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¿CUÁL ES LA ÉTICA DE LA TOMA DE

DECISIONES?

Ninguna exposición contemporánea de la toma de decisiones estaría completa sin incluir


la ética, porque las consideraciones morales son un criterio importante al decidir en las
organizaciones. En esta sección final vamos a presentar tres formas de enmarcar éticamente
las decisiones y veremos las diferencias de los criterios éticos en varias culturas nacionales.

Tres criterios de las decisiones éticas


Un individuo puede establecer tres criterios para hacer elecciones éticas. El primero es el
criterio utilitario, por el cual las decisiones se toman sobre la única base de sus resultados o
consecuencias. El objetivo del utilitarismo es brindar el máximo bien al mayor número de
personas. Esta postura es la que domina en la toma de decisiones empresariales y es
congruente con metas de eficacia, productividad y utilidades cuantiosas. Por ejemplo, al
maximizar las ganancias un ejecutivo de una compañía puede explicar que así se asegura el
máximo bien al mayor número de personas, aunque al mismo tiempo reparta anuncios de
despido al 15 por ciento de los empleados.

Otro criterio ético consiste en centrarse en los derechos. Se pide a los individuos que tomen
decisiones congruentes con las libertades y privilegios fundamentales establecidos en las
declaraciones de derechos. Acentuar este aspecto en la toma de decisiones significa respetar
y proteger los derechos básicos de los individuos, como el derecho a la privacidad, la libertad
de expresión y un juicio justo. Por ejemplo, la aplicación de este criterio protegería a
los soplones, individuos que revelan actos inmorales de su patrón a personas de fuera,
cuando denuncian a la prensa o dependencias gubernamentales estos actos fundándose en
su derecho a la libertad de expresión.

El tercer criterio consiste en enfocarse en la justicia. Esto requiere que los individuos
impongan y hagan obedecer las reglas de manera justa e imparcial para que haya una
repartición equitativa de beneficios y costos. Los miembros de los sindicatos respaldan esta
postura. Con este criterio se justifica pagar al personal el mismo salario por determinado
trabajo, cualesquiera que sean las diferencias de desempeño y tomar la antigüedad como el
principal determinante para tomar las decisiones sobre despidos.

Los tres criterios tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Enfocarse en el utilitarismo
promueve la eficiencia y la productividad, pero puede llevar a ignorar los derechos de algunos
individuos, en particular los que tengan una representación minoritaria en la compañía. Tomar
los derechos como criterio protege a los individuos de daños y es congruente con la libertad y
la privacidad, pero puede crear un ambiente laboral legalista que estorbe la productividad y la
eficiencia. El enfoque en la justicia defiende los intereses de los menos representados y los
menos poderosos, pero alienta un sentimiento de gozar de privilegios que reduce el ánimo de
correr riesgos, la innovación y la productividad.

Quienes toman las decisiones, particularmente en las organizaciones no lucrativas, se sienten


seguros y cómodos si apelan al utilitarismo. Muchos actos cuestionables encuentran una
justificación cuando se declaran en el mejor interés de “la organización” y sus accionistas.
Pero muchos críticos de las decisiones empresariales afirman que es preciso cambiar este
punto de vista. El aumento de la preocupación pública por los derechos individuales y la
justicia social impone a los administradores la necesidad de fijar normas éticas asentadas en
criterios que no sean los utilitarios. Esto plantea un gran reto a los administradores de
nuestros días, porque tomar decisiones con criterios de derechos individuales y justicia social
entraña muchas más ambigüedades que criterios utilitarios como la eficiencia y las ganancias.
Así se explica por qué los actos de los administradores reciben cada vez más críticas.
Aumentar los precios, vender productos con efectos dudosos en la salud de los consumidores,
cerrar plantas ineficientes, despedir numerosos emplea- dos, llevarse al extranjero la
producción para reducir costos y otras decisiones del mismo tenor se justifican en términos
utilitarios, pero ya no pueden ser el único criterio por el que deben juzgarse las buenas
decisiones.

Ética y cultura nacional


Lo que en China se considera una decisión ética quizá no lo sea en Canadá. La razón es que
no hay criterios éticos mundiales. El contraste entre Asia y Occidente da una ilustración. Como
los sobornos son algo común en países como China, un canadiense que trabaje allá
enfrentaría la disyuntiva: ¿debo pagar el soborno para asegurar un negocio, si es una parte
aceptada de la cultura del país? Aquí tenemos un ejemplo que conmociona. Una
administradora de una gran compañía estadounidense que opera en China atrapó a un
empleado robando. De acuerdo con las normas de la compañía, lo despidió y lo entregó a las
autoridades. Más adelante se enteró, horrorizada, de que el empleado fue ejecutado
sumariamente.

Aunque las normas éticas nos parezcan ambiguas en Occidente, la verdad es que los criterios
que definen lo correcto y lo incorrecto son mucho más claros entre nosotros que en Asia. Aquí
hay pocos temas en blanco y negro: casi todos son grises. La necesidad de las
organizaciones mundiales de establecer principios éticos para quienes toman decisiones en
países como India y China y de modificarlos para asimilar las normas culturales será crucial
para sostener criterios elevados y tener prácticas congruentes.

http://sistemarecursoshumanos.com/cual-es-laetica-de-la-toma-de-decisiones/
El individualismo metodológico
El individualismo metodológico tiene una larga tradición, puesto que es el presupuesto
epistemológico de importantes corrientes de las ciencias sociales, particularmente de la
economía, como es el caso de la escuela neoclásica, y la teoría de la acción humana,
subyacente en los planteamientos de los economistas austriacos. En la esencia de este
pensamiento se encuentra el hecho que el único método científico válido es el que explica los
fenómenos sociales a partir de una reconstrucción de las relaciones e interacciones que existen
entre espíritus individuales. El individualismo metodológico se justifica por el carácter
necesariamente subjetivo de toda percepción humana en materia de hechos sociales, que
impone límites a nuestro conocimiento y moldea nuestras creencias. El saber concreto que
orienta la acción de un grupo de individuos no existe como un conjunto coherente y lógico, sino
de una forma dispersa e incoherente bajo la cual se manifiesta a muchos individuos. Tal
dispersión e imperfección del conocimiento humano es el hecho fundamental del cual deben
partir las ciencias sociales (Lepage, 1986).
Siendo la unidad elemental de la vida social la acción humana individual, explicar las
instituciones y el cambio social es demostrar de qué manera surgen como el resultado de la
acción y la interacción de los individuos. Este enfoque no es incompatible con ninguno de los
siguientes enunciados: Primero, los individuos tienen a menudo objetivos que afectan el
bienestar de otros individuos. Segundo, frecuentemente tienen creencias relativas a entidades
supraindividuales que no son reductibles a creencias relativas a individuos. Tercero, muchas
propiedades de los individuos, como es, por ejemplo, tener poder, son necesariamente
relaciónales, de manera que la descripción exacta de un individuo puede exigir una referencia
a otros individuos. Dado que no existen leyes determinadas para el comportamiento de los
individuos, no se pueden hacer generalizaciones, pero como no se debe recurrir a meras
descripciones de los acontecimientos, surge la idea de mecanismo, que representaría, a
grandes rasgos, patrones causales que se producen con frecuencia, que se reconocen
fácilmente, surgen en condiciones generalmente desconocidas, y permiten explicar, pero no
predecir (Elster, 1996).
Aunque comparten el mismo fundamento epistémico, existen diferencias importantes entre la
corriente neoclásica y la escuela austriaca. Si bien no con respecto a la normativa metodológica
(los hechos económicos se deben explicar a partir del individuo), si difieren en el tratamiento del
objeto, es decir, en la forma como se debe interpretar el comportamiento de los individuos.
Mientras que la teoría neoclásica hace énfasis en el comportamiento maximizador de los
individuos, para la escuela austriaca, no se puede saber nada de ese comportamiento
maximizador. Los economistas austriacos llamaron la atención sobre el hecho que la acción de
un individuo es siempre un proceso mediante el cual consigue información y se forma
expectativas con el fin de orientar su propia idea de la mejor solución. Las acciones y elecciones
individuales están basadas en una única escala de valores conocida sólo por el individuo. Es
esta valoración subjetiva de los bienes la que crea el valor económico. Por ello, no utilizan las
matemáticas en sus análisis o teorías, debido a su incredulidad respecto a que las matemáticas
puedan capturar la compleja realidad de la acción humana.
El paradigma de la elección racional del individuo maximizador de su conducta económica
supone la elección de la mejor alternativa dadas unas determinadas restricciones. Con este
enfoque paramétrico fue posible construir modelos matemáticos de explicación y de predicción,
conducentes a situaciones de equilibrio parcial y general por un lado, y de equilibrio estático y
dinámico por otro. El fundamento explicativo se relaciona con la proposición "bajo ciertas
condiciones" porque los argumentos se corresponden con el establecimiento de ciertos
principios axiomáticos y situaciones sin cambio o de cambio controlado. Pero, como argumenta
Doménech (1991), el agente decisor no está enfrentado a parámetros naturales inertes
fácilmente controlables, sino a otros agentes tan racionales cómo él, tan bien o mal
intencionados como él, y dotados, cómo él, de una capacidad de previsión estratégica no
controlable por otros.
He aquí una importante limitación en la explicación basada en la racionalidad paramétrica del
ceteris paribus de tipo neoclásico. Las restricciones del análisis económico neoclásico no sólo
han sido percibidas cuando se le contrasta con la economía organizacional, o con el
individualismo metodológico de la escuela austriaca, sino también cuando se le compara con la
corriente institucionalista de la primera parte del siglo XX. Para éstos, los arreglos particulares,
vale decir, las instituciones, por medio de los cuales las economías orientaban sus asuntos
económicos era esencial para el análisis. Para la escuela neoclásica, en cambio, más
importante era buscar y ver a través de esos detalles no esenciales las fuerzas elementales
subyacentes de la actividad económica, vale decir, los mercados.
Ahora bien, como lo hace notar Stiglitz (1991), los economistas neoclásicos, al llevar sus
modelos teórico-empíricos hasta sus últimas consecuencia lógicas y, por lo tanto, iluminar los
aspectos absurdos del mundo que ellos habían creado, hicieron al mismo tiempo una importante
contribución al análisis económico que se proyecta, y cuyos rasgos esenciales ya han
comenzado a ser desarrollados en programas de investigación. Por ejemplo, ya se ha visto
como el paradigma de la economía de la información ha emergido para explicar, entre otros
fenómenos conductas en el mercado de capital, tales como el racionamiento del crédito,
conductas en el mercado de productos, tales como la variedad de arreglos que predeterminan
que los intentos de discriminar precios en un ambiente en el cual existe información imperfecta,
termina por limitar la discriminación perfecta de precios.
También es relevante que, a partir de los supuestos neoclásicos subyacentes en el análisis
costo-beneficio tradicional, economistas como los Premio Nóbel Gary Becker y James
Buchanan, hayan ampliado, con relativo éxito, el campo y alcance de este análisis,
incorporando, sin embargo, algunos elementos que no se desprenden necesariamente del
criterio convencional de racionalidad limitada. En particular, Becker se ha preocupado por el
análisis económico de una diversidad de asuntos sociales, como el matrimonio, el divorcio, la
natalidad, el delito y especialmente la educación. Con respecto al método pertinente de análisis
económico, Becker (1993) ha sostenido que:
"A diferencia del análisis marxista, un enfoque económico válido puede consistir perfectamente
en asumir que los individuos no están orientados exclusivamente por motivos egoístas o por
ganancias materiales. Esto es así porque se trata de un método de análisis, no de un supuesto
acerca de algunas motivaciones particulares, entre otras. He intentado involucrar a los
economistas eliminando los angostos supuestos acerca del auto-interés. La conducta es
manejada por una mucha más rica gama de valores y preferencias.

El análisis asume que maximizan su bienestar tal y como ellos lo conciben, sean las conductas
egoístas, altruistas, leales, rencorosas o masoquistas. Las conductas que miran hacia delante
son también asumidas como consistentes a través del tiempo. En particular, los individuos
intentan el criterio de lo mejor como lo que ellos pueden anticipar serán las consecuencias
inciertas de sus acciones. La conducta que mira hacia delante, sin embargo, puede todavía
estar enraizada en el pasado, puesto que el pasado puede ejercer una larga sombra sobre
actitudes y valores." (pag. 385-386).
Por su parte, Buchanan se ha destacado por el tratamiento analítico concerniente al sistema
político y la toma de decisiones implicada en las acciones de los diferentes agentes políticos,
bajo la perspectiva del cálculo económico. Buchanan (1987) ha enfatizado que el sistema
político debe ser tratado de un modo simétrico al económico, asumiendo que ambos son
mercados en los que el resultado se determina a través de la interacción de personas que
persiguen sus propios intereses individuales, entendidos con un criterio amplio, en vez de los
objetivos sociales que los participantes juzgan ventajoso enunciar. La "teoría de la elección
pública" toma los sofisticados instrumentos analíticos de la economía y los aplica al sector
político y gubernamental, intentando relacionar el comportamiento de los actores en sus
diferentes facetas; como votantes, como funcionarios públicos, como líderes políticos, con el
conjunto de resultados que se podrían observar.
También ha incorporado en algunos de sus trabajos categorías de restricciones que no son
tomadas en cuenta en los análisis convencionales de la economía de la corriente principal. Por
ejemplo, analizando los presupuestos éticos de la interacción económica, llega a la conclusión
que una premisa válida para el estudio del comportamiento individual debe ser la incorporación
de las restricciones éticas y morales. Los individuos no se comportan de forma oportunista en
todas y cada una de las ocasiones; no se comportan con algún criterio "como-si" de coste-
beneficio que se deriva de una estructura formal de incentivos. Muchos individuos no roban,
aunque estén seguros que no hay posibilidad de descubrimiento, captura o castigo. Por esta
razón, el individuo acepta las restricciones, no basándose en un cálculo aislado de beneficio a
largo plazo, en vez de ello, acepta las restricciones como el "precio" que debe pagarse, para
asegurar el "bien" esperado, representado por las restricciones recíprocas sobre su
comportamiento que aceptan los demás como su parte del intercambio contractual
(Buchanan,1996).
Estos enfoques, que ahora cuentan con numerosos seguidores, intentan ofrecer una
comprensión más apropiada de las complejas interacciones humanas que ocurren al interior de
las instituciones sean éstas económicas, sociales o políticas. Además incorporan de una
manera más expedita la variable inter-temporal en la toma de decisiones sujeta a restricciones,
asumiendo que la inter-temporalidad es un criterio condicionante significativo en la toma de
decisiones. Por su poder heurístico, estos modelos de explicación recibieron en su momento el
respaldo del filósofo Karl Popper. Desde su punto de vista, este método, seguido generalmente
en economía, debía ser imitado por el resto de las ciencias sociales. En sociología, por ejemplo,
es posible apelar a una lógica general de las situaciones de la cual se puede derivar una teoría
de las instituciones. Esto es así porque las instituciones no actúan, sólo actúan los individuos
en o para las instituciones, de manera que éstas sólo se pueden abordar partiendo de los
individuos (Popper, 1992).
Por otra parte, haciendo énfasis en la explicación proveniente de la mucha más amplia
racionalidad estratégica subyacente en los acontecimientos sociales, el sociólogo Jon Elster ha
indagado en sus propiedades cuando éstos son estudiados mediante mecanismos. Elster
(1996) parte de la imposibilidad de existencia de teorías generales operativas en ciencias
sociales, lo cual abre el camino para conceptuar a través de mecanismos causales que sirven
para explicar fenómenos parciales. Estos mecanismos incluyen una gran cantidad de hechos a
primera vista paradójicos, en situaciones de elección racional, en condiciones de incertidumbre
y en las opciones colectivas. Algunas de estas paradojas se observan, por ejemplo, en la
debilidad de la voluntad y el desinterés por el tiempo que exhiben algunas decisiones, las
consecuencias no intencionadas que generan acciones intencionadas y los "dilemas del
prisionero" a que están sometidas un buen número de opciones colectivas. Se trata pues de
explicar las complejas interdependencias de los actores sociales, a la luz de la racionalidad
estratégica que está presente en la interdependencia de las decisiones.
Las modernas explicaciones económicas que se basan en la teoría de juegos para analizar
problemas del tipo "dilemas del prisionero" o de evolución de situaciones bajo esquemas
cooperativos o no cooperativos; las que se basan en estrategias de conflicto para analizar
problemas relacionados, por ejemplo, con teoría de la firma del tipo "agente-principal" y el
análisis sustentado en las paradojas de la racionalidad, que estudia las limitaciones
cognoscitivas en la conducta del consumidor, representan programas de investigación que
encuentran en el enfoque de la racionalidad estratégica un bastión para el desarrollo teórico y
la experimentación. La violación del supuesto de racionalidad limitada, inherente a estos
programas, no sólo se soporta en la asunción de que es descriptivamente inadecuado, sino
también internamente incompleto e inconsistente. Sin embargo, el hecho que se asuma que la
conducta del agente no sea racional, en algún sentido, no significa que no pueda ser predecible.
Los avances en sociología y sicología han mostrado que pueden existir patrones sistemáticos
en la conducta individual, hasta cuando ésta es irracional.
http://www.eumed.net/cursecon/colaboraciones/ICM-ESIM.htm
Los enfoques individualistas

Los dos tipos de enfoques éticos, es decir, los enfoques individualistas y comunitarios contribuirán
a aumentar el poder de comprender y resolver los problemas de las instituciones y organizaciones
en forma más sistemática. Es un proceso muy difícil de equilibrar ambos tipos de ética. Una
organización muchas veces se enfrenta a un dilema de elegir entre el interés individual y el interés
de la comunidad. La organización se ve obligada a hacer justicia de los intereses morales mediante
el apoyo a un enfoque y dejando de lado a otro tipo de enfoque. Cuando no hay reglas de juego
establecidas ante los empleados con el fin de dirigir la institución sin problemas como un todo, hay
momentos en que los individuos no están satisfechos con las reglas y regulaciones, sino que se
deberá seguir viendo la institución como un solo cuerpo enorme con grupos de muchos miembros.

Los programas en una organización que lucha contra la desigualdad hacia las minorías y las
mujeres son los enfoques comunes de derrotar en el enfoque individual, también de las prácticas
de egoísmo y poca ética. Es el estudio de la moral y la acción humana La ética en las
organizaciones estudia los estándares morales y como se aplican en los sistemas de las
organizaciones.

https://www.coursehero.com/file/p2jarj3/Los-dos-tipos-de-enfoques-%C3%A9ticos-es-decir-los-
enfoques-individualistas-y/
Los llamados derechos humanos

Los llamados derechos humanos son una construcción histórica que hunde sus raíces
en las proclamas de la Revolución Francesa. Este hecho ha permitido clasificarlos en
generaciones u oleadas bien diferenciadas que inspiraron la letra y el espíritu de
la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 (Häberle, 1998).

Así, por ejemplo, la primera de ellas deriva de la apelación a la libertad y refiere


prioritariamente a derechos de corte político–social que posibilitan a los ciudadanos
realizar determinadas actividades con el sólo límite impuesto por la necesidad de no
afectar la libertad de los demás; la segunda responde a la consigna revolucionaria de
la igualdad y refiere en especial a los derechos económicos y culturales buscando
impedir que las diferencias o desigualdades entre los individuos contribuya a legitimar
el dominio de unos sobre otros o la existencia de derechos especiales para
determinados grupos o clases; mientras que finalmente la tercera ola se inspira en la
fraternidad para proponer derechos solidarios que contribuyan a la cooperación, la paz
y la tolerancia entre los ciudadanos.

Los derechos humanos de primera generación tomaron la idea de propiedad como


modelo para su realización, reconociéndole libertades exclusivas a algunos individuos,
ofreciendo poderes e inmunidades a otros, garantizando privilegios progresivos para
todos ellos en función del ordenamiento jurídico vigente. La modernidad europea y
norteamericana, sumergida dentro del ideario liberal o democrático, trató así de
otorgar reconocimiento y protección a los derechos de las personas frente a los
permanentes abusos por parte del poder (representado la mayoría de las veces por el
propio Estado). La segunda ola de derechos humanos surgió ya entrado el siglo XX,
con el objeto de garantizar igualdad y participación de todos los individuos en el
ámbito del mercado: quedaron consagrados así los derechos sociales al trabajo, al
salario justo, a la vivienda, al descanso retribuido, etcétera.

Los llamados derechos humanos de tercera generación, en cambio, mucho más


cercanos a nosotros en el tiempo, no apuntaron a reducir la presencia del Estado en la
vida de las personas (como ocurrió con la primera ola mencionada), ni tampoco a
ampliar la participación del Estado para que el mercado le reconociera a los más
desfavorecidos aquello que no es capaz de garantizar de manera espontánea (como
ocurrió con la segunda generación de derechos). Los derechos de tercera generación,
por contraposición a sus antecesores, subrayan la responsabilidad personal y social
respecto de bienes naturales que no se comprenden ya más como ilimitados e
inagotables. De tal suerte se ha hablado del derecho a la paz, a la investigación, al
desarrollo, a la información y al medioambiente, por ejemplo. El rasgo común que
comparten todos estos derechos sui generis es que se encuentran comprometidos
íntimamente con la calidad de vida, noción que desafía la simplista visión cuantitativa
de los recursos y la pretensión elemental de elevar el nivel de vida material de las
comunidades (Cecchetto, 2005a: 294–297).

En este contexto conviene recordar que lo que ha de entenderse por derecho ha sido
objeto de múltiples definiciones, las cuales lo acercan o separan de los principios de la
moral.1 Sin embargo, aún tratándose de un término vago y ambiguo, puede afirmarse
que un derecho es siempre una exigencia o una demanda o un requerimiento que un
individuo o grupo portador de ese beneficio puede legítimamente reclamar o hacer
valer frente a un interlocutor —sea personal o institucional—, el que será encargado de
satisfacerlo, toda vez que el reclamo sea reconocido como una petición justa. Es decir,
un derecho es un interés subjetivo que ha encontrado su respaldo en un conjunto de
reglas dictadas o reconocidas por el poder, y que obligan a su cumplimiento a todos los
ciudadanos y al Estado. Entre un individuo que interpela y otro que satisface el
requerimiento se teje una maraña de correlatividades, al punto de volverse evidente el
hecho de que todo derecho llega de la mano de su solidaria obligación: alguien exige y
otro responde a la exigencia, alguien tiene derecho y otro la obligación de satisfacer
acabadamente el derecho exigido. Si así no ocurriera, los derechos conformarían una
categoría inexistente, serían meras declaraciones retóricas ante las cuales nadie podría
hacer más que escucharlas y desentenderse al momento. Este mecanismo es válido
también para los derechos llamados negativos, es decir para aquellas circunstancias en
las cuales el portador exige no ser interferido en su ser o en su obrar, generando así
en los otros la obligación correlativa de la inmunidad (Flathman, 1976; Esposito,
2002).

En todos los casos es la correlación entre derechos y deberes la que nos permite
reconocer cuáles son los derechos que han de respetarse y validarse. Asimismo, esta
correlación es piedra de toque para detectar "derechos espurios". Son éstos derechos
todavía no reconocidos como tales, más allá de que puedan alegar en su favor
planteamientos éticos legítimos que han de especificarse y profundizarse antes de
reclamar para sí reconocimiento y respeto universales.

El compromiso peculiar que nos plantea la última ola de derechos humanos se extiende
y enraíza, además, con una novedosa visión del hombre a la manera de organismo
dependiente del mundo natural no humano —solidaridad diacrónica—, y también
dependiente de los otros hombres (estén ellos presentes o por venir, sean parte de la
comunidad efectiva de los vivientes o formen parte de una hipotética generación aún
no nacida) —solidaridad sincrónica—. En las páginas que siguen intentaremos
especificar qué se entiende por obligaciones éticas presentes respecto de las
generaciones futuras y por responsabilidad intergeneracional en un contexto tecno
científico, resaltando entonces la naturaleza y los alcances de estas nociones tan
recientemente construidas. En paralelo iremos trazando las debilidades teóricas que
acompañan a los conceptos estudiados, para arribar en último término a una
ponderación personal del asunto, esto es si puede hablarse con propiedad de una ética
para los individuos presentes orientada a individuos ausentes o, mejor aún,
inexistentes.

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632007000100003
La idea de justicia
La idea de justicia fue desarrollada desde la visión presocrática, platónica,
aristotélica, ciceroniana y agustiniana, entre otras. Sin embargo, la tradición
jurídica del mundo occidental se ha inclinado por una interpretación aristotélica,
por ser una concepción teórica mucho más amigable con el sistema de
producción imperante, con la conformación del ser humano como sujeto que se
transforma y con las contingencias materiales de la historia.
https://enfoquejuridico.org/2017/10/16/el-concepto-de-justicia/

La noción de justicia es un tema fundamental de la filosofía del Derecho, y también uno de los más
complejos, por la gran variedad de significados que este término ha albergado a lo largo de la
historia La labor del jurisprudente -el sentido de la profesión jurídica- es ayudar a la gente a
discernir lo que debe dar y lo que puede exigir. Principalmente esto es una función del juez, pero
también lo es de un notario, de un abogado, y en general de cualquier hombre de bien que quiera
ser justo. El jurista no sólo tiene que saber si una acción es legal o ilegal, sino si es justa o injusta:
la legalidad es sólo un indicio de justicia. Por eso la virtud del jurista consiste principalmente en
saber discernir no tanto el contenido de la ley, como lo que se debe dar, lo justo, el ius. Por eso la
función esencial del jurista es la de decir el derecho, iuris dicere, y, con ello, asegurar que se vive la
justicia.

https://laicismo.org/data/docs/archivo_1214.pdf

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