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México, cómplice del maltrato infantil

Castigos, burlas y golpes a los niños son aceptados como conducta normal en nuestra sociedad, bajo excusa de que
son recursos educativos o correctivos válidos. Irónicamente, no percibimos el daño contra los pequeños ni que así se
favorece el avance del maltrato infantil.

Crece la explotación sexual infantil en México


Síndrome de Munchausen: otra forma de maltrato infantil

Nuestro país se encuentra en la lista negra de las naciones más violentas del mundo, situación que experimentamos la
mayoría de los ciudadanos debido al avance de la delincuencia. Sin embargo, debemos aclarar que muchas víctimas
de abusos ni siquiera tienen que salir de casa para ser agredidas.

Un estudio realizado en 2007 por la Secretaría de Salud, auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), señala que en México se cometen diariamente dos homicidios en contra de menores de 14 años y en
muchas ocasiones suceden a manos de los progenitores o algún familiar cercano.

La dependencia gubernamental reconoce en su Informe Nacional sobre Violencia y Salud que los mexicanos
mostramos alto grado de tolerancia a la violencia contra la población infantil, ya que los castigos físicos y el
maltrato verbal son prácticas cotidianas que gozan de gran aceptación, y también se permiten en muchas escuelas
primarias y secundarias de la República Mexicana.

Si nos referimos a los casos que pueden ser detectados, el maltrato infantil tiene una prevalencia mundial de entre 5
y 10%, pero en México esta cifra llega a 30% y el porcentaje real podría ser 50%, según explica a Salud y Medicinas el
experimentado paidopsiquiatra (especialista en psiquiatría infantil y de la adolescencia) José Luis Vázquez Ramírez,
quien se encuentra adscrito al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y ha dirigido estudios sobresalientes sobre
agresiones a menores de edad.

Hablar de este tema, dice el galeno, nos lleva a abordar aspectos como agresión física, verbal, emocional o sexual en
perjuicio de una niña o un niño a quien se profiere daño en forma intencional. Muchas veces, reitera, son los mismos
progenitores quienes se encargan de lastimar a su hijo. “Y no es que estén fuera de la realidad o no tengan
discernimiento, sino que lo hacen de manera intencional o dolosa. Ello va desde causar franca disminución de la
autoestima hasta producir fracturas múltiples y, en casos extremos, la muerte”.

El porqué de esta conducta es una pregunta obligada, y el especialista responde: “Interactúan varios factores; en
principio, la elección equivocada de la pareja con la que se engendran los hijos, ya que es muy común que haya un
completo desconocimiento de los padres sobre los aspectos básicos de la crianza y las demostraciones de afecto que
requiere un niño”.

Además, abunda, la violencia hacia los menores es socialmente aceptada en México: “Vivimos en un país que no
tiene cultura de la salud mental, y ésta ni siquiera es ponderada por las instituciones gubernamentales. Una muestra de
ello es el intento por desaparecer el único hospital psiquiátrico infantil que existe en la Ciudad de México, el Juan N.
Navarro, fundado hace 40 años, lo cual puede entenderse como una agresión más a la población infantil que es
tolerada”, informa.

La escuela también

El Dr. Vázquez Ramírez menciona que la escuela también es territorio donde el infante es maltratado. El profesor es el
primer agresor, pero también hay que mencionar a los trabajadores administrativos y a los propios compañeros.
Todo ocurre, dice el especialista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), porque los profesores
no tienen la preparación suficiente para tratar a un niño con problemas de atención, sea muy travieso o hiperactivo; ante
ello, “lo que se le ocurre a los maestros y otros adultos que intervienen en el sistema educativo es hacer uso de su poder:
marginan al chico, lo etiquetan, maltratan, reprueban, expulsan o humillan delante de los demás, inclusive lo golpean”.

La mayoría de los niños maltratados están constantemente expuestos a sufrir un cuadro depresivo y trastornos de
ansiedad; en ocasiones, puede haber malestar físico, como dolor de cabeza o articular, alteración del ciclo de sueño, falta de
apetito y fobia escolar (no querer ir a clases).

Una minoría, entre 15 y 20%, puede responder en forma agresiva y manejarse con rebeldía, desobediencia y violencia hacia
sus semejantes, pero en general los niños con daño psicológico o físico pueden tener pensamientos suicidas,
autoagredirse o consumir estimulantes, señala el especialista, quien funge también como coordinador de psicoterapia
analítica de grupo en la Asociación Latinoamericana de Psiquiatría Infantil.

Cómo ayudar

La violencia en contra de los niños empieza desde el momento en que no nos preocupa como sociedad que una madre o
un padre reprenda a su hijo en forma violenta, o bien, que toleremos ver cómo golpean a un pequeño que cometió el “grave
error” de caerse o dejar olvidado un juguete.

Tal vez parezca extraño, pero la raíz del problema podría provenir de ideas establecidas desde tiempos precolombinos. Los
mexicas o aztecas, por ejemplo, golpeaban a sus hijos con puntas del maíz; otras veces les hacían aspirar chile molido por
la nariz o colocaban este irritante en los genitales, lo cual suponía que la falta cometida era especialmente grave.

Pero más allá de estas especulaciones, el Dr. Vázquez Ramírez profundiza sobre el tratamiento que debe recibir un menor
que vive en condiciones de violencia y la manera en que se desarrollará si no recibe ayuda.

El experto en salud mental, quien también efectúa investigaciones sobre esquizofrenia en adolescentes, explica que es difícil
que los propios agresores lleven al niño a terapia, pero cuando esto sucede, el especialista debe ser sumamente cauteloso
para que no lo vean como un “enemigo” y abandonen el tratamiento.

Hay que tratar, dice el entrevistado, de que cambien la manera de reprender a sus hijos, explicándoles que no es necesaria
la agresión. Sin embargo, un padre que agrede a sus descendientes frecuentemente es portador de trastornos graves de la
personalidad, adicciones, daño neurológico, retraso mental o ciertas formas de epilepsia. En algunos casos,
afortunadamente la minoría, también puede existir un trastorno de tipo psicótico (pérdida de contacto con la realidad),
informa.

La personalidad de un individuo que ha sido víctima de violencia sufrirá “una 'fractura' muy importante”, y posiblemente
desarrollará psicopatologías como trastornos límite de la personalidad (acciones impulsivas, inestabilidad en el estado de
ánimo y relaciones interpersonales caóticas) o conducta antisocial (comportamiento de manipulación, explotación o
violación de los derechos de los demás), depresión, ansiedad, y quizá una disfunción que le haga imaginar enfermedades
que no tiene.

Es por ello que, probablemente, el germen de la delincuencia se encuentre aquí, en los problemas que nacen en la célula
misma de la sociedad, en el maltrato y abuso familiar que arroja a estos niños y niñas a la calle, quienes una vez
convertidos en criminales acuden ocasionalmente a centros de readaptación en los que, por increíble que parezca, no existe
ni por asomo un especialista que supervise o trate su salud mental.

Finalmente, opina el Dr. Vázquez Ramírez, quizá en el futuro sea ideal “que las parejas reciban algo más que pláticas
religiosas prematrimoniales a cargo de sacerdotes, y mejor acudan a un servicio de salud mental que los evalúe para
definir si son aptos para educar a un niño. Si no fuera así, entonces debería existir la condición de acudir a una escuela de
padres”.

La postura parece extremista pero, de lo contrario, asevera el experto, no detendremos la violencia en contra de los seres
que, se supone, son a los que más amamos y en quienes, repetimos una y otra vez, depositamos la esperanza en el futuro.

SyM
Última actualización: 04-2017

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