
siones posibles que puedan ayudar al tribunal de apelación a obtener una
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visión más amplia de la problemática y de las posibles soluciones, en una


cuestión que generó diversas posturas en el momento de la discusión de
la causa»582. En todo caso no se genera para las partes ningún derecho,
debiéndose evitar por parte del tribunal superior toda publicidad, ampa-
rado en el secreto judicial que elimina todo temor de división en el cole-
gio que dictó sentencia, siendo su efecto únicamente el de ilustrar mejor
al tribunal superior, y el de ofrecerle una mayor información.
Tanto este voto particular contrario como el resto de los votos de los
jueces, han de añadirse a los autos en sobres cerrados, debiéndose guar-
dar los mismos en secreto (art. 248 §7, can. 1609 §2).
582.
DE DIEGO LORA, C., La sentencia…, cit., p. 12.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 429

4. La redacción de la sentencia (art. 249)

Una vez decidida la causa, y establecido el sentido de la sentencia —si


consta o no consta la nulidad del matrimonio—, ha de procederse a su re-
dacción en forma escrita. La primera cuestión que se plantea es a quién le
corresponde redactar la sentencia; para responder a ello hay que establecer
un distingo según se trate de juez único o de tribunal colegial. Si el juez es
único —por tratarse de un proceso documental, o por verificarse algunas de
las situaciones excepcionales que prevén el art. 30 y el can. 1425 §1, 1º y
§4583—, redactará él mismo la sentencia (art. 249 §4, can. 1610 §1): la pres-
cripción parece obvia, sin embargo, está establecida pensando en aquellos
supuestos en los que el juez único —de acuerdo con el cann. 1424 y 1428 y el
art. 52584— haya sido aconsejado en la dirección del proceso por un asesor, o
haya contado en la instrucción de la causa con la colaboración de un audi-
tor; en ambos casos, la redacción de la sentencia le corresponde exclusiva-
mente al juez único, no pudiendo ser realizada por los eventuales asesor y/o
auditor; en caso de una actuación ilegítima de éstos en la redacción de la
sentencia, ésta —en la medida en que habría sido dictada por quien carece
de potestad de juzgar— sería nula en virtud del can. 1620, 2º, art. 270, 2º).
En los supuestos de tribunal colegial —exigido en las causas de nuli-
dad de matrimonio por el can. 1425 §1, 1º y art. 30—, la redacción de la
sentencia corresponde al ponente (art. 249 §1, can. 1610 §2)585. En efecto,
aunque la sentencia es obra del colegio de jueces en su conjunto, sin em-
bargo el tribunal —a través de su presidente (can. 1429, art. 46 §2, 1º)—,
que no puede delegar en un tercero la redacción de la sentencia, habrá de
comisionar a uno de sus miembros —al ponente— para que realice esta
función. En efecto, el ponente, que ya habrá informado en la sesión para
la discusión-decisión de la causa de la marcha del proceso y habrá dada a
conocer sus conclusiones en primer lugar (art. 248 §3, can. 1609 §3), le Índice
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corresponde con carácter general la redacción por escrito de la senten-


cia, ello «a no ser que a raíz de la discusión se vea conveniente, por justa
causa, encomendar esta tarea a otro de los jueces» (art. 249 §1).
Esta precisión del art. 249 §1 —que en cuanto tal no aparece en el
can. 1610 §2 dedicado a la redacción de la sentencia, y sí en el can. 1429
dedicado al ponente—, es muy oportuna; sería conveniente, por justa
causa, proceder al cambio del juez ponente encargado de redactar la sen-
583.
Vid. Comentario al art. 30, en Título II, I.6.
584.
Vid. Comentario a los arts. 52 y 50, en Título II, II.3.
585.
Ya nos referimos ampliamente a la figura y a las funciones del ponente al comentar el art.
47, entre ellas la de redactar la sentencia (vid. Título II, II.2.6).

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430 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tencia —entre los miembros del colegio—, no sólo en aquellas hipótesis


de «imposibilidad» o dificultad sobrevenida —por ejemplo, en caso de en-
fermedad, lo que conllevaría un retraso doloroso en la redacción de al
sentencia—, sino también en aquellos casos en los que, por ejemplo, el
voto del ponente fuera distinto al seguido por la mayoría (procediéndose
al cambio del ponente, se evitará que éste se vea obligado a razonar una
sentencia en contra de sus convicciones).
Además de lo relacionado con quién debe redactar la sentencia, el art.
249 §2 indica que el ponente —a la hora de fundamentar la decisión—
debe tomar los motivos de entre aquellos que expusieron los jueces en la
discusión; existe un deber de sumisión y fidelidad del ponente, que ha de
recoger las motivaciones que cada uno de los miembros del colegio expu-
sieron en defensa de sus conclusiones. Ahora bien, la mayoría de los jue-
ces puede imponer que se refieran expresamente unos determinados mo-
tivos; en este caso, al ponente le basta atenerse a los motivos acordados
por el resto de miembros del colegio.
Una vez terminada la redacción, habrá de procederse a la aprobación de
la misma por parte del resto de jueces que componen el colegio (art. 249 §3)
—también incluso por parte de aquél que pudiera presentar un voto particu-
lar—, ya que la sentencia no es del ponente sino del colegio. Esta redacción
presentada por el ponente no es sino un proyecto, de modo que será suscep-
tible de las modificaciones, supresiones o inclusiones de argumentos que los
demás jueces consideren oportunas, las cuales deberán ser incorporadas a la
redacción primera. En todo caso, el texto definitivo deberá ser aprobado por
todos, y por todos firmado (art. 253 §4, can. 1612 §4).
Según establece el art. 255, si después de la discusión-decisión de la cau-
sa se produce el fallecimiento, o una enfermedad grave, o cualquier otro im-
pedimento, de modo que el juez no puede aprobar la redacción y firmar la
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sentencia, es suficiente que el presidente del colegio o el vicario judicial así


lo declaren, adjuntando copia auténtica de la parte dispositiva de la senten-
cia firmada por aquél en el la fecha de la discusión-decisión (art. 248 §6).
Debido a que todo este trámite puede ocupar un tiempo no pequeño,
el art. 249 §5 (can. 1610 §3) indica que la sentencia debe darse antes de
un mes a partir del día en que se decidió la causa: en el caso habitual de
que la discusión-decisión se hubiera producido en una única reunión
(can. 1609 §3, art. 248 §3), ésa será la fecha a quo a partir de la cual con-
tar el mes; si se tuvo que proceder a la suspensión de la discusión y a la
convocatoria de una nueva sesión de discusión-decisión de la causa (can.
1609 §5, art. 248 §5), ésta será la fecha a quo de referencia. Como excep-
ción, el art. 249 §5 recoge la posibilidad de que los jueces puedan estable-

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 431

cer un plazo de tiempo más largo; el decreto que estableciera una dilata-
ción del tiempo para dar sentencia debería ir convenientemente
motivado, y no sería apelable (can. 1629, 4º).

III. CERTEZA MORAL Y DECLARACIÓN DE NULIDAD DE UN


MATRIMONIO

1. Contenido del art. 247


Un elemento imprescindible para poder declarar la nulidad del víncu-
lo conyugal es la certeza moral que ha de tener el tribunal sobre la mis-
ma. Recogiendo el contenido del antiguo can. 1869 y del art. 197 de la
Provida Mater Ecclesia, y sobre todo del can. 1608, el art. 247 se refiere a
esta certeza moral, estableciendo:
— Su necesidad para declarar la nulidad del matrimonio: «§ 1. Para
declarar la nulidad del matrimonio se requiere en el ánimo del
juez certeza moral de esa nulidad (cf. c. 1608 § 1)»;
— Si no se logra, no consta la nulidad: «§ 5. El juez que no haya po-
dido alcanzar esta certeza tras un examen diligente de la causa,
debe sentenciar que no consta la nulidad del matrimonio, sin per-
juicio de lo dispuesto en el art. 248 § 5 (cf. cc. 1608 § 4; 1060)».
— Qué se entiende por certeza moral (insuficiencia de la certeza
prevalente): Ǥ 2. Para la certeza moral necesaria conforme a de-
recho no basta el peso prevalente de las pruebas y de los indicios,
sino que se requiere también que se excluya cualquier prudente
duda positiva de error, tanto en cuanto al derecho como en cuan-
to a los hechos, aunque no quede eliminada la mera posibilidad
de lo contrario»; Índice
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— A partir de qué se consigue: «§ 3. El juez ha de conseguir esta cer-


teza de lo alegado y probado (c. 1608 § 2)»;
— Cómo se adquiere: «§ 4. El juez debe valorar las pruebas según su
conciencia, respetando las normas sobre la eficacia de ciertas
pruebas (c. 1608 § 3)»;

2. Necesidad de certeza moral para declarar la nulidad del ma-


trimonio (art. 247 §1)

El tribunal, a la hora de dictar cualquier pronunciamiento judicial,


pretende lograr una coincidencia entre la verdad objetiva y la verdad for-

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432 Carlos M. MORÁN BUSTOS

mal, entre la realidad sustancial y la decisión formal declarada. Esta pre-


tensión, que en sí es inherente a todo procedimiento y a todo tribunal, tie-
ne particular relieve en el caso de los procesos canónicos en general, y
del proceso declarativo de nulidad del matrimonio en particular, ello por
la preeminencia que en el mismo tiene la salus animarum.
Este tipo de procesos son de naturaleza declarativa —no constitutiva
ni de condena—, de modo que se limitan a constar la existencia o no de
una realidad, constatación que no puede producirse sobre la base de una
simple opinión, de un momentáneo estado de ánimo, de un mero indicio,
o de simples presunciones…, sino que ha de ser consecuencia de un con-
vencimiento y de una convicción que ha de tener el tribunal cuando lle-
gue el momento cumbre de emitir el juicio sobre el objeto del proceso, de-
pendiente de la causa de pedir.
Ese convencimiento y esas convicciones del tribunal al dictar senten-
cia, han de tener apoyo en un grado alto de «seguridad», a partir de la
cual se puede considerar fundado que lo que se pronuncia se correspon-
de a la verdad. El juez, para dictar sentencia, debe llegar a un estado de
certeza sobre la verdad de lo que está juzgando —sobre la adecuación en-
tre «lo que pronuncia» y «lo que es»—, el cual se constituye como garantía
de la justicia de sus pronunciamientos.
Como afirmaba el querido Papa Juan Pablo II en el Discurso de 1980,
esta referencia a la verdad, y el consiguiente estado de certeza sobre la
misma, es una tarea imprescindible de juez: «en todos los procesos ecle-
siásticos la verdad debe ser siempre, desde el comienzo hasta la senten-
cia, fundamento, madre y ley de la justicia…el juez canónico…está vincu-
lado por la verdad, la cual trata de investigar con interés, humildad y
caridad. Y esta verdad “hará libres” (Jn 8, 32) a los que dirigen a la Iglesia
angustiados por situaciones dolorosas…Para limitar al máximo los már- Índice
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genes de error en el cumplimiento de un servicio tan precioso y delicado


cual es el que vosotros realizáis, la Iglesia ha elaborado un procedimiento
que, con la intención de verificar la verdad objetiva, por una parte asegu-
re las mayores garantías para la persona cuando sostiene sus propias ra-
zones y, por otra, respete coherentemente la orden divina: “Quod Deus
coniunxit. homo non separet” (Mc. 10, 3)… Es necesario, sin embargo, te-
ner presente que la finalidad de esta investigación no es un conocimiento
cualquiera de la verdad del hecho, sino la consecución de la “certeza mo-
ral”, es decir, del conocimiento seguro que “se apoya en la constancia de
las leyes y de los usos que gobiernan la vida humana” (Pío XII: Alocución
a la S. R. Romana, 1 octubre 1942, en AAS 34, 1942, 339. n. 1). Esta cer-
teza moral garantiza al juez haber encontrado la verdad del hecho por

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 433

juzgar, es decir, la verdad fundamento de la justicia, y le da, por tanto, la


seguridad de estar —por este lado— en condiciones de pronunciar una
sentencia justa. Y es justamente ésta la razón por la que la ley exige tal
certeza por parte del juez para permitirle pronunciar la sentencia»586.
Esta certeza moral es absolutamente necesaria para ir más allá de la
presunción de validez de que goza el matrimonio (el favor matrimonii del
can. 1060) —y también de la propia presunción de normalidad en lo que
a la capacidad de entender y querer de los contrayentes se refiere (el fa-
vor normalis capacitatis et moris)587—, y poder concluir a favor de la nuli-
dad de un matrimonio.
«A ningún juez le es lícito pronunciar sentencia a favor de la nulidad
de un matrimonio si no ha llegado antes a la certeza moral de la existen-
cia de dicha nulidad»588. En este sentido, si, tras un examen diligente de la
causa, el tribunal no ha podido alcanzar esta certeza moral, «debe sen-
tenciar que no consta la nulidad del matrimonio» (art. 247 §5). En otras
palabras: para declarar la nulidad del matrimonio se requiere certeza
moral; sin ella, no se puede declarar la nulidad; para declarar que no
consta la nulidad del matrimonio no se requiere certeza moral, lo que no
quiere decir que no puedan existir muchos casos en los que también se
tenga certeza moral de la validez la unión conyugal. El que la certeza mo-
ral se requiera para los pronunciamientos afirmativos, y no para los ne-
gativos, depende de la presunción de validez del matrimonio, y de sustra-
to ontológico de la misma: el ius connubii (la apertura óntica al
matrimonio, la conyugabilidad radical de la persona).

3. ¿Qué entendemos por certeza moral? Diferenciación


respecto de la «certeza prevalente» y «cuasi-certeza»
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(art. 247 §2)

Filosóficamente hablando, la certeza es un asentimiento firme del en-


tendimiento a la verdad, en el que se excluye como probable el error (no
586.
JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana, en LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos…, cit., pp.
120 y 122-123, nn. 2 y 6.
587.
Cfr. LLOBELL, J., Valor jurídico de la Dignitas Connubii, su recepción eclesial, objeto y con-
formidad de la sentencia, la certeza moral, conferencia publicada en AA.VV., La Instr. «Dignitas Con-
nubii» sobre los procesos de nulidad de matrimonio. Universidad de Navarra, Facultad de Derecho Ca-
nónico, XXIV Curso de actualización en Derecho Canónico, en ed. RODRÍGUEZ OCAÑA, R.-SEDANO, J.,
Pamplona 2006, p. 45.
588.
JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana, en LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos…, cit., p.
123, n. 6.

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434 Carlos M. MORÁN BUSTOS

como posible, pues estaríamos entonces ante la certeza absoluta, ante la


certeza física o matemática). La certeza es un estado psicológico-mental
de adhesión firme a una proposición, o, en palabras de Santo Tomás, la
firme adhesión de la potencia cognoscitiva al objeto del conocimiento589.
Este «asentimiento» o esta «firme adhesión» no son algo irracional, ni
proyectivo de la realidad, ni tiene un carácter puramente subjetivista:
siendo un estado subjetivo del juez o del tribunal, la certeza moral posee
una racionalidad, un contenido objetivo, de hecho se deriva y se funda en
las actas del proceso, las cuales han de poseer la capacidad de justificar
la decisión adoptada (en la motivación de la sentencia: cann. 1611, 3º,
1612 §3, 1622, 2º) y de producir la misma certeza en el tribunal de apela-
ción590.
En el Discurso a la Rota Romana de 1 de octubre 1942, Pío XII sentó
las bases de lo que se debían entender por certeza moral; en concreto, el
Papa Pacelli afirma que «la certeza moral, en su lado positivo, está carac-
terizada por el hecho de excluir toda duda fundada o razonable, y, así
consideradas, se distingue esencialmente de la cuasi-certeza; posterior-
mente, bajo el lado negativo, deja de subsistir la posibilidad absoluta de
lo contrario, y con esto se diferencia de la certeza absoluta»591.
En efecto, la certeza moral es, por una parte, distinta de la certeza ab-
soluta y de la evidencia, pues ambas no ven como posible el error, y en
ambas la inteligencia se ve necesariamente compelida a asentir; para dic-
tar sentencia no se requiere esta certeza absoluta, pues ésta está reserva-
da a determinados ámbitos científicos, no siendo exigible de ningún
modo —porque no es posible alcanzarla— en el ámbito de la administra-
ción de la justicia. Pero, por otra parte, la certeza moral es distinta tam-
bién de la «opinión», de la «cuasi-certeza» o «probabilidad», o de la «cer-
teza prevalente»: en todos estos estados se considera verdadero lo más Índice
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probable o lo simplemente probable, pero no se excluye la duda razona-


ble y fundada, ni se elimina la posibilidad del temor a equivocarse.
Pío XII había dejado claro en su Discurso de 1942 que la esta «cuasi-
certeza» o «probabilidad» no eran base para una sentencia. Es verdad
que el criterio de la insuficiencia de la probabilidad —o del juicio opina-
589.
Cfr. SANTO TOMÁS, In III sententiarum, dist. 26, q. 2, art. 4c.
590.
Cfr. STANKIEWICZ, A., La certezza morale e la motivazione della sentenza, en AA.VV., La nulli-
tà del matrimonio: temi processuali e sostantivi in occasione della «Dignitas Connubii». Il corso di ag-
giornamento per operatori del diritto presso i tribunali ecclesiastici, Roma 13-18 settembre 2004, ed.
FRANCESCHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M. A., Roma 2005, pp. 237-241.
591.
PÍO XII, Discurso a la Rota Romana, de 1 de octubre de 1942, en AAS 34, 1942, pp. 338-343,
n. 1.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 435

ble, o de la cuasi-certeza— fue atenuado en unas «Normas» procesales


que en 1970 se concedió a la Conferencia Episcopal de los EE.UU. —y
posteriormente a otros países—, «Normas» que venían a modificar el CIC
‘17 en muchos aspectos; en concreto, en estas «Normas» se usaba el con-
cepto de «certeza prevalente», parecido a los conceptos de «cuasi-certe-
za» o «probabilidad»592, estableciéndose la posibilidad de declarar la nuli-
dad del matrimonio sobre la base de dicha certeza-probabilidad.
Sobre la base de la n. 21 de las citadas «Normas», se extendió una
praxis que no hacía sino introducir el divorcio en la Iglesia. Así, en el Dis-
curso a la Rota Romana de 1980 el Papa recogía unas palabras que el
Prefecto para los Asuntos Públicos de la Iglesia había dirigido al Presi-
dente de la Conferencia Episcopal de los EE.UU en 1973, con las que ve-
nía a criticar la praxis de muchos tribunales en los que se venía a concluir
la nulidad del matrimonio sobre la base de una «cuasi-certeza» o «proba-
bilidad»: «a ningún juez es lícito pronunciar una sentencia a favor de la
nulidad de un matrimonio si no ha adquirido antes la certeza moral sobre
la existencia de la misma nulidad. No basta la sola probabilidad para de-
cidir una causa. Valdría para cualquier cesión a este respecto cuanto se
ha dicho sabiamente de las demás leyes relativas al matrimonio: toda re-
lajación de las mismas tiene en sí una dinámica impelente, “cui, si mos
geratur, divortio, alio nomine tecto, in Ecclesia tolerando via aternitur”
(la cual, si se convierte en praxis habitual, abre el camino para tolerar en
la Iglesia el divorcio, oculto bajo otro nombre). (Carta del cardenal pre-
fecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia al presidente de
la Conferencia Episcopal de los Estados Federados de América del Norte,
20 junio 1973)»593.
Con la base de lo establecido por Pío XII y por Juan Pablo II, y con
una evidente referencia textual de desaprobación del n. 21 de las «Nor-
mas» de 1970 y de una determinada praxis que surgió del mismo, la Dig- Índice
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nitas Connubii es muy clara al establecer que «para la certeza moral ne-
cesaria conforme a derecho no basta el peso prevalente de las pruebas y
de los indicios, sino que se requiere también que se excluya cualquier

592.
En concreto, la Norma 21 establecía: «the judge will render his decisión according to mo-
ral certitude generated by the prevailing weight of that evidence having a recognized value in law and
jurisprudence» (LEFEBVRE, C., De procedura in causis matrimonialibus concessa Conferentiae Episco-
pali U.S.A., en «Periodica» 59, 1970, p. 586).
593.
JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana de 1980, en LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos…,
cit., p. 123; Cfr. CONSILIUM PROP PUBLICIS ECCLESIAE NEGOTIIS, Epistula ad Praesidem Conferentiae
Episcopalis Statuum Foederatorum Americae Septentrionalis, 20 junio de 1973, en GORDON, I-GRO-
CHOLEWSKI, Z., Documenta recentiora circa rem matrimonialem et processualem, vol. 1, Romae 1977,
nn. 1431-1437.

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436 Carlos M. MORÁN BUSTOS

prudente duda positiva de error, tanto en cuanto al derecho como en


cuanto a los hechos, aunque no quede eliminada la mera posibilidad de lo
contrario» (art. 247 §2).
Por tanto, para alcanzar la certeza moral hay que excluir cualquier
prudente duda positiva de error, es decir, hay que excluir la probabilidad
de lo contrario —no su imposibilidad, ya que el error, aunque improba-
ble, es posible—, y el consiguiente temor a equivocarse. Un dato intere-
sante que introduce este art. 247 §2 es que esta exclusión de cualquier
prudente duda positiva de error se debe dar, no sólo en cuanto a los he-
chos, sino también «en cuanto al derecho». Esta exigencia, que no se en-
cuentra en el CIC ‘83, no es una novedad de la Instrucción, ya que la «cer-
titudo moralis quoad in ius» forma parte de la tradición jurídica clásica,
como lo demuestra los conocidos adagios proceales «iura novit curia» o
«da mihi factum, dabo tibi ius».
En el Discurso a la Rota Romana de 1980, el Santo Padre alude tam-
bién a esta certeza moral sobre el derecho: «la objetividad típica de la jus-
ticia y del proceso, que en la “quaestio facti” (cuestión de hecho) se con-
creta en la adhesión a la verdad, en la “quaestio juris” (cuestión de
derecho) se traduce en la fidelidad; conceptos que, como es manifiesto,
tienen una gran afinidad entre sí. La fidelidad del juez a la ley debe con-
ducirle a identificarse con ella, a fin de poderle decir con propiedad,
como escribía M. T. Cicerón, que el juez es la misma ley que habla: “ma-
gistratum legem esse loquentem” (“De legibus”, L. 3, n.:l, 2; ed. dell’Asso-
ciation G. Budé. Paris 1959. p. 82). Será posteriormente esta misma fide-
lidad la que impulsará al juez a adquirir el conjunto de cualidades que
necesita para cumplir sus otros deberes respecto a la ley: sabiduría para
comprenderla, ciencia para ilustrarla, celo para defenderla, prudencia
para Interpretarla en su espíritu; además, el “nudus cortex verborum” (la
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corteza desnuda de la palabra); cordura y equidad cristiana para aplicar-


la»594.
Esta fidelidad a la ley, y este respeto a las directrices de la Santa Sede,
y la jurisprudencia y a las normas procesales y sustanciales es destacado
también en el Discurso de 1981: «a la necesaria defensa de la familia,
contribuyen, en medida no pequeña, la atención y la pronta disponibili-
dad de los tribunales diocesanos y regionales a seguir las orientaciones
de la Santa Sede, la constante jurisprudencia rotal y la aplicación fiel de
las normas, tanto sustanciales como procesales ya codificadas, sin recu-
rrir a presuntas o probables innovaciones, las cuales no tienen verifica-
594.
Ibidem, n. 8, pp. 123-124.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 437

ción objetiva en la norma canónica y no están apoyadas por ninguna ju-


risprudencia cualificada Es, en efecto, temeraria toda innovación del
derecho, tanto sustantivo como procesal, que no encuentre algún respal-
do en la Jurisprudencia o praxis de los tribunales y dicasterios de la San-
ta Sede. Debemos estar persuadidos de que un examen sereno, atento,
meditado, completo y exhaustivo de las causas matrimoniales exige la
plena conformidad a la recta doctrina de la Iglesia, al derecho canónico y
a la sana jurisprudencia canónica, como se ha ido madurando sobre todo
con la aportación de la sagrada Rota romana»595.

4. La certeza moral se obtiene «ex actis et probatis»


(art. 247 §3)

Siendo la certeza moral un estado de ánimo psicológico, no es algo


puramente subjetivo —no se trata de impulsos, de sentimientos, de opi-
niones o de persuasiones del juez—, sino que se funda en criterios objeti-
vos, en concreto, se funda y en lo probado y actuado, en la realidad jurídi-
co-fáctica surgida de todos los indicios o medios de pruebas.
Se trata, en este sentido, de una certeza «judicial», ya que ha de ser
obtenida por los jueces que deben dictar sentencia, no pudiendo servirse
éstos de una certeza moral prestada de quien, sin ser juez y sin poseer la
ciencia jurídica, pueda ofrecer valoraciones provenientes de la ciencia en
la que es experto (psicólogo, psiquiatra…), sobre las que ese experto ten-
drá una certeza médica, pero no una certeza jurídica, que es como ha de
ser la certeza moral. Por ser jurídica, el juez tampoco puede hacer suya,
sin otras condiciones y con carácter necesario, ni la certeza de las partes,
ni la que ofrezcan los testigos, aunque estén profundamente convencidos
todos ellos de lo que afirman, pues es fácil errar en estas causas propias Índice
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tan transcendentes para la propia vida personal596.


Se excluye también como fuente de la certeza moral cualquier conoci-
miento privado que pueda tener el juez por medios de información que
no tengan constatación en el proceso, de ahí que el can. 1604 §1 (art. 241)
establece que «está terminantemente prohibido que las partes, los aboga-
dos u otras personas, transmitan al juez informaciones que queden fuera
de las actas de la causa». Si el juez quiere obtener más información que la
que las partes o los testigos —o el resto de las pruebas practicadas— le
595.
JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana de 1981, en LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos…,
cit., pp. 130-131
596.
Cfr. LLOBELL, J., Valor jurídico de la Dignitas…, cit., 46.

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438 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ofrecen, puede echar mano del can. 1452 y ordenar de officio la práctica
de nuevas pruebas, pero no puede recabar información que quede fuera
del ámbito de las actas.

5. Libre valoración de las pruebas y certeza moral


(art. 247 §§4-5)

Todo eso que ha sido «probado y actuado», ha de pasar por la criba de


la estimación del juez, quien sopesará su autenticidad, su fidelidad, la au-
toridad y peso que tiene, si se trata de hechos indubitados o de simples
valoraciones…; toda esta actividad intelectual y crítica del juez es lo que
llamamos valoración de las pruebas.
Valorar una prueba es señalar la estimación que merece la misma te-
niendo en cuenta las cualidades de la persona que la realiza, las que hacen
fe de ella, el influjo de las circunstancias que han podido mover a estas
personas597… La actividad valorativa «se dirige a establecer, confrontando
varios juicios, de hecho a menudo contradictorios, mediante la investiga-
ción sobre la credibilidad de las fuentes de que se derivan, si tales juicios
deben ser considerados correspondientes a la realidad objetiva de los he-
chos y en qué medida y cuál, de varios juicios contradictorio entre sí, deba
prevalecer sobre los otros»598.
Pues bien, la doctrina ha distinguido dos grandes sistemas de valora-
ción de las pruebas, sistema de valoración legal y sistema de valoración
libre.
El sistema de valoración legal tiene, tal como indica el Profesor De
Diego-Lora, las siguientes ventajas e inconvenientes599:
— Como ventaja primera habría que destacar la seguridad objetiva,
la eliminación de todo tipo de subjetividad, así como el hecho de Índice
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que se evita el que una misma hipótesis de hecho pueda ser en-
tendida de diversos modos por jueces distintos, al tiempo que se
combate la incertidumbre del juicio humano, sustituida por la
certeza que proporciona el juicio de valoración que aparece en la
ley;
— Entre los inconvenientes figura el reducir a mínimos la misión del
juez, quien se limita únicamente a aplicar la ley, no pudiendo esti-
597.
Cfr. DEL AMO, L., Valoración de los testimonios en el proceso, Salamanca 1969, p. 109.
598.
CALAMANDREI, P., Estudios sobre el proceso civil, Buenos Aires 1945, p. 380.
599.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C., Estudios de derecho procesal canónico, vol. 2, Pamplona 1973,
pp. 6-7.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 439

mar la prueba sino únicamente autorizarla para que la ley haga


que produzca sus efectos concretos; el problema puede ser que la
ley habrá de aplicarse en ocasiones a supuestos distintos, de
modo que lo que para una ocasión puede ser acertado para otra
hipótesis puede ser un total desacierto.
El sistema de libre valoración, por el contrario, permite al juez una
mayor independencia y facilita el servicio de sus capacidades. Este siste-
ma no comporta necesariamente la arbitrariedad, ya que existe el correc-
tivo de la obligación de fundamentar y motivar las sentencias. En este
sentido, el sistema de libre valoración de las pruebas se ajusta más a la
verdad, permite adaptar el resultado de l proceso a las particularidades y
mínima circunstancias del caso. Para el Prof. De Diego-Lora, habría que
dar primacía al sistema de libre valoración de las pruebas, aunque acep-
taría el sistema legal, siempre que no fuera vinculante, en otras palabras,
siempre que su papel quedara limitado a señalar al juzgador criterios in-
dicativos de buen sentido jurídico.
El derecho canónico tiende a un sistema mixto, tomándose, en fun-
ción de los casos y de las materias de que se trate, elementos de cada uno
de los sistemas. Sea como fuere, bien se trate de prueba legal, o bien se
trate de un sistema de libre apreciación, el ordenamiento canónico ga-
rantiza al juez la libertad a la hora de alcanzar la certeza moral, libertad
que se alcanza mediante el empleo de reglas de sana crítica. El art. 247
§3 (can. 1608 §3), al indicar que «el juez debe valorar las pruebas según
su conciencia, respetando las normas sobre la eficacia de ciertas prue-
bas», está consagrando el principio de libre apreciación de las pruebas.
Aun cuando existan supuestos concretos en los que el propio Código otor-
ga una eficacia determinada a ciertas pruebas (cann. 1536, 1538, 1541,
1542), lo cierto es que se establece como criterio orientador de la activi-
dad valorativa del juez la libertad y el obrar según su conciencia. Índice
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Esto no significa ni arbitrariedad, ni que no existan límites a su dis-


crecionalidad, ni que no tenga que dar razones y explicitar los motivos de
la decisión. Todo ello sería irracional, y lo irracional casa mal con la ver-
dad de las cosas, y con el estado de certeza que en relación a la misma se
pudiera tener. Lo que se quiere decir es que el juez no está obligado a con-
cluir en un sentido determinado en función de una determinada prueba,
ya que no existen pruebas tasadas.
Es verdad que en muchas ocasiones la entidad objetiva de las pruebas
practicadas —incluso aisladamente consideradas— permitirá tener como
previsible una determinada conclusión por parte de los jueces, pero se-
rán éstos quienes deben valorar dichas pruebas. En otras ocasiones, cada

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440 Carlos M. MORÁN BUSTOS

una de esas pruebas, por sí —aisladamente—, no permitirían fundar una


verdadera certeza, pero tomadas en su conjunto, considerando el resto
de indicios y adminículos, y aplicándoles el criterio de «razón suficiente»,
sí que permiten a los jueces despejar toda duda razonable; en todo caso,
también son éstos quienes han de realizar esta actividad valorativa, acti-
vidad que en este supuesto les llevará a reconocer que la simultánea pre-
sencia de estos indicios y argumentos tiene su fundamento sólo en la exis-
tencia de una base común, de la que derivan la verdad y la realidad
objetivas600; todo ello lo harán valorando «según su conciencia».

IV. ELEMENTOS QUE CONFIGURAN INTRÍNSECAMENTE LA


SENTENCIA

Toda sentencia está configurada con una serie de elementos que la es-
tructuran esencialmente como tal: unos tienen un carácter externo-for-
mal, otros tienen un carácter «interno», o mejor, un carácter intrínseco,
pues no dejan de tener manifestación externa también. El can. 1611 y el
art. 250 se refieren a estos elementos que llamamos intrínsecos a toda
sentencia, y lo hacen en términos de obligatoriedad («sententia debet»)601,
de modo que la ausencia de alguno de ellos puede ser relevante a efectos
de la nulidad de la sentencia (ej. cann. 1620, 8º y 1622, 2º).
Nos referimos a continuación a cada uno de estos elementos que con-
figuran intrínsecamente la sentencia:

1. La necesaria congruencia de la sentencia (art. 250, 1º)

El can. 1501 (art. 114) establece el principio nemo iudex sine actore,
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principio que prohíbe al juez conocer causa alguna si no existe una pre-
via petición de acuerdo con los cánones. Esta petición previa marcará
inicialmente los límites de actuación del juez, de hecho uno de los princi-
pios clásicos es que sententia debet esse conformis libello. Esos límites
quedarán configurados en la litiscontestación (can. 1513, art. 135), y no
600.
Cfr. PÍO XII, Discurso a la Rota Romana de 1942, cit., p. 340.
601.
Si se comparan ambas prescripciones normativas se observan dos diferencias: en primer
lugar, el can. 1611 no alude al posible vetitum como elemento intrínseco de la sentencia, cosa que sí
hace el art. 250, 3º; en segundo lugar, el art. 250 omite el que la sentencia de nulidad haya de deter-
minar las obligaciones de las partes derivadas del juicio —se refiere a ello indirectamente en el art.
252—, cosa que sí se indica en el can. 1611, 2º; veremos que esta segunda diferencia viene dada por
la naturaleza declarativa del proceso de nulidad del matrimonio, en donde no se imponen obligacio-
nes de hacer o no hacer, ni se impone una determinada condena.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 441

pueden ser modificados válidamente, si no es mediante nuevo decreto,


por causa grave, a instancia de parte habiendo oído a las restantes, cuyas
razones han de ser debidamente ponderadas (can. 1514, art. 136). En el
caso del proceso de nulidad del vínculo, el can. 1677 §§2 y 3 (art. 135 §§1
y 3) establece la necesidad de que el dubium se fije por decreto, no limi-
tándose el mismo a indicar si consta o no la nulidad (petitum), sino espe-
cificando el capítulo (causa petendi) —o los capítulos— por los que se im-
pugna la validez del matrimonio.
Pues bien, el juez se ve sometido en su pronunciamiento estrictamen-
te a ese objeto de proceso, a esos concretos capítulos de nulidad, sin que
pueda excederse concediendo más de lo pedido, ni menos, ni distinto de
lo solicitado. El art. 250, 1º es muy claro al señalar que «la sentencia debe
definir la cuestión discutida ante el tribunal, dando respuesta congruente
a cada una de las dudas». Cuando así lo hace, la sentencia es congruente
—iuxta petitta— y satisface las expectativas de quienes han buscado el
ministerio del juez o del tribunal.
En caso contrario, la sentencia sería incongruente. Esta incongruen-
cia puede ser positiva, negativa o mixta: es «positiva» cuando infringe el
principio ne eat iudex ultra petita partium, esto es, cuando va más allá de
lo que las partes pidieron; es «negativa» cuando infringe el principio ne
eat iudex infra petita partium, esto es, cuando no se responde a todo lo pe-
ticionado; es «mixta» cuando se vulnera el principio ne eat iudex extra pe-
tita partium, esto es, cuando se responde algo distinto a lo solicitado602.
Tanto la incongruencia positiva como la mixta podrían originar la nuli-
dad insanable de la sentencia en virtud del can. 1620, 4º: si el juicio se reali-
zó sin existir la petición judicial previa a la que se refiere el can. 1501. Si
existió esa petición previa que dio origen al proceso, y si éste tuvo varios ca-
pítulos de nulidad (can. 1677 §3, art. 135 §3), la sentencia debería responder
a todos y cada uno de ellos; ahora bien, si no fue así, podrá excusar de nuli- Índice
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dad a la sentencia que sólo se pronuncie sobre alguno de los capítulos de nu-
lidad —y no sobre los demás—, pues así lo permite el can. 1620, 8º (art. 270,
8º), que acepta la incongruencia parcial, no la incongruencia absoluta: en
principio, la sentencia sería nula si no se hubiera pronunciado sobre ningu-
no de los capítulos, es decir, si «no dirimió la controversia, ni siquiera par-
cialmente», de modo que, sensu contrario, no lo sería si entró en alguno de
ellos, pues la controversia sería dirimida al menos parcialmente.

602.
Cfr. BASTIDA CANAL, X., Congruencia entre el petitum y la sentencia, en ed. MANZANARES, J.,
Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, Salamanca 1993, p. 79.

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442 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Decimos en principio, porque no tengo tan claro que una sentencia de


nulidad que no se pronuncie sobre alguno de los capítulos no lesione el dere-
cho a la tutela judicial efectiva, incluso el propio derecho de defensa de una
de las partes (can. 1620, 7º); en efecto, el derecho a la tutela judicial efectiva
(can. 221), no solo debe posibilitar el acceso a los tribunales, ante los que
puedo pedir lo que considere oportuno (siempre que me ajuste a lo estableci-
do por los cánones), sino que exige que en última instancia que se dé res-
puesta a aquello se solicita, pudiéndose ver dañado este derecho —e incluso
el propio derecho de defensa— en caso contrario; por ejemplo, piénsese en
una causa de nulidad instada por grave defecto de discreción de juicio del
actor y por exclusión de la indisolubilidad de la demandada, y en la que el
pronunciamiento sólo vaya referido al primero de los capítulos de nulidad,
declarándose la constancia del mismo, y silenciando el segundo; respecto
del capítulo silenciado, los efectos para las partes son «peores» que si el pro-
nunciamiento hubiera sido negativo, de hecho, y aunque no existe pronun-
ciamiento sobre él, no podrá formar parte del dubium en segunda instancia
(ya fue invocado en primera instancia, y no ha sido sentenciado); ¿qué ocu-
rriría si en segunda instancia no se confirma la discreción de juicio del ac-
tor? Parece obvio que la incongruencia de la sentencia de primera instancia
afecta directamente al derecho que tiene la parte a la tutela judicial efectiva,
e indirectamente al propio derecho de defensa.
Si la sentencia es desestimatoria —si declara que no consta la nuli-
dad—, si la respuesta negativa que se da a todas las dudas planteadas es
genérica, no adolecería de vicio de incongruencia. Tampoco sería incon-
gruencia la sentencia que estima alguna de las dudas, absolviendo gené-
ricamente de las demás, pues se considera que su respuesta es negativa
respecto de cada una de ellas.

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2. La motivación de la sentencia (arts. 250, 2º y 254)


Al hablar de la sentencia se ha destacado por todos su racionalidad,
esto es, el que la misma deba ser argumentada, de modo que su disposi-
ción final no suponga un sobresalto racional. Tradicionalmente se ha ex-
presado esta racionalidad de la sentencia indicando que esta se configu-
raba como un silogismo, en el que la premisa mayor sería la ley, la
premisa menor los hechos aportados en el proceso, y la conclusión sería
la parte dispositiva de la sentencia603; la realidad de muchos procesos, sin
603.
Vid. BONNET, P. A., De iudicis sententia ac de certitudine morali, en «Periodica» 75, 1986, p.
76; LLOBELL, J., Sentenza: decisione e motivazione, en AA.VV., Il processo matrimoniale canonico,
Città del Vaticano 1988, p. 305.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 443

embargo, es más compleja, de hecho las operaciones lógicas que hay que
realizar para llegar a la sentencia nos describen distintos enfrentamien-
tos entre razonamientos, y una sucesión de silogismos, todo ello hasta lle-
gar a la certeza moral que se requiere para el pronunciamiento final604.
El que la sentencia sea un juicio lógico-racional no significa que no se
tenga en cuenta también la dimensión imperativa de la sentencia, esto es,
el que la misma sea un acto de voluntad, un acto de imperio que resuelve
una controversia. La realidad es que la sentencia necesita tanto de su
fuerza imperativa, como de su fundamentación argumental, ya que la
sentencia tiene la finalidad de implantar la justicia y el derecho de mane-
ra eficaz, y esta finalidad no se puede basar en el arbitrio o el despotismo
del juez, sino en la fuerza de su argumentación.
En este sentido, podemos afirmar que los pronunciamientos de la sen-
tencia no son sólo actos de imperio, actos de voluntad del tribunal, sino
actos lógicos, racionalizados, apoyados en argumentaciones de índole ju-
rídica y de índole práctica. La racionalidad ennoblece a la sentencia, le
ofrece su prestigio social, la adorna de la auctoritas y destaca el buen ha-
cer de los jueces, al descubrir estos el ejercicio intelectual en que ha con-
sistido, en el caso concreto, el ejercicio de la potestas iudicialis, lejos de la
improvisación, del capricho, de una bien intencionada, pero insuficiente,
voluntad meramente imperativa de hacer justicia605.
Pues bien, la motivación es la que garantiza esta racionalidad de la
sentencia, eliminado la arbitrariedad y el despotismo, y posibilitando el
comprender que la obra de administrar la justicia es el resultado de la
prudencia del juez, de su conocimiento de la realidad de hecho a juzgar,
realidad que se subsume en el derecho aplicable. Además, de esta manera
se hace más convincente para los destinatarios la decisión final, facilitán-
doseles una más atinente impugnación606.
Índice
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Durante toda la historia jurídica de la Iglesia, fue práctica constante y


tradicional la de argumentar la sentencia canónica por los jueces ecle-
siásticos, anticipándose en ello a los tribunales seculares607, que tuvieron
604.
Cfr. CALAMANDREI, P., Giustizia e politica: sentenza e sentimento, en Opere giuriche, vol. 1,
Napoli 1965, p. 644.
605.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., La sentencia…, cit., p. 20.
606.
Cfr. STANKIEWICK, A., La certeza morale e la motivazione della sentenza, en ed. FRANCHES-
CHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M. A., La nullità del matrimonio: temi processuali e sostantivi in ocassione
della «Dignitas Connubii». Il corso di aggiornamento per operatori del diritto presso i tribunali eccle-
siastici, Roma 13-18 settembre 2004, Roma 2005, pp. 12-13; DELLA ROCCA, F., Appunti sul processo
matrimoniale, Milano 1960, p. 128.
607.
Cfr. LLOBELL TUSET, J., Historia de la motivación de la sentencia canónica, Zaragoza 1985,
p. 170.

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444 Carlos M. MORÁN BUSTOS

que esperar a la aparición del llamado «estado de derecho», que les obli-
gó a explicar —con razones de derecho y de hecho— cada una de las sen-
tencias. Siguiendo con esta tradición histórica, el art. 250, 2º (can. 1611,
3º) establece claramente: «la sentencia debe exponer las razones o moti-
vos, tanto de derecho como de hecho, en que se funda la parte dispositiva
de la sentencia». De manera un poco lacónica se hace una afirmación cla-
ve: la parte dispositiva de la sentencia debe encontrar la justificación en
razones concretas, individuables y objetivas, capaces de ser transmitidas
a los destinatarios de la decisión, quienes no se agotan en las partes del
proceso, pues las sentencias de nulidad del vínculo tienen un alcance
eclesial y social.
Motivar una sentencia no es exponer un determinado estado de ánimo
de los jueces, sino que ha de tener una objetividad: motivar es manifestar
a los interesados (las partes, la comunidad a la que afecta el pronuncia-
miento, el tribunal que deberá estudiar la impugnación) los motivos, de
derecho y de hecho, que han llevado al tribunal a dictar sentencia. La
motivación, en este sentido, trata de transmitir a esas personas la certeza
moral del juez, tanto sobre la quaestio iuiris como sobre la quaestio facti,
exigidas por el art. 254 §1, que textualmente indica que «al exponer los
argumentos de derecho y de hecho, la sentencia, evitando tanto la excesi-
va brevedad como la extensión innecesaria, debe ser clara y fundada en
lo alegado y probado, de modo que quede patente el camino por el que los
jueces han llegado a la decisión y cómo han aplicado el derecho a los he-
chos»608.
Al hablar de la certeza moral indicamos que ésta tenía una dimensión
objetiva, pues había de adquirirse ex actis et probatis; la certeza moral tie-
ne un contenido que desborda la mera subjetividad del juez. Posee una
objetividad tal que puede transmitirse a las partes y a los tribunales supe-
riores por medio de la motivación, bien entendido que la tal objetividad Índice
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reside, no en cada uno de esos medios, sino en la capacidad objetiva que


todos los indicios y pruebas —en su conjunto— son susceptibles de pro-
ducir en cualquier persona competente en la materia y de sano juicio609.
La motivación de la sentencia permite acceder a esa certeza moral, al
mecanismo como se ha adquirido, a la consistencia objetiva de la mis-
ma…; o, en otras palabras, la objetivación de la certeza moral puede en-
contrar fácilmente su expresión visible en la motivación de la sentencia.
Así es, la motivación objetiva de la sentencia, además de realizar una ex-
608.
Vid. GRAZIANI, E., Difetto e insufficienza di motivazione, en «Il Diritto Ecclesiastico» 71,
1960, pp. 329-341.
609.
Cfr. «Communicationes» 11, 1979, p. 263.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 445

posición de lo afirmado por las partes, de lo depuesto por los testigos, de


las conclusiones de los peritos, o incluso de lo constatado en los docu-
mentos, debe proponer argumentos que pongan de manifiesto su credibi-
lidad y su consistencia, la confluencia de todos los datos en la hipótesis
que se sostiene…Sólo los resultados probatorios convergentes, adquiri-
dos del conjunto de pruebas practicadas, puestos de manifiesto en la mo-
tivación de la sentencia, permiten al juez demostrar que ha alcanzado la
verdad objetiva sobre la existencia del hecho jurídicamente relevante, de-
ducido en juicio, y sobre la certeza moral fundada sobre el mismo610.
Si la motivación es necesaria en cualquier causa, especialmente en las
causas de nulidad, en donde la decisión que tome el tribunal puede afec-
tar —sobre todo si es negativa, aunque no solo— muy directamente a su
vida personal en general, y la vivencia de su fe en la Iglesia en particular.
En este sentido, la motivación permitirá evitar el comprensible escándalo
que a veces se origina cuando se declara la nulidad de un matrimonio
después, por ejemplo, de muchos años de convivencia, o en el que existen
varios hijos…La necesidad de evitar ese escándalo se refiere primero al
cónyuge que no pidió la nulidad del matrimonio, el cual podrá articular
una eventual impugnación de la sentencia con mayor fundamento, pero
también se refiere a los familiares y conocidos de ambos cónyuges, que
tienen derecho a comprender esa declaración de nulidad para no pensar
que el divorcio se ha introducido en la Iglesia. En este sentido, la motiva-
ción de la sentencia tiene una función pastoral y pedagógica también
para el cónyuge que solicitó la nulidad, e incluso para el resto de la comu-
nidad cristiana611.
Precisamente por ello, hay que ser cautos y prudentes al motivar, evi-
tando herir o dañar a las personas. Por ello es muy loable el que el art.
254 §2 indique que «la exposición de los hechos, tal como exige la natura-
leza del asunto, debe hacerse con prudencia y cautela, evitando cualquier Índice
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ofensa a las partes, a los testigos, a los jueces y a los demás ministros del
tribunal».

3. Otros elementos que forman parte de la configuración in-


trínseca de la sentencia (arts. 252 y 250, 3º-4º)

Nos referimos en primer lugar, a la determinación de las obligaciones


de las partes derivadas del juicio, y al modo de cumplir las mismas (can.
610.
Cfr. STANKIEWICK, A., La certeza morale e la motivazione..., cit., p. 14.
611.
Cfr. LLOBELL TUSET, J., Valor jurídico de la Dignitas Connubii…, cit., punto 3 d.

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446 Carlos M. MORÁN BUSTOS

1611, 2º). En realidad este elemento estructural sólo procederá cuando la


sentencia sea estimatoria —parcial o totalmente—, o cuando sea de con-
dena; las sentencias declarativas o constitutivas, y las sentencias desesti-
matorias de lo pretendido, no llevan aparejadas imposición de obligacio-
nes; el citado can. 1611, 2º se refiere únicamente a aquellas sentencias
que requieran de un decreto ejecutorio, bien se pronuncie éste íntegra-
mente en la sentencia o bien sea dictado por separado (can. 1653); el tér-
mino «debet» del can. 1611 sólo compromete al juez, en lo que al n. 2º se
refiere, cuando las respuestas a las dudas planteadas sean respuestas de
las que se deriva obligaciones de dar, hacer o abstenerse612.
Pues bien, como en los procesos de nulidad del vínculo conyugal no se
impone este tipo de obligaciones, y tienen una naturaleza declarativa, no
se puede hablar propiamente este elemento —la fijación de determinadas
obligaciones que se derivan para las partes, y el modo de cumplir las mis-
mas— como perteneciente a la estructura intrínseca de la sentencia, de
hecho el art. 250 omite referencia alguna a ello.
Es verdad que, a veces, a las sentencias declarativas de la nulidad del
matrimonio se les añade un decreto ejecutorio (can. 1651), en el que se
indica, por ejemplo, que se «ejecute» mediante la inscripción en el libro
de matrimonios (can. 1685, art. 300), sin embargo, éste es un efecto se-
gundo que no es propiamente una ejecución de la sentencia de nulidad:
esta sentencia tiene eficacia para los cónyuges ipso iure desde el momen-
to en que se notifica la segunda sentencia conforme con la nulidad (can.
1684 §1, art. 301 §1), de modo que las inscripción es sólo un acto secun-
dario de constatación de una realidad jurídica que, por la propia natura-
leza pública del matrimonio, obliga a que se deje constancia pública —en
el libro de matrimonios, y en el libro de bautismo respectivo— de algo
que existió desde el pronunciamiento que confirmaba la nulidad del ma-
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trimonio.
Por tanto, propiamente hablando, en la sentencia que declara la nuli-
dad del vínculo no se puede añadir un pronunciamiento distinto de la nu-
lidad, de modo que las eventuales referencias a la conducta a tener con
los hijos, o incluso las referencias de índole patrimonial, no pueden son
obligaciones en sentido estricto, sino amonestaciones. Tanto es así, que el
art. 252 indica que «en la sentencia se ha de amonestar a las partes sobre
las obligaciones morales o incluso civiles que acaso pesan sobre ellas res-
pecto a la otra parte y a la prole, por lo que se refiere al sustento y a la
educación (can. 1689)». Esta amonestación no conlleva ejecución alguna,
612.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., La sentencia…, cit., p. 26.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 447

pues «no se confunde con una obligación jurídicamente exigible y apta


para hacer forzado cumplimiento a través de una condena»613.
El segundo elemento que art. 250 (can. 1611) coloca en la estructura
intrínseca de la sentencia es la referencia a las costas judiciales (n. 4º).
En rigor, el pronunciamiento sobre las costas sólo se producirá cuando el
proceso no se haya desarrollado existiendo el beneficio de la justicia gra-
tuita para las partes, pues en este caso es obvio que no existirá pronuncia-
miento alguno sobre costas.
El texto latino utiliza el término expensis iudicialibus, que es un concep-
to más amplio que el de «costas del litigio», pues en él entran, no sólo las
costas derivadas de las actuaciones judiciales, sino que abarca otros gas-
tos, por ejemplo, los que describe el can. 1649 §1, 2º: los honorarios de los
procuradores, abogados, peritos e intérpretes, así como la indemnización
a los testigos, y cualquier otro gasto que se hubiera ocasionado como con-
secuencia de haber acudido al auxilio judicial (can. 1418). En relación a es-
tas cuestiones hay que tener muy en cuenta las normas que, vía reglamen-
tos, hubieran sido dictadas por el obispo del tribunal (can. 1649).
También corresponde al obispo del tribunal el establecimiento de nor-
mas relacionadas con la reparación de daños (can. 1649 §1, 4º); esta re-
paración de daños se impondrá por el juez al litigante que mantenga una
conducta procesal temeraria; diferencia de lo que establecía el antiguo
can. 1910 del CIC ‘17, la condena al resarcimiento de daños no es una
consecuencia indeclinable y necesaria de la temeridad con que litigó el
vencido, sino que hoy hay que sostener que sólo puede producirse si me-
dia petición expresa de la parte, y se produce una prueba oportuna y es-
pecífica de ello, bien analizando los actos procesales obrantes en autos, o
bien atendiendo a la reclamación que se haga por la vía incidental.
Por último, el art. 250, 3º —a diferencia del can. 1611, lo cual es lógi-
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co si tenemos en cuenta la especificidad de la Instrucción— hacer refe-


rencia a la eventual fijación del vetitum, de la prohibición de acceso a
nuevas nupcias, prohibición que será objeto de un ulterior estudio614.

V. ELEMENTOS QUE CONFIGURAN EXTRÍNSECA O FORMAL-


MENTE LA SENTENCIA (ART. 253)

Hemos indicado que la sentencia viene a culminar el proceso de cog-


nición, dando respuesta a la(s) duda(s) planteada(s), respuesta que ha de
613.
ID., Comentario al can. 1611, en «Comentario Exegético…», cit., p. 1570.
614.
Vid. la pregunta VI de este Título X: «El veto judicial».

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448 Carlos M. MORÁN BUSTOS

plasmarse por escrito, quedando constancia documentalmente de ella en


las actas del proceso, actas que han de tener una estructura formal, y una
configuración externa determinada (ej. deben ir numeradas, autentica-
das…, can. 1422 §2).
El art. 253 —recogiendo el contenido del can. 1612— enumera los re-
quisitos formales que ha de tener la sentencia —también la sentencia in-
terlocutoria (can. 1613, art. 256)—, requisitos exigidos tanto en el caso de
que la misma sea dictada por un juez único como por un tribunal cole-
gial. No se trata ni de una enumeración taxativa, ni completa, sino que
tiene un carácter indicativo de los requisitos formales mínimos que han
de quedar incorporados en la redacción de la sentencia. La finalidad de
estos elementos formales es dar seguridad jurídica, facilitar la informa-
ción, y posibilitar la eficacia de la sentencia en cuanto acto lógico razona-
ble y acto de imperio y de voluntad.

1. El encabezamiento de la sentencia (art. 253 §1)


La sentencia empieza con la invocación del Nombre de Dios. Le sigue
la relación del autor de la sentencia y de los destinatarios de la misma. El
autor de la sentencia es el juez o el tribunal, por ello hay que exponer, por
orden, quién es el juez o el tribunal —con su nombre y apellidos— encar-
gado que ha conocido de una determinada causa concreta. Al constituir
el colegio ya se determinó qué jueces iban a conocer de esa causa, los
cuales no pueden ser cambiados por el vicario judicial —que es el encar-
gado de llamar por turno al colegio de jueces (art. 48 §1)— si no es por
una causa gravísima, que ha de hacer constar en el decreto (cann. 1425
§5 y 1422, arts. 49 y 44)615: al comentar estos artículos ya indicamos que
la estabilidad —en el oficio, y en una causa concreta— era un elemento
necesario para garantizar la imparcialidad y la independencia judiciales. Índice
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Posteriormente se ha de proceder a la identificación de los litigantes,


del actor y del demandado, y del procurador respectivo616 —del abogado
no se dice nada, pero parece oportuno que se deje constancia de la identi-
dad del mismo—, ello mediante la indicación también del nombre y ape-
llidos, y también de sus domicilios. Igualmente, se ha de identificar al de-
fensor del vínculo, y, si actuó como parte activa (can. 1674, 2º, art. 92,
2º), también del promotor de justicia.
615.
Vid. Comentario a los arts. 49 y 44 del Título II.II.2.3.
616.
Recordar que el art. 102 de la Instrucción permite instituir un procurador o un abogado
común para el caso de que ambos pidan la declaración de nulidad del matrimonio, en cuyo caso, ob-
viamente sólo habrá que identificar a éste.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 449

2. La exposición de los hechos, las conclusiones de las partes y


el dubium (art. 253 §2)

Después del encabezamiento de la sentencia, se ha de recoger una


breve descripción de los hechos fundamentales vividos por las partes, he-
chos que sirven de base a la demanda inicial —y que estarán también en
la base de la sentencia final—; igualmente, se ha de dejar constancia de
las conclusiones iniciales de las partes, y de la petición o las peticiones in-
cluidas en la fórmula de dudas, tal como han quedado recogidas por el
tribunal en la litiscontestación (can. 1513, art. 135).
Como se ve, hasta este momento los jueces nada aportan, sino que se
limitan a reflejar en la sentencia unos datos que ya constan en autos. El
principio de congruencia exige de los jueces fidelidad a la hora de descri-
bir los hechos referidos por las partes, de modo que habrá que huir de
elaboraciones subjetivas, o de alusiones a hechos no invocados por las
partes; quizás lo mejor será hacer una breve y puntual indicación a los
hechos que sirven de base al proceso, dejando cualquier elaboración para
el momento de la fundamentación fáctica.

3. El cuerpo de la sentencia: la fundamentación jurídica y fác-


tica y la parte dispositiva (art. 253 §3)

En el caso de los procesos declarativos de nulidad del matrimonio, la


parte dispositiva sólo puede tener dos tipos de pronunciamientos: «cons-
ta» o «no consta» la nulidad del matrimonio. Ahora bien, no se trata de in-
dicar sólo cuál es la voluntad judicial, sino que —tal como hemos indica-
do al hablar de la motivación de la sentencia— ha de dejarse constancia
de las razones, de derecho y de hecho, en que se funda. Índice
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Se trata de exponer el cuerpo jurídico del que se parte, la base jurídica


que va a ser aplicada, la llamada quaestio iuris o in iure; y también expo-
ner los hechos que se enjuician —la llamada quaestio facti o in facto—,
haciendo una valoración de los mismos, de su entidad desde el punto de
vista probatorio, de cómo se subsumen en las prescripciones normativas
que se invocan.
Ni la Dignitas Connubii, ni el Código, indican cómo ha de hacerse la ela-
boración o exposición-redacción de ambas cuestiones, sino que se limitan a
señalar que deben constar las razones, de derecho y de hecho, que fundamen-
tan la disposición final (art. 253 §3, can. 1612, 3º). Siguiendo la llamada for-
ma romana de redacción de la sentencia, lo que se suele hacer —aunque se

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450 Carlos M. MORÁN BUSTOS

podría concretar de otro modo, con tal de que constaran ambos elementos—
es exponer primero la fundamentación jurídica, explicando el derecho que se
invoca y que está en el sustrato de las dudas recogidas en la litiscontestación.
Una vez recogido y explicado el derecho —también teniendo en cuenta el
peso relevante que tiene en este tipo de procesos la jurisprudencia de la Rota
Romana—, hay que escrutar los hechos, analizar las pruebas practicadas,
ponderar su consistencia y relevancia a los efectos que se sustancian. En defi-
nitiva, se trata de razonar si los hechos que sirven a las peticiones de las par-
tes se subsumen en el supuesto de hecho previsto por la norma y por la juris-
prudencia. Por ello, ni se trata de hacer una exposición doctrinal o teórica
extensísima, llena de divagaciones o de reflexiones doctrinales, ni tampoco
puede existir una desconexión entre la base jurídica y la base fáctica.
En todo caso, una vez expuestas las razones de derecho y de hecho, se
fija la parte dispositiva de la sentencia, la cual debería ser clara y concre-
ta, destacándose el pronunciamiento final.
Si se prescindiera de estas razones de derecho y de hecho en la elabo-
ración de la sentencia, ésta adolecería de vicio de nulidad (sanable), tal
como lo establece el can. 1622, 2º (art. 272, 2º). Si no existiera la parte
dispositiva, incurriría en vicio de nulidad insanable de la sentencia (can.
1620, 8º, art. 270, 8º)

4. Datación y firma de la sentencia (art. 253 §4)

Recogiendo el can. 1612 §4, el art. 253 §4 indica que «debe concluirse
con la indicación del lugar, día, mes y año en que se ha dictado, y con la
firma de todos los jueces, o del juez único, y del notario». Si se compara
ambas prescripciones normativas se ve que el can. 1612 §4 sólo habla del
día —no así el can. 1622, 4º—, mientras que la Instrucción habla también Índice
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del mes y del año, lo cual parece absolutamente lógico, ya que éstos son
necesarios para datar con concreción la sentencia.
Además de datar la sentencia, hay que firmarla. Dado que la sentencia
es del tribunal, en su conjunto, debe ser firmada por todos los jueces del
turno, y por el notario, que da fe pública (can. 1437, art. 62), autentica y
fideliza lo expresado por los jueces.
En todos estos casos estamos ante una nulidad sanable, pues el art. 253 y
el can. 1612 carecen de una amenaza de nulidad, de modo que, dado que
sólo se pueden considerar invalidantes o irritantes las leyes que expresamen-
te establezcan que un acto es nulo (can. 10), hay que acudir a los preceptos
normativos sobre la nulidad de la sentencia para ver qué tipo de qué tipo de

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 451

nulidad se trata. Pues bien, si no existiera la firma de los jueces, la sentencia


estaría amenaza de nulidad sanable, tal como lo indica el can. 1622, 3º (art.
272, 3º); en este sentido hay que recordar que el art. 255 señala que si, tras la
discusión-decisión de la causa, uno de los jueces fallece, cae gravemente en-
fermo, o sufre cualquier otro impedimento, de modo que no puede firmar la
sentencia, es suficiente que el presidente —o el vicario judicial— así lo decla-
re, adjuntando copia auténtica de la decisión tomada y firmada por dicho
juez. Si la que falta es la firma del notario —necesaria para la validez de las
actas procesales (can. 1437 §1, art. 62 §1)—, la sentencia sería nula, aunque
también con nulidad sanable. Si no existiera indicación del lugar y de la fe-
cha, la sentencia sería igualmente nula —con nulidad sanable—, de acuerdo
con el can. 1622, 4º (art. 272, 4º).
En los casos de ausencia —o error— de datación, del lugar, de las fir-
mas, se podría acudir a la vía del can. 1616 (art. 260), de modo que se co-
rrigieran esos errores, o se subsanaran las omisiones, con lo que se evita-
ría la vía de la querella de nulidad.

5. Referencia a la eventual «ejecutabilidad», las vías de


impugnación o la remisión de oficio al tribunal de apelación
(art. 253 §5)

En efecto, el §5 del art. 253 —que en la comparativa con el can. 1612


en novedoso, aunque no en su contenido respecto del Código—, con el fin
de procurar una mayor y mejor información a las partes —que en la ma-
yoría de los casos desconocen muchos extremos relacionados con el de-
sarrollo de estos procesos—, establece que ha de indicarse en la sentencia
si ésta es «ejecutable» inmediatamente o no: entrecomillamos la palabra
«ejecutable» por que, en los procesos de naturaleza declarativa, propia- Índice
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mente hablando no existe un procedimiento de ejecución; no obstante, lo


que se quiere decir es que se ha de indicar es si la sentencia es definitiva
—y, en consecuencia, requiere ser confirmada por otra— o si es firme, sa-
biendo que en ese caso —si ambos son afirmativas—, aquellos cuyo ma-
trimonio ha sido declarado nulo pueden contraer nuevas nupcias, a no
ser que exista algún veto (can. 1684 §1, art. 301 §1).
También se ha de indicar cuáles son las vías de impugnación (can.
1614, art. 253 §5), informando —si es el caso, es decir, si se trata de
una primera sentencia que declara la constancia de la nulidad del ma-
trimonio, y no se produce apelación de ninguna parte—, de la remisión
de la causa de oficio al tribunal de apelación en virtud del can. 1682 §1
(art. 264).

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452 Carmen PEÑA GARCÍA

VI. EL VETO JUDICIAL (ART. 251)617

El art. 251 de la Dignitas Connubii, que, en el marco del título dedica-


do a los pronunciamientos del juez, regula la imposición y levantamiento
del veto judicial, constituye una de las novedades más destacables de la
Instrucción, en cuanto que en este artículo se dan criterios sobre una ma-
teria en gran medida carente de regulación codicial.

1. Concepto

El veto es la prohibición para contraer nuevo matrimonio que, a tenor


del can. 1684 §1, puede imponerse en la sentencia declarativa de la nulidad,
a una o ambas partes, en aquellos supuestos en que el tribunal tenga la certe-
za, o incluso dudas, acerca de la validez del ulterior matrimonio que, en su
caso, pudiera contraer la persona cuyo matrimonio ha sido declarado nu-
lo618. Aunque el ius connubii es un derecho natural fundamental, reconocido
con toda amplitud por el ordenamiento eclesial, no se trata sin embargo de
un derecho absoluto, que no admita limitación, como recuerda el can. 1058,
de modo que podrá ser limitado conforme a derecho, bien a iure (impedi-
mentos matrimoniales), bien ab homine, mediante un precepto administrati-
vo del Obispo (can. 1077) o mediante sentencia judicial (can. 1684).
El veto judicial es una prohibición para acceder a nuevas nupcias que
afecta únicamente a la licitud del nuevo matrimonio, nunca directamente
617.
Este epígrafe sobre el veto judicial tiene como autora a la profesora Carmen Peña.
618.
Los estudios doctrinales dedicados al veto son muy escasos: BENETTI, F., Il «vetitum» nel
CIC, en TRIBUNALE ECCLESIASTICO REGIONALE FLAMINIO, Relazione annuale per la Conferenza Episco-
pale Flaminia. 1990, Bolonia 1991, pp. 16-26; GARCÍA LÓPEZ, R., Los «vetita» de las sentencias de nu-
lidad de matrimonio, en «Ius Canonicum» 16, 1976, pp. 307-356; GULLO, C., Il divieto di passare a Índice
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nuove nozze, en «Ephemerides Iuris Canonici» 47, 1991, pp. 189-197; ID., Il procedimento di rimozio-
ne del divieto di passare a nuove nozze, en AA.VV., I procedimenti speciali nel diritto canonico, Ciudad
del Vaticano 1992, pp.225-232; PANIZO ORALLO, S., Imposición y levantamiento del ‘vetitum’ matrimo-
nial, en: Curso de Derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 12, Salamanca
1996, pp.285-306; PEÑA GARCÍA, C., El vetitum: su imposición y levantamiento en la Dignitas Connu-
bii y en la praxis de los tribunales eclesiásticos españoles, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Puntos de es-
pecial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de De-
recho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid 2007, pp.71-104; PÉREZ DÍAZ, A., El veto en las
sentencias de nulidad matrimonial y su remoción en la Archidiócesis de Oviedo (por cortesía del au-
tor); ROBITAILLE, L., The vetitum and monitum: consequences of marriage nullity or pastoral prepara-
tion for a new marriage?, en «Studia Canonica» 38, 2004, pp.37-64; SCHÖCH, N., La natura giuridica
del divieto di passare a nuove nozze, en ed. LEPORE, F.-D’AGOSTINO, D., «Pax in virtute». Miscellanea di
studi in onore del Cardinale Giuseppe Caprio, Ciudad del Vaticano 2003, pp. 681-710; ZUANAZZI, I.,
Qualche riflessione sul divieto giudiziale di contrarre matrimonio, en ed. GHERRO, S., Studi sulle fonti
del diritto matrimoniale canonico, Padua 1988, pp. 190-203.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 453

a su validez619, ni siquiera en el caso de que haya sido impuesto por la


Rota Romana. Por consiguiente, si la parte que tiene un veto consiguiera,
del modo que sea —incluso fraudulento— contraer matrimonio canóni-
co, este matrimonio será en principio, pese a su ilicitud, presumiblemen-
te válido, salvo que se demostrase la efectiva existencia de un motivo de
nulidad al tiempo de su celebración; no obstante, es indudable que, al
menos en el supuesto de incapacidad por causas psíquicas permanentes,
el hecho del veto, unido a toda la prueba recogida en los autos de la causa
declarativa de la nulidad, constituirá un fuerte indicio de la nulidad del
segundo matrimonio.
El instituto del veto es muy reciente en el ordenamiento canónico, no
apareciendo en la regulación codicial hasta el Código de 1983. Tiene un
origen jurisprudencial620, y, aunque aparece ya en la Instrucción Provida
Mater, no alcanzó rango legislativo hasta el Código de 1983, donde los úni-
cos dos cánones que aluden al vetitum, los cann. 1684 §1 y 1685, lo hacen
de modo tangencial, sin regular propiamente esta figura. Este silencio co-
dicial ha sido salvado por la Instrucción Dignitas Connubii, que fija, en el
art. 251, una serie de criterios sobre la imposición y levantamiento del veto
que buscan unificar las diversas praxis forenses existentes en la materia y
evitar la excesiva laxitud de algunas autoridades eclesiales a la hora de au-
torizar la celebración de un nuevo matrimonio a personas cuya capacidad
para el matrimonio o cuya aceptación de la doctrina eclesial sobre el ma-
trimonio resulta dudosa, con el consiguiente escándalo de los fieles. No
obstante, pese a la importancia de esta novedad, lo cierto es que la ambi-
güedad del art. 251 puede plantear importantes problemas en su interpre-
tación y aplicación por los tribunales, especialmente en lo referente al pro-
cedimiento a seguir para el levantamiento del veto que en su caso se
imponga en la sentencia declarativa de la nulidad621.
Índice
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619.
Cfr. Decreto coram Stankiewicz, de 28 de enero de 1988 en ARRT Decreta, 1999, vol.6,
pp. 20-24.
620.
Cfr. GARCÍA LÓPEZ, R., Decisiones matrimoniales eclesiásticas. Efectos canónicos en los es-
posos y en los hijos, Pamplona 1979, pp. 251-314.
621.
Recién publicada la Instrucción, ya expuse mi prevención respecto a los problemas que
previsiblemente suscitaría la interpretación de esta normativa (PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción ‘Dig-
nitas Connubii’ y su repercusión en las causas canónicas de nulidad matrimonial, en «Estudios Ecle-
siásticos» 80, 2005, pp.687-692). También se muestran críticos con la regulación del veto contenida
en la Instrucción, entre otros, MORÁN, C., Título X: De los pronunciamientos del juez. Comentario al
art. 251, en MORÁN BUSTOS. C. M.– PEÑA GARCÍA, C., Las causas canónicas de nulidad matrimonial en
la Instrucción «Dignitas connubii», en: Base de datos Derecho de Familia: www.elderecho.com, Ma-
drid 2006; PANIZO, S., La segunda instancia y los demás recursos o remedios procesales en la Instruc-
ción Dignitas Connubii, en RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA, L., Los procesos de nulidad de ma-
trimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp. 113-114.

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454 Carmen PEÑA GARCÍA

2. La imposición del veto

2.1. Fundamento y criterios para su imposición


En relación a la imposición del veto, el art. 251 de la Dignitas Connu-
bii ofrece dos criterios diferenciados, según el motivo que justifique la
imposición del veto:
1º. Si de lo actuado en el proceso consta que una parte tiene una impo-
tencia absoluta o bien una incapacidad permanente para el matri-
monio, el párrafo primero impone al Tribunal la obligación (debe)
de añadir un veto a la parte prohibiéndole «contraer nuevo matri-
monio sin consultar al mismo tribunal que dictó la sentencia».
2º. Si, por el contrario, la nulidad viene provocada por dolo o simu-
lación de una de las partes, el párrafo segundo obliga al Tribunal
no a imponer el veto, sino a «considerar si, teniendo en cuenta to-
das las circunstancias del caso, debe añadirse a la sentencia un
veto que prohíba contraer nuevo matrimonio sin consultar al Or-
dinario del lugar en que haya de celebrarse».
En relación a esta diferencia de criterios para la imposición del veto, la
razón es clara: en el primer lugar, sea por el carácter permanente de la causa
de naturaleza psíquica que causó la incapacidad para prestar el consenti-
miento, sea por el carácter absoluto (erga omnes) de la impotencia coeundi
del sujeto, hay prácticamente un estado de certeza acerca de la nulidad del
ulterior matrimonio que en su caso contrajera esa persona, por lo que es pro-
piamente una obligación del tribunal imponerle el veto, veto que, además,
tendrá una especial tramitación en el caso de que pretenda ser levantado.
Debe destacarse, no obstante, que, en los causales del can. 1095, la obliga-
ción de imponer el veto se dará únicamente en estos supuestos de permanen- Índice
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cia de la causa psíquica incapacitante al tiempo de dictar sentencia, de modo


que, si la causa —existente al momento de contraer— hubiese cesado con
posterioridad, no sólo no existe tal obligación, sino que constituiría una grave
injusticia el imponer el veto a la parte causante de la nulidad622.
Por el contrario, si la nulidad ha venido provocada por un acto volunta-
rio del sujeto —sea dolo o simulación— no hay en principio nada en su es-
622.
Por este motivo, es fundamental que, en la prueba pericial que en su caso se practique en la
causa, no deje de preguntarse al Perito sobre el estado psíquico actual –no sólo pretérito— del con-
trayente, pues aunque ello no tenga una incidencia directa sobre el fondo del asunto, sí permitirá al
tribunal tener más elementos de juicio para pronunciarse sobre la imposición del veto; en este senti-
do, sorprende el silencio del art. 209 de la Dignitas –que regula con sumo detalle las cuestiones con-
cretas sobre las que debe ser interrogado el perito— sobre esta cuestión.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 455

tructura psíquica o personal que impida de suyo que el sujeto contraiga vá-
lidamente matrimonio. No obstante, con buen criterio, la Instrucción
destaca la especial diligencia que debe tener el tribunal en este caso y su
obligación de examinar atentamente todos los elementos de la causa, en
orden a valorar si procede o no en este caso imponer el veto. La finalidad
de la norma es, a mi juicio, doble: por un lado, y con carácter principal,
evitar el escándalo que ciertamente provoca en el pueblo fiel el hecho de
que personas que contumazmente rechazan los elementos o propiedades
del matrimonio contraigan sucesivos matrimonios canónicos igualmente
nulos; y, por otro lado, proteger la buena fe del tercero que quiere contraer
matrimonio con el simulante o con quien, ya en una ocasión anterior, enga-
ñó dolosamente a otra persona sobre una cualidad que por su misma natu-
raleza podía perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal.
En términos generales, puede afirmarse que la actual regulación canóni-
ca sobre el veto insiste en la necesidad de ser diligentes a la hora de prevenir
posibles nulidades futuras de personas que ya tienen un previo matrimonio
declarado nulo. A mi juicio, la finalidad de la norma, unida al carácter no
irritante de la prohibición y a las amplias posibilidades de remoción, aconse-
jan que el tribunal, tanto en caso de certeza como incluso de duda fundada
sobre la validez del siguiente matrimonio, sea por incapacidad o impotencia
de la persona, sea por simulación o error, imponga el veto en la sentencia.
Como se ha indicado, el derecho al matrimonio no es absoluto o ilimitado, y,
ciertamente, la existencia de una sentencia firme declarativa de la nulidad,
basada en hechos objetivos suficientemente probados en al menos dos tribu-
nales eclesiásticos, podrá constituir, en su caso, motivo suficiente para limi-
tar o condicionar de algún modo dicho derecho. En los supuestos de duda
fundada sobre la validez del siguiente matrimonio, la existencia de un previo
matrimonio declarado nulo, unido a la necesidad de prevenir el escándalo y
de proteger la buena fe del tercero con quien se vaya a celebrar el nuevo ma- Índice
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trimonio, constituye causa suficiente para impedir temporalmente —mien-


tras no se levante el veto— el nuevo matrimonio y para exigir una serie de
garantías para su celebración, garantías relativas tanto a la verificación de
que ha desaparecido la causa que motivó la nulidad, como relativas al terce-
ro con quien el sujeto pretende contraer.

2.2. Posibilidad de imponer el veto a la parte no causante de la de-


claración de nulidad
Especialmente conflictiva resulta, en la práctica, la cuestión de si puede
imponerse el veto a una persona cuando la nulidad no se ha declarado por
su causa —por no haberlo solicitado ninguna de las partes o por no haber

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456 Carmen PEÑA GARCÍA

podido probar que, al tiempo de contraer, existía dicha causa de nulidad—


pero existen en autos indicios vehementes o incluso pruebas ciertas de que,
en la actualidad, la persona no está capacitada para contraer válido matri-
monio o tiene una voluntad radicalmente contraria al mismo, de modo que
el tribunal tiene sospechas fundadas o incluso certeza sobre la probable
nulidad del nuevo matrimonio que, en su caso, contrajera.
En este caso, considero que, en principio, siempre que se dé la certeza
o, al menos, la sospecha fundada de la probable nulidad del siguiente ma-
trimonio, no hay obstáculo jurídico alguno que impida que el tribunal im-
ponga el veto a esa persona, con independencia de que el capítulo por el
que se pidió o consideró probada la nulidad del previo matrimonio le sea
atribuible o no. Aunque no sea una práctica generalizada en los tribuna-
les españoles, lo cierto es que no hay ninguna norma que supedite la im-
posición del veto a un sujeto a la previa declaración de la nulidad por un
capítulo que le sea atribuible, por lo que habrá que acudir para resolver
esta cuestión al fundamento de la institución del veto y, en su caso, a los
lugares paralelos que puedan existir en la legislación canónica:
1º. Respecto a la fundamentación de esta praxis, cabe señalar que,
aunque la imposición del veto, en cuanto limitación del ius connu-
bii, sea siempre algo excepcional, en este caso el motivo que justifi-
caría su imposición sería el mismo que en los supuestos en que se
impone el veto al sujeto por el cual se declara la nulidad del primer
matrimonio. A este respecto, hay que tener en cuenta que la impo-
sición del veto no mira al primer matrimonio, ni puede ser conce-
bida como un castigo o pena por una conducta culpable del sujeto,
sino que busca salvaguardar la validez de un futuro matrimonio y,
en su caso, proteger al tercero con el que se pretende contraer.
2º. Por otro lado, no cabe olvidar que la misma legislación canónica Índice
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prevé la posibilidad de que pueda el Ordinario, por medio de un acto


administrativo singular, prohibir temporalmente y por causa grave
el matrimonio a sus súbditos y a los que de hecho se encuentren en
su territorio (can. 1077). Por consiguiente, si el mismo Código prevé
con esta generalidad la posibilidad de imponer una limitación al ius
connubii de cualquier fiel, incluso de aquellos que no han contraído
todavía matrimonio, sin exigir más requisito que la existencia de
una causa grave y sin establecer ningún procedimiento específico
para su comprobación, no se ve qué objeción puede ponerse a la po-
sibilidad de que sea un tribunal eclesiástico el que, existiendo razo-
nes objetivas, probadas en los autos de un proceso, con todas las ga-
rantías judiciales, imponga en caso necesario dicho veto al sujeto,

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 457

aun cuando, por el motivo que sea, la sentencia declare la nulidad


por capítulos atribuibles al otro cónyuge.
En definitiva, considero que, en este caso, el fundamento —y las difi-
cultades— de la imposición del veto son sustancialmente los mismos que
en cualquier otro supuesto.

2.3. Tribunal competente para la imposición del veto


Una de las cuestiones que suscita más dudas doctrinales y más diver-
gencias en la práctica forense es la de qué tribunal es el competente para
imponer el veto, habida cuenta que de ordinario —excepto en las causas
tramitadas por proceso documental— la nulidad deberá ser declarada
por dos tribunales para que sea firme y ejecutiva. El Código, en el can.
1684, nada aclara al respecto, y tampoco la Instrucción Dignitas Connu-
bii clarifica totalmente esta cuestión, aunque aporta algunas orientacio-
nes significativas que pueden iluminar la praxis a seguir.
Ante esta situación, algunos autores consideran, siguiendo a Del Cor-
po, que, de suyo, la imposición del veto corresponde el tribunal que con-
firma la sentencia y la hace firme623. El argumento principal aducido por
estos autores es que la imposición de veto afecta de suyo directamente a
la ejecución de la sentencia, de modo que no puede imponerse mientras
la sentencia no alcance firmeza, puesto que de dicha imposición no se de-
rivaría ningún efecto hasta su confirmación por el tribunal superior624.
No comparto totalmente esta postura, por varios motivos. Por un lado,
desde una perspectiva técnico-procesal, no cabe excluir que, excepcional-
mente, una única sentencia de nulidad dictada en el proceso ordinario pu-
diera llegar a ser firme y ejecutable, y en este caso el veto impuesto en pri-
mera instancia surtiría todos sus efectos: por ejemplo, en el caso de la
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sentencia que declara la nulidad y, al ir a notificarla, se descubre que uno


623.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C.M., Comentario al art. 251, cit.; PANIZO, S., Imposición..., cit., p.294.
De este parecer son también algunos tribunales eclesiásticos españoles de primera instancia (vid.
PEÑA GARCÍA, C., El vetitum..., cit., p. 79, nota 9).
624.
En este sentido, sostiene Carlos Morán que «la cuestión del acceso o no a nuevas nupcias
no puede plantearse hasta que no se declare la nulidad del matrimonio, y ello no ocurre con la prime-
ra sentencia afirmativa (...) No tiene sentido que se imponga una prohibición de acceder a nuevas
nupcias a quien no se le ha declarado todavía la nulidad de su matrimonio. Por ello, el veto ha de im-
ponerse en la sentencia que declara la nulidad del matrimonio con carácter firme —no simplemente
con carácter definitivo—, y debe imponerlo —en mi opinión— el tribunal que dicta esa sentencia fir-
me (...) El tribunal inferior podrá sugerirlo en la fundamentación fáctica, podrá dejar constancia de
la conveniencia de que se imponga un veto, podrá sugerir su necesidad…, pero no puede imponerlo,
entre otras cosas porque de esa imposición no se deriva ningún efecto, a menos que sea ratificada o
confirmada por el tribunal superior» (MORÁN BUSTOS, C. M., Comentario al art. 251, cit.).

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458 Carmen PEÑA GARCÍA

de los cónyuges ha muerto: en este supuesto, conforme a la praxis de la


Rota Romana, esta única sentencia se podría considerar ejecutable, siem-
pre que ninguna parte privada presentara la apelación625. En este caso de
ausencia de apelación, es claro que el veto impuesto en su caso al cónyuge
superstite en la sentencia de primera instancia surtiría plenos efectos.
Por otro lado, a mi juicio, el hecho de admitir la firmeza de la senten-
cia como momento originante, en sentido estricto, de la prohibición de
contraer un nuevo matrimonio, no lleva consigo necesariamente la impo-
sibilidad –ni siquiera la inoportunidad o inconveniencia— de que el tri-
bunal de primera instancia o, para ser más precisos, aquél que declare
por primera vez la nulidad del matrimonio, no sólo se pronuncie sobre el
veto y recomiende o aconseje su imposición, sino que, en su caso, lo im-
ponga, sin perjuicio de que el mismo, de ordinario, no surta efecto mien-
tras la declaración de nulidad no sea confirmada por el tribunal superior.
A mi juicio, la regulación que hace la Dignitas Connubii de esta materia,
pese a su ambigüedad e indeterminación, excluye una voluntad de reser-
var la imposición del veto al tribunal de apelación, admitiendo claramen-
te la Instrucción la praxis –en muchos sitios mantenida— de que el tribu-
nal de primera instancia imponga el veto, sin perjuicio de la necesaria
confirmación del mismo por el tribunal superior626.
Además, las mismas características del desarrollo del proceso convierten
en sumamente aconsejable que el tribunal de primera instancia se pronun-
cie, en su caso, expresamente sobre el veto, bien imponiéndolo —aunque sea
con carácter provisional, en espera de la confirmación de la sentencia por el
tribunal superior—, bien al menos sugiriendo o recomendando su imposi-
ción y explicando los motivos para la misma. Aunque tanto el tribunal de pri-
mera instancia como el de apelación deben estudiar y juzgar la causa en pro-
fundidad, valorando con detenimiento todos los medios de prueba para
alcanzar la necesaria certeza moral sobre la nulidad, es innegable que la va- Índice
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loración sobre el estado psíquico, la conducta o la actitud actual del sujeto


respecto a los elementos y propiedades esenciales del matrimonio podrá ser,
en principio, mejor valorada por el tribunal que ha gozado de la inmedia-
ción procesal en la recogida de la prueba que por el tribunal que se limita a
confirmar la nulidad dictada en la instancia anterior, especialmente en los
625.
A ello aluden tanto Del Corpo y Ramón García en sus consideraciones sobre el veto, como
el mismo Morán en relación a la prosecución post mortem de la causa (cfr. MORÁN BUSTOS, C.M., Tí-
tulo IV: De las partes en la causa, en MORÁN BUSTOS, C.M.-PEÑA GARCÍA, C., Las causas canónicas de
nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», cit.).
626.
Así se desprende de lo dispuesto tanto en el art. 251 como en el art. 250, que introduce, al
hablar del veto, una significativa novedad en el can. 1611 que le sirve de base (cfr. PEÑA GARCÍA, C.,
El vetitum..., cit., p.80-81).

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 459

casos —muy abundantes— en que dicha confirmación se realiza por decre-


to, sin tener el tribunal contacto ninguno con las partes. Y en el supuesto de
que el tribunal superior practique nueva prueba y examine directamente a
las partes, siempre tendrá la posibilidad de revocar, en su caso, el veto im-
puesto por el tribunal inferior.
En definitiva, aun admitiendo la existencia de argumentos favorables
a ambas posturas, parece más oportuno, a tenor de las razones expuestas,
que, con carácter general, el tribunal que por primera vez declare la nuli-
dad se pronuncie expresamente sobre la imposición del veto.

2.4. Una cuestión problemática: la interpretación del silencio


del tribunal superior respecto al veto impuesto por el tribu-
nal inferior
Se trata de una cuestión sumamente compleja, por estar en juego el ius
connubii de los sujetos, que deriva directamente de la exigencia de confirma-
ción, por parte del tribunal superior, del veto impuesto en su caso por el tri-
bunal inferior, recogida en el párrafo tercero del art. 251: «si el tribunal infe-
rior hubiera añadido una de estas prohibiciones a la sentencia, corresponde
al tribunal de apelación determinar si ha de confirmarla».
De conformidad con este artículo, el tribunal superior deberá valorar de-
tenidamente lo actuado en la causa y pronunciarse, no sólo sobre los capítu-
los de nulidad discutidos, sino también sobre la conveniencia de imponer —
o, en su caso, mantener— el veto sugerido o impuesto por el tribunal infe-
rior, haciendo que éste, una vez firme la declaración de nulidad, llegue a de-
sarrollar todos sus efectos. Sin embargo, puede plantearse un importante
problema interpretativo en el supuesto de que, habiendo impuesto efectiva-
mente el veto el tribunal inferior, el tribunal superior incumpla lo dispuesto
en esta norma y omita cualquier referencia al veto impuesto en la primera Índice
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sentencia. En este caso, ¿debe interpretarse que dicho veto queda sin efecto
por el mero silencio del tribunal superior? Se trata de una cuestión muy deli-
cada, en cuanto que entra en juego el derecho fundamental al matrimonio, y
en este sentido, algún autor considera que el silencio del tribunal superior al
respecto debe interpretarse como voluntad de no imponer el veto627.
627.
Coherentemente con su planteamiento sobre la necesaria imposición del veto por el tribunal
de segunda instancia, sostiene Morán que, si el tribunal superior guarda silencio, «no se puede sostener la
confirmación tácita o presunta del vetitum impuesto por el tribunal inferior, sobre todo porque estaría-
mos ante una disposición que vendría a limitar un derecho fundamental como es el ius connubii, la cual
necesitaría de una manifestación expresa, y de una interpretación estricta. Si el tribunal superior quiere
imponer un veto debe haberlo indicado expresamente, de modo que si no lo hace, hay que entender que
no considera oportuno dicha imposición» (MORÁN BUSTOS, C.M., Comentario al art. 251, cit.).

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460 Carmen PEÑA GARCÍA

Personalmente, sin embargo, aún reconociendo que se trata de una cues-


tión ciertamente compleja —por lo que resulta fundamental que se cumpla
lo dispuesto en el art. 251 §3 y el tribunal superior se pronuncie expresamen-
te al respecto— encuentro sumamente discutible que se deba atribuir carác-
ter revocatorio a la mera ausencia de pronunciamiento del tribunal superior.
Indudablemente, el tribunal de apelación podrá suprimir el veto impuesto
por el tribunal de instancia si lo estima exagerado o injustificado, pero debe-
rá hacerlo mediante un acto decisorio motivado y razonado, sin que sea sufi-
ciente el mero silencio; en caso de ausencia de pronunciamiento específico,
la presunción deberá ser que se confirma en todos sus extremos la sentencia
de primera instancia, lo que incluirá, en su caso, el veto efectivamente im-
puesto por el tribunal inferior. Si, por el contrario, el tribunal de primera ins-
tancia no hubiese impuesto el veto, sino únicamente se hubiese limitado a
sugerir su conveniencia, ciertamente primará el derecho del sujeto al matri-
monio, puesto que ninguno de los dos tribunales que ha juzgado la causa ha
resuelto autoritativamente imponer el veto.

3. Procedimiento para el levantamiento del veto


En principio, no obstante el silencio normativo al respecto, parece que
hay algunos elementos comunes a todo procedimiento de remoción del veto:
la necesidad de una petición motivada por parte de la persona que tiene im-
puesto el veto, ante la autoridad correspondiente, para que pueda iniciarse
el procedimiento; la comprobación, por parte de la autoridad, de la persis-
tencia o no de la causa que motivó la imposición del veto y, en definitiva, de
la capacidad o aptitud del sujeto para contraer nuevo matrimonio; y la reso-
lución motivada sobre el levantamiento o no del veto impuesto.
En este sentido, interesa destacar que, aunque viene a cubrir de algún
modo el vacío legal referido a esta cuestión, aportando algún criterio especí- Índice
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fico sobre algunos requisitos, la Dignitas Connubii no contiene propiamente


una regulación del procedimiento para la remoción del veto. Y, de hecho, las
disposiciones del art. 251 no sólo dejan sin resolver algunas de las cuestiones
tradicionalmente existentes en esta materia, sino que plantean no pocos pro-
blemas interpretativos respecto a cuál sea la autoridad competente y el pro-
cedimiento para levantar, en su caso, el veto así impuesto.

3.1. Remoción del veto en los supuestos de incapacidad o impo-


tencia
Respecto a estos supuestos, el art. 251,1 introduce una significativa
innovación en la regulación codicial, al establecer que el veto impuesto

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 461

en casos de impotencia absoluta o de incapacidad permanente prohibirá


contraer matrimonio «sin consultar al mismo tribunal que dictó la senten-
cia». Se trata, sin embargo, de una redacción un tanto oscura, que provo-
ca varias cuestiones:

A/ Sujeto legitimado para hacer la consulta


Podrán hacer la consulta tanto el Ordinario del lugar que haya de au-
torizar el siguiente matrimonio como directamente la parte interesada.
En cuanto al Ordinario del lugar, a él corresponde autorizar el siguien-
te matrimonio y por tanto, en su caso, levantar el veto impuesto, según se
recoge en la regulación codicial, que, evidentemente, no puede conside-
rarse derogada por las disposiciones de la Instrucción. A mi juicio, la Ins-
trucción añade un requisito específico —la consulta al tribunal que dictó
la sentencia— para que el Ordinario pueda autorizar el segundo matrimo-
nio de la persona a la que se ha impuesto un veto de este tipo en la senten-
cia, pero no elimina la competencia propia del Ordinario en esta materia.
Ante el silencio de la Instrucción, el problema surge a la hora de arti-
cular, en las diócesis, el procedimiento para el levantamiento del veto y
para evacuar dicha consulta al tribunal. No obstante, pese a la diversidad
de praxis diocesanas en la materia, considero importante hacer algunas
puntualizaciones628:
1º. Respecto al órgano a quien corresponde responder la consulta, el
tenor literal de la Dignitas Connubii parece exigir que el informe
sobre la procedencia o no de levantar el veto lo emita el tribunal
colegial que dictó la sentencia de nulidad, no, de suyo, el Vicario
Judicial de la diócesis: así lo exige la referencia expresa que hace
el art. 251 §1 «al mismo tribunal que dictó la sentencia». En este
sentido, sería conveniente que, en la medida de lo posible, el in- Índice
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forme sobre el levantamiento del veto lo hiciesen, en cada caso,


los mismos jueces que en su momento estudiaron la causa, decla-
raron la nulidad y consideraron necesaria la imposición al sujeto
del veto; o, al menos, si parece excesiva en la práctica la interven-
ción de tres jueces para el procesículo del levantamiento del veto,
uno de los jueces que intervino de hecho en la causa (preferible-
mente, en mi opinión, el instructor que recogió la prueba).
2º. Si no se quiere dejar sin contenido la prescripción del art. 251 §1
y la salvaguarda de la institución matrimonial, la intervención
628.
Sobre la diversidad de praxis existentes y los criterios a tener en cuenta vid. PEÑA GARCÍA,
C., El vetitum..., cit., p.87-89.

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462 Carmen PEÑA GARCÍA

del tribunal en este caso no podrá ser de mero trámite, sino que el
tribunal deberá —en base a los datos que le envíe el Ordinario o a
los que en su caso pueda recabar, si considera necesario ampliar
la prueba— dar un voto motivado sobre la conveniencia o no de
levantar dicho veto.
3º. A la vista tanto de la regulación codicial referida a la validez de
los actos jurídicos, como del mismo rango normativo de la Ins-
trucción, es claro que la decisión del tribunal no es vinculante
para el Ordinario. No obstante, sólo por motivos muy poderosos
será lícito que el Ordinario resuelva en sentido contrario al voto
del tribunal.
Por otro lado, también podrá directamente la parte interesada dirigir-
se al tribunal y solitar le sea levantado el veto. Aunque no existe en el Có-
digo un procedimiento específico para el levantamiento del vetitum, y no
constituye la praxis más frecuente en España, nada impide esta posibili-
dad. Se trataría de un expediente, a mi juicio de naturaleza administrati-
va629, en el que en el que el solicitante deberá aportar las pruebas que jus-
tifiquen la desaparición de la causa que motivó la imposición del veto.
Dicho expediente concluye con un decreto del juez o del tribunal, deci-
diendo si, a la vista de lo alegado y probado, levanta o no el veto630. Sin
embargo, la ausencia de una regulación específica y de una praxis conso-
lidada suscita no pocas cuestiones respecto al modo de actuar en este
procedimiento:
1º. Respecto a la intervención del ministerio público, a mi juicio, en
este procedimiento es preceptiva la intervención del promotor de
justicia, al estar en juego el bien público de la Iglesia y la limita-
ción de un derecho fundamental de la persona631. Por el contra-
rio, en mi opinión, la intervención del defensor del vínculo en Índice
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este procedimiento no sería necesaria en ningún caso, al no estar


en juego la validez ni la permanencia del vínculo, y venir defendi-
do el bien público eclesial por el promotor de justicia632.
629.
Aunque la doctrina tradicional se hallaba un tanto dividida en la consideración de la natu-
raleza judicial o administrativa de este procedimiento, los autores más modernos se inclinan sin
duda por la naturaleza administrativa (cfr. GULLO, C., Il procedimento..., cit., pp.228-230; PANIZO, S.,
Imposición..., cit., pp.290-292).
630.
Aunque, de suyo, el levantamiento del veto no es una causa reservada ad validitatem a un
tribunal colegial, la remisión del art. 251,1 de la Dignitas al tribunal que dictó la sentencia hace al
menos aconsejable una resolución colegiada.
631.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C. M.., Comentario al art. 251, cit.; PANIZO, S., Imposición..., cit.,
p.303.
632.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., El vetitum..., cit., pp. 90-91.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 463

2º. En cuanto a la intervención de abogado y procurador, su partici-


pación no resulta necesaria en este procedimiento, aunque tam-
poco hay nada que la impida. El ordenamiento canónico recoge
con carácter general el derecho de la parte a servirse de esta ayu-
da profesional, tanto en los procedimientos administrativos (can.
1738) como en los judiciales (can. 1481,1), por lo que las limita-
ciones que en su caso se establezcan a este derecho deberán venir
expresamente recogidas en la ley, tal como ocurre, p.e., en el can.
1701,2 respecto al procedimiento de disolución del matrimonio
rato y no consumado.
3º. En principio, cabría la posibilidad de solicitar la remoción sin tener
en vista la celebración de un nuevo matrimonio: aunque lo habitual
es pedir el levantamiento del veto para contraer un nuevo matrimo-
nio, no cabe excluir que la petición se haga por otros motivos legíti-
mos, como podría ser, por ejemplo, por los problemas de conciencia
de iniciar siquiera una nueva relación sentimental mientras no se
sepa si podrá estar orientada al matrimonio, o porque el veto esté
siendo instrumentalizado por el anterior cónyuge en sede civil para
intentar cambios en relación a la prole o al derecho de visitas, o
cualquier otra circunstancia en que el veto pueda provocar un per-
juicio injusto a la buena fama o a la honra del sujeto633.

B/ Determinación del tribunal que ha de ser consultado


Se trata de otra cuestión susceptible de provocar dudas y discrepan-
cias doctrinales y posibles conflictos entre los tribunales afectados, te-
niendo en cuenta que —excepto en las causas tramitadas por proceso do-
cumental— de ordinario existirán necesariamente dos sentencias
declarativas de la nulidad. A este respecto, resulta especialmente proble-
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mática la ambigüedad e indeterminación del art. 251 §1, que se refiere al


«mismo tribunal que dicta la sentencia», lo que arroja más sombras que
luces a esta cuestión: ¿se refiere al tribunal que por primera vez declara
la nulidad, o al que la confirma y convierte en ejecutiva dicha resolución?
A mi juicio, en la interpretación de esta norma no pueden dejarse de
lado las consideraciones prácticas, habida cuenta sus importantes conse-

633.
Estas motivaciones se aducen, por ejemplo, en la c. Serrano, de 23 de febrero de 1990 (en
«Il Diritto Eclesiastico» 1990/II, p. 3), así como en otras sentencias de tribunales regionales italianos
citadas en GULLO, C., Il procedimento..., cit., p.231. Más complicada sería, por el contrario, la solici-
tud al Ordinario, pues la intervención de éste parece venir supeditada a la autorización del nuevo
matrimonio.

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464 Carmen PEÑA GARCÍA

cuencias. En este sentido, dejando siempre a salvo el derecho del tribunal


superior a reservarse el informe para el levantamiento del veto, si lo cree
conveniente en algún caso concreto, la experiencia muestra la convenien-
cia de que, con carácter general, sea el tribunal de primera instancia —o
el que por primera vez declaró la nulidad— el que informe sobre la pro-
cedencia de levantar el veto. Y esto por varios motivos:
1º. Por un lado, por la necesidad de lograr una mejor y más lógica
distribución del trabajo entre los diversos tribunales: la atribu-
ción de la competencia para la remoción del veto a los pocos tri-
bunales metropolitanos o a la misma Rota Española supondría la
acumulación de numerosos procedimientos administrativos justo
en los tribunales que ya tramitan, de hecho, mayor número de
causas de nulidad, lo que provocaría previsiblemente retrasos y
dilaciones perjudiciales especialmente para los fieles, mientras
que los tribunales inferiores continuarían infrautilizados.
2º. Por la conveniencia de facilitar el acceso del fiel al tribunal que
ha de juzgar sobre la remoción, puesto que, aunque no necesaria-
mente, con carácter general el tribunal de primera instancia re-
sultará más cercano y accesible que el de segunda instancia al su-
jeto que haya sufrido la imposición del veto.
3º. Pero, fundamentalmente, la razón principal a tener en cuenta en
esta cuestión —y la que puede incluso matizar algunas de las razo-
nes expuestas— es la necesidad de garantizar que la decisión o in-
forme sobre la remoción del veto sea elaborado por el tribunal que
más medios objetivos tenga para valorar el estado actual del sujeto.
Por ello, con carácter general, y de modo muy especial, en los su-
puestos en que el tribunal superior se ha limitado a confirmar por
decreto la nulidad del matrimonio, sin desarrollar ninguna activi- Índice
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dad investigadora propia, debe ser el tribunal inferior —que ha lle-


vado el peso principal de la instrucción, que ha examinado directa-
mente a la parte y que tiene a su favor el principio de inmediación
procesal en la práctica de la prueba— el que juzgue sobre la proce-
dencia de remover o no dicho veto634. Y lo mismo cabría decir, a mi
juicio, en aquellos supuestos en que no se practica prueba en apela-
ción, o bien incluso cuando la prueba practicada en segunda instan-
cia resulta notablemente irrelevante de cara al veto. Por el contrario,
sí será conveniente que la decisión sobre el levantamiento del veto
sea elaborada por el tribunal superior cuando éste haya practicado
634.
Cfr. PEÑA, C., La Instrucción ‘Dignitas Connubii’...,.cit., pp. 691-692.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 465

una nueva instrucción verdaderamente relevante de cara a la impo-


sición del veto (fundamentalmente, el examen directo del sujeto y la
práctica de nuevas pericias), puesto que, en este caso sólo el tribunal
superior conoce tanto las pruebas practicadas en esa instancia
como las realizadas por el tribunal inferior.
En cualquier caso, sí resulta importante que el tribunal superior, a la
hora de imponer o, en su caso, confirmar el veto impuesto por el tribunal in-
ferior, conforme al art. 251 §3, indique con claridad en la parte dispositiva
de la sentencia qué tribunal es el que debe ser consultado para levantar di-
cho veto, para evitar dudas al respecto a la hora de solicitar dicho levanta-
miento. Sería conveniente, por tanto, para facilitar la labor del Ordinario
correspondiente y garantizar la seguridad jurídica, que las sentencias inclu-
yeran, en caso de imposición del veto, una cláusula determinando expresa-
mente a qué tribunal hay que dirigir la consulta, y que dicha cláusula se ins-
cribiera en nota marginal en las partidas de bautismo y de matrimonio.

C/ Valor jurídico de la remoción otorgada por el Ordinario sin


consulta previa al tribunal
En cualquier caso, si el Ordinario, incumpliendo lo dispuesto en la
sentencia de nulidad y en el art. 251 §1, procediese, por las razones que
fuese (urgencia en el planteamiento de la petición, inadvertencia...), a le-
vantar el veto sin elevar siquiera consulta al tribunal correspondiente,
esta conducta contraria a derecho no afectaría sin embargo a la validez
de la autorización a pasar a nuevas nupcias. Como se ha indicado, ni el
veto constituye propiamente un impedimento matrimonial, ni su levanta-
miento equivale a la dispensa de un impedimento, de modo que el incum-
plimiento de los requisitos para su remoción fijados en la sentencia judi-
cial o en la normativa eclesial, pese a su ilicitud, no afectará en ningún Índice
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caso a la validez de la decisión del Ordinario ni, menos aún, a la validez


del nuevo matrimonio que en su caso se contraiga.

3.2. Remoción del veto en supuestos de error o simulación


En estos casos, la Instrucción dispone, con carácter general, que el le-
vantamiento del veto corresponderá al Ordinario del lugar donde vaya a
celebrarse el nuevo matrimonio, sin imponer ya la necesidad de consulta
al tribunal que dictó la sentencia (art. 251 §2). Sin embargo, teniendo en
cuenta la finalidad de la norma, la prevención del escándalo y la necesi-
dad de velar por la dignidad del matrimonio, se echa de menos en la Ins-
trucción un recordatorio al Ordinario de la necesidad de una especial di-

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466 Carmen PEÑA GARCÍA

ligencia y cuidado por su parte a la hora de valorar si procede o no


levantar estos vetos, sin incurrir en praxis laxistas que autoricen el nuevo
matrimonio sin apenas comprobar si han desaparecido o no las causas
que motivaron la imposición del veto. En este sentido, hubiera sido más
oportuno que la Instrucción hubiese establecido, también para estos ca-
sos, la necesidad de consultar al tribunal que dictó la sentencia antes de
levantar el veto, pues en no pocos casos se constata que la persona que en
el proceso alardeó de mantener, incluso en el momento actual, un recha-
zo total de la sacramentalidad o la indisolubilidad, a los pocos días de ob-
tenida la sentencia, obtiene el levantamiento del veto y contrae nuevo
matrimonio canónico, en base a su mera declaración de aceptación de di-
chas propiedades ante las autoridades administrativas de la Curia, las
cuales desconocen los autos del proceso635.
Por otro lado, sorprende y resulta, a mi juicio, sumamente criticable
la disposición del art. 251 §2 de remitir, para el levantamiento del veto, al
Ordinario del lugar en que ha de celebrarse el nuevo matrimonio636. En mi
opinión, lo lógico hubiese sido remitir al Ordinario del lugar que ha de
tramitar el expediente matrimonial y autorizar la celebración del nuevo
matrimonio, el cual, conforme a derecho, será el Ordinario del lugar del
domicilio o cuasidomicilio de los contrayentes. Ésta no sólo era la inter-
pretación común en los autores con anterioridad a la Dignitas Connu-
bii637, sino también la que venía expresamente recogida en normativas
particulares tan significativas como la de la Conferencia Episcopal Italia-
na, por lo que no se entiende el cambio de criterio de la Dignitas Connu-
bii, cambio que puede causar notable confusión en la práctica, en el su-
puesto de que el nuevo matrimonio se celebre en una diócesis distinta de
aquella en la que viven los contrayentes.

3.3. Apelabilidad del decreto denegatorio del levantamiento Índice


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Si el Ordinario o el tribunal denegasen el levantamiento del veto, ten-


drá siempre el solicitante la posibilidad de recurrir contra esa decisión,
635.
En el mismo sentido se pronuncian GARCÍA FAÍLDE, J.J., La instrucción Dignitas Connubii a
examen, Salamanca 2006, p.221; MORÁN BUSTOS, C. M., Comentario al art. 251, cit. Por estas razones,
considero igualmente que, no obstante lo dispuesto en el art. 251 §2, nada obsta a que –conforme ve-
nían haciendo de hecho, en casos puntuales, tanto la Rota Romana como la de Madrid— pueda el tri-
bunal reservarse el levantamiento del veto también en estos supuestos, si lo estima necesario en al-
gún caso concreto, sea por las características de la personalidad del sujeto, sea por tratarse ya del
segundo, tercer o incluso cuarto matrimonio del sujeto, o por cualquier otro motivo grave.
636.
Cfr. MORÁN BUSTOS, C.M., Comentario al art. 251, cit.
637.
Entre otros, GULLO, C., Il procedimento..., cit., p. 230; PINTO, P.V., I processi nel codice di di-
ritto canonico, Ciudad del Vaticano 1993, p. 523, nota 790.

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en cuanto que la misma, justificadamente o no, causa un perjuicio al suje-


to, al limitar su derecho al matrimonio. El ordenamiento canónico, como
no puede ser de otro modo, establece como criterio general el de recurri-
bilidad de las decisiones de la autoridad —sea ésta judicial o administra-
tiva— de modo que las limitaciones al derecho de impugnación de las
mismas deberá venir, en su caso, expresamente establecida en la ley.
En cuanto a los recursos concretos que cabe imponer contra el decreto
denegatorio dado por el Ordinario, serán los establecidos en los cann. 1732-
1739: el recurso de reposición contra el acto del Ordinario y, en caso de con-
firmar la decisión precedente, el recurso jerárquico ante la Congregación
para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin excluir, una vez
agotada la vía administrativa, el posterior recurso contencioso-administrati-
vo ante la Sección Segunda del Tribunal de la Signatura Apostólica.
Y, a mi juicio, esos serán también —excluido el de reposición, que no
parece de aplicación en este caso— los recursos procedentes contra el de-
creto denegatorio dado directamente por el tribunal que se hubiera reser-
vado el levantamiento del veto: a pesar de tratarse de una cuestión más
complicada, por la dificultad que implica que se trate de un acto adminis-
trativo emanado de un órgano judicial, considero que, teniendo en cuenta
la ya señalada naturaleza administrativa de este procedimiento, el recurso
procedente no sería en ningún caso el de apelación, sino los establecidos
para los actos administrativos: el recurso jerárquico ante la Congregación
y, en su caso, el recurso contencioso-administrativo ante la Signatura.

VII. LA PUBLICACIÓN DE LA SENTENCIA (ARTS. 257-258)

1. La sentencia debe ser dada a conocer a las partes (art. 258)


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Una vez elaborada la sentencia, y cumplimentada en cuanto a sus re-


quisitos externos y formales, la sentencia debe ser dada a conocer a las
partes, ya que el proceso canónico es un proceso entre partes y éstas tie-
nen el derecho a conocer la sentencia de la que son sus destinatarios di-
rectos. Para ellas la sentencia es ley particular, y en cuanto tal, necesita
de esa especie de «promulgación» que se produce con la sentencia. Esto
que decimos de las partes privadas es aplicable también a las partes pú-
blicas, de hecho el art. 258 §2 indica que la sentencia debe notificarse
siempre a la vez y del mismo modo, al defensor del vínculo, y, si intervino
en el proceso, también al promotor de justicia.
En caso de que las partes actúen por medio de curadores —que vie-
nen a suplir su incapacidad procesal— por estar privadas del uso de ra-

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zón, o sufrir algún trastorno mental o ser menor de catorce años (can.
1478, art. 97), son a éstos a quienes deberá notificarse la sentencia.
Si la parte no compareció, o no respondió antes de la definición de la
causa, tiene derecho, sin embargo, a saber cuál es el sentido del pronuncia-
miento del tribunal, ya que sigue siendo parte, por ello se le debe notificar la
sentencia (art. 134 §3), estableciéndose con carácter novedoso en el art. 258
§3 que, si expresamente hubiera renunciado a recibir cualquier notificación
relativa a la causa, ha de entenderse que renuncia a la facultad de obtener
una copia de la sentencia, en cuyo caso —respetando lo que disponga la ley
particular— se le puede —no es obligatorio, por tanto, sino opcional para el
tribunal— notificar la parte dispositiva de la sentencia638.

2. Necesidad de la publicación de la sentencia

El art. 257 §1 (can. 1614) habla de la publicación de la sentencia en tér-


minos de obligatoriedad, de modo que no se derivará efecto alguno hasta
que no se produzca la misma, ello incluso en el caso de que las partes, con
permiso del juez, hubieran tenido conocimiento de la parte dispositiva de
la sentencia (can. 1614, art. 257 §1); esta notificación que se hubiera podi-
do producir tras la decisión-definición de la sentencia, y que viene justifica-
da como un acto de atención hacia las partes que desean ardientemente co-
nocer la conclusión del tribunal, no produce ningún efecto.

3. La publicación de la sentencia ha de hacerse quam primum


(art. 257 §1).

El art. 257 §1 indica que la publicación ha de hacerse quam primum. Índice


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Desde el punto de vista de los plazos, sabemos que la sentencia debe dar-
se —redactarse, firmarse— antes de un mes desde el día en que se decidió
la causa, a no ser que, por una razón grave, los jueces del tribunal cole-
gial establezcan un plazo más largo (art. 249 §5, can. 1610 §3). Una vez
concretada esa redacción, y la consiguiente firma de todos los jueces, el
tribunal no puede descuidarse en la publicación de la sentencia, siendo
prudente que ésta se produzca no más allá de los tres o cuatro días. A pe-
sar de que no se señala ninguna específica responsabilidad derivada de la
dilación indebida de este deber de diligencia en la publicación de la sen-
tencia, sin embargo, si se verifica tal dilación, y si ésta es culpable, se po-
638.
Vid. Título V, III.3 y V.4.1.

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Título X: De los pronunciamientos del juez (arts. 246-262 DC) 469

dría acudir a las sanciones previstas por la vía disciplinaria (can. 1453-
1454, art. 72 y 35 §1).

4. En la sentencia deben indicarse los medios de impugnación


de la misma (art. 257 §2)

Según establece el can. 1614, al publicarse la sentencia deben indicar-


se los medios de impugnación de la misma. El art. 257 §1 —que corres-
ponde con el can. 1614—, omite el que al publicarse la sentencia se deban
señalar los medios de impugnación, limitándose a señalar en el §2 que, si
cabe apelación, al publicar la sentencia debe indicarse cómo se ha de in-
terponer y proseguir la misma, haciendo mención explícita de la facultad
de acudir a la Rota Romana, además de al tribunal de apelación del lugar.
Es verdad que la omisión del §1 queda paliada por el art. 253 §5, en don-
de expresamente se indica que debe constar en el texto de la sentencia la
referencia a los medios de impugnación de la misma, pero también es
cierto que con la omisión del §1, y con la referencia en el §2 únicamente a
la apelación, se viene a orientar sobre los medios de impugnación que de-
ben ser explicitados en las sentencias de nulidad matrimonial.
En este sentido, si no estamos ante una sentencia que puede originar
cosa juzgada formal —esto es, si no se produce conformidad con los pronun-
ciamientos anteriores, es decir, si es de primera instancia, o de segunda ins-
tancia no confirmativa—, no parece que sea necesario aludir expresamente
a la posibilidad de la querella de nulidad, ya que la sentencia es susceptible
de apelación, e incluso la propia querella de nulidad puede acumularse a la
misma (can. 1625); si estuviéramos ante dos sentencias conformes, por tra-
tarse de causas sobre el estado de la persona, sólo quedaría la vía del recurso
extraordinario de revisión (can. 1644, art. 290), en cuyo caso sería conve- Índice
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niente informar sobre la posibilidad del citado recurso.

5. Modo de hacer la publicación (art. 258)

La forma de la publicación de la sentencia definitiva está regulada en


el art. 258 (1615). Lo primero que se destaca es que la publicación no es
una simple divulgación, ni tampoco es sólo dar información, sino que pu-
blicar es intimar, es decir, es posibilitar una actuación determinada, en
concreto, posibilitar el que el sujeto interesado pueda plantear el prose-
guir la referida apelación, de la que se le ha informado oportunamente.
No hay publicación de la sentencia hasta que no se notifica la misma

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completamente redactada, es decir, con la concurrencia de los requisitos


establecidos en el can. 1612 (art. 253).
En este sentido, si el legitimado para ejercer el ius apelandi tuvo noticia
anticipada del pronunciamiento final, podrá preparar la apelación, sin em-
bargo los plazos no corren, ya que no puede computarse el tiempo hasta
que el perjudicado reciba conocimiento íntegro de la sentencia, incluida la
fundamentación jurídica y los razonamientos fácticos de la misma.
El CIC ’17 establecía tres modos de notificar (can. 1877). El can. 1615
y el art. 258 §1 establecen que la publicación se realice: o bien por la en-
trega de una copia las partes litigantes —sean privadas o públicas—, o
bien por la entrega de dicha copia a sus procuradores, en cuyo caso la fe-
cha de entrega nos indicará el día a quo para el cómputo de los quince
días útiles para la apelación (can. 1630 §1, art. 281 §1); o también acu-
diendo al envío de la copia a través del servicio público de correos, tal
como establece el can. 1509 §1 (art. 130 §1), en cuyo caso habrá que estar
a la fecha de recepción en lo que a la precisión del inicio del cómputo del
plazo para el ejercicio de la impugnación se refiere.
Teniendo en cuenta que el Código y la Instrucción están dirigidos a
todo el orbe, no se ha querido establecer con carácter universal un crite-
rio que garantizara que la notificación se ha realizado de manera correc-
ta, sino que se hace una remisión a las leyes particulares de cada lugar,
para que sean éstas las que regulen lo relativo a las notificaciones, salván-
dose siempre el que se deje constancia de la fecha de recepción, de modo
que se pueda iniciar el cómputo del tiempo para la apelación; de todo ello
habrá de quedar constancia en las actas del proceso.

6. Corrección de los errores materiales y de las omisiones de la


sentencia definitiva (art. 260, can. 1616) Índice
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Lo primero que hay que indicar, y está muy claro en la nueva distribu-
ción sistemática que hace el CIC ’83 y la Instrucción, es que la posibili-
dad de corrección material no es un medio de impugnación de la senten-
cia, sino que es una posibilidad que se permite al propio autor —al
colegio— de la sentencia expresar de la mejor manera su verdadera y
exacta declaración de voluntad, purificando la sentencia de aquellas defi-
ciencias materiales y de aquellos errores que pudieran sembrar dificultad
a la hora de comprender lo que se quiso afirmar.
Aunque se realice en un momento posterior, el acto de corregir la senten-
cia pertenece a la misma fase de elaboración. El art. 260 §1 hace una enume-
ración —que no se puede considerar exhaustiva, de hecho pueden verificar-

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se errores que no están previstos en dicha enumeración— de los distintos


supuestos de corrección de los errores y omisiones materiales de la senten-
cia: en primer lugar, en los casos de error material en la parte dispositiva, el
cual se pondrá de manifiesto seguramente al comprobar la contradicción
que existe entre la argumentación de la sentencia y el resultado dispositivo
final; en segundo lugar, en los casos de error material en la exposición de los
hechos o en las peticiones formuladas por las partes, de modo que resulte
conveniente posibilitar que el juzgador esclarezca que la exposición de los
hechos de la sentencia o las peticiones de las partes no responden a las reali-
dades respectivas constatadas en las actas procesales, de modo que lo corre-
gido sea coherente con la parte dispositiva de la sentencia (esta rectificación
no influye en la parte dispositiva, sino que viene a permitir que ésta esté me-
jor fundada); en tercer lugar, en los casos en lo que se haya omitido alguno o
todos los requisitos formales establecidos por el art. 253 §4 (can. 1612 §4).
En todos estos supuestos, la corrección debe ser realizada por el mismo
tribunal que dictó sentencia (art. 260 §1, can. 1616 §1), que habrá de actuar
dictando un decreto. La iniciativa para que se proceda a la corrección de la
sentencia puede venir, bien del propio tribunal que se percató del error o de
la omisión, o bien puede proceder de las partes —privadas o públicas—, las
cuales se habrán percatado del mismo después de la publicación.
En todo caso, bien sea iniciativa de las partes o del tribunal, el juez ha
de citar a las partes para informarles del error o de la omisión que se pre-
tende corregir, abriéndose un acto de audiencia de las partes por si éstas
tienen algo que oponer. Si ninguna parte tiene nada que alegar contra la
corrección propuesta, el tribunal dará un decreto procediendo a la co-
rrección o modificación, decreto que, por no ser de mero trámite, ha de
estar motivado (can. 1617, art. 261); este decreto se incorporará a las ac-
tas del proceso, debiendo ser publicado también de acuerdo a los cann.
1614 y 1615, computándose el inicio del plazo para apelar la sentencia a Índice
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partir de dicha publicación.


Si alguna de las partes se opone a la corrección —o el propio defensor
del vínculo, o el promotor de justicia si actuara—, se iniciará una cues-
tión incidental que deberá decidirse por decreto (art. 260 §2, can. 1616
§2), que recibirá la tramitación propia de las causas incidentales aunque
con algunas peculiaridades (por ejemplo, necesariamente habrá de resol-
verse por decreto, de hecho así se indica expresamente en el &2, cerrán-
dose la posibilidad que establece el can. 1589 §1 (art. 222 §1) de acudir a
la sentencia interlocutoria por existir razones especialmente graves).
Si en lugar de corrección propiamente dicha, se trata de omisión de
alguno de los requisitos que establece el art. 253 §4 (can. 1612 §4), lo que

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472 Carlos M. MORÁN BUSTOS

venimos comentando sobre la corrección de la sentencia es compatible


con la hipotética querella de nulidad al amparo del can. 1622, 3º y 4º, dis-
poniendo la parte de tres meses desde la publicación de la sentencia (can.
1623, art. 273), para interponer dicha querella en caso de que las citadas
omisiones no hubieran sido subsanadas válidamente639.

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639.
Cfr. DE DIEGO LORA. C., La sentencia…, cit., pp. 22-23.

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TÍTULO XI
EL ENVÍO DE LOS AUTOS AL TRIBUNAL
DE APELACIÓN Y LA TRAMITACIÓN
DE LA CAUSA EN SEGUNDA INSTANCIA
(Arts. 263-268 DC)

En el Título XI, la Instrucción desarrolla lo dispuesto en el sumamen-


te denso can. 1682, explicitando, a lo largo de sus seis artículos, cómo se
desarrolla el trámite de envío de los autos al tribunal superior y el proce- Índice
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dimiento para la confirmación por decreto de la sentencia declarativa de


la nulidad en primera instancia. Igualmente se incluyen en este Título
normas referentes a la tramitación de la causa en segunda instancia, tan-
to en caso de sentencias afirmativas como en caso de existencia de apela-
ciones, con especial atención a la posibilidad procesal —específica de las
causas de nulidad matrimonial— de añadir nuevos capítulos de nulidad
en apelación, para ser juzgados como en primera instancia.
En cualquier caso, pese a su extensión y a la abundancia de artículos
sin paralelismo alguno en el Código, no se detectan en este Título, en lí-
neas generales, innovaciones sustanciales en esta materia. Al contrario,

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478 Carmen PEÑA GARCÍA

la mayoría de las novedades introducidas por la Instrucción constituyen


meras aclaraciones o concreciones derivadas de la regulación codicial y
de los principios generales del proceso, puestas de manifiesto repetida-
mente por la doctrina y la jurisprudencia canónica, cuya inclusión y ex-
plicitación en la Instrucción contribuirá a facilitar su conocimiento y co-
rrecta aplicación por parte de tribunales periféricos y a evitar praxis
incorrectas.

I. EL PROCEDIMIENTO DE REMISIÓN DE OFICIO DE LOS


AUTOS AL TRIBUNAL SUPERIOR TRAS UNA PRIMERA
SENTENCIA DECLARATIVA DE LA NULIDAD (ART. 264)

En el actual ordenamiento canónico, el legislador codicial ha regula-


do, como una de las peculiaridades propias del proceso ordinario de nuli-
dad matrimonial, un procedimiento específico para el traslado de oficio
de los autos al tribunal superior en aquellos supuestos en que el tribunal
declare por vez primera la nulidad, con independencia de que las partes
hayan o no interpuesto recurso contra dicha sentencia. Así se recoge en el
art. 264 de la Instrucción, que, reproduciendo el can. 1682 §1, establece
que «la sentencia que declara por vez primera la nulidad de un matrimo-
nio, junto con las apelaciones, si las hay, y demás actas del proceso, debe
transmitirse de oficio al tribunal de apelación dentro del plazo de veinte
días a partir de la publicación de la sentencia».
Se trata de un procedimiento específico, distinto e independiente de
los recursos que, en cualquier caso, pueden las partes interponer contra
la sentencia de instancia —recursos que vienen regulados en el Título XII
de la Instrucción— y que resulta de aplicación únicamente en caso de
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aquellas sentencias afirmativas que declaren la nulidad por al menos al-


guno de los capítulos invocados por la parte. Este procedimiento resulta
de aplicación únicamente en las causas de nulidad tramitadas por el pro-
ceso contencioso ordinario —las más abundantes—, pero no en las nuli-
dades declaradas por proceso documental, proceso en el cual adquirirá
firmeza y será ejecutiva una única sentencia afirmativa no apelada por
ninguna de las partes, públicas o privadas.
La obligación del tribunal de remitir los autos al tribunal superior
surgirá respecto a todas las sentencias que declaren por vez primera la
nulidad del matrimonio, con independencia del grado de juicio en que la
misma se haya dictado: por ejemplo, el art. 264 será igualmente de apli-
cación en el supuesto de la sentencia del tribunal de apelación que, revo-

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 479

cando la sentencia negativa del tribunal de instancia, declare la nulidad


por primera vez.

1. Fundamento y naturaleza jurídica

Este peculiar procedimiento tiene su fundamento en la exigencia legal


de la duplex conformis, recogida en el art. 301 §1 y can. 1684 §1, según la
cual la declaración de nulidad de un matrimonio hecha en el proceso or-
dinario no se considerará firme y ejecutiva hasta que no existan dos sen-
tencias afirmativas conformes640. Este instituto procesal de la conformi-
dad de sentencias o duplex conformis provoca profundas modificaciones
en el sistema de impugnación de las decisiones judiciales, al resultar in-
suficiente, para considerar nulo un matrimonio, una única sentencia afir-
mativa, aunque la misma hubiese sido admitida por todas las partes liti-
gantes, incluido el defensor del vínculo.
La duplex conformis constituye un instituto procesal controvertido, que,
a lo largo de sus más de 250 años de vigencia, ha suscitado una notable di-
versidad de opiniones acerca tanto de la conveniencia de su mantenimiento
como de la oportunidad y acierto de su regulación positiva641. Este peculiar
instituto canónico refleja la necesidad de la Iglesia de tutelar la validez del
vínculo matrimonial, garantizando una ulterior revisión de la sentencia —y
de la corrección del proceso— realizada por el tribunal superior, con el fin
de evitar posibles arbitrariedades, desconocimiento del derecho, aplicación
del mismo con mentalidad disolubilista... y, en este sentido, significa una op-
ción decidida del ordenamiento procesal canónico por la primacía de la ver-
dad material sobre la verdad formal resultante de la sentencia definitiva642.

640.
La exigencia procesal de la duplex conformis no se cumple únicamente con la existencia de Índice
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dos resoluciones que declaren la nulidad del matrimonio, sino que requiere que ambas sentencias
sean conformes, sea con la conformidad formal o literal prevista en el can. 1641, 1º, que exige la
igualdad del motivo o capítulo por el que se declara la nulidad del matrimonio, sea con la conformi-
dad equivalente o sustancial, expresamente reconocida en el art. 291 de la Instrucción Dignitas Con-
nubii: vid. Título XII, IV.6.2.
641.
El mantenimiento o supresión de la duplex conformis fue uno de los temas más debatidos
en los sucesivos Esquemas de la Instrucción Dignitas Connubii. También a nivel doctrinal la proble-
mática es notable, pudiendo citarse como testimonio de este interés, entre otros, AA.VV., La doppia
conforme nel processo matrimoniale. Problemi e prospettive, Ciudad del Vaticano 2003; CALVO TOJO,
M., Reforma del proceso matrimonial anunciada por el Papa, Salamanca 1999, pp. 337-354; ERLEBA-
CH, G, L’impugnazione della sentenza e l’invio ex officio della causa al tribunale di appello nell’instr.
Dignitas Connubii, en «Ius Ecclesiae» 18, 2006, pp. 439-463; LÓPEZ ZUBILLAGA, J.L., La doble deci-
sión conforme en el proceso canónico, Salamanca 2003.
642.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can. 1682, en Comentario exegético al Código de De-
recho Canónico, cit, pp. 1913-1914.

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480 Carmen PEÑA GARCÍA

Desde su introducción en 1741, la exigencia de la duplex conformis


iba acompañada de la obligación ex lege del Defensor del vínculo de ape-
lar contra la sentencia que declarase por primera vez la nulidad de un
matrimonio, con el fin de permitir que otro tribunal pudiese volver a es-
tudiar la causa y, en su caso, se dictase la doble sentencia requerida643.
Esta apelación obligatoria por el defensor del vínculo contra toda senten-
cia declarativa de la nulidad planteaba, sin embargo, no pocos problemas
procesales respecto a la configuración y actuación del defensor del víncu-
lo, y, con buen criterio, se ha visto sustituida, en el Código actual, por el
procedimiento del can. 1682 §1 (art. 264) de traslado de oficio de los au-
tos al tribunal superior en el supuesto de sentencias declarativas de la nu-
lidad.
En cuanto a la naturaleza jurídica de este procedimiento, parte de la
doctrina tendía a considerar que el procedimiento de traslado de oficio
de los autos al tribunal superior constituye una verdadera apelación, con
la peculiaridad de venir impuesta por ley644. A mi juicio, sin embargo, el
can. 1682 §1 regula un procedimiento específico para la revisión en se-
gunda instancia de la sentencia dada en primera645, procedimiento distin-
to y autónomo respecto al recurso de apelación, que tiene su propia con-
figuración procesal —recurso jerárquico, potestativo, ordinario—
incompatible con este procedimiento.
En efecto, la configuración del traslado de los autos del art. 264 como
una apelación automática o ex lege introduce en las causas de nulidad
matrimonial una modificación profunda del concepto mismo de la apela-
ción, de modo que, en dichas causas, la apelación saldría del ámbito de

643.
Indudablemente, hubiese carecido de lógica procesal que la parte favorecida por la senten-
cia declarativa de la nulidad tuviese que apelar una resolución que le era favorable.
644.
En este sentido, por ejemplo, se pronuncia DE DIEGO-LORA, Comentario al can. 1682, cit, Índice
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pp. 1912-1915; IGLESIAS ALTUNA, J.M., Procesos matrimoniales canónicos, Madrid 1991, p. 200, nota
147; PINTO, P.V., I processi nel Codice di Diritto Canonico, Ciudad del Vaticano 1993, p.517... También
Calvo Tojo, aunque desde posiciones fuertemente críticas, atribuye a este procedimiento la naturale-
za de apelación por parte de la ley (Cfr. CALVO TOJO, M., Reforma del proceso matrimonial anunciada
por el Papa, cit., p. 342).
645.
En este sentido me pronuncié hace tiempo (vid. PEÑA GARCÍA, C., Procesos canónicos ma-
trimoniales de nulidad y disolución, en ed. O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil,
separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 248-257), siguiendo el magisterio de García Faílde: GARCÍA
FAÍLDE, J.J., Nuevo Derecho procesal canónico, Salamanca 1992, 280; ID., Tratado de Derecho procesal
canónico, Salamanca 2005, p. 421. También se oponen a la consideración del procedimiento del can.
1682 como una apelación automática, entre otros, ARROBA CONDE, M.J., Diritto procesuale canonico,
Roma 2001, p. 500; LLOBEL, J., Los títulos de competencia en la Instrucción «Dignitas connubii»: al-
gunas cuestiones problemáticas, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R., Puntos de especial dificultad en Dere-
cho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y rela-
ciones Iglesia-Estado, Madrid, en prensa.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 481

los derechos dispositivos de las partes —que exigen la existencia de una


parte perjudicada que recurra la sentencia— y se ubicaría en el ámbito de
los derechos integrantes del bien público eclesial, que es lo que justifica-
ría la apelación de oficio por mandato legal por parte del tribunal infe-
rior. Por otro lado, como ha destacado la doctrina crítica, no deja de re-
sultar extraño e incluso contradictorio que un tribunal apele, aunque sea
por mandato legal, contra la sentencia definitiva dictada por él mismo.
Por el contrario, resulta perfectamente coherente con el concepto or-
dinario de apelación la comprensión del traslado de oficio de los autos
del can. 1682 (art. 264 DC) como un procedimiento específico que regula
—aunque sea de modo incompleto y dentro de una genérica remisión a
los trámites de la apelación— la actuación del tribunal inferior en un su-
puesto muy concreto: el de sentencias que declaren por primera vez la
nulidad del matrimonio.
Por otro lado, la misma configuración normativa de este procedi-
miento parece excluir su identidad con el recurso de apelación, puesto
que tanto el can. 1682 §1 como del art. 264 de la Instrucción distin-
guen claramente entre este mecanismo de remisión ex officio de los au-
tos —como obligación impuesta al tribunal inferior— y la existencia de
posibles apelaciones. Es, por consiguiente, el mismo legislador quien re-
serva el concepto de apelación a los recursos interpuestos por las partes,
sean éstas públicas o privadas. La Dignitas Connubii, por su parte, re-
fuerza esta interpretación, al tratar separadamente, en títulos distintos, la
regulación de este procedimiento para la remisión de la causa al tribunal
de apelación (Título XI) y la apelación, que ubica en el Título XII, dedica-
do a los recursos.

2. Normas sobre el procedimiento de remisión de los autos Índice


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Una vez declarada, por primera vez, la nulidad de un matrimonio, el


tribunal de instancia tiene un plazo de veinte días —a contar desde la pu-
blicación de la sentencia— para trasmitir de oficio al tribunal superior
las actas del proceso, junto con las apelaciones, en caso de que hubieran
sido interpuestas. El traslado se hará mediante decreto del juez, que de-
berá ser notificado a todas las partes personadas.
Este plazo de veinte días que fija el art. 264 es diferente del plazo pe-
rentorio de quince días útiles que tienen las partes públicas y privadas
que se consideren perjudicadas por la sentencia para interponer apela-
ción contra la misma (art. 281, can. 1630 §1), y constituye un reflejo de la
voluntad del legislador de favorecer la rapidez en la administración de la

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482 Carmen PEÑA GARCÍA

justicia. No obstante, pese a esta obligación de diligencia por parte del


juez, hay que tener presente que dicho plazo exige y presupone la efectiva
publicación de la sentencia a todas las partes, conforme al art. 258, de
modo que el tribunal de instancia no deberá mandar los autos al tribunal
superior mientras no haya transcurrido el plazo para que todas y cada
una de las partes —incluida la ausente— puedan, si lo estiman conve-
niente, interponer recurso de apelación (art. 265 §2).

II. LA TRAMITACIÓN DE LA CAUSA EN SEGUNDA INSTANCIA

Como se ha indicado, la remisión de los autos al tribunal superior pre-


vista en el art. 264 debe hacerse siempre que el tribunal declare por pri-
mera vez la nulidad, con independencia de la instancia en que dicha sen-
tencia afirmativa haya sido dictada. Sin embargo, una vez recibidas las
actas en el tribunal superior, el procedimiento a seguir será distinto se-
gún la sentencia afirmativa haya sido dictada en primera instancia o no:
1º. Si la sentencia declarativa de la nulidad ha sido dictada en prime-
ra instancia, la misma podrá, en su caso, ser confirmada por de-
creto, beneficiándose del llamado proceso brevior del art. 265,
procedimiento que permite alcanzar de modo más breve y rápido
las dos sentencias conformes necesarias para la firmeza y ejecuti-
vidad de la sentencia declarativa de la nulidad.
2º. Por el contrario, si la sentencia declarativa de la nulidad ha esta-
do precedida de otra u otras sentencias negativas, el art. 266, sa-
liendo al paso de praxis procesales incorrectas, aclara que deberá
ser examinada por el tribunal superior mediante el trámite ordi-
nario y resuelta por sentencia, sin que sea aplicable a estas cau-
sas el procedimiento del art. 265646. Índice
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En cualquier caso, en el proceso contencioso ordinario, el tribunal


que conozca la causa en segunda o ulterior instancia, sea por los trámites
del art. 265 o por los trámites ordinario, deberá ser necesariamente cole-
gial, bajo pena de nulidad —sanable— de sentencia647. Así lo exige el art.
263, que, remitiéndose a lo establecido en el art. 30 §4, sale al paso de
usos forenses indebidos detectados en algunos tribunales.

646.
En ningún caso cabe, por supuesto, la aplicación del proceso brevior a las sentencias nega-
tivas apeladas por la parte que se considera perjudicada, como también explicita el art. 266.
647.
En el proceso documental, por el contrario, el tribunal de apelación es unipersonal: vid.
comentario art. 299, en Título XIII, VIII.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 483

1. El proceso brevior del art. 265

El art. 265 recoge y desarrolla, con notable detenimiento, el procedi-


miento sintéticamente regulado por el legislador codicial en el denso can.
1682 §2. Este canon establece la posibilidad de confirmar por decreto,
tras un procedimiento especialmente rápido, la sentencia declarativa de
la nulidad en primera instancia, siempre que el tribunal de segunda ob-
tenga, a partir de la prueba practicada en el tribunal a quo, la necesaria
certeza moral acerca de la nulidad.
Este proceso brevior para la confirmación de la sentencia por decreto,
cuyo antecedente inmediato se halla en el Motu Proprio Causas matrimo-
niales648, tiene como finalidad compaginar la necesaria salvaguarda de la
solidez del vínculo matrimonial —con el mantenimiento de la duplex con-
formis— con la exigencia de dar pronta respuesta a las pretensiones de
los litigantes, evitando que éstos, especialmente en los supuestos de nuli-
dad clara, permanezcan largo tiempo en la duda acerca de su situación
matrimonial por culpa de la dilatada tramitación de las causas.

1.1. Naturaleza jurídica

El proceso brevior es un proceso judicial —no administrativo— de na-


turaleza especial y sumaria, lo que le distingue de la apelación. Tanto el
recurso de apelación como la misma revisión en vía ordinaria hecha por
el tribunal superior por exigencias de la duplex conformis tienen, de suyo,
carácter de proceso plenario, en cuanto que permiten un nuevo juicio,
por parte del tribunal superior, sobre todos los aspectos juzgados por el
tribunal de primera instancia. Por el contrario, el procedimiento para la
confirmación por decreto tiene naturaleza sumaria, en cuanto que su ob-
Índice
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jeto viene limitado por ley, de modo que, en este proceso, el tribunal supe-
rior no podrá decidir, como en la apelación, si la sentencia anterior se
confirma o se reforma en todo o en parte, sino que el objeto de su deci-
sión —definido por el mismo can. 1682 §2— vendrá limitado a la siguien-
te disyuntiva: o se confirma la sentencia afirmativa de primera instancia,
648.
El Motu Propio Causas matrimoniales, dado por Pablo VI el 28 de marzo de 1971, introdu-
jo por primera vez en el ordenamiento procesal canónico la posibilidad de confirmación de la sen-
tencia afirmativa por decreto, con el fin de permitir una tramitación más rápida de los procesos ma-
trimoniales, que contribuyese a evitar, mediante las normas procesales oportunas, que la excesiva
duración en la tramitación de las causas matrimoniales -en las que entran en juego las necesidades e
inquietudes espirituales de los fieles— agrave la situación espiritual de éstos. Sobre el origen de este
proceso vid. UGGÉ, B., La fase preliminare/abbreviata del processo di nullità del matrimonio in secon-
do grado di giudizio a norma del can.1682 §2, Roma 2003, pp. 11-98.

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484 Carmen PEÑA GARCÍA

al menos respecto a alguno de los capítulos por los que se declaró la nuli-
dad, o, por el contrario, se admite la causa para ser nuevamente exami-
nada mediante trámite ordinario por el tribunal de apelación.
En ningún caso cabe —sería nula dicha resolución— que el tribunal
superior diese en este proceso abreviado un decreto definitivo reforman-
do la sentencia de instancia y declarando que no consta la nulidad del
matrimonio. Dicha decisión no sólo vulneraría el carácter sumario de
este proceso y la normativa procesal que lo regula sino que, más honda-
mente, afectaría al mismo derecho de defensa de la parte, que se vería
gravemente vulnerado, lo que provocaría la nulidad del decreto en virtud
del can. 1620, 7º 649.
El proceso abreviado para la confirmación por decreto de la senten-
cia afirmativa no está reservado a los supuestos de ausencia de contradic-
torio procesal, sino que resulta compatible con la existencia de apelacio-
nes u otros recursos —por ejemplo, querella de nulidad—, tanto de las
partes públicas como privadas. Además, en el supuesto de existencia de
recursos contra la sentencia afirmativa, la naturaleza especial de este
proceso prima sobre el régimen general de la apelación, de modo que el
tribunal podría confirmar por decreto la sentencia afirmativa a pesar de
la existencia de dichos recursos650: en efecto, la interposición de estos re-
cursos no vincula al tribunal superior, de modo que si el colegio estima
que de las pruebas practicadas en primera instancia se concluye con total
certeza la nulidad del matrimonio podrá confirmar por decreto, sin más
trámites, la sentencia de primera instancia651.
649.
Cfr. decreto rotal c. Burke, 20 de enero de 1994, Chilaven en «Il Diritto Eclesiastico» 107,
1996, pp. 109-114. Muy crítico con esta disposición se muestra López Zubillaga, quien defiende la
conveniencia de que el tribunal superior pudiese dar también un decreto de no confirmación de la
sentencia de instancia, con el fin de evitar lo que a su juicio constituye un doble juicio –al dar el de-
creto de paso a trámite ordinario y al dar la sentencia definitiva— del mismo tribunal sobre la misma Índice
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causa: LÓPEZ ZUBILLAGA, J.L., La segunda instancia en las causas matrimoniales, en ed. RODRÍGUEZ
CHACÓN, R.–RUANO ESPINA, L., Cuestiones vivas de Derecho matrimonial y procesal canónico. Institu-
ciones canónicas en el marco de la libertad religiosa (XXV Jornadas de la Asociación Española de Ca-
nonistas), Salamanca 2006, pp. 82-86. No comparto, sin embargo, esta posibilidad, que sería difícil-
mente conciliable con el derecho de defensa de las partes, como ha destacado la jurisprudencia rotal:
indudablemente, el envío de la causa a trámite ordinario permite, con la apertura del proceso plena-
rio, que la parte actora aduzca las pruebas y argumentos necesarios para intentar llevar al juzgador
de apelación a la certeza moral sobre la nulidad.
650.
No obstante, si se ha interpuesto querella de nulidad conjuntamente con la apelación, de-
berá siempre el tribunal superior resolver en primer lugar sobre la nulidad de la sentencia de prime-
ra instancia, y, solo si decreta que ésta no es nula, podrá dictar decreto confirmando dicha sentencia.
651.
Pese al silencio del Código y de la Instrucción Dignitas Connubii al respecto, ésta es la
praxis comúnmente admitida en doctrina y jurisprudencia, a raíz de una interpretación auténtica de
la Comisión Pontificia de Intérpretes de los Decretos del Concilio Vaticano II, de fecha 31 de octubre
de 1973, sobre esta cuestión.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 485

No obstante, en la práctica, lo cierto es que puede resultar difícil con-


ciliar la celeridad y ausencia de prueba característica de este procedi-
miento de confirmación por decreto de la sentencia de primera instancia
con la exigencia procesal de evitar la indefensión de las partes, con rela-
ción al ius apellandi de los litigantes. Por consiguiente, en caso de exis-
tencia de apelaciones, considero que, excepto en los supuestos de apela-
ciones meramente dilatorias y claramente infundadas, deberán los jueces
tener especial cuidado a la hora de dictar decreto confirmatorio, debien-
do prevalecer a mi juicio —en caso de duda sobre el fundamento de la
apelación— la tutela del derecho de defensa de las partes.
Por último, una nota característica de este proceso, exigida por la mis-
ma finalidad que le sirve de fundamento, es la brevedad o rapidez con
que deben realizarse los trámites procesales: conforme exige el art. 265 y
el can. 1682,2, todo este procedimiento deberá tramitarse continenter, es
decir, sin demoras, dilaciones o trámites innecesarios652.

1.2. Tramitación del proceso brevior


Recibidos los autos del tribunal de instancia en el tribunal de apelación,
debe dictarse, cuanto antes, el decreto de constitución del tribunal. Este de-
creto debe ser notificado a las partes por si quieren proponer alguna excep-
ción dentro del plazo que al efecto conceda el tribunal653, plazo que general-
mente será breve por la exigencia procesal de que se tramite continenter.
En virtud del principio de rapidez y concentración que impregna este
procedimiento, generalmente este decreto de constitución suele tener un
contenido más amplio que la mera constitución del tribunal de apelación
stricto sensu: así, en el mismo se requiere a las partes —caso de no gozar
del gratuito patrocinio— que proceden al pago de las costas del Tribunal,
se les concede plazo para que presenten excepciones y, si lo desean, pro- Índice
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pongan sus observaciones o alegaciones al tribunal, se da traslado de las


actas al defensor del vínculo para que emita su voto... (art. 265 §2).
El carácter sumario de este procedimiento lleva aparejada notables
peculiaridades en su tramitación: no es necesario fijar expresamente la
fórmula de dudas, que viene implícitamente formulada; no cabe tampoco
practicar pruebas en este proceso; y, aunque sí es posible la presentación
652.
No debe confundirse esta exigencia de agilidad procesal y rapidez, que impregna todo este
procedimiento en su conjunto, con aquellos trámites concretos que, por mandato legal, deban ser
tramitados expeditissime, y que llevan aparejada, a tenor del can. 1629,5º, la inapelabilidad de los
mismos: vid. comentario art. 280 §5, en Título XII, III.3.5.
653.
Aunque generalmente la excepción invocada en este momento es la recusación de algún
ministro del tribunal, nada impide en principio que se formulen otras excepciones.

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486 Carmen PEÑA GARCÍA

de alegatos por parte de los litigantes, no existe propiamente discusión de


la causa, en cuanto que no se intercambian dichos escritos.
Tanto el can. 1682 §2 como el art. 265 §2 de la Dignitas permiten a to-
das las partes —con independencia de que hayan interpuesto apelación o
no— presentar sus alegaciones sobre la conveniencia o no de confirmar
por decreto la sentencia de instancia, lo cual deberá ser hecho en el plazo
y forma señalado por el tribunal. A este respecto, es claro que, si la parte
—haya apelado o no— se opone a la confirmación por decreto de la sen-
tencia declarativa de la nulidad, deberá ser especialmente diligente y,
dentro del plazo que al efecto se conceda en el decreto de constitución del
tribunal654, presentar las alegaciones exponiendo y desarrollando las ra-
zones que apoyen su pretensión, así como los motivos que hagan necesa-
ria la práctica de alguna nueva prueba, lo cual obligaría —de estimar el
tribunal la necesidad y admisibilidad de la prueba propuesta en este mo-
mento— a la remisión de la causa a trámite ordinario.
Igualmente, también podrá la parte a la que interese la declaración de
nulidad de su matrimonio, si lo estima conveniente, manifestar las razones
que a su juicio permitan la confirmación de la sentencia afirmativa dictada
en primera instancia, realizando un examen crítico de dicha sentencia, con
el fin de que sus argumentaciones puedan ser tenidas en cuenta por el tri-
bunal. Aunque en la práctica no es habitual que la parte beneficiada con la
declaración de nulidad presente estas alegaciones, limitándose por lo ge-
neral a esperar la resolución del tribunal y no interviniendo activamente
más que en el supuesto de que los jueces acordaran el paso de la causa a
examen ordinario, lo cierto es que en ocasiones puede ser conveniente que
la parte favorecida por la primera resolución presente estas alegaciones,
especialmente en aquellos casos en que la sentencia dictada por el tribunal
de primera instancia tuviese una motivación débil, o hubiese cometido
errores en la aplicación del derecho o en la valoración de la prueba que pu- Índice
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diesen hacer peligrar la confirmación de la misma por el tribunal superior.

1.3. Consideraciones sobre la actuación del defensor del vínculo


en este proceso
En el supuesto de que el defensor del vínculo de primera instancia —el
cual no puede actuar ante el tribunal superior— hubiese interpuesto al-
654.
Siendo este decreto el único que, en principio, es obligatorio dictar en este procedimiento
—hasta el decreto que resuelva si confirmar la sentencia o pasar la causa a trámite ordinario—, po-
drán siempre las partes, hayan o no apelado, presentar dichas alegaciones, incluso en el supuesto de
que —contraviniendo lo dispuesto en el art. 265 §2 DC— nada dijera al respecto el decreto; en este
caso, deberán presentarlas a la mayor brevedad posible para que no sean rechazadas por el tribunal.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 487

gún recurso contra la sentencia, los mismos dependerán de que sean pro-
seguidos por el defensor del vínculo de segunda instancia. El defensor del
vínculo del tribunal de apelación no queda vinculado en modo alguno
por la actuación del de primera instancia, de modo que, en caso de recur-
so interpuesto por el defensor del tribunal inferior, el del tribunal supe-
rior deberá valorar el fundamento de dicha impugnación y decidir si por
su parte la mantiene.
En cualquier caso, existan o no apelaciones, el defensor del vínculo de
segunda instancia deberá siempre presentar sus observaciones, en las
cuales, una vez examinadas todas las actuaciones practicadas en primera
instancia —así como los recursos presentados por las partes, si los hubie-
re— indicará si tiene algo que objetar a la ratificación por decreto de la
sentencia de nulidad dictada en la instancia anterior.
Este informe del defensor del vínculo —voto lo denomina el art.
265 §2— podrá abarcar tanto cuestiones de derecho sustantivo como
de derecho procesal655, y deberá contener al menos un razonamiento
crítico sobre si la sentencia tiene fundamento objetivo en la prueba
practicada en autos, si estas pruebas han sido valoradas conforme a
derecho por el tribunal inferior, si ha sido correcta la aplicación del
derecho sustantivo en la resolución de la causa y si se han observado
las normas procesales en la tramitación de la misma. A este respecto,
el art. 56 §6 recuerda la necesidad de que el defensor del vínculo sea
diligente en su revisión de las actas del proceso, así como su obliga-
ción de–aunque pueda referirse a las observaciones del defensor del
vínculo de primera instancia— presentar siempre sus propias observa-
ciones que, en este caso, girarán sobre la posibilidad o no de confir-
mar por decreto la sentencia.
Existe, no obstante, en este procedimiento de confirmación de la sen-
tencia por decreto, un cierto matiz en la labor del defensor del vínculo, Índice
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motivado por las circunstancias: mientras que, en primera instancia, este


ministerio público únicamente podía o bien presentar argumentos a fa-
vor de la validez del vínculo, o bien manifestar que, dada la ausencia de
argumentos razonables pro vinculo, no tenía nada que oponer a la decla-
ración de nulidad —pero sin argüir nunca argumentos que apoyasen esta
nulidad—, en esta segunda instancia el Defensor se encuentra ya ante
una sentencia afirmativa, correspondiéndole, conforme se ha señalado,
realizar un Informe sobre la corrección de dicha sentencia, aunque siem-

655.
Cfr. COLAGIOVANNI, E., De innovatione processus matrimonialis in iure et in iurisprudentia
S.R. Rotae, en «Monitor Ecclesiasticus» 98, 1973, pp. 42-43.

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488 Carmen PEÑA GARCÍA

pre desde su propia configuración procesal656. En este sentido, los razo-


namientos del defensor del vínculo respecto a la sentencia declarativa de
la nulidad nunca podrán ir más allá —en virtud de la configuración legal
de este ministerio— del reconocimiento de la corrección del juicio y de la
valoración de la prueba hechos por el tribunal inferior y la manifestación
de no tener nada que oponer a la ratificación por decreto de la sentencia
declarativa de la nulidad, sin que pueda señalar, caso de haberlos, la exis-
tencia de otros argumentos pro nullitate no recogidos en la sentencia.

1.4. La finalización del proceso abreviado


Como último acto dentro de este proceso sumario, deberá el tribunal,
una vez ha presentado sus observaciones el defensor del vínculo y, en su
caso, las partes, dictar decreto por el que resuelva si procede confirmar
la sentencia declarativa de la nulidad dictada en primera instancia o si,
por el contrario, debe admitirse la causa para su examen por el trámite
ordinario.
Dicho juicio, que corresponde al tribunal colegiado, conforme re-
cuerda el art. 263 §2, deberá hacerse teniendo a la vista todos los au-
tos de la causa. En este sentido, advierte el art. 265 §3 que «todas las
actas deben obrar en poder de los jueces antes de que el colegio dicte
el decreto a que se refiere el párrafo primero». Sorprende, sin embar-
go, pese a su obviedad, los términos en que viene formulada esta ad-
vertencia, pues no se ve como podría tampoco el defensor del vínculo
haber hecho adecuadamente sus observaciones sin tener todas las ac-
tas de la causa.
Una vez estudiados diligentemente los autos, los jueces, de conformi-
dad con los criterios del art. 245, deberán decidir si han alcanzado la cer-
teza moral relativa a la nulidad del matrimonio, en cuyo caso dictarán Índice
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decreto confirmatorio, o si no han alcanzado dicha certeza o necesitan


completar la prueba al respecto, en cuyo caso darán decreto de paso de la
causa a trámite ordinario. Se trata, sin embargo, de dos decretos de muy
diversa naturaleza: decisorio y definitivo el primero, y no definitivo el se-
gundo.

656.
Esta distinción entre la actuación del defensor del vínculo en primera y ulterior instancia
resultaba especialmente claro en la regulación del M.P. Causas matrimoniales, en el cual contrastaba
la obligación del Defensor del vínculo de primera instancia de apelar la sentencia afirmativa dentro
del plazo legal (Norma VIII,1), con la obligación del Defensor de segunda instancia de presentar un
informe manifestando «si tiene o no algo que oponer a la decisión dada en primer grado» (Norma
VIII §2).

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 489

2. El decreto confirmatorio de la sentencia

2.1. Naturaleza jurídica y requisitos


El decreto confirmatorio o ratificatorio es un decreto judicial deciso-
rio, que tiene fuerza de sentencia definitiva y confiere firmeza a la decla-
ración de nulidad, que podrá ser inmediatamente ejecutada. El decreto
que confirma la sentencia de nulidad dictada en primera instancia da lu-
gar a la firmeza de la misma y produce los efectos de la doble sentencia
conforme, de tal modo que no cabe ningún recurso ordinario contra el
mismo; el decreto confirmatorio válido únicamente podrá ser impugna-
do mediante el recurso extraordinario de revisión o nueva proposición de
la causa, conforme al art. 290 §2 y can. 1684 §2657. Por tanto, de confor-
midad con el art. 301 §1 (can. 1684 §1), cuando la sentencia de primera
instancia haya sido corroborada por decreto, aquellos cuyo matrimonio
haya sido declarado nulo podrán inmediatamente contraer nuevas nup-
cias, a partir del momento de la notificación de dicho decreto, a no ser
que se les hubiese impuesto un vetitum
Precisamente en base a la definitividad y firmeza de este decreto, el
art. 265 §4 de la Dignitas Connubii recuerda e insiste en la necesidad de
motivación del decreto confirmatorio, que deberá contener, como requi-
sito ad validitatem, al menos sumariamente los motivos de la decisión. Se
trata de una concreción de la norma general del art. 261 (can. 1617), que
exige, bajo pena de nulidad sanable (art. 272, 2º, can. 1622, 2º), que todo
decreto no de mero trámite exponga, al menos de un modo sumario, los
motivos de la decisión, o bien remita a motivos expresados ya en la reso-
lución de primera instancia. A este respecto, resulta significativa la omi-
sión, en el art. 265 §4, de cualquier referencia a esta posibilidad de remi-
sión a los motivos contenidos en la sentencia inferior: a la luz de la Índice
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Instrucción, es claro que, para la validez, deberán exponerse en el decre-


to ratificatorio, aunque sea de modo sumario, las razones justificativas de
la decisión que se adopta, sin que sea suficiente una genérica remisión a
los razonamientos contenidos en la sentencia de instancia. Se trata de
una especificación a nuestro juicio oportuna, especialmente teniendo en
cuenta que este decreto confirmatorio es un pronunciamiento judicial de-
finitivo del tribunal superior, adoptado tras realizar un completo examen
y valoración de todo lo actuado en primer grado, que confiere ejecutivi-
dad a la sentencia que declara la nulidad.

657.
Vid. Título XII, IV.6.

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490 Carmen PEÑA GARCÍA

Más problemática resulta, sin embargo, a mi juicio, la exigencia —tam-


bién contenida en el art. 265 §4 y también exigida ad validitatem— de que
en el decreto ratificatorio se dé respuesta a las observaciones del defen-
sor del vínculo y en su caso de las partes. Aunque, como se ha dicho, la
exigencia de motivación, no sólo de un decreto con fuerza de sentencia
definitiva, sino de todo acto procesal que no sea de mero trámite, debe
ser un principio fundamental de toda actuación judicial, para evitar arbi-
trariedades, encuentro un tanto peligrosa la obligación formal que intro-
duce la Instrucción de responder a las observaciones del defensor del vín-
culo o de la parte, en cuanto que podrían multiplicarse las querellas de
nulidad de decretos suficientemente motivados, en base al argumento de
que se ha dejado sin respuesta alguna de las críticas u objeciones hecha
por la parte opuesta a la nulidad.
Por último, interesa destacar que, en el supuesto de que la sentencia
de primera instancia hubiese declarado la nulidad por varios capítulos,
nada se opone a la posibilidad de una confirmación parcial de la misma
por el proceso brevior, de modo que se dicte decreto ratificatorio única-
mente respecto a alguno de los capítulos de nulidad recogidos en la sen-
tencia de instancia, sin entrar a decidir definitivamente sobre aquellos
respecto a los cuales el tribunal de apelación no haya alcanzado la nece-
saria certeza. Así lo clarifica el art. 265 §6, que recoge la consolidada
praxis jurisprudencial en esta materia, coherentemente con el presupues-
to procesal de que cada capítulo —causa petendi— por el que se pide la
declaración de nulidad del matrimonio constituye una acción de nulidad
distinta.

2.2. Contenido del decreto confirmatorio


El decreto confirmatorio de la sentencia de nulidad dictada en prime- Índice
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ra instancia tiene un contenido legalmente establecido, que se distribuye


en un esquema típico: tras el encabezamiento identificativo de la causa y
de todos los que han intervenido en ella, se realizará una breve exposi-
ción de los hechos y del desarrollo del proceso en la primera instancia,
con una breve referencia a las observaciones del Defensor del vínculo de
segunda instancia y a la existencia, en su caso, de apelaciones u otros re-
cursos interpuestos por las partes; a continuación, se recogen brevemen-
te los fundamentos de derecho aplicables al caso, tras lo cual se realiza la
exposición de los resultados de las pruebas practicadas en primera ins-
tancia y la valoración que de las mismas hace el tribunal de apelación; se
contesta, en su caso, a las objeciones puestas por el defensor del vínculo o
por la parte que se opone a la confirmación, o a la posible solicitud de

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 491

nuevas pruebas, etc. que éstas hubieran hecho; y concluye el decreto con
la parte dispositiva, en la cual se ratifica la sentencia de primera instan-
cia, declarándose que consta de la nulidad del matrimonio.
Asimismo, deberá también el decreto contener, en su caso, la formula-
ción del vetitum o prohibición de pasar a nuevas nupcias a alguno de los
cónyuges o a ambos, o bien la confirmación del veto impuesto, en su ca-
so, por el tribunal inferior, a tenor del art. 251 §3658. Además, en su caso,
podrá contener también la amonestación a las partes acerca de las obli-
gaciones morales o incluso civiles que pesan sobre ellas respecto al otro
cónyuge y a la prole nacida de dicha unión, conforme al art. 252.

3. El envío de la causa a examen en trámite ordinario

Como se ha indicado, la certeza moral necesaria para la confirmación


por decreto deberá lograrse única y exclusivamente en base a las pruebas
practicadas en primera instancia, al no caber en este procedimiento ni la
alegación de nuevos hechos ni la práctica de ninguna prueba. Si el tribu-
nal no alcanzase dicha certeza por falta de alguna prueba que completase
la instrucción, deberá decretar el paso de la causa para su examen por
trámite ordinario, a tenor del art. 265 §1659.

3.1. Naturaleza jurídica y requisitos del decreto de envío a exa-


men ordinario

A diferencia del decreto confirmatorio, este decreto de envío de la


causa para su conocimiento en trámite ordinario no tiene naturaleza de-
cisoria y definitiva, sino de ordenación, aunque, ciertamente, no se trata
de un decreto «de mero trámite» o mere ordinatoria. Al no tener fuerza de Índice
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sentencia definitiva, contra este decreto no cabe apelación.


Aunque ciertamente este decreto supone de algún modo el juicio del
tribunal de que no consta con certeza de lo actuado en primera instancia
la nulidad del matrimonio (pues en ese caso se habría procedido a la rati-
ficación por decreto), sin embargo esto no modifica el carácter no deciso-
rio de este decreto de paso a trámite ordinario, en cuanto que, en virtud
de la configuración legal de este procedimiento, el tribunal no puede en
este decreto revocar la sentencia anterior, ni entrar a conocer sobre el
658.
Vid. comentario al art. 251, en Título X, VI.2.3-4.
659.
Cfr. ERLEBACH, G., I motivi di rinvio ad esame ordinario nella giurisprudenza della Rota Ro-
mana, en AA.VV., La procedura matrimoniale abbreviata, Ciudad del Vaticano 1998, pp. 31-58.

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492 Carmen PEÑA GARCÍA

fondo de la cuestión litigiosa, debiendo limitarse a ordenar su tramita-


ción en vía ordinaria en la segunda instancia. No se da, pues, en dicho de-
creto una decisión sobre el fondo del asunto, sino que el tribunal, no ha-
biendo alcanzado la suficiente certeza moral, suspende su decisión hasta
que, una vez tramitada la causa por vía ordinaria y, en su caso, practica-
das las pruebas que estime pertinentes, dicte sentencia definitiva en se-
gunda instancia.
Como indicio de que la remisión de la causa a trámite ordinario no su-
pone un juicio sobre el fondo del asunto cabe señalar el hecho de que el
tribunal no queda vinculado por su decisión de no confirmar la sentencia
de la primera instancia: si, una vez tramitada en vía ordinaria la causa y
completada en su caso la prueba, adquiere la necesaria certeza moral,
puede resolver confirmando mediante sentencia la declaración de nuli-
dad dictada en primera instancia.
Igualmente, debe destacarse que es el mismo tribunal de apelación
que ha dictado el decreto de admisión a trámite ordinario el que debe
continuar con la tramitación de la causa hasta su resolución por senten-
cia, lo que resulta incompatible con la consideración del primer decreto
como decisorio, puesto que dicha consideración supondría la vulnera-
ción del principio procesal de que ningún juez puede juzgar dos veces
una misma causa, y, en consecuencia, provocaría la nulidad insanable de
la sentencia posteriormente dictada por incompetencia absoluta de los
jueces que la dictaron.
El hecho de que no tenga naturaleza decisoria no significa, sin em-
bargo, que se trate de un decreto meramente ordenatorio o de mero trá-
mite. En este sentido, recuerda oportunamente el art. 265 §5 no sólo la
necesidad de que este decreto sea motivado660, sino también de que el
tribunal colegial indique en su caso qué suplemento de instrucción se
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necesita. Es un modo de favorecer el derecho de defensa de la parte, en


cuanto que se le hace saber los motivos por los que el tribunal no ha po-
dido alcanzar la necesaria certeza moral para confirmar la sentencia de
instancia, permitiendo de ese modo a la parte que supla las deficiencias
probatorias661.
660.
Aunque nada dice la Instrucción sobre si es un requisito ad validitatem o no, ciertamente la
exigencia de motivación viene exigida para la validez del decreto a tenor del art. 261, en cuanto que
se trata de un decreto no meramente ordenatorio.
661.
Sobre la necesidad de motivación de este decreto de paso a trámite ordinario vid. GULLO,
C.-PALOMBI, R., La procedura presso il Tribunale della Rota Romana, en AAA.VV., Le normae del tribu-
nale della Rota Roman, Ciudad del Vaticano 1997, p. 179; HILLBERT, I provvedimenti del giudice, en
AA.VV., La procedura matrimoniale abbreviata, Ciudad del Vaticano 1998, p. 27; DELLA ROCCA, F., I
mezzi di impugnazione nel processo matrimoniale canonico, Ciudad del Vaticano 1994, pp. 740-744.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 493

Hay que tener en cuenta que, en la práctica —especialmente en el su-


puesto de ausencia de apelaciones en la causa— el hecho de que el tribu-
nal no haya llegado, con las pruebas obrantes en la primera instancia, a
la certeza moral de la nulidad del matrimonio necesaria para confirmar
la sentencia por decreto permite de algún modo prever que la sentencia
final revocará la primera resolución, salvo que se practique alguna nueva
prueba. En este sentido, resulta interesante que el juez indique en este de-
creto qué suplemento de instrucción se requiere y en qué medida es nece-
sario: aunque el tribunal podría de oficio solicitar la práctica de pruebas
para completar la instrucción, conviene que sea la parte interesada en la
declaración de la nulidad —sobre la que recae la carga de la prueba— la
proponga esas nuevas pruebas que permitan llegar al tribunal a la certe-
za respecto a la nulidad de este matrimonio.
Por otro lado, aunque estas pruebas estarían en principio sujetas para
su admisión a los requisitos del can. 1600, es claro que la indicación he-
cha por el juez en este decreto constituirá la razón grave exigida por los
arts.269 §3 y 239 (cann. 1639 y 1600) para la admisión de pruebas en esta
segunda instancia, especialmente teniendo en cuenta que la parte tiene
ya a su favor la existencia de una sentencia declarativa de la nulidad.

3.2. Tramitación de la causa por el trámite ordinario (art. 267)


Con relación a los trámites a seguir para el conocimiento de la causa
en segunda o ulterior instancia en vía ordinaria, sea por tratarse de una
causa en la que no resulta aplicable el posibilidad de confirmación por
decreto (art. 266), sea por haber decretado el tribunal, de conformidad
con el art. 265, la remisión de la causa a examen en trámite ordinario,
será de aplicación lo dispuesto en el art. 267, que, de conformidad con la
norma general del can. 1691 y lo dispuesto en los cann. 1639 y 1640, pre-
Índice
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vé que en estos casos deberá procederse del mismo modo que en primera
instancia, con las debidas adaptaciones derivadas del grado de apelación
y las que vengan exigidas, en su caso, por la ausencia de partes apelantes.
Con carácter general, deberá el tribunal proceder de oficio al impulso
del proceso, fijando mediante decreto la litiscontestación, que, en princi-
pio –salvo que alguna de las partes hubiese introducido un nuevo capítu-
lo en apelación— consistirá en la genérica fórmula de si confirma la sen-
tencia anterior o por el contrario la reforma en todo o en parte.
Constituye una praxis extendida el fijar la fórmula de dudas en el mismo
decreto de admisión de la causa a examen ordinario, lo cual, si bien con-
tribuye a agilizar el proceso, presenta el inconveniente de que, con cierta
frecuencia, debe ser modificada, pues las partes, al recibir dicho decreto,

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494 Carmen PEÑA GARCÍA

pueden decidir introducir nuevos capítulos de nulidad en base al art. 268,


o bien proseguir la apelación interpuesta contra los capítulos resueltos
negativamente en primera instancia.
Una vez fijado el dubium en esta segunda instancia, se abre el periodo
probatorio, en el cual las partes podrán proponer los medios de prueba
de que intenten valerse, aunque la admisión de dichas pruebas está con-
dicionada, por prescripción del art. 267 §3 (can. 1639 §2), a que cumplan
los requisitos que el art. 239 (can. 1600) establece para la admisión de
pruebas tras la conclusión de la causa. A mi juicio, sin embargo, pese a
esta disposición del art. 267 §3, resulta conveniente que el tribunal de
apelación, rehuyendo el exagerado formalismo, sea flexible en la admi-
sión de pruebas y tenga un criterio amplio a la hora de valorar los men-
cionados requisitos, de modo que favorezca la práctica de nuevas prue-
bas que puedan contribuir al descubrimiento de la verdad objetiva y a la
consecución de la salus animarum —fin último que debe inspirar la ac-
tuación del tribunal—, aunque evitando las peticiones abusivas y las ma-
niobras dilatorias de las partes. En este sentido, destacaba un autor que
«no parece que haya razones válidas para imponer al juez de apelación la
exigencia de conducir el juicio sobre la base de los mismos elementos de
persuasión que se pusieron a disposición del primer juez. El fin al que
tiende el juicio de apelación es el de asegurar un mayor grado de justicia,
y esta finalidad puede sin duda ser más adecuadamente lograda si el nue-
vo juez dispone de más elementos capaces de ayudarle en la búsqueda de
la verdad y en la comprensión de la concreta realidad de la controver-
sia»662.
Una vez admitidas y practicadas, en su caso, las pruebas propuestas
por las partes, o bien las decretadas de oficio por el tribunal663, se proce-
derá a la publicación de las nuevas actuaciones practicadas en esta se-
gunda instancia, decretándose posteriormente la conclusión de la causa y Índice
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procediéndose a la discusión y decisión de la causa del mismo modo que


en primera instancia.
Si, por el contrario, no se considerase necesario practicar nuevas
pruebas en este grado del juicio –por ejemplo, por tratarse de la con-
firmación de una sentencia afirmativa dictada en apelación de una
sentencia negativa— tras la fijación de la fórmula de dudas podrá pa-
sarse directamente a la discusión de la causa y a dictar sentencia (art.
267 §2).
662.
Cfr. MONETA, P., Comentario al can. 1639, en Comentario exegético al CIC, cit., p. 1970.
663.
También en grado de apelación puede el juez proponer de oficio las pruebas que estime ne-
cesarias para evitar una sentencia injusta, en virtud del art. 71 (can. 1452).

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3.3. La introducción de nuevos capítulos en apelación para ser


juzgados como en primera instancia (art. 268)
El art. 268, que recoge lo dispuesto en el can. 1683, introduce para las
causas de nulidad matrimonial una importante excepción al principio
procesal de que en segunda instancia nada puede innovarse, ni pueden
interponerse nuevas acciones (can. 1639 §1). En estas causas, la regula-
ción canónica permite la introducción de nuevos capítulos de nulidad en
grado de apelación, los cuales podrán ser conocidos “como en primera
instancia” por el tribunal de apelación, de modo que este tribunal supe-
rior actuará, en un mismo proceso, en dos niveles de competencia distin-
tos, juzgando unos capítulos en apelación y otros en primera instancia.
En cuanto a los sujetos legitimados, podrán introducir nuevos capítu-
los en segunda instancia —además del promotor de justicia en los casos
en que tenga legitimación activa— cualquiera de los cónyuges664, con in-
dependencia de la postura procesal que hubiesen mantenido en la prime-
ra instancia, e incluso de la que mantengan respecto a los capítulos juz-
gados en apelación, puesto que los nuevos capítulos introducidos en este
momento procesal son acciones diferentes —aunque conexas— con las
juzgadas en primera instancia. Podría, p.e., uno de los cónyuges haber
apelado contra la sentencia de primera instancia declarativa de la nuli-
dad por entender que los capítulos recogidos en la misma le son perjudi-
ciales, no se ajustan a la verdad..., y al mismo tiempo introducir en se-
gundo grado del juicio algún nuevo capítulo para ser juzgado como en
primera instancia por el tribunal de apelación, de tal modo que la parte
sería apelante contra los capítulos estimados en la primera sentencia
—oponiéndose, por tanto, a la ratificación de la sentencia— y simultá-
neamente parte actora respecto a los nuevos capítulos.
La competencia del tribunal de segundo grado para conocer de una Índice
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nueva acción en primera instancia requiere, en cualquier caso, que el tri-


bunal esté conociendo en grado de apelación de otra causa de nulidad en-
tre las mismas partes, sea porque alguna de las partes haya apelado, sea
porque el tribunal esté juzgando nuevamente de oficio en segunda instan-
cia la causa que declaró por primera vez la nulidad de un matrimonio. En
caso contrario, el tribunal de segunda instancia sería absolutamente in-
competente en razón del grado para conocer de la causa en primera ins-
tancia. Eso pasaría, p.e., si, habiéndose dictado en primera instancia sen-
tencia denegando la nulidad del matrimonio, la parte apelante no
prosiguiese la apelación dentro del plazo concedido al efecto, o también
664.
Vid. comentario Título IV. IV. 1.

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496 Carmen PEÑA GARCÍA

si, habiéndola proseguido e introducido el nuevo capítulo, la parte renun-


ciase posteriormente al capítulo que se juzga en grado de apelación.

A/ Tramitación del nuevo capítulo


Conforme se especifica en el art. 268 §1, la remisión a las normas de
la primera instancia afecta tanto a la admisión de la nueva acción como a
la tramitación de la misma.
A este respecto, el art. 268 §1 remite a los requisitos exigidos para la
admisión de la demanda en los arts.114-125: el escrito por medio del cual
se aducen los nuevos capítulos que pretenden introducirse en grado de
apelación constituye una verdadera demanda, razón por la cual deberá
este escrito cumplir con dichos requisitos. En consecuencia, para la ad-
misión de un nuevo capítulo en grado de apelación no bastará en modo
alguno con la mera invocación del nuevo capítulo, sino que esta petición
deberá estar suficientemente fundamentada, fáctica y jurídicamente, exi-
giéndose que tenga al menos el fumus boni iuris requerido para la admi-
sión de la demanda.
Igualmente, al quedar equiparada a la admisión de un capítulo en pri-
mera instancia, no se exige en este caso, a diferencia de lo que ocurría en
la anterior regulación, la ausencia de oposición de parte a la admisión del
nuevo capítulo; al contrario, no sólo es que éste podrá ser admitido por el
tribunal aunque alguna de las partes se opusiese, siempre que sólo podrá
ser rechazado cuando se halle en alguno de los supuestos del art. 121.
Una vez admitidos los nuevos capítulos, se continuará —con las adap-
taciones debidas—su tramitación de conformidad con las normas regula-
doras del proceso en primera instancia, paralelamente a la tramitación
de los capítulos conocidos en apelación. Por ello, lo correcto será aducir
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este nuevo capítulo antes de la fijación de la fórmula de dudas en grado


de apelación, siempre que sea posible, o al menos —en aquellos supues-
tos en que la fórmula de dudas haya sido fijada por el tribunal en el mis-
mo decreto de admisión de la causa a examen por la vía ordinaria665—
antes de la apertura del periodo probatorio. En caso contrario, la admi-
665.
En los supuestos en que el tribunal, por el procedimiento del art. 265, hubiera decidido no
confirmar por decreto la sentencia afirmativa dictada en primera instancia, puede resultar conve-
niente la introducción de un nuevo capítulo de nulidad en este momento, especialmente si se teme
que la sentencia de segunda instancia no confirme la nulidad declarada en la instancia anterior, y, de
lo actuado en la causa, se desprenden elementos que permitirían la declaración de nulidad por otro
capítulo: así, en caso de que el tribunal revocase finalmente la sentencia anterior, la parte se asegura-
ría la posibilidad de conseguir al menos una sentencia declarativa de la nulidad, que podría ser con-
firmada mediante decreto en la instancia ulterior.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 497

sión del nuevo capítulo invocado quedaría sometida a los requisitos que
el can. 1514 establece para la válida modificación del dubium, especial-
mente el de existencia de causa grave que justifique la modificación ex-
temporánea del dubium. Así se deduce de la remisión del art. 268,1 a los
arts.135-137, que viene a explicitar una constante praxis judicial.
En estos supuestos, el decreto de litiscontestación deberá fijar el obje-
to del proceso distinguiendo la duplicidad de instancias en que está juz-
gando el tribunal, de modo que se fijará la fórmula de dudas en apelación
y la fórmula de dudas de la primera instancia. Aunque, en sentido estric-
to, la admisión de un nuevo capítulo no afectaría a la fórmula de dudas
de la segunda instancia —que permanece en sí misma inalterada—, sí
afecta al procedimiento, al introducir en primera instancia una nueva ac-
ción que deberá ser juzgada por el tribunal de apelación de modo parale-
lo al examen de la causa en segunda instancia. En este sentido, es claro
que la admisión de un nuevo capítulo de nulidad cuando estuviese finali-
zando el examen de la causa en segunda instancia distorsionaría grave-
mente el correcto orden del proceso, puesto que obligaría a paralizar di-
cha tramitación e iniciar desde el principio todo el procedimiento
respecto al capítulo tardíamente introducido, por lo que su admisión exi-
girá la concurrencia de los requisitos del art. 136 (can. 1514).
Una vez fijada la litis, se abrirá el periodo probatorio, pudiendo las
partes proponer, respecto a los nuevos capítulos, toda la prueba que esti-
men pertinente, con la misma amplitud que en primera instancia. Cuan-
do se ha introducido un nuevo capítulo en segunda instancia, la admisión
de los medios de prueba respecto a ese capítulo no se encuentra sometida
a los requisitos del art. 239 —como en el resto de las causas conocidas en
apelación a tenor del art. 267 §3— sino a la regulación general de la prue-
ba del Título VII de la Instrucción.
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Finalizado el periodo probatorio, se procederá a la publicación de las


actas, la conclusión de la causa y la discusión de la misma, tramitándose
todo ello de conformidad con las normas de primera instancia, aunque
de modo concomitante con la tramitación de los capítulos de los que el
tribunal debe juzgar en apelación.

B/ Consideraciones sobre la sentencia

A la hora de dictar sentencia, el tribunal de segundo o ulterior grado


deberá distinguir cuidadosamente entre los capítulos que hayan sido co-
nocidos en apelación y los que hayan sido juzgados en primera instancia,
evitando un tratamiento unitario de los mismos, con el fin de que la sen-

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498 Carmen PEÑA GARCÍA

tencia refleje adecuadamente la duplicidad de competencia con que ac-


túa el tribunal.
Esta duplicidad tendrá importantes consecuencias procesales, por
ejemplo, en relación a la exigencia legal de conformidad de las dos reso-
luciones que declaren la nulidad del matrimonio. Así, si la sentencia de
apelación no ratificase la sentencia de primera instancia, pero sí declara-
se la nulidad por algún nuevo capítulo introducido a tenor del art. 268, es
claro que, excepto en el supuesto de conformidad sustancial de ambos ca-
pítulos del art. 291 §2666, las nuevas acciones invocadas en segunda ins-
tancia no darían lugar a la conformidad requerida para la firmeza de la
sentencia apelada, no sólo por tratarse de capítulos diversos, sino, más
radicalmente, porque han sido juzgados ambos en primera instancia, por
lo que no podría hablarse de conformidad de sentencias.
En este sentido, el art. 268 §2 explicita que la competencia para juz-
gar en segunda instancia del nuevo capítulo introducido en apelación co-
rresponde, ad validitatem, al tribunal de tercer o ulterior grado. Se trata
de una concreción del criterio funcional de atribución de la competencia
absoluta, que sale al paso de praxis incorrectas de algunos tribunales667.
La duplicidad de grado con que juzga el tribunal influye también en la
determinación de qué capítulos pueden ser confirmados mediante decre-
to: conforme recuerda el art. 268 §3, cabrá la confirmación de la senten-
cia afirmativa por decreto, no solo cuando dicha sentencia se haya dicta-
do en primera instancia stricto sensu, sino también cuando, con
independencia del grado de jurisdicción del tribunal que dictó la senten-
cia, el capítulo por el que se declara por primera vez la nulidad fue juzga-
do «como en primera instancia».

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III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

AA.VV., La procedura matrimoniale abbreviata, Ciudad del Vaticano 1998.


DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can. 1682, en Comentario exegético al Código de Dere-
cho Canónico, Pamplona, 1996, vol. 4/2, 1pp. 909-1924.

666.
Sobre los problemas que puede causar la conformidad equivalente en estos casos vid.
LLOBELL, J., La conformidad equivalente de dos decisiones en las causas de nulidad del matrimonio.
Ulteriores consideraciones, en AA.VV., Curso de derecho matrimonial y procesal para profesionales del
foro, vol. 18, Salamanca 2007, pp.221-260; ID., Incompetenza assoluta «ratione gradus» per la scissio-
ne dell’iniziale capo appellato dal nuovo capo di nullità giudicato «tamquam in prima instantia» ex
can. 1683. Sull’utilità della «conformitas aequipollens» per il decreto di «litis contestatio», en «Ius Ec-
clesiae» 15, 2003, pp. 748-762. Vid. comentario art. 291, en Título XII, IV.6.2.
667.
Vid. comentario Título I, II.2.

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Título XI: El envío de los autos al tribunal de apelación y la tramitación de la casua ... 499

DELLA ROCCA, F., I mezzi di impugnazione nel processo matrimoniale canonico, Ciudad del
Vaticano 1994.
ERLEBACH, G, Gli aspetti procedurali del processus brevior nella giurisprudenza rotale, en
«Periodica» 88, 1999, pp.725-753; ID, L’impugnazione della sentenza e l’invio ex offi-
cio della causa al tribunale di appello nell’instr. Dignitas Connubii, en «Ius Eccle-
siae» 18, 2006, pp. 439-463.
GROCHOLEWSKI, Z., L’appello nelle cause di nullità matrimoniale, en «Forum» 4, 1993,
pp.19-64.
GULLO, C.-PALOMBI, R., La procedura presso il Tribunale della Rota Romana, en AAA.VV.,
Le normae del tribunale della Rota Roman, Ciudad del Vaticano 1997, pp.165-212.
LLOBELL, J.., La necessità della doppia sentenza conforme e l’«appello automatico» ex can.
1682 costituiscono un gravame? Sul diritto di appello presso la Rota Romana, en «Ius
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LÓPEZ MEDINA, A., Consideraciones sobre el decreto que concluye el procedimiento abrevia-
do de confirmación de sentencia de nulidad, en ed. RODRÍGUEZ CHACÓN, R.-RUANO
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nes canónicas en el marco de la libertad religiosa (XXV Jornadas de la Asociación
Española de Canonistas), Salamanca 2006, pp.147-160.
LÓPEZ ZUBILLAGA, J.L., La segunda instancia en las causas matrimoniales, en ed. RODRÍ-
GUEZ CHACÓN, R.-RUANO ESPINA, L., Cuestiones vivas de Derecho matrimonial y
procesal canónico. Instituciones canónicas en el marco de la libertad religiosa (XXV
Jornadas de la Asociación Española de Canonistas), Salamanca 2006, pp.61-100.
MENDOÇA, A., Aspetti struturali e funzionali del Tribunale di appello nelle cause di nullità di
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MONETA, P., L’appello, en ed. BONNET, P. A.-GULLO, C., Il processo matrimoniale canonico,
Ciudad del Vaticano 1994, pp.771-795; ID, Il riesame obligatorio delle sentenze di nu-
llità di matrimonio: una regola da abolire, en «Il Diritto Eclesiastico» 111, 2000,
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PASCALI, R., Il processus brevior come giudizio sul giudizio, en AA.VV., Studi di diritto ec-
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LLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio, Madrid Índice
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UGGÉ, B., La fase preliminare/abbreviata del processo di nullità del matrimonio in secondo
grado di giudizio a norma del can.1682 §2, Roma 2003.

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TÍTULO XII
LA IMPUGNACIÓN DE LA SENTENCIA
(Arts. 269-294)

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501

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502 Carlos M. MORÁN BUSTOS

I. INTRODUCCIÓN

La sentencia pone fin al proceso, a toda una secuencia de actos, realiza-


dos unos directamente por las partes y otros por el juez. Como en cualquier
obra humana, en el proceso se pueden verificar errores y equivocaciones,
cuya constancia interpela sobre su posible corrección y «sanación». Ni los
jueces son infalibles, ni puede exigir el tribunal una sumisión ciega, ni tam-
poco puede impedir que el agraviado por un determinado pronunciamien-
to —por su contenido o por el procedimiento como se ha llegado al mis-
mo— pueda echar mano de los oportunos medios legales con los cuales
resarcirse de la eventual injusticia o de la puntual irregularidad procesal.
La existencia de una fase procesal en la que se pueda proceder a la im-
pugnación de determinados actos procesales —en concreto, de la senten-
cia— responde a varios factores. En primer lugar, al hecho de que la activi-
dad valorativa-decisional de los jueces está sometida a la posibilidad de
error, posibilidad que no es una quimera, sino una hipótesis real verificada
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en muchos supuestos. A pesar de que el derecho procesal canónico es muy


garantista, y de que está lleno de instituciones que pretenden proteger los de-
rechos subjetivos y facilitar el proceso de valoración, lo cierto es que el error
—culpable o no culpable— forma parte de la fenomenología y de la sociolo-
gía jurídica, error que en ocasiones no depende tanto de situaciones subjeti-
vas producidas por dolo o imprudencia, cuanto del hecho de que la realidad
es difícil de conocer, de modo que la verdad sobre la misma resulta esquiva.
En segundo lugar, el ius agendi que tiene toda persona —y que no es
sino la dimensión procesal de los derechos subjetivos—, no se ve aquieta-
do con la posibilidad de acudir a un determinado proceso e iniciar un
procedimiento concreto que, tras la práctica de las pruebas oportunas,
viene a concluirse con una sentencia definitiva, sino que pertenece a di-

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 503

cho ius agendi el intentar continuar en la defensa procesal de los propios


derechos e intereses hasta lograr una sentencia válida y justa. El ius agen-
di, por tanto, no termina con la sentencia definitiva, sino con la sentencia
jurídicamente válida y justa, de ahí que de este ius actionis surja la posi-
bilidad de impugnar la sentencia tanto en aquello que tiene que ver con
su legítima insistencia, como en aquello que tiene que ver con su justicia.
Partiendo de estos datos, el ordenamiento canónico ha establecido una
serie de mecanismos que permiten que la tarea de administrar justicia sea
o pueda ser una tarea lo más cercana posible a la de hacer justicia. Todo el
sistema de impugnaciones responde a este propósito de defender la verdad
y de respetar la realidad de las cosas, ya que ello es una de las prioridades
primordiales de un proceso que, como el de nulidad matrimonial, tiene en
la salus animarum su referente principal. En el fondo todo ello refleja la
prevalencia que tiene en el derecho procesal la sustancia sobre la forma, la
verdad real sobre la verdad declarada. En este sentido, la impugnación de
la sentencia, ni es un mal menor, ni es algo simplemente admitido, al con-
trario, es una exigencia de la justicia, de la verdad, y un elemento impres-
cindible que garantiza el recto quehacer de administrar justicia.
Hablamos de «impugnación de la sentencia» porque es ésta la termi-
nología que utiliza la Instrucción como rúbrica del título XII, rúbrica que
aparece también en el CIC’ 83, en donde venía a ser una novedad respec-
to del antiguo «remedios contra la sentencia». Sin existir una definición
de impugnación, tanto el Código como la Dignitas Connubii establecen
toda una normativa sobre las distintas posibilidades de impugnación, y
los diversos procedimientos a seguir en cada una de ellas.
Las situaciones que pueden dar origen a la impugnación de una sen-
tencia son reconducibles a vicios de carácter formal o material o, en otras
palabras, a vicios o defectos in procedendo o in iudicando. Los vicios o de-
fectos in procedendo por violación de las leyes procesales, que inciden so- Índice
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bre las causas de nulidad de la sentencia, dan lugar a la acción de impug-


nación llamada querella nullitatis (can. 1619-1627, arts. 269-278); con
esta impugnación, basada en un vicio concreto de nulidad, se pretende
eliminar la sentencia jurídicamente nula668.

668.
Hablamos de la sentencia como un acto nulo, distinto de un acto inexistente. Acto jurídico
inexistente es aquel al que le falta algún elemento esencial requerido por el derecho natural; es un
acto que no tiene mas que la apariencia de tal, pero no tiene la eficacia, de modo que no puede ser sa-
nado por ninguna autoridad. Junto al acto jurídico inexistente está el acto jurídico nulo; se trata de
un acto existente, al que no le falta ningún elemento requerido por el derecho natural, pero que no
cumple algún requisito exigido por la ley positiva para que tenga eficacia jurídica.

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504 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Puede ocurrir que la sentencia, en base a su contenido, sea una sen-


tencia injusta, pues a la hora de tomar la decisión se ha podido producir
un vicio in iudicando, bien en la errónea valoración jurídica del hecho
controvertido o en la errónea aplicación de la ley al hecho (error iuris),
bien en el erróneo establecimiento del propio hecho, porque no sea con-
forme a la verdad (error facti), de modo que la verdad procesal no coinci-
da con la verdad sustancial. La remoción de esta justicia ha de producir-
se, no a través de una impugnación de los vicios formales, sino a través de
una impugnación que entre en el fondo: la apelación (can. 1628, arts.
279-289). La apelación, intentando restablecer la injusticia, permite vol-
ver a examinar el mérito de la causa, concediéndose la oportunidad de
superar el motivo de perjuicio a través de un nuevo juicio y la sustitución
de la sentencia del juez apelado por la del juez de apelación669.
La posibilidad de continuar con las apelaciones no puede ser ilimita-
da, ya que ello iría contra la idea de cosa juzgada, y contra la necesaria
ejecutabilidad de las sentencias, así como contra la propia seguridad jurí-
dica, y en definitiva, contra la estabilidad y contra los derechos de los suje-
tos. Por ello, los ordenamientos, también el ordenamiento procesal canó-
nico, aun admitiendo sistemas de recursos e impugnaciones, establecen
límites a los mismos. En el caso del proceso canónico de nulidad matri-
monial nos encontramos, por una parte, con el hecho de que este tipo de
causas no pasan a causa juzgada material (can. 1643, art. 289 §1), pero
por otra parte, con que sí que se puede proceder a la ejecución de la sen-
tencia que declara la nulidad del matrimonio cuando existen dos senten-
cias conformes (can. 1684 §1, art. 301 §1). Teniendo en cuenta estos datos,
nos encontramos, junto con las impugnaciones ordinarias de la querella
de nulidad y de la apelación, y para aquellas causas sobre el estado de las
personas, con el recurso extraordinario de revisión (nova causae proposi-
tio, can. 1644, art. 290), que permite, si se verifican una serie de requisi- Índice
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tos, entrar nuevamente en el análisis del fondo del asunto.

II. LA QUERELLA DE NULIDAD (ARTS. 269-278)

Ni la Instrucción ni el Código ofrecen una definición de lo que se debe


entender por esta figura, limitándose a hacer una enumeración de las si-
tuaciones concretas en las que se puede recurrir a este medio de impug-

669.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Comentario a los cann. 1619-1640, en «Comentario Exegético...», cit.
p. 1615.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 505

nación, enumeración —eso sí— que nos permite delimitar el contenido y


alcance de esta figura.
Teniendo en cuenta la presunción de validez de todo acto jurídico
(presunción iuris tantum), las disposiciones relacionadas con la querella
de nulidad de la sentencia han de considerarse «res odiosa», viéndose so-
metidas a una interpretación estricta (cann. 10 y 18).
La querella de nulidad en el sistema canónico de impugnaciones res-
ponde a la sensibilidad del ordenamiento canónico por la verdad de las
cosas, una verdad que se busca de modo «indirecto», pues se busca la ver-
dad de un instrumento procesal subsidiario respecto de la búsqueda de la
verdad sustancial. La querella de nulidad concierne a la verdad de las co-
sas procesales, que suele tener un nexo con la verdad de las cosas reales,
ya que el uso correcto y completo del proceso canónico tiene una dimen-
sión funcional de la búsqueda de la verdad objetiva670.
La querella de nulidad es una forma de acción, pues con ella se persi-
gue por parte del querellante que el juez le haga justicia sobre algo, sobre
la declaración de nulidad del acto (de la sentencia) inválido. La querella
de nulidad incluye el derecho de pedir y el ejercicio de este derecho, que
pretende que sea declarada judicialmente la nulidad de un acto, lo que
indudablemente implica una forma de acción procesal. Como toda ac-
ción, la querella está ligada a una situación jurídico-material previa: la
nulidad de la sentencia; de aquí se deriva un verdadero derecho subjetivo
público, el derecho a que se declare la nulidad del acto inválido. No obs-
tante, junto a este carácter intrínseco de la sentencia en cuanto acción, lo
cierto es que, desde el punto de vista de su naturaleza jurídica, incluso lo
que se destaca por el ordenamiento es el aspecto de derecho procesal de
impugnación671.
La querella de nulidad —que puede ser planteada como acción y
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como excepción, que viene considerada por el ordenamiento como un


medio de impugnación672—, se puede interponer tanto frente a las senten-
cias nulas con nulidad insanable, como frente a las sentencias nulas con
nulidad sanable. Al igual que el Código, la Instrucción mantiene la mis-
ma distinción entre nulidad sanable e insanable de la sentencia, distin-
ción que no está motivada según se vea involucrado más o menos el dere-
cho natural, sino que se establece sobre un criterio de orden práctico. Así,
la sentencia está viciada de nulidad insanable cuando está afectada por
670.
Vid. GHIDOTTI, E., La nullità della sentenza giudiziale nel diritto canonico, Milano 1965.
671.
Cfr. PANIZO ORALLO, S. Temas procesales...cit pp. 807-808.
672.
Vid. ERLEBACH, G., Configurazione giuridica essenziale della querela di nullitá, en AA.VV.,
La «querela nullitatis» nel processo canonico, Cittá del Vaticano 2005, p. 77.

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506 Carlos M. MORÁN BUSTOS

un defecto objetivamente relevante y radical, relacionado con la esencia,


bien de los presupuestos de la sentencia, o bien de sus elementos consti-
tutivos, vicios que no pueden ser sanados con el paso del tiempo. En cam-
bio, cuando se trata de defectos relacionados con la solemnidad de los
presupuestos o de la estructura de la sentencia, estaremos ante un sen-
tencia con un vicio de nulidad673, el cual podrá ser sanado, si no se denun-
cia dicha nulidad, por el simple transcurso de los términos fijados para la
querella de nulidad (can. 1626 §2, 1623, y art. 273).

1. La nulidad insanable de la sentencia (art. 270)

Aunque ha sido una cuestión discutida por la doctrina, participamos


del parecer de quienes consideran que el elenco de supuestos que estable-
ce el art. 270 (can. 1620), no es un elenco taxativo, ni una enumeración
cerrada, de hecho —y a diferencia de lo que ocurre con el art. 272 (can.
1622)—, no se emplea el adverbio «exclusivamente», lo que permite pen-
sar en que puedan existir otros supuestos de nulidad insanable por vicios
o defectos derivados de disposiciones positivas en causas del bien públi-
co.
Analicemos los motivos de nulidad insanable de la sentencia enume-
rados por el art. 270.

1.1. Sentencia dictada por un juez absolutamente incompetente


(art. 270, 1º)674
Se trata de una nulidad de derecho positivo, de hecho, en el proceso
de revisión del Código, en el Esquema de 1976, la incompetencia absolu-
ta determinaba sólo un vicio de nulidad sanable. Estamos ante una falta Índice
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de competencia absoluta en alguien que es juez, no poniéndose en duda


dicha condición. Ahora bien, ése que es juez, que tiene jurisdicción para
juzgar causas en general, carece de competencia, esto es, de potestad
para juzgar una determinada causa. Si no fuera juez, el acto sería inexis-
tente, pero siendo juez carece de competencia absoluta para juzgar una
causa determinada; el acto es nulo, y ello por exigencia impuesta de la ley
positiva.
673.
Cfr. Communicationes 11, 1979, p. 145.
674.
Vid. RAMOS, F. J., La nullità insanabile della sentenza per un vizio attinente il giudice o la
sua decisione (cann. 1620, 1-3 e 8), en AA.VV., La «querela nullitatis»..., cit., pp. 91-97; Stankiewicz, A.,
De nulllitate sententiae iudicialis propter absolutam iudicis incompetentiam, en «Periodica» 81, 1992,
pp. 535-552.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 507

Ya ha sido referido el tema de la competencia, y la distinción entre


competencia relativa y competencia absoluta675; nos limitamos a indicar
que la ley establece la necesidad de que determinadas causas sean juzga-
das por jueces distintos del ordinario, ello en razón de la dignidad de la
persona y en razón de la materia (can. 1405, 1406 §2, art. 8), del grado de
los tribunales (can. 1440, art. 9 §1, 2º), de su función (can. 1447, art. 66
§1, 2º), sobre todo en lo que tiene que ver con las impugnaciones de la
sentencia (cann. 1621, 1624, 1628, 1639 §1, 1644 §1, 1646, arts. 271, 274
§1, 279 §1, 290 §1), y por razón de la conexión o de la prevención (can.
1414-1415, 1632 §2, arts. 18 y 20, 17 y 283 §2)676.
Según el can. 1461 (art. 79), el juez puede reconocer su incompeten-
cia absoluta en cualquier fase de la causa; si el juez no la declara, las par-
tes pueden presentar excepción de incompetencia absoluta en cualquier
momento del juicio (can. 1459 §2, art. 77 §2).
En el caso de incompetencia relativa, si el juez obligado a rechazar la
demanda (can. 1505 §2 1º, art. 121 §1, 1º) no la rechaza, la parte podrá
proponer excepción de competencia relativa antes de la litiscontestación
(can. 1459 §2, art. 77 §2), y si no lo hace en ese momento procesal, el juez
dejará de ser relativamente incompetente, y los actos subsiguientes —tam-
bién la sentencia— dejarán de ser nulos.

1.2. Sentencia dictada por quien carece de potestad de juzgar en el


tribunal ante el cual se ha tratado la causa (art. 270, 2º)677
La redacción de este número parece referirse a dos supuestos distin-
tos. Por una parte se referiría a la persona que dicta la sentencia care-
ciendo de potestad de juzgar, no siendo juez, en cuyo caso la sentencia se-
ría inexistente, pues estaríamos ante una verdadera ficción, ante una
simulación, y en realidad ni habría habido relación jurídica procesal, ni Índice
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tampoco un acto con los elementos esenciales que configuran la senten-


cia.
Pero también parece referirse a aquellos supuestos en los que, siendo
la causa conocida por un juez, sin embargo, es dictada por quien carece
de potestad en ese tribunal en el que se trató la causa. El art. 32 §2 de la
Instrucción —siguiendo lo establecido por el can. 201 §2 del CIC ’17, que
indicaba expresamente que la potestad judicial no podía ejercitarse fuera
del propio territorio, con la excepción del can. 1637 antiguo— señala que
675.
Vid. el comentario al Título I, I.
676.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Comentario al can. 1620, en «Comentario Exegético…», cit., p. 1622.
677.
Vid. RAMOS, F. J., La nullità insanabile della sentenza..., cit., pp. 97-99.

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508 Carlos M. MORÁN BUSTOS

la potestad judicial ha de ejercerse dentro del propio territorio (salvo lo


establecido en el art. 85, can. 1469); con este n. 2º del art. 270 se viene a
aceptar que la prohibición de ejercitar la jurisdicción fuera del propio te-
rritorio es una prohibición vigente, y sancionada con nulidad insanable
de la sentencia678.

1.3. El juez dictó sentencia coaccionado por violencia o miedo


grave (art. 270, 3º)679
Dictar una sentencia es un acto humano, y se requieren de las condicio-
nes propias del acto humano. La sentencia emitida por un juez por violen-
cia es una sentencia nula (no inexistente). Aunque la nulidad de un acto ju-
rídico puede ser causada por una violencia externa e irresistible (can. 125
§1), y no por miedo grave injustamente inferido (can. 125 §2), el legislador
ha considerado oportuno sancionar con nulidad insanable la sentencia que
fue dictada existiendo un miedo grave y no necesariamente injusto680.
La relevancia del miedo grave como motivo de nulidad insanable de
la sentencia se funda en las consecuencias graves que tendría para el bien
de la Iglesia el que se dictara una sentencia por parte de un juez cercena-
do gravemente en su libertad, aunque no se verificara una violencia ex-
terna e irresistible.

1.4. Sentencia dada en un juicio realizado sin la petición judicial


o no entablado contra ningún demandante (art. 270, 4º)681
El can. 1501 (art. 114) indica la necesidad de la demanda del actor
para dar vida al proceso, y el can. 1502 (art. 115 §1) hace referencia a que
se debe presentar dicha demanda indicando a quién se desea demandar,
quién va a ser la parte demandada. Sin la existencia de ambos sujetos, ac- Índice
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tor y demandado, no existe acción y, por tanto, la sentencia carecería de


su causa natural inmediata (la acción) y mediata (los litigantes). Si no
existe petición, o no existe sujeto que pide o frente al que se pide, no ha-
brá nada pedido, y si no hay nada pedido, la sentencia propiamente ha-
blando será inexistente.
678.
Vid. BERNÁNDEZ CANTÓN, A., Tratamiento jurídico de la compentencia territorial o relativa
en las causas matrimoniales, en AA.VV., Dimensiones jurídicas del factor religioso, Murcia 1987, pp.
65-79.
679.
Vid. RAMOS, F. J., La nullità insanabile della sentenza..., cit., pp. 99-101.
680.
Cfr. Comunicaciones 11, 1979, p. 145.
681.
Vid. LLOBELL, J., La nullità insanabile della sentenza per un vizio attinete alle parti (can.
1620, nn. 4-6), en AA.VV., La «querela nullitatis»..., cit., pp. 118-136.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 509

Por ejemplo, en un proceso de nulidad matrimonial, estaríamos ante una


sentencia insanablemente nula por este motivo en el caso de que se pronun-
ciara sobre un capítulo que no fue alegado ni explícita ni implícitamente682.

1.5. Sentencia dictada entre las partes, de las cuales una al menos
no tiene capacidad para estar en juicio (art. 270, 5º) 683
Al hablar de los requisitos para ser parte nos referimos ampliamente a la
persona standi in iudicio, la cual se configuraba como un presupuesto para
ser parte, para poder actuar en el proceso en calidad de tal684. El defecto de
esta capacidad, por razones de edad o de estado mental (can. 1478, art. 97),
debe ser suplido por el curador legítimamente constituido (can. 1479, art.
98). Si no fuera así la sentencia sería nula con nulidad insanable.

1.6. «Alguien actuó en nombre de otro sin mandato legítimo»


(art. 270, 6º) 685
Estamos ante un supuesto de ausencia de mandato auténtico (can.
1484 §1, art. 106 §1), o de existencia de un mandato inválido, bien por de-
fecto de uno de sus elementos esenciales, o bien porque se otorgó a una
persona incapaz procesalmente, en cuyo caso debería haber otorgado el
mandato el curador establecido para suplir su incapacidad procesal.
Para que el mandato sea legítimo ha de entregarse por escrito (can.
1659 del CIC ’17). En caso de designación de procurador de oficio, ésta
tiene el mismo valor que el mandato.
En el caso de que el procurador actuara pidiendo la nulidad por un capí-
tulo para el que no tenía mandato, la cuestión de la nulidad insanable de la
sentencia sería dudosa: parece que se podría sostener que existiría, en este
caso, un mandato dirigido predominantemente a pedir la nulidad del matri-
monio (al petitum) siendo secundario la causa petendi por la que se pide686. Índice
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1.7. Denegación del derecho de defensa (art. 270, 7º) 687


En el Código no existe un elenco de casos en los cuales el derecho de
defensa sea violado, de modo que hay que ir a los casos particulares. Esta
682.
Vid. STANKIEWICZ, A., De nullitate sententiae «ultra petita» prolatae, en «Periodica» 70,
1981, pp. 221-235.
683.
Vid. LLOBELL, J., La nullità insanabile della sentenza..., cit., pp. 136-140.
684.
Vid. El comentario al Título IV, la pregunta III.2.
685.
Vid. LLOBELL, J., La nullità insanabile della sentenza..., cit., pp. 140-144.
686.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., Temas procesales..., cit., p. 817.
687.
Vid. ARROBA CONDE, M. J., La nullità insanabile della sentenza per un vizio attinente al pro-
cedimento (can. 1620, 7º), en AA.VV., La «querela nullitatis»..., cit., pp. 145-166.

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510 Carlos M. MORÁN BUSTOS

indeterminación ha originado no pocos abusos en la presentación de que-


rellas de nulidad por violación del derecho de defensa, de hecho no rara
vez se recurre a este motivo cuando no existen otros medios de impugnar
la sentencia. En la legislación anterior al Código no existía explícitamen-
te el derecho de defensa como motivo de nulidad, sin embargo sí que se
permitía la impugnación de la sentencia por este motivo.
Sin la posibilitación del ius defensionis, no existirá ni un verdadero
contradictorio, ni se verificarán las condiciones que permitan probar las
propias pretensiones, y excepcionar las pretensiones de la otra parte688.
El derecho de defensa permitirá a las partes, por ejemplo, recibir infor-
mación sobre las iniciativas de la otra parte, y le permitirá también con-
frontar activamente las legítimas pretensiones contrarias, y hacerlo a tra-
vés de la presentación de sus propias pruebas. En el discurso a la Rota de
1989, el querido Papa Juan Pablo II indicaba que debe garantizarse el
ejercicio de derecho a defensa, prestando especial atención también a
que el mismo no genere en abuso y obstruccionismo689. La cuestión a de-
terminar será hasta que punto en un momento concreto está lesionado o
no el ius defensionis. Con la doctrina mayoritaria, entendemos que el
mismo se ve lesionado cuando se deniega toda posibilidad de defensa, o
cuando se le concede a la parte una posibilidad totalmente insuficiente de
defenderse, no existiendo una lesión del derecho de defensa susceptible
de generar la nulidad insanable de la sentencia cuando se niega parcial-
mente el ius defensionis. Es común en la jurisprudencia encontrarnos
con situaciones de nulidad insanable de la sentencia en los supuestos en
los que se deja de publicar las actas de la causa, o cuando no existe la ci-
tación al demandado...

1.8. La sentencia no dirimió la controversia ni siquiera parcial-


mente (art. 270, 8º) 690 Índice
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Ya nos hemos referido a la necesidad de la conformidad de la senten-


cia (can. 1611, art. 250), y a las posibles hipótesis y las consiguientes con-
secuencias de cada una de ellas691. Aunque en términos generales pode-
mos decir que si una sentencia no define la controversia no es sentencia,
688.
Vid. ERLEBACH, G., La nulità della sentenza giudiziale «ob ius defensionis denegatum» nella
giurisprudenza Rotale, Città del Vaticano 1991, pp. 233-235; ACEBAL, J. L., El derecho de defensa en
las causas de nulidad matrimonial, en AA.VV. Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para
profesionales del foro, vol. 11, Salamanca 1994, pp. 307-314.
689.
Cfr. LIZARRAGA ARTOLA, A., Discursos Pontificios..., cit., pp. 171-175.
690.
Vid. RAMOS, F. J., La nullità insanabile della sentenza..., cit., pp. 101-104.
691.
Vid. Comentario al Título X, pregunta IV.1.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 511

la verdad es que únicamente se sanciona con nulidad insanable la senten-


cia que es absolutamente incongruente, no la que es relativa o parcial-
mente incongruencia; así, no tendría la sanción referida la sentencia que
dirimiera parcialmente la controversia.

1.9. Otros supuestos no incluidos en el art. 270


Además de estos supuestos, la doctrina alude a otras hipótesis de sen-
tencias susceptibles de ser portadoras de un vicio insanable, así, por
ejemplo, en los casos en que la sentencia estuvo basada en un error, bien
porque interpretó equivocadamente la norma legal, o bien porque valoró
también equivocadamente los hechos692.
Aunque no aparece en el elenco del art. 270, sí que expresamente se
hace referencia por el art. 269 (can. 1669) aquellos supuestos en los que,
en el proceso de declaración de la nulidad del matrimonio, se utilizó el
proceso contencioso-oral, en cuyo caso el tribunal de apelación debe de-
clarar la nulidad de la sentencia y devolver las actas al tribunal que dictó
sentencia693. Estamos ante una nulidad de la sentencia por inidoneidad
del procedimiento. Si el juez de segunda instancia no declarara de oficio
la nulidad de la sentencia, cualquiera de las parte podría interponer que-
rella de nulidad insanable, querella que de ser acogida tendrá como efec-
to igualmente el de devolver las actas al tribunal inferior.

2. La nulidad sanable de la sentencia (art. 272)


Lo primero que hay que dejar claro es que el elenco del art. 272 (can.
1622) es taxativo, de hecho en su enunciado se dice «exclusivamente», de
modo que no se prevén otro tipo de situaciones que pueden originar di-
rectamente una nulidad sanable de la sentencia. Índice
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Analicemos los distintos supuestos del art. 272.

2.1. Sentencia dictada por un número no legítimo de jueces


(art. 272, 1º)
El can. 1892, 1º del CIC ‘17 sancionaba con la nulidad insanable la
sentencia que había sido dictada por un número ilegítimo de jueces. El
can. 1622, 1º, en cambio, establece que, en caso de número ilegítimo, la
692.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de Derecho Procesal..., cit., p. 380.
693.
Vid. GROCHOLEWSKI, Z., Il ilegitimo uso del processo sommario come motivo di nullità della
sentenza, en «Ephemerides Iuris Canonico» 41-42, 1985-1986, pp. 175-181.

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512 Carlos M. MORÁN BUSTOS

sentencia será sanablemente nula; este cambio, que en sí en bastante dis-


cutible —sobre todo porque podrían darse supuestos en los que, por
ejemplo, quedando dos jueces, si cada uno sostiene una opinión contraria
en relación a la nulidad o no del matrimonio, se verá afectada directa-
mente la sentencia, hasta el punto de no poder dictarse—, ha sido acogi-
do también en el art. 272, 1º.
Téngase en cuenta que el can. 1425 §1, 1º (art. 30 §1) establece la nece-
sidad de tribunal colegial para las causas matrimoniales, y apostilla rotun-
damente: «quedando reprobada la costumbre contraria». Pues bien, al pa-
sar de la categoría de nulidad insanable a la de nulidad sanable, parece que
se está poniendo en tela de juicio esa rotundidad con que se ha querido
afirmar la necesidad de tribunal colegial en los casos de nulidad del víncu-
lo conyugal, sobre todo porque, dado que el término perentoria para pro-
poner la querella de nulidad es de tres meses, se deja abierta la posibilidad
de abusos e incluso de prevaricaciones en lo que la configuración numéri-
ca de los jueces encargados de conocer de este tipo de causas se refiere694.
No estamos ante un vicio que sea meramente formal, sino ante una dispo-
sición que, aunque tiene un carácter meramente dispositivo, responde a un
dato básico de fondo, tal como hemos tenido ocasión de exponer al hablar de
la colegialidad en el tratamiento de las causas de nulidad del vínculo695.
En todo caso, no se consideraría número ilegítimo de jueces si éstos
fueran más de tres, por ejemplo, si fueran cinco o más, aunque cierta-
mente no se fácil que estas situaciones se verifiquen.

2.2. Sentencia que no contiene los motivos o razones de la deci-


sión (art. 272, 2º)696
Ya ha sido comentada la necesidad de motivación de la sentencia defi-
Índice
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nitiva (can. 1611, 3º, art. 250, 3º)697 —y también de la sentencia interlocu-
toria y de los decretos que no son de mero trámite (can. 1613 y art. 256,
can. 1617 y art. 261)—, motivación que debe incluir la razones de dere-
cho y de hecho en las que se basa la parte dispositiva de la sentencia.
La exposición de los motivos es una verdadera exigencia y la base cla-
ve de la hipotética impugnación. La consiguiente sanción de nulidad en
los casos de ausencia de motivación tutela de manera eficaz la finalidad
694.
Cfr. GHERRO, S., La nullità sanabile della sentenza. Con particolare riferimento alla man-
canza di motivazione, en AA.VV., La «querela nullitatis..., cit., p. 172.
695.
Vid. Comentario al art. 30, en Título II, I.6.
696.
Vid. GHERRO, S., La nullità sanabile della sentenza..., cit., pp. 172-179.
697.
Vid. Comentario al Título X, pregunta IV.2.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 513

endoprocesal de la motivación, que debe justificar de manera accesible


las decisiones antes las partes y ante el juez superior698.
Una cosa es la ausencia de motivos de la decisión, y otra muy distinta
es la insuficiencia, o el que los motivos no sean correctos, incluso que
sean falsos699; en éstos casos no se sanciona con la nulidad insanable, en-
tre otras cosas porque es muy complicado juzgar con criterios objetivos
cuándo la motivación de la sentencia es suficiente o no, cuándo los moti-
vos expuestos son correctos, incluso cuándo son falsos.
La norma del can. 1617 (art. 161) no es aplicable a la sentencia defini-
tiva, por ello, sí que sería asimilable a la ausencia de motivación la simple
remisión a los motivos de derecho y de hecho de otra decisión.

2.3. Sentencia que carece de las firmas prescritas por el derecho o


no está datada o no indica el lugar (art. 272, 3º y 4º)
Es vez decidida la causa y redactada la sentencia por el ponente, ésta
—dado que es obra de todos— debe ser firmada por todos los jueces (can.
1612 §4, art. 253 §4)700.
Si la sentencia sólo fuera firmada por el presidente o por el notario se-
ría nula701. Si, por error, la sentencia fuese firmada por un juez que no de-
bía firmarla, el propio tribunal puede proceder a su corrección en virtud
del can. 1616 (art. 260 §1). Si después de la decisión-definición de la cau-
sa se produce la muerte de algún juez, o adviene una grave enfermedad u
otro impedimento, el presidente o el vicario judicial se limitarán a dejar
constancia de ello, adjuntando copia auténtica de la parte dispositiva fir-
mada por el juez en cuestión (art. 255).
Se sanciona también con nulidad sanable la omisión de la datación y/
o designación del lugar de la sentencia (can. 1612 §4, art. 253 §4); ténga-
se en cuenta que es un dato importante a efectos del término temporal de Índice
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apelación. Igualmente, si hubo un error, éste puede ser subsanado y co-


rregido a tenor del can. 1616 (art. 260 §1).

2.4. Sentencia basada en un acto nulo no subsanado (art. 272, 5º)


Se trata de un supuesto de nulidad de derecho positivo, cuyo presu-
puesto de base es que la sentencia dependa directamente del acto judicial
698.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Comentario al can. 1622, cit., p. 1631.
699.
Vid. SRRD, coram Bejan, sent. 29 de julio de 1967, vol. 59, p. 653; SRRD, coram Masala,
sent. de 31 de mayo de 1969, vol. 61, p. 575.
700.
Vid. Título X, pregunta V. 4.
701.
Cfr. P.C.I., Respuesta de 14 de junio de 1922, en AAS 14, 1922, p. 529.

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nulo, es decir, que sea éste el que determinó el sentido de la sentencia. La


nulidad del acto podrá ser de derecho natural, en cuyo caso no podrá ser
subsanada, o de derecho positivo. Si es de derecho positivo, el can. 1619
indica que en las causas que se refieren al bien privado de las personas
—por tanto, no en las causas de nulidad del vínculo—, quedan subsanadas
por la sentencia los actos nulos que, conocidos por la parte que presenta la
querella de nulidad contra la sentencia, no fueron denunciados por ella.
Ahora bien, si se trata de una causa referida al bien público —por
ejemplo, las causas matrimoniales—, la sentencia no puede tener eficacia
sanatoria, de ahí la sanción de nulidad, aunque sea sanable.

2.5. Sentencia dictada contra una parte legítimamente ausente


(art. 272, 6º)
El art. 139 §2 establece que si el demandado no comparece en juicio
antes de la sentencia, pero prueba que le retuvo un impedimento legítimo
que, sin culpa por su parte, no le fue posible demostrar, puede entablar
querella de nulidad; esto mismo, de acuerdo con el art. 140, 3º (can.
1594, 3º), puede aplicársele al demandante ausente, de hecho el art. 272,
6º habla sólo de «parte legítimamente ausente», de modo que quedan en-
globados tanto el actor como el demandado.
El fundamento de esta nulidad está en la imposibilidad de defenderse
que ha tenido esta parte ausente, pues no se puede presumir —de hecho
su ausencia es legítima, siendo éste el elemento que debe verificarse para
poder presentar la querella de nulidad al amparo del art. 272, 6º (can.
1622, 6º)— que renunció a dicha posibilidad.
Para que se active esta nulidad, habrá de tratarse de una sentencia
contraria al legítimamente ausente. Las posibilidades del legítimamente
ausente no se acaban con la querella de nulidad por este vicio de nulidad
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sanable, sino que cabría también la querella de nulidad por vicio de nuli-
dad insanable por denegación del derecho de defensa.

3. Procedimiento de la querella de nulidad


3.1. Los sujetos legitimados para proponer la querella de nulidad
(art. 276)702
El art. 276 (can. 1626) distingue dos situaciones en lo que a la legiti-
mación se refiere: por una parte, la posibilidad de las partes públicas y
702.
Vid. PALOMBI, R., I soggetti legitimati alla proposizione de la querella di nullità, en AA.VV.,
La «querela nulitatis»..., cit., pp. 199-213.

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privadas de interponer la querella de nulidad; por otra parte, la posible


actuación de oficio por parte del mismo tribunal que dictó la sentencia,
revocando o enmendando la misma.
Según establece el art. 276 §1, las partes —que son los primeros destina-
tarios de la sentencia—, son los primeros a los que se le reconoce la posibili-
dad de presentar la querella de nulidad. Esta posibilidad se le reconoce tanto
a la parte que ha participado en el proceso, como aquella que ha sido decla-
rada ausente del juicio (can. 1593 §2, art. 139 §2)703. Ahora bien, para actuar
válidamente como sujeto legitimado en orden a la interposición de la quere-
lla de nulidad, la parte —además de tener la consideración procesal de tal—,
debe tener un interés derivado del gravamen, es decir, debe considerarse
perjudicada, bien sea porque se rechazó su petición (esto en el caso del ac-
tor), como porque se estimó la petición del adversario (en el caso del de-
mandado). El art. 276 §1 (igual que el can. 1626 §1) no distingue entre vicio
y nulidad sanable e insanable, de modo que la legitimación de las partes
—también de las partes públicas— ha de extenderse a ambos supuestos.
Además de las partes privadas, se reconoce legitimación también al
defensor del vínculo y al promotor de justicia, no en función del posible
gravamen sufrido, sino en virtud de la función pública que les ha sido
confiada para la defensa del bien público eclesial704. En el caso del pro-
motor de justicia no es necesario que hubiera desempeñado la función de
parte en la causa cuya sentencia se considera viciada de nulidad, siendo
suficiente que haya intervenido en la causa por decreto del juez.
Además de las partes privadas y públicas, el art. 276 §2 indica que «el
mismo juez puede revocar o enmendar de oficio la sentencia nula que dictó,
dentro del plazo de actuación establecido en el art. 273, a no ser que, en-
tre tanto, se hubiera interpuesto apelación junto con la querella de nuli-
dad, o la nulidad hubiera sido subsanada por el transcurso del plazo indi- Índice
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cado en el art. 273 (can. 1626 §2)». Según esta norma, el juez, de oficio,
puede revocar o enmendar la sentencia nula dictada por él mismo, ya que
si dicha sentencia no es válida, el juez puede volver sobre ella, ya que con-
tinúa conservando la potestad de juzgarla. Esta actuación de oficio es
susceptible de producirse tanto en los supuestos de nulidad sanable como
en los casos de nulidad insanable de la sentencia, ya que el art. 272 §2 no
hace ninguna distinción entre ellos.
El plazo para proceder a la revocación o enmienda de la sentencia, es-
tablecida en el art. 276 §2 con referencia al art. 273 (can. 1623), es de tres
703.
Cfr. Communicationes 11, 1979, pp. 130-131.
704.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Comentario al can. 1626, cit., p. 1639.

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meses, ello siempre que la sentencia nula no hubiera quedado sanada con
anterioridad —cosa que ocurre para la nulidad sanable cuando se produ-
ce el trascurso del plazo de tres meses (can. 1623, art. 273)—, y tampoco
si durante ese tiempo se hubiera interpuesto apelación junto con la que-
rella de nulidad, pues en este caso la causa quedaría pendiente ante el
juez superior con la imposibilidad para el juez inferior de entrar en ella.

3.2. El fuero competente para proponer la querella de nulidad


(art. 274)
Hay que establecer un distingo según la querella de nulidad sea pre-
sentada como una acción autónoma, o bien acumulada a la apelación. En
el primero de los supuestos, esto es, si la querella de nulidad es presenta-
da como acción autónoma, separada e independiente, «es examinada por
el mismo juez que dictó sentencia» (art. 274 §1, can. 16249). No es com-
petente, por tanto, el juez del grado superior, sino el mismo juez que co-
noció de la causa en grado inferior. Si conociera el tribunal superior in-
curriría en una situación de incompetencia absoluta, ello, insistimos,
siempre que la querella de nulidad hubiera sido presentada como acción
autónoma, pues si se hubiera presentado como excepción durante el cur-
so de la apelación —no al mismo tiempo, pues en este caso estaríamos en
el supuesto del art. 274 §3 (can. 1625)—, el tribunal superior sí que ten-
dría competencia para conocer de dicha querella de nulidad705. La razón
de que sea el mismo juez que dictó sentencia el que haya de resolver la
querella de nulidad presentada contra la misma estriba en el hecho de
que, al constar una sentencia nula, no se produce un salto en cuanto a la
instancia, de hecho lo que se está solicitando del juez que sentenció es
que termine la instancia, lo cual se producirá cuando exista una senten-
cia que sea válida. Índice
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El art. 274 §1 indica que si la parte teme que el juez que dictó la sen-
tencia impugnada mediante la querella de nulidad tenga prejuicios y, por
tanto, lo considera sospechoso, «puede exigir que sea sustituido por otro
juez». Inicialmente puede resultar extraño que sea el mismo juez que dic-
tó una sentencia nula el que tenga que conocer de la querella de nulidad
contra su propia sentencia, por ello, para evitar sospechas de imparciali-
705.
En la carta de la Signatura Apostólica de 17 de abril de 1989, prot. n. 19. 580/87 VT, se in-
dica: «de querella nullitatis ad modum actionis proposita videt ipse iudex tulit (cann. 1621 et 1624),
salva exceptione canonis 1625, quo casu iudex appellationis de ea videt. De querela autem nullitatis
ad modum exceptionis proposita, videt iudex coram quo pendet actio (can. 1621, probatos auctores
et praxim Tribunalium Apostolicorum)» (cfr. GROCHOLEWSKI, Z., L’apello nelle cause di nullità matri-
moniale, en «Forum» 4, 1993, p. 45, nota 56.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 517

dad o aversión o prejuicios, se prevé la posibilidad de exigir la sustitución


de los jueces. La cuestión que se plantea es si basta la mera alegación de
sospecha sin ninguna otra prueba; aunque la literalidad del art. 274 §1 (y
del can. 1624) permite sostener que si la parte considera que los jueces
tendrán prejuicios y, en consecuencia, los considera sospechosos, podrá
exigir su sustitución —en cuyo caso se producirá un cambio de personas,
pero no del grado del juicio—, sin embargo, parece que el sentido común
procesal pide que se deba aportar algún dato objetivo en el que se funda
esa sospecha, pues de lo contrario fácilmente se podría utilizar de mane-
ra abusiva por la parte que quisiera simplemente liberarse de que la que-
rella de nulidad fuera conocida por los mismos jueces que sentenciaron,
con lo cual vendría a perder sentido la norma general del art. 274 §1.
El tribunal ante el que se interpone la querella de nulidad sólo tendrá
dos opciones: o estimar que la sentencia fue efectivamente nula, o consi-
derar que fue válida. En el primer caso una vez subsanados los vicios sub-
sanables, se pronunciará sobre el mérito de la causa, pronunciamiento
que estará sometido a las impugnaciones propias de cada sentencia. Si el
juez, por el contrario, considera que la sentencia fue válida, se vendrá a
producir una reafirmación de la sentencia.
Con carácter novedoso el art. 274 §2 establece que si la querella de
nulidad —presentada como acción autónoma— se refiere a sentencias
dictadas en dos o más grados de juicio, será examinada por el tribunal
que dictó la última decisión.
La querella de nulidad, además de cómo acción autónoma e indepen-
diente, puede ser presentada como acción acumulada a la apelación, en
cuyo, caso deberá interponerse ante el juez de la apelación (art. 274 §3,
can. 1625). Esta posible acumulación responde a criterios de economía
procesal, pues se considera que, en el caso de desestimarse la querella,
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automáticamente se procedería a la tramitación de la apelación, sin ulte-


riores actuaciones.
Esta acumulación se prevé tanto en los supuestos de nulidad sanable,
como en los casos de nulidad insanable de la sentencia, de hecho el art.
274 §3 (can. 1625) habla en general, sin mencionar expresamente a la nu-
lidad sanable (cosa que sí hacía el can. 1895 del CIC ’17, que aludía al
can. 1894, referido únicamente a las sentencias nulas sanables). La mis-
ma razón que justifica la querella de nulidad sanable a la apelación, es la
que puede justificar la acumulación de la querella de nulidad insanable a
la apelación.
Como es aceptado por la praxis del Tribunal de la Rota, se admite en
las causas de nulidad de matrimonio la acumulación de la querella de nu-

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518 Carlos M. MORÁN BUSTOS

lidad con el recurso extraordinario de revisión, de hecho el art. 274 §3 ex-


presamente se refiere a esta posibilidad, aunque para verificarse la mis-
ma habría que estar a los términos temporales establecidos para la
presentación de la querella de nulidad706.
El conocimiento de la querella de nulidad tiene un carácter prejudi-
cial, de modo que habrá que estar al resultado de la misma, para poder
entrar a conocer la apelación. Así, por ejemplo, si el tribunal ad quem de-
clara nula la sentencia, no podrá entrar en el merito de la causa, sino que
tendrá que remitirla al juez a quo que dictó la sentencia nula, tal como lo
indica ahora expresamente el art. 278 de la Instrucción. Como excepción
a ello está la praxis de la Rota Romana, praxis según la cual, una vez de-
clarada la nulidad de la sentencia del tribunal inferior, será la propia
Rota Romana quien entre a conocer del mérito de la causa, ello salvo que
sea en primer grado, en cuyo caso necesitaría de la comisión de la Signa-
tura Apostólica; si fuera la Signatura Apostólica la que declarara la nuli-
dad de la sentencia Rotal, se produciría la remisión de la causa al Tribu-
nal de la Rota.
Si el juez de apelación no considera nula la sentencia, esto es, si con-
firma la validez de la misma y rechaza la querella de nulidad, el tribunal
de apelación entrará a juzgar el recurso de apelación, adentrándose en el
mérito de la causa.

3.3. Plazos y modos de proponer la querella de nulidad (art. 281 §1)

La querella de nulidad puede ser propuesta como acción —bien aisla-


damente, o bien acumulada a la apelación—, es decir, como ejercicio del
derecho a que se declare judicialmente la nulidad de algo que se conside-
ra nulo jurídicamente:
Índice
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Si la querella de nulidad se acumula a la apelación, deberá proponer-


se ante el juez a quo en el plazo perentorio de quince días desde que se
tuvo noticia de la publicación de la sentencia (can. 1630 §1, art. 281 §1),
debiéndose proseguir ante el juez ad quem en el plazo de un mes desde la
interposición, salvo que el juez a quo hubiera fijado un plazo superior
(can. 1633, art. 281 §1).
Si la querella de nulidad se presenta como acción autónoma e inde-
pendiente, habrá que distinguir dos situaciones, en función de que este-
mos ante una nulidad sanable o insanable de la sentencia: si se trata de
706.
Vid. FRANCESCHI, H., Il cumulo della «querela nullitatis» e la «nuova causae propositio», en
«ius Ecclesiae» 8, 1996, pp. 575-599.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 519

una querella de nulidad insanable, deberá interponerse en el plazo de


diez años desde la fecha de la publicación de la sentencia (art. 271, 1621);
si se trata de una querella de nulidad sanable deberá interponerse en el
plazo de tres meses desde que se tuvo conocimiento de la publicación de
la sentencia, pues trascurrido ese plazo, la sentencia se considera sanada
ipso iure (can- 1623, art. 273).
Trascurridos esos plazos de diez años o tres meses, la acción de la
querella de nulidad prescribe, no pudiendo ejercitarse, ello ni aun en el
caso de las causas sobre el estado de las personas: aunque estas causas no
pasan a causa juzgada, sobre ellas se podrá plantear el eventual recurso
extraordinario de revisión (si se cumplen los requisitos establecidos por
el can. 1644, art. 290), pero no se podrá ejercitar la acción de la querella
de nulidad.
Además de como acción, la querella de nulidad insanable puede pro-
ponerse como excepción de modo perpetuo (art. 271, can. 1621); la que-
rella de nulidad sanable no puede proponerse a modo de excepción, ya
que ni lo refiere el art. 273 (can. 1623), no habría posibilidad de quedar
sanada si pudiera presentarse perpetuamente a modo de excepción707.

3.4. Procedimiento a seguir (art. 277)


Presentada la querella de nulidad, el tribunal lo primero que ha de ha-
cer es analizar si está fundada o no. Si la querella de nulidad fue presenta-
da como acción, esto lo «puede» hacer el tribunal —no está obligado a
ello— a través del proceso contencioso oral (art. 277 §1, can. 1627), aun-
que con alguna matización: en concreto, en el proceso oral el juez de pri-
mera instancia es único (can. 1657, art. 295), sin embargo, de acuerdo con
el art. 277 §2, si la sentencia que se acusa de nulidad fue dictada por un tri-
bunal colegial, competerá también a un tribunal colegial resolver de la Índice
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cuestión de la querella de nulidad, ello aunque estemos en el proceso oral.


Si la querella de nulidad es propuesta como excepción o de oficio, la
examinará el juez ante el cual está pendiente la causa (art. 275), y lo hará
según lo dispuesto en los arts. 217-225 y 227 sobre las causas incidentales
(277 §1, can. 1627).
Las pautas a seguir dependerán en cierto modo del tipo de respuesta
que se dé a la querella de nulidad:
— Si se da respuesta afirmativa a la querella de nulidad interpuesta,
será el tribunal que dictó la sentencia nula quien deberá subsanar
707.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., Temas procesales..., cit., p. 823.

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520 Carlos M. MORÁN BUSTOS

los vicios que originaron la nulidad: si la resolución de la querella


la hizo el mismo tribunal, a él le corresponderá la corrección de
esos vicios; si la resolución la adoptó el tribunal de apelación, la
causa se devolverá la tribunal que dictó la sentencia nula (art.
278), que deberá proceder igualmente a la corrección de los vi-
cios de nulidad, ello según las indicaciones establecidas por el tri-
bunal de apelación que resolvió en sentido afirmativo la querella
de nulidad. Una vez corregidos los vicios corregibles, el tribunal
dictará nueva sentencia, la cual estará sometida a los recursos
propios de toda sentencia definitiva.
— Si la resolución de la querella de nulidad es negativa, se seguirá
con los recursos normales que se puedan establecer contra esa
sentencia definitiva; si la querella se hubiera acumulado a la ape-
lación, el tribunal de apelación entrará sobre el mérito de la cau-
sa. A pesar de que el art. 277 §3 indica que contra la decisión so-
bre la querella de nulidad cabe apelación, no distinguiendo, por
tanto, el resultado negativo o positivo de dicha decisión, es discu-
tible que sea apelable el rechazo de la querella de nulidad, ya que
esta decisión no tiene fuerza de sentencia definitiva puesto que
no impide o pone fin al juicio o a una instancia del mismo (can.
1629, 4º, art. 228). Tampoco sería apelable la querella de nulidad
presentada como excepción o de oficio que, debiendo tramitarse
según las normas de las causas incidentales (art. 277 §1),708 fuera
rechazada a limine (can. 1589 §1, art. 222 §1), ya que hay que to-
mar esta decisión «expeditissime» (art. 1629, 4º, arts. 218, 222
§2)709.

III. EL RECURSO DE APELACIÓN CONTRA LA SENTENCIA Índice


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(ARTS. 279-289)

1. Introducción

Entre los medios de impugnación de la sentencias, la apelación es el


más conocido y común. La base del recurso de apelación es la percepción
de que el pronunciamiento judicial es injusto, y ocasiona un perjuicio y
gravamen. A diferencia de la querella de nulidad, que se estructuraba so-
708.
Cfr. GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho procesal..., cit., pp. 396-397.
709.
Vid. Comentario al Título VIII, pregunta II.5.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 521

bre la base de un vicio o defecto de legalidad, el recurso de apelación


mira al contenido de la resolución, resolución que se retiene injusta, y de
la que se deriva un perjuicio, un gravamen.
En este sentido, podemos considerar la apelación como un medio de
gravamen o remedio de la injusticia, pues intenta hacer valer una genéri-
ca injusticia que afecta al contenido de la sentencia, en cuanto que se asu-
me que ésta constituye «il risultato di un’ingiusta valutazione delle prove,
dei fatti o del riferimento dei fatti al diritto, o in generale di tutto ciò che,
nell’ambito del merito del giudizio, è lasciato alla valutazione più o meno
discrezionale del giudice»710.
El análisis de la naturaleza y las condiciones del recurso de apelación
nos sitúa ante la cuestión de la conveniencia o no de la instancia única, o
la oportunidad de la multiplicidad de instancias (así como el límite de las
mismas). A favor de la instancia única se esgrimen razones como que la
apelación dilata los procesos, supone un gasto de tiempo y de dinero, fa-
vorece la actuación irresponsable del litigante temerario, y permite una
mayor celeridad en la resolución de los problemas, y evita la inseguridad
jurídica de un sistema basado en sucesivas instancias. Por su parte, a fa-
vor de la doble o ulterior instancia se invocan razones como que con ello
se posibilita el que la verdad pronunciada-declarada por el tribunal res-
ponda mejor a la verdad de los hechos, con lo que se limita el margen de
error y la consiguiente injusticia, pues al volverse sobre la misma cues-
tión, y teniendo la oportunidad de practicar nuevas pruebas, de argumen-
taciones y conclusiones nuevas, y existiendo un nuevo juicio por parte de
personas distintas, las posibilidades de error disminuyen, y queda mejor
garantizada la concreción de la verdad y la consiguiente justicia.
En términos generales, podemos afirmar que la posibilidad de recu-
rrir, y la consiguiente estructuración de instancias, es una garantía de la
Índice
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realización de la justicia. Ahora bien, la posibilidad de continuar con las


instancias no puede ser ilimitada, ya que ello —como hemos comentado
en la introducción de este Título— iría contra la idea de cosa juzgada, y
contra la necesaria ejecutabilidad de las sentencias, así como contra la
propia seguridad jurídica, y en definitiva, contra la estabilidad y contra
los derechos de los sujetos.
En el derecho canónico se ha establecido con carácter ordinario el
sistema de doble instancia, a pesar de que —como veremos— existen sen-
tencias que no son apelables, y otras en las que las instancias son más de
dos. Ello responde al hecho de que el proceso canónico es menos forma-
710.
MANDRIOLI, C., Corso di diritto processuale civile, vol. 2, Torino 1987, p. 298.

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522 Carlos M. MORÁN BUSTOS

lista, y tiene como uno de sus principios inexcusables la búsqueda —con


todos los medios posibles— de la verdad.
Hemos hablado de la apelación, y hemos aludido al restablecimiento
de la injusticia y al hecho del gravamen como elementos que están en la
base de este recurso. Pues bien, otro de los elementos a destacar en la
apelación es el hecho de que la misma no se propone ante el juez que dic-
tó sentencia, sino ante un superior jerárquico del que dictó la resolución
impugnada, cosa que no ocurre con la querella de nulidad (salvo cuando
se acumula a la apelación). La intervención, por tanto, de este tribunal je-
rárquicamente superior es un elemento clave del recurso de apelación.
Como ha sido destacado por la doctrina, el recurso de apelación es un re-
curso ordinario, pues no está subordinado a la existencia de determinados
motivos particulares o vicios específicos de la sentencia, sino que pretende
hacer eficaz una genérica injusticia de la sentencia711. Es un recurso jerár-
quico, de plena jurisdicción, pues el tribunal superior vendrá a realizar un
nuevo juicio. Es un recurso potestativo y contingente, pues depende de la vo-
luntad del recurrente, que no está obligado a presentarlo. Es un recurso de
carácter devolutivo —no suspensivo—, pues «devuelve» al tribunal superior
todo el material al que accedió y conoció el tribunal inferior. Es un recurso
intencionalmente sustitutivo, pues pretende sustituir la resolución apelada
por otra distinta. Y, por último, es un recurso que comporta un nuevo enjui-
ciamiento de la misma cuestión ya resuelta por la resolución impugnada712.
Ciñéndonos al ámbito del proceso canónico, el recurso de apelación
presenta diferencias significativas respecto de los otros medios de impug-
nación de las resoluciones, en concreto, respecto de la querella de nuli-
dad, la restitutio in integrum, y la nova causae propositio (recurso extraor-
dinario de revisión). Ya hemos dicho que la querella de nulidad pretende
reparar cuestiones de legalidad, mientras que la apelación se centra en
cuestiones sustantivas, en las que se pone en tela de juicio la justicia, y de Índice
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la que se deriva un gravamen. En el caso de la restitutio in integrum y de


la nova causae propositio, se trata de recursos que tienen un carácter ex-
traordinario, pues presuponen la existencia de cosa juzgada material o
formal —pues las causas sobre el estado de las personas, a las que se apli-
ca la nova causae propositio, no pasan a cosa juzgada material (can.
1643, art. 289)—, y, en consecuencia, han de someterse a condiciones de
posibilidad estrictas, cosa que no ocurre con la apelación, pues no existe
cosa juzgada, y sus condiciones son las propias de un recurso ordinario.

711.
Cfr. MONETA, P., L’apello, en AA.VV., Il processo..., cit., p. 771.
712.
Cfr. PANIZO ORALLO, S., Temas procesales…, cit., pp. 838-839.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 523

Por último, indicar que el recurso de apelación en el proceso declara-


tivo de nulidad conyugal está matizado por el hecho del envío de oficio de
las actas al tribunal superior después de la primera sentencia afirmativa
(can. 1682, arts. 264-265), envío que responde a la necesidad de dos sen-
tencias conformes para que se declare nulo un matrimonio. Esto hace
que en ocasiones se produzca una «acumulación» entre la apelación in-
terpuesta por la parte que ha sufrido gravamen —normalmente el de-
mandado, pero también el actor, por ejemplo, cuando el pronunciamien-
to ha sido afirmativo pero no por todos los motivos invocados y recogidos
en la fórmula de dudas—, en cuyo caso el recurso de apelación tendrá un
carácter subsidiario, pues sobre el mismo se entrará si no se confirma
por decreto el capítulo cuya nulidad había sido declarada por el tribunal
inferior y se pasa la causa a proceso ordinario.

2. Los sujetos legitimados para apelar (art. 279)

La apelación es un medio de impugnación que se configura como un


verdadero derecho, derecho que se inserta en el más amplio derecho que
tiene todo fiel de acceder a los tribunales y obtener de ellos un pronuncia-
miento que sea conforme a la verdad y que restablezca la justicia. En el
caso del proceso de nulidad del vínculo, el ius apellandi se inserta en ese
derecho general a saber la verdad del propio estado —derecho que no es
sino la dimensión procesal del ius connubii—; siendo que el ius impug-
nandi se reconoce con carácter originario sólo a los cónyuges, y con ca-
rácter sustitutivo al promotor de justicia —y a determinados terceros (en
los supuestos de impugnación póstuma del matrimonio)713—, éstos mis-
mos serán quienes gocen de legitimación para ejercer el ius apellandi.
Veamos. El art. 279 §1 (can. 1628) establece que «la parte que se con-
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sidera perjudicada por una sentencia, e igualmente el defensor del víncu-


lo y el promotor de justicia, si intervino en la causa, tienen derecho a ape-
lar al tribunal superior…». Según esto, sólo podrán apelar las partes del
proceso, tanto las partes privadas —los cónyuges— como las partes pú-
blicas, ello incluso si no actuaron en juicio, bien porque se sometieron a
la justicia del tribunal, porque estuvieron ausentes, incluso si medió de-
claración de ausencia (can. 1593 §2, art. 139 §2).
Si se produce la muerte durante el proceso, aquellos que están legiti-
mados para la prosecución post mortem de la causa —el otro cónyuge, u
otro interesado, particularmente los herederos del difunto o su sucesor
713.
Vid. Comentario al Título IV, apartado IV.

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524 Carlos M. MORÁN BUSTOS

(cann. 1675 §2 y 1518, arts. 94 y 143)— lo estarán también para proseguir


esta misma causa en apelación, o para interponer y proseguir la apelación
si el óbito se produjo en un grado inferior (aunque hay que tener presente
que en estos supuestos bastaría con una única sentencia de nulidad, art.
222 de la Provida Mater Eclesiae)714. Igualmente, si la muerte se produce
antes del inicio del proceso, y se da el requisito de la prejudicialidad de la
cuestión sobre la validez o no del matrimonio respeto de otra cuestión
planteada —ya en el fuero canónico, ya en el fuero civil—, aquellos que es-
tán legitimados para la impugnación póstuma del matrimonio —quienes
tienen un interés legítimo (can. 1675 §1, art. 93)—lo estarán para ejercer
el ius apellandi en esta causa en la que uno de los cónyuges han muerto715.
Aunque necesario, no es suficiente ser parte para poder apelar, sino
que se requiere que exista un interés legítimo, en concreto, se requiere
que exista gravamen o perjuicio como consecuencia del pronunciamien-
to que se impugna; por ello, el art. 279 §1 ( can. 1628) habla textualmente
de «la parte que se considera perjudicada». Esto es válido para las partes
privadas, las cuales, por tanto, deben sufrir un perjuicio personal, deben
ver afectada su situación jurídica subjetiva de la que son titulares.
En el caso de las partes públicas, el perjuicio derivado de la sentencia
va referido al bien público, y al interés en función del cual se ven habilita-
das para actuar. En el caso del promotor de justicia la cuestión es muy
clara: si se dieron las condiciones en virtud de las cuales quedó legitima-
do para actuar en un proceso de nulidad del vínculo —nulidad divulgada
e imposibilidad o inconveniencia de convalidación del matrimonio (can.
1674, 2º, art. 92, 2º)—, ésas mismas le habilitarán para apelar.
El ius apellandi del defensor del vínculo queda circunscrito a esa mi-
sión institucional suya de proponer y manifestar todo aquello que pueda
aducirse razonablemente en defensa del vínculo (can. 1432, arts. 53 §1, Índice
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56 §3). En virtud de esta configuración procesal en defensa del vínculo,


podrá apelar cuando considere que existen argumentos objetivos que jus-
tifiquen defender el vínculo, pero no está obligado a apelar ante cualquier
sentencia afirmativa; desapareció ya en el CIC ‘83 la obligación que tenía
el defensor del vínculo de apelar la primera sentencia afirmativa (can.
1986 del CIC ‘17, y art. 212 §2 de la Provida Mater Ecclesiae), obligación
sustituida por el envío de oficio de las actas (can. 1682 §1, art. 264).
Lo que incorpora con carácter novedoso el art. 279 §2 es la «obliga-
ción» del defensor del vínculo «de apelar si considera que la sentencia
714.
Vid. Comentario al Título IV, apartado IV.4.
715.
Vid. Comentario al Título IV, apartado IV.3.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 525

que declaró por primera vez la nulidad de un matrimonio no está sufi-


cientemente fundada». En realidad se trata de un deber jurídico difícil-
mente exigible, pues está sometido a la libre valoración del defensor del
vínculo; es más bien un llamada de atención al defensor del vínculo para
que éste sea diligente, y para que no sea negligente y se justifique en el he-
cho de que los autos van a pasar en cualquier caso al tribunal superior716.

3. Decisiones judiciales no apelables (art. 280)

Hemos indicado que la apelación es un medio ordinario de impugna-


ción frente a cualquier sentencia, sin embargo, no es un derecho absoluto
e ilimitado sino que, por el contrario, existen algunas situaciones concre-
tas en las que se ve limitado este derecho. A estas situaciones se refiere el
art. 280 (can. 1629), que establece un elenco taxativo —y de interpreta-
ción estricta (can. 18)— de situaciones en las que el pronunciamiento no
es susceptible de apelación:

3.1. «Contra la sentencia del mismo Sumo Pontífice o de la Sig-


natura Apostólica»
Esta inapelabilidad tiene que ver con la estructura jerárquica de la
Iglesia (con la falta de superior jerárquico); siendo el Romano Pontífice la
suprema autoridad de la Iglesia, parece lógico disponer que sus senten-
cias y decretos no sean corregibles por nadie (can. 333 §3). La norma se
refiere a aquellas sentencias y decretos dictados personalmente por el
Santo Padre, tanto en aquellas materias que le están reservadas (can.
1405 §1, art. 8 §1), como en aquellas causas que el propio Romano Pontí-
fice se avoque a sí. En estos casos, lo único que se puede hacer es pedir la
Índice
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gracia de la revisión-revocación de la decisión.


Esta prohibición de apelar se hace extensible a los decretos del Conci-
lio Ecuménico, pues en ellos el Colegio Episcopal, con el Papa a la cabe-
za, ejerce también la suprema potestad de la Iglesia. Contra un acto de
Romano Pontífice sería delito —sancionado con pena de censura (can.
1372)— acudir al Concilio Ecuménico.
Lo normal es que el Papa no juzgue personalmente las causas, sino
que ordinariamente lo hace a través de los tribunales de la Sede Apostóli-
ca, en particular a través de la Rota Romana, o de cualquier otro tribunal
delegado ad hoc. Estas decisiones de estos tribunales —salvo que al dele-
716.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción Dignitas Connubii…, cit., p. 669, nota 37.

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526 Carlos M. MORÁN BUSTOS

gar el Papa indique expresamente lo contrario— sí que son susceptibles


de apelación siguiendo las normas previstas para ello.
Tampoco son apelables las sentencias de la Signatura Apostólica, pues
este tribunal está en la cúspide del sistema judicial de la Iglesia: la Signa-
tura Apostólica está configurada como un órgano unitario, de modo que,
al ser el órgano supremo de la Iglesia, no cabe apelación ante sus senten-
cias; sí existiría esa posibilidad si se hubiera configurado permitiendo la
creación de turnos, pues entonces se podría ir a otro turno en apelación.
Esta prohibición de apelar al Romano Pontífice una sentencia emitida
por la Signatura Apostólica es una norma de derecho eclesiástico, de
modo que el propio Papa podría dispensarla.

3.2. «Contra la sentencia que adolece de vicio de nulidad, a no ser


que la sentencia se acumule con la querella de nulidad»
Si una sentencia adolece de vicio de nulidad —sanable o insanable—,
no se podrá articular el recurso de apelación, ya que no se puede entrar a
analizar la justicia o no de una sentencia que no sabemos si es válida o
no; habrá de presentar querella de nulidad primero, ello salvo que se acu-
mulen ambas impugnaciones, en cuyo caso el tribunal superior habrá de
analizar y decidir primero la querella de nulidad y, en su caso, entrar
analizar la apelación, pues ésta tiene un carácter subsidiario respecto de
la querella de nulidad (art. 274 §3, can. 1625)717.

3.3. «Contra la sentencia que ha pasado a cosa juzgada»


La «cosa juzgada» tiene que ver con la firmeza de las sentencias, con
su inimpugnabilidad, con su ejecutabilidad, y también con la certeza y se-
guridad jurídica. Se dice de una sentencia que ha pasado a «cosa juzga- Índice
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da» cuando no puede ser impugnada por una nueva apelación, de ahí que
el contenido de esta norma sea casi tautológico.
En art. 280 §2 se indica que este n. 3º no afecta a las causas de nulidad
del matrimonio, ya que éstas, en cuanto causas sobre el estado de las per-
sonas que son, no pasan a cosa juzgada material (can. 1643, art. 289 §1).
En ellas sí que se da, si se existen dos sentencias conformes (can. 1641,
1º, art. 291), una situación de «cuasi cosa juzgada», o de «cosa juzgada
formal», de la que se deriva también el efecto de la inapelabilidad. La úni-
ca posibilidad que quedaría sería la del recurso extraordinario de revi-
sión (can. 1644, art. 290).
717.
Vid. el apartado II.3.2 de este Título XII.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 527

Igual cabría decir de aquella sentencia no apelada en tiempo útil, o


proseguida a destiempo, pues, aunque no se convierte en res iudicata, sí
que adquiere una «firmeza», en virtud de la cual se convierte en inapela-
ble, quedando únicamente ante ella la posibilidad del recurso extraordi-
nario de revisión (si se trata de una causa sobre el estado de las perso-
nas).

3.4. «Contra el decreto del juez o sentencia interlocutoria que no


tenga fuerza de sentencia definitiva, a no ser que se acumule
con la apelación contra la sentencia definitiva»

Las sentencias que definen la causa, que agotan la actividad del órga-
no judicial, son —de ordinario— apelables. No lo son aquellas que no tie-
nen fuerza de sentencia definitiva. Pues bien, de acuerdo con el art. 262
(can. 1618) «la sentencia interlocutoria o el decreto tienen fuerza de sen-
tencia definitiva si impiden o ponen fin al propio juicio o a un grado del
mismo»; a esto hay que añadir lo que establecía art. 214 §2 de la Provida
Mater Ecclesiae: «la sentencia o decreto…tiene fuerza de sentencia defini-
tiva cuando irrogan un gravamen que no puede repararse por la senten-
cia definitiva».
La razón de ser de esta inapelabilidad de las sentencias que no tienen
fuerza de sentencia definitiva —además de responder a un propósito de
evitar situaciones dilatorias que incidirían drásticamente en el curso del
juicio principal— es su conexión con la causa principal —causa todavía
pendiente—, y el hecho de que pueden ser apeladas junto a la apelación
contra la sentencia que define la causa principal.

3.5. «Contra la sentencia o decreto en una causa que según el de- Índice
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recho debe dirimirse expeditissime»

Con esta prescripción se ha querido hacer prevalecer las exigencias


de rapidez del juicio, para lo cual se ha excluido de la posibilidad de ape-
lar aquellas decisiones que —ya de por sí— habían de tomarse con celeri-
dad y sin dilación.
Sabemos que, por ejemplo, han de resolverse «expeditissime» las
cuestiones relacionadas con la recusación de jueces, del promotor de jus-
ticia y del defensor del vínculo (can. 1451 §1, art. 70 §1), el rechazo del li-
belo de demanda (can. 1505 §4, art. 124 §1), la cuestión que haya podido
surgir a propósito de la delimitación de los límites de la controversia
(can. 1513 §3, art. 135 §4), el rechazo de una prueba por parte del juez

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528 Carlos M. MORÁN BUSTOS

(can. 1527 §2, art. 158 §1), la decisión del juez sobre si la cuestión inci-
dental está fundada y relacionada con la causa principal o si debe recha-
zarse «a limine» (can. 1589 §2, art. 222 §3), la decisión sobre la cuestión
relacionada con el derecho de apelar (can. 1631, art. 682).

4. Procedimiento procesal de la apelación: interposición y


prosecución

El recurso de apelación se articula en torno a dos momentos diferen-


ciados: por una parte, un momento inicial de interposición de la apela-
ción, que se lleva a cabo ante el juez a quo; por otra parte, un momento
posterior —complementario de la interposición—, que se llama prosecu-
ción de la apelación, y que se sustancia ante el juez ad quem (ante el juez
jerárquicamente superior).
Se ha discutido mucho por la doctrina procesal sobre la conveniencia
o menos de las dos fases del procedimiento de apelación. En términos ge-
nerales, la duplicidad de momentos del único recurso de apelación res-
ponde a criterios de economía procesal, pues, teniéndose que presentar
ante el juez que dictó la sentencia, éste podrá más fácilmente adoptar las
medidas en orden a la paralización de la ejecución de la sentencia, así
como en orden a la transmisión de los autos al tribunal superior; a pesar
de ello, lo cierto es que este doble momento de la apelación crea proble-
mas prácticos a algunos letrados acostumbrados a la unificación de la
apelación.

4.1. La interposición de la apelación (arts. 281, 282, 288)


Es el momento inicial del recurso de apelación, que consiste en mani-
Índice
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festar la voluntad del apelante de que la causa sea conocida por un juez
superior al que dictó el pronunciamiento.
Propiamente hablando, la interposición de la apelación puede limitar-
se a un simple escrito en el que se deje constancia de que se quiere apelar,
no siendo necesario que se entre en el mérito de la apelación, ni se indique
el fundamento fáctico de la misma (art. 281 §2); hemos hablado de un es-
crito, pero se permite también la interposición de la apelación con una de-
claración oral, siempre que se deje constancia de ello por escrito por parte
del notario en presencia del apelante (art. 281 §3, can. 1630 §2).
La apelación, tal como se recoge expresamente en el art. 281 §1 (can.
1630 §1), «debe interponerse ante el juez que dictó la sentencia...»; a pe-
sar de ello, la apelación interpuesta ante el juez ad quem también debería

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 529

ser admitida, de hecho no se sanciona con la perención de la apelación el


quebrantamiento de esta prescripción de interponer la misma ante el
juez a quo.
Como se indica también en el citado art.281 §1 (can. 1630 §1), el plazo
para la interposición de la apelación es de «quince días útiles desde que
se tuvo conocimiento de la publicación de la sentencia». Se trata de un
plazo perentorio, que no puede ser prorrogado por el juez (cann. 1465 §1
y 1630 §1, arts. 81 §1 y 281 §1). Es un tiempo útil, esto es, un tiempo que
no obra para quien lo ignora —aunque la ignorancia no se presume (can.
126)— o no puede obrar eficazmente, de ahí que el comienzo no se pro-
duce hasta que la parte que tiene derecho a apelar no tiene conocimiento
de la sentencia, lo cual sucede cuando recibe la publicación de la misma.
Es un tiempo continuo, en el sentido que, una vez iniciado ya no se inte-
rrumpe (can. 201 §1), computándose también los días feriados.
En el caso de las causas de nulidad de matrimonio —y esto es válido
también para la prosecución de la apelación— no se puede considerar
como perentorio dicho plazo, tal como ha sido aceptado por la mayor
parte de la doctrina718 y por la jurisprudencia, que ha aceptado la apela-
ción aun cuando se hubiera producido el transcurso de los plazos estable-
cidos, ya que «praxis S.R.Rotae est acceptare quamcumque sententiam
rite appellatam, quin inquisitio circa fatali fiat»719, siendo reconocido
también por la Signatura Apostólica en una declaración de 3 de junio de
1989.
El art. 281 §4 se refiere a la posibilidad de interponer la apelación antes
de que se publique la sentencia, si, de acuerdo con el art. 257 §1 (can.
718.
Cfr. ARROBA CONDE, M. J., Diritto processuale canonico, Roma 1994, pp. 455, nota 73; PIN-
TO, P. V., I processi nel Codice di diritto canonico, Città del Vaticano 1993, p. 418, n.ta 611: «nelle cau-
se matrimoniali la sentenza no passa mai in giudicato, per cui, la prassi in queste cause consente di Índice
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ottenere, con domanda motivata, la presentazione dell’apello anche fuori del termine»; LLOBELL, J.,
Centralizzazione normativa processuale e modifica dei titoli di competenza nelle cause di nullità matri-
moniale, en «Ius Ecclesiae» 3, 1991, pp. 454-458: «...siccome le cause sullo stato delle persone non
passano mai in giudicato —vedi can. 1643—, sarà sempre possibile rivolgersi in seconda istanza al
tribunale di appello di quello che ha dettato la sentenza in prima istanza —secondo i criteri desunti dai
cann. 1438, 1439 e 1444 § 1, n. 1—, anche se trascorsi i termini dei cann. 1630 e 1633, termini che, ne-
lle cause sullo stato delle persone, non hanno quindi natura perentoria (declaratio nn. 4, 5 e 7c).... Per
questo appello fuori termine non sono necessari quindi né i nuovi e gravi argomenti chiesti per la
concessione della nova causae propositio —quando vi sono due sentenze conformi— né alcun altro re-
quisito»; GROCHOLEWSKI, Z., L’apello nelle cause di nullità matrimoniale, en «Forum» 4, 1993, p. 50.
719.
S.R.R.D., Coram Palazzini, Sentencia de 19 de octubre de 1966, 1966, vol. 58, pp. 712-713, n.
12; en el mismo sentido, por ejemplo una coram Colagiovanni, de 25 de mayo de 1982: «quae appe-
llatio admissa est, quia practice appellatio in causis matrimonialibus, etiam fatalibus non observatis,
semper admititur..., etsi potius de reassumptione loquendum esset») (S.R.R.D;., Coram Colagiovanni,
sentencia del 25 de mayo de 1982, 1982, vol. 74, p. 291, n.2).

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530 Carlos M. MORÁN BUSTOS

1614), se comunicó a las partes la parte dispositiva con anterioridad al re-


cibir la publicación de la totalidad de la sentencia; en estos casos, se ha de
proceder según el art. 285 §2 (can. 1634 §2), artículo que precisa que, si la
parte no pudo obtener del tribunal a quo una copia de la sentencia impug-
nada en tiempo útil, los plazos para proseguir la apelación no corren entre
tanto, lo cual es bastante lógico, ya que estamos ante una sentencia que, al
no ser publicada, carece de efecto jurídico (can. 1615, art. 258 §1).
Existe un supuesto en el que excepcionalmente —para todo tipo de cau-
sas— se prevé la apelación a pesar de haber trascurrido el plazo perentorio
de la misma. Así es, después de que el §1 del art. 288 (can. 1637 §1) indique
que la apelación del acto aprovecha al demandado y viceversa —prescrip-
ción que opera sobre todo en aquellos procedimientos en los que se preten-
de declarar o clarificar una situación jurídica, cosa que ocurre en los pro-
cesos de nulidad de matrimonio, de hecho en estos procesos, aunque la
posición del actor y del demandado sea contraria, sin embargo, fácilmente
vendrán a converger en la común petición de nulidad, petición que, en
todo caso, se aplicará sobre ambos—, el art. 288 §2 (can. 1637 §3) prevé
que, si una parte apela sobre algún capítulo de la sentencia, la parte con-
traria, «aunque hubiera trascurrido el plazo fatal de apelación», puede ape-
lar incidentalmente sobre otros capítulos, «dentro del plazo perentorio de
quince días desde aquel en que se le notificó la apelación principal». En es-
tos casos de apelación «incidental» se permite su interposición fuera del
plazo previsto de modo general para la apelación, aunque se fija también
un plazo fatal de quince días desde que se tuvo conocimiento de la apela-
ción principal; este segundo plazo de quince días permite tanto la adhesión
a la apelación principal, como la interposición de una nueva apelación.
Por último, indicar que la perentoriedad de los plazos de interposi-
ción de la apelación afecta también a la posibilidad de apelar del defen-
Índice
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sor del vínculo o del promotor de justicia.


Si surgiera cualquier cuestión relacionada con el ius apellandi, habría
de resolverse con la mayor rapidez posible por parte del tribunal de ape-
lación, y ello observando la norma del contencioso oral (art. 282, can.
1631). No corresponde al juez que ha dictado la sentencia valorar la ad-
misibilidad o no de la apelación que se propuso ante él, sino que el juez a
quo debe limitarse a recibir la interposición de la apelación, dando un de-
creto en el que se deje constancia de ello (diciendo, por ejemplo, «se tiene
por interpuesta la apelación»), y en el que se ordene la remisión de los au-
tos al tribunal superior. Si el juez a quo rehuye dar este decreto o demora
el mismo injustificadamente, la apelación no puede caducar, ni tampoco
el plazo para la prosecución de la misma.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 531

En todo caso, parece lógico que aquellas cuestiones relacionadas con


el derecho de apelar sean decididas por el juez jerárquicamente superior,
para lo cual será necesario que se produzca la prosecución de la apela-
ción, ya que sin ella el tribunal superior carecería de competencia. Estas
cuestiones relacionadas con el ius apellandi podrían ser incluso plantea-
das de oficio por el tribunal. Se trata de cuestiones que han de ser decidi-
das con la máxima celeridad, bien se siga el criterio de la apelabilidad o
de la inapelabilidad al tribunal superior. Para facilitar esta celeridad, la
cuestión sobre la apelación ha de dirimirse según las normas del proceso
contencioso oral. Por ser una decisión que debe ser tomada «expeditissi-
me», es inapelable (can. 1629, 5º, art. 289, 5º).

4.2. La prosecución de la apelación (arts. 284-285)


Una vez expresada la voluntad de apelar mediante la interposición de
la apelación ante el juez que dictó el pronunciamiento, se ha de confir-
mar dicha voluntad a través de la prosecución de la apelación, que ha de
producirse ante el juez ad quem, que es a quien le corresponderá final-
mente admitir o no la apelación. Así se recoge en el art. 284 §1 (can.
1633): «la apelación ha de proseguirse ante el juez ad quem en el plazo de
un mes desde que se interpuso, a no ser que el juez a quo hubiera otorga-
do a la parte un plazo más largo para proseguirla».
El plazo que se tiene para la prosecución de la apelación es de un mes
desde que el tribunal dejó constancia vía decreto de que se había inter-
puesto apelación. Se trata también de un plazo perentorio de decadencia,
aunque el juez a quo puede fijar un plazo más largo —lo cual no es infre-
cuente— con el fin de facilitar el derecho de apelación. Como ocurre con
el plazo de interposición, también éste es un plazo útil en el comienzo, y
continuo en su decurso, lo que significa que comenzará a contar desde el Índice
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día siguiente desde que el apelante tuvo noticia de que la interposición de


la apelación fue recibida por el juez a quo, y finalizará «el día igual al día
en el que en el mes anterior tuvo el apelante la noticia de que el juez a quo
recibió su apelación (can. 203 §2): si, por ejemplo, esa noticia oficial se
tuvo el día 24 de enero, el plazo comienza a correr al comenzar el día 25
de ese enero y finaliza el día 24 del siguiente mes de febrero»720.
El art. 284 §2 permite al apelante solicitar el ministerio del tribunal a
quo para que remita al tribunal ad quem el acto de prosecución de la ape-
lación, lo cual facilitará la propia apelación, acortará los plazos, y evitará

720.
GARCÍA FAÍLDE, J. J., Tratado de derecho procesal...,cit., p. 406.

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532 Carlos M. MORÁN BUSTOS

las situaciones no infrecuentes en las que la ausencia de prosecución de


la apelación se debe a inadvertencia o a impericia procesal canónica so-
bre la necesidad de este segundo momento en el mecanismo del recurso
de apelación. Como indicamos al hablar de la interposición, este plazo no
sería perentorio para las causas matrimoniales.
Por lo que a los requisitos para la prosecución de la apelación se refie-
re, el art. 285 §1 (can. 1634 §1) indica que basta que la parte invoque la
intervención del juez superior para corregir la sentencia impugnada,
acompañando copia de ésta, e indicando las razones por las que se apela.
No se requieren formalidades especiales para conseguir la apelación,
sino que basta la petición dirigida al juez superior para que modifique la
sentencia, petición que debe ir acompañada a una genérica injusticia de
la sentencia, no siendo necesario que se descienda a las razones específi-
cas por las que se reclama la corrección de la misma721.
Si el apelante no quiere apelar la totalidad de la sentencia, deberá
precisar qué parte de la misma quiere someter al estudio del juez supe-
rior, ya que, de acuerdo con el art. 288 §3 (can. 1637 §4) «a no ser que
conste otra cosa, la apelación se presume hecha contra todos los capítu-
los de la sentencia».
Para interponer la apelación no se necesita reiterar el mandato de
procurador de abogado, sin embargo, para proseguir la apelación sí que
debe alegarse dicho mandato de procurador o abogado, salvo que la par-
te, de modo expreso y en la causa de que se trata, haya conferido el man-
dato de procurador o abogado también para las instancias sucesivas; tén-
gase en cuenta que el can. 1620, 6º (art. 270, 6º) sanciona con nulidad
insanable la sentencia dictada en un procedimiento en el alguien actuó
en nombre de otro sin mandato legítimo.
Lo que sí ha de presentarse también es un ejemplar de la sentencia
Índice
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apelada. Si la parte no pudiera obtener del tribunal a quo dicha copia, los
plazos no corren, y deberá notificar este impedimento al juez de apela-
ción, quien urgirá al juez a quo para que cumpla con su obligación cuan-
to antes (art. 285 §2, can. 1634 §2). Hay que recordar que el juez a quo
tiene la obligación de remitir los autos al juez de apelación (art. 285 §3,
can. 1634 §3), también la sentencia. Si a pesar de esta obligación, el tri-
bunal superior no hubiera recibido las actas, ni la parte hubiera podido
obtener copia de la sentencia, ya hemos indicado que los plazos no trans-
721.
No es necesario, pero parece lógico y oportuno que la parte que ha sufrido un gravamen,
intente defenderse y argumentar el porqué del mismo; la parte, al apelar, no ha de contentarse con
mínimos, sino que debe llenar de contenido sus actuaciones, todo ello con el fin de defender mejor
sus derechos e intereses.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 533

currirían, pues de lo contrario, de la negligencia del juez inferior se deri-


varía un perjuicio para la parte, que no podría ejercitar su derecho de
apelación.
En el caso de que la apelación fuera interpuesta por el promotor de
justicia o por el defensor del vínculo, no se precisa si la prosecución debe
realizarla el del órgano que actúa ante el juez a quo, o el del órgano que
actúa ante el juez ad quem. La lógica, sin embargo, nos dice, que la prose-
cución debe ser realizada por aquel órgano que va a actuar ante el tribu-
nal superior, es decir, por el promotor de justicia o el defensor del vínculo
del tribunal de apelación, aunque no podría excluirse que la prosecución
de la apelación la realizara el defensor del vínculo o el tribunal de justicia
del tribunal inferior722.

4.3. Tribunal competente para conocer de la apelación (art. 283)


Según establece el art. 283 §1 (can. 1632 §1) «si en la apelación no se
indica a qué tribunal se dirige, se presume hecha al tribunal de que trata
el art. 25». Nos remitimos a lo ya comentado a propósito de los tribunales
de segunda instancia723, limitándonos a dejar constancia de que del tribu-
nal sufragáneo se apela al metropolitano, del metropolitano se apela al
tribunal que se haya designado de modo estable (en España, al tribunal
de la Rota de la Nunciatura Apostólica), del tribunal interdiocesano al tri-
bunal establecido para la segunda instancia.
La disposición del §1 pretende evitar conflictos entre tribunales cuan-
do más de uno es competente en la apelación, y el apelante no concreta a
cuál de ellos se apela, en cuyo caso, se presume que la apelación se dirige
al tribunal competente con carácter normal u ordinario de segunda, ter-
cera, o ulteriores instancias.
Si un parte apela a la Rota Romana y la otra ante otro tribunal de ape- Índice
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lación, resolverá la causa la Rota Romana —que es el tribunal de grado


superior (can. 1632 §2)— ello salvando el principio de prevención, en vir-
tud del cual será competente el tribunal que haya citado primero, salvo
que no hubieran trascurrido los plazos establecidos por el derecho ya que
en este caso ningún tribunal de apelación puede hacer suya legítimamen-
te la causa, con el fin de que las partes no se vean privadas del derecho de
apelar ante la Rota Romana (art. 283 §§ 2 y 4); esto mismo ya era previsto
respecto de la concurrencia entre el tribunal de la Rota Romana y el tri-
bunal de la Rota Española por el art. 38 §2 de las normas de este tribunal,
722.
Cfr. MONETA, P., Comentario al can. 1634, en «Comentario Exegético...», cit., p. 1661.
723.
Vid. Comentario a los arts. 25 y 27-28 en el Título II, I.4 y 5.

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534 Carlos M. MORÁN BUSTOS

que establece que, cuando una parte apela a la Rota Romana y la otra a la
Rota Española, corresponde a la primera el conocimiento de la causa,
salvo que la Rota Española hubiera ya comenzado legítimamente a tra-
mitar la apelación, sabiendo, eso sí, que la Rota Española no podrá co-
menzar a tramitar la apelación, legítimamente, hasta que no hubieran
trascurrido los plazos.
Por último, el art. 283 §3 indica que, una vez interpuesta la apelación
ante la Rota Romana, el tribunal a quo debe remitirle los autos. Si se hu-
bieran remitido ya a otro tribunal de apelación, el tribunal a quo le notifi-
cará inmediatamente este derecho, para que no comience a tratar la cau-
sa y remita los autos a la Rota Romana.

4.4. Abandono y renuncia de la apelación (arts. 286-287)

El art. 286 (can. 1635) establece que «transcurridos inútilmente los


plazos fatales de la apelación ante los jueces a quo o ad quem, la apela-
ción se considera desierta». La razón de ser de esta disposición es que la
apelación tiene que someterse al cumplimiento de unos requisitos preci-
sos, también de índole temporal, de modo que en su ausencia se puede
producir la decadencia del derecho de apelar, pues se entiende por el le-
gislador que la parte ha renunciado a este derecho.
El art. 287 (can. 1636) reconoce también el derecho del apelante a re-
nunciar a la apelación. De la misma manera que es facultad de la parte
apelar, también pertenece al ámbito de su voluntad continuar con la ape-
lación. Esta renuncia a la apelación debe someterse a las reglas generales
de la renuncia (can. 1524, art. 150), produciéndose a consecuencia de la
misma los mismos efectos que se derivan de la caducidad, y viéndose el
renunciante obligado a pagar los actos a los que ha renunciado (can.
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1525, art. 151). En el caso de la apelación, la renuncia a la misma conlle-


va un efecto particular: el paso de la sentencia a cosa juzgada. En las cau-
sas matrimoniales —insistimos, no sometidas a los plazos fatales de la
apelación— el abandono y la renuncia de la apelación está marcado
esencialmente por necesidad de una doble sentencia conforme, y por el
hecho de que el tribunal a quo envía las actas de oficio al tribunal supe-
rior en caso de sentencia afirmativa de la nulidad; esto hará que el even-
tual abandono o renuncia no produzca los efectos de cosa juzgada, ni
permita, por ejemplo, la ejecución de esa única sentencia afirmativa.
Aunque el can. 1636 §2 hace referencia a la renuncia a la apelación
interpuesta por el defensor del vínculo o el promotor de justicia, el art.
287 silencia la referencia a la posibilidad de la renuncia por parte de las

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 535

partes públicas, a pesar de lo cual ha de entenderse que esta posibilidad


puede concretarse también por parte del promotor de justicia o del de-
fensor del vínculo. En los procesos de nulidad matrimonial, el defensor
del vínculo del tribunal de apelación no puede renunciar a esta apela-
ción, o, si renuncia, no se producirá el efecto de que la apelación se consi-
dere desierta, ya que no puede impedir con su renuncia el que la senten-
cia sea revisada en ese grado.

4.5. Las causas de nulidad de matrimonio no pasan a cosa juzga-


da (art. 289)

Así se indica en el art. 289 §1, que recoge lo establecido en términos


generales para todas las causas sobre el estado de las personas (y las ma-
trimoniales lo son), la cuales tampoco pasan a res iudicata.
La razón de ser de esta prescripción normativa —absolutamente clá-
sica en el derecho histórico canónico— se basa en que la sentencia decla-
rativa de la nulidad del matrimonio, tanto si declara la validez de matri-
monio como la nulidad del mismo, se está proclamando, erga omnes la
verificación judicial de realidades que son más fuertes que la voluntad de
los cónyuges a litigar. Se trata de resolver sobre si un sacramento se ha
producido o no, de modo que bien se concluya una cosa u otra, la reali-
dad que está de base es algo permanente y decisivo para los sujetos inte-
resados y para la Iglesia, inalterable ante cualquier voluntad que deseara
obtener un resultado conveniente o deseable, de ahí que se considere que
las declaraciones de voluntad contenidas en las sentencias no producen
el efecto de cerrar definitivamente la posibilidad de conocer la verdad del
propio estado, ya que ello es tanto como poder conocer la verdad de un
sacramento724.
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Como corolario, el §2 del citado art. 289 —que junto con el §3 son dis-
posiciones novedosas respecto del Código, aunque repiten el contenido del
art. 218 de la Provida Mater Ecclesiae— indica que «una causa matrimonial
que haya sido juzgada por un tribunal no puede ser nunca juzgada de nue-
vo por ese mismo tribunal ni por otro del mismo grado, sin perjuicio de lo
establecido en el art. 9 §2». Esta disposición sólo es aplicable cuando se
trata de la misma causa, esto es, acerca del mismo matrimonio y por el
mismo capítulo de nulidad (art. 289 §3); esta explicación del art. 289 §3
724.
Vid. DELLA ROCCA, F., Il privilegio delle cause matrimoniali in ordine alla cosa giudicata nel
diritto canonico, en AA.VV., Studi in onore de F. Scaduto, vol. I, Firenze 1936, pp. 243ss. Al analizar el
recurso extraordinario de revisión (nova causae propositio) descenderemos a algunas cuestiones re-
lacionadas con esta ausencia de cosa juzgada en las causas matrimoniales.

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536 Carlos M. MORÁN BUSTOS

casa mal con el art. 291 §1, pues el primero reconduce la causa petendi al
capítulo de nulidad (al nomen iuris), mientras que el art. 291, aunque men-
ciona la identidad del capítulo de nulidad como uno de los requisitos para
que se pueda producir la conformidad «formal» de dos sentencias, recon-
duce la causa petendi —tal como veremos al referirnos a la conformidad de
las sentencias725— a los hechos constitutivos de la demanda, tanto si que-
dan encuadrados en un capítulo de nulidad como en otro.

IV. LA NOVA CAUSAE PROPOSITIO (EL RECURSO EXTRAORDI-


NARIO DE REVISIÓN) (ARTS. 290-294)

1. Interés del individuo y exigencia del ordenamiento canóni-


co en la determinación del verdadero estado personal

La enorme importancia que el matrimonio asume en la vida de una


persona —desde el punto de vista religioso, moral, social, económico...—
se traduce también en un legítimo interés a la hora de indagar la efectiva
originaria validez, lo cual no siempre es fácil de determinar. Quienes te-
nemos la misión eclesial de administrar justicia podemos testimoniar que
—con frecuencia— las causas de nulidad son pretendidas con gran deter-
minación y con gran intensidad por parte de quienes están llamados a ver-
se directa y necesariamente afectados por una hipotética declaración de nu-
lidad, lo que provoca —en no pocas ocasiones—, sentimientos y reacciones
muy encontradas, desilusiones y decepciones, sobre todo en aquellas hipóte-
sis en las que lo declarado por la sentencia no coincide con lo pretendido.
A ello hay que añadir la dificultad objetiva que conlleva la investiga-
ción y resolución de este tipo de causas, en las que, por ejemplo, hay que Índice
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indagar —siempre en términos de suficiencia y de posibilidad-validez—


si los contrayentes estaban capacitados para dar efectividad a las obliga-
ciones esenciales que conlleva el matrimonio, capacidades deducibles
después de una análisis pormenorizado de las condiciones psíquicas del
sujeto —de su caracterología, de sus aptitudes psico-afectivo-sexuales, de
su concreto desarrollo evolutivo...—, o en las que hay que determinar la
real voluntad interna de quien contrajo matrimonio, voluntad que se pre-
tende demostrar contraria a la que explícitamente se manifestó en tiempo
y forma, o en las que se intenta probar que el sujeto careció de las condi-
ciones de libertad mínimas y necesarias para autodeterminarse en rela-
725.
Vid. en este Título XII, el apartado IV.6.2º.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 537

ción a su matrimonio concreto...; se comprende fácilmente la dificultad


de todos estos supuestos, pues siempre es complejo probar modos de pen-
sar concretos, estados de ánimo, actitudes de voluntad, personalidades,
comportamientos o episodios concretos vividos por dos personas en el
ámbito muchas veces de su intimidad individual y relacional.
Todos estos elementos explican el que las partes, con frecuencia, no se
resignen a conclusiones «desfavorables», sino que intenten obtener de
parte de los tribunales —que «hablan» en nombre de la Iglesia— una ulte-
rior «aclaración» de su respectiva situación personal; a ello tienen dere-
cho, también cuando se han utilizado todas las normales posibilidades de
examen ofrecidas por el derecho procesal, lo cual acontece cuando se ha
llegado a una «doble sentencia conforme» (cann. 1641, 1º, 1684 §1, arts.
290-291), en virtud de la cual viene señalada la definición del juicio, con
la consiguiente preclusión de cualquier apelación ulterior y con la pro-
ducción de los consiguientes efectos jurídicos (entre ellos el de consentir
la celebración de un nuevo matrimonio canónico).

2. La ratio veritatis y la revisión de la causa

El fundamento último de esta posibilidad es la salus animarum, y la exi-


gencia del respeto a la verdad, a la conformidad entre la realidad efectiva-
objetiva y el pronunciamiento judicial; esta verdad debe ser perseguida in-
cluso cuando se produzcan determinados «perjuicios» a la necesaria certeza,
a la seguridad jurídica, y a la estabilidad de las situaciones adquiridas.
Las sentencias judiciales sobre las causas matrimoniales implican la
verdad correspondiente al grado de conocimiento humano de carácter
procesal, pues, viniendo adquirida sólo a través de los medios de instruc-
ción procesal, consiste en la adecuación cognoscitiva que se produce en- Índice
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tre el sujeto cognoscente y juzgador y la cosa conocida, que es la realidad


misma del vínculo matrimonial726. Ahora bien, esta verdad formal —con-
siderada como adecuación cognoscitiva— que se da en el juicio intelecti-
vo del juez, debe coincidir con la realidad misma del vínculo —válido o
nulo—, con la verdad objetiva o material, pues no es causada por el juicio
de la inteligencia, sino por la real existencia de las cosas.
La posibilidad de que no se consiga esclarecer la verdad material y obje-
tiva es el fundamento de un fenómeno plurisecular en la vida judicial ecle-
sial, el cual, recogido ya en el Decreto de Graciano y en el derecho de las De-
cretales, se fue perfilando hasta la rigurosa enunciación del can. 1093 del
726.
Cfr. LLANO, A., Filosofia della conoscenza, Firenze 1987, p. 35.

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538 Carlos M. MORÁN BUSTOS

CIC’17 y la actual del can. 1643 —así como en el can. 1324 del CCEO—, que
establece que «nunca pasan a cosa juzgada las causas sobre el estado de las
personas, incluso las de separación de los cónyuges» (o el art. 289 §1 ya co-
mentado). Este tipo de causas, por tanto, no pasan a res iudicata, no adquie-
ren nunca aquella particular firmeza e irreformabilidad propia de la cosa
juzgada. Y por ello, porque no pasan a cosa juzgada pese a existir dos senten-
cias conformes, es por lo que cabe la posibilidad de que se reabra nuevamen-
te el proceso, de que se produzca un nuevo examen de la causa.
Puede observarse inicialmente ya, que entran en debate intereses dis-
pares: por una parte el bien personal inherente a las cuestiones relativas
al estado de las personas, y por otra, el bien social y comunitario de la se-
guridad de los derechos subjetivos. En otros términos: por una parte la se-
guridad jurídica que propugna la claridad y la estabilidad de las relacio-
nes jurídicas y de los derechos subjetivos, y por otra, la prevalencia
natural de que el orden jurídico quede siempre abierto al «encuentro» con
ellas, cuando surgen dudas fundadas sobre la injusticia de la sentencia. Y
como ocurre en todos los supuestos de conflictos de derechos, la vía de so-
lución consistirá en armonizar ambas realidades, de modo que se acudan
a soluciones equitativas-racionales, sabiendo —eso sí—, que, a diferencia
de cuanto acontece en el ámbito civilístico, en el derecho canónico —cen-
trado siempre sobre un concepción personalista— el principio de la certe-
za del derecho —pese a ser considerado un valor muy apreciado— no es,
ni puede ser, un principio supremo y absoluto, sino que éste es la salus
animarum. Analizando el origen y las motivaciones de la nova causa pro-
positio se entenderá perfectamente cuanto acabamos de indicar.

3. Origen histórico y fundamentos de la revisión de la causa


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Históricamente, el fundamento de la ausencia de res iudicata en las


causas matrimoniales no estuvo tanto en el respeto a la susodicha ratio
veritatis, cuanto en razones más de contenido teológico, que son las que
verdaderamente están en la base tanto de este instituto como en el del re-
curso extraordinario de revisión.
Ya en el Decreto de Graciano se suscitó el problema de sentencias que
no corresponden a la verdad de los hechos727; el tema que se planteó Gra-
ciano es el de la reintegración del primer matrimonio en el caso en que el
727.
«Unde quaeritur, si ecclesia fraude testium aut ignorantia eorum decepta aliquos separave-
rit, qui post separationem alia coniugia contraxerint, si postea deprehensa fuerint calliditas vel falsa
opinio testium, an priora coniugalia sint redintegranda?» (c.1, C XXXV, q. 9).

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 539

cónyuge considerado muerto aparece después de las segundas nupcias


del otro cónyuge728, y se ofrece como solución la posibilidad de revocar o
corregir «in melius» la sentencia injusta en aquello que «per surreptio-
nem eveniunt deprehensa» o «illicite admittuntur, vel admissa inveniun-
tur»729. Esta solución, sin embargo, no establecía ningún conflicto entre
la propuesta revocación de la sentencia intrínsecamente injusta y la fir-
meza de cualquier sentencia judicial730, lo cual es lógico, sobre todo si te-
nemos en cuenta que la teoría del pase a «cosa juzgada» de las sentencias
es planteada con posterioridad por parte de los glosadores del Decreto de
Graciano731.
El capítulo de las Decretales que está en la base de la nova causa pro-
positio —establecida por el §11 de la Const. Ap. Dei Miseratione— del
can. 1989 del CIC’17 y de los vigentes cann. 1643 y 1644 y arts. 290-294
de la Dignistas Connubii es el famoso Lator praesentium, sua nobis, de
Alejandro III, recogido en el Liber extra de Gregorio IX732: se trataba de
una declaración de nulidad de matrimonio que posteriormente se probó
que era ilegítima, pues había sido obtenida a través de un engaño de uno
de los cónyuges («utriusque studio interveniente»), y que en realidad
comportaba la disolución del vínculo («matrimonia canonice contracta,
levitate quadam dissolvi»). Por ello, dicha nulidad del matrimonio era
considerada minus rationabiliter y, por tanto, debía ser modificada («ip-
sos faciatis sicut virum et uxorem insimul permanere»), y ello por razón
del «periculem animae», por la «ratio peccati» y por la «deceptio eccle-
siae»733.
Junto a esas razones hay que tener en cuenta que el ius connubi está
protegido también por el derecho divino (natural), de modo que es injus-
to prohibir el acceso al matrimonio a quien es capaz; por ello, los cónyu-

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728.
«Dictum» post. c. 2, C XXXV, q. 9; rubrica a los cc. 1 y 2, C. XXXIV, qq. 1 y 2.
729.
c. 2, C XXXV, q. 9; vid. BALDI, R., La sentenza ingiusta nel Decretum di Graziano, Napoli
1990, p. 193.
730.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Prove e riesame della causa, en «Apollinaris» 68, 1995, p. 489.
731.
Vid. MUSELLI, L., Il concetto di giudicato nelle fonti storiche del diritto canonico dalle origi-
ne al XVII secolo, Padova 1972; COLAGIOVANNI, A., De nova causae matrimonialis propositione, en
«Monitor Ecclesiasticus» 89, 1964, pp. 264-270.
732.
Vid. GASPARRI, Fontes, vol. 1, 1923, p. 695, sub. n. 11.
733.
X 2, 27, 7: «demum, utriusque studio interveniente –de los cónyuges–, fuerunt minus ratio-
nabiliter separati. Nolentes igitur matrimonia canonice contracta levitate quandam dissolvi,...man-
damus, quatenus, si vobis constiterit, eos per iudicium ecclesiae non fuisse legitime separatos, eccle-
siamque deceptam, ipsos...faciatis sicut virum et uxorem insimul permanere»; este capítulo tenía
como rúbrica: «sententia lata contra matrimonium numquam transit in rem iudicatam; unde quan-
documque revocatur, quum constat de errore»; vid. COLAGIOVANNI, A., De nova causae matrimonialis
propositione, en «Monitor Ecclesiasticus» 89, 1964, pp. 264-270.

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540 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ges que ven que no se declara nulo su matrimonio, y pueden probar su


nulidad, tienen el derecho de dirigirse nuevamente a un tribunal eclesiás-
tico con la pretensión de que se reconozca su estado libre. Así, se podrían
evitar algunas uniones ilegítimas, evitando el concomitante «periculum
animae»734. Algunos autores consideran que la ratio fundamental de la
nova causa propositio sería la ratio sacramenti: la imposibilidad de inda-
gar con certeza y de manera directa sobre la verdad de un vínculo sagra-
do es lo que justificaría la revisión de las sentencias inapelables en las
causas de nulidad matrimonial735. Y esto, incluso si ya se ha producido el
matrimonio de una de las partes: durante el proceso de revisión del Códi-
go se propuso que en este supuesto, no se admitiera la nova causa propo-
sitio, a lo que se respondió por parte de la Pontificia Comisión lo siguien-
te: «admitti nequit. Agitur de iure naturali»736.

4. Naturaleza jurídica de la «revisión de la causa» y compara-


ción con la apelación

La primera cuestión que se suscita al analizar la naturaleza jurídica


de la revisión de la causa es si ésta es un verdadero medio de impugna-
ción de la sentencias, si es paragonable con la apelación737. Si analizamos
la ubicación sistemática de este instituto dentro del libro VII del CIC’83
nos damos cuenta que el legislador lo ha colocado fuera de la rúbrica «de
impugnatione sententiae», y lo ha puesto dentro del Título IX, dedicado a
la «cosa juzgada» y a la «restitutio in integrum», cosa que no ha hecho
la Dignitas Connubii, que lo ha colocado dentro del Título sobre la im-
pugnación de la sentencia. La razón de ser de esta ubicación sistemáti-
ca —insistimos, no mantenida en la Instrucción— no puede ser otra que
la distinción entre los medios ordinarios –querella de nulidad y apela-
ción– y los medios extraordinarios –«restitutio in integrum» y «nova cau- Índice
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sa propositio»– de impugnación de las sentencias.

734.
Cfr. LLOBELL, J., Il giudicato e lo stato delle persone, en «Ius Ecclesiae» 5, 1993, p. 30; vid.
STANKIEWICZ, A., Prove e riesame..., cit. p. 495.
735.
Vid. DE DIEGO-LORA, C., Del pasado al futuro de la «res iudicata» en el proceso canónico, en
«Ius Canonicum» 13, 1973, pp. 193-235; BERLINGÒ, S., La «cosa giudicata» e «ratio sacramenti»,en
AA.VV., Giustizia e caritá nell’economia della Chiesa. Contributi per una teoria generale del diritto ca-
nonico, Torino 1991, pp. 220; BERNARDINI, C., Il can. 1903 CIC ed un’interessante sentenza della S. R.
Rota, en «Il Diritto Ecclesiastico» 46, 1935, p. 342.
736.
«Communicationes» 15, 1984, p. 76.
737.
Cfr. GULLO, C., La «nuova causae propositio», en AA.VV., Il proceso matrimoniale canonico,
Città del Vaticano 1994, pp. 802-806.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 541

La apelación y la revisión de la causa presenta algunas similitudes y


bastantes diferencias. Ambas tienen que tramitarse y sustanciarse ante el
tribunal superior al que dio la sentencia que se hizo firme (cann. 1628 y
1644 §1, arts. 279 §1 y 290 §1). Otro elemento que identifica a ambos re-
cursos es que, una vez superado el trámite de admisión de la revisión,
ésta queda sujeta a las normas procesales propias de la apelación738.
Sin embargo, existen una serie de elementos que permiten distinguir
ambos recursos: la revisión supone que la sentencia impugnada es firme
—no hay litispendencia—, de modo que no cabría en aquellas sentencias
que todavía pueden ser apeladas; en el caso de la apelación, por el con-
trario, la sentencia no es firme, y la litispendencia no ha cesado: la revi-
sión no es una simple nueva instancia dentro de la misma litispendencia,
sino una nueva litispendencia dentro de la misma causa739. La apelación
—ligada como la querella de nulidad a quien ha sufrido gravamen (cann.
1626 §1 y 1628 y arts. 276 §1 y 279 §1)— tiene que presentarse dentro de
un plazo perentorio (cann. 1630 §1 y 1637 §3, arts. 281 §1 y 288 §2), y el
tribunal a quo tiene que admitirla de inmediato, prosiguiéndose ante el
tribunal ad quem por la parte con la simple invocación de las razones por
las que se apela —junto con la copia de la sentencia apelada—, sobre las
cuales el tribunal no se pronunciará de momento; la revisión —que no va
ligada a quien ha sufrido gravamen por la sentencia—, puede proponerse
en cualquier tiempo (can. 1644 §1), pero el tribunal superior ante el que
se propone cuenta con el plazo de treinta días para emitir su decreto de
admisión, en el que constará un juicio prima facie sobre si la nueva causa
se presenta fundada en nuevos y graves argumentos y pruebas. La apela-
ción suspende la ejecución de la sentencia, no así la revisión (cann. 1644
§2, 1685 y 1658, art. 294, 300 §1 y 224 §1). La revisión también se distin-
gue de la querella de nulidad, en cuanto que a diferencia de ésta —que
presupone la invalidez de la sentencia— presupone la validez de la sen- Índice
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tencia; y se distingue de la restitutio in integrum en cuanto que aquella se


propone contra sentencias que, por ser relativas al estado de las perso-
nas, nunca pasan a cosa juzgada.
En el caso de la apelación, se requiere doble sentencia conforme para
proceder a su ejecución. En el caso de la revisión, el art. 294 (can. 1644 §2)
establece que «la petición para obtener una nueva proposición de la cau-
sa no suspende la ejecución de la doble decisión conforme, a no ser que el
tribunal de apelación mande que se suspenda, por considerar que la peti-
738.
Cfr. D E D IEGO LORA , C., Comentario al can. 1644, en «Comentario Exegético…», cit.,
p. 1712.
739.
Cfr. FAÍLDE, G., Nuevo derecho procesal canónico, Salamanca 1995, p. 282.

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542 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ción tiene su fundamento probable y que de la ejecución puede seguirse


un daño irreparable»; se trata de un precepto que no existía en la legisla-
ción del CIC’17, de hecho, por analogía con la «restitutio in integrum»
parecía que la petición de la revisión de la causa suspendía la ejecución
definitiva de la sentencia firme, sobre todo si no había comenzado la eje-
cución; la jurisprudencia solía mantener la tesis contraria, pues conside-
raba que la petición de revisión no suspendía la ejecución de la sentencia.
En aplicación de lo establecido por el art. 294 y por el can. 1644 §2, las
partes —incluso si se ha admitido la revisión de la causa— pueden con-
traer nuevo matrimonio una vez que el anterior haya sido declarado nulo
por doble sentencia conforme; no obstante, hay que recordar que el art.
294 expresamente se refiere a la facultad que tiene «el tribunal de apela-
ción» —la terminología no es la misma que en el art. 290 §1, que habla
del tribunal «de tercera o ulterior instancia», lo cual es más propio—pa-
ra, una vez aceptada dicha revisión, y si se considera que la petición tiene
fundamento probable, ordenar la suspensión de la ejecución con el fin de
evitar un daño cuasi irreparable (sobre todo para el otro cónyuge con el
que se pretende contraer matrimonio). En este sentido, podemos afirmar
que son dos las condiciones que deberían darse para suspender la ejecu-
ción de la sentencia una vez que se han presentado la instancia de revi-
sión de la causa: en primer lugar, que de la ejecución de la sentencia pue-
da surgir un daño irreparable (como el que acabamos de citar), en
segundo lugar, que el recurso sea «probabiliter» fundado, es decir, no pri-
vado de fumus boni iuris y del resto de condiciones de admisibilidad.

5. Los sujetos legitimados activos y pasivos en la revisión de la


causa
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Ni el art. 290, ni el can. 1644 indican quiénes son los sujetos que go-
zan de legitimación activa-pasiva para iniciar-oponerse en los casos de
recurso extraordinario de revisión, de modo que nos debemos remitir a
los principios generales establecidos por los cann. 1674 y 1675 §2 (arts.
92 y 94). Según lo establecido en estas fuentes normativas, sujetos legiti-
mados son los cónyuges, el promotor de justicia, y también el defensor
del vínculo.
Por lo que a los cónyuges se refiere, está claro que el cónyuge que no
ha logrado sus pretensiones —después de dos sentencias conformes—,
está legitimado para pedir la revisión de la causa; pero no sólo él, sino
que —dado que el recurso de revisión no va ligado al concepto de grava-
men sufrido por la sentencia— también el otro cónyuge tiene un interés

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 543

directo y actual, tanto si obtuvo la nulidad de su matrimonio, como si se


opuso a la misma. En este sentido, la praxis del recurso de revisión se ve
beneficiada por la nueva regulación que el can. 1674 impuso en relación
con la legitimación de los cónyuges, en donde se suprimieron todas aque-
llas prohibiciones que estableció el can. 1971, 1, 1º del CIC’17 («nisi ipsi
fuerint impedimenti causa»), y todas las introducidas con posterioridad.
Superadas todas esas limitaciones de ius impugnandi, ambos contrayen-
tes, sin limitación alguna, gozan de legitimación para pedir la nulidad de
su matrimonio —y para oponerse—, y también para solicitar la revisión
de la causa; en caso de carecer de capacidad procesal —«legitimatio ad
processum»—, tendrán que actuar a través de curador740.
Tanto el promotor de justicia como el defensor del vínculo del tribunal
a quo —y también del tribunal ad quem— pueden también pedir la revi-
sión de la causa. En el caso del promotor de justicia, se requerirá que la
nulidad haya sido divulgada, y que no sea posible o conveniente la conva-
lidación. El defensor del vínculo sólo podrá pedir la revisión de la causa
si se declaró la validez del matrimonio con doble sentencia conforme,
pues en caso contrario carecería de legitimación para actuar.
Una cuestión que se ha suscitado a menudo en la doctrina es si el pro-
pio Turno de jueces estaría legitimado para pedir la revisión de la causa.
Compartimos la opinión de Gullo para quien —tanto si se trata de una
causa tratada en tercera o ulteriores instancias, y que se prevé que se
pueda conceder la revisión de la causa por otro capítulo ya decidido con
doble sentencia conforme, como si se trata de una sentencia ya ejecuta-
ble, pero en relación a la cual han aparecido nuevas pruebas que habrían
llevado a una decisión posiblemente distinta— el Turno de jueces carece
de legitimación para pedir la revisión de la causa: en el primer caso se
iría contra lo establecido en el can. 1674 —protegido por el can. 1620,
4º—, y en el segundo caso sí que podrían transmitir los autos al promotor Índice
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de justicia, para que éste —en su caso— iniciara la revisión de la causa741.


En el caso de los terceros, y pese a la relevancia histórica de la actio
popularis —que solía ir ligada a supuestos de nulidad conocida, y en ca-
sos de impedimentos más o menos objetivos—, lo cierto es que procesal-
mente, y por lo que a al ius accusandi se refiere, sólo les queda la posibili-
dad de la «intervención» (que no será litisconsorcial sino adhesiva).
Ahora bien, los supuestos de revisión de causa pueden situarnos ante
«terceros» que estén directamente afectados e interesados: piénsese en el

740.
Vid. Comentario al Título IV, apartados IV.1 y III.2.
741.
Cfr. GULLO, C., La «nuova..., cit., p. 808.

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544 Carlos M. MORÁN BUSTOS

caso de un matrimonio declarado nulo, en el que una de las partes proce-


den a un nuevo matrimonio, y en el que con posterioridad —y como con-
secuencia de la revisión de la causa— se declara su validez; en este su-
puesto, nos encontraríamos con un «tercero» —el nuevo cónyuge con el
que contrajo matrimonio, que resulta ser nulo por impedimento de liga-
men—, que es portador de un interés jurídico, personal, moral y social
para intervenir en la causa, cosa que finalmente no podrá hacer desde el
punto de vista de la legitimación originaria activa ni pasiva; pero incluso
no podría participar como tercero interviniente oponiéndose al primer
consorte que inicial el proceso de revisión, pues en el CIC’83 se conserva
el instituto de la intervención de terceros (cann. 1596ss), sin embargo no
se conserva el instituto de la «oposición de tercero» (can. 1898 del
CIC’17); al nuevo cónyuge sólo le quedaría denunciarlo al promotor de
justicia, pero no podría intervenir en la causa, lo cual no parece respetar
precisamente la «ratio peccati», ni la «ratio sacramentum», ni –en defini-
tiva– la «salus animarum».
Comparto la opinión de Gullo en relación a la protección que proce-
salmente debería dispensarse al cónyuge que ha contraído un segundo
matrimonio —o que pretende contraerlo— con quien celebró un primer
matrimonio que fue declarado nulo, pues aquella sentencia inicial de nu-
lidad afecta directamente a su status personal, debiéndose derivar de ello
un interés que debería concederle la legitimación activa o pasiva en rela-
ción con la revisión que se pretende conseguir742; en mi opinión, y dado
que hay razones más que fundadas para mantener la nueva regulación
que en relación con los sujetos legitimados –originarios y sustitutivos– es-
tablece el can. 1674, se podría articular como fórmula el recurso a la ac-
tuación como terceros intervinientes principales –activos y pasivos–, o lo
que es lo mismo, como litisconsortes, con quien han iniciado la revisión
de la causa, o con quien se opone a ella. Índice
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6. Los requisitos previos para la revisión de la causa (art. 290)

El art. 290 §1 (can. 1644 §1) establece que «si se han dictado dos sen-
tencias conformes en una causa de nulidad de matrimonio —acerca del
estado de las personas dice el can. 1644 §1—, no ha lugar a la apelación,
pero puede recurrirse en cualquier momento al tribunal de tercera o ulte-
rior instancia, aduciendo nuevas y graves pruebas o razones, dentro del
plazo perentorio de treinta días desde que se propuso la impugnación».
742.
Ibidem, p. 809.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 545

Si analizamos el tenor de este artículo 290 §1 y del can. 1644 §1 nos


encontramos con dos requisitos previos para plantearse la posibilidad de
recurrir a la nova causa propositio:

6.1. Que se trate de causas referidas al estado de las personas


Según el can. 1644 §1, nos movemos en el ámbito de causas referidas
el estado de las personas, es decir, en causas relativas al vínculo sagrado
del matrimonio, el de la sagrada ordenación, y sobre la profesión religio-
sa. El ámbito de posibilidades queda reducido a este tipo de causas por
ser éstas las que no pasan a cosa juzgada (can. 1643, art. 289 §1). Se tra-
ta de causas que afectan a la persona en su ser de tal, de manera intrín-
seca, en su calidad radical de persona. Ciñéndonos a las relacionadas
con el matrimonio, quedan incluidas tanto las causas de separación con-
yugal —así lo indicó la CPI, el 8 de abril de 1941743— como la causas de
nulidad, aunque la Dignitas Connubii sólo habla de las causas de nulidad,
lo cual es muy lógico teniendo en cuenta que la Instrucción va dirigida a
los procesos declarativos de nulidad del vínculo conyugal.
En el primer caso, tanto si se trata de separación perpetua (can. 1151 §1)
como si se trata de separación temporal (can. 1153 §1) —y siempre que no se
trate de sentencias de separación cuyos efectos puedan cesar, can. 1153 §2—,
cabrá la revisión tanto frente a dos sentencias conformes afirmativas o nega-
tivas, como frente a una sentencia si la misma no fue apelada, o si no fue pro-
seguida la apelación, o si, proseguida, se produjo la renuncia o la caducidad
de la instancia; en todo caso se requerirá que la sentencia de separación haya
alcanzado firmeza, y haya sido dictada sin condicionarla a ninguna causa de
cesación. En ese caso, si alguno de los contrayentes por su propia iniciativa y
contra la voluntad del otro, desea que la sentencia firme sea revocada o refor-
mada en algunos de sus aspectos, podría pretenderlo mediante la revisión de Índice
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la causa, siempre que se adujeran nuevos y graves argumentos o pruebas. Así


se podría fundar la revocación total o parcial aquella sentencia solo extingui-
ble, en principio, por la voluntad concorde de los cónyuges744.
Un segundo grupo de causas son las de nulidad matrimonial, que son
a las que únicamente se refiere la Instrucción. Cabe la revisión ante dos
sentencias conformes, tanto si ambas son afirmativas como si son negati-
vas. También es posible la revisión frente a una sentencia afirmativa dada
en primera instancia y confirmada por decreto gracias al proceso breve
del can. 1682 §2 (art. 265 §1).
743.
Cfr. AAS 33, 1941, p. 173.
744.
Cfr. DE DIEGO LORA, C., Comentario..., p. 1709.

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546 Carlos M. MORÁN BUSTOS

En el caso de un única sentencia habría que distinguir si ésta es


afirmativa o negativa: si es afirmativa —si declara la nulidad del matri-
monio— no tiene sentido plantearse la cuestión, pues el can. 1682 obli-
ga a poner en marcha un procedimiento en virtud del cual el tribunal
que dictó esa sentencia está obligado a transmitir la causa al tribunal
superior, de modo que se impide que la sentencia adquiera la firmeza
de cosa cuasi juzgada, lo cual es requisito previo para el planteamiento
de la revisión de la causa (hablamos de sentencia afirmativa única
dada en el proceso contencioso ordinario, porque si es dada en el pro-
ceso documental, pudiera adquirir esa firmeza si, por ejemplo, no es
apelada oportunamente, can. 1687, art. 298); sí podría ocurrir que,
una vez que se produjo una apelación de oficio, ante el tribunal supe-
rior se dejara caducar la causa debido a la inactividad de las partes, en
cuyo caso el proseguirla más tarde requeriría de la vía de la revisión de
la causa.
Un hipótesis distinta plantea aquellos supuestos de sentencia única
negativa, sentencia que no es apelada, o que, habiendo sido apelada, no
es proseguida la apelación o se han producido renuncia o caducidad. En
estos casos, según la declaración de la Signatura Apostólica de 3 de junio
de 1989745, no se necesita aducir nuevos y graves argumentos o pruebas;
en nuestra opinión, semejante modo de proceder, si bien está en conso-
nancia con el can. 1643, desvirtúa el recurso extraordinario de revisión, y
facilita distintas estratagemas de parte de muchos abogados: por ejem-
plo, con esa disposición, y en caso de que en primera instancia se declare
la nulidad por uno sólo de los capítulos invocados, la parte no apelará so-
bre el resto, sino que se limitará a la apelación de oficio referida al capí-
tulo cuya nulidad ha sido declarada, pues sabe que, en caso de pase de la
causa a proceso ordinario, siempre le queda la posibilidad del recurso de
revisión sobre los otros capítulos de nulidad, un recurso que —al no fun- Índice
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darse en nuevas y graves argumentos o pruebas—, en la práctica —y para


estos supuestos concretos—, no sería sino una apelación más. En todo ca-
so, y para evitar que recursos ordinarios y extraordinarios se acumulen y
caminen juntos, así como por razones de economía procesal, sería lógico
que, antes de aceptar o no el eventual recurso de revisión, se procediera
hasta el final con la tramitación de la apelación ordinaria, de modo que al
término de la misma se estuviera en condiciones de plantear —en su ca-
so— el hipotético recurso de revisión; esta es la praxis que se sigue en N.
Tribunal.

745.
Vid. por ejemplo «Ius Ecclesiae» 2, 1990, pp. 343ss.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 547

La hipótesis que acabamos de referir nos permite enlazar con otra po-
sible: nos referimos a la posible revisión en la misma instancia de un ca-
pítulo de nulidad ya definido con doble sentencia firme, o con una sen-
tencia negativa no apelada; por ejemplo, cuando en el curso de la
instrucción relativa a un nuevo capítulo de nulidad —tratado por ejemplo
por el tribunal de apelación como en primera instancia de acuerdo con el
can. 1683 (art. 268 §1), o incluso tratado por el propio tribunal primijuz-
gador ante el que se vuelve a presentar nueva demanda de nulidad—,
aparecen una serie de circunstancias convincentes, no tanto a favor de
este último capítulo que se está tramitando, cuanto a favor de aquel capí-
tulo que había sido rechazado con doble sentencia en un juicio preceden-
te, o con una sentencia negativa no apelada, o que se apeló y no se prosi-
guió. El juez se encuentra en ese caso ante la tesitura de dar una
sentencia negativa sobre la causa petendi últimamente concordada, y ello
pese a estar convencido de la nulidad por el capítulo ya tratado, o bien
reiniciar la tramitación de aquel capítulo que posiblemente acabará sien-
do acogido. Algunos tribunales, partiendo de una supuesta justicia sus-
tancial y de equidad canónica, han considerado que el juez —en esta se-
gunda hipótesis— actuaría dentro de los límites de su potestad. Nuestra
es contraria, pues bajo una supuesta equidad se está yendo contra los
principios regidores del derecho procesal, rompiendo las normas de
competencia que el propio ordenamiento reserva a cada uno de los órga-
nos judiciales.
En efecto, un norma clave es que el juez tiene competencia sobre una
determinada causa hasta que no se haya pronunciado sentencia definiti-
va sobre ella. Una vez que se ha dictado sentencia definitiva, el juez —o el
tribunal—, no sólo ha cumplido con su misión, sino que ha perdido la
competencia en relación a esa misma causa. Éste es también el sentido de
la susodicha declaración de la Signatura Apostólica de 3 de junio de Índice
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1989, de la cual se desprende que el tribunal no puede revisar la causa en


la misma instancia en que está tratando por otro capítulo de nulidad,
pues de así hacerlo sería absolutamente incompetente, y la sentencia
nula con nulidad insanable: el tribunal de primera instancia no podría
volver a tomar en consideración el capítulo de nulidad ya rechazado con
doble sentencia negativa, ni podría emanar una nueva sentencia al res-
pecto. Ese tribunal es absolutamente incompetente respecto de ese capí-
tulo, quedando reservado al tribunal de apelación, y por la vía del recurso
de revisión (tanto si existieron dos sentencias conformes, como si existió
una sentencia negativa no apelada). Con ello no se está yendo contra la
justicia, sino que se está respetando las normas procesales, que son un
instrumento privilegiado al servicio de la consecución de la justicia en el

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548 Carlos M. MORÁN BUSTOS

caso concreto. Siempre que se cae en la relajación de las normas proce-


sales adviene el caos, la arbitrariedad y la vulneración de los derechos de
los más débiles.
¿Y si, una vez que se ha pasado la causa a proceso ordinario respecto
del capítulo que había sido acogido positivamente en primera instancia,
se plantea en segunda instancia la revisión de la causa respecto del otro
capítulo al que se le había dado respuesta negativa y que no fue apelado
(pues se limitaron a la apelación de oficio sobre el capítulo cuya cons-
tancia había sido declarada? El problema ya ha sido apuntado con ante-
rioridad. En nuestra opinión, habría que resolver primero la cuestión
tramitada a través de un procedimiento ordinario como es la apelación,
y posteriormente ir —en su caso— al recurso extraordinario de revi-
sión. La hipótesis no es ni mucho menos teórica, de hecho no son pocas
las ocasiones en las que la parte apelante suele actuar así una vez que
existe el decreto de pase a proceso ordinario. En efecto, en cuanto re-
curso extraordinario, el recurso de revisión presupone que se encuen-
tran cerradas para el litigante todas las vías ordinarias de impugnación;
si no es así, si todavía existe la posibilidad de obtener de modo ordinario
un pronunciamiento sobre el mérito de la causa, es de lógica procesal
que no se acceda a la acumulación de la vía ordinaria y de la vía ex-
traordinaria. Entre los medios ordinarios y extraordinarios de impug-
nación existen diferencias sustanciales: los primeros se hallan dentro
del ámbito de la normalidad, exigen pocas condiciones para su admisi-
bilidad, cosa que no ocurre con los segundos, los cuales son en cierto
modo «anormales», y están sometidos a una serie de condiciones y de
requisitos de admisibilidad. Como escribe Mons. Panizo, «ambos tipos
de recursos tienen naturaleza jurídica diferente y son, procesalmente
hablando, realidades heterogéneas, llamadas de suyo y por principio a
ser cronológicamente distintas en cuanto a tiempo y modo de plantea- Índice
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miento»746. Además, cuando se manda una causa a proceso ordinario no


se están cerrando los caminos a la declaración de nulidad, sino que en
cierto modo lo que se dice es que los argumentos a favor de la nulidad
son insuficientes o tienen defectos subsanables; por ello, porque son
subsanables, porque no se han cerrado los caminos a la nulidad, es por
lo que no tiene sentido acudir al recurso extraordinario de revisión de la
causa, y más acumularlo en un mismo proceso; si así se hiciera, se esta-
ría desvirtuando tanto el instituto de la apelación como el de la revisión
de la causa.

746.
Coram Panizo, decreto de 27 de mayo de 2002, matritense, pro manuscripto.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 549

6.2. Que estemos ante dos sentencias conformes. La cuestión de


la conformidad formal y de la conformidad sustancial o
equivalente de las sentencias (art. 291)747
El art. 290 §1 (can. 1644 §1) establece como requisito para plantear la
revisión de la causa el que existan dos sentencias conformes («si duplex
sententia conformis»). Ya hemos hecho referencia a aquellos otros su-
puestos en los que cabe el planteamiento del recurso de revisión ante una
única sentencia no apelada, o no proseguida, de modo que este requisito
previo tiene un sentido que va más allá de la literalidad de las dos senten-
cias conformes. Lo que es absolutamente necesario es que la sentencia,
por haber alcanzado la firmeza, se haya hecho absolutamente inimpug-
nable por los medios ordinarios, pudiéndose producir la ejecución de la
misma. Es decir, en cuanto causas relativas al estado de las personas no
han llegado a «cosa juzgada», pero han de tener esa condición de «cuasi
cosa juzgada», esa firmeza, y esa inimpugnabilidad ordinaria directa, en
virtud de las cuales se pueda ejecutar. Esto se da si existe esa conformi-
dad entre las sentencias (bien entendido que la reflexión es la misma si en
vez de dos sentencias estamos en la hipótesis de la ratificación de una
sentencia afirmativa de primera instancia por decreto, de hecho así lo in-
dica expresamente el art. 290 §2).
Esto nos lleva a uno de los temas más importantes que trata la Digni-
tas Connubii, en el que se advierten algunas novedades que serán de gran
alcance en la praxis de nuestros tribunales: la conformidad de las senten-
cias; el ya famoso art. 291 de la Instrucción.

747.
Vid. ACEBAL LUJÁN, J. L., La declaración de nulidad del matrimonio de dos acatólicos, en
«Revista Española de Derecho Canónico» 49, 1992, pp. 692-697; ARROBA CONDE, M. J., Verità e
principio della doppia sentenza conforme, en AA.VV., Verittà e definitività della sentenza canonica, Índice
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Città del Vaticano 1997, p. 59-77; BASTIDA, X., Congruencia entre el «petitum»…, cit., pp. 63-91; DEL
GIUDICE, L., Novità nella giurisprudenza rotale di rito in tema di conformità «equivalente» delle sen-
tenze, en «Ius Ecclesiae» 7, 1995, pp. 656-662; LÓPEZ ZUBILLAGA, J. L., La doble decisión conforme
en el proceso canónico, Salamanca 2003; MCGRATH, A., Conformity of sentence in marriage nulllity
cases, en «Studia Canonica» 27, 1993, pp. 5-22; PALEARI, E., Il principio della doppia sentenza con-
forme nel processo canonico di stato, Milano 1961; PIERONEK, T., Le principe de la double sentence
conforme dans la législation et la jurisprudence ecclésiastiques modernes concernant les causes ma-
trimoniales, en «Ephemerides Iuris Canonici» 23, 1977, pp. 237-268, y 24, 1978, pp. 87-113; SA-
LERNO F., La doppia sentenza conforme nel processo matrimoniale canonico: ipotetici precedenti me-
dievali, en AA.VV., Verità e definitività..., cit., pp. 7-18; STANKIEWICZ, A., La conformità delle sentenze
nella giurisprudenza, en AA.VV., La doppia sentenza conforme..., cit., pp. 147-166; VILLEGGIANTE, S.,
La conformità equivalente delle sentenze affermative nel processo canonico di nullità matrimoniale,
en ed. URRU, A. G., Miscellanea in onore del prof. José Manuel Castaño O. P., Roma 1997, pp. 173-
263; VITALE, A., Sulla conformità delle sentenze nel processo canonico, en «Ephemerides Iuris Ca-
nonici» 18, 1962, pp. 435-449.

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550 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Tratamos este tema aquí, en el ámbito del recurso extraordinario de


revisión —que es donde lo trata la Dignitas Connubii, lo cual no deja de
ser un error sistemático y una imperfección técnica—, aunque se trata de
una novedad importante que ha de aplicarse a todas las situaciones de
hecho a las que jurídicamente se puedan aplicar; no sólo afecta al recurso
extraordinario de revisión, sino a todos los procesos de nulidad, ya que
en todos se requiere la doble sentencia conforme —formal o sustancial—
para declarar la nulidad de un matrimonio.
En efecto, para proceder a declarar la nulidad del matrimonio se nece-
sitan dos sentencias conformes (cann. 1684 §1 y 1644, art. 301 §1 y 291 §1);
ahora bien, ¿cuándo podemos decir que dos sentencias son conformes?
Aunque el art. 291 se limite a distinguir y delimitar los conceptos de con-
formidad «formal» y conformidad «sustancial o equivalente», no indicando
expresamente que ambos son aplicables a los efectos de proceder a decla-
rar la nulidad del matrimonio, parece obvio que así es, es decir, que se pue-
de proceder a declarar dicha nulidad tanto en los supuestos de conformi-
dad «formal» con en los de conformidad «sustancial o equivalente» (esto
último novedoso, aunque la jurisprudencia de la Rota romana ya venía uti-
lizándolo). Analicemos este art. 291, distinguiendo entre ambos conceptos:

A/ Conformidad «formal» (art. 291 §1)

La acción se configura en torno a dos elementos: un elemento subjeti-


vo, las partes (los cónyuges, el defensor del vínculo y, en su caso, el pro-
motor de justicia); y un elemento objetivo, el petitum (lo que se pide, la
nulidad del matrimonio) y la causa petendi (el «motivo» por el que se pide
lo que se pide). Siendo las partes y el petitum en los proceso de nulidad
del matrimonio siempre los mismos, la diferencia y la identidad entre las
acciones vendrá de la causa petendi. Índice
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El CIC ‘17, la Provida Mater Ecclesiae y el CIC ‘83 fueron configuran-


do una idea de conformidad «formal», entendiendo por tal la que se pro-
ducía cuando se daba una identidad de capítulos de nulidad. Así se enten-
dió el can. 1641, 1º, que indica que se produce la cosa juzgada «si hay dos
sentencias conformes entre los mismos litigantes, sobre la misma peti-
ción hecha por los mismos motivos». Según esto, la conformidad «for-
mal» que se limitaba a la identidad del capítulo de nulidad.
En la jurisprudencia de la Rota Romana, sin embargo, se fue configu-
rando la idea de conformidad «formal» no sólo sobre la base de la estricta
identidad del nomen iuris del capítulo concreto, sino que se prestó aten-
ción también a la motivación de las sentencias: así, existen algunas sen-

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 551

tencias en las que se declaró la no conformidad entre dos sentencias748, a


pesar de que el capítulo de nulidad fue el mismo, argumentándose que la
base jurídica principal era distinta. Piénsese en una causa en la que se fija
como capítulo de nulidad el de «dolo», en donde el esposo actor sostenga
que ha sido engañado sobre dos cualidades de la esposa, ambas suscepti-
bles de perturbar gravemente la comunidad de vida y amor; si la primera
sentencia reconoce el error doloso sólo sobre una determinada cualidad,
negando el error sobre la segunda, y la segunda sentencia hace lo contra-
rio, no se puede sostener que estemos ante dos sentencias formalmente
conformes, a pesar de que el capítulo de nulidad sea el mismo749; igual-
mente, no serían formalmente conformes dos sentencias por defecto de
forma si en la primera, este defecto de debiera una falta de delegación del
sacerdote que asistió al matrimonio, y en la segunda, en cambio, si lo que
se arguye es que asistió un sacerdote delegado, pero suspendido de su ofi-
cio. En estos casos, habría que hablar de conformidad aparente750.
Esta idea parece recogida en el art. 291 §1, que indica que «se llaman
formalmente conformes dos sentencias o decisiones si se han dado entre las
mismas partes, sobre la nulidad del mismo matrimonio, por el mismo capí-
tulo de nulidad y por las mismas razones de derecho y de hecho». Nótese
que no sólo define la conformidad «formal» por la identidad del capítulo de
nulidad, sino que habla también de «las mismas razones de derecho y de he-
cho». Con la expresión «las mismas razones de hecho» se refiere a lo que al-
gún autor llama los hechos «jurídicos» o «principales»751: si éstos son distin-
tos —como en las hipótesis que hemos referido— no hay conformidad
«formal», aun cuando el capítulo de nulidad sea el mismo; sin embargo, «no
sería posible negar la conformidad si los hechos “jurídicos” o “principales”
coinciden realmente, aun cuando hubiera una diversidad de lo que se deno-
minan hechos “secundarios” (las pruebas de la nulidad), cuando, en reali-
dad, resulta que coinciden los hechos “jurídicos” o “principales”»752. Índice
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Como hemos indicado, el art. 291 §1 habla, no sólo de las mismas ra-
zones «de hecho», sino también de las mismas razones «de derecho». No
es fácil delimitar a qué se refiere. Aunque parezca, no puede referirse al

748.
Vid. por ej. S.R.R.D., Coram Pinto, de 6 de mayo de 1974, vol. 66, 1974, pp. 339-348.
749.
Cfr. LLOBELL, J., Il concetto di «conformitas sententiarum» nell’Istr. «Dignitas Connubii e i soui
riflessi sulla dinamica del processso, en ed. FRANCESCHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M. A., La nullità del matri-
monio: temi processuali e sostantivi in occasione della «Dignitas Connubii». Il corso di aggiornamento per
operatori del diritto presso i tribunali ecclesiastici, Roma 13-18 de settembre 2004, Roma 2005, p. 210.
750.
Cfr. LÓPEZ ZUBILLAGA, J. L., La conformidad de decisiones en el CIC ‘ 83, en «Revista Espa-
ñola de Derecho Canónico» 59, 2002, p. 656.
751.
Cfr. LLOBELL, J., Valor jurídico de la Dignitas…, cit., p. 61.
752.
Cfr. Ibidem.

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552 Carlos M. MORÁN BUSTOS

mismo capítulo de nulidad, pues sería un pleonasmo, esto es, una repeti-
ción de palabras con el mismo sentido, ya que a ello se ha referido con
anterioridad. Quizás se refiera a una misma interpretación del contenido
jurídico evidente, por parte de los jueces de la primera y de la segunda
sentencia753; piénsese en este caso: un tribunal concede la nulidad por
condición de futuro, considerando correctamente que el can. 1102 §1 se
refiere a este tipo de condiciones suspensivas, mientras que en segunda
instancia se llega a esa misma conclusión, pero porque se sostuvo erró-
neamente que el can. 1102 §1 se aplica también a las condiciones resolu-
tivas; no estaríamos, en este caso, ante las mismas razones de derecho.

B/ Conformidad «sustancial» o «equivalente» (art. 291 §2)


Se trata de una de las cuestiones que más trascendencia va a tener en el
ámbito de los tribunales, y que más análisis y reflexión ha suscitado en la
doctrina. Desde un punto de vista intelectual, pero sobre todo a nivel prác-
tico, he sido crítico con esta posibilidad, que había sido apuntada por la
doctrina y por determinada jurisprudencia de la Rota Romana (y más con
algunos planteamientos defendidos durante la preparación de la Instruc-
ción). No tengo duda de que la ratio que subyace a la norma es buena y loa-
ble, de hecho responde a ese servicio a la verdad, a esas exigencias del fa-
vor veritatis, que es uno de los quicios del proceso de nulidad matrimonial,
así como a la preocupación y al deseo de evitar formalismos contrarios al
espíritu de estos procesos; ahora bien, la no excesiva preparación, el am-
biente cultural en que nos movemos, y la mentalidad divorcista que subya-
ce en determinados administradores del derecho en la Iglesia encontrarán
en esta posibilidad un marco idóneo en el que se verificarán situaciones di-
fícilmente aceptables desde el punto de vista doctrinal.
Veamos. El art. 291 §2 fija los contornos de la de conformidad «sus-
Índice
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tancial» de esta manera: «se consideran equivalentemente o sustancial-


mente conformes las decisiones que, aunque designen y determinen el ca-
pítulo de nulidad de distinta denominación, se funden, sin embargo,
sobre los mismos hechos, que hacen nulo el matrimonio y sobre las mis-
mas pruebas». La redacción del artículo, que reproduce algunas afirma-
ciones que estaban en la jurisprudencia de la Rota Romana754, pone el
acento es dos datos: «los mismos hechos», «y las mismas pruebas».

753.
Cfr. LLOBELL, J., Il concetto di «conformitas sententiarum», cit., p. 217.
754.
Por ejemplo en una coram Lefebvre, de 22 de julio de 1972, se indica que «substantialem
adesse conformitatem sententiarum quoties utraque lata sententia eisdem factis et probationibus ni-
titur» (SRRD 64, 1972, p. 497).

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 553

Para ser sustancialmente conformes dos sentencias, lo primero que


tiene que verificarse es que se basen «en los mismos hechos (jurídicos)
que hacen nulo el matrimonio», entendiendo por éstos —tal como se afir-
ma en una coram Pinto Gómez de 6 de mayo de 1974—, aquellos hechos
«principales» o «jurídicos» en los que se funda la nulidad, que conducen a
una misma conclusión, aunque el capítulo de nulidad sea distinto755. En
segundo lugar, ha de verificarse también que sean «sobre las mismas
pruebas», es decir, sobre los mismos hechos «secundarios» que son nece-
sarios para probar aquellos otros «principales».
Como indica Mons. Llobell —verdadero maestro de procesalistas, co-
nocedor directo y partícipe en el proceso de preparación de la Instruc-
ción, y uno de los autores que más fundadamente han estudiado la cues-
tión de la conformidad de las sentencias, y que ha ido evolucionando
desde una posición contraria a la misma, hasta una aceptación razonada
y ponderada de ella—, este art. 291 §2 advierte de que en las dos decisio-
nes aequivalenter conformes «deben presentar características homogé-
neas no sólo los “facta matrimonii irritantia”, es decir, los hechos “jurídi-
cos” o “principales”, sino también las “probationes”, es decir, los hechos
“secundarios” que son necesarios para probar aquellos otros “principa-
les”. Por tanto, la única divergencia permitida entre las dos decisiones
concierne pura y simplemente el nomen iuris…; es decir, que los hechos
“jurídicos” o “principales”, demostrados sobre la base de las mismas
pruebas sustanciales, hayan sido puestos en relación con capita nullitatis
diversos en las dos sentencias, con tal que, obviamente, ambas decisiones
concluyan con el mismo dictamen acerca de la certeza moral sobre la nu-
lidad o no del matrimonio»756.
Cuando se trate de capítulos de nulidad «conexos» no habrá problema
(por ejemplo, entre la exclusión de la prole y la condición de futuro de no
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755.
SRRD coram Pinto, de 6 de mayo de 1974, vol. 66, 1974, p. 341: «factum iuridicum est fac-
tum, in quo nullitas matrimonii fundatur et quod ad eandem conclusionem ducit, etsi sub diverso ca-
pite nullitatis»; o como se dice en un decreto de la Signatura Apostólica de 15 de marzo de 1999: «ex
actis clare patet factum iuridicum in sententia primae instantiae consideratum idem esse ac illud in
decreto ratihabitionis perspectum, etsi iudices inter se non consentire videntur quoad nomen iuris
eidem facto iuridico tribuendum. Iudex, pro scientia et conscientia aliquid nomen iruis alicui facto
iuridico, ius dicit et ergo suum munus adimplet; spectat etiam ad iudicem declarare conformitatem
decisionum et patet quod, constabilita conformitate, sequitur effectus de quo in can. 1684 §1) (SIGNA-
TURA APOSTÓLICA, Decreto de 15 marzo 1999, prot. n. 29196/98 CG, inédito), citado por LLOBELL, J.,
Valor jurídico de la «Dignitas…, cit., pp. 63-64, y nota 139; como este mismo autor advierte, la propia
Signatura Apostólica ha ido evolucionando: de un rechazo del concepto de conformidad sustancial
(vid. Decisión del Prefecto de la Signatura Apostólica, de 10 de febrero de 1971, en «Periodica» 60,
1971, pp. 315-319), hasta su aceptación, como lo demuestra la cita que hemos referido.
756.
LLOBELL, J., Valor jurídico de la «Dignitas…, cit., pp. 64-65.

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554 Carlos M. MORÁN BUSTOS

tener hijos); la cuestión más problemática se planteará en los supuestos


de capítulos incompatibles757, o en los casos de sentencias en los que un
capítulo de nulidad sea causa del otro: pensemos en dos sentencias, en
donde una afirme la nulidad por miedo y la otra por simulación parcial, o
en la que una declare la nulidad por miedo y la otra por grave defecto de
discreción de juicio (falta de libertad interna); en estos casos, uno de los
capítulos de nulidad —se dice— es causa del otro, en concreto, el miedo
puede llevar a simular, y la situación psíquica que está en la base de la in-
capacidad psíquica puede causar también la vivencia de una verdadera
situación de trepidatio mentis, propia del capítulo de metus. Sobre esta
base, se considera que se puede proceder a declarar la conformidad de
las sentencias.
Aunque ha sido defendida la conformidad de estas situaciones por la
jurisprudencia y por parte de la doctrina —entre ellos por Llobell—, la
verdad es que no logro comprender cómo se puede concluir que ambas
sentencias —cada una pronunciada positivamente por un capítulo distin-
to— pueden ser consideradas conformes: cada uno de esos capítulos de
nulidad —como en general cada norma jurídica— está recogiendo unos
supuestos de hecho que, en sí, son difíciles de hacer compatibles en una
misma instancia; en efecto, cuando se declara la nulidad por metus, la si-
tuación que se da es la de un sujeto que, ante una serie de amenazas-
coacciones objetivas —graves, externamente provocadas—, vive una si-
tuación de consternación interior, para librarse de la cual se ve obligado
a elegir indeclinablemente el matrimonio; en este caso existe el consenti-
miento, pero es un consentimiento viciado (afectado por una anomalía
como son las coacciones morales); en el caso de la exclusión, nos encon-
tramos con un sujeto que quiere «no querer» el matrimonio, o uno de sus
elementos o propiedades esenciales; al margen de cuál sea la causa simu-
landi, el resultado es que no hay consentimiento, es la ausencia o defecto Índice
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de consentimiento; si el tribunal considera probado el primero, difícil-


mente podrá concluir positivamente el segundo en la misma instancia,
pues se estará contradiciendo; y si es contradictorio en sí un único pro-
nunciamiento, ¿cómo se puede afirmar que no lo son dos, uno de cada
instancia? La situación, en mi opinión, todavía es más evidente en su-
puestos como la exclusión y el grave defecto de discreción de juicio. Y la
cuestión es todavía más «curiosa» si se tiene en cuenta que el juicio de
conformidad le corresponde al tribunal apelación que dictó la segunda
sentencia (art. 291 §3). No me parece que se pueda invocar precisamente
el favor veritatis sobre la base de dos decisiones contradictorias.
757.
Sobre la acumulación de capítulos incompatibles vid. comentario a Título V, I.1.4.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 555

El favor veritatis es un elemento clave del proceso, pero no se puede


utilizar para poner en tierra otros principios procesales, por ejemplo, el
nemo iudex sine actore: piénsese en una sentencia de primera instancia
que declara la nulidad por grave defecto de discreción de juicio y no por
incapacidad de asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por
causas de naturaleza psíquica, y en la que no existe apelación, de modo
que, siguiéndose el procedimiento del can. 1682 §1, se envía los autos al
tribunal superior, que se limitará en su conocimiento al capítulo de grave
defecto de discreción de juicio; tras pasar la causa a proceso ordinario, y
tras considerar que no se ha probado dicho capítulo de nulidad ¿puede el
tribunal declarar la nulidad de este matrimonio por incapacidad de asu-
mir, y concluir además en la parte dispositiva de la sentencia que se da la
conformidad de las sentencias, de modo que —en su caso, y si no existe
veto, o si se superan las circunstancias que están en la base de su imposi-
ción, o si el veto versa sobre la otra parte— pueda procederse a un futuro
matrimonio? Es obvio que no, y no lo es, no porque el tribunal no tenga
por verdad el que el matrimonio pueda ser nulo, sino porque dicho capí-
tulo de nulidad no formó parte del proceso en segunda instancia. Esta so-
lución no contradice la verdad, entre otras cosas, porque no está cerrada
la vía de una posible nulidad del matrimonio.
Las situaciones las podemos multiplicar: piénsese en dos sentencias
de primera instancia en procesos distintos, entre las mismas partes,
¿puede haber conformidad entre ellas? Por ejemplo, el actor obtiene la
nulidad por un capítulo y, habiéndose producido la caducidad de la ins-
tancia o la renuncia a la misma en segunda instancia, vuelve a instar la
nulidad de su matrimonio ante otro tribunal de primera instancia que
fuera competente, obteniendo dicha nulidad, ¿se puede hablar de confor-
midad de sentencias? Es evidente que no, por mucho que se invoque el fa-
vor veritatis, pues estamos ante procedimientos distintos. Índice
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Otra posible situación: concedida la nulidad por discreción de juicio


en primera instancia, se pasa la causa a proceso ordinario por parte del
tribunal superior, ante el cual la parte invoca un nuevo capítulo de nuli-
dad al amparo del can. 1683, capítulo juzgado como en primera instancia
por el tribunal superior, que se pronunciaría en segunda sobre la discre-
ción de juicio; en caso de que considere probado ese nuevo capítulo intro-
ducido y juzgado en primera instancia, y no el grave defecto de discre-
ción de juicio, ¿existiría conformidad de sentencias? Este supuesto es
sustancialmente idéntico al anterior, de modo que parece que no se po-
dría disponer la conformidad de estas sentencias sobre esta base; el favor
veritatis no podría permitir cancelar, por ejemplo, el derecho a apelar que
tiene la parte, y se vendría a conceder la nulidad sobre un único grado

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556 Carlos M. MORÁN BUSTOS

(en el fondo es el mismo supuesto que el anterior, de modo que la conclu-


sión tiene que ser la misma).
No se podría producir una situación de conformidad más amplia en
los supuestos de litisconsorcio activo, cosa que ha propuesto algún au-
tor758, entre otras cosas porque la ampliación del concepto de conformi-
dad no pertenece a los privados.
Tampoco pueden existir dos sentencias equivalentemente conformes
en el proceso documental, ya que, de acuerdo con el can. 1688 (art. 299),
el juez de segunda instancia, si no está de acuerdo con la nulidad del ma-
trimonio declarada por el tribunal inferior mediante el proceso docu-
mental, remitirá la causa al tribunal de primera instancia, a fin de vuelva
a conocer la causa por el trámite legal ordinario759.
Los casos concretos se podrían multiplicar, incluso ir más allá del ám-
bito de los pronunciamientos, ya que la cuestión de la conformidad «sus-
tancial» o «equivalente» tiene un reflejo necesario en muchos aspectos
del proceso. Por ejemplo, tocará temas como la conformidad sustancial
entre dos o más demandas presentadas por las mismas partes760: piénsese
en alguien que interpone demanda sobre error en cualidad, en donde
existe un pronunciamiento negativo, tras el cual vuelve a presentar otra
demanda sobre la base de que el error versó sobre otra cualidad; en lógi-
ca habría que admitir esa demanda; o considérese que existen dos senten-
cias negativas sobre exclusión de la prole, y se vuelve a presentar deman-
da de nulidad sobre condición de futuro de no tener hijos; estamos ante
dos capítulos distintos, pero la base jurídica es equivalente, de modo que
parece que no se debería permitir la nueva demanda, pues ésta vendría a
violar el principio de ne bis in idem761. También tocará la cuestión de la
modificación de oficio de la fórmula de dudas762.
Por último indicar que, de acuerdo con el art. 291 §3, de la conformi- Índice
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dad «equivalente» o «sustancial» de dos decisiones conoce el tribunal de


apelación que dictó la segunda, o el tribunal superior. En la parte disposi-
tiva de la sentencia de deberá incluir, por tanto, además del pronuncia-
758.
Cfr. MONETA, P., La procedura consensuale nelle cause di nullità di matrimonio canonico, en
www.olir.it.maggio 2005, pp. 8-9.
759.
Vid. SHÖCH, N., Il processo documentale e la procedura per la dichiarazione amministrativa
dell «ttentato matrimonio», en en ed. FRANCESCHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M. A., La nullità del matri-
monio: temi processuali e sostantivi..., cit., p. 269-298.
760.
Vid. LLOBELL, J., I tentativi di conciliazione, gli elementi sostanziali del libello di domanda e
l’incidenza sul medesimo del concetto di «conformitas aequipollens» fra i capi di «accusa» nelle cause
di nullità del matrimonio, en «Ius Ecclesiae» 15, 2003, pp. 648-653.
761.
Vid. Título I, II.2.2.A.
762.
Vid. LLOBELL, J., Il concetto di «conformitas..., cit., pp. 226-230.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 557

miento sobre la constancia de un determinado capítulo, una declaración


de conformidad de las dos sentencias. Esta decisión es susceptible de ape-
lación, que deberá someterse al mismo procedimiento de todo recurso de
apelación (interposición ante el tribunal a quo, prosecución ante el tribu-
nal ad quem); contra la decisión del juez superior que admita o rechace di-
cho recurso de apelación sobre la conformidad de las sentencias no cabe
nueva apelación, pues el can. 1631 (art. 282) indica que las cuestiones de
iure apellandi deben ser tratadas «expeditissime», y la cuestiones que de
resolverse «expeditissime» no son apelables (can. 1629, 5º, art. 280 §1, 5º).

7. Condiciones sustantivas de admisibilidad de la revisión de


la causa: «nuevas y graves pruebas o razones» (arts. 290 §1
y 292)

Pese a no darse «cosa juzgada» en las causas relativas al estado de las


personas, sí que se dan los efectos de cosa juzgada —material y formal—,
de modo que las sentencias serán firmes hasta que no se aduzcan eficaz-
mente «nuevas y graves pruebas o razones» (art. 290 §1, can. 1644 §1).
No son meras exigencias formales, sino verdaderas condiciones de carác-
ter sustantivo-material, con las que se intenta adecuar el presupuesto
procesal de la verdad legal y formal que se deriva de la sentencias firmes,
y las esenciales exigencias de justicia y de respecto a la verdad objetiva;
para destruir la presunción legal-formal de la sentencia, no basta una
simple invocación, sino que se requiere que se aduzcan «nuevas y graves
pruebas o razones».
El can. 1903 del CIC’17, que también era distinto en algunos aspectos
—por ejemplo, no concretaba el grado del tribunal al que había que recu-
rrirse, ni señalaba plazo alguno para la presentación de pruebas, ni para
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la resolución de la cuestión, ni concretaba que la decisión tenía que to-


marse por decreto, y partía, en principio, de la prohibición de admisión
del recurso, en lugar de la facultad, también en principio, que el CIC’83
concede para presentar el recurso—, establecía que se requerían «razo-
nes y documentos» —en lugar de «pruebas»—, con lo que se dio paso a no
pocas vacilaciones a propósito del significado del término «documento»
contrapuesto al término «argumento». Este canon debía completarse con
el 1989 («nova argumenta quae praesto sint»), y con el art. 217 §2 de la
Provida Mater Ecclesia de 15 de agosto de 1936, que hablaba de la nece-
sidad de «nova eademque gravia argumenta vel documenta».
Nos centramos ahora en el análisis del alcance de cada una de estas
expresiones que recoge el art. 290 —y los art. 292 y 293— como condicio-

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558 Carlos M. MORÁN BUSTOS

nes de admisibilidad de la revisión de la causa, sabiendo —eso sí— que el


peso de los argumentos y de las pruebas, que han de ser nuevas y graves,
corresponde determinarlo al juez, el cual considerará con diligencia los
hechos alegados, sus circunstancias, su pertinencia, su relevancia; a la
hora de valorar las razones deberá conjugar y tener presente las dos cla-
ses de intereses que necesitan amparo: por un lado, el vínculo y cuanto en
él se desprende, la ley divina natural y positiva, el bien público, la salud
de las almas, la razón de las almas, la razón de pecado; por otro, la esta-
bilidad de lo juzgado con sentencia firme, la necesidad de no dejar la
suerte del hogar a vaivenes interminables, la obligación de no frustrar el
trabajo y la función de los tribunales, el perjuicio para el bien común y
privado...

7.1. «Pruebas o argumentos»

El citado artículo utiliza los términos «probationes vel argumenta»,


dando la impresión de que los mismos tienen un significado similar. Así
ha sido considerado por la opinión prevalente de la doctrina, para la que
ambos términos se referirían a cualquier tipo de prueba idónea para fun-
damentar la concesión de la revisión de la causa763. Dentro de esta con-
cepción quedaban incluidos tanto los elementos objetivos —documentos,
declaraciones...—, como los elementos subjetivos —razonamientos, de-
ducciones—, tanto los argumentos extrínsecos a la sentencia (declaracio-
nes de las partes en las que se retractan de lo dicho, testimonios, docu-
mentos públicos y privados, pericias privadas...), como los argumentos
intrínsecos a la misma (errores de derecho sustancial, violaciones de de-
recho no meramente procesal, errores o negligencia en el examen de los
hechos relevantes, no conformidad de las sentencias, falta de motivación
en la sentencia, error en la aplicación o en la interpretación de la ley). Índice
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Stankiewicz, con muy buen criterio procesal, establece una distinción


entre ambos términos. Para el citado Juez rotal, el término «probatio» se
está refiriendo a los medios o fuentes de pruebas personales y reales, se-
gún el elenco establecido en el proceso ordinario y en el proceso matri-
monial, sabiendo –eso sí– que el catálogo del can. 1527 §1 no es taxativo
(«probationes cuiuslibet generis»). Esos medios de prueba, en el caso del
recurso de revisión, deben contener también elementos de prueba, es de-
cir, afirmaciones probatorias que puedan comprometer los resultados de
763.
Vid. LEGA, M-BARTOCCETTI, V., Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 3, p. 11; ROBER-
F., De processibus, vol. 2, Romae 1926, p. 249; MARAGNOLI, G., La «nova propositio»..., cit., p. 604;
TI,
DE DIEGO-LORA, C., Eficacia de la cosa juzgada..., cit., p. 201.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 559

las prueba anteriores. Para dicho autor, con el término «argumentum» se


está haciendo referencia a lo que en la doctrina civilista se llama «argu-
mento de prueba», adoptado una función subsidiaria y accesoria en el
contexto de la valoración de la prueba764.
En sentido estricto, el término «prueba» tiene un carácter de medio de
comprobación de una realidad o de instrumento de constancia de la misma,
mientras que el de «argumento» significaría más el criterio de convicción de-
ducido del instrumento o medio probatorio. Sea como fuere, lo cierto es que
lo que se requiere es que se pongan de relieve argumentos, razones, pruebas,
instrumentos o cualquier tipo de medios con los que se logre presentar como
verosímil la pretensión de revisión de la causa. En este sentido, se podrían
entender como incluidos en esta cláusula toda clase de elementos probato-
rios objetivos —documentos públicos y privados, actas judiciales y notaria-
les, certificados, informes, declaraciones-testificaciones, confesiones...—, o
de factores probatorios que, de modo directo o indirecto, tiendan a la com-
probación de los hechos conectados con la cuestión que se debate, así como
los raciocinios con los que se intenta demostrar esa conexión. Por tanto, den-
tro de la expresión «pruebas o razones» entran aquellas pruebas a las que se
alude expresamente en el proceso ordinario y en el proceso matrimonial,
pero también entrarían todo tipo de argumentación o de exposición de moti-
vos con la entidad suficiente como para inducir a la reforma de la sentencia
impugnada, así como cualquier tipo de error de derecho o sobre los hechos
alegados del cual se desprendiera una conclusión en la sentencia en sentido
previsiblemente distinto del que finalmente resultó.

7.2. La novedad de las pruebas o argumentos


El requisito de la novedad referido a los medios de prueba y a los argu-
mentos-razones puede tener una doble consideración: por un lado, novedad Índice
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en cuanto que no fueron aportados-valorados —de buena o de mala fe— en


las precedentes instancias judiciales; por otro, en cuanto que, pese a ser
aportados, no adquirieron el resultado de prueba que sería de esperar según
el derecho. En todo caso, sí que conviene dejar sentado que la simple «nove-
dad material» no implica necesariamente la «novedad» requerida para la re-
visión de la causa; en este sentido, el juicio sobre la entidad de la novedad
tendrá que ir relacionado con el juicio sobre la gravedad765.

764.
Cfr. STANKIEWICZ, A., Prove e riesame..., cit., pp. 508-510.
765.
Cfr. DEL CORPO, E., De retractatione causae matrimonialis post duplicem sententiam confor-
mem, Neapoli 1969, p. 9; SRRD, coram Canestri, vol. 42, 1950, pp. 235-236, nn. 2-4; coram Di Felici,
ibidem, p. 457, n. 2.

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560 Carlos M. MORÁN BUSTOS

En el caso de las pruebas la novedad será más fácil de determinar que


en el caso de los argumentos, pues siempre resulta menos complejo de-
terminar la novedad de hechos o de elementos demostrativos de hechos,
que determinar la novedad de argumentos o de razocinios encaminados
a valorar los hechos y/o los elementos de los hechos que ya constan en au-
tos766. En todo caso, sí que podemos afirmar que no serán nuevas aque-
llas aportaciones que se limiten a disentir del criterio del tribunal que juz-
gó la causa767. El art. 292 §2 de la Instrucción es muy claro: «no son
suficientes —y ello va referido tanto para la «novedad» como para la
«gravedad»— las meras censuras y observaciones críticas sobre las deci-
siones dictadas». La doctrina y la jurisprudencia consideran que sí serían
nuevas si ese disentimiento se corrobora con razones que no están en los
autos, siempre que tengan una entidad suficiente como para hacer vero-
símil lo que se sostiene.
En este sentido, «la novità dell’argomento deve corrispondere ai para-
metri del criterio della lesione sostanziale in damnum veritatis et iustiti-
ae. Soltanto l’accertamento de una tale laesio nella fase probatoria delle
precedenti istanze giudiziali, cioè nell’ammissione, assunzione e acquisi-
zione dei mezzi di prova, o nella fase decisoria, cioè nella valutazione dei
fatti probatori rilevanti e nell’applicazione delle disposizioni legislative e
dei principi della comune e costante giurisprudenza al caso concreto in
giudizio, può apportare un elemento concludente per l’apprezzamento
discrezionale della res nova da parte del giuidice»768. En caso contrario,
si no se prueba que se ha producido una lesión de la justicia y la verdad,
sino que se trata de una simple disensión, o de una diversa estimación de
las circunstancias, o de los documentos o las declaraciones-confesiones
de las partes, o las deposiciones de los testigos...no se podrá considerar
como argumentos o pruebas realmente nuevos a los efectos de la admi-
sión del recurso de revisión. Índice
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7.3. La gravedad de las pruebas o argumentos


Esos argumentos, razones, pruebas, instrumentos..., además de ser
nuevos, han ser graves, es decir, han de tener una consistencia tal que ha-
gan verosímil la pretensión de revisión de causa; esto es, han de revestir
un entidad tal que permitan considerar probable y/o posible la reforma
766.
Cfr. MONETA, P., Nuova trattazione...,cit., pp. 484-485.
767.
Vid. coram Palestro, decreto de 2 de julio de 1986, en «Il Diritto Ecclesiastico» 97, 1986, pp.
487-494.
768.
STANKIEWICZ, A., Prove e riesame..., cit., p. 512; vid.SRRD, coram Giannecchini, sent. de 21
de mayo de 1982, vol. 74, p. 275.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 561

de las sentencias impugnadas769. Al hablar de la «gravedad» de los nuevos


argumentos y pruebas lo que se quiere poner de manifiesto es que la nue-
va iniciativa procesal debe ir rodeada de una seriedad que le haga apare-
cer, desde el primer momento, como movida por una efectiva aspiración
a una justicia sustancial que merece prevalecer sobre la justicia formal
consagrada por la sentencia.
Es verdad que para la admisión o no de la revisión de la causa en el
«antejuicio», no se debe buscar ni exigir en los argumentos una eficacia o
valor tan grave que ya de suyo esto sea suficiente para reformar la sen-
tencia impugnada en cuanto al mérito de la causa; en este sentido, hay
que indicar que «grave» no significa —como aparecía en la Provida Ma-
ter Ecclesiae, art. 217, 3— «decretorio» —ni mucho menos «gravissi-
mum»—, es decir, con una consistencia tal de exigir perentoriamente una
decisión contraria a la de los tribunales que anteriormente se pronuncia-
ron; el art. 292 §1 da carácter normativa a esta idea que estaba en la doc-
trina y en la jurisprudencia: «no se requiere que las nuevas razones o
pruebas a que se refiere el art. 290 §1 sean gravísimas, y mucho menos
que sean resolutivas, es decir, que exijan perentoriamente una decisión
contraria, sino que basta con que la hagan probable».
Ahora bien, tampoco tan leve que no pase de un simple fumus litis ne-
cesario y suficiente para comenzar el juicio, y ello porque no es lo mismo
mover por primera vez la litis, que deshacer la firmeza de dos sentencias
conformes que dieron fin a un pleito: es suficiente una «gravedad» tal que
haga surgir la fundada probabilidad de reforma de la decisión impugna-
da.
También es necesario advertir que en esa especie de «antejuicio» sólo
se trata de una cuestión procesal: si se ha de admitir la revisión de la cau-
sa; por ello, el punto cardinal no es precisamente la solución sobre el fon-
do, sino la respuesta a esta duda: «si los argumentos presentados mere- Índice
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cen ser admitidos en cuanto excluidores de la excepción litis finitae»770. Y


para ello, insistimos, el criterio que debe usarse es el de la sólida posibili-
dad-probabilidad de reforma, el de la «verisimilitudo in contrarium» de
los argumentos771 y de las pruebas aportadas en orden a la reforma de las
sentencias anteriores. En este sentido, no deben ser tomadas en conside-
769.
Coram Corso, decr. de 17 de octubre de 1990: «novam causae propositionem esse conceden-
dam non solum cum argumenta fundat probabilitatem reformandi priorem sententiam, sed etiam
possibilitatem».
770.
Cfr. DEL AMO, L., Pleito acabado y la revisión de la causa, en «Ius Canonicum» 6, 1966, p. 479.
771.
«...non debet admitti indistincte, sed debe allegari seu subesse aliqua verisimilitudo in con-
trarium», (PANORMITANUS, Commentaria in tertiam secundi Decretalium libri partem, tit. De sententia
et re iudicata 27, cap. consanguinei 11, n. 7, Venetiis 1578, p. 73).

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562 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ración aquellos fallos, omisiones o deficiencias que son irrelevantes para


el mérito de la causa, aquellos planteamientos simplemente deficitarios
de una perfección ideal...pues todo ello no comporta deficiencias sustan-
ciales y básicas: la petición de revisión de una causa es algo muy serio,
que afecta directamente al bien de las partes y al bien común de la Igle-
sia, que en cierto modo pone entela de juicio la seguridad jurídica deriva-
da de la necesaria firmeza de las sentencias, que va contra los efectos de
la cosa juzgada..., de modo que no pueden servir las simples alusiones a
errores-defectos intrascendentes y banales, ni las meras disensiones res-
pecto del modo de razonar o de proceder de los tribunales anteriores (art.
292 §2): lo que es leve y no tiene importancia, cuando se trata de cosas
graves y serias, no debe ser tenido en cuenta; de otro modo, se perturba-
ría gravemente la firmeza y la seguridad en los juicios y se resentiría la
recta administración de la justicia772.
Dicho esto, lo cierto es que no hay —por que no puede haberla— nin-
guna «guía práctica» que le indique al juez los criterios de gravedad; tam-
poco la Dignitas Connubii aporta nada en este sentido. Es evidente que a
la hora de distinguir entre «gravissimum»-«decretorium»-«grave» el ele-
mento final es la valoración subjetiva del juez, la cual ha de llevarse a la
práctica con criterios como la «rationabilis inclinatio» o la «rationabilis
aestimatio», y también echando mano de la equidad y de la «benignitas».
La doctrina y la jurisprudencia sí que han ido haciendo algunas precisio-
nes relacionadas algunos pruebas concretas.
a) Nueva declaración-confesión. Piénsese, por ejemplo, en confesiones
que, por haber sido arrancadas mediando miedo o violencia o con error
de hecho, han perdido toda su fuerza probatoria; o supuestos en los que o
bien si omitió injustificadamente la confesión judicial, o bien, practicada
ésta, se omitieron en la misma —de manera dolosa o culposa— una serie
de datos relevantes desde el punto de vista del mérito de la causa. En to- Índice
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das estas hipótesis, la razón de ser de la aceptación de la nueva declara-


ción-confesión judicial es la retractación o la corrección respecto de las
ya realizadas, o la ampliación respecto de lo omitido, siempre —eso sí—
que el contenido de lo retractado y/o de lo omitido sea susceptible de ser
nuevo y grave, tal como hemos puesto de relieve: la retractación de las
partes deberá ser analizada teniendo en cuenta la seriedad y objetividad
de los hechos que se invocan —que siempre dicen más que las simples pa-
labras o las expresiones verbales—, hechos que anteriormente habrían
sido negados o ignorados; es normal que se tienda a sospechar en abs-

772.
Vid. Coram Mattioli, sent. de 14 de febrero de 1963, en «Monitor Ecclesiasticus» 1, 1963, p. 57.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 563

tracto de la retractación —de hecho suelen ser más valiosas las primeras
declaraciones que las sucesivamente posteriores, pues se presumen más
espontáneas, menos sospechosas—, sin embargo, puede dársele credibili-
dad si hay constancia del arrepentimiento, o si se aclaran las razones del
engaño o de la omisión.
Incluso, pese a no cambiar en sustancia la deposición, puede darse el
elemento de la novedad cuando las particulares circunstancias en las que
viene reiterada la hacen merecedora de ser valorada con un sentido muy
distinto: por ejemplo, en el caso de la confesión de haber simulado el ma-
trimonio reafirmada por parte del actor gravemente enfermo «qui brevi
se divino sistet iudicio»773.
La nueva regulación impuesta por el can. 1536 §2 en relación con la
confesión de las partes, que —aunque no tienen fuerza probatoria ple-
na— pueden tener fuerza probatoria que habrá de valorarse con las res-
tantes pruebas de la causa, permite afirmar la posibilidad de la admisión
de la nueva proposición de la causa en base a la citada confesión judicial.
b) Testigos nuevos. En principio, la mera presentación de testigos nue-
vos, numérica y materialmente distintos de los que ya actuaron en las ins-
tancias precedentes, no implica la novedad ni la gravedad requeridas.
Para la revisión de la causa se requieren no sólo testigos nuevos, sino tes-
tigos dignos de crédito que prueben hechos nuevos o circunstancias que,
al ser ahora adverados, funden la eficacia de los argumentos nuevos que
se ofrecen774.
Es decir, dado que «testes non sunt numerandi sed ponderandi», si se
presenta un recurso de revisión basándose en nuevos testigos que no ad-
veraron en juicio todavía, se debe atender, no al hecho de su novedad en
cuento testigos, sino a la novedad y gravedad de lo que afirman. Pues
bien, deben aportar nuevas circunstancias o nuevos hechos, los cuales Índice
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han ser tener relación directa con los méritos sustanciales de la causa
controvertida. Tanto si se limitan a repetir los hechos ya sabidos, o aque-
llos otros que pese a ser ignorados no tienen relevancia alguna, como si
se limitan a aportar opiniones personales, o juicios de valor, no podrán
ser utilizados procesalmente como fundamentación de la nueva proposi-
ción de la causa.
Por tanto, los testigos, para ser admitidos a efectos de fundar la peti-
ción de revisión de la causa, deben aportar hechos o circunstancias o ar-
gumentos nuevos y graves, de modo que el juez pueda partir de ellos
773.
STSA, Decreto de 4 de mayo de 1974, en «Periodica» 64, 1975, pp. 248ss.
774.
SRRD, Coram Di Felici, de 5 de junio 1950, vol. 42, 1950, p. 357, n. 2.

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564 Carlos M. MORÁN BUSTOS

como indicios fundados de la verosimilitud de un pronunciamiento muy


distinto de los anteriores. En este sentido, también se deberá atender a la
calidad de los testigos —más que al número de los mismos—, de hecho
un sólo testigo muy cualificado puede ser suficiente para la revisión de la
causa.
c) Documentos. Para ser aceptados como fundamentación de la revi-
sión de la causa se requiere que sean relevantes y encontrados última-
mente. Por ejemplo, las declaraciones de testigos hechas ante notarios ci-
viles, aunque sean actas notariales, no se estiman razón suficiente para
admitir la revisión. Las cartas, y lo mismo los otros documentos privados,
tienen aquella fuerza que se apreciará por las circunstancias y sobre todo
por el tiempo en que fueron escritas. Los certificados médicos, de buena
conducta, declaraciones escritas, facturas comerciales...normalmente se-
rán fútiles a la hora de impugnar en serio una sentencia judicial hecha
firme y ejecutiva, salvo que su contenido permita crear esa «verisimilitu-
do in contrarium».
Por tanto, para ser eficaces a los efectos de la admisión de una revi-
sión de la causa, los documentos privados han de contener en sí o juntos
con otras pruebas o adminículos, una razón de peso que pueda influir en
la posible demostración de la injusticia de la sentencia impugnada, ya fir-
me, la cual siempre tiene a su favor la fuerza de una presunción legal, que
es preciso superar.
d) Una nueva pericia. Una parte de la doctrina y de la jurisprudencia
consideran que una nueva pericia bien puede ser una prueba nueva y gra-
ve, ello —claro está— siempre que cumpla una serie de requisitos. En
efecto, una nueva pericia, que incluyera un diagnóstico distinto y bien ra-
zonado en relación a las otras pericias obrantes en autos, o que diera una
interpretación diferente —y científicamente fiable— de la realidad con- Índice
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trovertida, podría perfectamente ser considerada como «algo» nuevo, ca-


paz de ser tomado en consideración en orden a admitir la invocada revi-
sión de la causa.
Sin embargo, hay abundantes supuestos en los que se consideró que
la pericia de parte, hecha para sostener la postura de uno de los contra-
yentes y no pro rei veritate, difícilmente podía considerarse como argu-
mento nuevo y grave775. En muchos de estos casos se parte de que, se-
gún el can. 1574, la pericia es un medio de auxilio a los jueces para
comprobar un hecho o determinar la verdadera naturaleza de una co-
775.
Vid. Decr. coram Pinto, de 30 de mayo de 1986, en «Il Diritto Ecclesiastico» 97, 1986, pp.
289-293.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 565

sa. Así, se considera que la pericia no contiene hechos o circunstancias


nuevas referentes al mérito de la causa, sino interpretaciones del perito
sobre hechos o circunstancias que ya constaban en la causa, interpre-
taciones que adoctrinan al juez pero que no le constriñen probatoria-
mente.
Frente a esta corriente, hay que hacer constancia también de muchos
supuestos en los que se admitió la revisión de la causa sobre la base de
una nueva pericia, tanto pública como privada. En estos casos, se pone
de manifiesto que un informe pericial —máxime cuando es público y ofi-
cial—, es un argumento nuevo si no consiste en una mera refutación de
argumentos anteriores, si no se limita a censurar las anteriores pericias
practicadas o a concordar con ellas, sino que, o bien sirve para llenar la-
gunas de anteriores juicios o para disipar sus incertidumbre, o bien se
pronuncia sobre puntos nuevos no considerados hasta ese momento y
con una consistencia y sustantividad que permitan desvirtuar los anterio-
res diagnósticos científicos obrantes en autos776. Por tanto, si la pericia no
se limita a censurar las anteriores pericias, sino que técnica y científica-
mente ofrece una interpretación distinta que afecta a la sustancia de la
realidad controvertida presentando un nuevo diagnóstico, llenando omi-
siones de otras pericias o completando cuestiones de trascendencia para
la causa, pueden ser «utilizadas» como fundamentación de la nova causa
propositio777.
Nuestro criterio, atendiendo al progreso de la psicología y de la psi-
quiatría, es contrario a la consideración de los informes periciales como
simples medios de corroboración de una verdad contenida ya en autos, lo
cual difícilmente puede aceptarse en aquellas hipótesis en las que el peri-
to ha tenido acceso directo a la caracterología-personalidad del pericia-
do. Por ello, si la pericia parte de una concepción antropológica confor-
me con el personalismo cristiano y está bien fundada y realizada, puede Índice
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muy bien ofrecer al tribunal elementos de prueba y razonamientos que


generen una fundada probabilidad de reforma de las sentencias anterio-
res. Y ello, pese a que no ofrezca hechos o circunstancias nuevos, sino
que verse sobre aspectos de la realidad controvertida, aspectos que son
aclarados a la luz de informes técnicamente irreprochables, y de los que
se extraen conclusiones válidas susceptibles de poner en tela de juicio las

776.
Cfr. Coram Panizo, decreto de 27 de mayo de 2002, matritense, pro manuscripto, p. 9.
777.
Vid. Coram Sabattani, de 16 de 1959, P. N. 6866; SRRD., Coram Grazioli, de 14 de mayo de
1945, vol. 34, p. 205; coram Annè, de 13 de noviembre de 1962, P.N. 7667; coram Ewers, de 10 de octu-
bre de 1964, P.N. 8040; coram Palazzini, de 8 de julio de 1964, P.N. 8154; citadas por DEL CORPO, A., De
retractatione causae..., cit., pp. 84ss.

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566 Carlos M. MORÁN BUSTOS

sentencias impugnadas. Si esto es así con las pericias privadas, mucho


más en el caso de pericias públicas y oficiales, solicitadas por el propio
tribunal, pero que no fueron tomadas en consideración por distintas cir-
cunstancias, cosa que ocurre en el caso que nos ocupa. Es evidente que
esta nueva pericia, que no es una simple refutación de las anteriores peri-
cias, ha de contener o un nuevo diagnóstico, o nuevos elementos, o nue-
vas conclusiones, o nuevas interpretaciones de la realidad controverti-
da..., todo lo cual debe tener una consistencia probatoria tal –una
gravedad tal– que permitan incidir directamente sobre la motivación de
las sentencias anteriores, haciendo verosímil unas conclusiones de un te-
nor muy distinto.
e) Argumentos y pruebas constantes obrantes en autos y no valorados
oportunamente. No son extraños los supuestos en los que se concedió la
revisión porque «in atti esistono dichiarazioni che non sembrano ben
apprezzate dalle sentenze contrarie all’attore»778. En efecto, si la exposi-
ción de hechos que hace la parte, leídas las sentencias impugnadas,
muestra con claridad patente que la fuerza de tal o cual prueba es sufi-
ciente y que injustamente se la privó de ese valor, queda al criterio pru-
dente del Tribunal superior apreciar su eficacia probatoria, caso que su
valor haga verosímil la justicia de la petición y la injusticia de la senten-
cia impugnada. Ahora bien, una simple alegación gratuita de falta de esti-
mación de las pruebas no constituye motivo suficientemente grave ni
nuevo para justificar la revisión de la causa; ello por lo siguiente: en pri-
mer lugar, porque no es fácil ni presumible que sea cierta e indubitable la
injusticia de la sentencia firme, ni que sea novedoso un argumento que se
toma de la propia sentencia impugnada; en segundo lugar, porque los
jueces no tiene obligación, ni las partes derecho a exigirles que expongan
en sus sentencias detalladamente todo cuanto ha influido para juzgar con
la certeza moral que necesitan para pronunciar su decisión; mucha veces Índice
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y sin razón se pretende exigir de los jueces que mencionen expresamente


en sus sentencias todo cuanto ellos examinaron o pensaron y que resuel-
van todas sus objeciones, pertinentes o impertinentes, que con derecho o
sin él se hayan propuesto contra el sentido de la ley o contra la significa-
ción de los hechos779.
f) Errores jurídicos o fácticos, irregularidades de procedimiento y defec-
tos en la motivación de las sentencias. Se trata de aquellos supuestos en
los que se han producido lesiones del derecho, o errores muy relevantes
778.
STSA, Decreto de 19 de noviembre de 1930; SRRD, Coram Wynen, sent. de 25 de julio de 1935,
vol. 27, 1935, p. 475, n. 3.
779.
Vid. SRRD, Coram Felici, sent. 5 de enero de 1950, vol. 42, 1950.

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relacionados con los hechos, lo cuales afectan directamente el resultado


de la causa780.
Estos errores, referidos a la sustancia o al orden procesal, serán sus-
ceptibles de ser considerados como motivo de revisión en la medida de
que hayan desplegado un influjo positivo y adecuado en contra de la deci-
sión para una posible reforma (en ello radicaría su gravedad); por tanto,
los errores y defectos de instancias precedentes —que en la práctica se-
rán errores clamorosos y totalmente arbitrarios— sólo podrán ser razón
suficiente para la revisión, si realmente influyen con probabilidad en la
reforma de la sentencia firme.
Piénsese, en aquellos casos en los que han sido los instrumentos utili-
zados, y el procedimiento a la hora de recoger los elementos de prueba,
los «responsables» directos de la injusticia de la sentencia, esto es, cuando
se ha producido una «offensio veritatis in inquirendo o in procedendo»,
cuando —por ejemplo— el juez instructor, de buena o de mala fe, por im-
pericia o por negligencia, a la hora de asistir a la declaración-confesión de
las partes y en la declaración de los testigos «non refert ipsa aditi testimo-
nio verba, saltem quod attinet ad ea quae iudicii materiam directe attin-
gunt»781. O también en determinadas violaciones en la aplicación de los
principios de derecho o de las disposiciones legislativas, o en la violación
de los principios fundamentales del instituto matrimonial derivados del
propio derecho natural, o en supuestos en los que se parte como prueba
fundamental de una pericia basada en una concepción antropológica con-
traria a la antropología cristiana782.
También podrían verificarse supuestos de revisión de la causa en ca-
sos de motivación absolutamente dispar y hasta contradictoria de las sen-
tencias, pues en este caso sólo formalmente se podría hablar de dos sen-
tencias conformes.
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8. El procesículo previo en orden a la admisión del recurso de


revisión (arts. 293)

El recurso de revisión no puede limitarse a apuntar pruebas o argu-


mentos nuevos y graves, los cuales serían desarrollados en una instruc-
780.
«Laesiones iuris a tribunalibus huiusque invocatis, bona vel mala fide, forte perpetratae, in
damnum veritatis et iustitiae. Quae quidem laesiones vel rerum substantiam spectare possunt, ubi iu-
dices falsa acceptaverint, vera reiecerint, incongrua seu inepta admiserint, vel simpliciter proccedu-
ram vel utrumque» (SRRD, Coram Mattioli, sent. de 13 de mayo de 1953, vol. 45, 1953, p. 340, n. 8).
781.
Coram Davino, de 21 de julio de 1988, en «Monitor Ecclesiasticus», 115, 1990, p. 310.
782.
Vid. Coram Faltin, de 10 de abril de 1987, en «Il Diritto Ecclesiastico» 2, 1988, pp. 29ss.

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568 Carlos M. MORÁN BUSTOS

ción posterior, no puede ceñirse a meras expectativas simplemente aludi-


das por la parte, sino que dicho escrito debe ir cargado de la consistencia
suficiente y necesaria que le permita al tribunal ya en ese momento —sin
necesidad de una instrucción posterior, ni de ulteriores demostracio-
nes— pronunciarse sobre la probabilidad de la reforma de la resolución
impugnada. No obstante, ello no obsta para que se deba oír a la otra par-
te, de hecho así se establece claramente en el art. 293 §1, que hace refe-
rencia a la necesidad de oír a la otra parte y al defensor del vínculo.
La doctrina y la jurisprudencia consideran que la admisión o el recha-
zo de la nova causa propositio, en cuanto asimilable a la admisión-recha-
zo de la demanda, es una cuestión que se resuelve entre la parte, el defen-
sor del vínculo y el juez, sin necesidad de contradictorio. Nosotros, por el
contrario, compartimos —una vez más— la opinión de Gullo, para quien
«potendo il ricorso –ed ad maggior ragione la concessione– della N.C.P.
incidere fin dall’inizio sui diritti fondamentali della persona, chi ne abbia
un legittimo interesse, deve essere posto in condizione di conoscere l’esi-
stenza di quest’atto per poter difendersi, se lo vuole»783. En efecto, el prin-
cipio de «audiatur et altera pars» es un principio fundamental del dere-
cho procesal (can. 1620, n. 7), pues es expresión privilegiada del derecho
de defensa, y no encontramos razones por las que la otra parte no pueda
ser oída (vid. ibidem, p. 186). En N. Tribunal se suele seguir el trámite de
los incidentes y la fórmula de los «memoriales» de las partes, dentro de
un procesículo previo en orden al procedimiento de admisión y de unas
actuaciones semejantes a las que se practican en los procedimientos de
apelación, con lo que la otra parte tiene conocimiento de la petición de
revisión, y puede «decir algo» inicialmente al respecto.

9. La decisión del recurso de revisión (arts. 293-294) Índice


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Una vez realizados los trámites de ese «procesículo» previo, el tribunal


debe decidir si las pruebas o los argumentos sean tan nuevos y graves
como para hacer posible la revisión de la doble sentencia conforme, ello en
el plazo de un mes. Así lo indica el art. 293 §1 indica: «dentro del plazo de
un mes a partir de la presentación de las nuevas pruebas y razones —ob-
sérvese que no dice aquí «graves», y que dice «y», no «o» como dice en los
art. 290 §1 y 292 §1—, después de oír al defensor del vínculo y comuni-
carlo a la otra parte, el tribunal de apelación ha de decidir mediante de-
creto si debe admitir o no la nueva proposición de la causa»
783.
GULLO, C., La nova..., cit., p. 815.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 569

En principio, esta aceptación de la revisión de la causa no suspende la


ejecución de la sentencia, aunque el tribunal podrá ordenar la suspensión
de la ejecución de la sentencia, con el fin de prevenir daños espirituales y
sociales irreparables a las partes y a terceros (art. 294).
Este decreto de admisión no es apelable784. En caso de que se denie-
gue la revisión solicitada —y pese a quienes consideran que tampoco ca-
bría apelación—, nuestra opinión sería conforme a la posibilidad de la
apelación, ya que dado que existe posibilidad de apelar todas las decisio-
nes —salvo las del can. 1629—, no vemos por qué ésta podía quedar fuera
de dicha posibilidad: no parece que pueda invocarse por analogía el can.
1618 —lo impediría el can. 18—, pues un decreto como el de negación de
la revisión tiene fuerza definitiva en la medida en que precluye un pro-
nunciamiento sobre el mérito. El can. 1445 §1, 2º parece admitir la ape-
lación en estos casos785.

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784.
«Nam tale decretum concedit quidem reassumptionem causae seu instantiae iam finitiae,
sed nihil definit circa meritum causae reassumptae. Decretum quo nova causae propositio admitti-
tur, gravi iure ac modo quo decretum admissionis libelli quo lis primo introducitur, appellari nequit,
quia aperit non claudit novam instantiam ideoque vi sententiae definitivae caret» (SRRD, coram Ser-
rano, de 3 julio de 1987, vol. 79, 1987, nn. 3-4.
785.
Cfr. GULLO, C., La nova..., cit., pp. 821-822.

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 571

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Título XII: La impugnación de la sentencia (arts. 269-294 DC) 575

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TÍTULO XIII
EL PROCESO DOCUMENTAL
(Arts. 295-299 DC)

El proceso documental es un proceso especial, que viene regulado de


modo sumamente sintético en el Código de Derecho Canónico, que le de-
dica únicamente tres cánones (cann. 1686-1688), el primero de ello dedi-
cado a la primera instancia y los dos siguientes a la apelación. La Instruc-
ción Dignitas Connubii, por su parte, regula este proceso en los cinco
artículos del Título XIII con parecida brevedad, aunque puntualiza y
aclara alguna cuestión respecto a la adecuada tramitación de este proce-
so, especialmente con relación a la primera instancia.

I. CONCEPTO Y REQUISITOS (ART. 295)


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El proceso documental es un proceso para la declaración de nulidad


de matrimonio que, no obstante su naturaleza judicial, presenta impor-
tantes simplificaciones procedimentales respecto al proceso ordinario y
lleva aparejada una mayor agilidad y sencillez en los trámites, tal como
se deduce de lo dispuesto en el art. 295, que reproduce el can. 1686.
El proceso documental, pese a su novedosa denominación en el Códi-
go de 1983, no constituye una novedad introducida por el actual ordena-
miento canónico. Este proceso tiene su origen remoto en un Decreto del
Santo Oficio de fecha 5 de junio de 1889, que autorizó a declarar la nuli-

577

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578 Carmen PEÑA GARCÍA

dad de un matrimonio mediante un procedimiento sumario siempre que


la nulidad constara de modo del todo evidente e indubitable en un docu-
mento cierto y auténtico. Posteriormente, se reguló con más detalle este
procedimiento en los cánones 1990-1992 del Código de 1917 bajo la de-
nominación de casos exceptuados, y en los arts. 226-230 de la Instruc-
ción Provida Mater. Tras el concilio Vaticano II, se le dio una nueva regu-
lación en las Normas X-XIII del Motu Propio Causas matrimoniales para
los casos especiales, pasando finalmente al Código de 1983 con la deno-
minación de proceso documental786.
Se trata de un proceso especial, de naturaleza sumaria, por el cual es
posible, omitiendo las solemnidades del proceso contencioso ordinario,
declarar aquella nulidad matrimonial que, provocada por un impedimen-
to, defecto de forma o defecto de mandato a procurador, conste con certe-
za en un documento al que no puede oponerse objeción ninguna, siempre
que conste con igual certeza que no se concedió dispensa. El proceso do-
cumental recibe su nombre precisamente de la centralidad y relevancia
probatoria de este documento, al que no puede oponerse excepción, y del
cual se deduce con certeza la nulidad por los motivos indicados.
En cuanto a los requisitos que deben concurrir en el caso para poder
declarar la nulidad de un matrimonio mediante proceso documental, el
art. 295, en paralelismo con el can. 1686, establece los tres siguientes:
1º. La nulidad del matrimonio debe venir causada bien por un impe-
dimento dirimente, bien por un defecto de forma legítima, bien
por la invalidez o inexistencia del mandato necesario para con-
traer matrimonio por procurador.
No puede nunca, a tenor de esta regulación, declararse por pro-
ceso documental la nulidad de un matrimonio por incapacidades
ni por vicios del consentimiento, ni siquiera en el supuesto —cier-
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tamente poco frecuente— de que éstos pudiesen quedar perfecta-


mente demostrados mediante documentos: p.e., si constase, por
informes médicos u otros documentos la total y constante falta de
uso de razón del contrayente desde su infancia o adolescencia.
2º. La nulidad del matrimonio, por los capítulos anteriormente cita-
dos, debe constar con certeza en uno o varios documentos a los
que no pueda oponerse ninguna objeción ni excepción. En princi-
786.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C.,Comentario al can. 1686, en Comentario exegético al Código de Dere-
cho Canónico, vol. 4/2, cit., pp.1946-1947; SERRANO RUIZ, J. Mª, Notas sobre el proceso documental en
los casos de nulidad de matrimonio y su aplicación a los supuestos de defecto de forma, en ed. CASTÁN,
J. M.-GUZMÁN, C.-SÁNCHEZ, J. M.-PÉREZ-AGUA, T., Hominum causa omne ius constitutum est. Escritos
sobre el matrimonio en homenaje al Prof. Dr. José Mª Diaz-Moreno, S.J., Madrid 2000, pp. 865-870.

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 579

pio, puesto que el canon no hace distinción alguna, los documen-


tos en los cuales conste la nulidad podrán ser tanto públicos como
privados, eclesiásticos o civiles, siempre que se trate de verdaderos
documentos cuya autoría, fecha y fidelidad de su contenido respec-
to a la realidad objetiva queden fuera de toda duda razonable; a te-
nor de este requisito, no sería suficiente para justificar la declara-
ción de nulidad por proceso documental, por su falta de garantías,
los informes de detectives, los Informes periciales privados o extra-
judiciales, los actas notariales que contuviesen manifestaciones de
un testigo ... No obstante, el requisito de que no pueda oponerse
objeción ni excepción al documento no supone en modo alguno
una exigencia de ausencia de contradictorio procesal —salvado
siempre, de hecho, por la preceptiva intervención del defensor del
vínculo— para la utilización de este proceso. Ciertamente, tanto la
parte o partes privadas demandadas –si ha acusado la nulidad el
promotor de justicia— como el Defensor del vínculo podrán opo-
ner o alegar contra el documento lo que estimen pertinente, co-
rrespondiendo al juez la valoración del fundamento de dichas ob-
jeciones y de la eficacia probatoria del documento o documentos.
3º. Deberá constar con igual certeza que no se concedió dispensa del
impedimento, si era dispensable, ni de la forma legítima. Respec-
to a las exigencias para la validez del matrimonio por poderes,
nunca cabe dispensa del mandato válido para el procurador, por
lo que no será preciso probar este extremo.
Con relación a este tercer requisito, debe tenerse en cuenta que no se
exige que la falta de dispensa conste también documentalmente —cosa
bastante improbable, habida cuenta que se trata de un hecho negativo—
sino que el juez alcance «la misma certeza» sobre este extremo, sea docu-
mentalmente o por otros otras pruebas, normalmente indirectas. Índice
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A la vista de estos requisitos, se comprende la dificultad de encontrar


causas que puedan tramitarse mediante proceso documental, el cual pare-
ce muchas veces quedar reservado, al menos en el uso forense español787, a
787.
Según los datos que ofrece anualmente el Anuario Estadístico de la Iglesia, editado por el
Vaticano, hay una notable diferencia en la utilización del proceso documental, según los países: así,
mientras que en países como España, Italia, Francia, Bélgica, Polonia y Suecia, las causas tramita-
das por proceso documental no llegan ni siquiera al 1% del total de causas de nulidad tramitadas, en
otros países como Estados Unidos, Austria, Australia, Japón o Alemania las causas por proceso docu-
mental constituyen habitualmente porcentajes superiores al 20 –25 % del número total de causas.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., Algunas consideraciones respecto al proceso documental, en ed. GUZMÁN PÉREZ,
C., XX Jornadas de la Asociación Española de Canonistas. Sacramentos - Cuestiones matrimoniales,
Salamanca 2001, p. 442.

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580 Carmen PEÑA GARCÍA

los supuestos de impedimento de vínculo, el cual presenta la ventaja, res-


pecto a los demás, de que es fácilmente demostrable al constar siempre la
celebración del matrimonio en documentos públicos, sean civiles o ecle-
siásticos; además, al tratarse de un impedimento que no admite dispensa,
no es preciso probar la ausencia de la misma, bastando únicamente con
demostrar la existencia del impedimento. No obstante, lo cierto es que no
siempre es tan complicado probar documentalmente la existencia de
otros impedimentos y, en su caso, por medios indirectos, la falta de dis-
pensa de los mismos, por lo que, teniendo en cuenta las importantes ven-
tajas que presenta este proceso, conviene no dejar de lado la posibilidad
de plantearlo también en otros supuestos, siempre que se cumplan los re-
quisitos legalmente establecidos.

II. FINALIDAD Y NATURALEZA JURÍDICA DEL PROCESO DO-


CUMENTAL

Dentro de los procesos existentes en el ordenamiento canónico, el


proceso documental aparece como expresión de la preocupación eclesial
por proporcionar a los fieles una justicia rápida y eficaz, reduciendo al
mínimo las solemnidades procesales en aquellos casos en que la nulidad
del matrimonio es clara y consta inequívocamente con la suficiente certe-
za.
En cuanto a su naturaleza, se trata de un proceso de naturaleza judi-
cial, no administrativa, tal como declaró expresamente la Pontificia Co-
misión de Intérpretes788. Este carácter judicial resulta más adecuado a la
naturaleza y finalidad de las causas de nulidad, salvaguarda mejor el de-
recho de defensa de las partes, y lleva implícita la exigencia de que la cau-
sa deba necesariamente ser resuelta por alguien que detente la potestad Índice
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judicial y tenga la condición de juez.


No obstante, a diferencia de lo previsto en el proceso ordinario para
la declaración de la nulidad matrimonial, el tribunal que conozca del
proceso documental no será colegiado, sino unipersonal, viniendo consti-
tuido a tenor del can. 1686 por el Vicario Judicial o por el Juez designado
por éste. Asimismo, resulta necesaria –bajo pena de nulidad— la inter-
vención del defensor del vínculo en el proceso y, aunque nada diga expre-
samente ni el Código ni la Dignitas Connubii, será igualmente precisa la
intervención de un Notario, al igual que en todo proceso.

788.
Respuesta de fecha 6 de diciembre de 1943, en AAS 36, 1944, p. 94.

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 581

Es, además, un proceso de naturaleza sumaria789, lo que supone que


en este proceso únicamente se podrá dictar sentencia declarativa de la
nulidad del matrimonio; si, por el contrario, el juez no alcanzara la certe-
za de la nulidad del matrimonio a partir del documento o documentos
aportados, deberá abstenerse de resolver sobre el fondo y dictar decreto
ordenando que la causa siga su tramitación mediante las normas del pro-
ceso ordinario.
Por otro lado, se trata un proceso especial, que contiene significativas
modificaciones respecto al proceso contencioso—ordinario de nulidad
matrimonial, cuya normativa actúa como supletoria. La naturaleza espe-
cial de este proceso supone que serán de aplicación en el mismo todas
aquellas normas del proceso ordinario de nulidad que sean compatibles
con la regulación específica contenida en los cann. 1686-1688 y en los ar-
ts. 295-299 DC, y de modo especial aquellas referentes a los presupuestos
procesales (competencia del tribunal, legitimación de las partes...), pues-
to que las principales modificaciones de este proceso hacen referencia,
no a dichos presupuestos —que permanecen inalterados— sino única-
mente al procedimiento, al ordenar el art. 295 que se omitan las solemni-
dades del contencioso-ordinario. Dentro de estas especialidades introdu-
cidas por el proceso documental, cabe citar como más significativas las
siguientes:
1º. las causas de nulidad matrimonial que se conozcan en proceso
documental serán juzgadas por juez único o tribunal uniperso-
nal, en vez de tribunal colegiado;
2º. se omiten las solemnidades del proceso ordinario;
3º. no se exige la duplex conformis en este proceso, de modo que será
firme y ejecutable aquella sentencia que ninguna de las partes apele;
4º. no se da tampoco, en consecuencia, el traslado de oficio de los Índice
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autos al tribunal superior prescrito en el can. 1682.

III. FASE INTRODUCTORIA DEL PROCESO DOCUMENTAL


(ART. 296-297)

En relación con la introducción de la demanda por proceso documen-


tal, debe tenerse en cuenta que, conforme se ha indicado, las normas del
proceso contencioso ordinario actúan como subsidiarias para este proce-
789.
Sobre la naturaleza sumaria de este proceso, DE DIEGO-LORA, C., El proceso documental
del nuevo Codex Iuris Canonici, en «Ius Canonicum» 23, 1983, pp. 663-677.

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582 Carmen PEÑA GARCÍA

so: así se deduce del art. 295, que remite a los arts.114-117 para referirse
al contenido y los requisitos que debe cumplir la demanda en este tipo de
causas. Y, en la misma línea, el art. 296 §1 –sin paralelo codicial— explici-
ta, saliendo al paso de praxis forenses incorrectas, que los criterios de
competencia relativa son los mismos para estas causas tramitadas por el
proceso documental que para las tramitadas por proceso ordinario.
A tenor de estos artículos, por tanto, el proceso documental se iniciará,
como todo proceso, mediante la interposición por el actor de una verdadera
demanda –que cumpla los requisitos necesarios para su admisión— ante el
juez competente. Y, puesto que ni el can. 1686, ni tampoco la Dignitas Con-
nubii, introducen especialidad alguna en relación con los presupuestos pro-
cesales, resultarán de aplicación las normas generales reguladas en el con-
tencioso—ordinario de nulidad matrimonial, no sólo –como recuerda el art.
296 §1— en relación con los criterios de competencia del tribunal, sino tam-
bién respecto a la legitimación de las partes en el proceso...
En cuanto a los requisitos formales de la demanda de nulidad por pro-
ceso documental, serán los mismos que los de la demanda por proceso or-
dinario, pudiendo iniciarse el proceso incluso por una petición oral, con-
forme se deduce de la remisión del art. 295 al art. 115. Igualmente, la
demanda debe ir necesariamente acompañada, aparte de por los docu-
mentos citados en el art. 116 §2, por el documento o documentos en que se
fundamente la pretensión del actor y de los que se deduzca la oportunidad
de utilizar el proceso documental –sin perjuicio de la posibilidad de que di-
chos documentos puedan ser posteriormente completados con otros—
puesto que, en caso contrario, el juez carecería de elementos de juicio para
decidir sobre la admisión de la demanda por proceso documental.
Una vez recibida la demanda, deberá el juez resolver sobre la proce-
dencia de su admisión. En este proceso documental, precisamente por su
Índice
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naturaleza sumaria, adquiere una relevancia fundamental esta decisión


del juez sobre la admisión o inadmisión de la demanda, tal como se dedu-
ce de los dos nuevos artículos de la Dignitas Connubii introducidos con
relación a este proceso, los cuales –sin paralelo en el Código— explicitan
sin embargo criterios de actuación deducibles de la regulación legal y de
la misma naturaleza de este proceso, a la vez que son indicativos de la
preocupación del legislador por la ligereza con que en ocasiones se admi-
te el recurso a este proceso para declarar la nulidad matrimonial.
En este sentido, el art. 296 §2 destaca el deber del juez de, una vez reci-
bida la demanda, verificar que se cumplen todos los requisitos legalmente
establecidos para que la causa se pueda definir por el proceso documental.
Se trata de un juicio que debe ser hecho con especial prudencia por el juez,

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 583

de modo que, sin prejuzgar la causa, evite sin embargo la admisión impru-
dente y temeraria de demandas que no pueden ser resueltas por la peculiar
vía del proceso documental. En este sentido, el mismo art. 296 §2 especifi-
ca que, en caso no sólo de certeza, sino incluso de duda prudente sobre la
inadecuación de procedimiento, el deber del juez es dictar decreto orde-
nando que la causa se juzgue por proceso ordinario.
Y, en la misma línea, el art. 297 §1 insiste en el carácter excepcional
de los supuestos que pueden dar lugar a la utilización de estos procesos,
destacando que, puesto que sólo muy rara vez constará en un documento
indubitado el impedimento de impotencia o el defecto de forma legítima,
es deber del Vicario Judicial o del juez por éste designado realizar con es-
pecial cuidado en estos casos la investigación previa para decidir sobre la
admisión de la demanda por este proceso.
Igualmente, recuerda el art. 297 §2 que no es necesario acudir a la de-
claración judicial de la nulidad –ni por este proceso documental, ni por el
proceso ordinario— en aquellos supuestos de absoluta ausencia de forma
canónica por parte de contrayentes obligados ad validitatem a guardar
ésta, tal como también se explicita en el art. 5 §3. Se trata de una reitera-
ción significativa, que apunta a una probable utilización incorrecta de
este proceso documental para declarar nulidades que podían constatarse
en el expediente administrativo prematrimonial, lo que podría explicar
quizás el elevado número de estos procesos documentales en algunos paí-
ses. No obstante, pese a la simplificación que supone la posibilidad de
juzgar sobre el estado de libertad en el expediente previo en aquellos ca-
sos en que no hay ni apariencia de matrimonio canónico, hay que recor-
dar que no es tan sencillo –especialmente en supuestos de matrimonios
mixtos o dispares, frecuentes en sociedades religiosamente plurales— de-
terminar quién está obligado a la forma canónica y quién no, por lo que,
en caso de duda, habrá que acudir a la declaración judicial de la nulidad, Índice
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sea en vía ordinaria, sea por los trámites del proceso documental790.

IV. DESARROLLO DEL PROCESO DOCUMENTAL EN PRIMERA


INSTANCIA

Una vez admitida la demanda por el juez, tanto el art. 295 como el
can. 1686 recuerdan la necesidad de citar a las partes y al defensor del
vínculo, los cuales deberán ser oídos en la causa, para lo cual, aunque no

790.
Cfr. PEÑA GARCÍA, C., El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, Bilbao 2004, pp. 318-347.

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584 Carmen PEÑA GARCÍA

se especifique en la norma, deberán conocer el contenido de la demanda


y el documento en que basa el actor sus pretensiones.
Además, la parte demandada –pública y privada— podrá interponer
todas las excepciones y objeciones que desee, tanto contra el documento
presentado por la parte actora, como contra el mismo proceso: p.e., es
muy frecuente en estos procesos la interposición, por la parte demanda-
da o por el defensor del vínculo, la excepción de inadecuación de proce-
dimiento, si consideran que no procede la tramitación de la causa por el
proceso documental sino por el ordinario; asimismo, podrán interponer,
en su caso, la excepción de incompetencia del tribunal, si no se han cum-
plido los requisitos del art. 10; de falta de legitimación de la parte actora,
excepción que se plantea con cierta frecuencia en los procesos documen-
tales planteados por impedimento de vínculo, en que la acción la ejerce
habitualmente el promotor de justicia o, en caso de matrimonio ya disuel-
to por muerte, un tercero con interés legítimo...
Respecto a la tramitación de este proceso hasta llegar a la sentencia,
la extrema parquedad del can. 1686, que únicamente alude a la omisión
de las solemnidades del proceso ordinario y a la necesidad de que las par-
tes y el defensor del vínculo sean oídos, deja al arbitrio —nunca arbitra-
riedad— del juez el modo en que deberá tramitarse este proceso. La Dig-
nitas Connubii, por su parte, no ha aclarado nada sobre esta cuestión, de
modo que, en la práctica, la tramitación de este proceso dependerá en
gran manera de las posturas que adopten las partes:
1º. El reconocimiento o aceptación por parte del demandado del do-
cumento presentado por el actor y la falta de oposición al mismo
del Defensor del vínculo, permitirán al juez pasar inmediatamen-
te a la fase decisoria, sin necesidad de trámites previos. En cual-
quier caso, no basta la mera notificación de la demanda a las par-
Índice
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tes: éstas deben ser oídas por el juez, lo que supone la necesidad
de que ser citadas a presencia judicial para que el juez las interro-
gue; las partes podrán examinar el documento en la sede del tri-
bunal; y el defensor del vínculo, por su parte, deberá necesaria-
mente emitir sus observaciones o informe respecto a la eficacia
probatoria del documento, no excluyéndose –en virtud del dere-
cho de defensa— la posibilidad de que también las partes presen-
ten sus alegaciones al respecto.
No será necesario, por el contrario, observar aquellas solemnida-
des procesales propias del proceso ordinario: p.e., no se da en
este proceso el decreto de litiscontestación, al venir la fórmula de
dudas implícitamente formulada por el mismo hecho de la admi-

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 585

sión de la demanda por este proceso, de modo que sería «si puede
declararse la nulidad de este matrimonio por el capítulo X por los
trámites del proceso documental».
2º. Incluso aunque la parte demandada no se oponga a la nulidad,
puede resultar necesario completar la prueba documental apor-
tada en la demanda, sea a petición del defensor del vínculo, de al-
guna de las partes, o de oficio por el juez. Aunque, en principio,
es obligación del actor aportar todos aquellos documentos en que
se fundamente la declaración de la nulidad del matrimonio, pue-
de ocurrir que algún documento se encuentre guardado en algún
archivo —civil o eclesiástico— al cual el actor no tenga acceso,
en cuyo caso puede pedir que sea el tribunal el que de modo ofi-
cial requiera al organismo de que se trate dicho documento791.
En este caso, se ordenará la práctica de este complemento de
prueba —que deberá necesariamente consistir a su vez en prue-
bas documentales—, procurando evitar en lo posible toda dila-
ción indebida, habida cuenta el carácter sumario del juicio. Esta
prueba practicada debe, bajo pena de nulidad, darse a conocer a
las partes, las cuales podrán alegar lo que estimen conveniente a
su derecho. Debe tenerse en cuenta, a este respecto, que la publi-
cación de las actuaciones, en cuanto manifestación de las prue-
bas obrantes en autos a las partes —aunque sea sin la solemnidad
de un decreto de publicación concediendo plazo de deduccio-
nes—, es un requisito exigido para todo proceso bajo pena de nu-
lidad por denegación del derecho de defensa del can. 1620,7º, de
tal modo que nunca puede ser suprimido.
3º. Si alguna de las partes, pública o privada, propone excepciones u
objeciones bien contra el documento, bien contra el mismo pro-
ceso, deberá presentar —en principio junto a su contestación— Índice
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las pruebas documentales que estimen convenientes para demos-


trar sus afirmaciones. No obstante, podría solicitar al juez un pla-
zo prudencial para presentar dichas pruebas si no las tiene en su
poder, así como pedir al juez que sea el tribunal de oficio quien
requiera dichos documentos, en el supuesto que éstos se encuen-
tren en algún archivo al que la parte no tenga por sí misma acce-
so.

791.
En cualquier caso, ya se ha indicado que el actor debe aportar con la demanda documen-
tos que contengan al menos indicios suficientes como para permitir la admisión de este proceso do-
cumental.

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586 Carmen PEÑA GARCÍA

Una vez recogida y publicada en su caso toda la prueba practica-


da, deberá darse la oportunidad a las partes para presentar sus
alegaciones, debiendo igualmente el defensor del vínculo presen-
tar su informe. En este sentido, aunque nada dice al respecto ni el
Código ni la Dignitas Connubii, es claro que el derecho a presen-
tar alegaciones entra dentro del derecho de defensa de las partes,
por lo que su denegación —especialmente en este supuesto de
contradictorio entre las partes— daría lugar a la nulidad insana-
ble de la sentencia, sin que la necesidad de eliminar las solemni-
dades procesales sean justificación suficiente para la vulnerción
del ius defensionis de las partes.
No caben, por el contrario, en este proceso documental los trámites
de réplica y dúplica, en virtud de la sumariedad del procedimiento, y ha-
bida cuenta el carácter no esencial de estos escritos para el derecho de
defensa.
En definitiva, dentro de la flexibilidad y relativa indeterminación de
los trámites de este proceso, debe mantenerse, como criterio de actua-
ción, que la necesaria brevedad en la tramitación de la causa y la omisión
de las solemnidades del proceso ordinario nunca justifica la violación o
denegación del derecho de defensa de las partes.

V. ALGUNAS CUESTIONES CONFLICTIVAS EN LA TRAMITA-


CIÓN DEL PROCESO

La notable indeterminación normativa ha provocado no pocas dudas


doctrinales y prácticas sobre algunas cuestiones que pueden plantearse
en el desarrollo y tramitación de este proceso, como las relativas a la po-
sibilidad de practicar alguna prueba no documental en este proceso, la Índice
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posibilidad de plantear reconvención o cuestiones incidentales en el mis-


mo...792.
Respecto a la posible admisión de alguna prueba no documental en es-
tos procesos, considero que, aunque, en principio, toda la prueba que se
practique en este proceso debe ser documental –dejando de lado la siem-
pre necesaria declaración delas partes— nada se opone a que, en caso de
impugnación del documento, se practicase alguna prueba pericial sobre
el mismo para determinar su autenticidad. A mi juicio, esta prueba no
792.
Ya nos pronunciamos con anterioridad sobre estas cuestiones en PEÑA GARCÍA, C., Procesos
canónicos matrimoniales de nulidad y disolución, en ed. O’CALLAGHAN, X., Matrimonio: nulidad ca-
nónica y civil, separación y divorcio, Madrid 2001, pp. 387-389.

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 587

vulneraría la finalidad ni la naturaleza del proceso documental, al tratar-


se de una prueba accesoria y complementaria del documento mismo, que
permitiría al juez, sin los inconvenientes de pasar al trámite ordinario, al-
canzar plena certeza acerca de la autenticidad del mencionado documen-
to, que sería el que, de conformidad con el art. 295, permitiese la declara-
ción de nulidad por el proceso documental.
Por otra parte, aunque la posibilidad de reconvención este proceso re-
sulta, en líneas generales, sumamente conflictiva, estando dividida la
doctrina al respecto, creemos que no hay duda respecto a la posibilidad
de admitir en este proceso el planteamiento de aquellas cuestiones preju-
diciales de las que dependa la resolución del mismo, aunque ello lleve
consigo, a tenor del art. 145 la suspensión del proceso documental y la re-
solución, por los trámites procedimentales que correspondan, de la cues-
tión previa.
Se trata de un supuesto que se puede dar con relativa frecuencia en
los procesos documentales: planteado este proceso documental por im-
pedimento de vínculo, el cónyuge bígamo —o, incluso, el cónyuge supers-
tite del bígamo, en caso de fallecimiento de éste— impugna a su vez la va-
lidez del primer matrimonio, sea por la vía del proceso documental o,
como es más frecuente, por proceso ordinario. En este caso, nos encon-
tramos propiamente ante un supuesto de conexión de causas, en el que la
demanda del bígamo impugnando la validez de su primer matrimonio
constituye propiamente una acción prejudicial respecto a la acción inter-
puesta por proceso documental impugnando la validez del segundo ma-
trimonio, ya que únicamente podrá ser nulo por impedimento de vínculo
el segundo matrimonio si el primero fue válido. Y aunque, en principio, la
validez de este primer matrimonio cuenta con una presunción iuris a su
favor, lo cierto es que, de ser impugnada dicha validez, la resolución del
Índice
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pleito principal dependerá de la resolución de la demanda planteada por


el bígamo, por lo que, tratándose de acciones conexas, deberán ser juzga-
das por el mismo tribunal y en el mismo proceso, a no ser que lo impidie-
ra un precepto legal, a tenor del can. 1414.
En estos supuestos, por tanto, corresponderá al juez, a la vista de las
circunstancias de la causa y del fundamento que presente la acción co-
nexa, decidir sobre la admisión de la misma, procediendo en su caso a
suspender la tramitación del proceso documental para tramitar y resol-
ver previamente la causa conexa. Aunque se trata de una decisión cierta-
mente delicada por parte del juez, a nuestro juicio, la necesidad de evitar
sentencias contradictorias, la misma configuración legal del impedimen-
to de vínculo y la salvaguarda del derecho de defensa de la parte que ve

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588 Carmen PEÑA GARCÍA

impugnada la validez de su matrimonio por impedimento de vínculo —el


cual depende, en último extremo, de la validez o nulidad del primer ma-
trimonio— aconsejan, con carácter general, que en estos casos se suspen-
da la tramitación del proceso documental y se resuelva previamente la
causa conexa.

VI. LA RESOLUCIÓN JUDICIAL EN EL PROCESO DOCUMENTAL

En este proceso, la decisión del juez versará sobre la cuestión de si del


documento presentado consta, con la certeza moral requerida para dic-
tar sentencia, la nulidad del matrimonio, en base a los siguientes criterios
de actuación:
1º. Si, efectivamente, el juez ha alcanzado dicha certeza moral de la
nulidad en base al documento indubitado, procederá a dictar la
correspondiente sentencia afirmativa.
2º. Si, por el contrario, no logra el juez la necesaria certeza sobre la
nulidad o no se cumplen los requisitos establecidos para el proce-
so documental, deberá el juez abstenerse de resolver sobre el fon-
do, dictando en su lugar un decreto de paso de la causa a proceso
ordinario.
En el proceso documental, en virtud de su naturaleza sumaria, única-
mente puede dictarse sentencia afirmativa. La sentencia negativa dictada
por el juez único en este proceso sería nula, a tenor del can. 1622, 1º (art.
272, 1º), por haber sido dictada por un número insuficiente de jueces. La
sentencia afirmativa, por su parte, es verdadera sentencia, por lo que de-
berá cumplir todos los requisitos exigidos para la sentencia en la regula-
ción del proceso contencioso ordinario. Índice
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En el supuesto de que el juez no hubiese alcanzado la suficiente certe-


za moral como para dictar sentencia afirmativa por el proceso documen-
tal, dictará decreto ordenando el paso de la causa a proceso ordinario. Se
trata, a tenor del can. 1629,4º en relación con el can. 1618 (arts. 280 §1,
4º, y 262, respectivamente) de un decreto no apelable, puesto que no
pone fin a la instancia ni tiene fuerza de sentencia definitiva.
Una vez dictado o recibido este decreto —según haya sido o no juez
del proceso documental— deberá el Vicario nombrar un tribunal colegia-
do de tres jueces para que juzguen la causa, tramitándola según las nor-
mas del proceso ordinario. Nada impide, por otro lado, que el juez que
conoció el proceso documental siga conociendo de la causa —dentro del

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 589

tribunal colegial— por proceso ordinario, al no haber juzgado sobre el


fondo de la cuestión.
Una vez constituido conforme a derecho el tribunal colegial, se pasará
directamente a la fijación de la fórmula de dudas en el proceso ordinario,
sin que sea necesario que las partes interpongan nuevamente la demanda
y la contestación a la misma. No obstante, nada se opone a que las partes,
al recibir el decreto de paso al proceso ordinario, añadan antes de la litis-
contestación nuevos capítulos de nulidad que anteriormente no hubiesen
invocado por no cumplir los requisitos del proceso documental, con el fin
de que sean incluidos en el dubium.

VII. FIRMEZA DE LA SENTENCIA DECLARATIVA DE


LA NULIDAD

En el proceso documental no se exige la concurrencia de la duplex


conformis para la firmeza y ejecutividad de la sentencia declarativa de la
nulidad. Por tanto, presupuesta la validez de esta sentencia afirmativa –
en caso contrario, podría interponerse querella de nulidad contra la mis-
ma— si la parte que se considere perjudicada no apela dentro del plazo
perentorio establecido para toda apelación en el art. 280 (can. 1630), o
una vez interpuesto el recurso, no prosigue en tiempo y forma la apela-
ción ante el juez ad quem, la sentencia afirmativa de primera instancia
adquirirá firmeza, convirtiéndose en ejecutable y permitiendo a las par-
tes contraer nuevo matrimonio, de modo que el único recurso que cabría
interponer sería, en su caso, la nueva propositio de la causa, con los re-
quisitos del art. 290 (can. 1644).
No es de aplicación en este proceso documental, por consiguiente, el
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traslado de oficio de los autos del tribunal inferior al tribunal de apela-


ción en caso de sentencia afirmativa previsto en el art. 264 (can. 1682),
dejándose a la iniciativa de la parte perjudicada, sea pública o privada, el
que la sentencia de primera instancia adquiera o no firmeza. Así se dedu-
ce del art. 298, que, reproduciendo lo dispuesto en el can. 1687, recuer-
da, no sólo el derecho a apelar de la parte que se considere perjudicada
por la sentencia, en su párrafo segundo, sino incluso, en el párrafo prime-
ro, el deber de apelar que tiene el defensor del vínculo contra aquellas
sentencias declarativas de la nulidad por proceso documental que perci-
ba mal fundadas.
En este sentido, tanto el Código en su can. 1687 como la Dignitas
Connubii, en el art. 298 §1 atribuyen un papel fundamental y destacado

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590 Carmen PEÑA GARCÍA

al defensor del vínculo en estas causas, aunque lo cierto es que se impo-


ne a este ministerio un deber un tanto peculiar, pues sólo deberá apelar
en el supuesto de que considere que no han quedado suficientemente
probados bien el impedimento, defecto de forma o falta de mandato vá-
lido para el matrimonio por procurador que originaron la nulidad del
matrimonio, bien la falta de dispensa del impedimento o el defecto de
forma, consideración ésta que queda a la prudente estimación de dicho
ministerio.
Se trata, pues, de un deber jurídico difícilmente exigible, al estar so-
metido el deber de recurrir a la libre valoración que de la necesidad del
recurso haga el obligado a presentarlo, como destaca acertadamente un
autor: «por un lado, se señala para el defensor del vínculo un deber jurí-
dico de apelar la primera sentencia de nulidad, de tal manera que estima-
mos que si incumple tal deber —apellare debet, dice el canon— se haría
merecedor de las sanciones penales —penas adecuadas impuestas por la
autoridad competente, incluso con privación del oficio, preceptúa el can.
1457 §1— a las que están sometidos los ministros del tribunal según el
can. 1457 §2. De otro lado, sin embargo, al remitirse el can. 1687 §1 a la
estimación prudente del defensor del vínculo acerca del vicio de la sen-
tencia para apelar de ella, el precepto convierte ese deber jurídico... en
un deber que pudiera resultar sólo aparente, pues no surge para el obli-
gado directamente del imperio de la ley. Por el contrario, sólo le vincula
tal imperio en cuanto prudencialmente estime que tiene razones funda-
das para impugnar la nulidad que la sentencia declaró. Por consiguiente,
las sanciones antes señaladas, por infracción del deber legal de apelar,
sólo serán aplicables si la infracción se debe a la arbitrariedad del defen-
sor del vínculo al no hacer uso de un poder jurídico sometido a su pru-
dencia. Así resulta que tal deber impuesto por el canon, más que jurídico
estricto, parecería ser un imperativo moral, pues el ejercicio de la apela- Índice
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ción no deja de quedar remitido a la estimación prudencial del defensor


del vínculo»793.
En definitiva, parece más bien que se pretende recordar al defensor del
vínculo su deber de ser diligente a la hora de interponer el recurso —dili-
gencia especialmente necesaria al no darse en esta causa el traslado de
oficio de los autos al tribunal de apelación— evitando así que pueda ad-
quirir firmeza una única sentencia que quizás no se apoye en un docu-
mento lo suficientemente incontrovertible.

793.
Cfr. DE DIEGO-LORA, C., Comentario al can. 1687, en Comentario exegético al Código de De-
recho Canónico, cit., p. 1957.

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 591

VIII. LA TRAMITACIÓN DEL PROCESO DOCUMENTAL EN APE-


LACIÓN (ART. 298-299)

Si alguna de las partes privadas hubiese interpuesto, dentro del plazo


perentorio de quince días útiles, apelación contra la sentencia de primera
instancia declarando la nulidad por el proceso documental, el apelante
deberá –a tenor de las normas generales de la apelación— proseguir la
apelación ante el juez ad quem dentro del plazo de un mes desde la inter-
posición del recurso, salvo que el juez de primera instancia le hubiese
concedido un plazo mayor.
Por el contrario, si el apelante hubiese sido el defensor del vínculo de
primera instancia, es al defensor del vínculo del tribunal superior al que
corresponde proseguir, en su caso, la apelación, puesto que el defensor
del vínculo de primera instancia no puede actuar ante el tribunal ad
quem. Por este motivo, el art. 298 §1 (can. 1687 §1) prevé que, en caso de
que la apelación la interponga el defensor del vínculo, el juez a quo debe-
rá trasmitir los autos al tribunal de segunda instancia, “advirtiéndole por
escrito que se trata de un proceso documental”, según dispone expresa-
mente tanto el Código como la Instrucción. El motivo de esta norma es
permitir, mediante este traslado de oficio de los autos al tribunal superior
una vez interpuesta la apelación por el defensor del vínculo, que el defen-
sor del vínculo de segunda instancia –una vez le dé el juez traslado de los
autos— pueda proseguir la apelación interpuesta por el de primera ins-
tancia.
También en segunda instancia, por mandato del art. 299 (can. 1688),
será preceptiva la intervención del Defensor del vínculo de segunda instan-
cia y la audiencia de las partes; además, en virtud del mismo artículo, la
causa será conocida por un tribunal unipersonal. Será, por tanto, el Vica-
Índice
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rio judicial de segunda instancia –o el juez que éste designe— quien cono-
cerá de la causa en apelación, tramitándola conforme a las normas del pro-
ceso documental expuestas en el art. 295 para la primera instancia, así
como las normas propias de la apelación en todo aquello que no vulnere el
espíritu o la naturaleza del proceso documental: p.e., en virtud de la natu-
raleza del proceso documental, parece claro que no cabe en este proceso la
posibilidad de introducir nuevos capítulos de nulidad en grado de apela-
ción, prevista para el proceso ordinario en el art. 268 (can. 1683).
En virtud igualmente del carácter sumario de este proceso documen-
tal, el juez de segunda instancia carece de la potestad de revocar o refor-
mar la sentencia de primera instancia, de tal modo que su poder de deci-
sión viene limitado a lo establecido en el art. 299: o confirma mediante

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592 Carmen PEÑA GARCÍA

sentencia —nunca mediante decreto ratificatorio794— la sentencia de pri-


mera instancia, por entender que consta la nulidad del matrimonio por el
medio probatorio que autoriza la utilización del proceso documental, o
por el contrario, si estima que dicha sentencia no puede ser confirmada,
deberá dictar un decreto remitiendo la causa al tribunal de primera ins-
tancia para su conocimiento por el proceso ordinario.
En el supuesto de que el tribunal de apelación confirmara la sentencia
apelada, declarando que consta de la nulidad del matrimonio por proce-
so documental, dicha sentencia será automáticamente firme y ejecutiva,
de tal modo que contra ella no cabrá más recurso —aparte de, en su caso,
la querella de nulidad— que el extraordinario de revisión o nueva propo-
sición de la causa, en los supuestos y con los requisitos del can. 1644.
Si, por el contrario, el juez de apelación estimase que no procede confir-
mar la sentencia, debe abstenerse de conocer sobre el fondo del asunto, limi-
tándose a dictar un decreto por el que resuelve que la causa no es susceptible
de ser juzgada por el proceso documental, debiendo conocerse por proceso
ordinario. En este mismo decreto, deberá el juez, a tenor del art. 299, orde-
nar la remisión de los autos al tribunal a quo, para que sea éste quien conoz-
ca de la causa en primera instancia mediante los trámites del proceso ordi-
nario. Una vez el juez de apelación dicta este decreto —que no es apelable
por no tener fuerza de sentencia definitiva—, pierde toda eficacia la senten-
cia de primera instancia que declaró la nulidad por proceso documental.

IX. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

BONNET, P.A., Il giudizio di nullità matrimoniale nei casi speciali, Roma 1979; ID., Il pro-
cesso documentale, en I procedimenti speciali nel diritto canonico, Ciudad del Vatica-
no 1992, pp. 51-92. Índice
Copyright © 2016. Dykinson. All rights reserved.

DE DIEGO-LORA, C., Naturaleza y supuesto documental del proceso «in casibus speciali-
bus», en Estudios de Derecho Procesal Canónico, vol. 3, Pamplona 1990, pp. 15-211;
ID., El proceso documental del nuevo «Codex Iuris Canonici», en «Ius Canonicum»
23, 1983, pp. 663-677, y en Estudios de Derecho Procesal Canónico, vol. 4, Pamplo-
na 1990, pp. 9-28; ID., Comentario a los cann. 1686-1688, en Comentario exegético
al Código de Derecho Canónico, vol. 4/2, cit., pp. 1946-1962.
GRESZATA, M., Zaskarenie wyroku, proces dokumentalny (art. 269-308), en ed. ROZKRUT,
T., Proces maeski wedug Instrukcji «Dignitas connubii», Drugie Ogólnopolskie Fo-
rum Sdowe (Gródek nad Dunajcem, 13-14 giugno 2005), Tarnów 2006, pp. 145-167.

794.
Por la remisión que se hace al art. 295, no cabe en este procedimiento la confirmación de
la sentencia afirmativa mediante decreto ratificatorio, prevista en el art. 265 §1 (can. 1682 §2) para
las nulidades declaradas en el proceso contencioso-ordinario.

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Título XIII: El proceso documental (arts. 295-299 DC) 593

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TÍTULO XIV
DE LA ANOTACIÓN DE LA NULIDAD DEL MATRIMONIO
Y DE LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN
DE UN NUEVO MATRIMONIO
(Arts. 300-301)

I. LA ANOTACIÓN DE LA NULIDAD DEL MATRIMONIO


(ART. 300)

El art. 300 establece lo siguiente: Ǥ 1. En cuanto la sentencia favora-


ble a la nulidad del matrimonio se haya hecho ejecutiva con arreglo a lo
dispuesto en el art. 301, el Vicario judicial debe notificarla al Ordinario
del lugar en el que se celebró el matrimonio. Y éste debe cuidar de que se
anoten cuanto antes en el libro de matrimonios y en el de bautismos la
nulidad del matrimonio que se ha declarado y los vetos que quizá se ha-
yan añadido (can. 1685). § 2. Pero si al Ordinario le consta que la deci-
sión es nula, debe remitir el asunto al tribunal, quedando a salvo el art.
274 § 2, y notificarlo a las partes (can. 1654 § 2)».
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Este artículo, que reproduce en gran parte el can. 1685, parte de un


dato: la existencia de un pronunciamiento firme, por haberse producido
la conformidad entre dos sentencias con arreglo a lo dispuesto en el art.
291, y la consiguiente «ejecutabilidad» de dicha sentencia firme. Utiliza-
mos este término entre comillas porque, propiamente hablando, no se
puede hablar de ejecución de aquellas sentencias —como las de nulidad
del matrimonio— meramente declarativas.
Este tipo de sentencias —en la medida en que se limitan a constatar la
existencia o no de una determinada relación jurídica— no son ejecutivas
en sentido estricto. Aun cuando en alguna ocasión van acompañadas de

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596 Carlos M. MORÁN BUSTOS

un decreto que le da el nombre de ejecutorio (can. 1651) —en los que se


indica, por ejemplo, que se «ejecute» mediante la inscripción en el libro
de matrimonios (can. 1685, art. 300)—, sin embargo, éste es un efecto se-
gundo que no es propiamente una ejecución de la sentencia de nulidad,
ya que la sentencia tiene para las partes el efecto que la propia ley, y ello
desde el momento en que se notifica la segunda sentencia conforme con
la nulidad (can. 1684 §1, art. 301 §1) —de hecho, si no existiera vetitum
alguno, desde ese momento se podría proceder a un nuevo matrimonio—,
de modo que las inscripción es sólo un acto secundario, un acto que se in-
serta en la conveniencia —por seguridad jurídica— de dejar constancia
de una realidad jurídica como es la nulidad del matrimonio; ello es así
porque existe constancia documental de un acto jurídico realizado, acto
que se anotó oportunamente —también por seguridad jurídica—, de
modo que, habiéndose declarado judicialmente su nulidad, es necesario
dejar constancia de ello en los mismos libros en los que se hubo anotado
el matrimonio, en concreto, en el libro de matrimonios, y en el libro de
bautismo de cada uno de los cónyuges.
Dicho esto, conviene dejar constancia de algunos datos que están re-
cogidos en este artículo:
1. La «ejecución» de la sentencia le corresponde al ordinario del lu-
gar donde se celebró el matrimonio, no al Obispo del lugar en que
se dio la sentencia de primer grado, tal como establece el can.
1653 para los procesos en general.
2. Para ello, el vicario judicial del tribunal que pronunció la senten-
cia —o el decreto ratificatorio— que confirmaba la primera de-
clarativa de nulidad del matrimonio debe comunicárselo al vica-
rio judicial del lugar en que se celebró el matrimonio, dándole
traslado de una copia de la sentencia o del decreto.
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3. Este vicario judicial informará al ordinario de lugar de su dióce-


sis, el cual, si los libros de matrimonio y de bautismo de ambos
están en su diócesis, ordenará a los párrocos encargados de los
archivos parroquiales de que se trate, para que procedan quam
primum a su anotación en los libros de bautismo de cada uno de
las partes, y también en el libro de matrimonio en que se quedó
inscrito (el del lugar de celebración del matrimonio); en caso de
haber sido bautizado alguna de las partes —o ambas— en otras
diócesis, habrá de comunicarlo al ordinario del lugar del bautis-
mo de cada uno de ellos, el cual se pondrá en contacto —también
quam primum— con los encargados de los archivos que corres-
pondan.

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Título XIV: De la anotación de la nulidad del matrimonio y de lo que debe preceder ... 597

4. Según se dice en el §2, si al ordinario le consta que la decisión es


nula, debe remitir el asunto al tribunal que dictó el último pro-
nunciamiento, y notificarlo a las partes.
5. En esos libros se inscribe la nulidad del matrimonio, y también
los posibles vetos que se hubieran añadido795.

II. LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN DE UN


NUEVO MATRIMONIO (ART. 301)

Aunque no se produce cosa juzgada material en los procesos declara-


tivos de nulidad del matrimonio (can. 1643, art. 289), sí que se produce
cosa juzgada formal, y también «un cierto efecto de cosa juzgada mate-
rial»796. Así, la sentencia o el decreto que ratifica la primera sentencia
afirmativa es firme, de modo que no podrá ser impugnado directamente,
salvo la posibilidad del recurso extraordinario de revisión arguyendo
nuevas y graves razones o argumentos; esas sentencias conformes, que se
constituyen en ley para las partes, permitirían oponer la excepción de
cosa juzgada (can. 1642 §2), de modo que no cabría volver a introducirse
la misma causa.
El efecto principal de la declaración del nulidad del matrimonio —una
vez que existen dos sentencias conformes— es, teniendo en cuenta el es-
tado de libertad en que se encuentran, la posibilidad de contraer matri-
monio una vez que se produzca la notificación del decreto ratificatorio o
de la sentencia, salvo que exista una prohibición que lo impida.
Así se señala claramente en el art. 301 §1 (can. 1684 §1): «cuando la
sentencia que por vez primera declaró la nulidad de un matrimonio haya
sido confirmada en grado de apelación, mediante decreto o nueva sen-
tencia, aquellos cuyo matrimonio ha sido declarado nulo pueden con- Índice
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traer nuevas nupcias a partir del momento en el que se les ha notificado


el decreto o la nueva sentencia, a no ser que esto se prohíba por un veto
incluido en la sentencia o decreto, o establecido por el Ordinario del lu-
gar, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 294».
Como se indica en el §2 de este art. 301, esta misma norma se aplica
cuando el matrimonio haya sido declarado nulo en un proceso documen-
tal por una única sentencia no apelada.

795.
Vid. Comentario al Título X, apartado VI.3-6.
796.
DE DIEGO LORA, C., Comentario al can. 1684, en «Comentario Exegético…», cit., p. 1932.

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598 Carlos M. MORÁN BUSTOS

Para concretar ese eventual propósito de contraer matrimonio ha-


brán de cumplimentarse las formalidades que establecen los cann. 1066-
1071 (art. 301 §3).

III. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

PONCE. F., El proceso documental, la ejecución de la sentencia y las costas procesales. Títu-
los XIII-XV de la Instrucción «Dignitas connubii», en ed. RODRÍGUEZ-OCAÑA, R.-SE-
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Pamplona 2006, pp. 303-345.
TURNATURI, E., Verità ed esecutività della sentenza dopo una duplice decisione conforme, en
AA.VV., Verità e definitività della sentenza canonica, Città del Vaticano 1997, pp. 79-99.

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TÍTULO XV
LAS COSTAS JUDICIALES
Y EL GRATUITO PATROCINIO
(Arts. 302-308 DC)

Una materia que, en relación con la regulación codicial, adquiere gran


desarrollo en la Dignitas Connubii es la referida a las costas judiciales, regu-
ladas en el Título XV, que cierra la Instrucción. Mientras el Código dedica a
esta cuestión un único canon (can. 1649), la Instrucción desarrolla profusa-
mente esta normativa en sus últimos siete artículos. Se trata de una cuestión,
si bien de relativamente escasa complejidad doctrinal, de una indudable im-
portancia práctica, en cuanto que la regulación que de la misma se haga
puede afectar a la posibilidad de las personas de acceder a los tribunales
eclesiásticos y, en última instancia, al derecho a la tutela judicial efectiva.

I. DERECHO-DEBER DEL OBISPO DE REGULAR NORMATI-


VAMENTE LAS COSTAS JUDICIALES (ART. 303)
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El párrafo primero del art. 303, reproduciendo lo dispuesto en el can.


1649, recuerda la obligación del Obispo de dictar normas acerca del pago
o compensación de las costas judiciales, los honorarios de procuradores,
abogados, peritos e intérpretes, las indemnización que en su caso corres-
pondan a los testigos, la concesión del gratuito patrocinio o de la reduc-
ción de costas, el resarcimiento de daños y el depósito o garantía para
asegurar el pago de las costas y el resarcimiento de daños.
Es al Obispo, como recuerda el art. 303 §1, a quien corresponde dic-
tar normas sobre estas cuestiones, aunque la aplicación de las mismas al
caso concreto y, en última instancia, la decisión sobre a quién correspon-

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600 Carmen PEÑA GARCÍA

de pagar las costas del proceso compete al colegio de jueces, que deberá
resolver la cuestión en la sentencia definitiva (art. 304 §1). A este respec-
to, el art. 304 §2, reproduciendo el párrafo segundo del can. 1649, recuer-
da que no cabe apelación separada sobre el pronunciamiento relativo a
las costas, aunque sí se reconoce el derecho de la parte que se considere
perjudicada a recurrir, en el plazo de quince días, contra la decisión ante
el colegio, quien podrá modificar la tasación.
Por otro lado, el art. 303 §2 introduce como novedad la referencia a
un criterio fundamental que deberá tener en cuenta el Obispo a la hora
de dictar dichas normas: «la peculiar naturaleza de las causas matrimo-
niales, que postula que, en la medida de lo posible, ambos cónyuges inter-
vengan en el proceso de nulidad». Es un principio fundamental del proce-
so canónico de nulidad favorecer por todos los medios la activa
intervención de la parte demandada en la causa, lo que debe ser tenido en
cuenta a la hora de remover los obstáculos –entre ellos, los económicos—
que puedan dificultar dicha participación. Por un lado, la parte deman-
dada se ve arrastrada por la parte actora a un proceso que ella no ha
planteado y en el que se pone en duda la validez de su matrimonio, por lo
que, sin perjuicio de la legitimidad de la pretensión y los intereses de la
parte actora, entiendo que hay que favorecer que la parte demandada
pueda ejercer adecuadamente sus derechos. Además, la participación ac-
tiva de la parte demandada no solo garantizará más adecuadamente el
ejercicio del derecho de defensa de esta parte, sino que, como destaca el
art. 95, permitirá un mejor conocimiento de la verdad, lo que interesa a
todos los ministros del tribunal y, en última instancia, a todos los intervi-
nientes en el proceso. Por lo general, la intervención de la parte deman-
dada resulta fundamental para que el tribunal pueda tener un conoci-
miento completo y no meramente parcial de lo ocurrido durante el
matrimonio, por lo que debe ser alentada y favorecida, lo que deberá ser Índice
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tenido especialmente en cuenta a la hora de dar y aplicar las normas so-


bre costas y sobre gratuito patrocinio.

II. CRITERIOS FUNDAMENTALES EN MATERIA DE COSTAS


(ARTS. 302, 305 Y 308)

El primer y el último artículo de este Título (arts. 302 y 308) expresan


los principios rectores que rigen esta materia, enmarcando toda la regu-
lación de la misma.
Por un lado, el art. 302 recuerda la obligación de las partes de contri-
buir en la medida de sus posibilidades al pago de las costas judiciales. El

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Título XV: Las costas judiciales y el gratuito patrocinio (arts. 302-308 DC) 601

desarrollo de la actividad jurisdiccional genera, en cualquier ordena-


miento, unos gastos que vendrán generalmente sufragados, al menos par-
cialmente, mediante el establecimiento de unas tasas, previamente deter-
minadas y públicas, que cobra el tribunal por el planteamiento del
proceso, diferentes de los honorarios que cobran los profesionales –abo-
gados y procuradores— que intervienen en el mismo. Las tasas suponen
la fijación de unos precios públicos por la prestación de un determinado
servicio y son expresión y reflejo, a nivel económico, del principio de co-
rresponsabilidad y participación de los administrados en parte del gasto
que suscitan. En términos generales, la administración de justicia, tanto
estatal como eclesiástica, suele financiarse parcialmente con tasas judi-
ciales, que atienden al principio de que quien utiliza un servicio debe
contribuir en alguna medida a sufragarlo, excepto en aquellos ordena-
mientos, como el español, en que toda la actividad de los tribunales civi-
les corre a cargo del Erario Público.
No obstante, este principio de pago de las costas judiciales está condi-
cionado, como se desprende del mismo tenor del art. 302, a que las partes
pueden hacer frente a las mismas, y debe ser puesto en relación con el de-
recho fundamental de acceso a los tribunales eclesiásticos, de modo que
nadie se vea privado, por su situación económica, de la posibilidad de re-
clamar sus derechos en vía judicial. En este sentido, es una preocupación
fundamental de la instrucción —cuyo cumplimiento se encomienda espe-
cialmente al Obispo— el garantizar el acceso de los fieles a los tribunales,
de modo que no se vean alejados del ministerio de éstos ni por el modo de
actuar de los ministros, ni por razones económicas, conforme establece
el art. 308. El derecho a la tutela judicial efectiva viene reconocida en el
ordenamiento canónico como un derecho fundamental de los fieles, en el
can. 221, y a la autoridad eclesiástica corresponde velar para remover los
obstáculos que impidan que se haga efectivo. Índice
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Este principio del art. 308 –que es un criterio interpretativo general,


en cuanto que no se limita a los aspectos económicos, sino que alcanza a
toda actuación de los ministros del tribunal— se concreta, en relación
con la capacidad de las partes para hacer frente a las costas judiciales, en
el art. 305, que reconoce el derecho de las partes a ser eximidos –total o
parcialmente— de las mismas si no pueden afrontarlas.
El artículo distingue entre «quienes se encuentran en completa imposi-
bilidad de afrontar las costas judiciales» –a quienes se les reconoce el dere-
cho al gratuito patrocinio o exención total de las costas— y quienes pueden
asumirlas en parte, que tienen derecho a una reducción de las costas. Las
costas a que alude este artículo incluyen no sólo las tasas judiciales, sino

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602 Carmen PEÑA GARCÍA

también todos aquellos desembolsos necesarios que exige el proceso: gas-


tos generados por la actuación del tribunal (exhortos, ...), honorarios del
perito público nombrado por el juez, honorarios del abogado y el procura-
dor que plantean la causa, ... No entran dentro del concepto de costas, por
el contrario, aquellos otros gastos procesales que no tienen carácter nece-
sario (informe pericial previo al planteamiento del proceso, ...).

III. EL PROCEDIMIENTO PARA LA CONCESIÓN DE GRATUITO


PATROCINIO O REDUCCIÓN DE COSTAS (ARTS. 306-307)

La regulación del procedimiento a seguir para la solicitud del gratuito


patrocinio o la reducción de costas corresponde, a tenor del art. 303, al
Obispo moderador del tribunal, quien tiene la obligación de dar normas
adecuadas para evitar toda inseguridad o arbitrariedad en esta cuestión.
No obstante, el art. 306 da unos criterios más concretos que deberán ser
tenidos en cuenta por el Obispo a la hora de elaborar dicha regulación.
Básicamente, según se deduce de este artículo, la exención o reducción
de costas exigirá el planteamiento de un procesículo previo —o de una causa
incidental, si se solicita una vez incoado el proceso— en el cual la parte peti-
cionaria presente al Vicario judicial o al presidente del tribunal un escrito
con una petición en este sentido, que deberá ir acompañado de las pruebas
—generalmente, documentales— que demuestren que su situación econó-
mica no le permite afrontar, total o parcialmente, los gastos del proceso. Es
necesario, en este sentido, que la solicitud vaya acompañada de pruebas que
demuestren la situación económica del peticionario, sin que sean suficientes
las meras manifestaciones de la parte al respecto.
Además, exige el art. 306, 2º que la causa para la cual se pide la conce-
Índice
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sión del gratuito patrocinio o la reducción de costas tenga apariencia de


buen derecho, pues no tendría sentido sufragar económicamente el plan-
teamiento de causas manifiestamente infundadas, que no deben ser ad-
mitidas por el tribunal.
Por otro lado, se prevé en el art. 306, 3º que el Vicario o el presidente
pueda solicitar, si lo estima oportuno, un voto al promotor de justicia y al
defensor del vínculo sobre la oportunidad de la concesión. Nada tenemos
que oponer a la posibilidad —no obligación— de intervención e informe
del promotor de justicia, si en algún caso concreto se ve necesario, puesto
que la concesión o denegación del gratuito patrocinio puede de algún
modo afectar al bien público eclesial y al efectivo ejercicio de los dere-
chos de las partes. Sin embargo, no alcanzamos a entender qué sentido

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Título XV: Las costas judiciales y el gratuito patrocinio (arts. 302-308 DC) 603

tiene pedir también el voto al defensor del vínculo acerca de la concesión


o no del gratuito patrocinio a las partes: indudablemente, podrá y deberá
informarse al defensor del vínculo, como a las restantes partes, de la soli-
citud de cualquiera de ellas, y podrá incluso darse a cualquiera de las
partes la oportunidad –si el juez lo estima oportuno— de alegar lo que es-
timen oportuno ante dicha petición, pero encontramos injustificado que
pueda el juez requerir un voto a este ministerio sobre esta cuestión, pues
se trata de una materia que propiamente no guarda relación alguna con
la defensa del vínculo797.
Por último, establece el art. 306, 4º un criterio útil en la práctica, es-
pecialmente teniendo en cuenta la necesidad de doble sentencia confor-
me en el proceso contencioso ordinario: la presunción de exención total o
parcial de costas en aquellos casos en que dicha exención o reducción
haya sido decretada en la instancia anterior. No obstante, la existencia de
esta presunción no elimina la potestad del juez de apelación de decidir
sobre las costas, puesto que la misma Instrucción recoge la posibilidad
de que el presidente revoque por justa causa la citada exención.
Una vez concedido el gratuito patrocinio, es responsabilidad del pre-
sidente, a tenor del art. 307, el solicitar al Vicario Judicial que designe un
abogado que se encargue de la defensa de los intereses del peticionario.
Igualmente, establece este artículo, en su párrafo segundo, la obligación
del abogado de asumir –salvo causa admitida por el presidente— dicho
patrocinio y cumplirlo con la debida diligencia. Si el abogado no cum-
pliera diligentemente su función, deberá ser llamado a su cumplimiento
por el Vicario judicial, sea de oficio o a instancia de la parte, el defensor
del vínculo o el promotor de justicia (art. 307 §3). Sorprende igualmente
la referencia al defensor del vínculo en este contexto, en cuanto que pare-
ce atribuir funciones de vigilancia disciplinar a este ministerio, lo que re-
sulta difícilmente encuadrable en el perfil legal del defensor del vínculo. Índice
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IV. APUNTES DE BIBLIOGRAFÍA

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Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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604 Carmen PEÑA GARCÍA

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Índice
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Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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APÉNDICE
CORRESPONDENCIA DE LOS ARTÍCULOS
DE LA DIGNITAS CONNUBII
*
CON EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO DE 1983
Juan Pablo II, c.a. Sacrae disciplinae leges: Can.1391, n.2: art.111 §1.
preámbulo, nota 10. Cáns.1400-1500: préambulo.
Codex Iuris Canonici: preámbulo.
Can.1400 §1, n.1: art.7 §1.
Can.1: art.1 §1.
Can.1402: art.1 §2.
Can.87: art.1 §3.
Can.1405 §1, nn.1, 4: art.8 §1.
Cáns.102-107: art.11 §1.
Can.1406 §2: art.8 §2.
Can.102 §2: art.11 §2.
Can.1407 §1: art.15.
Can.104: art.11 §3.
Can.1407 §2: art.10 §2.
Can.128: arts. 75 §3; 111 §3.
Can.1414: art.15.
Can.135 §3: art.32 §1.
Can.1415: art.18.
Can.193 §3: art.50 §4.
Can.1416: art.20.
Can.482: art.61 §1.
Can.1417 §2: art.28.
Can.483 §2: art.63.
Can.1418: art.29 §1.
Can.485: art.64.
Can.833, n.5: art.40. Cáns.1419-1421: art.23 §1.
Can.1056: preámbulo. Can.1419 §1: art.22 §1.
Can.1059: art.2 §1. Can.1420 §1: art.38 §1.
Can.1060: art.247 §5. § Can.1420 §2: art.38 §2. Índice
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Cáns.1066-1071: arts. 5 §3; 301 §3. Can.1420 §3: art.41 §1.


Can.1095: arts. 56 §4; 203 §1; 205 §2; 209 §1. Can.1420 §4: art.42 §1.
Can.1117: arts. 5 §3; 297 §2. Can.1420 §5: art.42 §3.
Can.1386: arts. 75 §1; 111 §1. Can.1421 §1: art.43 §1.
Can.1389: arts. 75 §1; 111 §1. Can.1421 §2: art.43 §2.
Can.1391: art.75 §1. Can.1421 §3: art.43 §3.
* Por cortesía del autor, reproducimos a continuación el listado preparado por el Profesor Boga-
rín para su publicación en: Bogarín Díaz, J.Fuentes citadas por la Instrucción, en Rodríguez Chacón, R.-
Ruano Espina, L. (eds), Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp.217-227

605

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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606 Correspondencia de los artículos de la Dignitas Connubii con el Código de Derecho Canónico de 1983

Can.1422: art.44. Can.1444 §1, n.2: art.27 §2.


Can.1423: art.23 §1. Can.1447: art.66 §§1, 2.
Can.1423 §1: art.26. Can.1448 §1: art.67 §1.
Can.1424: art.52. Can.1448 §2: art.67 §2.
Can.1425 §1: art.30 §1. Can.1449 §1: art.68 §1.
Can.1425 §2: art.30 §2. Can.1449 §2: art.68 §2.
Can.1425 §3: art.48 §§1, 2. Can.1449 §3: art.68 §3.
Can.1425 §4: art.30 §3. Can.1449 §4: art.68 §4.
Can.1425 §5: art.49. Can.1450: art.69 §1.
Can.1426 §1: art.31. Can.1451 §1: art.70 §1.
Can.1426 §2: art.46 §1. Can.1451 §2: art.70 §2.
Can.1428 §1: art.50 §1. Can.1452 §1: art.71 §1.
Can.1428 §2: art.50 §2 Can.1452 §2: art.71 §2.
Can.1428 §3: art.50 §3. Can.1453: art.72.
Can.1429: art.47 §§1, 3. Can.1454: art.35 §1.
Can.1430: art.53 §1. Can.1455 §1: art.73 §1.
Can.1431 §2: art.57 §3. Can.1455 §2: art.73 §2.
Can.1432: arts. 53 §1; 56 §3. Can.1455 §3: arts. 73 §3; 232 §1.
Can.1433: art.60. Can.1456: art.74.
Can.1434: art.59. Can.1457: art.75 §1.
Can.1435: art.54. Can.1457 §1: art.10 §3.
Can.1436 §1: art.53 §3. Can.1457 §2: art.46 §2, n.4.
Can.1436 §2: art.53 §§2, 4. Can.1458: art.76 §§1, 2
Can.1437 §1: art.62 §1. Can.1459 §1: art.77 §1.
Can.1437 §2: art.62 §2. Can.1459 §2: art.77 §2. Índice
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Can.1438-1439: art.17. Can.1460 §1: art.78 §1.


Can.1438, n.1: art.25, n.1. Can.1460 §2: art.78 §2.
Can.1438, n.2: art.25, n.2. Can.1460 §3: art.78 §3.
Can.1439 §1: art.25, n.3. Can.1461: art.79.
Can.1439 §2: art.25, n.4. Can.1464: art.80.
Can.1439 §3: art.26. Can.1465 §1: art.81 §1.
Can.1440: art.9 §1, n.2. Can.1465 §2: art.81 §2.
Can.1441: art.30 §4. Can.1465 §3: art.81 §3.
Can.1444 §1: art.17. Can.1466: art.82.
Can.1444 §1, n.1: art.27 §1. Can.1467: art.83.

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Correspondencia de los artículos de la Dignitas Connubii con el Código de Derecho Canónico de 1983 607

Can.1468: art.84. Can.1504: art.116 §1.


Can.1469 §1: art.85 §1. Can.1505 §1: art.119 §1.
Can.1469 §2: art.85 §2. Can.1505 §2: art.121 §1.
Can.1470 §1: art.86. Can.1505 §3: art.123.
Can.1470 §2: arts. 46 §2, n.4; 75 §1; 87; 111 §1. Can.1505 §4: art.124 §1.
Can.1471: art.172. Can.1506: art.125.
Can.1472 §1: art.88 §1. Can.1507 §1: art.126 §1.
Can.1472 §2: art.88 §2. Can.1507 §2: art.126 §2.
Can.1473: art.89. Can.1507 §3: art.126 §3.
Can.1474 §1: art.90 §1. Can.1508 §1: art.127 §1.
Can.1474 §2: art.90 §2. Can.1508 §2: art.127 §3.
Can.1475 §1: art.91 §1. Can.1508 §3: art.128 §1.
Can.1475 §2: art.91 §2. Can.1509 §1: arts. 130 §1; 132 §2.
Can.1476: arts. 92, n.1; 95 §2. Can.1509 §2: art.130 §2.
Can.1477: art.96. Can.1510: art.133.
Can.1478 §1: art.97 §1. Can.1511: art.128.
Can.1478 §3: art.97 §3. Can.1512, nn.2-3, 5: art.129.
Can.1478 §4: art.97 §2. Can.1512, n.2: art.9 §1, n.1.
Can.1479: art.98. Can.1512, nn.2, 5: art.12.
Can.1482 §1: art.103 §2. Can.1513 §§1-2: art.135 §2.
Can.1482 §2: art.103 §3. Can.1513 §3: art.135 §4.
Can.1482 §3: art.103 §4. Can.1514: art.136.
Can.1483: art.105 §1. Can.1518: art.143.
Can.1484 §1: art.106 §1. Can.1519 §1: art.144 §1.
Can.1484 §2: art.106 §2. Can.1519 §2: art.144 §2. Índice
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Can.1485: art.107 §1. Can.1520: art.146.


Can.1486 §1: art.108. Can.1521: art.147.
Can.1486 §2: art.107 §2. Can.1522: art.148.
Can.1487: art.109. Can.1523: art.149.
Cáns.1488-1489: arts. 46 §2, n.4; 110; 111 §1. Can.1524 §1: art.150 §1.
Can.1490: art.113 §3. Can.1524 §3: art.150 §2.
Cáns.1501-1655: preámbulo. Can.1525: art.151.
Can.1501: art.114. Can.1526 §1: art.156 §1.
Can.1502: art.115 §1. Can.1526 §2, n.1: art.156 §2.
Can.1503: art.115 §2. Can.1527 §1: art.157 §1.

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608 Correspondencia de los artículos de la Dignitas Connubii con el Código de Derecho Canónico de 1983

Can.1527 §2: art.158 §1. Can.1558 §1: art.162 §1.


Can.1528: art.161 §1. Can.1558 §2: art.162 §2.
Can.1529: art.160. Can.1558 §3: arts. 51; 162 §3.
Can.1530: art.177. Can.1559: art.159 §1.
Can.1531: art.178. Can.1560 §1: art.165 §1.
Can.1532: art.167 §2. Can.1560 §2: art.165 §2.
Can.1534: art.178. Can.1561: arts. 51; 166.
Can.1536 §2: art.180 §1. Can.1562 §1: art.167 §1.
Can.1537: art.181. Can.1562 §2: art.167 §2.
Can.1538: art.182. Can.1563: art.168.
Can.1539: art.183. Can.1564: art.169.
Can.1540 §1: arts. 62 §2; 184 §1. Can.1565 §1: art.170 §1.
Can.1540 §2: art.184 §2. Can.1565 §2: art.170 §2.
Can.1540 §3: art.184 §3. Can.1566: art.171.
Can.1541: art.185 §1. Can.1567 §1: art.173 §1.
Can.1542: art.187. Can.1567 §2: art.173 §2.
Can.1543: art.189. Can.1568: art.174.
Can.1544: art.190. Can.1569 §1: art.175 §1.
Can.1545: art.191. Can.1569 §2: art.175 §2.
Can.1546 §1: art.192 §1. Can.1570: art.176.
Can.1546 §2: art.192 §2. Can.1572: art.201.
Can.1547: art.193. Can.1573: art.202.
Can.1548 §1: art.194 §1. Can.1574: arts. 203 §2; 209 §3.
Can.1548 §2: arts. 178; 194 §2. Can.1575: art.204 §1.
Can.1549: art.195. Can.1576: art.206. Índice
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Can.1550 §1: art.196 §1. Can.1577 §1: arts. 207 §1; 209 §3.
Can.1550 §2: art.196 §2. Can.1577 §2: art.207 §2.
Can.1551: art.197. Can.1577 §3: art.207 §3.
Can.1552 §1: art.198 §1. Can.1578 §1: art.210 §1.
Can.1552 §2: art.164. Can.1578 §2: art.210 §2.
Can.1553: art.157 §3. Can.1578 §3: art.211.
Can.1554: art.199. Can.1579 §1: art.212 §1.
Can.1555: art.200. Can.1579 §2: art.212 §2.
Can.1556: art.163 §1. Can.1581 §1: art.213 §1.
Can.1557: art.163 §2. Can.1581 §2: art.213 §2.

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
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Correspondencia de los artículos de la Dignitas Connubii con el Código de Derecho Canónico de 1983 609

Can.1584: art.214. Can.1608 §3: art.247 §4.


Can.1585: art.215. Can.1608 §4: art.247 §5.
Can.1586: art.216 §1. Can.1609 §1: art.248 §1.
Can.1587: art.217. Can.1609 §2: art.248 §§2, 7.
Can.1588: art.219. Can.1609 §3: art.248 §3.
Can.1589 §1: art.222 §§1-2. Can.1609 §4: art.248 §4.
Can.1589 §2: art.222 §3. Can.1609 §5: art.248 §5.
Can.1590 §1: art.224 §1. Can.1610 §1: art.249 §4.
Can.1590 §2: art.225. Can.1610 §2: art.249 §§1-3.
Can.1591: art.226. Can.1610 §3: art.249 §5.
Can.1592 §1: art.138 §1. Can.1611: art.250.
Can.1592 §2: art.138 §3. Can.1611, n.4: art.304 §1.
Can.1593 §1: art.139 §1. Can.1612 §1: art.253 §1.
Can.1593 §2: art.139 §2. Can.1612 §2: art.253 §2.
Can.1594: art.140. Can.1612 §3: art.253 §3.
Can.1598 §1: arts. 157 §2; 229 §§1, 3; 230; Can.1612 §4: art.253 §4.
231; 235 §1. Can.1613: art.256.
Can.1598 §2: art.236. Can.1614: arts. 253 §5; 257 §§1-2.
Can.1599 §1: art.237 §1. Can.1615: art.258 §1.
Can.1599 §2: art.237 §2. Can.1616 §1: art.260 §1.
Can.1600 §1: art.239 §1. Can.1616 §2: art.260 §2.
Can.1600 §2: art.239 §2. Can.1617: arts. 121 §2; 261; 265 §4.
Can.1600 §3: art.239 §3. Can.1618: art.262.
Can.1601: art.240 §1. Can.1620: art.270.
Can.1602: art.240 §2. Can.1620, n.7: art.231. Índice
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Can.1603 §1: art.242 §1. Can.1621: art.271.


Can.1603 §2: art.242 §2. Can.1622: art.272.
Can.1603 §3: art.243 §1. Can.1622, n.1: art.30 §4.
Can.1604 §1: art.241. Can.1623: art.273.
Can.1604 §2: art.244 §1. Can.1624: art.274 §1.
Can.1605: art.244 § 2. Can.1625: art.274 §3.
Can.1606: art.245 §2. Can.1626 §1: art.276 §1.
Can.1607: art.246. Can.1626 §2: art.276 §2.
Can.1608 §1: art.247. Can.1627: art.277 §1.
Can.1608 §2: art.247 §3. Can.1628: art.279 §1.

Morán, Bustos, Carlos M., and García, Carmen Peña. <i>Nulidad de matrimonio y proceso canónico: comentario adaptado a la instrucción
Dignitas Connubii</i>, Dykinson, 2016. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/unav/detail.action?docID=4508175.
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610 Correspondencia de los artículos de la Dignitas Connubii con el Código de Derecho Canónico de 1983

Can.1629: art.280 §1. Can.1671: art.3 §1.


Can.1629, n.4: art.228. Can.1672: art.3 §3.
Can.1629, n.5: arts. 222 §2; 231. Can.1673: art.10 §1.
Can.1630 §1: art.281 §1. Can.1674, n.1: art.92, n.1.
Can.1630 §2: art.281 §3. Can.1674, n.2: art.92, n.2.
Can.1631: art.282. Can.1675 §1: art.93.
Can.1632 §1: art.283 §1 Can.1675 §2: arts. 94; 143.
Can.1632 §2: arts. 17; 283 §2. Can.1676: art.65 §1.
Can.1633: art.284 §1. Can.1677 §1: art.127 §1.
Can.1634 §1: art.285 §1. Can.1677 §2: arts. 126 §1; 135 §1.
Can.1634 §2: art.285 §2. Can.1677 §3: art.135 §3.
Can.1634 §3: art.285 §3. Can.1677 §4: art.137.
Can.1635: art.286. Can.1678 §1: art.159 §1
Can.1636: art.287. Can.1678 §2: art.159 §2.
Can.1637 §1: art.288 §1. Can.1679: art.180 §2.
Can.1637 §3: art.288 §2. Can.1680: art.203 §§1-2.
Can.1637 §4: art.288 §3. Can.1681: art.153 §§1-3.
Can.1639 §2: art.267 §3. Can.1682 §1: arts. 253 §5; 264.
Can.1640: art.267 §§1-2. Can.1682 §2: art.265 §1.
Can.1641, n.1: art.291 §1. Can.1683: arts. 17; 268 §1.
Can.1643: arts. 80 §2; 289. Can.1684 §1: art.301 §1.
Can.1644 §1: arts. 290 §1; 293 §1. Can.1684 §2: art.290 §2.
Can.1644 §2: art.294. Can.1685: art.300 §1.
Cáns.1645-1648: art.78 §2. Can.1686: art.295.
Can.1645 §2, nn.1-3: art.239 §1, n.1. Can.1687 §1: art.298 §1. Índice
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Can.1649 §1: art.303 §1. Can.1687 §2: art.298 §2.


Can.1649 §2: art.304 §2. Can.1688: art.299.
Can.1654 §2: art.300 §2. Can.1689: art.252.
Cáns.1658-1670: art.224 §1. Can.1690: art.6.
Can.1669: art.269. Can.1691: preámbulo.
Can.1670: art.224 §2. Cáns.1697-1706: art.7 §1.
Cáns.1671-1691: preámbulo. Cáns.1702-1704: art.153 §2.

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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA DE CONSULTA

Además de las referencias bibliográficas específicas incluidas al final


de cada capítulo y en notas a pie de página a lo largo del texto, se reco-
gen a continuación, sin pretensión de exhaustividad, algunas obras y tra-
tados generales de derecho procesal canónico:

AA.VV. Il processo matrimoniale canonico, Ciudad del Vaticano 1994.


AA.VV., Il giudizio di nullità matrimoniale dopo l’istruzione «Dignitas Connubii». Parte pri-
ma. I principi, Ciudad del Vaticano 2007.
AA.VV., Il giudizio di nullità matrimoniale dopo l’istruzione «Dignitas Connubii». Parte se-
conda. La parte statica del processo, Ciudad del Vaticano 2007.
ARROBA CONDE, M.J., Diritto procesuale canonico, Roma 2006.
CALVO TOJO, M., Reforma del proceso matrimonial anunciada por el Papa, Salamanca
1999.
DE DIEGO LORA, C.-RODRÍGUEZ OCAÑA, R., Lecciones de derecho procesal canónico. Parte
general, Pamplona 2003.
FRANCESCHI, H.-LLOBELL, J.-ORTIZ, M. A., (Eds.) La nullità del matrimonio: temi proces-
suali e sostantivi in occasione della «Dignitas Connubii», Roma 2005.
GARCÍA FAÍLDE, J.J., Tratado de derecho procesal canónico: comentario al Código de dere-
cho canónico vigente y a la instrucción “Dignitas connubii”, Salamanca 2005; ID., La
instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca 2006.
GOTI ORDEÑANA, J., Tratado de derecho procesal canónico, Madrid 2001
GULLO, C.- GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio,
ed. 2, aggiornata con l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005. Índice
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GRUPPO ITALIANO DOCENTI DI DIRITTO CANONICO (ed.), Quaderni della Mendola, vol. 6: I giudizi
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Mendola, vol. 7: I giudizi nella Chiesa: Processi e procedure speciali, Milán 1999.
IGLESIAS ALTUNA, J. Mª, Procesos matrimoniales canónicos, Madrid 1991.
JACOBS, A., Le droit de la défense dans les procès en nullité de mariage, París 1998.
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MANZANARES, J. (ed.), Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, Salamanca 1993.
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LLAGHAN, X.. (Dir), Matrimonio: nulidad canónica y civil, separación y divorcio,
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PINTO, P.V., I processi nel codice di diritto canonico. Commento sistematico al Lib. VII, Ciu-
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POMPEDDA, M., Studi di diritto processuale canonico, Milano 1995.
RAMOS, F.J, I tribunali ecclesiastici. Costituzione, organizzazione, norme processuali, cause
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RODRÍGUEZ CHACÓN, R. - RUANO ESPINA, L. (Eds.), Los procesos de nulidad de matrimonio
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RODRÍGUEZ-OCAÑA, R. – SEDANO, J. (Eds.), Procesos de nulidad matrimonial. La Instruc-
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ROZKRUT, T. (Ed.), Proces malzenski wedlug Instrukcji «Dignitas connubii» (Il processo ma-
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Índice
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ÍNDICE TEMÁTICO

— A —
— Abogado (vide Procurador):
• «Vigilancia» del obispo diocesano sobre su actuación: 104, 599.
• Los ministros del tribunal no pueden actuar como abogados en el mismo
o en otro tribunal: 108.
• Nombramiento libre de la parte y admisión por el juez: 205; número de
abogados por causa: 207.
• El mandato de abogado: 207.
* quién lo concede: 207.
* formalidades: 207.
* cese-remoción: 115, 119, 134, 207, 209, 532.
• Participación del abogado en la práctica de las pruebas y en otras actua-
ciones procesales: 160, 292, 300, 301, 308, 324, 360, , 392, 401, 407, 391,
414, 416, 437, 447, 546.
• Derechos del abogado: 301.
• El elenco de abogados: 206.
• La función de abogado y procurador puede ser desempeñada en una cau-
sa por la misma persona: 206.
• Diferencias entre abogado y procurador: 206.
• Requisitos personales: 208.
• Prohibiciones: 209, 334.
• Sanciones 210.
— Acatólicos:
Índice
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• Competencia de la Iglesia para declarar la nulidad de su matrimonio: 39-42.


• Derecho sustantivo y procesal aplicable en las causas de nulidad de los
acatólicos: 37-51.
• Capacidad para ser parte: 174.
• Legitimación para impugnar el matrimonio: 190-194.
• Pueden ser testigos en las causas de nulidad: 333.
— Acción Procesal:
• Acción, pretensión y proceso: 270-272.
• El derecho de acción corresponde a la parte, no al juez: 158, 216, 240, 508.
• Se reconoce el derecho de acción a toda persona: 40.
• Elementos identificativos de la acción: 64, 550.

613

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614 Índice temático

• La legitimación como presupuesto de la acción: 185.


• El ejercicio conjunto de la acción por ambos cónyuges: 195-198.
• El ejercicio de la acción de nulidad por el Promotor de justicia o por un
tercero: 198, 199-201, 202-203, 204, 584.
• Acción y excepción: 162.
• Acción reconvencional: 161, 235-237.
• Acciones conexas: 74, 587.
• Acumulación inicial o sobrevenida de acciones: 220-223, 239, 243-244,
247, 258, 403, 490, 495-498.
• Importancia de favorecer el ejercicio del derecho de acción: 65, 70, 225,
226, 227, 228, 232.
• La renuncia o caducidad de la instancia no afecta al derecho de acción:
262, 232, 273, 280, 286.
• La querella de nulidad como acción: 505, 516, 518.
— Actor (vide Partes):
• Noción: 172.
• El actor y las excepciones procesales: 162.
• El principio actor forum rei sequitur: 69.
• Fuero del actor: 70.
• El principio nemo iudex sine actore: 216, 440, 508.
• Debe fundamentar jurídica y fácticamente su petición inicial: 218.
• Anuncio de pruebas en la demanda presentada por el actor: 220.
• El actor y la acumulación de capítulos: 220.
• Inadmisión de la demanda por ausencia de capacidad procesal y legiti-
mación del actor: 225.
• El actor puede recurrir la inadmisión de la demanda: 227.
• El principio «actore non probante, reus absolvitur»: 256.
• La ausencia del actor: 261.
• La renuncia a la instancia del actor: 281.
• Condiciones de la renuncia a la instancia del actor: 284.
• El actor puede apelar: 523.
— Actas Procesales: Índice
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• Actas de la causa y actas del proceso: 167, 262, 280, 283.


• Exigencias de las actas: 167, 448, 451.
• Idioma de las actas: 168.
• Su redacción y custodia corresponde al moderador de la cancilleria y al
notario: 146-148, 169.
• A quién se puede dar copia de las actas: 160, 396-398.
— Actos judiciales:
• Han de recogerse todos por escrito: 167.
• Necesidad de entendimiento y voluntad para realizar actuaciones proce-
sales: 176.
• Los actos judiciales del procurador: 208.
• La notificación de los actos judiciales: 233.

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Índice temático 615

• Régimen de notificaciones de los actos judiciales en función de las actitu-


des procesales: 238, 258.
• Acto inexistente y acto nulo: 506, 507, 508.
• Distinción entre «actos» y «actas» procesales (judiciales): 280.
• Actos del Colegio: 120.
• Actos del Presidente: 122.
• Actos del Ponente: 124.
• El notario da fe pública de las actuaciones judiciales: 147.
• Plazos para actuar judicialmente: 165.
• La nulidad de los actos es res odiosa y exige interpretación estricta: 505.
— Actuario: (vide Notario).
— Alegaciones/Alegatos (escrito de):
• Características y requisitos: 411.
• El derecho a presentar alegaciones, integrante del derecho de defensa:
250, 410, 584, 586.
• Posibilidad de renuncia por las partes: 414-416.
• Posibilidad de presentarlo también en el proceso brevior de confirmación
de sentencia: 485-486.
— Apelación: (vide Impugnación de Resoluciones Judiciales y Recursos):
• Concepto: 521.
• Razón de ser y finalidad: 502, 504, 520.
• ¿Instancia única o multiplicidad de instancias?: 521.
• Características y naturaleza del recurso de apelación: 522.
• Distinción respecto de la querella de nulidad, la revisión de la causa y la
restitutio in integrum: 522, 541.
• Sujetos legitimados para apelar: 523, 525.
• Ante qué tribunal apelar: 92, 94, 533.
• Si se apela a la Rota romana y a otro tribunal de apelación: 533.
• No cabe apelación ante el Obispo: 112.
• En la sentencia se debe indicar si hay posibilidad de apelar y ante quién:
451, 469. Índice
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• En apelación se da también la colegialidad: 100.


• El defensor del vínculo y la apelación: 140, 141.
• El procurador tiene derecho-obligación de apelar, salvo que el mandante
se oponga: 208.
• Decisiones no apelables: la decisión que resuelve la recusación: 157; o la
que resuelve el recurso sobre el dubium: 242, 246; o el decreto de decla-
ración de ausencia: 254; o la resolución del recurso de inadmisión de
pruebas: 300; o la admisión-inadmisión a trámite de una causa inciden-
tal: 383; o el decreto de pase a proceso ordinario: 491; el decreto que in-
dica que se pase abandone el proceso documental y se siga el proceso or-
dinario: 588; o el pronunciamiento sobre costas: 600.
• La apelabilidad o menos de la resolución de la excepción de incompeten-
cia : 163.

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616 Índice temático

• La cuestión de la apelabilidad de la decisión que resuelve la causa inci-


dental: 385.
• La apelación de la inadmisión de la demanda: 227.
• ¿Puede llamarse apelación a la remisión de los autos de oficio al tribunal
superior? : 480, 483.
• La introducción de nuevos capítulos de nulidad en apelación, juzgados
como en primera instancia: 495.
• La apelabilidad de la decisión sobre la conformidad equivalente de las
sentencias: 556.
• La apelabilidad del decreto de admisión-inadmisión del recurso de revi-
sión: 569.
• Apelabilidad del decreto denegatorio de levantamiento del veto: 466.
• La acumulación de la querella de nulidad y la apelación: 517.
• Sentencias no apelables: 525, 526, 527.
• Interposición de la apelación: 528-531.
• Prosecución de la apelación: 531-533.
• Cuestiones relacionadas con el derecho de apelar: 531.
• Abandono y renuncia de la apelación: 534).
• No es necesaria la apelación en el proceso documental: 589.
— Asesor (del juez único):
• Su finalidad es ayudar al juez único: 130.
• Causas en las que actúa: 99.
• Régimen de incompatibilidades: 68, 106, 108, 154.
• Debe prestar juramento: 105; y constar en autos su designación: 130.
• Pueden ser recusados: 130.
• Ni el defensor del vínculo ni el promotor de justicia son asesores del juez:
143, 224.
• Oír al asesor especialista en procesos super rato, antes del cambio juris-
diccional: 291.
• La redacción de la sentencia le corresponde al juez único, no al asesor:
429.
Índice
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— Auditor (vide Instructor).


— Ausencia (vide Parte):
• Ausencia de la parte, principio de contradicción y derecho de defensa:
247-250.
• Ausencia y sometimiento a la justicia del tribunal: 237, 254.
• Requisitos para la declaración de ausencia del demandado: 250-257.
• La declaración de ausencia: quién la hace: 253; cómo: 253: cuándo: 254,
qué efectos tiene sobre la tramitación de la causa: 255.
• La parte puede abandonar la ausencia y comparecer: 259.
• Notificaciones que han de hacerse al ausente: 238-240, 258, 395.
• Ausencia inicial y ausencia sobrevenida: 255.
• Derechos de la parte ausente: 257-261.

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Índice temático 617

• Ausencia de la parte y nulidad de la sentencia: 514.


• Ausencia del demandado y homologación civil de la sentencia: 251.
• Ausencia del actor: 261.
• Del defensor del vínculo y del promotor de justicia: 145.

— B —
— Bien Público:
• La razón de ser del defensor del vínculo y del promotor de justicia es el
bien público: 131; el cual es defendido de un modo distinto por cada uno
de ellos: 132.
• El bien público exige que defensor del vínculo y promotor de justicia sean
oficios estables: 134.
• Actuación del promotor de justicia es defensa del bien público: 142.
• El juez puede actuar de oficio si está en juego el bien público: 157, 297.
• Si está en juego el bien público, puede dejarse de publicar alguna actua-
ción: 398.
• El bien público exige que intervenga el promotor de justicia en el levanta-
miento del veto: 462.
• El bien público exige que no sea taxativo el elenco de supuesto de nulidad
insanable: 506.
• En función del bien público, defensor del vínculo y promotor de justicia
está legitimados para presentar querella de nulidad y para apelar : 524,
615.
• Bien público y patrocinio gratuito: 602.

— C —
— Caducidad de la Instancia (vide Instancia Judicial):
• Noción: 277.
• Requisitos para decretar la caducidad válidamente: 277-279.
• Naturaleza procesal de la caducidad: 279. Índice
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• Efectos: extingue las actas del proceso, no las de la causa: 280.


• Tribunal competente para reanudar la instancia en casos de caducidad:
67, 281.
— Canonización de Leyes de Otros Ordenamientos:
• De derecho matrimonial sustantivo: 49, 50, 51.
• Sobre la capacidad de las personas: 183.
• En materia procesal: 306, 322.
— Capacidad Procesal (vide Legitimación):
• Noción: 175.
• Ligada al entendimiento y a la voluntad: 176.
• Distinción entre capacidad procesal y legitimación: 185.
• La capacidad procesal y los que carecen de uso de razón: 177.

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618 Índice temático

• La capacidad procesal y los minus firmae mentis: 179.


• La capacidad procesal y los menores: 182.
• Madurez necesaria para actuar en juicio y para contraer matrimonio:
181.
• Designación del curador que suple la incapacidad procesal: 183.
• El curador nombra al abogado y al procurador: 207.
• Capacidad procesal y admisión-inadmisión de la demanda: 225.
— Capítulo de Nulidad (Causa Petendi):
• Cada capítulo de nulidad es una acción: 64, 74, 216, 236, 242, 441, 490,
535, 550.
• En la misma causa pueden invocarse varios capítulos de nulidad, inicial-
mente o con carácter sobrevenido: 196-220, 223, 239, 243-244, 247, 258,
403, 490, 495-498.
• Capítulos de nulidad incompatibles entre sí: 221-223.
• Conocer el capítulo de nulidad integra el derecho de defensa de la parte:
231, 239.
• Exigencia probatoria de los capítulos de nulidad por incapacidad: 348,
357.
• Consecuencias del defecto de mandato para un capítulo determinado:
509.
— Careo:
• Puede ser pedido por las partes u ordenado de oficio por el juez: 297.
• En qué casos procede: 309, 360.
— Católicos de Rito Oriental:
• Competencia del tribunal latino para conocer estas causas: 75.
— Causa Incidental:
• Noción: 373.
• Elementos: existencia de un proceso principal en curso: 374; el elemento
objetivo de las causas incidentales: 375; el juez competente: 376.
• Cuándo se pueden presentar: 374.
• Han de estar fundadas y ser prejudiciales respecto de la principal: 375. Índice
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• Se proponen ante el juez que conoce de la principal: 376.


• Sujetos legitimados para proponerlas: 378.
• Posible participación del promotor de justicia cuando esté en juego el
bien público: 142.
• Cuestiones susceptibles de ser propuestas como causas incidentales: 380.
• Algunos casos concretos: ¿la declaración de ausencia es una cuestión in-
cidental?: 253; con ocasión de la renuncia a la instancia: 284; recurso
contra admisión de una prueba: 301; incidente de falsedad documental:
324; reprobación y tacha de testigos: 337; con ocasión del nombramiento
de un perito: 351; el resarcimiento de daños: 447; la apelación «inciden-
tal»: 530; exención y reducción de costas: 602.
• Modo de proposición: 381.
• Procedimiento concreto que han de seguir las causas incidentales: 381.

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Índice temático 619

• El planteamiento de una causa incidental origina la suspensión de la ins-


tancia: 275.
• ¿Son apelables las decisiones tomadas por el tribunal durante la tramita-
ción-decisión de las causas incidentales?: 385.
• La revocación del decreto o sentencia interlocutoria por parte del tribu-
nal: 387.
— Causas de Nulidad Matrimonial por Incapacidad:
• Obligaciones del defensor del vínculo: 139, 356.
• Importancia y requisitos de la prueba pericial: 348-350, 353-355, 357.
• Especialidades en la imposición y levantamiento del veto: 454, 461.
— Causas Sobre el Estado de las Personas (vide Cosa Juzgada):
• Las causas de nulidad no pasan a cosa juzgada: 535.
• Cosa juzgada formal y material en estas causas: 597.
• En estas causas, no cabe apelación contra la sentencia que haya pasado a
cosa juzgada formal: 526.
• El recurso extraordinario de revisión en ellas: 504.
— Certeza Moral:
• Noción de certeza moral: 433.
• La certeza moral es distinta de la certeza absoluta o evidencia y de la
«cuasi-certeza» o probabilidad y también de la «certeza prevalente»: 434.
• Para alcanzar la certeza moral hay que excluir cualquier prudente duda
positiva de error: 436.
• La certeza moral se obtiene ex actis et probatis: 437, 444.
• Necesidad de la certeza moral para declarar nulo un matrimonio: 256, 431.
• Libre valoración de las pruebas y certeza moral: 438.
• Para alcanzar la certeza moral, es bueno que el declarante concrete
cuanto más los hechos que refiere: 312.
• Importancia de algunos documentos orden a alcanzar la certeza moral: 329.
• La valoración de los testimonios y la certeza moral: 341.
• Testigo único y certeza moral: 344.
• Certeza moral y prueba pericial: 356, 361.
Índice
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• Para realizar su misión, el defensor del vínculo no necesita certeza moral


sobre la validez del matrimonio: 412.
• Motivación de la sentencia y certeza moral: 443, 444.
• La certeza moral en el proceso abreviado: 488, 492.
• Conformidad «equivalente» y certeza moral: 553.
• La certeza moral en el proceso documental: 588.
— Citación a Juicio del Demandado:
• Importancia y requisitos de la citación a juicio: 229, 510.
• Modo de realizarla: 231, 233.
• Efectos de la citación a juicio: 51, 66, 70, 271.
• A quién corresponde ordenarla: 123, 124.
• Posibles respuestas de la parte demandada ante la citación: 234-240.
• La citación como condición necesaria para la declaración de ausencia: 250.

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620 Índice temático

• Importancia en relación a la renuncia del actor: 282.


• Incidencia en relación a las causas incidentales: 375.
— Citaciones Judiciales:
• Contenido de las citaciones judiciales: 305.
• Modo de realizarlas: 233, 305, 336.
• Efecto de las citaciones: 306.
— Colegio de Jueces (vide Juez, Tribunal):
• Las causas de nulidad necesitan tribunal colegial: 98, 115.
• Razón de ser de la colegialidad en estas causas: 98.
• El obispo puede encomendar una causa a un colegio de más de tres jue-
ces: 99.
• Excepcionalmente las causas de nulidad puede ser encomendadas a un
juez único: 99.
• Si en primera instancia conoció un juez único, en apelación siempre se re-
querirá que juzgue un colegio: 100.
• Sanción de nulidad de la sentencia si no se respeta la colegialidad: 512.
• El vicario judicial decide qué tres jueces forman el colegio, y quién hará
de Presidente, Ponente, Instructor: 100.
• El modo de designación de colegio ha de estar reglado: 101.
• Una vez constituido el colegio, no se puede cambiar si no es por causa
gravísima: 101, 119.
• El modo de actuar del colegio es por mayoría de votos: 102.
• Procedimiento de actuación del Colegio a la hora de decidir la sentencia:
427.
• Elenco de atribuciones encomendadas al colegio de jueces: 120.
• Alguna de esas atribuciones el Código las reservaba al juez que había
adoptado la resolución: 120.
• El Presidente del colegio: 121.
• Atribuciones que corresponden al Presidente del Colegio: 122 (vide Presi-
dente).
• El Ponente: 124, (vide Ponente).
Índice
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• Atribuciones del Ponente: 125.


• El Auditor-Instructor: 126 (vide Instructor).
• La sentencia es obra del colegio, pero es redactada por el Ponente: 429.
— Competencia/Incompetencia del Tribunal:
• Concepto: 56.
• Competencia absoluta y competencia relativa: 56-58.
• Criterios de atribución de la competencia absoluta: 58-67, 92, 94-98, 495,
547.
• Criterios de atribución de competencia relativa: 68-305.
• Prórroga de competencia: 87.
• Conflictos de competencia: 75.
• Competencia para juzgar las causas de los católicos orientales: 75.

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Índice temático 621

• Incidencia de la «conformidad equivalente» de sentencias en la competencia


absoluta: 64, 556.
• Aplicación de las normas de competencia a la potestad judicial delegada: 85.
• La incompetencia como causa de inadmisión de la demanda: 225, 228, 236.
• Excepción de incompetencia del tribunal: 75, 120, 163-164, 276, 584.
• Nulidad de sentencia por incompetencia del tribunal: 506, 516.
— Cómputo del Tiempo (vide Plazos Procesales):
• Diferencias entre tiempo útil y tiempo continuo: 165
— Conclusión de la Causa:
• Concepto: 403.
• Consecuencias jurídicas de la conclusión:
„ en la prosecución post mortem de la causa: 201-204.
„ en la intervención del ausente en juicio: 260.
„ en la suspensión de la instancia por muerte: 274, 405.
„ en la intervención de un tercero en la causa: 405.
„ en la proposición de pruebas: 304, 404, 406.
• A quién corresponde decretarla: 124, 126, 404.
• Papel del Defensor del vínculo: 139, 404.
• La conclusión de la causa no impide la modificación de la fórmula de du-
das: 407.
• La conclusión de la causa en segunda instancia: 494, 497.
— Conexión de Causas:
• Concepto: 74, 495.
• La conexión como fuero de competencia relativa: 68, 74.
• La conexión por prejudicialidad: 200, 376, 587.
— Confesión de la Parte (vide Declaraciones de las Partes).
— Conflicto de Competencia (vide Competencia).
— Conformidad de Sentencias (vide Sentencia):
• Razón de ser de la conformidad de sentencias en orden a la nulidad: 479.
• La estructura de tribunales consecuencia de la necesidad de dos senten-
cias conformes para declarar la nulidad: 92. Índice
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• Acumulación de capítulos en la demanda y conformidad de la sentencia: 223.


• Precisión en la fijación del dubium y la conformidad de las sentencias: 242.
• El proceso brevior y la doble sentencia conforme: 483, 489.
• La congruencia de la sentencias es necesaria para hablar de conformidad
entre ellas: 440, 510 (vide Congruencia de la Sentencia).
• Conformidad formal: 550.
• Conformidad sustancial o equivalente: 552-557.
• Conformidad equivalente y títulos de competencia: 65, 547.
• ¿Es posible la conformidad equivalente en caso de capítulos incompati-
bles?: 554.
• ¿Cabe declarar la conformidad equivalente entre un capítulo juzgado en se-
gunda instancia, y otro introducido en apelación como en primera instan-
cia?: 498, 555.

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622 Índice temático

• Conformidad equivalente y respeto de los principios procesales: 555.


• Tribunal que decide la conformidad equivalente de las sentencias: 556.
• En el proceso documental no se exige la doble conforme: 581, 589.
• Conformidad de la sentencia y ejecución de la misma: 595, 597.
— Congruencia de la Sentencia:
• La necesaria congruencia de la sentencia: 440.
• Tipos de sentencias incongruentes: 441.
• Incongruencia de la sentencia y capítulos contradictorios planteados
subsidiariamente: 223.
• Modificación del dubium y principio de congruencia: 243.
• El principio de congruencia y la fidelidad en la exposición de los hechos: 449.
• ¿Es nula la sentencia incongruente?: 441, 511.
— Contestación a la Demanda:
• Contenido de la contestación del demandado: 235, 238.
• La contestación a la demanda es distinta de la litiscontestación: 240.
— Corrección de Errores Materiales de la Sentencia:
• Naturaleza y alcance: 470.
• La corrección de errores materiales no puede considerarse como causa
incidental: 375.
• Quién la hace: 471.
• Modo de proceder: 471.
— Cosa Juzgada (vide Causas sobre el Estado de las Personas):
• Las causas de nulidad de matrimonio no pasan a cosa juzgada: 535.
• ¿Cabe excepción de cosa juzgada en las causas matrimoniales?: 162, 597.
• Cosa juzgada formal y material 522, 597, 526, 557, 597.
• Cosa juzgada ante una primera sentencia negativa no apelada: 66.
• La decisión sobre el recurso de inadmisión de la demanda tiene fuerza de
cosa juzgada, cabiendo ante ella querella de nulidad y restitutio in inte-
grum: 227.
• No cabe apelación contra la sentencia que pasa a cosa juzgada: 526.
Índice
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• En las causas matrimoniales, la renuncia o el abandono en apelación no


produce el efecto de cosa juzgada: 534.
• La no existencia de cosa juzgada material permite el recurso extraordi-
nario de revisión: 537.
• Cosa juzgada y conformidad de sentencias: 550-557.
• Cosa juzgada y ejecución de las sentencias: 595.
— Costas Judiciales:
• Contenido de las costas: 447, 602.
• Obligación del Obispo de dictar normas en esta materia: 599.
• Criterios reguladores en materia de costas: 600.
• Son establecidas por el tribunal colegial en la sentencia definitiva: 120, 447.
• Gratuito patrocinio:
„ Fundamento: 601.

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Índice temático 623

„ Requisitos: 627.
„ Momento en que debe plantearse: 162, 627.
„ Intervención del promotor de justicia y/o el defensor del vínculo:
602.
• Caución para asegurar el pago de las costas: 162.
— Criterios de Interpretación de la Normativa Procesal:
• 33
— Cuestión de Apelabilidad (vide Apelación).
— Curador (vide Tutor):
• El curador suple la falta de capacidad procesal: 176.
• El curador no es parte, tutela los derechos de la parte: 184.
• Diferencias entre tutor-curador: 178.
• Quienes carecen de uso de razón sólo pueden comparecer en juicio por
medio de un curador: 177.
• Quienes padecen un trastorno mental han de comparecer en juicio tam-
bién por medio de un curador: 179.
• La designación del curador: 183.
• La designación del curador y el derecho de defensa: 184.
• El curador otorga el mandato de procurador y abogado: 207.
• Al curador se le hacen las citaciones: 251, 467.
• El cese en el cargo del curador origina la interrupción de la instancia: 274.
• Indemnizaciones por la inactividad del curador que motivó la caducidad
de la instancia: 280.
• El curador puede renunciar a la instancia, pero dejando constancia de
que ésa era la voluntad de la parte: 284; igual para aceptar la renuncia de
la otra parte: 284.
• El curador no puede ser testigo: 334.

— D —
— Declaración Administrativa de la Nulidad Matrimonial:
• 43.
Índice
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— Declaraciones de las Partes:


• Necesidad e importancia de esta prueba: 316, 318.
• Es necesaria también en el proceso documental: 586.
• Definición de declaraciones y confesiones de las partes, 317.
• Eficacia probatoria: 298, 316, 318.
• Modo de tomar la declaración: 305, 309, 310, 313, 314.
• Características del cuestionario que debe hacerse a la parte: 312.
• Criterios de valoración de las declaraciones: 318-321.
• Conveniencia de que el juez tome personalmente declaración a la parte: 91.
• Quién puede estar presente: 160, 302.
• Necesidad de la presencia del Notario: 147, 310.
• Puede ser tomada por una persona ajena al tribunal: 128, 305.
• Puede constituir base suficiente para la nueva propositio: 562.

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624 Índice temático

— Declaraciones de Testigos (vide Testigos).


— Decretos Judiciales:
• Los pronunciamientos judiciales en general: 422.
• Decretos de mero trámite y decretos decisorios: 423.
• Las causas incidentales se deciden por decreto o por sentencia interlocu-
toria en función de la gravedad: 384.
— Decreto Ratificatorio de Sentencia de Nulidad:
• Naturaleza jurídica: 483, 489.
• Requisitos: 489.
• Contenido: 490.
• Corresponde darlo al colegio de jueces: 120.
• Efectos del decreto: 489, 545, 597.
• Posibilidad de una confirmación parcial -por un solo capítulo- de la sen-
tencia afirmativa: 490.
• Las apelaciones no impiden la confirmación por decreto de la nulidad:
484, 523.
• No cabe en el proceso documental: 591.
— Deducciones:
• Momento procesal para solicitar un suplemento de instrucción: 402.
• Momento oportuno para solicitar la modificación del dubium: 403.
• Posibilidad de abrir nuevo plazo de deducciones tras el suplemento de
prueba: 402.
— Defensor del Vínculo:
• Carácter necesario de este oficio: 130.
• Compatibilidad con el oficio de promotor de justicia, pero no en la mis-
ma causa: 132.
• Nombramiento y remoción: 104, 105, 118, 130, 134.
• Requisitos personales: 135.
• La figura del sustituto del defensor del vínculo: 131.
• Incompatibilidades: 106, 107, 108, 210.
• Imposibilidad de que quien haya intervenido como defensor del vínculo Índice
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juzgue válidamente la causa como juez: 67, 154.


• El defensor del vínculo tiene la condición procesal de parte: 143, 195.
• Necesidad de su intervención activa en el proceso: 145.
• Principio de paridad del defensor del vínculo con los abogados de las
partes: 144, 301.
• Intervención del defensor del vínculo en el proceso:
„ Criterios generales de actuación: 136-141.
„ En la admisión de la demanda: 224.
„ En la fijación del dubium: 241.
„ En la renuncia a la instancia: 262, 284.
„ En la suspensión de la instancia en caso de duda sobre la inconsu-
mación: 288.

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Índice temático 625

„ En la proposición y práctica de la prueba: 297, 301, 304, 307, 309, 328,


338-341, 351, 356, 360.
„ En la proposición y tramitación de cuestiones incidentales: 378,
382, 387.
„ En la publicación de las actas: 392, 399.
„ En deducciones : 402.
„ En la conclusión y discusión de la caus: 404, 411, 412, 413, 414.
„ No es necesaria su intervención en el procedimiento para el levanta-
miento del veto: 462.
„ Debe serle notificada en forma la sentencia: 467.
„ En la corrección de errores materiales de la sentencia: 471.
„ En el proceso brevior: 485, 487.
„ En la interposición y tramitación de la querella de nulidad: 515.
„ En la interposición y tramitación de la apelación: 523, 533, 534.
„ En la revisión de la causa o nueva propositio: 542, 567, 568.
„ En el proceso documental: 579, 583, 589, 591.
„ En la concesión del gratuito patrocinio: 602.
„ En la tramitación del procedimiento de disolución del matrimonio
rato y no consumado: 291.
— Demanda Judicial:
• Requisitos de la demanda: 216.
• Posibilidad de la demanda oral: 216.
• Estructura formal: 217.
• Documentos que deben presentarse con la demanda: 219.
• Actividad del juez previa a la admisión de la demanda: 223, 224, 225.
• La decisión sobre la admisión corresponde al Presidente: 122, 224.
• Posibilidad de oir al defensor del vínculo sobre su admisión: 224.
• Admisión ipso iure de la demanda: 228.
• Motivos de inadmisión de la demanda: 225.
• Características del decreto de inadmisión de la demanda: 227.
• Recursos contra el decreto de inadmisión de la demanda: 227.
• Notificación de la demanda y posibles excepciones: 230.
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• Demanda reconvencional: 235, 236.


• La demanda, presupuesto de validez de la sentencia: 508.
• La demanda en el proceso documental: 581.
— Demandado (vide Parte, Partes, Citación a Juicio del Demandado):
• La protección de la parte demandada es uno de los criterios que determi-
nan los fueros de competencia relativa: 68, 69, 71, 72.
• El defensor del vínculo es parte demandada pública: 143.
• Derecho del demandado a oponer las excepciones procesales de que goce
frente a la pretensión del actor: 162, 584.
• Diversidad de respuestas del demandado ante la citación: 234:
„ Oponerse activamente: 235.
„ Reconvenir: 235 (vide Reconvención).

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626 Índice temático

„ Someterse a la justicia del tribunal: 237 (vide Sometimiento a la Jus-


ticia del Tribunal).
„ No comparecer: 238, 247 (vide Ausencia).
• Necesidad de la aceptación -explícita o implícita- del demandado para la
renuncia del actor a la instancia: 282, 284.
• Es conveniente reiterar la citación al demandado en caso de incompare-
cencia al examen judicial: 306.
• Importancia de favorecer -también a nivel económico- la intervención
del demandado en la causa: 600.
• Posibilidad de que la parte demandada examine las actas en el tribunal
de su domicilio: 396.
— Derecho de Defensa:
• El derecho de defensa y el debate sobre la administralización de la decla-
ración de nulidad: 43, 580.
• Derecho de defensa y fuero del actor: 71.
• Derecho de defensa y fuero de las pruebas: 72.
• Conciliación entre el derecho de defensa y el principio de diligencia y celeri-
dad: 166.
• La citación está íntimamente ligada con el derecho de defensa: 229, 251.
• El sometimiento a la justicia del tribunal no contradice el derecho de de-
fensa: 237.
• Régimen de notificaciones que han de hacerse al ausente y derecho de
defensa: 239.
• La ausencia voluntaria de la parte, el principio de contradicción y el de-
recho de defensa: 247-250.
• Distinción entre derecho de defensa y ejercicio de dicho derecho: 248.
• Notificaciones que hay que hacer a quien renuncia al ejercicio del dere-
cho de defensa: 258.
• Elementos esenciales y no esenciales del derecho de defensa: 250.
• El derecho de defensa y el procedimiento super rato: 292.
• La práctica de las pruebas y el derecho de defensa: 298, 300, 338, 360.
• Publicación de las actas, derecho de defensa y nulidad de la sentencia:
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393-395.
• El examen de las actas por las partes y el derecho de defensa: 396-398.
• Cabe la no publicación de algún acto siempre que se respete el derecho
de defensa: 398-401.
• La posibilidad de proponer en deducciones nuevas pruebas es una exi-
gencia del derecho de defensa: 402.
• Presentar alegaciones forma parte del derecho de defensa: 410.
• Incongruencia de la sentencia y lesión del derecho de defensa: 442.
• Nulidad insanable de la sentencia por violación del derecho de defensa: 509.
— Derecho Sustantivo Aplicable en Causas Matrimoniales:
• Determinación de la normativa aplicable: 46-51, 75.
• Importancia de la jurisprudencia rotal en la interpretación del derecho
sustantivo: 34, 436.

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Índice temático 627

— Disciplina de los Tribunales (vide Tribunal):


• Normas sobre el oficio de los miembros del tribunal: 153-161.
• El orden en que deben conocerse las causas: 161.
• Responsabilidad del Obispo sobre la disciplina de su tribunal: 112, 436.
• El cómputo de los plazos: 164.
• Exigencias relativas a la sede del tribunal: 166.
• Redacción y archivo de las actas: 168.
— Discusión de la Causa:
• Se inicia con el decreto de conclusión de la causa: 391.
• Finalidad de la fase discusoria: 409.
• En las causas de nulidad matrimonial, la discusión se hace por escrito:
408.
• Posibilidad de un moderado debate oral como complemento de la discu-
sión por escrito: 414.
• El derecho a presentar alegaciones, integrante del derecho de defensa:
250, 410, 584, 586.
• Escritos de alegatos y defensas:
„ Características: 411.
„ Plazo para presentarlos: 410.
„ Posibilidad de renuncia por las partes: 414-417.
„ Obligación del defensor del vínculo de presentar sus observaciones: 416.
„ Posibilidad de presentarlo también en el proceso brevior de confir-
mación de sentencia: 485-486.
• Turno de réplica: 413.
• Turno de dúplica: 413.
— Disolución del Matrimonio:
• Diferencias entre nulidad y disolución del matrimonio: 42.
• Casos en que procede: 42, 49, 51.
• Posibilidad de suspensión de la causa de nulidad y tramitación de la diso-
lución de matrimonio rato y no consumado : 286-291.
— Procedimiento para la disolución de matrimonio no consumado: 291. Índice
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— Documento (Prueba Documental):


• Noción de documento: 321.
• Ventajas de la prueba documental: 321.
• Documentos públicos y documentos privados: 322.
• Documentos públicos eclesiásticos y civiles: 147, 322.
• Normas sobre la presentación de documentos: 326.
• Documentos que deben acompañar al escrito de demanda: 219.
• Documentos relevantes en las causas de nulidad: 329.
• Excepciones a la obligación de presentar documentos: 331.
• Necesidad de documento eclesiástico o civil para probar el domicilio y/o
el cuasidomicilio: 70.

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628 Índice temático

• Entre las funciones del secretario general está el recibir y custodiar los
documentos presentados por las partes: 146.
• Al notario le corresponde la autenticación de documentos: 148.
• Sin mandato del juez no puede darse a nadie copia de las actas y docu-
mentos del proceso: 160.
• El defensor del vínculo ante la prueba documental: 328.
• El defensor del vínculo y los abogados tienen derecho a conocer los docu-
mentos presentados por las partes: 302.
• Valor probatorio de los documentos públicos: 323.
• Valor probatorio de los documentos preconstituidos: 324.
• Valoración del testimonio aportado como prueba documental: 345.
• Valor probatorio de los documentos privados: 325; Las cartas intercam-
biadas entre las partes en periodo no sospechoso: 325.
• Valor probatorio de los documentos anónimos: 326.
• Los documentos manipulados: 326.
• El perito, para su estudio, debe analizar todas las actas, incluidos los docu-
mentos presentados: 355.
• Admisión de documentos tras la conclusión de la causa: 406.
• Finalizado el procedimiento se ha de devolver a los particulares los docu-
mentos que les pertenecen: 169.
• Documentos presentados como fundamentación de la revisión de la cau-
sa: 564.
— Dubium (vide Fórmula de Dudas).
— Dúplica:
• Corresponde al defensor del vínculo, no al promotor de justicia: 413.
• Es un acto renunciable: 414.

— E —
— Ejecución de la Sentencia (vide Sentencia):
• En los procesos declarativos no existe propiamente hablando un procedi-
Índice
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miento de ejecución de sentencias: 446, 451, 595.


• La distribución de la competencia relativa y la ejecución de la sentencia: 68.
• La fijación precisa del dubium y la ejecución de la sentencia: 242.
• Cosa juzgada y ejecución de la sentencia (vide Cosa Juzgada).
• Sentencia firme y ejecución de sentencia: 424.
• Ejecución de la sentencia que declara la nulidad del matrimonio cuando
existen dos sentencias conformes: 504, 549.
• ¿Cabe ejecutar una única sentencia de nulidad cuando el matrimonio se
ha disuelto por muerte?: 203.
• El abandono y/o renuncia de la apelación no permite la ejecución de la
única sentencia afirmativa: 534.
• Ejecución de la única sentencia afirmativa en el proceso documental: 589.

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Índice temático 629

• El decreto ejecutorio que acompaña a las sentencias afirmativas: 446,


596.
• Ejecución de las sentencias e imposición-levantamiento del veto (vide
Veto Judicial).
• La presentación de la revisión no suspende la ejecución de la sentencia:
541, 569.
• Pero el tribunal de apelación puede suspender la ejecución de la senten-
cia con el fin de evitar un daño irreparable: 541.
• La ejecución de las sentencias le corresponde al ordinario del lugar don-
de se celebró el matrimonio: 596.
• Modo de realizar la ejecución de la sentencias: 596.
• Lo que debe preceder a la celebración de un nuevo matrimonio: 597.
— Equidad:
• La fidelidad a la ley del juez y la equidad: 436.
• No existe la equidad cuando se contravienen los principios procesales: 547.
• El fuero del demandado se basa en razones de equidad: 69.
— Escritura (principio de):
• Rige en las causas para la declaración de nulidad matrimonial: 167, 315, 408.
• El proceso contencioso oral, inaplicable en las causas de nulidad de ma-
trimonio: 45; posibilidad de aplicarlo en la resolución de la querella de
nulidad: 519; y en la cuestión de apelabilidad: 530.
— Examen de los Autos por la Parte:
• Se hará en la sede del tribunal donde se tramita la causa o en la del tribu-
nal del domicilio del demandado: 396.
• El juez puede exigir juramento de guardar secreto: 396.
— Examen Judicial:
• Modo de realizarlo: 305, 309, 310, 313, 314.
• Características del cuestionario que debe hacerse a la parte: 312.
• Conveniencia de que el juez tome personalmente declaración a la parte y
a los testigos: 91.
• Quién puede estar presente: 160, 302. Índice
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• Necesidad de la presencia del Notario: 147, 310.


— Excepción Procesal:
• Concepto: 162.
• Excepciones perentorias y excepciones dilatorias: 162.
• Momento de proponerlas y modo de tramitarlas: 163.
• Posibilidad de plantear la querella de nulidad de sentencia como excep-
ción: 505, 519.
• Excepción de incompetencia del tribunal: 75, 120, , 163-164, 276, 584.
• Las excepciones en el proceso documental: 584.
— Expediente Previo al Matrimonio:
• Resulta conveniente su aportación como prueba documental en las cau-
sas de nulidad matrimonial: 328.

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630 Índice temático

• No suele resultar de utilidad citar como testigos a los testigos del expe-
diente: 338.
• Puede hacerse en el expediente previo la comprobación de la nulidad del
matrimonio civil contraído por el obligado a la forma canónica: 47, 583.

— F —
— Fase Discusoria (vide Discusión de la causa).
— Fase Instructoria (vide Pruebas).
— Fase Introductoria (vide Demanda, Contestación a la Demanda, Fórmula de
Dudas).
— Fase Probatoria (vide Pruebas).
— Fase Resolutoria (vide Sentencia).
— Fiscal (vide Promotor de Justicia).
— Fórmula de Dudas (Dubium):
• Concepto 240.
• Contenido necesario de la fórmula de dudas: 242.
• La fórmula de dudas determina el contenido de la sentencia: 424, 449.
• La fijación del dubium en segunda o ulterior instancia:
„ Viene implícitamente formulada en el procedimiento brevior para la
confirmación de la sentencia declarativa de la nulidad: 485.
„ Fijación tras el paso de la causa a trámite ordinario: 493.
„ Fijación en caso de introducción de nuevos capítulos en apelación
para ser juzgados como en primera instancia: 496.
• Su fijación corresponde al Presidente o al Ponente: 123, 124, 241.
• Procedimiento para su fijación:
„ Debe ser propuesta por el juez a las partes antes de su fijación: 230.
„ Posibilidad de solicitar una sesión para la concordancia de las dudas:
241.
• El decreto de fijación del dubium debe ser notificado a todas las partes, con
Índice
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independencia de su situación procesal: 238, 242, 258.


• Cabe recurso contra el decreto de fijación del dubium: 242.
• La resolución del recurso corresponde al colegio de jueces: 121, 243.
• Efectos de la fijación de la fórmula de dudas:
„ Pone fin a la fase introductoria del proceso y apertura del periodo
probatorio: 240, 303.
„ Se consolida ipso iure la competencia del juez relativamente incom-
petente: 58.
„ Imposibilidad de oponer excepciones dilatorias tras la fijación del du-
bium, salvo que provoquen la nulidad insanable de la sentencia: 163.
„ Obligación de notificar a las demás partes y al juez la remoción del
abogado y el procurador para que surta efecto: 209.
• Posibilidad de modificación de la fórmula de dudas:

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Índice temático 631

„ Justificación: 243
„ Requisitos: 243-246.
„ Momento oportuno para solicitar la modificación: 403.
„ Posibilidad de solicitar la modificación tras la conclusión de la cau-
sa: 407.
„ Necesidad de notificar la modificación a todas las partes: 246.
„ Posibilidad de recurso contra la modificación de la fórmula de du-
das: 246.
• En el proceso documental, la fórmula de dudas viene implícitamente for-
mulada: 584.

— G —
— Gratuito Patrocinio (vide Costas).

— I —
— Impugnación de Resoluciones Judiciales (vide Recursos).
— Incidentes (vide Causas Incidentales).
— Incompetencia (vide Competencia).
— Indicios (Prueba Indiciaria):
• Concepto: 362.
• Pueden llegar a tener gran importancia:
„ en la elaboración de presunciones judiciales: 364.
„ para reforzar la eficacia probatoria de la declaración de las partes: 369.
„ en la formación de la certeza moral del juez: 431, 437, 440, 444.
„ Pueden recogerse excepcionalmente antes de la instrucción de la
causa: 304.
„ No puede ser admitido ni siquiera como indicio:
„ el documento anónimo: 326.
„ Lo conocido por confesión: 335. Índice
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— Inhibición/Recusación de los Ministros del Tribunal:


• Concepto: 155.
• La recusación constituye una causa incidental: 276, 381.
• Motivos que justifican la inhibición/recusación: 155-157.
• Efectos de la recusación: 157.
• Quiénes pueden ser recusados: 111, 115, 127, 130, 155.
• No cabe recusar a un tribunal en su conjunto: 157.
• A quién corresponde juzgar sobre la recusación: 111, 127, 157.
• Imposibilidad de apelar la resolución sobre la recusación: 157, 385, 527.
• Cómo actuar en caso de imposibilidad de juzgar la causa por recusación o
inhibición de los jueces del tribunal: 89, 157.

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632 Índice temático

• La prohibición al Vicario de cambiar a los jueces del turno no afecta al


supuesto de inhibición o recusación: 101.
— Inmediación Procesal (principio de):
• Importancia de este principio: 90.
• Es uno de los criterios a tener en cuenta en la determinación de los fueros
de competencia relativa: 68, 72.
• Consecuencias concretas de este principio :
„ en la instrucción de la causa: 90, 125, 127, 167.
„ en la valoración de la testifical presentada como documental: 345.
„ en la imposición y levantamiento del veto: 458, 464.
— Instancia Judicial:
• Los términos «causa» e «instancia»: 201.
• «Acción», «pretensión» e «instancia»: 271.
• Sentido subjetivo y objetivo del término «instancia»: 271.
• Pluralidad de instancias y jerarquía de tribunales: 61, 63, 92.
• Comienzo y conclusión de la instancia: 229, 233, 271.
• Suspensión-interrupción de la instancia: 273-277 y 286-293 (vide Sus-
pensión de la Instancia).
• Caducidad de la instancia: 277-281 (vide Caducidad de la Instancia).
• Renuncia a la instancia: 280-286 (vide Renuncia a la Instancia).
— Instrucción Dignitas Connubii:
• Importancia: 27.
• Naturaleza jurídica: 31.
• Autoría: 28.
• Finalidad: 29.
— Instrucción de la Causa (vide Pruebas).
— Instructor (Auditor):
• Inconveniencia de que el Instructor-Auditor no sea sistemáticamente
Juez-decisor: 91.
• Presidente, Ponente e Instructor deberían ser la misma persona: 125, 127.
Índice
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• Al Auditor-Instructor le corresponde dirigir la instrucción de la causa: 126.


• En cuanto Auditor-Instructor, únicamente ha de recoger las pruebas y
entregarlas al juez: 128.
• Instructor delegado podría ser «una persona idónea»: 129.
• El Instructor de los procesos super rato: 292.
• El Instructor decide qué preguntas hacer a los testigos: 308, 313.
• El Instructor debe posibilitar que se recoja fielmente lo declarado: 314.
• Puede permitir el empleo de medios técnicos, aunque lo normal es la es-
critura: 315.
• No puede ser testigo: 334.
• Intervención del Instructor en el levantamiento del vetitum: 461.
— Interrupción de la Instancia (vide Suspensión de la Instancia).

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Índice temático 633

— Introducción de Nuevos Capítulos en Segunda Instancia:


• Posibilidad de introducir un nuevo capítulo en apelación para ser juzga-
do como en primera instancia: 495.
• En estos casos, el tribunal de apelación actúa en un doble grado de juris-
dicción: 61, 495.
• Requisitos para la competencia del tribunal de apelación sobre la nueva
acción: 495.
• Consecuencias de la duplicidad de competencia con que actúa el tribu-
nal: 498.
• Sujetos legitimados para la introducción del nuevo capítulo: 495.
• Esta posibilidad da lugar a situaciones litisconsorciales nuevas: 196.
• Tramitación del nuevo capítulo: 496-497.

— J —
— Juez Eclesiástico (vide Colegio de Jueces, Tribunal, Vicario Judicial, Ins-
tructor-Auditor, Ponente, Presidente):
• La finalidad de la Instrucción es servir de ayuda a los jueces: 31.
• Las causas matrimoniales de los bautizados corresponden al juez ecle-
siástico por derecho propio: 40.
• Competencia del juez eclesiástico sobre las causas de matrimoniales de
los acatólicos, bautizados o no: 41.
• Competencia-incompetencia absoluta del juez eclesiástico: 56.
• Competencia-incompetencia relativa del juez eclesiástico: 57.
• Régimen de incompatibilidades y prohibiciones que afectan al juez ecle-
siástico como ministro del tribunal: 68, 106, 154.
• El obispo diocesano, juez de primera instancia de su diócesis: 82, 103 (vi-
de Obispo).
• Tribunal colegial y juez único: 98-102.
• Los jueces, y todos los que forman parte del tribunal, tienen oobligación
de prestar juramento y conocer el derecho matrimonial-procesal y la ju-
risprudencia: 25, 105. Índice
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• Requisitos para ser juez eclesiástico: 115.


• Es obligatorio nombrar jueces: 115.
• La posibilidad de que un laico sea juez: 116.
• Estabilidad del nombramiento de juez: 119.
• El deber de imparcialidad del juez y el principio ne bis in idem: 68, 154.
• Inhibición y recusación de los jueces (vide Inhibición).
• El principio inquisitivo en la actuación del juez en el proceso: 157.
• Deberes y prohibiciones de los jueces y de todos los ministros del tribu-
nal: 159.
• El juez no puede preterir injustificadamente unas causas sobre otras: 161.
• El juez puede considerar necesaria la presencia del procurador y/o del
abogado: 205.
• El juez eclesiástico y el principio de prevención: 223.

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634 Índice temático

• El juez es el destinatario de las pruebas: 297.


• El juez goza de amplísimas facultades en materia de prueba: 297.
• El juez y la admisión-rechazo de las pruebas: 300.
• La actuación del juez en el examen judicial: 310.
• Los pronunciamientos judiciales: la sentencia (vide Sentencia).
• La sentencia es obra de todos los jueces: 425.
• La certeza moral del juez (vide Certeza Moral).
• Intervención del juez y nulidad de la sentencia (vide Nulidad de la Sen-
tencia).
— Juicio Oral (vide Proceso Oral).
— Jurisdicción (vide Potestad Judicial):
• Jurisdicción y competencia: 56, 88.
• La competencia relativa persigue una división y un reparto de la juris-
dicción: 68.
• La jurisdicción de la Iglesia sobre los matrimonios de los acatólicos: 39,
193.
• ¿La apelación a la Rota romana suspende el ejercicio de la jurisdicción
de juez inferior?: 95.
• La sede del tribunal y la territorialidad de la jurisdicción: 166.
• Un efecto de la citación es la perpetuación de la jurisdicción: 233.
• Inconsumación del matrimonio y cambio jurisdiccional: 288.
• La prohibición de ejercitar la jurisdicción fuera del propio territorio y la
nulidad insanable de la sentencia: 508.
— Jurisprudencia:
• Importancia de la jurisprudencia de de los Tribunales Apostólicos: 34.
• Deber de conocer la jurisprudencia: 105.
• Es imprescindible que el Instructor-Auditor conozca la jurisprudencia:
127.
• Unánimemente la jurisprudencia ha considerado legítimo el interés del
acatólico en solicitar la intervención del tribunal eclesiástico: 41.
• Madurez exigida por la jurisprudencia para actuar en juicio y para con- Índice
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traer matrimonio: 181.


• La acumulación de capítulos de nulidad según la jurisprudencia: 220.
• Ausencia del fumus boni iuris en la demanda según la jurisprudencia: 226.
• La jurisprudencia exige notificar al ausente el dubium: 239.
• La confesión judicial según la jurisprudencia: 317, 320.
• Criterios jurisprudenciales de valoración de la prueba documental: 323,
324, 325.
• Inidoneidad para ser testigo según la jurisprudencia: 334.
• Criterios jurisprudenciales de valoración de los testimonios: 344.
• Es parecer unánime de la jurisprudencia que sólo la incapacidad, no la
dificultad, hace nulo el matrimonio: 358.
• El juez no puede elaborar presunciones contrarias a la jurisprudencia de
la Rota romana: 364.

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Índice temático 635

• Publicación de las actas, derecho defensa y nulidad sanable-insanable se-


gún la jurisprudencia: 393, 399.
• El veto tiene un origen jurisprudencial: 453.
• En caso de muerte, la jurisprudencia de la Rota permite la ejecución de
la única sentencia afirmativa: 458.
• Conformidad formal según la jurisprudencia: 550.
• La conformidad equivalente-sustancial, reconocida ya antes en la juris-
prudencia de la Rota romana: 65, 552.
• Criterios jurisprudenciales respecto la novedad-gravedad de las razones
o argumentos del recurso de revisión: 561, 562, 564.

— L —
— Legitimación (vide Capacidad Procesal):
• Capacidad de ser parte, capacidad procesal y legitimación: 185.
• Noción de legitimación: 185.
• Legitimación originaria de los cónyuges para impugnar el matrimonio:
187-198.
• Legitimación del promotor de justicia: 142, 198-199.
• Legitimación en los supuestos de acusación póstuma del matrimonio y
prosecución post mortem de la causa: 199-204.
• Los terceros no gozan de legitimación para impugnar el matrimonio: 204.
• Para admitir-inadmitir la demanda hay que analizar la legitimación para
la causa y para el proceso: 225.
• Sujetos legitimados para proponer causas incidentales: 378.
• Los sujetos legitimados para proponer la querella de nulidad: 514.
• Los sujetos legitimados para apelar: 523.
• Los sujetos legitimados activos y pasivos en la revisión de la causa: 542.
— Litisconsorcio:
• Participación de ambos cónyuges en el proceso: 194.
• El litisconsorcio voluntario activo es una posibilidad: 195.
• Si se da el litisconsorcio voluntario activo el contradictorio queda garan- Índice
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tizado por el defensor del vínculo: 195.


• Litisconsorcio activo sucesivo en los casos de reconvención: 196.
• El litisconsorcio voluntario activo, ¿es un litisconsorcio propio o/y impro-
pio?: 196.
• En casos de litisconsorcio voluntario activo, cada cónyuge el libre a la
hora de renunciar a la instancia: 282.
— Litiscontestación (vide Fórmula de Dudas).
— Litisexpensas (vide Costas).
— Litispendencia:
• Comienza con la citación al demandado: 232, 272.
• La litispendencia en los recursos de apelación y de revisión: 541.

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636 Índice temático

— M —
— Mandato al Abogado y Procurador (vide Poder para Pleitos).
— Ministerio Público (vide Defensor del Vínculo, Promotor de Justicia).
— Motivación de las Decisiones Judiciales:
• Los decretos que no son de mero trámite han de motivarse : 253, 423.
• Los decretos de remoción del defensor del vínculo, del promotor de justi-
cia, del procurador-abogado han de estar motivado: 134, 209.
• Hay que motivar la decisión de alterar el orden establecido de tramita-
ción de causas: 161.
• Necesidad de motivar la designación-admisión del curador: 183.
• La inadmisión de la demanda y el sucesivo recurso han de motivarse: 227.
• Excepcionalmente, y mediante decreto motivado, puede no darse trasla-
do de la demanda al citar al demandado: 231.
• La declaración de ausencia ha de motivarse: 253.
• En los casos de inconsumación, el cambio jurisdiccional ha de motivarse: 290.
• La decisión que resuelve la cuestión incidental ha de motivarse: 385.
• Ha de motivarse convenientemente la no publicación de algún acto: 399.
• En la motivación de la sentencia, el juez hará constar por qué aceptó o
rechazó las conclusiones periciales: 360.
• Sistema de libre valoración de las pruebas y motivación de las senten-
cias: 439.
• La motivación de la sentencia, una exigencia de su racionalidad: 442.
• La sentencia debe exponer las razones o motivos de hecho y de derecho:
444.
• Motivación de la sentencia y certeza moral: 444.
• La petición de levantamiento del veto ha de motivarse: 460.
• El decreto confirmatorio de la nulidad de primera instancia ha de moti-
varse: 489.
• El decreto de pase a proceso ordinario ha de motivarse: 492.
• Nulidad de la sentencia que no contiene las razones o motivos de la deci-
sión: 512. Índice
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• Error jurídico o fáctico en la motivación de las sentencias y recurso de


revisión: 566.

— N —
— Notario Eclesiástico:
• La función del notario es dar fe pública de las actuaciones realizadas en
el proceso: 147.
• El nombramiento corresponde al obispo diocesano: 148.
• Requisitos para ser notario: 148.
• El notario no puede proporcionen a nadie copia de las actas judiciales: 160.
• Las actas deben ser numeradas y autenticadas por el notario: 167.
• El notario levantará acta de la demanda oral: 216.

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Índice temático 637

• Los actos procesales, una vez firmados por el notario, se convierten en


actas del proceso: 280.
• Presencia del notario en el examen judicial de las partes y testigos, a
quien corresponde poner escrito las respuestas de éstos: 310, 314.
• Si ha intervenido en una causa como testigo, no puede ser notario: 334.
• El notario levantará de la petición oral de iniciar una causa incidental: 381.
• El notario no puede asistir a la sesión deliberativa de los jueces: 426.
• La sentencia ha de estar firmada por el notario: 450, 513.
• Interposición oral de la apelación hecha ante notario, que levanta acta: 528.
• El notario también ha de intervenir en el proceso documental: 580.
— Nueva Proposición de la Causa (Revisión de la Causa):
• Para presentar el recurso de revisión se ha de renovar el mandato de pro-
curador-abogado: 208.
• El decreto confirmatorio de la nulidad de primera instancia únicamente
podrá ser impugnado mediante el recurso extraordinario de revisión: 489.
• Cabe la acumulación de la querella de nulidad con el recurso extraordi-
nario de revisión: 517.
• Transcurrido el plazo para apelar se puede proponer el recurso extraor-
dinario de revisión: 519.
• Diferencias entre apelación y nueva proposición de la causa: 522.
• Cosa juzgada: 526.
• Interés del individuo y exigencia del ordenamiento canónico en la deter-
minación del verdadero estado personal, bases del recurso extraordina-
rio de revisión: 536.
• Razón de ser del recurso extraordinario de revisión: 537.
• Origen histórico y fundamentos de la revisión de la causa: 538.
• Naturaleza jurídica de la revisión de la causa y comparación con la ape-
lación: 540.
• Los sujetos legitimados activos y pasivos en la revisión de la causa: 542.
• Los requisitos previos para la revisión de la causa: 544, 557; que se trate
de causas sobre el estado de las personas, y que existan dos sentencias
conformes (vide, Causa sobre el Estado de las Personas, Cosa Juzgada, Índice
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Conformidad de las Sentencias).


• Conformidad formal y sustancial: 550, (vide Conformidad de las Sentencias).
• Condiciones sustantivas de admisibilidad de la revisión de la causa: nue-
vas y graves pruebas o razones: 557, 567.
• El procesículo previo en orden a la admisión del recurso de revisión: 567.
• La decisión del recurso de revisión: 568.
— Nulidad de Sentencia (vide Querella de Nulidad, Recursos):
• Competencia absoluta, relativa y nulidad de sentencia: 56, 57, 506.
• Causas reservadas o avocadas al Romano Pontífice y nulidad insanable:
59, 96.
• Incompatibilidades que afectan a los miembros del tribunal y nulidad de
la sentencia: 68, 107, 154.

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638 Índice temático

• El incumplimiento de los requisitos del fuero del actor y de las pruebas


no origina la nulidad de la sentencia: 70.
• Si existe un tribunal interdiocesano, el tribunal de una de esas diócesis
no puede sentenciar válidamente una causa de nulidad: 87.
• ¿Es nula la sentencia dictada por un juez único laico, o por un colegio
con dos laicos?: 117.
• Le corresponde al colegio declarar la nulidad de la sentencia: 120.
• Las excepciones que pueden originar la nulidad de la sentencia pueden
proponerse en cualquier momento, por la parte y de oficio: 163.
• Ausencia de la parte y nulidad de la sentencia: 249.
• Publicación de las actas y nulidad de la sentencia: 393-395, 399, 400.
• Pertenece al ius agendi el derecho a conseguir una sentencia válida: 503.
• Vicios o defectos in iudicando e in procedendo: 503.
• Distinción entre nulidad sanable e insanable de la sentencia: 505.
• El elenco de supuestos de nulidad insanable no es taxativo: 506, 511.
• Nulidad insanable de la sentencia dictada por un juez absolutamente in-
competente: 506.
• Nulidad insanable de la sentencia dictada por quien carece de potestad
de juzgar: 507.
• Nulidad insanable de la sentencia dictada por un juez coaccionado por
violencia o miedo grave: 508.
• Nulidad insanable de la sentencia dada en un juicio realizado sin la peti-
ción judicial o no entablado contra ningún demandante: 244, 508.
• Capacidad procesal y nulidad insanable de la sentenci: 184, 226, 509.
• Ausencia de mandato de procurador y nulidad insanable de la sentencia:
184, 207, 509, 532.
• Denegación del derecho de defensa y nulidad insanable de la sentencia:
509.
• Nulidad insanable de la sentencia que no dirimió la controversia ni si-
quiera parcialmente: 510.
• El elenco de supuestos de nulidad sanable sí es taxativo: 511.
• Nulidad sanable de la sentencia dictada por un número no legítimo de Índice
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jueces: 511.
• Nulidad sanable de la sentencia que no contiene los motivos o razones de
la decisión: 512.
• Nulidad sanable de la sentencia que carece de las firmas prescritas por el
derecho o no está datada o no indica el lugar: 513.
• Nulidad sanable de la sentencia basada en un acto nulo no subsanado: 513
• Nulidad sanable de la sentencia dictada contra una parte legítimamente
ausente: 514.

— O —
— Obispo:
• Debe garantizar la recta administración de la justicia: 161.

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Índice temático 639

• No puede dispensar las leyes procesales: 38.


• El obispo diocesano es juez de primera instancia de su diócesis: 82.
• El obispo diocesano tiene una potestad de juzgar que es propia, ordinaria
e inmediata, pero no es universal, sino que tiene límites: 83.
• Puede juzgar las causas matrimoniales por sí mismo o por medio de otro:
83.
• También el obispo tiene que ejercer la potestad judicial conforme a dere-
cho: 84.
• No puede reformar ni cambiar las sentencias o las decisiones legítima-
mente dictadas por su tribunal: 112.
• Varios obispos pueden crear un tribunal interdiocesano: 86.
• El obispo moderador del tribunal interdiocesano tiene las mismas com-
petencias que el obispo diocesano sobre su tribunal: 87.
• En caso de imposibilidad de constituir un tribunal, el obispo puede pedir
la prórroga de competencia a favor de un tribunal vecino: 87.
• El obispo puede encomendar la causa a un colegio de cinco: 99.
• Responsabilidades de los obispos como electores de los miembros del tri-
bunal: 103-109.
• Los obispos no pueden constituir ministros del tribunal distintos de los
del Código: 108.
• El obispo tiene que nombrar un vicario judicial: 109 (vide Vicario Judi-
cial).
• El obispo decide de la recusación del vicario judicial y a él le corresponde
imponer sanciones a los jueces: 111, 157.
• Relaciones obispo-vicario judicial: 112.
• También tiene que nombrar un defensor del vínculo y un promotor de
justicia: 130.
• El obispo puede, mediante decreto motivado, remover al defensor del
vínculo y al promotor de justicia: 134.
• Al obispo le corresponde el nombramiento del notario: 148.
• Para que el abogado actúe ha de ser aprobado por el Obispo: 208.
• Voto del obispo en el proceso super rato: 208.
Índice
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• Los obispos están exentos de la obligación de acudir a la sede del tribunal


a declarar: 306.
• Al obispo le corresponde dictar normas sobre las tasas y sobre la repara-
ción de daños: 447, 599.
• La «ejecución» de la sentencia le corresponde al ordinario del lugar don-
de se celebró el matrimonio: 596.
— Observaciones del Defensor del Vínculo (Animadversiones):
• Contenido: 411.
• Carácter obligatorio de su presentación: 416.
• El escrito de observaciones en grado de apelación: 141, 487.
• En el proceso documental: 584.
• En el procedimiento para la disolución del matrimonio rato y no consu-
mado: 292.

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640 Índice temático

— P —
— Paradero Desconocido:
• Fuero competente: 73.
• Modo de realizar la citación a juicio a la parte en paradero desconocido:
231, 251.
• Notificaciones que deben hacérsele: 240, 259.
— Partes (vide Actor y Demandado, Ausencia):
• Concepto de parte: 172.
• Requisitos para ser parte: capacidad de ser parte y capacidad procesal:
173-185 (vide Capacidad Procesal).
• Para actuar en un proceso se necesita también la legitimación (vide Legi-
timación).
• Participación de ambos cónyuges en el proceso: 194, (vide Litisconsorcio).
• El procurador representa a la parte, el abogado la asiste: 205-211.
• Las partes pueden presentar en cualquier grado del juicio la excepción
de incompetencia absoluta: 56 (vide Excepción).
• El defensor del vínculo y el promotor de justicia tienen la condición pro-
cesal de parte: 143-146.
• Iniciativa de parte en lo que al inicio del proceso se refiere: 158, 216.
• La modificación del dubium ha de producirse a instancias de parte: 243
(vide Fórmula de Dudas).
• Incomparecencia de las partes (vide Ausencia de la Parte).
• Las partes y el principio de contradicción: 248.
• Las partes y el derecho de defensa: 248 (vide Derecho de Defensa).
• Inactividad injustificada de las partes (vide Caducidad).
• Las partes pueden renunciar a la instancia (vide Renuncia a la Instancia).
• Las partes son los sujetos de las pruebas: 297.
• La declaración-confesión de las partes (vide Declaración de las Partes).
• Las partes privadas y públicas pueden proponer causas incidentales (vide
Causas Incidentales).
• Normas sobre el examen de las actas por las partes: 396. Índice
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• Sentencia dada sin existir petición de parte, o sin existir demandado: 508
(vide Nulidad de la Sentencia).
• Sentencia dada en un proceso en que la parte actuó careciendo de capa-
cidad procesal: 509, (vide Capacidad Procesal, Nulidad de la Sentencia).
— Patrono Estable:
• Además del patrono estable, que exista alguien que aconseje sobre la po-
sible introducción de una causa: 210.
— Pericias (Peritos, Prueba pericial):
• Concepto: 332, 346.
• Clasificación de los peritos: 347, 352.
• Necesidad de la prueba pericial en algunas causas: 347.
• Proposición de la prueba pericial: 350.

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Índice temático 641

• Requisitos del perito: 352.


• El nombramiento del perito corresponde al Juez presidente o ponente:
124, 125.
• La designación de perito corresponde al tribunal que juzga la causa, no
al que le auxilia: 90.
• Recusación del perito: 352.
• Quien ha intervenido como perito en una causa no puede actuar como
perito ni asesor en cualquier instancia de dicha causa: 68, 154.
• Normas sobre la realización de la prueba pericial: 355, 359.
• Cuestiones que deben ser propuestas al perito: 356.
• No es necesario presentar informes periciales con la demanda: 219.
• Derecho de abogados y defensor del vínculo a estar presente en el exa-
men judicial al perito: 301, 359.
• Modo de proceder al examen judicial del perito: 305, 309.
• Papel del Defensor del vínculo respecto a las pericias y los peritos: 139, 141.
• La pericia super actis : 349.
• Valoración de las pericias: 360.
• Una nueva pericia, ¿motivo suficiente para la admisión de la nueva pro-
positio?: 364.
• Admisibilidad de una pericial sobre el documento en el proceso docu-
mental: 586.
• Pago de honorarios al perito: 447, 599, 601.
— Plazos Procesales:
• Plazos prorrogables y plazos improrrogables: 165.
• Requisitos para la ampliación de los plazos prorrogables: 166.
• Requisitos para abreviar válidamente un plazo: 166.
— Poder para Pleitos (Mandato a Procurador y Abogado):
• Requisito imprescindible para la actuación del procurador y abogado:
207, 219.
• Su ausencia es causa de inadmisión de la demanda: 226.
• Contenido y efectos del poder: 208.
• Necesidad de mandato especial para poner determinados actos: 208, Índice
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284.
• Puede hacerse ante fedatario público civil o canónico: 219.
• El defecto de mandato a procurador provoca la nulidad insanable de la
sentencia: 207, 509.
• La presentación del mandato en apelación: 532.
• La revocación del poder: 209.
— Ponente (vide Colegio de Jueces, Presidente):
• El eventual juez laico podría ser Ponente: 117.
• Algunas de las actuaciones del Presidente no son exclusivos de éste, sino
que también las puede hacer le Ponente: 122.
• Conveniencia de que Presidente, Ponente e instructor sean la misma per-
sona: 125, 127.

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642 Índice temático

• Elenco de actuaciones del Ponente: 125.


• Una vez designado el Ponente, no podrá ser sustituido, salvo que exista
causa justa: 126.
• Al Presidente o al Ponente le corresponde fija la fórmula de dudas: 241.
• El Presidente o el Ponente pueden declarar la ausencia del demandado: 253.
• Al Presidente o al Ponente le corresponde declarar la caducidad : 279.
• La decisión sobre la admisión de las pruebas corresponde al juez Presi-
dente o Ponente: 300.
• Corresponde al Presidente o Ponente el nombramiento del perito: 350.
• La aceptación-rechazo de la causa incidental corresponde al Presidente
o al Ponente: 376.
• En la reunión para deliberar, al Ponente le corresponde informar al resto
de los jueces: 426.
• La redacción de la sentencia la hace el Ponente : 427, 429.
• Por causa justa se puede proceder al cambio del Ponente: 429.
• El Ponente debe tomar los motivos de entre aquellos que expusieron los
jueces en la discusión: 430.
— Postulación Procesal (vide Abogado, Procurador).
— Potestad Judicial (vide Jurisdicción):
• Los artículos preliminares ayudan a comprender en sentido de la potes-
tad judicial en la Iglesia: 37.
• La jurisdicción es la participación en la potestad judicial de la Iglesia, que
poseen todos los tribunales eclesiásticos legítimamente constituidos: 56.
• La potestad judicial en general y los tribunales: 82.
• La potestad judicial de los obispos y sus límites: 83.
• La potestad judicial ha de ejercerse de acuerdo a derecho: 84.
• La potestad judicial no se delega, sino para la realización de los actos
preparatorios de un decreto o sentencia: 84, 89.
• ¿Quién y en qué circunstancias se puede delegar la potestad judicial?: 84, 85.
• Constituido el tribunal interdiocesano, los obispos no pueden ejercitar la
potestad judicial en su diócesis: 86.
• Comisión de competencia y potestad judicial: 88. Índice
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• El obispo diocesano suele ejercitar la potestad judicial por medio de su


tribunal: 109.
• El vicario judicial tiene una potestad judicial que es ordinaria y vicaria:
110 (vide Vicario Judicial).
• Al dictar sentencia, el colegio actúa como un único órgano en el ejercicio
de la potestad judicial: 425.
• La potestad judicial no puede ejercitarse fuera del propio territorio: 507.
• El proceso documental está sometido también al ejercicio de la potestad
judicial: 580.
— Preclusión (Principio de):
• En el ordenamiento canónico, preocupado por el descubrimiento de la ver-
dad, se aplica este principio con bastante flexibilidad: 304, 402, 406, 407.

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Índice temático 643

• Efectos jurídicos de la preclusión:


„ En las posibilidades de actuación del ausente que comparece en jui-
cio: 260.
„ En la admisión de pruebas tras la conclusión de la causa: 404, 406.
„ En la modificación del dubium tras la conclusión de la causa: 407.
— Presidente (vide Colegio de Jueces, Ponente):
• El vicario judicial designa al Presidente: 100.
• El eventual juez laico no podría ser Presidente: 117.
• Actos del Presidente del colegio: 121-124.
• Muchas de las atribuciones del Presidente pueden ser realizadas por el
Ponente: 122 (vide Ponente).
• El Presidente puede reservarse alguna de las atribuciones del Ponente:
125.
• Salvo que exista causa justa, el Presidente no puede cambiar al Ponente:
126.
• La designación del Instructor-Auditor corresponde al Presidente: 126.
• Conveniencia de que Presidente, Ponente e Instructor sean la misma per-
sona: 127.
• La designación o admisión del curador corresponde al Presidente: 183.
• El presidente puede designarle a la parte un procurador y/o abogado: 205.
• La admisión de la demanda es un acto del Presidente: 224, 225.
• El presidente convoca a los jueces para la decisión: 426.
• Al presidente le corresponde designar el procurador y/o abogado de ofi-
cio: 603.
— Presunción (Prueba Presuntiva):
• Concepto: 362.
• Inexistencia de presunciones iuris et de iure: 363.
• Las presunciones legales eximen de la carga de la prueba: 298, 363.
• Las presunciones de hecho: 363.
• Importancia de las presunciones establecidas por la jurisprudencia de la
Rota Romana: 365.
Índice
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— Prevención:
• En la determinación del tribunal competente: 65, 94, 97, 98, 233, 506, 533.
• En el nombramiento de procurador : 207.
— Proceso Brevior:
• Requisitos: 483.
• Naturaleza jurídica: 483.
• Este proceso prevalece sobre el régimen de la apelación: 484, 523.
• Procedimiento a seguir: 485.
• Funciones de los jueces en este proceso: 120, 125.
• Posibilidad de presentar alegaciones: 486.
• Papel del defensor del vínculo: 487.
• Resolución del proceso: 488.

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644 Índice temático

• Puede confirmarse sólo alguno de los capítulos afirmativos de la senten-


cia de instancia: 490.
• No cabe en el proceso documental: 591.
— Proceso Documental:
• Concepto y finalidad: 577, 580.
• Es un proceso judicial, especial y sumario: 578, 580, 581, 591.
• Requisitos: 578.
• No exige tribunal colegial, ni en primera instancia ni en apelación: 83,
580, 591.
• Es necesaria la intervención del defensor del vínculo: 136, 580, 591.
• Importancia y características del documento: 321, 578.
• La tramitación del proceso documental : 581-588.
• Será nula la sentencia negativa dictada en este proceso: 581, 588.
• El decreto de paso de la causa a trámite ordinario no es apelable: 588.
• No se exige la duplex conformis: 478, 546, 589, 597.
• Apelabilidad de la sentencia declarativa de la nulidad: 589.
• Obligaciones del defensor del vínculo en relación a la apelación: 589, 591.
• No pueden introducirse nuevos capítulos en apelación en este proceso: 591.
• Contenido de la resolución del tribunal de apelación: 591.
• Imposibilidad de aplicar la conformidad equivalente al proceso documen-
tal: 556.
• La tramitación de las causas incidentales y/o conexas en el proceso docu-
mental: 377, 587.
— Proceso Oral:
• Proceso inaplicable en las causas de nulidad de matrimonio: 45.
• Es potestativa su aplicación en la resolución de la querella de nulidad: 519.
• Procedimiento aplicable en la resolución de la quaestio de iure apellandi:
530.
— Procesos Sumarios:
• Concepto: 483, 581.
• En las causas de nulidad matrimonial tienen naturaleza sumaria: Índice
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„ el proceso brevior para la confirmación por decreto de la sentencia:


483, 485.
„ el proceso documental: 578, 581, 588, 591.
— Procurador (vide Abogado):
• El nombramiento es, en principio, algo facultativo de las partes: 205, 463.
• El elenco de procuradores: 206.
• Incompatibilidades que afectan a quien ha actuado como procurador : 68,
106, 108, 133, 154.
• El deber de vigilancia del obispo diocesano, también sobre los procura-
dores: 104.
• Si ambos cónyuges piden la declaración de nulidad del matrimonio pue-
den nombrar un procurador o abogado en común: 197.

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Índice temático 645

• Si el cónyuge muere tras las conclusión de la causa, el juez llamará al


procurador, si lo hay: 203.
• Salvo que se establezca otra cosa, una misma persona puede hacer de
procurador y abogado: 206.
• Distinción entre procurador y abogado: 206.
• Sólo un procurador, que debe presentar mandato auténtico al inicio de
su misión: 207.
• Pueden ser removidos por la parte y de oficio: 207, 209.
• Requisitos para actuar como procurador: 208.
• Actuaciones-actitudes prohibidas para el procurador y para el abogado:
209.
• La demanda debe estar firmada por el procurador, que ha de aportar co-
pia del mandato auténtico: 217, 219, 226.
• Los procuradores reciben las notificaciones de la partes: 226, 470.
• ¿Cuándo se interrumpe la instancia por cese del procurador?: 274.
• El procurador necesita mandato especial para renunciar a la instancia y
para aceptar esa renuncia: 284.
• El secreto profesional de los procuradores: 333.
• No pueden ser testigos en la causa en la que actúan: 334.
• Le corresponde al obispo de dictar normas acerca de los honorarios de
procuradores y abogados: 599.
• Los honorarios de los procuradores se podrán hacer constar en la senten-
cia: 334.
• En la sentencia se debe indicar quiénes eran el procurador y el abogado:
448.
• Si el procurador actúan sin mandato legítimo la sentencia es insanable-
mente nula: 184, 509, 532.
• Para interponer la apelación no hay que reiterar el mandato de procura-
dor, sí para proseguirla: 532.
— Prohibición de Nuevo Matrimonio (vide Veto).
— Promotor de Justicia:
Índice
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• Carácter necesario de este oficio: 130.


• Compatibilidad con el oficio de defensor del vínculo, pero no en la misma
causa: 132.
• Nombramiento y remoción: 104, 105, 118, 130, 134.
• Requisitos personales: 135.
• La figura del sustituto del promotor de justicia: 131.
• Incompatibilidades: 106, 107,108, 201.
• Imposibilidad de que quien haya intervenido como promotor de justicia
juzgue válidamente la causa como juez: 67, 154.
• El promotor de justicia tiene la condición procesal de parte: 143.
• Exigencia de una participación activa a lo largo del proceso: 145.
• Principio de paridad del promotor de justicia con los abogados de las
partes: 144, 301.

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646 Índice temático

• Actuación del promotor de justicia en el proceso, si interviene:


„ Criterios generales de actuación: 142.
„ Legitimación sustitutiva para solicitar la nulidad: 186, 198.
„ Posibilidad de introducir capítulos de nulidad en segunda instancia: 495.
„ En la interposición de la demanda: 216.
„ En la fijación y modificación del dubium: 241, 243.
„ En la renuncia a la instancia: 262, 282.
„ En la suspensión de la instancia en caso de duda sobre la inconsu-
mación: 288.
„ En la proposición y práctica de la prueba: 297, 662, 307, 309, 351, 360.
„ En la proposición y tramitación de cuestiones incidentales: 378,
382, 387.
„ En la publicación de las actas: 392, 399.
„ En deducciones: 402.
„ En la conclusión y discusión de la causa: 404, 411, 412, 413.
„ Es necesaria su intervención en el procedimiento para el levanta-
miento del veto: 462.
„ Debe serle notificada en forma la sentencia: 467.
„ En la corrección de errores materiales de la sentencia: 471.
„ En el proceso brevior: 485.
„ En la interposición y tramitación de la querella de nulidad: 525.
„ En la interposición y tramitación de la apelación: 523, 533, 534.
„ En la revisión de la causa o nueva propositio: 542, 567, 568.
„ En el proceso documental: 579, 583.
„ En la concesión del gratuito patrocinio: 602.
— Pruebas (Fase Instructoria, Fase Probatoria, Instrucción de la Causa):
• Importancia de la prueba: 297, 409, 437.
• La iniciativa de la proposición de prueba corresponde a las partes, públi-
cas o privadas: 137, 158, 297.
• El juez tiene amplio margen para ordenar pruebas de oficio: 158, 297.
• Principio de libre valoración de pruebas por el juez: 341, 438. Índice
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• Algunas pruebas deben presentarse o ser anunciadas en la demanda: 219.


• La fase instructoria se abre con el decreto de litiscontestación: 240.
• Excepcionalmente pueden proponerse y practicarse pruebas antes de la
apertura del periodo probatorio: 304.
• Extremos sobre los que debe versar la prueba: 298.
• Licitud-ilicitud de la prueba: 299.
• Carácter excepcional de las pruebas secretas: 300, 392, 398.
• Competencia del juez presidente y/o ponente en la admisión de la prueba:
123, 300.
• La resolución del recurso contra la inadmisión de alguna prueba corres-
ponde al colegio: 120, 300.
• Posibilidad de recurrir contra la admisión de alguna prueba: 301.
• Modo de realizar el examen judicial (vide Examen Judicial).

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Índice temático 647

• Al Instructor corresponde practicar la prueba ordenada por el presiden-


te: 126, 128.
• El papel del Notario en la práctica de la prueba: 147.
• Posibilidad de delegar a otra persona idónea la práctica de alguna prue-
ba: 128.
• Existe un deber de auxilio jurisdiccional en la recogida de la prueba: 89.
• El juez puede salir de su propio territorio para recoger pruebas: 167.
• Valoración de la actitud de una parte de no someterse a una prueba: 255.
• La función del abogado en la práctica de la prueba: 160, 301, 307, 309, 360.
• Situación de inferioridad fáctica del defensor del vínculo respecto a las
partes en relación a la prueba: 302.
• Actuación del defensor del vínculo en la proposición y práctica de la
prueba: 301, 304, 307, 309, 328, 338-341, 351, 356, 360.
• La Prueba de la declaración de las partes (vide Declaraciones de las partes).
• La prueba Documental (vide Documento).
• La prueba testifical (vide Testigo).
• La prueba pericial (vide Pericia).
• La prueba de presunciones (vide Presunción).
• Posibilidad de solicitar un suplemento de prueba en deducciones: 402.
• La admisión de prueba tras la conclusión de la causa: 405.
• Posibilidad de prueba y ius defensionis: 246, 250, 394, 398, 402.
• La prueba ordenada de oficio por el tribunal en el periodo decisorio debe
publicarse: 427.
• El lugar de las pruebas constituye un fuero de competencia relativa: 72.
• No cabe la práctica de prueba en el proceso brevior: 485.
• La prueba en apelación: 494.
• La prueba en el proceso documental: 585, 586.
— Publicación de las Actas:
• Concepto: 392.
• La Instrucción introduce importantes novedades respecto al texto legal
en esta materia: 392.
Índice
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• Es competencia del Presidente o del Ponente ordenar la publicación de


las actas: 124, 125.
• El decreto de publicación debe notificarse a la parte sometida a la justi-
cia del tribunal: 238, 394.
• Conveniencia -no obligatoriedad- de notificar el decreto de publicación a
la parte ausente: 258, 394.
• Requisitos para el examen de las actas: 396.
• Consecuencias jurídicas del defecto de publicación: 393, 510.
• Carácter excepcional de la prueba secreta: 300, 398-401.
• A quién se puede dar copia de las actuaciones: 160, 396, 397.
• Tras la publicación de las actas puede solicitarse:
„ suplemento de prueba: 304, 339, 402.
„ la modificación del dubium: 246, 403.

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648 Índice temático

• Necesidad de publicar las nuevas pruebas practicadas tras la publicación


o conclusión de la causa: 402, 407.
• La publicación de las actas en segunda instancia: 494, 497.
• La publicación de las actas en el proceso documental: 585.
— Publicación de la Sentencia (vide Sentencia):
• La notificación de los actos judiciales: 229, 233.
• Al remitido a la justicia del tribunal y al ausente hay que notificarle la
sentencia: 238, 259 (vide Ausencia).
• Posibilidad de notificarle al ausente sólo la parte dispositiva de la misma:
238.
• La sentencia debe ser dada a conocer a las partes: 467.
• Necesidad de la publicación de la sentencia: 468.
• La publicación de la sentencia ha de hacerse quam primum: 468.
• En la sentencia deben indicarse los medios de impugnación de la mis-
ma: 469.
• Modo de hacer la publicación: 469.
• Corrección de los errores materiales y de las omisiones de la sentencia
definitiva: 470.

— Q —
— Querella de Nulidad (vide Nulidad de Sentencia, Sentencia, Recursos):
• La querella de nulidad es una forma de acción: 505.
• Los vicios o defectos in procedendo dan lugar a una posible querella de
nulidad: 503.
• Las disposiciones relacionadas con la querella de nulidad de la sentencia
han de considerarse «res odiosa»: 505.
• Los sujetos legitimados para proponer la querella de nulidad: las partes y
el tribunal de oficio: 514.
• Para presentarla se requiere la renovación del mandato de procurador-
abogado: 208.
• El legítimamente ausente puede presentar querella de nulidad: 261. Índice
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• El fuero competente para proponer la querella de nulidad: 516.


• La querella de nulidad puede proponerse como acción y como excepción: 518.
• Plazos para proponer la querella de nulidad: 518.
• Procedimiento concreto que ha de seguir la querella de nulidad: 519.
• Distinción entre querella de nulidad y apelación: 522.
• Distinción entre querella de nulidad y recurso extraordinario de revisión: 541
• Cabe querella de nulidad ante la decisión que resuelve el recurso de in-
admisión de la demanda: 227.
• La presentación de querella de nulidad estando en trámite la apelación
provoca la suspensión de la instancia: 276.
• Cabe querella de nulidad ante las causas incidentales que tienen fuerza
de sentencia definitiva: 387.

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Índice temático 649

• El proceso brevior es compatible con la querella de nulidad: 484.


• Se puede interponer querella de nulidad frente a las sentencias nulas con
nulidad sanable o insanable: 505.
• Supuestos de nulidad insanable de la sentencia y querella de nulidad:
506-511, (vide Nulidad de la Sentencia).
• Supuestos de nulidad sanable de la sentencia y querella de nulidad: 511-514
(vide Nulidad de la Sentencia).

— R —
— Reconvención (Demanda Reconvencional, Acción Reconvencional):
• Concepto: 235.
• La demanda reconvencional es verdadera demanda: 236.
• La reconvención da lugar a un litisconsorcio activo sucesivo: 196, 235.
• Plazo para interponer la reconvención: 236.
• Sobre la posibilidad de reconvención en el proceso documental: 587.
— Recursos (vide Apelación, Nueva Proposición de la Causa, Querella de Nuli-
dad, Restitutio in Integrum):
• El obispo está sometido al sistema de recursos del Código: 112.
• Recurso contra el rechazo de la demanda: 121, 227 (vide Demanda).
• El recurso contra el decreto del dubium lo resuelve el Colegio: 121, 242.
• Recurso contra el decreto del Obispo de remoción del defensor del víncu-
lo y del promotor de justicia: 134.
• Posibilidad del promotor de justicia de recurrir en defensa del bien públi-
co: 142.
• El decreto que declara caduca la causa es susceptible de ser recurrido:
262, 279.
• El Recurso contra el decreto de inadmisión de las pruebas propuestas lo re-
suelve el Colegio: 121, 300.
• La decisión de admitir o no admitir a trámite una causa incidental no es
recurrible: 283.
• Apelabilidad del decreto denegatorio del levantamiento del veto : 466.
• Cabe recurso contra el pronunciamiento sobre costas y honorarios, que Índice
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resuelve el Colegio: 120, 600.


— Recusación (vide Inhibición).
— Remisión-Envío de los Autos al Tribunal Superior:
• Concepto: 478.
• Fundamento: 479.
• Diferencias entre este procedimiento y la apelación: 480, 523.
• Respecto a qué sentencias se aplica: 478.
• Modo de proceder al envío de oficio de los autos: 481.
— Renuncia a la Instancia (vide Instancia Judicial):
• Ausencia del actor y presunción de renuncia a la instancia: 261.
• Noción de renuncia a la instancia: 281.

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650 Índice temático

• Renuncia a la instancia y renuncia a todos los actos del proceso o a algu-


nos: 283.
• Condiciones de validez de la renuncia a la instancia: 283:
„ Ha de realizarse por escrito y ser firmada por el renunciante: 284.
„ Debe notificarse a la otra parte: 284.
„ Ha de ser admitida por el juez: 285.
„ Efectos de la renuncia: 285.
• Distinción entre renuncia a la instancia y caducidad: 264.
— Réplica:
• Concepto: 413.
• Es un derecho renunciable, que no integra esencialmente el ius defensio-
nis: 413.
• Corresponde a las partes una sola vez, salvo excepciones: 413.
• No cabe en el proceso documental: 586.
• Restitutio in Integrum (vide Apelación, Nueva Proposición de la Causa,
Recursos, Sentencia):
• Ante el decreto del tribunal declarándose competente cabe restitutio in
integrum: 164.
• Contra la decisión sobre el recurso de inadmisión de la demanda cabe
plantear la restitutio in integrum: 227.
• Ante la decisión final en las causas incidentales cabría restitutio in inte-
grum: 387.
• Semejanzas y diferencias entre el recurso extraordinario de revisión y la
restitutio in integrum: 541.
— Revisión de la Causa (vide Nueva Proposición de la Causa):
— Rota «Española» (vide Rota Romana):
• Peculiaridad de la organización jurisdiccional eclesiástica española: 63.
• Estructuración de los tribunales de segunda instancia en España: 92.
• Concurrencia entre la Rota española y la Rota romana: 95, 98, 533.
• Es competente en tercera instancia: 95.
• El modo de constitución de los turnos en la Rota Española: 101.
Índice
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• En la Rota española el ponente es el director de la causa: 125.


• En la Rota española existe la figura del «sustituto» del defensor del víncu-
lo y de promotor de justicia: 132.
— Rota Romana (vide Rota Española):
• Importancia de la jurisprudencia emanada de los Tribunales Apostólicos: 34.
• La Rota Romana, tribunal universal de apelación: 63, 94-98.
• Si la causa objeto de renuncia o caducidad estaba siendo tramitada en la Rota
romana únicamente puede volver a plantearse ante este tribunal: 67, 281.
• ¿La petición presentada ante la Rota romana suspende el ejercicio de la ju-
risdicción del juez que ya ha comenzado a tratar la causa?: 95.
• El modo de constitución de los turnos en la Rota romana: 101.
• Deber de los jueces de conocer la jurisprudencia de la Rota romana: 106
(vide Jurisprudencia).

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Índice temático 651

• En la Rota romana el Ponente es el director de la causa: 125.


• Se debe hacer mención en la sentencia de la posibilidad de apelar a la
Rota roman: 469.
• La Rota admite la acumulación de la querella de nulidad con el recurso
extraordinario de revisión: 517.
• La conformidad formal en la Rota romana: 550.
• La conformidad sustancial ya era observada en la Rota romana: 552.

— S —
— Sentencia (vide Conformidad de Sentencias, Congruencia de la Sentencia,
Ejecución de la Sentencia, Firmeza de la Sentencia, Motivación de las Deci-
siones Judiciales, Nulidad de la Sentencia, Publicación de la Sentencia):
• Pronunciamientos judiciales: sentencia definitiva, sentencia interlocuto-
ria y decretos: 422 (vide Causas Incidentales).
• La verdad que se declara en una sentencia de nulidad es una verdad for-
mal: 92.
• La colegialidad pretende dotar a la sentencia de mayores garantías: 98.
• El tribunal colegial debe dictar sentencia por mayoría de votos: 102.
• Los obispos han de velar porque se respete en las sentencias una doctrina
sana: 103.
• Los cónyuges se ven necesariamente afectados por la sentencia de nuli-
dad: 195.
• El mandato del abogado-procurador cesa al dictarse sentencia definitiva: 207.
• La acción es el derecho a la sentencia favorable, la pretensión es el dere-
cho a la sentencia sobre el fondo: 270.
• La instancia concluye, no sólo por la sentencia, también por otros medios
establecidos por el derecho: 272.
• Citación y sentencia, límites dentro de los cuales presentar las causas in-
cidentales: 375, (vide Causas Incidentales).
• La sentencia definitiva decide la causa principal: 423.
• La sentencia es obra de todos los jueces: 425. Índice
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• Convocatoria para discutir-decidir la sentencia: 425.


• El procedimiento para deliberar la sentencia: 426.
• Voto particular a la sentencia: 428.
• La redacción de la sentencia: 429 (vide Ponente).
• Necesidad de certeza moral para dictar sentencia declarativa de la nuli-
dad del matrimonio: 431 (vide Certeza Moral).
• La sentencia, la libre valoración de las pruebas y la certeza moral: 438.
• Elementos que configuran intrínsecamente la sentencia: 440-447.
• La necesaria congruencia de la sentencia (vide Congruencia de la Sentencia).
• La sentencia ha de estar motivada: 442 (vide Motivación de las Decisio-
nes Judiciales).
• Elementos que configuran extrínseca o formalmente la sentencia: 447-451.
• El encabezamiento de la sentencia: 448.

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652 Índice temático

• La exposición de los hechos, las conclusiones de las partes y el dubium: 449.


• El cuerpo de la sentencia: la fundamentación jurídica y fáctica y la parte
dispositiva: 449.
• Datación y firma de la sentencia: 450.
• La imposición del veto en la sentencia (vide Veto Judicial).
• La publicación de la sentencia (vide Publicación de la Sentencia).
• En la sentencia deben indicarse los medios de impugnación de la mis-
ma: 469.
• Corrección de los errores materiales y de las omisiones de la sentencia
definitiva: 470.
• La remisión de oficio de los autos al tribunal superior tras una primera
sentencia declarativa de la nulidad (vide Decreto Ratificatorio).
• La impugnación de la sentencia (vide Apelación, Impugnación de las Re-
soluciones Judiciales, Nueva Proposición de la Causa, Nulidad de la Sen-
tencia, Querella de Nulidad, Recursos, Restitutio in Integrum).
• En el proceso documental sólo cabe sentencia afirmativa, y no se requie-
re la doble conforme: 481 (vide Proceso Documental).
• La anotación de la de nulidad del matrimonio: 595.
• La «ejecución» de la sentencias (vide Ejecución de la Sentencia).
— Signatura Apostólica:
• Importancia de la jurisprudencia emanada de los Tribunales Apostólicos: 34.
• La dispensa de las leyes procesales se reserva a la Santa Sede, a través de
la Signatura Apostólica: 38.
• Se rige por leyes propias: 38.
• Puede decidir por decreto casos de nulidad de matrimonio en los que re-
sulte evidente la nulidad: 44.
• Puede encomendar el examen de la causa a un tribunal carente de títulos
de competencia absoluta: 57, 88.
• La prórroga de competencia la hace la Signatura Apostólica: 57, 88.
• Si no se puede tramitar una causa por falta de miembros, la Signatura
Apostólica designará otro: 157.
• La resolución de los conflictos de competencia por parte de la Signatura Índice
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Apostólica: 75.
• Es competente para crear los tribunales interdiocesanos: 86.
• Aprueba el tribunal al que se apela desde el metropolitano: 93.
• Dispensa de la Signatura Apostólica de algunos requisitos para ser vica-
rio judicial y juez: 113, 115.
• La Signatura no considera la pericia sobre autos una verdadera pericia:
349.
• Recurso contencioso-administrativo ante la Sección Segunda: 467.
• No cabe apelación contra una sentencia de la Signatura Apostólica: 525.
• Actuación, según la Signatura, tras una sentencia negativa no apelada: 546.
• Decretos y declaraciones de la Signatura Apostólica: 72, 112, 122, 191,
193, 348, 364, 413, 546.

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Índice temático 653

— Sometimiento a la Justicia del Tribunal:


• Concepto: 237.
• Es una de las actitudes que puede adoptar el demandado: 234.
• El sometimiento no puede presumirse, debe ser expreso: 237, 254.
• Notificaciones que hay que hacerle al sometido: 238, 246, 394.
• Posibilidades de actuación del sometido a la justicia del tribunal: 238, 523.
• La remisión a la ciencia y conciencia del juez en el escrito de alegaciones
no supone un sometimiento a la justicia del tribunal: 416.
— Suspensión de la Instancia (vide Instancia):
• Diferencias entre suspensión e interrupción de la instancia: 201, 273.
• Interrupción por muerte sobrevenida de las partes y por cese en el cargo
del curador o del procurador: 201, 273.
• Suspensión de la instancia cuando se plantea alguna cuestión incidental: 275.
• Suspensión de la apelación cuando se presentó querella de nulidad acu-
mulada a ella: 276.
• Efectos de la suspensión y de la interrupción de la instancia: 277.
• Suspensión de la causa ante la duda de inconsumación: 286-293.

— T —
— Tasas (vide Costas)
— Tercero Procesal:
• Situación procesal de los terceros en relación a la impugnación del ma-
trimonio: 204, 405.
• Tipos de intervención procesal de terceros: 379.
• Terceros afectados por la revisión de la causa: 544.
— Testigo (Prueba Testifical):
• Concepto: 332.
• Capacidad para ser testigo: 178, 333.
• Proposición de la prueba testifical: 220, 238, 335, 338.
• Reprobación / exclusión de un testigo: 336. Índice
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• Modo de tomar la declaración: 305, 309, 310, 313, 314.


• Testimonio secreto: 399.
• El testimonio aportado como documento: 345.
• Características del cuestionario que debe hacerse al testigo: 312.
• Conveniencia de que el juez tome personalmente declaración a los testi-
gos: 91.
• Quién puede estar presente: 160, 302.
• Necesidad de la presencia del Notario: 147, 310.
• Puede ser tomada por una persona ajena al tribunal: 128, 305, 346.
• Criterios de valoración de las testificales: 341-346.
• Eficacia probatoria del testigo único: 344.
• Puede constituir base suficiente para la nueva propositio: 563.
• Esta prueba no cabe en el proceso documental: 586.

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654 Índice temático

— Tribunal (vide Colegio de Jueces, Disciplina de los Tribunales, Juez Eclesiás-


tico, Rota Romana y Española, Signatura Apostólica):
• La potestad judicial en general y los tribunales: 82.
• El Obispo, responsable último de su tribunal: 31.
• Todos los tribunales de la Iglesia Católica latina se rijan por las mismas
normas procesales: 38.
• Competencia de los tribunales eclesiásticos sobre el matrimonio de los
acatólicos: 40.
• Competencia absoluta y competencia relativa de los tribunales (vide
Competencia-Incompetencia).
• Grados de los tribunales: 61.
• Un tribunal no puede juzgar dos veces la misma causa en la misma ins-
tancia: 64.
• Concurrencia de tribunales y criterio de prevención: 65.
• EL obispo diocesano y «su» tribunal: 82.
• Los tribunales interdiocesanos: 86.
• La prórroga de competencia a favor de un tribunal y el auxilio entre tri-
bunales: 87.
• Los tribunales de segunda instancia: 91, 92, 94, 533.
• La Rota Romana, tribunal universal de apelación (vide Rota Romana).
• Tribunal colegial y juez único: 98-102.
• Los ministros del tribunal: 103-148.
• Deberes y prohibiciones comunes a todos los ministros del tribunal: 159.
• Anotaciones sobre la sede del tribunal y la territorialidad de la jurisdic-
ción: 166.
— Tutela Judicial Efectiva:
• En relación a la organización y funcionamiento jurisdiccional: 84, 115.
• En relación a las partes: 172.
• Tutela judicial y derecho de acción: 269, 273, 279.
• En relación a los criterios de admisión de la demanda: 65, 226.
• Tutela judicial y ius defensionis (vide Derecho de defensa).
Índice
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• Tutela judicial y principio de congruencia de las sentencias: 442.


• Tutela judicial en la apelación y el proceso brevior: 485.
• Tutela judicial y costas del proceso: 599, 601.
— Tutor: (vide Curador):
• Diferencias entre tutor-curador: 178.
• Quienes carecen de uso de razón sólo pueden actuar por medio del cura-
dor, no del tutor: 177.
• Los menores pueden actuar y responder por sí mismos, sin el consenti-
miento de los padres y del tutor: 182.
• Si el tutor renuncia a la instancia, debe constar que ésta es la voluntad de
la parte (vide Renuncia a la Instancia).

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Índice temático 655

— V —
— Veto (Vetitum):
• Concepto: 452.
• Afecta a la licitud, no a la validez, del nuevo matrimonio: 452.
• Puede imponerse a la parte no causante de la declaración de nulidad: 455.
• Fundamento de la imposición del veto: 454.
• Importancia de las conclusiones periciales para la imposición del veto:
357, 358.
• A qué tribunal corresponde imponer el veto: 457.
• Posibilidades y obligaciones del tribunal superior respecto a la imposi-
ción del veto: 459, 491.
• El veto debe anotarse en la partida de matrimonio y de bautismo: 595.
• Requisitos para levantar el veto:
„ En caso de incapacidad: 460.
„ En caso de error o simulación: 465.
• Qué tribunal ha de ser consultado en los supuestos de incapacidad: 463.
• Quién puede realizar la consulta para el levantamiento del veto: 561.
• Puede apelarse el decreto por el que se deniegue el levantamiento del ve-
to: 466.
— Vicario Judicial:
• Su constitución es obligatoria: 109.
• Goza de potestad judicial ordinaria y vicaria: 110.
• Los Vicarios judiciales adjuntos: 110.
• Ha de ser alguien distinto del vicario general: 110.
• Constituye un solo tribunal con su Obispo: 111.
• Goza de máxima libertad para dictar sentencia: 112.
• Requisitos subjetivos para ser vicario judicial y vicario judicial adjunto:
112, 117.
• Estabilidad de los nombramientos de vicario judicial y vicario judicial
adjunto: 117.
• Decide de la recusación de los jueces: 127, 157. Índice
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• Se necesita el consentimiento del Vicario Judicial del domicilio de la par-


te demandada para articular el fuero del actor : 71.
• El vicario judicial y el fuero donde han de recogerse la mayor parte de las
pruebas: 72.
• Le corresponde al vicario judicial designar los jueces del Turno, e indicar
quién Presidente: 100, 223.
• El vicario judicial no puede cambiar los miembros del Turno si no es por
causa gravísima: 119.
• El vicario judicial de rendir cuentas de la actividad del tribunal al obispo: 104.
• Incompatibilidades que afectan al vicario judicial, a los vicarios judicia-
les adjuntos: 106.
• El Vicario judicial debe notificar la nulidad del matrimonio al Ordinario
del lugar en el que se celebró el matrimonio: 595.

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