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Benjamín de Roncesvalles El Antisemitismo Actual
Benjamín de Roncesvalles El Antisemitismo Actual
NOTA OBLIGADA
Una vez más otra, el antisemitismo está de moda. Pocos saben, sin embargo,
que tal "antisemitismo" no es más que un arma hábilmente esgrimida por el
judaísmo mundial con el objeto de desinformar y reeducar la opinión pública
mundial.
¿Por qué existe un "antisemitismo" y no existe algo semejante denominado
"antiesquimalismo" o "antiarabismo"? ¿Se fundamenta el antisemitismo en la
maldad y tontería de todos los pueblos que han convivido con los judíos o en el
pueblo "elegido" en sí? El antisemitismo, palabra insulto utilizada por los
profesionales del antirracismo, tiene sin embargo raíces políticas, económicas,
históricas, sociales y religiosas. A nadie puede escapar el hecho, por lo demás
revelador, de que la alta finanza internacional está en manos de judíos
(Rotschilds, Rockefellers, Wartburgs, Schiffs, etc), así como el marxismo (Marx
(Kissel Mordekay), hijo de un banquero judío; Zinoniev (Apfelbaum); Andropov
(Lieberman); Kamenev (Rosenfeld); Trotsky (Bronstein); Kruschev (Pearlmutter),
etc), la gran prensa mundial, medios de comunicación en general y la Meca del
cine, Hollywood.
Este pequeño libro ha de servir de iniciación sobre tan importante tema, del que
apenas se encuentra información seria en ningún lugar. Ahora que el arma
propagandística denominada "antisemitismo" vuelve a ser esgrimida a nivel
mundial para justificar leyes antieuropeas en nuestros propios países o el
comportamiento despótico de los judíos en Israel y otros países del mundo hay
que coger al toro por los cuernos y leer de una vez por todas la versión que sobre
el antisemitismo tienen los "antisemitas" (!?), rompiendo de una vez por todas el
monopolio informativo que sobre el "antisemitismo" nos ofrecen los judíos.
Primera edición: 1967 Segunda edición: Junio 1990
Depósito Legal: M109411967
EL ANTISEMITISMO ACTUAL
Supuesto previo
3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son amigos
de los cristianos.
Las relaciones entre los judíos y los cristianos nunca fueron cordiales. Así
consta por parte cristiana en los duros ataques que infinidad de santos dirigieron
hacia el pueblo que había crucificado a Jesucristo. Citemos, entre otros, a San
Hilario de Poitiers, San Gregorio, San Efraín, San Ambrosio, San Epifanio judío de
nacimiento, San Cirilo, San Juan Crisóstomo, San Agustín y San Agobardo.
La peligrosidad de los judíos ha sido expuesta por lo menos en quince
documentos pontificios, destacando en especial los promulgados por Inocencio IV,
Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Paulo IV y Pío IV. Sin embargo, los Papas siempre
defendieron a los judíos cuando eran sometidos a injustas vejaciones o a derra-
mamientos de sangre, tal como lo reconocieron públicamente los rabinos reunidos
en París en 1807. Un buen ejemplo de ello es el del gran Pontífice Inocencio III,
que prohibió, bajo pena de excomunión, forzar al bautismo a ningún judío o
desenterrar sus cadáveres para quitarles el dinero.
Ojeando la historia de los comienzos del cristianismo vemos que hay una
durísima lucha entre la nueva religión y la mosaica. San Justino, en su famoso
«Diálogo con el judío Trifón», nos dice que los judíos en cuanto podían quitaban la
vida a los cristianos. Tertuliano escribe: «Las Sinagogas de los judíos son las
fuentes de nuestras persecuciones.» San Basilio, refiriéndose a lo mismo, dice
que los judíos ya no luchan contra los paganos, sino que se han unido a ellos para
combatir el cristianismo. De este modo veremos a los judíos de Esmirna en el año
155 reclamando torturas para San Policarpo, y después harán lo mismo durante el
martirio de San Poncio de Cimiez, de San Marciano de Cesárea, etc. Es decir, y
en resumen: en los principios del cristianismo la comunidad hebrea atizó el fuego
de las persecuciones contra los seguidores de Cristo, situación que sólo cesó
lógicamente cuando el cristianismo aumentó su fuerza.
Es muy de lamentar, por tanto, pero no es sorprendente que durante la Edad
Media los judíos se encontraran relegados a una calamitosa situación. A ello
contribuyó, además - indica el padre Maticlair -, el «crimen ritual» judío,
consistente en reproducir en el Viernes Santo la pasión de Jesucristo sobre algún
niño cristiano capturado. Prueba irrefutable de este delito del que hay más de cien
casos perfectamente registrados y cuya última versión conocida tuvo lugar en
Damasco en 1840 es el hecho de que la Iglesia, por tal motivo, ha canonizado a
varias de las víctimas, entre las cuales podemos mencionar a San Dominguito del
Val, en España, a San Simón de Trento, en Italia, y a San Ricardo, de París.
La conveniencia de que los judíos queden claramente identificados es
subrayada también por Santo Tomás de Aquino. Al preguntarle la duquesa de
Brabante si los judíos debían llevar una señal distintiva para diferenciarse de los
cristianos, le responde el Santo:
«Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo con lo establecido en el
Concilio General (IV de Letrán), que los judíos de ambos sexos en todo
territorio de cristianos y en todo tiempo deben distinguirse en su vestido de
los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, a saber, que en los
cuatro ángulos de sus mantos haya orlas por las que se distingan de los
demás.»
En la controversia judeocristiana, los elementos cardinales de fricción han sido
dos: el concepto de culpabilidad colectiva y la muerte de Jesucristo.
La culpabilidad colectiva de los pueblos tiene una raigambre en el relato del
Antiguo Testamento, si bien en el Deuteronomio parece marcarse una
responsabilidad individual. ¿Cabe una culpa colectiva de los judíos en la muerte
de Cristo? En la actualidad, semejante tesis goza de poco crédito. Su aplicación
suele traer además con frecuencia odiosas consecuencias. Lo más notable, no
obstante, es que la teoría de la culpa colectiva fue remozada y puesta en
circulación en 1945 para castigar a los vencidos de la segunda guerra mundial.
Un celoso propagador de ella fue Karl Jaspers, al tratar de la «culpabilidad
colectiva» del pueblo alemán.
En septiembre de 1959, el padre Guillet, profesor de la Universidad Teológica
de Fourviére (Lyon), definía en las Conversaciones Internacionales Católicas de
San Sebastián el origen del pecado colectivo del siguiente modo:
«La actitud de éste (el pecador) consiste en desolizarizarse y en declarar
que él no tiene nada que ver con la falta y afirmar que es el resultado de una
especie de fatalidad, ya que «con este pueblo no hay nada que hacer». En
cambio, el justo, que no participa en el pecado y que lucha con todos sus
medios contra la injusticia, acepta sufrir las consecuencias del pecado
colectivo.
... hay pecado colectivo donde la comunidad, aunque no sea con total
unanimidad, asume una actitud pecaminosa.»
Cuando la teoría fue practicada en 1945 sobre las víctimas de la «rendición
incondicional», nadie protestó. Sólo cuando el arma de doble filo se ha vuelto
contra los que la patrocinaban se pide su supresión. Lo más significativo es que,
haciendo caso omiso de la lógica, muchos de los que tratan de exonerar al pueblo
hebreo de un pecado colectivo, procuran no suprimir éste, sino lanzarlo sobre
toda la humanidad. ¿No habrá mayor relación entre un judío de hoy y uno de los
que condenaron a Cristo que la que pueda haber entre este último y, pongamos
por caso, un canadiense?
Para el cristiano es dogma de fe que el Hijo de Dios se hizo hombre para
redimir a los hombres del pecado, pero esa redención hubiera podido hacerla sin
necesidad de ser crucificado por los judíos. Cierto que Cristo sabía lo que iba a
suceder (Mt. 20, 28; Mc. 10, 45, y Lc. 22, 19), pero que ofreciera su vida por todos
los hombres no significa en modo alguno que todos los hombres tomaran parte
físicamente en aquel crimen. Por tanto, si bien es cierto que no todos los judíos le
condenaron, no lo es menos que todos los que le condenaron eran judíos.
Al matar a Jesucristo, los judíos fueron, por consiguiente, causa primaria y no
un simple efecto de todas las vejaciones que luego sufrirían bajo el cristianismo.
No es un argumento muy concluyente observan los antisemitas recordar que
Cristo fue hebreo, pues también lo fueron Caifás, Judas el traidor, los que
apedrearon a San Esteban, los que mataron al Apóstol Santiago en Jerusalén,
etc.
Respecto al proceso contra Jesús, el padre Marcel Mauclair afirma que tanto los
Santos Evangelios como Hechos de los Apóstoles demuestran:
1. Que Cristo acusó a los judíos y no a los romanos ni a la humanidad de quererle matar.
2. Que fueron los judíos y no los romanos ni la humanidad en general los que planearon en varias ocasiones el
asesinato del Redentor.
3. Que los Apóstoles culparon a los judíos y no a la humanidad ni a los romanos
de la muerte de Nuestro Señor.