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Dice una vieja historia que hace muchísimos años, en lo más profundo de la selva del Ecuador, vivía un sapo
diferente a los demás sapos del mundo porque tenía una peculiaridad: si alguien le molestaba o se burlaba de él,
Tan solo algunos ancianos afirmaban haberlo visto cuando eran niños, así que para la mayoría de los indígenas de
los poblados cercanos al Amazonas el extraño animal era como un ser de leyenda que se ocultaba en la jungla.
Eso sí, sabían que existía porque a veces, amparado por la noche, cantaba a grito pelado desde su escondite:
Como ‘Kuartam – tan’ era lo que repetía sin cesar, con el nombre de sapo Kuartam se quedó.
Según cuentan, un joven de la tribu shuar llamado Nantu quiso salir una noche a cazar. Antes de abandonar el
– Ten mucho cuidado ahí fuera, y por favor, si ves al sapo Kuartam ni se te ocurra burlarte de él. ¡Ya sabes la mala fama
que tiene por estos lugares!
Aquí no hay bicho que me pueda servir de comida… ¡Vaya manera de perder el tiempo!
Pasado un rato llegó a un claro y se tumbó en el suelo a descansar. Le dolían los músculos, pero sobre todo estaba
– Como llegue a casa con las manos vacías el menú de mañana será fruta para desayunar, fruta para comer y fruta
De repente, dejó de lamentarse porque una idea de lo más divertida pasó por su cabeza.
– ‘¿Y si me burlo un poquito del famoso sapo?… ¡Voy a probar a ver qué pasa!’
Sin ningún tipo de pudor comenzó a llamar a Kuartam. Estaba convencido de que, aunque el sapo cantaba raro,
no tenía poderes de ningún tipo y por tanto no había nada que temer.
– ¡Kuartam!… ¡Kuartam!
Solo escuchó el aleteo de una familia de pajaritos, así que siguió erre que erre.
¡Kuartam!… ¡Kuartam!…
Como allí no había ni sapo ni similar, Nantu se fue envalentonando y su voz se tornó más guasona:
– ¡Yujuuuuu!… Sapo Kuartam, ¿estas por aquí ?… ¿Es cierto que eres un sapo mágico?… ¡Si no lo veo, no lo creo!…
No obtuvo respuesta, pero Kuartam sí estaba allí, agazapado en la copa de un árbol. Por supuesto lo había
escuchado todo, y llegó un momento en que se sintió tan molesto, tan enfadado, que su paciencia se agotó y
sucedió lo que tenía que suceder: su cuerpo, pequeño como una naranja, empezó a crecer descomunalmente y se
transformó en el de un tigre.
Nantu, ajeno a todo, siguió llamando al batracio sin dejar de mofarse de él.
– Kuartam, sapo tonto… ¡Eres un gallina! ¡Clo, clo, clo! ¡Gallinita, ven aquí! ¡Clo, clo, clo!
Kuartam, antes simple sapito y ahora enorme félido, no pudo más y emitió un rugido que hizo que temblaran las
nubes. Acto seguido saltó desde lo alto, abrió las fauces lo más que pudo, y se tragó de un bocado al insensato
cazador.
Mientras todo esto sucedía, la esposa de Nantu aguardaba en el hogar sintiendo que la noche transcurría muy
lenta. Durante horas esperó junto a la puerta el regreso de su esposo, pero al ver que no volvía se puso muy
nerviosa.
– ‘¡Es rarísimo que Nantu no haya vuelto todavía!… ¿Qué le habrá pasado?… Conoce la selva como la palma de su
mano y es el más ágil de la tribu… La única explicación posible es que… que… ¡se haya encontrado con el sapo
Kuartam!’.
Sin pararse a pensar salió corriendo de la cabaña. Por suerte no había llovido y pudo seguir el rastro de las huellas
Todo fue bien hasta que llegó a un claro en la jungla; en ese lugar, por alguna razón que no alcanzaba a
comprender, las pisadas se esfumaban por completo, como si a Nantu se lo hubiera tragado la tierra.
– ¿Dónde estás, amado mío, dónde estás?… ¿Debo ir hacia el norte?… ¿O mejor rumbo al sur?… ¡No sé por dónde
buscarte!
En ese momento, escuchó una especie de resoplido que venía de las alturas. Miró hacia arriba y, en una gruesa
rama, vio un sapo gigantesco, dormido panza arriba y tan hinchado que parecía a punto de estallar.
– ‘Ese fenómeno de la naturaleza debe ser Kuartam. ¡Apuesto a que se ha zampado a mi esposo y por eso está
tan gordo!’
Efectivamente era Kuartam, que después de devorar a Nantu había vuelto a transformarse en sapo pero
La chica, en un acto de auténtica valentía, cogió el hacha que llevaba colgado de la cintura y comenzó a talar el
tronco. El sapo, que debía estar medio sordo, ni se enteró de su presencia y continuó roncando como si con él no
fuera la cosa.
Tras mucho esfuerzo, el árbol se vino abajo y Kuartam cayó de espaldas contra el suelo. El tortazo fue tan
impresionante que abrió instintivamente la boca y Nantu el cazador salió disparado como la bala de un cañón.
¡Pero eso no fue todo! Al quedarse vacío el imponente sapo empezó a desinflarse, y en un abrir y cerrar de ojos,
recuperó su pequeño cuerpo de siempre. Tras la conversión se sintió muy dolorido, pero temiendo que tomaran
represalias contra él, sacó fuerzas de flaqueza y dando unos brincos desapareció entre el verde follaje.
Nantu, afortunadamente, seguía vivito y coleando. Su esposa le había salvado por los pelos y no podía dejar de
abrazarla.
– Si sigo aquí es gracias a ti, a tu valor. Estoy avergonzado por mi comportamiento y por no haber cumplido la
promesa que te hice cuando salí de casa. ¡Te ruego que me perdones!
La muchacha se dio cuenta de que Nantu estaba siendo sincero y se arrepentía de verdad, pero aun así levantó el
– El respeto a los demás, sean personas o animales, está por encima de todas las cosas. ¡Espero que hayas
Es justo decir que Nantu cumplió su palabra y fue amable con todo el mundo el resto de su vida, pero tuvo que
cargar con la pena de no poder pedir disculpas al sapo Kuartam porque sus caminos jamás volvieron a cruzarse.
¿Quieres conocer la historia de un gran susto que terminó con sabor a bombón?
Una noche de verano la pequeña Laura estaba tumbada en su camita. Hacía mucho calor, y como no era capaz de
dormir, se entretenía mirando la hermosa luna llena a través de la ventana abierta, mientras pensaba:
– Es tan blanca y luminosa… ¡Parece gran un farol alumbrando al mundo!
Estaba relajada y feliz viendo el cielo cuando de repente, sobre la mesa de estudio que estaba colocada bajo la
ventana, distinguió una extraña silueta a contraluz. Se fijó bien por si era una de sus muñecas, pero enseguida se
dio cuenta de que no porque… ¡la silueta en cuestión empezó a moverse de un lado a otro descontroladamente!
Una horrible sensación de espanto recorrió su cuerpo de pies a cabeza y se puso a chillar.
La niña estaba fuera de sí porque creía haber visto un ser terrorífico, pero en realidad se trataba de un inofensivo
———-
La reacción del inocente animal al escuchar los gritos también fue de campeonato. Al primer alarido dio un bote
que casi tocó el techo; inmediatamente después salió disparado a esconderse en el primer sitio que encontró, y
este fue… ¡la cama de Laura! Sin saber dónde se estaba metiendo, saltó al colchón y se deslizó entre las sábanas,
Fue entonces cuando sucedió algo inesperado que complicó aún más la situación: sin querer, su cuerpecito
peludo rozó los pies de la niña y esta, al notarlo, empezó a dar berridos aún más espeluznantes.
– ¡Aghgggggh!… ¡Aghgggggh!… ¡Mamá, mamá, ayúdame! ¡Ahora el monstruo se ha metido en mi cama y quiere
atacarme!
———-
Como te puedes imaginar, tras el contacto con el supuesto monstruo la niña estaba aterrorizada, pero… ¿y el
ratón? ¡Pues el pobre también se llevó el susto de su vida! Como nunca había visto un ser humano, cuando los
pies fríos de Laura le tocaron entró en pánico. Fue entonces cuando ella se levantó de la cama para esconderse en
el rincón, y él, con los pelos erizados como púas, aprovechó para escabullirse en dirección opuesta. De hecho,
corrió a mil por hora hasta que, gracias a su agudo olfato, localizó el huequecito que comunicaba con su
madriguera.
La mamá ratona lo vio llegar con lágrimas en los ojitos y temblando como una gelatina.
– ¡Mamita, no sabes lo mal que lo he pasado! Salí a buscar algo para comer y no sé cómo acabé en un lugar donde
había un monstruo enorme que no hacía más que gritar. ¡Ha sido la peor experiencia de toda mi vida!
La ratona trató de calmar a su hijo con una buena dosis de mimos. Acariciándole la cabecita, le dijo:
– Tranquilo, chiquitín, ya estás a salvo. La próxima vez tienes que tener un poquito más de cuidado para evitar
– Claro que no, hijo mío. Ven, voy a darte algo que sé que te gusta mucho para que te sientas mejor.
El ratoncito aceptó con mucho agrado la pastilla de chocolate que le regaló su madre y comenzó a roerla. Durante
un ratito disfrutó como nunca el delicioso sabor a cacao azucarado que tanto le entusiasmaba. Sin darse cuenta,
———-
Mientras tanto, la madre de Laura, alertada por los chillidos, había acudido corriendo al cuarto de la niña. La
encontró en una esquina, sentada con la cabeza entre las piernas y tiritando de miedo.
– ¿Pero qué te pasa, cariño? ¿Qué haces ahí y por qué gritas de esa manera?
Laura se lanzó a sus brazos.
– ¡Ay, mamá, ha sucedido algo terrible! Había un monstruo en mi dormitorio y el muy desalmado se metió en mi
– Cariño, ¡los monstruos no existen! Respira hondo que ya pasó todo. Fíjate bien, ¡aquí no hay nadie!
– Pero mamá…
– Los monstruos solamente viven en los cuentos, son de mentira. Venga, vuelve a la cama que yo me quedaré
Laura apoyó la cabecita en la almohada y su mamá le dio un beso en la frente; después, la señora metió la mano
– ¡Uy, lo que tengo aquí escondido!… ¡Como sé que te encanta, dejaré que te lo comas antes de dormir para que
se te pase el disgusto!
Envuelto en un papel de color plata sacó… ¡un trocito de chocolate! La pequeña se puso contentísima porque era
lo que más le gustaba en el mundo mundial. Lo pegó al paladar y lo fue saboreando muy despacio hasta que no
quedó ni un poco. ¡Estaba tan delicioso!… Gracias a la compañía de su madre y al regalito sorpresa, los miedos se
———-
Por fin el silencio se apoderó por completo del hogar, y tanto el ratón como la niña se quedaron tranquilamente
dormidos, cada uno en su cuarto, cada uno en su cama, cada uno con su mamá, pero ambos con el mismo sabor a
chocolate en la boquita.
Y así, entre dulces sueños, termina este bonito cuento que, como ves, confirma algo que todos sabemos: ¡los
monstruos no existen! Lo que no aclara bien es la otra cuestión: ¿quién asustó a quién?
Ernestus, el robot filosófico
Esta historia viene de un país lejano, más allá e la Galaxia Centuria Laudi 489, pasando por el cinturón de Orión,
incluso más lejos del mar de asteroides de plata, en la inmensa oscuridad de la garganta del cráter Mobidub74,
había una civilización ancestral que habitaba esas tierras desde los orígenes del universo. Su era
nombre Modernia.
Allí había muy buenos artesanos, expertos en la fabricación de magníficas baterías llenas de energía.Todo
transcurría sin problemas en Modernia, todos los días los artesanos se levantaban, construían nuevas baterías y
Un día, sin embargo, surgió un problema: los habitantes tenían tantas baterías que ni siquiera sabían dónde ponerlas…
¡los almacenes estaban llenos y, lo que es más triste, no había nadie con quien compartir toda esa energía!
Pensaron y repensaron, finalmente tuvieron una gran idea: ¡construir robots para usar esas baterías!
En poco tiempo, robots de todo tipo y carácter comenzaron a vagar por Modernia: había robots larguiruchos
llenos de muelles, pequeños robots regordetes con muchas luces, rebots de varias manos, otros tenían dos
Más que nada en el mundo, a los robots les encantaban las baterías eléctricas, sobretodo las que se fabricaban en
Modernia. Les daba la fuerza para caminar, hablar y pensar, en resumen, les dieron la energía para vivir. Para los
robots, nada era mejor que una batería nueva, porque cuanto más nueva era la batería, más energía podían
Los artesanos, que respetaban y querían mucho a sus amigos robots, siempre trataron de mejorar la calidad de
las baterías que fabricaban, convencidos de que apreciaban esa atención y que de alguna manera los robots
Pero, en realidad, los robots sólo estaban allí porque necesitaban las baterías para vivir, les daba igual dónde o
cómo conseguirlas….
Las baterías, almacenadas en los depósitos, estaban disponibles para todos los robots que pudieran recogerlas
por sí mismos. Los robots sólo necesitaban una batería para vivir, y si se pasaban de glotones y trataban de
conectarse a dos, podían estropearse y fundirse los plomos. Por eso había un gran letrero en la pared del almacén
Un robot llamado «Notesacias» fue una vez al depósito debido a su incapacidad para conformarse con las baterías
que usaba. Había leído esa advertencia muchas veces pero, desde hacía algún tiempo, había empezado a pensar
que los artesanos tenían que ser algo tacaños y que, sólo por esta razón, no permitían que los robots llevaran más
de una batería. Ese día había decidido no obedecer más la señal: así que miró a su alrededor y cuando nadie lo
vio, cogió dos baterías, las instaló y… ¡PUM! ¡Todos los circuitos se fundieron!
Cuando los otros robots encontraron a su compañero en ese estado, inmediatamente comenzaron a rebelarse:
«¡Los artesanos lo hicieron a propósito! ¡Le dieron una batería en mal estado!
Sólo un robot, llamado «Ernestus», defendió a los habitantes de la ciudad: «Ellos no son los culpables, el culpable
fue el robot Notesacias que se colocó dos baterías y ahora tendrá que ir al mecánico a que le arreglen por
completo.
Pero aunque Ernestus tenía razón, la gran mayoría de robots estaba enfadada y no era capaz de entrar en razón. Sus
discos duros estaban echando chispas.
Después de este acontecimiento, la vida de los habitantes de la ciudad cambió rápidamente. Los robots se
volvieron antipáticos y maleducados y los artesanos sufrían de ese comportamiento injusto. Los robots les
Sus cerebros de tostadora no entendían que sin el trabajo de los artesanos, ninguno de los robots habría
sobrevivido todo este tiempo. No se daban cuenta de que sus baterías eran hechas por las manos de esos
Ernestus, que era sin duda el robot más inteligente y bueno de la galaxia, siempre pensaba ayudar a los demás,
sin importar si eran humanos o robots. Así que encontró una solución para evitar que los malos humos de los
Les propuso a los artesanos irse a otro lugar, para demostrar a los robots que les necesitaban. Para ello, llenaron
todas las baterías que había en Modernia en un almacén, y sobre ese almacén pusieron un gran faro de rayos
láser. Si en algún momento, los robots querían que los artesanos volvieran a la ciudad, solo bastaría con encender
aquella luz.
Los artesanos entendieron perfectamente el plan de Ernestus, se montaron en sus motos espaciales…
Y se fueron…
Al ver desaparecer en el infinito horizonte del Universo a los artesanos, los robots estallaron de júbilo. Pensaron
que tenían razón, ya que ellos habían ganado la discusión, y que por pegar gritos y hacerse las víctimas de los
artesanos, estos habían sido vencidos y ahora todo Modernia era suyo, repleto de jugosas baterías, sin reglas
Todo parecía salir victorioso para los robots, mientras tanto, Ernestus aguardaba en lo alto de la torre de
Allí pudo ver cómo poco a poco las despensas se iban agotando, y el almacén cada vez estaba más vacío.
Pasaron los años, en los que Ernestus se dedicó a reparar a los robots que quedaban dañados por tratar de
conectarse varias baterías. Mientras tanto, el resto de la población robótica seguía disfrutando de su triunfo
sobro los artesanos, creían que todo este tiempo sin necesitarles, afianzaba más todavía, que ellos tenían razón.
Además, pensaban que el incidente que sufrió Notesacias era evidentemente causado por los artesanos, porque…
¿Cómo era posible que ningún otro robot hubiera sufrido otro percance similar?
La respuesta, era sencilla. Ernestus se encargaba de recoger a los robots cuando por avaricia, se fundían los
circuitos al conectarse varias baterías. Después los reparaba en lo alto de su torre de luz, les explicaba que había
Así fueron pasando los días, los meses, los años. Llegó un momento en que casi había la misma cantidad de robots
Fue entonces cuando cundió el pánico entre los habitantes robóticos de Modernia, que comenzaron a gritar y a
corres despavoridos por todo el país «¿Qué hacemos ahora?» «No quedan baterías»
Con ello, lo que consiguieron fue agotar la energía que les quedaba y uno a uno se fueron apagando todos los
¿Todos?
No, Ernestus y sus aliados, aguardaban este día escondidos en su torre de luz.
Uno a uno, fueron conectándose a los enchufes de la torre, para así poder cargar la batería central del foco.
Pasadas unas horas, el rayo láser atravesaba la galaxia en busca de los Artesanos nómadas que habían estado
Cuando vieron a lo lejos el destello de luz, no tuvieron que mediar palabra entre ellos. Todos comprendieron
Al llegar, el panorama era desolador, cientos y cientos de robots sin batería, tirados por la calle.
Poco a poco, los robots que se habían quedado con Ernestus, los artesanos y el propio Ernestus, recargaron las
baterías de todos los habitantes de Modernia… Que entonces comprendieron lo que Ernestus les quería decir
Todos entendieron que los artesanos eran inocentes, y que demás eran los que les permitían seguir viviendo en
Modernia. Los robots juraron lealtad y amistad a los artesanos de por vida y desde entonces, reina la paz y la
armonía en aquel remoto país, que desde ese día, cambió su nombre por el de «Ernestus» en honor al sabio robot
EL ASTEROIDE 2024
Era el 2175. Muchas cosas habían cambiado en la Tierra. El esquí lunar era la nueva moda, y una multitud de
Pero a pesar de este progreso, algunas cosas no habían cambiado. Los niños que se portaban mal eran castigados
y obligados a hacer grandes cantidades de deberes aburridos, siempre bajo la estricta vigilancia de sus padres y
profesores.
Un día el sabio, Gramaticus Cartapus, reflexionaba sobre cosas de sabio… Tampoco tenía mucho más que hacer,
Se preguntaba Cartapus en voz baja, cada vez que se asomaba a la ventana y veía su solitario planeta… Entonces
se quedaba imaginando cómo sería escuchar el resonar de risas y juegos de niños de todas las edades, corriendo y
Para que el Asteroide 2024 fuera un lugar que llamase la atención a los niños, Cartapus debía saber lo que más les
gustaba. El sabio instaló en su laboratorio una «pantalla de control» que analizaba los sueños de los niños de la Tierra. Y
esos sueños eran claros: televisión, helados, pizzas, videojuegos, sin castigos, sin deberes, sin pescado hervido, sólo
jugar y divertirse.
Estaba decidido a eliminar los castigos, los fastidiosos deberes, las coles, las espinacas y las lechugas, y también
Para que Cartapus pudiera tener las risas y bromas infantiles merodeando por su asteroide, tenía que convencer a
los niños de que era un lugar mucho más divertido que la Tierra, pero también, debía encargarse de que hubiera
padres y madres para cuidar a esos niños… ¡Qué petardez tener que hacerse cargo él de todo!
Después de muchos años de duro trabajo, Grammaticus Cartapus finalmente salió de su laboratorio con
una sonrisa en la cara. Había creado una nueva raza de madres y padres electrónicos. Así atraería a todos los
Las madres robot eran muy similares a las humanas, pero mucho menos serias y estrictas. No regañaban, no te
tiraban de las orejas, no tenían que obligarte a hacer los deberes, no gritaban, no castigaban, no privaban del
postre, no prohibían la televisión ni los videojuegos, dejaban comer helados y chocolate, incluso antes de las
comidas, y no revisaban si te habías bañado o lavado las manos. Siempre sonreían, daban besos electrónicos y
– ¡Muy bien! – ¡Qué bien! – ¡Fantástico!… El sabio Gramaticus se frotaba las manos alegremente al ver a sus
Pocos días después, en todas las pantallas de la Tierra se pudo ver este anuncio:
¿Quieres comer chuches antes de cenar? ¿Jugar descalzo? ¿Estás harto de hacer deberes?
Deja de vivir como en el año 2019 y marca el código d549d7/*-*-*+878 Grammaticus Cartapus te invita a su asteroide»
Un día, Enricus Hartus, un niño de siete años, muy desobediente, estaba harto, HARTO de sus padres, HARTO de
los deberes escolares, HARTO del pescado cocido, HARTO de lavarse los dientes… Así que cuando vio el anuncio,
– ¡Ven conmigo al asteroide! – dijo Carpatus. – No hay pescado, ni judías, no hay que acostarse a las ocho, puedes
comer patatas fritas todo el día y no hay que hacer deberes. ¡No te arrepentirás!
Enricus-Brutus quedó convencido al oír esas palabras. Después de treinta segundos de viaje (tiempo medio de un
viaje interplanetario en 2175), unos padres robóticos estaban esperándoles para recibirles con una sonrisa.
buena leche caliente con siete cucharadas de azúcar. Enricus estaba muy contento. Más aún cuando su nueva
madre encendió tres televisores al mismo tiempo, dos consolas de videojuegos y una gran torre de ordenador.
Enricus se tiró al sofá con sus sucias zapatillas de deporte, sin dar las gracias, y soltó un estruendoso eructo.
Mientras tanto, los padres habían ido a la cocina a prepararle la cena: mousse de chocolate con helado de cinco
sabores.
La vida en el asteroide 2024 para Enricus estaba llena de agradables sorpresas todos los días. Por supuesto,
continuó asistiendo al colegio del asteroide, pero allí solo había que jugar, saltar, reír y comer dulces. Enricus no
Todos los días, cuando volvía del colegio, la madre-robot le besaba, siempre los mismos besos (uno en la frente,
dos en las mejillas), encendía los tres televisores, las dos consolas de juego, el ordenador, y se dirigía
directamente a la cocina para preparar el mousse de chocolate y las pizzas mientras el padre le abría una botella
de refresco burbujeante y aliñaba con chuches los aperitivos. Por más que Enricus se portara mal, fuera
maleducado o pusiera los pies sucios encima del sillón, no había el más mínimo reproche por parte de sus padres
cibernéticos.
Lo mismo pasaba con los profesores robots… Con el tiempo, los niños habían olvidado sumar, restar y leer… Pero
aún así, ellos estaban contentos con su alumnado y les premiaban con chocolatinas y otros dulces.
Enricus decidió dejar de ir al colegio. Un día entró en casa escoltado por un policía-robot (había robado treinta y
tres discos de una tienda y cuarenta kilos de caramelos). Enricus pensó que sus padres iban a castigarlo. Pero
Y otro día, cuando Enricus Hartus regresó más tarde de las nueve a casa, sin un zapato y lleno de mugre… Su
cosa. Cuando la habitación estaba desordenada, lo que siempre ocurría con frecuencia, solo tenían que seguir las
– <<Gracias, mi amor>> decían sus padres. – <<Por favor, ve a ver la tele mientras ordenamos tu habitación.>>
Una vez, Enricus llegó a casa a medianoche porque se quedó en casa de un amigo jugando a juegos de ordenador.
– <<¿Ya estás ahí, mi amor? >> dijo mamá robot al verlo entrar… – <<Estoy muy contento contigo. ¿Todavía
Enricus frunció el ceño: ¿así que ni siquiera estaban preocupados por mi? Su verdaderos padres habrían tenido
una gran discusión con él y le habrían obligado a prometer que no lo volvería a hacer. Se recostó pensativo en la
Pronto las cosas se tornaron peor… Enricus tuvo indigestión por las patatas fritas, el helado, el chicle y la pizza. En
– Ya he tenido suficiente», dijo Enricus. – Me siento mal, ya no puedo tragarme ni media cucharada de helado.
Esa misma noche, Enricus vio a sus padres robots dirigirse a la cocina y tomar los ingredientes uno tras otro.
Galletas, harina, trigo, chorizo, queso, yogures, pimienta, sal, bandejas de azúcar, líquido del fregadero,
– <<¿Te escapaste de casa? Estoy muy contenta. Ve a ver la tele y te traeré pizza.>>
En su laboratorio, Gramaticus Cartapus se tiraba de los pelos muy nervioso: ¿por qué las cosas iban tan mal? ¿Por
qué los niños no se sentían felices? ¿Por qué estaban enfermos? La comida no les hacía bien a los pequeños
terrícolas. Se habían vuelto muy gordos, pálidos, sin músculos, y todos sus dientes se estaban poniendo negros.
Comprobó su «pantalla de control»: los sueños de los niños habían cambiado. Ahora querían judías verdes, carne,
pescado hervido, calcio y proteínas. Querían acostarse temprano y cepillarse los dientes después de comer.
Cartapus hizo sonar la sirena especial para reunir a todas las madres y padres robots en su taller… ¡Había que
Poco a poco, todos los niños que habitaban el Asteroide 2024 comenzaron con dolores de barriga… Luego
vinieron los lloros y los «quiero irme a casa»… Cartapus, un sabio interestelar… No alcanzaba a comprender qué
pasaba. Con las prisas, olvidó terminar de reprogramar los robots, así que los mandó a medio ajustar a sus casas
Pero la cosa fue a peor. Los robots, cocinaban la ropa, cortaban las pantallas, hacían batido de tierra y colocaban
Cartapus abrió su nave espacial tamaño familiar y fue recogiendo uno a uno a todos los niños que habitaban el
asteroide.
El planeta terminó explotando: ¡una gran llamarada! Justo unos minutos después de que la nave de Carpatus con
Al pisar suelo terrícola, los niños saltaron a los brazos de sus verdaderas madres y padres, saboreando las caricias
que en nada se parecían a las frías manos robóticas, sus besos, que no eran necesariamente uno en la frente y
Ya no era posible pasar los días comiendo chocolate y pizzas, jugando a juegos de ordenador sin hacer nada más.
Porque el chocolate sabe aún mejor si se come después de la sopa y el pescado. Así es como los papás y mamás
robot desaparecieron para siempre y las verdaderas mamás y papás volvieron a cuidar de sus hijos
¿Qué le pasó a Cartapus? Bueno, también vino a la Tierra… y decidió no volver a tratar de reemplazar a los padres
El extraterrestre Rok estaba harto de vivir en Súlex, un planeta árido y silencioso perdido en el universo. Cada día
Entre que somos pocos y no hay nada interesante que hacer, me aburro más que una piedra pómez.
Acababa de cumplir trescientos años y, dado que su esperanza de vida era milenaria, todavía se veía a sí mismo como un
tipo joven con muchas ganas de disfrutar y cumplir algunos deseos pendientes.
Creo que salir de la rutina y conocer sitios nuevos me vendrá muy bien. ¡Ha llegado el momento de concederme
un capricho y lanzarme a la aventura!
¡Dicho y hecho! Para celebrar cifra tan redonda decidió tirar la casa por la ventana y regalarse un viaje espacial. Si
algo le apetecía con locura era ver mundo, o mejor dicho, otros mundos.
En el planeta Súlex no había estaciones del año ni nada parecido, pero sus habitantes sabían que cuando la luz del
amanecer era anaranjada se daban las condiciones perfectas para volar por el espacio. Por esa razón, Rok
aguardó la llegada de una mañana color salmón para cargar a tope la batería de su nave último modelo y salir a
Los extraterrestres no necesitan traje de astronauta para volar y mucho menos un casco que aplaste sus delicadas
antenitas verdes, así que Rok solo tuvo que ponerse unas gafas especiales para poder ver con claridad y pilotar
Entró en su moderno platillo volante, cerró la escotilla, se sentó frente a la complicada pantalla de mandos, y
¡Rok estaba entusiasmado! Recorrer la galaxia a velocidad supersónica no era cosa que uno pudiera hacer todos
los días; pero además, tenía otra gran motivación: quería ser el primero de su especie en alcanzar el sistema solar.
Tras muchas horas surcando el espacio, negro como la boca de un lobo, lo consiguió.
¡Bravo, bravo! El camino ha sido largo, pero no hay nada imposible cuando uno pone ilusión en el objetivo. En
fin, veamos qué hay por estos lugares tan alejados de mi civilización.
Rok fue pasando por delante de los planetas más importantes y vio que no llegaban a la decena. Tras un rato
observándolos detenidamente, tuvo que admitir que se sentía decepcionado, pues excepto uno que tenía un
¡Vaya, no es lo que yo me esperaba! Veo un planeta rojo lleno de dunas, otro cubierto de cráteres, aquel
pequeño donde debe hacer un frío terrible… ¡Aunque parezca mentira, ninguno es mejor que el mío!
Allí, en medio de la oscuridad solo salpicada por el fulgor de alguna estrellita lejana, empezó a plantearse dar
media vuelta.
Nada por aquí, nada por allá… Si lo llego a saber no me muevo de casa. ¡Ni siquiera veo una estación de
hidrógeno líquido donde repostar!
De nada sirve engañarse, esto es lo que hay. Regresaré a casa antes de quedarme sin combustible.
Iba a girar los mandos cuando de repente, al fondo a la derecha, divisó una enorme esfera que destacaba entre
las demás.
Para asegurarse de que no se trataba de un efecto óptico, achinó sus grandes ojos saltones.
Yo diría que se trata de un planeta, pero un planeta muy raro porque tiene más colores que el resto de sus
vecinos.
Estaba tan intrigado que pisó a tope el acelerador y se aproximó para verlo mejor. Como la mitad estaba a
oscuras se situó frente a la zona iluminada por el sol, a una distancia adecuada para poder hacer una buena
valoración.
¡Vaya, qué interesante! Distingo zonas montañosas casi desérticas, pero también grandes áreas verdes
cubriendo la superficie. Y esas extensiones azules… ¿serán océanos?
Eligió un punto al azar e inició la maniobra de descenso. En cuanto aterrizó apagó el motor, se quitó las gafas,
abrió la escotilla, y antes de salir asomó la cabeza para comprobar si la zona era peligrosa.
Mis antenas no detectan ni señales extrañas ni la presencia de posibles enemigos. ¡Vamos allá!
Rok abandonó la nave de un salto y se quedó maravillado al comprobar que, bajo un cielo azul salpicado de nubes
como jirones de algodón, se extendía una maravillosa y exótica playa tropical. Acababa de llegar al planeta Tierra.
Durante unos minutos no pudo ni moverse, sobrecogido como estaba por tanta belleza. Cuando pudo reaccionar,
dejó atrás la nave y comenzó a dar pasitos cortos en dirección al mar. ¡No te puedes imaginar el placer que le
produjo caminar sobre la arena blanca templada por el sol y respirar aire fresco con aroma a sal!
¡Qué gozada! Es el lugar más hermoso que he visto en tres siglos de vida.
A diferencia de la Tierra, donde reina la naturaleza, en Súlex no existen los seres vivos, ni los animales ni las
plantas, y por eso sus únicos habitantes, los extraterrestres, se alimentan a base de productos sintéticos que ellos
mismos fabrican con restos de basura espacial. Para el hambriento Rok era urgente encontrar alguna pieza
Algo tiene que haber que sirva para activar mis circuitos… ¡Con un par de tornillos o una trozo de papel de
aluminio me conformo!
Se adentró en la zona de bosque y vio matorrales plagados de moras, arándanos y frambuesas, pero claro, eso no
era comida para él. Tampoco pescar entraba dentro de sus opciones pues, al contrario que para los humanos, los
Debí traerme un saco de residuos para resistir al menos una semana. ¿Cómo he podido ser tan insensato? Si no
encuentro algo antes de que anochezca, empezaré a echar humo por las orejas y me apagaré sin remedio.
De repente, una ola rompió contra la orilla y lanzó una vieja botella de plástico a sus pies.
Cogió el recipiente antes de que el mar lo devolviese a las profundidades y empezó a salivar.
Rok echó la cabeza hacia atrás, metió la botella en la boca, la trituró con sus potentes mandíbulas alienígenas, y la
engulló.
Gracias a este aperitivo me siento un poco mejor. Voy a ver si hay más.
Rok se adentró en el mar y vio que el fondo estaba plagado de botellas de detergente vacías, latas oxidadas,
trozos de cristales, y muchos otros artículos contaminantes que seres humanos sin escrúpulos habían tirado al
agua. Esos desperdicios, llegados de lugares supuestamente civilizados a través de las corrientes marinas, eran
Estos plásticos, neumáticos y objetos de latón son dignos de un banquete de lujo. Decidido: ¡me quedo en este
planeta para siempre!
Desde ese lejano día, el pequeño y curioso extraterrestre Rok habita entre nosotros, y aunque él no lo sabe
porque nadie se lo ha contado, cada vez que come está haciendo un gran favor al medio ambiente. De hecho, hay
quien sospecha que, gracias a esa ‘labor de mantenimiento’, el rinconcito en el que vive es uno de los más
¡Ah! ¿que quieres saber cuál es? Siento decirte que no lo sé, pero te sugiero que si alguna vez tienes la
oportunidad de visitar una playa solitaria, de esas que parecen de película, te fijes bien en sus aguas cuando
vayas a bañarte. Si son cristalinas y casi no tienen desperdicios, mira a tu alrededor por si ves algún alienígena