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El extraño caso del ladrón de globos

Eva María Rodríguez


Había una vez un ladrón muy peculiar que se dedicada a robar los globos a los niños. El ladrón
permanecía escondido hasta un niño inflaba un globo y, en cuanto lo ataba, salía corriendo y le
quitaba el globo.
Pronto corrió la noticia de que había un ladrón que robaba los globos a los niños nada más
hincharlos, así que la gente empezó a tomar precauciones. Niños y mayores se rodeaban de gente
para hinchar sus globos y enseguida les colocaban una cuerda que ataban a sus muñecas para que
el ladrón no pudiera llevárselos.

-¡Maldición! -dijo el ladrón de globos cuando descubrió lo que estaba haciendo la gente-. Tendré que
cambiar de estrategia.
Por aquellos días llegó a la ciudad una caravana de feriantes. Y entre los puestos de algodón dulce y
manzanas caramelizadas se colocó un vendedor de globos.

-Esos sí que son buenos globos -dijo el ladrón-. ¡Qué maravilla! ¡Si flotan y todo! Tengo que
conseguir unos cuantos.

Pero los globos estaban muy bien atados. Además, el vendedor no se separaba de ellos.
-Se los quitaré a los niños antes de que se los aten a la muñeca -pensó el ladrón.
El ladrón se escondió muy bien y, en cuanto el vendedor soltaba el globo del racimo para dárselo al
niño, salía corriendo a la velocidad del rayo y se lo llevaba.

-Esto tiene que acabar -dijo el capitán de policía-. Hay que pensar algo para atrapar a este
malhechor.

-Tengo una idea -dijo el agente Ramírez-. El ladrón debe ser bastante pequeño para pasar
desapercibido, así he pesando que…. -Y le contó su plan.

-No hay nadie tan grande como para poder llevar a cabo ese plan -dijo el capitán.

-Sin ánimo de ofender, capitán, usted es bastante grande -dijo el agente Ramírez-. Pesa por lo
menos 120 kilos, y si le añadimos algo de peso para ayudarle….

-Vale, vale, está bien, Ramírez -dijo el capitán-. Mañana mismo lo haremos.

Al día siguiente, el gran capitán de policía se disfrazó de vendedor de globos y cogió un racimo de
globos enorme. Como el que no quiere la cosa, hizo como que se despistaba y enganchó el racimo
de globos en un gancho que habían colocado estratégicamente en un banco del parque donde
estaban los puestos de los feriantes.

En cuanto lo vió, el ladrón salió corriendo y cogió el racimo de globos. Pero el racimo tenía tantos
globos y el ladrón era tan pequeño que no pudo sujetarlos y salió volando con ellos.
-¡Suelta los globos! -le gritaban desde abajo. Pero el ladrón no estaba dispuesto a renunciar a sus
globos, y se fue volando con ellos.

Los policías tuvieron que seguir al ladrón y esperar a que los globos fuera perdieron aire para que el
ladrón pudiera aterrizar. Allí lo apresaron y lo llevaron al calabozo.

El ladrón de globos fue condenado a inflar los globos de los niños pequeños hasta que aprendiera a
portarse bien. Pero el ladrón estaba tan contento inflando globos que decidió seguir ayudando a los
niños. Y así se quedaron todos contentos.
El inspector Golósez y el extraño caso del robo de dulces
Eva María Rodríguez
En Villadulzona ha ocurrido una tragedia. Todos los dulces, gominolas, caramelos y chucherías han
desaparecido. También han desaparecido el azúcar, los colorantes y todos los ingredientes que se
usan para hacer los dulces.
La gente no sabía qué hacer. Toda la ciudad depende de que la policía encuentre todo lo robado,
pues en Villadulzona no se hace otra cosa que fabricar dulces. La urgencia era tal que la policía
decidió llamar al inspector Golósez, unos de los inspectores más avispados de todo el país.

El inspector Golósez llegó raudo y veloz, motivado no solo por su compromiso policial, sino también
por su propio interés personal. Al fin y al cabo, las golosinas fabricadas en Villadulzona eran sus
favoritas, y no estaba dispuesto a renunciar a ellas.

En sus primeras pesquisas, el inspector Golósez llegó a una conclusión importante. Y así se lo
comunicó a los policías de Villadulzona.
-No cabe duda de que estamos ante un ladrón muy goloso -dijo el inspector Golósez-. Muy goloso y
muy tragón, a juzgar por la gran cantidad de dulces que se ha llevado.
-Nosotros pensábamos más bien que se trataba de una banda organizada dedicada al tráfico ilegal
de chucherías -dijo el capitán de policía.
-¿Una banda? -dijo el inspector Golósez.

- Parece difícil que una sola persona sea capaz de robar todas las chucherías y los ingredientes para
hacerlas en una sola noche -dijo el capitán.
-En poco tiempo el mal humor y el dolor de cabeza se apoderarán de la ciuidad debido a la falta de
azúcar -dijo el inspector Golósez-. Todo el que no sufra estos síntomas será sospechoso.

Pasaron los días y el mal humor y el dolor de cabeza empezaron a aparecer en los ciudadanos. En
todos, excepto en los fabricantes de chucherías.
-Aquí hay algo que no cuadra -dijo el inspector Golósez-. Hay que investigarlo.
Así fue como el inspector Golósez descubrió que los fabricantes, hartos ya de hacer dulces, habían
decidido acabar con ellos por las malas.

-Cuando fue a investigar a las fábricas, descubrí que todos ellos habían empezado a traer otros
productos para fabricar algo diferente -explicó el inspector Golósez a los policías-. Se han puesto de
acuerdo y están haciendo ¡productos saludables!

El horror se apoderó de todo el cuerpo de policía. ¿Qué pasaría entonces?


-Me han dicho -continuó explicando el inspector Golósez -que los dulces que fabricaban eran muy
perjudiciales para la salud y que eran aditivos. Y como no sabían cómo parar, decidieron hacerlo de
forma radical. Mañana empezarán a vender los nuevos productos.
-¡Qué horror! -dijo el capitán-. La ciudad entera se sublevará, y luego las ciudades vecinas. ¡El país
entero será un caos!

Sin embargo, no pasó nada de esto. Al día siguiente, cuando las tiendas se llenaron de los nuevos
productos, la gente quedó encantada. En vez de dulces y chucherías ahora había mermeladas y
gelatinas hechas con edulcorantes naturales, dulces elaborados con miel, refrescos de fruta natural y
una gran cantidad de tartas y dulces ligeros hechos con ingredientes saludables.

-Parece que no vamos a tener que cambiar el nombre a la ciudad -dijo el inspector Golósez-. Parece
que lo saludable no está reñido con lo delicioso.
Y así fue como Villadulzona se reinventó, sin dejar de hacer honor a su nombre y su fama.
El caso del detective desaparecido
Eva María Rodríguez
En la comisaría de Villacorriendo no se paraba de trabajar, como en el resto de la ciudad. Porque los
de Villacorriendo no paraban en todo el día, salvo el rato que se dedicaban a dormir, que tampoco
era mucho.

Pero ese día algo había pasado, algo que había puesto patas arriba la comisaría. Pasaban diez
minutos de la hora de inicio del turno y el detective más antiguo de la comisaría nos de había
presentado a trabajar. Le llamaron, pero no contestaba. Estaba desaparecido.desaparecido.

Y eso era toda una tragedia, porque era uno de los policías más productivos de toda la historia de la
comisaría de Villacorriendo. Ni un solo día de vacaciones se había cogido el detective en toda su
carrera. Ni un solo día había llegado tarde a trabajar, ni se había ido antes de terminar el turno.
Tampoco se había cogido ni un solo día de baja, ni siquiera por enfermedad. Era todo un ejemplo
para la comisaría de Villacorriendo.

Enseguida, todos los agentes se pusieron a trabajar. Volaban papeles, sonaban teléfonos, corrían
personas y animales, se oían órdenes… Aquello era importante. Lo más importantes que habían
tenido que investigar en los últimos cuarenta años, los mismos que llevaba el detective que
buscaban.
Los policías peinaron toda la ciudad. Los habitantes colaboraron en todo lo que pudieron. Abrieron
todas las puertas, todos los armarios, todos los cajones… Se registraron sótanos, almacenes, baños
públicos…

La búsqueda del viejo detective no se detuvo en una semana ni por un segundo. Pero no dio
resultado. Hasta que alguien tuvo una idea:

-¿Habéis mirado en su escritorio? -dijo un joven agente.

-Los cajones son demasiado pequeños para que se haya metido allí -contestó otro policía. Pero
como llevaba dos días sin dormir, el agente no le dio importancia a su respuesta.

-Tal vez haya alguna nota, alguna carta… algo -dijo el joven agente.
Y allí fueron todos, a ver si en la mesa había algo. Y ¡vaya si lo había!

-¡Fijaos, es una nota! -dijo alguien. Y la abrió. Esto es lo que decía:


Queridos compañeros:
¡Me jubilo! Por fin podré descansar y parar un poco. No he querido despedirme en persona para no
interrumpiros. Y porque seguro que alguno intentaba convencerme para que no me jubilara todavía.
¡Jeje! Espero que no tardéis mucho en ver esta carta. Aunque, conociéndoos, seguro que removéis
la ciudad entera antes de dar con ella.
¡Hasta pronto!
-¡Se ha jubilado! -gritaron varios policías a la vez.

Y ahí acabó la búsqueda. Ese día, por primera vez, en la comisaría no se movió ni una mosca
durante cinco minutos. ¿Estarían preguntándose por qué se pasaban el día corriendo? ¿O si merecía
la pena?
-Vamos, vamos, que hay mucho que hacer -dijo el capitán.
Y todos se pusieron en marcha, aunque en realidad no había nada que hacer. Porque, a pesar de
que en Villacorriendo no se paraban de hacer cosas, era un lugar tranquilo en el que la policía
apenas tenía nada que hacer.

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