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Jon G. Allen
Las consideraciones de Jon G. Allen, que figuran en el epígrafe, tomadas de una obra
reciente (Allen, 2005, p. 33) resultan evidentes de suyo y remiten con toda claridad a lo
que observamos cotidianamente en nuestra práctica de la psicoterapia.
Por mi parte, considero que resulta de interés analizar con algún detalle esta variable
para poder así deslindar su contribución al incremento del mentalizar, entendido este
último como un objetivo común a las diversas formas de psicoterapia (Allen, Fonagy,
Bateman, 2008).
Conjeturo que si podemos aprehender lo que aporta este proceso, podremos, tal vez,
evaluar de un modo más fino la contribución de la dimensión intersubjetiva a dicho
mentalizar, así como la articulación de estas dos variables entre sí y su vinculación con
la constituida por las intervenciones del terapeuta, y avanzar, de este modo, un paso más
en la comprensión de los distintos factores que favorecen el mentalizar en el contexto de
la psicoterapia.
Los ejemplos con los que ilustro las ideas que desplegaré a continuación, alternan hechos
de habla con testimonios escritos, ya que si bien no se me escapan las diversas
diferencias existentes entre oralidad y escritura (Olson, Torrance, 1991), en esta ocasión
las tomo como equiparables ya que ambas (hablar, escribir) comparten ese hecho
esencial consistente en la puesta en palabras.
La mentalización
La mentalización se aplica tanto a sí mismo como a los otros. Las operaciones que
incluye tienen grados variables de complejidad y van desde el registro de un estado
afectivo hasta la reconstrucción y narración autobiográficas, desde la captación de un
estado emocional ajeno, hasta la aprehensión de los motivos de la acción de un otro,
así como de la circunstancia vital y las razones biográficas de las que surgen.
El tema del mentalizar posee tal amplitud, que se torna imposible una síntesis adecuada
del mismo en este espacio. Remito para ello a dos publicaciones recientes (Choi-Kain,
Gunderson, 2008; Lanza Castelli, 2010). Por el momento sólo deseo agregar que este
concepto es entendido, en la obra de Fonagy y colaboradores, de tres maneras
diferentes, que será útil diferenciar:
3) Como proceso regulador: “El pensar antes de actuar impulsivamente es, por
tanto, paradigmático del mentalizar” (Allen, Fonagy, Bateman, 2008, p. 8).
Resultará útil analizar, en primer término, en qué consiste esta experiencia subjetiva y
qué características y propiedades posee.
En esta ocasión tomo un camino distinto y realizo un abordaje sincrónico del mismo tema;
esto es, propongo diferenciar los diversos tipos de representaciones que encontramos en
el funcionamiento mental adulto, para tratar de entender cuáles son las transformaciones
que sufren dichas representaciones en la medida en que son traducidas en palabras.
En lo que sigue, estudio en primer término el formato que los contenidos mentales poseen
en el interior de la mente; posteriormente analizo el cambio en dicho formato que el
mencionado poner en palabras (proferidas oralmente o por escrito) produce. A
continuación, hago lo propio con el cambio de continente y de estado. Por último, sintetizo
las incidencias en el mentalizar (en los sentidos 2 y 3) producto de estos cambios.
El formato de los contenidos mentales en el interior de la mente:
En cuanto al habla, se supone que las frases que decimos son un reflejo del
pensamiento, como un doble del discurrir interior que se externaliza en las emisiones
discursivas.
Este enfoque puede advertirse inclusive en la obra de Freud quien, si bien diferencia en
algunos textos el pensamiento de los “signos del lenguaje” (o “recuerdos de palabra”),
con los que puede, o no, asociarse (1900, pp. 566, 605), equipara en la mayor parte de
sus escritos las ilaciones de pensamientos preconscientes con cadenas verbales, como
con razón señala Forrester (1980).
La hipótesis que propongo difiere de este modo de ver las cosas y plantea que el pensar
interior y la palabra hablada tienen una serie de diferencias significativas en sus
respectivos formatos, considerados a nivel fonológico, semántico y sintáctico.
a) Uno de estos formatos es el de la así llamada “habla sin sonido” (Luria, 1980), la cual
posee la misma estructura que el lenguaje hablado (o escrito), sólo que sin la emisión
sonora o gráfica correspondiente. Es el modo en que la literatura ha representado el
monólogo interior de los personajes a lo largo de los siglos (Cf. un ejemplo notable en
Schnitzler, 1924) De estos personajes podemos decir que “sus pensamientos más
íntimos tenían la prolijidad gramatical de una emisión de habla” (Silvestri, Blanck, 1993,
p. 68).
Esta es la manera en que a veces nos hablamos a nosotros mismos, por ejemplo cuando
nos damos indicaciones, o tratamos de calmarnos o consolarnos. Es el modo, también,
en que se presentan muchas representaciones obsesivas (Freud, 1909, pp. 147 y ss.)
También expresamos a veces de esta forma el ensayo de lo que planeamos decirle a
alguien en una conversación difícil, o rectificamos así lo que hubiéramos debido decir,
etc., etc. Pero estos procesos de pensamiento que poseen el mismo formato que la
palabra hablada, estos fenómenos de habla sin sonido, no son, ni mucho menos, la
totalidad del pensamiento verbal.
b) Junto a ellos encontramos los procesos del “habla interna” o “habla para sí mismo”,
que poseen otro formato, con características específicas que es importante diferenciar
de aquellas propias del “habla sin sonido”. (Vygotsky, 1934, Vocate, 1994). Para dar
cuenta de la primera de estas características puede ser útil establecer primeramente una
diferenciación entre los conceptos de “tema” y “rema” (Ducrot, Todorov, 1972). El “tema”
es el tópico del cual se habla, el “sujeto psicológico” (no necesariamente gramatical). El
“rema” es el “predicado psicológico”, la información que se predica del tema, o que se
aporta respecto al tema. Así, por ej., la frase “la novia está esperando en la puerta [de la
Iglesia]” puede estar enfatizando que el novio todavía no llegó y que la situación se torna
problemática para la familia de aquélla. Éste sería, entonces, el verdadero tema, y la
intención del hablante, al proferir dicha frase, sería destacarlo. Como se ve, el
sujeto gramatical, [en este caso, “la novia”], no coincide necesariamente con el tema o
sujeto psicológico: el novio, del cual se da a entender que no ha llegado (predicado).
Una vez hecha esta aclaración, podemos señalar que en las situaciones de diálogo o
habla entre personas que comparten el mismo tema, las verbalizaciones que se profieren
suelen ser básicamente predicativas, quedando implícito el sujeto. Así por ejemplo, si en
un grupo de gente que espera en un andén la llegada del tren que los llevará a
Constitución, uno de ellos dice “¡ahí viene!” es claro para todos que es el tren el que
viene. No hace falta que quien habla explicite el sujeto de su frase diciendo, por ejemplo:
“ahí viene el tren rumbo a Constitución”. También ocurre lo mismo en diálogos complejos,
a condición de que el sujeto (o tema) sea compartido, en cuyo caso queda tácito. Decimos
que, en estos casos, hay un contexto extralingüísticocompartido, el cual está “…formado
por objetos no lingüísticos, acciones, eventos, etc., los cuales están espacial y
temporalmente copresentes con un signo dado” (Wertsch, 1985 p. 122). Cuando no es
éste el caso, cuando no se comparte dicho contexto, el habla debe incluir también el
sujeto (tema) de que se trate, para que resulte comprensible.
O sea, podríamos concluir que, cuanto mayor es la comunicación entre dos personas,
cuánto más ampliamente comparten los contextos lingüísticos y extralingüísticos, menor
será la cantidad de palabras que necesiten para entenderse, de modo tal que a veces
bastará una breve emisión sonora para transmitir una idea compleja.
Esta particularidad posee la mayor utilidad para hacer inferencias acerca de en qué
consiste el pensar verbal, o el discurrir interior, ya que en este caso es obvio que esta
situación de contextos “compartidos” se ve llevada a su máxima expresión posible, ya
que cada quien sabe con qué situación concreta [contexto extralingüístico] se encuentra
ligado lo que piensa y con qué otros pensamientos o relatos [contexto lingüístico] este
discurrir está relacionado. De este modo, es notorio que tenemos, con nosotros mismos,
una situación de total compartición, tanto de contextos extralingüísticos como lingüísticos.
Por este motivo, y teniendo en cuenta lo antes mencionado, es fácil advertir que el pensar
interior será básicamente predicativo, ya que no nos explicitamos a nosotros mismos
sobre qué tema estamos pensando, puesto que ya lo sabemos.
Esta sintaxis abreviada, predicativa, es la regla en el formato del habla interna, pero no
en el del habla oral, excepto en aquellas situaciones en que, como queda dicho, hay un
contexto linguïstico y/o extralinguïstico compartido entre los hablantes involucrados.
Esta es, entonces, una de las primeras características diferenciales del habla interna, que
podríamos formular así: la sintaxis del habla interna, o habla para sí mismo, es
básicamente predicativa.
Otra característica tiene que ver con que en el habla interna se produce una reducción
de los aspectos fonológicos del lenguaje: "Para hablar con nosotros mismos no
necesitamos pronunciar las palabras hasta el final. Nos basta la intención para saber qué
palabra vamos a pronunciar" (Vygotsky, 1934 p. 332); esto nos indica que en este discurrir
interior el número de fonemas que componen las palabras puede estar muy abreviado, o
casi faltar, sin que este hecho dificulte la captación del significado.
Si pasamos ahora a considerar el nivel semántico, vemos que en este nivel el formato de
este tipo de habla tiene dos características diferenciales de la mayor importancia.
Podríamos decir entonces que los elementos con los que pensamos, pertenecientes al
habla interna, son como esas anotaciones escuetas que hacemos en nuestra agenda
(John-Steiner, 1997): si escribo en mi agenda, en el espacio del día lunes a las 9 hs., la
palabra “¡mecánico!”, no tengo que aclarar para mí mismo en ella que, por ej., tengo que
llevar el auto al mecánico porque tiene un ruido que me preocupa y cuyo origen y
gravedad desconozco. Tampoco necesito explicitar que el signo de admiración se debe
a que la semana anterior, cuando se lo llevé, me dijo que estaba con tanto trabajo que ni
siquiera tenía lugar para que se lo dejara y que si no se lo llevaba a más tardar el lunes,
no podría revisarlo y arreglármelo para el fin de semana siguiente, con lo que yo tendría
que posponer mi viaje a la costa o arriesgarme a viajar intranquilo, etc., etc.
Sintetizando, podemos decir que lo que caracteriza al formato del habla interna es la
sintaxis abreviada o predicativa, la fonética abreviada y la semántica que privilegia el
sentido por sobre el significado y en la que predomina la condensación. El habla interna
es, por tanto, habla abreviada, muy diferente del habla oral o escrita.
En lo que hace al pensar en imágenes, considero que en relación a las mismas rigen
igualmente las consideraciones de Vygotsky: también en ellas prevalece el sentido
sobre el significado (la imagen de un árbol que, dibujada, sería sólo un jacarandá para
cualquier persona, en nuestra mente puede significar ese árbol bajo el cual ocurrió un
suceso que cambió nuestra vida) y rige el recurso a la condensación (la imagen de una
playa puede contener en sí todo un fragmento de nuestra historia e incluir una enorme
cantidad de eventos y significaciones). También aquí es evidente que cuando tenemos
esas imágenes in mente no aclaramos para nosotros mismos lo que significan, de modo
tal que en una sola imagen podemos presentificarnos un complejo mundo de
significados sin necesidad de desplegarlos o relatárnoslos.
La observación muestra, de igual modo, que es muy habitual que estas imágenes
aparezcan sólo fragmentariamente en nuestra mente, o de modo parcial, o fugaz. Así,
para una paciente, la imagen fugitiva de los ojos severos de su madre contenía una
serie de connotaciones y referencias a múltiples situaciones de su historia, a la vez que
le producía una intensa angustia y una fuerte inhibición de su acción y pensamiento.
Una formación particularmente importante de este pensar visual son los sueños diurnos
o fantasías, en los que se despliega habitualmente un argumento en el que el
protagonista sufre las más diversas peripecias y que pueden ser considerados como
expresión de un pensar espontáneo, involuntario, distinto de aquel otro, intencional y
propositivo que tiende a la resolución de los diversos problemas y tareas que la
adaptación a la realidad nos plantea (Freud, 1911).
Estos sueños diurnos son predominantemente visuales, si bien suelen estar integrados,
también, por elementos verbales. La proporción de unos y otros es variable, y así, en un
extremo tenemos aquellos en los que el elemento verbal tiene un rol muy subordinado,
mientras que, en el extremo opuesto, el elemento visual es menor y cumple el mismo rol
que la ilustración de un texto escrito. Entre uno y otro polo encontramos toda clase de
formaciones intermedias (Varendonck, 1921).
En el pensar interior, tanto las imágenes como las palabras que lo encarnan, pueden
quedar meramente aludidas, tal como consigna Freud que ocurre en ciertas ocasiones
con las fantasías. En La interpretación de los sueños, Freud se ocupa del tema de los
sueños extensos que transcurren en períodos de tiempo breve, y allí refiere: “Cuando
se atacan un par de compases y alguien, como en el Don Juan, dice: “son las Bodas de
Fígaro de Mozart” en mí bulle al unísono un tropel de recuerdos, ninguno de los cuales
puede, un instante después, elevarse a la conciencia. Esa clave actúa como la
avanzada desde la cual una totalidad se pone en movimiento a un mismo
tiempo” (Freud, 1900, TV, p. 493). Esta totalidad es la de fantasías ya listas que son
tocadas o aludidas por algún estímulo, con lo cual se activan en su totalidad.
Conjeturo que de igual modo procede el pensamiento: un “compás” inicial de una serie
de pensamientos previamente organizados en un guión determinado, compás
consistente en una imagen fugitiva o parcial, o en una sola palabra, activa la totalidad de
dichos pensamientos, de modo simultáneo. Accedemos así a la intelección de los
mismos, de modo intuitivo y global, sin que nos sea necesario repasar mentalmente, una
vez más, el detalle de esas cadenas de pensamientos.
Por último, en lo que hace al grado de organización también vemos grandes variaciones,
y así, en un extremo, encontramos procesos de pensamiento altamente estructurados,
ordenados y organizados, y, en el otro, procesos sumamente desorganizados y caóticos.
De este modo, notamos que en nuestro interior tiene lugar habitualmente, junto a series
de pensamientos estructurados como el habla sin sonido, una sucesión de elementos
escuetos, abreviados, de retazos de elementos (imágenes o palabras) que albergan un
sentido amplio y tal vez complejo, pero que se presenta en ellos de modo global, como
una totalidad cuyos elementos no están desplegados y diferenciados, y cuya
comprensión solemos alcanzar de un modo global e intuitivo. Podríamos sintetizar estas
consideraciones, sobre el formato de las representaciones en el interior de la mente, en
el siguiente gráfico:
Cambio en el formato de los contenidos mentales debido a su puesta en palabras
Podemos ahora volver a nuestro problema inicial y preguntarnos cuáles son las
modificaciones que tienen lugar en el formato que poseen los procesos internos por el
hecho de expresarlos en palabras.
Nos preguntamos, entonces, por cuál es el procesamiento que realiza en ellos el hecho
de verbalizarlos, procesamiento al que también se refiere Vygotsky, aunque no lo estudia
en detalle:
“Es evidente que la transición del habla interna al habla externa no es una simple traducción de un
lenguaje a otro. No se puede alcanzar por la mera vocalización del habla silenciosa. Es un proceso
dinámico y complejo, que implica la transformación de la estructura idiomática y predicativa del
habla interna en habla articulada sintácticamente e inteligible para los demás” [subrayados
agregados] (Vygotsky, 1934, p. 224).
Deseo, entonces, proponer algunas reflexiones sobre esta transformación del habla
interna -en el sentido amplio que he caracterizado con anterioridad, que incluye no sólo
lo verbal- en habla externa, aclarando primero que, así como los fenómenos internos
son múltiples y variados, también lo son las distintas operaciones que este
procesamiento lleva a cabo en ellos.
1) Configuración
a) Pensamientos informes:
Muchas veces surgen en nuestro interior pensamientos que no tienen una forma neta,
que se caracterizan por su vaguedad o indefinición, de cuyo sentido nos damos cuenta
parcialmente, de modo poco claro. El ponerlos en palabras favorece una conformación
más adecuada de los mismos, lo que trae aparejada una mayor claridad en el pensar. Lo
que posibilita esta transformación es el enlace de estos pensamientos con símbolos
verbales, cuya significación es acotada y, por ende, relativamente precisa, por más que
incluya connotaciones varias, dobles sentidos, etc. Las palabras imprimen una forma y
significado definidos a estos pensamientos, con lo cual pierden la vaguedad que tenían
previamente.
En relación a este punto, Marion Milner escribe: “Si la idea tenía lugar al comienzo, como
era habitual, en un vago estado sin forma, como un panorama de posibilidades--- medio
vislumbrado, la aferraba y la traducía en palabras, y persistía en mi mente hasta que yo
sentía que había formulado la idea todo lo que podía” [cursivas agregadas] (Field, 1936,
p. 137). Esta observación de Milner es interesante. La autora subraya en su libro (firmado
con el seudónimo de Joanna Field) que muchas veces las ideas surgían en su interior de
ese modo: “en un vago estado sin forma”. Por esta razón, la plena comprensión de las
mismas no era posible, ya que su significado también era vago y difuso. Para formular
cabalmente tales ideas debía traducirlas en palabras, tras lo cual la idea adquiría un
significado neto y una forma definida, y la comprensión de la misma era mayor. Milner
subraya también que este dar forma no sólo favorecía el entender, sino también el poder,
el control y la toma de distancia respecto de los propios pensamientos y sus efectos. En
este sentido dice que las palabras, los dibujos y todos los símbolos le ayudaban a dar
una forma concreta al pensamiento, a partir de la cual se podía argumentar, se lo podía
testear y comparar. “Cuando no tenía esta forma concreta, estaba tan sumergida en él
que mi pensamiento no podía verse a sí mismo, a raíz de lo cual no podía controlarlo en
modo alguno” [cursivas agregadas] (Ibíd., p. 136). Agrega que este dar forma a través de
un símbolo tornaba posible externalizar el pensamiento y mirarlo, con lo que éste dejaba
de incidir negativamente en su estado anímico (Ibíd.).
Vemos entonces que mediante la puesta en palabras es posible dar forma al pensamiento
cuando carece de ella (mentalizar en el sentido 1), lo que -a su vez- permite la puesta en
juego de distintos procesos mentales incluidos en el mentalizar explícito (mentalizar en
los sentidos 2 y 3), entre los que encontramos: a) dirigir la atención hacia dicho
pensamiento, focalizarlo e identificarlo con mayor nitidez. b) pensar con más claridad a
partir de esta reorientación atencional, c) tomar distancia respecto de los propios
pensamientos y, en este acto, d) controlar sus efectos sobre la vida afectiva (incremento
de la regulación emocional).
Posteriormente, la vida de las emociones conservará siempre este lazo privilegiado con
el reino de las representaciones no verbales, aunque finalmente entre en contacto con
las palabras, lo que elevará su grado de complejidad y elaboración, le permitirá entrar a
formar parte de unidades representacionales más complejas (fantasías, sueños, mitos,
relatos, etc.) y la volverá disponible para ser pensada y almacenada en una forma
comunicable (Bucci, 1997; Fonagy et al., 2002).
Podríamos ilustrar esta idea con el caso de una paciente de 40 años, a la que llamaremos
Silvia, quien relata que tiene frecuentes peleas con su esposo. En el curso de las mismas,
que tienen lugar por las noches, suele suceder que él interrumpe la discusión, se da
vuelta y se pone a dormir, lo cual desencadena fuerte angustia en la paciente. Silvia relata
que esta actitud la sume en un estado de intenso malestar y que no puede conciliar el
sueño. Refiere sensaciones como de caída, que son difíciles de aprehender, expresar y
relatar varios días después de que la situación ha pasado y en un contexto -el de la
sesión- en el que su estado mental es muy diferente al que tenía cuando se sentía tan
mal.
Un día refiere una nueva pelea. Cuando el marido se dio vuelta y se durmió, ella, una vez
más, sintió que estaba desesperada y que tenía la sensación como que el borde de la
cama era el de un abismo en el que se podía caer. En esos momentos se sentía como
un bebé. Finalmente, decidió levantarse y ponerse a escribir, como venía haciendo
últimamente en otras situaciones difíciles de su cotidianeidad.
Otra vez el vacío, el desierto del alma/ parecía haberse ido, pero no,/ ahora retorna, no tanto con fuerza,/
más en toda su profundidad.
Cada tanto me asomo a este agujero,/ que es un encuentro con la nada,/ que me da la sensación de tierra
arrasada,/ que yace seca, inerte;
esa parte mía hambrienta, necesitada,/ que cuando aparece no se arregla por sí
misma;/ necesita del otro.
¡ay! ese resto de ausencia que vive conmigo,/ si fuera posible me lo arrancaría,/ pero no se puede,/ lo
llevo aunque no quiera,/ esa marca de melancolía, tristeza, ausencia,/ que llevo conmigo a todas partes/
y me hace ser como soy.
También en este caso podríamos decir que por medio del dar forma al sentimiento a
través de su traducción en palabras (en este caso mediante la escritura), podemos
identificarlo y entenderlo mejor, lo podemos pensar, dirigimos la atención hacia él y nos
diferenciamos del mismo, con lo cual se incrementa el control y la regulación de la
experiencia afectiva. Como dice la paciente, el sentimiento “se acomoda adentro”.
Esta operación que realiza el poner en palabras posee la mayor importancia, habida
cuenta del carácter abreviado de las representaciones en el interior de la mente, sea que
se trate de los elementos condensados del habla interna, o de esas palabras y frases en
las que predomina el sentido sobre el significado, sea que se trate de imágenes con
iguales características, sea que estén en juego imágenes o pensamientos incompletos o
apenas aludidos.
Para ilustrar esta operación mediante un ejemplo, utilizo una breve anotación personal
que realicé a partir de dos pensamientos, cuyas características pude registrar con
claridad y consignar en el momento mismo en que los detecté. Realizo previamente dos
aclaraciones para que se comprendan con mayor claridad los pensamientos
consignados:
Posteriormente hago una comparación entre los pensamientos, tal como aparecieron en
mi mente y su transposición en escritura:
“Me encontré con Fabián, le conté lo que estoy dando en el seminario sobre
psicoanálisis y cognitivismo. En un momento me cuestionó algo sin entender bien… me
acuerdo de la frase que comentó la vez pasada Roberto, que decía Allport “qué difícil es
modificar los prejuicios a pesar de las evidencias e investigaciones en contra” … pienso
ahora en la gente de X cuando me hicieron el comentario sobre mi trabajo. Me llamó la
atención lo cerrados y ortodoxos que eran y que también criticaron sin entender….”
[siguen a continuación pensamientos sobre ésta y otras conversaciones con Fabián, que
dejo sin referir aquí. Mientras escribo lo arriba consignado, advierto que tildo a mi amigo
de prejuicioso y que hago una equiparación entre su persona y la gente de X. También
recuerdo (y revivo parcialmente) un cierto enojo, que registré de un modo fugaz cuando
hizo ese comentario, y que olvidé posteriormente]
Cuando estaba escribiendo que Fabián “...me cuestionó algo sin entender bien…” surgió en mi
mente el pensamiento sobre la frase de Allport, que en él quedó meramente aludida. En
realidad, el pensamiento era una especie de idea vaga que no incluía ni el nombre de
Allport ni el texto de la frase que luego escribí. Era una alusión en la que yo sabía, de
modo global e intuitivo, de qué se trataba. No tenía forma verbal, era como una imagen
vaga, un pensamiento no traducido en palabras que incluía también una sensación del
sentido de ese pensamiento, algo como una sensación de dureza (la rigidez mental de
mi amigo). Si fuese a traducir ese pensamiento, en su forma original, en palabras, a los
efectos de transmitirlo de algún modo, sonaría como “Fabián-duro-modificar”. La segunda
parte de la frase “…a pesar de las evidencias e investigaciones en contra” no aparecía de modo
explícito en mi pensamiento, si bien su sentido estaba presente en él.
Nos podemos interrogar acerca de por qué cuando estaba escribiendo “...me cuestionó algo
sin entender bien…” surgió el pensamiento sobre la frase de Allport y, posteriormente, el
pensamiento sobre X. Entiendo que la razón es que ambos expresan -de modo indirecto-
una crítica hacia mi amigo, que no aparece en la frase con la que comienzo. El primer
pensamiento lo tilda de prejuicioso, el segundo de cerrado y ortodoxo. Esta crítica podría
ser formulada de la siguiente manera: “qué prejuicioso es Fabián, que difícil es que
modifique sus prejuicios y entienda lo que le digo. Me enoja su actitud cerrada. Es igual
que la gente de X, que criticó desde la ortodoxia”.
Pero lo sustantivo de este ejemplo para nuestro tema es la comparación entre dos
formatos: el que tenían estos pensamientos dentro de mi mente y el que adquirieron
después, al ponerlos en palabras. Se observa con claridad que la escritura produjo una
operación cuádruple: por un lado, realizó un despliegue de los elementos contenidos en
el pensar interior, pero no explicitados en él (por ejemplo, la frase de Allport, las ideas de
“evidencia” “investigaciones” “ortodoxia”, etc.). Por otro, realizó una configuración, un
dar forma precisa a pensamientos que carecían de ella, como se advierte comparando la
forma vaga que tenia el pensamiento en mi interior y el formato que adquirió en la
segunda frase (recuerdo de la frase de Allport). Igualmente, transpuso en palabras un
pensamiento en imagen (el de la escena en X) y otro que consistía más bien en una
sensación. Este transponer en palabras se acompañó de una organización de las
mismas, acorde a leyes semánticas, sintácticas y lógicas.
Cuando comencé a escribir, tenía un recuerdo global de la conversación del día anterior.
Recién cuando puse por escrito “...me cuestionó algo sin entender bien…”, surgió el
pensamiento que aludía a la frase de Allport, y fue gracias al despliegue de esta frase,
producido por la escritura, que apareció la palabra “prejuicios” que, a su vez, activó el
recuerdo de la escena en X. Con esto quiero hacer referencia al hecho de que es el
despliegue que produce la puesta en palabras el que favorece la formación de cadenas
asociativas que no se hallan previamente presentes en la mente de modo explícito. Como
sabemos, mediante estas cadenas asociativas (asociación libre) se facilita el acceso a
los derivados de lo inconsciente reprimido (Freud, 1900).
Cada palabra, en tanto está compuesta por un número restringido de semas (Ducrot,
Todorov, 1972), tiene un significado acotado, por más que posea dobles sentidos y
connotaciones múltiples. Podemos diferenciar aquí dos aspectos: por un lado, que ese
contenido semántico es restringido e identificable; por otro, que es diferenciable del de
cualquiera de las otras unidades (palabras).
De este modo, cuando el pensar interior se transpone en verbalización, sea que se trate
de un pensar informe, o global, o incompleto, o fugaz, queda delimitado en cada una de
las palabras en las que se expresa y, más allá de ellas, en la frase o narración que las
articula.
En el caso de los pensamientos fugaces, sutiles, poco netos, que pasan por nuestra
mente a veces al modo de flashes, su traducción en palabras resulta doblemente útil: por
un lado, puesto que éstas los delimitan, nombran, corporizan, y los vuelven con ello más
visibles y netos de lo que eran en el interior de la mente; por otro, porque sobre ellos
recae ahora la atención.
De este modo, dichos pensamientos pueden ser mejor aprehendidos debido a que,
gracias al poner en palabras resaltan más y se los puede identificar mejor, y esto hace
que se pueda pensar más adecuadamente sobre los mismos.
En lo que hace al hecho del nombrar en relación a los afectos, Lieberman y sus colegas,
en una serie de interesantes estudios sobre el efecto que produce la denominación de la
vida emocional, propusieron a un grupo de sujetos que mirasen dos imágenes. La primera
de ellas representaba una cara expresando una emoción negativa, que los participantes
debían contemplar sin expresarse. La segunda contenía igualmente un rostro que
expresaba una emoción negativa, que los sujetos debían poner en palabras.
Durante estas experiencias se hacía un estudio por neuroimágenes del cerebro de los
participantes.
Los autores concluyen: “Los resultados de este estudio proveen la primera demostración
clara de que la denominación del afecto amortigua la respuesta afectiva que hubiera
ocurrido si no en el sistema límbico, en presencia de imágenes emocionalmente
negativas” (Ibid, p. 426).
Esta es, por tanto, otra de las vías por las que el poner en palabras ayuda a la regulación
emocional (entendida como un aspecto de la mentalización de la emoción).
4) Organización:
En las investigaciones llevadas a cabo por este autor con voluntarios a quienes les
pedía que escribieran durante varios días seguidos, 20 minutos por día, sobre el mismo
acontecimiento traumático que habían padecido, observó lo siguiente: la primera vez
que describían el suceso y lo que en él les había ocurrido, se mezclaban en su
descripción los distintos aspectos del hecho (acontecimientos, actos, imágenes,
sonidos, etc.) con las emociones y pensamientos surgidos en él, de un modo poco
coherente y desordenado. Pero a medida que volvían sobre el acontecimiento y lo
ponían nuevamente por escrito, iban desarrollando una historia que tenía, cada vez
más, una secuencia ordenada, un comienzo, un desarrollo y un final claramente
delimitados. A la vez que iban organizando de este modo las múltiples facetas del
hecho traumático, dejaban de lado en sus relatos los detalles poco relevantes de la
situación y realzaban los rasgos centrales y más importantes de la misma.
Simultáneamente, iban resumiendo la historia que se hacía, de ese modo, más breve y
menos abrumadora. Los acontecimientos se organizaban en una narración resumida,
tanto en el papel como en su mente (Ibid, pp. 97-98).
El pensar interior es siempre, en alguna medida, pensar en imágenes, las cuales tienen
en común con las palabras el ser elementos discretos que poseen un valor simbólico en
la medida en que representan a un objeto diferente de ellas mismas, así como un poder
generativo en tanto a partir de las combinaciones de algunas de ellas se producen
elementos y significaciones nuevas (Bucci, 1997).
En cuanto a los efectos que se producen al traducir en palabras el pensar en imágenes,
podríamos decir que este último suele ser escueto y breve. Habitualmente, unas pocas
imágenes encarnan un conjunto complejo de pensamientos, o toda una historia. Al pensar
interior le alcanzan estos elementos escuetos para presentificar, de un modo global, toda
una situación o relato que se encuentra íntegramente contenido -aunque de modo
implícito- en unas pocas imágenes. Así, en el ejemplo citado más arriba (en B), de mis
anotaciones en el diario a raíz de la conversación con mi amigo Fabián, la imagen visual
fragmentaria, apenas esbozada o esquemática, de la gente de X, en una actitud tensa,
cerrada, tal como estaban el día en que comentaron críticamente mi trabajo,
presentificaba para mi pensar interior, por sí misma, toda la escena que ahí se desarrolló,
incluyendo las actitudes cerradas y ortodoxas de los colegas de esa Institución y el
malestar que ello me produjo. Todo ese significado se me hizo presente en ella, si bien
de modo global, no desplegado y más bien implícito.
Por otra parte, en tanto los afectos están ligados primariamente a las imágenes, ya que
la forma inicial de la experiencia emocional se debe al enlace de la misma con los
registros sensoriales (predominantemente visuales) -tal como fue señalado en A.2- en el
interior de las relaciones de apego (Pistiner de Cortiñas, 1999; Fonagy et al., 2002), la
vida de las emociones conserva siempre un lazo privilegiado con la imaginería visual.
Al poner en palabras el pensar interior, se produce una externalización del mismo, vale
decir que su continente deja de ser la mente y pasa a ser el espacio intersubjetivo, o el
espacio físico en el que se escribe. Este cambio de continente produce efectos que ya
fueron notados por Theodor Reik: “Es un problema psicológico especial por qué las
palabras que proferimos tienen otro efecto emocional sobre nosotros que las mismas
palabras que solamente pensamos, pero es un hecho innegable que operan de manera
diferente. Es como si al pronunciarlas, al decirlas consiguen ya una cierta externalización
que las saca de la esfera de lo secreto. Las palabras que usted dice se le contraponen y
le permiten conquistar una distancia emocional respecto de su contenido” (1956, p. 223).
También al poner por escrito se logra una externalización y una toma de distancia que
favorece la mentalización, tal como ilustra el fragmento de un mail de una colega:
“Estos días he estado escribiendo sobre cuestiones que me tenían a mal traer desde hace tiempo.
Me ha ocurrido algo sensacional, porque al escribir pongo delante de mí la situación, la veo, la
analizo; es como si realizara una intervención quirúrgica, sustrajera parte de un órgano y lo pusiera
sobre una mesa para analizarlo; así, lo mismo, con cuestiones que yo llamo "del alma". Es un
proceso en el que no he parado a excepción de algún día, que me ha permitido verme de otro
modo, quizá en mi verdadera dimensión” [subrayados y cursivas agregados].
El estado habitual del pensar interior suele ser el de cierta evanescencia y el de un flujo
permanente y cambiante, propios de la corriente del pensamiento (James, 1890).
Mediante su proferencia en el habla o su expresión por escrito, dicho pensar se corporiza
en la medida en que se liga con el significante sonoro o gráfico, de modo tal que se
transforma en percepción (auditiva o visual, respectivamente).
En la situación clínica advertimos que al oírse hablar, el paciente puede incorporar por la
vía auditiva aquello que surge de él mediante el poner en palabras (Liberman, 1979), lo
que le ayuda a tomar mayor conciencia de lo que está diciendo y a enterarse mejor de su
propio pensamiento (incremento en la mentalización en el sentido 2).
Así, una paciente a quien le pregunté por su familia en la 3ra entrevista, hizo un relato de
algunas situaciones de su infancia y de sus relaciones con ambos padres y con la
hermana. Al terminar la hora, le propuse que pusiera por escrito en la semana lo que
consideraba que era lo más importante que había ocurrido en la entrevista, además de
otros ítems que componen lo que he dado en llamar “diario de sesiones” (Lanza Castelli,
2008).
“Lo mas importante de la sesión para mi fue hablar un poco de la infancia, de la relación con mis
viejos. Y rescaté la relación, que nunca había pensado hasta entonces, con mi hermana. El haber
mencionado que con ella éramos UNA me sorprendió. Es que quizás ahora, ya con unos cuantos
años más, veo a la distancia y me doy cuenta de lo importante que fuimos la una para la otra, y lo
seguimos siendo” [subrayados y cursivas agregados].
Consideraciones finales
En este trabajo he dejado de lado la dimensión catártica del poner en palabras, así como
su relación con la representación-cosa y el sistema Inc., las que han sido objeto de
múltiples estudios (Cf. entre otros, Maldavsky, 1977; Forrester, 1980; Etchegoyen, 1986).
También he dejado sin considerar el contexto intersubjetivo en el que se despliega el
verbalizar, así como aquellas intervenciones del profesional que lo promueven o inhiben.
Estas omisiones se deben no sólo a razones de espacio, sino al interés por
aislar una variable (el procesamiento que el poner en palabras realiza del vivenciar
consciente y preconsciente: mentalizar en el sentido 1) y estudiar sus incidencias en el
mentalizar en los sentidos 2 y 3.
Si he logrado mi propósito, tal vez haya contribuido a aclarar la contribución que el poner
en palabras realiza al incremento en el desempeño mentalizador del paciente, entendido
como un objetivo común a las diversas formas de psicoterapia (Allen, Fonagy, Bateman,
2008).
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