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ROMANTICISMO

«¡Oh mundo helénico, te hemos perdido! Por eso hemos tenido que hacernos un mundo romántico»
FRIEDRICH SCHLEGEL (1772-1829)

«Después de haber sido preparado en las literaturas [y en las artes] más avanzadas por aquel período de
incubación que fue el prerromanticismo, el romanticismo propiamente dicho hizo su aparición en la mayor parte
de los países de Europa y de América […] Fue un incendio que se produjo al principio en algunos puntos distintos
y que luego se fue propagando con gran rapidez. Después de haber brillado decreció y fue extinguiéndose,
primero, en las mismas zonas en donde había nacido y más tarde, en aquellas otras que habían sido las postreras
en acogerle. Entre 1850 y 1860 ya está por doquier detenido y le va sucediendo un movimiento de sentido opuesto
y de propósito realista; de manera que si bien en su conjunto abarca casi medio siglo, no duró en cada nación
sino unos treinta años o cuando más cuarenta.»

No hay acuerdo respecto de la etimología de las palabras romántico y romanticismo. La que más se acepta,
proviene del adjetivo inglés romantic, vocablo usado (siglo XVII) para señalar la naturaleza aventurera de las
novelas de caballería llamadas romances. En Francia también se usaba el término roman, de significación bastante
similar. La duración del Romanticismo es una cuestión controvertida. Se puede entender que el movimiento se
extendió por Europa a lo largo de cincuenta años, entre 1780 y 1830. Las expresiones románticas sobreviven
como legado y muchas de las innovaciones que generaron se mantienen, como aporte, en el suceso artístico
siguiente. La revolución realista-naturalista, posterior a la romántica, contiene sin duda elementos que provienen
de este antecedente al cual, no obstante, se le opone e incluso combate. Tres citas autorizadas precisan
sumariamente los efectos producidos por este movimiento múltiple, tan decisivo para el pensamiento y el arte
europeo (y aun para la realidad americana emancipada, adonde también llegaron sus reflejos).

«La importancia del Romanticismo se debe a que constituye el mayor movimiento reciente destinado a
transformar la vida y el pensamiento del mundo occidental. Lo considero el cambio puntual ocurrido en la
conciencia de Occidente en el curso de los siglos XVIII y XIX de más envergadura […] Mi tesis es que el movimiento
romántico ha sido una transformación tan radical y de tal calibre que nada ha sido igual después de este.» (Berlin,
Isaiah. 2000)

«Desde el Gótico30, el desarrollo de la sensibilidad no había recibido un impulso tan fuerte, y el derecho del artista
a seguir la voz de sus sentimientos y su disposición individual nunca fue probablemente acentuado de manera tan
incondicional. El racionalismo, que seguía progresando desde el Renacimiento y había conseguido a través de la
Ilustración una vigencia universal, dominando todo el mundo civilizado, sufrió la derrota más penosa de su
historia.» (Hauser, Arnold. 1962)

«El Romanticismo protesta contra el absoluto imperio de la Razón, de la que había hecho el Siglo de las Luces la
guía casi única del espíritu humano; no cree que sea suficiente para el hombre y hace que se tengan en cuenta los
derechos del corazón.»( Van Tieghem, Paul).

El Romanticismo influyó de un modo determinante en el pensamiento de Occidente a partir de finales del siglo
XVIII y, con más fuerza, desde comienzos del XIX, hasta entonces dominado por un Iluminismo triunfante. Fue el
fenómeno paneuropeo de reacción contra la concepción de la vida sostenida por los philosophes, cuyo influjo fue
decreciendo a fines del siglo, precisamente cuando comenzó a afirmarse el intento romántico, que opuso al
universalismo ilustrado la necesidad de poner de relieve lo local y lo individual, y a la propia e intransferible
imaginación por encima de la dócil imitación de modelos consagrados. Asimismo los derechos de la Naturaleza -
defendidos por Rousseau- tomaron un impulso más unánime, primero a través de los citados prerománticos, y
luego por los románticos que con mayor ímpetu y decisión sacudieron el edificio ilustrado y, como señala Hauser
en la cita anterior, lo hicieron caer. El Romanticismo, no obstante modo de vida, afectó de un modo particular la
práctica de todas las artes, concebida por los artistas románticos mediante nuevos conceptos que renegaban de
rigurosas reglas y apriorismos, esas normas que daban escaso lugar, o ninguno, a la originalidad, la confidencia, la
fantasía, la ensoñación y el misterio. Pero sin duda «será en la crítica del concepto de imitación que los románticos
fundarán más claramente la distancia que los separa de sus predecesores: a través de ella operarán una ruptura
en el paradigma de la teoría del arte que no se recompondrá»34. En función de este rechazo de la mímesis los
románticos cuestionaron el recurso neoclásico de perfeccionar el objeto representado, embelleciéndolo mediante
procedimientos artísticos, de modo de impedir la representación de la cosa tal cual era. El poeta alemán Novalis,
figura gigantesca de la tendencia, aseguraba que «el artista crea mundo, reemplaza la mera copia por una
libremente creada pues se expresa no sólo actuando sobre la impresión que recibe sino creando libres expresiones
del espíritu».

Para los románticos la renovación resultaba imprescindible; Ejemplos de esta naturaleza es el texto precursor de
Horace Walpole (1717-1797), El castillo de Otranto, al cual debe sumarse Cumbres borrascosas, la única novela
de Emily Brontë, considerada, luego de una tibia recepción inicial, un clásico de la literatura inglesa, y Jane Eyre,
la primera de las cuatro novelas que escribió Charlotte Brontë, hermana de Emily, donde describe con crudeza su
vida de colegiala en un establecimiento de severos estatutos. Paralelamente a la atracción por lo gótico, los
románticos desarrollaron un gusto especial por la historia europea, con predilección por el período medieval. Esa
inclinación dio como lógica consecuencia mucho impulso a la novela histórica, que será coincidente con el interés
similar que, como veremos, profesó el teatro romántico.

«La “novela histórica” es otro producto de las concepciones románticas: se caracteriza por desenvolver su
anécdota en torno a cierto acontecimiento significativo –una guerra, un reinado, una revolución– del pasado más
o menos remoto; según la concibió su creador –el escocés sir Walter Scott– podemos describirla como una obra
de ficción que trata de evocar con realismo y exactitud las condiciones imperantes en un determinado momento
histórico.»37

La literatura infantil –literatura para niños y jóvenes nos parece una denominación más apropiada–, es un
subgénero que tomó mucho impulso en el período romántico.

Los románticos actuaron como artistas tal cual lo hacían en la vida. No establecieron diferencias entre una cosa y
la otra. La subjetividad de los románticos, expresada en el arte, también se manifestaba de modo claro en su vida
cotidiana, la calidad de romántico era, para ellos, un estado permanente y este es el primer punto donde se
apartaron del hombre y del artista neoclásico, acaso rebelde en sus expresiones escritas pero elegante y mundano
en los salones de la aristocracia (en este sentido, Voltaire era el modelo más aborrecido).

Sin duda, los legos admiraban la franqueza y la entereza de los románticos capaces de dedicarse a fondo a trabajar
por un ideal, sin importar cuáles fueran los resultados y mucho menos las consecuencias. Resumiendo, tal vez el
coraje sea la gran virtud que los distinguió, la calidad universalmente alabada y respetada.

Repetimos que los románticos superaron los titubeos del Prerromanticismo y rompieron de modo absoluto y
definitivo con el Neoclasicismo. A cambio de la serenidad de esa forma, opusieron una realidad conflictiva y
dinámica, siendo la racionalidad desestimada en favor de la intuición, la pasión y el sentimiento. La Naturaleza,
por ejemplo, a diferencia del prolijo y florido estanque del jardín neoclásico, debía resultarles agreste y libre de
humanas marcas de mejoramiento. Su gusto era por los paisajes abiertos y embravecidos: el bosque, el mar, las
tormentas. Se compadece con el agrado romántico por lo inmenso, por lo desmesurado, lo gigantesco con relación
al hombre, a lo que debe agregarse la atención prestada a lo raro, lo anormal, «por todo lo que parece ser
excepción dentro del orden habitual de la Naturaleza o escapar a la regularidad que suele imponer el hombre a
sus obras».

Por su adhesión a lo excepcional, los románticos usaron en sus historias a los seres diferentes de las leyendas
populares, desde personajes semihumanos o extrahumanos hasta duendes, elfos, gnomos, silfos, dragones,
vampiros, monstruos y fantasmas. El alemán Ernst Hoffman (1776-1822) cultivó el relato fantástico inserto en un
mundo donde imperaban personajes sumidos en la locura y el horror. En el mismo rubro de atención figuran los
santos y los pecadores, los ascetas y los libertinos, los ángeles y los demonios, vale decir todos aquellos que
sobresalían como seres distintos para la sociedad.El Quasimodo de la novela de Víctor Hugo, el jorobado deforme
que vive entre las entrañas de las torres de la catedral de Notre-Dame, es ejemplo de esta tendencia romántica
de encontrar humanidad y sentimientos entre los desclasados y segregados, aquellos que por sus fallas físicas (la
fealdad de Quasimodo era, según Hugo, su arma más terrible) no encajaban dentro de la figura normalizada del
ser humano. La novela Frankenstein opera del mismo modo, Mary Shelley construyó un Prometeo moderno, un
monstruo romántico capaz de amar y de leer con emoción a Goethe, Milton y Rousseau. La búsqueda del “color
local”, bandera que luego sería consagrada por Víctor Hugo en el Prefacio de Cromwell, fue una constante de los
románticos, iniciativa que dio lugar, como consecuencia, a que muchos de los idiomas nacionales poco cultivados,
usados en la vida cotidiana de los pueblos, pasaran a formar parte del mundo de la literatura. Esto ocurrió con la
lengua gaélica, la escocesa, la provenzal, la bretona, la catalana, la gallega, la vasca, etc.

El Romanticismo puso, por primera vez en la vida de Occidente, a la fuerza creadora de la juventud por encima de
la vejez. Esta es una idea ajena a toda la cultura anterior. Asimismo se toma como raro el caso de un joven
romántico que haya cambiado de criterio con el paso de los años, aunque también es cierto que pocos alcanzaron
edades avanzadas, víctimas de las enfermedades descuidadas o directamente del suicidio. El amor ocupaba en la
vida de los románticos lugar preponderante y a veces la llenaba por entero. «Los personajes principales de [sus
historias] mueren de amor, de celos y de venganza»56; así muere el Quasimodo de Víctor Hugo. Este amor, que
predominaba por encima de la razón y de la voluntad, con mucho de fatal, no era precisamente un sentimiento
terreno; los románticos (varones) construían una figura ideal, un ángel femenino que parecía descender de un
cielo para satisfacer el corazón del amante en sus aspectos más espirituales, sin el desagradable aditamento de la
carnalidad. Las depositarias de ese interés amatorio solían vivir ajenas a este beneficio, sumidas en una ignorancia
alentada por el mismo constructor del santuario, en atención que, por supuesto, esta imagen ideal se
desvanecería sin remedio apenas tomara contacto con lo real. En el mismo sentido el matrimonio era aborrecido
por su contenido prosaico, más un contrato de conveniencias económicas y sociales que unión de almas y
sentimientos.

Para los románticos el “genio” es la máxima expresión del ser humano, un estadio superior al del talento y al del
ingenio, el único capaz de realizar una “obra maestra”. La maestría ya no califica, se requiere la genialidad. Con
esto el Romanticismo volvía a contradecir, por enésima vez, la doctrina del Iluminismo, que afirmaba que la verdad
estaba abierta para toda persona que no tuviera el pensamiento enturbiado por la ignorancia o la superstición
religiosa. Asimismo los románticos aseveraban que el genio no es consciente de esa condición; Mozart no lo era,
si lo hubiera sido habría acabado con su genialidad.

«Modelo de romántico es Byron, el genio de más vasta influencia en su tiempo. Fue una deslumbrante revelación
para sus contemporáneos, el paradigma de toda una generación. Lo fue
Como literato Byron defendió y propició el libre desarrollo y expresión de los pensamientos y sentimientos más
íntimos y confidenciales. El escritor, según su opinión, no debía ocultar nunca bajo el velo del relato poético o de
la acción dramática lo más recóndito de su temperamento. Teorías actuales, acaso discutibles, manifiestan que
en la literatura el autor es siempre enunciador y personaje de la fábula, Byron pedía llegar con este procedimiento,
que aún no formaba parte de la especulación literaria, al mayor de los extremos.

«El tipo de héroe romántico […] debe casi tanto a Byron mismo como a los personajes a los que les dio vida. Su
incapacidad para salirse de sí mismo, su costumbre de colocarse siempre en el primer plano en sus escritos,
abiertamente o detrás de una ficción transparente, invitando a sus lectores a formarse una imagen bastante
precisa de su persona, que venía a ser comprobación de lo que les había contado de su vida pública y privada y en
los que se deslizaban algunos rasgos de Satanás, de Don Juan y de Fausto.»63

Oscar Wilde (1854-1900) fue dueño de una exitosa carrera literaria. Su dedicación al teatro nos obligará a tratar
su trayectoria en el capítulo dedicado al teatro inglés del siglo XIX, pero cabe, para aclarar la cita, que en el apogeo
de su fama y éxito Wilde demandó al padre de lord Alfred Douglas, su amante varón, por difamación. Después de
una serie de juicios se lo declaró culpable de indecencia grave, condenado a la cárcel y obligado a realizar trabajos
forzados. En prisión, escribió el maravilloso De Profundis, un largo lamento que describe el viaje espiritual que
experimentó durante su encarcelamiento. Tras su liberación partió inmediatamente a Francia. Murió indigente en
París, a la edad de cuarenta y seis años.

En Grecia Byron trabajó como soldado con tanto ahínco que sus fuerzas no le respondieron. Murió el 19 de abril
de 1824, y fue de inmediato honrado por Grecia, su patria de adopción, que le ofreció espléndidas exequias
nacionales y hoy lo honra con su tumba y un monumento en Atenas.

Otro personaje, en este caso francés, que reunió condiciones románticas parecidas a las que exhibió Byron, fue
Charles Baudelaire (1821-1867), nacido casi en la fecha en que el inglés moría en Grecia. Merece la presentación
por ser ejemplo de vida bohemia y de dandismo (según la RAE, característica del «hombre que se distingue por su
extremada elegancia y buen tono») en el país donde el Romanticismo, en estos aspectos de la vida cotidiana, fue
más extremista

Baudelaire participó de la revolución francesa de 1848, que fue comentada por nosotros en otro capítulo; fue
visto combatiendo tras las barricadas y agitando al pueblo. Durante estos acontecimientos publicó su primera
traducción de las Historias extraordinarias del norteamericano Edgar Allan Poe, que completará en 1856
agregándole un prólogo, donde confesaba que su dedicación por Poe se debía a que el poeta americano era «uno
de esos ilustres desventurados, demasiado rico en poesía y pasión, que ha venido a este mísero mundo, después
de tantos otros, a practicar el rudo aprendizaje del genio entre almas inferiores»68. Hay críticos que advierten en
este prefacio exaltador una deformación de la figura del poeta norteamericano, instalando un arquetipo errado o
al menos equívoco, víctima de la desesperanza y el alcohol, creando la imagen distorsionada, y acaso no real, que
pervive hasta hoy.

Los románticos, precisamente, se empeñaron en rascar la historia para rescatar el trabajo de aquellos creadores
que por alguna circunstancia coyuntural (por ejemplo, el veto de la Iglesia), fueron sometidos al ostracismo no
obstante sus logros estéticos altamente significativos. En este asunto, y ateniéndonos a nuestra zona de interés,
la estrictamente teatral, ya hemos mencionado la recuperación romántica de Shakespeare y todo el Siglo de Oro
español. Esta libertad de movimientos conseguida por los artistas a veces se cobra su precio. El siguiente y ameno
comentario de Pablo Kohan relata cómo el cambio de situación obligó a algunos, en este caso cinco músicos de
prestigio, a buscar alternativas para ganarse el sustento que ya no era aportado por el mecenas cortesano o
burgués.

Requiere un aparte la cuestión de la ubicación política de los románticos. Si bien resulta claro el sentimiento de
repulsa hacia el absolutismo monárquico y la adhesión a las causas nacionalistas en abierta oposición al carácter
universalista que tenía la Ilustración, se juzga que por lo general la posición de los mentores del movimiento fue
ambigua. La política, una ciencia (si lo es) sometida a los pactos de convivencia y de conveniencia, tenía que ser
un terreno poco confiable para los románticos, incapaces de someterse a compromisos y deberes. La Revolución
Francesa había hecho impacto en ellos con la promesa de dar, Derechos del Ciudadano mediante, una solución
estable a los males humanos. La exagerada ilusión, que durante un tiempo dejó en suspenso el natural
escepticismo de los románticos, se prolongó hasta 1793, cuando hechos que ya hemos comentado en el capítulo
anterior –la instalación de la Convención, el ascenso jacobino, la decapitación del rey y el Terror instalado por
Robespierre– derrumbaron las mejores expectativas. Pero la Revolución dejó sus huellas indelebles, pues a partir
de ella se comprendió como posible el cuestionamiento de ciertos principios que parecían invulnerables, tal como
la divinidad de los reyes, y también imaginar que el arte podía escapar de la prisión cortesana y vincularse de otra
manera con la sociedad, en especial con los sectores más populares. Esta relación se fortalecía por el origen de
los artistas románticos, que, a diferencia de los ilustrados, pertenecían por lo general a las capas sociales más
humildes y «por consiguiente tenían menor autoridad para ellos las tradiciones de elegancia, el lenguaje noble y
la forma adornada que habían sido inseparables de la literatura neoclásica».

Los acontecimientos posteriores a la Revolución, en especial la conquista europea de Napoleón, agitaron los
sentimientos pro-nacionalistas. Los románticos alemanes, por ejemplo, veían que como consecuencia de la
ocupación bonapartista se alejaba la posibilidad de contar con una patria, ya que el corso había sumado los
territorios germanos al patrimonio de su imperio. Se sostiene, como una paradoja que suma a la señalada
ambigüedad política de los románticos, que en los estados que por fuerza de Napoleón adoptaron regímenes
republicanos, los románticos se mostraron férreamente reaccionarios, mientras que en aquellos donde se
mantenía el absolutismo monárquico, por ejemplo en Prusia, tomaron una posición francamente revolucionaria.

Bibliografía

APUNTES SOBRE LA HISTORIA DEL TEATRO OCCIDENTAL _TOMO IV__Roberto Perinelli _Págs. 208- 225.

Adaptación: Constantino Gutierrez G. Esp.

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