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NARRADOR EN SEGUNDA
PERSONA
Querido rey de la cabina:
¿No sabías que te iba a buscar por todas partes, por donde fuera?
¿Por qué no lo hiciste más fácil?
No hubiera ido contigo de todos modos, si no querías, pero
¿acaso no querías? Júralo que no. Pero,
Entonces ¿por qué irse de esa manera?
Ahora que sé que esta carta te va a llegar, aunque
No te la den mis manos te va a llegar, me pregunto:
¿Cómo será tu mundo ahí? Todo lo tuve que adivinar,
Tu silencio me llenó de palabras que iba encontrando,
Hebra con hebra.
Tal vez solo quiero definir la palabra volar. Sí, esa sería mi
respuesta: quiero conocer las aves. Pero también le habría
susurrado que andaba buscando su mano entre las piezas del
ajedrez recién ubicadas. Amaba yo aquella mano porque trazaba
con los dedos figuritas misteriosas en el aire, como la caída
de una hoja seca o como el vuelo de un pájaro… Sí, eso, como
un pájaro
Bartleby el escribiente. Herman Melville
John Cheveer
Era uno de esos domingos de mitad de verano
en que todo el mundo repite: «Anoche bebí
demasiado.» Lo susurraban los feligreses al
salir de la iglesia, se oía de labios del mismo
párroco mientras se despojaba de la sotana en
la sacristía, así como en los campos de golf y
en las pistas de tenis, y también en la reserva
natural donde el jefe del grupo Audubon sufría
los efectos de una terrible resaca.
—Bebí demasiado —decía Donald Westerhazy.
—Todos bebimos demasiado —decía Lucinda Merrill.
—Debió de ser el vino —explicaba Helen Westerhazy—
. Bebí ¡demasiado clarete.