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JUSTICIA, III. FILOSOFIA DEL DERECHO.

l. La regla de igualdad en la justicia. En la historia del pensamiento, la palabra j.


ha sido empleada en dos sentidos distintos: a) En una acepción muy amplia,
significando la suma y compendio de todas las virtudes y de todos los valores; así,
«hombre justo» como expresión de quien realiza todos los valores éticos; «Justicia
Divina», para denotar la perfección de Dios en todas dimensiones; tal y como se
habla de «justicia» (v. i) en muchos pasajes de la Biblia, y también, algunas veces,
por Platón, Aristóteles, S. Ambrosio, S. Juan Crisóstomo y S. Agustín. b) En una
acepción restringida, específica, como el principal criterio ideal, o como el valor
principal, en el cual deben inspirarse el Derecho y el Estado; en suma, como una
de las raíces capitales del Derecho natural (v.), Derecho racional o Derecho
valioso. Aquí se trata de la j. en el segundo de los sentidos indicados, es decir, en
el sentido filosófico-jurídico.

La revisión de todas las doctrinas sobre la definición de la j., desde los


pitagóricos hasta el presente, pone de manifiesto que en todas esas doctrinas se da
una esencial coincidencia: p1 concebir la j. como una regla de armonía, de
igualdad; a veces de igualdad pura y simple, o aritmética, entre lo que se da y lo
que se recibe en las relaciones interhumanas (j. conmutativa) y, otras veces, de
igualdad proporcional, de acuerdo con los méritos y los deméritos, bien entre
individuos, bien entre el individuo y los grupos colectivos (j. distributiva). La
misma idea se ha expresado también, a lo largo de la historia de la filosofía
jurídica y política, diciendo que j. consiste en «dar o atribuir a cada uno lo suyo».
La identidad sustancial en este modo de ver la j. por todos los pensadores es
un dato impresionante, que asombra; porque, por otra parte, es un hecho bien
conocido que las discusiones y controversias sobre problemas de j. han sido
siempre y siguen siendo hoy muy vivas y en gran número. No sólo las
controversias teóricas, sino también las disputas prácticas sobre el mismo tema,
especialmente en el campo político, donde se producen con abundancia y vigorosa
energía, llegando a veces a luchas sangrientas.

La constatación de estos dos hechos -identidad de todas las concepciones


sobre la j., por una parte, y prosecución interminable de las polémicas (teóricas y
prácticas) sobre las consecuencias y aplicaciones de la j., por otra- pone sobre la
pista para descubrir que, el centro de gravedad o meollo de este problema, no
radica en aquella correcta definición formalista de la j., sino más bien en el
descubrimiento de los valores o criterios, repletos de contenido, que ilustren en
determinar las equivalencias o igualdades, y las proporcionalidades, requeridas
por la j. Dicho con otras palabras: nadie niega, sino que todos lo admiten, que se
debe dar o atribuir a cada cual lo suyo. Pero el meollo del problema no consiste en
este correcto conocimiento; antes bien, en tratar de averiguar lo que deba ser
considerado como suyo en cada uno.

2. Justicia conmutativa y justicia distributiva. Veamos con más detenimiento


estos puntos. Se suele postular una igualdad pura y simple, o aritmética, en
aquellas relaciones interhumanas de j. conmutativa, cuyo centro de gravedad
radica en cosas y bienes que no tienen un nexo singular con las características de
las personas individuales implicadas en tales relaciones, p. ej., en los cambios, las
compraventas, los arrendamientos de predios urbanos o de inmuebles rurales, etc.
Por el contrario, se postula, con razón, no una igualdad simple y aritmética, sino
una proporcionalidad distributiva, en aquellas relaciones sentadas principalmente
sobre los méritos o deméritos, o mayores o menores méritos, de las diferentes
personas implicadas. En el primer caso, en el de la j. conmutativa, se exige que las
personas, las situaciones, las cosas, y los hechos iguales deben ser tratados de un
modo igual. Por el contrario, en las relaciones de j. distributiva se requiere que las
personas y las situaciones desiguales deben ser tratadas de un modo desigual, si
bien calibrando las desigualdades con una misma vara de medir.
Estos problemas son más complicados de lo que puede parecer a primera
vista; las cuestiones, en apariencia simples, entrañan temas complejos de
combinación de múltiples y variadas valoraciones. Algunos ejemplos evidenciarán
esta complejidad.

Referente a un caso de j. conmutativa, fijémonos en una simple relación de


cambio, p. ej., de trueque. Respecto de ella, todos los filósofos sostienen que la j.
exige que, en un contrato bilateral de cambio, el uno reciba del otro tanto como él
le entregue. Pero adviértase que esa igualdad entre lo que se da y lo que se recibe
no puede ser una identidad plena. Es decir, si interpretáramos esa igualdad como
identidad, supondría que quien da una arroba de trigo debe recibir otra arroba de
trigo; quien presta a otro el servicio de desollar un buey, reciba de aquél el mismo
servicio. Pero tales cosas no tendrían ningún sentido, por la carencia de todo
motivo y finalidad. No se trata de recibir lo idéntico, sino algo diferente, que en
algún modo corresponda a lo que se entrega, es decir, algo diverso pero
equivalente.
Ahora bien, para determinar el valor de una cosa en relación con otra
diferente, hace falta una unidad o criterio de medida para homogeneizar la
estimación de dos cosas heterogéneas; esto es, hace falta una pauta para establecer
la equivalencia. Respecto del ejemplo mencionado, se dirá que tal pauta consiste
en la medida del valor económico. Cierto; pero la determinación del valor
económico entraña la combinación de múltiples y variados criterios: la utilidad
(pero no sólo objetiva, sino también subjetiva: no sólo utilidad de algo, sino
también para alguien), la calidad y la cantidad temporal de trabajo acumulado, o
del trabajo que se requiera para la producción de otro objeto igual; carácter sano o,
por el contrario, insalubre del trabajo (p. ej., en una mina de cinabrio), por ende
valores biológicos; valores éticos, porque en el trabajo va involucrada la
proyección de la dignidad personal del trabajador; etc. Así, pues, una relación
jurídica tan simple de cambio de bienes, da lugar a complicados enjambres de
valoraciones heterogéneas, que deben ser combinadas y ponderadas para deducir
los criterios de equivalencia.
Veamos ahora un caso de las relaciones tradicionalmente llamadas de j.
distributiva. Se ha denominado j. distributiva aquella versión de la j. que debe
cumplirse al repartir funciones, beneficios y cargas públicas, así como las
compensaciones por el trabajo realizado. Sobre la j. distributiva dijo Aristóteles (y
sobre ello insistió S. Tomás) que ésta exige que, en los repartos, las personas
iguales reciban porciones iguales y las desiguales porciones desiguales, según sus
diferentes dignidades y merecimientos. Por eso, la j. distributiva implica al menos
cuatro miembros a relacionar; y suele expresarse habitualmente, de modo
metafórico, en una proporción geométrica. La proporción es la igualdad entre las
relaciones: a: b: =c: d. Miguel Efesio, comentarista de Aristóteles, glosa esta
teoría con el siguiente ejemplo: si consideramos a Aquiles doblemente merecedor
que Aiax y damos al primero seis monedas, debemos dar tres al segundo, lo cual
se puede expresar en la siguiente proporción: Aquiles que vale 8 es a Aiax que
vale 4, como 6 monedas para Aquiles son a 3 monedas para Aiax. La relación
entre lo que se da a Aquiles y lo que se da a Aiax es la misma que media entre los
merecimientos del uno y los del otro: el doble. Esto es perfectamente
comprensible y está fuera de toda discusión.

Pero el problema importante no radica en esto, sino en saber el punto de vista


para apreciar el diverso merecimiento de los sujetos, es decir, el criterio para la
estimación jurídica. Dicho de otra manera: ¿Cuáles son los valores, desde qué
punto de vista, Aquiles vale el doble de lo que vale Aiax?
3. Jerarquía de los valores en la justicia. Resulta evidente que el problema
crucial de la filosofía político-jurídica, no consiste sólo en definir el valor formal
de j. (igualdad, unas veces aritmética, otras veces, proporcional o distributiva; o
darle a cada quien lo suyo) sino también y sobre todo, en averiguar cuáles son los
valores según los que se deba establecer la equivalencia y la proporcionalidad en
las relaciones interhumanas y en las relaciones entre la persona individual con los
grupos sociales y con el Estado; valores según los cuales averigüemos lo que debe
ser considerado como «suyo» en cada caso; y, por otro lado, consiste también en
indagar la jerarquía entre tales valores.

El Derecho no debe-tomar en cuenta todos los valores. Hay valores


específicamente ético-jurídicos que siempre y universalmente deben inspirar al
Derecho (p. ej., la idea de la dignidad humana y los corolarios que de tal idea
dimanan, etc.). Hay otros valores, por cierto los más altos, los valores religiosos,
que son los supremos y los puramente morales en sentido estricto (v. DERECHO
y MORAL), que no pueden de manera formal e inmediata ser rectores del orden
jurídico, porque al Derecho no le compete actuar como el agente de la
bienaventuranza de los hombres ni como el vehículo que conduzca a éstos hacia
su último fin. Le pertenece la función de promover un orden pacífico, seguro,
justo y de servicio al bien común en la convivencia y cooperación entre los seres
humanos, como ya lo afirmó Francisco Suárez. Respecto a tales valores -
religiosos y morales estrictos- al Derecho le compete la misión de garantizar la
libertad del individuo y favorecer su formación y desarrollo en todas sus
dimensiones, para que éste se proponga por su propia cuenta el cumplimiento de
esos valores y lo practique por autónoma decisión personal. No debe olvidarse que
el orden jurídico está integrado por normas coercitivas: es imposible llegar a Dios
conducido por la policía.

Hay otros valores (estéticos, biológicos, científicos, técnicos, económicos,


etc.), los cuales no están relacionados necesaria e intrínsecamente con el Derecho;
pero que eventualmente, en determinadas circunstancias, pueden y deben servir
como fuentes de inspiración para determinadas normas jurídicas, p. ej., los valores
estéticos, para leyes o reglamentos concernientes a planeaciones urbanas, en las
cuales además deberán jugar un papel los valores utilitarios. Igualmente los
valores biológicos (higiénicos y médicos) para elaborar una ley de Sanidad, y para
las leyes del Seguro Social, en la medida en que el hecho de la enfermedad
determina derechos en favor de quien la sufra. También los coeficientes de
inteligencia y de formación cultural -que de ningún modo deben influir en el
reconocimiento de los derechos y libertades fundamentales det hombre- deben ser
tomados como base para el otorgamiento de puestos de responsabilidad pública, y
para el fallo de concursos y exámenes de oposición a plazas cuya función requiere
talento e instrucción profesional.

La idea de la j. implica la referencia a un orden que estructura la coexistencia


y la cooperación de cada uno con los demás; implica ensamblamiento, encaje,
montaje, arreglo, inserción, de acuerdo con unos criterios ideales, intrínsecamente
válidos, por encima de todas las disposiciones tomadas históricamente por los
regímenes políticos.

La j. tiene relación, no con la persona aisladamente como tal, antes bien se


refiere a la persona en relación con algo y además con referencia a otra persona.
Lo «suyo» (así como lo «mío» y lo «tuyo») abarca todo lo que no es el yo mismo,
pero que le pertenece a él, de un modo tan estrecho, que el uso que otro hiciera de
ello, sin autorización del titular, dañaría a éste. El supuesto básico de la j. es la
idea de pertenencia.

En tanto que la j. atribuye a cada uno lo suyo, ella actúa, a la vez, uniendo y
separando. Uniendo, en tanto que coloca a las personas dentro de la estructura
social que a todas abarca; separando, en tanto que a cada persona atribuye lo suyo,
lo que no es de las otras personas.

Ya se ha apuntado que a la idea de j. pertenece intrínsecamente la noción de


igualdad; y que esa igualdad, unas veces debe ser aritmética, mientras que otras
veces debe ser proporcional o distributiva (tratar desigualmente a las personas y
las situaciones desiguales).
Se ha explicado también que la igualdad aritmética viene en cuestión
principalmente en las relaciones interhumanas que gravitan hacia el cambio de
cosas materiales o de bienes económicos, o hacia objetos muy distantes de la
entrañable unicidad de cada individuo humano.

Por el contrario, desde el punto de vista de los mayores o menores méritos y


deméritos de los hombres, la idea de la igualdad aritmética material debe ser
rechazada, y de hecho es repudiada por la casi totalidad de los filósofos.
Ahora bien, el problema de la j. distributiva consiste en averiguar cuáles son
las igualdades humanas que deben ser relevantes para el Derecho; cuáles son las
desigualdades humanas reales, que, a pesar de ser efectivas, deben resultar por
entero irrelevantes para el Derecho; y cuáles son las desigualdades reales que
deben ser tomadas en consideración por el Derecho.

4. Igualdades y desigualdades humanas. Sucede que todos los seres humanos,


en cuanto a la realidad empírica o fenoménica de cada uno de ellos, son a la vez
iguales (o semejantes) y desiguales entre sí. Antes de abordar el tema de cuáles
deban ser las consecuencias jurídicas de esas semejanzas y de esas diferencias
reales hay que tratar con prioridad otro punto, fundado no sobre los hechos
empíricos efectivos, sino sobre un criterio ético, a saber, la igualdad esencial en
cuanto «personas de todos los individuos humanos, igualdad que se deriva de la
dignidad de la persona humana en cuanto tal. Igualdad en relación al
reconocimiento de la dignidad personal de todos y cada uno de los individuos, y,
por consiguiente, también en cuanto a los derechos fundamentales o esenciales de
todo individuo humano.

Por debajo de esa esencial igualdad en cuanto a la condición de persona (todos


los seres humanos son hijos de Dios), nos encontramos con que si bien hay
sustanciosas semejanzas entre todos los hombres, desde los puntos de vista
biológico y psicológico, y en cuanto al conjunto de actividades que constituyen la
vida propiamente humana (religión y moral, cultura, política, Derecho, arte,
economía, técnica, etc.), también es verdad que hay muchas desigualdades desde
los mismos puntos de vista.

En cuanto a la realidad biológica, hay hombres y mujeres; infantes, niños,


adolescentes, adultos, etc.; de diferentes constituciones orgánicas; con diferencia
de fuerza y de agilidad física; sanos y enfermos; etc.

En lo que se refiere a los caracteres psíquicos, encontramos gran variedad de


diferencias; no sólo de calidad mental, de grados de mayor o menor inteligencia,
sino también diversidades con un gran número de dimensiones o de notas
diferentes, relativas a las varias funciones anímicas (diversidades en cuanto
aptitudes especializadas; en cuanto a emotividad, en cuanto a vocación teórica o a
temperamento práctico para la acción; etc.).

Por encima de todas esas disimilitudes, hay que subrayar enfáticamente la


unicidad de cada individuo humano, que es diferente de todos los demás, es
distinto desde el punto de vista somático y psíquico, en lo que atañe a su
vocación, así como por lo que toca al contenido que haya decidido dar a su propia
existencia; y es diferente en cuanto a la conciencia profunda de su propia
singularidad exclusiva, de su propio yo, insustituible e incanjeable. Esta unicidad
de cada individuo es precisamente esencial a lo humano. Cada persona encarna
una dimensión individualísima y única, intransferible, privatísima, exclusiva.
Hay diferencias bien notorias también en lo que concierne al patrimonio
cultural individual, en cuanto a cantidad, cualidad, y diversificaciones
especializadas. Diferencias desde el punto de vista ético, en lo que respecta a las
conductas. Se trata de importantísimas desemejanzas entre los comportamientos,
juzgados éstos desde distintos puntos de vista valorativos: desde el ángulo de la
moralidad propiamente dicha o de consideraciones ético-sociales; desde el punto
de vista del Derecho positivo, pues hay personas cumplidoras de la ley y hay
delincuentes; etc.

5. Igualdades y desigualdades relevantes para el Derecho. En ese ingente


número de variedades, desde tan diferentes puntos de vista, no todas las
desigualdades deben ser relevantes para el Derecho. Mientras que hay diferencias
que deben producir consecuencias jurídicas, otras deben ser irrelevantes para el
Derecho.
El problema de la j., en relación con la igualdad, consiste en la averiguación
de las igualdades relevantes para el Derecho y de las desigualdades que el
Derecho no debe tomar en consideración; de las desigualdades que el Derecho
debe en todo caso reflejar; y de aquellas que sólo en determinadas materias y en
otras, deben tener repercusiones jurídicas. Algunos ejemplos relativos a esos
cuatro casos ilustrarán lo que quiere decirse.

Biológicamente, la diferencia entre mujeres y hombres es un hecho real así


como lo es también el conjunto de los matices psíquicos peculiares de cada uno de
los sexos -sin que tales disimilitudes entrañen desigualdad ni en capacidades ni en
rangos-. Pero, desde el punto de vista la estimativa jurídica, o sea, del Derecho
natural, el orden jurídico positivo debe establecer la igualdad jurídica de hombres
y mujeres. Las únicas diferencias jurídicas admisibles son: que el matrimonio
puede contraerse sólo entre dos personas de diferente sexo; que, en el Derecho del
trabajo, sólo a las mujeres corresponde, naturalmente, el beneficio de las
vacaciones pagadas pre-alumbramiento y pos-parto. Entre las diferencias
biológicas que son fuente justa de desigualdades jurídicas, figuran, p. ej., la edad,
especialmente la diferencia entre minoría y mayoría de edad; la función del padre,
la de madre, la de hijo. Por lo que atañe a la conducta, la distinción entre personas
observantes de las leyes, personas incumplidoras en las normas civiles y
mercantiles, personas infractoras de las reglas administrativas, y delincuentes; etc.
En cuanto a diferencias reales, que generalmente no deben producir
consecuencias jurídicas, pero que deben tenerlas en determinadas materias, he
aquí algunos casos. Por regla general, el Derecho no debe atribuir efectos
jurídicos a las diferencias de estatura física, ni a las diferencias entre individuos
geniales, muy talentosos, inteligentes, mediocres y tontos; pero si se trata de
reclutar una fuerza de policía enérgica y ágil para reprimir motines, es justo que el
Derecho tome en consideración las aptitudes físicas y un mínimo de información
cultural sobre los derechos y deberes de los ciudadanos. Si se trata de nombrar
catedráticos, jueces, funcionarios administrativos, etc., entonces el Derecho debe
atribuir efectos decisivos a las dotes de inteligencia, de cultura, de vocación, de
honestidad, y de capacitación especializada.

En materia de derechos fundamentales de la persona, y en muchos derechos de


otras ramas jurídicas, no se debe distinguir entre pobres y ricos; en cambio, por lo
que atañe a las cargas fiscales, se deben establecer diferencias basadas en la
posición económica (v. ACEPCIóN DE PERSONAS).

El problema de la j., en materia de igualdad, orientado por las correctas


escalas de valoraciones de contenido, consiste en establecer el debido juego y la
fundada distribución entre las igualdades y las diferencias de los humanos, según
los criterios pertinentes de la estimativa jurídica o Derecho natural.
6. Justicia e igualdad. Aunque es patente la conexión entre la idea de j. y la
igualdad, en los términos ya expuestos, hay que hacer algunas observaciones
complementarias a este respecto.

Cuando se habla de igualdad, no se piensa ésta únicamente en términos


formalistas; por el contrario, se parte de supuestos estimativos o axiológicos de
contenido, es decir, se parte de una igualdad regulada por criterios valoradores. Es
obvio que una igualdad de mal trato no satisface las exigencias de un orden de j.
Si todos o la mayor parte de los miembros de una colectividad están sujetos a una
igual condición de esclavitud, servidumbre u opresión, la j. no se ha cumplido por
virtud de la existencia de un igual tratamiento. Si un número de criminales que
han cometido idénticos delitos, relativamente leves, son todos ellos condenados a
pena de muerte o a prisión perpetua, el mero hecho de que se haya concedido
igualdad de castigo no constituye el cumplimiento de la idea de j.
Conectada con la idea de la igualdad en relación con la j. está el principio de la
legalidad, el cual obliga, en primer lugar, a quienes ejercen poder político de
cualquier clase, a actuar bajo la autoridad de una ley general, que defina, señale y
circunscriba ese poder. Esto implica que todos y cada uno están sometidos a las
mismas leyes. De esta suerte, la ley, por su mera existencia, produce una cierta
igualdad, al menos un mínimo de igualdad, quedando excluida la arbitrariedad.
Brecht presenta cinco postulados universales de j.: a) Verdad. La j. exige que
todas las afirmaciones sobre hechos y relaciones deben ser objetivamente
verdaderas. b) Generalidad del sistema de valores que se apliquen al considerar
varias situaciones del mismo tipo. c) Tratar como igual lo que es igual bajo los
criterios aceptados. d) Ninguna restricción de la libertad, más allá de los
requerimientos de los valores fundamentales que deben inspirar al orden jurídico.
e) No imponer ninguna conducta positiva o de omisión que resulte imposible
desde el punto de vista de la naturaleza física, biológica, psíquica e incluso a una
determinada categoría social.

La j. es un valor objetivo con intrínseca validez. Son también objetivos y están


dotados de igual validez necesaria los valores implicados o referidos por la j.
7. Conocimiento de lo justo. En lo que atañe al conocimiento de la j. hay que
hacer algunas observaciones. A veces puede suceder, ante un determinado
problema legislativo, que sea difícil averiguar cuál deba ser la norma justa para
regular una cierta realidad. O puede acontecer frente a un conflicto o controversia
singular, que no sea fácil encontrar la decisión justa. Pero, en cambio, el ser
humano está dotado de una fina y muy viva sensibilidad para percibir
dolorosamente el ultraje de la injusticia, cometida contra él, y también para
experimentar con indignación, por vía de simpatía, la afrenta de la injusticia
cometida contra el prójimo. La mayoría de las personas, en el curso de su vida,
han estado expuestas a una acción, de terceros o de los poderes públicos, que
experimentaron como un agravio a su sentido de j.

Por eso se habla de un sentido de la injusticia, el cual constituye una especie


de cálida reacción de la conciencia, impregnada de sentimientos de horror,
repugnancia, ultraje, cólera. La común naturaleza espiritual nos ha equipado a
todos los hombres para sentir la injusticia cometida contra otros como una
agresión personal. Se trata de una especie de empatía, mediante un intercambio
imaginativo, en virtud del cual cada uno se proyecta a sí mismo en la persona del
otro, no sólo por piedad o compasión, sino con el vigor de la autodefensa. Ese
sentimiento reactivo contra la injusticia es una mezcla de componentes de razón y
emocionales; e incluso muchas veces, incluso habitualmente, va acompañado de
movimientos viscerales.

8. Justicia legal y justicia social. Además de la j. conmutativa y de la


distributiva, algunos iusfilósofos señalan un tercer tipo al cual llaman justicia
legal o general. Esa j. legal o general es la que exige que todos y cada uno de los
miembros de la sociedad política, esto es, del Estado, ordenen adecuadamente su
conducta hacia el bienestar general o bien común; y, entre otras manifestaciones,
tiene la de las cargas fiscales y la de la defensa nacional. Pero su ámbito de acción
es más extenso; comprende no sólo los deberes de los ciudadanos para con la
autoridad como representante de la comunidad, sino que abarca también los
deberes de los gobernantes para con la comunidad, puesto que también ellos están
obligados a actuar de acuerdo con las exigencias del bien común (v.). El sujeto
titular de los derechos subjetivos engendrados por la j. legal es siempre la
comunidad como persona jurídica colectiva; y el sujeto pasivo u obligado es el
individuo, ya se le considere en su calidad de ciudadano o de gobernante.
Se habla también de justicia social (v. tv) la cual consiste en la aplicación de la
j. distributiva, de la comunicativa y de la general o legal, principalmente, en las
cuestiones económicas y sociales.

BIBL.: L. RECASÉNS SICHEs, Tratado general de Filosofía del Derecho,


México 1965, cap. 18; íD, justicia (el sentido del término y el sentido de su
evolución en el contexto de la tradición filosófica española), en La Justice.
Contribution au Dictionnaire International de la Philosophie et la Pensée
Politique, «Rev. Internationale de Philosophien, 41,3, Bruselas 1957; G. DEL
VECCHIo, La Justicia, trad. L. RODRÍGUEZ CAMUÑAS, Madrid 1925; r_.
BRUNNER, La Justicia: Doctrina de las Leyes Fundamentales del Orden Social,
trad. L. RECASÉNS SICHES, México 1961; E. BODENHEIMER, Treatise on
Justice, Nueva York 1967; 1. CASTÁN TOBEÑAS, La Idea de justicia y su
Contenido a la Luz de las Concepciones Clásicas y Modernas, Madrid 1962.

L. RECASÉNS SICHES.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 199

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