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LA ESPERA TRÁGICA de Eduardo Pavlovsky (1962)

Al comenzar la obra y al levantarse el telón, deben estar en escena ÉL y ELLA. Estarán sentados en un sillón
colocado a la derecha del escenario. Están en una reunión social. Debe oírse una música muy suave. La sala y
lugar de la reunión debe ser un lugar como “cualquiera” de “cualquier” reunión burguesa actual. Los demás
personajes que ocupan la escena son invisibles. Los personajes invisibles deben ser 27 -13 hombres y 14
mujeres-. Estos personajes, naturalmente, no se ven. Solo deben verse ÉL y ÉLLA.

ELLA.- Lo estrictamente cierto es que por pura casualidad nos hemos vuelto a encontrar después de tantos
años. No tiene idea de la alegría que me da este encuentro.

ÉL.- Es verdad; es verdad, es realmente sorprendente. (Muy distraído) Perdón. (Cuando pide perdón es para
saludar continuamente a invitados que están en la reunión. Saluda a alguien cortésmente con una sonrisa y
un movimiento de la mano.)

ELLA.- La verdad es que usted no ha cambiado nada.

ÉL (distraídamente).- Sí…

ELLA.- ¿Sí o no?

ÉL.- Sí, No. Digo que sí, que no he cambiado nada o, mejor dicho, que he cambiado. ¿O no? Perdón. (Nuevo
saludo de ÉL muy cortésmente a otra persona. En este momento alguien le ofrece una fuente con masas que
él toma. Todo esto debe marcarse muy bien con mímica. ÉL hace como que le ofrece.) ¿Prefiere comer o
seguir hablando?

ELLA (Como si le hubiera oído).- No me extraña su parecido con mi primo José. José hace veinte años se
parecía extraordinariamente a Ud. (Pausa) Ahora diría que Ud. Se parece extraordinariamente a él.

ÉL.- ¿No es lo mismo? (indiferente, come otra masa.) Perdón. (Saluda.)

ELLA.- Podría ser, pero es completamente diferente.

ÉL.- Claro, completamente diferente.

ELLA.- En ese caso…

ÉL.- En ese caso… (Repite muy distraído)

ELLA.- ¿En qué caso? (Vivaz.)

ÉL.- No, todavía estoy soltero, semejante paso todavía no me animo a dar. (Se ríe.) Perdón. (Come otra masa
y se llena la boca.)

ELLA.- Pero mi primo José se casó y tiene dos hijos. Se llaman Ruperto y Aníbal. (En este momento él se
levanta a buscar algo para tomar. Da unos pasos y choca con alguna de las parejas invisibles que deben estar
bailando. Se debe disculpar exageradamente con gestos y modales adecuados. Se sienta otra vez.) Aníbal es
muy atractivo, casi diría sorprendentemente atractivo, muy inteligente. Hubiera sido el mejor ingeniero del
barrio de no haberlo aplazado la maestra de 1° inferior. Fue abanderado del colegio. Recuerdo con qué amor
su madre le lustraba los botines en los días de fiesta.

ÉL.- Los tengo desprendidos. (Se los ata.) Perdón.

ELLA (Extrañada).- ¿Qué es lo que tiene desprendido?

ÉL.- Ya nada.
ELLA.- ¿Nada tiene desprendido?

ÉL (Confundido).- ¿Debería tener acaso?

ELLA (Atrevida).- Es que ustedes los franceses… son tan distraídos.

ÉL (ruborizándose).- ¡Oh, perdón! Es que estoy solo y no sé coser bien.

ELLA.- Debería haberme pedido a mí. Yo sí sé coser. O a mi tía Eustaquia, o a Josefina o a Ramira.

ÉL.- No las conozco bien. No sé…

ELLA.- No se preocupe, yo tampoco… Pero me han dicho que son buenas y que… (De repente se queda como
sorprendida mirando fijamente a uno de los personajes invisibles). ¡Oh, increíble! Estaba recién hablando de
Tía Eustaquia y esa señora que está allí es completamente diferente de ella.

ÉL.- Que casualidad. Yo tampoco lo había notado. (Debe haber una pequeña pausa y ÉL debe hacer un cierto
gesto de dolor.)

ELLA.- ¿Qué le pasa?

ÉL.-Nada, tengo colitis.

ELLA.- En ese caso debería tratarse.

ÉL.- ¿Y en otro caso?

ELLA.- ¿Qué otro caso?

ÉL (Muy entusiasmado).-El caso del cuarto amarillo. ¿No leyó en el diario? (Come otra masa, se llena la boca
y no puede hablar)

ELLA.-Mejor que trague. (Le mete los dedos en la boca para empujar la masa.)

ÉL (tragando con gran esfuerzo).-Gracias. ¿De qué estaba hablando?

ELLA.- ¿De qué estaba hablando?

ÉL.- ¿No lo recuerda?

ELLA.-Ah, sí, ahora recuerdo. Le estaba contando del cumpleaños de mi tía Eustaquia. Ayer festejó sus doce
años y con motivo de su casamiento el padre le regaló un hijo. Fue una ceremonia muy linda. Todos los niños
estaban vestidos de blanco.

ÉL.- ¡Qué barbaridad!

ELLA.-Con lo caro que está actualmente el blanco. ¿Leyó el diario? Aumentó quince pesos el kilo.

ÉL.- A mí no me preocupa porque estoy a régimen. (Come otras dos masas rápidamente.)

ELLA (Lo mira enternecida).- Es realmente usted un hombre interesante. Jamás olvidaré esta inolvidable
velada…

ÉL.- Yo tampoco la olvidaré.

ELLA.- De nada.
ÉL.- Gracias. (Silencio. Deben comer rápidamente sándwiches –pueden ser masas- al mismo tiempo y al
mismo ritmo. El ritmo debiera ser desparejo: una vez rápidamente, dos veces lentamente. Luego deben
comenzar a hablar al mismo tiempo y a decir lo mismo).

ELLA Y ÉL.- Según las condiciones meteorológicas mañana será nublado en la mitad izquierda del país, no así
en la derecha.

ELLA. - ¡Oh!, perdón. Dijimos lo mismo. (Coqueta)

ÉL.- No era lo mismo. Usted dijo que según las condiciones meteorológicas mañana será nublado en la mitad
izquierda del país, no así en la derecha, y yo dije que las condiciones meteorológicas indican que será
nublado en la mitad derecha, y no en la izquierda.

ELLA.- Ojalá tenga usted razón.

ÉL.- ¿Por qué?

ELLA.- Porque mañana debo concurrir a un pic-nic en la mitad izquierda y no tengo impermeable.

ÉL.- ¡Ah!

ELLA.- Gracias.

(En este momento debe aparecer en escena como saliendo de entre los invitados, un hombre de bigotes,
con rasgos muy masculinos y anchos hombros. Preferentemente corpulento.)

ÉL.- ¡Oh, qué emoción! Mi maestra de primero inferior. ¡Señora Eustaquia! ¿No me recuerda? Soy Jorge
Ottis, el mejor alumno de su primer grado inferior B, el que le llevaba una manzana con gusanos gordos los
martes a las 7 y 10.

EL DESCONOCIDO.- ¡Oh! Perdón. Usted me confunde. Jamás fui maestra de ningún primer grado inferior B.

ÉL.- ¡Oh! Disculpe. Es asombrosamente parecido.

ELLA.- ¿A quién? ¿A mi tía?

EL DESCONOCIDO.- Solo fui maestra de primero inferior A-.

(Se siente entre los dos quedando los tres muy apretados. Hay espacio en el sillón como para que se sienten
cómodamente. Están apretadísimos. Se mueven oscilando como si estuviesen en un colectivo).

ELLA.- Ya no se puede viajar así.

EL DESCONOCIDO.- Yo por eso siempre viajo en taxi.

ÉL.- ¡Oh! Perdón, señorita. (Silencio)

ELLA.- Papá es gerente de una fábrica.

EL DESCONOCIDO.- Papá no es gerente de una fábrica.

ÉL.- Mamá es gerente de una fábrica y no le gusta el jamón cocido. (Silencio de unos cinco segundos.)

ELLA.- Todos los árboles son vegetales.

EL DESCONOCIDO (se levanta indignado).- ¡Mentira!

ÉL.- ¡Oh!, perdón


(EL DESCONOCIDO se vuelve a sentar y le pisa el pie a ELLA, que grita.)

ELLA.- ¡Ay! ¡Ay!

ÉL.- ¿Qué le pasa? ¿Le duelen los pies?

EL DESCONOCIDO.- Lo lamento sinceramente, pero no lo puedo remediar, siempre los jueves me pasa lo
mismo.

ELLA.- ¿Qué le pasa? ¿Pisa a la gente?

EL DESCONOCIDO.- ¿Qué hora es?

ÉL.- Hace media hora que son las tres y media.

ELLA.- A mí me duelen los pies.

ÉL.- ¿Con la humedad?

ELLA.- No, con los pisotones.

(Debe establecerse un diálogo rapidísimo entre los dos. EL DESCONOCIDO está entre ellos y no habla, mira
hacia adelante con la vista perdida- Para hablar, tanto ÉL como ELLA deben esforzarse para poder verse,
pues el perfil de EL DESCONOCIDO los tapa.)

ELLA.- Tiene usted aspecto de vigilante.

ÉL.- Lo era, pero renuncié hace un rato. No me gustan los calcetines rojos.

ELLA.- Mi madre también.

ÉL.- ¿Era vigilante?

ELLA.- No, no le gustaban los calcetines rojos.

ÉL.- ¡Ah!

ELLA.- ¡Ah!

EL DESCONOCIDO.- ¡Ah!

(ELLA y ÉL deben mirar a EL DESCONOCIDO como extrañados.)

ÉL.- ¿habló usted?

ELLA.- ¿Habló usted?

EL DESCONOCIDO.- ¿Habló usted?

ELLA.- Diga algo usted.

EL DESCONOCIDO.- Diga algo usted.

ÉL.- Algo.

ELLA.- ¿Yo?

EL DESCONOCIDO.- ¿Yo?

ÉL.- ¿Yo?
ELLA.- ¿Mi?

ÉL.- ¡Viva la patria!

(Deben aplaudir los tres durante tres segundos, volviendo a la posición habitual)

ELLA.- No puedo hablar.

EL DESCONODICO.- Yo sí puedo hablar.

ÉL.- ¿Y por qué no habla?

ELLA.- ¿Y por qué no habla?

EL DESCONOCIDO.- No puedo hablar.

ÉL.- Yo sí puedo hablar.

ELLA.- Yo sí puedo hablar.

EL DESCONOCIDO.- ¿Y por qué no habla?

ÉL.- No puedo hablar.

ELLA:- Todos los hombres son iguales.

EL DESCONOCIDO.- ¿Todos los hombres?

ÉL.- ¿Son iguales?

ELLA.- Estoy angustiado. Estoy sofocada.

EL DESCONOCIDO.- Al revés.

ÉL.- Al derecho.

(Silencio. Deben beber los tras al mismo tiempo en forma rítmica)

LOS TRES.- Realice en forma sistemática las diversas tareas que se le presenten ineludiblemente todas las
mañanas. No las deje amontonar ni las descuide. Yo dije que los objetos de metal, cobre, bronce, lámparas y
platería, también deben ser agrupados para su limpieza ¿qué se yo?

ELLA.- Los que dije yo, ¿o no?

ÉL.- ¿Qué dijo usted?

ELLA (muy contenta).- El planchado bien organizado toma menos tiempo que si se lo realiza sin un plan
establecido.

EL DESCONOCIDO.- Eso no se oyó. Se oyó lo que dije yo.

ELLA Y ÉL.- (asombradísimos).- ¿Y qué dijo usted?

EL DESCONOCIDO.- Nada.

ELLA.- ¿No se oyó nada?

EL DESCONOCIDO.- No, se oyó nada.

ÉL.- ¿Se oyó algo?


ELLA.- No se oyó nada. (Pausa) Estoy angustiada.

EL DESCONOCIDO.- Deberíamos preguntar.

ÉL.- ¿A quién?

(En estos momentos debe entrar una señora de unos sesenta años con un gato de juguete. Irá vestida de
muy mal gusto con un sombrero muy llamativo.)

ELLA.- Pregúntele a ese señor.

EL DESCONOCIDO.- Señor, ¿Oyó algo?

LA SEÑORA.- ¿Qué?

ÉL.- Lo que hablábamos.

LA SEÑORA.- Perfectamente, justamente me llamó poderosamente la atención que hablasen de política. Es


tan peligroso.

(Se sienta a la derecha de ELLA. Están los cuatro muy apretados)

EL DESCONOCIDO.- ¿Qué se oyó?

LA SEÑORA.- Lo de Fidel Castro.

ELLA (Asombradísima).- ¿Fidel Castro?

ÉL.- ¿Fidel castro?

EL DESCONOCIDO.- ¿Fidel Castro?

LA SEÑORA (Asombradísima).- ¿Fidel Castro? Ah, sí, lo recuerdo perfectamente. Ustedes dijeron al mismo
tiempo: Fidel Castro es un barbudo.

ELLA.- ¡Oh!

ÉL.- ¡Oh!

EL DESCONOCIDO.- ¡Oh!

LA SEÑORA.- O, pero sin hache.

ÉL.- Mentira, yo no dije eso.

ELLA.- Yo tampoco

EL DESCONOCIDO.- Yo también

ÉL.- Yo dije que Fidel Castro era rojo.

ELLA.- Yo dije que Fidel Castro era amarillo.

EL DESCONOCIDO.- Yo dije que Fidel Castro era verde.

ELLA.- Ah, pero entonces fue usted.

LA SEÑORA.- Sí, fui yo.

EL DESCONOCIDO.- Claro que fui yo.


ÉL.- Debería darles vergüenza.

LA SEÑORA.- Les voy a contar un cuento. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

EL DESCONOCIDO.- Increíble.

ELLA.- Increíble.

ÉL.- Creíble

LA SEÑORA.- ¿Otro cuento?

EL DESCONOCIDO.- Sí, sí, por favor. (Entusiasmado)

ELLA (Entusiasmada).- Sí, sí, por favor.

ÉL.- no, no por favor.

LA SEÑORA.- como quieran: clasifíquenlas, agrúpenlas por categorías y decidan el día que más les conviene
dedicarse a ellas.

ELLA.- ¿A nosotros?

EL DESCONOCIDO.- ¿A nosotros?

ÉL.- A mí.

LA SEÑORA.- No, a mamá, a mi hermana menor, y a mi primo Jorge que ayer no se operó de apendicitis.

EL DESCONOCIDO.- Qué casualidad! No lo conozco (Pausa)

¡Cómo habrá sufrido!

ÉL.- Yo también.

LA SEÑORA.- También se llama José.

EL DESCONOCIDO.- ¿Fuma usted?

LA SEÑORA.- No, todavía no. Prefiero chupete. (Saca un enorme chupete que se pone en la boca y dice en
voz alta, tomando el chupete con la mano izquierda) Ser o no ser. Vamos Lucrecia. (Se lleva el gato. Al
retirarse debe hacer que se roza con los invitados que están bailando y hace algunos saludos).

EL DESCONOCIDO.- ¿Por qué se fue?

ELLA.- No se fue.

ÉL.- ¿No se fue?

EL DESCONOCIDO.- Si se fue.

ELLA.- ¿Qué es fue?

ÉL.- ¿Fue-fue-fue? En mis treinta años nunca pensé en la palabra fue. Es bonita. ¿Eh? Efe –u –e. Efe-u-e.

ELLA.- ¿Cómo efe-u-e? ¿Efe-u-e? ¿Cómo? Que angustia. Estoy sofocada. Nunca imaginé que se pudiera
pensar tanto en las letras que forman las palabras. Si yo digo fideo, no pienso en efe-i-de-e-o, pienso en la
comida fideos, no en las letras.

EL DESCONOCIDO (aislado).- A mí también me gusta la sopa de letras.


ÉL.- Yo estoy a régimen, por eso pienso en las letras y no en la comida. Así, cuando tengo ganas de comer
una torta de frutillas no pienso en una torta de frutillas sino en las letras. Así como las letras y no engordo. Es
por prescripción médica.

ELLA.- ¡Qué horror!

EL DESCONOCIDO.- ¡Qué horror! Comerse una prescripción médica.

ÉL.- Debe usted ir a visitarlo. Es el mejor dietista de todo el país.

ELLA.- ¿Quién, su médico? ¿Qué dirección tiene?

ÉL.- Ya es tarde.

ELLA.- ¿Tarde?

EL DESCONOCIDO.- ¿Tarde? Me voy. (Intenta pararse y ÉL lo detiene tomándole del brazo).

ÉL.-No, no se vaya usted, mi buen sombrero, digo que es tarde para ver a mi médico. (Conmovido) Murió
pasado mañana en un accidente. Un tren atropelló su auto. Menos mal que él pudo saltar a tiempo y
salvarse.

ELLA.- Pobre.

EL DESCONOCIDO.- Rico.

(Los tres deben comer al mismo tiempo y tomar. De pronto los tres deben decir al mismo tiempo)

LOS TRES.- Hay mucha gente, ¿no? (En tono debe ser muy logrado, deben tratar de no superponerse
hablando).

LOS TRES.- ¡Qué casualidad, qué casualidad! (Pausa)

LOS TRES.- ¿Quién habla, usted o yo? (EL DESCONOCIDO, que debe estar en el medio, no debe mirarlos,
debe mirar hacia adelante. ÉL y ELLA se deben mirar extrañados. Están confusos.)

LOS TRAS.- Cállense (pausa) quiero decirles una cosa. Por favor. Escúchenme. No puedo más. ¿Quién habla?
(EL DESCONOCIDO debe estornudar tres veces seguidas).

LOS TRES.- Salud.

LOS TRES.- Gracias-

LOS TRES.- Este chaleco es una de las prendas más indispensables para vestir bien.

LOS TRES.- Si no me escuchan a mí me voy. Estoy harto de oír hablar a ustedes dos. (Pausa. Deben comer los
tres rítmicamente).

LOS TRES.- Oigan, ¿Me dejan hablar a mí?

LOS TRES.- ¿A usted?

LOS TRES- Sí, a mí.

LOS TRES.- Bueno, hable.

LOS TRES.- Gracias, muy amable. Sabía que terminaríamos por entendernos. Con gente civilizada no puede
ocurrir otra cosa.
LOS TRES.- Gracias por lo de gente civilizada.

LOS TRES.- De nada. (Los tres deben bostezar y en pleno bostezo los debe interrumpir una explosión.
Temblarán como si el piso se les moviera)

ELLA.- ¿Qué fue eso?

ÉL.- Qué mal chiste, señorita. Esos chistes no se deben hacer nunca en reuniones sociales.

EL DESCONOCIDO.- ¿Fue un chiste o una bomba?

ÉL.- ¿Y no es lo mismo? No le da vergüenza hacerse la desentendida (indignado) ¡Quién iba a suponer que
usted era anarquista!

ELLA.- Yo no puse ninguna bomba.

EL DESCONOCIDO.- ¿De crema?

ÉL.-Es lo mismo. De todos modos esas cosas no se deben hacer. Por lo menos nos debía haber prevenido.

EL DESCONOCIDO.- La política debe dejarse a un lado, totalmente a un lado.

ÉL.- ¿De qué lado?

EL DESCONOCIDO.- A la derecha, a unos treinta metros de la estación.

ELLA.- Ustedes no me hubieran entendido jamás. (Con tono melancólico) Por eso no les avisé. Jamás
hubieran aceptado ser amigos míos si yo les hubiera dicho la verdad.

ÉL Y EL DESCONOCIDO.- (Sentenciosos) La verdad es siempre la verdad.

ELLA.- Lamentablemente la vida es así, cuesta mucho hablar y ser escuchada. Algo pasa con la gente. ¿Por
qué no nos entendemos? ¿Por qué yo no lo entiendo a usted y usted no me entiende a mí? (Con tono
amargo)

ÉL.- Porque usted habla francés y yo Ingles.

EL DESCONOCIDO.- Hubieran avisado, yo solo hablo el español. Con razón no entiendo nada.

ELLA.- De todos modos no nos entenderíamos aunque hablásemos el mismo idioma. Algo pasa con la gente.
¿Creen ustedes que se entienden, por ejemplo, todos los que están en esta reunión? En esta amable
reunión. Miren esa pareja. (Los tres deben mirar hacia una de las parejas invisibles) ¿Harán algún esfuerzo
por entenderse? ¿Por comprenderse?

ÉL.- Yo no puedo hacer esfuerzos porque tengo una hernia inguinal. Me lo prohibió el médico.

EL DESCONOCIDO.- ¿Cuál? ¿El que murió mañana a la mañana?

ÉL.- No, el hermano.

ELLA.- Algo pasa con la gente. Algo pasa con las palabras. Decimos palabras y las palabras no nos unen, nos
separan. Las palabras forman puentes que nos separan.

EL DESCONOCIDO.- El puente de Waterloo. Yo vi esa película con mi novio.

ÉL.- Yo también.

EL DESCONOCIDO (celoso).- ¿Con mi novio?


ÉL (con miedo a la reacción de EL DESCONOCIDO).- No, sin mi hermano.

ELLA (Intrigada. Debe hablar como indiferente al diálogo de ellos).- ¿Para qué decimos tantas palabras?
¿Para qué hablamos tanto? Mejor no hablar. Solo se puede hablar si podemos comunicarnos hablando, de lo
contrario mejor es callar. No nos entendemos.

EL DESCONOCIDO (Conmovido y mirándola).- No se preocupe, este año comienza un curso acelerado de


francés y creo que al finalizar vamos a poder entendernos.

ÉL.- Yo también estudiaré francés (con ternura) Es muy lindo idioma.

ELLA.- Gracias, muchas gracias, amigos míos. No saben cuánto se los agradezco. Da alegría ver que todavía
hay gente buena como ustedes. Pero me temo que ya sea demasiado tarde.

EL DESCONOCIDO.- Cierto. Me voy a tener que ir yendo.

ÉL (deteniéndolo).- ¿Adónde?

EL DESCONOCIDO.- No lo sé, pero hace un rato lo sabía.

(ELLA queda pensativa, mientras ÉL y EL DESCONOCIDO dialogan.)

ÉL.- ¿No tiene casa?

EL DESCONOCIDO.- Nunca tuve.

ÉL.- ¿Y dónde va a dormir?

EL DESCONOCIDO.- No duermo.

ÉL (absorto).- Y si se cae.

EL DESCONOCIDO.- Me levanto.

ÉL.- ¿Y si se vuelve a caer?

EL DESCONOCIDO.- Entonces no me levanto.

ÉL.- ¿Y qué hace?

EL DESCONOCIDO.- Duermo. Son las mejores siestas.

ÉL.- ¡Cómo se aprende en la universidad!

EL DESCONOCIDO (muy serio).- No, disculpe. Eso no lo aprendí en la universidad; eso me lo enseño la vida.

ELLA (súbitamente).- ¿La vida misma? ¿Usted cree que la vida enseña algo?

EL DESCONOCIDO.- Estoy convencido.

ELLA.- ¿Qué enseña? (ÉL debe comenzar a preocuparse por el diálogo, a dejar el tono indiferente del
comienzo)

EL DESCONOCIDO.- Enseña a sufrir y a gozar, por ejemplo.

ÉL.- ¿Enseña a sufrir?

ELLA.- ¿Usted cree que se puede aprender a sufrir?

EL DESCONOCIDO.- Estoy convencido que sí. (Deben estar más separados que al comienzo.)
ÉL.- ¿Cómo?

EL DESCONOCIDO: Después de veinte años de sufrimientos diarios uno aprende a sufrir. Hay diversos grados
de sufrimientos. El que ha sufrido mucho los conoce como la palma de la mano (muestra la palma). A mí me
costó mucho aprenderlo. Pero a fuerza de voluntad lo logré.

ÉL.- ¿Y de qué le sirvió todo eso?

EL DESCONOCIDO.- ¡Oh! ¡Inmensamente!. Todos sufrimos, pero no todos sabemos sufrir. Yo al principio
lloraba. Ahora el sufrimiento es un gran amigo mío.

ÉL.- También, después de veinte años se habrán hecho íntimos.

EL DESCONOCIDO.- Fuimos al colegio juntos. Somos más que íntimos, a veces nos confundimos, no sé si es el
sufrimiento, soy yo, o es él.

ÉL.- Debe ser desagradable. Sobre todo cuando se tiene hambre.

EL DESCONOCIDO.- No, el sufrimiento no come como nosotros. Él se alimenta de nosotros mismos.

ÉL.- Con razón está usted tan demacrado.

EL DESCONOCIDO.- ¿Se nota?

ELLA.- Tengo la impresión de que ya no es necesario que aprendan francés para que nos comprendamos.

EL DESCONOCIDO (conmovido) ¿Le parece?

ELLA.- No es el idioma ni las palabras lo que hace que nos comprendamos. Es el sufrimiento lo que nos hace
unir.

EL DESCONOCIDO.- Es verdad, ya ve usted que es un buen amigo.

ÉL (distraído).- Fueron al colegio juntos… ¿Me lo presenta? Yo no lo conozco.

ELLA Y EL DECONOCIDO.- Se nota que no lo conoce.

(De repente deben entrar en escena dos vigilantes. Al entrar deben hacer como que caminan con mucha
dificultad entre la gente que está en la reunión. Esto debe ser hecho con mucha mímica. Uno de ellos se
acerca al grupo por detrás del sillón. El otro debe permanecer más alejado. El primer vigilante se debe
colocar detrás de ÉL. Tanto ÉL como ELLA y EL DESCONOCIDO, no deben mirar hacia atrás)

VIGILANTE 1.-Entregáte, Jorge Ottis. Sabemos que sos responsable del atentado. (ÉL se va a levantar, pero
todo queda en un primer movimiento. Tanto el vigilante 1 como el 2 súbitamente se dirigen hacia ELLA)

(ELLA debe levantarse como resignada y ser llevada por detrás del sillón por ambos vigilantes. Deben otra
vez eludir a los invitados. EL y EL DESCONOCIDO deben mirar la escena asombradísimos, luego se encuentran
con la mirada.)

ÉL.- ¡Qué confusión! Hasta hace un momento creí que yo me llamaba Jorge Ottis.

EL DESCONOCIDO.- No, no puede ser.

ÉL.- ¿Por qué?

EL DESCONOCIDO.- Porque yo me llamo Jorge Ottis.

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