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Aria

Brisamar58 Sttefanye
Cjuli2516zc
Clau
Gigi
Kath
Lvic15
Mimi
Neera
Pancrasia123

Sttefanye

Aria
N
atasha: Soy la chica que cree en la ciencia y los hechos. No en
el sino. Ni en el destino. O en sueños que nunca se harán
realidad. Definitivamente no soy el tipo de chica que conoce a
un chico guapo en una calle abarrotada de Nueva York y se enamora de
él. No cuando mi familia está a doce horas de ser deportada a Jamaica.
Enamorarme de él no será mi historia.
Daniel: Siempre he sido el buen hijo, buen estudiante, haciendo
realidad las altas expectaciones de mis padres. Nunca el poeta. O el
soñador. Pero cuando la veo, me olvido de todo eso. Algo sobre Natasha
me hace pensar que el destino tiene guardado algo mucho más
extraordinario... para ambos.
El Universo: Cada momento de nuestras vidas nos ha traído a este único
momento. Un millón de futuros se extienden ante nosotros. ¿Cuál se hará
realidad?
C
arl Sagan dijo que, si quieres hacer una tarta de manzana desde
cero, debes primero inventar el universo. Cuando dice “desde
cero”, quiere decir desde la nada. Quiere decir desde un
tiempo antes que el mundo siquiera existiera. Si quieres hacer una tarta de
manzana desde nada en absoluto, debes empezar con el Big Bang y la
expansión de los universos, neutrones, iones, átomos, agujeros negros, soles,
lunas, corrientes oceánicas, la Vía Láctea, la Tierra, la evolución, los
dinosaurios, los eventos de la extinción, ornitorrincos, Homo erectus, el
hombre del cromañón, etc. Debes empezar desde el principio. Debes
inventar el fuego. Necesitas agua y tierra fértil y semillas. Necesitas vacas y
personas que las ordeñen y más personas que conviertan esa leche en
mantequilla. Necesitas trigo y caña de azúcar y árboles de manzanas.
Necesitas la química y la biología. Para una buena tarta de manzana,
necesitas el arte. Para una tarta de manzana que puede durar
generaciones, necesitas la prensa impresa y la Revolución Industrial y tal vez
un poema.
Para hacer cosas tan simples como una tarta de manzana, debes de
crear todo el mundo.
A
dolescente local acepta el destino, acepta convertirse en
doctor, un estereotipo.
Es la culpa de Charlie que mi verano (y ahora el otoño)
haya sido un absurdo titular detrás del otro. Charles Jae Won Bae, mejor
conocido como Charlie, mi hermano mayor, el primogénito de un
primogénito, sorprendió a mis padres (y a todos sus amigos, y a toda la
comunidad chismosa coreana de Flushing, Nueva York) al ser echado de la
Universidad de Harvard (La mejor Universidad, dijo mi madre, cuando su
carta de aceptación llegó). Ahora ha sido echado de la Mejor Universidad,
y todo el verano mi mamá frunció el ceño y no cree del todo y no entiende
del todo.
¿Por qué son tus notas tan malas? ¿Te echaron? ¿Por qué te echaron?
¿Por qué no te hicieron quedar y estudiar más?
Dice mi papá: No fue echado. Requerimiento de retiro. No es lo mismo
que echado.
Charlie gruñe: Es sólo temporal, solo por dos semestres.
Bajo este nefasto interrogatorio de mis padres de confusión, pena y
decepción, incluso casi me siento mal por Charlie. Casi.
M
i mamá dice que es el momento de rendirme ahora, y que lo
que estoy haciendo es inútil. Está molesta, así que su acento es
más marcado de lo usual, y cada declaración es una
pregunta.
—¿No crees que es hora de rendirte, Tasha? ¿No crees que lo que estás
haciendo es inútil?
Extiende la primera silaba de inútil por un segundo de más. Mi papá no
dice nada. Está mudo por la rabia o la impotencia. Nunca estoy segura de
cuál. Su ceño está tan fruncido y tan completo que es imposible imaginar su
rostro sin una expresión. Si esto fuera siquiera unos minutos atrás, estaría triste
de verlo así, pero ahora en realidad no me importa. Él es la razón por la que
estamos en este desastre.
Peter, mi hermano de nueve años, es el único feliz con este giro de los
eventos. Ahora mismo, está empacando su maleta y reproduciendo “No
Woman, No Cry” de Bob Marley.
—Música para empacar de la vieja escuela —dijo.
A pesar del hecho que nació aquí en América, Peter dice que quiere
vivir en Jamaica. Siempre ha sido muy tímido y ha tenido problemas para
hacer amigos. Creo que se imagina que las imágenes de Jamaica serán un
paraíso y eso, que de alguna forma, las cosas serán mejores para él allí.
Los cuatro estamos en la sala de estar de nuestro apartamento de un
cuarto. La sala de estar hace también de cuarto, y Peter y yo lo
compartimos. Tiene dos pequeños sofá camas que sacamos en la noche y
una brillante cortina azul en el centro para la privacidad. Ahora mismo la
cortina esta echa a un lado para poder ver ambas mitades a la vez.
Es bastante fácil saber cuál de nosotros quiere irse y cuál quiere
quedarse. Mi lado todavía se ve bastante habitado. Mis libros están en mi
pequeño estante de IKEA. Mi foto favorita de mi mejor amiga y yo, Bev,
todavía está en mi escritorio. Estamos usando gafas de seguridad y
haciendo un mohín sexi a la cámara en el laboratorio de física. Las gafas de
seguridad fueron mi idea. El mohín sexi fue la suya. No había sacado ni una
sola prenda de ropa del armario, no había quitado mi afiche del mapa de
estrellas de la NASA. Es enorme; de hecho, son ocho afiches que pegué
juntos, y muestran todas las estrellas importantes, las constelaciones, y
secciones de la Vía Láctea visibles desde el hemisferio norte. Incluso tiene
instrucción de cómo encontrar la estrella Polar y el camino por medio de las
estrellas en caso que te perdieras. Los tubos para afiches que compré están
apoyados sin abrir contra la pared.
Del lado de Peter, prácticamente todas las superficies están limpias, la
mayoría de sus posesiones ya están empacadas en cajas y maletas.
Mi mamá tiene razón, por supuesto; lo que estoy haciendo es inútil. Aun
así, agarro mis auriculares, y libros de física y unas historietas. Si tengo tiempo
que matar, bien podría terminar mi tarea y leer.
Peter niega en mi dirección.
—¿Por qué vas a traer eso? —pregunta, hablando del libro de estudio—
. Nos vamos, Tasha. No tienes que entregar tu tarea.
Peter acaba de descubrir el poder del sarcasmo. Lo usa en cada
oportunidad que puede.
No me molesto en responderle, sólo me pongo los auriculares y voy a la
puerta.
—No me tardo —digo a mamá.
Chasquea los dientes y se da vuelta. Me recuerdo que no está molesta
conmigo. Tasha, no es contigo con quien estoy molesta, ¿lo sabes? Es algo
que dice mucho estos días. Voy a ir al edificio de Inmigración y Ciudadanía
de los Estados Unidos en el centro de Manhattan y ver si alguien ahí puede
ayudarme. Somos inmigrantes indocumentados, y vamos a ser deportados
esta noche.
Hoy es mi última oportunidad para intentar convencer a alguien, o al
destino, que me ayuden a encontrar una forma de quedarme en América.
Para ser más claros: no creo en el destino. Pero estoy desesperada.
R
azones por las que creo que Charles Jae Won Bae, mejor
conocido como Charlie, es una idiota (en ningún orden en
particular):
1. Antes de este épico y espectacular (y completamente satisfactorio)
fracaso en Harvard, ha sido implacablemente bueno en todo. Nadie se
supone que sea bueno en todo. Matemáticas e inglés, biología, química,
historia y deportes. No es decente ser bueno en todo. Tres o cuatro cosas
como máximo. Incluso eso es presionar los límites del buen gusto.
2. Es un hombre de hombres, lo que quiere decir que es un imbécil
muchas veces. La mayoría del tiempo. Todo el tiempo.
3. Es alto, con cincelados, esculpidos y cada adjetivo de novela
romántica que hay para los pómulos. Las chicas (todas las chicas, no sólo
las coreanas que leen la biblia) dicen que sus labios son para besar.
4. Todo estaría bien, una vergüenza para los ricos, para estar seguros;
un poco de demasiados tesoros para ser concedidos a un solo ser humano,
ciertamente; si él fuera amable. Pero no lo es. Charles Jae Won Bae no es
amable. Es un petulante, y peor que todo, es un bravucón. Es un imbécil.
Uno habitual.
5. No le caigo bien, y no le he caído bien en años.
C
oloco mi teléfono, audífonos, y mochila en la bandeja gris antes
de pasar por el detector de metales. La guardia, la placa con
su nombre dice Irene, detiene mi bandeja en la cinta
transportadora como ha hecho todo el día, como ha hecho todos los días.
La miro y no sonrío.
Ella mira la bandeja, gira mi teléfono, y mira el estuche, como ha hecho
cada día. El estuche es la portada de un álbum llamado Nevermind de la
banda Nirvana. Cada día sus dedos se quedan sobre el bebé de la cubierta,
y cada día no me gusta que la toque. La voz principal de Nirvana era Kurt
Cobain. Su voz, el daño en esta, la forma en que no es del todo perfecta, la
forma en que puedes sentir todo lo que él ha sentido alguna vez, la forma
en que su voz se estira hasta estar tan aguda que crees que va a romperse
y luego no lo hace, es lo único que me mantiene cuerda desde que esta
pesadilla comenzó. Su miseria es mucho más abyecta que la mía.
Se está tomando mucho tiempo, y no puedo perder esta cita.
Considero decir algo, pero no quiero molestarla. Probablemente odia su
trabajo. No quiero darle una razón para retrasarme aún más. Me mira de
nuevo, pero no muestra señal de reconocerme, incluso aunque he estado
aquí cada día durante la última semana. Para ella sólo soy otro rostro
anónimo, otra aspirante, otra persona que quiere algo de América.
Una historia

N
atasha no está para nada en lo correcto sobre Irene. Irene ama
su trabajo. Más que amarlo… lo necesita. Es casi el único
contacto humano que tiene. Es la única cosa que mantiene su
total y desesperada soledad a raya.
Cada interacción con estos aspirantes salva su vida sólo un poco. Al
principio apenas la notan. Dejan sus cosas en la bandeja y miran fijamente
mientras pasan a través de la máquina. La mayoría tienen sospechas que
Irene se vaya a guardar alguna moneda suelta o una lapicera, o llaves o lo
que sea. En el curso normal de las cosas, los aspirantes nunca la notan, pero
ella se asegura que lo hagan. Es su única conexión con el mundo.
Así que aborda cada bandeja con una sola mano enguantada. El
retraso es lo suficientemente alto para que el aspirante alce la mirada y la
vea a los ojos. Para que de verdad vean a la persona parada frente a ellos.
Muchos murmuran un buenos días a regañadientes, y las palabras la llenan
un poco. Otros preguntan cómo está y ella se expande otro poco más.
Irene nunca responde. No sabe cómo. En cambio, vuelve a bajar la
mirada a la bandeja y revisa cada objeto buscando pistas, un poco de
información para almacenar y examinar después.
Más que nada, desearía poder quitarse sus guantes y tocar las llaves,
las billeteras y las monedas sueltas. Desearía poder deslizar las yemas de sus
dedos a lo largo de las superficies, memorizando las texturas y dejando que
los artefactos de otras personas se hundan en ella. Pero no puede dilatar
más la fila. Eventualmente envía la bandeja y a su dueño lejos de ella.
Anoche fue una noche en particular mala para Irene. La gran boca
hambrienta de su soledad quiso tragársela en una sola pieza. Esta mañana
necesita el contacto para salvar su vida. Arrastra sus ojos lejos de una
bandeja alejándose y mira al siguiente aspirante.
Es la misma chica que ha estado viniendo cada día de esta semana.
No puede tener más de diecisiete. Como todos los demás, la chica no alza
la mirada de la bandeja. Mantiene sus ojos enfocado en esta, como si no
pudiera soportar ser alejada de los auriculares rosa neón y su teléfono
celular. Irene coloca su mano enguantada sobre la bandeja para prevenir
que se deslice y la pone sobre la banda transportadora.
La chica la mira e Irene se llena. Se ve tan desesperada como Irene se
siente. Irene casi le sonríe. En su cabeza lo hace.
Bienvenida de nuevo. Qué bueno verte, dice Irene, pero solo en su
cabeza.
En la realidad, ya está bajando la mirada, estudiando el estuche del
teléfono de la chica. La foto en esta es la de un bebé gordo completamente
sumergido en la cristalina agua azul. El bebé está abierto de pies y manos y
parece que estuviera volando en vez de nadando. Su boca y sus ojos están
abiertos. Frente a él un billete de un dólar cuelga en un gancho de pesca.
La foto no es decente, y cada vez que Irene la ve siente que debe de
respirar más, como si ella estuviera bajo el agua.
Quiere encontrar una razón para confiscar el teléfono, pero no la hay.
S
é el momento exacto en que Charlie dejó de caerme bien. Fue el
verano en que cumplí seis y él ocho. Él estaba montando su nueva
bicicleta (roja, veloz, genial) con sus nuevos y flamantes amigos
(blancos, de diez años, geniales). Incluso cuando hubo muchas pistas todo
el verano, todavía no había caído en cuenta que había sido degradado al
Molesto Hermano Menor.
Ese día él y sus amigos se fueron a montar sin mí. Lo perseguí por
cuadras y cuadras, llamándolo “Charlie”, convencido que sólo se olvidó de
invitarme. Pedaleé tan rápido que me cansé (niños de seis años en bicicletas
no se cansan, así que eso es decir mucho).
¿Por qué simplemente no me rendí? Por supuesto que podía
escucharme llamándolo.
Finalmente se detuvo y bajó de su bicicleta. La empujó al suelo, sin
molestarse con el soporte, y se quedó ahí esperando que lo alcanzara.
Podía ver que estaba molesto. Pateó tierra en su bicicleta para dejar claro
ese hecho.
—Hyung —comencé, usando el título que los hermanos menores
usaban para los mayores. Supe que fue un gran error tan pronto como lo
dije. Todo su rostro se puso rojo… mejillas, nariz, las puntas de las orejas, toda
la cosa. Prácticamente estaba brillando. Sus ojos se movieron a los lados
hacia donde sus amigos estaban mirándonos como si estuviéramos en la
televisión.
—¿Cómo te llamó? —preguntó el más bajito.
—¿Es alguna especie de código secreto coreano? —intervino el más
alto.
Charlie los ignoró a ambos y se plantó frente a mi rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Estaba tan enojado que su voz se atoró
un poco.
No tenía una respuesta, pero él en realidad no quería una. Lo que
quería era golpearme. Vi la forma en que apretaba y soltaba sus puños. Lo
vi intentando descifrar qué tantos problemas tendría si de verdad me
golpeaba aquí en el parque frente a unos chicos que apenas conocía.
—¿Por qué no te consigues unos amigos propios y dejas de seguirme
como un bebé? —dijo en cambio.
Debería de haberme golpeado.
Agarró su bicicleta del suelo y se subió con tanta rabia que pensé que
estallaría, y que tendría que decirle a mamá que su hijo mayor y más
perfecto explotó.
—Mi nombre es Charles —dijo a los chicos, desafiándolos a decir otra
palabra—. ¿Vienen o qué? —No esperó por ellos, no miró hacia atrás para
ver si venían. Ellos lo siguieron al parque, y durante el verano y en la
secundaria, así como muchas otras personas eventualmente lo siguieron. De
alguna forma había convertido a mi hermano en un rey.
Nunca lo he llamado hyung de nuevo.
Una futura historia

D
aniel tiene razón sobre Charles. Es un imbécil de la cabeza a los
pies. Algunas personas superaban sus naturalezas inmaduras,
pero Charles no. Se asentaría en esta, la piel siempre sería la
suya.
Pero antes de eso, antes que se convierta en un político y se case por
conveniencia, antes que cambie su nombre a Charles Bay, antes que
traicione a su buena esposa y sus electores en cada oportunidad, antes de
tener demasiado dinero y éxito y conseguir demasiado de lo que quiere,
hará una cosa buena y desinteresada por su hermano. Será la última cosa
buena y desinteresada que alguna vez haga.
Un historial de nombres

C
uando Min Soo se enamoró de Dae Hyun, no esperaba que ese
amor los llevara de Corea del Sur a América. Pero Dae Hyun
había sido pobre toda su vida. Él tenía un primo en América que
lo había estado haciendo bien por sí mismo en la ciudad de Nueva York. Él
prometió ayudar.
Para la mayoría de los inmigrantes, el traslado a un nuevo país es un
acto de fe. Incluso si has oído historias de seguridad, oportunidad y
prosperidad, sigue siendo un gran reto alejarte de tu propio idioma, gente y
país. Tu propia historia. ¿Qué si las historias no eran ciertas? ¿Qué si no te
podías adaptar? ¿Qué si no eras querido en tu nuevo país?
Al final, solo algunas de las historias eran verdaderas. Como todos los
inmigrantes, Min Soo y Dae Hyun se adaptaron tanto como pudieron.
Evitaron a las personas y a los lugares que no los querían. El primo de Dae
Hyun ayudó, y ellos prosperaron, la fe fue recompensada.
Unos años más tarde, cuando Min Soo se enteró que estaba
embarazada, su primer pensamiento fue acerca de cómo nombrar a su hijo.
Ella tenía la sensación que en América los nombres no significaban nada, no
como en Corea. En Corea, el nombre de la familia es primero y cuenta toda
la historia de sus ancestros. En América, al nombre de la familia se le llama
apellido. Dae Hyun dijo que demostraba que los estadounidenses piensan
que el individuo es más importante que la familia.
Min Soo agonizó con la elección del nombre personal, lo que los
estadounidenses llamaban el primer nombre. ¿Debería su hijo tener un
nombre americano, algo fácil de pronunciar para sus profesores y
compañeros de clase? ¿Deberían ellos seguir la tradición y elegir dos
caracteres chinos para formar un nombre personal de dos silabas?
Los nombres son cosas poderosas. Actúan como un marcador de
identidad y una especie de mapa, localizándote en tiempo y geografía.
Más que eso, pueden ser una brújula. Al final, Min Soo se comprometió. Ella
le dio a su hijo un nombre americano seguido de un nombre coreano
seguido del nombre de la familia. Lo llamó Charles Jae Won Bae. Nombró a
su segundo hijo Daniel Jae Ho Bae.
Al final, ella eligió ambos. Coreano y americano. Americano y coreano.
Así ellos sabrían de dónde eran.
Así ellos sabrían a dónde irían.
V
oy tarde. Entro en la sala de espera y me dirijo a la recepcionista.
Ella niega como si ha visto esto antes. Todo el mundo aquí ha
visto de todo antes, y realmente no les importa que todo sea
nuevo para ti.
—Tendrás que llamar a la línea principal de USCIS1 y hacer una nueva
cita.
—No tengo tiempo para eso —digo. Le explico sobre la guardia, Irene,
y su extrañeza. Lo digo en voz baja y razonable. Ella se encoge de hombros
y baja la mirada. Soy rechazada. En cualquier otro día, yo sería obediente—
. Por favor, llámela. Llame a Karen Whitney. Ella me dijo que regresara.
—Su cita era para las 8 de la mañana. Son las 8:05 de la mañana. Está
viendo a otro solicitante.
—Por favor. No es mi culpa que llegue tarde. Ella me dijo…
Su rostro se endurece. No importa lo que yo diga, no se moverá.
—La señorita Whitney ya está con otro solicitante. —Lo dice como si el
inglés no es mi primera lengua.
—Llámela —demando. Mi voz es fuerte y suena histérica. Todos los
demás solicitantes, incluso los que no hablan inglés, me miran fijamente. La
desesperación se traduce en todos los idiomas.
La recepcionista asiente a un guardia de seguridad que está parado
junto a la puerta. Antes de que pueda acercarse, la puerta que conduce a
las salas de reuniones se abre. Un hombre muy alto y delgado con la piel
oscura me llama. Él asiente a la recepcionista.
—Está bien, Mary. Yo la llevaré.
Camino por la puerta rápidamente antes que cambie de opinión. No
me mira, sólo se vuelve y comienza a caminar por una serie de pasillos. Lo
sigo en silencio hasta que se detiene frente a la oficina de Karen Whitney.

1 Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos.


—Espera aquí —dice. Solo se ha ido por unos segundos, pero cuando
regresa tiene una carpeta roja, mi archivo.
Caminamos por otro pasillo hasta que finalmente llegamos a su oficina.
—Mi nombre es Lester Barnes —dice—. Toma asiento.
—He estado…
Levanta la mano para silenciarme.
—Todo lo que necesito saber está en este archivo. —Pellizca la esquina
de la carpeta y la sacude—. Hazte un favor y quédate callada mientras lo
leo.
Su escritorio es tan ordenado que se puede decir que se enorgullece
de él. Tiene un juego de accesorios de escritorio de color plateado, un porta
bolígrafos, bandejas para el correo entrante y saliente, e incluso un
recipiente para guardar sus tarjetas de negocios con LRB grabado en él.
¿Quién utiliza tarjetas de negocio ahora? Me estiro hacia adelante, tomo
uno y lo meto en mi bolsillo.
El alto gabinete detrás de él es un paisaje de pilas de archivos con
códigos de colores. Cada archivo contiene la vida de alguien. ¿Son los
colores de los archivos tan obvios como creo que son? Mi archivo es rechazo
rojo.
Después de unos minutos me mira.
—¿Por qué estás aquí?
—Karen… la señorita Whitney… me dijo que regresara. Ella ha sido
amable conmigo. Dijo que tal vez había algo.
—Karen es nueva. —Lo dice como si me estuviera explicando algo,
pero no sé qué es—. La última apelación de su familia fue rechazada. La
deportación sigue vigente, señorita Kingsley. Usted y su familia tendrán que
salir esta noche a las diez de la noche.
Cierra el archivo y empuja una caja de pañuelos hacia mí en previsión
de mis lágrimas. Pero no soy una llorona.
No lloré cuando mi padre nos dijo por primera vez de las órdenes de
deportación, o cuando cualquiera de las apelaciones fueron rechazadas.
No lloré el invierno pasado cuando descubrí que mi ex novio Rob
estaba engañándome.
Ni siquiera lloré ayer cuando Bev y yo nos despedimos oficialmente.
Ambas supimos durante meses que esto iba a llegar. No lloré, pero, aun así,
no fue fácil. Ella habría venido conmigo hoy, pero está en California con su
familia, visitando Berkeley y un par de otras escuelas estatales.
—Tal vez estarás aquí cuando regrese —Insistió ella después de nuestro
decimoséptimo abrazo—. Tal vez todo saldrá bien.
Bev siempre ha sido implacablemente optimista, incluso frente a
pésimas probabilidades. Es la clase de chica que compra boletos de lotería.
Yo soy la clase de chica que se burla de la gente que compra boletos de
lotería.
Entonces. Definitivamente no voy a empezar a llorar ahora. Me levanto
y recojo mis cosas y me dirijo hacia la puerta. Toma toda mi energía
continuar no siendo una llorona. En mi cabeza oigo la voz de mi madre.
No dejes que el orgullo tome lo mejor de ti, Tasha.
Me doy la vuelta.
—¿Entonces realmente no puede hacer nada para ayudarme?
¿Realmente voy a tener que irme? —lo digo en una voz tan baja que apenas
me oigo. El señor Barnes no tiene problemas para oír. Escuchar voces
tranquilas y miserables está en su descripción de trabajo.
Golpea el archivo cerrado con los dedos.
—El DUI2 de tu papá…
—Es su problema. ¿Por qué tengo que pagar por su error?
Mi padre. Su única noche de fama lo llevó a un DUI lo que condujo a
que nos descubrieran lo que me llevó a perder el único lugar al que llamo
hogar.
—Aún estás aquí ilegalmente —dice, pero su voz no es tan dura como
antes.
Asiento, pero no digo nada, porque ahora realmente voy a llorar. Me
pongo los auriculares y me dirijo a la puerta otra vez.
—He estado en tu país. He estado en Jamaica —dice. Está sonriendo al
recordar su viaje—. Lo pasé muy bien. Todo está irie3 ahí, hombre. Estarás
bien.
Los psiquiatras te dicen que no debes retener tus sentimientos porque
finalmente van a explotar. No están equivocados. He estado enojada
durante meses. Se siente como que he estado enojada desde el principio
de los tiempos. Enojada con mi padre. Enojada con Rob, que me dijo la
semana pasada que deberíamos ser amigos a pesar de “todo”, es decir, el
hecho que me engañó.
Ni siquiera Bev se ha escapado de mi ira. Todo el otoño ella ha estado
preocupándose acerca de dónde aplicar a la universidad basado en
2 Manejar bajo influencia.
3 Vibración, hermandad. Bienestar; sentimiento placentero de unidad con Jah y la
Iration.
donde su novio (Derrick) está aplicando. Regularmente revisa la diferencia
horaria entre las diferentes ubicaciones universitarias. ¿Funcionan las
relaciones a distancia? Pregunta cada pocos días. La última vez que me
preguntó le dije que tal vez no debería basar todo su futuro en su actual
novio de la escuela secundaria. No lo tomó bien. Bev piensa que durarán
para siempre. Creo que durarán hasta la graduación. Tal vez el verano. Me
tomó hacer su tarea de física durante semanas para compensarla.
Y ahora un hombre que probablemente no ha pasado más de una
semana en Jamaica me está diciendo que todo va a estar irie.
Me quito los auriculares.
—¿A dónde fuiste? —pregunto.
—Negril —dice—. Muy bonito lugar.
—¿Saliste del recinto del hotel?
—Quería hacerlo, pero…
—Pero tu mujer no quería porque estaba asustada, ¿verdad? La guía
decía que era mejor quedarse en los terrenos del complejo. —Me siento de
nuevo.
Apoya la barbilla en sus entrelazadas manos. Por primera vez desde
que comenzó esta conversación, no está a cargo de ella.
—¿Estaba preocupada por su seguridad? —Pongo comillas alrededor
a seguridad, como si no fuera realmente una cosa para preocuparse—. O
tal vez ella no quería arruinar su estado de ánimo de vacaciones viendo lo
pobre que todo el mundo realmente es. —La ira que he suprimido se levanta
de mi vientre y está en mi garganta—. Usted escuchó a Bob Marley, y un
camarero le consiguió un trago, y alguien le dijo lo que irie significaba, y
usted piensa que sabe algo. Usted vio un tiki bar, una playa y su habitación
de hotel. Eso no es un país. Es un complejo.
Él levanta sus manos como si se estuviera defendiendo, como si
estuviera tratando de empujar las palabras en el aire.
Sí, estoy siendo horrible.
No, no me importa.
—No me diga que estaré bien. No conozco ese lugar. He estado aquí
desde que tenía ocho años. No conozco a nadie en Jamaica. No tengo
acento. No conozco a mi familia allí, no de la forma que se supone debes
conocer a la familia. Es mi último año. ¿Qué pasa con el baile, la graduación
y mis amigos? —Quiero estar preocupada por las mismas cosas estúpidas
que ellos están preocupados. Incluso he comenzado a aplicar para la
universidad de Brooklyn. Mi madre ahorró por dos años para poder viajar a
Florida y comprarme una “buena” tarjeta de seguridad social. Una “buena”
tarjeta es una con los números robados reales impresos en lugar de los falsos.
El hombre que se lo vendió dijo que los menos costosos con números falsos
no pasarían las revisiones de antecedentes y las solicitudes de la universidad.
Con la tarjeta, puedo solicitar ayuda financiera. Si puedo obtener una beca
junto con la ayuda, podría incluso ser capaz de pagar SUNY Binghamton y
otras escuelas del estado—. ¿Qué pasa con la universidad? —pregunto,
llorando ahora. Mis lágrimas son imparables. Han estado esperando mucho
tiempo para salir.
El señor Barnes desliza la caja de pañuelos aún más cerca de mí. Tomo
seis o siete y los uso, y luego tomo seis o siete más. Recojo mis cosas de
nuevo.
—¿Tiene alguna idea de lo que es no encajar en ningún lugar? —De
nuevo lo digo en voz baja como para ser escuchado, y otra vez me
escucha.
Estoy caminando hacia la puerta, con la mano en el pomo, cuando él
dice:
—Señorita Kingsley. Espere.
Una historia etimológica

T
al vez has oído la palabra irie antes. Tal vez has viajado a Jamaica
y sabes que tiene algunas raíces en el dialecto de Jamaica, patois 4.
O tal vez sabes que tiene otras raíces en la religión rastafari. El
famoso cantante de reggae Bob Marley fue un rastafari y ayudó a difundir
la palabra más allá de las costas jamaicanas. Así que tal vez cuando
escuches la palabra, obtienes un sentido de la historia de la religión.
Tal vez sabes que rastafari es una pequeña rama de las tres principales
religiones abrahámicas: el cristianismo, el islam y el judaísmo. Sabes que las
religiones abrahámicas son monoteístas y se centran en diferentes
encarnaciones de Abraham. Tal vez en la palabra escuchas ecos de
Jamaica en la década de 1930, cuando rastafari fue inventado. O tal vez
oyes ecos de su líder espiritual, Haile Selassie I, emperador de Etiopia de 1930
a 1974.
Y cuando escuchas la palabra, escuchas el significado espiritual
original. Todo está bien entre tú y tu Dios, y por lo tanto entre tú y el mundo.
Para estar irie es estar en un lugar espiritual alto y feliz. En la palabra, se oye
la invención de la religión misma.
O tal vez no sabes la historia.
No sabes nada de Dios, ni de espíritu, ni de lenguaje. Conoces la
definición actual del diccionario coloquial. Ser irie es simplemente estar bien.
A veces, si buscas una palabra en el diccionario, verás algunas
definiciones marcadas como obsoletas. Natasha se pregunta a menudo
sobre esto, cómo el lenguaje puede ser inestable. Una palabra puede
comenzar significando una cosa y terminando significando otra. ¿Es por el
uso excesivo y la simplificación excesiva, como la forma en que se enseña
irie a los turistas en los complejos jamaicanos? ¿Es por el mal uso, como la
manera en que el padre de Natasha lo ha estado usando últimamente?
Antes de la notificación de deportación, se negó a hablar con un
acento jamaicano o usar jerga jamaicana. Ahora que se ven obligados a
regresar, ha estado usando un nuevo vocabulario, como un turista que
estudia frases extranjeras para un viaje al extranjero. Todo irie, hombre, dice
4
Es un idioma hablado en el área del mar Caribe (principalmente Jamaica) y otras partes
del mundo (principalmente Estados Unidos y el Reino Unido), debido a la inmigración de la
segunda mitad del siglo XX.
él a los cajeros en las tiendas de comestibles que preguntan lo habitual
¿Cómo estás? Él dice irie al cartero que deja el correo que pregunta la
misma cosa. Su sonrisa demasiado grande. Se mete las manos en los bolsillos
y echa los hombros hacia atrás y actúa como si el mundo lo hubiera llenado
de más regalos de los que razonablemente podría aceptar. Todo su acto es
tan obvio que Natasha está segura que todo el mundo ve a través de él,
pero entonces no lo hacen. Él los hace sentirse bien momentáneamente,
como si algo de su obvia buena fortuna se les fuera a restregar.
Palabras, piensa Natasha, deberían comportarse más como unidades
de medida. Un metro es un metro. No se debería permitir que las palabras
cambien de significados. ¿Quién decide que el significado ha cambiado y
cuándo? ¿Hay un tiempo intermedio cuando la palabra significa ambas
cosas? ¿O cuando la palabra no significa nada?
Natasha sabe que, si tiene que dejar América, todas sus amistades,
incluso con Bev, se desvanecerán. Claro, tratarán de mantenerse en
contacto al principio, pero no será lo mismo que verse todos los días. No
serán una cita doble para el baile. No celebrarán cartas de aceptación o
llorarán por las de rechazo. No hay imágenes tontas de la graduación. En su
lugar, el tiempo pasará y la distancia parecerá más lejana cada día. Bev
estará en América haciendo cosas americanas. Natasha estará en Jamaica
sintiéndose como una extraña en el país de su nacimiento.
¿Cuánto tiempo pasará antes que sus amigos se olviden de ella?
¿Cuánto tiempo antes que adopte un acento jamaicano? ¿Cuánto tiempo
antes que olvide que alguna vez estuvo en América?
Un día en el futuro, el significado de irie seguirá adelante, y se convertirá
en otra palabra con una larga lista de definiciones arcaicas u obsoletas.
¿Todo está irie? Alguien le preguntará con un perfecto acento americano.
Todo está irie, responderás, significando que todo está bien, pero realmente
no tienes ganas de hablar de ello. Ninguno de ustedes sabrá sobre Abraham
o la religión rastafari o el dialecto jamaicano. La palabra será carente de
cualquier historia.
A
dolescente local atrapado en un vértice parental de
expectativas y decepción, no espera ser rescatado.
Lo bueno de tener un trasero sobre capacitado como
hermano mayor es que te quita la presión de encima. Charlie siempre ha
sido lo suficientemente bueno por los dos. Ahora que no es tan perfecto
después de todo, toda la presión está sobre mí.
Aquí está la conversación que hemos tenido 1.3 millones de veces (más
o menos) desde que está en casa.
Mamá: ¿Tus notas siguen bien?
Yo: Síp.
Mamá: ¿Biología?
Yo: Síp.
Mamá: ¿Qué me dices de matemáticas? No te gustan las
matemáticas.
Yo: Sé que no me gustan las matemáticas.
Mamá: ¿Pero tus notas siguen siendo buenas?
Yo: Todavía en B.
Mamá: ¿Y por qué ya no en A? Aigo. Es momento de ponerte serio con
esto. Ya no eres un niño pequeño.
Hoy tengo una entrevista de admisión a la universidad con un alumno
de Yale. Yale es la Segunda Mejor Escuela, pero por una vez, me paré firme
y rechacé aplicar para la Mejor Escuela, (Harvard). La idea de ser el
hermanito mejor de Charlie en otra escuela es un puente que dejé
completamente atrás hace mucho tiempo. Además, quién sabe si Harvard
siquiera me admitiría ahora que Charlie ha sido suspendido.
Mamá y yo estamos en la cocina. Debido a mi entrevista, está
cocinando al vapor mandu5 congelado (dumplings) como incentivo. Estoy
tomando un aperitivo pre-mandu de Cap´n Crunch (el mejor cereal
fabricado conocido) y escribiendo en mi cuaderno Moleskine. Estoy
trabajando en un poema sobre el corazón roto en el que he estado como
toda la vida (más o menos). El problema es que nunca me han roto el
corazón, así que me está dando trabajo.
Escribir en la mesa de la cocina se siente como un lujo. No habría
podido hacerlo si mi padre estuviera aquí. Él no desaprueba mis tendencias
a la escritura de poesía abiertamente, pero definitivamente las desaprueba.
Mi mamá interrumpe mi comida y escritura con una variación de
nuestra conversación habitual. Estoy llevándola a cabo, sumando mis “síp”
a través de una boca llena de cereal, cuando cambia el libreto. En vez de
su habitual “ya no eres un niño”, dice:
—No seas como tu hermano.
Lo dice en coreano. Para darle énfasis. Y por obra de Dios, o el Destino,
o completa mala suerte, Charlie entra a la cocina justo a tiempo para
escucharlo. Dejo de masticar.
Cualquiera que nos viera desde afuera pensaría que las cosas están
excelentes. Una mamá preparando desayuno para sus dos hijos. Un hijo en
la mesa comiendo cereal (sin leche). Otro hijo entrando en escena desde el
escenario derecho. También está por tomar su desayuno.
Pero eso no es en realidad lo que está pasando. Mamá está tan
avergonzada de que Charlie escuchara, que está sonrojada. Ligeramente,
pero allí está. Le ofrece un poco de mandu, a pesar que él odia la comida
coreana y se ha negado a comerla desde la escuela secundaria.
¿Y Charlie? Sólo pretende. Pretende no entender coreano. Pretende
que no la escuchó ofrecerle los dumplings. Pretende que no existo.
Casi me engaña hasta que veo sus manos. Las cierra en puños y oculta
la verdad. Él escuchó y entendió. Ella pudo haberlo llamado un cretino
épico, una polla animatrónica completa con bolas y todo, y todo eso habría
sido mejor que decirme que no fuera como él. Toda mi vida ha sido lo
contrario. ¿Por qué no puedes ser más como tu hermano? Este cambio de
fortuna no es bueno para ninguno de los dos.
Charlie toma un vaso de la despensa y lo llena con agua del grifo.
Tomar agua del grifo es algo que saca de quicio a mamá. Ella abre la boca
para decir su habitual, “No. Toma del filtro”, pero la cierra de nuevo. Charlie

5
Tipo de pasta rellena muy típico de la gastronomía China y Corea. Son bolsillos de masa
rellenos que se cocinan en un poco de agua o al vapor.
traga el agua en tres pequeños sorbos y coloca el vaso de nuevo en la
despensa sin lavarlo. Deja la despensa abierta.
—Umma, dale un descanso —le digo después que él se va. Estoy
molesto con él y por él. Mis padres han sido implacables con sus críticas. Solo
puedo imaginar cuán incómodo ha sido para él trabajar en la tienda todo
el día con papá. Apuesto que mi padre lo reprende entre sonrisas a los
clientes y responder preguntas respecto a extensiones y aceites de árbol de
té y tratamientos para cabello dañado. (Mis padres tienen una tienda de
suministros de belleza que vende productos para el cuidado del cabello
negro. Se llama Cuidado del Cabello Negro).
Ella abre la cesta de vapor para revisar el mandu. El vapor le empaña
los anteojos. Cuando era pequeño eso me causaba gracia, y ella me
dejaba reírme dejándoselos tan empañados como fuera posible y
pretendiendo que no podía verme. Ahora, simplemente los retira de su rostro
y los limpia con una toalla de cocina.
—¿Qué le pasa a tu hermano? ¿Por qué falló? Él nunca falla.
Sin sus anteojos luce más joven, más bonita. ¿Es raro pensar que tu
mamá es bonita? Probablemente. Estoy seguro que eso jamás le ocurrió a
Charlie. Todas sus novias (las seis de ellas) han sido muy lindas, chicas
blancas ligeramente rechonchas con cabellos rubios y ojos azules.
No, estoy mintiendo. Hubo una chica, Agatha. Ella fue su última novia
antes de la universidad.
Tenía ojos verdes.
Mamá se coloca de nuevo sus anteojos y espera, como si yo fuera a
contestarle. Odia no saber qué pasa después. La falta de certeza es su
enemigo. Creo que fue por haber crecido pobre en Corea del Sur.
—Él nunca falla. Algo pasa.
Y ahora estoy aún más enfadado. Tal vez no le pasó nada a Charles.
Tal vez falló porque simplemente no le gustaron sus clases. Tal vez no quiere
ser doctor. Tal vez no sabe lo que quiere. Tal vez simplemente cambió.
Pero en mi casa no está permitido cambiar. Estamos en camino a ser
doctores, y no hay manera de librarse de eso.
—Ustedes tienen todo muy fácil aquí. América los vuelve blandos. —Si
obtuviera una célula cerebral por cada vez que he escuchado eso, sería un
maldito genio.
—Nacimos aquí, mamá. Siempre hemos sido blandos.
Ella tose.
—¿Qué hay con esa entrevista? ¿Estás listo? —Me mira y me encuentra
ausente—. Corta tu cabello antes de la entrevista. —Ha pasado cuatro
meses tratando que me corte mi pequeña cola de caballo. Hago un sonido
que bien podría ser acuerdo o desacuerdo. Coloca un plato de mandu
frente a mí y como en silencio.
Debido a la gran entrevista, mis padres me dejaron faltar hoy a la
escuela. Todavía son apenas las ocho de la mañana, pero no hay manera
que me quede aquí y tengamos otra de estas conversaciones. Antes que
pueda escapar, me entrega una bolsa de dinero con papeles de depósito
para que se los lleve a mi padre en la tienda.
—Appa los olvidó. Llévaselos. —Estoy seguro que pensaba dárselos a
Charlie antes que saliera para la tienda, pero lo olvidó dado el pequeño
incidente en la cocina.
Tomo la bolsa, agarro mi cuaderno, y me arrastro por las escaleras para
ir a vestirme. Mi habitación está al final de un largo pasillo. Paso por la
habitación de Charlie (su puerta siempre está cerrada) y la de mis padres.
Mi mamá tiene un par lienzos en blanco contra sus marcos. Hoy es su día
libre en la tienda, y apuesto que piensa pasar el día, sola, pintando.
Últimamente ha estado trabajando en cucarachas, moscas y escarabajos.
Me he estado burlando de ella, diciendo que está en su Período de Insectos
Asquerosos, pero me gusta más que su período de Orquídeas Abstractas de
hace unos meses.
Tomo un pequeño desvío a la habitación desocupada que utiliza como
estudio para ver si ha pintado algo nuevo. De seguro, hay uno de un
escarabajo enorme. El lienzo no es particularmente grande, pero el
escarabajo ocupa todo el espacio. Las pinturas de mi mamá siempre han
sido en colores brillantes y hermosos, pero algo respecto a aplicar todo ese
color a sus dibujos intricados y casi anatómicos de insectos lo hacen algo
más que hermosos. Este cuadro está pintado en verdes oscuros perlados,
azules y negros. Su carapacho brilla como si hubiese salpicado aceite en
agua.
Hace tres años, en su cumpleaños, mi papá la sorprendió contratando
un ayudante a tiempo parcial en la tienda para que ella no tuviese que ir
todos los días. Incluso le compró un set de inicio de pinturas al óleo y algunos
lienzos. Nunca antes la había visto llorar por un regalo. Ha estado pintando
todo el tiempo desde ese entonces.
De vuelta en mi habitación, me pregunto por diezmilésima vez (más o
menos) qué habría sido de su vida si no se hubiese ido de Corea. ¿Qué tal si
nunca hubiese conocido a mi papá? ¿Y qué tal si nunca nos hubiese tenido
a Charlie y a mí? ¿Sería una artista para este momento?
Me visto con mi nuevo traje gris hecho a la medida y corbata roja.
—Demasiado brillante —dijo mamá respecto a la corbata cuando
fuimos de compras. Evidentemente, solo las pinturas tienen permitido ser
coloridas. La convencí diciendo que el rojo me haría lucir más confiado.
Revisándome en el espejo, debo decir que el traje me hace lucir confiado y
elegante, (sí, elegante). Qué mal que solo lo esté usando por la entrevista y
no por algo que realmente me importe. Reviso el clima en mi teléfono y
decido que no necesito el abrigo. Las temperaturas altas estarán alrededor
de los 20° centígrados, un perfecto día de otoño.
Sacudiendo mi irritación respecto a la manera en que trató a Charlie,
le doy un beso y prometo cortar mi cabello, luego salgo de la casa. Esta
tarde mi vida subirá a un tren en dirección a la estación doctor Daniel Jae
Ho Bae, pero antes de eso, el día es mío. Voy a hacer lo que sea que el
mundo me diga que haga. Voy a actuar como si estuviera en una maldita
canción de Bob Dylan y volar en la dirección del viento. Voy a pretender
que mi futuro está completamente abierto y que nada puede pasar.
T
odo pasa por una razón. Eso dice la gente. Mi mamá lo dice
mucho. “Las cosas pasan por algo, Tasha”. Usualmente la gente lo
dice cuando ocurre algo malo, pero no demasiado malo. Un
accidente de auto no fatal. Un esguince en el tobillo en vez de una fractura.
Extrañamente, mi madre no ha dicho nada en referencia a nuestra
deportación. ¿Qué razón podría haber tras algo tan terrible? Mi papá, quien
es el culpable de todo esto, dice:
—No siempre puedes ver el plan de Dios. —Quisiera decirle que tal vez
no debería dejárselo todo a Dios y que tener esperanza no es una estrategia
de vida, pero eso significaría que tendría que hablarle, y no quiero hablar
con él.
La gente dice esa clase de cosas para darle sentido al mundo. En
secreto, en el fondo de su corazón, casi todos creen que hay algún
significado oculto, alguna clase de voluntad para la vida. Justicia. Decencia
básica. Que las cosas buenas le pasan a la gente buena. Que las cosas
malas solo le ocurren a la gente mala.
Nadie quiere creer que la vida es azarosa. Mi padre dice que no
conoce de dónde viene el cinismo, pero no soy cínica. Soy realista. Es mejor
ver la vida tal cual es, y no cómo desearías que fuera. Las cosas no pasan
por una razón. Simplemente pasan.
Pero aquí hay algunos Hechos Observables: si no hubiese estado
retrasada para mi cita, no me habría encontrado con Lester Barnes. Y si no
hubiese dicho la palabra irie, no habría tenido mi colapso. Y si no hubiese
tenido el colapso, no tendría el nombre de un abogado conocido como “el
arreglador” agarrado en mi mano.
Salí del edificio pasando la seguridad. Tengo un impulso completa y
absolutamente irracional de darle las gracias a la guardia, Irene, pero ella
está alejada y ocupada revisando las cosas de alguien más.
Reviso los mensajes en mi teléfono. A pesar que solo son las 5:30 a.m.
en California donde ella está, Bev me envió una serie de signos de
interrogación. Contemplo la posibilidad de contarle acerca de estos últimos
acontecimientos en desarrollo, pero luego decido que en realidad no hay
acontecimientos en desarrollo.
Nada todavía, le escribo en respuesta. De manera egoísta deseo de
nuevo que estuviera aquí conmigo. En realidad, lo que deseo es que yo
estuviese aquí con ella, haciendo recorridos por las universidades y teniendo
una experiencia normal de estudiante del último año de preparatoria.
Miro de nuevo la nota. Jeremy Fitzgerald. El señor Barnes no me dejó
llamarlo para pedirle una cita de negocios desde su teléfono.
—Es un tiro bastante largo —dice, antes de básicamente mostrarme la
salida.
Hecho Observable: nunca debes tomar tiros largos. Mejor estudia las
probabilidades y da el tiro con mejores posibilidades. Sin embargo, si el tiro
largo es tu único tiro, tendrás que tomarlo.
Una historia tentativa

E
n su descanso para almorzar, Irene descarga el álbum de Nirvana
por sí misma. Lo escucha tres veces seguidas. Escucha en la voz
de Kurt Cobain lo mismo que Natasha: una perfecta y hermosa
miseria, una voz estirada tan delgada con soledad y deseo que podría
romperse. Irene piensa que sería mejor si se rompiera, mejor que vivir
deseando y sin tener, mejor que vivir.
Sigue la voz de Kurt Cobain abajo, más abajo, más abajo, a un lugar
que es negro todo el tiempo. Después de mirarlo en línea, encuentra que la
historia de Cobain no tiene final feliz.
Irene diseña un plan. Hoy será el último día de su vida.
Lo cierto es que ha estado pensando en suicidarse repetidas veces por
años. En las letras de Cobain finalmente encuentra las palabras. Escribe una
nota suicida dirigida a nadie.
—Oh, bueno. Como sea. No importa.
S
olo doy dos pasos fuera del edificio antes de marcar el número.
—Me gustaría concertar una cita para hoy, lo más pronto
posible, por favor.
La mujer que contesta suena como si estuviera en una zona
en construcción. Al fondo escucho el sonido de un taladro y un fuerte
martilleo. Tengo que repetirle mi nombre dos veces.
—¿Y cuál es el motivo? —pregunta.
Dudo. La cosa de ser un inmigrante indocumentado es que te
conviertes en alguien realmente bueno en guardar secretos. Antes que toda
esta aventura de deportación comenzara, la única persona a la que le dije
fue a Bev, incluso cuando ella no es usualmente genial guardando secretos.
—Sólo se me escapó —dice, como si no pudiera tener control de las
cosas que salen de su boca.
Aun así, hasta Bev sabía cuán importante era para mí guardar este
secreto.
—Hola, ¿señora? ¿Puede decirme cuál es el motivo? —pregunta de
nuevo la mujer en el teléfono.
Aprieto el teléfono más cerca contra mi oreja y me quedo parada en
medio de mis pasos. A mi alrededor, el mundo se acelera como una película
en cámara rápida. La gente camina subiendo y bajando escaleras a una
velocidad tres veces más rápidas con movimientos torpes. Las nubes se
enfocan. El sol cambia de posición en el cielo.
—Soy indocumentada —digo. Mi corazón palpita como si hubiese
estado corriendo por un camino muy largo durante mucho tiempo.
—Necesito saber más que eso —dice.
Así que le digo. Soy de Jamaica. Mis padres entraron al país ilegalmente
cuando yo tenía ocho. Hemos estado aquí desde entonces. Mi papá fue
detenido por conducir ebrio. Estamos siendo deportados. Lester Barnes
piensa que el abogado Fitzgerald puede ayudar.
Fija una cita para las once de la mañana.
—¿Algo más en lo que pueda ayudarte? —pregunta.
—No —digo—. Eso sería suficiente.
La oficina del abogado está ciudad arriba de donde me encuentro,
cerca de Times Square. Reviso mi teléfono: 8:35 a.m. una ligera brisa pasa,
levantando el ruedo de mi falda y jugueteando con mi cabello. El clima es
sorprendentemente trivial para estar a mediados de noviembre. Tal vez no
necesitaba mi chaqueta de cuero después de todo. Pido un pequeño
deseo porque no tengamos un invierno muy congelante antes de recordar
que probablemente no estaré por aquí para verlo. ¿Si la nieve cae en una
ciudad y no hay nadie que pueda sentirla, todavía es fría?
Sí. La respuesta a esa pregunta es sí.
Me aprieto la chaqueta. Todavía es duro creer que mi figura va a ser
diferente a la que tenía planeada.
Quedan dos horas y media. Mi escuela está apenas a quince minutos
caminando desde aquí. Considero brevemente ir hasta allí para poderle dar
una última mirada a la edificación. Es una escuela de ciencias muy
competitiva y atrayente, y trabajé mucho para entrar en ella. No puedo
creer que después de hoy tal vez no vuelva a verla nunca más. Al final
decido en contra de ir. Demasiada gente a la que acercarme, y
demasiadas preguntas como: ¿Por qué no viniste hoy a clases? que no
quiero responder.
En su lugar, decido matar el tiempo caminando los seis kilómetros hasta
la oficina del abogado. Mi tienda de discos de vinil favorita está en el
camino. Me pongo los auriculares y busco el álbum Temple of the Dog. Es un
día como para rock grunge de los 90´s, todo angustia y guitarras ruidosas. La
voz de Chris Cornell se eleva y la dejo cargar con parte de mis penas.
Una historia de arrepentimiento, parte 1

E
l padre de Natasha, Samuel, se mudó a Estados Unidos dos años
completos antes que lo hiciera el resto de su familia. El plan era
que Samuel se iría primero y se estabilizaría como actor de
Brodway. Sería más fácil hacerlo sin tener que preocuparse por una esposa
y una niña pequeña. Sin ellas, estaría libre para ir a audiciones de último
minuto. Estaría libre para hacer conexiones con la comunidad actoral de la
ciudad de Nueva York. Originalmente se suponía que sería por solo un año,
pero se convirtieron en dos. Habrían sido tres, pero la mamá de Natasha no
podía ni quería esperar más tiempo.
Natasha solo tenía seis años para ese momento, pero recuerda las
llamadas por teléfono a Estados Unidos. Siempre podría, dado que su madre
tenía que marcar todos esos números extra. Las llamadas estaban bien al
principio. Su padre sonaba como su papá. Sonaba feliz.
Después de más o menos un año, su voz cambió. Tenía un nuevo
acento simpático que sonaba más rítmico y definido que su dialecto.
Sonaba menos feliz. Ella recuerda escuchar sus conversaciones. No podía
escuchar el lado de él, pero no lo necesitaba.
—¿Cuánto más esperas que esperemos por ti?
—¿Pero, Samuel? No somos una familia contigo allá y nosotras aquí.
—Habla con tu hija, hombre.
Y luego, un día, estaban dejando Jamaica para siempre. Natasha les
dijo adiós a sus amigos y al resto de su familia, llena de expectativas de que
los vería de nuevo, tal vez en navidad. No sabía en ese entonces lo que era
ser un inmigrante indocumentado. Que eso significaba que nunca podrías
regresar a casa. Que tu hogar ya no se sentiría como un hogar nunca más,
sino otro sitio en el extranjero sobre el cual leer. El día que se fueron, recuerda
estar en un avión preocupada por cómo viajarían a través de las nubes,
antes de darse cuenta que las nubes no eran para nada como motas de
algodón. Se preguntó si su padre la reconocería, y si todavía la amaría.
Había pasado demasiado tiempo.
Pero él la reconoció y todavía la amaba. En el aeropuerto, la abrazó
con fuerza.
—Lawd, yo también te extrañé, sabes —dijo, y luego la abrazó todavía
más fuerte. Lucía igual. En ese momento, incluso sonaba igual. Su dialecto
era el mismo de siempre. Sin embargo, olía diferente. Como a jabón
americano y ropa americana y comida americana. A Natasha no le
importaba. Estaba tan feliz de verlo. Podría acostumbrarse a cualquier cosa.
Durante los dos años que Samuel estuvo solo en Estados Unidos, vivió
con una familia amiga de su madre desde hacía tiempo. No necesitaba
trabajar, y usaba sus ahorros para cubrir cualquier pequeño gasto que
tuviera.
Después que todos se mudaron a Estados Unidos, eso tuvo que
cambiar. Consiguió un empleo como guardia de seguridad trabajando en
uno de los edificios en Wall Street. Consiguió alquilar un departamento de
una habitación en la sección Flatbush6 de Brooklyn.
—Haré que esto funcione —le dijo a Patricia. Escogió el turno nocturno
para poder tener tiempo durante el día de acudir a audiciones.
Pero estaba cansado durante el día.
Y no había papeles para él, y el acento no se le quitaba no importa
cuánto tratara. No ayudaba que Patricia y Natasha le hablaran en
completo acento jamaiquino, a pesar que él intentaba enseñarles la
pronunciación “apropiada” en Estados Unidos.
Y el rechazo no era algo fácil. Como actor se supone que debes tener
una piel gruesa, pero la piel de Samuel nunca era lo suficientemente gruesa.
El rechazo era como un papel de lija. Su piel se desgastaba bajo su ataque
constante. Después de un tiempo, Samuel no estaba seguro qué duraría
más, si él o sus sueños.

6
Zona residencial y comercial del centro de Brooklin, en la ciudad de Nueva York.
R
esignado local toma el tren Westbound 7 hacia el final de la
niñez.
Seguro, puedo ser un poco dramático, pero así es como se
siente. Este tren es uno malditamente trágico que me lleva
rápidamente desde mi niñez (disfrute, espontaneidad, diversión) a la adultez
(miseria, predictibilidad, absolutamente nada de diversión para nadie).
Cuando me baje, tendré un planificado y de buen gusto cabello corto. Ya
no leeré (o escribiré) poesía, solo biografías de gente muy importante.
Tendré un punto de vista sobre aspectos serios como inmigración, el rol de
la Iglesia Católica en una sociedad progresivamente secular, la relativa
popularidad de los equipos de fútbol.
El tren se detiene, y la mitad de la gente desciende. Me dirijo a mi lugar
favorito: el banco de dos puestos en la esquina junto a la cabina del
conductor. Me expando y tomo los dos asientos.
Sí, es detestable. Pero tengo buenas razones para este
comportamiento que involucran un tren completamente vacío una noche
a las dos de la mañana (después del toque de queda), un hombre con una
serpiente gigante enrollada alrededor de su cuello que decidió sentarse
junto a mí a pesar de haber unos mil (más o menos) asientos desocupados.
Saco mi cuaderno del bolsillo interno de mi chaqueta. Toma más o
menos una hora llegar a la calle Treinta y Cuatro de Manhattan, donde está
mi barbero favorito, y este poema no se escribirá solo. Quince minutos, (y
tres realmente pobres líneas escritas) más tarde, estamos apenas a un par
de estaciones de la mía. El Maldito Tren Mágico cierra sus puertas. Nos
adentramos unos seis metros en un túnel cuando el tren se detiene
abruptamente. Las luces parpadean, porque, por supuesto que lo hacen.
Esperamos por unos cinco minutos hasta que el conductor decide que sería
bueno comunicarse. Espero escucharlo decir que nos moveremos en breve,
etc., pero lo que dice es esto.
—SEñoras y SEñores. Hasta ayer yo estaba justo como ustedes. En un
tren con destino a NINgún lado, justo como ustedes.
Santa mierda. Normalmente la gente loca está en el tren, no
conduciendo el tren. Mis pocos compañeros pasajeros se sientan derechos.
Burbujas con el pensamiento ¿qué demonios? flotan encima de nuestras
cabezas.
—Pero algo me OCUrrió. Tuve una EXperiencia religiosa.
No estoy seguro de dónde viene (Pueblo Loco, Población: 1). Él
exagera la pronunciación del principio de las palabras y suena como si
estuviera sonriendo todo el tiempo que está evangelizando.
—Dios MISmo bajó del CIElo y me salvó.
Las frentes están arrugadas y los ojos se ponen en blanco con completa
incredulidad.
—ÉL los salvará a ustedes también, pero tienen que ACEPtarlo en sus
corazones. ACEPtarlo antes que lleguen a su DEStino final.
Ahora yo también estoy gruñendo, porque los juegos de palabras son
los peores. Un tipo vestido de traje grita que el conductor debería cerrar la
maldita boca y conducir el tren. Una madre le tapa los oídos a su hijita y le
dice al tipo que no tiene la necesidad de usar ese tipo de lenguaje.
Podríamos conseguir todo El señor de las Moscas en el tren 7.
Nuestro chofer/evangelista se calla, y pasamos otro minuto sentados
en la oscuridad hasta que comenzamos a movernos de nuevo. Llegamos a
la estación de Time Square, pero las puertas no se abren de inmediato. Los
altavoces suenan de nuevo.
—DAmas y CAballeros. Este tren está fuera de SERvicio. HÁganse un
favor. Salgan de aquí. Encontrarán a Dios si lo buscan.
Todos salimos del tren, en algún lugar entre aliviados y molestos.
Todo el mundo tiene algún lugar al que ir. Encontrar a Dios no está entre
sus planes.
L
os seres humanos no son criaturas razonables. En lugar de ser
guiados por la lógica, somos gobernados por las emociones. El
mundo sería un lugar más feliz si lo contrario fuera cierto. Por
ejemplo, basándonos en una simple llamada telefónica, yo había
comenzado a tener la esperanza que ocurriera un milagro.
Y ni siquiera creo en Dios.
Una historia evangélica

E
l divorcio del conductor no había sido fácil para él. Un día, su
esposa anunció que simplemente había dejado de amarlo. No
podía explicarlo. Ella no tenía una aventura. No había nadie más
con quien quisiera estar. Pero el amor que alguna vez sintió se había
desvanecido.
En los cuatro años desde que su divorcio había sido definitivo, es justo
decir que el conductor se había convertido en alguien no creyente.
Recuerda sus votos recitados delante de Dios y de todos. Si la persona que
se supone debe amarte por siempre puede dejar de hacerlo de repente,
entonces ¿en quién creer?
Inmovilizado e incierto, va de ciudad en ciudad, de apartamento en
apartamento, de trabajo en trabajo, anclado al mundo por casi nada. Tiene
problemas para dormir. La única cosa que ayuda es mirar programas de
televisión de media noche con el sonido enmudecido. La cascada sin fin de
imágenes llena su mente y lo envía a dormir.
Una noche, mientras ejecuta el mismo ritual, un programa que no había
visto nunca antes capta su atención. Un hombre parado en un podio frente
a una gran audiencia. Detrás de él hay una enorme pantalla en la que se
proyecta el rostro del mismo hombre. Está sollozando. La cámara da un giro
para mostrar a la audiencia cautiva. Algunos están llorando, pero el
animador puede decir que no es de tristeza.
Esa noche no duerme. Le devuelve el sonido y permanece toda la
noche viendo el programa.
Al día siguiente, hace algunas investigaciones y encuentra la
Cristiandad Evangélica, y toma un viaje que no sabía que necesitaba.
Encuentra que hay cuatro partes principales para convertirse en un Cristiano
Evangélico. Primero, necesitas nacer de nuevo. El animador ama la noción
que puedes ser re hecho, libre de pecado y aun así merecedor de amor y
salvación. Segundo y tercero, debes creer en la Biblia y en que Cristo murió
así que todos podemos ser perdonados por nuestros pecados. Finalmente,
debes convertirte de alguna manera en un activista, compartiendo y
distribuyendo el mensaje.
Lo cual es la razón por la que el conductor hizo su anuncio en los
altavoces. ¿Cómo no compartir su recién estrenado gozo con su amigo? Y
es gozo. Hay un sentido de gozo en la certeza de creer. La certeza que tu
vida tiene un propósito y un significado. Que, a pesar que tu vida anterior
fuese dura, hay un mejor lugar en tu futuro, y Dios tiene un plan para que
llegues allí.
Que todas las cosas que le ocurrieron, incluyendo las malas, habían
pasado por una razón.
D
esde que dejo que el universo dicte mi vida en este Último Día
de Niñez, no me molesto en esperar que otro tren me lleve a la
Calle Treinta y Cuatro. El conductor dijo que fuera a buscar a
Dios. Tal vez él (o ella, pero ¿a quién estamos engañando? Dios es sin duda
un hombre. ¿Cómo explicas de otra manera la guerra, la peste y las
erecciones matutinas?) esté aquí en Times Square, a la espera de ser
encontrado. Tan pronto como estoy en la calle, sin embargo, recuerdo que
Times Square es una especie de infierno (un pozo de fuego de señales de
neón parpadeantes que anuncian los siete pecados capitales). Dios nunca
pasaría el rato aquí.
Camino por la Séptima Avenida hacia mi peluquero, vigilando por
algún tipo de señal. En la Treinta y Siete diviso una iglesia. Subo las escaleras
y trato de abrir la puerta, pero está cerrada con llave. Dios debe estar
durmiendo. Miro a izquierda y derecha. Aún no hay señal. Busco algo sutil,
como un hombre de cabello largo convirtiendo el agua en vino o
sosteniendo una placa que proclame que él es Jesucristo, Nuestro Señor y
Salvador.
Pero estoy condenado, me siento en los escalones. Al otro lado de la
calle, la gente sigue su camino rodeando a una chica que se balancea
ligeramente. Ella es negra con un enorme cabello rizado y afro y con unos
auriculares casi-igual-de-enormes de color rosa. Los auriculares son del tipo
que tiene almohadillas gigantes para bloquear el sonido (también, al resto
del mundo). Sus ojos están cerrados y tiene una mano sobre su corazón. Está
completamente encantada.
Todo dura unos cinco segundos antes que abra los ojos. Mira a su
alrededor, se encoge de hombros como si estuviera avergonzada, y se aleja
rápidamente. Lo que ella está escuchando debe ser increíble para hacer
que se pierda justo en el medio de la acera en la ciudad de Nueva York. La
única cosa por la que me he sentido así alguna vez fue escribiendo poesía,
y eso nunca puede ir a ninguna parte.
Daría cualquier cosa para realmente querer la vida que mis padres
quieren para mí. La vida sería más fácil si yo estuviera apasionado por ser
médico. Ser médico parece como una de esas cosas en la que se supone
que debes estar apasionado. Salvar vidas y todo eso. Pero todo lo que siento
es meh.
Miro mientras ella se aleja. Mueve su mochila a un hombro, y lo veo:
DEUS EX MACHINA impreso en grandes letras blancas en la parte posterior
de su chaqueta de cuero. Dios de la máquina. Oigo la voz del conductor en
mi cabeza y me pregunto si es una Señal.
Normalmente no soy un acosador, y no estoy siguiéndola
exactamente. Estoy manteniendo una distancia de no acosador, media
manzana entre nosotros.
Entra en una tienda llamada Second Coming Records. No jodas. Ahora
lo sé: es sin duda una señal, y hablo en serio sobre ir con el viento hoy. Quiero
saber adónde me lleva.
M
e agacho en la tienda de discos, con la esperanza de evitar
las miradas de los que me vieron actuar como una
desequilibrada en la acera. Estaba teniendo un momento con
mi música. Chris Cornell cantando “Huelga de Hambre” me llega cada vez.
Canta el coro como si siempre hubiera tenido hambre.
Dentro de Second Coming, las luces son tenues y el aire huele a polvo
y a ambientador con aroma a limón, como siempre. Han cambiado el
diseño un poco desde la última vez que estuve aquí. Los discos solían estar
colocados por décadas, pero ahora es por género musical. Cada sección
tiene su propio cartel que la define: Nevermind de Nirvana para el grunge.
Blue Lines de Massive Attack para el trip-hop. Straight Outta Compton de
N.W.A por el rap.
Podría pasar todo el día aquí. Si no fuera Hoy, pasaría todo el día aquí.
Pero no tengo ni el tiempo ni el dinero.
Estoy dirigiéndome a la sección de trip-hop cuando noto una pareja
besándose en la sección diva del pop en la esquina trasera. Están con los
labios enganchados junto a un cartel de Like a Virgin de Madonna, así que
no puedo distinguir las caras exactamente, pero conozco el perfil del chico
íntimamente. Es mi ex novio Rob. Su compañera de besos es Kelly, la chica
con la que me engañó.
De todas las personas con las que encontrarme, precisamente hoy.
¿Por qué no está en la escuela? Sabe que éste es mi lugar. Ni siquiera le
gusta la música. La voz de mi madre resuena en mi cabeza. Las cosas
suceden por una razón, Tasha. No creo en ese sentimiento, pero, aun así,
debe haber una explicación lógica para lo horrible de este día. Desearía
que Bev estuviera conmigo. Si ella estuviera aquí, no hubiera venido a la
tienda de discos. Demasiado vieja y aburrida, hubiera dicho. En su lugar,
probablemente estaríamos en Times Square mirando a los turistas y tratando
de averiguar de dónde eran en base a su ropa. Los alemanes tienden a
llevar pantalón corto sin importar el tiempo.
Como si ver a Rob y Kelly tratar de comerse la cara del otro no fuera lo
suficientemente grave, veo su mano salir, agarrar un disco, y luego deslizarlo
entre sus cuerpos y dentro de su muy voluminosa chaqueta perfecta-para-
robos.
De ninguna manera.
Antes quemaría mis ojos que seguir mirando, pero lo hago. En realidad,
no puedo creer lo que estoy viendo. Se devoran entre sí por unos segundos,
y luego su mano sale de nuevo.
—Oh, Dios mío, son asquerosos. ¿Por qué son tan asquerosos? —Las
palabras se deslizan de mi boca antes que pueda detenerlas. Como mi
madre, tengo una tendencia a decir mis pensamientos en voz alta.
—¿Simplemente va a robar eso? —pregunta una voz igualmente
incrédula a mi lado. Echo un vistazo rápido para ver con quién estoy
hablando. Es un muchacho asiático que lleva un traje gris y una corbata roja
ridículamente brillante.
Me vuelvo para mirar un poco más.
—¿Nadie trabaja aquí? ¿No pueden ver lo que está pasando? —
pregunto, más para mí que para él.
—¿No deberíamos decir algo?
—¿A ellos? —pregunto, señalando a los pequeños ladrones.
—¿Al personal, tal vez?
Niego sin mirarlo.
—Los conozco —le digo.
—¿Dedos Largos es tu amiga? —Su voz es ligeramente acusatoria.
—Ella es la novia de mi novio.
Corbata Roja vuelve su atención lejos de la delincuencia que sucede
delante de nosotros y me mira.
—¿Cómo funciona eso, exactamente? —pregunta.
—Quiero decir ex-novio —digo—. Él me engañó con ella, en realidad.
—Estoy más nerviosa por ver a Rob de lo que pienso. Es la única explicación
para que le cuente esta información a un extraño.
Corbata Roja cambia su atención de nuevo al hurto.
—Un gran par, un infiel y una ladrona.
Medio me río.
—Debemos decírselo a alguien —dice.
Niego.
—De ninguna manera. Hazlo tú.
—La fuerza está en los números —dice.
—Si digo algo, va a parecer que estoy celosa y ni de broma.
—¿Lo estás?
Lo miro de nuevo. Su rostro es simpático.
—Esa es una pregunta algo personal, ¿no, Corbata Roja? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—Estábamos teniendo un momento —dice.
—No —digo, y me giro de nuevo para verles. Rob siente mi mirada y me
ve antes que pueda mirar hacia otro lado—. Jesucristo sangrando en un
Polo —susurro en voz baja.
Rob me da su estúpida media sonrisa patentada y me saluda. Casi le
levanto el dedo medio. ¿Cómo pude salir con él durante ocho meses y
cuatro días? ¿Cómo permití que este cómplice sostuviera mis manos y me
besara?
Miro a Corbata Roja.
—¿Está viniendo?
—Síp.
—Tal vez deberíamos besarnos o algo así, como los espías en las
películas —sugiero.
Corbata Roja se sonroja.
—No hablo en serio —digo, sonriendo.
Él no dice nada, sólo se sonroja un poco más. Veo el color calentar su
rostro.
Rob llega antes que Corbata Roja pueda recomponerse para
responder.
—Hola —dice. Su voz es un barítono profundo tranquilizador. Es una de
las cosas que me gustaba de él. También, que se parece a un joven Bob
Marley, sólo que blanco y sin rastas.
—¿Por qué tú y tu novia están robando cosas? —interviene Corbata
Roja antes que pueda decirle nada a Rob.
Rob alza sus manos y da un paso atrás.
—Vaya, amigo —dice—. Baja la voz. —Vuelve a poner su media sonrisa
estúpida de nuevo en su estúpida cara.
Corbata Roja habla incluso más fuerte.
—Se trata de una tienda de discos independientes. Eso significa que es
propiedad de una familia. Le estás robando a gente real. ¿Sabes lo difícil
que es para las pequeñas empresas sobrevivir cuando la gente como tú
simplemente se lleva las cosas?
Corbata Roja es directo, y Rob incluso se las arregla para verse un poco
escarmentado.
—No mires ahora, pero creo que tu novia acaba de ser arrestada —
digo. Dos empleados de la tienda están susurrando furiosamente a Kelly y
tocando la parte delantera de su chaqueta.
La estúpida cara de Rob finalmente pierde su estúpida sonrisa. En vez
de ir a rescatar a Kelly, se mete las manos en los bolsillos y camina-corre
hacia la puerta principal. Kelly le llama mientras él se escapa, pero no se
detiene. Uno de los empleados amenaza con llamar a la policía. Ella le
ruega que no lo haga, y saca dos discos de su chaqueta. Tiene buen gusto.
Veo a Massive Attack y Portishead.
El empleado la toma de su mano.
—Vuelve aquí de nuevo y llamaré a la policía.
Ella se aleja corriendo de la tienda, llamando a Rob.
—Bueno, eso fue divertido —dice Corbata Roja después que ella se fue.
Él sonríe ampliamente y me mira con ojos felices. Tengo una repentina
sensación de déjà vu. He estado aquí antes. He visto esos ojos brillantes y esa
sonrisa. Incluso he tenido esta conversación.
Pero entonces el momento pasa.
Él alarga su mano para darme un apretón de manos.
—Daniel —dice.
Su mano es grande, cálida y suave y se aferra a la mía un poco
demasiado tiempo.
—Encantada de conocerte —le digo, y saco mi mano. Su sonrisa es
agradable, muy agradable, pero no tengo tiempo para chicos en traje con
sonrisas agradables. Me pongo mis auriculares de nuevo. Él todavía está
esperando a que yo le diga mi nombre—. Ten una vida agradable, Daniel
—digo, y salgo por la puerta.
U
n posible casanova estrecha la mano de una linda chica, le
ofrece un préstamo para su casa con una tasa de interés
razonable.
Estreché su mano. Estoy usando traje y corbata y le di la mano.
¿Qué soy? ¿Un banquero?
¿Quién conoce a una chica linda y estrecha su mano?
Charlie le habría dicho algo encantador. Habrían estado tomando un
acogedor café en algún lugar oscuro y romántico. Ella ya estaría soñando
con pequeños bebés medio coreano, medio afroamericanos.
E
n el exterior, las calles están más llenas que antes. La gente es una
mezcla de turistas que han vagado demasiado lejos de Times
Square y reales neoyorquinos trabajadores que desean que los
turistas simplemente vayan de nuevo a Times Square. Un poco más abajo
de la calle, diviso a Rob y Kelly. Me quedo mirándolos fijamente por un rato.
Ella está llorando, y no hay duda que él está tratando de explicar que no es
un idiota infiel y desleal. Tengo la sensación de que tendrá éxito. Es muy
persuasivo, y ella quiere ser persuadida.
Él y yo nos sentábamos al lado del otro en física avanzada el año
pasado. La única razón por la que le noté fue porque él me pidió ayuda con
el tema de los isótopos y las vidas medias. Soy algo así como muy
competente en esa clase. Él me invitó a salir al cine después que superó el
examen de la semana siguiente.
La convivencia en pareja era nueva para mí, pero me gustó. Me gustó
encontrarle en su casillero entre las clases y siempre tener planes para el fin
de semana. Me gustaba que pensasen en mí como una pareja, y las citas
dobles con Bev y Derrick. Por mucho que odie admitirlo ahora, me gustaba
él. y después me fue infiel. Todavía puedo recordar la sensación de dolor y
traición, y extrañamente, de vergüenza. Como si fuera mi culpa que él me
hubiera sido infiel. La cosa que nunca averigüé, sin embargo, fue por qué
pretendía. ¿Por qué no romper conmigo y salir con Kelly directamente?
Aun así, sobreponerme le no me tomó mucho tiempo para nada. Y eso
es lo que me hace desconfiar. ¿A dónde se fueron todos esos sentimientos?
Las personas pasan toda su vida buscando el amor. Poemas y canciones y
novelas enteras se escriben sobre él. Pero ¿cómo se puede confiar en algo
que puede acabar con la misma rapidez con que comienza?
Una historia de decadencia

L
a vida media de una sustancia es el tiempo que toma para que
pierda la mitad de su valor inicial.
En la física nuclear, es el tiempo en que tardan los átomos
inestables en perder energía emitiendo radiación. En biología, por lo general
se refiere al tiempo que se necesita para eliminar la mitad de una sustancia
(agua, alcohol, productos farmacéuticos) del cuerpo. En química, es el
tiempo requerido para convertir un medio de un reactante (hidrógeno u
oxígeno, por ejemplo) a producto (agua).
En el amor, es la cantidad de tiempo que se necesita para que los
amantes sientan la mitad que sintieron una vez.
Cuando Natasha piensa en el amor, esto es lo que piensa: nada dura
para siempre. Como el hidrógeno-7 o el litio-5 o el boro-7, el amor tiene una
vida media infinitesimal que decae a la nada. Y cuando se ha ido, es como
si nunca hubiera estado allí en absoluto.
L
a chica que no tiene nombre se detiene en un paso de peatones
por delante de mí. Juro que no la estoy siguiendo. Ella sólo va en
mi dirección. Lleva de nuevo sus auriculares súper-rosas, y está
moviéndose al compás de su música otra vez. No puedo ver su rostro, pero
supongo que sus ojos están cerrados. Pierde un ciclo de paseo, y ahora estoy
justo detrás de ella. Si se da la vuelta, definitivamente creerá que la estoy
acechando. La luz se pone roja de nuevo y ella se baja del bordillo.
No está prestándole la suficiente atención como para darse cuenta
que un tipo con un BMW blanco está a punto de pasarse esa luz roja. Pero
estoy lo suficientemente cerca.
Le echo hacia atrás tirando de su brazo. Nuestros pies se enredan. Nos
tropezamos y caemos sobre la acera. Aterriza a medias encima de mí. Su
teléfono no es tan afortunado, y se estrella contra el pavimento.
Un par de personas preguntan si estamos bien, pero la mayoría sólo
pasan alrededor de nosotros como si fuéramos un objeto más en la carrera
de obstáculos que es la ciudad de Nueva York.
La-Chica-Sin-Nombre se levanta y mira su teléfono. Unas pocas grietas
crean una tela de araña por la pantalla.
—¿Qué demonios? —dice, no es una pregunta tanto como una
protesta.
—¿Estás bien?
—Ese tipo casi me mata. —Alzo la mirada y veo que el auto ha
estacionado a un lado en la siguiente manzana. Quiero ir a gritarle al
conductor, pero no quiero dejarla sola.
—¿Estás bien? —le pregunto de nuevo.
—¿Sabes cuánto tiempo he tenido esto? —Al principio creo que quiere
decir su teléfono, pero está sosteniendo sus auriculares en sus manos. De
alguna manera se dañaron durante nuestra caída. Una de las almohadillas
de los auriculares está colgando de los cables y la carcasa está agrietada.
Se ve como si estuviera a punto de llorar.
—Te compraré otro par. —Estoy desesperado por evitar sus lágrimas,
pero no porque sea noble o nada. Soy una persona que si lloran se contagia
y llora también. ¿Sabes cuando una persona empieza a bostezar y todo el
mundo empieza a bostezar también? ¿O cuando alguien vomita y el olor
hace que desees vomitar? Soy así, excepto con el llanto, y no tengo ninguna
intención de llorar delante de la chica linda cuyos auriculares acabo de
romper.
Una parte de ella quiere decir que sí a mi oferta, pero ya sé que no lo
hará. Aprieta sus labios y niega.
—Es lo menos que puedo hacer —le digo.
Finalmente, me mira.
—Ya me has salvado la vida.
—No habrías muerto. Un poco mutilada, quizás.
Estoy tratando de hacerla reír, pero no lo consigo. Sus ojos se llenan de
lágrimas.
—Simplemente estoy teniendo el peor día —dice ella.
Aparto la mirada para que no vea mis propias lágrimas formándose.
Una historia de dinero

D
onald Christiansen conoce el precio de las cosas de valor
incalculable. Tiene tablas actuariales en su mente. Sabe cuánto
cuesta una vida humana perdida en un accidente aéreo, un
accidente de auto, un desastre minero. Conoce estas cosas porque una vez
trabajó en una aseguradora. Era su trabajo ponerle precio a lo no deseado
e inesperado.
El precio de accidentalmente atropellar a una chica de diecisiete años,
que claramente no estaba prestando atención es considerablemente
menor que el precio de su propia hija, asesinada por un conductor enviando
mensajes de texto. De hecho, lo primero que había pensado cuando
escuchó la noticia de su hija era qué precio tendría que pagar la compañía
aseguradora del conductor.
Él estaciona a un lado de la carretera, mira sus situaciones, y apoya la
cabeza en el volante. Toca el frasco en el bolsillo interior de su chaqueta.
¿Se recuperan las personas de estas cosas? No cree que lo hagan.
Ya han pasado dos años, pero el duelo no le ha dejado, no muestra
signos de salir hasta que se haya llevado todo de él. Le ha costado su
matrimonio, su sonrisa, su capacidad de comer lo suficiente, dormir lo
suficiente, y sentir suficiente.
Le ha costado su capacidad de mantenerse sobrio.
Es por ello que casi pasó por encima de Natasha hace un momento.
Donald no está seguro de lo que el universo trataba de decirle
quitándole a su única hija, pero esto es lo que aprendió: nadie puede poner
un precio a perder todo. Y otra cosa: todas tus futuras historias pueden ser
destruidas en un solo momento.
C
orbata Roja mira a lo lejos. Creo que está a punto de llorar, lo
cual no tiene ningún sentido en absoluto. Se ofrece a
comprarme nuevos auriculares. Incluso si le dejo, los nuevos no
podrían reemplazar éstos.
Los he tenido desde justo después que me mudase a América. Cuando
mi padre me los compró, él todavía tenía la esperanza de todo lo que podría
lograr aquí. Todavía estaba tratando de convencer a mi madre que
abandonar nuestro país, lejos de todos nuestros amigos y familiares, valdría
la pena al final. Él iba a tener un gran éxito. Iba a conseguir el sueño
americano con el que incluso los estadounidenses soñaban.
Nos usó a mí y a mi hermano para ayudar a convencer a mi madre.
Nos compró regalos comprados a plazos, cosas que apenas podíamos
permitirnos comprar a plazos. Si estábamos felices aquí, entonces quizás
mudarse era correcto después de todo.
No me importaba cuál era la razón para los regalos. Estos auriculares
demasiado-caros eran mis favoritos. Sólo me preocupaba que eran mi color
favorito y prometían una calidad de sonido buena. Eran mi primer amor.
Conocían todos mis secretos. Sabían cuánto solía adorar a mi padre. Sabían
que medio me odiaba por no adorarle ahora.
Parece que fue hace mucho tiempo cuando pensaba que él era el
mundo. Él era un planeta exótico y yo su satélite favorito. Pero no es un
planeta, sólo la tenue luz de una estrella que ya se está muriendo.
Y no soy un satélite. Soy basura espacial, a toda velocidad moviéndose
lo más lejos que puede de él.
N
o creo que alguna vez haya notado a alguien de la manera en
que la noto a ella. La luz del sol se filtra a través de su cabello,
haciendo que parezca una especie de halo alrededor de su
cabeza. Mil emociones pasan por su rostro. Sus ojos son negros y grandes,
con largas pestañas. Me puedo imaginar mirándolos fijamente durante
mucho tiempo. En este momento no brillan, pero sé exactamente cómo se
verían brillantes y riendo. Me pregunto si puedo hacerla reír. Su piel es de
color marrón cálida y brillante. Sus labios son de color rosa y llenos, y
probablemente los miro durante demasiado tiempo. Afortunadamente,
está demasiado triste como para darse cuenta del idiota superficial (y
cachondo) que soy.
Levanta la vista de sus auriculares rotos. A medida que nuestros ojos se
encuentran, tengo una especie de déjà vu, pero en lugar de sentirse como
si estuviera repitiendo algo en el pasado, se siente como si estuviera
experimentando algo que pasará en mi futuro. Nos veo de viejos. No puedo
ver nuestros rostros; no sé dónde o incluso en qué momento estamos. Pero
tengo una sensación rara y feliz que no puedo describir bien. Es como saber
todas las palabras de una canción, pero aun así encontrándolas hermosas
y sorprendentes.
M
e levanto y me sacudo el polvo. Este día no puede ser peor.
Tiene que terminar al final.
—¿Estabas siguiéndome? —le pregunto. Estoy más
malhumorada y provocativa de lo que debería estar con alguien que me
acaba de salvar la vida.
—Hombre, sabía que podrías pensar eso.
—¿Sólo estabas detrás de mí? —Jugueteo con mis auriculares, tratando
de volver a colocar la almohadilla, pero es inútil.
—Tal vez estaba destinado a salvarte la vida hoy —dice.
Ignoro eso.
—Está bien, gracias por tu ayuda —digo, preparándome para irme.
—Al menos dime tu nombre —espeta.
—Corbata Roja…
—Daniel.
—Está bien, Daniel. Gracias por salvarme.
—Ese es un nombre largo. —Sus ojos no dejan de mirarme. No
renunciará hasta que se lo diga.
—Natasha.
Creo que va a estrechar mi mano de nuevo, pero en cambio mete sus
manos en sus bolsillos.
—Bonito nombre.
—Me alegro que lo apruebes —digo, dándole mi tono más sarcástico.
Él no dice nada más, sólo me mira con el ceño ligeramente fruncido,
como si estuviera tratando de averiguar algo.
Al final, no puedo aguantar más.
—¿Por qué me estás mirando?
Se sonroja de nuevo, y ahora yo le miro. Puedo ver cómo podría ser
divertido burlarse de él sólo para conseguir que se sonrojara. Dejo que mis
ojos se pierdan en los planos afilados de su rostro. Es una belleza clásica;
elegante, incluso. Viéndolo de pie allí en su traje, me lo puedo imaginar en
una comedia romántica de Hollywood en blanco y negro intercambiando
bromas ingeniosas con su heroína. Sus ojos son de marrón claro y hundidos.
De alguna manera, sé que sonríe mucho. Su grueso cabello negro está
recogido en una coleta.
Hecho observable: La coleta le lleva de apuesto al casi atractivo.
—Ahora tú me estás mirando —me dice. Es mi turno de sonrojarme.
Me aclaro la garganta.
—¿Por qué llevas traje?
—Tengo una entrevista después. ¿Quieres ir a comer algo?
—¿De qué? —pregunto.
—Yale. Entrevista de admisión de alumnos. Apliqué pronto.
Niego.
—No, quiero decir ¿por qué quieres ir a comer algo?
—¿Tengo hambre? —dice, como si no estuviera seguro exactamente.
—Mmmm —digo—. Yo no.
—¿Café entonces? ¿O té o una bebida o agua?
—¿Por qué? —pregunto, dándome cuenta que no va a renunciar.
Se encoge de hombros, pero sus ojos no se encogen.
—¿Por qué no? Además, estoy bastante seguro que me debes tu vida
dado que te acabo de salvar.
—Créeme —le digo—, no quieres mi vida.
C
aminamos dos manzanas largas en dirección oeste hacia la
Novena Avenida y pasamos no menos de tres tiendas de café.
Dos de ellas son de la misma cadena de café nacional (¿alguna
vez has visto a alguien mojar un donut?). Elijo la tienda que no es de la
cadena, la independiente, porque los lugares familiares deben
mantenernos unidos.
El lugar está lleno de muebles de madera de caoba oscura y huele
como se podría pensar que lo haría. También es un poco extravagante. Y
por poco, quiero decir que hay varias pinturas al óleo de granos de café
individuales colgadas en la pared. ¿Quién sabía que los retratos de granos
de café era una cosa? ¿Quién sabía que podrían parecer tan tristes?
Apenas hay alguien más aquí, y los tres baristas detrás del mostrador
parecen bastante aburridos. Trato de darle sabor a sus vidas pidiendo una
bebida demasiado elaborada que implica medias dosis, leches de diferente
contenido en grasa, y caramelo, así como jarabe de vainilla.
Todavía parecen aburridos.
Natasha pide café negro sin azúcar. Es difícil no leer su personalidad en
su pedido de café. Casi digo algo, pero luego me doy cuenta que podría
pensar que estoy haciendo una broma relacionada con la raza, lo cual sería
una muy mala (en una escala de Pobre a Extremadamente Pobre: la escala
completa siendo Pobre, Algo Pobre, Moderadamente Pobre, Muy Pobre, y
Extremadamente Pobre) manera de empezar esta relación.
Insiste en pagar, diciendo que es lo mínimo que puede hacer. Mi
bebida vale 6.38 dólares y le hago saber que el costo de salvar una vida es,
al menos, dos bebidas de café elaboradas. Ni siquiera sonríe.
Elijo una mesa en la parte trasera lo más lejos de la no-acción como
sea posible. Tan pronto como nos sentamos, saca su teléfono para mirar la
hora. Todavía funciona, a pesar de las grietas en la pantalla. Pasa su pulgar
por encima de ellas y suspira.
—¿Tienes que estar en algún sitio? —pregunto.
—Sí —dice ella, y se apaga el teléfono.
Espero a que continúe, pero definitivamente no va a hacerlo. Su rostro
me reta a preguntarle más, pero he llegado a mi cuota de cosas atrevidas
(1: seguir a la chica linda, 2: gritar al ex novio de la chica linda, 3: salvar la
vida de la chica linda, 4: invitar a salir a la chica linda) durante el día.
Nos sentamos en un silencio no-del-todo-cómodo durante treinta y tres
segundos. Caigo en ese estado súper consciente de uno mismo que llega
cuando estás con alguien nuevo y realmente quieres gustarles.
Veo todos mis movimientos a través de sus ojos. ¿Este gesto de la mano
me hace parecer un idiota? ¿Están mis cejas arrastrándose fuera de mi
cara? ¿Es esta una media sonrisa atractiva o me veo como que estoy
teniendo un derrame cerebral?
Estoy nervioso, por lo que exagero todos mis movimientos. SOPLO en mi
café, SORBO, lo MUEVO, jugando la parte de un chico adolescente humano
de verdad que está tomando una bebida real llamada café.
Soplo demasiado fuerte mi bebida y un poco de espuma vuela. No
podría ser más genial. Totalmente saldría conmigo (no realmente). Es difícil
de decir, pero ella quizás haya sonreído un poco por el vuelo de la espuma.
—¿Todavía feliz de que me salvaste la vida? —pregunta.
Tomo un sorbo demasiado grande y me quemo no sólo la lengua sino
todo el camino hasta el fondo de mi garganta. Jesucristo. Tal vez esto es un
signo que debería renunciar. Claramente no estoy destinado a impresionar
a esta chica.
—¿Debería lamentarlo? —pregunto.
—Bueno, no estoy siendo exactamente agradable contigo.
Es bastante directa, por lo que decido ser directo también.
—Eso es cierto, pero no tengo una máquina del tiempo para volver
atrás y deshacerlo. —Lo digo con una cara seria.
—¿Lo harías? —pregunta ella, frunciendo el ceño ligeramente.
—Por supuesto que no —le digo. ¿Qué clase de idiota ha creído que
soy?
Ella se excusa para ir al baño. Para no quedarme simplemente allí
viéndome desinteresado cuando vuelva, saco mi libreta y jugueteo con mi
poema. Todavía estoy escribiendo cuando vuelve.
—Oh no —gime mientras se sienta otra vez.
—¿Qué? —pregunto.
Hace un gesto hacia mi libreta.
—No eres un poeta, ¿no?
Sus ojos están sonriendo, pero, aun así, se cierran rápidamente y se
deslizan de nuevo hacia mi chaqueta.
Quizás esto no fue tan buena idea. ¿Qué hago pensando en mi tontería
de déjà-vu-en-sentido-inverso? Sólo estoy posponiendo el futuro. Como
quieren mis padres, me casaré con una preciosa chica americana y
coreana. A diferencia de Charles, no tengo nada en contra de las chicas
coreanas. Dice que no son su tipo, pero realmente no entiendo el concepto
de tener un tipo. Mi tipo son las chicas. Todas. ¿Por qué iba a limitar mi piscina
de citas?
Seré un gran médico con excelentes habilidades en la cama.
Seré muy feliz.
Pero algo en Natasha me hace pensar que mi vida podría ser
extraordinaria.
Es mejor para ella ser mala y que vayamos por caminos separados.
Puedo pensar exactamente en las maneras en que mis padres (sobre todo
mi padre) no estaría bien con que saliera con una chica negra.
Aun así, le doy una última oportunidad.
—¿Qué harías con una máquina del tiempo si tuvieras una?
Por primera vez desde que nos sentamos, no parece irritada o aburrida.
Frunce el ceño y se inclina hacia adelante.
—¿Puede viajar al pasado?
—Por supuesto. Es una máquina del tiempo —le digo.
Me mira de una manera que dice que hay tantas cosas que no sé.
—Viajar al pasado es un asunto complicado.
—Digamos que hemos llegado más allá de las complicaciones. ¿Qué
harías?
Deja su café, cruza sus brazos sobre su pecho. Sus ojos son más
brillantes.
—¿E ignoramos la paradoja del abuelo? —pregunta.
—Totalmente —le digo, fingiendo que sé de lo que está hablando, pero
me dice en voz alta.
—¿No conoces la paradoja del abuelo? —Su voz es de incredulidad,
como si me hubiera perdido algo de información básica sobre el mundo
(como cómo se hacen los bebés). ¿Está obsesionada con la ciencia ficción?
—Nop. No la conozco —digo.
—Bueno. Digamos que tienes un abuelo malvado.
—Está muerto. Solo lo vi una vez en Corea. Parecía agradable.
—¿Eres de Corea? —pregunta.
—Coreano y americano. Nací aquí.
—Soy de Jamaica —dice ella—. Nací allí.
—Pero no tienes acento.
—Bueno, he estado aquí por un tiempo. —Aprieta su agarre en su taza
y puedo sentir que su estado de ánimo empieza a cambiar.
—Háblame de esta paradoja —digo, tratando de distraerla. Funciona
y se alegra de nuevo.
—Bueno. Sí. Digamos que tu abuelo estuviera vivo, y él fuera malvado.
—Vivo y malvado —digo, asintiendo.
—Él es realmente malvado, por lo que inventas una máquina del
tiempo y viajas al pasado para matarlo. Digamos que lo matas antes que
conozca a tu abuela. Eso significaría que uno de tus padres nunca ha
nacido y que tú nunca has nacido, por lo que no puedes volver atrás en el
tiempo para matarlo. ¡Pero! Si lo matas después de conocer a tu abuela,
entonces, nacerás, y entonces inventarás una máquina del tiempo para
viajar al pasado y matarle. Este bucle continuará para siempre.
—Eh. Sí, definitivamente estamos haciendo caso omiso de eso.
—¿Y supongo que el principio de auto-consistencia de Novikov
también?
Pensé que era linda antes, pero es aún más linda ahora. Su rostro está
animado, su cabello está moviéndose, y sus ojos brillan. Hace gestos con sus
manos, hablando sobre investigadores del MIT y la probabilidad de flexión
para evitar paradojas.
—Así que, en teoría, no serías capaz de matar a tu abuelo, ya que el
arma podría fallar en el momento justo, o tendrías un ataque al corazón…
—O una chica linda de Jamaica entraría en la sala y me tumbaría.
—Sí. Algo raro e improbable pasaría para que lo imposible no pudiera
pasar.
—Uh —digo de nuevo.
—Eso es más que un “uh” —dice, sonriendo.
Eso es más que un uh, pero no puedo pensar en nada inteligente o
ingenioso que decir. Estoy teniendo dificultad para pensar y mirarla al mismo
tiempo.
Hay una frase japonesa que me gusta: Koi No Yokan. No significa amor
a primera vista. Es más sobre un amor a segunda vista. Es la sensación de
cuando conoces a alguien de quien te vas a enamorar. Quizás no les ames
al momento, pero es inevitable que lo harás.
Estoy bastante seguro que es lo que estoy experimentando en este
momento. El único pequeño (posiblemente insuperable) problema es que
estoy bastante seguro que Natasha no lo está experimentando.
N
o le cuento a Corbata Roja la verdad completa sobre lo que
haría con una máquina del tiempo si tuviera una. Viajaría al
pasado y haría que el mejor día en la vida de mi padre no
pasara jamás. Es completamente egoísta, pero es lo que haría para que mi
futuro no tuviese que ser borrado.
En su lugar, le explico toda la ciencia. Para cuando he terminado, me
está mirando como si estuviera enamorado de mí. Resulta que nunca ha
escuchado la paradoja del abuelo o el principio de auto-consistencia de
Novikov, lo que me sorprende. Supongo que asumí que sería un empollón
porque es asiático, lo cual es de mala persona por mi parte porque odio
cuando los demás asumen cosas sobre mí como que me gusta la música
rap o que soy buena en el deporte. Para que se sepa, solo una de esas cosas
es cierta.
Además del hecho que me deportan hoy, realmente no soy una chica
con la que enamorarse. Por un lado, no me gustan las cosas no probables y
temporales, y el amor romántico es a la vez temporal y no probable.
La otra cosa secreta que no le digo a nadie es la siguiente: No estoy
segura de ser capaz de amar. Aunque sea temporalmente. Cuando estaba
con Rob, nunca me sentí de la forma en la que las canciones dicen que se
supone que te tienes que sentir. No me sentía barrida ni consumida. No lo
necesitaba como el aire. Realmente me gustaba. Me gustaba mirarlo. Me
gustaba besarlo. Pero siempre supe que podría vivir sin él.
—Corbata Roja —le digo.
—Daniel —insiste.
—No te enamores de mí, Daniel.
Escupe de verdad su café.
—¿Quién dice que vaya a hacerlo?
—Esa pequeña libreta negra en la que te vi garabateando, y tu cara.
Tu rostro grande y abierto que no-puede-engañar-a-nadie-sobre-nada dice
que lo harás.
Se sonroja de nuevo, porque ruborizarse es su único estado.
—¿Y por qué no debería hacerlo? —pregunta.
—Porque yo no me enamoraré de ti.
—¿Cómo lo sabes?
—No creo en el amor.
—No es una religión —dice—. Existe creas o no en él.
—¿Oh en serio? ¿Puedes probarlo?
—Las canciones de amor. La poesía. El matrimonio.
—Por favor. Palabras en el papel. ¿Puedes utilizar el método científico
en él? ¿Puedes observarlo, medirlo, experimentar con él, y repetir tus
experimentos? No puedes. ¿Puedes cortarlo y teñirlo y estudiarlo bajo un
microscopio? No puedes. ¿Puedes hacerlo crecer en una placa de Petri o
mapear su secuencia genética?
—No puedes —dice, imitando mi voz y riéndose.
No puedo evitar reírme también. A veces me tomo un poco demasiado
en serio.
Él agarra con la cuchara una capa de espuma de su café y la mete en
su boca.
—Sólo dices que son palabras en papel, pero tienes que admitir que
esa gente está sintiendo algo.
Asiento.
—Algo temporal y no medible. La gente sólo quiere creer. De lo
contrario, tendrían que admitir que la vida es una serie aleatoria de cosas
buenas y malas que pasan hasta que un día mueres.
—¿Y estás de acuerdo con creer que la vida no tiene sentido?
—¿Qué otra opción tengo? Así es la vida.
Otra cucharada de espuma y más risas por su parte.
—¿Así que nada de suerte, nada de destino, nada de alguien-está-
destinado para ti?
—No soy una tonta —digo, sin duda disfrutando mucho más de lo que
debería.
Se afloja su corbata y se relaja en su silla. Un mechón de su cabello se
escapa de su coleta, y observo mientras lo mete detrás de su oreja. En vez
de apartarlo, mi nihilismo solo lo hace estar más cómodo. Parece casi
alegre.
—No creo que jamás haya conocido a nadie tan encantadoramente
iluso —dice, como si fuera una curiosidad.
—¿Y lo encuentras atractivo? —pregunto.
—Me parece interesante —dice.
Echo un vistazo alrededor de la cafetería. De alguna manera, se ha
llenado sin que me diera cuenta. La gente hace fila en el bar, esperando
sus pedidos. En los altavoces suena “Yellow Ledbetter” de Pearl Jam; otra de
mis bandas favoritas de grunge-rock de los noventa. No puedo evitarlo.
Tengo que cerrar mis ojos para escuchar a Eddie Vedder murmurar-cantar
el coro.
Cuando los abro de nuevo, Daniel me está mirando. Se mueve hacia
adelante para que su silla esté sobre las cuatro patas de nuevo.
—¿Y si te dijera que puedo conseguir que te enamores de mí
científicamente?
—Me burlaría —digo—. Mucho.
Una historia de la cuántica

U
na posible solución a la paradoja del abuelo es la teoría del
multiversos originalmente establecida por Hugh Everett. De
acuerdo con la teoría del multiversos, existe una versión de
nuestro pasado y futuro, sólo que en un universo alternativo.
Para cada evento a nivel cuántico, el universo actual se divide en
múltiples universos. Esto significa que para cada elección que realices, existe
un número infinito de universos en los que ya se ha hecho una elección
diferente.
La teoría resuelve perfectamente la paradoja del abuelo al proponer
universos separados en los que existe cada resultado posible, evitando así
una paradoja.
De esta manera llegamos a vivir múltiples vidas.
Hay, por ejemplo, un universo donde Samuel Kingsley no descarrila la
vida de su hija. Un universo donde se descarrila, pero Natasha es capaz de
solucionarlo. Un universo en que él descarrila y ella no es capaz de
solucionarlo. Natasha no está muy seguro de en qué universo está viviendo
ahora.
U
n chico de la zona intenta usar la ciencia para conseguir a la
chica.
No estaba de broma sobre la cosa de enamorarse
científicamente. Incluso había un artículo en el New York Times
sobre ello.
Un investigador puso a dos personas en un laboratorio y les hizo
preguntarse entre sí un montón de preguntas íntimas. Además, se tenían que
mirar a los ojos durante cuatro minutos sin hablar. Estoy bastante seguro que
no conseguiré la cosa que me mire ahora mismo. Para ser honesto, no creí
de verdad el artículo cuando lo leí. No puedes simplemente hacer que la
gente se enamore, ¿no? El amor es más complicado que eso. No es
simplemente un problema de escoger a una pareja y preguntarse algunas
cosas, y después el amor florece. La luna y las estrellas están envueltas. Estoy
seguro de ello.
Sin embargo.
Según el artículo, el resultado del experimento fue que los dos sujetos
de verdad se enamoraron y se casaron. No sé si todavía están casados (en
realidad no quiero saberlo, porque si todavía están casados, entonces el
amor es menos misterioso de lo que pienso y puede hacerse crecer en un
disco de Petri. Si ya no están casados, entonces el amor es tan fugaz como
Natasha dice que es).
Saco mi teléfono y miro la investigación. Treinta y seis preguntas. La
mayoría de ellas son bastante estúpidas, pero algunas son buenas. Me gusta
la cosa de mirarse-fijamente-a-los-ojos.
No estoy por encima de la ciencia.
M
e cuenta algo sobre un estudio que involucra un laboratorio y
preguntas y amor. Soy escéptica y se lo digo. También estoy un
poco intrigada, pero no se lo digo.
—¿Cuáles son los cinco ingredientes clave para enamorarse? —me
pregunta.
—No creo en el amor, ¿recuerdas? —Agarro mi cuchara y revuelvo el
café, a pesar que no hay nada que mezclar.
—¿De qué van entonces las canciones de amor?
—Fácil —le digo—. Lujuria.
—¿Y el matrimonio?
—Bueno, la lujuria se desvanece, y luego están los hijos que hay que
criar y las cuentas que hay que pagar. En algún momento, sólo se convierte
en amistad con el interés mutuo en beneficio de la sociedad y la próxima
generación. —La canción termina justo cuando termino de hablar. Por un
momento todo lo que podemos oír son los vasos tintineando y la leche
hirviendo.
—Eh —dice él, considerándolo.
—Dices eso mucho —le digo.
—No podría estar más en desacuerdo contigo. —Se ajusta su coleta sin
dejar que su cabello caiga en su rostro.
Hecho observable: Quiero ver su cabello cayendo en su rostro.
Cuanto más hablo con él, más lindo se pone. Incluso me gusta su
seriedad, a pesar que normalmente odio la seriedad. La coleta sexy puede
estar jugando con mi cerebro. Es sólo cabello, me digo. Su función es
mantener la cabeza caliente y protegerla contra la radiación ultravioleta.
No hay nada inherentemente atractivo al respecto.
—¿De qué estamos hablando? —pregunta.
Yo digo ciencia al mismo tiempo que él dice que el amor, y ambos nos
reímos.
—¿Cuáles son los ingredientes? —me pregunta de nuevo.
—El interés mutuo y la compatibilidad socioeconómica.
—¿Siquiera tienes un alma?
—No hay tal cosa como el alma —le digo.
Se ríe de mí como si le estuviera tomando el pelo.
—Bueno —dice después de darse cuenta que no estoy bromeando—.
Mis ingredientes son la amistad, la intimidad, la compatibilidad moral, la
atracción física, y el factor X.
—¿Cuál es el factor X?
—No te preocupes —dice—. Nosotros ya lo tenemos.
—Es bueno saberlo —digo, riendo—. Todavía no me voy a enamorar de
ti.
—Dame hoy. —De repente está serio.
—No es un reto, Daniel.
Él sólo me mira con esos ojos marrones brillantes, esperando una
respuesta.
—Puedes tener una hora —digo.
Frunce el ceño.
—¿Sólo una hora? ¿Qué pasa entonces? ¿Te conviertes en calabaza?
—Tengo una cita y luego tengo que ir a casa.
—¿Cuál es la cita? —pregunta.
En lugar de responder, miro alrededor de la cafetería. Un barista dice
en voz alta una serie de órdenes. Alguien se ríe. Alguien se tropieza.
Remuevo mi café innecesariamente otra vez.
—No voy a decírtelo —digo.
—Está bien —dice, imperturbable.
Ha tomado una decisión acerca de lo que quiere, y lo que quiere soy
yo. Me da la sensación de que puede ser determinado y paciente. Casi lo
admiro por ello. Pero no sabe lo que yo sé. Voy a ser residente en otro país
mañana. Mañana, me iré de aquí.
L
e muestro mi teléfono, y discutimos sobre qué preguntas elegir.
Definitivamente no tenemos tiempo para las treinta y seis. Ella
quiere omitir los cuatro minutos de mirarse al alma a través de los
ojos del otro, pero eso no sucederá. Lo del ojo es mi as en la manga. A todas
mis ex novias (bueno, una de mis ex-novias, de acuerdo, sólo he tenido una
novia, ahora ex-novia) les han gustado mucho mis ojos. Grace (la
anteriormente única mencionada en el extremo ex-novia), decía que
parecían piedras preciosas, específicamente cuarzo ahumado (la
fabricación de joyas era su manía). Estábamos besándonos en su habitación
cuando ella lo dijo, y paró en mitad de la sesión para mostrarme un ejemplo.
De todos modos, mis ojos son como cuarzo (del tipo ahumado) y a las
chicas (al menos a una) le gustaba.
Las preguntas se dividen en tres categorías, cada una más personal
que la anterior. Natasha quiere quedarse con las menos personales de la
primera categoría, pero omito eso también.
De la categoría #1 (la menos íntima) elegimos:
#1. Pudiendo elegir a cualquiera en el mundo, ¿a quién querrías como
invitado para cenar?
#2. ¿Te gustaría ser famoso? ¿Cómo?
#7. ¿Tienes el presentimiento secreto de cómo vas a morir?
De la categoría #2 (intimidad media):
#17. ¿Cuál es tu mejor recuerdo?
#24. ¿Cómo te sientes sobre tu relación con tu madre?
De la categoría #3 (la más íntima):
#25. Di tres afirmaciones con “nosotros”. Por ejemplo: “ambos estamos
en esta habitación sintiendo…
#29. Comparte con tu pareja un momento embarazoso en tu vida.
#34. Tu casa, que contiene todo lo que posees, se incendia. Después
de salvar a tus seres queridos y mascotas, tienes tiempo de volver a entrar
de manera segura para salvar un objeto. ¿Qué sería? ¿Por qué?
#35. De todas las personas en tu familia, ¿la muerte de quién te inquieta
más? ¿Por qué?
Terminamos con diez preguntas, porque Natasha piensa que para el
número veinticuatro debemos hablar de nuestra relación con nuestra
madre y nuestro padre.
—¿Cómo es que las madres son siempre las más culpadas por joder a
los niños? Los padres también pueden joder perfectamente a los niños —
dice, como alguien que ha tenido una experiencia de primera mano.
Mira la hora en su teléfono de nuevo.
—Debería irme —dice, empujando la silla hacia atrás y levantándose
demasiado rápido. La mesa se tambalea. Algo de su café salpica—. Mierda.
Mierda —dice. Es una especie de reacción exagerada. Realmente quiero
preguntarle por la cita y por su padre, pero sé que es mejor no preguntar en
este momento.
Me levanto, agarro unas servilletas y limpio el derrame.
La mirada que me da está en algún lugar entre la gratitud y la
exasperación.
—Salgamos de aquí —le digo.
—Sí, está bien. Gracias —dice.
Miro mientras pasa alrededor de la fila de gente hambrienta de café
hasta salir a la calle. Probablemente no debería mirar sus piernas, pero son
buenas (el tercer mejor par que he visto). Quiero tocarlas casi tanto como
quiero continuar hablando con ella (quizás un poco más), pero no hay
ninguna circunstancia bajo la cual ella me dejaría hacer eso.
O está tratando de evitarme, o estamos en una competencia de
velocidad caminando de la que no soy consciente. Se mete entre una
pareja de caminantes lentos y baja de la acera para evitar tener que reducir
la velocidad por culpa de las personas.
Tal vez debería renunciar. No sé por qué no lo he hecho todavía. El
universo está claramente tratando de salvarme. Seguro que, si me pusiera a
buscar señales sobre nuestra separación, las encontraría.
—¿A dónde vamos? —le pregunto cuando paramos en un paso de
peatones. El corte de cabello que se supone me tienen que hacer tendrá
que esperar. Estoy bastante seguro que dejan que la gente con el cabello
largo vaya a la universidad.
—Yo me dirijo a la parte alta de la ciudad para mi cita y tú estás
viniendo conmigo.
—Sí, lo hago —digo, ignorando su énfasis-para-nada-sutil.
Cruzamos la calle y caminamos en silencio durante unos minutos. La
mañana está comenzando. Unas pocas tiendas están abriendo sus puertas.
El tiempo es demasiado frío para el aire acondicionado y demasiado
caliente para las puertas cerradas. Estoy seguro que mi padre ha hecho lo
mismo en nuestra tienda.
Pasamos al lado de una vitrina de muestras extraordinariamente
iluminada y extremadamente llena de electrónica. Cada elemento de la
pantalla está marcado con una etiqueta roja que pone ¡EN VENTA! Hay
cientos de estas tiendas por toda la ciudad. No puedo entender cómo
siguen con el negocio.
—¿Quién viene a comprar aquí? —me pregunto en voz alta.
—Las personas a las que les gusta regatear —dice ella.
Media cuadra más adelante pasamos otra, virtualmente idéntica a la
otra tienda y ambos nos reímos.
Saco mi teléfono.
—Así que. ¿Estás preparada para estas preguntas?
—Eres implacable —dice, sin mirarme.
—Persistente —le corrijo.
Ella se ralentiza y me mira.
—¿De verdad crees que hacerme preguntas profundas y filosóficas va
a hacer que nos enamoremos? —Pone comillas en el aire (oh, cómo odio
las comillas en el aire) alrededor de profundas y filosóficas y enamoremos.
—Piensa en ello como un experimento —digo—. ¿Qué has dicho antes
sobre el método científico?
Esto me consigue una pequeña sonrisa.
—Los científicos no deberían experimentar con ellos mismos —
contrarresta.
—¿Ni siquiera por el bien mayor? —pregunto—. ¿Para incrementar el
conocimiento de la humanidad?
Eso me consigue una gran carcajada.
U
sar la ciencia contra mí es muy inteligente.
Cuatro hechos observables: Es perfectamente tonto. Y
demasiado optimista. Y demasiado serio. Y muy bueno
haciéndome reír.
—El número uno es demasiado duro —dice—. Empezaremos con la
pregunta dos: ¿Te gustaría ser famosa y cómo?
—Tú primero —le digo.
—Me gustaría ser un famoso poeta en jefe.
Por supuesto que le gustaría. Hecho Observable: Es un romántico
empedernido.
—Serías pobre —le digo.
—Pobre de dinero, pero rico de palabras —contrarresta
inmediatamente.
—Vomitaré aquí en la acera —lo digo en voz muy alta y una mujer en
traje nos mira mal.
—Limpiaré por ti —dice.
En realidad, es demasiado sincero.
—¿Qué hace siquiera un poeta en jefe? —pregunto.
—Ofrece consejos sabios y poéticos. Sería la persona a la que los líderes
mundiales irían con problemas filosóficos desagradables.
—¿Qué les resolverías escribiendo un poema? —El escepticismo en mi
voz es palpable.
—O leyendo uno —dice, con la sinceridad más imperturbable.
Hago sonido de arcadas.
Me da ligeramente con su hombro y luego me estabiliza con su mano
en mi espalda. Me gusta la sensación de su mano tanto que acelero un
poco para evitarlo.
—Puedes ser tan cínica como quieras, pero muchas vidas pueden
salvarse con la poesía —dice.
Miro su rostro para ver una señal de que está bromeando, pero no;
realmente se lo cree. Lo cual es dulce. También estúpido. Pero sobre todo
dulce.
—¿Qué pasa contigo? ¿Qué tipo de fama es la que quieres? —
pregunta.
Esta es una fácil.
—Me gustaría ser una dictadora benevolente.
Él ríe.
—¿De algún país en particular?
—De todo el mundo —digo, y se ríe un poco más.
—Todos los dictadores creen ser benévolos. Incluso los que sostienen
machetes.
—Estoy bastante segura que esos saben que están siendo unos
bastardos asesinos y codiciosos.
—¿Pero no serías así? —pregunta.
—Nop. Pura benevolencia de mí. Yo decido lo que es bueno para todo
el mundo y lo hago.
—Pero, ¿y si lo que es bueno para una persona no es bueno para otra?
Me encojo de hombros.
—No se puede complacer a todo el mundo. Como mi poeta en jefe,
podrías confortar al perdedor con un buen poema.
—Touché —dice, sonriendo. Saca su teléfono de nuevo y comienza a
hojear las preguntas. Doy un rápido vistazo a mi propio teléfono. Por un
segundo me sorprende la grieta de la pantalla, hasta que recuerdo mi
caída. Qué día estoy teniendo. Una vez más, estoy pensando en multiversos
y preguntándome sobre aquellos en los que tanto el teléfono como los
auriculares están todavía intactos.
Hay un universo en el que me quedé en casa e hice la maleta como
mi madre quería que hiciera. Mi teléfono y los auriculares están bien, pero
no conocí a Daniel.
Hay un universo donde fui a la escuela y estoy sentada en la clase de
inglés en lugar de casi ser atropellada por un auto. Una vez más, sin Daniel.
En otro universo sin-Daniel, voy a USCIS, pero no conozco a Daniel en la
tienda de discos, por lo que nuestra charla no tuvo la oportunidad de
retrasarme. Llegué al cruce de peatones antes que el piloto de BMW se
presentase, y no hubo ningún casi-accidente. Mi teléfono y los auriculares se
mantienen intactos.
Por supuesto, hay un número infinito de estos universos, incluyendo uno
donde conocí a Daniel, pero él no era capaz de salvarme en el paso de
peatones, y hay algo más que mi teléfono y auriculares rotos.
Suspiro y compruebo la distancia hasta la oficina del fiscal Fitzgerald.
Doce manzanas más. Me pregunto cuánto costará arreglar mi pantalla.
Pero entonces, tal vez no necesite solucionarlo. Probablemente tendré que
conseguir un nuevo teléfono en Jamaica.
Daniel interrumpe mis pensamientos, y estoy un poco agradecida. No
quiero pensar en todo lo que tengo que hacer al irme.
—Muy bien —dice—. Vamos a pasar al número siete. ¿Cuál es tu
presentimiento secreto acerca de cómo vas a morir?
—Estadísticamente hablando, una mujer negra que vive en los Estados
Unidos tiene más probabilidades de morir a la edad de setenta y ocho por
enfermedades del corazón.
Llegamos a otro cruce de peatones y me jala para que no quede
parada demasiado cerca del borde. Su gesto y mi respuesta son tan
similares, como si lo hubiéramos hecho muchas otras veces. Toca mi
chaqueta por el codo y me jala un poco. Me giro de nuevo hacia él y dejo
que me proteja.
—¿Así que el corazón te matará? —pregunta. Me olvido por un
momento que estamos hablando de la muerte.
—Lo más probable —digo—. ¿Qué pasa contigo?
—Asesinato. En una gasolinera o tienda de licores o en algún lugar así.
Un tipo con una pistola estará robando en el sitio. Trataré de ser un héroe,
pero haré algo estúpido como golpear la lata de refresco de arriba de la
pirámide, y haré enojar al ladrón, y lo que hubiera sido el habitual, ¡Arriba las
manos! se convertirá en un baño de sangre. Noticias a las once.
Me río de él.
—¿Así que morirás como un héroe incompetente?
—Moriré en el intento —dice, y nos reímos juntos.
Cruzamos la calle.
—Por aquí —le digo, cuando comienza a ir recto en vez de a la
derecha—. Tenemos que ir a la Octava.
Se gira y me sonríe como si estuviéramos en una aventura épica.
—Espera —dice, quitándose su chaqueta. Parece extrañamente íntimo
ver cómo se la quita, así que miro a dos tipos muy viejos y de muy mal humor
discutiendo sobre un solo taxi a unos pasos de nosotros. Hay al menos otros
tres taxis libres en las inmediaciones.
Hecho Observable: La gente no es lógica.
—¿Entra esto en tu mochila? —pregunta, pasándome su chaqueta. Sé
que no me está pidiendo que la lleve, como si fuera su novia o algo así. Pero
llevar su chaqueta me parece aún más íntimo que ver cómo se la quita.
—¿Seguro? —pregunto—. Se arrugará.
—No importa —dice. Me guía hacia un lado para que no bloqueemos
a los otros peatones, y de repente estamos bastante cerca. No recuerdo
haber notado sus hombros antes. ¿Eran así de amplios hace un segundo?
Alejo mis ojos de su pecho y hacia su rostro, pero eso no es mejor para mi
equilibrio. Sus ojos son incluso más claros y marrones a la luz del sol. Son
bastante bonitos.
Saco mi mochila de mi hombro y la coloco en ángulo recto entre
nosotros para que tenga que retroceder un poco.
Él dobla la chaqueta cuidadosamente y la mete dentro.
Su camisa es de un blanco reluciente, y la corbata roja destaca aún
más sin su chaqueta. Me pregunto cómo se ve con ropa normal, y qué es la
ropa normal para él. No dudo que sean unos jeans y una camiseta; el
uniforme de todos los chicos estadounidenses en todas partes.
¿Es lo mismo para los chicos de Jamaica?
Mi estado de ánimo se vuelve sombrío ante la idea. No quiero empezar
de nuevo. Ya era bastante difícil cuando nos mudamos a Estados Unidos. No
quiero tener que aprender los rituales y costumbres de una nueva escuela
secundaria. Nuevos amigos. Nuevos grupitos. Nuevos códigos de
vestimenta. Nuevos lugares de reunión.
Paso alrededor de él y comienzo a caminar.
—Los hombres americanos-asiáticos son más propensos a morir de
cáncer —le digo.
Frunce el ceño y da el doble de pasos para alcanzarme.
—¿En serio? No me gusta eso. ¿De qué tipo?
—No estoy segura.
—Probablemente deberíamos averiguarlo —dice.
Dice nosotros como si hubiera algún futuro con nosotros juntos donde
nuestras respectivas mortalidades nos importarían.
—¿Realmente crees que morirás de un ataque al corazón? —
pregunta—. ¿No por algo más épico?
—¿A quién le importa lo épico? La muerte es la muerte.
Él sólo se me queda mirando, esperando una respuesta.
—Está bien —le digo—. No puedo creer que vaya a decir esto. En
secreto, creo que me ahogaré.
—¿Como en el océano, salvando la vida de alguien o algo así?
—En la parte más profunda de la piscina de un hotel —digo.
Deja de caminar y me aparta a un lado de nuevo. El peatón más
considerado de la historia. La mayoría de gente simplemente se para en
mitad de la acera.
—Espera —dice—. ¿No sabes nadar?
Encojo mi cabeza en mi chaqueta.
—No.
Sus ojos buscan en mi rostro y se ríe de mí sin llegar a reír.
—Pero eres de Jamaica. Creciste rodeada de agua.
—A pesar de mi herencia de la isla, no sé nadar.
Puedo decir que quiere burlarse de mí, pero se resiste.
—Te enseñaré —dice.
—¿Cuándo?
—Algún día. Pronto. ¿Podías nadar cuando vivías en Jamaica? —
pregunta.
—Sí, pero entonces vinimos aquí, y en lugar del océano tenían piscinas.
No me gusta el cloro.
—Sabes que tienen piscinas de agua salada ahora.
—Ese barco ya ha zarpado —le digo.
Ahora sí se burla de mí.
—¿Cómo se llama tu barco? ¿Chica que creció en una isla, que está
rodeada por todos los lados de agua, no sabe nadar? Porque ese sería un
buen nombre.
Me río y le golpeo en el hombro. Me agarra de la mano y sostiene mis
dedos. Trato de no desear que pudiera cumplir su promesa de enseñarme a
nadar.
S
oy un experto compilando el Libro de Natasha. Esto es lo que sé
hasta ahora: ella es una friki de la ciencia. Probablemente es más
inteligente que yo. Sus dedos son ligeramente más largos que los
míos y se sienten bien en mis manos. A ella le gusta su música angustiosa.
Está preocupada por algo que tiene que ver con su misteriosa cita.
—¿Dime otra vez por qué llevas un traje? —pregunta.
Gimo largo y fuerte y con sentimiento.
—Hablemos de Dios en cambio.
—También puedo hacer preguntas —dice.
Caminamos en una sola fila debajo de más andamios en la acera. (En
un momento dado, aproximadamente 99 (más o menos) por ciento de
Manhattan está en construcción.)
—Apliqué a Yale. Tengo una entrevista con un alumno más tarde
—¿Estás nervioso? —pregunta, cuando estamos lado a lado.
—Lo estaría si diera dos mierdas.
—¿Pero solo le das una mierda?
—Quizá media mierda —digo, riendo.
—¿Entonces tus padres te están obligando a hacerlo?
Un súbito grito en la calle agarra nuestra atención, pero es solo un
taxista gritándole a otro.
—Mis padres son la primera generación de inmigrantes coreanos —
digo a modo de explicación.
Reduce su caminar y me mira.
—No sé lo que eso significa —dice.
Me encojo de hombros.
—Significa que no importa lo que yo quiero. Voy a Yale. Voy a ser un
médico.
—¿Y tú no quieres eso?
—No sé lo que quiero —le digo.
Por la expresión en su rostro, eso fue lo peor que pude decir. Se aleja de
mí y empieza a caminar más rápido.
—Bueno, tú podrías ser un buen médico.
—¿Qué he hecho ahora? —pregunto, alcanzándola.
Me hace un gesto con su mano.
—Es tu vida.
Siento como si estuviera cerca de fallar una prueba.
—Bueno, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
—Un científico de datos —dice ella, sin dudarlo.
Abro la boca para preguntar, ¿qué demonios?, pero ella me llena con
un discurso practicado. No soy la primera persona que hace, ¿qué
demonios?, por su elección de carrera.
—Los científicos de datos analizan los datos, separan el ruido de la
señal, disciernen patrones, sacan conclusiones, y recomiendan acciones
basadas en los resultados.
—¿Las computadoras están involucradas?
—Sí, por supuesto —dice—. Hay una gran cantidad de datos en ese
mundo.
—Eso es tan práctico. ¿Siempre has sabido lo que querías ser? —Es difícil
mantener la envidia fuera de mi voz.
Deja de caminar de nuevo. A este ritmo, nunca vamos a llegar a donde
va.
—Este no es el destino. Elegí esta carrera. No me eligió. No estoy
destinada a ser una científica de datos. Hay una sección de la carrera en la
biblioteca de la escuela. Hice una investigación en los campos de cultivo en
las ciencias, y ta-da. Sin suerte o el destino involucrado, simplemente la
investigación.
—¿Así que no es algo que te apasiona?
Se encoge de hombros y empieza a caminar de nuevo.
—Se adapta a mi personalidad —dice ella.
—¿No quieres hacer algo que amas?
—¿Por qué? —se pregunta, como si genuinamente no comprendiera el
atractivo de amar algo.
—Es una larga vida para pasarla haciendo algo que solamente no te
interesa —-insisto. Nos movemos alrededor de un caroo con combinación
de pretzel/hot dogs que ya tiene una fila. Huele como el chucrut y mostaza
(también conocido como el cielo).
Ella arruga la nariz.
—Es incluso más largo si lo pasas persiguiendo sueños que pueden
nunca, nunca hacerse realidad.
—Espera —le digo. Pongo mi mano en su brazo para frenarla un poco—
. ¿Quién dice que no pueden hacerse realidad?
Esto me gana una mirada de soslayo.
—Por favor. ¿Sabes cuántas personas quieren ser actores o escritores o
estrellas de rock? Una gran cantidad. El noventa y nueve por ciento de ellos
no lo hará. Cero coma nueve por ciento de los que han quedado lo hará
casi sin dinero. Solo el último punto cero uno por ciento lo hará a lo grande.
Todos los demás sólo desperdician su vida tratando de ser ellos.
—¿Eres secretamente mi padre? —pregunto.
—Sueno como un hombre coreano de-cincuenta-años?
—Sin el acento.
—Bueno, él sólo se preocupa por ti. Cuando seas un feliz doctor
haciendo cantidades de dinero, le agradecerás no haberte convertido en
algún artista muerto de hambre odiando tu día de trabajo y soñando
potencialmente en hacerlo grande.
Me pregunto si se da cuenta de lo apasionada que es acerca de no
ser apasionada.
Se da la vuelta para mirarme con los ojos entrecerrados.
—Por favor, no me digas que vas en serio con la cosa de poesía.
—Dios no lo quiera —digo con fingida indignación.
Pasamos a un hombre que sostiene un cartel que dice POR FAVOR
AYUDA. PASANDO UNA MALA RACHA. Un taxista en una misión toca la
bocina largo y fuerte a otro taxista, también en una misión.
—¿Realmente se supone que sepamos lo que queremos hacer por el
resto de nuestras vidas en la madura edad de diecisiete años?
—¿No quieres saberlo? —pregunta. Ella definitivamente no es un fan de
la incertidumbre.
—¿Supongo? Me gustaría poder vivir diez vidas a la vez.
Me hace un gesto con la mano de nuevo.
—Uf. Tú simplemente no quieres elegir.
—Eso no es lo que quiero decir. No quiero quedar atrapado haciendo
algo que no significa nada para mí. ¿Esta pista en la que estoy? Va para
siempre. Yale. La escuela de medicina. Residencia. El matrimonio. Los niños.
Retiro. Hogar de ancianos. Funeraria. Cementerio.
Tal vez sea debido a la importancia del día, tal vez ella esto la
encuentra, pero en este momento es crucial para decir exactamente lo que
quiero decir.
—Tenemos grandes, hermosos cerebros. Inventamos cosas que vuelan.
Volar. Escribimos poesía. Probablemente odias la poesía, pero es difícil
discutir con: ¿te comparo con una mañana de verano? Tú eres más
hermosa y más templada en términos de belleza. Somos capaces de
grandes vidas. Una gran historia. ¿Por qué conformarse? ¿Por qué elegir la
cosa práctica, la cosa mundana? Hemos nacido para soñar y hacer las
cosas que soñamos.
Todo sale más apasionado de la que tengo intención, pero quiero decir
cada palabra.
Nuestros ojos se encuentran. Hay algo entre nosotros que no estaba ahí
hace un minuto.
Espero a que ella diga algo, pero no lo hace.
El universo se detiene y espera por nosotros.
Ella abre la palma de su mano y va a tomar mi mano. Se supone que
toma mi mano. Estamos destinados a caminar por este mundo juntos. Lo veo
en sus ojos. Estamos destinados a ser. Estoy seguro de esto de una manera
que no estoy seguro de nada más.
Pero no toma mi mano. Ella camina.
E
stamos teniendo un momento que no quiero estar teniendo.
Cuando dicen que el corazón quiere lo que quiere, ellos
están hablando del corazón poético; el corazón de canciones de
amor y soliloquios, el único que puede romper como si se tratara
simplemente de vidrio-formado.
Ellos no están hablando del verdadero corazón, el que solo necesita
alimentos saludables y ejercicio aeróbico.
Pero el corazón poético no es para confiar. Es inconstante y te llevará
por mal camino. Te dirá que todo lo que necesitas es el amor y los sueños.
Te dirá nada acerca de la comida, el agua, refugio y dinero. Te dirá que
esta persona, el que está delante de ti, el que te ha llamado la atención por
cualquier razón, es el Único. Y él lo es. Y ella lo es. El Único… por ahora, hasta
que tu corazón o su corazón decide en otra persona o alguna otra cosa.
El corazón poético no es para confiar a largo plazo con la toma de
decisiones.
Sé todas estas cosas. Las conozco de la manera que sé que Polaris, la
Estrella del Norte, no es en realidad la estrella más brillante en el cielo: es la
quinta.
Y aun así aquí estoy con Daniel en el medio de la acera, en lo que es
casi seguro que es mi último día en Estados Unidos. Mi inconstante, no
practico, no teniendo en cuenta el futuro, sin sentido corazón quiere a
Daniel. No importa que sea demasiado serio o que él no sabe lo que quiere
o que está albergando sueños de ser un poeta, una profesión que conduce
a la angustia y el asilo.
Sé que no hay tal cosa como destinados-a-estar, y sin embargo aquí
me pregunto si tal vez me he equivocado.
Cierro la palma de mi mano, la que quiere tocarlo, y camino.
Una química historia

S
egún los científicos, hay tres etapas del amor: deseo, atracción, y
el apego. Y, resulta que, cada una de las etapas está orquestada
por neurotransmisores químicos en el cerebro.
Como era de esperar, la lujuria es gobernada por la testosterona y el
estrógeno.
La segunda etapa, la atracción, se rige por la dopamina y la
serotonina. Cuando, por ejemplo, las parejas dicen sentirse
indescriptiblemente feliz en la presencia del otro, eso es la dopamina, la
hormona placer, haciendo su labor.
El consumo de cocaína fomenta el mismo nivel de euforia. De hecho,
los científicos que estudian el cerebro de los dos nuevos amantes y de los
adictos a la cocaína están muy presionados para notar la diferencia.
El segundo químico de la fase de atracción es la serotonina. Cuando
las parejas confiesan que no pueden dejar de pensar en el otro, es porque
su nivel de serotonina se ha reducido. Las personas enamoradas tienen los
mismos niveles bajos de serotonina como las personas con TOC. La razón por
la que no pueden dejar de pensar el uno al otro es que ellos están
literalmente obsesionados.
La oxitocina y la vasopresina controlan la tercera etapa: el apego o
vinculación a largo plazo. La oxitocina se libera durante el orgasmo y te
hace sentir más cerca de la persona con la que hayas tenido relaciones
sexuales. También se libera durante el parto y ayuda a la vinculación entre
madre e hijo. La vasopresina es liberada postcoitalmente.
Natasha conoce estos fríos hechos. El saberlos la ayudó a superar la
traición de Rob. Así que ella sabe: el amor es sólo productos químicos y
coincidencia.
Entonces ¿por qué Daniel se siente como algo más?
E
xactamente no hay nada en la lista de cosas que quiero hacer
menos que ir a mi entrevista. Y, aun así. Son casi las once de la
mañana, y si voy a ir a esta cosa, entonces tengo que irme.
Natasha y yo hemos estado caminando en silencio desde El Momento.
Ojalá pudiera decir que es un silencio cómodo, pero no lo es. Quiero hablar
con ella sobre “El Momento”, pero quién sabe si lo sintió. No hay manera que
ella crea en esas cosas.
El centro de Manhattan es diferente de donde nos conocimos por
primera vez. Más rascacielos y menos tiendas de recuerdos. La gente actúa
diferente también. No son turistas por placer o por compras. No hay emoción
o mirar boquiabierto o sonrisas. Estas personas trabajan en estos rascacielos.
Estoy seguro que mi cita está en algún lugar de este barrio.
Seguimos caminando y no hablamos hasta llegar a una monstruosidad
gigante de hormigón y cristal de edificio. Me asombra que la gente pase sus
días enteros dentro de lugares como este haciendo cosas que no aman
para gente que no les gusta. Al menos ser médico será mejor que eso.
—Aquí es a donde voy —dice.
—Puedo esperarte aquí —digo, como una persona que no tiene una
cita que determinará su futuro en poco más de una hora.
—Daniel —dice, usando la voz severa que seguramente utilizará con
nuestros futuros hijos (ella definitivamente será la disciplinaria)—. Tienes una
entrevista y tengo esta... cosa. Aquí es donde decimos adiós.
Está en lo correcto. Puede que no quiera el futuro que mis padres han
planeado para mí, pero no tengo mejores ideas. Si me quedo aquí mucho
más tiempo, mi tren se descarrilará de su pista.
Se me ocurre que tal vez eso es lo que quiero. Tal vez todas las cosas
que siento por Natasha son sólo excusas para hacerlo descarrilar. Después
de todo, mis padres nunca lo aprobarían. No solo no es coreana, ella es
negra. Aquí no hay futuro.
Eso y el hecho que mi extrema atracción por ella es claramente no
correspondido. Y el amor no es amor si no es recíproco, ¿verdad?
Debería irme.
Voy a irme.
Me estoy yendo.
—Tienes razón —digo.
Ella está sorprendida, y tal vez incluso un poco decepcionada, pero
¿qué diferencia hace eso? Tiene que desear esto, y claramente no lo hace.
N
o esperaba que él dijera eso, y no esperaba sentirme
decepcionada, pero lo hago. ¿Por qué estoy pensando en
romance con un chico que nunca volveré a ver? Mi futuro se
decide en cinco minutos.
Estamos lo suficientemente cerca de las puertas corredizas de cristal del
edificio que el frío del aire acondicionado atraviesa mi piel cuando las
personas entran y salen.
Él saca la mano para una sacudida, pero rápidamente la retira.
—Lo siento —dice, y se sonroja. Cruza los brazos sobre el pecho.
—Bueno, tengo que irme —digo.
—Tienes que hacerlo —dice, y luego ninguno de nosotros se mueve.
Nos quedamos allí sin decir nada durante unos segundos hasta que
recuerdo que todavía tengo su chaqueta en mi mochila. La saco y lo miro
mientras se encoge de hombros de nuevo.
—En ese traje, parece que deberías trabajar en este edificio —le digo.
Lo digo como un cumplido, pero él no lo toma como uno.
Tira de su corbata y hace muecas.
—Tal vez lo haga algún día.
—Bueno —digo después de mirar-fijamente-y-sin hablar—. Esto se está
poniendo incómodo.
—¿Deberíamos abrazarnos?
—Pensé que los de traje solo se daban la mano. —Estoy intentando
mantener mi tono ligero, pero mis cuerdas vocales se vuelven roncas y
extrañas.
Él sonríe y no trata de alejar la tristeza de su rostro. ¿Cómo puede estar
tan de acuerdo en mostrar su corazón?
Tengo que apartar la mirada de él. No quiero lo que sea que está
pasando entre nosotros, pero se siente como tratar de impedir que el clima
suceda.
Las puertas se abren y el aire fresco atraviesa mi piel otra vez. Tengo
calor y frío al mismo tiempo. Abro mis brazos para un abrazo en el mismo
momento en que él lo hace. Tratamos de abrazarnos desde el mismo lado y
acabamos golpeando los pechos en su lugar. Nos reímos torpemente y
dejamos de movernos.
—Voy por la derecha —dice—. Tú ve por la izquierda.
—Está bien —digo, y voy por la izquierda. Me abraza, y como ambos
somos casi de la misma estatura, mi rostro roza su mejilla, que es suave, lisa y
cálida. Dejo caer mi cabeza sobre su hombro y mi cuerpo se relaja en sus
brazos. Por un minuto, me permito sentir lo cansada que estoy. Es difícil tratar
de aferrarse a un lugar que no te quiere. Pero Daniel me quiere. Lo siento en
la forma en que me abraza.
Me alejo de sus brazos y no busco sus ojos.
Él decide no decir lo que iba a decir.
Saco mi teléfono y compruebo la hora.
—Hora de irme —dice, antes de que yo pueda decirlo primero.
Me doy vuelta y entro en el frío edificio.
Pienso en él cuando me identifico con seguridad. Pienso en él mientras
cruzo el piso del vestíbulo. Pienso en él en el ascensor y en el largo pasillo y
cada momento hasta que tengo que dejar de pensar en él, cuando entro
en la oficina.
Los ruidos de construcción que escuché antes por teléfono eran en
realidad debido a la construcción, porque la oficina está a medio construir.
Las paredes están parcialmente pintadas, y bombillas desnudas cuelgan del
techo. Aserrín y manchas de pintura cubren el piso cubierto con una lona.
Detrás del escritorio, una mujer se sienta con las dos manos apoyadas en el
teléfono de la oficina, como si estuviera deseando que suene. A pesar de su
lápiz de labios rojo brillante y las mejillas sonrosadas con carmín, está muy
pálida. Su cabello es negro profundo y perfectamente estilizado. Algo en
ella no parece muy real. Parece que está interpretando un papel; un extra
de un dibujo animado de la vieja escuela de Disney o de una película de
época ambientada en la década de 1950 que buscaba secretarias. Su
escritorio es pulcro, con pilas de archivos con códigos de colores. Hay una
taza que dice LOS ASISTENTES JURÍDICOS LO HACEN MÁS BARATO.
Ella sonríe triste y temblorosa mientras me acerco.
—¿Estoy en el lugar correcto? —pregunto en voz alta.
Me mira fijamente en silencio.
—¿Es la oficina del abogado Fitzgerald? —solicito.
—Eres Natasha —dice ella.
Debe ser la persona con la que hablé antes. Me acerco a la mesa.
—Tengo malas noticias —dice. Mi estómago se contrae. No estoy lista
para lo que va a decir. ¿Terminó antes de empezar? ¿Mi destino ya está
decidido? ¿Voy a ser realmente deportada esta noche?
Un hombre con un overol salpicado de pintura entra y comienza a
taladrar. Alguien a quien no puedo ver comienza a martillar. Ella no cambia
su volumen para ajustarse al ruido. Me acerco aún más al escritorio.
—Jeremy, el abogado Fitzgerald, estuvo en un accidente
automovilístico hace una hora. Todavía está en el hospital. Su esposa dice
que está bien, sólo unos cuantos moretones. Pero no volverá hasta esta
tarde.
Su voz suena normal, pero sus ojos son cualquier cosa menos eso. Ella
hala el teléfono un poco más cerca y lo mira en lugar de mí.
—Pero tenemos una cita ahora. —Mi lamento no es caritativo, pero no
puedo evitarlo—. Realmente necesito que me ayude.
Ahora ella me mira, con los ojos abiertos e incrédulos.
—¿No escuchaste lo que dije? Fue atropellado por un auto. No puede
estar aquí ahora mismo. —Empuja hacia mí un montón de formas y no me
mira de nuevo.
Me lleva al menos quince minutos completar el papeleo. En el primer
formulario, respondo varias variaciones sobre las preguntas de si soy
comunista, criminal o terrorista y si tomaría las armas para defender a los
Estados Unidos. No lo haría, pero aun así marco la casilla que dice que sí.
Otra forma pide detalles sobre lo que ha sucedido en el proceso de
deportación hasta ahora.
La forma final es un cuestionario de cliente que me pide dar un
recuento completo de mi tiempo en los Estados Unidos. No sé qué decir. No
sé qué busca el abogado Fitzgerald. ¿Quiere saber cómo entramos en el
país? ¿Cómo nos escondimos? ¿Cómo se siente cada vez que escribo mi
número de seguridad social falso en un formulario de la escuela? ¿Cómo
cada vez que lo hago, me imagino a mi mamá subiendo en ese autobús a
Florida?
¿Quiere saber qué se siente ser indocumentado? ¿O cómo espero que
alguien descubra que no pertenezco aquí?
Probablemente no. Está buscando hechos, no filosofía, así que los
escribo. Viajamos a América con una visa de turista. Cuando llegó la hora
de salir, nos quedamos. No hemos salido del país desde entonces. No hemos
cometido crímenes, excepto por el DUI de mi padre.
Le devuelvo los formularios y ella se acerca inmediatamente al
cuestionario del cliente.
—Necesitas más aquí —dice.
—¿Cómo qué?
—¿Qué significa América para ti? ¿Por qué quieres quedarte? ¿Cómo
contribuirás a hacer más grande a América?
—¿Eso es realmente...?
—Cualquier cosa que Jeremy pueda usar para humanizarte ayudará
—dice.
Si las personas que realmente nacieron aquí tuvieran que demostrar
que son lo suficientemente dignas como para vivir en América, este sería un
país mucho menos poblado.
Ella revisa mis otras formas mientras escribo acerca de la ciudadana
trabajadora, optimista y patriota que sería. Escribo que América es mi hogar
en mi corazón, y cómo la ciudadanía legalizará lo que ya siento. Pertenezco
aquí. En resumen, soy más sincera de lo que me siento cómoda. Daniel
estaría orgulloso de mí.
Daniel.
Probablemente esté en un tren en camino a su cita. ¿Hará lo correcto
y se convertirá en médico después de todo? ¿Pensará en mí en el futuro y
recordará a la chica con la que pasó dos horas un día en Nueva York? ¿Se
preguntará qué me pasó? Tal vez va a hacer una búsqueda en Google
utilizando solo mi nombre de pila y no llegará muy lejos. Es más probable, sin
embargo, que se olvide de mí esta noche, así como yo ciertamente lo
olvidaré.
El teléfono suena mientras escribo, y ella lo toma antes que tenga la
oportunidad de sonar dos veces.
—Oh, Dios mío, Jeremy. ¿Estás bien? —Cierra los ojos, sostiene el
teléfono con ambas manos, y lo presiona cerca de su rostro—. Quería ir, pero
tu mujer me dijo que debía mantener el fuerte. —Sus ojos se abren cuando
dice la palabra esposa—. ¿Estás seguro que estás bien? —Mientras más
escucha, más brillante se vuelve. Su rostro se enrojece y sus ojos brillan con
lágrimas felices.
Está tan obviamente enamorada de él que espero ver las burbujas en
forma de corazón flotando alrededor de la habitación. ¿Están teniendo un
romance?
—Quería ir —susurra otra vez. Después de una serie de está bien
murmurados, cuelga el teléfono—. Está bien —dice. Su cuerpo entero lleno
de alivio.
—Eso es genial —digo.
Ella toma las formas de mis manos. Espero mientras los lee.
—¿Te gustaría escuchar buenas noticias? —pregunta.
Claro que sí. Asiento despacio.
—He visto muchos casos como este, y creo que estarás bien.
No sé lo que esperaba que dijera, pero ciertamente no esto.
—¿De verdad crees que él podrá ayudar? —Puedo escuchar la
esperanza y el escepticismo en mi propia voz.
—Jeremy nunca pierde —dice con tanto orgullo que podría estar
hablando de sí misma.
Pero, por supuesto, eso no puede ser cierto. Todo el mundo pierde algo
en algún momento. Debo pedirle que sea más precisa, que me dé una
proporción exacta de ganancia/pérdida para que pueda decidir cómo
sentirme.
—Hay esperanza —dice simplemente.
A pesar que odio la poesía, un poema que leí para la clase de inglés
aparece en mi cabeza. La “Esperanza” es la cosa con plumas. Comprendo
concretamente lo que significa ahora. Algo dentro de mi pecho quiere
volar, quiere cantar, reír y bailar con alivio.
Le doy las gracias y salgo de la oficina rápidamente, antes que pueda
pedirle algo que me quite este sentimiento. Normalmente me decanto por
saber la verdad, incluso si la verdad es mala. No es la forma más fácil de ser.
A veces la verdad puede lastimar más de lo que esperas.
Hace unas semanas mis padres discutieron en su dormitorio con la
puerta cerrada. Fue una de esas raras ocasiones en que mi mamá
realmente se enojó con mi padre en su rostro. Peter me encontró espiando
fuera de su puerta. Después que terminaron de discutir, le pregunté si quería
saber lo que había oído, pero no lo hizo. Dijo que podía decir que todo lo
que me enteré era malo, y que en realidad no quería ninguna maldad en
su vida. En ese momento estaba molesta con él. Pero más tarde pensé que
quizá él tenía razón. Ojalá no hubiera oído lo que había oído.
En el pasillo, incliné mi frente contra la pared y dudé. Delibero en
regresar a la oficina para presionarla para obtener más detalles, pero
decido en contra. ¿Qué bien haría? Podría esperar perfectamente la
palabra oficial del abogado. Además, estoy cansada de preocuparme. Sé
que lo que dijo no es una garantía. Pero necesito sentir algo más que temor
resignado. La esperanza parece ser un buen sustituto.
Considero llamar a mis padres para contarles de este nuevo desarrollo,
pero tampoco lo hago. No tengo ninguna información nueva que
compartir. ¿Qué iba a decir? Un hombre que no conozco me ha enviado a
ver a otro hombre que no conozco. Un asistente legal, que no es un
abogado, que quien yo tampoco conozco, dice que todo puede estar
bien. ¿De qué sirve levantar todas nuestras esperanzas?
La persona con la que realmente quiero hablar es con Daniel, pero
hace tiempo que se fue a su entrevista.
Ojalá hubiera sido más amable con él.
Ojalá hubiera conseguido su número de teléfono.
¿Qué pasa si esta tontería de inmigración se resuelve? Si me quedo,
¿cómo lo encontraré de nuevo? Porque no importa cuánto fingí que no
existía, había algo entre nosotros. Algo grande.
Un cuento de hadas, parte 1

H
annah siempre se imaginó viviendo en un cuento de hadas
donde ella no era la estrella. No era ni la princesa ni la hada
madrina. Ni la bruja alta y malvada ni su familiar. Hannah es un
personaje secundario, ilustrado por primera vez en la página doce o trece.
El cocinero, quizá, presidiendo sobre los panecillos y los confites. O tal vez
ella es la doncella, de buen carácter y simplemente fuera de la vista.
No fue hasta que conoció y comenzó a trabajar para el abogado
Jeremy Fitzgerald que ella se imaginó que podría convertirse en la estrella.
En él reconoció a su Único Amor Verdadero. Su Fueron-Felices-Para-Siempre.
A pesar que él es un hombre casado. A pesar que es padre de dos niños
pequeños.
Hannah nunca creyó que la amaría hasta el día en que él lo hizo.
Ese día es hoy.
Un cuento de hadas, parte 1

J
eremy Fitzgerald estaba cruzando la calle cuando un hombre
borracho y angustiado; un actuario de seguros en un BMW blanco
le golpeó a 32 kilómetros por hora. El golpe no fue suficiente para
matarlo, pero fue suficiente para hacerle considerar su eventual muerte y su
vida actual. Fue suficiente para hacerle reconocer que estaba enamorado
de su paralegal, Hannah Winter, y que lo había estado durante algún
tiempo.
En algún momento hoy más tarde, cuando él regrese a su oficina,
tomará en sus brazos a Hannah. La abrazará y se preguntará, muy
brevemente, sobre el futuro que le costará amarla.
A
dolescente de la zona elige pobremente.
Mi madre, la pacifista, me asesinaría si supiera lo que
acabo de hacer. Reprogramé mi entrevista. Por una chica. Ni
siquiera una chica coreana, una chica negra. Una chica negra
a la que en realidad no conozco. Una chica negra a la que no conozco,
quien podría no caerme bien.
La mujer al teléfono dijo que mi llamada fue oportuna. Había estado a
punto de llamarme para también reprogramar. La única cita que pude
conseguir es para tarde en el día, 6 p.m., así que aquí estoy en el vestíbulo
del edificio donde dejé a Natasha, leyendo el directorio y manteniendo un
ojo pendiente. La mayoría de los arrendatarios en este edificio son
abogados (D.J., Sr.) y varios tipos de contadores (CPA, CFA, etc.). Nunca he
visto tantas abreviaciones para títulos en mi vida. Daniel Jae Ho Bae, CT
(Chico tonto), CAF (Condenado al Fracaso).
¿Qué cita podría tener ella en este edificio? O era una heredera con
dinero para invertir, o está en problemas y necesita un abogado que la
ayude.
Al otro lado del vestíbulo, las puertas del elevador se abren y ella sale.
Cuando estaba reprogramando mi cita, una parte se preguntó si
estaba siendo ridículo. Una chica que acabo de conocer no vale la pena
como para poner en riesgo mi futuro. Era más fácil pensarlo cuando no
estaba mirándola, porque ahora no puedo recordar por qué dudé tanto.
Por supuesto que vale la pena. Y no puedo explicarlo.
Sí, es bonita. La combinación de su gran cabello y sus brillantes ojos
negros y sus labios llenos rosados es innegablemente bonita. También, tiene
las piernas más bonitas que existen en el mundo (las moví al número uno
desde el número tres después de un cuidadoso estudio… estoy siendo
objetivo aquí). Así que sí, definitivamente estoy atraído por ella, pero hay
algo más también, y no sólo estoy diciéndolo porque tenga las piernas más
bonitas en el universo conocido. Objetivamente hablando.
Observo mientras camina por el vestíbulo. Está mirando alrededor,
tratando de encontrar a alguien o algo. Sus hombros literalmente se hunden
cuando no lo encuentra. Tiene que estar buscándome, ¿verdad? A menos
que haya conocido a otro potencial amor de su vida en los treinta minutos
que estuvo lejos de mí.
Afuera, hace un lento giro de 360 en una dirección y uno más lento de
360 al otro. A quien sea que está buscando todavía no está aquí.
É
l no está en el vestíbulo, y no está afuera en el patio. Tengo que
admitir que no está aquí y que quería que estuviera. Mi estómago
se siente un poco hueco, como si tuviera hambre, pero no es
comida lo que quiero.
El día se ha puesto más cálido. Me quito la chaqueta, la doblo sobre mi
brazo, y me quedo ahí de pie tratando de decir qué hacer después. Me
encuentro reacia a irme, y reacia a admitir que no quiero irme. No es que
crea que estábamos destinados a ser ni nada ridículo como eso. Pero habría
sido tan agradable pasar las siguientes horas con él. Podría haber sido
agradable salir en una cita con él. Me habría gustado saber si se sonroja
cuando besa.
Este es el lugar donde lo vi. Si me voy, entonces no tendré oportunidad
de verlo de nuevo. Me pregunto cómo va su entrevista. ¿Está diciendo las
cosas correctas, o está permitiendo que todas sus dudas y angustia
existencial se revelen? El chico necesita un entrenador para la vida.
Estoy a punto de irme cuando algo me hace girar una última vez. Sé
que no es posible sentir la presencia específica de una persona. Muy
probablemente mi subconsciente lo vio mientras atravesaba el vestíbulo. La
gente usa lenguaje poético para describir las cosas que no entienden. Por
lo general hay una explicación científica si tan solo la buscas.
Como sea, ahí está él.
Él está aquí.
E
stá caminando hacia mí. Hace un par de horas habría dicho que
su rostro estaba sin expresión, pero me había vuelto un experto en
Natasha, y su rostro solo intenta no mostrar expresión. Si tuviera que
adivinar, habría dicho que está feliz de verme.
—¿Qué pasó con tu entrevista? —pregunta tan pronto como está
cerca.
Sin abrazo. Sin un “estoy feliz de verte”. Tal vez no soy un experto en
Natasha después de todo.
¿Voy con los hechos o con la verdad (curiosamente, éstas no son
siempre lo mismo)? El hecho es, que la pospuse. La verdad es, que la
pospuse para poder pasar más tiempo con ella. Iré con la verdad:
—La pospuse para poder pasar más tiempo contigo.
—¿Estás loco? Es tu vida de lo que estamos hablando.
—No quemé el edificio hasta los cimientos, Tash. Sólo la moví un poco
más tarde.
—¿Quién es Tash? —pregunta, pero hay una sonrisa en la esquina de
sus labios.
—¿Cómo estuvo tu cosa? —Apunto mi barbilla en la dirección de los
elevadores. Su sonrisa se desvanece. Nota para mí mismo: No menciones
esto de nuevo.
—Bien. debo volver a las tres y media.
Miro mi teléfono: 11:35 a.m.
—Parece que tenemos más tiempo juntos —digo. Espero que ponga
sus ojos en blanco, pero no lo hace. Lo tomo como una pequeña victoria.
Se estremece un poco y frota sus manos en sus antebrazos. Puedo ver
la piel de gallina en su piel, y ahora he aprendido otra cosa sobre ella: le da
frío con facilidad. Tomo su chaqueta y le ayudo a ponérsela. Desliza un brazo
y luego el otro, y entonces se encoge para ajustarla en sus hombros. La
ayudo con el cuello.
Es una cosita pequeña. Dejo que mi mano descanse en su cuello, y ella
se inclina contra mí levemente. Su cabello me hace cosquillas en la nariz. Es
una cosita pequeña, pero se siente como si lo hemos hecho durante mucho
tiempo.
Se voltea, y debo levantar mis manos para no tocarla más íntimamente.
A donde sea que vamos, todavía no estamos ahí.
—Estás seguro que no estás poniendo en peligro… —empieza.
—La verdad no me importa.
—Debería importarte. —Deja de hablar y me mira con sus implacables
ojos—. ¿Lo hiciste por mí?
—Sí.
—¿Qué te hace estar seguro que lo valgo?
—Instinto —digo. No sé qué hay en ella que me hace intrépido con la
verdad.
Sus ojos se abren y se estremece levemente.
—Eres imposible —dice.
—Es posible —digo.
Se ríe, y sus ojos negros brillan en mi dirección.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta.
Debo cortarme el cabello y necesito ir por la bolsa y hacer los depósitos
bancarios a mi papá. No quiero hacer ninguna de esas cosas. Lo que quiero
hacer es encontrar un lugar acogedor y quedarme con ella. Pero. La bolsa
debe ser entregada. Le pregunto si está dispuesta a un viaje a Harlem y
acepta. En serio, esta es la última cosa que debería estar haciendo. Si hay
peores ideas que esta, no sé cuáles son. Mi papá sólo la va a asustar. Va a
conocerlo e imaginará que es lo que seré en unos cincuenta años, y
entonces huirá porque eso es lo que yo haría en su lugar.
Mi papá es un tipo raro. Digo raro, pero lo que quiero decir es
épicamente extraño. Primero, no le gusta hablar con nadie más que los
clientes. Esto nos incluye a Charlie y a mí. A menos que gritar por las cuentas
contara como hablar. Si eso cuenta, entonces le ha dicho más a Charlie
este pasado verano y otoño de lo que lo ha hecho en diecinueve años.
Podría estar exagerando, pero solo un poco.
No sé cómo voy a explicarle de Natasha a él o a Charlie. Bueno, Charlie
en realidad no me importa, pero mi papá la notará. Él sabrá que algo está
sucediendo de la misma forma en que siempre sabe qué cliente va a robar
o quién es bueno para prestarle y quién no.
Más tarde en la cena, dirá algo a mi mamá en coreano en la voz que
usa para quejarse de los americanos. Y en realidad no quiero que ninguno
de ellos se involucre en esto todavía. No estamos listos para esa clase de
presión.
Natasha dice que todas las familias son raras, y es cierto. Tendré que
preguntarle más sobre su familia después de hacer esto. Bajamos hacia el
subterráneo.
—Prepárate —digo.
H
arlem está tan solo a veinticinco minutos de viaje en el metro
desde donde estábamos, pero es como si hubiéramos ido a un
país diferente. Los rascacielos han sido reemplazados por
pequeñas y apiñadas tiendas con brillantes toldos. El aire huele más fuerte,
menos como la ciudad y más como un vecindario. Casi todos en la calle
son de color.
Daniel no dice nada mientras caminamos por Boulevard de Martin
Luther King hacia la tienda de sus padres. Desacelera mientras pasamos
junto a una fachada vacía con un gran aviso de SE RENTA y una tienda de
empeño con toldo verde. Finalmente nos detenemos enfrente de una
tienda de productos para el cuidado del cabello negro y belleza.
Se llama Black Hair Care. He estado en muchos de estos.
—Ve a la tienda de belleza y consígueme un alisador —me dice mi
madre cada dos meses más o menos.
Es una cosa. Todo el mundo sabe que es una cosa que todas las tiendas
de cuidado de cabello negro son de coreanos y qué injusticia es esa. No sé
por qué no pensé en ello cuando Daniel dijo que ellos tenían una.
No puedo ver dentro porque las ventanas están cubiertas con viejo y
descoloridos afiches de sonrientes mujeres de color con trajes, todas con el
cabello con el mismo tratamiento químico. Aparentemente, de acuerdo
con los afiches, al menos; solo ciertos estilos son permitidos para ir juntas.
Incluso mi madre es culpable de esta clase de sentimiento. No estuvo feliz
cuando decidí usar un afro, diciendo que no era una apariencia profesional.
Pero me gusta mi gran afro. También me gustaba cuando mi cabello era
largo y relajado. Estoy feliz de tener opciones. Son mías para tomarlas.
A mi lado, Daniel está tan nervioso que está temblando. Me pregunto
si es porque voy a conocer a su papá, o por las políticas de sus padres al ser
dueños de la tienda. Me mira y jala su corbata de un lado a otro, como si
hubiera estado muy apretada todo el tiempo.
—Entonces, mi papá en verdad es… —Se detiene y empieza de
nuevo—. Y mi hermano de verdad es…
Sus ojos están en todas partes menos en los míos y su voz está tensa,
probablemente porque está intentando hablar sin respirar.
—Tal vez simplemente podrías esperar aquí —dice, finalmente sacando
una frase completa.
Al principio en realidad no pienso nada de eso. Supongo que todo el
mundo está avergonzado de su familia. Estoy avergonzada de la mía.
Bueno, mi padre, al menos. En el lugar de Daniel, haría lo mismo. Mi ex infiel,
Rob, nunca conoció a mi padre. Fue sólo más fácil. Sin escuchar el acento
demasiado marcado y falso estadounidense. Sin mirarlo intentar encontrar
una abertura para poder hablar sobre sí mismo y sus planes para el futuro y
cómo será famoso algún día.
Estamos de pie justo frente a la tienda cuando dos chicas de color
estadounidense salen riéndose entre sí. Otra mujer, también de color, entra.
Se me ocurre que tal vez no está avergonzado por su familia. Tal vez
está avergonzado por mí. O tal vez tiene miedo que sus padres se
avergüencen de mí. No sé por qué no pensé en esto antes.
América en realidad no es un crisol de razas. Es más como uno de esos
platos de metal divididos con secciones separadas de maíz, carne y
vegetales. Estoy mirándolo y él todavía no me está mirando. De repente
estamos teniendo un momento que no esperaba.
Una historia afroamericana

E
n las civilizaciones africanas del siglo quince, los estilos de cabello
eran marcas de identidad. El estilo del cabello podía indicar todo,
desde la tribu o la familia de la que venía o la religión y estatus
social. Estilos de cabello elaborados designaban poder y riqueza. Un estilo
sutil podía ser una señal que estabas de luto. Más que eso, el cabello podría
tener una importancia espiritual. Porque está sobre tu cabeza, la parte más
alta de tu cuerpo y más cercano a los cielos, muchos africanos lo veían
como un pasaje para que los espíritus fueran alma, una forma de interactuar
con Dios.
Esa historia fue borrada con el nacimiento del esclavismo. En los barcos
esclavistas, los africanos recién capturados eran obligados a afeitarse en un
profundo acto de deshumanización, un acto que efectivamente cortaba el
lazo entre el cabello y la identidad cultural.
Después de la esclavitud, el cabello africano americano tomó una
asociación compleja. El cabello “bueno” era visto como cualquiera cerca
a los estándares de belleza europea. El cabello bonito era liso y suave. El
cabello rizado, con textura, el cabello natural de muchos afroamericanos,
era visto como malo. El cabello liso era hermoso. El cabello rizado era feo. Al
inicio de 1900, Madam C.J. Walker, una afroamericana, se convirtió en
millonaria al inventar y publicitar los productos para el cuidado del cabello
de mujeres de color. Más conocido por todos, mejoró el diseño de la “peinilla
de calor”, un dispositivo para alisar el cabello. En los 60s, George E. Johnson
publicitó el “alisador”, un producto químico usado para alisar el cabello
rizado de las afroamericanas. De acuerdo con las estadísticas, la industria
de los productos de cabello para la gente de color vende más de un billón
de dólares al año.
Desde los días después de la esclavitud y durante la era moderna, el
debate se ha abierto en la comunidad afroamericana. ¿Qué significa usar
tu cabello natura contra el alisado? ¿Es alisar tu cabello una forma de
despreciarte? ¿Significa que crees que tu cabello en su estado natural no es
hermoso? ¿Si usas tu cabello naturalmente, estás haciendo una declaración
política, reclamando el poderío negro? La forma en que las mujeres
afroamericanas usan su cabello a menudo ha sido mucho más sobre la
vanidad. Ha sido más que sólo sobre una noción individual de su propia
belleza.
Cuando Natasha decide usar su cabello en un afro, no es porque sea
consciente de esta historia. Lo hace a pesar de las afirmaciones de Patricia
Kingsley que los afros hacen que las mujeres parezcan activistas y poco
profesionales. Esas afirmaciones vienen desde el miedo; el miedo que su hija
sea lastimada por una sociedad que tan a menudo teme a la gente de
color. Patricia tampoco dice sus otras objeciones: el nuevo estilo de cabello
de Natasha se siente como un rechazo. Ella ha estado alisando su cabello
toda su vida. Alisó el cabello de Natasha desde los diez años. Estos días
cuando Patricia mira a su hija, no ve tanto de ella reflejado como antes, y
duele. Pero por supuesto, las adolescentes hacen esto. Todas las
adolescentes se separan de sus padres. Madurar es alejarse.
Se necesitan tres años para que el cabello natural de Natasha crezca
del todo. No lo hace por hacer una declaración política. De hecho, le gustó
tener su cabello alisado. En el futuro, puede que lo alise de nuevo. Lo hace
porque quiere probar algo nuevo.
Lo hace simplemente porque se ve hermoso.
A
dolescente de la zona es un imbécil tan grande como su
hermano.
—Tal vez podrías esperar aquí afuera —dije, como si me
avergonzara de ella, como si estuviera tratando de
ocultarla. Mi arrepentimiento es instantáneo. No hay que esperar unos
minutos para darme cuenta del gran impacto de mis palabras. No. No. No.
Inmediato y todo lo que consume.
Y una vez que están fuera, no puedo creer que las dije. ¿Es esto de lo
que estoy hecho? ¿Nada?
Soy un imbécil más grande que Charlie.
No puedo mirarla. Sus ojos están en mi rostro y no puedo mirarla. Quiero
esa máquina del tiempo. Quiero el último minuto de vuelta.
Lo Jodí.
Si va a ser Daniel y Natasha, entonces tratar con el racismo de mi papá
es solo el comienzo. Pero ella y yo sólo estamos en el comienzo, y no quiero
tener que lidiar con él ahora mismo. Quiero hacer la cosa fácil, no la
correcta. Quiero enamorarme, con énfasis en la parte de caer.
Sin obstáculos en el camino, por favor. Nadie tiene que sufrir al
enamorarse. Sólo quiero enamorarme como todos los demás.
E
staré bien.
Estaré bien esperando aquí. Entiendo. De verdad lo hago.
Pero hay una parte de mí, la parte que no cree en Dios o en el
verdadero amor, que realmente quiere que él me pruebe que no
estoy equivocada al no creer en estas cosas. Quiero que me elija. Incluso si
es demasiado temprano en nuestra historia. Incluso si no es lo que yo haría.
Quiero que sea tan noble como parecía ser, pero por supuesto que no lo es.
Nadie lo es. Así que lo dejo salirse con la suya.
—No te preocupes tanto —digo—. Esperaré.
C
uando naces, ellos (Dios o pequeños alienígenas o quien sea)
deberían enviarte al mundo con un montón de pases libres. Una
oportunidad, un vale canjeable, una recuperación, una tarjeta
para salir de la cárcel gratis. Usaría mi oportunidad ahora.
La miro y me doy cuenta que sabe exactamente lo que estoy pasando.
Ella entenderá si entro y entrego la bolsa y vuelvo afuera. Entonces
podremos continuar nuestro camino y no tendré que tener conversaciones
de “¿Quién era esa chica?” más tarde con mi papá. No “Cuando vayas de
negro” de Charlie. Esta pequeña incomodidad será un pequeño desliz en
nuestro camino a la grandeza, hacia la pareja épica.
Pero no puedo hacerlo. No puedo dejarla aquí. En parte porque es lo
correcto. Pero sobre todo porque ella y yo no estamos realmente en el
principio.
—¿Puedo intentarlo de nuevo? —pregunto, utilizando mi oportunidad.
Ella sonríe tan grande que sé que lo que pase valdrá la pena.
U
na campana suena en cuanto entramos. Se parece a cada
tienda de suministro de belleza en la que alguna vez he estado.
Es pequeña y llena de filas de estantes metálicos rebosantes de
botellas de plástico que prometen que su fórmula secreta es la mejor para
su cabello, piel, etc.
La caja registradora está justo enfrente da la entrada, así que veo a su
padre de inmediato. Enseguida sé de dónde Daniel sacó su buena
apariencia. Su papá es más viejo y calvo, pero tiene la misma fuerte
estructura ósea y el rostro perfectamente simétrico que hace a Daniel tan
atractivo. Está ocupado discutiendo con un cliente y no reconoce a Daniel
en absoluto, aunque estoy segura que nos vio a los dos. El cliente es un chico
de mi edad, negro con cabello corto purpura, tres aretes en el labio, uno en
la nariz, un arete en la ceja, y demasiados para contar. Quiero ver lo que
está comprando, pero ya está en una bolsa.
Daniel saca la bolsa del bolsillo de su traje y comienzo a caminar. Su
padre le da una breve mirada. No estoy segura de lo que le comunicó, pero
Daniel deja de moverse y suspira.
—¿Tienes que ir al baño o algo? —pregunta—. Hay uno atrás.
Niego. Él estrangula la bolsa con las manos.
—Bueno, esto es. Esta es la tienda.
—¿Quieres mostrármela? —pregunto para ayudar a distraerlo.
—No hay mucho que ver. Los tres primeros pasillos son para el cabello.
Champú, acondicionador, extensiones, tintes, muchas cosas químicas que
no entiendo. El pasillo tres es maquillaje. El pasillo cuatro es equipo.
Mira a su padre, pero sigue ocupado.
—¿Necesitas algo? —pregunta.
Me toco el cabello.
—No, yo…
—No me refería a un producto. Tenemos una nevera en la parte de
atrás con refrescos y otras cosas.
—Claro —digo. Me gusta la idea de ver detrás de escenas.
Caminamos por el pasillo de tinte de cabello. Todas las cajas presentan
mujeres sonrientes con el cabello perfectamente coloreado y estilizado. No
es el tinte de cabello que se vende en estas botellas, es la felicidad.
Me detengo delante de un grupo de cajas con colores brillantes y
agarro uno rosa. Hay una parte muy pequeña, secreta, impráctica de mí
que siempre quiso el cabello rosado.
Daniel tarda unos segundos en darse cuenta que he dejado de
caminar.
—¿Rosa? —pregunta, cuando ve la caja en mi mano.
Me muevo hacia él.
—¿Por qué no?
—No parece tu estilo.
Por supuesto que tiene toda la razón, pero odio que piense eso. ¿Soy
demasiado predecible y aburrida? Pienso en el chico que vi cuando
entramos a la tienda. Apuesto a que mantiene a todos adivinando.
—Muestra lo mucho que sabes —digo, y me acaricio el cabello. Sus ojos
siguen mi mano, y ahora estoy realmente consciente y con la esperanza que
no me pida tocar mi cabello o un montón de preguntas estúpidas al
respecto. No es que no quiera que toque mi cabello, porque quiero, pero
no como una curiosidad.
—Pienso que te verías hermosa con un gigante afro rosa —dice.
La sinceridad es sexy, y mi cínico corazón lo nota.
—No todo sería rosado. Tal vez solo las puntas.
Él agarra la caja, así que ahora lo sostenemos a la vez y nos
enfrentamos en un pasillo que realmente solo tiene espacio suficiente para
uno.
—Parecería un glaseado de fresa —dice. Con su otra mano tira unos
mechones de cabello a través de sus dedos y descubro que no me importa,
ni un poquito.
—Oh mira. Mi. Pequeño. Hermano está aquí —dice una voz desde el
final del pasillo. Daniel quita su mano de mi cabello. Ambos soltamos el tinte
al mismo tiempo y la caja se cae al suelo. Daniel se inclina para recogerla.
Me vuelvo para encarar a nuestro intruso.
Es más alto y más robusto que Daniel. En su rostro, la estructura ósea
familiar es aún más aguda. Apoya la escoba que estaba sosteniendo contra
una estantería y camina por el pasillo hacia nosotros. Sus amplios ojos
oscuros están llenos de curiosidad y una especie de traviesa alegría.
No estoy segura que me guste.
Daniel se levanta y me devuelve el tinte.
—¿Qué pasa, Charlie? —pregunta.
—El. Cielo. Está. Arriba. Pequeño hermano —dice Charlie. Tengo la
sensación que ha estado usando esa frase de la misma manera durante
toda su vida. Me mira cuando lo dice, y su rostro es más burlón que
sonriente—. ¿Quién es esta? —pregunta, todavía mirándome.
Junto a mí, Daniel respira profundamente y se prepara para decir algo,
pero lo interrumpo.
—Soy Natasha. —Me mira fijamente como si hubiera algo más para
decir—. Una amiga de tu hermano —continuo.
—Oh, pensé que quizás él había atrapado a un cliente que robaba. —
Su cara es una parodia de inocencia—. Tenemos muchos así en una tienda
como esta. —Sus ojos están riendo y con maldad—. Estoy seguro que lo
entiendes.
Definitivamente no me gusta.
—Jesucristo, Charlie —dice Daniel. Da un paso hacia Charlie, pero le
agarro la mano. Se detiene y une sus dedos con los míos y los aprieta.
Charlie hace un gran espectáculo de bajar la mirada a nuestras manos
unidas y luego de nuevo a nosotros.
—¿Es esto lo que creo que es? ¿Es amooooooor, pequeño hermano?
—Aplaude junto con una risa y hace un baile de dos pasos—. Esto. Es.
Estupendo. Sí. Sabes lo que esto significa, ¿no? Todo el afecto será para mí.
Cuando nuestros padres se enteren de esto, seré el obediente de nuevo.
Jódete aprobación académica.
Ahora se está riendo en voz alta y se frota las palmas, como un villano
que detalla sus planes para dominar el mundo.
—Vaya. Eres un imbécil —digo, incapaz de ayudarme.
Él sonríe como si le hubiera hecho un cumplido. Pero la sonrisa no dura
mucho.
Mira nuestras manos de nuevo y luego a Daniel.
—Eres un vándalo —dice—. ¿A dónde vas a llegar con esto?
Aprieto la mano de Daniel y lo acerco a mi lado. Quiero demostrar que
Charlie está equivocado.
—Haz tu cosa y vamos a salir de aquí —digo.
Él asiente y nos volvemos y caminamos directamente hacia su padre.
Tiro de mi mano de la suya al mismo tiempo que me suelta, pero es
demasiado tarde. Su padre ya nos ha visto.
G
randes bolsas de cretinos disfrazados de adolescentes, tontos
exactamente nadie.
Charlie es un gran cretino que me gustaría encenderle
fuego. Quiero golpearlo en su perfectamente rostro de presumido. No es
una emoción nueva para mí, ya que he querido hacerlo desde que tenía
diez años, pero esta vez finalmente ha ido demasiado lejos. Estoy pensando
en lo bien que se sentirá golpear su cara con mi mano, pero también estoy
centrado en la sensación de la mano de Natasha en la mía.
Necesito sacarla de aquí antes que mi familia estropee mi vida justo
cuando está empezando.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta mi padre en coreano.
Decido ignorar la pregunta que realmente hace. En su lugar, le ofrezco
la bolsa para que la tome.
—Mamá dijo que tenía que traerte esto —digo en inglés para que
Natasha no piense que estamos hablando de ella.
Charlie se mueve a mi lado.
—¿Quieres que te ayude a traducir para tu amiga? —pregunta.
Enfatizando amiga. Porque ser un cretino en llamas es la razón de ser de
Charlie.
Mi padre le da una mirada dura.
—Pensé que no entendías coreano —le dice a Charlie.
Charlie se encoge de hombros.
—Me las arreglo. —Ni siquiera la desaprobación de mi padre puede
impedir que disfrute a mis expensas.
—¿Es por eso que fallas en Harvard? ¿Solo te las arreglas? —Esta parte
la dice en coreano porque la última cosa que mi padre querría es sacar
nuestros trapos sucios frente a una miguk saram. Un americano.
Charlie no le importa una mierda y traduce de todos modos, pero él
está sonriendo un poco menos.
—No te preocupes —le dice a Natasha—. No está hablando de ti. Aún
no. Me está llamando estúpido.
El rostro de papá se queda completamente en blanco, así que sé que
está realmente enojado ahora. Charlie lo tiene en aprietos. Cualquier cosa
que diga Charlie lo traducirá, y el sentido de decencia de mi padre no
puede permitir que eso suceda. En cambio, se convierte en el respetuoso
dueño de una tienda como lo he visto hacer un millón de veces a un millón
de clientes.
—¿Quieres algo antes de irte? —le pregunta a Natasha. Se agarra de
las manos, se dobla en la cintura y muestra su mejor sonrisa de servicio al
cliente.
—No, gracias, señor… —Se detiene porque no sabe mi apellido. Mi
papá no contesta.
—Sí. Sí. Amiga de Daniel. Toma lo que quieras. —Este es un accidente
en progreso, pero no sé cómo detenerlo. Se toca los bolsillos hasta encontrar
sus gafas y mira detenidamente unas botellas de la estantería—. No este
pasillo —murmura—. Ven conmigo.
Tal vez si sólo pasamos por todo esto se acabará rápidamente. Natasha
y yo lo seguimos sin poder hacer nada mientras Charlie se ríe.
Mi papá encuentra lo que está buscando en un pasillo.
—Aquí. Relaxer para tu cabello. —Él saca un frasco blanco y negro de
una estantería y se lo entrega a Natasha—. Relaxer —dice de nuevo—. Hace
que tu cabello no sea tan voluminoso.
¿Cómo nací en esta familia y cómo puedo salir de ella?
Charlie se ríe fuerte y largo.
Empiezo a decir que no necesita nada, pero Natasha me interrumpe.
—Gracias, señor…
—Bae —digo, porque ella debe saber mi apellido.
—Señor Bae. No necesito…
—Cabello demasiado grande —dice de nuevo.
—Me gusta grande —dice.
—Entonces será mejor que te consigas otro novio —dice Charlie.
Menea las cejas para asegurarse que todos recibimos su insinuación. Me
sorprende que no lo siga con un gesto de la mano sólo para hacerlo más
claro. Mi sorpresa no dura, porque mantiene el pulgar y el índice separados
por dos centímetros.
—Buen chiste, Charlie —digo—. Sí, mi pene tiene solo dos centímetros
de largo. —No me molesto en mirar el rostro de mi padre.
Natasha se vuelve hacia mí y su boca se abre. Definitivamente está
reconsiderando sus recientes opciones de vida. Prácticamente arrojo la
bolsa a mi padre. Las cosas no pueden ponerse peor, así que alcanzo su
mano a pesar que mi padre está allí. Misericordiosamente, me deja tomarla.
—Gracias, vuelve otra vez —suelta Charlie cuando estamos casi afuera
de la puerta. Es como un cerdo en la mierda. O sólo la mierda.
Le muestro el dedo e ignoro la gran desaprobación que viene de mi
padre, porque habrá tiempo para eso más tarde.
E
stoy riendo aun cuando sé que no debería. Esa fue la experiencia
más horrible. Pobre Daniel.
Hecho Observable: Las familias son las peores.
Estamos casi todo el camino de vuelta a la estación de metro antes
que finalmente se detiene tirando de mí. Se golpea la nuca con su palma y
deja caer su cabeza.
—Lo siento —dice, en voz tan baja que más leo sus labios que
escucharlos.
Estoy tratando de mantener mi risa suprimida, porque parece que
alguien murió, pero se me hace difícil. La imagen de su papá tratando de
empujar el frasco de relaxer se presenta en mi mente y la risa sólo sale de
mí. Una vez que empiezo, no puedo parar. Agarro mi estómago mientras la
histeria se apodera. Daniel sólo me mira. Su ceño es tan profundo que puede
llegar a ser permanente.
—Eso fue terrible —digo, finalmente tranquila—. No creo que eso podría
haber sido peor. Papá racista. Hermano mayor racista y sexista.
Daniel frota el espacio en su cuello y frunce el ceño un poco más.
—¡Y la tienda! Quiero decir, los viejos carteles de esas mujeres, y tu
padre criticando mi cabello y tu hermano haciendo una pequeña broma
de penes.
Para cuando termino de enumerar todas las cosas que eran horribles,
me estoy riendo de nuevo. Le toma unos segundos más, pero finalmente
sonríe también, y me alegro por ello.
—Me alegra que pienses que esto es gracioso —dice.
—Vamos —digo—. La tragedia es divertida.
—¿Estamos en una tragedia? —pregunta, sonriendo ampliamente
ahora.
—Por supuesto. ¿No es eso lo que es la vida? Todos morimos al final.
—Supongo que sí —dice. Se acerca, toma mi mano y la coloca sobre
su pecho.
Estudio mis uñas. Estudio mis cutículas. Cualquier cosa para evitar alzar
la mirada en esos ojos marrones suyos. Su corazón tamborilea bajo mis
dedos.
Finalmente levanto la mirada y él cubre mi mano con la suya.
—Lo siento —dice—. Lo siento por mi familia.
Asiento, porque la sensación de los latidos de su corazón está haciendo
cosas divertidas a mis cuerdas vocales.
—Lo siento por todo, por toda la historia del mundo y todo su racismo y
la injusticia de todo.
—¿Qué estás diciendo? No es tu culpa. No puedes disculparte por el
racismo.
—Puedo y lo hago.
Jesús. Sálvame de los chicos buenos y sinceros que sienten las cosas
demasiado profundamente. Todavía pienso que lo que sucedió es gracioso
en su horrible perfección, pero entiendo su vergüenza también. Es difícil venir
de algún lugar o alguien de quien no te sientas orgulloso.
—No eres tu papá —digo, pero no me cree. Entiendo su miedo.
¿Quiénes somos sino un producto de nuestros padres y sus historias?
Una historia coreano americana

L
a familia de Daniel no entró al negocio del cuidado de cabello
negro por casualidad. Cuando Day Hyun y Min Soo se trasladaron
a la ciudad de Nueva York, había una comunidad entera de
compañeros inmigrantes surcoreanos esperando para ayudarlos. El primo
de Dae Hyun les dio un préstamo y les aconsejó abrir una tienda de cuidado
de cabello negro. Su primo tenía una tienda similar, al igual que muchos
otros inmigrantes en su nueva comunidad. Las tiendas estaban floreciendo.
El dominio de los surcoreanos en la industria del cuidado del cabello
negro tampoco ocurrió por casualidad. Comenzó en la década de 1960
con el aumento de la popularidad de las pelucas hechas con cabello de
Corea del Sur en la comunidad afroamericana. Las pelucas eran tan
populares que el gobierno surcoreano prohibió la exportación de cabello
crudo de sus costas. Esto aseguró que las pelucas con el cabello de Corea
del Sur solo se podían hacer en Corea del Sur. Al mismo tiempo, el gobierno
de Estados Unidos prohibió la importación de pelucas que contenían
cabello de China. Esas dos acciones efectivamente solidificaron el dominio
de Corea del Sur en el mercado de pelucas. El negocio de la peluca
evolucionó naturalmente al negocio más general del cuidado del cabello
negro.
Se estima que los negocios surcoreanos controlan entre sesenta y
ochenta por ciento de ese mercado, incluyendo la distribución, el comercio
minorista y cada vez más, la manufactura. Ya sea por razones culturales o
raciales, este predominio en la distribución hace que sea casi imposible para
cualquier otro grupo obtener apoyo en la industria. Los distribuidores
surcoreanos distribuyen principalmente a los minoristas surcoreanos,
sacando efectivamente a todo el mundo fuera del mercado.
Dae Hyun no es consciente de nada de esta historia. Lo que él sabe es
esto: América es la tierra de la oportunidad. Sus hijos tendrán más de lo que
alguna vez él tuvo.
Q
uiero agradecerle por no odiarme. Después de esa experiencia
en la tienda de mis padres, ¿quién podría culparla? Además,
ella no necesitaba reaccionar pacíficamente a mi familia como
lo hizo. Si les hubiera gritado tanto a mi hermano como a mi padre, yo habría
entendido. Es un milagro (tipo-agua-convertida-en-vino) que ella todavía
esté dispuesta a pasar el rato conmigo, y estoy más que agradecido por
ello.
En lugar de decir todo eso, le pregunto si quiere conseguir algo de
comer. Estamos de vuelta a la entrada del metro, y todo lo que quiero hacer
es llegar lo más lejos de la tienda como sea posible. Si la línea D fuera a la
luna, me gustaría comprar un billete.
—Estoy muerto de hambre —le digo.
Ella pone los ojos en blanco.
—En serio, ¿muerto de hambre? Tienes una inclinación por la
exageración.
—Es para compensar tu precisión.
—¿Tienes un lugar en mente? —pregunta.
Sugiero mi restaurante favorito en el barrio coreano y ella está de
acuerdo.
Nos encontramos con asientos lado a lado en el tren y nos sentamos.
Va a tomar cuarenta minutos llegar hasta el centro.
Saco mi teléfono para encontrar más preguntas.
—¿Lista para más? —le pregunto.
Se desliza más cerca de mí por lo que nuestros hombros se presionan
entre sí, y baja la mirada a mi teléfono. Está tan cerca que su cabello me
hace cosquillas en la nariz. No puedo evitarlo. Tomo lo que creo que es una
aspiración discreta de su cabello que no es discreta en absoluto.
Se aleja, los ojos muy abiertos y mortificados.
—¿Me acabas de oler? —pregunta. Se toca la sección de cabello,
donde acaba de estar mi nariz.
No sé qué decir. Si lo admito, soy espeluznante y extraño. Si lo niego,
soy un mentiroso, espeluznante y raro. Ella tira de las hebras que estaba
tocando a través de su nariz y se huele a sí misma. Ahora necesito
asegurarme que ella no piensa que creo que su cabello huele mal.
—No. Es decir, sí. Sí, lo olí.
Dejo de hablar porque sus ojos se han ampliado más que los ojos deben
ser capaces de ir.
—¿Y? —incita.
Me toma un segundo para averiguar lo que está pidiendo.
—Huele bien. ¿Sabes a veces en primavera, cuando llueve sólo por
unos cinco minutos y luego sale el sol de inmediato, el agua se evapora y el
aire todavía está húmedo? Huele a eso. Muy bueno.
Cierro mi boca a pesar de que sólo quiere seguir hablando. Bajo la
mirada a mi teléfono y espero, con la esperanza que se acerque otra vez.
É
l piensa que mi cabello huele como la lluvia de primavera. Estoy
tratando de permanecer estoica e inafectada. Me recuerdo que
no me gusta el lenguaje poético. No me gusta la poesía. Ni siquiera
me gusta la gente que le gusta la poesía.
Pero tampoco estoy muerta por dentro.
E
lla se acerca de nuevo y me muevo rápidamente, porque al
parecer eso es lo que soy con esta chica. Tal vez parte de
enamorarse de otra persona también es enamorarse de ti mismo.
Me gusta lo que soy con ella. Me gusta decir lo que tengo en mente. Me
gusta avanzar a pesar de los obstáculos que ella levanta. Normalmente me
rendiría, pero no hoy.
Alzo la voz sobre el traqueteo del tren en contra de las pistas.
—Derecho. En la sección dos. —Alzo la mirada desde mi teléfono—.
¿Lista para esto? Estamos subiendo de nivel en la intimidad.
Ella frunce el ceño, pero aun así asiente. He leído las preguntas en voz
alta y elige el número veinticuatro: ¿Cómo te sientes acerca de tu relación
con tu madre (y padre)?
—Tú tienes que ir primero—dice
—Bueno. Conociste a mi padre. —Ni siquiera sé por dónde empezar
con esta pregunta—. Por supuesto que lo amo, pero se puede querer a
alguien y todavía no tener una no tan buena relación con ellos. Me pregunto
cuánto de nuestra no relación es debido al típico padre frente a cosas
adolescente (un toque de queda a las diez, ¿en serio?) Y cuánto de ella es
cultural (coreano-coreano frente a coreano-americano). No sé si es aún
posible separar las dos. A veces siento que estamos en lados opuestos de
una pared de cristal insonorizado. Podemos vernos entre sí, pero no
podemos escucharnos.
—¿Así que te sientes mal? —se burla.
Me río porque es una manera simple y concisa de describir algo tan
complicado. El tren frena de repente y nos empuja aún más cerca. Ella no
se aleja.
—¿Y tu madre? —pregunta.
—Bastante bien —le digo, me doy cuenta que lo digo en serio—. Ella es
un poco como yo. Ella pinta. Es artística. —Es curioso, nunca he pensado en
nosotros siendo parecidos de esta manera antes—. Ahora te toca.
Ella me mira.
—¿Recuérdame otra vez por qué estaba de acuerdo con esto?
—¿Quieres parar? —pregunto, aunque sé que va a decir que no. Ella
es la clase de persona que termina lo que empieza—. Voy a hacerlo más
fácil para ti. Sólo tienes que darme un pulgar hacia arriba o hacia abajo,
¿de acuerdo?
Asiente.
—¿Mamá? —pregunto
Pulgar hacia arriba.
—¿Hacia arriba?
—No exageremos. Tengo diecisiete años y ella es mi madre —dice.
—¿Papá?
Pulgar hacia abajo.
—¿Hacia abajo? —pregunto.
—Muy, muy, muy abajo.
—E
s difícil amar a alguien que no te quiere de vuelta —le
digo. Él abre la boca y luego la cierra de nuevo. Me
quiere decir que por supuesto mi padre me ama. Todos
los padres quieren a sus hijos, quiere decir. Pero eso no es cierto. Nada es
universal. La mayoría de los padres aman a sus hijos. Es cierto que mi madre
me ama. Aquí hay otra cosa que también es cierto: yo soy el mayor
arrepentimiento de mi padre.
¿Cómo lo sé?
Él mismo lo dijo.
Una historia de arrepentimiento, parte 2

S
amuel Kingsley estaba seguro que ser famoso era su destino. Sin
duda, Dios no lo habría dotado de todo este talento sin un lugar
para mostrarlo.
Y luego, Patricia llegó. Sin duda, Dios no le habría dado una hermosa
esposa e hija si él no tuviera la intención de proveer para ellos.
Samuel recuerda el momento en que la conoció. Todavía estaban en
Jamaica, en Bahía Montego. Había estado lloviendo afuera, una de esas
tormentas tropicales que comienzan tan pronto como se detienen. Él se
había metido en una tienda de ropa como refugio así no se mojaría para su
audición.
Ella era gerente de la tienda, por lo que la primera vez que la vio
llevaba una etiqueta con su nombre y un aspecto muy oficial. Su cabello
era corto y rizado y tenía los más grandes, más bonitos, más tímidos ojos que
nunca había visto. Nunca pudo resistirse a una chica tímida; toda esa
precaución y misterio.
Él había citado a Bob Marley y Robert Frost. Había cantado. Patricia
nunca tuvo una oportunidad en contra de la fuerza de su encanto. Su
horario de audición vino y se fue, pero no le importaba. No podía tener
suficiente de esos ojos que se ampliaban de manera tan dramática al menor
coqueteo.
Aun así, una parte de él había dicho que se mantuviera alejado. Una
parte profética de él vio los dos caminos divergir en la madera de color
amarillo. Tal vez si hubiera elegido el otro camino, si es que hubiese dejado
la tienda en lugar de quedarse, habría hecho toda la diferencia.
—¿C omida coreana? Mejor comida. Saludable. Buena
para ti —le digo a Natasha, imitando a mi madre. Es
algo que ella dice cada vez que salimos a cenar.
Charlie siempre sugiere que vayamos a un lugar americano, pero mamá y
papá siempre nos llevan al coreano, aunque comamos comida coreana en
casa todos los días. No me importa porque resulta que estoy de acuerdo
con mi mamá. ¿Comida coreana? Mejor comida.
Natasha y yo no tenemos mucho tiempo antes de su cita, y estoy
empezando a dudar que puedo hacerla enamorarse de mí en las próximas
dos horas. Pero al menos puedo hacer que quiera volver a verme mañana.
Entramos a mi soon dubu favorito saludando de “Annyeonghaseyo” del
personal. Me encanta este lugar, y su estofado de mariscos es casi tan
bueno como el de mi madre. No es lujoso, sólo pequeñas mesas de madera
en el centro rodeado de reservados en el perímetro. No está lleno ahora, así
que nos las arreglamos para agarrar un reservado.
Natasha me pide que ordene por ella.
—Comeré lo que me digas —dice.
Toco la pequeña campana unida a la mesa y una camarera aparece
casi al instante. Pido dos mariscos soon dubu, kalbi y pa jun.
—¿Hay una campana? —pregunta después de que la camarera se va.
—Impresionante, ¿verdad? Somos gente práctica —digo, solo medio
bromeando—. Elimina todo el misterio del servicio de comida. ¿Cuándo
aparecerá mi camarero? ¿Cuándo recibiré la cuenta?
—¿Los restaurantes americanos conocen esto? Porque debemos
decirles. Las campanas deben ser obligatorias.
Me río y estoy de acuerdo, pero luego cambia de idea.
—No, cambié de opinión. ¿Puedes imaginar a un idiota sonando la
campana solo para pedir salsa de tomate?
El panchan, guarniciones complementarias, llegan casi
inmediatamente. Una parte de mí se prepara para tener que explicarle lo
que está comiendo. Una vez, un amigo de un amigo hizo una broma tipo,
¿Qué hay en esta comida? ¿Es perro? Me sentí como una mierda, pero aun
así me reí. Es uno de esos momentos que me hace querer esa Carta
Rehacerlo.
Natasha, sin embargo, no hace ninguna pregunta sobre la comida.
La camarera se acerca y nos entrega palillos a los dos.
—Oh, ¿puede darme un tenedor, por favor? —pregunta Natasha.
La camarera le da una mirada de desaprobación y se vuelve hacia mí.
—Enseña a tu novia a usar los palillos —dice, y se aleja.
Natasha me mira con los ojos muy abiertos.
—¿Eso significa que no me va a traer un tenedor?
Me río y niego.
—¿Qué demonios?
—Supongo que deberías enseñarme cómo usar los palillos —dice.
—No te preocupes por ella —digo—. Algunas personas no son felices
hasta que todo se hace a su manera.
Ella se encoge de hombros.
—Cada cultura es así. Los americanos, los franceses, los jamaiquinos, los
coreanos. Todo el mundo piensa que su manera es la mejor manera.
—Sin embargo, nosotros los coreanos podríamos tener razón —le digo,
sonriendo.
La camarera regresa y coloca la sopa y dos huevos crudos delante de
nosotros. Ella lanza las cucharas revestidas de papel en el centro de la mesa.
—¿Cómo se llama esto? —pregunta Natasha, cuando la camarera
está fuera de alcance.
—Soon dubu —digo.
Ella me observa romper el huevo en la sopa y enterrarlo bajo cubos de
tofu ahumado y camarones y almejas para que se cocine. Hace lo mismo y
no hace un comentario sobre si es seguro comerlo.
—Esto es delicioso —dice, tomando una cucharada. Prácticamente se
contonea de placer—. ¿Cómo es que te dices coreano? —pregunta
después de unos cuantos sorbos más—. ¿No has nacido aquí?
—No importa. La gente siempre me pregunta de dónde soy. Solía decir
de aquí, pero luego me preguntan de dónde realmente soy, y entonces
digo Corea. A veces digo Corea del Norte y que mis padres y yo escapamos
de una mazmorra de agua llena de pirañas donde Kim Jong-un nos
mantenía prisioneros.
Ella no sonríe como yo esperaba. Me pregunta por qué hago eso.
—Porque no importa lo que diga. La gente me echa un vistazo y cree
lo que quiere.
—Eso es una mierda —dice, recogiendo un kimchi y reventándolo en su
boca. Podría verla comer todo el día.
—Estoy acostumbrado a eso. Mis padres piensan que no soy lo
suficientemente coreano. Todo el mundo piensa que no soy lo
suficientemente estadounidense.
—Eso realmente es una mierda. —Ella pasa del kimchi a los brotes de
soya—. Sin embargo, no creo que debas decir que eres de Corea.
—¿Por qué no?
—Porque no es cierto. Tú eres de aquí.
Me encanta lo simple que esto es para ella. Me encanta que su solución
a todo es decir la verdad. Lucho con mi identidad y ella me dice sólo di lo
que es verdad.
—No depende de ti ayudar a otras personas a encajarte en una caja
—dice.
—-¿La gente te lo hace a ti?
—Sí, excepto que realmente no soy de aquí, ¿recuerdas? Nos
mudamos aquí cuando tenía ocho años. Tenía un acento. La primera vez
que vi nieve, estaba en el salón de clases y estaba tan asombrada que me
puse de pie para mirarlo fijamente.
—Oh, no.
—Oh, sí —dice ella.
—¿Los otros niños...?
—No fue bonito —se burla-estremece con el recuerdo—. ¿Quieres oír
algo peor? Mi primer concurso de ortografía el profesor marcó que deletreé
mal favorito, porque incluí la u.
—Eso está mal.
—No. —Agita la cuchara hacia mí—. La ortografía correcta en inglés
incluye la u. Así lo dice la Reina de Inglaterra. Mira, muchacho americano.
De todos modos, yo era tan nerd que fui a casa, traje el diccionario y
recuperé mis puntos.
—No lo hiciste.
—Lo hice —dice sonriendo.
—Realmente querías esos puntos.
—Esos puntos eran míos. —Entonces ríe, lo cual no es una cosa que
pensé que haría. Por supuesto, sólo la conozco por unas pocas horas, así que
obviamente todavía no sé todo sobre ella. Me encanta esta parte de
conocer a alguien. Cómo cada nuevo pedazo de información, cada nueva
expresión, parece mágico. No puedo imaginar que esto se convierta en
viejo y aburrido. No puedo imaginar que no quiera oír lo que ella tiene que
decir.
—Deja de hacer eso —dice ella.
—¿Qué?
—Mirarme fijamente.
—De acuerdo —digo. Desentierro mi huevo y veo que está
perfectamente cocido a un hervor suave—. Comamos juntos —le digo—. Es
la mejor parte.
Ella recoge el suyo y ahora estamos sentados allí los dos con el huevo
en la cuchara, la cuchara en la mano.
—A las tres. Uno. Dos. Tres.
Hacemos estallar los huevos en nuestras bocas. Observo cómo sus ojos
se abren más. Sé el momento en que la yema estalla en su boca. Cierra los
ojos como si fuera la cosa más deliciosa que haya probado. Ella dijo que no
mire fijamente, pero estoy mirando. Me encanta la forma en que parece
sentir las cosas con todo su cuerpo. Me pregunto por qué una chica tan
obviamente apasionada está totalmente en contra de la pasión.
Una historia de amor

A
prenda cómo utilizar palillos.
Enseñe a su novia cómo usar los palillos.
Mi hijo, hizo lo mismo. Él sale con una chica blanca. ¿Mi
esposo? No lo acepta. Al principio, estuve de acuerdo con él. No hablamos
con nuestro hijo durante un año después de que él nos lo dijera. Pensé: No
hablamos con él. Hacerle entrar en razón, recobrar la razón.
No hablamos y lo extraño. Echo de menos a mi niño y sus bromas
americanas y la forma en que me pellizca las mejillas y me dice que soy la
más bonita de todas las ommas. Mi hijo, que nunca se avergonzó de mí
cuando todos los demás chicos se volvieron demasiado americanos.
No hablamos con él por más de un año. Finalmente, cuando llama,
pienso se acabó. Él finalmente entiende. La chica blanca nunca nos
entenderá, nunca será coreana. Pero sólo llama para decir que se va a
casar. Quiere que vayamos a la boda. Oigo en su voz cuánto la ama. Oigo
cuánto la ama más que a mí. Oigo que, si no voy a su boda, perderé a mi
único hijo. Mi único hijo, que me ama.
Pero papá dice que no. Mi hijo nos rogó que fuéramos y le digo que no
hasta que dejó de pedirlo.
Él se casó. Vi fotos en el Facebook.
Tienen su primer hijo. Vi fotos en el Facebook.
Tienen otro hijo. Una niña esta vez.
Mi sohn-jah y yo sólo los conozco por la computadora.
Ahora cuando estos muchachos vienen aquí con estas muchachas
que no se parecen a sus ommas, me enojo. Este país trata de quitarte todo.
Tu idioma, tu comida, tus hijos.
Aprenda cómo usar los palillos.
Este país no puede tenerlo todo.
A
menos de dos horas antes de ir a mi cita, y Daniel realmente
quiere ir a norebang, que es la palabra coreana para karaoke.
Karaoke es en sí la palabra japonesa para avergonzarse
cantando enfrente de una habitación llena de extraños que solo están allí
para reírse de ti.
—No es como la versión americana —insiste cuando me resisto—. Esto
es mucho más civilizado.
Por civilizado, él se refiere a que en su lugar te avergüenzas a ti mismo
en una habitación pequeña y privada delante de solamente tus amigos. Su
lugar favorito de norebang está coincidentemente justo al lado de donde
acabamos de almorzar. Es propiedad y operado por la misma gente, así que
ni siquiera tenemos que salir porque hay una entrada dentro del restaurante.
Daniel elige una de las habitaciones más pequeñas, pero sigue siendo
grande. Están claramente destinados a dar cabida a fiestas de seis u ocho
en lugar de sólo dos. La habitación está débilmente iluminada, y los lujosos
sofás de cuero rojo bordean la mayor parte del perímetro. Una gran mesa
cuadrada de café se encuentra justo enfrente de los sofás. En ella hay un
micrófono, un control remoto de aspecto complicado, y un libro grueso que
tiene Menú de Canciones escrito en tres idiomas en la portada. Al lado de
la puerta hay una televisión grande donde aparecerán las letras. Una bola
de discoteca cuelga del techo.
A Bev le encantaría este lugar. En primer lugar, ella tiene una especie
de obsesión con las bolas de discoteca. Tiene cuatro colgando del techo
de su habitación y un cacharro bola de discoteca lámpara/reloj. En
segundo lugar, tiene una gran voz y tomará cualquier excusa para usarla
delante de grupos de personas. Reviso mi teléfono por más textos de ella,
pero no hay nada. Está ocupada, me digo. Ella aún no se ha olvidado de
mí. Todavía estoy aquí.
Daniel cierra la puerta.
—No puedo creer que nunca has estado en un norebang —dice.
—Escandaloso, lo sé —digo.
Con la puerta cerrada, la habitación se siente pequeña e íntima.
Me da una mirada como si estuviera pensando lo mismo.
—Vamos a conseguir un postre —dice, y presiona un botón en la pared
para el servicio. La misma camarera del restaurante aparece para tomar
nuestro pedido. No se molesta en mirarme. Daniel ordena para nosotros
patbingsoo, que resulta ser hielo raspado con fruta, pequeños pasteles de
arroz suave, y dulces frijoles rojos.
—¿Te gusta? —pregunta. Es importante para él que lo haga.
Lo termino en seis cucharadas. ¿Por qué no me gustaría? Es dulce, frío
y delicioso.
Él me sonríe y le sonrío de regreso.
Hecho Observable: Me gusta hacerlo feliz.
Hecho Observable: No sé cuándo sucedió eso.
Agarra el menú de canción de la mesa y pasa a la sección en inglés.
Mientras agoniza sobre la elección de canciones, veo los videos de K-pop
que pasan en la televisión. Tienen color-de-caramelo y son pegajosos.
—Sólo elige una canción —le digo cuando comienza el tercer video.
—Esto es norebang —dice—. Simplemente no eliges una canción. Una
canción te elige.
—Dime que estás bromeando —le digo.
Me guiña el ojo y comienza a aflojar su corbata.
—Sí, estoy bromeando, pero cálmate. Estoy tratando de encontrar algo
para impresionarte adecuadamente con mis estilos vocales.
Él desabrocha el botón superior de su camisa. Miro sus manos mientras
saca la corbata por encima de su cabeza. No es como si se quitara la ropa.
No es como si se desnudara justo aquí frente a mí. Pero se siente como si lo
hiciera. No puedo ver nada escandaloso, sólo un rápido vistazo de la piel de
su garganta. Hala la banda de goma del cabello y la tira a la mesa. Su
cabello es lo suficientemente largo como para caer en su rostro, y lo coloca
detrás de sus orejas distraídamente. No puedo evitar mirar fijamente. Parece
que he estado esperando que lo haga todo el día.
Hecho Observable: Él es bastante sensual con el cabello suelto.
Hecho Observable: Él es bastante sensual con el cabello recogido
también.
Aparto los ojos y en su lugar miro el aire acondicionado en la pared.
Estoy pensando en ajustar la temperatura hacia abajo.
Se enrolla las mangas, lo que me hace reír. Está actuando como si
estuviéramos a punto de participar en un trabajo físico serio. Estoy tratando
de no notar las líneas largas y suaves de sus antebrazos, pero mis ojos siguen
viajando sobre ellos.
—¿Eres un buen cantante? —pregunto.
Me mira con fingida solemnidad, pero sus ojos bailarines lo delatan.
—No voy a mentir —dice—. Soy bueno. Bueno nivel Cantante-italiano-
de-ópera. —Agarra el mando a distancia para teclear su canción elegida—
. ¿Tú lo eres? —pregunta él.
No contesto. Pronto lo descubrirá. De hecho, mi canto definitivamente
lo curará del enamoramiento que tiene sobre mí.
Hecho Observable: Soy la peor cantante de la Tierra.
Se levanta y camina hacia el área descubierta frente a la televisión. Al
parecer, va a necesitar espacio para maniobrar. Ajusta su postura hasta que
sus pies se plantan de par en par, inclina la cabeza para que su cabello
oscurezca la cara, y mantiene el micrófono en el aire en una pose de estrella
de rock clásico. Es “Take a Chance on Me” de ABBA. Pone una mano sobre
su corazón y canta el primer verso. Como él título de la canción, esta se trata
de tomar riesgos, en concreto, correr el riesgo con él.
En el segundo verso, él entró en calor y me lanzaba miradas cursis de
estrella del pop con levantamientos de la ceja, miradas penetrantes, y labios
fruncidos. De acuerdo con las letras, podemos hacer tantas cosas divertidas
mientras estemos juntos. Las cosas divertidas incluyen bailar, caminar, hablar
y escuchar música. Extrañamente, no hay mención de besos. Él hace la
pantomima a cada actividad como una especie de mimo loco, y no puedo
dejar de reírme.
El verso tres lo tiene de rodillas delante de mí. Hay algo en la letra sobre
sentirse solo cuando aves lindas han volado que no entiendo. ¿Soy el
pájaro? ¿Es él? ¿Por qué hay pájaros?
Para el resto de la canción, él está de pie de nuevo, agarrando el
micrófono con ambas manos y cantando con abandono. Mi risa histérica
no le molesta. Además, no estaba bromeando sobre ser un buen cantante.
Es excelente. Incluso hace su propia voz de acompañamiento, que consiste
en él cantando “corre el riesgo” una y otra vez.
Y no es como si estuviera tratando de ser sexi. Es divertido. Tan gracioso
que se vuelve sexi. No sabía que lo gracioso podría hacer eso. Noto la forma
en que su camisa de vestir se estira por su pecho mientras hace sus
movimientos de disco. Me doy cuenta de cuán largos son sus dedos cuando
se pasa las manos por el cabello dramáticamente. Me doy cuenta de lo
bonito y firme que es su trasero en su pantalón de traje.
Hecho Observable: Tengo una cosa por los traseros.
Dado mi día de mierda, nada de esto debería estar funcionando para
mí. Pero definitivamente lo hace. Es su completa falta de autoconciencia.
No le importa si se está burlando de sí mismo. Su único objetivo es hacerme
reír.
Es una canción larga, y él está con calor y sudoroso al final de ella.
Después de que haya terminado, mira el monitor hasta que una caricatura
de micrófono color rosado caramelo baila a través de la pantalla y sostiene
un letrero: 99%. La pantalla se llena de confeti.
Gimo.
—No dijiste que habría notas.
Me lanza una sonrisa triunfante y se derrumba en el asiento justo a mi
lado. Nuestros antebrazos se rozan y se separan y se rozan otra vez. Me siento
ridícula por notarlo, pero lo noto.
Se aleja para recuperar el micrófono y me lo entrega.
—Llévalo —dice.
D
eseo haber pensado en hacer norebang antes. Estar a solas con
ella en una habitación poco iluminada es un pedacito del cielo
(cielo de disco). Ella está hojeando el libro de canciones y
haciendo ruidos sobre ser un cantante terrible. La estoy mirando fijamente,
porque está demasiado distraída para decirme que deje de hacerlo.
No puedo decidir qué parte de su rostro es mi favorito. En este momento
podrían ser sus labios. Está sosteniendo el inferior con sus dientes en lo que
creo es su cara agonía-de-demasiado-muchas-opciones.
Finalmente elige. En lugar de recoger el mando a distancia, se inclina
sobre la mesa para alcanzarlo e ingresar el código. Su vestido se levanta un
poco y puedo ver la parte de atrás de sus muslos. Tienen pequeñas marcas
de pliegues del sofá. Quiero envolver mi mano alrededor de ellos y suavizar
las marcas con mi pulgar.
Se vuelve para mirarme y ni siquiera puedo fingir que no estaba
mirando. No quiero hacerlo. La quiero y quiero que sepa que la quiero. Ella
no se aleja de mí. Sus labios se separan (son realmente los labios más bonitos
del universo conocido) y toca con su lengua el inferior.
Voy a levantarme y la voy a besar. Ninguna fuerza en la tierra puede
detenerme, excepto que su canción comienza y destruye el momento con
melancolía.
Reconozco los acordes de apertura. Es “Fell on Black Days” de
Soundgarden. La canción comienza con el vocalista de la banda, Chris
Cornell, diciéndonos que todo lo que temía ha cobrado vida. A partir de allí,
va todo el camino cuesta abajo hasta llegar al coro, donde aprendemos mil
millones de veces (más o menos) que él ha caído en días negros. Es
(objetivamente hablando) una de las canciones más deprimentes jamás
escritas.
Sin embargo, a Natasha le encanta. Asfixia el micrófono con ambas
manos y cierra los ojos. Su canto es serio y sentido y completamente horrible.
No es buena.
En lo absoluto.
Estoy bastante seguro que no tiene sentido musical. Cualquier nota que
alcance es pura coincidencia. Se balancea torpemente de un lado a otro
con los ojos cerrados. Ella no necesita leer las letras porque conoce esta
canción de memoria.
Cuando llega al coro final, se ha olvidado de mí totalmente. Su torpeza
se desvanece. El canto todavía no es bueno, pero tiene una mano sobre su
corazón y está cantando una letra de canción sobre no saber su destino
con emoción real en su voz.
Misericordiosamente, termina. Es una cura para la felicidad, esa
canción. Ella me mira. Nunca la había visto tímida. Se muerde el labio inferior
de nuevo y arruga la cara. Es adorable.
—Me encanta esa canción —dice.
—Es un poco sombría, ¿no? —bromeo.
—Un poco de angustia nunca lastimó a nadie.
—Eres la persona menos angustiada que he conocido.
—No es cierto —dice ella—. Sólo soy buena fingiendo.
No creo que ella quiera admitirlo. No creo que le guste mostrar sus
puntos débiles. Se da la vuelta y coloca el micrófono en la mesa.
Pero no voy a dejar que se escape de este momento. La tomo de la
mano y la acerco. Ella no se resiste, y no dejo de acercarla hasta que las
longitudes de nuestros cuerpos se tocan. No dejo de acercarla hasta que
ella está en mi espacio para respirar.
—Ese fue el peor canto de todos —le digo.
Sus ojos brillan.
—Te dije que era mala —dice.
—No lo hiciste.
—En mi cabeza lo hice.
—¿Estoy en tu cabeza? —le pregunto.
Está tan cerca que puedo sentir el ligero calor de su rubor.
Coloco mi mano en su cintura y entierro mis dedos en su cabello.
Cualquier cosa puede suceder en el espacio de respiración entre nosotros.
Espero por ella, por sus ojos que digan que sí, y luego la beso. Sus labios son
como suaves almohadas y me hundo en ellos. Comenzamos castamente,
sólo rozando los labios, probando, pero pronto no podemos conseguir lo
suficiente. Ella separa sus labios y nuestras lenguas se enredan y retroceden
y se enredan de nuevo. Estoy duro en todas partes, pero se siente
demasiado bien, demasiado bien para avergonzarme. Está haciendo
pequeños sonidos de gemidos que me dan ganas de besarla aún más.
No me importa lo que diga sobre el amor y la química. Esto no
desaparecerá. Esto es más que química. Ella se aleja, y sus ojos son estrellas
negras brillantes mirando los mías.
—Regresa —digo, y la beso como si no hubiera mañana.
N
o puedo parar. No quiero parar. A mi cuerpo no le importa lo
que mi cerebro piense. Siento su beso por todas partes. El cuero
cabelludo. El centro de mi vientre. La parte de atrás de mis
rodillas. Quiero atraerlo hacia mí, y quiero fundirme en él.
Nos movemos hacia atrás y la parte de atrás de mis piernas choca
contra el sofá. Me lleva hacia abajo hasta que está medio encima de mí,
pero con una pierna todavía en el suelo.
Necesito seguir besando. Mi cuerpo está agitado. No puedo tener
suficiente. No puedo acercarme lo suficiente. Algo caótico e insistente se
construye dentro de mí. Me estoy arqueando en el sofá para acercarme
más a él de lo que ya estoy. Su mano me aprieta la cintura y viaja hasta mi
pecho. Me roza levemente el pecho. Envuelvo mis brazos alrededor de su
cuello y luego meto mis dedos en su cabello. Finalmente. He querido hacer
eso todo el día.
Hecho Observable: No creo en la magia.
Hecho Observable: Somos mágicos.
Santa…
…Mierda.
N
o podemos tener sexo en el norebang.
Nosotros.
No
Podemos.
Pero voy a continuar y admitir que quiero hacerlo. Si no dejo de besarla
voy a pedirle que lo haga, y no quiero que ella piense que soy el tipo de
hombre que le pide a una chica que acaba de conocer tener relaciones
sexuales en el norebang después de primera (casi) cita, por otro lado, soy
totalmente ese tipo de chico, porque Jesucristo, realmente quiero tener sexo
con ella ahora mismo, aquí mismo en el norebang.
M
is manos no pueden parar de tocarlo. Se deslizan fuera de su
cabello y hacia abajo a los duros y en movimiento músculos de
su espalda. Por su propia voluntad se deslizan por su trasero.
Como sospecho, es espectacular. Firme, redondo y perfectamente
proporcionado. Es el tipo de culo que requiere celebrarlo. Él nunca debería
usar pantalones.
Lo palmeo y aprieto, y se siente incluso mejor de lo que esperaba.
Se empuja hacia arriba, con los brazos a cada lado de mi cabeza, y
me sonríe.
—No es un melón, ¿sabes?
—Me gusta —le digo, y aprieto nuevamente.
—Es tuyo —me dice.
—¿Alguna vez has pensado en usar chaparreras? —le pregunto.
—Absolutamente no —dice, riendo y sonrojándose.
Realmente me gusta hacerle sonrojar.
Se inclina y me besa de nuevo. Parece que no hay parte que no esté
siendo besado ahora mismo. Arrastro mis manos lejos de su culo y hasta sus
hombros para ir más despacio. Si lo beso más, será más difícil para mí
después.
Así que.
No más besos.
S
iento la vacilación en sus labios, y para ser honesto, estoy un poco
asustado también por lo intenso que es esto. Me empujo hacia
arriba y la halo hasta sentarme. Apoyo la parte posterior de su
cuello y apoyo mi frente contra la suya. Ambos estamos respirando
demasiado rápido, demasiado desigual. Sabía que teníamos química, pero
no esperaba esto.
Estamos encendiendo una fogata en medio de rayos. Un fósforo
encendido y madera seca. Señales de peligro de incendio y un bosque
esperando para ser quemado.
De todas las maneras que hoy pudo haber ido, yo no podría haber
predicho esto. Pero ahora estoy seguro que todo lo que ha pasado hoy me
ha guiado hacia ella y a nosotros a este momento y este momento al resto
de nuestras vidas.
Incluso la prueba académica de Charlie de Harvard se siente como
parte del plan de llegar hasta este punto. Si no fuera por Charlie y su mierda,
mi mamá no habría dicho lo que hizo esta mañana.
Si no lo hubiera hecho, no me habría ido tan temprano para el corte
de cabello que todavía no he conseguido.
No me habría metido en el tren con el conductor teológico buscando
a Dios.
Si no fuera por él, no habría dejado el metro para caminar, y no habría
visto a Natasha tener su experiencia musical religiosa. Si no fuera por la
charla del conductor con Dios, no me habría dado cuenta de su chaqueta
DEUS EX MACHINA.
Si no fuera por esa chaqueta, no la habría seguido hasta la tienda de
discos.
Si no fuera por su ex novio ladrón, yo no habría hablado con ella.
Incluso el idiota en el BMW merece un poco de crédito. Si no hubiera
pasado ese rojo, no habría conseguido una segunda oportunidad con ella.
Todo, todo, nos llevaba de vuelta aquí.
Cuando ambos respiramos de nuevo normalmente, beso la punta de
su nariz.
—Te lo dije —digo, y la beso de nuevo.
—Fetichista de nariz —dice, y luego—. ¿Qué me dijiste?
Puntúo mis palabras con besos de nariz.
—Nosotros.
Beso.
—Estamos.
Beso.
—Destinados.
Beso.
—A.
Beso.
—Estar.
Beso.
—Juntos.
Beso.
Ella se aleja. Sus ojos han sido reemplazados por nubes de tormenta, y
desenreda sus miembros de los míos. Es difícil dejarla ir, como separar
imanes. ¿La asusté con mi charla sobre el destino? Se echa en el sofá y pone
demasiado espacio entre nosotros. No quiero dejar ir el momento. Hace
unos segundos pensé que iba a durar para siempre.
—¿Quieres cantar otra? —pregunto. Mi voz tiembla y me aclaro la
garganta. Miro a la televisión. No tuvimos la oportunidad de ver su
puntuación antes de empezar a besarnos. Es 89%, lo cual es terrible. Es muy
difícil conseguir menos del 90% en norebang.
Mira a la televisión también, pero no dice nada. No puedo comprender
lo que está sucediendo en su cabeza. ¿Por qué pone resistencia a esto entre
nosotros? Ella se toca el cabello, tira de una hebra y lo deja ir, tira de otro y
lo deja ir.
—Lo siento —dice ella.
Me deslizo y acorto la distancia que puso entre nosotros. Sus manos
están entrelazadas en su regazo.
—¿Por qué lo sientes? —pregunto.
—Por pasar de calor a frío.
—Hace un momento no estabas tan fría —le digo, haciendo la broma
más penosa (junto con los juegos de palabras, las insinuaciones son la forma
más baja de humor) que podría hacer en este momento. Hasta meneo las
cejas y luego espero su reacción. Esto podría ir de cualquier manera.
Una sonrisa se apodera de su rostro. Esas nubes de tormenta en sus ojos
no tienen ninguna oportunidad.
—Vaya —dice ella, su voz cálida alrededor de su sonrisa—. Seguro que
tienes un camino con las palabras.
—Y las damas —digo, pasándome aún más. Me burlaré de mí sólo para
hacerla reír.
Ella se ríe un poco más y se recuesta en el sofá.
—¿Estás seguro que estás calificado para ser poeta? Esa fue la peor
línea que he escuchado.
—Estabas esperando algo…
—Más poético —dice.
—¿Estás bromeando? La mayoría de los poemas son sobre sexo.
Ella está escéptica.
—¿Tienes datos reales para respaldar eso? Quiero ver algunos números.
—¡Científica! —la acuso.
—¡Poeta! —replica ella.
Ambos sonreímos, encantados y sin tratar de esconder nuestro deleite
el uno del otro.
—La mayoría de los poemas que he visto son sobre el amor o el sexo o
las estrellas. Ustedes los poetas están obsesionados con las estrellas. Estrellas
fugaces. Meteoritos. Estrellas moribundas.
—Las estrellas son importantes —le digo, riendo.
—Claro, pero ¿por qué no más poemas sobre el sol? El sol es también
una estrella, y es nuestra estrella más importante. Solo eso debería valer un
poema o dos.
—Hecho. Solo escribiré poemas sobre el sol a partir de ahora —declaro.
—Bien —dice ella.
—¿Hablando en serio? Creo que la mayoría de los poemas son sobre el
sexo. Robert Herrick escribió un poema titulado “A las vírgenes, para ganar
mucho tiempo”.
Ella coloca sus piernas en la posición de loto en el sofá y se dobla de la
risa.
—No lo hizo.
—Lo hizo —digo—. Él básicamente estaba diciendo a las vírgenes que
perdieran su virginidad tan pronto como fuera posible en caso de que
murieran. Dios te libre de morir virgen.
Su risa se desvanece.
—Tal vez sólo estaba diciendo que debemos vivir el momento. Como si
el hoy fuera todo lo que tenemos.
Está seria de nuevo, y triste, y no sé por qué. Reposa la nuca contra el
sofá y levanta la vista hacia la bola de discoteca.
—Háblame de tu papá —digo.
—Realmente no quiero hablar de él.
—Lo sé, pero dime de todos modos. ¿Por qué dices que no te quiere?
Levanta la cabeza para mirarme.
—Eres implacable —dice, y vuelve a bajar la cabeza.
—Persistente —digo.
—No sé cómo decirlo. La emoción primaria de mi padre es el
arrepentimiento. Es como si hubiese cometido un error gigantesco en su
pasado, como si hubiese tomado un giro equivocado, y en vez de terminar
dondequiera que se suponía que debía estar, terminó en esta vida con mi
madre y mi hermano.
Su voz tiembla mientras lo dice, pero no llora. Me acerco y tomo su
mano y ambos vemos la pantalla de la TV. Su puntuación de baile ha sido
reemplazada por un anuncio silencioso para los casinos de Atlantic City.
—Mi mamá hace estas hermosas pinturas —le digo—. Realmente
increíble.
Todavía puedo recordar las lágrimas en sus ojos cuando mi papá le dio
el presente. Ella había dicho:
—Yeobo, no tienes que hacer eso.
—Es algo solo para ti —dijo—. Pintas todo el tiempo.
Me sorprendió mucho eso. Pensé que sabía todo sobre mi madre; sobre
los dos, en realidad, pero aquí estaba esta historia secreta que no conocía.
Le pregunté por qué se detuvo y ella agitó su mano en el aire como si
estuviera limpiando los años.
—Hace mucho tiempo —dijo.
Beso la mano de Natasha y luego confieso:
—A veces pienso que tal vez ella hizo un giro equivocado al tenernos.
—Sí, pero ella ¿cree eso?
—No lo sé —digo. Y luego—. Pero si tuviera que adivinar, diría que creo
que está feliz con la forma en que su vida resultó.
—Eso es bueno —dice—. ¿Te imaginas vivir toda tu vida pensando que
has cometido un error? —Ella en realidad se estremece mientras lo dice.
Levanto su mano a mis labios y la beso. Su respiración cambia. La
empujo hacia adelante, deseando besarla, pero ella me detiene.
—Dime por qué quieres ser poeta —dice.
Me inclino hacia atrás y froto mi pulgar sobre sus nudillos.
—No lo sé. Quiero decir, ni siquiera sé si es lo que quiero de profesión o
algo así. No entiendo cómo se supone que ya lo debo saber. Todo lo que sé
es que me gusta hacerlo. Realmente me gusta hacerlo. Tengo pensamientos
y necesito escribirlos, y cuando los escribo, salen como poemas. Es como
mejor me siento conmigo mismo además...
Dejo de hablar, no queriendo asustarla de nuevo.
Ella levanta la cabeza del sofá.
—¿Además de qué? —Sus ojos están brillando. Quiere saber la
respuesta.
—Además de ti. Tú también me haces sentir bien conmigo.
Ella retira su mano de la mía. Creo que se va a retirar de nuevo, pero
no. En su lugar, se inclina hacia delante y me besa.
L
o beso para que deje de hablar. Si sigue hablando, lo amaré, y no
quiero amarlo. Realmente no. Como van las estrategias, no es lo
mejor para mí. Besar es otra manera de hablar, excepto que sin las
palabras.
U
n día escribiré un poema sobre besos. Lo llamaré “Poema de un
beso”.
Será épico.
P
robablemente seguiríamos besándonos si nuestra camarera mal
humorada no hubiese regresado demandando saber si
queríamos algo más para comer. No queríamos, y era hora de
irnos de todos modos. Aún quiero llevarlo al Museo de Historia Natural, mi
lugar favorito en Nueva York. Le digo eso y salimos afuera.
Después de la oscuridad del norebang, el sol parece brillar demasiado.
Y no sólo el sol, todo parece demasiado. La ciudad es demasiado ruidosa y
demasiado llena.
Por unos segundos, estoy desorientada por los negocios uno encima del
otro con letreros en coreano, hasta que recuerdo que estamos en
Koreatown. Se supone que esta sección de la ciudad se parece a Seúl. Me
pregunto si lo hace. Entrecierro los ojos contra el sol y contemplo regresar
adentro. No estoy lista para la agitada realidad de Nueva York para
reafirmarme.
Ese es el pensamiento que me lleva a mis sentidos: la realidad. Esta es
la realidad. El olor a caucho y de los gases de escape, el sonido de
demasiados autos que van a ninguna parte, el sabor del ozono en el aire.
Esta es la realidad. En el norebang podíamos fingir, pero no aquí. Es una de
las cosas que más me gusta de Nueva York. Desvía cualquier intento que
hagas de mentirte a ti mismo.
Nos giramos hacia el otro al mismo tiempo. Estamos tomados de la
mano, pero incluso eso parece ser fingido. Aparto mi mano de la suya para
acomodar mi mochila. Espera a que regrese mi mano a la suya, pero
todavía no estoy lista.
A
dolescente de la zona incapaz de dejar que fluya por sí solo.
Estamos sentados uno al lado del otro en el tren, y
aunque sigue empujándonos juntos, puedo sentir su
alejamiento. Nadie está sentado frente a nosotros; nos
miramos en la ventana. Mis ojos van hacia su rostro mientras ella mira hacia
otro lado. Sus ojos van hacia los míos mientras yo hago lo mismo. Su mochila
está en su regazo y está abrazándola a su pecho como si pudiera levantarse
y marcharse en cualquier momento.
Podría extender la mano y tomar la suya, forzar el asunto, pero quiero
que sea la que lo haga esta vez. Quiero que reconozca esta cosa entre
nosotros en voz alta. No puedo dejarlo que fluya por sí solo. Quiero que diga
las palabras. Estamos destinados a estar juntos. Algo. Cualquier cosa.
Necesito escucharlas. Saber que no estoy solo en esto.
Debería dejarlo ir.
Voy a dejarlo ir.
—¿De qué tienes tanto miedo? —pregunto, sin dejarlo ir en absoluto.
O
dio pretender, pero aquí estoy, fingiendo.
—¿De qué estás hablando? —le digo a su reflejo en la
ventana del metro en lugar de a él.
C
asi creo que no sabe de lo que estoy hablando. Nuestros ojos se
encuentran en la ventana como si fuera el único lugar donde
podemos mirarnos.
—Estamos destinados a estar juntos —insisto. Todo sale mal; como una
demanda y un reto, y una súplica; todo al mismo tiempo—. Sé que lo sientes
también.
No dice ni una palabra, sólo se levanta y se pone de pie junto a las
puertas del tren. Si la ira era como el calor, podría ver las ondas que irradian
de su cuerpo.
Una parte de mí quiere ir a ella y pedir disculpas. Una parte de mí quiere
exigir saber cuál es su problema de todos modos. Me quedo sentado por las
dos paradas que quedan, hasta que el tren finalmente chirria los frenos en
la estación de la calle Ochenta y uno.
Las puertas se abren. Ella camina entre la multitud y sube las escaleras.
Tan pronto como estamos en la parte superior, se hace a un lado y se gira
para enfrentarme.
—No me digas qué sentir —susurra como un grito. Va a decir algo más,
pero decide lo contrario. En cambio, se aleja de mí.
Está frustrada, pero ahora también lo estoy. La alcanzo.
—¿Cuál es tu problema? —Realmente levanto las manos en el aire
mientras lo digo.
No quiero pelear con ella. Central Park está justo al otro lado de la calle.
Los árboles son exuberantes y hermosos en sus colores de otoño. Quiero
pasear por el parque con ella y escribir poemas en mi cuaderno. Quiero que
se burle de mí por escribir poemas en mi cuaderno. Quiero que me enseñe
cómo y por qué las hojas cambian de color. Estoy seguro que ella sabe la
ciencia exacta de ello.
Balancea su mochila en ambos hombros y cruza sus brazos delante de
su cuerpo.
—El destinados a estar juntos no existe —dice.
No quiero tener una discusión filosófica, así que se lo concedo.
—De acuerdo, pero si lo hiciera, entonces...
Ella me corta.
—No. Suficiente. Simplemente no. Y aunque existiera, definitivamente
no lo estamos.
—¿Cómo puedes decir eso? —Sé que estoy siendo irrazonable e
irracional y probablemente muchas otras cosas que no debería ser. Esto no
es algo con lo que puedes pelear con otra persona.
No puedes persuadir a alguien que te ame.
Una pequeña brisa hace que crujan las hojas que nos rodean. Es el
momento más frío de todo el día.
—Porque es verdad. No estamos destinados, Daniel. Soy un inmigrante
indocumentado. Voy a ser deportada. Hoy es mi último día en América.
Mañana me iré.
Tal vez hay otra manera de interpretar sus palabras. Mi cerebro
selecciona los más importantes y los reorganiza, esperando un significado
diferente. Incluso trato de componer un poema rápido, pero las palabras no
cooperan. Simplemente se quedan ahí, demasiado pesadas para pensar.
Último.
Indocumentado
América
Me iré.
N
ormalmente algo como esto, discutir en público, me
avergonzaría, pero apenas noto a alguien más que Daniel. Si soy
honesta conmigo misma, ha sido así todo el día.
Él coloca su frente en sus manos y su cabello forma una cortina
alrededor de su rostro. No sé qué se supone que tengo que decir o hacer
ahora. Quiero recuperar las palabras. Quiero seguir fingiendo. Es mi culpa
que las cosas hayan ido tan lejos. Debería haberle dicho desde el principio,
pero no pensé que llegaríamos a este punto. No pensé que iba a sentir tanto.
—H
e pospuesto mi cita por ti. —Mi voz es tan baja que no
sé si quiero que me oiga, pero sí lo hace.
Sus ojos se ensanchan. Comienza a decir tres cosas
diferentes antes de terminar con:
—Espera. ¿Esto es mi culpa?
La estoy acusando de algo. No sé qué. Un mensajero en bicicleta salta
a la acera demasiado cerca de nosotros. Alguien le grita que use la calle.
Quiero gritarle también. Sigue las reglas, le quiero decir.
—Podrías haberme advertido —digo—. Podrías haberme dicho que te
irías.
—Te lo advertí —dice, ahora a la defensiva.
—No lo suficiente. No dijiste que estarías viviendo en otro país en menos
de veinticuatro horas.
—No sabía que nosotros...
La interrumpo.
—Sabías cuando nos conocimos lo que estaba pasando contigo.
—En ese entonces no era asunto tuyo.
—¿Y ahora? —Aunque la situación es desesperante, sólo escucharla
decir que es asunto mío ahora me da cierta esperanza.
—Traté de advertirte —insiste de nuevo.
—No lo suficiente. Así es como lo haces. Abres la boca y dices la
verdad. Nada de esta mierda sobre no creer en el amor y la poesía. “Daniel,
me voy” dices. “Daniel, no te enamores de mí” dices.
—Dije esas cosas. —No está gritando, pero tampoco lo dice en voz
baja.
Un niño muy de moda en un piloto nos mira y aprieta más la mano de
su padre. Una tiranía de turistas (completa, con guías) nos echa un vistazo
como si estuviéramos en exhibición.
Bajo la voz.
—Sí, pero no pensé que querías decir eso.
—¿De quién es la culpa? —pregunta ella.
No tengo nada que decir a eso, y nos miramos.
—Realmente no puedes estar enamorado de mí —dice ella, más
tranquila ahora. Su voz con tinte de angustia e incredulidad.
Una vez más, no tengo nada que decir. Incluso estoy sorprendido por
lo mucho que he estado sintiendo algo por ella todo el día. La cosa sobre
enamorarte no es algo que puedas controlar de ninguna manera.
Trato de calmar el aire entre nosotros.
—¿Por qué no puedo estar enamorado de ti? —le pregunto.
Tira fuertemente de las correas de su mochila.
—Porque es estúpido. Te dije que no...
Y ahora ya he tenido suficiente. Mi corazón ha estado en mi manga
todo el día, y está bastante magullado ahora.
—Simplemente genial. ¿No sientes nada? ¿Me estabas sólo besando
antes?
—¿Crees que unos besos significan para siempre?
—Creo que esos besos sí.
Cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, creo que veo lástima.
—Daniel… —comienza.
La corto. No quiero lástima.
—No. Lo que sea. No quiero oírlo. Lo entiendo. No sientes lo mismo. Te
estás yendo. Que tengas una buena vida.
Doy dos pasos antes que diga:
—Eres como mi padre.
—Ni siquiera conozco a tu padre —digo mientras me pongo la
chaqueta. Se siente más apretada de alguna manera.
Dobla los brazos sobre el pecho.
—No importa. Eres como él. Egoísta.
—No lo soy. —Ahora estoy a la defensiva.
—Sí lo eres. Crees que todo el mundo gira en torno a ti. Tus sentimientos.
Tus sueños.
Levanto las manos.
—No hay nada malo en tener sueños. Puedo ser un estúpido soñador,
pero al menos los tengo.
—¿Por qué es esa una virtud? —pregunta ella—. Todos los tipos
soñadores creen que el universo existe sólo para ellos y su pasión.
—Mejor que no tener nada.
Entrecierra sus ojos, lista para debatir.
—¿De verdad? ¿Por qué?
No puedo creer que tenga que explicar esto.
—Eso es lo que estamos haciendo en la Tierra.
—No —dice, negando—. Estamos aquí para evolucionar y sobrevivir.
Eso es.
Sabía que traería la ciencia. Realmente no puede creer eso.
—No crees eso —digo.
—No me conoces lo suficiente para decir eso —dice—. Además, soñar
es un lujo y no todo el mundo lo tiene.
—Sí, pero tú sí lo tienes. Tienes miedo de convertirte en tu padre. No
quieres elegir la cosa equivocada, por lo que no eliges nada en absoluto. —
Sé que hay una mejor manera de decir esto, pero no me siento en mi mejor
momento.
—Ya sé lo que quiero ser —dice.
No puedo detenerme de resoplar.
—¿Un científico de datos o lo que sea? Eso no es una pasión. Es sólo un
trabajo. Tener sueños nunca mató a nadie.
—No es cierto —dice—. ¿Cómo puedes ser tan ingenuo?
—Bueno, prefiero ser ingenuo a lo que sea que tú eres. Sólo ves cosas
que están justo frente a tu rostro.
—Mejor que ver cosas que no están allí.
Y ahora estamos en un callejón sin salida.
El sol se esconde detrás de una nube y una brisa fresca sopla sobre
nosotros desde Central Park. Nos miramos durante un rato. Se ve diferente
fuera de la luz del sol. Me imagino que yo también. Piensa que soy ingenuo.
Más que eso, piensa que soy ridículo.
Tal vez sea mejor terminar las cosas de esta manera. Es mejor tener un
final trágico y súbito que tener uno largo y agotador en el que nos damos
cuenta que somos demasiado diferentes, y que el amor por sí solo no es
suficiente para atarnos.
Creo en todas estas cosas. No creo en ninguna de ellas.
El viento sopla de nuevo. Revuelve su cabello un poco. Puedo
imaginarlo con puntas rosas tan claramente. Me hubiera gustado verlo.
—D
eberías irte —le digo.
—¿Así que eso es todo? —pregunta.
Me alegra que esté siendo un idiota. Hace las
cosas más fáciles.
—¿Siquiera estás pensando en mí? Me pregunto cómo se siente
Natasha. ¿Cómo llegó a ser un inmigrante indocumentado? ¿Quiere irse a
vivir a un país que no conoce? ¿Está completamente devastada por lo que
le pasa a su vida?
Leí la culpa en su rostro. Da un paso hacia mí, pero me alejo.
Deja de moverse.
—Estás esperando que alguien te salve. ¿No quieres ser médico? No
seas médico entonces.
—No es así de sencillo —dice en voz baja.
Estrecho mis ojos hacia él.
—Para citarte hace cinco minutos. Así es como lo haces: Abres tu boca
y dices la verdad. “¿Mamá y papá? No quiero ser médico”, dices. “Quiero
ser poeta porque soy estúpido y no sé hacer algo mejor”, dices.
—Sabes que no es tan fácil —dice, aún más tranquilo que antes.
Tiro de las correas de mi mochila. Es hora de irnos. Estamos retrasando
lo inevitable.
—¿Sabes lo que odio? —pregunto—. Realmente odio la poesía.
—Sí, lo sé —dice.
—Cállate. Lo odio, pero he leído algo una vez de un poeta llamado
Warsan Shire. Dice que no puedes hacer a un ser humano tu hogar, y que
alguien debería habértelo dicho.
Espero que me diga que el sentimiento no es cierto. Incluso quiero que
lo haga, pero no dice nada.
—Tu hermano tenía razón. No hay lugar para esto. Además, no me
quieres, Daniel. Estás buscando a alguien que te salve. Sálvate a ti mismo.
A
dolescente de la zona convencido que su vida es una
completa y total mierda.
Cómo quiero que tenga razón. Cómo quiero no
enamorarme de ella en absoluto.
La miro alejarse, y no la detengo ni la sigo. Qué absoluto idiota he sido.
He estado actuando como un maniquí místico y de cristal. Por supuesto, esto
es lo que está sucediendo ahora. Toda esta charla sin sentido sobre el
destino y predestinados.
Natasha tiene razón. La vida es sólo una serie de decisiones tontas,
indecisiones y coincidencias que elegimos atribuir significado. ¿La cafetería
de la escuela se quedó sin tu pastel favorito hoy? Debe ser porque el
universo está tratando de mantenerte en tu dieta.
¡Gracias, Universo!
¿Perdiste tu tren? Tal vez el tren va a explotar en el túnel, o el Paciente
Cero con una gripe horrible (de aves acuáticas, gansos, pterodáctilo) está
en ese tren, y gracias a Dios que no estaban en él después de todo.
¡Gracias, Universo!
Sin embargo, nadie se molesta en seguir el destino. La cafetería olvidó
que había otra caja en la parte de atrás, y de todos modos conseguiste una
rebanada de pastel de tu amigo. Te enfureciste mientras esperabas otro
tren, pero uno finalmente llegó. Nadie murió en el tren que perdiste. Nadie
hizo más que estornudar.
Nos decimos que hay razones para las que suceden las cosas, pero sólo
nos estamos contando historias. Nosotros lo inventamos. No significa nada.
Una historia

E
l destino ha sido siempre el reino de los dioses, aunque incluso los
dioses son sujetos a él.
En la mitología griega antigua, las Tres Hermanas del Destino
giran el destino de una persona dentro de tres noches de su nacimiento.
Imagina a tu hijo recién nacido en su incubadora. Es oscuro, suave y cálido,
entre las dos y cuatro de la madrugada, una de esas horas pertenece
exclusivamente a los recién nacidos o a los moribundos.
La primera hermana, Clotho, aparece junto a ti. Es una doncella, joven
y tranquila. En sus manos sostiene un huso, y en él gira los hilos de la vida de
tu hijo.
Junto a ella está Lachesis, más vieja y más matronal que su hermana.
En sus manos, sostiene la vara usada para medir el hilo de vida. La longitud
y el destino de la vida de tu hijo están en sus manos.
Finalmente tenemos a Atropos; vieja, odiosa. Inevitable. En sus manos
sostiene las horribles tijeras que utilizará para cortar el hilo de la vida de tu
hijo. Ella determina el tiempo y la forma de tu muerte.
Imagínate la impresionante y espantosa visión de estas tres hermanas
juntas, presidiendo su cuna, determinando su futuro.
En los tiempos modernos, las hermanas han desaparecido en gran
medida de la conciencia colectiva, pero la idea del destino no lo ha hecho.
¿Por qué seguimos creyendo? ¿Hace la tragedia más soportable de creer
que nosotros mismos no tuvimos que ver en ello? ¿Que no podríamos
haberla prevenido? Siempre fue así.
Las cosas suceden por una razón, dice la madre de Natasha. Lo que
ella quiere decir es que el destino tiene una razón y, aunque no lo sepas, hay
cierta comodidad al saber que hay un plan.
Natasha es diferente. Cree en el determinismo, causa y efecto. Una
acción conduce a otra y lleva a otra. Tus acciones determinan tu destino.
De esta forma, ella no es diferente al padre de Daniel.
Daniel vive en el espacio nebuloso del medio. Tal vez no estaba
destinado a conocer a Natasha hoy. Tal vez fue al azar, después de todo.
Pero.
Una vez que se encontraron, el resto de ello, el amor entre ellos, fue
inevitable.
N
o voy a dejar que esto con Daniel me detenga de ir al museo.
Esta es una de mis zonas favoritas de la ciudad. Los edificios aquí
no son tan altos como los de Midtown. Es agradable ser capaz
de ver parches de cielo ininterrumpido.
Diez minutos después, estoy en el museo en mi sección favorita: el Salón
de los Meteoritos. La mayoría de la gente se dirige a través de esta
habitación a la de piedras preciosas de al lado, con sus llamativas rocas
preciosas y semipreciosas. Pero me gusta este. Me gusta lo oscuro, fresco y
simple que es. Me gusta que casi no haya nadie aquí.
Alrededor de la sala, los casos verticales con focos brillantes muestran
pequeñas secciones de meteoritos. Los casos tienen nombres como Joyas
del Espacio, Planetas de Construcción y Orígenes del Sistema Solar.
Me dirijo directamente a mi favorito de todos los meteoritos, Ahnighito.
En realidad, es sólo una sección del meteorito Cape Nueva York mucho más
grande. Ahnighito es treinta y cuatro toneladas de hierro y es el meteorito
más grande en exhibición en cualquier museo. Subo a la plataforma en la
que está ubicado y paso mis manos a través. La superficie es de metal frío y
marcado por miles de pequeños impactos. Cierro los ojos, dejo que mis
dedos se sumerjan dentro y fuera de los trozos. Es difícil creer que este
pedazo de hierro sea del espacio exterior. Más difícil todavía creer que
contiene los orígenes del sistema solar. Esta habitación es mi iglesia, y de pie
en esta plataforma es mi pilar. Tocar esta roca es lo más cercano que he
llegado a creer en Dios.
Aquí es donde habría traído a Daniel. Le habría dicho que escribiera
poesía sobre rocas espaciales y cráteres de impacto. El gran número de
acciones y reacciones que ha tomado formar nuestro sistema solar, nuestra
galaxia, nuestro universo, es asombroso. El número de cosas que tenían que
salir exactamente bien es abrumador.
En comparación a eso, ¿qué es enamorarse? Una serie de pequeñas
coincidencias que decimos que significa todo porque queremos creer que
nuestras vidas minúsculas son importantes a escala galáctica. Pero el
enamoramiento ni siquiera comienza a compararse con la formación del
universo.
Ni siquiera está cerca.
“S
imetrías”
Un poema de Daniel Jae Ho Bae

Lo haré
me quedaré en mi
lado. Y tú
te quedarás en el
otro.
M
i padre y yo fuimos cercanos una vez. En Jamaica, e incluso
después de mudarnos aquí, éramos inseparables. La mayoría
de las veces sentía como que mi padre y yo éramos: los
Soñadores, contra mi madre y mi hermano: los No Soñadores.
Él y yo vimos cricket juntos. Era su audiencia cuando corría por las filas
para las audiciones. Cuando finalmente fuera un famoso actor de
Broadway, me daría todas las mejores cosas para niñas, me decía. Escuché
sus historias sobre cómo sería nuestra vida después que se hiciera famoso.
Escuché mucho después que mi madre y mi hermano hubieran dejado de
escuchar.
Las cosas empezaron a cambiar hace unos cuatro años, cuando tenía
trece. Mi mamá se enfermó de vivir en un apartamento de un dormitorio.
Todos sus amigos en Jamaica vivían en sus propias casas. Se enfermó de mi
papá trabajando en el mismo trabajo por básicamente el mismo sueldo. Se
puso enferma de oír lo que pasaría cuando su barco arribara. Sin embargo,
nunca le dijo nada, solo a mí.
Ustedes son demasiado grandes para estar durmiendo en la sala ahora.
Necesitan privacidad.
Nunca voy a tener una verdadera cocina y una verdadera nevera. Es
hora que abandone esa tontera ahora.
Y luego perdió su trabajo. No sé si fue despedido o echado. Mi madre
dijo una vez que pensaba que él había dejado de fumar, pero no pudo
probarlo.
El día en que sucedió, dijo:
—Tal vez sea una bendición disfrazada. Dame más tiempo para seguir
mi actuación.
No sé con quién estaba hablando, pero nadie respondió.
Ahora que no estaba trabajando, dijo que haría audición para
papeles. Pero casi nunca lo hacía. Siempre había una excusa:
No estoy bien para esa parte.
No les va a gustar el acento, hombre.
Me estoy haciendo demasiado viejo ahora. Actuar es un juego de
hombre joven.
Cuando mi madre llegó a casa del trabajo por la noche, mi padre le
dijo que estaba tratando. Pero mi hermano y yo lo sabíamos mejor.
Todavía recuerdo la primera vez que lo vimos desaparecer en una obra
de teatro. Peter y yo habíamos caminado a casa desde la escuela.
Sabíamos que había algo extraño porque la puerta estaba abierta. Nuestro
padre estaba en la sala de estar, nuestro dormitorio. No sé si no nos oyó
entrar, pero no reaccionó. Tenía un libro en la mano. Más tarde me di cuenta
que era en realidad un rol. A Raisin in the Sun.
Llevaba una camisa blanca con botones y pantalón, y recitando las
líneas. No sé por qué estaba sosteniendo la obra porque ya la tenía
memorizada. Todavía recuerdo partes del monólogo. El personaje decía
algo acerca de ver su futuro estirado delante de él y cómo, el futuro, era
sólo un espacio vacío inminente.
Cuando mi padre finalmente nos notó viendo, nos regañó por
escabullirnos. Al principio pensé que estaba avergonzado. A nadie le gusta
que lo tomen desprevenido. Más tarde, sin embargo, me di cuenta que era
más que eso. Estaba avergonzado, como si lo hubiéramos atrapado
engañando o robando.
Después de eso él y yo no hacíamos nada juntos. Dejó de mirar cricket.
Rechazó todas mis ofertas para ayudarlo a memorizar líneas. Su lado de la
habitación de mis padres empezó a estar más lleno de pilas de libros de
bolsillo, usados y amarillentos, de obras famosas. Conocía todos los papeles,
no sólo las pistas, sino también las partes de los números.
Eventualmente, se detuvo con toda pretensión de audición o buscar
un trabajo. Mi madre renunció a la pretensión que alguna vez tuviéramos
una casa o incluso encontrar un apartamento con más de un dormitorio.
Tomó turnos extra en el trabajo para llegar a fin de mes. El verano pasado,
conseguí un trabajo en McDonald's en lugar de ser voluntaria en el hospital
New York Methodist, como solía hacerlo.
Han pasado más de tres años de esto. Llegamos a casa de la escuela
para encontrarlo encerrado en su dormitorio, diciendo líneas a nadie. Sus
partes favoritas son los largos y dramáticos monólogos. Él es Macbeth y
Walter Lee Younger. Se queja amargamente de tal o cual actor y de su falta
de habilidad. Halaga a los que él juzga que son buenos.
Hace dos meses, sin culpa suya, consiguió una parte. Alguien que había
conocido años atrás durante una de sus audiciones iba a montar una
producción de A Raisin in the Sun. Cuando le dijo a mamá, lo primero que
preguntó fue, “¿Cuánto te pagarán?”.
No felicitaciones. No estoy muy orgullosa de ti. No ¿qué parte? o
¿cuándo es? o ¿estás emocionado? Sólo, ¿cuánto te pagarán?
Ella lo miró con ojos planos cuando lo dijo. No impresionados. Ojos
cansados que acababan de salir de dos turnos seguidos.
Creo que estábamos un poco sorprendidos. Incluso ella se había
sorprendido. Sí, había estado frustrada con él durante años, pero ese
momento nos mostró lo distanciados que estaban ahora. Incluso Peter, que
está de parte de mi madre en todas las cosas, se estremeció un poco.
Aun así. No podría culparla. Realmente no. Mi padre había estado
soñando su vida por años. Vivía en esas obras en vez del mundo real.
Todavía lo hace. Mi madre ya no tenía tiempo para soñar.
Yo tampoco.
Una historia de arrepentimientos, parte 3

É
l está un poco aterrado de Natasha, para ser honestos. ¿Las cosas
en las que está interesada ahora? Química, física y matemáticas.
¿De dónde vienen ellos? A veces, cuando él la mira haciendo su
tarea en la mesa de la cocina, piensa que pertenece a otra persona. Su
mundo es más grande que él y las cosas que le enseñó. No sabe cuándo lo
superó.
Una noche después que ella y Peter se hubieran ido a la cama, fue a
la cocina a buscar agua. Había dejado su libro de matemáticas y sus tareas
en la mesa. Samuel no sabe lo que le sobrevino, pero encendió la luz, se
sentó y leyó el libro. Parecía un jeroglífico, como una lengua antigua dejada
hace un tiempo y un pueblo que jamás podría entender. Lo llenó con una
especie de temor. Permaneció sentado durante un largo rato, pasando los
dedos por los símbolos, deseando que su piel fuera lo suficientemente
porosa como para dejar entrar todo el conocimiento e historia del mundo.
Después de esa noche, cada vez que la miraba tenía la vaga
sensación que alguien había entrado cuando él no estaba mirando y
arrebató a su dulce niña.
A veces, sin embargo, todavía vislumbra a la vieja Natasha. Ella le daría
una mirada como lo hacía cuando era más joven. Es una mirada que quiere
algo de él. Una mirada que quiere que sea más, haga más y ame más. Lo
molesta. A veces, la resiente. ¿Ya no ha hecho lo suficiente? Es su primera
hija. Ya ha renunciado a todos sus sueños por ella.
N
o sé qué hacer conmigo mismo ahora. Se supone que estoy
volando con el viento, pero ya no hay viento. Quiero conseguir
un traje de vagabundo, un sándwich y gritar, ¿ahora qué,
Universo?, a través de él. Sin embargo, ahora puede ser un buen momento
para admitir que el universo no está prestando atención.
Es justo decir que odio todo y a todo el mundo.
El universo es un idiota, al igual que Charlie.
Charlie.
Ese saco de mierda.
Charlie, que le dijo a mi podría-ser novia que no teníamos oportunidad.
Charlie, que la acusó de ser una ladrona de tiendas. Charlie, que le dijo que
yo tenía una polla pequeña. Charlie, que he querido golpear en la cara
durante once años.
Tal vez este sea el viento. Mi odio por Charlie.
No hay tiempo como el presente.
Hoy no tengo nada que perder.
L
a asistente legal está más arrugada cuando la veo esta vez. Un
mechón de su cabello está fuera de lugar y cae sobre sus ojos. Sus
ojos brillan bajo las luces fluorescentes, y su lápiz labial rojo brillante
se ha ido. Parece que la han besado.
Reviso mi teléfono para asegurarme que no es demasiado temprano o
tarde, pero estoy justo a tiempo.
—Bienvenida de nuevo, señorita Kingsley. Sígame por favor.
Se pone de pie y empieza a caminar.
—Jeremy, quiero decir, el señor Fitz... Quiero decir que el fiscal Fitzgerald
acaba de llegar.
Ella golpea quedo la única puerta y espera, con los ojos aún más
brillantes que antes.
La puerta se abre.
Podría no estar allí, porque el abogado Fitzgerald no me ve en absoluto.
Mira a su asistente de una manera que me hace querer disculparme por
entrometerme. Ella lo está mirando de la misma manera.
Me aclaro la garganta muy fuerte.
Finalmente aparta la mirada de ella.
—Gracias, señorita Winter —dice. Podría estar declarando su amor.
Lo sigo. Se sienta en su escritorio y presiona sus dedos contra sus sienes.
Tiene un pequeño vendaje justo encima de su ceja y otro alrededor de su
muñeca. Parece una versión más vieja y más agobiada de la imagen en su
sitio web. Las únicas cosas que son iguales son que es blanco, y sus ojos son
verde claro.
—Siéntate, siéntate, siéntate, siéntate —dice en un solo suspiro—.
Perdón por el retraso. Tuve un pequeño accidente esta mañana, pero ahora
no tenemos mucho tiempo, así que, por favor, dime cómo todo esto pasó.
No estoy segura por dónde empezar. ¿Debo decirle a este abogado
toda la historia? ¿Qué debo incluir? Siento que necesito volver el tiempo
para explicar todo.
¿Debería contarle sobre los sueños abortados de mi padre? ¿Debería
decirle que creo que los sueños nunca mueren incluso cuando están
muertos? ¿Debería decirle que sospecho que mi padre vive una vida mejor
en su cabeza? En esa vida, es renombrado y respetado. Sus hijos lo admiran.
Su esposa lleva diamantes y es la envidia de hombres y mujeres por igual.
Me gustaría vivir en ese mundo también.
No sé por dónde empezar, así que empiezo con la noche en que
arruinó nuestras vidas.
La historia de una hija

E
l teatro era aún más pequeño de lo que Peter y yo esperábamos.
El letrero dice MÁXIMA CAPACIDAD: 40 PERSONAS. Los boletos
eran de quince dólares cada uno, con los ingresos que cubrían el
alquiler del espacio por dos horas en un miércoles por la noche. A los actores
no se les daba boletos de cortesía para amigos y familiares, así que tuvo que
comprar tres para nosotros.
Mi padre ama los rituales y ceremonias, pero tiene muy pocas cosas
sobre las que hacer un ritual o una ceremonia. Ahora tenía esta obra, y esas
entradas. No podía evitarlo. Primero salió y recogió el plato de comida
china, el pollo de Tso y el arroz frito de camarón para todo el mundo.
Nos sentó a todos en la pequeña mesa de nuestra cocina. Nunca
comíamos en la mesa, porque es estrecha con más de dos personas
sentadas en ella. Esa noche, sin embargo, insistió en que comiéramos juntos
como familia. Incluso nos sirvió él mismo, cosa que nunca había ocurrido
antes. A mi madre le dijo: “¿Ves? Tengo platos de papel para que no tengas
un montón de platos para lavar más tarde”. Lo dijo con un acento
americano perfecto.
Mi madre no respondió. Deberíamos haber tomado eso como una
señal.
Tan pronto como terminamos de comer, se puso de pie y sostuvo un
sencillo sobre blanco en el aire como si fuera un trofeo.
—Vamos a ver lo que tenemos para el postre —dijo. Hizo y mantuvo
contacto visual con cada uno de nosotros a su vez. Miré cómo mi mamá
apartó la mirada, antes que él mirara a Peter y luego a mí—. Mi familia.
Háganme el gran honor de venir a verme actuar el papel de Walter Lee
Younger en la producción de A Raisin in the Sun de la producción de Villa
Troupe.
Luego abrió el sobre lentamente, como si estuviera en los Premios de la
Academia, anunciando la categoría de Mejor Actor. Sacó los boletos y nos
dio uno a cada uno de nosotros. Parecía muy orgulloso. Más que eso, se veía
tan presente. Durante unos minutos, no estaba perdido en su cabeza, ni en
una obra de teatro, ni en alguna fantasía de ensueño. Estaba allí con
nosotros, y no quería estar en otro sitio. Había olvidado cómo era eso. Él tenía
esta mirada que puede hacerte sentir visto.
Hubo un tiempo en que mi padre era todo mi mundo, y en ese
momento realmente lo extrañé. Sin embargo, ¿más que eso? Extrañaba los
días en que pensé que todo lo que necesitaba para hacerlo feliz era
nosotros, su familia. Hay fotos desde que yo tenía tres años usando una
camiseta MI PAPÁ ES EL MEJOR. En él había un pingüino padre y un pingüino
hija que se tomaban las manos, rodeados por corazones azules congelados.
Ojalá me sintiera de esa manera. Crecer y ver los defectos de tus
padres es como perder tu religión. Ya no creo en Dios. Tampoco creo en mi
padre.
Mi madre apretó los dientes cuando le dio el boleto. Podría haberle
dado una bofetada.
—Tú y tu locura —dijo, y se puso de pie—. Puedes guardarte tu boleto.
No voy a ninguna parte.
Salió de la cocina. Escuchamos mientras caminaba los veinte pasos
hasta el baño y cerró la puerta con toda su fuerza.
Ninguno de nosotros sabía qué decir. Peter se desplomó en su silla y
bajó la cabeza para que no pudiera encontrar su rostro debajo de sus rastas.
Sólo miré el espacio donde ella había estado. Los ojos de mi padre
desaparecieron detrás de su velo soñador. En su manera típica de negación
de la realidad, dijo:
—No se preocupen por su madre. No lo dijo en serio, hombre.
Pero lo dijo en serio. No fue con nosotros. Ni siquiera Peter pudo
convencerla. Dijo que el precio del boleto era una pérdida de su dinero
duramente ganado.
En la noche del espectáculo, Peter y yo tomamos el metro solos al
teatro. Mi padre se había adelantado para prepararse. Nos sentamos en la
primera fila y sin mencionar el asiento vacío al lado de nosotros.
Quiero poder decir ahora que él no era bueno. Que sus talentos eran
sólo mediocres. Mediocre explicaría todos los años de rechazo. Explicaría
por qué renunció y se retiró de la vida real, hacia su cabeza. Y no sé si puedo
ver claramente a mi padre. Tal vez todavía lo estoy viendo con mis viejos
ojos de adoración de héroes, pero lo que vi fue esto:
Él era excelente.
Era trascendente.
Él pertenecía en ese escenario más de lo que ha pertenecido con
nosotros.
A
dolescente de la zona bastante seguro que el día no puede
empeorar, está equivocado sobre eso.
Mi papá está con un cliente cuando entro. Sus ojos me
dicen que tendrá muchas cosas que decirme más tarde.
También podría darnos algo más de qué hablar.
Es justo después de la hora del almuerzo, así que la tienda está bastante
vacía. Sólo hay otro cliente; una mujer mirando secadores de cabello.
No veo a Charlie limpiando ni reponiendo ninguna de los anaqueles,
así que imagino que debe estar holgazaneando en el almacén en la parte
de atrás.
Ni siquiera estoy nervioso. No me importa una mierda si me golpea la
cara, siempre y cuando diga lo que tengo que decir primero. Dejo caer mi
chaqueta fuera de la puerta del almacén y giro el mango, pero está
cerrado con llave. No hay razón para estar encerrado con él en él.
Probablemente se está masturbando allí.
Abre la puerta antes que pueda golpearla. En lugar de su habitual
desprecio, su rostro es una combinación de cansado y defensivo. Debe
haber pensado que era mi papá tratando de entrar.
Tan pronto como ve que soy sólo yo, su rostro se convierte en una
completa sonrisa de superioridad de idiota. Hace un espectáculo de mirar
sobre mi hombro y alrededor de mí.
—¿Dónde está tu novia? —Él dice novia como si fuera una broma, la
forma en que dirías una palabra como moco.
Estoy allí mirándolo, tratando de averiguar no cómo estamos
relacionados, sino por qué. Me empuja, chocando deliberadamente con mi
hombro.
—¿Te dejó ya? —pregunta, después de echar un rápido vistazo a un
par de pasillos para verificar que realmente no está aquí. Su sonrisa de
comemierda está firmemente en su lugar.
Está provocándome, lo sé. Lo sé, y todavía estoy dejando que el
gancho me penetre como un tonto pez que ha sido enganchado mil
millones de veces antes y todavía no ha comprendido aún que los ganchos
son el enemigo.
—Vete a la mierda, Charlie —digo.
Eso lo toma fuera de guardia. Deja de sonreír y me mira bien. Me falta
la corbata y la chaqueta. Mi camisa está fuera del pantalón. No me veo
como alguien que tiene la entrevista más importante de su vida en un par
de horas. Me veo como alguien que quiere meterse en una pelea.
Inflándose como un pez globo. Siempre ha estado tan orgulloso de los
dos años y cuatro centímetros que tiene sobre mí. Es sólo él y yo aquí, y eso
lo hace audaz.
—¿Por. Qué. Estás. Aquí. Hermanito? —pregunta. Se acerca más, de
modo que estamos frente a frente, y empuja su rostro más cerca al mío.
Él espera que yo retroceda.
No retrocedo.
—Vine a hacerte una pregunta.
Retira su cara un poco.
—Claro, me la tiraría —dice—. ¿Es eso lo que pasó? ¿Me quiere en lugar
de a ti?
La cosa sobre ser un pez en un gancho es que cuanto más intentas
liberarte, más atrapado estás. El gancho sólo se entierra más profundo y
sangras un poco más. No puedes salir del gancho. Sólo puedes atravesarlo.
Dicho de otra manera: el gancho tiene que pasar por ti, y va a doler como
un hijo de puta.
—¿Por qué eres así? —le pregunto.
Si lo he sorprendido, no lo demuestra. Simplemente continúa con su
habitual miseria.
—¿Así cómo? ¿Más grande, más fuerte, más inteligente, mejor?
—No. ¿Por qué eres un idiota conmigo? ¿Qué te he hecho?
Esta vez no puede ocultar su sorpresa. Sale de mi espacio, incluso da
un paso atrás.
—Lo que sea. ¿Es por eso por lo que viniste? ¿Para lloriquear que soy
malo contigo? —Me mira de arriba a abajo—. Luces como una mierda. ¿No
tienes que intentar entrar en la Segunda-Mejor Escuela hoy?
—No me importa eso. Ni siquiera quiero ir —lo digo en voz baja, pero
todavía se siente bien decirlo en absoluto.
—Habla. Mas. Fuerte. Hermanito. No te escuché.
—No quiero ir —digo más fuerte, antes de darme cuenta que mi papá
dejó su posición en la registradora y ahora está lo suficientemente cerca
para escucharme. Comienza a decir algo, pero entonces el timbre de la
puerta suena. Se aleja.
Me vuelvo hacia Charlie.
—He estado tratando de entenderlo por años. Tal vez hice algo contigo
cuando éramos más jóvenes y no me acuerdo.
Resopla.
—¿Qué puedes hacerme? Eres demasiado patético.
—¿Entonces solo eres un idiota? —pregunto—. ¿Simplemente es la
manera en la que estás hecho?
—Soy más fuerte. Y más inteligente. Y mejor que tú.
—Si eres tan inteligente, ¿qué estás haciendo aquí, Charlie? ¿Es el pez
grande, un síndrome de estanque pequeño? ¿Eras un pequeño imbécil
pescando en Harvard?
Cierra sus puños.
—Cuida tu lenguaje.
Mi conjetura es buena. Más que buena, incluso.
—Tengo razón, ¿no? No eres el mejor allí. Resulta que no eres el mejor
aquí tampoco. ¿Cómo se siente ser el segundo mejor hijo?
Ahora soy el que tiene el gancho. Su rostro está rojo y está inflándose
de nuevo. Se mete en mi rostro. Si aprieta más su mandíbula, se romperá.
—¿Quieres saber por qué no me gustas? Porque eres igual que ellos. —
Señala su barbilla en la dirección de nuestro papá—. Tú y tu comida
coreana y tus amigos coreanos y estudiando coreano en la escuela. Es
patético. ¿No lo entiendes, hermanito? Eres como todos los demás.
Espera. ¿Qué?
—¿Me odias porque tengo amigos coreanos?
—Coreano es todo lo que eres —gruñe—. Ni siquiera somos del maldito
país.
Y lo entiendo. Realmente lo hago. Algunos días es difícil estar en
América. Algunos días siento que estoy a medio camino de la luna,
atrapado entre la Tierra y esto.
La lucha me deja. Lo siento por él ahora, y eso es exactamente lo peor
que puedo hacerle. Ve la compasión en mi cara. Lo enfurece. Me agarra
por el cuello.
—Vete a la mierda. ¿Crees que porque te creció el cabello y te gusta
la poesía nadie va a tratarte diferente? ¿Crees que porque traes una chica
negra aquí? ¿O debo llamarla afroamericana, o tal vez simplemente...?
Pero no lo dejo sacar la palabra. Pensé que tendría que trabajar en ello,
pero no tengo que hacerlo.
Lo golpeo justo en el puto rostro.
Mi puño lo atrapa alrededor del área del ojo, así que mis nudillos
golpean principalmente hueso. Me duele más de lo que tiene derecho,
dado que soy el que supuestamente está librando este golpe. Él tropieza
atrás, pero no cae como la gente en las películas.
Esto es, francamente, decepcionante. Sin embargo, la mirada en su
cara vale la pena todos los huesos que estoy seguro que están rotos en mi
mano. Definitivamente le hice daño. Lo que quiero decir es: le causé dolor
físico, como era mi intención. Quería que él supiera que yo, su hermanito,
podía repartir golpes y no simplemente tomarlo. Ahora sabe que puedo
herirlo, y que he terminado de soportar su mierda.
Sin embargo, no hago suficiente daño. Veo su expresión girar del dolor
a la sorpresa a la rabia. Él viene a mí con sus cuatro centímetros extras y sus
cuarenta kilos adicionales de músculo.
Primero me golpea en el estómago. Juro que es como si su puño pasara
por mi estómago y a través de mi médula espinal. Me doblo y pienso que tal
vez sólo me quedaré en esta posición, pero él no lo está teniendo. Me
levanta del cuello. Trato de bloquear mi rostro con las manos porque sé que
es a donde va, pero el golpe en el estómago me hace lento.
Su puño irrumpe en el lado de mi boca. Mi labio se abre en el interior
de estrellarse contra mis dientes. Se divide en el exterior porque el bastardo
me golpeó mientras llevaba un anillo gigantesco de la sociedad secreta.
Eso va a dejar una marca (posiblemente para siempre).
Todavía tiene mi cuello en su puño, listo para dar otro golpe, pero estoy
listo para él. Bloqueo mi rostro con mis manos y subo mi rodilla directamente
a sus bolas; duro, pero no lo suficientemente duro para evitar que tenga
futuros pequeños engendros diabólicos.
Soy así de simpático.
Está abajo en el suelo, agarrando las joyas de la familia que él desea
no fueran coreanos, y yo estoy sosteniendo mi mandíbula, intentando
calcular si todavía tengo todos mis dientes, cuando mi papá viene a
nosotros.
—¿Museun iriya? —dice. Lo que vagamente se traduce a “¿QUÉ ESTÁ
PASANDO AQUÍ?
L
os dedos del abogado Fitzgerald están apretados y sus ojos están
fijos en los míos. Se inclina ligeramente hacia adelante en su silla.
No puedo decidir si está escuchando, o si sólo quiere parecer
como si estuviera escuchando.
¿Cuántas historias como la mía ha escuchado a lo largo de los años?
Me sorprende que no me esté diciendo que llegue al punto. Termino de
contarle todo sobre la noche en cuestión:
Los actores hicieron tres reverencias. Hubieran hecho un cuarto si los
miembros de la audiencia no hubieran comenzado a salir en fila.
Después, Peter y yo nos quedamos en nuestros asientos, esperando a
que nuestro padre volviera a buscarnos. Esperamos treinta minutos antes
que apareciera. No creo que fuera porque sabía que estábamos
esperando. Apareció a través de las gruesas cortinas rojas y caminó hacia
el centro del escenario. Permaneció allí durante un minuto, simplemente
mirando el teatro vacío.
No creo en las almas, pero su alma estaba en su rostro. Nunca lo he
visto más feliz. Estoy segura que nunca volverá a ser tan feliz.
Peter rompió el hechizo porque yo no pude obligarme a hacerlo.
—¿Estás listo, Pops? —gritó.
Mi padre nos miró con sus distantes ojos. Cuando nos mira así, no estoy
segura si es él quien está perdido o nosotros.
Peter se sintió incómodo, como siempre hace cuando mi padre hace
eso.
—¿Pops? ¿Estás listo, hombre?
Cuando mi padre finalmente habló, no tenía ningún rastro de acento
jamaicano y ninguna dicción jamaicana en absoluto. Sonaba como un
extraño.
—Ustedes adelántense. Los veré más tarde.
Paso a través del resto de la historia. Mi padre pasa el resto de esa
noche bebiendo con sus nuevos amigos actores. Bebe demasiado. En su
camino a casa, choca su auto en un patrullero estacionado. En su
borrachera le dice al oficial de policía toda la historia de nuestra llegada a
América. Me imagino que monologueó para esta audiencia de uno. Él le
dice al policía que somos inmigrantes indocumentados, y que América
nunca le dio una buena oportunidad. El oficial lo arresta y llama a
Inmigraciones y Aduanas.
Las cejas del abogado Fitzgerald están surcadas.
—¿Pero por qué haría tu padre eso? —pregunta.
Es una pregunta a la cual sé la respuesta.
La historia de un padre
PERSONAJES
Patricia Kingsley, 43
Samuel Kingsley, 45
SEGUNDO ACTO
ESCENA TRES

D
ormitorio interior. Una sola cama de tamaño queen con
cabecera domina el espacio. Tal vez una foto o dos. El suelo del
lado de la cama de Samuel está rebosante de libros. Derecha
del escenario vemos una apertura a un pasillo. La hija adolescente de
Samuel y Patricia está escuchando, pero ni Samuel ni Patricia lo saben. No
está claro que les importaría si lo hicieran.
PATRICIA: Señor ten misericordia, Kingsley.
Ella está sentada en el borde de su cama. Su rostro está en sus manos.
Su discurso es amortiguado.
SAMUEL: No significa nada, hombre. Vamos a conseguir un buen
abogado.
Samuel Kingsley está de pie en su lado de la habitación. Está
encorvado con su rostro en la sombra. Un reflector brilla intensamente en la
hoja de papel que sostiene en su mano izquierda.
PATRICIA: ¿Y cómo vamos a pagar un abogado, Kingsley?
SAMUEL: Señor, Patsy. Lo averiguaremos, hombre.
Patricia quita la cara de sus manos y mira a su marido como si lo viera
por primera vez.
PATRICIA: ¿Recuerdas el día que nos conocimos?
Samuel lentamente arruga el papel en su mano. Él continúa haciendo
esto en toda la escena.
PATRICIA: ¿No lo recuerdas, Kingsley? ¿Cómo entraste en la tienda, y
luego volviste día tras día? Eso fue tan gracioso. Un día compras algo y al
día siguiente lo devuelves hasta que me agotaste.
SAMUEL: No era agotar, Patsy. Era cortejar.
PATRICIA: ¿Recuerdas todas las promesas que me hiciste, Kingsley?
SAMUEL: Patsy…
PATRICIA: Dijiste que todos mis sueños se harían realidad. Tendríamos
niños y dinero y casa grande. Me dijiste que mi felicidad era más importante
que la tuya. ¿Recuerdas eso, Kingsley?
Se levanta de la cama y el reflector la sigue mientras se mueve.
SAMUEL: Patsy…
PATRICIA: Déjame decirte algo. No te creí cuando empezamos. Pero
después de un tiempo cambié de opinión. Eres un buen actor, Kingsley,
porque me haces creer todas las cosas bonitas que me dices.
El papel en la mano de Samuel está completamente arrugado ahora.
El reflector se mueve hacia su rostro y ya no está encorvado. Está enojado.
SAMUEL: ¿Sabes de qué me cansé de oír hablar? Estoy cansado de tus
sueños. ¿Qué pasa con los míos? Si no fuera por ti y por los niños, tendría
todas las cosas que yo quisiera. Te quejas de la casa y cocina y habitación
extra. Pero, ¿qué pasa conmigo? No tengo ninguna de las cosas que quiero.
No puedo usar mi talento dado por Dios. Lamento el día en que entré en esa
tienda. Si no fuera por ti y los niños, mi vida sería mejor. Estaría haciendo lo
que Dios me puso en esta tierra para hacer. No quiero oír nada más acerca
de tus sueños. No son nada comparado con los míos.
P
ero no le cuento al abogado Fitzgerald esa parte, sobre cómo la
esposa de mi padre e hijos son su mayor arrepentimiento porque
nos metimos en la vida que había soñado para sí mismo.
En cambio, digo:
—Unas semanas después de ser arrestado, recibimos el Aviso de
Citación de Seguridad Nacional.
Mira hacia uno de los formularios que llené antes para el asistente
jurídico y saca una libreta amarilla del cajón de su escritorio.
—Entonces fuiste a la Audiencia de Inmigración. ¿Llevaste un abogado
contigo?
—Solo mis padres fueron —le digo—. Y no llevaron un abogado. —Mi
mamá y yo hablamos mucho antes de la cita. ¿Deberíamos contratar un
abogado que en verdad no podíamos pagar, o esperar a ver qué sucedía
en la audiencia? Habíamos leído en internet que en realdad no se
necesitaba un abogado para la primera cita. En ese punto mi papá todavía
estaba insistiendo en que todo se resolvería milagrosamente. No lo sé. Tal
vez queríamos creer que era cierto.
El abogado Fitzgerald niega y anota algo en su libreta legal.
—Entonces en la audiencia, el abogado les dice que pueden aceptar
una Salida Voluntaria o una Cancelación de Remoción. —Mira mis
formularios—. ¿Tu hermano menor es ciudadano de los Estados Unidos?
—Sí —digo, mirando mientras lo anota también. Peter nació casi nueve
meses después que nos mudamos aquí. Mis padres todavía estaban felices
con el otro en este momento.
Mi padre no aceptó la Remoción Voluntaria en esa audiencia. Esa
noche, mi mamá y yo buscamos la Cancelación de Remoción. Para poder
calificar, mi papá necesitaba haber vivido en los Estados Unidos al menos
diez años, haber mostrado un buen carácter moral, y ser capaz de probar
que ser deportado provocaría un gran daño a una esposa, padre o hijo que
era ciudadano estadounidense. Pensamos que la ciudadanía de Peter sería
nuestra salvación. Contratamos al abogado más barato que pudimos
encontrar y fuimos a la Audiencia de Méritos armados con esta nueva
estrategia. Pero resulta ser, que es demasiado difícil probar “un daño
extremo”. Volver a Jamaica no pondría en peligro la vida de Peter, y a nadie
le importa el peligro psicológico de sacar a un niño de su hogar, ni siquiera
a Peter.
—Y en la Audiencia de Méritos el juez niega tu caso y tu padre acepta
la Remoción Voluntaria —dice el abogado Fitzgerald planamente, como si
el resultado fuera inevitable.
Asiento en lugar de responder en voz alta. No estoy segura que sea
capaz de hablar sin llorar. Cualquier esperanza que tuviera se está
desvaneciendo.
Había discutido que debíamos apelar la decisión del juez, pero nuestra
abogada no lo aconsejó. Dijo que no teníamos caso y que estábamos sin
opciones. Sugirió que nos fuéramos voluntariamente para que no quedara
una deportación en nuestros antecedentes. De esa forma tendríamos la
esperanza de regresar algún día.
Fitzgerald deja su lapicero y se echa hacia atrás en la silla.
—¿Por qué fuiste a los Servicios de Inmigración hoy? Ni siquiera es su
jurisdicción.
Aclaro las lágrimas llenando mi garganta antes de responder.
—No sabía qué más hacer. —La verdad es, que a pesar del hecho de
que no creo en milagros, estaba esperando uno.
Se queda en silencio por un rato.
Finalmente, no puedo soportarlo más.
—Está bien —digo—. Sé que no tengo opciones. Ni siquiera sé por qué
vine aquí.
Hago un movimiento para levantarme, pero me hace señas para que
me siente. Junta sus dedos de nuevo y mira alrededor de la oficina. Sigo sus
ojos a las cajas sin desempacar alineadas en la pared a su derecha. Detrás
de él, una silla plegable descansa contra un estante vacío.
—Acabamos de mudarnos —dice—. La gente de la construcción se
suponía que terminarían hace semanas, pero ya sabes lo que dicen sobre
los planes. —Sonríe y toca el vendaje de su frente.
—¿Está bien, señor Fitz…?
—Estoy bien —dice, frotando el vendaje.
Toma una imagen enmarcada de su escritorio y la mira.
—Esta es la única cosa que he desempacado hasta ahora. —Gira la
foto para que pueda verla. Es él con su esposa y dos niños. Parecen felices.
Educadamente felices.
La vuelve a dejar y me mira.
—Nunca está sin opciones, señorita Kingsley.
Me toma un segundo darme cuenta que está de nuevo hablando de
mi caso. Me inclino en mi asiento.
—¿Está diciendo que puede arreglarlo?
—Soy uno de los mejores abogados de inmigración de la ciudad —
dice.
—Pero ¿cómo? —pregunto. Dejo mis manos sobre su escritorio,
presionando mis dedos en la madera.
—Déjeme ir a ver a un viejo juez amigo mío. Él podrá hacer que la
Remoción Voluntaria sea revertida para que al menos no deban irse esta
noche. Después de eso podemos presentar una apelación con la JAB: Junta
de Apelación de Inmigración.
Mira su reloj.
—Sólo dame unas horas.
Abro mi boca para preguntar por más hechos y especificaciones. Lo
encuentro tranquilizador. Recuerdo el poema. “La esperanza” es esa cosa
con plumas. Cierro la boca. Por segunda vez hoy estoy dejando ir los
detalles. Tal vez no los necesito. Sería tan genial dejar que alguien más tome
esta carga por un rato.
“La esperanza” es esa cosa con plumas. La siento aletear en mi
corazón.
M
i papá me mira de la cabeza a los pies, y me siento como el
haragán de segunda por quien siempre me ha tomado.
Siempre seré el Segundo Hijo para él, sin importar qué haga
Charlie. Debo de lucir peor que cuando vine la primera vez. El botón superior
de mi camisa no está de donde Charlie me agarró. Incluso hay una mancha
de sangre por mi labio lastimado. Estoy sudoroso, y mi cabello está
despeinado por un lado de mi cara. Material Premium de Yale justo aquí.
Me da una orden.
—Consigue hielo para tu labio y vuelve aquí.
Charlie es el siguiente.
—¿Golpeaste a tu hermano menor? ¿Eso fue lo que aprendiste de
América? ¿A golpear a tu familia?
Casi me quiero quedar y escuchar a dónde va esto, pero mi labio
hinchado se está inflando más. Voy al cuarto de atrás y agarro una lata de
Coca Cola y la presiono en mi labio.
Nunca me ha gustado este cuarto. Es muy pequeño y siempre está
lleno de cajas a medio abrir de productos. No hay sillas, así que me siento
en el suelo con mi espalda contra la puerta para que nadie pueda entrar.
Necesito cinco minutos antes de lidiar con mi vida de nuevo.
Mi labio palpita a tiempo con mi pulso. Me pregunto si necesito puntos.
Presiono la lata más fuerte y espero sentir (o no sentir) el entumecimiento.
Esto es lo que consigo por dejar que el Destino me guie, golpeado, sin
novia, sin futuro. ¿Por qué pospuse mi entrevista? Peor, ¿por qué dejé que
Natasha se fuera?
Tal vez ella tenía razón. Sólo busco a alguien que me salve. Estoy
buscando a alguien que me saque del camino en que mi vida está, porque
no sé cómo hacerlo por mi cuenta. Estoy buscando ser abrumado por el
amor, y lo destinado a ser y el destino para que las decisiones de mi futuro
estén fuera de mis manos. No seré yo desafiando a mis padres. Será el
Destino.
La lata de soda funciona. No puedo sentir más mis labios. Es bueno que
Natasha no esté aquí, porque mis días de besar se acabaron, al menos por
hoy. Y con ella, no hay un mañana.
No es que me vaya a dejarla besar de nuevo.
Desde el otro lado de la puerta, mi papá me ordena salir. Vuelvo a
dejar la lata en la nevera y me acomodo la camisa.
Abro la puerta para encontrarlo de pie solo. Se inclina más cerca de
mí.
—Tengo una pregunta para ti —dice—. ¿Por qué crees que importa lo
que quieres?
La forma en que lo pregunta, como si de verdad estuviera confundido
por la emoción. ¿Qué es este deseo y necesidad del que hablas? Está
confundido por qué importan en absoluto.
—¿A quién le importa lo que quieres? La única cosa que importa es lo
que es bueno para ti. Tu madre y yo sólo nos preocupamos por lo que es
bueno para ti. Vas a la escuela, te conviertes en doctor, eres exitoso.
Entonces nunca tendrás que trabajar en una tienda como esta. Entonces
vas a tener dinero y respeto, y todas las cosas que quieres vendrán.
Encontrarás una buena chica, tendrás hijos y tendrás el sueño americano.
¿Por qué echarías a perder tu futuro por cosas temporales que sólo quieres
ahora?
Es lo más que alguna vez mi padre me ha dicho en una sola vez. Ni
siquiera está molesto mientras lo dice. Habla como si estuviera intentando
enseñarme algo básico. Una más uno es igual a dos, hijo.
Desde que compra las pinturas de oleo para omma, he querido tener
una conversación como ésta con él. He querido saber por qué quiere las
cosas que quiere para nosotros. Por qué es tan importante para él. Quiero
preguntarle si cree que la vida de omma habría sido mejor si hubiera seguido
pintando. Quiero saber si está triste de que se rindiera por él y por nosotros.
Tal vez este momento entre mi papá y yo es el significado del hoy. Tal
vez pueda empezar a entenderlo. Tal vez pueda empezar a entenderme.
—Appa… —empiezo, pero alza su mano para silenciarme y la deja ahí.
El aire a nuestro alrededor es quieto y metálico. Me mira, a través de mí y
más allá de mí hacia otra época.
—No —dice—. Déjame terminar. Tal vez lo dejé demasiado fácil para
ustedes. Tal vez es mi culpa. No sabes la historia. No sabes lo que la pobreza
puede hacer. No te lo cuento porque creo que las cosas son mejor de esa
forma. Mejor no saber. Tal vez estoy equivocado.
Estoy tan cerca. Estoy al borde de conocerlo. Estamos al borde de
conocernos el uno al otro.
Le voy a decir que no quiero las cosas que él quiere para mí. Voy a
decirle que estaré bien de cualquier modo.
—Appa… —digo de nuevo, pero otra vez su mano se levanta en el aire.
De nuevo soy silenciado. Él sabe lo que voy a decir, y no quiere escucharlo.
Mi padre está formado por el recuerdo de cosas que nunca sabré.
—Suficiente. Si no vas a Yale y te conviertes en un doctor, entonces
encuentra un trabajo y págate la universidad.
Camina al frente de la tienda.
Admitiré que hay algo refrescante en tenerlo todo extendido para mí.
Con futuro o no.
La chaqueta de mi traje está arrugada junto a la puerta. La agarro y la
me pongo. La solapa casi cubre la mancha de sangre.
Busco alrededor a Charlie, pero no está en ninguna parte.
Voy hacia la puerta. Mi papá está detrás de la caja registradora,
mirando a la nada. Estoy a punto de irme cuando dice la última cosa, la
cosa que ha estado esperando por decir.
—Vi la forma en que miras a esa chica —dice—. Pero eso nunca puede
ser.
—Creo que estás equivocado —le digo.
—No importa lo que creas. Haces lo que es correcto.
Hacemos y mantenemos contacto visual. Es mantener el contacto
visual lo que me dice que no está seguro de lo que haré.
Tampoco yo.
La historia de un padre

D
ae Hyun Bae abre y cierra la caja registradora. La abre y la cierra
de nuevo. Tal vez de verdad es su culpa que sus hijos sean de la
forma en que son. No les ha contado nada sobre su pasado. Lo
hace porque es un padre que ama a sus hijos con ferocidad, y es su forma
de protegerlos. Piensa que la pobreza es una especie de enfermedad
contagiosa, y no quiere que escuchen de esta y menos que la padezcan.
Abre la registradora y empaca los billetes grandes en la bolsa del
depósito. Charlie y Daniel creen que el dinero y la felicidad no están
relacionados. No saben lo que es la pobreza. No saben que la pobreza es
un cuchillo afilado tallándote. No saben lo que le hace a un cuerpo. A una
mente.
Cuando Dae Hyun tenía trece años y vivía todavía en Corea del Sur, su
padre empezó a educarlo para que se encargara del negocio escaso de
pesca de cangrejo. El negocio apenas y producía algo de dinero. Cada
temporada era una lucha por sobrevivir. Y cada temporada apenas
sobrevivían. Por la mayor parte de su niñez, no había ninguna duda en la
mente de Dae Hyun que eventualmente se encargaría del negocio. Era el
mayor de tres hijos. Era su lugar. La familia es el destino.
Todavía puede recordar el día que se encendió una pequeña rebelión
en su mente. Por primera vez, su padre lo había llevado en el bote pesquero.
Dae Hyun lo odió. Atrapados en las frías canastas de metal, los cangrejos
formaban una furiosa y retorcida columna de desesperación. Se movían y
abrían sus pinzas para escapar entre ellos, tratando de llegar a la cima y
escapar.
Incluso ahora, el recuerdo de ese primer día sale en momentos
inesperados. Dae Hyun desearía olvidarlo. Había imaginado que venir a
América lo borraría del todo. Pero el recuerdo siempre vuelve. Esos
cangrejos nunca se rendían. Luchaban hasta que se morían. Habrían hecho
cualquier cosa por escapar.
E
s difícil saber cómo sentirse ahora. Realmente no confío en lo que
ha pasado, o tal vez sólo no he tenido el tiempo suficiente para
procesarlo.
Reviso mi teléfono. Bev finalmente ha mandado un mensaje. Ama,
ama, ama Berkeley. Dice que cree que está destinada a ir allí. Además, los
chicos de California son lindos de una manera diferente a los chicos de
Nueva York. El último mensaje pregunta cómo estoy con una hilera de
emoticonos de un corazón roto. Decido llamar y contarle lo que el abogado
Fitzgerald dijo, pero no responde.
Le mando un mensaje.
Llámame.
Paso por las puertas giratorias y salgo al patio, y entonces dejo de
moverme. Un puñado de gente está almorzando en los bancos junto a la
fuente. Grupos separados de rápidos transeúntes en trajes entran y salen del
edificio. Una línea de limusinas negras está parada en la acera mientras sus
choferes fuman y hablan entre ellos.
¿Cómo puede este ser el mismo día? ¿Cómo puede toda esta gente
seguir con sus vidas totalmente inconscientes de lo que ha estado
sucediendo en la mía? A veces, tu mundo se sacude tan fuerte, que es difícil
imaginar que todos los demás no lo sienten también. Así es como me sentí
cuando recibimos por primera vez la noticia de la deportación. También es
como me sentí cuando descubrí que Rob me estaba engañando.
Saco mi teléfono de nuevo y busco el número de Rob, antes de
recordar que lo eliminé. Sin embargo, mi cerebro recuerda los números, y
marco el suyo de memoria. No me doy cuenta de por qué llamo hasta que
en realidad estoy al teléfono con él.
—Holaaaaaaa, Nat —dice con voz arrastrada. Ni siquiera tiene la
elegancia de sonar sorprendido.
—Mi nombre no es Nat —digo. Ahora que lo tengo al teléfono, no estoy
segura de querer hablar con él.
—Qué desagradable lo que tu nuevo amigo y tú hicieron hoy. —Su voz
es profunda y lenta y perezosa, como siempre ha sido. Es divertido que las
cosas que una vez parecían tan encantadoras, puedan convertirse en
aburridas y molestas. Pensamos que queremos todo el tiempo del mundo
con las personas que amamos, pero tal vez necesitamos lo opuesto. Sólo
una cantidad limitada de tiempo, así aún pensamos que la otra persona es
interesante. Tal vez no necesitamos los actos dos y tres. Tal vez el amor es
mejor en el acto uno.
Ignoro su regaño y la urgencia de señalar que él fue el que robó, y, por
lo tanto, él fue el desagradable.
—Tengo una pregunta —digo.
—Ve por ello —replica.
—¿Por qué me engañaste?
Algo cae al suelo en su extremo y tartamudea al principio de tres
respuestas diferentes.
—Cálmate —digo—. No llamo para pelear contigo y, definitivamente,
no quiero que volvamos juntos. Sólo deseo saber. ¿Por qué no rompiste
conmigo? ¿Por qué engañar?
—No lo sé —dice, arreglándoselas para trabarse con tres simples
palabras.
—Vamos —urjo—. Tiene que haber una razón.
Está en silencio, pensando.
—Realmente no lo sé.
Permanezco en silencio.
—Eres genial —dice—. Y Kelly es genial. No quería herir tus sentimientos
y no quería herir sus sentimientos. —Parece sincero, y no sé qué hacer con
eso.
—Pero debe haberte gustado mucho para ser infiel, ¿verdad?
—No. Simplemente las quería a ambas.
—¿Eso es todo? —cuestiono—. ¿No querías escoger?
—Eso es todo —responde, como si fuera suficiente.
Esta respuesta es tan completamente pobre, tan increíblemente
insatisfactoria, que casi cuelgo. Daniel nunca se sentiría de esta manera. Su
corazón escoge.
—Una pregunta más. ¿Crees en el amor verdadero y todo eso?
—No. Me conoces mejor que eso. No crees en ello tampoco —me
recuerda.
¿No lo hago?
—De acuerdo. Gracias. —Estoy a punto de colgar, pero me detiene.
—¿Puedo al menos decirte que lo siento? —pregunta.
—Adelante.
—Lo siento.
—Bien —digo—. No engañes a Kelly.
—No lo haré —señala. Creo que quiere decirlo mientras lo dice.
Debería llamar a mis padres y contarles sobre el abogado Fitzgerald,
pero no son a quienes quiero contarle ahora mismo. Daniel. Necesito
encontrarlo y decirle.
Rob dice que no creo en el verdadero amor. Y tiene razón. No lo hago.
Pero podría querer hacerlo.
S
algo de la tienda. Una violinista está sobre una caja de leche
delante de la casa de empeños justo en la puerta de al lado. Está
pálida y escuálida y desaliñada en una especie de manera
poética, como algo salido de David Copperfield. A diferencia de ella, el
violín está impoluto. Escucho por unos segundos, pero no sé si es buena. Sé
que hay una manera objetiva de juzgar estas cosas. ¿Está tocando todas las
notas correctas en el orden correcto y afinado?
Pero hay otra manera de juzgar: ¿esta música que es tocada aquí y
ahora le importa a alguien?
Decido que me importa a mí. Troto de vuelta a donde está y dejo caer
un dólar en su sombrero. Hay un cartel al lado del sombrero que no leo. En
realidad, no quiero saber su historia. Sólo quiero la música y el momento.
Mi padre dijo que Natasha y yo nunca podemos funcionar. Y tal vez
tiene razón, pero no por las razones que él piensa. Qué idiota he sido.
Debería estar con ella ahora mismo, incluso si hoy es todo lo que tenemos.
Especialmente si hoy es todo lo que tenemos.
Vivimos en la Era del Teléfono Celular, pero no tengo su número. Ni
siquiera sé su apellido. Como un idiota, busco en Google “Facebook
Natasha Ciudad de Nueva York” y aparecen 5.780.000 resultados. Cliqueo
en tal vez cien links y mientras que las Natasha son todas bastantes
encantadoras, ninguna es mi Natasha. ¿Quién sabía que su nombre sería
tan condenadamente popular?
Son las 4:15 de la tarde y las calles están empezando a llenarse de
nuevo con los viajeros de la tarde que se dirigen al metro. Como yo, se ven
exhaustos. Troto por el bordillo para evitar que los peatones en la acera me
ralenticen.
No tengo un plan, excepto encontrarla de nuevo. La única cosa que
hacer es ir a su Última Localización Conocida: la oficina del abogado en la
Cincuenta y Dos, y esperar que el destino esté de mi lado y siga allí.
U
na pareja, ambos con Mohawks azul brillante, están discutiendo
delante de la entrada al metro de la calle Cincuenta y Dos. Están
haciendo ese raro susurro-siseo que las parejas hacen cuando
pelean en público. No puedo oír lo que dicen, pero sus gestos lo dicen todo.
Ella está enfurecida con él. Él está exasperado con ella. Definitivamente no
están al comienzo de su relación. Parecen demasiado cansados para eso.
Puedes ver su larga historia sólo en la manera en la que se inclina hacia el
otro. ¿Es esta la última pelea que van a tener? ¿Es esta la que va a terminarlo
todo?
Miro hacia ellos después de pasar. Hace tiempo, estoy segura que
estaban enamorados. Tal vez aún lo están, pero no puedes decirlo por como
se ve.
D
esciendo al metro y rezo una plegaria a los dioses del metro (sí,
múltiples dioses) para que el tren vaya libre de problemas
eléctricos y religiosamente desafiantes conductores.
¿Y si llego tarde? ¿Y si ya se ha ido? ¿Y si detenerme a darle un dólar a
esa violinista empezó una cadena de eventos que causa que la pierda?
Nos detenemos en la estación. Directamente al otro lado de la
plataforma, el tren del centro se detiene al mismo tiempo. Nuestras puertas
se cierran, pero el tren no se mueve.
En la plataforma, un grupo de unas veinte personas en leotardos
ajustados de brillantes colores, se materializa. Parecen pájaros tropicales
contra el gris oscuro del metro. Se alinean y luego se congelan en el lugar,
esperando por algo para empezar.
Es un flash mob. El tren al otro lado de la plataforma tampoco se
mueve. Uno de los bailarines, un chico de azul eléctrico con un enorme
paquete, presiona reproducir en radiocasete.
Al principio, parece caótico, cada persona bailando a su propio ritmo,
pero entonces, me doy cuenta que están compensados por unos pocos
segundos. Es como cantar en una ronda, excepto que están bailando.
Empiezan con ballet y avanzan a disco, y entonces break dance, antes que
los policías del metro los atrapen. Los bailarines se dispersan y mis
compañeros pasajeros aplauden entusiasmadamente.
Nos alejamos, pero ahora la atmósfera en el tren ha cambiado
completamente. La gente se sonríe y dice cuán genial ha sido. Es al menos
treinta segundos después antes que todos vuelvan a sus protectoras
expresiones de “estoy en un tren lleno de extraños”, que me pregunto si esa
era la intención de los bailarines, conectarnos a todos sólo por un momento.
E
stoy sentada con mi espalda hacia la plataforma, así que
realmente no veo cómo empieza. Sólo sé que está sucediendo
algo inusual porque todo el tren parece estar mirando a algo
detrás de mí. Me doy la vuelta y encuentro que hay un baile flash mob en la
plataforma. Todos llevan ropa de colores muy brillantes y bailan disco.
Solo en la ciudad de Nueva York, pienso, y saco mi teléfono para tomar
algunas fotos. Mis compañeros pasajeros animan y aplauden. Un tipo incluso
empieza a hacer sus propios movimientos.
El baile no dura mucho, porque tres policías del metro lo interrumpen.
Unos pocos abucheos se levantan antes que todos continúen poniéndose
impacientes porque el tren no se mueva.
Normalmente, me habría preguntado cuál era el punto de esas
personas. ¿No tienen trabajos o algo mejor que hacer? Si Daniel estuviera
aquí, diría que tal vez esta es la cosa que se supone que estén haciendo. Tal
vez todo el punto de los bailarines es sólo traer un poco de asombro a
nuestras vidas. ¿Y no es ese propósito tan válido como cualquiera?
S
algo corriendo del metro de la calle Cincuenta y Dos y casi choco
con una pareja besándose como si no fuera asunto de nadie.
Incluso sin el cabello azul, serían difíciles de pasar por alto porque
básicamente están fusionados de la cabeza a los dedos de los pies.
Necesitan una habitación, e inmediatamente. En serio. Es como si estuvieran
teniendo una sesión de emergencia de besuqueo justo aquí en la acera.
Tienen el culo del otro firmemente aferrado. Agarrón mutuo de culos.
Un hombre con rostro enjuto hace un sonido de desaprobación
cuando pasa por al lado. Un niño pequeño los mira boquiabierto. Su padre
cubre sus ojos.
Observarlos me hace irrazonablemente feliz. Supongo que el cliché es
cierto. La gente enamorada quiere que todo el mundo esté enamorado.
Espero que su relación dure para siempre.
D
oblo a la derecha en MLK Boulevard y camino hacia la tienda
de Daniel. En la tienda de al lado, hay una chica sobre una caja
de leche, tocando el violín. Es blanca, con largo cabello negro
que no ha sido lavado en un largo tiempo. Su rostro es demasiado
delgado… no delgado de moda, sino delgado de hambriento. Es una visión
tan triste y extraña que tengo que parar.
El cartel junto a su sombrero para las propinas dice: POR FAVOR,
AYUDA. NECESITO $$$ PARA COMPRAR DE NUEVO UN VIOLÍN DE ESE
PRESTAMISTA. Una gruesa flecha negra en el cartel apunta a la casa de
empeños. No puedo imaginar qué en la vida la llevó a este lugar, pero saco
un dólar y lo lanzo en su sombrero, dándole un total de dos dólares.
La puerta de la casa de empeños se abre y un enorme tipo blanco en
un chándal blanco sale y se acerca a nosotras. Es todo carrillos y ceños.
—Se acabó el tiempo —dice, extendiendo su gigante mano hacia ella.
Deja de tocar de inmediato y baja de la caja de un salto. Reúne el
dinero en el sombrero y se lo da. Incluso le da el sombrero.
Chándal guarda en su bolsillo el dinero y se pone el sombrero.
—¿Cuánto queda? —pregunta ella.
Él saca un pequeño cuaderno y un bolígrafo de su bolsillo y escribe
algo.
—Uno cincuenta y uno y veintitrés centavos. —Le chasquea los dedos
por el violín.
Ella abraza el violín contra su pecho antes de cederlo.
—Volveré mañana. ¿Prometes no venderlo? —pregunta.
Él gruñe en acuerdo.
—Apareces, no lo vendo —concede.
—Prometo estar aquí —dice ella.
—Las promesas no significan mierda —replica él, y se aleja.
Ella mira al escaparate por un largo tiempo. No puedo decir por su
expresión si está de acuerdo con él.
I
ncluso si Natasha estuviera aquí, no sabría dónde entrar en la
monstruosidad del edificio de vidrio. Miro el directorio, tratando de
adivinar su localización. Sé que fue a ver un abogado, pero el
directorio no es muy específico. Por ejemplo, no dice Abogado tal y tal,
Abogado de Inmigraciones de una Chica de Diecisiete Años Jamaiquina
Llamada Natasha. Rebusco en mi mente y no recuerdo nada.
Saco mi celular para revisar la hora. Sólo una hora hasta mi cita con el
Destino. Se me ocurre revisar la nueva dirección que la recepcionista me dio
temprano. Si está muy lejos, será la excusa perfecta para no ir.
De acuerdo al mapa de Google, sin embargo, ya estoy en el lugar. O
Google está teniendo una crisis existencial, o yo. Miro la dirección de nuevo
y luego arriba, al directorio.
Mierda. Mi entrevista es en este edificio.
Ya estoy donde se supone que debo estar.
A
bro la puerta y la campana suena con optimismo feliz. No soy
optimista con mis oportunidades aquí. Pero tengo que intentar.
Espero ver al padre de Daniel detrás del mostrador, pero
Charlie está en su lugar.
Está escribiendo algo en su celular y apenas levanta la cabeza. Me
pregunto con quién tendré más suerte, Charlie o su padre. Aunque no tengo
elección, porque su padre al parecer no está.
Camino al mostrador.
—Oye — digo.
Sigue escribiendo por unos segundos antes de bajar el celular en el
mostrador. Probablemente no es la mejor manera de saludar a un cliente
potencial.
—¿En qué puedo ayudarle? —pregunta, cuando finalmente levanta la
mirada.
Estoy sorprendida de ver su ojo rojo e hinchado. Estará magullado de
un color negro azulado en la mañana. Él levanta su mano y toca su ojo
medio consciente. Sus nudillos también están magullados.
Le toma segundos reconocerme.
—Espera. ¿No eres la pequeña novia de Daniel?
Debe practicar ser burlista y despreciativo en el espejo. Es excelente.
—Sí —digo.
Mira por encima de mi hombro, buscando a Daniel.
—¿Dónde está esa pequeña mierda?
—No estoy segura. Esperaba… —empiezo a decir.
Me interrumpe y me da una lenta y amplia sonrisa. Creo que está
intentando ser sexi. Puedo ver cómo, si no lo conocieras para nada, eso
funcionaría. Pero lo conozco un poco, y su sonrisa me hace querer darle un
golpe a su otro ojo.
—Regresaste por el mejor hermano, por lo que veo.
Me guiña con el ojo malo y luego se estremece de dolor.
Hecho Observable: No creo en el karma.
Pero ahora debería.
—¿Tienes su número de teléfono? —pregunto.
Se echa atrás en su silla y levanta el celular del mostrador.
—¿Pelearon o algo?
Tanto como no quiero contarle nada, tengo que mantener esto cordial.
—Algo así —digo—. ¿Lo tienes?
Gira su celular una y otra vez.
—¿Tienes un fetiche por chicos coreanos o qué?
Está sonriendo con satisfacción, pero sus ojos me están observando
firmemente. Primero pienso que sólo está incitándome, pero luego me doy
cuenta que es una pregunta seria. Le importa la respuesta. No estoy segura
si siquiera él sabe lo mucho que le importa.
—¿Por qué tiene que ser un fetiche? —pregunto—. ¿Por qué no sólo
puede gustarme tu hermano?
Resopla.
—Por favor. ¿Qué te gusta? Chicos como él es el equivalente a un
centavo de una docena.
Y luego, me doy cuenta cuál es el problema de Charlie con Daniel.
Odia que Daniel no se odie a sí mismo. Por todas sus incertidumbres. Daniel
aún está más cómodo en su piel de lo que Charlie jamás estará en la suya.
Lo siento por él, pero no dejo que lo vea.
—Por favor, ayúdame.
—Dime por qué debería. —No está sonriendo o burlándose, o haciendo
una mueca en absoluto. Él tiene todo el poder, y ambos lo sabemos. No lo
conozco bien para que me atraiga su lado bueno. Ni siquiera estoy segura
si tiene lado bueno.
—Piensa en la cantidad de problemas que le causaré a tu hermano —
digo—. Está enamorado de mí. No se dará por vencido, sin importar lo que
tus padres digan o hagan. Simplemente puedes quedarte allí, disfrutando el
espectáculo.
Echa su cabeza hacia atrás y ríe. Realmente no es una buena persona.
Quiero decir, puede tener algunas partes buenas. Creo que la mayoría de
la gente lo tiene. Pero, las malas partes de Charlie se superponen sobre las
buenas. No estoy segura que tenga buenas razones de la forma que es, pero
luego, decido que las razones no importan.
Algunas personas existen en tu vida para mejorarla. Algunas personas
existen para empeorarla.
Sin embargo, aun así, hace algo bueno por su hermano: me da su
número de teléfono.
M
i teléfono suena, y casi lo dejo caer como si estuviera poseído.
No reconozco el número, pero de todas maneras respondo.
—¿Hola?
—¿Habla Daniel?
—¿Natasha? —pregunto, aunque sé que es ella.
—Sí, soy yo. —Su voz sonríe—. Tu hermano me dio tu número.
Ahora comienzo a sospechar que es un chiste práctico de mi hermano
idiota. De ninguna manera haría algo tan amable.
—¿Quién es? —pregunto.
―Daniel, soy yo. Realmente soy yo.
—¿Te dio mi número?
—Tal vez no sea tan malo después de todo —dice.
—No es una oportunidad —respondo, y los dos reímos.
La encontré.
Bueno, ella me encontró.
No lo puedo creer.
—¿Dónde estás?
—Acabo de salir de tu tienda. ¿Dónde estás?
—Estoy en el edificio de oficinas de tu abogado.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Es el único lugar en el que podía pensar encontrarte.
—¿Me has estado buscando? —Su voz es tímida.
—¿Me perdonarías por haber sido tan idiota?
—Está bien. Debería habértelo dicho.
—No era asunto mío.
—Sí, lo era —dice.
No son las tres palabras que quiero escuchar de ella, pero está muy
malditamente cerca.
É
l estaba sentado en uno de los bancos frente a la fuente y
escribiendo en su cuaderno. Sabía que estaría feliz de verlo, pero
no esperaba sentirme alegre. Tengo que evitar dar saltitos y
aplaudir, y tal vez dar vueltitas.
Jubiloso.
Nada como yo.
Así que, no lo hago.
Pero la sonrisa en mi rostro necesita ser medida en kilómetros, en lugar
de centímetros.
Me deslizo sobre el banco y golpeo su hombro con el mío. Levanta su
cuaderno sobre su rostro, se tapa la boca y luego se vuelve para mirarme.
Sus ojos son amplios y felices. No creo que nadie haya estado tan feliz de ver
a alguien como Daniel me está mirando.
—Oye —dice detrás de la libreta.
Extiendo la mano para bajar el cuaderno, pero él se aparta de mí.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Podría haber estado en una pequeña pelea —dice.
—¿Te metiste en una pequeña pelea y ahora no puedo ver tu rostro?
—Sólo quería advertirte primero.
Extiendo la mano de nuevo. Esta vez me deja bajar el cuaderno. El lado
derecho de su labio está hinchado y magullado. Parece que ha estado en
un combate de boxeo.
—Peleaste con tu hermano —digo, haciendo la conexión.
—Se lo merecía. —Mantiene su expresión neutral, minimizando sus
sentimientos para mi beneficio.
—No pensé que los poetas lucharan.
—¿Estás bromeando? Somos los peores. —Me sonríe, pero luego se
estremece de dolor—. Estoy bien —dice, observando mi expresión—. Luce
peor de lo que es.
—¿Por qué pelearon? —pregunto.
—No importa.
—Sí, lo…
—No, no lo es. —Sus labios son firmes y rectos. Pase lo que pase, no me
va a decir.
—¿Fue por mí? —pregunto, aunque sé la respuesta.
Asiente.
Decido dejarlo ir. Es suficiente con saber que piensa que vale la pena
pelear.
—Estaba bastante enojada contigo antes —digo. Tengo que decirlo
antes de ir más lejos.
—Lo sé. Lo siento. No podía creerlo.
—¿Que no te lo dije? —pregunto.
—No. Que después de todo lo que tenía que suceder para que nos
conociéramos hoy, algo más nos iba a destrozar.
—Realmente tienes esperanzas.
—Es posible —dice.
Descanso mi cabeza en su hombro y le cuento acerca de ir al museo y
Ahnighito, y todas las cosas que tenían que ir bien para que nuestro sistema
solar, galaxia y universo se formaran. Le digo que, en comparación con eso,
enamorarse sólo parece como pequeñas coincidencias. Él no está de
acuerdo, y me alegro por ello. Extiendo la mano de nuevo y toco su labio.
Me toma la mano y le da la vuelta para besar el centro. En realidad, nunca
he entendido la frase tienen química antes de ahora. Después de todo, todo
es química. Todo es una combinación y reacción.
Los átomos de mi cuerpo se alinean con los átomos de su cuerpo. De
la forma en que supe que él aún estaba en el vestíbulo hoy.
Besa el centro de mi palma otra vez, y suspiro. Tocarlo es orden y caos,
como estar montado y desmontado al mismo tiempo.
—Dijiste que tenías buenas noticias —dice. Vi esperanza en su
expresión. ¿Y si no hubiera funcionado? ¿Cómo habríamos sobrevivido a ser
separados? Porque se siente imposible ahora, la idea de no estar juntos. Pero
entonces, pienso que por supuesto que habríamos sobrevivido. La
separación no es fatal.
Sin embargo, me alegro que no tengamos que saberlo.
—El abogado dice que piensa que puede resolverlo. Piensa que voy a
quedarme —le digo.
—¿Cómo está seguro? —pregunta. Sorprendentemente, más
escéptico que yo.
—No te preocupes. Parecía muy seguro —digo, y dejo caer mis lágrimas
felices. Por una vez, no estoy avergonzada de estar llorando.
—¿Ves? —dice—. Estamos destinados a estar juntos. Vamos a celebrar.
Me acerca a él. Le saco la corbata sobre su cabello, y paso mis dedos
a través de él. Él entrelaza sus manos en la mía y se inclina para besarme,
pero pongo mi dedo contra sus labios para detenerlo.
—Detén ese beso —digo.
Se me ocurre que hay una llamada que quiero hacer. Es un impulso
tonto, pero Daniel casi me hace creer en el significado destinado a ser.
Toda esta cadena de acontecimientos fue iniciada por el guardia de
seguridad que me retrasó esta mañana. Si no fuera por ella, revolviendo mis
cosas, entonces no habría llegado tarde. No habría habido Lester Barnes, ni
abogado Fitzgerald. Ni Daniel.
Busco en mi mochila y saco la tarjeta de visita de Lester Barnes. Mi
llamada va directamente al correo de voz. Dejo un mensaje divagante
agradeciéndole por ayudarme y pidiéndole que agradezca al guardia de
seguridad por mí.
—Ella tiene el cabello castaño largo y los ojos tristes, y revisa las cosas
de todos —digo como una manera de describirla. Justo antes de colgar,
recuerdo su nombre—. Creo que se llama Irene. Por favor, dígale gracias por
mí.
Daniel me mira con una mirada burlona.
—Lo explicaré más tarde —le digo, y regreso a sus brazos—. ¿De vuelta
a norebang? —pregunto sobre sus labios. Mi corazón está tratando de
escapar de mi cuerpo a través de mi pecho.
—No —dice—. Tengo una mejor idea.
—¿Q
uieres saber algo loco? —pregunto mientras la llevo
de vuelta al edificio—. Mi entrevista también es aquí.
—De ninguna manera —dice, y deja de caminar
brevemente.
Le sonrío, muriendo por saber cómo su cerebro científico va a lidiar con
este nivel épico de coincidencia.
—¿Cuáles son las probabilidades?
Ella se ríe de mí.
—Estás disfrutándolo, ¿verdad?
—¿Lo ves? He estado en lo correcto todo el día. Estábamos destinados
a conocernos. Si no nos hubiéramos conocido antes, tal vez nos hubiéramos
conocido ahora. —Mi lógica es completamente refutable pero no dice
nada. En su lugar, desliza su mano en la mía y sonríe. Aún puedo hacer que
lo crea.
Mi plan es llevarnos al techo para que podamos tener intimidad.
Ingresamos para mi entrevista en el mostrador de seguridad. El guardia nos
dirige a los bancos del ascensor. El que tenemos debe ser local, porque se
detiene en prácticamente cada piso. Gente con traje sube y baja,
hablando en voz alta sobre cosas muy importantes. A pesar de lo que
Natasha dijo antes, nunca podría trabajar en un edificio como este.
Finalmente llegamos al último piso. Nos bajamos, encontramos una escalera,
y subimos rápida y directamente a una puerta gris cerrada con un letrero de
SIN TERRAZA.
Me rehúso a creerlo. Claramente el techo está justo detrás de estas
puertas. Giro el mango, esperando un milagro, pero está cerrado.
Apoyo mi frente contra el letrero.
—Ábrete sésamo —le digo a la puerta.
Mágicamente, se abre.
—¿Qué diablos? —Me tropiezo hacia adelante, justo al mismo guardia
de seguridad del vestíbulo. A diferencia de nosotros, debe haber tomado
un ascensor exclusivo.
—No tienen permitido estar aquí —gruñe. Huele a humo de cigarrillo.
Llevo a Natasha por la puerta conmigo.
—Sólo queríamos ver la vista —digo, en mi voz más respetuosa, con sólo
un tinte de súplica, pero sin lloriquear.
Levanta las cejas, escépticamente y comienza a decir algo, pero un
ataque de tos lo invade hasta que está encorvado y golpeando su corazón
con el puño.
—¿Está bien? —pregunta Natasha. Sólo está un poco inclinado ahora,
con ambas manos en sus muslos. Natasha pone una mano en su hombro.
—Una tos —dice entrecortado.
—Bueno, no debes fumar —le dice.
Se endereza y se limpia los ojos.
—Pareces mi esposa.
—Ella tiene razón —dice, sin dudarlo.
Trato de darle una mirada de no discutas con el viejo guardia de
seguridad con el problema de pulmones, de lo contrario no nos permitirán
quedarnos aquí y hacerlo, pero incluso si interpreta correctamente la
expresión de mi rostro, me ignora.
—Solía ser voluntaria en una sala pulmonar. Esa tos no suena bien.
Los dos la miramos fijamente. Yo, porque estoy imaginándola en un
traje de voluntaria y luego imaginándola sin ello. Estoy bastante seguro que
esta va a ser mi nueva fantasía nocturna.
No sé por qué la está mirando. Esperemos que no por la misma razón.
—Dámelos —dice, tendiéndole la mano por su paquete de cigarrillos—
. Tienes que dejar de fumar. —No sé cómo se las arregla para sonar tan
genuinamente preocupada y mandona al mismo tiempo.
Saca el paquete del bolsillo de su chaqueta.
—¿Crees que no lo he intentado? —pregunta.
Lo miro de nuevo. Es demasiado viejo para hacer este trabajo. Luce
como si debería retirarse y molestar a sus nietos en algún lugar de Florida.
Natasha mantiene su mano extendida hasta que él entrega el
paquete.
—Ten cuidado con ella —me dice sonriendo.
—Sí, señor.
Se pone la chaqueta.
—¿Cómo sabes que no voy a ir a buscar más? —le pregunta.
—Supongo que no lo sé —dice, encogiéndose de hombros.
Él la mira por un largo momento.
—La vida no siempre va como planeas —dice.
Puedo ver que ella no le cree. Él puede verlo también, pero lo deja ir.
—Manténganse alejados del borde —dice, guiñándonos a los dos—.
Que la pasen bien.
Una historia planificada

L
a muchacha le recordó un poco de su Beth. Directa pero dulce.
Eso, más que nada, es por qué dejó que se quedaran en el techo.
Él sabe perfectamente que la única vista que tendrán es del uno
al otro. No hay nada malo en eso, piensa.
Él y su Beth eran de la misma manera. Y no sólo al comienzo de su
matrimonio, sino en todo. Ganaron la lotería entre sí, les gustaba decir.
Beth murió el año pasado. Seis meses después que ambos se retiraran.
De hecho, el diagnóstico de cáncer llegó el día después de la jubilación.
Tenían tantos planes. Crucero en Alaska para ver la aurora boreal (de ella).
Venecia para beber grappa y ver los canales (de él).
Esas son las cosas que recuerda Joe, incluso ahora. Todos los planes
que habían hecho. Todos los ahorros. Todas las esperas por el momento
perfecto.
¿Y para qué? Para nada.
La chica tiene razón, por supuesto. No debe fumar. Después de perder
a Beth, se retiró de la jubilación y volvió a fumar. ¿Qué importaba si se
suicidaba? ¿Qué importaba si fumaba hasta la muerte? No quedaba nada
por lo que vivir, nada que planear.
Dio una última mirada a la niña y al chico antes de cerrar la puerta. Se
están mirando el uno al otro como si no hubiera ningún otro lugar en el que
preferirían estar. Él y su Beth eran así una vez.
Tal vez él dejará de fumar después de todo. Tal vez hará algunos planes
nuevos.
D
aniel se acerca al borde del tejado y mira la ciudad. Su cabello
está suelto y revolviéndose por la brisa y tiene su expresión de
poeta. El lado no golpeado de su rostro sonríe.
Me acerco y meto mi mano en la suya.
—¿No vas a escribir algo, poeta?
Él sonríe más, pero no se vuelve para mirarme.
—Luce muy diferente de aquí arriba, ¿no? —pregunta.
¿Qué ve cuando observa? Veo kilómetros de tejados, la mayoría de
ellos vacíos. Algunos están poblados de cosas abandonadas hace mucho:
unidades de climatización no funcionales, muebles de oficina rotos. Algunos
tienen jardines, y me pregunto quién los cuida.
Daniel saca su cuaderno ahora, y me muevo un poco más cerca del
borde.
Antes que estos edificios fueran edificios, eran sólo los esqueletos de
ellos. Antes que fueran esqueletos, eran travesaños y vigas. Metal, vidrio y
hormigón. Y antes de eso, eran planes de construcción. Antes de eso, planes
arquitectónicos. Y antes de eso, sólo una idea que alguien tenía para hacer
una ciudad.
Daniel guarda su cuaderno y me aleja del borde. Me pone las manos
en la cintura.
—¿Qué es lo que escribes ahí? —pregunto.
—Planes —dice. Sus ojos son alegres y miran fijamente mis labios y tengo
problemas para pensar. Doy un paso hacia atrás, pero me sigue, como si
estuviéramos bailando.
—Yo… Jesús. ¿Has estado tan sexi todo el día? —le pregunto.
Se ríe y se sonroja.
—Me alegro que pienses que soy sexi. —Sus ojos aún están en mis labios.
—¿Te va a doler si te beso? —le pregunto.
—Será un buen dolor. —Pone su otra mano en mi cintura como si nos
estuviera manteniendo quietos. Mi corazón simplemente no se tranquilizará.
Besarlo no puede ser tan bueno como lo recuerdo. Cuando tuvimos nuestro
primer beso, pensé que estaba besándolo por última vez. Estoy segura que
eso lo hizo más intenso. Este beso será más normal. No hay fuegos artificiales
ni caos, sólo dos personas que se quieren mucho, besándose.
Me pongo de puntillas y me muevo aún más cerca. Finalmente, sus ojos
se cruzan con los míos. Mueve su mano de mi cintura y la coloca sobre mi
corazón. Palpita bajo su palma, como si estuviera latiendo por él.
Nuestros labios se tocan, y trato de mantener los ojos abiertos durante
el mayor tiempo posible. Trato de no sucumbir a la loca entropía de esta
cosa entre nosotros. No lo entiendo. ¿Por qué esta persona? ¿Por qué Daniel
y ninguno de los anteriores muchachos? ¿Y si no nos hubiéramos conocido?
¿Hubiera tenido un día bastante normal y no sabría que me faltaba algo?
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y me inclino, pero no puedo
acercarme lo suficiente. La inquietud, la sensación caótica está de vuelta.
Quiero cosas que puedo nombrar, y algunas cosas que no puedo. Quiero
que este momento dure para siempre, pero no quiero perderme todos los
otros momentos por venir. Quiero todo nuestro futuro juntos, pero lo quiero
aquí y ahora.
Estoy un poco abrumada y rompo el beso.
—Ve. Allí —digo, y puntúo cada palabra con un beso. Señalo un lugar
lejos de mí, fuera del perímetro de besos.
—¿Aquí? —pregunta dando un paso atrás.
—Al menos cinco más.
Me sonríe, pero cumple.
—Todos nuestros besos no van a ser así, ¿verdad? —le pregunto.
—¿Así cómo?
—Ya sabes. Una locura.
—Me encanta lo directa que eres —dice.
—¿De verdad? Mi mamá dice que voy demasiado lejos.
—Tal vez. Aun así, me encanta.
Bajo la mirada y no respondo.
—¿Cuánto tiempo falta para la entrevista? —pregunto.
—Cuarenta minutos.
—¿Tienes más preguntas amorosas para mí?
—¿Aún no estás enamorada de mí? —Su voz se llena de fingida
incredulidad.
—Nop —le digo, y le sonrío.
—No te preocupes —dice—. Tenemos tiempo.
S
e siente como un milagro que podemos sentarnos aquí, en esta
azotea, como si fuéramos parte de una ciudad secreta del cielo.
El sol está retrocediendo lentamente a través de los edificios, pero
aún no está oscuro. Lo estará pronto, pero por ahora solo hay una idea de
la oscuridad.
Natasha y yo estamos sentados con las piernas cruzadas contra la
pared junto a la puerta de la escalera. Estamos tomados de las manos, y ella
apoya su cabeza en mi hombro. Su cabello es suave contra el lado de mi
rostro.
—¿Estás lista para la pregunta de la cena? —pregunto.
—¿Quieres decir a quién invitaría?
—Síp.
—Ugh, no. Vas primero —dice ella.
—Fácil —digo—. Dios.
Ella levanta la cabeza de mi hombro para mirarme.
—¿De verdad crees en Dios?
—Sí.
—¿Un hombre? ¿En el cielo? ¿Con superpoderes? —Su incredulidad no
es de burla, sólo curiosa.
—No exactamente así —digo.
—¿Entonces qué?
Le aprieto la mano.
—¿Sabes cómo nos sentimos ahora? ¿Esta conexión entre nosotros que
no entendemos y no queremos dejar ir? Eso es Dios.
—Santo infierno —exclama—. Ustedes los poetas son peligrosos.
Me pone la mano en su regazo y la sostiene con la suya.
Inclino la cabeza hacia atrás y veo el cielo, tratando de darle forma a
las nubes.
—Esto es lo que pienso —digo—. Creo que todos estamos conectados,
todos en la Tierra.
Pasa las yemas de sus dedos sobre mis nudillos.
—¿Incluso la gente mala?
—Sí. Pero todo el mundo tiene al menos un poco de bien en ellos.
—No es cierto —dice ella.
—Está bien —reconozco—. Pero todo el mundo ha hecho al menos una
cosa buena en su vida. ¿Estás de acuerdo con eso?
Lo piensa y luego asiente lentamente.
Continúo.
—Creo que todas las partes buenas de nosotros están conectadas en
algún nivel. La parte que comparte la última galleta con doble de chispas
de chocolate o dona a la caridad o da un dólar a un músico en la calle o
se ofrece como voluntario o llora en los comerciales de Apple o dice te
quiero o te perdono. Creo que es Dios. Dios es la conexión de las mejores
partes de nosotros.
—¿Y crees que esa conexión tiene conciencia? —pregunta ella.
—Sí, y lo llamamos Dios.
Se ríe, una risa tranquila.
—¿Siempre eres tan...?
—¿Erudito? —pregunto, interrumpiendo.
Ahora se ríe más fuerte.
—Iba a decir cursi.
—Sí. Se me conoce mucho por mi cursilería.
—Estoy bromeando —dice, golpeando su hombro con el mío—. Me
encanta que hayas pensado en ello.
Y yo también. Esta no es la primera vez que tengo estos pensamientos,
pero es la primera vez que he sido capaz de articularlos. Algo acerca de
estar con ella me hace mejor.
Llevo su mano a mis labios y le beso los dedos.
—¿Qué hay de ti? —pregunto—. ¿No crees en Dios?
—Me gusta tu idea de ello. Definitivamente no creo en el fuego y el
azufre.
—¿Pero crees en algo?
Frunce el ceño, insegura.
—Realmente no lo sé. Creo que estoy más interesada en por qué las
personas sienten que tienen que creer en Dios. ¿Por qué no puede ser sólo
ciencia? La ciencia es maravillosa. ¿El cielo nocturno? Asombroso. ¿El
interior de una célula humana? Increíble. ¿Algo que nos dice que hemos
nacido malos y que la gente usa para justificar todos sus pequeños prejuicios
y horrores? No sé. Pienso que creo en la ciencia. La ciencia es suficiente.
—Huh —digo. La luz del sol se refleja en los edificios, y el aire que nos
rodea adquiere un tinte naranja. Me siento envuelto incluso en este amplio
espacio abierto.
Ella dice:
—¿Sabías que el universo es aproximadamente el veintisiete por ciento
de materia oscura?
No lo sabía, pero por supuesto que ella sí.
—¿Qué es la materia oscura?
Delicia es la única palabra para la mirada en su rostro. Aparta su mano
de la mía, se frota las palmas de las manos, y se acomoda para explicar.
—Bueno, los científicos no están exactamente seguros, pero es la
diferencia entre la masa de un objeto y la masa calculada por su efecto
gravitacional. —Levanta sus cejas, expectante, como si dijera algo profundo
y quebrantador de la Tierra.
Estoy profundamente desin-tierrado en esto.
Ella suspira. Dramáticamente.
—Poetas —murmura, pero con una sonrisa—. Esas dos masas deberían
ser las mismas. —Levanta un dedo explicativo—. Deberían ser las mismas,
pero no lo son, para los cuerpos muy grandes como los planetas.
—Oh, eso es interesante —digo, realmente diciéndolo en serio.
—¿No es así? —Me está sonriendo y estoy verdaderamente perdido por
esta chica—. Además, resulta que la masa visible de una galaxia no tiene
suficiente gravedad para explicar por qué no se deshace.
Niego para hacerle saber que no entiendo.
Ella continúa.
—Si calculamos las fuerzas gravitatorias de todos los objetos que
podemos detectar, no es suficiente para mantener las galaxias y las estrellas
en órbita alrededor de la otra. Tiene que haber más materia que no
podemos ver. Materia oscura.
—Está bien, lo entiendo —le digo.
Me da una mirada escéptica.
—No, en serio —digo—. Lo entiendo. La materia oscura es el veintisiete
por ciento del universo, ¿verdad?
—Aproximadamente.
—¿Y es la razón por la cual los objetos no vuelan en el espacio oscuro
profundo? ¿Es lo que nos mantiene unidos?
Su escepticismo se convierte en sospecha.
—¿A dónde quiere llegar tu cerebro de poeta?
—Me vas a odiar.
—Tal vez —concuerda.
—La materia oscura es amor. Es la fuerza atrayente.
—Oh, Dios, Jesús, no. Agh. Puaj. Eres lo peor.
—Oh, soy bueno —digo, riendo fuerte.
—El absoluto peor —dice, pero se inclina y se ríe conmigo.
—Tengo toda la razón —digo triunfante. Recupero su mano.
Gruñe de nuevo, pero puedo decir que está pensando en ello. Tal vez
no está en desacuerdo tanto como cree que lo está.
Miro las preguntas en mi teléfono.
—De acuerdo, tengo otra. Completa la siguiente oración: Ambos
estamos en la habitación sintiéndonos...
—Como si tuviera que orinar —dice sonriendo.
—Realmente odias hablar de cosas serias, ¿verdad?
—¿Alguna vez has tenido que hacer pis realmente mucho? —
pregunta—. Es algo serio. Podría tener serios daños a tu vejiga por…
—¿De verdad tienes que hacer pis? —pregunto.
—No.
—Responde la pregunta —le digo. No dejaré que su broma salga de
esta.
—Tú primero —dice, suspirando.
—Feliz, caliente, y esperanzado.
—Aliteración. Bonito.
—Tu turno, y tienes que ser sincera —le digo.
Me saca la lengua.
—Confusa. Asustada.
Llevo su mano sobre mi regazo.
—¿Por qué estás asustada?
—Ha sido un largo día. Esta mañana pensé que iba a ser deportada.
He estado preparándome para eso durante dos meses. Ahora parece que
voy a quedarme. —Se vuelve para mirarme—. Y luego estás tú. Esta mañana
no te conocía, y ahora no recuerdo no conocerte. Es todo un poco
demasiado. Me siento fuera de control.
—¿Por qué es eso tan malo? —le pregunto.
—Me gusta ver las cosas venir. Me gusta planear con anticipación.
Y lo entiendo. Realmente lo hago. Estamos programados para planear
con anticipación. Es parte de nuestro ritmo. El sol se levanta cada día y le
da lugar a la luna cada noche.
—Como dijo el guardia de seguridad, la planificación no siempre
funciona.
—¿Crees que es cierto? Creo que en su mayoría se puede planificar. La
mayoría de las cosas no salen de la nada y te deshacen.
—Probablemente los dinosaurios pensaron eso también, y mira lo que
les pasó —bromeo.
Su sonrisa es tan amplia que tengo que tocar su rostro. Inclina su cara
hacia mi palma y la besa.
—A pesar de los eventos a nivel de extinción, creo que se puede
planificar con anticipación —dice.
—Te he sacado de control —le recuerdo, y no lo niega—. De todas
formas —digo—, hasta ahora solo tienes dos cosas: confundida y asustada.
—Bien, bien. Te daré lo que quieres y decir “feliz”.
Suspiro dramáticamente.
—Podrías haber dicho eso primero.
—Me gusta el suspenso —dice.
—No, no te gusta.
—Tienes razón. Odio el suspenso.
—¿Feliz debido a mí? —le pregunto.
—Y por no ser deportada. Pero sobre todo tú.
Levanta nuestras manos entrelazadas a sus labios y besa la mía. Podría
quedarme aquí para siempre, interrumpiendo nuestra conversación con
besos, interrumpiendo nuestros besos con conversación.
—¿Cuándo haremos la cosa de mirar fijamente al otro a los ojos? —
pregunto.
Pone los mismos ojos que quiero mirar fijamente, en blanco.
—Luego. Después de tu entrevista —dice.
—No tengas miedo —bromeo.
—¿De qué hay que asustarse? Todo lo que verás es un iris y una pupila.
—Los ojos son las ventanas del alma —contrarresto.
—Cosas y tonterías —dice.
Compruebo la hora en mi teléfono innecesariamente. Sé que es casi
hora de mi entrevista, pero quiero quedarme más tiempo aquí en Sky City.
—Vamos a hacer un par de preguntas más —digo—. Ronda rápida.
¿Cuál es tu recuerdo más preciado?
—La primera vez que conseguí tomar un helado en un cono en lugar
de en una taza —dice sin dudarlo.
—¿Cuántos años tenías?
—Cuatro. Helado de chocolate mientras llevaba un vestido de
domingo de Pascua todo blanco.
—¿De quién fue esa idea? —pregunto.
—De mi padre —dice, sonriendo—. Él solía pensar que era la mejor del
mundo.
—¿Y ya no?
—No —dice. Espero que continúe, pero cambia de tema—. ¿Cuál es tu
recuerdo?
—Hicimos un viaje familiar a Disney World cuando tenía siete años.
Charlie realmente quería ir a Space Mountain, pero mi mamá pensó que
sería demasiado aterrador para mí y no lo dejaría ir solo. Y ninguno de mis
padres quería ir.
Ella apretó su agarre en mis manos, lo cual es lindo ya que claramente
sobreviví a la experiencia.
—¿Entonces qué pasó?
—Convencí a mi mamá de que realmente no estaba asustado. Le dije
que había estado esperando subir desde siempre.
—¿Pero no lo hiciste? —pregunta.
—No. Estaba asustado como la mierda. Lo hice por Charlie.
Me toca el hombro y se burla.
—Ya me gustas. No tienes que convencerme que eres un santo.
—Esa es la cosa. No estaba siendo santo. Creo que sabía que nuestra
relación no iba a durar. Sólo intentaba convencerlo que valía la pena.
Funcionó también. Me dijo que era valiente y me dejó terminar todas sus
palomitas.
Inclino la cabeza hacia atrás y miro las nubes. Apenas se mueven por
el cielo.
—¿Crees que es gracioso que nuestros dos recuerdos favoritos son
sobre la gente que menos nos gusta ahora? —le pregunto.
—Tal vez por eso nos desagradan —dice—. La distancia entre quiénes
eran y quiénes son es tan amplia, que no tenemos ninguna esperanza de
recuperarlos.
—Tal vez —le digo—. ¿Sabes cuál es la peor parte de esa historia?
—¿Qué?
—Odio las montañas rusas hasta el día de hoy debido a ese viaje.
Se ríe y me río con ella.
Una historia evolutiva

L
os científicos teorizan que los primeros "ojos" no eran más que un
punto pigmentado sensible a la luz en la piel de alguna criatura
antigua. Ese lugar le daba la capacidad de sentir la luz de la
oscuridad, una ventaja, ya que la oscuridad podía indicar que un
depredador estaba lo suficientemente cerca como para bloquear la luz.
Debido a esto, sobrevivieron más, se reprodujeron más y pasaron esta
habilidad a sus descendientes. Las mutaciones al azar crearon una
depresión de profundización en el punto sensible a la luz. Esta depresión
condujo a una visión ligeramente mejor y, por lo tanto, más supervivencia.
Con el tiempo, ese punto sensible a la luz evolucionó hasta convertirse en el
ojo humano.
¿Cómo pasamos de los ojos como un mecanismo de supervivencia a
la idea de amor a primera vista? ¿O la idea de que los ojos son las ventanas
del alma? ¿O al cliché de amantes que se miran sin cesar a los ojos?
Los estudios han demostrado que las pupilas de las personas que se
atraen entre sí se dilatan de la presencia de dopamina. Otros estudios
sugieren que los hilos en el ojo pueden indicar tendencias de la
personalidad, y que tal vez los ojos son una especie de ventana al alma
después de todo.
¿Y qué pasa con los amantes que pasan horas mirándose a los ojos?
¿Es una muestra de confianza? Voy aferrarme a ti y confiar que no me
lastimarás mientras estoy en esta posición vulnerable. Y si la confianza es uno
de los fundamentos del amor, tal vez mirar es una manera de construirlo o
reforzarlo. O tal vez es más sencillo que eso.
Una simple búsqueda de conexión.
Para ver.
Para ser visto.
L
a puerta del abogado Fitzgerald está al final de un largo, gris y
mayormente monótono pasillo. Intento (y fallo) al no tomar esto
como una señal sobre mi futuro. No hay ningún nombre en la
puerta, sólo un número. Nadie responde cuando llamo. ¿Tal vez ya se haya
ido para el día? Porque eso sería ideal. Entonces no sería culpa mía que no
fuera a ir a Yale y llegar a ser médico. No importa que tenga diez minutos
de retraso por todos los besos. No me arrepiento de nada.
Giro el mango y camino directo a una mujer sollozando. Ni siquiera llora
en sus manos para ocultar su rostro como la gente suele hacer. Ella está de
pie en medio de la habitación tomando enormes bocanadas de aire con
lágrimas fluyendo por su rostro. Su rímel esta chorreado en sus mejillas y sus
ojos están hinchados y rojos, como si ha estado llorando por un largo tiempo.
Cuando se da cuenta que estoy de pie allí, deja de llorar y se limpia el
rostro con el dorso de sus manos. La limpieza hace que sea peor, por lo que
ahora el rímel está en su nariz también.
—¿Está bien? —pregunto, haciendo la pregunta más tonta que puedo
pensar. Está claro que no está bien.
—Estoy bien —dice. Muerde su labio inferior y trata de suavizar su
cabello, pero de nuevo, empeora el problema—. Eres Daniel Bae —dice—.
Estás aquí para la entrevista de admisión.
Doy un paso hacia ella.
—¿Puedo conseguirle un vaso de agua o un pañuelo o algo? —Veo
una caja vacía de Kleenex en su escritorio al lado de una taza ASISTENTES
LEGALES LO HACEN MAS BARATO.
—Estoy completamente bien. Está justo ahí —dice, señalando una
puerta detrás de ella.
—¿Está segura que...? —Empiezo, pero me interrumpe.
—Tengo que irme ahora. Dile que es la persona más maravillosa que he
conocido, pero que tengo que irme.
Digo “está bien”, aunque no le voy a decir nada de eso. Además, es
una oficina bastante pequeña. Él probablemente ya ha escuchado su
declaración.
Ella regresa a su escritorio y recoge la taza ASISTENTES LEGALES.
—Y dile que quiero quedarme, pero no puedo. Es mejor para los dos.
Luego empieza a llorar de nuevo. Y ahora siento que mis propios ojos se
llenan de lágrimas. No es genial.
Ella deja de llorar abruptamente y me mira.
—¿Estás llorando? —pregunta.
Me limpio los ojos.
—Es una cosa estúpida que me sucede. Empiezo a llorar cuando veo a
otras personas llorando.
—Eso es realmente dulce. —Ahora que no se está ahogando en
lágrimas, su voz es un poco musical.
—En realidad, es un tipo de dolor en el culo.
—Lenguaje —dice, frunciendo el ceño.
—Lo siento. —¿Qué clase de persona se opone a una palabra inocente
como culo?
Acepta mi lo siento con un ligero asentimiento.
—Acabamos de mudarnos a esta oficina, y ahora ya no volveré a verla.
—Ella sorbe y se limpia la nariz—. Si hubiera sabido cómo terminaría esto,
nunca habría empezado.
—Todo el mundo quiere ser capaz de predecir el futuro —digo. Sus ojos
se llenan de lágrimas de nuevo, incluso mientras asiente su acuerdo.
—Cuando era niña, los cuentos de hadas eran mis libros favoritos,
porque incluso antes de abrirlos sabías cómo iban a terminar. Felices para
siempre. —Mira a la puerta cerrada detrás de ella, cierra los ojos, y los abre
de nuevo—. En los cuentos de hadas, la princesa nunca hace algo malo.
La puerta de la oficina detrás de mí se abre. Me vuelvo, curioso por ver
cómo es la persona más maravillosa del mundo. Excepto por el vendaje
sobre su ojo derecho, él se ve bastante normal.
—¿Daniel Bae? —pregunta, mirándome solo a mí. Sus ojos no
revolotean sobre ella ni por un segundo.
Extiendo mi mano para sacudirla.
—Señor Fitzgerald. Encantado de conocerlo.
No me da la mano.
—Llegas tarde —dice, y regresa a su oficina.
Me vuelvo para despedirme de la secretaria, pero ya se ha ido.
S
aco mi teléfono de mi mochila. Aún no hay llamada de vuelta ni
mensaje de Bev. Tal vez ella está en otra gira. Recuerdo que dijo
que quería ir también a la Universidad de California, San Francisco.
Debería llamar a mi mamá. Probablemente debería haberla llamado
en muchos puntos hoy. Ha llamado tres veces más mientras Daniel y yo
estábamos en el tejado.
Le escribo: regresando pronto a casa.
El teléfono me timbra casi de inmediato. Supongo que ha estado
esperando noticias de mí.
He estado tratando de localizarte durante 2 horas.
¡Lo siento! Le respondo.
Ella siempre tiene que tener la última palabra, así que espero la
inevitable respuesta:
¿Así que no hay noticias? Espero que no hayas tenido muchas
esperanzas.
Tiro el teléfono en mi mochila sin contestar.
A veces pienso que el peor temor de mi mamá es ser decepcionada.
Combate esto esforzándose mucho por nunca tener muchas esperanzas, e
instando a todos los demás a hacer lo mismo.
No siempre funciona. Una vez trajo a casa un folleto de casting para
una obra muy, muy, muy lejos de Broadway para mi padre. No sé dónde la
encontró o incluso cuál era el papel. Él se lo quitó e incluso le dijo gracias,
pero estoy bastante segura de que nunca llamó al número.
Decido esperar la llamada final del abogado Fitzgerald antes de
decirle algo. Mi madre ya ha tenido demasiadas decepciones.
El problema con tener tus esperanzas muy arriba: es un largo camino
hacia abajo.
Una historia de arrepentimiento, parte 4

A
lgunas personas nacen para la grandeza. Dios les da a unos
pocos afortunados de nosotros algún talento y luego nos pone
en la Tierra para hacer uso de ella.
Solo dos veces en mi vida llegué a usar la mía. Hace dos meses cuando
hice A Raisin in the Sun en Manhattan, y hace diez años cuando lo hice en
Montego Bay.
Hay algo en mí y esa obra que estaba destinado a ser. En Jamaica, el
Daily llamó a mi actuación milagroso. Recibí una ovación de pie.
A mí. No a los otros actores. Solo a mí.
Es algo gracioso. Esa obra me envía a América, y ahora me envía de
vuelta a Jamaica.
Patricia me pregunta cómo pude decirle al poli todo nuestro negocio.
Él no es ningún predicador, dice ella. No es una confesión, dice ella. Le digo
que sólo estaba borracho y salía del escenario. Lo más alto que puedes
hacer es lo que Dios te puso en esta Tierra para hacer.
Le digo que no quise hacerlo. Y es verdad lo que le digo, pero también
lo contrario. Tal vez lo hago a propósito. Esto no es ninguna confesión. Sólo
digo que el pensamiento está ahí en mi mente. Tal vez lo hice a propósito.
Ni siquiera podíamos llenar todos los asientos en el lugar.
América terminó conmigo y yo terminé con ella. Más que nada, esa
noche me recuerda. En Jamaica, recibí una ovación de pie. En América, no
puedo conseguir una audiencia.
No lo sé. Tal vez lo hice a propósito. Puedes perderte en tu propia
mente, como si hubieras ido a otro país. Todos tus pensamientos en otro
idioma y no puedes leer los signos aunque estén por todas partes a tu
alrededor.
L
a primera cosa que veo en su escritorio es un archivo con el
nombre de Natasha. Natasha Kingsley, dice. Tiene que ser ella,
¿cierto? ¿Cuántas Natasha Kingleys podría haber? ¿No solo
nuestras reuniones son en el mismo edificio, sino que también su abogado y
mi entrevistador son la misma persona? Las probabilidades tienen que ser
astronómicas, ¿cierto? No puedo esperar para ver la mirada en su rostro
cuando se lo cuente.
Lo miro y entonces alrededor de la oficina por otras señales.
—¿Eres abogado de inmigración? —pregunto.
Alza la mirada de lo que presumo es mi solicitud.
—Lo soy. ¿Por qué?
—Creo que conozco a uno de tus clientes —digo, y levanto el archivo.
Me lo arrebata.
—No toques eso. Es confidencial. —Lo pone tan lejos como es posible.
Sonrío a Fitzgerald y me frunce el ceño.
—Sí, lo siento —comento—. Es sólo que salvaste mi vida.
—¿De qué estás hablando? —Flexiona su muñeca derecha y noto que
su mano está vendada. Ahora recuerdo que su asistente legal dijo que
había tenido un accidente de tráfico.
Apunto al archivo.
—La conocí, a Natasha, hoy.
Aún me frunce el ceño, sin entenderlo.
—Cuando la conocí, iba a ser deportada, pero entonces se reunió
contigo e hiciste tu magia de abogado y ahora va a quedarse.
Pone la mano vendada en su escritorio.
—¿Y cómo eso salvó tu vida?
—Ella es la Única —digo.
Frunce el ceño.
—¿No has dicho que la conociste hoy?
—Síp. —No puedo hacer nada sobre la gran sonrisa en mi rostro.
—¿Y es la Única? —En realidad no pone las comillas en el aire en “la
Única”, pero puedo oírlas en su voz. Comillas en el aire vocales (no son
mejores que las auténticas comillas en el aire).
Junta sus dedos en forma de triángulo y me mira por un buen rato.
—¿Por qué estás aquí? —cuestiona.
¿Es una pregunta con trampa?
—¿Por mi entrevista de admisión?
Me mira enfáticamente.
—No, en serio. ¿Por qué estás aquí en mi oficina ahora mismo?
Obviamente no te importa esta entrevista. Apareces aquí viéndote como si
hubieses estado en una pelea. Es una pregunta seria. ¿Por qué viniste aquí?
No hay manera de responder salvo honestamente.
—Mis padres me obligaron.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete.
Mira mi archivo.
—Aquí dice que estás interesado en el curso de pre-medicina. ¿Es así?
—No realmente —respondo.
—¿No realmente o no? —A los abogados les gusta la seguridad.
—No.
—Ahora estamos llegando a alguna parte —dice—. ¿Quieres ir a Yale?
—Ni siquiera sé si quiero ir a la universidad.
Se inclina hacia delante en su silla. Siento como si estuviera siendo
interrogado.
—¿Y cuál es tu gran sueño?
—Ser poeta.
—Oh, bien —dice—. Algo práctico.
—Lo creas o no, he oído eso antes.
Se inclina incluso más.
—Te peguntaré de nuevo. ¿Por qué estás aquí?
—Tengo que hacerlo.
—No, no es cierto —replica—. Puedes levantarte y salir por esa puerta.
—Se lo debo a mis padres.
—¿Por qué?
—No lo entenderías.
—Pruébame.
Suspiro (del tipo sufrido).
—Mis padres son inmigrantes. Vinieron a este país por una vida mejor.
Trabajan todo el tiempo para que mi hermano y yo podamos tener el Sueño
Americano. En ninguna parte del Sueño Americano dice que puedas
saltarte la universidad y convertirte en un artista hambriento.
—Dice lo que sea que quieras que diga.
Resoplo.
—No en mi familia. Si no hago esto, me repudian. Sin fondos para la
universidad. Sin nada.
Esta confesión al menos detiene su sucesión de preguntas. Se recuesta
en su silla.
—¿Realmente harían eso? —inquiere.
Sé la respuesta, pero no puedo obligarme a decirla de inmediato.
Pienso en el rostro de mi padre más temprano esa tarde. Está tan
determinado a que Charlie y yo tengamos una mejor vida que él. Hará
cualquier cosa para garantizarlo.
—Sí —digo—. Él lo haría. —Pero no porque sea malo. Y no porque sea
el estereotipo de un padre coreano. Sino porque no puede ver más allá de
su propia historia para dejarnos tener la nuestra.
Un montón de gente es así.
Fitzgerald silba bajo.
—Entonces supongo que tienes que asegurarte que la poesía vale la
pena.
Ahora soy yo el que se inclina.
—¿Nunca has hecho algo solo porque estás obligado? ¿Sólo porque
hiciste una promesa?
Sus ojos se alejan de los míos. Por cualquier razón, esta pregunta
cambia la dinámica entre nosotros. Se siente como si estuviéramos en el
mismo barco.
—Conocer tus obligaciones es la definición de la madurez, chico. Si vas
a cometer errores y romper promesas, ahora es el momento.
Deja de hablar, flexiona su muñeca y hace una mueca.
—Mete la pata ahora, cuando las consecuencias no son tan malas.
Confía en mí. Se vuelve más difícil después.
A veces, la gente te dice cosas sin decirte cosas. Echo un vistazo a su
mano izquierda y veo su anillo de boda.
—¿Es lo que te sucedió? —pregunto.
Separa sus dedos y gira el anillo en su anular.
—Soy un hombre casado con dos hijos.
—Y estás teniendo una aventura con tu asistente.
Frota la venda sobre su ojo.
—Empezó hoy. —Echa un vistazo a la puerta cerrada, como si esperara
que ella estuviera allí—. Termina hoy también —dice en voz baja.
En realidad, no esperaba que lo admitiera y ahora no estoy seguro de
qué decir.
—Crees que soy un mal tipo —comenta.
—Creo que eres mi entrevistador —respondo. Tal vez es mejor para
nosotros volver a la entrevista en curso.
Cubre sus ojos con sus manos.
—La conocí demasiado tarde. Siempre he tenido una terrible elección
del momento oportuno.
No sé qué decirle. Ahora que me mira por consejo. Normalmente, le
diría que siga su corazón. Pero es un hombre casado. Su corazón no es el
único involucrado.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Dejarla ir? —pregunto.
Me mira por un largo tiempo, pensando.
—Vas a tener que hacer lo mismo —dice finalmente.
Saca el archivo de Natasha de debajo de su codo.
—No pude hacerlo. Pensé que podría, pero no pude.
—¿Hacer qué? —pregunto.
—Detener la deportación.
Va a tener que deletreármelo porque no estoy procesando lo que dice.
—Después de todo tu Natasha va a ser deportada esta noche. No
pude evitar que sucediera. El juez no anuló el Traslado Voluntario.
No sé lo que es un Traslado Voluntario, pero todo lo que puedo pensar
es que hay un error. Definitivamente es un error. Ahora espero que realmente
sea una Natasha Kingsley diferente.
—Lo siento, chico —dice. Desliza el archivo hacia mí, como si mirarlo de
alguna manera va a ayudar. Lo abro. Es algún tipo de formulario oficial. Todo
lo que veo es su nombre: Natasha Katherine Kingsley. No sabía su segundo
nombre. Katherine. Le va.
Cierro el archivo y se lo devuelvo.
—Tiene que haber algo que puedas hacer.
El triángulo con los dedos vuelve y se encoge de hombros.
—He intentado todo ya.
El encogimiento de hombros me molesta. Esto no es una cosa
pequeña. No es: Oh, perdiste tu cita. Regresa mañana. Esta es la vida de
Natasha. Y la mía.
Me levanto.
—No intentaste lo bastante duro —lo acuso. Estoy dispuesto a apostar
que su aventura con su secretaria tiene algo que ver con esto. Apuesto a
que pasó el día rompiendo promesas hacia su esposa e hijos. Y hacia
Natasha también.
—Mira, sé que estás molesto. —Su voz es tranquila, como si intentara
calmarme.
Pero no quiero estar calmado. Presiono mis manos en su escritorio y me
inclino hacia delante.
—Tiene que haber algo que puedas hacer. No es su culpa que su padre
sea tan imbécil.
Retira su silla del escritorio.
—Lo siento. A Seguridad Nacional no le gusta si se vence tu visado.
—Pero es sólo una niña. No tiene elección. No es como si pudiera decir:
Mamá, papá, nuestro visado ha expirado. Deberíamos volver a Jamaica
ahora.
—No importa. La ley tiene que dibujar una línea en alguna parte. Su
última apelación fue negada. La única esperanza era el juez. Si se van esta
noche, entonces hay una ligera oportunidad de que ella pueda aplicar de
nuevo para un visado en unos años.
—Pero Estados Unidos es su hogar —grito—. No importa dónde nació.
—No digo el resto, que ella pertenece conmigo.
—Ojalá hubiera algo que pudiera hacer —dice. Toca la venda sobre su
ojo de nuevo y parece lamentarlo genuinamente. Tal vez estoy equivocado
con él. Tal vez de verdad lo intentó—. Estoy planeando llamarla después que
te vayas y he acabado aquí —explica.
Después que acabemos. He olvidado completamente que esta
reunión se supone que está a punto de meterme en Yale.
—¿Simplemente vas a llamarla y decírselo por teléfono?
—¿Importa cómo lo sepa? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Por supuesto que importa. —No quiero que oiga la peor noticia de su
vida por teléfono de alguien que apenas la conoce—. Lo haré yo —digo—.
Se lo diré.
Niega.
—No puedo dejar que hagas eso. Es mi trabajo.
Sólo me siento ahí, sin saber qué hacer. Mi labio tiembla. El lugar en mis
costillas donde Charlie me golpeó duele. El lugar en mi corazón donde está
Natasha duele.
—Lo siento, chico —dice de nuevo.
—¿Y si no sube al avión? ¿Y si se queda? —Estoy desesperado. Romper
la ley parece un pequeño precio a pagar para lograr que se quede.
Otro gesto negativo.
—No recomiendo eso. Como abogado u otra cosa.
Tengo que ir a ella y decirle primero. No quiero que esté sola cuando
sepa las noticias.
Salgo de su oficina a una zona de recepción vacía. La asistente no
regresó.
Él me sigue.
—Entonces, ¿eso es todo? —pregunta—. ¿No más entrevista?
No dejo de caminar.
—Lo dijiste tú mismo. Realmente no me importa Yale.
Pone una mano sobre mi brazo para que me vuelva y lo mire.
—Mira, sé que dije que deberías meter la pata mientras todavía eres un
niño, pero Yale es importante. Ir allí podría abrirte un montón de puertas. Lo
hizo por mí.
Y tal vez tiene razón. Tal vez estoy teniendo poca visión de futuro.
Miro alrededor de su oficina. ¿Cuánto tiempo tomará para que la
construcción esté hecha? Me pregunto. ¿Cuánto tiempo tomará para que
contrate una nueva asistente?
Muevo mi barbilla en la dirección de su escritorio.
—Hiciste todas las cosas que se suponía que hicieras, y aún no eres feliz.
Frota de nuevo la venda sobre su ojo y no mira el escritorio. Está
cansado, pero no el tipo de cansancio de puede arreglarse con sueño.
Le digo:
—Si no me voy ahora, siempre me arrepentiré.
—¿Qué tal otra media hora para terminar esta entrevista? —insiste.
¿De verdad necesita que le diga que todos los segundos importan?
¿Que nuestro universo explotó en existencia en el espacio de un aliento?
—El tiempo cuenta, señor Fitzgerald —le digo.
Finalmente, se aleja de mí y mira el escritorio vacío.
—Pero eso ya lo sabe —comento.
Un cuento de hadas, parte 2

J
eremy Fitzgerald no le dijo a Daniel la verdad. La razón por la que
no fue capaz de detener la deportación de Natasha, es que se
había perdido la cita en el juzgado con el juez que podría haber
revocado el Traslado Voluntario. Se la perdió porque está enamorado de
Hannah Winter y, en lugar de ir a ver al juez, pasó la tarde en un hotel con
ella.
Solo en su parcialmente construida oficina, Jeremy pensará en Daniel
Bae constantemente durante la próxima semana. Recordará lo que Daniel
dijo, que el tiempo cuenta. Recordará con perfecta claridad el labio
golpeado y la camiseta ensangrentada de Daniel. Recordará que nada se
compara con la completa devastación en el rostro de Daniel cuando supo
las noticias sobre Natasha. Como si alguien le entregara una granada y
explotara su vida en pedazos.
En algún momento del próximo mes, Jeremy le dirá a su esposa que ya
no la ama. Que será lo mejor para ella y sus hijos si se va. Llamará a Hannah
Winter y le hará promesas y las mantendrá todas.
Su hijo nunca se establecerá o casará o tendrá hijos o perdonará a su
padre por su traición. Su hija se casará con su primera novia, Marie. Se
pasará la mayoría de ese primer matrimonio anticipando y entonces
causará que termine. Después de Marie, nadie nunca la amará lo bastante
de nuevo. Y, aunque se casará dos veces más, nunca amará a nadie tanto
como a Marie.
Los hijos de Jeremy y Hannah crecerán para amar a otros en la simple
y sencilla manera de la gente que siempre sabe de dónde procede el amor
y no están asustados de su pérdida.
Todo lo cual no es para decir que Jeremy Fitzgerald hizo lo correcto o
incorrecto. Es sólo para decir esto: el amor cambia todo.
Un cuento de hadas, parte 2
Y vivieron felices para siempre.
A
hora que el sol se ha puesto, el aire se pone mucho más frío. No
es difícil imaginar que el invierno está a la vuelta de la esquina.
Tendré que sacar mi voluminoso abrigo negro y botas. Me aferro
más a mi chaqueta y contemplo entrar al vestíbulo, donde hace calor. Estoy
entrando cuando Daniel sale por las puertas de cristal.
Me ve y espero una sonrisa, pero su rostro es sombrío. ¿Qué tan mal
pudo haber ido su entrevista?
—¿Qué pasó? —pregunto en cuanto lo alcanzo. Me imagino lo peor,
como si hubiese entrado en una pelea con su entrevistador, y ahora tiene
prohibido aplicar en cualquier universidad en absoluto, y su futuro está
arruinado.
Coloca su mano en mi rostro.
—Realmente te amo —dice. No está bromeando. Esto no tiene nada
que ver con nuestra tonta apuesta. Lo dice de la manera en que lo dirías a
alguien que está muriendo o no esperas ver de nuevo.
—Daniel, ¿qué ocurre? —Aparto su mano de mi rostro, pero me aferro
a ella.
—Te amo —dice de nuevo, y recaptura mi rostro con su otra mano—.
No importa si me lo dices de vuelta. Sólo quiero que lo sepas.
Mi teléfono suena. Es la oficina del abogado.
—No respondas —dice.
Por supuesto que voy a responder.
Me toca la mano para detenerme.
—Por favor, no lo hagas —dice de nuevo.
Ahora estoy alarmada. Presiono Ignorar.
—¿Qué te sucedió allí?
Aprieta los ojos. Cuando los abre de nuevo están llenos de lágrimas.
—No puedes quedarte aquí —dice.
Al principio no lo entiendo.
—¿Por qué? ¿El edificio va a cerrar por la noche? —Miro alrededor
esperando los guardias que nos piden que nos vayamos.
Las lágrimas se deslizan por sus mejillas. Cierto y no deseado
conocimiento florece en mi mente. Aparto mi mano de la suya.
—¿Cuál era el nombre de tu entrevistador? —susurro.
Está asintiendo ahora.
—Mi entrevistador era tu abogado.
—¿Fitzgerald?
—Sí —dice.
Saco mi teléfono y miro el número de nuevo, aun negándome a
entender lo que me está diciendo.
—He estado esperando que me llame. ¿Dijo algo sobre mí?
Ya sé la respuesta. Lo sé.
Le toma un par de intentos decir las palabras.
—Dijo que no pudo hacer que anularan la orden.
—Pero dijo que podía hacerlo —insisto.
Me aprieta la mano y trata de acercarme, pero me resisto. No quiero
ser consolada. Quiero entender.
Me alejo de él.
—¿Estás seguro? ¿Por qué siquiera hablaste de mí?
Se pasa la mano por el rostro.
—Había toda esa mierda extraña con él y su asistente legal, y tu archivo
estaba en su escritorio.
—Eso todavía no explica...
Agarra mi mano de nuevo. Esta vez la retiro con fuerza.
—¡Detente! ¡Sólo detente! —grito.
—Lo siento —dice, y me deja ir.
Doy otro paso atrás.
—Dime lo que dijo exactamente.
—Dijo que la orden de deportación está vigente y que es mejor que tú
y tu familia se vayan esta noche.
Me vuelvo y escucho mi correo de voz. Es él, el abogado Fitzgerald.
Dice que debo llamarlo. Que tiene noticias desafortunadas.
Cuelgo y miro a Daniel en silencio. Empieza a decir algo, pero sólo
quiero que se detenga. Quiero que todo el mundo se detenga. Hay
demasiadas partes móviles que están fuera de mi control. Siento como si
estuviera en un artefacto de Rube Goldberg que alguien más diseñó. No
conozco el mecanismo para activarlo. No sé qué sucede después. Solo sé
que todo cae en cascada, y que una vez que empiece, no se detendrá.
L
os corazones no se rompen.
Es sólo otra cosa que dicen los poetas.
Los corazones no están hechos
De vidrio
O hueso
O cualquier material que pudiera
Astillarse
O fragmentarse
O romperse.
Ellos no
Se rompen en pedazos.
Ellos no
Se desmoronan.
Los corazones no se rompen.
Simplemente dejan de funcionar.
Un viejo reloj de otra época y sin partes para arreglarlo.
E
stamos sentados al lado de la fuente y Daniel está tomando mi
mano. Su chaqueta está alrededor de mis hombros.
Realmente es un guardián. Simplemente no es mío para
cuidar.
—Tengo que irme a casa —le digo. Es lo primero que he dicho en más
de media hora.
Me acerca de nuevo. Finalmente estoy lista para dejarlo hacerlo. Sus
hombros son tan amplios y sólidos. Apoyo la cabeza en uno. Me quedo allí.
Lo supe esta mañana, y ahora lo sé.
—¿Qué vamos a hacer? —susurra.
Tenemos correo electrónico y Skype, mensajes e IMs, incluso visitas a
Jamaica. Pero, aunque lo piense, sé que no dejaré que eso suceda.
Tenemos que llevar vidas separadas. No puedo dejar mi corazón aquí
cuando mi vida está allá. Y no puedo llevar su corazón conmigo cuando
todo su futuro está aquí.
Levanto la cabeza de su hombro.
—¿Cómo estuvo el resto de la entrevista?
Me toca la mejilla y luego inclina la cabeza hacia atrás.
—Dijo que me recomendaría.
—Eso es genial —le digo, sin ningún entusiasmo.
—Sí —dice, el nivel de entusiasmo coincide con el mío.
Tengo frío, pero no quiero moverme. Moverme de este punto
desencadenará la reacción en cadena que terminaría conmigo en un
avión.
Pasan otros cinco minutos.
—Realmente debo irme a casa —le digo—. Mi vuelo es a las diez.
Saca su teléfono para comprobar el tiempo.
—Faltan tres horas. ¿Ya están todos listos?
—Sí.
—Iré contigo —dice.
Mi corazón da un salto. Por un loco segundo creo que quiere ir conmigo
a Jamaica.
Él ve el pensamiento en mis ojos.
—Me refiero a tu casa.
—Ya sé lo que querías decir —espeto. Soy resentida. Soy ridícula—. No
creo que sea una buena idea. Mis padres están allí y tengo mucho que
hacer. Simplemente estarás en el camino.
Se levanta y extiende su mano a la mía.
—Esto es lo que no vamos a hacer. No vamos a discutir. No vamos a
pretender que esto no es lo peor de la Tierra, porque lo es. No vamos a seguir
nuestros caminos por separado antes que tengamos que hacerlo
absolutamente. Voy contigo a casa de tus padres. Voy a conocerlos, y les
voy a gustar, y no voy a golpear a tu padre. En lugar de eso, voy a ver si te
pareces más a él o a tu madre. Tu hermanito actuará como un hermanito.
Quizás finalmente llegue a escuchar ese acento jamaicano que me has
estado ocultando todo el día. Voy a mirar el lugar donde duermes, comes y
vives, y desearía haber sabido un poco antes que estabas aquí. —Empiezo
a interrumpir, pero sigue hablando—. Voy contigo a tu casa, y luego vamos
a tomar un taxi al aeropuerto, sólo nosotros dos. Entonces voy a observarte
subir a un avión y sentir mi corazón ser arrancado de mi maldito pecho, y
luego me voy a preguntar por el resto de mi vida lo que podría haber
pasado si este día no hubiera ido exactamente de esta manera. —Se
detiene para respirar—. ¿Está bien eso? —pregunta.
E
lla dice que sí. No estoy listo para decirle adiós. Nunca estaré listo
para decirlo. Le tomo la mano y empezamos a caminar hacia el
metro en silencio.
Lleva su mochila en un hombro y puedo ver el letrero de DEUS EX
MACHINA otra vez. ¿Fue realmente esta mañana que nos conocimos? ¿Esta
mañana que quería ir por donde el viento me llevara? Lo que no daría a
Dios por estar realmente en la máquina.
Encabezado: Área adolescente vence a la inmigración y la división de
Control de Aduanas del Departamento de Seguridad Nacional, vive feliz
para siempre con su verdadero amor, gracias a este extraño vacío legal que
nadie consideró hasta último minuto y ahora vamos a tener una escena de
persecución para detener que ella suba al avión.
Pero eso no es lo que va a suceder.
Todo el día he estado pensando que estábamos destinados. Que todas
las personas y lugares, todas las coincidencias nos empujaban a estar juntos
para siempre. Pero tal vez eso no es cierto. ¿Qué pasa si lo que hay entre
nosotros solo estaba destinado a durar un día? ¿Qué pasa si somos algo
pasajero que al final nos llevaría por otro camino, hacia otro lugar?
¿Qué pasa si somos sólo una digresión en la historia de otra persona?
—¿S
abías que Jamaica es la sexta tasa de asesinatos más
alta del mundo? —le pregunto.
Estamos en el tren Q para Brooklyn. Está lleno de
viajeros nocturnos y estamos de pie, aferrándonos a un poste. Daniel tiene
una mano en mi espalda. No ha dejado de tocarme desde que salimos del
edificio de oficinas. Tal vez si sigue aferrándose a mí, no voy a irme.
—¿Cuáles son los otros cinco? —pregunta.
—Honduras, Venezuela, Belice, El Salvador y Guatemala.
—Huh —dice.
—¿Sabías también que Jamaica sigue siendo un miembro ceremonial
de la Commonwealth británica?
No espero una respuesta.
—Soy un sujeto de la reina. —Si tuviera espacio para hacer una
reverencia, lo haría.
El tren chirria hasta detenerse. Hay más gente que sale.
—¿Qué más puedo decirte? La población es de dos puntos nueve
millones. Entre uno y diez por ciento de las personas se identifican como
rastafaris. Veinte por ciento de los jamaiquinos viven por debajo de la línea
de pobreza.
Se acerca un poco más, así que estoy casi completamente rodeada
por él.
—Dime una cosa buena que recuerdes —dice—. No los hechos.
No quiero ser optimista. No quiero adaptarme a este nuevo futuro.
—Me fui cuando tenía ocho años. No recuerdo mucho.
Él me presiona.
—¿Nada de tu familia? ¿Primos? ¿Amigos?
—Recuerdo haber tenido, pero no conocerlos. Mi mamá nos obliga a
hablar por teléfono con ellos cada año en Navidad. Se burlan de mi acento
americano.
—Una cosa buena —dice. Sus ojos son de color marrón oscuro ahora,
casi negros—. ¿Qué extrañaste más después que te mudaste por primera
vez?
No tengo que pensar en la respuesta por mucho tiempo.
—La playa. El océano aquí es raro. Es el tipo equivocado de azul. Hace
frío. Es demasiado brusco el ambiente. Jamaica se encuentra en el Mar
Caribe. El agua es color azul verdosa y muy tranquilo. Puedes caminar por
un largo tiempo y solo llegaría a la altura de la cintura.
—Eso suena bien —dice. Su voz se estremece un poco. Tengo miedo
de levantar la mirada porque entonces los dos estaremos llorando en el tren.
—¿Quieres terminar las preguntas de la sección tres? —pregunto.
Saca su teléfono.
—Número veintinueve. Comparte con tu pareja un momento
embarazoso en tu vida.
El tren se detiene de nuevo, y esta vez más personas bajan de las que
suben. Tenemos más espacio, pero Daniel se queda cerca de mí como si no
lo tuviéramos.
—Hoy temprano en la tienda de discos con Rob fue bastante
embarazoso —digo.
—¿De verdad? No lucías avergonzada, sólo enojada.
—Tengo una buena cara de póquer, a diferencia de alguien que
conozco —le digo, y le doy un empujón con el hombro.
—Pero ¿por qué avergonzarse?
—Me engañó con ella. Cada vez que los veo juntos, siento que tal vez
no era lo suficientemente buena.
—Ese tipo era un tramposo. No tiene nada que ver contigo. —Agarra
mi mano y se aferra a ella. Me encanta su seriedad.
—Lo sé. Lo llamé antes, hoy, para preguntarle por qué lo hizo.
Lo he sorprendido.
—¿Lo hiciste? ¿Qué dijo?
—Nos quería a las dos.
—Imbécil. Si vuelvo a verlo, le patearé el trasero.
—Tienes sed de sangre ahora que has estado en tu primera pelea,
¿verdad?
—Soy un luchador, no un amante —dice, citando mal a Michael
Jackson—. ¿Tus padres se preocupaban que él era blanco?
—Nunca lo conocieron. —No podía imaginar que lo llevara a conocer
a mi padre. Verlos hablar entre ellos habría sido tortuoso. Además, nunca
quise que él viera lo pequeño que era nuestro apartamento. Al final,
supongo que realmente no quería que me conociera.
Con Daniel, de alguna manera es diferente. Quiero que me conozca
por completo.
Las luces parpadean y vuelven a encenderse. Me aprieta los dedos.
—Mis padres solo quieren que salgamos con chicas coreanas.
—No estás haciendo un buen trabajo escuchándolos —bromeo.
—Bueno, no es como si hubiera salido con un montón de chicas. Una
coreana. Aunque, ¿Charlie? Es como si él fuera alérgico a las chicas que no
sean blancas.
El tren nos empuja y me aferro al poste con ambas manos.
—¿Quieres saber el secreto de tu hermano?
Coloca su mano encima de la mía.
—¿Cuál es el secreto?
—No se gusta mucho a sí mismo.
—¿Tú crees? —dice, considerándolo. Quiere que haya una razón por la
que Charlie es como es.
—Confía en mí en esto —digo.
Vamos por una larga esquina. Me apoya una mano contra la espalda
y la deja allí.
—¿Por qué solo chicas coreanas para tus padres? —pregunto.
—Creen que van a entender a las chicas coreanas. Incluso las que se
criaron aquí.
—Pero esas chicas son americanas y coreanas.
—No estoy diciendo que tenga sentido —dice, sonriendo—. ¿Qué pasa
contigo? ¿Les importa a tus padres con quién sales?
Me encojo de hombros.
—Nunca he preguntado. Supongo que probablemente preferirían que
me casara con un chico de color.
—¿Por qué?
—La misma razón que la tuya. De alguna manera lo entenderían mejor.
Y él los entendería mejor.
—Pero no es que toda la gente de color sea igual —dice.
—Tampoco todas las chicas coreanas.
—Los padres son muy estúpidos. —Solo está medio bromeando.
—Creo que piensan que nos están protegiendo —le digo.
—¿De qué? Honestamente, ¿a quién le importa una mierda?
Deberíamos saberlo mejor ahora.
—Tal vez nuestros hijos lo harán —le digo. Lamento las palabras incluso
cuando están saliendo de mi boca.
Las luces parpadean de nuevo y nos detenemos por completo entre
estaciones. Me concentro en el resplandor amarillo y naranja de las luces de
seguridad en el túnel.
—No me refiero a nuestros hijos —digo en la oscuridad—. Me refería a
la próxima generación de niños.
—Sé lo que querías decir —dice en voz baja.
Ahora que lo he pensado y dicho, no puedo desmentirlo y negarlo.
¿Cómo serían nuestros hijos? Siento la pérdida de algo que ni siquiera sé que
quiero.
Llegamos a la estación de Canal Street, la última parada de metro
antes de pasar por el puente de Manhattan. Las puertas se cierran y nos
volvemos a mirar hacia la ventana. Cuando salimos del túnel lo primero que
veo es el Puente de Brooklyn. Es pasado el atardecer y las luces están
encendidas a lo largo de los cables de suspensión. Mis ojos siguen sus largos
arcos a través del cielo. El puente es hermoso por la noche, pero el horizonte
de la ciudad es lo que me asombra cada vez que lo veo. Parece una
escultura imponente de vidrio y metal iluminados, como una pieza de arte
mecanizada. A esta distancia, la ciudad se ve ordenada y planificada,
como si todo fuera creado en un momento para un propósito. Cuando estás
dentro, sin embargo, se siente como un caos.
Recuerdo cuando estábamos en la terraza antes. Imaginé la ciudad
como si estuviera en construcción. Ahora lo proyecto como un futuro
apocalíptico. Las luces se atenúan y el vidrio se desintegra, dejando sólo los
esqueletos metálicos de los edificios. Finalmente, se oxida y se desmorona.
Las calles están desarraigadas, verdes con plantas silvestres, invadidas de
animales salvajes. La ciudad es hermosa y está arruinada.
Volvemos al túnel. Sé con seguridad que siempre compararé cada
horizonte de la ciudad con Nueva York. Así como compararé siempre a
cada chico con Daniel.
—¿C
uál es tu momento más vergonzoso? —pregunta ella
cuando el puente desaparece de la vista.
—Estás bromeando, ¿cierto? Estabas allí. ¿Con mi
padre diciéndote que te cambiaras el cabello y mi hermano haciendo
bromas de penes pequeños?
Ella se ríe.
—Eso fue bastante malo.
—Viviré mil vidas y aún será la cosa más embarazosa que me ha
sucedido jamás.
—No lo sé. Tu padre y Charlie podían encontrar una forma para
superarlo.
Mascullo y me froto la nuca.
—Todos deberíamos nacer con una tarjeta familiar de segundas
oportunidades. A los dieciséis años tienes la oportunidad de evaluar tu
situación y luego puedes elegir entre permanecer en tu familia actual o
comenzar en una nueva.
Ella tira de la mano en mi cuello y la sostiene.
—¿Conseguirías elegir cuál es tu nueva familia? —cuestiona.
—No. Corres el riesgo.
—¿Así que un día simplemente apareces en la puerta de unos
extraños?
—Aún no he trabajado en todos los detalles —comento—. ¿Tal vez
cuando tomes la decisión renazcas en una nueva familia?
—¿Tu vieja familia simplemente pensará que moriste?
—Sí.
—Eso es muy cruel —se queja.
—Está bien, está bien. Tal vez simplemente olviden que alguna vez
exististe. De todos modos, no creo que mucha gente cambiase.
Niega.
—No estoy de acuerdo. Creo que mucha gente lo haría. Hay algunas
malas familias en este mundo.
—¿Tú lo harías? —le pregunto.
No dice nada en un tiempo y escucho el ritmo del tren mientras se lo
piensa. Nunca antes he deseado que un tren fuera más lento.
—¿Podría darle mi carta a alguien que realmente lo necesitara? —
pregunta. Sé que está pensando en su padre.
Le beso el cabello.
—¿Qué hay de ti? ¿Te quedarías con tu familia? —me pregunta.
—¿Podría usarlo en cambio para echar a Charlie?
Se ríe.
—Tal vez esas tarjetas no son tan gran idea. ¿Puedes imaginar si todo el
mundo tuviese el poder de desordenar la vida de los demás? Caos.
Pero por supuesto, ese es el problema. Ya tenemos ese poder unos
sobre otros.
E
s extraño estar en mi vecindario con Daniel. Estoy intentando verlo
a través de sus ojos. Después de la relativa riqueza del centro de
Manhattan, mi sección de Brooklyn se siente aún más pobre. El
mismo tipo de tiendas en la avenida de seis manzanas que solía caminar
hasta casa. Hay estúpidos restaurantes jamaicanos, restaurantes chinos a
prueba de balas, licorerías a prueba de balas, tiendas de ropa en descuento
y salones de belleza. Cada manzana tiene al menos una combinación de
supermercado y ultramarinos, las ventanas casi cubiertas completamente
con posters de cerveza y cigarros. Cada manzana tiene al menos una
tienda de cambio de cheques. Todas las tiendas apiñadas, luchando por la
misma propiedad.
Estoy agradecida de que esté oscuro, así Daniel no puede ver lo
destartalado que está todo. Me avergüenzo inmediatamente por tener ese
pensamiento.
Toma mi mano, y caminamos en silencio durante unos minutos. Puedo
sentir unos ojos curiosos sobre nosotros. Se me ocurre que esto se habría
convertido en algo normal para nosotros.
—La gente nos está mirando —comento.
—Es porque eres muy hermosa —responde, sin alterarse.
—¿Así que lo notaste? —presiono.
—Por supuesto que lo noté.
Nos detengo en la puerta iluminada de una lavandería automática. El
olor a detergente nos rodea.
—Sabes por qué nos están mirando, ¿cierto?
—Es o porque no soy negro o porque tú no eres coreana. —Su rostro
está ensombrecido, pero puedo escuchar la sonrisa en su voz.
—Estoy siendo seria —me quejo, frustrada—. ¿No te molesta? —No
estoy segura de por qué estoy continuando con esto. Tal vez quiero probar
que, si tenemos la oportunidad de continuar, sufriríamos el peso de las
miradas.
Me toma ambas manos, así que ahora estamos de pie frente a frente.
—Tal vez me molesta —contesta—, pero solo circunstancialmente. Es
como una mosca zumbando, ¿sabes? Molesta, pero no es una amenaza
vital real.
—¿Pero por qué crees que lo están haciendo? —Quiero una respuesta.
Me abraza.
—Puedo ver que esto es importante para ti y realmente quiero darte
una buena razón. Pero la verdad es, no me importa por qué. Tal vez soy
ingenuo, pero no me importa una mierda lo que alguien opine sobre
nosotros. No me importa si somos una novedad para ellos. No me importa su
postura. No me importa si tus padres lo aprueban y de verdad no me importa
si los míos lo hacen. Lo que me importa eres tú y estoy seguro que el amor es
suficiente para superar toda la mierda. Y es una mierda. Todo el nerviosismo.
Toda la charla sobre el conflicto de culturas, o preservación de culturas y lo
que les pasará a los niños. Todo eso es cien por cien pura mierda y
simplemente me niego a preocuparme.
Sonrío en su pecho. Mi chico poeta con coleta. Nunca antes pensé en
que no preocuparse sería un acto revolucionario.
Giramos en la avenida principal a una calle más residencial. Aún estoy
intentando ver el vecindario como lo hace Daniel. Pasamos junto a hileras
de endebles casas adosadas. Son pequeñas y viejas, pero coloridas y muy
amadas. Los porches parecen más sobrepoblados con baratijas y plantas
colgantes de lo que recuerdo.
Hubo un tiempo en que mi madre quería desesperadamente una de
esas casas. A principios de este año, incluso nos llevó a Peter y a mí a una
jornada de puertas abiertas. Tenía tres habitaciones y una cocina espaciosa.
Tenía un sótano que ella pensaba que podía subarrendar para obtener
dinero extra. Porque él adora a nuestra madre y sabía que no podíamos
permitírnosla, Peter fingió que no le gustaba. Lo criticó.
—El patio trasero es muy pequeño y todas las plantas están muertas —
había asegurado él. Permaneció cerca de ella y cuando nos marchamos,
ella no estaba más triste que cuando entramos.
Caminamos por otra manzana de casas similares antes que el
vecindario cambie de nuevo y estemos rodeados por, en su mayoría,
edificios de apartamento de ladrillo. No son condominios sino de alquiler.
Le doy una advertencia a Daniel:
—Es un desastre por todo el empacado.
—Está bien —responde, asistiendo.
—Y es pequeño. —No menciono que solo hay una habitación. Lo verá
muy pronto. Además, solo es mi casa por unas pocas horas más.
Las niñas pequeñas del apartamento 2C están sentadas en las
escaleras de la entrada cuando llegamos. La presencia de Daniel las hace
tímidas. Agachan las cabezas y no hablan conmigo como hacen
normalmente. Me detengo junto a la hilera de buzones de metal que
cuelgan de la pared. No tenemos correo, sólo un menú de comida china
para llevar encajado en la puerta. Es del lugar favorito de mi padre, el mismo
al que pedía cuando nos dio las entradas para la obra.
Alguien siempre está cocinando algo y el pasillo huele delicioso:
mantequilla, cebolla, curry y otras especias. Mi apartamento está en la
tercera planta, así que nos dirijo a las escaleras. Como siempre, la luz en el
hueco de la escalera entre el primer y segundo piso está rota. Acabamos
caminando silenciosamente en la oscuridad hasta que llegamos al tercer
piso.
—Es aquí —indico, cuando finalmente estamos frente al 3ª. De algún
modo es demasiado temprano para presentarle a Daniel mi casa y mi
familia. Si llevásemos más tiempo, entonces él ya habría conocido todas mis
pequeñas anécdotas. Habría sabido sobre la cortina en la sala de estar, que
separa la “habitación” de Peter de la mía. Sabría que mi mapa estelar es mi
bien más preciado. Sabría que, si mi madre le ofrece algo de comer, debería
aceptarlo y comérselo todo, sin importar lo lleno que esté.
No sé cómo repetir toda esa historia. En cambio, le repito:
—Ahí dentro es un desastre.
Es un extraño pestañeo de disonancia, viéndole allí de pie frente a mi
puerta. Encaja y no lo hace al mismo tiempo. Siempre lo he conocido y
simplemente acabamos de conocernos.
Nuestra historia está muy comprimida. Estamos intentando encajar
toda una vida en un día.
—¿Debería quitarme la chaqueta? —pregunta—. Me siento como un
idiota con este traje.
—No tienes que estar nervioso —aseguro.
—Voy a conocer a tus padres. Ahora es un buen momento para estar
nervioso. —Se desabotona la chaqueta, pero no se la quita.
Toco el morado en sus labios.
—Lo bueno es que puedes joderlo como quieras. Probablemente
nunca los verás de nuevo.
Me da una pequeña sonrisa triste. Sólo estoy intentando hacer lo mejor
de nuestra situación y lo sabe.
Tomo la llave de mi mochila y abro la puerta.
Todas las luces están encendidas, pero Peter está tocando reggae
demasiado alto. Puedo sentir el ritmo en mi pecho. Tres maletas cerradas
descansan contra la puerta. Otras dos abiertas están al otro lado.
Veo a mi madre enseguida.
—Apaga esa música —le dice a Peter en cuanto me ve. Él lo hace y el
silencio repentino es agudo.
Ella se gira hacia mí.
—Señor, Tasha. Te he estado llamando una y otra vez…
Le lleva un segundo notar a Daniel. Cuando lo hace, deja de hablar y
mira del uno al otro durante un largo momento.
—¿Quién es? —pregunta.
N
atasha me presenta a su madre.
—Es un amigo mío —contesta. Estoy bastante seguro que
la escuché dudar antes de amigo. Su madre también lo
escucha y ahora me está estudiando como si fuese un bicho
extraterrestre.
—Siento conocerla bajo estas circunstancias, señora Kingsley. —
Extiendo la mano para estrechársela.
Le da una mirada a Natasha, (del tipo ¿cómo puedes hacerme esto?),
pero luego se limpia la palma a un lado de su vestido y me estrecha
brevemente la mano y me da una breve sonrisa.
Natasha nos dirige del pequeño pasillo donde somos apiñados a una
pequeña sala de estar. Al menos creo que es una sala de estar. Una tela
azul brillante está arrugada en el suelo y una larga cuerda divide la
habitación. Luego noto que hay dos de todo… sofá-cama, cómoda, mesa.
Esta es su habitación. Ella la comparte con Peter. Cuando Natasha comentó
que su apartamento era pequeño, no me di cuenta de que significaba que
eran muy pobres.
Aún hay muchas cosas que no sé de ella.
Su hermano camina hacia mí, con la mano estirada y sonriendo. Tiene
rastas y una de las expresiones más amigables que he visto jamás.
—Tasha nunca trajo un chico a casa —menciona. Su sonrisa contagiosa
se hace incluso mayor.
Le sonrío y le estrecho la mano. Tanto Natasha como su madre nos
miran abiertamente.
—Tasha, necesito hablar contigo —menciona su madre.
Natasha no aparta la mirada de Peter ni de mí. Me pregunto si se está
imaginando un futuro donde nos hacemos amigos. Sé que yo lo hago.
Se gira para enfrentarse a su madre.
—¿Es sobre Daniel? —pregunta.
Su madre con los labios apretados no puede apretarlos más (sí,
apretados).
—Tasha… —Incluso yo entiendo la advertencia de: Mamá está a punto
de enfadarse en su tono, pero Natasha simplemente lo ignora.
—Porque si es sobre Daniel, podemos hacerlo justo aquí. Es mi novio. —
Me lanza una mirada inquisitiva y asiento.
Su padre atraviesa la puerta de entrada frente a nosotros justo en ese
segundo.
Debido a la anomalía en el continuo espacio-tiempo, los padres
siempre tienen una sincronización perfecta todo el día.
—¿Novio? —comenta él—. ¿Desde cuando tienes novio?
Me giro y lo estudio. Ahora tengo la respuesta a mi pregunta de a quién
se parece Natasha. Básicamente es su padre, excepto en forma de una
chica hermosa.
Y sin el ceño fruncido. Nunca he visto un ceño tan profundo que el
existente en su rostro ahora mismo.
Su acento jamaicano es marcado y proceso las palabras un poco
después que lo dice.
—¿Eso es lo que has estado haciendo todo el día en lugar de ayudar a
tu familia a empacar? —exige él, adentrándose más en la habitación.
Aparte de lo poco que Natasha me ha contado, realmente no
conozco la historia de su relación, pero puedo verlo en su rostro ahora. La
furia está ahí y dolor e incredulidad. Aun así, el pacificador en mí no quiere
verlos peleándose. Llevo mi mano a su espalda.
—Estoy bien —me dice ella suavemente. Puedo asegurar que se lo está
diciendo a sí misma por algo.
Ella se cuadra hacia él.
—No. Lo que estuve haciendo todo el día fue arreglar tus errores. Estaba
tratando de evitar que nuestra familia fuese expulsada del país.
—No me parece que sea nada —responde él—. ¿Conoces la
situación?
Estoy tan sorprendido que me esté mirando a mí para que responda,
así que simplemente asiento.
—Entonces sabes que ahora no hay tiempo para que aquí haya
extraños —inquiere.
Siento la columna de Natasha tensarse bajo mi mano.
—No es un extraño —protesta ella—. Es mi invitado.
—Y esta es mi casa. —Se endereza mientras lo dice.
—¿Tu casa? —El tono de ella ahora es alto y lleno de incredulidad. Lo
que fuese que la estaba reteniendo antes, ahora se le estaba yendo de las
manos. Camina hasta el centro de la sala de estar, extiende las manos y gira
en círculos—. ¿Este apartamento en el que hemos vivido durante nueve
años porque piensas que tu barco va a venir navegando es tu casa?
—Nena. No tiene sentido discutirlo ahora —pide su madre desde su
lugar en la puerta.
Natasha abre la boca para decir algo, pero la cierra de nuevo. Puedo
ver su desánimo.
—Está bien, mamá —responde, dejando ir lo que fuese a decir. Me
pregunto cuántas veces ha hecho eso por su madre.
Pienso que va a ser el final de esto, pero me equivoco.
—No, mujer —comenta su padre—. No, mujer. Quiero escuchar lo que
tenga que decirme. —Amplía su postura y se cruza de brazos.
Natasha hace lo mismo y se cuadran, imágenes iguales el uno del otro.
L
o dejaría pasar por mi madre. Siempre lo hago. Justo anoche dijo
que nosotros cuatro teníamos que ser un frente unido.
—Al principio va a ser difícil —había comentado. Vamos a
tener que ir a vivir con su madre hasta que tengamos dinero suficiente para
alquilar nuestra propia casa—. Nunca pensé que mi vida sería esto —había
dicho antes de irse a la cama.
Lo habría dejado pasar si no hubiese conocido a Daniel. Si él no hubiese
aumentado en un muy significante uno el número de cosas que estaría
perdiendo hoy. Lo habría dejado pasar si mi padre no hubiese vuelto a usar
su marcado y forzado acento jamaicano. No es sólo otro hecho. Al
escucharlo pensarías que él nunca había dejado Jamaica, que los pasados
nueve años nunca sucedieron. Realmente piensa que nuestras vidas son
imaginarias. Estoy cansada de que finja.
—Escuché lo que le dijiste a mamá después del concierto. Dijiste que
nosotros éramos tu mayor lamento.
Hunde los hombros y el ceño fruncido deja su rostro. No puedo nombrar
la emoción que lo reemplaza, pero parece verdadera. Al fin. Algo real de
él.
Él comienza a decir algo, pero tengo más que decir.
—Siento que la vida no te diese todas las cosas que querías. —Mientras
lo digo me doy cuenta que lo digo en serio. Sé lo decepcionante que es
ahora. Puedo entender cómo podía durar una vida.
—No lo decía en serio, Tasha. Sólo era una conversación. Todo ello sólo
era…
Levanto la mano para detener su disculpa. Eso no es lo que quiero de
él.
—Quiero que sepas que estuviste realmente increíble en la obra.
Simplemente increíble. Trascendente.
Ahora tiene los ojos llenos de lágrimas. No estoy segura de si es porque
lo halagué, si es por el arrepentimiento o algo más.
—Tal vez tenías razón —continuo—. No se suponía que nos tuvieses. Tal
vez realmente fuiste engañado.
Niega, negando mis palabras.
—Sólo fue una conversación, Tasha, hombre. Realmente no quise decir
nada con eso.
Pero por supuesto que lo hizo. Lo hizo y no lo hizo. Las dos cosas. Al
mismo tiempo.
—No importa si querías decir algo con eso o no. Esta es la vida que estás
viviendo. No es temporal, no es fingida y no hay segundas oportunidades. —
Sueno como Daniel.
La peor parte de escuchar esa conversación entre él y mi madre fue
que estropeó todos los buenos recuerdos que tenía de él. ¿Lamentaba mi
existencia cuando estábamos viendo juntos los partidos de criquet? ¿Qué
hay de cuando me abrazó fuertemente en el aeropuerto cuando
finalmente nos reunimos todos? ¿Qué hay del día que nací?
Ahora las lágrimas se deslizan por su rostro. Verle llorar duele más de lo
que pensé jamás. Aun así, hay una cosa más que tengo que decir.
—No te arrepientas de nosotros.
Hace un sonido y ahora sé cómo suena una vida de dolor.
La gente comete errores todo el tiempo. Pequeños, como ponerte en
la línea de caja equivocada. El de la señora con cien cupones y chequera.
A veces cometes algunos de tamaño medio. Vas a la universidad de
medicina en lugar de perseguir tu pasión.
A veces cometes de los grandes.
Te rindes.
Me siento en mi sofá-cama. Estoy más cansada de lo que me doy
cuenta y no tan enfadada como pensaba.
—Cuando lleguemos a Jamaica, al menos tienes que intentarlo. Ve a
audiciones. Y se mejor para mamá. Ella lo ha hecho todo y está cansada y
nos lo debes. Ya no tienes que vivir en tu cabeza.
E
l conductor mete la maleta de Natasha en el maletero. Peter y sus
padres ya se han ido al aeropuerto en un taxi aparte.
En el interior, Natasha apoya la cabeza en el hombro de
Daniel. Su cabello le hace cosquillas en la nariz. Es una sensación que él
hubiese tenido más tiempo para acostumbrarse.
—¿Crees que todo saldrá bien al final? —le pregunta ella.
—Sí —responde él sin dudar—. ¿Tú?
—Sí.
—Finalmente cambiaste de opinión. —Hay risa en el tono de voz de él.
—¿Cuán duro habría sido para tus padres? —cuestiona ella.
—Les tomaría mucho tiempo. Más para mi padre. No creo que
hubiesen venido a nuestra boda. —Una imagen de ese día futuro aparece
en la mente de Natasha. Ella ve un océano. A Daniel guapo en su traje. La
mano de ella en su rostro apartando la tristeza por la ausencia de sus padres.
La alegría en su rostro cuando ella finalmente dice sí quiero.
—¿Cuántos hijos quieres? —pregunta ella, después que el dolor por esa
visión desaparece.
—Dos. ¿Qué hay de ti?
Ella levanta la cabeza de su hombro, dubitativa, pero luego confiesa:
—No estoy segura de si quiero alguno. ¿Habrías estado bien con eso?
Él no esperaba esa respuesta y le lleva un momento aceptarla.
—Eso creo. No lo sé. Tal vez cambiarías de opinión. Tal vez lo haría yo.
—Tengo algo que decirte —comenta ella, volviendo a apoyar la
cabeza.
—¿Qué?
—No deberías ser médico.
Él gira la cabeza, sonriendo en su cabello.
—¿Qué hay de lo de hacer la cosa práctica?
—Lo práctico está sobrevalorado —contesta ella.
—¿Aún vas a ser una científica de datos?
—No lo sé. Puede que no. Sería agradable ser una apasionada de algo.
—Cómo cambia todo en un día —comenta él.
Ninguno de ellos habla, porque, ¿qué hay que decir? Ha sido un día
largo.
Natasha rompe su melancólico silencio.
—Así que, ¿cuántas preguntas más nos hemos dejado?
Él saca su teléfono.
—Dos más de la sección tres. Y aún tendremos que mirarnos el uno al
otro a los ojos durante cuatro minutos.
—Podemos hacer eso, o besuquearnos aquí mismo.
Desde el asiento del conductor, Miguel los interrumpe:
—Saben que puedo escucharlos, ¿verdad? —Los mira por el espejo
retrovisor—. Alguna gente se mete en el taxi y les gusta fingir que soy ciego
y sordo, pero no lo soy. Sólo para que lo sepan.
Él vuelve a reírse con su risa atractiva, y Natasha y Daniel no pueden
evitar unirse.
Pero su risa muere cuando la realidad del momento se reafirma por sí
misma. Daniel toma el rostro de Natasha en sus manos mientras se besan
suavemente. La química aún está ahí. Ambos están muy calientes, inseguros
de qué hacer con las manos que parecen desear únicamente tocarse el
uno al otro.
Miguel no dice una palabra. A él le han roto antes el corazón. Sabe
cómo se ve el daño.
Daniel habla primero:
—Pregunta treinta y cuatro. ¿Qué salvarías de un incendio?
Natasha se lo piensa. Se siente como si todo su mundo estuviese siendo
arrancado. Y la única cosa que quiere salvar, no puede.
Dice para Daniel:
—No tengo nada aún, pero lo averiguaré.
—Suficientemente bueno —responde él—. El mío es fácil. Mi libreta.
Toca el bolsillo de su chaqueta como para asegurarse que todavía está
ahí.
—Última pregunta —indica—. De toda la gente en tu familia, ¿qué
muerte encontrarías más angustiosa y por qué?
—Mi papá.
Daniel nota que es la primera vez que Natasha le ha llamado papá en
lugar de padre.
—¿Por qué? —cuestiona él.
—Porque él aún no ha terminado. ¿Qué hay de ti?
—Tú —asegura.
—Aunque no soy de tu familia.
—Sí lo eres —corrige él, pensando sobre lo que Natasha comentó antes
sobre los multiversos. En algún otro universo están casados, quizás con dos
hijos, quizás con ninguno—. No tienes que decirlo de vuelta. Sólo quiero que
lo sepas.
Hay cosas que decirle y Natasha no sabe dónde, no sabe cómo
empezar. Tal vez ese es el por qué Daniel quiere ser poeta, así puede
encontrar las palabras correctas.
—Te amo, Daniel —dice finalmente.
Él le sonríe.
—Supongo que el cuestionario funcionó.
Ella sonríe.
—Sí, ciencia.
Pasa un momento.
—Lo sé —dice Daniel, finalmente—. Ya lo sé.
Una historia de amor

D
aniel pone el cronómetro en el teléfono a cuatro minutos y toma
ambas manos de Natasha en las suyas. ¿Se supone que se
tomen de las manos durante esta parte del experimento? No
está seguro. De acuerdo con el estudio, este es el paso final para
enamorarse. ¿Qué sucede si ya estás enamorado?
Al principio ambos se sienten bastante tontos. Natasha quiere decir en
alto que esto es muy tonto. Unas sonrisas impotentes, casi avergonzadas,
rebasan sus rostros. Natasha aparta la mirada, pero Daniel le aprieta las
manos. Que significa: Quédate conmigo.
En el segundo minuto están menos cohibidos. Dejan de sonreír y
catalogan el rostro del otro.
Natasha recuerda su clase de biología de preparación avanzada y lo
que sabe de los ojos y cómo funcionan. Una imagen óptica del rostro de él
está siendo enviado a su retina. Su retina está convirtiendo esas imágenes
en señales electrónicas. Su nervio óptico está transmitiendo esas señales a
su córtex visual. Ahora sabe que nunca olvidará esta imagen del rostro de
él. Sabrá exactamente cuándo los ojos de marrón claro se convirtieron en
sus favoritos.
Por su parte, Daniel está intentando encontrar las palabras adecuadas
para describir los ojos de ella. Son brillantes y oscuro al mismo tiempo. Como
si alguien hubiese cubierto una estrella brillante con una tela oscura.
Para el tercer minuto, Natasha está reviviendo el día y todos los
momentos que los guiaron allí. Ve el edificio USCIS, la extraña guardia de
seguridad preocupándose por la funda de su teléfono móvil, la amabilidad
de Lester Barne, Rob y Kelly robando, conocer a Daniel, Daniel salvándole
la vida, conocer el padre y hermano de Daniel, el norebang, besarse, el
museo, la azotea, más besos, la expresión de Daniel cuando ella le dijo que
no podía quedarse, el rostro de su padre llorando lleno de arrepentimiento,
este mismo momento en el taxi.
Daniel no está pensando en los acontecimientos pasados, sino en los
futuros. ¿Hay algo más que pueda guiarlos de vuelta el uno al otro?
Durante el minuto final, el dolor se asienta en sus huesos. Coloniza sus
cuerpos, se extiende a sus pañuelos de papel, músculos, sangre y células.
El cronómetro del teléfono suena. Se susurran promesas que sospechan
que no serán capaces de mantener; llamadas de teléfono, correos
electrónicos, mensajes de texto e incluso vuelos internacionales, los gastos
serán increíbles.
—Este día no puede ser todo lo que hay —dice Daniel una vez, luego
dos.
Natasha no dice lo que sospecha. Ese quiero que sea no tiene que
significar para siempre.
Se besan una y otra vez. Cuando finalmente se separan, es con un
nuevo conocimiento. Tienen la sensación que la duración del día es mutable
y nunca puedes ver el final del comienzo. Tienen la sensación que el amor
cambia las cosas todo el tiempo.
Esto es para lo que es el amor.
M
i madre sostiene mi mano mientras miro por la ventana. Todo
irá bien, Tasha, dice. Ambas sabemos que es más una
esperanza que una garantía, pero, sin embargo, lo tomaré.
El avión asciende y el mundo que he conocido se desvanece. Las luces
de la ciudad disminuyen en agujeritos, hasta que parecen estrellas terrestres.
Una de esas estrellas es Daniel. Me recuerdo que esas estrellas son más que
sólo poéticas.
Si lo necesitas, puedes navegar por ellas.
M
i teléfono suena. Son mis padres llamando por millonésima vez.
Estarán molestos cuando llegue a casa y eso está bien. En este
momento el año que viene, estaré en otro lugar. No sé dónde,
pero no aquí. No estoy seguro que la universidad sea para mí. Al menos, no
Yale. Al menos, aún no.
¿Estoy cometiendo un error? Tal vez. Pero es mío para cometer. Miro al
cielo e imagino que puedo ver el avión de Natasha allí.
La ciudad de Nueva York tiene demasiada contaminación lumínica.
Nos ciegan de las estrellas, los satélites, los asteroides. A veces, cuando
alzamos la mirada, no vemos nada en absoluto.
Pero he aquí una cosa cierta: casi todo en el cielo nocturno emite luz.
Incluso si no podemos verlo, la luz aún está allí.
Una historia medida

N
atasha y Daniel intentan mantenerse en contacto y durante un
tiempo lo hacen. Hay correos y llamadas de teléfono y mensajes
de texto.
Pero el tiempo y la distancia son enemigos naturales del amor.
Y los días se llenan.
Natasha se inscribe en la escuela en Kingston. Su clase se llama
bachillerato en lugar de preparatoria. Para asistir a la universidad, tiene que
estudiar para los exámenes avanzados de aptitud del Caribe y sus
exámenes de nivel A. El dinero es escaso, así que trabaja de camarera para
ayudar a su familia. Falsea el acento jamaicano hasta que se vuelva real.
Encuentra una familia de amigos. Aprende a gustar y, luego a amar el país
de su nacimiento.
No es que Natasha quiera dejar ir a Daniel; es que tiene que hacerlo.
No es posible vivir en dos mundos a la vez, el corazón en un lugar, el cuerpo
en otro. Deja ir a Daniel para evitar ser desgarrada.
Por su parte, Daniel termina la escuela, pero rechaza a Yale. Se muda
de la casa de sus padres, tiene dos trabajos y asiste a la universidad Hunter
a tiempo parcial. Estudia inglés y escribe pequeños y tristes poemas. E incluso
los que no son sobre ella, siguen siendo sobre ella.
No es que Daniel quiera dejar ir a Natasha. Se aferra por tanto tiempo
como puede. Pero escucha la tensión en su voz a través de la distancia. En
su nuevo acento, oye la cadencia de ella alejándose de él.
Más años pasan. Natasha y Daniel entran en el mundo adulto de la
practicidad y las responsabilidades.
La madre de Natasha se pone enferma cinco años después de
mudarse. Muere antes del sexto. Unos meses después del funeral, Natasha
piensa en llamar a Daniel, pero ha pasado demasiado tiempo. No confía en
su recuerdo de él.
Peter, su hermano, crece en Jamaica. Hace amigos y finalmente
encuentra un lugar donde encaja. En algún momento en el futuro, mucho
después que su madre haya muerto, se enamorará de una mujer jamaicana
y se casará con ella. Tendrán una hija y la llamará Patricia Marley Kingsley.
Samuel Kingsley se muda de Kingston a Montego Bay. Actúa en un
teatro comunitario local. Después de la muerte de Patricia, finalmente
entiende que escogió correctamente ese día en la tienda.
Los padres de Daniel venden la tienda a una pareja afroamericana.
Compran un apartamento en Corea del Sur y pasan medio año allí y el otro
medio año en Nueva York. Con el tiempo, dejan de esperar que sus hijos
sean solamente coreanos. Después de todo, nacieron en Estados Unidos.
Charlie sube sus calificaciones y se gradúa summa cum laude en
Harvard. Después de la graduación, apenas habla alguna vez con algún
miembro de su familia de nuevo. Daniel llena el vacío en los corazones de
sus padres en las maneras que él es capaz. No extraña a Charlie para nada.
Aún más años pasan, y Natasha ya no sabe qué significa ese día en
Nueva York. Llega a creer que imaginó la magia de estar con Daniel.
Cuando piensa en ese día, está segura de haberlo romantizado en la
manera de los primeros amores.
Una buena cosa sí vino de su tiempo con Daniel. Busca una pasión y la
encuentra en el estudio de la física. Algunas noches, en los suaves e
indefensos momentos antes que el sueño llegue, recuerda su conversación
en el tejado sobre el amor y la materia oscura. Él dijo que el amor y materia
oscura eran lo mismo… la única cosa que evitaba que el universo volara en
pedazos. Su corazón se acelera cada vez que lo piensa. Entonces, sonríe en
la oscuridad y pone el recuerdo sobre una repisa en el lugar para viejas,
sentimentales e imposibles cosas.
E incluso Daniel ya no sabe lo que ese día significa, ese día que una vez
lo significó todo. Recuerda todas las pequeñas coincidencias que tomaron
para llegar a conocerse y enamorarse. El conductor religioso. Natasha
comulgando con su música. La chaqueta de DEUS EX MACHINA. El ex novio
ladrón. El conductor errante del BMW. La guardia de seguridad fumando en
el tejado.
Por supuesto, si Natasha pudiera oír sus recuerdos, señalaría el hecho
que no terminaron juntos y que las mismas cosas que fueron bien, también
fueron mal.
Él recuerda otro momento: acababan de encontrarse de nuevo
después de su pelea. Ella había hablado sobre el número de eventos que
tuvieron que pasar exactamente para formar su universo. Había dicho que
enamorarse no podía competir.
Él siempre ha pensado que estaba equivocada sobre eso.
Porque todo parece caótico de cerca. Daniel piensa que es una
cuestión de escala. Si te alejas lo bastante y esperas por el tiempo suficiente,
entonces el orden emerge.
Tal vez a su universo le está tomando más tiempo formarse.
Una historia alternativa

H
an pasado diez años, pero Irene nunca ha olvidado el momento
—o la chica— que salvó su vida. Estaba trabajando como
guardia de seguridad en el edificio del servicio de ciudadanía e
inmigración de Nueva York. Uno de los encargados del caso —Lester
Barnes—, se detuvo en su estación. Le dijo que una chica le había dejado
un mensaje en su correo de voz para ella. La chica había dicho gracias.
Irene nunca supo por qué le daban las gracias, pero el “gracias” llegó justo
a tiempo. Porque, al final del día, Irene había planeado suicidarse.
Había escrito su nota de suicidio en el almuerzo. Mentalmente había
trazado su ruta hacia el techo de su edificio de apartamentos.
Salvo por ese “gracias”.
El hecho que alguien la viera fue el principio.
Esa noche, escuchó el álbum de Nirvana de nuevo. En la voz de Kurt
Cobain, Irene escuchó una perfecta y hermosa miseria, una voz estirada tan
fina con soledad y deseo que debería romperse. Pero su voz no se rompió y
había un poco de alegría en ella también.
Pensó sobre esa chica haciendo el esfuerzo de llamar y dejar un
mensaje sólo para ella. Cambió algo dentro de Irene. No lo bastante para
sanarla, pero lo suficiente para hacerla llamar a una línea de prevención del
suicidio. La línea la guió a terapia. Terapia la llevó a la medicación que salva
su vida todos los días.
Dos años después de esa noche, Irene dejó su trabajo en el servicio de
ciudadanía e inmigración. Recordó que, cuando era niña, soñaba con ser
asistente de vuelo. Ahora su vida es simple y feliz y la vive en aviones. Y
porque sabe que los aviones pueden ser lugares solitarios y porque sabe
cuán desesperante puede ser la soledad, presta atención extra a sus
pasajeros. Cuida de ellos con una honestidad que ninguna otra asistente
hace. Consuela a esos que vuelan a casa solos para funerales, la tristeza
filtrándose por cada poro. Sostiene las manos del acrofóbico y el
agorafóbico. Irene piensa en sí misma como un ángel guardián con alas
metálicas.
Y por eso es ahora que está haciendo sus últimos controles antes de
despegar, buscando pasajeros que van a necesitar una pequeña ayuda
extra. El hombre joven en el 7A está escribiendo en un pequeño cuaderno
negro. Es asiático, con corto cabello negro y amables pero serios ojos.
Mastica la punta superior de su bolígrafo, piensa, escribe y luego mastica un
poco más. Irene admira su sencillez. Actúa como si estuviera solo en el
mundo.
Sus ojos se mueven y pasan deprisa sobre la joven mujer negra en el 8C.
Ella lleva auriculares y tiene un peinado grande y rizado a lo afro, que ha
sido teñido de rosa en las puntas. Irene se congela. Conoce ese rostro. La
calidez de la piel de la mujer. Las largas pestañas. Los llenos labios rosas. La
intensidad. Seguramente no puede ser la misma chica. ¿La que salvó su
vida? ¿A la que ha querido agradecer durante diez años?
El capitán anuncia el despegue e Irene se obliga a sentarse. Desde su
butaca, mira con fijeza a la mujer hasta que no hay duda en su mente.
Tan pronto como el avión alcanza altitud de crucero, se acerca a la
mujer y se arrodilla en el pasillo a su lado.
—Señorita —dice, y no puede evitar que su voz tiemble.
La mujer se quita sus auriculares y le da una vacilante sonrisa.
—Esto va a sonar extraño —comienza Irene. Le cuenta a la mujer sobre
ese día en Nueva York… el contenedor gris, la carcasa de teléfono de
Nirvana, que la había visto cada día.
La mujer la mira con cautela, sin decir nada. Algo parecido a dolor
cruza rápidamente su rostro. Hay una historia allí.
Sin embargo, Irene continúa:
—Salvaste mi vida.
—Pero no lo entiendo —dice la mujer. Tiene un acento, caribeño y algo
más.
Irene toma la mano de la mujer. Ésta se tensa, pero lo permite. Ojos
curiosos las observan alrededor.
—Me dejaste un mensaje diciendo gracias. Ni siquiera sé por lo que me
agradecías.
El hombre joven en el 7A mira entre los asientos. Irene capta su mirada
y frunce el ceño. Él se retira. Ella vuelve su atención de nuevo a la mujer.
—¿Me recuerdas? —pregunta Irene. De repente, es muy importante
para ella que esta chica, ahora mujer, la recuerde. La pregunta deja su
boca y se convierte en la vieja Irene… sola y asustada. Afectiva, pero sin
afecto.
El tiempo tropieza e Irene se siente dividida entre dos universos. Imagina
que el avión se desintegra, primero el suelo y luego los asientos y después la
carcasa metálica. Los pasajeros y ella están suspendidos en medio del aire
con nada a lo que aferrarse excepto posibilidad. Después, los pasajeros
brillan y se desmaterializan. Uno por uno, parpadean y se esfuman,
fantasmas de una historia diferente.
Todo lo que permanece ahora es Irene y esta mujer.
—Te recuerdo —dice la mujer—. Mi nombre es Natasha, y te recuerdo.
El hombre joven en el 7A mira por encima del asiento.
—Natasha —dice. Su rostro está abierto y su mundo está lleno de amor.
Natasha alza la mirada.
El tiempo se tambalea de nuevo en su lugar. El avión y los asientos
rehechos. Los pasajeros se solidifican en carne. Y sangre. Y hueso. Y corazón.
—Daniel —dice ella. Y de nuevo—: Daniel.
Nicola Yoon es la autora bestse-lling número uno en New York Times por
Everything, Everything. Creció en Jamaica y Brooklyn y vive en Los Ángeles.
También es una esperanzada romántica que cree firmemente que puedes
enamorarte en un instante y que eso puede durar por siempre.

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