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LOS LÍMITES DEL CONSENSO RACIONAL ARGUMENTATIVO EN

HABERMAS

El objeto de la discusión será los límites de los supuestos procedimentales de la


pragmática lingüística habermasiana, que soportan la búsqueda de acuerdos en las
relaciones entre los agentes comunicativos. De alguna manera, se trata de analizar si es
posible un escenario de diálogo consensual1 entre particulares que intentan llegar a un
acuerdo. La cuestión será analizar la potencial aplicación, en el terreno práctico, de los
supuestos comunicativos de la construcción de consenso. En ese sentido dejaremos de
lado los nuevos abordajes acerca de una Teoría del discurso (Habermas, J., 1998),
donde el autor intenta justificar (a través del Derecho y la creación de leyes), cómo se
puede institucionalizar la razón práctica, para desembarcar en su etapa anterior: la Etica
del discurso (Habermas, J., 1994). En otras palabras, nos interesa poner a prueba, en el
plano de la deliberación pública y de los escenarios de diálogo y negociación, la
verificabilidad empírico-política de los principios y requisitos que impone la ética
discursiva como sustrato normativo de todo diálogo que se orienta al consenso. De esta
manera, tomaremos al Habermas más exigente en torno a los requisitos que debe
cumplir un diálogo que se quiere orientar al consenso. Lo que nos interesa preguntarnos
es si realmente dichos principios se pueden cumplir, en el marco de las conflictivas
relaciones entre los actores.

Antes de entrar en el análisis de la distinción habermasiana entre consenso y


compromiso (Habermas, J., 1995), haremos una breve digresión acerca de la
constitución de dicho debate en la filosofía práctica de la modernidad. De esta manera
podremos comprender lo que aporta de novedoso el enfoque del autor alemán. La
oposición entre los conceptos antes citados responde a dos matrices de la acción
claramente diferenciadas, las cuales aún hoy continúan discutiendo bajo supuestos
filosóficos y antropológicos distintos. Nosotros anclaremos dicha oposición en la
discusión entre Hobbes y Kant. Lo que opondremos en forma esquemática, con el sólo
fin de introducir nuestro problema central, es la antropología negativa de Hobbes a
partir de la cual es imposible pensar en una reconciliación universal bajo alguna regla
moral, dado que las relaciones humanas se basan en un perpetuo conflicto entre los
1
Abordaremos las exigencias pragmáticas del planteo teórico de: J.Habermas, 1994. Conciencia moral y
acción comunicativa. Buenos Aires, Planeta Agostini; y K.O.Apel. 1992. Una ética de la responsabilidad
en la era de la ciencia. Buenos Aires, Almagesto.
sujetos, y la perspectiva un tanto más optimista de Kant2, a partir de la cual se concibe la
existencia de una esfera de reconciliación universal en torno a reglas morales formales.

La primera matriz la podemos rastrear en los primeros capítulos del “Leviathán” de


Hobbes. Allí se expresa la concepción moderna de la acción humana en función de sus
deseos y apetitos. Las pasiones dirigen el actuar, coordinadas por la razón intelectual.
Esta combinación se orienta hacia la satisfacción del interés egoísta. La ecuación es la
siguiente: el apetito dispone un fin y el cálculo se encarga de instrumentar los mejores
medios para conseguirlo. De esta manera ‘todos’ somos sujetos egoístas en busca de la
satisfacción de nuestro autointerés (en tanto racionalización de nuestro deseo más
básico). Esta tesis conflictivista se funda en el temor por el deseo del otro, piensa la
libertad sólo en un sentido negativo: como ausencia de obstáculos para la autonomía de
movimiento. Esta concepción fisicalista imposibilita la reconciliación entre los hombres
mediante alguna regla moral, el conflicto siempre resurge ya que se basa en las únicas
leyes subjetivas existentes: aquéllas ancladas en el deseo y apetito de cada individuo. La
matriz opuesta es la kantiana. El autor postula una reconciliación universal en torno a
ciertas reglas morales. El hombre no es un individuo irreconciliable con otro, sino que al
mismo tiempo es parte constitutiva de la humanidad en un sentido universal, y ésta se
encuentra regida por reglas morales que orientan las conductas de todos los sujetos. La
construcción de la moral trascendental kantiana se apoya en una libertad positiva que
tiene en cuenta la libertad de movimiento al mismo tiempo que constituye al hombre
como legislador de sus propias leyes morales. El mismo sujeto que se somete
voluntariamente al imperativo categórico es el legislador de dicha ley moral. Así, la
acción ‘por deber’ de todos los hombres hace posible una reconciliación universal
dentro de una humanidad guiada en torno a ciertas reglas morales3.

Ahora bien, ambos paradigmas filosóficos de la modernidad, se centran en una vía


subjetiva tanto para arribar a un acuerdo universal cuanto para dar cuenta del conflicto
irreductible entre los individuos. Herederos de la filosofía de la conciencia puesta en

2
Estrictamente no podría decirse que Kant base su teoría moral en una antropología positiva. Esto se
manifiesta en la tensión permanente que existe para el sujeto por su doble pertenencia al mundo sensible e
inteligible. El deseo y el auto interés siempre pueden hacer fracasar la empresa moral, no obstante el autor
considera que la misma es prácticamente posible. Por otra parte, la afirmación acerca de la ‘insociable
sociabilidad’ del hombre da cuenta de dicha tensión.
3
Dicha regla moral de reconciliación universal es trascendental, en tanto es parte del mundo inteligible, y
procedimental, en tanto necesita de un esquema formal para disponer su cumplimiento práctico.
marcha por Descartes, tanto Kant como Hobbes creen que es el sujeto el eje de los
acuerdos o desacuerdos posibles en la sociedad. Tanto el sujeto hobbesiano que calcula
intelectualmente los medios para la satisfacción de su voluntad expresada como deseo,
cuanto el sujeto kantiano que obra a partir de su razón práctica moral, la cual resuelve la
tensión entre el mundo inteligible de las normas y el mundo sensible en donde los
hombres actúan, son parte de una misma matriz de pensamiento: la filosofía del sujeto.
Nuestra intención es volver a cuestionar, sobre una base no subjetiva, la oposición entre
el compromiso y el consenso, la oposición entre acuerdos que son simples equilibrios
de intereses mutuamente irreductibles (por tanto siempre factibles de ser retraducidos en
un nuevo conflicto) y acuerdos normativos que se sustenten en alguna regla universal
que garantice la estabilidad de los mismos. Pero para ello tendremos situarnos en un
marco dialógico que permita re-pensar la relación entre el ego y el alter (y sus acuerdos
y/o conflictos). Esto supone dejar atrás el planteo monológico (centrado en la
conciencia del sujeto) de los dos autores antes citados.

Para arribar al planteo habermasiano, que hace eje en las mutaciones filosóficas que
suponen el giro lingüístico, debemos antes dar cuenta de dos puntos que el autor alemán
destaca como fundamentales de su postura teórica (Habermas, J., 1990): el
desencantamiento de los órdenes sacro-simbólicos de lo social y la apelación de la
intersubjetividad constitutiva de las relaciones sociales. En ambos casos el planteo
habermasiano va más allá de los postulados weberianos. Está claro que toma su planteo
como punto de partida para luego reconducirlo hacia la definición de su fin teórico: la
relevancia de la acción comunicativa. En este sentido la cuestión del desencantamiento
la abre de un análisis de la secularización de los órdenes simbólico-religiosos a un
problema en términos de extensión de la racionalidad crítica de los intercambios
lingüísticos. Por un lado se racionalizan crecientemente cuestiones que se alojaban
dentro de lo que el autor define como mundo de la vida 4, o sea se ‘destapan’
convicciones culturales sedimentadas que no resisten la crítica del discurso; y por otro
se expresa lo sacro mediante el lenguaje, ya que se debe poner en discurso prácticas
simbólicas que se encontraban fijadas por ciertas prácticas rituales o convicciones no
discutidas. Así la acción comunicativa ‘penetra’ el mundo de la vida desde su tarea
4
En forma muy sucinta se lo podría definir como las tradiciones culturales o acervos lingüísticos de
saberes que operan como un telón de fondo no puesto en cuestión, que permite la integración de los
mundos (objetivo, social y subjetivo) y los intercambios lingüísticos críticos entre los actores. Esto se
puede observar en J.Habermas 1982. “Observaciones sobre el concepto de acción comunicativa”, en
J.Habermas. Teoría de la acción comunicativa. Complementos y estudios previos. Madrid, Cátedra.
crítica. A su vez, en segunda instancia, el autor alemán extiende el criterio weberiano de
la intersubjetividad5, a su concepción a partir de un elemento externo a la conciencia
humana que coordina las acciones: el lenguaje. El carácter lingüísticamente mediado de
la acción social plantea el reemplazo del ‘yo pienso’ por el ‘yo digo’ como premisa de la
acción. La relación entre los sujetos (por ende el significado de sus acciones) se da ‘a
través’ del lenguaje, y ellos son sujetos en tanto hablantes-oyentes de una situación
dialógica de comunicación. Por último, es necesario aclarar que la importancia del
lenguaje en la acción comunicativa es de índole pragmática (más allá de su lógica
sintáctica o semántica), ya que en el momento que los actores están hablando están
‘haciendo’. El acto de habla se traduce de un decir formal en un hacer performativo, al
tiempo que se expresa como acción discursiva (Austin, J., 1998).

En forma coherente con el planteo pragmático antedicho, Habermas toma distancia de


los planteos metafísicos de la modernidad y propone el desarrollo de un pensamiento
postmetafísico que desubstancialice los contenidos de los acuerdos sociales (sean
morales o de orden legal). Nos situamos en una sociedad postconvencional donde la
relación con lo normativamente válido (en tanto construcción de derecho) no es fija,
sino que se encuentra sucesivamente sujeta a crítica (Habermas, J., 1990). La
construcción del derecho deja de ser convencional, en tanto normas jurídicas atadas a
una ética de la ley (modelo kantiano) que al mismo tiempo puede ser puesto en términos
de un conflicto entre particulares (modelo hobbesiano), para dirigirse a la construcción
de un procedimiento de acuerdo que ya se encuentra ‘fuera’ del hombre y su conciencia.
Para Habermas, la posibilidad de un consenso universalmente normativo se funda en la
estructura misma del lenguaje. Por ello es que podría decirse que Habermas continúa la
empresa procedimental-formal de Kant, aunque necesariamente la haya tenido que
destrascendentalizar a través de la influencia pragmática no convencional de la acción
comunicativa.

Está claro que el planteo habermasiano se opone a la tesis conflictivista de Hobbes; así
es como discute permanentemente desde su acción comunicativa contra el paradigma de
la acción teleológica. De esta manera, reformulando la discusión que planteamos desde
los autores modernos, en la primera categoría podríamos ubicar la posibilidad de una

5
El planteo weberiano, dentro de una concepción estratégico-monológica, postula la acción subjetiva en
relación con la expectativa de la acción del otro.
acción orientada a un consenso normativo, mientras que en la segunda solamente una
acción orientada al éxito instrumental. La orientación al entendimiento, propio de la
tarea del lenguaje, es la que habilita a Habermas para introducir a la acción
comunicativa como un medio de coordinación social que permite pensar en escenarios
de consensos normativos. En adelante analizaremos hasta qué punto los presupuestos
formales y situacionales de la acción comunicativa habilitan a la construcción de
auténticos consensos. Para ello seguiremos:
1. La crítica del autor a la lógica estratégica del compromiso, y la preeminencia de un
paradigma evaluativo en torno a la imposición de una norma.
2. El desarrollo de los presupuestos formales mediante los cuales se garantizan los
consensos normativos.
3. Una crítica a algunos de sus supuestos, el planteo de sus límites y los interrogantes
finales.

1-LA RELACIÓN ENTRE EL CONSENSO Y EL COMPROMISO COMO LÓGICAS


DE ACUERDO

En principio el autor alemán desarrolla en forma clara su crítica a la injustificada


facticidad de la racionalidad teleológico-instrumental (Habermas, J., 1994). Lo que
plantea el autor es que todo orden (sea reglado o acordado) implica siempre una doble
función:
 un potencial de justificación sobre sí mismo, y
 su validez fáctica.
En ese sentido la “base de legitimidad (del orden) permite conocer los principios
últimos en los que puede apoyarse la vigencia de un poder, es decir, la pretensión de que
el gobernante sea obedecido por sus funcionarios, y todos ellos por sus
gobernados.”(Habermas, J., 1995:118) La legitimidad según ciertos principios
(normativos, dirá luego el autor) es algo que permite que el orden pueda imponerse
fácticamente. La base normativa (‘creencia en’) permite sostener todo un poder social,
que de otra manera no tendría ningún fundamento. Y esto se cumple más allá de que
puntualmente los que obedecen lo hagan por criterios instrumentales (conveniencia o
temor) que reenvían al orden a su faz fáctica (monopolio legítimo de la fuerza). Este
será el mismo argumento que (análogamente) utilizará Habermas para fundamentar la
base normativa del discurso (del diálogo), más allá de las desviaciones utilitarias que
puedan fácticamente realizarse6.

En síntesis, más allá del fundamento decisionista sobre su carácter obligatorio, la norma
se basa sobre una pretensión de validez de la misma. Y esta validez se ancla en la
posibilidad (‘chance’) de que llegado el momento la norma puede justificarse
racionalmente de manera pública, y defenderse contra sus críticas. Así, el consenso (a
nivel macro) puede ser visto como una función justificante y legitimadora del poder, ya
que en primer lugar es necesario “demostrar la posibilidad de fundamentar las
pretensiones de validez normativa, es decir de motivar racionalmente su aceptación,
para después elucidar lo que efectivamente sucede.” (Habermas, J., 1995:124)

Está claro el argumento del autor acerca de la precedencia lógica del nivel normativo
por sobre las manipulaciones instrumentales. Ahora lo que analizaremos es el
procedimiento que propone Habermas para llevar pragmáticamente adelante (mediante
la comunicación) dichos principios éticos. En este punto es donde entra en juego su
modelo argumentativo que remite a la formalización de un principio moral. Las
pretensiones de validez aparecen, no sólo como justificaciones de una norma, sino como
potenciales críticas a la misma. Y éstas a su vez, planteadas racionalmente, deben tener
la virtud de convencer.

Dando cuenta de su modelo, el autor diferencia claramente la noción de compromiso de


la de consenso. La primera, dentro del ámbito de lo que sería una deliberación
negociada, se trata de “un equilibrio de poder entre las partes en juego y la
imposibilidad de generalizar los intereses que entran en la negociación” 7. Lo que
cumple el compromiso es la idea de acuerdo entre las partes, pero lo que no pueden es
generalizar dicho acuerdo, porque se trata de reivindicaciones particulares, nunca
susceptibles de generalización por vía de las pretensiones de validez argumentativas. A
6
El ejemplo del ‘engaño’ es muy ilustrativo al respecto: éste sólo puede ‘desenmascararse’ en relación
con una base normativa de la cual se está distanciando. Así el engaño se ‘recicla’ dentro de la misma
creencia, “el potencial de acción efectiva de los hombres tiene que estar organizado de tal modo que
resista el desengaño”, y esto se reproduce a pesar de que “el engaño no puede descubrirse si es que la
creencia en la validez ha de permanecer incólume.” J.Habermas. 1995.op.cit, pp.121
7
“Cuando por lo menos una de estas condiciones generales de la formación de compromisos no se
cumple, se trata de un pseudo compromiso.” J.Habermas. 1995.op.cit, pp.136. Lo que intenta explicar es
que más allá de que la solución de compromiso no sea la manifestación de intereses generalizables, por lo
menos debe ser un equilibrio de poder. Si tampoco lo es la legitimidad del orden puede mantenerse, pero
por otras vías, llámese ideológica, cultural, etc.
diferencia del status de una negociación que intenta equilibrar el reparto de poder entre
los particulares, sólo un acuerdo sobre la base de dichas pretensiones de validez tiene
rango normativo.

La búsqueda del consenso por vía de la formación discursiva de la voluntad es otro tipo
de acuerdo. No son intereses particulares los que buscan compromisos, porque no
pueden justificar su pretensión de validez, sino que es en una deliberación comunicativa
donde una comunidad crítica de hablantes esgrime sus pretensiones de validez con la
fuerza del argumento, con la fuerza de la universalización de su máxima normativa.
Habermas define como “‘racional’ a la voluntad formada discursivamente porque las
propiedades formales del discurso y de la situación de deliberación garantizan de
manera suficiente que puede alcanzarse un consenso sólo mediante intereses
generalizables, interpretados adecuadamente, es decir necesidades compartidas
comunicativamente.” (Habermas, J., 1995:131)

Una vez hecha la distinción entre compromiso y consenso, quizás habría que
interrogarse acerca de la forma en que el autor pretende trazar ‘los límites’ de la noción
de consenso dentro del marco de su teoría. Distinguir el compromiso o acuerdo puntual
(o parcial) del consenso aparece como razonable, pero habría que interrogarse hasta qué
punto el consenso es aquello a lo que se arriba mediante un procedimiento que excluye
‘absolutamente’ todo tipo de presión y fundamentalmente todo interés de las partes. En
ese caso podría contraponérsele una idea de consenso pero dentro de un campo
agonístico de deliberación. Allí las normas se blanden ‘como armas’, aunque lo más
interesante resulte de analizar las restricciones normativas que el uso de ellas impone
sobre las prácticas de los mismos contendientes. Pero esta tarea de articulación excede
el análisis del planteo habermasiano.

2- LA FORMULA HABERMASIANA DEL CONSENSO


Retomando su argumento, creemos que los requisitos para el desarrollo de un consenso
procedimental8 se basan fundamentalmente en tres pilares:

8
La principal diferencia entre Apel y Habermas, sobre los supuestos pragmáticos de la comunicación,
estriba en que para Apel al consenso se arriba mediante la interacción de argumentos en condiciones de
diálogo estrictas, mientras que para Habermas el consenso es ‘potencialmente infinito’, por lo que el
sentido de verdad no reside en la mera circunstancia de alcanzar un consenso. Teniendo en cuenta la
exigencia de Apel sobre los presupuestos trascendentales de la pragmática comunicativa, nosotros
discutiremos los postulados habermasianos que tienen una mayor pretensión de anclaje en la vida social
1. el principio de universalización
2. la fuerza del mejor argumento
3. la situación ideal de habla
El primero y el segundo punto no pueden ser comprendidos en forma separada, uno se
articula necesariamente con el otro; mientras que el tercero aparece como un requisito
que hace posible el status normativo de la deliberación consensual-comunicativa. Pero
analicemos los puntos detalladamente.

El primer pilar es la justificación del contenido normativo de la Etica del discurso.


Frente a los argumentos escépticos acerca de la imposibilidad del consenso, de la
ausencia de los fenómenos morales y del relativismo cultural opuesto al pragmatismo
trascendental occidental; y frente a las críticas subjetivistas sobre la imposibilidad de
demostrar la verdad, sobre la imposibilidad de resolver la controversia entre las partes,
ya que discutimos ‘como si’ las prácticas se hubiesen definido por buenas razones,
Habermas plantea que el consenso alcanzado comunicativamente tiene un status
normativo (y no empírico como son los planteos subjetivistas y escépticos) dado que las
pretensiones de validez que se orientan universalmente son susceptibles de ser
justificadas mediante razones (Habermas, J., 1994). Esta apertura crítica hace que
cuando se arriba a un consenso existe un reconocimiento intersubjetivo que legitima las
pretensiones de validez. Así es como se culmina en la norma (o ley) general que opera
como principio de universalización (‘puente’) entre las distintas pretensiones de
validez, cuando todos aceptan las consecuencias de las normas, su cumplimiento
general, dentro de la cual se encuentran satisfechos los intereses de cada uno. El
principio puente es el que permite construir racionalmente (en forma análoga a la ley
científica), en el plano práctico, el contenido moral de las normas reconocidas
intersubjetivamente. Así, lo que para el destinatario es un orden establecido, para el
hablante es una promesa a cumplir, y para todos es un acuerdo normativo.

El segundo aspecto es el que justifica formalmente el carácter crítico de los procesos de


deliberación comunicativa, permite darle contenido al procedimiento formal del test de
universalización, sin por ello substancializar el proceso que siempre se basa en los
supuestos procedimentales antes señalados. Estas instancias permanentemente abiertas
permitirían que los actores esgriman sus pretensiones de validez bajo el supuesto de la

y política.
susceptibilidad de crítica a la que los argumentos de los participantes se encuentran
sujetos. La racionalidad del debate en este caso es falible, ya que todos pueden expresar
(dentro de un horizonte hermenéutico determinado) su argumento crítico, el cual se
encuentra expuesto como el mejor. El acuerdo intersubjetivo debe basarse en dicha
apertura a la crítica, dentro de una participación pragmática cooperativa que se funda
en un acuerdo pragmático-comunicativo. Del mismo modo se arriba a la justificación de
las normas. Este proceso racional es el que permite que las deliberaciones se orienten a
la imposición del mejor argumento. De esta manera, y bajo los procedimientos lógicos
universales de la acción comunicativa, se puede llegar a la construcción de la norma en
cada instancia puntual de deliberación.

Por último, el tercer elemento describe los requisitos acerca de cómo deben
desarrollarse los procesos de diálogo comunicativo. La situación ideal de habla se basa
en los presupuestos comunicativos de los procesos de diálogo los cuales, a diferencia de
la interacción estratégica, se basan en el carácter libre e irrestricto de la generación de
las normas. Los presupuestos inexcusables de la situación ideal de habla requieren de
ciertas condiciones para la argumentación; a saber, encontrarse libres de la coerción y
de la desigualdad, a partir de lo cual todo sujeto se encuentra con capacidad de hablar,
criticar y afirmar. Las reglas del discurso (apertura crítica y ausencia de coerción)
deben ser respetadas ‘de verdad’ (Habermas, J, 1994), aún cuando en algún caso se
distorsione. Las medidas institucionales deben respetar aquellos presupuestos
pragmáticos de apertura argumentativa duradera, liberada de toda presión social o
política.

3- CRÍTICAS Y LIMITES DEL MODELO


Aun cuando Habermas hace la salvedad que la situación ideal de habla no debe ser
necesariamente un escenario empíricamente verificable, el problema aparece cuando
dicha situación no es comprobable en las prácticas. Por otra parte, postular la teoría para
las situaciones libres de coerción aparece como un planteo restringido. En este sentido,
los interrogantes finales se dirigirán a la precariedad política que demuestra tener el
requisito de la situación ideal de habla.

Más allá de los supuestos público-normativos de la deliberación comunicativa que


implican la susceptibilidad de crítica permanente de toda regla; y de las reglas lógico-
semánticas del lenguaje como el principio de no-contradicción de los hablantes, el
principio de falibilidad de toda contribución discursiva, y el de la correspondencia ‘a
misma expresión, mismo significado’; la posibilidad de un debate racional que se
oriente al debate por el mejor argumento, aparece en muchos casos muy limitada a las
condiciones en el que aquél se encuentre. Las distorsiones ‘en la situación’ del debate
son fundamentales para saber si el mismo podrá o no seguir un camino racional
argumentativo, o se producirá algún desvío sistémico9, de interpretación retórica10, o
simplemente coercitivo11.

En este punto puede resultar esclarecedora la crítica que realiza Wellmer en torno a la
posibilidad del arribo a un consenso dentro de situaciones de habla distorsionadas
(Wellmer, A., 1994). Mientras los defensores de la ética del discurso deben presuponer
esta situación porque de otra manera no funciona empíricamente su estructura
conceptual12, el autor critica los soportes procedimentales del discurso ya que no
resultan suficientes para garantizar el contenido moral de los intercambios. Wellmer
plantea que “el requisito de no soslayar ningún argumento (..) no es en manera alguna
equivalente a la exigencia de no rehusarse a discurrir argumentativamente con los
demás (..) pues la obligación de no soslayar ningún argumento, obligación fundada en la
orientación validatoria del discurso, no tiene ninguna repercusión directa sobre la
pregunta de cuándo, cómo, y con quién tengo la obligación de argumentar.” (Wellmer,
A., 1994:128) Así se unen las dos críticas: una orientada a la situación ideal de habla, y
la otra que remarca el insuficiente contenido moral de los presupuestos discursivos.

Wellmer remarca lo dudoso que es hacer pasar el ‘tener que’ de las normas
argumentativas como un ‘tener que’ moral. “Si las normas de argumentación no se
pronuncian sobre si voy o no a permitir a mi interlocutor, cuyo derecho de palabra
tengo que reconocer, que ejerza en el instante siguiente este mismo derecho, entonces
mal se podrá interpretar el ‘tener que’ de las normas argumentativas como si poseyera
un contenido moral.” (Wellmer, A., 1994:129) Así vemos el hiato que existe entre la

9
Nos referimos a la imposición de una lógica de acción sistémica extra-comunicativa.
10
Nos referimos a la imposición de un argumento retórico que, si bien persuade a los oyentes, no permite
la crítica, con lo cual clausura el debate.
11
Nos referimos a la imposición de la fuerza física y/o legal que reprime la manifestación de la crítica.
12
Así como Kant tuvo que concebir el reino de los fines para darle un anclaje a su mundo inteligible de la
reflexión moral, Habermas debe sostener la situación ideal de habla como una conexión entre la
racionalidad y la verdad.
obligación de racionalidad que se orienta al reconocimiento de los argumentos y las
morales que se orienta al reconocimiento de las personas. “Es una exigencia de la
racionalidad reconocer incluso los argumentos del enemigo cuando son buenos; en
cambio, es un requisito de la moral otorgar el derecho de la palabra también a quienes
aún no pueden argumentar bien.” (Wellmer, A., 1994:130)

La importancia de la situación de habla para el análisis de los intercambios


argumentativos la resalta Descombes al plantear que el intercambio argumentativo no se
da sobre cualquier cuestión, esto inevitablemente convierte en vital el saber quién y
cómo se decide acerca de qué se va a discutir (Descombes, V., 1999). De esta manera,
parecería que los problemas situacionales en torno a la composición de la situación ideal
de habla no es un problema que lo pueda resolver la propia lógica del discurso, sino que
en muchos casos puede encontrarse condicionada a imperativos extranjeros. Los
requisitos que supuestamente se deben desprender de la ética del discurso parecen no
ser suficientes para garantizar las propias condiciones que reclama del dominio
empírico. Así, la teoría no puede imponer esa situación ideal de habla, a la vez que la
misma no puede funcionar ‘plenamente’ sin presuponer esos requisitos.

En este sentido los supuestos argumentativos solamente podrían justificarse sobre la


base de una apertura potencial a la crítica (no fáctica). Esto se nos presenta, en el mejor
de los casos, como una interesante capacidad de veto público de las distorsiones no
dialógicas de los intercambios sociales. Para sintetizar podríamos decir que:
1. Si extremamos la teoría del consenso en su sentido fuerte13 (situación en la cual
todos los participantes pueden argumentar, hablar y proponer, libre de coerciones,
alrededor de una cuestión problemática) encontramos problemas acerca de cómo
garantizar esos presupuestos, ya que reconocemos infinidad de situaciones de
deliberación que se encuentran distorsionadas bajo lógicas de poder, de retórica, o
de imperativos sistémicos.
2. Y si tomamos la teoría del consenso en un sentido débil (situación en la cual ningún
participante es en principio excluido de argumentar, hablar y proponer, libre de
coerciones, alrededor de una cuestión problemática) la regla aparece como
insuficiente, ya que la presuposición de la situación ideal de habla, como potencial

13
Aun a sabiendas que Habermas plantea la situación ideal de habla como una reconstrucción de
presuposiciones sobre lo que debería ser.
crítica de los participantes sobre la cuestión, no permite contradecir las propias
lógicas de la distorsión. La exigencia de ‘no soslayar ningún argumento’ no permite
tener en cuenta qué personas reales, sobre qué temas y cuándo se puede
argumentar, y por consiguiente deja también sin contestar la cuestión de cuándo se
puede alcanzar un consenso real.

Así, la crítica (no su susceptibilidad de crítica) parece encontrarse en un plano externo


a la deliberación, por lo general colonizado por otros imperativos, y desde una función
defensiva. Pero aunque la última teoría política y social habermasiana plantea
específicamente los límites prescritos por la ética del discurso (Habermas, J., 1998), los
mecanismos contra-comunicativos de la acción política y social no operarían más que
como función de denuncia. En este caso, las distorsiones siguen estando en un lugar
central, y la crítica se ocuparía de una tarea lateral y en la mayoría de los casos puntual.

Por otra parte, aún dentro de una concepción potencial de la situación ideal de habla,
quizás el peligro consista en hipostasiar un supuesto de comunidad ideal de
comunicación y proyectarlo forzadamente a una comunidad real. Descombes una vez
más señala críticamente que la noción de auditorio universal como ideal regulador de
los intercambios lingüísticos no es más que un ideal, para comprender verdaderamente
los intercambios es necesario saber cómo se construyen las discusiones efectivas entre
los sujetos más allá de los axiomas formales (Descombes, V., 1999). El problema es
hacer que el ideal regulativo aparezca como un elemento reconciliador último de las
prácticas dialógicas. Suponer esto implica perder de vista una cantidad de imperativos
de otro orden que se imponen y solapan los presupuestos comunicativos 14. Por ello es
que nuestros interrogantes se dirigen en forma insistente sobre la manera en que se
construyen situaciones reales de la argumentación. Los presupuestos comunicativos no
siempre aparecen como suficientes para garantizarlas, por lo general se congregan
soportes sistémicos (organizativos) o de decisión política que garantizan (o no) las
condiciones reales de actores ‘reconocidos’ con ‘capacidad de argumentar’.

Una vez establecidas ciertas objeciones al modelo habermasiano, y más allá de los
presupuestos ideales de la comunicación que evidentemente favorecen el debate

14
Aun cuando Habermas dé cuenta del problema de la ideología, J.Habermas. 1995.op.cit; y de la
colonización sistémica del mundo de la vida, J.Habermas. 1990. Op.cit.
público, de forma de arribar a un consenso en donde todos los participantes puedan
suscribir (u objetar) una solución X, parecería existir la necesidad de una voluntad que
habilite ‘situaciones reales’ favorables a dicha apertura argumentativa. Dentro de esta
línea de solución, es interesante destacar la existencia de ciertas premisas
institucionales que funcionan como presupuestos ineludibles para la posibilidad de una
deliberación efectiva (Descombes, V., 1999). No existe deliberaciones de este tipo ‘por
fuera’ de dichas premisas, y ellas en buena medida son la ‘llave maestra’ que hacen
posibles dichos escenarios de diálogo argumentativo. Bouretz agrega, a su vez, la
necesidad de una cultura política favorable para la posibilidad de la deliberación
argumentativa (Bouretz, P., 1999).

En consecuencia, la cuestión se trataría de un problema institucional que permita


instaurar reglas de juego que den cuenta de la legitimidad del debate racional
argumentativo. En última instancia, hacer concebible un escenario de generación de
consensos no va de suyo a partir de presupuestos lógicos, sino que habría que
preguntarse hasta dónde se encuentran garantizadas las condiciones de posibilidad para
su expresión. En muchos casos las posibilidades de construcción de un escenario de
deliberación argumentativa supone decisiones de alguna autoridad soberana, alguna
negociación entre los actores, persuadir al otro de la necesidad de dialogar de manera
crítica sin coerción alguna. Finalmente, en forma evidente, todos estos supuestos
exceden el marco de interpretación habermasiano, por lo tanto es necesario abrir la
dimensión racional-argumenativa para pensar el problema de manera heterogénea,
interrelacionando dicha dimensión con elementos de orden retórico y hasta de
negociación de intereses (Urfalino, P., 1999). Una vez evidenciado el carácter
insuficiente del planteo habermasiano bajo sus presupuestos lógicos, por qué no
reflexionar en torno a esta ‘ventana’ que permitiría comprender, y habilitar, múltiples
escenarios de deliberación efectiva.

Dando cuenta de la permeabilidad de la reflexión en torno al problema de la


construcción de consensos, incluso podríamos preguntarnos hasta dónde el modelo
habermasiano de generación de consensos dentro de un estado de derecho no sigue
dependiendo de la existencia de un Estado Nación como ‘sol empírico de su sistema’.
BIBLIOGRAFÍA

(Apel, K.O, 1992) Una ética de la responsabilidad en la era de la ciencia. Buenos


Aires, Almagesto
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