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UNIDAD 1

HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL


Desde los antiguos griegos, se buscó comprender dos órdenes de fenómenos:
- Lo objetivo
- Lo subjetivo
Hipócrates de Cos incluye en su consideración de lo humano aspectos fisiológicos, psicológicos
y sociales, aunque su perspectiva del hombre tiene bases claramente biológicas.
Aristóteles destaca la pertenencia del hombre al mundo de la naturaleza. La mente humana al
nacer es una tabula rasa, adquiere el conocimiento por la experiencia y debe ser estudiada con
los métodos de las ciencias de la naturaleza. Se interesó por la manera en que la persona se
relaciona con el mundo, a través de los sentidos, en los que la realidad deja sus huellas. Fue un
precursor del empirismo.
En el pensamiento cristiano el hombre es concebido como una criatura divina que no
pertenece a la naturaleza. El alma procede directamente de Dios y las formas de vida social
derivan de un diseño divino.
Será a partir del siglo XIV, con el Renacimiento, que aparece un nuevo interés por el hombre
percibido como miembro de la naturaleza.
El pensamiento de René Descartes (siglo XVII) significó un cambio de paradigma, aunque legó a
las ciencias humanas una consideración dualista del hombre: res cognitans, alma pensante,
origen de las ideas, y res extensa, el cuerpo concebido como una máquina que puede
funcionar autónomamente.
Este dualismo llega hasta nuestros días y las diferentes teorías psicológicas adhieren ya sea a
uno u otro polo o intenta su superación.

LA PSICOLOGÍA SOCIAL
Lo que caracteriza a la Psicología Social es el concepto de relación, interdependencia,
interacción, influencia, modificación de la conducta y las creencias de una persona debido a la
presencia de otros. La Psicología Social enlaza la conducta a fenómenos micro y macrosociales.
La Psicología Social implica una perspectiva no individual para enfrentar la problemática
humana.
Cartwright intenta una definición de la psicología que sintetice sus dos orientaciones: “La
psicología social es una rama de las ciencias sociales que intenta explicar cómo la sociedad
influyó en la cognición, la motivación, el desarrollo y el comportamiento de individuos y es
influida por ellos”. El autor destaca las relaciones recíprocas entre sociedad e individuos a
través de dos constructos básicos, el ambiente social (normas, roles, grupos, organizaciones,
redes sociales) y comportamiento social (enactuar un rol, ejercer poder, votar, liderar).

EL CONTEXTO SOCIAL EN EL SURGIMIENTO DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL


El contexto histórico social de desarrollo de la Psicología Social estuvo fundamentalmente
signado por los avatares de la Segunda Guerra Mundial en Europa y por la gran cantidad de
problemas y necesidades críticas que requerían respuestas urgentes que produjo: combatir la
desmoralización de la población, estudios de actitudes, relaciones internacionales, problemas
psicológicos acarreados por una economía de guerra.
Cartwright identifica a la Segunda Guerra Mundial como la influencia más poderosa en el
desarrollo de la Psicología Social y a Hitler como la persona que mayor impacto tuvo tanto en
el surgimiento de problemas humanos como en la búsqueda de soluciones. Su marcado
antiintelectualismo y antisemitismo contribuyó tanto al importante flujo migratorio de
científicos europeos a Estados Unidos con el consiguiente retraso de la psicología social
europea, como al crecimiento de focos de desarrollo de psicólogos sociales en Estados Unidos
que adhirieron al paradigma conductista y a la ideología política americana, la defensa de la
democracia, la importancia del individuo, la creencia en el progreso humano a través de la
racionalidad y la educación.

Los precursores
Los comienzos de la Psicología Social se remontan a fines del siglo XIX en Francia con los
trabajos de Gabriel Tarde.
Tarde fue reconocido como un precursor de la Psicología Social, asociado a la figura de Emile
Durkheim, con quien polemizó acerca de la influencia fundante al ser humano: lo individual
versus lo social.
Así como Durkheim afirmaba que lo social, las normas sociales son exteriores al individuo y
ejercen sobre él una coerción que le es extraña, Tarde enfatizó el papel del individuo, de sus
innovaciones y sus invenciones sobre el desarrollo social. Según Tarde, la conciencia colectiva
no tiene una existencia independiente de los individuos.
Tarde subraya el carácter dinámico y selectivo de la imitación. Somos el resultado de la
combinación de una multiplicidad de otros. Tarde preanuncia así la posterior teoría del rol y la
perspectiva social del sí mismo que deriva de asumir el rol del otro.
En el proceso social, los individuos se influyen recíprocamente, construyendo una conciencia
colectiva. La interacción entre las “conciencias”, la conversación, perfila la posterior teoría de
la comunicación.
Tarde anticipa también desarrollos metodológicos y técnicos futuros, la creación de
laboratorios de interpsicología, el uso de estadísticas y la observación.
En Alemania, en la segunda mitad del siglo XIX, cobra importancia la transformación
universitaria generada por Humboldt que enfatiza la importancia de la investigación.
Se discuten dos formas de conocimiento: ciencias naturales/ ciencias humanas y sociales, que
responden a dos filosofías diferentes, el paradigma cartesiano frente al paradigma hegeliano.
En la historia de la psicología se destaca la figura de Wundt, un científico que crea
simultáneamente
- Una psicología experimental –no social– como disciplina autónoma, ciencia de la
naturaleza
- Una metafísica científica y
- Una psicología social histórica –ciencia social no experimental– ciencia del espíritu.
La creación de la psicología fisiológica experimental coincide con la del primer laboratorio de
Psicología (1879). Wundt crea una psicología que estudia estados o contenidos de la
conciencia, procesos sensoriales básicos, con el método de la introspección o análisis de la
experiencia consciente, acentuando la consideración de lo psíquico como estructura de
sensaciones y sentimientos.
La introspección se manifiesta para el sujeto como percepción interna de elementos de la
propia conciencia, la reacción a un estímulo mensurable, una conciencia que aísla al individuo
de los otros y del fenómeno cultural. El objeto legítimo de la investigación científica es aquello
presente en la conciencia.
De interés especial para la Psicología Social es su Psicología de los pueblos. Un trabajo que
estudia las formas de comportamiento colectivo, los procesos mentales que trascienden a los
individuos y que surgen por asociación en una comunidad cultural y son importantes para la
comprensión de procesos cognitivos superiores no cognoscibles por introspección. Estudia la
relación entre lenguaje y pensamiento.
Con esta obra, Wundt desarrolla la historia psicológica de la humanidad, diferente de una
psicología de la consciencia individual, aborda el Volkgeist o espíritu o mente del pueblo,
buscando cómo la diversidad se transforma en comunidad. La cultura se define como un
proceso colectivo influido por los cambios históricos. Analiza la mente en sus manifestaciones
externas, es decir, en términos de cultura que se halla más allá del pensamiento individual
consciente. Wundt busca develar los procesos mentales superiores, producto de creaciones
sociales, culturales y artísticas únicamente explicables a partir de un punto de vista histórico.
Estas ideas de Wundt tienen un antecedente importante en la psicología social rusa que
estudia los procesos mentales como un producto histórico y cultural, otorgándole especial
relevancia al papel del lenguaje en la construcción de un pensamiento compartido. Estas son
las ideas que retomará años más adelantes Lev Vigotski.
Wundt influyó en importantes pensadores de la psicología como Mead, Vigotski y Luria,
quienes señalan el surgimiento de los procesos mentales ligados a los procesos históricos y
sociales y en particular a la comunicación.
Los aportes de Wundt serán el germen de una de las dos tradiciones históricas de la psicología
social: la Psicología Social Sociológica, que estudiará la conciencia individual como resultado de
la creación de significados en la interacción social.
Wundt separó la psicología de la especulación metafísica y la convirtió en ciencia
experimental, muy cercana a los desarrollos de la biología y creó una psicología social no
positivista, ligada a los desarrollos de una historia de la cultura y a la comprensión de la
conducta humana, emergiendo de la interacción en contextos sociales.
Francia es también la cuna de algunos pensadores cuyos aportes fueron cruciales para la
psicología social. Durkheim, sociólogo positivista, enfatizó la primacía de lo social por encima
de lo individual. Lo social es irreductible a una explicación psicológica individual, posee
características peculiares y es anterior a la existencia del individuo. Sostenía que había que
tomar para su estudio “a los hechos sociales como cosas”, factibles de ser analizados
objetivamente.
Es también en Francia que surge la consideración de la conducta de las masas en la figura de
Gustavo Le Bon. Se hacía necesaria una disciplina que explicara el comportamiento social,
conocer los mecanismos de control social frente a una Europa convulsionada, signada por
cambios drásticos y acelerados, movimientos políticos revolucionarios, procesos de
industrialización y urbanización, con los correlatos sociales de migraciones, división y
enfrentamiento de clases.
Para Le Bon, los fenómenos de masas eclipsan todas las características individuales
positivistas. El ascenso de las masas coincide con la declinación de la civilización ya que el
“alma colectiva”, a través de la sugestión y el contagio, propende una conducta inconsciente e
irracional, de modo que los hombres “sienten, piensan y actúan de un modo completamente
distinto a como lo haría cada uno de ellos por separado”. La masa se transforma así en una
entidad psicológica distintiva e independiente de los miembros que la componen.

Historia de la Psicología Social


En Estados Unidos la Psicología Social hace su aparición en 1908 con la publicación de dos
manuales: “Social Psychology” de Edward Ross y “Introduction to Social Psychology” de
William Mc Dougall.
Edward Ross recibe la influencia de Gabriel Tarde y de la psicología colectiva europea y postula
una psicología social que estudia las conductas resultantes de las influencias interindividuales,
de las interacciones sociales, tales como se dan en las situaciones de invención –combinación
original de ideas de la mente individual– y sugestión e imitación –acción de unas mentes sobre
otras–.
Ross inscribe así a la psicología social como parte de la sociología, estudiando las
uniformidades en la conducta humana debidas a causas sociales, tales como el lenguaje, los
mitos, las costumbres, una psicología de las modas colectivas.
Ross destaca la imitación como explicación de la conducta.
William Mc Dougall desarrolló inicialmente una psicología individual. Considera a los instintos
como origen o causa de la conducta humana individual o social. Cada instinto se corresponde
con una conducta específica a la que explica y su correspondiente expresión emocional, como,
por ejemplo, el instinto de huida se corresponde con el temor.
La influencia social tiene una importancia secundaria en este período de su desarrollo teórico,
ya que los componentes emocionales de los instintos son inmutables. Para Mc Dougall existen
instintos sociales que determinan la conducta social.
Sin embargo, la producción posterior de Mc Dougall incursiona en la psicología colectiva, con
una perspectiva genética y más social de la mente humana.
El grupo tiene un poder de influencia sobre las conciencias individuales. Aboga por la
existencia de una conciencia colectiva, un espíritu de grupo que se impone sobre las
conciencias individuales a través de la sugestión.
En la historia de la Psicología Social prevalecieron dos corrientes: la Psicología Social
Psicológica y la Psicología Social Sociológica.

La Psicología Social Psicológica surgió a principios del siglo XX, fundamentalmente en Estados
Unidos, vinculada al conductismo. La psicología dejó de ser la ciencia de la mente para
transformarse en ciencia de la conducta.
Desde esta posición epistemológica (positivismo lógico) se enfatizó la posibilidad de estudiar la
conducta observable, desde una aproximación externa a la gente. Se utilizó básicamente el
método experimental en el trabajo en los laboratorios, intentando formular leyes generales
sobre la conducta social.
Floyd Allport definirá la Psicología Social como el estudio de la conducta social,
“estimulaciones y reacciones que surgen entre los individuos y la parte social de su medio”.
Si bien su planteo deriva de los postulados del conductismo, también incorpora a la conciencia
como parte del estudio de la conducta. La conciencia es una respuesta individual, de índole
fisiológica, frente a estímulos del medio social, no una explicación de la conducta.
Plantea que los mecanismos comportamentales y la conciencia son un fenómeno individual,
fundamentales para la comprensión de la interacción entre individuos.
Uno de los trabajos más descollantes en la historia de la Psicología Social Psicológica fue la
investigación experimental de Stanley Milgram que puede considerarse un experimento
crucial en la historia de la disciplina.
Milgram evalúa la obediencia, es decir la compulsión a hacer el mal, como resultado de
factores contextuales: la presencia de una autoridad legítima que se hace cargo de las
decisiones, el alejamiento de la víctima y el procedimiento escalonado, por etapas en el
cumplimiento de órdenes criminales.
Con esta experiencia, Milgram intentó explicar cómo desde el comportamiento de personas
que individualmente eran “buenos ciudadanos” se llegó a un programa de exterminio masivo:
el Holocausto.

La Psicología Social Sociológica estuvo vinculada con el interaccionismo simbólico, escuela que
se desarrolló en la universidad de Chicago, a principios del siglo XX.
Para este grupo de pensadores, entre quienes se encuentran Cooley, Thomas y Mead, las
influencias más importantes sobre la conducta son las simbólicas, que derivan del uso del
lenguaje en la interacción y que impregnan de significado la conducta social. La persona se va
conformando a través de la internalización de los significados plasmados en la interacción
social e incorporados al sí mismo. Esto le posibilita ver el mundo tal como lo ven los demás. El
proceso de convertirse en “persona” implica un desarrollo evolutivo.
HISTORIA DE LOS DESARROLLOS LATINOAMERICANOS EN PSICOLOGÍA SOCIAL
Durante los años 60 del siglo XX se desarrollaron una serie de acontecimientos y movimientos
sociales que se tradujeron en transformaciones culturales, sociales, políticas y económicas,
que afectaron el desarrollo de las Ciencias Sociales y Humanas en general y de la Psicología en
particular.
El positivismo, como base teórica, metodológica y epistemológica, entró en crisis. Al interior de
la Psicología Social se comenzó a cuestionar la falta de relevancia de los conocimientos
generados, la orientación psicologista e individualista de la disciplina, la no consideración del
contexto histórico y social, así como los problemas derivados de la utilización de los
experimentos de laboratorio como único método válido de investigación.
Se registró la transición de un modelo explicativo mecanicista-causal de los fenómenos
psicosociales, hacia un modelo basado en el sistema de relaciones del que son parte los
individuos, reconociendo que los individuos como históricamente situados interpretan la
realidad, se relacionan y construyen el mundo en el que viven. Este movimiento dio lugar de
nuevas propuestas teóricas y metodológicas tanto en Europa como en América.
En Europa encontramos por un lado los aportes de Moscovici y Jodelet sobre las
Representaciones Sociales y la influencia de las minorías, los de Tajfel sobre la categorización y
la identidad social, los desarrollos de Duveen y Doise sobre el papel que desempeña la
interacción social en los procesos cognitivos, y la psicología discursiva. En Europa del Este se
desarrolló una teoría social de tradición marxista-leninista.
En América, diferenciamos los desarrollos de Estados Unidos (tradición anglosajona) de los de
América de tradición latina.
En Estados Unidos, el construccionismo social de Gergen que cuestionó la existencia de un
modo privilegiado de acceder a la realidad, así como también que los conocimientos sean la
representación de una realidad que está por fuera de quien la conoce.
En América Latina distinguimos cuatro líneas de desarrollo:
1. Del psicoanálisis a la Psicología Social
Representantes: Pichón Rivière, Bleger, Goldenberg, Langer. Al psicoanálisis clásico sumaron la
influencia del materialismo dialéctico, el psicoanálisis culturalista, la teoría del campo de
Lewin. Junto al pensamiento sociológico de Germani, esta generación de científicos sociales
colocó la transformación de la sociedad en el centro de sus preocupaciones.
Bleger y Pichón Rivière señalaron el carácter social en la formación del inconsciente, su
relación con la condición social del sujeto describiendo una relación dialéctica entre la
estructura social y la persona a partir de la noción de vínculo, integraron al sujeto y su
organización psíquica con las condiciones concretas de su vida cotidiana.
Las dictaduras de 1966 y 1976 quebraron estos desarrollos por la persecución, asesinatos,
violencias y el exilio de muchos de estos científicos.
2. Giro latinoamericano de la Psicología Social
El Congreso de la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP) de Perú de 1978 y de La Habana
de 1987 iniciaron una nueva transformación del pensamiento psicosocial en el continente.
Salazar fue pionero en articular lo político a la Psicología.
Martín-Baró propuso elaborar una psicología popular y liberadora, apoyada en una praxis
transformadora de la vida social. Esta perspectiva requiere recuperar la memoria histórica,
reconocer y potenciar todas aquellas virtudes propias de nuestros pueblos que les han
permitido afrontar difíciles situaciones socio-históricas.
En este contexto se configura el campo de la Psicología Social Comunitaria, Maritza Montero
aporta para la construcción de un paradigma emergente que incorpora las dimensiones éticas
y políticas. La Psicología Social Comunitaria en América Latina se relaciona con el surgimiento
de la Psicología Social Crítica, que propone un cuestionamiento a la producción de
conocimiento y sus prácticas asociadas.
En Brasil se desarrolla una Psicología Histórico Social, que incorpora una perspectiva marxista
al campo de la Psicología; tuvo como referente central a Silvia Lane, que realizó estudios sobre
la alienación en la Universidad Católica de San Pablo.
3. Construccionismo Social
A partir de los aportes de Bateson y von Foerster surge una crítica al paradigma dominante,
con la incorporación de una perspectiva holística y compleja. Aparecen movimientos de
desmanicomialización en diferentes lugares de América Latina así como la problematización de
la identidad y la tarea de los trabajadores del campo de la salud mental.
4. Teoría de las Representaciones Sociales
Esta teoría parte de retomar el concepto de la Representación Colectiva de Durkheim, entre
otras influencias conceptuales, intentando abandonar el abordaje individual de los procesos
psicosociales dominante en la psicología social. Desde la década del ’90 comienza a
jerarquizarse esta teoría en América Latina, como herramienta para el estudio sobre las
relaciones entre prácticas y conocimientos sociales. Apoyados por Moscovici y Jodelet, se
desarrolla fuertemente en México, Brasil y Argentina.
UNIDAD 2

INTRODUCCIÓN AL CONSTRUCCIONISMO SOCIAL (Burr)


El construccionismo social nos invita a ser críticos con la idea de que nuestras observaciones
del mundo nos brindan su naturaleza sin problemas y a desafiar el punto de vista de que el
conocimiento convencional se basa sobre la observación objetiva y sin sesgos del mundo. Se
opone, en consecuencia, a lo que conocemos como positivismo o empirismo. El
construccionismo social nos advierte que debemos desconfiar de nuestros supuestos acerca de
lo que el mundo parece ser.
Todas las formas de comprensión no sólo son específicas de una cultura y de un período
histórico y particulares, sino que son consideradas como productos de esa cultura e historia y
dependen de los acuerdos sociales y económicos prevalecientes en esa cultura y en ese
momento histórico.
Si nuestro conocimiento del mundo, nuestra manera de entenderlo, no deriva de la naturaleza
de ese mundo tal como realmente es, ¿de dónde proviene entonces? La respuesta del
construccionismo social es que las personas lo construyen entre ellas. La interacción social de
cualquier clase y, especialmente del lenguaje, es de gran interés para los construccionistas
sociales. Lo que sucede entre las personas en el curso de la vida cotidiana es considerado
como las prácticas en las que se construyen nuestras versiones compartidas del conocimiento.

Diferencias entre el construccionismo social y la psicología tradicional


1. Anti esencialismo
Dado que el mundo social y nosotros mismos en tanto personas somos producto de procesos
sociales, podemos deducir que no puede haber una naturaleza dada ni del mundo ni de las
personas. No hay “esencias” dentro de las cosas o de las personas que las hagan ser lo que
son, aunque algunas corrientes de la psicología tradicional, como el conductismo, estarían de
acuerdo con esto, otros, como el psicoanálisis, se basan en la idea de que hay de antemano un
“contenido” dado en las personas.
2. Anti realismo
El construccionismo social niega que nuestro conocimiento sea producto de una percepción
directa de la realidad. Construimos nuestras propias versiones de la realidad (como cultura o
sociedad) entre nosotros. Dado que tenemos que aceptar el relativismo histórico y cultural de
todas las formas de conocimiento, la noción de “verdad” se vuelve problemática. Dentro del
construccionismo social no puede haber algo que podamos considerar como un hecho
objetivo. Todo conocimiento deriva de mirar al mundo desde una u otra perspectiva, y de
servir a un interés determinado en detrimento de otros. La búsqueda de verdad ha sido el
cimiento de toda ciencia social desde sus comienzos. El construccionismo social supone un
modelo radicalmente diferente acerca de lo que significa hacer ciencias sociales.
3. La especificidad histórica y cultural del conocimiento
Si todas las formas de conocimiento son histórica y culturalmente específicas, esto debe incluir
el conocimiento generado por las ciencias sociales. Las disciplinas que la Psicología y la
Psicología Social ya no pueden proponerse descubrir la “verdadera” naturaleza de la gente y
de la vida social. Deben, en cambio, virar su atención a un estudio histórico del surgimiento de
las formas actuales de la vida psicológica y social, y de las prácticas sociales, ya que estas
disciplinas han sido creadas por esa historia.
4. El lenguaje como una condición previa del pensamiento
Nacemos en un mundo en el cual los marcos conceptuales y las categorías usadas por las
personas que pertenecen a nuestra cultura existen de antemano. Estos conceptos y categorías
son adquiridos por todos, a medida que desarrollan la capacidad de utilizar el lenguaje. Esto
significa que el modo en que la gente piensa, las categorías y conceptos que brindan una
estructura de significados para ellos, son provistos por el lenguaje que utilizan. Entonces el
lenguaje es una pre-condición del pensamiento, tal como nosotros lo conocemos. Algunos
psicólogos, tales como Piaget, creían que el pensamiento se desarrollaba en el niño antes dela
adquisición del lenguaje, y la mayor parte de la Psicología Tradicional, sostiene la asunción
tácita de que el lenguaje es, en mayor o menor grado, una expresión directa del pensamiento,
más que una pre-condición del mismo.
5. El lenguaje como una forma de acción social
Cuando las personas hablan entre sí, el mundo se construye. Por lo tanto, nuestro uso del
lenguaje puede ser pensado como una forma de acción, y algunos construccionistas sociales
consideran su interés central este rol performativo del lenguaje. La psicología tradicional ha
considerado típicamente al lenguaje como el vehículo pasivo para nuestros pensamientos y
emociones.
6. El énfasis puesto en la interacción y en las prácticas sociales
La psicología tradicional busca explicaciones de los fenómenos sociales dentro de la persona.
Tradicionalmente, la sociología se ha opuesto a esto considerando que son las estructuras
sociales las que dan origen a los fenómenos sociales que vemos. El construccionismo social
rechaza ambas posiciones y considera que las explicaciones no pueden ser encontradas ni en la
psiquis individual ni en las estructuras sociales, sino en los procesos interactivos que tienen
lugar rutinariamente entre las personas.
7. El énfasis en los procesos
Mientras que la mayor parte de la Psicología y Sociología tradicionales han planteado
explicaciones en términos de entidades estáticas, tales como rasgos de personalidad,
estructuras económicas, modelos de memoria, las explicaciones ofrecidas por los
construccionistas sociales son más frecuentemente expresadas en términos de la dinámica de
la interacción social. De esta manera, el énfasis está puesto más en los procesos que en las
estructuras.

CONSTRUCCIONISMO SOCIAL

Influencias sociológicas
Mead (1934), en los Estados Unidos, fundó el “interaccionismo simbólico”. Es fundamental
para el interaccionismo simbólico la visión de que, como personas, construimos nuestra propia
identidad y la de los demás a través de nuestros encuentros cotidianos con los otros en la
interacción social. La sub-disciplina sociológica conocida como etnometodología, que creció en
América del Norte en las décadas del ’50 y ’60, trató de entender los procesos por los cuales la
gente común construye la vida social y le otorga sentido para ellos mismos y para los demás.
Podemos considerar que la mayor contribución construccionista social de la Sociología es el
libro de Berger y Luckmann (1966) “La construcción social de la realidad”. La versión anti
esencialista de la vida social de Berger y Luckmann argumenta que los seres humanos juntos
crean y luego sostienen todos los fenómenos sociales a través de las prácticas sociales. Ellos
describen tres procesos como responsables fundamentales de esto: externalización,
objetivación e internalización. Las personas “externalizan” cuando actúan sobre su mundo,
creando algún artefacto o práctica. Por ejemplo, pueden tener una idea y la externalizan
contando una historia o escribiendo un libro. Pero esto entonces ingresa dentro del reino de lo
social; otras personas vuelven a contar la historia o leen el libro, y una vez adentro del campo
social, la historia o el libro comienzan a tener vida propia. La idea que esto expresa se ha
convertido entonces en un “objeto” de la conciencia para las personas de esa sociedad
(“objetivación”) y ha desarrollado una especie de existencia fáctica o verdadera. Finalmente,
como las generaciones futuras nacen en un mundo donde esta idea ya existe, la “internalizan”
como parte de su conciencia, como parte de su comprensión de la naturaleza del mundo.
La explicación de Berger y Luckmann muestra cómo el mundo puede ser construido
socialmente por las prácticas sociales de las personas, pero al mismo tiempo, ser vivido por
ellos como si la naturaleza de su mundo fuera prefijada y dada de antemano.
El surgimiento del construccionismo social en psicología
El surgimiento del construccionismo social en Psicología, se ubica generalmente en el trabajo
de Gergen (1973) argumenta que todo el conocimiento, incluido el conocimiento psicológico,
es histórica y culturalmente específico, y que por lo tanto nuestras investigaciones deben
extenderse más allá de lo individual hacia lo social, político y económico para una correcta
comprensión de la evolución de la psicología y de la vida social actuales.
Posmodernismo
El posmodernismo como movimiento intelectual tiene su centro de gravedad en el arte, la
arquitectura, la literatura y los estudios culturales.
El proyecto del Iluminismo era la búsqueda de la verdad, de entender la naturaleza verdadera
de la realidad mediante la aplicación de la razón y la racionalidad. Esto presenta un contraste
tajante con el período medieval, en el cual la Iglesia era el único árbitro de la verdad. La ciencia
como antídoto al dogma del período medieval, nace en el período del Iluminismo. La persona
individual, en lugar de Dios y la Iglesia, pasó a ser el foco en temas de moralidad y verdad.
El movimiento moderno en el mundo artístico emprendió su propia búsqueda de la verdad.
En sociología, la búsqueda de reglas y estructuras fue ejemplificada por Marx quien explicaba
los fenómenos sociales en términos de la estructura económica subyacente y los psicólogos
como Freud y Piaget postularon la existencia de una estructura psíquica subyacente para
explicar los fenómenos psicológicos. En cada caso, la estructura “oculta” o regla es vista como
la realidad más profunda por debajo de las características superficiales del mundo, la verdad
acerca del mundo podía ser revelada mediante el análisis de estas estructuras subyacentes.
Las teorías en las ciencias sociales y en las humanidades, que proponen tales estructuras, son
conocidas como “estructuralistas”, el rechazo (posterior) de la noción de reglas y estructuras
como formas subyacentes en el mundo real es conocido como “postestructuralismo”.
El posmodernismo es el rechazo tanto de la idea de que puede haber una verdad última, como
del estructuralismo, la idea de que el mundo que vemos es el resultado de estructuras ocultas.
El posmodernismo rechaza también la idea de que el mundo puede ser comprendido en
términos de las grandes teorías o metanarrativas y en cambio enfatiza la coexistencia de una
multiplicidad y variedad de formas de vida dependientes de la situación.
Argumenta que en Occidente vivimos en un mundo posmoderno, un mundo que ya no puede
ser comprendido por un sistema de conocimientos omnicomprensivo (tal como una religión).
ACERCA DE ESTAR SANO EN UN MEDIO ENFERMO (Rosenhan)
Ocho personas mentalmente sanas consiguen ser admitidas por medios subrepticios en
diferentes clínicas.
El grupo de ocho pseudopacientes era muy heterogéneo. Uno de ellos era estudiante de
psicología y tenía algo más de 20 años. Los otros siete eran mayores. Entre ellos había tres
psicólogos, un pediatra, un psiquiatra, un pintor y un ama de casa.
Con excepción de mí mismo (fui el primer pseudopaciente y mi presencia era conocida por el
administrado del hospital y por el psicólogo jefe; hasta donde puedo asegurarlo, sólo por
ellos), la presencia de los pseudopacientes y el tipo de programa de investigación permaneció
oculto al resto del personal de las clínicas.
Al estructurar el ensayo se introdujeron variaciones similares; con el fin de que los resultados
tuvieran validez general, se buscó acceso a clínicas muy diferentes.
Después que el paciente concertaba telefónicamente una fecha de internación con la clínica,
llegaba a la oficina de admisión y se quejaba de haber oído voces. Preguntado sobre lo que
decían las voces, contestaba que en ocasiones eran poco claras, pero que en la medida de lo
que podía entenderles decían “vacío”, “hueco”, y “ruido sordo”. Las voces eran desconocidas y
pertenecían aparentemente a una del mismo sexo que el pseudopaciente. Se eligieron estos
síntomas debido a su evidente similitud con síntomas existenciales. Tales síntomas derivarían
de la preocupación dolorosa por sentir la insignificancia de la vida. Es como si, al decir de la
persona que parece de alucinaciones, “la vida está hueca y vacía”. La selección de estos
síntomas fue determinada asimismo por el hecho de que, en la literatura no existe ni una sola
reseña sobre una psicosis existencial.
Fuera de la simulación de síntomas y de los cambios de nombre, profesión y lugar de trabajo,
no se realizaron modificaciones de la persona, de su vida anterior o de las demás
circunstancias de su vida. Los acontecimientos principales de la vida de los pseudopacientes
fueron presentados tal como habían ocurrido realmente.
Inmediatamente después de su internación en el servicio psiquiátrico de la institución, los
pseudopacientes dejaron de aparentar síntomas de anormalidad.
Con excepción de un breve período de nerviosidad, el pseudopaciente se comportaba en la
institución de la misma manera en que lo hacía “normalmente”.
A cada uno de ellos se les dijo que debían ser dados de alta por sus propios esfuerzos,
fundamentalmente, convenciendo al personal de la institución de su salud mental. Las
tensiones psíquicas relacionadas con la hospitalización eran considerables y todos los
pseudopacientes menos uno deseó salir casi inmediatamente después de su internación. En
consecuencia no solamente se los motivó para que se comportaran normalmente sino para
que se convirtieran en modelos de cooperación. Las enfermeras confirmaron que su conducta
no era de modo alguno desagradable; fue posible obtener estos informes acerca de la mayoría
de los pacientes y en ellos se manifestaba unánimamente que los pacientes eran “amables” y
“cooperativos” y que “no presentaban signos anormales”.
A pesar del evidente “alarde” de salud mental, ninguno de los pseudopacientes fue
desenmascarado como tal. Salvo uno de los casos en el que se diagnosticó esquizofrenia, todos
los demás fueron dados de alta con un diagnóstico de esquizofrenia “en remisión”. La
calificación de “en remisión” no debe considerarse como simple formalidad, quitándole
importancia, ya que en ningún momento de la hospitalización de ninguno de los pacientes se
puso en duda de su calidad de enfermos. Tampoco hay indicio alguno en la documentación de
las clínicas de que el estado de los pseudopacientes fuera sospechoso. Más bien hay razones
para creer que habiéndose clasificado una vez al pseudopaciente como esquizofrénico, quedó
considerado como tal. En caso de que se le diera de alta, su afección naturalmente debía estar
“en remisión”. Pero no estaba mentalmente sano y según opinión de la institución, tampoco lo
había estado nunca. Con esto se había construido una “realidad” humana evidente.
No era raro que los otros pacientes descubrieran la normalidad de los pseudopacientes. El
hecho de que los pacientes reconocieran frecuentemente su estado de normalidad pero no así
el personal, da pie para importantes interrogantes. El hecho de que la normalidad de los
pseudopacientes no fuera descubierta por los médicos durante su permanencia en el hospital
puede deberse a que los médicos tienen una fuerte inclinación a lo que los técnicos en
estadística llaman error tipo 2. Esto significa que los médicos se inclinan más a considerar
enferma a una persona sana (resultado positivo erróneo tipo 2), que sana a una persona
enferma (resultado negativo erróneo tipo 1).
Más allá de la tendencia a declarar enfermos a los sanos, los dictámenes se basan en el papel
preponderante de la clasificación en la formulación de los diagnósticos psiquiátricos. En cuanto
el pseudopaciente ha sido clasificado una vez de esquizofrénico, nada puede hacer para
liberarse de ese estigma. Se distorsiona profundamente la opinión de otros acerca de él y de su
propia conducta. En un sentido estricto se ha creado así una realidad.
Tan pronto como una persona es catalogada como anormal, todas sus otras formas de
conducta y rasgos característicos se verán teñidos por esta clasificación. De hecho, la
clasificación es tan poderosa que muchas de las formas de conducta de los pseudopacientes
fueron pasadas por alto o totalmente malinterpretadas, con el fin de que correspondieran a la
realidad preparada.
Una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y con ello, sus propios efectos. Tan
pronto como se ha producido la impresión de que el paciente es esquizofrénico, la expectativa
es que siga siendo esquizofrénico. Cuando ha transcurrido suficiente tiempo sin que haya
hecho algo extravagante, se cree que está en remisión y que puede ser dado de alta. Pero la
clasificación lo persigue más allá de los muros de la clínica. Tal clasificación en boca de
profesionales de la psiquiatría influye tanto en el paciente como en sus familiares y amigos y
no es extraño que el diagnóstico actúe sobre todos ellos como una profecía que se
autocumple. Finalmente, el paciente mismo acepta el diagnóstico, con todas las implicancias y
expectativas adicionales y se comporta correspondientemente.
No resulta claro por qué se crean evaluaciones extremas de la personalidad, tales como
“enfermo mental”. Cuando los orígenes y los estímulos que desencadenan una conducta no
son claros o son desconocidos, o cuando la conducta no parece imposible de influir, es
comprensible que sean adjudicadas a la persona en cuestión. Cuando, en cambio, los orígenes
y los desencadenantes son conocidos y explicables, la discusión se limita a la conducta misma.
Yo puedo, por ejemplo, tener alucinaciones porque estoy durmiendo o porque he tomado un
medicamento determinado. En estos casos se las denomina “alucinaciones inducidas por el
sueño” o bien alucinaciones inducidas por la medicación. Si en cambio los estímulos para mis
alucinaciones son desconocidos, se habla de locura o de esquizofrenia, como si esta
interpretación fuera tan clara como la otra.
Existen muchas pruebas de que la actitud frente a los enfermos mentales está caracterizada
por el temor, la hostilidad, la desconfianza y el horror. Los enfermos mentales son los parias de
la sociedad.
Pero el hecho de que también los profesionales, asistentes, enfermeras, médicos, psicólogos y
trabajadores sociales, quienes tienen trato con enfermos mentales y les administran las
terapias, sean presa de los mismos sentimientos resulta sustancialmente más inquietante.
Obsérvese la estructura del típico hospital psiquiátrico. El personal y los pacientes están
estrictamente separados. El personal dispone de su propia área, incluido comedores, baños y
salas de reunión. El personal permanece junto, casi como si la enfermedad de sus protegidos
fuera contagiosa.
La organización jerárquica de las clínicas psiquiátricas implica que quien posee el mayor poder
es quien menos tiene que ver con los pacientes, y quien menos poder tiene es quien más se
ocupa de ellos.
El contacto visual y la comunicación verbal reflejan el interés y el desarrollo de la personalidad;
la falta de ambos significa evitación y despersonalización. Poseo testimonios escritos de
pacientes que fueron castigados por el personal por haberse atrevido a iniciar un contacto
verbal. Durante mi experiencia, por ejemplo, un paciente fue abofeteado en presencia de
otros enfermos por haberse acercado a un asistente y decirle “usted me gusta”.
Ni los relatos pueden transmitir el avasallante sentimiento de impotencia que embarga a una
persona constantemente expuesta a la destrucción de su personalidad en un hospital
psiquiátrico. Apenas si importa de qué hospital psiquiátrico se trata.
La impotencia aparece en todas partes. Como consecuencia de su internación psiquiátrica, el
paciente es desprovisto de muchos de sus derechos legales y en base a su clasificación
psiquiátrica pierde credibilidad. Su libertad en movimiento se limita. No puede establecer
relación con el personal, sólo puede responder si éste se acerca. Prácticamente no existen
esferas privadas. Las habitaciones y los objetos de propiedad de los pacientes pueden ser
visitadas o revisados por cualquier miembro del personal y por cualquier motivo. Los detalles
de su vida anterior y sus angustias son accesibles a toda persona que quiera leer su historia
clínica, sin tomar en cuenta si el lector tiene que ver terapéuticamente con el paciente. Su
higiene personal y hasta su función intestinal es vigilada en ocasiones, por lo que los baños no
suelen tener puertas.
Por momentos la despersonalización adquiría ribetes tales que los pseudopacientes tenían la
sensación de ser invisibles o por lo menos indignos de ser tomados en cuenta. Después de la
admisión fue sometido, al igual que los otros pseudopacientes, a una primera revisación física
en un recinto semipúblico.
En el servicio, los asistentes sometían a los pacientes a insultos y en ocasiones a severos malos
tratos corporales, a la vista de otros pacientes. Algunos de los que observaban
(pseudopacientes) anotaban todo. Los malos tratos, sin embargo, cesaban inmediatamente
cuando llegaba otro mimbro del personal.
El capítulo de los medicamentos que se administraba a los pacientes es un ejemplo clarísimo
de despersonalización y de no querer ver. Los pseudopacientes recibieron un total de casi
2100 tabletas. Solamente fueron tragados dos comprimidos, los demás los ocultábamos en los
bolsillos o arrojábamos al inodoro. Esto no sólo lo hacían los pseudopacientes. Mientras que
los pacientes se mostraban cooperadores, su conducta, como la de los pseudopacientes, tanto
en esta cuestión como en otras fundamentales, pasaba sin ser objetada.
¿Cuáles son las causas de la despersonalización? En primer lugar, es la actitud que tenemos
todos, incluso los terapeutas y asistentes, frente a los enfermos mentales, una actitud que está
caracterizada por una parte por el temor, la desconfianza y las expectativas horribles y por otra
por propósitos bienintencionados. Nuestra ambivalencia lleva, en este caso, como en otros, a
la proscripción.
En segundo lugar, la estructura jerárquica del hospital psiquiátrico contribuye a la
despersonalización. Los que están en lo alto de la jerarquía son los que menos tienen que ver
con los pacientes y su conducta influye en la de los demás colaboradores. Los pacientes no
pasan mucho tiempo en contacto personal con los médicos; y los médicos sirven de ese
modelo para las enfermeras y asistentes. Seguramente existen aún otras causas. Las
instituciones psiquiátricas se encuentran actualmente en un grave aprieto financiero. En todas
partes falta personal y el tiempo del personal es muy caro. Algo tiene que resentirse y ese algo
es el contacto con los pacientes. También el hecho de que se use gran cantidad de
psicotrópicos conduce tácitamente a la despersonalización. De esta manera, el personal se
convence de que se está realizando un tratamiento y de que no es necesaria una mayor
comunicación con el paciente.
Toda vez que la relación entre lo que sabemos y lo que debemos saber se acerca a cero, nos
inclinamos a inventar “conocimiento” y a asumir que sabemos más de lo que en realidad
sabemos. Parecería que no podemos aceptar que simplemente no sabemos algo. La necesidad
de establecer diagnósticos y curar problemas emocionales y de conducta es enorme. Pero en
lugar de admitir que sólo estamos empezando a comprenderlos, seguimos estigmatizando a
los pacientes con el sello de “esquizofrénico”, “maniático-depresivo” y “demente”, como si
hubiéramos encerrado en estas palabras la esencia de la razón. En realidad sabemos desde
hace mucho tiempo que a menudo los diagnósticos no son ni adecuados ni confiables. A pesar
de todo, seguimos sirviéndonos de ellos. Sabemos ahora que no podemos distinguir la
enfermedad mental de la salud.
Goffman denomina “envilecimiento” al proceso de adaptación en tales instituciones, una
expresión apropiada que incluye el proceso de despersonalización que he descrito. Es difícil de
creer que estos procesos de adaptación a una institución psiquiátrica suministren formes de
conducta y de reacción útiles para la vida “fuera”.
LAS DOS REALIDADES (Watzlawick)

En todos los ámbitos, pero sobre todo en el de la psiquiatría, en la que el problema de la


concepción de la realidad como baremo de normalidad desempeña un papel de capital
importancia, solemos mezclar muy a menudo dos conceptos muy distintos de la realidad, sin
advertirlo con la claridad suficiente. El primero de ellos se refiere a las propiedades puramente
físicas (y por ende objetivamente constatables) de las cosas y responde, por tanto, al problema
del proceder científico objetivo. El segundo afecta exclusivamente a la adscripción de un
sentido y un valor a estas cosas y, en consecuencia, a la comunicación.
Encuadraremos dentro de la realidad del primer orden aquellos aspectos de la realidad que se
refieren al consenso de la percepción y se apoyan en pruebas experimentables, repetibles y,
por consiguiente, verificables.
En el ámbito de esta realidad no se dice nada sobre la significación de estas cosas, o sobre el
valor que poseen. Por ejemplo: la realidad del primer orden del oro, es decir, sus propiedades
físicas, son perfectamente conocidas y verificables en todo tiempo. Pero la significación, la
importancia del oro en la vida humana desde tiempos remotos y sobre todo el hecho de que
dos veces al día se le asigne un valor concreto, y que esta asignación de valor tenga una
importante influencia en otros muchos aspectos de nuestra realidad, todo esto tiene muy poco
o nada que ver con sus propiedades físicas.
No existe ninguna norma objetiva que marque la distancia “correcta” entre dos personas o que
determine en qué momento de las relaciones entre novios es correcto besarse. Estas reglas
son subjetivas, arbitrarias y de ninguna manera expresión de las verdades eternas de la
filosofía platónica. En el ámbito de esta realidad del segundo orden resulta absurdo discutir
sobre lo que es “realmente” real.
Perdemos de vista con suma frecuencia esta diferencia o incluso ni siquiera advertimos la
presencia de dos realidades distintivas. Vivimos bajo la ingenua suposición de que la realidad
es naturalmente tal como nosotros la vemos y que todo el que la ve de otra manera tiene que
ser un malicioso o demente. Que me lance al agua para salvar a una persona que está a punto
de ahogarse es un hecho que puede constatarse objetivamente; que lo haya hecho por amor al
prójimo, por afán de notoriedad o porque el rescatado es millonario, es una cuestión para la
que no hay pruebas objetivas, sino sólo interpretaciones subjetivas.
Lo verdaderamente ilusorio es suponer que hay una realidad “real” del segundo orden y que la
conocen mejor las personas “normales” que los “perturbados psíquicos”.
PROFECÍAS QUE SE AUTOCUMPLEN (Watzlawick)
Una profecía que se autocumple es una suposición o predicción que, por la sola razón de
haberse hecho, convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado y de esta
manera confirma su propia “exactitud”. Por ejemplo, si alguien por alguna razón supone que
se lo desprecia, se comportará precisamente por eso de un modo desconfiado, insoportable,
hipersensible que suscitará en los demás el propio desdén del cual el sujeto estaba convencido
y que queda así “probado”.
En el pensamiento causal tradicional el suceso B se considera en general como el efecto de un
suceso anterior, la causa (A), que naturalmente a su vez tenía sus propias causas, así como la
aparición de B determina luego por su parte sucesos que son efectos de B. En la secuencia
A→B, A es la causa y B su efecto. La causalidad es lineal y B sigue a A en un curso temporal. En
este modelo de causalidad, B no puede pues tener ningún efecto en A pues eso supondría una
inversión del flujo del tiempo: el presente (B) debería ejercer un efecto sobre el pasado (A).
En el ejemplo siguiente las cosas ocurren de manera diferente: en marzo de 1979 los
periódicos de California comenzaron a publicar sensacionales noticias sobre una inminente
reducción en el suministro de gasolina. Los automovilistas californianos se precipitaron a los
surtidores para llenar sus tanques: por ende se agotaron las enormes reservas, y de la noche a
la mañana provocó la pronosticada escasez de combustible. Cuando los ánimos se calmaron,
se comprobó que el suministro y distribución de gasolina en el estado de California no había
disminuido de ninguna manera.
Aquí fracasa el pensamiento causal tradicional. La escasez nunca se habría producido si los
medios de difusión no la hubieran pronosticado. En otras palabras, un hecho todavía no
producido (es decir, futuro) determinó efectos en el presente (los automovilistas que se
precipitaban a los surtidores), efectos que a su vez hicieron que cobrara realidad el hecho
pronosticado. En este sentido aquí el futuro determinó el presente.
Un acto que es resultado de una profecía que se autocumple crea primero las condiciones para
que se dé el suceso esperado y en este sentido crea precisamente una realidad que no se
habría dado sin aquel. Dicho acto no es pues ni verdadero ni falso; sencillamente crea una
situación y con ella su propia “verdad”.
Esta peculiar inversión de causa y efecto es particularmente visible en los conflictos
interpersonales. Se trata del fenómeno de la llamada puntuación de la secuencia de hechos.
Consideremos el caso de un matrimonio que arrastra un largo conflicto en el cual cada uno de
los miembros de la pareja supone que el cónyuge tiene originalmente la culpa de la situación,
en tanto que considera su propio comportamiento sólo como una reacción a la conducta del
cónyuge. La mujer se queja de que el marido se aparta de ella; él admite que así lo hace, pero
sólo porque guardar silencio o abandonar la habitación es para él la única posible reacción al
proceder de su mujer que permanentemente refunfuña y lo critica. Para ella, esta opinión es
una tergiversación completa de los hechos: la conducta del marido es el motivo de las críticas y
enojo de ella. Ambos miembros de la pareja se refieren pues a la misma realidad interpersonal
pero la describen atendiendo a causas diametralmente opuestas.
Sólo cuando se cree en una profecía, es decir, sólo cuando se la ve como un hecho que ya ha
entrado, por así decirlo, en el futuro, puede la profecía influir en el presente y así cumplirse.
Cuando falta este elemento de la creencia o de la convicción, falta también el efecto.
Algunas investigaciones más seguras de profecías que se autocumplen en la esfera de la
comunicación humana, están vinculadas con el nombre del psicólogo Rosenthal sobre todo en
su libreo en el cual comunica los resultados de sus experimentos llamados de Oak-School. Se
trata de una escuela de 18 maestras y más de 650 alumnos. La profecía que se autocumple se
introdujo en el cuerpo docente del modo siguiente: antes de comenzar el año escolar los
alumnos debían ser sometidos a un test de inteligencia y se comunicó a las maestras que,
según el test, había un 20% de alumnos que durante el año escolar harían rápidos progresos y
tendrían un rendimiento por encima del término medio. Después de la administración del test
de inteligencia pero antes de que las maestras entraran por primera vez en contacto con sus
nuevos alumnos, se entregaron a las maestras los nombres de aquellos alumnos (en verdad la
lista de esos nombres se confeccionó eligiéndolos por entero al azar) de quienes podría
esperarse con seguridad un desempeño extraordinario según los test. De esta manera, la
diferencia entre estos alumnos y los demás chicos estaba solamente en la cabeza de su
maestra; al terminar el año escolar se repitió el mismo test de inteligencia administrado a
todos los alumnos, y efectivamente resultaron cocientes de inteligencia superiores al término
medio en aquellos alumnos “especiales”; además el informe del cuerpo docente señalaba que
esos niños aventajaban a sus condiscípulos también en conducta, en curiosidad intelectual, en
simpatía, etc.
El experimento de Rosenthal es sólo un ejemplo de los profundos y determinantes efectos de
nuestras expectativas, prejuicios, supersticiones y deseos –es decir, construcciones puramente
mentales a menudo desprovistas de todo destello de efectividad–. Estas construcciones
pueden tener efectos no sólo positivos sino también negativos.
Precisamente porque estos experimentos conmueven y sacuden nuestras ideas fundamentales
nos resulta muy fácil hacerlos a un lado y aferrarnos a la agradable seguridad del familiar
orden cotidiano. En psiquiatría se da por descontado que se conoce la patología, mientras que
la normalidad se considera difícil cuando no imposible definir. Esto abre la posibilidad a
diagnósticos que se autocumplen. A decir verdad, hay una gran cantidad de determinados
modos de comportamiento que en el mundo conceptual de la psiquiatría están tan
estrechamente vinculados con ciertos diagnósticos categóricos, que desencadenan reflejos
pavlovianos no sólo en el pensamiento del psiquiatra, sino también en el mundo del paciente.

Hoy en día ya se ha establecido que el organismo produce una serie de sustancias semejantes
a la morfina –las endorfinas– que son analgésicos y cuya producción es estimulada por
determinados procesos psíquicos. Hay aquí un nuevo y amplio campo en el que el fenómeno
de las profecías que se autocumplen comienza a cobrar carácter científico.
Tan importantes como las sugerencias del médico, sus expectativas y convicciones son las
medidas y los medicamentos que prescribe. En este plano son de particular interés los
llamados placebos, es decir, esos preparados químicamente neutros que imitan la forma, el
gusto y el color de determinado medicamento pero no tienen ningún efecto farmacológico.
Hoy en día el interés por los placebos crece rápidamente en los medios científicos. Esos
artículos son en su mayor parte informes sobre las investigaciones de la efectividad de nuevos
fármacos; se da a un grupo de pacientes un nuevo medicamento y a otro grupo se le
administra un placebo. El objeto de este procedimiento es establecer si el curso de la
enfermedad en los pacientes “realmente” tratados es diferente de aquel del grupo al que se
administró placebos. Quien se aferra a la imagen del mundo del pensamiento causal científico
y clásico, y para quien tan sólo existen relaciones “objetivas” entre causas y efectos, tendrá
que comprobar consternado que los pacientes “tratados” con placebos con frecuencia exhiben
mejorías “inexplicables”. En otras palabras, la afirmación que hace el médico (que administra
un placebo) de que se trata de un nuevo medicamento eficaz y recién desarrollado y la
disposición del paciente a creer en la eficacia curativa de ese medio crean una realidad en la
que la suposición efectivamente se realiza.

¿Qué experimentaría un hombre que estuviera resuelto a ver consecuentemente su mundo


como su propia construcción? Ese hombre sería ante todo tolerante. El que llega a comprender
que su mundo es su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes.
El que sabe que no puede saber la verdad sino que su visión de las cosas sólo puede encajar
más o menos, encontrará difícil atribuir a sus semejantes malignidad o locura y le resultará
difícil asimismo persistir en el pensamiento primitivo y maniqueo de “quien no está conmigo
está contra mí”. La idea de que nada sabemos mientras no sepamos que no conocemos nada
de manera definitiva supone el respeto por las realidades inventadas por otros hombres. Sólo
cuando esas otras realidades se hacen ellas mismas intolerantes, nuestro hombre podría
arrogarse el derecho de no tolerar la intolerancia.
Además, tal hombre se sentiría responsable en un sentido profundamente ético, responsable
no sólo por sus sueños y yerros sino también de su mundo consciente y de esas profecías
suyas, creadoras de realidades, que se re realizan por obra de sí mismas. Para él ya no está
abierto el cómodo camino de proyectar la propia culpa a las circunstancias y a otros seres
humanos.
Esta responsabilidad plena significaría también su plena libertad. Quien tuviese plena
conciencia de que es el inventor de su propia realidad, conocería la posibilidad siempre
presente de forjarla de otra manera.
El construccionismo no crea ni “explica” ninguna realidad “exterior” sino que revela que no
existe un interior ni un exterior, un mundo de objetos que se encuentre frente a un sujeto. El
construccionismo, más bien, muestra que no existe la separación de sujeto y objeto (sobre
cuyo supuesto se construyen infinidad de “realidades”), que la división del mundo en opuestos
está forjada por el sujeto viviente y que las paradojas abren el camino que conduce a la
autonomía.
UNIDAD 3

LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA REALIDAD (Berger y Luckmann)

CAPÍTULO 1: LOS FUNDAMENTOS DEL CONOCIMIENTO EN LA VIDA COTIDIANA

La realidad de la vida cotidiana


La vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por los hombres y que para ellos
tiene el significado subjetivo de un mundo coherente. Hacemos de esta realidad el objeto de
nuestros análisis.
El método que consideramos más conveniente para clarificar los fundamentos del
conocimiento en la vida cotidiana es el del análisis fenomenológico, método puramente
descriptivo y, como tal, “empírico”, pero no “científico”.
El análisis fenomenológico de la vida cotidiana, o más bien de la experiencia subjetiva de la
vida cotidiana, es un freno contra todas las hipótesis causales o genéticas, así como contra las
aserciones acerca de la situación ontológica de los fenómenos analizados.
La consciencia es siempre intencional, siempre apunta o se dirige a objetos. Un análisis
fenomenológico detallado revelaría las diversas capas de experiencia y las distintas estructuras
de significado que intervienen, por ejemplo, en ser mordido por un perro, en recordar haber
sido mordido por un perro, en tener fobia a los perros, etc. Lo que nos interesa aquí es el
carácter intencional común de toda consciencia.
Objetos diferentes aparecen ante la consciencia como constitutivos de las diferentes esferas
de la realidad. Reconozco a mis semejantes, con los que tengo que tratar en el curso de la vida
cotidiana, como pertenecientes a una realidad muy diferente de las figuras desencarnadas que
aparecen en mis sueños. Los dos grupos de objetos introducen tensiones muy diferentes en mi
consciencia y les presto atención de maneras muy diferentes. Mi consciencia es capaz de
moverse en diferentes esferas de la realidad. Dicho de otra forma, tengo consciencia de que el
mundo consiste en realidades múltiples.
Entre las múltiples realidades existe una que se presenta como la realidad por excelencia. Es la
realidad de la vida cotidiana. Su ubicación privilegiada le da derecho a que se la llame
suprema realidad. Experimento la vida cotidiana en estado de plena vigilia.
Aprehendo la realidad de la vida cotidiana como una realidad ordenada. Sus fenómenos se
presentan dispuestos de antemano en pautas que parecen independientes de mi aprehensión
de ellos mismos y que se les impone. La realidad de la vida cotidiana se presenta ya objetivada,
o sea, constituida por un orden de objetos que han sido designados como objetos antes de
que yo apareciera en escena. El lenguaje usado en la vida cotidiana me proporciona
continuamente las objetivaciones indispensables y dispone el orden dentro del cual éstas
adquieren sentido y dentro del cual la vida cotidiana tiene significado para mí. El lenguaje
marca las coordenadas de mi vida en sociedad y llena esa vida de objetos significativos.
La realidad de la vida cotidiana se organiza alrededor del “aquí” de mi cuerpo y el “ahora” de
mi presente. Este “aquí y ahora” es el foco de la atención que presto a la realidad de la vida
cotidiana. Sin embargo, la realidad de la vida cotidiana no se agota por estas presencias
inmediatas, sino que abarca fenómenos que no están presentes “aquí y ahora”. Esto significa
que yo experimento la vida cotidiana en grados diferentes de proximidad y alejamiento, tanto
espacial como temporal. Lo más próximo a mí es la zona de vida cotidiana directamente
accesible a mi manipulación corporal. Esa zona contiene el mundo que está a mi alcance, el
mundo en el que actúo a fin de modificar su realidad. En este mundo de actividad mi
consciencia está dominada por el motivo pragmático, o sea que mi atención a este mundo está
determinada principalmente por lo que hago, lo que ya he hecho o lo que pienso hacer en él.
De esta manera, es mi mundo por excelencia. Sé, por supuesto, que la realidad de la vida
cotidiana incluye zonas que no me resultan accesibles de esta manera. Pero, o bien no tengo
un interés pragmático en esas zonas, o bien mi interés por ellas es indirecto en tanto puedan
ser para mí zonas manipulativas en potencia. Típicamente, mi interés por las zonas alejadas es
menos intenso y, por cierto, menos urgente.
La realidad de la vida cotidiana se me presenta además como un mundo intersubjetivo, un
mundo que comparto con otros. Esta intersubjetividad establece una señalada diferencia entre
la vida cotidiana y otras realidades de las que tengo consciencia. En realidad, no puedo existir
en la vida cotidiana sin interactuar y comunicarme continuamente con otros. Sé que mi actitud
natural para con este mundo corresponde a la actitud natural de otros, que también ellos
aceptan las objetivaciones por las cuales este mundo se ordena, que también ellos organizan
este mundo en torno de “aquí y ahora” de su estar en él y se proponen actuar en él. También
se, por supuesto, que los otros tienen de este mundo común una perspectiva que no es
idéntica a la mía. A pesar de eso, sé que vivo con ellos, en un mundo que nos es común. Y sé
que hay una correspondencia continua entre mis significados y sus significados en este mundo,
que compartimos un sentido común de la realidad de éste. La actitud natural es la actitud de la
consciencia del sentido común, precisamente porque se refiere a un mundo que es común a
muchos hombres.
La vida cotidiana se divide en sectores, unos que se aprehenden por rutina y otros que me
presentan problemas de diversas clases. Supongamos que soy un mecánico de automóviles y
gran conocedor de todo lo referente a coches de fabricación estadounidense. Todo lo que
corresponde a este último aspecto es rutina, faceta no problemática en mi vida cotidiana. Pero
un día aparece alguien en el garaje y me pide que repare su Volkswagen. Me veo ahora
obligado a entrar en el mundo problemático de los autos de marcas distintas a las
estadounidenses.
Comparadas con la realidad de la vida cotidiana, otras realidades aparecen como zonas
limitadas de significado, enclavadas dentro de la suprema realidad caracterizada por
significados y modos de experiencia circunscriptos. El teatro proporciona una excelente
ejemplificación. La transición entre las realidades se señala con la subida y bajada del telón.
Cuando se levanta el telón, el espectador se ve “transportado a otro mundo”, que tiene
significados propios y a un orden que tendrá o no mucho que ver con el orden de la vida
cotidiana. Cuando cae el telón, el espectador “vuelve a la realidad”, es decir, a la suprema
realidad de la vida cotidiana.
Todas las zonas limitadas de significado se caracterizan por desviar la atención de la realidad
de la vida cotidiana. Si bien existen desplazamientos de la atención dentro de la vida cotidiana,
el desplazamiento hacia una zona limitada de significado es de índole mucho más extrema. Se
produce un cambio radical en la tensión de la consciencia.
El mundo de la vida cotidiana se estructura tanto en el espacio como en el tiempo.
La temporalidad es una propiedad intrínseca de la conciencia. El torrente de la consciencia
está siempre ordenado temporalmente.
La estructura temporal de la vida cotidiana me enfrenta a una facticidad con la que debo
contar, es decir, con la que debo tratar de sincronizar mis propios proyectos. Toda mi
existencia en este mundo está ordenada continuamente por su tiempo. Mi propia vida es un
episodio en el curso externamente artificial del tiempo. Existía antes de que yo naciera y
seguirá existiendo después de que yo muera. Cuento solo con una determinada cantidad de
tiempo disponible para realizar mis proyectos y este conocimiento afecta mi actitud hacia esos
proyectos. Asimismo, puesto que no quiero morir, este conocimiento inyecta una angustia
subyacente en mis proyectos.
La misma estructura temporal, como ya hemos indicado, es coercitiva. No puedo invertir a
voluntad las secuencias que ella impone: “lo primero es lo primero” constituye un elemento
esencial de mi conocimiento de la vida cotidiana. Por eso no puedo rendir un examen
determinado sin antes haber aprobado ciertos cursos. De igual manera, la misma estructura
temporal proporciona la historicidad que determina mi situación en el mundo de la vida
cotidiana. Nací en una determinada fecha, ingresé en la escuela en otra, empecé a trabajar en
mi profesión en otra, etc. Estas fechas, sin embargo, están todas “ubicadas” dentro de una
historia mucho más vasta y esa “ubicación” conforma decididamente mi situación. Así pues,
nací en el año de la gran quiebra del banco en la que mi padre perdió su fortuna, ingresé en la
escuela antes de la revolución, comencé a trabajar inmediatamente después de que estallase
la gran guerra, etc. La estructura temporal de la vida cotidiana no sólo impone secuencias
preestablecidas en la agenda de un día cualquiera, sino que también se impone sobre mi
biografía en conjunto. Solo dentro de esta estructura temporal conserva para mí la vida
cotidiana su acento de realidad. Por eso, en casos en que pueda sentirme “desorientado” por
cualquier motivo, siento una necesidad casi instintiva de “reorientarme” dentro de la
estructura temporal de la vida cotidiana. Miro mi reloj y trato de recordar en qué día estoy.
Con solo esos actos vuelvo a ingresar en la realidad de la vida cotidiana.

Interacción social en la vida cotidiana


La realidad de la vida cotidiana es algo que comparto con otros. Pero ¿cómo se experimenta a
esos otros en la vida cotidiana? Una vez más se puede distinguir aquí entre diversos modos de
tal experiencia.
La experiencia más importante que tengo de los otros se produce en la situación “cara a
cara”, que es el prototipo de la interacción social y del que se derivan todos los demás casos.
En la situación “cara a cara” el otro se me aparece en un presente vívido que ambos
compartimos. Sé que en el mismo presente vívido yo me le presento a él. Mi “aquí y ahora” y
el suyo gravitan continuamente uno sobre el otro, en tanto dure la situación “cara a cara”. El
resultado es un intercambio continuo entre mi expresividad y la suya.
Cada una de mis expresiones está dirigida a él y viceversa. En la situación “cara a cara” la
subjetividad del otro me es accesible mediante un máximo de síntomas. Por cierto que yo
puedo interpretar erróneamente algunos de esos síntomas.
En la situación “cara a cara” el otro es completamente real. Esta realidad es parte de la
realidad total de la vida cotidiana y, en cuanto tal, masiva e imperiosa. En verdad, puede
alegarse que el otro, en la situación “cara a cara”, es más real para mí que yo mismo. Por
supuesto que mi subjetividad me es accesible de una manera como jamás podrá serlo la suya,
por muy cercana que sea nuestra relación. Pero este “mejor conocimiento” de mí mismo
requiere reflexión. No se me presenta directamente. El otro, en cambio, sí se me presenta
directamente en la situación “cara a cara”. Por lo tanto, “lo que él es” se halla continuamente
a mi alcance. Esta disponibilidad es continua y pre-reflexiva. En cambio, “lo que yo soy” no está
tan a mi alcance. Para que así ocurra se requiere que interrumpa la espontaneidad continua de
mi experiencia y retrotraiga deliberadamente mi atención sobre mí mismo. Más aún, esa
reflexión sobre mí mismo es ocasionada típicamente por la actitud hacia mí que demuestre el
otro. Es típicamente una respuesta de “espejo” a las actitudes del otro.
Las relaciones con otros en la situación “cara a cara” son sumamente flexibles. Es difícil
imponer pautas rígidas a la interacción “cara a cara”.
Yo aprehendo al otro por medio de esquemas tipificadores aun en la situación “cara a cara”, si
bien estos esquemas son más “vulnerables” a su interferencia con otras formas “más remotas”
de interacción. Aunque resulte comparativamente difícil imponer pautas rígidas a la
interacción “cara a cara”, ésta ya aparece pautada desde el principio si se presenta dentro de
las rutinas de la vida cotidiana. La realidad de la vida cotidiana contiene esquemas tipificadores
en cuyos términos los otros son aprehendidos y “tratados” en encuentros “cara a cara”. De ese
modo, puedo aprehender al otro como “hombre”, como “europeo”, como “cliente”, como
“tipo jovial”, etc. Todas estas tipificaciones afectan continuamente mi interacción con él.
Nuestra interacción “cara a cara” llevará la impronta de esas tipificaciones en tanto no se
vuelvan problemáticas debido a una interferencia de su parte.
Los esquemas tipificadores que intervienen en situaciones “cara a cara” son, por supuesto,
recíprocos. El otro también me aprehende de manera tipificada: “hombre”, “estadounidense”,
“vendedor”, “tipo simpático”, etc. Las tipificaciones del otro son tan susceptibles a mi
interferencia como lo eran las mías a la suya. En otras palabras, los dos esquemas tipificadores
entran en “negociación” continua cuando se trata de una situación “cara a cara”.
Las tipificaciones de la interacción social se vuelven progresivamente anónimas a medida que
se alejan de la situación “cara a cara”.
La realidad social de la vida cotidiana es pues aprehendida en un continuum de tipificaciones
que se vuelven progresivamente anónimas a medida que se alejan del “aquí y ahora” de la
situación “cara a cara”. En un polo del continuum están esos otros con quienes me trato a
menudo e interactúo intensamente en situaciones “cara a cara”, mi “círculo íntimo”, diríamos.
En el otro polo hay abstracciones sumamente anónimas, que por su misma naturaleza nunca
pueden ser accesibles en la interacción “cara a cara”. La estructura social es la suma total de
estas tipificaciones y de las pautas recurrentes de interacción establecidas por intermedio de
ellas. En ese carácter, la estructura social es un elemento esencial de la realidad de la vida
cotidiana.

El lenguaje y el conocimiento en la vida cotidiana


La expresividad humana es capaz de objetivarse, o sea, se manifiesta en productos de la
actividad humana, que están al alcance tanto de sus productores como de los otros hombres,
por ser elementos de un mundo común. Dichas objetivaciones sirven como índices más o
menos duraderos de los procesos subjetivos de quienes lo producen, lo que permite que su
disponibilidad se extienda más allá de la situación “cara a cara” en la que pueden
aprehenderse directamente.
La realidad de la vida cotidiana no solo está llena de objetivaciones, sino que es posible
únicamente por ellas. Estoy rodeado todo el tiempo de objetos que “proclaman” las
intenciones subjetivas de mis semejantes, aunque a veces resulta difícil saber con seguridad
qué “proclama” tal o cual objeto en particular.
Un caso especial de objetivación es la significación, o sea, la producción humana de signos. Un
signo puede distinguirse de otras objetivaciones por su intención explícita de servir como
indicio de significados subjetivos. Por cierto que todas las objetivaciones son susceptibles de
usarse como signos, aun cuando no se hubieran producido con tal intención originariamente.
Por ejemplo, un arma puede haberse fabricado originariamente con el propósito de cazar
animales, pero más tarde puede convertirse en signo de agresividad y violencia en general.
Existen, no obstante, ciertas objetivaciones destinadas originaria y explícitamente a servir de
signos. Por ejemplo, en vez de arrojarme un cuchillo (acto que llevaba presumiblemente la
intención de matarme, pero que podría admitirse que tuviera la sola intención de significar esa
posibilidad), mi adversario podría haber pintado una cruz negra sobre mi puerta como signo,
supongamos, de que ahora ya estamos oficialmente en pie de enemistad.
Los signos se agrupan en una cantidad de sistemas. Los signos y los sistemas de signos son
objetivaciones en el sentido de que son accesibles objetivamente más allá de la expresión de
intenciones subjetivas “aquí y ahora”. Esta “separabilidad” de las expresiones de subjetividad
inmediatas se da también en los signos que requieren la presencia del cuerpo como mediador.
De esta manera, ejecutar una danza que tiene intención agresiva es algo completamente
distinto de gruñir o apretar los puños en un acceso de cólera. Estas últimas acciones expresan
mi subjetividad “aquí y ahora”, mientras que la primera puede separarse por completo de
dicha subjetividad; tal vez no me sienta colérico ni agresivo en absoluto, sino que tomo parte
en la danza únicamente porque alguien que sí está colérico me paga para que lo haga en
nombre suyo. En otras palabras, la danza puede separarse de la subjetividad de quien la
ejecuta al contrario del gruñido, que no puede separarse del que gruñe. Tato la danza como el
gruñido son manifestaciones de expresividad corporal, pero solamente la primera tiene
carácter de signo accesible objetivamente. Los signos y los sistemas de signos se caracterizan
según el grado en que pueda separárselos de las situaciones “cara a cara”.
El lenguaje, que aquí podemos definir como un sistema de signos vocales, es el sistema de
signos más importante de la sociedad humana. Su fundamento descansa, por supuesto, en la
capacidad intrínseca de expresividad vocal que posee el organismo humano; pero no es
posible intentar hablar de lenguaje hasta que las expresiones vocales estén en condiciones de
separarse del “aquí y ahora” inmediatos en los estados subjetivos.
El lenguaje se origina en la situación “cara a cara”, pero puede separarse de ella fácilmente.
Ello ocurre no solo porque puedo hablar por teléfono o transmitir la significación lingüística
mediante la escritura. La separación del lenguaje radica mucho más fundamentalmente en su
capacidad de comunicar significados que no son expresiones directas de subjetividad “aquí y
ahora”.
En la situación “cara a cara” el lenguaje posee una cualidad inherente de reciprocidad que lo
distingue de cualquier otro sistema de signos. La continua producción de signos vocales en la
conversación puede sincronizarse sensiblemente con las continuas intenciones subjetivas de
los que conversan. Hablo a medida que pienso, lo mismo que mi interlocutor en la
conversación. Cada uno oye lo que dice el otro virtualmente en el mismo momento en que lo
dice, y esto posibilita el acceso continuo, sincronizado y recíproco a nuestras dos
subjetividades en la cercanía intersubjetiva de la situación “cara a cara” de manera tal que
ningún otro sistema de signos puede repetir. Más aún, me oigo a mí mismo a medida que
hablo: mis propios significados subjetivos se me hacen accesibles objetiva y continuamente, e
ipso facto se vuelven más reales para mí. Por lo que cabe decir que el lenguaje hace “más real”
mi subjetividad, no solo para mi interlocutor, sino también para mí mismo.
Como sistema de signos, el lenguaje posee la cualidad de la objetividad. El lenguaje se me
presenta como una facticidad externa a mí mismo y su efecto sobre mí es coercitivo. El
lenguaje me obliga a adaptarme a sus pautas. No puedo emplear las reglas sintácticas del
alemán cuando hablo en inglés; no puedo usar palabras inventadas por mi hijo de tres años si
quiero comunicarme con los que no son de mi familia.
Debido a su capacidad de trascender el “aquí y ahora”, el lenguaje tiende puentes entre
diferentes zonas dentro de la realidad de la vida cotidiana y las integra en un todo significativo.
Las trascendencias tienen dimensiones espaciales, temporales y sociales. Por medio del
lenguaje puedo trascender el espacio que separa mi zona manipulatoria de la del otro; puedo
sincronizar mi secuencia de tiempo biográfico con la suya, y dialogar con él sobre individuos y
colectividades con los que de momento no estamos en interacción “cara a cara”. Como
resultado de estas trascendencias, el lenguaje es capaz de “hacer presente” una diversidad de
objetos que se hallan ausentes –espacial, temporal y socialmente– del “aquí y ahora”. En
cualquier momento puede actualizarse todo un mundo a través del lenguaje. En lo que a
relaciones sociales se refiere, el lenguaje me “hace presentes” no solo a los semejantes que
están físicamente ausentes en ese momento, sino también a otros proyectados hacia el futuro
como figuras imaginarias.
El lenguaje, además, es capaz de trascender por completo la realidad de la vida cotidiana.
Puede referirse a experiencias que corresponden a zonas limitadas de significado, y abarcar
zonas aisladas de la realidad.
Mi conocimiento de la vida cotidiana se estructura en términos de relevancias, algunas de las
cuales se determinan por mis propios intereses pragmáticos inmediatos, y otras por mi
situación general dentro de la sociedad. Un elemento importante de mi conocimiento de la
vida cotidiana lo constituye el de las estructuras de relevancia de los otros. De esta suerte, no
se me ocurriría consultar a mi médico sobre mis inversiones financieras, ni a mi abogado sobre
mis dolores de úlcera. El propio cúmulo social de conocimiento ya me ofrece hechas a medida
las estructuras básicas de relevancias que conciernen a la vida cotidiana. Por último, el cúmulo
social de conocimiento en conjunto tiene su propia estructura de relevancias. De tal manera,
en los términos del acopio de conocimiento objetivado en la sociedad estadounidense, es
irrelevante estudiar el curso de los astros para predecir la actividad bursátil, pero sí lo es para
estudiar los lapsus linguae de un hombre para descubrir su vida sexual. A la inversa, en otras
sociedades la astrología puede tener gran relevancia en la economía, el análisis del habla no
serlo para la curiosidad erótica, etc.
En la vida cotidiana el conocimiento aparece distribuido socialmente, vale decir que diferentes
individuos y tipos de individuos lo poseen en grados diferentes. La distribución social del
conocimiento arranca del simple hecho de que no sé todo lo que saben mis semejantes y
viceversa y culmina en sistemas de idoneidad sumamente complejos. El conocimiento, al
menos en esbozo, de cómo se distribuye el acopio de conocimiento con alcance social, es un
elemento importante de dicho acopio. En la vida cotidiana sé, al menos someramente, lo que
puedo ocultar y de quién, a quién puedo acudir para saber lo que no sé y, en general, cuáles
son los tipos de individuos de quienes cabe esperar que posean determinados tipos de
conocimiento.

CAPÍTULO 2: LA SOCIEDAD COMO REALIDAD OBJETIVA

Institucionalización

 Organismo y actividad
El hombre ocupa una posición peculiar dentro del reino animal. A diferencia de los demás
mamíferos superiores, no posee ambiente específico de su especie.
La peculiaridad de la constitución biológica del hombre radica más bien en los componentes de
sus instintos.
La organización de los instintos del hombre puede calificarse de subdesarrollada, si se la
compara con la de los demás mamíferos superiores. El organismo humano es capaz de aplicar
el equipo de que está dotado por su constitución interna a un campo de actividades muy
amplio y que además varía y se diversifica constantemente. Dicha peculiaridad del organismo
humano se basa en su desarrollo ontogenético. El período fetal del ser humano se extiende
más o menos hasta el primer año de vida. Ciertos desarrollos importantes del organismo, que
en el caso del animal se completan dentro del cuerpo de la madre, en la criatura humana se
producen después de separarse del seno materno. Cuando eso sucede, empero, ya la criatura
humana no solo se halla en el mundo exterior sino también interrelacionada con él de diversas
maneras complejas.
De ese modo el organismo humano aún se sigue desarrollando biológicamente cuando ya ha
entablado relación con su ambiente. En otras palabras, el proceso por el cual se llega a ser
hombre se produce en una interrelación con un ambiente. O sea, que el ser humano en
proceso de desarrollo se interrelaciona no solo con un ambiente natural determinado, sino
también con un orden cultural y social específico mediatizado para él por los otros
significantes cuyo cargo se halla.
Pese a las notorias limitaciones fisiológicas que circunscriben la gama de maneras posibles y
diferentes de llegar a ser hombre dentro de esta doble interrelación ambiental, el organismo
humano manifiesta una enorme plasticidad en su reacción ante las fuerzas ambientales que
operan sobre él. La humanidad es variable desde el punto de vista socio-cultural. No hay
naturaleza humana en el sentido de un substrato establecido biológicamente que determina la
variabilidad de las formaciones socio-culturales. Solo hay naturaleza humana en el sentido de
ciertas constantes antropológicas (por ejemplo, la apertura al mundo y la plasticidad de la
estructura de los instintos) que delimitan y permiten sus formaciones socio-culturales. Pero la
forma específica dentro de la cual se moldea esta humanidad está determinada por dichas
formaciones socio-culturales.
El desarrollo común del organismo y el yo humanos en un ambiente socialmente determinado
se relaciona con la vinculación peculiarmente humana entre el organismo y el yo. Por una
parte, el hombre es un cuerpo, por otra parte, tiene un cuerpo, o sea, se experimenta a sí
mismo como entidad que no es idéntica a su cuerpo, sino que por el contrario tiene un cuerpo
a su disposición. La experiencia que el hombre tiene de sí mismo oscila siempre entre ser y
tener un cuerpo, equilibrio que debe recuperarse una y otra vez.
La auto-producción del hombre es siempre, y por necesidad, una empresa social. Los hombres
producen juntos un ambiente social con la totalidad de sus formaciones sociales-culturales y
psicológicas.
¿De qué manera surge el propio orden social? El orden social es un producto humano, o, más
exactamente, una producción humana constante, realizada por el hombre en el curso de su
continua externalización. El orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos
en sus manifestaciones empíricas. El orden social no forma parte de la “naturaleza de las
cosas” y no puede derivar de las “leyes de la naturaleza”. Existe solamente como producto de
la actividad humana.
Aunque ningún orden social existente pueda derivar de datos biológicos, la necesidad del
orden social en cuanto tal surge del equipo biológico del hombre.
 Orígenes de la institucionalización
Toda actividad humana está sujeta a habituación. Todo acto que se repite con frecuencia crea
una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que es aprehendida
como pauta por el que la ejecuta. Además, la habituación implica que la acción de que se trata
puede volver a ejecutarse a futuro de la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos.
Esto es válido para la actividad social como para la que no lo es. Hasta el individuo solitario en
la proverbial isla desierta introduce hábitos en su actividad.
La habituación provee el rumbo y la especialización de la actividad que faltan en el equipo
biológico del hombre, aliviando de esta manera la acumulación de tensiones resultantes de los
impulsos no dirigidos; y al proporcionar un trasfondo estable en el que la actividad humana
pueda desenvolverse con un margen mínimo de decisiones las más de las veces, libera energía
para aquellas decisiones que puedan requerirse en ciertas circunstancias.
Estos procesos de habituación anteceden a toda institucionalización.
La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones
habitualizadas por tipos de actores. Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que
constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de
un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales
como a las acciones individuales.
Las instituciones siempre tienen una historia, de la cual son productos. Es imposible
comprender adecuadamente qué es una institución si no se comprende el proceso histórico en
que se produjo. Las instituciones, por el hecho mismo de existir, también controlan el
comportamiento humano estableciendo pautas definidas de antemano que lo canalizan en
una dirección determinada. Este carácter controlador es inherente a la institucionalización en
cuanto tal. Estos mecanismos (cuya suma constituye lo que en general se denomina sistema de
control social) existen, por supuesto, en muchas instituciones y en todos los conglomerados de
instituciones que llamamos sociedades. Su eficacia controladora, no obstante, es de índole
secundaria o suplementaria. Decir que un sector de actividad humana se ha institucionalizado
ya es decir que ha sido sometido al control social. Solamente se requieren mecanismos de
control adicionales cuando los procesos de institucionalización no llegan a cumplirse
cabalmente.
Supongamos que dos individuos llegan a su lugar de reunión desde mundos sociales que se
han producido históricamente por segregación el uno del otro, y que por lo tanto la interacción
se produce en una situación que no ha sido definida institucionalmente para ninguno de los
participantes. Llamaremos a estas dos personas A y B.
Cuando A y B interactúen se producirán tipificaciones con suma rapidez. A observará actuar a
B. Atribuirá motivos a los actos de B y, viendo que se repiten, tipificará los motivos como
recurrentes. Al mismo tiempo, A podrá suponer que B está haciendo lo mismo con respecto a
él. En el curso de su interacción, estas tipificaciones se expresarán en pautas específicas de
comportamiento, o sea, que A y B empezarán a desempeñar roles. Si bien esta tipificación
recíproca todavía no llega a ser una institucionalización (puesto que al haber solo dos
individuos no hay posibilidad de una tipología de los actuantes), es evidente que la
institucionalización ya está presente in nucleo.
Es posible preguntarse qué ventaja reporta dicho proceso a los dos individuos. Lo más
importante es que cada uno estará en condiciones de prever las acciones del otro. De manera
concomitante, la interacción de ambos llegará a ser previsible. La vida que llevan juntos se
define ahora por una esfera de rutinas establecidas cada vez más amplia. Cada acción que
realiza uno de ellos ya no constituye una fuente de asombro y peligro en potencia para el otro.
La construcción de este trasfondo de rutina posibilita a su vez la división del trabajo entre
ambos, abriendo una vía a las innovaciones, que exigen un nivel de atención más elevado. La
división del trabajo y las innovaciones llevarán a nuevas habituaciones, ampliando más el
trasfondo común a ambos individuos.
Llevemos nuestro paradigma un paso más adelante e imaginemos que A y B tienen hijos. A
esta altura a situación cambia cualitativamente. La aparición de un tercero cambia el carácter
de la continua interacción social entre A y B. El mundo institucional que existía en la situación
original de A y B ahora se transmite a otros. Las habituaciones y tipificaciones emprendidas en
la vida común de A y B, formaciones que hasta este momento aún conservaban la cualidad de
concepciones ad hoc de dos individuos, se convierten ahora en instituciones históricas. Al
adquirir historicidad, estas formaciones adquieren también otra cualidad crucial o, más
exactamente, perfeccionan una cualidad que existía en germen desde que A y B iniciaron la
tipificación recíproca de su comportamiento: la objetividad. Esto significa que las instituciones
que ahora han cristalizado se experimentan como existentes por encima y más allá de los
individuos a quienes “acaece” encarnarlas en ese momento. En otras palabras, las instituciones
se experimentan ahora como si poseyeran una realidad propia, que se presenta al individuo
como un hecho externo y coercitivo.
Para los hijos, el mundo que les han transmitido sus padres no resulta transparente del todo;
puesto que no participaron en su formación, se les aparece como una realidad dada. En las
primeras fases de socialización el niño es totalmente incapaz de distinguir entre la objetividad
de los fenómenos naturales y la de las formaciones sociales. Si consideramos el factor más
importante de socialización, el lenguaje, vemos que para el niño aparece como inherente a la
naturaleza de las cosas y no puede captar la noción de su convencionalismo. Una cosa es como
se la llama, y no podría llamársela de otra manera. Todas las instituciones aparecen de la
misma forma, como dadas, inalterables y evidentes por sí mismas. El mundo institucional
transmitido por la mayoría de los padres ya posee el carácter de realidad histórica y objetiva.
El proceso de transmisión no hace más que fortalecer el sentido de la realidad de los padres,
aunque más no sea porque si digo: “Así se hacen estas cosas”, muy a menudo yo mismo me
convenzo de ello.
Un mundo institucional se experimenta como realidad objetiva, tiene una historia que
antecede al nacimiento del individuo y no es accesible a su memoria biográfica. Ya existía
antes de que él naciera y existirá después de su muerte. Esta historia de por sí, como tradición
de las instituciones existentes, tiene un carácter de objetividad. La biografía del individuo se
aprehende como un episodio ubicado dentro de la historia objetiva de la sociedad.
La objetividad del mundo institucional, por masiva que pueda parecerle al individuo, es una
objetividad de producción y construcción humanas. El proceso por el que los productos
externalizados de la actividad humana alcanzan el carácter de objetividad se llama
objetivación. El mundo institucional es actividad humana objetivada, así como lo es cada
institución de por sí. Es importante destacar que la relación entre el hombre, productor, y el
mundo social, su producto, es y sigue siendo dialéctica. El hombre (no aislado) y su mundo
social interactúan. El producto vuelve a actuar sobre el productor. La externalización y la
objetivación son momentos de un proceso dialéctico continuo. El tercer momento de este
proceso es la internalización por la que el mundo social objetivado vuelve a proyectarse en la
conciencia durante la socialización. Ya es posible advertir la relación fundamental de estos tres
momentos dialécticos de la realidad social. Cada uno de ellos corresponde a una
caracterización esencial del mundo social. La sociedad es un producto humano. La sociedad es
una realidad objetiva. El hombre es un producto social. Solo con la transmisión del mundo
social a una nueva generación aparece verdaderamente la dialéctica social fundamental en
su totalidad.
También al llegar a este punto el mundo institucional requiere legitimación, o sea, modos con
que pueda “explicarse” y justificarse.
Con la historización y objetivación de las instituciones también surge la necesidad de
desarrollar mecanismos específicos de controles sociales. Las instituciones invocan y deben
invocar autoridad sobre el individuo, con independencia de los significados subjetivos que
aquél pueda atribuir a cualquier situación particular. Cuanto más se institucionaliza el
comportamiento, más previsible y, por ende, más controlado se vuelve.
En determinados momentos de una historia institucional surgen legitimaciones teóricamente
artificiosas. El conocimiento primario con respecto al orden institucional se sitúa en el plano
pre-teórico: es la suma total de lo que “todos saben” sobre un mundo social, un conjunto de
máximas, moralejas, granitos de sabiduría proverbial, valores y creencias, mitos, etc., cuya
integración teórica exige de por sí una gran fortaleza intelectual. A nivel pre-teórico, sin
embargo, toda institución posee un cuerpo de conocimiento de receta transmitido, o sea, un
conocimiento que provee las reglas de comportamiento institucionalmente apropiadas.
Esta clase de conocimiento constituye la dinámica motivadora del comportamiento
institucionalizado, define las áreas institucionalizadas del comportamiento y designa todas las
situaciones que en ellas caben. Define y construye los “roles” que han de desempeñarse en el
contexto de las instituciones mencionadas y controla y prevé todos esos comportamientos.
Dado que dicho conocimiento se objetiva socialmente como tal, o sea, como un cuerpo de
verdades válidas en general acerca de la realidad, cualquier desviación radical que se aparte
del orden institucional aparece como una desviación de la realidad. Éste es el conocimiento
que se aprende en el curso de la socialización y que mediatiza la internalización dentro de la
conciencia individual de las estructuras objetivadas del mundo social.
 Sedimentación y tradición
La consciencia retiene solamente una pequeña parte de la totalidad de las experiencias
humanas, parte que una vez retenida se sedimenta, vale decir, que esas experiencias quedan
estereotipadas en el recuerdo como entidades reconocibles y memorables. Si esa
sedimentación no se produjese, el individuo no podría hallar sentido a su biografía. También se
produce una sedimentación intersubjetiva cuando varios individuos comparten una biografía
común de conocimiento. La sedimentación intersubjetiva puede llamarse verdaderamente
social solo cuando se ha objetivado en cualquier sistema de signos, o sea, cuando surge la
posibilidad de objetivaciones reiteradas de las experiencias compartidas.
El lenguaje objetiva las experiencias compartidas y las hace accesibles a todos los que
pertenecen a la misma comunidad lingüística, con lo que se convierte en base e instrumento
del acopio colectivo de conocimiento. Además, el lenguaje aporta los medios de objetivar
nuevas experiencias, permitiendo que se incorporen al acopio de conocimiento ya existente, y
es el medio más importante para transmitir las sedimentaciones objetivadas y objetivizadas en
la tradición de la colectividad de que se trate.
 Roles
Un segmento del yo se objetiviza según las tipificaciones socialmente disponibles. Dicho
segmento es el verdadero “yo social”, que se experimenta subjetivamente como distinto de la
totalidad del yo y aun enfrentándose a ella. El actor se identifica con las tipificaciones de
comportamiento objetivadas socialmente in actu, pero vuelve a ponerse a distancia e ellas
cuando reflexiona posteriormente sobre su comportamiento. De esta manera, tanto el yo
actuante como los otros actuantes se aprehenden, no como individuos únicos, sino como
tipos. Por definición, estos tipos son intercambiables.
Podemos comenzar con propiedad al hablar de “roles”, cuando esta clase de tipificación
aparece en el contexto de un cúmulo de conocimiento objetivado, común a una colectividad
de actores. Los “roles” son tipos de actores en dicho contexto. Al desempeñar “roles” los
individuos participan en un mundo social; al internalizar dichos “roles”, ese mismo mundo
cobra realidad para ellos subjetivamente.
El origen de los “roles” reside en el mismo proceso fundamental de habituación y objetivación
que el origen de las instituciones. Los “roles” aparecen tan pronto como se inicia el proceso de
formación de un acopio común de conocimiento que contenga tipificaciones recíprocas de
comportamiento, proceso que es endémico a la interacción social y previo a la
institucionalización propiamente dicha.
Los “roles” representan el orden institucional. Esta representación se efectúa en dos nieles. En
primer lugar, el desempeño del “rol” representa el “rol” mismo. Por ejemplo, dedicarse a
juzgar es representar el “rol” de juez. En segundo lugar, el “rol” representa todo un nexo
institucional de comportamiento; el “rol” de juez tiene relación con otros “roles”, cuya
totalidad abarca la institución de la ley; el juez actúa como su representante. La institución
puede manifestarse, en la experiencia real, únicamente a través de dicha representación en
“roles” desempeñados.
Las instituciones también se representan de otras maneras. Sus objetivaciones lingüísticas,
desde sus simples designaciones verbales hasta su incorporación a simbolizaciones
sumamente complejas de la realidad, también las hacen presentes en la experiencia; y pueden
estar representadas simbólicamente por objetos físicos, sean naturales o artificiales. Todas
estas representaciones, sin embargo, resultan “muertas”. La representación de una institución
en “roles” y por medio de ellos es, pues, la representación por excelencia, de la que dependen
todas las otras.
 Alcance y modos de institucionalización
El alcance de la institucionalización depende de la generalidad de las estructuras de relevancia.
Si muchas o la mayoría de las estructuras de relevancia son generalmente compartidas en una
sociedad, el alcance de la institucionalización será amplio; si son pocas las compartidas, ese
alcance será restringido.
¿Hasta qué punto un orden institucional se aprehende como facticidad no humana? Queda así
planteada la cuestión de la reificación de la realidad social.
La reificación es la aprehensión de fenómenos humanos como si fueran cosas en términos no
humanos o posiblemente supra-humanos. La reificación es la aprehensión de los productos
humanos como hechos de la naturaleza, como resultados de leyes cósmicas, o manifestaciones
de la voluntad divina. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que él mismo ha
creado el mundo humano y, además, que la dialéctica entre el hombre, productor, y sus
productos pasa inadvertida para la consciencia. El mundo reificado es, por definición, un
mundo deshumanizado.
La reificación puede describirse como un paso extremo en el proceso de objetivación, por el
que el mundo objetivado pierde su comprensibilidad como empresa humana y queda fijado
como facticidad inerte, no humana y no humanizable. En particular, la relación real entre el
hombre y su mundo se invierte en la consciencia. El hombre, productor de su mundo, se
aprehende como su producto y la actividad humana como epifenómeno de procesos no
humanos. Los significados humanos no se entienden como productores de un mundo, sino, a
su vez, como producidos por la “naturaleza de las cosas”.
Los “roles” pueden reificarse al igual que las instituciones. El sector de la auto-consciencia que
se ha objetivizado en el “rol” también se aprehende como un destino inevitable en el cual el
individuo puede alegar que no le cabe responsabilidad alguna. La reificación de los “roles”
restringe la distancia subjetiva que el individuo puede establecer entre él y su desempeño de
un “rol”.
Legitimación

 Orígenes de los universos simbólicos


La mejor manera de describir la legitimación como proceso es decir que constituye una
objetivación de significado de “segundo orden”. La legitimación produce nuevos significados
que sirven para integra los ya atribuidos a procesos institucionales dispares. La función de la
legitimación consiste en lograr que las objetivaciones de “primer orden” ya institucionalizadas
lleguen a ser objetivamente disponibles y subjetivamente plausibles. La “integración” es
también el propósito típico que motiva a los legitimadores.
La integración y la cuestión de la plausibilidad se refiere al reconocimiento subjetivo de un
sentido general “detrás” de los motivos situacionalmente predominantes, solo parcialmente
institucionalizados, tanto propios como ajenos. Existe pues un nivel “horizontal” de integración
y plausibilidad, que relaciona el orden institucional en general con varios individuos que
participan de él en varios “roles”, o con varios procesos institucionales parciales en los que
puede participar un solo individuo en un momento dado.
En segundo lugar, la totalidad de la vida del individuo, el paso sucesivo a través de diversos
órdenes del orden institucional, debe cobrar significado subjetivo. En otras palabras, la
biografía individual, en sus varias fases sucesivas y pre-definidas institucionalmente, debe
adquirir un significado que preste plausibilidad subjetiva al conjunto. Por tanto, es preciso
agregar un nivel “vertical”, dentro del espacio de vida de cada individuo, al plano “horizontal”
de integración y a la plausibilidad subjetiva del orden institucional.
La legitimación no es indispensable en la primera fase de la institucionalización, cuando la
institución no es más que un hecho que no requiere apoyo ni intersubjetiva ni
biográficamente, porque es evidente por sí mismo a todos los interesados. El problema de la
legitimación surge inevitablemente cuando las objetivaciones del orden institucional deben
transmitirse a una nueva generación. Al llegar a ese punto, la unidad de historia y biografía se
quiebra. Para restaurarla y así volver inteligibles ambos aspectos de ella, deben ofrecerse
“explicaciones” y justificaciones de los elementos salientes de la tradición institucional. Este
proceso de “explicar” y justificar constituye la legitimación.
La legitimación no solo indica al individuo por qué debe realizar una acción y no otra; también
le indica por qué las cosas son lo que son.
Es posible distinguir analíticamente entre niveles diferentes de legitimación.
Al primer nivel de legitimación incipiente corresponden todas las afirmaciones tradicionales
sencillas referentes al “así se hacen las cosas”, que son las respuestas primeras y generalmente
más eficaces a los “¿por qué?” del niño. Este es el nivel pre-teórico.
El segundo nivel de legitimación, el nivel rudimentario contiene proposiciones teóricas en
forma rudimentaria. Estos esquemas son sumamente pragmáticos y se relacionan
directamente con acciones concretas. En este nivel son comunes los proverbios, las máximas
morales y las leyendas.
El tercer nivel de legitimación, el nivel de teorías explícitas contiene teorías explícitas por las
que un sector institucional se legitima en términos de un cuerpo de conocimiento
diferenciado. Esas legitimaciones proporcionan marcos de referencia bastante amplios a los
respectivos sectores de comportamiento institucionalizado. En razón de su complejidad y
diferenciación, suelen encomendarse a personal especializado que las transmite mediante
procedimientos formalizados de iniciación.
El cuarto nivel de legitimación es el nivel de los universos simbólicos. Son cuerpos de tradición
teórica, que integran zonas de significado diferentes y abarcan el orden institucional en una
totalidad simbólica. Los procesos simbólicos son procesos de significación que se refieren a
realidades que no son las de la experiencia cotidiana. Este nivel de legitimación se distingue
del precedente por el alcance de su integración significativa. En el nivel precedente ya es
posible hallar un alto grado de integración de las áreas particulares de significado y distintos
procesos de comportamiento institucionalizado. Ahora bien, todos los sectores del orden
institucional se integran, sin embargo, en un marco de referencia general, que ahora
constituye un universo en el sentido literal de la palabra, porque ya es posible concebir que
toda la experiencia humana se desarrolla dentro de aquél.
El universo simbólico se concibe como la matriz de todos los significados objetivados
socialmente y subjetivamente reales; toda la sociedad histórica y la biografía de un individuo
se ven como hechos que ocurren dentro de ese universo. El universo simbólico se construye,
por supuesto, mediante objetivaciones sociales. Sin embargo, su capacidad para atribuir
significados supera ampliamente el dominio de la vida social, de modo que el individuo pueda
“ubicarse” dentro de él aun en sus experiencias más solitarias.
La cristalización de los universos simbólicos sucede a los procesos de objetivación,
sedimentación y acumulación del conocimiento, o sea que los universos simbólicos son
productos sociales que tienen una historia. Para entender su significado es preciso entender la
historia de su producción.
Podemos seguir indagando la manera en cómo funcionan los universos simbólicos para
legitimar la biografía individual y el orden institucional. La operación es en esencia la misma en
amplios casos: tiene carácter nómico u ordenador.
El universo simbólico aporta el orden para la aprehensión subjetiva de la experiencia
biográfica. Las experiencias que corresponden a esferas diferentes de la realidad se integran
por incorporación al mismo universo de significado que se extiende sobre ellas.
Esta función nómica del universo simbólico con respecto a la experiencia individual puede
describirse muy sencillamente diciendo que “pone cada cosa en su lugar”. Más aún: cada vez
que alguien se desvía de la conciencia de este orden (o sea, cuando se interna en las
situaciones marginales de la experiencia), el universo simbólico le permite “volver a la
realidad”, vale decir, a la realidad de la vida cotidiana.
El universo simbólico ordena y legitima los “roles” cotidianos, las prioridades y los
procedimientos operativos colocándolos en el contexto del marco de referencia más general
que pueda concebirse.
El universo simbólico también posibilita el ordenamiento de las diferentes fases de la biografía.
Cada una de las fases biográficas –la niñez, la adolescencia, la adultez, etc. – se legitima como
modo de ser en el universo simbólico.
Una función legitimadora de los universos simbólicos que tiene importancia estratégica para la
biografía individual es la de la “ubicación” de la muerte. La experiencia de la muerte de otros y,
posteriormente, la anticipación de la muerte propia plantea la situación marginal por
excelencia para el individuo. La integración de la muerte dentro de la suma realidad de la
existencia social adquiere, por lo tanto, importancia primordial para cualquier orden
institucional. Esta legitimación de la muerte constituye, en consecuencia, uno de los frutos
más importantes de los universos simbólicos.
La significación social de los universos simbólicos son cubiertas que resguardan el orden
institucional a la vez que la biografía individual. También proveen la delimitación de la realidad
social, vale decir, establecen los límites de lo atingente en términos de interacción social.
El universo simbólico también ordena la historia y ubica todos los acontecimientos colectivos
dentro de una unidad coherente que incluye el pasado, el presente y el futuro. Con respecto al
pasado, establece una “memoria” que comparten todos los individuos socializados dentro de
la colectividad. Con respecto al futuro, establece un marco de referencia común para la
proyección de las acciones individuales. De esa manera el universo simbólico vincula a los
hombres con sus antecesores y sus sucesores en una totalidad significativa.
El universo simbólico proporciona una amplia integración de todos los procesos institucionales
aislados. Ahora la sociedad entera adquiere sentido. Las instituciones y los “roles” particulares
se legitiman al ubicárselos en un mundo ampliamente significativo.
 Mecanismos conceptuales para el mantenimiento de los universos simbólicos
Como en el caso de las instituciones, se plantea la cuestión de las circunstancias en que se
vuelve necesario legitimar universos simbólicos por medio de mecanismos conceptuales
específicos para el mantenimiento de universos. Y también esta vez la respuesta es similar a la
dada en el caso de las instituciones. Los procedimientos específicos para el mantenimiento de
los universos se hacen necesarios cuando el universo simbólico se ha convertido en problema.
Mientras esto no suceda, el universo simbólico se autosustenta, o sea, se autolegitima por la
sola facticidad de su existencia objetiva en la sociedad de que se trate. Todo universo
simbólico es incipientemente problemático. La cuestión reside, pues, en saber en qué grado se
ha vuelto problemático.
El proceso de transmisión de un universo simbólico de una generación a otra plantea un
problema intrínseco similar al formulado con respecto a la tradición en general. La
socialización nunca se logra totalmente. Algunos individuos “habitan” el universo transmitido
en forma más definitiva que otros. Aun entre los “habitantes” más o menos acreditados
siempre existirán variaciones de idiosincrasia en cuanto a la manera de concebir el universo.
Este problema intrínseco se acentúa si algunos grupos de “habitantes” llegan a compartir
versiones divergentes del universo simbólico. En este caso, la versión que se desvía queda
estereotipada en una realidad por derecho propio, la que, por existir dentro de la sociedad,
desafía el status de la realidad del universo simbólico tal como se constituyó originariamente.
Dichos grupos heréticos plantean no solo una amenaza teórica para el universo simbólico, sino
también una amenaza práctica para el orden institucional legitimado por el universo simbólico
en cuestión.
La aparición de un universo simbólico a modo de alternativa constituye una amenaza porque
su misma existencia demuestra empíricamente que nuestro propio universo es menos que
inevitable.
Los mecanismos conceptuales para el mantenimiento de los universos son en sí mismos
productos de la actividad social, como lo son todas las formas de legitimación, y rara vez
pueden entenderse separados de las demás actividades de la colectividad de que se trate. El
éxito de los mecanismos conceptuales particulares se relaciona con el poder que poseen los
que los manejan. El enfrentamiento de universos simbólicos alternativos implica un problema
de poder: ¿cuál de las definiciones conflictuales de la realidad habrá de “quedar adherida” en
la sociedad?
Diferentes mecanismos conceptuales para el mantenimiento de los universos de que
disponemos son la mitología, la teología, la filosofía y la ciencia. La mitología representa la
forma más arcaica para el mantenimiento de universos, así como en verdad representa la
forma más arcaica de legitimación en general.
Sistemas mitológicos más elaborados se esfuerzan por eliminar incoherencias y mantener el
universo mitológico en términos integrados teóricamente. Esas mitologías “canónicas” entran
en la conceptualización teológica propiamente dicha. La teología puede distinguirse de la
mitología en términos de un mayor grado de sistematización teórica. El pensamiento
mitológico funciona dentro de la continuidad que existe entre el mundo humano y el de los
dioses. El pensamiento teológico sirve para mediar entre es dos mundos. Con la transición de
la mitología a la teología, la vida cotidiana parece estar menos penetrada continuamente por
las fuerzas sagradas.
A diferencia de la mitología, las otras tres formas históricamente dominantes de mecanismos
conceptuales se convirtieron en propiedad de las élites de especialistas cuyos cuerpos de
conocimiento se alejaban cada vez más del conocimiento común de la sociedad en general. La
ciencia moderna es un paso extremo en este desarrollo. La ciencia no solo corona el
alejamiento de lo sagrado al mundo de la vida cotidiana, sino que también aleja de ese mundo
al conocimiento para el mantenimiento de universos en cuanto tal.
 Terapia y aniquilación
La terapia y la aniquilación son las aplicaciones de los mecanismos conceptuales para el
mantenimiento de los universos.
La terapia comporta la aplicación de mecanismos conceptuales para asegurarse que los
desviados, de hecho o en potencia, permanezcan dentro de las definiciones institucionalizadas
de la realidad. Como ésta debe ocuparse de las desviaciones que se apartan de las definiciones
“oficiales” de la realidad, tiene que desarrollar un mecanismo conceptual que dé cuenta de
tales desviaciones y mantenga las realidades cuestionadas. Eso requiere un cuerpo de
conocimiento que incluya una teoría de la desviación, un aparato para diagnósticos y un
sistema conceptual para la “cura de almas”.
Por ejemplo, en una colectividad que posea homosexualidad militar institucionalizada, el
individuo obstinadamente heterosexual será candidato seguro para la terapia. Dicha
desviación radical requiere una práctica terapéutica sólidamente fundada en una teoría
terapéutica. Debe existir una teoría de la desviación (o sea, una patología) que explique esta
situación. Debe existir un cuerpo de conceptos diagnósticos (o sea una sintomatología) y la
pronta adopción de medidas preventivas. Por último, debe existir una conceptualización del
proceso curativo en sí.
Un mecanismo conceptual semejante permite su aplicación terapéutica por los especialistas
indicados y también puede ser internalizado por el individuo atacado de desviación; la
internalización tendrá eficacia terapéutica de por sí. En nuestro ejemplo, el mecanismo
conceptual puede estar destinado a despertar en el individuo un sentimiento de culpa. Bajo el
peso de la culpa, el individuo llegará a aceptar subjetivamente la conceptualización de su
estado tal como se la muestran los médicos terapeutas, tendrá “conocimiento” de su estado y
el diagnóstico se volverá para él subjetivamente real.
La aniquilación liquida conceptualmente todo lo que esté fuera de dicho universo. Este
procedimiento también puede describirse como una especie de legitimación negativa. La
legitimación mantiene la realidad del universo construido socialmente; la aniquilación niega la
realidad de cualquier fenómeno o interpretación de fenómenos que no encaje dentro de ese
universo. Esto puede efectuarse de dos maneras. Primero: a los fenómenos de desviación
puede atribuírseles un status ontológico negativo, con fines terapéuticos o sin ellos. En este
caso, la amenaza a las definiciones sociales de la realidad se neutraliza adjudicando un status
ontológico inferior, y por lo tanto un status cognoscitivo carente de seriedad, a todas las
definiciones que existan fuera del universo simbólico. De esa manera, la amenaza que para
nuestra sociedad homosexual significan los grupos anti-homosexuales vecinos puede
liquidarse conceptualmente considerando a esos vecinos como menos que humanos.
Segundo: la aniquilación involucra el intento más ambicioso de explicar todas las definiciones
desviadas de la realidad según conceptos que pertenecen al universo propio. Las concepciones
desviadas no solo reciben un status negativo, sino que se abordan teóricamente en detalle. La
meta final de este procedimiento consiste en incorporar las concepciones desviadas dentro del
universo propio y así liquidarlas definitivamente. Por tanto, debe traducírselas a conceptos
derivados del universo propio. De esta manera, la negación del universo propio se transforma
sutilmente en una afirmación de él. Por ejemplo, nuestros teorizadores homosexuales pueden
argumentar que todos los hombres son homosexuales por naturaleza. Los que niegan esto, en
virtud de estar poseídos por demonios o sencillamente porque son bárbaros, están negando su
propia naturaleza; en lo profundo de sí saben que eso es así. Por lo tanto, con solo examinar
cuidadosamente sus declaraciones se descubren la justificación y la mala fe de su posición. Lo
que puedan alegar en esta materia puede entonces traducirse en una afirmación del universo
homosexual al que niegan ostensiblemente.
CAPÍTULO 3: LA SOCIEDAD COMO REALIDAD SUBJETIVA

Internalización de la realidad

8. Socialización primaria
El individuo no nace miembro de una sociedad: nace con una predisposición a la socialidad, y
luego llega a ser miembro de una sociedad. El punto de partida de este proceso lo constituye la
internalización: la aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en
cuanto expresa significado, o sea, en cuanto es una manifestación de los procesos subjetivos
de otro que, en consecuencia, se vuelven subjetivamente significativos para mí. La
internalización constituye la base para la comprensión de los propios semejantes y para la
aprehensión de los propios semejantes y para la aprehensión del mundo en cuanto realidad
significativa y social.
Esta aprehensión no resulta de las creaciones autónomas de significado por individuos
aislados, sino que comienza cuando el individuo “asume” el mundo en el que ya viven otros.
La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez, por
medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es
cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del
mundo objetivo de su sociedad.
La socialización primaria suele ser la más importante para el individuo, y la estructura básica
de toda socialización secundaria debe semejarse a la de la primaria. El individuo nace no solo
dentro de una estructura social objetiva, sino también dentro de un mundo social objetivo. Los
otros significantes, que mediatizan el mundo para él, lo modifican en el curso de esa
mediatización.
El niño acepta los “roles” y actitudes de los otros significantes, o sea que los internaliza y se
apropia de ellos. Y por esta identificación con los otros significantes el niño se vuelve capaz de
identificarse él mismo, de adquirir una identidad subjetivamente coherente y plausible. El yo
es una entidad reflejada, porque refleja las actitudes que primeramente adoptaron para con él
los otros significantes; el individuo llega a ser lo que los otros significantes lo consideran.
El individuo no solo acepta los “roles” y las actitudes de otros, sino que en el mismo proceso
acepta el mundo de ellos.
La socialización primaria crea en la consciencia del niño una abstracción progresiva que va de
los “roles” y actitudes de otros específicos, a los “roles” y actitudes en general. Por ejemplo, en
la internalización de las normas existe una progresión que va desde “mamá está enojada
conmigo ahora” hasta “mamá se enoja conmigo cada vez que derramo la sopa”. A medida que
otros significantes adicionales (padre, abuela, hermana, etc.) apoyan la actitud negativa de la
madre con respecto a derramar la sopa, la generalidad de la norma se extiende
subjetivamente. El paso decisivo viene cuando el niño reconoce que todos se oponen a que
derrame la sopa y la norma se generaliza como “uno no debe derramar la sopa”. Esta
abstracción de los “roles” y actitudes de otros significantes concretos se denomina el otro
generalizado. Su formación dentro de la conciencia significa que ahora el individuo se
identifica no solo con otros concretos, sino con una generalidad de otros, o sea, con una
sociedad. Solamente en virtud de esta identificación generalizada logra estabilidad y
continuidad su propia auto-identificación.
La formación, dentro de la conciencia, del otro generalizado señala una fase decisiva en la
socialización. La sociedad, la identidad y la realidad se cristalizan subjetivamente en el mismo
proceso de internalización. Esta cristalización se corresponde con la internalización del
lenguaje.
Cuando el otro generalizado se ha cristalizado en la conciencia, se establece una relación
simétrica entre la realidad objetiva y la subjetiva.
En la socialización primaria no existe ningún problema de identificación, ninguna elección de
otros significantes. La sociedad presenta al candidato a la socialización ante un grupo
predefinido de otros significantes a los que debe aceptar en cuanto tales, sin posibilidades de
optar por otro arreglo.
Como el niño no interviene en la elección de sus otros significantes, se identifica con ellos casi
automáticamente. El niño no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los
tantos mundos posibles: lo internaliza como el mundo, el único que existe y que se puede
concebir. Por esta razón, el mundo internalizado en la socialización primaria se implanta en la
consciencia con mucho más firmeza que los mundos internalizados en socializaciones
secundarias.
Existe internalización de, por lo menos, los rudimentos del aparato legitimador: el niño
aprende “por qué”. Hay que ser valiente, porque hay que hacerse un hombre de verdad.
En la socialización primaria, pues, se construye el primer mundo del individuo.
La socialización primaria finaliza cuando el concepto del otro generalizado se ha establecido
en la consciencia del individuo. Esta internalización de la sociedad, la identidad y la realidad
no se resuelven así como así. La socialización nunca es total, y nunca termina.
9. Socialización secundaria
La socialización secundaria es la internalización de “submundos” institucionales. Su alcance y
su carácter se determinan por la complejidad de la división del trabajo y la distribución social
concomitante del conocimiento. La socialización secundaria requiere la adquisición de
vocabularios específicos de “roles”, lo que significa, por lo pronto, la internalización de campos
semánticos que estructuran interpretaciones y comportamientos de rutina dentro de un área
institucional. Al mismo tiempo también se adquieren “comprensiones tácitas”, evaluaciones y
coloraciones afectivas de estos campos semánticos. Los “submundos” internalizados en la
socialización secundaria son generalmente realidades parciales que contrastan con el “mundo
de base” adquirido en la socialización primaria.
Los procesos formales de la socialización secundaria se determinan por su problema
fundamental: siempre presupone un proceso previo de socialización primaria; o sea, que debe
tratar con un yo formado con anterioridad y con un mundo ya internalizado. Esto presenta un
problema, porque la realidad ya internalizada tiende a persistir. Existe, pues, un problema de
coherencia entre las internalizaciones originales y las nuevas.
En la socialización secundaria, las limitaciones biológicas se vuelven cada vez menos
importantes en las secuencias del aprendizaje, el cual ahora llega a establecerse en términos
de las propiedades intrínsecas del conocimiento que ha de adquirirse, o sea, en términos de la
estructura fundacional de ese conocimiento. Por ejemplo, para aprender cálculo matemático
primero hay que aprender álgebra. Las secuencias del aprendizaje pueden también manejarse
según los intereses creados de quienes administran el cuerpo de conocimiento.
Mientras que la socialización primaria no puede efectuarse sin una identificación con carga
emocional del niño con sus otros significantes, la mayor parte de la socialización secundaria
puede prescindir de esta clase de identificación y proceder efectivamente con la sola dosis de
identificación mutua que interviene en cualquier comunicación entre los seres humanos.
En la socialización primaria el niño internaliza el mundo de sus padres como el mundo y no
como perteneciente a un contexto institucional específico. Algunas de las crisis que se
producen después de la socialización primaria se deben realmente al reconocimiento de que el
mundo de los propios padres no es el único mundo que existe. En la socialización secundaria
suele aprehenderse el contexto institucional. Los “roles” de la socialización secundaria
comportan un alto grado de anonimato, vale decir, se separan fácilmente de los individuos que
los desempeñan.
El individuo establece una distancia entre su yo total y su realidad por una parte y el yo parcial
específico del “rol” y su realidad por la otra. Esta importante proeza solo es posible después
que se ha efectuado la socialización primaria.
El acento de realidad del conocimiento internalizado en la socialización primaria se da casi
automáticamente; en la socialización secundaria debe ser reforzado por técnicas pedagógicas
específicas, debe hacérselo sentir al individuo como algo “familiar”. La realidad original de la
niñez es el “hogar” y se plantea por sí sola en cuanto tal, inevitablemente y, por así decir,
“naturalmente”. En comparación con ella, todas las realidades posteriores son “artificiales”.
Así pues, el maestro de escuela trata de hacer “familiares” los contenidos que imparte,
haciéndolos vívidos, relevantes e interesantes.
Cuanto más logren estas técnicas volver subjetivamente aceptable la continuidad entre los
elementos originarios del conocimiento y los elementos nuevos, más prontamente adquirirán
el acento de realidad. Una segunda lengua se adquiere construyendo sobre la realidad ya
establecida de la “lengua materna”. Durante largo tiempo cada elemento del nuevo idioma
que se está aprendiendo se re-traduce continuamente a la lengua propia. A medida que esta
realidad llega a quedar establecida por derecho propio, puede ir prescindiéndose poco a poco
de la re-traducción, para adquirir la capacidad de “pensar en” el nuevo idioma. Sin embargo, es
raro que una lengua aprendida en la vida posterior alcance la realidad inevitable y auto-
evidente que posee la primera lengua aprendida en la niñez.
10. Mantenimiento y transformación de la realidad subjetiva
Como la socialización nunca se termina y los contenidos que la misma internaliza enfrentan
continuas amenazas a su realidad subjetiva, toda sociedad viable debe desarrollar
procedimientos de mantenimiento de la realidad para salvaguardar cierto grado de simetría
entre la realidad objetiva y la subjetiva.
La socialización primaria internaliza una realidad aprehendida como inevitable. Esta
internalización puede considerarse lograda si el sentido de inevitabilidad se halla presente casi
todo el tiempo, al menos, mientras el individuo está en actividad en el mundo de la vida
cotidiana. Pero aun cuando este último retenga su realidad masiva, estará amenazado por las
situaciones marginales de la experiencia humana que no pueden descartarse por completo de
la actividad cotidiana.
El carácter más “artificial” de la socialización secundaria vuelve aún más vulnerable la realidad
subjetiva de sus internalizaciones frente al reto de las definiciones de la realidad, no porque
aquellas no estén establecidas o se aprehendan como algo menos que real en la vida cotidiana,
sino porque su realidad se halla menos arraigada en la consciencia y resulta por ende más
susceptible al desplazamiento. Por ejemplo, tanto la prohibición de la desnudez, que afecta al
sentido del pudor propio, internalizado en la socialización primaria, como los cánones de la
vestimenta adecuada para diferentes ocasiones sociales, que se adquieren como
internalización secundaria, se dan por establecidos en la vida cotidiana. En tanto no se
cuestionen socialmente, ninguno de ellos constituye un problema para el individuo. Sin
embargo, el desafío tendría que ser mucho más fuerte en el primer caso que en el segundo,
para que se cristalizara como amenaza para la realidad establecida de las rutinas respectivas.
Un cambio relativamente pequeño en la definición subjetiva de la realidad bastaría para que
un individuo diera por establecido que se puede ir a la oficina sin corbata; pero se necesitaría
un cambio mucho más drástico para conseguir que fuera, como cosa natural, sin ninguna ropa.
La realidad de la vida cotidiana se mantiene porque se concreta en rutinas, lo que constituye la
esencia de la institucionalización. Más allá de esto, la realidad de la vida cotidiana se reafirma
continuamente en la interacción del individuo con los otros.
Los otros significantes constituyen, en la vida del individuo, los agentes principales para el
mantenimiento de su realidad subjetiva. Los otros menos significantes funcionan como una
especie de coro.
El vehículo más importante del mantenimiento de la realidad es el diálogo. La vida cotidiana
del individuo puede considerarse en relación con la puesta en marcha de un aparato
conversacional que mantiene, modifica y reconstruye continuamente su realidad subjetiva.
La realidad subjetiva siempre depende de estructuras de plausibilidad específicas, es decir, de
la base social específica y los procesos sociales requeridos para su mantenimiento. Puedo
mantener mi fe católica solamente si conservo mi relación significativa con la comunidad
católica. La ruptura del diálogo significativo con los mediadores de las estructuras de
plausibilidad respectivas amenaza las realidades subjetivas de que se trata. El individuo puede
recurrir a diversas técnicas para el mantenimiento de la realidad, aun en ausencia de un
diálogo real; pero el poder generador de realidad de dichas técnicas es muy inferior a los
diálogos “cara a cara” que pretenden reproducir. Cuanto más se aíslen estas técnicas de las
confirmaciones “cara a cara”, menos probabilidades tendrán de mantener el acento de
realidad.
En situaciones de crisis se utilizan esencialmente los mismos procedimientos que para el
mantenimiento de rutinas, excepto que las confirmaciones de la realidad tienen que ser
explícitas e intensivas.
Vivir en sociedad ya comporta un proceso continuo de modificación de la realidad subjetiva.
Hablar de transformaciones, pues, involucra examinar los diferentes grados de modificación.
Aquí enfocaremos nuestra atención sobre el caso extremo, en el que se produce una
transformación casi total, vale decir, aquel en el cual el individuo “permuta mundos”. Las
llamaremos alternaciones.
11. Alternaciones
La alternación requiere procesos de re-socialización, que se asemejan a la socialización
primaria, porque radicalmente tienen que volver a atribuir acentos de realidad y,
consecuentemente, deben reproducir en gran medida la identificación fuertemente afectiva
con los elencos socializadores que era característica de la niñez.
Una “receta” para lograr la alternación tiene que incluir condiciones tanto sociales como
conceptuales, sirviendo, por supuesto, las sociales como matriz de las conceptuales. La
condición social más importante consiste en disponer de una estructura de plausibilidad eficaz,
o sea, de una base social que sirva como “laboratorio” de transformación. Esta estructura de
plausividad será mediatizada respecto del individuo por otros significantes, con quienes debe
establecer una identificación fuertemente afectiva. Sin esa identificación no puede producirse
ninguna transformación radical de la realidad subjetiva, identificación que reproduce
inevitablemente las experiencias infantiles en cuanto a la dependencia emocional de otros
significantes. Éstos son quienes han de actuar como guías para penetrar en la nueva realidad:
representan la estructura de plausibilidad en los “roles” que desempeñan (“roles” que, en
particular, se definen explícitamente en términos de su función re-socializadora) y que
mediatizan ese mundo nuevo para el individuo.
El prototipo histórico de la alternación es la conversión religiosa.
La estructura de plausibilidad debe convertirse en el mundo del individuo, desplazando a todos
los demás mundos, especialmente a aquel en que el individuo “habitaba” antes de su
alternación. Esto requiere que el individuo sea segregado de entre los “habitantes” de otros
mundos, especialmente los que “cohabitaban” con él en el mundo que dejó tras de sí.
Idealmente se requiere la segregación física. El individuo alternalizado se desafilia de su
mundo anterior y de la estructura de plausibilidad que lo sustentaba, si es posible,
corporalmente, o si no, mentalmente. Dicha segregación resulta particularmente importante
en las primeras etapas de la alternación (la fase del noviciado). Una vez que la nueva realidad
ha quedado fija, pueden entablarse nuevamente relaciones circunspectas con extraños,
aunque aquellos que solían ser biográficamente significantes todavía constituyen un peligro.
La alternación comporta, por lo tanto, una reorganización del aparato conversacional. Los
interlocutores que intervienen en el diálogo significativo van cambiando, y el diálogo con los
otros significantes nuevos transforma la realidad subjetiva, que se mantiene al continuar el
diálogo con ellos o dentro de la comunidad que representan.
El requisito conceptual más importante para la alternación consiste en disponer de un aparato
legitimador para toda la serie de transformaciones. Lo que debe legitimarse no solo es la
realidad nueva, sino también las etapas por las que ésta se asume y se mantiene, y el
abandono o repudio de todas las realidades que se den como alternativa. La realidad antigua,
así como las colectividades y otros significantes que previamente la mediatizaron para el
individuo, debe volver a re-interpretarse dentro del aparato legitimador de la nueva realidad.
Esta re-interpretación provoca una ruptura en la biografía subjetiva del individuo en la forma
de “antes de Cristo” y “después de Cristo”. Todo lo que precedió a la alternación se aprehende
ahora como conducente a ella. La biografía anterior a la alternación se elimina colocándola
dentro de una categoría negativa que ocupa una posición estratégica en el nuevo aparato
legitimador: “cuando yo todavía llevaba una vida pecadora”.
Puede decirse que los procedimientos involucrados son de carácter opuesto. En la re-
socialización el pasado se re-interpreta conforme con la realidad presente, con tendencia a
retroyectar al pasado diversos elementos que, en ese entonces, no estaban subjetivamente
disponibles. En la socialización secundaria el presente se interpreta de modo que se halle en
relación contigua con el pasado, con tendencia a minimizar aquellas transformaciones que se
hayan efectuado realmente. Dicho de otra manera, la base de realidad para la re-socialización
es el presente, en tanto que para la socialización secundaria es el pasado.

Teorías de la identidad
La identidad constituye un elemento clave de la realidad subjetiva y en cuanto tal, se halla en
una relación dialéctica con la sociedad. La identidad se forma por procesos sociales. Una vez
que cristaliza, es mantenida, modificada o aun reformada por las relaciones sociales. Los
procesos sociales involucrados, tanto en la formación como en el mantenimiento de la
identidad, se determinan por la estructura social. Recíprocamente, las identidades producidas
por el interjuego del organismo, conciencia individual y estructura social, reaccionan sobre la
estructura social dada, manteniéndola, modificándola o aun reformándola.

Organismo e identidad
Los factores biológicos limitan el campo de las posibilidades sociales que se abre a todo
individuo; pero el mundo social, que es pre-existente al individuo, impone a su vez limitaciones
a lo que resulta biológicamente posible al organismo. La dialéctica se manifiesta en la
limitación mutua del organismo y la sociedad.
Un ejemplo destacado de la limitación que establece la sociedad a las posibilidades biológicas
del organismo lo constituye la longevidad. La esperanza de vida varía con la ubicación social.
La sociedad determina cuánto tiempo y de qué manera vivirá el organismo individual.
CRISIS SOCIAL O MOVIMIENTOS PROPIOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD (Schwarcz)

De la vivencia de la realidad al proceso de institucionalización


Watzlawick distingue entre realidad de primer orden y realidad de segundo orden.
Cuando hablamos de realidad de primer orden se hace referencia a la entidad físico-química
de las cosas, al conscenso de la percepción que puede ser indagado bajo la experimentación,
es decir, es verificable, replicable, es el tipo de realidad que no conlleva ningún valor. Mientras
que la realidad del segundo orden refiere al orden de sentido, el valor significante
consensuado socialmente, que se le atribuye a la realidad del primer orden, que difiere de
cultura en cultura y a través del tiempo, como toda producción social a nivel del lenguaje.
Nuestro orden social no es más que una producción humana constante, que se desarrolla a
partir de los sistemas normativos que vamos construyendo. Es el consenso de reglas que
regulan nuestra interacción las que permiten tanto la constitución del sujeto como lo social,
dialécticamente, ya que somos sujetos en tanto hay otro como referente que nos va
introduciendo en la cultura y nos la presenta mediatizándola. Nos va mostrando este mundo
como coherente gracias a un código compartido, a un universo simbólico al que ingresamos y
en el que estamos inmersos.
Al hablar de crisis parecería que esta nos impone una caída del sistema normativo, donde los
significados hasta ese momento consensuados no permiten el sostenimiento, ni el
desenvolvimiento de la estructura social que se plasma en instituciones. Las instituciones, al
estar constituidas sobre la base de normas explícitas e implícitas, determinan a su vez los roles
y la división de trabajo, pero se transforman y lo que era en un momento una organización
coherente, se nos muestra como un caos imposible de operar por dentro de él.
Si la institución, se plasma en roles diferenciados, que no son más que espacios simbólicos a
los que se le atribuye funciones, que encarnan los sujetos a nivel de derechos y deberes, y se
aprehenden mediante la imitación como base de la habituación, en tanto secuencias de
conductas que se repiten de la misma manera en tiempo y espacio, es gracias a dicha
habituación que vamos tipificando, clasificando los objetos de la realidad, diferenciando unos
de otros para comprender y accionar en dicha realidad mediante las tipificaciones recíprocas.

Las representaciones sociales y la función de control social de las instituciones


Las representaciones sociales son conocimientos que circulan por la realidad de la vida
cotidiana, que se caracterizan por ser significados a partir de fuertes imágenes que
entrecruzan lo individual y lo social, condensando una multiplicidad de significados. Dichas
representaciones son conocimientos concretos, conocimientos de tipo práctico, que nos
permiten comprender y operar por dentro de la realidad, sin cuestionarnos su origen
emergiendo del sentido común.
Las representaciones sociales no son productos naturales que brotan porque sí, sino que son
construcciones sociales que representan un sentido y como tales sufren transformaciones
dependiendo de los contextos históricos, políticos, económicos y culturales que las atraviesan.

El atravesamiento del poder y las representaciones sociales


Las representaciones sociales como productos contextuados, surgidas de la interacción social,
portan un sentido que continúa la direccionalidad de los discursos emergentes de una época.
No hay conocimiento, sea éste del conocimiento común, como las representaciones sociales,
ni sistematizados como los conceptos, que no sean producto del sistema hegemónico de
detentación de poder. No hay conocimiento puro, neutro, ni natural, sino que todo
conocimiento es una respuesta a una demanda social.
Un concepto que pertenece a una zona limitada de significados, que proviene de un modelo de
pensamiento teórico, comienza a discurrir por otros espacios y por esta razón ya es
seleccionado y descontextualizado de la teoría de origen. Al producirse la descontextualización
ya el concepto deja de ser el mismo y comienza a transformarse en representación social,
puesto que se le asigna nuevos significados al mismo significante.
Gergen analizando las transformaciones sociales y sus efectos en la identidad de los sujetos, en
el “Yo saturado” realiza una comparación de los cambios a nivel del lenguaje, los roles y la
distribución del trabajo desde la época romántica, la modernidad hasta llegar hasta la
posmodernidad. Y si algo es propio de esta época que se enmarca a partir de la revolución
tecnológica e informacional, es la yuxtaposición de significados. En la posmodernidad, lejos de
superarse los modelos o paradigmas anteriores, como las diferentes épocas anteriores nos
mostraban, se produce un resurgimiento y coexistencia de discursos sin solución de
continuidad.
El acceso socializado a las fuentes de información, las nuevas tecnologías, las redes
informacionales que se amplían constantemente, dispositivos para estar comunicados on-line
las 24 horas del día, y el uso indiscriminado de todos estos artefactos que hemos construido,
permiten la navegación y circulación por cadenas de significaciones tan diversas y disímiles,
que no nos daría el tiempo para enumerarlas.
Toda esta realidad vertiginosa, esta aceleración, estas relaciones microondas a decir de
Gergen, enmascaran un nivel de fragmentación, de lógicas sin conexión, de parte de nuestros
cuerpos disgregados repartidos en la cantidad, en detrimento de la calidad. Como efecto de
estos cambios sociales revolucionarios, nos generan no efecto transformaciones en las
relaciones intersubjetivas, sino y como efecto a su vez de las mismas, nuevas producciones en
la subjetividad.
Hablar de la colonización del yo, que nuestra identidad se encuentra tomada por la diversidad
de voces, que nuestra mesa se distribuye multifrénicamente, es decir, que poseemos muchas
mentes de acuerdo a los diferentes contextos de interacción, dada la saturación social a nivel
de información circulante, no es poca cosa además de recordarnos que multifrenia es un
estado “normal”.

Para ir concluyendo y desreificando


El sentido común conoce, internaliza los significados reificadamente, es decir, como objetos
dados, naturales, que están ahí, y no se cuestiona por los procesos.
Cuestionar los orígenes, el por qué, preguntarnos por las causas, sino caeremos en este estado
de indefensión que hoy solemos encontrar en nuestros espacios sociales en general: “y qué le
vas a hacer, las cosas son así…”. Como si las cosas tuvieran vida propia y no nos la
construyamos todos los días, como si no fuésemos autores de nuestra propia realidad,
hacedores de nuestra cultura. Justamente, hay que realizar el proceso inverso, de las
representaciones hasta llegar al concepto a partir de un movimiento dialéctico de
deconstrucción de la realidad, para que no quedemos detenidos en dicho proceso.
Recordemos la dialéctica de construcción que implica un movimiento constante de instancias o
momentos, partiendo de la externalización como necesidad antropológica, es el hombre el que
produce su mundo mediante sus acciones y estas acciones pasan a un código compartido
objetivándose con los otros y luego mediante la internalización podemos incorporar esos
productos sociales a la consciencia, que no son más que significados.
En todo momento estamos internalizando, objetivando y externalizando con los otros, es el ida
y vuelta que nos permite construir nuestra realidad, nuestra cultura, lo social como una
producción humana constante. Y para poder comprender las nuevas formas de emergencia,
los nuevos significados, no podremos operar con las mismas categorías de análisis, no
podremos operar con los mismos esquemas, porque se produce una naturalización de la
realidad y un forzamiento que no nos permite avanzar en el estudio y comprensión de
fenómenos que hoy decimos que se nos imponen.
UNIDAD 4

LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA MENTE (Wainstein)


Llamamos constructos a algo de lo cual sea como entidad o proceso, acordamos que existe,
pero cuya definición es difícil o controvertida. Son constructos, por ejemplo, la inteligencia, el
inconsciente, la personalidad o la creatividad.
Los constructos no son empíricos, es decir, no se pueden ver o mostrar. Un concepto empírico
en Psicología es un observable medible y manipulable. Los constructos no son directamente
manipulables, como lo es algo físico, son intangibles y definidos mediante inferencias.

Complejo más que complicado


En la ciencia actual, posterior a la Segunda Guerra Mundial, predomina la idea de “realidad
compleja” y la necesidad de abordarla desde un pensamiento complejo. De un uso común y
científico que había perdido sus raíces y lo relacionaba con lo complicado, retomó su sentido
originario y pasó a significar una nueva perspectiva para designar al ser humano, a la
naturaleza, y a nuestras relaciones con ella. El término “complejo” designa hoy una
comprensión del mundo como entidad donde todo se encuentra entrelazado, como en un
tejido de trama extremadamente fina que constituye la unidad de la “cosa” y el contexto
donde ella ocurre. Algo es complejo cuando está formado por muchos o infinitos elementos,
que establecen muchas e ilimitadas relaciones que, además cambian en cada momento.
El desafío de la complejidad consiste precisamente en el reconocimiento de las tramas o redes
de relaciones, y la imposibilidad humana de agotarlas en el conocimiento.
Es en este ámbito donde se inserta la expresión “pensamiento complejo”, concebida como el
pensamiento que trata con la incertidumbre y es capaz de concebir su organización. Es el
pensamiento apto para unir, contextualizar, globalizar, pero al mismo tiempo para reconocer
lo singular, individual y concreto. El que permite acceder a lo real, reconociendo su infinitud.
Los constructos con los cuales comprendemos el mundo son objetos sociales, productos,
resultados de los intercambios entre la gente, situados en un momento dado de la historia y en
un lugar dado de la geografía.
Desde una perspectiva construccionista, algo es “lo que dice que es” en un acuerdo temporal,
histórico, entre subjetividades. De hecho, un constructo social es aquello que existe como un
producto de las interacciones de las personas. A diferencia de los hechos de la naturaleza que
existen fuera de la acción humana, los constructos sociales son resultado de acciones
humanas.

George Mead
En una primera etapa un organismo es apenas capaz de interacciones rudimentarias, estas son
propias de toda tendencia a modificar el comportamiento de otros. Es el período en que Mead
habla de la conversación de gestos.
Para Mead la inteligencia es la capacidad de adaptación activa y superadora de los problemas
de afrontar un entorno hostil o dificultoso. La mente evoluciona desde el ensayo error de los
mamíferos inferiores hasta el método científico del ser humano, el más avanzado de los
primates.
Para Mead el surgimiento del lenguaje está relacionado con “abundancia de gesto”. Entre los
animales, el modo más común de comunicación entre los mamíferos son los gestos. Con éstos
el animal se ajusta su respuesta al estímulo de otro animal. Esa conducta instintiva no es
reflexiva, si bien el ajuste de la respuesta animal toma en consideración los gestos como un
estímulo predictivo de un comportamiento futuro.
Los gestos, en Mead, son “actos sociales”, que define como acciones conjuntas en las cuales
los sujetos no hacen todos lo mismo, sino que entrelazan sus acciones con las de los demás.
Así como para Mead es importante diferenciar a la persona del organismo, también es
necesario describir el proceso mediante el cual ese organismo se transforma en persona.
En una primera etapa, se puede considerar al organismo como un Yo, cuyo entorno es ese otro
que representa su criador. Este Yo define la individualidad, una individualidad cuyos atributos
son de tipo biológico y están presentes en las características biogenéticas del niño al nacer.
Con este y desde este se iniciarán las primeras interacciones que llamamos rudimentarias.
Ese “criador”, ese adulto, es portador de la cultura local, la etnia en la que el niño nace. Ese
adulto es el que define el significado de los gestos del niño. Más allá de lo que ese niño intente
expresar en un lenguaje de gestos, aun animal, el adulto interpreta el significado. Por ejemplo,
el niño llora y la madre “define” que “tiene hambre”, “está sucio”, “quiere que lo levanten”. El
acto social de la madre (externalización) de darle de comer, cambiarlo o levantarlo de la cuna,
selecciona una respuesta que otorga significado fácticamente a la conducta del niño. En Mead
toda conducta es comunicación social. La socialización es resultado de un intercambio
sistemático y recursivo de comunicaciones niño/criador.
El patrón sistemático y repetitivo de ciertas respuestas del otro constituye “la expectativa que
el otro tiene de mi”. De allí surge el siguiente concepto importante: el Mí, que es resultado de
la acumulación de respuestas que el Yo recibe del otro.
Ese otro que Mead llama Otro Generalizado, un individuo, pero en tanto persona ya
constituida, portador del orden social, es generalizado porque representa la actitud
generalizada de la sociedad, el orden social, para ese niño. El Mí es la acumulación de
interiorizaciones de las respuestas del “Otro generalizado”, actuando por ese otro singular que
es la madre, el padre, los hermanos, etc. Ese Otro es la Ley, son las reglas, las normas, los
valores, los patrones de la respuesta social legitimada y vigente.
Para Mead el Mí es lo que comúnmente nosotros llamamos Yo cuando nos referimos a
nosotros mismos. Nos referimos a nosotros desde “otro”: el Mí se constituye a partir de la
interiorización de las expectativas del Otro generalizado. Un ejemplo: si alguien (Yo) está
seguro de que se llama Martín es porque “otro” le puso ese nombre (su padre, su madre, etc.)
y Otro generalizado (la norma, la institución Registro Civil, la tribu, lo legitimó).
El “Mí” constituye el percatamiento de lo que hace el Yo.
El Yo quedará como una instancia que reguarda cierta “zona residual menos socializada”,
fuente de una potencial creatividad y de la individualidad personal menos expuesta
socialmente.

To role-taking, to play, to game


Son tres conceptos importantes en Mead.
Pueden traducirse como “asumir el rol de otro”, “jugar, juego, desempeño” y “jugar con reglas,
juego reglado”.
El role-taking es la capacidad de aprender mediante interacciones con los otros a relacionar
dos o más elementos, lo propio y lo ajeno, a la vez; evolutivamente ello lleva a la habilidad
social de comprender el punto de vista de los otros y el propio, situándose en la perspectiva
del nosotros y de la diferencia entre nosotros y los otros; adquirir la habilidad para
comprender que los puntos de vista de una persona se relacionan con los de otra y que es
posible diferenciar varios puntos de vista y saber evaluarlos perceptual y cognitivamente. Esto
permite controlar y relavitizar el propio punto de vista a la hora de valorar el punto de vista de
los demás.
Las primeras asunciones de rol del otro que realiza el niño ocurren mediante el juego. Este es
una acción en la cual el niño adopta el rol del otro. Juega a ser un súper héroe, su madre o un
policía. Esa etapa inicial del juego “lo pone en el lugar de otro” mediante el desempeño de las
acciones que percibe en el otro.
A medida que avanza evolutivamente requiere integrarse a conjuntos de roles más complejos.
Si se acerca a un grupo de niños que están jugando al fútbol y pide entrar al juego puede
recibir la respuesta de que ingrese como arquero. Para que esto sea posible debe haber
evolucionado cognitivamente interiorizando todos los roles de los jugadores de fútbol. Eso
significa que conoce “las reglas del juego”. Mead llama a esto “la primera vez con el Otro
generalizado” que es algo así como la sociedad, en la que se toman actitudes de los otros y se
incorporan en el individuo. “El Otro generalizado” puede ser visto como la norma general en
un grupo social o situación. De esta manera el individuo entiende qué tipo de comportamiento
es esperado, apropiado y además útil, en diferentes situaciones sociales.

La mente para Mead


Para Mead la mente es por una parte la reflexión, en tanto lenguaje y conversación interior del
sujeto consigo mismo y diferente de la conversación con otro. Si bien esa capacidad de
conversar consigo mismo deviene de la capacidad de interiorizar las conversaciones con otros.
Es lo que en términos de sentido común serían los pensamientos.
Este tipo de conversación interna, de pensamientos, tiene especial importancia porque es lo
que permite la emergencia de otra parte, la conciencia, esta se constituye cuando el sujeto
puede referirse a sí mismo como objeto, luego de haber interiorizado que otro lo percibe a él
como objeto. Primero ha sido objeto para otro, cuando hace eso interior y puede pensarse a sí
mismo como otro lo pensó a él, se convertirá en objeto para sí.
Reflexión y conciencia constituyen dos aspectos importantes de la mente humana. En Mead,
ésta no es na entidad sustantiva sino un proceso. No es un órgano ni un lugar, ni una clase de
sustancia contraria a la sustancia cuerpo. Es un conjunto de funciones.

Símbolos significantes
Mead utiliza la noción de símbolos significantes. Sólo los pueden realizar los seres humanos.
Estos son gestos que surgen de un individuo para el cuál constituyen el mismo tipo de
respuesta que se supone provocaran en aquellos a quienes se dirigen. Es con los símbolos
significantes que logramos la comunicación. El lenguaje es un símbolo significante pues es un
símbolo que responde a un significado en la experiencia del primer individuo y que también
evoca ese significado en el segundo individuo. Su función es proporcionar una mayor facilidad
para la adaptación y readaptación entre los individuos en cualquier acto social, y hace posible
los procesos mentales, espirituales, etc.
El significante es la palabra. Es sonido, arbitrario, cuyo significado, su no arbitrariedad, llega a
ser por la existencia de un código lingüístico compartido y una situación compartida que le
otorgan sentido.
El pensamiento, al igual que el habla, solo es posible a través de estos significantes. Los
pensamientos hacen posible, expresados en el lenguaje, la interacción simbólica. Ésta, a su vez
hace posible los pensamientos. Pensamiento y lenguaje interactúan en un proceso en el cual
los puentes entre un ser humano y otro construyen el conocimiento individual y colectivo. Los
significantes y los significados son producto de la interacción social, principalmente la
comunicación, que se convierte en esencial, tanto en la construcción del individuo como en la
producción social de sentido.
ACTOS DE SIGNIFICADO (Bruner)
Una Psicología Cultural impone dos requerimientos estrechamente relacionados entre sí sobre
el estudio del Yo. Uno de ellos es que estos estudios deben centrarse sobre los significados en
función de los cuales se define el Yo tanto por parte del individuo como por parte de la cultura
en que este participa. El segundo requerimiento es prestar atención a las prácticas en que “el
significado del Yo” se alcanza y pone en funcionamiento. Estas nos proporcionan una visión
más "distribuida” del Yo.
La psicología cultural es una psicología interpretativa. Pero eso no significa que tenga que
carecer de principios o prescindir de métodos, ni siquiera los más duros. Su objetivo son las
reglas a las que recurren los seres humanos a la hora de crear significados en contextos
culturales. Estos contextos son siempre contextos prácticos: siempre es necesario formular la
pregunta de qué hace o intenta hacer la gente en ese contexto.
Para tener una noción general de un “Yo” determinado en la práctica debemos obtener una
muestra de sus actividades prácticas en distintos contextos, contextos que sean culturalmente
especificables.
Es evidente que, en pos de esta meta, no podemos seguir a la gente a lo largo de toda su vida y
observarles e interrogarles en cada paso del camino. Existe una alternativa viable: efectuar la
investigación retrospectivamente, a través de la autobiografía. Me refiero a una descripción de
lo que uno cree que ha hecho, en qué situaciones, de qué maneras y por qué razones, en su
opinión. No importa si el relato coincide o no con lo que dirían otras personas, testigos de los
hechos, ni si la descripción es “verídica”. Nuestro interés está en lo que la persona piensa que
hizo, por qué piensa que lo hizo, en qué tipo de situación creía que se encontraba, etc.
La autobiografía es un relato efectuado por un narrador en el aquí y ahora sobre un
protagonista que lleva su nombre y que existiría en el allí y entonces, y la historia termina en el
presente, cuando el protagonista se funde con el narrador. El Yo, cuando narra, no se limita a
contar, sino que además justifica. Y el Yo, cuando es protagonista, siempre está, por así decir,
apuntando hacia el futuro. Cuando alguien dice, como resumiendo su infancia “yo era un
encantador niño rebelde”, generalmente puede tomarse como una profecía además de como
un resumen.
He intentado mostrar cómo las vidas y los Yoes que construimos son el resultado de un
proceso de construcción de significados. Los Yoes no son núcleos aislados de conciencia
encerrados en nuestras cabezas, sino que se encuentran “distribuidos” de forma interpersonal.
Ni tampoco los Yoes surgen desarraigados en respuesta sólo al presente; también toman
significado de las circunstancias históricas que dan forma a la cultura de la que son expresión.
El programa de una psicología cultural no es negar la biología o la economía, sino mostrar
cómo las mentes y las vidas humanas son reflejo de la cultura y la historia tanto como de la
biología y de los recursos físicos. No existe una sola “explicación” del hombre, ni biológica ni de
otro tipo. Ni siquiera las explicaciones causales más poderosas de la condición humana pueden
tener sentido y plausibilidad sin ser interpretadas a la luz del mundo simbólico que constituye
la cultura humana.
EL YO SATURADO (Gergen)

Las nuevas tecnologías permiten mantener relaciones, directas o indirectas, con un círculo
cada vez más vasto de individuos. En muchos aspectos, estamos alcanzando lo que podría
considerarse un estado de saturación social.
Lo que quiero es examinar el impacto de la saturación social en la manera como
conceptualizamos nuestro yo y las pautas de vida social que le son anexas. Nuestro
vocabulario relativo a la comprensión del yo se ha modificado notoriamente a lo largo del
siglo, y con él el carácter de los intercambios sociales. Pero la creciente saturación de la cultura
pone en peligro todas nuestras premisas previas sobre el yo, y convierte en algo extraño las
pautas de relación tradicionales. Se está forjando una nueva cultura.
Los términos de que disponemos para hacer asequible nuestra personalidad (los vinculados a
las emociones, motivaciones, pensamientos, valores, opiniones, etc.) imponen límites a
nuestras actuaciones.
El yo: de la concepción romántica a la posmoderna
El proceso de saturación social está produciendo un cambio profundo en nuestro modo de
comprender el yo. Hemos heredado, principalmente del siglo XIX, una visión romántica del yo
que atribuye a cada individuo rasgos de personalidad: pasión, alma, creatividad, temple moral.
Pero desde que surgió, a principios del siglo XX, la cosmovisión modernista, las principales
características del yo no son una cuestión de intensidad sino más bien una capacidad de
raciocinio para desarrollar nuestros conceptos, opiniones e intenciones conscientes. Para el
idioma modernista, las personas normales son previsibles, honestas y sinceras.
Las tecnologías que han surgido nos han saturado de los ecos de la humanidad, tanto de voces
que armonizan con las nuestras como de otras que nos son ajenas. A medida que asimilamos
sus variadas modulaciones y razones, se han vuelto parte de nosotros, y nosotros de ellas. La
saturación social nos proporciona una multiplicidad de lenguajes del yo incoherentes y
desvinculadas entre sí. Esa fragmentación de las concepciones del yo es consecuencia de la
multiplicidad de relaciones también incoherentes y desconectadas, que nos impulsan en mil
direcciones distintas, incitándonos a desempeñar una variedad tal de roles que el concepto
mismo de “yo auténtico”, dotado de características reconocibles, se esfuma. Y el yo
plenamente saturado deja de ser un yo.
Equipararé la saturación del yo con las condiciones inherentes al posmodernismo. El
posmodernismo no ha traído consigo un nuevo vocabulario para comprendernos, ni rasgos de
relevo por descubrir o explotar. Su efecto es más apocalíptico: ha sido puesto en tela de juicio
el concepto mismo de la esencia personal. Se ha desmantelado el yo como poseedor de
características reales identificables como la racionalidad, la emoción, la inspiración y la
voluntad.
El posmodernismo está signado por una pluralidad de voces que rivalizan por el derecho a la
existencia, que compiten entre sí para ser aceptadas como expresión legítima de lo verdadero
y de lo bueno.

De la visión romántica a la visión modernista del yo


Gran parte de nuestro vocabulario contemporáneo de la persona y de sus formas de vida
asociadas tiene su origen en el período romántico. Es un vocabulario de la pasión, de la
finalidad, de la profundidad y de la importancia del individuo. Por obra del romanticismo
podemos depositar nuestra confianza en los valores morales y en la suprema significación de la
aventura del hombre. Si el amor como comunión íntima, el mérito intrínseco de la persona, la
inspiración creadora, los valores morales y la expresión de las pasiones fueran expresiones
obsoletas de nuestro lenguaje, la vida palidecería para muchos. No obstante, es justamente
este lenguaje el que fue amenazado por la concepción modernista que le siguió.
Hacia fines del siglo XIX las energías románticas comenzaron a disiparse. La visión romántica de
la persona fue desplazada asimismo por el auge de la producción en masa, y debe de habérsela
considerado agotada en un mundo donde privaba la realpolitik y la guerra era inminente.
A medida que la cultura de Occidente interrumpía en el siglo XX, iba surgiendo una nueva
forma de conciencia colectiva a la que suele llamarse “modernista”.
Si bien el romanticismo suministró un rico venero de recursos culturales, su visión no era nada
práctica ni juiciosa, las ideas mismas de evidencia objetiva y de utilidad racional contrariaban
la esencia romántica. Por otro lado, las ciencias estaban dando frutos impresionantes. La
ciencia era antirromántica. Reconocía sus ancestros en el Iluminismo, en el poder de razonar y
de observar. El éxito de la ciencia dependía de las facultades de observación sistemática y del
razonamiento riguroso.
A comienzos del siglo XX los filósofos, apoyándose en el pensamiento positivista, establecieron
reglas básicas para la generación de un saber objetivo. En particular, los partidarios del
empirismo lógico, sostuvieron que la ciencia triunfante se fundaba en procedimientos
racionales, y que si las reglas de procedimiento aplicadas en la química y la física se hacían
extensivas a otros campos, el mundo podría ser liberado de todo cuanto tenía de erróneo, de
místico y de tiránico. Se sostenía que todo lo que no estuviera ligado al mundo fenoménico no
era otra cosa que especulaciones vacías.

Fue la psicología la que emprendió la tarea de esclarecer la naturaleza del yo básico. Se


aplicaron de manera sistemática la razón y la observación para que la “naturaleza del hombre”
pudiera ser conocida por él mismo. Muchos intentaron primero aislar y estudiar los
mecanismos básicos de los “organismos inferiores”, y luego desplazarse lentamente hacia la
comprensión de la complejidad humana. De ahí que empezaran a publicarse obras basadas en
investigaciones realizadas con palomas, ratas y primates.
Para los psicólogos norteamericanos, en particular, la imagen de la máquina suministró la
metáfora predominante para la persona. Si las máquinas son, entre todos los materiales que el
hombre conoce, las construcciones más complejas, poderosas y adaptables, por cierto debían
parecérseles los seres humanos en su funcionamiento. Y resultaba muy cómodo hablar de las
“estructuras de pensamiento”, los “mecanismos perceptuales”, las “redes de asociaciones”,
etc. Todas estas frases connotaban un ser cuya esencia era mecánica.
Si el hombre moderno posee una esencia, ¿cómo han de entenderse sus orígenes? Para los
románticos, atributos como la pasión, el genio, la inspiración, etc., eran en gran medida
innatos, inherentes a los instintos naturales del individuo. La imagen modernista del progreso
científico ofreció una solución alternativa: si el conocimiento del mundo se construye a partir
de la observación, como descubre la ciencia, ¿no será el comportamiento humano el resultado
de propuestas externas? Si somos seres racionales, prestamos atención al mundo y adaptamos
nuestro proceder en consecuencia; así pues, las acciones humanas deben de provenir de los
sucesos del mundo circundante. En suma, no es en virtud de la herencia que seamos como
somos, sino en virtud de la observación del medio.
Si las imágenes derivadas de la máquina conforman el núcleo de las concepciones modernistas
de la persona, el signo distintivo del hombre maduro tendría que ser su autonomía auténtica.
Una máquina bien diseñada resiste el deterioro y funciona ajustadamente; del mismo modo,
una persona madura apropiadamente modelada por la familia y la sociedad sería
“autosuficiente”, “sólida”, “digna de confianza”, “congruente” consigo misma a lo largo del
tiempo. Conocer a alguien es saber qué se puede esperar de él: sus palabras serán la expresión
auténtica de lo que verdaderamente es, ahora y en el futuro.
La saturación social y la colonización del yo
Un cambio social profundo nos sumerge cada vez más en el mundo social y nos expone a las
opiniones, valoraciones y estilos de vida de otras personas.
Esta inmersión nos va empujando hacia una nueva conciencia de nosotros mismos: la
posmoderna. Los nuevos lugares comunes de la comunicación desempeñan un papel crítico
para comprender el decurso tanto de la concepción romántica como de la concepción
moderna del yo. Lo que llamaré las tecnologías de la saturación social son centrales en la
supresión contemporánea del yo individual. Indagaremos de qué forma la saturación social ha
llegado a invadir la vida cotidiana, pero también veremos cómo, al asociarnos cada vez más a
nuestro entorno social, terminamos por reflejarlo. Hay una colonización del ser propio que
refleja la fusión de las identidades parciales por obra de la saturación social. Y está
apareciendo un estado multifrénico en el que comienza a experimentarse el vértigo de la
multiplicidad ilimitada. Tanto la colonización del ser propio como el resultado multifrénico son
preludios significativos de la conciencia posmoderna.
En el proceso de la saturación social, nuestros días están cada vez más colmados por la
cantidad, variedad e intensidad de las relaciones. Para evaluar plenamente la magnitud del
cambio cultural y su probable intensificación en las décadas futuras, debemos situarnos en el
contexto tecnológico, ya que han sido una serie de innovaciones tecnológicas las que han
llevado a esa enorme proliferación de las relaciones. Es útil reseñar dos fases fundamentales
del desarrollo técnico, que vamos a denominar fase de tecnología de bajo nivel y fase de
tecnología de alto nivel.

Tecnología de bajo nivel


Quizá lo más espectacular de la fase de bajo nivel haya sido la simultaneidad de sus múltiples
avances. Nos referimos a por lo menos siete procesos superpuestos y arrasadores, cada uno de
los cuales nos fue arrojando cada vez más al mundo social:
1. El ferrocarril fue uno de los pasos significativos en el avance hacia la saturación social.
2. Los servicios postales públicos comenzaron a florecer con el advenimiento del ferrocarril en
el siglo XIX y luego con el aeroplano en el siglo XX.
3. El automóvil.
4. El teléfono.
5. La radiodifusión.
6. El cinematógrafo.
7. El libro impreso. Las ediciones comerciales pasaron a ser una fuerza poderosa en el siglo XX,
particularmente en la década de los años 50, cuando la aparición de las ediciones en rústica
puso los libros al alcance de vastos sectores de la población.
Esta septena de tecnologías de saturación social se expandieron rápidamente en el curso del
siglo XX. Cada uno de estos avances vinculó más estrechamente a las personas, las expuso a
sus semejantes y fomentó una gama de relaciones que nunca podrían haberse dado en el
pasado.

Tecnología de alto nivel


Vamos a examinar la segunda fase de la tecnología de saturación social, la de alto nivel, y en
especial los avances en materia de transporte aéreo, televisión y comunicación electrónica.
Importa examinar un fenómeno que se inició en el período de tecnología de bajo nivel con la
radiofonía, el cine y la publicidad comercial, pero que se ha vuelto descomunal en la era de
alto nivel de la TV: me refiero a la multiplicación del yo, o sea, la capacidad para estar
significativamente presente en más de un lugar a la vez.
Recurrimos cada vez más a los medios, y no a nuestra percepción sensorial, para que nos digan
lo que pasa.
Dos de los más grandes obstáculos que afrontaban las comunicaciones, y por ende las
relaciones, establecidas a gran distancia eran la lentitud y el coste.
A fines de los años cincuenta la invención de la computadora digital trajo consigo diversas
ventajas: podía almacenar cantidades inmensas de información en un espacio relativamente
pequeño, y procesarla y transmitirla con suma rapidez. Con el desarrollo de los microchips a
fines de los años setenta, cobró nuevo vuelo la eficiencia del almacenamiento, procesamiento
y transmisión de la información. Además se han abaratado las computadoras que ya se pueden
adquirir para uso hogareño.

El proceso de saturación social


Hace un siglo las relaciones sociales se circunscribían básicamente al perímetro de las
distancias que podían recorrerse sin cansancio. La mayoría eran personales y tenían lugar en el
seno de pequeñas comunidades. Es cierto que el caballo y los carruajes hicieron posible la
realización de viajes más largos, pero un trayecto de 50 kilómetros podía ocupar el día entero.
También es cierto que el ferrocarril permitió lanzarse velozmente hacia otros sitios, pero su
coste y su difícil acceso limitaban esa clase de viajes. Lo más probable era que las relaciones de
un individuo terminaran donde terminaba su comunidad. Desde el nacimiento hasta la tumba
uno podía confiar en su entorno social cuya trama era relativamente pareja. Las palabras,
rostros, gestos, ademanes y posibilidades con que se topaba eran casi siempre las mismas,
congruentes entre sí, y sólo cambiaban con lentitud.
Por obra de las tecnologías del siglo XX, aumentan continuamente la cantidad y variedad de las
relaciones que entablamos, la frecuencia potencial de nuestros contactos humanos, la
intensidad expresada en dichas relaciones y su duración. Y cuando este aumento se torna
extremo, llegamos a un estado de saturación social.
En la comunidad de las relaciones directas cara a cara, el reparto de los personajes se
mantenía más o menos estable. La cantidad de relaciones que por lo común se mantienen en
el mundo actual contrasta agudamente con aquella comunidad. Si se suman los miembros de
la propia familia, los noticiarios de televisión por la mañana, la radio del coche, los colegas que
se encuentra uno en el tren y el periódico local, el habitante del suburbio que viaja
diariamente al centro de la ciudad, puede toparse, en las dos primeras horas de su jornada
laboral, con las mismas personas que su antepasado comunitario viera al cabo de un mes.
Nuestros pensamientos y sentimientos ya no están ocupados únicamente en la comunidad
inmediata que nos rodea, sino en un reparto de personajes diseminados por todo el planeta y
que cambian de manera constante. Merecen destacarse dos aspectos de esta expansión. El
primero, lo que podría llamarse la perseverancia del pasado. Antes, el alejamiento de una
persona implicaba casi siempre una pérdida. Si alguien se iba a vivir a otro sitio, la relación
languidesía. Las visitas a lugares distantes eran fatigosas y el correo muy lento. Hoy, ni la
distancia ni el tiempo constituyen un serio inconveniente para una relación.
A la vez que se preserva el pasado, hay una aceleración del futuro. El ritmo de las relaciones se
incrementa y quizás se concreten en pocos días o semanas procesos cuyo desarrollo antes
necesitaba meses o años. Hace un siglo (XIX), por ejemplo, para cortejar a la novia, uno se
movilizaba a pie o a caballo, o a través de la correspondencia esporádica. Algunas horas de
intercambio amoroso se interrumpían por largos períodos de silencio. No obstante, con las
tecnologías actuales, una pareja puede estar en contacto casi permanente. No sólo los nuevos
medios de transporte han derribado la barrera de la distancia geográfica, sino que a través del
teléfono, el envío de correspondencia, fotografías y correo electrónico, el otro está “presente”
y con nosotros en cualquier momento.
En la comunidad cara a cara, cada individuo participa en un conjunto cerrado de relaciones,
con sus familiares y amigos. Ahora la próxima llamada telefónica puede avocarnos a una nueva
relación con un corredor de bolsa de Wall Street.
La televisión es desde luego la que más ha incrementado la variedad de relaciones en que
participamos, por más que sea sustitutiva. Podemos identificarnos con los héroes de miles de
relatos, o apoyar a los deportistas de cualquier lugar del planeta.
La tecnología de la época actual, además de ampliar la gama de las relaciones humanas,
modifica las preexistentes: al desplazarse del vínculo cara a cara al vínculo electrónico, las
relaciones con frecuencia se alteran. A diferencia de las relaciones cara a cara, las electrónicas
ocultan, por otra parte, la información visual (movimientos oculares, expresiones de los
labios), de modo tal que la persona que habla por teléfono no puede leer indicios gestuales
que le revelen si el interlocutor aprueba o no lo que dice. Como resultado, hay una mayor
tendencia a crear el otro imaginario con el cual relacionarse.
Dos de las nuevas formas de relación que el proceso de saturación ha contribuido a gestar
revisten particular interés. En primer lugar, la relación de amantes amigables. Para el
romántico fundamentalista, el objeto de su amor consumía todo su ser. La creencia de que
uno se casa llevado por un “amor verdadero” sigue en pie, pero en la medida en que el mundo
social se satura cada vez más, tales relaciones resultan poco realistas. Hombres y mujeres
suelen rondar en permanente movimiento: viajes, negocios, congresos, vacaciones, etc.
Murmurarle al amado o amada “no puedo vivir sin ti” pierde autenticidad cuando uno debe
agregar “salvo hasta el jueves que viene y luego, hasta el miércoles siguiente”. Y como en el
camino aparecen muchos especímenes apuestos del sexo opuesto, se ofrecen las condiciones
para que se entable una multiplicidad de “romances” amistosos, de moderado compromiso.
La segunda pauta interesante que se observa en los hogares es la relación de microondas. La
familia ideal incluía tradicionalmente un “núcleo” íntimo e interdependiente compuesto por el
padre proveedor, la madre solícita y los hijos, cuyas vidas giraban en torno al hogar hasta el fin
de la adolescencia. La saturación social ha interferido profundamente en esta concepción
tradicional de la familia. Ahora es muy probable que marido y mujer trabajen y se diviertan
fuera de casa, cada vez más recurren al servicio de las niñeras, la actividad social de los hijos
casi siempre se reparte entre diversos puntos de la ciudad. El hogar ya no es más el “nido” sino
un lugar de paso.
Pero muchos progenitores son reacios a renunciar a su idea tradicional de la familia unida, y
surge así una nueva variante por la cual los miembros del grupo familiar procuran compensar
los grandes abismos de falta de relación con expresiones intensas de ligazón. La cantidad (de
los vínculos) es reemplazada por la calidad. Para quienes viven una vida socialmente saturada,
el horno de microondas es algo más que la ayuda tecnológica: es un símbolo de la incipiente
modalidad de relación. Tanto en el artefacto material como en su contrapartida social, los
usuarios aplican un calor intenso con el objeto de obtener de inmediato lo que habrá de
alimentarlos.

Ante todo, las relaciones, al prolongarse a lo largo de los años, tendían a la normalización. La
gente, cuando puede elegir, elige lo que le proporcione una satisfacción asegurada. Los
cambios de pautas o estructuras amenazan con anular tales satisfacciones. Por ende, las
relaciones prolongadas tienden a buscar el equilibro de la intensidad emocional.
La comunidad cara a cara se presta a un alto grado de vigilancia informal. Los individuos suelen
saber casi siempre lo que hacen los demás. Y cuando el mundo social permanece estable y la
información nueva es escasa, los mínimos detalles de la propia vida pasan a ser tema de
conversación general. El chismorreo y la rigidez de las normas en una comunidad pequeña van
juntos. En el actual contexto de saturación no está presente ninguna de estas condiciones.
Como todas las relaciones son permanentemente interrumpidas, les es más difícil
normalizarse. No hay nadie que pueda afianzarse en una costumbre rutinaria tranquilizadora,
pues uno mismo y su elenco de “otros significativos” están en permanente movimiento.
La presión a favor de relaciones de mayor intensidad no se limita a la falta de normalización y
la quiebra de la vigilancia ajena: también hay en juego otros factores, vinculados a la fantasía y
la fugacidad. Como bien sabían los románticos, no hay nada que inspire más a un escritor que
la ausencia de su amada. Ante la ausencia del otro, la fantasía retoza libremente; uno puede
proyectar en la persona que goza de sus favores todas las virtudes y todos los deseos. La
posibilidad creciente de mantener relaciones a distancia ha tenido más o menos el mismo
efecto que tuvo sobre los románticos. Las relaciones a distancia brillan con su fulgor más
intenso, y los intercambios amorosos quedan sobrecargados emotivamente.
Por último, la brevedad de los encuentros ocasionales contribuye asimismo a su intensidad.
Los encuentros, por más que sean breves, no pueden dejar de ser expresivos: de algún modo
hay que demostrar la importancia de los propios sentimientos y la consideración en que se
tiene ese vínculo. Y como hay poco tiempo, las demostraciones tienen que ser claras y
elocuentes.

La colonización del yo
Las tecnologías de la saturación social nos exponen a una enorme variedad de personas, otras
formas de relación, circunstancias y oportunidades únicas en su género, e insospechadas
intensidades del sentimiento. Es rarísimo que uno no se vea afectado al quedar expuesto a
todo eso. Seguimos incorporando sin cesar información del medio que nos rodea, y al quedar
expuestos a otras personas, cambiamos en dos sentidos: aumenta nuestra capacidad de saber
acerca de y aumenta nuestra capacidad de saber cómo. En el primer caso, aprendemos
infinidad de detalles sobre las palabras, actos, vestimenta, gestos, etc., de los demás;
asimilamos un enorme cúmulo de información acerca de las pautas del intercambio social. Por
ejemplo, basta circular una hora por cualquier calle de la ciudad para reconocer el estilo de
indumentaria de negros y blancos, clase alta y clase baja, etc.
Este aumento masivo del conocimiento del mundo social sienta las bases de otra modalidad
del saber, el saber cómo. Aprendemos cómo poner en práctica tal conocimiento, cómo darle
forma para su consumo social, cómo proceder para que la vida social siga su curso eficaz. Si
nuestro cónyuge nos anuncia que está pensando en divorciarse, no nos vamos a quedar mudos
de asombro: ya hemos asistido a este drama tantas veces en la televisión y en el cine que
cualquier ocasión nos agarra preparados.
A medida que pasan los años el yo de cada cual se embebe cada vez más del carácter de los
otros, se coloniza.

Multifrenia
Multifrenia, término con el que se designa la escisión del individuo en una multiplicidad de
investiduras de su yo. Este estado es resultado de la colonización del yo y de los afanes de este
por sacar partido de las posibilidades que le ofrecen las tecnologías de la relación. En el tal
sentido, se avanza en una espiran cíclica hasta el estado de multifrenia: a medida que las
posibilidades propias son ampliadas por la tecnología, uno recurre cada vez más a las
tecnologías que le permitirán expresarse, y a medida que se utilizan aumenta el repertorio de
las posibilidades.
Rasgos preminentes de esta situación:
1. El vértigo de la valoración
A medida que se suman al yo los demás y sus deseos se vuelven nuestros, hay una ampliación
de nuestras metas: de nuestros “debo”, nuestros “necesito” y nuestros “quiero”. Eso requiere
atención y esfuerzo, y ocasiona frustraciones. Cada nuevo deseo plantea sus nuevas exigencias
y reduce la libertad del individuo.
2. El ascenso de la insuficiencia
No es únicamente la expansión del yo por obra de las relaciones lo que acosa al individuo con
un sentimiento del “deber” permanente: existe además una infiltración, en la conciencia
cotidiana, de la duda sobre sí mismo. Una sutil sensación de insuficiencia que agobia las
actividades que se emprenden con una incómoda noción de la vacuidad inminente. Esta
sensación de insuficiencia es un producto colateral de la colonización del yo y de la presencia
de espectros sociales; pues al incorporar a otros dentro de nuestro ser, se amplía la gama de lo
que consideramos “bueno”, “correcto” o “ejemplar”.
3. El receso de la racionalidad
La racionalidad es consecuencia de la participación social.
A medida que se amplían nuestras relaciones, empero, la validez de cada racionalidad
circunscrita corre peligro. Lo que es racional en una relación es cuestionable desde el punto de
vista de otra. La “opción evidente” al hablar con un colega, se convierte en un disparate al
hablar con la esposa o en una trivialidad para el amigo que nos visita esa noche. Por lo demás,
como cada relación aumenta la capacidad de discernimiento, uno acarrea consigo una
multiplicidad de expectativas, valores y opiniones antagónicas sobre la “solución obvia” a
ciertas cuestiones.
El aumento de los criterios de racionalidad no implica de suyo formarse un juicio claro y
unívoco sobre los candidatos. Más bien, lo que sucede es que el grado de complejidad
aumenta a tal punto que resulta imposible asumir una posición coherente desde el punto de
vista racional.
ESPIRITU, PERSONA Y SOCIEDAD: LA PERSONA (Mead)

La persona y el organismo
La persona posee un carácter distinto del organismo fisiológico propiamente dicho. La persona
es algo que tiene desarrollo; no está presente inicialmente, en el nacimiento, sino que surge
en el proceso de la experiencia y la actividad sociales.
Podemos distinguir entre la persona y el cuerpo. El cuerpo puede existir y operar en forma
sumamente inteligente sin que haya una persona involucrada en la experiencia. La persona
tiene la característica de ser un objeto par sí, y esa característica la distingue de otros objetos y
del cuerpo.
Lo que quiero destacar es la característica de la persona como objeto para sí. Esta
característica está representada por el término “sí mismo” e indica lo que puede ser al mismo
tiempo sujeto y objeto.
El individuo se experimenta a sí mismo como tal, no directamente, sino sólo indirectamente,
desde los puntos de vista particulares de los otros miembros individuales del mismo grupo
social, o desde el punto de vista generalizado del grupo social, en cuanto un todo, al cual
pertenece. Entra en su propia experiencia como persona o individuo, no directa o
inmediatamente, no convirtiéndose en objeto para sí del mismo modo que otros individuos
son objetos para él o en su experiencia, y se convierte en objeto para sí sólo cuando adopta las
actitudes de los otros individuos hacia él dentro de un medio social o contexto de experiencia
y conducta en que tanto él como ellos están involucrados.
La importancia de lo que denominamos “comunicación” reside en el hecho de que
proporciona una forma de conducta en la que el organismo o el individuo puede convertirse en
un objeto para sí, comunicación que está dirigida no sólo a los otros, sino también al individuo
mismo.
Es imposible concebir una persona surgida fuera de la experiencia social. Cuando ha surgido,
podemos pensar en una persona aislada para el resto de su vida, pero es una persona que se
tiene a sí misma como su compañera y que puede pensar y conversar consigo misma del
mismo modo que se ha comunicado con otros.
El pensamiento se torna preparatorio de la acción social. El proceso mismo del pensamiento
es, naturalmente, una conversación interna que se lleva a cabo, pero es una conversación de
gestos que, en su completación, involucra la expresión de lo que uno piensa a su público
oyente.
La experiencia social misma es lo que determina la proporción de persona que entra en
comunicación. Por supuesto, buena parte de la persona no necesita expresión. Establecemos
toda una serie de distintas relaciones con diferentes personas. Hay toda clase de distintas
personas que responden a toda clase de distintas reacciones sociales. El proceso social mismo
es el responsable de la aparición de la persona: ésta no existe como una persona aparte de ese
tipo de experiencia.
Las varias personas elementales que constituyen la persona completa, o que están organizadas
en ella, son los distintos aspectos de la estructura de esa persona completa que responden a
los distintos aspectos de la estructura del proceso social como un todo; la estructura de la
persona completa es, así, el reflejo del proceso social completo.

La base genética de la persona


¿Cómo surge una persona? En primer lugar está la conversación de gestos entre animales que
involucra alguna clase de actividad cooperativa. Ahí, el comienzo del acto de uno es un
estímulo para que el otro reaccione de cierto modo, en tanto que el comienzo de esa reacción
se torna a su vez un estímulo para que el primero adopte su acción a la reacción en marcha.
El carácter peculiar poseído por nuestro medio social humano le pertenece en virtud del
carácter peculiar de la actividad social, humana; y ese carácter se encuentra en el proceso de
la comunicación y, más particularmente, en la relación triádica en que se basa la existencia de
la significación: la relación del gesto de un organismo, en su capacidad indicativa en cuanto
señalador de la completación o resultante del acto que inicia. El gesto surge en el acto social
como un elemento separable, en virtud del hecho de que es seleccionado por las
sensibilidades hacia él de otros organismos: no existe meramente como gesto en la
experiencia del individuo aislado. La significación de un gesto para un organismo se encontrará
en la reacción de otro organismo a lo que sería la completación del acto del primer organismo
que dicho gesto inicia e indica.
Lo esencial para la comunicación es que el símbolo despierte en la persona de uno lo que
despierta en el individuo. Tiene que tener esa clase de universalidad para cualquier persona
que se encuentre en la misma situación. Existe una posibilidad de lenguaje cada vez que un
estímulo puede afectar a un individuo como afecta a otro.
Otra serie de factores básicos en la génesis de la persona está representada por las actividades
lúdicas y el deporte.
La necesidad de distinguir entre la persona y el organismo fue reconocida en lo que nosotros
llamamos “el doble”.
Encontramos en los niños algo que responde a ese doble, a saber, los compañeros imaginarios,
que muchos niños producen en su propia experiencia. De esa manera organizan las reacciones
que provocan en otras personas y también en sí mismos. El juego en ese sentido,
especialmente la etapa que precede a los deportes organizados, es un juego a algo. El niño
juega a ser una madre, un maestro, un policía; es decir, adopta diferentes papeles.
Si comparamos el juego con la situación en un deporte organizado, advertimos la diferencia
esencial de que el niño que interviene en un deporte tiene que estar preparado para adoptar
la actitud de todos los otros involucrados en dicho deporte, y que esos diferentes papeles
deben tener una relación definida unos con otros.

El juego, el deporte y el “otro” generalizado


Hablamos de las condiciones sociales bajo las cuales la persona surge como un objeto. En
adición al lenguaje, encontramos dos ejemplos: uno en el juego y otro en el deporte.
La diferencia fundamental que existe entre el deporte y el juego está en que, en el primero, el
niño tiene que tener la actitud de todos los demás que están involucrados en el juego mismo.
Las actitudes de las demás jugadas que cada participante debe asumir, se organiza en una
especie de unidad y es precisamente la organización lo que controla la reacción del individuo.
La comunidad o grupo social organizados que proporciona al individuo su unidad de persona
pueden ser llamados “el otro generalizado”. La actitud del otro generalizado es la actitud de
toda la comunidad. Así, por ejemplo, en el caso de un grupo social como el de un equipo de
pelota, el equipo es el otro generalizado, en la medida en que interviene –como proceso
organizado o actividad social– en la experiencia de cualquiera de los miembros individuales de
él.
Si el individuo humano dado quiere desarrollar una persona en el sentido más amplio, no es
suficiente que adopte simplemente las actitudes de los otros individuos humanos hacia él y de
ellos entre sí dentro del proceso social humano, e incorpore ese proceso social como un todo a
su experiencia individual, meramente en esos términos. Además, del mismo modo que adopta
las actitudes de los otros individuos hacia él y de ellos entre sí, tiene que adoptar sus actitudes
hacia las distintas fases o aspectos de la actividad social común en las que, como miembros de
una sociedad organizada o grupo social, están todos ocupados. Solo en la medida en que
adopte las actitudes del grupo social organizado al cual pertenece, hacia la actividad social
organizada, cooperativa, o hacia la serie de actividades en la cual ese grupo está ocupado, sólo
en esa medida desarrollará una persona completa.
Es en la forma del otro generalizado como los procesos sociales influyen en la conducta de los
individuos involucrados en ellos y que los llevan a cabo, es decir, que es en esa forma como la
comunidad ejerce su control sobre el comportamiento de sus miembros individuales. En el
pensamiento abstracto el individuo adopta la actitud del otro generalizado hacia sí mismo; y
en el pensamiento concreto adopta esa actitud en la medida en que es expresada en las
actitudes hacia su conducta por parte de aquellos otros individuos junto con quienes está
involucrado en la situación o el acto social dados. Pero sólo adoptando la actitud del otro
generalizado hacia él le es posible pensar, porque sólo así puede darse el pensamiento. Y sólo
cuando los individuos adoptan la actitud o actitudes del otro generalizado hacia sí mismos,
sólo entonces se hace posible la existencia de un universo de raciocinio, como el sistema de
significaciones sociales o comunes que el pensamiento presupone.
En política, por ejemplo, el individuo se identifica con todo un partido político y adopta las
actitudes organizadas de todo ese partido hacia el resto de la comunidad social dada y hacia
los problemas a que tiene que hacer frente el partido dentro de la situación social dada; y, en
consecuencia, reacciona en términos de las actitudes organizadas del partido como un todo.
Existen dos etapas generales en el pleno desarrollo de la persona. En la primera de dichas
etapas, la persona individual está constituida simplemente por una organización de las
actitudes particulares de otros individuos hacia el individuo y de las actitudes de los unos hacia
los otros, en los actos sociales específicos en que aquél participa con ellos. En la segunda etapa
del completo desarrollo de la persona del individuo, esta persona está constituida, no sólo por
una organización de las actitudes de esos individuos particulares, sino también por una
organización de las actitudes sociales del otro generalizado, o grupo social como un todo al
cual pertenece. Estas actitudes sociales o de grupo son incorporadas al campo de la
experiencia directa del individuo e incluidas como elementos de la estructura o constitución de
la persona, del mismo modo que las actitudes de otros individuos particulares; y el individuo
llega a ellas, o logra adoptarlas, gracias a que organiza y luego generaliza las actitudes de otros
individuos particulares en términos de sus significaciones e inferencias sociales organizadas.
El deporte constituye un ejemplo de la situación de la que surge una personalidad organizada.
En la medida en que el niño adopta la actitud del otro y permite que esa actitud del otro
determine lo que hará con referencia a un objetivo común, en esa medida se convierte en un
miembro orgánico de la sociedad. Se incorpora la moral de esa sociedad y se convierte en un
miembro esencial de ella. Las diferentes actitudes que asume un niño están organizadas de tal
manera, que ejercen un control definido sobre su reacción, así como las actitudes en un
deporte controlan su reacción inmediata. En el deporte logramos otro generalizado, que se
halla en la naturaleza misma del niño y encuentra su expresión en la experiencia inmediata de
éste. Y esa actividad organizada de la naturaleza del niño, que controla la reacción especial, es
la que proporciona unidad y construye su persona.
La organización de las actitudes comunes al grupo es lo que compone a la persona organizada.
Una persona es una personalidad porque pertenece a una comunidad, porque incorpora las
instituciones de dicha comunidad a su propia conducta. Adopta el lenguaje como un medio
para obtener su personalidad y luego, a través de un proceso de adopción de los distintos
papeles que todos los demás proporcionan, consigue alcanzar la actitud de los miembros de la
comunidad. La estructura sobre la cual está construida la persona es esa reacción común a
todos, porque, para ser una persona, es preciso ser miembro de una comunidad. Le
proporcionan lo que llamamos sus principios, las actitudes reconocidas de todos los miembros
de la comunidad hacia lo que son los valores de esa comunidad. Se coloca él en el lugar del
otro generalizado, que representa las reacciones organizadas de todos los miembros del
grupo.
Por supuesto, cada una de las personas es distinta que las demás; pero es preciso que exista
una estructura común a fin de que podamos ser miembros de una comunidad. No podemos
ser nosotros mismos a menos de que seamos también miembros en los que haya una
comunidad de actitudes que controlan las actitudes de todos. El individuo posee una persona
sólo en relación con las personas de los otros miembros de su grupo social; y la estructura de
su persona expresa o refleja la pauta general de conducta del grupo social al cual pertenece,
así como lo hace la estructura de la persona de todos los demás individuos pertenecientes a
ese grupo social.
El “yo” y el “mí”
El “yo” reacciona a la persona que surge gracias a la adopción de las actitudes de otros.
Mediante la adopción de dichas actitudes, hemos introducido el “mí” y reaccionamos a él
como a un “yo”.
El “yo” aparece directamente en la experiencia de uno, como una figura histórica. El “yo” del
“mí” es lo que uno era hace un segundo. Es otro “yo” que tiene que adoptar ese papel. El “yo”
es, en cierto sentido, aquello con lo cual nos identificamos. Su incorporación a la experiencia
constituye uno de los problemas de la mayor parte de nuestra experiencia consciente: no es
dado directamente en la experiencia.
El “yo” es la reacción del organismo a las actitudes de los otros; el “mí” es la serie de actitudes
organizadas de los otros que adopta uno mismo. Las actitudes de los otros constituyen el “mí”
organizado, y luego una reacciona hacia ellas como un “yo”.
En la medida en que el individuo despierta en sí las actitudes de los otros, surge un grupo de
reacciones organizadas. Y el que logre tener consciencia de sí se debe a la capacidad del
individuo para adoptar las actitudes de esos otros en la medida en que éstos pueden ser
organizados. La adopción de todas esas series de actitudes organizadas le proporcionan su
“mí”; ésa es la persona de la cual tiene consciencia. Puede lanzar la pelota a algún otro
miembro gracias a la exigencia que le presentan otros miembros del equipo. Ésa es la persona
que existe indirectamente para él en su consciencia. Tiene las actitudes de ellos, sabe lo que
ellos quieren y cuáles serán las consecuencias de cualquier acto de él, y ha asumido la
responsabilidad de la situación. Pues bien, la presencia de esas series de actitudes organizadas
constituye ese “mí” al cual reacciona como un “yo”.
El “yo” es la acción del individuo frente a la situación social que existe dentro de su propia
conducta, y se incorpora a su experiencia sólo después de que ha llevado a cabo el acto.
Entonces tiene conciencia de éste. Tuvo que hacer tal y cual cosa, y la hizo. El “mí” surge para
cumplir tal deber: tal es la forma en que nace en su experiencia. Tenía en sí todas las actitudes
de los otros, provocando ciertas reacciones; ese era el “mí” de la situación, y su reacción es el
“yo”.
El “yo” en esta relación entre el “yo” y el “mí”, es algo que reacciona a una situación social que
se encuentra dentro de la experiencia del individuo. Es la respuesta que el individuo hace a la
actitud que otros adoptan hacia él, cuando él adopta una actitud hacia ellos. Ahora bien, las
actitudes que él adopta hacia ellos están presentes en su propia experiencia, pero su reacción
a ellas contendrá un elemento de novedad. El “yo” proporciona la sensación de libertad, de
iniciativa.
El “mí” representa una organización definida de la comunidad, presente en nuestras propias
actitudes y provocando una reacción, pero la reacción es algo que simplemente sucede.

El espíritu como la internalización del proceso social en el individuo


Se presentó a la persona y al espíritu en términos de un proceso social, como la internalización
de la conversación de gestos en la conducta del organismo individual, de manera que el
organismo individual adopta las actitudes organizadas de los otros provocadas por la actitud
de él, en la forma de los gestos de las mismas, y al reaccionar a esa reacción provoca otras
actitudes organizadas en los otros de la comunidad a la cual pertenece el individuo. Este
proceso puede ser caracterizado en términos del “yo” y el “mí”, siendo el “mí” ese grupo de
actitudes organizadas a las cuales el individuo reacciona como un “yo”.
El “yo” y el “mí” como fases de la persona
La persona es la fase importante del desarrollo, porque tal sociedad sólo surge gracias a la
posibilidad de la internalización de esa actitud social en las reacciones de toda la comunidad. El
cambio que tiene lugar debido a dicha internalización de la conversación de gestos en la
conducta del individuo, es un cambio que ocurre en la experiencia de todos los individuos
componentes.
Por supuesto, ésos no son los únicos cambios que se producen en la comunidad. En la
conversación ocurren cambios definidos. Tómese la actitud de una persona hacia una nueva
moda. Puede que al principio sea de objeción. Al cabo de un tiempo llega a un punto en que
piensa de sí misma adoptando esa nueva moda, advirtiendo las ropas de los escaparates y
viéndose ataviada con ellas. El cambio se ha operado en ella sin que lo advirtiese. Hay, pues,
un proceso por medio del cual el individuo, en interacción con otros, se torna inevitablemente
con los otros para hacer la misma cosa, sin que ese proceso aparezca en lo que llamamos
consciencia. Adquirimos consciente del proceso cuando adoptamos definidamente la actitud
de los otros, y esta situación debe ser distinguida de la anterior.
Frente al “mí” está el “yo”. El individuo no sólo tiene derechos: también tiene deberes. No sólo
es un ciudadano, un miembro de la comunidad, sino que también reacciona a dicha
comunidad, y su reacción a ella, como hemos visto en la conversación de gestos, la cambia. El
“yo” es la reacción del individuo a la actitud de la comunidad, tal como dicha actitud aparece
en su propia consciencia. A su vez, su reacción a esa actitud organizada cambia a ésta. Como
hemos señalado, se trata de un cambio que no se encuentra presente en su experiencia hasta
que tiene lugar. El “yo” aparece en nuestra experiencia en la memoria. Sólo después de haber
actuado sabemos qué hemos hecho; sólo después de haber hablado sabemos qué hemos
dicho. La adaptación a ese mundo organizado que está presente en nuestra naturaleza
representa al “mí”.
UNIDAD 5

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN HUMANA (Watzlawick)

El estudio de la comunicación humana puede subdividirse en tres áreas: sintáctica, semántica


y pragmática. La primera de estas tres áreas abarca los problemas relativos a transmitir
información y cuyo interés se refiere a los problemas de codificación, canales, capacidad,
ruido, redundancia y otras propiedades estadísticas del lenguaje.
El significado constituye la preocupación central de la semántica. Toda información compartida
presupone una convención semántica. Por último, la comunicación afecta a la conducta y éste
es un aspecto pragmático.
Desde la perspectiva de la pragmática toda conducta, y no sólo el habla, es comunicación.
Además, no sólo nos interesa el efecto de una comunicación sobre el receptor, sino también el
efecto que la reacción del receptor tiene sobre el emisor.

Información y retroalimentación
Una de las grandes controversias epistemológicas que ha continuado hasta nuestros días es la
lucha entre el determinismo y la teleología. El psicoanálisis pertenece a la escuela determinista
mientras que, por ejemplo, la psicología analítica de Jung parte en grado considerable del
supuesto de una entelequia inmanente en el hombre.
El advenimiento de la cibernética puso fin a todo esto demostrando que los dos principios
podían unirse dentro de un marco más amplio, criterio que se hizo posible gracias al
descubrimiento de la retroalimentación. Una cadena en la que el hecho “a” afecta al hecho
“b”, y “b” afecta luego a “c” y “c” a su vez trae consigo a “d”, etc., tendría las propiedades de
un sistema lineal determinista. Sin embargo, si “d” lleva nuevamente a “a”, el sistema es
circular y funciona de modo totalmente distinto. Exhibe una conducta que es esencialmente
análoga a la de los fenómenos que han desafiado al análisis en términos de un determinismo
lineal estricto.
Se sabe que la retroalimentación puede ser positiva o negativa; la negativa caracteriza la
homeostasis por lo cual desempeña un papel importante en el logro y el mantenimiento de la
estabilidad de las relaciones. Por otro lado, la retroalimentación positiva lleva al cambio, esto
es, a la pérdida de estabilidad o de equilibrio. En ambos casos, parte de la salida de un sistema
vuelve a introducirse en el sistema como información acerca de dicha salida. En el caso de la
retroalimentación negativa, esa información se utiliza para disminuir la desviación de la salida
con respecto a una norma establecida, mientras que, en el caso de la retroalimentación
positiva, la misma información actúa como una medida para aumentar la desviación de la
salida y resulta así positiva en relación con la tendencia ya existente hacia la inmovilidad o la
desorganización.
Sostenemos que los sistemas interpersonales –grupos de desconocidos, parejas
matrimoniales, familias, relaciones psicoterapéuticas, etc. – pueden entenderse como circuitos
de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de cada una de las otras y
es, a su vez, afectada por éstas. La entrada a tal sistema puede amplificarse y transformarse así
en cambio o bien verse contrarrestada para mantener la estabilidad según que los mecanismos
de retroalimentación sean positivos o negativos.

Redundancia
Pasando ahora a los problemas de redundancia o constricción en la pragmática de la
comunicación humana, la mayoría de los estudios existentes parecen limitarse sobre todo a los
efectos de la persona A sobre la persona B, sin tener igualmente en cuenta que todo lo que B
hace influye sobre la acción siguiente de A, y que ambos sufren la influencia del contexto en
que dicha interacción tiene lugar y, a su vez, influyen sobre él.
Aquí contamos con un monto elevado de conocimientos que nos permiten evaluar, modificar y
predecir la conducta. De hecho, en esta área somos particularmente sensibles a las
incongruencias: la conducta que está fuera de contexto nos impresiona de inmediato como
mucho más inadecuada que los errores meramente sintácticos o semánticos en la
comunicación. Estamos en comunicación constante y, sin embargo, somos casi por completo
incapaces de comunicarnos acerca de la comunicación.
Cuando dejamos de utilizar la comunicación para comunicarnos, y la usamos para comunicar
algo acerca de la comunicación, utilizamos conceptualizaciones que no son parte de la
comunicación, sino que se refieren a ella. Hablamos aquí de metacomunicación.

AXIOMAS EXPLORATORIOS DE LA COMUNICACIÓN


Debemos comenzar con algunas propiedades simples de la comunicación que encierran
consecuencias interpersonales básicas. Se comprobara que tales propiedades participan en la
naturaleza de los axiomas dentro de nuestro cálculo hipotético de la comunicación humana.
Una vez definidas, estaremos en condiciones de examinar algunas de sus patologías.

1º AXIOMA: Es imposible no comunicar


Una vez que se acepta que toda conducta es comunicación, ya no manejamos una unidad-
mensaje monofónica, sino más bien un conjunto fluido y multifacético de muchos modos de
conducta –verbal, tonal, postural, contextual, etc. – todos los cuales limitan el significado de
los otros.
Hay una propiedad de la conducta: no hay nada que sea lo contrario a la conducta, no hay no-
conducta, es imposible no comportarse. Si se acepta que toda conducta es una situación de
interacción, tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho
que uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio,
tienen siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar
de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican.
La imposibilidad de no comunicarse constituye una parte integral del “dilema” esquizofrénico.
Parecería que el esquizofrénico trata de no comunicarse. Pero, puesto que incluso el silencio,
el retraimiento, la inmovilidad o cualquier otra forma de negación constituye en sí mismo una
comunicación, el esquizofrénico enfrenta la tarea imposible de negar que se está comunicando
y, al mismo tiempo, de negar que su negación es una comunicación.
Patología del 1º axioma
Este fenómeno no se limita a la esquizofrenia. Cabe suponer que el intento de no comunicarse
puede existir en cualquier otro contexto en que se desea evitar el compromiso inherente a
toda comunicación. Una situación típica de esta clase es un encuentro entre dos desconocidos,
uno de los cuales quiere entablar conversación y el otro no, por ejemplo, dos pasajeros en un
avión que comparten asiento. Supongamos que el pasajero A sea el que no quiere hablar. Hay
dos cosas que no puede hacer: no puede abandonar físicamente el campo y no puede no
comunicarse. La pragmática de este contexto comunicacional se ve así limitada a unas pocas
reacciones posibles:
a) Rechazo de la comunicación: el pasajero A puede hacer sentir al pasajero B, en forma
más o menos descortés, que no le interesa conversar. Puesto que ello es reprobable
desde el punto de vista de la buena educación, se necesita valor para hacerlo y da
lugar a un silencio incómodo, de modo que, de hecho, no se ha evitado una relación
con B.
b) Aceptación de la comunicación: el pasajero A terminará por ceder y entablar
conversación.
c) Descalificación de la comunicación: A puede defenderse mediante la importante
técnica de la descalificación; esto es, puede comunicarse de modo tal que su propia
comunicación o la del otro queden invalidadas. Las descalificaciones abarcan una
amplia gama de fenómenos comunicacionales, tales como autocontradicciones,
incongruencias, cambios de tema, oraciones incompletas, etc.
d) El síntoma como comunicación: hay una cuarta respuesta que el pasajero A puede
emplear para defenderse contra la locuacidad de B: puede fingir somnolencia, sordera,
borrachera, ignorancia del idioma o cualquier otra deficiencia o incapacidad que
justifique la imposibilidad de comunicarse. En todos estos casos, entonces, el mensaje
es el mismo: “a mí no me molestaría hablarle, pero algo más fuerte que yo, de lo cual
no puede culpárseme, me lo impide”. La técnica de recurrir a la fuerza de motivos que
están más allá del propio control, sigue ofreciendo una falla: A sabe que está
engañando al otro. Pero la “treta” comunicacional se vuelve perfecta cuando una
persona logra convencerse a sí misma de que se encuentra a merced de fuerzas que
están más allá de su control y se libera así de la censura por parte de los “otros
significativos” y de los remordimientos de su propia conciencia. Esto sólo significa
decir que tiene un síntoma.

2º AXIOMA: Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto de relación,


tales que el segundo clasifica al primero y es, por ende, una metacomunicación
Toda comunicación implica un compromiso y, por ende, define la relación. Una comunicación
no sólo transmite información sino que, al mismo tiempo, impone conductas. Estas dos
operaciones se conocen como los aspectos “referenciales” y “conativos”, respectivamente, de
toda comunicación.
El aspecto referencial de un mensaje transmite información y, por ende, en la comunicación
humana es sinónimo de contenido del mensaje. Puede referirse a cualquier cosa que sea
comunicable al margen de que la información sea verdadera o falsa. Por otro lado, el aspecto
conativo se refiere a qué tipo de mensaje debe entenderse que es y, por ende, en última
instancia, a la relación entre los comunicantes.
Patología del 2º axioma
Variaciones posibles:
1) En el mejor de los casos, los participantes concuerdan con respecto al contenido de
sus comunicaciones y a la definición de su relación.
2) En el peor de los casos, encontramos la situación inversa: los participantes están en
desacuerdo con respecto al nivel del contenido y también al de relación.
3) Entre ambos extremos hay varias formas mixtas importantes:
a) Los participantes están en desacuerdo en el nivel de contenido, pero ello no
perturba su relación. Quizás ésta sea la forma más madura de manejar el desacuerdo;
los participantes acuerdan estar en desacuerdo, por así decirlo.
b) Los participantes están de acuerdo en el nivel de contenido, pero no en el
relacional. Ello significa que la estabilidad de su relación se verá seriamente
amenazada en cuanto deje de existir la necesidad de acuerdo en el nivel de contenido.
No resulta difícil encontrar ejemplos de esta secuencia. Como se sabe, muchos
matrimonios tienen crisis precisamente cuando se superan las dificultades externas
que hasta ese momento obligaban a los cónyuges a un esfuerzo conjunto y a un apoyo
mutuo. Idéntico fenómeno puede observarse en la esfera política, cuando aliados con
ideologías básicamente incompatibles se vuelven enemigos después de eliminar un
peligro que constituía una amenaza para ambos (por ejemplo, Estados Unidos y la
Unión Soviética después de la derrota a Alemania y Japón).
c) Otra posibilidad son las confusiones entre dos aspectos, “contenido y relación”.
Pueden consistir en un intento por resolver un problema relacional en el nivel de
contenido (donde no existe) o, por el contrario, en una reacción frente a un
desacuerdo objetivo con una variación del reproche básico: “si me amaras, no me
contradecirías”.
d) Por último, aquellas situaciones en las que una persona se ve obligada de un modo
u otro a dudar de sus propias percepciones en el nivel de contenido, a fin de no poner
en peligro una relación vital con otra persona.
Definición del self y el otro: la persona P puede ofrecer a la otra, O, una definición de sí misma.
El prototipo de su metacomunicación será: “Así es como me veo”. Es inherente a la naturaleza
de la comunicación humana el hecho de que existan tres respuestas posibles por parte de O a
la autodefinición de P:
a) Confirmación: O puede aceptar (confirmar) la definición que P da de sí mismo.
Parecería que, completamente aparte del mero intercambio de información, el
hombre tiene que comunicarse con los otros a los fines de su autopercepción y
percatación, y la verificación experimental de este supuesto intuitivo se hace cada vez
más convincente a partir de las investigaciones sobre la privación sensorial, que
demuestra que el hombre es incapaz de mantener su estabilidad emocional durante
períodos prolongados en que sólo se comunica consigo mismo.
b) Rechazo: la segunda respuesta posible de O frente a la definición que P propone de sí
mismo consiste en rechazarla. El rechazo presupone por lo menos un reconocimiento
limitado de lo que se rechaza y, por ende, no niega necesariamente la realidad de la
imagen que P tiene de sí mismo. De hecho, ciertas formas de rechazo pueden ser
incluso constructivas, como ocurre con la negativa de un psiquiatra a aceptar la
definición que un paciente da de sí mismo.
c) Desconfirmación: la desconfirmación no se refiere a la verdad o falsedad de la
definición que P da de sí mismo, sino más bien niega la realidad de P como fuente de
tal definición. En otras palabras, mientras que el rechazo equivale al mensaje: “Estás
equivocado”, la desconfirmación afirma de hecho: “Tú no existes”.

3º AXIOMA: La naturaleza de una relación depende de la puntuación de las secuencias de


comunicación entre los comunicantes
La característica de la comunicación que deseamos explorar se refiere a la interacción
–intercambio de mensajes– entre comunicantes. Para un observador, una serie de
comunicaciones puede entenderse como una secuencia interrumpida de intercambios. Sin
embargo, quienes participan en la interacción siempre introducen la “puntuación de la
secuencia de hechos”.
La falta de acuerdo con respecto a la manera de puntuar la secuencia de hechos es la causa de
incontables conflictos en las relaciones. Supongamos que una pareja tiene un problema
marital al que el esposo contribuye con un retraimiento pasivo, mientras que la mujer colabora
con sus críticas constantes. Al explicar sus frustraciones, el marido dice que su retraimiento no
es más que defensa contra los constantes regaños de su mujer, mientras que ésta dirá que esa
explicación constituye una distorsión de lo que “realmente” sucede en su matrimonio, esto es,
que ella lo critica debido a su pasividad. Sus discusiones consisten en un intercambio
monótono de estos mensajes: “Me retraigo porque me regañas” y “Te regaño porque te
retraes”.
A menudo resulta difícil creer que dos individuos puedan tener visiones tan dispares de
muchos elementos de su experiencia en común. Y, sin embargo, el problema radica
fundamentalmente en su incapacidad para metacomunicarse acerca de su respectiva manera
de pautar su interacción.
Patología del 3º axioma
Discrepancias no resueltas en la puntuación de las secuencias comunicacionales pueden llevar
directamente a impases interaccionales en los que, eventualmente, se hacen acusaciones
mutuas de locura o maldad.
Las discrepancias en cuanto a la puntuación de las secuencias de hecho tienen lugar en todos
aquellos casos en que por lo menos uno de los comunicantes no cuenta con la misma cantidad
de información que el otro, pero no lo sabe. Un ejemplo simple de tal secuencia sería el
siguiente: P escribe una carta a O proponiéndole un negocio e invitándolo a participar. O
acepta la proposición pero su carta no llega a destino. Después de un tiempo P llega a la
conclusión de que O no ha tenido en cuenta su propuesta y, a su vez, resuelve no interesarse
más por él. Por otro lado, O se siente ofendido porque no tuvo contestación a su carta y
también decide no entablar nuevo contacto con P. A partir de ese momento, su disputa
silenciosa puede durar eternamente, a menos que se decidan a investigar qué sucedió con sus
comunicaciones, esto es, a menos que comiencen a metacomunicarse. Sólo entonces
averiguarán que P no sabía que O había contestado, y que O no sabía que su respuesta nunca
había llegado a manos de P.
Lo que podemos observar en casi todos estos casos de comunicación patológica es que
constituyen círculos viciosos que no se pueden romper a menos que la comunicación misma se
convierta en el tema de la comunicación, en otras palabras, hasta que los comunicantes estén
en condiciones de metacomunicarse. Pero para ello tienen que colocarse afuera del círculo.
Solemos observar en estos casos de puntuación discrepante un conflicto acerca de cuál es la
causa y cuál el efecto, cuando en realidad ninguno de estos conceptos resulta aplicable debido
a la circularidad de la interacción. Ejemplo: la nación A se arma porque se siente amenazada
por la nación B, mientras que la nación B considera que los armamentos de A son la causa de
sus propias medidas “defensivas”.
Esto nos lleva al importante concepto de la profecía autocumplidora que, desde el punto de
vista de la interacción, constituye quizás el fenómeno más interesante en el campo de la
puntuación. Se trata de una conducta que provoca en los demás la reacción frente a la cual esa
conducta sería una reacción apropiada. Por ejemplo, una persona que parte de la premisa
“nadie me quiere” se comporta con desconfianza, a la defensiva o con agresividad, ante lo cual
es probable que los otros reaccionen con desagrado, corroborando así su premisa original.
Un uso curioso de las profecías autocumplidoras puede encontrarse en la tradición de las
familias judías orientales, donde los padres por lo general decidían el futuro matrimonio de los
hijos y como puede imaginarse su elección no siempre coincidía con las preferencias de los
jóvenes. Los padres solían utilizar los servicios de un casamentero profesional. Este conversaba
primero con la futura novia y le informaba “confidencialmente” que el novio estaba muy
interesado en ella pero que no se atrevía a manifestarlo, y de la misma manera informaba al
novio de cuán interesado estaba la novia por él. Por lo común, ambas profecías no tardaban en
cumplirse.

4º AXIOMA: Los seres humanos se comunican tanto digital como analógicamente. El


lenguaje digital cuenta con una sintaxis lógica sumamente compleja y poderosa pero carece
de una semántica adecuada en el campo de la relación, mientras que el lenguaje analógico
posee la semántica pero no una sintaxis adecuada para la definición inequívoca de la
naturaleza de las relaciones.
En la comunicación humana es posible referirse a los objetos de dos maneras distintas. Se los
puede representar por un símil, tal como un dibujo, o bien mediante el nombre. La relación
entre el nombre y la cosa nombrada está arbitrariamente establecida. Las palabras son signos
arbitrarios que se manejan de acuerdo con la sintaxis lógica del lenguaje. En la comunicación
analógica hay algo particularmente similar a la cosa en lo que se utiliza para expresarla.
La comunicación analógica es todo lo que sea comunicación no verbal. Opinamos que el
término debe incluir la postura, los gestos, la expresión facial, la inflexión de la voz, el ritmo y
la cadencia de las palabras mismas y cualquier otra manifestación no verbal de que el
organismo es capaz, así como los indicadores comunicacionales que inevitablemente aparecen
en cualquier contexto en que tienen lugar una interacción.
El hombre es el único organismo que utiliza tanto los modos de comunicación analógicos como
los digitales. Por un lado, el hombre se comunica de manera digital. Ello asume particular
importancia en lo que se refiere a compartir información acerca de objetos y a la función de
continuidad temporal inherente a la transmisión de conocimiento. Y, sin embargo, existe un
vasto campo donde utilizamos en forma casi exclusiva la comunicación analógica.
Cabe suponer que el aspecto relativo al contenido se transmite en forma digital, mientras que
le aspecto relativo a la relación es de naturaleza predominantemente analógica.
El material del mensaje digital es de mucha mayor complejidad, versatilidad y abstracción que
el material analógico. La comunicación analógica no tiene nada comparable a la sintaxis lógica
del lenguaje digital. En el lenguaje analógico no hay equivalentes para elementos de tal vital
importancia para el discurso como “si… luego”, “o… o”, y muchos otros, y que la expresión de
conceptos abstractos resulta difícil, sino imposible.
Por ejemplo: hay lágrimas de tristeza y lágrimas de alegría, el puño apretado puede indicar
agresión o control, una sonrisa puede transmitir simpatía o desprecio, cabe preguntarse si
todos los mensajes analógicos no tienen esta cualidad curiosamente ambigua. La
comunicación analógica carece de calificadores para indicar cuál de los dos significados
dispares está implícito, y tampoco cuenta con indicadores que permitan establecer una
distinción entre pasado, presente o futuro. Tales calificadores o indicadores existen en la
comunicación digital, pero lo que falta en ésta es un vocabulario adecuado para referirse a la
relación.
En su necesidad de combinar estos dos lenguajes, el hombre, sea como receptor o emisor,
debe traducir constantemente de uno al otro.
Patología del 4º axioma
El material del mensaje analógico carece de muchos de los elementos que forman parte de la
morfología y la sintaxis del lenguaje digital. Así, al traducir mensajes analógicos al lenguaje
digital es necesario proveer tales elementos e insertarlos.
El material de los mensajes analógicos es sumamente antitético; se presta a interpretaciones
digitales muy distintas y a menudo incompatibles. El hecho de traer un regalo, por ejemplo,
constituye sin duda, una comunicación analógica. Empero, según la visión que tenga de su
relación con el dador, el receptor puede entenderlo como una demostración de afecto, un
soborno o una restitución.
El lenguaje digital posee una sintaxis lógica que lo hace particularmente apto para la
comunicación en el nivel de contenido. Pero al traducir el material analógico al lenguaje digital,
deben introducirse las funciones lógicas de verdad, pues éstas faltan en el modo analógico. Tal
ausencia se vuelve particularmente notable en el caso de la negación, ya que falta el
equivalente del “no” digital.
La función lógica de verdad de alternación (o no exclusivo) ideada para denotar “uno y otro o
ambos” también está ausente del lenguaje analógico.

5º AXIOMA: Todos los intercambios comunicacionales son simétricos o complementarios,


según estén basado en la igualdad o en la diferencia
La interacción simétrica se caracteriza por la igualdad y por la diferencia mínima, mientras que
la interacción complementaria está basada en un máximo de diferencia. En una relación
complementaria hay dos posiciones distintas. Un participante ocupa lo que se ha descripto
como la posición superior o primaria mientras que el otro ocupa la posición correspondiente
inferior o secundaria. Una relación complementaria puede estar establecida por el contexto
social o cultural como en los casos de madre e hijo, médico y paciente, maestro y alumno.
Patología del 5º axioma
1) Escalada simétrica
Hemos sugerido ya que en una relación simétrica existe siempre el peligro de la competencia.
Como puede observarse tanto en los individuos como en las naciones, la igualdad parece ser
más tranquilizadora. Esta tendencia explica la calidad de escalada que caracteriza a la
interacción simétrica cuando éste pierde su estabilidad dando lugar a lo que se llama una
escapada, por ejemplo, disputas y luchas entre individuos o guerras entre naciones. Así, en los
conflictos maritales resulta fácil observar de qué manera los cónyuges atraviesan una pauta de
escalada de frustración hasta que, eventualmente, se detienen de puro agotados, física y
emocionalmente, y mantienen una tregua inestable hasta que se recupera lo suficiente como
para iniciar el segundo round. En una relación simétrica sana, cada participante puede aceptar
la “mismidad” del otro, lo cual lleva al respeto mutuo y a la confianza en ese aspecto, e implica
una confirmación realista y recíproca del self. Cuando una relación simétrica se derrumba, por
lo común observamos más bien el rechazo que la desconfirmación del self del otro.
2) Complementariedad rígida
Un problema característico de las relaciones complementarias surge cuando P exige que O
confirme una definición que P da de sí mismo y que no concuerda con la forma en que O ve a
P. Ello coloca a O frente a un dilema muy particular: debe modificar su propia definición de sí
mismo de forma tal que complemente y así corrobore la de P, pues es inherente a la
naturaleza de las relaciones complementarias el que una definición del self sólo pueda
mantenerse si el otro participante desempeña el rol específico complementario. Al fin de
cuentas, no puede haber una madre sin un hijo. Pero los patrones de la relación madre-hijo se
modifican con el tiempo. El mismo patrón que resulta biológica y emocionalmente vital
durante una fase temprana de la vida del niño se convierte en un serio obstáculo para su
desarrollo ulterior si no se permite que tenga lugar un cambio adecuado en la relación.

LA ORGANIZACIÓN DE LA INTERACCIÓN HUMANA

La interacción como sistema


Cabe considerar la interacción como un sistema.
Antes de definir cualquiera de las propiedades especiales de los sistemas, conviene señalar
que la evidente y muy importante variable del tiempo (y, por ende, el orden) debe ser una
parte integral de nuestra unidad de estudio. Las secuencias de comunicación son el material
inseparable de un proceso cuyo orden e interrelaciones, que se da a lo largo del tiempo serán
nuestro objeto de interés aquí.
Un sistema es “un conjunto de objetos así como de relaciones entre los objetos y entre sus
atributos”, en el que los objetos son los componentes o partes del sistema, los atributos son
las propiedades de los objetos y las relaciones mantienen unido al sistema. Cualquier objeto es
especificado por sus atributos. Así, mientras que los “objetos” pueden ser seres humanos
individuales, los atributos con que en esta obra se los identifica, son sus conductas
comunicacionales. La mejor manera de describir los objetos interaccionales consiste en verlos
no como individuos, sino como “personas que se comunican con otras personas”.
Lo importante aquí no es el contenido de la comunicación per se, sino exactamente el aspecto
relacional (conativo) de la comunicación humana. Así, los sistemas interaccionales serán dos o
más comunicantes en el proceso o en el nivel de definir la naturaleza de su relación.
Otro aspecto importante de la definición de un sistema es la definición de su medio. Para un
sistema dado, el medio es el conjunto de todos los objetos cuyos atributos al cambiar afectan
al sistema y también aquellos objetos cuyos atributos son modificados por la conducta del
sistema.
Puede decirse que esta distinción entre sistemas cerrados y abiertos ha liberado a las ciencias
que se ocupan de los fenómenos de la vida de las cadenas de un modelo teórico
esencialmente basado en la física y la química clásica; esto es, un modelo de sistemas
exclusivamente cerrados.

Las propiedades de los sistemas abiertos


Hemos pasado de la definición más universal de los sistemas más generales a centrar la
atención en uno de los dos tipos básicos, el sistema abierto. Ahora es posible definir algunas
de las propiedades formales macroscópicas de los sistemas abiertos, tal como se aplican a la
interacción.
Totalidad: cada una de las partes de un sistema está relacionada de tal modo con las otras que
un cambio en una de ellas provoca un cambio en todas las demás y en el sistema total. Esto es,
un sistema se comporta no sólo como un simple compuesto de elementos independientes,
sino como un todo inseparable y coherente. Su opuesto es el carácter sumatorio: si las
variaciones en una de las partes no afectan a las otras o a la totalidad, entonces dichas partes
son independientes entre sí y constituyen un “montón”.
A partir del primer axioma de la comunicación, según el cual toda conducta es comunicación y
resulta imposible no comunicarse, se deduce que las secuencias de comunicación serían
recíprocamente inseparables; en síntesis, que la interacción es no-sumativa.
Otra teoría de la interacción que está en contradicción con el principio de la totalidad es la de
las relaciones unilaterales entre elementos, esto es, que A puede afectar a B, pero no
viceversa. En el ejemplo de la esposa regañona y el marido retraido vimos que aunque una
secuencia interaccional puede estar puntuada como un patrón de causalidad unilateral, tal
secuencia es de hecho circular, y la aparente “respuesta” también debe ser un estímulo para el
hecho siguiente en esta cadena interdependiente.
Retroalimentación: si las partes de un sistema no están relacionadas en forma unilateral o
sumatoria, ¿de qué manera están unidas? Desde el advenimiento de la cibernética y el
“descubrimiento” de la retroalimentación, se ha comprobado que la relación circular
altamente compleja constituye un fenómeno muy distinto de las nociones causales más
simples y ortodoxas, pero no menos científico. La retroalimentación y la circularidad
constituyen el modelo causal adecuado para una teoría de los sistemas interaccionales.
Equifinalidad: el principio de equifinalidad significa que idénticos resultados pueden tener
orígenes distintos, porque lo decisivo es la naturaleza de la organización.
Si la conducta equifinal de los sistemas abiertos está basada en su independencia con respecto
a las condiciones iniciales, entonces no sólo condiciones iniciales distintas pueden llevar al
mismo resultado final, sino que diferentes resultados pueden ser producidos por las mismas
“causas”. Así, en el análisis del modo en que las personas se afectan unas a otras en su
interacción, consideraremos que las características de la génesis o el producto son mucho
menos importantes que la organización de la interacción. Puede ilustrar este problema las
concepciones cambiantes de la etiología de la esquizofrenia.

Sistemas interaccionales estables


Un sistema es estable con respecto a algunas de sus variables si éstas variables tienden a
permanecer dentro de límites definidos.
Relaciones estables: son las que son: 1) importantes para ambos participantes, y 2) duraderas:
ejemplos generalizados serían las amistades, ciertas relaciones profesionales y, sobre todo, las
relaciones maritales y familiares. Es común que surja esta pregunta: ¿por qué existe una
relación dada? Tal interrogante suscita respuestas basadas en la motivación, la satisfacción de
necesidades, factores sociales o culturales u otros determinantes.
Limitación: una de las razones para asumir una posición tan estricta es la de que podría haber
factores identificables intrínsecos al proceso de la comunicación, aparte de la motivación y el
simple hábito que sirven para vincular y perpetuar una relación.
Tentativamente, podríamos encuadrar a tales factores dentro de la noción del efecto limitador
de la comunicación, señalando que en una secuencia comunicacional, todo intercambio de
mensajes disminuye el número de movimientos siguientes posibles.
Reglas de la relación: los problemas directamente relacionados con los sistemas
interaccionales. En toda comunidad los participantes tratan de determinar la naturaleza de la
relación. Del mismo modo, cada uno de ellos responde con su propia definición de la relación,
que puede confirmar, rechazar o modificar la del otro. Tal proceso es de suma importancia,
pues en una relación estable no puede quedar fluctuante o sin resolver.
La familia como sistema: observando que las familias de los pacientes psiquiátricos a menudo
sufrían repercusiones drásticas (depresión, episodios psicosomáticos, etc.) cuando el paciente
mejoraba, Jackson postuló que estas conductas y quizá, por lo tanto, la enfermedad del
paciente, eran “mecanismos homeostáticos” que intervenían para que el sistema perturbado
recuperara su delicado equilibrio.
Totalidad: dentro de la familia la conducta de cada individuo está relacionada con la de los
otros y depende de ella. Toda conducta es comunicación y, por ende, influye sobre los demás y
sufre la influencia de éstos. Los terapeutas de familia que logran aliviar el problema por el cual
se los consultó enfrentan a menudo una nueva crisis. Una pareja inició una terapia
matrimonial por insistencia de la esposa, cuya queja parece más que justificada: su marido, un
joven agradable y despierto se había ingeniado de alguna manera para terminar el colegio
secundario sin haber aprendido a leer y a escribir. Durante su servicio militar también logró
eludir un curso especial para soldados analfabetos. Cuando se lo dio de baja comenzó a
trabajar como obrero y se vio impedido de progresar o lograr un aumento de sueldo. Debido al
analfabetismo del esposo, la esposa carga con las responsabilidades familiares y en muchas
ocasiones debe llevar al marido a nuevos lugares de trabajo porque aquél no puede leer los
nombres de las calles ni el mapa de una ciudad. Poco tiempo después de iniciada la terapia, el
marido se inscribió en un curso nocturno para analfabetos. Desde el punto de vista terapéutico
todo parecía marchar sumamente bien, hasta que el terapeuta recibió una llamada telefónica
de la esposa, quien le informó que dejaría de acudir a las sesiones conjuntas e iniciaría juicio
de divorcio. El terapeuta había pasado por alto la naturaleza interaccional del problema
planteado (analfabetismo) y, al eliminarlo, alteró la relación complementaria de la pareja,
aunque ese resultado era exactamente lo que la esposa había esperado de la terapia.
No sumatividad: el análisis de una familia no es la suma de los análisis de sus miembros
individuales. Por ejemplo, Fry ha examinado el contexto marital en el que un grupo de
pacientes exhibía un síndrome de ansiedad, fobias y conducta estereotipada de evitación. En
ninguno de los casos existía un cónyuge que funcionara adecuadamente, pero aún más
interesante para nuestra teoría actual es el encaje mutuo, sutil y generalizado de la conducta
observada en cada pareja. Fry señala que los cónyuges revelan una historia de síntomas
sumamente similares, si no idénticos, a los del paciente. Por lo común, se muestran reacios a
revelar esa historia. Por ejemplo, a una esposa no sólo le resultaba imposible salir sola, sino
que incluso estando acompañada sentía pánico si entraba en un lugar muy iluminado y/o lleno
de gente o debía permanecer esperando en una fila. Al principio, su marido negó tener
problemas emocionales, pero luego reveló que había experimentado episodios ocasionales de
ansiedad, por lo cual evitaba ciertas situaciones. Las situaciones que evitaba era: multitudes,
permanecer en una fila y entrar en lugares públicos muy iluminados. Sin embargo, ambos
cónyuges insistían en que la esposa debía ser considerada como la paciente porque ella tenía
más miedo de esas situaciones que él.
En otro caso se consideró que la esposa era la paciente porque tenía miedo a los lugares
cerrados y no podía subir a un ascensor. Por lo tanto, la pareja no podía visitar un restaurante
situado en el último piso de un alto edificio. Con todo, más tarde se comprobó que el marido
temía a los lugares altos, temor que jamás había tenido necesidad de enfrentar debido al
acuerdo marital en el sentido de que nunca subirían al último piso de los edificios porque la
esposa tenía miedo de entrar al ascensor.
El autor sugiere luego que los síntomas del paciente parecen proteger al cónyuge, y para
corroborarlo señala que el comienzo de los síntomas está correlacionado habitualmente con
un cambio de la situación de vida del cónyuge, un cambio que podría producirle ansiedad. El
patrón interaccional característico de tales parejas es designado por Fry como “control dual”.
Retroalimentación y homeostasis: el sistema actúa sobre las entradas (acciones de los
miembros o del medio) al sistema familiar y las modifica. Algunas familias pueden soportar
grandes reveses e incluso convertirlos en motivos de unión; otras parecen incapaces de
manejar las crisis más insignificantes. Todas las familias que permanecen unidas deben
caracterizarse por cierto grado de retroalimentación negativa, a fin de soportar las tensiones
impuestas por el medio y por los miembros individuales. Las familias perturbadas son
particularmente refractarias al cambio y a menudo demuestran una notable capacidad para
mantener el status quo mediante una retroalimentación predominantemente negativa. Sin
embargo, también existe aprendizaje y crecimiento en la familia, y es precisamente aquí donde
más erróneo resulta un modelo homeostático puro, pues dichos efectos están más cerca de la
retroalimentación positiva.
LA COMUNICACIÓN NO VERBAL (Knapp)

Clasificación de la conducta no verbal

1. Movimiento del cuerpo o comportamiento cinésico


Comprende los gestos, los movimientos corporales, los de las extremidades, las manos, la
cabeza, los pies y las piernas, las expresiones faciales, la conducta de los ojos y también la
postura. Hay diferentes tipos de conducta no verbal. Algunas señales no verbales son muy
específicas y otras más generales. Algunas tienen la intención de comunicar, otras son
meramente expresivas. Algunas proporcionan información acerca de las emociones mientras
que otras dan a conocer rasgos de la personalidad o actitudes. Ekman y Friesen desarrollaron
un sistema de clasificación de los comportamientos no verbales. Las categorías que incluyen
son las siguientes:
a. Emblemas: se trata de actos no verbales que admiten una trasposición oral directa. Los
gestos que se usan para representar “OK” o “paz” son ejemplos de emblemas en una
parte muy amplia de nuestra cultura. Estos emblemas son específicamente culturales.
Sin embargo, algunos emblemas describen acciones comunes a la especie humana y
parecen trascender una cultura particular. El emblema de comer (llevarse la mano
hacia la boca) y el de dormir (inclinar la cabeza en posición lateral casi perpendicular al
cuerpo, que a veces se acompaña con los ojos cerrados y la colocación de las manos
debajo de la cabeza a modo de almohada) constituyen dos ejemplos de emblemas que
Ekman y sus colegas han observado en varias culturas.
Muy a menudo, los emblemas se utilizan cuando los canales verbales están
bloqueados (o fallan) y en general se los usa para comunicar.
b. Ilustradores: hay actos no verbales directamente unidos al habla o que la acompañan y
que sirven para ilustrar lo que se dice verbalmente. Pueden ser movimientos que
acentúen o enfaticen una palabra o una frase, esbocen una vía de pensamiento,
señalen objetos presentes, describan una relación espacial o el ritmo de un
acontecimiento, o representen una acción corporal. Los ilustradores parecen caer
dentro de nuestro campo conciente pero no tan explícitamente como los emblemas.
Se los usa intencionalmente para ayudar a la comunicación, pero no tan
deliberadamente como los emblemas. Es de esperar que las personas excitadas o
entusiasmadas muestren más ilustradores que las que no lo están, e igualmente son
de prever más ilustradores en situaciones “difíciles” de comunicación por ejemplo, si
no se encuentran las palabras justas para expresar un pensamiento o si nos
enfrentamos con un receptor que no nos presta atención o no comprende lo que
tratamos de decirle. Probablemente los ilustradores se aprenden observando a los
demás.
c. Muestras de afecto: se trata predominantemente de configuraciones faciales que
expresan estados afectivos. Si bien es la cara la fuente primaria del afecto, también el
cuerpo puede ser leído como juicios globales sobre afectos; por ejemplo, una postura
lánguida, un cuerpo triste. Las muestras de afecto pueden repetir, aumentar,
contradecir o no guardar relación con las manifestaciones afectivas verbales.
Corrientemente las expresiones de afecto no intentan comunicar, pero pueden en
ocasiones ser intencionales.
d. Reguladores: hay actos no verbales que mantienen y regulan la naturaleza del hablar y
el escuchar entre dos o más sujetos interactuantes. Indican al hablante que continúe,
repita, se extienda en detalles, se apresure, haga más ameno su discurso, conceda al
interlocutor su turno de hablar, y así sucesivamente.
En los últimos años las diversas conductas no verbales asociadas a la demanda de
turnos de palabra han sido los reguladores a los que se ha prestado mayor atención.
Estas se refieren a las señales que utilizamos para hacer saber a otra persona que
queremos hablar, para evitar que otra persona nos quite el uso de la palabra, para
renunciar a nuestro turno de intervención y pedir a otra persona que continúe y para
dar a entender que hemos terminado de hablar y que otra persona puede continuar.
Probablemente los reguladores más familiares son los movimientos de cabeza y el
comportamiento visual. Las cabezadas en rápida sucesión puede indicar el mensaje
“dese prisa y termine” pero si los movimientos siguen a las pausas que hace el
hablante y tiene lugar lenta, deliberada y concienzudamente, pueden querer decir
“siga hablando” o “me gusta lo que dice”. Hemos encontrado que las personas que
trataban de poner término a una conversación disminuían acusadamente le contacto
visual con la otra persona.
Los reguladores parecen hallarse en la periferia de nuestra conciencia y son, en
general, difíciles de inhibir. Son como hábitos arraigados y casi involuntarios, pero se
trata de señales de las que somos muy concientes cuando las producen otros.
e. Adaptadores: se le denomina adaptadores porque se piensa que se desarrollan en la
niñez como esfuerzos de adaptación para satisfacer necesidades, cumplir acciones,
dominar emociones, desarrollar contactos sociales o cumplir una gran cantidad de
otras funciones. Ekman y Friesen han identificado tres tipos de adaptadores:
autodirigidos, dirigidos a objetos y heterodirigidos.
Los autoadaptadores, se refieren a la manipulación del propio cuerpo como agarrarse,
frotarse, apretarse, rascarse o pellizcarse a sí mismo. A menudo estos
autoadaptadores se incrementan en la medida en que la angustia de una persona
aumenta. Ekman y sus colegas han hallado que el “acto de cubrirse los ojos” está
asociado a la vergüenza o la culpa y que el “acto de rascar-escarbar” se asocia con
hostilidad, autoagresión o agresión a otro desplazada a sí mismo.
Los heteroadaptadores se aprenden junto con las primeras experiencias de relaciones
interpersonales, esto es, dar a otro y tomar de otro, atacar o proteger, establecer
proximidad o alejamiento y acciones por el estilo. Los movimientos de las piernas
pueden ser adaptadores que muestran residuos de una agresión a puntapiés, una
invitación sexual o una fuga. Ekman cree que muchos de los incesantes movimientos
de las manos y los pies que se han considerado como indicadores típicos de angustia
pueden ser residuos de adaptadores necesarios para escapar a la interacción.
Los adaptadores dirigidos a objetos implican la manipulación de objetos y pueden
derivar del cumplimiento de alguna tarea instrumental, como fumar, escribir con el
lápiz, etc.
Los adaptadores no tienen la finalidad de ser usados en la comunicación pero pueden
verse arrastrados por la conducta verbal en determinadas situaciones que guardan
relación con las condiciones presentes en el momento en que el hábito de adaptación
fue aprendido.

2. Características físicas
Esta categoría concierne a cosas que se mantienen relativamente sin cambio durante el
período de interacción. Se trata de señales no verbales importantes que no son forzosamente
movimiento. Comprende el físico o la forma del cuerpo, el atractivo general, los olores del
cuerpo y el aliento, la altura, el peso, el cabello, el color o la tonalidad de la piel.

3. Conducta táctil
Para algunos autores, el estudio de la cinésica incluye el comportamiento táctil. Sin embargo,
para otros el contacto físico real constituye una clase diferente de fenómenos. La conducta
táctil puede comprender la caricia, el golpe, el sostener, el guiar los movimientos de otro, etc.
4. Paralenguaje
Para decirlo sencillamente, el paralenguaje se refiere a cómo se dice algo y no a qué se dice.
Tiene que ver con el espectro de señales vocales no verbales establecidas alrededor del
comportamiento común del habla. Componentes:
a. Cualidades de la voz: se incluyen aquí elementos tales como el registro de la voz, el
control de la altura, el control del ritmo, el tempo, el control de la articulación, la
resonancia, el control de la glotis y el control labial de la voz.
b. Vocalizaciones: 1) Características vocales. Aquí se incluyen por ejemplo, la risa, el
llanto, el suspiro, el bostezo, el estornudo, el ronquido, etc. 2) Cualificadores vocales.
Aquí se incluyen la intensidad de voz muy fuerte a muy suave, la altura (de
excesivamente aguda a excesivamente grave) y la extensión (desde el arrastrar las
palabras hasta el hablar extremadamente cortado). 3) Segregaciones vocales. Son, por
ejemplo, los “mmm”, “ah”, “uh”, y variaciones de esta suerte.

5. Proxémica
Se entiende por proxémica el estudio del uso y percepción del espacio social y personal. Estos
estudios se refieren a la disposición de los asientos, y a la disposición especial relacionada con
el liderazgo, el flujo de comunicación y la tarea manual.
A veces se estudia la orientación espacial personal en el contexto de la distancia
conversacional y como ésta varía de acuerdo con el sexo, el estatus, los roles, la orientación
cultural y así sucesivamente. También es frecuente el término “territorialidad” en el estudio de
la proxémica para designar la tendencia humana a marcar el territorio personal -o espacio
intocable- al modo en que lo hacen los animales salvajes o las aves.

6. Artefactos
Los artefactos comprenden la manipulación de objetos con personas interactuantes que
pueden actuar como estímulos no verbales. Estos artefactos comprenden el perfume, la ropa,
el lápiz de labios, los anteojos, la peluca, y otros objetos para el cabello.

7. Factores del entorno


Los factores del entorno (o medio) incluyen los muebles, el estilo arquitectónico, el decorado
de los interiores, las condiciones de luz, olores, colores, temperatura, ruidos adicionales o
música y otros elementos de esta suerte dentro de los cuales tiene lugar la interacción. Las
variaciones en la disposición, los materiales, las formas o superficie de los objetos en el
entorno interactuante pueden ejercer una gran influencia en el resultado de una relación
interpersonal. Esta categoría incluye también lo que podría llamarse “huellas de acción”. Por
ejemplo, si se observan colillas, papeles usados que ha dejado la persona con quien se ha de
estar poco tiempo después, la impresión que esto produce puede muy bien influir en la
relación con ella.

Interrelaciones de lo verbal y lo no verbal


El comportamiento no verbal puede repetir, contradecir, sustituir, complementar, acentuar o
regular el comportamiento verbal.
Repetición
La comunicación no verbal puede meramente repetir lo que se dijo verbalmente. Por ejemplo,
si se dice a alguien que para encontrar un puesto de periódicos tiene que ir hacia el norte y
luego se señala en la dirección adecuada esto ha de considerarse una repetición.
Contradicción
El comportamiento no verbal puede contradecir la conducta verbal. Un ejemplo clásico de ello
es el padre que grita a su hijo con voz enfadada: “¡Por supuesto que te quiero!”. Si no hay
razón para sospechar que pueden estar presentes señales en conflicto, es probable que
confiemos preferentemente en los mensajes verbales. Se ha dicho que cuando recibimos
mensajes contradictorios en los niveles verbal y no verbal, haremos mejor en confiar en el
mensaje no verbal. Se afirma que las señales no verbales son más espontáneas, más difíciles
de disimular y menos susceptibles de ser manipuladas. Sin embargo, tal vez sea más exacto
decir que ciertas conductas no verbales son más espontáneas y difíciles de fingir que otras y
que hay gente más proclive a otra a la impostura no verbal. Cuando nos hallamos ante dos
señales no verbales contradictorias es previsible que confiemos en aquella que consideramos
más difícil de fingir.
Sustitución
La conducta no verbal puede sustituir a los mensajes verbales. Cuando un ejecutivo abatido
llega a su casa después del trabajo, una expresión facial sustituye a la afirmación: “He tenido
un día desastroso”. A veces, cuando la conducta no verbal sustitutiva fracasa, el comunicante
retrocede al nivel verbal.
Complementariedad
La conducta no verbal puede modificar o elaborar mensajes verbales. Un empleado puede
reflejar por medios no verbales una actitud de embarazo cuando habla con el capataz acerca
de un bajo rendimiento. Además, el comportamiento no verbal puede reflejar cambios en la
relación entre el empleado y el capataz. Cuando la lentitud, las tranquilas verbalizaciones y la
postura relajada del empleado cambian, ello puede indicar alteraciones en la relación global
entre los interactuantes. Las funciones complementarias de la comunicación no verbal sirven
como señal de las actitudes e intenciones de una persona con respecto a la otra.
Acentuación
El comportamiento no verbal puede acentuar las partes del mensaje verbal así como el
subrayado y las bastardillas sirven para enfatizarlas en el lenguaje escrito. A menudo los
movimientos de cabeza o de manos se usan para acentuar el mensaje verbal. Cuando un padre
regaña a su hijo porque ha estado afuera de casa hasta altas horas de la noche, puede
acentuar una frase en particular agarrándolo fuertemente por la espalda y acompañando las
palabras con el entrecejo fruncido.
Regulación
Las conductas no verbales también se utilizan para regular los flujos de comunicación entre los
interactuantes. El modo en que una persona deja de hablar y otra comienza a hacerlo con toda
fluidez y de forma sincronizada puede ser tan importante para una interacción satisfactoria
como el mismo contenido verbal que se intercambia. Después de todo, formulamos juicios
acerca de las personas sobre la base de sus habilidades reguladoras, como, por ejemplo,
“hablar con él es como hablarle a una pared” o “con ella no puedes meter bocado en la
conversación”.
Cuando queremos indicar que hemos terminado de hablar y que la otra persona puede
comenzar, podemos incrementar el contacto visual con el interlocutor. A menudo se
acompaña esto con señales vocales que se asocian con la finalización de juicios declarativos o
interrogativos. Evitar que el otro entre en la conversación obliga a evitar las pausas
prolongadas, disminuir el contacto visual y quizá levantar la voz si la otra persona trata de
“meter bocado”. Cuando queremos hacer uso de la palabra podemos levantar el índice o
efectuar una audible inspiración mientras adoptamos una postura erguida como si
estuviéramos listos para comenzar.
Los inicios y los finales de conversación actúan también como puntos de regulación. Cuando
saludamos a alguien, nuestro contacto visual señala que los canales de la conversación están
abiertos. Puede tratarse de un ligero movimiento de cabeza y un “destello de cejas”.
UNIDAD 6
Representaciones sociales

ACTITUDES, COGNICIONES, ATRIBUCIONES Y REPRESENTACIONES (Wainstein)

Actitudes
El concepto nos refiere a una tendencia a responder de igual manera en circunstancias
similares. Predice una forma de actuar de una persona, el comportamiento que establece un
patrón que emplea un individuo para hacer las cosas. En este sentido, se puede decir que es su
estilo de actuar, cierta forma de motivación de carácter, secundaria, en contraposición a la
motivación biológica, de tipo primario que impulsa y orienta la acción hacia determinados
objetivos y metas.
En la Psicología Social las actitudes son elementos de gran valor para la predicción de
conductas.
Se ha definido a las actitudes también como una organización duradera de creencias, dotada
de una carga afectiva a factor o en contra de un objeto definido, que predispone a una acción
coherente con esas creencias y afectos relativos a dicho objeto.
Para que exista eso que llamamos una actitud, es necesario, en primer lugar, que exista
también un constructo de un objeto. Ese constructo está formado por las percepciones, las
evaluaciones de esas percepciones y la construcción de creencias hacia un objeto. Los objetos
no conocidos o sobre los que no se posee información no pueden generar actitudes.
En un segundo aspecto, está el sentimiento en favor o en contra de un objeto. Es el
componente más característico de las actitudes. Aquí radica la diferencia principal con las
creencias y las opiniones –que se caracterizan por su componente cognoscitivo–. Otra
diferencia es el componente conductual es la tendencia a reaccionar hacia los objetos de una
determinada manera. Es el componente activo de la actitud.
Las actitudes se determinan como un constructo científico en el ámbito de la Psicología Social
mediante tres dimensiones de la conducta humana.
La evaluación positiva o negativa de un objeto se produce a través de pensamientos e ideas,
designados en los estudios sobre actitudes como “creencias”.
La evaluación de las actitudes por medio de las respuestas de los sujetos ocurre en una doble
secuencia:
Inicialmente se establece una asociación de naturaleza probable entre un objeto y algunas de
sus propiedades.
Mediante escalas de medición de actitudes, por ejemplo, las escalas Lickert, se evalúa la
dirección positiva o negativa que el contenido de esta proposición estímulo tiene para los
sujetos.
También pueden medirse las respuestas afectivas, que son los sentimientos, los estados de
ánimo y las emociones asociadas con una proposición de ese tipo.

Las cogniciones humanas


Los esquemas influyen mucho en la manera en que pensamos el mundo, básicamente en tres
procesos claves de toda cognición.
Organizan nuestra atención. Mediante la codificación, una vez que la información es
seleccionada queda almacenada en nuestra memoria. No todo quedará almacenado, la
codificación es también una selección. La recuperación de información de nuestra memoria
depende de la importancia que tuvo para nuestra vida el suceso y por si eso fue registrado o
no y desde qué marco presente solicitamos retornar el evento registrado.
Nuestra atención se fija mucho más ante acontecimientos inconsistentes con nuestros
esquemas que en aquellos casos en que la situación es consistente con ellos.
Atribuciones
Continuamente evaluamos y tratamos de tener un conocimiento exacto acerca del
pensamiento y los sentimientos de las personas que nos rodean. Saber que experimentan los
otros pueden sernos de utilidad para manejarnos en la vida cotidiana.
Los psicólogos sociales creen que el interés por esto se debe en gran parte a tener
explicaciones sencillas de causa y efecto en el entendimiento del entorno social.
En Psicología Social esto se denomina atribución.
El hecho de considerar los factores externos como menos probables que los factores internos
es el llamado error fundamental de atribución.

Las representaciones sociales


Moscovici sale de la idea de que la sociedad impone la representación colectiva al individuo y
acentúa la idea de que las representaciones sociales son resultado de una producción realizada
por sujetos sociales.
Las representaciones sociales son esencialmente fenómenos sociales que deben ser
entendidos a partir de su contexto de producción; es decir, a partir de las funciones simbólicas
e ideológicas a las que sirven como formas de comunicación en donde sus contenidos circulan.
El propósito de las representaciones sociales es también el de hacer de algo desconocido algo
familiar.
Las representaciones sociales condensan aspectos de la realidad de gran complejidad cuya
descripción incluye un conjunto de muchas ideas. Esto último ocurre mediante un mecanismo
que fija ideas no tan comunes reduciéndolas a categorías o imágenes ordinarias y familiares.
Algo que sería muy abstracto se concretiza, algo subjetivo, mental, se objetiva en un elemento
físico. Eso físico es familiar y fácil de comparar, entender o interpretar.
Las representaciones tienden a convertir lo familiar en “natural”. De este modo contribuyen a
la difusión de los valores sociales dominantes, transformándolos en un conocimiento del
sentido común.
APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE REPRESENTACIÓN SOCIAL (Di Iorio)

Conceptos centrales de Psicología Social contemporánea


Actitud y representación social son nociones fundamentales en la Psicología Social
contemporánea, en tanto que abordan las relaciones entre pensamiento y un objeto,
cumpliendo la función de integración o mediación entre lo individual y lo social. El estudio de
las actitudes responde a la tradición norteamericana, y es parte de esa psicología social
psicológica, mientras que el de las representaciones sociales es parte de la tradición europea, y
se asocia a una psicología social sociológica.

Las actitudes como una dimensión de las representaciones sociales


Entre las actitudes y las representaciones sociales se encuentran punto en común:
 Ambas suponen una relación entre un sujeto y un objeto;
 Se definen como una mediación entre lo social y lo individual;
 Suponen un aprendizaje en el proceso de socialización;
 Se establecen a lo largo del tiempo aunque son susceptibles de ser transformadas;
 Incluyen elementos cognitivos, afectivos y comportamentales.
Las representaciones sociales son compartidas, mientras que el concepto de actitud ha pasado
a ser algo individualizado.
Las actitudes constituyen una reacción individual ante un objeto del mundo social
preexistente, por el contrario, las representaciones sociales construyen ese objeto en la
medida en que pretenden conocerlo. Según Moscovici, para adquirir una actitud respecto de
un determinado objeto, se debe tener primero una representación del mismo, representación
que ya es parte de sus conocimientos.
En cambio, las representaciones sociales no constituyen reacciones o respuestas a
determinado estímulo, sino que el objeto a conocer se construye en el momento en que está
siendo conocido. No se focaliza en los aspectos cognitivos individuales, sino en recuperar el
modo en que esas formas de conocimiento socialmente compartidas se constituyen en
conocimientos prácticos que orientan la comunicación, la comprensión y el dominio del
entorno en el que interactuamos.
Estudiar las representaciones sociales implica reconocerlas como un producto, un
conocimiento social colectivamente distribuido e individualmente accesible. Así como también
describir los procesos por los cuales se crean esos conocimientos.

Representación social
La relación entre la ciencia y el sentido común
Desde la perspectiva de Moscovici, la Teoría de las Representaciones Sociales (TRS) es una de
las maneras de estudiar el conocimiento del sentido y su relación con los contextos sociales
donde éste se origina. La TRS se presenta como una alternativa a la psicología social cognitiva
tradicional, caracterizada por su carácter individualista. Para Moscovici lo central no son los
procesos cognitivos individuales, sino las formas de conocimientos grupales, socialmente
compartidos y recreados en el curso de las interacciones cotidianas.
Moscovici pretende dar cuenta de las relaciones entre los conocimientos científicos y los
conocimientos legos o del sentido común. Utilizó el concepto de representación social para
describir cómo la gente sustituye un concepto teórico y abstracto por un objeto real,
diferenciado, accesible.
Rescatando el concepto de representación colectiva
Las representaciones sociales son un tipo de conocimiento específico: un conocimiento del
sentido común que permite que nos orientemos y aprehendamos el mundo de la vida
cotidiana. Son conocimientos prácticos socialmente construidos y compartidos
intersubjetivamente.
Las representaciones sociales constituyen una explicación o teoría social que los sujetos, como
parte de un colectivo, construyen sobre aspectos de esa vida cotidiana que les permiten
definirla e interactuar en ella. Es decir, son una “totalidad significante contextualizada” que
abarca el contenido de lo representado y la identificación y definición del grupo que construye
esa representación.
Para hablar de representaciones sociales, Moscovici retoma el concepto de representaciones
colectivas de Durkheim. Con ese concepto, Durkheim intentaba designar la especificidad del
pensamiento social con relación al pensamiento individual. Así como disoció los hechos
sociales de la conciencia individual, también diferenció la representación individual de la
representación colectiva. Las representaciones colectivas no podían limitarse a la suma de las
representaciones de los individuos que componen una sociedad. Constituyen un mecanismo
explicativo de la sociedad, refiriéndose a una clase general de ideas y creencias, que incluye a
la ideología, la ciencia, la religión, la economía, el derecho, los mitos. Las mismas se imponen a
los individuos como una serie de clasificaciones externas que les sirven para dar forma al
mundo.

Procesos constitutivos: objetivación y anclaje


Las representaciones sociales se construyen en la historia de una determinada estructura
social, en un proceso de relaciones familiares, grupales e intergrupales, que se extiende a lo
largo de la vida y en medio de lo cual, afectos, necesidades, valores, normas, estereotipos,
imágenes, símbolos, demandas e intereses adquieren forma, articulándose en palabras
explicitadas o negadas. Estos conocimientos cotidianos se configuran a partir de los procesos
de objetivación y anclaje.
El proceso de objetivación: del concepto abstracto a una imagen concreta
La objetivación es la operación a partir de la cual se concretiza lo abstracto en un núcleo
figurativo, es decir, se seleccionan ciertas ideas según criterios culturales y normativos, que
son descontextualizados. Emerge un conjunto gráfico y coherente que reproduce de manera
visible una estructura significante. La imagen que se conforma contiene al concepto o ideas
que se trate de comprender, de objetivar, adquiriendo existencia autónoma. Ya no se percibe
la información sino una imagen que reemplaza lo percibido.
La traducción figurativa es constitutiva del proceso de objetivación de las representaciones
sociales. Decir que en el núcleo figurativo las ideas se concretizan en imágenes, no implica
reducirlo a imágenes visuales. También se alude a formas de habla tales como metáforas,
símbolos o narraciones, que permiten establecer puentes con los anclajes sociales, históricos y
culturales.
El proceso de anclaje: inclusión de este nuevo conocimiento en el pensamiento social
El anclaje es el proceso por el cual ese nuevo conocimiento se hace familiar, conocido a partir
de incorporarlo en un marco de referencia conocido y preexistente. El anclaje permite
comprender cómo el objeto representado adquiere significado, cómo se utiliza la
representación en tanto sistema de interpretación y marco de conductas, y finalmente, cómo
se integra en un sistema de representación previo.

Representaciones y prácticas
Las prácticas sociales son un elemento constitutivo de las representaciones sociales.
Las representaciones sociales son inseparables de los valores y de las prácticas, ya que son
conocimientos que hablan desde un lugar social, que están anclados en determinado orden
social y cultural que se constituye como matriz desde la cual se interpreta el mundo, se lo
carga de valores y de afectividad. No pueden tomarse como algo independiente, sino que
entre representación social y prácticas hay relaciones de interdependencia.
Jodelet muestra principalmente en su investigación sobre las representaciones sociales de la
locura, la importancia de estudiar las prácticas para elucidar la construcción simbólica de una
representación social. En su estudio abordó la representación social de la enfermedad mental
y los enfermos mentales, realizada en una colonia familiar dependiente de una institución
psiquiátrica en Francia en el contexto de un proceso de desmanicomialización. Esta colonia
estaba conformada por un conjunto de municipios rurales en los que pacientes externados
vivían en libertad y su alojamiento, mantenimiento, vigilancia y cuidado son confiados a los
habitantes de la comunidad, en su mayoría campesinos.
Se encontró que más allá de los intentos por integrar a los pacientes en la vida cotidiana de la
comunidad, existían prácticas de distanciamiento y exclusión. Se limitaba a los pacientes a una
actuación de vida familiar. Ese “como si” de la vida familiar se expresaba en las siguientes
prácticas:
. Casi no estaban alojados en las casas
. No comen junto con la familia, solo en raras ocasiones.
. Raramente comparten aspectos de la vida en común.
. Separación de utensilios y de ropa.
. Las familias o descendientes de familias que ya habían hospedado pacientes son menos
abiertos y menos acogedores que los que no tienen tradición al respecto.
. Las familias que tienen niños en edad escolar no alojan enfermos.
La representación social de la locura aparecía anclada en torno al miedo al contagio, como si
algo de la sustancia de la enfermedad se encontrara en las secreciones corporales,
constituyendo un peligro para quien los toca.

Investigaciones en representaciones sociales


Estudiar las representaciones sociales permite identificar prácticas sociales, marcos
institucionales, modelos culturales y fenómenos psicosociales. Además, constituye una
herramienta que permite abordar las relaciones entre los nuevos conocimientos y el
mantenimiento de conocimientos tradicionales, es decir, la manera en que esto afecta o no la
transformación de las prácticas.
Las investigaciones en representaciones sociales utilizan diversidad de técnicas, algunas
calificadas como cualitativas (entrevistas, grupos focales, observación, dramatizaciones, etc.) y
también como cuantitativas (cuestionarios estructurados, asociación de palabras, etc.)
Se habla de enfoques o programas de investigación en representación social, entre los que se
encuentran tres:
- Un enfoque procesual o dinámico, centrado en la descripción de los procesos
constitutivos de las representaciones sociales, no sólo los procesos sociales sino
también los cognitivos.
- Un enfoque estructural, centrado en los aspectos cognitivos y en la identificación de la
estructura de las representaciones sociales: núcleo central y sistema periférico.
- Un enfoque más sociológico, centrado en las condiciones de producción y de
circulación de las representaciones sociales.
Las investigaciones, en diversos campos de la vida social, se caracterizan por utilizar un
abordaje plurimetodológico, en el que se combinan entrevistas, cuestionarios, uso de
imágenes, historias de vida, observación participante, asociaciones libres. También se registra
la utilización de técnicas cuantitativas.
UNIDAD 7
Influencia social y poder

PODER E INFLUENCIA (Zanden)

Naturaleza del poder


El poder implica que, en los asuntos humanos, uno de los bandos en pugna puede realizar su
voluntad contra la del otro bando. Si entendemos por interacción social la influencia mutua de
las personas, cualquier ejemplo de interacción social envuelve poder.
Los poderosos dependen de los débiles para concederles o denegarles, facilitarles u
obstaculizarles la satisfacción de sus necesidades. El poder no es meramente un instrumento
para hacer cesar determinados actos; es un vehículo mediante el cual se activa a la gente para
que se conduzca de cierta manera. Por ejemplo, la fuerza de los pobres y de los avasallados
reside en la resistencia pasiva: la falta de cooperación, el retiro de participación en ámbitos
significativos de la vida; puede ejercer presión considerable sobre el bando dominante.
Cook y Emerson conciben el poder como la capacidad de un bando para explotar a otro. El
intercambio entra en este cuadro a través de la idea de equidad, que impone límites
normativos a la explotación.
El poder implica por lo general oposición, intereses y valores sociales en pugna. Dentro de este
contexto, el poder determina quién prevalece sobre quién.
El poder permite a ciertos individuos o grupos imponer límites a la capacidad de otros para
competir y negociar; un bando puede suprimir el acceso de los otros al conocimiento, a la
instrucción y a los recursos existentes.
El poder no sólo da respuesta al problema distribuido de quién recibirá determinadas cosas,
cuándo y de qué manera, sino también a otro interrogante: el que se plantea quiénes
impondrán sus valores sociales en los asuntos humanos. Vale decir, el poder determina qué
individuo o grupo convertirá sus preferencias de conducta en las reglas normativas válidas
para todos los demás.

El poder como proceso


Habitualmente en nuestra vida procuramos incrementar al máximo aquellas experiencias que
percibimos como satisfactorias, buenas y convenientes para nosotros. Y como somos seres
sociales la vida nos enfrenta con la realidad de nuestra dependencia mutua. Por lo tanto, para
alcanzar nuestros objetivos es esencial que seamos capaces de controlar el proceder de otra
gente, o de influir en él.
Para lograr que los demás actúen de acuerdo con nuestros deseos, necesitamos que su
definición de la situación los lleve a que acomoden sus actos a los nuestros, tal como nosotros
lo queremos. Manipulando diversos aspectos de nuestro desempeño procuramos moldear la
percepción ajena de la realidad. Merced al manejo de las impresiones, tratamos de crear una
imagen que lleve a los demás a actuar como queremos que lo hagan.
Otra técnica es el moldeamiento de la identidad ajena, que procura situar a la otra persona en
un rol que produzca la respuesta deseada por nosotros. Por ejemplo, alguien puede querer
situarnos en el rol de amigo, en la esperanza de activar las obligaciones que se asocian a la
amistad.
Ya sea que nuestro propósito sea el manejo de las impresiones o el moldeamiento de la
identidad ajena, debemos evaluar dos factores: 1) qué resistencia opondrán probablemente
los demás a nuestros deseos, y 2) qué recursos necesitaremos invertir para superar esa
resistencia.
Bases de poder
Las bases de poder son los recursos a que pueden apelar los individuos o grupos en su intento
de imponer su voluntad en los asuntos humanos. Los recursos tienden a dividirse en tres
categorías:
- Perjuicios. Estos son recursos que permiten a uno de los bandos agregar nuevas
desventajas a la situación del contrario. Abarcan los daños producidos contra el
cuerpo, la mente o las posesiones de otros. Ejemplos de estos perjuicios son las
manifestaciones de protesta, los encarcelamientos de personas y el uso de armas.
- Alicientes. Son recursos que permiten a un bando agregar nuevas ventajas a la
situación. Suelen entrañar la transferencia de cosas socialmente definidas como
buenas, se trate de bienes materiales, de servicios o de posiciones de jerarquía, a
cambio de acatamiento a los deseos de quien detenta el poder.
- Persuasión. Incluye todos los recursos que habilitan a un bando para modificar le
punto de vista de los demás sin agregar ventajas o desventajas a la situación. La
persuasión puede ser función de la fama de un bando en cuanto a la posesión de
conocimientos, su atractivo personal o su control de los medios de comunicación y de
capacitación.

Del poder al derecho


Se llama coacción a todo acto realizado por un individuo o grupo con el fin de compeler a otros
a seguir un curso de acción determinado. La coacción implica que el individuo o grupo debe
seguir las directivas pues de lo contrario quien las ha formulado puede quitarle la vida o
infligirle un padecimiento físico o psicológico.
La coacción es el fundamento del Estado, ordenamiento público que consiste en un grupo de
personas que ejercen el monopolio eficaz de la coacción física dentro de un cierto territorio.
Aunque el Estado está compuesto de muchos elementos, los principales son las fuerzas
armadas y la policía.
Control, influencia y autoridad
El término control sugiere un procedimiento por el cual se somete a los demás al propio
poder; la resistencia a éste es vencida porque se ha vuelto imposible, y no porque el sometido
prefiera el curso de acción que se le ofrece. Por el contrario, el término influencia sugiere un
cambio genuino en las preferencias de un individuo o grupo para acordarlas con las de quienes
poseen el poder.
Es importante diferenciar las percepciones que las personas tienen del poder como legítimo o
ilegítimo. La autoridad es el poder legítimo, el utilizado de acuerdo con los valores sociales de
las personas a las que se gobierna con él, y en condiciones que dichas personas juzgan
apropiadas. Por el contrario, las personas regidas por un poder ilegítimo lo consideran opuesto
a sus preferencias y a su sentido del ben y del mal, o de lo correcto y lo incorrecto.
Max Weber puntualizó que el poder puede ser legitimado de tres maneras: por autoridad
legal-racional, tradicional o carismática. En el caso de la autoridad legal-racional, los que
poseen el poder reclaman el acatamiento de los demás sobre la base de que sus dictámenes y
órdenes incumben a su cargo. Las democracias occidentales se fundan en este sólido cimiento.
En el caso de la autoridad tradicional, los que poseen el poder atienden sanción de la
costumbre para legitimar su ejercicio. Este era el de los soberanos medievales, que
gobernaban en nombre de un derecho divino proclamado por Dios.
La autoridad carismática descansa en cualidades extraordinarias, sobrehumanas y
sobrenaturales, que los partidarios atribuyen a su líder. Este tipo de liderazgo es ejercido por
los profetas religiosos y por los héroes políticos y militares.
De la coacción a la autoridad
Aunque la fuerza (el control, la coacción) puede ser un medio eficaz para adueñarse del poder,
e incluso el fundamento último de cualquier sistema de privilegio, no es medio más eficiente
para mantener y explotar una posición ventajosa. En primer lugar, es costosa y poco eficiente.
Por ello, los que se adueñan del poder por la fuerza deberán legitimar su acción, transformar
esa fuerza en autoridad. El poderío de una élite no descansa en su capacidad de gobernar a
través de la coacción y la violencia, sino en su capacidad de inducir a las masas a aceptar su
visión del mundo.
De la coacción a la influencia
Las élites encuentran ventajoso no sólo transformar la fuerza en autoridad, sino transformarla
en influencia. Mientras que la autoridad se refiere a la aceptación de los gobernantes por la
masa como legítimos, la influencia alude a la aprobación de las políticas que aquellos
promulgan. El logro de dicha aprobación implica el manejo político de las impresiones, la
obtención del poder mediante el control, la influencia y el apoyo a la definición que la élite
hace de la situación. El manejo político de las impresiones puede analizarse en términos de 1)
el control del flujo de información y 2) la movilización simbólica de apoyo.
1. Flujo de información
Los dirigentes limitan el flujo hacia afuera de la información que llega al público, de manera
que ella sólo refleje positivamente sus formas de gobierno, y maximizan el flujo hacia adentro
de información exacta sobre la opinión pública y los planes de la oposición.
2. Movilización simbólica del apoyo
Otro elemento básico del manejo político de las impresiones son las actuaciones en el
escenario, donde las élites apelan a símbolos verbales y no verbales para mantener y
fortalecer su posición.
Las élites movilizan apoyo para sus diversas políticas de variadas maneras. El lugar prominente
que ocupan las habilita para desviar la atención respecto de lo que afirman los opositores, a
través de conferencias de prensa, discursos, entrevistas televisivas, así como en forma
indirecta dejando filtrar noticias o confidencias. Por otra parte, las élites procuran moldear las
ideas de la gente (su ideología) de modo que todo oyente se convierta en creyente y todo
creyente en agente.
Las actuaciones del escenario entrañan crear un “culto a la personalidad” de algún dirigente de
la élite. Se procura por todos los medios proyectarlo como una persona sabia, atractiva y
resuelta, capaz de grandes proezas. Y a la par que se dibuja esta aureola heroica en torno del
líder, los dirigentes de los grupos opositores son descriptos como hipócritas o villanos.
En estos procesos cumplen un importante cometido los medios de comunicación social.
Toda noticia periodística es producto de una construcción y no de una mera descripción de la
realidad. Una de las dimensiones del poder consiste en la capacidad para hacer que la propia
descripción preferida de los hechos se convierta en la realidad percibida de los otros, vale
decir, la capacidad para “crear” sucesos y moldear de tal modo su descripción que se acomode
a los propios intereses y necesidades.
INNOVACIÓN E INFLUENCIA DE LAS MINORÍAS (Moscovici y Doms) RESUMEN

El proceso de influencia social servía para reducir las divergencias entre los individuos. Este
proceso imponía una visión uniforme de la realidad, alejaba la desviación y, por ello, permitía
al individuo adaptarse al grupo y actuar; por lo que se le concede a la conformidad un valor
primordial. Los individuos que no obedecen serán considerados desviados, inadaptados; nacen
fuertes presiones hacia la uniformidad en el grupo a fin de obligar a los desviados a
conformarse. Resulta evidente que una sociedad no podría existir o preservar su integridad sin
imponer a todos sus miembros reglas comunes y convenciones bien definidas; el proceso de
continuidad de la existencia del grupo. Los psicólogos sociales han considerado que el proceso
de influencia emanaba invariablemente del grupo, de la mayoría, y que iba dirigida hacia el
individuo. Las investigaciones sobre la influencia social se han centrado sobre el
comportamiento de los blancos de la influencia, y son dos: ya sea adoptar los puntos de vista
del grupo, o sea, conformarse, o bien resistir a las presiones del grupo, osea, permanecer
independientes o desviarse.
Asch esperaba demostrar que en una situación clara, que exija una respuesta cierta y unívoca,
el ser humano racional y lógico se atendería a sus conocimientos de a realidad y resistiría a la
presión social; de todas maneras, no fue así.
La conformidad no siempre hace que el grupo sea más eficaz o esté mejor adaptado; por el
contrario, el no conformismo en ocasiones puede tener el efecto contrario, es decir, que
permite que el grupo actúe y se adapte. Se entiende que la influencia social no sólo puede
servir para el control social y ayudar a que cada uno se adapte a una realidad social
determinada, sino que además contribuye al cambio social.
Hablar de cambio social es hablar de innovación, de al influencia activa de las minorías o los
individuos sobre la mayoría o un grupo.
Hay que considerar al proceso de influencia como algo simétrico, como un proceso que incluye
la acción y la reacción tanto de la fuente como del blanco, cada miembro del grupo es al
mismo tiempo emisor potencial y receptor potencial de influencia.
Los rasgos específicos de la innovación
Proponemos que se conciba el proceso de innovación como un proceso de influencia social,
que generalmente tiene por fuente una minoría o un individuo que intenta, ya sea introducir o
crear nuevas ideas, nuevos modos de pensamiento o comportamiento, o bien modificar ideas
recibidas, actitudes tradicionales o antiguos modos de pensamiento o comportamiento.
Los psicólogos sociales generalmente definen a la minoría de manera cuantitativa. De este
modo, conciben a la minoría como una pequeña fracción (inferior a la media del total) de
individuos que comparten ciertas opiniones que siempre difieren de los que comparte la
fracción más numerosa, osea, la mayoría, de algún grupo importante de referencia, pudiendo
ser mayoría en otro grupo.
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a una minoría o a un individuo que desencadena un
proceso de innovación? En general, carecen de la fuerza numérica, del poder y de la
competencia necesarios para imponer simplemente su punto de vista a una población de
mayor importancia. Además, el individuo o la minoría son despreciados y puestos en ridículo, y
nadie les presta atención. ¿Cuáles son las características que hacen posible esto? Partimos de
un elemento sumamente general, a saber: la pasividad o la actividad de la minoría en un
grupo, en la sociedad. Es la presencia o ausencia de una posición definida, es decir, su carácter
nómico o anómico, lo que convierte a una minoría o a un desviado en un socio activo/pasivo
en las relaciones sociales.
Osea que existirían dos subgrupos minoritarios: las minorías anómicas y las nómicas, siendo las
primeras aquellas que carecen de normas o respuestas propias, y su comportamiento carece
de los recursos psicológicos o de los medios sociales para adoptar la norma de la mayoría; la
minoría nómica rechaza la norma dominante como consecuencia directa de la posición que ha
tomado: una minoría nómica adopta y proclama una norma de recambio.
La minoría debe estar motivada para obtener, conservar o incluso aumentar su visibilidad y
hacer que la mayoría reconozca su existencia. A través del proceso de adquisición de visibilidad
y reconocimiento social, es como podemos evaluar de forma correcta el derecho que tiene la
minoría par actuar y provocar cambios en su medio material y social, así como su capacidad
para hacer que otros individuos compartan su punto de vista.
Innovación y creación de conflictos
Cuando una minoría no percibe lo mismo que otros, uno empieza a percibir con claridad la
existencia de un desacuerdo fundamental la existencia de un conflicto que impide el consenso.
En cualquier caso, los individuos se sentirán obligados a desenmarañar las situaciones física y
social embarazosas y a restablecer el consenso. Pero al hacerlo intentarán no distanciarse
demasiado de su propia opinión y no perder la cara ante los demás ni ante sí mismos. Mientras
más agudo sea en conflicto, más fuerte será a obligación de resolverlo.
Cuanto más fuerte sea la convicción de la minoría, mayor será el cambio que se exige de los
individuos que pertenecen a la mayoría para reducir el conflicto y restaurar el consenso. Los
individuos pertenecientes a la mayoría no harán concesiones con agrado, sino que
emprenderán un proceso de validación cada uno de los participantes intentará hacer triunfar
su propio punto de vista, aunque considerando el alcance de eventuales concesiones por su
parte. De este modo, cada tipo de influencia correspondería a un tipo particular de
negociación, a una forma particular de hacer frente a un conflicto. Es en este marco donde
podríamos situar el proceso de innovación; es en este contexto donde una minoría activa
puede ser considerada una fuente de influencia. Al cuestionar el consenso social, la minoría
crea un conflicto. Mientras más se intensifique éste, mayor será la incertidumbre o la duda en
el seno del grupo mayoritario, y también incita a éste a reducir o eliminar el desacuerdo a
cambio de ciertas concesiones.
Cuanto mayor sea el distanciamiento respecto a su formación, es decir, mientras menos se fíe
el sujeto del índice que ha aprendido y más confíe en el índice aprendido por su interlocutor,
mayor será la influencia sufrida por el sujeto. Los resultados muestran que, en general, los
sujetos no lineales se distancian en mayor medida de su formación y adoptan el otro índice
(lineal) que lo contrario. Los hechos demuestran que los sujetos lineales (consistentes),
independientemente que pertenezcan a la mayoría o a la minoría, son más consistentes, y
tienen una mayor influencia que los sujetos no lineales e indican que el estilo cognitivo tiene
un efecto más marcado que el número.
Sustituiremos la teoría de la dependencia por una teoría de la consistencia a fin de explicar los
fenómenos observados en este campo.
Los estilos de comportamiento de las minorías
Hemos indicado la importancia del estilo cognitivo adoptado por el sujeto, designándolo como
el factor decisivo por excelencia del desenlace de la interacción, superior a su posición de
minoría o mayoría dentro del grupo.
El concepto de estilo de comportamiento está relacionado con la organización del
comportamiento y las opiniones, con el desarrollo y la intensidad de su expresión. Podemos
definir un estilo de comportamiento como una composición intencional de señales verbales
y/o no verbales que expresan el significado del estado presente y la evolución futura de
aquellos que los manifiestan. El estilo de comportamiento presenta dos aspectos: su aspecto
instrumental proporciona una información sobre el objeto que hay que juzgar; y su aspecto
simbólico nos informa sobre la persona que adopta dicho comportamiento particular.
Existen varios estilos de comportamiento: la inversión, la autonomía, la equidad, la rigidez y la
consistencia.
Un comportamiento muy consistente, que rechace el consenso, nos llevará a tribuir éste a
propiedades del sujeto que lo adopta; si, por el contrario, en vez de ser un individuo, nos
encontramos con un subgrupo minoritario consistente, nos inclinaríamos a pensar que
también hay una atribución al objeto.
La importancia de la consistencia intra o interindividual es que puede incitar a otras personas,
en el transcurso de una interacción, a tomar nota de la posición de la minoría en tanto que
solución de recambio a su propio punto de vista, validación de por medio y reexaminar el
objeto del juicio a fin de buscar en él las propiedades que motivan el comportamiento de la
minoría.
Hay una experiencia de Moscovoci y colaboradores sobre la discriminación de colores, pera
que los sujetos juzgaran el color e intensidad luminosa de una serie de diapositivas. Con
grupos compuestos de cuatro sujetos y dos cómplices. Todos debían citar en voz alta el color
de la diapositiva (azul); los dos cómplices insisten que son verdes. Después dicen azul a veces y
otras, verde. Los resultados obtenidos dan testimonio de que, para ser influyente, una minoría
debe ser consistente; el grupo de la mayoría adopta en un 8,4% la respuesta en la primera
experiencia, y sólo un 1,25% en la segunda.
INDEFENSIÓN (Seligman)

Controlabilidad
La indefensión es el estado psicológico que se produce frecuentemente cuando los
acontecimientos son incontrolables. Un acontecimiento es incontrolable cuando no podemos
hacer nada para cambiarlo, cuando hagamos lo que hagamos siempre ocurrirá lo mismo.
Respuestas voluntarias
Sólo aquellas respuestas que puedan ser modificadas por la recompensa y el castigo serán
denominadas respuestas voluntarias.
El sello distintivo de estas respuestas es el hecho de que las realizaremos más frecuentemente
si somos recompensados por ello y dejaremos de realizarlas si somos castigados.
Una importante corriente de la teoría psicológica del aprendizaje, fundada por Thorndike y
desarrollada por Skinner, se ocupa exclusivamente de las respuestas voluntarias. Mediante el
estudio de las leyes que rigen las respuestas operantes (porque “operan” sobre el ambiente),
que pueden ser modificadas por la recompensa y el castigo; los condicionadores operantes
confían en descubrir las leyes de la conducta voluntaria en general.
Mientras que el condicionamiento operante estudia las respuestas voluntarias, la otra principal
vertiente de la teoría del aprendizaje, el condicionamiento clásico o pavloviano, se ocupa
únicamente de las respuestas que no son voluntarias. En un experimento típico de
condicionamiento pavloviano, una persona oye un tono seguido de una descarga eléctrica
breve y dolorosa. En tono se llama estímulo condicionado (EC), y la descarga estímulo
incondicionado (EI); la reacción de dolor producida por la descarga es la respuesta
incondicionada (RI). Una vez que la persona llega a anticipar la descarga sudará y su ritmo
cardíaco aumentará cuando oiga el tono. Estas respuestas anticipatorias se llaman respuestas
condicionadas (RC). Es de crucial importancia tener presente que la respuesta condicionada no
controla la descarga; la persona la recibe independientemente de que sude o no. Lo que define
un experimento pavloviano, distinguiéndolo de un experimento operante, es precisamente la
indefensión. En el condicionamiento clásico no se permite que ninguna respuesta,
condicionada o de otro tipo, modifique el EC o el EI, mientras que en un experimento operante
debe haber alguna respuesta que obtenga recompensa o alivio del castigo.
La indefensión supone un verdadero desastre para los organismos capaces de aprender que se
encuentran indefensos. La incontrabilidad produce en el laboratorio tres tipos de trastornos:
disminuye la motivación para responder, bloquea la capacidad de percibir sucesos y se
incrementa la emotividad. Estos efectos se producen en una gran variedad de circunstancias y
especies y de forma especial en el humano.
OBEDIENCIA A LA AUTORIDAD (Milgram)

La obediencia es el mecanismo psicológico que hace de eslabón entre la acción del individuo y
el fin político.
El exterminio de los judíos europeos por parte de los Nazis constituye el ejemplo extremo de
acciones detestables, inmorales, llevadas a cabo por miles de personas en nombre de la
obediencia.
A fin de poder examinar de cerca el acto de la obediencia, se realizó un experimento en la
Universidad de Yale. El problema principal que se plantea es el siguiente: ¿Hasta dónde va a
someterse el participante a las instrucciones del experimentador antes de negarse a llevar a
cabo las acciones que de él se exigen?
Llegan dos personas a un laboratorio psicológico para tomar parte en una investigación de
memoria y aprendizaje. A una de ellas la designamos con el nombre de “enseñante” y a la otra
con el de “aprendiz”. El experimentador explica que esta investigación se halla relacionada con
los efectos del castigo en el aprendizaje. El aprendiz es conducido a una habitación, se le hace
sentarse en una silla, se le atan con correas a los brazos a fin de impedir que se mueva
demasiado, y se le sujeta un electrodo a su muñeca.
Se le dice entonces que tiene que aprender una lista de palabras paralelas; siempre que
cometa algún error recibirá una descarga eléctrica de intensidad creciente.
El centro real del experimento lo constituye el enseñante. Tras de observar cómo el estudiante
es atado con correas a su puesto, se le lleva a una habitación central experimental y se le hace
sentarse ante un generador de descargas. Aparecen letreros que van desde “descarga ligera” a
“peligro: descarga violenta”. Al enseñante se le dice que a él le toca administrar la prueba de
aprendizaje a la persona que se halla en la habitación contigua. Cuando el aprendiz responde
de manera correcta, el enseñante pasa a la pregunta siguiente; cuando el hombre de la
habitación contigua dé una respuesta errónea, el enseñante deberá proporcionarle una
descarga eléctrica.
Ha de comenzar con un nivel de descarga muy bajo (15 voltios) e ir aumentando el nivel cada
vez que aquella persona cometa un error.
El “enseñante” es un sujeto de experimentación auténticamente no iniciado que ha venido al
laboratorio únicamente para participar en un experimento. El sujeto de aprendizaje, la víctima,
es un actor que, de hecho no recibe descarga alguna. Lo importante del experimento consiste
en saber hasta qué punto va a seguir una persona en una situación concreta y medible, en la
que se le ordena que inflija un dolor creciente a una víctima que se queja de ello. ¿En qué
punto rehusará el sujeto obedecer al experimentador?
El conflicto brota cuando la persona que recibe la descarga comienza a indicar que siente
malestar.
Para el sujeto la situación no tiene nada de juego; el conflicto es intenso y patente. Por una
parte, el dolor manifiesto del aprendiz le compele a abandonar el ejercicio. Por otra, el
experimentador, autoridad legítima respecto de la cual siente el sujeto cierto compromiso, le
mueve a proseguir en el experimento. Cada vez que el sujeto duda en administrar la descarga,
el experimentador le ordena que prosiga. Para desembarazarse de esta situación, se ve
precisado el sujeto a hacer una clara ruptura con la autoridad. La finalidad de esta
investigación consistía en hallar cuándo y cómo iban a desafiar la autoridad las personas frente
a un claro imperativo moral.
A pesar del hecho de que no pocos sujetos experimentan cansancio, a pesar de que muchos
protestan ante el experimentador, siguen siendo muchos los que prosiguen hasta la última
descarga en el generador.
La lección más fundamental de nuestro estudio es que las personas más corrientes, por el
mero hecho de realizar las tareas que le son encomendadas, y sin hostilidad particular alguna e
su parte, pueden convertirse en agentes de un proceso terriblemente destructivo. Incluso
cuando los efectos destructivos de su obra aparezcan patentes y se les pida que lleven a cabo
acciones incompatibles con las normas fundamentales de la moralidad, son relativamente
pocas las personas que cuentan con recursos suficientes para oponerse a la autoridad. En ese
momento entran en acción toda una serie de inhibiciones contra la desobediencia a la
autoridad y hacen que la persona permanezca en su puesto.
¿Qué es lo que mantiene a una persona sometida al experimentador? En primer lugar, se da
una serie de “factores obligantes” que atraen al sujeto a una situación concreta. Incluyen
factores tales como el de cortesía por su parte, su deseo de mantener su inicial promesa de
ayudar al experimentador y lo poco delicado de un retirarse del experimento. En segundo
lugar, se dan en el pensamiento del sujeto un cierto número de adaptaciones que van minando
su decisión de romper con la autoridad. Estas adaptaciones ayudan al sujeto a mantener su
relación con el experimentador, al mismo tiempo que reducen la tensión que es provocada por
el conflicto experimental.
Otro de estos mecanismos lo constituye la tendencia del individuo a verse tan absorbido por
los aspectos estrechamente técnicos de su tarea, que pierde la visión de las más amplias
consecuencias de la misma.
La adaptación de pensamiento más corriente en el sujeto obediente es, por lo que a él se
refiere, el considerarse como no responsable de sus acciones. Se libera de toda
responsabilidad atribuyendo toda iniciativa al experimentador, a una autoridad legítima. No se
tiene a sí misma como una persona que actúa de una manera moralmente responsable, sino
como un agente de la autoridad externa.
Método de investigación
La sencillez es la clave de una investigación científica eficiente. Esto es especialmente verdad
en el caso de un tema con contenido psicológico. Para estudiar de la manera más sencilla la
obediencia tenemos que crear una situación en la que la persona ordena a otra que lleve a
cabo una acción experimentable, y hemos de anota cuándo tiene lugar la obediencia a un
mandato y cuándo deja de tenerlo.
Ordenaremos a una persona que venga al laboratorio y que actúe contra otro individuo de una
manera crecientemente severa.
El modo preciso de obrar contra la víctima no tiene una importancia capital. Por razones
lógicas se escogió para el estudio el proporcionar una descarga eléctrica. Parecía apta porque
era fácil para el sujeto comprender la noción de que las descaras han de ser graduadas en su
intensidad y porque su uso caía bien dentro del ambiente general científico del laboratorio.
UNIDAD 8
Vulnerabilización social

INTRODUCCIÓN AL CONSTRUCCIONISMO SOCIAL: ¿QUÉ SIGNIFICA TENER PODER? (Burr)

El poder puede ser pensado como el grado de acceso que una persona tiene a recursos
altamente demandados, como dinero, tiempo libre, trabajos gratificantes, y como el grado en
el cuál ella tiene la capacidad de tener algún efecto sobre su mundo. Por eso podemos decir
(por ejemplo) que la clase media tiene más poder que la clase trabajadora, que la gente blanca
posee más poder que la gente negra y que los hombres son más poderosos que las mujeres.
Si se puede decir que ciertas personas son más poderosas que otras, entonces precisamos
examinar los discursos y representaciones que mantienen estas injusticias.

Foucault y el poder
El conocimiento, según Foucault, aquella particular visión perteneciente al sentido común que
es prevaleciente en una cultura en un momento dado, está íntimamente ligado al poder. El
poder para actuar de maneras determinadas, para exigir recursos, para controlar o ser
controlado, depende de los “conocimientos” en curso que prevalecen en una sociedad.
Podemos ejercer poder sirviéndonos de discursos que permitan que nuestras acciones sean
consideradas desde una perspectiva aceptable. Por consiguiente, Foucault no ve al poder
como algo que se posee, como algo que algunos tienen y otros no, sino como un efecto del
discurso. Ejercer poder es definir al mundo o a las personas de maneras que nos permitan
llevar a cabo lo que queremos.

Poder disciplinario
Foucault afirma que en el siglo XVIII, debido al aumento del número de personas y a los
consecuentes problemas en la salud pública, en las condiciones habitacionales, etc., comenzó
a surgir el concepto de “población”. Trae consigo la idea del crecimiento de la población, y de
los recursos necesarios para hacer frente a ese crecimiento. El concepto de población
constituyó una forma relativamente sofisticada de pensar a los habitantes de un país, que trajo
aparejadas preguntas relativas al manejo y al control. Foucault ve al cuerpo, y particularmente
a la sexualidad, como el lugar privilegiado de las relaciones de poder, y describe, de la
siguiente manera, cómo fue que se dio esto:
“El sexo se encontraba en el corazón de este problema económico y político: era necesario
analizar la tasa de nacimiento, la edad de casamiento, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la
precocidad y la frecuencia de las relaciones sexuales…”
En otras palabras, el sexo se convirtió en un área de gran interés para el Estado. Aquellos que
se encontraban en posiciones de autoridad en el Estado y en la Iglesia ocuparon el rol de
“inquisidores”. Fue únicamente en ese momento que aparecieron las ideas de “perversión
sexual”, “prácticas no naturales” e “inmoralidad sexual”. Inevitablemente, con el poder de
decidir cuáles prácticas eran permitidas y cuáles no, apareció la idea de “normalidad”. La
práctica de escudriñar el comportamiento sexual de la población y de alentar a que las
personas confiesen sus “faltas” sexuales se convirtió en una poderosa forma de control social.
Foucault dice que el siglo XIX presenció un estallido de discursos sobre la sexualidad. Nunca
antes el sexo había sido tan examinado, clasificado, teorizado y controlado. Que el sexo no
fuera mencionado en la sociedad culta no altera el hecho de que durante este período la
sexualidad fuera rápidamente construida por medio de discursos.
No era sólo en lo referido a la sexualidad que se estaba registrando ese giro hacia la vigilancia y
la normalización. La psiquiatría desarrolló la categoría sano/demente, extendiéndola más
tarde a innumerables variantes de anormalidad (psicosis, neurosis, trastorno bipolar,
esquizofrenia, etc.) El poder de la vigilancia como método de control social fue resumido, de
acuerdo a Foucault, por el “Panóptico” de Bentham. Éste fue un invento del siglo XIX, en el
cual las celdas de una prisión eran dispuestas alrededor de una torre de observación central.
Desde aquí, un supervisor podía realizar la vigilancia ocular de los internos. Dentro de las
celdas, ningún prisionero podía estar seguro de que no estaba siendo observado y, de esta
manera, ellos mismos comenzaban gradualmente a vigilar su propio comportamiento.
Foucault señala aquí que, así como ocurría con la confesión, la práctica de la vigilancia era
internalizada por aquellos que eran observados, que pasaron así a monitorear y controlar su
propio comportamiento de acuerdo a los estándares de “normalidad” establecidos. Sarup
establece un paralelismo preocupante entre el Panóptico y el monitoreo de las personas por
medio de computadoras en el capitalismo avanzado.
Foucault cree que ha habido un cambio radical en la forma en que las sociedades occidentales
son dirigidas y controladas. Hubo un desplazamiento desde un “poder soberano” en el cual el
monarca controlaba al pueblo por el poder de castigar, forzar o matar, hacia el “poder
disciplinario” en el cual las personas son disciplinadas y controladas al someterse ellos mismos
libremente a la inspección de otros y a su propia inspección. Tal poder disciplinario, dice él, es
una forma de control mucho más efectiva y eficiente.
Vista desde esta perspectiva, la posición de la propia psicología se vuelve bastante dudosa. De
esta manera, la práctica de la psicología no sería un proyecto liberador sino un engranaje más
en la máquina de control social.

La arqueología del conocimiento


El foco de atención de Foucault se dirigió a lo que él denominó “arqueología del
conocimiento”, que incluía el rastreo para descubrir las condiciones que permitieron que
determinados discursos o conocimientos emergieran. Su idea era que si pudiésemos
comprender los orígenes de las maneras en que nos comprendemos usualmente a nosotros
mismos, entonces podríamos comenzar a cuestionar su legitimidad y a resistirlos. Al hacer
esto, él también apunta a poner en primer plano los discursos previamente marginados y a
darles voz a aquellos cuyas versiones no tienen lugar en el marco de los conocimientos
prevalecientes: las voces de los locos, los delincuentes, los anormales, los desvalidos.

Discurso, poder e identidad


Parecería que si las personas realmente comprendieran que están siendo controladas, no lo
tolerarían. Foucault vio en esto un aspecto esencial de la operación del poder: “El poder es
tolerado solamente bajo la condición de que una parte sustancial del mismo permanezca
oculta. Su éxito es proporcional a su habilidad para esconder sus propios mecanismos”.
Así, los discursos ofrecen a las personas un marco en el cual entender las experiencias y los
comportamientos propios y ajenos, permitiendo percibirse ligados a estructuras y prácticas
sociales en una forma que oculte las relaciones de poder que operan en la sociedad.
Sin embargo, para Foucault donde hay poder, también hay resistencia. Y esta es la clave,
dentro de la perspectiva construccionista social, para encontrar la posibilidad de cambio
personal y social.
PERSPECTIVA PSICOSOCIAL DE LAS VULNERACIONES SOCIALES: DIFERENCIAS ECONÓMICAS,
DESIGUALDADES JURÍDICAS Y DESAFILIACIONES SOCIALES (Di Iorio)

Vulnerabilización social
Estar dentro de la zona de vulnerabilidad o marginalidad tiene que ver con las combinatorias
posibles entre la precarización y/o ausencia de trabajo y el deterioro o la ruptura de los
vínculos.
Para algunos autores, hablar en términos de exclusión y de excluidos tiene una connotación
negativa. Se pone el acento en un estado individual –estar por fuera de– más que en describir
las condiciones estructurales que generan esas situaciones. Por eso preferimos utilizar el
término de expulsión o vulnerabilización.
Dimensiones del fenómeno de vulnerabilización social
Comprender los procesos de vulnerabilización social desde la perspectiva del construccionismo
social supone aceptar que la naturaleza de las definiciones o conocimientos sobre este campo
de problemas es un producto socialmente elaborado a través de prácticas colectivas.
El reconocimiento de los fenómenos de vulnerabilización social como problemática compleja
no remite a lo difícil de las situaciones, ni cierra las reflexiones acerca de la temática, sino que
abre a múltiples dimensiones para su abordaje. El pensamiento complejo rechaza los modos
reduccionistas y simplificadores para pensar la realidad. La vulnerabilidad es multicausal, tiene
varias dimensiones analíticas (económicas, históricas, políticas, culturales y sociales) e incluye
aspectos individuales, grupales e institucionales. Diferenciaremos tres dimensiones:
I. Dimensión histórico-económica:
Con posteridad a la Segunda Guerra Mundial se instaló en los países periféricos un modelo
económico basado en la sustitución de importaciones. Este modelo fue capaz de integrar a la
mayoría de la población al caracterizarse por una economía más independiente de los
mercados internacionales y un estado de bienestar que aseguraba salud, trabajo, educación y
protección social. La crisis mundial del petróleo, a mediados de los ’70, marcó el final de ese
modelo económico, iniciándose una etapa de concentración económica y de corrimiento del
Estado benefactor en detrimento de una lógica de mercado. La desindustrialización, el
endeudamiento externo y las crisis inflacionarias, la emergencia de una nueva pobreza
estructural y el desempleo masivo, se tradujeron en la configuración de amplias zonas de
vulnerabilidad y marginalidad social.
En América Latina, y en la Argentina en particular, durante la década del ’90 estas políticas de
mayor liberalización de la economía se intensificaron y contribuyeron a profundizar la recesión
y reducir los ingresos de la población. En nuestro país, la implementación de las políticas
neoliberales se tradujo en una crisis social y económica que tuvo su punto más álgido en la
rebelión popular del 19 y 20 de diciembre del 2001, momento en que el índice de pobreza
llegó al 57% y el de desempleo alcanzó el 20%
II. Dimensión política
Lo excluido es considerado como diferente, extraño y genera la puesta en funcionamiento de
una serie de dispositivos que parten del concepto de reinserción o reeducación, sostenidos en
mecanismos de poder: control de los individuos, diagnósticos, clasificaciones, tutela. Lo
diferente, lo excluido, lo marginado, se constituye como amenaza al orden social. Lo
marginado en la vida social fue cambiando de ropaje: el leproso en la Edad Media, el loco en la
Edad Moderna, los pobres, los transgresores a la ley, los que usan drogas, los que tienen
prácticas sexuales diferentes, los que tienen capacidades distintas, “los excluidos o
vulnerables” en la actualidad.
Todas las estructuras sociales se basan en relaciones de poder que están integradas en las
instituciones, y la institucionalización de rutinas puede pensarse como la forma en que el
poder influye en la vida cotidiana.
Los discursos se construyen como explicaciones sobre la realidad social, y se establecen como
saberes socialmente legitimados en un momento histórico particular. Específicamente, en el
campo de los procesos de vulnerabilización social, los discursos dominantes se expresan,
desde una perspectiva dualista, en términos de oposiciones: individual/social y sujeto/objeto.
Frente a estas lecturas dualistas, desde una perspectiva construccionista en psicología social, el
campo de problemas de la vulnerabilidad social debe comprenderse en términos de
relaciones, de interdependencia. No existen ni individuos aislados ni pensamientos
desencarnados, ya que siempre hay un espacio social y público de integración e inscripción
simbólica. Examinamos estas problemáticas complejas en términos de identificar ese
momento en que lo social se convierte en personal y lo personal en social, es decir, en la
integración de esa estructura personal y social. Tal como sostiene Martín-Baró, desde la
psicología social se pretende examinar la doble realidad de la persona.
III. Dimensión social
El debilitamiento de los vínculos sociales se convierte en uno de los ejes centrales para pensar
el proceso de vulnerabilización social o desafiliación. Es decir, las personas que atraviesan
estas situaciones carecen o tienen debilitadas sus redes de apoyo y sostén.
Quienes no tienen trabajo o viven en la calle o tienen una discapacidad o son migrantes, o
viven en condiciones de extrema marginalidad, son estigmatizadas por el resto del conjunto
social, a partir de la construcción de prejuicios sobre ellos. Los estigmas son construcciones
sociales que sirven para categorizar a las personas a partir de considerar algunos atributos –
físicos, mentales o sociales– como negativos y no aceptados socialmente. De este modo, un
atributo estigmatizante del otro, asegura la normalidad del que atribuye, generando
distanciamiento y enfrentamientos en las redes sociales. Dejamos de percibir al otro en su
totalidad y lo reducimos a un ser menospreciado en función de poseer un atributo
desacreditado. El estigma excluye de la “normal” cotidianeidad y se traduce en procesos de
expulsión social.

Intervenciones en contextos de vulnerabilización social


Intervenir sobre la cuestión social en contextos de vulnerabilidad, implica generar nuevas
formas de inscripción social. Otra inscripción que deconstruya los procesos de estigmatización
y recupere la dimensión sociohistórica del sujeto.
La participación y la inclusión activa de las personas en situación de vulnerabilidad social en la
planificación y desarrollo de estrategias de solución a los problemas que los afectan, implican
compartir el poder en la toma de decisiones y facilitar un proceso gradual de construcción de
autonomía. La participación es un método de trabajo por el que se valora y rescata lo que es
propio de los actores involucrados, su historia y su experiencia.
El desafío lo constituye aceptar a ese otro diferente como alguien no esperado, no igual,
habilitando el diálogo, más que la segregación y la estigmatización. De este modo, la
posibilidad de resistencia estaría centrada en la generación de proyectos participativos, a
través de los cuales se fortalece su capacidad de forjar nuevas formas de abordar las
condiciones de inequidad, desde un posicionamiento ético-político que brega por el cambio
social, el mejoramiento de la calidad de vida y el acceso a derechos.
UNIÓN DE ACTORES SOCIALES, PARTICIPACIÓN COMUNITARIA Y ÉTICA EN LA EJECUCIÓN DE
POLÍTICAS PÚBLICAS (Montero)

La comunidad pasa de ser objeto de cambios a ser sujeto de cambios, actora social de su
propia transformación.
Lo ideal y también lo necesario es la unión entre políticas públicas ejecutadas por
organizaciones gubernamentales, a las que se agreguen organizaciones no gubernamentales
con ideas innovadoras e iniciativas ciudadanas. Si esto ocurre, el sistema democrático se verá
fortalecido, las iniciativas comunitarias y sus agentes internos también lo serán y los
programas y proyectos que se lleven a cabo podrán obtener resultados más amplios y más
duraderos y, también, mejor ajustados a las necesidades e intereses de la población.

Bases de la acción comunitaria


La psicología comunitaria nace con una base ética y con una base política que se reflejan en lo
que podemos considerar como núcleo central de su praxis, integrado por los siguientes
aspectos:
 Incorporación de los beneficiarios de las políticas públicas como agentes interno de su
transformación.
 Participación y compromiso social, como bases de trabajo comunitario.
 Apoyo social que favorece el fortalecimiento de comunidades y la eficiencia y eficacia
de la ejecución de políticas públicas.

Apoyo social
Sundberg definió el apoyo social como un patrón duradero de lazos continuos o intermitentes,
que desempeñan un papel significativo en el mantenimiento de la integridad física y
psicológica de las personas a través del tiempo.
Esta definición recalca la necesidad de que ese apoyo basado en la interacción social, sea
mantenido. Para esto debemos señalar que es necesario que esos lazos o nexos se den tanto
entre instituciones y organizaciones de base, como entre las personas.
Otra definición de apoyo social pone el énfasis en las personas, al decir que es el grado en el
cuál ellas satisfacen las necesidades sociales básicas, mediante interacciones sociales que les
suministran ayuda socioemocional e instrumental. Lo que Thoits califica de “necesidades
sociales básicas” reside en los aspectos psicosociales que son fundamentales para la
construcción y desarrollo de nexos, de los cuales dependerá nuestra identificación con un
lugar, un proyecto, una acción. Fundamentales también en el desarrollo del apego, de la
participación y del compromiso. Por lo tanto, el apoyo social, así definido, nace de la
interacción social sostenida, afectiva, altruista y a la vez personalista, que sustenta al tejido
social.

Participación y compromiso
La participación es algún modo de hacer o de ser que permite que nos apropiemos de alguna
cosa estableciendo una relación o nexo entre el sujeto participante y el objeto de la
participación, que es compartida con otras personas. La participación es un modo de poseer en
relación que señala el carácter colectivo de la acción.
Bordenave define la participación a través de tres aspectos:
Ser parte. Esto es sentir, tener el sentimiento de pertenencia a una comunidad o grupo.
Tomar parte. Es decir, asumir responsabilidades y riesgos conjuntos en el desarrollo de
actividades cumplidas para la comunidad a la cual se pertenece.
Tener parte. Compartir beneficios y satisfacciones, intervenir en procesos que afectan a la
comunidad y al grupo al cual se pertenece, manejar y controlar hechos en los procesos
llevados a cabo, no aceptar pasivamente los eventos que ocurren, no actuar reactivamente o
por obligación o por rutina, sino con consciencia de lo que se hace.
La participación es apropiación compartida, a la vez que sentida individualmente. Es también
mutua transformación que atañe al sujeto, a todos los sujetos partícipes y al objeto que los
reúne. La participación es parte del derecho a la autorrealización y es fundamental para la
transformación social e individual.
Una característica de la participación comunitaria es su movilización y dirección en función de
metas colectivas, para cuya obtención se trata de incorporar el mayor número posible de
personas interesadas dentro de una comunidad.

Efectos de la participación
La importancia de la participación se muestra en sus efectos socializadores sobre los
participantes y sobre quienes observan o siguen sus acciones.
En la participación se da generación e intercambio de conocimiento. En la participación
comunitaria todos aportan y reciben consejos, recursos y servicios; lo cual a su vez introduce
elementos decisivos que hacen posible el diálogo y la relación con otros en un plano de
igualdad basado en la inclusión.
Así como participar genera compromiso, comprometerse genera participación. Hay una razón
directa entre ambos fenómenos, pues a mayor participación, mayor compromiso y a mayor
compromiso mayor participación.
Al estimular la participación se está refinando, puliendo y desarrollando las capacidades tanto
de los agentes externos, aquellos que vienen de afuera a trabajar con la comunidad, como de
los internos (líderes comunitarios, personas interesadas) Asimismo, al participar se desarrollan
la colaboración y la solidaridad.
Además, moviliza, facilita y estimula recursos (materiales e inmateriales) existentes y fomenta
la creación y obtención de otros nuevos, y para lograrlo, genera formas de comunicación
horizontal entre los participantes, desarrollan su capacidad reflexiva y crítica. Los intercambios
de información y de análisis promueven la reflexión, esto es, la capacidad de evaluar
críticamente el trabajo hecho, a través de la reflexión colectiva.
Aprenden, también, a tomar decisiones consultadas, lo cual puede generar una normatividad
que permita funcionar como grupo.

La base ética del trabajo comunitario


La base del trabajo psicosocial comunitario se construye a partir de valores que se manifiestan
en tres planos: el individual, el comunitario y el social. Esos valores son necesarios para
sustentar la prevención, para generar y fortalecer la acción, para auspiciar y para difundir la
promoción de transformaciones sociales. Ellos deben estar presentes en las diferentes fases
del trabajo comunitario. Esos valores suponen en los participantes provenientes de la
comunidad, un cierto sentido de comunidad que se da en la medida en que la persona se
identifica con un grupo social al cual la une la interacción cotidiana, el compartir intereses y
lugares o momentos de encuentro, ciertos precedentes comunes, una historia y también, un
cierto apego a esas interrelaciones y en muchos casos a un lugar o una relación, respecto de
los cuales se desarrolla apego e identidad. Se forma así un sentido de pertenencia, de ser con
los otros, de saber que se tiene un lugar afectivo, un lenguaje común, junto con otras personas
que generan además, acciones positivas hacia esos lugares y relaciones.
Además, es necesaria la solidaridad, el apoyo dado y recibido y la compasión. Se necesita
también capacidad de autodeterminación, muchas veces impedida por el aprendizaje de la
sumisión y de la auto-descalificación, así como de la ignorancia de los derechos y de hechos.
Estos aspectos tanto afectivos como cognitivos, están en la base de sentido de justicia social,
de equidad e igualdad. Lo cual, a su vez, exige el respeto a la diversidad, el derecho a ser
diferentes en condiciones de igualdad y la responsabilidad tanto individual como social: ser
responsable de los propios actos y a la vez ser capaz de responder por consecuencias de ellos
derivadas, que afectan a otras personas, a las cuales debemos responder.
También para los agentes externos, estos valores son necesarios para producir en ellos la
capacidad de comprender a esos otros con quienes se va a trabajar, superando estereotipos y
lugares comunes, así como la compasión proveniente de una conmiseración generada desde la
superioridad de la experiencia y la distancia, que oculta una consideración disminuyente de
otro.
También los agentes externos debemos estar abiertos a la posibilidad de aprender de las
personas a las cuales se dirigen los programas comunitarios.
Lo anterior supone una concepción del Otro que lo asume como un ente capaz de construir y
transformar su realidad, productor y reproductor de cultura, sujeto a derechos y deberes.
ESTIGMA E IDENTIDAD SOCIAL (Goffman)

La sociedad establece los medios para categorizar a las personas y el complemento de


atributos que se perciben como corrientes y naturales en los miembros de cada una de esas
categorías. El medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar.
Por consiguiente, es probable que al encontrarnos frente a un extraño las primeras apariencias
nos permitan prever en qué categoría se halla y cuáles son sus atributos, es decir, su
“identidad social”.
Mientras el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un atributo
que lo vuelve diferente de los demás y lo convierte en alguien menos apetecible. De ese modo,
dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser menospreciado.
Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a
modo de efecto, un descrédito amplio. Debe advertirse que no todos los atributos indeseables
son temas de discusión, sino únicamente aquellos que son incongruentes con nuestro
estereotipo acerca de cómo debe ser determinada especie de individuos. El término estigma
será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador.
Se pueden mencionar tres tipos de estigmas. En primer lugar, las abominaciones del cuerpo.
Luego, los defectos de carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones
tiránicas o antinaturales, creencias rígidas y falsas, deshonestidad. Por último, existen los
estigmas de la raza, la nación y la religión, susceptibles de ser transmitidos por herencia y
contaminar por igual a todos los miembros de una familia.
Son bien conocidas las actitudes que nosotros, los normales, adoptamos hacia una persona
que posee un estigma y las medidas que tomamos respecto de ellas. Creemos que la persona
que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndose de este supuesto practicamos
diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo
sin pensarlo, sus posibilidades de vida.
UNIDAD 9
Redes sociales y complejidad

EXPERIENCIA EN INSTITUCIONES TOTALES Y CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE SIGNIFICADO


(Wittner)

La perspectiva psicosocial
Todo desarrollo humano ocurre siempre en contexto, implicando un intercambio constante
entre el sujeto y los ambientes ecológicos en los que se halla inserto. Bronfenbrenner refiere
que los procesos psicológicos deben estudiarse necesariamente en los ambientes reales en los
que los seres humanos viven.
Puede definirse desde esta perspectiva cuatro niveles interconectados entre sí: micro, meso,
exo y macrosistema. Éstos caracterizan y dan cuenta del contexto en el que las personas se
hallan insertas, planteados como un conjunto de sistemas concéntricos en un mapa de red.
Cada nivel o sistema supone una dinámica y un tempo particular, a la vez que se afectan
mutuamente.
¿Qué pasa con el sujeto social cuando es encerrado en una institución cerrada y total como lo
es la cárcel?
Podríamos decir que el ir detenido puede pensarse como una transición ecológica.
Las características específicas que imprime la cárcel a esta transición ecológica debemos
pensarlas como emergentes de su propiedad de ser una institución social y total.

La cárcel como institución total


La cárcel atraviesa todos los ámbitos de pertenencia de un sujeto. Involucra una
reorganización global y masiva de la vida de un sujeto a partir de la cual toda posibilidad de
establecer y mantener vínculos sociales queda controlada, encuadrada y definida por la
institución penitenciaria. El uso del tiempo, del espacio, del ocio se estructuran y las tareas
cotidianas se programan bajo una grilla rígida y limitante por naturaleza. Esto provoca que, al
momento de ingresar a la cárcel, el sujeto deba realizar un gran esfuerzo para conocer y
adaptarse a las reglas que la prisión posee en pos de su supervivencia.
Esta propiedad de abarcar la vida completa del sujeto que en ella reside, característica
fundamental de la institución carcelaria es lo que hizo que Goffman la definiera –así como
también a las instituciones psiquiátricas– como “institución total”.
La institución total es el “lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos
en igual situación, aislados de la sociedad por un período de tiempo apreciable, comparten
en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente.”
Si hay un rasgo que distingue a este tipo de instituciones es el da la ruptura del ordenamiento
social básico de la sociedad moderna. En primer lugar, porque suprimen la distinción de
espacios diferenciables para la realización de actividades (trabajo, juego y descanso). En
segundo lugar, porque inhiben la posibilidad de interactuar con diferentes participantes. En
tercer lugar, porque no permiten la experimentación de una diversidad de autoridades, y, por
último, porque la vida del sujeto allí alojado depende de un plan organizado rígido y no
modificable.
Algunos autores proponen que la cárcel sustenta su funcionamiento en el manejo del tiempo y
el espacio, generando aislamiento vía la ubicación de los sujetos en un nuevo espacio,
panóptico.
Los obstáculos que se oponen a la interacción social con el mundo exterior y un mundo
interior panóptico en el que todo resulta “alcanzable a la mirada”, de manera real o imaginada
definirían a la cárcel como institución total. Ingresar en sus muros no puede menos que
suponer una brusca modificación de la vida y el contexto de las personas dado que supone una
reorganización total de las áreas de su vida. Una masiva transición ecológica que conlleva una
necesaria modificación de su posición social, así como los roles y funciones que cumple
respecto de sus diferentes entornos, que no puede no tener consecuencias en la salud mental
de quienes ingresan en sus muros.

Proceso de prisionización. Identidad y alternación


Podemos pensar a la entrada en una institución penitenciaria como una situación de crisis en
la vida de un sujeto, originada por la pérdida de control de la propia vida, suponiendo un antes
y un después de la vida en prisión.
Producto de tal masiva transición ecológica, la vida penitenciaria implica el aislamiento del
sujeto a sus vínculos naturales, y la entrada a un grupo de normas o subcultura a la que tendrá
que adaptarse para sobrevivir.
A medida que las personas ingresan a prisión asumen roles, costumbres y valores que son
propios de ésta. Todos los vínculos y conductas que el sujeto puede establecer quedan
mediatizados por la vida penitenciaria y la cárcel termina imponiendo su propia lógica,
haciendo de la institución en el laboratorio de transformación necesario para encaminar el
proceso de alternación.
Berger y Luckmann definen la alternación como un proceso de resocialización asemejable a la
socialización primaria en cuanto a la importante carga emocional de la interacción. A
diferencia de esta, la alternación debe luchar con un proceso que implica desintegrar la
anterior estructura nómica de la realidad. Por ello, los autores afirman que la condición social
fundamental de este proceso es la disposición de una estructura de plausibilidad eficaz, es
decir, una base social que funcione como laboratorio de transformación. Su requisito
conceptual más importante es el de disponer de un aparato legitimador que suponga no sólo
el aval de la realidad nueva, sino el repudio de todas las que se presenten como alternativa,
convirtiéndose esta realidad nueva en la única alternativa posible.

Mujeres entre rejas: género y construcción social


Desde el marco de la psicología social construccionista, entendemos que para comprender el
efecto de la privación de la libertad en la salud mental de las mujeres, resulta de importancia
tener en cuenta las condiciones en las que estas llegan al circuito penal, por un lado, y por el
otro, los efectos que produce en sus vidas y la de sus familias la situación misma de
encarcelamiento.
Cuando pensamos en las condiciones que hacen a la entrada de la mujer en el sistema penal, la
exclusión social aparece como factor promotor fundamental de vulnerabilidad de este
colectivo particular. Marginalidad económica, social y educativa, así como las serias
dificultades de inserción en el mundo laboral, todas ellas vinculadas de alguna manera a la
condición de género, sea por ser madres y cabeza de familia, sea por la creencia misma de que
son inferiores por su condición de mujer. El género se impone como un factor fundamental en
la promoción de formas de exclusión.
Cuando reflexionamos acerca de los efectos del encierro en las mujeres, no podemos dejar de
tener en cuenta el impacto mucho mayor debido al rol social que estas cumplen. En su
mayoría son cabeza de familia, son las que unen a la familia, son cuidadoras de hijos y
familiares, mantienen los lazos familiares. Todos los vínculos significativos de las personas
quedan automáticamente mediatizados por la institución penitenciaria, lo cual supone que
una gran cantidad de estos vínculos se pierdan, generando que la persona quede cada vez más
atrapada en la institución carcelaria y sus reglas.
En el imaginario social, las mujeres que delinquen no sólo transgreden la ley, si no, y sobre
todo, el orden de lo femenino y las expectativas sociales de género. Para la sociedad, la mujer
presa representa la anti-mujer, la que rompió el pacto y la expectativa social y sexual,
traicionando el mandato social de género bajo el rol de buena hija, buena esposa, buena
madre y desviándose de los códigos de lo femenino, justamente para involucrarse en algo que
es “cosa de hombres”: el delito.
LA RED SOCIAL. FRONTERA DE LA PRÁCTICA SISTÉMICA (Sluzki)

La red social: proposiciones generales


Las fronteras del sistema significativo del individuo no se limitan a la familia nuclear o extensa,
sino que incluyen a todo el conjunto de vínculos interpersonales del sujeto: familia, amigos,
relaciones de trabajo, de estudio, de inserción comunitaria y de prácticas sociales.
Es posible discriminar entre la microred social personal (mi red social significativa) u la red
“macro” que incluye la comunidad de la que formamos parte, nuestra sociedad, nuestra
especie y nuestra ecología.

El modelo de la “red social”


Los contextos culturales y subculturales en los que estamos sumergidos, los contextos
históricos, políticos, económicos, religiosos, de circunstancias medioambientales de una región
o un país o un hemisferio, sostienen y forman parte del universo relacional del individuo. A su
vez, la red social personal puede ser definida como la suma de todas las relaciones que un
individuo percibe como significativas o define como diferenciadas de la masa anónima de la
sociedad. Esta red contribuye substancialmente a su propio reconocimiento como individuo y
a su imagen de sí.
La red social personal puede ser registrada en forma de mapa mínimo que incluye a todos los
individuos con los que interactúa una persona dada. El mapa puede ser sistematizado en cuatr
cuadrantes, a saber:
 FAMILIA
 AMISTADES
 RELACIONES LABORALES O ESCOLARES
 RELACIONES COMUNITARIAS, DE SERVICIO O DE CREDO
Sobre estos cuadrantes se inscriben tres áreas, a saber:
o Un círculo interior de relaciones íntimas y amigos cercanos;
o Un círculo intermedio de relaciones personales con menor grado de compromiso, y
o Un círculo externo de conocidos y relaciones ocasionales.
La red puede ser evaluada en términos de sus 1) características estructurales, de las
2) funciones de los vínculos y de los 3) atributos de cada vínculo.
1. Características estructurales
Las características estructurales de la red son:
- Tamaño, es decir, número de personas en la red. Hay indicaciones de que las redes de
tamaño mediano son más efectivas que las pequeñas o las muy numerosas. Las redes
mínimas son menos eficaces en situaciones de sobrecarga o tensión de larga duración,
ya que los miembros comienzan a evitar el contacto para evitar la sobrecarga o
tienden a sobrecargarse. Un ejemplo de esto último es la cónyuge de un paciente con
Alzheimer sin mucha otra familia, esclavizada en todos los cuidados básicos de una
persona totalmente incapacitada. Las redes muy numerosas, a su vez, corren el riesgo
de la inacción basadas en el supuesto de que “ya alguien debe estar ocupándose del
problema”. Factores que afectan el tamaño de la red incluyen las migraciones y el paso
del tiempo.
- Densidad, es decir, conexión entre miembros independientemente del informante
(amigos míos que son amigos entre sí); un nivel de densidad medio favorece la máxima
efectividad del grupo al permitir cotejamiento de impresiones; una red con nivel de
densidad muy alto favorece la conformidad de sus miembros –presión para la
adaptación del individuo a las reglas del grupo– y, si la desviación individual persiste,
favorece la exclusión del individuo de la red.
- Composición o distribución, es decir, qué proporción del total de miembros de la red
está localizada en cada cuadrante y en cada círculo; las redes muy localizadas son
menos flexibles y efectivas, y generan menos opciones que las redes de distribución
más amplias.
- Dispersión, es decir, la distancia geográfica entre los miembros, lo que, obviamente
afecta la facilidad de acceso al y del informante, y por lo tanto afecta tanto la
sensibilidad de la red a las variaciones del individuo como la eficacia y velocidad de
respuesta a las situaciones de crisis.
- Homogeneidad o heterogeneidad demográfica y sociocultural, es decir, según edad,
sexo, cultura y nivel socioeconómico.
- Atributos de vínculos específicos, tales como intensidad o tropismo, es decir,
compromiso y carga de la relación, durabilidad, historia en común; y
- Tipo de funciones cumplidas por cada vínculo y por el conjunto.

2. Funciones de la red
- Compañía social, es decir, la realización de actividades conjuntas o simplemente el
estar juntos.
- Apoyo emocional, es el poder contar con la resonancia emocional y la buena voluntad
del otro; es el tipo de función característica de las amistades íntimas y las relaciones
familiares cercanas.
- Guía cognitiva y consejos
- Regulación social, es decir, interacciones que recuerdan y reafirman responsabilidades
y roles, neutralizan las desviaciones de comportamiento que se apartan de las
expectativas colectivas y favorecen la resolución de conflictos. Un ejemplo por la
negativa lo proveen las familias en que ocurre incesto o violencia. Una de las
características más salientes es que se mantienen consistentemente aisladas de toda
red, con poca actividad social y pocas visitas. La rigidez de fronteras y pobreza de la
red, su fraccionamiento y su baja densidad reduce al mínimo la presencia del
exogrupo. Esto reduce a su vez la presión para el mantenimiento de las normas
sociales, ya que el ojo del prójimo contribuye a controlar o cuestionar los
comportamientos desviados.
- Apoyo material y de servicios
- Acceso a nuevos contactos

3. Atributos del vínculo


Cada vínculo puede ser analizado en términos de sus atributos, a saber:
- Las funciones prevalecientes que caracterizan de manera dominante a ese vínculo;
- La multidimensionalidad o versatilidad, es decir, cuántas de esas funciones cumple
esa persona.
- La reciprocidad, es decir, si vos cumplís para con esa persona el mismo tipo de
funciones, o funciones equivalentes, a las que esa persona cumple para uno.
- La intensidad o el compromiso de la relación.
- La frecuencia de contactos.
- La historia de la relación.

Implicaciones de este nivel de análisis


La sensibilización a las variables de red tiene efectos extremadamente interesantes en los
terapeutas. En primer lugar, la exploración de la red social de los pacientes la hace “visible”
tanto para el terapeuta como para los pacientes mismos. Esta materialización de su presencia
y relevancia es un primer paso para acceder a ella con fines terapéuticos. En segundo lugar, el
trazado de los mapas de red permite decidir cuál o cuáles de las muchas redes intersectantes
puede ser activada, desactivada o modificada en momentos de crisis. Y en tercer lugar, de esa
óptica derivan muchas “tareas para el hogar” posibles.
REDES SOCIALES Y COMUNICACIÓN. LAS TECNOLOGÍAS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA VIDA
COTIDIANA (Bonelli)

Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) están presentes en nuestra vida


cotidiana y la han transformado. Hoy en día se nos presenta como algo natural y familiar estar
informados minuto a minuto, comunicarnos con personas que se encuentran a grandes
distancias o trabajar en equipo sin estar en un mismo sitio.
Las TIC permiten la interconexión y la interactividad; son instantáneas y en parte inmateriales,
ya que la materia principal es la información; tienen elevados parámetros de imagen y sonido;
dan lugar a la aparición de nuevos códigos y lenguajes, a la realización de múltiples actividades
en poco tiempo y a la desconcentración de la información que ya no está solo en libros, la
familia, maestros, sino distribuida en variados espacios virtuales.
Las TIC no pueden ser concebidas como meros mediadores de la información, sino que han
generado nuevos espacios-tiempos, nuevas formas de relación social e institucional, nuevas
categorías de aprehensión de la experiencia personal y social y nuevas dimensiones de la
cultura.
Desde la dialéctica planteada por Berger y Luckmann, las TIC son una construcción social e
intervienen en la modulación de la subjetividad. El hombre, en tanto productor y producto,
crea un mundo social que simultáneamente actúa sobre él.

La complejidad de los procesos de comunicación humana: comunicación e interacción


Etimológicamente comunicar está relacionado con participar. Ambos conceptos dan cuenta del
proceso a partir del cual somos parte y tomamos parte de un contexto social, de una
comunidad, de una cultura, fuera de la cual es imposible la vida humana. La acción cultural fu
generando, a lo largo de la historia, diferentes instrumentos que modificaron la relación de las
personas con la naturaleza entre sí, fue incorporando tecnologías para hacer más confortable
la existencia. La comunicación no ha quedado por fuera de este proceso, así lo muestra la
aparición del telégrafo, el teléfono, la grabación de sonidos e imágenes, el cine, la radio, la
televisión o el crecimiento de Internet.
Marafioti diferencia tres tipos de interacciones:
1) Interacciones presenciales: se comparte tiempo y espacio, hay retroalimentación
directa, se pueden usar múltiples mecanismos de codificación, es posible el diálogo.
2) Interacciones mediáticas: se intercambia información sin compartir necesariamente
contextos comunes de tiempo y/o espacio: cartas, teléfono, e-mail, WhatsApp, etc. Es
también dialógica.
3) Cuasi-interacciones mediáticas: se refiere a los tipos de relaciones establecidas a
partir del uso de los medios de comunicación masivos (libros, diarios, radio, televisión,
cine), se expande el intercambio en tiempo y espacio. Son fundamentalmente
monológicas.

¿Qué es la red social?


Castells define la red como un conjunto de nodos interconectados. La importancia de cada
nodo depende de la cantidad de información que concentra y de la eficacia de sus
intervenciones en función de los objetivos buscados. Para este autor las redes son
configuraciones comunicativas que, para ser eficientes, requieren de tres rasgos
fundamentales:
1) Flexibilidad: se reconfiguran en función de cambios en el contexto, mantienen su
objetivo, aunque cambien sus componentes.
2) Adaptabilidad: pueden expandirse o reducirse manteniendo su funcionamiento.
3) Supervivencia: lo central es mantener las conexiones para sostener la red.
Las redes se organizan en función de valores e intereses por lo tanto están atravesadas por
flujos de poder.
La perspectiva de red, enmarcada en el paradigma de la complejidad, es un concepto clave
para la Psicología Social, provee simultáneamente de:
-Alternativas para la intervención social, brindando la posibilidad de visibilizar interacciones,
trazar límites, plantear objetivos. Permite el diseño de prácticas y estrategias para la acción.
-Formas de pensar lo social. Construyendo tanto teorías como estrategias para el
conocimiento.
Sluzki analiza en profundidad las características y funciones de la red social personal. Se
pueden dividir en dos grandes grupos:
1) Red personal social o red primaria. Es el conjunto de relaciones que un individuo percibe
como significativas o define como diferenciadas de la masa anónima de la sociedad.
2) Red secundaria. Se define a partir de una tarea, una institución, un conflicto. Se pueden
diferenciar diversos tipos de redes secundarias:
a) Red comunitaria: la red comunitaria se hace visible, por ejemplo, cuando en el
barrio los vecinos se organizan para resolver un problema, defender un derecho
vulnerado o sugerir alguna acción gubernamental.
b) Comunidades virtuales: estas aparecen por procesos de desterritorialización de las
relaciones comunitarias a partir de las interacciones mediadas por TIC. Las redes
comunitarias pueden entonces organizarse desde entramados de relaciones
presenciales, virtualizadas o una combinación de ambas.
c) Red institucional: relaciones que se establecen entre los integrantes de una
institución que escapan a la organización jerárquica y formal, se basa en objetivos
compartidos, afectividad, lazos que trascienden los roles establecidos. Por
ejemplo: la organización de los trabajadores en defensa de sus derechos genera
conexiones que no responden a las jerarquías institucionales en una empresa.
d) Red inter-institucional: se conforma cuando se establecen relaciones entre
diferentes organizaciones, en función de un objetivo o tarea común. Por ejemplo,
en el ámbito de la salud, se denomina red de referencia y contrarreferencia a la
relación que se establece entre servicios de diferentes niveles de complejidad para
la derivación o el trabajo coordinado con pacientes con padecimientos complejos.

Comunicación y poder: tensiones entre libertad y control en la era digital


Sobre el control
Las tecnologías de la información y la comunicación son herramientas para el aprendizaje y la
autonomía y también tecnologías de control social.
¿Cuál es el impacto de las TICS en los modos de circulación del poder entre los sujetos?
Foucault no ve al poder como algo que se posee, algo que algunos individuos tienen y otros no,
sino que el poder es un efecto del discurso. El poder se encuentra presente en todos los
vínculos que mantienen los individuos y es por ello que implica necesariamente una relación.
Ahora bien, los modos en que ciertos discursos han podido prevalecer sobre otros, es decir, las
técnicas y tecnologías específicas utilizadas para el control y disciplinamiento de las sociedades
han variado a lo largo de la historia.
En primer lugar, ha habido un movimiento desde el “poder soberano” al “poder disciplinario”.
El poder soberano era ejercido por los monarcas durante la Edad Media, y se configuraba
como un poder de tipo coercitivo, es decir, el control social se afirmaba en el uso de la fuerza y
los métodos de tortura y castigo. En cambio, las sociedades industriales encontraron
modalidades de ejercicio de poder mucho más eficaces que sus antecesores, partiendo de una
necesidad de control de los cuerpos en pos de poder utilizarlos a favor de la productividad del
sistema emergente. El “poder disciplinario” utiliza las técnicas disciplinarias, cuyo eje central es
la vigilancia, para el control de los individuos. Las instrucciones de encierro emergen entonces
como modalidad eficaz de vigilancia de los individuos: la escuela, la cárcel, los hospitales
psiquiátricos, los asilos, entre otros, otorgaban la posibilidad de controlar los cuerpos
regulando principalmente el uso del tiempo y el espacio. Entre esos dispositivos, se destaca la
arquitectura panóptica ideada por Bentham para la construcción de cárceles. Este tipo de
construcción posibilitaba a un guardián ubicado en una torre central vigilar el comportamiento
de todos los prisioneros ubicados en celdas alrededor de dicha torre, pero con la particularidad
de no ser visto por ellos. De este modo, no resultaba posible saber en qué momento había
realmente un guardián en la torre, lo que generaba una garantía de autovigilancia permanente
por parte de los prisioneros. Estos mecanismos promovieron una autovigilancia generalizada
cuyo objetivo era la “normalización” de los sujetos y su adaptación a las normas vigentes.
En la contemporaneidad, la idea de Internet como un “panóptico electrónico” cobra relevancia
si pensamos en las vinculaciones entre redes y poder. Se utiliza esta denominación para
advertir sobre los numerosos mecanismos de control social que se apoyan en Internet como
pieza fundamental: el uso indiscriminado de cámaras de vigilancia, los dispositivos electrónicos
de seguimiento, el monitoreo permanente de nuestras actividades en la red, los permisos
otorgados a distintas aplicaciones para recolectar información privada, entre otros, son la base
de un cúmulo de información que es recolectada a diario sobre nuestros intereses, economía,
movimientos, preferencias políticas, sexuales, culturales, entre otras. Pero lo central resulta
que ello no sólo reduce nuestro uso de la tecnología, sino que, por el contrario, nos ofrecemos
abiertamente, fascinados por la posibilidad de mostrarnos y dejamos al descubierto
fragmentos de nuestra intimidad ante la mirada de otro cuya presencia presuponemos y
deseamos y a la vez de otro que ignoramos o negamos pero que existe.
¿Cuál es el fin perseguido por los nuevos mecanismos de control? Sibilia postula al consumo
como eje al que está dirigido el control digital.
Entonces, si el poder es un efecto del discurso, podemos afirmar que el discurso dominante es
el del consumo constante.
Sobre la resistencia y la libertad
No todo es sombrío en lo que refiere a las nuevas tecnologías de información y comunicación y
las relaciones de poder. Para Foucault la resistencia al poder se constituye como una parte
indisociable del mismo. En donde se ejerce poder, siempre puede ejercerse resistencia a ese
poder. Y es en este sentido que las TICS dan la posibilidad de nuevos modos de hacer y generar
resistencia a los discursos que se presentan como hegemónicos en los distintos campos de
acción social del ser humano. Internet es un medio de comunicación que efectivamente
permite alojar la diversidad.
Las nuevas tecnologías de información han abierto la posibilidad de dar voz a sectores
históricamente excluidos, de visibilizar problemáticas locales, de transmitir mensajes diversos
y de resistencia por parte de los sectores vulnerados.

Redes sociales, intervención e investigación en Psicología Social


La noción de red social es polisémica y esta variedad de significados dio lugar a un enfoque
bastante reciente (década de los 70 del siglo XX) y de gran potencial para el estudio
sistemático de la complejidad actual de lo social: el Análisis de Redes Sociales (ARS). El ARS
concentra aportes de diversas disciplinas como la antropología, la sociología y la psicología
social pero además suma contribuciones de las tecnologías informáticas, la teoría de grafos y
los desarrollos en el álgebra y la topología.
El ARS piensa la estructura social desde una visión relacional, es decir, como resultado de la
articulación de las relaciones sociales entre los actores. El foco de indagación pasa a estudiar
cómo los patrones relacionales en una red particular generan oportunidades y restricciones
que afectan el acceso de los actores a recursos tales como el conocimiento, la información, la
riqueza o el poder.
UNIDAD 10
Familia

FAMILIA, TERAPIA Y POSMODERNIDAD (Wainstein)

La familia es uno de los primeros contextos sociales del desarrollo humano.


A partir del siglo XIX, la antropología, la etnología y la sociología se interesaron por la familia
como motivo de estudio, comparando su existencia y diversidad en diferentes regiones
geográficas y culturas y en distintas épocas históricas.
Durante el siglo XIX y principios del siglo XX, los antropólogos trabajaban bajo la influencia del
evolucionismo biológico. Su idea era ordenar los datos de forma que coincidieran las
instituciones de los pueblos más simples con una de las primeras etapas de la evolución de la
humanidad, mientras que las de la modernidad corresponderían a las etapas más avanzadas
de la evolución. Así, por ejemplo, la familia basada sobre el matrimonio monógamo –que en
nuestra sociedad se consideraba la institución más loable y apreciada– no podía encontrarse
en las sociedades salvajes. Se inventó, caprichosamente, una periodización de la historia en
etapas “primigenias” en las que rigió el “matrimonio en grupo” y la “promiscuidad”.
A medida que los estudios de arqueólogos, antropólogos e historiadores avanzaron, la
acumulación de nuevos datos hizo evidente que el tipo de familia característico de la
civilización actual –basado en una pareja monógama, unida mediante algún ritual específico de
matrimonio– fue siempre predominante. Esto ocurría más allá de la simpleza o complejidad de
la organización social o del nivel tecnológico alcanzado (Levy Strauss)

Familia y psicología
El origen de la inquietud por lo psicológico se pierde en los tiempos remotos, en la mitología,
en la filosofía y la religión. Aquellos orígenes estaban signados por la preocupación en las
relaciones del hombre con los dioses y luego en nuestro mundo y con Dios.
El hombre primero buscó un lugar entre los dioses del Olimpo, luego, mediante la filosofía
cristiano aristotélica, se preocupó por cómo cultivar su alma dentro de un cuerpo imperfecto
y, a partir del cartesianismo, se fragmentó en una conciencia pensante separada de su cuerpo.
Cuando hacia fines del siglo XIX Wundt le da a la disciplina un estatuto propio, le define una
perspectiva experimentalista y una social. De ambas perdurará la experimental y persistirá
como paradigma predominante un sesgo individualista de subjetividad personal y privada.
Mientras durante la primera mitad del siglo XX, la familia fue tema de estudio y de
investigación de la antropología, la sociología, la historia y la historia social moderna, la
psicología permaneció ausente, aun en su rama más social, la psicología social.

La familia como agente terapéutico


Cada teoría psicoterapeútica que surgió se auto postuló como basada en ciertas verdades
fundamentales sobre el ser humano.
Gergen propuso contemplar las psicoterapias como enmarcadas en corrientes culturales. Se
refería a las teorías psicológicas y a sus prácticas psicoterapéuticas como un reflejo de
corrientes culturales que le hacían de contexto a su producción.
Gergen definió las teorías psicoterapéuticas como vinculadas a dos visiones del ser humano
dependientes del momento histórico y de ciertos modos de organización social, una romántica
y una moderna. La psicología clínica romántica promovía una perspectiva teórica de difícil
contrastación empírica y fundada en la creencia de una tendencia innata, inconsciente y
trascendente encaminada a una realización existencial del ser humano. En sus supuestos
epistemológicos, el sujeto de esa psicoterapia encierra un conflicto atemporal e inobservable,
de características trágicas. El psicoanálisis y las terapias humanísticas coinciden con esa
descripción. El terapeuta es más un testigo abstinente que un operador proactivo.
Los modelos modernistas se ubicaban en el otro polo, contraponiendo lo insondable con lo
contrastable, observable y sujeto a verificación empírica. Inicialmente, en su forma radical, los
emuladores del conductismo metodológico habían suprimido lo mental. El paciente parecía
convertirse en un manojo de reflejos. Cuando esta reducción ya se hacía insostenible, el
surgimiento de la psicoterapia cognitivo-conductual en los años sesenta abrió una vía para
saltar estas dificultades. Aun así, la familia no entró en sus técnicas principales.
En la década del cincuenta, los primeros tratamientos con parejas y familiares se realizaban. Se
había empezado a hacer visible el marco familiar de los trastornos psiquiátricos.
Con dificultad para trabajar con las familias usando los conceptos provenientes de una
psicología de las conductas individuales, los terapeutas familiares eligieron para acercarse al
“nuevo” objeto de estudio, ideas científicas que cuestionaban los enfoques tradicionales de la
ciencia positiva vigente. Introdujeron los conceptos de Teoría General de los Sistemas, la
Cibernética, la Teoría de la Información, la Nueva Lingüística y reconstruyeron la Teoría de la
Comunicación.
La familia empezaba a ser descripta como una “mente” compleja, un sistema constituido por
patrones comunicacionales observables, recursivos y relativamente estables. Un sistema que
mediatizaba las relaciones entre el ser humano, sus pensamientos y creencias y el entorno de
la vida social más amplia, un sistema que se desarrollaba en un ciclo vital familiar que
entrelazaba lo biológico con lo social, constituyendo la individualidad psíquica del ciclo vital
personal a lo largo de toda la vida. Un sistema que, en continua adaptación a su entorno,
muchas veces generaba dificultades funcionales cuyo resultado eran malestares significativos
o patologías instalados en alguno o algunos de sus miembros.

El impacto de la posmodernidad
Desde la posguerra mundial se desarrolló y predomina hoy cierta cultura que desacraliza las
grandes creencias y teorías, incluidas aquellas que caen en la denominación de “religiones” y
“ciencia”. Se cuestiona la búsqueda –heredada de la Ilustración– de una verdad y predomina
un relativismo amparado en el descreimiento, la ambigüedad y cierto desencanto por las ideas
de razón, legitimidad, estabilidad, progreso o libertad que hasta entonces guiaban las
instituciones.
Entre los pocos años que transcurrieron desde la posguerra a la actualidad, se asistió también
a varios fenómenos como la modernización tecnológica, la proliferación de los medios de
comunicación de masas, la urbanización acelerada y los procesos migratorios masivos y
veloces.
Cuánto y cómo esto afectó la vida de la familia tiene su reflejo en las interacciones familiares
de cada día. La rutina de la familia rural de hace cien años recibió el impacto de las
migraciones a las grandes urbes, de la duplicación de la esperanza de vida, del control de la
fecundidad natural y el desarrollo de la fecundidad asistida en sus múltiples variantes, del fin
del amor como “amor para toda la vida”, de la legitimación del matrimonio homosexual, del
surgimiento de las familias monoparentales, homoparentales, ensambladas, etc.
Así, la familia va a tono con un estado de saturación social y diversidad de discursos en los que,
más allá de las discusiones epistemológicas, la antigua pregunta humana por la verdad de las
cosas se disuelve por el caos social, familiar y en el de la misma reflexividad de cada persona
individual. El surgimiento de voces e identidades singulares que reclaman verdades
particulares se nutrió de la duda y la quiebra de la confianza otorgada a la razón hasta los
principios del siglo XX.
En su práctica, la terapia familiar se encontró con estos problemas en la forma de conflictos
ideológicos y de valores generacionales y de género en el seno mismo de las familias. ¿Cómo
construir un consenso de convivencia si una construcción de realidad es tan adecuada como
cualquier otra? ¿Cómo definir criterios de crianza o de organización familiar si los referentes
externos son ambiguos?
Hace cien años se pensaba que si algo andaba mal era porque no se lo conocía lo suficiente o
no se aplicaban bien los conocimientos disponibles, pero el siglo XXI trajo la buena nueva de
que todos somos expertos y la brecha entre ciencia y cultura lega se va achicando a medida
que se impone la noción de que la “validez depende de las creencias” o de que “el yo es un
cuento” y se ha vuelto algo distribuido y dependiente de los accidentes de la trama social.
La terapia familiar se encuentra hoy ante el desafío de cumplir una expectativa social de ser un
lugar de referencia en un contexto descreído de las creencias de validez general.
La perspectiva sistémica construccionista sostiene como premisa que hay verdades locales,
que las reglas de legitimidad debieran ser construidas sin obviar los conflictos y la diversidad
de voces mediante acuerdos entre personas que piensan y viven en situaciones diversas. Le
interesa que esos acuerdos de significado implican la vida de esas personas.
El trabajo por esos acuerdos, tanto en las relaciones familiares como en los sistemas más
amplios que la familia, se construye dialógicamente en un praxis social que solo parcialmente
podrá satisfacer la subjetividad personal.
¿QUÉ ES UNA FAMILIA? (Wainstein)

Bronfembrenner define que todo desarrollo humano ocurre siempre en contexto y por ello es
ecológico, dado que implica un intercambio constante entre el sujeto y toda la complejidad
que involucra su medio ambiente. Debido a esto, el autor refiere que los procesos psicológicos
deben estudiarse necesariamente en los ambientes reales en los que los seres humanos viven,
y el ambiente primario y fundamental de una persona es la familia. Su importancia reside en el
ser el primer contexto donde se desarrolla cada individuo y también por ser el ambiente
central donde acontecen experiencias importantes para su desarrollo.
Toda persona es un sujeto interaccional, cuya identidad es una construcción dinámica
producto emergente de su relación con su medio ecológico, marco multidimensional en el que
ese sujeto está inmerso.
No estamos aislados de lo que ocurre en nuestras familias, comunidades, países, culturas.
Interactuamos con todos ellos, con los valores que sostienen, con su idiosincrasia, sus reglas,
sus expectativas, sus compromisos y obligaciones. Puede afectarnos en menor o en mayor
medida, pero no deja de influenciarnos. Qué pensamos que es una familia, cómo la definimos,
cómo deben comportarse una mamá y un papá, si ambos deben o no ser pareja, están
necesariamente vinculadas al grupo social en el que nos hallamos insertos.
Los diferentes grupos sociales establecen consensos lingüísticos que involucran prácticas
concretas que hacen a la expectativa de familia que como grupo social tienen.

Las características y funciones de aquello que se denomina “familia” adquieren múltiples


formas según épocas históricas, lugares geográficos, culturas diversas y aún grupos dentro de
una misma cultura, lo cual hace que el concepto de familia sea complejo y difícil de delimitar.
Esto nos lleva a pensar que no hay un único modelo de familia, sino que esta acompaña las
transformaciones de la cultura a lo largo de los procesos históricos.
La familia en tanto organización social puede ser definida como un sistema abierto. Esta forma
de entenderla nos permite hacer foco en la familia en tanto estructura que tiene un tipo de
funcionamiento determinado, más allá de quienes sean los miembros que la componen.

La familia como sistema


La teoría sistémica constituye hoy el modelo predominante en el estudio de la familia, que la
define como un sistema abierto con propiedades que están vinculadas a sus interacciones más
que a sus elementos aislados. El foco de estudio del modelo sistémico a la hora de estudiar
familias son las interacciones que hacen a su funcionamiento, más que a las propiedades de los
individuos que la componen.
El sistema familiar es cualitativamente diferente de la suma de los atributos individuales de sus
miembros dado que es de las interacciones entre los integrantes de ese sistema que emergen
sus características.
Lo interesante de la definición de familia como un sistema es que nos permite estudiar su
funcionamiento en tanto estructura de forma casi independiente de quiénes son los miembros
que la componen. Una familia puede estar compuesta por una mamá, un papá y un niño, o
bien por dos papás y un niño o por dos mamás y un niño. Lo que nos va a interesar en todo
caso es cómo el armado de esa red de interacciones que hace que adultos estén a cargo de un
niño y la forma en que se distribuyen los roles para cumplir su función de socialización y
crianza.
La familia en tanto sistema es pensada a partir de su estructura de funcionamiento, o sea, la
forma en que se organizan las reglas que regulan su funcionamiento tanto entre los miembros
mismos, como con el exterior.
Los sistemas tienen ciertas características que le son propias: son sistemas abiertos, tienen una
organización jerárquica y suponen una trayectoria, un recorrido a lo largo del tiempo.
Los sistemas humanos son siempre e indefectiblemente sistemas abiertos. Esto quiere decir
que suponen siempre un intercambio en el contexto en el que se hallan insertos. Para
caracterizar el contexto en el que las personas se hallan insertas, Bronfenbrenner define
cuatro niveles interconectados entre sí, que plantea como un conjunto de sistemas
concéntricos a través de un mapa de red: micro, meso, exo y macrosostema, suponiendo cada
nivel o sistema, una dinámica y un tempo particular, a la vez que se afectan mutuamente.
A esto debe entrecruzarse la dimensión temporal o crono sistema que hace referencia a las
condiciones sociohistóricas del sujeto. Esto incluye el momento histórico en el cual vive una
persona, así como los cambios producidos en el ciclo vital de las personas y la influencia de las
épocas críticas del desarrollo, implicando edad cronológica, período histórico, duración y
continuidad de exposición a situaciones o eventos.
Para que la familia pueda cumplir con sus funciones debe suponer una organización jerárquica
en la que los adultos tengan más responsabilidad en el cuidado y protección de los miembros
más jóvenes asegurando su desarrollo. Esto está vinculado a su vez con la distribución de roles:
cada miembro de la familia cumple un rol en el seno de esta, y este rol implica ciertas
conductas y funciones específicas.
Con respecto a la trayectoria del sistema familiar podemos definir que toda familia supone un
desarrollo en el ciclo vital, es decir diferentes etapas evolutivas que implican una modificación
en las reglas de interacción del sistema, y por ende de su estructura. A medida que el ciclo vital
avanza, la organización familiar, así como la forma en que se cumplen sus funciones y la
distribución de roles se va modificando atento a las necesidades por edad de cada uno de sus
miembros. La familia no funciona de la misma manera de forma independiente a s etapa vital.
Minuchin define la familia como un sistema sociocultural abierto en proceso de
transformación, desarrollándose en un proceso constante de adaptación a un contexto cultural
cambiante las funciones de los sistemas familiares son apoyar emocionalmente, regular las
conductas, nutrir y socializar a sus miembros.
Para este autor la funcionalidad de una familia no depende de la ausencia de estrés o de
conflicto, sino de la forma de manejo que la familia tiene de estos cuando se presentan, que
implique la posibilidad de pautas alternativas de conducta a la vez que se proteja el bienestar
de sus miembros.

Estructura y funcionamiento familiar


Minuchin define que el concepto de estructura familiar refiere a la organización interna de la
familia que opera por medio de un conjunto de reglas transaccionales, pautas o patrones, que
organizan entre otras cosas cómo relacionarse, con quien, cómo vincularse con el medio
externo, etcétera. Hay reglas universales, otras culturales y otras más específicas de cada
grupo familiar.
La estructura familiar es dinámica, oscila siempre entre la tendencia a mantener su
homeostasis y la modificación de su forma de funcionamiento, dependiendo esto de una
combinatoria entre la etapa del ciclo vital en la que cada familia se encuentre, y los
acontecimientos externos. Una familia funcional es la que logra mantener la continuidad
familiar a la vez que se producen modificaciones en su estructura a los fines de adaptarse a las
exigencias internas o externas. La posibilidad de imponer pautas alternativas de
funcionamiento refiere a la flexibilidad de ese sistema familiar que permite una mejor
adaptación a las circunstancias.
El sistema familiar supone una diferenciación de roles y funciones que se llevan a cabo a
través de diferentes subsistemas. Cada miembro de la familia pertenece a diferentes
subsistemas a la vez, lo cual le permite aprender habilidades diferenciadas a partir de
experimentar diferentes jerarquías y distribución de poder en cada uno de ellos. Esta
diferenciación depende de los límites o fronteras, constituidos por las reglas interaccionales
que definen quiénes participan de los subsistemas y de qué manera.
Se pueden delinear cuatro subsistemas básicos en las familias que permiten evaluar el
funcionamiento de su estructura a partir de cómo están configurados y cómo se vinculan entre
sí: los subsistemas conyugal, parental, fraterno y filial.
En la medida en que las reglas de funcionamiento familiar sean claras y flexibles, la familia
tendrá la suficiente capacidad de acomodación tanto a las conflictivas internas como a las
exigencias externas. Los miembros más jóvenes de la familia necesitan crecer dentro de
estructuras organizadas, con jerarquías claras y subsistemas diferenciados en sus funciones y
distribución de roles, dado que la familia es el ambiente primario y fundamental del desarrollo
y socialización de las personas.

Familia, socialización e identidad


El desarrollo humano implica un intercambio constante entre el sujeto y toda la complejidad
que involucra su contexto y a ello se ha denominado el desarrollo ecológico de las personas.
Estas ideas suponen que las personas desarrollan el sentido de sí mismas y su autoconcepto en
los procesos de interacción social, de ahí la importancia de la familia en la socialización y el
desarrollo de la identidad de los sujetos.
La socialización es el proceso de cambio que experimenta una persona como resultado de la
interacción social y su influencia. Este es un proceso complejo en el cual los niños participan
activamente de la formación de sus identidades por la vía de ir aprendiendo diversos roles. En
este sentido, la asunción y creación de roles son elementos clave del proceso de socialización.
El individuo adquiere su individualidad gracias a participar en múltiples y variadas
interacciones familiares, esto le permite el aprendizaje constante de variados roles que luego
replicará en su vida cotidiana no familiar. Por ese motivo los vínculos familiares cumplen un
papel fundamental en la construcción del sujeto individual.
Así, como plantea Minuchin, la experiencia humana de identidad implica un sentimiento de
identidad, dado por la pertenencia a una familia, a la vez que un sentido de separación e
individualización, dado por la participación en múltiples interacciones intra y extrafamiliares.
FAMILIA Y CICLO VITAL FAMILIAR (Sale)

La familia es el sistema básico de organización social, una herramienta fundamental en la


transmisión de valores sociales y culturales, el contexto principal de crianza y desarrollo
infantil como también el marco de crecimiento y evolución adulto.

Ciclo vital
El ciclo vital es un proceso que consiste en atravesar una serie de etapas cualitativamente
diferentes entre sí, que implican tareas evolutivas diferenciadas, configuraciones emocionales
y relacionales distintas en cada una de ellas y entre una y otra fase se producen transiciones.
El ciclo vita familiar es algo diferente que la mera suma o yuxtaposición de las biografías
individuales de los miembros de la familia. No es el individuo el que (con la familia al fondo) va
a travesando una serie de etapas en el transcurso del tiempo, sino la familia como tal la que
evoluciona.
Haley fue uno de los primeros en introducir el concepto de ciclo vital.
Es importante diferenciar los conceptos de desarrollo familiar y ciclo vital de la familia. El ciclo
vital de la familia se refiere a aquellos hechos nodales que están ligados a la peripecia de los
miembros de la familia, como el nacimiento y crianza de los hijos, la partida de éstos del hogar,
el retiro y la muerte. Estos hechos producen cambios a los que deberá adaptarse la
organización formal de una familia. Son cambios de composición que exigen una
reorganización de los roles y reglas.
Desarrollo familiar es un concepto amplio que abarca todos los procesos coevolutivos
transaccionales vinculados al crecimiento de una familia. Incluyen los procesos de continuidad
y cambio relacionados con el trabajo, el cambio de domicilio, la migración, las enfermedades o
cualquier conjunto de hechos que alteren significativamente la trama de la vida familiar. Es lo
particular y distinto de cada familia.
El ciclo vital y los procesos evolutivos se superponen e interactúan, en forma sincrónica o
asincrónicamente. El concepto de desarrollo familiar es más abarcador y puede incluir
procesos vinculados a cambios en el ciclo vital. Falicov empleará la expresión “desarrollo
familiar” toda vez que se necesite un término genérico y reservará el “ciclo vital de la familia”
para los cambios organizativos y adaptativos vinculados a las variaciones en la composición de
la familia.

Ciclo vital desde la perspectiva estratégica


Haley explica que el síntoma es señal de las dificultades que enfrenta la familia para superar
una etapa del ciclo vital. La mirada se centra en los síntomas porque su objetivo es la
resolución de los problemas, de manera tal que el ciclo retome su curso natural
El modelo de ciclo vital utilizado por Haley se basa en seis etapas:
1) El período de galanteo
Los principales objetivos de esta etapa son: formar una pareja, acceder a un puesto de trabajo
y ser capaces de discriminar los valores familiares transmitidos. Los estresores que plantea
esta etapa están relacionados con el desarrollo de conductas de cortejo, habilidades
interpersonales, despliegue de la vida sexual y aprendizaje de habilidades instrumentales
concretas en la esfera laboral.
2) El matrimonio
El matrimonio no es meramente la unión de dos personas, sino la conjunción de dos familias
que ejercen su influencia y crean un acompleja red de subsistemas. Cuando la pareja casada
empieza a convivir deben acordar nuevas maneras de manejarse con sus familias de origen,
sus pares, los aspectos prácticos de la vida en común y las diferencias sutiles y gruesas que
existen entre ellos como individuos. La mayoría de las decisiones que hace una pareja recién
casada no solo está influida por lo que cada uno aprendió en su respectiva familia, sino por las
intrincadas alianzas actuales con los padres, alianzas que constituyen un aspecto inevitable del
matrimonio. Los estresores propios de esta etapa giran alrededor de la repartición de roles con
la pareja, establecer rutinas de convivencia y establecer límites con las familias de origen.
3) El nacimiento de los hijos
Con el nacimiento de un niño muchas de las cuestiones que enfrenta la pareja empiezan a ser
tratadas a través del hijo, en la medida en que este se convierte en chivo emisario y en excusa
para los nuevos problemas y para los viejos aun no resueltos. El nacimiento de un niño
representa la convergencia de dos familias y crea abuelos y tíos de ambos lados. Los estresores
correspondientes a esta etapa están relacionados con el embarazo y sus consecuencias (si es o
no deseado, cómo afecta el embarazo al puesto de trabajo, etc.), con el nacimiento y sus
consecuencias (alteración en los ritmos de sueño y descanso, reformas en el hogar, ansiedad
ante el desempeño de rol de padres, etc.) Son imprescindibles el desarrollo de nuevas
habilidades instrumentales en relación a la crianza y el consenso en el modo de elaborar los
desacuerdos. El período más común de crisis es cuando los hijos comienzan la escolaridad. En
las familias con un solo progenitor, un problema estructural típico de esta etapa es el de la
abuela que sistemáticamente se alinea con el chico en contra de la madre. Si la madre es
joven, la abuela suele tratarlos a ella y a su hijo como si fueran hermanos, y el chico es
atrapado en una lucha generacional entre madre y abuela.
4) Dificultades matrimoniales del período intermedio
La difícil crianza de niños pequeños ha quedado atrás, y ha sido reemplazada por el placer
compartido de presenciar como los hijos crecen y se desarrollan en sus propias actividades y
mundos. Para cuando llegan estos años medios, la pareja ha atravesado muchos conflictos y ha
elaborado modos de interacción bastante rígidos y repetitivos. A medida que los niños crecen
y la familia cambia, las pautas previas resultan inadecuadas y tal vez surjan crisis. Los años
medios quizás obliguen a una pareja a decidir si seguirán juntos o tomarán caminos separados.
Este período en que los niños están menos en casa también obliga a los padres a comprender
que los hijos terminarán por irse del todo.
5) El destete de los padres
Toda la familia ingresa en un período de crisis cuando los niños comienzan a irse y sus
consecuencias son variadas. El matrimonio entra en turbulencia que cede progresivamente a
medida que los hijos se van y los padres elaboran una nueva relación como pareja. Logran
resolver sus conflictos y se adecuan a que los hijos tengan sus propias parejas y carreras,
haciendo la transición a la condición de abuelos. Una dificultad marital que puede emerger en
esta época es que los padres se encuentren sin nada que decirse ni compartir. A menudo, en
este período tienen que enfrentar la pérdida de sus propios padres y el dolor consiguiente.
6) El retiro de la vida activa y la vejez
Cuando una pareja logra liberar a sus hijos de manera que estén menos involucrados con ella,
suelen llegar a un período de relativa armonía que puede subsistir durante la jubilación. Se
hallan frente a frente las veinticuatro horas al día. Los estresores de esta fase están
relacionados con una serie de pérdidas: relaciones sociales, prestigio o poder, afrontamiento
de duelos sucesivos (muerte de familiares y amigos de la misma generación, enfermedades,
etc.) En esta etapa la familia también puede enfrentar el difícil problema de cuidar de la
persona mayor o enviarla a un hogar de ancianos donde otros cuidan de ella. Las habilidades
para desarrollar en este período están vinculadas a la construcción de una nueva red social o
mantenimiento de la antigua, elaborar un proyecto motivador, distinto del simple envejecer.

Ciclo vital desde el modelo estructural


Para los estructurales, el desarrollo de la familia transcurre en cuatro etapas que siguen una
progresión de complejidad creciente. Estas etapas están señaladas por cambios en la
composición de la familia, la reorganización de los subsistemas antiguos y la aparición de otros
nuevos, que requieren de una modificación en las reglas de la interacción familiar, y
modificaciones de las fronteras externas e internas de la familia.
El estancamiento de alguna etapa del ciclo vital puede llevar a la disfuncionalidad familiar y a
manifestaciones sintomáticas.
Las etapas del ciclo de vida para este modelo son: 1) formación de la pareja, 2) la pareja con
hijos pequeños, 3) la familia con hijos en edad escolar y/o adolescentes, 4) la familia con hijos
adultos.
El sistema familiar opera a través de pautas transaccionales. Los miembros de una familia se
relacionan de acuerdo a ciertas reglas que constituyen la estructura familiar a la cual Minuchin
define como “el conjunto invisible de demandas funcionales que organizan los modos en que
interactúan los miembros de una familia”. Dentro de ella se pueden identificar formas de
interacción como límites, subsistemas, jerarquías, alianzas y coaliciones.
Los límites o fronteras están constituidos por las reglas que definen quiénes participan y de
qué manera lo hacen. Los límites son líneas imaginarias que definen los deberes y obligaciones
entre los miembros del subsistema, estos pueden ser formados por generación, sexo, interés o
función. Los límites al interior del sistema se establecen entre los subsistemas familiares y
pueden ser de tres tipos:
a) Claros, que definen las reglas de interacción con precisión, es decir, todos saben qué
se debe hacer y qué se puede esperar.
b) Difusos, donde las reglas no son claras ni firmes, permitiendo múltiples intromisiones y
caracterizan a las familias con miembros muy dependientes o intrusivos entre sí.
c) Rígidos, los cuales definen interacciones en las que los miembros de la familia son
independientes, desligados y son, además, poco proclives a la entrada o salida de
miembros al sistema familiar.
Los límites al exterior del sistema implican reglas de interacción entre la familia y otros
sistemas. Se considera subsistema a la unión de miembros para desarrollar funciones, los
cuales están formados por generación, género, interés, función, etc. Los subsistemas
principales son:
- El sistema conyugal o marital (pareja)
- El subsistema paterno (padres-hijos)
- El subsistema fraterno (hermanos)
El concepto de jerarquía se refiere a las posiciones que ocupan los distintos miembros de la
familia con relación al ordenamiento jerárquico dentro del sistema, en definitiva, a la
distribución del poder, al grado de autoridad o influencia de un miembro. Permite la
diferenciación de roles de cada subsistema.
Las alianzas designan afinidad positiva entre dos unidades de un sistema.
La unión de dos o más personas (alianza) para obtener un beneficio en oposición a otra parte
del sistema, Minuchin lo denominará coalición. La oposición contra un tercero puede
expresarse por medio del conflicto o la exclusión.
El objetivo terapéutico del modelo estructural es modificar la organización familiar, los límites
entre subsistemas y jerarquías, introduciendo novedad y diversidad en las estrategias
cotidianas de la familia que sustituyan a las pautas de rigidez y rutina crónicas que caracterizan
un sistema disfuncional. El cambio se produce cuando la familia se “reequilibra” sobre una
nueva estructura adecuada a la etapa del ciclo evolutivo que le corresponde.

La segunda transición demográfica


Los cambios familiares registrados en la Argentina durante las últimas décadas, incluyendo la
postergación del matrimonio, el incremento de las uniones y nacimientos no matrimoniales
son similares a muchos países desarrollados y suelen asociarse a la llamada segunda transición
demográfica.
Lesthaeghe y Van der Kaa crearon este término para describir los cambios en la familia, en las
uniones y en los patrones de reconstitución familiar en los países occidentales, posterior a la
segunda guerra mundial. Además de niveles de fecundidad inferiores al nivel de reemplazo, la
segunda transición demográfica se caracteriza por: a) incremento de la soltería, b) retraso del
matrimonio; c) postergación del primer hijo; d) expansión de las uniones consensuales; e)
expansión de los nacimientos fuera del matrimonio; f) alza de las rupturas matrimoniales y g)
diversificación de las modalidades de estructuración familiar.
El incremento de la soltería y de la nuliparidad (cuando una mujer no ha tenido hijos) son
fenómenos interesantes porque modifican aspectos de las relaciones de género y pautas
reproductivas que se consideraban altamente estables como a) la tendencia a la que la gran
mayoría de las personas adultas establezcan un compromiso de pareja con fines reproductivos
y b) la tendencia a que el descenso de la fecundidad se base en la reducción de los nacimientos
de orden superior (nacimientos múltiples).
Hoy hablamos de parejas asociativas porque la pareja construye un proyecto compartido, sin
tener que renunciar al proyecto personal de cada integrante. Los arquetipos sociales siguen
creyendo en la pareja, aunque no se mantenga la misma pareja para toda la vida.
Los censos demuestran el incremento de la familia nuclear monoparental, consecuencia de la
disolución del vínculo marital, el aumento de las uniones consensuales, la feminización de la
jefatura del hogar.
A ello se le suma una significativa reducción del índice de natalidad. Las cifras se reducen
conforme avanza la edad, ya que las mujeres con mayor grado de educación y expectativas
laborales postergan la maternidad hasta pasar los 40 años, privilegiando su carrera
profesional. La autonomía y la autorrealización aparecen como metas individuales
incuestionables.
Otro fenómeno significativo es la virtualización de la familia, donde se alargan las
generaciones pero se achica el número de miembros que las componen y la socialización
revertida, donde no solo los adultos son los encargados de la socialización de los miembros
jóvenes, sino que, dada la velocidad tecnológica, los jóvenes se ocupan de introducir a los
miembros mayores a esos cambios.

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