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Menciones especiales
A mis cuatro amorcitos:

Para J., cuyo amor no flaquea nunca y cuya llegada a mi vida fue el mayor de los
regalos. Tú, cariño mío, haces que mi corazón lata a lo largo de los años fríos y
solitarios. Me has enseñado lo mucho que soy capaz de amar a otro ser humano. Tu
mano siempre ha estado sobre la mía, al igual que mi amor te pertenecerá siempre.

Para C. Todos mis recuerdos de ti están llenos de amor y belleza. Un día, cuando no
seamos más que nubes doradas empujadas por el viento, volveré a tu lado. Mi
corazón aún te llora,, mi precioso niño. Una parte de mí se fue al cielo contigo. No
olvides la música que te di para que te llevaras contigo hasta que por fin volvamos a
estar juntos.

Para L. Con tu llegada me ensenaste que los milagros existen. Llenas mi vida de
magia y esperanza. Me has llegado al corazón de tantas maneras, cariño mío. Vivo
una vida plena gracias a ti. La belleza de tu alma nunca deja de asombrarme.

Para A. Eres toda una bendición en mi vida. Te llevo en el corazón de mil maneras. Te
miro y me llenas de felicidad. Tu llegada me dio fuerzas para creer que los milagros
nunca llegan solos. Eres una maravilla, cariño mío. Eres mi hombrecito y me
completas.
Porque Amo…..
Dedico este libro a la mujer que llena todo en mí la Señora de mi casa, la pasión de mi
vida. Le doy mis mil gracias por creer en mí cuando todo era duda y por creer en este
amor que nos ha unido en los mejores y peores momentos de esta vida.

Mi Amor... Mi Vida... Mi Pasión y Mi Corazón son y serán siempre tuyos. En una


estrella, bajo este cielo, en este gran universo, siempre vivirá nuestra sagrada unión.

Porqué te amo... Siempre tuya... Siempre mía... Siempre.

Mi amor,

Te dedico este libro.., porque me amas..., porque te amo... En ti está mi hogar, mis
hijos. En ti, está toda mi vida... Ángel de mis sueños, eternamente en mis brazos,
eternamente en tus besos.
Capítulo 1
Raisa Andieta era la mujer más irritante, egocéntrica, arrogante y maleducada que
había tenido la desgracia de conocer. Desde el primer momento en que se vieron,
entre ellas saltaron chispas. Ningún otro ser humano la hacía reaccionar como Raisa.
Sencillamente, aquella mujer sabía cómo sacarla de quicio. Y en aquel momento
volvían a estar enfrentadas.

Carolyn había conocido a Raisa por primera vez dos años antes, cuando llegó con su
familia a Venezuela. La compañía petrolera para la que trabajaba Matt, su marido,
ofrecía una fiesta para sus nuevos ejecutivos. Raisa Andieta era la presidenta y la
accionista principal de Petróleos Copeco. Carolyn lo recordaba tan bien como si
hubiera sucedido el día anterior. Matt estaba presentandole a alguno de sus colegas
cuando se volvió y se encontró con los ojos más azules que había visto nunca. Por un
breve instante, fue como si el tiempo se detuviera. La mujer que tenía delante era tan
hermosa que quitaba la respiración. No había otra manera de describirla.

Matt le presentó a Raisa. Cuando las dos se estrecharon la mano, Carolyn sintió una
sacudida que hizo que le hormigueara todo el cuerpo. Fue una reacción mutua;
Carolyn se lo notó a Raisa en los ojos. Sin embargo, después de aquel momento de
extraña conexión, las dos se llevaron como el perro y el gato. Siempre que una de las
dos estaba en una habitación, la otra lo notaba y reaccionaba ante aquella presencia.
Al principio, Carolyn había tratado de entablar conversación con la fría y distante
señora Andieta. Pero, tras varios cortes poco elegantes y directamente maleducados
por parte de Raisa, Carolyn tiró la toalla. Las dos habían trazado entre ellas una línea
de antagonismo invisible.

En cierta manera, Carolyn no se sorprendió cuando Ester Curbelo, la mujer de uno de


los colegas de Matt, le dijo que Raisa había venido al club de campo para asistir a su
reunión y manifestar su desacuerdo con la propuesta que iban a votar aquella noche.
Carolyn se puso furiosa. Llevaba más de tres meses trabajando en aquella propuesta
y estaba segura de que Raisa sabía que era la noche en que la iban a votar. Al
parecer, nunca pasaba nada sin que Raisa lo supiera. Reinaba sobre la región con
mano de hierro. Si quería que se hiciera algo, se hacía. Si quería que algo dejara de
hacerse, lo más probable es que no se volviera a oír hablar de ello minutos después
de que expresara su deseo en voz alta.

El proyecto en el que Carolyn había estado trabajando facilitaría el acceso a los


recursos a los más necesitados de la ciudad de Caracas. Se trataba de un sistema de
distribución y asignación de los recursos diferente al que se venía aplicando, pero
Carolyn estaba convencida de que sería más eficaz y de que, silo adoptaban, las
ayudas llegarían más rápidamente a los que más las necesitaban. El método que se
había seguido durante los últimos diez años no había resultado tan eficaz como el
nuevo plan. La población había cambiado, sus necesidades eran diferentes y los
fondos no se administraban bien. Si Raisa Andieta hubiera sido un poco más
accesible, Carolyn estaba segura de que podría haberla convencido de que tenía
razón. De hecho, había intentado organizar un encuentro para discutirlo con ella y
Raisa Andieta había accedido a recibirla. Carolyn todavía recordaba la humillación que
había sufrido.

Carolyn llegó diez minutos antes a su cita con Raisa para discutir el proyecto del Club.
La tuvieron esperando cincuenta minutos hasta que la hicieron pasar al despacho de
su alteza real Andieta.

Carolyn esperó de pie frente a la mesa del despacho, mientras Raisa seguía ojeando
los papeles que tenía delante, haciendo caso dmiso de su presencia. Al cabo de unos
minutos, Carolyn perdió la paciencia y se sentó sin más, dispuesta a jugar ella también
al juego del silencio.

En ese momento, Raisa se echó hacia atrás y se apoyó en el respaldo de la silla,


cruzó las piernas y miró a Carolyn con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—Por favor, siéntate —le dijo con sarcasmo.

—Gracias, creo que lo haré —respondió Carolyn sonriendo.

Raisa se levantó y paseó en silencio por la sala, sin apartar los ojos de Carolyn.
Finalmente, se quedó de pie detrás de ésta y le preguntó con voz seductora:

Que es lo que quieres?

Durante un instante, Carolyn se quedó muda. Sentía la intensa presencia de Raisa a


su espalda, encima de ella. Habría jurado que podía oír el latido de su corazón. d0 era
el del suyo propio? Por un segundo, ninguna de las dos emitió sonido alguno. De
repente, el aire parecía demasiado cargado y Carolyn empezó a marearse. Sentía el
calor del cuerpo de Raisa tras ella y su aroma le llenaba los sentidos.

Carolyn respiró hondo, se levantó de golpe y se encaró con Raisa. Se sentía confusa,
como desorientada. La habitación empezó a dar vueltas y se agarró del respaldo de la
silla.

Raisa reaccionó con rapidez, cubrió la distancia que las separaba y sostuvo a Carolyn
contra su pecho. En ese momento, el despacho se cerró en torno a ellas; Carolyn notó
que la cabeza le caía hacia atrás y las piernas le fallaban, pero lo único que era capaz
de sentir era la calidez de los brazos de Raisa alrededor de su cuerpo.

—Siéntate —recomendó Raisa con suavidad.

La ayudó a sentarse en la silla de nuevo y le apartó el pelo de la cara con delicadeza.


Su caricia era toda dulzura. Carolyn no veía más que aquellos ojos azules,
suspendidos sobre su rostro. Se humedeció los labios; el corazón le latía en las sienes
cada vez más fuerte a medida que su rostro estaba cada vez más cerca. Carolyn cerró
los ojos.

—No —murmuró angustiada.

Cuando volvió a abrirlos, Raisa se había acercado a la barra que había en un extremo
del despacho y le traía un vaso de agua.

—Bébetela, Cara —susurró, sentándose en una silla junto a Carolyn.


Carolyn cogió el vaso con mano temblorosa. Raisa notó su turbación, puso una mano
sobre la de Carolyn y le acercó el vaso a los labios.

—Intenta bebértela toda.

Carolyn se bebió casi todo el vaso y al terminar buscó los ojos de la mujer que se
hallaba sentada a su lado. Durante un instante, las dos se miraron en silencio.

—Lo siento muchísimo. No sé qué me ha pasado —se apresuró a decir..

Los ojos se le fueron a sus manos, que seguían entrelazadas alrededor del vaso.
Apartó la mirada, pero no antes de que Raisa detectara en sus ojos la confusión y el
miedo.

Raisa le soltó la mano con un gesto brusco.

—¿Ah, no? —dijo, lo bastante alto como para que Carolyn lo oyera mientras se
alejaba.

Raisa fue a sentarse tras su enorme escritorio y contempló a Carolyn con dureza.
Mirándola desde aquel puesto de autoridad, la distancia que las separaba volvió a
hacerse dolorosamente patente. Confusa, Carolyn levantó la vista. Los ojos de Raisa
se habían vuelto fríos como el hielo.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con impaciencia.

Aquella agresividad en su tono de voz cogió a Carolyn desprevenida. Era la misma


mujer que hacía un momento se había mostrado tierna y cariñosa. La sorpresa debió
de reflejarse en su cara, ya que Raisa se rebeló enseguida.

—No tengo todo el día, señora Stenbeck.

Raisa se removió en el asiento, visiblemente agitada. Carolyn no pudo más que seguir
mirándola durante unos segundos.

—Quería hablarle sobre un proyecto en el que he estado trabajando...

—Señora Stenbeck —la cortó antes de que pudiera terminar—, ¿qué se cree que
hago aquí todo el día? Váyase a comer con sus amigas y no me haga perder mi
valioso tiempo. No tengo tiempo para escuchar sus proyectitos —Raisa la fulminó con
la mirada. Había dado el encuentro por concluido a todos los efectos.

Carolyn se quedó de piedra. Pronto, la ira ocupó el lugar de la sorpresa. Se puso en


pie, temblando, aún no del todo segura de si era por el mareo o de puro enfado. Abrió
la boca para decir algo, pero la indignación no se lo permitió. Se dio cuenta de que aún
tenía el vaso en la mano y se lo quedó mirando.

De repente, le tiró a Raisa el agua restante por encima. Esta se levantó, muda por el
sobresalto y la sorpresa.

—Toma! ¡A lo mejor así se te refrescan las ideas!

Y, a continuación, Carolyn salió del despacho.


Durante días, esperó que Matt volviera a casa con la noticia de que lo habían
despedido. Aún no podía creerse lo que había hecho. Nunca antes ninguna persona le
había hecho perder los nervios como hacía Raisa cada vez que estaban en la misma
habitación. Carolyn era consciente de que se había pasado de la raya. Nunca le contó
a Matt lo que había pasado aquella tarde y, al parecer, tampoco lo hizo Raisá Andieta.

Desde ese día, Carolyn se dedicó a evitar todo contacto con ella. Siempre que había
una cena o algún tipo de evento al que Raisa iba a asistir, ella se aseguraba de
encontrar alguna excusa para no ir.

Y allí se encontraban al fin, una vez más en la misma posición: las dos en bandos
opuestos. Y las dos en la misma habitación.

Capítulo 2
Carolyn sabía que ya podía dar su propuesta por muerta y enterrada. Si Raisa Andieta
le ponía alguna objeción, no pasaría de ahí. Nadie se lo discutiría. Tal era el poder que
ejercía Raisa. Todo el mundo lo sabía. Nadie la contradecía en nada. Nadie lo
intentaba siquiera. Nadie, excepto Carolyn Stenbeck, lo había intentado nunca.

La mayoría de las esposas de los ejecutivos de la señora Andieta habían aprendido


pronto a agachar la cabeza y obedecer. Todas, salvo Carolyn Stenbeck, claro. Ella
había sido la excepción. Nada más entrar en la sala de reuniones del exclusivo club de
campo, Raisa se vio rodeada por las arribistas mujeres de sus empleados. Al menos
así era como Raisa las veía: como una panda de aduladoras que lo único que
deseaban era subir en la escala social. Se mostró distante y educada con ellas Y.
como era habitual, paseó la mirada por la sala mientras hablaba, en busca de la
persona que, para su desilusión, últimamente no encontraba nunca: Carolyn Stenbeck.
Fue entonces cuando la vio, justo cuando abandonaba la estancia y salía a uno de los
balcones.

De noche, Caracas era una mágica ciudad de luces. Pero, al igual que la magia,
aquello no era más que una ilusión. De día se veía con más claridad que todas y cada
una de aquellas lucecitas mágicas se convertían en un reflejo de miseria, hasta formar
una montaña de pobreza, crimen y hambre difícil de resolver. La situación dejaba poco
espacio para la esperanza.

Carolyn se acodó en la barandilla del club de campo, consciente de que, en su


pequeño reducto de riqueza, todo aquello no la afectaba. Allá, tras los muros del poder
y del derroche, estaba a salvo. Sintió una punzada de tristeza. Había trabajado muy
duro en la propuesta. Era algo suyo y habría ayudado a todas aquellas personas. Pero
ahora todo seguiría igual. Por mucho que Carolyn lo había intentado, nunca había
llegado a encajar del todo en aquel ambiente. Matt siempre estaba ocupado. Simón,
su hijo de ocho años, era su orgullo y su única alegría. Hacía tiempo que Matt había
dejado de ser el hombre del que se había enamorado.

Carolyn se sentía inquieta, descentrada. Trasladarse a Caracas dos años antes había
sido un último intento a la desesperada de salvar su matrimonio, por el bien de Simón.
Allí podrían empezar de nuevo y, con el sueldo de Matt, Simón tendría sólo lo mejor.
Sin embargo, para Carolyn había significado dejar atrás a sus amigos, a su familia y su
carrera. Se moría de ganas de hacer algo útil.

Algo como, por ejemplo, ayudar a aquella pobre gente. No obstante, tendría que volver
a resignarse a que sus días estuvieran llenos de trivialidades que detestaba.

De pie en la baranda, se dejó confortar por la calidez de la brisa. Contempló la ciudad


durante unos instantes y después miró al cielo, a las estrellas, sintiendo la caricia de la
brisa sobre su cuerpo. Carolyn Stenbeck era la definición de la belleza. Su piel pálida
se había tornado dorada en el tiempo que llevaba en Venezuela. La luz del sol había
besado su rubio cabello y lo había salpicado de luminosidad. Y con aquel vestido
blanco parecía una diosa de la antigüedad adorando a la luna. Cerró los ojos y se
entregó a aquellas sensaciones, con la esperanza de que la consolaran en su
desilusión.

Aquélla fue la imagen que se encontró Raisa Andieta cuando salió al balcón. Carolyn
tenía los brazos en torno a su cuerpo y miraba al firmamento nocturno. Raisa se quedó
quieta y la contempló, embelesada. Se había repetido muchas veces que aquella
mujer no tenía ningún poder especial. Era como si librara una lucha interna: no dejaba
de decirse que Carolyn Stenbeck no era diferente a las demás mujeres. Y, sin
embargo, cada vez que entraba en una habitación la buscaba y siempre que no estaba
notaba una punzada de decepción.

Raisa se deleitó con la visión. Sentía una atracción innegable por aquella mujer que,
con lo hermosa que era, le hacía perder los estribos cada vez que se acercaba. Raisa
había aprendido a mantener las distancias, pero, a pesar de eso, su cuerpo se
empeñaba en buscar aquello de lo que trataba de escapar.

Carolyn percibió su presencia antes de verla. El fulgor de la luna y el sonido de la


música en el interior las envolvía a ambas. Raisa se le acercó despacio y se puso a su
lado en silencio para contemplar la ciudad.

Lo que tienen las noches como ésta es que son engañosas —dijo en voz baja.

Carolyn se volvió hacia la ciudad a su vez.

—¿Qué quieres decir?

—Un momento 'está en calma y al siguiente e como si el cielo se abriera y descargase


sobre nosotros toda su fuerza.

Carolyn se volvió para mirarla. Según cómo, Raisa era un misterio. Le parecía tan
inescrutable como la tierra en la que había vivido durante los últimos dos años.

—No lo entiendo,

—Ah, no? —Raisa se giró y miró a Carolyn a los ojos.

—¿Por qué siempre tienes que contestar a una pregunta con otra pregunta? —
protestó Carolyn, turbada. Como siempre que pasaba unos minutos cerca de Raisa
Andieta, una sensación de nerviosismo había empezado a atenazarle la boca del
estómago.

_¿Por qué siempre me provocas?

¿ Yo ¿

—¡Sí! ¡Tú! —Raisa levantó los brazos con un gesto de frustración.

—¿Yo? ¡Yo! ¡Pero si eres tú! Tú eres la que se divierte humillándome.

Raisa la miró fijamente, sin pronunciar palabra. Lo único que veía eran los labios de
Carolyn y quería saber cómo sabían. Raisa se dio media vuelta y se alejó unos
cuantos pasos. Se detuvo un momento y, de repente, volvió a encararse con ella. Los
ojos le brillaban con decisión. Carolyn no se amilanó.

—No me gusta la cobardía —siseó Raisa.

Había deseo en su mirada; deseo y algo más que

Carolyn no alcanzaba a comprender.

—Yo no soy ninguna cobarde, señora Andieta.

En esta ocasión no pens.ba ceder. Si Raisa quería pelea, la iba a tener. -

—Te has escapado de la reunión.

—Y quién iba a enfrentarse a ti? —replicó Carolyn, sarcástica—. Nadie. Ninguna de


esas mujeres me habría apoyado en tu contra. Dejarían a toda esa gente morirse de
hambre antes que oponerse a ti. ¿Cómo te hace sentir eso, señora Andieta? ¿Qué se
siente al saber que tienes el poder de decidir quién vive y quién muere?

—No seas tan dramática! ¡Si de verdad creyeras en lo que ibas a proponer lo habrías
intentado!

—Y luchar contra ti? —Carolyn le dio la espalda y se alejó unos pasos antes de soltar
una carcajada seca.

—No sería la primera vez que lo intentas —le dijo Raisa en un tono amenazador—. Al
parecer, nadie te ha enseñado lo que es obedecer.., aún.

Carolyn se volvió al punto. Ya había tenido bastante. —Vete al infierno! ¡Yo no soy la
esclava de nadie! —Algún día alguien te domesticará —la voz de Raisa se suavizó.

—¿Si? ¡Pues no serás tú!

En cuanto las palabras salieron de su boca, un relámpago iluminó el cielo, 'seguido de


un trueno ensordecedor. Sin embargo, Carolyn sólo tenía ojos para el fuego que ardía
descontrolado en las profundidades de la mirada de la mujer que tenía ante ella.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Raisa se le había acercado y la
estrechaba entre sus brazos con fuerza. Mientras el cielo se desplomaba sobre sus
cabezas, los labios de Raisa hallaron su objetivo. Sacudidas por los elementos,
saborearon el hambre de la tormenta en los labios de la otra.

Raisa se adueñó de la boca de Carblyn y se la devoró, acallando cualquier protesta.


Sus manos la exploraron, ansiosas de tocar, sentir. Nunca había experimentado un
ardor semejante. Estaba acostumbrada a coger lo que quería cuando lo quería y
llevaba demasiado tiempo deseando a aquella mujer.

Carolyn se había quedado sin aliento; el fuego en su interior la consumía. No sólo


luchaba contra el deseo de Raisa, sino también contra su propio tumulto interno. —No!
—Carolyn trató de que Raisa la soltara. —Cobarde!

Estalló un nuevo relámpago, seguido por el retumbar de un trueno, como si la


naturaleza quisiera ir pareja a la tormenta que se había desatado entre las dos.

Raísa inmovilizó a Carolyn contra la pared, en un rincón de la baranda.

—,¡Suéltame! —le gritó Carolyn a la tormenta.

Raisa sonrió y le estrujó un pecho. La mano de Carolyn cortó el aire y le propinó a


Raisa un bofetón de indignación. Raisa la miró, furiosa y sorprendida, y le agarró la
mano con fuerza.

De nuevo, los labios de Raisa cubrieron los de Carolyn y esta vez el beso fue
despiadado. No era un beso de pasión, sino de dominio, y lo único que estaba
dispuesta a aceptar era una sumisión completa. Carolyn saboreó la sangre en su boca
y, de súbito, un sollozo derrotado surgió de lo más hondo de su garganta,

Raisa se apartó de inmediato. Miró a Carolyn a los Ojos y se dio cuenta de que
rebosaban lágrimas de frustración. La tormenta seguía rugiendo a su alrededor, pero
entre ellas se hizo el silencio.

—Suéltame.

Todo parecía carente de sonido, como si se hallaran suspendidas en el vacío. Eran las
únicas personas del universo. Un cuerpo apretado contra el otro. El uno prisionero del
otro.

Poco a poco, Raisa dejó caer las manos y observó cómo Carolyn escapaba de ella. De
repente, se dio la vuelta y la tormenta la envolvió de nuevo. Se quedó inmóvil mientras
el viento soplaba furioso en torno a su cuerpo y el cielo estallaba una y otra vez.
Impertérrita, se encaró con la tormenta y la desafió. Ella era Raisa Andieta y nadie
podía hacerle frente. Rió y el viento se llevó sus carcajadas.

La tormenta no había hecho más que comenzar.


Capítulo 3
—Por que estamos teniendo cortes de luz, Joaquín? —le preguntó Raisa al nervioso
empleado que había acudido a su despacho.

—Es por las lluvias, señora Andieta En Katya están teniendo corrimientos de tierra.
Aún no hay cifras fiables sobre el número de muertos. El tendido eléctrico está
sufriendo las consecuencias...

—Joaquín, me da igual lo que esté pasando en Katya. Tenemos un generador nuevo.


Entonces, ¿por qué estamos teniendo cortes de luz? —bramó Raisa.

—Lo están arreglando, señora Andieta —repuso él, sombrío.

—Pues ve y asegúrate dé que se arregla. ¡Fuera! —grito, señalando a la puerta

23

—Señora Andieta...

—Largo de aquí!

El hombre salió de la oficina pies para qué os quiero.

Antes de que Raisa tuviera tiempo de dar rienda suelta a su enfado, le sonó el
teléfono. Llevaba sonando ininterrumpidamente todo el día.

—Sí, Gloria.

—Señora Andieta, tengo a Matt Stenbeck en la línea dos.

—Muy bien, Gloria. ¿Te ha dicho lo que quiere?

—Al parecer tienen problemas en una de las torres deperforación.

—Maldita sea! Está bien. —Raisa cambió a la línea dos—. Matt, ¿qué sucede?

—Señora Andieta, ha habido una explosión en la torre 81.

—Que ha habido qué?


—El incendio ya está controlado, pero las lluvias no están ayudando.

—¿Cómo ha podido pasar, Matt? Esa es tu torre.

¿Quién es el responsable de la seguridad?

—Alberto Curbelo se encarga de la seguridad, pero...

—Échalo. Ha puesto en peligro la seguridad. Lo quiero fuera de las instalaciones en


cuanto cuelgues el teléfono y, Matt, te quiero ver aquí mañana por la mañana con una
relación de los cambios en plantilla.

—Señora Andieta, hemos tenido bajas.

—Échalo. Lo quiero fuera de mi torre. Ahora, Matt.

Colgó el teléfono, indignada. Siempre había bajas. Así era la vida. Al final, los
beneficios superaban a las pérdidas. En su opinión, las pérdidas eran un factor
aceptable.

El teléfono volvió a sonar.

—Sí, Gloria.

—Señora Andieta, ha habido una riada cerca de Las Lomas. La calle está inundada.
Informan de que algunas personas se han ahogado al quedarse atrapadas en los
coches —comunicó Gloria con voz temblorosa.

—Gloria, tranquilízate. Ve al grano.

—La policía ha llamado para informarnos dé que uno de los coches atrapados en la
riada era un coche de la empresa. —La secretaria se echó a llorar.

—G1oria! ¡Por amor de Dios! Deja de llorar y dime qué más han dicho.

—Ester Curbelo y sus dos hijos se han ahogado. Había otra mujer con ellos en el
coche, pero aún no la han identificado.

—Manténme informada —dijo Raisa antes de colgar.

Llevaba una semana lloviendo. Había habido corrimientos y riadas por toda la ciudad.
Y encima aquello. Seguramente los horarios de producción se resentirían.

Recordaba haber conocido a Ester Curbelo. A decir verdad, se dijo Raisa, había sido
bastante agradable charlar con ella. Lo sentía por los niños y, se alegraba de no
haberlos conocido.

Ester siempre iba a aquellas cenas a las que Raisa odiaba asistir. Y, por supuesto, si la
recordaba era porque siempre que Carolyn asistía se ponía a hablar con ella.

¡Carolyn!

Había otra mujer en el coche...


Raisa llamó a casa de Carolyn. El teléfono sonó y sonó durante lo que le pareció una
eternidad, hasta que alguien descolgó al otro lado.

—Residencia Stenbeck, buenos días.

—Quiero hablar con la señora Stenbeck.

25

—Lo siento, la señora Stenbeck no está en casa. —¿Cuándo volverá? ¿Sabe dónde
está?

—Salió por la mañana y aún no ha vuelto. No sé cuándo llegará.

—¿Sabe si hoy ha hablado con Ester Curbelo? —Con quién hablo? —preguntó la
criada con suspicacia.

—Escúcheme con mucha atención. Soy Raisa Andieta.

¿Sabe quién soy?

—Sí, claro, señora Andieta.

—Entonces dejé de preguntar estupideces y dígame si Carolyn ha hablado con Ester


Curbelo hoy!

Tras una breve pausa, la criada repuso:

—Sí, señora Andieta, han hablado.

—¡Dios mío! —exclamó Raisa—. Si habla con la señora Stenbeck, dígale que se
ponga en contacto conmigo inmediatamente, ¿lo ha entendido?

—Si, señora Andieta.

Raisa pulsó el botón de terminar la llamada y, a continuación, pulsó el de marcación


directa de su hombre en el departamento de policía por la otra línea: Trató de
convencerse de que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Que Ester
Curbelo hubiera hablado con Carolyn por la mañana no quería decir nada. Y, sin
embargo, el corazón le latía cada vez más deprisa y tenía la respiración agitada.

Le dio la impresión de que el teléfono sonaba sin parar. Cuanto más tardaban en
cogerlo, más nerviosa se ponía. Finalmente, alguien descolgó el aparato.

—Oigo, sargento de guardia.

—Ramiro, soy. Raisa Andieta.

—Señora Andieta, es un placer...

—Quiero saber el nombre de todas las personas que había en el coche de mi empresa
que quedó atrapado en la riada de Las Lomas hoy.

—Señora Andieta, no cuelgue. Iré a comprobarlo. —Muy bien, date prisa.


Raisa esperó, tamborileando con las uñas de los dedos en el escritorio. Se sucedieron
los tensos minutos de es- Pera. Raisa estaba cada vez más preocupada.

—¿Señora Andieta?

—Sí, sigo aquí.

—Tenemos a una tal Ester Curbelo y a sus dos hijos, Paulo, de seis años, y Andrés, de
cuatro años. Había otra mujer y otro niño en el coche, pero aún no hemos podido
identificarlos.

—Ramiro, esto tiene prioridad absoluta. Averigua quién es la otra mujer. Y aún más
importante, necesito me encuentres a alguien qué ha desaparecido. Pon a todos los
hombres en ello.

—Señora Andieta, ahora mismo la cosa está complicada. Los barrios están
colapsados por el agua.

—No me discutas. No te lo pido, Ramiro, te ordeno que lo hagas. ¿Está claro?

—Sí, señora Andieta. ¿A quién tengo que buscar?

—Se llama Carolyn Stenbeck. Su hijo va al colegio Campo Alegre. Encuéntrala y


llámame enseguida. Encontrar a esa mujer es lo más importante ahora, !Entendido?

—Señora Andieta.

—Señora Andieta nada, o sabrás lo que es el dolor. —Sí, señora Andieta. Pondré a
todos mis hombres a trabajar en ello.

Raisa colgó el teléfono y se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Dónde estaba Carolyn?

Carolyn estaba empezando a asustarse de veras. El agua cada vez subía más y.
había coches por delante y por detrás.

—Tengo miedo, mami —murmuró Simón.

—No te preocupes, cielo. No va a pasar na. Sólo que tardaremos un poco más en
llegar a casa —trató de tranquilizarlo Carolyn.

Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más subía el agua. La gente empezó a
abandonar los coches. Tenía que tomar una decisión y rápido.

—Mami, el agua cada vez está más alta, mira! ¡Aquel coche se ha caído en un
agujero!

—Simón, baja la ventanilla, corre!


Capítulo 4
Seis horas más tarde seguía sin noticias de Carolyn. Raisa Andieta estaba que se
subía por las paredes. Nunca se había sentido tan impotente Tema un montón de
problemas que solucionar, desde problemas con los generadores a explosiones, pero
estaba acostumbrada a trabajar bajo presión. El caos era lo único que la mantenía
centrada y eso era de agradecer. En el momento en que no tenía la cabeza ocupada
con algo, se acordaba de que Carolyn seguía desaparecida y de que la mujer que iba
Con Ester Curbelo en el coche aun no había sido identificada.

En ese momento llamaron al teléfono y Raisa lo descolgó antes de que sonara dos
veces.

—Sí, Gloria.

--Señora Andieta, tenemos el número de víctimas en Katya.

—Me importan una mierda Katya y sus víctimas.

Mantén la línea abierta para Ramiro Fonseca. ¡Sólo, para él! ¿Entendido?

—Si, señora Andieta.

—Has seguido llamando a casa de Carolyn Stenbeck?

—Si, señora Andieta. Clara, la criada, dice que aún no sabe nada de la señora
Stenbeck.

—Sigue llamando a los demás números. Sólo aceptaré llamadas de ella. Pásale las
demás a Arturo Estés. Que se ocupe él de solucionar las cosas, para variar:

—Sí, señora Andi... Colgó el teléfono, sin dar tiempo a Gloria de acabar la frase.

Raisa paseaba de un lado a otro del despacho como un león enjaulado. Fue hacia la
ventana y contempló el exterior. Su ánimo era tan negro como las nubes de la
tormenta.

El teléfono de Raisa sonó por su línea privada y ella se abalanzó sobre el aparato.

—¿Si?

• —Tengo la información que me pidió.

—¿Sabe el nombre de la mujer del coche?


—Si, señora Andieta.

Raisa respiró hondo y se sentó. Contuvo la respiración.

—dY bien? —dijo, incapaz de reconocer el temblor de su propia voz.

—Se llamaba María Santisnero... —Raisa ya no oyó nada más y cerró los ojos,
aliviada—. Iba con su hija Maite, de seis años. Al parecer, las dos solían llevar a los
niños al colegio juntas.

—Ramiro, ¿me has encontrado a Carolyn Stenbeck? —musitó Raisa.

—Seguimos buscando, señora Andieta. La ciudad es un caos. La lista de


desaparecidos no deja de crecer. Tengo a todos mis hombres buscándola. Quería
informarla de las novedades.

—Ramiro, encuéntrala. Encuéntrala y te daré cien mil dólares americanos.

Al otro lado de la línea se produjo un silencio de asombro.

—Encuéntrala,, Ramiro. Encuéntramela.

—La encontraré, señora Andieta.

Una vez finalizada la llamada, Raisa se sentó tras su mesa y esperó. Fue en aquel
momento cuando, de repente, se dio cuenta de que nadie había llamado preguntando
por ella. A nadie le preocupaba que estuviera en casa o no.

La mayoría de los empleados permanecieron en el edificio, porque no querían


arriesgarse a quedarse atrapados en la ciudad, sumida en el caos. El edificio se había
construido para resistir todo tipo de tormentas. Otra cosa (ILlizá no, pero si había algo
que a Raisa le gustara era la eficiencia. Todo tenía que funcionar a la perfección. El
edificio tenía su propio sistema de suministro de agua subterráneo, para no depender
del poco fiable suministro de la ciudad. También estaba equipado con generadores de
emergencia propios. Los apagones eran habituales, pero no afectaban a la
productividad de la sede central de Petróleos Copeco. Raisa había llegado al extremo
de Instalar líneas de teléfono separadas para estar siempre ul día de lo que pasaba
tanto dentro como fuera del país. Ei'a una experta en los entresijos del poder y sabía
muy bien cómo usar sus armas.

No obstante, aun con todo ese poder a su disposición, era incapaz de encontrar a una
simple mujer en una ciudad.

Tenía un jeep esperando, por si tenía que salir, con prisas. Habían pasado seis horas y
seguía sin noticias. Raisa volvió a contemplar la tormenta.

—Carolyn, ¿dónde estás? ¿Qué me has hecho? Dios, ¡cómo te odio!

Avanzó sobre el aparador de su oficina y con un movimiento brusco de los brazos


barrió todo lo que tenía encima y lo tiró al suelo. Alarmada por el ruido de cristales
rotos, Gloria entró en el despacho.

—Señora Andieta?
Raisa tenía la frente apoyada en el cristal de la ventana y, con los ojos cerrados,
repetía:

—Te odio, Carolyn.

—¿Señora Andieta? -

Raisa no dio muestras de advertir su presencia. Gloria se acercó a su jefa con


precaución.

—¿Señora Andieta?

Raisa seguía sin decir nada. Gloria, a su lado, le tocó el brazo.

—¿Señora Andieta, se encuentra bien?

Raisa miró a Gloria como si la viera por primera vez. Dio un paso atrás para alejarse
del cristal, le dio la espalda a Gloria y atravesó el estropicio de camino a su escritorio.
Sentada de nuevo en su silla, levantó por fin la vista hacia su secretaria.

--- Llama a mantenimiento para que limpien todo esto.

Empezó a hojear algunos papeles que tenía sobre la mesa, ignorando por completo la
cara de desconcierto total de Gloria.

,Durante un segundo, la secretaria permaneció de pie, sin decir nada. Después, salió a
toda prisa para acatar la orden de Raisa.

Una hora después, el teléfono privado de Raisa volvió a Sonar.

—La he encontrado, señora Andieta. Se registró en el Caracas Hilton hace una hora.

—Gracias a Dios —exclamó Raisa, mientras se sentaba y ocultaba el rostro entre las
manos.

Capítulo 5
Carolyn estaba asombrada por haber llegado tan lejos. Por suerte, había caído en la
cuenta de coger el bolso cuando Simón y ella' abandonaron el coche en la autopista.
Había agua por todas partes. Al llegar, se enteró de que había muerto gente ahogada.
Logró que los llevaron en coche un rato y después caminaron el resto del :camino
hasta el hotel. Simón estaba agotado y con un Justo de muerte encima, el pobre.
Carolyn intentó ponerse en contacto con Matt, pero el teléfono del hotel estaba
cortado.

Carolyn entró en el hotel con su hijo exhausto en brazos. Estaban calados hasta los
huesos y era más que probable que parecieran dos indigentes. Por un momento, el
recepcionista estuvo a punto de echarlos, pero Carolyn enseguida sacó su tarjeta de
crédito y pagó por una suite grande. En Caracas, era así como se arreglaban las
cosas.
Lo primero fue ocuparse de Simón. Carolyn lo bañó y pidió algo de comer al servicio
de habitaciones. Después se duchó ella y al poco los dos estaban envueltos en los
albornoces de rizo del hotel. Casi antes de acabar de comer, Simón se quedó dormido
como un tronco. Carolyn lo llevó al segundo dormitorio, lo acostó y cerró la puerta
antes de volver a la salita de estar.

Por fin, Carolyn dio rienda suelta a la angustia acumulada durante todo el día. Ya no
tenía que ser fuerte por Simón. Cuando dejaron el coche, la ciudad era una locura. La
gente gritaba, la calle se estaba hundiendo bajo sus pies y todo el mundo corría. La
baraúnda casi los tira al suelo. No había pasado tanto miedo en su vida. Después,
mientras avanzaban penosamente, se había ido haciendo de noche y la oscuridad lo
había cubierto todo. Algunas partes de la ciudad se habían quedado sin luz y la
negrura lo había vuelto todo aún más terrorífico.

Habían caminado durante horas hasta que tuvo que coger a Simón en brazos porque
estaba demasiado cansado para seguir andando. Debían de tener un ángel de la
guardia velando por ellos, porque, aunque habían acabado atravesando uno de los
barrios más peligrosos de Caracas en medio de la tormenta, no habían tenido ningún
problema que no fuera la propia tormenta. A medida que se acercaban al centro de la
ciudad, habían empezado a encontrar algunas farolas encendidas. Habían tenido la
suerte de encontrar un taxi y Carolyn le ofreció 500 dólares al taxista por llevarlos al
Caracas Hilton. Habían tardado una hora en llegar, pero al menos estaban a salvo y a
cubierto.

Carolyn se sentó y se abrazó las rodillas. Acurrucada como una niña asustada, se
permitió llorar. Estaba agotada y tenía las emociones a flor de piel. Pero, sobre todo,
se sentía sola.

Permaneció un buen rato ajena a todo lo que la rodeaba, hasta que un timbre
insistente la devolvió a la realidad. Miró a la puerta y se dio cuenta de que la estaban
llamando.

—Carolyn, Carolyn, por amor de Dios, ¡abre la puerta!

Se levantó y fue a la puerta casi de un salto. La abrió de par en par. Ninguna de las
dos mujeres supo con certeza cuál de ellas se movió antes, pero, un segundo
después, Raisa abrazaba a Carolyn con fuerza. Carolyn empezó a temblar y a
sollozar.

—Ya estás a salvo, Cara. Estás a salvo —le susurró

Raisa, con el rostro hundido en su cabello—. Se acabó. Se acabó.

Carolyn alzó el rostro y miró a Raisa a los ojos. Raisa le enjugó las lágrimas con el
pulgar y sus labios rozaron los de Carolyn con suavidad. Después la abrazó de Muevo.

—Estás agotada. Vamos, Cara, yo cuidaré de ti —le dijo con dulzura.

Carolyn estaba agotada. Había sobrepasado su límite. Hundió el rostro en el cuello de


Raisa y se dejó llevar por la calidez de sus brazos y la suavidad de su cuerpo. —
¿Dónde está Simón?
—Está dormido. Raisa, casi nos ahogamos. Ha sido horrible. —Carolyn empezó a
llorar de nuevo.

—Lo sé, Cara, lo sé. Pero ahora estás a salvo.

Raisa se volvió y cerró la puerta de la suite, que seguía abierta.

—¿En qué habitación está Simón?

—En ésa —musitó Carolyn débilmente, señalando el cuarto de su hijo—. Estaba


aterrorizado. Odio vivir aquí. Quiero irme a casa. Odio vivir aquí.

Carolyn se dejó guiar al interior de la otra habitación, refugiada en el abrazo de Raisa.

—Podemos hablar de dónde quieres vivir mañana, Cara, mañana. Quiero que te
acuestes, Cara. Lo qe necesitas ahora es descansar. —Raisa se quedó de pie, a
oscuras junto a Carolyn. Cuando se disponía a alejarse, Carolyn se asustó y la agarró
de la mano.

—No te vayas. Por favor, no te vayas.

—Me quedaré contigo. No voy a dejarte —le aseguró Raisa, acariciándole la mejilla
con ternura.

Raisa la ayudó a meterse bajo las sábanas. Entonces se alejó un paso y empezó a
quitarse la ropa ella también. Carolyn esperó, sin decir nada. Tan pronto como Raisa
se metió en la cama y se volvió hacia ella, Carolyn se acurrucó en sus brazos. Raisa le
acarició el pelo con parsimonia, hasta que oyó que la respiración de Carolyn se
calmaba. Finalmente, se quedó dormida.

Raisa la abrazó, mientras fuera continuaba la tormenta. Nunca había abrazado a una
mujer sólo para consolarla. Siempre lo había hecho en busca de placer. Le gustaban
tanto los hombres como las mujeres, pero tenía que admitir que, si le daban a elegir,
prefería a una mujer como amante, a pesar de que, luego, siempre era más difícil
librarse de una amante que de un amante cuando se hartaba de ellos: -

Raisa había deseado a Carolyn Stenbeck desde el primer momento en que la vio.
Normalmente habría satisfecho su deseo sin pensarlo dos veces. Pero, en esa
ocasión, una voz en su interior la había hecho mantenerse a distancia desde el
principio. Y luego estaba la propia Carolyn, claro. Nunca estaban de acuerdo en nada.
Carolyn quería cambiar las cosas y Raisa detestaba que la gente se entrometiera en
sus asuntos. Había tenido muchas oportunidades de trasladar a Matt Stenbeck, pero
no lo había hecho. Ni siquiera después de que Carolyn tuviera la osadía de vaciarle un
vaso de agua encima. Cualquier otra persona no habría vivido para contarlo.

Raisa bajó la vista y la posó en la mujer que tenía (entre sus brazos. Notaba una
sensación extraña en su interior. Una sensación que, poco a poco, se extendía por
todo su cuerpo. Carolyn estaba aferrada a ella. Raisa la abrazó más fuerte y hundió el
rostro en su cabello. Se durmió, arrullada por la sensación de tener a Carolyn
Stenbeck entre sus brazos y con la confianza de que no iba a apartarla de su lado.
Capítulo 6
El rugido de un trueno, seguido por un estallido de luz que iluminó la habitación,
despertó a Carolyn. Se sentó en la cama, asustada. Miró a la ventana y vio el
resplandor de los relámpagos a través de las cortinas. De repente notó unos brazos
suaves, que la atraían de vuelta a la calidez y la seguridad de su abrazo, y se volvió
para refugiarse en ellos.

Carolyn apoyó la cabeza en la almohada justo cuando otro relámpago iluminaba el


rostro de Raisa sobre el suyo.

—Estoy aquí contigo, Cara. Estoy aquí contigo.

La voz de Raisa era suave y melodiosa. Carolyn notó que le abría el albornoz y lo
quitaba de en medio. La piel le ardía. Unos labios cálidos le acariciaron el cuello; Raisa
se le puso encima y Carolyn abrió la boca para recibir su lengua.

Mami…mami... —oyó en la distancia.

Carolyn se removió en la cama y sonrió, acunada en un cálido abrazo que la llenaba


de bienestar. .

—Mami...

Carolyn abrió los ojos perezosamente al oír que giraban el pomo de la puerta.

—Ya voy, cielo —respondió, aún medio dormida.

Se permitió respirar una vez más en la calidez que la envolvía.

—Creo que Simón tiene hambre —le dijo una voz suave en el oído, antes de darle un
beso.

Carolyn abrió los ojos de golpe y se apartó de los brazos que la rodeaban casi de un
salto, antes de quedarse mirando a Raisa fijamente en estado de shock.

—Buenos días —susurró Raisa.

Carolyn parecía a punto de decir algo, pero en ese momento Simón volvió a girar el
pomo.

—Mami?

Carolyn se puso muy nerviosa. Sus ojos saltaron de Raisa a la puerta y de vuelta a
Raisa.

—Ve con tu hijo, yo te espero aquí —le dijo Raisa, en un tono suave pero firme.

Carolyn parecía haber perdido el habla. Sacudió la cabeza, como si quisiera despertar
de un sueño. Fue a levantarse y entonces se dio cuenta de que estaba des- nuda y lo
recordó todo. Desesperada, empezó a buscar el albornoz que le constaba que había
llevado puesto la noche anterior.

—Ten, Cara. Póntelo.

Carolyn se volvió hacia Raisa, que le tendía el albornoz.—Date prisa —le sonrió Raisa.

Carolyn se dirigió apresuradamente hacia la puerta. Una vez frente a ella, se detuvo y
tomó aire antes de salir a buscar a Simón.

Raisa se quedó en la cama a esperarla. «Otra mañana después», se dijo. Sólo que
esta vez era ella la que se quedaba en la cama. Oía la voz de Carolyn en la sala. Le
hablaba a Simón en un tono dulce y cariñoso, y su afecto la cautivó. Por la manera en
que le hablaba a su hijo, era evidente que Carolyn lo adoraba.

A pesar de que la conocía desde hacía dos años, se daba cuenta de que no sabía
nada de ella. Al menos nada Importante. Conocía todos los hechos y detalles de su
vida, pero no conocía a la verdadera Carolyn. De repente, la invadió el deseo de
conocer a la mujer cuyo cuerpo había poseído horas antes. Y, al pensar en ello, Raisa
no pudo evitar recordar.

Carolyn se había mostrado apasionada y receptiva, (otno si la deseara tanto como


Raisa a ella. Raisa cerró los ojos y las imágenes empezaron a recorrerla como un
torrente: Carolyn con la cabeza hacia atrás, suplicándole que no parara; Carolyn
inspirando la primera vez que la penetró. El deseo volvió a hacer presa en ella.

«(Cómo es posible que mi hambre aún no esté saciada se preguntó.

En ese instante, deseaba a Carolyn más que nunca.

Carolyn no había sido para ella un mero instrumento c placer, sino una copartícipe
apasionada. Le había dado mas placer del que había experimentado jamás. Y en
aquellos momentos, los de la mañana después, aún quería más. Or primera vez,
Raisa no tenía ninguna prisa por irse.

Se levantó, se acercó al ventanal y descorrió las cortinas. La luz del sol entró en la
habitación a raudales. Por fin había pasado la tormenta y estaba saliendo el sol.

Fue así como Carolyn la encontró al volver a la habitación: de pie junto a la ventana,
con su cuerpo perfectamente esculpido bañado por la luz dorada del sol. Carolyn se la
quedó mirando unos segundos antes e recuperar el habla. El cuerpo de Raisa era
corno una invitación que, aunque no fuera formulada en voz alta, tanto la una como la
otra comprendían a la perfección. Una invitación que decía: «¡Ven!».

—Creo que deberías irte —le dijo con delicadeza.

Carolyn se sentía atrapada entre el miedo y la necesi dad de correr a sus -brazos de
nuevo. Cerró los ojos du rante un segundo para dejar de temblar. Cuando volvió a
abrirlos, Raisa estaba frente a ella, iluminada desde atrás por el resplandor del sol.

—Yo también tengo hambre _susurró Raisa, al tiempo que la rodeaba con sus brazos
y devoraba sus labios.
Carolyn empezó a devolverle el beso, pero de repente apartó a Raisa como si la
hubiera quemado.

—No, tienes que irte!

—Necesito tocarte.

—1No1 Y ahora no es momento de hablar de eso. Tienes que irte —insistió Carolyn.

—No hay nada de qué hablar. Mi cuerpo aún te necesita —afirmó Raisa, tratando de
cogerla de nuevo.

—No me toques! ¡Quiero que te vayas! _exclamó Carolyn.

Raisa se quedó helada. Carolyn la estaba echando. Así que reaccionó de la única
manera que sabía: contraatacó.

—Me iré cuando me dé la gana. Ahora te deseo - gruñó, mientras la rodeaba con sus
brazos.

—Simón... Simón podría oírte. Por favor, Raisa. Vete..., por favor.

—Entonces quiero que nos veamos luego —le dijo, abrazándola con firmeza.

Carolyn se apartó unos pasos.

—Esto ha sido un error. Un terrible error. Estaba asustada y...

—Y no sabías lo que hacías? —terminó Raisa, con una nota de sarcasmo.

Carolyn la miró a la cara.

—Eso es.

—¿En qué ocasión? ¿En cual de ellas no estabas segura de que lo querías? ¿La
segunda o la cuarta vez que follamos? —preguntó Raisa, en un tono envenenado.

Carolyn cerró los ojos y volvió a abrirlos. Raisa la empujó y la inmovilizó contra la
pared del armario. Conmocionada, al principio Carolyn no reaccionó, hasta que Raisa
le metió la mano entre las piernas y le hizo soltar un respingo. Sus rostros estaban tan
cerca el uno del otro que notaba el aliento de Raisa en la boca mientras le hablaba.

—Todavía estás húmeda por haber follado conmigo. Aún sientes mis dedos dentro de
ti. Lo sé. Lo veo en tus OJOS. ¿O es de mi boca de lo que te acuerdas, Cara? —
concluyó, acusadora--. Te estás poniendo cachonda otra vez. ¿Lo sientes, Cara? —
preguntó Raisa, mientras paseaba los dedos lentamente sobre los suaves pliegues
entre las piernas de Carolyn.

—Raisa, por favor... Por favor, vete. Simón... —La

voz de Carolyn era poco más que un susurro—. Por favor rogó, mientras sus ojos se
cerraban con el renacer del deseo.
—Pon a tu hijo de excusa, si quieres. Pero las dos hemos que lo disfrutaste. Y
recuerda, Cara mía, tú también me follaste a mí.

Raisa la soltó con brusquedad. Carolyn se quedó apoyada en la pared, mientras Raisa
recogía su ropa y se vestía. Cuando acabó, se volvió hacia ella una vez más, la miró a
los ojos unos instantes y salió del dormitorio.

Raisa salió del dormitorio y se encontró cara a cara con Simón. Él le extendió la mano
y ella se la estrechó, como si estuviera en trance.

—Hola, soy Simón —se presentó con una sonrisa.

—Hola, Simón. Yo soy...

—Usted es la señora Andieta, me lo ha dicho mamá

_sonaba muy orgulloso de sí mismo por saber tantas cosas—. Trabaja con mi papá y
ha venido para asegurarse de que estábamos bien.

Raisa sonrió casi a su pesar. Normalmente los niños le parecían molestos. Sin
embargo, no pudo evitar que el la inocenciaencanto del pequeño, s radiante sonrisa y
de sus ojos azules la cautivaran. Resultaba más que evidente que era hijo de Carolyn.
Tenía el mismo brillo del sol en el cabello y sus ojos eran amables, como los de su
madre.

—¿Se quedará a desayunar con nosotros? _preguntó justo cuando Carolyn salía del
dormitorio.

—La verdad es que tengo hambre —repuso Raisa. ó y le sonrió a Carolyn, retándola a
poneri alguna objeción.

—Simón, cariño, la señora Andieta es una persona muy ocupada. No abuses —


interpuso Carolyn, con la esperanza de que Raisa captara la indirecta.

—Pero, mami, tiene hambre.

—Sí, tengo hambre —repitió Raisa con una sonrisita traviesa.

Carolyn captó la insinuación. Miró a Raisa, a su hijo y de nuevo a Raisa.

—En ese caso, por supuesto, que se quede. ¿Llamamamos al servicio de


habitaciones?

Carolyn se dirigió al teléfono, en un intento de poner algo de distancia entre Raisa y


ella.

Desayunaron los tres juntos. Raisa ignoró a Carolyn casi por completo. Entabló una
conversación con Simón y dejó qué el niño monopolizara toda la atención. Raisa lo
escuchaba de veras y a él se lo veía de lo más animada. Carolyn tuvo ocasión de ver
a Raisa desde una Perspectiva totalmente diferente. Sin que supiera muy bien cómo
había ocurrido, Raisa se había hecho un hueco en la intimidad de su día a día.
El mundo estaba girando tan deprisa que aún no había podido ni recuperar el aliento.
Y mientras soñaba despierta, los ojos se le fueron a las manos de Raisa y dejó
escapar un gemido sin darse cuenta, presa del recuerdo de aquellas manos sobre su
cuerpo: cómo la habían acariciado, provocado, llevado a lo más alto una y otra vez. La
misma sensación de mareo que había experimentado en el despacho de Raisa se
abatió sobre ella de nuevo y el mundo empezó a girar aún más rápido.

Notó las manos de Raisa sobre las suyas antes de verlas en realidad. Y, al alzar la
vista para mirarla a los ojos, recordó cómo aquellos ojos cambiaban cuando los
Inundaba la pasión. La voz de Raisa se abrió paso a través de su aturdimiento.

—¿Estás mareada, Cara? —le preguntó, arrodillada a su lado.

—Mami, estás bien?

Carolyn tragó saliva, rompió el contacto visual con Raisa y miró a Simón mientras
trataba de recuperar el aliento. —Si, cariño, estoy bien. Sólo un poco cansada.

Al punto se dio cuenta de lo que había dicho y miró Raisa. Aquella noche casi no
habían dormido.

Será mejor que te acuestes y descanses un poco —le recomendó Raisa con dulzura.

—¡No! _respondió Caro lyn, demasiado rápido, apartando su mano de la de Raisa.

Raisa sonrió y se levantó.

—Claro que sí. Ve a echarte y haré que mi coche vaya a recoger a tu criada. Mientras
descansas, me quedaré con Simón hasta que llegue.

—No, ya has hecho bastante —replicó Carolyn.

—No lo bastante, Cara, ojalá pudiera hacer más —aseguró Raisa, con doble sentido,
esbozando una sonrisa prometedora. ¿Qué te parece el plan, Simón? —preguntó
Raisa, en busca de un aliado.

Este no se hizo de rogar.

—'Venga, mami. Yo te tapo. Pareces muy cansada. Simón cogió a su madre de la


mano y se dispuso a llevarla al dormitorio.

—Simón, la señora Andieta ha sido muy amable, pero tiene mucho trabajo. .
Podemos cuidar de nosotros mismos, no debemos abusar —protestó Carolyn, en un
intento desesperado de recuperar el control sobre situación.

_Tonterías, Carolyn. Hago esto porque quiero. Ahora, a la cama. Mi chófer traerá a tu
criada para que se" ocupe de todo. Yo tengo que encargarme de unos asuntos en el
despacho, pero volveré esta noche para llevaros a los dos a casa.

Raisa descolgó el teléfono y empezó a organizarlo todo de acuerdo con su plan.


Simon le tiró a su madre de la manga y ésta permitió que la acompañara a la caH ma,
sin dejar de preguntarse: «Dónde me he metido?»
Simón la tapó y le dio un beso en la frente antes de salir y cerrar la puerta tras él.
Carolyn no dejaba de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo había
permitido que sucediera? Y ahora... ¿ahora qué iba a hacer con Raisa Andieta? Raisa
le había dejado totalmente claro que era suya.

«¿Cómo se atreve a dar por sentado que puede tomar el mando sin más? —Pensó
Carolyn—. Si Raisa Andieta se cree que ahora, así por las buenas, tiene algún
derecho a manejar mi vida, está muy equivocada. ¡No pienso volver a acercarme a
menos de seis metros de esa mujer nunca más! »

Aquel fue su último pensamiento consciente antes de que el cansancio y la ansiedad


de las últimas 24 horas la vencieran y Carolyn cayera en un sueño profundo.

Raisa esperó a que llegara Clara para ocuparse de Simón. Antes de irse, fue a ver a
Carolyn y la encontró dormida como un tronco. Se quedó de pie junto a la mujer
dormida durante unos segundos y después se marcho.

Raisa fue a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Llamo a la oficina y solucionó
algunos asuntos desde el Coche de camino para allá. Tenía un mensaje de Matt
Stenbeck. Había llamado para confirmar la reunión y estaría en la oficina más o menos
cuando ella llegara.

Raisa se apoyó en el mullido asiento de piel del coche. Iba a reunirse con el marido de
la mujer con la que había pasado la noche. Y, aunque no era la primera vez que se
acostaba con la mujer de uno de sus empleados, en esta ocasión la incomodaba. No
era que se avergonzara o sintiera remordimientos por haberse acostado con la mujer
de otro hombre. Y, desde luego, no se arrepentía.

Al contrario, deseaba a Carolyn más que nunca. Lo que la molestaba era la idea de
que Carolyn fuera su mujer.

El la había tocado y la tocaría otra vez. Raisa sacudió la cabeza para alejar aquel
pensamiento de su mente,. _Qué coño me pasa? —se preguntó en voz alta.

_¿Señora Andieta? _inquirió el conductor.

_Conduce y calla! —le gritó ella.

Y durante el resto del trayecto se limitó a mirar por la ventana de la limusina, sin
pronunciar palabra.

Capítulo 7
Raisa entró en la sede central de Petróleos Copeco con paso firme. Era la jefa, y eso
era lo único que había importado siempre. Tenía el control y todo el mundo lo sabía y
se apartaba de su camino cuando la veían acercarse. Al dirigirse a su despacho,
localizó a Matt Stenbeck enseguida. Cuando él la vio llegar, se levantó para saludarla.

—Señora Andieta.

Ella respondió con una inclinación de cabeza.

—Acompáñame —le dijo sin más. El la siguió hasta el interior de su despacho—.


Siéntate —le dijo, mientras rodeaba su mesa y tomaba asiento.

Matt se sentó al punto. Había ido directo a la oficina v llevaba horas intentando llamar
a casa, sin éxito.

—Matt, ¿qué ha pasado en mi torre? —Raisa fue directa al grano.

—Al parecer fue una explosión provocada. Hemos encontrado los restos de un
pequeño detonador. Aún lo estamos investigando.

- —Te has librado de Curbelo?

—No he podido localizarlo. Me he enterado de lo de su familia.

—Si, ha sido una desgracia. ¿Se lo has notificado ya a las autoridades?

Raisa no quería dejarse llevar por sentimentalismos.

Había aprendido muy pronto en la vida que las emociones eran una debilidad. En los
negocios no había lugar para la compasión. Su padre se lo había enseñado bien.
Aunque era una mujer, y no el hijo que habría querido, lo había hecho sentir orgulloso
de lo rápido que aprendía. Una vez le había dicho que era más hombre que ninguno
de los que había conocido y que estaba muy orgulloso de cómo llevaba la empresa.

Raisa siempre había buscado la aprobación de su padre. A ojos de éste, su hermano


Andreas era débil. Lo único a lo que Andreas aspiraba era a llevar él rancho. Era feliz
sólo con cuidar la tierra. Martín Andieta lo había intentado todo para endurecer a su
hijo, cómo él decía, pero Andreas se había mantenido firme en sus convicciones.

Entonces, un día, fue como si Martín Andieta reparara al fin en su hija. Se dio cuenta
de su aguda inteligencia y de su afán de superación. Su mayor deseo era complacerlo
y complacerlo fue precisamente lo que hizo.. Se esforzó por ser la mejor en todo. Su
padre le enseñó todo lo que consideraba importante: le enseñó a disparar y a montar a
caballo sin miedo. Le inculcó su deseo d vencer y conquistar. Le enseñó a controlar y
manipular a las personas y la convirtió en el heredero que habría de mantener y hacer
crecer su imperio.

Y, sobre todo, le enseñó a no necesitar a nadie. Antes de morir, contempló con orgullo
su creación. Verdaderamente, era todo lo que habría podido esperar, incluso más. Era
autosuficiente. La había hecho fuerte. Gracias a él, Raisa era capaz de estar sola.

La había convertido en la mujer que en aquel momento estaba cara a cara con Matt
Stenbeck, interesada sólo en los hechos y no en los detalles superfluos. Matt no era
especialmente dado a las sensiblerías, pero incluso él no podía menos que
sorprenderse ante el desinterés que mostraba Raisa por las pérdidas humanas.

—Aún no he podido contactar con la policía... Raisa lo interrumpió.

—Bien, nos ocuparemos nosotros. A partir de ahora el asunto queda fuera de tus
competencias. Dale a Estés todos los detalles y regresa a la torre. Quiero que
refuerces la seguridad, Matt. Y no admitiré más retrasos en la producción —ordenó sin
pestañear—. ¿Te has encargado de reemplazar al personal que has perdido? —Al no
recibir respuesta, levantó la vista de los documentos que estaba ojeando.

—Eh... no. Harán falta unos cuantos días para transferirlos de otras torres. Tardará un
poco, pero, en relación con la seguridad, es mejor que traer gente de la que no
sepamos nada —repuso Matt.

Raisa lo observó mientras se reclinaba en la silla.

—Muy bien —asintió, en muestra de aprecio por la previsión—. Te quiero de vuelta allá
hoy mismo —concluyó, tajante.

—Volveré dentro de unas horas. Aún no sé nada de mi mujer y mi hijo. Quiero


asegurarme de que están bien antes de volver. En la torre está todo bajo control.

Tu familia está bien. Están en el Caracas Hilton. Al parecer se quedaron atrapados en


la autopista con la riada. He desayunado con ellos esta mañana.

—Eso explica por qué no he podido contactar con ellos —sonrió como muestra de
agradecimiento.. A veces Carolyn exagera; quería asegurarme de que todo estaba
bien.

Raisa reprimió su desprecio y observó al hombre que tenía delante con interés
desapasionado.

—Tenía todo el derecho del mundo a estar asustada. Veía que el agua subía, tenía a
su hijo en el coche y la gente se estaba ahogando —le dijo condescendiente.

—Por supuesto claro que sí. Quería darle las gracias, señora Andieta, por las
molestias que se ha tomado con mi familia —trató de compensar su aparente falta de
sensibilidad.

—No ha sido ninguna molestia, Matt. Tu hijo me ha parecido encantador. Tu mujer y tu


hijo están bien, así que espero que salgas para la torre de inmediato —recalcó, sin
dejarle más opciones.

_Suponía que necesitarían que volviera. He dicho que me recojan esta noche..
Pasarán a buscarme por casa. Así que, si no hay nada más que desee saber, le daré
al, señor Estés todos los detalles y las últimas informaciones e iré al hotel a por mi
mujer y mi hijo.

Matt se incorporó y Raisa asintió como despedida. No, había nada más que pudiera
decir.
Cuando Matt salió del despacho y cerró la puerta a su espalda, Raisa se arrellanó en
la silla y se, quedó mirando la hoja. «Su mujer... su mujer... su mujer...» ¿Cuántas
veces lo había dicho? Se levantó y fue hacia la ventana tras la cual Caracas se rendía
a sus pies.

«Su mujer.»

Cuando llamaron al timbre de la suite, Carolyn levantó la vista, llena de temor y


expectación. Raisa le había dicho que volvería para llevarlos a casa. Se regañó a sí
misma y miró en dirección a la puerta mientras Clara iba a abrir.

Carolyn se había vestido y se había maquillado un poco. También se había cepillado el


pelo y se sentía más dueña de sí misma. Estaba más descansada y se sentía
preparada para enfrentarse a Raisa Andieta.

Cuando Clara abrió la puerta, inspiró hondo. Para su sorpresa, fue Matt quien entró
como si nada hubiera ocurrido y Simón se lanzó a los brazos de su padre.

—¿Podría ver a la señora Andieta? —le preguntó un sargento de policía a Gloria


Bertrán, la secretaria personal de Raisa.

—tenía una cita?

—Me está esperando. Soy el sargento Ramiro Fonseca. Gloria lo observó con
suspicacia y llamó a Raisa por Ni¡ línea privada.

—Señora Andieta, está aquí un tal sargento Ramiro Fonseca que dice que...

—Que pase —fue todo lo que dijo su jefa antes de colgarle.

—Sargento, si es tan amable, siga por aquella puerta. El sargento asintió y entró en el
despacho de Raisa.

Raisa no habló con Carolyn aquella noche. Tampoco a se puso en contacto con ella.
Pero, desde aquel día, Raisa supo siempre dónde estaba Carolyn en cada monto,
tanto de día como de noche.

Los disturbios estallaron de nuevo tan pronto como la ciudad empezó a recuperarse de
los terribles corrimientos de tierra y la gente comenzó a buscar a los desaparecidos.
Hubo manifestaciones y revueltas por toda la ciudad. La población no estaba contenta
con el modo en que el gobierno había gestionado la crisis. Apenas se habían
distribuido ayudas y el número de víctimas seguía creciendo debido a las condiciones
insalubres del agua estancada. El cólera ya empezaba a causar estragos entre los
más pobres.

La enfermedad arrasó los barrios, sembrando más muerte y desesperación a su paso.


Los estudiantes universitarios empezaron con sus marchas de protesta y el ejército
intervino para sofocar el desorden civil. La presencia de los militares se hizo más
visible. Las detenciones y los interrogatorios de conocidos activistas se sucedieron, no
sin consecuencias. Poco a poco, Caracas se estaba convirtiendo en un polvorín que
podía estallar en cualquier momento.

Los funcionarios y políticos empezaron a temer a las motocicletas, pues al parecer era
un método que permitía disparar a alguien y huir con rapidez. Se reforzó la seguridad.
La ira y la frustración se convirtieron en una realidad palpable.

Capítulo 8
—Raisa, no puedo ponerte más protección.

—Carlos, ¡he pagado mucho dinero para que cosas como ésta no pasaran!

—Raisa, cálmate. Ya sabes que valoro mucho tu poyo y tu amistad. Te prometo que
me aseguraré de que se haga justicia.

—Señor presidente, estoy perdiendo veinte mil barriles de petróleo al día. No me


vengas con que estás haciendo todo lo posible.

—Raisa, te pondré protección militar.

—No quiero protección militar. Las torres son mías, o quiero soldados cerca. Y no
intentes jugar a ese juego conmigo, porque usaré todo mi poder para acabar contigo
—lo amenazó.

—No, amiga mía. Era una oferta de ayuda sincera —le aseguró el presidente Carlos
Arturo Padrón, con su tono más diplomático.

—Seguro que sí, señor presidente. Gracias, pero no. No necesito que intervenga el
ejército.

—Muy bien, pues. Seguimos en contacto. Cuento con tu amistad. —El presidente
guardó silencio, en espera de que Raisa respondiera.

—Por supuesto señor presidente. Tienes mi amistad. Tras reafirmarle su apoyo, Raisa
colgó el teléfono.

—Ese hijo de puta... Me gustará enterrarlo —pensó—. Tiene los días contados.

Las protestas estallaban en los momentos menos pensados y el malestar social


empezó a hacerse patente en los niveles más altos. La seguridad se convirtió en' un
elemento de suprema importancia en todos los actos privados o públicos. Copeco
celebraba una gala benéfica para el Museo Bolívar y había guardias armados aposta-
dos para asegurar la buena marcha de los acontecimientos. Todos los ejecutivos de
Copeco estaban obligados asistir.

Raisa, que normalmente detestaba aquel tipo de eventos, estaba ilusionada y


nerviosa. En cierta manera, en los últimos tiempos había estado más centrada que
nunca y no había nada que escapara a su control. Se las había arreglado para no
perder de vista su objetivo: e] mundo estaba cambiando a su alrededor y estaba
decidida a ser uno de los catalizadores. Era una reina y si enjambre zumbaba en torno
a ella. Los gobernaba a todos con confianza y seguridad al menos hasta que vio por el
rabillo del ojo, a Carolyn Stenbeck entrar en el salón de baile.

Matt tenía el brazo en torno a la cintura de su esposa, en un gesto posesivo. En ese


instante, la compostura de Raisa se resquebrajó por completo. Sin apartar los ojos de
ellos, observó como iban de grupo en grupo, saludando a los presentes.

Raisa contempló el cuerpo de Carolyn y, de nuevo, el fuego que creía mantener bajo
control la devoró por dentro. Justo en ese instante, Carolyn miró en su dirección; se
diría que había percibido la llamada animal. Sus ojos se fundieron. Y en los de Carolyn
se reflejaba el mismo deseo.

Carolyn se apartó de Matt y fue hacia Raisa, como si respondiera a una orden. Raisa
no apartó la mirada. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía a Carolyn delante de
ella.

—Tengo que hablar contigo —musitó.

—Sí —fue lo único que Raisa acertó a contestar—. Ven conmigo.

Carolyn la siguió. Se metieron en un despacho. Carolyn se le acercó lentamente y


Raisa se quedó petrificada.

—¿Qué nueva travesura tienes entre manos últimamente? —le preguntó Carolyn,
mientras le dibujaba la línea de la mandíbula con el dedo.

Raisa se dio cuenta de que estaba perdiendo el control. Quiso decir algo, pero Carolyn
le puso el dedo en los labios. El contacto fue como un anestésico. La respiración de
Raisa sé hizo audible. Echó la cabeza hacia atrás y se apoyó en el escritorio que tenía
a su espalda. La boca de Carolyn se adueñó de su cuello mientras con 1 as manos la
exploraba entera.

—Carolyn. Oh Dios, Cara mía, tócame...

Hicieron el amor apresuradamente, azuzadas por la necesidad. El suyo era un fuego


que había que apagar, y rápido. Las dos mujeres se tocaron, se mordieron, se
besaron, se acariciaron y se dieron placer la una a la otra.

Acabaron tendidas en el sofá, completamente desnudas. Carolyn estaba echada de


espaldas, mientras que Raisa, de costado, apoyaba la cabeza sobre sus pechos y le
rodeaba el muslo, en ademán posesivo. Garolyn empezó a acariciarle el pelo y Raisa
le besó el pecho en donde estaba apoyada y hundió el rostro en su cálida suavidad.

Ambas habían tenido cuidado de no mirarse directamente a la cara después de saciar


sus cuerpos. Estaban fundidas la una con la otra, ambas al borde del abismo, y
querían disfrutar lo que quedaba del placer de aquel momento sin tener que afrontar lo
que habían hecho.

Raisa levantó la mirada de golpe al oír voces al otro lado de la puerta y vio que giraban
el pomo. Se levantó rápidamente, tras cruzar con Carolyn una mirada fugaz. Carolyn
se volvió hacia la puerta, aterrorizada. Raisa miró a su alrredor, agarró del suelo el
vestido que le quedaba más cerca y cubrió a Carolyn con él. La puerta se abrió de
golpe antes de que pudiera volverse por completo.

—Qué está pasando aquí?

Un caballero muy indignado entró en la habitación, seguido por un ayudante de


camarero, y los dos se quedaron sin habla al irrumpir en la escena. Carolyn giró la
cara e intentó cubrirse. Raisa se irguió en toda su esta tura y se encaró con el hombre
sin el menor atisbo de nerviosismo.

—Tú! ¿Eres el gerente? —exigió saber.

El hombre asintió, incapaz de apartar los ojos de ell —Cierra esa puerta y controla a tu
perro. Te compensaré con más dinero del que has visto en toda tu vida.,

El hombre asintió en muestra de conformidad obedeció la orden de controlar a su


perro, como ella lo llamaba. Le dijo al ayudante de camarero que esperara fuera y que
mantuviera la boca cerrada. Aquella mujer le había ofrecido mucho dinero y reconocía
el aire de autoridad que emanaba. Enseguida supo que no era alguien que le
conviniera tener en contra.

Raisa le indicó que se diera la vuelta. El obedeció y Raisa se arrodilló enseguida junto
a Carolyn.

—No pasa nada. Todo irá bien. —Su voz era dulce y cariñosa—. Aquí nadie ha visto
nada, te lo prometo

—trató de tranquilizarla, pero los ojos de Carolyn estaban llenos de miedo.

Carolyn observó a Raisa mientras iba a hablar con el hombre. No se había molestado
en ponerse nada de ropa. Desafiaba todo sentido de la razón y retaba a cualquiera a
plantarle cara. Carolyn vio que el hombre asentía y después se marchaba sin mirar
atrás.

Carolyn se levantó y empezó a vestirse a toda prisa. Raisa se limitó a mirarla, de pie,
sin decir nada. Al acabar, Carolyn le devolvió la mirada.

—¿Ahora qué? —preguntó Raisa, desafiante. Carolyn miró hacia otro lado, pero no
encontró ningún punto de referencia. Raisa esperó, hasta que se le acabó la
paciencia. De repente era como si las separara Un océano.

Me he aprovechado de la situación esta vez, Cara? –preguntó con sarcasmo.

—Eres una guarra —le espetó Carolyn antes de dirigirse a la puerta. Raisa la cogió del
brazo y la atrajo hacia sí.

—¿Esto también ha sido un error? —quiso saber, sin soltarla.

—Un experimento.

Las palabras de Carolyn la golpearon tan certeramente como si le hubiera dado una
bofetada en plena cara. La soltó de golpe y ambas mujeres se quedaron frente a
frente, desafiándose mutuamente.
—Ya veo.., bueno, ahora ya hemos sentado las bases

—dijo Raisa, con los ojos relucientes de ira.

—De qué estás hablando? Esto no volverá a pasar —replicó Carolyn en un tono de
superioridad.

—Ah, no? —Raisa le sonrió maliciosamente. —No —aseveró Carolyn.

_Cuánto?

Carolyn se la quedó mirando fijamente, hasta que entendió de pronto lo que Raisa
insinuaba.

—Eres asquerosa. ¡Yo no soy ninguna prostituta! —Hemos sentado las bases, Cara
mía —le dijo Raisa con total seriedad, mientras le cogía un pecho. Carolyn se revolvió
contra ella, pero Raisa la cogió de ambas manos y, con el forcejeo, cayeron al suelo.
Rodaron enzarzadas como dos gatas luchando por el dominio.

—¡Quítate de encima! —exigió Carolyn, furiosa,cuando Raisa la inmovilizó en el suelo.

—Ah, ¿entonces no quieres dinero? —se burló Raisa

Carolyn se retorció debajo de ella—. Espera, ahora si que lo entiendo. Lo haces


simplemente porque te gusta

—le dijo en un tono aún más burlón.

A continuación le devoró la boca salvajemente y metió la mano entre las piernas. Al


soltarle una mano para tocarla, Carolyn la abofeteó con fuerza. Raisa le devolvió la
bofetada y volvió a inmovilizarla en el suelo. La besó hasta que las dos notaron el
sabor de la sangre. Raisa se apartó y, al mirar a Carolyn a los ojos, halló » ellos la
misma emoción, como si se estuviera mirando un espejo. Necesitaba, tocarla, besarla,
saborearla y volver a ser una con ella. Se miraron la una a la otra mientras sus
cuerpos volvían a balancearse al ritmo de su dlanza primitiva.

—Lo siento —le susurró Rajsa con sinceridad

Buscó los ojos de Carolyn. Esta los cerró y le ofreció el cuello y su pasión. Raisa le
besó la garganta con delicadeza.

Carolyn gimió y atrajo a Raisa hacia sí. Raisa capturó los labios expectantes de
Carolyn entre los suyos y ésta entreabrió la boca para recibirla. También ansiaba la
conexión. Se besaron con más delicadeza, mientras se buscaban y tiraban la una de
la otra con las mismas manos con las que antes se habían peleado. Una vez más, se
dejaron llevar por la pasión que siempre se despertaba entre ellas y frotaron sus
cuerpos para darse placer.

Cuando fueron capaces de volver a respirar sin jadear, timbas se levantaron y se


vistieron. Ninguna de las dos pronunció palabra y tampoco se miraron a la cara. No se
dijeron nada al mirarse al espejo del baño para comprobar su aspecto, ni tampoco
cuando salieron. Se diría que habían decidido no reconocer lo que acababa de pasar
entre ellas. Las dos habían ganado y las dos habían perdiIdo. Y, por el momento, con
eso bastaba.

Al regresar al salón de baile, Carolyn miró a Raisa de reojo cuando localizó a Matt y
fue hacia él. Raisa ya no tenia que fingir que no la miraba. Observó cómo Carolyn
volvía con su marido y éste se inclinaba y le decía algo oído. Raisa notó que las
mejillas le ardían. Cerró los ojos, ya que el recuerdo de la sensación de tener a
Carolyn debajo la estaba volviendo loca. Se volvió y se alejó de Carolyn tanto como
pudo. No podía quedarse allí y ver como Matt manoseaba lo que, a su parecer, le
pertenecía. Sus miradas se buscaron durante el resto de la velada. Llegó un punto en
que a Raisa dejó de importarle que alguien se diera cuenta de que no le quitaba ojo de
encima a Carolyn. Matt no dejaba de acariciarle la espalda. Era una caricia simbólica,
para dejar claro que era su esposa. A Raisa se le aceleró la respiración y notó que la
ira la dominaba. Se reprendió a sí misma por perder el control de aquella manera con
una mujer que no era sólo suya. No estaba acostumbrada a algo así. Tenía que acabar
con aquella situación y con Carolyn Stenbeck. Tenía otras cosas en las que pensar.
Así que, por lo que. a ella respectaba, daba aquella aventura por terminada. Raisa se
dio media vuelta y abandonó la fiesta sin mirar atrás una sola vez.

Carolyn vio cómo se iba y también se dijo que todo había acabado.

Capítulo 9

• El número de víctimas que las lluvias dejaron a su paso fue impresionante. El


malestar social se respiraba en el aire. Se hablaba de una huelga general y el ejército
estaba en alerta las 24 horas. Las omnipresentes pintadas empezaron a tomar un
cariz político. Por las universidades corrían panfletos y se imprimían diarios
clandestinos que se distribuían entre la población y ya habían desaparecido al día
siguiente.

El presidente Padrón reforzó la seguridad de la Casa Rosada, la residencia


presidencial oficial. El ejercito estaba presente por todas partes. Se produjeron los
primeros atentados terroristas y el número de víctimas empezó a aumentar.

—Matt, quiero irme de Caracas.

—Carolyn, estás exagerando, como siempre.

—¿Así que exagero? Matt, mira a tu alrededor. Quiero llevarme a Simón a casa un
tiempo.

—¡No! También es hijo mío, Carolyn. No vs a llevártelo a ninguna parte.

Alterado, Matt empezó a andar de un lado a otro de la habitación.


Carolyn era consciente de que aquélla no era la mejor manera de abordarlo. Según las
leyes vigentes, necesitaba el permiso de Matt para sacar a Simón del país. Debía
mantener la calma y hacer lo que tenía que hacer. Por primera vez desde que se
habían trasladado a Venezuela estaba asustada de verdad.

Cuando fue al supermercado en coche, se encontró con que el aparcamiento estaba


protegido por el ejército. También había muchísima presencia policial, aunque, como
todo el mundo sabía, el cuerpo de policía era tan, corrupto como los demás
organismos. Los bandos se estaban definiendo con claridad.

Las protestas en las universidades estallaron de repente y enseguida gozaron de un


gran seguimiento. Los estudiantes tomaron las calles y el ejército entró en acción. Se
hizo el caos: cuando se cortó la electricidad, la ciudad de las luces se convirtió en la
ciudad de la violencia. Lo llamaban El Cacerolazo. En todos los barrios, 1 gente abría
puertas y ventanas y empezaba a golpee ollas y sartenes con fuerza, creando un
clamor ensordecedor. El pueblo no estaba contento y había empezado rugir, como un
gigante dormido que por fin despierta. 1 ejército entró en los barrios. Algunos
manifestantes fueron detenidos para ser interrogados. El aire secada vez más pesado:
era sólo cuestión de tiempo que estallara la guerra civil.

Un mes después, las cosas no habían cambiado, pero Carolyn estaba cada vez más
angustiada. Vivía en un estado de miedo constante, porque temía que el día menos
pensado la situación se le escaparía de las manos y Simón y ella se quedarían solos
ante el peligro.

—Matt, por favor, deja que me lleve a Simón a Estados Unidos un tiempo.

—Matt, ni siquiera vas a estar aquí. Estarás en las torres petrolíferas y, si ocurre algo
estaremos incomunicados quién sabe cuánto tiempo. Deja que me lo lleve a Visitar a
mis padres una temporada. De todas maneras, ahora no tiene colegio. Matt, por favor
—insistió, con la esperanza de hacerle entender que lo que decía tenía lógica.

—Carolyn, vivimos en una zona muy segura.

—Segura? Nada es seguro, Matt. Hay soldados con ametralladoras en las calles y en
los aparcamientos del Supermercado. Si ocurre algo dará igual dónde vivamos.

Nadie estará a salvo y tú no estarás aquí! —gritó Caroyn, histérica.

—Carolyn... —empezó él.

En ese momento, Clara entró en la habitación.

—Señor Stenbeck, la señora Andieta está al teléfono r quiere hablar con usted. ¿Le
digo que está en casa?

—Para la señora Andieta claro que estoy en casa. Lo cojo aquí. —Matt se acercó a
una mesita y descolgó el $l6tbno—. Hola, señora Andieta.
Carolyn se rodeó con los brazos, como si quisiera protegerse de algo. Había
conseguido dejar de pensar en Raisa. Y ahora que creía que la había olvidado por
completo, volvía a aparecer en su vida. Carolyfl le dio la espalda a Matt. Tenía que
pensar en cómo sacar a Simón de Venezuela. No dejaba de repetirse que estaban
todos ciegos. La tensión se percibía en las calles. Por mucho que Padrón intentara
controlar a los estudiantes, éstos seguían manifestándose y, tarde o temprano los más
atrevidos dispararían el primer tiro. Tenía que alejar a su hijo de aquella tierra de
violencia. E iba hacerlo, le gustara a Matt o no. Ya encontraría la manera.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que, cuando dos brazos la rodearon y
la abrazaron, se asustó y dio un salto. Se volvió al punto y se encontró cara a cara con
la expresión de enfado de Matt.

—Qué mosca te ha picado? —le preguntó su marido, agarrándola de nuevo—. Sólo


quería abrazarte.

—No —lo rechazó Carolyn, mientras ponía algo de distancia entre ellos.

—¿Cuánto tiempo más va a durar esto, Carolyn? Eres mi mujer. He intentado tener
paciencia contigo —razonó, acercándose una vez más.

—No me encuentro bien, Matt. —Carolyn .evitó s mirada.

—Hace tiempo que no te encuentras bien, Carolyn. Si crees que voy a convertirme en
un monje, estás m equivocada. Más te vale encontrarte mejor esta noche —espetó.

Y salió de la habitación dando un portazo.

Matt la llamó después desde la oficina. Al parecer, algunos directivos habían sido
invitados a pasar una mana en la Hacienda Virago, en el interior del país. La señora
Andieta no solía invitar a gente a la hacienda, que no era una invitación que se pudiera
rechazar. Nada más colgar el teléfono, Carolyn cerró los ojos y apoyó la cabeza en la
pared. Simón y ella no eran más que carne de cañón; Matt y Raisa eran los que
dominaban el cotarro. Y no tenía la menor intención de convertirse en carnaza para
ellos.

Odiaba aquel lugar; cada día lo entendía menos. Era como si la violencia lo penetrara
todo con su primitiva sensualidad. Todo estaba en peligro. Ella estaba en peligro.

Carolyn no había vuelto a dormir con Matt desde su primera vez con Raisa. Desde
aquella noche, sólo de pensar en que la tocaran, fuera quien fuera, se le revolvía el
estómago. Ni siquiera podía soportar la idea de que le pusieran la mano encima.
Acabó convirtiéndose en una obsesión. Se despertaba en mitad de la noche
empapada en sudor, tras soñar con manos que recorrían su cuerpo, y justo en el
momento en el que iba a rendirse n ellas un rostro invadía su campo de visión: el de
Raisa Andieta. Llegó un punto en que Carolyn evitaba estar en el mismo edificio que la
otra mujer.

Hasta que, cómo no, tuvo que ocurrir. La noche de la gala de Copeco, Carolyn se
repitió hasta la saciedad que sería capaz de soportarlo. Miró a su alrededor y se las
arreg1ó para comportarse como a Matt le gustaba. En Otras palabras, interpretó su
papel. Mientras hablaba con Consuelo Betancourt, una de las pocas mujeres
ejecutivas de Copeco, oyó de repente una voz que la llamaba: Mírame». Sus ojos
encontraron los de Raisa Andieta casi por instinto.

Su cuerpo sintió la llamada y ella no pudo resistirse. Fue hacia Raisa, sin importarle
nada más, aparte de la sangre que le bullía en sus venas. El ensordecedor latido de
su propio corazón retumbó en sus oídos. Se descubrió a sí misma extendiendo la
mano hacia Raisa y se sorprendió cuando las palabras «Tengo que hablar contigo»
salieron de su boca. Raisa le dijo simplemente «Sí, ven conmigo» y ella la siguió.
-

Ambas sabían lo que la otra quería. Por primera vez en la vida, Carolyn actuó por puro
instinto. Al parecer, había cometido un error por el que pagaría durante el resto de su
vida.

Capítulo lo
Andreas, te quiero allí. Dile a Nona que llegaré dentro de un día o dos le dijo Raisa a
su hermano, en un tono cariñoso_. Sé que las cosas son confusas ahora, pero nuestra
posición es muy sólida. Por eso no te preocupes.

Llamaron a la puerta, lo que interrumpió su conversación. Su secretaria, Gloria, entró


en el despacho.

Andreas, espera un momento, ¿de acuerdo? Raisa cubrió el auricular y se dirigió a


Gloria-_ ¿Por qué me interrumpes, Gloria?

—Señora Andieta, tengo a Carolyn Stenbeck en la línea dos. Pensé que... Puedo
decirle que usted la llamará luego.

Gloria parecía insegura y temerosa de la reacción de su jefa. No había olvidado cómo


Raisa se había desesperado por aquella mujer en el pasado y también era consciente
que, si aún conservaba el empleo, era porque conocía el significado de la palabra
discreción.

---No, no... Cogeré la llamada. Gracias, Gloria. —Raisa retiró la mano del auricular.
Andreas, te llamo luego. Hasta pronto.

Pulsó el botón de la línea dos y tomó aire.

—Carolyn... —Su voz sonó más ronca de lo previsto.

Al otro lado no oyó más que silencio, pero sabía que Carolyn estaba escuchando. Al
poco, habló.

—Raisa ... Voy a pedirte algo. Y quiero que me digas que sí.

Raisa, totalmente sorprendida, soltó una carcajada. Aquello sí que no se lo esperaba.


_Qué quieres? —le preguntó con buen humor. —Quiero irme de Venezuela y necesito
que me ayudes a sacar a mi hijo del país.

Raisa se quedó en silencio durante un minuto antes de hablar.

—Asumo que Matt no ve las cosas del mismo modo que tú.

—No era una pregunta, sino una afirmación. —No, no las ve.

Raisa notó el nerviosismo de su voz. Hacer aquella llamada debía de haberle costado
horrores.

—¿Vas a dejarlo? —le preguntó sin rodeos.

—No, me llevo a Simon a casa. Aquí temo por su seguridad.

—Mentirosa.

—Esa es tu respuesta?

—No, no lo es.

De nuevo se hizo el silencio.

—Haré lo que sea —soltó Carolyn de pronto.

—Cara, no te he pedido nada —contestó Raisa, mordaz. —¿Vas a ayudarme o no? —


insistió Carolyn. —He invitado a unas cuantas familias al campo...

—empezó Raisa, como si no hubiera oído la pregunta. Carolyn la interrumpió a media


frase.

—Raisa, no puedo esperar tanto —afirmó con brusquedad.

—Sólo son unos días, Carolyn —replicó Raisa.

—Sé que si quieres puedes hacerlo. Tiene que ser ya.

—El nerviosismo volvía a hacerse notar en la voz de Carolyn.

—Muy bien, dentro de dos días, cuando vengas a la hacienda...

—¡Quiero irme hoy! —exclamó Carolyn, al borde de la histeria.

—¿Qué pasa, Carolyn? ¿Qué sucede? —quiso saber Raisa.

La llamada se cortó. Carolyn había colgado.

Raisa se quedó mirando el teléfono con incredulidad. Intentó llamarla varias veces,
pero no le descolgaban. Entonces pidió que le trajeran el coche y salió del despacho.

Clara acudió a la puerta tan rápido como se lo permitieron las piernas. No dejaban de
golpearla insistentemente. Abrió y, sintió cómo la apartaban a un lado.

—¿Dónde está, la señora Stenbeck? —exigió saber Raisa.


Clara estaba a punto de contestar cuando dos hombres, vestidos con traje negro,
entraron en la casa. La riada se quedó sin habla.

—¿Dónde está? —le volvió a preguntar Raisa. Aterrorizada, Clara señaló las
escaleras.

Raisa se comunicó con los dos hombres con una mirada, se volvió y subió las
escaleras. Fue abriendo puerta tras puerta hasta dar con Carolyn. Tenía dos maletas
encima de la cama y había ropa tirada por todas partes. Algo había ocurrido. Raisa
advirtió que había sucedido algo que cambiaría su vida por completo.

—jA qué viene tanta prisa? —Raisa intentó que su tono de voz sonara despreocupado.

—Cómo has...? —empezó Carolyn, pero la pregunta murió en sus labios. En lugar de
eso, espetó—: Supongo que te has colado en mi casa porque sí, como haces con
todo, ¿no?

—No he tenido quejas, Cara —repuso Raisa con una sonrisa.

—Lárgate! No necesito tu ayuda. Sobornaré a quien sea. Al fin y al cabo, todo está en
venta, ¿no es así?

—Carolyn empezó a meter la ropa en las maletas. Raisa estuvo a punto de contestarle
algo frívolo, pero se dio cuenta de que Carolyn tenía los ojos llenos de lágrimas. Se
alejó unos pasos y echó una mirada circular a la habitación. Cuando volvió a hablar, en
su voz no había ni un ápice de sarcasmo. —A qué viene tanta prisa?

—No me viene de ahora. Hace mucho tiempo que quiero irme —contestó Carolyn, sin
dejar de hacer el equipaje.

—¿Por qué ahora mismo? Te he dicho que dentro de dos días...

—¡No puedo esperar dos días! —chilló Carolyn, encarándose con ella.

—Te juro que los americanos estáis locos. No sé qué me molesto con americanas
como tú —le soltó con desdén.

Carolyn le lanzó un zapato y Raisa apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que le
diera.

—¡Casi me das en la cara, zorra!

Carolyn agarró otro zapato y se disponía a lanzárselo de nuevo, pero Raisa la sujetó
con las manos sobre la cama.

En la distancia sopó un gran estruendo. Carolyn emitió unos quejidos lastimeros al oír
el ruido y Raisa la miró sorprendida. Se oyó otro trueno, aún más cerca, y Carolyn
hundió el rostro en los brazos de Raisa.
—No pasa nada, Cara —la arrulló Raisa, mientras la besaba con suavidad en la frente
y después cada vez más abajo.

—Suéltame! —protestó Carolyn.

—Tranquilízate.

—Esta es su cama! ¡Suéltame!

Raisa se levantó y Carolyn saltó de la cama como si se hubiera quemado con las
sábanas. La realidad las golpeó con dureza. Aquélla era la cama de Carolyn. Raisa se
la quedó mirando, incapaz de apartar la vista.

Las dos mujeres oyeron el aullido del viento, y, en ese momento empezó a llover con
fuerza. El golpeteo de las gotas sobre el tejado les llenó los oídos y, al poco, el sonido
de los truenos y el ímpetu de la tormenta al desplomarse sobre el tejado se
convirtieron en lo único que podían oír y sentir.

Un nuevo trueno sofocó el grito animal de Raisa cuando empezó a tirar al suelo todo lo
que había en la cama. La luz se fue de pronto. Carolyn se limitó a mirar a Raisa,
incapaz de detenerla o de ayudarla. Raisa lo, tiró todo, incluidas las sábanas, hasta
dejar la cama desnuda. Tenía la respiración acelerada, como si eso no le
bastara.Entonces se volvió hacia Carolyn.

¡Su Carolyn! ¡Suya! ¡Pero la mujer de él! ¡La cama de él! Gritó como un animal herido.
Empezó a romper todo lo que había a su alcance. Su dolor se convirtió en ira. Y, para
Raisa Andieta, la ira siempre era igual a violencia. Lo único que conocía era el control,
era lo único que mantenía su mundo intacto. Y precisamente lo último que tenía en
esos momentos era el control.

—Te toca él mejor que yo? —Siseó Raisa—. ¿Es él quien quieres que te dé placer? —
Le gritó, manteniendose a distancia de Carolyn.

Fue Carolyn la que se acercó, sólo un poco, y extendió la mano hacia ella lentamente.
Justo cuando estaba a punto de tocarle la cara, Raisa le apartó la mano de un
manotazo. Sin previo aviso, la empujó contra la pared y la inmovilizó con su propio
cuerpo.

—¿Cómo te toca, Cara? ¡Dímelo! Dímelo! —gritaba, Raisa— ¡Yo puedo hacerlo mejor!
¡Dímelo! ¿Cómo te toca? —bramó, completamente fuera de sí.

—Te deseo —sollozó Carolyn entre lágrimas. —Arrrrrrgghh ... —Raisa golpeó la pared,
detrás de Carolyn, con un grito desesperado y furioso.

Carolyn intentó besarla, pero Raisa giró la cara. Sin embargo, no la soltó, sino que
siguió aferrándola. Carolyn hundió el rostro en el cuello de Raisa.

—No he vuelto a acostarme con él desde la primer vez que estuve contigo.

Carolyn oyó cómo Raisa gemía de pura angustia y, continuación, rompía a llorar, y la
abrazó con fuerza. Al principio Raisa trató de liberarse, pero, cuando Carolyn la
estrechó aún más fuerte, se rindió y la rode con sus brazos desesperadamente.
Raisa siguió llorando de rabia y Carolyn, tambien deshecha en lágrimas, no la soltó.
Una hora, toda la vida, para siempre. Lo único que existía era ese momento. Se
deslizaron por la pared hasta el suelo y, a medida que el llanto y la ira remitían, el
rugido de la tormenta fuera dentro del dormitorio volvió a ser lo único audible a su
alrededor.

Carolyn se había quedado sentada con la espalda apoyada contra la pared, con Raisa
abrazada a ella. Era como si el tiempo se hubiera detenido para las dos. Raisa estaba
medio echada encima de ella, con el rostro sobre su pecho. Carolyn empezó a
acariciarle el pelo con suaviad y Raisa cerró los ojos y buscó los labios que sabía que
la aguardaban.

Fue un beso delicado y tierno. Y, cuando sus labios se separaron, se quedaron lo


bastante cerca como para compartir el aliento en la oscuridad de la habitación.

—Ven conmigo —suplicó Raisa.

—Si.

De pronto llena de energía, Raisa se puso en pie y le tendió la mano a Carolyn. Su


figura se recortó claramente en el dormitorio gracias al destello de un relámpago y en
ese momento volvió la luz. Carolyn vio la mano que le tendía y la tomó.

Las dos salieron de la habitación en silencio. Raisa la llevaba cogida de la mano con
firmeza. Bajaron por el pasillo, hasta que Carolyn frenó en seco y soltó a Raisa. —
Simón... no puedo dejarle.

—¿Dónde está?

—En casa de un amigo.

—Pasaremos a recogerlo. Ven.

Raisa le cogió la mano en ademán posesivo y la condujo escaleras abajo. Cuando


llegaron al recibidor, donde esperaban la criada y los dos hombres, Raisa se detuvo
por un momento.

—Rodolfo, acompaña a la señora Stenbeck al coche y Carolyn quiso decir algo, pero
cambió de opinión igual de rápido. Raisa había tomado el mando; ella le había cedido
el control, por el momento, y se limitaba a seguir instrucciones. Estaba demasiado
cansada.

—Dígale al señor Stenbeck que la señora Stenbeck y su hijo se quedarán conmigo en


mi rancho. Soy Raisa Andieta, ¿entendido?

—Sí, señora Andieta —respondió la criada nerviosa, a sabiendas de que lo mejor era
no contradecir a gente como la señora Andieta, porque nunca salía nada bueno de
ello.

—Bien —concluyó Raisa Andieta.

Y salió' de la casa, acompañada de su otro guardaespaldas.


En cuanto subió a la limusina Carolyn se encontró en un recinto cerrado. Los
pasajeros quedaban separados de los guardaespaldas por una pantalla de partición.
Raisa llegó varios minutos después, cerró la puerta y la rodeó, con los brazos en un
gesto protector.

—¿Dónde está tu hijo?

Le dieron la dirección al conductor y el coche se en marcha para ir a recoger al


pasajero que faltaba.

Capítulo 11
El viaje a la hacienda pasó como en un sueño. Carolyn estaba emocionalmente
exhausta. Recordaba haber dejado que Raisa tomara todas las decisiones. Habían
recogido a Simón y Raisa se había ocupado de hablarle y de tenerlo entretenido,
mientras ella permanecía prácticamente en estado de trance.

Raisa lo arregló todo desde el teléfono del coche. Las llevaron a una pequeña pista y
allá subieron en un avión privado.

Una vez instalados, una azafata le preguntó a Simón qué quería comer. Raisa le cogió
la mano a Carolyn y descolgó el teléfono, que ya estaba sonando otra vez.

En ese momento, a Carolyn se le pasó por la cabeza que se había escapado de una
prisión para meterse en otra.

Una prisión que tampoco había elegido ella. No se había parado a pensar en ello. Y,
en esta ocasión, Simón también se vería afectado. Las amenazas de Matt y la
creciente y cada vez más visible presencia militar la habían consternado de tal manera
que había perdido la perspectiva. Había vuelto a caer, en los brazos de Raisa.

«Cómo ha ocurrido esto?»

Carolyn siempre había sido una persona que le daba muchas vueltas a las cosas
antes de hacerlas. Siempre consideraba las consecuencias de sus actos. Sin
embargo, con Raisa Andieta era diferente. Puede que fuera aquella tierra, con toda su
violencia y su machismo, lo que le había hecho perder el norte. Carolyn sólo sabía que
estaba confusa y cansada, y que además Raisa la turbaba. ¿Qué haría con Raisa?
Carolyn miró a Simón y la escena al completo tomó un cariz surrealista. Cerró los ojos
y se dejó llevar por el sueño que al parecer tanto necesitaba.

Raisa se acomodó en el asiento y miró a Carolyn, que dormía mientras en su mente


repasaba los acontecimientos. Llegarían a la Hacienda Virago en unas cuantas horas.
Nunca antes había llevado a nadie a casa. Pai ella, eso era Virago: su casa. Todo lo
que quería estaba allí. De acuerdo, alguna vez había invitado a ir a gente pero nunca
se los había metido en la cama. Nunca nada le había importado lo suficiente. En el
caso de Caroly ni siquiera se lo había planteado; sencillamente, era algo de lo más
natural.

Por supuesto, tendría que darles explicaciones a Nona y a su hermano. Aun así, se
saldría con la suya. Era Raisa Andieta y quería a Carolyn en su casa, en su cama, sí,
tenía que admitir que quería a Carolyn en su vida.

Fue una certeza que la invadió de repente, como una sacudida, en menos de un
segundo.

Se adentraba en terreno desconocido. Antes siempre había tenido claro cómo


proceder. Siempre había sabido lo que quería y lo que tenía que hacer para
conseguirlo. De algún modo, aquello era diferente. Raisa cerró los ojos y recordó las
emociones que la habían embargado en el dormitorio que Carolyn compartía con su
marido. Habían sido emociones extrañas, nuevas para ella. Había querido destruirlo
todo, destrozar cada centímetro de la habitación. Si de algo se había enorgullecido
Raisa toda la vida era de su autocontrol. La lección más dura que había aprendido —y
la que su padre le había enseñado mejor— era que para ganar es necesario saber
dominarse. Y, sin embargo, cuando se trataba de la mujer que tenía sentada al lado,
Raisa no tenía ningún tipo de control sobre lo que hacía o sentía.

Raisa contempló a Carolyn mientras dormía. Pensó en sus amantes anteriores y en lo


mucho que había disfrutado con aquellas aventuras. En todas ellas, Raisa había
mantenido siempre el control. Aquella mujer lo había cambiado todo y Raisa se sentía
insegura y dudaba de cada palabra, de cada paso. Con Carolyn las cosas pasaban sin
que pudiera pensarlas de manera consciente. Carolyn se le había metido tan adentro
que se había convertido en parte de ella.

En ese momento se le ocurrió pensar que Nona no sabía nada de sus gustos, a falta
de una palabra mejor. Nona la había criado. Había sido más que una niñera; era lo
más parecido a una madre que Raisa había conocido. Su propia madre los había
abandonado y había regresado n Italia. Nona se había quedado y los quería, a ella y a
Andreas. Su aprobación era importante para ella. Por primera vez en mucho tiempo,
Raisa tuvo que admitir que tenía pavor a la desaprobación de la anciana. Pero con
Carolyn no había opción. Carolyn era algo que necesitaba tener.

Andreas no era ingenuo. Sabía que Raisa tomaba lo que quería y cuando lo quería, lo
que solía ser mucho y con frecuencia. Siempre se había limitado a mirar hacia otro
lado y cerrar el pico. Raisa era su hermana mayor, la que lo había protegido siempre,
sobre todo cuando su padre no se había mostrado especialmente comprensivo
respecto a sus elecciones. Raisa siempre había estado de su parte. El la apoyaría en
cualquier cosa.

Raisa sacudió la cabeza, tratando de aclarar sus pensamientos. Miró por la ventana y
contempló el verdor y el océano del país que tanto amaba. Llevaba, a Venezuela en el
corazón: salvaje, castigado, pero al mismo tiempo inocente e inseguro, como el de un
niño que deja atrás la infancia para adentrarse en los caminos inciertos de la vida
adulta. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que hubo un tiempo en el que,
como a Andreas, le habría gustado quedarse en Virago para siempre. Sin embargo, a
diferencia de su hermano, se había dejado llevar por el deseo de su corazón de
ganarse el amor de alguien que quizá no lo merecía. -

Estaba cansada de pensar. Simón se había quedados dormido poco después que
Carolyn. Se descubrió a sÍ misma mirando a Carolyn de nuevo. Pronto llegarían a
Virago. ¿Y después qué?

Ya había oscurecido cuando llegaron a la hacienda. En la pista de aterrizaje los


esperaban dos Explorers. Subieron todos a los vehículos con aire acondicionado, a
sal del calor de la jungla que los rodeaba. Carolyn no abría la boca. Tenía a Simón
echado sobre el regazo, todavía medio dormido. En la penumbra del vehículo, Carolyn
notó que Raisa la cogía de la mano y no pudo más que apoyar la cabeza en el hombro
de la mujer que tenía al lado.

Raisa sonrió en la oscuridad.

Cuando llegaron, todo el mundo estaba dormido en la hacienda. Nona y una criada los
recibieron en la entrada principal. Raisa entró en la casa con el brazo alrededor de una
Carolyn emocionalmente exhausta, con Simón de la mano.

Nona se hizo cargo de la situación al instante y sonrió a Raisa nada más verla.

—Raisa —dijo, con la voz llena de amor. -

—Nona. —Con una palabra lo dijo todo—. ¿Han preparado las habitaciones que hay al
lado de la mía para ellos? -

—Sí, mi amor, todo está preparado como tú pediste —le confirmó.

—Gracias, Nona.

Raisa sonrió y acompañó a Carolyn y a Simón a sus habitaciones. Nona observó cómo
se alejaba rodeando con el brazo a la mujer rubia y al niñito de cabello claro, en
ademán protector. Raisa había cambiado, se dijo. Y también supo que su niña se lo
contaría todo, cuando llegara el momento.

Lo único que Carolyn recordaría de su primera noche en Virago sería la ayuda de


Raisa al quitarse la ropa, el olor de las sábanas limpias y los suaves brazos que la
rodearon durante la noche.

Raisa se despertó al alba. Miró a la mujer que yacía prácticamente encima de ella y
hundió el rostro en su cabello para aspirar su aroma mientras la abrazaba con más
fuerza.

Siempre se había despertado sola en Virgo. Pero aquello iba a cambiar. Por fin tenía
todo lo que quería: lo sabía con la misma certeza con la que sentía a Carolyn,: entre
sus brazos. Nadie iba a quitarle lo que era suyo. No lo permitiría. Pasara lo que
pasara, estaría lista para hacerle frente.

Carolyn se despertó sola. Echaba de menos algo. Estaba segura de que Raisa había
estado abrazándola durante la noche, pero lo recordaba todo como en una nube. Se
sentó en la cama y vio que estaba desnuda bajo las sábanas. En aquel momento
estuvo segura de que Raisa había estado allí. Aún sentía sus brazos alrededor de su
cuerpo y su perfume flotaba en el aire.

Sobre la cama había unos pantalones anchos y una blusa, junto con lo imprescindible.
Oyó la risa de Simón través de la ventana. Se envolvió en la sábana y se asomó.

Vio a Simón en el patio, riendo. Raisa y él iban a lomos de un caballo negro


imponente. Raisa sujetaba Simón delante de ella y también reía. En su actitud no
había ni rastro de la frialdad acostumbrada, sólo alegría pura simple, y eso se le
notaba en la cara. Carolyn observó desde la habitación y escuchó su conversación,

—Ha sido una pasada. ¿Podemos hacerlo otra vez, por favor? —rogó Simón, muy
animado.

—Muy bien. ¿Estás listo? —Raisa estaba tan animada como el niño.

--- Si, por favor, estoy listo.

El caballo negro emprendió el galope y a Carolynj entró el pánico. De repente, caballo


y jinetes dieron media vuelta y fueron hacia la casa a galope tendido. Iban directos
hacia una valla. A Carolyn casi se le para el corazón. El caballo negro voló sobre la
valla sin problemas, pero Carolyn notó que la habitación se le venía encima y
prácticamente dejó de respirar.

Salió del dormitorio a todo correr, con sábana y todo. Raisa y Simón seguían riendo
cuando ella se plantó delante de ellos. Raisa sonrió ampliamente al ver el atuendo de
Carolyn.

—¿Estás loca? —gritó Carolyn.

Carolyn estaba furiosa. Raisa se puso seria y Simón dejó de sonreír.

—Cómo te atreves a arriesgar la vida de mi hijo de esa manera?

—Mami... —Simón trató de hablar. —Bájate de ahí, Simón! ¡Baja ahora mismo!

Raisa ayudó al niño a desmontar si decir ni una palabra.

—Pero, mami, no ha sido culpa suya. Yo le pedí que saltáramos —dijo Simón, en un
intento de suavizar la Situación.

—Simón, tú eres un niño. Tú no ves el peligro —le espetó. Después se volvió hacia
Raisa, que la miraba taciturna—. ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? —le preguntó
Carolyn.

Raisa la miró durante unos instantes, sin decir nada. Después hizo dar media vuelta al
caballo y se alejó al galope. Carolyn se la quedó mirando mientras se alejaba. Echó a
andar hacia la casa, golpeando el suelo con los pies a cada zancada, como muestra
de frustración, con Simón bien agarrado de la mano.

—Mami, no te enfades con ella. Ha sido culpa mía —insistió el niño, haciendo un
mohín.
En la puerta los esperaba una anciana, que les salió al paso.

—Buenos días —saludó la mujer en español, con una sonrisa.

—Ah, buenos días. —Carolyn se dio cuenta entonces de que estaba dando vueltas
con una sábana como única vestimenta

—. Lo siento, no hablo español muy bien.

—Intentaré hablar en inglés —le dijo Nona.

—Gracias —sonrió Carolyn.

—Ve a vestirte y te subiré el desayuno —recomendó, Nona, tratando de no reírse de la


sábana.

Carolyn agachó la cabeza y esbozó una sonrisa a su vez. —Gracias.

Simón se sentó en la cama de su madre, mientras esta le hablaba desde el baño.

—Simón, tienes que ir con más cuidado. ¡Podrías haberte matado!

—Ah, mamá... Raisa monta muy bien. Ha ganado premios y todo —trató de
tranquilizarla el niño. —¿Cómo sabes todo eso?

—Me lo dijo ella. Tendrías que ver todo lo que sal hacer a caballo —comentó
animadamente.

—Bueno, puede que sea cierto, pero nunca debería haberte llevado a ti si iba a dar un
salto como ése.

—Jo, mamá.

Llamaron a la puerta y su conversación quedó ¡nterrumpida.

—Adelante —dijo Carolyn desde el baño.

Carolyn asomó la cabeza y vio que Nona entraba c una bandeja. Enseguida salió y se
la cogió.

—Espere, deje que la ayude —le dijo, mientras depositaba la bandeja sobre la mesa.

—Soy Nona, la nana de Raisa.

Carolyn sabía que aquella mujer había sido importante para Raisa y probablemente
aún lo fuera.

—Por favor, siéntese.

Nona se sentó con una sonrisa. —Mami, ¿puedo ir a jugar fuera?

—Sí. Pero, Simón, se acabaron las aventuras, ¿de acuerdo?

—Vale, vale —contestó el niño, con cara de desilusión.


Carolyn tomó asiento y aspiró el aroma del café recién hecho.

—Hummm, huele de maravilla, gracias. ¿Se tomará una taza conmigo?

—Sí, gracias.

Carolyn puso dos tazas.

—A Raisa le importas —espetó la anciana.

Nona se fijó en que a Carolyn le temblaba la cafetera n la mano por un segundo


mientras echaba el café.

—¿Ah, sí? —preguntó con una sonrisa, sin mirar a la mujer a los ojos.

—Sí, le importas.

Carolyn acabó de echar el café, sin que la sonrisa abandonara sus labios.

—La has reñido y ella no te ha contestado. Nadie le hace eso a mi niña y se va de


rositas —dijo Nona con una risita, dando un sorbo de café.

—Lo siento. Me asusté mucho por Simón —trató de explicarse Carolyn.

—Ah, no te preocupes, cariño —le dijo Nona, dándole ia palmadita en la mano—. Mi


Raisa está acostumbrada hacerlo todo a su manera y a veces se deja llevar. Pero es
una buena jinete. Tu hijo no corría peligro. Aun así, tendría que haberte pedido
permiso. Y no darte un susto así.

—Nunca he conocido a nadie como ella. —Carolyn se sorprendió de su propia,


sinceridad al hablar con aquella mujer menuda.

—Sí, mi Raisa es única.

Carolyn sonrió ante la adoración que emanaba de las palabras de la mujer.

«Si usted supiera —se dijo—. Si estuviera con Raisa sería siempre así. Nunca sabría
qué esperar.»

—Tú eres como mi Raisa. Piensas demasiado.

—Sí, a veces. Pero Raisa... es como si le gustara ir siempre a contra corriente, pese a
quien pese.

—Es lo que puede parecer. Pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho.

Carolyn la miró un segundo y sonrió al asentir. Nc estaba segura de que estuvieran


hablando de la misma mujer. La Raisa que ella conocía no era precisamente mansa.
La Raisa que ella conocía era malhumorada, temperamental. Era egocéntrica,
agresiva y apasionad: hasta la exageración. Sí, había conocido de primera mano lo
apasionada que era Raisa. De pronto le dio vergüenza mirar a la anciana a los ojos y
se ruborizó.
—Sé que tu hijo y tú le importáis mucho —continuo Nona, mientras trataba de
descifrar los cambios en expresión de Carolyn.

—Cómo lo sabe? —preguntó Carolyn en voz con los ojos pegados a la taza.

—Porque os ha traído aquí.

Nona le cogió la mano. Carolyn levantó la vista con timidez y después volvió a
agachar la cabeza.

—Ha invitado a gente a Virago muchas veces pero nunca se han quedado en su ala
privada de la hacienda. Por eso lo sé. Carolyn se levantó de golpe y dejó la taza en la
bandeja. Se estaba poniendo nerviosa y empezaba a estar un poco asustada.

—Es difícil conocer a Raisa. Pero en ella hay mucho más de lo que la gente ve a
primera vista.

—Sí, ya le digo. Todo un mundo —asintió Carolyn en un tono distante.

—Bueno, Nona, ¿ya le has contado todos mis secreto? —la voz de Raisa sonó,-medio
en broma medio en serio, desde la puerta.

Carolyn se volvió y las dos se miraron a los ojos. Nona las observó.

«Es como si fueran.. . », se dijo. Habría pensado que eran amantes frente a frente,
pero, por supuesto, eso era Imposible.

—Ah, Cara mía, entra y arregla las cosas con tu amiga. Yo tengo cosas que hacer.

—Nona le hizo un gesto para que entrara en la habitación.

—Me parece que está enfadada conmigo, Nona. —Raisa sonrió a la anciana, si bien
sus ojos decían algo muy diferente.

—Te perdonará. Sólo tienes que prometerle que te portarás bien.

La anciana salió del dormitorio tras darle a Raisa una paImada cariñosa en la mejilla.
Raisa se quedó de pie ante Carolyn. Estaba magnífica, con su melena negra
desordenada por el viento. Estaba sonrojada tras la carrera.

Allí, con la blusa medio desabrochada, unos pantalones de montar blancos que se
ajustaban perfectamente a su cuerpo y unas botas de montar negras, era la viva
imagen del poder animal y la sensualidad desbocada. De pronto Carolyn se vio
dominada por el deseo, cosa que la perturbó. Le dio la espalda y, poco a poco, caminó
hasta la ventana. En ese momento necesitaba poner distancia entre ellas para ser
capaz de pensar con claridad.

Raisa se puso detrás de ella, de manera que sus cuerpos casi se rozaban. Al cabo de
un instante le susurró al oído.

—Siento haberte asustado.

—Tú siempre me asustas —murmuró Carolyn—. Todo tu mundo me asusta.


Notó que Raisa la rodeaba con los brazos desde atrás y la atraía hacia sí hasta que el
cuerpo de Raisa se convirtió prácticamente en una segunda piel. Oía la respiración de
Raisa al oído y una sensación punzante despertó en su interior. Carolyn gimió, echó la
cabeza hacia atrás y la apoyó en el hombro de Raisa. Esta le dio la vuelta con un
gesto fluido y le devoró la boca con la misma pasión que Carolyn temía y, al tiempo,
anhelaba.

—Raisa, espera... —jadeó bajo el ataque.

—No, te necesito ahora.

Y con eso se acabaron las palabras. Carolyn notó sabor salado del sudor en el cuerpo
de Raisa y el des no hizo más que inflamarse en su interior.

Despertó horas después, sola en la cama, de nuevo con el recuerdo de los brazos que
la habían abrazado, los labios que la habían provocado y saboreado, y las manos que
la habían acariciado y la habían poseído.

Capítulo 12
Raisa caminó hasta donde estaba sentada Nona. De algún modo, sabía que la
encontraría allí. La anciana estaba sentada bajo la pérgola, como si la esperara.
Siempre que había necesitado consuelo, Nona había estado allí, esperándola. Era
como si siempre supiera cuándo la necesitaba.

Raisa fue hasta ella y se sentó en silencio a sus pies. A continuación, la orgullosa
mujer apoyó la cabeza negra en el regazo de la anciana. Esta le acarició los negros
mechones como solía hacer años atrás.

—Cara mía, has estado fuera mucho tiempo —dijo Nona con voz dulce.

Raisa cerró los ojos. —Sí, Nona.

Háblame de tu amiga. —La anciana siguió acariciándole el oscuro cabello.

Raisa se levantó de golpe y se alejó unos pasos. La anciana esperó en silencio.


Dándole la espalda, Raia empezó a hablar.

—La necesito —dijo sin más.

La anciana siguió esperando hasta que Raisa se volvió para mirarla a la cara.

—La quiero.

Ya estaba. Lo había dicho en voz alta. Miró a Nona a los ojos, desafiante.
—¿Es la persona que has elegido?

—Sí.

—Bien —fue todo lo que dijo la anciana.

De repente, fue como si a Raisa la abandonaran la fuerzas y miró a la anciana como


una niña asustada.

—¿Sabes lo mío? —le preguntó, temblorosa.

—Cara mía, eres mi niñita. Lo sé todo de ti. —Abrí los brazos y Raisa se refugió en
ellos, sollozando. Te quiero, Cara mía. Te quiero.

La estrechó con fuerza contra su pecho mientras 1 acariciaba el cabello negro. Y así
consoló a su niña, con la fuerza de su amor.

Aquella misma tarde, Carolyn salió fuera y, casi como si se hubieran puesto de
acuerdo, Raisa estaba a su lado en cuestión de minutos. Se la veía diferente. Se
sonrojron tímidamente y echaron a andar la una al lado de otra.

Carolyn contempló los alrededores, asombrada por belleza salvaje y de la calma, casi
de ensueño, que respiraba. Había pavos reales correteando no muy lejos, iue de tanto
en tanto abrían sus coloridas plumas en abanico y las exhibían orgullosos para atraer
a una posible pareja.

—Qué pájaros más hermosos —comentó Carolyn en voz baja.

—¿Sabías que el que tiene las plumas bonitas es el macho?

—¿En serio? Al contrario que los humanos, ¿eh?

—A lo mejor tienen un carácter de mierda y necesitan plumas bonitas para atraer a las
hembras —afirmó

Raisa con seriedad, sin quitarle el ojo de encima a los magníficos pájaros.

Carolyn se volvió hacia ella.

—Supongo que están tan ciegas como muchas de nosotras.

Raisa la miró con curiosidad. —¿Qué quieres decir?

—Buscan sólo la belleza exterior —aclaró Carolyn, mirando los pájaros.

—Todos buscamos la belleza exterior —se extrañó Raisa.

—¿Eso es lo que nos atrae? —preguntó Carolyn.

Echó a andar de nuevo, sin dejar de mirar los pájaros. Raisa caminó a su lado.

—En parte. En parte, sí —repuso Raisa, incómoda. Carolyn se detuvo y la miró a la


cara.

—¿Es así como funciona contigo?


Raisa se detuvo frente a ella con la mirada gacha, retorciéndose las manos con
nerviosismo.

—Da igual —concluyó Carolyn con una nota de tristeza, antes de alejarse.

—Espera! —Raisa la alcanzó.

—Aquí siempre hace este calor en esta época del año? —preguntó Carolyn con
fingida cortesía. —Ahora no me hablas? —Raisa la cogió del brazo y la hizo girarse
para mirarla a la cara.

—Y con quién estoy hablando si no? —replicó Carolyn, exasperada.

Raisa la soltó y se alejó unos metros. En cualquier otra ocasión, se habría marchado
sin más. Punto. Pero con Carolyn era diferente. Aunque el brillo salvaje de sus ojos
evidenciaba que estaba disgustada, en esa ocasión no huyó, sino que se volvió hacia
Carolyn de nuevo.

—Por qué siempre, tienes que provocarme? —preguntó llena de frustración.

—No quiero pelearme contigo.

Carolyn emprendió el camino de vuelta hacia la casa.

_Qué quieres de mí? —se enfureció Raisa. Carolyn le gritó sin aminorar el paso.

—¡Búscate una vida propia, zorra egocéntrica! ¡Y a mi déjame en paz!

—Te necesito —fue el grito de dolor de Raisa.

Carolyn se detuvo y se volvió, despacio. Raisa se le acercó a grandes zancadas y se


paró en seco frente a ella.

—¿Qué quieres que te diga, Carolyn? ¿Que te desearía aunque no fueras hermosa?
—preguntó Raisa con inquietud.

Carolyn bajó los ojos, incomodada por la situación ,en la que se encontraba.

—No... —musitó.

—Te desearía aunque fuera ciega y no te hubiera visto nunca —murmuró Raisa—. No
puedo respirar, puedo comer ni dormir sin pensar en ti.

Carolyn levantó la vista y miró a Raisa a la cara. Sus ojos se habían dulcificado y
estaban llenos de inseguridad y temor.

—No sé cómo hacer esto —farfulló Raisa en voz baja.

Carolyn levantó la mano y le acarició el rostro, de piel suave y aterciopelada. Sus


labios estaban muy cerca de los de Raisa, pero, por alguna razón que desconocía,
aún aguardaban algo más. Y entonces, de improviso, llegaron las palabras.

—Te quiero, Carolyn —confesó, su voz apenas un susurro.


Carolyn la besó en los labios con ternura y Raisa la estrechó cariñosamente entre sus
brazos. Cuando sus labios se separaron, Raisa evitó mirar a Carolyn a los ojos, pero
no dejó de abrazarla. Parecía un animalillo acorralado, paralizada e incapaz de
escapar.

—Yo también te quiero —le dijo Carolyn con dulzura.

Raisa levantó los ojos y buscó los de Carolyn. Se la quedó mirando fijamente,
incrédula, y de improviso la abrazó con tanta fuerza que casi le cortó la respiración.

—Te amo.

Y en esa ocasión, sus labios supieron a promesa. Y la promesa, a pasión.

Durante los dos días siguientes, Carolyn y Raisa se dedicaron a dar largos paseos por
las mañanas, o a salir a montar juntas. Después, Raisa se llevaba a Simón al río ti
coger moras, mientras Carolyn preparaba la merienda Cerca de ellos.

Entre ellas todo eran miradas afectuosas y caricias que hablaban de amor. Se
hablaban la una a la otra con' consideración y ternura, y se comportaban con la
prudencia, el dulce titubeo y la excitación del amor recién hallado.

A Carolyn le conmovía la paciencia que Raisa tenía con Simón. En Virago era una
mujer como las demás. Nona estaba en lo cierto. Raisa era única: cada momento que
pasaba con ella le deparaba nuevas y maravillosas sorpresas. Quizá fuera porque
parecía feliz. La idea se le ocurrió de repente, mientras Raisa y Simón corrían hacia
ella desde el río. Raisa parecía feliz.

—¡He ganado! ¡He ganado! —gritaba Simón, lleno de excitación.

Raisa apareció por detrás y empezó a hacerle cosquillas. Los dos rodaron por el suelo
despreocupadamente entre risas.

—Eh, vosotros dos, venid aquí antes de que las hormigas nos dejen sin comida.

—Sí, mamá —obedeció Simón.

El niño fue hacia su madre. Raisa se quedó tendida en el suelo, apoyada sobre el
codo, de cara al río. Carolyn se levantó y fue con ella. Se sentó y le acarició el pelo la
mujer que se había adueñado de su corazón.

—Andreas y yo veníamos a bañarnos aquí cuando éramos niños.

_¿Quién es Andreas?

—Mi hermano. Ahora está de viaje, pero llegará dentro de unos días. No se parece en
nada a mí, no te preocupes —rió Raisa.

—jY cómo es, entonces?

—Es... Es diferente a mí. —Su expresión se volvió seria y circunspecta. Carolyn


adivinó que estaba cerrando las puertas de su corazón.
—Nona diría que estás pensando demasiado otra vez —comentó Carolyn.

Raisa la miró con una sonrisa y después volvió a mirar al río.

—Andreas es tranquilo. Dulce. Nona dice que se parece a mi madre. Pero, a diferencia
de ella, él ama esta tierra. —Echó un vistazo a su alrrededor y guardó silencio durante
unos instantes, hasta que siguió hablando con una nota de amargura—. A mi madre le
encantaban los picnics.

—Y eso te pone triste? —preguntó Carolyn con tacto. Era la primera vez que hablaba
con Raisa de su familia.

—Nos trajo a Andreas y a mí de picnic aquí, para decirnos que iba a dejarnos, a
nosotros y a nuestro padre. Poco después volvió a Italia.

—Lo siento mucho, mi vida —le dijo Carolyn con afecto, mientras le acariciaba el pelo.

Imaginaba el dolor y la angustia que había sentido su imante cuando le dieron aquellas
noticias. Aún los percibía en sus ojos. Aquellos días se había dado cuenta de que
Raisa no era tan insensible como todo el mundo creía. Y, tras haber pasado por algo
tan doloroso, ¿quién no se cerraría a la posibilidad de querer o necesitar a otro ser
humano? Para Raisa, a juzgar por cada palabra que salía de sus labios, el amor
significaba sufrimiento.

—No pasa nada. Sucedió hace mucho tiempo —zanjó Rusa.

Se levantó de golpe, pero Carolyn la cogió de la mano e hizo que se sentara a su lado
de nuevo. Permanecieron un rato sentadas, con las manos entrelazadas. Carolyn flotó
cómo la emoción se apoderaba poco a poco de Raisa.

Esta la miró a los ojos y después volvió a posar la mirada fl el río y habló:

—Odiaba Venezuela y acabó odiando a mi padre. Ermoss sus hijos, así que supongo
que por extensión nos adiaba también a nosotros.

No dijo nada más y Carolyn trató de hallar algo que decir, pese al asombro que le
produjo el dolor y la rabia contenidos en aquellas palabras.

—¿Cuántos años teníais?

—Yo tenía siete y Andreas cuatro cuando se marchó. —repuso, mientras jugueteaba
con las briznas de hierba. —Y la has vuelto a ver alguna vez?

—No.

—Y tu padre?

—Murió hace cinco años.

De nuevo se hizo el silencio entre las dos mujeres.: Ambas se quedaron mirando el río,
hasta que Raisa notó que Carolyn le estrechaba la mano con fuerza antes de decir:

—Te quiero, Raisa Andieta.


Capítulo 13
Raisa y Carolyn volvían de su paseo a caballo matutino, cuando Raisa lanzó un grito y
su caballo emprendió el galope. Carolyn la imitó. Al aproximarse a la casa, un hombre
de cabello oscuro bajó corriendo los escalones de la entrada principal de la hacienda.

Raisa detuvo su caballo, que se irguió sobre las patas traseras. A Carolynse le aceleró
el corazón cuando Raisa bajó del caballo de un salto y corrió hacia el hombre, que la
esperaba en las escaleras, con los brazos abiertos.

Carolyn aminoró la marcha y llegó a tiempo de escuchar parte de su conversación. De


repente, notó una chispa de celos.

—Dios, te he echado de menos. Estás tan guapa como siempre —le decía el hombre
a Raisa, mientras la cogía un volandas.

—Nunca paso demasiado tiempo lejos de ti—contestó Raisa, pasándole la mano por
el pelo.

El caballo de Carolyn corcoveó, como espejo de sus propias emociones. Raisa se


volvió hacia ella con una sonrisa radiante. Se le acercó y le tendió la mano ara
ayudarla a desmontar.

—Ven, Cara, quiero que conozcas a alguien —Raisa la arrastró hacia el hombre, sin
advertir su malestar—. Andreas, te presento a Carolyn Stenbeck.

Carolyn miró alternativamente a Andreas y a Raisa. Su rostro se iluminó con una gran
sonrisa y le tendió la mano a Andreas.

—Bienvenida a Virago —le dijo él, dirigiéndole una mirada llena de curiosidad y
admiración.

—Gracias, es un lugar muy hermoso —contestó Carolyn con total sinceridad.

—Me alegro de que te guste Virago. Raisa y yo crecimos aquí. Está un poco aislado,
pero a veces es mejor; así. Es como si fuera otro mundo.

—Un mundo precioso —asintió Carolyn.

Raisa sonrió. «Acaba de ganarse a Andreas —pensó--» ¿Cómo lo hace?»

—Espero que te quedes con nosotros mucho tiempo.

Raisa levantó la vista hacia su hermano bruscamente y notó el brillo de apreciación en


sus ojos. No, no, no, Carolyn era suya. Tenía que dejarlo claro pero ya.

—Bueno... —empezó Carolyn.

—Aún no lo hemos decidido —la interrumpió Raisa rodeándola posesivamente por la


cintura.
Carolyn miró a Raisa de reojo y sonrió con indulgencia antes de confirmar:

—Sí, aún no lo hemos decidido.

Andreas captó el mensaje alto y claro. Al parecer tenía mucho de qué hablar con su
hermana. Notaba que se mostraba posesiva con Carolyn y si no la conociera tan bien,
incluso diría que estaba celosa. Sí, definitivamente tenían mucho de qué hablar.

La aparición repentina de un niño que venía dando saltos hacia ellos atrajo su
atención.

—Mamá! ¡Mamá! Papá está al teléfono. Quiere hablar contigo.

Como el niño estaba intentando recuperar el aliento, no se dio cuenta de que la mirada
de Carolyn se teñía de preocupación y la de Raisa, de ira. En cambio, a Andreas no se
le escapó detalle alguno.

—Disculpadme —se excusó Carolyn. —

Carolyn...Raisa hizo ademán de retenerla, pero su hermano intervino.

—Raisa, ¿no me vas a presentar a este jovencito? Carolyn rompió el contacto visual
con Raisa y se alejó en dirección a la casa. Raisa se liberó de la mano con que su
hermano la había retenido y salió echando humo en dirección contraria.

«Parece que no todo va tan bien», pensó.

Andreas fijó su atención en el niño, que se había quedado con él.

—Hola —lo saludó, tendiéndole la mano.

Simón se la estrechó y lo miró fijamente durante un segundo.

—Eres el hermano de Raisa. —¿Cómo lo has sabido?

—Me enseñó una fotografía tuya. —Ah... ¿Y tú eres?

—Simón Stenbeck.

—Bueno, Simón, encantado dé conocerte. ¿Ya has visto los caballos miniatura?

— Qué? ¡No!

—Vamos, le pediremos permiso a tu madre y, si, nos deja, te llevaré a verlos.

La conversación con Matt había acabado agritos. Carolyn se alegraba de que hubiera
terminado cuando Simón y Andreas llegaron a la sala. Permitió que Andreas se llevara
a su hijo a los pastos del sur para ver los caballos miniatura. Sabía que enfrentarse a
Raisa sería inevitable y se figuraba que cuanto antes lo hiciera mejor.

Andreas le gustaba. Era muy dulce, tal como había dicho Raisa. Simón enseguida le
había cogido confianza. Tras despedirse de ellos, Carolyn fue a buscar a Raisa.
Carolyn buscó a Raisa por todas partes. Finalmente regresó a la casa y, de camino a
su habitación, oyó un gran estrépito. Al abrir la puerta se encontró con las sillas patas
arriba y el suelo cubierto de cristales. Miró el tocador y enseguida supo lo que había
pasado. El aroma perfume aún flotaba en la habitación.

En ese instante, Raisa salió del baño. Carolyn miró su alrededor, sin dar crédito a sus
ojos.

—Por qué? —preguntó, con enfado.

—Porque me da la gana! —chilló Raisa.

—Por qué? —repitió Carolyn.

—Porque es mío y puedo hacer con ello lo que quiera! ¡Si quiero romperlo en mil
pedazos lo hago y punto!

—espetó Raisa.

—jY conmigo harás lo mismo algún día? —salto

—No —le aseguró con ternura—. No, yo nunca te haría daño.

Carolyn se apartó de ella y echó un vistazo a la habitación.

—En este país hay violencia por todas partes. Incluso aquí.

—¡Hablas como mi madre!

—A lo mejor se fue por eso.

Carolyn se arrepintió de haber dicho aquello en el mismo momento en que las


palabras abandonaban sus labios. Raisa dio un salto y escapó del dormitorio como un
animal herido.

—Espera! ¡Raisa, espera!

Carolyn llegó a la baranda a tiempo de ver a Raisa alejarse al galope. Tendría que
esperar a que volviera para hablar con ella. Raisa había confiado en ella al contarle su
sufrimiento y Carolyn lo había vuelto en su contra para hacerle daño. Le había hecho
lo mismo que le hacía todo, el mundo: la había herido.

—Oh, Raisa, lo siento mucho —musitó Carolyn con tristeza.

Cuando entró de nuevo, Nona la estaba esperando. —Volverá.

—Le he hecho daño —se lamentó Carolyn, con los ojos llenos de lágrimas.

—Tiene un corazón salvaje. Como su padre —murmuró Nona—. Adele lo quería, pero
al final...
Incapaz de finalizar la frase, Nona agachó la cabeza, Pesadumbrada.

—Nona, ¿qué pasó con su madre? Me ha contado algunas cosas... Pero me parece
que ni ella misma entiende lo que sucedió.

Nona titubeó.

—Yo no debería...

—Por favor, ayúdeme. Quiero a Raisa. Lo que quiera que la esté atormentando se
está metiendo entre nosotras.

—Ven.

Nona la llevó hasta la veranda y se sentó en una silla de mimbre. Carolyn tomó asiento
en otra, frente a la anciana.

—Adele, la madre de Raisa, se casó con Martín, su padre, cuando apenas tenía 19
años. En aquella época yo trabajaba para su familia en Italia. Adele era hermosa y
alegre. En algunos aspectos se parecía mucho a Raisa. Pero, claro, no en todos. —
Nona esbozó una sonrisa indulgente—. Martín era atractivo y encantador. Se
enamoraron locamente. El padre de Adele se opuso a que casaran, así que ellos se
fugaron. Dos años después, Adele volvió a ponerse en contacto con su familia. Ellos la
querían, así que pudieron arreglar un poco las cosas.

Nona tomó aire y prosiguió.

—Echaba de menos su país y a su gente. Y ahí es donde entro yo. Accedí a venir para
ayudarla con Raisa En aquella época estaba esperando a su segundo hijo Andreas.
Enseguida me di cuenta de que las cosas n iban bien entre ellos. Adele estaba
siempre de mal humor y Martín no era cariñoso con ella.

Carolyn escuchó atentamente.

—Después de que naciera Andreas, la cosa fue a peo

Martín empezó a mostrar favoritismo por su hijo. Era hijo varón que había deseado y
Adele discutía con constantemente porque no le hacía caso a Raisa. Aun a trataron de
tirar adelante su matrimonio..., Hasta que una noche todo explotó.

Nona se entristeció visiblemente. De pronto, era como si hubiera envejecido diez años.

—Se pelearon y creo que las cosas se les fueron de las manos. Martín había bebido.
Adele huyó de la casa y él la persiguió. Cuando Adele regresó llevaba la ropa
desgarrada y sucia. Y, lo peor de todo, no dijo ni una palabra durante días. Martín
volvió por la mañana, se encerró en su estudio y estuvo bebiendo durante días. Adele
me dijo que iba a dejarlo. Me dijo que más adelante lo arreglaría para que los niños y
yo fuéramos con ella. Pero nunca lo hizo y Raisa nunca se lo perdonó. Aún la veo, mi
pobre niña..., saliendo a esperarla al porche cada día durante un mes. Ya ves, no se
creía que su madre la hubiera abandonado de verdad.

Nona levantó la mirada hacia Carolyn, que la observaba con el rostro desencajado.
—No volví a saber nada de Adele —dijo, en respuesta a la pregunta silenciosa escrita
en la expresión de Carolyn—. Martín no volvió a hablar de ella y prohibió que se
mentara su nombre. Nunca permitió que los niños salieran del país, ni siquiera para
visitar a los padres de Adele.

—Oh, Nona, es terrible. Raisa no era más que una niña.

—Creo que nunca perdonó ni a Adele ni a Martín, pero al menos en su mente Martín
fue el que se quedó. Así que se convirtió en el hijo que él quería.

—Y la niña que era Raisa se perdió por el camino —dijo Carolyn con tristeza.

—Aún sigue ahí, cuando apoya la cabeza en mi regazo. Cuando es cariñosa. Cuando
está ahí fuera, en la tierra que ama. En esos momentos vuelve a ser mi pequeña. Ya
de niña era aventurera, 'y a veces, incluso un poco demasiado salvaje, pero también
era amable y cariñosa. Adoraba a su madre. Creo que cuando por fin aceptó que
Adele no volvería por ella, una parte de ella murió.

—No me extraña que esté tan enfadada —murmuró

Carolyn, en voz alta.

—Mantiene una lucha consigo misma todo el tiempo.

A veces, es superior a ella —asintió Nona con amargura—. También tú odias esta
tierra, ¿verdad? ¿Igual que Adele?

Carolyn miró a la anciana y asintió.

—Hasta hoy había sido tan diferente. Nona, me da miedo la violencia. A veces también
me da miedo Raisa. Carolyn agachó la cabeza. Nona le puso una mano sobre la suya.

—Raisa es como ese caballo que tanto le gusta montar. Se llama Furioso. Furioso es
salvaje y obstinado, difícil de manejar, y no permite que lo monte nadie que no sea
Raisa. Ese animal es una bestia, salvo con ella. La quiere, y ella lo quiere á él. El
nunca la tiraría al suelo y ella nunca lo azotaría. ¿Lo entiendes, Carolyn? —Creo que
sí, Nona. Sólo es que no sé si puedo vivir así.

—Tienes que mirar más allá de lo que ves, y ver loque amas. Carolyn escrutó el
rostro de la anciana, sin comprender.

—Adele quería a Martín. Pero dejaron de verse y lo único que quedó de su amor fue
miedo y resentimiento,: Carolyn levantó la mirada y vio a Raisa cabalgando de regreso
a la casa. Se levantó y besó a Nona en la mejilla.

—Gracias. Creo que ahora lo entiendo un poco mejor

—Ve, Cara mía. Ve con ella —le dijo Nona con ternura, antes de entrar en la casa.

Carolyn esperó a que Raisa desmontara y que alguien acudiera a llevarse a Furioso.
Antes de entregar las riendas, Raisa le acarició la crin y apoyó el rostro en la cabeza
del caballo, mientras le susurraba palabras afectuosas.
Raisa atravesó el porche y pasó junto a Carolyn sin dirigirle la palabra. Carolyn respiró
hondo y la siguió.

Raisa se metió en su dormitorio y empezó a quitarse la ropa de camino al baño.


Carolyn entró y cerró la puerta tras ella. Oyó que Raisa abría el grifo de la ducha.

—Bueno, ahora o nunca —se dijo.

Y ella también se quitó la ropa.

Raisa era presa de un torbellino de emociones que se arremolinaban en su interior.


Estaba enfadada, dolida; se sentía como enjaulada y estaba rabiosa.

No se dio cuenta de que alguien abría la mampara de la ducha. Cuando notó que la
rodeaban unos brazos, se dio la vuelta, airada, lista para atacar. Enseguida vio que
Carolyn se encogía, como esperando un golpe. Raisa la ttrajo hacia sí
desesperadamente.

Carolyn se derritió entre sus brazos. Empezó a acariciarle la espalda a Raisa y notó
que ésta empezaba a relajarse. Raisa le puso la cabeza en el hombro y Carolyn dijo lo
único que se le ocurría, pese a saber que no bastaría para expresar su
arrepentimiento.

—Lo siento.

Raisa la abrazó con más fuerza.

—Por favor, perdóname. Lo siento mucho, mucho .-1e susurró Carolyn, con el rostro
hundido en el cabello de Raisa.

Raisa asintió y Carolyn siguió tranquilizándola con sus caricias y sus palabras de
amor.

Capítulo 14
Raisa se sentó en la cabecera de la mesa del comedor. Caro1yn estaba a su derecha
y Simón a su izquierda. Andreas se había sentado en el otro extremo. La cena
transcurrió de manera agradable y cordial.

—Bueno, ¿y mañana sobre qué hora empezará la procesión? —preguntó Andreas


mientras daba cuenta su postre.

Raisa miró a Carolyn de reojo., sin que Andreas se diera cuenta.

—Este flan está buenísimo. Nona se ha superado a sí misma —comentó Andreas, con
los ojos puestos en el plato.

¡
—¿Qué procesión? —preguntó Carolyn con nerviosiosmo

—Me había olvidado completamente de que había invitado a los ejecutivos de Copeco
---explicó Raisa, cogiéndole la mano a Carolyn.

Andreas levantó la vista y se dio cuenta de que aquello sería un problema. Se limitó a
escucharla conversación de las dos mujeres. Carolyn parecía realmente trastornada
por la información. Incluso Simón se dio cuenta de que su madre estaba rara y se la
quedó mirando con atención.

Cómo has podido olvidarlo? —dijo Carolyn, levantándose para salir del comedor. Se
volvió hacia Andreas—: Por favor, discúlpame, Andreas. Ha sido un día muy largo y
estoy cansada. Simón, cariño, acábate ese postre tan bueno y cuando termines ven a
mi habitación.

—Sí, mami.

Carolyn salió del comedor. Raisa se quedó sentada con la mirada perdida. Cualquiera
que la conociera era capaz de ver lo angustiada que estaba.

—Raisa, ¿mi padre vendrá mañana? —preguntó Simón inocentemente.

Raisa se volvió hacia el niño con brusquedad, como s la hubieran golpeado. Miró a
Andreas, quien enseguida se hizo cargo del problema.

—Raisa? —El niño le puso la manita en el brazo.

Raisa volvió a girar la cabeza hacia él. Su expresión se suavizó al mirar a aquel niño
que, en su opinión, tanto se parecía a su madre. Le acarició el pelo y sonrió mientras
le decía con extrema dulzura:

—Te pareces mucho a tu madre, Simón.

Simon le devolvió la sonrisa.

—Sí, mi padre siempre lo dice.

Raisa le sonrió con tristeza y agachó la vista hacia su plato.

—Sí, Simón, seguramente tu padre vendrá mañana —dijo en un susurro.

Levantó la vista y Andreas y ella se miraron a los ojos.

—Qué bien, lo echo de menos —se alegró Simón, mientras se acababa el postre.

Raisa se quedó mirando al niño, sin decir nada. —Bueno, Simón, ¿qué te parece si tú
y yo jugamos una partida de ajedrez antes de que subas con tu madre? —propuso
Andreas, sin dejar de mirar a Raisa.

Esta le devolvió la mirada a su hermano y comprendió que le estaba dando un poco de


tiempo para hablar con Carolyn.

—Claro, sería genial, Andreas.


—Sí, Andreas, gracias —le dijo Raisa a su hermano—.

Simón, tú ve a jugar la partida y yo iré a decirle a tu madre que subirás en cuanto


acabes.

Simón le sonrió y asintió. Raisa se levantó y fue en busca de Carolyn.

Raisa vio a Carolyn en cuanto entró en la habitación.

Estaba sentada frente al tocador, con los ojos fijos en el espejo. Ni siquiera la había
oído entrar.

—Carolyn...

—¿Por qué?

—Me olvidé. Lo juro. —Raisa se arrodilló ante ella. —No puedo enfrentarme a Matt
mañana. No puedo hacerlo con Simón aquí. Necesito tiempo. —Carolyn estaba cada
vez más alterada.

—No pasará nada, Carolyn. Nadie va a apartarte de mi —afirmó Raisa con convicción.

—¿No te das cuenta de que esto va a acabar en un desastre? —se exaltó Carolyn. Se
levantó y se apartó de Raisa—. ¡No quiero meter a Simón en todo esto!

—Yo nunca le haría daño a Simón! —saltó Raisa.

Carolyn se volvió para mirarla a la cara.

—Con Matt aquí puede pasar cualquier cosa. ¿O creías que no iba a venir? —replicó
Carolyn, presa de la frustración.

—No pasará nada, te lo prometo. Simón estará bien.

Aunque Raisa trataba de sonar convincente, incluso ella sabía que las cosas podían
escapárseles de las manos fácilmente. Carolyn corrió hacia ella y hundió el rostro en el
cuello de Raisa.

—No puedo perder a mi hijo, Raisa. No puedo perder a mi hijo.

Raisa la abrazó con fuerza.

—No dejaré que nada os aparte de mi lado, Cara mía. Nada —le susurró, con los
labios hundidos en su cabello.

A la mañana siguiente, los ejecutivos de Copeco empezaron a llegar con sus familias.
Raisa y Andreas los recibieron. Se prepararon habitaciones para ellos en otra ala de la
casa. Hacia el final de la comida, la mayoria estaban relajándose junto a la piscina y
los niños correteaban arriba y abajo llenando el aire con sus alegres voces. Carolyn
estaba charlando con algunas de las mujeres, esposas de ejecutivos, que había
conocido en otras tantas reuniones sociales en el club.
Raisa la buscaba con la mirada intermitentemente, como para asegurarse de que
seguía allí y seguía siendo su alrededor de las dos de la tarde llegó un Land Rover del
que se apeó Matt Stenbeck. Simón lo vio de inmediato, casi como si llevara un radar.

—Papi!

El niño echó a correr hacia su padre, seguido de cerca por dos pares de Ojos: uno de
ellos, asustado; el otro, rabioso.

Raisa vio cómo Matt levantaba a su hijo del suelo y le daba un abrazo. Lo observó
atentamente mientras buscaba a Carolyn entre los presentes y supo exactamente
cuándo la encontró. Al verlo echar a andar hacia ella, Raisa echó a andar a su vez,
pero Andreas la agarró del brazo.

—Suéltame

—gruñó entre dientes.

—Cálmate. No quieres hacer esto. Ahora no. ¡Piensa, Raisa, piensa! —la retuvo
Andreas.

—¡Es mía!

Se volvió hacia Andreas con los ojos llenos de ira y miedo. Era la primera vez que
Andreas la veía tan vulnerable como era en realidad.

—Sí, te quiere. No hay necesidad de entrar ahí a sangre y fuego. Juega bien tus
cartas. Así no ganarás. Lo único que conseguirás es montar una escena e involucrar a
Carolyn en un escándalo. ¿Es eso lo que quieres? ¿También quieres que Simón lo
vea?

Andreas supo al punto que había logrado que Raisa lo escuchara. Por el momento,
Raisa actuaría con la cabeza. —No quiero perderla. No puedo —musitó.

—No lo harás —le dijo él cariñosamente.

Nunca la había visto así. Siempre había sido la más fuerte de los dos. La que se
enfrentó a su padre para que el pudiera quedarse en Virago y llevar la clase de vida
que amaba. Era la que sacaba Copeco adelante y la que, de manera natural, tomaba
el mando en cualquier ocasión. Siempre había pensado que ella no necesitaba el tipo
de cosas que para los demás eran esenciales. En ese momento, su vulnerabilidad lo
conmovió. Por primera vez sentía que tenía que protegerla. Siguiendo su mirada,
Andreas vio que Matt se acercaba a Carolyn, con Simon de la mano.

—Señor Stenbeck, hola. Soy Andreas Andieta —saludó Andreas, con la mano
extendida.

—Hola, señor Andieta. Virago es una hacienda extraordinaria. —Matt respondió al


saludo y le estrechó mano.

—Gracias. Ha pertenecido a mi familia desde ha cinco generaciones —explicó


Andreas con orgullo.
—Le estaba diciendo a mi mujer que mi vuelo retrasó. Por eso he llegado tarde.

—Bueno, lo importante es que está aquí —repuso Andreas, cortés—. Estamos muy
contentos de tener Carolyn y a Simón con nosotros estos días.

—Sí —dijo Matt.

Sus ojos buscaron los de Carolyn, pero ella desvió mirada. Antes de que Matt pudiera
añadir algo, Andreas intervino:

—Por qué no se pide algo de beber en el bar de piscina? Ya verá como después se
encuentra más descansado. Aquí en la jungla nos tomamos las cosas c más calma.
Pero vale la pena.

—Está como apartado del mundo —comentó Matt con diplomacia.

—Papá, Andreas y Raisa tienen caballos miniaturas —interrumpió Simón


animadamente.

Andreas le sonrió y le removió el pelo con afecto, bajo la mirada de Matt.

—Me alegro de que te guste esto, Simón —dijo Andreas, complaciente.

Carolyn miró a Andreas a los ojos un instante y después apartó la mirada. A él no le


resultó muy difícil imaginar a quién había visto. Se volvió a tiempo de ver a Raisa a
pocos metros de ellos y rezó para que su hermana no perdiera los papeles.

—Andreas, los hombres ya están listos para salir de cacería. Te están esperando. ¿Te
apetece ir con ellos, Matt?

Matt estaba a punto de negarse, cuando Andreas intercedió.

—No puede perdérselo, señor Stenbeck. Los jabalíes son enormes. Claro que tiene
que venir. Vamos todos los hombres —aseguró, sin dejarle opción de rechazar la
Propuesta educadamente.

—Sí, claro que iré. Por favor, llámeme Matt.

—Entonces, todo decidido. Matt, Antonio lo acompañará a su habitación para que


pueda ponerse una ropa más apropiada. Saldremos dentro de un momento.

Andreas hizo un gesto y un joven se acercó para atender a su invitado.

—Ven conmigo, querida. Podemos ponernos al día mientras me cambio —dijo Matt,
cogiendo a Carolyn del brazo.

Raisa se disponía a seguirlos, pero Andreas la retuvo.

—Simón, quédate aquí mientras yo hablo con mamá –ordenó Matt, para evitar que su
hijo los siguiera.

Andreas notó la desilusión del niño.


—Simón, los chicos iban a empezar un partido de Voleibol. Si te das prisa aún podrás
jugar con ellos.

Simón se volvió hacia donde indicaba Andreas, sonrió y echó a correr hacia los demás
niños.

Raisa no fue capaz de soportarlo y forcejeó para liberarse de Andreas.

—Suéltame! ¡Tú no lo entiendes!

—Lo entiendo. Pero tiene que resolver las cosas ella misma. No puedes hacerlo tú por
ella —insistió Andreas. —No lo entiendes!

—Sí, lo entiendo —repitió su hermano con cariño. —¿Cómo podrías? Andreas, ¡la
necesito!

—exclamo Raisa a la desesperada.

—Crees que porque no me comporto como tú, no siento las mismas cosas?

Raisa miró a su hermano a los ojos.

—Lo entiendo, Raisa. Lo entiendo.

—Andreas... —empezó a ella, con voz suave. —Otro día. Hoy no. Una aventura
apasionada por Andieta cada vez.

Le sonrió a su hermana.

—Ven, vamos a atender a nuestros invitados concluyó, guiándola de vuelta con los
demás

—¿Qué está pasando, Carolyn? ¿Qué cojones esta pasando aquí? —exigió saber
Matt.

—No grites!

—Voy a poner punto y final a esta locura. Nos comportaremos civilizadamente los
próximos días y después volveremos a casa —decidió Matt, mientras empezaba
deshacer el equipaje.

—No voy a volver —musitó Carolyn.

—Claro que sí. Aquí no puedes recibir la atención medica que necesitas. El doctor dijo
que podías estar hipersensible por el bebé —continuó él.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó Carolyn, confusa.

—El doctor llamó y habló conmigo. ¿Por qué no me lo habías dicho? —Matt levantó la
vista y la miró a los ojos.

—No puede ser cierto —negó ella con voz débil. —No lo sabías, ¿verdad? —se
extrañó Matt. —No.
Carolyn buscó a tientas un lugar donde sentarse, antes de que le fallaran las piernas.

—Bueno, eso explica por qué te has estado comportando de una manera tan extraña.
El doctor dice que, al parecer, algunas mujeres se vuelven muy sensibles y no pueden
controlar sus emociones. Así que, como ves, es algo natural. Cuando tus hormonas se
tranquilicen, todo volverá a la normalidad. Además, ya era hora de que Simón tuviera
un hermanito o hermanita- —comentó Matt mientras se vestía.

Carolyn se había quedado de piedra.

—Lo que no entiendo es cómo has acabado aquí. No sabía que eras tan amiga de
Raisa Andieta. Y yo que pensaba que tanta comida formal era una pérdida de tiempo.
Pero ahora, ya ves, que seáis amigas será bueno para nosotros.

—Matt, cállate, por favor —pidió Carolyn al fin, con los dedos sobre las sienes.

Matt se volvió, dispuesto a replicar, pero se dio cuenta de lo blanca que se había
puesto.

—Carolyn, ¿no te encuentras bien?

—Y a ti qué te parece? —Se levantó con el rostro congestionado por el nerviosismo.

—Te encontrarás mejor...

—No! ¡No me encontraré mejor! No te creo. ¡Estás mintiendo!

—Llama a tu médico si no me crees —contra Matt, conteniendo el enfado a duras


penas.

—Oh, Dios, no —gimió ella.

Volvió a sentarse. Todo su mundo se le estaba escapando entre los dedos. ¿Cómo iba
a decírselo a Raisa?

No podía dejar de darle vueltas a aquello.

—Carolyn, sé que las cosas no han sido perfectas entre nosotros...

Aquellas palabras la hicieron reaccionar.

—¿Cómo? ¿De verdad me vas a decir a mí que las cosas van mal entre nosotros? —
se burló a voz en grito

—Carolyn, estás sacando las cosas de quicio.

—¡Hijo de puta!

Carolyn se lanzó contra él y Matt la agarró de muñecas y la inmovilizó en la cama.

—Cálmate. ¡Carolyn, no me avergüences!

—No voy a volver contigo. ¡Nunca! —chilló ella desde la cama.


—Sí que lo harás —dijo Matt, mientras se sentaba enuna silla para ponerse las botas
—. No te irás sin Simón. Y el niño que está creciendo en tu interior también mío. En
este país se reconocen mis derechos sobre ellos, Carolyn.

—Cómo pude casarme con un monstruo como tu?

Matt no se tomó la molestia de contestar.

—Matt, se acabó. Déjame marchar. Por favor, te lo suplico.

—No —murmuró él entre dientes.

—No te quiero, Matt —susurró ella.

—Muy bien.

—Matt, déjame ir. Ya sabes cómo concebimos a este hijo. Déjame ir antes de que no
nos quede nada bueno.

Ese hijo se concibió con pasión, Carolyn! Contraatacó

—Me violaste! ¡Eso no pasión! —chilló, incapaz de contener el llanto por más tiempo.

—Eres mi mujer. Estoy en mi derecho —dijo, sin mirarla a los ojos—. Muy bien,
Carolyn, te daré el divorcio do. Pero Simón se queda conmigo.

—Sabes que no abandonaría a mi hijo. ¡Lo sabes!

—Entonces compórtate como una buena esposa y dé jate de tonterías —le exigió—.
Piensa en lo que te he dicho, Carolyn.

Matt salió de la habitación a grandes zancadas y la dejó a solas con su sufrimiento.

Carolyn vio cómo se alejaba la partida de caza desde lit ventana. Por un instante, vio
que Raisa miraba en su dirección. Al ser la presidenta de Copeco, Raisa también iba
con los hombres. Era la única mujer que iba con ellos, pero no sin antes volverse para
verla en la ventana.

Después dio media vuelta a su caballo y salió al galope.

Carolyn se llevó una mano temblorosa a la sien.

—No puede ser cierto —se repetía una y otra vez—.

No puede ser cierto.

Llevaba tiempo desesperada por dejar a Matt. Pero no podía sacar a Simón del país
sin su permiso. Una noche, att no aceptó sus negativas y... cerró los ojos, mientis las
lágrimas rodaban por sus mejillas. Entonces vino Raisa. Después de aquello, había
sido incapaz de pensar con claridad. Se sentía como atrapada en un torbellino o
emociones. Había aceptado su deseo por Raisa, pero la necesidad de escapar de Matt
la abrumaba. La tarde en que llamó a Raisa para pedirle ayuda estaba desesperada,
ya que Matt le había dejado claro que la poseería, quisiera ella o no. Su único
pensamiento fue huir. Y huir fue lo que hizo: directa a los brazos de Raisa Andieta.

Raisa la quería, de eso estaba segura. Pero su amante ya tenía bastante con la carga
de su propio pasado.

Tenía que hacérselo entender a Raisa. Ella la ayuda ría. Tenía que hacerlo.

Se puso las manos sobre el vientre en un gesto protector. Tendría que decirle a Raisa
la verdad. Era el único modo. Tendría que confiar en que el amor dd Raisa sería lo
bastante fuerte.

Capítulo 15
Los jinetes regresaron al final del día con dos jabalíes Como trofeo. Todo el mundo se
dirigió a sus habitaciones para cambiarse y asearse para la cena que había
organizada.

Raisa no vio a Carolyn hasta la noche., Cuando Raisa entró en la sala todavía no
habían bajado todos, pero había ya algunos ejecutivos con sus esposas. Localizó a
Carolyn de inmediato, hablando con María Cabaler, y fue hacia ella.

—Buenas noches —saludó.

Carolyn no la había visto entrar y, cuando se volvió hacia ella, se dejó atrapar por
aquellos ojos que le aceleraban el corazón cada vez que los tenía delante.

—Buenas noches —respondieron María y Carolyn.

—María, te importaría dejarme un momento con la señora Stenbeck —pidió Raisa,


cortés.

—Por supuesto que no —repuso la otra mujer, que al punto las dejó solas.

Raisa se volvió hacia Carolyn y le sonrió.

—Te he echado de menos hoy —le susurró.


Carolyn le devolvió la sonrisa.

—Yo también te he echado de menos, cariño.

—Te he dicho lo mucho que me gusta que me llamas cariño?

Raisa no cabía en sí de gozo. Carolyn la miraba con los ojos llenos de amor. No iba a
abandonarla. Saberlo la hacía sentir como embriagada de felicidad.

—Ah, sí?

—Sí, Cara mía.

—Entonces tendré que llamártelo más a menudo, ¿no te parece? —continuó Carolyn
en un tono afectuoso.

Era el momento perfecto, se dijo Raisa. Respiró hondo

—Carolyn, quiero pasar el resto de...

Mario Cabaler, el esposo de María, la interrumpió.

—Buenas noches, señora Andieta. Señora StenbecI —Les sonrió—. ¿No habrán visto,
a mi esposa? preguntó con amabilidad. Y —Buenas noches, Mario. He visto a tu
esposa saliendo al porche hace un momento —respondió Raisa con igual cortesía.

—Gracias —asintió Mario. Justo cuando estaba, punto de marcharse, se volvió hacia
Carolyn—. Ah, por cierto, señora Stenbeck, felicidades por su embarazo.

Matt se ve muy feliz.

En ese momento, Matt apareció con expresión triunfante y rodeó la cintura de su mujer
con el brazo. —Lo siento, querida, pero estaba tan ilusionado con la noticia que he
tenido que contárselo a Mario.Carolyn miró a Raisa, pero ella se le adelantó.

—¿Estás esperando un bebé, Carolyn?

Había que reconocerle el mérito, se dijo Carolyn: antes de juzgarla le, había
preguntado. Caroyn no pudo negarlo.

—Sí.

Raisa sonrió, pero la frialdad de su mirada hizo que Carolyn se estremeciera.

—Enhorabuena, Matt. Por favor, disculpadme. Raisa se alejó de ellos y abandonó la


sala.

A falta de su anfitriona, la fiesta se disolvió pronto. Matt se había llevado a Simón a dar
un paseo y Carolyn estaba esperando a Raisa. Nona le había dicho que había salido a
cabalgar con Furioso. Carolyn aún tenía la esperanza de arreglar las cosas con ella.

Cuando Raisa entró en la habitación con su ropa de montar, Carolyn estaba en la


ventana, contemplando los Campos. Carolyn se volvió hacia Raisa y le dijo con toda la
ternura de su corazón:
—Te quiero.

—¿Me quieres? —se burló Raisa, manteniendo la distancia—. ¿Cuándo pensabas


decírmelo? Eres peor que una puta. Al menos ellas son sinceras.

—No. Por favor, no... «

Carolyn apenas podía hablar. Había sido un día terrible y estaba al límite de sus
fuerzas.

—Me has engañado como a una imbécil.

—Raisa, deja que te explique. —Carolyn se le acercó. —¿Estás embarazada,


Carolyn?

—Sí, pero...

—No hay pero que valga. Estoy tan cabreada que querría gritar —espetó Raisa.

—¡Déjame explicártelo! —exigió Carolyn.

—No te atrevas a levantarme la voz! —Raisa se abalanzó sobre ella, le agarró la cara
y la empujó contra la pared—. Has tenido el honor de que no te tratara como la puta
que eres. Te quería. Puse todo mi mundo a tus pies y durante todo ese tiempo tú
seguías con él. Me has, mentido. Me dijiste que eras sólo mía. Cada vez que estaba
dentro de ti, cada vez que mis labios te saboreaban, Cada vez... ¡Oh, Dios!

Raisa la soltó y se apartó unos pasos. Estaba a punto de estallar de rabia.

—Vete antes de que te mate —le dijo en voz baja, de espaldas a ella.

De alguna manera, la súbita suavidad en su tono de, voz resultaba más amenazadora
que los gritos.

Raisa notó que Carolyn la abrazaba por detrás y se apartó bruscamente antes de
encararse con ella.

—No te acerques a mí! Si lo haces sé que te hare daño —rugió Raisa.

Carolyn no se dio por vencida y volvió a acercarse. Raisa retrocedió hasta encontrar
la pared a su espalda. Carolyn no se detuvo: se aproximó con ojos suplicantes y
apoyó su cuerpo contra el de Raisa, recordando las palabras de Nona. De algún
modo, sabía que Raisa no le haría daño. Se abrazó a ella y apoyó la cabeza en
hombro. Cerró los ojos y rompió a llorar.

Raisa tenía la cabeza echada hacia atrás, apoyada la pared, con los ojos cerrados.
Sentía el cuerpo Carolyn contra el suyo y sabía que estaba llorando. Fue incapaz de
contenerse: la rodeó a con sus brazos abrazó.

—No he sabido que estaba embarazada hasta hoy —sollozó Carolyn—. Y todo lo que
te dije era verdad. Raisa la agarró de los hombros y la obligó a apartarse. Al cabo de
un segundo, Carolyn ya echaba de menos el calor de su cuerpo.

—Por amor de Dios, no mientas!


Raisa se alejó de ella una vez más. Caminaba como si estuviera agotada y llevara el
peso del mundo sobre los hombros. Se pasó los dedos por el pelo, se sentó en un
sofá cercano y echó la cabeza hacia atrás.

—Deja de mentir, Carolyn. No puedo...

—Raisa, cuando te llamé aquel día estaba desesperada. Matt y yo nos habíamos
peleado. No vivíamos como un matrimonio desde hacía tiempo.

Raisa alzó la cabeza desde el sofá. Estaba escuchando. Carolyn se puso visiblemente
nerviosa.

—Yo quería el divorcio, pero él no iba a dejar que me llevara a Simón de Venezuela.
No podía irme sin Simón. —Raisa la miraba fijamente. Carolyn desvió la vista y
prosiguió—: Una noche, Matt volvió a casa y... yo... —se interrumpió, incapaz de
continuar.

—Te lo follaste —soltó Raisa con frialdad.

Carolyn la miró a la cara con expresión dolida. —Me violó.

Se echó a llorar de nuevo, con el rostro oculto entre las manos. Raisa la miró
anonadada y se levantó, aún sin dar crédito a sus oídos.

—Por favor, compréndelo. Por favor, te quiero —le suplicó Carolyn.

Raisa la cogió de los brazos y la miró a los ojos. —Estás diciendo la verdad.

Una nueva oleada de rabia se apoderó de ella. Esta vez, nadie sería capaz de detener
la tormenta que se avecinaba. Carolyn percibió la frialdad que emanaba de Raiza
como si la hubieran golpeado con ella. Raisa la soltó, dirigió al salón principal y cogió
el rifle que había colgado sobre la chimenea. Rompió el cristal de la vitrina con la
culata y cogió una caja de balas. Carolyn siguió sus movimientos, horrorizada.

—No, no, no puedes...

Carolyn corrió hacia Raisa, pero ésta ni la vio ni la oyó, mientras cargaba y amartillaba
el arma.

Andreas entró por una puerta, justo cuando Matt entraba por otra. Todo sucedió a la
vez. El mundo de Raisa y Carolyn se desmoronó en cuestión de segundo

Carolyn trató de retener a Raisa, pero ésta se revolvió y le dio un golpe que la tiró al
suelo, justo cuando Simón entraba en el salón. El niño vio cómo su madre caía, con el
labio ensangrentado.

Raisa encañonó a Matt y Andreas saltó sobre ella. El disparo se perdió en el aire. Matt
fue hacia Raisa, que logró zafarse de Andreas y golpeó a Matt con la culata del rifle. El
hombre cayó de rodillas, sin respiración Raisa lanzó un grito de furia y lo golpeó de
nuevo en, cabeza. Matt se desplomó en el suelo y la sangre salpico por todas partes.
Andreas y Carolyn contemplaron horrorizados, como Raisa amartillaba él arma de
nuevo para disparar a Matt. Simón se interpuso para proteger a su padre y Raisa
apuntó al pecho.

—¡Aléjate de mi padre! —chilló Simón con todas s fuerzas.

El odioque vió reflejado en los ojos del niño la d de piedra. Andreas apareció por
detrás, le quitó el i de las manos y la hizo retroceder con él.

—Te odio! ¡Te odio! ¡Le has hecho daño a mi padr. ¡Mami! ¡Mami! --- Simón lloraba.

Raisa miró a su alrededor con expresión confusa y vio a Carolyn en el suelo, con la
nariz y el labio ensangrentado. Para Raisa, era como si todo transcurriera en sueño,
hasta el momento en que todo el horror de la escena la golpeó y no pudo más que
apoyarse en su hermano, en silencio, mientras el mundo se derrumbaba ante sus ojos.

Carolyn fue junto a Simón. El niño lloraba desconsoladamente en sus brazos.

—A ti también te ha hecho daño, mami. Quiero irme. Ha matado a mi papá! ¡Ha


matado a mi papá!

Matt se movió pesadamente y empezó a incorporarse. La sangre se deslizaba por su


rostro, desde la cabeza. —Papá!

Simón saltó de los brazos de su madre y corrió hacia su padre. Matt se sentó,
despacio.

Desolada, Carolyn miró a Raisa. Sus ojos se encontraron por un breve instante y
después Carolyn apartó la mirada. El mundo entero se tambaleaba a su alrededor. Se
había acabado.

Capítulo 16
Los sonidos del horror que la rodeaba martilleaban su cerebro. Unos cuantos
sirvientes entraron a toda prisa, seguidos por Nona. Simón lloraba. Carolyn estaba
paralizada y Andreas la sostenía por detrás. Raisa parecía Una muñeca de trapo,
apoyada en él sin vida.

Nona ordenó a los sirvientes que cerraran puertas y ventanas y que se ocuparan de
que no entrara ningún otro invitado. Los disparos habían despertado a muchos de los
ocupantes de la casa y el rumor de voces se oía ida vez más cerca.

Andreas fue el primero en reaccionar. Guió a Raisa y la hizo sentar en una silla
cercana. Ella no se movió.

Andreas supuso que estaba conmocionada, pero, en cuanto la soltó, ella se levantó y
trató de ir hacia Carolyn.

—Carolyn! ¡Carolyn! —gritó, mientras Andreas la sujetaba.

El llanto de Simón se volvió más histérico y el niño se aferró a su madre.


—Mami! ¡Mami!

—Carolyn! Por favor... ¡Por favor, Carolyn! —suplicaba Raisa.

Matt empezó a ponerse de pie. Nona le indicó a uno, de los criados que lo ayudara a
sentarse en el sofá y fue hacia Raisa.

—Mi ángel, ella no es para ti —le dijo con ternura.

—Yo la amo. Es mía, Nona. ¡Yo la amo! —grito Raisa.

—No, mi ángel. Ella no es para ti.

Nona la estrechó contra su pecho con fuerza. Raisa, dejó escapar un grito que
contenía todo el dolor de su alma y lloró en brazos de Nona.

—Yo la amo. . .Yo la amo —gimoteó como una niña pequeña.

Raisa cayó al suelo en brazos de Nona y ésta la acuno cariñosamente. Andreas fue
junto a Carolyn y la ayudo a levantarse. Sus ojos se encontraron durante un breve
instante.

—Esto aún tiene arreglo —le susurró a la mujer.

—No..., no lo tiene.

• Carolyn cogió a Simón en brazos y fue hacia Matt.

Andreas tomó el mando de la situación. Para Raisa era como si el mundo se hubiera
detenido. Sabía todo se había terminado. Lo había visto en los ojo Carolyn. Y, aun así,
por alguna razón, era incapaz deaceptarlo.

Raisa se despertó en un mar de confusión y se dio cuenta de que había perdido la


noción del tiempo. Sabía que habían llamado al médico y que Matt se recuperaría de
su conmoción. No lo había matado. Le había quitado todo lo que le importaba y lo
odiaba más que nunca. Entonces cayó en la cuenta de que Carolyn se iría con él.
Como cuando su madre se fue, tenía los sentidos embotados, como si ya no fuera
capaz de oír, oler, saborear. Pero si algo sabía era que tenía que encontrar a Carollyn.
¡Tenía que encontrar a Carolyn ya!

Decidida, salió de su habitación. Tenía que encontrar a Carolyn. Tenía que convencerla
de que se quedara. No podía dejarla marchar. Tenía que hacer que...

Raisa sacudió la cabeza. Había perdido el control. Lo unico que sabía con certeza era
que su vida había acabado. Nada la había preparado para aquello. Era emoción pura,
desbocada, desenfrenada.

Registró la casa y después salió a la veranda que corría a lo largo de la segunda


planta de la hacienda. En cuanto volvió la cabeza vio la silueta de Carolyn. Esta se
volvió hacia Raisa en el mismo momento, de manera Instintiva. Sus ojos se
encontraron: los unos, inseguros; los otros, tristes.

En un abrir y cerrar de ojos, Raisa se plantó delante de Carolyn y le extendió la mano.


Carolyn dio un paso atrás. —No —leyó en sus labios.

Raisa se quedó clavada en el sitio, con las manos extendidas, y dejó escapar un
gemido de dolor. —No te vayas...

Carolyn se limitó a negar con la cabeza. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—No puedo quedarme aquí... Trata de entenderlo

Carolyn se tapó la boca con la mano para sofocar el llanto. Raisa la abrazó con
brusquedad. Intentó besarla, pero Carolyn la apartó de un empujón.

—No! —Carolyn se alejó de ella—. ¡No! ¡Con desearlo no basta! ¡No puedo quedarme
aquí! Mire donde mire... todo a mi alrededor... la violencia nunca acaba. —Carolyn se
rodeó el vientre con los brazos—. No traeré a otro niño a este país... No puedo vivir
así. —gimió.

—Podemos irnos de Venezuela las dos juntas. Iré donde tú quieras —rogó Raisa, con
un brillo salvaje en los ojos.

Carolyn notó la desesperación en su mirada.

—No..., no puedo hacerlo —musitó, con la mirada baja.

—No puedes o no quieres?

Raisa no volvió a intentar tocarla. Tras varios minutos, Carolyn levantó la vista y la
mujer que halló frente a ella la sorprendió. La Raisa que tenía delante era fría y había
recuperado el control. Se acercó a la barandilla y se volvió poco a poco.

—Copeco tiene oficinas en Texas. A Matt le irá bien allí. Le ofreceré un chollo que no
podrá rechazar. Tu hijo crecerá en un país civilizado y tu bebé será estadounidense. Te
convertirás en una esposa de Copeco más. Tu marido tendrá una amante o alguna
que otra aventura de vez en cuando y después volverá a casa y te follara cuando
tenga tiempo.

Carolyn asistió sin habla al discurso de Raisa.

—Raisa. . —trató de decir.

Raisa levantó la mano para hacerla callar.

—No hace falta que me des las gracias. Llegará un dia en que maldecirás mi nombre.
Porque éste es tu castigo Carolyn. Me odiarás por esto.

Carolyn retrocedió. La mujer que veía ante sus ojos se había convertido en una
extraña.

—Te arderá la sangre, como me arde a mí. Soñarás con que te toque, con que te
bese. Me desearás cada día durante el resto de tu vida. ¡Yo te maldigo, Carolyn! ,
Jamás volveré a tocarte.
Raisa dio media vuelta y se alejó.

En unos días, Andreas lo tuvo todo organizado. Matt, Simón y Carolyn volaron de
regreso a Caracas. Matt había aceptado las disculpas y entendió las condiciones sin
abrir la boca. Aceptó el ascenso y empezaron a preparar su vuelta a Estados Unidos
para las próximas semanas. Carolyn no volvió a ver a Raisa antes de salir de la
Hacienda Virago. Matt nunca le pidió explicaciones.

Capítulo 17

Carolyn llamó al colegio para informar de que Simón no volvería. También llamó a sus
padres, que estuvieron encantados con la noticia de que regresaban a Estados
Unidos. En dos semanas, se irían de Venezuela.

La ciudad parecía más tensa que cuando la habían dejado. Había más pintadas de
contenido político por todas partes. Los transportes públicos estaban en huelga. La
gente había tomado las calles y el ejército intervino para restablecer el orden.

Todo sucedió muy deprisa. Las tropas tomaron las emisoras de radio y la Casa
Rosada. La mecha había prendido y no tardó en estallar: era la guerra civil. La milicia
tomó las calles. Se oyeron disparos, como fuegos artificiales, en la distancia. Los
helicópteros volaban sobre sus cabezas. Durante horas, lo único que se oyó fueron
tanques y ametralladoras. El mundo de terror que Carolyn había temido había llegado.
La gente se echó a las calles y empezaron los saqueos.

De pronto, Carolyn oyó que echaban la puerta abajo y tres hombres entraron en la
casa. Abrazó a Simón con fuerza. Entonces vio a Raisa.

—Vamos —le dijo—. No puedes estar aquí... ¡Venga!

Carolyn la siguió fuera de la casa y subieron al helicóptero que esperaba a pocos


metros. Los disparos se oían incluso por encima del ruido de las hélices. Raisa le
tendió la mano y Carolyn se la cogió. Subió al helicóptero al mismo tiempo que uno de
los hombres de Raisa subía a Simón y le ataba el cinturón en el asiento.

La situación tomó un cariz surrealista. Raisa se inclinó sobre ella para abrocharle el
cinturón y después dio la orden de que despegaran. El helicóptero se elevó en el aire
y Carolyn miró hacia abajo justo a tiempo de ver a varios hombres que irrumpían en
los jardines y les disparaban. Una bala le pasó cerca y sintió los brazos de Raisa a su
alrededor.

Aterrizaron al cabo de unos minutos. Miró a su alrededor, confusa, y descubrió que


estaban en el aeropuerto Maiquetia, a las afueras de Caracas. Antes de que pudiera
darse cuenta, la estaban sacando del helicóptero. Vio que se llevaban a Simón hacia
un jet que los aguardaba.

Carolyn se volvió y, al instante, la boca de Rai estaba sobre la suya. Raisa la soltó
enseguida y, mientras la abrazaba, le dijo al oído:

—Ya no te debo nada. La próxima vez que nos veamos, mantente alejada de mí o te
mataré.

Raisa la apartó de un empujón y Carolyn se vio arrastrada hacia el avión, con la


sorpresa y el dolor aún grabados en el rostro. Subió la escalera del avión con torpeza.

Matt y Simón estaban dentro. Carolyn se volvió y miró a Raisa una vez más, antes de
que cerraran la puerta.

Raisa permaneció en pie, con el cabello agitado por el viento. Había visto que Carolyn
se había vuelto antes de que cerraran la puerta. Se quedó allí, inmóvil, hasta varios
minutos después de que el avión hubiera despegado.

Alguien le tiró del brazo y le señaló el coche. Ella fue hacia el vehículo y descolgó el
teléfono.

—Señora Andieta, lo tenemos —dijeron al otro lado de la línea.

—Bien, nos vemos en el club de campo. ¿La emisora de televisión aún está en
nuestro poder?

—Sí, controlamos V-Visión.

—Bien, ahora voy.

Raisa hizo un gesto al conductor y el automóvil blindado arrancó y se deslizó a toda


velocidad, seguido por cuatro vehículos más. Raisa se puso las gafas de sol por las
que era conocida. En unas horas estaría o bien en la cima de su poder o bien en la
tumba. Se había asegurado de mantener su promesa. Al menos eso es lo que se dijo a
sí misma. Había sacado a Carolyn de allí. Se había asegurado de ponerla a salvo. Ya
sólo tenía que concentrarse en una cosa. Iba a jugar sus cartas, para ganar o morir. Y,
en ese momento, no le importaba demasiado cuál de los dos finales conocería su
aventura.

Capítulo 18
Todas las agencias de noticias informaron de que el golpe de estado en Venezuela
había fracasado. El presidente había sido evacuado en helicóptero en el último
momento. Dicho helicóptero había aterrizado en el club de campo de la zona
residencial de Las Colinas y a continuación el presidente había logrado hacerse con el
control de la emiisora de televisión V-Visión. Se había atrincherado en la emisora,
rodeado de tropas leales.
El presidente hizo un llamamiento al pueblo. Pronto, los militares le brindaron más
apoyo del que había tenido antes y, al cabo de pocas semanas, la ciudad volvía a
estar bajo su control. El ejército devolvió el orden a las calles y los principales
cabecillas del golpe de estado fueron arrestados. Poco después se hizo evidente que
la balanza de poder había cambiado. Los que eran capaces de entender cómo
funcionaban las cosas en realidad se dieron cuenta de que, a partir del golpe, Copeco
se había convertido en el jugador más destacado.

Las cosas se normalizaron al cabo de unos meses. Las elecciones se celebraron


como estaba previsto. Unos años después, Raisa tenía un control absoluto sobre casi
todo lo que se movía, vivía y respiraba. Su poder lo abarcaba todo. Copeco era la
corporación más poderosa de la historia de América Latina. Copeco y sus filiales
crecían y se multiplicaban.

Capítulo 19
El grito de una mujer se oyó en la noche. Todos sabían que lo mejor era no intentar ir a
ayudar. Los sirvientes habían aprendido a cerrar los ojos y a hacer oídos sordos. Les
pagaban bien, por su silencio. Las mujeres entraban y salían. Algunas salían mejor,
otras peor de lo que entraban, pero ninguna se quejaba. Se marchaban con los
bolsillos llenos de dinero y, la verdad fuera dicha, si se les diera la oportunidad
volverían a por más.

Estaba oscuro y las dos figuras yacían sobre la cama, al fin colmadas. Raisa se
levantó y caminó desnuda hacia las puertas de cristal. Las abrió y dejó que entrara el
viento Se avecinaba tormenta. Se olía en la tierra y en ci aire. Iba a ser una tormenta
de las de órdago.

Raisa salió a la veranda y dejó que la brisa le acariciara la piel. La luz de la luna bañó
su cuerpo y ella miró hacia arriba para sentir su caricia. Lo único que oía era el silbido
del viento arremolinándose en torno a ella. Aspiró la tormenta con fruición y se refugió
en su interior. De repente oyó música. Estalló un relámpago y el sonido de un trueno
hizo retumbar la tierra. De nuevo, se hallaba en la oscuridad.

Vio una sombra por el rabillo del ojo. Se volvió y escudriñó la penumbra, sin dar crédito
a sus ojos. Se moría de ganas de tocarla. Oyó otro trueno. Los elementos estaban
jugándole una mala pasada a sus sentidos. La sombra extendió una mano hacia ella.

—Carolyn!

Raisa sostuvo a la mujer entre sus brazos y buscó su labios ardientes, prometedores y
apasionados. Pero aquel cuerpo no encajaba. Sus labios no eran tan cálidos ni
arrebatadores. Cerró los ojos con fuerza y la apartó de un empujón. Un nuevo
relámpago iluminó el balcón

Raisa vio a la chica en el suelo. Como siempre, al final todas la miraban con temor.
—Vuelve dentro! —bramó Raisa.

La chica se levantó y volvió al dormitorio. Raisa miro a su alrededor. Se sintió ridícula y


la ira volvió a dominarla.

No regresó al dormitorio hasta que sus fantasmas estuvieron de nuevo bajo control. La
joven se estaba vistiendo.

—Pensé que querrías estar sola —le dijo con delicadeza. Un nuevo relámpago estalló
en el cielo, seguido de trueno.

—Todavía no. Aún quiero follar. Ven aquí e inclínate. Raisa fue hacia ella y le desgarró
el vestido, con creciente rugido de la tormenta de fondo.

Carolyn despertó d golpe y se incorporó en la cama. Miró a su alrededor, sin saber


muy bien qué esperaba encontrar. Observó los relámpagos que destellaban tras las
ventanas. Se avecinaba tormenta. Aquello era lo que debía de haberla despertado,
racionalizó. Miró al otro lado de la cama, donde Matt dormía profundamente. Volvió a
echarse y se quedó mirando la oscuridad.

Odiaba despertarse así en mitad de la noche. Tenía la impresión de que la oscuridad


se burlaba de ella. La misma oscuridad que una vez había sido fresca y acogedora se
le antojaba ahora extraña y amenazadora.

Se levantó y salió del dormitorio, como hacía siempre que se despertaba en mitad de
la noche, lo cual le sucedía a menudo desde hacía años. Atravesó la casa a oscuras,
fue a ver a Simón y después a su hija Amanda. Tras asegurarse de que los dos niños
estaban bien y dormían plácidamente, se dirigió al salón y se sentó en el mullido sofá
blanco repleto de cojines. Fue como si se hundiera en él. Se rodeó con los brazos en
ademán protector.

De pronto la invadió una necesidad que conocía demasiado bien. Carolyn cerró los
ojos y echó la cabeza hacia atrás. Dolía mucho recordar, pero su condena era no ser
capaz de olvidar.

Raisa la había maldecido. Carolyn aún recordaba sus palabras y su mirada. La había
condenado a desear lo que nunca podría tener. Carolyn miró a su alrededor: estaba
rodeada de riqueza y opulencia. Matt tenía la necesidad de hacer alarde de su éxito a
todas horas. Aquella casa enorme no era más que otra pieza de exhibición para él, al
igual que su esposa y sus hijos.

Sus hijos estaban sanos y parecían felices, se dijo una y otra vez. La mayoría de las
mujeres matarían por ser como ella. A Matt le iba muy bien en la empresa. La clave
era que la mismísima dueña de Copeco lo favorecía. Sus colegas lo admiraban y
había escalado muchos puestos en la jerarquía de la empresa. Era uno de los chicos
de oro de Copeco.

Carolyn no había vuelto a ver a Raisa desde que se fue de Venezuela, diez años atrás.
Raisa había cumplido su palabra. Todo lo que le había prometido que pasaría había
pasado. Raisa no había intentado ponerse en contacto con ella o entrometerse en su
vida. Carolyn no había vuelto a oír su voz, ni siquiera la había visto en fotografía, y aun
así la sentía muy dentro de ella, incluso más que cuando eran amantes. La tenía bajo
la piel, la llevaba en la sangre. Raisa vivía en su mente y en sus sueños.

Desesperada, Carolyn miró a su alrededor una vez más. El fuerte viento abrió las
puertas de cristal e inundó la sala. El rugido y la pasión de la tormenta la envolvieron y
Carolyn dejó escapar un grito de dolor ante el vendaval. Cerró los ojos, pero sólo le
sirvió para sentir con más fuerza el hambre que la consumía por dentro. Ansiaba tocar,
sentir, saborear. Se moría de deseo, deseo, deseo..., un deseo sin límites.

—Raisa —le gritó a la noche.

Raisa se vio arrastrada por un torrente de placer y gritó. De repente se sentó en la


cama, en mitad de la noche. Estaba empapada en sudor. Se sentía saciada y fría al
mismo tiempo. Sólo en momentos como aquél se sentía viva de verdad, tras aquellos
sueños que no sabía bien si venían del cielo o del infierno. Sacudió la cabeza, llena de
frustración, y gritó otra vez. Se echó de nuevo y se quedó mirando el techo. Aún tenía
la respiración acelerada y trató de recuperar el aliento tras hacerle el amor al recuerdo
de una mujer que aún entonces, después de todos aquellos años, seguía
atormentándola.

Hacía ya casi diez años que había tocado a Carolyn por última vez. Desde entonces
se había follado a tantas mujeres que sus rostros se mezclaban y había perdido la
cuenta del número. Raisa fue consciente de que, al maldecir a Carolyn aquel día,
también se había condenado a sí misma. Sólo obtenía placer en sus sueños. Sólo en
sus sueños permitía que una mujer la tocara y la poseyera. Llevaba diez largos años
intentando no amar a Carolyn. Ya era suficiente, se dijo. Se sentó y se quedó nitrando
al vacío de su dormitorio. Estaba sola. Y por fin reconocía que lo estaba por decisión
propia.

Cuando Carolyn se despertó a la mañana siguiente, estaba entumecida. Se estiró, en


un intento de insuflar vida a un cuerpo que llevaba dormido demasiados años. Se
cubrió los ojos con la mano durante un instante, para protegerlos de la luz del sol, y
echó un vistazo a su alrededor. Había hojas esparcidas por toda la estancia. El suelo
de mármol estaba mojado bajo las puertas de cristal abiertas. Carolyn se levantó
despacio y salió al jardín, donde el sol brillaba cálidamente. Echó una mirada circular
al jardín y se sintió revigorizada. El rocío de la mañana lo cubría todo, los pájaros
cantaban y el iire estaba impregnado de olor a rosas.

—Hummn... —inspiró.

Cerró los ojos, reconfortada.

—Se acabó la noche. Ha llegado un nuevo día.

La anciana abrazó a Raisa, sin dejar de llorar, y ésta se sintió culpable y arrepentida.

—Siento que haya pasado tanto tiempo, Nona. —Le devolvió el abrazo a la anciana—.
He estado muy ocupada... Tendría que haber venido antes.
—Cuánto te puedes quedar esta vez? —le preguntó Nona, mirándola a los ojos.

—Unos días, sólo me puedo quedar unos días —repuso Raisa con tristeza, desviando
la mirada.

—Ven, vamos a sentarnos un rato a la sombra.

Raisa la siguió hasta la veranda y se sentó a su lado.

—Antonio ha comprado caballos nuevos. A lo mejor podrías ir a ver si te gusta alguno


—propuso Nona con, cautela.

—No, ya cogeré uno cualquiera cuando venga de visita. No es necesario que elija uno
concreto para mí.

—Raisa, tienes que perdonarte por lo de Furioso. Tienes que olvidarlo —le recomendó
cariñosamente.

Raisa se levantó de golpe y fue a apoyarse en la barandilla. Contempló el paisaje que


en el pasado 1e había proporcionado tanta alegría. En ese momentó, cayó en la
cuenta de que había perdido aquel sentimiento. En aquel lugar ya no se sentía en paz.

—Lo maté; Nona. Confiaba en mí y lo maté —dijo Raisa sin expresar ninguna
emoción.

—Raisa...

—Entre tú y yo siempre nos hemos dicho la verdad —Raisa se giró hacia ella—. Lo
maté.

Nona miró al suelo, incapaz de rebatir la verdad d aquellas palabras.

—En aquella época no eras tú misma.

—Eso no es excusa. Confiaba en mí, me quería y sin pensármelo dos veces, le quité
la vida, porque...

Raisa le dio la espalda a la anciana; no habría podía, continuar aunque hubiera


querido.

Nona levantó la vista.

—Si hablaras de ella, a lo mejor te sería más fácil librarte de tus fantasmas —le dijo
con delicadeza—. Raisa...

—No —la cortó ésta.

—Mi ángel...

—No quiero hablar de eso —replicó.

—Raisa, tienes que liberar toda esa rabia. Te está volviendo...

—¡Malvada! —Raisa se encaró con la anciana con expresión gélida.


—No, mi ángel, tú no eres malvada —le dijo Nona con tristeza.

—Eres la única que lo cree.

Raisa paseó por la veranda antes de volverse de nuevo. —Me estoy haciendo vieja,
Raisa. Quiero verte encontrar algo de paz, antes de dejar este mundo.

Raisa se le acercó al punto y se arrodilló frente a la anciana.

—Nona, ¿estás enferma?

La aludida sonrió y le acarició el rostro con cariño. —Enferma no, mi niña, sólo vieja.

Raisa apoyó la cabeza en su regazo y Nona no tardó en acariciarle los oscuros bucles.

—Te he echado de menos, mi niña —le susurró la anciana, con las mejillas
empapadas en lágrimas—. Has dejado que la rabia se acumule en tu interior
demasiado tiempo. Tu pasión por la vida se ha convertido en otra cosa.

—Eres lo único que tengo, Nona.

—Tienes que permitirte amar, Raisa. O un día desaparecerás. Mi ángel, yo no estaré


aquí siempre. Quiero que vuelvas a amar.

—No quiero amor. No lo necesito —dijo Raisa secamente, mientras se levantaba.

—jRaisa!

—No! La gente debería evitar ese tipo de sentimientos. ¿Acaso ya lo has olvidado?
¡No intentes convertirme en algo que no soy! ¡No te engañes!

—1Raisa! ¡La muerte de Andreas no fue culpa tuya —aseguró Nona.

—Tendría que haber estado allí. Lo único que é quería era vivir aquí, en su querido
Virago. Fue Copeco por mí, por lo que pasó cuando...

—Cuando se marchó Carolyn. ¿Por qué no dices su nombre y sigues adelante con tu
vida?

—¡Porque no puedo! Porque ella era mi vida porque.... Cuando se marchó todo lo
demás dejó de importar. —Raisa le dio la espalda, con los ojos lleno de lágrimas—.
Porque cuando se marchó deje de sentir nada. Monté a Furioso hasta reventarlo. Yo...
sólo pensaba en mí. Andreas vino a Copeco porque yo quise. Murió en aquella torre
porque yo lo envié allí.

A Raisa se le escapó un sollozo. Nona se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.
Raisa trató de liberarse pero finalmente se dejó abrazar por la anciana.

—Lo único que sé hacer es destruir, Nona. Todo lo que he querido, lo he destruido.

—Raisa se apartó y miro hacia el bosque—. Ya ni siquiera puedo sentir. No puedo o no


quiero... No lo sé.
Cerró los ojos y fue en ese instante cuando Nona y. el paso de los años reflejado en su
rostro.

—Mi ángel...

—Ni siquiera puedo estar aquí en Virago. —Andreas habría querido...

—No es por Andreas —la interrumpió Raisa. Después continuó en voz baja—: Es por
ella. ¿No lo ves, Nona?

Es ella y siempre ella. No he aprendido a vivir sin ella. Sencillamente existo.

—Entonces cambia tu destino.

—¿Qué? —Raisa se volvió y soltó una carcajada—. Nona, han pasado diez años. Es
demasiado tarde. —Cuando tu madre se fue...

—No quiero hablar de... —la interrumpió Raisa, sólo para ser interrumpida a su vez
por Nona.

—Vas a escucharme! Cuando tu madre se fue estaba dolida y enfadada, y sobre todo
asustada. Martín se parecía mucho a ti.

Nona la miraba con intensidad.

Raisa bajó los ojos.

—Debería haber ido tras ella. Aun entonces, lo quería. Habría vuelto. -

Raisa la miró, incrédula.

—¿Vuelto para qué? ¿Para tener que aguantar su rabia? ,!En un país que odiaba?
¿Por aquellos que la querían?

Raisa guardó silencio, sorprendida por lo que acababa de decir.

—Sí, por aquellos que la querían —confirmó Nona afectuosamente—. Ella os quería a
todos. El la apartó de tu lado porque ella le había hecho daño. Era la única capaz de
hacerlo y eso era más de lo que él podía admitir. —Nona se fijó en que Raisa la
escuchaba con atención

—. Adele habría vuelto. Pero los dos estaban demasiado asustados y eran demasiado
orgullosos.

Raisa la miró fijamente, con expresión interrogante. En sus ojos se reflejaba todo su
miedo e inseguridad.

—No cometas los mismos errores. Cambia tu destino, Raisa, o acabarás igual que
ellos. Para empezar, mañana Puedes elegir un caballo.

Raisa no le puso objeciones y Nona, animada por su silencio, continuó.

—Cabalga por Virago. Deja que tu tierra te devuelva la paz. Y abre esa habitación —
concluyó con tristeza—. Entra y no tengas miedo de recordar.
Nona le dio un beso en la mejilla y se marchó. Raisa contempló la espesura que se
extendía frente a ella, mientras se preguntaba si, quizá, debía intentar cambiar su
estrella.

Aquella noche, después de la cena, Raisa dio una vuelta por la casa. De algún modo,
acabó de pie ante las puertas de cristal que habían permanecido cerradas durante casi
diez años. Accionó el picaporte y la sorprendió comprobar que se abría con facilidad.
Abrió las puertas y entró en el dormitorio. Estaba limpio como una patena, si bien cada
detalle estaba exactamente como lo habían dejado aquella noche. El vestido que
había llevado estaba todavía sobre la silla. A Raisa le dio la impresión de que no
habían pasado más que unos pocos minutos desde la última vez que había estado allí.

Caminó hasta el tocador y rozó con los dedos el frasco de perfume que le había
regalado a Carolyn. Lo cogió, lo abrió y se acercó el pulverizador a la nariz. La
fragancia invadió sus sentidos y, por fin, Raisa pronunció el nombre que no soportaba
oír en voz alta.

—Carolyn... Carolyn...

De repente, todas las lágrimas que no había derramado durante aquellos años se
agolparon en sus ojos. —Carolyn.

Capítulo 20
Mamá... ¿Mamá?

Carolyn estaba sentada en su escritorio, mirando por la ventana.

—¿Mamá? —la llamó de nuevo Simón, mientras se le acercaba.

—Oh! Simón, perdona, cariño. Estaba distraída. Sonrió a su hijo y se acercó a darle un
beso en la mejilla—. ¿Cómo ha ido el colegio?

—Ah, como siempre. Mamá, ¿luego podrías llevarme al centro comercial? Necesito
algunas cosas.

—Qué le pasa a tu coche?

—Nada, a mi coche no le pasa nada. Pero había pensado que tú y yo podíamos ir a


comer y a lo mejor una peli o algo.

Carolyn sonrió.

—Habías pensado, ¿eh?

—Si, y a lo mejor también podríamos hacer algunas compras y tal... Pasar por un par
de tiendas. —Quieres ropa nueva, ¿no?
—Ah, venga, mamá —rió Simón al ser descubierto. —Muy bien, deja que hable con
tus abuelos a ver si Amanda puede quedarse a cenar con ellos.

—Vale. Voy a dejar las cosas arriba y nos vamos.

De acuerdo.

El centro comercial estaba a reventar de gente, como todo viernes por la tarde.
Carolyn y Simón hicieron algunas compras y se dirigieron a la zona de restaurantes.
Tras elegir diversos platos de establecimiento diferentes, se sentaron a disfrutar de su
comida antes de que empezara la película que madre e hijo habían decidido ver.

—¿Mamá?

—¿Qué, Simón?

Simón la miró con tristeza.

—Lo haces mucho, últimamente —dijo sin más. —Hago el qué, cielo?

—Es como si te fueras.

—¿De qué estás hablando? —rió Carolyn.

—Ya soy mayor, mamá —le dijo Simón.

Carolyn se lo quedó mirando, sin entender aún lo que intentaba decirle.

—Sabía lo que había entre vosotras —soltó de in proviso.

Simón bajó la mirada hacia el plato. Carolyn se había quedado- de piedra. Cuando el
chico volvió a levantar la vista, vislumbró la incertidumbre que se reflejaba en los ojos
de su madre.

—Siempre lo supe. —Volvió a pegar los ojos a la comida—. En aquella época había
muchas cosas que no entendía.

—Simón, no lo comprendo.

Carolyn no estaba del todo segura de a qué se refería su hijo ni de adónde quería ir a
parar con aquella conversación.

—Aquella noche —miró fugazmente a su madre antes de agachar la cabeza de nuevo


—, os oí a Raisa y a ti.

—¿Qué es lo que oíste? —preguntó Carolyn con voz trémula. -

—Lo oí todo. Y entonces llegó papá y pasó todo aquello... —Simón dejó colgada la
frase.

Carolyn entrelazó las manos sobre la mesa para que dejaran de temblar. Simón las
cubrió con sus propias manos. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Ahora entiendo las cosas mucho mejor, mamá —le dijo con amargura.
—Simón, no sé qué decirte. —Las lágrimas le rodaron mejillas abajo.

—Empezaste a abstraerte así cuando volvimos aquí. Carolyn lo estaba intentando,


pero seguía sin entender del todo lo que Simón quería decir.

—Es como si te quedaras mirando al vacío y te fueras. —Simón, lo siento —le dijo en
voz baja, con los ojos fijos en sus manos entrelazadas.

—No, el que lo siente soy yo, mamá.

—Cariño, tú... -

—Recuerdo que intentaste hablar conmigo cuando regresamos a Caracas. Te dije que,
si no nos íbamos y nos quedábamos allí con ella, me marcharía con papá. —Simón,
eras sólo un niño.

—Mamá, lo sabía, ¿vale? —Desvió la mirada, avergonzado—. Lo sabía, mamá. Sabía


que querías volver con ella. Lo sabía.

—Simón —lo interrumpió Carolyn cariñosamente de eso hace mucho tiempo. Tomé la
decisión correcta.

De repente, Simón parecía desesperado por hablar de aquello con su madre.

—A lo mejor puedes hablar con ella.

—No, ha pasado mucho tiempo. Y yo elegí marcharme. No fue por nada que tú dijeras.
No quiero que te sientas culpable por eso. Fue decisión mía, Simón, mía

—Mamá, sólo quiero que seas feliz. Sé que no lo eres Era un niño estúpido. En
aquella época había muchas cosas que no quería entender. —De nuevo, se veía
avergonzado—. Si lo que te hace feliz es estar con una murje es lo que quiero para ti.

—Oh, Simón, eso es muy dulce por tu parte. Perq cariño...

—Si quieres dejar a papá, iré contigo, mamá. Y Amanda también.

Aquellas palabras la sorprendieron.

—Sé que no eres feliz. Sé todo lo que ha pasado durante estos años. Y también sé lo
de Amanda. —Simón...

—No se lo diré nunca, lo juro —se apresuró a añadir.

—Simon, cariño. No sé qué es lo que crees que sabes, pero...

—Mamá, recuerdo oírte llorar mientras le contabas cómo te había violado.

Los ojos de su hijo se llenaron de pesar.

—Simón... —balbuceó, sin saber cómo contestarle. Sin saber cómo consolarlo.

—Sé lo de sus amantes. Sé que te trata como a una mierda.

—Simón...
—Quiero que seas feliz. Recuerdo cómo te reías cuando eras feliz.

—Simón... —repitió Carolyn, llorando a lágrima viva.

—Vamos a ver la película. —Le apretó las manos y le sonrió—. Podemos seguir
hablando luego. Sólo deseaba que supieras que quiero que seas feliz. Y que iré
contigo dondequiera que encuentres la felicidad, ¿de acuerdo?

Carolyn sonrió a su hijo.

—De acuerdo, Simón. ¿Pero tú cuándo te has hecho tan mayor? —le preguntó.

—No sé, mira, me pasó —repuso él. -

Madre e hijo rieron juntos.

Raisa se despertó tendida en el suelo. Se había quedado dormida regodeándose en el


dolor y la pena. Se levantó, se dirigió a la veranda abierta y contempló el sol que salía
en el horizonte. Echó un vistazo a Virago y trató de evocar la paz interior que solía
inspirarle. Habían cambiado tantas cosas. Andreas ya no estaba a su lado para
recordarle su humanidad y para creer en ella.

Se permitió pensar en Furioso. ¿Cómo había podido ser tan desconsiderada? Raisa
tomó aire. Quizá Carolyn tenía razón: en su interior había encerrada demasiada
violencia. Había matado al animal sin pensárselo dos veces. Lo único que sabía es
que Carolyn se marchaba aquel día y que tenía que llegar al avión antes de que
despegara con ella dentro. Había matado al noble y bello animal. No había pensado
más que en sus propios deseos. Raisa sacudió la cabeza para librarse de la
culpabilidad que la atormentaba desde entonces.

Y después estaba Andreas. Raisa era responsable de mucho dolor. En ese momento,
reconoció su naturaleza violenta y la aceptó. No volvería a negar quién era, lo que era.
A veces, como cuando estaba con Carolyn, había querido negar esa parte de sí
misma. Otras veces, Dios sabe que había luchado contra ella con todas sus fuerzas.
Andreas también lo había sabido. Y en otras ocasiones, había permitido que su
humanidad desapareciera por completo para ganar a toda costa.

Como con Copeco y todo lo que había sucedido diez años atrás.

Se había repetido una y otra vez que todas y cada una de aquellas muertes estaba
justificada. Pero no había sentido ninguna alegría por su éxito. ¿Cuántos habían tenido
que morir para que ella acumulara más riqueza de la que cualquier persona podría
necesitar o desear? Raisa había sentido la necesidad de poseerlo todo, como si
creyera que, si lograba acumular el poder suficiente, el resto de sus deseos se
desvanecerían por arte de magia. Pero no había sido así. Poco a poco, el frío la había
atenazado por dentro y la había dejado vacía.

Raisa contempló el paisaje y rezó en silencio por una señal, algún tipo de chispa que
indicara que seguía viva. La avergonzaba admitir que ya ni siquiera lloraba a Andreas.
Los únicos momentos en los que sentía algo era al recordar a Carolyn. Y ese algo no
era otra cosa que dolor y más dolor. Había perdido la capacidad de sentir nada que no
fuera dolor.
156

La vida se había convertido en una cuestión de porcentajes. ¿Cuánto podía perderse


para ganar más? ¿Cuántas personas eran prescindibles para que la empresa
prosperase? Todo era cosa de matemáticas. Nada era real. La vida carecía de sentido.
¿Qué sentido podía tener? No le quedaba nada que perder.

Capítulo 21
Como siempre, Copeco celebraba su reunión anual en Dallas. Todos los ejecutivos
asistían a un congreso que duraba toda la semana. También se aprovechaba la
ocasión para anunciar las relocalizaciones de determinadas áreas y acordar traslados.
La novedad de aquella edición era que la presidenta de Copeco tenía previsto asistir a
la cena de gala. Cuando Matt llegó a las oficinas aquella mañana, la noticia corría de
boca en boca.

—jA qué viene tanto alboroto, Claire?

Matt se apoyó en la mesa de la mujer con una sonrisa radiante. Llevaba cuatro
meses intentando que Claire saliera con él.

—Se ha pasado un memorando a todos los directivos en el que se comunica que


la señora Andieta asistirá a la cena de gala de este año. Lo tienes encima de la mesa.

Matt se metió en el despacho a toda prisa y echó un vistazo al memorando que había
sobre la mesa. Raisa iba a venir. Sabía que un día u otro tenía que ocurrir. Se repitió
una y otra vez que debía conservar la calma.

—Matt, ¿tú sabías que vendría? —le preguntó Claire a su espalda.

—Naturalmente, pero no podía decir nada. -----Matt se volvió con una sonrisa
confiada.

—Sabes cuándo llegará?

—Lo siento, Claire. De verdad que no puedo decírtelo. Raisa es una persona muy
celosa de su intimidad.

—Oh, claro. ¿Me la presentarás? —preguntó Claire. Se había tragado todas y cada
una de sus palabras.

—Si te hace ilusión, sí, claro que lo haré —le sonrió maliciosamente.

—dY a quién se supone que me vas a presentar? —Una voz en la puerta hizo que los
dos se volvieran.

—¿Puedo ayudarla? —Claire se dirigió hacia la mujer de cabello oscuro que se había
plantado en la entrada.

—Claire! —Matt la retuvo del brazo—. Esta es la señora Raisa Andieta.


Claire, totalmente sorprendida empezó a tartamudear.

—Oh, señora Andieta, es un placer conocerla por fin. He leído artículos sobre usted en
el Money Magazine y el del mes pasado en Fortune 500. Es un placer conocerla...—
parloteó, sin dejar de estrecharle la mano.

—Sí, ya lo veo —dijo Raisa, con seriedad.

Raisa miró a Matt, y éste enseguida intervino. —Claire, suéltale la mano ya.

Claire se ruborizó.

—Oh, lo siento. Matt me ha hablado mucho de usted, —Ah, sí?

—Los labios de Raisa se curvaron en una sonrisa sardónica—. Todo bueno, espero,
¿eh, Matt? —Claro, claro —rió él.

Raisa notó que el hombre había empezado a sudar.

—Ahora, si no le importa, querría hablar unos minutos con el señor Stenbet —dijo
Raisa.

Entró en el despacho y se sentó en la silla de Matt. Incómoda, Claire miró a su jefe


antes de salir de la habitación y cerrar la puerta.

—Por favor, siéntate —susurró Raisa.

Matt obedeció sin decir esta boca es mía.

—Tengo intención de asistir a la gala de este año para anunciar los ascensos y todo
eso. Voy a hacer algunos cambios en la dirección y quiero hablar con todos los
ejecutivos. En persona. Por supuesto, cuento con tu consejo y orientación.

Aliviado, Matt suspiró internamente. Raisa le había proporcionado una manera de


salvar la cara. Matt asintió en muestra de aceptación. Su pacto seguía intacto.

—Amanda! ¡No puedes hacer siempre lo que te dé la gana así por las buenas! —riñó
Carolyn a su hija, conteiiiendo el enfado en su voz.

—¡La señora Wasneski es idiota! —La niña volvió la cara ante su madre, en actitud
desafiante.

—Amanda!

—Pero es que lo es, mamá! No hace más que hablar y hablar de cosas ridículas. Le
hice una pregunta de verdad y me llamó insolente sólo porque no sabía cómo
contestarme. Sé que fue por eso —espetó la niña.

—Amanda, cielo, no puedes seguir comportándote así. Ya sé que la Historia es una


asignatura que te gusta mucho, pero a veces tienes que centrarte en lo que se espera
n la clase y poner más de tu parte —trató de razonar Carolyn.
—Creía que el colegio era para aprender —insistió Amanda, haciendo un mohín.

Sí, el colegio es para aprender. Pero también para aprender a convivir con las demás
personas. No puedes estar siempre desafiando a la gente, Mandy..., la mayoría te la
intentará devolver.

—Humm.

—Tienes que aprender que hay cosas que no son aceptables. Y punto. Sé que eres
una niña muy inteligente, lo sé. Tu profesora lo sabe. Pero eso no te da derecho a
burlarte de los demás.

—No me burlo, mamá —dijo Amanda, algo avergonzada.

—Hay que tener cuidado con lo que decimos, cariño. A veces las palabras hacen
mucho daño.

La niña miró por la ventanilla del coche y reflexionó sobre las palabras de su madre.

—Cuando alguien te dice cosas feas significa que no le gustas?

—Sí.

La niña se quedó mirando a su madre y después volvió a mirar por la ventanilla sin
decir una palabra.

Raisa entró en la sala de juntas, donde se hallaba presente la dirección de Copeco en


Dallas al completo. Los informó con detalle de cómo esperaba que transcurriera el
congreso de Copeco, que estaba al llegar. Raisa había cambiado el programa sin
previo aviso, pero nadie protestó. Sabían que contradecir a Raisa Andieta no era una
buena idea, pues su carácter y sus represalias eran legendarios.

Todos salieron de la sala con cara de pocos amigos Sin comerlo ni beberlo, iban a
tener que planear un congreso nuevo en sólo dos días. Matt era el único que se había
librado. La diferencia de clases les había quedado clara desde buen principio, dada su
presencia y el hecho de que Raisa contara con él. Todos sabían que era su mano
derecha.

Cuando se quedaron a solas, Matt le hizo el ofrecimiento que más temía hacer.

—Señora Andieta, si no tiene planes para esta noche, me encantaría invitarla a cenar.

—¿En tu casa? —preguntó ella al punto.

—Sí, si lo desea, claro —añadió él enseguida. Lo había cogido a contrapié.

—Gracias, pero no. Mi viaje será corto y tengo asuntos urgentes que atender en
Europa.

Le mandó retirarse con una sola mirada. Matt se levantó y salió, lanzando un suspiro
de alivio.

El día siguiente no fue mucho más sencillo para Carolyn. Despertó con una inquietud
que no sentía desde hacía tiempo. Por la tarde, los niños volvieron a casa y corrieron
escaleras arriba antes de que pudiera verlos. Carolyn los siguió con un nudo en el
estómago.

—Mamá, no es tan malo como parece —le dijo Simón en cuanto Carolyn entró en la
habitación.

—Dios mío, —Carolyn dio un respindo.

El me pegó primero! —exclamó Amanda.

Carolyn miró a Simón y éste miró hacia otra parte.

—Amanda, tienes un ojo morado! ¿Qué ha pasado? -preguntó Carolyn, mientras


trataba de ver bien la herida de su hija.

—Jarred es un gilipollas. Siempre está con que si los niños son mucho mejores que
las niñas.

—¡Le dije que era una niña!

—Amanda!

—Me fue a dar un puñetazo pero falló, así que le pegué yo —dijo con orgullo.

—Y cómo has acabado con un ojo morado?

—Dos amigos suyos se metieron.

—Pero...

Sonó el teléfono y Carolyn fue a descolgar, tras indicar a sus hijos que esperasen.

—Sí?

Hubo un momento de silencio.

—Sí, señora Wasneski, ahora mismo estaba hablando con ella... No, eso no lo sabía...
Por supuesto que hablaré con ella... Sí... Mañana a las nueve está bien...

Gracias por llamar.

Carolyn se encaró con su hija.

—Oh oh, creo que lo sabe, Mandy —dijo Simón entre dientes.

—¿Qué has hecho en la sala de informática?

Aquella noche, los cuatro miembros de la familia se sentaron a cenar a la mesa. Como
era habitual, comieron en silencio.

—¿Qué te ha pasado en el ojo?

Matt parecía irritado, como también era habitual. —Me he peleado en el colegio —
respondió Amanda.
Matt miró a Carolyn.

—Tenernos una reunión mañana a las nueve en el colegio. Quieren que vayamos los
dos.

—No puedo.

—Matt, es importante.

—No puedo, en la oficina se ha montado una buena. Raisa Andieta asistirá al


congreso y a la cena de gala de este año y ha cambiado todo el programa en el último
imomento.

—Raisa está aquí? —preguntó Carolyn, antes de que pudiera contenerse.

—Sí, llegó ayer. Y con su delicadeza habitual se ha propuesto volvernos a todos locos
—dijo Matt secamente.

Dejó su servilleta sobre la mesa, se levantó y salió del comedor. Carolyn se levantó
también y lo siguió al salón principal.

—Matt, de verdad, me gustaría que lo arreglaras para venir a la reunión conmigo.


Amanda está descontrolada. Quiero que participes en esto!

Fue la irritación de Carolyn lo que finalmente captó la atención de Matt.

—Carolyn, los niños son cosa tuya, ya lo sabes —se exasperó.

—No para de meterse en líos, Matt. No sé qué hacer iii cómo razonar con ella. A lo
mejor si tú...

—Ah, no. No me vas a hacer sentir culpable.

—No es mi intención. Pero es nuestra hija. Tenemos que hacer un esfuerzo para
entender por qué se comporta así antes de que vaya a peor. Se mete en peleas, da
guerra en clase. Matt, necesito que me ayudes. —Yo sabría tratarla si fuera un niño.

—¿Cómo? Como a Simón? —Carolyn se enfadó de verdad—. ¡Si no le haces ni caso!

—Se parece más a ti que a mí!

—dY Amanda qué? ¿Con ella qué excusa tienes? —Si no supiera que es una
tontería...

—Qué? Qué?

—Estás de broma, no?

—¿De qué estás hablando, Matt? —preguntó Carolyn, con frustración.

—Amanda! ¡Si fuera posible diría que es la bastarda de Raisa Andieta!

Carolyn se lo quedó mirando con incredulidad. Nunca habían hablado de aquello en


voz alta. Palideció visiblemente.
—¿Crees que no sé sumar dos y dos? ¡Lo único que le falta a esa zorra es tener polla!
—rugió.

—No la necesita, Matt.

Dicho aquello, Carolyn salió de la habitación dejando a Matt con un palmo de narices.

Al salir de la estancia, Carolyn se encontró frente a frente con sus hijos, que la
miraban horrorizados. Carolyn deseó que se la tragara la tierra en aquel mismo
instante.

—Mami? ¿Por qué papi no me quiere?

Carolyn se arrodilló delante de su hija y fue para abrazarla, pero la niña se apartó.

—¿Quién es Raisa Andieta?

Carolyn se quedó mirándola fijamente, incapaz de contestarle.

—Mandy —Simón se agachó junto a su hermana y le habló con cariño—, ya sabes


que a veces papá dice tonterías.

—Ha dicho que era su bastarda!

—No, cariño, no ha dicho eso —negó Carolyn, alargando la mano hacia ella.

—No lo entiendo! —chilló Amanda.

Amanda echó a correr y Simón corrió tras ella. A Carolyn se le cayó el alma a los pies.
Inspiró hondo para tranquilizarse y se dispuso a seguir a sus hijos, para comprobar el
daño que se había hecho.

En ese momento, Matt salió de la habitación. —¿Qué es todo este escándalo?

—Amanda nos ha oído discutir. Ha oído lo que has dicho.

—Bueno, tengo mucho trabajo que hacer esta noche para el congreso, así que haz
que se esté callada, C'arolyn.

Para Carolyn, aquello fue la gota que colmó el vaso. —Arrogante hijo de puta!

Intentó abofetearlo, pero Matt la agarró del brazo y la apartó de un empujón.

—Como siempre, te pones demasiado sentimental —se limitó a decir, mientras se


alisaba la chaqueta.

—¿Es que no te importan nada, Matt? ¿Tan ciega

estaba? ¿Siempre has sido un cabrón insensible?

De pie, cara a cara, los dos se miraron a los ojos. Matt apartó la vista primero.

—Siento que nos haya oído.


Se metió en su despacho sin mirar atrás y cerró la puerta. Carolyn alzó una mano
temblorosa y se la llevó a la cara. Estaba acalorada. Se volvió y fue en busca de
Simón y Amanda.

Capítulo 22
Durante el congreso, Matt averiguó que al año siguiente quedaría vacante un puesto
directivo en Europa. Recordaba que Raisa había mencionado que tenía asuntos
urgentes que atender en Europa. Si jugaba bien sus cartas, el anhelado puesto podía
ser suyo.

—Matt!

Matt se volvió. El director general de la torre 54, Harry Pentak, se le había acercado.

—Hola, Harry —lo saludó, mientras Te estrechaba la mano.

—Te has enterado? —le susurró Harry.

—¿De qué?

—La mayoría de directores generales te apoyarán si te presentas para el puesto. Te


recuerdo que soy el presidente de la asociación.

—Gracias, Harry —le dijo Matt con una gran sonrisa—. Nunca olvido a los amigos.

—Sé que cuidas de los tuyos, Matt. Sólo quería que supieras que te apoyaremos si
necesitas un empujón extra.

—Gracias, Harry. Yo mismo tengo un as en la manga.

—Ya sé que se supone que eres íntimo de la Señora Hielo en persona, pero si los
demás...

—Hay algo que aprendí hace mucho tiempo. Lo que ella dice va a misa. Ninguno de
esos gilipollas se atreverá a contradecirla —rió Matt a carcajadas.

El último día del congreso fue largo y tedioso, y todos estaban impacientes por que
llegara la gala. La flor y nata de Dallas asistió, ataviada con sus mejores galas. Todo el
que era alguien en el negocio del petróleo trabajaba para Copeco.

Raisa se acomodó en su asiento y observó a los hombres, que vestían esmoquin,


botas y sombreros de vaquero. Las mujeres, por su parte, llevaban vestidos
estrafalarios e iban enjoyadas de la cabeza a los pies. Raisa pronunció su discurso y
entregó los premios y las menciones especiales, sin dejar de peinar la sala con la
mirada, esperando... esperando, aunque no quisiera admitir a quién.
Por fin localizó a Matt, que llegó solo. Enseguida se vio rodeado de hombres y
mujeres. Carolyn no venía con él.

Raisa decidió que estaba cansada. La fiesta podía continuar sin ella. Se despidió del
gobernador y abandonó la gala, acompañada de sus dos guardaespaldas.

Matt había llegado tarde. Se suponía que tenía que haber estado allí para realizar
algunas de las presentaciones con ella. Su osadía tenía nombre. Raisa sintió renacer
la profunda antipatía que le tenía y, mientras le daba vueltas a aquellos pensamientos,
entró en el ascensor privado que la llevaría al ático.

Al llegar a su planta, se encontró con una escena de lo más extraña. Un joven intentó
acercársele, pero uno de los guardaespaldas le impidió el paso y lo tiró al suelo.

—Qué diablos está pasando aquí? —exigió saber Raisa.

—Lo pillamos intentando colarse en sus habitaciones, señora Andieta. Nosotros nos
ocuparemos de él —repuso uno de los guardias de seguridad de la planta.

—Espere! ¡Raisa! Soy Simón —gritó el chico, con la cara contra la moqueta.

—Soltadlo! ¡Ahora mismo!

Lo soltaron y Simón, se levantó poco a poco. Raisa se encontró frente a frente con un
hombrecito hecho y derecho. Ya no era el niño que recordaba. Incluso era más alto
que ella. Escrutó su rostro y se detuvo en sus ojos.

—Tienes los ojos de tu madre.

—Sí —dijo él, con una ligera sonrisa.

—Estás bien? ¿Te han hecho daño? —le preguntó Raisa, mientras le echaba un
vistazo.

—Lo siento, señora Andieta, pero él...

Raisa cortó al guardia de inmediato.

—¿No te parece bastante tirar a un chico al suelo, que encima vas a darme excusas?

—No, señora, eso no es lo que...

—Bien. Ahora ve a hacer tu trabajo. ¿Cómo has llegado hasta aquí arriba? —le
preguntó a Simón.

Éste le contestó con una nota de orgullo.

—Subí con el ascensor de servicio —sonrió.

Raisa no pudo evitar sonreírle a su vez.


—Entra, Simón. —Lo guió hasta la sala principal del ático—. ¿Te apetece algo de
beber?

—No, no, gracias —negó con la cabeza mientras se paseaba por la habitación—.
Caramba, menudo sitio. —Fue hasta la cristalera bajo la cual se extendía Dallas—. Y
qué vista

—Sí.

Raisa lo observó mientras se paseaba por la habitación. Su mente no dejaba de


repetirle que tenía allí con ella a una parte de Carolyn. Raisa se sentó en el sofá y
cruzó las piernas.

—¿Qué haces aquí, Simón? —le preguntó.

El chico fue a sentarse en una silla cerca de Raisa. Parecía que le estaba resultando
difícil encontrar las palabras.

—Tu madre te ha pedido que vinieras?

—No! —Levantó la cabeza de golpe—. Ella no sabe que estoy aquí.

Raisa aguardó a que el chico hablara. Simón inspiró profundamente y, a continuación,


las palabras le salieron a borbotones.

—Mi madre no es feliz. Sé que una vez la quisiste. Las cosas entre mi padre y ella
nunca fueron del todo bien, pero creía que... Sé que ella te abandonó y volvió aquí por
culpa mía.

—Simón...

El chico no la dejó hablar.

—Sé que vosotras dos estabais... —Miró al suelo. Raisa no dijo nada—. Sé que ella
te quería. En aquel entonces no lo entendía. Pero era tan feliz.., lo que quiero saber es
si todavía la quieres.

Raisa no esperaba algo así. Se levantó y caminó hasta la cristalera. Dándole la


espalda a Simón, le habló con delicadeza.

—De eso hace mucho tiempo, Simon. —Mi padre no se la merece.

—Ella lo eligió a él.

—Le dije que, si se quedaba, yo no me quedaría con ella.

Raisa se volvió hacia Simón, cuyo joven rostro estaba teñido de vergüenza.

—Ella quería quedarse.

Raisa respiró hondo antes de hablar. Aquella noche iba de sorpresa en sorpresa.

—Ha pasado mucho tiempo, Simón. Las dos éramos jóvenes. Fue hace diez años.
—Sé que ella todavía te quiere.

—Simón, me parece que no deberíamos estar hablando así de tu madre —interpuso


Raisa, tratando de alejarse de Simón.

—Si tú la quieres...

—No siempre basta con eso.

Simón la observó en silencio. Ella empezó a sentirse incómoda bajo su examen.

—Yo quiero a mi madre. El no. Ahora sé que nunca la ha querido. No sé si quiere a


alguien que no sea él mismo. Día a día le quita un pedacito más de sí misma. Un día..,
acabará por desaparecer. Por lo menos yo peleo por ella. Amanda sencillamente
pelea. Creía que el amor verdadero nunca muere.

Raisa lo miró con la respiración contenida. El se le acercó y la besó suavemente en la


mejilla.

—Esto es por haber sido tan buena conmigo cuando estuvimos en Virago. Nunca te di
las gracias.

Simón se dio media vuelta y abandonó la estancia.

Raisa volvió junto a la pared de cristal y contempló las luces de la ciudad, mientras el
reflejo del cristal ahumado capturaba la lágrima que se deslizaba lentamente por su
mejilla.

Al día siguiente, Raisa hizo el equipaje y se subió a un avión con pasaje de primera
clase, de regreso a Venezuela. Se iba a casa. Europa tendría que esperar.

En ese momento sonó el móvil.

—Oigo?

Raisa palideció visiblemente.

—Quiero un jet con el depósito lleno y listo para mí en el aeropuerto.

Empezaron a temblarle las manos. Su vida estaba a punto de volver al punto de


partida.

Llegó a Virago y corrió escaleras arriba. No era necesario que nadie le explicara la
gravedad de la situación: la veía en sus caras. Raisa fue directamente a la habitación
de Nona.

—Nona! —exclamó, arrodillándose junto a la cama. —Te estaba esperando. Sabía que
vendrías.

Raisa vio que los ojos de la anciana estaban apagados y ni siquiera su sonrisa era tan
vivaz como antes.

—Has sido muy mala. Tendría que enfadarme contigo —le susurró Raisa.
—No, no te enfades, mi ángel, no quería preocuparte.

Cada palabra parecía costarle horrores. Raisa le sonrió y le cogió la mano. Entonces
se dio cuenta de lo delicada y frágil que parecía la mano de la anciana entre las suyas.
Miró a Nona, sin poder evitar que el miedo se le reflejara en sus ojos.

—Debes luchar por ser feliz. Sé que hay mucho amor en tu interior, mi ángel.

Nona extendió la mano y acarició con ternura el rostro de la niña que tanto amaba.
Había querido a Raisa tanto como a la hija que había perdido tiempo atrás e iba a
hacer todo lo que estuviera en sus manos para que la niña de su corazón hallara la
felicidad.

—Tú eres lo único que necesito. —Raisa apenas podía hablar, ya que estaba
deshecha en llanto.

—Elige un caballo por mí y móntalo. Abre tu corazón. Lo tienes, aunque trates de


ocultarlo. Y es fuerte. Es bueno.

—Nona...

—Saldrás adelante y lo harás por mí. —Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas
—. Te quise desde el primer momento en que te vi. Llorabas con todas tus fuerzas. Sé
quién eres. Mi pequeña luchadora, fuerte y valiente. Es lo que sabes hacer mejor: has
luchado durante toda tu vida. Ahora debes luchar por tu felicidad.

—No te vayas. Por favor, quédate conmigo —sollozó Raisa, con la frente apoyada en
la mano de la anciana.

Nona le acarició el pelo con cariño, como siempre hacía.

—Estaré siempre contigo. Mi ángel, el amor nunca muere. Recuérdalo: el amor


nunca muere.

Con el rostro apoyado sobre la mano de la anciana, Raisa no pudo contener las
lágrimas. De repente notó que Nona dejaba de acariciarle el pelo. Y en ese momento
lo supo.

Sin levantar la cabeza, Raisa se estremeció de dolor y sollozó con desconsuelo.


Capítulo 23
Al parecer, aquel embotamiento de los sentidos le iba como un guante: Ya hacía tres
semanas que habían enterrado a Nona; Raisa todavía iba de luto. Sin embargo, a
diferencia de otras ocasiones, no había huido: aquella vez se había quedado. Y cada
día salía a pasear por la hacienda.

Todos los criados de siempre, que sabían lo mucho que había querido a la anciana, la
miraban con compasión. Veían el dolor que reflejaban sus ojos, pese a que ella creía
que lo tenía mejor escondido. Le dirigían palabras amables e incluso le preparaban
sus platos favoritos por iniciativa propia, pero, aun así, la mayoría de las veces la
comida volvía a la cocina casi sin tocar.

Raisa había perdido peso, aunque a ojos de los extraños lo máximo que se
evidenciaba era que sus facciones se habían vuelto más afiladas. Ahora bien, ¿qué
sabían los extraños? Si supieran que la mujer más temida y poderosa del país lloraba
cada noche hasta quedarse dormida. O que dormía sentada en una silla, porque no
podía soportar el recuerdo de la mujer que amaba y con la que había compartido aquel
lecho.

Fuera como fuera, Raisa se había quedado en Virago y por alguna razón volvía a su
antiguo dormitorio noche tras noche.

Un día, mientras paseaba, cayó en la cuenta de que todo lo que había amado de
verdad había estado en Virago. Lo que la había hecho como era, lo que le había
hecho daño, lo que le había importado. Todo había estado en Virago. Miró a su
alrededor y, casi de inmediato, fue como si el frondoso verdor en torno a ella cobrara
vida. Como antaño, un soplo de brisa le acarició la piel hambrienta. Inspiró el dulce
aroma de la tierra bajo sus pies y volvió a sentir su llamada. Cerró los ojos, anegados
en lágrimas, y al volver a abrirlos se vio invadida por un anhelo que ya no podía negar.
Había estado pidiendo una señal, pero no había sido capaz de verla hasta el momento
en que la tierra de la que emanaba su energía vital se lo dejó claro. Era muy sencillo.
El amor nunca muere.

Raisa echó un nuevo vistazo a su alrrededor y corrió hacia los establos.

—Tomás?

—Estoy aquí.

—Bien, ¿esos son los caballos nuevos?

—Sí.

—Ven —ordenó.

El ranchero la siguió. Raisa se apoyó en la valla y observó a los caballos que jugaban
y correteaban arriba y abajo. Al cabo de unos minutos lo vio. Era un zaino de mirada
aguda. El caballo tenía un aire de arrogancia y un carácter que Raisa apreció de
inmediato. Lo señaló.

—Separa a esa yegua de los demás y ponla en mis establos. Encarga una placa para
ponerle el nombre.

Tomás sonrió.

—Y qué nombre quiere que le ponga?

Raisa lo miró con una sonrisa triste y repuso: —Esperanza.

El nombre parecía apropiado. Tras echar un último vistazo al caballo regresó a la casa
principal.

Raisa llegó al Aeropuerto Internacional de Dallas cuatro días después. Lo había


arreglado todo para que hubiera un coche esperándola. Tras pasar por los controles
de aduanas, la limusina la llevó al ático donde se alojaba siempre que iba a la ciudad.
Era una de las numerosas propiedades de Copeco. En cuestión de horas, se había
asegurado de ponerse en contacto con su despacho en Caracas para ordenar que
todas las cuestiones importantes se le refirieran a Dallas.

Aquella noche, Raisa contempló las luces de la ciudad desde la pared de cristal del
ático, respiró hondo y se fue a la cama. Mientras apoyaba la cabeza en la almohada y
cerraba los ojos, en su mente había un único pensamiento: «Mañana».

—No sé por qué no la lleva el chófer y ya está —dijo Matt con una nota de
exasperación.

—Me gusta llevarla al colegio, Matt.

--- Y no se te ha ocurrido nunca que está demasiado mimada? A lo mejor es por eso
por lo que le dan esas rabietas.

—¿Sabes? Un día dirás algo inteligente y yo me lo perderé —le dijo Carolyn.

Cogió las llaves y salió de casa con el café a medio beber. Amanda acababa de entrar
en el coche. Carolyn abrió la puerta del lado del conductor y subió al vehículo.

—¿Lista, cariño?

—Sí —gruñó Amanda, sin despegar los ojos de la ventana.

Carolyn observó a su hija. En los últimos días, Amanda había dejado de mirarla a los
ojos. Estaba perdiéndola poco a poco y, aunque era consciente de ello, no sabía cómo
remediarlo. Carolyn le acarició el cabello oscuro y la niña se volvió para mirar a su
madre. Por un instante, sus ojos relucieron llenos de temor.

—Amanda...

—Llegaremos tarde, mamá —dijo ésta, antes de volver a girar la cabeza hacia la
ventana.
—Amanda, ¿qué te pasa, cielo? Si no me lo cuentas no puedo ayudarte —razonó
Carolyn en voz baja. —No me pasa nada, mamá.

—Me duele, Amanda. —Su voz de tembló y la niña se volvió hacia ella—. Me duele
que no puedas confiar en mí.

—Si te pregunto una cosa, ¿me dirás la verdad? —preguntó Amanda, estudiando a
Carolyn con intensidad.

Carolyn se tomó un segundo para pensar y después miró a su hija y asintió.

—¿Eres mi verdadera madre? Carolyn puso cara de sorpresa.

—Sí, claro que lo soy.

—No me parezco ni a ti ni a papá.

—Te pareces a la familia de mi padre, cielo. Ellos tienen el pelo oscuro y los ojos
azules, como tú. —Acarició la suave mejilla de su hija con ternura—. Eres mía, mi
preciosa niñita.

Durante largos instantes, Amanda la miró con intensidad, como si pretendiera


atravesarla, hasta que al fin Carolyn notó un cambio en su expresión, lo que denotaba
que la había creído.

—Te puedo preguntar una cosa más?

—Sí.

—Quién es Raisa Andieta?

Carolyn no titubeó a la hora de responder. —Alguien que conocí hace mucho tiempo.

—A papá no le gustaba, ¿verdad?

—No —contestó Carolyn amargamente.

—De acuerdo.

Carolyn dejó a Amanda en el colegio y se dispuso a hacer los recados de rutina. Era
lunes y los lunes iba a comprar flores frescas y después se tomaba un café en su
cafetería favorita, junto a la floristería. Al salir de la floristería se detuvo en seco.

—Hola —la saludó Raisa con cariño—. ¿Te ayudo con eso?

—Eh, ah... —balbuceó Carolyn, haciendo equilibrios con el ramo.

—Espera, tú aguanta ésas y yo te cojo éstas. —Raisa le cogió parte de las flores—.
¿Tienes el coche cerca?

—Sí, está aparcado aquí mismo —respondió Carolyn, confusa.


Las dos mujeres caminaron en silencio hasta el coche. Carolyn abrió la puerta y dejó
las flores en el asiento trasero. Al volverse hacia Raisa, se sintió de nuevo
transportada al pasado. Raisa le sonrió.

—He oído que en esa cafetería de ahí hacen un café muy bueno. —Señaló el
establecimiento al que Carolyn se dirigía originalmente.

—Sí..., sí que es verdad —contestó ésta.

Carolyn se sentía incómoda, como una niña nerviosa. —te apetece que vayamos? —le
preguntó Raisa. Carolyn lo pensó durante un segundo y respondió: —Sí.

Caminaron hombro con hombro, sin atreverse a decir nada por miedo a decir lo que no
debían. Raisa le abrió la puerta y Carolyn entró. Se dirigieron automáticamente a la
mesa habitual de Carolyn. Esta sonrió para sí: los capuchinos estaban deliciosos.
Finalmente, fue Carolyn la que rompió el silencio.

—Cuánto tiempo llevas en Dallas?

—Unos cuantos días, nada más.

—Matt no me ha dicho nada —Carolyn desvió la mirada.

—Matt no lo sabe.

Carolyn miró a Raisa y ésta bebió un sorbo de café. —Está bueno?

—Sí. —Raisa la miró a los ojos y le sonrió. Carolyn le devolvió la sonrisa.

—Te quedarás mucho tiempo?

—No estoy segura.

Carolyn sabía cuándo Raisa estaba siendo evasiva, así que decidió cambiar de tema.

—Cómo está Andreas?

La expresión de Raisa se tocó de pesar casi de inmediato.

—Murió hace ocho años —respondió, con los ojos pegados a la taza de café.

Carolyn le cogió las manos. Raisa levantó la vista y Carolyn vislumbró las lágrimas que
se agolpaban tras aquellos ojos que eran el reflejo de su alma.

—Lo siento —le dijo, con sincero pesar—. Lo siento mucho.

Raisa bajó la mirada a sus manos entrelazadas y empezó a acariciarle la mano a


Carolyn.

«Algo tan simple—, se dijo Raisa— y, aun así, tan reconfortante. Sólo con que me coja
la mano.»

—El amor nunca muere —dijo Raisa en voz alta. —No, no muere —contestó Carolyn.
Volvieron a mirarse a los ojos—. ¿Cómo ocurrió?
Raisa retiró las manos y se removió, nerviosa. Carolyn echó de menos su calor en
cuanto Raisa la soltó y, de repente, vio mucho de Raisa en Amanda. El retraimiento y
la tensión, el nerviosismo y las emociones a flor de piel.

—En una torre —explicó Raisa, con los ojos puestos en la ventana.

—Lo siento —repitió Carolyn.

—No tendría que haber estado allí —continuó Raisa, sin mirarla.

—Me alegro de haber llegado a conocerlo. Andreas era un hombre muy especial.

—Sí, sí que lo era. —Raisa se interrumpió un segundo, antes de retomar su tono


distante—. Tenía un hijo.

—Estaba casado? - Carolyn sonrió.

—No, no lo estaba.

No parecía que fuera a darle más explicaciones, por lo que Carolyn no dijo nada, hasta
que Raisa la miró a los Ojos.

—La madre se quedó con su dinero y los abandonó a su hijo y a él —dijo con rencor
—. Una parte de él murió entonces. Yo maté el resto.

Carolyn se quedó mirando a Raisa fijamente y notó cómo renacía en ella la rabia de
antaño.

—Raisa...

Carolyn no pudo evitar que su corazón se estremeciera ante el dolor que sentía la
hermosa mujer que tenía, delante. Un dolor que, por mucho que se esforzase por
contener, no lograba disimular.

—Lo siento, tengo prisa. Me ha gustado volver a verte —se despidió Raisa.

Se levantó con un gesto rápido y se fue. Carolyn la vio alejarse sin decir nada.

Carolyn condujo sin rumbo durante el resto del día, dominada por un torrente de
emociones. En cierta manera, Raisa le había devuelto parte de su juventud de un vigor
que creía olvidados. Por supuesto, también le había despertado otros recuerdos. Y,
junto con las cosas buenas, también estaban las malas. Una vez más, Carolyn había
sufrido en carne propia la melancolía de Raisa y su incapacidad para enfrentarse a...
De repente Carolyn lo vio claro. Raisa no huía del amor. Nunca lo había hecho. Raisa
siempre había luchado por el amor lo había disfrutado. De lo que Raisa huía era de ser
amada. Ser amada la asustaba, porque la enfrentaba con la posibilidad de hacerle
daño a alguien que le importaba. A su manera, Raisa creía que, si nadie la quería
nadie podría hacerle daño.

Carolyn detuvo el coche frente a la puerta del garaje y echó la cabeza hacia atrás. Al
fin comprendía la verdad después de tanto tiempo. Raisa tenía miedo de ella.
Carolyn siempre había malinterpretado su bravuconería y su pasión como agresividad.
No obstante, no se trataba de eso. Era más bien una necesidad de aferrarse a lo que
deseaba, a lo que para ella tenía valor. Siempre se había tratado de su miedo a la
pérdida. Raisa había perdido todo lo que había amado. Gracias a Dios, aún le
quedaba Nona, se dijo Carolyn. De lo contrario, por lo que sabía de aquella
apasionada mujer, no quería ni imaginarse el dolor que estaría soportando.

Cuando Carolyn entró en casa, se encontró con un verdadero campo de batalla.

—No le hables así! —gritaba Simón.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Carolyn al entrar en la sala.

—Tu hija ha vuelto a hacer una de las suyas! —gritó Matt.

Amanda estaba sentada en una silla, con los ojos pegados al suelo.

_¿Qué ha pasado? —preguntó de nuevo Carolyn. —Se ha peleado otra vez —


contestó Simón.

—A lo mejor a partir de ahora tendrás que comprarle sólo pantalones, ya que parece
que es incapaz de comportarse 'como una jovencita decente! —bramó Matt.

—Matt!

—¿Dónde estabas? He estado toda la tarde llamándote. ¡He tenido que salir de una
reunión para ir a recogerla al colegio!

—Amanda, ¿estás bien? —le preguntó Carolyn a su hija, que seguía sin decir nada.

—Claro que está bien. Ella puede con todos. ¡Se ha vuelto un verdadero chicarrón!

—Cállate, Matt —espetó Carolyn.

—¡No te atrevas a hablarme así!

Matt avanzó hacia ella, amenazador, pero Simón se interpuso.

—Si le pones la mano encima a mi madre, te mataré! —¿Quién coño te has creído que
eres? —se enfureció Matt, zarandeando a Simón con dureza.

—¡Suéltalo, Matt! ¡No lo toques!

Carolyn agarró del brazo a su marido para obligarlo a soltar a Simón. Amanda se
levantó de un salto y empezó a pegar a su padre. Le dio un puñetazo tras otro.
Carolyn la apartó y la abrazó con fuerza, hasta que se le pasó el arrebato. Las dos
acabaron en el suelo y Amanda rompió a llorar en brazos de su madre.

Matt se limitó a mirarlas en silencio. Simón se sentó y ocultó el rostro ente las manos.
Carolyn le acariciaba el pelo a su hija, mientras la arrullaba.

—No pasa nada, mi niña. Todo va a salir bien.


Matt salió de la casa dando un portazo. Carolyn levantó la vista y se le llenaron los
ojos de lágrimas al ver, el dolor reflejado en la mirada de su hijo. Simón se acercó a
ella y se sentó a su lado.

Matt irrumpió en su despacho como un vendaval. —Claire!

Claire acudió al punto.

—Sí, Matt, estoy aquí.

—¿Qué es esto?

—Cambios de personal, acaban de llegar.

—dY quién los ha aprobado?

—Yo —intervino Raisa desde el umbral—. ¿Sueles llegar a la oficina pasadas las dos
de la tarde o es q hoy es un día especial?

Claire deseó que se la tragara la tierra; Matt se removió, incómodo.

—Ha habido un problema en el colegio con mi hija. Raisa titubeó.

—¿Está bien?

—Parece que le gusta meterse en líos —repuso él desdeñosamente.

—¿Así que tiene carácter?

—Tendrá que aprender —replicó él, desafiante. Raisa no se inmutó y añadió, mientras
se alejaba: —Algunas no aprendemos nunca.

—Zorra —murmuró Matt, entre dientes.

Claire buscó a Raisa con la mirada, temerosa de que hubiera oído a Matt, y al
comprobar que la mujer seguía andando dejó escapar un suspiro de alivio.

—Matt...

—Claire, ¿sabes por qué está aquí?

—Tienes el memorando en tu escritorio. Está haciendo limpieza en la dirección. Ha


ocupado el despacho grande de la planta once.

—Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó Matt.

Agarró un vaso que había encima del escritorio y lo tiró contra la pared. Claire se
quedó horrorizada. A continuación, Matt se sentó en su escritorio y giró la silla para
mirar por la ventana.Claire salió del despacho y cerró la puerta haciendo el menor
ruido posible.

Aquella tarde, Matt se dirigió a la planta once. Raisa lo había mandado llamar.
—Adelante, Matt —le dijo Raisa, sin despegar los Ojos de los documentos que tenía
delante.

Matt se sentó con cara de pocos amigos. Ella levantó la vista. ¡¡¡hablar con Olga!!!

Quieres la dirección en Europa?

Matt había acudido esperando una discusión y no que le ofrecieran un regalo. Se


quedó mirando a Raisa con la boca abierta.

—Debo tomarme tu silencio como un sí? —preguntó ella con aire aburrido, mientras
volvía a enfrascarse en los papeles.

—¡Sí! Raisa, no sé qué decir. Nunca me habría esperado...

—No se lo digas a nadie todavía. Dame una semana. —Lo miró de nuevo.

—Por supuesto, lo entiendo. Gracias, Raisa.

Estaba tan satisfecho que lo único que le faltaba era menear el rabo.

—Bien, pues dalo por hecho. Ahora tengo trabajo, Matt. Hablaremos luego.

Raisa había dado por finalizada la conversación. Matt se levantó y abandonó el


despacho dando saltos de alegría.

Capítulo 24

Copeco patrocinaba diversos acontecimientos sociales en Dallas. En aquella ocasión,


se había organizado una exhibición de equitación. A Raisa le encantaba tomar parte
en ese tipo de eventos. Aquél en particular era una competición no oficial para niños
de entre ocho y diez años, donde se les daba la oportunidad de demostrar su destreza
en la monta y en el salto.

Desde su llegada, Raisa había echado el ojo a varios jinetes que le habían parecido
muy buenos. Antes de que empezara la siguiente ronda, decidió bajar al paddock para
conocer en persona a algunos de los jóvenes competidores y a sus caballos.

A todos los jinetes se les asignaba un número para competir. Siempre se había hecho
así, para evitar favoritismos. Raisa se había quedado con la actuación del número
nueve. Cuando localizó al jinete que llevaba el número a la espalda, se le acercó con
naturalidad.

—Hola —saludó Raisa.

—Hola.
—Lo has hecho muy bien hoy —alabó Raisa.

—Gracias, pero casi le doy al último obstáculo en el último salto —repuso el jinete,
mientras se quitaba el casco. Inmediatamente, una sedosa melena oscura le cayó
sobre los hombros.

—Tendrías que cogerte una coleta —le aconsejó Raisa a la niña.

—Ya, lo sé, pero así sudo más.

—Yo también lo llevaba suelto —admitió Raisa con una sonrisa.

Amanda miró a la mujer, intrigada.

Tú montas?

—Bueno, he hecho mis pinitos. Me llevé unos cuantos premios a cambio de los
chichones y cardenales —dijo Raisa, con una sonrisa radiante.

—Y podrías darme algunos consejos sobre el último salto?

—Bueno, de hecho, sí...

Las dos compararon sus notas entre risas. Simón, que estaba de camino al paddock,
las vio y se paró en seco. Con una sonrisa, dio media vuelta y se fue hacia otro lado.

Carolyn se sentó en las gradas justo cuando los jinetes empezaban a salir en el orden
de participación. El número nueve emergió de las puertas con entusiasmo.

Carolyn notó enseguida la diferencia de postura: era como si Amanda hubiera cobrado
vida a lomos del caballo. Se arriesgaba más en su rutina e imprimía más velocidad a
los saltos. Carolyn supo instintivamente que algo había cambiado.

En el último salto, Amanda apenas logró mantenerse en la silla y, en cuanto el animal


completó el salto, la joven jinete cayó al suelo.

Carolyn echó a correr de inmediato. Varias personas más habían saltado las vallas y
se apresuraban hacia la arena para atender a la jinete. Raisa, que había estado
observándola de cerca, fue la primera en llegar junto a la niña.

—Eh, pequeña, estás bien?

Raisa la tocó en el hombro con delicadeza. Amanda se volvió e intentó sentarse.

—Sí, creo que sí.

A continuación dos comisarios de pista llegaron y enseguida apareció Carolyn, que se


arrodilló junto a su hija.

—Mandy, cariño, no te muevas —Carolyn temblaba visiblemente—. Vamos a esperar


al médico.

—Respira hondo. Te duele algo? —le preguntó Raisa, mientras le palpaba las
extremidades.
Amanda negó con la cabeza.

—Creo que está bien. Sólo se ha quedado sin respiración, eso es todo.

Carolyn volvió la cabeza hacia la voz y fue entonces cuando se dio cuenta de que
Raisa estaba a su lado.

—Sí, mamá, estoy bien. Ha sido sólo un segundo, pero ya me puedo mover —afirmó
la niña con valentía.

—El médico está en camino —informó uno de los comisarios.

—Está bien —aseguró Raisa.

—¡Eso no lo sabes! —se exaltó Carolyn.

—Carolyn, tranquilízate —le dijo Raisa en voz baja. —No! ¡Es mi hija y tú no eres
médico!

----Mamá, estoy bien! —exclamó Amanda.

La niña trató de levantarse, cada vez más agitada y agresiva. El médico llegó y
empezó a examinarla. —Dejadme en paz! —chilló Amanda.

—Amanda! —la reprendió Carolyn.

Raisa se irguió en toda su estatura.

—Amanda, levántate.

Todos levantaron la vista ante la voz imperiosa de Raisa. Amanda dejó de forcejear y
se levantó.

—Tu rutina era buena, pero en el último salto perdiste el control del caballo porque no
estabas concentrada.

Amanda asintió, sombría.

—Trabajaremos en ello —Raisa le puso la mano en el hombro—. Ahora deja que el


doctor te examine y después ve a ocuparte de tu caballo. Es responsabilidad tuya.

La niña se volvió hacia el médico en silencio. Carolyn se debatía entre el asombro y el


enfado. Fueron todos juntos al centro médico y, por fin, cuando el médico aseguró que
la niña estaba bien, Carolyn pudo respirar con tranquilidad.

Amanda fue a buscar a Astro, su caballo. Al acercarse, Carolyn y ella vieron a Raisa
cepillando al animal. Raisa las vio llegar e imaginó lo que le esperaba.

—¡Le dijiste que cambiara su rutina! —arremetió Carolyn sin perder un segundo—.
¡Cómo has podido!

¡Podría haberse matado!

—No, es una buena jinete. Y fuerte también —se defendió Raisa.


—Mamá...

—Apareces aquí y haces y deshaces como te sale de las narices, ¿verdad? Nunca te
paras a pensar en las consecuencias —la acusó Carolyn.

—Mamá...

—Le dije que fuera ella misma. ¡Uno no puede esconder quién es, Carolyn! —
contraatacó Raisa.

—¿Cómo te atreves a decirme cómo tengo que tratar a mi hija?

—Mamá...

—¡La estabas avergonzando ahí fuera! —Idiota presuntuosa!

—Nunca la habría dejado moverse si hubiera pensado que se había hecho daño! —
replicó Raisa.

—Y tú siempre tienes razón, ¿no? —espetó Carolyn. —Carolyn, la estás ahogando!

—Y qué sabrás tú de ser madre! Raisa retrocedió un par de pasos.

—Tienes razón. No sé nada sobre madres —dijo Raisa en voz baja.

Carolyn sintió de inmediato el efecto que habían tenido sus palabras.

—Mamá, estoy bien —afirmó Amanda, mientras le rodeaba la cintura con los brazos.

Carolyn miró hacia abajo y acarició la oscura cabecita de su hija. Raisa las contempló
como hipnotizada.

Entonces Carolyn se arrodilló ante Amanda y le acarició la suave piel de la mejilla.

—Te quiero, Amanda. Si te pasara algo, me moriría. —Las lágrimas empezaron a


rodarle mejillas abajo—.

Quiero que seas fuerte y valiente, pero tienes que tener cuidado, porque hay gente
que te quiere.

Carolyn se incorporó y Amanda se lanzó a sus brazos.

Entonces miró los ojos azules de Raisa y los halló llenos de aquella ternura que tan
bien conocía.

—Raisa, yo...

—No debería haber cambiado la rutina sin consultarlo con sus padres, contigo, en este
caso. No sabía que era tu hija —le dijo, con una sonrisa triste.

Alargó la mano para acariciarle el pelo a la niña, pero cambió de idea en el último
momento y la retiró. A Carolyn no se le pasó por alto el gesto.

—Es preciosa —afirmó Raisa.


Las dos mujeres se miraron a los ojos. Amanda se apartó de su madre y observó a
Raisa con curiosidad. —Tú eres Raisa Andieta?

La atención de ambas mujeres se volvió hacia la niña. —Se supone que soy como tú
—dijo Amanda con seriedad, sin despegar los ojos de los de Raisa. Raisa miró a
Carolyn de reojo.

—A mi padre no le gustas —añadío Amanda. —No, no le gusto —asintió Raisa con


sinceridad. Amanda la estudió durante unos instantes.

—Yo tampoco le gusto mucho.

El corazón de Carolyn se rompió en mil pedazos. Estaba a punto de decir algo, cuando
Raisa se arrodilló delante de la niña.

—A veces, la gente no nos entiende —le dijo con dulzura.

Raisa sonrió y Amanda asintió en señal de acuerdo. Raisa alargó la mano y le puso un
mechón de pelo detrás de la oreja.

—Yo solía... tu madre también tenía un mechón muy rebelde, como el tuyo.

Raisa se levantó y miró a Carolyn a los ojos. Amanda le cogió una mano a cada una y
las dos mujeres miraron a la niña y se miraron entre ellas. Finalmente, Carolyn sonrió
a su hija.

—¿Qué tal un helado?

Amanda asintió con una gran sonrisa y miró a Raisa. —Pequeña, ¿has probado
alguna vez el helado de mango?

—No.—Pues entonces tengo una sorpresa para ti.

Raisa y Amanda echaron a andar juntas. Carolyn rió y corrió para alcanzarlas.

Capítulo 25
—¡Eh! ¿Dónde os habíais metido? —preguntó Simon aquella noche al entrar en la
salita de estar—. Os buscamos después de la competición.

—¿Cómo están George y Tim? —se interesó Carolyn, levantando la vista del libro que
leía.

—Bien, hemos arrasado. Ese juego nuevo es increíble. —Simon se sentó y se dirigió a
Amanda—. ¿Qué, enana? ¿Cómo te fue en la competición?

—Me caí, pero he aprendido mucho —dijo Amanda, con seriedad.

Matt, que estaba leyendo el periódico, lo bajó en ese momento.

—¿Sí? ¿Te hiciste daño?


—No, sólo me quedé sin aire.

—Guay —exclamó Simon—. Fui a verte, pero estabas ocupada hablando con Raisa,
así que... —Simon miró a Matt y se mordió la lengua, demasiado tarde.

—jRaisa estaba en la competición? —le preguntó Matt a Carolyn directamente.

—Fuimos a comer helado de mango —intervino Amanda.

—Fuiste a tomarte un helado con ella? —inquirió Matt, exasperado.

—Mamá y yo.

Simon miró a su madre, consciente de su nerviosismo.

—Por qué no me lo habías dicho? —Matt, exaltado, se puso en pie y se encaró con
Carolyn.

—Y a mí me cae bien —añadió Amanda, con insolencia.

—Tú, a tu habitación —Matt señaló la puerta.

—Matt! ¿Se puede saber qué te pasa?

—Me cae muy bien! ¡Me cae mejor que tú! —le soltó Amanda.

Matt se puso furioso.

—Fuera!

Amanda se levantó y salió de la sala dando un portazo.

—Pero qué te pasa ahora? —preguntó Carolyn, incrédula.

—Simon, vete de aquí! —gruñó Matt.

—No! —se negó este.

—Simon, cariño, por favor. Tengo que hablar con tu padre —intervino Carolyn, para
alejar a Simon de la ira de Matt.

Simon miró a sus padres alternativamente hasta que, al final, se levantó y salió de la
habitación.

_¿Qué has estado haciendo con Raisa y con mi hija? —Ahora de repente es tu hija?
—replicó Carolyn sin arredrarse.

—¡No esperes que está vez me quede sentado mirando mientras se te folla!

—Matt! Eres repugnante. —Carolyn sacudió la cabeza y se volvió, dispuesta a irse.

—¡Me das asco!

Carolyn se giró y lo miró a la cara.


—El sentimiento es mutuo —le dijo antes de salir. Aquella noche, algo más tarde, Matt
le dijo que estaría fuera dos días. Carolyn dejó escapar un suspiro de alivio. A decir
verdad, cuando le oyó cerrar la puerta al marcharse, fue como si le quitaran un peso
de encima.

Carolyn entró en casa a toda prisa, cargada de bolsas, y las dejó sobre el mármol para
contestar al teléfono.

—Hola.

Se hizo el silencio.

—Me gustaría... Necesito verte —soltó Raisa de repente.

—Por qué no vienes a comer? —la invitó Carolyn, nerviosa.

—De acuerdo —Raisa parecía desilusionada. —jTienes mi dirección?

—Sí.

—Entonces te espero. —¿Ahora?

—Sí.

Carolyn oyó la señal de línea y colgó el teléfono.

Cuando estuvieron por fin cara a cara fue como si el tiempo se hubiera detenido.
Perdidas en los ojos de la otra, Carolyn y Raisa se sentían como suspendidas en un
sueño.

—Te gusta la sopa de tomate?

—No la he probado nunca.

Raisa se le acercó, paso a paso, mientras Carolyn seguía hablando.

—Bueno, está rica y calentita. También te estaba haciendo un bocadi...

Los labios de Raisa la silenciaron de golpe y el ardor que había permanecido dormido
durante tanto tiempo se convirtió en un fuego abrasador, que ni las convenciones
sociales ni los prejuicios fueron capaces de sofocar. Carolyn se aferró a la melena
negra de Raisa y echó la cabeza hacia atrás, mientras Raisa le besaba el cuello.

Raisa exploró, hambrienta, la piel que tanto placer le había dado y deslizó una mano
bajo la blusa de Carolyn en busca de su pecho. Al hallarlo, gimió de placer y aquel
sonido le llegó al alma a Carolyn, que gimió a su vez y buscó sus labios de nuevo.

—Mamá, estoy en casa.

Raisa y Carolyn se apartaron de un salto. Cuando Simon entró, notó la tensión que
reinaba entre las mujeres, de pie la una enfrente de la otra, separadas apenas por
unos centímetros.

—Lo siento —musitó, sin estar del todo seguro de por qué se disculpaba.
Carolyn se dio la vuelta y se alisó el pelo y la ropa. Raisa fue hacia Simon y le extendió
la mano, para darle a Carolyn un momento para recomponerse.

—Hola, Simon.

—Hola —le sonrió él, mirándolas a ambas.

—Tu madre me ha invitado a comer —explicó, algo apurada. Ni siquiera se atrevía a


mirar al chico a los ojos.

Carolyn se volvió y los observó a los dos con asombro.

—Simon, ésta es Raisa.

—Hola —Simon exageró el saludo—. Ya sé quién es,mamá —añadió con una sonrisa
—. A Amanda le gustas —le dijo a Raisa.

—A mí también me gusta ella. —Raisa le devolvió una sonrisa radiante de felicidad.

Atónita, Carolyn no pudo más que asistir a la conversación entre su hijo y Raisa.

—¿Es sopa de tomate lo que se huele?

—Según tu madre, sí.

La sonrisa de Raisa se ensanchó al mirar a Carolyn, que le devolvió la mirada y negó


con la cabeza, mientras soltaba una carcajada.

—Vosotros dos, seguidme a la cocina.

Pasó entre ellos y Simon y Raisa la siguieron entre risas.

Capítulo 26
—Estaba todo buenísimo. Gracias por invitarme —dijo Raisa.

Se levantó de la mesa. Carolyn la imitó.

—¿Has venido en taxi?

—De hecho, sí —repuso Raisa con una sonrisa, mirando a Carolyn a los ojos con
intensidad.

—Simon te puede llevar a casa —ofreció Carolyn, sin romper el contacto visual.

Simon sonrió al contemplarlas a las dos y decidió intervenir.

—Mamá, puedo ir a recoger a Amanda y podemos pedir algo de comer, si queréis


pasar un poco más de tiempo poniéndoos al día.

Raisa le sonrió y Simon le devolvió la sonrisa. Carolyn no daba crédito a sus ojos.
—Por qué tengo la impresión de que os habíais puesto de acuerdo?

—Nosotros? —preguntaron Simon y Raisa al unísono.

Los tres se echaron a reír.

—Muy bien, te llevaré al hotel —accedió Carolyn al fin—. Simon, nada de McDonald's,
¿de acuerdo? —Oh, mamá.

Raisa la tocó en el brazo y le sonrió, suplicante. —Muy bien, Simon, Sólo por esta vez.

—Sí! Te debo una —le dijo Simon a Raisa.

—Yo a ti muchas —le sonrió ella.

Carolyn subió al ático con Raisa. Aunque ella no se lo había pedido, era algo que se
sobreentendía. Volvían a ser capaces de comunicarse en silencio y los mensajes
mudos se sucedían entre la una y la otra a una velocidad de vértigo.

—Cuándo vuelves a Venezuela? —quiso saber Carolyn al sentarse en el sofá, con la


mirada baja.

—No hay prisa, nadie me espera —dijo Raisa, simplemente.

—Claro que sí. Está el hijo de Andreas y también Nona —se indignó Carolyn.

—Antonio está en un internado suizo y Nona... murió hace cuatro semanas.

Raisa se levantó del sofá y se dirigió hacia la pared de cristal. Carolyn asimiló aquellas
palabras con amargura: Nona estaba muerta.

De repente, Raisa sintió que la abrazaban por detrás. Dudó un instante antes de
dejarse llevar por el amor. Se fundió entre los brazos que la sujetaban y se dejó
confortar porque a Raisa le fallaban las piernas. Las dos se sentaron en el sue1oy se
abrazaron con fuerza. Raisa rompió a llorar desconsoladamente, mientras Carolyn la
estrechaba entre sus brazos. Echó la cabeza hacia atrás, su cabello oscuro cayó
sobre el hombro de Carolyn, y dejó escapar los sollozos más desgarrados que Carolyn
le había oído nunca proferir a otro ser humano. Por fin Raisa le había abierto las
puertas de su corazón para compartir su debilidad y su dolor. La mujer que amaba se
convirtió al mismo tiempo en niña y en adulta, y el dolor que había guardado en su
interior durante tanto tiempo se derramó en cada lágrima y en cada sollozo que hacía
estremecer su cuerpo.

La sala, antes bañada por la luz del sol, se había sumido en la oscuridad. Carolyn
seguía sosteniendo a Raisa contra su pecho. Esta se había dormido en sus brazos
hacía un rato.

Carolyn se dio cuenta de que las señales habían estado ahí, a la vista de cualquiera
que tuviera ojos y se tomara la molestia de fijarse en ellas. Raisa parecía más
apagada, más frágil y, efectivamente, más vulnerable. Estaba sufriendo por dentro y
en aquella ocasión no tenía ninguna red de seguridad que frenara su caída. Carolyn la
estrechó con más fuerza y Raisa empezó a moverse. Trató de sentarse y miró a su
alrrededor, desorientada. Cuando sus ojos hallaron los de Carolyn, se le llenaron de
lágrimas y volvió a refugiarse entre sus brazos.

—No te vayas, Cara. Por favor, no te vayas.

—No me iré —la tranquilizó Carolyn—. Ven, deja que cuide de ti.

Carolyn se levantó y le tendió la mano. Raisa levantó los ojos y la cogió sin dudar ni un
instante.

Carolyn abrió el grifo de la ducha y ayudó a Raisa a desnudarse. Después la ayudó a


meterse en la ducha y, justo cuando iba a cerrar la puerta, Raisa la cogió del brazo.

—¿No te irás?

—No, ahora vuelvo —le aseguró Carolyn.

Carolyn telefoneó a Simon y le dijo que probablemente llegaría tarde. El le aseguró


que todo iba bien y que se tomara todo el tiempo que necesitara. Carolyn sonrió al
colgar el teléfono. Simon era una caja de sorpresas. De alguna manera, sabía que él
había tenido algo que ver con el giro que había dado su vida.

Raisa no oyó la puerta de la ducha al abrirse. Tan sólo notó aquellos cálidos y
familiares brazos, que la rodeaban una vez más, y se echó hacia atrás para refugiarse
en ellos.

Carolyn le frotó el cuerpo amorosamente y después le lavó el pelo. La secó y la llevó a


la cama. Raisa le permitió ocuparse de todo, como siempre había querido hacer. Pero,
en lugar de alegrarse por ello, a Carolyn la apenaba sobremanera ver a Raisa con el
corazón destrozado.

Carolyn le quitó el albornoz y la metió en la cama. Raisa le tendió una mano,


suplicante. Carolyn se quitó su propio albornoz y se metió en la cama con ella. Era
consciente de que Raisa necesitaba más que una conexión sexual: la necesitaba para
sobrevivir. Carolyn la rodeó con sus brazos y la acarició hasta que se durmió. Ya
dormida, siguió acariciándola.

Raisa se despertó de golpe en mitad de la noche, con un grito de terror. Carolyn la


tranquilizó y la trajo de vuelta al mundo, con sus abrazos y sus caricias. Raisa se
refugió entre sus brazos y contempló el rostro de la mujer que la había atormentado en
sueños durante tantos años de soledad. Alargó la mano para tocarle la cara y Carolyn
le besó los dedos antes de que los retirara. Se inclinó y la besó con ternura. Raisa
abrió los labios para recibirla.

Carolyn la atrajo hacia sí con más fuerza y Raisa se fundió en su abrazo. Hicieron el
amor lentamente, sin prisas; se amaron con ternura, prodigándose caricias, dando
más que recibiendo. Se amaron ente lágrimas y sonrisas, entre besos y promesas de
rendición y de gloriosa unión. Las dos mujeres dieron y tomaron la una de la otra. Y, en
algún momento de la noche, hallaron al fin algo que habían perdido hacía demasiado
tiempo.
Capítulo 27
Carolyn entró en su jardín de madrugada. Había dejado a Raisa en la cama, dormida.
Se pasó los dedos por el pelo cuando una conocida sensación de agotamiento hizo
presa de su corazón. Ya no podía seguir negándose que necesitaba a Raisa. Ya había
huido una vez y no volvería a hacerlo. No sólo eso. En aquel momento le apremiaba la
urgencia: la única manera de demostrarle a una persona que la quieres es gritarlo a
los cuatro vientos, sin importarte quién te oiga.

Carolyn entró en la casa, se sentó en el sofá y esperó pacientemente a que la mañana


llegara en todo su esplendor. Simon se levantó temprano y la encontró así: sentada en
silencio. Se le acercó con cautela.

—Mamá? ¿Estás bien?

—Ven, siéntate aquí conmigo. —Dio una palmadita al sofá, a su lado—. La quiero.

—Ya lo sé.

—Amanda?

—No le importará —le aseguró Simon—. Creo que Raisa y Amanda se harán bien la
una a la otra. Carolyn contempló a su hijo con asombro.

—Tengo que haber hecho algo muy bueno para merecerte —le dijo mientras le
acariciaba el rostro.

—Lo has hecho, mamá. Me has querido. Me tocaba demostrarte que yo también te
quiero.

Carolyn no pudo contener las lágrimas y éstas se deslizaron por sus mejillas mientras
abrazaba a su hijo.

—Sabía que habías tenido algo que ver en esto —rió, entre lágrimas.

—Yo no hice nada, mamá. Ella volvió por sí sola —le aseguró él.

Carolyn entró en el edificio de Copeco con paso firme. Su determinación se reflejaba


en cada paso que daba. Pasó por delante de los mostradores de las secretarias sin
titubear y se fue derecha a la planta once. Allí, la última de las secretarias le lanzó una
mirada de sorpresa cuando pasó por su lado sin más y entró en la sala de juntas.
Había llamado antes y la habían informado de que Raisa estaba reunida.

Carolyn entró directamente y todos los presentes volvieron la cabeza hacia ella.
Casualmente Matt también estaba sentado a la mesa. Quizás hubiera sido más
prudente esperar, pero llevaba esperando diez años y ya había tenido bastante.

Raisa se levantó, expectante. Carolyn tomó aire.


—Hace diez años me hiciste una proposición, o al menos ibas a hacérmela. ¿Sigue en
pie?

—Carolyn! —exclamó Matt, incorporándose. —Sí —repuso simplemente Raisa.

En aquel momento, para ambas mujeres, lo único que existía en el mundo era la otra.

—Carolyn, éste no es momento ni lugar. —Matt se veía especialmente agitado,


consciente de las miradas de los asistentes a la junta.

Carolyn y Raisa seguían la una frente a la otra, como si no hubiera nadie más en la
habitación.

—No debí huir —admitió Carolyn, en voz baja. —Debí haber ido a buscarte —
respondió Raisa, presta.

Los demás presentes no emitieron sonido alguno. Tan sólo se miraban los unos a los
otros y luego miraron a Matt, claramente apurados.

—Aún tengo miedo —confesó Carolyn.

—Lo sé.

—¿Todavía me deseas?

—Dios mío, Carolyn, nunca he dejado de hacerlo. Los ojos de Raisa reflejaban su
sinceridad. Carolyn la creyó.

—No tengo por qué...—empezó Matt, mientras dejaba los papeles sobre la mesa con
brusquedad.

Estaba a punto de marcharse cuando Raisa lo detuvo de un grito.

—Siéntate!

Matt vaciló un segundo, pero luego obedeció. —Los demás, todos fuera. ¡Ahora!

Los miembros de la junta se apresuraron a salir. Cuando hubieron abandonado la sala,


Raisa volvió toda su atención hacia Matt. Abrió su maletín y le pasó una carpeta.

—Échale un vistazo. Creo que estoy siendo muy generosa. —Raisa le lanzó una
mirada asesina—. Si por mí fuera, te mataría y punto. Pero seguramente Carolyn no
apreciaría ese tipo de comportamiento y, para bien o para mal, eres el padre de Simon
y de Amanda. Pero no me tientes, Matt. ¡No me tientes!

Raisa miró a Carolyn a los ojos de nuevo. En ese momento, Carolyn no estaba del
todo segura de si Raisa estaba siendo sarcástica o absolutamente honesta. Matt
parecía creerse su amenaza. Raisa volvió a dirigirse a él.

—Firma este documento y tendrás el puesto con todo el lote.

Sacó otro documento del maletín y se lo puso delante. —¿Qué estoy firmando?
—¿Acaso importa?

Matt echó un vistazo a la carpeta y sonrió, complacido. Después examinó el


documento que tenía que firmar.

—No voy a... —empezó.

—O todo o nada —espetó Raisa—. No es negociable.

—No renunciaré ni a mi hijo ni a mi hija —afirmó indignado—. Simon es mayor y sé


que querrá quedarse con ella, pero lucharé por la custodia de Amanda en los
tribunales y ganaré.

—Cinco millones más —ofreció Raisa, sin pestañear. Carolyn empezó a encontrarse
mal y miró alternativamente a uno y a otro.

—Siete.

—Hecho. Firma —exigió Raisa, señalando los papeles.

Matt los firmó y se acercó a Carolyn.

—¡Ni una palabra! —le advirtió Raisa—. Una palabra y se acabará mi paciencia. Y con
ella, tu vida.

Matt se volvió y la miró con desdén.

—Me ha escogidoa mí. —Raisa saboreó las palabras—. Dile una sola palabra, una
sola, y me dará igual cuánto me suplique. Nada podrá salvarte. Porque, Matt, esta vez
te juro que te mataré.

Matt guardó silencio. Finalmente se dio media vuelta y salió de la sala.

—Y esos documentos? —preguntó Carolyn en voz baja. -

—Los hice redactar para que te dejara libre.

—Estabas muy segura de ti misma —afirmó Carolyn.

—No estaba segura, pero tenía esperanzas —contestó Raisa con gravedad—. He
vivido de esperanzas toda la vida. Esta vez he luchado por mi felicidad.

Miró a Carolyn fijamente. Las nubes de tormenta se desvanecieron de sus hermosos


ojos azules y lo único que Carolyn vio en ellos fue amor. En ese momento, recordó las
palabras de Nona y sonrió.

—Me esfuerzo, Cara mía —le aseguró Raisa, procurando tranquilizarla.

—Ya lo veo —le sonrió Carolyn.

Se acercaron la una a la otra, despacio. A pocos pasos de Carolyn, Raisa tomó aire.

—Te lo preguntaré otra vez.


Raisa dio un paso más, hasta que lo único que hubo entre ellas fue su aliento. Carolyn
sonrió y esperó a oír la pregunta.

—Serás mía para siempre jamás? —Sí.

La distancia entre ambas se cerró y los labios de las dos amantes se unieron al fin,
para siempre.

FIN

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