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pag. 3 Presentación
pag. 5 I. Teorías
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
María Luisa Femenías
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Presentación
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Presentación
disímiles y nuestra formación, lecturas e intereses también; sin embargo nos une una
idea compartida: es posible mejorar la sociedad en la que vivimos a través de una edu-
cación no sexista.
Este proyecto fue viable también porque contamos con la colaboración de mu-
chas personas e instituciones. Es imposible mencionarlas a todas y para evitar olvidos
y omisiones preferimos expresar nuestro agradecimiento a todas y todos y a cada una
de ellas.
Mirta Zaida Lobato, Cecilia Belej, María Damilakou, Ana Laura Martín, María Fer-
nanda Lorenzo, Ana Lía Rey y Lizel Tornay.
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De los E studios de la Mujer
a los debates sobre G énero
María Luisa Femenías
1 Thomas Hobbes, Leviathan; J.J. Rousseau, El Contrato Social. Hay numerosas edi-
ciones en castellano de ambas obras. Cf. también, Lukac, M.L. Perspectivas latinoa-
mericanas sobre Hobbes, Buenos Aires, UCA, 2008. PÁGINA 5
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
gitimador fundamental de la sociedad política. Aunque hay otras nociones políticas nos
ocuparemos solamente de la concepción hobbesiana de Contrato.
Dado por supuesto el estado de naturaleza, Hobbes señala una serie de seme-
janzas entre todos los seres humanos, en tanto poseen las mismas pasiones y procu-
ran continuamente satisfacer sus deseos, evitando sufrir daños. Por un lado, la bús-
queda de la satisfacción (felicidad) y de la supervivencia los inclina a asegurarse los
medios para alcanzarlas. Por otro, las diferencias en fuerza o en inteligencia pueden
compensar su fragilidad y su vulnerabilidad. Todos pueden ser igualmente asesinados
o heridos y todos son capaces de asesinar o herir a otros recurriendo a la fuerza, a la
astucia o a distintos tipos de alianzas entre sí. Incluso, todos comparten, hasta cierto
punto, los mismos conocimientos como resultado de la experiencia. Asimismo, todos
podrían decir “mío” respecto de algo para vivir más cómodamente si pueden apro-
piárselo y conservarlo. Ahora bien, de esta igualdad básica de facultades humanas,
Hobbes concluye que “todos” pueden tener las mismas expectativas para satisfacer
sus deseos y conservar sus vidas.2 “Todos” implica tanto a varones como a mujeres en
la medida en que el “universal”, como se sabe, se forma con el masculino del término.
Sin embargo, la politóloga australiana Carole Pateman hizo visible el sub-texto
sexista del modelo contractualista en general y del hobbesiano en particular.3 Mostró
cómo tras la firma hipotética del Pacto o Contrato, la sociedad civil excluye de la “igual-
dad” a las mujeres (también a los pobres, a los extranjeros, a los individuos “de color”)
de los derechos y beneficios que enuncia para “todos”. Entre otros aportes, Pateman
realiza un análisis crítico minucioso de la teoría hobbesiana del Contrato y de sus con-
secuencias en las prácticas políticas de la Modernidad y su influencia. En efecto, en la
posterior sociedad civil descripta también por Hobbes se constata la subordinación de
todas las mujeres respecto de todos los varones en general, lo que obliga -argumen-
ta Pateman- a explicar qué motivaría que ciertos individuos (mujeres) libres e igual-
mente astutos o vulnerables en el estado de naturaleza aceptaran someterse a otros
individuos (varones) de las mismas características.4 El Contrato no explica ni justifica
las profundas desigualdades que se produjeron en la sociedad civil para mujeres, que
resultaron -como bien sabemos- excluidas de los derechos civiles y ciudadanos hasta
por lo menos el primer tercio del siglo XX. La explicación de que voluntariamente ha-
brían intercambiado Contrato por protección, como se ha sostenido repetidamente, no
es en absoluto satisfactoria.
2 M. Spadaro, “Hobbes, el mago: una lectura desde el lugar de las mujeres” Buenos
Aires, Boletín de la Asociación de Estudios Hobbesianos, 22, 2000.
3 C. Pateman, El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1994.
4 C. Pateman, 1994: 67; T. Hobbes, caps 15 y 20; M. Spadaro, 2000.
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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
5 M. A. Astell, Serious Proposal to the Ladies Part 1 (1694), Part 2 (1697); Some Re-
flections Upon Marriage (1700). Reeditados en New York-London en 1970 y actual-
mente agotados; citado por Pateman.
6 Sobre los debates Ilustrados respecto de la ciudadanía de las mujeres, cf. A. Puleo
reconociera como legítimos sus derechos- que estaban excluidas del universal y de la
igualdad; es decir, que carecían de derechos civiles y de ciudadanía y, por tanto, se las
consideraba menores de edad (Amorós, 1997: 170). Los debates sobre la ciudadanía
de las mujeres de, entre otros, J. Le Rond D’Alembert (a favor) y J. J. Rousseau (en
contra) muestran claramente la efervescencia de las nuevas ideas tanto como la De-
claración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que Olympes de Gouges no du-
dó en publicar dado que las mujeres seguían excluidas, aun después de la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Esto le valió la guillotina en 1793. Sea como
fuere, la exclusión de origen de las mujeres continuó siendo invisibilizada y negada
en los debates teóricos sobre la democracia hasta tiempos muy recientes. De ahí las
dificultades de las mujeres para acceder al espacio público-político de la ciudadanía y
de los Derechos. El modelo que dice garantizar universalmente la igualdad a todos los
seres humanos muestra aún con claridad resistencias a su inclusión paritaria.
Paralela a esos debates fue la Vindicación de los Derechos de la Mujer (1790) de
la inglesa Mary Wollstonecraft, directa heredera de Astell y testigo de los convulsiona-
dos acontecimientos del París finisecular. Más adelante, las tantas veces ridiculizadas
Sufragistas llevaron adelante las luchas por el voto, la ciudadanía y los derechos civiles
de las mujeres. Primero, precedidas y apoyadas por socialistas como Charles Fourier
y Flora Tristán, los Comuneros de París, los movimientos estadounidenses nacidos de
la Declaración de Seneca Falls (1848) y, más adelante, respaldadas por el filósofo John
Stuart Mill, quien junto a Harriet Taylor, publicó La emancipación de la mujer (1851) y La
sujeción de la mujer (1869) (de Miguel, 2005: 9). En el contexto nacional, desde el si-
glo XIX, hubo un movimiento significativo del que a lo largo del tiempo formaron parte
Juana Manso, Cecilia Grierson, las hermanas Ernestina y Elvira López, Julieta Lanteri,
María Abella, Alicia Moreau, Elvira Rawson, las anónimas mujeres de La voz de la mu-
jer, Victoria Ocampo, entre muchas otras, acompañadas por algunos varones que mar-
charon junto a ellas. Es decir que los derechos de las mujeres no fueron defendidos
como interés de parte, sino porque su segregación convertía la igualdad y la universali-
dad pregonadas en una impostura. Tanto fue así que el derecho de las mujeres al voto,
como modo de ejercicio de la ciudadanía, vertebró los debates y las luchas de los mo-
vimientos por la igualdad, hasta por lo menos después de la Segunda Guerra Mundial,
época en que la mayoría de los países occidentales concedió el voto a las mujeres. 7
Ahora bien, las clasificaciones más difundidas coinciden en denominar “primera
ola” del feminismo al amplio movimiento de mujeres que se produce en Estados Uni-
dos y ciertos países de Europa a partir de los años 60 del siglo XX, de la mano de la
liberación sexual. Esta cronología –que responde a la realidad socio-política, histórica
y económica de un conjunto circunscrito de países hegemónicos- ha sido adoptada
en general. Su punto de partida simbólico es el famoso libro de Betty Friedan The Fe-
menin Mystic (1963), a quien se considera fundadora del feminismo liberal (Amorós-
de Miguel/2, 2005: 15). La “segunda ola” se ubica a comienzos de los 70 y se extien-
de hasta los 80 y su plataforma política fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir
(1949). La recepción y difusión de esta obra fue polémica e irregular y necesitó más de
una década para que, aplacados en París los virulentos ataques de sus críticos, las mu-
jeres se pudieran hacer cargo de sus novedades: la intersección sexo-clase, la crítica
al psicoanálisis freudiano, el método progresivo-regresivo, el feminismo como reivindi-
cación existencialista-humanista, la importancia del cuerpo sexuado, el sexo como ex-
periencia vivida, la noción de “situación” (López-Pardina, 1998).8 Beauvoir aunó al uni-
versalismo ilustrado, una fuerte posición marxista, –sin dejar de criticar su sexismo- un
sólido dominio crítico de la filosofía existencialista (Sartre y Merleau-Ponty), lo que la
convirtió en madre simbólica de la segunda ola del feminismo. En Inglaterra, Kate Mi-
llet en Sexual Politics (1969) profundizó su sugerencia de someter la obra de Sigmund
Freud y de las vanguardias literarias al examen crítico del feminismo. En EEUU, Shu-
lamith Firestone en The Dialectic of Sex: A Case for Feminist Revolution (1970) explí-
citamente se reconoció deudora de su obra, en especial de la incorporación crítica de
la noción de “clase” al análisis de la situación socio-política de las mujeres, superando
así los límites del feminismo liberal. En Francia, Christine Delphy, Claude Hennequin y
Emmanuèle de Lesseps comenzaron a publicar las Nouvelles Questions Féministes. A
comienzos de los años 80, un grupo de italianas, entre ellas Paola di Cori, comenzaron
a publicar la revista Memoria.
Pero el mayor impacto de la obra de Beauvoir consistió en la conjunción de un
número incierto de factores que se resolvieron, a partir de finales de los 70, en el con-
cepto de “género” (Nicholson, 1999: 289). Beauvoir denunció el papel preponderante
en que los modos de socialización intervienen en la distinción biológica de “mujeres”
y “varones”. A raíz de ello en Estados Unidos se acuñó la palabra “gender” (género)
para designar lo culturalmente construido sobre la diferencia sexual, subrayándose una
clara oposición entre el “sexo” en tanto dato biológico, dimórfico, natural y el “géne-
9 A partir de aquí, “género” funciona como una herramienta teórica útil para el aná-
lisis conceptual de un conjunto de problemas vinculados, en principio, a la situación
de segregación y discriminación de las mujeres y más adelante, como pivote sobre
el que se desarrollan las teorías de la identidad sexual. PÁGINA 10
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
mana” y de los límites de la biología (Nicholson, 1998: 291). En efecto, las cualidades
esenciales de “La mujer” (incluida la maternidad) y de “El varón” fueron puestas en
entredicho y, por tanto, sus disposiciones “naturales” en términos de rasgos de ca-
rácter, perfiles psicológicos, maneras y estilos de sensibilidad, capacidad de cuidado
y de agresión, etc. (Femenías, 2000: 193). Se sumaron al debate estudios históricos y
antropológicos que mostraban cómo los géneros adquieren determinación histórica y
son variables (Nicholson, 1992: 29). Sin embargo, ninguna de esas posiciones rechazó
por completo alguna forma de distinción entre la materialidad biológica de los cuerpos
y lo que las socio-culturas hacen históricamente con ellos. En pocas palabras, se man-
tiene un arco significativo que, en sentido amplio, podemos entender en términos de
derivaciones de la Ilustración. Incluso, se trata de la posición predominante en la Aca-
demia europea.
Sin embargo, hacia mediados de la década del 80 comenzó a desestabilizarse
la categoría de “diferencia sexual” a raíz, por un lado, de las teorías francesas del dis-
curso (H. Cixous, M. Wittig, entre otras) y por otro debido a la revisión postmoderna de
los supuestos de la Modernidad (Postestructuralismo, J. Derrida, J.F. Lyotard, G. De-
leuze, M. Foucault). A ello se sumó una relectura del psicoanálisis freudiano desde el
“giro lingüístico” (J. Lacan, J. Kristeva, L. Irigaray) y la crítica a lo que se denominó “la
institución de la heterosexualidad compulsiva” (M. Wittig, A. Rich). En general, esas
posiciones proclamaron la fractura del universal, del concepto de igualdad con preemi-
nencia de la “diferencia” y la “muerte” del sujeto; es decir, la pérdida de sentido de
los conceptos pilares del pensamiento de la Ilustración. A partir de Foucault, se resig-
nificó la noción de “poder”, excediendo las explicaciones marxistas tradicionales que lo
ligaban jerárquicamente a los aparatos ideológicos del Estado. Conceptualizado como
una red, permeó el lenguaje, la ontología y los procesos de subjetivación. Metodoló-
gicamente, hubo un desplazamiento del análisis a la deconstrucción, en sus diversas
variantes. El resultado fue un renovado interés por el cuerpo y las categorías sexuales,
que hasta entonces se habían aceptado acríticamente como un dato biológico-natural.
Se abrió así un espacio que desafió la estabilidad del binarismo sexual y del concepto
mismo de “naturaleza”.
En 1986, una muy joven Judith Butler publicó Sex and Gender in Beauvoir´s Se-
cond Sex, asumiendo una posición contraria a la distinción sexo-género y tomando los
aportes teóricos de de Beauvoir como polo de confrontación (Femenías, 1998: 10). ¿Se
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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
trata del inicio de la tercera ola o del Postfeminismo?10 Nos inclinamos por denominar
“postfeminismo” a la reconceptualización de la noción de “género” que llevó a cabo
Judith Butler (Butler, 1990: 5), como ella misma sugiere, aunque no la haya sostenido
consistentemente. Por un lado, Butler parte de un conjunto de supuestos -a los que
sería demasiado extenso explicitar ahora- gracias a los que anuda de modo original al-
gunas líneas teóricas en torno a la noción de deseo. Por otro, gracias al giro lingüístico
y a la negación de la dicotomía sexo-género como natural, concluye que nada más allá
del discurso y de sus significados determina el sexo-género. En pocas palabras –para
Butler- “mujer” (también “varón”) funciona como una fuerza de control político-social
que regula y legitima ciertas prácticas y experiencias a la par que deslegitima otras. Se
produce así, compulsivamente, lo que considera una parodia del estereotipo “mujer”
como modelo a alcanzar, cerrando de ese modo las posibilidades del ejercicio realiza-
tivo de “género” y aceptando que los cuerpos tienen un sexo dimórfico como dato
ontobiológico fijo.
En Disputas sobre Género (título original: Gender Trouble: Feminism and the
Subversion of Identity, 1990), sostiene que los debates recientes sobre los significa-
dos de “género” desembocaban una y otra vez en callejones sin salida (Butler, 1990:
vii). Considera necesario desestabilizar conceptos como “mujer” y “varón” para mos-
trar de qué manera la realidad socio-cultural los constriñe discursivamente, producien-
do sus cuerpos en y dentro de las categorías del sexo binario, originario y naturalizado.
Para ella es preciso desarticular esa ilusión indagando cómo ha llegado a configurarse
un sujeto mujer real y cómo es posible desafiarlo. Sobre estos problemas vuelve más
adelante en Cuerpos que importan (Bodies that Matter -1993), Excitable Speech (1993)
y The Psychic life o Power (1997). Define “género” como “un modo de organización
de las normas culturales pasadas y futuras y un modo de situarse uno mismo con res-
pecto de esas normas”; es decir, fundamentalmente como “un estilo activo de vivir el
propio cuerpo en el mundo, como un acto de creación radical” (Butler, 1986: 14). Para
ella, esta radicalidad es posible en la medida en que el género se constituye como un
producto paródico que va más allá de los límites convencionales de las teorías cons-
tructivistas. Asume de ese modo una posición contraria al sentido común y opuesta
a importantes líneas teóricas en desarrollo, que van desde Beauvoir a Fraser, pasando
por Delphy, Irigaray, Amorós o Braidotti.
Para Butler, en cambio, el género es performativo (realizativo) y se produce a
partir del lenguaje como un acto de habla (en tanto significante) que instaura realidad
y delimita la frontera del objeto en tanto lo define como tal. (Butler, 1993: 22-30). De
ese modo, el cuerpo es una inscripción narrativa, histórica, que soporta todos los mo-
dos institucionalizados de control. Esto es así sobre todo a partir del disciplinamiento
del deseo: desear lo que no se es, desear aquello de lo que se carece (Casale, 2006:
69). Butler critica sin concesiones no sólo la noción de sexo natural (pre-discursivo) si-
no también la noción de identidad estable. No hay nada, para Butler, más allá o más
acá de la performatividad. Decir es “hacer cosas con palabras”, según la sentencia de
John L. Austin. Por eso, las filosofías del giro lingüístico le permiten sostener que na-
die nace con un sexo-género ya dado, sino que siempre es una performatividad que se
resignifica constante y paródicamente.
De la misma manera rechaza la noción de “sujeto” como supuesto estable y
universal del feminismo. Se trata de un constructo normativo más (Butler, 1990: 37),
y no de un dato ahistórico. El sujeto, para Butler, es sólo condición necesaria aunque
no suficiente para la “agencia”; es el “lugar” en que el discurso nos pone: un lugar de
anclaje desde donde cada quien debe auto-constituirse en “agente” (Femenías, 2003:
118 s.), es decir, en principio activo. Asimismo, Butler critica también la noción de re-
presentación. A su juicio, “representación” funciona como el término operativo de un
proceso que da visibilidad y legitimidad a las “mujeres” como sujeto político (Butler,
1990: 9). y que, al mismo tiempo, impone los requisitos normativos prefijados que
conllevan la “representación”, ocultando o negando quiénes quedan irrepresentadas o
negadas como mujeres. El examen y la crítica de todas esas nociones tienen para But-
ler el objetivo de contribuir a la conformación de una democracia radical, que evite las
exclusiones y los términos “disciplinantes”. En efecto, esos términos involucran cons-
trucciones prescriptivas y prácticas confirmatorias, es decir, aceptación de mandatos
culturales que dan significado a la materialidad (Butler, 1990b: 201). Las relaciones de
poder-discurso fabrican cuerpos, cuya persistencia (sus contornos, sus distinciones y
sus movimientos) constituye materialidad. Deconstruir en todos los órdenes a los su-
jetos y a su materialidad implica deconstruir también la singular relación sexo/género/
deseo y promover la ruptura de cadenas de determinaciones discursivas para que se
resuelvan en cuerpos dinámicos e inconstantes, producto de la fantasía entendida co-
mo libertad. Vemos, entonces, que Butler niega el dimorfismo y la distinción sexo/gé-
nero proponiendo su subversión. Esta posición ha recibido la denominación de “teoría
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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
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11Todavía en el Oxford Dictionary puede leerse que “queer” significa “raro, degra-
dado, insólito, extraño”. Coloquialmente se aplicaba a personas de sexualidad no nor-
malizada. PÁGINA 14
De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
Bibliografía
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De los Estudios de la Mujer a los debates sobre Género
Bibliografía
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la Fundación José Antonio de Castro. (Introducción, edición y notas de Estrella Ruíz-
Gálvez Priego).
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Trabajo , cultura y poder : dilemas historiográficos
y estudios de género en la A rgentina 1
Mirta Zaida Lobato
Los problemas, las teorías y las metodologías utilizadas para producir conoci-
miento histórico cambiaron notablemente en la segunda mitad del siglo XX. Algunas
de esas transformaciones conciernen al campo de los estudios feministas y las derivas
posteriores con el nombre de historia de las mujeres y estudios de género. Esta últi-
ma expresión se difundió bajo el amparo del texto de Joan Scott (1985), en el que se
define al “género” como una categoría útil para el análisis histórico. Este vasto campo
no es inmutable y muchos han sido los debates que involucraron a estudiosas de di-
ferentes disciplinas (desde la antropología hasta la filosofía, pasando por la economía,
la historia, el arte y la geografía) y es por eso también que ni la historia de las mujeres
ni los estudios de género se basan en las mismas premisas iniciales. Como señalaron
Roulet y Santa Cruz (2000), la diversidad terminológica refleja de algún modo las am-
bigüedades existentes en los movimientos de mujeres y/o feministas de cuyo seno
surgieron muchos de los impulsos que cuestionaron categorías analíticas y modos de
pensar. Además esa indeterminación no implica inconsistencias sino que cubre una
diversidad de prácticas históricas, culturales y lingüísticas, ya que se produce a partir
de múltiples y diversos puntos de vista.
Si bien es cierto que existen diferencias en las perspectivas de análisis, los es-
tudios mencionados anteriormente comparten una actitud crítica frente a la pretendida
objetividad y universalidad del conocimiento, subrayan las diferencias en las relacio-
nes de poder existentes entre varones y mujeres, toman la experiencia de las mujeres
evitando objetivarlas, convertirlas en víctimas, en sujetos románticos, cuyas experien-
cias pueden generalizarse sin prestar atención a las diferencias de clases, de raza o
generacionales y, ante todo, intentan cambiar la situación desventajosa en la que se
encuentran las mujeres.
Desde el punto de vista de la Historia los debates historiográficos no fueron
menores y, como en el caso de los estudios de género, estuvieron marcados por las
políticas en la producción de conocimientos y en la disciplina, por las estructuras ins-
titucionales con sus prácticas (departamentos, institutos, redes, asociaciones) y con
las normas y protocolos que definen los límites y las fronteras de las disputas intelec-
1 Agradezco los comentarios de las colegas del Archivo Palabras e Imágenes de mu-
jeres (APIM-IIEGE) y de Silvana Palermo. PÁGINA 17
Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de género en la Argentina
tuales sobre métodos, archivos, tradiciones y teorías. A lo largo de las últimas décadas
los modos de hacer historia fueron amenazados y desafiados, de un modo u otro y con
distintos grados de intensidad, por los estudios sobre las mujeres, el “giro lingüístico”,
la historia cultural, los estudios postcoloniales y de la subalternidad.
La producción historiográfica en nuestro país también sintió algunos cimbrona-
zos, pero el contexto general que siguió a la última dictadura militar fue la expansión
de un heterogéneo conjunto de investigaciones que reconoce influencias diversas. La
extensa literatura sobre mujeres/género/feminismos producida en nuestro país, sobre
todo desde la institucionalización de numerosos centros de estudios y la proliferación
de publicaciones de diverso tipo, refiere a ciertos períodos y determinados temas más
que a otros. Así hay muchos trabajos para el período que se extiende entre fines del
siglo XIX y principios del XX, y entre los temas estudiados se destacan la acción de los
movimientos feministas, las prácticas de ideologías como el anarquismo, el socialis-
mo, y el peronismo, donde se destaca la figura de Eva Perón, el asociacionismo feme-
nino, la prostitución y el trabajo de las mujeres. Geográficamente la mayoría de los es-
tudios se concentran en las grandes ciudades, en especial en Buenos Aires y Rosario,
aunque la expansión de los estudios regionales ha extendido el espacio de estudio a
las provincias de La Pampa, Neuquén, Tucumán y a ciudades como Comodoro Rivada-
via o Mar del Plata (Barrancos, 2005; Lobato-Suriano, 1993 y 2006; Lobato, 2003).
Un examen analítico de esa amplia producción requiere de aproximaciones re-
cortadas a problemas específicos. Por eso me propongo en este artículo analizar la
literatura socio-histórica sobre trabajo, considerando que éste se encuentra estrecha-
mente imbricado con el par cultura y poder. No obstante la importancia del tema en
nuestras sociedades y de la relevancia de la presencia femenina tanto en el trabajo do-
méstico como en el asalariado, la historiografía ha construido los relatos nacionales so-
bre la base de una presencia considerada universal aunque de hecho enfocada en las
prácticas políticas, sociales y culturales de los varones. Este sesgo sólo ha comenzado
a matizarse y hacerse más complejo en las últimas tres décadas en nuestro país.
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Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de género en la Argentina
Las historias de los trabajadores escritas tanto por militantes del movimiento
obrero como por historiadores profesionales trataban de responder a las preguntas so-
bre quiénes eran los trabajadores, qué labores realizaban y, sobre todo, qué tipo de or-
ganizaciones crearon, cuáles fueron las ideologías dominantes y cuáles las formas de
protestas. Desde la década de 1960 el interés por develar cuál había sido el papel de
los obreros en la vida económica y política del país ocupó las páginas de algunos libros
sobre la historia de la sociedad (Germani, 1968), sobre la industria (Dorfman, 1970) y
sobre la economía (Ortiz, 1978 y Ferrer, 1968), mientras que las historias obreras edi-
tadas en esa década y en las siguientes se vertebraron alrededor de los trabajadores
industriales varones, urbanos y organizados, enfatizando el papel de las ideologías y
los vínculos con el Estado (entre otros, Panettieri, 1967; Godio, 1972; Belloni, 1960;
Falcón, 1986; Bilsky, 1984 y 1985; Torre, 1988 y 1990)
Este modo de hacer historia era parte de un movimiento más amplio, de carác-
ter mundial, relacionado con la emergencia y consolidación de una estructura de pen-
sar basada en la importancia asignada a la industria y a sus trabajadores. En este sen-
tido se debería enfatizar que un segmento de las Ciencias Sociales en general y de la
Historia en particular se constituyó en Europa, desde mediados del siglo XIX, a partir
de las ideas de Carlos Marx sobre el proletariado europeo y que alcanzó notable fuer-
za al finalizar ese siglo y principios del XX. Como derivación, los conceptos de “clase”
y “lucha de clases” rigieron buena parte de los estudios y se convirtieron en fuerzas
dinámicas que organizaron temas y problemas. Posteriormente, en países como Ingla-
terra, los estudios históricos sobre trabajadores adquirieron mayor complejidad en la
obra de autores como Eric Hobsbawm o Edward P. Thompson en las décadas de 1960
y 1970, y un poco más tarde, en la de Ralph Samuel y Gareth S. Jones, entre otros.
Estos autores, de un modo u otro y con más o menos influencia, despertaron nuevos
interrogantes, renovaron la historiografía sobre los trabajadores e impulsaron novedo-
sos estudios no sólo en la Argentina sino también en Chile y Brasil.
Lo notable es que esas influencias fueron poco receptivas al debate que plan-
tearon las feministas, en particular las marxistas, a los historiadores varones. Las limi-
taciones de la historia del trabajo identificada con la organización y el potencial revo-
lucionario de la clase obrera se atribuyeron tanto a los prejuicios masculinos como a
otros factores tales como la naturaleza de las fuentes (la información sobre los hom-
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Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de género en la Argentina
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Trabajo, cultura y poder: dilemas historiográficos y estudios de género en la Argentina
de género se hizo evidente en unas pocas investigaciones, entre las que se destaca
el estudio de Daniel James (2004) sobre la importancia de la desigualdad sexual en la
experiencia política de las clases subalternas.
La incorporación de la problemática de género llegó en nuestro país de la mano
de la sociología y la relación entre la disciplina historia y los estudios de género ha sido
y sigue siendo bastante compleja. En las últimas décadas, ambas han establecido sus
fronteras y sus dilemas epistemológicos y políticos (y eso incluye el hecho de que en
el proceso de publicación de ciertos trabajos algunos editores sugieren la eliminación
de la palabra “género”, acaso porque se la considera demasiado militante y subversiva).
La relación conflictiva y problemática entre trabajo y género no es nueva, tie-
ne más de medio siglo de constantes y persistentes debates y la historia del trabajo
muestra una notable resistencia a romper con la idea de la neutralidad de género en
el mundo laboral. Una clara expresión de estas resistencias se dio con la discusión de
las nuevas formas de organización del trabajo que siguieron al debate sobre la crisis
taylorista-fordista en la década de 1990 que, en palabras de Martha Roldán (1992), se
presentaban como neutrales en términos de la diferencia sexual.
Aunque quizá sea obvio señalar esto, el término “historia del trabajo” encierra
una amplia diversidad de temas y problemas así como es susceptible de diversas in-
terpretaciones. Por un lado, refiere a las transformaciones históricas de las condicio-
nes de trabajo en el doble sentido de labores realizadas, de los salarios, horarios, sa-
lubridad de fábricas y talleres, a los que se pueden agregar oficinas, escuelas, hospi-
tales. Por otro, se vincula al análisis de las organizaciones obreras y de las ideologías
que buscaban organizar, dirigir y orientar a los trabajadores. La historia del trabajo era
la historia de la clase trabajadora y ella sólo ocasionalmente incluía a las mujeres. En
realidad, buena parte de la historiografía del trabajo que se designa como tradicional
ponía de relieve la dicotomía existente entre una mayoría de mujeres, víctimas y so-
metidas cuando no indiferentes, y una minoría de mujeres rebeldes, de dirigentes po-
líticas y gremiales.
En un esfuerzo por romper las fronteras, algunas reuniones científicas sobre
trabajadores han recibido la designación de “mundo del trabajo”, buscando definir un
espacio de neutralidad que posibilita la inserción de las mujeres en esa historia; otras
veces, en un intento desestabilizador, se incluye el subtítulo “identidad y cultura de
género” (Nash, 1999). Todas estas observaciones le dan sentido al examen de la litera-
tura que explora los interrogantes sobre las relaciones, los roles y el poder que se ejer-
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Los debates continúan; pero al calor de ellos se han realizado numerosas inves-
tigaciones empíricas que se cobijaron bajo el ala de los estudios feministas y/o de gé-
nero para criticar esas teorías. El punto central es que el concepto de género es clave
en la organización del trabajo y que alrededor de él es posible repensar la organización
de las empresas, las tecnologías, las calificaciones, los salarios pero también las orga-
nizaciones sindicales, los estereotipos culturales de empresarios y líderes sindicales,
el papel del Estado a través de la legislación (Bock y Thane, 2006, McDowell, 1999), las
instituciones, la justicia y las ideas.
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y sociabilidad (Ceva, 2005). Borrar los límites entre historia laboral e historia de las mi-
graciones atenta a la cuestión de género puede ayudar a una mirada que traspase las
fronteras nacionales e incorpore la dimensión regional y global.
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interrelación entre mujeres, familia e intervención estatal fue constitutiva de los deba-
tes políticos y de la intervención de intelectuales y profesionales desde los inicios del
siglo XX (Suriano, 2000; Lvovich y Suriano, 2006).
El debate sobre la necesidad de una legislación que protegiera a la mujer obre-
ra hizo emerger varios temas convergentes: la situación de la mujer obrera y de las
trabajadoras a domicilio fue central en los estudios realizados por los organismos es-
tatales como el Departamento Nacional del Trabajo (Lobato, 2000 y 2007); las difíciles
relaciones existentes entre los trabajadores en su conjunto y el Estado pusieron a las
mujeres en el centro de la escena cuando reclamaban la presencia del Estado con la
esperanza de limitar lo que consideraban la amenaza de la competencia femenina en
el mercado laboral y para la salud de la raza (Nari, 2000; Lobato 1997 (b), 2000 y 2007;
Mercado, 1988).
El discurso de los periódicos gremiales y las prácticas de los sindicatos, visibles
en los acuerdos colectivos con los empleadores, desenmascaraban los conflictos que
alimentaban tanto la subordinación femenina visible en las tensiones alrededor del
ideal maternal y la realización en el hogar, como los cuestionamientos cuando presio-
naban para que se prestara atención a sus específicas situaciones y a sus reclamos.
Un ejemplo se encuentra en las demandas de militantes gremiales realizadas en los
congresos de la Confederación General del Trabajo (Lobato, 2000 y 2007; Nari, 1994).
Además, el tema de la protección de las trabajadoras ocupó la atención de las feminis-
tas –sean ellas socialistas o liberales– aunque, como ha demostrado Nari (2000), ellas
introducían el tema del poder cuando planteaban que la capacidad reproductiva de las
mujeres era crucial para la salud de la raza y de la nación.
El conjunto de normas sancionadas a lo largo de la primera mitad del siglo XX
amplió las fronteras de la ciudadanía social y las entrelazó a las de la ciudadanía política
en algunos registros, como el de los socialistas, así como estimuló una mayor preocu-
pación por los problemas vinculados a las desigualdades sociales y políticas. El recono-
cimiento de derechos sociales precedió a la obtención de otros derechos como los po-
líticos, ya que la sanción del sufragio femenino se produjo en 1947 (Bianchi y Sanchís,
1988; Novick, 1993; Navarro, 1981; Lobato, 1997(b) y 2000) y en muchos estudios se
destaca que apoyándose en lo diferente (la biología y la maternidad) las mujeres bus-
caron construir un camino para el reconocimiento de su estatus como ciudadanas. La
protección de la madre obrera y las demandas de igual salario por igual trabajo fueron
reclamos comunes entre varones y mujeres e impulsaron a muchas obreras a recla-
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f) La acción colectiva
Si las mujeres vivían las vicisitudes de la experiencia laboral cabe preguntarse
cómo reaccionaron ante las diversas condiciones de trabajo. Una imagen común en las
historias laborales destaca que la mujer permanecía inactiva, casi como espectadora
de las huelgas protagonizadas por los trabajadores varones, y que sólo unas pocas se
plegaban a las protestas y a la actividad gremial. El mundo de los trabajadores era uno
y estaba formado por los héroes que redimirían a la sociedad destruyendo el poder de
los patrones. Aunque el mundo del trabajo fue definido en términos masculinos las
mujeres se integraron no sin dificultad a las diferentes formas de acción colectiva que,
desde fines del siglo XIX, tomaron las formas de manifestaciones, huelgas, boicots y
sabotajes, aunque no todas tuvieron el mismo uso e impacto a lo largo del tiempo y la
huelga se convirtió en central en los conflictos laborales del siglo XX (Lobato-Suriano,
2003; Suriano, 1983; Lobato, 1993, 1997 y 2007; Palermo, 2007).
Los datos estadísticos sobre la intervención de mujeres en las huelgas son frag-
mentarios, del mismo modo que lo son aquellos que informan sobre su participación
en la fuerza laboral. Sin embargo, la conflictiva y por momentos contradictoria participación
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en las protestas laborales en la primera mitad del siglo XX fue relevante, y este hecho
contradice los discursos que enfatizaban su ausencia o pasividad en los conflictos (Lo-
bato, 1993 y 2007; Palermo 2007; Bravo et. al. 2007).
A principios del siglo XX las mujeres se sumaron a las huelgas organizadas por
sus compañeros varones y hasta protestaron oponiéndose a las decisiones y/o consejos
de sus compañeros. En el momento en que la huelga como repertorio de confrontación
estaba constituyéndose hubo un espacio más amplio para la participación en la acción
colectiva e incluso para el activismo gremial pero, a medida que se extendió el recono-
cimiento de la legitimidad de los conflictos laborales y de sus organizaciones, ellas que-
daron subsumidas en la noción de “lucha de clases” y se convirtieron en casi invisibles.
Por otra parte, la idea de la “pasividad” no considera las peculiares condicio-
nes en las que se desenvuelve la experiencia laboral femenina, caracterizada por lo
que podría denominarse una explotación múltiple, en tanto trabajadoras sometidas al
poder del patrón, y por lo tanto partícipes del proceso por el cual se identifican los in-
tereses comunes como asalariadas, y trabajadoras en el hogar, cumpliendo un deber
ser femenino que podía alejarla de la acción colectiva, ya que el tiempo de su actividad
laboral y gremial competía con el de ama de casa. A las mujeres se les planteaba el
problema de conciliar la participación con diferentes tiempos: el del trabajo, el de las
protestas y el del cuidado de la familia. En oposición, a los varones no se les planteaba
esta disyuntiva.
El hogar se convirtió en un espacio central en sus vidas. Así, la mujer se trans-
formó en una activa participante de la defensa del hogar proletario, usando incluso la
violencia y todas las formas a su alcance cuando aquél se hallaba amenazado, tal co-
mo sucedió, por ejemplo, en la huelga de inquilinos en 1907 (Suriano, 1983) o en la
ferroviaria de 1917 (Palermo, 2007). Un análisis sensible a las tensiones entre trabajo
productivo y reproductivo permite romper con la visión dicotómica presencia/ausencia
de las mujeres en la acción colectiva y revela que las mujeres hacían las mismas cosas
que los varones cuando se sumaban a las huelgas, manifestaciones y enfrentamien-
tos con la policía, así como realizaban otras distintas cuando se recluían en las expe-
riencias cotidianas, registrando emociones y conflictos en la familia y asegurando con
sus energías, muchas veces menos visible y hasta poco importante a los ojos de sus
compañeros, la actividad militante de los varones.
Estas observaciones permiten volver sobre la noción de movimientos sociales
que se acuñó justamente para dar cuenta de aquellas protestas que excedían las que
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se originaban en el mundo obrero. En los conflictos de 1907, 1919 y 1936 las muje-
res habían sido activas defensoras del bienestar en el hogar (Suriano, 1983; Palermo,
2007; D´Antonio, 2000). Apoyaron a sus esposos en defensa del salario y mejores con-
diciones de trabajo y sostuvieron la protesta de 1907 contra la suba de los alquileres
así como se sumaron a las huelgas ferroviarias y de la construcción en 1917 y 1956
y 1936 respectivamente. Esos movimientos, de todos modos, no cuajaron en organi-
zaciones perdurables específicamente femeninas. Tal vez por eso las investigaciones
sobre movimientos sociales de los períodos históricos recientes enfatizan la incorpo-
ración de nuevos actores, identidades, formas de acción y contenidos, donde las mu-
jeres cobran nuevos protagonismos (Jelín, 1985).
Por medio del análisis de la constitución de ciudadanía y de la conformación de
consumidores, de los desplazamientos de los ámbitos públicos a la vida cotidiana y de
las nuevas condiciones políticas las mujeres tuvieron y tienen un espacio en los estu-
dios sobre protestas y organizaciones en la historia reciente. El reclamo de las amas
de casa contra la carestía de la vida en la ciudad de Buenos Aires, en los partidos del
conurbano bonaerense como San Martín, Vicente López o San Isidro y en ciudades
del interior del país como Tucumán, las tomas de tierras en localidades como Grego-
rio de Laferrere, Ciudad Evita e Isidro Casanova en la provincia de Buenos Aires o el
movimiento de derechos humanos forman parte de varios estudios (Feijoó y Gogna,
1985; Merken, 1991) a los que se suman aquellos que refieren a las luchas por mante-
ner abiertas las fuentes de trabajo, sobre todo cuando fábricas y talleres cerraron sus
puertas en la década de 1990.
En la movilización política reciente, pero también en el pasado más remoto, las
mujeres tomaron conciencia de su poder, aunque hablaran de necesidad o se apoya-
ran en los roles atribuidos (la maternidad por ejemplo) para reforzar sus reclamos. Co-
mo sostienen algunas estudiosas, el trabajo y la movilización sindical y política fue una
fuente de “empoderamiento”.
Mirando al futuro
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lan en una amplia gama de sujetos involucrados. Las publicaciones académicas, las
de circulación masiva, las alternativas y/o contraculturales sirven de diverso modo a
la conformación de sentidos en la sociedad y específicamente las publicaciones cien-
tíficas pueden ser consideradas como indicadores de la conformación de los campos
disciplinares, de las tendencias críticas y de las perspectivas de análisis que circulan
tanto a nivel local como global. La reflexión sistemática sobre las prácticas culturales
y políticas incluye tanto la deliberación sobre el campo alrededor de las intersecciones
existentes así como sobre las formas de recepción y circulación. Sin embargo hay algo
más en este proceso de producción de conocimientos, saberes y sentidos: el carácter
indisociable de la práctica política y la académica o, dicho de otro modo, la relación in-
eludible entre políticas públicas y producción de conocimiento.
Además de la circulación de conocimientos en el campo académico con todas
las implicancias que ello tiene, la escuela y los medios de comunicación son territorios
problemáticos que reclaman su inclusión entre las estrategias, intercambios y pasa-
jes de la producción académica y los públicos más amplios. La escuela es una de las
principales reproductoras de sentidos y son conocidas las dificultades para la incor-
poración de la dimensión de género en los estudios de los niveles primario y medio.
Entre los desafíos que siguen en pie se encuentran tanto la necesidad de elabo-
rar instrumentos adecuados para trabajar las problemáticas de género en las escuelas
como el establecimiento de espacios de capacitación e intercambio que faciliten que
las perspectivas de género desarrolladas en ámbitos académicos formen parte activa
de las políticas de equidad social, cultural y política. En nuestras sociedades fragmen-
tadas parece necesario intervenir sobre la formación ética y ciudadana para contribuir
a generar identidades sociales y prácticas políticas y culturales inclusivas, democráti-
cas y no discriminatorias.
No es el único reto. Los logros obtenidos en la posición y consideración de las
mujeres en la última década del siglo XX pueden derivar en cierta tranquilidad relacio-
nada con el establecimiento de cuotas para mujeres dentro de los partidos políticos o
en las organizaciones sindicales o con la llegada de mujeres a ministerios como Eco-
nomía y Defensa (viejos cotos de caza de los varones), e incluso a la presidencia de
la Nación. Esos logros, aunque positivos, encarnan sin embargo un peligro, pues se
corre el riesgo de perder de mira muchas de las amenazas del pasado, en particular la
permanencia de patrones de inequidad expresados en la persistencia de la diferencia
salarial y el empleo precario e inestable.
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Haciendo Historia con mujeres . Aprender, mirar y
comprender la historia desde una perspectiva de género
Historias con mujeres. Mujeres con historia es una propuesta diferente para en-
señar y aprender la historia argentina pues intentamos unir nuestra experiencia docen-
te y de investigación para contar la historia argentina prestando atención a las comple-
jas y conflictivas relaciones de género.1 Ello supone poner en debate la forma en que
los contenidos históricos han sido seleccionados, qué aspectos de la historia han teni-
do mayor relevancia o quiénes han sido sus protagonistas. Lo cierto es que los textos
para la enseñanza de la historia argentina no han incluido una perspectiva que permi-
tiera reconocer las huellas de las mujeres en sus espacios cotidianos, en sus prácticas
o en sus luchas y reivindicaciones.
En los últimos años se puede observar que algunos libros destinados a la en-
señanza primaria y media han incorporado reflexiones marginales sobre el rol de la
mujer en la conquista de América, la lucha de las sufragistas y militantes políticas o la
conquista del voto femenino.2 En estos relatos las mujeres aparecen en algunos ca-
sos como víctimas, en otros, como heroínas pero los textos, las fotografía o el relato
mismo no promueven una lectura crítica y reflexiva acerca de los roles de género a lo
largo de la historia. Las mujeres entran y salen de las narraciones históricas como si se
tratara de una representación teatral en la que les toca cumplir un rol secundario, casi
como el coro en la tragedia griega. Esta aparición esporádica de las mujeres no permi-
te el desarrollo de una historia que nos conduzca a pensar que los hechos políticos, las
transformaciones económicas o el mundo del trabajo tienen diferentes efectos sobre
la vida de los hombres y mujeres y a la vez afectan de manera desigual a las mujeres
según su clase social o su origen étnico.
En nuestra propuesta buscamos incorporar en un relato histórico diferente a
mujeres con nombres propios pero también a las mujeres anónimas; colocarlas en re-
des de significación social, cultural y política, aproximarnos a sus vivencias, aunque sea
de modo parcial, a partir de sus experiencias laborales, políticas o de su vida cotidiana.
Contar la historia de y con las mujeres implica recurrir a una cantidad enorme de
documentos no sólo los escritos sino también fotografías, pinturas, afiches políticos y
publicitarios o el humor gráfico. En ese vasto corpus la imagen tiene un papel funda-
mental para el análisis del pasado en todas sus dimensiones tal como puede leerse en
los textos de Malosetti, Lobato y Paladino, publicados en esta sección.
Las imágenes son un tipo de fuente histórica distinta a los tradicionales do-
cumentos escritos y, por este motivo, es necesario darles un tratamiento particular.
Debemos interpelarlas de otra manera y a su vez exigirnos y exigir a los estudiantes
destrezas diferentes a las habitualmente empleadas para analizar un texto escrito. El
trabajo con documentos visuales en el aula exige el manejo de ciertos procedimientos
metodológicos que permitan a docentes y estudiantes utilizar las imágenes trascen-
diendo el carácter de meras ilustraciones.
Aunque en el CD para el aula hemos desplegado una cantidad enorme de ac-
tividades quisiera presentar algunas situaciones que, apoyándose en la lectura de los
textos que integran esta sección, puede contribuir a ampliar la perspectiva en el aná-
lisis de estos recursos a partir de un específico interés temático que en nuestro caso
refiere a la historia de las mujeres en la Argentina.
Desde fines de 1830, el daguerrotipo fue una herramienta que permitió repro-
ducir aspectos de la vida de las personas y de paisajes rurales y urbanos. Tras una lar-
ga exposición y una combinación de químicos muchas personas lograron verse impre-
sas sobre una placa de metal o de vidrio. Con la incorporación de adelantos técnicos y
fundamentalmente con la posibilidad de reproducir sobre papel, aquel viejo invento de
Daguerre y Niepce dio paso a la fotografía, un dispositivo que democratizó la imagen y
permitió ampliar las posibilidades de capturar situaciones y momentos particulares.
Los docentes y científicos sociales cuentan para estudiar y conocer el siglo XIX
y XX con un tipo de testimonio especial, que es de mucha utilidad pero que a la vez
debe ser utilizado y analizado con algunas precauciones. Las fotografías son documen-
tos que nos acercan al pasado pero, como se señala en el artículo de Lobato o en el
análisis de las imágenes de Malosetti, exigen cierto distanciamiento y una serie de
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
Figura 1: Academia Corte Grande. Municipio de Seguí, provincia de Buenos Aires, circa 1950.
La imagen propuesta para este trabajo (Figura 1) remite a las antiguas acade-
mias de corte y confección, que fueron muy populares desde los años 50, como tam-
bién lo eran las academias de dactilografía. Estos institutos tenían como objetivo for-
mar a las mujeres en un oficio y, aunque las más conocidas fueron las Academias
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
Pitman, en todos los pueblos y ciudades podía encontrarse un lugar parecido como,
por ejemplo, en la Academia Corte Grande.
Esta imagen muestra un espacio íntegramente ocupado por mujeres, tanto las
alumnas como las profesoras. Si bien la fotografía no tiene precisiones sobre la época
en que fue obtenida, las características de la vestimenta y el soporte técnico de la ima-
gen (fotografía blanco y negro) permiten suponer que ella fue tomada entre los años
50 y 60. La imagen es una vía de entrada a las diferencias existentes para varones y
mujeres en el acceso a los conocimientos, a la formación de oficios, a las relaciones
entre conocimientos aprendidos en el hogar y actividades remuneradas. En el CD para
el aula de Historias con mujeres. Mujeres con historia se pueden encontrar cuestiones
relacionadas con la división sexual del trabajo y en la segunda parte de este CD los de-
bates historiográficos alrededor del tema.
Durante las primeras décadas del siglo XX, se fue conformando la denominada
sociedad de consumo fundada en la necesidad de deshacerse de los objetos viejos
para adquirir las novedades que empezaron a abundar en el mercado. La publicidad se
transformó en una herramienta fundamental para la creación de nuevas necesidades
en los consumidores y para satisfacer el deseo de obtener una diferenciada y enorme
cantidad de bienes en el mercado. Los medios utilizados para la difusión de la publici-
dad fueron los periódicos, las revistas, la radio y la televisión.
Los mensajes publicitarios permiten conocer lo que se desea y, a veces, lo que
adquieren los compradores y los estímulos que diseñan las agencias publicitarias y
sus creadores. Hablan también de la mentalidad representativa de una época ya que
suelen expresar valores o ideas ampliamente extendidas en la sociedad que se está
analizando. Los productos, más allá de sus cualidades, suelen estar dotados de deter-
minadas características simbólicas que son resaltadas por los publicistas, como por
ejemplo: la juventud, la belleza, la masculinidad o la feminidad. Como ha señalado Pie-
rre Bourdieu (1999) cada clase social tiene su propio ámbito cultural dentro del cual
vive y, a través del gusto, demuestra las jerarquías existentes, implícitas u ocultas, de-
trás del consumo de diferentes bienes, desde la ropa hasta la música.
Las publicidades son una fuente histórica importante para obtener información
acerca de las diferencias en los roles sexuales o la distinción de ciertos valores atribui-
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
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Figura 3: Publicidad aparecida en la revista Mamina, enero de 1968.
Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
jer joven, podría ser universitaria e independiente, pero que conserva determinados
rasgos de belleza y cuidado personal propios de las mujeres modernas. La idea de la
mujer moderna fue cambiando a lo largo del tiempo y la contraposición entre ambas
publicidades favorece lecturas posibles sobre esos cambios.
Los afiches políticos son un tipo especial de publicidad. El objetivo que persi-
guen no es comercial sino “vender” ideas o “captar” ciudadanos/votantes. El público
al que apelan estos mensajes puede ser amplio y general, pero también los mensajes
pueden cumplir el objetivo de cohesionar a aquellas personas que ya compartían las
ideas previamente. Los científicos sociales, en especial los que se dedican a la historia
política y a la historia de las ideas, realizan atractivos análisis de la propaganda políti-
ca, de sus mensajes y de quienes diseñaron esos afiches, sus ideas, sus proyectos y
opiniones. También pueden observarse modas, costumbres y valores en la forma de
comunicar las posturas políticas.
En un afiche político, el texto y las imágenes son organizados de una forma tal
que el mensaje pueda ser comprendido de manera clara y simple. Esto es así ya que
este tipo de afiches busca ganar adeptos para determinada causa o captar la concien-
cia de los receptores y, en la medida de lo posible, impulsarlos a la acción.
Los afiches que ofrecemos a continuación están vinculados a dos campañas
realizadas en Argentina sobre temas importantes que afectan a las mujeres en parti-
cular. En uno (Figura 4) la sanción de una ley referida a la familia toma a la mujer/ma-
dre como centro de la discusión política, en particular de las organizaciones que se
opusieron a la Ley de Divorcio por considerar que la ley atentaría contra la unidad de
la familia. La campaña publicitaria a la política gubernamental y de otras numerosas
organizaciones de mujeres no tenía en cuenta las transformaciones en la vida familiar
que se habían producido en la sociedad argentina. Leído sin la información necesaria
puede llevar a ideas erróneas no sólo sobre el proceso político sino también sobre la
situación de numerosas familias, la condición femenina y la posición de los hijos. El
afiche de Amnesty Internacional (Figura 5) busca sensibilizar a la opinión pública y al
Estado por la ausencia de políticas públicas ante el flagelo de la violencia doméstica.
En los dos casos, los afiches políticos que se diseminaron en las calles de dife-
rentes centros urbanos hacen un llamamiento a la acción de los ciudadanos, apelando
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
Pintando la historia
Figura 4: Afiche en contra de la ley de divorcio sancio-
nada durante el gobierno del doctor Alfonsín. Como sostiene Laura Malosetti Costa en el
texto que compone este CD, los libros de historia
han estado poblados de retratos o imágenes re-
presentativas de nuestra historia que no han sig-
nificado otra cosa que una ilustración sin mayor
importancia que la que tenían los textos en los
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
que se los incluía. Esas “figuritas”, como dicen muchas veces niños y niñas, no han lo-
grado trascender su mera inclusión en un cuaderno o una carpeta.
No obstante, las nuevas generaciones que asisten a las escuelas están perma-
nentemente estimuladas por el uso de la imagen y no de un modo puramente ilustra-
tivo. Esta mayor familiaridad de los jóvenes con el mundo de las imágenes no implica
necesariamente un acercamiento a las obras pictóricas. Sin embargo, la constante
renovación de la lectura de imágenes que tuvo lugar en las últimas décadas ha sido
fructífera para demostrar que arte y sociedad están en diálogo permanente. Como en
el caso de las fotografías, hay muchas actividades que amplían el horizonte de análisis
de las imágenes en el aula. Por ejemplo, aprender a mirar, a analizar la escena, los de-
talles, los colores, las técnicas junto con un acercamiento a los datos generales de la
obra y el autor, más las lecturas de críticas y los comentarios de arte.
Los cuadros tienen un bagaje de información tan importante como las imáge-
nes fotográficas y mucho más aquellos que fueron realizados cuando este dispositivo
técnico aún no se había generalizado. Como ha sido desarrollado en el CD para el aula,
las tertulias fueron un ámbito de socialización de las mujeres en el siglo XIX. A través de
la escena representada en la pintura elegida se puede discutir qué mujeres participaban
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Haciendo Historia con mujeres. Aprender, mirar y comprender la historia desde una perspectiva de género
de esos espacios o recrear las actividades que realizaban hombres y mujeres, tanto
dentro como fuera del hogar.
El humor gráfico o las caricaturas nos permiten ver el pasado desde una mirada
irónica y punzante. Esta visión del pasado es útil para que los historiadores y docentes
puedan reconstruir a través del humor una observación crítica de la historia.
El humor busca producir en los lectores un efecto rápido de reflexión a través
de diferentes recursos que pueden ser el uso de distintos objetos simbólicos, la cari-
caturización de los dirigentes políticos, la exageración de rasgos. Este tipo de repre-
sentación gráfica puede reportar críticas agudas sobre las costumbres, la cultura o la
vida cotidiana de una sociedad. He elegido dos ejemplos tomados de Mafalda y de la
revista Humor. Mafalda, la tira de Quino, se ha transformado en un emblema del hu-
mor gráfico en la Argentina. A través de la mirada de esta niña, su autor realizaba agu-
das críticas sobre la sociedad argentina y el mundo contemporáneo de las décadas del
60 y 70. La revista Humor ha sido uno de los medios gráficos que enfrentó con mayor
dureza a la dictadura militar que se implantó en 1976. La crítica política era su princi-
pal objetivo pero en sus páginas también podían encontrarse reflexiones acerca de los
valores y la vida cotidiana de la sociedad argentina. Ambas publicaciones pueden ser
uno de los tantos ejemplos de producciones utilizables para analizar cómo a través del
humor y la ironía se pone en cuestión algunos mandatos sociales establecidos para
las mujeres. Por un lado, el chiste de Humor nos presenta a una mujer preocupada y
abrumada por cumplir con los mandatos correspondientes a una “mujer moderna”, que
busca responder a ciertos cánones de belleza, que está preocupada por el aspecto físi-
co y la vestimenta y, al mismo tiempo, por la presión de conseguir un trabajo adecua-
do. En este caso, la mujer no está “atada” a pautas tradicionales como la maternidad
o el cuidado del hogar pero a ella se le imponen otras exigencias vinculadas a la belleza
y al desempeño laboral exitoso, que reflejan a veces más un mandato externo que la
propia satisfacción individual.
Mafalda está representando también una época de transformaciones respecto a
los roles femeninos o, por lo menos, de las aspiraciones de algunas mujeres de secto-
res medios urbanos característicos de fines de los años 60 y comienzo de los 70. Aquí
se ve reflejado un contraste generacional entre un modelo materno ligado al ámbito
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Fuente: Cascioli Andrés, La revista Humor y su crítica a la dictadura, Buenos Aires, Musimundo, 2005.
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Fuente: Quino, Todo Mafalda, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, abril de 1993.
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Bibliografía
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A lgunas reflexiones sobre el lugar de las imágenes
en el ámbito escolar
Las imágenes visuales son estímulos poderosos para la mente humana. Esos
poderes han sido ampliamente reconocidos y utilizados como instrumentos de per-
suasión y dispositivos de poder desde mucho antes de la invención de los medios
mecánicos de reproducción audiovisual. Pensemos solamente en el uso que hizo de
ellas la iglesia católica, cuando concibió el despliegue de imágenes en las catedrales
como la “biblia de los iletrados”, en la convicción que alimentó las querellas iconoclas-
tas, en la energía asombrosa con que la conquista española encaró la destrucción de
los ídolos indígenas en América, los dispositivos espectaculares que desplegaron las
monarquías absolutas en Europa, entre otros muchos ejemplos que podrían evocarse,
aun en la escena contemporánea.
Hace ya un tiempo que el pictorial turn - en palabras de WJT Mitchell (1986) - va
sustituyendo al giro lingüístico en el análisis de la significación de las imágenes visua-
les en la escena cultural. Las discusiones se van reordenando y las consideraciones en
clave masiva de la invasión de imágenes producida por los medios audiovisuales y el
internet van dejando lugar a la reflexión acerca de la naturaleza de las imágenes y los
mecanismos de la representación visual.
Conceptos como representación, imagen e iconología son objeto desde hace
ya algunos años de revisiones y redefiniciones, se abren nuevas perspectivas de aná-
lisis a partir de la relectura crítica de autores largo tiempo soslayados como Aby War-
burg. Han surgido también nuevas categorías como la de cultura visual (Bryson, Mirzo-
eff, 1994) y la cuestión del poder de las imágenes avanza en la escena de los análisis
y los estudios culturales. ¿Pueden las imágenes ser leídas? ¿Son sistemas de signos
decodificables como textos? ¿Por qué algunas imágenes se olvidan fácilmente y otras
no? ¿Por qué desde tiempo inmemorial los seres humanos han creído (y creen) que
ciertas imágenes están dotadas de poder? ¿Dónde radican esos poderes? ¿Por qué
algunas imágenes se incluyen en el canon artístico y tantas otras no? Desde Plinio el
Viejo hasta nuestros días son muchas las explicaciones que se han venido ensayando
para éstas y otras muchas preguntas. Y no es raro que en la cantera de la supuesta-
mente envejecida historia del arte se encuentren algunos tesoros insospechados que,
bien utilizados, se vuelven instrumentos preciosos para nuevas aproximaciones a la
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Algunas reflexiones sobre el lugar de las imágenes en el ámbito escolar
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Algunas reflexiones sobre el lugar de las imágenes en el ámbito escolar
Mucho más tarde volví sobre esa imagen que había quedado indeleble en mi
recuerdo en relación con el texto que le dio origen: Tabaré, el poema escrito por Juan
Zorrilla de San Martín en 1884 y del cual se aprendían y recitaban sus versos como par-
te del aprendizaje escolar. Tabaré tiene para los uruguayos el carácter de poema nacio-
nal. Su evocación aparece con frecuencia en la toponimia y muchos uruguayos siguen
eligiendo ese nombre para sus hijos como una marca de identidad oriental. El poema
es una elegía al fin de la raza charrúa, una evocación posible a fin del siglo XIX en una
nación que había exterminado cincuenta años antes a los últimos indígenas en un epi-
sodio tan vergonzoso como poco conocido2. Tabaré es una historia romántica y trágica:
la del amor imposible de un indio mestizo, (de ojos celestes, hijo de un cacique charrúa
y una cautiva blanca), por una joven española (llamada, redundantemente, Blanca). La
ilustración refería al momento culminante de la tragedia: la muerte violenta e injusta de
Tabaré a manos de los españoles cuando intentaba rescatar a Blanca del rapto de otro
miembro de su propia tribu y devolverla a los blancos. Nada más triste que ese poema
para enseñar a los niños el fin de la raza charrúa en aras del progreso y de la civilización
europea. Tabaré, el poema, despliega un fuerte discurso racista, evoca a los indígenas
como fieras salvajes, no deja espacio a ningún matiz de duda respecto de la superio-
ridad “natural” de los españoles. El poema ocupó un lugar especial en el aprendizaje
de la literatura y las tradiciones nacionales en un país que se enorgullece de ser de los
más “blancos” de América latina.
La tapa de los cuadernos no era una gran obra de arte, es evidente. Pero fue
la imagen de Tabaré que alimentó la imaginación de sucesivas generaciones de niños
en el Uruguay. Gracias a ella, por ejemplo, se imaginó el aspecto de los charrúas, se
aprendió el origen de la nación en clave trágica, se imaginó en el cuerpo de ese indio,
en la apariencia de sus adornos, en la forma de esos árboles de yeso, el aspecto de
unos ancestros lejanos, y el paisaje del origen.
La imagen, por otra parte, retoma una larga tradición en la representación del
héroe muerto. El escorzo dramático que presenta a ese cuerpo casi “colgado” ante los
ojos de cada joven espectador plantea una presencia trágica y sensual de la historia y
la leyenda. No parece que su presencia en los cuadernos haya sido un ingrediente me-
nor en la persistencia de la imagen de Tabaré en nuestra memoria. La reflexión crítica
sobre este tipo de imágenes, la recuperación de las ideas y creencias que ponen en
escena tampoco parece un ejercicio inútil.
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W.J.T. Mitchell, (1986) Iconology. Image, Text, Ideology. Chicago y Londres, Uni-
versity of Chicago Press.
Norman, Bryson, Ann Holly Michael and Keith Moxey (eds.) (1999) Visual Cultu-
re. Images and Interpretations. Hanover y Londres, Wesleyan University Press, 1994.
Nicholas Mirzoeff, (editor) The visual culture reader, Londres, Routledge.
José Emilio Burucúa, (2002) José Emilio. Historia, arte, cultura. De Aby Warburg
a Carlo Ginzburg. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Ernst Gombrich. “La imagen visual: su lugar en la comunicación.” (1972) En:
Gombrich esencial. Madrid, Debate, 1997.
Laura Malosetti Costa. “Tradición, Familia, Desocupación.” (en prensa) Presen-
tado en el Seminario Internacional: Los estudios de arte desde América latina: temas
y problemas. Organizado por Rita Eder, Instituto de Investigaciones Estéticas de la
Universidad Nacional Autónoma de México y Fundación Paul Getty. Salvador de Bahía,
Brasil, 8 al 14 de julio de 2003.
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Memoria , historia e imagen fotográfica : los desafíos
del relato visual para los historiadores 1
1 Es una versión revisada del artículo: “Memoria, historia e imagen fotográfica: los
desafíos del relato visual”, Anuario Nº 5, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad
Nacional de La Pampa, Año V, Nº 5, 2003.
2 Véase James y Lobato (2004).
3 El trabajo fue realizado en el Archivo Palabras e Imágenes de Mujeres (APIM-IIEGE)
No hace mucho tiempo Peter Burke publicó un texto titulado Il testimonio ocu-
lare. Il significato storico delle immagini, (2002), donde planteaba claramente que sin
el testimonio de las imágenes sería virtualmente imposible reconstruir la historia de
la cultura material. Me parece importante empezar por su mención pues el uso de las
imágenes para el análisis histórico tiene pocos años si se lo compara, por ejemplo, con
el desarrollo de la antropología visual. No quiero decir con esto que no se utilizaran
imágenes en la investigación histórica pues buena parte de los estudios sobre la pre-
historia, la historia de Egipto o aspectos de la historia de Inglaterra (por mencionar sólo
algunos casos) se basaron en pinturas, tapices, dibujos cerámicos. Del mismo modo
los estudios de Historia del Arte analizaron los modos de representación en diferentes
épocas y más recientemente la Historia Social de la Cultura ha tomado las imágenes
como documentos visuales. En mi experiencia personal, fue la importancia asignada a
la fotografía por Raphael Samuel y su interés por la gente común lo que despertó mi
aspiración a vincular la imagen con la memoria, con la experiencia de las clases subal-
ternas y con la construcción de diversas identidades.
El interés por la imagen no es sólo una consecuencia de búsquedas personales,
también es parte de un diagnóstico. Vivimos en un territorio poblado de imágenes, los
medios de comunicación modernos dominan el mundo y al mismo tiempo que ofre-
cen nuevas posibilidades de representar el pasado muestran sus propias limitaciones.
El interés por la imagen y la historia se conjuga en programas de televisión y en docu-
mentales que buscan acercar, a veces de manera poco problemática, el pasado a un
4 Por ejemplo Buenos Aires Ciudad y Campaña, Fotografías de Esteban Gonnet, Be-
nito Panunzi y otros, 1860-1870, Fundación Antorchas, 2000, Archivo Fotográfico del
ferrocarril de Santa Fe, 1891-1948, Fundación Antorchas, 1991, Facio (1995) y Ge-
sualdo (1990) entre otros. PÁGINA 70
Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
público amplio. Así, una extensa audiencia puede escoger entre los programas produ-
cidos en el exterior y difundidos por el History Channel o entre los realizados localmen-
te por el Canal a, que cuentan con índices de audiencia más modestos. En este último
caso, historiadores e historiadoras especializadas en diversos temas y del más vasto
arco ideológico se convierten en estrellas del conocimiento.
Las imágenes también proliferan en los libros. Félix Luna abrió el camino con
su Historia Gráfica de la Argentina Contemporánea 5, un proyecto que luego fue segui-
do por varios emprendimientos editoriales como los de editorial Sudamericana con la
Nueva Historia Argentina, los de Taurus con La historia de la vida privada y de las mu-
jeres y de Clarín con su Historia Visual de la Argentina. Pero en esas publicaciones las
imágenes son utilizadas como ilustraciones, ellas sostienen los nuevos conocimientos
producidos en la historiografía con los aportes de las recientes investigaciones en los
temas más clásicos de la tradicional historia política, económica y social y también en
los aspectos novedosos relacionados con las nuevas sensibilidades asociadas a los
estudios de las mujeres y de género. Del mismo modo los Nombres del Poder, la inte-
rrumpida colección de hombres célebres publicada por el Fondo de Cultura Económi-
ca, de manera análoga a la editada en México bajo el nombre de Biografía del Poder,
utilizó decenas de fotografías como un modo de personificar en imágenes la historia
de los seres extraordinarios que eran los que marcaban los tiempos de la esfera pú-
blica-política. Y, aunque pueda resultar obvio mencionarlo, los nombres de estos seres
extraordinarios eran nombres de varones.6
Sin embargo las fotografías tienen un papel fundamental en cuanto a las posibi-
lidades de innovar en el plano de la información y del conocimiento y desde hace bas-
tante tiempo se les reconoce el valor de instrumento de apoyo en investigaciones que
utilizan otras herramientas como principales y también en los estudios que las toman
como una forma de expresión artística.
La aceptación de la fotografía como documento histórico abre un espacio amplí-
simo para múltiples debates y análisis. La reflexión sobre los caminos de la memoria
es sólo uno de ellos pues se mantiene vigente el examen sobre su naturaleza testi-
monial y el valor que tiene como documento de denuncia, tal como vuelve advertirnos
Susan Sontag (2003) en su libro más reciente Ante el dolor de los demás. Pero hay
temas en los que las fotografías hicieron historia. Es el caso, por ejemplo, de aquellas
que mostraban los cadáveres y los sobrevivientes de los campos de concentración.
Y, también, las fotografías de la niñita vietnamita que huía del napalm arrojado por los
norteamericanos o la del miliciano abatido en España de Robert Capa (Becerra de Me-
neses, 2003).
Esas imágenes se convirtieron en íconos seculares aunque sus lecturas han si-
do procesadas a través de diferentes sistemas de pensamiento y argumentación. En
este punto lo que quiero destacar, siguiendo a Cornelia Brink, es que las fotografías,
ante todo las de denuncia social, y particularmente las que muestran los crímenes de
lesa humanidad (Brink se refiere a los crímenes nazis) tienen que ser inequívocas, para
bien de la memoria y de la verdad histórica. Pues, el valor documental de la fotografía
no siempre es confiable como tampoco su recepción siempre responde a lo que se
quisiera de ella. (Brink, 2003)
A las fotos se les reconoce su poder testimonial, se las consideran huellas de
algo que existió realmente y un indicio de diversos acontecimientos y situaciones (es-
te valor testimonial puede pensarse también a la luz de la noción de indicios tal como
la utiliza Ginzburg). El discurso sobre la fotografía ha ido cambiando desde una etapa
inicial en el siglo XIX, cuando se la veía como espejo de lo real, al carácter indicial que
la fotografía asume en el siglo XX (Dubois, 1999).
Al mismo tiempo, algunos de los blancos de crítica sobre la fotografía son: que
de tratarse de un recorte temporal y espacial muestra sólo una parte de los aconteci-
mientos y que, por constituir un mero reflejo de la realidad, no cumple con el principio
de semejanza implícito. Lo que lentamente fue construyéndose en los análisis de las
imágenes fotográficas fue la idea de que la información que se encuentra en ella pue-
de ser el resultado de las intenciones del fotógrafo/a, pero también de que las fotos
incluyen detalles que probablemente el fotógrafo/a podría no haber tenido la intención
de plasmar. Es decir que las fotos ofrecen la posibilidad de descubrir cosas que fueron
invisibles para el fotógrafo.
En vinculación con lo que se viene diciendo se deriva uno de los problemas que
plantea el análisis de la imagen fotográfica que está relacionado con la naturaleza de la
evidencia histórica que ofrece al investigador/a. Si en los momentos iniciales de la his-
toria de la fotografía no había discusión sobre su carácter de representación de lo real
hoy esa noción de que la foto puede evocar el pasado inmediato de un modo transparente
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Para nosotros, la serie de imágenes construye una historia familiar que puede ser una
extensa narración de la identidad étnica reafirmada, reconfigurada y perdida o tam-
bién puede construir una identidad social negada (en este punto pensamos que una
identidad debe entenderse como diversos posicionamientos con fronteras móviles de
inclusión y exclusión). Las fotografías contienen numerosas caras y ellas sólo pueden
identificarse con una profunda investigación.
Además nuestro inmigrante ucraniano utiliza las fotografías como una forma de
resolver el conflicto que producen las pérdidas provocadas por la inmigración (la muerte
en más de un caso) y la idea de que ese pasado (ese lugar) es finalmente irrecuperable
y que la vida continuará en la nueva sociedad. En este plano dice Christian Metz (1985)
que los álbumes fotográficos pueden ser comparados con otras prácticas socio cultura-
les, como por ejemplo los ritos asociados con la muerte. Las fotografías tienen el papel
de permitir la aceptación de la muerte/pérdida de lo que se quiere (personas, lugares,
costumbres, sabores) pero la aceptación de esa muerte implica la continuidad de la vida.
Muchas de las fotos de Zabiuk fueron tomadas por los fotógrafos de Berisso
que tenían sus negocios sobre la calle Nueva York, podría decirse que esa calle alber-
gaba a los fabricantes de mundos míticos como los fotógrafos. La más conocida era La
moderna de Berman, donde trabajaban no sólo él sino parte de su familia, su esposa
y su hija.7 Como su nombre lo indica el fotógrafo creaba un mundo moderno, unía ne-
gocio (en el caso de Berman), emociones (entre las personas que se retrataban) y con-
trol administrativo (cuando las fotos se presentaban en los frigoríficos Swift y Armour).
Además permitía que adquiriera forma la figura del fotógrafo amateur pues a partir de
la publicidad en la prensa local sabemos que la casa Berman ofrecía en 1933 máquinas
KODAK a 2,30 pesos, películas a 0,80 centavos y revelado gratis.
Berman retrataba inmigrantes, como él mismo, y a los trabajadores y sus fami-
lias. Jo Spence y Patricia Holland (1991) señalan que hacer y preservar las instantáneas
de la familia es un acto de fe en el futuro. Para las personas, mirar las fotografías es un
acto de reconocimiento del pasado, pero interpretar las fotos familiares por parte de
los historiadores implica una serie de desafíos porque la memoria está entretejida con
las fantasías privadas y la historia pública. Las fotos hablan de los sueños de un hogar
y la necesidad de pertenecer a una comunidad yendo más allá de las fragmentaciones
7 Cuenta Graciela Mochokofsky (2003: 24) que Jacobo Timerman llegó a Buenos Ai-
res en 1928: “Del puerto fueron a la casa del tío Berman en Berisso, un suburbio de
La Plata, 70 kilómetros al sur de Buenos Aires, donde los grandes frigoríficos nor-
teamericanos Swift y Armour empleaban miles de inmigrantes europeos. Berman
había puesto una casa de fotografía y tenía una clientela estable de rusos y polacos,
obreros de los frigoríficos que atesoraban las fotos familiares”. PÁGINA 78
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produjo tanto una ruptura como un cambio de sentido en este ritual obrero. La jornada
del 1 de Mayo se convirtió en un combate por el espacio simbólico y fue cambiando
hasta adquirir un tono claramente apoteótico en 1950 (Plotkin, 1993; Suriano, 2001;
Viguera, 1991).
El peronismo trabajó intensamente con la dicotomía “ayer” y “hoy” en diversos
temas. El “ayer” se convirtió en imágenes en 1949 cuando se publicó el folleto “1° de
Mayo ayer y hoy” (fotografía 3). Según esta publicación, el ayer estaba marcado por los
“excesos, torpes y abusivos” que alimentaban el “odio que se convertía en sangre hu-
milde cada 1° de Mayo”.También por “crespones, cuando los capitalistas contribuían a
la división de las masas populares e inclusive ‘fabricaban’ víctimas, con sádico regocijo
de los agitadores importados, y los trabajadores no encontraban respuesta a sus jus-
tas demandas en los gobiernos ni en los parlamentos”. En contraposición, la Argentina
de hoy era la de la “patria redimida” y por eso “el 1 de Mayo no es ya la fecha propicia
al dolor y la desgracia, sino a la alegría”.
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La idea de John Berger sobre el uso arbitrario que se puede hacer de la fotogra-
fía pública cobra cuerpo en ese folleto. La mayoría de las fotos corresponden a las to-
madas por los reporteros de Caras y Caretas en 1909. La protesta anarquista del 1° de
Mayo de 1909 había sido duramente reprimida por la policía y durante una semana se
sucedieron las manifestaciones y los choques violentos entre trabajadores y agentes
del orden en las calles de la ciudad de Buenos Aires.
La foto ampliamente utilizada en el folleto de propaganda muestra un grupo de
personas llevando banderas: no hay dudas, entonces, de que se trata de una manifes-
tación. Los títulos y epígrafes de las imágenes orientan la lectura. Bajo el título “Ban-
deras rojas”, el epígrafe de la fotografía dice que “en 1909 el 1° de Mayo fue sinónimo
de anarquía y de muerte bajo el signo de las banderas rojas”. En la misma página, en su
parte inferior incorporan otra fotografía donde se puede observar una persona muerta
rodeada por otros cuatro personajes. En el epígrafe de la foto se denuncia que las ba-
las eran utilizadas por la oligarquía “para restarle fuerza a las manifestaciones de los
trabajadores”. Las fotos de muertos y heridos se suceden en las páginas siguientes.
La fotografía que muestra a un grupo de manifestantes con sus banderas habla –en
palabras del peronismo– del predominio de la anarquía y de las banderas rojas. Vista
hoy sin conocer su contexto y sin información ni siquiera podemos distinguir el color
de la bandera. Si nos detenemos en la mujer que porta el estandarte podemos hacer
alguna inferencia sobre las relaciones de género, pero sólo si estamos sensibilizadas
con la problemática.
Aunque es cierto que la militancia sindical y política se articuló fundamental-
mente alrededor de intereses y formas de sociabilidad masculinas, la foto muestra en
primer plano a una mujer llevando una inmensa bandera. La mujer está allí junto a los
hombres frente a las fuerzas de represión. Rápidamente la imagen evoca otra, aquella
de una mujer envuelta en otra bandera, tomada en 1928 por la fotógrafa italiana Tina
Modotti en México. 8
El “hoy” en el folleto de propaganda peronista comenzaba con la transcripción
de los derechos del trabajador y de la ancianidad, una fotografía de página entera de
Perón hablando a la multitud (la voz de Perón es la portadora de la verdad, que es la
verdad del pueblo) y otra de doble página de la multitud en la plaza de Mayo bajo el tí-
tulo “El júbilo de un millón de trabajadores dueños de sus derechos y conquistas”. En
las páginas siguientes aparecen las fotos de las reinas del trabajo.
En contraposición a las fotografías del álbum familiar, éstas son fotografías
8I grandi fotografí, Tina Modotti, Gruppo Editoriale Fabbri, Milano, 1983. PÁGINA 82
Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
públicas y ellas capturan una pose que puede constituirse en un discurso sobre aquello
que se quiere sostener socialmente. Según Anahí Ballent las políticas del peronismo
anudaban la propaganda política con las masas y el teatro como formas particulares de
ocupación del espacio público; y aunque el elemento convocante era la política, tam-
bién se estimulaba la difusión cultural, el espectáculo y el esparcimiento popular (1997).
Política, cultura, espectáculo y esparcimiento se encontraban reunidos en la
fiesta del 1° de Mayo. La política se materializaba en el cambio de sentido del rito
obrero que ahora formaba parte de la identidad del peronismo. El espectáculo adquiría
fuerza en el desfile de carrozas y en la escenografía que se montaba frente a la casa
de gobierno. El esparcimiento se materializaba con la fiesta que convocaba a los tra-
bajadores y su familia. La cultura cobraba sentido con las representaciones musicales,
los bailes y la presencia de los artistas en el palco oficial.
El sentido de espectáculo que orientaba los festejos revela, como señala John
Kraniauskas (2002:46), el trabajo del “inconsciente óptico” del peronismo entendido
como “sus condiciones audiovisuales y cinemáticas de existencia como formación po-
lítico cultural”. Kraniauskas toma la noción de “inconsciente óptico” de Walter Benja-
min cuando señala que con el primer plano se ensancha el espacio, con el retardador
se alarga el movimiento y con la ampliación se trata de aclarar lo que de otra manera
no se veía claro, dando lugar así a formaciones estructurales nuevas. “La naturaleza
que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo” dice Benjamin y resalta
que es distinta porque en lugar del espacio tramado por el hombre con su consciencia
se presenta otro tramado que es inconsciente. La cámara interviene con sus medios
auxiliares, sus cortes, sus ampliaciones y disminuciones. Benjamin concluye en que
“por su virtud experimentamos el inconsciente óptico igual que por medio del psicoa-
nálisis nos enteramos del inconsciente pulsional” (Benjamín 1989: 48).
La imagen que sigue (fotografía 4) ayuda a pensar los problemas planteados por
Benjamin. La cámara del fotógrafo apunta a Eva Perón, es a ella a quien se quiere re-
tratar. Es ese instante que busca inmovilizarse y que luego se reproducirá en revistas,
noticieros y textos de propaganda. Pero nuestro ojo no se detiene en ella y deposita la
mirada en la joven que se corre y muestra su sonrisa atreviéndose a desafiar el interés
del fotógrafo.
Las condiciones visuales y cinemáticas del peronismo como formación histó-
rico cultural encuentran un punto de alto impacto en el desfile de carrozas alegóricas
durante los actos del 1° de Mayo de 1948 y en 1950. No podemos detenernos ahora
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Fotografía 4. 1º de mayo de 1949, Las candidatas a reina nacional del trabajo y Eva Perón. Fuente: Archivo General de la Nación
en este punto. Solamente queremos señalar aquí las formas que adopta la represen-
tación de la mujer en las fotografías que hemos encontrado en el Departamento Fo-
tográfico del Archivo General de la Nación. Las figuras no constituyen una imagen de
ruptura del papel atribuido a la mujer: madre, protectora y responsable del hogar y de
la familia, compañera del varón. Estas imágenes eran acordes con la ideología formal
del peronismo y con las tradiciones iconográficas y discursivas que se habían formu-
lando desde fines del siglo XIX, y que compartían diversas y contrapuestas corrientes
ideológicas como el socialismo, el anarquismo y el catolicismo.
En este sentido la iconografía de la mujer durante el peronismo no produce una
ruptura con el pasado pues abundan las imágenes de la familia, del hogar, de mujeres
desempeñando labores de costura junto al esposo o los hijos. El hogar –apacible, or-
denado, armónico– era el “lugar” de la mujer. La idea de que la mujer es una persona
abnegada y altruista abunda en la literatura histórica, sociológica y de ficción; pero ese
entregarse a los otros se materializa y adquiere densidad en la figura de la enfermera
(fotografía 5). Marcela Gené (2001: 97-102) señala que la imagen por excelencia en afi-
ches de propaganda, folletos e incluso en los cortos publicitarios de cine es la figura
masculina vestida de overall que representa al trabajador industrial, particularmente
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
urbano, y que compite con la representación del descamisado símbolo del proceso
disruptivo que había protagonizado el pueblo el 17 de Octubre de 1945.
Fotografía 5. Enfermeras desfilando, circa 1950. Fuente: archivo del diario La Razón,
Recuperado por APIM
Sin embargo las fotografías de las “reinas del trabajo” difunden una imagen dis-
tinta de la de la iconografía gráfica sobre trabajadoras y sobre las mujeres que podría
denominarse tradicional del peronismo. El espectáculo generaba una intensa moviliza-
ción de público. Las fotografías de 1948 son elocuentes respecto de la presencia de
la multitud. La gente rodeaba las carrozas, entorpecía su paso; todos querían ver a las
“bellezas argentinas” (fotografías 6 y 7). La policía debía intervenir para evitar que la
multitud lentificara el desarrollo de las actividades programadas. Cada año, la moviliza-
ción comenzaba temprano. Aunque en las calles se mezclaban varones y mujeres, los
periódicos de la época describen a los contingentes de trabajadores que se traslada-
ban hacia las calles donde se realizaría el desfile y hacia la Plaza de Mayo como homo-
géneamente masculinos. La fiesta culminaba con la elección de las reinas del trabajo.
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Fotografía 7: 1º de Mayo de 1949, Desfile de las reinas del trabajo por las calles de la ciudad de Buenos Aires
Fuente: Archivo General de la Nación
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
Las fotografías, así como los medios de comunicación masivos (la prensa, la
publicidad y el cine) no sólo reforzaban una “cultura de la belleza” como parte impor-
tante de una “cultura de masas” sino que servían también a los propósitos políticos
del régimen peronista.
Si nos hemos detenido parcialmente en estos detalles es porque permiten
mostrar que la cultura visual del Peronismo es ambivalente: por un lado, fija papeles
tradicionales de manera rígida y, por otro, los democratiza al producirlos en gran esca-
la y al hacerlos visibles para la multitud. Promueve el confinamiento de la mujer en el
“apacible” mundo del hogar y las impulsa a ocupar los espacios públicos. Se podría
afirmar que al mismo tiempo que los procesos de autoafirmación de las mujeres, en
particular de las pertenecientes a los sectores populares, permanecen en constante
tensión también se produce una reformulación de su situación de subordinación. Las
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
mujeres, incluso la propia Eva Perón, son glorificadas pero esa gloria no alcanza para
democratizar el poder.
La imagen más clara de la conformación de este lenguaje ambiguo está repre-
sentada por dos fotografías. En 1949 la reina nacional tenía su trono sobre dos elemen-
tos claros de la iconografía del Peronismo y de la Confederación General de los Traba-
jadores (CGT): el puño cerrado, un símbolo del esfuerzo, de la decisión y del trabajo y
el engranaje, que representaba el trabajo industrial. En otra foto, la reina y su séquito
está rodeada por la multitud en las calles, que fue el signo de la época y está presente
en todas las imágenes fotográficas. El desfile del año 1951 fue también “magnífico”
y la reina desfiló en una carroza ornamentada con un gigantesco engranaje. “Bellas
y sonrientes” desfilaron por la ciudad la reina y su séquito (“auténticas bellezas crio-
llas”). Ese año también lo hicieron los “esforzados obreros que batieron récords de tra-
bajo y producción”9. En una carroza los trabajadores intervinieron en el desfile con sus
ropas de trabajo pues en realidad eran ellos los auténticos representantes del trabajo
y del poder. Como se dice en el epígrafe de las fotografías 10 y 11 los “campeones de
la producción” se reúnen con las “reinas del trabajo” (Fotografías 10 y 11).
Para nosotras, las “reinas” formaban parte del “inconsciente óptico del pero-
nismo”. Eran parte del espectáculo visual que orientaba los festejos y que daba forma
a una experiencia político cultural, en la que las mujeres ocuparon un lugar preponde-
rante. En esa formación política cultural la definición visual de la feminidad que hemos
seguido a través de las fotografías implicaba la noción de belleza, de gracia y de armo-
nía, entendidas como resultado de un don natural. La belleza de la mujer era exhibida
públicamente para honrar al trabajo y se hacía en abierta confrontación con las imáge-
nes del pasado, en las que el trabajo femenino no sólo humillaba a las mujeres sino,
lo que es peor, también las deformaba y transformaba en objetos imposibilitados de
producir placer visual.
La elección de las reinas puede ser interpretada como una forma de glorifica-
ción de las mujeres pero la formación político cultural del Peronismo está impregnada
de ambigüedades y el dominio pictórico realizado a través de las fotografías de un su-
jeto femenino pasivo, humilde y por momentos trivial era una forma también de hacer
valer el poder masculino.
El espectáculo ornado con las bellezas femeninas puede ser explicado como
expresión de la cultura de masas que, como señala Andreas Huyssen (2002: 94), iden-
tifica a esta cultura con la mujer en contraposición a “una cultura auténtica y real” que
Fotografía 11. Reinas del Trabajo con Campeones de la Producción en el Teatro Colón. 3 de Mayo de 1951
Fuente: Archivo de la SIP en el AGN
Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
sigue siendo prerrogativa de los hombres. Se corre el riego también de analizar los
rituales del 1° de Mayo durante el Peronismo como una expresión cultural impuesta
desde arriba. El análisis de las imágenes fotográficas puede conducirnos en esa direc-
ción pero, como señala Huyssen tomando una idea de Stuart Hall, el sujeto oculto en
el debate de la cultura de masas son las masas, sus luchas, sus aspiraciones políti-
cas y culturales y también su apaciguamiento a través de las instituciones culturales
(Huyssen, 2002:94-95). Las mujeres formaban parte de esas masas que “golpeaban
la puerta de una cultura dominada por los hombres”, sólo que todavía sus voces eran
borrosas. Las fotografías dan cuenta parcialmente de las tensiones que la glorificación
de la belleza femenina en el escenario de un ritual político podía tener para las mujeres.
Otra vez se vuelve necesario convertirse en espectadores privilegiados para interpre-
tar el potencial narrativo de las imágenes fotográficas.
Desvío argumental
Hasta aquí he tratado de reflexionar sobre los problemas que se nos presenta-
ron cuando decidimos hacer historia utilizando imágenes fotográficas como fuentes.
No quiero retomar los argumentos sino destacar que en el plano específico de la his-
toria de las mujeres y de las relaciones de género el potencial de las fotografías to-
davía no ha sido profundamente explorado. La combinación del uso de documentos
parias como las imágenes, más allá e independientemente de la cantidad de libros de
fotografías que se editen, con temas y actores parias es un desafío importante para
cualquier historiador/ra. Sin embargo, no es el único pues aún quedan otros combates
y otras batallas por librar y aunque no serán objeto de un análisis pormenorizado qui-
siera, al menos, mencionarlos.
Primero: se destaca la importancia de la memoria visual para las nuevas gene-
raciones. Esto está estrechamente relacionado con la memoria histórica tanto de las
mujeres como del movimiento feminista. No se trata solamente de llenar las lagunas,
los vacíos de la historia sino de unir las memorias de las mujeres, de no olvidar las lu-
chas del movimiento feminista y de encontrar los lazos del pasado con el presente. Se-
gún Rosi Braidotti, esto plantea el problema de la constitución de genealogías dentro
del movimiento feminista, de las relaciones entre las generaciones y particularmente
de las políticas de memoria.10
10 “Un feminismo deleuziano. Entrevista a Rosi Braidotti” en Ana Amado y Nora Do-
mínguez , Mora N° 5, Revista de Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, octubre de 1999. PÁGINA 92
Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
Bibliografía
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Memoria, historia e imagen fotográfica: los desafíos del relato visual para los historiadores
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ricana Dr. Emilio Ravignani, 3ª. Serie, 1er semestre de 1991
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Qué hacemos con el cine en el aula
Diana Paladino
1 “La celeridad de la acción (tres minutos y medio de película) es la del tiempo real
que duraba la operación de quiste hidatídico de pulmón, dada la imposibilidad de
aportarle al paciente asistencia respiratoria mecánica. Como anestésico se utilizaba
habitualmente el cloroformo” (Guillermo Caneto y otros: 1996)
2 A mediados de 1896 el cinematógrafo llegó a la Argentina y en 1900 el doctor Ale-
jandro Posadas enfermó y viajó a París. Allí murió dos años después. Por eso se cree
que los films tienen que haberse realizado entre esas fechas. PÁGINA 96
Qué hacemos con el cine en el aula
Posadas avanzaba con los que tal vez sean los primeros films científico-didácticos
con propósito académico en la historia del cine. Cierto es que, una década antes, el
fisiólogo Etienne Marey había trabajado con series fotográficas para descomponer los
movimientos de la locomoción humana pero, a diferencia de Posadas, sus experimen-
tos respondían a un desafío científico sin finalidad pedagógica. Por otra parte, dada la
precariedad tecnológica de la cámara tomavistas de esa época, resulta difícil también
dimensionar el esfuerzo que necesariamente implicó rodar estas imágenes. De he-
cho, entre otros requerimientos, se necesitaba luz solar para que la película imprimie-
ra por lo que se decidió trasladar al paciente y operarlo en el patio del Hospital (lo que
puede observarse en el ondear de la sabana de la camilla). También por una cuestión
fotográfica hubo que evitar la sombra de los cuerpos y aprovechar la posición cenital
del sol, razón por la cual ambas operaciones se realizaron al mediodía. Por otra parte,
como las bobinas de película duraban apenas un minuto tuvieron que cronometrar los
movimientos de la intervención y acelerarlos o pausarlos de acuerdo con la cantidad
de cinta que quedaba en el carrete y con los cambios de bobina que debía hacer el
camarógrafo3. Evidentemente, Posadas llegó al cine impulsado, incluso antes que por
su vocación médica, por su afán docente. Tras su muerte, en 1902, no hubo continua-
dores que registraran experiencias fílmico-pedagógicas de este tipo. Más aún, en toda
la década que sigue no encontramos ningún tipo de indicios entre cine y enseñanza.
Lo más próximo, remite a mediados de los años veinte y los años treinta, cuando pa-
rroquias barriales y colectividades de inmigrantes comenzaron a brindar funciones a
alumnos y docentes de las escuelas bajo su tutela. O, cuando ya iniciado el cine so-
noro a mediados de la década de 1930, la ficción adoptó a la escuela como escenario
dramático en un amplio abanico de conflictos que van desde el policial (La fuga, 1937,
Luis Saslavsky) hasta el drama (Poncho Blanco, 1936, Francisco P. Donadío) y la come-
dia (Maestro Levita, 1938, Luis César Amadori). Además de este filón, que se intensi-
ficó en las décadas de 1940 y 1950, el noticiero y el documental también estuvieron
presentes en la escuela ya sea en filmaciones amateur -como se ve fugazmente en
las imágenes que Mario Piazza incluyó en su documental La escuela de la Señorita
Olga (1991)-4 como en producciones profesionales –Sucesos argentinos, Noticiero
Panamericano-.
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Qué hacemos con el cine en el aula
cinematográfico. Me pregunté acerca del repertorio con el que cuenta el docente para
hacer estas elecciones. Es decir, ¿cuál es su enciclopedia fílmica? ¿Es amplia, es aco-
tada? ¿Ve cine argentino? ¿No ve nada? ¿Elige ir al cine o ve lo que pasan por cable?
Así como el libro de historia propone unos documentos y no otros, o el de lengua es-
coge y recorta determinadas obras y autores ¿serviría pensar en una guía de películas
que ayudara al docente a incorporar transversalmente al cine en el aula?.
Quienes trabajamos en capacitación docente con cine escuchamos reiterada-
mente el pedido de maestros y profesores que buscan películas para temas del pro-
grama para alumnos de tal o cual edad. De hecho, sabemos que existe una suerte de
catálogo-off, un listado espontáneo de títulos que circula y se acrecienta (al margen
de la institucionalización curricular y del mercado editorial) por la recomendación de
docente a docente. Ahora, lo que no sabemos es qué actividades acompañan a esas
películas. ¿Se proyectan como mera ilustración del tema? ¿Qué lugar ocupa el cine en
estos casos? ¿Existe un lugar para el cine? Pasar una película en clase no implica, ne-
cesariamente, que el cine esté presente. Volviendo al ejemplo del Dr. Posadas, dijimos
que el cine le permitía graficar mejor la explicación de las prácticas quirúrgicas frente
a sus alumnos. Dijimos, también, que utilizaba sus películas como recurso didáctico.
Pero, vistas en ese marco, el cine (y todo lo que este medio implica) quedaba fuera
de la experiencia áulica. Para el profesor de lengua que explica la narración en primera
persona con el comienzo de La dama de Shanghai (1948, Orson Welles) o, para el de
historia que propone analizar el espíritu revolucionario de los tempranos años setenta
proyectando La hora de los hornos (1968, Octavio Gettino-Fernando Solanas) también
el cine es un recurso. Pero, si además se contextualiza a ese texto fílmico teniendo en
cuenta quiénes, cuándo y bajo qué circunstancias lo realizaron, se considera qué tipo
de relato construyeron, si es documental o si es ficción, cuál es la riqueza estética o
qué punto de vista propone; seguramente, el análisis será más fructífero y, en ese ca-
so, además de la película también tendremos cine.
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Qué hacemos con el cine en el aula
7 “Toda obra se propone al menos dos tipos de lectores. El primero es la víctima de-
signada de sus mismas estrategias enunciativas; el segundo es el lector crítico que
goza con el modo en que se ha visto conducido a ser víctima designada”. Umberto
Eco (1988)
8 “Estamos ante un descentramiento culturalmente desconcertante, pero cuyo des-
concierto es disfrazado por buena parte del mundo escolar de forma moralista, esto
es, echándole la culpa a la televisión de que los adolescentes no lean. Actitud que
no nos ayuda en nada a entender esta complejidad de los cambios que están atrave-
sando los lenguajes, las escrituras y las narrativas. Qué es lo que en realidad está en
la base de que los adolescentes no lean, en el sentido en que los profesores siguen
entendiendo leer, o sea los libros”. Martín-Barbero (2003) PÁGINA 102
Qué hacemos con el cine en el aula
los tiempos que se requieren para trabajar con material audiovisual, si la pantalla del te-
levisor se piensa como alternativa del pizarrón y no como su correlato, si la bibliografía
existente en áreas como historia, literatura o plástica no contempla un solo film y las bi-
bliotecas de las escuelas no tienen libros sobre teoría, historia o crítica cinematográfica.
Llegados a este punto, necesitamos reinstalar el cine en el imaginario escolar y
pensarlo como algo más que un simple recurso didáctico. Si logramos abrir esta posi-
bilidad e integrarlo con otras áreas de estudio (en función de su valor como documento
de época, como emergente cultural, como obra artística, como medio de comunica-
ción de masas y también, por qué no, como entretenimiento) estaremos encaminán-
donos. Por supuesto, esta transformación no es simple, ni puede realizarse de un día
para otro. Dejar las viejas certezas y aventurarse en terrenos movedizos siempre es
riesgoso, pero es un proceso que deberemos transitar.
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Qué hacemos con el cine en el aula
Bibliografía
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Glosario
Agencia
Transliteración del inglés “agent”. Se utiliza para subrayar el aspecto activo
de un sujeto responsable.
De(s)construcción
La deconstrucción es una estrategia o práctica filosófica, en especial de la
filosofía francesa contemporánea, que pretende tanto ser un argumento ri-
guroso de la filosofía como propender al cambio de las categorías filosóficas
o de los intentos filosóficos de dominio. Para Jacques Derrida –una de sus
principales figuras- se debe poner en práctica una inversión de la oposición
clásica y un corrimiento general del sistema. A su entender, sólo de este
modo se pueden ofrecer los medios para intervenir en el campo de las opo-
siciones críticas, que es también el campo de las fuerzas no-discursivas. Así,
operando dentro de los límites de un sistema, se lo resquebraja. Tiene suma
influencia en la literatura y en la crítica literaria.
Empoderamiento
(Neologismo del inglés empowerment) Tiene varias acepciones. En un sen-
tido amplio es la expansión en la libertad de escoger y de actuar. Significa
aumentar la autoridad y la capacidad de las personas/individuos sobre los
recursos y decisiones que afectan su vida. Depende de cuatro elementos
claves: 1) Acceso a la información, pues los ciudadanos informados están
mejor preparados para aprovechar las oportunidades, obtener servicios, ve-
lar por sus derechos, negociar eficazmente y controlar la acción del Estado
y de organizaciones y actores no estatales; 2) inclusión y participación; 3)
responsabilidad o rendición de cuentas: la responsabilidad se refiere a la po-
testad de llamar a los funcionarios del estado, empleados públicos o actores
privados a rendir cuentas, requiriendo que sean responsables de sus políti-
cas, de sus acciones y del uso de los fondos; y 4) capacidad de organización
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Glosario
Esencia
Concepto que oscila entre un significado ontológico o metafísico y otro es-
trictamente lógico, siendo el primero mucho más extendido. Remite al qué
es de algo o bien, a aquel predicado definitorio de algo. En general, se la de-
fine como aquello que hace que una cosa sea lo que es.
Heterosexualidad compulsiva
Expresión acuñada por Adrianne Rich. Subraya la presión social, cultural,
científica, etc., por inculcar la heterosexualidad como normal en los seres
humanos.
Igualdad
Desde un punto de análisis ético-político, se considera que todo ser huma-
no es igual o equivalente en dignidad y naturaleza a cualquier otro, de lo que
deriva un estatuto simétrico de derechos y disfrute.
Falogocéntrico / falogocentrismo
Concepto acuñado por J. Derrida que denuncia la estrecha solidaridad que
existe entre el logos (palabra, argumento, discurso, ley, razón) paterno y el
falo entendido “como significante privilegiado”.
Feminismo
Conjunto de posiciones en todas las ramas del saber que denuncian el ses-
go androcéntrico de la cultura y del saber en general, debido a la
preponderancia social, institucional, económica, legal, etc., de los varones y
que se propone analizar los modos en que esto sucede o ha sucedido. En
principio, se lo vincula a la Ilustración. Proto y post feminismo son términos
conexos, vinculados cronológicamente al feminismo.
Giro lingüístico
Denominación general bajo la que se encuadran diversas filosofías del siglo
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Glosario
XX, en las que prima el lenguaje sobre la ontología. En sentido amplio, se re-
fiere también al análisis del lenguaje, el estudio de los problemas filosóficos
del lenguaje (como estructura del pensamiento), su carácter pragmático, la
preeminencia y grado de la determinación del lenguaje sobre “la realidad”,
entre otros.
Ilustración
Época y movimiento cultural, filosófico y político que se inicia a finales del
siglo XVII. Se vincula al concepto de Modernidad y a los debates contempo-
ráneos sobre la razón, la igualdad, la universalidad. Es de carácter laico y se
liga directamente a la idea de republicanismo, participación política y libertad
individual.
Parodia
En Judith Butler significa los modos en que puede actuarse el sexo-género
escapando de la matriz discursiva hegemónica que niega el deseo no nor-
matizado.
Situación
En Simone de Beauvoir se vincula con la libertad: no hay libertad sin situa-
ción y no hay situación sino por la libertad. Es “nuestra posición en el mun-
do”, que constriñe o amplía nuestras acciones humanas y nuestra conciencia
de ellas.
Subjetivación
Para Michel Foucault el sujeto es una “variable vacía” (como lugar de em-
plazamiento), en el discurso. Por tanto, la subjetivación es el proceso que da
lugar a sujetos, no siempre iguales e idénticos a sí mismos, pues remite a
sus modos histórico-culturales.
Universalismo
Posición ético-política (y epistemológica) que considera que las normas son
válidas para todo espacio-tiempo. Por tanto, para todo sujeto y toda cultura.
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Sobre las autoras
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Sobre las autoras
Laura Malosetti Costa. Doctora en Historia del Arte (UBA), Investigadora Indepen-
diente del CONICET, Co-Directora de la Maestría de Sociología de la Cultura y Análi-
sis Cultural y Profesora Titular de Arte Argentino y Latinoamericano del siglo XIX en el
Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín, Profesora
Adjunta de Arte del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires. Autora de varios libros y numerosos artículos sobre arte argentino y lati-
noamericano, entre ellos Los Primeros Modernos. Arte y Sociedad en Buenos Aires a
fines del siglo XIX (2001) premiado por el FNA y la Association for Latin American Art,
y Collivadino (2006), premiado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte. Publicó
en coautoría Arte de Posguerra (2005) e Imagen y Cultura Impresa (2008). Curadora de
la exposición Pampa, Ciudad y Suburbio (espacio de arte IMAGO) y de Primeros Mo-
dernos en Buenos Aires (Museo Nacional de Bellas Artes) en Buenos Aires (2007).
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