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ESCUELA DE EDUCACIÓN BÁSICA

“GENERAL MANUEL
SERRANO”
EL GUABO – EL ORO - ECUADOR

Kuta, la Tortuga
Inteligente
NOMBRE:
EVELYN OCHOA SAMANIEGO
DOCENTE:
LIC. ANITA CRESPO

GRADO
SEXTO “C”

AÑO LECTIVO:
2019 – 2020
Cuento
Hace referencia a una narración
breve de hechos imaginarios.
Un cuento presenta un grupo
reducido de personajes y un
argumento no demasiado
complejo, ya que entre sus
características aparece la
economía de recursos narrativos.
Kuta, la tortuga inteligente
Kuta era una tortuga macho que tenía su hogar en una pradera de
África. El reptil, de carácter tranquilo y conformista, siempre se había
sentido muy orgulloso de vivir en ese hermoso lugar hasta que las cosas
cambiaron y empezó a plantearse
emigrar para no volver. La razón era que
por culpa de la sequía de los últimos
meses casi no crecía hierba fresca y
apenas se encontraban bichitos entre las
piedras. Debido a la escasez de comida,
Kuta pasaba hambre. Una mañana que
caminaba cabizbajo y con el ánimo por
los suelos se cruzó con Wolo, un pájaro
que solía anidar por los alrededores. El
ave levantó la cabeza y saludó muy amablemente.

– Buenas tardes, señor Kuta, ¡cuánto tiempo sin saber de usted! ¿Qué
tal le va la vida? Me da la sensación de que está más flaco y ojeroso…
¿Se encuentra bien?

Kuta se sentía débil y no tenía muchas ganas de ponerse a charlar,


pero respondió con su habitual cortesía.

– Buenas tardes, señor Wolo. La verdad es que estoy pasando una mala
racha. ¿Se puede creer que por más que busco no encuentro ni un
mísero gusano que llevarme a la boca? … Como no llueva me temo que
muchos animales acabaremos yéndonos de estas tierras.

Wolo puso cara de tristeza al conocer la complicada situación de su


vecino. – ¡Oh, vaya, cuánto lo siento!… Se me ocurre que, si le apetece,
puede acompañarme a buscar semillas.

– ¿Semillas?

– Sé que para una tortuga como usted no son un manjar, pero al menos
llenará la tripa con algo de alimento.
Wolo tenía toda la razón: las semillas no eran ni de lejos su comida
favorita, pero sopesó la oferta y le pareció una oportunidad que no
podía rechazar.

– ¡Ah, pues muchas gracias,


menos es nada! Y dígame, ¿a
dónde tenemos que ir?

El pájaro señaló con el ala hacia el


noroeste.

– Detrás de esos árboles hay una


finca enorme y el granjero ha
plantado un montón de grano. ¡Podremos comer hasta reventar!

La tortuga negó con la cabeza.

– No, no, no, ahí no quiero ir. Ese hombre se pasa horas vigilando con
una escopeta y si me descubre estoy perdido. Tenga en cuenta que yo
camino, como es obvio, a paso de tortuga, y que no tengo alas para salir
volando en caso de peligro.

El señor Wolo se mostró un poco ofendido.

– ¡Por favor, señor Kuta, no se preocupe por eso! ¿Para qué estamos los
amigos?… Yo seré como un guardaespaldas para usted. En caso de
que aparezca el granjero le asiré por el caparazón y le trasladaré por los
aires a un sitio seguro.

Kuta no acababa de fiarse y temía que la cosa acabara mal para él.

– No sé, no sé… El tipo del que hablamos no se anda con tonterías y a


la mínima nos mete un cartucho a cada uno en el trasero.

– ¡Calle, calle, no sea agorero! Venga, hombre, sea usted un poco más
valiente. Son las mejores semillas de la zona y le van a encantar, se lo
aseguro.

El pobre Kuta tenía tanta hambre que empezó a salivar y se dejó


convencer.

– ¡Está bien, iré y que la suerte nos acompañe!

El pájaro y la tortuga se dirigieron juntos a la enorme finca. Al llegar,


cada uno atravesó la valla a su manera, Wolo sobrevolándola y Kuta
escarbando un pequeño túnel para pasar por debajo de ella. Una vez
dentro empezaron a desenterrar simientes y a zampárselas con avidez.

– ¿Qué me dice, señor Kuta? … ¿Tenía yo razón o no?

Con la boca llena y masticando a dos carrillos, la tortuga exclamó:

– ¡Oh, señor Wolo, estoy disfrutando de lo lindo! ¡Están tan ricas que
creo que me voy a hacer vegetariano!

De repente, en plena degustación, casi se atragantan al escuchar unos


pasos, los gritos de un hombre… ¡y el sonido de tres disparos!

‘¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!’

Sin pararse a pensar que dejaba a su amigo tirado en la finca, Wolo


salió volando a la velocidad del rayo y desapareció del mapa en un
santiamén. Por el contrario el pobre Kuta se quedó quieto como una
estatua, observando estupefacto cómo su supuesto colega defensor se
largaba a la primera de cambio.

Tras unos instantes de confusión se percató de que


estaba completamente solo e indefenso y se puso a
temblar. Un minuto después, el rudo granjero
apareció ante él con los brazos en jarras y cara de
malas pulgas.

– ¡Ajajá! ¡¿Con que tú eres el bribón que me roba las semillas cada día?!
… ¡Pues al saco vas! Esta noche mi mujer y yo cenaremos una
riquísima sopa de tortuga macho.

Sin decir nada más, agarró a Kuta por el cogote y lo metió en una bolsa
de tela que llevaba colgada en el cinturón. El pobre animal,
absolutamente horrorizado, empezó a patalear mientras gritaba:

– ¡Señor, por favor, no lo haga, no lo haga!

El hombre le contestó con retintín.

– Perdone usted, señorito, ¿que no haga qué?

– Déjeme libre, por favor. Es la primera vez que entro en su propiedad,


se lo prometo. De hecho yo no quería, pero un pájaro que dijo ser mi
amigo insistió y yo… yo tenía tanta hambre que…
– No me sirven las excusitas de última hora… ¡Cazado estás y al
puchero irás!

Ignorando las súplicas del animal el granjero puso rumbo a casa


mientras Kuta, dentro del saco, empezó a maquinar algo para salvar el
pellejo y evitar un final atroz: la cazuela. – Solo dispongo de unos
minutos para idear un plan… ¡Ay, creo que no tengo escapatoria!

Estaba a punto de rendirse cuando la bombilla de las ideas que tenía


dentro de su cabecita se iluminó. Sin perder tiempo, desde el interior
del saco, gritó lo más alto que pudo:

– ¡Señor, atiéndame un momento, por favor! Usted no lo sabe, pero soy


un gran cantante. ¿Quiere escuchar mi dulce voz?

Al granjero no le interesaba en absoluto oír canturrear a una tortuga


ladrona, pero no quiso parecer insensible.

– ¡De acuerdo, a mí me da igual, canta si quieres!

Kuta tenía mucha imaginación e inventó en rápidamente una simpática


canción que le permitió sacar a relucir todo su talento.

Un pajarraco me engañó en un campo de centeno y tirado me dejó para


que me atrapara el dueño.

Encerrado en una bolsa ¿cuál es mi destino cruel? ¡Acabar en la barriga


del granjero y su mujer!

El granjero, sorprendido, empezó a partirse de risa.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, qué gracioso eres! No se puede negar que tienes
ingenio y cantas estupendamente.

Kuta había conseguido captar su interés y aprovechó la oportunidad.


¡Era ahora o nunca! – Me encantaría poder cantársela a su esposa
también… Si le parece, será mi último deseo.

– Por mí no hay problema, pero ya sabes que después te cenaremos.

El granjero llegó al hogar, pero no vio a su mujer por ninguna parte.

– Por la hora que es debe estar en el río haciendo la colada… ¡Iré a


enseñarle el botín!

Enseguida la encontró, aclarando la ropa sucia en el agua.


– ¡Querida, mira lo que traigo para ti!

El granjero abrió la bolsa y Kuta asomó la carita para respirar un poco


de aire fresco.

– ¡Oh, qué suerte, una tortuga! En cuanto


termine nos iremos a casa y prepararemos un
caldo especial.

En ese momento, Kuta miró al hombre.

– Recuerde que me prometió que podría cantar


a su esposa.

Él le respondió.

– Cierto, y yo siempre cumplo lo que prometo.

La granjera puso cara de asombro.

– ¿He oído bien?… ¿Esta tortuga sabe cantar y quiere que yo la


escuche?

– ¡Es toda una artista, ahora lo verás! Tortuguita, demuéstrale a mi


mujer lo que sabes hacer.

Kuta trató de ocultar el nerviosismo que le invadía. – Señora, será un


placer actuar para usted, pero aquí dentro hace tanto calor que estoy a
puntito de desmayarme. Déjenme en el suelo junto a la orilla para que
se me pase el sofoco y me pondré a cantar. Después yo mismo regresaré
al saco sin rechistar.

A ambos les pareció que no había inconveniente porque sabían que un


animal tan lento jamás podría escapar. Confiado, el granjero colocó a
Kuta en la orilla del río.

– Oxigénate un poco aquí fuera y canta la dichosa canción de una vez


que se está haciendo tarde.

La tortuga se mostró agradecida.

– Muchas gracias, señores. Esta brisa es maravillosa y ya me encuentro


mucho mejor.

Seguidamente, carraspeó para afinar la voz y…


Un pajarraco me engañó en un campo de centeno, y tirado me dejó para
que me atrapara el dueño.

Encerrado en una bolsa ¿cuál es mi destino cruel? ¡Acabar en la barriga


del granjero y su mujer!

A la granjera también le dio un ataque de risa.

– ¡Ja, ja, ja!! No sabía que existían tortugas capaces de inventar


canciones tan divertidas.

– ¿A que es increíble?… ¡Sin duda estamos ante una tortuga


extremadamente lista!

La mujer, entusiasmada, miró a Kuta y le rogó:

– ¡Por favor, cántala de nuevo para que mi esposo y yo podamos bailar!


Hace tanto que no lo hacemos…

– ¡Faltaría más, señora!

La tortuga empezó a repetir la tonadilla, que era de lo más pegadiza, y


los esposos se pusieron a dar palmas y a danzar alborozados.

Un pajarraco me engañó en un campo de centeno, y tirado me dejó


para que me atrapara el dueño. Se
lo estaban pasando tan bien que ni
se fijaron que, mientras cantaba,
Kuta iba dando pasitos hacia
atrás hasta casi tocar el agua con
las patas traseras. Encerrado en
una bolsa ¿cuál es mi destino
cruel? Acabar en la barriga, del
granjero y su mujer.

Según entonó el último verso, se


tiró al río de espaldas y se dejó
arrastrar por la corriente,
utilizando su caparazón como si fuera el casco de un barco. Mientras se
alejaba vio cómo el granjero y su mujer dejaban de bailotear y se ponían
a hacer aspavientos con los brazos, rabiosos por haber sido engañados
por una simple tortuga macho.

Cuando los perdió de vista, la inteligente Kuta salió del agua y, sin
dejar de tararear la cancioncilla gracias a la cual se había salvado de
una muerte segura, buscó un lugar confortable donde pasar la noche.
Un pajarraco me engañó en un campo de centeno, y tirado me dejó para
que me atrapara el dueño. Encerrado en una bolsa ¿cuál es mi destino
cruel? Acabar en la barriga, del granjero y su mujer.

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