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J.

Castellano, Teología y espiritualidad de la LH 2012

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

La reflexión teológica y espiritual ilumina el significado de la plegaria comunitaria de la Iglesia y


ofrece las motivaciones más profundas para una digna celebración a nivel pastoral.
Ya el mismo nombre de «LITURGIA DE LAS HORAS» tiene un significado teológico fundamental. La oración
eclesial comunitaria es en realidad «LITURGIA», ejercicio el sacerdocio de Cristo en la asamblea cristiana,
celebración del misterio en su doble dimensión de santificación y de culto, aunque prevalezca la dimensión
cultual que es propia de la «oración», como respuesta a la Palabra y a la acción santificante.
Por su peculiaridad entre las acciones litúrgicas, es una celebración de la «oración», y de hecho la
Liturgia de las Horas es un verdadero «microcosmos» de la plegaria de la Biblia y de toda la tradición
cristiana, desde sus orígenes hasta nuestros días.
La denominación «DE LAS HORAS» marca concretamente esa oración que está presente en todas las
otras celebraciones litúrgicas, envueltas siempre en el diálogo de santificación y de culto, de palabras y
respuestas, con una nota peculiar : es una oración que ritma el curso del día y pone su cadencia celebrativa
en los diversos momentos de la jornada; con una memoria de los acontecimientos salvíficos acaecidos en los
diversos tiempos del día; con una oblación y santificación del tiempo propicio, que la comunidad cristiana
transcurre entre el trabajo y el descanso.
Fundamentalmente, tenemos, pues, tres grandes líneas de teología y espiritualidad:
 La dimensión litúrgica,
 La especificidad orante,
 La inserción en el tiempo de la salvación y en la historia de los hombres.

A. SIGNIFICADO TEOLÓGICO DE LA PLEGARIA CRISTIANA


La oración cristiana todavía no ha encontrado su puesto privilegiado en el ámbito de los tratados de
teología. La teología se ha desentendido de una reflexión seria sobre la oración y ésta se encuentra todavía sin
una apropiada teología sistemática que la centre en el diálogo con los grandes temas de la fe. Ni se puede
construir una cristología en la que falte el corazón pulsante de la experiencia filial de Jesús de Nazaret, en
diálogo con el Padre para llevar a cabo el camino de su misión y la consumación de su misterio pascual. Ni se
puede diseñar una «eclesiología» si falta esa dimensión de «comunidad orante», templo del Espíritu.
De todas formas, aunque falte una teología refleja, no ha faltado nunca en la Iglesia esa mistagogía
orante construida por la oración del pueblo de Israel, por la oración de Jesús y por la oración de la
comunidad cristiana, en un diálogo jamás interrumpido a lo largo de los siglos, gracias a esa conciencia que la
Iglesia ha tenido de ser una comunidad orante.
La renovación de la Liturgia de las horas ha contribuido notablemente a estimular una seria reflexión
teológica sobre la oración desde todos los puntos de vista. La constitución apostólica de Pablo VI ‘Laudis
Canticum’ y la OGLH han recogido las líneas esenciales de esa «teología de la oración cristiana».
La Laudis Canticum podemos decir que es un documento que constituye una primicia dentro de la
reflexión sistemática del Magisterio de la Iglesia acerca de la oración. Completado recientemente por la Carta
de la C. para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la meditación cristiana en la que se recuerdan
principios esenciales de una teología de la oración.
A partir de la OGLH vamos a intentar trazar las líneas fundamentales que permiten evidenciar el
significado teológico de la plegaria cristiana. Nuestra reflexión tendrá presente siempre la oración litúrgica de la
Iglesia en lo que llamamos la Liturgia de las Horas,
o como expresión de una oración que es a la vez personal, comunitaria y eclesial,
o que ritma los momentos del día
o y celebra todo el misterio de la salvación en el amplio cauce del Año litúrgico.
Aparecerá con claridad que la plegaria de la Iglesia es

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o fuente, - culmen - y norma de toda oración cristiana. Y la Liturgia de las Horas podrá ser
auténtica escuela de oración donde la Iglesia nos enseña a orar. (cf art. J. Castellano, Oración
y liturgia en NDL 1456-1474).

 1. LA ORACIÓN EN EL DIÁLOGO DE LA SALVACIÓN


El significado de la oración cristiana arranca de la teología de la salvación.
 Es respuesta a una llamada,
 Es celebración de una historia acogida de un Dios que habla y se entrega. Por eso, la oración
bíblica es «narrativa», cuenta las hazañas de Dios, las maravillas que él ha hecho. Y a la vez
tiene el tono familiar de un diálogo de amistad que se intensifica en la medida que la
revelación avanza y tiene su culmen en Jesucristo y en el don de su Espíritu, derramado en
los corazones de los fieles.
Vamos a iluminar esta referencia fundamental a la oración a partir de la Dei Verbum y de una
sugestiva síntesis de M. Magrassi acerca de las leyes estructurales de la oración cristiana.

1.1 Una teología de la oración a partir de la «Dei Verbum»


El n. 33 de la OGLG afirma que la estructura esencial de la Liturgia de las horas consiste en un
coloquio ente Dios y el hombre. Ese «coloquio entre Dios y el hombre» es el diálogo de la revelación, es la
historia de la salvación.
Es importante pues recuperar algunos temas fuertes de la Dei Verbum en una lectura esencial de sus
grandes principios teológicos, con referencia a algunos números clave
[…. Ver pp. 365-366]
La originalidad de la oración cristiana que la liturgia de la Iglesia salvaguarda de toda contaminación
paganizante o reductiva, radica en esa iniciativa de Dios, en la certeza de una autorrevelación personal de Dios
en la economía de la Trinidad. La oración no parte de una hipotética necesidad del hombre. Ni es una
búsqueda individual incierta, como si Dios no hubiera roto su silencio o como si no fuera él quien ha invitado a
ese diálogo de salvación que conduce a la comunión con él. La oración no es una secreta satisfacción de
inquietudes subjetivas, ni un grito que se pierde en un firmamento vacío; todo esto es pura ilusión, tentación
acechante de muchos cristianos.
La oración cristiana es la respuesta a la revelación. Toda su certeza radica en la Palabra, que cuando
se proclama y se acoge actualiza lo que revela. Esa oración que acoge la revelación actualizada es la lógica
respuesta del hombre. Por eso, no hay auténtica educación a la fe, como respuesta personal a Dios y a lo que
nos revela en Cristo, si no hay una coherente educación a la oración como celebración personal y comunitaria
de la fe. Y por eso la Iglesia es esencialmente una comunidad orante que actualiza, en el diálogo de la
liturgia, la alianza con Dios, dinamiza la acción evangelizadora y testimonial, volviendo continuamente a las
fuentes puras de la plegaria, donde se abre al Dios que se revela a sí mismo y revela su plan de salvación.
La oración de la Liturgia de las Horas nos ofrece una realización ejemplar de ese diálogo de la
revelación. Es suficiente recordar algunos principios y algunas realizaciones concretas.
1. La oración de la Liturgia de las horas es esencialmente bíblica por contenido y por sus formas ya
que todos los elementos o son bíblicos o están al servicio de una mejor comprensión de la Palabra de
Dios. Mantiene la estructura esencial de ser «un coloquio entre Dios y el hombre», o tal vez mejor,
entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su esposa la Iglesia.
2. Realiza además el principio característico del dialogo orante, ya que «en la celebración litúrgica,
la lectura de la S. Escritura siempre va acompañada de la oración, de modo que la lectura
produce frutos más plenos, y a su vez la oración, sobre todo la de los salmos, es entendida, por
medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más intensa» (OGLH 140).
La Liturgia de las horas, que en cada celebración tiene como una “liturgia de la palabra”, ofrece
también en miniatura el método de la ‘lectio divina’: la atenta proclamación y lectura, el silencio de la
meditación y la contemplación, la respuesta orante personal y comunitaria, que después tiene que traducirse en
realización de la palabra escuchada.
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3. Finalmente, la celebración comunitaria de la Liturgia de las horas, con el valor eclesial que siempre
tiene, incluso cuando se celebra individualmente, nos recuerda el sentido comunitario de esa
historia de la salvación y esa dimensión colectiva, de la escucha y de la respuesta, porque como
dice la SC 33, “En la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio. Y el pueblo
responde a Dios con el canto y la oración”.
Así se nos recuerda que el ministerio de la salvación y de la alianza tienen un carácter comunitario,
porque: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos
con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG 9). La oración
de la Iglesia, pues, actualiza y celebra de una manera muy peculiar ese misterio de la revelación divina.

 2. Las leyes estructurales del diálogo con Dios


[pp. 369-370 de: ‘La celebración en la Iglesia III)]

 3. Hacia una teología de la plegaria de la Iglesia


Uno de los frutos maduros de la reforma litúrgica posconciliar ha sido sin duda el nuevo Oficio
Divino. Pero difícilmente se podría entender el rico entramado de una reforma de tal envergadura sin la OGLH
que constituye una síntesis teológica y pastoral de notables valores, quizá uno de los documentos más
bellos a nivel doctrinal de toda la renovación litúrgica realizada tras el Concilio.
El primer capítulo es ya un esbozo sugestivo y estimulante de una “teología de la plegaria eclesial”.
Algunos de sus principios tienen una aplicación más amplia, ya que pueden forjar una auténtica teología de la
oración personal del cristiano. De hecho, la plegaria de la Iglesia es la escuela de la oración y de la
contemplación. Siguiendo, pues, las líneas de la OGLH, podemos trazar una teología de la plegaria eclesial. En
el centro de esa teología está sin duda la densa síntesis de los nn. 3-4 sobre la oración de Cristo, en la que se
ilumina y resume toda la teología de la oración bíblica y en la que alcanza su sentido y su plenitud toda oración
humana, suscitada secretamente por el Espíritu Santo en el corazón de tantos hombres religiosos de todos los
pueblos, épocas y religiones (cf OGLH 6-8).
Otra preciosa síntesis contenida en los nn. 100-109 de la OGLH: comprenderemos la opción decidida
de la Iglesia por las vetustas fórmulas del salterio, a pesar de las fluctuaciones históricas y las propuestas que
se hacían en vista del a reforma del Oficio Divino.
Glosamos esas líneas maestras de teología de la plegaria eclesial en la OGLH.

 II. DIMENSIÓN DIVINA Y HUMANA DE LA PLEGARIA CRISTIANA

La oración cristiana participa de la riqueza misma del misterio de la salvación.


Cuando ora la Iglesia en uno de sus miembros y en una de sus expresiones, se revela y realiza como el
sacramento de la salvación en el que coinciden la presencia y la acción del Padre, de Cristo y del Espíritu; y
la “humanidad” de la Iglesia se expresa también con todo el realismo y riqueza de la antropología de la oración.

 1. LA DIMENSIÓN TRINITARIA
La plegaria cristiana implica siempre una acción de la Trinidad. Es el diálogo del Padre por Cristo en
el Espíritu Santo con sus hijos. Y es la respuesta que en el Espíritu, por Cristo, el pueblo sacerdotal da a su Dios.
La misma celebración de la Liturgia de las horas, con toda su riqueza expresiva, convierte esta «teología», que
no es otra que una reflexión sobre los datos de la fe y los textos de la plegaria, en auténtica mistagogía o
experiencia del misterio. Mientras ora la Iglesia, obra la Trinidad. Porque el Padre habla y recibe la alabanza;
Cristo está en medio de la comunidad orante; el Espíritu suscita y eleva toda expresión humana al rango de
oración de los hijos de Dios.

1.1. El Padre, fuente y meta de la oración


La oración eclesial, como la de Cristo, se dirige siempre al Padre como respuesta a su Palabra y a su
Espíritu. En los labios de la Iglesia florece ese “Tú” filial que con audacia y confianza los hijos pueden dirigir al
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Dios altísimo, como Jesús nos ha enseñado (cf OGLH 3): [la referencia al “canto que se canta perpetuamente en las
moradas celestiales, se remite a la Bula de Urbano VIII del 25 de enero de 1631, Divinam Psalmodiam]. El Padre es fuente de
la oración porque de él viene el Espíritu que hace posible, como un don personal derramado en nuestros
corazones, nuestra osadía de llamarlo Padre. Una atenta celebración de la oración nos pone siempre ante el
Padre de NSJC que encontramos con frecuencia en cánticos y preces. El Dios de la oración es ese Dios
presente, cercano, a quien podemos llamar Abbá, Padre, sintiéndolo presente en la asamblea de los hijos, en
medio del pueblo sacerdotal, que en su referencia teologal es el Pueblo de Dios Padre. La plegaria cristiana
alcanza la máxima intimidad y suscita también en el corazón (del Padre) la perfecta glorificación, que se realiza
cuando los hijos conocen y reconocen sus obras y se comprometen a hacer su voluntad.

1.2. Jesucristo, modelo, maestro, mediador


El carácter cristológico y cristocéntrico de la plegaria cristiana ha encontrado en la OGLH una rica y
cabal explicitación teológica y espiritual. Cristo, en efecto, marca decisivamente la oración humana, eleva a su
máximo esplendor la oración de su pueblo, al asumir los salmos, himnos, actitudes propias del pueblo de Israel.
Pero como Hijo amadísimo del Padre nos revela su intimidad dialogante con el «Padre» y nos habilita a orar
como él oró en los días de su vida mortal: en el esplendor de la gloria del Tabor, en la lucha angustiosa del
Getsemaní, en la extrema confianza del grito de abandono en la Cruz, o en la cotidiana normalidad de su vida
pública.
En esta perspectiva, es preciosa la síntesis sobre la oración de Jesús que trata el n. 4 de la OGLH,
empedrada de citas evangélicas. Con una clave hermenéutica que ofrece el secreto de la adoración de Jesús,
se afirma que “su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso parecía fluyendo de la misma”.
Jesús es maestro y modelo de oración: El n. 5 ofrece los textos fundamentales de este magisterio que
después los apóstoles han asumido y han prolongado.
En una perspectiva ya más directamente eclesial, la dimensión cristológica de la oración pertenece a
la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, y en ella a los bautizados, injertados con él en el Bautismo, partícipes de la
filiación divina. De aquí que el sacerdocio de Cristo, clave de la compresión de su ministerio ascendente y
descendente, participado ahora a todos los cristianos mediante el Bautismo, constituya el fundamento, la
razón y la dignidad de la plegaria de los hijos de Dios. En esta hermosa teología del sacerdocio de los
fieles y en su consiguiente habilitación para el culto divino, tenemos el fundamento del derecho y de la
obligación de todos los fieles a participar en la plegaria de la Iglesia. No se trata de deputatio jurídica, sino de
habilitación teologal, de una gracia que exige también una respuesta. Todo fiel es liturgo, y toda comunidad de
simples laicos puede hacer de su oración eclesial una auténtica Liturgia de las Horas, sin necesidad de otro
título externo que se le pueda añadir (cf OGLH 7; 14; LG 10: fundamento directo del derecho y deber de los bautizados
para participar en las acciones litúrgicas).
Con estas premisas de rigurosa y novedosa teología, la OGLH se apropia de un hermoso texto de
san Agustín para reclamar el carácter cristocéntrico de la oración eclesial. Cristo es, en efecto, «el que ora
por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros». (El texto de san Agustín del comentario al salmo 85, I ya
había sido citado por Pío XII en la Mediator Dei n. 142, aunque un poco más escuetamente. Cf OGLH 7, nota 18 de la p. 378).
Hay otra dimensión que se desprende de estos principios. Se trata de la dignidad y eficacia de esta
oración eclesial y del alcance universal con el que la Iglesia abraza a todo el género humano: «En Cristo radica
la dignidad de la oración cristiana…» (OGLH n. 6: con apertura a la universalidad contenida en este número 6).
La oración de la Iglesia es agradable al Padre y tiene una eficacia misteriosa que arranca de su
conexión con Cristo (cf Ibid. N. 17). Más adelante la OGLH abrirá el inmenso horizonte espiritual de la
tradición cristiana que ha encontrado en los salmos el rostro escondido de Cristo, ha escuchado su voz, ha
celebrado su misterio de muerte y resurrección. Cristo está presente en los salmos a partir de la más sencilla de
las observaciones, porque Cristo citó los salmos, oró con ellos y en ellos, según la misma explicación del
Resucitado, se habla de él (Ibid. N. 21). Y no sólo. La más antigua y genuina tradición de la Iglesia, desde los
tres primeros siglos, ha visto en las diversas horas que ritman el curso del día su memoria, un memorial
orante del misterio de Cristo en su pasión y en su resurrección gloriosa, en la ascensión y en la efusión del

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Espíritu Santo. La oración eclesial está, pues, totalmente impregnada de la presencia, de la memoria objetiva,
del misterio y de la oración de Cristo. Es participación de su misma oración y celebración del misterio pascual.

2 El Espíritu Santo: orante y vínculo de comunión


La atención progresiva que los documentos posconciliares han reservado a la presencia y acción del
Espíritu Santo en la liturgia en general queda de manifiesto en el n. 8 de la OGLH donde se habla de su acción
propia en la oración cristiana. Se trata de un texto denso en el que resuenan los textos bíblicos esenciales y se
abren perspectivas interesantes para una teología y una mistagogía de la Iglesia en oración.
No hay dimensión orante que no tenga una referencia al Espíritu; escuchar las palabras que son
espíritu y vida para llevarlas a una sabrosa inteligencia espiritual y hasta la contemplación. La exultación de la
alabanza, en Cristo y en los cristianos, es acción propia del Espíritu. Como lo es el sentido de la adoración,
del arrepentimiento, de la oblación o de Amén obediencial a la voluntad del Padre. Pedimos con la fuerza del
Espíritu, y nuestra intercesión se entrelaza con la suya, cuando intercede por nosotros con gemidos inefables.
Una consciente traducción de esta teología en auténtica mistagogía lleva al orante y a la
comunidad que celebra la Liturgia de las Horas a una mayor sensibilidad, apertura y docilidad al Espíritu, a sus
dones y a sus frutos, a sus exigencias de unidad, de autenticidad y santidad. Y aún cuando experimenta la
pobreza de su propia celebración orante, no desconfía de la fuerza del Espíritu que gime con nuestra oración y la
presenta al Padre supliendo nuestras debilidades. El Espíritu siempre es una realidad implícita en toda acción
ascendente y descendente de la liturgia; él obra en sinergia o colaboración con la humanidad que es la
Iglesia.

 2. EL CARÁCTER ECLESIAL DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

2.1. Comunidad orante, oración comunitaria


La Iglesia es por esencia una comunidad orante y así se ha manifestado desde los primeros
momentos de su vida, antes y después de Pentecostés. Por eso, la OGLH empieza con una referencia de este
hecho fundamental: «La oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre los principales
cometidos de la Iglesia». Pero no como una actividad añadida, sino como expresión de su ministerio y de su
misterio de comunidad orante.
La Iglesia, que es una comunidad orante, manifiesta su naturaleza por medio de la oración; se hace
presente, «acaece» y se realiza por medio de la oración común. «Por lo tanto, cuando los fieles son
convocados y se reúnen para la Liturgia de las horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la
Iglesia que celebra el misterio de Cristo» (OGLH 22).

2.2. Oración de la Iglesia universal y de la Iglesia local


Sin dicotomías, la oración de las horas pertenece a la Iglesia universal que está presente y se realiza
en las legítimas asambleas locales.
… las comunidades monásticas… que oran con una misma liturgia de la Iglesia, ofrecen esa sinfonía
oracional «católica»; los pueblos y las culturas dan realismo y espesor existencial a la alabanza del único Dios,
Padre de todos; con los gemidos inefables del Espíritu, los hombres de diversas naciones y culturas expresan en
esa «glosolalía» de la oración litúrgica la alabanza universal de los pueblos. Desde los mismos salmos que en
Cristo tienen dimensión de universalidad a los cánticos que invitan a la creación a unirse en la alabanza, a las
múltiples intenciones que abarcan las preocupaciones de una humanidad que encuentra en la Iglesia la
interprete y mediadora, por Cristo y en el Espíritu, de la oración explícita o implícita de toda la humanidad ante el
único Padre y Creador.

2.3. Ministerio orante y ministerios en la oración


Conviene ante todo recordar que el ministerio orante, confiado de manera especial a los ministros
sagrados, comprende además de la celebración personal de la oración de la Iglesia, la presidencia de la

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comunidad en oración, la educación a la oración comunitaria y su animación para una participación auténtica y
fructuosa (cf OGLH 28).
No hay que olvidar que la oración verdadera no está en las fórmulas del libro litúrgico, sino en esas
mismas fórmulas asumidas por el corazón humano, y proferidas humanamente con los labios, el canto, los
gestos.
 3. RIQUEZAS DE HUMANIDAD

La teología de la oración cristiana tiene que mantener el equilibrio entre dos formas erróneas:
1. La de confundir la oración con sus fórmulas descarnándolas
2. Considerar «oración» lo que es simplemente un sentimiento «religioso», pero no abierto
todavía al misterio de Dios; en definitiva, confundir una simple oración humana con la
verdadera oración cristiana (D. Bonhöffer, Pregare i salmi con Dio, Brescia 1969, 63).

3.1. Todo el hombre abierto al diálogo con Dios


Desde esta teología de la oración, que parte de la revelación, el hombre es el oyente de la palabra, el
amigo invitado al diálogo y a la comunión. El orante bíblico dialoga con Dios su propia historia y la historia
de su pueblo, la creación, la enfermedad, las maravillas de Dios, las victorias y las derrotas, el miedo de la muerte
y la incertidumbre de la suerte final. La señal de la cruz en los oídos y en la boca debe interpretarse como una total
habilitación del cristiano para escuchar la palabra de Dios y para proclamarla, pero consiguientemente para orar
escuchando la alabanza de Dios. Por eso, el signo de cruz sobre los labios y la invocación «Señor, ábreme los
labios…» es una memoria de la habilitación bautismal a la oración. El «sacerdocio común», por ser
ontológicamente comunión con Cristo y consagración en el Espíritu, «habilita» realmente a este diálogo de
salvación y hace del cristiano el sacerdote del nuevo culto de la oración, como lo ha descrito con palabas
definitivas el escritor apologeta Tertuliano: «Nosotros somos verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes
cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y
acepta a sus ojos»: De oratione, c. 28. (Nota n. 38 p. 390).

3.2. La sinfonía de la oración de los cristianos


Pertenece a las riquezas de humanidad de la oración cristiana toda esa sinfonía de sentimientos o
actitudes que la Liturgia de las horas despliega con una variedad de formas y de fórmulas que es difícil
sintetizar.
Ante todo, es conveniente distinguir dos áreas fundamentales, la de la oración receptiva y la de la
oración expresiva.
A la actitud receptiva pertenece lo que podríamos llamar la lectio divina de la Escritura, de la que está
compuesta e impregnada toda la Liturgia de las horas. La Palabra de Dios se proclama, se escucha, se medita,
se contempla, tras haberla aclamado. Esta actitud receptiva la encontramos en la proclamación de las lecturas
breves y largas, en los responsorios y versículos que acogen y aclaman la palabra o prolongan su meditación.
Muchos salmos tienen también el tono de una meditación sapiencial, sobre todo los que son de carácter didáctico
o histórico, como el salmo 118.
A las actitudes expresivas pueden ser conducidas todas las oraciones de respuesta a la Palabra o
de espontánea invocación de Dios.
a’ – La alabanza y la acción de gracias. A nivel humano, estas actitudes expresan una oración adulta,
no egocéntrica. Es la oración de Jesús en la exultación y el gozo del Espíritu Santo (Lc 10,21). Los tres
cánticos evangélicos de Zacarías, María y Simeón son el anillo entre la oración de la Berakah del AT y la
alabanza de la comunidad cristiana primitiva. “Como se hace en el Padre nuestro, conviene enlazar las
peticiones con la alabanza de Dios o confesión de su gloria o la conmemoración del a historia de la salvación”
(OGLH 185).
b’ – Invocación y súplica – Es el otro polo de la oración humana como manifestación a la vez de su
indigencia propia y de su confianza en el poder y en el amor de quien se invoca. Tienen este carácter los salmos,
las colectas, las invocaciones de la mañana, las peticiones de la oración dominical, culmen de Laudes y Vísperas.
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c’ – Confesión de los pecados y oblación – Es el aspecto característico de muchas plegarias del


pueblo de Israel, de muchos salmos de arrepentimiento y de oblación, como el salmo 140 y otros. Es la oración
del Amén que abre a las promesas de Dios y se abre en la oblación de la propia existencia, a imitación de Cristo,
el Amén del padre, y en docilidad al Espíritu, para realizar en la vida la oblación espiritual de la oración.
d’ – La intercesión universal – En el pueblo de Israel hay orantes como Abrahán, Moisés,… que
interceden con osadía por la salvación del pueblo. La Iglesia, expresa en la liturgia las aspiraciones y deseos de
todos los fieles (cf OGLH 17), se hace abogada de la humanidad, traduciendo en oración al Padre los gemidos del
Espíritu y la oración mediadora de Cristo.
De esta forma, la oración eclesial vibra con todas las intenciones del corazón humano para que
nada de cuanto es humano quede sin ser asumido por la Iglesia en la plegaria cotidiana.

III – RELACIÓN CON OTROS ASPECTOS DE LA LITURGIA

1. Liturgia de las horas y Eucaristía


La OGLH 12 alude a esta relación. Su alusión es obligada si la Eucaristía es fuente y cumbre de toda
acción cultual y santificante. Es fuente de vida y de luz. Es cumbre celebrativa y orante que se prepara y
madura a través de la Liturgia de las horas. El fundamento de esta relación está precisamente en la presencia
objetiva del misterio de la salvación que hace de la vida cristiana un sacrificio de alabanza, en comunión con
Cristo que en la Eucaristía se entrega a la Iglesia para vivir en ella y perpetuar su misterio y su ministerio de
oración que fecunda toda su vida. No hay que olvidar que en muchas liturgias orientales la conjunción de los
dos momentos celebrativos es normal; y que en la conjunción Liturgia de las horas-Eucaristía se recupera
también un dinamismo litúrgico de gran valor: la oración que precede y prepara la proclamación de la Palabra y
la celebración de la Eucaristía, el canto evangélico del Benedictus y del Magnificat que expresan y prolongan la
acción de gracias por el misterio de la salvación, después de la comunión eucarística.

2. Liturgia de las horas y Año litúrgico


En su grandiosa programación mistagógica, la Liturgia del as Horas depende esencialmente de la
celebración objetiva, cíclica, unitaria del misterio de Cristo que es el Año litúrgico.
En concreto, la consistencia mistagógica, la expresión celebrativa, la riqueza pedagógica y eucológica de
los misterios celebrados están contenidos esencialmente en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas.
«La Liturgia de las horas es oración. La realidad que se produce, como celebración litúrgica, no
debe confundirse con los formularios que oficialmente se prescriben para realizar tal oración. Cada
comunidad orante y cada miembro de la misma, recitando los salmos y los himnos, escuchando las
lecturas, diciendo o escuchando las oraciones, tiene que recrear una propia realidad de oración; algo
que sólo puede brotar de la experiencia de lo que se vivió y de las aspiraciones hacia un futuro, para
expresar, hoy, una actitud espiritual propia, rogando en las letanías y oraciones por las necesidades del
mundo en que se desenvuelve, la Iglesia sintetiza, para sí misma y ante Dios, su propia vida. Hora tras
hora y día tras día, siguiendo la letra prescrita de la Liturgia de las horas se produce la realidad viva de
la oración en unos seres humanos que constituyen comunitariamente la Iglesia. Recordemos que, para
ser realmente fecunda, la oración cristiana tiene que reconocerse a sí misma como participación en
la oración de Cristo, debe actuarse en ella lo que llamábamos cuarta dimensión del misterio pascual. Y
de ese modo representando al mundo en que vive, sometiendo los hechos del día y del momento a la
intervención del misterio de Cristo, transforma la historia in fieri de su tiempo en prolongación de la
historia salvífica. Así, la liturgia de las horas santifica el tiempo, resumiendo en su oración todo lo
que sucede en el tiempo, y ordenándolo, en la misma oración, para que todo se mueva hacia la
realización del plan salvífico de Dios» (J. Pinell, El número sagrado de las horas del Oficio, en
‘Miscelánea… Lercaro, Roma 1967, 37).
Con esta perspectiva, la oración inédita de cada día pide a los orantes que se vacíen en las fórmulas
con todo el espesor de la historia humana, de tal forma que la oración eclesial se pueda enriquecer con la
vida de las comunidades que la celebran.
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Conclusión
Grandes pasos se han dado en el aprecio, conocimiento y celebración de la Liturgia de las horas,
especialmente en el ámbito de las comunidades religiosas y en grupos de laicos comprometidos.
Sin embargo, faltan todavía muchos esfuerzos para que el ideal majestuoso que se desprende de la
teología de la oración, siguiendo las orientaciones de la Iglesia, sea gozosa realidad en la praxis de las
comunidades cristianas
El paso necesario de la teología litúrgica a la mistagogia litúrgica requiere estas tres orientaciones
fundamentales:
o Una adecuada iniciación a la oración personal y comunitaria para una auténtica
personalización de la fe y una adecuada eclesialización de la experiencia orante de los
cristianos.
o Una decidida pastoral de la oración comunitaria que extienda el sentido del «autorrealizarse
de la comunidad» como Iglesia orante, especialmente en las parroquias
o Una convencida promoción de la plegaria eclesial, con formas celebrativas dignas, tanto en
la sencillez contemplativa de los días feriales como en la solemnidad de Liturgias orantes,
capaces de atraer por su belleza y dignidad, en las que se realice la Iglesia y se manifieste ante
el mundo como peregrina en el tiempo y anticipada asamblea de la alabanza que se canta
eternamente en la Jerusalén celestial.

(Apuntes tomados de J. Castellano, Teología y espiritualidad de la Liturgia de las horas,


en La celebración en la iglesia, vol.
III, Sígueme 1990, 361-428)

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Algunos puntos más de J. Castellano:


p. 402s – La teología de la plegaria eclesial que se desprende de estas pp. en las que hemos querido
glosar los principios fundamentales de la OGLH es grandiosa. En ella se superan las estructuras de una
teología y de una praxis del antiguo breviario, clericalizado y sobrecargado, marcado por el juridicismo y una
cierta monotonía oracional.
Y se recuperan las grandes perspectivas de la oración bíblica que la tradición patrística y monástica
habían inoculado como gérmenes de vida en el cuerpo de la oración comunitaria.
En esta teología culminan los grandes principios de la teología litúrgica que animan el c. I de la SC y
fecundan los logros de la renovación litúrgica con las más acendradas intuiciones del movimiento litúrgico.
La grandeza de la teología de la oración de las horas estriba precisamente en la aplicación
coherente a este sector de la vida litúrgica de la Iglesia de los grandes principios que están en la base
misma del concepto de liturgia: la dimensión trinitaria, eclesial y antropológica, la unión indisoluble entre liturgia y
vida, la relación entre Biblia o Palabra de Dios y liturgia.
Al poner el acento en ‘oración’ no olvidamos su estructura teológica de oración ‘litúrgica’, su inserción
en el diálogo de la salvación y en el misterio pascual, su carácter de ‘celebración’ que requiere una
auténtica acción litúrgica en su expresión típica que es la plegaria de la comunidad.
Faltan todavía matices para perfilar el carácter ‘sacramental’ de esa plegaria litúrgica que no se
puede reducir en su eficacia a una simple fecundidad “ex opere operantis Ecclesia”, ya que en ella actúa
Cristo y está presente su Espíritu.
También aquí, con las debidas distinciones por lo que respecta a los sacramentos, la oración de la
Iglesia tiene su valor a la vez «ex opere operantis Christi» en su dimensión sacerdotal orante y «ex opere
operantis Ecclesia» en su indisoluble conjunción en Cristo su Esposo.
p. 404 - “La liturgia de las horas es la alabanza eclesial del misterio de la salvación” (J. Pinell); con este
título tratamos de evidenciar y profundizar lo propio de la LH como “celebración del misterio”, es decir,
acción litúrgica, ejercicio del sacerdocio de Cristo en su doble vertiente santificadora y cultual. La LH acoge y
celebra, contempla y glorifica, realiza sacramentalmente la hs, como lo hace la Eucaristía, los sacramentos o
el mismo año litúrgico.
Ya lo había afirmado SC 83: “El Sumo Sacerdote… Él mismo une a sí la comunidad de los H, la
asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su
iglesia… no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio
divino”. Los mismos conceptos se repiten en Laudis canticum y en la OGLH.
El centro de esta plegaria es, pues, la actualización del misterio de la salvación, la celebración del
a historia salutis con su centro que es el paschale Mysterium, el misterio pascual de Cristo, presente ahora no
sólo en la «celebración» de la Iglesia sino en su vida misma que por medio de la LH se convierte en una vida que
acoge la salvación en la historia y hace de la historia un «kairós», un tiempo propicio de santificación y de
culto, como fue la vida misma de Jesús.

p. 405 – CELEBRACIÓN DEL MISTERIO DE LA SALVACIÓN


Tenemos en cuenta los elementos comunes que constituyen la acción litúrgica: sentido pleno de la
actualización de la «hs» y del «paschale sacramentum», de la presencia de Cristo yd el ejercicio de su sacerdocio,
de su doble dimensión de santificación y culto, de su preeminencia sobre otras acciones de la vida eclesial por ser
«fuente y culmen» de la existencia cristiana…

Destacamos algunos aspectos peculiares y originales:


1. Celebración de la «hs», actualización del misterio pascual
Toda acción litúrgica es HS en acto, actualización de las maravillas de Dios en la vida de los h., tal como
han sido narradas en las pp. de los dos Testamentos, presentes ahora en la vida de la humanidad a través del
sacramento de la salvación que es la Iglesia. La LH realiza este misterioso flujo de salvación y es «memorial»,
presencia y actualización de esa historia. Lo proclama la Palabra de Dios que en el centro de cada Hora
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actualiza la revelación del Misterio, la condescendencia de Dios que habla a los h. como a sus amigos,
para manifestar el sacramento de su voluntad y acogerlos en su comunión de vida. La peculiaridad de esta
celebración de la HS por medio de la plegaria eclesial consiste en el hecho mismo que la Iglesia en oración
es el sacramento en el que la presencia salvífica se hace conscientemente presente. La Iglesia proclama y
responde, interpreta el sentido de la historia a la luz de las promesas, asume el devenir histórico y lo
presenta al Padre, por Cristo en el Espíritu, en la doble dimensión de alabanza por las maravillas realizadas y
en intercesión por el cumplimiento final de las promesas todavía no acontecidas.
Todo esto lo hace de manera ‘sacramental’: por medio de palabras, ritos, oraciones se hace presente
la historia de la salvación en toda su integridad. La LH de las es siempre «diálogo de salvación, memorial
objetivo en el que se anuncia objetivamente la historia salutis. Y es a la vez subjetiva – no en sentido individualista
e intimista – sino de apropiación personal y comunitaria, que acoge esa historia y ofrece la respuesta de la oración
de la asamblea celebrante.
La misma peculiaridad de la LH que es la santificación del tiempo, se expresa en esa memoria de los
acontecimientos salvíficos que dan sentido cumplido a cada una de las horas dela jornada… en la serena
convicción de la presencia de Cristo en medio de la comunidad, como la luz que no conoce el ocaso y en espera
de su venida.
p. 407 – La LH es presencia y actualización del misterio pascual de Cristo.
Ante todo, porque es presencia de Cristo, el Resucitado, que intercede por nosotros ante el Padre: una
forma peculiar de ejercicio de su sacerdocio.
p. 409 – Con la meditación de las maravillas de Dios, con la súplica y la alabanza, con al intercesión y la
oblación, se idéntica con los mismos sentimientos de Cristo orante, se abandona al padre y a su designio, deja
penetrar en este mundo las fuerzas regeneradoras de la Pascua a través de la oración que acoge y
responde. Y fecunda misteriosamente la historia humana para que sea auténtica historia de salvación, según
el designio fiel y eterno del Padre.
En esta perspectiva podemos comprender mejor las expresiones de la Laudis canticum: “La oración
cristiana es ante todo oración de toda al familia humana, que Cristo se asocia… participa cada uno, pero es propia
de todo el Cuerpo…Esta recibe su unidad del corazón de Cristo”.
En la OGLH 14 se subraya la dimensión santificante de la oración de las Horas, que se apoya en la
fuerza santificante de la Palabra de Dios dirigida a su pueblo y rumiada en los salmos y otras piezas
eucológicas y también en la apertura del corazón humano al diálogo con Dios en el que actúa el Espíritu.
La dimensión cultual es más evidente. La recuerda la OGLH 15-17: alabanza y súplica e intercesión.
Es tema subrayado por los escritores de los tres primeros siglos, en una apologética entre los sacrificios
rituales de la Ley antigua y las oblaciones sacrificiales de los paganos: han exaltado el valor cultual de la
oración con sacrificio de la nueva alianza, como ejercicio del verdadero sacerdocio nuevo, enraizado en
Cristo y ejercitado en el ES.
Escribe Tertuliano: La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios… Nosotros
somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios
nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos. Esta víctima… hemos de
presentarla entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguro de que nos
alcanzará de Dios todos los bienes” (De oratione, c. 28).

LA LITURGIA DE LAS HORAS ENTRE EL TIEMPO Y LA ETERNIDAD


La expresión Liturgia de las horas insinúa claramente la relación entre la oración de la Iglesia y los
tiempos dedicados a la oración. Se trata de una plegaria que ritma los momentos de la jornada, con su
alusión a las cadencias cósmicas y a los acontecimientos salvíficos, fundidos en realidad en la persona de Cristo a
la que hacen alusión los tiempos de la jornada en la riqueza de las referencias eucológicas.
No se trata de una ‘sacralización del espacio dedicado a la oración’, en contraposición a la
actividad de los cristianos que estaría bajo el signo de la profanidad. La const. Laudis canticum subraya que
toda la vida de los cristianos puede y debe ser una ‘leitourgía’, un culto espiritual. Sí podemos decir que la

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oración comunitaria a ‘determinadas horas’ subraya sin fracturas esa dedicación cultual de toda la vida de los
cristianos.
Tampoco es exclusiva de la LH el carácter de ‘santificación del tiempo’ en contraposición con la
celebración eucarística que tendría un carácter escatológico, como inserción de lo eterno en nuestro mundo,
anticipación de la gloria. Tal oposición es arbitraria ya que la misma plegaria de la Iglesia participa del
carácter escatológico que tiene toda la liturgia cristiana.
Sin embargo, la referencia de la oración de las horas al ritmo del día es tradicional y hunde sus
raíces en la primitiva Iglesia que a su vez interpreta y enriquece los tiempos de la oración de Israel. Lo subraya la
SC 84: “Por una antigua tradición cristiana el Oficio divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de
Dios consagra el curso entero del día y del a noche…”.
Y el n. 88 establece el principio teológico y su correspondiente aplicación pastoral: Siendo el fin del
Oficio divino la santificación del día, restablézcase el curso tradicional de las Horas, de modo que, dentro de
lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural, y a la vez tengan en cuenta las circunstancias de la
vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico”.
OGLH 10 recuerda el principio etológico de la oración continua y el 11 recoge la aplicación
pastoral de la SC. El n. 1 de la OGLH resume en apretada síntesis muchos esfuerzos de investigación histórica
cuando escribe: “Testimonios de la primitiva Iglesia ponen de manifiesto que los fieles solían dedicarse a la
oración en determinadas horas… Andando el tiempo, se llegó a santificar con la oración común también las
restantes horas, que los padres veían claramente aludidas en los Hechos de los Apóstoles”.
En el c. II la OGLH traza la «teología» de esas Horas, con una atención particular a los que fueron
los momentos axiales de la plegaria eclesial: las Laudes (n. 38), las vísperas (n. 39). Más sobrias las
alusiones a las otras Horas (n. 55; 70-72; 74-75; 84).
En la caracterización de las horas de la oración litúrgica se trazan dos motivaciones fundamentales:
 El aspecto cósmico: del momento del día, marcado para los cristianos con la teología de la
creación
 La dimensión salvífica: que se desprende de la teología de la encarnación y de la redención,
con una clara alusión al misterio de Cristo y del Espíritu S., a los acontecimientos salvadores que
recuerdan los diversos momentos del día.
“Las horas canónicas del rezo de la Iglesia, se rigen por el curso del sol, pero aquí el Sol es Cristo… El
amanecer del sol, por sí mismo, el símbolo más elocuente del salvador resucitado de la muerte, es exactamente la
hora de su resurrección real… La hora sexta es el tiempo cuando él estuvo colgado en la cruz y también,
según la tradición, la hora de la Ascensión a los cielos, como el cenit de su carrera. A la hora de Nona entregó su
espíritu en la cruz, la tercia recuerda la venida del ES en Pentecostés por la mañana…” (O. Casel, El misterio del
culto cristiano).
La oración de la mañana empalma con el clarear del día. El cristiano, iluminado por la Palabra, se
une a la creación entera en su canto de alabanza al Creador, encomienda a Dios su jornada y sus trabajos.
Consagra a su señor las primicias de la jornada, que acoge como un don, y se nutre con el viático de la palabra y
la plegaria.

LH y Eucaristía
OGLH 12 – alusión a la relación entre la plegaria eclesial de las horas y la celebración de la E. La alusión
es obligada si la E. es cumbre y fuente de toda acción cultual y santificante.
Aquí la 1ª idea fundamental. La E. fuente de vida y de luz que se irradia en sus contenidos objetivos y en
sus actitudes orantes en la LH. Se completa con la otra idea de la E. como cumbre celebrativa y orante que
se prepara y madura a través de la LH: “… halla una preparación magnífica en la LH…”
El fundamento de la relación entre Oficio divino y Eucaristía está precisamente en la presencia
objetiva del misterio de la salvación que hace de la vida cristiana un sacrificio de alabanza, en comunión con
Cristo que en la Eucaristía se entrega a la Iglesia para vivir en ella y perpetuar su misterio y su ministerio de
oración que fecunda toda su vida.

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DIONISIO B., ID. PP. 514SS. La SC manifiesta en diversos lugares una preocupación pastoral en
referencia a la LH (85).
Partiendo del mismo contenido teológico- dialogal de la LH (cf. SC 84), entiende la LH no como un
acto privado, como una acción simplemente jerárquica, sino como un acto comunitario que compete a todo el
pueblo de Dios. Los fieles tienen también, a título propio, derecho a participar en la LH, y deber a conceder
a esta oración un lugar privilegiado en su vida.
La LH no sólo es una oración; es además una verdadera celebración, en la que deben valorarse
todos los elementos que la integran: asamblea, palabra-gesto, participación-acción, ritmo y estructura dialogal…
Toda celebración litúrgica tiene como objeto el misterio de Cristo total. La LH celebra de modo
especial el misterio de Cristo orante-alabanza de Dios padre a través de las diversas secuencias de su vida
y sobre todo en relación con los diversos momentos del misterio pascual (cf OGLH 6, 7, 15). Los
documentos más antiguos ya relacionan las Horas con los diversos acontecimientos de la vida de Cristo…
La LH exige formación de la fe, y la fe se forma por la misma LH. En ella se cumple también el
adagio de Próspero de Aquitania: «Lex orandi, lex credendi», o bien: «Lex credendi, lex statuat
supplicandi».
En ella la fe encuentra expresión adecuada, y la vida impulso de renovación permanente (cf OGLH 18).
La LH es el símbolo universal más importante de la Iglesia orante, el signo más vivo de unión del
tiempo y la eternidad, el ritmo cósmico y la gracia salvadora.
Por ella no sólo expresamos nuestra unión con Dios, sino también nuestra solidaridad con los
hombres.

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