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DAVID F.

BURT
Comentario Expositivo del Nuevo Testamento
— 136 —
LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE
COLOSENSES 1:1–23
Editan y distribuyen:
PUBLICACIONES TIMOTEO* Y PUBLICACIONES ANDAMIO ®
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LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE
DAVID-FRANCISCO BURT STOCKWELL
Copyright © 2004 por David F. Burt.
1a edición, 2004.
Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.
Diseño gráfico y maquetación: Fernando Caballero
Portada: Carro en Ordal (provincia de Barcelona). Foto del autor (19.06.03).
PUBLICACIONES ANDAMIO es la sección editorial de los Grupos Bíblicos Universitarios de
España (G.B.U.).
Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, COPYRIGHT © 1986,
1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usadas con permiso. www.LBLA.com
Depósito Legal: SE-4899-2004 en España
ISBN: 84-87940-77-3
ÍNDICE
1. Pablo y sus circunstancias (1:1)
2. Colosas y la iglesia de los colosenses (1:2)
3. Acción de gracias (1:3–5a)
4. La palabra de verdad (1:5b–6)
5. Epafras (1:7–8)
6. Conocimiento, sabiduría, comprensión y conducta (1:9–10a)
7. La vida que agrada al Señor (1:10b–12a)
8. Capacitados por el Padre (1:12)
9. Nuestra nueva ciudadanía (1:13)
10. Redención y perdón (1:14)
11. ¿Quién es Jesucristo? (1:15a)
12. El primogénito de toda creación (1:15b–16)
13. El Hijo eterno (1:17)
14. Cabeza de la Iglesia (1:18)
15. La plenitud de Cristo (1:19)
16. La obra reconciliadora de Cristo (1:20)
17. El hombre sin Dios (1:21)
18. La reconciliación en la experiencia del creyente (1:22)
19. La perseverancia en la fe (1:23)
Bibliografía
RECONOCIMIENTOS

*
P. TIMOTEO es la sección editorial de la ASOCIACIÓN TIMOTEO
A mi amada esposa, Margarita, sin cuyo estímulo, apoyo y ejemplo de fe la
redacción de este libro habría sido imposible.
A Marc Fargas, por su fiel labor de grabación de los estudios que dieron origen a
este libro.
A Elena Flores, por su perseverancia en la lectura y corrección del texto y por sus
valiosas sugerencias en cuanto a su contenido.
A Francisco Mira, por sus constantes palabras de ánimo y apoyo en la publicación
de esta serie de comentarios.
Y a todos aquellos hermanos en la fe cuya asistencia fiel a los estudios originales me
dieron los ánimos de seguir adelante con este proyecto.
Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, … [por] vuestra fe en
Cristo Jesús y [por] el amor que tenéis por todos los santos (Colosenses 1:3–4).
CAPÍTULO 1
PABLO Y SUS CIRCUNSTANCIAS
COLOSENSES 1:1
Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo …
LA PATERNIDAD LITERARIA DE COLOSENSES
Al suroeste de lo que hoy es la Turquía asiática, los romanos crearon la provincia de
Asia, con capital en Éfeso. En su tercer viaje misionero, Pablo pasó una larga estancia
en la provincia. Gracias a sus labores evangelísticas y a las de su equipo de
colaboradores —y gracias también a las importantes comunidades hebreas de la
provincia, algunos de cuyos miembros habían escuchado el evangelio desde los
principios de la predicación apostólica (Hechos 2:9–10)—, a mediados del siglo
primero, Asia había llegado a ser una de las regiones más evangelizadas del Imperio
romano.
Siete de las iglesias cristianas de la provincia iban a recibir mensajes de parte del
Señor Jesucristo a través del apóstol Juan: las «siete cartas a las iglesias de Asia» de
Apocalipsis 2:1–3:22. Pero éstas no fueron las primeras cartas enviadas a aquella
provincia por inspiración del Espíritu. Muchos años antes de que Juan escribiera el
Apocalipsis, el apóstol Pablo había dirigido tres epístolas suyas a la región, las que
conocemos como las epístolas a los Efesios, a los Colosenses y a Filemón. Así pues,
¡nada menos que diez cartas del Nuevo Testamento fueron destinadas a la provincia de
Asia!
Es motivo de reflexión el hecho de que en la actualidad quede muy poco testimonio
cristiano en aquella región de Turquía. Todavía en el siglo IV, el empuje del
cristianismo de Asia hizo que se celebrara en Laodicea uno de los grandes concilios de
la Iglesia (367 d.C.). Pero el testimonio cristiano ya estaba en declive y continuó en
decadencia hasta que, al fin, los musulmanes destruyeron las iglesias de la comarca,
incluyendo la de Colosas, en el siglo XII. Lo cierto es que la vitalidad de las iglesias de
un lugar determinado en una generación no garantiza la permanencia del testimonio en
siglos posteriores. Durante muchas generaciones, por ejemplo, las iglesias del norte de
África destacaron por su vigor espiritual. Luego desaparecieron y el testigo pasó a
Europa. Hoy, los que vivimos en Europa Occidental tememos que, a causa de nuestra
apatía e infidelidad, el Señor esté retirando el candelero de nuestro lugar (Apocalipsis
2:5). El vigor espiritual de las iglesias de Europa parece tocar a su fin y el empuje del
testimonio está pasando a ciertos países de América Latina, África y Asia.
Pero volvamos a Pablo y a las epístolas que dirigió a las iglesias de Asia.
Antes de considerar cuáles fueron las circunstancias que condujeron a la redacción
de Efesios, Colosenses y Filemón, tenemos que abordar, lamentablemente, la cuestión
de su paternidad literaria. «Lamentablemente», porque sería de esperar que, a estas
alturas, después de largas décadas de debate, la autoría del apóstol Pablo estuviera
firmemente establecida y aceptada en todo el mundo cristiano. Sin embargo, no es así.
A lo largo de casi 1800 años, nadie dudó de que Pablo fuera el autor de estas
epístolas. Pero en el año 1838, Mayerhoff publicó una obra1 que puso en tela de juicio
la autoría paulina de Colosenses. Este autor observó (correctamente) que ciertos pasajes
de Colosenses se parecen mucho a ciertos pasajes de Efesios y sacó la conclusión
(altamente dudosa) de que, por tanto, Colosenses era una imitación de Efesios hecha por
un autor anónimo. El escrito de Mayerhoff abrió la puerta a una serie de publicaciones
de la llamada «alta crítica» que, nutridas por presupuestos hegelianos de la
interpretación de la historia, iban cuestionando cada vez más la paternidad literaria de
las epístolas paulinas. Mayerhoff aún había sostenido que Pablo era el autor de Efesios,
pero F. C. Baur y sus seguidores de la escuela de Tubinga llegaron a cuestionar la
autoría paulina de todas sus epístolas excepto Gálatas, 1 y 2 Corintios y la mayor parte
de Romanos2. Otros autores no fueron tan lejos en el rechazo de la autenticidad de
Colosenses, y propusieron que la actual epístola es obra de un seguidor de Pablo que
añadió interpolaciones procedentes de Efesios al texto original (y paulino) de
Colosenses3.
¿Con qué argumentos sostienen estos autores la tesis de que Colosenses no procede
de la pluma de Pablo (o sólo procede parcialmente de ella)?
En general es de observar que sus argumentos dan protagonismo a consideraciones
filosóficas, teológicas y lingüísticas, y en cambio desprecian consideraciones históricas
y textuales. Tratan a la ligera la evidencia proporcionada por el propio texto de la
epístola y por los escritores de los primeros siglos de la Iglesia, y en cambio dan mucho
peso a lo que perciben como importantes diferencias estilísticas entre Colosenses y las
epístolas «genuinamente paulinas», sin tomar en consideración que estas diferencias, de
existir realmente, podrían deberse sencillamente a la natural evolución del estilo del
escritor con el paso del tiempo o al hecho de dirigirse a una diversidad de situaciones
eclesiales. En cuanto a los argumentos más concretos aducidos en contra de la autoría
paulina de Colosenses, se pueden resumir en torno a seis temas4:
1. La similitud de Colosenses y Efesios
Como acabamos de decir, Mayerhoff rechazó la autenticidad de Colosenses por
considerarla una imitación de Efesios. Ahora bien, se supone normalmente que el
parecido entre dos textos nos conduce a creer que salen de la misma pluma, no de dos
plumas diferentes. El hecho de que las dos epístolas contengan algunos párrafos muy
similares, lejos de poner en tela de juicio la autoría de una de las dos, constituye, en
principio, un argumento a favor de ella. Cualquier pensador, predicador o teólogo sabe

1
E. T. Mayerhoff: Der Brief an die Colosser mit vornehmlichter Berücksichtigung der drei
Pastoralbriefe kritisch geprüft, 1838, Berlín.
2
Ver Hendriksen, pág. 40.
3
Por ejemplo, H. J. Holtzmann: Kritik der Epheser—und Kolosserbriefe, 1872; Charles Masson:
L’Epître de Saint Paul aux Colossiens, 1950. La opinión de Peake (1, pág. 52) sobre esta teoría
sigue siendo válida: La complejidad de esta hipótesis habla fatalmente en contra de ella misma.
Cf. Bruce, pág. 734: Esta teoría … está condenada por su misma complejidad. Guthrie (2), pág.
552, afirma que toda teoría de partición está condenada al fracaso a causa de la manifiesta
unidad de la epístola canónica.
4
En estas consideraciones sigo de cerca la argumentación de Hendriksen, págs. 40–49.
que, en momentos determinados de su trayectoria, vuelve vez tras vez sobre los mismos
temas. A nuestro juicio, el parecido de estas dos epístolas viene a confirmar que fueron
redactadas por el mismo autor en el mismo momento.
2. La falta de énfasis «antijudaizante»
Baur hizo su selección de las «auténticas epístolas paulinas» basándose
principalmente en el carácter antijudaizante de las mismas. Si una epístola tiene un tono
claramente antijudaizante, es de Pablo; si no, no. Este argumento se expresa en un
lenguaje altamente sofisticado y se apoya en abundancia de detalles textuales que
pueden deslumbrar al lector inocente; pero, cuando se reduce a sus esquemas más
elementales, resulta que la premisa sobre la cual se funda es muy dudosa, por no decir
claramente errónea. ¿Porque desde cuándo ha de circunscribirse un autor siempre a la
misma temática o al mismo estilo literario? Al dirigirse a las iglesias de Galacia, donde
los maestros judaizantes campeaban a sus anchas, era necesario escribir una epístola
antijudaizante. Pero sería absurdo escribir de esta manera a una iglesia como la de
Colosas, en la que no existía ese problema. Esto resulta tan obvio que el argumento de
Baur casi da vergüenza ajena5.
3. El lenguaje de Colosenses
Según algunos autores, ciertas palabras típicamente paulinas —justicia, salvación,
revelación, etc.— no aparecen en Colosenses, mientras que sí aparecen nada menos que
48 palabras que no se hallan en el resto de los escritos paulinos6. Para ellos, estas
omisiones y novedades son suficientes para sugerir que el autor de Colosenses no es
Pablo.
Pero el vocabulario empleado por un autor se determina no sólo por su propio gusto
y estilo personales, sino también por la temática tratada en cada escrito suyo y por las
necesidades específicas de sus lectores. Si Pablo omite ciertos vocablos, es
sencillamente porque su tema es otro y no necesita referirse a ellos. Y, en cuanto a las
palabras «nuevas», 48 no es un número excesivamente elevado en un escrito de este
tamaño, sino comparable a lo que encontramos en otros escritos de Pablo y de otros
autores. Además, muchas de estas palabras aparecen en la sección de la epístola en la
que el apóstol hace frente a la herejía colosense, razón por la cual emplea la
terminología especializada de los herejes. Vienen determinadas, pues, por las
necesidades de la argumentación7. Como consecuencia, puede afirmarse con toda

5
A este respecto, Hendriksen, pág. 40, dice: De esta manera, [Baur] canaliza todo el
pensamiento de Pablo en una sola dirección. Esto es manifiestamente injusto.
6
Abbott, pág, lii. Según Carballosa, pág. 20, son 53 palabras.
7
Cf. Hendriksen, pág. 41: Un tema diferente requiere palabras diferentes; Gutiérrez, pág. 808:
La elección de estos términos nuevos se explica bien por razón del argumento y por haber
empleado el apóstol los mismos términos que usaban los pseudo-doctores colosenses;
Collantes, pág. 1350: Los críticos han notado algunas diferencias de estilo con las cartas
anteriores y también diferencias de vocabulario … pero el estilo es susceptible de modalidades
diferentes que se acomodan a circunstancias de tiempo, de edad y de materia que se trata; y
en cuanto al vocabulario, difícilmente podrá señalarse ninguna carta de San Pablo que no
tenga un buen número de palabras exclusivas.
seguridad que del aspecto lexicográfico ningún argumento serio puede presentarse en
contra del carácter genuino de esta epístola8.
4. El estilo literario de Colosenses
En cuarto lugar se aducen razones de estilo. Aquí, los argumentos son variados.
Entre ellos:
• Algunas de las oraciones de Colosenses son excepcionalmente largas. Por ejemplo, en
el texto original, Colosenses 1:9–20 es una sola oración sin pausa y contiene 218
palabras. Pablo —dicen— no acostumbraba a emplear oraciones tan largas.
• Colosenses contiene una gran cantidad de sinónimos. Limitándonos al capítulo 1, nos
encontramos con los siguientes: orar y rogar (1:9); perseverancia y paciencia (1:11);
santos, sin mancha e irreprensibles (1:22); cimentados y constantes (1:23); siglos y
generaciones (1:26). Es cierto —dicen— que Pablo solía emplear parejas de palabras,
pero nunca parejas tan redundantes.
• En el estilo habitual de Pablo —dicen— aparecen con frecuencia ciertas partículas (gar,
oun, dioti, ara, dio) que no aparecen (o aparecen poco) en Colosenses.
Pero ninguno de estos argumentos es capaz de sostenerse en realidad:
• Es cierto que Colosenses 1:9–20 es la oración más larga de las epístolas paulinas; pero
no es cierto que Pablo no acostumbrara a emplear oraciones largas9. De hecho, éstas
constituyen uno de los rasgos característicos de su estilo.
• Las parejas de palabras (o frases) prácticamente sinónimas abundan en otras epístolas
paulinas. Para poner un solo caso, tomemos el primer capítulo de Romanos. Allí
encontramos los siguientes ejemplos: impiedad e injusticia (1:18); su eterno poder y
divinidad (1:20); no le honraron ni le dieron gracias (1:21); se hicieron vanos en sus
razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (1:21); adoraron y sirvieron
(1:25); injusticia, maldad, malicia, malignidad (1:29). Es cierto que, en todos estos
casos, la duplicación de palabras o frases no indica redundancia, porque las repeticiones
no son totalmente sinónimas. Pero lo mismo se puede decir acerca de los ejemplos
procedentes de Colosenses10.
• En cuanto a la ausencia de ciertas partículas de Colosenses, el estudio cuidadoso de las
epístolas paulinas cuya autenticidad nunca ha sido cuestionada sólo sirve para demostrar
¡que esta ausencia no demuestra nada! Ara («pues») sólo aparece una vez en Efesios y
tres veces en la larga segunda epístola a los Corintios; dio («por tanto») sólo aparece
una vez en Gálatas y dos veces en 2 Corintios; dioti («porque») sólo una vez en 1
Corintios y nunca en 2 Corintios11. Sencillamente, no hay ninguna constancia en el uso
de esta clase de partículas en los escritos de Pablo, porque dependen de la naturaleza y
el fluir del discurso en cuestión.

8
E. Percy: Die Problem der Kolosser—und Epheserbriefe (1946. Lund), pág. 18. Citado por
Hendriksen, pág. 41.
9
Hendriksen, pág. 42, señala que Romanos 1:1–7 tiene 93 palabras en el original; Romanos
2:5–10 tiene 87; y Filipenses 3:8–11 tiene 78; cf. Abbott, pág. liii. Tanto estos textos como
Colosenses 1:9–20 suelen ser divididos en diversas oraciones en las versiones modernas.
10
Cf. Abbott, pág. liv: Muchas de los llamados sinónimos no lo son; y, aun en aquellos casos en
los que se llaman así correctamente, las demás epístolas paulinas suplen ejemplos paralelos.
11
Para mayores explicaciones y abundantes ejemplos de estas ideas, ver Hendriksen, págs. 42–
43.
Así pues, no hay nada en el estilo literario de Colosenses que pueda servir como
razón de peso para hacernos cuestionar la autoría de Pablo12.
5. La herejía colosense
Examinaremos la naturaleza de esta herejía más adelante. Por el momento, basta con
decir que algunos ven en ella los rasgos del gnosticismo propugnado por Cerinto y por
Valentino en el siglo II. Por lo tanto, deducen que Colosenses fue escrita para combatir
a los gnósticos y que el auténtico Pablo, el del siglo I, no pudo ser su autor.
Pero conocemos demasiado poco acerca de los orígenes del gnosticismo como para
aseverar que la herejía descrita en Colosenses no podía existir en el siglo I. Más bien,
todo parece indicar que, ya en aquel entonces, existían formas incipientes de
gnosticismo13. Y además, este argumento tiene un «efecto bumerang»; porque, si bien
desconocemos los posibles antecedentes del siglo I, sí sabemos que los gnósticos del
siglo II, lejos de considerar que la Epístola a los Colosenses se dirigía contra ellos, la
citaban con aprobación14. Difícilmente lo habrían hecho si se tratara de un documento
contemporáneo escrito explícitamente contra ellos. Sin duda lo hicieron por creer que
era un escrito auténtico de Pablo que llevaba el sello de la autoridad apostólica.
6. La cristología de Colosenses
Nadie duda de que ciertas afirmaciones cristológicas de Colosenses constituyan
algunas de las declaraciones más amplias de todo el Nuevo Testamento en cuanto a la
divinidad y grandeza de Cristo. Pero los que niegan la autoría paulina de la epístola
sostienen que tales afirmaciones son más dignas de la teología de Juan que de la de
Pablo. Con ello dan a entender que la cristología de Colosenses es un anacronismo:
ideas tan «avanzadas» sólo pueden corresponder a una datación más tardía15.
Pero esto es no tomar en consideración de una manera objetiva las evidencias que
proceden del Nuevo Testamento, sino hacerlas encajar dentro de los esquemas
filosóficos o históricos creados por los propios teólogos. En realidad, la cristología de
Colosenses es la que Pablo sostuvo siempre. Antes había escrito textos como Romanos

12
Cf. Hendriksen, pág. 43: Cuando todos los hechos son examinados, queda claro que nada que
está en el lenguaje o estilo de Colosenses puede ser usado como un argumento en contra de su
autenticidad; Carballosa, pág. 20: Una de las más reiteradas objeciones de la crítica en contra
de la autenticidad de Colosenses se relaciona con el estilo y el vocabulario de la epístola … Sin
embargo, dicha objeción es extremadamente subjetiva y arbitraria. ¿Es que acaso el apóstol
Pablo tenía por fuerza que limitarse sólo al uso de ciertas palabras? ¿No tiene todo escritor el
privilegio de cambiar su estilo y vocabulario según lo demanden las circunstancias?; Barclay,
pág. 129: Nadie escribe siempre de la misma manera y con el mismo vocabulario … En
Colosenses, Pablo tenía nuevas cosas que decir y encontró nuevas maneras de decirlas.
13
Cf. Bruce, pág. 734: El tipo de herejía atacado en la epístola no es el gnosticismo plenamente
desarrollado del siglo II, sino un gnosticismo incipiente tal y como solía producirse en el siglo I y
aun antes en regiones donde el judaísmo de la diáspora se exponía a las modas dominantes en
el pensamiento helenístico y oriental. Y puntualiza Abbott, pág. liv: No basta con señalar que
ciertos errores análogos existían a mediados del siglo II; es necesario demostrar que no podían
haber existido en tiempos de San Pablo.
14
Ver Hendriksen, pág. 44.
15
MacDonald, pág. 946, puntualiza al respecto: Sólo los que quieren hacer de la deidad de
Cristo un desarrollo del paganismo surgido en el siglo II pueden tener problemas con esta
doctrina.
9:5, 1 Corintios 8:6 o 2 Corintios 4:4; y después iba a escribir textos como 1 Timoteo
3:16 y Tito 2:13. Sólo una persona que busca tres pies al gato es capaz de encontrar
serias discrepancias entre estos textos16. Pero, en todo caso, la exposición más amplia de
conceptos cristológicos en el caso de Colosenses se explica perfectamente por el
carácter de la herejía contra la cual Pablo tiene que arremeter17.
Sobre cimientos tan endebles como éstos, los opositores de la autoría paulina
construyen sus argumentos. No obstante, aún hay comentaristas que los siguen18. En
realidad son argumentos frágiles19 que han sido contestados eficazmente vez tras vez
por los que defienden la autoría de Pablo.
Además, contra los razonamientos insustanciales que hemos visto hasta aquí,
debemos oponer las siguientes evidencias que, a mi juicio, tienen un peso abrumador y
nos conducen inexorablemente a la conclusión de que el autor de Colosenses fue quien
pretende ser: el apóstol Pablo20. Estas evidencias pueden clasificarse en dos grupos:
evidencias externas al texto y evidencias internas que surgen del texto mismo.

16
Cf. Buffard, pág. 8: Las ideas acerca de Cristo están más desarrolladas que en ninguna otra
epistola de Pablo, pero las encontramos en germen en otros escritos suyos, de modo que no
hay nada contradictorio.
17
Cf. Hendriksen, pág. 44: ¿No es del todo probable que este énfasis en la singularidad de
Cristo, en su supremacía sobre todo, surge de la negación expresa o implícita de la misma por
parte de los herejes de Colosas? Para una excelente réplica a las ideas de Mayerhoff, Baur y
Holtzmann acerca de la herejía colosense, ver Abbott, págs. liv–lvii.
18
Por ejemplo, Pérez, pág. 56: Pensamos que la carta no fue elaborada por Pablo mismo, sino
por un discípulo cercano a él en el tiempo; Margaret MacDonald (Las comunidades paulinas,
1994, Ediciones Sígueme, Salamanca, págs. 135–136): Es posible que la carta fuera escrita por
un colaborador de Pablo durante la prisión de éste. Bornkamm, pág. 226, considera Colosenses
una carta postpaulina. Otros autores contemporáneos que niegan la autoría paulina son: E.
Lohse: Colossians and Philemon, 1971, Filadelfia; E. Schweizer: La Carta a los Colosenses, 1987,
Salamanca; E. P. Sanders: Literary Dependence in Colossians, 1966; W. Meeks: Los primeros
cristianos urbanos, 1988, Salamanca. Dato curioso: en 1965, el jesuita Gutiérrez (pág. 807)
pudo aseverar que los exegetas católicos y la mayor parte de los acatólicos moderados
rechazan [los argumentos de los antipaulinos] como carentes de verdadero valor científico.
¡Cómo cambian las cosas! Hoy, casi todas las obras en castellano que niegan la autoría paulina
proceden de editoriales católicas. Se presentan las ideas antipaulinas como novedosas y
progresistas, cuando en realidad son ya viejas y retrógradas y fueron contestadas
satisfactoriamente hace muchas décadas.
19
Cf. Wickham, pág. 115: Algunos eruditos modernos han impugnado la creencia tradicional
acerca de la autoría del escrito, pero las objeciones tienen poco peso, siendo decisivos los
argumentos a favor, tanto de la evidencia externa como de la interna; Bruce, pág. 734: Los
argumentos empleados en contra de la autenticidad de Colosenses no pueden soportar un
examen serio; Hendriksen, pág. 44: Los argumentos en contra de la paternidad literaria de
Pablo … son más bien superficiales; Carson, pág. 12: Los argumentos en contra de la autoría
paulina no convencen.
20
Cf. Hendriksen, pág. 49: El testimonio a favor de la paternidad literaria de Pablo es
abrumador. El testimonio, tanto interno como externo, sólo permite una conclusión, a saber,
1. El testimonio de la iglesia primitiva
La principal evidencia externa es el testimonio unánime de los escritos procedentes
de los primeros siglos de la Iglesia. Veamos algunos ejemplos21:
• Está claro que el Canon de Marción (h.140–150 d.C.) aceptaba la autoría paulina de
Colosenses.
• El Fragmento Muratoriano, escrito alrededor de los años 180–200, afirma que Pablo es
el autor de Colosenses.
• Ireneo (h.125–h.202 d.C.) no sólo cita textos procedentes de cada capítulo de
Colosenses, sino que, al citar Colosenses 4:14 —Sólo Lucas está conmigo—, atribuye
estas palabras a Pablo22.
• Clemente de Alejandría (h.150–h.215 d.C.) cita de cada capítulo de Colosenses y afirma
que el autor de la epístola es el apóstol.
• Tertuliano (h.160–h.220 d.C.) también atribuye «al apóstol» las palabras de Colosenses
2:8 y cita la epístola una y otra vez en sus escritos, especialmente los pasajes
cristológicos.
• Orígenes (h.185–h.254 d.C.) dice en su obra Contra Celso: En los escritos de Pablo …
las siguientes palabras pueden leerse en la Epístola a los Colosenses …; y procede a
citar Colosenses 2:18–19.
• A partir de tiempos de Orígenes, las citas de la «Epístola de Pablo a los Colosenses»
son innumerables.
Así pues, las tradiciones que sostienen la autoría del apóstol se remontan a mediados
del siglo II y no hay ni el más mínimo asomo de discrepancia en cuanto a esta
atribución. Tal unanimidad, de por sí, hace poco creíbles las especulaciones de los
teólogos antipaulinos de los siglos XIX y XX.
2. El carácter del autor
En cuanto a evidencias internas, empecemos considerando los rasgos de
personalidad que se desprenden del texto y que reflejan las prioridades del autor en el
ministerio pastoral. Vez tras vez se manifiestan características «típicamente paulinas»,
de modo que resulta muy difícil pensar que estamos leyendo palabras de otro autor.
Algunos ejemplos23:
• No cesa de orar por sus lectores y demuestra un profundo interés en su bienestar
espiritual hasta el punto de «luchar» por ellos (Colosenses 1:3, 9; 2:1). Lo mismo hacía
Pablo (por ejemplo, en Romanos 1:8–9 o en Gálatas 4:19).
• Alaba a sus lectores a causa de las cosas buenas que sabe de ellos (Colosenses 1:4–6;
2:5; cf. Romanos 1:8; 15:14; 16:19; 1 Corintios 1:4–7; 2 Corintios 8:7).
• Sin embargo, atribuye a Dios las virtudes que ve en ellos y le da a él toda la gloria
(Colosenses 1:12, 29; cf. 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3–4; 2:14).

que fue Pablo el que escribió Colosenses; Guthrie (1), pág. 119: No hay nada en Colosenses que
no pudiera haber sido escrito por el apóstol.
21
Ver Abbott, págs. l–li; Collantes, pág. 1350; Jamieson, págs. 508–509; y Gutiérrez, págs. 807–
808, para relaciones más amplias.
22
Ireneo: Contra Herejías III.xiv.1. Comenta Hendriksen, págs. 48–49: Cuando Ireneo atribuye
Colosenses a Pablo, su testimonio debe de tener mucho peso. Él había viajado extensamente,
estaba íntimamente relacionado con la casi totalidad de la iglesia, y vivía en una época en que
las más antiguas tradiciones apostólicas todavía estaban latentes.
23
Hendriksen, págs. 44–46, dedica largas páginas a este tema.
• Asimismo, reconoce que el ministerio que ejerce le fue concedido por la gracia de Dios
(Colosenses 1:23, 25; cf. 1 Corintios 15:9–10; 2 Corintios 11:16–12:13; Gálatas 1:15–
16).
• Por tanto, no teme afirmar su autoridad apostólica (Colosenses 1:1; 2:8, 16, etc.; cf. 2
Corintios 11:5; Gálatas 1:1).
• Le gusta hacer listas de virtudes y vicios (Colosenses 3:5, 8, 12; cf. 1 Corintios 6:9–10;
Gálatas 5:19–21, 22–23).
• Y, en cuanto a las virtudes, para él el amor es preeminente (Colosenses 3:14; cf. 1
Corintios 13:4–8, 13; Gálatas 5:13–14, 22).
Leyendo cuidadosamente textos como éstos, resulta casi impensable que el autor de
Colosenses y el autor de Romanos, Corintios y Gálatas sean dos personas diferentes24.
La personalidad del apóstol resplandece en toda la carta25.
3. Características paulinas de la epístola
Luego es bastante obvio que el argumento de la carta sigue una línea de desarrollo
frecuente en las epístolas de Pablo. Naturalmente, esto podría sólo demostrar la calidad
de la falsificación; pero, si aceptamos esta clase de argumento, por definición no puede
existir ninguna manera de demostrar la autenticidad de Colosenses, ¡porque cuanto más
destacamos rasgos paulinos en la epístola, tanto más demostraremos la destreza del
imitador!
Pongamos un par de ejemplos. Pablo empieza orando por sus lectores (1:9–12). Ésta
es una característica común de la correspondencia del siglo I, incluso en las cartas de los
incrédulos. Lo que no es tan frecuente —pero sí lo es en la correspondencia de Pablo—
es que la oración empiece con acción de gracias (1:3–8).
Después observamos que la epístola se divide claramente en dos secciones
principales, al estilo de muchas de las cartas del apóstol: la primera sección es de
carácter doctrinal y la segunda de carácter ético26.
Veremos otras facetas paulinas de la epístola al entrar en la exposición del texto.
4. La relación entre Colosenses y Filemón
Está claro que existe una estrecha relación entre Colosenses y la epístola a Filemón,
porque:
• Ambas epístolas hacen referencia a Onésimo, el esclavo fugitivo, a quien Pablo
devuelve a su amo en compañía de Tíquico (Colosenses 4:9; Filemón 10–16).
• Igualmente, las dos cartas envían saludos a Arquipo (Colosenses 4:17; Filemón 2) y a
todos los lectores de parte de Epafras, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas (Colosenses

24
Abbott (págs. lviii–lix) y Hendriksen (págs. 45–48) dedican amplias secciones de sus
comentarios a establecer la estrecha relación entre Colosenses y Filipenses, para demostrar así
que tenían necesariamente el mismo autor. No repetimos aquí sus argumentos porque,
desgraciadamente, muchos de los autores que cuestionan la autoría paulina de Colosenses
también cuestionan la de Filipenses.
25
Guthrie (1), pág. 113.
26
A estas consideraciones, Gutiérrez (págs. 808–809) añade frases que se encuentran
igualmente en Colosenses y en Romanos o Gálatas, y concluye: Las semejanzas son tantas que
corroboran la autenticidad de la carta. Cf. Collantes, pág. 1350: Aun cuando la crítica liberal
rechazó la autenticidad de la presente carta, hoy día se nota una positiva reacción hacia la
postura tradicional … Un estudio más sereno y minucioso de la teología de esta carta … ha
dado por resultado que el contenido de ella es tan paulino que difícilmente hubiera podido
haber sido expresado por otro que no fuera el mismo Pablo.
4:10–14; Filemón 23–24), los cuales estaban evidentemente presentes con el autor en el
momento de redactar las cartas.
• Las dos cartas fueron escritas desde la cárcel (Colosenses 4:3, 18; Filemón 1, 9) y
llevan la firma de Timoteo como coautor (Colosenses 1:1; Filemón 1).
• Y las dos cartas abordan cuestiones relacionadas con la esclavitud (Colosenses 3:22–
4:1; Filemón 10–21).
Ahora bien, no existe prácticamente nadie que dude de la autoría paulina de
Filemón; puesto que es una epístola que no contiene doctrinas polémicas, no existe
motivo alguno por el que alguien habría deseado fabricarla. Pero si la carta a Filemón es
genuina, resulta poco probable que Colosenses sea una falsificación27. Es una cuestión
de coherencia histórica y literaria. Si el autor de Colosenses es Pablo, todos los detalles
circunstanciales y personales registrados en las dos cartas encajan perfectamente. Si no
lo es, la fabricación viene a ser de una complejidad tal que acaba resultando inverosímil.
5. La firma de la carta
Pero la evidencia interna más obvia es, por supuesto, que el texto de Colosenses
declara que el autor es Pablo. De hecho, el apóstol estampa su firma —por así decirlo—
nada menos que tres veces: al principio, en medio y al final. Escuchemos sus palabras:
Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios … Del [evangelio] yo, Pablo, fui
hecho ministro … Yo, Pablo, escribo este saludo con mi propia mano. Acordaos de mis
cadenas (1:1; 1:23; 4:18).
Estas palabras son muy solemnes y contundentes. Sin embargo, los que se oponen a
la autoría paulina pretenden decirnos que se trata de una falsificación pero, no obstante,
de una falsificación «bien intencionada»; el autor anónimo sólo se apropió la firma de
Pablo con la finalidad noble de aumentar la autoridad de sus propias ideas, que en sí son
buenas. Así, habiendo negado la autoridad apostólica de Colosenses, quieren retener
algo de su utilidad espiritual. Pero esto, sencillamente, no puede ser. El autor afirma que
es Pablo. Reclama para sí autoridad apostólica. Sostiene que ha sido comisionado y
autorizado nada menos que por Dios, por aquel Dios que nunca engaña ni miente
(Números 23:19; 1 Samuel 15:29; Tito 1:2). Afirma que ha sido enviado por aquel
mismo Jesucristo que exigió que el «sí» de sus discípulos fuera un «sí» sincero y sin
encubrimientos, y su «no», un «no» de verdad (Mateo 5:37). Por si todo esto fuera poco,
afirma que su letra es la de Pablo y que está escribiendo desde la cárcel.
Una de dos: o Pablo es verdaderamente el autor, en cuyo caso Colosenses tiene una
autoridad incuestionable en nuestras vidas; o estamos ante un documento fraudulento,
una obra maestra del engaño y de la mentira, en cuyo caso su autoridad y su vigencia
actual son nulas. Esto es lo que está realmente en juego detrás del debate sobre la
autoría de Colosenses. No es un debate árido, que no tiene por qué afectar nuestra
apreciación del texto. Es un debate de todo o nada, de vida o muerte, en el que se decide
si vamos a someter nuestras vidas a la autoridad del texto o si someteremos el texto al

27
Cf. Moule, pág. 13: Parecería … imposible dudar de que Filemón fue escrita por San Pablo, o
dudar de la íntima conexión entre Filemón y Colosenses; Guthrie (1), pág. 1139: La conclusión
ineludible es que ambas cartas fueron escritas en el mismo momento; pero la autenticidad de
Filemón no es cuestionada y así provee una fuerte probabilidad de que Colosenses también sea
genuina; Guthrie (2), pág. 554: A la luz de estos datos es imposible pensar que las dos epístolas
fueron enviadas en momentos diferentes; y, puesto que la aceptación de la autenticidad de
Filemón es universal, conlleva la certeza de que Colosenses es una obra genuina de Pablo.
arbitrio de nuestros propios razonamientos28. Finalmente, es cuestión de si la Epístola a
los Colosenses es Palabra de Dios o no. Si fue escrita por Pablo y Pablo es «apóstol de
Jesucristo por la voluntad de Dios», entonces nos llega con plena autoridad divina, bajo
la inspiración del Espíritu Santo y con el sello de la aprobación de Dios, en cuyo caso
sus enseñanzas deben ser acatadas por todo aquel que teme al Señor. Si, en cambio, fue
escrita por un autor anónimo que fingió ser el apóstol Pablo, no tiene autoridad divina
alguna y podemos descuidar impunemente sus enseñanzas —de hecho, debemos
eliminarla del canon de la Biblia—; porque Dios no suele emplear como portavoces
suyos a embusteros fraudulentos, por muy buenas que sean sus intenciones. Hayan
entendido esto o no, los seguidores de Mayerhoff y Baur son culpables de haber
cometido un atrevimiento con consecuencias sacrílegas: sus argumentos, además de
pobres, han servido para socavar la confianza de muchos en la fiabilidad del mensaje
divino y, así, justificar el descuido de la autoridad de esta porción de la Palabra de Dios.
A la luz de todos estos argumentos, pues, nos acercamos a Colosenses con confianza
y con temor de Dios, reconociendo que fue escrita por Pablo29, que lleva el sello de la
autoridad apostólica y que constituye una parte intrínseca de la revelación normativa de
la voluntad de Dios para nosotros. Nos acercamos tratándola con reverencia y con
disposición a someternos gozosamente a sus enseñanzas.
LAS CIRCUNSTANCIAS DE PABLO
La datación de Colosenses depende en gran medida de su lugar de origen. Y sobre
éste, lo único que sabemos a ciencia cierta es que Pablo se encontraba en la prisión al
escribir la epístola: en el 1:24 se alegra de sus sufrimientos, porque éstos son el
resultado de su participación en la edificación de la Iglesia; en el 4:3 dice que ha sido
encarcelado a causa de su predicación del evangelio; en el 4:10 llama a Aristarco mi
compañero de prisión; y en el 4:18 pide a los colosenses que se acuerden de sus cadenas
(cf. también Filemón 1, 9, 23).
¿Pero en qué lugar está encarcelado? En 2 Corintios, Pablo mismo se refiere a los
«muchos encarcelamientos» que ha padecido (11:23). De hecho, aquella carta nos hace
comprender que los datos de la vida del apóstol registrados en el Libro de los Hechos
distan mucho de ser una relación completa de todas sus confrontaciones y aflicciones
(ver 2 Corintios 11:23–33). Los comentaristas debaten entre sí acerca de la ciudad en la
que se encontraba Pablo al escribir Colosenses, pero en todo caso conviene recordar que
sus deliberaciones se basan en una información incompleta. Dicho esto, podemos añadir
que suelen proponer tres posibles lugares de origen: Éfeso, Cesarea o Roma30.
Los que abogan a favor de Éfeso piensan que así se explica más fácilmente la
presencia de Epafras y Onésimo con Pablo. Aparentemente, Epafras se ha trasladado al
lugar donde se encuentra el apóstol a fin de comunicarle noticias acerca de los
colosenses (1:7–8; 4:12–13). Éfeso, al estar a sólo 160 kilómetros de Colosas, es de

28
Cf. Buffard, pág. 9: No venimos para juzgar el libro, sino para que el libro nos juzgue a
nosotros.
29
Cf. Guthrie (1), pág. 1139: Así pues, aceptamos confiadamente como genuina la adscripción
de la epístola al apóstol.
30
Los méritos de cada una de estas ciudades son evaluados en gran detalle y con gran agudeza
por Guthrie (2), págs. 555–558. Él elimina la posibilidad de que la epístola fuera escrita desde
Cesarea y, en cuanto a las candidaturas de Éfeso y Roma, concluye: La hipótesis de Éfeso no
puede ser descartada como imposible, pero el criterio tradicional [de Roma] ofrece las mejores
probabilidades.
fácil acceso. En cambio, otros posibles lugares de origen están mucho más lejos y hacen
que el traslado de Epafras sea más complicado. De igual manera, es más probable que
Onésimo huyera a la cercana Éfeso que a la lejana Roma31. El problema principal de
esta teoría es, sencillamente, que el Libro de Hechos, aunque contiene una larga
narración sobre la estancia de Pablo en Éfeso (Hechos 19:1–20:1), no nos habla de
ningún encarcelamiento suyo32.
En cambio, sabemos que Pablo pasó dos años de prisiones en Cesarea Marítima
(Hechos 23:23–26:32). Sin embargo, en aquel momento parece no haber disfrutado de
mucha libertad para recibir a la gente y proseguir con sus labores pastorales y
evangelísticas, lo cual no cuadra con la situación de relativa libertad descrita en la
epístola (4:3–4; cf. Efesios 6:19–20). Además, es poco probable que Onésimo, el
esclavo fugitivo de Filemón, huyera a Cesarea33, y menos aún que tuviera acceso a
Pablo y se convirtiera.
Esto hace que la gran mayoría de comentaristas abogue a favor de un origen
romano. Según Hechos 28:30–31, Pablo pasó allí sus «prisiones» en una casa alquilada
en la que tenía libertad para atender a sus visitas, por lo cual pudo dedicarse a predicar y
enseñar con toda libertad, sin estorbo. Esto concuerda con la clase de situación
reflejada en Colosenses. Además, sabemos que dos de los compañeros mencionados en
la carta, Lucas y Aristarco, viajaron con Pablo a Roma (Hechos 27:1–2)34.
Si la carta fue escrita desde Éfeso, su fecha de redacción sería aproximadamente
entre los años 54 y 56 d.C. Si fue escrita desde Cesarea, entre el 58 y el 60. Y si lo fue
desde Roma, entre el 61 y el 63. Según el criterio mayoritario, lo más probable es que
hayan pasado unos cinco o seis años desde la estancia de Pablo en Éfeso; ahora estamos
aproximadamente en el año 61 d.C. y el apóstol se encuentra en la cárcel en Roma35.

31
En contra de esta idea están las palabras de C. H. Dodd (citadas por Guthrie [2], pág. 556):
Puestos a especular, resulta tan probable que el esclavo fugitivo, los bolsillos llenos de dinero
robado a su amo, se dirigiera a Roma porque estaba distante, como a Éfeso porque estaba
cerca.
32
También milita en contra de un origen efesio el hecho de que Lucas, quien está con Pablo al
escribir la carta (4:14), parece no haberle acompañado a Éfeso (la narración de Hechos 19 está
en tercera persona; Lucas suele emplear la primera persona—nosotros—cuando describe
episodios en los que él mismo ha estado presente).
33
Existen otros argumentos en contra de este origen. Cuando Pablo estaba en Cesarea,
deseaba visitar Roma (Hechos 23:11), no Colosas (Filemón 22). Entre los compañeros de Pablo
en Cesarea se encontraba, sin duda, Felipe el evangelista, en cuya casa Pablo se había alojado
poco antes de su encarcelamiento (Hechos 21:8); nos extraña que Pablo no envíe saludos de
su parte.
34
Cf. Guthrie (1), pág. 1141: De aquellos encarcelamientos de los cuales nos habla el Libro de
los Hechos, Roma parece la única opción razonable … Al sopesar las evidencias, éstas se
decantan a favor de un origen romano; Collantes, pág. 1349: Todos los indicios apuntan más
bien a la prisión romana.
35
Cf. Abbott, pág. lix; Buffard, pág. 9; Carballosa, pág. 22; Carson, pág. 15; Erdman, pág. 28;
Gutiérrez, pág. 809; Harrison, pág. 10; Nielson, pág. 380; Staab, págs. 104–105. Según McRay,
pág. 1049, ha aparecido una nueva evidencia que quizás modifique estas fechas en lo sucesivo.
Se trata de una moneda acuñada en honor del nuevo procurador de Judea, Festo, y fechada en
Con él, en Roma, están también Tíquico y Onésimo. El apóstol ha decidido devolver
a éste a su amo en Colosas. Seguramente, Tíquico acompaña a Onésimo con una doble
finalidad: por una parte debe asegurar que éste no cambie de idea y se dé otra vez a la
fuga; por otra, debe servirle como mentor y defensor cuando lleguen a casa de Filemón.
Pablo, pues, aprovecha el viaje de Tíquico y Onésimo para enviar cartas a Éfeso
(Efesios 6:21–22), a Colosas (Colosenses 4:7–9) y al propio Filemón (Filemón 10–
12)36.
PABLO Y TIMOTEO SE PRESENTAN (1:1)
Pablo empieza su carta de la manera convencional de aquella época: en primer
lugar, nombra a los remitentes; en segundo lugar, indica quiénes son los destinatarios; y
en tercer lugar, emplea una frase de saludo37. Era normal que empezaran así las cartas
de aquel entonces. Pero lo que no es en absoluto convencional es la manera en que
Pablo amplía y «santifica» la salutación, haciendo que cada frase arranque de una
relación con Dios: él mismo es apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios; los
destinatarios son santos y fieles hermanos en Cristo; y el saludo se convierte en la
invocación de la gracia y paz de Dios nuestro Padre.
En realidad, cada frase refleja alguna faceta de la obra salvadora de Dios por medio
de Jesucristo: es Cristo quien ha capacitado y comisionado a Pablo como su apóstol,
pero siempre en conformidad con la voluntad de Dios; es «en Cristo» como Dios ha
apartado para sí a los creyentes colosenses y los ha hecho sus santos; y si podemos
conocer la gracia y la paz de Dios, es porque Cristo nos las trae (Juan 1:17; Romanos
5:1).
Así pues, los remitentes, los destinatarios y la salutación tienen esto en común:
todos son lo que son por la voluntad de Dios y por la obra salvadora de Jesucristo. Pero
esta obra no sólo ha dado a todos una nueva identidad y una nueva entidad, sino que ha
forjado una nueva vinculación entre todos. En principio, ¿qué tiene que ver el judío
Pablo de Tarso con un grupo de gentiles procedentes de Colosas? Pues no sólo ha sido
el instrumento de Dios para llevarles el mensaje del evangelio, sino que ha asumido una
nueva relación fraternal con ellos. Pablo, Timoteo y los colosenses tienen esto en
común: todos se han convertido a Dios por medio de Jesucristo; y, como consecuencia,
han descubierto que ahora Dios es nuestro Padre. Esta nueva relación «vertical» con
Dios conduce inexorablemente a nuevas relaciones «horizontales» con los demas
creyentes. Cuando Dios llega a ser Padre de todos, entonces todos adquieren un nuevo

el año 56. Esto nos obliga a mover el encarcelamiento de Pablo en Cesarea a los años 54 a 56
(ver Hechos 24:27–25:1), y las prisiones de Roma a los años 57 a 59.
36
Cf. Staab, págs. 100–101: Es indudable que estas tres cartas, despachadas al mismo tiempo,
fueron también escritas a distancia de pocos días … El parentesco entre las cartas a los
Colosenses y a los Efesios es aún más estrecho que entre las cartas a los Romanos y a los
Gálatas … En la carta a los Efesios, las exhortaciones son más amplias y están más
fundamentadas en razones doctrinales. Este hecho favorece también la conclusión de que la
carta a los Colosenses fue escrita antes que la carta a los Efesios, porque parece lógico pensar
que la simple enunciación de un tema es anterior a su desarrollo. Es posible que Pablo haya
escrito en este momento una cuarta carta dirigida a los laodicenses. Exploraremos esta
posibilidad con más detalle cuando lleguemos al comentario del 4:16.
37
McRay, pág. 1051, indica que esta fórmula aparece constantemente en las cartas
contemporáneas encontradas en el Oriente Medio.
parentesco entre sí. Todos pertenecen a la misma familia espiritual. Timoteo y los
colosenses son los «hermanos» de Pablo.
Así, con unas pocas palabras, el apóstol logra expresar las gloriosas realidades que
caracterizan la relación de todos los creyentes con Dios y de todos entre sí.
Sin embargo, aun reconociendo plenamente su relación fraternal con los colosenses,
Pablo no quiere que le miren en estos momentos sólo como su hermano y amigo. Más
bien quiere que vean en él a aquel enviado de Cristo autorizado para hablar en nombre
del Señor. Tiene cosas serias que decirles y no deben tomarlas como las amonestaciones
de un hermano o las recomendaciones de un amigo, como si pudieran aceptarlas o
rechazarlas a su antojo. Escribe con autoridad. Sus palabras exigen obediencia, la
misma clase de obediencia que exigirían si Dios mismo las pronunciara.
Por eso comienza la carta con palabras un tanto formales: Pablo, apóstol de
Jesucristo por la voluntad de Dios (cf. 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1; 2
Timoteo 1:1). Tiempo tendrá para expresarles su afecto fraternal (2:1, 5, etc.). De
momento, lo importante es que los colosenses comprendan que no les escribe como un
hermano más, sino como enviado del Señor, y que se dispongan a reconocer su
autoridad y a acatar sus palabras. La hermandad más entrañable no está en absoluto
reñida con la necesidad de respetar la autoridad que Dios concede a quienes quiere.
En varias ocasiones, mayormente al escribir a los gálatas y a los corintios, Pablo se
vio en la necesidad de defender su apostolado. No lo hizo con afán de protagonismo
personal, sino porque en ello iban la autoridad de su mensaje y, en última instancia, la
autoridad del Señor que le había enviado a proclamar el mensaje38. Aquí también
defiende su apostolado. No porque los colosenses lo hubieran cuestionado, sino porque
necesitaban conceder la oportuna entidad a sus palabras39. Sus lectores debían recordar
que Pablo había sido comisionado nada menos que por Jesucristo, y eso conforme a la
voluntad de Dios40. Es una manera breve de decir lo que había dicho más ampliamente a
los gálatas: que era apóstol no de parte de hombres ni mediante hombre alguno, sino
por medio de Jesucristo y de Dios el Padre que le resucitó de entre los muertos (Gálatas
1:1)41. Desde el comienzo de su ministerio, Pablo había sido un instrumento escogido
por el Señor para llevar [su] nombre en presencia de los gentiles (Hechos 9:15; cf.

38
El concepto esencial del apostolado reside en que el apóstol se reviste de la autoridad de
aquel que le envía y se le confiere su poder (Carson, pág. 26).
39
Cf. Lightfoot, pág. 131: Aunque no tenemos razones para suponer que se impugnaba su
autoridad en la iglesia colosense, sin embargo Pablo interviene en la iglesia en virtud de su
comisión apostólica y, por tanto, emplea el título que le confiere autoridad.
40
Cf. Erdman, pág. 29: Pablo da por supuesto lo que en otro lugar afirma: que posee todos los
requisitos de la condición de apóstol, a saber, que ha visto al Cristo resucitado, que es testigo
inspirado de la resurrección, que en el don de realizar milagros posee «las señales de un
apóstol» … y que la comisión que posee procede de Cristo en forma directa y personal.
41
Estas palabras de Gálatas indican que la iniciativa para la constitución del apostolado de
Pablo no partió de hombres (no de parte de hombres) y tampoco los hombres fueron los
mediadores de la voluntad de Dios en su llamamiento (ni mediante hombre alguno).
Romanos 11:13)42. No hacerle caso a Pablo era no hacerle caso a Jesucristo, que le
había enviado, ni a Dios, bajo cuya voluntad llevaba a cabo su ministerio43.
Este énfasis sobre su propia autoridad, incuestionable e intransferible, es aún más
fuerte si consideramos el contraste entre la manera en que Pablo se presenta a sí mismo
y la manera en que presenta a Timoteo. Pablo mismo no es menos que el «apóstol de
Jesucristo por la voluntad de Dios»; Timoteo no es más que «el hermano». Sería fácil
—pero absolutamente falso— ver en este contraste una soberbia por parte del apóstol
rayana en la egolatría, o un asombroso desprecio hacia Timoteo. A fin de cuentas, éste
destaca entre todos los compañeros de Pablo como signatario de la carta. Los demas
sólo envían saludos (4:10–14)44. ¡Ni siquiera el evangelista Lucas es invitado a añadir
su firma! Esto sugiere que Timoteo no era ya el joven principiante que había salido
como aprendiz de misionero cuando Pablo partió de Listra (Hechos 16:1–3), sino un
consiervo apreciado cuya firma sirve para reforzar la autoridad de la carta45. Pero, aun
así, no es más que un «hermano». No tiene autoridad apostólica. Eso sí, puede dar
buenos consejos y fieles enseñanzas; debe ser recibido, pues, con afecto fraternal y
respeto. Pero sus dones, aunque notables, no tienen la autoridad vinculante del
apostolado de Pablo46. Pablo mismo lo entiende así. No es cuestión de prepotencia

42
Pablo mismo no se cansaba de repetir que había sido escogido y designado por Dios como
apóstol a los gentiles. Ver Hechos 9:5–6, 15–16; 22:10–21; 26:15–18; Romanos 1:1, 5; Gálatas
1:1; 2:9.
43
Cf. MacDonald, pág. 948: Su apostolado … no era una ocupación que hubiese escogido para sí
mismo ni había sido instruido por hombres para la misma. Tampoco le había sido dado el oficio
por ordenación humana … No, sino que todo su ministerio era llevado a cabo bajo el solemne
conocimiento de que el mismo Dios lo había escogido como apóstol; Hendriksen, págs. 55–56:
Pablo había alcanzado su alto oficio no por aspiración, ni por usurpación, ni tampoco por
nominación de parte de otros hombres (Gálatas 1:1, 16–17), sino por medio de preparación
divina (Gálatas 1:15–16), habiendo sido apartado y capacitado por la actividad de la voluntad
soberana de Dios; Carson, pág. 27: Este alto llamamiento no se debe a la capacidad intrínseca
de Pablo o a sus indudables cualidades intelectuales; se debe a la gracia y misericordia del Dios
que le ha escogido; Gutiérrez, pág. 810: Nadie, bajo ningún pretexto, podrá disputarle esta
misión, que le viene del mismo Dios, mediante la cual puede hacer valer sus plenos poderes aun
sobre las comunidades cristianas que no tuvieron contacto personal con él.
44
Por otro lado, la firma de Timoteo y la ausencia de las firmas de los otros compañeros
pueden deberse a que Timoteo había estado con Pablo en Éfeso (Hechos 19:21–22), lo cual
hace posible que conociera personalmente a los miembros de la congregación de Colosas.
45
Ver también CENT 128, Mucha libertad en Cristo, págs. 24–25. Para más información sobre
Timoteo, ver CENT 140, La conversión auténtica, págs.48–51. Timoteo «firma» también otras
cartas de Pablo: 2 Corintios 1:1; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1;
Filemón 1.
46
A este respecto, comenta MacDonald, pág. 948, que es importante observar aquí la total
ausencia de oficialismo en la actitud de Pablo para con Timoteo. Los dos eran miembros de una
común hermandad y no había concepto alguno de una jerarquía de dignatarios eclesiásticos
con pomposos títulos y vestiduras distintivas. Cf. Buffard, pág. 19: La ordenación por una
iglesia, si no va acompañada de la ordenación de las manos taladradas de Cristo, no tiene
eficacia alguna.
personal, ni de desprecio de dones ajenos, ni mucho menos de menosprecio de la
persona de Timoteo; al contrario, existía una entrañable relación de afecto fraternal
entre ellos47. Es sencillamente cuestión de hacer honor a la verdad y a los hechos reales:
Pablo fue comisionado como apóstol por Jesucristo y por Dios Padre; Timoteo fue
escogido como misionero por Pablo y por los ancianos de Listra. Si, pues, Pablo ensalza
su propio apostolado, esto no es evidencia de soberbia y egocentrismo, sino justo lo
contrario: se atreve a hacerlo precisamente porque no ve en su apostolado motivo de
jactancia humana, pues todo es de gracia divina. Su motivación, al expresarse así, no es
el orgullo, sino la humildad. Se asombra de la gracia de Dios en su vida y ministerio48:
Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10). Pero, a la vez, puesto que su
apostolado proviene de Dios, se ve en la necesidad de defenderlo a ultranza. Despreciar
a alguien como Timoteo es un asunto serio, porque es despreciar a un fiel siervo del
Señor; pero despreciar a Pablo es mucho más serio: es despreciar al autorizado portavoz
de Cristo; es rechazar al Señor que le envía y al Dios en cuya voluntad ejerce su
ministerio apostólico49.
Lo mismo, por supuesto, es cierto para nosotros. Como ya hemos dicho, si leemos
Colosenses como si fuera un texto falsificado o seudoepigráfico, diluimos
inevitablemente su autoridad. En tal caso, el texto en sí es el mismo; los argumentos
plasmados en el texto siguen siendo iguales; pero la autoridad detrás de ellos cambia
radicalmente. La epístola, en vez de ser Palabra de Dios, se convierte en un compendio
de ideas más o menos interesantes que podemos abrazar o descuidar a nuestro antojo.
Lo mismo es cierto si leemos el texto viendo sólo al autor humano y no al inspirador
divino. Si Pablo se presenta como apóstol que actúa por designio de Dios y como
enviado de Jesucristo, es precisamente porque quiere que no leamos sus palabras como
si fueran meras sugerencias humanas, sino como lo que son de verdad: instrucciones
que tienen su origen en Dios.
CAPÍTULO 2
COLOSAS Y LA IGLESIA DE LOS COLOSENSES
COLOSENSES 1:2
… a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia a vosotros
y paz de Dios nuestro Padre.
COLOSAS
Acompañemos, pues, a Tíquico y a Onésimo en su viaje a Colosas. Nos despedimos
de Pablo en su casa alquilada. Es una despedida muy emotiva. Nos causa impacto dejar
al apóstol en cadenas, sujetado al guardia romano y pendiente del desenlace de su
apelación ante el emperador. Onésimo, especialmente, se derrumba al abrazar al
apóstol; porque, como él mismo nos dirá después, le considera su padre espiritual
(Filemón 10), le ama como un hijo y teme no volver a verlo en esta vida.

47
Cf. Hendriksen, pág. 56: Al llamar a Timoteo «nuestro hermano», Pablo … estaba enfatizando
la íntima relación que había entre él y su compañero. Pablo amaba a Timoteo profunda y
tiernamente (Filipenses 2:19–23); Erdman, págs. 29–30: En ningún otro compañero puso Pablo
tanta confianza; a nadie más prodigó tanto amor.
48
Cf. Lightfoot, pág. 131: Esta expresión debe entenderse como la renuncia de toda valía
personal y una declaración de la gracia inmerecida de Dios.
49
Cf. Hendriksen, pág. 55: Es nada menos que Cristo mismo quien habla a su iglesia a través de
Pablo.
Aristarco y Marcos, Jesús el Justo y Epafras, Lucas y Demas nos acompañan hasta
Puteoli, el puerto de Roma. ¡Qué lujo tener en nuestro séquito a dos de los evangelistas!
Todos nos piden que comuniquemos sus saludos afectuosos a los hermanos a los que
visitaremos en el camino. Epafras nos da saludos especiales para muchos hermanos de
Hierápolis, Laodicea y Colosas. Oramos juntos en el muelle, nos despedimos y,
entonces, zarpamos en un barco que nos llevará por el Tirreno, el Adriático y el Egeo
hasta Mileto, en la costa occidental de la provincia de Asia.
Después de muchos días de viaje por mar, llegamos a Mileto. Lucas ya nos ha
contado la escena emocionante que tuvo lugar aquí unos cinco o seis años atrás, cuando
Pablo se despidió de los ancianos de Éfeso. Y, efectivamente, es a Éfeso adonde nos
vamos a dirigir ahora. De hecho, el camino más directo a Colosas sale de Mileto
siguiendo el curso del río Meandro (que ha dado su nombre a cierta clase de
sinuosidades en el curso de los ríos). Pero vamos a desviarnos un poco para llevar la
carta de Pablo a los hermanos de Éfeso. Tomamos, pues, la carretera de la izquierda y
nos dirigimos al Norte. En Éfeso, los creyentes nos reciben con mucho gozo. Nuestra
intención había sido pasar sólo una noche en la ciudad y proceder inmediatamente a
Colosas. Pero los efesios nos abruman con su hospitalidad, quieren recabar información
acerca de Pablo y del avance del evangelio en otros lugares e invitan a Tíquico a
ministrar la Palabra en reuniones especiales convocadas para cada noche de nuestra
estancia. ¡Total, nos entretenemos en Éfeso durante días!
Finalmente volvemos a emprender nuestro viaje. Nos quedan unos 180 kilómetros
hasta llegar a Colosas. Ahora seguimos la gran carretera que va de Éfeso hacia el Este y
lleva a las regiones más orientales del Asia Menor. Pronto llegamos otra vez al
Meandro. El camino sigue al lado del río. Después de varios días de camino, llegamos a
la confluencia del Meandro y uno de sus afluentes, el Lico. Cruzamos el río y
procedemos ahora por el valle del Lico. Hemos llegado al antiguo reino de Frigia,
incorporado en la provincia de Asia desde hace más de un siglo. Lo notamos porque los
habitantes hablan con un marcado acento frigio. El terreno se vuelve cada vez más
montañoso, con paisajes espectaculares. La carretera nos lleva primero a la
deslumbrante ciudad de Hierápolis con sus muchos templos paganos. Nos dirigimos a
casa de unos creyentes para trasmitirles los saludos de Epafras. Ellos, naturalmente,
insisten en que pasemos la noche con ellos. Al día siguiente bajamos nuevamente al
valle del río Lico y llegamos a Laodicea, ciudad en la que pernoctamos y hacemos
entrega de la carta que Pablo ha escrito a los laodicenses1. Nos queda un solo día de
viaje, unos dieciocho kilómetros, para llegar a nuestro destino. Al proseguir nuestro
camino, el valle del Lico es cada vez más estrecho y las montañas cada vez más altas y
cercanas. Y, finalmente, llegamos a Colosas.
Por el acento de los habitantes sabemos que hemos dejado atrás las ciudades más
helenizadas y romanizadas y nos encontramos ya en «la Frigia profunda». Delante de
nosotros, la carretera sigue por los puertos de montaña hasta Apamea para descender
luego por tierras de Pisidia hasta las costas del sur de Asia en Panfilia. Pero nosotros,
por nuestra parte, dejamos la carretera y nos dirigimos a casa de Filemón. Onésimo nos
enseña el camino. Puesto que la conversación entre Filemón y Onésimo requiere
intimidad, los dejaremos a solas en casa y saldremos para explorar un poco la ciudad de
Colosas.

1
Ver el comentario sobre el 4:16.
El valle del Lico era famoso en tiempos antiguos por al menos dos cosas: sus
frecuentes terremotos2; y los pastos fértiles de sus tierras volcánicas. Estos factores, a su
vez, habían contribuido al establecimiento de industrias textiles en la zona, pues las
ricas tierras del valle sostenían grandes rebaños de ovejas cuya lana servía como materia
prima para la manufactura de tejidos, y las aguas cretáceas del valle eran ideales para
teñir las telas. Como consecuencia, en las tres ciudades del valle —Hierápolis, Laodicea
y Colosas— se habían establecido muchos tejedores, tinteros y sastres.
En su día, Colosas había sido una ciudad de gran importancia, mencionada por
algunos de los historiadores más destacados de la antigüedad. Heródoto, en el año 480
a.C., al describir el paso del ejército del emperador persa Jerjes por el valle del Lico
camino al Helesponto, la llama una gran ciudad de Frigia3. Jenofonte, en el año 401
a.C., al describir la estancia en Colosas del ejército de Darío, la llama una ciudad
habitada y próspera y grande4.
La grandeza de Colosas estribaba no sólo en el número de sus habitantes, en la
fertilidad de sus tierras y en la prosperidad de sus industrias textiles, sino en que
ocupaba un lugar estratégico de suma importancia en el camino que unía el oeste de
Asia con el este. El viajero procedente, por ejemplo, de Siria, al dirigirse a Éfeso tenía
que pasar por las Puertas Cilicianas, adentrarse en Asia Menor y cruzar las montañas
Tauro hasta llegar al valle del Lico. Allí, la primera ciudad con la que se topaba era
Colosas. Como consecuencia, los colosenses habían conocido muchas invasiones
militares a lo largo de su historia, pero también mucha prosperidad comercial. Al ser
punto de paso obligado para muchos mercaderes, la ciudad había añadido a la
agricultura, a la ganadería y a la industria textil una creciente actividad comercial. Sus
habitantes formaban una mezcla de razas. Además de los indígenas frigios, había
colonos griegos, viajeros del este y una importante comunidad hebrea.
Sin embargo, cuando Pablo escribió su carta a los cristianos colosenses, la ciudad
estaba en declive. Las ciudades vecinas de Laodicea e Hierápolis, mencionadas por
Pablo en el 2:1 y el 4:13, aunque fundadas muchos años después de Colosas, habían ido
creciendo en riquezas a expensas de ella, especialmente desde la creación de la
provincia romana de Asia (190 a.C.)5. Los romanos construyeron nuevas carreteras en la
zona, cuatro de las cuales enlazaban en Laodicea con la antigua vía del Lico6. Así, la
importancia estratégica de Colosas a efectos militares y comerciales se había desplazado
hacia Laodicea7. Además, Laodicea había adquirido una gran reputación a causa de la
fina lana negra de sus rebaños, por lo cual iban en auge también sus operaciones
comerciales y bancarias. Hierápolis, por su parte, había conseguido mucha fama a causa

2
Estrabón (Geografía XII. viii. 16) describe la comarca como sísmica, sujeta a terremotos. Cf.
Lightfoot, págs. 2–3, 38–40; Hendriksen, pág. 19.
3
Heródoto: Historia vii.30. Ver Banks, pág. 732; Hendriksen, pág. 20.
4
Jenofonte: Anábasis i.2.6. Ver Banks, pág. 732; Hendriksen, pág. 20.
5
Puesto que Pablo mismo pide que su epístola sea leída también en la iglesia de Laodicea
(4:16), casi sería exacto decir que se trata de ¡«La Epístola de Pablo a los Colosenses y a los
Laodicenses»!
6
Green, págs. 261–262; Hendriksen, pág. 21.
7
Un pequeño botón de muestra de la importancia cultural de Laodicea es que Cicerón pasó
años en la ciudad y desde ella envió algunas de sus cartas más famosas. Ver Erdman, pág. 6.
de las propiedades curativas de sus aguas termales (recordemos que los romanos
apreciaban mucho los balnearios)8, había alcanzado la calidad de ciudad sagrada de
Frigia a causa de sus muchos templos y era conocida como la ciudad más bella de Asia,
la ciudad dorada9. Colosas podía aún jactarse de la solera de su historia ancestral, pero
no podía competir con la creciente afluencia de sus dos rivales. El golpe definitivo a su
prestigio vino cuando los romanos decidieron convertir a Laodicea en capital de la
comarca:
Colosas ya había perdido la carrera. Si alguien buscaba salud, placer y reposo, iría
a Hierápolis; y si estaba interesado en negocios o política, dirigiría sus pasos a
Laodicea10.
Ya en tiempos de Estrabón, que vivía dos generaciones antes de Pablo, la «gran
ciudad de Frigia» mencionada por Heródoto se había convertido un una ciudad
pequeña11. Dan fe de ello los pobres restos arqueológicos que marcan hoy la ubicación
de Colosas, en contraste con las soberbias ruinas de Laodicea y, sobre todo, de
Hierápolis12.
LA IGLESIA DE LOS COLOSENSES
Es posible que el evangelio de Jesucristo llegara a Frigia en primer lugar por medio
de judíos que lo conocieran durante las fiestas anuales en Jerusalén. Ya hemos
mencionado la colonia judía de Colosas. Existían colonias parecidas en todas las
ciudades de Frigia. Se habían establecido allí en tiempos de Antíoco el Grande (223–
187 a.C.). Según Josefo, este monarca había deportado a Lidia y a Frigia dos mil
familias procedentes de Mesopotamia y Babilonia13. Sabemos que, ya en el año 62 a.C.,
más de 11.000 judíos varones vivían en la comarca de Laodicea14. No nos sorprende,
pues, descubrir que entre la multitud que escuchó el sermón de Pedro en el día de
Pentecostés figuraran judíos procedentes de Frigia (Hechos 2:10). Es posible que
algunos de ellos volvieran a casa llevando consigo la noticia de que Jesús era el Mesías
y que había resucitado de entre los muertos. Sin embargo, es probable que no vieran
ninguna necesidad de romper con la sinagoga, sino que siguieran reuniéndose con los
demás judíos.

8
Por supuesto, la riqueza bancaria de Laodicea, su industria textil y las termas medicinales de
la comarca están detrás de las palabras irónicas del Señor al dirigirse a la iglesia de Laodicea:
Te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras
blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir
tus ojos para que puedas ver (Apocalipsis 3:18).
9
Erdman, pág. 7.
10
Hendriksen, pág. 22.
11
Estrabón: Geografía, XII, viii, 13. Ver Hendriksen, pág. 23.
12
Los restos de Laodicea son menos espléndidos no porque la ciudad fuera menos gloriosa que
Hierápolis, ¡sino porque sus ruinas sirvieron de cantera para la construcción del cercano
pueblo turco de Denizli! Ver Lightfoot, págs. 6–7.
13
Flavio Josefo: Antigüedades de los judíos, XII, iii, 4. Ver Abbott, pág. xlviii; Barclay, pág. 121;
Buffard, pág. 11; Hendriksen, pág. 24.
14
Ver Barclay, pág. 122; Abbott, pág. xlviii.
No sabemos exactamente cómo y cuándo vio la luz la comunidad cristiana de
Colosas, pero lo más probable es que se fundara durante la estancia de Pablo en Éfeso,
aproximadamente entre los años 52 y 56 d.C15. Después de tres meses en los que el
apóstol intentaba alcanzar a los judíos con el evangelio, hablando denodadamente en la
sinagoga, discutiendo y persuadiéndoles acerca del reino de Dios (Hechos 19:8), tuvo
que trasladarse a la «escuela de Tirano», donde seguía con la misma labor, pero ahora
entre judíos y gentiles. Esto continuó por dos años, de manera que todos los que vivían
en Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos (Hechos 19:10).
Sin duda, pues, la noticia de estas enseñanzas, confirmadas por los poderosos
milagros llevados a cabo por el apóstol (Hechos 19:11–12), se hizo notoria en toda la
provincia y llegaron también a Colosas. No sabemos si los primeros convertidos entre
los colosenses escucharon el evangelio en la escuela de Tirano o si la ciudad fue
evangelizada por Pablo mismo16 o por un equipo de colaboradores suyos. Esto último es
más probable, porque el 2:1 parece indicar que la mayoría de los creyentes de Colosas y
Laodicea estaban entre aquellos que no me han visto en persona17, mientras que el 1:4
—al oír de vuestra fe en Cristo Jesús— sugiere que el conocimiento que Pablo tenía
acerca de la conversión de esos creyentes no era de primera mano, sino que lo había
recibido a través de la información de terceras personas.
Sea como fuere, Pablo sí conocía personalmente a algunos de los miembros de la
congregación: a Epafras, por ejemplo. Posiblemente fuera éste uno de los primeros
conversos de la ciudad (4:12). Desde luego, tuvo un papel destacado en la formación de
aquella congregación y en la edificación pastoral de los miembros (1:7)18. También es
evidente que ejercía estas mismas funciones en las iglesias de Laodicea e Hierápolis
(4:13). Es posible, pues, que escuchara el evangelio en Éfeso y volviera con las buenas
nuevas a su casa en Colosas19. En el momento de la redacción de las epístolas a los

15
Todos los comentaristas sitúan la estancia de Pablo en Éfeso a mediados de los años 50. Pero
varían entre sí en la fecha exacta. Algunos proponen los años 52 a 54; otros, 54 a 56. Es posible
que Pablo pasara por Colosas al comienzo de su tercer viaje misionero, cuando se dirigió desde
Antioquía hasta Éfeso, pues la carretera que pasaba por la ciudad formaba parte de la ruta
natural. Ver Hendriksen, págs. 16–18.
16
Los que piensan que la iglesia fue fundada por Pablo mismo se apoyan en las referencias a su
obra misionera en Frigia, en Hechos 16:6 y 18:23.
17
Sin embargo, ese texto admite otras lecturas. Por ejemplo, Pablo podría estar refiriéndose a
los que se habían convertido desde su visita hasta la fecha de escribir. Pero la mayoría de
comentaristas estaría de acuerdo con la conclusión de Wickham, pág. 114: El apóstol pasó la
mayor parte de aquella larga temporada trabajando en la misma capital, pero sus colegas y
discípulos llevaron el mensaje por todas partes. Cf. Hendriksen, pág. 25.
18
Cf. Guthrie (2), pág. 545: Parece razonable suponer que la iglesia tuvo su origen como
resultado del ministerio de Epafras, porque, en el 1:7, Pablo dice: «lo aprendisteis de Epafras,
nuestro amado consiervo, quien es fiel servidor de Cristo de parte nuestra».
19
Lacueva (Lacueva-Henry, pág. 236) sigue a los comentaristas católicos y da por sentado que
Pablo no fundó la iglesia: La iglesia no fue plantada en Colosas por el ministerio de Pablo, sino
por el de Epafras, a quien el apóstol había delegado para que predicase el evangelio entre los
gentiles. Cf. Gutiérrez, págs. 800–801; Pérez, pág. 55; Staab, pág. 107. Otros autores, en
cambio, comparten la opinión de Nielson, pág. 380: Es extraño sostener … que Pablo nunca
Colosenses y a Filemón, Epafras acompañaba a Pablo en sus prisiones (4:12; Filemón
23).
Sabemos también que Filemón, el ciudadano de Colosas en cuya casa se reunía la
iglesia (Filemón 2), se había convertido a Cristo gracias al ministerio evangelístico de
Pablo mismo (éste parece ser el significado de Filemón 19). Posiblemente lo mismo sea
cierto de Arquipo y Apia, miembros de su casa (Filemón 2)20. Desde luego, el apóstol
conoce suficientemente a Arquipo como para enviarle una exhortación personal en
torno a su ministerio en la iglesia (4:17). Incluso es posible que tuviera que asumir la
supervisión de la iglesia de los colosenses durante la ausencia de Epafras21.
Y, por supuesto, a todos aquellos amigos personales de Pablo tenemos que añadir a
Onésimo, el esclavo que ahora vuelve a casa en compañía de Tíquico. Éstos, pues, eran
algunos de los conocidos y colaboradores de Pablo en la asamblea de Colosas.
LA HEREJÍA COLOSENSE
Por todo lo que hemos visto hasta aquí podemos deducir que, estando Pablo en
prisiones, Epafras, anciano de la iglesia de Colosas, hizo el largo viaje hasta Roma para
consultar con él acerca de la situación que estaba afrontando la congregación.
Emprender un viaje de esta envergadura —unos 1700 a 2200 kilómetros, según la ruta
escogida— y compartir las condiciones incómodas del apóstol (Filemón 23) sugiere que
Epafras estaba alarmado. Aunque trae saludos afectuosos —Epafras … nos informó de
vuestro amor en el Espíritu (1:8)— y aunque puede informar acerca de la «fe, amor y
esperanza» de los colosenses (1:4–5; 2:5), otras noticias que lleva al apóstol son
suficientemente preocupantes como para ocasionar la redacción de nuestra epístola22. La
iglesia estaba bajo la amenaza de enseñanzas erróneas.
No es fácil dilucidar todos los aspectos doctrinales de la «herejía colosense».
Disponemos de dos fuentes principales de información al respecto. Por un lado,
tenemos los escritos gnósticos del siglo II y los escritos de cristianos como Ireneo e
Hipólito que combatían aquella herejía. Pero esta es una información que puede
confundirnos más que aclarar conceptos, porque es imposible saber hasta qué punto las
ideas del segundo siglo circulaban ya en el primero, ni siquiera si, en el momento de la
redacción de la epístola, existía en Colosas un sistema coherente de pensamiento o se
trataba de ciertas ideas erróneas que procedían de diferentes influencias23. A ese
respecto, algunos autores suponen que, de hecho, Pablo tuvo que dirigirse en contra de

visitó las iglesias del valle del Lico, cuando era un viajero incansable y estuvo durante dos años
en la cercana Éfeso.
20
Muchos comentaristas suponen que Apia era la esposa de Filemón, y Arquipo su hijo. Ver
Hendriksen, pág. 26; Wiersbe, pág. 3. Desde luego, existía una estrecha relación entre ellos.
21
Ver Guthrie (2), pág. 546.
22
Cf. Guthrie (2), pág. 546: Una de las razones del viaje de Epafras a Roma … fue su deseo de
informar a Pablo acerca del progreso del evangelio en el valle del Lico y, así, consolar el
corazón del apóstol. Pero, sin duda, la razón principal fue recabar consejo en cuanto a una
peligrosa herejía que había asomado en Colosas y que amenazaba la seguridad de la iglesia.
23
Guthrie (2), pág. 550, concluye su discusión de las posibles relaciones entre la herejía
colosense y el gnosticismo con el resumen siguiente: Desde luego, no hay ni rasgo en
Colosenses de las doctrinas peculiares de Cerinto, con su distinción entre el Jesús humano y el
Cristo divino. Como mucho, las conexiones con el gnosticismo son muy difuminadas y señalan
hacia un gnosticismo incipiente que aún no ha sido formulado en un sistema fijo.
al menos dos herejías antagónicas que se estaban infiltrando simultáneamente en la
iglesia. Por ejemplo, en ciertos momentos se arremete contra un ascetismo legalista
(2:20–23) y, en otros, contra una promiscuidad libertina (3:5–11). Parece difícil que
ambas tendencias estuvieran presentes en un mismo sistema ideológico. Más bien
parecen proceder, en el primer caso, de influencias judaizantes y, en el segundo, de
influencias paganas.
Por otro lado tenemos la información que se desprende de la misma epístola. Pero,
para recabarla, tenemos que leer entre líneas —¡siempre un ejercicio arriesgado!— e
intentar deducir, por los argumentos empleados por el apóstol, la naturaleza del
argumento de los herejes24. Finalmente, no es posible hacer una reconstrucción
completa de la herejía25. Lo más que podemos hacer es indicar algunos de sus aparentes
énfasis:
1. La cristología
Parece claro que, de alguna manera, ciertos colosenses estaban cuestionando la
preeminencia de Cristo y, por tanto, poniendo en entredicho la total suficiencia de su
obra salvadora26. La cosmografía del pleno gnosticismo del siglo II dividía el universo
en siete esferas, cada una de las cuales era gobernada por una categoría diferente de
seres espirituales. Más allá de estas esferas estaba Dios. Por tanto, para llegar a Dios,
era necesario complacer previamente a los señores de las esferas, seres angelicales que
actuaban como mediadores entre lo humano y lo divino27. Según los gnósticos, la vida
del creyente debía consistir en ir avanzando de esfera en esfera, aprendiendo los
secretos esotéricos de cada una, hasta llegar finalmente a la «plenitud»: el conocimiento
de Dios mismo. La obra salvadora de Jesucristo se insertaba dentro de este sistema
como uno de los muchos medios de avanzar por las esferas —Cristo, por así decirlo, era
el último eslabón en la cadena de intermediarios que conducía a Dios—; pero no se
contemplaba como una obra completa y suficiente para la plena salvación del hombre.

24
Cf. Guthrie (1), pág. 1140: Siempre resulta difícil reconstruir los principios de una herejía
cuando los únicos datos disponibles proceden de la contestación a ella dada por los cristianos.
25
Los diversos comentaristas que han intentado establecer vínculos entre la herejía colosense
y las ideologías dominantes de aquella época proponen influencias tan variadas como: el culto
frigio a la luna o a los dioses frigios Sabazio, Atis y Cibeles; la teosofía egipcia; el mitraísmo; las
doctrinas de los esenios; el sincretismo gnóstico; o la angelología judía. Pero la verdad es que
todas estas vinculaciones adolecen de una falta de datos reales que las apoyen. Ver Guthrie
(2), pág. 549. La posible relación entre la herejía colosense y la doctrina de los esenios es
tratada con detalle por Hendriksen, págs. 30–32 y, especialmente, por Lightfoot, págs. 73–113.
Lightfoot establece también la estrecha relación doctrinal entre los esenios y el gnosticismo,
de forma que aquéllos practicaban una especie de «judaismo gnóstico». Carballosa, págs. 24–
29, da un interesante resumen del pensamiento gnóstico.
26
Cf. Collantes, pág. 1349: Sobre los colosenses se ciernen serios peligros de falsear la doctrina
cristiana, a causa de ciertos perturbadores y pseudo doctores que, mezclando concepciones
helénicas con interpretaciones judaicas, desvirtuaban la absoluta supremacía de Cristo.
27
Cf. Ashby, pág. 481–482: Una de las enseñanzas fundamentales del gnosticismo fue que la
materia es intrínsecamente mala. Por tanto, no se podía imaginar que Dios tuviera una
intervención directa en la obra de la creación. Se suponía que existía toda una serie de
«emanaciones», poderes intermediarios que debían ser aplacados y adorados. Asimismo, esta
doctrina militaba contra toda creencia en la Encarnación.
Algunos comentaristas han visto en el vocabulario «especializado» empleado por
Pablo en esta epístola una alusión a esta cosmografía. Por ejemplo, los tronos, dominios,
poderes o autoridades (1:16; 2:15) serían los títulos de diferentes jerarquías celestiales.
Su énfasis sobre la plenitud de Cristo (1:19; 2:9) y sobre nuestra plenitud en Cristo
(2:10)28 sería una manera de contradecir la idea de que Cristo sólo nos ofrece una
salvación parcial que necesita ser complementada por las doctrinas esotéricas de los
falsos maestros29. Pero —insisto—, aunque estas interpretaciones son plausibles,
carecemos de datos suficientes como para poder establecer finalmente su acierto. Lo
único que podemos afirmar con confianza es que, de alguna manera, la plena autoridad
y divinidad de Cristo se cuestionaban en Colosas y, como consecuencia, se dudaba de la
absoluta eficacia de su obra salvadora30. Contra esto, el apóstol se arremete con toda su
energía, proclamando la soberana majestad y completa suficiencia de Cristo como el
perfecto Salvador y Señor31.
La epístola contiene una cristología elevada. Cristo es preeminente sobre toda
criatura y sobre la misma creación. De hecho, todo fue creado no sólo por él, sino para
él. Él es percibido como el centro del universo, soberano sobre todos los principados y
poderes, es decir, sobre cualquier agencia que pudiera desafiar su autoridad. No sólo
eso, sino que él es la imagen de Dios y el poseedor de toda la plenitud de Dios. Estas
afirmaciones le exaltan forzosamente a una igualdad con Dios … El pasaje cristológico
que expresa estas ideas (1:15–19) introduce una afirmación acerca de la obra
redentora de Cristo (1:20–23), obra matizada también en el 2:14, que enseña que en la
cruz Cristo triunfó sobre todos sus enemigos. Está claro que el propósito de Pablo es
demostrar la inconmensurable superioridad de Cristo, en contraste con la inadecuada
doctrina cristológica promulgada por los falsos maestros de Colosas32.
En su persona, Cristo es supremo y único. No es una mera «emanación» de Dios,
porque en él habita toda la plenitud de la Deidad. Él es el amado Hijo, imagen del Dios
invisible. Así pues, en virtud de su naturaleza divina, está por encima y más allá de todo
poder angelical. Pero su superioridad se ve también en su obra. Por medio de él, el
orden creado llegó a existir. Él mismo es el sustentador y la meta de la creación. Su
relación no sólo con la tierra, sino también con los poderes angelicales, es la del
creador con sus criaturas33.

28
Según Guthrie (1), pág. 1140, en el gnosticismo del siglo segundo, «la plenitud» era un
nombre abstracto empleado para referirse al dios absoluto, quien no podía tener contacto con
la tierra, o sea, con «el vacío».
29
Cf. Hendriksen, págs. 27–28: Es muy posible que … [los falsos maestros dijeran]: «Cristo no os
dará la plenitud de conocimiento, santidad, poder y gozo. Por tanto, para que podáis conseguir
esa plenitud, además de creer en Cristo debéis seguir nuestras ordenanzas y reglas».
30
Cf. Guthrie (2), pág. 546: Está claro que la enseñanza falsa de alguna manera restaba
importancia a la persona de Cristo, porque Pablo enfatiza mucho su preeminencia.
31
Hendriksen, pág. 28.
32
Guthrie (2), pág. 551.
33
Carson, pág. 18. Cf. Gutiérrez, pág. 805: El eje doctrinal de la carta es esencialmente
cristológico. En la persona y obra de Cristo presenta San Pablo la refutación contra los
innovadores de Colosas y la respuesta al problema de la mediación, no sólo entre Dios y el
Vivimos en una época pluralista en la que la corrección política exige que
aceptemos la validez de toda clase de opiniones. Vivimos también en una época en la
que corren muchas ideas acerca de quién fue Jesucristo34. Para algunos, no era más que
un gran pensador ético. Para otros, era un revolucionario político que defendía los
intereses de los indefensos de la sociedad. Algunos ven en él al «gran mago», un ser con
poderes extraordinarios que concede las mismas fuerzas a sus elegidos. Otros, en
cambio, piensan que no era más que el hijo de un carpintero, pero que sus seguidores
iban inventándose leyendas en torno a su persona, mitificándole y deificándole hasta
convertir el «Jesús de la historia» en el «Cristo de la fe». Pero todas estas versiones son
parciales o pertenecen a la incredulidad. Hay una sola cristología verdaderamente
cristiana. Es la que encontramos en Colosenses. El apóstol Pablo no se pone aquí a
inventar nuevas doctrinas cristológicas, sino que afirma lo que ha llegado a creer,
juntamente con los demás apóstoles, desde el día de su conversión: que Jesús de Nazaret
es Dios encarnado, creador del universo y su legítimo Señor. No se puede jugar con las
doctrinas cristológicas. No tenemos derecho a inventarnos nuevas interpretaciones
acerca de la persona de Jesús. A la larga, sólo hay dos opciones. O creemos acerca de él
lo que Dios ha revelado que es: hijo de David según la carne, pero declarado
inequívocamente Hijo de Dios con poder por su resurrección de entre los muertos
(Romanos 1:4). O negamos el testimonio apostólico, nos inventamos un Cristo de
fabricación humana y, con ello, acabamos desmontando todo el mensaje del evangelio.
Lo que creemos acerca de la persona de Cristo determina lo que creemos acerca de su
obra. Su obra no tiene sentido a no ser que él sea quien dice ser.
2. El culto a los ángeles
La contrapartida de la negación de la suficiencia de Cristo era la necesidad de
propiciar a todos los poderes celestiales, y bien podría ser que esta necesidad hubiera
conducido a cierta práctica del culto a los ángeles (2:18)35. Pablo necesita aclarar que,
cualesquiera que fueran las diferentes jerarquías angelicales, todas fueron creadas por
Cristo (1:16–17), él es su Señor (2:10), todas tienen que rendirse ante él y han sido
despojadas por él de cualquier ascendencia nociva sobre el ser humano (2:15). Los
colosenses no deben dejarse arrastrar hacia un miedo innecesario ante estos poderes, ni
mucho menos deben rendirles culto36.

hombre, sino entre Dios y la creación. Jesucristo, Hijo de Dios, imagen perfectísima del Padre,
es el único vínculo entre la criatura y el Creador, entre el universo y Dios.
34
A este respecto, puntualiza Harrison, págs. 14–15: Las herejías más peligrosas que la iglesia
se ve llamada a combatir de tiempo en tiempo no son aquellas que abiertamente y de una
manera crasa atacan la persona de nuestro Señor, sino más bien aquellas que sutilmente le
roban parte de su dignidad, en tanto que dan apariencia de honrarle.
35
Esto encajaría con la idea, prominente entre los rabinos judíos de la época, de que los
ángeles tenían una función mediadora entre Dios y los hombres. Ver Guthrie (2), pág. 548;
Abbott, págs. xlix–1.
36
Algunos comentaristas ven en el uso de la palabra «elementos» (2:8, 20) otra referencia al
mundo angelical y proponen que debe ser traducida como «espíritus elementales» (es decir,
los poderosos espíritus que controlaban las fuerzas de la naturaleza, según el pensamiento
contemporáneo). Ver Barclay, págs. 124–125; Guthrie (2), pág. 548. Es de observar también
que el autor de la Epístola a los Hebreos tuvo que dedicar los dos primeros capítulos de su
Es posible que las referencias a la falsa humildad (2:18, 23) tengan que ver también
con el culto a los ángeles. Entre los que sostienen una cosmografía dominada por seres
espirituales, cunde la idea de que el ser humano no es digno de tener acceso directo a
Dios. Es un ser inferior que sólo puede acercarse gracias a la mediación angelical37.
Tales ideas parecen espirituales, porque sugieren mucha humildad; pero, de hecho,
atentan contra la dignidad del ser humano, creado a la imagen de Dios, y contra la
doctrina del pleno acceso a Dios abierto por Cristo (Hebreos 10:21–22).
3. La dimensión filosófica
Las doctrinas de los herejes se caracterizaban por su filosofía y vanas sutilezas (2:8)
y Pablo les dice que no se dejen engañar por ellas. No sabemos exactamente en qué
consistía la «filosofía» de los herejes, pero el solo empleo de esta frase sugiere que
algunos de los colosenses estaban deslumbrados por la aparente sutileza de su dialéctica
(2:4). Los falsos maestros hablaban probablemente en términos de «sabiduría y
conocimiento» y «del misterio de Dios» (2:2–3), envolviendo en un sofisticado lenguaje
intelectual sus pobres ideas erróneas38. Se ve que esta filosofía, además de tener un
contenido contrario a la Palabra de Dios, empleaba métodos que no estaban en
consonancia con las Escrituras: se alimentaba de visiones que se anteponían a lo que
Dios había revelado por los apóstoles y profetas (2:18); y se fomentaba mediante la
promesa de una creciente iluminación por el desvelo de secretos esotéricos que estaban
en poder de los maestros herejes únicamente (2:8), pues sólo unos cuantos privilegiados
tenían acceso a los misterios de la religión. En todo caso, Pablo entiende que el afán de
los maestros de introducir nuevas formas de sabiduría, conocimiento, filosofía,
misterios y discernimiento no es más que un atentado contra los derechos de Cristo
como la única fuente de toda sabiduría verdadera (1:26–27; 2:2–3, 8) y contra el
derecho humano a acercarse a Dios sin estorbos inventados por los hombres.
4. El trasfondo judío
Pero, aunque muchas de estas palabras e ideas provenían de fuentes helenísticas, se
ve que iban acompañadas por tendencias judaizantes. Es posible que debamos entender
en este sentido las referencias a tradiciones de los hombres (2:8), a reglas de comida o
bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo (2:16). Sin embargo,
la referencia más clara es a la circuncisión (2:11; 3:11)39. Pablo se ve en la necesidad de

carta al tema de la superioridad de Cristo sobre los ángeles, lo cual sugiere que el judaismo del
siglo I había absorbido ideas helenizantes sobre el dominio angelical. Ver Harrison, pág. 13.
37
Esta idea, a su vez, enlaza con los conceptos astrológicos de la antigüedad. Cf. Barclay, pág.
125: El mundo antiguo estaba dominado por la idea de la influencia de las estrellas … Se creía
que todas las cosas estaban en poder de un fatalismo férreo que dependía de ellas, y la
astrología profesaba proveer a los hombres del conocimiento secreto que podía liberarlos de la
esclavitud a los espíritus elementales. Es muy probable que los falsos maestros colosenses
estuvieran enseñando que se necesitaba algo más que Jesucristo para liberar a las personas de
la sujeción a esos espíritus elementales.
38
Estas frases, juntamente con otras como plenitud, perfecto o trato severo del cuerpo (1:19,
28; 2:23), eran empleadas tanto por las sectas mistéricas que florecieron en el siglo I como por
los gnósticos del siglo II. Ver Buffard, pág. 15; Carson, pág. 17; Guthrie (2), pág. 547.
39
Cf. Carson, pág. 16: A la luz de las palabras de Pablo acerca de la circuncisión espiritual de
Cristo, es probable que se enseñara en Colosas el rito de la circuncisión físico como legalismo
vinculante.
explicar el significado cristiano de este rito, por lo cual podemos suponer que algunos
intentaban imponerlo a los creyentes. Y, en cuanto a todas estas reglas y exigencias
judías, el apóstol afirma que sólo pueden ser sombras de lo que ha de venir y que deben
considerarse como cumplidas en Cristo (2:16–17).
5. El ascetismo
Otra característica propia de ciertas formas de judaismo era la utilización de
métodos ascetas para intentar conseguir niveles superiores de santidad y pureza. Para
ello, trataban severamente el cuerpo40 y practicaban toda clase de austeridad y
abstinencia (2:20–23). Sin embargo, para el apóstol, estos métodos no eran más que otra
manera de desviar a los creyentes de la persona de Cristo; porque, para él, Cristo mismo
es la verdadera respuesta a los problemas de doctrina y de vida41.
6. La inmoralidad
Como ya hemos indicado, no es fácil ver la relación ideológica entre el ascetismo
practicado, aparentemente, por algunos colosenses y las advertencias de Pablo contra la
inmoralidad. Pero el hecho es que ambas tendencias —la legalista y la libertina—
parecen haber estado presentes en la congregación42.
El texto de Colosenses indica que la inmensa mayoría de los creyentes de la ciudad
procedían de un trasfondo gentil (ver 1:21, 27; 2:11–13; 3:5–7)43. En el pasado habían
practicado el culto a diversos dioses paganos, culto que con frecuencia se asociaba a
diferentes formas de desenfreno y de promiscuidad sexual. Quien ha estado inmerso en
estas cosas siempre sufre la tentación de volver a caer en ellas, especialmente cuando
hay familiares y amistades que incitan a esta clase de comportamiento o cuando toda la
presión social va en esta dirección. No es fácil nadar contra corriente. Cuesta romper
con hábitos adquiridos a lo largo de muchos años, como decir mentiras, practicar la
murmuración y la calumnia, abrigar pensamientos impuros, dejarse llevar por pasiones
y apetitos (1:21–23; 2:6; 3:5–11). La carne es débil, el mundo es seductor y el diablo
siempre está acechando para aprovechar al máximo cualquier momento de desidia,
cansancio o desánimo. Parece que algunos miembros de la congregación estaban
cediendo ante estas presiones y se entregaban a sus deseos carnales. Es posible que el
ascetismo de otros miembros fuera una reacción contra el desenfreno de éstos. Por la ley
del péndulo, la tendencia de la Iglesia a lo largo de la historia ha sido oscilar entre el
legalismo y el libertinaje, entre el fariseísmo y el antinomianismo. Quizás en Colosas se
diera una polarización de la iglesia entre sectores que se decantaban por cada uno de
estos dos extremos y que, como consecuencia, se miraban con recelo.

40
Collantes, pág. 1349, incluso habla de maceraciones corporales.
41
Hendriksen, pág. 29.
42
Curiosamente, estas dos tendencias iban a caracterizar dos formas distintas de enseñanza
gnóstica en las décadas futuras. Puesto que los gnósticos seguían la tendencia helénica a
exaltar el espíritu y despreciar el cuerpo, algunos practicaban un riguroso ascetismo y hasta
maltrataban el cuerpo a fin de que no interfiera con la santificación del espíritu, mientras que
otros opinaban que los pecados del cuerpo no importaban. Ver Barclay, pág. 127; Carson, pág.
16.
43
Abbott, pág. xlviii, va más lejos y propone que, puesto que la iglesia fue fundada por el gentil
Epafras y puesto que los judíos de la ciudad no le habrían prestado atención, la iglesia se
componía sólo de gentiles.
Por tanto, la razón principal por la cual Pablo escribe a los colosenses es para refutar
estos errores44. Su epístola se alza como testimonio a la imperiosa necesidad de sostener
creencias correctas. La falsa doctrina no debe ser contemplada nunca como una
alternativa viable a la revelación divina, sino que debe ser denunciada y rechazada como
peligrosa y aberrante.
Puesto que estaba en entredicho la persona de Jesucristo, la primera finalidad de
Pablo es ensalzar de tal manera al Señor que los colosenses puedan volver a depositar su
plena confianza en su poder para salvarles por completo. Así pues, la epístola es
eminentemente cristológica. Juntamente con Juan 1 y Hebreos 1, Colosenses 1
constituye una maravillosa exposición de la persona y divinidad del Señor Jesucristo45.
Y este capítulo condiciona todo el resto de la epístola, de manera que Cristo viene a ser
el centro constante de nuestra atención.
Pero la defensa fiel del evangelio consiste no sólo en exponer la verdad, sino
también, como acabamos de decir, en delatar el error. Por tanto, una segunda finalidad
de la carta es advertir a los colosenses en cuanto a las falsas doctrinas de los herejes y en
cuanto a los peligros del estilo de vida que promueven y que no hace justicia al
evangelio. Los herejes ofrecen una sabiduría humana y una solución asceta que nada
tienen que ver con la auténtica santificación. En cambio —dice Pablo—, Jesús ofrece
revestirnos de una nueva vida que refleja la verdadera santidad de Dios.
Puesto que es posible que, a causa de la influencia de los herejes, algunos
cuestionaran la validez del ministerio de Epafras, una tercera finalidad podría ser la
vindicación de éste como fiel siervo de Jesucristo (1:7; 4:12–13). Y, puesto que
Onésimo vuelve a Colosas juntamente con la carta, otra finalidad podría ser contribuir a
su buena integración como hermano en la congregación. Por eso, Pablo dedica un
párrafo a la relación entre esclavos y amos (3:22–4:1) y habla de la necesidad del
perdón y del amor entre los hermanos (3:13–14).
ESTRUCTURA DE LA EPÍSTOLA
A la luz de lo que acabamos de decir, podemos aseverar que Pablo tenía que
resolver dos problemas principales: uno era doctrinal y tenía que ver con la persona de
Cristo; el otro era práctico y tenía que ver con la vida del cristiano46.
Estos dos problemas corresponden a las dos secciones principales de la carta. La
primera (1:13–2:23) es de carácter esencialmente doctrinal. La segunda (3:1–4:1) es
práctica y ética47. Pero están estrechamente vinculadas entre sí. La enseñanza ética brota
directamente de la enseñanza doctrinal. La primera mitad de la epístola ensalza a Cristo

44
McRay, pág. 1050, resume la herejía colosense con estas palabras: Algunos de los colosenses
se habían enredado en alguna clase de filosofía judeo-helenística e intentaban imponer sobre
la iglesia ciertas restricciones, tales como la observancia de sábados, fiestas y lunas nuevas
(2:16), el culto a ángeles (2:18), reglamentos ascetas en torno a la comida y el sexo (2:20–23),
la circuncisión (2:11–13), enseñanzas erróneas acerca de Cristo y los poderes angelicales y
acerca de su papel intermediario entre Dios y los hombres (1:15–20; 2:8, 20) y prácticas
inmorales (3:5–11).
45
Cf. Staab, pág. 110: La carta a los Colosenses [es] el documento más importante de la
cristología paulina.
46
Guthrie (2), pág. 551.
47
Cf. Henry, pág. 923: En los dos primeros capítulos, el apóstol dice a los colosenses lo que
deben creer; en los dos últimos, lo que deben hacer.
mismo. Demuestra su absoluta preeminencia frente a los seres celestiales y la completa
eficacia de su obra salvadora en contraste con la inutilidad de los sistemas humanos de
mejoría moral propuestos por los herejes. La segunda mitad nos invita, como
consecuencia, a revestirnos de Cristo en nuestro caminar diario, en nuestras relaciones y
en nuestra vida de oración y testimonio. Es decir, aquel Cristo que es el tema principal
de la primera mitad se contempla como la medida y el promotor de la vida del creyente
en la segunda. La vida del cristiano está unida íntimamente a la de Cristo. Ha muerto
con Cristo (3:3) y, por tanto, debe hacer morir lo terrenal en su vida (3:5). Ha resucitado
con él (2:12; 3:1–4), por lo cual debe vivir ya una vida consecuente con su resurrección.
El viejo hombre en Adán debe desaparecer (3:9) y el creyente debe ser revestido del
nuevo hombre en Cristo (3:10). Los falsos maestros ofrecían sistemas inútiles para
vencer los apetitos de la carne. Pablo enseña la auténtica manera cristiana de crecer en
santidad: venciendo con el bien el mal (Romanos 12:21); despojándonos del viejo
hombre al revestirnos del nuevo (Romanos 13:14); superando la ley del pecado por
medio de la ley del Espíritu (Romanos 7:17–8:4).
Así pues, un posible bosquejo del contenido de la epístola podría ser el siguiente:
A. INTRODUCCIÓN.
• Salutación inicial (1:1–2).
• Acción de gracias a causa del crecimiento espiritual de los colosenses (1:3–8).
• Pablo intercede por los colosenses (1:9–12): su conducta ante Dios.
B. SECCIÓN DOCTRINAL: LA PERSONA Y OBRA DE CRISTO EN
CONTRASTE CON LAS FALSAS DOCTRINAS (1:13–2:23).
Exposición positiva de la persona y obra de Cristo (1:13–2:3):
• Cristo en los designios del Padre (1:13–20).
• Cristo en la vida de los colosenses (1:21–23).
• Cristo en el ministerio de Pablo (1:24–2:3).
Advertencia contra influencias malignas (2:4–19):
• El peligro de los argumentos elocuentes (2:4–7).
• El peligro de la filosofía humana (2:8–15).
• El peligro del legalismo (2:16–17).
• El peligro del ascetismo (2:18–19).
C. SECCIÓN ÉTICA: LA NUEVA VIDA EN CRISTO EN CONTRASTE CON LA
VIDA DEL VIEJO HOMBRE (2:20–4:1).
El nuevo hombre en Cristo (2:20–3:17):
• Muertos con Cristo (2:20–23).
• Resucitados con Cristo (3:1–4).
• Desechando al hombre viejo (3:5–11).
• Vistiéndonos del hombre nuevo (3:12–17).
Deberes domésticos (3:18–4:1):
• Esposas y maridos (3:18–19).
• Hijos y padres (3:20–21).
• Siervos y amos (3:22–4:1).
D. CONCLUSIONES (4:2–18).
• Pablo pide que los colosenses intercedan por él (4:2–6): su conducta ante los incrédulos.
• Asuntos personales de Pablo y su equipo (4:7–17):
• Recomendación de Tíquico y Onésimo (4:7–9).
• Saludos de los compañeros de Pablo (4:10–15).
• Instrucciones sobre la lectura de las epístolas (4:16).
• Mensaje para Arquipo (4:17).
• Salutación final (4:18).
Enseguida queda patente que el apóstol, como es su costumbre, ha concedido a su
carta una estructura simétrica. Esto, a su vez, sugiere que la redacción no ha sido una
improvisación, sino el fruto de una larga reflexión sobre los temas que debían tratarse.
Hay un notable equilibrio entre las dos grandes secciones centrales. Como ya hemos
visto, la doctrina cristológica de la primera da lugar a la ética cristocéntrica de la
segunda. Además, cada una de las dos secciones se divide claramente en dos partes.
Igualmente, la salutación y las oraciones de la introducción se corresponden con los
saludos y los asuntos personales de la conclusión.
Pero esta simetría queda reforzada por otros muchos detalles en el texto, detalles que
iremos señalando al adentrarnos en el comentario textual. Como botones de muestra,
observemos que, tanto en la introducción como en la conclusión, Pablo introduce
palabras de elogio para Epafras como siervo fiel de Jesucristo (1:7–8; 4:12–13). Luego
notemos que la intercesión de Pablo a favor de los colosenses (1:9–12) tiene su
correspondencia simétrica en la petición de Pablo de que los colosenses intercedan por
él (4:2–4). Asimismo, en el mismo contexto viene, por un lado, una exhortación a andar
como es digno del Señor (1:10) y, por otro, una exhortación a andar sabiamente con los
incrédulos (4:5).
La epístola, pues, aunque mantiene las características de una comunicación
personal, llena de referencias entrañables de cariño fraternal, es a la vez una obra
literaria conscientemente elaborada. El apóstol ejerce a conciencia su responsabilidad
pastoral. Cada frase es meditada y redactada cuidadosamente. No sobra nada. Cada
palabra cuenta.
LOS DESTINATARIOS (1:2a)
Esta exactitud de lenguaje y esta cuidadosa redacción están presentes desde las
primeras palabras de salutación. Ya lo hemos visto en la manera diferenciada en que
Pablo se introduce a sí mismo y luego presenta a Timoteo (1:1). Pero su manera de
describir a los colosenses es igualmente atinada: a los santos y fieles hermanos en
Cristo que están en Colosas; o literalmente: a los en Colosas [que son] santos y fieles
hermanos en Cristo. De entre todos los habitantes de la ciudad, Pablo escribe sólo a los
que «están en Cristo» y, como consecuencia, han sido consagrados a Dios, viven vidas
fieles como creyentes y han asumido la nueva relación fraternal con todos los demás
creyentes en Cristo48.
La palabra santos nos recuerda que Dios había «apartado» a los creyentes
colosenses, llamándoles a separarse de la sociedad mundana que les rodeaba —no en
sentido geográfico, sino en sentido espiritual y moral— para formar parte de su pueblo
consagrado. De la misma manera que el antiguo Israel era un pueblo apartado, diferente
de todas las naciones vecinas (ver, por ejemplo, Deuteronomio 7:6), ellos, como
miembros del verdadero Israel de Dios en Cristo, deben distinguirse de sus vecinos
incrédulos por su estilo de vida, sus prioridades y su manera de hablar y comportarse.
Deben reflejar el carácter santo de Dios y anunciar así las virtudes de aquel que los ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Son personas escogidas,
llamadas, compradas por precio, justificadas y regeneradas. Deben manifestarlo por

48
El hecho de que, en el texto griego, haya un solo artículo indica que los santos y los
hermanos no constituyen dos grupos diferentes, sino uno solo. Todos los verdaderos
hermanos son santos, y viceversa.
medio de sus actitudes, sus conversaciones y su vivencia recta, honesta, amable. Se
espera de ellos que vivan vidas santas49.
La palabra hermanos nos recuerda lo que ya vimos en el capítulo 1: que el creyente,
al convertirse, adquiere un nuevo parentesco que le une a los demás miembros de la
familia de Dios. Si santos nos habla del carácter alto y noble de nuestro llamamiento,
hermanos nos habla de la calidad entrañable de las relaciones que se forjan en Cristo. Es
emocionante escuchar esta palabra en labios de Pablo, pues los judíos la usaban para
referirse a sus correligionarios judíos (Hechos 2:29; 7:23–25), pero un judío nunca se
habría referido a un gentil con este término de afecto50. Asimismo, Pablo, aunque
escribe a los colosenses en virtud de su apostolado y no como un hermano más (1:1), sin
embargo los trata como hermanos. Es un ejemplo más de cómo la diversidad de dones y
ministerios en el cuerpo de Cristo no está reñida con la esencial igualdad de dignidad y
valía de todos y cada uno de sus miembros. A efectos de ministerio, existen diferencias
de función y autoridad, por lo cual los colosenses deben acatar la autoridad apostólica
de Pablo; pero, a efectos de comunión, amor y aceptación mutua, tales categorías no
existen: todos son iguales, todos son hermanos.
La adición de la palabra fieles nos recuerda que el derecho a llamarnos «santos y
fieles» depende de nuestra perseverancia en la fe de Cristo. El «fiel» no es solamente
alguien que cree, sino también alguien que no falta a las obligaciones que proceden de
la fe. ¿Acaso la añade el apóstol porque algunos de los colosenses estaban manifestando
síntomas preocupantes de infidelidad a causa de la influencia de los falsos maestros?
¿Habían algunos abandonado ya la congregación, de manera que Pablo se dirige ahora a
los que, en contraste con ellos, se han mantenido «fieles»?
La frase en Cristo nos recuerda que sólo hemos sido apartados por Dios como
pueblo santo e incorporados a su familia por cuanto Dios nos ha hecho «aceptos en el
Amado» y vivimos en unión con él (Efesios 1:6, RV60). El que cree en Cristo recibe su
Espíritu y, con él, su vida y naturaleza. Es una nueva creación (2 Corintios 5:17).
Pertenece a la nueva humanidad encabezada no por Adán, sino por Jesús. Está «en
Cristo». Esta frase es especialmente significativa tanto en Efesios como en Colosenses,
una evidencia más de que las dos cartas fueron escritas en el mismo momento, momento

49
Cf. Buffard, pág. 22: La consagración a Dios es la raíz de la cual procede la flor inmaculada de
la pureza. Por eso, muy pronto la palabra «santo» llegó a adquirir otro significado que
implicaba pureza, de tal modo que se llamó al mismo Dios «el Santo». Se emplea muchas veces
… con esta significación moral cuando se trata de los cristianos (véanse Colosenses 1:22;
Efesios 5:27; 1 Pedro 1:15–16) … Todos los verdaderos cristianos gozan de la posición de santos
en cuanto a su relación con Dios como apartados para su servicio; es decir, que son santos en
cuanto a su estado o categoría. Todos deben serlo también en cuanto a su carácter. Gutiérrez,
pág. 810: Son hermanos «santos», es decir, dedicados a Dios, consagrados a su servicio y, por
consiguiente, apartados de usos profanos. Nelson, pág. 385: La palabra [santos] … tiene un
sentido moral. Indica no sólo una posición en Cristo, como algunos quisieran, sino una
condición moral; no una mera dedicación, sino una justicia ética … Pablo no está hablando de
«santos» enclaustrados o designados por los hombres, sino de hombres morales.
50
Songer, pág. 10.

RV60 La Santa Biblia, versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, revisión de 1960.
Sociedades Bíblicas Unidas.
en que parece que el apóstol meditaba mucho en las implicaciones de nuestra unión con
Cristo51.
Las dos frases en Colosas y en Cristo nos recuerdan la «doble ubicación» del
creyente. Se encuentra a la vez en algún lugar geográfico de la tierra y en los lugares
espirituales en Cristo Jesús (Efesios 1:3, 4; 2:6). Es a la vez ciudadano de un país
terrenal y de los cielos. Tiene una ubicación geográfica y otra espiritual. Debemos
recordar siempre nuestra doble posición. Si nos olvidamos de nuestra «Colosas» nos
encerraremos en guetos de superespiritualidad y descuidaremos nuestra misión cristiana.
Pero, peor aún, si nos olvidamos de nuestra posición «en Cristo», sufriremos la
tentación a adaptarnos a este mundo (Romanos 12:2) y anular la eficacia de nuestro
testimonio.
EL SALUDO (1:2b)
Es habitual que Pablo empiece sus cartas con la misma salutación: Gracia y paz a
vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.52 Es sorprendente, por tanto,
descubrir que las palabras y del Señor Jesucristo no están presentes en los mejores
manuscritos de Colosenses53. Pero, precisamente porque es sorprendente, la mayoría de
traductores y comentaristas suponen que la omisión se debe a la redacción original de
Pablo, no al error de un copista54.
Sea como fuere, el hecho es que nadie conoce la gracia y la paz de Dios excepto por
medio de Jesucristo. Si bien la fuente de la cual emanan estas cosas es el Padre, el cauce
por el cual llegan hasta nosotros es Jesucristo. Como dice Juan 1:18, la gracia y la
verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo; ¿y acaso podemos tener paz
para con Dios si no es por medio de nuestro Señor Jesucristo (Hechos 10:36; Romanos
5:1)?
El hebreo Pablo se dirige a los colosenses, en su mayoría gentiles, con una mezcla
de salutaciones de origen judío y griego55: «gracia» (en griego, charis) es una forma
cristianizada de la salutación convencional griega —«saludos» (charein; ver Hechos
15:23)—, mientras que «paz» corresponde a la típica salutación hebrea, shalom. Pero no
hay nada de convencionalismo en la salutación del apóstol. La incorporación de esta
oración al principio de casi todas sus cartas no quiere decir que Pablo se caracterizara

51
Buffard, pág. 24, hace una relación completa de los textos en los que aparece la frase en
Cristo en Colosenses. Los divide en tres grupos: lo que somos en Cristo; lo que tenemos en él; y
lo que hacemos en él.
52
Ver Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:2; 2
Tesalonicenses 1:2; Tito 1:4; Filemón 3. Las excepciones son las dos epístolas a Timoteo, que
incluyen la misericordia, además de la gracia y la paz; y 1 Tesalonicenses, que omite de Dios
Padre y del Señor Jesucristo, seguramente porque el apóstol ha empleado estas mismas
palabras en la frase anterior.
53
Ver Ashby, pág. 483; Buffard, pág. 27; Carson, pág. 28; Conybeare y Howson, pág. 692;
Hendriksen, pág. 57; Lacueva-Henry, pág. 237; Nelson, pág. 386.
54
De las versiones modernas, RV60 y RV95 retienen la frase; LBLA, BJ, BT, CI, DHH, NVL RVA y
Lacueva la omiten. Tanto Orígenes como San Juan Crisóstomo dan fe de que la frase no estaba
presente en los manuscritos que ellos tenían delante. Ver Abbott, pág. 194.
55
Sobre esta salutación, ver CENT 140, La conversión auténtica, págs. 63–67; CENT 156, Por
qué necesitamos pastores, págs. 66–68; y CENT 128, Mucha libertad en Cristo, págs. 47–53.
por la repetición vana. Al contrario, demuestra que ésta era una petición que llegaba al
corazón de su preocupación por sus lectores. Él sabe que lo que más necesita el creyente
en este mundo es que Dios supla los recursos continuos de su gracia y paz. No hay
oración más necesaria que ésta.
La palabra gracia nos habla del amor de Dios manifestado a aquellos que no lo
merecemos. Por gracia hemos sido elegidos (Romanos 11:5–6), llamados (Gálatas 1:6,
15), justificados (Romanos 3:24; 4:16; Tito 3:7), redimidos y perdonados (Efesios 1:7),
salvos (Efesios 2:5, 8) y capacitados para el ministerio (Romanos 12:3, 6; 15:15;
Efesios 3:8; 4:7). Toda la obra de nuestra salvación se debe a la gracia de Dios. Somos
salvos por puro amor, sin mérito humano alguno. El creyente afirma con el apóstol: Por
la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10). Asimismo es por gracia como nos
mantenemos en pie en la vida cristiana (Romanos 5:2); y es por gracia como tenemos
buena esperanza de cara al día de mañana (2 Tesalonicenses 2:16).
Pero Dios no nos salva por gracia para luego dejarnos solos, caminando por mérito o
por ley. Aquella gracia divina que nos llamó inicialmente a la salvación sigue con
nosotros y nos sostiene de día en día. Si Dios nos tratara según lo que nos merecemos
en la carne, nos fulminaría. Pero nos trata por gracia, según aquella gracia que
gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado (Efesios 1:6). En vez de llenar
nuestra vida de merecidos juicios y represalias justas, nos mira con bondad y nos trata
con misericordia. Ciertamente, a veces nos castiga; pero lo hace como un padre corrige
a un hijo amado. Por lo demás, Dios llena nuestra vida de experiencias enriquecedoras,
relaciones entrañables, buenas dádivas y dones perfectos (Santiago 1:17). Por su gracia,
aun las experiencias desagradables de nuestra vida se convierten en fuente de bien y
sirven para nuestra santificación y maduración (Romanos 8:28; Hebreos 12:10–11). Con
el paso de los años vamos descubriendo que aun las espinas en la carne llegan a ser
soportables a causa de la suficiencia de su gracia (2 Corintios 12:9).
Así pues, el creyente depende de la gracia de Dios para la provisión diaria de sus
necesidades materiales, emocionales y espirituales. ¡Qué importante, pues, que oremos
según la voluntad de Dios, pidiendo los unos por los otros que la gracia divina nunca
nos falte!
De igual manera necesitamos orar por la paz de nuestros hermanos: la paz entendida
no tanto como una ausencia de guerras y conflictos, sino como aquel bienestar en el
hombre interior que puede experimentarse aun en las circunstancias adversas, aquella
paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7) porque procede de Dios y es
nuestra herencia en Cristo (Juan 14:27; 16:33).
Insistamos en esta última idea. La gracia y la paz que el apóstol desea para sus
lectores no son experiencias dadas por las circunstancias o por las relaciones humanas.
Damos gracias a Dios, ciertamente, si nos toca vivir sin guerras y con hermosas
relaciones humanas. Pero, desafortunadamente, el Señor mismo nos ha advertido que no
siempre será así. En el mundo tendremos aflicción (Juan 16:33) y nuestra fidelidad a
Cristo conducirá muchas veces a relaciones tensas y deterioradas (Mateo 10:34–37).
Más aún, el cristiano se encuentra inevitablemente enzarzado en el gran conflicto
universal entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo. Contra él, las huestes del mal
emplearán toda clase de armas y tácticas. Su situación habitual no es de paz, sino de
guerra. Pero hay una paz y un gozo que brotan de la gracia de Dios y no dependen de
factores sociales, humanos o diabólicos. Hay un consuelo que sólo el Consolador divino
puede conceder.
La pena es que muchos creyentes no parecen encontrar su gozo, paz y consuelo en
Dios, sino en la seguridad efímera y quebradiza de los valores humanos y los placeres
mundanos. Ellos también necesitan nuestras oraciones. Si tú, como Pablo, has
descubierto la gracia y la paz de Dios, ¡que tu oración constante sea que el Señor abra
los ojos del entendimiento de tus hermanos, para que vean que la verdadera experiencia
de seguridad, bienestar, esperanza y gozo está en Dios y sólo en él!
Por esta misma razón, el orden de la salutación es importante. Pablo no pide que los
colosenses conozcan la paz y la gracia de Dios, sino su gracia y paz. Mientras el ser
humano esté fuera del ambiente de la gracia de Dios, nunca conocerá la verdadera paz
aunque viva libre de guerras y conflictos externos. La obra de la gracia siempre
antecede a la auténtica experiencia de la paz56.
O, para expresar lo mismo en otros términos, la gracia de Dios nos conduce a una
nueva relación con él por medio de Jesucristo, relación en la cual somos recibidos en su
familia como hijos amados (Juan 1:12). Entonces descubrimos que él es nuestro Padre y
que, desde su paternidad (de Dios nuestro Padre), nos concede su paz. Con Dios como
Padre, nuestra seguridad presente y nuestro eterno bienestar están asegurados.
CAPÍTULO 3
ACCIÓN DE GRACIAS
COLOSENSES 1:3–5a
Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por
vosotros, al oír de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis por todos los santos,
a causa de la esperanza reservada para vosotros en los cielos, …
GRATITUD E INTERCESIÓN (1:3)
Siguiendo la costumbre de aquel entonces, Pablo y Timoteo1, después de su saludo
inicial, elevan una oración a favor de los colosenses. Pero, siguiendo el uso habitual del
apóstol2, no empiezan a orar por sus lectores sin antes dar gracias por ellos. La acción
de gracias antecede a la intercesión.
Esto, de por sí, debe enseñarnos una lección importante. A menudo nos acercamos a
Dios como Aladino se acercaba a su lámpara: a ver si el genio concede nuestras
peticiones. Tratamos a Dios como si sólo existiera para cumplir nuestros deseos. Sin
reflexionar, pasamos directamente a la enumeración de nuestra lista de peticiones. Nos
olvidamos de que estamos hablando con nuestro Dios, que se merece nuestra adoración,
y con nuestro Padre, que desea nuestra comunión. Así, demostramos nuestra

56
Cf. Buffard, pág. 26: Por la gracia tenemos paz para con Dios y luego tenemos la paz de Dios;
MacDonald, pág. 949: Si Dios no hubiese actuado primero en amor y misericordia para con
nosotros, estaríamos aún en nuestros pecados; pero, por cuanto tomó la iniciativa y envió a su
Hijo a morir por nosotros, tenemos ahora paz para con Dios, paz con los hombres y la paz de
Dios en nuestras almas. Cf. Harrison, págs. 18–19.
1
Cf. Hendriksen, pág. 58: Dado que Pablo y Timoteo son mencionados en el contexto inmediato
(1:1) es natural que interpretemos el «damos gracias» del versículo 3 como refiriéndose a ellos
y no como un plural retórico. Nielsen, pág. 386, propone que el nosotros debe incluir también a
Epafras.
2
Esto es cierto de todas las epístolas paulinas con la sola excepción de Gálatas y Tito. Ver
Hendriksen, pág. 58. Además, si unimos la palabra siempre al verbo damos gracias—lo cual es
admisible según el texto griego (ver Hendriksen, págs. 58–59)—, parece que el mismo apóstol
desea enfatizar que nunca intercede por los creyentes sin también dar gracias por ellos. Ver 1
Corintios 1:4; Efesios 1:16; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:2; 2 Tesalonicenses 1:3; Filemón
4.
inhumanidad e ingratitud. ¿Cómo podemos venir con más peticiones cuando no nos
paramos a reconocer todas las bendiciones que ya hemos recibido?
Todos sabemos por experiencia personal que es mucho más fácil ser generoso con
una persona agradecida y comprometida con nosotros que con una persona ingrata que
se sirve de nosotros para sus fines egoístas y luego nos trata con desprecio. ¿Acaso
pensamos que no pasa lo mismo con Dios? Aprendamos la lección del apóstol: demos
gracias a Dios por nuestros hermanos antes de interceder por ellos. Además de
manifestarle nuestras necesidades y preocupaciones, expresémosle nuestra gratitud y
nuestro aprecio3.
Asimismo, tiene que haber sido motivo de mucho ánimo para los colosenses saber
que el apóstol da gracias por ellos. Él tiene cosas importantes que comunicarles. Tiene
que prevenirles en cuanto a los peligrosos vientos de doctrina que soplan. Tiene que
señalar ciertas debilidades que están en ellos: están en peligro de sucumbir ante las
sutilezas de los herejes (2:4, 8, 16, 18) y las debilidades de la carne (3:5–11). Los
colosenses podrían tomarse a mal estas advertencias si no fuera por los sentimientos de
aprobación implícitos en esta acción de gracias4. Por tanto, antes de amonestarles y
advertirles en cuanto al peligro, les asegura que está convencido de que la obra de
gracia de Dios es evidente en sus vidas5.
El Dios al que Pablo se dirige es Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf.
Romanos 15:6; 2 Corintios 1:3; 11:31; Efesios 1:3; 3:14). Nuevamente, se trata de una
frase que nos resulta tan familiar que podemos perder su verdadero alcance e impacto.
Pablo podría haber hablado de «Dios nuestro Creador», del «Ser supremo del universo»,
del «Dios que se encarga de nuestra salvación» o del «Dios que os ha elegido y
llamado», etc. En el ámbito socio-religioso de Colosas, todas estas descripciones
habrían resultado interesantes. Pero opta por referirse a Dios en términos de su relación
con Jesucristo. Lo hace, sin duda, porque Jesucristo es la expresión más sublime y
perfecta de Dios. Para los judíos, Dios era el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob o de
Moisés, porque había sido a través de esos patriarcas como Dios se había revelado al
pueblo. Para el nuevo Israel de Dios en Cristo, la revelación de quién y cómo es Dios
nos llega supremamente a través de Jesucristo. Sin él, nuestro conocimiento de Dios
sería pobre y parcial. Nuestro acceso a Dios sería imposible. Pero, con él, Dios se acerca
a nosotros. Jesucristo no es otro que «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). Viendo a Jesús,
vemos al Padre (Juan 14:9–11). El Dios invisible se hace visible en la faz de Jesucristo
(2 Corintios 4:6). Para nosotros, no hay manera más atinada de definir y describir a Dios
que llamándole el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En otras palabras, ya desde las primeras frases de su carta, el apóstol quiere
establecer la verdadera dignidad de Cristo. Para los herejes, él no era más que uno entre
muchos mediadores celestiales. Ellos entendían a lo mejor que nadie podía venir al
Padre sino por él (Juan 14:6), pero habrían añadido que el acceso al Padre pasaba
también por otros muchos seres angelicales. No, dice Pablo. El hombre Jesús no es otro
sino el «Cristo» que fue enviado por el Padre desde el cielo como su Ungido y el
«Señor», exaltado por el Padre a su diestra. Tanto en su encarnación como en su

3
De hecho, la acción de gracias es un tema que vamos a encontrar a lo largo de la carta: 1:12;
2:7; 3:15, 17; 4:2.
4
Cf. Erdman, pág. 34: Las palabras de aprecio suelen preparar el corazón para que acepte las
advertencias y los consejos.
5
Hendriksen, pág. 59.
glorificación, el Hijo de Dios franqueó el abismo que existe entre el cielo y la tierra y,
así, forjó el «puente» necesario para que el hombre entrara en comunión con Dios6. Su
mediación no es una entre muchas posibles. Es única e intransferible. Verdaderamente,
nadie tiene acceso al Padre sino por él; y, teniéndole a él, no hace falta ningún mediador
adicional. Si queremos saber cómo es Dios, basta con mirar a Jesús. Si queremos
acercarnos a Dios, Jesús es el único camino y la única puerta.
En realidad, por supuesto, el Hijo es el Señor eternamente. Ejerce el señorío sobre
nosotros como Dios y Creador. Sin embargo, el Hijo eterno se despojó a sí mismo
(Filipenses 2:7), se hizo hombre y fue hecho un poco menor que los ángeles (Hebreos
2:9) a fin de probar la muerte por nosotros. Y es a este hombre a quien el Padre ahora ha
exaltado. Como dijo Pedro al concluir su predicación en el día de Pentecostés: A este
Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hechos 2:36).
Él es objetivamente el Señor y Rey legítimo del universo.
Sin embargo, pocos reconocen su señorío. La gran mayoría actúa como si él no
fuera el Cristo. En Colosas, sólo los santos y fieles hermanos en Cristo (1:2) tenían ojos
para ver a Jesús como quien realmente es. Viene el día cuando toda lengua confesará
que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:11); pero, mientras tanto, sólo somos los
creyentes quienes doblamos la rodilla ante él. Él es nuestro Señor Jesucristo.
Éste, pues, es el Dios a quien Pablo expresa gratitud. No es una divinidad
cualquiera, sino el Dios que, habiéndose manifestado en el pasado a través de los
patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, ahora se revela perfecta y definitivamente
a través del hombre Jesús, el cual, aunque vivió en plena humanidad entre nosotros, es
Dios encarnado y ahora reina exaltado a la diestra del Padre. Tan lleno está el apóstol de
esta visión del Dios verdadero, que vive en constante comunión con él. A lo largo del
día conversa con el Señor. El Dios trascendente, santo y sublime que se nos ha acercado
en Cristo no sólo se ha convertido para Pablo en el Padre de todos los creyentes (1:2),
sino en el compañero de Pablo en todos los afanes de su ministerio. Por eso, el apóstol
concluye este versículo con la frase orando siempre por vosotros. Si enseña a otros que
deben orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17), es porque él mismo sabe lo grande que es
poder pasar el día en viva comunión con Dios.
De hecho, la frase orando siempre por vosotros admite diferentes lecturas:
• Es posible asociar la palabra siempre a las palabras anteriores y entender que Pablo y
Timoteo dan siempre gracias a Dios7.
• Es posible asociar toda la frase a las palabras del versículo 4 y entender que Pablo y
Timoteo oran por los colosenses cada vez que oyen o recuerdan las buenas noticias
acerca de su fe y amor.
• Es posible tratar el versículo 4 como un paréntesis y asociar la frase al versículo 5: «al
oír de vuestra fe y vuestro amor, oramos siempre por vosotros para que se fortalezca
vuestra esperanza …».
• Pero quizás lo más sencillo sea entender la frase tal y como aparece en nuestra versión:
Pablo y Timoteo practican continuamente la oración y, al hacerlo, recuerdan siempre a

6
Cf. MacDonald, pág. 949: Podemos acercarnos a Dios por medio de Cristo. Aquel que es
infinitamente excelso se ha hecho íntimamente cercano.
7
Así la interpretan Hendriksen, págs. 58–59 y Buffard, pág. 28 (ver también BJ). Sin embargo, el
orden de las palabras en el texto griego favorece la interpretación de nuestra versión (cf. RV60,
RV95, BT, CI, DHH, NVI, RVA).
los colosenses y dan gracias por ellos a causa de su fe, amor y esperanza8. Esto viene a
ser aún más sorprendente y aleccionador cuando recordamos que Pablo no conocía
personalmente a la mayoría de los colosenses.
FE Y AMOR (1:4)
Como ya hemos visto, el hecho de que Pablo hable de oír de vuestra fe puede
significar o bien que él y Timoteo acaban de recibir noticias (seguramente a través de
Epafras, 1:8) acerca de cómo los colosenses están perseverando en la fe, o bien que el
apóstol mismo no ha sido el instrumento utilizado por Dios para la conversión de los
lectores, sino que ha sido informado por terceras personas acerca de cómo han llegado a
creer en Jesucristo9. Todo depende de si Pablo está hablando de la fe inicial de los
colosenses en el momento de la conversión o de la fe que siguen manifestando
posteriormente en su caminar diario.
Sea como fuere, podemos suponer que las dos cosas son ciertas. Por un lado, los
colosenses han escuchado el evangelio de Jesucristo, han comprendido que él es el
único mediador entre Dios y los hombres, han aceptado que es el Hijo de Dios, Rey y
Mesías, y han creído en él como su Señor y Salvador. Por otro, están perseverando en la
fe; siguen confiando en Cristo para su salvación y dependiendo de su dirección y
providencia en la vida diaria.
Y, por supuesto, las dos cosas deben ser ciertas en nuestro caso también. Si hemos
sido salvos por la fe, debemos andar en ella. La fe no es sólo algo que hemos profesado
en algún momento del pasado, sino también un camino que seguimos caminando toda la
vida (Romanos 4:12, 19–22; 2 Corintios 5:7; Gálatas 2:20). La fe que profesamos en el
momento de nuestra conversión debe dar lugar a una dependencia vital de Cristo como
nuestro Señor. Si nuestra entrega inicial a Cristo es genuina, conducirá necesariamente a
una confianza permanente en él.
El objeto de la fe de los colosenses es Cristo Jesús, pero el objeto de su amor es la
iglesia: el amor que tenéis por todos los santos. Jesús mismo pide que le amemos a él
amando a nuestros hermanos en la fe (Juan 13:34 y 14:15; 1 Juan 4:20–21). Por
supuesto, el creyente ama en primer lugar a Cristo mismo. Sin embargo, es difícil dar
expresión práctica a nuestro amor a alguien ausente e invisible. Pero, si bien la cabeza
del cuerpo está ausente, los miembros del cuerpo están presentes. No tenemos derecho a
afirmar que amamos a Cristo si de alguna manera descuidamos o aborrecemos los
miembros de su cuerpo.
La fe y el amor siempre van cogidos de la mano. Demostramos nuestra fe no por
medio de nuestras palabras ortodoxas o nuestras prácticas piadosas, sino por medio del
amor que mostramos a los hermanos. La fe encuentra su expresión verdadera obrando
por amor (Gálatas 5:6)10. La fe que no se expresa por obras de caridad es una fe muerta,

8
Cf. Hendriksen, pág. 59: La construcción más sencilla de los versículos 4 a 8 es la de considerar
toda esta sección como dando las razones para la acción de gracias.
9
En Romanos 1:8, Pablo emplea un lenguaje similar acerca de una iglesia que nunca había
visitado.
10
Cf. Harrison, pág. 19: La fe es la raíz de la vida cristiana, y el amor es su fruto; Barclay, pág.
134: Estas son las dos caras de la vida cristiana. El cristiano debe tener fe; debe saber lo que
cree. Pero también debe amar a sus semejantes: debe convertir esa fe en acción. No basta
simplemente con tener fe, porque puede haber una ortodoxia que no conozca el amor. Y
tampoco basta con amar a las personas, porque sin fe real ese amor puede no ser más que
sensiblería.
una mera profesión de palabras (Santiago 2:17, 26). Por mucho que declaremos que
conocemos a Dios por la fe, si no amamos no le conocemos de verdad, porque Dios es
amor (1 Juan 4:8).
No se nos dice de qué maneras los colosenses daban expresión a su amor fraternal,
pero en el 3:12–14 se plasma la clase de actitudes y comportamientos amorosos que
inculcaba el apóstol. Lo que sí se dice, en cambio, es que el amor de los colosenses no
era partidista, sino que se extendía a todos los santos.11 A todos nosotros nos resulta
fácil mostrar amor a los miembros de la congregación que nos caen bien. Pero que
seamos capaces de amar a los miembros menos amables es evidencia de una auténtica
obra de la gracia de Dios en nosotros.
LA ESPERANZA (1:5a)
Después de encomendar a los colosenses a causa de su fe y amor, Pablo procede a
hablar de su esperanza: a causa de la esperanza reservada para vosotros en los cielos.
Pero aquí, nuevamente, nos encontramos con una frase que se presta a diferentes
lecturas:
• Algunos comentaristas12 la unen con la primera frase del versículo 3: Damos gracias a
Dios … a causa de la esperanza …; es decir, habiendo oído de vuestra fe y vuestro
amor, damos gracias a Dios por la esperanza que os está guardada. Pero para hacerlo
tienen que suponer que los versículos 3b y 4 forman un paréntesis: orando por vosotros
al oír de vuestra fe y vuestro amor. En contra de esta lectura, podemos aducir que esta
construcción da como resultado una idea extraña, a saber, que después de haber oído
acerca de la fe y el amor de los colosenses, Pablo y Timoteo no dan gracias por esta fe
y amor como es de esperarse, sino sólo por la esperanza reservada para los colosenses
…13
• Otros la asocian precisamente a la segunda parte del versículo 3 y suponen que el
paréntesis se limita al versículo 4: orando siempre por vosotros … a causa de la
esperanza … Si los primeros entienden que la esperanza es motivo de la acción de
gracias de Pablo, éstos suponen que es motivo de su intercesión. Sobrentienden, pues,
que la fe y el amor de los colosenses son robustos, pero que Pablo ora para que se
afirmen en la esperanza.
• Otros14, en cambio, no vinculan en absoluto la esperanza a la oración de Pablo, sino a lo
que dice en el versículo 4 acerca de la fe y el amor: tenéis fe en Cristo y amor por los
santos a causa de la esperanza. Desde el punto de vista gramatical, ésta parece ser la
lectura más correcta, porque, si no hay razones de peso para indicar lo contrario, una
frase subordinada (a causa de la esperanza) debe acompañar a la frase más cercana (al
oír de vuestra fe y de vuestro amor).
De aceptar esta última interpretación, debemos preguntarnos: ¿en qué sentido
pueden la fe y el amor depender de la esperanza? La respuesta consiste en que estas tres
virtudes, bien entendidas, dependen cada una de ellas de las otras dos. Crecer en una de

11
Puntualiza MacDonald, pág. 950: No había nada local ni sectario en su amor. No amaban
sólo a los de su propia comunión local, sino que allí donde encontraban a verdaderos creyentes
su amor se derramaba libre y cálidamente.
12
Por ejemplo, Conybeare y Howson, pág. 692; Buffard, pág. 33.
13
Lenski, citado por Hendriksen, pág. 62.
14
Entre ellos, Bruce; Harrison, pág. 20; Hendriksen, págs. 62–63; Lightfoot, pág. 133;
Robertson.
ellas es crecer en las tres. Carecer de una es, en última instancia, carecer de las tres. En
el caso concreto de la esperanza, lo cierto es que cuanto más viva está nuestra
expectación en cuanto a la pronta llegada de Cristo, al establecimiento completo del
reino de Dios y a nuestra perfecta transformación a la imagen del Señor, tanto más se
aviva nuestra fe y, con ella, los vínculos afectivos que nos unen a aquellos que van a ser
conciudadanos nuestros en el reino15.
Pero, esto dicho, tenemos que abordar otra cuestión polémica: ¿se refiere Pablo aquí
a la esperanza objetiva o subjetiva? De la misma manera que hay una fe objetiva (el
cuerpo de creencias que constituye la «fe cristiana») y una fe subjetiva (la confianza del
creyente en Cristo y en su obra salvadora), también la esperanza tiene dos matices
similares en el Nuevo Testamento. Por un lado se puede referir a la expectación en el
corazón del creyente (actitud subjetiva); por otro, a las bendiciones que el creyente
aguarda (realidad objetiva). Aquí, claramente, Pablo se refiere a la esperanza objetiva,
porque habla de la esperanza reservada para vosotros en los cielos,16 es decir, el
galardón, la gloria, la herencia de los santos en luz (1:12) y las muchas bendiciones que
los colosenses recibirán cuando Cristo se manifieste (cf. Gálatas 5:5; Tito 2:13; 1 Pedro
1:4). La cuestión es: ¿se refiere el apóstol también a la esperanza subjetiva, aquella
expectación viva que está en los colosenses y los sostiene en la lucha de la fe? Parece
ser que sí. A fin de cuentas, sería sorprendente encontrar en un mismo contexto
referencias a la fe subjetiva y al amor subjetivo, pero no a la esperanza subjetiva. Si
admitimos este matiz adicional, debemos entender que la palabra se emplea con doble
significado. Entonces la fuerza de lo que el apóstol está diciendo sería: a causa de
vuestra esperanza [subjetiva] depositada en el galardón [esperanza objetiva] reservado
para vosotros en los cielos.
La idea de que la esperanza sea guardada en los cielos corresponde a otras
afirmaciones afines. Pedro habla de una herencia incorruptible, inmaculada y que no se
marchitará, reservada en los cielos para vosotros (1 Pedro 1:4). Y el propio Pablo dice
que en el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me
entregará en aquel día (2 Timoteo 4:8). En cada caso, la idea es que nuestra esperanza
es completamente segura, porque, si algo está reservado en los cielos, está guardado y
garantizado por Dios mismo.
Así pues, los colosenses, además de dar muestras de una fe viva y un amor
entrañable, mantienen viva aquella esperanza que, a su vez, estimula y hace crecer la fe
y el amor. Porque la esperanza cristiana no es un vago deseo utópico. Es una fuerza viva
que participa de muchas de las cualidades de la fe y el amor. Es el fruto de nuestra
regeneración (1 Pedro 1:3) y la fuente de nuestra purificación (1 Juan 3:3). Esperar
ansiosamente la venida de Cristo es, a la vez, consecuencia de creer en él y un fuerte
estímulo para aquella fe. Asimismo, aguardar con esperanza la parusía es amar su

15
Cf. Hendriksen, pág. 62: Las actitudes y actividades mentales y morales del cristiano, tales
como el tener fe, esperanza y amor, siempre reaccionan unas sobre otras … Por tanto, ¿cómo
va a ser posible que la esperanza de gloria … no fortalezca nuestra fe en aquel que ganó para
nosotros todas estas bendiciones? ¿Y cómo no va a aumentar nuestro amor hacia aquellos con
los cuales vamos a compartir esta bendición por la eternidad? Harrison, pág. 20: La esperanza
crea una anticipación en el corazón, lo cual tiene un poderoso efecto sobre las actitudes
presentes. Jamieson, pág. 510: La esperanza de la vida eterna nunca será en nosotros un
principio inactivo, mas siempre producirá el amor.
16
Puntualiza Wiersbe, pág. 23: El tiempo del verbo [reservada] indica que esta esperanza ha
sido reservada de una vez y para siempre, de manera que nada puede quitárnosla.
venida (2 Timoteo 4:8). La fe, el amor y la esperanza van juntos y se apoyan
mutuamente.
Por tanto, los colosenses se caracterizan por la fe, el amor y la esperanza; y Pablo y
Timoteo dan gracias a Dios por ello. Esto nos suena familiar. De hecho, estas virtudes
constituyen una trilogía que encontramos con frecuencia en los escritos de Pablo17. Pero
no por familiares carecen de importancia. Al contrario, se repiten con frecuencia
precisamente porque para Pablo eran de suma importancia. Con respecto a la doxología
del versículo 2, decíamos que la petición de gracia y paz se repite vez tras vez porque no
hay oración más importante que ésa. Ahora podemos decir algo similar en cuanto a la
fe, el amor y la esperanza: si Pablo se fija en estas tres virtudes de los colosenses, es
porque son incuestionablemente las características más importantes del creyente. En
otras palabras, si queremos saber cómo van los hermanos, si están en forma, si hay
cosas por las que dar gracias al Señor en sus vidas, lo primero que debemos considerar
es si tienen fe, amor y esperanza. No es cuestión de enjuiciarlos, sino de dar gracias al
Señor con conocimiento de causa.
CAPÍTULO 4
LA PALABRA DE VERDAD
COLOSENSES 1:5b–6
… de la cual oísteis antes en la palabra de verdad, el evangelio, que ha llegado
hasta vosotros, así como en todo el mundo está dando fruto constantemente y
creciendo, así lo ha estado haciendo también en vosotros, desde el día que oísteis y
comprendisteis la gracia de Dios en verdad …
LA ESPERANZA Y EL EVANGELIO (1:5b)
En los versículos 5 a 8, Pablo sigue orando por los colosenses. O, para ser más
exactos, sigue explicándoles en qué sentido ora por ellos. Pero, puesto que no se trata de
una oración formal y puesto que, de todas maneras, Pablo no es un hombre que conciba
la oración como algo que tiene que conformarse a estructuras y formas convencionales,
se permite ir «a la deriva» y abordar consideraciones que no tienen que ver
estrictamente con la acción de gracias. Hasta aquí, su oración se ha centrado en la fe, el
amor y la esperanza. Ahora procede a hablar de la fuente de donde emana la esperanza:
el evangelio. De allí, pasa a hablar de cómo los colosenses llegaron a conocer el
evangelio en el pasado. Esto, a su vez, le lleva a decir unas palabras de elogio acerca de
Epafras.
¿A qué se debe esta concatenación de ideas? ¿Acaso se debe a las divagaciones de
un pensador despistado que no sabe mantener una línea recta en el desarrollo de su
argumento? Creo que no. Más bien es con pleno conocimiento de causa como el apóstol
se aleja de su tema inmediato —la acción de gracias— para meterse en estas otras
cuestiones:
• Si aprovecha ahora para abordar el tema de la eficacia del evangelio, probablemente sea
porque éste estaba bajo ataque. Los herejes estaban cuestionando el poder del evangelio.
Ponían en tela de juicio la unicidad de la obra salvadora de Cristo y su capacidad para
transformar vidas y conceder una firme esperanza de cara al futuro.

17
Además, se encuentra en otros textos no paulinos. Cf. Hendriksen, pág. 60: En el Nuevo
Testamento, esta tríada no está limitada a los escritos de Pablo … Puede haber sido parte de la
terminología común de los primeros cristianos. Es muy probable que Pablo no la inventara. Ver
Romanos 5:1–5; 1 Corintios 13:13; Efesios 4:2–5; Colosenses 1:4–5; 1 Tesalonicenses 1:3; 5:8;
Hebreos 6:10–12; 10:22–24; 1 Pedro 1:3–8, 21–22.
• Si Pablo procede luego a solidarizarse con Epafras, quizás sea porque los herejes
estaban socavando su autoridad y su ministerio en la iglesia. Le trataban como
desfasado, insinuando que su enseñanza estaba bien hasta donde llegaba, pero que no
llegaba muy lejos. Ellos mismos, en cambio, podían ofrecer conocimientos mucho más
profundos y sabios.
• Y, si habla de estas cuestiones ahora en medio de su oración, es porque el contexto de
amor fraternal y gratitud a Dios provee el marco ideal para sus palabras.
Aparentemente, la iglesia todavía no ha sucumbido plenamente ante las presiones de los
herejes. Sólo está en peligro de hacerlo. Sin duda, si la mayoría de los miembros se
hubieran desviado ya del evangelio, Pablo habría empleado un tono de reprensión
mucho más enfático, severo y directo (como en el caso de los gálatas o los corintios).
Pero ahora, ante la situación delicada de la iglesia, necesita hablar con discreción y
diplomacia. Se pone a defender el evangelio de una manera indirecta, porque la
reprensión directa podría despertar reacciones de protesta en sus lectores y servir sólo
para alienar aún más a los creyentes tambaleantes. Por eso sitúa sus palabras en el
contexto de su gratitud al Señor y habla positivamente acerca de las bendiciones del
evangelio y la fidelidad de Epafras, permitiendo que sean los propios colosenses
quienes saquen la obvia conclusión negativa: que cualquier alejamiento del evangelio o
cualquier rechazo del ministerio de Epafras acarrearía también el alejamiento de estas
bendiciones.
La esperanza reservada en los cielos (1:5a) no es una esperanza universal para todo
ser humano, sino sólo para «vosotros», es decir, los santos y fieles hermanos en Cristo
(1:2). El que la tengamos depende de que hayamos sido apartados por Dios (santos),
incorporados en la nueva humanidad «en Cristo» y hechos miembros de la familia de
Dios (hermanos). Depende también de que la profesión de fe que hicimos en el pasado
nos haya conducido a una vida de fe perseverante (fidelidad) en el momento presente.
Esta esperanza, pues, pertenece a unos pocos privilegiados. La inmensa mayoría sigue
viviendo sin tener esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12).
¿Cómo, pues, llegaron los colosenses a ser contados entre los que tienen esta
esperanza? Desde el punto de vista celestial, fue a causa de la elección y del
llamamiento de Dios mismo: él los apartó para ser sus santos; si no fuera por la
iniciativa divina en la santificación, nunca habrían llegado a tener esta esperanza. Sin
embargo, desde el punto de vista terrenal, llegaron a obtenerla al oír antes la palabra de
verdad y al creer en Jesucristo como Señor y Salvador1. Pero esto nunca habría ocurrido
si alguien no les hubiera predicado el evangelio. Si Dios no hubiera enviado a sus
mensajeros, no habría habido predicación; si no hubiera habido predicación, los
colosenses no habrían oído el evangelio; sin oírlo, no habrían podido creer en él; sin
creer el evangelio, no habrían podido invocar el nombre del Señor; y sin invocar a Dios,
no habría para ellos ni salvación ni esperanza (Romanos 10:13–15).
Pero el hecho es—dice Pablo—que sí ha habido proclamación del evangelio y
vosotros, los colosenses, sí habéis respondido con fe. Esta es la razón por la cual tenéis
buena esperanza2. Porque la proclamación de la esperanza reservada en los cielos es

1
La palabra antes ha recibido muchas interpretaciones: antes, es decir, en el momento de
vuestra conversión (Guthrie, 1, pág. 1142; Erdman, pág. 36); antes de que los falsos maestros
introdujeran sus herejías (Carballosa, pág. 36; cf. Nielsen, pág. 388; Wiersbe, pág. 20); antes de
que se escribiera esta carta, etc.
2
Cf. Carson, pág. 32: La esperanza no es el fruto de una imaginación creativa, sino que procede
de —y se desarrolla a través de— la comprensión de la palabra del evangelio.
una parte intrínseca del mensaje del evangelio: recibisteis noticia de ella «en el
evangelio que ha llegado hasta vosotros» (1:5–6). El mensaje del evangelio versa no
solamente sobre el perdón de pecados y la transformación moral del ser humano en esta
vida, sino también sobre las inimaginables bendiciones que están reservadas para el
creyente en la vida venidera: una patria celestial; una ciudad en la cual mora la justicia;
una ciudadanía en los cielos; relaciones fraternales perfectas, sin sombras ni recelos; la
creación vuelta a su hermosura prístina y liberada de su presente «vanidad»; una vida
impecable y un cuerpo incorruptible; la plena comunión con Dios … Verdaderamente,
el evangelio consiste en «buenas noticias» para todo aquel que cree.
Pero el evangelio no sólo es una «buena noticia» acerca de una gloriosa esperanza.
También es la palabra de verdad. En este mundo hay muchas religiones e ideologías y
todas ellas prometen grandes esperanzas a sus seguidores. La ciudad de Colosas estaba
llena de templos, dioses y promesas religiosas. Pero hay una sola «palabra de verdad»3,
un solo mensaje autorizado por el Dios vivo y verdadero, con absoluta garantía divina
en cuanto a su cumplimiento. Los demás «evangelios» son falsos. Los dioses que los
sustentan son dioses muertos. La palabra de verdad es la revelación del Dios eterno a los
hombres. Es el «evangelio eterno» (Apocalipsis 14:6), la misma palabra revelada desde
el principio hasta el fin, la cual, comunicada paulatina y progresivamente a los padres
por los profetas, llega a su culminación definitiva en el Verbo encarnado, el Señor
Jesucristo.
Así pues, Pablo invita a sus lectores a que recuerden aquel momento en que la
palabra de verdad llegó a su ciudad. Ellos la creyeron y, a través de ella, entraron en la
promesa de una gloriosa herencia. De momento, siguen creyendo en ella. Pero viven
sujetos a las presiones de aquellos que quieren desviarles de este evangelio hacia otras
enseñanzas. ¡Cuidado! —dice el apóstol—; si os movéis del evangelio de Jesucristo, os
alejaréis de la palabra de verdad y de aquella buena noticia de esperanza eterna.
LA EFICACIA DEL EVANGELIO (1:6a)
El evangelio es «poder de Dios» (Romanos 1:16) y, como tal, actúa eficazmente
para la salvación y transformación de las personas. En este versículo, el apóstol habla
como si el evangelio tuviera vitalidad en sí (cf. Hebreos 4:12: La palabra de Dios es
viva y eficaz). De momento, no hace mención de los mensajeros, sino que atribuye toda
la eficacia al mensaje mismo.
El evangelio —dice— ha llegado hasta vosotros; o sea, ha efectuado su entrada en
vuestras mentes, en vuestros corazones y en todo vuestro ser. Ha hecho acto de
presencia entre vosotros. La referencia no es sólo al avance geográfico del evangelio
hasta Frigia, sino también a la penetración espiritual en la vida de los colosenses4. El
evangelio avanza tanto extensiva como intensivamente. Ha sido eficaz en los colosenses
por cuanto lo abrazaron de corazón.
Con estas palabras, Pablo sigue recordándoles el momento de su conversión y el
impacto emocionante de aquella primera experiencia del evangelio. Implícitamente, les
invita a volver a saborear la gloria de aquel momento: el alivio de los pecados
perdonados y de la mala conciencia sanada; el gozo de saberse aceptados por Dios e
incorporados en su familia; el asombro ante el privilegio de poder entrar en la presencia
de Dios en oración y disfrutar continuamente de la comunión con él …

3
Pablo emplea frases similares en Gálatas 2:5, 14; Efesios 1:13.
4
Según Hendriksen, pág. 63, una traducción más atinada de esta frase sería: el cual ha hecho
que su entrada sea sentida entre vosotros.
Los seres humanos tenemos la memoria muy corta. Ante el desconcierto que
experimentamos al afrontar nuevas doctrinas, es fácil olvidarnos del glorioso cambio
ocurrido cuando la verdad redentora de Dios hizo su primera aparición en nosotros5.
Aunque nuestra experiencia de conversión fuera abrumadoramente real en aquel
momento del pasado, su recuerdo tiende a desvanecerse ante las tentadoras ofertas de
nuevas experiencias suplementarias propuestas por los falsos maestros. Necesitamos
«hacer memoria» de las grandes verdades del evangelio que condujeron a nuestra
conversión y no permitir que seamos «sacudidos fácilmente en nuestro modo de pensar»
(2 Tesalonicenses 2:2). Sólo así evitaremos la tentación de cambiar la poderosa (pero
discreta) obra de Dios por los pobres (pero llamativos) recursos humanos.
Además, debemos abrir los ojos ante la extensión del evangelio en otros lugares del
mundo. A los colosenses puede haberles desconcertado el ver que algunos compañeros
suyos, que antes habían militado en las filas de los «hermanos fieles», dejaban ahora la
iglesia para unirse a los herejes. Sin duda, éstos trataban el evangelio de Jesucristo con
cierto desprecio, como una enseñanza superada por la mayor eficacia de las nuevas
doctrinas. Éstas, en cambio, se percibían como más actuales y novedosas: venían por
medio de cosas espectaculares como las visiones y conducían a mayores dimensiones de
espiritualidad y humillación (2:18). «Dejad lo desfasado y venid a aquello que produce
verdaderos resultados» era el mensaje subliminal de los falsos maestros. Pero —dice
Pablo—, si abrís los ojos ante lo que está pasando en otras regiones, veréis que el
mensaje que se extiende con mayor eficacia por el mundo y que produce verdaderos
frutos de santidad y de vidas transformadas es el evangelio de Jesucristo6. Aunque la
frase en todo el mundo parece hiperbólica, la intención de Pablo es enfatizar la
naturaleza universal del evangelio, en contraste con el carácter local de muchas sectas y
herejías.
Lo cierto es que la extensión geográfica del evangelio a mediados del siglo primero
fue asombrosa. Se calcula que, a finales de la era apostólica, el número total de
creyentes cristianos había alcanzado el medio millón7. Esta expansión inaudita dio pie a
que Justino Mártir, el mayor apologista cristiano del siglo II (100–165 d.C.), pudiera
escribir:
No existen pueblos, griegos o bárbaros, o de la raza que sean, no importa por qué
apelativo o de qué manera sean llamados, si moran en tiendas o si vagan en carretas
cubiertas, entre quienes no sean ofrecidas oraciones y acciones de gracias al Padre y
Creador de todas las cosas en el nombre del Jesús crucificado.
Medio siglo después, Tertuliano escribió de una manera similar:

5
Hendriksen, pág. 63.
6
Cf. Lightfoot, págs. 134–135: Más es lo que se esconde debajo de estas palabras [«así como en
todo el mundo»] de lo que parece en su superficie. El verdadero evangelio, parece decir el
apóstol, proclama su verdad por su universalidad. Los falsos evangelios son el resultado de
circunstancias locales, de idiosincrasias especiales; el verdadero evangelio es el mismo en todas
partes. El falso evangelio se dirige a círculos limitados; el verdadero se proclama abiertamente
por todo el mundo.
7
R. H. Glover, The Progress of World-Wide Missions (Nueva York, 1925), pág. 39. Ver
Hendriksen, pág. 64.
Aparecimos casi ayer y, sin embargo, ya hemos llenado vuestras ciudades e islas,
vuestros campos y palacios, vuestro senado y foro. Solamente os hemos dejado vuestros
templos8.
El Libro de los Hechos narra este crecimiento asombroso. El maligno intentaba por
todos los medios poner trabas al progreso del evangelio, pero la palabra de verdad
siempre las vencía. De hecho, Lucas jalona su narración con frases como: Asì crecía
poderosamente y prevalecía la palabra del Señor (Hechos 19:20; cf. 2:47; 5:14; 9:31;
12:24; 16:5), indicando con ellas el avance imparable de la evangelización. Pablo
mismo compartía esta visión. Aunque podía haber —y de hecho hubo— momentos de
retroceso y desánimo, sabía que la prosperidad del evangelio estaba garantizada por
Dios mismo. El mensajero puede ser echado a la cárcel, pero la palabra de Dios no está
presa (2 Timoteo 2:9). En escaramuzas y batallas puntuales, la iglesia puede ser
derrotada; pero la victoria final está asegurada, pues el enemigo ya ha sufrido la derrota
determinante (2:15).
Por tanto, ¡qué necios serán los colosenses si sólo ven el aparente triunfo de los
herejes en su situación inmediata y no son capaces de vislumbrar el avance global del
evangelio! La palabra de verdad tiene poder en sí misma. Ciertamente, Dios ha tenido a
bien utilizar a hombres débiles como nosotros en la extensión y proclamación del
evangelio, y podemos estorbar el progreso del evangelio por nuestra infidelidad, torpeza
o apatía. Pero, a la larga, la palabra no volverá a Dios vacía, sin haber realizado lo que
Dios desea, sino que logrará el propósito para el cual fue enviada (Isaías 55:11)9. El
evangelio es como una semilla echada en la tierra: durante un tiempo puede parecer
muerta e infructífera; pero, finalmente, brota, crece y da fruto (cf. Marcos 4:26–29).
¡Qué pena, pues, si abandonamos nuestra plena confianza en el poder del evangelio y
empezamos a creer que debemos añadirle cosas, cambiarlo o abrazar otro mensaje!
En nuestros días, nosotros, como los colosenses, podemos sentirnos desalentados
porque a nuestro alrededor parece que el evangelio ha perdido su eficacia y que la
iglesia está retrocediendo ante los embistes de otras ideologías y filosofías. En ciertos
lugares de Occidente, esto puede ser cierto. El enemigo ha logrado adormecer a la
iglesia y hacer que ella pierda su norte. Muchos creyentes han dejado su primer amor y
su primera fe. Se han vuelto apáticos y carnales. Muchas de nuestras capillas se están
vaciando y muchos de nuestros cultos son rutinarios y pesados. A la vez, la sociedad en
la que vivimos se ha endurecido ante la proclamación del evangelio. Nuestros vecinos y
compañeros no quieren saber de Dios y se vuelven sarcásticos o impacientes ante
nuestro testimonio. Todo esto puede darnos la sensación de que el evangelio ha dejado
de ser poder de Dios. Como consecuencia, algunos van detrás de nuevos vientos de
doctrina que parecen ser más novedosos y emocionantes. Pero necesitamos abrirnos los
ojos ante lo que Dios está haciendo en otros lugares del mundo. El evangelio sigue
extendiéndose y produciendo fruto. En el este de Europa, en Latinoamérica, en África o
en diversos países de Asia, la palabra de verdad es escuchada y abrazada con
entusiasmo.
EL EFECTO DEL EVANGELIO EN LA VIDA DE LOS COLOSENSES
(1:6b)

8
Ambas citas aparecen en Hendriksen, pág. 64.
9
Cf. Hendriksen, pág. 65: El evangelio jamás depende del hombre, ni siquiera de Pablo; es la
obra de Dios en la que le place usar al hombre.
El avance del evangelio no es sólo geográfico o numérico, sino también personal e
íntimo10. En el momento en que Pablo escribía, la evangelización se extendía de pueblo
en pueblo, de provincia en provincia, y grandes números de creyentes se añadían a la
Iglesia. Pero, por las últimas frases de este versículo, es obvio que Pablo no está
hablando sólo de un crecimiento en extensión, sino también de un crecimiento en
maduración en la vida de los creyentes. El evangelio no deja de ser poder de Dios una
vez que hemos creído en él, sino que sigue produciendo fruto constantemente en la vida
de cada hijo de Dios11. Algo de este fruto manifestado en los colosenses lo hemos visto
en los versículos 4 y 5: la fe, el amor y la esperanza. Y algo más lo veremos en la
oración de Pablo en los versículos 9 a 12: la profundización en la voluntad de Dios, la
sabiduría, la comprensión espiritual, el conocimiento de Dios, las buenas obras, la
paciencia y la perseverancia, el gozo y la gratitud. Todas estas cosas son evidencias de
la eficacia del evangelio en la vida del creyente después de su conversión. A los profetas
verdaderos y falsos se los reconoce por sus frutos (Mateo 7:15–16). Asimismo, el
verdadero evangelio, la palabra de verdad, se reconoce por los resultados que produce
en la vida de aquellos que creen en él. Más adelante (por ejemplo, en el 2:23), Pablo
indicará que las nuevas doctrinas de los herejes se ven como falsas por cuanto no son
capaces de «dar fruto». De momento, se limita a decir positivamente que el evangelio sí
produce fruto.
Por su progreso en la vida de fe, pues, los colosenses siguen manifestando el fruto
del evangelio. Por eso Pablo da gracias al Señor. Pero, aunque la nota dominante sigue
siendo la acción de gracias, sin duda el apóstol emplea estas palabras con la intención de
dar una suave exhortación a sus lectores: puesto que el evangelio está dando constante
fruto en vuestras vidas desde el día de vuestra conversión, ¡qué lástima si a estas alturas
dejáis de fructificar a causa de las nocivas influencias de los herejes y del abandono de
aquel único mensaje que puede realmente transformar vidas!12
Quizás lo más sorprendente de estas palabras sea que Pablo no dice ahora que los
colosenses oyeron «el evangelio», sino que oyeron «la gracia de Dios». Es decir, ya no
habla del mensaje, sino del tema principal del mensaje13. Las buenas noticias del
evangelio derivan de este asombroso hecho: aunque el hombre pecador sólo se merece
la ira y el juicio divino, el Dios de gracia busca su justificación. Aplaza el ejercicio de
su juicio a fin de darnos la oportunidad de arrepentirnos y creer en Cristo para
salvación.
Fue a través de la proclamación del evangelio como los colosenses se enteraron de
la gracia de Dios. Llegaron a conocer la gracia de Dios en verdad; es decir, la gracia de

10
Muchos comentaristas suponen que crecer se refiere al crecimiento geográfico del evangelio
y dar fruto al crecimiento espiritual. En todo caso, ambos aspectos están presentes en el
pensamiento del apóstol.
11
Puntualiza MacDonald, pág. 951: El evangelio hace dos cosas al mismo tiempo: da fruto en la
salvación de las almas y en la edificación de los santos.
12
Cf. Hendriksen, pág. 65: La nota principal todavía es la de acción de gracias, [pero] la
inferencia es: así que, colosenses, no destruyáis el árbol fructífero.
13
Cf. MacDonald, pág. 951: «La gracia de Dios» se emplea aquí como una cautivadora
descripción del mensaje del evangelio.
Dios tal y como es realmente, la gracia en su carácter genuino14. Todos los errores
heréticos tienden a atentar contra la verdadera naturaleza de la gracia de Dios, algunos
por añadir a ella la necesidad del mérito humano, otros por enseñar una «gracia barata»
que desmerece las exigencias de la santidad de Dios. Sólo el evangelio de Jesucristo
enseña cómo el Dios de ira y juicio, que de ninguna manera puede consentir el pecado,
ha hecho lo necesario en Cristo para que el pecador pueda llegar a ser contado por él
como justo sin que por ello Dios haga violencia a las demandas de su propia justicia
como Juez.
Así pues, gracias a la proclamación del evangelio, los colosenses llegaron a oír y
comprender15 la verdadera naturaleza de la gracia de Dios y cómo ésta trae salvación a
los hombres. Escucharon el mensaje bien explicado y lo reconocieron como cierto.
Nadie puede llegar a ser cristiano sin oír el evangelio; pero nadie es cristiano de verdad
por el solo hecho de oírlo. El oír debe conducir a la comprensión y al reconocimiento de
la verdad. Sin duda, estos verbos dan a entender mucho más que una mera aceptación
intelectual del mensaje. La verdadera comprensión de la gracia implica no solamente un
acertado conocimiento mental, sino también una sincera apropiación personal del
mensaje desde el corazón.
Los colosenses, pues, habían abrazado el mensaje con pleno entendimiento y de
todo corazón. Y lo habían hecho por reconocer en él la verdadera revelación de la gracia
de Dios. Ahora no deben alejarse de esa gracia siguiendo el legalismo de los judaizantes
o el libertinaje de los paganos16. Habiendo conocido los efectos de la gracia de Cristo, a
la vez liberadores y santificadores, no deben ir ahora detrás de sistemas humanos que no
liberan ni santifican; no deben someterse otra vez a yugos de esclavitud (Gálatas 5:1),
deslumbrados por la pseudoespiritualidad de los falsos maestros.
Hoy también, las iglesias son zarandeadas por el maligno. Soplan muchos vientos de
doctrina. No perdamos, pues, nuestra estabilidad ni nos movamos fácilmente de nuestra
manera de pensar. Comprometámonos nuevamente con el evangelio eterno.
Reafirmemos nuestra confianza en la palabra de verdad. En medio del desconcierto que
nos produce la infidelidad de muchos, estemos firmes y conservemos las doctrinas que
nos fueron enseñadas (2 Tesalonicenses 2:15).
CAPÍTULO 5
EPAFRAS

14
Aunque es posible asociar la frase en verdad al verbo comprender (el día que comprendisteis
verdaderamente la gracia de Dios; cf. CI; RVA), parece más adecuado asociarla al sustantivo
gracia. Todo el empeño de Pablo en esta carta es confirmar la confianza de los colosenses en
«la gracia de Dios tal y como es realmente» en contraste con la falsa interpretación de la gracia
propugnada por los herejes. Ver Hendriksen, pág. 66, y las demás versiones.
15
El verbo traducido como comprender (en griego, epignoskein) es enfático. Era una palabra
predilecta de los gnósticos y se puede traducir como conocer, pero siempre tiene la
connotación de un conocimiento cabal y perfecto. Cf. Carson, pág. 34: El uso de este verbo
sugiere una asimilación del significado íntimo del evangelio, de modo que la verdad se
transforma en experiencia.
16
Cf. Harrison, pág. 21: Con una sencilla mención de la gracia de Dios al principio de la carta,
juntamente con el recordatorio de que sus lectores habían venido a conocer el significado de la
gracia como una realidad en sus vidas, Pablo está ya poniendo el hacha a la raíz del legalismo
que va a desarraigar y echar a un lado más tarde (2:16–23).
COLOSENSES 1:7–8
… tal como lo aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, quien es fiel
servidor de Cristo de parte nuestra, el cual también nos informó acerca de vuestro
amor en el Espíritu.
EPAFRAS Y LA EVANGELIZACIÓN DE LOS COLOSENSES (1:7)
Acerca de Epafras sabemos muy poco. Como ya hemos visto, es posible que Pablo
mismo nunca estuviera en Colosas, sino que la ciudad fuera evangelizada por miembros
de su equipo o por ciudadanos de Colosas que hubieran escuchado el evangelio gracias
al ministerio de Pablo en Éfeso. Aunque no podemos dogmatizar al respecto, es
probable que Epafras fuera el misionero que llevó el evangelio al valle del Lico. Está
claro, por el 4:12, que era nativo de Colosas o miembro de la iglesia colosense, o ambas
cosas a la vez. Por el 1:7, es evidente que había llevado a cabo importantes labores
evangelísticas, didácticas1 y pastorales en la ciudad. Y, por el 4:13, también vemos que
sus actividades misioneras no se limitaron a Colosas, sino que se hicieron extensivas a
Hierápolis y Laodicea. Desde luego, por lo que se desprende de estos versículos,
deducimos que, aunque Epafras no hubiera estado involucrado en los mismos
comienzos de la iglesia, muchos de los miembros actuales de la iglesia habían
escuchado el evangelio gracias a su testimonio. Había sido instrumento de Dios para
comunicarles la palabra de verdad y había tenido una parte importante en su enseñanza
y edificación posterior: oísteis la gracia de Dios en verdad, tal como lo aprendisteis de
Epafras.
Su nombre es una contracción de Epafrodito, pero los comentaristas son
prácticamente unánimes en afirmar que no se trata del Epafrodito nombrado por Pablo
en Filipenses (2:25–30; 4:18)2. Lo que queda claro es que Epafras gozaba de la estima y
del afecto fraternal de Pablo. El apóstol emplea términos especialmente efusivos al
referirse a él. Por ejemplo, la frase siervo de Jesucristo (4:12) es aplicada
frecuentemente por Pablo a sí mismo, pero sólo raras veces a otros3. Aun cuando sea
posible que lo hiciera con la finalidad de contrarrestar las descalificaciones de los falsos
maestros, sabemos que nunca decía nada que no fuera cierto.
CONSIERVO Y SERVIDOR (1:7)
Pablo emplea dos frases para describir el ministerio de Epafras. En primer lugar le
llama nuestro amado consiervo. Es decir, en principio, Epafras no es más que un
«esclavo» en el servicio a Cristo (cf. 4:12). Ha asumido la posición más humilde de la
casa de Dios, la de una vida abnegada de sacrificio y sufrimiento. No presume de una
posición filial. Aunque ciertamente es un hijo del Padre celestial y digno hermano de los
demás miembros de la familia de Dios (1:2), en su ministerio no toma en consideración
sus propios derechos, gustos e intereses, sino que vive sólo para servir a su amo.
Sin embargo, su mansedumbre y su espíritu sumiso no deben rebajarle en la
estimación de los colosenses. Al asumir el escalafón humilde de un esclavo, Epafras no
ha hecho más de lo que ya habían hecho Pablo y Timoteo. Ellos también se habían
humillado ante el Señor, se habían negado a sí mismos y habían seguido el ejemplo de
Jesús, tomando forma de siervo (Filipenses 2:7). Los tres tienen el mismo afán de

1
El verbo aprender tiene la fuerza de ser instruido por … Ver Lightfoot, pág. 136; Songer, pág.
24.
2
Ver Abbott, pág. 199; Coneybeare y Howson, pág. 692; Hunter, pág. 108. Este último autor
señala que Epafrodito («hermoso») era un nombre muy común en aquel entonces.
3
El único caso aparte de esta referencia a Epafras es el de Timoteo, en Filipenses 1:1.
servicio y pertenecen al mismo amo. Por tanto, Epafras es «consiervo»4. Comparte con
Pablo la condición de un esclavo en su labor en la casa de Dios.
Y, como consiervo fiel, Epafras es «amado». Se trata de un vocablo sencillo, ¡pero
qué privilegio saber que eres objeto del amor del apóstol y de sus colaboradores! Pablo
ha sido testigo de los vínculos de sincero afecto fraternal que existen entre los miembros
de su equipo y Epafras, y espera que los mismos vínculos existan en el caso de los
colosenses.
En segundo lugar, Pablo describe a Epafras como fiel servidor de Cristo de parte
nuestra. Es decir, afirma que Epafras es un ministro5 en quien se puede tener plena
confianza. Hasta aquí, ¡todo claro! ¿Pero qué quiere decir con la frase adicional: de
parte nuestra? Aquí tenemos que abordar una cuestión textual. Resulta que algunos
manuscritos antiguos dicen de parte nuestra; y otros, de parte vuestra. Entre los
comentaristas y traductores no hay consenso en cuanto a cuál de estas dos lecturas es
preferible6; y, en este caso, la evidencia textual es muy equilibrada y no puede sacarnos
de dudas. Si acaso, los manuscritos apoyan más la primera lectura (nuestra), pues la
defienden testigos antiguos y bien distribuidos7. Pero, por otro lado, la repetición de una
frase similar en el 4:12 (a favor vuestro) podría decantarnos a preferir la segunda.
Además, por si esta cuestión no fuera difícil en sí, existe una complicación adicional. Si
aceptamos la segunda lectura (literalmente: quien es fiel-en-pro-de-vosotros ministro de
Cristo)8, ésta, a su vez, admite dos interpretaciones diferentes: o Epafras es fiel en su
ministerio pastoral en bien de los colosenses (fiel ministro a favor vuestro); o es fiel en
el servicio que presta a Pablo en nombre de los colosenses (fiel siervo [mío] de parte
vuestra). Así pues, la frase admite tres interpretaciones diferentes:
1. Epafras ha servido fielmente a Cristo como representante de Pablo en Colosas.
2. Epafras ha servido fielmente a Cristo en su ministerio a favor de los colosenses.
3. Epafras ha servido fielmente a Cristo como representante de los colosenses para
atender a Pablo en sus prisiones (cf. el caso similar de Epafrodito en Filipenses 2:25;
4:18).
Cada una de estas tres ideas puede ser cierta. Por eso es difícil determinar cuál de
ellas tenía en mente el apóstol en este momento. Por tanto, quizás la solución más sabia
y salomónica sea dar espacio a todas ellas:

4
En los escritos de Pablo, esta palabra sólo aparece aquí y en el 4:7.
5
La palabra empleada por Pablo se puede traducir como diácono, pero es probable que no se
trate aquí de un título oficial referido al cargo que Epafras tenía en la iglesia, sino de una
palabra que describe el espíritu con que desempeñaba sus responsabilidades. Cf. Buffard, pág.
41.
6
La primera lectura (nuestra) es defendida por LBLA (fiel servidor de Cristo de parte nuestra),
BJ y CI (fiel ministro de Cristo en nuestro lugar) y por los siguientes comentaristas: Abbott
(págs. 200–201), Ashby (pág. 484), Bruce, Guthrie (1, pág. 1142), Gutiérrez (pág. 815), Harrison
(pág. 22), Hendriksen (pág. 66), Lightfoot (pág. 136), C. F. D. Moule, Songer (pág. 24), Staab
(pág. 112); la segunda (vuestra), por RV60, RV95 y BT (fiel ministro de Cristo para vosotros),
RVA (fiel ministro de Cristo a vuestro favor), DHH (en quien ustedes tienen un fiel servidor de
Cristo) y NVI (fiel servidor de Cristo para el bien de ustedes), y por Lacueva (pág. 790) y Pérez
(pág. 60), entre otros.
7
C. F. D. Moule; cf. Hendriksen, pág. 66.
8
Ver Lacueva, pág. 790.
1. Es del todo posible que, después de su conversión, Epafras fuera nombrado por Pablo
como delegado suyo en Colosas y como ministro de la naciente comunidad cristiana. Si
ésta es la lectura correcta del texto, Pablo está diciendo que Epafras ha ejercido sus
funciones entre los colosenses bajo la doble autoridad de Cristo como Señor y de Pablo
mismo como apóstol. Pero es de observar que, aun cuando Epafras haya sido designado
y enviado por Pablo, no es a Pablo a quien sirve, sino que es fiel servidor de Cristo.9
2. Es probable que Epafras fuera ministro en la iglesia de los colosenses. Según esta
segunda lectura, el énfasis del texto no recae sobre el hecho de su ministerio pastoral en
sí —los colosenses tenían que conocerlo de sobra y no necesitan ser informados por
Pablo—, sino sobre la fidelidad de aquel ministerio. Ante las insinuaciones de los
herejes acerca de la mediocridad de Epafras, Pablo estaría diciendo que es un siervo fiel
y competente y que actúa bajo la autoridad de Cristo mismo.
3. También es posible que Epafras, con el beneplácito de los colosenses, se hubiera
trasladado a Roma a fin de acompañar a Pablo en sus prisiones (cf. Filemón 23)10 y
atender a sus necesidades materiales. Si ésta es la lectura correcta, Pablo está
comunicando a los colosenses que su deseo de prestarle ayuda en aquellas
circunstancias difíciles se ha cumplido ampliamente gracias a la fidelidad de Epafras.
Esta lectura resulta especialmente atractiva, por cuanto ayuda a explicar por qué Epafras
permaneció en Roma con el apóstol en vez de volver a Colosas con Onésimo. Además,
enlaza bien con la frase siguiente: «Epafras está cumpliendo fielmente el servicio de
apoyo para el cual me lo enviasteis y, asimismo, me ha comunicado vuestro amor».
Lo que todas estas interpretaciones tienen en común es la nota de aprecio y elogio a
Epafras. La gratitud de Pablo es sincera y patente, por lo cual sitúa acertadamente estas
palabras en el contexto de su acción de gracias al Señor. Pero, por otra parte, nos da la
impresión de que quiere solidarizarse con Epafras y defender su ministerio ante las
calumnias de sus detractores. Le da a Epafras su sello de aprobación. Las implicaciones
de sus palabras, según las diversas interpretaciones del texto, son las siguientes:
1. Puesto que Epafras ha ministrado en Colosas como delegado apostólico, quien rechaza
su ministerio rechaza también la autoridad de Pablo y Timoteo (1:1). No ha actuado por
iniciativa propia, sino como ministro autorizado.
2. Puesto que a quien sirve Epafras es a Cristo, quien no se somete a su autoridad en la
iglesia se rebela contra Cristo.
3. Puesto que Epafras, en todas las manifestaciones de su servicio, se ha mostrado «fiel»
—es decir, competente, dedicado y abnegado en su entrega, y leal al Señor y al
evangelio—, cuestionar su ministerio es cuestionar el evangelio en el que se funda
vuestra esperanza eterna (1:5)11.
EL AMOR DE LOS COLOSENSES (1:8)
Se hará patente en el resto de la Epístola que alguien ha informado a Pablo acerca de
la situación preocupante de la iglesia de Colosas. Sin duda, esta persona fue Epafras.

9
Cf. Buffard, pág. 41: Todos los oficiales de la Iglesia deben serlo primero de Cristo; si no, su
ministerio no tiene valor alguno.
10
En cuanto a este texto de Filemón, Jamieson (pág. 510) comenta: Es posible que Epafras
hubiera sido arrestado a causa de sus obras entusiastas en Asia Menor; pero es más probable
que Pablo le diera este título [mi compañero de prisión] como de su fiel compañero en su
encarcelamiento.
11
Cf. Harrison, pág. 22: De la boca de este hombre que había fundado la iglesia, nada se oyó
excepto el puro evangelio; los creyentes fueron iniciados por él en el verdadero camino.
Quizás sea por proteger la reputación de su amigo por lo que Pablo insiste ahora en que
Epafras le ha comunicado no sólo el peligro que planea sobre la iglesia, sino también el
profundo afecto de los colosenses. Epafras no es un chismoso malintencionado, sino
alguien que ama profundamente a los colosenses y se esfuerza por su edificación y
crecimiento en Cristo (4:12). No los ha traicionado, sino que su informe se ha centrado
en el auténtico amor cristiano que los caracteriza: el cual también nos informó acerca de
vuestro amor en el Espíritu.
Pablo ya ha hablado del amor de los colosenses (1:4). Lo ha celebrado como uno de
los motivos principales de su acción de gracias. Si vuelve a mencionarlo ahora, se debe,
sin duda, a que, para él, el amor es supremo entre las virtudes cristianas (3:14; cf. 1
Corintios 13:13)12, pero también a que quiere introducir aquí nuevos matices y énfasis.
En primer lugar, la referencia en el 1:4 era a un amor generalizado (el amor que
tenéis por todos los santos), mientras que aquí la referencia parece ser más particular.
De hecho, no se menciona el objeto del amor de los colosenses, así que es posible
entender la frase como una nueva referencia a su amor por todos los santos, como una
referencia al amor que tienen los unos por los otros o al amor que tienen a Dios13. Pero,
puesto que la referencia cae en medio del contexto del ministerio de Epafras y de su
informe a Pablo, parece correcto entender que el amor en cuestión es el amor que los
colosenses tienen o bien a Epafras o, más probablemente, a Pablo y su equipo de
colaboradores. Esta última idea es especialmente oportuna si el versículo anterior se
entiende como referencia al ministerio de Epafras en Roma atendiendo al apóstol en
nombre de los colosenses. En ese caso, la fuerza de estos versículos sería: «Epafras me
sirve fielmente de parte vuestra y me ha informado de vuestro amor hacia mí y hacia los
hermanos que me acompañan».
En segundo lugar, Pablo puntualiza ahora que el amor de los colosenses es amor en
el Espíritu, o amor en espíritu. Ambas ideas son correctas y admisibles. Si la referencia
es al Espíritu Santo (cf. Romanos 15:30), Pablo está diciendo que el amor que
manifiestan los colosenses es fruto de la obra del Espíritu en sus vidas (Gálatas 5:22;
Romanos 5:5; Efesios 3:16–17), aquel amor fraternal intenso que se manifiesta
inevitablemente entre dos seres humanos que comparten la misma naturaleza en Cristo y
la misma vida espiritual. Si la referencia es al espíritu humano (y, en defensa de esta
lectura, hay que decir que los colosenses difícilmente podían amar a Pablo excepto en
espíritu si nunca le habían conocido en la carne), el apóstol está diciendo que es
consciente del vivo afecto que los colosenses sienten hacia su persona, además de serlo
del amor práctico que le han mostrado al prescindir de su ministro Epafras a fin de
enviárselo para atenderle en sus prisiones.
Y, por supuesto, las dos cosas deben ser ciertas también en nosotros. Somos
incapaces de amar con verdadero amor desinteresado si el Espíritu Santo no nos
capacita para ello. Igualmente, el amor fraternal que practicamos debe ser «espiritual»,
vivamente sentido en nuestro espíritu. Es cierto que en el Nuevo Testamento se

12
Cf. Carballosa, pág. 35: La práctica del amor hacia los hermanos es el distintivo más
sobresaliente que debe existir entre los cristianos (Juan 13:34–35; Hebreos 13:1; 1 Juan 3:11,
13–18).
13
En este último sentido lo entiende Hendriksen, pág. 67: Aquel amor que tiene a Dios como su
objeto … señala al deleite inteligente y con propósito que se tiene en el Dios trino, a la entrega
espontánea y agradecida de la personalidad entera a aquel que se ha revelado a sí mismo en
Jesucristo, lo cual también resulta en un anhelo profundo y firme por una verdadera
prosperidad para todos sus hijos.
arremete a veces contra los que dicen que aman pero no lo demuestran en sus acciones.
El verdadero amor no es cuestión de palabras y sentimientos, sino de hechos. Pero
existe también el peligro contrario. Algunas personas practican muchas obras de
caridad, pero lo hacen motivadas por el afán de ganar méritos personales, por
autorrealizarse, por activismo, por un sentido de deber religioso o por la satisfacción de
colocarse medallas. Aparentemente, tales acciones son actos de amor, pero esta clase de
motivación no suele ir acompañada de un verdadero «amor en espíritu». Tales personas
no sienten un vivo afecto hacia aquellos a los que ayudan. El «amor que tenemos por
todos los santos» debe manifestarse tanto de maneras prácticas como en sentimientos
entrañables. El auténtico amor cristiano participa de ambas cosas.
Así concluye la acción de gracias del apóstol. Ha empezado con referencias al Padre
y al Hijo (1:3) y concluye —posiblemente— con una referencia al Espíritu Santo
(1:8)14. Se centra en la fe, el amor y la esperanza de los colosenses (1:4), virtudes de las
cuales la principal es el amor (1:7). Y se arraiga en el evangelio sin cuya proclamación
fiel y aceptación de corazón no habría ni fe, ni amor, ni esperanza (1:5–7).
Vale la pena recalcar que estos temas deben constituir también la base de nuestra
acción de gracias cuando pensamos en nuestros hermanos. Está bien que demos gracias
a Dios cuando les concede buena salud física, excelentes situaciones laborales o
abundante prosperidad material. Pero lo que más debe emocionarnos y estimular en
nosotros el gozo y el espíritu de gratitud es oír que nuestros hermanos andan en la
verdad (3 Juan 4), en fe, amor y esperanza.
CAPÍTULO 6
CONOCIMIENTO, SABIDURÍA, COMPRENSIÓN Y
CONDUCTA
COLOSENSES 1:9–10a
Por esta razón, también nosotros, desde el día que lo supimos, no hemos cesado de
orar por vosotros y de rogar que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda
sabiduría y comprensión espiritual, para que andéis como es digno del Señor …
ACCIÓN DE GRACIAS E INTERCESIÓN (1:9)
Ahora, Pablo acaba su acción de gracias y pasa a interceder por los colosenses. Es
decir, después de decirnos cuáles son las causas por las que expresa su gratitud al Señor
(1:3–8), ahora describe los motivos de su petición (1:9–14)1. Eso está claro. Lo que no
lo está tanto es la frase que introduce la intercesión: por esta razón. Entendemos bien
que las buenas noticias impartidas por Epafras le conduzcan a expresar su gratitud ante
el Señor; pero, según lo que él mismo dice en esta frase, estas mismas buenas noticias le
conducen también a interceder por ellos. En eso, la lógica no es fácil de dilucidar. No
nos habría resultado sorprendente la intercesión si Epafras hubiera dicho que a los
colosenses les faltaba fe y amor; ¿pero cómo entenderla si su fe y amor abundan?
Quizás la lógica sea la siguiente:

14
Por cierto, ésta es la única mención explícita del Espíritu Santo en toda la Epístola.
1
No es fácil establecer dónde acaba Pablo su intercesión. De hecho, los versículos 9 a 20
constituyen una sola oración gramatical en la cual el discurso procede de forma paulatina
desde la intercesión a la exposición cristológica. Muchos pondrían la frontera entre ellas al
final del versículo 12. Yo prefiero colocarla al final del 14, porque los versículos 13 y 14 están
claramente vinculados al 12. Hendriksen (pág. 68), Carballosa (págs. 30–39), Guthrie (I, pág.
1143), Harrison (pág. 23) y Nielsen (pág. 391) son del mismo sentir.
• Las buenas noticias acerca de los colosenses se han centrado en su amor: tanto el amor
que tienen para con todos los santos (1:4) como el amor que tienen a Pablo y su equipo
(1:8).
• El amor despierta amor. El genuino afecto que Pablo, hasta aquí, ya sentía hacia los
colosenses aumenta considerablemente al saber que su amor es correspondido.
• Ahora bien, la primera manera en que un cristiano como Pablo da expresión a su amor
es llevando a la persona amada ante el trono de la gracia en oración2. Hasta la fecha,
había orado constantemente por los colosenses (1:3); pero ahora que Epafras le ha traído
noticias frescas —desde el día que lo supimos—, su intercesión es aún más intensa y
está mejor orientada.
Por otra parte, es posible que la frase desde que lo supimos no se refiera a que Pablo
ha sido informado sólo acerca del amor de los colosenses, sino también acerca del
estado de la iglesia. En general, este informe es positivo y da muchas razones para dar
gracias a Dios; pero contiene además aspectos preocupantes que conducen a la
intercesión. Concretamente, tal y como hemos visto al considerar «la herejía colosense»,
ciertos señores estaban abogando a favor de peligrosos «conocimientos» esotéricos que
querían añadir a la fe cristiana. No nos sorprende, pues, que Pablo centre su intercesión
en «el conocimiento, la sabiduría y la comprensión».
Sea cual fuere el matiz exacto de la frase por esta razón, el hecho es que el apóstol
no ha cesado de orar por los colosenses desde el momento de recibir el informe de
Epafras. ¿Cuánto tiempo ha mediado desde entonces? No lo sabemos. Pero Epafras
tiene que haber llegado a Roma hace días, por no decir semanas, para justificar el
lenguaje de este versículo: desde el día que lo supimos, no hemos cesado de orar por
vosotros. Si Pablo no ha escrito antes a los colosenses, ha sido sencillamente por falta
de algún «cartero» que llevara la carta a su destino. Pero, ahora que Tíquico acompaña a
Onésimo a Colosas, Pablo aprovecha la ocasión para escribirles.
Notemos bien la perseverancia en oración del apóstol: no hemos cesado de orar (cf.
1 Tesalonicenses 5:17)3. Su intercesión no es sólo una breve reacción puntual ante las
noticias de Epafras; es decir, no ora en aquel primer momento para luego olvidarse de
los colosenses o considerar que «este asunto ya ha sido despachado ante Dios», sino que
sigue orando por ellos constantemente. Pero tampoco amontona oraciones con la idea
supersticiosa de torcerle el brazo a un Dios recalcitrante. Su perseverancia se debe a su
amor y su preocupación por los colosenses. Los lleva en el corazón. Porque los ama,
piensa en ellos a lo largo del día. Porque le vienen vez tras vez a la mente, ora por ellos
constantemente. Nosotros, igualmente, si amáramos más, oraríamos con más
constancia.
LAS PETICIONES DE PABLO (1:9)
Lo que Pablo pide para los colosenses es «plenitud»: no hemos cesado … de rogar
que seáis llenos … Ésta es una de las palabras clave de Colosenses (1:19, 25; 2:2, 9–10;
4:12, 17). Sin duda, era una palabra que formaba parte del vocabulario característico de
los falsos maestros. Ellos ofrecían a sus seguidores la promesa de «plenitud de
conocimientos». Por eso, Pablo enfoca su intercesión en la misma dirección. Pero, por

2
Quizás este razonamiento sea la explicación del significado de la palabra también, algo
extraña en este lugar (ver Buffard, pág. 43). Pablo sabe que el amor de los colosenses hacia él
(1:8) se ve, entre otras cosas, en que oran por él (4:3). Quiere que sepan que él «también» ora
por ellos.
3
Comenta Sturz, pág. 32: ¡Muchos no cesan de orar por la sencilla razón de que nunca han
empezado a orar!
supuesto, su oración se distingue de las promesas de los herejes en algunos aspectos
importantes:
• En primer lugar, su tema no es el «conocimiento» (gnosis) impartido por los falsos
maestros, sino el «pleno conocimiento» (epignosis) del evangelio4. Las enseñanzas
esotéricas de aquéllos prometían mucho y daban poco. Pretendían ser profundos, pero
sólo lograban cambios cosméticos. Pretendían abrir camino a Dios, pero en realidad
colocaban incontables barreras en el camino a Dios abierto por Jesucristo. En cambio,
los conocimientos proporcionados por el evangelio pueden parecer menos vistosos
(porque están al alcance de todos); pero penetran al corazón, a la conciencia y a la
voluntad, logran transformar vidas y conducen a un verdadero conocimiento de Dios.
• En segundo lugar, da a entender que sólo Dios mismo puede proporcionarnos ese
conocimiento. Ésta es la clara implicación de toda la sección introductoria de la Epístola
(1:1–12). Por eso, Pablo dirige su petición al Señor en vez de dirigir una exhortación a
los propios colosenses. Sin la revelación de Dios en Cristo y sin la iluminación de la
mente humana por obra del Espíritu Santo, no puede haber sabiduría y comprensión.
Dios mismo es quien nos dio a conocer el misterio de su voluntad en toda sabiduría y
discernimiento (Efesios 1:8–9) y quien nos da ahora espíritu de sabiduría y de
revelación en un mejor conocimiento de él (Efesios 1:15–18).
• En tercer lugar, este Dios que nos concede sabiduría se da a conocer como el Padre de
nuestro Señor Jesucristo (1:3). La clara implicación de toda la sección introductoria de
la Epístola (1:1–14) es que la revelación de Dios llega a su culminación perfecta en «su
Hijo amado» (1:13), y sólo en él. Esto llegará a ser explicitado más adelante cuando
Pablo afirma que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento (2:3).
• Y, en cuarto lugar, lo que Pablo pide no son «nuevos conocimientos», sino que los
colosenses sean llenos del pleno conocimiento ya revelado en Cristo5. El conocimiento
de la voluntad de Dios requiere dos cosas: por un lado, que Dios la revele plenamente;
por otro, que los creyentes seamos capaces de llenarnos de esa revelación. El primer
factor es objetivo; el segundo, subjetivo. Ahora bien, el factor objetivo ya está
cumplido: Dios se ha manifestado perfectamente en aquel que es la imagen del Dios
invisible (1:15). Lo que queda aún por cumplirse es la plenitud del factor subjetivo: los
colosenses, como todos los creyentes, necesitan profundizar más y más en su
conocimiento de la revelación de Dios. Por contraste, los herejes estaban enseñando que
la revelación en Cristo era parcial. Su énfasis, por tanto, no recaía en la necesidad de
profundizar en lo ya revelado, sino en la necesidad de adquirir nuevos conocimientos.
Veamos, pues, cuáles son las peticiones6 explícitas del apóstol:

4
«Epignosis» es una palabra empleada con frecuencia en el Nuevo Testamento (para
limitarnos a los escritos de Pablo, ver Romanos 1:28; 10:2; Efesios 1:17; 4:13; Filipenses 1:9–
10; Colosenses 1:9–10; 2:3; 3:10; 1 Timoteo 2:4; 2 Timoteo 2:25; 3:7; Tito 1:1; Filemón 6) y
siempre tiene la connotación de conocimiento pleno o profundo. Ver Hendriksen, pág. 71.
5
Cf. Wiersbe, pág. 28: [Los colosenses] no necesitan una nueva experiencia espiritual … Lo que
necesitan es sólo crecer en la experiencia que ya han tenido. Cuando una persona nace en la
familia de Dios a través de la fe en Jesucristo, nace con todo lo necesario para crecer y
madurar.
6
En cuanto a los dos verbos orar y pedir, Hendriksen (pág. 70) puntualiza: El término mas
general y comprensivo es «orar», el cual señala cualquier forma de expresión reverente dirigida
Conocimiento de su voluntad
La primera es que los colosenses sean llenos del conocimiento de la voluntad de
Dios. De todos los «conocimientos» disponibles para el ser humano, éste es el
fundamental. En contraste, todo el saber científico, cultural y académico es de
relativamente poca importancia. Todo lo que puedes aprender en la prensa, en los
medios de comunicación, en el instituto o en la universidad es trivial (Pablo mismo lo
llama «pérdida» en Filipenses 3:8) en comparación con el conocimiento de Dios y de su
voluntad. Las disciplinas seculares pueden proporcionarnos información acerca de
diversas facetas de la vida humana; pero sólo entendemos correctamente cómo debemos
vivir, por qué estamos aquí, cuál es nuestro destino y cuál el sentido de la vida si
llegamos a conocer bien la revelación de la voluntad de Dios. La sabiduría del mundo
infla el orgullo humano, pero no ilumina el alma. Dios tiene propósitos para el mundo y
para cada ser humano. Él está gobernando la historia, conduciéndola hasta su desenlace
final y cumpliendo en ella sus designios. Desconocer sus propósitos —o sólo conocerlos
superficialmente— es desconocer nuestra razón de ser. Es no saber vivir.
Puesto que se trata del conocimiento no sólo de la doctrina cristiana, sino de las
intenciones de Dios detrás de esa doctrina, y puesto que este conocimiento tiene que
conducir a vidas transformadas (1:10), es evidente que Pablo no está contemplando aquí
un ejercicio solamente intelectual. Desde luego, si no aplicamos nuestras facultades
mentales al estudio de la revelación divina y no asimilamos con nuestra cabeza sus
enseñanzas, nunca llegaremos a este conocimiento. El estudio, la meditación, la
reflexión y la disciplina mental son indispensables. Pero también lo son la oración, la
obediencia, la entrega y el compromiso. Se trata de un conocimiento que procede no
solamente del estudio académico de la Biblia, sino de la comunión vital con el Dios que
se revela en sus páginas. Se trata de un saber que no debe archivarse sólo en el intelecto,
sino que debe penetrar en todo nuestro ser. No es un conocimiento teórico, sino práctico
y experimental.
Cuando Pablo habla de «ser llenos» de este conocimiento, la idea no es que
podamos agotar todas las dimensiones del conocimiento de Dios. Sus caminos, su
persona y sus atributos son inagotables. Ante ellos, el mismo apóstol exclama: ¡Oh,
profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33). Más bien
quiere decir que los colosenses necesitan entender plenamente el propósito que Dios
tiene para sus vidas, tanto en el sentido ético revelado universalmente en la Palabra de
Dios como en el sentido vocacional revelado personalmente por la dirección del
Espíritu. Para ello, necesitan conocer todo el propósito de Dios (Hechos 20:27) tal y
como se ha revelado en Jesucristo y por los apóstoles, y necesitan discernir la voz
divina guiándoles en su vida diaria. Necesitan la palabra firme de las Escrituras así
como la iluminación del Espíritu. Según la capacidad de cada uno y según su madurez
espiritual, Pablo desea que el Señor les dé todo el conocimiento que les haga falta para
vivir en santidad y para servirle con eficacia.
Y notemos a ese respecto que el conocimiento de su voluntad no es patrimonio
exclusivo de los maestros y líderes de la iglesia7. Los falsos maestros enseñaban que la

a la deidad; … pero «pedir» es mucho mas específico, pues indica que se está haciendo una
petición definida y humilde. Cf. Buffard, pág. 45.
7
Es emocionante recordar que, cuando Dios envió a Ananías a hablar con Pablo después de su
experiencia inicial con el Señor en el camino a Damasco, le dijo: El Dios de nuestros padres te
ha designado para que conozcas su voluntad. Es cierto, pues, que Pablo tenía el privilegio de
plenitud de conocimiento sólo estaba al alcance de unos pocos (enseñanza que apela al
orgullo humano). Pablo, en cambio, pide que esta plenitud sea la experiencia de todos
los hermanos sin excepción. Es así porque no se trata de un conocimiento alcanzable
sólo para las mentes privilegiadas. Es conocimiento para vivir bien (1:10), y todos, aun
los más sencillos, necesitamos vivir bien. Desconocer la voluntad de Dios es
comportarnos mal. No es una ignorancia que sufrimos a causa de una deficiencia
intelectual, sino a causa de una deficiencia moral y espiritual.
En toda sabiduría
La sabiduría es esencialmente el conocimiento de la voluntad de Dios aplicado a la
vivencia diaria8. Conforme a las Escrituras, la verdadera sabiduría siempre parte del
conocimiento de Dios: El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el
conocimiento del Santo es inteligencia (Proverbios 9:10; cf. Proverbios 1:7; Salmo
25:12–14; 111:10). En cambio, la sabiduría del mundo parte del egocentrismo humano:
se centra en un escrutinio más o menos acertado del mundo creado y de la experiencia
humana; pero, desgraciadamente, suele ignorar la existencia y los designios del Creador.
Aun cuando puede ser brillante en su elaboración y presentación, la sabiduría humana,
al pasar por alto lo más esencial, no es más que necedad. Quien edifica sobre premisas
erróneas levanta una construcción destinada a derrumbarse:
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo? ¿No
ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? Porque ya que en la
sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría,
agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen. Porque
… nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y
necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es
poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad de Dios es más sabia que los
hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres (1 Corintios 1:20–25).
El evangelio no produce —al menos, no debe producir— un pueblo ignorante y
oscurantista, sino un pueblo sabio e inteligente. No debemos ser necios, sino entender
cuál es la voluntad del Señor (Efesios 5:17). Las sectas tienden a inducir en sus
seguidores una mentalidad borreguil que acepta ciegamente todo lo que el líder
demagogo decrete; pero el verdadero pueblo de Dios se puede reconocer por su
discreción, discernimiento y comprensión de la vida. Abrazar el evangelio no es dejar
de pensar; de hecho, ¡para muchos es empezar a pensar! Igualmente, el rechazo de la
revelación divina no suele ser consecuencia de tener una inteligencia superior, sino de
padecer una soberbia que incapacita al hombre para afrontar las evidencias, los
argumentos y las demandas del evangelio.
Si, pues, nos falta sabiduría, hagamos dos cosas: por una parte dediquémonos a
profundizar en la revelación de Dios a fin de adquirir aquel conocimiento de su voluntad
que conduce a la sabiduría; por otra, puesto que la verdadera sabiduría tiene más que ver
con la revelación divina que con el esfuerzo humano, pidámosla a Dios (Santiago 1:5).
En toda comprensión espiritual

recibir conocimientos velados hasta aquel momento. Pero no tenía que retenerlos para sí
mismo, sino comunicarlos a todos, porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has
visto y oído (Hechos 22:14–15).
8
En palabras de Hendriksen (pág. 71), es la habilidad de usar los mejores medios para alcanzar
la meta más alta, a saber, una vida para la gloria de Dios; en las de Buffard (pág. 47) es la
inteligencia haciendo uso del conocimiento adquirido.
En cierto sentido, la comprensión antecede a la sabiduría. Al llenarnos del
conocimiento de la voluntad de Dios, es de esperar que adquiramos cada vez más
comprensión espiritual. Es cierto que, si nuestro «conocimiento» sólo es intelectual,
podemos llenar la cabeza de información, pero sin adquirir un verdadero entendimiento
de la mente y del corazón de Dios. Sin embargo, si nuestro conocimiento es vital
además de cerebral, conduce a una auténtica «comprensión» o discernimiento de la
voluntad de Dios. Empezamos a pensar los pensamientos de Dios y a sentir sus
sentimientos. Empezamos a ver el mundo, la iglesia y nuestras propias vidas con los
ojos de Dios. Crece no sólo nuestro conocimiento, sino también nuestro entendimiento.
Y, cuando tenemos comprensión espiritual, entonces podemos aplicarla a nuestra
vivencia diaria: llegamos a ser sabios en nuestro comportamiento, en nuestras
relaciones, en nuestro discernimiento de la gente y en nuestros consejos.
En otro sentido, la sabiduría antecede a la comprensión. Cuando adquirimos la
sabiduría de Dios a través del conocimiento de su voluntad, nos encontramos en
condiciones de poder afrontar las situaciones y decisiones de la vida con entendimiento.
En este sentido, la comprensión es la aplicación de la sabiduría a los problemas que se
nos presentan cada día9.
Sin embargo, lo importante no es saber matizar correctamente la diferencia entre el
conocimiento, la sabiduría y la comprensión, sino reconocer la importancia de
apropiarnos la plenitud de la revelación de Dios. Dios ha hablado. El conocimiento
objetivo ha sido dado. La palabra de Dios puede ser escuchada y entendida por todo
aquel que quiere prestarle atención. Desafortunadamente, la mayoría sigue la moda
intelectual de su época, se hace sabia a sus propios ojos, se apoya en su propio
entendimiento y no teme al Señor (Proverbios 3:5–7). Como consecuencia, se vuelve
necia. Esto es lo que Pablo teme que puede ocurrir en el caso de los colosenses. Por eso
intercede por ellos.
Antes de dejar el versículo 9, tomemos nota de dos cosas más. Por un lado, la
comprensión que necesitamos es espiritual. Es decir, deriva no de la inteligencia
humana, sino de un discernimiento proporcionado por el Espíritu Santo de Dios (cf. 1
Corintios 2:12–14). El entendimiento de la revelación divina es conocido solamente por
medios espirituales10. Por eso mismo, no se trata de una comprensión elitista, accesible
sólo para las mentes privilegiadas, sino de una comprensión abierta a todo aquel que
camina con Dios con humildad, sencillez y fe.
Por otro lado, todo lo necesario para la vida y la piedad ha sido plenamente revelado
en Cristo (2:3, 9–10; 2 Pedro 1:3–4). Los herejes enseñaban que el evangelio de Cristo
estaba bien hasta donde llegaba, pero que era parcial y necesitaba ser completado por
enseñanzas adicionales. En estos versículos, el apóstol enfatiza la «totalidad» de la
revelación de Dios en Jesucristo: toda sabiduría y comprensión, agradándole en todo,
toda buena obra, con todo poder, para obtener toda perseverancia y paciencia. La

9
Cf. Erdman, pág. 40: Sabiduría … indica el entendimiento de principios morales, en tanto que
comprensión implica la capacidad de aplicar dichos principios a problemas particulares;
Wickham, pág. 119: La sabiduría se basa en el temor de Dios, el deseo de someterse a él y tener
en cuenta lo que él desea; mientras que la comprensión es la aplicación práctica de ella a todas
las distintas situaciones de la vida. Barclay, pág. 138: Cuando Pablo pide que sus amigos tengan
sabiduría y entendimiento, está pidiendo que puedan entender las grandes verdades del
evangelio y puedan ser capaces de aplicarlas a las decisiones y las tareas que les sobrevengan
en la vida cotidiana.
10
Nielsen, pág. 391.
revelación está completa. Estamos completos en Cristo. No nos hacen falta nuevas
verdades. Nuevamente, este énfasis parece corresponder al deseo por parte del apóstol
de contrastar la accesibilidad de la revelación divina con el esoterismo de los herejes y
de demostrar que no hay nada velado, secreto o escondido en el evangelio de Cristo. La
verdad de Dios no es complicada, retorcida o inalcanzable, sino sencilla, cercana y
recta. Se revela a los niños y se esconde de los perversos.
LA FINALIDAD DE LA SABIDURÍA: LA CONDUCTA (1:10)
Sin embargo, el verdadero conocimiento no es un fin en sí, sino un medio que
conduce a una meta: la vivencia correcta11. Dios no nos concede el conocimiento de su
voluntad para que podamos lucir nuestra inteligencia, sino para que nuestra conducta
sea recta y hermosa. No es cuestión de amontonar información en la cabeza, sino de
adquirir la mentalidad de Dios y, así, vivir la vida cotidiana de acuerdo con sus criterios.
La voluntad de Dios ha de conocerse, pero más aún ha de vivirse12. Es imposible
practicar una conducta sana y santa sin conocer la voluntad de Dios; pero, igualmente,
nuestro conocimiento de esa voluntad es defectuoso si no conduce a una conducta
correcta13.
Los conocimientos de los herejes, desde luego, no alcanzaban esta meta. Al
contrario, a pesar de tener apariencia de sabiduría, en realidad carecían de valor
alguno contra los apetitos de la carne (2:23). En cambio, el conocimiento que Pablo
desea para los colosenses conduce a la verdadera sabiduría y comprensión, y éstas, a su
vez, producen una vivencia digna.
¡Dignos del Señor!14 ¡Qué meta más gloriosa! Él se dignó humillarse por nosotros,
identificarse con nosotros y compartir nuestra miseria. Ahora nos pide que nos
identifiquemos con él, renunciando a nuestro egocentrismo, sirviendo a los demás y
glorificando a Dios en nuestra vivencia diaria, aunque tengamos que pagar el precio de
compartir su oprobio. Ser dignos de él es ser semejantes a él (1 Corintios 11:1). La meta
no es otra sino la santidad y el amor del Hijo de Dios.
La frase como es digno del Señor sugiere no solamente cierto estilo de vida, sino
también la motivación detrás de ella. Presupone la asimilación de nuestra nueva
posición en Cristo. El creyente dice para sí: «Ahora no pertenezco a este mundo ni
comparto sus valores. Soy una nueva creación en Cristo, miembro de la comunidad de
los santos y fieles hermanos en Cristo (1:2). Y ahora, porque entiendo cuál es mi nueva
posición, voy a vivir en consecuencia. Soy príncipe en la casa de Dios. Debo vivir,
pues, con la dignidad de un príncipe y la santidad de un hijo de Dios.» Es por lo que

11
Según Sturz, pág. 33, el verbo andar se emplea nada menos que 32 veces en los escritos de
Pablo para referirse a la conducta y el peregrinaje terrenal del cristiano.
12
Esto, por supuesto, fue cierto en el caso de Cristo mismo. Él hizo que el cumplimiento de la
voluntad de Dios fuera su comida diaria (Juan 4:34), su motivación esencial (Juan 5:30) y la
misma finalidad de su existencia (Juan 6:38). Su conocimiento de la voluntad de Dios era
eminentemente práctico.
13
Cf. Wiersbe, pág. 31: Todas las verdades bíblicas son prácticas, no teóricas. Si estamos
creciendo en conocimiento, deberíamos también estar creciendo en gracia (2 Pedro 3:18).
14
En 1 Tesalonicenses 2:12, Pablo emplea palabras similares al pedir que andemos como es
digno del Dios que nos ha llamado a su reino y a su gloria. Cf. también Efesios 4:1 (que viváis de
una manera digna de vuestra vocación); Filipenses 1:27 (comportaos de una manera digna del
evangelio de Cristo).
somos por lo que vivimos de cierta manera. El ser antecede al hacer. Porque estamos en
Cristo y permanecemos en él, andamos como él anduvo (1 Juan 2:6). Habiendo recibido
a Cristo Jesús como Señor y reconociéndonos siervos bajo su señorío, andamos en él
(2:6). Ahora procuramos hacer todo, ya sea de palabra o de hecho, en el nombre del
Señor Jesús; es decir, como siervos fieles que reflejamos el carácter y obedecemos las
instrucciones de nuestro amo (3:17, 23). Nos comportamos en armonía con las
responsabilidades que nuestra nueva relación con Dios nos impone y en armonía con
las bendiciones que esta nueva relación proporciona15.
Así pues, Pablo centra su intercesión en el área de amenaza o carencia que ve en los
colosenses: su necesidad de una mayor percepción espiritual ante las enseñanzas
peligrosas que se estaban introduciendo en la iglesia. Si Dios, por su Espíritu, no
ilumina sus mentes, no sabrán distinguir entre la verdad y el error, pues la enseñanza
falsa suele presentarse con apariencia de sabiduría y piedad (2 Timoteo 3:5).
Sin duda, los términos empleados por el apóstol —conocimiento, sabiduría y
comprensión— formaban parte del vocabulario religioso de los falsos maestros. Pero
ellos los empleaban con matices siniestros que atentaban contra la pura revelación de
Dios16. Por un lado, pretendían ofrecer conocimientos esotéricos accesibles sólo para los
iluminados, cuando la verdadera revelación divina en Cristo ofrece conocimiento,
sabiduría y comprensión a todo aquel que cree. Por otro lado, enseñaban especulaciones
humanas que no conducían a una conducta santa, cuando el propósito principal de la
sabiduría divina es producir en nosotros un estilo de vida digno del Señor17. Es decir,
los colosenses estaban en peligro de desviarse tras unas enseñanzas elitistas moralmente
infructíferas, cuando lo que necesitaban era profundizar en lo que ya habían recibido: el
evangelio de Cristo, cuya sabiduría está al alcance de todos y conduce a vidas
transformadas, rectas y justas.
En este sentido ora el apóstol por ellos. Y es de una manera similar como debemos
interceder los unos por los otros. Está bien llevar ante el trono de la gracia las
necesidades físicas y materiales de nuestros hermanos; pero es aún más necesario
interceder por sus carencias espirituales y morales. Las apariencias engañan. Miramos a
nuestros hermanos y sólo tenemos ojos para ver sus necesidades superficiales. Pero, al ir
creciendo en el conocimiento de la voluntad de Dios y al ir adquiriendo sabiduría y
discernimiento espiritual, nuestras oraciones seguirán cada vez más el modelo de Pablo:
nuestras peticiones se centrarán en la urgente necesidad de percepción espiritual y de
una conducta coherente y digna. Pediremos por nuestros hermanos que el Espíritu les
ilumine la mente y los fortalezca en el hombre interior (Efesios 1:17–18; 3:16).
CAPÍTULO 7
LA VIDA QUE AGRADA AL SEÑOR
COLOSENSES 1:10b–12a
… agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el
conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria, para
obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo dando gracias al Padre …

15
Hendriksen, pág. 72.
16
Cf. Wiersbe, pág. 27: Satanás es engañoso. A él le gusta usar el vocabulario cristiano, ¡pero
no usa el diccionario cristiano!
17
Cf. Carson, pág. 35: El judaísmo helénico se conformaba con un crecimiento intelectual en
conocimiento religioso divorciado de la vida real; pero el conocimiento de Dios al que aspira el
cristiano se manifiesta en la transformación de carácter.
VIDAS DIGNAS (1:10)
Nuestro crecimiento en percepción espiritual (1:9) debe dar como resultado una
vivencia santa, digna del Señor (1:10). Éste, pues, ha sido el tema de la intercesión del
apóstol hasta aquí. Ahora Pablo explica brevemente en qué consiste una vida digna del
Señor. Lo hace mediante una serie de seis frases que dependen todas ellas del verbo
andar. Son de una importancia extraordinaria. Si llegamos a entenderlas correctamente,
constituirán para nosotros un escueto compendio de todo lo que implica la vida cristiana
consecuente. Gracias a ellas estaremos en condiciones de emprender el camino de fe
con mayor conocimiento de causa. Veamos, pues, cuáles son y prestémosles la debida
atención.
1. Agradándole en todo (1:10)
En primer lugar, un comportamiento digno del Señor es aquel que procura agradarle
en todo (cf. 1 Tesalonicenses 4:1). O, más literalmente, es un comportamiento de su
completo agrado.1
Con esta frase, el apóstol nos invita a considerar nuestra motivación en la vida.
¿Qué es lo que conforma nuestras actitudes y acciones? ¿En qué consisten nuestras
prioridades y ambiciones? ¿Cuál es nuestra máxima aspiración? ¿Con qué finalidad
vivimos?
Pablo responde a estas preguntas de diversas maneras en diferentes lugares, pero
todas vienen a significar lo mismo:
Ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para
la gloria de Dios (1 Corintios 10:31).
Ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables (2 Corintios 5:9).
Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres
(Colosenses 3:23).
¡Vivir para la gloria de Dios, para servirle y para serle agradables! En todo caso (¡y
es de observar que, en esta frase también, Pablo insiste en la palabra todo!), el Señor
mismo debe centrar nuestra atención. Desde nuestra conversión, él es nuestra principal
razón de ser. Su gloria es nuestra consideración prioritaria. Deseamos ante todo que
Cristo sea exaltado por nuestro testimonio, ya sea por vida o por muerte (Filipenses
1:20). Para él vivimos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, … pues si vivimos,
para el Señor vivimos (Romanos 14:7–8). Así pues, el gran afán de nuestra vida debe
ser complacerle.2
Ahora bien, nos resultará difícil saber cómo complacerle si desconocemos su
voluntad. La secuencia de ideas en la oración de Pablo es lógica: necesitamos crecer en
nuestra comprensión de la voluntad de Dios a fin de conducirnos correctamente; y, una
vez que conocemos su voluntad, necesitamos vivir de tal manera que le agrademos
cumpliéndola.3

1
Hendriksen, pág. 72. La combinación de los verbos andar y agradar a Dios nos recuerda el
caso de Enoc, acerca de quien las Escrituras dicen dos cosas: que anduvo con Dios (Génesis
5:22, 24); y que recibió testimonio de haber agradado a Dios (Hebreos 11:5).
2
El verbo traducido como agradar tuvo inicialmente connotaciones negativas: adular o «dar
coba». Pero aquella actitud complaciente que, delante de los hombres, es fruto de un
servilismo interesado se convierte en una actitud correcta cuando se manifiesta ante Dios.
Debemos vivir para complacerle. Ver Carson, pág. 36.
3
Cf. Erdman, pág. 41: Pablo siempre unía doctrina y deber, conocimiento y acción: del pensar
recto procede la conducta recta.
2. Dando fruto en toda buena obra (1:10)
Para Pablo, no había idea más errónea que la de pensar que el ser humano pecador
puede agradar a Dios por medio de las buenas obras que intenta llevar a cabo en la
carne. Entendía muy bien que, por definición, las obras de la carne no pueden agradar a
Dios (Romanos 8:8). Pero, igualmente, no había para él idea más importante que la de
pensar que la regeneración del pecador por obra del Espíritu Santo debe producir en su
vida una abundancia de buenas obras. Éstas nunca pueden constituir la raíz de nuestra
salvación, pero deben constituir su fruto. No podemos ser salvos por obras, pero sí
somos salvos por gracia para obras:
Por gracia habéis sido salvos por medio de la fe, … no por obras, para que nadie se
gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras,
las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:8–10).
Y no es cuestión de dar algún que otro fruto de vez en cuando. El fruto esperado
debe ser abundante y completo: fruto en toda buena obra. La intención del Espíritu
Santo no es producir ciertas virtudes en algunos creyentes y otras en otros, sino producir
todas en todos. Igualmente, este fruto no tiene que manifestarse esporádicamente, sino
de una manera constante. La vida cristiana no es un pasatiempo dominical, sino una
vivencia coherente que practicamos las veinticuatro horas del día, siete días a la semana.
Debemos ocuparnos en buenas obras (Tito 3:8). Y, para ello, por supuesto necesitamos
permanecer constantemente en Cristo o, lo que es lo mismo, andar en el Espíritu de
Cristo (Gálatas 5:16). Es él quien produce el fruto en nosotros, por lo cual no tenemos
motivo para la jactancia; pero, por otra parte, cuando el fruto no se produce, no es por
culpa suya, sino por culpa nuestra al no permanecer en él (Juan 15:5–8).
Tal y como vimos con respecto al versículo 6 (en todo el mundo [el evangelio] está
dando fruto constantemente), el apóstol no se detiene para enumerar las diversas obras
que tiene en mente. Son tan diversas, complejas y profundas como la misma
personalidad de Jesús y, en última instancia, no permiten una clasificación completa.
Pero, sin duda, incluyen todas las cosas que se tratarán en la sección ética de la epístola
(3:5–4:6).4
3. Creciendo en el conocimiento de Dios (1:10)
Llama la atención que el crecimiento y la fructificación, que ya han formado parte
de la acción de gracias de Pablo (1:6), ahora vuelvan a aparecer como motivos de su
intercesión. Es así porque, en muchos sentidos, la vida de fe es cíclica: cuando una
virtud arraiga en nosotros por la gracia de Dios, nos capacita para ir creciendo aún más
en ella. El evangelio ha sembrado en los colosenses aquella semilla que florece en
buenas obras y conocimiento de Dios (1:6). La fe, el amor y la esperanza que han
brotado ya en ellos (1:4–5) constituyen la evidencia fehaciente de que la planta es
robusta. Pero ahora —dice el apóstol— intercedo por vosotros para que el proceso de
crecimiento y florecimiento no se pare aquí, sino que siga adelante hasta dar plenitud de
fruto.5

4
Comenta Songer, pág. 28: Algunos creyentes parecen creer que «toda buena obra» es casi lo
mismo que trabajo en la iglesia, pero la perspectiva de Pablo es más amplia … Abarca todas las
esferas de la vida: iglesia, familia, trabajo diario, relaciones sociales …
5
De hecho, el texto griego admite otra lectura posible. La relación entre los dos verbos (dando
fruto y creciendo) y los dos modificativos (en toda buena obra y en el conocimiento de Dios)
podría ser más flexible, de forma que los dos últimos se relacionen con los dos primeros (ver
Carson, pág. 36; Hendriksen, pág. 72), dando el sentido: llevando fruto y creciendo en toda
Otro ejemplo del carácter cíclico de la fe se ve en que el conocimiento de Dios y de
su voluntad es tanto el origen como la meta de una vida santa. Cuanto más llegamos a
entender la voluntad de Dios, tanto más viviremos vidas que le agraden (1:10); pero
cuanto más le agradamos, tanto mayores serán la comunión que disfrutamos con él y
nuestra comprensión de su voluntad. El conocimiento verdadero y experimental de Dios
produce siempre una creciente medida de esta misma gracia.6 El conocimiento conduce
a la santidad, y la santidad al conocimiento, y así sucesivamente.7
Quiero insistir un poco más en estas últimas ideas: por un lado, que el conocimiento
de Dios y el crecimiento de santidad van cogidos de la mano; por otro que, mientras
estemos en esta vida, nuestro crecimiento en ambas cosas no debe cesar nunca.
Podemos adquirir un conocimiento cerebral acerca de Dios mediante nuestros estudios
bíblicos o teológicos. Pero, sin la santidad, nadie puede ver al Señor (Hebreos 12:14). El
verdadero conocimiento de Dios mismo, aunque pasa por el estudio y la meditación de
la Palabra, nunca es solamente académico. Viene como consecuencia de todo un
proceso de abundar en buenas obras y crecer en santidad. En última instancia es
resultado del arrepentimiento y de la regeneración, de la obediencia y del servicio fiel:
Venid, volvamos al Señor, …
Nos dará vida … y viviremos delante de él.
Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al Señor.
Su salida es tan cierta como la aurora,
Y él vendrá a nosotros como la lluvia,
Como la lluvia de primavera que riega la tierra
(Oseas 6:1–3).
¡Qué importante es que nunca nos demos por satisfechos con el grado de
conocimiento de Dios que ya hemos adquirido! El mismo apóstol, a pesar de haber
conocido a Dios ya desde hacía muchos años y de haber visto su mano en medio de
diversas experiencias, aún proseguía hacia la meta para obtener el premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús y estimaba como pérdida todas las cosas en vista
del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús (Filipenses 3:14, 8). Él no se
conformaba con haber aprendido unas cuantas doctrinas acerca de Dios, sino que
entendía que la verdadera meta de la vida es llegar a conocer a Dios mismo en creciente
profundidad, entender su voluntad y sus designios y disfrutar de la comunión con él. Y
tal conocimiento no se aprende de golpe. Requiere una relación de sumisión y amistad
que se va desarrollando paulatinamente a lo largo de toda la vida: La senda de los justos
es como la luz de la aurora, que va aumentando en resplandor hasta que es pleno día
(Proverbios 4:18). En el camino de la fe, el conocimiento de un día sólo sirve como
peldaño para ayudarnos a subir a nuevos niveles de conocimiento al día siguiente.
Mientras estemos en esta vida, nuestro crecimiento en conocimiento nunca llegará a su
fin.
Esto se ve claramente en la experiencia de los colosenses registrada en estos
versículos. Ya habían adquirido cierto grado de comprensión de la gracia de Dios (1:6).
Pero ahora necesitan crecer en el pleno conocimiento de la voluntad de Dios (1:9), y eso
con la meta final de seguir creciendo en el conocimiento perfecto de Dios mismo (1:10)

obra buena por medio del conocimiento de Dios (Songer, pág. 27). Sin embargo, la gran
mayoría de traductores y comentaristas apoya la lectura dada por nuestra versión.
6
Hendriksen, pág. 72.
7
Aquí también, como en el 1:9, se trata de epignosis, conocimiento pleno y cabal.
hasta aquel día cuando todos conoceremos plenamente, como hemos sido conocidos (1
Corintios 13:12).
4. Fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria (1:11)
Sin embargo, nuestra capacidad para fructificar en buenas obras y crecer en el
conocimiento de Dios no depende sólo del esfuerzo humano. De hecho, ninguna de
estas cosas sería posible si no fuera por el poder de Dios que actúa en nosotros.8 Como
ya hemos sugerido, para andar correctamente delante del Señor necesitamos dos cosas:
por un lado, que nuestra mente sea iluminada por el Espíritu Santo, para que podamos
entender bien la voluntad de Dios (1:9); por otro, que nuestro hombre interior sea
continuamente potenciado9 por la fuerza del Espíritu, para que seamos capaces de vivir
en conformidad con esa voluntad (1:11; Efesios 3:16). Así pues, todo lo que Pablo
acaba de pedir a favor de los colosenses sería utópico si no fuera porque cuenta con el
poder de Dios.
No es casual que Pablo coloque su petición de poder a continuación de su petición
de conocimiento. Una cosa suele seguir a la otra. Cuando el creyente, por iluminación
del Espíritu a través de la Palabra, llega a comprender su propia miseria y debilidad en
la carne y las altas demandas de la vida consagrada a Dios, y cuando entiende que sólo
por la gracia de Dios puede aspirar a vivir en santidad, entonces aquel conocimiento
conduce a la fe y le lleva a echarse sobre los recursos de la gracia divina y, a su vez, la
fe descansa en la obra santificadora y transformadora del Espíritu. Entonces, el creyente
empieza a descubrir, con el apóstol, que todo lo puedo en Cristo que me fortalece
(Filipenses 4:13).
De hecho, el vocabulario de nuestra frase nos da, a primera vista, la impresión de ser
redundante. Es como si Pablo dijera: «hechos poderosos con todo poder según el
poderío de su gloria».11 Es parecido a otro texto suyo (Efesios 1:19: la extraordinaria
grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la
fuerza de su poder) en el que casi viene a decir: «¡conforme al poder del poder de su
poder!»12
Pero, en realidad, no hay redundancia alguna. Pablo parte de la premisa de nuestra
debilidad humana. Podemos llegar a entender bien la voluntad de Dios en un asunto
determinado de la vida y a aspirar sinceramente a agradarle en nuestra conducta al
respecto; pero el hecho es que luego vivimos muchas veces en desacuerdo con nuestras
buenas intenciones a causa de la flaqueza de nuestra carne. Está claro, pues, que, para
poder vivir vidas dignas, además de ser iluminados, necesitamos ser potenciados
(«fortalecidos»). ¿Pero de dónde puede venir el poder capaz de obrar dentro de nosotros
y efectuar nuestra transformación? Por definición, no puede provenir de nuestras
intenciones ni de nuestros esfuerzos humanos en sí. Viene sólo de la acción poderosa
(«poder») del Espíritu Santo en nosotros. ¿Y cómo es de grande este poder? Puesto que
el Espíritu es Dios, su poder no tiene límites («todo poder»). ¿Pero hasta qué punto pone
8
Cf. MacDonald, pág. 952: La vida cristiana no puede ser vivida con una energía meramente
humana; precisa de una fortaleza sobrenatural.
9
El participio fortalecidos está en tiempo presente continuo. Ver Carson, pág. 37.
11
En cuanto a los vocablos empleados aquí, puntualiza Wiersbe, pág. 34, que Pablo usa dos
palabras griegas diferentes para referirse a la energía de Dios: «dunamis» … que significa
poder inherente; y «kratos» que significa poder manifiesto, poder que se exterioriza en acción.
12
Comentan Lacueva-Henry, pág. 240: El apóstol acumula vocablos que significan poder y
fuerza.
este poder ilimitado a nuestra disposición? ¿Nos concede sólo pequeñas cantidades de
su poder o quiere concedernos todo el poder necesario para nuestra completa
transformación? Pablo nos da una respuesta contundente a esta pregunta en el texto de
Efesios 1:19 que ya hemos citado: el poder del Espíritu que actúa en los creyentes es
extraordinariamente grande. Pero esta misma respuesta está presente también en
nuestro texto. La frase según la potencia de su gloria quiere decir en conformidad con
su poder glorioso. Lo que el apóstol pide no es que Dios conceda a los colosenses un
poquitín de su poder, como si el poder de Dios fuera un inmenso mar del cual Dios nos
ofrece sólo un sorbo; sino que Dios les conceda todo el poder necesario en conformidad
con la inmensidad de sus recursos infinitos.13 El «todo poder» de esta frase corresponde
a la «toda buena obra» del versículo anterior: ésta se hace realidad gracias a aquél.
Habiéndonos concedido el don de su Hijo amado a fin de hacernos aptos para su reino
eterno, Dios no nos va a escatimar los demás recursos de su gracia para llevar a cabo
nuestra transformación, sino que nos concederá también con él todas las cosas
(Romanos 8:32).
Pablo describe el poder de Dios como el poder de su gloria.14 Sin duda, esta
descripción conlleva muchos matices diferentes. La gloria y el poder de Dios son
inseparables (cf. Efesios 3:16): ambos emanan de su majestad soberana. El poder de
Dios siempre se emplea de tal manera que Dios es glorificado; mientras que la gloria de
Dios siempre tiene efectos poderosos. En el caso presente, por ejemplo, el poder de
Dios conducirá a los colosenses a vivir vidas agradables a Dios para la alabanza de su
gloria. Pero en el texto paralelo de Efesios 1:17–21 (texto en el cual Pablo pide que los
efesios «crezcan en el conocimiento de Dios» y sean «fortalecidos con su poder»), la
gloria de su poder se ve en la resurrección y la ascensión de Jesucristo. La suprema
manifestación de la gloria y del poder de Dios no se muestra en luces deslumbrantes o
en cataclismos portentosos, sino en la persona de nuestro Señor Jesucristo, resucitado y
sentado a la diestra del Padre. Y, ahora, la gloria del poder que fortalece al creyente se
ve en esto: el mismo poder que levantó a Cristo de entre los muertos y lo exaltó a lo
sumo (Efesios 1:20–21; cf. Romanos 6:4) opera en nosotros, dando vida a los que
estábamos espiritualmente muertos y sentándonos con él en los lugares celestiales
(Efesios 2:6).
Así pues, Dios pone a nuestra disposición todos los recursos de su poder vivificador
a fin de llevar a cabo en nosotros aquella transformación que resulte en vidas dignas que
le agraden.15 En conformidad con el poder que obra en nosotros, el Señor es poderoso
para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efesios

13
Explica Hendriksen, pág. 73: «En conformidad con» es una expresión mucho más fuerte que
«de» o «por». Cuando un multimillonario da algo «de» sus riquezas para una buena causa,
bien podría estar dando muy poco; pero si da «en conformidad con» sus riquezas, la cantidad
será cuantiosa.
14
Algunas versiones traducen esta frase como su poder glorioso porque, en el griego del Nuevo
Testamento, es frecuente encontrar una frase adverbial de este tipo empleada en lugar de un
adjetivo. Abbott, pág. 204, rechaza esta posibilidad en este caso.
15
Es importante tomar buena nota de estos énfasis. Solemos asociar la palabra poder a las
grandes hazañas de la fe; pero, como dice Wiersbe (págs. 34–35), las victorias internas del
alma igualan, si no superan, a las victorias públicas registradas en los anales de la historia. Y,
desde luego, ambas clases de victorias son fruto del poder de Dios. Cf. Proverbios 16:32: Mejor
es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad.
3:20). Así las cosas, la vivencia santa tendría que ser muy fácil, ¿verdad? A fin de
cuentas, si Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer y si el poder
con el que actúa es infinito, tendría que ser un asunto muy fácil ocuparnos en nuestra
salvación (Filipenses 2:12–13). Pero la amarga historia de nuestras caídas e
inconsecuencias demuestra que no es así. ¿Por qué? Por varias razones.
Para empezar, porque vivimos en medio de una generación torcida y perversa.
Comportarnos en ella como hijos de Dios irreprensibles, sencillos y sin tacha
(Filipenses 2:15) es nadar contra corriente. La primera razón por que nos cuesta andar
en santidad es que todas las presiones de nuestro contorno social nos empujan en
sentido contrario. Tenemos al mundo, a la carne y al diablo en contra nuestra.
Una segunda razón es que, si bien Dios cumple fielmente su parte del programa de
nuestra santificación —nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad,
mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia
(2 Pedro 1:3)—, esto no nos exime a nosotros de responsabilidad. Hace un momento
decíamos que no llegamos a ninguna parte por los esfuerzos de nuestra carne. Pero la
verdadera alternativa al esfuerzo carnal no es cruzar los brazos, darnos por vencidos y
esperar que Dios mismo haga nuestra parte. Es vivir por fe. Es esforzarnos como nunca;
pero no en la carne, sino en la gracia de Dios y en dependencia de él (2 Timoteo 2:1). Es
decirle al Señor: Yo, en mi propia fuerza, no puedo vivir de tal manera que te agrade a
ti; pero Jesús en mí por su Espíritu sí puede.
En otras palabras, si no avanzamos en la vida de santidad es porque nuestra fe es
débil. No es en primer lugar porque nos falte disciplina, abnegación o fuerza de carácter
(de hecho, partimos de la base de que estas cosas nos faltan), sino porque nos falta fe; es
decir, carecemos de una verdadera comunión con Dios en la cual caminamos con él y
dependemos de su gracia. Cuando permanecemos firmes en la fe, entonces somos
fuertes (ver 1 Corintios 16:13). Y, si nuestra falta de poder se debe a nuestra falta de fe,
quizás sea porque no pasamos suficiente tiempo en oración e intercesión.16 Al menos,
esto es lo que sugiere el ejemplo del apóstol. Él, al comprender la debilidad de los
colosenses y la dificultad del camino, intercede por ellos pidiendo que sean fortalecidos
con todo el poder de Dios.
Así pues, el camino es cuesta arriba, a nuestro alrededor van casi todos en sentido
contrario y nos arrastran hacia atrás y, aunque el poder de Dios es más que suficiente
para sostenernos en el camino, tenemos que apropiárnoslo por fe, caminando con Dios
en una relación de sumisión, comunión y dependencia. Todo lo cual nos conduce a la
frase que viene a continuación …
5. Para obtener toda perseverancia y paciencia
La vivencia santa no se consigue en un momento, sino que requiere un proceso de
crecimiento. Esto ha estado implícito desde el comienzo de la intercesión del apóstol. Si
la vida que agrada a Dios se produjera automáticamente a partir del mismo día de
nuestra conversión, no habría necesidad alguna de interceder los unos por los otros.
Ciertamente, como ya hemos dicho, aun el creyente recién nacido está completo en
Cristo. No le faltan miembros ni facultades. Con Cristo ha recibido todo lo que necesita
para la nueva vida. Pero tiene que crecer como crece un niño. Tiene que alimentarse,
madurar y aprender a mantenerse en pie (a permanecer firme en la fe), a andar (como es
digno del Señor), a relacionarse con su Padre, a entender su mentalidad y obedecer su

16
«Suficiente tiempo» no porque Dios sólo conceda poder después de oraciones largas, sino
porque sólo cuando pasamos tiempo en su presencia llegamos a adquirir aquella actitud de
dependencia y fe en él que hace posible nuestro fortalecimiento interior.
voluntad. Todo ello requiere un largo proceso en el cual es enseñado y disciplinado por
el Señor.17
Supongo que Dios podría hacernos vivir vidas santas como por arte de magia. Su
poder es tal que podría hacer ciertas manipulaciones en nosotros, tocar ciertas teclas en
nuestros resortes interiores y así obligarnos a caminar rectamente. Pero entonces
seríamos unos robots, no seres humanos. El plan de Dios no contempla nuestra
salvación forzada. Él quiere complacerse en la comunión con verdaderas personas, no
con máquinas programadas. Lo que le da auténtica alegría es encontrar a sus hijos
andando en la verdad (2 Juan 4) y siguiendo en este camino por voluntad propia; es
decir, porque su voluntad es hacer voluntariamente la voluntad de Dios. Acabamos de
decir que, aunque el poder es de Dios, hemos de apropiárnoslo por la fe. Dios es quien
nos fortalece, pero nunca de una manera automática o forzada. Siempre respeta nuestra
responsabilidad humana y nos trata con dignidad. Por eso, no nos crea en Cristo como
adultos con todas las facultades bien desarrolladas, sino que nos hace renacer como
niños recién nacidos, con las facultades completas, pero con necesidad de crecimiento y
maduración.
Por eso, la vida de fe es un largo viaje, no un momento instantáneo. La santificación
es un proceso en el cual el Espíritu Santo nos transforma de gloria en gloria en la
imagen de Cristo (2 Corintios 3:18). Nuestro perfeccionamiento, que es instantáneo a
efectos legales a causa de la expiación en la cruz (Hebreos 10:14), en cambio es lento y
paulatino a efectos prácticos. La santidad es un camino que tenemos que andar (Isaías
35:8), una disciplina en que tenemos que ser corregidos (Hebreos 12:5–10), un largo y
duro aprendizaje en el cual el Señor mismo es nuestro maestro.
Y, por todo eso, para conseguir vidas que agraden a Dios necesitaremos que, por
medio de su obra de fortalecimiento, Dios nos capacite para toda perseverancia y
paciencia.18
Aquí, el apóstol emplea dos sustantivos prácticamente sinónimos que suelen ser
traducidos, ambos, como paciencia. Pero el primero habla más bien de la capacidad de
perseverar a pesar de circunstancias adversas (oposición, tentación, pruebas y
aflicciones), mientras que el segundo indica la capacidad de tolerar a personas difíciles
sin perder los estribos ni devolver mal por mal.19 El primero, pues, nos habla de la

17
Cf. Wiersbe, pág. 32: Dios tomó 13 años para preparar a José para su ministerio en Egipto, y
80 años para preparar a Moisés para ser el líder de Israel.
18
Ésta es la fuerza de esta frase: somos fortalecidos con todo poder según la potencia de su
gloria hacia toda perseverancia y paciencia. Es decir, La perseverancia y la paciencia son
consecuencias del fortalecimiento.
19
Cf. Hendriksen, pág. 73: La paciencia [perseverancia] … se manifiesta en relación a las cosas,
esto es, es relación a las circunstancias en que una persona se ve envuelta: aflicción,
sufrimiento, persecución, etc. La longanimidad [paciencia] caracteriza a la persona que, en
relación con aquellas personas que se le oponen o le afligen, ejercita paciencia, rehusando
rendirse a la pasión o a la explosión de ira. Harrison, págs. 25–26: «Paciencia» significa
aguantar bajo las pruebas, rehusando doblarse bajo la presión; «longanimidad» es el paciente
espíritu que acepta todos los abusos sin estallar. Abbott, pág. 204, considera que paciencia es
una traducción muy pobre del primer vocablo, pues éste incluye siempre la idea de perseverar
o continuar firmemente en una línea determinada de acción.
perseverancia sin quejas; el segundo, de la perseverancia sin venganza.20 Ambos se
manifiestan en las Escrituras como don de Dios y fruto del Espíritu (por ejemplo, en
Romanos 15:5 y Gálatas 5:22) y, por tanto, son objetos acertados de nuestra intercesión.
Pablo sabe que, dadas las circunstancias de Colosas, los colosenses tendrán que
afrontar mucho contratiempo y a muchas personas conflictivas en su peregrinaje hacia
la santidad. El camino no será fácil. Por eso, además del poder de Dios, necesitarán su
perseverancia y paciencia.
Nosotros, igualmente, tendremos que soportar en esta vida muchos motivos de
desánimo. Tanto desde fuera de la iglesia como desde dentro de ella, el creyente fiel se
encuentra con toda clase de escollos y piedras de tropiezo. Nuestra inclinación natural
será al desaliento e incluso a la marcha atrás en el camino de la fe. Debemos orar, pues,
los unos por los otros, como Pablo oraba por los colosenses: para que, en medio de las
pruebas, el Señor nos dé aquel fortalecimiento del hombre interior que nos capacitará
para perseverar fielmente en el camino.
El hecho de que pida que los colosenses sean fortalecidos para toda perseverancia y
paciencia indica que, cualesquiera que sean las circunstancias difíciles o las personas
insoportables, no hay nada ni nadie que pueda estorbar nuestro camino si estamos
viviendo en plena comunión con el Señor y si, como consecuencia, conocemos su
fortalecimiento. Lo cierto es, sin embargo, que para tener toda paciencia necesitamos
que el Señor nos proporcione todo poder.
6. Con gozo dando gracias al Padre
Según la gramática del texto griego, es tan lícito vincular la frase con gozo a la frase
anterior (toda perseverancia y paciencia) como a la que sigue (dando gracias).
Además, ambas lecturas reciben el apoyo de otros textos bíblicos: la idea de perseverar
con paciencia y gozo está presente en textos como Romanos 5:3 (nos gloriamos en las
tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia) o Santiago 1:2–3 (tened
por sumo gozo … el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de
vuestra fe produce paciencia); y, por otro lado, el gozo y la acción de gracias van juntos
en muchas ocasiones.21
El único argumento de cierto peso que se ha aducido a favor de la primera lectura es
que «dar gracias» ya presupone una actitud gozosa y que, por tanto, la frase con gozo
dando gracias resulta redundante22. Pero, en contra de este argumento, hemos de decir
que el gozo no está siempre implícito en la gratitud (es posible dar gracias con
resignación; incluso dar gracias sin sentir gratitud); que, en todo caso, a veces conviene
que un autor haga explícito lo que es sólo implícito; y que las frases aparentemente

20
Cf. MacDonald, pág. 953.
21
Ver, por ejemplo, el Salmo 92:1–4 (Bueno es dar gracias al Señor … cantaré con gozo ante las
obras de tus manos); Salmo 100:2–4 (Servid al Señor con alegría; … entrad por sus puertas con
acción de gracias); 1 Tesalonicenses 5:16–18 (Estad siempre gozosos; … dad gracias en todo).
22
Cf. Lightfoot, pág. 140: La acción de gracias es en sí misma un acto de regocijo. CI, Buffard,
págs. 53–54; Carson, pág. 38; Erdman, pág. 42; Gutiérrez, pág. 818; Lacueva-Henry. Pág. 240;
Nielson, pág. 393; Songer, pág. 29; Wiersbe, pág. 37, entre otros, siguen esta lectura (¡o
parecen desconocer la alternativa!).
redundantes son una característica del estilo de Pablo.23 A favor de la segunda lectura24
está, precisamente, el hecho de que la gratitud y el gozo deben ir siempre juntos en la
vida de fe: si el corazón está verdaderamente agradecido, experimentará un profundo
gozo. Además, la estructura literaria de la oración aconseja esta lectura: si la frase con
gozo no acompaña el participio dando gracias, éste es el único de los participios del
texto que no lleva una frase adverbial:
• En toda buena obra dando fruto.
• Creciendo en el conocimiento de Dios.
• Siendo fortalecidos con toda fortaleza.
• Con gozo dando gracias al Padre.
Puesto que al apóstol le gustaba escribir con elegancia y simetría, esta sola cuestión
estilística nos decanta a favor de la segunda lectura. Con todo, no hay gran diferencia
entre «perseverar con paciencia, dando gracias al Padre con gozo» y «perseverar con
paciencia y gozo, dando gracias al Padre». En todo caso, se nos pide (o, mejor dicho, se
le pide a Dios que él nos dé) perseverancia, paciencia, gozo y gratitud.
Según Gálatas 5:22, el gozo es la segunda manifestación del fruto del Espíritu Santo
en nuestras vidas. En otras palabras, allí donde el gozo brilla por su ausencia se hace
dudosa la presencia del Espíritu; y allí donde brilla, especialmente cuando brilla en
medio de circunstancias adversas, constituye una evidencia fehaciente de la presencia
del Espíritu. De igual manera, según Efesios 5:18–20, la gratitud es una de las claras
manifestaciones de la plenitud del Espíritu. Así pues, tanto el gozo como la gratitud
proceden de la obra del Espíritu en nosotros. Hay ciertas personas que son de carácter
alegre por naturaleza, pero puede ser que no destaquen por su gratitud. Otras personas
conocen mucho gozo cuando las circunstancias les sonríen, pero lo pierden en cuanto
las circunstancias cambian. Otras personas saben expresar gratitud en determinadas
ocasiones, pero no tienen un carácter siempre agradecido ni gozoso. En cambio, la
marca de aquel gozo que es fruto del Espíritu Santo es su permanencia (Juan 16:22) y su
carácter agradecido. El gozo se expresa en la acción de gracias y la gratitud da lugar a
una personalidad siempre gozosa.
Por supuesto, es lógico que Pablo espere que los colosenses den gracias al Padre.
Aunque los bienes espirituales descritos por el apóstol nos llegan a través de la obra
salvadora de Jesucristo y se hacen realidad en nuestra experiencia por la acción del
Espíritu, es el Padre quien, en última instancia, nos proporciona estos dones. Él nos
concede juntamente con Cristo todas las cosas (Romanos 8:32). Toda buena dádiva y
todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre (Santiago 1:17).
Y, de entre las muchas cosas por las cuales debemos serle agradecidos, una de las
principales es precisamente ésta: que haya tenido a bien adoptarnos como hijos suyos y
ser para nosotros un Padre. Ya hemos visto que Dios es el Padre de nuestro Señor
Jesucristo. La relación que existe eternamente entre las dos primeras personas de la
Trinidad es una relación de Padre e Hijo. Sin embargo, desde que estamos «en Cristo»,
la paternidad de Dios se hace extensiva a nosotros también: somos adoptados como
hijos suyos en Cristo (Gálatas 3:26; 4:4–6). Antes, en nuestra condición de pecadores
culpables, el Creador aparecía ante nosotros en su capacidad de Juez; ahora, en nuestra

23
Acabamos de ver una en el versículo 11: fortalecidos con todo poder. El poder está tan
implícito en el «ser fortalecidos» como el gozo lo está en el «dar gracias».
24
Apoyada enérgicamente por Abbott, pág. 205, y Hendriksen, pág. 74. Cf. RV60, RV95, RVA,
BJ, BT, DHH, NVI, Pérez, pág. 61; Wickham, pág. 120, entre otros.
nueva posición en Cristo, estamos incorporados en la familia de Dios y nos
relacionamos con nuestro Creador como nuestro Padre.25
Muchas veces, sin embargo, no nos damos cuenta de la procedencia de estos dones.
Recibimos el regalo sin agradecer al dador.26 Pero, bien entendido, el fin de todo el
proceso descrito por Pablo debe ser un corazón agradecido. Si conocemos de verdad el
fortalecimiento que nos capacita para perseverar en medio de las pruebas y producir
fruto en toda buena obra y si, simultáneamente, estamos creciendo en el conocimiento
verdadero de Dios, entonces asociaremos todas las bendiciones de la vida a aquel que
nos las concede y le expresaremos nuestra gratitud.27
Éstas, pues, son las seis características de la vida que, según Pablo, es digna del
Señor. Como dijimos al principio, es importante meditar mucho en ellas porque juntas
forman una descripción de todos los factores que componen la esencia de la vida
cristiana.
Notemos bien dónde no recae el énfasis del apóstol. No dice que una vida digna del
Señor consiste en asistir regularmente a los cultos, en dedicar cierto tiempo diario al
estudio bíblico o a la oración, en asumir diferentes cargos y responsabilidades en la
iglesia local, en dar el diezmo, salir a evangelizar, ejercer determinados dones … Todas
estas cosas tienen cierta importancia; pero son medios más que fines y, si no tenemos
cuidado, pueden convertirse en pobres sucedáneos de la auténtica finalidad de la vida.
Lo que realmente agrada a Dios es una vivencia en la que el Espíritu Santo produce su
fruto en abundancia y el creyente hace buenas obras para la gloria de Dios, avanza
siempre en su comunión con el Señor, conoce el fortalecimiento divino en el hombre
interior y, por tanto, soporta todas las circunstancias de la vida con perseverancia,
paciencia, gozo y gratitud.
No hay nada nuevo en todo esto. El profeta Miqueas había dicho esencialmente lo
mismo siglos antes de que escribiera Pablo: ¿Qué es lo que demanda el Señor de ti, sino
sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?
(Miqueas 6:8).28 Lo nuevo no es la voluntad de Dios para nuestras vidas, sino los
recursos que el Señor pone a nuestra disposición. Bajo el antiguo pacto, los hombres
tenían conocimiento de la voluntad de Dios, pero ésta llegaba sólo en forma de ley y
mandato. Ahora, tanto el fortalecimiento como el fruto es obra del Espíritu en nosotros.
Por eso mismo, Pablo no se limita a exhortar a los colosenses, sino que pide a Dios por
ellos. Dios es quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer (Filipenses 2:13). Si
dependiera solamente de nosotros, poca esperanza tendríamos de agradar a Dios. Pero,

25
Cf. Carson, pág. 39: Habíamos estado ante el Juez eterno como reos culpables condenados
por la aplicación inexorable de la ley de santidad; pero, por la gracia de Dios, hemos sido
adoptados e incorporados en su familia, por lo cual podemos llamarle por la fe y con plena
confianza «nuestro Padre».
26
Cf. Sturz, pág. 37: Deberíamos avergonzarnos al considerar lo poco que sentimos aprecio y
mostramos gratitud al Señor.
27
Por eso mismo, Pablo nos pide vez tras vez que demos gracias al Señor. Ver, por ejemplo, 2
Corintios 1:11; Efesios 5:20; Filipenses 4:6; 1 Tesalonicenses 5:18. Pero, de entre todos sus
escritos, quizás sea la Epístola a los Colosenses la que se caracteriza más por su énfasis sobre la
acción de gracias (1:3, 12; 2:7; 3:15–17; 4:2).
28
Este versículo fue el texto predilecto y el lema de la vida de mi padre, quien falleció en
septiembre de 2001. Aparece en la lápida de su tumba.
puesto que Dios mismo obra en nosotros por su Espíritu, debemos ocuparnos en nuestra
salvación no sólo con temor y temblor, sino también con entusiasmo y confianza
(Filipenses 2:12).
CAPÍTULO 8
CAPACITADOS POR EL PADRE
COLOSENSES 1:12
… al Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia de los santos en luz.
CAPACITADOS (1:12)
Desde el punto de vista de una interpretación gramatical rigurosa, Pablo no nos dice
cuáles son las razones por las que debemos dar gracias al Padre (1:12a). Si queremos ser
quisquillosos, podemos sostener que la última parte del versículo 12 sólo explica quién
es este «Padre» y no pretende ofrecernos un motivo de gratitud; porque el texto dice:
dando gracias al Padre, que …; no: dando gracias al Padre porque … Pero es del todo
probable que, en la mente del apóstol, el «que» tenga aquí la fuerza de un «porque».1 De
todas maneras, huelga decir que la herencia de los santos debe ser siempre uno de
nuestros motivos principales de gratitud.
De todas las bendiciones que recibimos de lo alto, quizás la mayor sea ésta: que
Dios nos ha «capacitado».2 Es decir, nos ha hecho aptos, suficientes o dignos. Esta
pequeña palabra entraña todo el mensaje esencial del evangelio. Éste parte de la base de
nuestra profunda incapacitación para poder entrar en el reino de Dios. En la carne, lejos
de ser aptos para compartir la herencia de los santos en luz, éramos hijos de ira y
extraños a los pactos de la promesa, y estábamos muertos en nuestros delitos y pecados,
excluidos de la ciudadanía del pueblo de Dios, sin esperanza y sin Dios en el mundo
(Efesios 2:1, 3, 12). Todas las lágrimas, penitencias, buenas obras e intenciones de
reformarnos no podían cambiar la triste realidad de nuestra profunda perdición. Nos
esperaba sólo un negro futuro de condenación y castigo eterno, una «horrenda
expectación de juicio» (Hebreos 10:27).3
Así era nuestra situación y no podíamos hacer nada para remediarla. Pero,
precisamente sobre las base de nuestra absoluta miseria y debilidad, el evangelio nos
anuncia todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Estando nosotros lejos de
Dios, hemos sido acercados por la sangre de Cristo (Efesios 2:13). Siendo nosotros sus
enemigos, Cristo nos ha reconciliado con él (Romanos 5:10). Siendo débiles y
pecadores, Cristo llevó nuestros pecados y nuestras flaquezas en la cruz y murió en
nuestro lugar para que pudiéramos ser aceptables ante Dios y estar limpios y
justificados (Romanos 5:6–8; Efesios 1:6–7). Estando muertos en nuestros pecados,
Dios nos dio vida en Cristo (Efesios 2:1–6). Siendo huérfanos en el mundo, nos ha
adoptado como amados hijos suyos y nos ha hecho sus herederos (Romanos 8:15–17).

1
Cf. Hendriksen, pág. 74: Las razones por las que los colosenses deben dar gracias al Padre se
expresan en los versículos 12b y 13. Ver también Erdman, pág. 42.
2
En los manuscritos antiguos aparecen dos variantes de esta frase: algunos dicen que nos ha
capacitado; otros, que os ha capacitado. Ver Carson, págs. 38–39.
3
Cf. Buffard, pág. 55: Como un mendigo sucio, harapiento, asqueroso, no es digno de
presentarse en el palacio del rey y, si se presenta, no tiene la capacidad para gozarse de la
limpieza y hermosura que predominan allí, así nosotros, en estado natural, cuando nuestros
mejores vestidos no son más que trapos de inmundicia, no somos dignos ni capaces de entrar
en el reino puro y majestuoso del Señor Jesucristo.
Siendo trágicamente ineptos, nos ha hecho aptos. En una palabra, Dios nos ha
«capacitado». En Cristo tenemos una nueva posición.
¡Y notemos bien el tiempo del verbo!4 No dice que Dios tiene la intención de
capacitarnos en el futuro, ni siquiera que está en vías de capacitarnos en la actualidad,
sino que ya nos ha capacitado. No se trata del crecimiento progresivo mediante el cual
somos transformados por el Espíritu de gloria en gloria hacia la imagen de Cristo (2
Corintios 3:18), sino del cambio repentino de nuestra posición ante Dios consumado
una vez para siempre por Cristo en su obra redentora en la cruz y confirmado en
nosotros por el sello del Espíritu. Desde el día en que clamamos a Cristo, somos aceptos
en el Amado, hechos definitivamente aptos.5
Todo es por gracia. Todo se lo debemos a Dios. Nunca podemos llegar a ser «aptos»
por nuestros propios esfuerzos. Para poder entrar en el reino eterno, Dios tiene que
hacernos aptos. Y lo ha hecho.
Y ahora, ¿cuáles son nuestras expectativas? Pues, juntamente con el perdón de
nuestros pecados y el don de una nueva vida en Cristo, Dios nos ha dado gloriosas
promesas de cara al futuro. Tenemos una «participación»6 en el reino eterno:
Así como el Señor en la antigua dispensación proveyó para Israel una heredad
terrenal, la cual fue distribuida por suerte entre las diversas tribus y unidades más
pequeñas de la vida nacional, … de la misma forma ha provisto para los colosenses
una porción o parte en la heredad [celestial].7
Hay lugar para nosotros. Cada uno de nosotros tiene su porción. Quien se acerca a
Dios por medio de Jesucristo nunca será echado fuera (Juan 6:37) ni perderá su parte en
la herencia.
HERENCIA (1:12)
Acabamos de decir que el concepto de «capacitación» indica que nuestra salvación
es por la gracia de Dios, nunca por mérito humano. Por definición, en nuestro estado de
perdición y corrupción no podemos capacitarnos a nosotros mismos. Tiene que ser una
obra de Dios. Y, ahora, la misma idea es inherente al concepto de «herencia». En
condiciones normales, el hijo recibe la herencia de su padre como una dádiva. No tiene
que ganársela. Así es con Dios. Aquello que nos espera en el futuro no es un salario que
merecemos a causa de nuestros trabajos y esfuerzos, sino una herencia que nos toca por
el solo hecho de haber sido recibido en la familia de Dios como hijos.

4
Se trata del tiempo aoristo que, según la Real Academia Española, denota una acción
definitiva, completa y pasada.
5
Cf. MacDonald, pág. 953: Ni siquiera una larga vida de obediencia en esta tierra hace más
apta a una persona para el cielo de lo que ya lo era el día que fue salvada; nuestro derecho a la
gloria se encuentra sólo en la sangre de Cristo. Jamieson, Fausset y Brown, pág. 511: Los
creyentes aquí indicados estaban en diferentes grados de santificación progresiva; pero en
relación con la aptitud aquí especificada, ellos todos por igual la tenían de parte del Padre en
Cristo su Hijo, estando como estaban «completos en él» (2:10).
6
El texto reza literalmente: quien nos hizo aptos para la parte de la herencia de los santos. Ver
Lacueva, pág. 790; Abbott, pág. 206.
7
Hendriksen, pág. 74. Cf. Buffard, pág. 56: Como en una herencia común toca una parte a cada
uno de los hermanos, así en el mundo espiritual hay una herencia común en la cual todos
tenemos una parte.
Esta herencia pertenece a todos los «santos». Algunos comentaristas han querido ver
en esta palabra una referencia al pueblo hebreo,8 como si Pablo estuviera diciendo que
la herencia que antes fue prometida a los hijos de Israel se hace extensiva ahora a todos
los creyentes en Cristo. Sin embargo, la mención de «los santos» en el 1:4 parece
contemplar a todos los creyentes sin distinción, ya sean de origen judío o gentil; y está
aún más claro que la mención de «los santos» en el 1:2 no se limita a los miembros
hebreos de la congregación. Por eso es preferible entender que, aquí también, Pablo se
refiere a la herencia común de todos los creyentes. Éstos incluyen, por supuesto, a los
verdaderos creyentes judíos, tanto de la antigua dispensación como de la nueva; pero
también a los creyentes gentiles. Tampoco debemos pensar que se refiere sólo a un
grupo selecto de creyentes excepcionales ya fallecidos. En el Nuevo Testamento,
«santos» es una palabra aplicada casi siempre a creyentes aún vivos y se da a entender
que todos los miembros del pueblo de Dios son santos.9
Si los creyentes se llaman «santos», se debe (como ya vimos con respecto al 1:2) a
que han sido convocados por Dios para separarse del mundo a fin de pertenecer al
pueblo escogido y vivir vidas consagradas a Dios. Han sido «apartados» para este fin.
¿Pero de qué se han separado? Pablo está a punto de decírnoslo: del dominio de las
tinieblas (1:13). Y si ya no se encuentran en las tinieblas, no nos sorprende descubrir
que están en luz (1:12; cf. 1 Pedro 2:9).
¿Pero qué quiere decir esto de estar «en luz»? Aquí nos encontramos con una
variedad de opiniones entre los comentaristas:
• Algunos10 asocian la frase al verbo «capacitar» y entienden que el texto debe rezar: …
al Padre que nos ha capacitado en luz para compartir la herencia de los santos. Es
decir, suponen que la «luz» se refiere a la iluminación del evangelio y que la
preposición «en» tiene la fuerza de «por medio de»: lo que nos introduce en nuestra
herencia es haber sido iluminados por el evangelio. Sin embargo, esto sería conceder un
significado anormal a la preposición y, además, la distancia que separa el verbo de la
frase adverbial milita poderosamente en contra de esta lectura. Es mejor asociar la frase
al sustantivo «santos».
• Otros piensan que los santos en luz son los creyentes que han fallecido y han pasado a
la presencia del Señor en gloria, en contraste con los que permanecen aún en este
mundo de tinieblas.11 Pero Pablo no suele utilizar la idea de «luz» con referencia al más
allá, sino como símbolo de todas las bendiciones que el creyente posee en Cristo, tanto
aquí y ahora como en el futuro.
• Por tanto, la mayoría de los comentaristas actuales entienden la frase en el sentido de
que los santos son personas que han sido apartadas por Dios para vivir en la luz, en

8
Ver, por ejemplo, McRay, pág. 1053. Otros han visto aquí una referencia a los ángeles; pero,
como bien dice Hendriksen, pág. 75, Pablo ama la palabra «santos», y vez tras vez la usa en
sus epístolas; [pero] ni una sola vez la usa para referirse a los ángeles, sino siempre a los
redimidos.
9
Ver Sturz, págs. 37–38: La palabra «santos» aparece 59 veces en el Nuevo Testamento … Más
del 90 por ciento de estos pasajes se refieren a creyentes aún vivos sin tomar en consideración
su vida o sus milagros. No hay base alguna en el Nuevo Testamento para la interpretación que
el catolicismo romano concede a esta palabra.
10
Ver Buffard, pág. 57.
11
Ver, por ejemplo, Sturz, pág. 38; Staab, pág. 115.
contraste con aquellos que, pertenecientes aún al dominio de las tinieblas (1:13), andan
en oscuridad. Estar en luz es una experiencia presente (pero parcial), así como una
experiencia futura (y completa): los santos caminan ya en la luz de Dios y están
destinados a vivir en la luz para siempre.
Esta última lectura me parece la más convincente. Está en consonancia con el uso
que Pablo hace de esta frase en otros textos y, lo más importante, enlaza directamente
con lo que dirá en el versículo siguiente.
Entendida así, la frase los santos en luz conlleva muchos matices diferentes.
Veamos algunos de ellos:
• Por supuesto, la propia frase (los santos en luz) nos invita a recordar que, en las
Escrituras, la luz y la santidad van juntas. En el Antiguo Testamento, la santidad de
Dios suele revelarse en una luz deslumbrante. Y, en el Nuevo, la santificación del
creyente se expresa en términos de su traslado de la oscuridad a la luz. Así, Pablo pudo
describir su ministerio entre judíos y gentiles con estas palabras: a fín de que se vuelvan
de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que reciban … herencia
entre los que han sido santificados (Hechos 26:18).
• Evidentemente, en este contexto podemos decir también que «estar en luz» es sinónimo
de la «esperanza reservada para vosotros en los cielos» (1:5) y de «haber sido trasladado
al reino de su amado Hijo» (1:13), lo cual sugiere que nuestra participación en ello tiene
dimensiones presentes y futuras. El reino de Cristo es un reino de luz, en contraste con
el dominio de Satanás (ver Isaías 9:1–7); porque, mientras que Satanás es el príncipe de
las tinieblas, Jesús es la luz del mundo (Juan 8:12) y Dios es luz y en él no hay tiniebla
alguna (1 Juan 1:5). Por eso, Sion —es decir, la Jerusalén de arriba, la ciudad celestial,
el reino eterno— se presenta como una ciudad de luz:
Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido
sobre ti. Porque he aquí, tinieblas cubrirán la tierra y densa oscuridad los pueblos;
pero sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti aparecerá su gloria. Y acudirán las
naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer (Isaías 60:1–3).
La ciudad santa … tenía la gloria de Dios. Su fulgor era semejante al de una piedra
muy preciosa, como una piedra de jaspe cristalino … La ciudad no tiene necesidad de
sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera (Apocalipsis 21:10–11, 23).
Y, de la misma manera que las «tinieblas» no se componen solamente del reino de
Satanás, sino de todas las cosas nefastas que caracterizan su reino —pecado,
desobediencia, rebelión, ignorancia, ceguera, falsedad, odio, ira, vergüenza, lucha,
carencia, esclavitud y tristeza12—, así también la «luz» nos habla de todas las cosas
gloriosas que caracterizan el reino de Dios: gracia, favor divino, armonía, comunión,
respeto, afecto, sinceridad, paciencia, gozo, paz y muchas cosas más. De entre ellas,
destaquemos algunas …
• Frecuentemente, en las Escrituras, la «luz» nos habla del conocimiento de la verdad, de
la revelación divina o de la iluminación de la mente por obra del Espíritu. Ya hemos
visto que estas ideas están presentes en la oración del apóstol (1:9 y 10), por lo cual no
debemos excluirlas de esta frase. Los «santos en luz» son los que han tenido los ojos
abiertos gracias al conocimiento de Dios y de su voluntad. Son personas que «ven»
gracias a la iluminación de Dios (2 Corintios 4:6), en contraste con los demás, que están
cegados por la venda colocada sobre sus ojos por el dios de este mundo (2 Corintios
4:3–4). Los santos son los que «ven la luz a la luz de Dios» (Salmo 36:9).

12
Hendriksen, pág. 76.
• Luego debemos recordar que, en las Escrituras, estar en luz es andar en amor. A este
respecto, las palabras del apóstol Juan son determinantes: El que dice que está en luz, y
aborrece a su hermano, está aún en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en
la luz y no hay causa de tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano está en
tinieblas y anda en tinieblas y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus
ojos (1 Juan 2:9–11). Precisamente, el amor de los colosenses (1:4, 8) es una de las
principales evidencias de que realmente han sido apartados como santos de Dios. Están
«en luz» porque andan en amor.
• Finalmente, de entre los muchos matices que podríamos añadir, debemos señalar la
estrecha relación bíblica entre los conceptos de «luz» y «salvación». De hecho, son
prácticamente sinónimos. De Dios se puede decir: El Señor es mi luz y mi salvación
(Salmo 27:1); y, acerca de su Siervo, Dios mismo dice: Te haré luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (Isaías 49:6). En este
sentído, los «santos en luz» son los creyentes en Cristo, que han sido apartados como
herederos de la salvación.
Todos estos matices, y muchos más, están presentes en la frase compartir la
herencia de los santos en luz. ¡Qué privilegio el de los colosenses! ¡Y qué privilegio el
nuestro! El apóstol intercede por sus lectores para que, teniendo los ojos abiertos ante
las gloriosas realidades presentes y promesas futuras del evangelio, puedan vivir con
una actitud constante y desbordante de agradecimiento al Padre que las ha hecho
posibles.
CAPÍTULO 9
NUESTRA NUEVA CIUDADANÍA
COLOSENSES 1:13
Porque él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo
amado …
TINIEBLAS Y LUZ (1:13)
Dios no solamente nos ha hecho sus hijos y herederos (1:12), sino que también nos
ha concedido una nueva ciudadanía (1:13).1 No se ha conformado sólo con apartarnos
para que formemos parte de la comunidad de los santos (1:12), sino que ha llevado a
cabo en nosotros todo un éxodo espiritual, librándonos de nuestra anterior esclavitud en
el dominio de las tinieblas y llevándonos al reino de Cristo (1:13).
Así pues, con estos nuevos matices, el apóstol sigue exponiendo el gran motivo por
el que debemos dar gracias al Padre: nuestra nueva posición en Cristo. En esta vida
tenemos sobradas razones diarias por las que mostrar nuestra gratitud al Señor. Pero la
principal de ellas es que nos ha salvado. Antes éramos sus enemigos; pero nos ha
reconciliado en Cristo y ahora somos sus hijos. Antes estábamos lejos de la comunión
de los santos, pero ahora nos ha acercado y nos ha integrado en su familia. Antes
éramos ciegos, pero él nos ha abierto los ojos. Antes estábamos destinados a la
perdición; ahora, a la gloria.
Es decir, el contraste entre nuestra posición anterior y nuestra posición actual no
puede ser más radical. Es cuestión de tinieblas (1:13) o de luz (1:12); de estar en el
primer Adán o en el postrer Adán (Romanos 5:12–21); de pertenecer a la vieja creación
caduca o a la nueva creación en Cristo (2 Corintios 5:17); de sufrir la esclavitud de
Egipto o disfrutar de la libertad de los hijos de Dios en la Tierra Prometida; es decir, de

1
Es de observar que, mientras que los manuscritos antiguos oscilan entre los pronombres «os»
y «nos» en el versículo 12, en el 13 son unánimes al decir «nos». Pablo se incluye a sí mismo
entre los que han recibido esta asombrosa gracia por parte de Dios.
estar bajo el dominio de las tinieblas o ser ciudadanos del reino de su Hijo amado
(1:13).
Es de suma importancia que nos demos cuenta del abismo de diferencia que separa
la posición del creyente de la posición del incrédulo. Según las apariencias externas,
esta diferencia es apenas visible. Si entramos en una sala llena de gente, nos resulta
difícil discernir quiénes son creyentes y quiénes no. Incluso resulta difícil reconocer a
los creyentes por su conversación y su conducta. A veces observamos más amabilidad y
lealtad entre los incrédulos que en la iglesia. Especialmente es así en una generación
como la nuestra en la que muchos cristianos parecen seguir la fe de Lot más que la de
Abraham: intentan vivir lo más cerca posible de Sodoma y Gomorra sin renunciar
totalmente a la fe. Así las cosas, con el paso del tiempo podemos llegar a pensar que no
existe prácticamente ninguna diferencia entre los creyentes y los demás. Pero, según
nuestro texto y según el criterio unánime de los textos del Nuevo Testamento, la
diferencia es tan profunda como la que existe entre la luz y las tinieblas, la vida y la
muerte, la esclavitud y la libertad, la ceguera y la vista, la parálisis y la agilidad, el bien
y el mal, o Dios y el diablo.
Si no compartimos esta visión de las cosas, menguará nuestro celo por colaborar con
Dios en el rescate de almas de su perdición —las veremos como «casi tan salvas» como
nosotros—,acabaremos abrazando una forma diluida del evangelio que se aproxima al
universalismo, no veremos la necesidad de una conducta diferente de la de los demás y
dejaremos de darle gracias al Señor por habernos rescatado de una condición miserable
y un destino espantoso. ¿Para qué darle gracias si nuestra presente condición apenas se
diferencia de la del incrédulo?
Tomemos muy en serio, pues, las implicaciones de nuestro texto. Pablo nos recuerda
que no existe en nuestro mundo diferencia mayor que la que separa la posición
espiritual de los hijos de Dios de la de los hijos de ira. Esto debe provocar en nosotros
las reacciones que acabamos de ver: un gran celo evangelístico, un comportamiento
santo y una profunda gratitud hacia Dios.
EL DOMINIO DE LAS TINIEBLAS (1:13)
Examinemos, pues, esta profunda diferencia. Y empecemos preguntándonos cuál
fue nuestra posición antes de ser rescatados por Cristo. Pablo la llama el dominio de las
tinieblas. Ésta es una frase llena de resonancias bíblicas. Entre otras cosas nos habla de:
• Tiranía satánica
Satanás es el jefe supremo de los poderes de este mundo de tinieblas (Efesios 6:12), el
príncipe de este mundo (Mateo 4:8–9; Juan 12:31; 14:30; 16:11; 1 Juan 5:19). Antes de
nuestra conversión, pues, nos encontrábamos en la esfera espiritual en la que Satanás
ejercía su jurisdicción. Dios había concedido la mayordomía del mundo al ser humano
(Génesis 1:28–30). Pero, desde que la mujer se dejó engañar por la serpiente (Génesis
3:13) y el hombre atendió a la voz de la mujer (Génesis 3:17), el orden establecido por
Dios se vino abajo y Satanás se convirtió en el príncipe usurpador de este mundo. Desde
entonces, el ser humano anda sujeto a la voluntad del maligno, conforme al príncipe de
la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia (Efesios
2:2). Estar en el dominio de las tinieblas es estar bajo la tiranía de Satanás.
• Esclavitud
Esta tiranía no es benigna. Ciertamente, durante un tiempo, el maligno puede sonreírnos
y ofrecernos promesas seductoras. Sus tentaciones suelen ser sumamente atractivas (¡si
no fuera así, no serían tentaciones!). Pero su intención siempre es la misma: hundirnos
en terribles esclavitudes inquebrantables. Los diversos deleites y placeres que nos ofrece
sólo sirven para esclavizarnos (Tito 3:3).
• Ceguera
Además, el maligno ciega a los que son sus esclavos. Coloca una venda sobre sus ojos
para que no puedan ver la luz del evangelio (2 Corintios 4:4). Quien camina en el
dominio de las tinieblas anda a tientas, en gran oscuridad. No sabe de dónde viene ni
adónde va. Está perdido.
• Enemistad con Dios
Las tinieblas y la luz no pueden convivir. Forzosamente, allí donde reina la oscuridad, la
luz está ausente. Así pues, estar en tinieblas es estar sin Dios (porque Dios es luz y en él
no hay tiniebla alguna; 1 Juan 1:5) y, por tanto, quien anda en tinieblas carece de
esperanza (Efesios 2:12).
Pero no debemos pensar que estar bajo el dominio de las tinieblas es ser la pobre
víctima indefensa del maligno. A pesar de su esclavitud, el hombre es un ser
responsable y sus actitudes y obras son reprensibles y culpables. Si persiste en vivir en
el mundo de tinieblas aun cuando la luz del evangelio está brillando, es porque ama las
tinieblas más que la luz, y eso porque sus acciones son malas (Juan 3:19). No es
solamente que ha sido llevado cautivo por los poderes del mal, sino que él mismo se ha
alzado como enemigo de Dios y amigo del pecado (Romanos 5:10). Estar en el dominio
de las tinieblas es ser enemigo de Dios.2
Existe un profundo antagonismo entre el dominio de las tinieblas y el reino de la luz. No
puedes pertenecer a ambos a la vez. Desde que Dios nos llamó de las tinieblas a su luz
admirable (1 Pedro 2:9), debemos andar como hijos de luz, porque antes erais tinieblas,
pero ahora sois luz en el Señor (Efesios 5:8). Decir que somos hijos de la luz y, luego,
practicar las obras de las tinieblas es un contrasentido. Es fingir ser amigos de Dios
cuando en realidad seguimos siendo sus enemigos. Juan es contundente al respecto: No
améis al mundo ni las cosas que están en el mundo; si alguno ama al mundo, el amor
del Padre no está en él (1 Juan 2:15).
Algo del carácter absoluto (y absolutamente espantoso) del antagonismo que existe
entre la luz de Dios y la oscuridad del maligno se palpa en las desgarradoras palabras de
Jesús en el momento de su arresto en Getsemaní. Dirigiéndose a los discípulos, dice: No
hablaré mucho más con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo (Juan 14:30);
y a los sacerdotes y ancianos les dice: Esta hora y el poder de las tinieblas son vuestros
(Lucas 22:53).
Los maestros gnósticos creían que el mundo estaba controlado por poderes
angelicales, ubicados en diferentes esferas, que iban desde los muy malignos a los casi
perfectos: ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominios y tronos.3
Según ellos, para alcanzar la pureza de Dios, el creyente tenía que progresar de esfera
en esfera por medio de diferentes ritos, enseñanzas y prácticas piadosas en la esperanza
de alcanzar un día la esfera más alta. No —dice el apóstol—. No hay más que dos
opciones: el reino de Satanás o el de Cristo, las tinieblas o la luz. Y quien está en el
reino de Cristo no tiene que propiciar a los señores de las demás esferas: ya es acepto en
el Amado; Dios le ha hecho apto.
EL REINO DE CRISTO (1:13)
Si el «dominio de las tinieblas» fue nuestra morada anterior, ¿cuál es nuestra morada
presente? Según los maestros heréticos de Colosas, sin duda era alguna esfera

2
Cf. Carson, pág. 40: [La palabrai] «tinieblas» implica no solamente ausencia de luz, sino
oposición a la luz; no sólo es una condición en la que estamos sin Dios, sino una en la que
estamos contra Dios.
3
Ver Wiersbe, pág. 42.
intermedia entre lo terrenal y lo celestial: una de las moradas angelicales. Pero, según el
evangelio, no es ni más ni menos que el reino de Dios.
Pablo lo llama el reino de su Hijo amado.4 Evidentemente, no se trata de una
residencia física, sino de una posición espiritual. La conversión a Cristo no implica
necesariamente un cambio de lugar geográfico. Lo que implica forzosamente es un
cambio en el gobierno de nuestras vidas: antes éramos esclavos bajo la tiranía de
Satanás; ahora nuestro rey y señor es Jesucristo. El «reino» en cuestión no es un
territorio determinado, sino una autoridad espiritual y moral. Por tanto, no es cuestión
de preguntar dónde está el reino de Cristo, sino en qué consiste. A la pregunta de dónde
está, hemos de contestar en palabras del propio Jesús: El reino de Dios no viene con
señales visibles, ni dirán: «¡Mirad, aquí está!» o: «¡Allí está!» Porque he aquí, el reino
de Dios entre vosotros está (Lucas 17:20–21). No está en ningún lugar específico, pero
está presente allí donde una persona se somete a la autoridad de Cristo como Salvador,
Señor y Rey.
Por la misma regla de tres, podemos decir que el reino está ya presente con nosotros,
pero que ha de manifestarse todavía en el futuro. El Rey ya ha venido la primera vez,
trayendo consigo el derecho a reinar, pero todavía no ha venido en plena gloria y
majestad. ¿Reina Jesucristo en este momento? Los creyentes afirmamos que sí. Está
sentado en el trono. Nada escapa a su control. ¿Pero están manifiestamente visibles su
majestad y su reino? Por supuesto que no. La inmensa mayoría de nuestros vecinos no
los ven ni se someten a ellos. El reino de Cristo está presente, pero no se ha manifestado
en plenitud.
Por lo tanto, no nos sorprende saber que los colosenses ya han sido trasladados al
reino de Cristo y, sin embargo, aún están a la espera de la «herencia de los santos en
luz» (1:12). Aún no se ha hecho realidad la «esperanza reservada para ellos en los
cielos» (1:5). Para ellos, como para nosotros, el reino es tanto una realidad presente
como una esperanza futura.5 Ya son ciudadanos del cielo, pero todavía han de esperar
ansiosamente la venida del Salvador (Filipenses 3:20).
Lo importante, sin embargo, es que los colosenses ya tienen una nueva posición
gloriosa en Cristo. Habiendo vivido en oscuridad, ahora están en luz (1 Pedro 2:9).
Después de años sumergidos en los engaños y las mentiras de las ideologías mundanas,
ahora conocen la verdad de Dios. Después de haber sido zarandeados por los deseos
perversos y apetitos egoístas de la carne, ahora han empezado a conocer los nuevos
deseos santos del Espíritu. Habiéndose adiestrado en las prácticas oscuras del pecado,
ahora andan en el luminoso camino de la santidad. Dios los ha llevado desde la

4
Algunos comentaristas pretenden ver notables diferencias entre el «reino de Dios», el «reino
de Cristo», el «reino de los cielos», etc. Pero estas diferenciaciones se deben más a los
esquemas escatológicos predeterminados de los comentaristas en cuestión que a cualquier
enseñanza clara de la Palabra de Dios. Al contrario, textos como Efesios 5:5 y Apocalipsis
11:15; 12:10 indican que estas frases, lejos de indicar reinos distintos, son prácticamente
sinónimas (ver Hendriksen, pág. 79). Otros comentaristas, en base a 1 Corintios 15:23–28,
proponen que el reino de Cristo constituye la primera fase del reino de los cielos, pero que
dará lugar a una segunda fase: el reino de Dios. Sin embargo, textos como Daniel 7:13–14;
Lucas 1:32–33; Hebreos 1:8 o 2 Pedro 1:11 indican que el reino de Cristo es tan eterno como el
reino de Dios.
5
Cf. Hendriksen, pág. 76: En principio, los colosenses ya están en el reino … La posesión plena,
sin embargo, pertenece al futuro.
miserable mazmorra de cadenas intolerables y agudos lamentos6 a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios (Romanos 8:21).
Observamos, sin embargo, que Pablo no habla del «reino de Cristo» (del Mesías),
sino del «reino de su Hijo amado» (o, literalmente, «el reino del Hijo de su amor»). Es
decir, no centra nuestra atención en el hecho de que Jesús sea el Rey legítimo, el Ungido
de Dios, sino en la relación amorosa que existe entre el Padre y el Hijo. ¿Por qué lo
hace? Él mismo no nos lo dice. Las posibles explicaciones, pues, son muchas, entre
ellas las siguientes:
• Pablo está a punto de hablar implícitamente del alto precio que Cristo tuvo que pagar
para conquistar su reino. Algún lector podría ver en ello las maniobras de un dios
empeñado en llevar a cabo sus designios sin que le importara el coste de la redención.
Anticipando este malentendido, el apóstol enfatiza desde el primer momento que Cristo
era el objeto especial del amor del Padre y, por tanto, que el Padre también sufrió
cuando el Hijo pagó aquel precio.
• Si, a pesar de amar tanto a su Hijo, el Padre le entregó a la muerte a fin de hacer posible
nuestra ciudadanía celestial, ¿cómo no nos dará con él todos los demás privilegios del
reino (Romanos 8:32)? Nuestra entrada en el reino de Cristo significa nuestro acceso a
todas las bendiciones de Dios.
• Si el Hijo es amado por el Padre, podemos suponer que el reino preparado para él por el
Padre es una expresión de su amor paterno. Cristo reina porque el Padre le ama. El
Padre libera y traslada al reino a los elegidos porque ama al Hijo y quiere proveerle
ciudadanos. O, para cambiar la metáfora, porque el Padre ama al Hijo, busca para él una
esposa adecuada.
• Si el reino brota como expresión viva del amor que existe entre el Padre y el Hijo,
podemos suponer que la principal característica del reino es el amor y que todos sus
ciudadanos deben caracterizarse igualmente por amarse los unos a los otros.
• Si Cristo es el amado Hijo del Padre, debe ser también el objeto de nuestra devoción y
nuestro afecto, mayormente porque nosotros somos los beneficiarios de su obra
redentora (1:14).
• Cristo es el «Hijo del amor» del Padre no sólo porque el Padre le ama (Mateo 17:5;
Lucas 3:22; Juan 3:35; 5:20), sino también porque el Hijo refleja el carácter del Padre
(Juan 17:26). Dios es amor y el Hijo también lo es.7 Todo el gobierno del reino se
ejerce, pues, en un ambiente de amor (Juan 16:27). La finalidad del reino es que el amor
con que me amaste esté en ellos. Nuestro traslado del dominio de las tinieblas al reino
del Hijo nos lleva de la oscuridad de una terrible carencia de amor a la luz del amor de
Dios derramado en nuestros corazones (Romanos 5:5).
• Posiblemente también se trate de una frase empleada por Pablo para contrarrestar las
doctrinas erróneas de los falsos maestros. Ellos rebajaban la suprema dignidad de
Cristo, atribuyéndole la posición de un ser angelical. Pablo reivindica su posición única
como Hijo unigénito del Padre y subraya la total identidad e intimidad que disfruta con
el Padre llamándole «amado».
LIBERADOS Y TRASLADADOS (1:13)
¿Y cómo ha llevado Dios a cabo este cambio radical en nuestra posición? En el
versículo 13, Pablo contesta a esta pregunta mediante dos verbos: el Padre nos «liberó»

6
Hendriksen, pág. 78.
7
Cf. Carson, pág. 40: El Hijo unigénito del Padre no sólo es el objeto eterno de su amor, sino
también la encarnación y expresión de ese amor en su trato con los hombres.
y nos «trasladó». Y en el versículo 14 nos dirá cómo Dios efectuó nuestra liberación y
nuestro traslado.
En su origen etimológico, el verbo «librar» significa «acercar al lado» de alguien8;
y, aunque en tiempos de Pablo había adquirido otros matices, puede que retuviera algo
del significado original en este caso: aunque estábamos lejos de Dios, él nos ha hecho
cercanos; nos ha atraído a sí mismo. Nos encontrábamos en medio de una oscuridad
impenetrable, andando a tientas intentando encontrar un camino y un destino en la vida,
y Dios nos rescató de aquella situación de miseria atrayéndonos a sí mismo, alejándonos
del peligro y colocándonos a su lado (cf. Juan 12:32). Pero, sin duda, como ya hemos
dicho, el matiz principal del verbo tiene que ver aquí con la «liberación» o el «rescate».
Es decir, nos introduce de lleno en el mundo de la esclavitud. Dios, por medio de la
muerte de Cristo, ha pagado el rescate y, así, nos ha liberado de la esclavitud de las
tinieblas.
Puesto que el verbo libró está en tiempo aoristo y debe referirse a un acto definido y
completo, algunos comentaristas suponen que sólo puede aplicarse aquí a un momento
determinado (la muerte de Cristo en la cruz, o el momento de la conversión y el
bautismo de los colosenses), no a todo el proceso de su redención. Sin embargo, a veces
el aoristo se emplea precisamente para resumir una secuencia de episodios bajo un
mismo epígrafe.9 Este tiempo puede contemplar un conjunto de episodios como un solo
acto, pero los contempla siempre como un acto ya completado en el pasado. Así pues,
es preferible en este caso entender que Pablo utiliza el verbo liberó para resumir toda la
amplitud de la obra salvadora de Dios en Cristo: la planificación de la redención antes
de la fundación del mundo, la encarnación de Jesucristo, su muerte en la cruz, su
resurrección y ascensión, el llamamiento de los colosenses, su justificación y su
regeneración por obra del Espíritu. Todo esto pertenece a la iniciativa liberadora de
Dios. Todo es necesario para que esclavos como nosotros podamos llegar a ser hombres
libres.
Y, desde luego, en todas estas acciones, la iniciativa parte de Dios, no del hombre.
Como ya hemos dicho, todo es por gracia. Todo es de Dios. Los seres humanos no
podemos jactarnos de nada. Sin embargo, esto no quiere decir que el hombre no tenga
responsabilidad. Es aleccionador comparar este texto con las frases similares empleadas
por Pablo en su discurso ante el rey Agripa, cuando cita las palabras con que fue
comisionado por Jesucristo: Te envío [al pueblo judío y a los gentiles], para que abras
sus ojos a fin de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a
Dios, para que reciban, por la fe en mí, el perdón de pecados y herencia entre los que
han sido santificados (Hechos 26:18). Aquí, como en Colosenses, están presentes las
tinieblas y la luz, el dominio de Satanás y el reino de Dios, el perdón de pecados y la
herencia de los santos. La diferencia entre los textos estriba en que, mientras que
Colosenses arroja la iniciativa sobre el Dios que libera y traslada, en Hechos destaca la
responsabilidad humana de «volverse». El hombre no puede llevar a cabo su propia
liberación. Por tanto, Dios extiende su mano para rescatarnos. Pero el hombre puede
elegir entre aferrarse a la mano de Dios o darle la espalda.
El segundo verbo, trasladó, quizás tenga como su trasfondo una práctica bien
conocida por los colosenses. En aquel entonces, cuando un rey conquistaba una ciudad
enemiga, solía llevar cautivos a los ciudadanos y trasladarlos a otro lugar. Como hemos
visto, esto mismo les había pasado a los judíos de Colosas, cuyos antepasados habían

8
Ver Buffard, pág. 57.
9
Cf. Hendriksen, pág. 77.
sido trasladados a la ciudad desde Mesopotamia por Antíoco el Grande. De igual
manera, Dios, habiendo saqueado el dominio de Satanás para liberar a los cautivos,
después los llevó en triunfo a su legítimo destino: el reino de su Hijo. Pero hay una
diferencia notable. Los «trasladados» de la antigüedad solían ser ciudadanos libres
llevados por el vencedor a la esclavitud. En cambio, en nuestro caso, Dios nos ha
trasladado de la esclavitud a la libertad, de la cárcel a nuestro verdadero hogar.10
Nuevamente, hemos de indicar que no se trata de un traslado físico o geográfico,
sino de un cambio espiritual. Ya no pertenecemos al dominio de las tinieblas, sino que
hemos sido hechos ciudadanos de pleno derecho en el reino de Cristo. Estamos bajo otra
jurisdicción, otro señorío.
Y notemos otra vez el tiempo aoristo del verbo. No dice que Dios nos trasladará al
reino, como si éste fuera algo celestial y futuro, sino que ya nos trasladó. Tampoco dice
que Dios está en medio del proceso de trasladarnos, como si se tratara de una lenta
transformación progresiva. Ciertamente, nuestra vivencia digna como ciudadanos del
reino de Cristo es algo que tenemos que aprender progresivamente, pero nuestra
posición como ciudadanos ya está asegurada.11 Nuestra ciudadanía ya está en los cielos.
Ya hemos sido trasladados por el Padre al reino de su Hijo amado.
CAPÍTULO 10
REDENCIÓN Y PERDÓN
COLOSENSES 1:14
… su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados.
SALVOS POR EL PADRE POR MEDIO DEL HIJO (1:14)
Nuestra liberación y nuestro traslado al reino de Cristo son, según Pablo, hechos
cumplidos. Dios ya los ha llevado a cabo. ¿Pero cómo lo hizo?
Si fuera cuestión de un cautiverio involuntario nuestro, Dios podría haber enviado
legiones de ángeles a rescatarnos. Si fuera cuestión de un cautiverio físico y terrenal,
podría haber enviado a Moisés y Aarón. Si fuera cuestión de guiarnos a un reino
geográfico, podría habernos enviado una columna de humo y de fuego. Pero, tratándose
de una redención espiritual y moral, Dios mismo tuvo que hacerse hombre a fin de
liberarnos y trasladarnos él mismo.
Las frases del versículo 14 podrían no ser más que un «pensamiento adicional»
acerca del Hijo amado ya mencionado en el 13. Pero es mucho más probable que
constituyan para Pablo el medio a través del cual el Padre llevó a cabo nuestra
liberación y nuestro traslado. Entendido así, el versículo 14 viene a explicar el 13:
hemos sido liberados del dominio de las tinieblas y hemos sido incorporados en el reino
eterno gracias a la redención de la cruz y al perdón de pecados obrado por Cristo.
Así pues, con estas dos pequeñas palabras, Pablo resume la metodología de la gran
obra liberadora de Dios. El Padre nos ha rescatado por medio de su amado Hijo. Es
decir, para que pudiese llevarlo a cabo, era necesario:
1. Que Dios tomara forma humana en la persona de nuestro Señor Jesucristo (1:22; 2:9).

10
Cf. Wiersbe, pág. 42: Los caudillos terrenales transportaban a gente derrotada, pero Cristo
Jesús transporta a vencedores.
11
Cf. Hendriksen, pág. 79: Hemos sido libertados de una vez por todas. No hemos sido
trasladados de las tinieblas a una especie de semitinieblas, sino a la «luz maravillosa».
Carballosa (págs. 38–39), en cambio, considera que se trata de un pretérito profético, con lo
cual Pablo da por efectuados actos divinos que aún yacen en el futuro. La mayoría de
comentaristas discrepa de él.
2. Que Jesucristo muriese en la cruz. Por eso necesitó un «cuerpo de carne»: para morir
por nosotros (1:22; 2:14). Se hizo hombre con el fin expreso de ofrecerse en sacrificio
en nuestro lugar.
3. Que resucitase de entre los muertos y ascendiese a la diestra del Padre (3:1), desde
donde derrama su Espíritu sobre los que creen en él para que compartan su vida (2:12–
13) como dignos ciudadanos del reino eterno.
REDENCIÓN (1:14)
Para que pudiéramos ser liberados, tuvimos que ser redimidos. Nuestra salida del
dominio de las tinieblas sólo ha sido posible gracias a nuestra redención; es decir, el
pago de nuestro rescate.
Bajo la ley del Antiguo Testamento, en determinadas circunstancias, un reo a muerte
podía ser liberado de la pena capital mediante el pago de un rescate (Éxodo 21:30). En
la actualidad, cuando alguien es secuestrado, sus captores suelen liberarle sólo si se
paga un rescate. En el mundo antiguo, la emancipación de un esclavo exigía el pago de
un rescate.
Algo de todas estas ideas está presente en nuestro versículo. La raza humana entera
ha sido secuestrada por el usurpador y necesita ser rescatada. Nuestro captor es un
tirano cruel que nos somete a severas esclavitudes de las cuales necesitamos ser
liberados. Pero, puesto que nuestra triste condición no es sólo consecuencia de una
opresión involuntaria, sino también de una rebelión culpable, somos reos de muerte
cuya sentencia sólo puede ser conmutada por el pago de un rescate adecuado.
De entre todos estos matices, el que más destaca en las Escrituras es el de la
redención de esclavos. El ser humano está bajo la esclavitud del pecado (Juan 8:34;
Romanos 7:14), de los placeres mundanos (Tito 3:3), de la voluntad del maligno
(Efesios 2:2), de la maldición acusatoria de la ley (Gálatas 3:13) y del temor a la muerte
(Hebreos 2:15). No hay absolutamente nada que puede hacer para conseguir su propia
liberación. El precio de su emancipación es demasiado alto y su amo es un opresor sin
piedad que exige el precio completo. Fuera de una intervención divina, no hay
esperanza posible. Si Dios no interviene para redimirnos, ¿quién lo hará?
Y Dios lo ha hecho en la persona de su Hijo amado. ¿Pero cuál fue el precio pagado
por él para conseguir nuestro rescate? Pablo no lo dice, al menos en este versículo tal y
como aparece en los mejores manuscritos antiguos. Algunos manuscritos tardíos rezan:
en quien tenemos redención por su sangre. Pero la frase adicional es rechazada por
prácticamente la totalidad de los traductores y comentaristas1 actuales y se da casi por
sentado que aparece en los manuscritos tardíos sólo por asimilación al texto paralelo de
Efesios 1:7: En él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros
pecados según las riquezas de su gracia.2 Lo importante, sin embargo, no es la
presencia o ausencia de esta frase en el presente versículo, sino, por una parte, saber que
Pablo suscribía totalmente la idea de que fue por medio de su sangre como Cristo

1
Entre las versiones consultadas, la frase sólo es retenida por RV60 y RV95. RVA y BT la
mencionan en una nota de pie de página. Ninguno de los comentaristas consultados defiende
su retención. Ver Abbott, págs. 208–209; Gutiérrez, pág. 820; Lacueva-Henry, pág. 241;
MacDonald, pág. 986; Sturz, pág. 40.
2
Es de observar que, de hecho, son dos las frases que están presentes en Efesios, pero que
faltan en Colosenses: mediante su sangre y según las riquezas de su gracia. Lo probable es que
Pablo añadiera ambas al redactar Efesios tanto para redondear las ideas como a efectos de
elegancia estilística.
consiguió nuestra redención, y aquí la da por entendida3 (de hecho, dirá esencialmente
lo mismo en el 1:20); y, por otra parte, entender que, en este momento, el tema del
apóstol no es el precio pagado, sino la liberación alcanzada.4 A la pregunta: ¿a qué
precio ganó Cristo nuestra salvación?, Pablo siempre contestaba: al precio de su cruz, de
su muerte, de su sangre. En eso no hacía más que seguir la enseñanza unánime de los
apóstoles y de Cristo mismo:
El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en
rescate por muchos (Mateo 20:28; Marcos 10:45).
No fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir … con cosas perecederas
como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin
mancha, la sangre de Cristo (1 Pedro 1:18–19).
Pero no sólo somos redimidos por la sangre de Cristo; también somos redimidos «en
él»: en quien tenemos redención. Cristo mismo es el precio pagado para nuestra
redención (cf. 1 Timoteo 2:6) y es por medio de nuestra unión con él como esta
redención llega a ser eficaz. La persona que cree en Cristo se hace uno con él. Al creer
que Cristo murió en su lugar y como su sustituto, considera que ella murió con él (3:5).
Pero, habiendo muerto con él, también ha resucitado con él: habéis muerto, y vuestra
vida está escondida con Cristo en Dios (3:3). Y es esta vida de resurrección la que se ha
emancipado de la esclavitud del maligno.
Así pues, aunque éramos los pobres esclavos de un amo tirano, ahora hemos sido
comprados con precio (1 Corintios 7:23) por un nuevo amo. Éste no tiene la intención
de someternos otra vez a un pesado yugo de servidumbre, sino de concedernos auténtica
libertad (Juan 8:36; Gálatas 5:1). Su yugo es fácil (Mateo 11:29) y representa un
verdadero descanso para nuestra alma. Nos vio en condiciones pésimas de servidumbre
y nos amó tanto que derramó su sangre para adquirirnos.
PERDÓN (1:14)
Si el pago del rescate consigue nuestra liberación, el perdón de nuestros pecados es
lo que nos capacita para entrar en el reino. Jesucristo ha pagado el precio necesario para
que nadie pueda cuestionar nuestro derecho a salir del dominio de las tinieblas. Pero el
mismo pago —el derramamiento de su sangre— es el que nos limpia y justifica para
que podamos ser ciudadanos dignos en el reino eterno.
De hecho, la relación entre la redención y el perdón es muy estrecha. Lo que Dios
perdona son nuestros pecados, pero éstos son concebidos en las Escrituras como deudas
(Mateo 6:12). Para que una deuda sea condonada, el acreedor tiene que considerarla
como pagada. Así pues, tanto en el caso de la redención como en la de la remisión de
pecados, tiene que haber un pago adecuado. Y, en ambos casos, el precio pagado es la
muerte de Cristo.5
Algunos autores han sugerido que la frase el perdón de los pecados fue añadida por
Pablo para contrarrestar ciertas enseñanzas de los falsos maestros. Desde luego sabemos

3
Cf. Hendriksen, pág. 80: Las palabras «por su sangre» no deben ser incluidas en el texto de
Colosenses 1:14, [pero] la idea no puede ser excluida.
4
Erdman, pág. 43.
5
Cf. MacDonald, pág. 954: Dios ha cancelado la deuda que habíamos contraído por nuestros
pecados. El Señor Jesucristo pagó la pena en la cruz. No tiene que volver a ser pagada. La
cuenta está cancelada y cerrada, y Dios no sólo ha perdonado, sino que ha quitado nuestros
pecados, echándolos tan lejos de sí y de nosotros como el este está lejos del oeste (Salmo
103:12).
que en el siglo II se extendió la idea de que la salvación en Jesucristo tenía dos fases
distintas: primero, el hombre debía conocer la remisión de sus pecados por medio del
bautismo en el nombre del Jesús humano; y luego debía conocer la perfección y la
plenitud por medio de la redención llevada a cabo por el Cristo divino.6 Cabe la
posibilidad de que estas ideas circularan ya en tiempos apostólicos. Pablo, en ese caso,
quiere enfatizar que tanto la persona como la obra de Jesucristo es una e indivisible. La
redención y la remisión de pecados, aunque se pueden separar a efectos de estudio y
análisis, son consecuencias indivisibles de una sola obra expiatoria efectuada por una
sola persona: el «Dios-hecho-hombre», el Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo.
En todo caso, lo cierto es que la cruz de Cristo significa nuestra redención y también
nuestra justificación. Jesús murió para expiar nuestros pecados, a fin de que el Juez
justo pudiera declarar inocentes y limpias a personas culpables e inmundas. Ningún
inmundo tiene entrada en el reino de Dios. Cristo, por medio de su sacrificio, ha logrado
que todo aquel que cree en él esté limpio ante los ojos de Dios, hecho perfecto para
siempre (Hebreos 10:14). Así pues, la frase el perdón de los pecados no es una adición
innecesaria, sino una parte intrínseca del medio a través del cual el Padre nos libera y
nos traslada al reino. No hay liberación sin la redención de la cruz; no hay traslado sin
la expiación de la cruz.
Gracias a Dios, la losa de la culpa que pesaba sobre nuestra conciencia ha sido
llevada por Cristo. Él murió para llevar sobre sí el castigo de nuestro pecado. No queda
ninguna condenación para nosotros. Dios nos ve como limpios, exentos de culpa para
siempre. En Cristo, tenemos perdón.
La expresión perdón de los pecados no es frecuente en los escritos de Pablo. Sólo
aparece aquí y en Efesios 1:7. Pero la idea del perdón está constantemente presente,
aunque expresada a menudo en términos de la justificación o reconciliación.7 Sin salir
de Colosenses, volveremos a encontrar referencias a nuestro perdón en el 2:13–14 y en
el 3:13. Por así decirlo, la remisión (o el perdón) de pecados y la justificación son la
cara y la cruz de una misma moneda. Ambas son consecuencias de la obra expiatoria de
Cristo: mediante el perdón, es como si Dios nos quitara nuestros trapos de inmundicia;
y, mediante la justificación, nos reviste de la perfecta justicia de Cristo.
CONCLUSIONES
Así pues, el apóstol llega al final de su intercesión a favor de los colosenses. En ella
ha repasado las necesidades espirituales más importantes del creyente desde el día de su
conversión (1:9) hasta el día de entrar en su herencia (1:12). Ha tocado todas las facetas
principales de la vida de fe: la necesidad de una plena comprensión de todo lo que Dios
ha tenido a bien revelarnos acerca de su voluntad (1:9); la necesidad de una conducta
consecuente con el evangelio (1:10a); la necesidad de crecer en la comunión y el
conocimiento de Dios (1:10b); la necesidad de ser fortalecidos en el hombre interior por
el Espíritu Santo (1:11a); la necesidad de perseverar a pesar de todos los escollos del
camino (1:11b); y la necesidad de tener un espíritu agradecido a Dios por todo lo que ha
hecho a nuestro favor en Cristo (1:12). La esencia de lo que ha hecho no es nada menos
que un cambio radical en nuestra posición ante él y en nuestras expectativas de cara al
futuro. A causa de la redención de la cruz, nos ha traslado del poder de Satanás al poder
de Cristo, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad y de la condenación al
perdón.

6
Ver Hendriksen, págs. 80–81.
7
Ver, por ejemplo, Romanos 4:3–8; 2 Corintios 5:18–21.
Y es con una clara referencia a la persona y obra de Cristo, el «Hijo amado» de
Dios, como Pablo concluye su oración. A través de la muerte expiatoria de Jesucristo,
Dios nos ha perdonado y redimido (1:14) y, en consecuencia, nos ha liberado de las
garras del maligno y nos ha llevado a la jurisdicción del reino eterno (1:13). Así, el
apóstol prepara el camino para lo que será el primer gran tema de su epístola: la persona
de Jesucristo y su obra salvadora (1:15–23). Los versículos 13 y 14 llevan a su
conclusión la intercesión, pero también constituyen un breve resumen del tema de la
reconciliación en Cristo que Pablo está a punto de exponer con más detalle (1:20–23).
CAPÍTULO 11
¿QUIÉN ES JESUCRISTO?
COLOSENSES 1:15a
Él es la imagen del Dios invisible, …
LA PERSONA DE NUESTRO SALVADOR (1:15)
Llegamos ahora a uno de los textos más sublimes de la Biblia (1:15–20), texto que
resume y exalta la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo. La intercesión del
apóstol (1:3–14) ha llegado a su fin.1 Su oración ha acabado con claras referencias a
Jesucristo como el medio empleado por el Padre para llevar a cabo nuestra
«capacitación» (1:12) y hacernos aptos para vivir en el reino eterno. Mediante la
redención y el perdón logrados por Cristo en la cruz (1:14), Dios nos ha librado de la
tiranía de Satanás y nos ha colocado bajo el gobierno de su amado Hijo (1:13).
¿Pero quién, exactamente, es Jesucristo? ¿Qué lugar ocupa en la jerarquía universal?
Si esto no lo tenemos claro, nos resultará difícil comprender la naturaleza total y
completa de la salvación que es nuestra en él. Si no entendemos bien su persona, no
alcanzaremos a entender su obra. Caeremos en la misma clase de errores que los falsos
maestros de Colosas.2
Sin duda, fue para contrarrestar las doctrinas de esos falsos maestros por lo que
Pablo decidió dedicar estos hermosos versículos a ensalzar la persona de Jesucristo. Es
probable que los maestros no negaran la importancia de Jesucristo. Sencillamente, le
incorporaban dentro sus propios esquemas cósmicos, concediéndole gran prestigio, pero
negándole la soberanía absoluta. Para ellos, Cristo era un señor, pero no era el Señor. Le
daban prominencia, pero no preeminencia.3 Pablo, pues, se ve en la necesidad de
afirmar su absoluta autoridad en todos los órdenes de la vida.
En otras palabras, ¿qué quiere decir Pablo cuando afirma que el Padre ha trasladado
a los colosenses al reino de Cristo? ¿Se encuentran ahora en una de las muchas esferas
de autoridad espiritual postuladas por los falsos maestros? ¿Necesitan ahora avanzar a
otras esferas superiores gracias a las prácticas rituales y enseñanzas esotéricas de
aquéllos? De ninguna manera. En Cristo ya han llegado a la esfera más alta: han sido
hechos santos en luz (1:12); no son ciudadanos de un pequeño territorio dominado por
algún ser angelical, sino del reino eterno del mismo Hijo de Dios (1:13). En Cristo, la

1
Como ya hemos dicho al comentar el 1:13–14, no es fácil establecer dónde acaba la
intercesión de Pablo y dónde comienza su exposición doctrinal. Una cosa lleva sin fisuras a la
otra. De hecho, en el texto original, el versículo 15 empieza con un pronombre relativo (el cual)
que indica claramente la continuidad del pensamiento de Pablo. El apóstol procede del hecho
de la redención a la gloria del Redentor (Carson, pág. 42).
2
Afirma Nielson, pág. 398: Éste es el campo de batalla de la teología del Nuevo Testamento: la
persona, posición, poder, preeminencia y propósito de Cristo.
3
Wiersbe, pág. 41.
salvación es completa. Por supuesto, tienen que avanzar, crecer y profundizar en aquello
que ya han recibido, pero no hay ninguna enseñanza nueva que necesiten descubrir,
ningún rito nuevo que necesiten practicar. Son completos en Cristo. Y es así porque
Cristo no es un ser inferior, sino aquel que ostenta en todo la preeminencia.
Así pues, la comprensión de nuestra gloriosa posición ante Dios depende de nuestro
adecuado conocimiento de la voluntad de Dios en el evangelio; y nuestra comprensión
del evangelio depende de una definición correcta de la persona que ocupa el centro de
su mensaje: el Señor Jesucristo. De ahí que Pablo proceda ahora a hablar de él.
CUESTIONES ESTRUCTURALES (1:15–20)
La sección de la epístola que estamos a punto de estudiar es notable no solamente
por ser uno de los textos cristológicos más sublimes de la Biblia, sino también por su
elaborada estructura literaria. El lenguaje es intenso, exaltado, casi poético.4 Tanto es así
que muchos opinan que se trata no de un texto redactado por el propio Pablo, sino de un
himno de la iglesia primitiva (u otro texto litúrgico similar) incorporado por él en su
carta. De hecho, diversos autores han elaborado teorías al respecto cuya complejidad se
sale del marco de un comentario como éste.5 Pero, con todo, podemos afirmar dos cosas
incuestionables: no hay nada en este texto que Pablo no pudiera haber escrito; y, aun en
el caso de haber tomado prestado un himno compuesto por otros, el apóstol lo hace
suyo. Por tanto, de una manera u otra, tanto directa como indirectamente, hemos de
reconocer que estos versículos proceden de la pluma del apóstol.
En cuanto a la forma literaria de este texto, vemos enseguida que se compone de dos
estrofas bien diferenciadas. La primera (1:15–18a) versa mayormente sobre la
preeminencia de Cristo en la creación; la segunda (1:18b–20), sobre su preeminencia en
la redención. No sólo eso, sino que las dos estrofas siguen una misma estructura
literaria, de forma que existe un notable paralelismo entre ellas. Podemos observarlo
colocando el texto en dos columnas:6
15 El cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación;
16 Pues en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles
y las invisibles, ya sean tronos o dominios o principados o potestades; todas las cosas
mediante él y para él han sido creadas;
17 Y él es antes de todas las cosas y todas las cosas en él mantienen su consistencia;
18a Y él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia.
18b El cual es el principio, primogénito de entre los muertos, para ser en todas las
cosas el que ocupa el primer lugar;
19 Pues en él tuvo [Dios] a bien que toda la plenitud habitase;
20 Y mediante él reconciliar todas las cosas consigo, haciendo la paz mediante la
sangre de su cruz, mediante él, ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las en los
cielos.

4
Son varios los comentaristas que señalan que la gloriosa cristología de este texto y el lenguaje
poético empleado por Pablo se parecen a lo que encontramos en el prólogo del Evangelio de
Juan. Por ejemplo, Staab, pág. 117: Es sorprendente la estrecha relación que se observa entre
esta doctrina del apóstol y el prólogo de san Juan; sólo falta el término «logos». Cf. Gutiérrez,
pág. 820.
5
Por ejemplo, Hendriksen (págs. 82–85) enumera y da una evaluación crítica de diez de estas
teorías. Él mismo aboga a favor de la idea de que se trata de un himno de la Iglesia (cf.
Harrison, pág. 28; Songer, pág. 35).
6
En el texto transcrito a continuación sigo de cerca la traducción literal de Lacueva, pág. 791.
Enseguida observamos varias cosas.7 Cada estrofa empieza con las palabras el cual
es y sigue afirmando que Cristo es el primogénito (en la primera estrofa, lo es con
respecto a la creación; en la segunda, con respecto a la redención). A continuación viene
una mayor explicación de las palabras iniciales, introducida en cada caso por las
palabras pues en él. En el resto de cada estrofa hay más divergencia, pues se trata de dos
temas diferentes. Aun así, es de observar la frecuente repetición de la frase todas las
cosas (cuatro veces en la primera estrofa; dos veces en la segunda), la mención en
ambas estrofas de las cosas en los cielos y sobre la tierra, y el hecho de que tanto la
creación como la redención fueron realizadas mediante él (1:16, 20). Es decir, aun
tratándose de dos temas diferenciados, Pablo emplea el mismo vocabulario hasta donde
sea posible. Así pues, tenemos aquí un paralelismo definido de idea y forma: la gloria
de Cristo en la creación es igualada por su majestad en la redención.8
JESUCRISTO, SEÑOR DE LA CREACIÓN Y DE LA IGLESIA (1:15–
20)
Antes de entrar en detalle en las frases que configuran esta sección, detengámonos
un momento para considerar algunas de las implicaciones generales de este texto. Pablo
afirma con toda contundencia que Jesucristo es el Señor incuestionable del universo y
de la iglesia, autor tanto de la creación como de la redención, cabeza tanto de la
jerarquía universal (todas las cosas que están en los cielos y sobre la tierra) como del
pueblo de Dios. ¿Qué importancia tiene todo esto?
• Significa que, a sólo treinta años después de la muerte de Jesús, la iglesia apostólica
proclamaba lo que Pedro había proclamado desde el primer día (Hechos 2:32–36): que
Jesús de Nazaret había sido exaltado a la diestra de Dios como Señor y Mesías, Rey
legítimo del universo entero y amada Cabeza de la Iglesia. A pesar de haber sufrido una
muerte vergonzosa, recibía ahora honores divinos. Y eso no porque la Iglesia,
decepcionada y desolada por la muerte de su líder, se hubiera inventado una nueva
cristología retrospectiva y hubiera dado una lectura sesgada e interesada a la triste
realidad histórica, sino porque, desde el principio, la Iglesia entendía que la persona y
obra de Jesucristo estaban en perfecta consonancia con lo que Dios había anunciado de
antemano por medio de los profetas y con lo que él mismo había proclamado y
demostrado desde el cielo.
• No es cuestión de ver en el testimonio del Nuevo Testamento una tergiversación de la
historia. Al contrario, la transfiguración, la resurrección y la ascensión de Jesús son
hechos históricos testificados por los apóstoles, hechos que demuestran que él es
verdaderamente el amado Hijo de Dios (Romanos 1:4; 1 Corintios 15:12–20; 2 Pedro
1:16–18). La cristología del Nuevo Testamento no es un parche, bienintencionado pero
equivocado, colocado por la Iglesia sobre el fracaso y las carencias del Jesús histórico, y
del cual debemos desembarazarnos si queremos ser fieles a la verdad; al contrario,
deriva directamente de los mismos hechos históricos y fue asumida desde el principio
por testigos oculares y sus seguidores. Más bien es la cristología de ciertos teólogos
contemporáneos la que no puede sostenerse a la luz de los eventos históricos: constituye
un intento, equivocado y quizás malintencionado, de disminuir la gloria del Jesús
histórico, quitarle los honores divinos que se merece y reducirle a la posición de un líder
religioso entre muchos, un hombre prominente pero no preeminente. Siguen el mismo
7
Hendriksen, pág. 81, señala acertadamente que, en cuanto a su contenido, el 1:18a pertenece
más bien a la segunda estrofa. Sin embargo, se mantiene mejor la estructura literaria
colocándolo al final de la primera.
8
Hendriksen, pág. 82.
camino reduccionista de los gnósticos de Colosas. Contra los tales, precisamente, se
dirige el presente escrito del apóstol.
• Puesto que Jesucristo es Señor tanto del mundo material como del espiritual y tanto de
la vieja creación como de la nueva, puede poner a disposición de su reino eterno todos
los recursos del universo entero. El Buen Pastor que llama por su nombre a cada una de
sus ovejas (Juan 10:3) reconoce también y guía la estrella más lejana. No solamente
dirige el desarrollo de la iglesia, sino que lleva en sus manos las riendas de la historia
universal y las fuerzas de la naturaleza.9 El creyente debe saber, pues, que Jesucristo
manda no sólo en las áreas espirituales de su vida, sino en absolutamente todas las
áreas. Él es poderoso no sólo para guardarnos de cara al futuro y al más allá, sino en
medio de nuestras circunstancias presentes.
• De esto derivan otras muchas bendiciones. Puesto que Jesucristo es Señor de todo, no
hay nada que pueda separarnos de su amor (Romanos 8:35–39). Al contrario, él es
poderoso para obrar todas las cosas para nuestro bien (Romanos 8:28). No sólo es capaz
de concedernos todas las peticiones morales y espirituales mencionadas por Pablo en su
oración (1:9–14) —pleno conocimiento de la voluntad de Dios, toda sabiduría y todo
entendimiento, crecimiento en toda buena obra, toda fuerza espiritual en el hombre
interior a fin de capacitarnos para perseverar en el camino con toda paciencia—, sino
que puede concedernos también todos los recursos materiales que necesitamos a lo largo
de nuestro peregrinaje terrenal.
LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE (1:15)
Así pues, en este texto, el apóstol quiere que veamos la absoluta primacía de
Jesucristo en todas las esferas de la vida y, como consecuencia, la total eficacia de la
salvación que nos proporciona. Él es Señor en los cielos y en la tierra. Él es principio y
cabeza de la creación natural y de la nueva creación.
Para comenzar su definición de la persona de Jesucristo, Pablo emplea dos frases
que nos hablan, respectivamente, de su lugar preeminente en relación con Dios y con el
universo: él es (1) la imagen del Dios invisible y (2) el primogénito de toda creación. El
apóstol elige sus palabras con sumo cuidado y total exactitud. Para entender bien a la
persona de nuestro Señor Jesucristo, necesitamos prestar mucha atención a estas frases y
a las resonancias bíblicas que contienen.
La primera de ellas —la imagen del Dios invisible (cf. 2 Corintios 4:4)—, además
de ser una frase conscientemente contradictoria (normalmente, lo invisible no tiene
imagen), nos invita a toda una serie de reflexiones:
La perfecta «imagen»
En primer lugar, parece que Pablo, al emplear estas frases, esté contestando a los
herejes en sus propios términos. Ellos decían probablemente que, si bien Jesucristo era
un mediador válido entre Dios y los hombres, sólo era uno entre muchos intermediarios;
y que, si bien reflejaba algo de la verdad y la gloria divinas, su revelación de Dios sólo
era parcial.
Tanto en el mundo hebreo como en el mundo helénico, se utilizaba la palabra
«imagen» (en griego, eikón) con altas connotaciones filosóficas. El Dios trascendente,
inalcanzable por el ser humano, sólo podía ser conocido a través de su «palabra» (logos)
o de su «imagen» (eikón). Lo importante era determinar cuál era la verdadera imagen y
palabra de Dios. Sin duda, por eso mismo, Juan presenta a Jesucristo como el verdadero

9
Puntualiza Hendriksen, pág. 86: Las así llamadas «leyes de la naturaleza» no tienen una
existencia independiente. Son la expresión de su voluntad. Y es posible hablar de leyes porque
él se deleita en el orden y no en la confusión.
Logos de Dios (Juan 1:1) y Pablo le presenta aquí como el Eikón de Dios. En diferentes
escuelas de pensamiento se debatía cuál era el medio a través del cual el ser humano
podía alcanzar las sublimes alturas de Dios: la sabiduría, la razón, la mente, la palabra
…10 Pero todos estos sistemas eran caminos esotéricos de especulación humana,
abiertos para los intelectuales, pero fuera del alcance de la gente común:
Es como si Pablo les dijera a los griegos: «Los últimos seiscientos años habéis
estado soñando y pensando y escribiendo acerca de la Razón, la Mente, la Palabra, el
Logos de Dios; ese Logos ha venido en Jesucristo para que le podamos ver claramente.
Vuestros sueños y vuestras filosofías se han cumplido en Jesucristo.»11
En otras palabras, el «eikón» que el hombre necesita para poder ver a Dios no es un
sistema de filosofía humana. Los herejes ofrecían caminos de conocimiento teórico,
pero no conocían a Dios, porque él sólo se da a conocer en Cristo.
El primer Adán y el postrer Adán
Pero, si bien puede ser importante entender el trasfondo filosófico de nuestra frase,
aún más importante es comprender que el lenguaje de Pablo es eminentemente bíblico.
Sus palabras nos recuerdan enseguida la narración bíblica acerca de la creación del ser
humano. Según Génesis 1:27, el hombre fue creado por Dios «a imagen suya, a imagen
de Dios». Además, el texto de Génesis procede inmediatamente a hablar del señorío del
hombre sobre el mundo creado. Nuestro texto, igualmente, habla acerca de la imagen de
Dios y el señorío sobre la creación. Es difícil imaginar que Pablo no fuera consciente de
esta similitud de lenguaje. Más bien, con esta frase nos invita a reflexionar sobre dónde
vemos la perfecta imagen de Dios y el perfecto señorío sobre la naturaleza. No en Adán
y sus descendientes, sino en el postrer Adán, nuestro Señor Jesucristo. Éste, no aquel
primer hombre, es la verdadera imagen del Dios invisible, dueño y heredero de la
creación.
La imagen de Dios en el primer Adán sólo era un «pequeño reflejo» de Dios aun
antes de la caída, y luego quedó distorsionada por el pecado. Era necesario que viniese
un «segundo hombre», un nuevo cabeza de raza, el postrer Adán, que llevase
perfectamente aquella imagen perdida.12
A aquel primer Adán, Dios le concedió la mayordomía sobre la creación, para
ejercer un sabio dominio sobre ella (Génesis 1:28–30). Sin embargo, a partir de la caída,
el dominio humano sobre la naturaleza se desvirtuó también. En vez de cuidarla bien, el
hombre la sometió a sus intereses egocéntricos y cometió toda clase de atropello contra
ella. Hizo falta que viniera un segundo hombre para restaurar todas las cosas. El
cumplimiento perfecto de los propósitos de Dios en la creación se llevará a cabo no
gracias a Adán y sus descendientes, sino bajo el señorío de Jesucristo (Hebreos 2:5–9).
Sin embargo, no debemos pensar que Jesucristo es sólo la imagen de Dios en el
mismo sentido que lo fue Adán. Si bien es cierto que hay una notable similitud de
lenguaje entre Génesis 1 y nuestro texto, también lo es que Pablo mismo está a punto de
indicar grandes diferencias entre Adán y Cristo. Adán fue una parte de la creación; en
cambio, Cristo es el Creador (1:16). Adán empezó a existir cuando fue creado; pero el

10
Ver Barclay, págs. 146–149.
11
Barclay, pág. 147.
12
Puntualiza Carson, pág. 42: Es cierto que la frase «la imagen de Dios» no conlleva
necesariamente la idea de la perfección, pues se aplica al ser humano en 1 Corintios 11:7. Pero
aquí se debe interpretar sobre la base de todo el contexto en el cual el carácter único de la
revelación de Dios por medio del Hijo se expone clara y plenamente.
Hijo es antes de todas las cosas (1:17) y tiene una «preexistencia». De él se puede
decir: Antes que Adán naciera, yo soy (cf. Juan 8:58). Adán fue creado conforme a la
imagen de Dios (Génesis 1:27); Cristo es aquella imagen. Si Cristo es el Creador y
existía desde la eternidad, no puede ser considerado una criatura, sino Dios mismo. En
él reside toda la plenitud de la Deidad (2:9). Y puesto que Cristo es divino, en su caso la
imagen no es un pálido reflejo de la gloria de Dios, como en el caso de Adán, sino el
pleno resplandor de su gloria (Hebreos 1:3). Adán es como la luz de la luna; Cristo,
como la luz del sol.
El que hace visible al Invisible
Pero la idea más esencial de «imagen» tiene que ver con la comunicación. La
imagen de un objeto hace que el objeto sea visible y cognoscible para los demás. Sin
imagen, las cosas son invisibles.
Jesucristo no sólo es divino; es «Dios manifestado» o «Dios revelado». Por eso,
Juan le llama «el Verbo». Él es Dios comunicándose con los hombres. Pero su
comunicación consiste no sólo en palabras, sino en sus acciones y su persona. Todo él
es Dios hablando. Todo él manifiesta a Dios. Él es el Logos, la comunicación audible de
Dios; pero también es el Eikón, su comunicación visible. El Verbo de vida puede ser
visto, contemplado, palpado y oído (1 Juan 1:1–3). En todo lo que dice, hace y es,
Jesucristo comunica a Dios, le revela, le manifiesta (Juan 17:6): El Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad … Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer (Juan 1:14, 18; cf. también Juan 1:1; 10:30, 38;
14:9). Por eso también, el autor de la Epístola a los Hebreos puntualiza que, mientras
que Dios hablaba antiguamente en los profetas, ahora nos ha hablado en Hijo. (Hebreos
1:1–2, traducción literal). Los profetas eran portavoces de Dios, pero Jesucristo es más
que un portavoz: la omisión del artículo sugiere que él es el mismo lenguaje de Dios.
Nosotros hablamos en castellano; Dios habla «en Hijo».
Por eso mismo (porque Jesucristo hace visible lo invisible y audible lo inaudible;
porque es el perfecto reflejo de Dios y su infalible portavoz), el autor de Hebreos sigue
llamándole el resplandor de la gloria de Dios y la expresión exacta de su naturaleza
(Hebreos 1:3). Nuevamente nos llama la atención la exactitud del lenguaje. La «gloria»
de Dios y su «naturaleza» sólo pueden ser percibidas por el ser humano de una manera
lejana y sumamente parcial, porque Dios es invisible (Juan 1:18; 1 Timoteo 1:17).
Ningún hombre le ha visto ni le puede ver (1 Timoteo 6:16).13 Pero, en Cristo, la gloria
invisible de Dios —aquella gloria que, si tuviéramos ojos para verla, nos fulminaría—
viene a ser maravillosamente visible.14 La conocemos en la faz de Jesucristo (2
Corintios 4:6). Viéndole a él, vemos la plenitud de Dios porque él es la expresión exacta
de su naturaleza.
¿Dios o la imagen de Dios?
Si este texto constituye uno de los principales pasajes bíblicos que versan sobre la
divinidad de Cristo, ¿por qué no dice sencillamente «Él es Dios», en vez de «Él es la
imagen del Dios invisible»? ¿Por qué, si Jesucristo es divino, muestran los autores del

13
Erdman, pág. 46, sugiere que el carácter «invisible» de Dios no se refiere solamente a que no
sea visible al ojo humano, sino que no se puede llegar a conocer con la sola razón, el intelecto o
la imaginación; Dios no puede ser conocido si no es en Cristo y por medio de Cristo.
14
Cf. Carson, pág. 42: Los hombres fabrican imágenes de Dios; pero, al hacerlo, desfiguran la
gloria del Dios incorruptible … Mas, en Cristo, la gloria de Dios no se desfigura, sino que se ve
en toda su perfección.
Nuevo Testamento cierta reticencia en el momento de afirmar que él es Dios? ¿Por qué
prefieren acudir a fórmulas más complejas? ¿Acaso tienen dudas al respecto?
Por supuesto que no. Lo que ocurre es que la afirmación Jesús es Dios no hace plena
justicia a la persona de nuestro Señor. Dios, por definición, es Dios, no un hombre; y
Jesús es incuestionablemente hombre. Dios es espíritu (Juan 4:24); y Jesús tenía un
cuerpo. Dios es inmortal; pero Jesús murió. Los discípulos llegaron a entender que, en
presencia de Jesús, estaban de alguna manera en presencia de Dios; pero, ante la
pregunta ¿es Jesús Dios, sí o no?, sospecho que habrían contestado: ¡Sí y no! Sí, porque
sin duda alguna en él moraba toda la plenitud de la Deidad (2:9), de manera que quien le
ve a él ha visto al Padre (Juan 14:9–11). Sí, porque él es incuestionablemente «Dios con
nosotros» (Mateo 1:23). Pero, por otro lado, ¿se puede llamar «Dios» a un ser humano?
Rizando el rizo, Jesucristo no es tanto Dios como «Dios hecho hombre», Dios
encarnado o «Dios en forma de hombre» (Filipenses 2:6–8).
Sé que las ilustraciones humanas sirven a veces para confundir más que para aclarar
conceptos y no sé si la que voy a emplear será útil o no para mis lectores, pero a mí
personalmente me ha ayudado. Se trata del cuento de hadas acerca del príncipe y la
rana. ¿Lo conoces? Ya sabes: Érase una vez un príncipe apuesto y rico que tenía por
delante un futuro espléndido hasta que una malvada bruja le puso bajo un
encantamiento y le transformó en una rana grotesca. La historia sigue diciendo que la
única manera de romper el encantamiento y de que la rana volviera a convertirse en
príncipe era que una hermosa princesa le besara. No me acuerdo bien del resto del
cuento, excepto que todo acabó bien, fueron felices y comieron perdices, gracias a la
afortunada intervención de una princesa besucona.
Pero la razón de referirme a esta historia es plantear unas preguntas. Cuando el
príncipe dejó de existir en forma de hombre y se halló en forma de rana, ¿seguía siendo
el príncipe? ¿Y qué porcentaje del príncipe se hallaba dentro de la rana?
En cuanto a la primera pregunta, sin duda mis lectores se dividirán en dos grupos
antagónicos. Algunos afirmarán: por supuesto, el príncipe es el príncipe aunque tenga
forma de rana. Otros contestarán indignados que una rana no es ni puede ser un
príncipe. Yo, en cambio, optaré por una decisión salomónica: Sí y no. Por un lado, el
príncipe está incuestionablemente presente en la rana, porque toda la plenitud del
príncipe reside corporalmente en ella. Pero, por otro lado, puesto que un príncipe debe
ser por definición un ser humano, quizás sea mejor no seguir hablando del «príncipe»,
sino del «príncipe hecho rana».
En cuanto a la segunda pregunta, creo que está claro que todo lo que era el príncipe
se encuentra ahora en la rana. Lo que se ha encarnado en ella no es sólo una «parte» del
príncipe, sino todo él. Mientras el príncipe existía en forma de rana, dejó de existir en
forma humana.
Y aquí tenemos la gran diferencia entre el cuento de hadas y la historia de Cristo. El
príncipe no puede existir simultáneamente en dos formas diferentes como príncipe y
como rana, porque ambas existencias pertenecen a la misma esfera del tiempo y del
espacio. Pero, en el caso de Jesucristo, la situación es diferente. El tiempo y el espacio
constituyen una esfera de existencia completamente distinta de la esfera de la eternidad.
De hecho, fueron creados desde la eternidad. Ésta, pues, no está sujeta a ellos, sino que,
de alguna manera que no nos es dado entender, los trasciende. Así pues, cuando el Hijo
toma forma humana, no es que una parte de la Deidad venga a la tierra y otra quede en
el cielo. Toda la plenitud estaba en Cristo; pero, puesto que la eternidad no corre
paralela al tiempo, esto no quiere decir que el cielo quedara vacío. Se trata de dos
esferas completamente diferentes.
Pongamos otra ilustración que nos ayude a entendernos. Pensemos en un autor de
novelas. Un buen día, decide introducirse él mismo como personaje en una de sus
historias. Así, escribe página tras página describiendo con mucho realismo su propia
participación en diversos episodios de la narración. Crea un personaje convincente. Los
demás personajes de la novela conviven y se relacionan con él y los lectores disfrutan
del ingenio del autor. Ahora bien, al introducirse él mismo en la novela, el autor no deja
de existir en la vida real. Y no es cuestión de decir que el autor del libro y el personaje
de la novela existen simultáneamente. Más bien existen en dos esferas diferentes de
existencia.
¿Y si Dios, el creador y «autor» de este mundo, decide entrar él mismo como
personaje en el mundo y asumir la forma de una criatura? No quiere decir que tenga que
«dejar de existir» en la esfera eterna. De hecho, por definición, no puede dejar de
existir.
Y ahora, después de todas estas ilustraciones, volvamos a la pregunta planteada por
nuestro texto. ¿Quién es Jesucristo? Sin duda, mientras estemos en esta vida, nunca
podremos sondear el misterio de la encarnación, y todo lo que nos atrevemos a decir al
respecto tiene la misma clase de limitación que cuando los personajes de una novela
entran en debate acerca del autor. Todo intento nuestro de explicar la naturaleza de
Jesucristo choca con nuestra ignorancia acerca de cómo es la eternidad. Somos criaturas
del tiempo y del espacio y no conocemos otro sistema de referencia.
Sólo podemos limitarnos a lo que Dios mismo nos revela en su Palabra y defenderlo
de los que se desvían a diestra o siniestra, poniendo en tela de juicio la autenticidad de
la humanidad de Jesucristo o negando la plenitud de su divinidad. En nuestras historias,
el príncipe se convirtió realmente en rana y el autor entró en su novela como verdadero
personaje. En cierto sentido, la rana no es el príncipe y un personaje no es el autor; pero,
en otro sentido, el príncipe es la rana y el personaje es el autor. Toda la plenitud del
príncipe mora en la rana y toda la personalidad del autor está en el personaje.
Y esto es lo que el apóstol desea comunicar a los colosenses. No se trata de una
emanación que sale de Dios y es distinta de él. Quien ve a Jesucristo ha visto a Dios. En
él, el Invisible se hace visible. El inmortal se hace mortal. El infinito se despoja a sí
mismo (Filipenses 2:7) a fin de poder ser conocido por seres finitos. El Dios lejano y
trascendente se nos acerca. El eterno se hace temporal. Se limita al tiempo y al espacio
que él mismo ha creado. Pero no deja de ser quien siempre ha sido y siempre será. De
esta manera, Jesucristo viene a ser la fiel imagen y representación de Dios que nos
puede dar a conocer al Desconocido y hacer ver al Invisible. Por eso, nadie viene al
Padre sino por él (Juan 14:6).
Los colosenses, pues, deben abandonar cualquier otro mediador entre Dios y los
hombres. Hay un solo nombre dado a los hombres mediante el cual podemos ser salvos.
Y es así porque Jesucristo no es un mero ángel o una emanación de Dios, sino la
perfecta expresión de la Deidad. Sólo él puede restaurar en nosotros la imagen de Dios
que perdimos en la caída, porque él es la imagen de Dios y nosotros, en él, somos
transformados a aquella imagen (3:10; 2 Corintios 3:18). Sólo él puede abrirnos el
camino al verdadero conocimiento de Dios: Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni
nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mateo
11:27).
CAPÍTULO 12
EL PRIMOGÉNITO DE TODA CREACIÓN
COLOSENSES 1:15b–16
… el primogénito de toda creación; porque en él fueron creadas todas las cosas,
tanto en los cielos como en la tierra, visibles o invisibles; ya sean tronos o dominios o
poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de él y para él.
LA PRIMOGENITURA DE CRISTO (1:15)
Pablo acaba de establecer con la mayor exactitud posible quién es Jesucristo: él es la
imagen del Dios invisible. Ahora procede a explicar cuál es su posición en el universo y
su relación con el mundo creado: él es el primogénito de toda creación.
Parece que el propio apóstol era consciente de que esta última frase se presta a
diferentes interpretaciones, por lo cual la explica más ampliamente en los versículos 16
y 17 para que no haya confusión alguna en cuanto a su significado.
No obstante, todavía hay personas que interpretan la frase primogénito de toda
creación como si significara que Cristo fue el primer ser creado por Dios.1 A nuestro
juicio, las frases adicionales fueron añadidas por Pablo precisamente para descartar este
malentendido.2 El creador de todas las cosas no puede ser él mismo una criatura. Puesto
que todas las cosas fueron creadas en él (1:16), él mismo no puede ser incluido entre
todas estas cosas.3 El que es antes de todas las cosas (1:17) no puede estar él mismo
sujeto al tiempo y al espacio como los seres creados.4 Como veremos, todo el afán del
apóstol es demostrar que Jesucristo no es una mera emanación de Dios según la
enseñanza gnóstica; no es ni siquiera el más exaltado de los seres angelicales; es tan
intrínsecamente divino como el Padre, tan inextricablemente unido a él como la imagen
lo es al objeto, como el resplandor lo es a la gloria o como la palabra lo es a la persona
que habla.
Entonces, ¿cómo debemos entender nuestra frase? Nuevamente, se trata de palabras
escogidas cuidadosamente por el apóstol y cuyo significado es amplio y profundo, lleno
de resonancias y de implicaciones:
Engendramiento
Notemos en primer lugar que la palabra primogénito contiene la idea de
engendramiento.5 Es decir, sugiere que entre Dios y Jesucristo existe una relación de
paternidad. Pablo acaba de llamar a Cristo su Hijo amado (1:13). Aunque, como ya
hemos dicho, no tenemos derecho a afirmar que el Hijo fue creado por el Padre, sí hay
base bíblica para afirmar que fue engendrado por él. ¿Y esto qué significa? No lo
sabemos. O, mejor dicho, sólo podemos entenderlo en la medida en que Dios ha tenido
a bien revelárnoslo por medio de ilustraciones humanas, ilustraciones que,
naturalmente, no pueden hacer justicia a las realidades eternas, sino que son pálidos
reflejos temporales de esas realidades.

1
Según Sturz, pág. 42, y Staab, pág. 118, existía una palabra, protoktistos, empleada
frecuentemente por los filósofos alejandrinos, que significaba «primero de la creación» o
«primer ser creado». Si Pablo hubiera deseado comunicar esta idea, habría empleado este
vocablo en vez de «primogénito» (prototokos).
2
Cf. Carson, pág. 42: Según la gramática de esta frase, cabe la posibilidad de entenderla como
si significara que Cristo ocupa la cima de la creación, pero siendo él mismo un ser creado … Sin
embargo, el contexto hace que esta lectura sea imposible.
3
Cf. Guthrie (1), pág. 1144.
4
Cf. Ashby, pág. 485: Cristo está fuera de la creación, es anterior a ella, distinto de ella y
soberano sobre ella, porque ella fue creada por él e incluso para él
5
En el Credo Niceno se habla de Cristo como engendrado del Padre antes de todos los mundos.
Si hablamos de «Padre e Hijo» es por al menos dos razones. En primer lugar, un
hijo se parece siempre a su padre. Son de la misma especie. Un cachorro de perro es
perro. Un cordero es oveja. Un niño es, como su padre, un ser humano. Así, el Hijo es
«consustancial» con el Padre. Tiene la misma naturaleza que él.
En segundo lugar, de alguna manera, Jesucristo «procede» de Dios como un hijo
procede de su padre. Si queremos ahondar más en este concepto, sólo podremos echar
mano a la clase de ilustración que el propio Nuevo Testamento emplea: el Hijo procede
del Padre como una imagen procede de un objeto, como la palabra expresa la mente o
como el resplandor sale de la gloria. Más allá de esto no podemos ir.
¿Y en qué momento empezó el Hijo a proceder del Padre? (Con esta pregunta no
estamos contemplando el momento de la encarnación, sino al Hijo en su relación eterna
con el Padre. Al ser engendrado por el Espíritu Santo en la virgen María, Jesucristo
también «salió» del Padre [ver Juan 16:28], pero eso es otra cosa.) No nos es dado
entender estas cuestiones, pues pertenecen a la eternidad, esfera que por definición no
podemos entender. Pero hablar de «momentos» cuando se trata de la eternidad es en sí
una torpeza. Más bien tendríamos que decir algo así como que «el Hijo es eternamente
engendrado por el Padre». Una imagen no procede de su objeto sólo en un momento
determinado, sino que procede de él continuamente.
En el caso de la paternidad humana, el padre sólo empieza a existir como padre
cuando nace su primogénito. Un padre humano, como padre, sólo es tan «viejo» como
su hijo. Así es también con Dios. Pero, por supuesto, el padre humano ya existía como
ser humano, aunque no en forma de padre, antes del nacimiento de su primogénito. Sin
embargo, no tenemos derecho a pensar que hubo un «tiempo» en el que el Padre existía
a solas y que luego vino un «momento» en que procedió de él el Hijo. Tal idea, además
de no tener en cuenta la realidad de la eternidad, carece de apoyo bíblico y tampoco
hace justicia a las ilustraciones que hemos mencionado. La imagen de un objeto
empieza a existir en el mismo instante en que empieza a existir el objeto; éste no existe
con anterioridad a la imagen. El resplandor de la gloria tiene la misma duración que la
propia gloria. El Verbo está presente cara a cara con Dios —y, de hecho, es Dios—
desde el principio (Juan 1:1). La existencia del Hijo es tan eterna como la del Padre. Es
decir, siempre ha existido. No tiene principio ni fin (Hebreos 7:3), sino que es el
principio y el fin de todo lo demás (1:18; Apocalipsis 1:8; 21:6; 22:13).
Así pues, Cristo es llamado el «primogénito» por cuanto, como Hijo, procede del
Padre y, en sentido figurado, es engendrado por él. Pero no debemos pensar tampoco
que, mediante esta palabra, Pablo quiere dar a entender que Cristo es el primero de
muchos hijos de Dios engendrados de manera similar. Es cierto que, a través de Cristo,
Dios piensa llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10) y que éstos no son
engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino
de Dios (Juan 1:13). Pero el «engendramiento» de Cristo es único e irrepetible. Por eso,
allí donde Pablo habla del primogénito, el apóstol Juan habla del unigénito (Juan 1:14,
18; 3:16).6 Dios ha engendrado espiritualmente a muchos hijos, pero hay un solo Hijo
que sea «logos y eikón» de Dios.

6
Nuevamente observamos la estrecha relación entre Juan 1, Hebreos 1 y Colosenses 1. Los tres
textos emplean un vocabulario diferente, distintivo de cada autor, pero los conceptos son los
mismos: unigénito, Hijo, primogénito; todas las cosas fueron hechas por él, en él fueron
creadas todas las cosas, por medio de él, Dios hizo el universo; él le ha dado a conocer a Dios, él
es la imagen del Dios invisible, él es la expresión exacta de su naturaleza … Según Nielson, pág.
399, «primogénito» es equivalente a «unigénito»; es un término judío que significa «increado».
Si nos preguntamos, entonces, por qué Pablo utiliza la palabra primogénito, la
respuesta tiene que ver, sin duda, con otros matices importantes que esta palabra
conlleva …
Hijo amado
Debemos recordar que, en el Antiguo Testamento, Israel era llamado el
«primogénito» de Dios. Cuando Moisés fue enviado por Dios a anunciar la última de las
plagas, tuvo que pronunciar la siguiente sentencia: Así dice el Señor: Israel es mi hijo,
mi primogénito. Y te he dicho: «Deja ir a mi hijo para que me sirva», pero te has
negado a dejarlo ir. He aquí, mataré a tu hijo, a tu primogénito (Éxodo 4:22–23).
Con estas palabras, Dios indica que Israel es su hijo predilecto y más favorecido, su
amado, y que tiene un puesto distintivo en sus planes y propósitos.7 Si Dios pudo hablar
así con referencia a Israel, ¡cuánto más con referencia a Jesucristo! No olvidemos que
Pablo acaba de llamar a Cristo exactamente eso: el Hijo amado de Dios (1:13).8
Supremacía
En las Escrituras existe una estrecha relación entre la primogenitura y el derecho a
gobernar. Por eso, durante la monarquía de Israel, el heredero legítimo del trono —el
que estaba destinado a reinar— era siempre el primogénito del rey. Por eso también,
cuando Jacob le compró a Esaú la primogenitura, fue en cumplimiento de lo que Dios
ya había dicho a su madre Rebeca: El mayor servirá al menor (Génesis 25:23). También
Efraín es llamado «primogénito» (Jeremías 31:9) en cumplimiento de la bendición de
Jacob (Génesis 48:20), aun cuando era el menor de los hijos gemelos de José. E,
igualmente, cuando Dios llama a su Mesías mi primogénito, añade que él será el más
excelso de los reyes de la tierra (Salmo 89:27). Ser primogénito de toda la creación es
ejercer el gobierno supremo sobre ella. En otras palabras, «primogénito» es un título
mesiánico (ver Hebreos 1:6). Llamar a Cristo el «primogénito» es exaltarlo, concederle
honores supremos, reconocerlo como rey legítimo del universo, colocarlo por encima de
todo el mundo creado y establecer su soberanía y preeminencia (1:18).
Herencia
El primogénito es siempre el principal heredero. De hecho, en el pensamiento
hebreo, primogénito es prácticamente un sinónimo de heredero y es posible que Pablo
emplee aquí la palabra con este significado. Es de observar que el texto similar de
Hebreos 1:2 reza: su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de
quien hizo también el universo. ¡Difícilmente podemos encontrar una mejor manera de
parafrasear primogénito de toda creación! Esta misma idea volverá a aparecer al final
del versículo 16: todo ha sido creado por medio de él y para él. El Hijo no sólo es el
creador, sino también el heredero.
CRISTO, CREADOR DE TODO (1:16)
Como ya hemos dicho, los versículos 16 y 17 vienen a ser una ampliación y
explicación de la última frase del 15, redondeando el concepto del Hijo como Creador y
Señor del universo. La preeminencia de Cristo por encima de toda criatura sigue siendo
el tema de esta sección.

7
MacDonald, pág. 955.
8
Seguramente, cuando Hebreos 12:23 se refiere a los redimidos como «iglesia de los
primogénitos», es porque éstos son hijos amados de Dios, coherederos con el Hijo. Por cierto,
este texto basta por sí solo para demostrar que la palabra primogénito no siempre lleva el
significado literal de hijo que nace primero.
Y aquí, el apóstol amontona frases para dejar totalmente clara la idea de que no
existe absolutamente nada que no haya sido creado por Cristo y que no esté sometido
finalmente a su autoridad soberana. Veamos, pues, estas frases una por una:
En él fueron creadas todas tas cosas
La primera establece que el Hijo es creador de absolutamente todo. Como dice Juan:
Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho
fue hecho (Juan 1:3). Tanto él como Pablo emplean a este respecto frases tan
contundentes que resultan casi redundantes. Obviamente, su afán es comunicar a sus
lectores que no hay ningún ser, por muy poderoso que sea, que se escape de la autoridad
superior de Cristo.
Lo curioso de esta frase es la preposición. No dice que todas las cosas fueron
creadas por medio de él, sino en él. Por supuesto, es cierto que todo fue creado «por
medio» de él, y Pablo mismo lo dirá al final de este mismo versículo. Pero la frase en él
es aún más significativa. Cristo no sólo es el autor de la creación, sino también su
sustentador y su heredero. Todo fue creado por él y para él. Él lo gobierna y lo mantiene
en pie. Él es el agente y la meta de la creación. No sólo es aquel a quien todas las cosas
deben su origen, sino también aquel que determina su fin. Las leyes, los principios y los
propósitos que gobiernan la creación brotan de él y culminan en él.9 En todos los
sentidos, es en relación con Cristo como la creación tiene su existencia. Él es su punto
de referencia.10
Pero, sin duda, el énfasis de esta primera frase recae sobre la palabra todas. Cristo es
el creador no sólo del mundo material (como quizás hayan opinado los herejes), sino de
todo cuanto existe.11 Y, para que no quepa la menor duda de que todas significa todas,
Pablo elabora este concepto en las frases siguientes.
Tanto en los cielos como en la tierra
En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1) y lo hizo en Cristo.
Vayamos a donde vayamos en este universo, y aun, si fuera posible, fuera de él, nunca
nos encontraremos en un espacio no creado por Cristo (cf. Salmo 139:7–8). Estemos en
el momento en que estemos, nunca estaremos en un tiempo no creado por él.
Cualesquiera que sean los seres que habiten los cielos o en los lugares más oscuros de la
tierra, todos fueron creados por él.
Visibles o invisibles
Lo visible se refiere seguramente al mundo material y terrenal; lo invisible, al
mundo espiritual y celestial. La absoluta universalidad de la creación de Cristo se
extiende al mundo oculto de espíritus, demonios caídos y ángeles santos. Allí también,
todo lo que existe es creación de Cristo y, por tanto, está sujeto a su autoridad.
Ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades

9
Cf. Buffard, pág. 65; Lightfoot, pág. 150.
10
Hendriksen, pág. 89. Carballosa, pág. 49, dice que la expresión «en él» … sugiere que Cristo es
el Arquitecto divino que pensó o diseñó la creación, mientras que «por medio de él» indica que
es el agente inmediato de la creación. Según Wiersbe, pág. 45, por siglos, los filósofos griegos
habían enseñado que todas las cosas necesitaban una causa primaria, una causa instrumental
y una causa final. La causa primaria es el plan, la causa instrumental el poder, y la causa final
el propósito. Cuando se trata de la creación, Jesucristo es la causa primaria (él la planeó), la
causa instrumental (él la hizo) y la causa final (él la hizo para sí mismo).
11
Cf. Buffard, pág. 65: Con esta frase, Pablo combatía el error de los falsos maestros de que la
materia no tenía ninguna relación con Dios. La creación entera tuvo su origen en él.
Con lo que acaba de decir, Pablo ha dejado fuera de toda duda que Cristo es el
creador de absolutamente todo. Pero, para que nadie pretenda que, aun después de lo
dicho, podría caber alguna excepción, el apóstol menciona por nombre las diferentes
jerarquías celestiales del mundo oculto. Todas ellas, sin excepción alguna, son creación
suya.12
Enseguida se despierta nuestra curiosidad. Queremos saber más acerca de estas
categorías de seres invisibles. ¿Qué diferencia existe entre los tronos y los dominios o
entre los poderes y las autoridades? Las palabras empleadas son casi sinónimas. ¿Se
trata de diferentes grados de poder o de las diversas regiones en las que ejercen su
influencia? ¿La jerarquía es ascendente o descendente? Ante todo esto debemos
extremar la precaución. Sin duda, Pablo está empleando las categorías espirituales
empleadas por los maestros heréticos. No niega la existencia de estas categorías (cf.
Efesios 1:21), aunque tampoco la afirma taxativamente.13 Tampoco cuestiona el poder
que ejercen, para bien o para mal, en la vida de los hombres; al contrario, enseña que, en
cuanto al mal, todas estas huestes están alineadas en contra del creyente (cf. Efesios
6:12). Pero no explica las diferencias entre estas categorías.
Se ha sugerido que los «tronos» son aquellos espíritus (es decir, los serafines y
querubines; Isaías 6:2–3; Apocalipsis 4:6) que ministran en torno al trono de Dios14; que
los dominios son seres que ocupan el espacio intermedio entre los cielos y la tierra; que
los poderes (o principados) ejercen su influencia sobre países enteros (ver Daniel 10:13,
20–21); y que las autoridades son espíritus territoriales más localizados. Todo esto
resulta interesante, pero no entra dentro de la revelación clara de la Palabra de Dios. No
debe ser tratado con desprecio, pero sí con cierta reserva.
Lo claro es que Pablo quiere que entendamos que ninguno de estos seres ocultos
tiene poder aparte de Cristo. A fin de cuentas, todos están sujetos a él porque todos son
creación suya.15
Todo ha sido creado por medio de él y para él

12
Puntualiza MacDonald, pág. 956: Los gnósticos enseñaban que había varios rangos y clases
de seres espirituales entre Dios y la materia, y que Cristo pertenecía a una de estas clases. En
nuestros tiempos, los espiritistas pretenden que Jesucristo es un ser avanzado de la sexta
esfera. Los Testigos de Jehová enseñan que, antes de que nuestro Señor entrara en el mundo,
era un ángel creado, ¡nada menos que el arcángel Miguel! Aquí, Pablo refuta vigorosamente
estos absurdos conceptos declarando de la forma más clara posible que el Señor Jesucristo es el
Creador de los ángeles y de todos los seres invisibles. Cf. Barclay, pág. 150: Es como si Pablo
dijera a los gnósticos: «En vuestro pensamiento, dais una gran importancia a los ángeles.
Contáis a Jesucristo meramente como uno de ellos. Lejos de eso, él fue quien los creó.»
13
Cf. Erdman, pág. 48: Pablo no se detiene a inquirir en la parte de verdad que puede haber en
estas especulaciones acerca de seres celestiales. Afirma en forma marcada y enfática que todas
las potestades, los principados y los seres del universo, de cualquier índole o clase que sean,
son inferiores a Cristo y están sometidos a él.
14
Ver Abbott, pág. 216; Lightfoot, pág. 154.
15
Cf. Hendriksen, pág. 90: Los ángeles no tienen ningún poder aparte de Cristo. De hecho,
separados de él ni siquiera podrían existir. No son más que criaturas. En y por sí mismos, nuda
pueden contribuir a la salvación o perfección de los colosenses … Los ángeles buenos nada
pueden añadir a la plenitud y los recursos que los creyentes tienen en Cristo. Los ángeles malos
no pueden separarlos de su amor (Romanos 8:35–39).
La primera parte de esta frase viene a ser un resumen de lo visto hasta aquí. Lo
verdaderamente novedoso se encuentra en la segunda parte: y para él. Cristo no sólo es
el alfa de la creación, sino también su omega: el principio y el fin, el origen y la meta.
La creación no sólo es obra suya, sino que existe para su gloria y constituye su herencia.
Aun los poderes maléficos están bajo su control y sirven a sus propósitos eternos.
Todo lo dicho tiene grandes implicaciones para la salvación y para la vida de fe. Los
ángeles caídos quieren desviar hacia sí mismos la adoración que sólo se le debe a Dios.
Con este fin, quieren hacerse pasar por otros tantos mediadores entre Dios y los
hombres. Pero, aparte del Padre, el único que se merece nuestra adoración es Dios-
hecho-hombre, Jesucristo, y fuera de él no hay salvación posible.16
En resumidas cuentas, pues, de él, por él y para él son todas las cosas; a él sea la
gloria para siempre. Amén (Romanos 11:36).
CAPÍTULO 13
EL HIJO ETERNO
COLOSENSES 1:17
Y él es antes de todas las cosas, y en él todas las cosas permanecen.
LA PREEXISTENCIA DEL HIJO (1:17)
Los seres humanos empezamos a existir cuando nacemos o, más exactamente,
cuando somos engendrados. No existe base bíblica alguna para sostener lo que afirman
algunas religiones orientales: que todos tuvimos otras existencias anteriores en otras
formas y volveremos a tener otras existencias después de morir. La Biblia repudia toda
noción de reencarnación y, en cambio, afirma que está decretado que los hombres
mueran una sola vez, y después de esto, el juicio (Hebreos 9:27). Sólo vivimos una vez.
Igualmente, Jesucristo, en cuanto ser humano, empezó a existir cuando nació de la
descendencia de David según la carne (Romanos 1:3): fue engendrado en la virgen
María por obra del Espíritu Santo y vio la luz por primera vez en un establo. Pero,
ahora, Pablo dice algo asombroso acerca de él: él mismo es antes de todas las cosas.1
Él, a diferencia de los demás seres humanos, tiene existencia previa. Su «historia» no
comenzó en Nazaret ni en Belén. Se remonta a la eternidad. Es el ser más «viejo» del
universo.
Naturalmente, si todo ha sido creado por medio de él (1:16), él mismo tiene que
haber existido antes de todas las cosas (1:17). La doctrina de la preexistencia de Cristo
está firmemente asentada a lo largo del Nuevo Testamento. Antes de existir «en forma
de hombre», ya existía «en forma de Dios» (Filipenses 2:6–8). Él es el alfa y la omega,
el primero y el último, el principio y el fin (Apocalipsis 22:13). Jamás hubo un tiempo
en el que él no existiera.2
Y esta doctrina no fue inventada por los autores del Nuevo Testamento, sino que
tiene su origen en las profecías del Antiguo Testamento y fue afirmada por el propio
Jesucristo. Por ejemplo, ya a través del profeta Ezequiel, Dios había dicho: He aquí, yo
mismo buscaré mis ovejas y velaré por ellas … Yo apacentaré mis ovejas y las llevaré a
reposar (Ezequiel 34:11–15). Es decir, a la luz del penoso pastoreo ejercido por los

16
Cf. Hendriksen, pág. 89: No hay razón justificada para confiar en, buscar la ayuda de, o
adorar a cualquier criatura, aunque esta criatura sea un ángel; no importa cuán exaltados sean
los ángeles, ellos también son criaturas y, como tales, están sujetos a Cristo.
1
En el texto griego, el pronombre «él» es enfático y debe ser traducido como «él mismo», en
contraste con las cosas creadas. Ver Abbott, pág. 217.
2
Hendriksen, pág. 91.
líderes religiosos de Israel, Dios mismo vendrá a pastorear a su pueblo en persona. El
Mesías que viene no es otro sino el Dios que siempre ha existido, el «Dios eterno»
(Isaías 9:6).
Como consecuencia, Jesucristo mismo, consciente de su propia preexistencia, pudo
afirmar: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy (Juan 8:58).3
En su oración sacerdotal pidió al Padre: Y ahora, glorifícame tú, Padre, junto a ti, con
la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera (Juan 17:5).
De hecho, la preexistencia de Cristo constituye una de las mayores evidencias de la
magnitud de la gracia de Dios. Si él no fuera más que un ser humano sin existencia
previa, podríamos suponer que fue creado expresamente por Dios con el fin de expiar
nuestros pecados y llevar a cabo nuestra redención; pero esto nos llevaría a cuestionar la
justicia de un juez que carga sobre una víctima inocente la culpa de otros y la condena y
castiga a causa de pecados ajenos. Pero, precisamente porque quien paga el precio es el
mismo juez, Dios eterno hecho hombre, la lógica de nuestros pobres razonamientos
humanos se pierde y se confunde. En su lugar, despierta en nosotros el asombro y la
más profunda gratitud: Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que
siendo rico —en su gloriosa preexistencia—, sin embargo por amor a vosotros se hizo
pobre —al encarnarse—, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser
ricos (2 Corintios 8:9).
Y, puesto que Jesucristo está «antes de todas las cosas» en el tiempo y en su
preexistencia eterna, también lo está en su preeminencia y señorío. La «prioridad»
conduce a la primacía.4 El que es antes de todas las cosas y creador de todo se merece la
adoración de todos aquellos que le deben a él su existencia. En realidad, los creyentes le
adoramos por dos motivos que reflejan las dos estrofas de esta sección de Colosenses:
por un lado, le rendimos adoración porque él es nuestro creador (1:15–17); por otro,
porque es nuestro redentor (1:18–20):
Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque
tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis
4:11).
Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a
gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Apocalipsis 5:9).
CRISTO EL SUSTENTADOR (1:17)
La última frase de esta primera estrofa del himno —y en él todas las cosas
permanecen— no es fácil de traducir e interpretar.5 En diferentes versiones de la Biblia,

3
O, más literalmente, antes que Abraham viniera a ser, yo soy. Hubo un tiempo en que el
patriarca no existía; él tuvo que «llegar a ser»; pero Jesucristo, sencillamente, «es». El uso del
tiempo presente, tanto en Juan 8:58 (que no reza: Antes que Abraham naciera, yo fui) como en
Colosenses 1:17, sugiere no sólo la preexistencia de Cristo, sino también su eterna
permanencia (su existencia absoluta, en palabras de Lightfoot, pág. 155). Nos recuerda
enseguida el «Yo soy» de Éxodo 3:14 (ver también Juan 8:24, 28, 13:19). Cf. MacDonald, pág.
956: El tiempo presente se emplea frecuentemente en la Biblia para describir la
«atemporalidad» de la Deidad.
4
Cf. Carballosa, pág. 49: Cristo antecede a todo lo creado en cuanto a tiempo y rango.
5
Notemos que, una vez más, el texto dice «en él», no «por él». El mantenimiento del universo
no sólo es obra suya, sino que tiene todo su propósito y punto de cohesión en él. Cf. H. C. G.
Moule, pág. 38: Él es no sólo la causa inicial de todas las cosas; él es para siempre su vínculo, su
esta frase reza: en él todas las cosas subsisten, permanecen, continúan existiendo,
encuentran su cohesión, continúan juntas, tienen su consistencia, se mantienen en
orden, forman un todo coherente, se mantienen unidas … La diversidad de traducciones
se debe a que se trata de una frase que contiene dos ideas esenciales: por un lado, la de
cohesión, unidad, propósito y razón de ser; por otro, la de permanencia, continuidad y
mantenimiento.
Ya hemos hablado de Cristo como el alfa y la omega de la creación, el que le da
origen y le pone fin. ¿Pero qué pasa en el espacio intermedio entre el principio y el fin?
¿Acaso ha puesto Cristo en marcha la creación para luego dejarla a su suerte? En
absoluto. Él no es solamente el creador que empieza todo. No sólo es quien determina
los límites de su duración. Mientras tanto, en el espacio intermedio, él es quien
determina el desarrollo de todo y quien mantiene en funcionamiento el universo.
Sin duda, la idea general de esta frase es aproximadamente la que encontramos en el
texto similar de Hebreos 1:3: el Hijo sostiene todas las cosas por la palabra de su
poder. O sea, los principios que gobiernan el universo y permiten que éste se mantenga
en funcionamiento no son unas leyes impersonales determinadas por el azar, sino que
proceden de la poderosa palabra y la suprema autoridad de nuestro Señor Jesucristo. Sin
él, todo se derrumbaría. Él es la fuerza de atracción que lo mantiene todo en unión y
armonía.6
¿Y con qué finalidad sostiene Cristo el universo? ¿Cuál es la meta detrás de sus
gestiones soberanas de mantenimiento? Sencillamente ésta: efectuar la reconciliación y
la unidad de todas las cosas (Efesios 1:9–10), poner fin a las enemistades y los
conflictos que son fruto del mal, deshacer las obras nocivas del diablo (1 Juan 3:8) y
traer paz y armonía en lugar de conflicto y discordia (Efesios 2:13–18).
¡Qué importante es esto! Al mirar a nuestro alrededor observamos enseguida dos
cosas casi contradictorias: por un lado, vemos que, en el mundo natural y en el mundo
de los hombres, todo parece tambalearse, degenerar, envejecer y, finalmente, morir; por
otro, vemos que el mecanismo de la naturaleza es inmensamente complejo, que todos
los seres vivimos en una intrincada interdependencia los unos de los otros y que el
universo se mantiene en pie gracias a poderosos principios de cohesión, consistencia y
orden. ¿Cómo explicar esta ambivalencia? ¿Cómo explicar que, a la vez, el universo
participa de principios destructivos y de principios conservativos? Estamos
acostumbrados a reconocer que el elemento de corrupción o de «vanidad» que vemos en
la naturaleza es consecuencia del pecado humano y de los estragos del usurpador. Sin
embargo, necesitamos ver también que más allá de la responsabilidad humana y la
maldad diabólica está la soberanía de aquel que sometió la creación a vanidad, pero que
lo sometió también en esperanza (Romanos 8:20–21). Y este alguien no es otro que el
que sostiene todas las cosas: nuestro Señor Jesucristo. En este momento, su intención no
es acabar con la usurpación diabólica (porque, en cuanto acabe con ella, acabará
también con todos los que están bajo el poder del diablo). Más bien está reteniendo el
día del juicio a fin de extender el día de la gracia y de la salvación (2 Pedro 3:9). Pero,
mientras tanto, no ha abandonado el universo totalmente a la fuerza destructora de
Satanás, sino que frena sus intenciones perversas (¡a fin de cuentas, Satanás no es más
que una creación suya, un títere en sus manos!; 1:16) y él mismo garantiza el
mantenimiento y la coherencia del universo.

orden, su ley, el secreto último que hace que todo el universo, visible e invisible, sea un cosmos,
no un caos.
6
Buffard, pág. 68.
Ésta es la razón por la que, a pesar del desorden y de las fuerzas catastróficas que se
manifiestan periódicamente en la naturaleza, podemos decir que hay unidad y propósito
en la naturaleza y en la historia; el mundo no es un caos, sino un «cosmos», es decir,
un todo armoniosamente organizado; es un universo ordenado, un «sistema».7 Más allá
de la superficie de la vida, caracterizada por muchos desconciertos, aflicciones y
síntomas de corrupción y degeneración, la mano del Señor sigue sujetando las riendas
de la creación y de la historia y conduciéndolo todo a su culminación, dándole a todo
propósito y dirección.
Y, en medio de la aparente confusión y el definitivo propósito final del universo,
debemos colocar nuestra propia existencia y razón de ser. Podemos confiar plenamente
en el Señor que nos sostiene. Si concede dirección al mundo entero, ¿acaso no será
capaz de proporcionarnos dirección, significado y propósito a nosotros? Si él es el punto
de referencia de toda la creación y el que obra para mantener su cohesión y unidad (en
contraste con las fuerzas destructivas y disgregantes del diablo), ¿no sabrá
proporcionarnos unidad a nosotros también, reconciliándonos con Dios, con nuestro
prójimo y con nosotros mismos, forjando relaciones de amor y comunión donde antes
sólo existían la suspicacia y la rivalidad?8
Es cierto que muchas cosas que pasan en el mundo dejan perplejo al creyente. No
nos es dado entender todos los detalles de la actuación soberana de nuestro Señor. Pero,
con los ojos de la fe, vemos a Jesús, coronado de gloria y honor, sosteniendo todas las
cosas por su palabra poderosa (Hebreos 2:9; 1:3).
Y así termina la primera estrofa de nuestro himno. ¡Qué maravilla! Hemos
contemplado a aquel que nació indefenso, como niño humano, como lo que realmente
es desde la eternidad: Dios hecho hombre, el Cristo soberano que, aunque empezó su
existencia humana al nacer en Belén, tuvo una «preexistencia» en forma de Dios eterno;
el que no fue creado, sino que es engendrado eternamente por él; el que dio principio al
universo y es creador y sustentador de absolutamente todo lo que existe.
Y ésta sólo ha sido la primera estrofa. Nos queda aún una segunda. Versará sobre
Cristo como principio, origen, sustento y meta final de la nueva creación. En ella
contemplaremos a Cristo como Señor de la Iglesia.
CAPÍTULO 14
CABEZA DE LA IGLESIA
COLOSENSES 1:18
Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y él es el principio, el
primogénito de entre los muertos, a fin de que él tenga en todo la primacía.
CUERPO Y CABEZA (1:18)
Empieza la segunda estrofa del himno, la que versa sobre la relación entre Cristo y
la nueva creación. En ella, vemos a nuestro Señor no ya como el Creador que diseña,
forma y sostiene la naturaleza, sino como el Salvador que muere, resucita y vive para
cuidar y gobernar a la Iglesia. La primera estrofa estableció su preeminencia en la esfera

7
Hendriksen, pág. 91. El mismo autor pone abundantes ejemplos, procedentes tanto de la
naturaleza como de la historia, de cómo vemos orden y propósito en el universo a pesar de su
aparente confusión.
8
Cf. Buffard, pág. 68: Cuando no damos al Señor el lugar que le corresponde, todo es desorden
y confusión; pero cuando Cristo reina como monarca absoluto, entonces todo está en perfecta
armonía.
de la creación; la segunda la establecerá en la esfera de la redención. Procedemos, pues,
del universo natural al ámbito espiritual.
Igualmente, pasamos de contemplar al Hijo en su existencia eterna a «él mismo» en
su existencia terrenal y su actual exaltación.1 La obra de la creación nos lleva
lógicamente a contemplarlo antes de la fundación del mundo, pero la obra de la
redención nos invita a contemplarlo como el humilde Dios-hecho-hombre, nuestro
Señor Jesucristo, ahora exaltado en gloria.2
Referirse a Cristo como cabeza de la Iglesia parece ser una novedad en las epístolas
de Pablo.3 En cartas anteriores, el apóstol había hablado de la Iglesia como «cuerpo de
Cristo» (ver, por ejemplo, Romanos 12:5; 1 Corintios 12:12–31), pero es ahora cuando
describe a Cristo como «cabeza del cuerpo». Hasta aquí, Pablo había empleado la
metáfora del cuerpo para describir la interdependencia, el sentido de responsabilidad
mutua, la maravillosa diversidad y el armonioso funcionamiento de los miembros de la
Iglesia. Ahora la emplea para señalar la supremacía de Cristo.
Vivimos en una generación que no soporta el concepto de autoridad y sumisión.
Nadie debe someterse a nadie. Todos debemos hacer prevalecer nuestros propios
criterios y derechos. En la familia, el marido no se considera ya la cabeza. Si acaso, los
dos cónyuges lo son en partes iguales. Y, puesto que es políticamente incorrecto sugerir
que una esposa debe someterse a su marido —al menos, es incorrecto sugerir que debe
someterse a él más que él a ella— y, puesto que el Nuevo Testamento emplea la
metáfora de la cabeza para describir al marido (Efesios 5:23–24; 1 Corintios 11:3), se
pretende decirnos que la idea de «cabeza» no tiene nada que ver con autoridad o
señorío. El marido sólo es cabeza de su esposa en el sentido de que debe asumir
responsabilidad por ella y velar por su bienestar, pero no en el sentido de tener derecho
a mandar, tomar decisiones o ejercer autoridad en la familia.
Pero es de observar que, tanto en Efesios como en Corintios, el apóstol «mezcla» su
enseñanza acerca del marido como cabeza de su esposa con enseñanzas acerca de Cristo
como cabeza de la Iglesia, por lo cual es altamente sospechosa cualquier interpretación
que haga que los dos sean «cabezas» en sentidos distintos. Lo que vale para el uno tiene
que valer también para el otro. Si el marido no tiene autoridad en su matrimonio,
tampoco Cristo la tiene en la Iglesia. Si la esposa no debe someterse a su marido,
tampoco la Iglesia necesita someterse a Cristo.4
¿En qué sentidos, pues, es Cristo cabeza de la Iglesia?
Incuestionablemente, a esta pregunta tenemos que contestar tanto en el sentido de
que Cristo asume responsabilidad por ella como en el sentido de que ejerce autoridad
sobre ella. No es cuestión de elegir entre estas dos opciones, sino de dar espacio a

1
En el texto griego, el pronombre es enfático y podría traducirse como él mismo o él y no otro
(Abbott, pág. 217). Es decir, el mismo Hijo que hizo la creación es también el Señor Jesucristo
que llevó a cabo la nueva creación.
2
Cf. Carson, pág. 43: Aquí, Pablo pasa imperceptiblemente de hablar del Hijo en su ser eterno a
hablar del Encarnado en su estado actual de glorificación.
3
Aunque ver 1 Corintios 11:3, donde Cristo es descrito como «cabeza de todo varón».
4
Y, de hecho, observamos que, hoy en día, ni las esposas suelen someterse de buena gana a
sus maridos, ni muchas iglesias al señorío de Cristo. Las dos cosas siguen vinculadas entre sí. En
mi experiencia, allí donde una iglesia se somete de verdad a la autoridad de Cristo, las esposas
se someten a sus maridos.
ambas.5 Forman las dos caras de una misma moneda. De hecho, en las Escrituras, la
autoridad siempre debe ir acompañada por un sentido de responsabilidad, y la
responsabilidad bien asumida da lugar a la autoridad. La autoridad ejercida sin amor es
una tiranía. Nadie tiene derecho a ejercer autoridad en nombre de Dios si no ama y
cuida sacrificadamente a los que están bajo su señorío. Bien entendidos, el cuidado y el
gobierno son inseparables.
Pablo mismo indicará a continuación algunos de los sentidos en que Cristo es
cabeza de la Iglesia y, aunque tendremos posteriormente ocasión de verlos en más
detalle, podemos anticipar ahora que Cristo es cabeza por cuanto:
• Él da origen a la Iglesia. Él es el «principio» (1:18). No sólo ha creado el universo;
también la nueva creación le debe a él su existencia.6 Él la sustenta, la alimenta y le da
el crecimiento (ver 2:19; Efesios 4:15–16). Los miembros comparten la misma vida de
la cabeza.
• Él es el primogénito y, por lo tanto, tiene la preeminencia. La prioridad conduce a la
primacía (1:18).7
• De la misma manera que no sólo es creador de la naturaleza, sino también su
sustentador, asimismo sostiene y cuida la nueva creación. Es cabeza de la Iglesia por
cuanto la sustenta y la cuida.8 Si nos duele un dedo o una muela, nuestra cabeza es la
que recibe la información y toma las medidas necesarias para aliviar el dolor. La cabeza
vela constantemente por los intereses y el bienestar del cuerpo. Así es Cristo con la
Iglesia.
• Y, por todas las razones anteriores, Cristo también es cabeza de la Iglesia en el sentido
de ser su Señor y ejercer autoridad sobre ella.9 Dios le ha dado a Cristo autoridad y
señorío sobre todas las cosas (Efesios 1:20–22a) y, concretamente, lo dio por cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia (Efesios 1:22b). Esto de «todas las cosas» significa
que Cristo manda en todo momento y en todos los asuntos de la Iglesia. Difícilmente
puedes cuidar bien a alguien si no puedes ejercer autoridad sobre él. Diagnosticarás un
problema, pero serás impotente para solucionarlo si él no acata tu autoridad. Cristo es
Rey y gobierna con autoridad absoluta en su reino (1:13), tanto sobre la creación como
sobre la Iglesia, precisamente porque es su origen, primogénito y sustentador; es decir,
porque las ama. Consciente de este amor, la Iglesia se somete gozosamente a su
autoridad.10

5
Hendriksen, págs. 93–95, se refiere a estas dos opciones llamando a Cristo cabeza orgánica y
cabeza directriz.
6
Para este mismo principio aplicado al matrimonio, ver 1 Corintios 11:8–10.
7
Para este mismo principio aplicado al matrimonio, ver 1 Timoteo 2:13.
8
Esta idea no es explícita en el texto de Colosenses, pero está implícita en la obra de
reconciliación y santificación mencionada en 1:20–22. Pablo la explorará más ampliamente en
Efesios 5:25–32, aplicándola igualmente a Cristo y la Iglesia y a marido y mujer.
9
Cf. Buffard, pág. 69: Esta figura de Cristo como cabeza nos enseña … que Cristo dirige y la
Iglesia obedece; MacDonald, pág. 956: La cabeza habla de guía, dictado, control.
10
Por esa misma razón, en el caso del matrimonio, la contrapartida de la autoridad amante del
marido como cabeza es la sumisión voluntaria de la esposa (3:18; Efesios 5:22, 24; 1 Corintios
14:34–35; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1).
Nosotros, pues, como miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia, ¿cómo debemos
relacionarnos con nuestra cabeza? Como una esposa con su marido, correspondiendo
con amor a su amor y correspondiendo con sumisión a su cuidado, abnegación y
entrega. Le tenemos por nuestro rey y acatamos su señorío como respuesta voluntaria a
lo que hemos visto en él: nos ha puesto en alto como su «gloria», nos ha tratado como
su tesoro especial, nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros y ahora vela por nuestro
bienestar y nos cuida. Por tanto hacemos nuestras las palabras de los ancianos: El
Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder … Al que está sentado en el
trono, y al Cordero, sea … el dominio por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:12–
13). Puesto que él es la cabeza que nos ama y nos cuida, reconocemos en él a la cabeza
que tiene el derecho incuestionable de gobernarnos.
Para que el cuerpo pueda funcionar de una manera armoniosa en la que todos los
miembros participen en unidad y colaboren en interdependencia, tiene que haber un solo
centro de mando. Y todos los miembros tienen que estar sujetos a ese mando. De otra
manera, el cuerpo sería un caos, sin alimentación adecuada, sin dirección y sin rumbo.11
Antes de dejar esta primera idea —que Cristo es cabeza del cuerpo—, conviene
decir alguna palabra acerca del cuerpo. Porque, si bien el énfasis de Pablo no recae aquí
sobre la naturaleza de la Iglesia, sino sobre el Señor de la Iglesia, el solo uso de la
metáfora del cuerpo nos invita a ciertas reflexiones. Evidentemente, como acabamos de
ver, el cuerpo no puede funcionar si no está conectado a la cabeza y sometido a ella.
Pero, igualmente, la cabeza no está completa sin el cuerpo. Pablo está a punto de hablar
de la completa «plenitud» de Cristo (1:19; 2:9). En cierto sentido, pues, Cristo como
Hijo de Dios es completo en sí. Pero, porque ama a la Iglesia, es como si no estuviera
completo sin ella. Por eso, Pablo dirá en Efesios 1:23 que la Iglesia es la «plenitud» de
Cristo, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo. ¡Hermosa paradoja! La Iglesia no
existiría si Cristo no la creara y llenara; pero, precisamente porque ella está llena de
Cristo, constituye la plenitud de Cristo.
Y la Iglesia como plenitud de Cristo comporta otras ideas también. De la misma
manera que una cabeza no puede actuar sin cuerpo, así Cristo tiene a bien utilizar a la
Iglesia para llevar a cabo sus propósitos salvadores en el mundo. La cabeza manda y
ella actúa siguiendo sus directrices. Cuando la cabeza ejerce una autoridad legítima
acompañada por un amor entrañable e incondicional, y cuando el cuerpo obedece
gozosamente las instrucciones de la cabeza, entonces hay testimonio eficaz y extensión
poderosa del evangelio.
CRISTO, EL PRINCIPIO (1:18)
Pablo ya ha establecido que Cristo es el «principio» de la creación natural, hacedor
de todo y «antes de todas las cosas» (1:15–17). Si vuelve ahora a insistir en que Cristo
es «el principio», es probable que emplee la palabra con otro matiz diferente,
contemplando a Cristo no como origen de la creación, sino como origen de la nueva
creación.

11
Cf. Carson, pág. 44: Cristo es el poder director y controlador al cual deben someterse los
miembros; más aún, el control de la Cabeza es el que les concede unidad como cuerpo y
permite que funcionen con propósito; Barclay, pág. 151: Jesucristo es el que dirige a la Iglesia;
es por su inspiración como la Iglesia actúa y vive; la Iglesia no puede pensar la verdad sin él, ni
actuar correctamente, ni decidir su dirección; Erdman, pág. 50: Cristo es la fuente de la que la
Iglesia extrae su vida, poder y fortaleza; Cristo une a sus miembros en un organismo indivisible;
y, sobre todo, controla y dirige a la Iglesia.
Cristo es el «principio» de la nueva creación en al menos dos sentidos, según el uso
habitual de la palabra griega empleada por el apóstol. Ésta puede significar «el primero
de una serie de cosas»; o puede significar la fuente de la que la serie procede.12 Es
decir, los dos matices de esta palabra corresponden a la frase anterior y a la que sigue:
Cristo es el principio por cuanto es la cabeza que da origen a la Iglesia (1:18a) y por
cuanto es el primogénito, el primero de una serie de hermanos (1:18c). Por un lado,
Cristo es la fuente de poder y vida que lleva a cabo la nueva creación; y, por otro, es
anterior a ella como lo fue también a la creación natural.
Como acabamos de ver, el concepto de Cristo como cabeza de la Iglesia incluye la
idea de que él le dio origen: como el cuerpo no puede existir sin la cabeza, así tampoco
la Iglesia tendría existencia si no fuera por Cristo. Él es fundador y creador de la Iglesia.
No sólo diseñó la creación natural, sino que también trazó desde la eternidad el plan por
el cual la creación caída sería redimida. Pablo acaba de hablarnos implícitamente de la
obra salvadora de Cristo al describir cómo el Padre nos ha rescatado del dominio de las
tinieblas y nos ha trasladado al reino del Hijo (1:12–13); y está a punto de hablarnos
explícitamente de la obra redentora de la cruz, mediante la cual la Iglesia es salvada y
constituida como pueblo de Dios. Muriendo en la cruz, Cristo nos compró con su
sangre, nos reconcilió con Dios y nos hizo una familia nueva (1:20–22). Él es quien da
origen a la Iglesia por su obra salvadora.
Pero también es el «principio» por cuanto él mismo es el primer miembro —por así
decirlo, el miembro fundador— de la Iglesia. La Iglesia constituye una nueva
humanidad compuesta por personas «resucitadas», de las cuales Cristo es la primera, el
primogénito.
Vimos, en torno a la relación entre Cristo y la creación, que su primada es doble: él
es preeminente tanto a causa de su obra soberana como a causa de su prioridad
temporal; es el primero porque es el creador y porque existe antes de todas las cosas.
Ahora vemos que lo mismo es cierto de su relación con la nueva creación. Él es el
primero tanto porque es el creador de la Iglesia como porque antecede temporalmente a
todos los demás creyentes en su resurrección.
El Nuevo Testamento emplea diversas metáforas para expresar esta doble primaría
de Cristo. Pienso, por ejemplo, en la metáfora de la «piedra angular». Pablo mismo la
empleará en el texto paralelo de Efesios (ver Efesios 2:20–22; cf. 1 Corintios 3:10–11; 1
Pedro 2:4–8). La piedra angular es el «principio» de un edificio, tanto porque es la
primera piedra que se coloca, como porque sirve de «origen» a las demás piedras. Éstas
dependen de ella y son colocadas en relación con ella.
Sin embargo, aquí Pablo elige otra metáfora. No describe a la Iglesia como un
edificio del cual Cristo es la piedra angular. Tampoco sigue hablando de la Iglesia como
cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Cambia la imagen y contempla a la Iglesia como
una familia en la cual Cristo es el hermano mayor, el primogénito. Elige esta metáfora,
por supuesto, a fin de mantener el paralelismo con respecto a la primera estrofa del
himno (1:15–17), en la cual ha llamado a Cristo «el primogénito de toda creación».
EL PRIMOGÉNITO DE ENTRE LOS MUERTOS (1:18)
Ahora Pablo nos dice que es también el primogénito de entre los muertos (cf.
Apocalipsis 1:5). Como «Hijo eterno», antecede al mundo creado, porque es creador
suyo y ocupa en él el lugar preeminente como hermano mayor y heredero; como

12
Erdman, pág. 50.
«Jesucristo hombre», antecede al mundo regenerado, porque es redentor suyo y ocupa
en él el lugar preeminente como hermano mayor y heredero.13
Jesús es el primer hombre que ha resucitado de verdad; es decir, el primero en
resucitar para nunca más morir. Es cierto que hubo otras resurrecciones en tiempos de
los profetas y durante el ministerio terrenal del propio Jesús; pero aquellos resucitados
sólo volvieron a esta vida transitoria y mortal y, después de un tiempo, volvieron a
morir. En cambio, Jesús resucita a una vida eterna e inmortal: Cristo, habiendo
resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio
sobre él (Romanos 6:9).14 Él es el primero en resucitar con cuerpo glorificado (1
Corintios 15:42–49).
Pero su resurrección no sólo tiene grandes implicaciones para él mismo (él vence la
muerte y queda vindicado por Dios en cuanto a su propia integridad y en cuanto a sus
pretensiones mesiánicas), sino que aporta inmensos beneficios para la humanidad
redimida. Lo grande de la palabra primogénito, empleada en el contexto de la relación
de Jesucristo con la Iglesia, es que da a entender que, puesto que Cristo es el principio
de una nueva humanidad, habrá otros muchos que lo seguirán desde la muerte a la vida
eterna. Dios tiene la intención de llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10), hijos de
Dios y hermanos del primogénito. Además, si él es el primogénito de entre los muertos,
el texto da a entender que su resurrección es el anticipo, el modelo y la garantía de la
nuestra. Mediante su pasión y resurrección, Jesús no sólo ha ganado una victoria
personal sobre el reino de la muerte, sino que la ha ganado en beneficio de todos los
que creen en él. Ciertamente venció a la muerte en sí, pero también lo hizo por nosotros
(2 Timoteo 1:10). Como consecuencia, no sólo es el primogénito de entre los muertos,
sino también el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29). Siendo él las
primicias de entre los muertos, hay buena esperanza de una gran cosecha en el gran día
de la resurrección. Habiendo vencido a la muerte, tiene en sus manos las llaves del
Hades y ostenta autoridad sobre la vida y la muerte (Juan 5:24–29; Hebreos 2:14–15;
Apocalipsis 1:18). Él forja el camino para los que creen en él. Les abre la puerta de la
vida. Es autor de su salvación.
Cristo resucita no con independencia de nosotros, sino como cabeza de una nueva
humanidad. Resucita como el segundo hombre, el postrer Adán. En Adán, todos
morimos; en Cristo, resucitamos. Nosotros, pues, tenemos una firme esperanza de
resurrección gracias a la resurrección de Jesús (cf. 1 Pedro 1:3). De hecho, como ya
hemos sugerido, nuestra esperanza es doble. Ya en esta vida, el creyente saborea las
primicias de la vida resucitada, por cuanto conoce la nueva vida abundante por la obra
regeneradora del Espíritu. Se ha vestido del hombre nuevo y ahora se encuentra en
medio de un proceso constante de crecimiento y renovación (3:10). Por eso, Pablo se
dirige a los colosenses como personas ya resucitadas (3:1–4). Pero, a la vez, el creyente
tiene la firme esperanza de resucitar a vida eterna en el día final. Y la firmeza de esta
esperanza descansa sobre el hecho histórico de la resurrección del primogénito, el
precursor Jesucristo. Los cristianos ya, en esta vida, hemos nacido a una vida nueva por
obra del Espíritu de Cristo y, gracias a la resurrección de Cristo, tenemos la firme

13
Recordemos que la palabra primogénito indica no sólo prioridad en el tiempo, sino también
soberanía. Cristo no sólo es el primero en resucitar, sino que es Maestro y Señor de los
resucitados (Erdman, pág. 50).
14
En torno a la frase primogénito de entre los muertos, puntualiza Wiersbe, pág. 48: La tumba
fue la matriz de donde Cristo salió victorioso, ya que los dolores de la muerte no pudieron
sujetarlo … El Hijo fue engendrado en la resurrección.
esperanza de cara al futuro de no morir eternamente, sino ser resucitados en el día final
(Juan 6:47–51; 11:24–26):
Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que
durmieron. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino
la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en
Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias;
luego los que son de Cristo en su venida (1 Corintios 15:20–23).
Porque él, el forjador de la nueva creación, vive, nosotros también vivimos y
viviremos (Juan 14:19). Él es el primogénito de entre los muertos y las primicias de la
resurrección por cuanto su resurrección es el comienzo, principio o causa de la gloriosa
resurrección física de la cual gozarán los suyos.15
CRISTO, EL PREEMINENTE (1:18)
Todo lo que hemos visto hasta aquí conduce directamente a la idea contenida en la
última frase del versículo: a fin de que él tenga en todo la primacía.16
No es que Jesucristo se haya sometido a la dura experiencia de la encarnación,
muerte y resurrección con la sola intención de exaltarse a sí mismo. Al contrario, quiso
humillarse hasta lo sumo por amor a nosotros. Su actuación, lejos de ser interesada y
egocéntrica, constituye el máximo ejemplo de abnegación y de renuncia a intereses
personales. Por tanto, no es que él mismo haya buscado tener en todo la primacía, sino
que le ha placido al Padre concedérsela (como veremos enseguida en el 1:19).
Sin embargo, una de las marcas del auténtico creyente es que su voluntad se
identifica plenamente en eso con la voluntad del Padre y desea de corazón que
Jesucristo tenga en todo la preeminenda. Reconocemos que Jesús se la merece a causa
de quién es: el Hijo eterno, creador de todas las cosas, punto de referencia, sustentador y
meta del universo (1:15–17). Pero, asimismo, confesamos que se la merece aún más a
causa de lo que ha hecho: quiso tomar forma humana, conocer en persona nuestra
miseria, sufrir los atropellos de un mundo incrédulo y rebelde y morir en sacrificio
expiatorio con la finalidad de rescatarnos de la tiranía de Satanás y liberarnos de un
negro futuro de perdición.
Así pues, celebremos la suprema autoridad de Cristo y aclamemos el nombre que es
sobre todo nombre (Filipenses 2:9). Los ángeles pueden deslumbrarnos y los demonios
aterrarnos. Pero ninguno es remotamente comparable con nuestro Señor, el primogénito,
el principio y el preeminente. Verdaderamente, Cristo es todo (3:11).
CAPÍTULO 15
LA PLENITUD DE CRISTO
COLOSENSES 1:19
Porque agradó al Padre que en él habitara toda la plenitud.
EL BENEPLÁCITO DEL PADRE (1:19)
Pablo acaba de establecer la completa preeminencia de Cristo: Él es Señor de la
creación (1:15–17) y cabeza de la Iglesia (1:18). En cuanto a su señorío sobre la

15
Hendriksen, pág. 95.
16
Literalmente, la frase reza: para llegar a ser en todo el preeminente (ver Lacueva, pág. 791).
En cuanto al verbo «llegar a ser», Lightfoot, pág. 158, puntualiza: De la misma manera que
Cristo es el primero con respecto al universo, Dios ha ordenado que llegue a ser el primero
también con respecto a la Iglesia. O, como dice Carson, pág. 44: La intención de Dios es que el
Hijo, quien es eternamente supremo, llegue a ser preeminente también en el reino del tiempo y
la esfera de la revelación.
creación, es obvio que él lo ejerce porque es el creador de todo (1:16); ¿pero por qué se
le ha concedido el ser cabeza de la Iglesia? La palabra porque indica que Pablo va a
exponer las razones por las que Cristo ostenta esta primaría. Esencialmente son dos: en
primer lugar, porque ésta es la voluntad del Padre; en segundo lugar, porque Cristo ha
sido el instrumento de nuestra reconciliación con Dios. O sea, sin él la Iglesia no
existiría.
Sin embargo, al hablar de «la voluntad del Padre», estamos dando por sentada cierta
interpretación del versículo 19. Literalmente, el texto reza: Porque en él tuvo a bien
toda la plenitud habitase.1 No está del todo claro quién es el sujeto de la frase. Por ello,
algunos comentaristas2 defienden la idea de que el sujeto del verbo es la misma
plenitud: Porque la plenitud tuvo a bien habitar en él, en cuyo caso tenemos que
suponer que el apóstol personaliza la plenitud. La principal objeción a esta lectura es
que el sujeto de tener a bien tiene que ser también el sujeto del verbo reconciliar en la
frase siguiente, y es difícil entender que la «plenitud» quisiera «reconciliar consigo
todas las cosas». Es bastante evidente que el sujeto de reconciliar ha de ser el Padre y
que, por tanto, aunque no mencionado explícitamente, éste es también el sujeto de tuvo
a bien. No es ni mucho menos la única ocasión en la que el apóstol supone que sus
lectores son capaces de derivar del contexto el sujeto correcto.3 Suponemos, pues, que
Pablo se refiere a la buena voluntad del Padre.
Vez tras vez, las Escrituras nos hablan del agrado del Padre en torno a nuestro Señor
Jesucristo. Enseguida pensamos en la voz del cielo: Éste es mi Hijo amado en quien me
he complacido (Mateo 3:17; 17:5). O en ciertas referencias de Jesucristo acerca de su
relación con el Padre: Siempre hago lo que le agrada (Juan 8:29). O en ciertos
comentarios apostólicos: Ni aun Cristo se agradó a sí mismo (Romanos 15:3). El placer
del Hijo fue poner por obra la voluntad del Padre. Como consecuencia, el placer del
Padre fue exaltar al Hijo a lo sumo (Filipenses 2:9), concederle la preeminencia en todo
y hacer que morara en él toda plenitud. Nuevamente, es probable que Pablo esté
pensando aquí en las ideas de los herejes, los cuales habrán creído y enseñado que la
«plenitud» había de ser repartida entre Cristo y otros seres angelicales. No —dice el
apóstol—; la gloria del Hijo, como la del Padre, no puede ser compartida con nadie.
Toda plenitud reside en él, y sólo en él.4 Y es así porque ésta es la voluntad y el
beneplácito del Padre. La posición única de Jesucristo como Señor del universo y de la
Iglesia se debe a que él es el amado Hijo en quien el Padre se complace.

1
Ver Lacueva, pág. 791.
2
Entre ellos, Abbott, págs. 218–219; Lenski; C. F. D. Moule; MacDonald, pág. 957; Sturz, págs.
46–47, Cf. DHH (en Cristo quiso residir todo el poder divino).
3
Para una defensa más amplia de esta lectura, ver Carson, págs. 44–45; Guthrie (1), pág. 1144;
Harrison, pág. 34; Hendriksen, pág. 95, nota 55; Jamieson, Fausset y Brown, pág. 513; Lacueva-
Henry, pág. 243; Lightfoot, págs. 158–159; McRay, pág. 1054; Buffard, pág. 72. Cf. también BJ,
RV60, RV95, RVA, NVI.
4
Cf. Hendriksen, págs. 96–97: Los poderes y atributos de la deidad no se repartirían entre una
multitud de ángeles. La supremacía o soberanía divina, sea en parte o como un todo, no sería
entregada a ellos. Por el contrario, en conformidad con el beneplácito de Dios, desde toda la
eternidad la plenitud de la divinidad … reside en el Hijo de su amor, en él solo, no en él y en los
ángeles … La plenitud de Dios, sobre la que tanto hablaban los maestros del error, se encuentra
en Cristo, y en él solo.
Si, pues, entendemos que el Padre es el sujeto del verbo, cabe preguntar en qué
momento le agradó que en Cristo habitara toda plenitud. Aquí hay dos posibles
respuestas (pero insuficientes indicios en el texto como para saber en cuál de ellas está
pensando el apóstol). Por un lado, si Pablo sigue contemplando al Hijo eterno, debemos
entender que la complacencia del Padre es igualmente eterna: nunca ha habido ningún
momento en que al Padre no le haya agradado que el Hijo tenga esta plenitud.5 Por otro
lado, si está contemplando al Hijo hecho hombre, es posible que se refiera al momento
de la ascensión y exaltación del Cristo resucitado. Y, desde luego, es probable que lo
contemple así, pues en esta segunda estrofa del himno acabamos de ver a Cristo en su
humanidad como el primogénito de entre los muertos (1:18) y estamos a punto de verle
derramando su sangre para hacer las paces con Dios. Desde esta perspectiva, cuando el
Hijo de Dios entró en forma humana en el tiempo y en el espacio, lejos de aferrarse a su
plenitud eterna, se despojó a sí mismo (Filipenses 2:6–7). Se vació a sí mismo al dejar
de lado voluntariamente el uso de aquellas prerrogativas divinas que, de haberse servido
de ellas, habrían atentado contra su perfecta humanidad. En cambio, al ascender a los
cielos, fue exaltado por el Padre hasta lo sumo y recibió un nombre que es sobre todo
nombre (Filipenses 2:9). Se le otorgó toda autoridad (Mateo 28:18). Se le confirió toda
plenitud. Pero, ya se contemple desde la perspectiva de la eternidad o desde la del
tiempo, la primera razón por la que el Hijo goza de toda plenitud es porque así lo desea
el Padre.
TODA PLENITUD (1:19)
¿A qué se refiere Pablo cuando habla de toda plenitud? Probablemente se trate de
una expresión empleada por los falsos maestros y se refiera al conjunto de atributos
semi-divinos ostentados por los seres angelicales.6 En el contexto inmediato es evidente
que debe incluir la «primacía» que Pablo acaba de mencionar, la supremacía de Cristo
en la creación y en la redención. Él es Señor absoluto del universo y de la Iglesia. Tiene
«plenitud» de derechos sobre ellos.
Pero, sin duda, el apóstol contempla también algunos aspectos de la plenitud de
Cristo que sólo se harán explícitos más adelante: en quien están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3); porque toda la plenitud de la Deidad
reside corporalmente en él (2:9). En otras palabras, aquí el apóstol contempla no sólo el
señorío de Cristo, sino también su plena divinidad y su absoluta suficiencia salvadora,7
la plenitud de la esencia y gloria divinas, consideradas como la fuente de interminables
bendiciones para los creyentes.8 No es que Cristo tenga sólo una medida excepcional

5
Los comentaristas que siguen esta interpretación suelen puntualizar que el verbo traducido
como habitar no indica una residencia provisional o temporal, sino una característica
permanente. Cf. Erdman, pág. 52: La palabra «habitar» indica no una permanencia temporal,
sino fija; Wuest, citado por Wiersbe (pág. 50): la plenitud de Cristo no es algo agregado a su
ser que no le fuera natural, sino que era parte de su esencia como parte de su mismo ser, y eso
en forma permanente.
6
La palabra plenitud aparece nada menos que seis veces en Colosenses y Efesios, sin contar
palabras similares como llenar, completar o cumplir. Para una discusión amplia del significado
de plenitud, ver Hendriksen (págs. 96–97, nota 56).
7
Carballosa (pág. 51) limita esta frase sólo a la potestad salvadora de Cristo. Esta limitación
parece no hacer justicia a la idea de toda [clase de] plenitud.
8
Hendriksen, pág. 97.
del Espíritu de Dios, como si fuera un profeta mayor; no es que tenga algunos poderes
sobrenaturales, como los otros seres cósmicos postulados por los falsos maestros; sino
que toda la plenitud de los atributos divinos tiene su morada en él.
Esta enseñanza, por supuesto, se verá como eminentemente práctica en el resto de la
epístola. Pablo no sólo quiere corregir una cristología defectuosa, sino que sabe que, si
nuestro concepto de Cristo no es adecuado, no sabremos acudir a él como única fuente
de salvación y santificación. En cambio, si llegamos a comprender que en él mora toda
plenitud, también comprenderemos que somos completos en él (2:10) y que fuera de él
no hay esperanza de plena salvación. Cristo es como un estanque lleno a tope cuyas
aguas nunca se agotan, ni siquiera disminuyen. Tienen reservas insondables de gracia,
de amor, de poder, de sabiduría, de creatividad, de conocimiento … Cualquiera que sea
la virtud o el atributo, Cristo lo tiene en plenitud. De él podemos beber constantemente
y con él podemos encontrar siempre todos aquellos recursos que satisfacen
perfectamente nuestras necesidades.
CAPÍTULO 16
LA OBRA RECONCILIADORA DE CRISTO
COLOSENSES 1:20
… y por medio de él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por
medio de la sangre de su cruz, por medio de él, repito, ya sean las que están en la tierra
o las que están en los cielos.
LA RECONCILIACIÓN (1:20)
Acabamos de ver que la primera razón por la que Cristo tiene la primacía es porque
al Padre le complace que sea así (1:19). Ahora, la segunda razón es porque fue a través
de Jesucristo como el Padre llevó a cabo nuestra reconciliación consigo (1:20). Cristo
murió para que pudiéramos tener paz con Dios.
Esta segunda razón debe conmovernos profundamente. ¿Estamos de acuerdo con
que Jesucristo tenga en todo la primacía? Como creyentes, afirmamos que sí. ¿Por qué?
¿Por qué consideramos que él es digno de tanta exaltación? Que contesten los ancianos:
Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente
de toda tribu, lengua, pueblo y nación … El Cordero que fue inmolado digno es de
recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la
alabanza (Apocalipsis 5:9, 12). Cristo es digno de tener en todo la primacía porque es el
Redentor de todo.
Nuestro Dios es un Dios de paz y reconciliación. Es cierto que respeta nuestra
libertad humana y no nos obliga a reconciliarnos con él. Como consecuencia, también
es cierto que, finalmente, hará la guerra contra sus enemigos y castigará a todos los que
persisten en su rebeldía contra él. Pero, en principio, lo que desea no es nuestra
destrucción, sino nuestra salvación y reconciliación (2 Pedro 3:9). Quiere hacer las
paces con nosotros, ofrecernos amnistía y reconciliarnos consigo.
Bien entendido, este deseo de Dios es asombroso. A causa de nuestro pecado,
contravenimos continuamente su ley y su voluntad. A causa de nuestro egocentrismo,
atentamos contra sus derechos legítimos como Dios y creador. Nos alzamos como
rebeldes impertinentes, negando su señorío y proclamando neciamente nuestra
autonomía. Lo lógico y lo justo sería que nos fulminara. Pero, en vez de eso, nos tiende
la mano en señal de reconciliación.
¡Qué grande es esto! El Dios eterno quiere reconciliarse con mortales
desagradecidos y desgraciados como nosotros. El Dios de ira, juez del universo, desea
mostrar misericordia a sus enemigos, rebeldes y arrogantes. El Dios santo quiere atraer
a sí a pecadores inmundos e ingratos. Todo el día extiende sus manos a un pueblo
rebelde y recalcitrante (Isaías 65:2; Romanos 10:21).
Notemos bien la frase exacta: reconciliar todas las cosas consigo. No dice:
reconciliarse con todas las cosas. La implicación es que la pared de separación que
existe entre nosotros y Dios está allí por culpa nuestra, no por culpa suya. Dios no se ha
alejado de nosotros, sino nosotros de él. Dios no ha abandonado sus obligaciones, sino
nosotros las nuestras.1 Se supone que quienes tenemos que hacer reparaciones y arreglar
la situación somos nosotros, no Dios. Sin embargo, en un gesto de asombrosa gracia, él
es quien toma la iniciativa reconciliadora, no nosotros (cf. 2 Corintios 5:19).2
Esto mismo queda patente también cuando observamos el tiempo de los verbos que
Pablo emplea. Tanto el infinitivo (reconciliar) como el siguiente participio (habiendo
hecho la paz) están en tiempo aoristo, indicando una acción ya completada.3 No es sólo
que Dios desea llevar a cabo una obra reconciliadora con nosotros en el presente o de
cara al futuro, sino que ya lo ha hecho en Cristo. Y lo hizo cuando aún éramos enemigos
suyos: Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo (Romanos 5:10; 8:7; Colosenses 1:21). No esperó hasta que izáramos la bandera
blanca de nuestra rendición incondicional. No actuó sólo en respuesta a nuestra solicitud
de paz. De hecho, no esperó ninguna iniciativa nuestra, sino que hizo todo lo necesario
para nuestra reconciliación aun antes de que nosotros diéramos señales de desearla.
Sin embargo, veremos claramente en lo sucesivo que, aunque la obra sobre la cual
descansa nuestra reconciliación está ya cumplida y completa, sus efectos y
ramificaciones sólo se ven ahora en parte. El proceso de la reconciliación sigue
avanzando y no será completo antes del retorno de Cristo.
¿Y cómo consiguió nuestra reconciliación? Enviando al Hijo para que éste hiciera la
paz por medio de la sangre de su cruz. Así pues, la gran obra mediante la cual el Padre
nos reconcilió consigo fue llevada a cabo por Jesucristo. Nos reconcilió por medio de
él.4 Todo el propósito de la encarnación y de la redención fue remediar la situación de
hostilidad y franquear el abismo que nos separaba de Dios. Cristo se encargó de
eliminar todas las barreras que existían en el mundo de los hombres y en el mundo de la
creación, toda forma de alienación y aislamiento, todo conflicto y enemistad.5
No solamente nos reconcilió a los que creemos en él. Pablo dice aquí que, por medio
de Cristo, el Padre reconcilió consigo todas las cosas. Y, por si acaso no nos damos
1
Cf. MacDonald, pág. 957: La Biblia nunca dice que Dios necesitase ser reconciliado con el
hombre, pero siempre [habla] de la necesidad del hombre de reconciliarse con Dios.
2
Cf. Barclay, pág. 153.
3
Cf. Carson, pág. 46; Carballosa, pág. 59.
4
La repetición de la frase por medio de él en el versículo 20 es omitida en algunos manuscritos
(así como en la mayoría de versiones modernas: RV60, RV95, RVA, DHH, NVI, BJ, CI, BT), pero
la mayoría de comentaristas la dan por genuina (y así aparece en Lacueva). Nuestra versión es
fiel a esta repetición, así como al orden de las frases en el texto original. Éste reza literalmente:
y por medio de él reconciliar todas las cosas consigo haciendo la paz mediante la sangre de su
cruz por medio de él ya sean las cosas sobre la tierra ya sean las en los cielos. Para aclarar el
significado del texto, los traductores de nuestra versión han añadido la palabra repito. Ver
Abbott, pág. 221; Hendriksen, pág. 98.
5
Huelga decir que la frase por medio de él tiene la fuerza de por medio sólo de él. Nuevamente
es probable que Pablo esté pensando en el error de los herejes, que enseñaban que la
reconciliación con Dios fue el resultado de la mediación de toda una serie de seres angelicales.
Ver Lightfoot, pág. 159.
cuenta de la inmensidad de esta afirmación, el apóstol insiste en ella en la última frase
de este versículo, como veremos en un momento.
Digamos por ahora que estas frases se corresponden con lo que vimos en el
versículo 16: mediante la acción creadora de Cristo, todas las cosas fueron hechas por
él, tanto en los cielos como en la tierra; ahora aprendemos que, mediante la acción
redentora de Cristo, todas las cosas fueron reconciliadas y restauradas por él, ya sean las
que están en la tierra o las que están en los cielos. En ambos casos, la frase todas las
cosas debe tener el mismo significado: la obra reconciliadora de Cristo tiene efectos tan
universales como su obra creadora.
PAZ CON DIOS (1:20)
Si dos enemigos están en pie de guerra y uno de ellos desea hacer las paces, lo que
hace (o, al menos, lo que se solía hacer antes de la época de las telecomunicaciones) es
enviar a un mediador para negociar los términos del acuerdo de reconciliación. Y esto
es precisamente lo que Dios ha hecho al tomar la iniciativa para reconciliar consigo
todas las cosas: ha enviado a su único Hijo al mundo (Juan 3:16–17; 5:36–38, etc.; 1
Juan 4:10) con el fin expreso de ser mediador y hacer las paces con nosotros: Hay un
solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre
(1 Timoteo 2:5).
Pero notemos muy bien cuál fue el instrumento de su mediación: Cristo hizo la paz
por medio de la sangre de su cruz.6 No sólo vino diciendo: Mi Padre desea la paz con
vosotros; quiere que seáis reconciliados con él; os ofrece amnistía; os perdona. Dijo
todo eso. Pero, además, vino expresamente para poner su vida para lograr la paz. El
tratado de paz había de ser sellado con sangre. En vísperas de su muerte, instituyó la
Mesa del Señor diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre (1 Corintios 11:25);
es decir, mi sangre, simbolizada en el vino de esta copa, hace posible y «sella» el pacto
de paz que Dios establece con vosotros.
La palabra sangre, tanto en Corintios como en Colosenses, es prácticamente
sinónima de muerte. Se emplea porque, en las Escrituras y a partir del asesinato de Abel
(Génesis 4:10), indica no una muerte cualquiera, sino una muerte violenta. Más aún,
suele referirse a la muerte de una víctima inmolada en el altar como sacrificio
propiciatorio ofrecido a Dios. Y, efectivamente, «la cruz» es el altar en el cual el
Cordero de Dios derramó su sangre en expiación por nuestros pecados (Juan 1:29;
Romanos 3:25; 1 Corintios 5:7; Hebreos 9:13–14).
Queda claro, pues, que Pablo entiende que la cruz de Cristo es el medio a través del
cual nuestro Mediador logra nuestra reconciliación con el Padre. Si gozamos ahora de la
paz con Dios, sólo es gracias a la sangre derramada por Jesús (es decir, su muerte
expiatoria) de Jesús. ¿Pero por qué tiene que ser así? ¿Acaso no es Dios un Dios de
amor y misericordia que podría habernos perdonado sin más? ¿A qué viene la idea de
que nuestro tratado de paz tenga que ser sellado con sangre?
La cuestión es compleja y larga de explicar. Pero debemos recordar que la guerra
entre dos enemigos es una sola de varias metáforas empleadas para ilustrar la relación
entre Dios y los hombres. Además de ser unos rebeldes que necesitamos reconciliarnos
con Dios, somos delincuentes que debemos dar cuentas ante el juez, esclavos que
necesitamos ser redimidos, cautivos que hemos de ser liberados, enfermos que
moriremos si no somos sanados, ciegos que necesitamos la vista restaurada … Una
enemistad puede quizás ser solucionada por la sola magnanimidad de la parte ofendida.
Pero, en nuestro caso, algo hay que hacer para satisfacer las exigencias de la justicia,

6
Para una mayor exposición de esta idea, ver Efesios 2:13–16.
para pagar el precio de nuestra redención y para expiar nuestra culpabilidad. Dios no
puede perdonarnos sin más y, a la vez, seguir siendo un juez justo e imparcial. No puede
decretar en un momento leyes morales de causa y efecto (por ejemplo, el alma que
peque, ésa morirá [Ezequiel 18:4]) y luego actuar como si no existieran. El juez del
universo tiene que actuar con equidad y dar a cada uno el pago justo, no encubrir los
delitos. Nuestra condición requiere expiación.7
Por tanto, nuestra reconciliación con Dios sólo es posible en virtud de la muerte
redentora de Cristo. Dios mismo había dedicado muchos siglos a enseñar este principio
al pueblo hebreo mediante los sacrificios del templo: Según la ley, casi todo es
purificado con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón (Hebreos 9:22);
Es la sangre … la que hace expiación (Levítico 17:11). El Cordero debe ser sacrificado.
Nuestra deuda debe ser liquidada. La justicia debe ser satisfecha. Nuestro rescate debe
ser pagado. La maldición que estaba sobre nosotros debe ser solucionada en el lugar de
maldición: la cruz (Gálatas 3:13–14). El mediador no viene sólo para ofrecernos
amnistía, sino para morir a fin de que la amnistía sea posible.8
LA RECONCILIACIÓN DE TODAS LAS COSAS (1:20)
Como ya hemos indicado, al final del versículo Pablo repite la frase por medio de él
a fin de enfatizar que la reconciliación afecta no sólo a los seres humanos que creen en
él, sino a todas las cosas. Esto ha dado mucho que hablar a los comentaristas. Incluso
hay quienes utilizan esta frase para sostener ideas universalistas: que, en última
instancia, todos los seres humanos y todos los seres angelicales (¡incluido el mismo
diablo!), serán salvos, reconciliados con Dios y reinsertados en su lugar debido en la
armonía universal. Pero esto, por supuesto, es negar muchos textos bíblicos que indican
justo lo contrario y suponer que el propio Pablo era capaz de contradecirse a sí mismo.9
Más bien debemos entender que el apóstol está indicando que la reconciliación, que
comienza con la restauración de la paz entre Dios y los hombres, se hace extensiva a
todos los órdenes del universo.10 Como ya hemos dicho, la esfera de la obra
reconciliadora de Cristo es tan amplia como la esfera de su obra creadora. Cuando el
apóstol habla de todas las cosas, debemos entender no «todas las cosas sin excepción»,
sino «todas sin limitación o sin discriminación». El plan de Dios en Cristo no se limita
solamente a la reconciliación consigo de hombres pecadores, sino a la restauración de
una perfecta armonía en todo el universo creado. Así pues, podemos contemplar dentro
de este plan (y dentro de estas todas las cosas) las siguientes enseñanzas bíblicas:
1. En cuanto a los seres humanos, Dios extiende la invitación de reconciliación en Cristo
a absolutamente todos. Esto, por supuesto, no quiere decir que todos vayan a aceptar la

7
Cf. Wiersbe, pág. 52: Puede haber paz y armonía entre aquellos que están enemistados sólo
cuando el pecado ha sido cancelado.
8
Cf. Carson, pág. 46: Aquí estamos en el mismo corazón del mensaje apostólico de la cruz: que
Cristo, al ofrecerse en sacrificio hasta la muerte, aceptó la maldición que era nuestro merecido;
así su muerte constituye el medio por el cual hombres pecadores pueden ser restaurados a una
posición de comunión con Dios.
9
Sin ir más lejos, a continuación, en el 1:21–23, Pablo enseña claramente que quienes son
reconciliados con Dios son los que creen en Cristo y perseveran en esa fe. Sin fe no hay
reconciliación.
10
Cf. Carson, págs. 46–47: La frase es indefinida y sugiere el carácter completo del plan de Dios.
invitación. Muchos la rechazarán y se perderán.11 Pero las puertas de la salvación están
abiertas de par en par. Ya no se trata de un monopolio de los judíos: la invitación se
dirige también a los gentiles. A las mujeres, además de a los varones. A los niños,
además de a los adultos. A los esclavos, además de a los libres. No hay diferencia de
rango, sexo, raza o clase. Todos están incluidos en la amnistía obrada por Cristo
(Gálatas 3:26–28). Todos los sedientos, cualquiera que sea su condición social, pueden
venir a las aguas (Isaías 55:1). Todos pueden ser justificados en Cristo y tener paz con
Dios (Romanos 5:1). No importa la gravedad de sus ofensas contra Dios; todos los que
creen en Cristo pueden conocer la reconciliación (1:21).
2. En cuanto al mundo natural, éste fue sujetado a la vanidad como consecuencia del
pecado humano. Los animales y las plantas enferman y mueren. Toda la tierra sufrió
una terrible maldición a causa de la caída de Adán (Génesis 3:17). Pero, cuando llegue
el día de la manifestación y la plena reconciliación de los hijos de Dios, vendrá también
la restauración del mundo natural. Éste volverá al buen orden y a la armonía. Se acabará
el proceso de decadencia y degeneración, la «esclavitud de corrupción», que ahora lo
caracteriza (Romanos 8:19–22).
3. Hay algunas pistas en el texto bíblico que conducen a la idea de que la maldición de la
naturaleza se extiende no sólo a todas partes en la tierra, sino también al universo entero
(ver, por ejemplo, Job 25:5). Hebreos 9:22–26 nos da a entender incluso que hay un
sentido en que, para que seres pecadores como nosotros podamos tener acceso a la
presencia de Dios, los mismos lugares celestiales necesitan ser purificados mediante el
sacrificio de Cristo. Hasta aquí llega la obra reconciliadora de su sangre. Desde luego,
hay mucho aquí que se escapa a nuestro entendimiento actual.
4. En cuanto al mundo angelical, es más difícil entender el concepto de reconciliación,
porque los espíritus puros no tienen necesidad de reconciliación y los condenados son
incapaces de ella.12 Pero, de alguna manera, el desorden introducido por la caída
humana está íntimamente vinculado al desorden en el mundo oculto, por lo cual la
restauración de aquél implicará también la restauración de éste.13 Sabemos que algunos
ángeles cayeron en algún tiempo del pasado (Job 4:18), aunque Dios no ha tenido a bien
revelarnos muchos detalles al respecto. Es de suponer que el Señor podría haberlos
fulminado ya hace tiempo; pero, aunque ganó la batalla decisiva sobre ellos en la cruz
(Colosenses 2:13–15), su castigo eterno queda aún en el futuro (Judas 6), posiblemente
porque el día que Dios los juzgue caerán también todos los seres humanos que están en
su poder. Una vez forjado el camino de salvación de los creyentes, ya no hay nada que
impida que el Señor resucitado y glorificado restaure el orden en las esferas

11
Cf. MacDonald, pág. 958: Aunque la obra reconciliadora de Cristo es suficiente para toda la
humanidad, es sólo efectiva para los que se acogen a ella.
12
Staab, pág. 122; cf. Jamieson, Fausset y Brown, pág. 514.
13
Varios comentaristas (Carson, pág. 47; MacDonald, pág. 958; Nielson, pág. 403) prefieren
eludir la aplicación de esta frase al mundo angelical diciendo que la reconciliación de todas las
cosas no puede incluir el mundo invisible. En apoyo de esto señalan que, mientras Filipenses
2:10 hace mención de las cosas debajo de la tierra, aquí sólo se mencionan las cosas que están
sobre la tierra y en el cielo. Sin embargo, ésta parece una salida demasiado sencilla, porque no
toma en consideración que la misma frase todas las cosas, en el 1:16, incluye explícitamente
todos los poderes angelicales.
angelicales.14 De alguna manera que no nos es dado entender, Cristo preparó en la cruz
el camino a la restauración de todas las cosas, incluido el reestablecimiento final de
dominio, obediencia y armonía en el mundo invisible.15 Recordemos que, en las
Escrituras, aun la destrucción de Satanás es concebida como una acción benéfica del
Dios que busca la reconciliación y restauración de todas las cosas: Y el Dios de paz
aplastará pronto a Satanás debajo de vuestros pies (Romanos 16:20).
Así pues, nuestro texto mira adelante y contempla aquel día cuando todo esté sujeto
bajo los pies de nuestro Señor, cuando toda rodilla se doble ante él (los creyentes
gozosamente, los incrédulos por obligación), cuando todo enemigo sea conquistado y
castigado y reine la paz, la armonía y el bienestar. Entonces se verá toda la amplitud de
la palabra reconciliación. Será abolida toda clase de enemistad y conflicto entre los
hombres, en la naturaleza, en las esferas ocultas y entre los hombres y Dios. Cristo
ocupará visiblemente el trono y gobernará para siempre sobre nuevos cielos y una nueva
tierra en la cual habrá una justicia verdadera y una paz permanente.
Nuestro himno empezó con el Hijo eterno en el momento de la creación (1:15–16) y
ahora acaba contemplando a nuestro Señor Jesucristo en la consumación de las edades
(1:20). Así le vemos como al alfa y la omega, el principio y el fin, el resplandor de la
gloria del Padre convertido en humilde víctima expiatoria para luego ser exaltado por el
Padre como el gran restaurador y reconciliador, Salvador y Señor del universo.
CAPÍTULO 17
EL HOMBRE SIN DIOS
COLOSENSES 1:21
Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en
malas obras, …
INTRODUCCIÓN
Se ha acabado el himno (1:15–20). El apóstol vuelve de los lugares celestiales a la
tierra, del universo entero a la iglesia local, de la primacía de Cristo a la reconciliación
de los colosenses y de la poesía a la prosa. Deja de contemplar las glorias trascendentes
de nuestro Señor desde la amplia perspectiva de la historia universal, y ahora considera
lo que estas glorias significan para los creyentes de Colosas. El sujeto de los verbos de
la cláusula principal (1:22) sigue siendo «él», es decir, el hijo amado de Dios (1:13),1
pero ahora se sitúa su obra reconciliadora no en el gran panorama que abarca todos los
tiempos y todo el espacio, sino en el limitado contexto particular de los colosenses. Ya

14
De alguna manera, la obra redentora de Cristo trajo paz en el cielo (Lucas 19:38) además de
paz en la tierra (Lucas 2:14).
15
Gutiérrez, pág. 832, entiende que el texto se refiere a una reconciliación de ángeles y
hombres y de toda la creación material y puntualiza: entre todos ellos se restablece el equilibrio
roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios … Al restablecerse
por la muerte de Cristo el recto orden entre las criaturas y el Creador, los ángeles no
permanecen extraños a esta armonía restaurada: entran también ellos a formar parte en este
concierto armónico y universal.
1
Lightfoot, pág. 161 (seguido por Buffard, pág. 77), supone que el sujeto de reconciliar debe
ser Dios, como en el versículo 20. Pero es más probable que sea Cristo (ver Hendriksen, pág.
100). De hecho, estas tres afirmaciones, por supuesto, son ciertas: 1) Dios nos reconcilia
consigo por medio de la muerte de Jesús; 2) la muerte de Jesús nos reconcilia con Dios; 3)
Jesús nos reconcilia con Dios por medio de su muerte.
no habla de cómo Cristo reconcilia todas las cosas con Dios, sino de cómo os ha
reconciliado.2 Las grandes realidades universales expuestas en el himno las aplica ahora
a la situación personal de sus lectores.
En otras palabras, después de abrirles una ventana a las sublimes verdades eternas
acerca del Señor Jesucristo, verdades que sólo vislumbramos de lejos y cuyo alcance
real escapa a nuestras mentes finitas, el apóstol se vuelve a los colosenses diciendo: Y
ahora, ¿dónde os situáis vosotros dentro de estas grandes verdades? Dios tiene el
propósito de restablecer la paz y la armonía universal por medio de Cristo; ¿pero cómo
se hace tangible este propósito de reconciliación en vuestras vidas? ¿Qué cabida tenéis
vosotros en el gran cuadro que acabamos de pintar?
Él contesta a estas preguntas con tres ideas fundamentales:
1. Describe aquella condición lamentable en la que nos encontrábamos antes de nuestra
conversión, condición que hace necesaria nuestra reconciliación con Dios (1:21).
2. Explica cómo se efectuó nuestra reconciliación por medio de la muerte de Cristo
(1:22a).
3. Define cuál es la condición final que caracteriza nuestra plena reconciliación y, por
tanto, cuál es la meta hacia la cual nuestras vidas deben apuntar: la plena santidad
(1:22b).
LA CONDICIÓN HUMANA (1:21)
¿Qué relación, pues, tienen los colosenses (y los demás creyentes) con este plan
reconciliador de Dios? Esencialmente ésta: que nosotros, como todas las demás cosas
del universo creado, nos encontramos en un estado de desorden y conflicto del cual
necesitamos ser liberados y del cual nuestra única esperanza de liberación es la obra
reconciliadora de Cristo. Así pues, antes de explicarnos en qué sentido la pacificación
llevada a cabo por Cristo se aplica a nosotros, el apóstol tiene que describir brevemente
por qué necesitábamos ser pacificados. Hablar de la reconciliación con Dios presupone
un estado previo de conflicto con él. Si no sabemos identificar correctamente la
lamentable condición en la cual nos encontrábamos antes de nuestra conversión, nunca
apreciaremos debidamente la grandeza de nuestra salvación. Si no identificamos
correctamente la condición de nuestros parientes y amigos perdidos, nunca
comprenderemos la urgencia de cumplir nuestro encargo evangelístico: comunicarles la
palabra de reconciliación (2 Corintios 5:19). Nuestra gratitud, nuestra adoración y
nuestra evangelización dependen en gran medida de la comprensión de la magnitud de
nuestro anterior estado de perdición.

2
La interpretación exacta de esta frase es muy compleja. Por un lado, el verbo reconciliar tiene
nada menos que cuatro formas diferentes en los manuscritos antiguos (ver Abbott, págs. 224–
225) y admite ser entendido en forma transitiva (él [os] reconcilió) o intransitiva (habéis sido
reconciliados). Por otro, el pronombre «os», que en el texto griego aparece al principio del
versículo 21, puede ser entendido (1) como modificativo del sustantivo alejados, (2) como
objeto directo enfático del verbo presentar, (3) como complemento directo del infinitivo
reconciliar del versículo 20, (4) como «pronombre suspendido», no conectado explícitamente
con ninguno de los verbos del contexto, pero teniendo una relación suelta con todos, o (5)
como el complemento directo del verbo reconcilió del versículo 22 (en RV60, versículo 21). La
mayoría de versiones opta por esta última lectura. En cualquier caso, el sentido general del
texto está claro. Para un análisis de todas estas opciones, ver Hendriksen, págs. 115–116;
también Carson, pág. 47; Lightfoot, págs. 161–162.
Para describir este estado nuestro, Pablo emplea tres frases, las cuales corresponden
aproximadamente a las tres palabras empleadas por Pablo en Romanos 1 para describir
la perdición humana: impiedad, necedad e injusticia. Veamos cuáles son estas frases:
1. Estabais alejados
La primera indica lo lejos que estábamos de Dios. Éramos extraños o extranjeros.
No pertenecíamos al pueblo de Dios ni teníamos derecho a llamarle Padre. Es como si
habitáramos en nuestro propio país y consideráramos a Dios como el rey de otro país
lejano que no tuviera nada que ver con nosotros. En vez de vivir de cara a nuestro
creador, vivíamos de espaldas a él. Es decir, practicábamos la «impiedad». No le
honrábamos como Dios ni le mostrábamos gratitud (Romanos 1:21). De hecho,
estábamos tan lejos de él que no le conocíamos, ni siquiera sabíamos si existía o no.
Vivíamos separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los
pactos de la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en él mundo (Efesios 2:12).3
Pero la impiedad, además de alejarnos de Dios, conduce necesariamente a toda clase
de alienación.4 El hombre separado de Dios levanta toda clase de barreras que le
separan de su prójimo y producen toda clase de conflictos dentro de su ser interior.
Quien vive sin Dios intenta construir su vida sin tener cimientos adecuados,
prescindiendo del factor principal de la construcción. Fundamenta su existencia sobre
premisas erróneas. Se entrega a la vivencia diaria sin tener resueltas las grandes
preguntas existenciales: ¿de dónde vengo, adonde voy y cuál es el propósito de mi vida?
Como consecuencia tiene que afrontar momentos terroríficos de perdición. No sabe
hacia dónde va. Ha perdido su norte. No sabe cómo vivir la vida, cuáles deben ser sus
prioridades y metas, por lo cual se limita a copiar a los demás y a seguir las modas de la
sociedad, sin darse cuenta de que ésta es una peligrosa actitud de «lemming» que puede
llevarle a la muerte eterna.5 Desconociendo al Creador que le da razón de ser, el hombre
vive una vida sin sentido y sin futuro. Para encubrir sus carencias, tiene que dedicarse
frenéticamente a la búsqueda de placeres, deberes y causas que le den una pequeña
sensación de utilidad y realización; pero, cuando las actividades cesan, vuelve
nuevamente a una sensación de vacío. Entonces, como el hijo pródigo, se da cuenta de
lo lejos que se encuentra del hogar paterno. Desgraciadamente, son muy pocos los que,
en aquel momento, «vuelven en sí» y deciden regresar arrepentidos al Padre (Lucas
15:17).
2. De ánimo hostil
Por otro lado, puesto que al ser humano le resulta difícil vivir en un vacío ideológico
que le deja sin rumbo y significado en la vida, comete la «necedad» de inventarse toda
clase de religión, ideología o filosofía para conceder un poco de sentido a su existencia.
Éstas son, a la fuerza, especulativas, producto de la creatividad humana o de la mentira
diabólica. Pero no son ideas superficiales y sin importancia que los hombres van
cambiando fácilmente de día en día, como si se tratara de un cambio de ropa. Estas
necedades se asientan en las profundidades de nuestro corazón y llegan a determinar y

3
Como ya hemos indicado, Efesios 2:11–22 viene a ser un comentario ampliado de nuestro
texto de Colosenses.
4
Cf. Songer, págs. 44–45: La palabra [«alejados»] implica aislamiento, soledad y un profundo
sentimiento de no pertenecer al lugar.
5
Los lemming son pequeños roedores de las regiones árticas de Escandinavia que viven y se
mueven en grandes colonias de modo que, en determinadas situaciones, cometen «suicidio en
masa»; porque, sí los líderes se tiran por un precipicio, todos los de la manada los siguen.
controlar nuestro comportamiento y todo nuestro ser. El hombre no se encuentra
solamente en una situación externa de hostilidad que se ha producido a pesar suyo, sino
en una enemistad contra Dios que arranca desde las profundidades de su fuero interior:
su «mente», su «ánimo» o su disposición. Tiene el entendimiento entenebrecido a causa
de la dureza de su corazón (Efesios 4:18),6 y la mente puesta en la carne es enemiga de
Dios (Romanos 8:7).
Así, en nuestra generación, la gente abraza las premisas de la «nueva era» sin prestar
atención a argumentos ni a favor ni en contra, por la sola razón de que necesitan creer
en «algo». Y, puesto que el cristianismo parece desacreditado y el islam asusta a la
mayoría, se agarran a ideas eclécticas que parecen modernas, pero que de hecho son tan
viejas como el mismo diablo. Por ejemplo, no pueden soportar la idea de que la muerte
signifique el fin de todo, pero no quieren aceptar la doctrina cristiana de la resurrección
y el juicio porque les parece anticuada e incómoda, así que creen en la reencarnación.
¿Con qué fundamento o bajo qué autoridad? Que yo sepa, no hay. La aceptan «por fe»,
entendida como un salto ciego sin evidencia alguna ni argumento de peso. Antes que
volver a su Creador y reconocer la autoridad de su palabra, prefieren echar mano a toda
clase de especulaciones humanas.
Pero lo grave es que toda esta variedad de ideas mundanas, inventada y seguida por
los hombres, atenta directamente contra los derechos legítimos de Dios y contra la clara
revelación autorizada del evangelio. Delata una actitud rebelde y culpable de enemistad
contra Dios. El ser humano no quiere reconocer su pecado y rendirse ante su Rey, por lo
cual intenta justificar su existencia con sistemas ideológicos que, en el fondo, no son
más que diversas formas de rebeldía intelectual contra la verdad revelada de Dios.
3. Ocupados en malas obras
El ser humano alejado de Dios y regido por sistemas de pensamientos que se alzan
en enemistad contra Dios practica forzosamente toda clase de injusticia. No es que se
ponga a planificar conscientemente daños y perjuicios contra los demás (salvo en
algunos casos extremos de perversión y malicia), sino que su condición humana le
conduce de maneras mucho más sutiles y, por tanto, desapercibidas y peligrosas, a
cometer atropellos contra su prójimo. La lógica de esto está clara.7 Por un lado, la
persona que vive en impiedad no conoce el temor de Dios y, por tanto, no existe en ella
nada que frene su egoísmo y su injusticia. Además suele ser una persona no sólo sin
rumbo ni sentido en la vida, sino también sin valores morales ni buenas costumbres. Y,
por otro lado, la persona que le niega a Dios sus derechos legítimos en su vida, suele
alzarse en señor de su propia vida y árbitro de su propio destino y vive sólo para sí. Al
destronar a Dios, se coloca a sí mismo en el trono de su vida. Se vuelve profundamente
egocéntrico y su egoísmo le lleva a cometer toda clase de abusos contra su prójimo
(Pablo no se detiene a enumerarlos aquí, pero lo hará en el 3:5–9).8 Si no hay valores
absolutos y reina el egocentrismo, ¿por qué no robar a los demás aquello que me

6
Puntualiza Hendriksen, pág. 100: Este estado de enajenación no se debe simplemente a
ignorancia o inocencia. ¡No existen paganos inocentes! Por el contrario, eran extraños y
hostiles en su disposición.
7
Y está claramente expuesta por Pablo en Romanos 1:18–32.
8
Cf. Hendriksen, pág. 100: La disposición interior de aversión a Dios y de antipatía a la voz de la
conciencia … se manifiesta luego en obras perversas. Es de observar que aquí, como en varios
lugares de las Escrituras, las malas obras se ven como consecuencia de una disposición
pervertida, y no como su causa. Las acciones malas son producto de un corazón malo.
interesa a mí? ¿Por qué no pisotear a los demás con tal de salirme con la mía? ¿Por qué
decir la verdad si la mentira sirve mejor a mis intereses?
Así pues, según nuestro texto, antes de nuestra reconciliación con Dios por medio de
Jesucristo éramos personas alienadas, enemigas y malvadas. Alejados de Dios, en
nuestra impiedad, pensábamos y obrábamos como enemigos suyos.
No resulta fácil asimilar este diagnóstico de la condición humana. Nos relacionamos
con nuestros vecinos y los encontramos bastante civilizados y considerados. A veces
incluso nos avergüenzan, porque son más generosos y amables que algunos creyentes.
Sin embargo, debemos recordar que estas tres frases resumen el veredicto del Juez
divino sobre la condición humana. Las apariencias engañan. Durante un tiempo y por
razones interesadas, la gente puede parecer amable y, puesto que la imagen de Dios en
el hombre no ha desaparecido del todo, algunas personas son capaces de gestos
puntuales de gran magnanimidad. Pero, detrás de nuestras máscaras de bondad, todos
escondemos un corazón perverso y engañoso (Jeremías 17:9), un egocentrismo
enfermizo y una variedad espeluznante de vicios y pecados. La injusticia, la necedad y
la impiedad nos caracterizan a todos. Como dice Pablo en Romanos 3:10–12, basándose
en el Salmo 14:1–3: No hay justo, ni aun uno [injusticia]; no hay quien entienda
[necedad]; no hay quien busque a Dios [impiedad]; todos se han desviado, a una se
hicieron inútiles [alienación y perdición como consecuencia lógica e inevitable de tanto
desvarío].
Las apariencias —repito— engañan. Pero lo que puede convencernos acerca del
acierto del veredicto divino es el examen de nuestro propio corazón. Nosotros también
nos colocamos máscaras de amabilidad y logramos convencer a otros de que somos
buenos. Pero, si el Espíritu Santo ha comenzado siquiera a revelarnos cómo somos por
dentro, habremos visto que el diagnóstico de Dios es correcto en cuanto a nosotros y,
entonces, nos convenceremos de que tiene que ser correcto en cuanto a los demás.
CAPÍTULO 18
LA RECONCILIACIÓN EN LA EXPERIENCIA DEL
CREYENTE
COLOSENSES 1:22
… sin embargo, ahora él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su
muerte, a fin de presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de él …
RECONCILIACIÓN POR LA MUERTE DE JESÚS (1:22a)
Como ya hemos dicho, puesto que éramos enemigos rebeldes y culpables, resulta
casi increíble que Dios haya querido reconciliarnos consigo en Cristo. Algo del asombro
del apóstol ante este hecho se ve en el sin embargo que abre este versículo,1 como si
dijera: «a pesar de lo anterior, aun así … ». Ésta es la gran «buena nueva» del
evangelio: Cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo (Romanos 5:10); ahora él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su
muerte (1:22).
Esencialmente, esta afirmación acerca de la muerte de Jesús viene a significar lo
mismo que las frases del versículo anterior: por medio de [Cristo, Dios reconcilió]
todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz
(1:20). Ahora, pues, no necesitamos repetir los comentarios que hicimos en torno a
ellas, sino solamente señalar algunas cosas adicionales:

1
Muchas versiones (RV60, RVA, BJ, CI, DHH, NVI, Lacueva) siguen aquellos manuscritos
antiguos que omiten el sin embargo. Pero los mejores manuscritos apoyan esta última
traducción (cf. LBLA, BT). Ver Carballosa, pág. 60.
• Allí (1:20), la muerte de Jesucristo fue el medio por el cual Dios ha reconciliado
consigo «todas las cosas»; ahora (1:22) su muerte es el medio de reconciliación de los
creyentes colosenses. Pablo, como hemos dicho, deja lo universal y se vuelve a lo
particular. El Hijo de Dios no sólo tiene propósitos universales, sino que me amó y se
entregó a la muerte por mí (Gálatas 2:20).
• El uso aquí de la palabra muerte viene a confirmar lo que dijimos con respecto al
versículo 20: sangre, en las Escrituras, es prácticamente un sinónimo de muerte, pero
indica una muerte violenta como víctima expiatoria.
• Esta muerte, Jesús la sufrió en su cuerpo de carne.2 Es decir, el sacrificio reconciliador
de Jesús habría sido imposible sin la encarnación. Él tuvo que hacerse hombre y asumir
nuestra condición mortal para poder padecer en nuestro lugar (cf. Hebreos 2:14–16; 1
Pedro 2:24). Nuestro Mediador no es como los ángeles: no es un ser espiritual que pudo
asumir temporalmente una apariencia corporal.3 Él es verdadero hombre e hizo su
morada entre nosotros en un auténtico cuerpo humano de carne (Juan 1:14). Es la
muerte física de Jesucristo en la cruz la que consiguió nuestra reconciliación.
• La muerte de Jesucristo es la única base sobre la cual puede descansar nuestra
reconciliación con Dios. No hay otro medio posible. No hay acceso al Lugar Santísimo
excepto por la sangre de Jesús (Hebreos 10:19–20). La ira justa de Dios contra nosotros
en nuestra condición rebelde de impiedad, necedad e injusticia sólo pudo ser aplacada
en la cruz de Cristo. Éste es un hecho doctrinal que debemos defender a ultranza,
porque en nuestros días es cuestionado, atacado o ignorado. Pero también es un hecho
histórico que debe conmovernos profundamente: Nunca olvidemos que lo que le costó a
nuestro Señor fue terrible. Sufrió el dolor físico de una muerte prolongada, la confusión
emocional de la vergüenza y de la separación de Dios, y la repugnancia espiritual
hacia el pecado que fue colocado sobre él. ¿Cómo podemos permanecer indiferentes al
precio que él pagó?4
• La idea de reconciliación supone que en Cristo se acaban todas las formas de enemistad
expuestas en el versículo 21. Las implicaciones de la paz con Dios tienen que incluir la
rectificación de las características de nuestra condición previa que Pablo acaba de
mencionar. Si como enemigos estábamos alejados del Padre, ahora, reconciliados con
él, llegamos a estar cercanos (Efesios 2:13), incorporados en su familia (Efesios 2:19) y
aceptos en el Amado (Efesios 1:6). Si éramos necios y hostiles en nuestra mente, ahora
vamos creciendo en la sabiduría de Dios (cf. 1:9) y aprendemos a amar la verdad de

2
Cuerpo de carne es un hebraísmo que significa «el cuerpo humano de Cristo» (Hendriksen,
pág. 101). El mismo autor (siguiendo a Lightfoot, pág. 162) señala que, si Pablo no se limita a
decir en su cuerpo, sino que añade la expresión casi redundante de carne, quizás sea porque lo
esté contrastando con su cuerpo que es la iglesia, que acaba de mencionar (1:18).
3
Así enseñaban los gnósticos. Los falsos maestros negaban la encarnación y enseñaban que
Jesucristo no tenía un cuerpo verdaderamente humano; su filosofía de que toda la materia es
pecaminosa los condujo a esta falsa conclusión (Wiersbe, pág. 57). Cf. también Carballosa, pág.
60; Conybeare y Howson, pág. 694; Harrison, págs. 35–36; Hendriksen, pág. 101; Jamieson,
Fausset y Brown, págs. 514–515; Lacueva-Henry, págs. 244–245; MacDonald, pág. 958;
Nielson, pág. 404; Wickham, pág. 125. Sin embargo, debemos recordar que otros
comentaristas de peso (entre ellos Lightfoot, pág. 162; Abbott, pág. 226) indican que no hay
ninguna evidencia independiente de que esta falsa doctrina circulara ya en tiempos del
apóstol.
4
Sturz, págs. 50–51.
Dios.5 Si antes hacíamos malas obras, ahora andamos en las buenas obras que Dios
tiene preparadas para nosotros (Efesios 2:10).
• Pero, por encima de todos estos matices, lo más importante que Pablo desea comunicar
a los colosenses es esto: Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo (Romanos 5:1). Cristo ha logrado la amnistía. Todo lo necesario para nuestra
reconciliación con Dios ya se ha llevado a cabo en la cruz.6 Al que no conoció pecado,
Dios le ha hecho pecado por nosotros y ha hecho justicia en la persona de nuestro
sustituto; ahora sólo hace falta responder positivamente a la invitación divina: En
nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! (2 Corintios 5:20–21). Los
colosenses han respondido así y ahora el apóstol puede asegurarles, como a todos los
verdaderos creyentes: él os ha reconciliado; tenéis paz con Dios; bienvenidos a la
familia, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la
asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos
(Hebreos 12:22–23).
LA META DE NUESTRA RECONCILIACIÓN (1:22b)
Nuestra reconciliación con Dios, sin embargo, no se limita al perdón y a la tregua de
la cruz. Si así fuera, seríamos pecadores perdonados y justificados, pero tan propensos a
obrar el mal como antes de nuestra conversión. La finalidad que Cristo perseguía
mediante su muerte no es otra que nuestro perfeccionamiento completo para que
podamos disfrutar para siempre de la comunión con Dios.
Pablo ha empleado tres frases para describir la condición del ser humano pecador
(1:21). Ahora emplea tres más para describir la condición final del pecador redimido y
perfeccionado por Cristo. Probablemente exista en la mente del apóstol una vinculación
entre las dos series de frases:
• Si antes estábamos alejados de Dios, ahora hemos sido hechos sus «santos», apartados
por Cristo para ser la posesión especial de Dios, su pueblo elegido y cercano.
• Antes éramos de ánimo hostil, enemigos de Dios, pero ahora Dios nos ve como «sin
mancha» delante de él.
• Antes nos ocupábamos en malas obras; pero ahora, increíblemente, comparecemos
«irreprensibles» ante Dios.
Ya en el momento presente, estas tres afirmaciones son ciertas con respecto a
nuestra condición «jurídica» ante el juez divino. Gracias a la expiación de Cristo, no hay
condenación posible para los que creemos en él y nos apropiamos los beneficios
redentores y reconciliadores de su muerte. Sugerir otra cosa sería cuestionar la plena
eficacia de su sacrificio.
Sin embargo, lo que es cierto en términos jurídicos tiene que llegar a ser cierto en
términos reales y prácticos.7 El juez ya nos ha declarado inocentes y limpios; pero
hemos de llegar a ser inocentes y limpios en nuestra vivencia diaria. Éste será el tema
del apóstol en el capítulo 3: habiendo ya muerto y resucitado con Cristo a efectos
legales, debemos aprender a hacer morir los viejos hábitos del pecado y a andar según la

5
Como dice Lightfoot, pág. 161: Es la mente del hombre, no la de Dios, la que requiere una
transformación para que se efectúe la reconciliación.
6
Cf. Nielson, pág. 404: La parte de Dios en la obra reconciliadora de Dios está completa y
terminada; nada más puede agregarse a la expiación.
7
Cf. Nielson, pág. 404: Lo que Cristo ha hecho decisiva y completamente en el Calvario con
respecto a nuestra salvación debe ahora ser aplicado en la experiencia diaria sobre una base
individual.
justicia de una vida resucitada. No está absolutamente claro si, en este versículo, Pablo
está contemplando nuestra perfecta justificación presente o nuestra plena santificación
futura. Pero, puesto que la frase mira la «finalidad» de nuestra reconciliación (a fin de
…) y puesto que el verbo presentaros suele emplearse en torno al día final, parece
preferible entender el texto como una referencia a la meta de la vida cristiana que aún
no hemos alcanzado, pero que, por la gracia de Dios, vamos camino de alcanzar.8 En
todo caso, debemos recordar que lo que hemos de ser un día gracias al poder
transformador de Dios no es más que la culminación de una obra que ya ha comenzado
en nosotros. Si esperamos ser santos, sin mancha e irreprensibles en el reino eterno,
debemos ir creciendo en una vivencia santa, intachable e irreprensible en esta vida
terrenal.
Veamos en más detalle, pues, las frases que describen lo que hemos de ser y, por
consiguiente, lo que ya estamos llegando a ser. Aunque son prácticamente sinónimas,
podemos distinguir matices de diferencia entre ellas:
A fin de presentaros … delante de él
En todo este pasaje, a partir del versículo 15, Pablo se ha limitado a emplear
pronombres en vez de sustantivos al referirse al Padre y al Hijo. Esto es causa de mucho
debate entre los comentaristas, porque no siempre queda claro si la referencia es al
Padre o al Hijo. Hasta aquí hemos entendido el texto como si los sujetos y objetos de los
verbos, que en el texto griego aparecen sólo como pronombres, fueran los siguientes
(las palabras en letra cursiva no aparecen en el texto griego):
Porque agradó al Padre que en el Hijo habitara toda la plenitud, y por medio del
Hijo quiso el Padre reconciliar todas las cosas consigo (con el Padre), habiendo hecho
el Hijo la paz por medio de su cruz … Y ahora el Hijo os ha reconciliado en su cuerpo
de carne, mediante su muerte, a fin de presentaros (el Hijo) santos, sin mancha e
irreprensibles delante del Padre.
Sin embargo, debemos recordar que todos estos pronombres griegos se prestan a ser
entendidos de otra manera. Es posible entender el versículo 22 como si rezara: Y ahora
el Padre os ha reconciliado en el cuerpo de carne del Hijo y mediante la muerte del
Hijo, a fin de presentaros (el Padre) santos, sin mancha e irreprensibles delante de sí
(del Padre).9 También es posible entender la última frase como si el Hijo os presentara

8
Carballosa, pág. 60, indica que el tiempo aoristo del verbo presentar implica propósito y que
la frase entera anticipa el propósito final de Dios para los redimidos. Y Hendriksen, pág. 102,
afirma: La presentación de la que aquí se habla debe entenderse como definitivamente
escatológica, es decir, como refiriéndose a la gran consumación, cuando Cristo vuelva sobre las
nubes en gloria. En cambio, Nielson, pág. 405, opina que la presentación es tanto presente
como futura; mientras que Erdman, pág. 54, dice que este aspecto futuro del propósito divino
no se debe forzar demasiado, pues Pablo tiene en mente tanto una intención como un proceso
por el cual la perfección moral, como resultado de la reconciliación que Cristo realizó, se va
consiguiendo en esta vida; y Lightfoot, pág. 162, afirma que es más probable que Pablo se
refiera aquí a la aprobación presente de Dios que a su juicio futuro. Carson, pág. 48, define
bien la relación entre las dimensiones presente y futura de nuestra santificación: Es verdad que
el mismo acto de reconciliación conlleva el comienzo de la transformación que sigue a ella;
pero el perfeccionamiento de aquella obra queda aún en el futuro.
9
Así lo entiende Carson, pág. 48.
santos … delante de si mismo.10 ¿Cuál es la lectura correcta de estas frases? La
interpretación exacta no puede dilucidarse por consideraciones gramaticales o textuales.
Y tampoco por consideraciones doctrinales, puesto que la idea de nuestra
«presentación» en el día final es a veces delante de Dios Padre (Romanos 14:10; 2
Timoteo 2:15)11 y a veces delante del Hijo (Efesios 5:27; 2 Corintios 4:14; 11:2).12
Tenemos que depender, pues, de criterios muy subjetivos: la que nos parece la lectura
más llana del texto según el fluir del argumento del apóstol. En este sentido, a mí me
parece preferible entender aquí que es Cristo quien nos presenta delante del Padre. En
todo caso es evidente que, cuando seamos «presentados» en el día final, será ante el
Padre y el Hijo igualmente, y que una presentación no será posible sin la otra (Juan
14:9). En última instancia, estas cuestiones de interpretación resultan un tanto ociosas.
Lo cierto es que el apóstol mira adelante a aquel día glorioso cuando seremos
semejantes a Cristo (1 Juan 3:2) en perfecta santidad.
Santos
La santidad, como hemos dicho en numerosas ocasiones, conlleva la idea
fundamental de separación. Dios ha «apartado» para sí un pueblo para que le adore y le
sirva y para que viva con los mismos valores (amor, integridad, veracidad …) que le
caracterizan a él. Ya somos santos, en el sentido de apartados para Dios. Aún distamos
de serlo en cuanto a nuestra perfecta vivencia según esos valores. Pero ya estamos en el
camino de la santidad (Isaías 35:8–10), en proceso de ser transformados a la imagen de
Cristo (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18), cada vez más cerca de Dios (en contraste con
lo lejos que antes estábamos).
Nuestro destino glorioso es el de vivir completamente limpios del pecado en
perfecta comunión con Dios. En términos negativos, la santidad significa la ruptura con
toda clase de pecado (1 Tesalonicenses 5:22); en términos positivos, significa la práctica
de toda clase de bondad; esencialmente, significa ser como Cristo y andar como él
anduvo.
Sin mancha
Esta frase sigue con la idea de la santidad (cf. Efesios 1:4: santos y sin mancha
delante de él). Para que los animales sacrificados en holocausto en el antiguo pacto
pudieran ser considerados santos para Dios, tenían que ser perfectos, sin mancha ni
defecto alguno. Igualmente, Cristo se ofreció en sacrificio como un cordero sin tacha y
sin mancha (1 Pedro 1:19). Aquella muerte suya sirve para limpiarnos de toda mancha
de la culpa del pecado. Dios nos ve en Cristo completamente purificados, sin defecto
alguno.
Pero en nuestro caso, por supuesto, no se refiere a defectos físicos, sino morales y
espirituales. La frase sin mancha, por tanto, equivale a «sin culpa».13 La sangre de

10
Esta lectura es defendida por Hendriksen, pág. 101, basada en la idea parecida de Efesios
5:27.
11
En RV60, RV95, este versículo habla del tribunal de Cristo, pero las demás versiones,
siguiendo los mejores manuscritos, hablan del tribunal de Dios.
12
En otros casos (Colosenses 1:28; 2 Corintios 4:14) la referencia es ambigua.
13
Cf. Abbott, pág. 227: Es un término jurídico y determina el sentido jurídico de toda la frase.
Songer, pág. 46, añade: El vocablo «presentaros» … era usado para designar la acción de llevar
a una persona ante el tribunal (Hechos 23:33) y denotaba una presentación solemne y
significativa.
Jesucristo nos limpia de todo pecado y hace que podamos estar delante de Dios como
personas declaradas jurídicamente inocentes y justas.
Sin embargo, no debemos olvidar las implicaciones vivenciales de esta frase.
Gracias a la muerte de Jesucristo estamos eternamente exentos de culpa. Pero ahora
tenemos que vivir de día en día como hijos de Dios sin tacha en medio de una
generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el
mundo (Filipenses 2:15; cf. 1 Timoteo 6:14). Ninguno de nosotros puede pretender
haber alcanzado ya esta meta, pero todos debemos seguir adelante a fin de poder
alcanzar aquello para lo cual fuimos alcanzados por Cristo (Filipenses 3:12).
Irreprensibles
La idea de ser irreprensibles sugiere que nadie puede acusarnos legítimamente de
ningún pecado, fallo, desliz o incoherencia. Y, nuevamente, hemos de decir que, en el
sentido legal estricto, ya somos irreprensibles. Nadie puede acusarnos ante Dios, porque
todos nuestros delitos ya han sido castigados y expiados en la persona de nuestro
sustituto, Jesucristo. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? —pregunta el apóstol en
Romanos 8:33–34—; porque, lejos de admitir acusaciones, Dios es el que nos justifica.
¿Quién es el que condena? ¿Acaso Jesucristo, el que tiene en sus manos el juicio
universal (Juan 5:22)? No, porque Cristo Jesús es el que murió para nuestra plena
justificación. No hay acusación posible ante el tribunal de Dios. Somos irreprensibles.
Y, sin embargo, en la práctica estamos muy lejos de vivir vidas irreprensibles y, aunque
nadie más nos señale con el dedo, nuestra propia conciencia nos acusa con frecuencia.
En este sentido estamos aprendiendo a ser irreprensibles y sencillos (Filipenses 2:15) y
a vivir vidas sin reproche (1 Timoteo 6:14),14 aun sabiendo que tenemos un largo
camino que recorrer.
Pero nuestra gran esperanza es que, cuando Cristo se manifieste, en aquel día
seremos hallados irreprensibles en santidad delante de él (1 Corintios 1:8; 1
Tesalonicenses 3:13; 5:23). Es una esperanza bien fundada, porque nuestra plena
santificación no es una obra nuestra, sino de Dios en Jesucristo: él es poderoso para
guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran
alegría (Judas 24). Ésta es la fuerza de nuestro texto: Cristo es quien nos presentará
irreprensible. Él es quien está obrando para nuestra plena santidad.
Y, sin embargo, esto no nos deja sin responsabilidad. Cristo no obra nuestra
santificación al margen de nuestra voluntad humana. Por eso, el apóstol procede a
añadir una calificación (1:23). Nuestra esperanza es firme y se cumplirá perfectamente
con tal de que … Pero la exposición de esta condición requiere un capítulo aparte.
Mientras tanto, celebremos la grandeza de la obra de Cristo. La reconciliación con
Dios que él ha efectuado en la cruz nos abre la puerta a esta gloriosa esperanza. En vez
de ser personas impías, necias e injustas, en Cristo llegamos a ser personas cercanas a
Dios, sin defecto y plenamente justas. Así de grande es la diferencia entre vivir bajo el
dominio de las tinieblas y ser trasladados al reino de su Hijo amado (1:13).
Sí, nuestro texto es motivo de celebración. Pero también lo es de reflexión personal.
Pablo acaba de hacer unas declaraciones doctrinales que exigen a cada uno de nosotros
nuestra ratificación o nuestro rechazo. Preguntémonos, pues:
• ¿Acepto sin reservas el veredicto divino sobre la condición humana: que el hombre no
regenerado es impío, insensato e injusto?
• ¿Acepto sin reservas que la reconciliación con Dios sólo puede ser lograda por medio
de la muerte expiatoria de Cristo y que, por tanto, él no es una entre muchas opciones

14
Y es en este sentido como Pablo exige que los candidatos para el pastoreo de las iglesias
sean hombres «irreprensibles». Ver 1 Timoteo 3:10; Tito 1:6–7.
religiosas válidas, sino el único mediador entre el hombre pecador y el Dios vivo y
verdadero?
• ¿Comprendo que la finalidad de la reconciliación con Dios no es seguir en una vida
impía e injusta, sino vivir una vida santa e irreprensible delante de Dios? ¿Tengo como
mi máxima aspiración ser como Jesucristo, vivir como él vivió y amar como él amó?
¿Estoy creciendo en amor, en santidad y en el conocimiento de Dios?
CAPÍTULO 19
LA PERSEVERANCIA EN LA FE
COLOSENSES 1:23
… si en verdad permanecéis en la fe bien cimentados y constantes, sin moveros de
la esperanza del evangelio que habéis oído, que fue proclamado a toda la creación
debajo del cielo, y del cual yo, Pablo, fui hecho ministro.
RECONCILIACIÓN CONDICIONAL (1:23)
Pablo acaba de afirmar con contundencia: Él os ha reconciliado (1:22). Nuestra
reconciliación ya está cumplida, cosa del pasado. Nuestra paz con Dios no depende de
ninguna virtud o iniciativa nuestra, sino de la plena eficacia del sacrificio de Jesucristo
por nuestros pecados, hecho una vez para siempre hace dos mil años (Hebreos 9:12, 26,
28; 10:12, etc.).
Pero, ahora, el apóstol añade una coletilla que hace que la vigencia de esa obra del
pasado dependa de algo que nosotros debemos hacer en el presente y el futuro:
permanecer fieles.1 No es, ni mucho menos, la única ocasión en que los escritores del
Nuevo Testamento hablan de nuestra salvación como una realidad ya alcanzada en el
pasado y, por tanto, segura; y, a la vez, como algo que depende de nuestra fidelidad
actual y futura. Por ejemplo, en Hebreos 3:6, el autor afirma, como un hecho ya
cumplido, que somos casa de Dios; pero luego añade: si retenemos firme hasta el fin
nuestra confianza. Y en Hebreos 4:14 dice que somos hechos partícipes de Cristo
(hecho ya cumplido), si es que retenemos el principio de nuestra seguridad firme hasta
el fin (factor condicionante y futuro). En nuestra experiencia normal de la vida, ¿no es
cierto que el futuro queda condicionado por el pasado?; pero, a efectos de la salvación
por la fe, ¡el pasado queda condicionado por el futuro! La autenticidad de nuestra
reconciliación con Dios, basada solamente en la obra cumplida de Cristo en el pasado,
se demuestra en nuestra perseverancia futura.
¿Pero cómo puede ser esto? ¿No atenta esta cláusula condicional contra la seguridad
de nuestra salvación? ¿No hace que la obra de Cristo, que antes parecía firme, completa
y suficiente, ahora resulte una cosa insegura, sujeta a las fluctuaciones del ánimo
humano? ¿Acaso no es cierto que la seguridad eterna del creyente es una
bienaventurada verdad que está claramente expuesta en el Nuevo Testamento?2 Sí,
efectivamente, así es. Nadie puede dudar de la absoluta solidez de la salvación que

1
Es posible entender este versículo como dependiente del infinitivo presentar, en vez de serlo
del verbo principal reconcilió (os presentará si permanecéis fieles en vez de os ha reconciliado
si permanecéis fieles). Así lo entiende la mayoría de comentaristas. En ese caso, tanto nuestra
presentación ante Dios como nuestra permanencia en la fe son acciones futuras, lo cual
soslaya la dificultad de si una situación establecida en el pasado puede depender de una
acción aún en el futuro. La soslaya en cuanto a consideraciones gramaticales, pero no en
cuanto a la realidad soteriológica; porque nuestra presentación, aunque sea futura, depende
claramente de la acción reconciliadora de Cristo ya cumplida en el pasado.
2
MacDonald, pág. 959.
Cristo ha conseguido para el creyente. Pero, en cambio, donde sí pueden caber dudas es
en cuanto a si tú y yo somos «creyentes» de verdad. Para la persona que ha creí do de
verdad en Jesucristo, su salvación es segura, eternamente garantizada; pero también es
cierto que esta persona, al haber creído de verdad, perseverará en la fe. Si alguien
realmente ha nacido de nuevo, las marcas de la vida de Dios (entre ellas, la
perseverancia) se manifestarán en él. La fe tiene que ser sometida a toda clase de prueba
en la cual el creyente puede sufrir momentos de zozobra o desvanecimiento; pero, si es
fe verdadera, siempre saldrá victoriosa. Así pues, no somos salvos a causa de nuestra
perseverancia, sino que la permanencia es la consecuencia y la demostración de nuestra
auténtica salvación. No somos salvos porque perseveramos, sino que perseveramos
porque somos salvos. Si hemos creído de verdad, somos reconciliados con Dios desde el
día de nuestra confesión de fe; pero es necesario que la autenticidad de nuestra
confesión sea probada mediante nuestra perseverancia.3
Sin embargo, dejemos de lado estas sutilezas gramaticales y teológicas y volvamos a
cosas más sencillas. Lo cierto es que las Escrituras enseñan simultáneamente dos
verdades complementarias: (1) nuestra salvación no es una cosa insegura que dependa
de los vaivenes de nuestro pobre compromiso humano, sino un hecho ya logrado por
nuestro Salvador en el momento de su muerte y resurrección; (2) no obstante, nos
apropiamos la salvación por medio de la fe, y la fe auténtica es una fe perseverante.
¡Qué importante es que mantengamos en equilibrio estas dos verdades! Un exceso
de confianza superficial en el carácter gratuito y cumplido de la salvación podría
conducirnos a una peligrosa pereza espiritual. En cambio, cualquier duda en cuanto a
nuestra salvación perfecta y completa en Cristo nos conduciría a la desesperación, al
pensar que nosotros mismos tenemos que merecernos la aprobación de Dios. La
soberanía divina en la salvación no está reñida con la responsabilidad humana. El hecho
de que la salvación sea por pura gracia no anula la necesidad de perseverar en la fe. Por
un lado, pues, las Escrituras nos aseguran que, si hemos creído en Jesucristo, ya somos
salvos, ya somos hijos engendrados por Dios, ya somos aceptos en el Amado y ya
pertenecemos a la familia de Dios. Por otro, nos exhortan a permanecer en la fe no sea
que, apartándonos del camino, no lleguemos a buen término:
• El que persevere hasta el fin, ése será salvo (Mateo 10:22; cf. 24:13; Marcos 13:13).
• Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que cayeron, pero
para ti, bondad de Dios si permaneces en su bondad; de lo contrario también tú serás
cortado (Romanos 11:22).
• Tened cuidado, hermanos, no sea que en alguno de vosotros haya un corazón malo de
incredulidad, para apartarse del Dios vivo (Hebreos 3:12).
• Esforcémonos por entrar en [el reposo de Dios], no sea que alguno caiga siguiendo el
mismo ejemplo de desobediencia (Hebreos 4:11).
• Tenéis necesidad de paciencia [fe perseverante], para que cuando hayáis hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa … No somos de los que retroceden para
perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma (Hebreos 10:36–39).
• Salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de
nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron, a fin de que se manifestara
que no todos son de nosotros … En cuanto a vosotros, que permanezca en vosotros lo
que oísteis desde el principio. Si lo que oísteis desde el principio permanece en

3
Cf. MacDonald, pág. 959: La permanencia es una prueba de realidad; Hendriksen, pág. 102: La
perseverancia prueba el carácter genuino de la fe y, por lo tanto, es indispensable para la
salvación.
vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa
que él mismo nos hizo: la vida eterna (1 Juan 2:19, 24–25).
PERSEVERANCIA (1:23)
1. Perseverantes en la fe
Así pues, habiendo asegurado a los colosenses que ya no son enemigos de Dios,
sino que han sido reconciliados con él por la muerte de Cristo, Pablo procede a darlas
una advertencia acerca de su perseverancia. Esto ya es cierto de vosotros —dice— si en
verdad permanecéis en la fe. Deben perseverar.4 De no ser así, demostrarán que su
confianza en Cristo nunca fue verdadera y que la reconciliación con Dios que parecían
disfrutar nunca fue más que una tregua aparente.
Pero notemos bien en qué tienen que perseverar. Pablo no dice si permanecéis en
buenas obras, si seguís asistiendo a los cultos de la iglesia o si avanzáis siempre en
santidad y amor. Estas cosas son los frutos y los resultados de nuestra salvación, pero
no constituyen su raíz. En lo que debemos perseverar es en la fe.
Jesucristo mismo dijo algo muy parecido cuando empleó el símil de la vid y los
sarmientos (Juan 15:1–8). El resultado final que busca el viñador es, efectivamente, una
abundante cosecha de frutos, de uvas de calidad (buenas obras, santidad, amor …). Pero
Jesús no dice a los discípulos: «Por tanto, esforzaos por producir mucho fruto»; sino:
«permaneced en mí». Si la relación con Cristo es lo que debe ser, si existe entre él y los
discípulos una auténtica relación de amor, si su palabra mora en ellos, entonces el fruto
se producirá por sí solo. En cambio, si la relación con él se debilita, ningún esfuerzo
humano dará buen fruto. Y, por supuesto, la relación de los discípulos con el Señor es
esencialmente una relación de fe: Creed en mí; creed y acatad mi palabra; depended de
mi poder salvador; seguid en el camino que os he trazado; reconocedme en todo como
vuestro Señor. En nosotros mismos, no podemos alcanzar las demandas éticas de Dios.
Todo esfuerzo al margen de la fe es inútil. El discípulo debe echarse vez tras vez sobre
el poder transformador de Cristo.
Y ésta, precisamente, es la relación que los falsos maestros querían socavar.
Buscaban diluir la fe de los colosenses en Jesucristo, diciendo que él era sólo uno entre
muchos mediadores. Querían sacudir su fe en la obra propiciatoria de la cruz, diciendo
que sólo era uno de muchos medios a través de los cuales el hombre necesita ser
reconciliado con Dios.
2. Bien cimentados y constantes
¿Cuál, pues, es el secreto de la permanencia o perseverancia en la fe? Los
colosenses necesitan estar bien cimentados y constantes. Es decir, deben asegurarse de
que los fundamentos de su fe estén bien construidos. Sólo sabrán mantenerse
inamovibles en medio de las tormentas de la vida si están bien asentados sobre la roca.
La calidad de los fundamentos determina la firmeza de todo el edificio.
Enseguida pensamos en la parábola de las dos casas (Mateo 7:24–27). Una de ellas
resistió los embistes de la tormenta porque estaba cimentada en la roca. La otra se
desplomó por estar construida sobre la arena.
Sin duda, el cimiento que Pablo tenía en mente era el evangelio de Jesucristo tal y
como lo predicaban los apóstoles (en contraste con las peligrosas arenas movedizas de
la enseñanza herética), porque para él no existía otro fundamento viable que no fuera
Cristo (1 Corintios 3:11; Efesios 2:20). La persona firmemente asentada sobre el

4
De hecho, la exhortación a la perseverancia constituye la razón de ser de toda esta epístola.
Cf. Nielson, pág. 405: La trágica posibilidad de hacer vana la reconciliación y perder la
presentación es la razón básica para haber escrito esta carta.
evangelio es aquella que cree en Jesucristo, abraza de corazón el evangelio y hace que
éste subyazca en todas las áreas de su vida. Así, el evangelio viene a ser su soporte
constante. Informa su mente, dirige sus emociones y su voluntad, le proporciona
consuelo en momentos de aflicción y consejo en situaciones de perplejidad. Meditando
diariamente sobre la Palabra de Dios, obedeciendo sus instrucciones y haciendo de ella
su guía infalible, el creyente llega a ser una persona estable en medio de los vendavales
y azotes de la vida. Descubre que Jesucristo es una roca inamovible en medio de todas
las adversidades.
3. Sin moveros de la esperanza del evangelio
La tercera frase parece casi una redundancia. Si los colosenses están bien
cimentados y constantes, ¿no cae por su propio peso que no se moverán de la esperanza
del evangelio?
Sin embargo, ya hemos tenido ocasión de observar (1:5) que la esperanza quizás
haya sido el punto débil de la vida espiritual de los colosenses. Seguramente, pues,
debemos leer esta frase poniendo el énfasis en la palabra esperanza. Hay un solo
mensaje que puede inspirar una esperanza firme y bien fundada: el evangelio de
Jesucristo. Todos los demás son meras especulaciones humanas sin garantía alguna.
Sólo pueden conducir a esperanzas nebulosas que, en el momento de la verdad,
decepcionarán. Los colosenses están en peligro de dejar la pureza del evangelio para ir
detrás de enseñanzas espurias que defraudan y «avergüenzan» (Romanos 5:5). Si lo
hacen, entonces darán la espalda a las promesas firmes de Dios. La venida de Cristo, la
herencia de los santos en luz (1:12), la gloria venidera (1:27), la redención y
reconciliación final de todas las cosas, la nueva tierra donde mora la justicia, la paz y la
armonía … todas estas cosas las perderán. Antes estaban sin esperanza porque estaban
sin Dios en el mundo (Efesios 2:12). ¡Qué trágico sería que, habiendo abrazado el
evangelio de la esperanza y habiendo sido reconciliados con Dios, ahora lo abandonaran
para seguir ilusiones vanas!
Y ahora, después de todos estos matices, centrémonos en el énfasis principal de este
versículo: tú y yo, si queremos hacer efectiva nuestra reconciliación con Dios, vivir en
paz y comunión con él y ser presentados ante él para vivir eternamente en su reino,
debemos perseverar en la fe. No basta con haber creído en algún momento del pasado.
La cuestión es si nuestra fe sigue firme y vibrante hoy, si perseveramos en el camino de
la santidad y vamos creciendo en el conocimiento de Dios.
Es normal que, en la juventud o al principio de la vida cristiana, te vengan muchas
preguntas, dudas y luchas. Es necesario que pases estas cosas, porque, sin ellas, no
crecerías en tu fe ni en el conocimiento de Dios ni alcanzarías la madurez espiritual. Te
traerán mucho desconcierto y mucha angustia; pero tú, persevera.
Vendrán persecuciones, insultos e injusticias; persiste en las cosas que has
aprendido (2 Timoteo 3:12–14), sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo (2
Timoteo 2:3). Serás sometido a diversas pruebas, tentaciones y seducciones; no
permitas que te desvíen del camino, sino agárrate con aún más fuerza al Señor. Soplarán
nuevos vientos de doctrina; te tratarán como anticuado, desfasado y estrecho de mente;
pero no te dejes deslumbrar por las palabras halagüeñas de los falsos maestros (Gálatas
3:1), ni hagas caso de sus descalificaciones (todos los fieles siervos de Dios han tenido
que soportarlas), ni te dejes mover de la sana doctrina del evangelio. Es posible que
amigos tuyos se vuelvan atrás, que líderes que temas en un pedestal de espiritualidad te
decepcionen o caigan estrepitosamente en pecado, o que tengas que vivir una división
de iglesia con vergonzosas peleas entre hermanos; recuerda con quién te has
comprometido y en quién has creído, y sigue adelante con la mirada puesta en Jesús
(Hebreos 12:1–3). Venga lo que venga, contra viento y marea, avanza hacia el puerto
celestial sin deslizarte a diestra o siniestra (Efesios 4:14). Mantén tu fe en las Escrituras
como Palabra de Dios, en Jesucristo como Hijo de Dios y en el evangelio como poder
de Dios.
LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO (1:23)
Mantenernos fieles al evangelio y a la fe que de una vez para siempre fue entregada
a los santos (Judas 3) o ir a la deriva a causa de los vientos de doctrina que nos desvían
del camino, ésta es la cuestión. Después de exhortar a los colosenses en el sentido de
permanecer fieles a la fe y la esperanza del evangelio, Pablo agrega tres frases acerca
del evangelio mismo para animarles en su fidelidad:
1. Fue oído por los colosenses
En primer lugar les recuerda que es el mensaje que ellos mismos «han oído». Oír, en
este caso, es mucho más que escuchar. Sin duda fueron muchos los presentes entre el
público cuando Epafras predicó el evangelio en Colosas, pero sólo los santos y fieles
hermanos «oyeron» de verdad; porque oír es asimilar, entender y abrazar (cf. 1:6–8). Es
responder con fe.
La primera razón que debe animarles a la fidelidad, pues, es el hecho de que ellos
mismos han experimentado personalmente el poder del evangelio. Ha llegado a cambiar
sus vidas. Conocen personalmente su eficacia.
2. Es proclamado en toda la creación
Ya en el 1:6, Pablo había hablado del carácter universal del evangelio diciendo que
en todo el mundo está dando fruto constantemente y creciendo. Ahora sus palabras son
aún más contundentes y explícitas: el evangelio … se predica en toda la creación que
está debajo del cielo.5
El solo hecho de haber empleado tiempos continuos en el 1:6 y de hablar allí acerca
de la creciente expansión de la proclamación del evangelio indica que Pablo no está
intentando decir aquí que la extensión del evangelio ya haya alcanzado sus límites, ni
mucho menos que absolutamente todo ser humano haya podido escuchar su mensaje.
Ciertamente, la explosión del testimonio cristiano por todo el mundo conocido del
imperio romano era tal que habría justificado esta clase de hipérbole;6 pero Pablo no
quiere decir que el evangelio ya ha sido predicado a toda criatura, sino que se está
predicando en cumplimiento del mandato de Cristo (Marcos 16:15).7 Se trata de un
proceso que ya está en marcha y que seguirá hasta el retorno de Cristo.8
Por tanto, los colosenses no deben pensar que la actividad de Epafras ha sido propia
de una secta pequeña y extraña sin solvencia ni credibilidad. El evangelio de Jesucristo

5
Puntualiza Schweizer, pág. 88: La «creación» no significa aquí, como en el himno, todo el
universo, sino la humanidad. Cf. Gutiérrez, pág. 834: En el rabinismo judio, el término
«criatura» era sinónimo de «hombre»; San Pablo se adapta a ese uso del término.
6
Como, por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 1:8.
7
Aunque el tiempo es aoristo, el sentido es indeterminado. Ver nota del traductor, Jamieson,
Fausset y Brown, pág. 515. Cf. Guthrie (1), pág. 1145: Esta frase demuestra que Pablo está
contemplando posibilidades más que realidades.
8
También es posible que Pablo, al hablar de toda la creación, esté pensando en el hecho de
que ahora el evangelio se proclama tanto a judíos como a gentiles; es decir, a toda criatura sin
distinción, no sin excepción.
está siendo abrazado por seres humanos responsables en el mundo entero.9 Es un
mensaje divino de validez universal, no una idea humana de interés limitado y regional
ni tampoco una doctrina esotérica accesible sólo para una oligarquía de iniciados.10
3. Constituye la base del ministerio de Pablo
Finalmente, Pablo utiliza el tema del evangelio como puente para dar paso a su tema
siguiente, su propio ministerio misionero (1:23b–29): del cual yo, Pablo, fui hecho
ministro. No queda claro por qué quiso hablar de sí mismo en este punto de su carta.
Algunos piensan que puede ser porque los herejes insinuaban que el evangelio
predicado por Epafras no era el mismo proclamado por Pablo y el apóstol desea
identificarse con su consiervo. Otros proponen que los colosenses podrían haberse
asustado ante la noticia del encarcelamiento de Pablo (¿puede ser creíble una religión
perseguida por las autoridades?) y que el apóstol, lejos de avergonzarse de sus cadenas,
quiere asegurarles su encarcelamiento es motivo de gozo y honor, no de deshonra y
pena.
En todo caso, es significativo cómo habla acerca de sí mismo. Podría haber dicho:
del cual fui hecho apóstol. Podría haber indicado su propia posición privilegiada dentro
de este movimiento universal. Pero, en vez de esto, habla con toda humildad. El es
«ministro» del evangelio; es decir, siervo o criado.11 Rinde fiel servicio a su amo,
Jesucristo, y el instrumento de su servicio es el evangelio.12
Pero notemos bien que Pablo no está diciendo que él mismo haya decidido servir a
Cristo mediante el evangelio, sino que «fue hecho» ministro por Cristo. Los falsos
maestros se designan a sí mismos. En cambio, aquel cuyas glorias trascendentes Pablo
acaba de cantar (1:15–20) tuvo a bien llamar a Pablo a su servicio y encomendarle el
inmenso privilegio de administrar el mensaje para bien de los colosenses.
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Sociedades Bíblicas Unidas.

9
Cf. Erdman, pág. 56: Esta universalidad del evangelio la presenta Pablo como garantía de su
verdad. El mensaje que ha satisfecho las necesidades de todas las clases y razas da prueba de
ser un mensaje de Dios. La herejía suele ser local y provincial.
10
La frase es de Carballosa, pág. 61.
11
De hecho, la palabra empleada por Pablo es diáconos. Pero aquí la emplea no como título de
un oficio reconocido en la iglesia local, sino en su sentido original de siervo.
12
Pablo indica en este capítulo que el «ministerio» cristiano tiene que ver con el servicio a
Cristo (1:7), al evangelio (1:23) y a la iglesia (1:25).
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