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Las sílabas en griego se dividían en largas (por naturaleza o por posición) y breves.
Una sílaba larga por naturaleza era toda aquella que tenía una vocal larga (a, h, i, w,
u) o un diptongo (ai, au, ei, eu, oi, ou, ui, hi); en cambio, las largas por posición
son las que tienen una vocal breve, pero van seguidas de dos o más consonantes o una
doble, ya que cierra la sílaba precedente (z, y, x). Se considera sílaba breve a toda
aquella que tiene una vocal breve y no la sigue más de una consonante. Con todo, hay
excepciones a estas reglas como los alargamientos o la muta cum liquida.
El encuentro de vocales puede dar lugar a diversos fenómenos como el hiato (dos
vocales que no forman diptongo), la sinalefa (fusión en una sola sílaba de la vocal final
de una palabra y la inicial de la siguiente), la elisión (caída de una vocal o diptongo a
final de palabra ante una inicial vocálica), la sinéresis (dos vocales que pertenecen a
sílabas distintas se funden en una sola sílaba larga), la diéresis (permite romper un
diptongo terminado en i/u en dos sílabas) o la consonantización de i o u, entre otros.
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En la versificación griega hay que hacer una distinción entre versos recitativos
(hexámetro y trímetro yámbico) y versos líricos. Los primeros se caracterizaban por la
presencia de cortes regulares, ausentes en los versos cantados, y por estar recitados en
época clásica sin acompañamiento musical; además, estos versos estaban compuestos
kata metron y kata sticon. En cuanto a los versos líricos, se utilizaban en
construcciones estróficas, en boca de un solo personaje (lírica monódica) o de un coro
que también danza (lírica coral). En época arcaica y clásica estos versos eran cantados,
aunque sólo conservemos algunas anotaciones de los acompañamientos musicales.
Eran empleados también los llamado versos asinartetos, aquellos que estaban
separados por un final de palabra y formados por dos cola de distinto ritmo. En este tipo
de versos destacan entre otros: un hemiepes y un dímetro yámbico, un enoplio y un
itifálico (erasmonideo) o un hemiepes y un colon (encomiológico).
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2.1. Prosodia latina
2.1.1. El ritmo
Entendemos por acento al particular relieve que se da a una determinada sílaba con
respecto a las otras y que permite distinguirlas en la cadena fónica, de ahí que se le
atribuya al acento una función centralizadora. Su colocación estaba determinada según
la estructura prosódica de la palabra, existiendo, por ejemplo, la llamada ley de la
penúltima (testimonio explícito de Quintiliano): si la penúltima sílaba es larga, el acento
recae sobre ella; si es breve, retrocede hasta la antepenúltima. Con todo existían
excepciones a esta norma, como palabras acentuadas en la penúltima sílaba que habían
perdido la sílaba final por alteraciones fonéticas (istúc <* istuce) o enclíticas que atraían
el acento sobre la sílaba precedente, independientemente de la cantidad de la misma.
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Sobre su carácter en época clásica y preclásica no se ha alcanzado ningún consenso,
pues hay estudiosos que piensan que es predominantemente melódico (la sílaba
acentuada es pronunciada una tonalidad más alta que las demás) y otros que lo
consideran predominante intensivo (la sílaba tónica suena con más fuerza en
comparación con el resto). En cambio, no hay dudas sobre su carácter intensivo en
época tardía.
La poesía latina era una poesía cuantitativa basada en la oposición entre sílabas
largas y breves, por lo que la cantidad de las vocales tenía un carácter distintivo. De este
modo, las vocales latinas podían ser largas o breves en función de su duración, dos o
una mora respectivamente, aunque en determinados casos se admite tanto la escansión
breve como larga de una vocal (mihi, sibi), dando lugar así a vocales ancipites o
dichronos, ya que tienen doble posibilidad de escansión.
Las sílabas se definen como un conjunto compuesto por uno o más fonemas, de los
cuales al menos uno es vocálico. Las reglas de silabación latinas, salvo excepciones, son
muy similares a las del español. Pueden destacarse las siguientes:
Cada sílaba comprende una vocal o diptongo.
Una consonante situada entre dos vocales forma sílaba con la siguiente.
Una consonante final forma sílaba si la siguiente palabra empieza por vocal
(en genus omne animantum ge-nu-som-ne y no ge-nus-om-ne).
La cantidad sílaba podía ser cerrada (terminada en consonante) o abierta (en vocal) y
era percibida por los hablantes, quienes advertían una diferencia de duración entre una
sílaba y otra. Como reglas generales de cantidad se pueden establecer las siguientes:
Largas por posición: vocal breve seguida de más de una consonante (ya
pertenezcan a la misma palabra o a diferentes) o consonante doble (x, z).
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Muta cum liquida: hay que tener cuidado con el grupo consonántico formado
por una consonante muda (b, d, g, p, t, c, ph, th, qu, ch) y una líquida (l, m, n,
r), ya que, si una sílaba termina en vocal breve y la siguiente sílaba en la
misma palabra empieza por este grupo, la primera sílaba es anceps. Si una
palabra termina por vocal breve y la palabra siguiente empieza por muta cum
liquida, la vocal de final de palabra permanecerá breve (excepto si la sigue
-gn, -tr, -fr o -br, que alargarán la vocal).
Breves por posición: es breve toda vocal seguida de vocal que no forme
diptongo (vocalis ante vocalem corripitur) o vocal breve + h + vocal
(prĕhendo). Algunas excepciones en las que la vocal es larga y no breve son:
o La -i en Dīana o en dīus.
En el caso de las sílabas interiores, hay algunas orientaciones que pueden ayudarnos
a reconocer su cantidad, como las siguientes:
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Para las sílabas finales de las palabras originariamente latinas también hay algunas
reglas que podemos seguir para conocer su cantidad en época clásica: