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Contenido

La Minería en México....................................................................................................................2
México precolombino...............................................................................................................2
Condiciones de la minería en la Colonia.............................................................................7
La economía minera Neohispánica.....................................................................................10
De la independencia al porfiriato.........................................................................................13
Siglo XX.....................................................................................................................................15
Actualidad.................................................................................................................................17
La Minería en México
México precolombino
Diversos autores han hecho hincapié en la gran significación de las especias y el
oro en los destinos de América. Efectivamente, constituyeron un factor
determinante en la historia de los descubrimientos, pero el contacto inicial con la
riqueza americana -como se deduce de las cartas de Colón y por la rebeldía de su
gente- fue desilusionante: el oro de las Antillas era escaso y pronto desapareció
sin saciar la sed de los conquistadores por tan preciado metal. En sus últimos
viajes, Colón tocó la costa del Darién, más los europeos no lograron ver realizadas
sus ambiciones de obtener el oro tan deseado.
El primer conocimiento extranjero de la orfebrería mexicana se efectuó hacia
1517, cuando, según nos informa Bernal Díaz del Castillo, Hernández de Córdoba
recogió en Cabo Catoche algunas "patenillas de medio oro y lo más de cobre, y
unos pinjantes, y tres diademas, y otros pecezuelos y ánades de la tierra, y todo
de oro bajo". La ausencia de ríos -sin contar la de minas- en la península de
Yucatán, restaba toda posibilidad de abundancia de metales en la zona.
La segunda expedición a las costas mexicanas, en 1518, reveló a los
acompañantes de Grijalva la riqueza de la orfebrería en Tabasco y Veracruz. Fue
en el primero de estos sitios en donde, después de rescatar figuras vaciadas de
lagartijas y aves, le informaron a Grijalva que, "adelante, hacia donde se pone el
sol hay mucho (oro); y decía Culúa, Culúa y México, México". Algún tiempo más
tarde, gran parte de la riqueza de objetos de orfebrería, plúmaria y mosaico fue
remitida a Carlos V, y las nóminas conservadas por Gómara y por Oviedo son fiel
testimonio de su belleza e importancia.
Pero para Hernán Cortés, en la tercera de las expediciones, en 1519, estaba
reservada la fortuna de conquistar aquel fabuloso tesoro. En Veracruz recibió el
imperial envío de Moctezuma: plumas, ornamentos de oro y piezas de mosaico de
piedras preciosas, con el que los indígenas colmaban a los hijos del sol que sus
profecías les habían anunciado. La nómina de la primera remisión vuelve a ser
testimonio elocuente de su suntuosidad, pues en aquel acervo figuró el célebre sol
de oro del tamaño de una rueda de carreta, cuyo solo valor intrínseco se estimó en
tres mil ochocientos pesos del mismo metal.
Entre 1519 y 1526 la riqueza de oro del Anáhuac fue saqueada y enviada a
Europa: la remisión de Grijalva y la casi simultánea de Cortés (1522); la tercera de
este mismo, enviada al emperador poco antes de emprender su viaje a las
Hibueras en 1524; y la última, dos años después de la fecha citada, sólo se
conocen por el inventario realizado por Cristóbal de Oñate, en el cual ya figuran
piezas de orfebrería colonial como "un crucifijo y unas imágenes de Nuestra
Señora y San Juan". Todavía no es posible precisar la riqueza aurífera remitida en
este periodo, más debe tenerse en cuenta que la recogida hasta antes del suceso
de la Noche Triste se ha estimado en cerca de cuatro millones de pesos, con el
poder adquisitivo de su tiempo. Sin embargo, de todo lo descrito por cronistas,
misioneros, códices y nóminas de remisión, nada queda en Europa que
válidamente pueda atribuirse a los envíos de Cortés. La casi totalidad del enorme
acervo de piezas precortesianas que se exhiben en los museos procede de
excavaciones posteriores o tumbas exploradas en tiempos modernos.
La fuente que se dispone para el estudio de la minería y la metalurgia
prehispánicas la constituyen los códices, libros de Anáhuac que fueron
tempranamente conocidos en Europa. Cortés envió a Carlos V dos ejemplares en
1519 y Pedro Mártir de Anglería, quien los tuvo en sus manos. los describió
detalladamente.
Entre los códices de manufactura indígena pueden mencionarse la Matrícula de
Tributos, cuya importancia artística es escasa, pues su interés fundamental es
histórico por consignar jeroglíficamente la nómina de pueblos y la clase de tributos
que se pagaban al imperio azteca en tiempos de Moctezuma 11; el Códice
Florentino, el Códice Mendocino, el Códice de Azoyú, el Códice Flotzin, el Códice
Xólotl y el Lienzo de Jucutácato, documentos estos últimos que en conjunto nos
dan los datos necesarios sobre la minería y metalurgia antes de la llegada del
europeo a tierras mesoamericanas. A los anteriores cabe agregar las cartas de
Hemán Cortés y la Historia de Bernal Díaz del Castillo, escritos históricos en los
que sus autores, casi siempre con gran asombro, describen los objetos de oro,
plata y cobre que pudieron admirar y estrechar entre sus dedos.
La arquelogía, a través de diversas investigaciones, ha logrado el hallazgo de
objetos que son testimonio del trabajo de los metales (oro, plata, cobre, estaño y
plomo) para diversas finalidades: hachas, anzuelos, punzones, tubos, puntas de
lanza, agujas y alfileres, todos hechos en general de cobre; joyas y otros objetos
artísticos como pectorales, collares, pulseras, cascabeles, anillos, orejeras, etc.,
en los que se empleó de preferencia el oro con diferentes técnicas: martillado,
repujado, filigrana, chapeado y moldeado por medio de la cera perdida. Se afirma
que en el México prehispánico se utilizaron aproximadamente treinta y cinco
minerales no metalíferos y catorce que sí lo son.
Las minas prehispánicas, algunas de considerable antigüedad, se encontraban
sobre todo en la sierra de Querétaro y en diversos lugares del bajo río Balsas. La
zona donde fundían el oro recogido de los ríos se ubicaba en las serranías
occidentales de Oaxaca, donde los mixtecos o los zapotecas mixtequizados
manufacturaban objetos ornamentales o de usos rituales. Otro gran centro debió
ser, y hay datos para afirmarlo, el Atzcapotzalco Azteca, pero sus obras fueron
saqueadas y sometidas a crisol en el siglo dieciséis, sin legar prácticamente a la
posteridad objetos de esa cultura. Otro importante centro floreció en la región
oriental de Oaxaca, en los límites con el sur de Veracruz, en la Mixteca chinanteca
y en la Mixtequilla veracruzana.
Sin lugar a discusión, el arte de los metales tuvo su origen en Ecuador o en Perú y
de allí se transmitieron varias técnicas por la costa del Pacífico hasta Panamá y
Costa Rica, donde se establecieron importantes industrias para trabajar el oro. La
metalurgia parece haber llegado tarde a México, evidentemente no antes del siglo
X o tal vez en el siglo XI D.C. Los metales conocidos y utilizados por las diversas
culturas mesoamericanas eran solamente el oro (teocuítlatl), la plata, el cobre
(tepuztli), el plomo y el estaño. El oro procedía principalmente de los actuales
territorios de Guerrero y Oaxaca, lo sacaban de las arenas de los ríos lavando
éstas en jícaras, o bien extrayéndolo de vetas superficiales, "para cuyo
descubrimiento tenían ciertas reglas eficaces en tiempos de aguas". La plata no
está mencionada en el Códice Mendocino entre los tributos, pero los
conquistadores recogieron grandes cantidades y vieron argénteas joyas en los
mercados. Humboldt dice que "ya en tiempo de Moctezuma los naturales
beneficiaban las vetas de plata de Tlachco (Taxco) y Tzompango (Zumpango)".
Tampoco figuran el plomo y el estaño entre los tributos que menciona el
Mendocino, más del segundo se servían como moneda. Del cobre, extraído sobre
todo de Tlachco y Cohuxco (Guerrero y Oaxaca), hacían joyas y hachas para
cortar la madera (los tepuzcuauhxexeloni) y para labrarla (tlaximaltepuztli). Su
explotación la hacían a tajo abierto o en galería cerrada, calentando la roca y
haciéndola reventar con agua fría. Los ocres, rojo (óxido férrico) y amarillo (hidrato
férrico) les servían en las pinturas, mapas y para teñirse el cuerpo y la cara. De
obsidiana (cuarzo y feldespatos amorfos, que ellos llamaban iztli) fabricaban
espejos, cuchillos, navajas y puntas de flecha. Para construcción empleaban la
traquita, el tetzontli (lava escoriosa) el tepétlatl y la cal (eneztli). La primera fue
usada en las esculturas colosales de Coatlicue y otros ídolos, en la Piedra del Sol,
en el cuauhxicalli de Tizoc, etc. El teoxíhuitl, turquesa reservada para los ídolos; el
chalchíhuitl, de uso exclusivo de los nobles; el quetzalchalchihuitl, muy verde y
transparente; el quetzalztepiollotli u ópalo; el tlapalteoxíhuitl o rubí, etc., eran sus
principales piedras preciosas, con las que avaloraban sus pendientes, collares,
pulseras, bezotes y narigueras.

En los manuscritos matritenses, Sahagún conservó las noticias conocidas acerca


de la técnica metalúrgica indígena. Dos son las descritas: el martillaje y a la cera
perdida o fundición. El martillaje consistía en repujar el dibujo que previamente
proporcionaban los pintores, realzando los motivos en delgadas láminas de oro,
"haciendo bollos y realces, sujetándose siempre al modelo". En diversos museos
del país se exhiben algunos discos, pectorales y adornos de la nariz trabajados en
la forma descrita, pero el verdadero arte de los teucuitlapitzque (orfebres) se
revelaba en el trabajo de fundición a la "cera perdida", de la cual se obtenían los
objetos más finos y apreciados. Sahagún nos informa que en primer término las
figuras se tallaban o esculpían con esmero en una mezcla de carbón y barro
amasados y secados al sol, empleando una "raederita de cobre". Una vez
obtenido el modelo se le cubría con una fina capa de cera de abeja, que a su vez
se recubría con una segunda envoltura a manera de concha: a continuación, se
derretía el oro, el teocuítlatl o excremento divino. Al caer la basura preciosa y
trasudor del Dios Sol, símbolo del fuego y de la casa brillante, sobre la capa de
cera, la fundía hasta cobrar la forma del modelo. A continuación, se despojaba la
pieza ya fría del molde de barro y carbón y de la envoltura, templándola
inmediatamente con un baño de alumbre y puliéndola con "tierra mezclada con un
poco de sal, con lo que el oro se pone muy hermoso y amarillo... y así se frota,
pule y hermosea la joya de manera que queda muy brillante, luciente y radiosa".
Se ha discutido si los alambres de oro (filigrana) que caracterizan por su fineza la
orfebrería mexicana precolombina, se trabajaban mediante hilos de metal
soldados posteriormente a la pieza por calentamiento o si se elaboraban a la "cera
perdida", mediante hilos de cera o de algodón puestos sobre el molde a fundir.
Desafortunadamente, de toda esta riqueza descrita tan ponderosamente por
Motolinía, Las Casas, Sahagún, Bernal Díaz, Cortés y otros cronistas, apenas
queda una pequeña cantidad de piezas importantes, la mayor parte mixtecas,
salvadas casi siempre por haber permanecido ocultas en entierros precortesianos.
Sin embargo, la minuciosa y excelente descripción de Motolinía de una pieza
fundida por indígenas, bastará para exaltar la memoria de tan importante arte
autóctono:
"Los plateros de estas tierras fáltanles los instrumentos y herramientas para labrar
de martillo: pero una piedra sobre otra hacen una taza llena de un plato: más para
fundir una pieza o una joya de vacío hacen ventaja a los plateros de España,
porque funden un pájaro que se anda la legua y la cabeza y las alas, e vacían un
mono y en las manos pónenle unos trebejuelos que parece que baila con ellos: y
lo que es más, sacan una pieza la mitad de oro y la mitad de plata, y hacían un
pez, las escamas la mitad de oro y la mitad de plata, una escama de plata y otra
de oro, que de esto se espantaron mucho los plateros españoles."
Ahora bien, en el vasto complejo de las culturas indígenas mexicanas. ¿Cuáles
fueron las que válidamente se pueden señalar como productoras de los objetos
arqueológicamente conocidos? Solamente se tiene certeza de la importancia de
Atzcapotzalco como lugar de orfebrería, pero por desgracia la suntuosidad y
belleza de su producción sólo se conoce por alusiones históricas, pues la mayor
parte de los objetos se perdió con la Conquista y poco o nada ha llegado hasta
nuestros días.
Por tradición se consideraba a los zapotecas como los productores de la
orfebrería, pero recientemente se ha propuesto, con abundancia de razones, el
nombre de los mixtecos. Su orfebrería se caracteriza por la excelencia de la
fundición y por la presencia de finísimos alambres de filigrana, es decir, hilos
fundidos a la "cera perdida" o bien soldados después de la manufactura de la
pieza. Se han encontrado muestras de este arte en tumbas ubicadas tanto en la
Alta Mixteca como en el Valle de Oaxaca y en la región ístmica del mismo estado:
en San Sebastián. cerca de Tehuantepec; y en Monte Albán, Pueblo Viejo,
Yanhuitlán, Coixtlahuaca y Teotitlán del Camino, sitios indistintamente mixtecos o
zapotecas. Aunque la naturaleza transportable del oro y su intenso comercio
impiden buscar un punto de apoyo seguro en el sitio arqueológico del hallazgo. la
frecuencia de descubrimientos en una zona puede constituir una base para futuras
elucidaciones.
Entre los objetos de la orfebrería oaxaqueña que muestran su plenitud y esplendor
se cuentan los anillos de filigrana completados con pendientes de cascabel. Se
han mencionado dos anillos procedentes de una tumba de Huajuapan que, al
parecer, se hallan actualmente en colecciones privadas de los Estados Unidos: el
primero con un rostro humano labrado con esmero, del cual cuelga un enorme
cascabel, y el otro, con preciosa filigrana que en la parte frontal simula la figura de
un jaguar. Pero son los anillos de la tumba mixteca de Monte Albán los que
sobrepasan en suntuosidad y delicadeza a cuanto se pueda decir. Cuando se
admira el anillo de la Tumba 7 que exorna un águila caudal descendente
(Cuauhtémoc), que representa al sol poniente que cae y va a ocultarse en el
horizonte, y lleva en el pico el jeroglífico del jade (chalchíhuitl), la cosa preciosa,
del cual cuelgan sonoros cascabeles, tenemos que reconocer la exquisita
sensibilidad y el refinado gusto artísticos de estos orfebres.
Otros objetos del atavío señorial son los bezotes de ámbar, jade o cristal de roca
engarzados en oro o únicamente de este metal. Generalmente están formados por
un tubo alargado cuya base se bifurca en dos lengüetas que servían para
introducirse en la incisión que previamente se hacían en la parte inferior del labio.
La forma más común del bezote es un faisán, pero el más interesante adorno
labial de oro es el que posee el Museo de Historia Natural de Nueva York, que
representa a una serpiente ondulante cuya cabeza remata en una larga lengua
bífida movible.
Se tiene conocimiento de que un importante grupo de ciudades en la región
nororiental de Oaxaca y sudoriental de Veracruz, en el área mixteco-chinanteca
(Teotitlán del Camino, Tuxtepec, Ojitlán, Cosamaloapan, Chinantla, Tuxtla y
Tlacotalpan), tributaban al imperio mexicano con dos sartas de cuentas de oro,
una de ellas con cascabeles. Su arqueología ha comprobado parcialmente que es
en aquella región y en la Alta Mixteca en donde se debe buscar la patria de la
orfebrería precolombina de México. Más aún, un códice mixteco, el de Yanhuitlán,
reproduce un precioso collar de cuentas de vaciado, ornamentadas con grecas
ondulantes muy parecidas en dibujo a las cuentas del collar encontrado en una
tumba guerrerense de Texmihuican que por fortuna se conserva completo en el
país, e idénticas a las cuentas del espléndido sartal recientemente recuperado de
una tumba de Coixtlahuaca, en la actualidad en el Museo Regional de Oaxaca.
Hay que mencionar también el precioso cascabel de la tumba ya citada, de
Coixtlahuaca, notable no solamente por su tamaño sino por su vigor artístico:
representa un murciélago, la venerada deidad infernal de la mitología mixteca.
acabado con técnica de filigrana bastante grosera: esto último ha permitido
clasificarlo como objeto chiriquí de importación, sin reparar en su estilización y en
sus características ajenas al estilo centroamericano.
Otros magníficos collares, los más suntuosos conocidos hasta ahora, son los de la
Tumba 7 de Monte Albán, ya de simples cuentas ovoides rematadas por
cascabeles, ya de carapachos de tortugas o de diseños geométricos, pero siempre
con largas y alegres campanillas. De igual lugar procede un ejemplar del báculo
real. Es éste un tubo de regular tamaño, trabajado en parte con filigrana, que
remata en una cabeza de serpiente, en tanto que en el otro extremo se encuentra
abierto para insertar en él largas plumas de quetzal. Del mismo entierro real
proceden algunas orejeras, una pluma y una bolsa de tabaco (yetecómat) con
figura de calabaza que formaban parte de la indumentaria del señor mixteco que
fue enterrado entre 1465 y 1517 en aquella suntuosa cámara sepulcral de Monte
Albán.
Son de extrema importancia diversos hallazgos, como el de la tumba de San
Sebastián, cerca de Tehuantepec, el pectoral de una tumba de Coixtlahuaca y los
que figuran en las colecciones de los museos de Tulane y de Antropología e
Historia de la Ciudad de México, así como una de las obras maestras de la
orfebrería de todos los tiempos: el delicado escudo de oro y turquesa de
Yanhuitlán, en la Alta Mixteca, pero es el descubrimiento de la Tumba 7 en Monte
Albán el que sobrepasa en esplendor a cuantos se hayan realizado hasta ahora.
Los objetos de metal en los cuales los orfebres mixtecos volcaron todo su arte y
delicadeza, fueron los joyeles que colgaban de los cuellos de los sacerdotes y de
la nobleza en las grandes ceremonias indígenas. Hoy conocemos algunas piezas
recuperadas por la arqueología que formaron parte de conjuntos deslumbrantes y
que nos permiten imaginar cómo lucirían aquellos caciques y personajes
indígenas, ataviados con tocados de plumas, preciosos mantos tejidos y elegantes
sandalias y ostentando en el rostro, el pecho y las manos el colorido deslumbrante
de los ornamentos de oro y de mosaico. Allí están esos joyeles que hablan de
aquel mundo colmado de finura, rico en imaginación y colorido, dotado de una
sensibilidad superior para las artes más preciosas.
La contemplación en conjunto de tan espléndidas obras de arte mueve no sólo a la
más pura y desinteresada admiración estética, sino al entusiasmo por el arte del
pasado, que, si bien ya no podemos revivir, sí debemos conocer, porque toda vida
espiritual requiere de recuerdos y del entendimiento de las raíces que han de dar
forma a la herencia cultural de un pueblo.
Condiciones de la minería en la Colonia
Por un espejismo que padeció Europa durante mucho tiempo, los metales
preciosos fueron considerados como raíces fundamentales de la riqueza. Si no los
hubiese poseído en abundancia, el descubrimiento del Nuevo Mundo no hubiera
entusiasmado tanto a los pueblos del Viejo Continente. Tras los metales preciosos
vinieron los españoles a México y en su obtención puso luego la Colonia sus
mayores esperanzas, las cuales fueron colmadas por la extraordinaria riqueza de
sus minas argentíferas. Logróse la opulencia, pero con supeditación a un
manantial inestable y corruptor. Las consecuencias de ello han sido padecidas por
el país durante largo tiempo.
Consumada la conquista, los españoles concentraron sus esfuerzos en la
extracción del oro. Utilizando esclavos e indios de encomienda como mano de
obra, explotaron los placeres auríferos conocidos por los naturales. No parece que
hayan sido muy abundantes los frutos de esta primera cosecha, pero gracias a ella
dispusieron de un medio de cambio que les permitió iniciar tratos mercantiles con
la Metrópoli y adquirir ganados, semillas y aperos de labranza para el
aprovechamiento de la tierra. Montada en esa riqueza comenzó a marchar la
economía neohispana, pues el oro atrajo a quienes lo buscaban indirectamente,
es decir, a los comerciantes, los agricultores y los artesanos. El período áureo
duró hasta los años iniciales de la cuarta década del siglo XVI, cuando
comenzaron a beneficiarse las primeras minas de plata descubiertas en Taxco,
que ya en 1532 daban buenos rendimientos. Pequeños hallazgos posteriores en
diversas regiones de la Nueva España incrementaron la producción argentífera,
hasta que, al norte, Zacatecas reveló sus inmensas posibilidades.
Puede decirse que desde que fueron descubiertas sus minas comenzó la gran
aventura de la plata. Los fabulosos relatos, en parte confirmados por la realidad,
echaron abajo el dique de la sensatez. La "fiebre de la plata" surgió, y ya no la
extinguiría nada ni nadie; en grado más o menos alto, según lo cercano o distante
que se estuviera del sitio de un descubrimiento sensacional, la padecería la
Colonia hasta sus últimos días.
La minería colonial estuvo plenamente cuajada al terminar el siglo XVI. Se
caracterizó por la dispersión de sus focos. Los principales se hallaron en las
provincias norteñas, incrustados en sierras frías y formando constelaciones de
diversa extensión en tomo a tres astros mayores: Zacatecas, Guanajuato y San
Luis Potosí. Aplicado a la mayoría de los minerales, para entonces estaba muy
extendido el sistema de la "amalgamación" en frío, llamado también
"procedimiento de patio", que introdujo Bartolomé de Medina en 1557 y que en el
beneficio de la plata daba mayor rendimiento que el sistema de fundición.
Aunque grande, la producción de plata no adquirió perfiles fabulosos sino hasta el
siglo XVIII. Su ascenso, entonces, fue verdaderamente enorme y constituyó la
causa fundamental de la opulencia alcanzada por la Colonia en sus postrimerías.
El extraordinario aumento de esa producción lo muestra la estadística del oro y la
plata que se labraba anualmente en la Casa de Moneda (la cantidad de oro era
insignificante comparada con la de la plata): en el año de 1700 sólo era de tres
millones trescientos mil pesos; en el de 1750 llegaba ya a trece millones
setecientos mil, y en el de 1804 ascendía nada menos que a veintisiete millones.
Tanto subió la producción argentífera mexicana que en las postrimerías del siglo
XVIII era algo mayor que la de todo el resto de América (veintitrés millones contra
veinte) y casi igualaba a la del resto del mundo, incluyendo a los países del Nuevo
Continente (veintitrés millones contra veinticinco).
La minería formó un organismo muy peculiar regido por normas especiales. Su
célula básica fue el Real de Minas, o sea, el centro urbano en torno al cual se
congregaban varias explotaciones más o menos próximas. Agrupados o
individualmente según su importancia, los Reales de Minas formaron distritos en
los que había una diputación de minería, que tenía como principales cometidos la
defensa de los intereses de los mineros y la aplicación de las ordenanzas propias
de su industria. A fines del siglo XVIII había treinta y siete distritos mineros con
otras tantas diputaciones. En 1783 fueron expedidas unas ordenanzas generales
de minería, que tenían como eje normativo y orgánico tres instituciones: un
tribunal, un banco de avío y un colegio, mediante las cuales se pretendía resolver
los problemas más graves de la minería mexicana: el de la organización, el de la
justicia, el del crédito y el de la técnica. El tribunal y el colegio de minería fueron
dos instituciones modelo en su género.
La minería produjo incalculables beneficios a la Colonia, a la Metrópoli y a Europa.
Los vestigios de lo que reportó a la Colonia están aún a la vista: la infinidad de
lujosos palacios y espléndidos templos, los primorosos muebles traídos de Europa
y de China, y tantas otras manifestaciones de prosperidad como las enormes
haciendas ganaderas y agrícolas. Sin embargo, este halagüeño cuadro sólo
muestra el lado bueno de la medalla, el cuerno de la abundancia, y recata el lado
malo, las lacras que la minería produjo. El aventurismo y la especulación de la
peor. índole fue una de ellas, pues en la minería casi todo estaba sujeto al factor
suerte y constituía un verdadero azar. La perdición física y moral de los obreros
fue otra, quizá la peor, de esas lacras; la minería los agotaba pronto y los dejaba
desamparados, cuando tullidos o enfermos no podían ya trabajar, y en los reales
mineros anidaba el vicio más rastrero y se refugiaban los maleantes de toda laya.
Los dos aspectos de la abundancia de la plata, el bueno y el malo, quedan así
colocados uno al lado del otro para su confrontación.
El bueno dejó una espléndida huella material y cultural; el malo, una desgraciada
huella espiritual y moral: el aventurismo y la corrupción, que tararon muy a fondo a
la Colonia. Para España y para Europa hubo también consecuencias beneficiosas
y perjudiciales de la avalancha de metales preciosos procedentes de México y de
otros países de América. Por un lado, esos metales estimularon
considerablemente la industria y el comercio y, a causa de ello, aceleraron el
progreso económico y material de muchos países y su paso a la etapa del
capitalismo llamado industrial. Por el otro lado, produjeron alzas de precios que
hicieron descender el nivel de vida de las clases más débiles. En España este
efecto de la abundancia de metales preciosos se hizo sentir con más fuerza, pues
allí la carestía de la vida alcanzó desorbitados límites, sobre todo en la segunda
mitad del siglo XVI.
La economía minera Neohispánica
La minería jugó un papel fundamental en el desarrollo de la economía colonial.
Los centros mineros actuaron como generadores de una gran parte de las
actividades agrícolas. Alrededor de los ubicados en el norte del país surgieron
numerosas haciendas que se dedicaban a abastecer las necesidades de los
trabajadores mineros y de las bestias de carga. Una mina en bonanza era al
mismo tiempo un buen centro consumidor. El destino de muchas haciendas se ligó
al de las minas durante una gran parte de la época colonial. Además, la actividad
minera y los impuestos que pagaba constituían la base que sustentaba a todo el
aparato administrativo de la Colonia. La importancia de esta función aumentó al
extenderse progresivamente la burocracia colonial durante el siglo XVII.
El auge minero, que se inició en 1545 con los descubrimientos en Zacatecas y que
alcanzó sus mejores días en el decenio de 1570, se terminó en la primera mitad
del siglo XVII. Entre 1650 y 1750, la minería de la Nueva España pasó por un
período de estancamiento. Durante esos años no pudo competir con la producción
del Perú, por varias razones. En primer lugar, en Nueva España no existieron
yacimientos considerables de azogue. Esto era importante, puesto que el azogue
se requería para beneficiar la plata por el procedimiento de amalgama. Entonces,
la importación del azogue que exigían las minas de Nueva España aumentaba
enormemente los costos de producción. Además, durante esa época muchas de
las antiguas vetas de mineral explotadas desde el siglo XVI comenzaron a
agotarse o se hicieron profundas. Debido a las limitaciones de los conocimientos
técnicos de la época, una veta muy profunda, que llegaba a inundarse con
facilidad, no era económicamente explotable. La baja de la producción minera
durante esos años, sumada al descenso de la población. explica la contracción de
la economía colonial durante la segunda mitad del siglo XVII.
Los centros mineros en explotación durante ese período fueron los mismos que se
trabajaban desde la segunda mitad del siglo XVI. Las minas del sur de la cordillera
volcánica: Tasco, Sultepec, Temascaltepec y Zacualpan continuaron produciendo
plata, aunque en condiciones más difíciles. Los centros del norte: Zacatecas,
Fresnillo, Sombrerete y Catorce, siguieron siendo buenos productores de metales.
Con su actividad lograron mantener una economía dinámica en la región, y
provocaron el surgimiento espectacular de nuevas ciudades mineras como
Durango y Chihuahua.
La vida de los trabajadores en los centros mineros era muy distinta de la de los
peones en la hacienda o de la de los trabajadores urbanos del obraje. Los de las
minas conservaron siempre su libertad de movimiento. Muchos eran indígenas
que habían abandonado sus poblados de origen y al vivir en los centros mineros
evadían las cargas fiscales que pesaban sobre la población indígena. En las
minas se pagaban generalmente salarios altos; además, por el sistema llamado de
"buscones", el obrero podía llegar a tener una categoría de copartícipe en la
explotación de una veta y recibir un pago proporcional a la cantidad de metal que
hubiera extraído. Por esas circunstancias, los centros mineros atraían a una gran
cantidad de trabajadores. Acudían a ellos de las más lejanas regiones del país con
la categoría de permanentes o temporales. Sin embargo, las labores en las minas
eran siempre azarosas, pues las caracterizaba la incertidumbre por la "bonanza".
Esa inestabilidad fomentaba que en ese mundo minero floreciera la especulación y
la estafa.
La gran prosperidad que en el siglo XVIII puso a la Nueva España a la cabeza del
mundo hispano ultramarino, fue obra de la minería debidamente desarrollada y
fomentada por el gobierno.
"Las minas son propias de mi Real Corona -decían las Ordenanzas de Minería-,
así por su naturaleza y origen, como por su reunión dispuesta en la Ley 4a., Tit.
13, Lib. 6°, de la Nueva Recopilación."
Pero el usufructo de ellas estaba al alcance de todos, por denuncia o por algunos
de los otros modos señalados por la ley. Con todo, perdíase ese derecho
desamparando la mina o dejándola llenar de agua, pues en esos casos, cualquiera
podía hacerse dueño de ella.
"Los mineros estaban declarados nobles, no podían ser presos por deudas, ni
tampoco sus dependientes; guardaban carcelería en las mismas minas o
haciendas en que vivían o servían; gozaban otros muchos privilegios y
preferencias, y ellos y sus hijos y descendientes debían ser atendidos en la
provisión de empleos políticos, militares y eclesiásticos de la América, informando
al tribunal por conducto del Virrey, de los méritos contraídos por sus padres.
Todas las materias primas e ingredientes necesarios para el laborío de las minas y
beneficio de los metales, estaban libres de alcabala: el azogue se repartía por el
gobierno en proporción de la plata que cada uno había sacado, dándoles el de
Alemania (Carintia o Idria, de donde venían 12,000 quintales cada año) por sus
costos, el de Almadén por un precio muy moderado, con un año de plazo para
pagarlo, y el de Huancavélica, Perú, al costo que sacaba... No sólo se alzaron
todas las antiguas prohibiciones de descubrir y trabajar minas de azogue..., que no
siendo bastante a impulsar su beneficio esta absoluta libertad, se mandaron por el
gobierno peritos alemanes que reconociesen y trabajen las que presentasen
mejores esperanzas de buen éxito, en lo que se gastaron sin fruto por la Real
Hacienda grandes sumas."
Sin embargo, los resultados no correspondieron al grandioso plan con que se trató
de impulsar toda la industria metalúrgica.
Formaron los mineros el "Importante Cuerpo de la Minería de la Nueva España "(4
de mayo de 1794), con tribunales que administrasen justicia en los negocios
peculiares de su ramo, con un fondo para fomento de éste (Banco de Avío) y un
Colegio que proveyese a las negociaciones de "sujetos instruidos en toda la
doctrina necesaria para el más acertado laborío de las minas". Las ordenanzas de
22 de mayo de 1783 "eran un modelo de prudencia e inteligencia y un monumento
glorioso de la sabiduría de D. Joaquín Velázquez de León y del ministerio de D.
José de Gálvez": los tribunales o diputaciones de los reales de minas fueron de
gran utilidad, pero el tribunal general, como administrador de los fondos, causó a
la minería grave y duradero perjuicio, porque habiéndolos invertido pródigamente
en gastos ajenos del fin a que se consignaron, o dilapidándolos los empleados
encargados de su manejo, acabó por una bancarrota de cuatro millones de pesos,
dejando a los mineros sujetos al pago de una contribución permanente para pagar
los réditos... y el Colegio de Minería (Real Seminario de Minería de México, 1792),
no impidió que "escasearan los peritos y técnicos al cabo de cincuenta años de
establecido y haberse erogado en él grandes gastos, como escaseaban antes de
su establecimiento".
De los quinientos reales y realitos de minas que existían al finalizar el período
virreinal, los más importantes eran los de Guanajuato, Catorce, Zacatecas, Real
del Monte, Bolaños Gurisamey, Sombrerete, Tasco, Batopilas, Zimapán, Fresnillo,
Ramos y Parral. "La Veta Grande Zacatecas, con su excepcional riqueza, creó uno
de los centros de aprendizaje del barretero mexicano, hábil y audaz operario que
practicó las perforaciones de Guanajuato, Tasco y Pachuca." Con Bartolomé de
Medina. Pachuca aportó al mundo en 1557 el célebre procedimiento de patio para
el beneficio de la plata, primer invento de América (aunque la idea se la dio a
Medina un alemán. cuya venida a América prohibió la Casa de Contratación de
Sevilla). Consistió dicho procedimiento en la trituración del mineral y su extensión
en un patio donde se le mezclaba agua. sal común, sulfato de cobre y mercurio.
Para que la mezcla fuera íntima se le apisonaba por medio de mulas adiestradas.
y así se conseguía que la sal y el sulfato de cobre produjeran cloruro cúprico, el
cual atacaba el sulfuro de plata y lo convertía en cloruro de plata, y éste,
finalmente. liberaba la plata que se amalgamaba con el mercurio. Por ebullición (el
mercurio hierve a 357 grados. la plata a 1.955) quedaba aislada la plata. El
procedimiento de patio tenía la ventaja del ahorro de combustible. Con el minero
Juan Capellán, Tasco perfeccionó el método anterior inventando la capellanía,
cono metálico que recogía los vapores del mercurio evitando su pérdida. Por
último, Zimapán dio ocasión al sabio Andrés del Río (1764-1849) para el
descubrimiento, hacia 1800, de un nuevo elemento químico: analizando el plomo
pardo de Zimapán, del Río encontró el Vanadio, al que llamó eritronio. Sefstrom lo
redescubrió en 1831.
La mejor mina de la Nueva España fue la de La Valenciana en Guanajuato. cuya
utilidad líquida fue de 3,000,000 L.T. : la producción en metales, de 360,000
marcos: el mineral fundido y amalgamado, 270,000 quintales; los gastos de
pólvora, 400,000 L.T.; y el número de trabajadores, 37,200 (año de 1800, J.R.
Benítez). La producción total de la Nueva España en oro y plata acuñados en
México fue, desde 1537 hasta 1821, de 2,151,581,961 pesos (datos oficiales).

Los productos mineros de la América Española en los últimos años del siglo XVIII,
tenían los siguientes valores medios anuales:
Nueva España 23,000,000 pesos
Perú 6,200,000 pesos
Chile 2,000,000 pesos
Buenos Aires 4,000,000 pesos
Nueva Granada 2,900,000 pesos

Todo en el país resultó beneficiado por la minería: el gobierno con las fuertes
sumas que por ese concepto ingresaban al erario; las órdenes religiosas y las
instituciones educativas, artísticas y de beneficencia pública, con las generosas
donaciones y los suntuosos edificios construidos por los propietarios de minas; y la
agricultura y la industria, por el consumo creciente que los mineros hacían de sus
productos.

De la independencia al porfiriato
La independencia de la Nueva España, y el consiguiente nacimiento de México,
estuvieron acompañados de una serie de contratiempos. El principal de ellos,
quizá, era la falta de recursos para hacer frente a las necesidades más
apremiantes de la administración pública, un problema heredado del régimen
virreinal, pero también producto de los desequilibrios generados en todas las
ramas de la economía por el conflicto armado que, aun cuando no se había
extendido por la totalidad del territorio novohispano, sí había afectado su zona
medular.
El gobierno hizo frente a sus compromisos mediante la contratación de préstamos
en el extranjero, mientras buscaba con desesperación la forma de conseguir
recursos por otras vías. Los impuestos eran, claramente, la mejor de ellas. Sin
embargo, mientras las actividades productivas no despegaran, lo re caudado sería
escaso.
El lento arranque de la economía mexicana tenía su origen en la poca capacidad
de inversión mostrada por las élites nacionales. Poca capacidad no solo causada
por la falta de recursos sino también por la falta de iniciativa. Abocados a los
terrenos seguros de la agricultura, la ganadería y el comercio, dejaban al azar las
actividades que podrían reportarles mayores beneficios, como la minería. Hacía
falta, entonces, buscar en otra parte sujetos interesados en invertir. Un poco de
promoción fue suficiente para que, en 1824, se formaran en la Bolsa de Londres
las primeras sociedades destinadas a comprar minas en México. Si bien los veinte
años iniciales no fueron los mejores, al mostrarse una disminución en la
producción anual de oro y plata en relación con lo registrado en los años finales de
la época virreinal, a partir de la década de 1840 comenzaron a aumentar los
montos extraídos de ambos minerales. Como complemento, en 1842 Antonio
López de Santa Anna emitió un decreto por el que se liberaba del pago de
impuestos a quienes decidieran invertir en la extracción, no de éstos minerales,
sino de hierro; y al año siguiente emitió una serie de medidas destinadas a
fomentar la explotación del mercurio.No fue sino hasta que Porfirio Díaz ascendió
al poder que el capital extranjero ingresó con decisión en la minería mexicana,
principalmente debido a las condiciones de estabilidad que el régimen
garantizaba. A los ingleses se sumaron entonces los estadounidenses, que pronto
los sobrepasaron no solo en cuanto al monto del dinero invertido, sino también en
lo relacionado con la cantidad de operaciones con las que contaban en la
extracción de meta les preciosos y de minerales industriales. Según algunos
cálculos, hacia 1907 el capital estadounidense ascendía a 400 000 000 de
dólares, en tanto que los rendimientos, en ocasiones, alcanzaban cifras superiores
al 2 000 %.
El panorama era alentador para los empresarios extranjeros. La mano férrea del
gobierno porfirista aseguraba que las condiciones para incrementar la producción
—y, por consiguiente, los beneficios— se mantendrían por tiempo indefinido. Sin
embargo, el cuadro presentaría sus primeras fisuras en 1906, al estallar la huelga
en la mina de cobre de Cananea y ser reprimida con brutalidad. La lucha
revolucionaria, iniciada cuatro años después, transformaría la situación de manera
definitiva.
Los pueblos indígenas de Mesoamérica trabajaban los metales que encontraban
en depósitos ubicados en la superficie de la tierra.
La minería fue la actividad más importante para la economía novohispana,
seguida del comercio. Los españoles descubrieron los depósitos de mercurio de
Huancavelica en 1566, lo que facilitó la explotación de las minas de plata en las
Indias, especialmente las del virreinato del Perú.
En su momento de mayor auge, la mina de La Va lenciana, en Guanajuato,
producía el equivalente a 360 000 marcos de plata. En tanto, de la mina más
productiva en Sajonia sólo se extraían 10 000 marcos.
Durante el primer decenio del siglo XIX se calcula que se extrajeron poco más de
5 500 toneladas de plata de las minas novohispanas. En el decenio subsiguiente,
la guerra de Independencia hizo disminuir esa cifra hasta poco más de 3 000
toneladas.
Los accionistas de la compañía Dos Estrellas invirtieron, a comienzos del siglo XX,
150 000 dólares en un proyecto minero. Cinco meses después habían recuperado
su dinero. Para 1909, la compañía había acumulado 3 800 000 dólares en
utilidades.
La minería es también uno de los ejes que permiten entender el tránsito del país al
siglo XX, ya sea como importante fuente de divisas, o bien como uno de los
escenarios en el que se revelaron las tensiones sociales e injusticias de la etapa
porfirista y algunas de las causas que incitaron la Revolución de 1910.
Un factor importante en el crecimiento de la industria minera fue la tecnología,
sobre todo con la introducción de la fuerza hidroeléctrica, esto logro que la minería
redujera los gastos y logro que el mecanismo se viera más rápida este sector
creció, pero desafortunadamente hubo de destinarse casi en su totalidad a la
exportación.
También acabo enajenado las propiedades mineras al extranjero. Los metales
precisos estuvieron ligados a las fluctuaciones del mercado extranjero.
La producción de minería registra un aumento notable durante el periodo de 1895-
1910 destacando el crecimiento de los minerales industriales.

Siglo XX
En 1993, las entidades más importantes en esta actividad fueron, por orden de
importancia y según su volumen de producción: Coahuila, Baja California Sur,
Colima, Michoacán y Zacatecas, que produjeron alrededor de 85% del volumen de
la producción nacional. Así 10 minerales, entre metálicos y no metálicos,
representaban 91.2% del valor de la producción nacional, y 18 minerales de los
casi 50 que se explotan en México, se ubicaban en una posición destacada, al
estar entre los diez primeros lugares de la producción mundial.
Sin embargo, la minería mexicana ha afrontado en los tiempos recientes una serie
de dificultades. A nivel nacional, éstas se derivaban de un marco jurídico complejo
y excesivamente regulado, prácticas administrativas inoperantes y lentas,
derechos fiscales que sobre gravaban a la producción, vastas áreas potenciales
ociosas por diferentes causas, y una excesiva participación del sector público en
áreas no estratégicas ni prioritarias. En el contexto internacional, se ha visto
afectada por los bajos precios de los metales en el mercado, causados
básicamente por la participación de otros países en la producción, aplicación de
nuevas tecnologías que evitan el uso de metales tradicionales y el aumento en el
reciclado de los mismos.
En respuesta a esta situación, en el Programa Nacional de Modernización de la
Minería 1990-1994, se planteó un conjunto de acciones orientadas a fortalecer el
papel promotor del Estado y a impulsar una participación más directa de los
sectores privado y social, así como a alentar la inversión nacional y extranjera en
la actividad.

Como resultado de las acciones emprendidas, se tiene hoy una nueva Ley Minera,
publicada en el Diario Oficial de la Federación (DOF) del 26 de junio de 1992,
proporciona una mayor seguridad jurídica, lo que protege inversiones de larga
duración e impide prácticas administrativas al margen de la ley. En materia de
desregulación económica, estimula la libre concurrencia de los particulares,
promueve la localización de nuevos yacimientos y fomenta el aprovechamiento de
zonas ociosas. El Reglamento de la Ley Minera (DOF, 29/III/93) y el Manual de
Servicios al Público en Materia Minera han permitido precisar, reducir y simplificar
trámites, lo que aligera la pesada carga administrativa a las empresas mineras.
Con el fin de hacer posible un mayor aprovechamiento de los recursos minerales
de la Nación, se liberaron a la explotación de las particulares áreas de reservas
mineras nacionales, así como ciertos minerales que estaban reservados a la
federación y se cambió el tipo de derechos que se cobraban por concesiones
mineras, pasando de derechos por cantidad de mineral explotado a derechos por
superficie concesionada. Estas dos acciones han generado, por una parte, que el
Gobierno Federal emita declaratorias de libertad de terrenos, para que éstos sean
susceptibles de ser concesionados y por otra, que aquellos particulares que
contaban con grandes superficies concesionadas sin explotar, desistan de ellas y
le sean asignadas a quienes sí estén en posibilidades de hacerlo.
Asimismo, a través del Consejo de Recursos Minerales, se ha intensificado la
exploración para tener un mejor conocimiento de los recursos del subsuelo, se
avanza en la elaboración del inventario nacional de recursos minerales y se
genera un banco integral de datos para facilitar su consulta. Además, por medio
del Fideicomiso de Fomento Minero, se han instrumentado nuevas formas de
financiamiento para impulsar a la mediana y pequeña minería, así como a la
minería social.
Dentro del Programa de Modernización de la Empresa Pública, el Gobierno
Federal ha desincorporado 44 entidades, de 1989 hasta mediados de 1994. A la
fecha se encuentran sectorizados el Fideicomiso de Fomento Minero, el Consejo
de Recursos Minerales, Exportadora de Sal, SA de CV y Transportadora de Sal,
SA de CV. Asimismo, se mantiene una participación minoritaria en Baja Bulk
Carriers, SA.
En suma, las medidas adoptadas en los últimos años han permitido fortalecer el
papel promotor y regulador del sector público en el campo de la minería y propiciar
una participación directa de los sectores privado y social nacionales, así como de
la inversión extranjera en la actividad minera.

Actualidad
Hoy, la actividad minera contribuye positivamente como generadora de divisas,
mediante la exportación, manteniendo una balanza comercial superavitaria,
conserva una aportación ascendente a la economía nacional y una notable
participación en la producción mundial. Asimismo, ha tenido una influencia
relevante en la orientación de los elementos troncales de la infraestructura del
transporte. Además, proporciona directamente alrededor de doscientas veinte mil
ocupaciones remuneradas, lo que significa que viven de ella aproximadamente un
millón de mexicanos (lo que representa el uno por ciento de los empleos
generados en todo el país).
Nuestro país tiene un alto potencial en cuanto a recursos minerales y el sector
continúa dando resultados positivos en la inversión, la generación de empleo y
fuertes contribuciones fiscales.
Así, la participación de la industria minero-metalúrgica en el Producto Interno Bruto
con base en datos del INEGI, indica que en conjunto representó el 8.2% del sector
industrial y 2.4% del PIB nacional. La actividad metalúrgica aportó 261 mil 637
millones de pesos al Producto Interno Bruto (59% de la aportación total del sector)
y el sector extractivo de minerales metálicos y no metálicos contribuyó con 181 mil
587 millones de pesos (41%), para un total de 443 mil 224 millones de pesos.
En tanto, el valor de la producción minero-metalúrgica se mantuvo en el mismo
nivel que en 2017, al alcanzar 241 mil 634 millones de pesos, en dólares pasó de
12 mil 772 millones el año anterior a 12 mil 561 millones de dólares en 2018, el
ligero descenso se debe a la depreciación del peso frente al dólar.
Aun cuando el valor de la producción se mantuvo estable, éste pudo haber sido
mayor, ya que 18 de los 29 minerales que componen la canasta minero-
metalúrgica disminuyeron sus tonelajes. Respecto a la participación por grupo de
productores, los metales preciosos alcanzaron el 44.5% de contribución, seguido
de los metales industriales no ferrosos con 39.1% y minerales siderúrgicos 10.2%.
En 2018, cinco metales aportaron el 82.9% del valor total nacional. El oro continúa
con una participación importante, pero a pesar de que su aportación disminuyó en
el valor al pasar de 32% en 2017 a 29.7% en 2018. Caso similar se presentó en la
plata que disminuyó de 17.3% a 14.8% su contribución, mientras que el cobre
aumentó a 24.6% su participación de 22.3% en 2017 y el zinc pasó de 9.1% el año
previo a 8.9% en 2018.
La balanza comercial minero-metalúrgica fue superavitaria al alcanzar 5 mil 666
millones de dólares, (38% menos que en 2017). Las exportaciones crecieron sólo
3% respecto de 2017 ascendiendo a 18 mil 23 millones de dólares; por grupo, el
de metales preciosos aportó 38%, equivalente a 6 mil 829 millones de dólares, en
tanto el correspondiente a metales industriales con 50%, fue de 9 mil 917 millones
de dólares.
Con el aumento en las exportaciones, se registró de igual forma un mayor
volumen de gráneles minerales movilizados hacia el exterior de acuerdo con la
Dirección General de Puertos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes
fueron de 25 millones 768 mil 170 toneladas, 10.9% más con relación a 2017. El
total de movimiento de carga para la industria minera aumentó 4.5% en 2018 al
registrar 74 millones 905 mil 116 toneladas, que corresponden al 40% del total
nacional. En el ámbito comercial, México registró un superávit en su balanza
comercial, resultado del dinamismo en las exportaciones de productos
manufacturados, especialmente del sector automotriz que, en 2018, continuó
como principal generador de divisas. El sector minero metalúrgico se ubica dentro
de las principales industrias generadoras de divisas. Durante 2018, este sector dio
empleo a 379 mil 20 trabajadores, cifra superior en sólo 2% si se compara con el
personal ocupado el año previo. De acuerdo con datos del Instituto Mexicano del
Seguro Social (IMSS), al cierre de 2018, se generaron 7 mil 454 empleos nuevos,
menos de la mitad de las plazas generadas en 2017.
Con base en la información de la Secretaría de Economía, las remuneraciones
que perciben los trabajadores de la industria minero-metalúrgica son 39% mayor al
promedio nacional. La industria minera practica a la inclusión y la integración de
mujeres a su fuerza laboral con equidad de derechos. De acuerdo con información
de la Coordinación de Afiliación y Vigencia del IMSS, al cierre de 2018, el 15% de
los trabajadores en la industria minero-metalúrgica son mujeres, porcentaje que ha
ido creciendo con los años gracias al cambio cultural que facilita la igualdad de
oportunidades entre hombres y mujeres en el sector minero.
Las empresas buscan profesionales con capacidades integrales, que combinen
conocimientos técnicos con habilidades sociales, el sector presenta cambios
maduros a ritmos vertiginosos y uno de los mayores cambios es la retribución
salarial de los trabajadores. El ingreso promedio mensual de un profesionista en
México fue de 11 mil 549 pesos, refirió el Observatorio Laboral en la Encuesta
Nacional de Ocupación y Empleo STPS-INEGI, al cuarto trimestre de 2018,
mientras que en el sector minero el ingreso promedio fue de 17 mil 521 pesos, lo
que significa que es 52% superior al promedio nacional. El ingreso promedio en el
sector en 2018 superó al salario promedio de 2016, cuando se ubicó en 17 mil 280
pesos.
Al cierre del año, fueron ocupados 15 mil 576 profesionales en la industria minera,
un aumento de 6% respecto de 2017. En 2018, la carrera de Minería y Extracción
continuó como la cuarta mejor remunerada de 10 áreas del conocimiento,
recordando que, en 2014, había sido la segunda carrera mejor pagada.
El sector continúa con mejoras en sus operaciones, haciendo más eficientes los
procesos por medio de la tecnología, optimizando costos de operación para
aprovechar mejor el incremento en el precio de los metales y a su vez prepararse
para una eventual caída en el nivel de estos commodities. Si bien se ha visto un
modesto crecimiento en el flujo de capitales durante 2018, el sector invirtió 4 mil
897 millones de dólares, lo que significó un ascenso de 13.8% en comparación
con 2017 muy lejos de lo invertido en 2012, lo que refleja preocupación y aún
mucha cautela para la inversión minera en México, no obstante, la minería
continúa manteniéndose como una de las ramas productivas que atrae mayor
inversión al país.
En 2018, la Inversión Extranjera Directa (IED) en México creció 6.4% respecto de
las cifras alcanzadas en el año previo, de acuerdo con datos de la Secretaría de
Economía, llegó a 31 mil 604 millones de dólares. Los flujos de IED registrados se
canalizaron a la industria manufacturera con 15 mil 523 millones de dólares,
aportando el 49% y la generación de energía eléctrica con 13.5%. El componente
de minería captó el 6.3% por actividad económica industrial y el 4.4% a nivel
nacional.
Al finalizar el año, dicho componente alcanzó 1 mil 404 millones de dólares, el
subsector de minería de minerales metálicos tuvo un aumento importante respecto
de 2017 al pasar de 221 a 503 millones de dólares en 2018. Los servicios
relacionados con la minería atrajeron 143 millones de dólares de 231 millones
captados en 2017, el monto restante se dio por la extracción de petróleo y gas.
La caída en la IED de los servicios relacionados con la minería, se explica porque
2018 fue un año de gran incertidumbre para las empresas con actividades de
exploración.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), por cuarto año, desagregó
en 2018 al sector económico de la minería e indicó en su informe sobre la
Situación Económica, las Finanzas Públicas y la Deuda Pública, que con un
universo de 220 mil 931 contribuyentes por concepto de Impuesto sobre la Renta
(ISR), recaudó del sector extractivo del orden de 46 mil 159 millones de pesos
contra 35 mil 512 millones en 2017. La minería de minerales metálicos y no
metálicos aportó el 73.6% del total por ISR. Respecto a los ingresos no tributarios,
totalizaron 9 mil 176 millones de pesos, este monto incluye el pago por los
derechos superficiales que en 2018 ascendió a 2 mil 605 millones de pesos, un
incremento de 3.2% con relación a 2017. Respecto a la recaudación por nuevos
derechos, de acuerdo con estimaciones, ésta ascendió a 3 mil 840 millones de
pesos.
Durante el período virreinal se llamaba "Camino Rea de la a Platal" a todos los caminos
transitables en carreta, los cuales existía en un número importante en todo el virreinato. De igual
forma, se llamaba "Tierra Adentro" a los territorios poco explorados, en particular hacia el norte del
Virreinato, razón por la cual se llamó primero a Querétaro, y después a Saltillo "La Puerta de Tierra
Adentro". Por este motivo, históricamente hubo varios "Caminos Reales de Tierra Adentro".
Además del camino a Santa Fe, ciudad localizada en el actual estado de Nuevo México.
La infraestructura necesaria para la explotación, beneficio del metal, registro en las cajas reales y
su transporte hizo indispensable la fundación de haciendas de beneficio y agrícolas, de poblados
de indios y presidios para la protección de los caminos, de misiones religiosas como alternativa
evangelizadora para penetrar en el territorio; y con ello el movimiento de grandes volúmenes de
ganado tan importante para las operaciones de las minas y los carros de carga.
Palacio de Minería, UNAM, http://www.palaciomineria.unam.mx
Dirección General de Promoción y Operación Minera, Subsecretaría de Minas
Cámara Minera de México, LXXXII Asamblea General Ordinaria
Artículos de minería del “Instituto Nacional de Antropología e Historia”
Programa de minería, Secretaria de Economía, Gobierno de México

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