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HABERMAS
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Estrictamente no podría decirse que Kant base su teoría moral en una antropología positiva. Esto se
manifiesta en la tensión permanente que existe para el sujeto por su doble pertenencia al mundo sensible e
inteligible. El deseo y el auto interés siempre pueden hacer fracasar la empresa moral, no obstante el autor
considera que la misma es prácticamente posible. Por otra parte, la afirmación acerca de la ‘insociable
sociabilidad’ del hombre da cuenta de dicha tensión.
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Dicha regla moral de reconciliación universal es trascendental, en tanto es parte del mundo inteligible, y
procedimental, en tanto necesita de un esquema formal para disponer su cumplimiento práctico.
marcha por Descartes, tanto Kant como Hobbes creen que es el sujeto el eje de los
acuerdos o desacuerdos posibles en la sociedad. Tanto el sujeto hobbesiano que calcula
intelectualmente los medios para la satisfacción de su voluntad expresada como deseo,
cuanto el sujeto kantiano que obra a partir de su razón práctica moral, la cual resuelve la
tensión entre el mundo inteligible de las normas y el mundo sensible en donde los
hombres actúan, son parte de una misma matriz de pensamiento: la filosofía del sujeto.
Nuestra intención es volver a cuestionar, sobre una base no subjetiva, la oposición entre
el compromiso y el consenso, la oposición entre acuerdos que son simples equilibrios
de intereses mutuamente irreductibles (por tanto siempre factibles de ser retraducidos en
un nuevo conflicto) y acuerdos normativos que se sustenten en alguna regla universal
que garantice la estabilidad de los mismos. Pero para ello tendremos situarnos en un
marco dialógico que permita re-pensar la relación entre el ego y el alter (y sus acuerdos
y/o conflictos). Esto supone dejar atrás el planteo monológico (centrado en la
conciencia del sujeto) de los dos autores antes citados.
Para arribar al planteo habermasiano, que hace eje en las mutaciones filosóficas que
suponen el giro lingüístico, debemos antes dar cuenta de dos puntos que el autor alemán
destaca como fundamentales de su postura teórica (Habermas, J., 1990): el
desencantamiento de los órdenes sacro-simbólicos de lo social y la apelación de la
intersubjetividad constitutiva de las relaciones sociales. En ambos casos el planteo
habermasiano va más allá de los postulados weberianos. Está claro que toma su planteo
como punto de partida para luego reconducirlo hacia la definición de su fin teórico: la
relevancia de la acción comunicativa. En este sentido la cuestión del desencantamiento
la abre de un análisis de la secularización de los órdenes simbólico-religiosos a un
problema en términos de extensión de la racionalidad crítica de los intercambios
lingüísticos. Por un lado se racionalizan crecientemente cuestiones que se alojaban
dentro de lo que el autor define como mundo de la vida 4, o sea se ‘destapan’
convicciones culturales sedimentadas que no resisten la crítica del discurso; y por otro
se expresa lo sacro mediante el lenguaje, ya que se debe poner en discurso prácticas
simbólicas que se encontraban fijadas por ciertas prácticas rituales o convicciones no
discutidas. Así la acción comunicativa ‘penetra’ el mundo de la vida desde su tarea
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En forma muy sucinta se lo podría definir como las tradiciones culturales o acervos lingüísticos de
saberes que operan como un telón de fondo no puesto en cuestión, que permite la integración de los
mundos (objetivo, social y subjetivo) y los intercambios lingüísticos críticos entre los actores. Esto se
puede observar en J.Habermas 1982. “Observaciones sobre el concepto de acción comunicativa”, en
J.Habermas. Teoría de la acción comunicativa. Complementos y estudios previos. Madrid, Cátedra.
crítica. A su vez, en segunda instancia, el autor alemán extiende el criterio weberiano de
la intersubjetividad5, a su concepción a partir de un elemento externo a la conciencia
humana que coordina las acciones: el lenguaje. El carácter lingüísticamente mediado de
la acción social plantea el reemplazo del ‘yo pienso’ por el ‘yo digo’ como premisa de la
acción. La relación entre los sujetos (por ende el significado de sus acciones) se da ‘a
través’ del lenguaje, y ellos son sujetos en tanto hablantes-oyentes de una situación
dialógica de comunicación. Por último, es necesario aclarar que la importancia del
lenguaje en la acción comunicativa es de índole pragmática (más allá de su lógica
sintáctica o semántica), ya que en el momento que los actores están hablando están
‘haciendo’. El acto de habla se traduce de un decir formal en un hacer performativo, al
tiempo que se expresa como acción discursiva (Austin, J., 1998).
Está claro que el planteo habermasiano se opone a la tesis conflictivista de Hobbes; así
es como discute permanentemente desde su acción comunicativa contra el paradigma de
la acción teleológica. De esta manera, reformulando la discusión que planteamos desde
los autores modernos, en la primera categoría podríamos ubicar la posibilidad de una
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El planteo weberiano, dentro de una concepción estratégico-monológica, postula la acción subjetiva en
relación con la expectativa de la acción del otro.
acción orientada a un consenso normativo, mientras que en la segunda solamente una
acción orientada al éxito instrumental. La orientación al entendimiento, propio de la
tarea del lenguaje, es la que habilita a Habermas para introducir a la acción
comunicativa como un medio de coordinación social que permite pensar en escenarios
de consensos normativos. En adelante analizaremos hasta qué punto los presupuestos
formales y situacionales de la acción comunicativa habilitan a la construcción de
auténticos consensos. Para ello seguiremos:
1. La crítica del autor a la lógica estratégica del compromiso, y la preeminencia de un
paradigma evaluativo en torno a la imposición de una norma.
2. El desarrollo de los presupuestos formales mediante los cuales se garantizan los
consensos normativos.
3. Una crítica a algunos de sus supuestos, el planteo de sus límites y los interrogantes
finales.
En síntesis, más allá del fundamento decisionista sobre su carácter obligatorio, la norma
se basa sobre una pretensión de validez de la misma. Y esta validez se ancla en la
posibilidad (‘chance’) de que llegado el momento la norma puede justificarse
racionalmente de manera pública, y defenderse contra sus críticas. Así, el consenso (a
nivel macro) puede ser visto como una función justificante y legitimadora del poder, ya
que en primer lugar es necesario “demostrar la posibilidad de fundamentar las
pretensiones de validez normativa, es decir de motivar racionalmente su aceptación,
para después elucidar lo que efectivamente sucede.” (Habermas, J., 1995:124)
Está claro el argumento del autor acerca de la precedencia lógica del nivel normativo
por sobre las manipulaciones instrumentales. Ahora lo que analizaremos es el
procedimiento que propone Habermas para llevar pragmáticamente adelante (mediante
la comunicación) dichos principios éticos. En este punto es donde entra en juego su
modelo argumentativo que remite a la formalización de un principio moral. Las
pretensiones de validez aparecen, no sólo como justificaciones de una norma, sino como
potenciales críticas a la misma. Y éstas a su vez, planteadas racionalmente, deben tener
la virtud de convencer.
La búsqueda del consenso por vía de la formación discursiva de la voluntad es otro tipo
de acuerdo. No son intereses particulares los que buscan compromisos, porque no
pueden justificar su pretensión de validez, sino que es en una deliberación comunicativa
donde una comunidad crítica de hablantes esgrime sus pretensiones de validez con la
fuerza del argumento, con la fuerza de la universalización de su máxima normativa.
Habermas define como “‘racional’ a la voluntad formada discursivamente porque las
propiedades formales del discurso y de la situación de deliberación garantizan de
manera suficiente que puede alcanzarse un consenso sólo mediante intereses
generalizables, interpretados adecuadamente, es decir necesidades compartidas
comunicativamente.” (Habermas, J., 1995:131)
Una vez hecha la distinción entre compromiso y consenso, quizás habría que
interrogarse acerca de la forma en que el autor pretende trazar ‘los límites’ de la noción
de consenso dentro del marco de su teoría. Distinguir el compromiso o acuerdo puntual
(o parcial) del consenso aparece como razonable, pero habría que interrogarse hasta qué
punto el consenso es aquello a lo que se arriba mediante un procedimiento que excluye
‘absolutamente’ todo tipo de presión y fundamentalmente todo interés de las partes. En
ese caso podría contraponérsele una idea de consenso pero dentro de un campo
agonístico de deliberación. Allí las normas se blanden ‘como armas’, aunque lo más
interesante resulte de analizar las restricciones normativas que el uso de ellas impone
sobre las prácticas de los mismos contendientes. Pero esta tarea de articulación excede
el análisis del planteo habermasiano.
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La principal diferencia entre Apel y Habermas, sobre los supuestos pragmáticos de la comunicación,
estriba en que para Apel al consenso se arriba mediante la interacción de argumentos en condiciones de
diálogo estrictas, mientras que para Habermas el consenso es ‘potencialmente infinito’, por lo que el
sentido de verdad no reside en la mera circunstancia de alcanzar un consenso. Teniendo en cuenta la
exigencia de Apel sobre los presupuestos trascendentales de la pragmática comunicativa, nosotros
discutiremos los postulados habermasianos que tienen una mayor pretensión de anclaje en la vida social
1. el principio de universalización
2. la fuerza del mejor argumento
3. la situación ideal de habla
El primero y el segundo punto no pueden ser comprendidos en forma separada, uno se
articula necesariamente con el otro; mientras que el tercero aparece como un requisito
que hace posible el status normativo de la deliberación consensual-comunicativa. Pero
analicemos los puntos detalladamente.
y política.
susceptibilidad de crítica a la que los argumentos de los participantes se encuentran
sujetos. La racionalidad del debate en este caso es falible, ya que todos pueden expresar
(dentro de un horizonte hermenéutico determinado) su argumento crítico, el cual se
encuentra expuesto como el mejor. El acuerdo intersubjetivo debe basarse en dicha
apertura a la crítica, dentro de una participación pragmática cooperativa que se funda
en un acuerdo pragmático-comunicativo. Del mismo modo se arriba a la justificación de
las normas. Este proceso racional es el que permite que las deliberaciones se orienten a
la imposición del mejor argumento. De esta manera, y bajo los procedimientos lógicos
universales de la acción comunicativa, se puede llegar a la construcción de la norma en
cada instancia puntual de deliberación.
Por último, el tercer elemento describe los requisitos acerca de cómo deben
desarrollarse los procesos de diálogo comunicativo. La situación ideal de habla se basa
en los presupuestos comunicativos de los procesos de diálogo los cuales, a diferencia de
la interacción estratégica, se basan en el carácter libre e irrestricto de la generación de
las normas. Los presupuestos inexcusables de la situación ideal de habla requieren de
ciertas condiciones para la argumentación; a saber, encontrarse libres de la coerción y
de la desigualdad, a partir de lo cual todo sujeto se encuentra con capacidad de hablar,
criticar y afirmar. Las reglas del discurso (apertura crítica y ausencia de coerción)
deben ser respetadas ‘de verdad’ (Habermas, J, 1994), aún cuando en algún caso se
distorsione. Las medidas institucionales deben respetar aquellos presupuestos
pragmáticos de apertura argumentativa duradera, liberada de toda presión social o
política.
En este punto puede resultar esclarecedora la crítica que realiza Wellmer en torno a la
posibilidad del arribo a un consenso dentro de situaciones de habla distorsionadas
(Wellmer, A., 1994). Mientras los defensores de la ética del discurso deben presuponer
esta situación porque de otra manera no funciona empíricamente su estructura
conceptual12, el autor critica los soportes procedimentales del discurso ya que no
resultan suficientes para garantizar el contenido moral de los intercambios. Wellmer
plantea que “el requisito de no soslayar ningún argumento (..) no es en manera alguna
equivalente a la exigencia de no rehusarse a discurrir argumentativamente con los
demás (..) pues la obligación de no soslayar ningún argumento, obligación fundada en la
orientación validatoria del discurso, no tiene ninguna repercusión directa sobre la
pregunta de cuándo, cómo, y con quién tengo la obligación de argumentar.” (Wellmer,
A., 1994:128) Así se unen las dos críticas: una orientada a la situación ideal de habla, y
la otra que remarca el insuficiente contenido moral de los presupuestos discursivos.
Wellmer remarca lo dudoso que es hacer pasar el ‘tener que’ de las normas
argumentativas como un ‘tener que’ moral. “Si las normas de argumentación no se
pronuncian sobre si voy o no a permitir a mi interlocutor, cuyo derecho de palabra
tengo que reconocer, que ejerza en el instante siguiente este mismo derecho, entonces
mal se podrá interpretar el ‘tener que’ de las normas argumentativas como si poseyera
un contenido moral.” (Wellmer, A., 1994:129) Así vemos el hiato que existe entre la
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Nos referimos a la imposición de una lógica de acción sistémica extra-comunicativa.
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Nos referimos a la imposición de un argumento retórico que, si bien persuade a los oyentes, no permite
la crítica, con lo cual clausura el debate.
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Nos referimos a la imposición de la fuerza física y/o legal que reprime la manifestación de la crítica.
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Así como Kant tuvo que concebir el reino de los fines para darle un anclaje a su mundo inteligible de la
reflexión moral, Habermas debe sostener la situación ideal de habla como una conexión entre la
racionalidad y la verdad.
obligación de racionalidad que se orienta al reconocimiento de los argumentos y las
morales que se orienta al reconocimiento de las personas. “Es una exigencia de la
racionalidad reconocer incluso los argumentos del enemigo cuando son buenos; en
cambio, es un requisito de la moral otorgar el derecho de la palabra también a quienes
aún no pueden argumentar bien.” (Wellmer, A., 1994:130)
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Aun a sabiendas que Habermas plantea la situación ideal de habla como una reconstrucción de
presuposiciones sobre lo que debería ser.
crítica de los participantes sobre la cuestión, no permite contradecir las propias
lógicas de la distorsión. La exigencia de ‘no soslayar ningún argumento’ no permite
tener en cuenta qué personas reales, sobre qué temas y cuándo se puede
argumentar, y por consiguiente deja también sin contestar la cuestión de cuándo se
puede alcanzar un consenso real.
Por otra parte, aún dentro de una concepción potencial de la situación ideal de habla,
quizás el peligro consista en hipostasiar un supuesto de comunidad ideal de
comunicación y proyectarlo forzadamente a una comunidad real. Descombes una vez
más señala críticamente que la noción de auditorio universal como ideal regulador de
los intercambios lingüísticos no es más que un ideal, para comprender verdaderamente
los intercambios es necesario saber cómo se construyen las discusiones efectivas entre
los sujetos más allá de los axiomas formales (Descombes, V., 1999). El problema es
hacer que el ideal regulativo aparezca como un elemento reconciliador último de las
prácticas dialógicas. Suponer esto implica perder de vista una cantidad de imperativos
de otro orden que se imponen y solapan los presupuestos comunicativos 14. Por ello es
que nuestros interrogantes se dirigen en forma insistente sobre la manera en que se
construyen situaciones reales de la argumentación. Los presupuestos comunicativos no
siempre aparecen como suficientes para garantizarlas, por lo general se congregan
soportes sistémicos (organizativos) o de decisión política que garantizan (o no) las
condiciones reales de actores ‘reconocidos’ con ‘capacidad de argumentar’.
Una vez establecidas ciertas objeciones al modelo habermasiano, y más allá de los
presupuestos ideales de la comunicación que evidentemente favorecen el debate
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Aun cuando Habermas dé cuenta del problema de la ideología, J.Habermas. 1995.op.cit; y de la
colonización sistémica del mundo de la vida, J.Habermas. 1990. Op.cit.
público, de forma de arribar a un consenso en donde todos los participantes puedan
suscribir (u objetar) una solución X, parecería existir la necesidad de una voluntad que
habilite ‘situaciones reales’ favorables a dicha apertura argumentativa. Dentro de esta
línea de solución, es interesante destacar la existencia de ciertas premisas
institucionales que funcionan como presupuestos ineludibles para la posibilidad de una
deliberación efectiva (Descombes, V., 1999). No existe deliberaciones de este tipo ‘por
fuera’ de dichas premisas, y ellas en buena medida son la ‘llave maestra’ que hacen
posibles dichos escenarios de diálogo argumentativo. Bouretz agrega, a su vez, la
necesidad de una cultura política favorable para la posibilidad de la deliberación
argumentativa (Bouretz, P., 1999).