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Espacio curricular “Teoría y Crítica literaria”

Carrera de Letras
Facultad de Filosofía y Letras

Casas tomadas
Selección de textos

Agosto- Noviembre 2019


Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
Año 2019

Contenido

La caída de la Casa Usher ............................................................. 2


Casa tomada................................................................................. 13
El salón dorado (1904) ................................................................ 16
Cabecita negra ............................................................................. 22
Nada de todo esto........................................................................ 27

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
Año 2019

La caída de la Casa Usher análisis de este poder se encuentra aún entre las consideraciones que
Edgar Allan Poe están más allá de nuestro alcance. Era posible, reflexioné, que una
simple disposición diferente de los elementos de la escena, de los
detalles del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su
Son coeur est un luth suspendu; poder de impresión dolorosa; y, procediendo de acuerdo con esta idea,
Sitôt qu' on le touche, il résonne.
-De Béranger empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y
fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero
Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé
cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales
caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al troncos, y las vacías ventanas como ojos.
acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la En esa mansión de melancolía, sin embargo, proyectaba pasar
melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que algunas semanas. Su propietario, Roderick Usher, había sido uno de
eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable mis alegres compañeros de adolescencia; pero muchos años habían
tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos transcurrido desde nuestro último encuentro. Sin embargo, acababa
sentimientos semiagradables, por ser poéticos, con los cuales recibe el de recibir una carta en una región distinta del país -una carta suya-,
espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo la cual, por su tono exasperadamente apremiante, no admitía otra
terrible. Miré el escenario que tenía delante -la casa y el sencillo respuesta que la presencia personal. La escritura denotaba agitación
paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos nerviosa. El autor hablaba de una enfermedad física aguda, de un
vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles desorden mental que le oprimía y de un intenso deseo de verme por
agostados- con una fuerte depresión de ánimo únicamente ser su mejor y, en realidad, su único amigo personal, con el propósito
comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, de lograr, gracias a la jovialidad de mi compañía, algún alivio a su mal.
la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del La manera en que se decía esto y mucho más, este pedido hecho de
velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una todo corazón, no me permitieron vacilar y, en consecuencia, obedecí
irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación de inmediato al que, no obstante, consideraba un requerimiento
podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. ¿Qué era -me detuve singularísimo.
a pensar-, qué era lo que así me desalentaba en la contemplación de la Aunque de muchachos habíamos sido camaradas íntimos, en realidad
Casa Usher? Misterio insoluble; y yo no podía luchar con los sombríos poco sabía de mi amigo. Siempre se había mostrado excesivamente
pensamientos que se congregaban a mi alrededor mientras reservado. Yo sabía, sin embargo, que su antiquísima familia se había
reflexionaba. Me vi obligado a incurrir en la insatisfactoria conclusión destacado desde tiempos inmemoriales por una peculiar sensibilidad
de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de de temperamento desplegada, a lo largo de muchos años, en
simplísimos objetos naturales que tienen el poder de afectarnos así, el numerosas y elevadas concepciones artísticas y manifestada,

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recientemente, en repetidas obras de caridad generosas, aunque una atmósfera sin afinidad con el aire del cielo, exhalada por los
discretas, así como en una apasionada devoción a las dificultades más árboles marchitos, por los muros grises, por el estanque silencioso, un
que a las bellezas ortodoxas y fácilmente reconocibles de la ciencia vapor pestilente y místico, opaco, pesado, apenas perceptible, de color
musical. Conocía también el hecho notabilísimo de que la estirpe de plomizo.
los Usher, siempre venerable, no había producido, en ningún periodo, Sacudiendo de mi espíritu eso que tenía que ser un sueño,
una rama duradera; en otras palabras, que toda la familia se limitaba examiné más de cerca el verdadero aspecto del edificio. Su rasgo
a la línea de descendencia directa y siempre, con insignificantes y dominante parecía ser una excesiva antigüedad. Grande era la
transitorias variaciones, había sido así. Esta ausencia, pensé, mientras decoloración producida por el tiempo. Menudos hongos se extendían
revisaba mentalmente el perfecto acuerdo del carácter de la propiedad por toda la superficie, suspendidos desde el alero en una fina y
con el que distinguía a sus habitantes, reflexionando sobre la posible enmarañada tela de araña. Pero esto nada tenía que ver con ninguna
influencia que la primera, a lo largo de tantos siglos, podía haber forma de destrucción. No había caído parte alguna de la mampostería,
ejercido sobre los segundos, esta ausencia, quizá, de ramas colaterales, y parecía haber una extraña incongruencia entre la perfecta
y la consiguiente transmisión constante de padre a hijo, del adaptación de las partes y la disgregación de cada piedra. Esto me
patrimonio junto con el nombre, era la que, al fin, identificaba tanto a recordaba mucho la aparente integridad de ciertos maderajes que se
los dos, hasta el punto de fundir el título originario del dominio en el han podrido largo tiempo en alguna cripta descuidada, sin que
extraño y equívoco nombre de Casa Usher, nombre que parecía intervenga el soplo del aire exterior. Aparte de este indicio de ruina
incluir, entre los campesinos que lo usaban, la familia y la mansión general la fábrica daba pocas señales de inestabilidad. Quizá el ojo de
familiar. un observador minucioso hubiera podido descubrir una fisura apenas
He dicho que el solo efecto de mi experimento un tanto perceptible que, extendiéndose desde el tejado del edificio, en el
infantil -el de mirar en el estanque- había ahondado la primera y frente, se abría camino pared abajo, en zig-zag, hasta perderse en las
singular impresión. No cabe duda de que la conciencia del rápido sombrías aguas del estanque.
crecimiento de mi superstición -pues, ¿por qué no he de darle este Mientras observaba estas cosas cabalgué por una breve
nombre?- servía especialmente para acelerar su crecimiento mismo. calzada hasta la casa. Un sirviente que aguardaba tomó mi caballo, y
Tal es, lo sé de antiguo, la paradójica ley de todos los sentimientos entré en la bóveda gótica del vestíbulo. Un criado de paso furtivo me
que tienen como base el terror. Y debe de haber sido por esta sola condujo desde allí, en silencio, a través de varios pasadizos oscuros e
razón que, cuando de nuevo alcé los ojos hacia la casa desde su imagen intrincados, hacia el gabinete de su amo. Mucho de lo que encontré
en el estanque, surgió en mi mente una extraña fantasía, fantasía tan en el camino contribuyó, no sé cómo, a avivar los vagos sentimientos
ridícula, en verdad, que sólo la menciono para mostrar la vívida fuerza de los cuales he hablado ya. Mientras los objetos circundantes -los
de las sensaciones que me oprimían. Mi imaginación estaba excitada relieves de los cielorrasos, los oscuros tapices de las paredes, el ébano
al punto de convencerme de que se cernía sobre toda la casa y el negro de los pisos y los fantasmagóricos trofeos heráldicos que
dominio una atmósfera propia de ambos y de su inmediata vecindad, rechinaban a mi paso- eran cosas a las cuales, o a sus semejantes,

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estaba acostumbrado desde la infancia, mientras cavilaba en reconocer líquidos, incomparablemente luminosos; los labios, un tanto finos y
lo familiar que era todo aquello, me asombraban por lo insólitas las muy pálidos, pero de una curva extraordinariamente hermosa; la
fantasías que esas imágenes no habituales provocaban en mí. En una nariz, de delicado tipo hebreo, pero de ventanillas más abiertas de lo
de las escaleras encontré al médico de la familia. La expresión de su que es habitual en ellas; el mentón, finamente modelado, revelador, en
rostro, pensé, era una mezcla de baja astucia y de perplejidad. El su falta de prominencia, de una falta de energía moral; los cabellos,
criado abrió entonces una puerta y me dejó en presencia de su amo. más suaves y más tenues que tela de araña: estos rasgos y el excesivo
La habitación donde me hallaba era muy amplia y alta. Tenía desarrollo de la región frontal constituían una fisonomía difícil de
ventanas largas, estrechas y puntiagudas, y a distancia tan grande del olvidar. Y ahora la simple exageración del carácter dominante de esas
piso de roble negro, que resultaban absolutamente inaccesibles desde facciones y de su expresión habitual revelaban un cambio tan grande,
dentro. Débiles fulgores de luz carmesí se abrían paso a través de los que dudé de la persona con quien estaba hablando. La palidez
cristales enrejados y servían para diferenciar suficientemente los espectral de la piel, el brillo milagroso de los ojos, por sobre todas las
principales objetos; los ojos, sin embargo, luchaban en vano para cosas me sobresaltaron y aun me aterraron. El sedoso cabello, además,
alcanzar los más remotos ángulos del aposento, a los huecos del techo había crecido al descuido y, como en su desordenada textura de
abovedado y esculpido. Oscuros tapices colgaban de las paredes. El telaraña flotaba más que caía alrededor del rostro, me era imposible,
moblaje general era profuso, incómodo, antiguo y destartalado. Había aun haciendo un esfuerzo, relacionar su enmarañada apariencia con
muchos libros e instrumentos musicales en desorden, que no lograban idea alguna de simple humanidad.
dar ninguna vitalidad a la escena. Sentí que respiraba una atmósfera En las maneras de mi amigo me sorprendió encontrar
de dolor. Un aire de dura, profunda e irremediable melancolía lo incoherencia, inconsistencia, y pronto descubrí que era motivada por
envolvía y penetraba todo. una serie de débiles y fútiles intentos de vencer un azoramiento
A mi entrada, Usher se incorporó de un sofá donde estaba habitual, una excesiva agitación nerviosa. A decir verdad, ya estaba
tendido cuan largo era y me recibió con calurosa vivacidad, que mucho preparado para algo de esta naturaleza, no menos por su carta que por
tenía, pensé al principio, de cordialidad excesiva, del esfuerzo obligado reminiscencias de ciertos rasgos juveniles y por las conclusiones
del hombre de mundo ennuyé. Pero una mirada a su semblante me deducidas de su peculiar conformación física y su temperamento. Sus
convenció de su perfecta sinceridad. Nos sentamos y, durante unos gestos eran alternativamente vivaces y lentos. Su voz pasaba de una
instantes, mientras no hablaba, lo observé con un sentimiento en indecisión trémula (cuando su espíritu vital parecía en completa
parte de compasión, en parte de espanto. ¡Seguramente hombre latencia) a esa especie de concisión enérgica, esa manera de hablar
alguno hasta entonces había cambiado tan terriblemente, en un abrupta, pesada, lenta, hueca; a esa pronunciación gutural, densa,
periodo tan breve, como Roderick Usher! A duras penas pude llegar a equilibrada, perfectamente modulada que puede observarse en el
admitir la identidad del ser exangüe que tenía ante mí, con el borracho perdido o en el opiómano incorregible durante los periodos
compañero de mi adolescencia. Sin embargo, el carácter de su rostro de mayor excitación.
había sido siempre notable. La tez cadavérica; los ojos, grandes,

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Así me habló del objeto de mi visita, de su vehemente deseo de la simple forma y material de la casa familiar habían ejercido sobre
de verme y del solaz que aguardaba de mí. Abordó con cierta su espíritu, decía, a fuerza de soportarlas largo tiempo; efecto que el
extensión lo que él consideraba la naturaleza de su enfermedad. Era, aspecto físico de los muros y las torrecillas grises y el oscuro estanque
dijo, un mal constitucional y familiar, y desesperaba de hallarle en el cual éstos se miraban había producido, a la larga, en la moral de
remedio; una simple afección nerviosa, añadió de inmediato, que su existencia.
indudablemente pasaría pronto. Se manifestaba en una multitud de Admitía, sin embargo, aunque con vacilación, que podía
sensaciones anormales. Algunas de ellas, cuando las detalló, me buscarse un origen más natural y más palpable a mucho de la peculiar
interesaron y me desconcertaron, aunque sin duda tuvieron melancolía que así lo afectaba: la cruel y prolongada enfermedad, la
importancia los términos y el estilo general del relato. Padecía mucho disolución evidentemente próxima de una hermana tiernamente
de una acuidad mórbida de los sentidos; apenas soportaba los querida, su única compañía durante muchos años, su último y solo
alimentos más insípidos; no podía vestir sino ropas de cierta textura; pariente sobre la tierra. "Su muerte -decía con una amargura que
los perfumes de todas las flores le eran opresivos; aun la luz más débil nunca podré olvidar- hará de mí (de mí, el desesperado, el frágil) el
torturaba sus ojos, y sólo pocos sonidos peculiares, y éstos de último de la antigua raza de los Usher." Mientras hablaba, Madeline
instrumentos de cuerda, no le inspiraban horror. (que así se llamaba) pasó lentamente por un lugar apartado del
Vi que era un esclavo sometido a una suerte anormal de aposento y, sin notar mi presencia, desapareció. La miré con
terror. "Moriré -dijo-, tengo que morir de esta deplorable locura. Así, extremado asombro, no desprovisto de temor, y sin embargo me es
así y no de otro modo me perderé. Temo los sucesos del futuro, no imposible explicar estos sentimientos. Una sensación de estupor me
por sí mismos, sino por sus resultados. Me estremezco pensando en oprimió, mientras seguía con la mirada sus pasos que se alejaban.
cualquier incidente, aun el más trivial, que pueda actuar sobre esta Cuando por fin una puerta se cerró tras ella, mis ojos buscaron
intolerable agitación. No aborrezco el peligro, como no sea por su instintiva y ansiosamente el semblante del hermano, pero éste había
efecto absoluto: el terror. En este desaliento, en esta lamentable hundido la cara entre las manos y sólo pude percibir que una palidez
condición, siento que tarde o temprano llegará el periodo en que deba mayor que la habitual se extendía en los dedos descarnados, por entre
abandonar vida y razón a un tiempo, en alguna lucha con el torvo los cuales se filtraban apasionadas lágrimas.
fantasma: el miedo." La enfermedad de Madeline había burlado durante mucho
Conocí además por intervalos, y a través de insinuaciones tiempo la ciencia de sus médicos. Una apatía permanente, un
interrumpidas y ambiguas, otro rasgo singular de su condición agotamiento gradual de su persona y frecuentes aunque transitorios
mental. Estaba dominado por ciertas impresiones supersticiosas accesos de carácter parcialmente cataléptico eran el diagnóstico
relativas a la morada que ocupaba y de donde, durante muchos años, insólito. Hasta entonces había soportado con firmeza la carga de su
nunca se había aventurado a salir, supersticiones relativas a una enfermedad, negándose a guardar cama; pero, al caer la tarde de mi
influencia cuya supuesta energía fue descrita en términos demasiado llegada a la casa, sucumbió (como me lo dijo esa noche su hermano
sombríos para repetirlos aquí; influencia que algunas peculiaridades con inexpresable agitación) al poder aplastante del destructor, y supe

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que la breve visión que yo había tenido de su persona sería puras abstracciones que el hipocondríaco lograba proyectar en la tela,
probablemente la última para mí, que nunca más vería a Madeline, una intensidad de intolerable espanto, cuya sombra nunca he sentido,
por lo menos en vida. ni siquiera en la contemplación de las fantasías de Fuseli,
En los varios días posteriores, ni Usher ni yo mencionamos resplandecientes, por cierto, pero demasiado concretas.
su nombre, y durante este periodo me entregué a vehementes Una de las fantasmagóricas concepciones de mi amigo, que no
esfuerzos para aliviar la melancolía de mi amigo. Pintábamos y participaba con tanto rigor del espíritu de abstracción, puede ser
leíamos juntos; o yo escuchaba, como en un sueño, las extrañas vagamente esbozada, aunque de una manera indecisa, débil, en
improvisaciones de su elocuente guitarra. Y así, a medida que una palabras. El pequeño cuadro representaba el interior de una bóveda o
intimidad cada vez más estrecha me introducía sin reserva en lo más túnel inmensamente largo, rectangular, con paredes bajas, lisas,
recóndito de su alma, iba advirtiendo con amargura la futileza de todo blancas, sin interrupción ni adorno alguno. Ciertos elementos
intento de alegrar un espíritu cuya oscuridad, como una cualidad accesorios del diseño servían para dar la idea de que esa excavación se
positiva, inherente, se derramaba sobre todos los objetos del universo hallaba a mucha profundidad bajo la superficie de la tierra. No se
físico y moral, en una incesante irradiación de tinieblas. observaba ninguna saliencia en toda la vasta extensión, ni se discernía
Siempre tendré presente el recuerdo de las muchas horas una antorcha o cualquier otra fuente artificial de luz; sin embargo,
solemnes que pasé a solas con el amo de la Casa Usher. Sin embargo, flotaba por todo el espacio una ola de intensos rayos que bañaban el
fracasaría en todo intento de dar una idea sobre el exacto carácter de conjunto con un esplendor inadecuado y espectral.
los estudios o las ocupaciones a los cuales me inducía o cuyo camino He hablado ya de ese estado mórbido del nervio auditivo que
me mostraba. Una idealidad exaltada, enfermiza, arrojaba un fulgor hacía intolerable al paciente toda música, con excepción de ciertos
sulfúreo sobre todas las cosas. Sus largos e improvisados cantos efectos de instrumentos de cuerda. Quizá los estrechos límites en los
fúnebres resonarán eternamente en mis oídos. Entre otras cosas, cuales se había confinado con la guitarra fueron los que originaron,
conservo dolorosamente en la memoria cierta singular perversión y en gran medida, el carácter fantástico de sus obras. Pero no es posible
amplificación del extraño aire del último vals de Von Weber. De las explicar de la misma manera la fogosa facilidad de sus impromptus.
pinturas que nutrían su laboriosa imaginación y cuya vaguedad crecía Debían de ser -y lo eran, tanto las notas como las palabras de sus
a cada pincelada, vaguedad que me causaba un estremecimiento tanto extrañas fantasías (pues no pocas veces se acompañaba con
más penetrante, cuanto que ignoraba su causa; de esas pinturas (tan improvisaciones verbales rimadas)-, debían de ser los resultados de
vívidas que aún tengo sus imágenes ante mí) sería inútil mi intento de ese intenso recogimiento y concentración mental a los cuales he
presentar algo más que la pequeña porción comprendida en los límites aludido antes y que eran observables sólo en ciertos momentos de la
de las meras palabras escritas. Por su extremada simplicidad, por la más alta excitación mental. Recuerdo fácilmente las palabras de una
desnudez de sus diseños, atraían la atención y la subyugaban. Si jamás de esas rapsodias. Quizá fue la que me impresionó con más fuerza
un mortal pintó una idea, ese mortal fue Roderick Usher. Para mí, al cuando la dijo, porque en la corriente interna o mística de su sentido
menos -en las circunstancias que entonces me rodeaban-, surgía de las creí percibir, y por primera vez, una acabada conciencia por parte de

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Usher de que su encumbrada razón vacilaba sobre su trono. Los Y de rubíes y de perlas
versos, que él tituló El palacio encantado, decían poco más o menos era la puerta del palacio,
así: de donde como un río fluían,
fluían centelleando,
En el más verde de los valles los Ecos, de gentil tarea:
que habitan ángeles benéficos, la de cantar con altas voces
erguíase un palacio lleno el genio y el ingenio
de majestad y hermosura. de su rey soberano.
¡Dominio del rey Pensamiento,
allí se alzaba! Mas criaturas malignas invadieron,
Y nunca un serafín batió sus alas vestidas de tristeza, aquel dominio.
sobre cosa tan bella. (¡Ah, duelo y luto! ¡Nunca más
nacerá otra alborada!)
Amarillos pendones, sobre el techo Y en torno del palacio, la hermosura
flotaban, áureos y gloriosos que antaño florecía entre rubores,
(todo eso fue hace mucho, es sólo una olvidada historia
en los más viejos tiempos); sepulta en viejos tiempos.
y con la brisa que jugaba
en tan gozosos días, Y los viajeros, desde el valle,
por las almenas se expandía por las ventanas ahora rojas,
una fragancia alada. ven vastas formas que se mueven
en fantasmales discordancias,
Y los que erraban en el valle, mientras, cual espectral torrente,
por dos ventanas luminosas por la pálida puerta
a los espíritus veían sale una horrenda multitud que ríe...
danzar al ritmo de laúdes, pues la sonrisa ha muerto.
en torno al trono donde
(¡porfirogéneto!) Recuerdo bien que las sugestiones nacidas de esta balada nos
envuelto en merecida pompa, lanzaron a una corriente de pensamientos donde se manifestó una
sentábase el señor del reino. opinión de Usher que menciono, no por su novedad (pues otros
hombres han pensado así), sino para explicar la obstinación con que

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la defendió. En líneas generales afirmaba la sensibilidad de todos los su principal deleite en la lectura cuidadosa de un rarísimo y curioso
seres vegetales. Pero en su desordenada fantasía la idea había asumido libro gótico en cuarto -el manual de una iglesia olvidada-, las Vigiliæ
un carácter más audaz e invadía, bajo ciertas condiciones, el reino de Mortuorum Chorum Eclesiæ Maguntiæ.
lo inorgánico. Me faltan palabras para expresar todo el alcance, o el No podía dejar de pensar en el extraño ritual de esa obra y en
vehemente abandono de su persuasión. La creencia, sin embargo, se su probable influencia sobre el hipocondríaco, cuando una noche, tras
vinculaba (como ya lo he insinuado) con las piedras grises de la casa informarme bruscamente que Madeline había dejado de existir,
de sus antepasados. Las condiciones de la sensibilidad habían sido declaró su intención de preservar su cuerpo durante quince días (antes
satisfechas, imaginaba él, por el método de colocación de esas piedras, de su inhumación definitiva) en una de las numerosas criptas del
por el orden en que estaban dispuestas, así como por los numerosos edificio. El humano motivo que alegaba para justificar esta singular
hongos que las cubrían y los marchitos árboles circundantes, pero, conducta no me dejó en libertad de discutir. El hermano había llegado
sobre todo, por la prolongación inmodificada de este orden y su a esta decisión (así me dijo) considerando el carácter insólito de la
duplicación en las quietas aguas del estanque. Su evidencia -la enfermedad de la difunta, ciertas importunas y ansiosas
evidencia de esa sensibilidad- podía comprobarse, dijo (y al oírlo me averiguaciones por parte de sus médicos, la remota y expuesta
estremecí), en la gradual pero segura condensación de una atmósfera situación del cementerio familiar. No he de negar que, cuando evoqué
propia en torno a las aguas y a los muros. El resultado era discernible, el siniestro aspecto de la persona con quien me cruzara en la escalera
añadió, en esa silenciosa, mas importuna y terrible influencia que el día de mi llegada a la casa, no tuve deseo de oponerme a lo que
durante siglos había modelado los destinos de la familia, haciendo de consideré una precaución inofensiva y en modo alguno extraña.
él eso que ahora estaba yo viendo, eso que él era. Tales opiniones no A pedido de Usher, lo ayudé personalmente en los
necesitan comentario, y no haré ninguno. preparativos de la sepultura temporaria. Ya en el ataúd, los dos solos
Nuestros libros -los libros que durante años constituyeran no llevamos el cuerpo a su lugar de descanso. La cripta donde lo
pequeña parte de la existencia intelectual del enfermo- estaban, como depositamos (por tanto tiempo clausurada que las antorchas casi se
puede suponerse, en estricto acuerdo con este carácter espectral. apagaron en su atmósfera opresiva, dándonos poca oportunidad para
Estudiábamos juntos obras tales como el Verver et Chartreuse, de examinarla) era pequeña, húmeda y desprovista de toda fuente de luz;
Gresset; el Belfegor, de Maquiavelo; Del cielo y del infierno, de estaba a gran profundidad, justamente bajo la parte de la casa que
Swedenborg; el Viaje subterráneo de Nicolás Klim, de Holberg; la ocupaba mi dormitorio. Evidentemente había desempeñado, en
Quiromancia de Robert Flud, de Jean D'Indaginé y De la Chambre; el remotos tiempos feudales, el siniestro oficio de mazmorra, y en los
Viaje a la distancia azul, de Tieck; y La ciudad del sol, de Campanella. últimos tiempos el de depósito de pólvora o alguna otra sustancia
Nuestro libro favorito era un pequeño volumen en octavo del combustible, pues una parte del piso y todo el interior del largo pasillo
Directorium Inquisitorium, del dominico Eymeric de Gironne, y abovedado que nos llevara hasta allí estaban cuidadosamente
había pasajes de Pomponius Mela sobre los viejos sátiros africanos y revestidos de cobre. La puerta, de hierro macizo, tenía una protección
egibanos, con los cuales Usher soñaba horas enteras. Pero encontraba

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semejante. Su inmenso peso, al moverse sobre los goznes, producía un de la locura, pues lo veía contemplar el vacío horas enteras, en actitud
chirrido agudo, insólito. de profundísima atención, como si escuchara algún sonido imaginario.
Una vez depositada la fúnebre carga sobre los caballetes, en No es de extrañarse que su estado me aterrara, que me inficionara.
aquella región de horror, retiramos parcialmente hacia un lado la tapa Sentía que a mi alrededor, a pasos lentos pero seguros, se deslizaban
todavía suelta del ataúd, y miramos la cara de su ocupante. Un las extrañas influencias de sus supersticiones fantásticas y
sorprendente parecido entre el hermano y la hermana fue lo primero contagiosas.
que atrajo mi atención, y Usher, adivinando quizá mis pensamientos, Al retirarme a mi dormitorio la noche del séptimo u octavo
murmuró algunas palabras, por las cuales supe que la muerta y él eran día después de que Madeline fuera depositada en la mazmorra, y
mellizos y que entre ambos habían existido siempre simpatías casi siendo ya muy tarde, experimenté de manera especial y con toda su
inexplicables. Nuestros ojos, sin embargo, no se detuvieron mucho en fuerza esos sentimientos. El sueño no se acercaba a mi lecho y las
la muerta, porque no podíamos mirarla sin espanto. El mal que llevara horas pasaban y pasaban. Luché por racionalizar la nerviosidad que
a Madeline a la tumba en la fuerza de la juventud había dejado, como me dominaba. Traté de convencerme de que mucho, si no todo lo que
es frecuente en todas las enfermedades de naturaleza estrictamente sentía, era causado por la desconcertante influencia del lúgubre
cataléptica, la ironía de un débil rubor en el pecho y la cara, y esa moblaje de la habitación, de los tapices oscuros y raídos que,
sonrisa suspicaz, lánguida, que es tan terrible en la muerte. Volvimos atormentados por el soplo de una tempestad incipiente, se
la tapa a su sitio, la atornillamos y, asegurada la puerta de hierro, balanceaban espasmódicos de aquí para allá sobre los muros y crujían
emprendimos camino, con fatiga, hacia los aposentos apenas menos desagradablemente alrededor de los adornos del lecho. Pero mis
lúgubres de la parte superior de la casa. esfuerzos eran infructuosos. Un temblor incontenible fue invadiendo
Y entonces, transcurridos algunos días de amarga pena, gradualmente mi cuerpo, y al fin se instaló sobre mi propio corazón
sobrevino un cambio visible en las características del desorden mental un íncubo, el peso de una alarma por completo inmotivada. Lo sacudí,
de mi amigo. Sus maneras habituales habían desaparecido. jadeando, luchando, me incorporé sobre las almohadas y, mientras
Descuidaba u olvidaba sus ocupaciones comunes. Erraba de aposento miraba ansiosamente en la intensa oscuridad del aposento, presté
en aposento con paso presuroso, desigual, sin rumbo. La palidez de su atención -ignoro por qué, salvo que me impulsó una fuerza instintiva-
semblante había adquirido, si era posible tal cosa, un tinte más a ciertos sonidos ahogados, indefinidos, que llegaban en las pausas de
espectral, pero la luminosidad de sus ojos había desaparecido por la tormenta, con largos intervalos, no sé de dónde. Dominado por un
completo. El tono a veces ronco de su voz ya no se oía, y una intenso sentimiento de horror, inexplicable pero insoportable, me
vacilación trémula, como en el colmo del terror, caracterizaba ahora vestí aprisa (pues sabía que no iba a dormir más durante la noche) e
su pronunciación. Por momentos, en verdad, pensé que algún secreto intenté salir de la lamentable condición en que había caído,
opresivo dominaba su mente agitada sin descanso, y que luchaba por recorriendo rápidamente la habitación de un extremo al otro.
conseguir valor suficiente para divulgarlo. Otras veces, en cambio, me Había dado unas pocas vueltas, cuando un ligero paso en una
veía obligado a reducirlo todo a las meras e inexplicables divagaciones escalera contigua atrajo mi atención. Reconocí entonces el paso de

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Usher. Un instante después llamaba con un toque suave a mi puerta de tus novelas favoritas. Yo leeré y me escucharás, y así pasaremos
y entraba con una lámpara. Su semblante tenía, como de costumbre, juntos esta noche terrible.
una palidez cadavérica, pero además había en sus ojos una especie de El antiguo volumen que había tomado era Mad Trist, de
loca hilaridad, una histeria evidentemente reprimida en toda su Launcelot Canning; pero lo había calificado de favorito de Usher más
actitud. Su aire me espantó, pero todo era preferible a la soledad que por triste broma que en serio, pues poco había en su prolijidad tosca,
había soportado tanto tiempo, y hasta acogí su presencia con alivio. sin imaginación, que pudiera interesar a la elevada e ideal
-¿No lo has visto? -dijo bruscamente, después de echar una espiritualidad de mi amigo. Pero era el único libro que tenía a mano,
mirada a su alrededor, en silencio-. ¿No lo has visto? Pues aguarda, lo y alimenté la vaga esperanza de que la excitación que en ese momento
verás -y diciendo esto protegió cuidadosamente la lámpara, se agitaba al hipocondríaco pudiera hallar alivio (pues la historia de los
precipitó a una de las ventanas y la abrió de par en par a la tormenta. trastornos mentales está llena de anomalías semejantes) aun en la
La ráfaga entró con furia tan impetuosa que estuvo a punto exageración de la locura que yo iba a leerle. De haber juzgado, a decir
de levantarnos del suelo. Era, en verdad, una noche tempestuosa, pero verdad, por la extraña y tensa vivacidad con que escuchaba o parecía
de una belleza severa, extrañamente singular en su terror y en su escuchar las palabras de la historia, me hubiera felicitado por el éxito
hermosura. Al parecer, un torbellino desplegaba su fuerza en nuestra de mi idea.
vecindad, pues había frecuentes y violentos cambios en la dirección Había llegado a esa parte bien conocida de la historia en que
del viento; y la excesiva densidad de las nubes (tan bajas que oprimían Ethelred, el héroe del Trist, después de sus vanos intentos de
casi las torrecillas de la casa) no nos impedía advertir la viviente introducirse por las buenas en la morada del eremita, procede a entrar
velocidad con que acudían de todos los puntos, mezclándose unas con por la fuerza. Aquí, se recordará, las palabras del relator son las
otras sin alejarse. Digo que aun su excesiva densidad no nos impedía siguientes:
advertirlo, y sin embargo no nos llegaba ni un atisbo de la luna o de "Y Ethelred, que era por naturaleza un corazón valeroso, y
las estrellas, ni se veía el brillo de un relámpago. Pero las superficies fortalecido, además, gracias al poder del vino que había bebido, no
inferiores de las grandes masas de agitado vapor, así como todos los aguardó el momento de parlamentar con el eremita, quien, en
objetos terrestres que nos rodeaban, resplandecían en la luz realidad, era de índole obstinada y maligna; mas sintiendo la lluvia
extranatural de una exhalación gaseosa, apenas luminosa y sobre sus hombros, y temiendo el estallido de la tempestad, alzó
claramente visible, que se cernía sobre la casa y la amortajaba. resueltamente su maza y a golpes abrió un rápido camino en las tablas
-¡No debes mirar, no mirarás eso! -dije, estremeciéndome, de la puerta para su mano con guantelete, y, tirando con fuerza hacia
mientras con suave violencia apartaba a Usher de la ventana para sí, rajó, rompió, lo destrozó todo en tal forma que el ruido de la
conducirlo a un asiento-. Estos espectáculos, que te confunden, son madera seca y hueca retumbó en el bosque y lo llenó de alarma."
simples fenómenos eléctricos nada extraños, o quizá tengan su Al terminar esta frase me sobresalté y por un momento me
horrible origen en el miasma corrupto del estanque. Cerremos esta detuve, pues me pareció (aunque en seguida concluí que mi excitada
ventana; el aire está frío y es peligroso para tu salud. Aquí tienes una imaginación me había engañado), me pareció que, de alguna

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
Año 2019
remotísima parte de la mansión, llegaba confusamente a mis oídos sin embargo, suficiente presencia de ánimo para no excitar con
algo que podía ser, por su exacta similitud, el eco (aunque sofocado y ninguna observación la sensibilidad nerviosa de mi compañero. No
sordo, por cierto) del mismo ruido de rotura, de destrozo que era nada seguro que hubiese advertido los sonidos en cuestión, aunque
Launcelot había descrito con tanto detalle. Fue, sin duda alguna, la se había producido durante los últimos minutos una evidente y
coincidencia lo que atrajo mi atención pues, entre el crujir de los extraña alteración en su apariencia. Desde su posición frente a mí
bastidores de las ventanas y los mezclados ruidos habituales de la había hecho girar gradualmente su silla, de modo que estaba sentado
tormenta creciente, el sonido en sí mismo nada tenía, a buen seguro, mirando hacia la puerta de la habitación, y así sólo en parte podía ver
que pudiera interesarme o distraerme. Continué el relato: yo sus facciones, aunque percibía sus labios temblorosos, como si
"Pero el buen campeón Ethelred pasó la puerta y quedó muy murmuraran algo inaudible. Tenía la cabeza caída sobre el pecho, pero
furioso y sorprendido al no percibir señales del maligno eremita y supe que no estaba dormido por los ojos muy abiertos, fijos, que vi al
encontrar, en cambio, un dragón prodigioso, cubierto de escamas, con echarle una mirada de perfil. El movimiento del cuerpo contradecía
lengua de fuego, sentado en guardia delante de un palacio de oro con también esta idea, pues se mecía de un lado a otro con un balanceo
piso de plata, y del muro colgaba un escudo de bronce reluciente con suave, pero constante y uniforme. Luego de advertir rápidamente
esta leyenda: todo esto, proseguí el relato de Launcelot, que decía así:
Quien entre aquí, conquistador será; "Y entonces el campeón, después de escapar a la terrible furia
Quien mate al dragón, el escudo ganará. del dragón, se acordó del escudo de bronce y del encantamiento roto,
"Y Ethelred levantó su maza y golpeó la cabeza del dragón, apartó el cuerpo muerto de su camino y avanzó valerosamente sobre
que cayó a sus pies y lanzó su apestado aliento con un rugido tan el argentado pavimento del castillo hasta donde colgaba del muro el
hórrido y bronco y además tan penetrante que Ethelred se tapó de escudo, el cual, entonces, no esperó su llegada, sino que cayó a sus pies
buena gana los oídos con las manos para no escuchar el horrible ruido, sobre el piso de plata con grandísimo y terrible fragor."
tal como jamás se había oído hasta entonces." Apenas habían salido de mis labios estas palabras, cuando -
Aquí me detuve otra vez bruscamente, y ahora con un como si realmente un escudo de bronce, en ese momento, hubiera
sentimiento de violento asombro, pues no podía dudar de que en esta caído con todo su peso sobre un pavimento de plata- percibí un eco
oportunidad había escuchado realmente (aunque me resultaba claro, profundo, metálico y resonante, aunque en apariencia sofocado.
imposible decir de qué dirección procedía) un grito insólito, un sonido Incapaz de dominar mis nervios, me puse en pie de un salto; pero el
chirriante, sofocado y aparentemente lejano, pero áspero, prolongado, acompasado movimiento de Usher no se interrumpió. Me precipité al
la exacta réplica de lo que mi imaginación atribuyera al extranatural sillón donde estaba sentado. Sus ojos miraban fijos hacia adelante y
alarido del dragón, tal como lo describía el novelista. dominaba su persona una rigidez pétrea. Pero, cuando posé mi mano
Oprimido, como por cierto lo estaba desde la segunda y más sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió su cuerpo; una
extraordinaria coincidencia, por mil sensaciones contradictorias, en sonrisa malsana tembló en sus labios, y vi que hablaba con un
las cuales predominaban el asombro y un extremado terror, conservé, murmullo bajo, apresurado, ininteligible, como si no advirtiera mi

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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presencia. Inclinándome sobre él, muy cerca, bebí, por fin, el horrible De aquel aposento, de aquella mansión huí aterrado. Afuera
significado de sus palabras: seguía la tormenta en toda su ira cuando me encontré cruzando la
-¿No lo oyes? Sí, yo lo oigo y lo he oído. Mucho, mucho, vieja avenida. De pronto surgió en el sendero una luz extraña y me
mucho tiempo... muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he volví para ver de dónde podía salir fulgor tan insólito, pues la vasta
oído, pero no me atrevía... ¡Ah, compadéceme, mísero de mí, casa y sus sombras quedaban solas a mis espaldas. El resplandor venía
desventurado! ¡No me atrevía... no me atrevía a hablar! ¡La de la luna llena, roja como la sangre, que brillaba ahora a través de
encerramos viva en la tumba! ¿No dije que mis sentidos eran agudos? aquella fisura casi imperceptible dibujada en zig-zag desde el tejado
Ahora te digo que oí sus primeros movimientos, débiles, en el fondo del edificio hasta la base. Mientras la contemplaba, la figura se
del ataúd. Los oí hace muchos, muchos días, y no me atreví, ¡no me ensanchó rápidamente, pasó un furioso soplo del torbellino, todo el
atrevía hablar! ¡Y ahora, esta noche, Ethelred, ja, ja! ¡La puerta rota disco del satélite irrumpió de pronto ante mis ojos y mi espíritu vaciló
del eremita, y el grito de muerte del dragón, y el estruendo del al ver desmoronarse los poderosos muros, y hubo un largo y
escudo!... ¡Di, mejor, el ruido del ataúd al rajarse, y el chirriar de los tumultuoso clamor como la voz de mil torrentes, y a mis pies el
férreos goznes de su prisión, y sus luchas dentro de la cripta, por el profundo y corrompido estanque se cerró sombrío, silencioso, sobre
pasillo abovedado, revestido de cobre! ¡Oh! ¿Adónde huiré? ¿No estará los restos de la Casa Usher.
aquí pronto? ¿No se precipita a reprocharme mi prisa? ¿No he oído
sus pasos en la escalera? ¿No distingo el pesado y horrible latido de
su corazón? ¡INSENSATO! -y aquí, furioso, de un salto, se puso de
pie y gritó estas palabras, como si en ese esfuerzo entregara su alma-
: ¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE ESTÁ DEL OTRO LADO DE LA
PUERTA!
Como si la sobrehumana energía de su voz tuviera la fuerza
de un sortilegio, los enormes y antiguos batientes que Usher señalaba
abrieron lentamente, en ese momento, sus pesadas mandíbulas de
ébano. Era obra de la violenta ráfaga, pero allí, del otro lado de la
puerta, ESTABA la alta y amortajada figura de Madeline Usher.
Había sangre en sus ropas blancas, y huellas de acerba lucha en cada
parte de su descarnada persona. Por un momento permaneció
temblorosa, tambaleándose en el umbral; luego, con un lamento
sofocado, cayó pesadamente hacia adentro, sobre el cuerpo de su
hermano, y en su violenta agonía final lo arrastró al suelo, muerto,
víctima de los terrores que había anticipado.

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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Casa tomada agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana


Julio Cortázar encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los
sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto,
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo
que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y
materiales) guardaba los secretos de nuestros bisabuelos, el abuelo preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde
paterno, nuestros padres y toda la infancia. 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene,
una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho
Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pulóver
de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré
me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas,
no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no
grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba a hacer con ellas. No
bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de
ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la
mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me
a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo
idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban
era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en constantemente los ovillos. Era hermoso.
nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor,
se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes
el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña.
justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esta parte
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios
de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se
su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta central daba
cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y
nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios,
invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía y al frente del pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando
un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente —¿Estás seguro?
antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a Asentí.
la cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que —Entonces —dijo recogiendo las agujas— tendremos que
la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento vivir en este lado.
de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato
siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me
puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo gustaba ese chaleco.
se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, Los primeros días nos pareció penoso porque ambos
pero eso se lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis
tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la
mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que
macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que
el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y en Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con
los pianos. frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran —No está aquí.
las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro
del mate. Fui hasta el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de lado de la casa.
roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó
algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por
como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene
conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el
en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. almuerzo. Lo pensamos bien y se decidió esto: mientras yo preparaba
Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos
de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de alegramos porque siempre resulta molesto tener que abandonar los
nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
con la bandeja del mate le dije a Irene: Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para
—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no
del fondo. afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho,

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cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene oí el ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque
que era más cómodo. A veces Irene decía: el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi
—Fíjate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos
de trébol? quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un este lado de la puerta de roble, en la cocina y en el baño, o en el pasillo
cuadrito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice
Se puede vivir sin pensar. correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba enseguida. ruidos se oían más fuerte, pero siempre sordos a espaldas nuestras.
Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no
viene se los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños se oía nada.
consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. —Han tomado esta parte— dijo Irene. El tejido le colgaba de
Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se las manos y las hebras iban hasta el cancel y se perdían debajo.
escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido
presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos sin mirarlo.
y frecuentes insomnios. —¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? le pregunté
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los inútilmente.
rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido —No, nada.
al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos
dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la
canciones de cuna. En una cocina hay demasiado ruido de loza y noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba
vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré
permitíamos ahí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que
y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa
pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso hora y con la casa tomada.
que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alto voz, me
desvelaba en seguida).
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche
siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina
a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía)

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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El salón dorado (1904) saliendo, sin acomodar mucho porque la señora no quiere que toquen
Manuel Mujica Lainez sus cosas. Y nadie más: en quince años, salvo algunas visitas
espaciadas, salvo uno que otro médico, nadie ha entrado en la sala de
Hace cinco días que la niña Matildita dejó de existir, y el salón la calle San Martín. La sordera creciente de doña Sabina terminó por
dorado en el cual tan poco lugar ocupaba, trémula con su bordado aislarla. Y su carácter también: su carácter autoritario, egoísta, celoso,
eterno en el rincón de las vitrinas, parece aun más enorme, como si la quejoso. De tal manera que la vida infundida por las tres mujeres al
ausencia frágil acentuara la soledad de los objetos allí reunidos, allí ancho aposento ha sido curiosamente estática, como si ellas también
convocados misteriosamente por ese congreso de la fealdad lujosa que fueran tres muebles extraños sumados a la barroca asamblea.
se realiza en las grandes salas viejas. Y sin embargo nada cambió de La niña Matildita bordaba; la señora leía; Ofelia atizaba el
sitio. Nada ha cambiado en el salón de encabritadas molduras, en el fuego, aparecía con el juego de té de plata, corría las cortinas al
curso de los últimos quince años, desde que a él llevaron el lecho crepúsculo. La niña Matildita bordaba siempre flores y pájaros sobre
imposible de doña Sabina, todo decorado con pinturas al «Vernis unas pañoletas; la señora leía, entre hondos suspiros, novelas que se
Martin», y desde que en él se instaló, erguida sobre las almohadas, la titulaban Los misterios de la Inquisición o La verdad de un epitafio o La
anciana señora. Todo está igual: la chimenea de mármoles y bronces; Marquesa de Bellaflor o La virgen de Lima. A veces levantaba los
los bronces y mármoles distribuidos sobre mesas y consolas; las párpados venosos, porque adivinaba a su lado al ama de llaves. Había
porcelanas tontas de las vitrinas; los cortinajes de damasco verde que aprendido a entender lo que le decían, por el movimiento de los labios.
ciñe la diadema victoriana de las cenefas; y los muebles terribles, Doña Sabina daba una orden. Ella las daba todas. Su sobrina —la niña
invasores, prontos siempre a la traidora zancadilla, que alternan el Matildita— nada podía, nada significaba en el salón. Y así durante un
dorado con el terciopelo y cuyos respaldos y perfiles se ahuecan, se día que se prolongó quince años, desde que la señora sufrió aquel
curvan, se encrespan y se enloquecen con la prolijidad de los gravísimo ataque que la mantuvo oscilando catorce meses entre la
ornamentos bastardos. muerte y la vida, hasta que la vida triunfó y, paralizada, sorda, la
La presencia de la cama ha dejado de inquietar a sus vecinos condujeron al salón cuyas ventanas abren sobre la calle San Martín.
numerosos. En quince años tuvieron tiempo de habituarse a ella y al La idea fue del doctor Giménez, el médico joven que entonces
hecho de que su incorporación haya transformado al cuarto en algo la atendía. Puesto que no podría abandonar su aposento, después de
híbrido, algo que no es totalmente ni sala ni dormitorio. Merced a ese tan larga e intensa lucha con la muerte, lo mejor era que pasara sus
traslado, la sala que sólo se abría de tarde en tarde, para las horas en el cuarto que más quería, aquel en el cual había concentrado
recepciones, alcanzó una existencia de inesperada novedad. En ella, a más recuerdos. De esa suerte no tendría la impresión de estar
lo largo de tres lustros, tres personas han convivido: doña Sabina en encerrada en su alcoba, sino de continuar presidiendo su salón de
el lecho distante, como un soberano en su trono; la niña Matildita fiestas. A doña Sabina la idea le gustó. Le gustaba cuanto tendía a
junto al bastidor, cerca de la chimenea en invierno, cerca de la ventana rodearla de una aureola de extravagancia, de capricho, de
cuando el calor apretaba; y Ofelia, el ama de llaves, entrando y exclusividad. Eso era ella: exclusiva, distinta. Por ello, en vez de ceñir

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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su pelo escaso, que el postizo fue sustituyendo, con una cofia, anudaba de jarrones, de cortinas pestañudas de borlas, de estatuas de
a él una especie de turbante de gasa cuyo color cambiaba todos los gladiadores y de pajes, y de más muebles, de más muebles, como
días. corresponde a la posición de la señora en Buenos Aires. Y ahora la
Los primeros tiempos la ubicaban trabajosamente en un sillón niña Matildita ha muerto. Hace cinco días. La niña Matildita, que era
de ruedas, que transportaban al centro del cuarto, pero pronto, por como una ratita gris.
consejo del mismo médico, prescindieron de él. ¿Dónde estaría más La señora piensa en ella, vagamente, perezosamente, esta
cómoda la señora Sabina que en su propia cama, flanqueada de mañana de domingo. La cara espesa, el violento perfil borbónico, se
almohadones, de estolas de encaje, de moños, de pañuelos, con los destacan entre las blondas y el arabesco de las iniciales, en las
libros al alcance de la mano? A la señora le gustó también eso. Le almohadas. Toma la novela gorda (Las ruinas de mi convento, de don
parecía que cuanto menos la movieran y agitaran, más dueña de su Fernando Patxot) y se enfrasca en la lectura. Pero no puede leer. A
pequeño estado sería, desde el lecho que lo gobernaba por la sola cada instante, la figura de su sobrina se mete en el enredo de los
virtud de su diferencia, de su arbitraria intromisión en una sala de capítulos y anda, con sus ojazos violetas, con su rodete tirante, con
recibo; por la circunstancia además —sutilísima— de que sólo ella sus manos ágiles, en medio de los personajes discurseadores que se
pudiera ocupar, entre tantos muebles, ese mueble intruso, orgulloso, esconden en catacumbas para departir sobre temas morales, y que
jerárquico. Y únicamente empleaba su sillón de ruedas de mañana, sostienen luchas feroces mientras dobla la campana del monasterio.
cuando la llevaban a que tomara su baño en el cuarto vecino. La niña Matildita, que era como una ratita gris… la niña Matildita,
Por último el doctor Giménez insinuó en su ánimo la bordando, bordando… ¡hipócrita!
conveniencia de que para el manejo de su inmensa casa poblada de Hay algo que doña Sabina no le ha perdonado y es el asunto
criados, doña Sabina se valiera del intermedio de su ama de llaves. con el doctor Giménez: el «affaire», como lo llamó entonces,
¿Para qué iban a molestarla cotidianamente su «maître-d’hotel», su empinando la voz de tiple.
cocinero, su portero, su servidumbre, si no podía oírles, y eso no haría Sucedió casi en seguida después de que la alojaron en la sala
más que irritar sus nervios: sus nervios que era preciso mimar mucho? dorada. Durante los catorce meses anteriores —esos en que pareció
La proposición también fue del gusto de la señora. Decididamente, el que iba a abandonar este mundo— la señora vivió en un estado de
joven médico la comprendía. Poco a poco, los criados dejaron de semiinconsciencia, ignorante de lo que pasaba a su alrededor. Con la
presentarse en la sala dorada. En cuanto asomaban, la señora ponía el mejoría recobró la lucidez, y doña Sabina empezó a ver claro: entre la
grito en el cielo: que hablaran con Ofelia, que se entendieran con niña Matildita y el doctor «algo» había; algo todavía indefinible, pero
Ofelia. Ella no los necesitaba en su cuarto; demasiado tenían que hacer algo al fin. Cuando el médico entraba, la anciana espiaba a su sobrina
en el resto de la casa suntuosa, donde la segunda sala, el «hall», el y la veía bajar los párpados sobre el bastidor, como si rehuyera la
comedor y el billar precedían a la serie de dormitorios, llenos todos, mirada de Giménez, que era joven y elástico y usaba una levita
como esta habitación, de una fauna y flora inmóvil de muebles, de impecable. El médico alargaba las visitas con pretextos. Al comienzo
muebles, de muebles, de alfombras, de tapices, de espejos, de cuadros, doña Sabina creyó que lo hacía porque sus cuentos le interesaban.

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Había sido famosa en los salones porteños por el arte de narrar. Así día la podría heredar, y que esa casa y los coches y la fortuna le
que desplegó ante él sus fuegos de artificio, sus antiguos relatos que pertenecerían. Y ahora ha muerto… ha muerto la ratita gris…
recamaba con ademanes y exclamaciones: el cuento de cuando conoció ¡Ah! Mejor es no pensar en cosas tristes, en el
a la Emperatriz Eugenia en París, durante la Exposición Universal desagradecimiento, en el cálculo, en la incomprensión… Hoy es
del ‘67 («aquí, sólo Carlota Romero ha tenido unos hombros como los domingo. La señora tomará su baño caliente y, de nuevo en la cama,
suyos»); el cuento del asesinato de Felicitas Guerrero de Álzaga, en rezará su misa. Después reanudará la lectura truculenta de Patxot,
1872; el del casamiento de Fabián Gómez con la Gavotti, en 1869. que obra como un narcótico, porque de lo contrario se obsesionará y
Sobre Fabián Gómez poseía detalles inauditos, por su vínculo con los terminará por ver al pequeño fantasma de su sobrina junto al solitario
Anchorena y los Malaver. Al recordarlo, erguía como un fabuloso bastidor, bordando, bordando…
castillo la enumeración de las propiedades de doña Estanislada y Ofelia la alza en sus brazos robustos y la lleva al baño en el
luego se arrojaba a referir aventuras del Conde del Castaño, sobre sillón de ruedas.
todo aquella de la comida en que una «cocotte» célebre, Cora Pearl (la Ofelia… Ahora quedarán frente a frente, hasta el fin… Pero
señora apagaba la voz) surgió desnuda del interior de un pastel de así la lucha será más equilibrada. Antes eran dos contra una: dos
hojaldre. conspiradoras, frente a la señora rica, sorda, tullida.
Un día en que por segunda vez recitaba el episodio para el Ofelia, con su masculina brusquedad… taciturna, severa…
doctor Giménez, sorprendió en un espejo la mirada de inteligencia Debió librarse de ella hace muchos años. A esta altura es imposible.
cambiada entre el médico y su sobrina. Sintió de inmediato como si se Pero quizás ahora convenga que alguien más entre en el salón dorado,
le helara el corazón, y sus celos, impetuosos, se erizaron mientras porque si no concluirá por perder la razón y por gritar entre sus
proseguía las descripciones («Fabián tuvo que regalarle un collar de muebles indiferentes y pomposos. Quizás sería bueno abrir las puertas
perlas de ocho hilos para decidirla a hacerlo»). Rió el doctor y doña a esos criados que sirven en su casa hace tantos años y a algunos de
Sabina adivinó en sus labios las palabras amables, pero se había roto los cuales no conoce. Mientras lo imagina, su vanidad se inflama con
el sortilegio. Le habían producido la llaga peor: la herida en plena la pasión del papel altivo que representa desde que enfermó. No: la
coquetería. En cuanto el doctor Giménez salió del cuarto, declaró que señora Sabina no ve a nadie, a nadie. No hay en Buenos Aires nadie
estaba harta de ese médico y que quería ensayar otro. Inútiles fueron tan original, tan exclusivo como la señora Sabina.
las observaciones de la niña Matildita («esa falsa») y de Ofelia («esa ¿Qué comentarán en Buenos Aires? ¿Qué dirán de la señora
estúpida»). Se negó a atenderlas y se hundió en su libro respirando excéntrica de la calle San Martín, amurallada detrás de sus estatuas,
pesadamente. Más tarde hizo una escena atroz a su sobrina con un de sus canapés, de sus «marquises», de sus armarios?
motivo fútil y Giménez ya no regresó a la casa de la calle San Martín. Ofelia… Ofelia… Ofelia es como un hombre. A ninguno se le
La niña Matildita… la niña Matildita… siempre en su rincón, ocurriría pensar en ella como mujer. ¡Y cuánto quiso a la niña
bordando, bordando… ¡farsante! Seguramente calculaba que algún Matildita! Eso también lo adivinó la señora. Todo tenía que
adivinarlo, porque vivían ocultándole, fingiéndole. Tal vez la quiso

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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demasiado… tal vez demasiado… ¡vaya una a saber!… pero ahora la enclaustrada como una absurda Bella Durmiente protegida por una
ratita gris ha muerto… selva de muebles y tapices.
Ofelia le frota suavemente la espalda con el perfume finísimo, —Tiene razón, Ofelia. Me parece que…
le viste el batón, la empolva, le retoca el turbante transparente, la Su voz se quiebra porque han salido al «hall» y no lo reconoce.
deposita en el sillón de ruedas. Muy despacio, vuelven a la sala. Doña En lugar de la luz enjoyada que proyectaban las mitologías
Sabina la abarca con sus ojos protuberantes. ¡Ah, ella no oirá nada, de la claraboya, una triste penumbra se aprieta en los ángulos y flota
pero ve muy bien, ve hasta el último pormenor, hasta el objeto más en el aire. Instintivamente, mira hacia arriba: largas manchas negras
mínimo de sus vitrinas repletas! ¡Qué hermoso es el salón dorado, el oscurecen el «vitrail». Sus ojos se habitúan poco a poco a la tiniebla.
salón de las grandes recepciones! Mansilla le dijo en ese mismo cuarto —¿Y la araña? —grita—. ¿Y los cofres?
que en Buenos Aires no existe un salón tan europeo. Porque la araña colosal, en cuyos bronces reían los faunos, no
En el fondo del aposento, entre el retrato de su padre, el pende ya del techo, y los cofres tallados no se alinean contra el
general, y el de su madre, con el peinetón airoso, las puertas de roble damasco rojo de las paredes. Dona Sabina da rienda suelta a sus
han sido abiertas de par en par. nervios. Sus uñas cuidadas se crispan en los brazos del sillón.
—¿Qué es esto? —interroga asombrada—. ¿Quién dio orden —¿Dónde están, Ofelia, dónde está todo? ¿Dónde están los
de abrir? cuadros?
Gira el rostro buscando el dibujo de la respuesta en los labios Los cuadros superponían sus marcos esculpidos hasta el cielo
del ama de llaves, pero la cara rígida sigue impasible. Ofelia empuja la raso. Uno representaba a Napoleón premiando a un granadero de su
silla hacia el medio del salón, sorteando las mesas colmadas de guardia; otro representaba el interior de un taller donde la modelo
abanicos y de grupos de porcelana de Sajonia. Doña Sabina tuerce la púdica se entibiaba junto al fuego; otro mostraba a un prelado
carota de infanta vieja y agita las manos en las que los anillos se posan conversando con una marquesa; otro… otro… Pero no hay ninguno.
como escarabajos verdes y azules. No hay nada: ni cuadros, ni muebles, ni araña, ni tapices. Sólo una
—¿Ha perdido el juicio? ¿Adónde me lleva? mesa redonda y algunas sillas desterradas dan más relieve a la
Ofelia hace rodar la silla. Van hacia las puertas de roble, hacia amplitud desnuda de la habitación.
el «hall» estilo Francisco I, al que ilumina una claraboya por cuyos La anciana impotente escruta la fisonomía de Ofelia.
vidrios multicolores pasean diosas coronadas de laurel. —¿Dónde está todo, ladrona? ¿Dónde están los mucamos?
La señora se debate, indignada, pero comprende que si quiere ¡Llame a los mucamos!
conservar por lo menos la ficción del mando, lo más cuerdo será callar. Levanta la voz:
Así que, saltándosele los ojos, declara: —¡A ver! ¡Alguien, alguien! ¡Vengan!
—Tiene razón. Ya es tiempo de que vea cómo anda mi casa. Y entre tanto, la silla rueda lentamente. El ama de llaves la
Y en verdad, siente una súbita nostalgia de su casa inmensa, detiene delante de la puerta que da al comedor. En su panel central
que no recorre hace quince años, y en cuyo corazón permaneció hay clavado un cartel: «Bruno Digiorgio, sastre».

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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Entran allí. Los cortes de género se apilan sobre un —Yo insistí cien veces para que se lo dijeran, pero no hubo
mostrador; los maniquíes rodean a la estufa, encima de la cual nada que hacer. La niña Matildita se opuso.
permanece, como un testigo irónico, el lienzo pintado de la «Carrera —¡Esa entrometida audaz, resolviendo!
de Atalanta» que imita un gobelino. Aquí hay más luz. Doña Sabina Ofelia recorta los vocablos y las muecas le tironean los rasgos
advierte que los labios de Ofelia se mueven y descifra sus palabras: hombrunos:
—Se empezó a vender todo hace quince años, cuando usted —La niña Matildita fue una santa. Cuando el doctor Giménez
estuvo muy enferma. En aquel tiempo comenzó la ruina. quiso casarse con ella, lo rechazó para no dejarla a usted.
—¿Cómo, la ruina? ¿Qué ruina? La señora ahoga un suspiro. Sus viejos celos están ahí, verdes,
La señora se mesa el pelo postizo y desordena el turbante. vibrantes, tan fuertes como el desconcierto que la sobrecoge.
Están de nuevo en el «hall». En la puerta del billar, otro rótulo Regresan a través del «hall» sórdido. En un extremo, el salón
anuncia: «Valentín Fernández y Cía. Remates y comisiones», y el de dorado brilla, palaciego; más acá están la neblina, la impureza, la
la segunda sala dice: «Azcona. Compostura de objetos artísticos». Y destrucción, los damascos moteados por la humedad, los cristales
así, las inscripciones se multiplican de habitación en habitación. Al pie sucios, la soledad dominguera de esa casa que el lunes se llenará de
de la escalera, cuyo arranque enaltecía un trovador de mármol, extraños, sus dueños.
desaparecido como el resto de los objetos y los muebles, se amontonan Doña Sabina no quita los ojos de los labios de Ofelia, de la
los letreros y las flechas que señalan hacia arriba: «Mlle. Saintonge, cara de Medusa de Ofelia.
sombrerera», «Carmen Torres, flores artificiales», «Gutiérrez y —La niña Matildita fue una santa. Vivió para usted, para que
Morandi, fotógrafos», y otro rematador y un pintor y «El Bordado usted no sufriera.
Francés» y «Loperena, fabricante de violines». Y Ofelia rompe a llorar, con un llanto grotesco, un llanto de
Un tic estremece a doña Sabina. hombre desesperado.
—La niña Matildita —recalca Ofelia, imperturbable— El salón de fiestas, con la cama de «Vernis Martin» al fondo,
trabajaba para «El Bordado Francés». Gracias a ella y al alquiler de hace pensar en una nave magnífica, una galera a la que la tormenta
los cuartos, usted pudo seguir viviendo en la casa. obligó a anclar en un puerto de brumas, habitado por gentes
—Pero…, ¿con qué derecho…? ¿Cómo no se me previno…? miserables, rapaces, hostiles.
¿Con qué derecho…? ¡Cómo fulgen las porcelanas en las vitrinas, la ronda delicada
—Los médicos aseguraron que sería fatal que usted se de pastores y músicos! ¡Cómo fulgen los espejos y la alfombra de
enterara. Y a medida que pasaba el tiempo las cosas se ponían peor. Aubusson y las sillas y las lámparas, que indican el camino hacia el
El mal venía de lejos, del tiempo de su hermano. Usted había gastado lecho cubierto de pieles y encajes, hacia la novela de don Fernando
mucho. Las hipotecas… la administración… Patxot y los perfumes mezclados en la mesa de luz!
—¡Había que decírmelo!

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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Pero la señora no aparta su mirada de la boca de Ofelia. No
ve el salón dorado, donde la chimenea canta dulcemente. No ve nada
más que la boca de Ofelia.
—Yo me voy, señora Sabina. Tengo que anunciarle que me
voy. Me voy ahora mismo. Ya tengo todo arreglado.
—¿Se va? ¿Usted se va? ¿Está loca?
—Sí, señora Sabina, me voy. Yo no soy una santa. La niña
Matildita era una santa. Ella vivió para usted, para su egoísmo. Yo no
podría. No quiero hacerlo.
El ama de llaves le da la espalda. Se aleja. Y la señora sorda
se pone a gritar, a gritar, y su voz de tiple cruza el salón dorado y
vuela por las habitaciones vacías, entre los maniquíes enhiestos de
Bruno Digiorgio, entre los sombreros espectaculares como fruteras,
entre las máquinas de fotografiar y las horribles flores artificiales,
entre las diosas de vidrio y los violines que duermen. El lunes la casa
se llenará de enemigos. Deberá aguardar al lunes, sola en el salón de
oro que los cuartos acechan, como animales grises y negros, como
lobos y hienas alrededor de una gran fogata.

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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Cabecita negra lo cargaría un año entero por esa ocurrencia de lustrarse los zapatos
Germán Rozenmacher en medio de la noche. En este país donde uno aprovechaba cualquier
oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas
A Raúl Kruschovsky había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se
descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una
El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la cucaracha. Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de
mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón esos tés de yuyos que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró
del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando, encogido dentro del desconsolado. Su mujer y su hijo se habían ido a pasar el fin de semana
sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas en a la quinta de Paso del Rey llevándose a la sirvienta así que estaba
la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban tan mal las cosas. No
rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y podía quejarse de la vida. Su padre había sido un cobrador de la luz,
hasta se había lustrado los zapatos. un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber llegado a
Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía
agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de carro esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal,
verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la y hacía pocos meses había comprado el pequeño Renault que estaba
manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno para abajo, y había gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados
entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las de las portezuelas. La ferretería de la avenida de Mayo iba muy bien
ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en tanto, y ahora tenía también la quinta de fin de semana donde pasaba las
arrastrándose entre las casas de uno o dos a siete pisos y se perdía vacaciones. No podía quejarse. Se daba todos los gustos. Pronto su
entre los pocos letreros luminosos de los hoteles que brillaban hijo se recibiría de abogado y seguramente se casaría con alguna chica
mojados, apenas visibles, calle abajo. distinguida. Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En
Ese insomnio era una desgracia. Mañana estaría resfriado y tiempos como estos, donde los desórdenes políticos eran la rutina,
andaría abombado como un sonámbulo todo el día. Y además nunca había estado al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el
había hecho esa idiotez de levantarse y vestirse en plena noche de escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar
invierno nada más que para quedarse ahí, fumando en el balcón. ¿A muchas cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo
quién se le ocurriría hacer esas cosas? Se encogió de hombros, mismo con él. Así era la vida. Pero había salido adelante. Además
angustiado. La noche se había hecho para dormir y se sentía viviendo cuando era joven tocaba el violín y no había cosa que le gustase más
a contramano. Solamente él se sentía despierto en medio del enorme en el mundo. Pero vio por delante un porvenir dudoso y sombrío lleno
silencio de la ciudad dormida. Un silencio que lo hacía moverse con de humillaciones y miseria y tuvo miedo. Pensó que se debía a sus
cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a alguien. Se semejantes, a su familia, que en la vida uno no podía hacer todo lo que
cuidaría muy bien de no contárselo a su socio de la ferretería porque quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino debido y que

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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no debía fracasar. Y entonces todo lo que había hecho en la vida había Era una china que podía ser su sirvienta sentada en el último
sido para que lo llamaran «señor». Y entonces juntó dinero y puso escalón de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla.
una ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No El señor Lanari sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se
señor. Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía dijo que así eran estos negros, qué se iba a hacer, la vida era dura,
esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, sonrió, sacó cien pesos y se los puso arrollados en el gollete de la
donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo botella pensando vagamente en la caridad. Se sintió satisfecho. Se
desesperaba era ese insomnio. Dieron las cuatro de la mañana. La quedó mirándola, con las manos en los bolsillos, despreciándola
niebla era espesa. Un silencio pesado había caído sobre Buenos Aires. despacio.
Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor Lanari tratando de no —¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? —la voz era dura y
despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose. malévola. Antes de que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su
De pronto una mujer gritó en la noche. De golpe. Una mujer hombro.
aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro sin —A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el
palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, gritaba en la orden en la vía pública.
neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El señor Lanari dio un El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de
respingo y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de dolor en la complicidad al vigilante.
neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El señor —Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y
Lanari quiso hacerla callar, era de noche, podía despertar a alguien, después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente.
había que hablar más bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto gritó de Entonces se dio cuenta de que el vigilante también era
nuevo, reventando el silencio y la calma y el orden, haciendo bastante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar su
escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral de carne y sangre, historia.
anterior a las palabras, casi un vagido de niña, desesperado y solo. —Viejo baboso —dijo el vigilante mirando con odio al
El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por hombrecito despectivo, seguro y sobrador que tenía adelante—.
enterado. Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a Hacete el gil ahora.
tientas, hasta la esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo.
negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso —Vamos. En cana.
«Para Damas» en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto
con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las reaccionó violentamente y le gritó al policía.
piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y —Cuidado, señor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le
rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo. puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está hablado?
—Quiero ir a casa, mamá —lloraba—. Quiero cien pesos para —Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El
el tren para irme a casa. señor Lanari no tenía ningún comisario amigo.

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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—Andá, viejito verde andá, ¿te creés que no me di cuenta que cara por él y lo defendiera. Era mejor amansarlo, hasta darle plata y
la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? —dijo el vigilante convencerlo para que lo dejara de embromar.
y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había dejado de El agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si
llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada mirando el señor Lanari le hubiera propuesto una gran idea, lo tomó a él por
simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamente se fue con ellos.
¿Qué tenía que ver él con todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a Cuando llegaron al departamento el señor Lanari prendió todas las
la comisaría y aclarara todo y entonces no le creyeran y se luces y le mostró la casa a las visitas. La negra apenas vio la cama
complicaran más las cosas? Nunca había pisado una comisaría. Toda matrimonial se tiró y se quedó profundamente dormida.
su vida había hecho lo posible para no pisar una comisaría. Era un Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o
hombre decente. Ese insomnio había tenido la culpa. Y no había sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen
ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban cosas muy de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia;
extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía sería un escándalo, lo más horrible del mundo, un escándalo, y nadie
confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil. le creería su explicación y quedaría repudiado, como culpable de una
—Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer — oscura culpa, y yo no hice nada mientras hacía eso tan desusado, ahí a
dijo señalándola. Sintió que el vigilante dudaba. Quiso decirle que ahí las 4 de la madrugada, porque la noche se había hecho para dormir y
estaban ellos dos, del lado de la ley, y esa negra estúpida que se estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona decente,
quedaba callada, para peor, era la única culpable. como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura en su
De pronto se acercó al agente que era una cabeza más alto que propia casa.
él y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, —Dame café —dijo el policía y en ese momento el señor
inyectados y malignos, bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un Lanari sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado
animal. Otro cabecita negra. para tener eso, para que no lo atropellaran y así, de repente, ese
—Señor agente —le dijo en tono confidencial y bajo como hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte, lo trataba de che,
para que la otra no escuchara, parada ahí, con la botella vacía como le gritaba, lo ofendía. Y lo que era peor, vio en sus ojos un odio tan
una muñeca, acunándola entre los brazos, cabeceando, ausente como frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer. De pronto pensó que lo
si estuviera tan aplastada que ya nada le importaba. mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre podría ser un
—Vengan a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y matarlo y
primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto —y sacó una tarjeta sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de duro
personal y los documentos y se los mostró—. Vivo ahí al lado — trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo. Y la
gimió, casi manso y casi adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en mujer estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros.
manos del otro sin tener ni siquiera un diputado para que sacara la No entendía nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la
biblioteca. Sentía algo presagiante, que se cernía, que se venía. Una

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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amenaza espantosa que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni el señor Lanari sintió cómo le corría la sangre por el labio. Bajó los
cómo detenerla. El señor Lanari, sin saber por qué, le mostró la ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaba haciendo eso? ¿Qué cuentas le
biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca había podido pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían
hacer tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio.
cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia —Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se
de Mitre encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces
violín, tenía un hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando todos creen que pueden llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo
quería, la mejor música del mundo se hacía presente. ¿eh? Pero hoy apareciste, porquería, apareciste justo y me las vas a
Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de pagar todas juntas. Quién iba a decirlo, todo un señor…
libros con el hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese negro? El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y empezó
Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se
burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó
inquietud sofocante. De golpe se sorprendió de que justo ahora a golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor
quisiera hablar de libros y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces
tiró por ahí la gorra, se abrió la campera y se puso a tomar despacio. fue cuando la chica despertó y lo miró y le dijo al hermano:
El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían —Este no es, José —lo dijo con una voz seca, inexpresiva,
lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora cansada, pero definitiva. Vagamente, el señor Lanari vio la cara
sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido atontada, despavorida, humillada del otro, y vio que se detenía
que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros bruscamente y vio que la mujer se levantaba con pesadez, y por fin,
que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para sintió que algo tontamente le decía adentro «Por fin se me va este
enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un maldito insomnio» y se quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol
ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos estaba tan alto y le dio en los ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza
salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y estaba patas arriba, todo revuelto y le dolía terriblemente la boca del
sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. estómago. Sintió un vértigo, sintió que estaba a punto de volverse
Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto se
ni siquiera sabía a ciencia cierta si era un policía, ahí, tomando su precipitó a revisar los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver
coñac. La casa estaba tomada. si el auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado a ver si no le faltaba
—Qué le hiciste —dijo al fin el negro. nada. ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? Podría ir a la comisaría,
—Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor denunciar todo, pero ¿denunciar qué?
consideración. Así que haga el favor de… —el policía o lo que fuera ¿Todo había pasado de veras? «Tranquilo, tranquilo, aquí no
lo agarró de las solapas y le dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, ha pasado nada», trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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estómago y todo estaba patas para arriba y la puerta de calle abierta.
Tragaba saliva. Algo había sido violado. «La chusma», dijo para
tranquilizarse, «hay que aplastarlos, aplastarlos», dijo para
tranquilizarse. «La fuerza pública», dijo, «tenemos toda la fuerza
pública y el ejército», dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de
pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro
de nada. De nada.

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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Nada de todo esto rebalsa el vaso, la confirmación de cómo mi madre ha estado tirando
Samanta Schweblin a la basura mi tiempo desde que tengo memoria. Mi madre pone
primera y, para mi sorpresa, las ruedas resbalan un momento pero
—Nos perdimos—dice mi madre. logra que el coche salga adelante. Miro hacia atrás el cruce, el desastre
Frena y se inclina sobre el volante. Sus dedos finos y viejos se que dibujamos en la tima arenosa del camino, y ruego por que ningún
agarran al plástico con fuerza. Estamos a más de media hora de casa, cuidador caiga en la cuenta de que hicimos lo mismo ayer, dos cruces
en uno de los barrios residenciales que más nos gusta. Hay caserones más abajo, y otra vez más casi llegando a la salida. Seguimos
hermosos y amplios, pero las calles son de tierra y están embarradas avanzando. Mi madre conduce derecho, sin detenerse frente a ningún
porque estuvo lloviendo toda la noche. caserón. No hace comentarios sobre los cerramientos, las hamacas ni
—¿Tenías que parar en medio del barro? ¿Cómo vamos a salir los toldos. No suspira ni tararea ninguna canción. No toma nota de
ahora de acá? las direcciones. No me mira Unas cuadras más allá las casas se vuelven
Abro mi puerta para ver qué tan enterradas están las ruedas. más y más residenciales y las lomas de césped ya no son tan altas, sino
Bastante enterradas, lo suficientemente enterradas. Cierro de un que, sin veredas, delineadas con prolijidad por algún jardinero, parten
portazo. desde la mismísima calle de tierra y cubren el terreno perfectamente
—¿Qué es lo que estás haciendo, mamá? niveladas, como un espejo de agua verde al ras del suelo. Toma hacia
—¿Cómo que qué estoy haciendo? —su estupor parece la izquierda y avanza unos metros más. Dice en voz alta, pero para sí
sincero. misma:
—Sé exactamente qué es lo que estamos haciendo, pero acabo —Esto no tiene salida.
de darme cuenta de lo extraño que es. Mi madre no parece entender, Hay algunas casas más adelante, luego un bosque se cierra
pero responde, así que sabe a qué me refiero. sobre el camino.
—Miramos casas —dice. —Hay mucho barro —digo—, da la vuelta sin parar el coche.
Parpadea un par de veces, tiene demasiado rímel en las Me mira con el entrecejo fruncido. Se arrima al césped
pestañas. derecho e intenta retomar el camino hacia el otro lado. El resultado
—¿Miramos casas? es terrible: apenas si acaba de tomar una desdibujada dirección
—Miramos casas —señala las casas que hay a los lados. diagonal cuando se encuentra con el césped de la izquierda, y frena.
Son inmensas. Resplandecen sobre sus lomas de césped —Mierda —dice.
fresco, brillantes por la luz fuerte del atardecer. Mi madre suspira y, Acelera y las ruedas resbalan en el barro. Miro hacia atrás
sin soltar el volante, recuesta su espalda en el asiento. No va a decir para estudiar el panorama. Hay un chico en el jardín, casi en el umbral
mucho más. Quizá no sabe qué más decir. Pero esto es exactamente de una casa. Mi madre vuelve a acelerar y logra salir en reversa. Y
lo que hacemos. Salir a mirar casas. Salir a mirar las casas de los esto es lo que hace ahora: con el coche marcha atrás, cruza la calle,
demás. Intentar descifrar eso ahora podría convertirse en la gota que sube al césped de la casa del chico, y dibuja, de lado a lado, sobre el

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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amplio manto de césped recién cortado, un semicírculo de doble línea como el chico, y sus ojos, su nariz y su boca están demasiado juntos
de barro. El coche queda frente a los ventanales de la casa. El chico para el tamaño de su cabeza. Tiene la edad de mi madre.
está de pie con su camión de plástico, mirándonos absorto. Levanto la —¿Quién va a pagar por esto? —dice.
mano, en un gesto que intenta ser de disculpas, o de alerta, pero él No tengo dinero, pero le digo que vamos a pagar. Que lo
suelta el camión y entra corriendo a la casa. Mi madre me mira. siento y que, por supuesto, vamos a pagar. Eso parece calmarla.
—Arrancá —digo. Vuelve su atención un momento sobre mi madre, sin olvidarse de su
Las ruedas patinan y el coche no se mueve. jardín.
—¡Despacio, mamá! —Señora, ¿se siente bien? ¿Qué trataba de hacer?
Una mujer aparece tras las cortinas de los ventanales y nos Mi madre levanta la cabeza y la mira.
mira por la ventana, mira su jardín. El chico está junto a ella y nos —Me siento terrible. Llame a una ambulancia, por favor.
señala. La cortina vuelve a cerrarse y mi madre hunde más y más el La mujer no parece saber si mi madre habla en serio o si le
coche. La mujer sale de la casa. Quiere llegar hasta nosotras pero no está tomando el pelo. Por supuesto que habla en serio, aunque la
quiere pisar su césped. Da los primeros pasos sobre el camino de ambulancia no sea necesaria. Le hago a la mujer un gesto negativo
madera barnizada y después corrige la dirección hacia nosotras que implica esperar, no hacer ningún llamado. La mujer da unos pasos
pisando casi de puntillas. Mi madre dice mierda otra vez, por lo bajo. hacia atrás, mira el coche viejo y oxidado de mi madre, y a su hijo
Suelta el acelerador y, por fin, suelta también el volante. atónito, un poco más allá. No quiere que estemos acá, quiere que
La mujer llega y se inclina hasta la ventanilla para hablarnos. desaparezcamos pero no sabe cómo hacerlo.
Quiere saber qué hacemos en su jardín, y no lo pregunta de buena —Por favor —dice mi madre—, ¿podría traerme un vaso de
manera. El chico espía abrazado a una de las columnas de la entrada. agua hasta que llegue la ambulancia?
Mi madre dice que lo siente, que lo siente muchísimo, y lo dice varias La mujer tarda en moverse, parece no querer dejarnos solas
veces. Pero la mujer no parece escucharla. Solo mira su jardín, las en su jardín.
ruedas hundidas en el césped, e insiste en preguntar qué hacemos ahí, —Sí —dice.
por qué estamos hundidas en su jardín, si entendemos el daño que Se aleja, agarra al niño de la remera y se lo lleva dentro con
acabamos de hacer. Así que se lo explico. Digo que mi madre no sabe ella. La puerta de entrada se cierra de un portazo.
conducir en el barro. Que mi madre no está bien. Y entonces mi madre —¿Se puede saber qué estás haciendo, mamá? Salí del coche,
golpea su frente contra el volante y se queda así, no se sabe si muerta que voy a tratar de moverlo.
o paralizada. Su espalda tiembla y empieza a llorar. La mujer me mira Mi madre se endereza en el asiento, mueve las piernas
No sabe muy bien qué hacer. Sacudo a mi madre. Su frente no se despacio, empieza a salir. Busco alrededor troncos medianos o algunas
separa del volante y los brazos caen muertos a los lados. Salgo del piedras para poner bajo las ruedas e intentar sacar el coche, pero todo
coche. Vuelvo a disculparme con la mujer. Es alta y rubia, grandota está muy pulcro y ordenado. No hay más que césped y flores.

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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—Voy a buscar algunos troncos —le digo a mi madre Golpeo la puerta. Pregunto si puedo pasar y espero. La mujer se
señalándole el bosque que hay al final de la calle—. No te muevas. asoma desde la cocina.
Mi madre, que estaba a medio camino de salir del coche, se —Me dicen que la ambulancia llega en quince minutos.
queda inmóvil un momento y luego se deja caer otra vez en el asiento. —Gracias —digo.
Me preocupa que esté anocheciendo, no sé si podré sacar el coche a La puerta del baño se abre. Entro y vuelvo a cerrar. Dejo los
oscuras. El bosque está solo a dos casas. Camino entre los árboles, me troncos junto al espejo. Mi madre llora sentada sobre la tapa del
lleva unos minutos encontrar exactamente lo que necesito. Cuando inodoro.
regreso mi madre no está en el coche. No hay nadie fuera. Me acerco —¿Qué pasa, mamá?
a la puerta de la casa. El camión del chico está tirado sobre el felpudo. Antes de hablar dobla un poco de papel higiénico y se suena
Toco el timbre y la mujer viene a abrirme. la nariz.
—Llamé a la ambulancia —dice—, no sabía dónde estaba —¿De dónde saca la gente todas estas cosas? ¿Y ya viste que
usted y su madre dijo que iba a desmayarse otra vez. hay una escalera a cada lado del living? —Apoya la cara en las palmas
Me pregunto cuándo fue la primera vez. Entro con los de las manos—. Me pone tan triste que me quiero morir.
troncos. Son dos, del tamaño de dos ladrillos. La mujer me guía hasta Tocan la puerta y me acuerdo de que la ambulancia está en
la cocina. Atravesamos dos livings amplios y alfombrados, y camino. La mujer pregunta si estamos bien. Tengo que sacar a mi
enseguida escucho la voz de mi madre. madre de esta casa.
—¿Esto es mármol blanco? ¿Cómo consiguen mármol —Voy a recuperar el coche —digo volviendo a levantar los
blanco? ¿De qué trabaja tu papá, querido? troncos—. Quiero que en dos minutos estés afuera conmigo. Y más
Está sentada a la mesa, con una taza en la mano y la azucarera vale que estés ahí.
en la otra. El chico está sentado enfrente, mirándola. En el pasillo la mujer habla por celular pero me ve y corta.
—Vamos —digo, mostrándole los troncos. —Es mi marido, está viniendo para acá.
—¿Viste el diseño de esta azucarera? —dice mi madre Espero un gesto que me indique si el hombre vendrá para
empujándola hacia a mí. Pero como ve que no me impresiona ayudamos a nosotras o para ayudarla a ella a sacamos de la casa. Pero
agrega—: de verdad me siento muy mal. la mujer me mira fijo cuidándose de no darme ninguna pista. Salgo y
—Esa es un adorno —dice el chico—, esta es nuestra voy hacia el coche. Escucho al chico correr detrás de mí. No digo nada,
azucarera de verdad. coloco los troncos bajo las ruedas y busco dónde mi madre pudo haber
Le acerca a mi madre otra azucarera, una de madera. Mi dejado las llaves. Enciendo el motor. Tengo que intentarlo varias
madre lo ignora, se levanta y, como si fuera a vomitar, sale de la veces pero al fin el truco de los troncos funciona. Cierro la puerta y el
cocina. La sigo con resignación. Se encierra en un pequeño baño que chico se tiene que correr para que no lo pise. No me detengo, sigo las
hay junto al pasillo. La mujer y el hijo me miran pero no me siguen. huellas del semicírculo hasta la calle. No va a venir sola, me digo a mí
misma. ¿Por qué me haría caso y saldría de la casa como una madre

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Teoría y crí ca literaria – Selección de cuentos
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normal? Apago el motor y entro a buscarla. El chico corre detrás de Se levanta agarrándose de un barrote de la cama y camina
mí, abrazando los troncos llenos de barro. hacia el baño de la habitación.
Entro sin tocar y voy directo al baño. La cama está hecha con un doblez en la sábana superior que
—Ya no está en el baño —dice la mujer—. Por favor, saque a solo le vi hacer a mi madre. Bajo la cama, hecha un bollo, hay una
su madre de la casa. Esto ya se pasó de la raya. colcha de estrellas fucsias y amarillas y una docena de pequeños
Me lleva al primer piso. Las escaleras son amplias y claras, almohadones.
una alfombra color crema marca el camino. La mujer va delante, ciega —Mamá, por dios, ¿armaste la cama?
a las marcas de barro que voy dejando en cada escalón. Me señala un Ni me hables de esos almohadones —dice, y después,
cuarto, la puerta está entreabierta y entro sin abrirla del todo, para asomándose detrás de la puerta para asegurarse de que la escucho—:
guardar cierta intimidad. Mi madre está acostada boca abajo sobre la y quiero ver esa azucarera cuando salga del baño, no se te ocurra hacer
alfombra, en medio del cuarto matrimonial. La azucarera está sobre ninguna locura.
la cómoda, junto a su reloj y sus pulseras, que evidentemente se ha —¿Qué azucarera? —pregunta la mujer del otro lado de la
quitado. Los brazos y las piernas están abiertos y separados, y por un puerta. Toca la puerta tres veces pero no se anima a entrar—. ¿Mi
momento me pregunto si habrá alguna otra manera de abrazar cosas azucarera? Por favor, que eso era de mi mamá.
tan descomunalmente grandes como una casa, si será eso lo que mi En el baño se escucha la canilla de la bañera. Mi madre
madre intenta hacer. Suspira y después se sienta en el piso, se acomoda regresa hacia la puerta y por un segundo creo que va a abrirle a la
la camisa y el pelo, me mira Su cara ya no está tan roja, pero las mujer, pero la cierra y me indica que baje la voz, que la canilla es para
lágrimas hicieron un desastre con el maquillaje. que no nos escuchen. Esta es mi madre, me digo, mientras abre los
—¿Qué pasa ahora? —dice. cajones de la cómoda y revisa el fondo entre la ropa, para confirmar
—Ya está el coche. Nos vamos. que la madera de los interiores del mueble también sea de cedro.
Espío hacia afuera para tantear qué hace la mujer, pero no la Desde que tengo memoria hemos salido a mirar casas, hemos sacado
veo. de estos jardines flores y macetas inapropiadas. Cambiado regadores
—¿Y qué vamos a hacer con todo esto? —dice mi madre de lugar, enderezado buzones de correo, recolectado adornos
señalando alrededor—. Alguien tiene que hablar con esta gente. demasiado pesados para el césped. En cuanto mis pies llegaron a los
—¿Dónde está tu cartera? pedales empecé a encargarme del coche. Esto le dio a mi madre más
—Abajo, en el living. En el primer living, porque hay uno más libertad. Una vez movió sola un banco blanco de madera y lo puso en
grande que da a la piscina, y uno más del otro lado de la cocina, frente el jardín de la casa de enfrente. Descolgó hamacas. Quitó yuyos
al jardín trasero. Hay tres livings —mi madre saca un pañuelo de su malignos. Tres veces arrancó el nombre Marilú 2 de un cartel
jean, se suena la nariz y se seca las lágrimas— cada uno es para una groseramente cursi. Mi padre se enteró de algún que otro evento pero
cosa diferente. no creo que haya dejado a mi madre por eso. Cuando se fue, mi padre
se llevó todas sus cosas menos la llave del coche, que dejó sobre uno

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de los pilones de revistas de hogares y decoración de mi madre, y por Me pregunto si se refiere a mi parte o a la suya. En un gesto
unos años ella prácticamente no se bajó del coche en ningún paseo. de protesta, mi madre se pone el cinturón. Lleva la cartera sobre las
Desde el asiento del acompañante decía: «es quicuyo», «ese Bow- piernas y los puños cerrados en las manijas. Me digo a mí misma,
Window no es americano», «las flores de hiedra francesa no pueden ir ahora te calmás, te calmás, te calmás. Busco el otro coche por el espejo
junto a los duraznillos negros», «si alguna vez elijo ese tipo de rosa retrovisor pero no veo a nadie. Quiero hablar con mi madre pero no
nacarado para el frente de la casa, por favor, contratá a alguien que me puedo evitar gritarle.
sacrifique». —¿Qué estás buscando, mamá? ¿Qué es todo esto?
Pero tardó mucho tiempo en volver a bajar del coche. Esta Ella ni se mueve. Mira seria al frente, con el entrecejo
tarde, en cambio, ha cruzado una gran línea. Insistió en conducir. Se terriblemente arrugado.
las ingenió para entrar a esta casa, al cuarto matrimonial, y ahora —Por favor, mamá ¿qué? ¿Qué carajo hacemos en las casas
acaba de regresar al baño, de tirar en la bañera dos frascos de sales, y de los demás?
está empezando a descartar en el tacho algunos productos del tocador. Se escucha a lo lejos la sirena de una ambulancia.
Escucho el motor de un coche y me asomo a la ventana que da al jardín —¿Querés uno de esos livings? ¿Eso querés? ¿El mármol de
trasero. Ya casi es de noche, pero los veo. Él baja del coche y la mujer las mesadas? ¿La bendita azucarera? ¿Esos hijos inútiles? ¿Eso? ¿Qué
ya camina hacia él. Con su mano izquierda sostiene la del chico, la mierda es lo que perdiste en esas casas?
derecha se esmera doblemente en gestos y señales. Él asiente Golpeo el volante. La sirena de la ambulancia se escucha más
alarmado, mira hacia el primer piso. Me ve y, cuando me ve, yo cerca y clavo las uñas en el plástico. Una vez, cuando tenía cinco años
entiendo que tenemos que movemos rápido. y mi madre cortó todas las calas de un jardín, se olvidó de mí sentada
—Nos vamos, mamá. contra la verja y no tuvo la valentía de volver a buscarme. Esperé
Está quitando los ganchos de la cortina del baño, pero se los mucho tiempo, hasta que escuché los gritos de una alemana que salía
saco de la mano, los tiro al piso, la agarro de la muñeca y la empujo de la casa con una escoba, y corrí. Mi madre conducía en círculos dos
hacia la escalera. Es algo bastante violento, nunca traté así a mi cuadras a la redonda, y tardamos en encontrarnos.
madre. Una furia nueva me empuja a la salida. Mi madre me sigue, —Nada de todo eso —dice mi madre manteniendo la vista al
tropezando a veces en los escalones. Los troncos están acomodados al frente, y es lo último que dice en todo el viaje.
pie de la escalera y los pateo al pasar. Llegamos al living, tomo la La ambulancia dobla hacia nosotras unas cuadras más
cartera de mi madre y salimos por la puerta principal. adelante y nos pasa a toda velocidad.
Ya en el coche, llegando a la esquina, me parece ver las luces Llegamos a casa media hora más tarde. Dejamos las cosas en
de otro coche que sale de la casa y dobla en nuestra dirección. Llego la mesa y nos sacamos las zapatillas embarradas. La casa está fría, y
al primer cruce de barro a toda velocidad y mi madre dice: desde la cocina veo a mi madre esquivar el sillón, entrar al cuarto,
—¿Qué locura fue todo eso? sentarse en su cama y estirarse para prender el radiador. Pongo agua
a calentar para preparar té. Esto necesito ahora, me digo, un poco de

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té, y me siento junto a la hornalla a esperar. Cuando estoy poniendo —Parece una tontería —dice—, pero, de todas las cosas de la
el saquito en la taza suena el timbre. Es la mujer, la dueña de la casa casa, es lo único que tengo de mi madre y… —hace un sonido extraño,
de los tres livings. Abro y me quedo mirándola. Le pregunto cómo casi como un hipo, y los ojos se le llenan de lágrimas—, necesito esa
sabe dónde vivimos. azucarera. Tiene que devolvérmela.
—Las seguí —dice mirándose los zapatos. Nos quedamos un momento en silencio. Ella esquiva mi
Tiene una actitud distinta, más frágil y paciente, y aunque mirada. Yo miro un momento hacia el patio trasero y la veo, veo a mi
abro el mosquitero para dejarla entrar no parece animarse a dar el madre, y enseguida distraigo a la mujer para que no mire también.
primer paso. Miro la calle hacia ambos lados y no veo ningún coche —¿Quiere su azucarera? —pregunto.
en el que una mujer como ella podría haber venido. —¿Está acá? —dice la mujer e inmediatamente se levanta,
—No tengo el dinero —digo. mira la mesada de la cocina, el living, el cuarto un poco más allá.
—No —dice ella—, no se preocupe, no vine por eso. Yo… Pero no puedo evitar pensar en lo que acabo de ver: mi madre
¿Está su madre? arrodillada en la tierra bajo la ropa colgada, metiendo la azucarera en
Escucho la puerta del cuarto cerrarse. Es un golpe fuerte, un nuevo agujero del patio.
pero quizá difícil de escuchar desde la calle. —Si la quiere, encuéntrela usted misma —digo.
Niego. Ella vuelve a mirar sus zapatos y espera. La mujer se queda mirándome, le lleva unos cuantos
—¿Puedo pasar? segundos asumir lo que acabo de decir. Después deja la cartera en la
Le indico una silla junto a la mesa. Sobre las baldosas de mesa y se aleja despacio. Parece costarle avanzar entre el sillón y el
ladrillo, sus tacos hacen un ruido distinto al de nuestros tacos, y la televisor, entre las torres de cajas apilables que hay por todos lados,
veo moverse con cuidado: los espacios de esta casa son más acotados como si ningún sitio fuera adecuado para empezar a buscar. Así me
y la mujer no parece sentirse cómoda. Deja su bolso sobre las piernas doy cuenta de qué es lo que quiero. Quiero que revuelva. Quiero que
cruzadas. mueva nuestras cosas, quiero que mire, aparte y desarme. Que saque
—¿Quiere un té? todo afuera de las cajas, que pise, que cambie de lugar, que se tire al
Asiente. suelo y también que llore. Y quiero que entre mi madre. Porque si mi
—Su madre… —dice. madre entra ahora mismo, si se recompone pronto de su nuevo
Le acerco una taza caliente y pienso «su madre está otra vez entierro y regresa a la cocina, la aliviará ver cómo lo hace una mujer
en mi casa», «su madre quiere saber cómo pago los tapizados de cuero que no tiene sus años de experiencia, ni una casa donde hacer bien
de todos mis sillones». este tipo de cosas, como corresponde.
—Su madre se llevó mi azucarera —dice la mujer.
Sonríe casi a modo de disculpas, revuelve el té, lo mira pero
no lo toma.

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