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El ego quiere poseer todo; esto niega la invencibilidad de la entrega, la sirvienta del
amor. El amor es universal y se da libremente, pero el ego insiste en que debe ser
poseído, que obedezca estrictamente sus dictados severos de cuándo, cómo y
dónde. En esto, el ego siempre fracasará, pues pelea la batalla equivocada. El amor
nunca podrá ser limitado ni existir por separado o aislado. Sólo mediante la
renunciación del deseo de manipular y controlar es que el ego se disolverá dentro
del ser infinito universal, el amor eterno.
Hay una historia de los Ishayas que demuestra este punto. Los monjes eran
atacados de cuando en cuando por hordas de demonios cuando estaban en
profunda meditación. No importaba cuan duro trabajasen para liberase de ellos, no
había escapatoria. Fue sólo cuando dejaron de juzgarlos como malvados que
desaparecieron o se transformaron en ninfas celestiales o ángeles. Sólo era la
interpretación que los monjes le daban a la realidad lo que les causaba dificultades.
Este reconocimiento es una etapa necesaria de la evolución.
A medida que la conciencia crece, aprendemos que todo lo que viene a nosotros es
nuestra propia creación, no la de otros. Con la claridad de este entendimiento,
dejamos de gastar energía luchando, resintiendo o reprimiendo lo que creamos.
Esto nos capacita para usar la energía de nuestros deseos para alcanzar un
desarrollo mucho más rápido.