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J. Castellano, Teología y espiritualidad de la LH 2012
o fuente, - culmen - y norma de toda oración cristiana. Y la Liturgia de las Horas podrá ser
auténtica escuela de oración donde la Iglesia nos enseña a orar. (cf art. J. Castellano, Oración
y liturgia en NDL 1456-1474).
3. Finalmente, la celebración comunitaria de la Liturgia de las horas, con el valor eclesial que siempre
tiene, incluso cuando se celebra individualmente, nos recuerda el sentido comunitario de esa
historia de la salvación y esa dimensión colectiva, de la escucha y de la respuesta, porque como
dice la SC 33, “En la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio. Y el pueblo
responde a Dios con el canto y la oración”.
Así se nos recuerda que el ministerio de la salvación y de la alianza tienen un carácter comunitario,
porque: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos
con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG 9). La oración
de la Iglesia, pues, actualiza y celebra de una manera muy peculiar ese misterio de la revelación divina.
1. LA DIMENSIÓN TRINITARIA
La plegaria cristiana implica siempre una acción de la Trinidad. Es el diálogo del Padre por Cristo en
el Espíritu Santo con sus hijos. Y es la respuesta que en el Espíritu, por Cristo, el pueblo sacerdotal da a su Dios.
La misma celebración de la Liturgia de las horas, con toda su riqueza expresiva, convierte esta «teología», que
no es otra que una reflexión sobre los datos de la fe y los textos de la plegaria, en auténtica mistagogía o
experiencia del misterio. Mientras ora la Iglesia, obra la Trinidad. Porque el Padre habla y recibe la alabanza;
Cristo está en medio de la comunidad orante; el Espíritu suscita y eleva toda expresión humana al rango de
oración de los hijos de Dios.
Dios altísimo, como Jesús nos ha enseñado (cf OGLH 3): [la referencia al “canto que se canta perpetuamente en las
moradas celestiales, se remite a la Bula de Urbano VIII del 25 de enero de 1631, Divinam Psalmodiam]. El Padre es fuente de
la oración porque de él viene el Espíritu que hace posible, como un don personal derramado en nuestros
corazones, nuestra osadía de llamarlo Padre. Una atenta celebración de la oración nos pone siempre ante el
Padre de NSJC que encontramos con frecuencia en cánticos y preces. El Dios de la oración es ese Dios
presente, cercano, a quien podemos llamar Abbá, Padre, sintiéndolo presente en la asamblea de los hijos, en
medio del pueblo sacerdotal, que en su referencia teologal es el Pueblo de Dios Padre. La plegaria cristiana
alcanza la máxima intimidad y suscita también en el corazón (del Padre) la perfecta glorificación, que se realiza
cuando los hijos conocen y reconocen sus obras y se comprometen a hacer su voluntad.
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Espíritu Santo. La oración eclesial está, pues, totalmente impregnada de la presencia, de la memoria objetiva,
del misterio y de la oración de Cristo. Es participación de su misma oración y celebración del misterio pascual.
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comunidad en oración, la educación a la oración comunitaria y su animación para una participación auténtica y
fructuosa (cf OGLH 28).
No hay que olvidar que la oración verdadera no está en las fórmulas del libro litúrgico, sino en esas
mismas fórmulas asumidas por el corazón humano, y proferidas humanamente con los labios, el canto, los
gestos.
3. RIQUEZAS DE HUMANIDAD
La teología de la oración cristiana tiene que mantener el equilibrio entre dos formas erróneas:
1. La de confundir la oración con sus fórmulas descarnándolas
2. Considerar «oración» lo que es simplemente un sentimiento «religioso», pero no abierto
todavía al misterio de Dios; en definitiva, confundir una simple oración humana con la
verdadera oración cristiana (D. Bonhöffer, Pregare i salmi con Dio, Brescia 1969, 63).
Conclusión
Grandes pasos se han dado en el aprecio, conocimiento y celebración de la Liturgia de las horas,
especialmente en el ámbito de las comunidades religiosas y en grupos de laicos comprometidos.
Sin embargo, faltan todavía muchos esfuerzos para que el ideal majestuoso que se desprende de la
teología de la oración, siguiendo las orientaciones de la Iglesia, sea gozosa realidad en la praxis de las
comunidades cristianas
El paso necesario de la teología litúrgica a la mistagogia litúrgica requiere estas tres orientaciones
fundamentales:
o Una adecuada iniciación a la oración personal y comunitaria para una auténtica
personalización de la fe y una adecuada eclesialización de la experiencia orante de los
cristianos.
o Una decidida pastoral de la oración comunitaria que extienda el sentido del «autorrealizarse
de la comunidad» como Iglesia orante, especialmente en las parroquias
o Una convencida promoción de la plegaria eclesial, con formas celebrativas dignas, tanto en
la sencillez contemplativa de los días feriales como en la solemnidad de Liturgias orantes,
capaces de atraer por su belleza y dignidad, en las que se realice la Iglesia y se manifieste ante
el mundo como peregrina en el tiempo y anticipada asamblea de la alabanza que se canta
eternamente en la Jerusalén celestial.
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actualiza la revelación del Misterio, la condescendencia de Dios que habla a los h. como a sus amigos,
para manifestar el sacramento de su voluntad y acogerlos en su comunión de vida. La peculiaridad de esta
celebración de la HS por medio de la plegaria eclesial consiste en el hecho mismo que la Iglesia en oración
es el sacramento en el que la presencia salvífica se hace conscientemente presente. La Iglesia proclama y
responde, interpreta el sentido de la historia a la luz de las promesas, asume el devenir histórico y lo
presenta al Padre, por Cristo en el Espíritu, en la doble dimensión de alabanza por las maravillas realizadas y
en intercesión por el cumplimiento final de las promesas todavía no acontecidas.
Todo esto lo hace de manera ‘sacramental’: por medio de palabras, ritos, oraciones se hace presente
la historia de la salvación en toda su integridad. La LH de las es siempre «diálogo de salvación, memorial
objetivo en el que se anuncia objetivamente la historia salutis. Y es a la vez subjetiva – no en sentido individualista
e intimista – sino de apropiación personal y comunitaria, que acoge esa historia y ofrece la respuesta de la oración
de la asamblea celebrante.
La misma peculiaridad de la LH que es la santificación del tiempo, se expresa en esa memoria de los
acontecimientos salvíficos que dan sentido cumplido a cada una de las horas dela jornada… en la serena
convicción de la presencia de Cristo en medio de la comunidad, como la luz que no conoce el ocaso y en espera
de su venida.
p. 407 – La LH es presencia y actualización del misterio pascual de Cristo.
Ante todo, porque es presencia de Cristo, el Resucitado, que intercede por nosotros ante el Padre: una
forma peculiar de ejercicio de su sacerdocio.
p. 409 – Con la meditación de las maravillas de Dios, con la súplica y la alabanza, con al intercesión y la
oblación, se idéntica con los mismos sentimientos de Cristo orante, se abandona al padre y a su designio, deja
penetrar en este mundo las fuerzas regeneradoras de la Pascua a través de la oración que acoge y
responde. Y fecunda misteriosamente la historia humana para que sea auténtica historia de salvación, según
el designio fiel y eterno del Padre.
En esta perspectiva podemos comprender mejor las expresiones de la Laudis canticum: “La oración
cristiana es ante todo oración de toda al familia humana, que Cristo se asocia… participa cada uno, pero es propia
de todo el Cuerpo…Esta recibe su unidad del corazón de Cristo”.
En la OGLH 14 se subraya la dimensión santificante de la oración de las Horas, que se apoya en la
fuerza santificante de la Palabra de Dios dirigida a su pueblo y rumiada en los salmos y otras piezas
eucológicas y también en la apertura del corazón humano al diálogo con Dios en el que actúa el Espíritu.
La dimensión cultual es más evidente. La recuerda la OGLH 15-17: alabanza y súplica e intercesión.
Es tema subrayado por los escritores de los tres primeros siglos, en una apologética entre los sacrificios
rituales de la Ley antigua y las oblaciones sacrificiales de los paganos: han exaltado el valor cultual de la
oración con sacrificio de la nueva alianza, como ejercicio del verdadero sacerdocio nuevo, enraizado en
Cristo y ejercitado en el ES.
Escribe Tertuliano: La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios… Nosotros
somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios
nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos. Esta víctima… hemos de
presentarla entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguro de que nos
alcanzará de Dios todos los bienes” (De oratione, c. 28).
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oración comunitaria a ‘determinadas horas’ subraya sin fracturas esa dedicación cultual de toda la vida de los
cristianos.
Tampoco es exclusiva de la LH el carácter de ‘santificación del tiempo’ en contraposición con la
celebración eucarística que tendría un carácter escatológico, como inserción de lo eterno en nuestro mundo,
anticipación de la gloria. Tal oposición es arbitraria ya que la misma plegaria de la Iglesia participa del
carácter escatológico que tiene toda la liturgia cristiana.
Sin embargo, la referencia de la oración de las horas al ritmo del día es tradicional y hunde sus
raíces en la primitiva Iglesia que a su vez interpreta y enriquece los tiempos de la oración de Israel. Lo subraya la
SC 84: “Por una antigua tradición cristiana el Oficio divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de
Dios consagra el curso entero del día y del a noche…”.
Y el n. 88 establece el principio teológico y su correspondiente aplicación pastoral: Siendo el fin del
Oficio divino la santificación del día, restablézcase el curso tradicional de las Horas, de modo que, dentro de
lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural, y a la vez tengan en cuenta las circunstancias de la
vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico”.
OGLH 10 recuerda el principio etológico de la oración continua y el 11 recoge la aplicación
pastoral de la SC. El n. 1 de la OGLH resume en apretada síntesis muchos esfuerzos de investigación histórica
cuando escribe: “Testimonios de la primitiva Iglesia ponen de manifiesto que los fieles solían dedicarse a la
oración en determinadas horas… Andando el tiempo, se llegó a santificar con la oración común también las
restantes horas, que los padres veían claramente aludidas en los Hechos de los Apóstoles”.
En el c. II la OGLH traza la «teología» de esas Horas, con una atención particular a los que fueron
los momentos axiales de la plegaria eclesial: las Laudes (n. 38), las vísperas (n. 39). Más sobrias las
alusiones a las otras Horas (n. 55; 70-72; 74-75; 84).
En la caracterización de las horas de la oración litúrgica se trazan dos motivaciones fundamentales:
El aspecto cósmico: del momento del día, marcado para los cristianos con la teología de la
creación
La dimensión salvífica: que se desprende de la teología de la encarnación y de la redención,
con una clara alusión al misterio de Cristo y del Espíritu S., a los acontecimientos salvadores que
recuerdan los diversos momentos del día.
“Las horas canónicas del rezo de la Iglesia, se rigen por el curso del sol, pero aquí el Sol es Cristo… El
amanecer del sol, por sí mismo, el símbolo más elocuente del salvador resucitado de la muerte, es exactamente la
hora de su resurrección real… La hora sexta es el tiempo cuando él estuvo colgado en la cruz y también,
según la tradición, la hora de la Ascensión a los cielos, como el cenit de su carrera. A la hora de Nona entregó su
espíritu en la cruz, la tercia recuerda la venida del ES en Pentecostés por la mañana…” (O. Casel, El misterio del
culto cristiano).
La oración de la mañana empalma con el clarear del día. El cristiano, iluminado por la Palabra, se
une a la creación entera en su canto de alabanza al Creador, encomienda a Dios su jornada y sus trabajos.
Consagra a su señor las primicias de la jornada, que acoge como un don, y se nutre con el viático de la palabra y
la plegaria.
LH y Eucaristía
OGLH 12 – alusión a la relación entre la plegaria eclesial de las horas y la celebración de la E. La alusión
es obligada si la E. es cumbre y fuente de toda acción cultual y santificante.
Aquí la 1ª idea fundamental. La E. fuente de vida y de luz que se irradia en sus contenidos objetivos y en
sus actitudes orantes en la LH. Se completa con la otra idea de la E. como cumbre celebrativa y orante que
se prepara y madura a través de la LH: “… halla una preparación magnífica en la LH…”
El fundamento de la relación entre Oficio divino y Eucaristía está precisamente en la presencia
objetiva del misterio de la salvación que hace de la vida cristiana un sacrificio de alabanza, en comunión con
Cristo que en la Eucaristía se entrega a la Iglesia para vivir en ella y perpetuar su misterio y su ministerio de
oración que fecunda toda su vida.
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DIONISIO B., ID. PP. 514SS. La SC manifiesta en diversos lugares una preocupación pastoral en
referencia a la LH (85).
Partiendo del mismo contenido teológico- dialogal de la LH (cf. SC 84), entiende la LH no como un
acto privado, como una acción simplemente jerárquica, sino como un acto comunitario que compete a todo el
pueblo de Dios. Los fieles tienen también, a título propio, derecho a participar en la LH, y deber a conceder
a esta oración un lugar privilegiado en su vida.
La LH no sólo es una oración; es además una verdadera celebración, en la que deben valorarse
todos los elementos que la integran: asamblea, palabra-gesto, participación-acción, ritmo y estructura dialogal…
Toda celebración litúrgica tiene como objeto el misterio de Cristo total. La LH celebra de modo
especial el misterio de Cristo orante-alabanza de Dios padre a través de las diversas secuencias de su vida
y sobre todo en relación con los diversos momentos del misterio pascual (cf OGLH 6, 7, 15). Los
documentos más antiguos ya relacionan las Horas con los diversos acontecimientos de la vida de Cristo…
La LH exige formación de la fe, y la fe se forma por la misma LH. En ella se cumple también el
adagio de Próspero de Aquitania: «Lex orandi, lex credendi», o bien: «Lex credendi, lex statuat
supplicandi».
En ella la fe encuentra expresión adecuada, y la vida impulso de renovación permanente (cf OGLH 18).
La LH es el símbolo universal más importante de la Iglesia orante, el signo más vivo de unión del
tiempo y la eternidad, el ritmo cósmico y la gracia salvadora.
Por ella no sólo expresamos nuestra unión con Dios, sino también nuestra solidaridad con los
hombres.
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