Está en la página 1de 31

Ejemplos

Clases de
narradores
NARRADOR EN SEGUNDA
PERSONA
Querido rey de la cabina:
¿No sabías que te iba a buscar por todas partes, por donde fuera?
¿Por qué no lo hiciste más fácil?
No hubiera ido contigo de todos modos, si no querías, pero
¿acaso no querías? Júralo que no. Pero,
Entonces ¿por qué irse de esa manera?
Ahora que sé que esta carta te va a llegar, aunque
No te la den mis manos te va a llegar, me pregunto:
¿Cómo será tu mundo ahí? Todo lo tuve que adivinar,
Tu silencio me llenó de palabras que iba encontrando,
Hebra con hebra.

¿Querías estar solo? ¿Era tanto ruido el amor?


Son demasiadas preguntas, incluso para quien no las puede oír. Ya
imagino tu cara (no te preocupes, no tienes que poner otra. Puedo
imaginarla tu cara, sólo eso)
Mejor hablo del tiempo, por ejemplo, que no es época de
lluvias y llueve.
Todo se moja sorprendido.
Cómo es la vida ¿no? Será que uno se acostumbra a que si
todos los días sale el sol, el resto tendría que ser igual de
previsible y, quizás, eso sea lo único que podamos esperar
con confianza. Lo digo sin tristeza, y sin enojo.
Hay tanta libertad en esa idea de lo imprevisible
(tú que nunca podrías ir por un camino trazado,
Bien que me entiendes)
¿No son adorables los caminos mojados?

Luis María Pescetti. Cartas al rey de la cabina


¿Recuerdas Juana?
Te conozco, Juana. Te
conozco bien desde
que viniste al mundo
aquel día de agosto.
Eras pequeña y feíta
como casi todos los
recién nacidos; por
eso su madre esperó:
te trasformarías en
una rubia de ojos
claros como las niñas
de las revistas
extranjeras
Sin embargo, el tiempo sólo (…)
acentuó tus rasgos: cabello y Don Jesús se estremeció
ojos negros y una piel oscura al mirarte; temeroso y
y tersa que brillaba como la confuso tuvo una extraña
madera fina, pero que hacía visión y cuando quiso
llorar de vergüenza a tu llamarte ya habías
madre cuando iban a traspasado el límite
visitarte. impreciso de tus propias
(..) fronteras y sentada en el
Nada recuerdas, pero eso no quicio de la puerta
modifica la huella honda, la mirabas pasar el tiempo y
forma tersa que quedó en la gente, esperando que
algún lugar de tu alma y que entrara algún nuevo
se fue grabando como un huésped que te acariciara
dibujo en la cera, en el el cabello y que
comienzo de la claridad de tu
memoria.
Subiera en silencio, sin decir
nada, porque tu padre dormía.
(…)
Yo te miraba y de pronto me
sentí muy desgraciada fuera de
las murallas tras las cuales se
elevaba la ciudad de tus
fantasías. Y lloré arrinconada
contra el muro de piedra por la
opacidad de mi cuerpo y mis
vestidos, por el peso de mis pies
y mis temores, por la pobreza
monótona y chata que me había
rodeado desde siempre; por el
tiempo caminado sin tiempo
pisando zarzas y piedras sin
sentido; lloré por el aire sin
aroma, por la sola, estéril,
realidad.
Aura. Carlos fuentes.
LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace
todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas.
Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que
has estado
bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador
joven.
Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento
perfecto,
coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud,
conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo.
Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada,
apropiada estudio.
Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la
Sorbona, historiador cargado de datos inútiles,
acostumbrado a exhumar papeles amarillentos,
profesor auxiliar en escuelas particulares,
novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso,
sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815.
Acuda en persona. No hay teléfono.
Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas
que otro historiador joven, en condiciones
semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo
aviso, tornado la delantera, ocupado el puesto.
Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.
Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites
en silencio las fechas que debes memorizar para
que esos niños amodorrados te respeten. Tienes
que prepararte
(…)
Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo
sino al día siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del
cafetín, pidas el des-ayuno y abras el periódico. Al llegar a la
pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas letras
destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el
anuncio. Te detendrás en el ultimo renglón: cuatro mil pesos.
Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de
Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la
ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud, tratando de
distinguir el numero 815 en este conglomerado de viejos
palacios coloniales convertidos en talleres de reparación,
relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas. Las
nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, con-fundidas.
El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47» encima de
la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantarás la
mirada a los segundos pisos: allí nada cambia.
NARRADOR EN PRIMERA PERSONA
Huella para pájaros. Sebastián Bejarano.

Toda la noche soñé con la tierra. Sin embargo, cuando el sueño


terminó, mi primer interés fue colocar cada pieza en su lugar.
Habíamos acordado otra partida de ajedrez apenas nos
despertáramos, pero justo antes de empezar surgió ante mí una
duda ¿si me hubiera preguntado por qué viajábamos a la tierra,
mi respuesta habría sido: quiero conocer el mar?
Sobra decir que ella nunca preguntó tal cosa, esta pregunta solo
sucedió en mi cabeza, y fue precisamente allí, en mi imaginación,
donde la respuesta fue la palabra No. Entonces comencé a pensar en
otra cosa, busqué otra palabra, otra idea que pudiera llenar el vacío
que producía aquella inquietud.

Mar era una palabra demasiado extensa y homogénea, debía encontrar


otra, en Otro lugar. ¿Aire? Si hubiera escogido aire mi respuesta
Habría sido quiero conocer el aire. No lo sé, aún no estoy seguro
Y el juego ya casi comienza. Anda, pregúntame por qué viajamos a la
Tierra. Pregúntame rápido y te daré una respuesta aérea.
(…)

Tal vez solo quiero definir la palabra volar. Sí, esa sería mi
respuesta: quiero conocer las aves. Pero también le habría
susurrado que andaba buscando su mano entre las piezas del
ajedrez recién ubicadas. Amaba yo aquella mano porque trazaba
con los dedos figuritas misteriosas en el aire, como la caída
de una hoja seca o como el vuelo de un pájaro… Sí, eso, como
un pájaro
Bartleby el escribiente. Herman Melville

Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis


actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio
interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha
escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas
judiciales.
He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría
referir diversas historias que harían sonreír a los señores
benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las
biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios
de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño
que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo
podría escribir biografías completas; nada semejante puede
hacerse con Bartleby.
No hay material suficiente para una plena y satisfactoria
biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la
literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es
indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso,
exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis
asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el
epílogo.
Las Olas. Virgina Wolf
• - Todos se han marchado ya -dijo Luis-. He
quedado solo. Han regresado a la casa para
tomar el desayuno y yo he quedado solo al pie
del muro, en medio de las flores. Es muy
temprano y las lecciones no comenzarán
todavía. En medio de las profundidades verdes
aparecen manchas de flores. Sus pétalos se
asemejan a arlequines. Los tallos emergen de
entre huecos negros, de la tierra. Las flores
nadan como peces de luz sobre las sombrías
aguas verdes. Tengo un tallo en mi mano.
Yo mismo soy un tallo y mis raíces llegan hasta
las profundidades del mundo, a través de la tierra
seca de ladrillo y a través de la tierra húmeda, a
través de venas de plomo y plata. Mi cuerpo no
es sino una sola fibra. Todas las sacudidas
repercuten en mí y siento el peso de la tierra
contra mis costados. Bajo mi frente, mis ojos son
hojas verdes, ciegas. Aquí no soy sino un niño
vestido con un traje de franela gris y tengo un
cinturón de cuero con una hebilla de cobre que
representa una serpiente. Pero allá abajo, mis
ojos son los ojos sin párpados de una figura de
granito en un desierto junto al Nilo.
Veo a mujeres que se dirigen con cántaros rojos hacia el río;
veo camellos, que se balancean y hombres con turbantes. A mi
alrededor, percibo ruido de pasos, temblores, agitaciones...
«Aquí arriba, Bernardo, Neville, Jinny y Susana (todos menos
Rhoda) rozan los parterres con sus redes para cazar
mariposas y espantan a las mariposas posadas sobre las
corolas temblorosas de las flores. Ellos rasan la superficie del
mundo. Sus redes están llenas de alas palpitantes. «¡Luis,
Luis, Luis!» gritan, pero no pueden verme. Estoy al otro lado
del seto. Sólo hay pequeños resquicios, entre las hojas. ¡Oh,
Señor, haced que se marchen de aquí! Señor, haced que
desplieguen sus mariposas sobre sus pañuelos en medio de la
arena, que cuenten a gusto sus mariposas color tortuga, sus
mariposas rojas y las blancas. ¡Pero haced que yo permanezca
invisible!
Ulises. James Joyce.
Monólogo de Molly Bloom
"...me gustan las
flores quisiera tener la que haría bien al
casa entera nadando corazón ver los
en rosas Dios del ríos y los lagos y
cielo no hay nada las flores y todo
como la naturaleza género de formas y
las montañas salvajes olores y colores
luego el mar y las brotando hasta de
olas precipitándose las zanjas
luego la hermosa
campiña con campos primaveras y
de avena y trigo y violetas eso es la
todo género de cosas naturaleza para
y todo el lindo ganado aquellos que dicen
andando por allí que no hay Dios no
daría ni el blanco
de una uña por
toda su ciencia
por qué no se ponen a el sol brilla por ti
crear algo le preguntaba
muchas veces a los ateos
me dijo el día que
o como se llamen que estábamos
vayan primero a lavarse tumbados entre
sus miserias luego van los rododendros
pidiendo a gritos un en el promontorio
sacerdote cuando se
mueren y por qué porque
de Howth con el
tienen miedo del infierno a traje de mezclilla
causa de su mala gris y su
conciencia ah sí les sombrero de paja
conozco bien quién fue la el día que
primera persona en el
universo antes de que
conseguí que se
hubiera nadie el que lo me declarara
hizo todo ah ellos no
saben y yo tampoco así
pues podrían lo mismo
tratar de impedir que el sol
saliera mañana
NARRADOR EN TERCERA PERSONA
El árbol. María
Luisa Bombal
El pianista se sienta, tose por prejuicio y se
concentra un instante. Las luces en racimo que
alumbran la sala declinan lentamente hasta
detenerse en un resplandor mortecino de
brasa, al tiempo que una frase musical
comienza a subir en silencio, a desenvolverse,
clara, estrecha y juiciosamente caprichosa.
BONSAI
ALEJANDRO ZAMBRA
Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se
había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de
Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él
se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al
final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura.

La primera noche que durmieron juntos fue por accidente.


Había examen de Sintaxis Española II, una materia que ninguno
de los dos dominaba, pero como eran jóvenes y en teoría
estaban dispuestos a todo, estaban dispuestos, incluso, a estudiar
Sintaxis Española II en casa de las mellizas Vergara….
(…) Por entonces Emilia no conocía España. Años más tarde viviría
en Madrid, ciudad donde follaría bastante, aunque ya no con Julio,
sino, fundamentalmente, con Javier Martínez y con Ángel García
Atienza y con Julián Alburquerque y hasta, pero sólo una vez, y un
poco obligada, con Karolina Kopec, su amiga polaca. Esta noche,
esta segunda noche, en cambio, Julio se transformó en el segundo
compañero sexual de la vida de Emilia, en el, como con cierta
hipocresía dicen las madres y las sicólogas, segundo hombre de
Emilia, que a su vez pasó a ser la primera relación seria de Julio.
Julio escabullía las relaciones serias, se escondía no de las mujeres
sino de la seriedad, ya que sabía que la seriedad era tanto o más
peligrosa que las mujeres. Julio sabía que estaba condenado a la
soledad, e intentaba, tercamente, torcer su destino serio, pasar el
rato en la estoica espera de aquel espantoso e inevitable día en que
la seriedad llegaría para siempre en su vida.
El nadador

John Cheveer
Era uno de esos domingos de mitad de verano
en que todo el mundo repite: «Anoche bebí
demasiado.» Lo susurraban los feligreses al
salir de la iglesia, se oía de labios del mismo
párroco mientras se despojaba de la sotana en
la sacristía, así como en los campos de golf y
en las pistas de tenis, y también en la reserva
natural donde el jefe del grupo Audubon sufría
los efectos de una terrible resaca.
—Bebí demasiado —decía Donald Westerhazy.
—Todos bebimos demasiado —decía Lucinda Merrill.
—Debió de ser el vino —explicaba Helen Westerhazy—
. Bebí ¡demasiado clarete.

El escenario de este último diálogo era el borde de la


piscina de los Westerhazy, cuya agua, procedente de un
pozo artesiano con un alto porcentaje de hierro, tenía
una suave tonalidad verde. El tiempo era espléndido.

También podría gustarte