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-Claro, un libro como Los años de Allende no podría haber salido hace 10 años, y
eso que estamos hablando del 2006. Ojalá que las editoriales sigan tomando
riesgos. Y se atrevan a dar el siguiente paso y a no solo mirar a nuestro país, sino
abrirse al mundo, incorporar otros imaginarios, aprender a mirar el mundo desde
Chile.
Valía la pena un libro como este
A pocos meses de instalarse en Londres, el mundo está a la vuelta de la esquina
para Vicente Reinamontes. Elegida en 2014 como la mejor novela juvenil por el
suplemento Babelia, del diario español El País, parte del prestigioso catálogo White
Ravens que realiza año tras año la International Youth Library de Alemania, Premio
2015 de la Fundación Cuatrogatos, con sede en Estados Unidos, Al sur de la
Alameda es una inmejorable carta de presentación internacional.
Pero su trascendencia es una más de las sorpresas que le ha dado el libro. “Siempre
pensamos que era demasiado local. Pero ha coincidido con una serie de
movimientos sociales en distintas partes del mundo, lo que le ha dado contingencia.
Pero sobre todo es un libro que se concentra en las experiencias humanas. No se
queda en la politiquería. Es sobre los cambios personales y nadie queda indiferente
a eso”.
“Ojalá que las editoriales sigan tomando riesgos, den
el siguiente paso y se abran al mundo”
Fue en México donde Vicente Reinamontes dimensionó el real impacto de la
publicación. Y donde también recibió el reconocimiento más importante de todos los
alcanzados hasta ahora. Invitado a participar en una serie de actividades en el
marco de la Feria del Libro de Guadalajara, tuvo la oportunidad de escuchar a
jóvenes, profesores y estudiantes que habían leído el libro. “Una mujer joven se
puso a hablar y en un momento mostró una de las ilustraciones. Comenzó a llorar.
Estaban conmocionados porque la desaparición de los 43 estudiantes de
Ayotzinapa sigue siendo una herida abierta para ellos y la novela los tocaba a un
nivel muy profundo. Ahí entendí el propósito y sentido de hacer un libro como este”.
-¿Te preocupa que tu siguiente libro logre la misma repercusión que ‘Al sur
de la Alameda’?
(Silencio) No, no tanto. Trato de ser lo más humilde y modesto que puedo con el
tema de los reconocimientos. Los valoro, pero me quedo con la ingenuidad con que
entré al proyecto y las satisfacciones que he obtenido hasta ahora. De lo contrario,
sería un poco frustrante. Lo que sí me interesa es que el siguiente libro me enganche
de la misma manera y con la misma fuerza que Al sur de la Alameda.
“Me gustó la propuesta de Al sur de la Alameda, pero
nunca pensé el impacto que alcanzaría”
Para Vicente Reinamontes ese compromiso es el sello de su obra. Lo que le da
coherencia sin importar si es editor, ilustrador o diseñador, si hace un fanzine
intimista, una ilustración para una revista, un afiche por una causa social o un libro
premiado mundialmente. Sin importar si cambia de estilo, de paleta o de país. Sin
que importen los aplausos ni las medallas.
Vicente Reinamontes
Nació en Santiago, estudió diseño en la Universidad Católica, y fue pasante en el
taller del renombrado artista chileno, Sebastián Errázuriz, en Nueva York.
Publicado en RHUV Nº23
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El mundo del libro está cambiando
Mayo 24, 2016
by mpmunoz
Entre sus títulos más destacados de LIJ se cuentan El anillo encantado, Huellas
en la arena, La mujer vampiro, El País de Juan, El árbol de lilas, El
incendio, Solgo, Miniaturas, Stefano y Veladuras.
Desde el pequeño poblado de las Sierras Chicas, a 40 kilómetros de la ciudad de
Córdoba, donde vive en un terreno grande con una pequeña huerta y algunos
animales, María Teresa conversó con Había una Vez.
¿Cómo fue su relación con los libros en la infancia? ¿Fue una niña muy
lectora?
Sí, una lectora voraz, que se internaba en libros, periódicos, fotonovelas, papeles
sueltos… ¿Mis libros favoritos? Fueron distintos según las épocas: cuando era
muy pequeña, Las aventuras de Tom Sawyer, Corazón, Pinocho, las biografías
de San Francisco de Asís o de Santa Teresita de Liseaux; después, ya más
grande, hacia los 12 o 13 años, descubrí la literatura argentina, el cuento
rioplatense, y me fascinó. También leí de chica mucha poesía: Alfonsina Storni,
Juana de Ibarbourou, poetas patrióticos como Olegario Andrade, más exóticos
como Rabindranath Tagore, o poetas de choque como Almafuerte. No siempre
entendía lo que querían decir, pero me gustaba leerlos en voz alta, escuchar cómo
sonaban…
¿Escribía de pequeña? ¿Recuerda cuál fue la primera historia que quiso
llevar al papel?
De chica, 8 o 9 años, adquirí el vicio de inventar historias. Lo hacía de forma oral,
para mis compañeras de grado. Escribí sobre eso en Mentir, un breve texto que
está en mi página web (www.teresaandruetto.com.ar). En cuanto a escribir
historias, lo primero creo que fue un esbozo de cuento escrito en unas hojas de
carpeta de tres perforaciones que derivó de una tarea escolar, una redacción que
nos habían pedido en sexto grado, el personaje se llamaba Dina; no recuerdo
mucho más que eso. Pero poco después, esas búsquedas narrativas se
desplazaron a la poesía, ¡la adolescencia pide poemas!
¿Cómo llegó a ser escritora? ¿Cuáles fueron sus inicios?
Me fui haciendo, fui tras esta pasión por las historias, fascinada por lo que leía,
cada vez más ávida y con deseos de inventar historias también yo. En los inicios
estuvo el deseo y el amor de mi mamá por las palabras y tras eso, seguramente,
mi deseo de parecérmele. Y el vicio de leer. Y mi timidez de niña que me refugiaba
en los libros, en ese mundo imaginario, más interesante tal vez que el mundo que
me rodeaba. Y, sobre todo, el deseo temprano de comprender a los otros, de
ponerme en el lugar de otro, de otros, porque desde muy chica me sorprendía el
hecho de que no todos pensáramos de igual manera sobre cada cosa.
Participa activamente en charlas y congresos. ¿Qué la lleva a emprender
esos desafíos? ¿La difusión y formación son materias que van de la mano
con su rol de escritora?
Hacer de puente entre libros y personas ha sido mi trabajo. Encontré pronto que
esto que me gustaba, leer, podía ser mi modo de ganarme la vida y eso es lo que
hice dando talleres, formando a maestros y profesores, enseñando en la escuela
media, escribiendo reseñas de libros o revisando escritos de otros… Un modo de
vivir, un trabajo, además de una pasión o un vicio. Ya no doy clases y he dejado
mis talleres, tarea que llevé adelante durante casi 30 años, pero sigo participando
en charlas y congresos, eso más que antes, ya en mi condición de autora.
En muchos de sus libros hay una anécdota, un personaje, un lugar que salta
de la realidad a la ficción. ¿Es un ejercicio consciente o un impulso que la
lleva a escribir?
Realidad y ficción son dos caras de una misma moneda, todas nuestras ficciones
nacen de nuestra percepción de lo real, el imaginario está plagado de realidad,
nuestra imaginación es apenas un breve vuelo, un pequeño salto. ¡Nunca nos
alejamos demasiado del suelo! Y eso es en parte un impulso, y en parte un
ejercicio de conciencia.
¿Qué siente hoy con respecto al Premio Andersen? ¿Es una responsabilidad
muy grande recibir una distinción de este tipo?
Siento alegría y mucho agradecimiento. Un agradecimiento que no sé bien a quién
destinar, a los lectores diría, y sobre todo a la vida. A veces siento un poco de
agobio, cuando no puedo responder como quisiera, ni en el tiempo en que
quisiera, a lo que me piden. Responsabilidad frente a la escritura y frente a los
otros es algo que he sentido siempre, eso no ha cambiado.
El jurado del premio destacó el hecho de que sus libros tratan tópicos tan
variados como la injusticia, el amor, los mundos interiores, la pobreza o
cuestiones políticas. ¿Se siente igual de cómoda en todas esas temáticas?
Sí, porque no las he vivido como cuestiones temáticas. Lo que hice fue hundirme
en una escena, ir tras las huellas de un personaje o de unos personajes para ver
qué había allí. A veces encontré amor o asombro o alegría; otras veces miseria,
injusticia, problemas políticos; a veces varias de esas cuestiones al mismo tiempo.
…
Cuando era muy pequeña me mandaron con un papelito en la mano a comprar
algo a un bar/almacén. Tal vez porque era muy pequeña y tenía miedo de
perderme fui mirándome los pies. Cuando levanté la cabeza estaba en un sitio
desconocido, aunque no muy lejos de casa. Unas mujeres me preguntaron mi
nombre y no supe decirlo, no sé si porque era pequeña o porque estaba asustada.
Me encontró el cartero del pueblo, me preguntó si mi mamá se llamaba Cleofé, me
cargó en el canasto de las cartas y me llevó de regreso a casa. Es el recuerdo
más antiguo que tengo.
Una lee el pasado a la luz de lo que vino después. En ese momento, y por mucho
tiempo, fue nomás eso, el susto de haberme perdido. Siendo ya adulta, pensando
en los comienzos, aquel recuerdo de infancia cobró significado para mí: una niña
inmersa en un mar de papeles, en un mar de palabras. Una niña guiada por o
perdida en un papelito que lleva en la mano, unas anotaciones de su madre. Niña
reencontrada por el nombre extraño de su madre, niña inmersa en un canasto de
cartas, de mensajes… Todo eso, y más aún, está para mí ya en ese recuerdo
remoto.
Escribí sobre él de diversos modos (al entrar en Mentir, en mi pagina web, está un
relato llamado Extravío): poema, ensayo, novela, conferencia… No sé si aquella
escena me determinó a ser escritora, imagino que son muchas las pequeñas,
ínfimas cosas, que van construyendo lo que elegimos, lo que somos, pero sí sé
que para la persona que acabé por ser, aquello se significó fuertemente como el
comienzo (o quizás ya había comenzado) de una relación muy fuerte con las
palabras, con la escritura.
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Uno tiene cierto miedo de no estar a la altura de sus expectativas. Traté de dar lo
máximo de mí, hablar con todo el mundo, hacer dibujos para todos. Pero da un
poco de susto: hay personas que llegan temblando o llorando, y uno trata de
consolarlos, de decirles: “Aquí estoy, ¡tranquilo!”.
Tienes 32 años y eres un ilustrador muy reconocido internacionalmente.
¿Cómo llevas eso?
El reconocimiento es una noción relativa: soy conocido en algunos medios y
países, pero hay mucho que despejar todavía. Sobre todo porque tengo un estilo
particular de álbumes y libros y hay ciertos mercados que son reticentes al tipo de
libros que yo hago, que esperan de la LIJ una propuesta más simple, colorida y
alegre.
Has dicho que estás a favor de dar “complejidad” a los libros para niños.
¿Cómo entiendes esa complejidad?
No necesariamente hay una voluntad de hacer más complejos los libros para
niños, sino que no quiero rebajar el nivel de lo que trato de comunicar porque esté
dirigido a ellos. Vale decir, contar de una manera muy simple, darle un final
positivo, poner detalles tiernos o entregar una moraleja. Creo que los niños son
capaces de comprender mucho más de lo que los papás creen que pueden.
He hecho libros sobre temas considerados tabú, como La niña silencio. Uno no le
entrega a un niño cuando se va a la cama una historia sobre una pequeña
maltratada, pero es un libro importante: cuando he visitado escuelas, veo que
conmueve a los niños, los hace reflexionar.
Debe haber libros para el puro disfrute. Yo no pretendo hacer solo libros difíciles y
pesados, pero me gustaría que se dijera de mis libros que permitieron un
momento de poesía que ayuda a evadirse, y también que nos hicieron reflexionar.
En una entrevista dijiste que era difícil educar a los adultos para que leyeran
libros ilustrados. ¿Sientes que eso ha cambiado?
No sé cómo son las cosas aquí, pero en Francia, España, Alemania e Italia, en el
siglo pasado, se estimó que la literatura ilustrada y los dibujos animados eran
exclusivamente para los niños. Sin embargo, en el siglo XIX, e incluso antes,
existía una tradición de libros ilustrados y de animaciones destinadas a los
adultos. Recordé ese punto porque la literatura ilustrada conlleva otro tipo de
lectura. No hay que considerar la ilustración como una simple decoración. La
ilustración, incluso en su sentido etimológico, significa iluminar un texto. Una
buena ilustración conduce la lectura hacia otra parte, hacia otra narración, y
pienso que se pueden crear obras para adultos en ese sentido también.
¿Crees que actualmente los adultos están más abiertos a los libros
ilustrados?
Eso me parece, aunque no me gustan las delimitaciones que se hacen entre
literatura adulta y LIJ. Pienso que un buen libro puede leerse en distintos
momentos de la vida. También hay libros, como los que ilustré de Allan Poe o de
Victor Hugo, que exigen una edad mínima para poder acceder a ellos, pero no
creo que haya una edad límite para acercarse a un libro.
Cuando comencé, me decían que lo que yo hacía no era para niños, que era muy
complicado, que tenía que hacerlo de otra manera. El problema es que hay ideas
preconcebidas y yo verifico que no son ciertas: los niños comprenden mucho más
de lo que suponemos y no les gusta que uno “les sobe el lomo”, que los infantilice,
que no los considere personas sino medias personas.
www.benjaminlacombe.com
Libros
Cuentos silenciosos
Autor e ilustrador: Benjamin Lacombe
Textos: Antonio Rodríguez Almodóvar
Edelvives, 2010
ISBN: 9788426377203
Melodía en la ciudad
Autor e ilustrador: Benjamin Lacombe
Edelvives, 2010
ISBN: 9788426376978
Blancanieves
Autores: Jacob y Wilhelm Grimm
Ilustrador: Benjamin Lacombe
Edelvives, 2011
ISBN: 9788426381484
“Al igual que los surrealistas, creo en el azar. Pero también creo en que hay que
salir a su encuentro”, dice mientras, encarnada en algún personaje sacado
de Nadja, la novela de André Breton, sigue caminando sin rumbo, pero alerta a su
próximo descubrimiento. Porque aun en medio del caos de antigüedades, trastos y
mercaderia ́ s dudosas, ella se mueve con seguridad y con la certeza de que, tarde
o temprano, encontrará la imagen precisa para completar su próximo collage.
Tal vez siempre ha sido así para esta diseñadora e ilustradora. Responsable de
uno de los libros más hermosos, terribles y conmovedores de los últimos años, Del
Enebro, publicado por los españoles Jekyll & Jill, y de dar forma a la inquietante
prosa de Maria ́ Luisa Bombal en El Árbol (Pehuén Ediciones), ha ido
construyendo una obra cada dia ́ más personal sin dejar de lado el juego ni la
búsqueda de nuevas posibilidades gráficas.
“El trabajo de Alejandra Acosta es como un animal invisible y sigiloso del que solo
podemos ver sus huellas”, ha resumido el poeta y artista visual español Alfonso
Brezmes. “Combinando el collage y el dibujo en una alianza letal cuyo resultado
podría resumirse en una palabra: escalofrío”, agrega.
Ciertamente, ya sea en un afiche para un seminario sobre fomento lector, una
ilustración de prensa, una portada que se publicará en México, o en algunos de
sus libros para niños, ella va dejando rastros de su forma de mirar el mundo, de su
relación con los textos y con el oficio de ilustrar.
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Como toda historia, esta historia comienza con un “habia ́ una vez”. Habiá una vez
una niña tiḿ ida que repletaba sus cuadernos de dibujos y se perdia ́ en viajes
interminables a través de las historias ilustradas de Las mil y una noches que su
abuela le pedia ́ leer en voz alta.
Con los años, ese gusto por la imagen quedó guardado, pero nunca se esfumó.
Después de estudiar diseño, colaboró en diversas revistas hasta que en el 2002
fue nominada al Premio Altazor por su trabajo como directora de arte de la
revista [Lat.33]. Fue entonces que decidió dejar su carrera para aventurarse como
ilustradora. “Al principio no fue fácil”, recuerda mientras hojea un viejo y anónimo
álbum fotográfico. “No conocia ́ a nadie en el mundo de la ilustración, así que
comencé a pedirles trabajo a los directores de arte que habia ́ n sido mis colegas.
Envié portafolios, hice horóscopos, cientos de ilustraciones para textos escolares,
hasta que poco a poco me volví ilustradora”.
Más tarde vinieron las portadas para los libros de SM y, en el 2009, dos hechos
fundamentales: la publicación en la Colección Barco de Vapor de Pazuca en la
duna de Marcela Paz, y la Mención Honorif́ ica en el prestigioso concurso A la
orilla del viento, del Fondo de Cultura Económica, con El niño con bigote, escrito
por Esteban Cabezas.
Alejandra Acosta estaba lista para dar el siguiente paso. Pero nuevamente la
oportunidad llegó por azar. Recorriendo internet, los editores españoles Jessica
Aliaga y Vić tor Gomollón descubrieron su trabajo y su afición por las aves, y le
encargaron ilustrar uno de los relatos menos conocidos y más descarnados de los
recopilados por los hermanos Grimm: Del Enebro.
Publicada bajo el sello Jekyll & Jill, la oscura y sangrienta historia se transformó,
en manos de la ilustradora, y con la complicidad de sus editores, en una exquisita
pieza de orfebreria ́ que ha recibido reconocimientos a ambos lados del Atlántico y
fue elegida el Libro Mejor Editado en Aragón (España) en el 2012.
“Las ilustraciones de este libro”, ha comentado el espano ̃ l Isidro Ferrer, Premio
Nacional de Ilustración, “tienen un tono particular, un tono silencioso, misterioso,
dulce y aterrador. Un tono que proviene de la renuncia, de un deseo expreso de
no demostrar las habilidades del ilustrador sino de adecuar la voz gráfica a la voz
de las palabras impresas”.
La publicación marcó un antes y un después en la obra de la ilustradora. No solo
porque le permitió dar a conocer su trabajo fuera del paiś , sino también porque ha
significado abordar otros textos, como El Árbol de Maria ́ Luisa Bombal, una de
sus autoras predilectas. Y para Alejandra Acosta, ávida lectora de poesia ́ ,
admiradora de artistas como Alejandra Pizarnik o Leonora Carrington, el encuentro
con la palabra del autor es siempre un desafio ́ y una oportunidad que recibe como
un regalo.
“Del texto depende todo”, explica. “Me tomo bastante tiempo para esperar que el
libro me dé una pista, y a partir de ese momento me agarro de una sola palabra o
una emoción para desarrollar todas las imágenes”.
Con los libros enfocados para adultos me comprometo de una forma muy
emocional, y creo que eso también está relacionado con el tipo de texto que me
suele llegar, algunos muy oscuros y otros tristes. Entonces, cuando me toca
trabajar en un libro para niños me permito conectarme más con las sensaciones y
con la libertad. Con todos los encargos lo paso muy bien. No podria ́ vivir sin la
complejidad de un texto que me obligue a trabajar el triple o que incluso me
́ que significa ilustrar para niños.
desgaste, ni sin la alegria
Ensamblar
Madre de dos hijos y profesora universitaria, Alejandra Acosta divide su tiempo
entre proyectos para México, España, Argentina y Chile. “Me llegan correos de
editores que me dicen: tengo el libro perfecto para ti, incluye mujeres y pájaros”,
comenta entre risas acerca de dos de las figuras que se repiten en su obra
reciente. “Una vez incluso una colega me escribió pidiéndome disculpas por hacer
un libro de pájaros. ¡Yo no soy la ilustradora de los pájaros! Me encantan, pero
puede ser que mañana me ponga a dibujar ornitorrincos”.
De hecho, lejos de identificarse con un estilo definido, se da la libertad de jugar y
desarrollar una visualidad propia para cada proyecto. “Mi proceso es más bien
intuitivo, muy personal, y la técnica depende del estado de ánimo. Así como me
gusta disfrazarme, me gusta también probar diferentes lenguajes expresivos”.
Del Enebro
Autores: Jacob Ludwig y Wilhelm Karl Grimm
Ilustraciones: Alejandra Acosta
Jeckyll & Jill, 2012
ISBN: 9788493895044
El Árbol
́ Luisa Bombal
Autora: Maria
Ilustraciones: Alejandra Acosta
Pehuén, 2012
ISBN: 9789561605732
Pazuca en la duna
Autora: Marcela Paz
Ilustraciones: Alejandra Acosta
Ediciones SM, 2009
ISBN: 9789562646505
El niño con bigote
Autor: Esteban Cabezas
Ilustraciones: Alejandra Acosta
FCE, 2010
ISBN: 9786071602633
Para un ruiseñor
Autora: Maria van Rysselberghe
Ilustraciones: Alejandra Acosta
Errata Naturae, 2013
ISBN: 9788415217497
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Tagged Nº15
Has dicho que nunca dudaste que serías escritora. ¿De dónde nace esa
convicción?
Escribo desde niña, no recuerdo si desde los 8 o 9 años. En algún lugar conservo
todavía algunos manuscritos de aquella época. Y siempre me he sentido muy
privilegiada de tener este espacio, este oficio que me permite pasarlo muy bien a
solas. Es una de las cosas que más disfruto, y por eso siempre tuve la certeza de
que lo que quería hacer era escribir. Supongo que muchas de mis decisiones en la
vida han estado marcadas por ese deseo. Pero me ha costado muchos años y
mucho esfuerzo lograr darle el tiempo, la calma y el espacio que requiere. En ese
sentido, mi regreso a Chile ha sido un buen refugio y me ha permitido organizarme
mejor.
Los libreros del Club Kirico destacaron el hecho de que un libro para
adolescentes plantee el compromiso político “como algo que les puede
implicar”. ¿Era uno de los objetivos del libro?
No lo fue al principio. Al empezar no estaba pensando en reflejar un momento
histórico ni en documentar la ‘revolución pingüina’. Yo quería algo mucho más
modesto y sencillo. Quería contar cómo era una toma por dentro: el día a día, las
rencillas, cómo hacían para comer, organizarse, dormir… Y lo que me convocó a
escribir una novela, lo que me hizo clic para empezar, fue que la toma me pareció
una escenografía literaria fascinante; me atrajo aquel microcosmos en que
nosotros los adultos éramos unos intrusos. Es decir, mis razones no eran aún
políticas ni comprometidas, sino puramente literarias. Yo no estaba pensando en
la justicia social ni en la educación como un derecho. Yo estaba pensando en El
señor de las moscas y en La invención de Hugo Cabret. Estaba pensando en
literatura.
Pero todo eso fue cambiando cuando comenzó mi trabajo con Vicente. Allí le tomé
el peso a lo que estábamos haciendo. Gracias a él y también a mis editoras. En el
año y medio en el que trabajamos juntos en el libro, me di cuenta de que lo que
nos enseñaron (o nos recordaron) aquellos pingüinos en el 2006 es que no basta
con la felicidad individual. Que el bien común es algo de lo que no podemos
prescindir. Y esa toma de conciencia, ese paso, esa transformación de lo
individual a lo comunitario, de lo privado a lo público, es finalmente lo que le
sucede a Nicolás, el protagonista de Al sur de la Alameda.
Una de las cosas que llama la atención del éxito internacional del libro es
que algo que parece tan chileno pueda calar hondo en jóvenes de otras
partes del mundo. ¿Qué piensas sobre eso?
Si bien nunca pensé que la novela fuera un éxito, nunca dudé que podría interesar
en otros países. El movimiento estudiantil está en un momento efervescente, de
México a Hong Kong. No es la primera vez en la historia que los estudiantes
plantan cara y denuncian los problemas sociales y políticos. Y por eso pensé que
nuestra novela podía interesar tanto a un estudiante chileno como a uno
colombiano, o español, o argentino.
www.julymacuada.com
Ilustración de July Macuada
Cuando hablamos de historia y libros para niños (en general), observamos que las
mismas discusiones que atañen al género para adultos se reflejan en la
producción de libros infantiles. La historia, como el recuerdo, forma parte de la
identidad cultural de una sociedad. De la manera en que se presenta y se plantea
dependerá igualmente cómo un colectivo pueda interpretar su pasado para
mejorar su presente y, quizás, su futuro.
En los libros para niños ocurre lo mismo: abundan los libros que presentan unos
hechos muy “objetivos” y, al mismo tiempo, aparecen historiadores formidables
que dan una vuelta de tuerca al tema. Esto se aprecia, por ejemplo, con las
colecciones Ecos de la Historia y Ya verás de la editorial mexicana Tecolote,
donde se busca de forma intencionada la voz de los que no aparecen en las
historias oficiales. Como no existe una única versión del pasado sino que este se
revisita según el presente, esta editorial propone una inteligente manera de
acercarse a los hechos de manera subjetiva.
Ernst Gombrich recuerda en Lo que nos cuentan las imágenes, un libro de
conversaciones, cuando un editor le pidió que tradujera para niños una serie de
libros sobre la historia y él prefirió escribir un texto nuevo. “Escribí un relato muy
colorista (…) Nunca había estudiado historia pero sabía que iba a poder encontrar
los hechos que necesitaba en la gran enciclopedia que teníamos en casa”. El
resultado fue Breve historia del mundo. La idea de que un niño puede
entenderlo todo si se le explica con un lenguaje sencillo hizo que este libro,
todavía hoy y luego de varias generaciones, se siga recomendando, justamente
por la imaginación que desprende. Su sensibilidad a los matices, los remolinos, las
extravagancias, las sombras y las rarezas del pasado, así como un gusto especial
por la vida cotidiana, aparecen en cada capítulo de esta emocionante historia de la
humanidad.
Al igual que Gombrich –que no se consideraba propiamente un historiador–
encontramos libros que reflejan una cuidada documentación, como el escrito por
Irene Vasco, La independencia de Colombia: así fue, donde, con un formato de
doble página y con alegres ilustraciones de Daniel Rabanal, repasa ese momento
histórico desde los hechos políticos hasta los sociales.
La historia, como se ve, está conectada con otros ámbitos: arte, antropología,
cultura popular, sociología y psicología, entre otros. La labor del divulgador es hilar
este conjunto de informaciones para entregar a sus lectores un texto con muchos
matices. L.P. Curtis Jr. nos dice en El taller del historiador que el
historiador “concibe su proyecto, reflexiona sobre él, busca pruebas, levanta
estructuras, deambula por los archivos, lee atentamente bibliografías y catálogos
(…) toma y clasifica notas, escribe una versión tras otra, pule la prosa”.
Una vez admitida la importancia de la prosa del historiador, su capacidad para
divulgar y observar los detalles, llegamos a lo que los franceses llaman la historia
“menor”, la historia de las pequeñas cosas, la de la vida cotidiana, la de los
individuos. Y aquí, al igual que en los libros para adultos, encontramos muchos
textos que parecen novelas o álbumes. Un ejemplo son los libros del ilustrador
Peter Sís, cuyas obras dedicadas a Darwin y a Galileo muestran la belleza y la
verdad de dos figuras fundamentales en la evolución de la ciencia. No es casual
que Sís haya elegido a estos dos científicos, viviendo en un país -Estados Unidos-
donde todavía está prohibido el estudio de las teorías de Darwin.
Así que en los libros para niños encontramos también pasión y compromiso. Los
mismos que encontramos en álbumes como La historia de Erika y Rosa Blanca,
en los que el ilustrador Roberto Innocenti, con un estilo hiperrealista, asoma a los
niños al horror del genocidio nazi. Es difícil no revolverse en la silla cuando uno lee
y mira estos dos libros que cuentan, cada uno, la historia de una persona que es,
en definitiva, la historia de un colectivo.
Igualmente comprometido, y en nuestro ámbito idiomático, es el libro Abuelas con
identidad. La historia de Abuelas de Plaza de Mayo y los nietos restituidos,
donde Carla Baredes e Ileana Lotersztain explican a los niños un episodio todavía
vivo en la historia de Argentina. Como ellas indican: “Hicimos el mayor de los
esfuerzos por ceñirnos a la verdad, aun sabiendo que no hay una única verdad y
que el debate está abierto”.
Jeanette Winter también nos ofrece libros para reflexionar sobre personas que, en
situaciones históricas excepcionales, han tomado decisiones que implicaban a su
comunidad arriesgando incluso la vida. La bibliotecaria de Basora o La escuela
secreta de Nasreen cuentan mucho más que un tratado sobre la guerra. Con lo
que parecen pinceladas, los niños adivinan la opresión, el miedo y la violencia.
Lo que la historia es, de qué trata, cómo procede y para qué sirve, son cuestiones
que están presentes en los libros para niños y ellos pueden ver a través de sus
lecturas que la historia es una idea, un problema, un mito, una pauta, una imagen,
una metáfora incluso. Es la constancia de las cosas que ha hecho el hombre y
cómo afectan a su presente. Tal vez con estos libros y con muchos otros más, los
niños puedan tomar decisiones para mejorar su futuro.
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