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Muerte de La Ciencia Politica 1 PDF
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LA MUERTE DE LA
CIENCIA POLÍTICA
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CÉSAR CANSINO
LA MUERTE DE LA
CIENCIA POLÍTICA
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Cansino, César
La muerte de la ciencia política. - 1a ed. - Buenos Ai-
res : Sudamericana, 2008.
416 p. ; 23x16 cm. - (Ensayo)
ISBN 978-950-07-3004-4
IMPRESO EN LA ARGENTINA
www.rhm.com.ar
ISBN 978-950-07-3004-4
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Introducción
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buenas razones para hacer eco de esta tendencia. Así, por ejem-
plo, la metateoría sólo es posible en aquellas parcelas de cono-
cimiento, como en las ciencias sociales, en las cuales no se ha
afirmado un enfoque o paradigma predominante. Sólo ahí
donde hay una permanente confrontación entre escuelas de
pensamiento y una pluralidad de posibilidades explicativas,
cabe reivindicar un estudio particular de los distintos aspectos
presentes en la producción teórica. Nada más cierto para el
caso de la teoría política, recipiente inagotable de siglos de re-
flexión, proveniente tanto de la filosofía política como de la
ciencia política.
No debe confundirse, sin embargo, entre teoría y metateo-
ría de la política. La primera es el resultado natural de la inves-
tigación filosófica o científica de un tema concreto conducido
con las reglas propias del ejercicio formal-argumentativo o em-
pírico-demostrativo, respectivamente. La segunda, por su par-
te, es una reflexión que se plantea el doble propósito de profun-
dizar en los distintos aspectos de la producción teórica
existente y de constituirse a su vez en un punto de arranque
para nuevas propuestas. En ese sentido, la metapolítica no su-
ple a la teoría política, la estudia y complementa. Su interés es
solamente reconocer el potencial explicativo de las teorías, su
coherencia interna en sí mismas y/o en referencia a otras teorí-
as afines.
Con este fin, el quehacer metateórico se sirve de múltiples
disciplinas, como la historia, la hermenéutica, la epistemología,
la filosofía, la sociología, entre otras muchas. En consecuencia,
la metapolítica constituye una reflexión multidisciplinaria —o
mejor transdisciplinaria, en el sentido de estar abierta a múlti-
ples enfoques sean o no científica o filosóficamente correctos—
de la teoría política, desde la genealogía conceptual o la ar-
queología de los saberes hasta el reconocimiento sociológico de
las comunidades intelectuales donde las teorías políticas se ge-
neran y producen.
En síntesis, la metapolítica tiene como objetivo reflexionar
sobre las teorías políticas existentes como punto de partida de
nuevos saberes teóricos. No busca suplir el desarrollo de la in-
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PRIMERA PARTE
LOS LÍMITES DE LA
CIENCIA POLÍTICA
◆
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Capítulo 1
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Israel, Japón,
(3) Australia, India Resto de Europa Occidental
América Latina (México, Brasil,
Argentina, Chile, Uruguay)
Institucionalización +
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Notas
1
Cfr. Ryan (1990); Tester (1990) y Nelson (1990).
2
En otra sede me he ocupado de los cambios que es posible advertir en
América Latina como producto de dichas transformaciones mundiales. Véa-
se Cansino y Alarcón Olguín (1994a).
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3
Para mayores elementos sobre esta distinción véase Sartori (1979b).
4
Bobbio (1983, p. 1025).
5
De acuerdo con Graciano (1991, p. 8), la ciencia política es un campo
de estudio que ha encontrado una más o menos completa institucionaliza-
ción en la división del trabajo académico, según recorridos temporales y di-
versos de un país a otro. Las dimensiones que para este autor definen la evo-
lución de la ciencia política son el desarrollo teórico y la institucionalización
académica.
6
Para el caso de Estados Unidos véase Easton (1985); Finifter (1983);
Almond (1990a). Para el caso de Canadá véase Trent (1987). Para el caso de
Europa Occidental véase Rose (1990); McKay (1990). Para mayor informa-
ción por países véase Morlino (1991); Page (1990); Leca (1991); Kastendiek
(1987); Vallés (1991); Anckar (1987). Por lo que respecta a América Latina vé-
ase Guiñazú y Gutiérrez (1991); Cansino, Maggi y Zamitiz (1986); Lamou-
nier (1982). Por lo que se refiere a Europa del Este véase Tarkowski (1991).
Para el caso de África véase Jinadu (1991).
7
Pateman (1991).
8
Sartori (2004). En un texto muy sugerente, Mayer (1989) advertía al-
gunas de las implicaciones negativas de haber abandonado los estudios
comparados en favor de los estudios de aspectos cada vez más específicos.
De igual modo, son sugerentes sus observaciones sobre cómo es posible y
por qué es deseable superar las contradicciones y límites característicos de
este sector de investigación dentro de la ciencia política. Sobre este punto vé-
ase también Sartori (1984b) y Lane y Ersson (1990).
9
Kuhn (1962). Véase también Farfán (1988).
10
Cfr. Mayer (1989, pp. 291-292). Véase también Inglehart (1983);
Bluhm (1982).
11
Easton (1985, pp. 140-145).
12
Véase Leftwich (1990b, p. 82).
13
Almond (1990b, pp. 34-35).
14
Sobre el problema de las mediaciones entre ciencia y poder véase Pye
(1990); Gunnell y Easton (1991, pp. 337-338).
15
Gunnell y Easton (1991, p. 335).
16
Easton (1985).
17
Entre los principales politólogos que en su momento advirtieron los
límites de la ciencia política empírica pueden señalarse Almond (1990a);
Lindblom (1979) y Easton (1985). Un recuento de los principales cuestiona-
mientos al programa original de la ciencia política empírica puede encon-
trarse en Zolo (1989, pp. 46-68). Una crítica igualmente interesante puede en-
contrarse en Cerny (1990). Según este autor, el estudio sistemático de la
política sufre de una profunda ambigüedad y esquizofrenia: la conceptuali-
zación teórica de cómo trabajan las instituciones políticas y de su impacto
está muy subdesarrollado. De acuerdo con ello, nos encontramos en una po-
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bre situación para entender las estructuras y evaluar los recientes cambios
estructurales en política, economía y sociedad que serán relevantes en el si-
glo XXI.
18
Me refiero al libro de Ricci (1985). De acuerdo con esta interpretación
la ciencia política en Estados Unidos parece incapaz de producir un efectivo
“conocimiento político” debido precisamente a su empeño por alcanzar un
conocimiento cierto y absolutamente preciso —“científico”— de la vida po-
lítica. Este hecho desvía simultáneamente al politólogo de los temas crucia-
les de la sociedad en la que vive, como la crisis de las sociedades democráti-
cas, pues estos temas no pueden ser afrontados seriamente por quien hace
de la neutralidad política su propio hábito profesional.
19
Véase, por ejemplo, Zolo (1989, pp. 61-68).
20
Bobbio (1990).
21
Almond (1990a, pp. 13-31). Véase también Eckstein (1989); Gibbons
(1990); Gunnell (1983).
22
Con esta idea surgieron trabajos tan importantes como los de Riker y
Ordeshook (1973); Buchanan (1978); Ferejohn, Cain y Fiorina (1987). Dos
análisis muy ilustrativos del conjunto de presupuestos de este sector de la
ciencia política pueden encontrarse en Moe (1979) y Almond (1990c).
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Capítulo 2
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Notas
23
Schumpeter (1942, cap. 1).
24
Cfr. Urbani (1984, pp. 385-386).
25
En el complejo de la obra de Schumpeter, el tema de la democracia no
fue primordial. Ciertamente, aparece en diversos trabajos suyos pero casi
siempre de manera marginal. Véase al respecto Heertje (1981); Swedberg
(1991).
26
Buchanan (1990, pp. 26-38); Tullock (1979, esp. la introducción);
Downs (1957, esp. cap. I); González (1988).
27
Con este nombre se refieren a la propuesta de Schumpeter principal-
mente sus detractores: Macpherson (1968 y 1977); Pateman (1970 y 1985); Ar-
blaster (1991, pp. 85-86); Bachrach (1967).
28
Ferrera (1984); Sartori (1957); D’Alimonte (1977).
29
Held (1987, pp. 143-185).
30
Urbani (1984).
31
González (1988, pp. 312-313).
32
Cfr. González (1988, p. 313); Urbani (1984, pp. 388 y 393).
33
Sobre las críticas a la teoría elitista de la democracia, puede verse
Ruiz (1985, pp. 87-105).
34
De estos autores véase sobre todo: Dahl (1956 y 1971); Sartori (1987);
Almond (1970); Lipset (1960); Verba (1968).
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Aparte de los libros ya citados de estos autores, deben destacarse los
siguientes títulos: Buchanan y Tullock (1962); Buchanan (1978); Riker (1962);
Riker y Ordeshook (1973); Olson (1980).
36
Además de estas corrientes, hay quien establece una influencia de
Schumpeter sobre los estudios conductistas de la participación como los de
Berelson y Campbell, entre otros. Sin embargo, las coincidencias iniciales se
pierden en el tipo de objetivos perseguidos por estos estudios. Cfr. Ferrera
(1984, pp. 418-419).
37
Cfr. Held (1987, pp. 164-167).
38
Sobre estos temas véase Cavalli (1992).
39
Véase González (1988, pp. 315-320).
40
Sobre este tema véase Buchanan (1990, pp. 26-37).
41
Véase González (1988, pp. 313-314).
42
Cfr. Urbani (1984, pp. 400-401).
43
Véase Dahl (1986; 1989, pp. 119-131).
44
Mayores elementos pueden encontrarse en González (1988, pp. 329-
334); Held (1987, pp. 186-220); Ferrera (1984, pp. 419-420). Cabe señalar que
existen autores que han establecido ciertas incompatibilidades de fondo en-
tre el modelo schumpeteriano de democracia y el modelo competitivo. Véa-
se Santoro (1991); Miller (1983); Duncan y Lukes (1970).
45
Cfr. Held (1987, pp. 143-185).
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Capítulo 3
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Notas
46
Para efectos de este capítulo se consideraron sobre todo los siguien-
tes trabajos: Luhmann (1984, 1991, 1992 y 1995) y Luhmann y De Georgi
(1993).
47
De Foerster puede consultarse (1991) y de Glasersfeld (1987 y 1995).
48
De Maturana puede consultarse (1995 y 1996) y Maturana y Varela
(1986).
49
Glasersfeld (1995, p. 30).
50
Citado por Ceruti (1998, p. 38).
51
Idem.
52
Idem.
53
Maturana (1987, p. 63).
54
Kant (1984, p. 128).
55
Ibid., pp. 129-130.
56
Véase Varela (1979, 1989a y 1989b) y Varela, Thompson y Rosca
(1989).
57
Prigogine (1994). Véase además: Prigogine (1991 y 1996); Prigogine y
Stengers (1986, 1988, 1990).
58
Cfr. Izuzquiza (1990).
59
Habermas (1989 y 1990).
60
Véase el cap. 2 de este volumen: “El análisis económico de la políti-
ca”.
61
Véase, por ejemplo, Maestre (1994).
62
Véase, por ejemplo, los autores y artículos contenidos en: Bohman
(1996 y 1999).
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63
Como se sabe, Foucault concebía al poder como lo que reprime y es
esencialmente una relación de fuerza. Como relación de fuerza, debe anali-
zarse bajo la figura de enfrentamiento, combate, choque o guerra. Véase
Foucault (2000 y 2001).
64
Véase Maestre (1994, cap. 4).
65
Idem.
66
Luhmann (1996b, pp. 3-5).
67
Weber (1967, pp. 54-67).
68
Nadie desarrolló mejor este tema que la filósofa judío-alemana Han-
nah Arendt (1958).
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A manera de conclusión
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Notas
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Véase el capítulo 5 de este volumen: “Réquiem por la ciencia polí-
tica”.
Una versión preliminar de este parágrafo (“El debate reciente sobre
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sazón con Israel Covarrubias, tuvo una salida previa en: Cansino y Covarru-
bias (2007).
71
Al respecto, hay una nota interesante que vale la pena recuperar para
el lector. Ya Bobbio (1955) advertía la necesidad de profundizar en el conoci-
miento real de los regímenes políticos y particularmente de la democracia,
dado que —insistía—, sólo a partir del conocimiento y la información reca-
bada por medio de distintas técnicas que en ese entonces estaban surgiendo
(in primis, la estadística y los estudios de opinión y encuestas) es posible sa-
ber: a) la perdurabilidad o no perdurabilidad de un régimen político en el
horizonte temporal; b) la posibilidad de orientar o no distintas propuestas
que los propios estudiosos pudieran tener para la solución adecuada de los
problemas institucionales y de “arraigo” social frente al régimen democráti-
co; c) el compromiso cívico necesario —aunque el propio Bobbio era escépti-
co en este punto— para resguardar institucional y socialmente al régimen
democrático.
72
Siguiendo el hilo de la argumentación, se puede decir que en la ac-
tualidad a la democracia (en su variante institucional) se le pide (o exige) la
solución de los principales problemas de convivencia entre los grupos y los
segmentos sociales, así como respuestas satisfactorias a los potenciales con-
flictos que cualquier comunidad política tiene en su horizonte. De aquí, si-
guiendo la lógica reactiva (en contra o a favor) del régimen democrático, el
populismo en América Latina, por ejemplo, se puede interpretar como una
respuesta que nace en el seno del régimen democrático pero en ocasiones
con la clara intención de atacarlo abiertamente (es el caso de Hugo Chávez
en Venezuela). Sobre estos dilemas, véase Cansino y Covarrubias (2006, pp.
19-42, 69-106).
73
Al respecto, es oportuno señalar la reestructuración de las fronteras
territoriales en Europa (cuyo punto máximo será la edificación del muro de
Berlín), ya que importaría una serie de consecuencias a la ordenación jurídi-
ca y económica de los Estados involucrados y, con mayor ímpetu en el naci-
miento de la Guerra Fría. Contemporáneamente, el contexto de la segunda
posguerra se encontrará también con la emergencia de distintos procesos de
des-colonización que originará el nacimiento de nuevas naciones (sobre todo
en África y Asia). Asimismo, es importante no olvidar las formas radicaliza-
das que el cambio político adoptaba en aquel entonces en distintos países del
subcontinente latinoamericano.
74
Inclusive, Norberto Bobbio (1984) insistirá sobre el particular, a pesar
de ser ubicado tradicionalmente en las concepciones genéticas de la demo-
cracia.
75
Esta generación será encabezada por Joseph Schumpeter (1942) y su
concepción realista-elitaria sobre la democracia, para quien el “voto es im-
portante pero más importante es el mercado electoral”. Quizá este autor es el
más relevante de toda la generación, sobre todo por su insistencia sobre los
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varrubias (2005, pp. 30 y ss.), Vilas (1993, pp. 9 y ss.). Una síntesis reciente de
este dilema está en Aziz Nassif y Alonso (2005, pp. 13-32).
82
Ya Rokkan (1975) sugería esto al decir que los votos cuentan pero los
recursos económicos son los que deciden.
83
Véase entre otros: Elster (1989, pp. 248-297), Lindblom (1992, pp. 208
y ss.), Wolfe (1997, pp. 200-238).
84
Véase Cansino (1997b).
85
Véase Maestre (2000).
86
Véase Molina (2001).
87
Idem.
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Capítulo 5
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Un poco de historia
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A manera de conclusión
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además, serán los más listos y alcanzarán más temprano que los
demás la mieles del éxito y el reconocimiento de su minúscula
comunidad de pares. Pero, he ahí que no hay nada nuevo bajo el
sol. El concepto de calidad de la democracia constituye más un
placebo para hacer como que se hace, para engañarnos a noso-
tros mismos pensando que hemos dado con la piedra filosofal,
pero que en realidad aporta muy poco para entender los proble-
mas de fondo de las democracias modernas.
Además, en estricto sentido, el tema de la calidad de la
democracia no es nuevo. Es tan viejo como la propia demo-
cracia. Quizá cambien los términos y los métodos empleados
para estudiarla, pero desde siempre ha existido la inquietud
de evaluar la pertinencia de las formas de gobierno: ¿por qué
una forma de gobierno es preferible a otras? Es una pregunta
central de la filosofía política, y para responderla se han ofre-
cido los más diversos argumentos para justificar la superiori-
dad de los valores inherentes a una forma política respecto de
los valores de formas políticas alternativas. Y aquí justificar
no significa otra cosa más que argumentar qué tan justa es
una forma de gobierno en relación a las necesidades y la natu-
raleza de los seres humanos (la condición humana). En este
sentido, la ciencia política que ahora abraza la noción de “ca-
lidad de la democracia” para evaluar a las democracias real-
mente existentes, no hace sino colocarse en la tradición de
pensamiento que va desde Platón —quien trató de reconocer
las virtudes de la verdadera República, entre el ideal y la rea-
lidad— hasta John Rawls (1971), quien también buscó afano-
samente las claves universales de una sociedad justa; y al ha-
cerlo, esta disciplina pretendidamente científica muestra
implícitamente sus propias inconsistencias e insuficiencias, y
quizá, su propia decadencia. La ciencia política, que se recla-
maba a sí misma como el saber más riguroso y sistemático de
la política, el saber empírico por antonomasia, ha debido ce-
der finalmente a las tentaciones prescriptivas a la hora de
analizar la democracia, pues evaluar su calidad sólo puede
hacerse en referencia a un ideal de la misma nunca alcanzado
pero siempre deseado.
135
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Notas
88
Véase Sartori, Riggs y Teune (1975) y Sartori (1984b).
89
Véase Bobbio (1988b).
90
Véase Bobbio (1972).
91
Bobbio (1988b).
92
Cuestión que pudiera desprenderse de la crítica que Danilo Zolo re-
aliza a Sartori en Zolo (1988). Mayores elementos sobre la posición de Sarto-
ri pueden encontrarse en Sartori (1984b y 1987).
93
Para una revisión de los principales autores y propuestas sobre este
tema, véase el número especial de Metapolítica dedicado íntegramente al
mismo (vol. 8, núm. 39, enero-febrero 2004).
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SEGUNDA PARTE
LA CIENCIA POLÍTICA
MÁS ALLÁ DE SUS LÍMITES
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Capítulo 6
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Notas
94
Una versión preliminar de algunas partes de este capítulo, realizada
a la sazón con Sergio Ortiz Leroux, tuvo una salida previa en: Cansino y Or-
tiz Leroux (1997).
95
De suerte que no me detendré en el concepto de sociedad civil des-
arrollado por los autores clásicos. Dentro de la línea de los autores clásicos,
el concepto de sociedad civil fue abordado inicialmente por los pensadores
ilustrados escoceses. La principal característica del pensamiento escocés era
su tendencia “secularizadora”, entendiendo por ésta, no antirreligiosidad y
ateísmo, sino más bien interés por lo auténticamente humano. Cfr. Ferguson
(1974). El concepto de sociedad civil también es utilizado en la tradición fi-
losófica política del iusnaturalismo donde la sociedad civil suele ser equipa-
rada con la sociedad política o con el Estado. Igualmente, la idea de sociedad
civil se desarrolla en la tradición hegeliano-marxista donde la sociedad civil
es asociada al sistema de necesidades y sus formas de organización (Hegel),
a la sociedad burguesa (Marx) y al momento de la hegemonía cultural en la
superestructura (Gramsci).
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96
Un estudio detallado sobre la crisis del Estado benefactor y sus con-
secuencias se encuentra en Offe (1991). En esta obra el autor analiza distin-
tos temas relacionados con la crisis contemporánea del Estado del bienestar,
desde el fracaso de la socialdemocracia, el ascenso de la nueva derecha, el
corporativismo, la política social, los partidos políticos y los sindicatos has-
ta los nuevos movimientos sociales.
97
Por esfera pública nuestro autor entiende un espacio público en el
que los agentes debaten entre sí y con el Estado sobre asuntos de interés pu-
blico. Sin embargo, su concepto de esfera pública es muy restringido ya que
comprende una sola de sus dimensiones: lo público visible en oposición a lo
privado secreto. Lo público comprende además de lo público visible lo pú-
blico común, aquel espacio público que pone en el centro el bien común. Y
precisamente el neoliberalismo peca, entre otras cosas, por no colocar en el
centro el bien común. Para profundizar en la discusión sobre la esfera públi-
ca consultar: Arendt (1958, cap. 5 “La esfera pública y la privada”).
98
Cabe precisar que cuando Gellner se refiere al pluralismo político no
está haciendo alusión a los partidos políticos sino a aquel organismo que de-
tenta el monopolio legítimo de la fuerza, el cual no puede quedar sujeto a
varios poderes.
99
En una línea similar de argumentación se coloca el trabajo de Walzer
(1992).
100
El autor más importante en esta línea sociológica es sin duda Niklas
Luhmann. Un buen ensayo sobre el concepto de sociedad civil en este autor
puede encontrarse en: Torres Nafarrete (1996).
101
Véase Seligman (1993).
102
Véase en particular Maestre (1994).
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Capítulo 7
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La estatización de la política
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La desestatización de la política
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vadores. Mientras que los primeros creen que sólo creando las
condiciones de la igualdad de oportunidades pueden funcio-
nar con eficacia los derechos civiles y políticos, los segundos
creen que a menor Estado mayor sociedad y viceversa. Obvia-
mente, se trata de posiciones irrelevantes en el plano de los he-
chos y más en el contexto de América Latina. La primera posi-
ción, porque sigue pensando ingenuamente que el Estado
puede generar prosperidad y sociedades más equilibradas. La
segunda, porque la realidad ha demostrado que la sociedad no
es más o menos libre en el neoliberalismo.
En segundo lugar, estos debates en lugar de resolver la
cuestión democrática quedan atrapados en el propio discurso
totalitario que teóricamente buscan combatir. Este es precisa-
mente el sustrato de las concepciones supuestamente realistas
de la democracia que la reducen a un mero método para elegir
líderes políticos y organizar gobiernos. Una concepción de este
tipo alude a una realidad muy próxima a la que Arendt (1951)
criticaba hace tiempo como una forma velada de totalitarismo,
es decir, la “partidocracia”, donde los ciudadanos son reduci-
dos a meros espectadores de la política, que permanece usur-
pada por políticos profesionales. No muy distintas resultan las
concepciones neoconservadoras tan influyentes en la actuali-
dad. Según estas visiones, el ámbito de libertad individual por
excelencia es el mercado, y toca al Estado preservarlo frente a
cualquier amenaza no importando los medios. En un caso ex-
tremo, si la democracia produce nuevos actores sociales y ge-
nera un incremento incontrolable de demandas imposibles de
ser satisfechas por el Estado, es mejor suprimir las libertades
políticas que poner en riesgo el libre mercado en un contexto
de ingobernabilidad.
Finalmente, todas estas interpretaciones se equivocan en
un aspecto crucial. Pretenden encontrar las claves de la política
siendo que en la actualidad ya no hay claves sino que se inven-
tan permanentemente desde la sociedad civil. En efecto, la cul-
tura de la coherencia ha muerto frente a la pluralidad de for-
mas de vida, de opiniones y de intereses. Como sostiene
Maestre (2000), las sociedades modernas no pueden recurrir a
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Notas
103
Véase Maestre (2000, cap. 4).
104
La definición, con ajustes, proviene de: Hall e Ikenberry (1991).
105
Véase el capítulo 2 del presente volumen: “El análisis económico de
la política”.
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106
Véase el capítulo 3 del presente volumen: “El análisis sistémico de la
política”.
107
Más elementos sobre la dimensión simbólica de la democracia pue-
den encontrarse en Maestre (2000).
108
Idem.
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Capital social
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Democracia deliberativa
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Democracia sustentable
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Democracia radical
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El vértigo de la democracia
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Notas
109
La pauta fue abierta por Cohen y Arato (1992), a los que le siguieron:
Gellner (1996), Hall (1995), Keane (1992), Seligman (1993), entre otros auto-
res.
110
Véase, por ejemplo, Cansino y Sermeño (1997) y Cansino (2000b y
2005b).
111
Sobre estas perspectivas dominantes de la democracia, remito a mis
siguientes trabajos: Cansino (2000a y 2005b).
112
Los fenómenos de la globalización en los ámbitos económico y so-
cial, la constitución de nuevos Estados en Europa del Este y la transición a la
democracia en los países latinoamericanos, llevaron a muchos a repensar el
papel del ciudadano y la importancia de su participación en la construcción
de instituciones democráticas. La necesidad de explicar y dar respuesta a es-
tos cambios desde las perspectivas de la teoría y la ciencia política, el dere-
cho, la sociología, la antropología y las relaciones internacionales, ha lleva-
do a debatir y proponer significados distintos para categorías como
ciudadanía, legitimidad, soberanía, identidad, Estado y democracia. Así, por
ejemplo, en los ensayos reunidos en Archibugi, Held y Kohler (1999) se exa-
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Desarrollos recientes
Suele pensarse que la historia de las ideas políticas man-
tiene una controversia con la ciencia política, por cuanto la pri-
mera es teórica y la segunda empírica. Sin embargo, hasta que
la ciencia política empírica no se afirmó en Estados Unidos a
partir de los años cincuenta del siglo pasado, la mayoría de los
historiadores de las ideas pensaban que examinar a los clásicos
podía enriquecer a la ciencia política, es decir, proveer a ésta de
conceptos y categorías útiles para su desarrollo.125
La controversia fue fijada en gran medida por el politólo-
go David Easton en su famoso diagnóstico sobre el “empobre-
cimiento” de la teoría política (Easton, 1951). En él, el politólo-
go norteamericano sostiene que la historia de la teoría política
se ha reducido a una forma de análisis histórico que vive para-
sitariamente de las ideas del pasado, renunciando a su rol tra-
dicional de crear constructivamente un marco de referencia va-
lorativo. Asimismo —continúa Easton—, la historia de las
ideas políticas ha renunciado a la tarea de construir una teoría
sistémica sobre el comportamiento político y el funcionamien-
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A manera de conclusión
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Notas
122
En el contexto de este capítulo, salvo cuando se indique lo contrario,
usaré el término “ideas políticas” como sinónimo de “doctrinas políticas” o
“teorías políticas”. Obviamente, eso no significa que ignore las muchas con-
notaciones posibles de todos estos términos. Simplemente, pretendo ganar
en claridad.
123
Véase la presentación al número dedicado a “Volver a los clásicos”
de la revista Metapolítica, México, vol. 4, enero-marzo 2000.
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124
Esta primera definición no niega validez a las ideas políticas no oc-
cidentales. De hecho, también civilizaciones milenarias de Oriente, como Ja-
pón, China, India, etcétera, desarrollaron tradiciones cognoscitivas de aspec-
tos prominentes e innegablemente importantes de la política. Sin embargo,
la referencia a la teoría política occidental es casi siempre inevitable puesto
que cualquiera que reflexione seriamente, y a cualquier nivel, sobre el que-
hacer político en el mundo en que vivimos, no puede ignorar en ningún mo-
mento el aparato legal, coercitivo y administrativo del Estado moderno, las
ambigüedades ideológicas y prácticas del moderno partido político, o las re-
calcitrantes dinámicas del sistema de comercio internacional. Realidades to-
das analizadas con rigor y profundidad por primera vez en Occidente. Sobre
este tema véase Dunn (1992, pp. 16-21; 1975).
125
Mayores elementos sobre esta controversia pueden encontrase en
Gunnell (1979, pp. 3-31), Germino (1967, pp. 2-17) y Berlin (1962).
126
Algunos científicos de la política de la época estuvieron más procli-
ves que Easton a ver un lado positivo a la historia de las ideas políticas para
la ciencia política, considerando que la primera puede proporcionar impor-
tantes hipótesis para explicar el comportamiento político. Véase, por ejem-
plo, Hacker (1954), Glaser (1955), Eckstein (1956) y Weldon (1953).
127
Para mayores elementos sobre este tema véase Gunnell (1975, cap. 7;
1987) y Cansino (1995).
128
Obviamente, el establecimiento de los autores que merecían integrar
ese canon de la historia de las ideas políticas ha sido un tema de gran contro-
versia. Siguiendo a Dunn (1992, pp. 26-27), en ese canon no pueden faltar los
siguientes pensadores: Platón y Aristóteles, de la Grecia antigua; Cicerón y
Seneca, de la Roma imperial; San Agustín y Tomás de Aquino, de la Edad
Media; Marsilio de Padua y Maquiavelo, del Renacimiento italiano; Bodin,
de la época de las guerras de religión; los grandes teóricos del derecho natu-
ral de los siglos XVII y XVIII, Grozio, Hobbes, Spinoza, Locke y Rousseau;
los teóricos del constitucionalismo clásico, Montesquieu, Madison y Sieyes;
el pensamiento escocés sobre las sociedades de mercado, Hume y Adam
Smith; la recepción de estos análisis en la Gran Bretaña imperial del Siglo
XIX, Bentham, Ricardo, John Stuart Mill; el estéril desafío de la crisis revolu-
cionaria, Burke, Constant, Hegel; y los orígenes del socialismo científico,
Marx. Este elenco de autores, sin embargo, no siempre ha sido compartido
por todos los historiadores de las ideas políticas. Un ejemplo curioso es el li-
bro colectivo coordinado por Hall (1986), en el cual se propone restituir im-
portancia a pensadores largamente marginados de este canon, tales como
Thomas Carlyle, Arthur de Gobineau, Jacob Burckhardt, Mmile Masqueray,
Peter Kropotkin, Charles Péguy, George Sorel y Guglielmo Ferrero, entre
otros.
129
Entre los partidarios de conferir un estatus científico a la historia
pueden verse los trabajos de Bloch (1949), Carr (1961), Febre (1953), Le Goff
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ción a algunas obras de Schmitt. Galli señala que para 1937 Schmitt era un
hombre políticamente derrotado. Su compromiso inicial con el nazismo, en
el que observaba un camino serio hacia el Estado total fuerte, hacia una
“unidad política” soberana que superara la ineficacia parlamentaria y la
neutralización de la técnica, un movimiento capaz de gobernar la transfor-
mación del Estado, legitimado por las ideas-fuerza consensualmente asumi-
das de orden y paz, pasó a ser en buena medida desencanto. El nazismo no
actuó tal gobierno. El mito del Leviatán fue leído en sentido totalitario, más
que total, y si bien se evitó la guerra civil, lo hizo a un costo muy alto: la in-
tervención en todo aspecto de la existencia individual. Esta cuestión adver-
tida y criticada por Schmitt en 1937 lo llevó a una situación precaria dentro
de Alemania, motivo por el cual retorna a un tipo de actividad científica me-
nos expuesta y militante. El acercamiento a Hobbes que aquí he comentado
corresponde precisamente a esta época menos comprometida políticamente
y más científica. Respecto a Hobbes, en suma, Schmitt se orienta a “retornar
al principio” y a profundizar la reflexión sobre el destino del Estado moder-
no en un contexto de objetiva desilusión. El segundo argumento lo encontra-
mos en la investigación de George Schwab, El desafío de la excepción (1986),
sin lugar a dudas una de las interpretaciones más completas de la obra de
Schmitt, en la que se resalta la vocación científica de éste por cuanto se ocu-
pa del problema de la excepción. Cito en extenso a Schwab para aclarar esta
posición: “La crucialidad de la excepción, la situación de emergencia, no la
regla o el estado de normalidad, constituye el punto de partida del análisis
schmittiano del Estado moderno, de la soberanía y de la legitimidad. Cues-
tiones políticas de nuestro tiempo. Al privilegiar el momento de la excepción
en lugar del curso normal, Schmitt se coloca en una óptica intelectual que lo
acerca al debate en ese entonces entre los estudiosos de las ciencias natura-
les, sobre todo con respecto a las posiciones metodológicas más recientes, las
cuales, como es posible observar, penetran en las situaciones de crisis y ca-
tástrofe, más que en las de normalidad. El intento profundo y constructivo
del análisis científico —no sólo de las ciencias naturales, sino en general— es
precisamente ese: acertar, verificar, explicar, poder prever los desarrollos fu-
turos, específicas uniformidades tendenciales, hacerlas transparentes. Por
ello, Schmitt es un científico”.
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Capítulo 10
Política y metapolítica
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tar las ideas, dado que como costumbre bien entendida, toda
teoría, disciplina o individuo que se encierra en sí mismo, inde-
fectiblemente acelera el camino de su muerte”.
Notas
144
El tema del resurgimiento de la teoría política ha sido tratado básica-
mente por Miller (1990), Pasquino (1985) y Connolly (1990).
145
Al respecto véanse los trabajos de March y Olsen (1989) o de Weir y
Skocpol (1993).
146
Véase al respecto Almond (1990a).
147
Para incursionar en el pensamiento de este importante autor véase
Luhmann (1991).
148
Dos autores que dan cuenta de manera sugerente de estas transfor-
maciones son Benjamin (1980) y Cerny (1990).
149
En lo personal, he presentado ya mis reservas y mis críticas a esta
teoría en el capítulo 3 del presente volumen: “El análisis sistémico de la po-
lítica”.
150
Véase, por ejemplo, Izuzquiza (1990).
151 Véase, por ejemplo, Apel (1990).
152
Véase, por ejemplo, Barry (1973).
153
Este inciso retoma partes de un ensayo precedente: Zabludovsky y
Cansino (1994).
154
Al respecto véase Fiske y Shweder (1986), Alexander y Colomy
(1990), Giddens y Turner (1987) y Ritzer (1988).
155
Véase, por ejemplo, Ritzer (1988), Antonio y Kellner (1992), Fiske y
Shweder (1986).
156
Véase Ritzer (1988), Wallace (1992), Weinstein y Weinstein (1992).
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Conclusiones
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Cruce de caminos
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Epílogo
El estudio de lo político
en y desde América Latina
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Figura 2
Dimensión ideológica
Izquierda Derecha
Dimensión Duros ID DD
metodológica Suaves IS DS
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La derecha dura
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La derecha suave
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La izquierda dura
Los culturalistas
Muy cercanos en sus intenciones a los autores posmoder-
nos, se encuentran los culturalistas. En efecto, para ambos son
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Los sociólogos
En este rubro ubico a un conjunto de sociólogos muy cer-
canos a dos sociólogos provenientes de Europa que han puesto
particular atención al estudio de los movimientos sociales y a
la democracia participativa: Alain Touraine y Jürgen Haber-
mas, respectivamente, a los que se han adscrito como discípu-
los muchos estudiosos de la región.
En el caso de Touraine, esta influencia se ha debido en
buena medida al propio interés que el sociólogo francés ha te-
nido por América Latina al grado de convertirse en uno de sus
temas centrales de reflexión. La sociología de Touraine se pre-
tende rigurosa en el plano epistemológico pero muchas de sus
conclusiones nos permiten ubicarlo como un pensador radical
en el terreno ideológico. En buena medida, esto se debe a que la
teoría de Touraine hunde sus raíces en el pensamiento marxis-
ta aunque también se deslinda de esta corriente para criticarla,
rectificarla o corregirla en el momento de pensar realidades to-
talmente distintas a las que Marx visualizó en su tiempo. Cu-
riosamente, la mayoría de los discípulos de Touraine en Améri-
ca Latina tuvieron un itinerario semejante. De marxistas a
veces ortodoxos pasaron a adoptar una posición más ecléctica
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La izquierda suave
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Los posmodernos
Para una academia tan proclive a adoptar esquemas eu-
ropeos para explicar el presente latinoamericano, las teorías
posmodernas no podían faltar en el elenco de concepciones
que han encontrado tierra fértil en la región en los últimos
años. El problema de este acercamiento a los presupuestos
posmodernos avanzados originalmente por autores como
Baudrillard (1995), Lyotard (1987), Vattimo (1985) y Lipovesky
(1987 y 1994), entre otros, es que muchas veces se ha realizado
de manera dogmática. Esto quizá no sorprenda, pues la inteli-
gencia en nuestros países ha tendido desde siempre a mirar la
producción teórica europea y anglosajona de manera acrítica,
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Los desarrollistas
Nuestro recuento de visiones sobre América Latina estaría
incompleto sin una referencia, aunque sea somera, de los mu-
chos autores que, desde distintas perspectivas y diversas in-
quietudes, basan sus reflexiones de la región en la noción de
desarrollo. Como ya vimos, estos autores no pueden clasificar-
se perfectamente en uno u otro extremo de las dimensiones in-
dividualizadas aquí, porque cada uno se mueve en tradiciones
específicas. Tenemos, por ejemplo, a aquellos muy influencia-
dos por las teorías desarrollistas dominantes en los años sesen-
ta y que la CEPAL se encargó de difundir en la región, tales
como Jaguaribe (1985), Flisbish (1985 y 1991), Wefort (1984) y
Kaplan (1984 y 1996). Otro grupo estaría más cercano a la vi-
sión de Hirschman (1958, 1971 y 1981), quien encabezara una
crítica a los modelos de desarrollo tal y como habían sido adop-
tados en nuestros países. Aquí destaca sobre todo la obra de Pi-
pitone (1994a, 1994b, 1997).
De los primeros hay poco que decir. Todos ellos siguen fin-
cando buena parte de sus expectativas para la región en el dise-
ño y la corrección de políticas desarrollistas cada vez más efi-
caces. Consideran que la democracia política sólo podrá
afirmarse en la medida en que los Estados diseñen políticas
económicas y sociales que contribuyan a aminorar las muchas
desigualdades que cruzan a nuestros países. Sólo un mejor di-
seño de las estrategias económicas, en sintonía además con las
diseñadas en los países vecinos, permite vislumbrar un futuro
más optimista para nuestra región.
Dirijo a este tipo de diagnósticos las mismas críticas que
ya referí tanto para los enfoques marxistas y liberales, pues no
encuentro nada relevante que justifique su existencia. Una ex-
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Índice
Introducción................................................................................. 7
La historia interna de la ciencia política.................................. 9
Estructura del libro .................................................................. 17
PRIMERA PARTE
LOS LÍMITES DE LA CIENCIA POLÍTICA
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SEGUNDA PARTE
LA CIENCIA POLÍTICA MÁS ALLÁ DE SUS LÍMITES
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Conclusiones................................................................................ 263
El estado del arte....................................................................... 264
Desbordarse para avanzar ........................................................ 267
Cruce de caminos ..................................................................... 272
Bibliografía................................................................................... 317
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