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Capítulo 1
La evaluación
educativa: paradigmas
del aprendizaje que la
sustentan
La evaluación educativa:
paradigmas del aprendizaje
que la sustentan
luar no quede suficientemente explicado a partir del mero análisis de los artilugios o
técnicas con que es realizado sino que es afectado también y sobre todo por la concepción
que se tiene del proceso de aprender y de los principales componentes de éste.
Más allá de las consideraciones anteriores, que dan pie a un intrincado bosque de
opiniones y propuestas sobre el tema de la evaluación académica, frecuentemente de
escasa utilidad, he adoptado la doble postura de, por un lado, obviar las ideas generales
que sobre la evaluación puede encontrar el lector en cualquier manual del ramo y, por
otro, ofrecer aquí un adelanto de lo que este manual se propone aclarar y que no es otra
cosa que presentar un nuevo instrumento de evaluación del aprendizaje escolar que
toma en consideración dos atributos esenciales del mismo: su carácter estratégico y
contextualizado. Entiendo que para alcanzar este doble objetivo es conveniente repasar
con el lector las novedades aparecidas en el campo de la psicología educativa y que
afectan tanto a la interpretación del proceso de aprender como a su evaluación a lo largo
de los dos decenios que median entre las leyes Villar-Palasí (1970) y la LOGSE (1990) y,
en segundo lugar, mostrar cómo la utilización de algunas importantes evidencias y datos
recientes disponibles sobre el aprendizaje dan pie para hablar hoy de nuevas bases de
evaluación escolar no menos que de la inaplazable necesidad de crear instrumentos para
su mejora y renovación.
En relación con las afirmaciones precedentes, quiero recordar aquí con Perkins
(1995) un hecho hasta cierto punto escandaloso: en el último cuarto de siglo los
psicólogos han podido comprender en profundidad el proceso de aprender y sabemos
mucho sobre cómo educar bien, pero el problema existe en la medida en que no
aplicamos esos conocimientos, pues la escuela enseña hoy de manera semejante a como
lo hacía hace cincuenta años y los jóvenes aprenden como medio siglo atrás; lo que nos
falta en cantidades colosales no es el conocimiento sino el uso del mismo. Al hilo de la
postura de este autor, lo que desde ahora quisiera hacer llegar al ánimo del lector es
una convicción sentida mayoritariamente por psicólogos y educadores: que si aspiramos
a mejorar la evaluación escolar necesitamos profundizar el concepto de aprendizaje en el
que se inspira. Esto conlleva la exigencia de someternos a un cierto rodeo, establecer el
cuadro de las connotaciones definitorias de los distintos paradigmas o interpretaciones
vigentes sobre el proceso de aprender y, desde ellas, mostrar el modelo de evaluación
resultante.
CONDUCTISMO Y COGNITIVISMO:
DOS CONCEPCIONES DEL BINOMIO
APRENDIZAJE-EVALUACIÓN
Conductismo
Según el conductismo, prevalente hasta la década de los 60, el aprendizaje se explica por
la conexión entre cadenas de estímulos y de respuestas El ejemplo más gráfico toma
cuerpo en los programas de las máquinas enseñantes: se propone un interrogante, lo
contesta el usuario, y la máquina dice si es correcto o no, es decir, lo "refuerza" positiva o
negativamente. Al final, se mantienen las respuestas o conexiones verdaderas y se
desechan las falsas La aplicación de este modelo a la actividad escolar, hace que la
atención de los enseñantes y alumnos se centre básicamente en el momento final del
proceso de enseñanza-aprendizaje, es decir, en las calificaciones o rendimiento final del
alumno, que se mide a partir de las respuestas dadas en los exámenes y que se valoran
por su nivel de acercamiento o distancia a las metas prefijadas por los profesores. En tal
planteamiento, son los profesores los principales protagonistas de la actividad en las aulas,
pues ellos son los encargados de encauzar la actividad los alumnos y de evaluar los
niveles de éxito o fracaso resultantes de su actividad con los estudiantes. Fácilmente se
comprende que un planteamiento de esta naturaleza tiende a descuidar por parte de los
profesores, todo lo que hace el aprendiz a lo largo del complejo camino que separa los
estímulos puestos por los docentes y la interpretación que de ellos hacen los estudiantes
entre la fase inicial y final del proceso de aprender. Se entiende fácilmente también que,
dentro de este paradigma, el papel del alumno se agota prácticamente en responder al
mensaje del profesor que le evaluará en función de su habilidad para reproducir tal
mensaje; cuanto mas se ajuste su respuesta a este último, mayor será la calificación que
el alumno conseguirá. Muchos profesores estarían actuando fundamentalmente con este
modelo en la medida en que se limitan a evaluar a término los aciertos o errores de sus
alumnos como expresión de su capacidad
• Limitaciones. En la valoración del modelo conductista hay que hablar también de sus
limitaciones; las propongo a continuación de modo sucinto y ciñéndome al campo del
aprendizaje y de la evaluación escolar. En primer lugar, el rechazo por parte del
conductismo de la existencia de variables internas accesibles al investigador -los procesos
internos-, que esta corriente psicológica excluye como material objeto de estudio por parte
del enseñante y del psicólogo, no hace justicia al hecho empírico y sobradamente
comprobado de la enorme variabilidad de las respuestas que aparecen en los exámenes,
es decir, las grandes diferencias que se observan ante unos mismos estímulos propuestos
por el enseñante a sus alumnos. Hoy se entiende que dicha variabilidad no queda
suficientemente explicada por los estímulos en sí mismos -unas mismas explicaciones de
los profesores- y, por tanto, una interpretación adecuada de tal variabilidad exige admitir
la intervención de variables o procesos mediadores internos puestos por los escolares y no
contenidos en los estímulos uniformes del profesor. Tal razonamiento conduce
inexorablemente a la conclusión de que entre la estimulación uniforme del profesor y las
diferentes respuestas finales de sus alumnos, las que aparecen en el momento de la
evaluación, deben darse conductas internas puestas por los estudiantes con las que éstos
convierten la uniformidad de la estimulación del docente en variedad de respuestas; en
definitiva y en buena lógica, sin recurrir a tales variables internas resulta imposible
entender y justificar la gran diversidad de las calificaciones escolares (Segura y otros,
1991; García Vega y Moya, 1993).
Otro hecho claramente demostrativo de las insuficiencias del conductismo es su
evidente fracaso a la hora de intentar explicar el proceso de aprendizaje sin contar con el
influjo de factores internos no observables y, paralelamente, su pérdida de horizonte y
ausencia de recursos fiables para identificar la infinidad de estímulos ambientales y
directamente observables que hipotéticamente jugarían el papel de únicos responsables
de las respuestas enormemente variadas de los aprendices (Bruer, 1995). Este fracaso ha
sido especialmente notorio en la explicación de conductas característicamente complejas
como es, por ejemplo, la del lenguaje humano (Chomsky, 1989; Relinchón, Riviére e Igoa,
1992).
En el último decenio y a la vista de las limitaciones señaladas, los psicólogos
especialmente interesados en el aprendizaje escolar han formulado duras críticas a la
visión excesivamente alicorta de la metodología sustentada por los conductistas
destacando las graves consecuencias que ha supuesto y supone la adhesión a los
postulados de un empirismo a ultranza. Tal adhesión, se dice, ha conseguido influir
decisivamente en la subestima de la conducta interna de los aprendices por parte de los
docentes y, de rebote, les ha disuadido de interactuar con sus alumnos en variedad de
campos en los que es posible compartir gran número de experiencias comunes a partir de
las cuales los enseñantes podrían sentirse motivados para dedicar amplios esfuerzos a la
elaboración y uso de instrumentos más ricos y eficaces en la
ayuda que deben y pueden prestar a sus alumnos como consecuencia de un mejor
conocimiento del funcionamiento de la mente humana y de sus procesos internos (Perkins,
1995). En este horizonte, es notorio que hoy todos los cultivadores de la filosofía de la
ciencia abogan por una mayor flexibilidad en el ámbito de la metodología científica, que no
debiera reducirse a la metodología puramente empírica que sólo baraja datos
directamente observables y que se aplica en las ciencias de la naturaleza física. Hay temas
en el ámbito de las ciencias humanas tales como la intencionalidad, conciencia,
motivación, sentimientos, indecisiones y dudas, etc. que no pueden estudiarse con rigor
desde el paradigma propio de una concepción puramente fisicista o empírica del
conocimiento científico. Por lo que hace a nuestro tema concreto, el del aprendizaje, se
está comprobando que las coincidencias resultantes de la colaboración abierta entre los
diferentes métodos de la psicología, neurociencia, tomografía cerebral (TC) y resonancia
magnética (RM) hacen posible comprender mejor conductas hasta muy recientemente
consideradas inaccesibles a los estudiosos del comportamiento humano (Kandel y otros,
1997). Basta ver los espectaculares avances científicos en esta perspectiva interdisciplinar
para declararse firme partidario de acabar con los escrúpulos metodológicos puristas del
método empírico mal entendido y que, en definitiva, constituyen la negación del principio
de relevancia de la ciencia que obliga a pensar que para ésta siempre es preferible saber
algo que ignorar todo sobre los problemas que nos afectan y a poner en juego todos los
recursos disponibles para avanzar en una mejor -aunque no total- explicación de los
mismos.
Por último y en relación con el producto estrella de la escuela conductista, la
enseñanza asistida por ordenador (EAO), hay que añadir a lo dicho anteriormente varias
limitaciones o, si se prefiere, fallos. En efecto, los programas existentes:
Todo ello muestra que el paquete de posibilidades ofrecido por las máquinas de
enseñar está afectado hoy por hoy por grandes limitaciones, especialmente en el campo
de los aprendizajes complejos, por lo que, en definitiva y en contra de un optimismo a
todas luces excesivo, no parece razonable pensar que las máquinas puedan sustituir por el
momento y de modo general la actividad del profesorado.
Cognitivismo
Para el Cognitivismo, la actividad del que aprenda se convierte en objeto relevante para la
psicología en la medida en que se interpreta el aprendizaje como un conjunto de acciones
internas puestas por el aprendiz y encaminadas a dar a los estímulos nuevos significados.
El adjetivo "nuevos" sirve para indicar que por simple o limitado que se considere el
proceso de aprender siempre se hace presente en él cierta actividad original que hace de
quien aprende el principal responsable de la peculiar síntesis resultante del entronque de
lo que ya sabe con la nueva información aportada por el estímulo, y esto vale al margen
de la diversidad de enfoques con que sea interpretada la naturaleza del proceso
constructivo realizado por el aprendiz (Pozo, 1996). En cualquier caso, hay poderosas
razones para pensar en la imposibilidad de entender adecuadamente el proceso de
aprender sin contar con algo más que el puro mecanismo receptivo del estímulo por parte
del sujeto y, en el caso de los escolares, a partir del mero análisis de las actuaciones del
profesorado.
Tomando las anteriores premisas como punto de partida y para la finalidad que me
propongo con este trabajo, opto por acortar el discurso teórico sobre el aprendizaje
apartándome de la consideración general del mismo y ciñéndome lo más posible a su
análisis en la variedad de campos y situaciones concretas en que actúan realmente los
aprendices; me sumo, así, a la corriente actual de los muchos que piensan que el avance
de la psicología del aprendizaje debe venir por la interpretación de éste en su condición de
proceso "situado" (Beltrán y Genovard, 1995) o, como otros preferimos decir, desde su
acepción "contextualizada" (Perkins, 1995; Bernad, 1993 y 1995b). Esta postura plantea
notables interrogantes, uno de ellos y no el menor es el de encontrar la metodología
adecuada con la que los investigadores y profesores pueden acceder a los procesos
internos del aprendiz toda vez que éstos escapan a la observación directa del profesor e
investigador.
puede comenzar allí donde los conductistas lo daban por terminado, es decir en un más
allá del comportamiento puramente externo. Estos logros, por otra parte, han encontrado
un fuerte apoyo y confirmación en los espectaculares avances de la neurociencia que
muestran el paralelismo funcional entre los datos propiamente psicológicos y las leyes que
regulan el funcionamiento del sistema cognitivo humano (Kandel y otros, 1997)_ En este
sentido la psicología cognitiva, sin subestimar un ápice los logros del conductismo está en
condiciones de poder considerar la mente humana como caja en eran medida
transparente para el investigador, lo que posibilita explicar la conducta humana a través
del estudio de los procesos internos del sujeto, aquéllos concretamente que son puestos
por las personas desde que reciben estímulos provenientes de su entorno hasta que los
exteriorizan en sus respuestas manifiestas o terminales; así, se ha podido decir con no
menos gracia que evidente exageración que el Cognitivismo acabara por dominar la
psicología del guión, E-R (estímulo-respuesta). En definitiva, todo lo que conocemos hasta
el momento sobre la actividad interna de los sujetos da pie para pensar que, en la medida
en que es asumida con suficiente rigor la metodología de la psicología cognitiva
encaminada al estudio de las conductas internas del sujeto como atender, percibir,
razonar, querer, recordar, etc lejos de ser objetivos inalcanzables para la ciencia
comienzan a clarificarse en niveles hasta fechas muy recientes insospechados. A pesar de
o dicho, pecaríamos de optimismo inane si viéramos las posibilidades de la psicología
cognitiva más como conquista alcanzada que como reto desafiante y esta afirmación me
lleva de la mano a detenerme en algunos comentarios sobre los logros y limitaciones del
Cognitivismo, al igual que he hecho al hablar del conductismo.
• Logros del Cognitivismo. Curiosamente, entre los supuestos epistemológicos del
Cognitivismo está el reconocimiento de la dificultad de acceso y consiguiente análisis de la
actividad interna de los sujetos dado que esta nunca es directamente observable ni
mensurable a la manera como lo son las entidades físicas; dicho de otro modo, la cualidad
interna e intencional de los hechos mentales obliga a prescindir en buena medida de la
metodología experimental propia de la ciencias sobre la naturaleza. Surge, entonces, la
cuestión de cuáles son las vías fiables para acceder a los procesos internos de las
personas y en qué medida la apreciación que de ellos obtiene el investigador constituye
base suficiente para establecer regularidades equivalentes a verdaderas leyes científicas.
El análisis de las técnicas del autoinforme y el análisis de protocolos nos ayudarán a
responder al doble interrogante planteado.
Autoinformes. Por lo que se refiere a esta técnica, los datos disponibles muestran los
siguientes logros:
1) Actualmente sabemos que, más allá del puro símil, la mente humana actúa a
manera de potente procesador de información que se rige por las leyes
Análisis de protocolos. En sentido amplio, los "protocolos" son pruebas parecidas a los
exámenes escritos convencionales. Sabemos que de estos exámenes los profesores
extraen gran cantidad de información sobre la conducta del alumno y especialmente la
evidencia de que tal conducta responde a pautas con frecuencia asombrosamente
regulares y repetidas. Pero al hablar aquí de "protocolos" nos referimos a pruebas
especiales que cumplen los cuatro requisitos siguientes, generalmente ausentes en los
exámenes habituales:
En síntesis, hoy no caben recelos sustanciales para poder hablar de una verdadera
ciencia cognitiva con objeto propio, el estudio de los procesos internos de los individuos, y
propios métodos, la exploración del espacio psicológico de los aprendices por vía indirecta
(autoinformes y análisis de protocolos).
rior del campo de la cibernética del pensamiento humano. Las últimas aportaciones sobre
las inteligencias múltiples (Gardner, 1995), con la sólida fundamentación empírica que las
sustentan, representan un fascinante pero también complicado reto que no puede obviar
la psicología cognitiva si quiere seguir avanzando en la tarea que le es propia.
d) La psicología cognitiva del aprendizaje no ha logrado compaginar las formas de
aprendizaje derivadas del influjo de los factores sociales o contextuales (familia y entorno
cultural, principalmente) con las promovidas por la educación formal, es decir, la que se
realiza en la escuela y que a juicio de muchos equivale a un modelo reduccionista del
proceso de aprender y de las variables intervinientes en él. Entre las variables sociales
cuentan decisivamente los esquemas de pensar propios de la vida cotidiana, las teorías
implícitas o creencias ingenuas con que actuamos las personas, hecho que es olvidado por
el modelo de procesamiento de información con que hoy solemos analizar la actividad
intraescolar. En este sentido, bastantes estudiosos del pensamiento no se ruborizan a la
hora de afirmar la existencia de una cierta visión esquizofrénica entre los que podemos
considerar saberes y procesos de aprendizaje cotidianos y los saberes y procesos
escolares (Resnick y Ford, 1990; Lacasa, 1994; Pozo, 1996). Hoy se oye el clamor de que
hay que entrar en el análisis del aprendizaje contextualizado si se pretende lograr una
enseñanza eficaz y de calidad (Sternberg, 1987-88; Lave y Wenger, 1991; Rodrigo, 1994;
Perkins, 1995).
e) Por último, la gran laguna de la psicología cognitiva consiste, a juicio de muchos, en
no calibrar con la debida precisión la intervención de la inteligencia emocional en el
tratamiento de la información por parte de la inteligencia racional. En este sentido, la fría
lógica de los ordenadores no sirve más que para explicar muy parcialmente las leyes que
regulan la lógica propiamente humana (Goleman, 1996; Ortony y otros, 1996).
No podría terminar este capítulo sin dejar constancia del compromiso que contraigo
con el lector al proponerle un modelo de evaluación que, sin olvidar todas las limitaciones
actuales de la psicología cognitiva, pero también tomando en consideración todas sus
posibilidades, ofrezca a los educadores un nuevo modelo de evaluación escolar traducido
en un instrumento que desde hace ya diez largos años venimos aplicando en distintos
niveles educativos y que representa "un más allá" de los modelos de evaluación
convencionales. Quiero pensar que el intento merece la pena y ello justifica los capítulos
que siguen.