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El Departamento Donde Vivimos Tiene Dos Partes
El Departamento Donde Vivimos Tiene Dos Partes
Hay un living
todo encerado, pasillos con bibliotecas, la sala de juegos, los tres dormitorios.
Mi hermana y yo tenemos el baño rosado y mamá tiene un cuarto de baño,
donde a veces jugamos a la rayuela con las baldosas blancas y negras. Las
patas de la bañadera son de león.
La otra parte también es nuestra, pero no nos importa. Muy pocas veces me
meto ahí. Está la cocina, el lavadero, un pasillo con ropa tendida y muy al
fondo, la pieza de servicio. Es angosta, sin ventanas. El bañito no tiene
bañadera. Sólo un cuadrado en el piso y una ducha.
Las sigo por la parte de adentro de nuestro departamento. Elsa avanza rápido,
delante de mamá, como si conociera el camino. Paso entre la ropa tendida, no
quiero dejar de mirar ese brazo que sujeta el bolso, que aunque es de mujer
tiene músculo, y es del color que toma mamá después de pasar todo el verano
en la playa. No quiero dejar de mirarle el pelo,que la golpea a cada paso en la
cintura, como si ella fuera el jinete y el corcel encantado a la vez.
Llegan a la pieza de servicio y entra sólo Elsa. Nunca me había dado cuenta. No
hay espacio para dos personas ahí. Mamá se da vuelta y me acorrala en el
pasillo para volver. Paso por un costado, quiero mirar adentro de la pieza. Qué
hacés, vení para acá, me dice ella y yo rápido: quiero ir al baño. Acá no que
está roto, me saca mamá y Elsa igual ya había cerrado la puerta.
Esa noche cenamos huevos fritos. Los hace mamá y ya sabemos que es lo
único que sabe hacer. No comemos canelones ni niños envueltos como cuando
estaba Dominga. Nadie sirve la mesa. De la parte de adentro se escucha
música. Mamá se levanta y cierra todas las puertas que comunican con el
interior. Le pregunto si no tendríamos que hacer arreglar el bañito de servicio si
está roto, y me dice que no, que está roto para nosotras, pero que otras
personas pueden usarlo igual. Cuando nos manda a dormir, una vez que
atravesamos el pasillo largo, nos lavamos los dientes en el baño rosado y cada
una se fue a su dormitorio, todavía escucho la música.
La primera tarde que mamá se va visito a Elsa. La parte de adentro tiene techo
de plástico transparente, el sol se concentra, la ropa se seca, larga vapor. Me
saco el pulover. Hay un hombre que canta, con una voz agitada, medio
cantado, medio recitado “Amor, amor. Amor, amor. ¡Te necesito! Quiero decirte
tantas cosas que me confundo. Mira mis labios cómo tiemblan por besarte. Mira
mis brazos cómo quieren estrecharte”. Elsa sale. Tiene shorcitos de jean y
musculosa. Me impresionan mucho sus ojos del color del chocolate ese.
–¿Qué hacés?
–Nada.
Está el grabador plateado de donde sale la música, y una pila de casettes. Una
cucheta de metal azul, que son dos camas angostas, una arriba de la otra. Ella
se trepa a la de arriba. Llenó casi toda la pared con recortes de revistas,
pegados con cinta scotch. Son caras de personas que no conozco. Algunas en
papel de diario a color, otras más brillosas. Me pasa la tijera y me dice que
vaya cortando pedacitos de cinta. Ella tiene un montón de revistas del
domingo, de donde elige. Claudio Levrino, me dice, mirá los ojos que tiene. Es
un señor de labios finitos, como pintados de rojo. Elsa le da un beso al papel,
se lo refriega contra la boca mmm mmmmmm y después me lo pasa.
–Sí.
Trepo a la tapa del inodoro para ver. No hay botón, sino un agujero en el
cemento. Adentro está lleno de agua, y hay un cañito de plástico, con un
alambre, como un anzuelo. Elsa y yo juntamos las cabezas para asomarnos.
Ella me agarra la mano y entre las dos agarramos el cañito, lo levantamos, sale
toda el agua del depósito. Ahora viene lo difícil, dice, hay que embocarla.
Movemos el cañito. Para arriba, para abajo, para arriba, como buscando algo.
Ella se ríe. Tiene olor a chicle rico. De pronto se encaja ¡plop! Y el agua deja de
salir. Así se hacía.
Me quedo toda la tarde ahí, tratando de llenar las paredes de recortes y llegar
hasta el techo. Después de un rato, ya sé cómo se llaman casi todos los artistas
de las fotos y también me aprendí la letra de “Amor Amor”.
–¿Por qué tiembla así el hombre? –le pregunto a Elsa mientras trato de
despegar la punta del rollo de cinta scotch.
A la noche escucho los maullidos desde el techo de La Piu Bella. Tienen algo
parecido a esa canción. Se hace de día, los gatos ya duermen, y yo no dormí.
Elsa empieza a usar un uniforme azul con puntillas blancas. Le pido a mamá
que me compre uno pero no me lo compra. Esa tarde ponemos la novela de
Alberto Migré. Mi hermana se sienta en el piso, Elsa en el sillón, y yo me
acuesto con la cabeza sobre sus piernas mientras me acaricia el pelo. Estoy
segura de que mi hermana no entiende la novela, es demasiado chica. Sólo
Elsa y yo la entendemos. Además yo ya conozco a Claudio Levrino, que es el
que maneja el colectivo. En la novela se llama Juan. Y Victoria es rubia y de
familia rica pero se hace pasar por mucama porque está enamorada de él.
Tiene un uniforme parecido al de Elsa que le queda hermoso. Juan se mete por
la parte de atrás de la casa y la descubre como millonaria. Ella se queda con los
ojos muy abiertos, la boca también, y ponen la música, “para vivir, hay que
tener un gran amor, para vivir”. Elsa clava las uñas en el sillón y yo grito. Mi
hermana se va a la sala de juegos. No puedo esperar hasta mañana, no puedo.
Le pellizco fuerte la pierna a Elsa, le arrugo el uniforme, agarro un almohadón
del sillón y lo aprieto entre las piernas como si fuera un subibaja, lo abrazo,
como si fuera un caballo, como si fuera un gato, como si fueran Juan y Victoria
¿qué vamos a hacer hasta mañana?
1. ¿Eres CRISTIANO?
2. ¿Quién es CRISTO?
4. ¿Por qué?
–Signándonos y santigüándonos.
Una noche me cuenta algo. El domingo la siguió un hombre por la calle, con un
auto, despacito. Le hablaba desde ahí, con la ventanilla baja. Ella caminó
contramano y lo perdió, pero él se bajó y la siguió por la vereda. Le ofreció un
cigarrillo. Ella lo aceptó, aunque no sabía fumar. Él le dijo que se llamaba
Marcos.
–¿Para qué?
Elsa se ríe.
Pienso que entendí, pero al mismo tiempo siento que no. La abrazo más.
Cada vez que vuelve de sus salidas me cuenta del hombre, de Marcos. Trae
cigarrillos y los fuma en la pieza. Me gusta el olor, y el gesto que hace cuando
saca el humo por la boca.
–¿Ya pasaste el rato agradable?
–No.
–¿Te estrechó?
–¿Qué? –Elsa se ríe, es más linda que Victoria aunque no sea rubia.
–No...
Le digo que tengo que ir al baño, que voy al de servicio que está más cerca. Me
apuro y entro en la pieza. Despego un recorte de la pared. En letras azules dice
“Gabriela Gili”. Es Victoria, de la novela. Se la pongo abajo de la almohada a
Elsa.
Voy todas las noches para hacer lo mismo. Durante el día hago pis a cada rato.
Cuando estoy en el baño me siento en el bidet a mirarme. Ya hice y sigo
teniendo ganas. Me late, a veces me duele, creo que estoy lista para tener un
bebé con Elsa.
–Andate.
Me acerco.
Entonces hago ruido. Tiro la pila de casettes, pateo el piso, golpeo la cucheta
de metal con la tijera de cortar cinta scotch. A los cinco minutos viene mamá y
me saca de un brazo. Me lleva a mi habitación y cierra con llave. Me alegro. En
algún momento me voy a tirar de la terraza, y prefiero que piense que fue por
eso.