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Menciones especiales
A mis cuatro amorcitos:
Para J., cuyo amor no flaquea nunca y cuya llegada a mi vida fue el mayor de los
regalos. Tú, cariño mío, haces que mi corazón lata a lo largo de los años fríos y
solitarios. Me has enseñado lo mucho que soy capaz de amar a otro ser humano. Tu
mano siempre ha estado sobre la mía, al igual que mi amor te pertenecerá siempre.
Para C. Todos mis recuerdos de ti están llenos de amor y belleza. Un día, cuando no
seamos más que nubes doradas empujadas por el viento, volveré a tu lado. Mi
corazón aún te llora,, mi precioso niño. Una parte de mí se fue al cielo contigo. No
olvides la música que te di para que te llevaras contigo hasta que por fin volvamos a
estar juntos.
Para L. Con tu llegada me ensenaste que los milagros existen. Llenas mi vida de
magia y esperanza. Me has llegado al corazón de tantas maneras, cariño mío. Vivo
una vida plena gracias a ti. La belleza de tu alma nunca deja de asombrarme.
Para A. Eres toda una bendición en mi vida. Te llevo en el corazón de mil maneras. Te
miro y me llenas de felicidad. Tu llegada me dio fuerzas para creer que los milagros
nunca llegan solos. Eres una maravilla, cariño mío. Eres mi hombrecito y me
completas.
Porque Amo…..
Dedico este libro a la mujer que llena todo en mí la Señora de mi casa, la pasión de mi
vida. Le doy mis mil gracias por creer en mí cuando todo era duda y por creer en este
amor que nos ha unido en los mejores y peores momentos de esta vida.
Mi amor,
Te dedico este libro.., porque me amas..., porque te amo... En ti está mi hogar, mis
hijos. En ti, está toda mi vida... Ángel de mis sueños, eternamente en mis brazos,
eternamente en tus besos.
Capítulo 1
Raisa Andieta era la mujer más irritante, egocéntrica, arrogante y maleducada que
había tenido la desgracia de conocer. Desde el primer momento en que se vieron,
entre ellas saltaron chispas. Ningún otro ser humano la hacía reaccionar como Raisa.
Sencillamente, aquella mujer sabía cómo sacarla de quicio. Y en aquel momento
volvían a estar enfrentadas.
Carolyn había conocido a Raisa por primera vez dos años antes, cuando llegó con su
familia a Venezuela. La compañía petrolera para la que trabajaba Matt, su marido,
ofrecía una fiesta para sus nuevos ejecutivos. Raisa Andieta era la presidenta y la
accionista principal de Petróleos Copeco. Carolyn lo recordaba tan bien como si
hubiera sucedido el día anterior. Matt estaba presentandole a alguno de sus colegas
cuando se volvió y se encontró con los ojos más azules que había visto nunca. Por un
breve instante, fue como si el tiempo se detuviera. La mujer que tenía delante era tan
hermosa que quitaba la respiración. No había otra manera de describirla.
Matt le presentó a Raisa. Cuando las dos se estrecharon la mano, Carolyn sintió una
sacudida que hizo que le hormigueara todo el cuerpo. Fue una reacción mutua;
Carolyn se lo notó a Raisa en los ojos. Sin embargo, después de aquel momento de
extraña conexión, las dos se llevaron como el perro y el gato. Siempre que una de las
dos estaba en una habitación, la otra lo notaba y reaccionaba ante aquella presencia.
Al principio, Carolyn había tratado de entablar conversación con la fría y distante
señora Andieta. Pero, tras varios cortes poco elegantes y directamente maleducados
por parte de Raisa, Carolyn tiró la toalla. Las dos habían trazado entre ellas una línea
de antagonismo invisible.
Carolyn llegó diez minutos antes a su cita con Raisa para discutir el proyecto del Club.
La tuvieron esperando cincuenta minutos hasta que la hicieron pasar al despacho de
su alteza real Andieta.
Carolyn esperó de pie frente a la mesa del despacho, mientras Raisa seguía ojeando
los papeles que tenía delante, haciendo caso dmiso de su presencia. Al cabo de unos
minutos, Carolyn perdió la paciencia y se sentó sin más, dispuesta a jugar ella también
al juego del silencio.
Raisa se levantó y paseó en silencio por la sala, sin apartar los ojos de Carolyn.
Finalmente, se quedó de pie detrás de ésta y le preguntó con voz seductora:
Carolyn respiró hondo, se levantó de golpe y se encaró con Raisa. Se sentía confusa,
como desorientada. La habitación empezó a dar vueltas y se agarró del respaldo de la
silla.
Raisa reaccionó con rapidez, cubrió la distancia que las separaba y sostuvo a Carolyn
contra su pecho. En ese momento, el despacho se cerró en torno a ellas; Carolyn notó
que la cabeza le caía hacia atrás y las piernas le fallaban, pero lo único que era capaz
de sentir era la calidez de los brazos de Raisa alrededor de su cuerpo.
Cuando volvió a abrirlos, Raisa se había acercado a la barra que había en un extremo
del despacho y le traía un vaso de agua.
Carolyn se bebió casi todo el vaso y al terminar buscó los ojos de la mujer que se
hallaba sentada a su lado. Durante un instante, las dos se miraron en silencio.
Los ojos se le fueron a sus manos, que seguían entrelazadas alrededor del vaso.
Apartó la mirada, pero no antes de que Raisa detectara en sus ojos la confusión y el
miedo.
—¿Ah, no? —dijo, lo bastante alto como para que Carolyn lo oyera mientras se
alejaba.
Raisa fue a sentarse tras su enorme escritorio y contempló a Carolyn con dureza.
Mirándola desde aquel puesto de autoridad, la distancia que las separaba volvió a
hacerse dolorosamente patente. Confusa, Carolyn levantó la vista. Los ojos de Raisa
se habían vuelto fríos como el hielo.
Raisa se removió en el asiento, visiblemente agitada. Carolyn no pudo más que seguir
mirándola durante unos segundos.
—Señora Stenbeck —la cortó antes de que pudiera terminar—, ¿qué se cree que
hago aquí todo el día? Váyase a comer con sus amigas y no me haga perder mi
valioso tiempo. No tengo tiempo para escuchar sus proyectitos —Raisa la fulminó con
la mirada. Había dado el encuentro por concluido a todos los efectos.
De repente, le tiró a Raisa el agua restante por encima. Esta se levantó, muda por el
sobresalto y la sorpresa.
Desde ese día, Carolyn se dedicó a evitar todo contacto con ella. Siempre que había
una cena o algún tipo de evento al que Raisa iba a asistir, ella se aseguraba de
encontrar alguna excusa para no ir.
Y allí se encontraban al fin, una vez más en la misma posición: las dos en bandos
opuestos. Y las dos en la misma habitación.
Capítulo 2
Carolyn sabía que ya podía dar su propuesta por muerta y enterrada. Si Raisa Andieta
le ponía alguna objeción, no pasaría de ahí. Nadie se lo discutiría. Tal era el poder que
ejercía Raisa. Todo el mundo lo sabía. Nadie la contradecía en nada. Nadie lo
intentaba siquiera. Nadie, excepto Carolyn Stenbeck, lo había intentado nunca.
De noche, Caracas era una mágica ciudad de luces. Pero, al igual que la magia,
aquello no era más que una ilusión. De día se veía con más claridad que todas y cada
una de aquellas lucecitas mágicas se convertían en un reflejo de miseria, hasta formar
una montaña de pobreza, crimen y hambre difícil de resolver. La situación dejaba poco
espacio para la esperanza.
Carolyn se sentía inquieta, descentrada. Trasladarse a Caracas dos años antes había
sido un último intento a la desesperada de salvar su matrimonio, por el bien de Simón.
Allí podrían empezar de nuevo y, con el sueldo de Matt, Simón tendría sólo lo mejor.
Sin embargo, para Carolyn había significado dejar atrás a sus amigos, a su familia y su
carrera. Se moría de ganas de hacer algo útil.
Algo como, por ejemplo, ayudar a aquella pobre gente. No obstante, tendría que volver
a resignarse a que sus días estuvieran llenos de trivialidades que detestaba.
Aquélla fue la imagen que se encontró Raisa Andieta cuando salió al balcón. Carolyn
tenía los brazos en torno a su cuerpo y miraba al firmamento nocturno. Raisa se quedó
quieta y la contempló, embelesada. Se había repetido muchas veces que aquella
mujer no tenía ningún poder especial. Era como si librara una lucha interna: no dejaba
de decirse que Carolyn Stenbeck no era diferente a las demás mujeres. Y, sin
embargo, cada vez que entraba en una habitación la buscaba y siempre que no estaba
notaba una punzada de decepción.
Raisa se deleitó con la visión. Sentía una atracción innegable por aquella mujer que,
con lo hermosa que era, le hacía perder los estribos cada vez que se acercaba. Raisa
había aprendido a mantener las distancias, pero, a pesar de eso, su cuerpo se
empeñaba en buscar aquello de lo que trataba de escapar.
Lo que tienen las noches como ésta es que son engañosas —dijo en voz baja.
Carolyn se volvió para mirarla. Según cómo, Raisa era un misterio. Le parecía tan
inescrutable como la tierra en la que había vivido durante los últimos dos años.
—No lo entiendo,
—¿Por qué siempre tienes que contestar a una pregunta con otra pregunta? —
protestó Carolyn, turbada. Como siempre que pasaba unos minutos cerca de Raisa
Andieta, una sensación de nerviosismo había empezado a atenazarle la boca del
estómago.
¿ Yo ¿
Raisa la miró fijamente, sin pronunciar palabra. Lo único que veía eran los labios de
Carolyn y quería saber cómo sabían. Raisa se dio media vuelta y se alejó unos
cuantos pasos. Se detuvo un momento y, de repente, volvió a encararse con ella. Los
ojos le brillaban con decisión. Carolyn no se amilanó.
—No seas tan dramática! ¡Si de verdad creyeras en lo que ibas a proponer lo habrías
intentado!
—Y luchar contra ti? —Carolyn le dio la espalda y se alejó unos pasos antes de soltar
una carcajada seca.
—No sería la primera vez que lo intentas —le dijo Raisa en un tono amenazador—. Al
parecer, nadie te ha enseñado lo que es obedecer.., aún.
Carolyn se volvió al punto. Ya había tenido bastante. —Vete al infierno! ¡Yo no soy la
esclava de nadie! —Algún día alguien te domesticará —la voz de Raisa se suavizó.
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Raisa se le había acercado y la
estrechaba entre sus brazos con fuerza. Mientras el cielo se desplomaba sobre sus
cabezas, los labios de Raisa hallaron su objetivo. Sacudidas por los elementos,
saborearon el hambre de la tormenta en los labios de la otra.
De nuevo, los labios de Raisa cubrieron los de Carolyn y esta vez el beso fue
despiadado. No era un beso de pasión, sino de dominio, y lo único que estaba
dispuesta a aceptar era una sumisión completa. Carolyn saboreó la sangre en su boca
y, de súbito, un sollozo derrotado surgió de lo más hondo de su garganta,
Raisa se apartó de inmediato. Miró a Carolyn a los Ojos y se dio cuenta de que
rebosaban lágrimas de frustración. La tormenta seguía rugiendo a su alrededor, pero
entre ellas se hizo el silencio.
—Suéltame.
Todo parecía carente de sonido, como si se hallaran suspendidas en el vacío. Eran las
únicas personas del universo. Un cuerpo apretado contra el otro. El uno prisionero del
otro.
Poco a poco, Raisa dejó caer las manos y observó cómo Carolyn escapaba de ella. De
repente, se dio la vuelta y la tormenta la envolvió de nuevo. Se quedó inmóvil mientras
el viento soplaba furioso en torno a su cuerpo y el cielo estallaba una y otra vez.
Impertérrita, se encaró con la tormenta y la desafió. Ella era Raisa Andieta y nadie
podía hacerle frente. Rió y el viento se llevó sus carcajadas.
—Es por las lluvias, señora Andieta En Katya están teniendo corrimientos de tierra.
Aún no hay cifras fiables sobre el número de muertos. El tendido eléctrico está
sufriendo las consecuencias...
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—Señora Andieta...
—Largo de aquí!
Antes de que Raisa tuviera tiempo de dar rienda suelta a su enfado, le sonó el
teléfono. Llevaba sonando ininterrumpidamente todo el día.
—Sí, Gloria.
—Maldita sea! Está bien. —Raisa cambió a la línea dos—. Matt, ¿qué sucede?
Colgó el teléfono, indignada. Siempre había bajas. Así era la vida. Al final, los
beneficios superaban a las pérdidas. En su opinión, las pérdidas eran un factor
aceptable.
—Sí, Gloria.
—Señora Andieta, ha habido una riada cerca de Las Lomas. La calle está inundada.
Informan de que algunas personas se han ahogado al quedarse atrapadas en los
coches —comunicó Gloria con voz temblorosa.
—La policía ha llamado para informarnos dé que uno de los coches atrapados en la
riada era un coche de la empresa. —La secretaria se echó a llorar.
—G1oria! ¡Por amor de Dios! Deja de llorar y dime qué más han dicho.
—Ester Curbelo y sus dos hijos se han ahogado. Había otra mujer con ellos en el
coche, pero aún no la han identificado.
Llevaba una semana lloviendo. Había habido corrimientos y riadas por toda la ciudad.
Y encima aquello. Seguramente los horarios de producción se resentirían.
Recordaba haber conocido a Ester Curbelo. A decir verdad, se dijo Raisa, había sido
bastante agradable charlar con ella. Lo sentía por los niños y, se alegraba de no
haberlos conocido.
Ester siempre iba a aquellas cenas a las que Raisa odiaba asistir. Y, por supuesto, si la
recordaba era porque siempre que Carolyn asistía se ponía a hablar con ella.
¡Carolyn!
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—Lo siento, la señora Stenbeck no está en casa. —¿Cuándo volverá? ¿Sabe dónde
está?
—¿Sabe si hoy ha hablado con Ester Curbelo? —Con quién hablo? —preguntó la
criada con suspicacia.
—¡Dios mío! —exclamó Raisa—. Si habla con la señora Stenbeck, dígale que se
ponga en contacto conmigo inmediatamente, ¿lo ha entendido?
Le dio la impresión de que el teléfono sonaba sin parar. Cuanto más tardaban en
cogerlo, más nerviosa se ponía. Finalmente, alguien descolgó el aparato.
—Quiero saber el nombre de todas las personas que había en el coche de mi empresa
que quedó atrapado en la riada de Las Lomas hoy.
—¿Señora Andieta?
—Tenemos a una tal Ester Curbelo y a sus dos hijos, Paulo, de seis años, y Andrés, de
cuatro años. Había otra mujer y otro niño en el coche, pero aún no hemos podido
identificarlos.
—Ramiro, esto tiene prioridad absoluta. Averigua quién es la otra mujer. Y aún más
importante, necesito me encuentres a alguien qué ha desaparecido. Pon a todos los
hombres en ello.
—Señora Andieta, ahora mismo la cosa está complicada. Los barrios están
colapsados por el agua.
—Señora Andieta.
—Señora Andieta nada, o sabrás lo que es el dolor. —Sí, señora Andieta. Pondré a
todos mis hombres a trabajar en ello.
Carolyn estaba empezando a asustarse de veras. El agua cada vez subía más y.
había coches por delante y por detrás.
—No te preocupes, cielo. No va a pasar na. Sólo que tardaremos un poco más en
llegar a casa —trató de tranquilizarlo Carolyn.
Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más subía el agua. La gente empezó a
abandonar los coches. Tenía que tomar una decisión y rápido.
—Mami, el agua cada vez está más alta, mira! ¡Aquel coche se ha caído en un
agujero!
En ese momento llamaron al teléfono y Raisa lo descolgó antes de que sonara dos
veces.
—Sí, Gloria.
Mantén la línea abierta para Ramiro Fonseca. ¡Sólo, para él! ¿Entendido?
—Si, señora Andieta. Clara, la criada, dice que aún no sabe nada de la señora
Stenbeck.
—Sigue llamando a los demás números. Sólo aceptaré llamadas de ella. Pásale las
demás a Arturo Estés. Que se ocupe él de solucionar las cosas, para variar:
—Sí, señora Andi... Colgó el teléfono, sin dar tiempo a Gloria de acabar la frase.
Raisa paseaba de un lado a otro del despacho como un león enjaulado. Fue hacia la
ventana y contempló el exterior. Su ánimo era tan negro como las nubes de la
tormenta.
El teléfono de Raisa sonó por su línea privada y ella se abalanzó sobre el aparato.
—¿Si?
—Se llamaba María Santisnero... —Raisa ya no oyó nada más y cerró los ojos,
aliviada—. Iba con su hija Maite, de seis años. Al parecer, las dos solían llevar a los
niños al colegio juntas.
Una vez finalizada la llamada, Raisa se sentó tras su mesa y esperó. Fue en aquel
momento cuando, de repente, se dio cuenta de que nadie había llamado preguntando
por ella. A nadie le preocupaba que estuviera en casa o no.
No obstante, aun con todo ese poder a su disposición, era incapaz de encontrar a una
simple mujer en una ciudad.
Tenía un jeep esperando, por si tenía que salir, con prisas. Habían pasado seis horas y
seguía sin noticias. Raisa volvió a contemplar la tormenta.
—Señora Andieta?
Raisa tenía la frente apoyada en el cristal de la ventana y, con los ojos cerrados,
repetía:
—¿Señora Andieta? -
—¿Señora Andieta?
Raisa miró a Gloria como si la viera por primera vez. Dio un paso atrás para alejarse
del cristal, le dio la espalda a Gloria y atravesó el estropicio de camino a su escritorio.
Sentada de nuevo en su silla, levantó por fin la vista hacia su secretaria.
Empezó a hojear algunos papeles que tenía sobre la mesa, ignorando por completo la
cara de desconcierto total de Gloria.
,Durante un segundo, la secretaria permaneció de pie, sin decir nada. Después, salió a
toda prisa para acatar la orden de Raisa.
—La he encontrado, señora Andieta. Se registró en el Caracas Hilton hace una hora.
—Gracias a Dios —exclamó Raisa, mientras se sentaba y ocultaba el rostro entre las
manos.
Capítulo 5
Carolyn estaba asombrada por haber llegado tan lejos. Por suerte, había caído en la
cuenta de coger el bolso cuando Simón y ella' abandonaron el coche en la autopista.
Había agua por todas partes. Al llegar, se enteró de que había muerto gente ahogada.
Logró que los llevaron en coche un rato y después caminaron el resto del :camino
hasta el hotel. Simón estaba agotado y con un Justo de muerte encima, el pobre.
Carolyn intentó ponerse en contacto con Matt, pero el teléfono del hotel estaba
cortado.
Carolyn entró en el hotel con su hijo exhausto en brazos. Estaban calados hasta los
huesos y era más que probable que parecieran dos indigentes. Por un momento, el
recepcionista estuvo a punto de echarlos, pero Carolyn enseguida sacó su tarjeta de
crédito y pagó por una suite grande. En Caracas, era así como se arreglaban las
cosas.
Lo primero fue ocuparse de Simón. Carolyn lo bañó y pidió algo de comer al servicio
de habitaciones. Después se duchó ella y al poco los dos estaban envueltos en los
albornoces de rizo del hotel. Casi antes de acabar de comer, Simón se quedó dormido
como un tronco. Carolyn lo llevó al segundo dormitorio, lo acostó y cerró la puerta
antes de volver a la salita de estar.
Por fin, Carolyn dio rienda suelta a la angustia acumulada durante todo el día. Ya no
tenía que ser fuerte por Simón. Cuando dejaron el coche, la ciudad era una locura. La
gente gritaba, la calle se estaba hundiendo bajo sus pies y todo el mundo corría. La
baraúnda casi los tira al suelo. No había pasado tanto miedo en su vida. Después,
mientras avanzaban penosamente, se había ido haciendo de noche y la oscuridad lo
había cubierto todo. Algunas partes de la ciudad se habían quedado sin luz y la
negrura lo había vuelto todo aún más terrorífico.
Habían caminado durante horas hasta que tuvo que coger a Simón en brazos porque
estaba demasiado cansado para seguir andando. Debían de tener un ángel de la
guardia velando por ellos, porque, aunque habían acabado atravesando uno de los
barrios más peligrosos de Caracas en medio de la tormenta, no habían tenido ningún
problema que no fuera la propia tormenta. A medida que se acercaban al centro de la
ciudad, habían empezado a encontrar algunas farolas encendidas. Habían tenido la
suerte de encontrar un taxi y Carolyn le ofreció 500 dólares al taxista por llevarlos al
Caracas Hilton. Habían tardado una hora en llegar, pero al menos estaban a salvo y a
cubierto.
Carolyn se sentó y se abrazó las rodillas. Acurrucada como una niña asustada, se
permitió llorar. Estaba agotada y tenía las emociones a flor de piel. Pero, sobre todo,
se sentía sola.
Permaneció un buen rato ajena a todo lo que la rodeaba, hasta que un timbre
insistente la devolvió a la realidad. Miró a la puerta y se dio cuenta de que la estaban
llamando.
Se levantó y fue a la puerta casi de un salto. La abrió de par en par. Ninguna de las
dos mujeres supo con certeza cuál de ellas se movió antes, pero, un segundo
después, Raisa abrazaba a Carolyn con fuerza. Carolyn empezó a temblar y a
sollozar.
Carolyn alzó el rostro y miró a Raisa a los ojos. Raisa le enjugó las lágrimas con el
pulgar y sus labios rozaron los de Carolyn con suavidad. Después la abrazó de Muevo.
—Podemos hablar de dónde quieres vivir mañana, Cara, mañana. Quiero que te
acuestes, Cara. Lo qe necesitas ahora es descansar. —Raisa se quedó de pie, a
oscuras junto a Carolyn. Cuando se disponía a alejarse, Carolyn se asustó y la agarró
de la mano.
—Me quedaré contigo. No voy a dejarte —le aseguró Raisa, acariciándole la mejilla
con ternura.
Raisa la ayudó a meterse bajo las sábanas. Entonces se alejó un paso y empezó a
quitarse la ropa ella también. Carolyn esperó, sin decir nada. Tan pronto como Raisa
se metió en la cama y se volvió hacia ella, Carolyn se acurrucó en sus brazos. Raisa le
acarició el pelo con parsimonia, hasta que oyó que la respiración de Carolyn se
calmaba. Finalmente, se quedó dormida.
Raisa la abrazó, mientras fuera continuaba la tormenta. Nunca había abrazado a una
mujer sólo para consolarla. Siempre lo había hecho en busca de placer. Le gustaban
tanto los hombres como las mujeres, pero tenía que admitir que, si le daban a elegir,
prefería a una mujer como amante, a pesar de que, luego, siempre era más difícil
librarse de una amante que de un amante cuando se hartaba de ellos: -
Raisa había deseado a Carolyn Stenbeck desde el primer momento en que la vio.
Normalmente habría satisfecho su deseo sin pensarlo dos veces. Pero, en esa
ocasión, una voz en su interior la había hecho mantenerse a distancia desde el
principio. Y luego estaba la propia Carolyn, claro. Nunca estaban de acuerdo en nada.
Carolyn quería cambiar las cosas y Raisa detestaba que la gente se entrometiera en
sus asuntos. Había tenido muchas oportunidades de trasladar a Matt Stenbeck, pero
no lo había hecho. Ni siquiera después de que Carolyn tuviera la osadía de vaciarle un
vaso de agua encima. Cualquier otra persona no habría vivido para contarlo.
Raisa bajó la vista y la posó en la mujer que tenía (entre sus brazos. Notaba una
sensación extraña en su interior. Una sensación que, poco a poco, se extendía por
todo su cuerpo. Carolyn estaba aferrada a ella. Raisa la abrazó más fuerte y hundió el
rostro en su cabello. Se durmió, arrullada por la sensación de tener a Carolyn
Stenbeck entre sus brazos y con la confianza de que no iba a apartarla de su lado.
Capítulo 6
El rugido de un trueno, seguido por un estallido de luz que iluminó la habitación,
despertó a Carolyn. Se sentó en la cama, asustada. Miró a la ventana y vio el
resplandor de los relámpagos a través de las cortinas. De repente notó unos brazos
suaves, que la atraían de vuelta a la calidez y la seguridad de su abrazo, y se volvió
para refugiarse en ellos.
La voz de Raisa era suave y melodiosa. Carolyn notó que le abría el albornoz y lo
quitaba de en medio. La piel le ardía. Unos labios cálidos le acariciaron el cuello; Raisa
se le puso encima y Carolyn abrió la boca para recibir su lengua.
—Mami...
Carolyn abrió los ojos perezosamente al oír que giraban el pomo de la puerta.
—Creo que Simón tiene hambre —le dijo una voz suave en el oído, antes de darle un
beso.
Carolyn abrió los ojos de golpe y se apartó de los brazos que la rodeaban casi de un
salto, antes de quedarse mirando a Raisa fijamente en estado de shock.
Carolyn parecía a punto de decir algo, pero en ese momento Simón volvió a girar el
pomo.
—Mami?
Carolyn se puso muy nerviosa. Sus ojos saltaron de Raisa a la puerta y de vuelta a
Raisa.
—Ve con tu hijo, yo te espero aquí —le dijo Raisa, en un tono suave pero firme.
Carolyn parecía haber perdido el habla. Sacudió la cabeza, como si quisiera despertar
de un sueño. Fue a levantarse y entonces se dio cuenta de que estaba des- nuda y lo
recordó todo. Desesperada, empezó a buscar el albornoz que le constaba que había
llevado puesto la noche anterior.
Carolyn se volvió hacia Raisa, que le tendía el albornoz.—Date prisa —le sonrió Raisa.
Carolyn se dirigió apresuradamente hacia la puerta. Una vez frente a ella, se detuvo y
tomó aire antes de salir a buscar a Simón.
Raisa se quedó en la cama a esperarla. «Otra mañana después», se dijo. Sólo que
esta vez era ella la que se quedaba en la cama. Oía la voz de Carolyn en la sala. Le
hablaba a Simón en un tono dulce y cariñoso, y su afecto la cautivó. Por la manera en
que le hablaba a su hijo, era evidente que Carolyn lo adoraba.
A pesar de que la conocía desde hacía dos años, se daba cuenta de que no sabía
nada de ella. Al menos nada Importante. Conocía todos los hechos y detalles de su
vida, pero no conocía a la verdadera Carolyn. De repente, la invadió el deseo de
conocer a la mujer cuyo cuerpo había poseído horas antes. Y, al pensar en ello, Raisa
no pudo evitar recordar.
Carolyn no había sido para ella un mero instrumento c placer, sino una copartícipe
apasionada. Le había dado mas placer del que había experimentado jamás. Y en
aquellos momentos, los de la mañana después, aún quería más. Or primera vez,
Raisa no tenía ninguna prisa por irse.
Se levantó, se acercó al ventanal y descorrió las cortinas. La luz del sol entró en la
habitación a raudales. Por fin había pasado la tormenta y estaba saliendo el sol.
Fue así como Carolyn la encontró al volver a la habitación: de pie junto a la ventana,
con su cuerpo perfectamente esculpido bañado por la luz dorada del sol. Carolyn se la
quedó mirando unos segundos antes e recuperar el habla. El cuerpo de Raisa era
corno una invitación que, aunque no fuera formulada en voz alta, tanto la una como la
otra comprendían a la perfección. Una invitación que decía: «¡Ven!».
Carolyn se sentía atrapada entre el miedo y la necesi dad de correr a sus -brazos de
nuevo. Cerró los ojos du rante un segundo para dejar de temblar. Cuando volvió a
abrirlos, Raisa estaba frente a ella, iluminada desde atrás por el resplandor del sol.
—Yo también tengo hambre _susurró Raisa, al tiempo que la rodeaba con sus brazos
y devoraba sus labios.
Carolyn empezó a devolverle el beso, pero de repente apartó a Raisa como si la
hubiera quemado.
—Necesito tocarte.
—1No1 Y ahora no es momento de hablar de eso. Tienes que irte —insistió Carolyn.
—No hay nada de qué hablar. Mi cuerpo aún te necesita —afirmó Raisa, tratando de
cogerla de nuevo.
Raisa se quedó helada. Carolyn la estaba echando. Así que reaccionó de la única
manera que sabía: contraatacó.
—Me iré cuando me dé la gana. Ahora te deseo - gruñó, mientras la rodeaba con sus
brazos.
—Simón... Simón podría oírte. Por favor, Raisa. Vete..., por favor.
—Entonces quiero que nos veamos luego —le dijo, abrazándola con firmeza.
—Eso es.
—¿En qué ocasión? ¿En cual de ellas no estabas segura de que lo querías? ¿La
segunda o la cuarta vez que follamos? —preguntó Raisa, en un tono envenenado.
Carolyn cerró los ojos y volvió a abrirlos. Raisa la empujó y la inmovilizó contra la
pared del armario. Conmocionada, al principio Carolyn no reaccionó, hasta que Raisa
le metió la mano entre las piernas y le hizo soltar un respingo. Sus rostros estaban tan
cerca el uno del otro que notaba el aliento de Raisa en la boca mientras le hablaba.
—Todavía estás húmeda por haber follado conmigo. Aún sientes mis dedos dentro de
ti. Lo sé. Lo veo en tus OJOS. ¿O es de mi boca de lo que te acuerdas, Cara? —
concluyó, acusadora--. Te estás poniendo cachonda otra vez. ¿Lo sientes, Cara? —
preguntó Raisa, mientras paseaba los dedos lentamente sobre los suaves pliegues
entre las piernas de Carolyn.
voz de Carolyn era poco más que un susurro—. Por favor rogó, mientras sus ojos se
cerraban con el renacer del deseo.
—Pon a tu hijo de excusa, si quieres. Pero las dos hemos que lo disfrutaste. Y
recuerda, Cara mía, tú también me follaste a mí.
Raisa la soltó con brusquedad. Carolyn se quedó apoyada en la pared, mientras Raisa
recogía su ropa y se vestía. Cuando acabó, se volvió hacia ella una vez más, la miró a
los ojos unos instantes y salió del dormitorio.
Raisa salió del dormitorio y se encontró cara a cara con Simón. Él le extendió la mano
y ella se la estrechó, como si estuviera en trance.
_sonaba muy orgulloso de sí mismo por saber tantas cosas—. Trabaja con mi papá y
ha venido para asegurarse de que estábamos bien.
Raisa sonrió casi a su pesar. Normalmente los niños le parecían molestos. Sin
embargo, no pudo evitar que el la inocenciaencanto del pequeño, s radiante sonrisa y
de sus ojos azules la cautivaran. Resultaba más que evidente que era hijo de Carolyn.
Tenía el mismo brillo del sol en el cabello y sus ojos eran amables, como los de su
madre.
—¿Se quedará a desayunar con nosotros? _preguntó justo cuando Carolyn salía del
dormitorio.
—La verdad es que tengo hambre —repuso Raisa. ó y le sonrió a Carolyn, retándola a
poneri alguna objeción.
Desayunaron los tres juntos. Raisa ignoró a Carolyn casi por completo. Entabló una
conversación con Simón y dejó qué el niño monopolizara toda la atención. Raisa lo
escuchaba de veras y a él se lo veía de lo más animada. Carolyn tuvo ocasión de ver
a Raisa desde una Perspectiva totalmente diferente. Sin que supiera muy bien cómo
había ocurrido, Raisa se había hecho un hueco en la intimidad de su día a día.
El mundo estaba girando tan deprisa que aún no había podido ni recuperar el aliento.
Y mientras soñaba despierta, los ojos se le fueron a las manos de Raisa y dejó
escapar un gemido sin darse cuenta, presa del recuerdo de aquellas manos sobre su
cuerpo: cómo la habían acariciado, provocado, llevado a lo más alto una y otra vez. La
misma sensación de mareo que había experimentado en el despacho de Raisa se
abatió sobre ella de nuevo y el mundo empezó a girar aún más rápido.
Notó las manos de Raisa sobre las suyas antes de verlas en realidad. Y, al alzar la
vista para mirarla a los ojos, recordó cómo aquellos ojos cambiaban cuando los
Inundaba la pasión. La voz de Raisa se abrió paso a través de su aturdimiento.
Carolyn tragó saliva, rompió el contacto visual con Raisa y miró a Simón mientras
trataba de recuperar el aliento. —Si, cariño, estoy bien. Sólo un poco cansada.
Al punto se dio cuenta de lo que había dicho y miró Raisa. Aquella noche casi no
habían dormido.
Será mejor que te acuestes y descanses un poco —le recomendó Raisa con dulzura.
—Claro que sí. Ve a echarte y haré que mi coche vaya a recoger a tu criada. Mientras
descansas, me quedaré con Simón hasta que llegue.
—No lo bastante, Cara, ojalá pudiera hacer más —aseguró Raisa, con doble sentido,
esbozando una sonrisa prometedora. ¿Qué te parece el plan, Simón? —preguntó
Raisa, en busca de un aliado.
—Simón, la señora Andieta ha sido muy amable, pero tiene mucho trabajo. .
Podemos cuidar de nosotros mismos, no debemos abusar —protestó Carolyn, en un
intento desesperado de recuperar el control sobre situación.
_Tonterías, Carolyn. Hago esto porque quiero. Ahora, a la cama. Mi chófer traerá a tu
criada para que se" ocupe de todo. Yo tengo que encargarme de unos asuntos en el
despacho, pero volveré esta noche para llevaros a los dos a casa.
«¿Cómo se atreve a dar por sentado que puede tomar el mando sin más? —Pensó
Carolyn—. Si Raisa Andieta se cree que ahora, así por las buenas, tiene algún
derecho a manejar mi vida, está muy equivocada. ¡No pienso volver a acercarme a
menos de seis metros de esa mujer nunca más! »
Raisa esperó a que llegara Clara para ocuparse de Simón. Antes de irse, fue a ver a
Carolyn y la encontró dormida como un tronco. Se quedó de pie junto a la mujer
dormida durante unos segundos y después se marcho.
Raisa fue a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Llamo a la oficina y solucionó
algunos asuntos desde el Coche de camino para allá. Tenía un mensaje de Matt
Stenbeck. Había llamado para confirmar la reunión y estaría en la oficina más o menos
cuando ella llegara.
Raisa se apoyó en el mullido asiento de piel del coche. Iba a reunirse con el marido de
la mujer con la que había pasado la noche. Y, aunque no era la primera vez que se
acostaba con la mujer de uno de sus empleados, en esta ocasión la incomodaba. No
era que se avergonzara o sintiera remordimientos por haberse acostado con la mujer
de otro hombre. Y, desde luego, no se arrepentía.
Al contrario, deseaba a Carolyn más que nunca. Lo que la molestaba era la idea de
que Carolyn fuera su mujer.
El la había tocado y la tocaría otra vez. Raisa sacudió la cabeza para alejar aquel
pensamiento de su mente,. _Qué coño me pasa? —se preguntó en voz alta.
Y durante el resto del trayecto se limitó a mirar por la ventana de la limusina, sin
pronunciar palabra.
Capítulo 7
Raisa entró en la sede central de Petróleos Copeco con paso firme. Era la jefa, y eso
era lo único que había importado siempre. Tenía el control y todo el mundo lo sabía y
se apartaba de su camino cuando la veían acercarse. Al dirigirse a su despacho,
localizó a Matt Stenbeck enseguida. Cuando él la vio llegar, se levantó para saludarla.
—Señora Andieta.
Matt se sentó al punto. Había ido directo a la oficina v llevaba horas intentando llamar
a casa, sin éxito.
—Al parecer fue una explosión provocada. Hemos encontrado los restos de un
pequeño detonador. Aún lo estamos investigando.
Había aprendido muy pronto en la vida que las emociones eran una debilidad. En los
negocios no había lugar para la compasión. Su padre se lo había enseñado bien.
Aunque era una mujer, y no el hijo que habría querido, lo había hecho sentir orgulloso
de lo rápido que aprendía. Una vez le había dicho que era más hombre que ninguno
de los que había conocido y que estaba muy orgulloso de cómo llevaba la empresa.
Entonces, un día, fue como si Martín Andieta reparara al fin en su hija. Se dio cuenta
de su aguda inteligencia y de su afán de superación. Su mayor deseo era complacerlo
y complacerlo fue precisamente lo que hizo.. Se esforzó por ser la mejor en todo. Su
padre le enseñó todo lo que consideraba importante: le enseñó a disparar y a montar a
caballo sin miedo. Le inculcó su deseo d vencer y conquistar. Le enseñó a controlar y
manipular a las personas y la convirtió en el heredero que habría de mantener y hacer
crecer su imperio.
Y, sobre todo, le enseñó a no necesitar a nadie. Antes de morir, contempló con orgullo
su creación. Verdaderamente, era todo lo que habría podido esperar, incluso más. Era
autosuficiente. La había hecho fuerte. Gracias a él, Raisa era capaz de estar sola.
La había convertido en la mujer que en aquel momento estaba cara a cara con Matt
Stenbeck, interesada sólo en los hechos y no en los detalles superfluos. Matt no era
especialmente dado a las sensiblerías, pero incluso él no podía menos que
sorprenderse ante el desinterés que mostraba Raisa por las pérdidas humanas.
—Bien, nos ocuparemos nosotros. A partir de ahora el asunto queda fuera de tus
competencias. Dale a Estés todos los detalles y regresa a la torre. Quiero que
refuerces la seguridad, Matt. Y no admitiré más retrasos en la producción —ordenó sin
pestañear—. ¿Te has encargado de reemplazar al personal que has perdido? —Al no
recibir respuesta, levantó la vista de los documentos que estaba ojeando.
—Eh... no. Harán falta unos cuantos días para transferirlos de otras torres. Tardará un
poco, pero, en relación con la seguridad, es mejor que traer gente de la que no
sepamos nada —repuso Matt.
—Muy bien —asintió, en muestra de aprecio por la previsión—. Te quiero de vuelta allá
hoy mismo —concluyó, tajante.
—Eso explica por qué no he podido contactar con ellos —sonrió como muestra de
agradecimiento.. A veces Carolyn exagera; quería asegurarme de que todo estaba
bien.
Raisa reprimió su desprecio y observó al hombre que tenía delante con interés
desapasionado.
—Tenía todo el derecho del mundo a estar asustada. Veía que el agua subía, tenía a
su hijo en el coche y la gente se estaba ahogando —le dijo condescendiente.
—Por supuesto claro que sí. Quería darle las gracias, señora Andieta, por las
molestias que se ha tomado con mi familia —trató de compensar su aparente falta de
sensibilidad.
_Suponía que necesitarían que volviera. He dicho que me recojan esta noche..
Pasarán a buscarme por casa. Así que, si no hay nada más que desee saber, le daré
al, señor Estés todos los detalles y las últimas informaciones e iré al hotel a por mi
mujer y mi hijo.
Matt se incorporó y Raisa asintió como despedida. No, había nada más que pudiera
decir.
Cuando Matt salió del despacho y cerró la puerta a su espalda, Raisa se arrellanó en
la silla y se, quedó mirando la hoja. «Su mujer... su mujer... su mujer...» ¿Cuántas
veces lo había dicho? Se levantó y fue hacia la ventana tras la cual Caracas se rendía
a sus pies.
«Su mujer.»
Cuando Clara abrió la puerta, inspiró hondo. Para su sorpresa, fue Matt quien entró
como si nada hubiera ocurrido y Simón se lanzó a los brazos de su padre.
—Me está esperando. Soy el sargento Ramiro Fonseca. Gloria lo observó con
suspicacia y llamó a Raisa por Ni¡ línea privada.
—Señora Andieta, está aquí un tal sargento Ramiro Fonseca que dice que...
—Sargento, si es tan amable, siga por aquella puerta. El sargento asintió y entró en el
despacho de Raisa.
Raisa no habló con Carolyn aquella noche. Tampoco a se puso en contacto con ella.
Pero, desde aquel día, Raisa supo siempre dónde estaba Carolyn en cada monto,
tanto de día como de noche.
Los disturbios estallaron de nuevo tan pronto como la ciudad empezó a recuperarse de
los terribles corrimientos de tierra y la gente comenzó a buscar a los desaparecidos.
Hubo manifestaciones y revueltas por toda la ciudad. La población no estaba contenta
con el modo en que el gobierno había gestionado la crisis. Apenas se habían
distribuido ayudas y el número de víctimas seguía creciendo debido a las condiciones
insalubres del agua estancada. El cólera ya empezaba a causar estragos entre los
más pobres.
Los funcionarios y políticos empezaron a temer a las motocicletas, pues al parecer era
un método que permitía disparar a alguien y huir con rapidez. Se reforzó la seguridad.
La ira y la frustración se convirtieron en una realidad palpable.
Capítulo 8
—Raisa, no puedo ponerte más protección.
—Carlos, ¡he pagado mucho dinero para que cosas como ésta no pasaran!
—Raisa, cálmate. Ya sabes que valoro mucho tu poyo y tu amistad. Te prometo que
me aseguraré de que se haga justicia.
—No quiero protección militar. Las torres son mías, o quiero soldados cerca. Y no
intentes jugar a ese juego conmigo, porque usaré todo mi poder para acabar contigo
—lo amenazó.
—No, amiga mía. Era una oferta de ayuda sincera —le aseguró el presidente Carlos
Arturo Padrón, con su tono más diplomático.
—Seguro que sí, señor presidente. Gracias, pero no. No necesito que intervenga el
ejército.
—Muy bien, pues. Seguimos en contacto. Cuento con tu amistad. —El presidente
guardó silencio, en espera de que Raisa respondiera.
—Por supuesto señor presidente. Tienes mi amistad. Tras reafirmarle su apoyo, Raisa
colgó el teléfono.
—Ese hijo de puta... Me gustará enterrarlo —pensó—. Tiene los días contados.
Raisa contempló el cuerpo de Carolyn y, de nuevo, el fuego que creía mantener bajo
control la devoró por dentro. Justo en ese instante, Carolyn miró en su dirección; se
diría que había percibido la llamada animal. Sus ojos se fundieron. Y en los de Carolyn
se reflejaba el mismo deseo.
Carolyn se apartó de Matt y fue hacia Raisa, como si respondiera a una orden. Raisa
no apartó la mirada. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía a Carolyn delante de
ella.
—¿Qué nueva travesura tienes entre manos últimamente? —le preguntó Carolyn,
mientras le dibujaba la línea de la mandíbula con el dedo.
Raisa se dio cuenta de que estaba perdiendo el control. Quiso decir algo, pero Carolyn
le puso el dedo en los labios. El contacto fue como un anestésico. La respiración de
Raisa sé hizo audible. Echó la cabeza hacia atrás y se apoyó en el escritorio que tenía
a su espalda. La boca de Carolyn se adueñó de su cuello mientras con 1 as manos la
exploraba entera.
Raisa levantó la mirada de golpe al oír voces al otro lado de la puerta y vio que giraban
el pomo. Se levantó rápidamente, tras cruzar con Carolyn una mirada fugaz. Carolyn
se volvió hacia la puerta, aterrorizada. Raisa miró a su alrredor, agarró del suelo el
vestido que le quedaba más cerca y cubrió a Carolyn con él. La puerta se abrió de
golpe antes de que pudiera volverse por completo.
El hombre asintió, incapaz de apartar los ojos de ell —Cierra esa puerta y controla a tu
perro. Te compensaré con más dinero del que has visto en toda tu vida.,
Raisa le indicó que se diera la vuelta. El obedeció y Raisa se arrodilló enseguida junto
a Carolyn.
—No pasa nada. Todo irá bien. —Su voz era dulce y cariñosa—. Aquí nadie ha visto
nada, te lo prometo
Carolyn observó a Raisa mientras iba a hablar con el hombre. No se había molestado
en ponerse nada de ropa. Desafiaba todo sentido de la razón y retaba a cualquiera a
plantarle cara. Carolyn vio que el hombre asentía y después se marchaba sin mirar
atrás.
Carolyn se levantó y empezó a vestirse a toda prisa. Raisa se limitó a mirarla, de pie,
sin decir nada. Al acabar, Carolyn le devolvió la mirada.
—¿Ahora qué? —preguntó Raisa, desafiante. Carolyn miró hacia otro lado, pero no
encontró ningún punto de referencia. Raisa esperó, hasta que se le acabó la
paciencia. De repente era como si las separara Un océano.
—Eres una guarra —le espetó Carolyn antes de dirigirse a la puerta. Raisa la cogió del
brazo y la atrajo hacia sí.
—Un experimento.
Las palabras de Carolyn la golpearon tan certeramente como si le hubiera dado una
bofetada en plena cara. La soltó de golpe y ambas mujeres se quedaron frente a
frente, desafiándose mutuamente.
—Ya veo.., bueno, ahora ya hemos sentado las bases
—De qué estás hablando? Esto no volverá a pasar —replicó Carolyn en un tono de
superioridad.
_Cuánto?
Carolyn se la quedó mirando fijamente, hasta que entendió de pronto lo que Raisa
insinuaba.
—Eres asquerosa. ¡Yo no soy ninguna prostituta! —Hemos sentado las bases, Cara
mía —le dijo Raisa con total seriedad, mientras le cogía un pecho. Carolyn se revolvió
contra ella, pero Raisa la cogió de ambas manos y, con el forcejeo, cayeron al suelo.
Rodaron enzarzadas como dos gatas luchando por el dominio.
Buscó los ojos de Carolyn. Esta los cerró y le ofreció el cuello y su pasión. Raisa le
besó la garganta con delicadeza.
Carolyn gimió y atrajo a Raisa hacia sí. Raisa capturó los labios expectantes de
Carolyn entre los suyos y ésta entreabrió la boca para recibirla. También ansiaba la
conexión. Se besaron con más delicadeza, mientras se buscaban y tiraban la una de
la otra con las mismas manos con las que antes se habían peleado. Una vez más, se
dejaron llevar por la pasión que siempre se despertaba entre ellas y frotaron sus
cuerpos para darse placer.
Al regresar al salón de baile, Carolyn miró a Raisa de reojo cuando localizó a Matt y
fue hacia él. Raisa ya no tenia que fingir que no la miraba. Observó cómo Carolyn
volvía con su marido y éste se inclinaba y le decía algo oído. Raisa notó que las
mejillas le ardían. Cerró los ojos, ya que el recuerdo de la sensación de tener a
Carolyn debajo la estaba volviendo loca. Se volvió y se alejó de Carolyn tanto como
pudo. No podía quedarse allí y ver como Matt manoseaba lo que, a su parecer, le
pertenecía. Sus miradas se buscaron durante el resto de la velada. Llegó un punto en
que a Raisa dejó de importarle que alguien se diera cuenta de que no le quitaba ojo de
encima a Carolyn. Matt no dejaba de acariciarle la espalda. Era una caricia simbólica,
para dejar claro que era su esposa. A Raisa se le aceleró la respiración y notó que la
ira la dominaba. Se reprendió a sí misma por perder el control de aquella manera con
una mujer que no era sólo suya. No estaba acostumbrada a algo así. Tenía que acabar
con aquella situación y con Carolyn Stenbeck. Tenía otras cosas en las que pensar.
Así que, por lo que. a ella respectaba, daba aquella aventura por terminada. Raisa se
dio media vuelta y abandonó la fiesta sin mirar atrás una sola vez.
Carolyn vio cómo se iba y también se dijo que todo había acabado.
Capítulo 9
—¿Así que exagero? Matt, mira a tu alrededor. Quiero llevarme a Simón a casa un
tiempo.
Un mes después, las cosas no habían cambiado, pero Carolyn estaba cada vez más
angustiada. Vivía en un estado de miedo constante, porque temía que el día menos
pensado la situación se le escaparía de las manos y Simón y ella se quedarían solos
ante el peligro.
—Matt, por favor, deja que me lleve a Simón a Estados Unidos un tiempo.
—Matt, ni siquiera vas a estar aquí. Estarás en las torres petrolíferas y, si ocurre algo
estaremos incomunicados quién sabe cuánto tiempo. Deja que me lo lleve a Visitar a
mis padres una temporada. De todas maneras, ahora no tiene colegio. Matt, por favor
—insistió, con la esperanza de hacerle entender que lo que decía tenía lógica.
—Segura? Nada es seguro, Matt. Hay soldados con ametralladoras en las calles y en
los aparcamientos del Supermercado. Si ocurre algo dará igual dónde vivamos.
—Señor Stenbeck, la señora Andieta está al teléfono r quiere hablar con usted. ¿Le
digo que está en casa?
—Para la señora Andieta claro que estoy en casa. Lo cojo aquí. —Matt se acercó a
una mesita y descolgó el $l6tbno—. Hola, señora Andieta.
Carolyn se rodeó con los brazos, como si quisiera protegerse de algo. Había
conseguido dejar de pensar en Raisa. Y ahora que creía que la había olvidado por
completo, volvía a aparecer en su vida. Carolyfl le dio la espalda a Matt. Tenía que
pensar en cómo sacar a Simón de Venezuela. No dejaba de repetirse que estaban
todos ciegos. La tensión se percibía en las calles. Por mucho que Padrón intentara
controlar a los estudiantes, éstos seguían manifestándose y, tarde o temprano los más
atrevidos dispararían el primer tiro. Tenía que alejar a su hijo de aquella tierra de
violencia. E iba hacerlo, le gustara a Matt o no. Ya encontraría la manera.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que, cuando dos brazos la rodearon y
la abrazaron, se asustó y dio un salto. Se volvió al punto y se encontró cara a cara con
la expresión de enfado de Matt.
—No —lo rechazó Carolyn, mientras ponía algo de distancia entre ellos.
—¿Cuánto tiempo más va a durar esto, Carolyn? Eres mi mujer. He intentado tener
paciencia contigo —razonó, acercándose una vez más.
—Hace tiempo que no te encuentras bien, Carolyn. Si crees que voy a convertirme en
un monje, estás m equivocada. Más te vale encontrarte mejor esta noche —espetó.
Matt la llamó después desde la oficina. Al parecer, algunos directivos habían sido
invitados a pasar una mana en la Hacienda Virago, en el interior del país. La señora
Andieta no solía invitar a gente a la hacienda, que no era una invitación que se pudiera
rechazar. Nada más colgar el teléfono, Carolyn cerró los ojos y apoyó la cabeza en la
pared. Simón y ella no eran más que carne de cañón; Matt y Raisa eran los que
dominaban el cotarro. Y no tenía la menor intención de convertirse en carnaza para
ellos.
Odiaba aquel lugar; cada día lo entendía menos. Era como si la violencia lo penetrara
todo con su primitiva sensualidad. Todo estaba en peligro. Ella estaba en peligro.
Carolyn no había vuelto a dormir con Matt desde su primera vez con Raisa. Desde
aquella noche, sólo de pensar en que la tocaran, fuera quien fuera, se le revolvía el
estómago. Ni siquiera podía soportar la idea de que le pusieran la mano encima.
Acabó convirtiéndose en una obsesión. Se despertaba en mitad de la noche
empapada en sudor, tras soñar con manos que recorrían su cuerpo, y justo en el
momento en el que iba a rendirse n ellas un rostro invadía su campo de visión: el de
Raisa Andieta. Llegó un punto en que Carolyn evitaba estar en el mismo edificio que la
otra mujer.
Hasta que, cómo no, tuvo que ocurrir. La noche de la gala de Copeco, Carolyn se
repitió hasta la saciedad que sería capaz de soportarlo. Miró a su alrededor y se las
arreg1ó para comportarse como a Matt le gustaba. En Otras palabras, interpretó su
papel. Mientras hablaba con Consuelo Betancourt, una de las pocas mujeres
ejecutivas de Copeco, oyó de repente una voz que la llamaba: Mírame». Sus ojos
encontraron los de Raisa Andieta casi por instinto.
Su cuerpo sintió la llamada y ella no pudo resistirse. Fue hacia Raisa, sin importarle
nada más, aparte de la sangre que le bullía en sus venas. El ensordecedor latido de
su propio corazón retumbó en sus oídos. Se descubrió a sí misma extendiendo la
mano hacia Raisa y se sorprendió cuando las palabras «Tengo que hablar contigo»
salieron de su boca. Raisa le dijo simplemente «Sí, ven conmigo» y ella la siguió.
-
Ambas sabían lo que la otra quería. Por primera vez en la vida, Carolyn actuó por puro
instinto. Al parecer, había cometido un error por el que pagaría durante el resto de su
vida.
Capítulo lo
Andreas, te quiero allí. Dile a Nona que llegaré dentro de un día o dos le dijo Raisa a
su hermano, en un tono cariñoso_. Sé que las cosas son confusas ahora, pero nuestra
posición es muy sólida. Por eso no te preocupes.
—Señora Andieta, tengo a Carolyn Stenbeck en la línea dos. Pensé que... Puedo
decirle que usted la llamará luego.
---No, no... Cogeré la llamada. Gracias, Gloria. —Raisa retiró la mano del auricular.
Andreas, te llamo luego. Hasta pronto.
Al otro lado no oyó más que silencio, pero sabía que Carolyn estaba escuchando. Al
poco, habló.
—Raisa ... Voy a pedirte algo. Y quiero que me digas que sí.
—Asumo que Matt no ve las cosas del mismo modo que tú.
—No era una pregunta, sino una afirmación. —No, no las ve.
Raisa notó el nerviosismo de su voz. Hacer aquella llamada debía de haberle costado
horrores.
—Mentirosa.
—Esa es tu respuesta?
—No, no lo es.
Raisa se quedó mirando el teléfono con incredulidad. Intentó llamarla varias veces,
pero no le descolgaban. Entonces pidió que le trajeran el coche y salió del despacho.
Clara acudió a la puerta tan rápido como se lo permitieron las piernas. No dejaban de
golpearla insistentemente. Abrió y, sintió cómo la apartaban a un lado.
—¿Dónde está? —le volvió a preguntar Raisa. Aterrorizada, Clara señaló las
escaleras.
Raisa se comunicó con los dos hombres con una mirada, se volvió y subió las
escaleras. Fue abriendo puerta tras puerta hasta dar con Carolyn. Tenía dos maletas
encima de la cama y había ropa tirada por todas partes. Algo había ocurrido. Raisa
advirtió que había sucedido algo que cambiaría su vida por completo.
—jA qué viene tanta prisa? —Raisa intentó que su tono de voz sonara despreocupado.
—Cómo has...? —empezó Carolyn, pero la pregunta murió en sus labios. En lugar de
eso, espetó—: Supongo que te has colado en mi casa porque sí, como haces con
todo, ¿no?
—Lárgate! No necesito tu ayuda. Sobornaré a quien sea. Al fin y al cabo, todo está en
venta, ¿no es así?
—Carolyn empezó a meter la ropa en las maletas. Raisa estuvo a punto de contestarle
algo frívolo, pero se dio cuenta de que Carolyn tenía los ojos llenos de lágrimas. Se
alejó unos pasos y echó una mirada circular a la habitación. Cuando volvió a hablar, en
su voz no había ni un ápice de sarcasmo. —A qué viene tanta prisa?
—No me viene de ahora. Hace mucho tiempo que quiero irme —contestó Carolyn, sin
dejar de hacer el equipaje.
—¡No puedo esperar dos días! —chilló Carolyn, encarándose con ella.
—Te juro que los americanos estáis locos. No sé qué me molesto con americanas
como tú —le soltó con desdén.
Carolyn le lanzó un zapato y Raisa apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que le
diera.
Carolyn agarró otro zapato y se disponía a lanzárselo de nuevo, pero Raisa la sujetó
con las manos sobre la cama.
En la distancia sopó un gran estruendo. Carolyn emitió unos quejidos lastimeros al oír
el ruido y Raisa la miró sorprendida. Se oyó otro trueno, aún más cerca, y Carolyn
hundió el rostro en los brazos de Raisa.
—No pasa nada, Cara —la arrulló Raisa, mientras la besaba con suavidad en la frente
y después cada vez más abajo.
—Tranquilízate.
Raisa se levantó y Carolyn saltó de la cama como si se hubiera quemado con las
sábanas. La realidad las golpeó con dureza. Aquélla era la cama de Carolyn. Raisa se
la quedó mirando, incapaz de apartar la vista.
Las dos mujeres oyeron el aullido del viento, y, en ese momento empezó a llover con
fuerza. El golpeteo de las gotas sobre el tejado les llenó los oídos y, al poco, el sonido
de los truenos y el ímpetu de la tormenta al desplomarse sobre el tejado se
convirtieron en lo único que podían oír y sentir.
Un nuevo trueno sofocó el grito animal de Raisa cuando empezó a tirar al suelo todo lo
que había en la cama. La luz se fue de pronto. Carolyn se limitó a mirar a Raisa,
incapaz de detenerla o de ayudarla. Raisa lo, tiró todo, incluidas las sábanas, hasta
dejar la cama desnuda. Tenía la respiración acelerada, como si eso no le
bastara.Entonces se volvió hacia Carolyn.
¡Su Carolyn! ¡Suya! ¡Pero la mujer de él! ¡La cama de él! Gritó como un animal herido.
Empezó a romper todo lo que había a su alcance. Su dolor se convirtió en ira. Y, para
Raisa Andieta, la ira siempre era igual a violencia. Lo único que conocía era el control,
era lo único que mantenía su mundo intacto. Y precisamente lo último que tenía en
esos momentos era el control.
—Te toca él mejor que yo? —Siseó Raisa—. ¿Es él quien quieres que te dé placer? —
Le gritó, manteniendose a distancia de Carolyn.
Fue Carolyn la que se acercó, sólo un poco, y extendió la mano hacia ella lentamente.
Justo cuando estaba a punto de tocarle la cara, Raisa le apartó la mano de un
manotazo. Sin previo aviso, la empujó contra la pared y la inmovilizó con su propio
cuerpo.
—¿Cómo te toca, Cara? ¡Dímelo! Dímelo! —gritaba, Raisa— ¡Yo puedo hacerlo mejor!
¡Dímelo! ¿Cómo te toca? —bramó, completamente fuera de sí.
—Te deseo —sollozó Carolyn entre lágrimas. —Arrrrrrgghh ... —Raisa golpeó la pared,
detrás de Carolyn, con un grito desesperado y furioso.
Carolyn intentó besarla, pero Raisa giró la cara. Sin embargo, no la soltó, sino que
siguió aferrándola. Carolyn hundió el rostro en el cuello de Raisa.
—No he vuelto a acostarme con él desde la primer vez que estuve contigo.
Carolyn oyó cómo Raisa gemía de pura angustia y, continuación, rompía a llorar, y la
abrazó con fuerza. Al principio Raisa trató de liberarse, pero, cuando Carolyn la
estrechó aún más fuerte, se rindió y la rode con sus brazos desesperadamente.
Raisa siguió llorando de rabia y Carolyn, tambien deshecha en lágrimas, no la soltó.
Una hora, toda la vida, para siempre. Lo único que existía era ese momento. Se
deslizaron por la pared hasta el suelo y, a medida que el llanto y la ira remitían, el
rugido de la tormenta fuera dentro del dormitorio volvió a ser lo único audible a su
alrededor.
Carolyn se había quedado sentada con la espalda apoyada contra la pared, con Raisa
abrazada a ella. Era como si el tiempo se hubiera detenido para las dos. Raisa estaba
medio echada encima de ella, con el rostro sobre su pecho. Carolyn empezó a
acariciarle el pelo con suaviad y Raisa cerró los ojos y buscó los labios que sabía que
la aguardaban.
—Si.
Las dos salieron de la habitación en silencio. Raisa la llevaba cogida de la mano con
firmeza. Bajaron por el pasillo, hasta que Carolyn frenó en seco y soltó a Raisa. —
Simón... no puedo dejarle.
—¿Dónde está?
—Rodolfo, acompaña a la señora Stenbeck al coche y Carolyn quiso decir algo, pero
cambió de opinión igual de rápido. Raisa había tomado el mando; ella le había cedido
el control, por el momento, y se limitaba a seguir instrucciones. Estaba demasiado
cansada.
—Sí, señora Andieta —respondió la criada nerviosa, a sabiendas de que lo mejor era
no contradecir a gente como la señora Andieta, porque nunca salía nada bueno de
ello.
Capítulo 11
El viaje a la hacienda pasó como en un sueño. Carolyn estaba emocionalmente
exhausta. Recordaba haber dejado que Raisa tomara todas las decisiones. Habían
recogido a Simón y Raisa se había ocupado de hablarle y de tenerlo entretenido,
mientras ella permanecía prácticamente en estado de trance.
Raisa lo arregló todo desde el teléfono del coche. Las llevaron a una pequeña pista y
allá subieron en un avión privado.
Una vez instalados, una azafata le preguntó a Simón qué quería comer. Raisa le cogió
la mano a Carolyn y descolgó el teléfono, que ya estaba sonando otra vez.
En ese momento, a Carolyn se le pasó por la cabeza que se había escapado de una
prisión para meterse en otra.
Una prisión que tampoco había elegido ella. No se había parado a pensar en ello. Y,
en esta ocasión, Simón también se vería afectado. Las amenazas de Matt y la
creciente y cada vez más visible presencia militar la habían consternado de tal manera
que había perdido la perspectiva. Había vuelto a caer, en los brazos de Raisa.
Carolyn siempre había sido una persona que le daba muchas vueltas a las cosas
antes de hacerlas. Siempre consideraba las consecuencias de sus actos. Sin
embargo, con Raisa Andieta era diferente. Puede que fuera aquella tierra, con toda su
violencia y su machismo, lo que le había hecho perder el norte. Carolyn sólo sabía que
estaba confusa y cansada, y que además Raisa la turbaba. ¿Qué haría con Raisa?
Carolyn miró a Simón y la escena al completo tomó un cariz surrealista. Cerró los ojos
y se dejó llevar por el sueño que al parecer tanto necesitaba.
Por supuesto, tendría que darles explicaciones a Nona y a su hermano. Aun así, se
saldría con la suya. Era Raisa Andieta y quería a Carolyn en su casa, en su cama, sí,
tenía que admitir que quería a Carolyn en su vida.
Fue una certeza que la invadió de repente, como una sacudida, en menos de un
segundo.
En ese momento se le ocurrió pensar que Nona no sabía nada de sus gustos, a falta
de una palabra mejor. Nona la había criado. Había sido más que una niñera; era lo
más parecido a una madre que Raisa había conocido. Su propia madre los había
abandonado y había regresado n Italia. Nona se había quedado y los quería, a ella y a
Andreas. Su aprobación era importante para ella. Por primera vez en mucho tiempo,
Raisa tuvo que admitir que tenía pavor a la desaprobación de la anciana. Pero con
Carolyn no había opción. Carolyn era algo que necesitaba tener.
Andreas no era ingenuo. Sabía que Raisa tomaba lo que quería y cuando lo quería, lo
que solía ser mucho y con frecuencia. Siempre se había limitado a mirar hacia otro
lado y cerrar el pico. Raisa era su hermana mayor, la que lo había protegido siempre,
sobre todo cuando su padre no se había mostrado especialmente comprensivo
respecto a sus elecciones. Raisa siempre había estado de su parte. El la apoyaría en
cualquier cosa.
Raisa sacudió la cabeza, tratando de aclarar sus pensamientos. Miró por la ventana y
contempló el verdor y el océano del país que tanto amaba. Llevaba, a Venezuela en el
corazón: salvaje, castigado, pero al mismo tiempo inocente e inseguro, como el de un
niño que deja atrás la infancia para adentrarse en los caminos inciertos de la vida
adulta. Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que hubo un tiempo en el que,
como a Andreas, le habría gustado quedarse en Virago para siempre. Sin embargo, a
diferencia de su hermano, se había dejado llevar por el deseo de su corazón de
ganarse el amor de alguien que quizá no lo merecía. -
Estaba cansada de pensar. Simón se había quedados dormido poco después que
Carolyn. Se descubrió a sÍ misma mirando a Carolyn de nuevo. Pronto llegarían a
Virago. ¿Y después qué?
Cuando llegaron, todo el mundo estaba dormido en la hacienda. Nona y una criada los
recibieron en la entrada principal. Raisa entró en la casa con el brazo alrededor de una
Carolyn emocionalmente exhausta, con Simón de la mano.
Nona se hizo cargo de la situación al instante y sonrió a Raisa nada más verla.
—Nona. —Con una palabra lo dijo todo—. ¿Han preparado las habitaciones que hay al
lado de la mía para ellos? -
—Gracias, Nona.
Raisa sonrió y acompañó a Carolyn y a Simón a sus habitaciones. Nona observó cómo
se alejaba rodeando con el brazo a la mujer rubia y al niñito de cabello claro, en
ademán protector. Raisa había cambiado, se dijo. Y también supo que su niña se lo
contaría todo, cuando llegara el momento.
Raisa se despertó al alba. Miró a la mujer que yacía prácticamente encima de ella y
hundió el rostro en su cabello para aspirar su aroma mientras la abrazaba con más
fuerza.
Siempre se había despertado sola en Virgo. Pero aquello iba a cambiar. Por fin tenía
todo lo que quería: lo sabía con la misma certeza con la que sentía a Carolyn,: entre
sus brazos. Nadie iba a quitarle lo que era suyo. No lo permitiría. Pasara lo que
pasara, estaría lista para hacerle frente.
Carolyn se despertó sola. Echaba de menos algo. Estaba segura de que Raisa había
estado abrazándola durante la noche, pero lo recordaba todo como en una nube. Se
sentó en la cama y vio que estaba desnuda bajo las sábanas. En aquel momento
estuvo segura de que Raisa había estado allí. Aún sentía sus brazos alrededor de su
cuerpo y su perfume flotaba en el aire.
Sobre la cama había unos pantalones anchos y una blusa, junto con lo imprescindible.
Oyó la risa de Simón través de la ventana. Se envolvió en la sábana y se asomó.
—Ha sido una pasada. ¿Podemos hacerlo otra vez, por favor? —rogó Simón, muy
animado.
—Muy bien. ¿Estás listo? —Raisa estaba tan animada como el niño.
Salió del dormitorio a todo correr, con sábana y todo. Raisa y Simón seguían riendo
cuando ella se plantó delante de ellos. Raisa sonrió ampliamente al ver el atuendo de
Carolyn.
—Mami... —Simón trató de hablar. —Bájate de ahí, Simón! ¡Baja ahora mismo!
—Pero, mami, no ha sido culpa suya. Yo le pedí que saltáramos —dijo Simón, en un
intento de suavizar la Situación.
—Simón, tú eres un niño. Tú no ves el peligro —le espetó. Después se volvió hacia
Raisa, que la miraba taciturna—. ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? —le preguntó
Carolyn.
Raisa la miró durante unos instantes, sin decir nada. Después hizo dar media vuelta al
caballo y se alejó al galope. Carolyn se la quedó mirando mientras se alejaba. Echó a
andar hacia la casa, golpeando el suelo con los pies a cada zancada, como muestra
de frustración, con Simón bien agarrado de la mano.
—Mami, no te enfades con ella. Ha sido culpa mía —insistió el niño, haciendo un
mohín.
En la puerta los esperaba una anciana, que les salió al paso.
—Ah, buenos días. —Carolyn se dio cuenta entonces de que estaba dando vueltas
con una sábana como única vestimenta
—Ah, mamá... Raisa monta muy bien. Ha ganado premios y todo —trató de
tranquilizarla el niño. —¿Cómo sabes todo eso?
—Me lo dijo ella. Tendrías que ver todo lo que sal hacer a caballo —comentó
animadamente.
—Bueno, puede que sea cierto, pero nunca debería haberte llevado a ti si iba a dar un
salto como ése.
—Jo, mamá.
Carolyn asomó la cabeza y vio que Nona entraba c una bandeja. Enseguida salió y se
la cogió.
—Espere, deje que la ayude —le dijo, mientras depositaba la bandeja sobre la mesa.
Carolyn sabía que aquella mujer había sido importante para Raisa y probablemente
aún lo fuera.
—Sí, gracias.
—¿Ah, sí? —preguntó con una sonrisa, sin mirar a la mujer a los ojos.
—Sí, le importas.
Carolyn acabó de echar el café, sin que la sonrisa abandonara sus labios.
«Si usted supiera —se dijo—. Si estuviera con Raisa sería siempre así. Nunca sabría
qué esperar.»
—Sí, a veces. Pero Raisa... es como si le gustara ir siempre a contra corriente, pese a
quien pese.
—Es lo que puede parecer. Pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho.
—Cómo lo sabe? —preguntó Carolyn en voz con los ojos pegados a la taza.
Nona le cogió la mano. Carolyn levantó la vista con timidez y después volvió a
agachar la cabeza.
—Ha invitado a gente a Virago muchas veces pero nunca se han quedado en su ala
privada de la hacienda. Por eso lo sé. Carolyn se levantó de golpe y dejó la taza en la
bandeja. Se estaba poniendo nerviosa y empezaba a estar un poco asustada.
—Es difícil conocer a Raisa. Pero en ella hay mucho más de lo que la gente ve a
primera vista.
—Bueno, Nona, ¿ya le has contado todos mis secreto? —la voz de Raisa sonó,-medio
en broma medio en serio, desde la puerta.
Carolyn se volvió y las dos se miraron a los ojos. Nona las observó.
«Es como si fueran.. . », se dijo. Habría pensado que eran amantes frente a frente,
pero, por supuesto, eso era Imposible.
—Ah, Cara mía, entra y arregla las cosas con tu amiga. Yo tengo cosas que hacer.
—Me parece que está enfadada conmigo, Nona. —Raisa sonrió a la anciana, si bien
sus ojos decían algo muy diferente.
La anciana salió del dormitorio tras darle a Raisa una paImada cariñosa en la mejilla.
Raisa se quedó de pie ante Carolyn. Estaba magnífica, con su melena negra
desordenada por el viento. Estaba sonrojada tras la carrera.
Allí, con la blusa medio desabrochada, unos pantalones de montar blancos que se
ajustaban perfectamente a su cuerpo y unas botas de montar negras, era la viva
imagen del poder animal y la sensualidad desbocada. De pronto Carolyn se vio
dominada por el deseo, cosa que la perturbó. Le dio la espalda y, poco a poco, caminó
hasta la ventana. En ese momento necesitaba poner distancia entre ellas para ser
capaz de pensar con claridad.
Raisa se puso detrás de ella, de manera que sus cuerpos casi se rozaban. Al cabo de
un instante le susurró al oído.
Y con eso se acabaron las palabras. Carolyn notó sabor salado del sudor en el cuerpo
de Raisa y el des no hizo más que inflamarse en su interior.
Despertó horas después, sola en la cama, de nuevo con el recuerdo de los brazos que
la habían abrazado, los labios que la habían provocado y saboreado, y las manos que
la habían acariciado y la habían poseído.
Capítulo 12
Raisa caminó hasta donde estaba sentada Nona. De algún modo, sabía que la
encontraría allí. La anciana estaba sentada bajo la pérgola, como si la esperara.
Siempre que había necesitado consuelo, Nona había estado allí, esperándola. Era
como si siempre supiera cuándo la necesitaba.
Raisa fue hasta ella y se sentó en silencio a sus pies. A continuación, la orgullosa
mujer apoyó la cabeza negra en el regazo de la anciana. Esta le acarició los negros
mechones como solía hacer años atrás.
—Cara mía, has estado fuera mucho tiempo —dijo Nona con voz dulce.
La anciana siguió esperando hasta que Raisa se volvió para mirarla a la cara.
—La quiero.
Ya estaba. Lo había dicho en voz alta. Miró a Nona a los ojos, desafiante.
—¿Es la persona que has elegido?
—Sí.
—Cara mía, eres mi niñita. Lo sé todo de ti. —Abrí los brazos y Raisa se refugió en
ellos, sollozando. Te quiero, Cara mía. Te quiero.
La estrechó con fuerza contra su pecho mientras 1 acariciaba el cabello negro. Y así
consoló a su niña, con la fuerza de su amor.
Aquella misma tarde, Carolyn salió fuera y, casi como si se hubieran puesto de
acuerdo, Raisa estaba a su lado en cuestión de minutos. Se la veía diferente. Se
sonrojron tímidamente y echaron a andar la una al lado de otra.
Carolyn contempló los alrededores, asombrada por belleza salvaje y de la calma, casi
de ensueño, que respiraba. Había pavos reales correteando no muy lejos, iue de tanto
en tanto abrían sus coloridas plumas en abanico y las exhibían orgullosos para atraer
a una posible pareja.
—A lo mejor tienen un carácter de mierda y necesitan plumas bonitas para atraer a las
hembras —afirmó
Raisa con seriedad, sin quitarle el ojo de encima a los magníficos pájaros.
Echó a andar de nuevo, sin dejar de mirar los pájaros. Raisa caminó a su lado.
—Da igual —concluyó Carolyn con una nota de tristeza, antes de alejarse.
—Aquí siempre hace este calor en esta época del año? —preguntó Carolyn con
fingida cortesía. —Ahora no me hablas? —Raisa la cogió del brazo y la hizo girarse
para mirarla a la cara.
Raisa la soltó y se alejó unos metros. En cualquier otra ocasión, se habría marchado
sin más. Punto. Pero con Carolyn era diferente. Aunque el brillo salvaje de sus ojos
evidenciaba que estaba disgustada, en esa ocasión no huyó, sino que se volvió hacia
Carolyn de nuevo.
_Qué quieres de mí? —se enfureció Raisa. Carolyn le gritó sin aminorar el paso.
—¿Qué quieres que te diga, Carolyn? ¿Que te desearía aunque no fueras hermosa?
—preguntó Raisa con inquietud.
Carolyn bajó los ojos, incomodada por la situación ,en la que se encontraba.
—No... —musitó.
—Te desearía aunque fuera ciega y no te hubiera visto nunca —murmuró Raisa—. No
puedo respirar, puedo comer ni dormir sin pensar en ti.
Carolyn levantó la vista y miró a Raisa a la cara. Sus ojos se habían dulcificado y
estaban llenos de inseguridad y temor.
Raisa levantó los ojos y buscó los de Carolyn. Se la quedó mirando fijamente,
incrédula, y de improviso la abrazó con tanta fuerza que casi le cortó la respiración.
—Te amo.
Durante los dos días siguientes, Carolyn y Raisa se dedicaron a dar largos paseos por
las mañanas, o a salir a montar juntas. Después, Raisa se llevaba a Simón al río ti
coger moras, mientras Carolyn preparaba la merienda Cerca de ellos.
Entre ellas todo eran miradas afectuosas y caricias que hablaban de amor. Se
hablaban la una a la otra con' consideración y ternura, y se comportaban con la
prudencia, el dulce titubeo y la excitación del amor recién hallado.
A Carolyn le conmovía la paciencia que Raisa tenía con Simón. En Virago era una
mujer como las demás. Nona estaba en lo cierto. Raisa era única: cada momento que
pasaba con ella le deparaba nuevas y maravillosas sorpresas. Quizá fuera porque
parecía feliz. La idea se le ocurrió de repente, mientras Raisa y Simón corrían hacia
ella desde el río. Raisa parecía feliz.
Raisa apareció por detrás y empezó a hacerle cosquillas. Los dos rodaron por el suelo
despreocupadamente entre risas.
—Eh, vosotros dos, venid aquí antes de que las hormigas nos dejen sin comida.
El niño fue hacia su madre. Raisa se quedó tendida en el suelo, apoyada sobre el
codo, de cara al río. Carolyn se levantó y fue con ella. Se sentó y le acarició el pelo la
mujer que se había adueñado de su corazón.
_¿Quién es Andreas?
—Mi hermano. Ahora está de viaje, pero llegará dentro de unos días. No se parece en
nada a mí, no te preocupes —rió Raisa.
—Andreas es tranquilo. Dulce. Nona dice que se parece a mi madre. Pero, a diferencia
de ella, él ama esta tierra. —Echó un vistazo a su alrrededor y guardó silencio durante
unos instantes, hasta que siguió hablando con una nota de amargura—. A mi madre le
encantaban los picnics.
—Y eso te pone triste? —preguntó Carolyn con tacto. Era la primera vez que hablaba
con Raisa de su familia.
—Nos trajo a Andreas y a mí de picnic aquí, para decirnos que iba a dejarnos, a
nosotros y a nuestro padre. Poco después volvió a Italia.
—Lo siento mucho, mi vida —le dijo Carolyn con afecto, mientras le acariciaba el pelo.
Imaginaba el dolor y la angustia que había sentido su imante cuando le dieron aquellas
noticias. Aún los percibía en sus ojos. Aquellos días se había dado cuenta de que
Raisa no era tan insensible como todo el mundo creía. Y, tras haber pasado por algo
tan doloroso, ¿quién no se cerraría a la posibilidad de querer o necesitar a otro ser
humano? Para Raisa, a juzgar por cada palabra que salía de sus labios, el amor
significaba sufrimiento.
Se levantó de golpe, pero Carolyn la cogió de la mano e hizo que se sentara a su lado
de nuevo. Permanecieron un rato sentadas, con las manos entrelazadas. Carolyn flotó
cómo la emoción se apoderaba poco a poco de Raisa.
Esta la miró a los ojos y después volvió a posar la mirada fl el río y habló:
—Odiaba Venezuela y acabó odiando a mi padre. Ermoss sus hijos, así que supongo
que por extensión nos adiaba también a nosotros.
No dijo nada más y Carolyn trató de hallar algo que decir, pese al asombro que le
produjo el dolor y la rabia contenidos en aquellas palabras.
—Yo tenía siete y Andreas cuatro cuando se marchó. —repuso, mientras jugueteaba
con las briznas de hierba. —Y la has vuelto a ver alguna vez?
—No.
—Y tu padre?
De nuevo se hizo el silencio entre las dos mujeres.: Ambas se quedaron mirando el río,
hasta que Raisa notó que Carolyn le estrechaba la mano con fuerza antes de decir:
Raisa detuvo su caballo, que se irguió sobre las patas traseras. A Carolynse le aceleró
el corazón cuando Raisa bajó del caballo de un salto y corrió hacia el hombre, que la
esperaba en las escaleras, con los brazos abiertos.
—Dios, te he echado de menos. Estás tan guapa como siempre —le decía el hombre
a Raisa, mientras la cogía un volandas.
—Nunca paso demasiado tiempo lejos de ti—contestó Raisa, pasándole la mano por
el pelo.
—Ven, Cara, quiero que conozcas a alguien —Raisa la arrastró hacia el hombre, sin
advertir su malestar—. Andreas, te presento a Carolyn Stenbeck.
Carolyn miró alternativamente a Andreas y a Raisa. Su rostro se iluminó con una gran
sonrisa y le tendió la mano a Andreas.
—Bienvenida a Virago —le dijo él, dirigiéndole una mirada llena de curiosidad y
admiración.
—Me alegro de que te guste Virago. Raisa y yo crecimos aquí. Está un poco aislado,
pero a veces es mejor; así. Es como si fuera otro mundo.
Andreas captó el mensaje alto y claro. Al parecer tenía mucho de qué hablar con su
hermana. Notaba que se mostraba posesiva con Carolyn y si no la conociera tan bien,
incluso diría que estaba celosa. Sí, definitivamente tenían mucho de qué hablar.
La aparición repentina de un niño que venía dando saltos hacia ellos atrajo su
atención.
Como el niño estaba intentando recuperar el aliento, no se dio cuenta de que la mirada
de Carolyn se teñía de preocupación y la de Raisa, de ira. En cambio, a Andreas no se
le escapó detalle alguno.
—Raisa, ¿no me vas a presentar a este jovencito? Carolyn rompió el contacto visual
con Raisa y se alejó en dirección a la casa. Raisa se liberó de la mano con que su
hermano la había retenido y salió echando humo en dirección contraria.
—Simón Stenbeck.
—Bueno, Simón, encantado dé conocerte. ¿Ya has visto los caballos miniatura?
— Qué? ¡No!
La conversación con Matt había acabado agritos. Carolyn se alegraba de que hubiera
terminado cuando Simón y Andreas llegaron a la sala. Permitió que Andreas se llevara
a su hijo a los pastos del sur para ver los caballos miniatura. Sabía que enfrentarse a
Raisa sería inevitable y se figuraba que cuanto antes lo hiciera mejor.
Andreas le gustaba. Era muy dulce, tal como había dicho Raisa. Simón enseguida le
había cogido confianza. Tras despedirse de ellos, Carolyn fue a buscar a Raisa.
Carolyn buscó a Raisa por todas partes. Finalmente regresó a la casa y, de camino a
su habitación, oyó un gran estrépito. Al abrir la puerta se encontró con las sillas patas
arriba y el suelo cubierto de cristales. Miró el tocador y enseguida supo lo que había
pasado. El aroma perfume aún flotaba en la habitación.
En ese instante, Raisa salió del baño. Carolyn miró su alrededor, sin dar crédito a sus
ojos.
—Porque es mío y puedo hacer con ello lo que quiera! ¡Si quiero romperlo en mil
pedazos lo hago y punto!
—espetó Raisa.
—En este país hay violencia por todas partes. Incluso aquí.
Carolyn llegó a la baranda a tiempo de ver a Raisa alejarse al galope. Tendría que
esperar a que volviera para hablar con ella. Raisa había confiado en ella al contarle su
sufrimiento y Carolyn lo había vuelto en su contra para hacerle daño. Le había hecho
lo mismo que le hacía todo, el mundo: la había herido.
—Le he hecho daño —se lamentó Carolyn, con los ojos llenos de lágrimas.
—Tiene un corazón salvaje. Como su padre —murmuró Nona—. Adele lo quería, pero
al final...
Incapaz de finalizar la frase, Nona agachó la cabeza, Pesadumbrada.
—Nona, ¿qué pasó con su madre? Me ha contado algunas cosas... Pero me parece
que ni ella misma entiende lo que sucedió.
Nona titubeó.
—Yo no debería...
—Por favor, ayúdeme. Quiero a Raisa. Lo que quiera que la esté atormentando se
está metiendo entre nosotras.
—Ven.
Nona la llevó hasta la veranda y se sentó en una silla de mimbre. Carolyn tomó asiento
en otra, frente a la anciana.
—Adele, la madre de Raisa, se casó con Martín, su padre, cuando apenas tenía 19
años. En aquella época yo trabajaba para su familia en Italia. Adele era hermosa y
alegre. En algunos aspectos se parecía mucho a Raisa. Pero, claro, no en todos. —
Nona esbozó una sonrisa indulgente—. Martín era atractivo y encantador. Se
enamoraron locamente. El padre de Adele se opuso a que casaran, así que ellos se
fugaron. Dos años después, Adele volvió a ponerse en contacto con su familia. Ellos la
querían, así que pudieron arreglar un poco las cosas.
—Echaba de menos su país y a su gente. Y ahí es donde entro yo. Accedí a venir para
ayudarla con Raisa En aquella época estaba esperando a su segundo hijo Andreas.
Enseguida me di cuenta de que las cosas n iban bien entre ellos. Adele estaba
siempre de mal humor y Martín no era cariñoso con ella.
Martín empezó a mostrar favoritismo por su hijo. Era hijo varón que había deseado y
Adele discutía con constantemente porque no le hacía caso a Raisa. Aun a trataron de
tirar adelante su matrimonio..., Hasta que una noche todo explotó.
Nona se entristeció visiblemente. De pronto, era como si hubiera envejecido diez años.
—Se pelearon y creo que las cosas se les fueron de las manos. Martín había bebido.
Adele huyó de la casa y él la persiguió. Cuando Adele regresó llevaba la ropa
desgarrada y sucia. Y, lo peor de todo, no dijo ni una palabra durante días. Martín
volvió por la mañana, se encerró en su estudio y estuvo bebiendo durante días. Adele
me dijo que iba a dejarlo. Me dijo que más adelante lo arreglaría para que los niños y
yo fuéramos con ella. Pero nunca lo hizo y Raisa nunca se lo perdonó. Aún la veo, mi
pobre niña..., saliendo a esperarla al porche cada día durante un mes. Ya ves, no se
creía que su madre la hubiera abandonado de verdad.
Nona levantó la mirada hacia Carolyn, que la observaba con el rostro desencajado.
—No volví a saber nada de Adele —dijo, en respuesta a la pregunta silenciosa escrita
en la expresión de Carolyn—. Martín no volvió a hablar de ella y prohibió que se
mentara su nombre. Nunca permitió que los niños salieran del país, ni siquiera para
visitar a los padres de Adele.
—Creo que nunca perdonó ni a Adele ni a Martín, pero al menos en su mente Martín
fue el que se quedó. Así que se convirtió en el hijo que él quería.
—Y la niña que era Raisa se perdió por el camino —dijo Carolyn con tristeza.
—Aún sigue ahí, cuando apoya la cabeza en mi regazo. Cuando es cariñosa. Cuando
está ahí fuera, en la tierra que ama. En esos momentos vuelve a ser mi pequeña. Ya
de niña era aventurera, 'y a veces, incluso un poco demasiado salvaje, pero también
era amable y cariñosa. Adoraba a su madre. Creo que cuando por fin aceptó que
Adele no volvería por ella, una parte de ella murió.
A veces, es superior a ella —asintió Nona con amargura—. También tú odias esta
tierra, ¿verdad? ¿Igual que Adele?
—Hasta hoy había sido tan diferente. Nona, me da miedo la violencia. A veces también
me da miedo Raisa. Carolyn agachó la cabeza. Nona le puso una mano sobre la suya.
—Raisa es como ese caballo que tanto le gusta montar. Se llama Furioso. Furioso es
salvaje y obstinado, difícil de manejar, y no permite que lo monte nadie que no sea
Raisa. Ese animal es una bestia, salvo con ella. La quiere, y ella lo quiere á él. El
nunca la tiraría al suelo y ella nunca lo azotaría. ¿Lo entiendes, Carolyn? —Creo que
sí, Nona. Sólo es que no sé si puedo vivir así.
—Tienes que mirar más allá de lo que ves, y ver loque amas. Carolyn escrutó el
rostro de la anciana, sin comprender.
—Adele quería a Martín. Pero dejaron de verse y lo único que quedó de su amor fue
miedo y resentimiento,: Carolyn levantó la mirada y vio a Raisa cabalgando de regreso
a la casa. Se levantó y besó a Nona en la mejilla.
—Ve, Cara mía. Ve con ella —le dijo Nona con ternura, antes de entrar en la casa.
Carolyn esperó a que Raisa desmontara y que alguien acudiera a llevarse a Furioso.
Antes de entregar las riendas, Raisa le acarició la crin y apoyó el rostro en la cabeza
del caballo, mientras le susurraba palabras afectuosas.
Raisa atravesó el porche y pasó junto a Carolyn sin dirigirle la palabra. Carolyn respiró
hondo y la siguió.
No se dio cuenta de que alguien abría la mampara de la ducha. Cuando notó que la
rodeaban unos brazos, se dio la vuelta, airada, lista para atacar. Enseguida vio que
Carolyn se encogía, como esperando un golpe. Raisa la ttrajo hacia sí
desesperadamente.
Carolyn se derritió entre sus brazos. Empezó a acariciarle la espalda a Raisa y notó
que ésta empezaba a relajarse. Raisa le puso la cabeza en el hombro y Carolyn dijo lo
único que se le ocurría, pese a saber que no bastaría para expresar su
arrepentimiento.
—Lo siento.
—Por favor, perdóname. Lo siento mucho, mucho .-1e susurró Carolyn, con el rostro
hundido en el cabello de Raisa.
Raisa asintió y Carolyn siguió tranquilizándola con sus caricias y sus palabras de
amor.
Capítulo 14
Raisa se sentó en la cabecera de la mesa del comedor. Caro1yn estaba a su derecha
y Simón a su izquierda. Andreas se había sentado en el otro extremo. La cena
transcurrió de manera agradable y cordial.
—Este flan está buenísimo. Nona se ha superado a sí misma —comentó Andreas, con
los ojos puestos en el plato.
¡
—¿Qué procesión? —preguntó Carolyn con nerviosiosmo
—Me había olvidado completamente de que había invitado a los ejecutivos de Copeco
---explicó Raisa, cogiéndole la mano a Carolyn.
Andreas levantó la vista y se dio cuenta de que aquello sería un problema. Se limitó a
escucharla conversación de las dos mujeres. Carolyn parecía realmente trastornada
por la información. Incluso Simón se dio cuenta de que su madre estaba rara y se la
quedó mirando con atención.
Cómo has podido olvidarlo? —dijo Carolyn, levantándose para salir del comedor. Se
volvió hacia Andreas—: Por favor, discúlpame, Andreas. Ha sido un día muy largo y
estoy cansada. Simón, cariño, acábate ese postre tan bueno y cuando termines ven a
mi habitación.
—Sí, mami.
Carolyn salió del comedor. Raisa se quedó sentada con la mirada perdida. Cualquiera
que la conociera era capaz de ver lo angustiada que estaba.
Raisa se volvió hacia el niño con brusquedad, como s la hubieran golpeado. Miró a
Andreas, quien enseguida se hizo cargo del problema.
Raisa volvió a girar la cabeza hacia él. Su expresión se suavizó al mirar a aquel niño
que, en su opinión, tanto se parecía a su madre. Le acarició el pelo y sonrió mientras
le decía con extrema dulzura:
—Qué bien, lo echo de menos —se alegró Simón, mientras se acababa el postre.
Raisa se quedó mirando al niño, sin decir nada. —Bueno, Simón, ¿qué te parece si tú
y yo jugamos una partida de ajedrez antes de que subas con tu madre? —propuso
Andreas, sin dejar de mirar a Raisa.
Estaba sentada frente al tocador, con los ojos fijos en el espejo. Ni siquiera la había
oído entrar.
—Carolyn...
—¿Por qué?
—Me olvidé. Lo juro. —Raisa se arrodilló ante ella. —No puedo enfrentarme a Matt
mañana. No puedo hacerlo con Simón aquí. Necesito tiempo. —Carolyn estaba cada
vez más alterada.
—No pasará nada, Carolyn. Nadie va a apartarte de mi —afirmó Raisa con convicción.
—¿No te das cuenta de que esto va a acabar en un desastre? —se exaltó Carolyn. Se
levantó y se apartó de Raisa—. ¡No quiero meter a Simón en todo esto!
—Con Matt aquí puede pasar cualquier cosa. ¿O creías que no iba a venir? —replicó
Carolyn, presa de la frustración.
Aunque Raisa trataba de sonar convincente, incluso ella sabía que las cosas podían
escapárseles de las manos fácilmente. Carolyn corrió hacia ella y hundió el rostro en el
cuello de Raisa.
—No dejaré que nada os aparte de mi lado, Cara mía. Nada —le susurró, con los
labios hundidos en su cabello.
A la mañana siguiente, los ejecutivos de Copeco empezaron a llegar con sus familias.
Raisa y Andreas los recibieron. Se prepararon habitaciones para ellos en otra ala de la
casa. Hacia el final de la comida, la mayoria estaban relajándose junto a la piscina y
los niños correteaban arriba y abajo llenando el aire con sus alegres voces. Carolyn
estaba charlando con algunas de las mujeres, esposas de ejecutivos, que había
conocido en otras tantas reuniones sociales en el club.
Raisa la buscaba con la mirada intermitentemente, como para asegurarse de que
seguía allí y seguía siendo su alrededor de las dos de la tarde llegó un Land Rover del
que se apeó Matt Stenbeck. Simón lo vio de inmediato, casi como si llevara un radar.
—Papi!
El niño echó a correr hacia su padre, seguido de cerca por dos pares de Ojos: uno de
ellos, asustado; el otro, rabioso.
Raisa vio cómo Matt levantaba a su hijo del suelo y le daba un abrazo. Lo observó
atentamente mientras buscaba a Carolyn entre los presentes y supo exactamente
cuándo la encontró. Al verlo echar a andar hacia ella, Raisa echó a andar a su vez,
pero Andreas la agarró del brazo.
—Suéltame
—Cálmate. No quieres hacer esto. Ahora no. ¡Piensa, Raisa, piensa! —la retuvo
Andreas.
—¡Es mía!
Se volvió hacia Andreas con los ojos llenos de ira y miedo. Era la primera vez que
Andreas la veía tan vulnerable como era en realidad.
—Sí, te quiere. No hay necesidad de entrar ahí a sangre y fuego. Juega bien tus
cartas. Así no ganarás. Lo único que conseguirás es montar una escena e involucrar a
Carolyn en un escándalo. ¿Es eso lo que quieres? ¿También quieres que Simón lo
vea?
Andreas supo al punto que había logrado que Raisa lo escuchara. Por el momento,
Raisa actuaría con la cabeza. —No quiero perderla. No puedo —musitó.
Nunca la había visto así. Siempre había sido la más fuerte de los dos. La que se
enfrentó a su padre para que el pudiera quedarse en Virago y llevar la clase de vida
que amaba. Era la que sacaba Copeco adelante y la que, de manera natural, tomaba
el mando en cualquier ocasión. Siempre había pensado que ella no necesitaba el tipo
de cosas que para los demás eran esenciales. En ese momento, su vulnerabilidad lo
conmovió. Por primera vez sentía que tenía que protegerla. Siguiendo su mirada,
Andreas vio que Matt se acercaba a Carolyn, con Simon de la mano.
—Señor Stenbeck, hola. Soy Andreas Andieta —saludó Andreas, con la mano
extendida.
—Bueno, lo importante es que está aquí —repuso Andreas, cortés—. Estamos muy
contentos de tener Carolyn y a Simón con nosotros estos días.
Sus ojos buscaron los de Carolyn, pero ella desvió mirada. Antes de que Matt pudiera
añadir algo, Andreas intervino:
—Por qué no se pide algo de beber en el bar de piscina? Ya verá como después se
encuentra más descansado. Aquí en la jungla nos tomamos las cosas c más calma.
Pero vale la pena.
—Andreas, los hombres ya están listos para salir de cacería. Te están esperando. ¿Te
apetece ir con ellos, Matt?
—No puede perdérselo, señor Stenbeck. Los jabalíes son enormes. Claro que tiene
que venir. Vamos todos los hombres —aseguró, sin dejarle opción de rechazar la
Propuesta educadamente.
—Ven conmigo, querida. Podemos ponernos al día mientras me cambio —dijo Matt,
cogiendo a Carolyn del brazo.
—Simón, quédate aquí mientras yo hablo con mamá –ordenó Matt, para evitar que su
hijo los siguiera.
Simón se volvió hacia donde indicaba Andreas, sonrió y echó a correr hacia los demás
niños.
—Lo entiendo. Pero tiene que resolver las cosas ella misma. No puedes hacerlo tú por
ella —insistió Andreas. —No lo entiendes!
—Sí, lo entiendo —repitió su hermano con cariño. —¿Cómo podrías? Andreas, ¡la
necesito!
—Crees que porque no me comporto como tú, no siento las mismas cosas?
—Andreas... —empezó a ella, con voz suave. —Otro día. Hoy no. Una aventura
apasionada por Andieta cada vez.
Le sonrió a su hermana.
—Ven, vamos a atender a nuestros invitados concluyó, guiándola de vuelta con los
demás
—¿Qué está pasando, Carolyn? ¿Qué cojones esta pasando aquí? —exigió saber
Matt.
—No grites!
—Voy a poner punto y final a esta locura. Nos comportaremos civilizadamente los
próximos días y después volveremos a casa —decidió Matt, mientras empezaba
deshacer el equipaje.
—Claro que sí. Aquí no puedes recibir la atención medica que necesitas. El doctor dijo
que podías estar hipersensible por el bebé —continuó él.
—El doctor llamó y habló conmigo. ¿Por qué no me lo habías dicho? —Matt levantó la
vista y la miró a los ojos.
—No puede ser cierto —negó ella con voz débil. —No lo sabías, ¿verdad? —se
extrañó Matt. —No.
Carolyn buscó a tientas un lugar donde sentarse, antes de que le fallaran las piernas.
—Bueno, eso explica por qué te has estado comportando de una manera tan extraña.
El doctor dice que, al parecer, algunas mujeres se vuelven muy sensibles y no pueden
controlar sus emociones. Así que, como ves, es algo natural. Cuando tus hormonas se
tranquilicen, todo volverá a la normalidad. Además, ya era hora de que Simón tuviera
un hermanito o hermanita- —comentó Matt mientras se vestía.
—Lo que no entiendo es cómo has acabado aquí. No sabía que eras tan amiga de
Raisa Andieta. Y yo que pensaba que tanta comida formal era una pérdida de tiempo.
Pero ahora, ya ves, que seáis amigas será bueno para nosotros.
—Matt, cállate, por favor —pidió Carolyn al fin, con los dedos sobre las sienes.
Matt se volvió, dispuesto a replicar, pero se dio cuenta de lo blanca que se había
puesto.
Volvió a sentarse. Todo su mundo se le estaba escapando entre los dedos. ¿Cómo iba
a decírselo a Raisa?
—¿Cómo? ¿De verdad me vas a decir a mí que las cosas van mal entre nosotros? —
se burló a voz en grito
—¡Hijo de puta!
—Muy bien.
—Matt, déjame ir. Ya sabes cómo concebimos a este hijo. Déjame ir antes de que no
nos quede nada bueno.
—Me violaste! ¡Eso no pasión! —chilló, incapaz de contener el llanto por más tiempo.
—Eres mi mujer. Estoy en mi derecho —dijo, sin mirarla a los ojos—. Muy bien,
Carolyn, te daré el divorcio do. Pero Simón se queda conmigo.
—Entonces compórtate como una buena esposa y dé jate de tonterías —le exigió—.
Piensa en lo que te he dicho, Carolyn.
Carolyn vio cómo se alejaba la partida de caza desde lit ventana. Por un instante, vio
que Raisa miraba en su dirección. Al ser la presidenta de Copeco, Raisa también iba
con los hombres. Era la única mujer que iba con ellos, pero no sin antes volverse para
verla en la ventana.
Llevaba tiempo desesperada por dejar a Matt. Pero no podía sacar a Simón del país
sin su permiso. Una noche, att no aceptó sus negativas y... cerró los ojos, mientis las
lágrimas rodaban por sus mejillas. Entonces vino Raisa. Después de aquello, había
sido incapaz de pensar con claridad. Se sentía como atrapada en un torbellino o
emociones. Había aceptado su deseo por Raisa, pero la necesidad de escapar de Matt
la abrumaba. La tarde en que llamó a Raisa para pedirle ayuda estaba desesperada,
ya que Matt le había dejado claro que la poseería, quisiera ella o no. Su único
pensamiento fue huir. Y huir fue lo que hizo: directa a los brazos de Raisa Andieta.
Raisa la quería, de eso estaba segura. Pero su amante ya tenía bastante con la carga
de su propio pasado.
Tenía que hacérselo entender a Raisa. Ella la ayuda ría. Tenía que hacerlo.
Se puso las manos sobre el vientre en un gesto protector. Tendría que decirle a Raisa
la verdad. Era el único modo. Tendría que confiar en que el amor dd Raisa sería lo
bastante fuerte.
Capítulo 15
Los jinetes regresaron al final del día con dos jabalíes Como trofeo. Todo el mundo se
dirigió a sus habitaciones para cambiarse y asearse para la cena que había
organizada.
Raisa no vio a Carolyn hasta la noche., Cuando Raisa entró en la sala todavía no
habían bajado todos, pero había ya algunos ejecutivos con sus esposas. Localizó a
Carolyn de inmediato, hablando con María Cabaler, y fue hacia ella.
Carolyn no la había visto entrar y, cuando se volvió hacia ella, se dejó atrapar por
aquellos ojos que le aceleraban el corazón cada vez que los tenía delante.
—Por supuesto que no —repuso la otra mujer, que al punto las dejó solas.
Raisa no cabía en sí de gozo. Carolyn la miraba con los ojos llenos de amor. No iba a
abandonarla. Saberlo la hacía sentir como embriagada de felicidad.
—Ah, sí?
—Entonces tendré que llamártelo más a menudo, ¿no te parece? —continuó Carolyn
en un tono afectuoso.
—Buenas noches, señora Andieta. Señora StenbecI —Les sonrió—. ¿No habrán visto,
a mi esposa? preguntó con amabilidad. Y —Buenas noches, Mario. He visto a tu
esposa saliendo al porche hace un momento —respondió Raisa con igual cortesía.
—Gracias —asintió Mario. Justo cuando estaba, punto de marcharse, se volvió hacia
Carolyn—. Ah, por cierto, señora Stenbeck, felicidades por su embarazo.
En ese momento, Matt apareció con expresión triunfante y rodeó la cintura de su mujer
con el brazo. —Lo siento, querida, pero estaba tan ilusionado con la noticia que he
tenido que contárselo a Mario.Carolyn miró a Raisa, pero ella se le adelantó.
Había que reconocerle el mérito, se dijo Carolyn: antes de juzgarla le, había
preguntado. Caroyn no pudo negarlo.
—Sí.
A falta de su anfitriona, la fiesta se disolvió pronto. Matt se había llevado a Simón a dar
un paseo y Carolyn estaba esperando a Raisa. Nona le había dicho que había salido a
cabalgar con Furioso. Carolyn aún tenía la esperanza de arreglar las cosas con ella.
Carolyn apenas podía hablar. Había sido un día terrible y estaba al límite de sus
fuerzas.
—Sí, pero...
—No hay pero que valga. Estoy tan cabreada que querría gritar —espetó Raisa.
—No te atrevas a levantarme la voz! —Raisa se abalanzó sobre ella, le agarró la cara
y la empujó contra la pared—. Has tenido el honor de que no te tratara como la puta
que eres. Te quería. Puse todo mi mundo a tus pies y durante todo ese tiempo tú
seguías con él. Me has, mentido. Me dijiste que eras sólo mía. Cada vez que estaba
dentro de ti, cada vez que mis labios te saboreaban, Cada vez... ¡Oh, Dios!
—Vete antes de que te mate —le dijo en voz baja, de espaldas a ella.
De alguna manera, la súbita suavidad en su tono de, voz resultaba más amenazadora
que los gritos.
Raisa notó que Carolyn la abrazaba por detrás y se apartó bruscamente antes de
encararse con ella.
Carolyn no se dio por vencida y volvió a acercarse. Raisa retrocedió hasta encontrar
la pared a su espalda. Carolyn no se detuvo: se aproximó con ojos suplicantes y
apoyó su cuerpo contra el de Raisa, recordando las palabras de Nona. De algún
modo, sabía que Raisa no le haría daño. Se abrazó a ella y apoyó la cabeza en
hombro. Cerró los ojos y rompió a llorar.
Raisa tenía la cabeza echada hacia atrás, apoyada la pared, con los ojos cerrados.
Sentía el cuerpo Carolyn contra el suyo y sabía que estaba llorando. Fue incapaz de
contenerse: la rodeó a con sus brazos abrazó.
—No he sabido que estaba embarazada hasta hoy —sollozó Carolyn—. Y todo lo que
te dije era verdad. Raisa la agarró de los hombros y la obligó a apartarse. Al cabo de
un segundo, Carolyn ya echaba de menos el calor de su cuerpo.
—Raisa, cuando te llamé aquel día estaba desesperada. Matt y yo nos habíamos
peleado. No vivíamos como un matrimonio desde hacía tiempo.
Raisa alzó la cabeza desde el sofá. Estaba escuchando. Carolyn se puso visiblemente
nerviosa.
—Yo quería el divorcio, pero él no iba a dejar que me llevara a Simón de Venezuela.
No podía irme sin Simón. —Raisa la miraba fijamente. Carolyn desvió la vista y
prosiguió—: Una noche, Matt volvió a casa y... yo... —se interrumpió, incapaz de
continuar.
Se echó a llorar de nuevo, con el rostro oculto entre las manos. Raisa la miró
anonadada y se levantó, aún sin dar crédito a sus oídos.
Raisa la cogió de los brazos y la miró a los ojos. —Estás diciendo la verdad.
Una nueva oleada de rabia se apoderó de ella. Esta vez, nadie sería capaz de detener
la tormenta que se avecinaba. Carolyn percibió la frialdad que emanaba de Raiza
como si la hubieran golpeado con ella. Raisa la soltó, dirigió al salón principal y cogió
el rifle que había colgado sobre la chimenea. Rompió el cristal de la vitrina con la
culata y cogió una caja de balas. Carolyn siguió sus movimientos, horrorizada.
Carolyn corrió hacia Raisa, pero ésta ni la vio ni la oyó, mientras cargaba y amartillaba
el arma.
Andreas entró por una puerta, justo cuando Matt entraba por otra. Todo sucedió a la
vez. El mundo de Raisa y Carolyn se desmoronó en cuestión de segundo
Carolyn trató de retener a Raisa, pero ésta se revolvió y le dio un golpe que la tiró al
suelo, justo cuando Simón entraba en el salón. El niño vio cómo su madre caía, con el
labio ensangrentado.
Raisa encañonó a Matt y Andreas saltó sobre ella. El disparo se perdió en el aire. Matt
fue hacia Raisa, que logró zafarse de Andreas y golpeó a Matt con la culata del rifle. El
hombre cayó de rodillas, sin respiración Raisa lanzó un grito de furia y lo golpeó de
nuevo en, cabeza. Matt se desplomó en el suelo y la sangre salpico por todas partes.
Andreas y Carolyn contemplaron horrorizados, como Raisa amartillaba él arma de
nuevo para disparar a Matt. Simón se interpuso para proteger a su padre y Raisa
apuntó al pecho.
El odioque vió reflejado en los ojos del niño la d de piedra. Andreas apareció por
detrás, le quitó el i de las manos y la hizo retroceder con él.
—Te odio! ¡Te odio! ¡Le has hecho daño a mi padr. ¡Mami! ¡Mami! --- Simón lloraba.
Raisa miró a su alrededor con expresión confusa y vio a Carolyn en el suelo, con la
nariz y el labio ensangrentado. Para Raisa, era como si todo transcurriera en sueño,
hasta el momento en que todo el horror de la escena la golpeó y no pudo más que
apoyarse en su hermano, en silencio, mientras el mundo se derrumbaba ante sus ojos.
Simón saltó de los brazos de su madre y corrió hacia su padre. Matt se sentó,
despacio.
Desolada, Carolyn miró a Raisa. Sus ojos se encontraron por un breve instante y
después Carolyn apartó la mirada. El mundo entero se tambaleaba a su alrededor. Se
había acabado.
Capítulo 16
Los sonidos del horror que la rodeaba martilleaban su cerebro. Unos cuantos
sirvientes entraron a toda prisa, seguidos por Nona. Simón lloraba. Carolyn estaba
paralizada y Andreas la sostenía por detrás. Raisa parecía Una muñeca de trapo,
apoyada en él sin vida.
Nona ordenó a los sirvientes que cerraran puertas y ventanas y que se ocuparan de
que no entrara ningún otro invitado. Los disparos habían despertado a muchos de los
ocupantes de la casa y el rumor de voces se oía ida vez más cerca.
Andreas fue el primero en reaccionar. Guió a Raisa y la hizo sentar en una silla
cercana. Ella no se movió.
Andreas supuso que estaba conmocionada, pero, en cuanto la soltó, ella se levantó y
trató de ir hacia Carolyn.
Matt empezó a ponerse de pie. Nona le indicó a uno, de los criados que lo ayudara a
sentarse en el sofá y fue hacia Raisa.
Nona la estrechó contra su pecho con fuerza. Raisa, dejó escapar un grito que
contenía todo el dolor de su alma y lloró en brazos de Nona.
Raisa cayó al suelo en brazos de Nona y ésta la acuno cariñosamente. Andreas fue
junto a Carolyn y la ayudo a levantarse. Sus ojos se encontraron durante un breve
instante.
—No..., no lo tiene.
Andreas tomó el mando de la situación. Para Raisa era como si el mundo se hubiera
detenido. Sabía todo se había terminado. Lo había visto en los ojo Carolyn. Y, aun así,
por alguna razón, era incapaz deaceptarlo.
Decidida, salió de su habitación. Tenía que encontrar a Carolyn. Tenía que convencerla
de que se quedara. No podía dejarla marchar. Tenía que hacer que...
Raisa sacudió la cabeza. Había perdido el control. Lo unico que sabía con certeza era
que su vida había acabado. Nada la había preparado para aquello. Era emoción pura,
desbocada, desenfrenada.
Raisa se quedó clavada en el sitio, con las manos extendidas, y dejó escapar un
gemido de dolor. —No te vayas...
Carolyn se limitó a negar con la cabeza. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Carolyn se tapó la boca con la mano para sofocar el llanto. Raisa la abrazó con
brusquedad. Intentó besarla, pero Carolyn la apartó de un empujón.
—No! —Carolyn se alejó de ella—. ¡No! ¡Con desearlo no basta! ¡No puedo quedarme
aquí! Mire donde mire... todo a mi alrededor... la violencia nunca acaba. —Carolyn se
rodeó el vientre con los brazos—. No traeré a otro niño a este país... No puedo vivir
así. —gimió.
—Podemos irnos de Venezuela las dos juntas. Iré donde tú quieras —rogó Raisa, con
un brillo salvaje en los ojos.
Raisa no volvió a intentar tocarla. Tras varios minutos, Carolyn levantó la vista y la
mujer que halló frente a ella la sorprendió. La Raisa que tenía delante era fría y había
recuperado el control. Se acercó a la barandilla y se volvió poco a poco.
—Copeco tiene oficinas en Texas. A Matt le irá bien allí. Le ofreceré un chollo que no
podrá rechazar. Tu hijo crecerá en un país civilizado y tu bebé será estadounidense. Te
convertirás en una esposa de Copeco más. Tu marido tendrá una amante o alguna
que otra aventura de vez en cuando y después volverá a casa y te follara cuando
tenga tiempo.
—No hace falta que me des las gracias. Llegará un dia en que maldecirás mi nombre.
Porque éste es tu castigo Carolyn. Me odiarás por esto.
Carolyn retrocedió. La mujer que veía ante sus ojos se había convertido en una
extraña.
—Te arderá la sangre, como me arde a mí. Soñarás con que te toque, con que te
bese. Me desearás cada día durante el resto de tu vida. ¡Yo te maldigo, Carolyn! ,
Jamás volveré a tocarte.
Raisa dio media vuelta y se alejó.
En unos días, Andreas lo tuvo todo organizado. Matt, Simón y Carolyn volaron de
regreso a Caracas. Matt había aceptado las disculpas y entendió las condiciones sin
abrir la boca. Aceptó el ascenso y empezaron a preparar su vuelta a Estados Unidos
para las próximas semanas. Carolyn no volvió a ver a Raisa antes de salir de la
Hacienda Virago. Matt nunca le pidió explicaciones.
Capítulo 17
Carolyn llamó al colegio para informar de que Simón no volvería. También llamó a sus
padres, que estuvieron encantados con la noticia de que regresaban a Estados
Unidos. En dos semanas, se irían de Venezuela.
La ciudad parecía más tensa que cuando la habían dejado. Había más pintadas de
contenido político por todas partes. Los transportes públicos estaban en huelga. La
gente había tomado las calles y el ejército intervino para restablecer el orden.
Todo sucedió muy deprisa. Las tropas tomaron las emisoras de radio y la Casa
Rosada. La mecha había prendido y no tardó en estallar: era la guerra civil. La milicia
tomó las calles. Se oyeron disparos, como fuegos artificiales, en la distancia. Los
helicópteros volaban sobre sus cabezas. Durante horas, lo único que se oyó fueron
tanques y ametralladoras. El mundo de terror que Carolyn había temido había llegado.
La gente se echó a las calles y empezaron los saqueos.
De pronto, Carolyn oyó que echaban la puerta abajo y tres hombres entraron en la
casa. Abrazó a Simón con fuerza. Entonces vio a Raisa.
La situación tomó un cariz surrealista. Raisa se inclinó sobre ella para abrocharle el
cinturón y después dio la orden de que despegaran. El helicóptero se elevó en el aire
y Carolyn miró hacia abajo justo a tiempo de ver a varios hombres que irrumpían en
los jardines y les disparaban. Una bala le pasó cerca y sintió los brazos de Raisa a su
alrededor.
Carolyn se volvió y, al instante, la boca de Rai estaba sobre la suya. Raisa la soltó
enseguida y, mientras la abrazaba, le dijo al oído:
—Ya no te debo nada. La próxima vez que nos veamos, mantente alejada de mí o te
mataré.
Matt y Simón estaban dentro. Carolyn se volvió y miró a Raisa una vez más, antes de
que cerraran la puerta.
Raisa permaneció en pie, con el cabello agitado por el viento. Había visto que Carolyn
se había vuelto antes de que cerraran la puerta. Se quedó allí, inmóvil, hasta varios
minutos después de que el avión hubiera despegado.
Alguien le tiró del brazo y le señaló el coche. Ella fue hacia el vehículo y descolgó el
teléfono.
—Bien, nos vemos en el club de campo. ¿La emisora de televisión aún está en
nuestro poder?
Capítulo 18
Todas las agencias de noticias informaron de que el golpe de estado en Venezuela
había fracasado. El presidente había sido evacuado en helicóptero en el último
momento. Dicho helicóptero había aterrizado en el club de campo de la zona
residencial de Las Colinas y a continuación el presidente había logrado hacerse con el
control de la emiisora de televisión V-Visión. Se había atrincherado en la emisora,
rodeado de tropas leales.
El presidente hizo un llamamiento al pueblo. Pronto, los militares le brindaron más
apoyo del que había tenido antes y, al cabo de pocas semanas, la ciudad volvía a
estar bajo su control. El ejército devolvió el orden a las calles y los principales
cabecillas del golpe de estado fueron arrestados. Poco después se hizo evidente que
la balanza de poder había cambiado. Los que eran capaces de entender cómo
funcionaban las cosas en realidad se dieron cuenta de que, a partir del golpe, Copeco
se había convertido en el jugador más destacado.
Capítulo 19
El grito de una mujer se oyó en la noche. Todos sabían que lo mejor era no intentar ir a
ayudar. Los sirvientes habían aprendido a cerrar los ojos y a hacer oídos sordos. Les
pagaban bien, por su silencio. Las mujeres entraban y salían. Algunas salían mejor,
otras peor de lo que entraban, pero ninguna se quejaba. Se marchaban con los
bolsillos llenos de dinero y, la verdad fuera dicha, si se les diera la oportunidad
volverían a por más.
Estaba oscuro y las dos figuras yacían sobre la cama, al fin colmadas. Raisa se
levantó y caminó desnuda hacia las puertas de cristal. Las abrió y dejó que entrara el
viento Se avecinaba tormenta. Se olía en la tierra y en ci aire. Iba a ser una tormenta
de las de órdago.
Raisa salió a la veranda y dejó que la brisa le acariciara la piel. La luz de la luna bañó
su cuerpo y ella miró hacia arriba para sentir su caricia. Lo único que oía era el silbido
del viento arremolinándose en torno a ella. Aspiró la tormenta con fruición y se refugió
en su interior. De repente oyó música. Estalló un relámpago y el sonido de un trueno
hizo retumbar la tierra. De nuevo, se hallaba en la oscuridad.
Vio una sombra por el rabillo del ojo. Se volvió y escudriñó la penumbra, sin dar crédito
a sus ojos. Se moría de ganas de tocarla. Oyó otro trueno. Los elementos estaban
jugándole una mala pasada a sus sentidos. La sombra extendió una mano hacia ella.
—Carolyn!
Raisa sostuvo a la mujer entre sus brazos y buscó su labios ardientes, prometedores y
apasionados. Pero aquel cuerpo no encajaba. Sus labios no eran tan cálidos ni
arrebatadores. Cerró los ojos con fuerza y la apartó de un empujón. Un nuevo
relámpago iluminó el balcón
Raisa vio a la chica en el suelo. Como siempre, al final todas la miraban con temor.
—Vuelve dentro! —bramó Raisa.
No regresó al dormitorio hasta que sus fantasmas estuvieron de nuevo bajo control. La
joven se estaba vistiendo.
—Pensé que querrías estar sola —le dijo con delicadeza. Un nuevo relámpago estalló
en el cielo, seguido de trueno.
—Todavía no. Aún quiero follar. Ven aquí e inclínate. Raisa fue hacia ella y le desgarró
el vestido, con creciente rugido de la tormenta de fondo.
Se levantó y salió del dormitorio, como hacía siempre que se despertaba en mitad de
la noche, lo cual le sucedía a menudo desde hacía años. Atravesó la casa a oscuras,
fue a ver a Simón y después a su hija Amanda. Tras asegurarse de que los dos niños
estaban bien y dormían plácidamente, se dirigió al salón y se sentó en el mullido sofá
blanco repleto de cojines. Fue como si se hundiera en él. Se rodeó con los brazos en
ademán protector.
De pronto la invadió una necesidad que conocía demasiado bien. Carolyn cerró los
ojos y echó la cabeza hacia atrás. Dolía mucho recordar, pero su condena era no ser
capaz de olvidar.
Raisa la había maldecido. Carolyn aún recordaba sus palabras y su mirada. La había
condenado a desear lo que nunca podría tener. Carolyn miró a su alrededor: estaba
rodeada de riqueza y opulencia. Matt tenía la necesidad de hacer alarde de su éxito a
todas horas. Aquella casa enorme no era más que otra pieza de exhibición para él, al
igual que su esposa y sus hijos.
Sus hijos estaban sanos y parecían felices, se dijo una y otra vez. La mayoría de las
mujeres matarían por ser como ella. A Matt le iba muy bien en la empresa. La clave
era que la mismísima dueña de Copeco lo favorecía. Sus colegas lo admiraban y
había escalado muchos puestos en la jerarquía de la empresa. Era uno de los chicos
de oro de Copeco.
Carolyn no había vuelto a ver a Raisa desde que se fue de Venezuela, diez años atrás.
Raisa había cumplido su palabra. Todo lo que le había prometido que pasaría había
pasado. Raisa no había intentado ponerse en contacto con ella o entrometerse en su
vida. Carolyn no había vuelto a oír su voz, ni siquiera la había visto en fotografía, y aun
así la sentía muy dentro de ella, incluso más que cuando eran amantes. La tenía bajo
la piel, la llevaba en la sangre. Raisa vivía en su mente y en sus sueños.
Desesperada, Carolyn miró a su alrededor una vez más. El fuerte viento abrió las
puertas de cristal e inundó la sala. El rugido y la pasión de la tormenta la envolvieron y
Carolyn dejó escapar un grito de dolor ante el vendaval. Cerró los ojos, pero sólo le
sirvió para sentir con más fuerza el hambre que la consumía por dentro. Ansiaba tocar,
sentir, saborear. Se moría de deseo, deseo, deseo..., un deseo sin límites.
Hacía ya casi diez años que había tocado a Carolyn por última vez. Desde entonces
se había follado a tantas mujeres que sus rostros se mezclaban y había perdido la
cuenta del número. Raisa fue consciente de que, al maldecir a Carolyn aquel día,
también se había condenado a sí misma. Sólo obtenía placer en sus sueños. Sólo en
sus sueños permitía que una mujer la tocara y la poseyera. Llevaba diez largos años
intentando no amar a Carolyn. Ya era suficiente, se dijo. Se sentó y se quedó nitrando
al vacío de su dormitorio. Estaba sola. Y por fin reconocía que lo estaba por decisión
propia.
—Hummn... —inspiró.
La anciana abrazó a Raisa, sin dejar de llorar, y ésta se sintió culpable y arrepentida.
—Siento que haya pasado tanto tiempo, Nona. —Le devolvió el abrazo a la anciana—.
He estado muy ocupada... Tendría que haber venido antes.
—Cuánto te puedes quedar esta vez? —le preguntó Nona, mirándola a los ojos.
—Unos días, sólo me puedo quedar unos días —repuso Raisa con tristeza, desviando
la mirada.
—No, ya cogeré uno cualquiera cuando venga de visita. No es necesario que elija uno
concreto para mí.
—Raisa, tienes que perdonarte por lo de Furioso. Tienes que olvidarlo —le recomendó
cariñosamente.
—Lo maté; Nona. Confiaba en mí y lo maté —dijo Raisa sin expresar ninguna
emoción.
—Raisa...
—Entre tú y yo siempre nos hemos dicho la verdad —Raisa se giró hacia ella—. Lo
maté.
—Eso no es excusa. Confiaba en mí, me quería y sin pensármelo dos veces, le quité
la vida, porque...
—Si hablaras de ella, a lo mejor te sería más fácil librarte de tus fantasmas —le dijo
con delicadeza—. Raisa...
—Mi ángel...
Raisa paseó por la veranda antes de volverse de nuevo. —Me estoy haciendo vieja,
Raisa. Quiero verte encontrar algo de paz, antes de dejar este mundo.
La aludida sonrió y le acarició el rostro con cariño. —Enferma no, mi niña, sólo vieja.
Raisa apoyó la cabeza en su regazo y Nona no tardó en acariciarle los oscuros bucles.
—Te he echado de menos, mi niña —le susurró la anciana, con las mejillas
empapadas en lágrimas—. Has dejado que la rabia se acumule en tu interior
demasiado tiempo. Tu pasión por la vida se ha convertido en otra cosa.
—jRaisa!
—No! La gente debería evitar ese tipo de sentimientos. ¿Acaso ya lo has olvidado?
¡No intentes convertirme en algo que no soy! ¡No te engañes!
—Tendría que haber estado allí. Lo único que é quería era vivir aquí, en su querido
Virago. Fue Copeco por mí, por lo que pasó cuando...
—Cuando se marchó Carolyn. ¿Por qué no dices su nombre y sigues adelante con tu
vida?
—¡Porque no puedo! Porque ella era mi vida porque.... Cuando se marchó todo lo
demás dejó de importar. —Raisa le dio la espalda, con los ojos lleno de lágrimas—.
Porque cuando se marchó deje de sentir nada. Monté a Furioso hasta reventarlo. Yo...
sólo pensaba en mí. Andreas vino a Copeco porque yo quise. Murió en aquella torre
porque yo lo envié allí.
A Raisa se le escapó un sollozo. Nona se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos.
Raisa trató de liberarse pero finalmente se dejó abrazar por la anciana.
—Lo único que sé hacer es destruir, Nona. Todo lo que he querido, lo he destruido.
—Mi ángel...
—No es por Andreas —la interrumpió Raisa. Después continuó en voz baja—: Es por
ella. ¿No lo ves, Nona?
—¿Qué? —Raisa se volvió y soltó una carcajada—. Nona, han pasado diez años. Es
demasiado tarde. —Cuando tu madre se fue...
—No quiero hablar de... —la interrumpió Raisa, sólo para ser interrumpida a su vez
por Nona.
—Vas a escucharme! Cuando tu madre se fue estaba dolida y enfadada, y sobre todo
asustada. Martín se parecía mucho a ti.
—Debería haber ido tras ella. Aun entonces, lo quería. Habría vuelto. -
—¿Vuelto para qué? ¿Para tener que aguantar su rabia? ,!En un país que odiaba?
¿Por aquellos que la querían?
—Sí, por aquellos que la querían —confirmó Nona afectuosamente—. Ella os quería a
todos. El la apartó de tu lado porque ella le había hecho daño. Era la única capaz de
hacerlo y eso era más de lo que él podía admitir. —Nona se fijó en que Raisa la
escuchaba con atención
—. Adele habría vuelto. Pero los dos estaban demasiado asustados y eran demasiado
orgullosos.
Raisa la miró fijamente, con expresión interrogante. En sus ojos se reflejaba todo su
miedo e inseguridad.
—No cometas los mismos errores. Cambia tu destino, Raisa, o acabarás igual que
ellos. Para empezar, mañana Puedes elegir un caballo.
—Cabalga por Virago. Deja que tu tierra te devuelva la paz. Y abre esa habitación —
concluyó con tristeza—. Entra y no tengas miedo de recordar.
Nona le dio un beso en la mejilla y se marchó. Raisa contempló la espesura que se
extendía frente a ella, mientras se preguntaba si, quizá, debía intentar cambiar su
estrella.
Aquella noche, después de la cena, Raisa dio una vuelta por la casa. De algún modo,
acabó de pie ante las puertas de cristal que habían permanecido cerradas durante casi
diez años. Accionó el picaporte y la sorprendió comprobar que se abría con facilidad.
Abrió las puertas y entró en el dormitorio. Estaba limpio como una patena, si bien cada
detalle estaba exactamente como lo habían dejado aquella noche. El vestido que
había llevado estaba todavía sobre la silla. A Raisa le dio la impresión de que no
habían pasado más que unos pocos minutos desde la última vez que había estado allí.
Caminó hasta el tocador y rozó con los dedos el frasco de perfume que le había
regalado a Carolyn. Lo cogió, lo abrió y se acercó el pulverizador a la nariz. La
fragancia invadió sus sentidos y, por fin, Raisa pronunció el nombre que no soportaba
oír en voz alta.
—Carolyn... Carolyn...
De repente, todas las lágrimas que no había derramado durante aquellos años se
agolparon en sus ojos. —Carolyn.
Capítulo 20
Mamá... ¿Mamá?
—Oh! Simón, perdona, cariño. Estaba distraída. Sonrió a su hijo y se acercó a darle un
beso en la mejilla—. ¿Cómo ha ido el colegio?
—Ah, como siempre. Mamá, ¿luego podrías llevarme al centro comercial? Necesito
algunas cosas.
Carolyn sonrió.
—Si, y a lo mejor también podríamos hacer algunas compras y tal... Pasar por un par
de tiendas. —Quieres ropa nueva, ¿no?
—Ah, venga, mamá —rió Simón al ser descubierto. —Muy bien, deja que hable con
tus abuelos a ver si Amanda puede quedarse a cenar con ellos.
De acuerdo.
El centro comercial estaba a reventar de gente, como todo viernes por la tarde.
Carolyn y Simón hicieron algunas compras y se dirigieron a la zona de restaurantes.
Tras elegir diversos platos de establecimiento diferentes, se sentaron a disfrutar de su
comida antes de que empezara la película que madre e hijo habían decidido ver.
—¿Mamá?
—¿Qué, Simón?
—Lo haces mucho, últimamente —dijo sin más. —Hago el qué, cielo?
Simón bajó la mirada hacia el plato. Carolyn se había quedado- de piedra. Cuando el
chico volvió a levantar la vista, vislumbró la incertidumbre que se reflejaba en los ojos
de su madre.
—Siempre lo supe. —Volvió a pegar los ojos a la comida—. En aquella época había
muchas cosas que no entendía.
—Simón, no lo comprendo.
Carolyn no estaba del todo segura de a qué se refería su hijo ni de adónde quería ir a
parar con aquella conversación.
—Lo oí todo. Y entonces llegó papá y pasó todo aquello... —Simón dejó colgada la
frase.
Carolyn entrelazó las manos sobre la mesa para que dejaran de temblar. Simón las
cubrió con sus propias manos. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Ahora entiendo las cosas mucho mejor, mamá —le dijo con amargura.
—Simón, no sé qué decirte. —Las lágrimas le rodaron mejillas abajo.
—Es como si te quedaras mirando al vacío y te fueras. —Simón, lo siento —le dijo en
voz baja, con los ojos fijos en sus manos entrelazadas.
—Cariño, tú... -
—Recuerdo que intentaste hablar conmigo cuando regresamos a Caracas. Te dije que,
si no nos íbamos y nos quedábamos allí con ella, me marcharía con papá. —Simón,
eras sólo un niño.
—Simón —lo interrumpió Carolyn cariñosamente de eso hace mucho tiempo. Tomé la
decisión correcta.
—No, ha pasado mucho tiempo. Y yo elegí marcharme. No fue por nada que tú dijeras.
No quiero que te sientas culpable por eso. Fue decisión mía, Simón, mía
—Mamá, sólo quiero que seas feliz. Sé que no lo eres Era un niño estúpido. En
aquella época había muchas cosas que no quería entender. —De nuevo, se veía
avergonzado—. Si lo que te hace feliz es estar con una murje es lo que quiero para ti.
—Sé que no eres feliz. Sé todo lo que ha pasado durante estos años. Y también sé lo
de Amanda. —Simón...
—Simón... —balbuceó, sin saber cómo contestarle. Sin saber cómo consolarlo.
—Simón...
—Quiero que seas feliz. Recuerdo cómo te reías cuando eras feliz.
—Vamos a ver la película. —Le apretó las manos y le sonrió—. Podemos seguir
hablando luego. Sólo deseaba que supieras que quiero que seas feliz. Y que iré
contigo dondequiera que encuentres la felicidad, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, Simón. ¿Pero tú cuándo te has hecho tan mayor? —le preguntó.
Se permitió pensar en Furioso. ¿Cómo había podido ser tan desconsiderada? Raisa
tomó aire. Quizá Carolyn tenía razón: en su interior había encerrada demasiada
violencia. Había matado al animal sin pensárselo dos veces. Lo único que sabía es
que Carolyn se marchaba aquel día y que tenía que llegar al avión antes de que
despegara con ella dentro. Había matado al noble y bello animal. No había pensado
más que en sus propios deseos. Raisa sacudió la cabeza para librarse de la
culpabilidad que la atormentaba desde entonces.
Y después estaba Andreas. Raisa era responsable de mucho dolor. En ese momento,
reconoció su naturaleza violenta y la aceptó. No volvería a negar quién era, lo que era.
A veces, como cuando estaba con Carolyn, había querido negar esa parte de sí
misma. Otras veces, Dios sabe que había luchado contra ella con todas sus fuerzas.
Andreas también lo había sabido. Y en otras ocasiones, había permitido que su
humanidad desapareciera por completo para ganar a toda costa.
Como con Copeco y todo lo que había sucedido diez años atrás.
Se había repetido una y otra vez que todas y cada una de aquellas muertes estaba
justificada. Pero no había sentido ninguna alegría por su éxito. ¿Cuántos habían tenido
que morir para que ella acumulara más riqueza de la que cualquier persona podría
necesitar o desear? Raisa había sentido la necesidad de poseerlo todo, como si
creyera que, si lograba acumular el poder suficiente, el resto de sus deseos se
desvanecerían por arte de magia. Pero no había sido así. Poco a poco, el frío la había
atenazado por dentro y la había dejado vacía.
Raisa contempló el paisaje y rezó en silencio por una señal, algún tipo de chispa que
indicara que seguía viva. La avergonzaba admitir que ya ni siquiera lloraba a Andreas.
Los únicos momentos en los que sentía algo era al recordar a Carolyn. Y ese algo no
era otra cosa que dolor y más dolor. Había perdido la capacidad de sentir nada que no
fuera dolor.
156
Capítulo 21
Como siempre, Copeco celebraba su reunión anual en Dallas. Todos los ejecutivos
asistían a un congreso que duraba toda la semana. También se aprovechaba la
ocasión para anunciar las relocalizaciones de determinadas áreas y acordar traslados.
La novedad de aquella edición era que la presidenta de Copeco tenía previsto asistir a
la cena de gala. Cuando Matt llegó a las oficinas aquella mañana, la noticia corría de
boca en boca.
Matt se apoyó en la mesa de la mujer con una sonrisa radiante. Llevaba cuatro
meses intentando que Claire saliera con él.
Matt se metió en el despacho a toda prisa y echó un vistazo al memorando que había
sobre la mesa. Raisa iba a venir. Sabía que un día u otro tenía que ocurrir. Se repitió
una y otra vez que debía conservar la calma.
—Naturalmente, pero no podía decir nada. -----Matt se volvió con una sonrisa
confiada.
—Lo siento, Claire. De verdad que no puedo decírtelo. Raisa es una persona muy
celosa de su intimidad.
—Oh, claro. ¿Me la presentarás? —preguntó Claire. Se había tragado todas y cada
una de sus palabras.
—Si te hace ilusión, sí, claro que lo haré —le sonrió maliciosamente.
—dY a quién se supone que me vas a presentar? —Una voz en la puerta hizo que los
dos se volvieran.
—¿Puedo ayudarla? —Claire se dirigió hacia la mujer de cabello oscuro que se había
plantado en la entrada.
—Oh, señora Andieta, es un placer conocerla por fin. He leído artículos sobre usted en
el Money Magazine y el del mes pasado en Fortune 500. Es un placer conocerla...—
parloteó, sin dejar de estrecharle la mano.
Raisa miró a Matt, y éste enseguida intervino. —Claire, suéltale la mano ya.
Claire se ruborizó.
—Los labios de Raisa se curvaron en una sonrisa sardónica—. Todo bueno, espero,
¿eh, Matt? —Claro, claro —rió él.
—Ahora, si no le importa, querría hablar unos minutos con el señor Stenbet —dijo
Raisa.
—Tengo intención de asistir a la gala de este año para anunciar los ascensos y todo
eso. Voy a hacer algunos cambios en la dirección y quiero hablar con todos los
ejecutivos. En persona. Por supuesto, cuento con tu consejo y orientación.
—Amanda! ¡No puedes hacer siempre lo que te dé la gana así por las buenas! —riñó
Carolyn a su hija, conteiiiendo el enfado en su voz.
—¡La señora Wasneski es idiota! —La niña volvió la cara ante su madre, en actitud
desafiante.
—Amanda!
—Pero es que lo es, mamá! No hace más que hablar y hablar de cosas ridículas. Le
hice una pregunta de verdad y me llamó insolente sólo porque no sabía cómo
contestarme. Sé que fue por eso —espetó la niña.
Sí, el colegio es para aprender. Pero también para aprender a convivir con las demás
personas. No puedes estar siempre desafiando a la gente, Mandy..., la mayoría te la
intentará devolver.
—Humm.
—Tienes que aprender que hay cosas que no son aceptables. Y punto. Sé que eres
una niña muy inteligente, lo sé. Tu profesora lo sabe. Pero eso no te da derecho a
burlarte de los demás.
—Hay que tener cuidado con lo que decimos, cariño. A veces las palabras hacen
mucho daño.
La niña miró por la ventanilla del coche y reflexionó sobre las palabras de su madre.
—Sí.
La niña se quedó mirando a su madre y después volvió a mirar por la ventanilla sin
decir una palabra.
Todos salieron de la sala con cara de pocos amigos Sin comerlo ni beberlo, iban a
tener que planear un congreso nuevo en sólo dos días. Matt era el único que se había
librado. La diferencia de clases les había quedado clara desde buen principio, dada su
presencia y el hecho de que Raisa contara con él. Todos sabían que era su mano
derecha.
Cuando se quedaron a solas, Matt le hizo el ofrecimiento que más temía hacer.
—Señora Andieta, si no tiene planes para esta noche, me encantaría invitarla a cenar.
—Gracias, pero no. Mi viaje será corto y tengo asuntos urgentes que atender en
Europa.
Le mandó retirarse con una sola mirada. Matt se levantó y salió, lanzando un suspiro
de alivio.
El día siguiente no fue mucho más sencillo para Carolyn. Despertó con una inquietud
que no sentía desde hacía tiempo. Por la tarde, los niños volvieron a casa y corrieron
escaleras arriba antes de que pudiera verlos. Carolyn los siguió con un nudo en el
estómago.
—Mamá, no es tan malo como parece —le dijo Simón en cuanto Carolyn entró en la
habitación.
—Jarred es un gilipollas. Siempre está con que si los niños son mucho mejores que
las niñas.
—Amanda!
—Me fue a dar un puñetazo pero falló, así que le pegué yo —dijo con orgullo.
—Pero...
Sonó el teléfono y Carolyn fue a descolgar, tras indicar a sus hijos que esperasen.
—Sí?
—Sí, señora Wasneski, ahora mismo estaba hablando con ella... No, eso no lo sabía...
Por supuesto que hablaré con ella... Sí... Mañana a las nueve está bien...
—Oh oh, creo que lo sabe, Mandy —dijo Simón entre dientes.
Aquella noche, los cuatro miembros de la familia se sentaron a cenar a la mesa. Como
era habitual, comieron en silencio.
Matt parecía irritado, como también era habitual. —Me he peleado en el colegio —
respondió Amanda.
Matt miró a Carolyn.
—Tenernos una reunión mañana a las nueve en el colegio. Quieren que vayamos los
dos.
—No puedo.
—Matt, es importante.
—Sí, llegó ayer. Y con su delicadeza habitual se ha propuesto volvernos a todos locos
—dijo Matt secamente.
Dejó su servilleta sobre la mesa, se levantó y salió del comedor. Carolyn se levantó
también y lo siguió al salón principal.
—No para de meterse en líos, Matt. No sé qué hacer iii cómo razonar con ella. A lo
mejor si tú...
—No es mi intención. Pero es nuestra hija. Tenemos que hacer un esfuerzo para
entender por qué se comporta así antes de que vaya a peor. Se mete en peleas, da
guerra en clase. Matt, necesito que me ayudes. —Yo sabría tratarla si fuera un niño.
—dY Amanda qué? ¿Con ella qué excusa tienes? —Si no supiera que es una
tontería...
—Qué? Qué?
Dicho aquello, Carolyn salió de la habitación dejando a Matt con un palmo de narices.
Al salir de la estancia, Carolyn se encontró frente a frente con sus hijos, que la
miraban horrorizados. Carolyn deseó que se la tragara la tierra en aquel mismo
instante.
Carolyn se arrodilló delante de su hija y fue para abrazarla, pero la niña se apartó.
—No, cariño, no ha dicho eso —negó Carolyn, alargando la mano hacia ella.
Amanda echó a correr y Simón corrió tras ella. A Carolyn se le cayó el alma a los pies.
Inspiró hondo para tranquilizarse y se dispuso a seguir a sus hijos, para comprobar el
daño que se había hecho.
—Bueno, tengo mucho trabajo que hacer esta noche para el congreso, así que haz
que se esté callada, C'arolyn.
Para Carolyn, aquello fue la gota que colmó el vaso. —Arrogante hijo de puta!
De pie, cara a cara, los dos se miraron a los ojos. Matt apartó la vista primero.
Capítulo 22
Durante el congreso, Matt averiguó que al año siguiente quedaría vacante un puesto
directivo en Europa. Recordaba que Raisa había mencionado que tenía asuntos
urgentes que atender en Europa. Si jugaba bien sus cartas, el anhelado puesto podía
ser suyo.
—Matt!
Matt se volvió. El director general de la torre 54, Harry Pentak, se le había acercado.
—¿De qué?
—Gracias, Harry —le dijo Matt con una gran sonrisa—. Nunca olvido a los amigos.
—Sé que cuidas de los tuyos, Matt. Sólo quería que supieras que te apoyaremos si
necesitas un empujón extra.
—Ya sé que se supone que eres íntimo de la Señora Hielo en persona, pero si los
demás...
—Hay algo que aprendí hace mucho tiempo. Lo que ella dice va a misa. Ninguno de
esos gilipollas se atreverá a contradecirla —rió Matt a carcajadas.
El último día del congreso fue largo y tedioso, y todos estaban impacientes por que
llegara la gala. La flor y nata de Dallas asistió, ataviada con sus mejores galas. Todo el
que era alguien en el negocio del petróleo trabajaba para Copeco.
Raisa decidió que estaba cansada. La fiesta podía continuar sin ella. Se despidió del
gobernador y abandonó la gala, acompañada de sus dos guardaespaldas.
Matt había llegado tarde. Se suponía que tenía que haber estado allí para realizar
algunas de las presentaciones con ella. Su osadía tenía nombre. Raisa sintió renacer
la profunda antipatía que le tenía y, mientras le daba vueltas a aquellos pensamientos,
entró en el ascensor privado que la llevaría al ático.
Al llegar a su planta, se encontró con una escena de lo más extraña. Un joven intentó
acercársele, pero uno de los guardaespaldas le impidió el paso y lo tiró al suelo.
—Lo pillamos intentando colarse en sus habitaciones, señora Andieta. Nosotros nos
ocuparemos de él —repuso uno de los guardias de seguridad de la planta.
—Espere! ¡Raisa! Soy Simón —gritó el chico, con la cara contra la moqueta.
Lo soltaron y Simón, se levantó poco a poco. Raisa se encontró frente a frente con un
hombrecito hecho y derecho. Ya no era el niño que recordaba. Incluso era más alto
que ella. Escrutó su rostro y se detuvo en sus ojos.
—Estás bien? ¿Te han hecho daño? —le preguntó Raisa, mientras le echaba un
vistazo.
—¿No te parece bastante tirar a un chico al suelo, que encima vas a darme excusas?
—Bien. Ahora ve a hacer tu trabajo. ¿Cómo has llegado hasta aquí arriba? —le
preguntó a Simón.
—No, no, gracias —negó con la cabeza mientras se paseaba por la habitación—.
Caramba, menudo sitio. —Fue hasta la cristalera bajo la cual se extendía Dallas—. Y
qué vista
—Sí.
El chico fue a sentarse en una silla cerca de Raisa. Parecía que le estaba resultando
difícil encontrar las palabras.
—Mi madre no es feliz. Sé que una vez la quisiste. Las cosas entre mi padre y ella
nunca fueron del todo bien, pero creía que... Sé que ella te abandonó y volvió aquí por
culpa mía.
—Simón...
—Sé que vosotras dos estabais... —Miró al suelo. Raisa no dijo nada—. Sé que ella
te quería. En aquel entonces no lo entendía. Pero era tan feliz.., lo que quiero saber es
si todavía la quieres.
Raisa se volvió hacia Simón, cuyo joven rostro estaba teñido de vergüenza.
Raisa respiró hondo antes de hablar. Aquella noche iba de sorpresa en sorpresa.
—Ha pasado mucho tiempo, Simón. Las dos éramos jóvenes. Fue hace diez años.
—Sé que ella todavía te quiere.
—Si tú la quieres...
—Esto es por haber sido tan buena conmigo cuando estuvimos en Virago. Nunca te di
las gracias.
Raisa volvió junto a la pared de cristal y contempló las luces de la ciudad, mientras el
reflejo del cristal ahumado capturaba la lágrima que se deslizaba lentamente por su
mejilla.
Al día siguiente, Raisa hizo el equipaje y se subió a un avión con pasaje de primera
clase, de regreso a Venezuela. Se iba a casa. Europa tendría que esperar.
—Oigo?
Llegó a Virago y corrió escaleras arriba. No era necesario que nadie le explicara la
gravedad de la situación: la veía en sus caras. Raisa fue directamente a la habitación
de Nona.
—Nona! —exclamó, arrodillándose junto a la cama. —Te estaba esperando. Sabía que
vendrías.
Raisa vio que los ojos de la anciana estaban apagados y ni siquiera su sonrisa era tan
vivaz como antes.
—Has sido muy mala. Tendría que enfadarme contigo —le susurró Raisa.
—No, no te enfades, mi ángel, no quería preocuparte.
Cada palabra parecía costarle horrores. Raisa le sonrió y le cogió la mano. Entonces
se dio cuenta de lo delicada y frágil que parecía la mano de la anciana entre las suyas.
Miró a Nona, sin poder evitar que el miedo se le reflejara en sus ojos.
—Debes luchar por ser feliz. Sé que hay mucho amor en tu interior, mi ángel.
Nona extendió la mano y acarició con ternura el rostro de la niña que tanto amaba.
Había querido a Raisa tanto como a la hija que había perdido tiempo atrás e iba a
hacer todo lo que estuviera en sus manos para que la niña de su corazón hallara la
felicidad.
—Tú eres lo único que necesito. —Raisa apenas podía hablar, ya que estaba
deshecha en llanto.
—Nona...
—Saldrás adelante y lo harás por mí. —Los ojos de la anciana se llenaron de lágrimas
—. Te quise desde el primer momento en que te vi. Llorabas con todas tus fuerzas. Sé
quién eres. Mi pequeña luchadora, fuerte y valiente. Es lo que sabes hacer mejor: has
luchado durante toda tu vida. Ahora debes luchar por tu felicidad.
—No te vayas. Por favor, quédate conmigo —sollozó Raisa, con la frente apoyada en
la mano de la anciana.
Con el rostro apoyado sobre la mano de la anciana, Raisa no pudo contener las
lágrimas. De repente notó que Nona dejaba de acariciarle el pelo. Y en ese momento
lo supo.
Todos los criados de siempre, que sabían lo mucho que había querido a la anciana, la
miraban con compasión. Veían el dolor que reflejaban sus ojos, pese a que ella creía
que lo tenía mejor escondido. Le dirigían palabras amables e incluso le preparaban
sus platos favoritos por iniciativa propia, pero, aun así, la mayoría de las veces la
comida volvía a la cocina casi sin tocar.
Raisa había perdido peso, aunque a ojos de los extraños lo máximo que se
evidenciaba era que sus facciones se habían vuelto más afiladas. Ahora bien, ¿qué
sabían los extraños? Si supieran que la mujer más temida y poderosa del país lloraba
cada noche hasta quedarse dormida. O que dormía sentada en una silla, porque no
podía soportar el recuerdo de la mujer que amaba y con la que había compartido aquel
lecho.
Fuera como fuera, Raisa se había quedado en Virago y por alguna razón volvía a su
antiguo dormitorio noche tras noche.
Un día, mientras paseaba, cayó en la cuenta de que todo lo que había amado de
verdad había estado en Virago. Lo que la había hecho como era, lo que le había
hecho daño, lo que le había importado. Todo había estado en Virago. Miró a su
alrededor y, casi de inmediato, fue como si el frondoso verdor en torno a ella cobrara
vida. Como antaño, un soplo de brisa le acarició la piel hambrienta. Inspiró el dulce
aroma de la tierra bajo sus pies y volvió a sentir su llamada. Cerró los ojos, anegados
en lágrimas, y al volver a abrirlos se vio invadida por un anhelo que ya no podía negar.
Había estado pidiendo una señal, pero no había sido capaz de verla hasta el momento
en que la tierra de la que emanaba su energía vital se lo dejó claro. Era muy sencillo.
El amor nunca muere.
—Tomás?
—Estoy aquí.
—Sí.
—Ven —ordenó.
El ranchero la siguió. Raisa se apoyó en la valla y observó a los caballos que jugaban
y correteaban arriba y abajo. Al cabo de unos minutos lo vio. Era un zaino de mirada
aguda. El caballo tenía un aire de arrogancia y un carácter que Raisa apreció de
inmediato. Lo señaló.
—Separa a esa yegua de los demás y ponla en mis establos. Encarga una placa para
ponerle el nombre.
Tomás sonrió.
El nombre parecía apropiado. Tras echar un último vistazo al caballo regresó a la casa
principal.
Aquella noche, Raisa contempló las luces de la ciudad desde la pared de cristal del
ático, respiró hondo y se fue a la cama. Mientras apoyaba la cabeza en la almohada y
cerraba los ojos, en su mente había un único pensamiento: «Mañana».
—No sé por qué no la lleva el chófer y ya está —dijo Matt con una nota de
exasperación.
--- Y no se te ha ocurrido nunca que está demasiado mimada? A lo mejor es por eso
por lo que le dan esas rabietas.
Cogió las llaves y salió de casa con el café a medio beber. Amanda acababa de entrar
en el coche. Carolyn abrió la puerta del lado del conductor y subió al vehículo.
—¿Lista, cariño?
Carolyn observó a su hija. En los últimos días, Amanda había dejado de mirarla a los
ojos. Estaba perdiéndola poco a poco y, aunque era consciente de ello, no sabía cómo
remediarlo. Carolyn le acarició el cabello oscuro y la niña se volvió para mirar a su
madre. Por un instante, sus ojos relucieron llenos de temor.
—Amanda...
—Llegaremos tarde, mamá —dijo ésta, antes de volver a girar la cabeza hacia la
ventana.
—Amanda, ¿qué te pasa, cielo? Si no me lo cuentas no puedo ayudarte —razonó
Carolyn en voz baja. —No me pasa nada, mamá.
—Me duele, Amanda. —Su voz de tembló y la niña se volvió hacia ella—. Me duele
que no puedas confiar en mí.
—Si te pregunto una cosa, ¿me dirás la verdad? —preguntó Amanda, estudiando a
Carolyn con intensidad.
—Te pareces a la familia de mi padre, cielo. Ellos tienen el pelo oscuro y los ojos
azules, como tú. —Acarició la suave mejilla de su hija con ternura—. Eres mía, mi
preciosa niñita.
—Sí.
Carolyn no titubeó a la hora de responder. —Alguien que conocí hace mucho tiempo.
—De acuerdo.
Carolyn dejó a Amanda en el colegio y se dispuso a hacer los recados de rutina. Era
lunes y los lunes iba a comprar flores frescas y después se tomaba un café en su
cafetería favorita, junto a la floristería. Al salir de la floristería se detuvo en seco.
—Hola —la saludó Raisa con cariño—. ¿Te ayudo con eso?
—Espera, tú aguanta ésas y yo te cojo éstas. —Raisa le cogió parte de las flores—.
¿Tienes el coche cerca?
—He oído que en esa cafetería de ahí hacen un café muy bueno. —Señaló el
establecimiento al que Carolyn se dirigía originalmente.
Carolyn se sentía incómoda, como una niña nerviosa. —te apetece que vayamos? —le
preguntó Raisa. Carolyn lo pensó durante un segundo y respondió: —Sí.
Caminaron hombro con hombro, sin atreverse a decir nada por miedo a decir lo que no
debían. Raisa le abrió la puerta y Carolyn entró. Se dirigieron automáticamente a la
mesa habitual de Carolyn. Esta sonrió para sí: los capuchinos estaban deliciosos.
Finalmente, fue Carolyn la que rompió el silencio.
—Matt no lo sabe.
Carolyn sabía cuándo Raisa estaba siendo evasiva, así que decidió cambiar de tema.
—Murió hace ocho años —respondió, con los ojos pegados a la taza de café.
Carolyn le cogió las manos. Raisa levantó la vista y Carolyn vislumbró las lágrimas que
se agolpaban tras aquellos ojos que eran el reflejo de su alma.
«Algo tan simple—, se dijo Raisa— y, aun así, tan reconfortante. Sólo con que me coja
la mano.»
—El amor nunca muere —dijo Raisa en voz alta. —No, no muere —contestó Carolyn.
Volvieron a mirarse a los ojos—. ¿Cómo ocurrió?
Raisa retiró las manos y se removió, nerviosa. Carolyn echó de menos su calor en
cuanto Raisa la soltó y, de repente, vio mucho de Raisa en Amanda. El retraimiento y
la tensión, el nerviosismo y las emociones a flor de piel.
—En una torre —explicó Raisa, con los ojos puestos en la ventana.
—No tendría que haber estado allí —continuó Raisa, sin mirarla.
—Me alegro de haber llegado a conocerlo. Andreas era un hombre muy especial.
—No, no lo estaba.
No parecía que fuera a darle más explicaciones, por lo que Carolyn no dijo nada, hasta
que Raisa la miró a los Ojos.
—La madre se quedó con su dinero y los abandonó a su hijo y a él —dijo con rencor
—. Una parte de él murió entonces. Yo maté el resto.
Carolyn se quedó mirando a Raisa fijamente y notó cómo renacía en ella la rabia de
antaño.
—Raisa...
Carolyn no pudo evitar que su corazón se estremeciera ante el dolor que sentía la
hermosa mujer que tenía, delante. Un dolor que, por mucho que se esforzase por
contener, no lograba disimular.
—Lo siento, tengo prisa. Me ha gustado volver a verte —se despidió Raisa.
Se levantó con un gesto rápido y se fue. Carolyn la vio alejarse sin decir nada.
Carolyn condujo sin rumbo durante el resto del día, dominada por un torrente de
emociones. En cierta manera, Raisa le había devuelto parte de su juventud de un vigor
que creía olvidados. Por supuesto, también le había despertado otros recuerdos. Y,
junto con las cosas buenas, también estaban las malas. Una vez más, Carolyn había
sufrido en carne propia la melancolía de Raisa y su incapacidad para enfrentarse a...
De repente Carolyn lo vio claro. Raisa no huía del amor. Nunca lo había hecho. Raisa
siempre había luchado por el amor lo había disfrutado. De lo que Raisa huía era de ser
amada. Ser amada la asustaba, porque la enfrentaba con la posibilidad de hacerle
daño a alguien que le importaba. A su manera, Raisa creía que, si nadie la quería
nadie podría hacerle daño.
Carolyn detuvo el coche frente a la puerta del garaje y echó la cabeza hacia atrás. Al
fin comprendía la verdad después de tanto tiempo. Raisa tenía miedo de ella.
Carolyn siempre había malinterpretado su bravuconería y su pasión como agresividad.
No obstante, no se trataba de eso. Era más bien una necesidad de aferrarse a lo que
deseaba, a lo que para ella tenía valor. Siempre se había tratado de su miedo a la
pérdida. Raisa había perdido todo lo que había amado. Gracias a Dios, aún le
quedaba Nona, se dijo Carolyn. De lo contrario, por lo que sabía de aquella
apasionada mujer, no quería ni imaginarse el dolor que estaría soportando.
Amanda estaba sentada en una silla, con los ojos pegados al suelo.
—A lo mejor a partir de ahora tendrás que comprarle sólo pantalones, ya que parece
que es incapaz de comportarse 'como una jovencita decente! —bramó Matt.
—Matt!
—¿Dónde estabas? He estado toda la tarde llamándote. ¡He tenido que salir de una
reunión para ir a recogerla al colegio!
—Amanda, ¿estás bien? —le preguntó Carolyn a su hija, que seguía sin decir nada.
—Claro que está bien. Ella puede con todos. ¡Se ha vuelto un verdadero chicarrón!
—Si le pones la mano encima a mi madre, te mataré! —¿Quién coño te has creído que
eres? —se enfureció Matt, zarandeando a Simón con dureza.
Carolyn agarró del brazo a su marido para obligarlo a soltar a Simón. Amanda se
levantó de un salto y empezó a pegar a su padre. Le dio un puñetazo tras otro.
Carolyn la apartó y la abrazó con fuerza, hasta que se le pasó el arrebato. Las dos
acabaron en el suelo y Amanda rompió a llorar en brazos de su madre.
Matt se limitó a mirarlas en silencio. Simón se sentó y ocultó el rostro ente las manos.
Carolyn le acariciaba el pelo a su hija, mientras la arrullaba.
—¿Qué es esto?
—Yo —intervino Raisa desde el umbral—. ¿Sueles llegar a la oficina pasadas las dos
de la tarde o es q hoy es un día especial?
—¿Está bien?
—Tendrá que aprender —replicó él, desafiante. Raisa no se inmutó y añadió, mientras
se alejaba: —Algunas no aprendemos nunca.
Claire buscó a Raisa con la mirada, temerosa de que hubiera oído a Matt, y al
comprobar que la mujer seguía andando dejó escapar un suspiro de alivio.
—Matt...
Agarró un vaso que había encima del escritorio y lo tiró contra la pared. Claire se
quedó horrorizada. A continuación, Matt se sentó en su escritorio y giró la silla para
mirar por la ventana.Claire salió del despacho y cerró la puerta haciendo el menor
ruido posible.
Aquella tarde, Matt se dirigió a la planta once. Raisa lo había mandado llamar.
—Adelante, Matt —le dijo Raisa, sin despegar los Ojos de los documentos que tenía
delante.
Matt se sentó con cara de pocos amigos. Ella levantó la vista. ¡¡¡hablar con Olga!!!
—Debo tomarme tu silencio como un sí? —preguntó ella con aire aburrido, mientras
volvía a enfrascarse en los papeles.
—No se lo digas a nadie todavía. Dame una semana. —Lo miró de nuevo.
Estaba tan satisfecho que lo único que le faltaba era menear el rabo.
—Bien, pues dalo por hecho. Ahora tengo trabajo, Matt. Hablaremos luego.
Capítulo 24
Desde su llegada, Raisa había echado el ojo a varios jinetes que le habían parecido
muy buenos. Antes de que empezara la siguiente ronda, decidió bajar al paddock para
conocer en persona a algunos de los jóvenes competidores y a sus caballos.
A todos los jinetes se les asignaba un número para competir. Siempre se había hecho
así, para evitar favoritismos. Raisa se había quedado con la actuación del número
nueve. Cuando localizó al jinete que llevaba el número a la espalda, se le acercó con
naturalidad.
—Hola.
—Lo has hecho muy bien hoy —alabó Raisa.
—Gracias, pero casi le doy al último obstáculo en el último salto —repuso el jinete,
mientras se quitaba el casco. Inmediatamente, una sedosa melena oscura le cayó
sobre los hombros.
Tú montas?
—Bueno, he hecho mis pinitos. Me llevé unos cuantos premios a cambio de los
chichones y cardenales —dijo Raisa, con una sonrisa radiante.
Las dos compararon sus notas entre risas. Simón, que estaba de camino al paddock,
las vio y se paró en seco. Con una sonrisa, dio media vuelta y se fue hacia otro lado.
Carolyn se sentó en las gradas justo cuando los jinetes empezaban a salir en el orden
de participación. El número nueve emergió de las puertas con entusiasmo.
Carolyn notó enseguida la diferencia de postura: era como si Amanda hubiera cobrado
vida a lomos del caballo. Se arriesgaba más en su rutina e imprimía más velocidad a
los saltos. Carolyn supo instintivamente que algo había cambiado.
Carolyn echó a correr de inmediato. Varias personas más habían saltado las vallas y
se apresuraban hacia la arena para atender a la jinete. Raisa, que había estado
observándola de cerca, fue la primera en llegar junto a la niña.
—Respira hondo. Te duele algo? —le preguntó Raisa, mientras le palpaba las
extremidades.
Amanda negó con la cabeza.
—Creo que está bien. Sólo se ha quedado sin respiración, eso es todo.
Carolyn volvió la cabeza hacia la voz y fue entonces cuando se dio cuenta de que
Raisa estaba a su lado.
—Sí, mamá, estoy bien. Ha sido sólo un segundo, pero ya me puedo mover —afirmó
la niña con valentía.
—Carolyn, tranquilízate —le dijo Raisa en voz baja. —No! ¡Es mi hija y tú no eres
médico!
La niña trató de levantarse, cada vez más agitada y agresiva. El médico llegó y
empezó a examinarla. —Dejadme en paz! —chilló Amanda.
—Amanda, levántate.
Todos levantaron la vista ante la voz imperiosa de Raisa. Amanda dejó de forcejear y
se levantó.
—Tu rutina era buena, pero en el último salto perdiste el control del caballo porque no
estabas concentrada.
Amanda fue a buscar a Astro, su caballo. Al acercarse, Carolyn y ella vieron a Raisa
cepillando al animal. Raisa las vio llegar e imaginó lo que le esperaba.
—¡Le dijiste que cambiara su rutina! —arremetió Carolyn sin perder un segundo—.
¡Cómo has podido!
—Apareces aquí y haces y deshaces como te sale de las narices, ¿verdad? Nunca te
paras a pensar en las consecuencias —la acusó Carolyn.
—Mamá...
—Le dije que fuera ella misma. ¡Uno no puede esconder quién es, Carolyn! —
contraatacó Raisa.
—Mamá...
—Nunca la habría dejado moverse si hubiera pensado que se había hecho daño! —
replicó Raisa.
—Mamá, estoy bien —afirmó Amanda, mientras le rodeaba la cintura con los brazos.
Carolyn miró hacia abajo y acarició la oscura cabecita de su hija. Raisa las contempló
como hipnotizada.
Quiero que seas fuerte y valiente, pero tienes que tener cuidado, porque hay gente
que te quiere.
Entonces miró los ojos azules de Raisa y los halló llenos de aquella ternura que tan
bien conocía.
—Raisa, yo...
—No debería haber cambiado la rutina sin consultarlo con sus padres, contigo, en este
caso. No sabía que era tu hija —le dijo, con una sonrisa triste.
Alargó la mano para acariciarle el pelo a la niña, pero cambió de idea en el último
momento y la retiró. A Carolyn no se le pasó por alto el gesto.
La atención de ambas mujeres se volvió hacia la niña. —Se supone que soy como tú
—dijo Amanda con seriedad, sin despegar los ojos de los de Raisa. Raisa miró a
Carolyn de reojo.
El corazón de Carolyn se rompió en mil pedazos. Estaba a punto de decir algo, cuando
Raisa se arrodilló delante de la niña.
Raisa sonrió y Amanda asintió en señal de acuerdo. Raisa alargó la mano y le puso un
mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo solía... tu madre también tenía un mechón muy rebelde, como el tuyo.
Raisa se levantó y miró a Carolyn a los ojos. Amanda le cogió una mano a cada una y
las dos mujeres miraron a la niña y se miraron entre ellas. Finalmente, Carolyn sonrió
a su hija.
Amanda asintió con una gran sonrisa y miró a Raisa. —Pequeña, ¿has probado
alguna vez el helado de mango?
Raisa y Amanda echaron a andar juntas. Carolyn rió y corrió para alcanzarlas.
Capítulo 25
—¡Eh! ¿Dónde os habíais metido? —preguntó Simon aquella noche al entrar en la
salita de estar—. Os buscamos después de la competición.
—¿Cómo están George y Tim? —se interesó Carolyn, levantando la vista del libro que
leía.
—Bien, hemos arrasado. Ese juego nuevo es increíble. —Simon se sentó y se dirigió a
Amanda—. ¿Qué, enana? ¿Cómo te fue en la competición?
—Guay —exclamó Simon—. Fui a verte, pero estabas ocupada hablando con Raisa,
así que... —Simon miró a Matt y se mordió la lengua, demasiado tarde.
—Mamá y yo.
—Por qué no me lo habías dicho? —Matt, exaltado, se puso en pie y se encaró con
Carolyn.
—Me cae muy bien! ¡Me cae mejor que tú! —le soltó Amanda.
—Fuera!
—Simon, cariño, por favor. Tengo que hablar con tu padre —intervino Carolyn, para
alejar a Simon de la ira de Matt.
Simon miró a sus padres alternativamente hasta que, al final, se levantó y salió de la
habitación.
_¿Qué has estado haciendo con Raisa y con mi hija? —Ahora de repente es tu hija?
—replicó Carolyn sin arredrarse.
—¡No esperes que está vez me quede sentado mirando mientras se te folla!
Carolyn entró en casa a toda prisa, cargada de bolsas, y las dejó sobre el mármol para
contestar al teléfono.
—Hola.
Se hizo el silencio.
—Sí.
—Sí.
Cuando estuvieron por fin cara a cara fue como si el tiempo se hubiera detenido.
Perdidas en los ojos de la otra, Carolyn y Raisa se sentían como suspendidas en un
sueño.
Los labios de Raisa la silenciaron de golpe y el ardor que había permanecido dormido
durante tanto tiempo se convirtió en un fuego abrasador, que ni las convenciones
sociales ni los prejuicios fueron capaces de sofocar. Carolyn se aferró a la melena
negra de Raisa y echó la cabeza hacia atrás, mientras Raisa le besaba el cuello.
Raisa exploró, hambrienta, la piel que tanto placer le había dado y deslizó una mano
bajo la blusa de Carolyn en busca de su pecho. Al hallarlo, gimió de placer y aquel
sonido le llegó al alma a Carolyn, que gimió a su vez y buscó sus labios de nuevo.
Raisa y Carolyn se apartaron de un salto. Cuando Simon entró, notó la tensión que
reinaba entre las mujeres, de pie la una enfrente de la otra, separadas apenas por
unos centímetros.
—Lo siento —musitó, sin estar del todo seguro de por qué se disculpaba.
Carolyn se dio la vuelta y se alisó el pelo y la ropa. Raisa fue hacia Simon y le extendió
la mano, para darle a Carolyn un momento para recomponerse.
—Hola, Simon.
—Hola —Simon exageró el saludo—. Ya sé quién es,mamá —añadió con una sonrisa
—. A Amanda le gustas —le dijo a Raisa.
Atónita, Carolyn no pudo más que asistir a la conversación entre su hijo y Raisa.
Capítulo 26
—Estaba todo buenísimo. Gracias por invitarme —dijo Raisa.
—De hecho, sí —repuso Raisa con una sonrisa, mirando a Carolyn a los ojos con
intensidad.
—Simon te puede llevar a casa —ofreció Carolyn, sin romper el contacto visual.
Raisa le sonrió y Simon le devolvió la sonrisa. Carolyn no daba crédito a sus ojos.
—Por qué tengo la impresión de que os habíais puesto de acuerdo?
—Muy bien, te llevaré al hotel —accedió Carolyn al fin—. Simon, nada de McDonald's,
¿de acuerdo? —Oh, mamá.
Raisa la tocó en el brazo y le sonrió, suplicante. —Muy bien, Simon, Sólo por esta vez.
Carolyn subió al ático con Raisa. Aunque ella no se lo había pedido, era algo que se
sobreentendía. Volvían a ser capaces de comunicarse en silencio y los mensajes
mudos se sucedían entre la una y la otra a una velocidad de vértigo.
—Claro que sí. Está el hijo de Andreas y también Nona —se indignó Carolyn.
Raisa se levantó del sofá y se dirigió hacia la pared de cristal. Carolyn asimiló aquellas
palabras con amargura: Nona estaba muerta.
De repente, Raisa sintió que la abrazaban por detrás. Dudó un instante antes de
dejarse llevar por el amor. Se fundió entre los brazos que la sujetaban y se dejó
confortar porque a Raisa le fallaban las piernas. Las dos se sentaron en el sue1oy se
abrazaron con fuerza. Raisa rompió a llorar desconsoladamente, mientras Carolyn la
estrechaba entre sus brazos. Echó la cabeza hacia atrás, su cabello oscuro cayó
sobre el hombro de Carolyn, y dejó escapar los sollozos más desgarrados que Carolyn
le había oído nunca proferir a otro ser humano. Por fin Raisa le había abierto las
puertas de su corazón para compartir su debilidad y su dolor. La mujer que amaba se
convirtió al mismo tiempo en niña y en adulta, y el dolor que había guardado en su
interior durante tanto tiempo se derramó en cada lágrima y en cada sollozo que hacía
estremecer su cuerpo.
La sala, antes bañada por la luz del sol, se había sumido en la oscuridad. Carolyn
seguía sosteniendo a Raisa contra su pecho. Esta se había dormido en sus brazos
hacía un rato.
Carolyn se dio cuenta de que las señales habían estado ahí, a la vista de cualquiera
que tuviera ojos y se tomara la molestia de fijarse en ellas. Raisa parecía más
apagada, más frágil y, efectivamente, más vulnerable. Estaba sufriendo por dentro y
en aquella ocasión no tenía ninguna red de seguridad que frenara su caída. Carolyn la
estrechó con más fuerza y Raisa empezó a moverse. Trató de sentarse y miró a su
alrrededor, desorientada. Cuando sus ojos hallaron los de Carolyn, se le llenaron de
lágrimas y volvió a refugiarse entre sus brazos.
—No me iré —la tranquilizó Carolyn—. Ven, deja que cuide de ti.
Carolyn se levantó y le tendió la mano. Raisa levantó los ojos y la cogió sin dudar ni un
instante.
—¿No te irás?
Raisa no oyó la puerta de la ducha al abrirse. Tan sólo notó aquellos cálidos y
familiares brazos, que la rodeaban una vez más, y se echó hacia atrás para refugiarse
en ellos.
Carolyn la atrajo hacia sí con más fuerza y Raisa se fundió en su abrazo. Hicieron el
amor lentamente, sin prisas; se amaron con ternura, prodigándose caricias, dando
más que recibiendo. Se amaron ente lágrimas y sonrisas, entre besos y promesas de
rendición y de gloriosa unión. Las dos mujeres dieron y tomaron la una de la otra. Y, en
algún momento de la noche, hallaron al fin algo que habían perdido hacía demasiado
tiempo.
Capítulo 27
Carolyn entró en su jardín de madrugada. Había dejado a Raisa en la cama, dormida.
Se pasó los dedos por el pelo cuando una conocida sensación de agotamiento hizo
presa de su corazón. Ya no podía seguir negándose que necesitaba a Raisa. Ya había
huido una vez y no volvería a hacerlo. No sólo eso. En aquel momento le apremiaba la
urgencia: la única manera de demostrarle a una persona que la quieres es gritarlo a
los cuatro vientos, sin importarte quién te oiga.
—Ven, siéntate aquí conmigo. —Dio una palmadita al sofá, a su lado—. La quiero.
—Ya lo sé.
—Amanda?
—No le importará —le aseguró Simon—. Creo que Raisa y Amanda se harán bien la
una a la otra. Carolyn contempló a su hijo con asombro.
—Tengo que haber hecho algo muy bueno para merecerte —le dijo mientras le
acariciaba el rostro.
—Lo has hecho, mamá. Me has querido. Me tocaba demostrarte que yo también te
quiero.
Carolyn no pudo contener las lágrimas y éstas se deslizaron por sus mejillas mientras
abrazaba a su hijo.
—Sabía que habías tenido algo que ver en esto —rió, entre lágrimas.
—Yo no hice nada, mamá. Ella volvió por sí sola —le aseguró él.
Carolyn entró directamente y todos los presentes volvieron la cabeza hacia ella.
Casualmente Matt también estaba sentado a la mesa. Quizás hubiera sido más
prudente esperar, pero llevaba esperando diez años y ya había tenido bastante.
En aquel momento, para ambas mujeres, lo único que existía en el mundo era la otra.
Carolyn y Raisa seguían la una frente a la otra, como si no hubiera nadie más en la
habitación.
—No debí huir —admitió Carolyn, en voz baja. —Debí haber ido a buscarte —
respondió Raisa, presta.
Los demás presentes no emitieron sonido alguno. Tan sólo se miraban los unos a los
otros y luego miraron a Matt, claramente apurados.
—Lo sé.
—¿Todavía me deseas?
—Dios mío, Carolyn, nunca he dejado de hacerlo. Los ojos de Raisa reflejaban su
sinceridad. Carolyn la creyó.
—No tengo por qué...—empezó Matt, mientras dejaba los papeles sobre la mesa con
brusquedad.
—Siéntate!
Matt vaciló un segundo, pero luego obedeció. —Los demás, todos fuera. ¡Ahora!
—Échale un vistazo. Creo que estoy siendo muy generosa. —Raisa le lanzó una
mirada asesina—. Si por mí fuera, te mataría y punto. Pero seguramente Carolyn no
apreciaría ese tipo de comportamiento y, para bien o para mal, eres el padre de Simon
y de Amanda. Pero no me tientes, Matt. ¡No me tientes!
Raisa miró a Carolyn a los ojos de nuevo. En ese momento, Carolyn no estaba del
todo segura de si Raisa estaba siendo sarcástica o absolutamente honesta. Matt
parecía creerse su amenaza. Raisa volvió a dirigirse a él.
Sacó otro documento del maletín y se lo puso delante. —¿Qué estoy firmando?
—¿Acaso importa?
—Cinco millones más —ofreció Raisa, sin pestañear. Carolyn empezó a encontrarse
mal y miró alternativamente a uno y a otro.
—Siete.
—¡Ni una palabra! —le advirtió Raisa—. Una palabra y se acabará mi paciencia. Y con
ella, tu vida.
—Me ha escogidoa mí. —Raisa saboreó las palabras—. Dile una sola palabra, una
sola, y me dará igual cuánto me suplique. Nada podrá salvarte. Porque, Matt, esta vez
te juro que te mataré.
—No estaba segura, pero tenía esperanzas —contestó Raisa con gravedad—. He
vivido de esperanzas toda la vida. Esta vez he luchado por mi felicidad.
Se acercaron la una a la otra, despacio. A pocos pasos de Carolyn, Raisa tomó aire.
La distancia entre ambas se cerró y los labios de las dos amantes se unieron al fin,
para siempre.
FIN