Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA PSICOLOGÍA SOCIAL
Lo que caracteriza a la Psicología Social es el concepto de relación, interdependencia,
interacción, influencia, modificación de la conducta y las creencias de una persona debido a la
presencia de otros. La Psicología Social enlaza la conducta a fenómenos micro y macrosociales.
La Psicología Social implica una perspectiva no individual para enfrentar la problemática
humana.
Cartwright intenta una definición de la psicología que sintetice sus dos orientaciones: “La
psicología social es una rama de las ciencias sociales que intenta explicar cómo la sociedad
influyó en la cognición, la motivación, el desarrollo y el comportamiento de individuos y es
influida por ellos”. El autor destaca las relaciones recíprocas entre sociedad e individuos a
través de dos constructos básicos, el ambiente social (normas, roles, grupos, organizaciones,
redes sociales) y comportamiento social (enactuar un rol, ejercer poder, votar, liderar).
Los precursores
Los comienzos de la Psicología Social se remontan a fines del siglo XIX en Francia con los
trabajos de Gabriel Tarde.
Tarde fue reconocido como un precursor de la Psicología Social, asociado a la figura de Emile
Durkheim, con quien polemizó acerca de la influencia fundante al ser humano: lo individual
versus lo social.
Así como Durkheim afirmaba que lo social, las normas sociales son exteriores al individuo y
ejercen sobre él una coerción que le es extraña, Tarde enfatizó el papel del individuo, de sus
innovaciones y sus invenciones sobre el desarrollo social. Según Tarde, la conciencia colectiva
no tiene una existencia independiente de los individuos.
Tarde subraya el carácter dinámico y selectivo de la imitación. Somos el resultado de la
combinación de una multiplicidad de otros. Tarde preanuncia así la posterior teoría del rol y la
perspectiva social del sí mismo que deriva de asumir el rol del otro.
En el proceso social, los individuos se influyen recíprocamente, construyendo una conciencia
colectiva. La interacción entre las “conciencias”, la conversación, perfila la posterior teoría de
la comunicación.
Tarde anticipa también desarrollos metodológicos y técnicos futuros, la creación de
laboratorios de interpsicología, el uso de estadísticas y la observación.
En Alemania, en la segunda mitad del siglo XIX, cobra importancia la transformación
universitaria generada por Humboldt que enfatiza la importancia de la investigación.
Se discuten dos formas de conocimiento: ciencias naturales/ ciencias humanas y sociales, que
responden a dos filosofías diferentes, el paradigma cartesiano frente al paradigma hegeliano.
En la historia de la psicología se destaca la figura de Wundt, un científico que crea
simultáneamente
- Una psicología experimental –no social– como disciplina autónoma, ciencia de la
naturaleza
- Una metafísica científica y
- Una psicología social histórica –ciencia social no experimental– ciencia del espíritu.
La creación de la psicología fisiológica experimental coincide con la del primer laboratorio de
Psicología (1879). Wundt crea una psicología que estudia estados o contenidos de la
conciencia, procesos sensoriales básicos, con el método de la introspección o análisis de la
experiencia consciente, acentuando la consideración de lo psíquico como estructura de
sensaciones y sentimientos.
La introspección se manifiesta para el sujeto como percepción interna de elementos de la
propia conciencia, la reacción a un estímulo mensurable, una conciencia que aísla al individuo
de los otros y del fenómeno cultural. El objeto legítimo de la investigación científica es aquello
presente en la conciencia.
De interés especial para la Psicología Social es su Psicología de los pueblos. Un trabajo que
estudia las formas de comportamiento colectivo, los procesos mentales que trascienden a los
individuos y que surgen por asociación en una comunidad cultural y son importantes para la
comprensión de procesos cognitivos superiores no cognoscibles por introspección. Estudia la
relación entre lenguaje y pensamiento.
Con esta obra, Wundt desarrolla la historia psicológica de la humanidad, diferente de una
psicología de la consciencia individual, aborda el Volkgeist o espíritu o mente del pueblo,
buscando cómo la diversidad se transforma en comunidad. La cultura se define como un
proceso colectivo influido por los cambios históricos. Analiza la mente en sus manifestaciones
externas, es decir, en términos de cultura que se halla más allá del pensamiento individual
consciente. Wundt busca develar los procesos mentales superiores, producto de creaciones
sociales, culturales y artísticas únicamente explicables a partir de un punto de vista histórico.
Estas ideas de Wundt tienen un antecedente importante en la psicología social rusa que
estudia los procesos mentales como un producto histórico y cultural, otorgándole especial
relevancia al papel del lenguaje en la construcción de un pensamiento compartido. Estas son
las ideas que retomará años más adelantes Lev Vigotski.
Wundt influyó en importantes pensadores de la psicología como Mead, Vigotski y Luria,
quienes señalan el surgimiento de los procesos mentales ligados a los procesos históricos y
sociales y en particular a la comunicación.
Los aportes de Wundt serán el germen de una de las dos tradiciones históricas de la psicología
social: la Psicología Social Sociológica, que estudiará la conciencia individual como resultado de
la creación de significados en la interacción social.
Wundt separó la psicología de la especulación metafísica y la convirtió en ciencia
experimental, muy cercana a los desarrollos de la biología y creó una psicología social no
positivista, ligada a los desarrollos de una historia de la cultura y a la comprensión de la
conducta humana, emergiendo de la interacción en contextos sociales.
Francia es también la cuna de algunos pensadores cuyos aportes fueron cruciales para la
psicología social. Durkheim, sociólogo positivista, enfatizó la primacía de lo social por encima
de lo individual. Lo social es irreductible a una explicación psicológica individual, posee
características peculiares y es anterior a la existencia del individuo. Sostenía que había que
tomar para su estudio “a los hechos sociales como cosas”, factibles de ser analizados
objetivamente.
Es también en Francia que surge la consideración de la conducta de las masas en la figura de
Gustavo Le Bon. Se hacía necesaria una disciplina que explicara el comportamiento social,
conocer los mecanismos de control social frente a una Europa convulsionada, signada por
cambios drásticos y acelerados, movimientos políticos revolucionarios, procesos de
industrialización y urbanización, con los correlatos sociales de migraciones, división y
enfrentamiento de clases.
Para Le Bon, los fenómenos de masas eclipsan todas las características individuales
positivistas. El ascenso de las masas coincide con la declinación de la civilización ya que el
“alma colectiva”, a través de la sugestión y el contagio, propende una conducta inconsciente e
irracional, de modo que los hombres “sienten, piensan y actúan de un modo completamente
distinto a como lo haría cada uno de ellos por separado”. La masa se transforma así en una
entidad psicológica distintiva e independiente de los miembros que la componen.
La Psicología Social Psicológica surgió a principios del siglo XX, fundamentalmente en Estados
Unidos, vinculada al conductismo. La psicología dejó de ser la ciencia de la mente para
transformarse en ciencia de la conducta.
Desde esta posición epistemológica (positivismo lógico) se enfatizó la posibilidad de estudiar la
conducta observable, desde una aproximación externa a la gente. Se utilizó básicamente el
método experimental en el trabajo en los laboratorios, intentando formular leyes generales
sobre la conducta social.
Floyd Allport definirá la Psicología Social como el estudio de la conducta social,
“estimulaciones y reacciones que surgen entre los individuos y la parte social de su medio”.
Si bien su planteo deriva de los postulados del conductismo, también incorpora a la conciencia
como parte del estudio de la conducta. La conciencia es una respuesta individual, de índole
fisiológica, frente a estímulos del medio social, no una explicación de la conducta.
Plantea que los mecanismos comportamentales y la conciencia son un fenómeno individual,
fundamentales para la comprensión de la interacción entre individuos.
Uno de los trabajos más descollantes en la historia de la Psicología Social Psicológica fue la
investigación experimental de Stanley Milgram que puede considerarse un experimento
crucial en la historia de la disciplina.
Milgram evalúa la obediencia, es decir la compulsión a hacer el mal, como resultado de
factores contextuales: la presencia de una autoridad legítima que se hace cargo de las
decisiones, el alejamiento de la víctima y el procedimiento escalonado, por etapas en el
cumplimiento de órdenes criminales.
Con esta experiencia, Milgram intentó explicar cómo desde el comportamiento de personas
que individualmente eran “buenos ciudadanos” se llegó a un programa de exterminio masivo:
el Holocausto.
La Psicología Social Sociológica estuvo vinculada con el interaccionismo simbólico, escuela que
se desarrolló en la universidad de Chicago, a principios del siglo XX.
Para este grupo de pensadores, entre quienes se encuentran Cooley, Thomas y Mead, las
influencias más importantes sobre la conducta son las simbólicas, que derivan del uso del
lenguaje en la interacción y que impregnan de significado la conducta social. La persona se va
conformando a través de la internalización de los significados plasmados en la interacción
social e incorporados al sí mismo. Esto le posibilita ver el mundo tal como lo ven los demás. El
proceso de convertirse en “persona” implica un desarrollo evolutivo.
HISTORIA DE LOS DESARROLLOS LATINOAMERICANOS EN PSICOLOGÍA SOCIAL
Durante los años 60 del siglo XX se desarrollaron una serie de acontecimientos y movimientos
sociales que se tradujeron en transformaciones culturales, sociales, políticas y económicas,
que afectaron el desarrollo de las Ciencias Sociales y Humanas en general y de la Psicología en
particular.
El positivismo, como base teórica, metodológica y epistemológica, entró en crisis. Al interior de
la Psicología Social se comenzó a cuestionar la falta de relevancia de los conocimientos
generados, la orientación psicologista e individualista de la disciplina, la no consideración del
contexto histórico y social, así como los problemas derivados de la utilización de los
experimentos de laboratorio como único método válido de investigación.
Se registró la transición de un modelo explicativo mecanicista-causal de los fenómenos
psicosociales, hacia un modelo basado en el sistema de relaciones del que son parte los
individuos, reconociendo que los individuos como históricamente situados interpretan la
realidad, se relacionan y construyen el mundo en el que viven. Este movimiento dio lugar de
nuevas propuestas teóricas y metodológicas tanto en Europa como en América.
En Europa encontramos por un lado los aportes de Moscovici y Jodelet sobre las
Representaciones Sociales y la influencia de las minorías, los de Tajfel sobre la categorización y
la identidad social, los desarrollos de Duveen y Doise sobre el papel que desempeña la
interacción social en los procesos cognitivos, y la psicología discursiva. En Europa del Este se
desarrolló una teoría social de tradición marxista-leninista.
En América, diferenciamos los desarrollos de Estados Unidos (tradición anglosajona) de los de
América de tradición latina.
En Estados Unidos, el construccionismo social de Gergen que cuestionó la existencia de un
modo privilegiado de acceder a la realidad, así como también que los conocimientos sean la
representación de una realidad que está por fuera de quien la conoce.
En América Latina distinguimos cuatro líneas de desarrollo:
1. Del psicoanálisis a la Psicología Social
Representantes: Pichón Rivière, Bleger, Goldenberg, Langer. Al psicoanálisis clásico sumaron la
influencia del materialismo dialéctico, el psicoanálisis culturalista, la teoría del campo de
Lewin. Junto al pensamiento sociológico de Germani, esta generación de científicos sociales
colocó la transformación de la sociedad en el centro de sus preocupaciones.
Bleger y Pichón Rivière señalaron el carácter social en la formación del inconsciente, su
relación con la condición social del sujeto describiendo una relación dialéctica entre la
estructura social y la persona a partir de la noción de vínculo, integraron al sujeto y su
organización psíquica con las condiciones concretas de su vida cotidiana.
Las dictaduras de 1966 y 1976 quebraron estos desarrollos por la persecución, asesinatos,
violencias y el exilio de muchos de estos científicos.
2. Giro latinoamericano de la Psicología Social
El Congreso de la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP) de Perú de 1978 y de La Habana
de 1987 iniciaron una nueva transformación del pensamiento psicosocial en el continente.
Salazar fue pionero en articular lo político a la Psicología.
Martín-Baró propuso elaborar una psicología popular y liberadora, apoyada en una praxis
transformadora de la vida social. Esta perspectiva requiere recuperar la memoria histórica,
reconocer y potenciar todas aquellas virtudes propias de nuestros pueblos que les han
permitido afrontar difíciles situaciones socio-históricas.
En este contexto se configura el campo de la Psicología Social Comunitaria, Maritza Montero
aporta para la construcción de un paradigma emergente que incorpora las dimensiones éticas
y políticas. La Psicología Social Comunitaria en América Latina se relaciona con el surgimiento
de la Psicología Social Crítica, que propone un cuestionamiento a la producción de
conocimiento y sus prácticas asociadas.
En Brasil se desarrolla una Psicología Histórico Social, que incorpora una perspectiva marxista
al campo de la Psicología; tuvo como referente central a Silvia Lane, que realizó estudios sobre
la alienación en la Universidad Católica de San Pablo.
3. Construccionismo Social
A partir de los aportes de Bateson y von Foerster surge una crítica al paradigma dominante,
con la incorporación de una perspectiva holística y compleja. Aparecen movimientos de
desmanicomialización en diferentes lugares de América Latina así como la problematización de
la identidad y la tarea de los trabajadores del campo de la salud mental.
4. Teoría de las Representaciones Sociales
Esta teoría parte de retomar el concepto de la Representación Colectiva de Durkheim, entre
otras influencias conceptuales, intentando abandonar el abordaje individual de los procesos
psicosociales dominante en la psicología social. Desde la década del ’90 comienza a
jerarquizarse esta teoría en América Latina, como herramienta para el estudio sobre las
relaciones entre prácticas y conocimientos sociales. Apoyados por Moscovici y Jodelet, se
desarrolla fuertemente en México, Brasil y Argentina.
UNIDAD 2
CONSTRUCCIONISMO SOCIAL
Influencias sociológicas
Mead (1934), en los Estados Unidos, fundó el “interaccionismo simbólico”. Es fundamental
para el interaccionismo simbólico la visión de que, como personas, construimos nuestra propia
identidad y la de los demás a través de nuestros encuentros cotidianos con los otros en la
interacción social. La sub-disciplina sociológica conocida como etnometodología, que creció en
América del Norte en las décadas del ’50 y ’60, trató de entender los procesos por los cuales la
gente común construye la vida social y le otorga sentido para ellos mismos y para los demás.
Podemos considerar que la mayor contribución construccionista social de la Sociología es el
libro de Berger y Luckmann (1966) “La construcción social de la realidad”. La versión anti
esencialista de la vida social de Berger y Luckmann argumenta que los seres humanos juntos
crean y luego sostienen todos los fenómenos sociales a través de las prácticas sociales. Ellos
describen tres procesos como responsables fundamentales de esto: externalización,
objetivación e internalización. Las personas “externalizan” cuando actúan sobre su mundo,
creando algún artefacto o práctica. Por ejemplo, pueden tener una idea y la externalizan
contando una historia o escribiendo un libro. Pero esto entonces ingresa dentro del reino de lo
social; otras personas vuelven a contar la historia o leen el libro, y una vez adentro del campo
social, la historia o el libro comienzan a tener vida propia. La idea que esto expresa se ha
convertido entonces en un “objeto” de la conciencia para las personas de esa sociedad
(“objetivación”) y ha desarrollado una especie de existencia fáctica o verdadera. Finalmente,
como las generaciones futuras nacen en un mundo donde esta idea ya existe, la “internalizan”
como parte de su conciencia, como parte de su comprensión de la naturaleza del mundo.
La explicación de Berger y Luckmann muestra cómo el mundo puede ser construido
socialmente por las prácticas sociales de las personas, pero al mismo tiempo, ser vivido por
ellos como si la naturaleza de su mundo fuera prefijada y dada de antemano.
El surgimiento del construccionismo social en psicología
El surgimiento del construccionismo social en Psicología, se ubica generalmente en el trabajo
de Gergen (1973) argumenta que todo el conocimiento, incluido el conocimiento psicológico,
es histórica y culturalmente específico, y que por lo tanto nuestras investigaciones deben
extenderse más allá de lo individual hacia lo social, político y económico para una correcta
comprensión de la evolución de la psicología y de la vida social actuales.
Posmodernismo
El posmodernismo como movimiento intelectual tiene su centro de gravedad en el arte, la
arquitectura, la literatura y los estudios culturales.
El proyecto del Iluminismo era la búsqueda de la verdad, de entender la naturaleza verdadera
de la realidad mediante la aplicación de la razón y la racionalidad. Esto presenta un contraste
tajante con el período medieval, en el cual la Iglesia era el único árbitro de la verdad. La ciencia
como antídoto al dogma del período medieval, nace en el período del Iluminismo. La persona
individual, en lugar de Dios y la Iglesia, pasó a ser el foco en temas de moralidad y verdad.
El movimiento moderno en el mundo artístico emprendió su propia búsqueda de la verdad.
En sociología, la búsqueda de reglas y estructuras fue ejemplificada por Marx quien explicaba
los fenómenos sociales en términos de la estructura económica subyacente y los psicólogos
como Freud y Piaget postularon la existencia de una estructura psíquica subyacente para
explicar los fenómenos psicológicos. En cada caso, la estructura “oculta” o regla es vista como
la realidad más profunda por debajo de las características superficiales del mundo, la verdad
acerca del mundo podía ser revelada mediante el análisis de estas estructuras subyacentes.
Las teorías en las ciencias sociales y en las humanidades, que proponen tales estructuras, son
conocidas como “estructuralistas”, el rechazo (posterior) de la noción de reglas y estructuras
como formas subyacentes en el mundo real es conocido como “postestructuralismo”.
El posmodernismo es el rechazo tanto de la idea de que puede haber una verdad última, como
del estructuralismo, la idea de que el mundo que vemos es el resultado de estructuras ocultas.
El posmodernismo rechaza también la idea de que el mundo puede ser comprendido en
términos de las grandes teorías o metanarrativas y en cambio enfatiza la coexistencia de una
multiplicidad y variedad de formas de vida dependientes de la situación.
Argumenta que en Occidente vivimos en un mundo posmoderno, un mundo que ya no puede
ser comprendido por un sistema de conocimientos omnicomprensivo (tal como una religión).
ACERCA DE ESTAR SANO EN UN MEDIO ENFERMO (Rosenhan)
Ocho personas mentalmente sanas consiguen ser admitidas por medios subrepticios en
diferentes clínicas.
El grupo de ocho pseudopacientes era muy heterogéneo. Uno de ellos era estudiante de
psicología y tenía algo más de 20 años. Los otros siete eran mayores. Entre ellos había tres
psicólogos, un pediatra, un psiquiatra, un pintor y un ama de casa.
Con excepción de mí mismo (fui el primer pseudopaciente y mi presencia era conocida por el
administrado del hospital y por el psicólogo jefe; hasta donde puedo asegurarlo, sólo por
ellos), la presencia de los pseudopacientes y el tipo de programa de investigación permaneció
oculto al resto del personal de las clínicas.
Al estructurar el ensayo se introdujeron variaciones similares; con el fin de que los resultados
tuvieran validez general, se buscó acceso a clínicas muy diferentes.
Después que el paciente concertaba telefónicamente una fecha de internación con la clínica,
llegaba a la oficina de admisión y se quejaba de haber oído voces. Preguntado sobre lo que
decían las voces, contestaba que en ocasiones eran poco claras, pero que en la medida de lo
que podía entenderles decían “vacío”, “hueco”, y “ruido sordo”. Las voces eran desconocidas y
pertenecían aparentemente a una del mismo sexo que el pseudopaciente. Se eligieron estos
síntomas debido a su evidente similitud con síntomas existenciales. Tales síntomas derivarían
de la preocupación dolorosa por sentir la insignificancia de la vida. Es como si, al decir de la
persona que parece de alucinaciones, “la vida está hueca y vacía”. La selección de estos
síntomas fue determinada asimismo por el hecho de que, en la literatura no existe ni una sola
reseña sobre una psicosis existencial.
Fuera de la simulación de síntomas y de los cambios de nombre, profesión y lugar de trabajo,
no se realizaron modificaciones de la persona, de su vida anterior o de las demás
circunstancias de su vida. Los acontecimientos principales de la vida de los pseudopacientes
fueron presentados tal como habían ocurrido realmente.
Inmediatamente después de su internación en el servicio psiquiátrico de la institución, los
pseudopacientes dejaron de aparentar síntomas de anormalidad.
Con excepción de un breve período de nerviosidad, el pseudopaciente se comportaba en la
institución de la misma manera en que lo hacía “normalmente”.
A cada uno de ellos se les dijo que debían ser dados de alta por sus propios esfuerzos,
fundamentalmente, convenciendo al personal de la institución de su salud mental. Las
tensiones psíquicas relacionadas con la hospitalización eran considerables y todos los
pseudopacientes menos uno deseó salir casi inmediatamente después de su internación. En
consecuencia no solamente se los motivó para que se comportaran normalmente sino para
que se convirtieran en modelos de cooperación. Las enfermeras confirmaron que su conducta
no era de modo alguno desagradable; fue posible obtener estos informes acerca de la mayoría
de los pacientes y en ellos se manifestaba unánimamente que los pacientes eran “amables” y
“cooperativos” y que “no presentaban signos anormales”.
A pesar del evidente “alarde” de salud mental, ninguno de los pseudopacientes fue
desenmascarado como tal. Salvo uno de los casos en el que se diagnosticó esquizofrenia, todos
los demás fueron dados de alta con un diagnóstico de esquizofrenia “en remisión”. La
calificación de “en remisión” no debe considerarse como simple formalidad, quitándole
importancia, ya que en ningún momento de la hospitalización de ninguno de los pacientes se
puso en duda de su calidad de enfermos. Tampoco hay indicio alguno en la documentación de
las clínicas de que el estado de los pseudopacientes fuera sospechoso. Más bien hay razones
para creer que habiéndose clasificado una vez al pseudopaciente como esquizofrénico, quedó
considerado como tal. En caso de que se le diera de alta, su afección naturalmente debía estar
“en remisión”. Pero no estaba mentalmente sano y según opinión de la institución, tampoco lo
había estado nunca. Con esto se había construido una “realidad” humana evidente.
No era raro que los otros pacientes descubrieran la normalidad de los pseudopacientes. El
hecho de que los pacientes reconocieran frecuentemente su estado de normalidad pero no así
el personal, da pie para importantes interrogantes. El hecho de que la normalidad de los
pseudopacientes no fuera descubierta por los médicos durante su permanencia en el hospital
puede deberse a que los médicos tienen una fuerte inclinación a lo que los técnicos en
estadística llaman error tipo 2. Esto significa que los médicos se inclinan más a considerar
enferma a una persona sana (resultado positivo erróneo tipo 2), que sana a una persona
enferma (resultado negativo erróneo tipo 1).
Más allá de la tendencia a declarar enfermos a los sanos, los dictámenes se basan en el papel
preponderante de la clasificación en la formulación de los diagnósticos psiquiátricos. En cuanto
el pseudopaciente ha sido clasificado una vez de esquizofrénico, nada puede hacer para
liberarse de ese estigma. Se distorsiona profundamente la opinión de otros acerca de él y de su
propia conducta. En un sentido estricto se ha creado así una realidad.
Tan pronto como una persona es catalogada como anormal, todas sus otras formas de
conducta y rasgos característicos se verán teñidos por esta clasificación. De hecho, la
clasificación es tan poderosa que muchas de las formas de conducta de los pseudopacientes
fueron pasadas por alto o totalmente malinterpretadas, con el fin de que correspondieran a la
realidad preparada.
Una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y con ello, sus propios efectos. Tan
pronto como se ha producido la impresión de que el paciente es esquizofrénico, la expectativa
es que siga siendo esquizofrénico. Cuando ha transcurrido suficiente tiempo sin que haya
hecho algo extravagante, se cree que está en remisión y que puede ser dado de alta. Pero la
clasificación lo persigue más allá de los muros de la clínica. Tal clasificación en boca de
profesionales de la psiquiatría influye tanto en el paciente como en sus familiares y amigos y
no es extraño que el diagnóstico actúe sobre todos ellos como una profecía que se
autocumple. Finalmente, el paciente mismo acepta el diagnóstico, con todas las implicancias y
expectativas adicionales y se comporta correspondientemente.
No resulta claro por qué se crean evaluaciones extremas de la personalidad, tales como
“enfermo mental”. Cuando los orígenes y los estímulos que desencadenan una conducta no
son claros o son desconocidos, o cuando la conducta no parece imposible de influir, es
comprensible que sean adjudicadas a la persona en cuestión. Cuando, en cambio, los orígenes
y los desencadenantes son conocidos y explicables, la discusión se limita a la conducta misma.
Yo puedo, por ejemplo, tener alucinaciones porque estoy durmiendo o porque he tomado un
medicamento determinado. En estos casos se las denomina “alucinaciones inducidas por el
sueño” o bien alucinaciones inducidas por la medicación. Si en cambio los estímulos para mis
alucinaciones son desconocidos, se habla de locura o de esquizofrenia, como si esta
interpretación fuera tan clara como la otra.
Existen muchas pruebas de que la actitud frente a los enfermos mentales está caracterizada
por el temor, la hostilidad, la desconfianza y el horror. Los enfermos mentales son los parias de
la sociedad.
Pero el hecho de que también los profesionales, asistentes, enfermeras, médicos, psicólogos y
trabajadores sociales, quienes tienen trato con enfermos mentales y les administran las
terapias, sean presa de los mismos sentimientos resulta sustancialmente más inquietante.
Obsérvese la estructura del típico hospital psiquiátrico. El personal y los pacientes están
estrictamente separados. El personal dispone de su propia área, incluido comedores, baños y
salas de reunión. El personal permanece junto, casi como si la enfermedad de sus protegidos
fuera contagiosa.
La organización jerárquica de las clínicas psiquiátricas implica que quien posee el mayor poder
es quien menos tiene que ver con los pacientes, y quien menos poder tiene es quien más se
ocupa de ellos.
El contacto visual y la comunicación verbal reflejan el interés y el desarrollo de la personalidad;
la falta de ambos significa evitación y despersonalización. Poseo testimonios escritos de
pacientes que fueron castigados por el personal por haberse atrevido a iniciar un contacto
verbal. Durante mi experiencia, por ejemplo, un paciente fue abofeteado en presencia de
otros enfermos por haberse acercado a un asistente y decirle “usted me gusta”.
Ni los relatos pueden transmitir el avasallante sentimiento de impotencia que embarga a una
persona constantemente expuesta a la destrucción de su personalidad en un hospital
psiquiátrico. Apenas si importa de qué hospital psiquiátrico se trata.
La impotencia aparece en todas partes. Como consecuencia de su internación psiquiátrica, el
paciente es desprovisto de muchos de sus derechos legales y en base a su clasificación
psiquiátrica pierde credibilidad. Su libertad en movimiento se limita. No puede establecer
relación con el personal, sólo puede responder si éste se acerca. Prácticamente no existen
esferas privadas. Las habitaciones y los objetos de propiedad de los pacientes pueden ser
visitadas o revisados por cualquier miembro del personal y por cualquier motivo. Los detalles
de su vida anterior y sus angustias son accesibles a toda persona que quiera leer su historia
clínica, sin tomar en cuenta si el lector tiene que ver terapéuticamente con el paciente. Su
higiene personal y hasta su función intestinal es vigilada en ocasiones, por lo que los baños no
suelen tener puertas.
Por momentos la despersonalización adquiría ribetes tales que los pseudopacientes tenían la
sensación de ser invisibles o por lo menos indignos de ser tomados en cuenta. Después de la
admisión fue sometido, al igual que los otros pseudopacientes, a una primera revisación física
en un recinto semipúblico.
En el servicio, los asistentes sometían a los pacientes a insultos y en ocasiones a severos malos
tratos corporales, a la vista de otros pacientes. Algunos de los que observaban
(pseudopacientes) anotaban todo. Los malos tratos, sin embargo, cesaban inmediatamente
cuando llegaba otro mimbro del personal.
El capítulo de los medicamentos que se administraba a los pacientes es un ejemplo clarísimo
de despersonalización y de no querer ver. Los pseudopacientes recibieron un total de casi
2100 tabletas. Solamente fueron tragados dos comprimidos, los demás los ocultábamos en los
bolsillos o arrojábamos al inodoro. Esto no sólo lo hacían los pseudopacientes. Mientras que
los pacientes se mostraban cooperadores, su conducta, como la de los pseudopacientes, tanto
en esta cuestión como en otras fundamentales, pasaba sin ser objetada.
¿Cuáles son las causas de la despersonalización? En primer lugar, es la actitud que tenemos
todos, incluso los terapeutas y asistentes, frente a los enfermos mentales, una actitud que está
caracterizada por una parte por el temor, la desconfianza y las expectativas horribles y por otra
por propósitos bienintencionados. Nuestra ambivalencia lleva, en este caso, como en otros, a
la proscripción.
En segundo lugar, la estructura jerárquica del hospital psiquiátrico contribuye a la
despersonalización. Los que están en lo alto de la jerarquía son los que menos tienen que ver
con los pacientes y su conducta influye en la de los demás colaboradores. Los pacientes no
pasan mucho tiempo en contacto personal con los médicos; y los médicos sirven de ese
modelo para las enfermeras y asistentes. Seguramente existen aún otras causas. Las
instituciones psiquiátricas se encuentran actualmente en un grave aprieto financiero. En todas
partes falta personal y el tiempo del personal es muy caro. Algo tiene que resentirse y ese algo
es el contacto con los pacientes. También el hecho de que se use gran cantidad de
psicotrópicos conduce tácitamente a la despersonalización. De esta manera, el personal se
convence de que se está realizando un tratamiento y de que no es necesaria una mayor
comunicación con el paciente.
Toda vez que la relación entre lo que sabemos y lo que debemos saber se acerca a cero, nos
inclinamos a inventar “conocimiento” y a asumir que sabemos más de lo que en realidad
sabemos. Parecería que no podemos aceptar que simplemente no sabemos algo. La necesidad
de establecer diagnósticos y curar problemas emocionales y de conducta es enorme. Pero en
lugar de admitir que sólo estamos empezando a comprenderlos, seguimos estigmatizando a
los pacientes con el sello de “esquizofrénico”, “maniático-depresivo” y “demente”, como si
hubiéramos encerrado en estas palabras la esencia de la razón. En realidad sabemos desde
hace mucho tiempo que a menudo los diagnósticos no son ni adecuados ni confiables. A pesar
de todo, seguimos sirviéndonos de ellos. Sabemos ahora que no podemos distinguir la
enfermedad mental de la salud.
Goffman denomina “envilecimiento” al proceso de adaptación en tales instituciones, una
expresión apropiada que incluye el proceso de despersonalización que he descrito. Es difícil de
creer que estos procesos de adaptación a una institución psiquiátrica suministren formes de
conducta y de reacción útiles para la vida “fuera”.
LAS DOS REALIDADES (Watzlawick)
Hoy en día ya se ha establecido que el organismo produce una serie de sustancias semejantes
a la morfina –las endorfinas– que son analgésicos y cuya producción es estimulada por
determinados procesos psíquicos. Hay aquí un nuevo y amplio campo en el que el fenómeno
de las profecías que se autocumplen comienza a cobrar carácter científico.
Tan importantes como las sugerencias del médico, sus expectativas y convicciones son las
medidas y los medicamentos que prescribe. En este plano son de particular interés los
llamados placebos, es decir, esos preparados químicamente neutros que imitan la forma, el
gusto y el color de determinado medicamento pero no tienen ningún efecto farmacológico.
Hoy en día el interés por los placebos crece rápidamente en los medios científicos. Esos
artículos son en su mayor parte informes sobre las investigaciones de la efectividad de nuevos
fármacos; se da a un grupo de pacientes un nuevo medicamento y a otro grupo se le
administra un placebo. El objeto de este procedimiento es establecer si el curso de la
enfermedad en los pacientes “realmente” tratados es diferente de aquel del grupo al que se
administró placebos. Quien se aferra a la imagen del mundo del pensamiento causal científico
y clásico, y para quien tan sólo existen relaciones “objetivas” entre causas y efectos, tendrá
que comprobar consternado que los pacientes “tratados” con placebos con frecuencia exhiben
mejorías “inexplicables”. En otras palabras, la afirmación que hace el médico (que administra
un placebo) de que se trata de un nuevo medicamento eficaz y recién desarrollado y la
disposición del paciente a creer en la eficacia curativa de ese medio crean una realidad en la
que la suposición efectivamente se realiza.
Institucionalización
Organismo y actividad
El hombre ocupa una posición peculiar dentro del reino animal. A diferencia de los demás
mamíferos superiores, no posee ambiente específico de su especie.
La peculiaridad de la constitución biológica del hombre radica más bien en los componentes de
sus instintos.
La organización de los instintos del hombre puede calificarse de subdesarrollada, si se la
compara con la de los demás mamíferos superiores. El organismo humano es capaz de aplicar
el equipo de que está dotado por su constitución interna a un campo de actividades muy
amplio y que además varía y se diversifica constantemente. Dicha peculiaridad del organismo
humano se basa en su desarrollo ontogenético. El período fetal del ser humano se extiende
más o menos hasta el primer año de vida. Ciertos desarrollos importantes del organismo, que
en el caso del animal se completan dentro del cuerpo de la madre, en la criatura humana se
producen después de separarse del seno materno. Cuando eso sucede, empero, ya la criatura
humana no solo se halla en el mundo exterior sino también interrelacionada con él de diversas
maneras complejas.
De ese modo el organismo humano aún se sigue desarrollando biológicamente cuando ya ha
entablado relación con su ambiente. En otras palabras, el proceso por el cual se llega a ser
hombre se produce en una interrelación con un ambiente. O sea, que el ser humano en
proceso de desarrollo se interrelaciona no solo con un ambiente natural determinado, sino
también con un orden cultural y social específico mediatizado para él por los otros
significantes cuyo cargo se halla.
Pese a las notorias limitaciones fisiológicas que circunscriben la gama de maneras posibles y
diferentes de llegar a ser hombre dentro de esta doble interrelación ambiental, el organismo
humano manifiesta una enorme plasticidad en su reacción ante las fuerzas ambientales que
operan sobre él. La humanidad es variable desde el punto de vista socio-cultural. No hay
naturaleza humana en el sentido de un substrato establecido biológicamente que determina la
variabilidad de las formaciones socio-culturales. Solo hay naturaleza humana en el sentido de
ciertas constantes antropológicas (por ejemplo, la apertura al mundo y la plasticidad de la
estructura de los instintos) que delimitan y permiten sus formaciones socio-culturales. Pero la
forma específica dentro de la cual se moldea esta humanidad está determinada por dichas
formaciones socio-culturales.
El desarrollo común del organismo y el yo humanos en un ambiente socialmente determinado
se relaciona con la vinculación peculiarmente humana entre el organismo y el yo. Por una
parte, el hombre es un cuerpo, por otra parte, tiene un cuerpo, o sea, se experimenta a sí
mismo como entidad que no es idéntica a su cuerpo, sino que por el contrario tiene un cuerpo
a su disposición. La experiencia que el hombre tiene de sí mismo oscila siempre entre ser y
tener un cuerpo, equilibrio que debe recuperarse una y otra vez.
La auto-producción del hombre es siempre, y por necesidad, una empresa social. Los hombres
producen juntos un ambiente social con la totalidad de sus formaciones sociales-culturales y
psicológicas.
¿De qué manera surge el propio orden social? El orden social es un producto humano, o, más
exactamente, una producción humana constante, realizada por el hombre en el curso de su
continua externalización. El orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos
en sus manifestaciones empíricas. El orden social no forma parte de la “naturaleza de las
cosas” y no puede derivar de las “leyes de la naturaleza”. Existe solamente como producto de
la actividad humana.
Aunque ningún orden social existente pueda derivar de datos biológicos, la necesidad del
orden social en cuanto tal surge del equipo biológico del hombre.
Orígenes de la institucionalización
Toda actividad humana está sujeta a habituación. Todo acto que se repite con frecuencia crea
una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que es aprehendida
como pauta por el que la ejecuta. Además, la habituación implica que la acción de que se trata
puede volver a ejecutarse a futuro de la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos.
Esto es válido para la actividad social como para la que no lo es. Hasta el individuo solitario en
la proverbial isla desierta introduce hábitos en su actividad.
La habituación provee el rumbo y la especialización de la actividad que faltan en el equipo
biológico del hombre, aliviando de esta manera la acumulación de tensiones resultantes de los
impulsos no dirigidos; y al proporcionar un trasfondo estable en el que la actividad humana
pueda desenvolverse con un margen mínimo de decisiones las más de las veces, libera energía
para aquellas decisiones que puedan requerirse en ciertas circunstancias.
Estos procesos de habituación anteceden a toda institucionalización.
La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones
habitualizadas por tipos de actores. Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que
constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de
un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales
como a las acciones individuales.
Las instituciones siempre tienen una historia, de la cual son productos. Es imposible
comprender adecuadamente qué es una institución si no se comprende el proceso histórico en
que se produjo. Las instituciones, por el hecho mismo de existir, también controlan el
comportamiento humano estableciendo pautas definidas de antemano que lo canalizan en
una dirección determinada. Este carácter controlador es inherente a la institucionalización en
cuanto tal. Estos mecanismos (cuya suma constituye lo que en general se denomina sistema de
control social) existen, por supuesto, en muchas instituciones y en todos los conglomerados de
instituciones que llamamos sociedades. Su eficacia controladora, no obstante, es de índole
secundaria o suplementaria. Decir que un sector de actividad humana se ha institucionalizado
ya es decir que ha sido sometido al control social. Solamente se requieren mecanismos de
control adicionales cuando los procesos de institucionalización no llegan a cumplirse
cabalmente.
Supongamos que dos individuos llegan a su lugar de reunión desde mundos sociales que se
han producido históricamente por segregación el uno del otro, y que por lo tanto la interacción
se produce en una situación que no ha sido definida institucionalmente para ninguno de los
participantes. Llamaremos a estas dos personas A y B.
Cuando A y B interactúen se producirán tipificaciones con suma rapidez. A observará actuar a
B. Atribuirá motivos a los actos de B y, viendo que se repiten, tipificará los motivos como
recurrentes. Al mismo tiempo, A podrá suponer que B está haciendo lo mismo con respecto a
él. En el curso de su interacción, estas tipificaciones se expresarán en pautas específicas de
comportamiento, o sea, que A y B empezarán a desempeñar roles. Si bien esta tipificación
recíproca todavía no llega a ser una institucionalización (puesto que al haber solo dos
individuos no hay posibilidad de una tipología de los actuantes), es evidente que la
institucionalización ya está presente in nucleo.
Es posible preguntarse qué ventaja reporta dicho proceso a los dos individuos. Lo más
importante es que cada uno estará en condiciones de prever las acciones del otro. De manera
concomitante, la interacción de ambos llegará a ser previsible. La vida que llevan juntos se
define ahora por una esfera de rutinas establecidas cada vez más amplia. Cada acción que
realiza uno de ellos ya no constituye una fuente de asombro y peligro en potencia para el otro.
La construcción de este trasfondo de rutina posibilita a su vez la división del trabajo entre
ambos, abriendo una vía a las innovaciones, que exigen un nivel de atención más elevado. La
división del trabajo y las innovaciones llevarán a nuevas habituaciones, ampliando más el
trasfondo común a ambos individuos.
Llevemos nuestro paradigma un paso más adelante e imaginemos que A y B tienen hijos. A
esta altura a situación cambia cualitativamente. La aparición de un tercero cambia el carácter
de la continua interacción social entre A y B. El mundo institucional que existía en la situación
original de A y B ahora se transmite a otros. Las habituaciones y tipificaciones emprendidas en
la vida común de A y B, formaciones que hasta este momento aún conservaban la cualidad de
concepciones ad hoc de dos individuos, se convierten ahora en instituciones históricas. Al
adquirir historicidad, estas formaciones adquieren también otra cualidad crucial o, más
exactamente, perfeccionan una cualidad que existía en germen desde que A y B iniciaron la
tipificación recíproca de su comportamiento: la objetividad. Esto significa que las instituciones
que ahora han cristalizado se experimentan como existentes por encima y más allá de los
individuos a quienes “acaece” encarnarlas en ese momento. En otras palabras, las instituciones
se experimentan ahora como si poseyeran una realidad propia, que se presenta al individuo
como un hecho externo y coercitivo.
Para los hijos, el mundo que les han transmitido sus padres no resulta transparente del todo;
puesto que no participaron en su formación, se les aparece como una realidad dada. En las
primeras fases de socialización el niño es totalmente incapaz de distinguir entre la objetividad
de los fenómenos naturales y la de las formaciones sociales. Si consideramos el factor más
importante de socialización, el lenguaje, vemos que para el niño aparece como inherente a la
naturaleza de las cosas y no puede captar la noción de su convencionalismo. Una cosa es como
se la llama, y no podría llamársela de otra manera. Todas las instituciones aparecen de la
misma forma, como dadas, inalterables y evidentes por sí mismas. El mundo institucional
transmitido por la mayoría de los padres ya posee el carácter de realidad histórica y objetiva.
El proceso de transmisión no hace más que fortalecer el sentido de la realidad de los padres,
aunque más no sea porque si digo: “Así se hacen estas cosas”, muy a menudo yo mismo me
convenzo de ello.
Un mundo institucional se experimenta como realidad objetiva, tiene una historia que
antecede al nacimiento del individuo y no es accesible a su memoria biográfica. Ya existía
antes de que él naciera y existirá después de su muerte. Esta historia de por sí, como tradición
de las instituciones existentes, tiene un carácter de objetividad. La biografía del individuo se
aprehende como un episodio ubicado dentro de la historia objetiva de la sociedad.
La objetividad del mundo institucional, por masiva que pueda parecerle al individuo, es una
objetividad de producción y construcción humanas. El proceso por el que los productos
externalizados de la actividad humana alcanzan el carácter de objetividad se llama
objetivación. El mundo institucional es actividad humana objetivada, así como lo es cada
institución de por sí. Es importante destacar que la relación entre el hombre, productor, y el
mundo social, su producto, es y sigue siendo dialéctica. El hombre (no aislado) y su mundo
social interactúan. El producto vuelve a actuar sobre el productor. La externalización y la
objetivación son momentos de un proceso dialéctico continuo. El tercer momento de este
proceso es la internalización por la que el mundo social objetivado vuelve a proyectarse en la
conciencia durante la socialización. Ya es posible advertir la relación fundamental de estos tres
momentos dialécticos de la realidad social. Cada uno de ellos corresponde a una
caracterización esencial del mundo social. La sociedad es un producto humano. La sociedad es
una realidad objetiva. El hombre es un producto social. Solo con la transmisión del mundo
social a una nueva generación aparece verdaderamente la dialéctica social fundamental en
su totalidad.
También al llegar a este punto el mundo institucional requiere legitimación, o sea, modos con
que pueda “explicarse” y justificarse.
Con la historización y objetivación de las instituciones también surge la necesidad de
desarrollar mecanismos específicos de controles sociales. Las instituciones invocan y deben
invocar autoridad sobre el individuo, con independencia de los significados subjetivos que
aquél pueda atribuir a cualquier situación particular. Cuanto más se institucionaliza el
comportamiento, más previsible y, por ende, más controlado se vuelve.
En determinados momentos de una historia institucional surgen legitimaciones teóricamente
artificiosas. El conocimiento primario con respecto al orden institucional se sitúa en el plano
pre-teórico: es la suma total de lo que “todos saben” sobre un mundo social, un conjunto de
máximas, moralejas, granitos de sabiduría proverbial, valores y creencias, mitos, etc., cuya
integración teórica exige de por sí una gran fortaleza intelectual. A nivel pre-teórico, sin
embargo, toda institución posee un cuerpo de conocimiento de receta transmitido, o sea, un
conocimiento que provee las reglas de comportamiento institucionalmente apropiadas.
Esta clase de conocimiento constituye la dinámica motivadora del comportamiento
institucionalizado, define las áreas institucionalizadas del comportamiento y designa todas las
situaciones que en ellas caben. Define y construye los “roles” que han de desempeñarse en el
contexto de las instituciones mencionadas y controla y prevé todos esos comportamientos.
Dado que dicho conocimiento se objetiva socialmente como tal, o sea, como un cuerpo de
verdades válidas en general acerca de la realidad, cualquier desviación radical que se aparte
del orden institucional aparece como una desviación de la realidad. Éste es el conocimiento
que se aprende en el curso de la socialización y que mediatiza la internalización dentro de la
conciencia individual de las estructuras objetivadas del mundo social.
Sedimentación y tradición
La consciencia retiene solamente una pequeña parte de la totalidad de las experiencias
humanas, parte que una vez retenida se sedimenta, vale decir, que esas experiencias quedan
estereotipadas en el recuerdo como entidades reconocibles y memorables. Si esa
sedimentación no se produjese, el individuo no podría hallar sentido a su biografía. También se
produce una sedimentación intersubjetiva cuando varios individuos comparten una biografía
común de conocimiento. La sedimentación intersubjetiva puede llamarse verdaderamente
social solo cuando se ha objetivado en cualquier sistema de signos, o sea, cuando surge la
posibilidad de objetivaciones reiteradas de las experiencias compartidas.
El lenguaje objetiva las experiencias compartidas y las hace accesibles a todos los que
pertenecen a la misma comunidad lingüística, con lo que se convierte en base e instrumento
del acopio colectivo de conocimiento. Además, el lenguaje aporta los medios de objetivar
nuevas experiencias, permitiendo que se incorporen al acopio de conocimiento ya existente, y
es el medio más importante para transmitir las sedimentaciones objetivadas y objetivizadas en
la tradición de la colectividad de que se trate.
Roles
Un segmento del yo se objetiviza según las tipificaciones socialmente disponibles. Dicho
segmento es el verdadero “yo social”, que se experimenta subjetivamente como distinto de la
totalidad del yo y aun enfrentándose a ella. El actor se identifica con las tipificaciones de
comportamiento objetivadas socialmente in actu, pero vuelve a ponerse a distancia e ellas
cuando reflexiona posteriormente sobre su comportamiento. De esta manera, tanto el yo
actuante como los otros actuantes se aprehenden, no como individuos únicos, sino como
tipos. Por definición, estos tipos son intercambiables.
Podemos comenzar con propiedad al hablar de “roles”, cuando esta clase de tipificación
aparece en el contexto de un cúmulo de conocimiento objetivado, común a una colectividad
de actores. Los “roles” son tipos de actores en dicho contexto. Al desempeñar “roles” los
individuos participan en un mundo social; al internalizar dichos “roles”, ese mismo mundo
cobra realidad para ellos subjetivamente.
El origen de los “roles” reside en el mismo proceso fundamental de habituación y objetivación
que el origen de las instituciones. Los “roles” aparecen tan pronto como se inicia el proceso de
formación de un acopio común de conocimiento que contenga tipificaciones recíprocas de
comportamiento, proceso que es endémico a la interacción social y previo a la
institucionalización propiamente dicha.
Los “roles” representan el orden institucional. Esta representación se efectúa en dos nieles. En
primer lugar, el desempeño del “rol” representa el “rol” mismo. Por ejemplo, dedicarse a
juzgar es representar el “rol” de juez. En segundo lugar, el “rol” representa todo un nexo
institucional de comportamiento; el “rol” de juez tiene relación con otros “roles”, cuya
totalidad abarca la institución de la ley; el juez actúa como su representante. La institución
puede manifestarse, en la experiencia real, únicamente a través de dicha representación en
“roles” desempeñados.
Las instituciones también se representan de otras maneras. Sus objetivaciones lingüísticas,
desde sus simples designaciones verbales hasta su incorporación a simbolizaciones
sumamente complejas de la realidad, también las hacen presentes en la experiencia; y pueden
estar representadas simbólicamente por objetos físicos, sean naturales o artificiales. Todas
estas representaciones, sin embargo, resultan “muertas”. La representación de una institución
en “roles” y por medio de ellos es, pues, la representación por excelencia, de la que dependen
todas las otras.
Alcance y modos de institucionalización
El alcance de la institucionalización depende de la generalidad de las estructuras de relevancia.
Si muchas o la mayoría de las estructuras de relevancia son generalmente compartidas en una
sociedad, el alcance de la institucionalización será amplio; si son pocas las compartidas, ese
alcance será restringido.
¿Hasta qué punto un orden institucional se aprehende como facticidad no humana? Queda así
planteada la cuestión de la reificación de la realidad social.
La reificación es la aprehensión de fenómenos humanos como si fueran cosas en términos no
humanos o posiblemente supra-humanos. La reificación es la aprehensión de los productos
humanos como hechos de la naturaleza, como resultados de leyes cósmicas, o manifestaciones
de la voluntad divina. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que él mismo ha
creado el mundo humano y, además, que la dialéctica entre el hombre, productor, y sus
productos pasa inadvertida para la consciencia. El mundo reificado es, por definición, un
mundo deshumanizado.
La reificación puede describirse como un paso extremo en el proceso de objetivación, por el
que el mundo objetivado pierde su comprensibilidad como empresa humana y queda fijado
como facticidad inerte, no humana y no humanizable. En particular, la relación real entre el
hombre y su mundo se invierte en la consciencia. El hombre, productor de su mundo, se
aprehende como su producto y la actividad humana como epifenómeno de procesos no
humanos. Los significados humanos no se entienden como productores de un mundo, sino, a
su vez, como producidos por la “naturaleza de las cosas”.
Los “roles” pueden reificarse al igual que las instituciones. El sector de la auto-consciencia que
se ha objetivizado en el “rol” también se aprehende como un destino inevitable en el cual el
individuo puede alegar que no le cabe responsabilidad alguna. La reificación de los “roles”
restringe la distancia subjetiva que el individuo puede establecer entre él y su desempeño de
un “rol”.
Legitimación
Internalización de la realidad
8. Socialización primaria
El individuo no nace miembro de una sociedad: nace con una predisposición a la socialidad, y
luego llega a ser miembro de una sociedad. El punto de partida de este proceso lo constituye la
internalización: la aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en
cuanto expresa significado, o sea, en cuanto es una manifestación de los procesos subjetivos
de otro que, en consecuencia, se vuelven subjetivamente significativos para mí. La
internalización constituye la base para la comprensión de los propios semejantes y para la
aprehensión de los propios semejantes y para la aprehensión del mundo en cuanto realidad
significativa y social.
Esta aprehensión no resulta de las creaciones autónomas de significado por individuos
aislados, sino que comienza cuando el individuo “asume” el mundo en el que ya viven otros.
La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez, por
medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es
cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del
mundo objetivo de su sociedad.
La socialización primaria suele ser la más importante para el individuo, y la estructura básica
de toda socialización secundaria debe semejarse a la de la primaria. El individuo nace no solo
dentro de una estructura social objetiva, sino también dentro de un mundo social objetivo. Los
otros significantes, que mediatizan el mundo para él, lo modifican en el curso de esa
mediatización.
El niño acepta los “roles” y actitudes de los otros significantes, o sea que los internaliza y se
apropia de ellos. Y por esta identificación con los otros significantes el niño se vuelve capaz de
identificarse él mismo, de adquirir una identidad subjetivamente coherente y plausible. El yo
es una entidad reflejada, porque refleja las actitudes que primeramente adoptaron para con él
los otros significantes; el individuo llega a ser lo que los otros significantes lo consideran.
El individuo no solo acepta los “roles” y las actitudes de otros, sino que en el mismo proceso
acepta el mundo de ellos.
La socialización primaria crea en la consciencia del niño una abstracción progresiva que va de
los “roles” y actitudes de otros específicos, a los “roles” y actitudes en general. Por ejemplo, en
la internalización de las normas existe una progresión que va desde “mamá está enojada
conmigo ahora” hasta “mamá se enoja conmigo cada vez que derramo la sopa”. A medida que
otros significantes adicionales (padre, abuela, hermana, etc.) apoyan la actitud negativa de la
madre con respecto a derramar la sopa, la generalidad de la norma se extiende
subjetivamente. El paso decisivo viene cuando el niño reconoce que todos se oponen a que
derrame la sopa y la norma se generaliza como “uno no debe derramar la sopa”. Esta
abstracción de los “roles” y actitudes de otros significantes concretos se denomina el otro
generalizado. Su formación dentro de la conciencia significa que ahora el individuo se
identifica no solo con otros concretos, sino con una generalidad de otros, o sea, con una
sociedad. Solamente en virtud de esta identificación generalizada logra estabilidad y
continuidad su propia auto-identificación.
La formación, dentro de la conciencia, del otro generalizado señala una fase decisiva en la
socialización. La sociedad, la identidad y la realidad se cristalizan subjetivamente en el mismo
proceso de internalización. Esta cristalización se corresponde con la internalización del
lenguaje.
Cuando el otro generalizado se ha cristalizado en la conciencia, se establece una relación
simétrica entre la realidad objetiva y la subjetiva.
En la socialización primaria no existe ningún problema de identificación, ninguna elección de
otros significantes. La sociedad presenta al candidato a la socialización ante un grupo
predefinido de otros significantes a los que debe aceptar en cuanto tales, sin posibilidades de
optar por otro arreglo.
Como el niño no interviene en la elección de sus otros significantes, se identifica con ellos casi
automáticamente. El niño no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los
tantos mundos posibles: lo internaliza como el mundo, el único que existe y que se puede
concebir. Por esta razón, el mundo internalizado en la socialización primaria se implanta en la
consciencia con mucho más firmeza que los mundos internalizados en socializaciones
secundarias.
Existe internalización de, por lo menos, los rudimentos del aparato legitimador: el niño
aprende “por qué”. Hay que ser valiente, porque hay que hacerse un hombre de verdad.
En la socialización primaria, pues, se construye el primer mundo del individuo.
La socialización primaria finaliza cuando el concepto del otro generalizado se ha establecido
en la consciencia del individuo. Esta internalización de la sociedad, la identidad y la realidad
no se resuelven así como así. La socialización nunca es total, y nunca termina.
9. Socialización secundaria
La socialización secundaria es la internalización de “submundos” institucionales. Su alcance y
su carácter se determinan por la complejidad de la división del trabajo y la distribución social
concomitante del conocimiento. La socialización secundaria requiere la adquisición de
vocabularios específicos de “roles”, lo que significa, por lo pronto, la internalización de campos
semánticos que estructuran interpretaciones y comportamientos de rutina dentro de un área
institucional. Al mismo tiempo también se adquieren “comprensiones tácitas”, evaluaciones y
coloraciones afectivas de estos campos semánticos. Los “submundos” internalizados en la
socialización secundaria son generalmente realidades parciales que contrastan con el “mundo
de base” adquirido en la socialización primaria.
Los procesos formales de la socialización secundaria se determinan por su problema
fundamental: siempre presupone un proceso previo de socialización primaria; o sea, que debe
tratar con un yo formado con anterioridad y con un mundo ya internalizado. Esto presenta un
problema, porque la realidad ya internalizada tiende a persistir. Existe, pues, un problema de
coherencia entre las internalizaciones originales y las nuevas.
En la socialización secundaria, las limitaciones biológicas se vuelven cada vez menos
importantes en las secuencias del aprendizaje, el cual ahora llega a establecerse en términos
de las propiedades intrínsecas del conocimiento que ha de adquirirse, o sea, en términos de la
estructura fundacional de ese conocimiento. Por ejemplo, para aprender cálculo matemático
primero hay que aprender álgebra. Las secuencias del aprendizaje pueden también manejarse
según los intereses creados de quienes administran el cuerpo de conocimiento.
Mientras que la socialización primaria no puede efectuarse sin una identificación con carga
emocional del niño con sus otros significantes, la mayor parte de la socialización secundaria
puede prescindir de esta clase de identificación y proceder efectivamente con la sola dosis de
identificación mutua que interviene en cualquier comunicación entre los seres humanos.
En la socialización primaria el niño internaliza el mundo de sus padres como el mundo y no
como perteneciente a un contexto institucional específico. Algunas de las crisis que se
producen después de la socialización primaria se deben realmente al reconocimiento de que el
mundo de los propios padres no es el único mundo que existe. En la socialización secundaria
suele aprehenderse el contexto institucional. Los “roles” de la socialización secundaria
comportan un alto grado de anonimato, vale decir, se separan fácilmente de los individuos que
los desempeñan.
El individuo establece una distancia entre su yo total y su realidad por una parte y el yo parcial
específico del “rol” y su realidad por la otra. Esta importante proeza solo es posible después
que se ha efectuado la socialización primaria.
El acento de realidad del conocimiento internalizado en la socialización primaria se da casi
automáticamente; en la socialización secundaria debe ser reforzado por técnicas pedagógicas
específicas, debe hacérselo sentir al individuo como algo “familiar”. La realidad original de la
niñez es el “hogar” y se plantea por sí sola en cuanto tal, inevitablemente y, por así decir,
“naturalmente”. En comparación con ella, todas las realidades posteriores son “artificiales”.
Así pues, el maestro de escuela trata de hacer “familiares” los contenidos que imparte,
haciéndolos vívidos, relevantes e interesantes.
Cuanto más logren estas técnicas volver subjetivamente aceptable la continuidad entre los
elementos originarios del conocimiento y los elementos nuevos, más prontamente adquirirán
el acento de realidad. Una segunda lengua se adquiere construyendo sobre la realidad ya
establecida de la “lengua materna”. Durante largo tiempo cada elemento del nuevo idioma
que se está aprendiendo se re-traduce continuamente a la lengua propia. A medida que esta
realidad llega a quedar establecida por derecho propio, puede ir prescindiéndose poco a poco
de la re-traducción, para adquirir la capacidad de “pensar en” el nuevo idioma. Sin embargo, es
raro que una lengua aprendida en la vida posterior alcance la realidad inevitable y auto-
evidente que posee la primera lengua aprendida en la niñez.
10. Mantenimiento y transformación de la realidad subjetiva
Como la socialización nunca se termina y los contenidos que la misma internaliza enfrentan
continuas amenazas a su realidad subjetiva, toda sociedad viable debe desarrollar
procedimientos de mantenimiento de la realidad para salvaguardar cierto grado de simetría
entre la realidad objetiva y la subjetiva.
La socialización primaria internaliza una realidad aprehendida como inevitable. Esta
internalización puede considerarse lograda si el sentido de inevitabilidad se halla presente casi
todo el tiempo, al menos, mientras el individuo está en actividad en el mundo de la vida
cotidiana. Pero aun cuando este último retenga su realidad masiva, estará amenazado por las
situaciones marginales de la experiencia humana que no pueden descartarse por completo de
la actividad cotidiana.
El carácter más “artificial” de la socialización secundaria vuelve aún más vulnerable la realidad
subjetiva de sus internalizaciones frente al reto de las definiciones de la realidad, no porque
aquellas no estén establecidas o se aprehendan como algo menos que real en la vida cotidiana,
sino porque su realidad se halla menos arraigada en la consciencia y resulta por ende más
susceptible al desplazamiento. Por ejemplo, tanto la prohibición de la desnudez, que afecta al
sentido del pudor propio, internalizado en la socialización primaria, como los cánones de la
vestimenta adecuada para diferentes ocasiones sociales, que se adquieren como
internalización secundaria, se dan por establecidos en la vida cotidiana. En tanto no se
cuestionen socialmente, ninguno de ellos constituye un problema para el individuo. Sin
embargo, el desafío tendría que ser mucho más fuerte en el primer caso que en el segundo,
para que se cristalizara como amenaza para la realidad establecida de las rutinas respectivas.
Un cambio relativamente pequeño en la definición subjetiva de la realidad bastaría para que
un individuo diera por establecido que se puede ir a la oficina sin corbata; pero se necesitaría
un cambio mucho más drástico para conseguir que fuera, como cosa natural, sin ninguna ropa.
La realidad de la vida cotidiana se mantiene porque se concreta en rutinas, lo que constituye la
esencia de la institucionalización. Más allá de esto, la realidad de la vida cotidiana se reafirma
continuamente en la interacción del individuo con los otros.
Los otros significantes constituyen, en la vida del individuo, los agentes principales para el
mantenimiento de su realidad subjetiva. Los otros menos significantes funcionan como una
especie de coro.
El vehículo más importante del mantenimiento de la realidad es el diálogo. La vida cotidiana
del individuo puede considerarse en relación con la puesta en marcha de un aparato
conversacional que mantiene, modifica y reconstruye continuamente su realidad subjetiva.
La realidad subjetiva siempre depende de estructuras de plausibilidad específicas, es decir, de
la base social específica y los procesos sociales requeridos para su mantenimiento. Puedo
mantener mi fe católica solamente si conservo mi relación significativa con la comunidad
católica. La ruptura del diálogo significativo con los mediadores de las estructuras de
plausibilidad respectivas amenaza las realidades subjetivas de que se trata. El individuo puede
recurrir a diversas técnicas para el mantenimiento de la realidad, aun en ausencia de un
diálogo real; pero el poder generador de realidad de dichas técnicas es muy inferior a los
diálogos “cara a cara” que pretenden reproducir. Cuanto más se aíslen estas técnicas de las
confirmaciones “cara a cara”, menos probabilidades tendrán de mantener el acento de
realidad.
En situaciones de crisis se utilizan esencialmente los mismos procedimientos que para el
mantenimiento de rutinas, excepto que las confirmaciones de la realidad tienen que ser
explícitas e intensivas.
Vivir en sociedad ya comporta un proceso continuo de modificación de la realidad subjetiva.
Hablar de transformaciones, pues, involucra examinar los diferentes grados de modificación.
Aquí enfocaremos nuestra atención sobre el caso extremo, en el que se produce una
transformación casi total, vale decir, aquel en el cual el individuo “permuta mundos”. Las
llamaremos alternaciones.
11. Alternaciones
La alternación requiere procesos de re-socialización, que se asemejan a la socialización
primaria, porque radicalmente tienen que volver a atribuir acentos de realidad y,
consecuentemente, deben reproducir en gran medida la identificación fuertemente afectiva
con los elencos socializadores que era característica de la niñez.
Una “receta” para lograr la alternación tiene que incluir condiciones tanto sociales como
conceptuales, sirviendo, por supuesto, las sociales como matriz de las conceptuales. La
condición social más importante consiste en disponer de una estructura de plausibilidad eficaz,
o sea, de una base social que sirva como “laboratorio” de transformación. Esta estructura de
plausividad será mediatizada respecto del individuo por otros significantes, con quienes debe
establecer una identificación fuertemente afectiva. Sin esa identificación no puede producirse
ninguna transformación radical de la realidad subjetiva, identificación que reproduce
inevitablemente las experiencias infantiles en cuanto a la dependencia emocional de otros
significantes. Éstos son quienes han de actuar como guías para penetrar en la nueva realidad:
representan la estructura de plausibilidad en los “roles” que desempeñan (“roles” que, en
particular, se definen explícitamente en términos de su función re-socializadora) y que
mediatizan ese mundo nuevo para el individuo.
El prototipo histórico de la alternación es la conversión religiosa.
La estructura de plausibilidad debe convertirse en el mundo del individuo, desplazando a todos
los demás mundos, especialmente a aquel en que el individuo “habitaba” antes de su
alternación. Esto requiere que el individuo sea segregado de entre los “habitantes” de otros
mundos, especialmente los que “cohabitaban” con él en el mundo que dejó tras de sí.
Idealmente se requiere la segregación física. El individuo alternalizado se desafilia de su
mundo anterior y de la estructura de plausibilidad que lo sustentaba, si es posible,
corporalmente, o si no, mentalmente. Dicha segregación resulta particularmente importante
en las primeras etapas de la alternación (la fase del noviciado). Una vez que la nueva realidad
ha quedado fija, pueden entablarse nuevamente relaciones circunspectas con extraños,
aunque aquellos que solían ser biográficamente significantes todavía constituyen un peligro.
La alternación comporta, por lo tanto, una reorganización del aparato conversacional. Los
interlocutores que intervienen en el diálogo significativo van cambiando, y el diálogo con los
otros significantes nuevos transforma la realidad subjetiva, que se mantiene al continuar el
diálogo con ellos o dentro de la comunidad que representan.
El requisito conceptual más importante para la alternación consiste en disponer de un aparato
legitimador para toda la serie de transformaciones. Lo que debe legitimarse no solo es la
realidad nueva, sino también las etapas por las que ésta se asume y se mantiene, y el
abandono o repudio de todas las realidades que se den como alternativa. La realidad antigua,
así como las colectividades y otros significantes que previamente la mediatizaron para el
individuo, debe volver a re-interpretarse dentro del aparato legitimador de la nueva realidad.
Esta re-interpretación provoca una ruptura en la biografía subjetiva del individuo en la forma
de “antes de Cristo” y “después de Cristo”. Todo lo que precedió a la alternación se aprehende
ahora como conducente a ella. La biografía anterior a la alternación se elimina colocándola
dentro de una categoría negativa que ocupa una posición estratégica en el nuevo aparato
legitimador: “cuando yo todavía llevaba una vida pecadora”.
Puede decirse que los procedimientos involucrados son de carácter opuesto. En la re-
socialización el pasado se re-interpreta conforme con la realidad presente, con tendencia a
retroyectar al pasado diversos elementos que, en ese entonces, no estaban subjetivamente
disponibles. En la socialización secundaria el presente se interpreta de modo que se halle en
relación contigua con el pasado, con tendencia a minimizar aquellas transformaciones que se
hayan efectuado realmente. Dicho de otra manera, la base de realidad para la re-socialización
es el presente, en tanto que para la socialización secundaria es el pasado.
Teorías de la identidad
La identidad constituye un elemento clave de la realidad subjetiva y en cuanto tal, se halla en
una relación dialéctica con la sociedad. La identidad se forma por procesos sociales. Una vez
que cristaliza, es mantenida, modificada o aun reformada por las relaciones sociales. Los
procesos sociales involucrados, tanto en la formación como en el mantenimiento de la
identidad, se determinan por la estructura social. Recíprocamente, las identidades producidas
por el interjuego del organismo, conciencia individual y estructura social, reaccionan sobre la
estructura social dada, manteniéndola, modificándola o aun reformándola.
Organismo e identidad
Los factores biológicos limitan el campo de las posibilidades sociales que se abre a todo
individuo; pero el mundo social, que es pre-existente al individuo, impone a su vez limitaciones
a lo que resulta biológicamente posible al organismo. La dialéctica se manifiesta en la
limitación mutua del organismo y la sociedad.
Un ejemplo destacado de la limitación que establece la sociedad a las posibilidades biológicas
del organismo lo constituye la longevidad. La esperanza de vida varía con la ubicación social.
La sociedad determina cuánto tiempo y de qué manera vivirá el organismo individual.
CRISIS SOCIAL O MOVIMIENTOS PROPIOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD (Schwarcz)
George Mead
En una primera etapa un organismo es apenas capaz de interacciones rudimentarias, estas son
propias de toda tendencia a modificar el comportamiento de otros. Es el período en que Mead
habla de la conversación de gestos.
Para Mead la inteligencia es la capacidad de adaptación activa y superadora de los problemas
de afrontar un entorno hostil o dificultoso. La mente evoluciona desde el ensayo error de los
mamíferos inferiores hasta el método científico del ser humano, el más avanzado de los
primates.
Para Mead el surgimiento del lenguaje está relacionado con “abundancia de gesto”. Entre los
animales, el modo más común de comunicación entre los mamíferos son los gestos. Con éstos
el animal se ajusta su respuesta al estímulo de otro animal. Esa conducta instintiva no es
reflexiva, si bien el ajuste de la respuesta animal toma en consideración los gestos como un
estímulo predictivo de un comportamiento futuro.
Los gestos, en Mead, son “actos sociales”, que define como acciones conjuntas en las cuales
los sujetos no hacen todos lo mismo, sino que entrelazan sus acciones con las de los demás.
Así como para Mead es importante diferenciar a la persona del organismo, también es
necesario describir el proceso mediante el cual ese organismo se transforma en persona.
En una primera etapa, se puede considerar al organismo como un Yo, cuyo entorno es ese otro
que representa su criador. Este Yo define la individualidad, una individualidad cuyos atributos
son de tipo biológico y están presentes en las características biogenéticas del niño al nacer.
Con este y desde este se iniciarán las primeras interacciones que llamamos rudimentarias.
Ese “criador”, ese adulto, es portador de la cultura local, la etnia en la que el niño nace. Ese
adulto es el que define el significado de los gestos del niño. Más allá de lo que ese niño intente
expresar en un lenguaje de gestos, aun animal, el adulto interpreta el significado. Por ejemplo,
el niño llora y la madre “define” que “tiene hambre”, “está sucio”, “quiere que lo levanten”. El
acto social de la madre (externalización) de darle de comer, cambiarlo o levantarlo de la cuna,
selecciona una respuesta que otorga significado fácticamente a la conducta del niño. En Mead
toda conducta es comunicación social. La socialización es resultado de un intercambio
sistemático y recursivo de comunicaciones niño/criador.
El patrón sistemático y repetitivo de ciertas respuestas del otro constituye “la expectativa que
el otro tiene de mi”. De allí surge el siguiente concepto importante: el Mí, que es resultado de
la acumulación de respuestas que el Yo recibe del otro.
Ese otro que Mead llama Otro Generalizado, un individuo, pero en tanto persona ya
constituida, portador del orden social, es generalizado porque representa la actitud
generalizada de la sociedad, el orden social, para ese niño. El Mí es la acumulación de
interiorizaciones de las respuestas del “Otro generalizado”, actuando por ese otro singular que
es la madre, el padre, los hermanos, etc. Ese Otro es la Ley, son las reglas, las normas, los
valores, los patrones de la respuesta social legitimada y vigente.
Para Mead el Mí es lo que comúnmente nosotros llamamos Yo cuando nos referimos a
nosotros mismos. Nos referimos a nosotros desde “otro”: el Mí se constituye a partir de la
interiorización de las expectativas del Otro generalizado. Un ejemplo: si alguien (Yo) está
seguro de que se llama Martín es porque “otro” le puso ese nombre (su padre, su madre, etc.)
y Otro generalizado (la norma, la institución Registro Civil, la tribu, lo legitimó).
El “Mí” constituye el percatamiento de lo que hace el Yo.
El Yo quedará como una instancia que reguarda cierta “zona residual menos socializada”,
fuente de una potencial creatividad y de la individualidad personal menos expuesta
socialmente.
Símbolos significantes
Mead utiliza la noción de símbolos significantes. Sólo los pueden realizar los seres humanos.
Estos son gestos que surgen de un individuo para el cuál constituyen el mismo tipo de
respuesta que se supone provocaran en aquellos a quienes se dirigen. Es con los símbolos
significantes que logramos la comunicación. El lenguaje es un símbolo significante pues es un
símbolo que responde a un significado en la experiencia del primer individuo y que también
evoca ese significado en el segundo individuo. Su función es proporcionar una mayor facilidad
para la adaptación y readaptación entre los individuos en cualquier acto social, y hace posible
los procesos mentales, espirituales, etc.
El significante es la palabra. Es sonido, arbitrario, cuyo significado, su no arbitrariedad, llega a
ser por la existencia de un código lingüístico compartido y una situación compartida que le
otorgan sentido.
El pensamiento, al igual que el habla, solo es posible a través de estos significantes. Los
pensamientos hacen posible, expresados en el lenguaje, la interacción simbólica. Ésta, a su vez
hace posible los pensamientos. Pensamiento y lenguaje interactúan en un proceso en el cual
los puentes entre un ser humano y otro construyen el conocimiento individual y colectivo. Los
significantes y los significados son producto de la interacción social, principalmente la
comunicación, que se convierte en esencial, tanto en la construcción del individuo como en la
producción social de sentido.
ACTOS DE SIGNIFICADO (Bruner)
Una Psicología Cultural impone dos requerimientos estrechamente relacionados entre sí sobre
el estudio del Yo. Uno de ellos es que estos estudios deben centrarse sobre los significados en
función de los cuales se define el Yo tanto por parte del individuo como por parte de la cultura
en que este participa. El segundo requerimiento es prestar atención a las prácticas en que “el
significado del Yo” se alcanza y pone en funcionamiento. Estas nos proporcionan una visión
más "distribuida” del Yo.
La psicología cultural es una psicología interpretativa. Pero eso no significa que tenga que
carecer de principios o prescindir de métodos, ni siquiera los más duros. Su objetivo son las
reglas a las que recurren los seres humanos a la hora de crear significados en contextos
culturales. Estos contextos son siempre contextos prácticos: siempre es necesario formular la
pregunta de qué hace o intenta hacer la gente en ese contexto.
Para tener una noción general de un “Yo” determinado en la práctica debemos obtener una
muestra de sus actividades prácticas en distintos contextos, contextos que sean culturalmente
especificables.
Es evidente que, en pos de esta meta, no podemos seguir a la gente a lo largo de toda su vida y
observarles e interrogarles en cada paso del camino. Existe una alternativa viable: efectuar la
investigación retrospectivamente, a través de la autobiografía. Me refiero a una descripción de
lo que uno cree que ha hecho, en qué situaciones, de qué maneras y por qué razones, en su
opinión. No importa si el relato coincide o no con lo que dirían otras personas, testigos de los
hechos, ni si la descripción es “verídica”. Nuestro interés está en lo que la persona piensa que
hizo, por qué piensa que lo hizo, en qué tipo de situación creía que se encontraba, etc.
La autobiografía es un relato efectuado por un narrador en el aquí y ahora sobre un
protagonista que lleva su nombre y que existiría en el allí y entonces, y la historia termina en el
presente, cuando el protagonista se funde con el narrador. El Yo, cuando narra, no se limita a
contar, sino que además justifica. Y el Yo, cuando es protagonista, siempre está, por así decir,
apuntando hacia el futuro. Cuando alguien dice, como resumiendo su infancia “yo era un
encantador niño rebelde”, generalmente puede tomarse como una profecía además de como
un resumen.
He intentado mostrar cómo las vidas y los Yoes que construimos son el resultado de un
proceso de construcción de significados. Los Yoes no son núcleos aislados de conciencia
encerrados en nuestras cabezas, sino que se encuentran “distribuidos” de forma interpersonal.
Ni tampoco los Yoes surgen desarraigados en respuesta sólo al presente; también toman
significado de las circunstancias históricas que dan forma a la cultura de la que son expresión.
El programa de una psicología cultural no es negar la biología o la economía, sino mostrar
cómo las mentes y las vidas humanas son reflejo de la cultura y la historia tanto como de la
biología y de los recursos físicos. No existe una sola “explicación” del hombre, ni biológica ni de
otro tipo. Ni siquiera las explicaciones causales más poderosas de la condición humana pueden
tener sentido y plausibilidad sin ser interpretadas a la luz del mundo simbólico que constituye
la cultura humana.
EL YO SATURADO (Gergen)
Las nuevas tecnologías permiten mantener relaciones, directas o indirectas, con un círculo
cada vez más vasto de individuos. En muchos aspectos, estamos alcanzando lo que podría
considerarse un estado de saturación social.
Lo que quiero es examinar el impacto de la saturación social en la manera como
conceptualizamos nuestro yo y las pautas de vida social que le son anexas. Nuestro
vocabulario relativo a la comprensión del yo se ha modificado notoriamente a lo largo del
siglo, y con él el carácter de los intercambios sociales. Pero la creciente saturación de la cultura
pone en peligro todas nuestras premisas previas sobre el yo, y convierte en algo extraño las
pautas de relación tradicionales. Se está forjando una nueva cultura.
Los términos de que disponemos para hacer asequible nuestra personalidad (los vinculados a
las emociones, motivaciones, pensamientos, valores, opiniones, etc.) imponen límites a
nuestras actuaciones.
El yo: de la concepción romántica a la posmoderna
El proceso de saturación social está produciendo un cambio profundo en nuestro modo de
comprender el yo. Hemos heredado, principalmente del siglo XIX, una visión romántica del yo
que atribuye a cada individuo rasgos de personalidad: pasión, alma, creatividad, temple moral.
Pero desde que surgió, a principios del siglo XX, la cosmovisión modernista, las principales
características del yo no son una cuestión de intensidad sino más bien una capacidad de
raciocinio para desarrollar nuestros conceptos, opiniones e intenciones conscientes. Para el
idioma modernista, las personas normales son previsibles, honestas y sinceras.
Las tecnologías que han surgido nos han saturado de los ecos de la humanidad, tanto de voces
que armonizan con las nuestras como de otras que nos son ajenas. A medida que asimilamos
sus variadas modulaciones y razones, se han vuelto parte de nosotros, y nosotros de ellas. La
saturación social nos proporciona una multiplicidad de lenguajes del yo incoherentes y
desvinculadas entre sí. Esa fragmentación de las concepciones del yo es consecuencia de la
multiplicidad de relaciones también incoherentes y desconectadas, que nos impulsan en mil
direcciones distintas, incitándonos a desempeñar una variedad tal de roles que el concepto
mismo de “yo auténtico”, dotado de características reconocibles, se esfuma. Y el yo
plenamente saturado deja de ser un yo.
Equipararé la saturación del yo con las condiciones inherentes al posmodernismo. El
posmodernismo no ha traído consigo un nuevo vocabulario para comprendernos, ni rasgos de
relevo por descubrir o explotar. Su efecto es más apocalíptico: ha sido puesto en tela de juicio
el concepto mismo de la esencia personal. Se ha desmantelado el yo como poseedor de
características reales identificables como la racionalidad, la emoción, la inspiración y la
voluntad.
El posmodernismo está signado por una pluralidad de voces que rivalizan por el derecho a la
existencia, que compiten entre sí para ser aceptadas como expresión legítima de lo verdadero
y de lo bueno.
Ante todo, las relaciones, al prolongarse a lo largo de los años, tendían a la normalización. La
gente, cuando puede elegir, elige lo que le proporcione una satisfacción asegurada. Los
cambios de pautas o estructuras amenazan con anular tales satisfacciones. Por ende, las
relaciones prolongadas tienden a buscar el equilibro de la intensidad emocional.
La comunidad cara a cara se presta a un alto grado de vigilancia informal. Los individuos suelen
saber casi siempre lo que hacen los demás. Y cuando el mundo social permanece estable y la
información nueva es escasa, los mínimos detalles de la propia vida pasan a ser tema de
conversación general. El chismorreo y la rigidez de las normas en una comunidad pequeña van
juntos. En el actual contexto de saturación no está presente ninguna de estas condiciones.
Como todas las relaciones son permanentemente interrumpidas, les es más difícil
normalizarse. No hay nadie que pueda afianzarse en una costumbre rutinaria tranquilizadora,
pues uno mismo y su elenco de “otros significativos” están en permanente movimiento.
La presión a favor de relaciones de mayor intensidad no se limita a la falta de normalización y
la quiebra de la vigilancia ajena: también hay en juego otros factores, vinculados a la fantasía y
la fugacidad. Como bien sabían los románticos, no hay nada que inspire más a un escritor que
la ausencia de su amada. Ante la ausencia del otro, la fantasía retoza libremente; uno puede
proyectar en la persona que goza de sus favores todas las virtudes y todos los deseos. La
posibilidad creciente de mantener relaciones a distancia ha tenido más o menos el mismo
efecto que tuvo sobre los románticos. Las relaciones a distancia brillan con su fulgor más
intenso, y los intercambios amorosos quedan sobrecargados emotivamente.
Por último, la brevedad de los encuentros ocasionales contribuye asimismo a su intensidad.
Los encuentros, por más que sean breves, no pueden dejar de ser expresivos: de algún modo
hay que demostrar la importancia de los propios sentimientos y la consideración en que se
tiene ese vínculo. Y como hay poco tiempo, las demostraciones tienen que ser claras y
elocuentes.
La colonización del yo
Las tecnologías de la saturación social nos exponen a una enorme variedad de personas, otras
formas de relación, circunstancias y oportunidades únicas en su género, e insospechadas
intensidades del sentimiento. Es rarísimo que uno no se vea afectado al quedar expuesto a
todo eso. Seguimos incorporando sin cesar información del medio que nos rodea, y al quedar
expuestos a otras personas, cambiamos en dos sentidos: aumenta nuestra capacidad de saber
acerca de y aumenta nuestra capacidad de saber cómo. En el primer caso, aprendemos
infinidad de detalles sobre las palabras, actos, vestimenta, gestos, etc., de los demás;
asimilamos un enorme cúmulo de información acerca de las pautas del intercambio social. Por
ejemplo, basta circular una hora por cualquier calle de la ciudad para reconocer el estilo de
indumentaria de negros y blancos, clase alta y clase baja, etc.
Este aumento masivo del conocimiento del mundo social sienta las bases de otra modalidad
del saber, el saber cómo. Aprendemos cómo poner en práctica tal conocimiento, cómo darle
forma para su consumo social, cómo proceder para que la vida social siga su curso eficaz. Si
nuestro cónyuge nos anuncia que está pensando en divorciarse, no nos vamos a quedar mudos
de asombro: ya hemos asistido a este drama tantas veces en la televisión y en el cine que
cualquier ocasión nos agarra preparados.
A medida que pasan los años el yo de cada cual se embebe cada vez más del carácter de los
otros, se coloniza.
Multifrenia
Multifrenia, término con el que se designa la escisión del individuo en una multiplicidad de
investiduras de su yo. Este estado es resultado de la colonización del yo y de los afanes de este
por sacar partido de las posibilidades que le ofrecen las tecnologías de la relación. En el tal
sentido, se avanza en una espiran cíclica hasta el estado de multifrenia: a medida que las
posibilidades propias son ampliadas por la tecnología, uno recurre cada vez más a las
tecnologías que le permitirán expresarse, y a medida que se utilizan aumenta el repertorio de
las posibilidades.
Rasgos preminentes de esta situación:
1. El vértigo de la valoración
A medida que se suman al yo los demás y sus deseos se vuelven nuestros, hay una ampliación
de nuestras metas: de nuestros “debo”, nuestros “necesito” y nuestros “quiero”. Eso requiere
atención y esfuerzo, y ocasiona frustraciones. Cada nuevo deseo plantea sus nuevas exigencias
y reduce la libertad del individuo.
2. El ascenso de la insuficiencia
No es únicamente la expansión del yo por obra de las relaciones lo que acosa al individuo con
un sentimiento del “deber” permanente: existe además una infiltración, en la conciencia
cotidiana, de la duda sobre sí mismo. Una sutil sensación de insuficiencia que agobia las
actividades que se emprenden con una incómoda noción de la vacuidad inminente. Esta
sensación de insuficiencia es un producto colateral de la colonización del yo y de la presencia
de espectros sociales; pues al incorporar a otros dentro de nuestro ser, se amplía la gama de lo
que consideramos “bueno”, “correcto” o “ejemplar”.
3. El receso de la racionalidad
La racionalidad es consecuencia de la participación social.
A medida que se amplían nuestras relaciones, empero, la validez de cada racionalidad
circunscrita corre peligro. Lo que es racional en una relación es cuestionable desde el punto de
vista de otra. La “opción evidente” al hablar con un colega, se convierte en un disparate al
hablar con la esposa o en una trivialidad para el amigo que nos visita esa noche. Por lo demás,
como cada relación aumenta la capacidad de discernimiento, uno acarrea consigo una
multiplicidad de expectativas, valores y opiniones antagónicas sobre la “solución obvia” a
ciertas cuestiones.
El aumento de los criterios de racionalidad no implica de suyo formarse un juicio claro y
unívoco sobre los candidatos. Más bien, lo que sucede es que el grado de complejidad
aumenta a tal punto que resulta imposible asumir una posición coherente desde el punto de
vista racional.
ESPIRITU, PERSONA Y SOCIEDAD: LA PERSONA (Mead)
La persona y el organismo
La persona posee un carácter distinto del organismo fisiológico propiamente dicho. La persona
es algo que tiene desarrollo; no está presente inicialmente, en el nacimiento, sino que surge
en el proceso de la experiencia y la actividad sociales.
Podemos distinguir entre la persona y el cuerpo. El cuerpo puede existir y operar en forma
sumamente inteligente sin que haya una persona involucrada en la experiencia. La persona
tiene la característica de ser un objeto par sí, y esa característica la distingue de otros objetos y
del cuerpo.
Lo que quiero destacar es la característica de la persona como objeto para sí. Esta
característica está representada por el término “sí mismo” e indica lo que puede ser al mismo
tiempo sujeto y objeto.
El individuo se experimenta a sí mismo como tal, no directamente, sino sólo indirectamente,
desde los puntos de vista particulares de los otros miembros individuales del mismo grupo
social, o desde el punto de vista generalizado del grupo social, en cuanto un todo, al cual
pertenece. Entra en su propia experiencia como persona o individuo, no directa o
inmediatamente, no convirtiéndose en objeto para sí del mismo modo que otros individuos
son objetos para él o en su experiencia, y se convierte en objeto para sí sólo cuando adopta las
actitudes de los otros individuos hacia él dentro de un medio social o contexto de experiencia
y conducta en que tanto él como ellos están involucrados.
La importancia de lo que denominamos “comunicación” reside en el hecho de que
proporciona una forma de conducta en la que el organismo o el individuo puede convertirse en
un objeto para sí, comunicación que está dirigida no sólo a los otros, sino también al individuo
mismo.
Es imposible concebir una persona surgida fuera de la experiencia social. Cuando ha surgido,
podemos pensar en una persona aislada para el resto de su vida, pero es una persona que se
tiene a sí misma como su compañera y que puede pensar y conversar consigo misma del
mismo modo que se ha comunicado con otros.
El pensamiento se torna preparatorio de la acción social. El proceso mismo del pensamiento
es, naturalmente, una conversación interna que se lleva a cabo, pero es una conversación de
gestos que, en su completación, involucra la expresión de lo que uno piensa a su público
oyente.
La experiencia social misma es lo que determina la proporción de persona que entra en
comunicación. Por supuesto, buena parte de la persona no necesita expresión. Establecemos
toda una serie de distintas relaciones con diferentes personas. Hay toda clase de distintas
personas que responden a toda clase de distintas reacciones sociales. El proceso social mismo
es el responsable de la aparición de la persona: ésta no existe como una persona aparte de ese
tipo de experiencia.
Las varias personas elementales que constituyen la persona completa, o que están organizadas
en ella, son los distintos aspectos de la estructura de esa persona completa que responden a
los distintos aspectos de la estructura del proceso social como un todo; la estructura de la
persona completa es, así, el reflejo del proceso social completo.
Información y retroalimentación
Una de las grandes controversias epistemológicas que ha continuado hasta nuestros días es la
lucha entre el determinismo y la teleología. El psicoanálisis pertenece a la escuela determinista
mientras que, por ejemplo, la psicología analítica de Jung parte en grado considerable del
supuesto de una entelequia inmanente en el hombre.
El advenimiento de la cibernética puso fin a todo esto demostrando que los dos principios
podían unirse dentro de un marco más amplio, criterio que se hizo posible gracias al
descubrimiento de la retroalimentación. Una cadena en la que el hecho “a” afecta al hecho
“b”, y “b” afecta luego a “c” y “c” a su vez trae consigo a “d”, etc., tendría las propiedades de
un sistema lineal determinista. Sin embargo, si “d” lleva nuevamente a “a”, el sistema es
circular y funciona de modo totalmente distinto. Exhibe una conducta que es esencialmente
análoga a la de los fenómenos que han desafiado al análisis en términos de un determinismo
lineal estricto.
Se sabe que la retroalimentación puede ser positiva o negativa; la negativa caracteriza la
homeostasis por lo cual desempeña un papel importante en el logro y el mantenimiento de la
estabilidad de las relaciones. Por otro lado, la retroalimentación positiva lleva al cambio, esto
es, a la pérdida de estabilidad o de equilibrio. En ambos casos, parte de la salida de un sistema
vuelve a introducirse en el sistema como información acerca de dicha salida. En el caso de la
retroalimentación negativa, esa información se utiliza para disminuir la desviación de la salida
con respecto a una norma establecida, mientras que, en el caso de la retroalimentación
positiva, la misma información actúa como una medida para aumentar la desviación de la
salida y resulta así positiva en relación con la tendencia ya existente hacia la inmovilidad o la
desorganización.
Sostenemos que los sistemas interpersonales –grupos de desconocidos, parejas
matrimoniales, familias, relaciones psicoterapéuticas, etc. – pueden entenderse como circuitos
de retroalimentación, ya que la conducta de cada persona afecta la de cada una de las otras y
es, a su vez, afectada por éstas. La entrada a tal sistema puede amplificarse y transformarse así
en cambio o bien verse contrarrestada para mantener la estabilidad según que los mecanismos
de retroalimentación sean positivos o negativos.
Redundancia
Pasando ahora a los problemas de redundancia o constricción en la pragmática de la
comunicación humana, la mayoría de los estudios existentes parecen limitarse sobre todo a los
efectos de la persona A sobre la persona B, sin tener igualmente en cuenta que todo lo que B
hace influye sobre la acción siguiente de A, y que ambos sufren la influencia del contexto en
que dicha interacción tiene lugar y, a su vez, influyen sobre él.
Aquí contamos con un monto elevado de conocimientos que nos permiten evaluar, modificar y
predecir la conducta. De hecho, en esta área somos particularmente sensibles a las
incongruencias: la conducta que está fuera de contexto nos impresiona de inmediato como
mucho más inadecuada que los errores meramente sintácticos o semánticos en la
comunicación. Estamos en comunicación constante y, sin embargo, somos casi por completo
incapaces de comunicarnos acerca de la comunicación.
Cuando dejamos de utilizar la comunicación para comunicarnos, y la usamos para comunicar
algo acerca de la comunicación, utilizamos conceptualizaciones que no son parte de la
comunicación, sino que se refieren a ella. Hablamos aquí de metacomunicación.
2. Características físicas
Esta categoría concierne a cosas que se mantienen relativamente sin cambio durante el
período de interacción. Se trata de señales no verbales importantes que no son forzosamente
movimiento. Comprende el físico o la forma del cuerpo, el atractivo general, los olores del
cuerpo y el aliento, la altura, el peso, el cabello, el color o la tonalidad de la piel.
3. Conducta táctil
Para algunos autores, el estudio de la cinésica incluye el comportamiento táctil. Sin embargo,
para otros el contacto físico real constituye una clase diferente de fenómenos. La conducta
táctil puede comprender la caricia, el golpe, el sostener, el guiar los movimientos de otro, etc.
4. Paralenguaje
Para decirlo sencillamente, el paralenguaje se refiere a cómo se dice algo y no a qué se dice.
Tiene que ver con el espectro de señales vocales no verbales establecidas alrededor del
comportamiento común del habla. Componentes:
a. Cualidades de la voz: se incluyen aquí elementos tales como el registro de la voz, el
control de la altura, el control del ritmo, el tempo, el control de la articulación, la
resonancia, el control de la glotis y el control labial de la voz.
b. Vocalizaciones: 1) Características vocales. Aquí se incluyen por ejemplo, la risa, el
llanto, el suspiro, el bostezo, el estornudo, el ronquido, etc. 2) Cualificadores vocales.
Aquí se incluyen la intensidad de voz muy fuerte a muy suave, la altura (de
excesivamente aguda a excesivamente grave) y la extensión (desde el arrastrar las
palabras hasta el hablar extremadamente cortado). 3) Segregaciones vocales. Son, por
ejemplo, los “mmm”, “ah”, “uh”, y variaciones de esta suerte.
5. Proxémica
Se entiende por proxémica el estudio del uso y percepción del espacio social y personal. Estos
estudios se refieren a la disposición de los asientos, y a la disposición especial relacionada con
el liderazgo, el flujo de comunicación y la tarea manual.
A veces se estudia la orientación espacial personal en el contexto de la distancia
conversacional y como ésta varía de acuerdo con el sexo, el estatus, los roles, la orientación
cultural y así sucesivamente. También es frecuente el término “territorialidad” en el estudio de
la proxémica para designar la tendencia humana a marcar el territorio personal -o espacio
intocable- al modo en que lo hacen los animales salvajes o las aves.
6. Artefactos
Los artefactos comprenden la manipulación de objetos con personas interactuantes que
pueden actuar como estímulos no verbales. Estos artefactos comprenden el perfume, la ropa,
el lápiz de labios, los anteojos, la peluca, y otros objetos para el cabello.
Actitudes
El concepto nos refiere a una tendencia a responder de igual manera en circunstancias
similares. Predice una forma de actuar de una persona, el comportamiento que establece un
patrón que emplea un individuo para hacer las cosas. En este sentido, se puede decir que es su
estilo de actuar, cierta forma de motivación de carácter, secundaria, en contraposición a la
motivación biológica, de tipo primario que impulsa y orienta la acción hacia determinados
objetivos y metas.
En la Psicología Social las actitudes son elementos de gran valor para la predicción de
conductas.
Se ha definido a las actitudes también como una organización duradera de creencias, dotada
de una carga afectiva a factor o en contra de un objeto definido, que predispone a una acción
coherente con esas creencias y afectos relativos a dicho objeto.
Para que exista eso que llamamos una actitud, es necesario, en primer lugar, que exista
también un constructo de un objeto. Ese constructo está formado por las percepciones, las
evaluaciones de esas percepciones y la construcción de creencias hacia un objeto. Los objetos
no conocidos o sobre los que no se posee información no pueden generar actitudes.
En un segundo aspecto, está el sentimiento en favor o en contra de un objeto. Es el
componente más característico de las actitudes. Aquí radica la diferencia principal con las
creencias y las opiniones –que se caracterizan por su componente cognoscitivo–. Otra
diferencia es el componente conductual es la tendencia a reaccionar hacia los objetos de una
determinada manera. Es el componente activo de la actitud.
Las actitudes se determinan como un constructo científico en el ámbito de la Psicología Social
mediante tres dimensiones de la conducta humana.
La evaluación positiva o negativa de un objeto se produce a través de pensamientos e ideas,
designados en los estudios sobre actitudes como “creencias”.
La evaluación de las actitudes por medio de las respuestas de los sujetos ocurre en una doble
secuencia:
Inicialmente se establece una asociación de naturaleza probable entre un objeto y algunas de
sus propiedades.
Mediante escalas de medición de actitudes, por ejemplo, las escalas Lickert, se evalúa la
dirección positiva o negativa que el contenido de esta proposición estímulo tiene para los
sujetos.
También pueden medirse las respuestas afectivas, que son los sentimientos, los estados de
ánimo y las emociones asociadas con una proposición de ese tipo.
Representación social
La relación entre la ciencia y el sentido común
Desde la perspectiva de Moscovici, la Teoría de las Representaciones Sociales (TRS) es una de
las maneras de estudiar el conocimiento del sentido y su relación con los contextos sociales
donde éste se origina. La TRS se presenta como una alternativa a la psicología social cognitiva
tradicional, caracterizada por su carácter individualista. Para Moscovici lo central no son los
procesos cognitivos individuales, sino las formas de conocimientos grupales, socialmente
compartidos y recreados en el curso de las interacciones cotidianas.
Moscovici pretende dar cuenta de las relaciones entre los conocimientos científicos y los
conocimientos legos o del sentido común. Utilizó el concepto de representación social para
describir cómo la gente sustituye un concepto teórico y abstracto por un objeto real,
diferenciado, accesible.
Rescatando el concepto de representación colectiva
Las representaciones sociales son un tipo de conocimiento específico: un conocimiento del
sentido común que permite que nos orientemos y aprehendamos el mundo de la vida
cotidiana. Son conocimientos prácticos socialmente construidos y compartidos
intersubjetivamente.
Las representaciones sociales constituyen una explicación o teoría social que los sujetos, como
parte de un colectivo, construyen sobre aspectos de esa vida cotidiana que les permiten
definirla e interactuar en ella. Es decir, son una “totalidad significante contextualizada” que
abarca el contenido de lo representado y la identificación y definición del grupo que construye
esa representación.
Para hablar de representaciones sociales, Moscovici retoma el concepto de representaciones
colectivas de Durkheim. Con ese concepto, Durkheim intentaba designar la especificidad del
pensamiento social con relación al pensamiento individual. Así como disoció los hechos
sociales de la conciencia individual, también diferenció la representación individual de la
representación colectiva. Las representaciones colectivas no podían limitarse a la suma de las
representaciones de los individuos que componen una sociedad. Constituyen un mecanismo
explicativo de la sociedad, refiriéndose a una clase general de ideas y creencias, que incluye a
la ideología, la ciencia, la religión, la economía, el derecho, los mitos. Las mismas se imponen a
los individuos como una serie de clasificaciones externas que les sirven para dar forma al
mundo.
Representaciones y prácticas
Las prácticas sociales son un elemento constitutivo de las representaciones sociales.
Las representaciones sociales son inseparables de los valores y de las prácticas, ya que son
conocimientos que hablan desde un lugar social, que están anclados en determinado orden
social y cultural que se constituye como matriz desde la cual se interpreta el mundo, se lo
carga de valores y de afectividad. No pueden tomarse como algo independiente, sino que
entre representación social y prácticas hay relaciones de interdependencia.
Jodelet muestra principalmente en su investigación sobre las representaciones sociales de la
locura, la importancia de estudiar las prácticas para elucidar la construcción simbólica de una
representación social. En su estudio abordó la representación social de la enfermedad mental
y los enfermos mentales, realizada en una colonia familiar dependiente de una institución
psiquiátrica en Francia en el contexto de un proceso de desmanicomialización. Esta colonia
estaba conformada por un conjunto de municipios rurales en los que pacientes externados
vivían en libertad y su alojamiento, mantenimiento, vigilancia y cuidado son confiados a los
habitantes de la comunidad, en su mayoría campesinos.
Se encontró que más allá de los intentos por integrar a los pacientes en la vida cotidiana de la
comunidad, existían prácticas de distanciamiento y exclusión. Se limitaba a los pacientes a una
actuación de vida familiar. Ese “como si” de la vida familiar se expresaba en las siguientes
prácticas:
. Casi no estaban alojados en las casas
. No comen junto con la familia, solo en raras ocasiones.
. Raramente comparten aspectos de la vida en común.
. Separación de utensilios y de ropa.
. Las familias o descendientes de familias que ya habían hospedado pacientes son menos
abiertos y menos acogedores que los que no tienen tradición al respecto.
. Las familias que tienen niños en edad escolar no alojan enfermos.
La representación social de la locura aparecía anclada en torno al miedo al contagio, como si
algo de la sustancia de la enfermedad se encontrara en las secreciones corporales,
constituyendo un peligro para quien los toca.
El proceso de influencia social servía para reducir las divergencias entre los individuos. Este
proceso imponía una visión uniforme de la realidad, alejaba la desviación y, por ello, permitía
al individuo adaptarse al grupo y actuar; por lo que se le concede a la conformidad un valor
primordial. Los individuos que no obedecen serán considerados desviados, inadaptados; nacen
fuertes presiones hacia la uniformidad en el grupo a fin de obligar a los desviados a
conformarse. Resulta evidente que una sociedad no podría existir o preservar su integridad sin
imponer a todos sus miembros reglas comunes y convenciones bien definidas; el proceso de
continuidad de la existencia del grupo. Los psicólogos sociales han considerado que el proceso
de influencia emanaba invariablemente del grupo, de la mayoría, y que iba dirigida hacia el
individuo. Las investigaciones sobre la influencia social se han centrado sobre el
comportamiento de los blancos de la influencia, y son dos: ya sea adoptar los puntos de vista
del grupo, o sea, conformarse, o bien resistir a las presiones del grupo, osea, permanecer
independientes o desviarse.
Asch esperaba demostrar que en una situación clara, que exija una respuesta cierta y unívoca,
el ser humano racional y lógico se atendería a sus conocimientos de a realidad y resistiría a la
presión social; de todas maneras, no fue así.
La conformidad no siempre hace que el grupo sea más eficaz o esté mejor adaptado; por el
contrario, el no conformismo en ocasiones puede tener el efecto contrario, es decir, que
permite que el grupo actúe y se adapte. Se entiende que la influencia social no sólo puede
servir para el control social y ayudar a que cada uno se adapte a una realidad social
determinada, sino que además contribuye al cambio social.
Hablar de cambio social es hablar de innovación, de al influencia activa de las minorías o los
individuos sobre la mayoría o un grupo.
Hay que considerar al proceso de influencia como algo simétrico, como un proceso que incluye
la acción y la reacción tanto de la fuente como del blanco, cada miembro del grupo es al
mismo tiempo emisor potencial y receptor potencial de influencia.
Los rasgos específicos de la innovación
Proponemos que se conciba el proceso de innovación como un proceso de influencia social,
que generalmente tiene por fuente una minoría o un individuo que intenta, ya sea introducir o
crear nuevas ideas, nuevos modos de pensamiento o comportamiento, o bien modificar ideas
recibidas, actitudes tradicionales o antiguos modos de pensamiento o comportamiento.
Los psicólogos sociales generalmente definen a la minoría de manera cuantitativa. De este
modo, conciben a la minoría como una pequeña fracción (inferior a la media del total) de
individuos que comparten ciertas opiniones que siempre difieren de los que comparte la
fracción más numerosa, osea, la mayoría, de algún grupo importante de referencia, pudiendo
ser mayoría en otro grupo.
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a una minoría o a un individuo que desencadena un
proceso de innovación? En general, carecen de la fuerza numérica, del poder y de la
competencia necesarios para imponer simplemente su punto de vista a una población de
mayor importancia. Además, el individuo o la minoría son despreciados y puestos en ridículo, y
nadie les presta atención. ¿Cuáles son las características que hacen posible esto? Partimos de
un elemento sumamente general, a saber: la pasividad o la actividad de la minoría en un
grupo, en la sociedad. Es la presencia o ausencia de una posición definida, es decir, su carácter
nómico o anómico, lo que convierte a una minoría o a un desviado en un socio activo/pasivo
en las relaciones sociales.
Osea que existirían dos subgrupos minoritarios: las minorías anómicas y las nómicas, siendo las
primeras aquellas que carecen de normas o respuestas propias, y su comportamiento carece
de los recursos psicológicos o de los medios sociales para adoptar la norma de la mayoría; la
minoría nómica rechaza la norma dominante como consecuencia directa de la posición que ha
tomado: una minoría nómica adopta y proclama una norma de recambio.
La minoría debe estar motivada para obtener, conservar o incluso aumentar su visibilidad y
hacer que la mayoría reconozca su existencia. A través del proceso de adquisición de visibilidad
y reconocimiento social, es como podemos evaluar de forma correcta el derecho que tiene la
minoría par actuar y provocar cambios en su medio material y social, así como su capacidad
para hacer que otros individuos compartan su punto de vista.
Innovación y creación de conflictos
Cuando una minoría no percibe lo mismo que otros, uno empieza a percibir con claridad la
existencia de un desacuerdo fundamental la existencia de un conflicto que impide el consenso.
En cualquier caso, los individuos se sentirán obligados a desenmarañar las situaciones física y
social embarazosas y a restablecer el consenso. Pero al hacerlo intentarán no distanciarse
demasiado de su propia opinión y no perder la cara ante los demás ni ante sí mismos. Mientras
más agudo sea en conflicto, más fuerte será a obligación de resolverlo.
Cuanto más fuerte sea la convicción de la minoría, mayor será el cambio que se exige de los
individuos que pertenecen a la mayoría para reducir el conflicto y restaurar el consenso. Los
individuos pertenecientes a la mayoría no harán concesiones con agrado, sino que
emprenderán un proceso de validación cada uno de los participantes intentará hacer triunfar
su propio punto de vista, aunque considerando el alcance de eventuales concesiones por su
parte. De este modo, cada tipo de influencia correspondería a un tipo particular de
negociación, a una forma particular de hacer frente a un conflicto. Es en este marco donde
podríamos situar el proceso de innovación; es en este contexto donde una minoría activa
puede ser considerada una fuente de influencia. Al cuestionar el consenso social, la minoría
crea un conflicto. Mientras más se intensifique éste, mayor será la incertidumbre o la duda en
el seno del grupo mayoritario, y también incita a éste a reducir o eliminar el desacuerdo a
cambio de ciertas concesiones.
Cuanto mayor sea el distanciamiento respecto a su formación, es decir, mientras menos se fíe
el sujeto del índice que ha aprendido y más confíe en el índice aprendido por su interlocutor,
mayor será la influencia sufrida por el sujeto. Los resultados muestran que, en general, los
sujetos no lineales se distancian en mayor medida de su formación y adoptan el otro índice
(lineal) que lo contrario. Los hechos demuestran que los sujetos lineales (consistentes),
independientemente que pertenezcan a la mayoría o a la minoría, son más consistentes, y
tienen una mayor influencia que los sujetos no lineales e indican que el estilo cognitivo tiene
un efecto más marcado que el número.
Sustituiremos la teoría de la dependencia por una teoría de la consistencia a fin de explicar los
fenómenos observados en este campo.
Los estilos de comportamiento de las minorías
Hemos indicado la importancia del estilo cognitivo adoptado por el sujeto, designándolo como
el factor decisivo por excelencia del desenlace de la interacción, superior a su posición de
minoría o mayoría dentro del grupo.
El concepto de estilo de comportamiento está relacionado con la organización del
comportamiento y las opiniones, con el desarrollo y la intensidad de su expresión. Podemos
definir un estilo de comportamiento como una composición intencional de señales verbales
y/o no verbales que expresan el significado del estado presente y la evolución futura de
aquellos que los manifiestan. El estilo de comportamiento presenta dos aspectos: su aspecto
instrumental proporciona una información sobre el objeto que hay que juzgar; y su aspecto
simbólico nos informa sobre la persona que adopta dicho comportamiento particular.
Existen varios estilos de comportamiento: la inversión, la autonomía, la equidad, la rigidez y la
consistencia.
Un comportamiento muy consistente, que rechace el consenso, nos llevará a tribuir éste a
propiedades del sujeto que lo adopta; si, por el contrario, en vez de ser un individuo, nos
encontramos con un subgrupo minoritario consistente, nos inclinaríamos a pensar que
también hay una atribución al objeto.
La importancia de la consistencia intra o interindividual es que puede incitar a otras personas,
en el transcurso de una interacción, a tomar nota de la posición de la minoría en tanto que
solución de recambio a su propio punto de vista, validación de por medio y reexaminar el
objeto del juicio a fin de buscar en él las propiedades que motivan el comportamiento de la
minoría.
Hay una experiencia de Moscovoci y colaboradores sobre la discriminación de colores, pera
que los sujetos juzgaran el color e intensidad luminosa de una serie de diapositivas. Con
grupos compuestos de cuatro sujetos y dos cómplices. Todos debían citar en voz alta el color
de la diapositiva (azul); los dos cómplices insisten que son verdes. Después dicen azul a veces y
otras, verde. Los resultados obtenidos dan testimonio de que, para ser influyente, una minoría
debe ser consistente; el grupo de la mayoría adopta en un 8,4% la respuesta en la primera
experiencia, y sólo un 1,25% en la segunda.
INDEFENSIÓN (Seligman)
Controlabilidad
La indefensión es el estado psicológico que se produce frecuentemente cuando los
acontecimientos son incontrolables. Un acontecimiento es incontrolable cuando no podemos
hacer nada para cambiarlo, cuando hagamos lo que hagamos siempre ocurrirá lo mismo.
Respuestas voluntarias
Sólo aquellas respuestas que puedan ser modificadas por la recompensa y el castigo serán
denominadas respuestas voluntarias.
El sello distintivo de estas respuestas es el hecho de que las realizaremos más frecuentemente
si somos recompensados por ello y dejaremos de realizarlas si somos castigados.
Una importante corriente de la teoría psicológica del aprendizaje, fundada por Thorndike y
desarrollada por Skinner, se ocupa exclusivamente de las respuestas voluntarias. Mediante el
estudio de las leyes que rigen las respuestas operantes (porque “operan” sobre el ambiente),
que pueden ser modificadas por la recompensa y el castigo; los condicionadores operantes
confían en descubrir las leyes de la conducta voluntaria en general.
Mientras que el condicionamiento operante estudia las respuestas voluntarias, la otra principal
vertiente de la teoría del aprendizaje, el condicionamiento clásico o pavloviano, se ocupa
únicamente de las respuestas que no son voluntarias. En un experimento típico de
condicionamiento pavloviano, una persona oye un tono seguido de una descarga eléctrica
breve y dolorosa. En tono se llama estímulo condicionado (EC), y la descarga estímulo
incondicionado (EI); la reacción de dolor producida por la descarga es la respuesta
incondicionada (RI). Una vez que la persona llega a anticipar la descarga sudará y su ritmo
cardíaco aumentará cuando oiga el tono. Estas respuestas anticipatorias se llaman respuestas
condicionadas (RC). Es de crucial importancia tener presente que la respuesta condicionada no
controla la descarga; la persona la recibe independientemente de que sude o no. Lo que define
un experimento pavloviano, distinguiéndolo de un experimento operante, es precisamente la
indefensión. En el condicionamiento clásico no se permite que ninguna respuesta,
condicionada o de otro tipo, modifique el EC o el EI, mientras que en un experimento operante
debe haber alguna respuesta que obtenga recompensa o alivio del castigo.
La indefensión supone un verdadero desastre para los organismos capaces de aprender que se
encuentran indefensos. La incontrabilidad produce en el laboratorio tres tipos de trastornos:
disminuye la motivación para responder, bloquea la capacidad de percibir sucesos y se
incrementa la emotividad. Estos efectos se producen en una gran variedad de circunstancias y
especies y de forma especial en el humano.
OBEDIENCIA A LA AUTORIDAD (Milgram)
La obediencia es el mecanismo psicológico que hace de eslabón entre la acción del individuo y
el fin político.
El exterminio de los judíos europeos por parte de los Nazis constituye el ejemplo extremo de
acciones detestables, inmorales, llevadas a cabo por miles de personas en nombre de la
obediencia.
A fin de poder examinar de cerca el acto de la obediencia, se realizó un experimento en la
Universidad de Yale. El problema principal que se plantea es el siguiente: ¿Hasta dónde va a
someterse el participante a las instrucciones del experimentador antes de negarse a llevar a
cabo las acciones que de él se exigen?
Llegan dos personas a un laboratorio psicológico para tomar parte en una investigación de
memoria y aprendizaje. A una de ellas la designamos con el nombre de “enseñante” y a la otra
con el de “aprendiz”. El experimentador explica que esta investigación se halla relacionada con
los efectos del castigo en el aprendizaje. El aprendiz es conducido a una habitación, se le hace
sentarse en una silla, se le atan con correas a los brazos a fin de impedir que se mueva
demasiado, y se le sujeta un electrodo a su muñeca.
Se le dice entonces que tiene que aprender una lista de palabras paralelas; siempre que
cometa algún error recibirá una descarga eléctrica de intensidad creciente.
El centro real del experimento lo constituye el enseñante. Tras de observar cómo el estudiante
es atado con correas a su puesto, se le lleva a una habitación central experimental y se le hace
sentarse ante un generador de descargas. Aparecen letreros que van desde “descarga ligera” a
“peligro: descarga violenta”. Al enseñante se le dice que a él le toca administrar la prueba de
aprendizaje a la persona que se halla en la habitación contigua. Cuando el aprendiz responde
de manera correcta, el enseñante pasa a la pregunta siguiente; cuando el hombre de la
habitación contigua dé una respuesta errónea, el enseñante deberá proporcionarle una
descarga eléctrica.
Ha de comenzar con un nivel de descarga muy bajo (15 voltios) e ir aumentando el nivel cada
vez que aquella persona cometa un error.
El “enseñante” es un sujeto de experimentación auténticamente no iniciado que ha venido al
laboratorio únicamente para participar en un experimento. El sujeto de aprendizaje, la víctima,
es un actor que, de hecho no recibe descarga alguna. Lo importante del experimento consiste
en saber hasta qué punto va a seguir una persona en una situación concreta y medible, en la
que se le ordena que inflija un dolor creciente a una víctima que se queja de ello. ¿En qué
punto rehusará el sujeto obedecer al experimentador?
El conflicto brota cuando la persona que recibe la descarga comienza a indicar que siente
malestar.
Para el sujeto la situación no tiene nada de juego; el conflicto es intenso y patente. Por una
parte, el dolor manifiesto del aprendiz le compele a abandonar el ejercicio. Por otra, el
experimentador, autoridad legítima respecto de la cual siente el sujeto cierto compromiso, le
mueve a proseguir en el experimento. Cada vez que el sujeto duda en administrar la descarga,
el experimentador le ordena que prosiga. Para desembarazarse de esta situación, se ve
precisado el sujeto a hacer una clara ruptura con la autoridad. La finalidad de esta
investigación consistía en hallar cuándo y cómo iban a desafiar la autoridad las personas frente
a un claro imperativo moral.
A pesar del hecho de que no pocos sujetos experimentan cansancio, a pesar de que muchos
protestan ante el experimentador, siguen siendo muchos los que prosiguen hasta la última
descarga en el generador.
La lección más fundamental de nuestro estudio es que las personas más corrientes, por el
mero hecho de realizar las tareas que le son encomendadas, y sin hostilidad particular alguna e
su parte, pueden convertirse en agentes de un proceso terriblemente destructivo. Incluso
cuando los efectos destructivos de su obra aparezcan patentes y se les pida que lleven a cabo
acciones incompatibles con las normas fundamentales de la moralidad, son relativamente
pocas las personas que cuentan con recursos suficientes para oponerse a la autoridad. En ese
momento entran en acción toda una serie de inhibiciones contra la desobediencia a la
autoridad y hacen que la persona permanezca en su puesto.
¿Qué es lo que mantiene a una persona sometida al experimentador? En primer lugar, se da
una serie de “factores obligantes” que atraen al sujeto a una situación concreta. Incluyen
factores tales como el de cortesía por su parte, su deseo de mantener su inicial promesa de
ayudar al experimentador y lo poco delicado de un retirarse del experimento. En segundo
lugar, se dan en el pensamiento del sujeto un cierto número de adaptaciones que van minando
su decisión de romper con la autoridad. Estas adaptaciones ayudan al sujeto a mantener su
relación con el experimentador, al mismo tiempo que reducen la tensión que es provocada por
el conflicto experimental.
Otro de estos mecanismos lo constituye la tendencia del individuo a verse tan absorbido por
los aspectos estrechamente técnicos de su tarea, que pierde la visión de las más amplias
consecuencias de la misma.
La adaptación de pensamiento más corriente en el sujeto obediente es, por lo que a él se
refiere, el considerarse como no responsable de sus acciones. Se libera de toda
responsabilidad atribuyendo toda iniciativa al experimentador, a una autoridad legítima. No se
tiene a sí misma como una persona que actúa de una manera moralmente responsable, sino
como un agente de la autoridad externa.
Método de investigación
La sencillez es la clave de una investigación científica eficiente. Esto es especialmente verdad
en el caso de un tema con contenido psicológico. Para estudiar de la manera más sencilla la
obediencia tenemos que crear una situación en la que la persona ordena a otra que lleve a
cabo una acción experimentable, y hemos de anota cuándo tiene lugar la obediencia a un
mandato y cuándo deja de tenerlo.
Ordenaremos a una persona que venga al laboratorio y que actúe contra otro individuo de una
manera crecientemente severa.
El modo preciso de obrar contra la víctima no tiene una importancia capital. Por razones
lógicas se escogió para el estudio el proporcionar una descarga eléctrica. Parecía apta porque
era fácil para el sujeto comprender la noción de que las descaras han de ser graduadas en su
intensidad y porque su uso caía bien dentro del ambiente general científico del laboratorio.
UNIDAD 8
Vulnerabilización social
El poder puede ser pensado como el grado de acceso que una persona tiene a recursos
altamente demandados, como dinero, tiempo libre, trabajos gratificantes, y como el grado en
el cuál ella tiene la capacidad de tener algún efecto sobre su mundo. Por eso podemos decir
(por ejemplo) que la clase media tiene más poder que la clase trabajadora, que la gente blanca
posee más poder que la gente negra y que los hombres son más poderosos que las mujeres.
Si se puede decir que ciertas personas son más poderosas que otras, entonces precisamos
examinar los discursos y representaciones que mantienen estas injusticias.
Foucault y el poder
El conocimiento, según Foucault, aquella particular visión perteneciente al sentido común que
es prevaleciente en una cultura en un momento dado, está íntimamente ligado al poder. El
poder para actuar de maneras determinadas, para exigir recursos, para controlar o ser
controlado, depende de los “conocimientos” en curso que prevalecen en una sociedad.
Podemos ejercer poder sirviéndonos de discursos que permitan que nuestras acciones sean
consideradas desde una perspectiva aceptable. Por consiguiente, Foucault no ve al poder
como algo que se posee, como algo que algunos tienen y otros no, sino como un efecto del
discurso. Ejercer poder es definir al mundo o a las personas de maneras que nos permitan
llevar a cabo lo que queremos.
Poder disciplinario
Foucault afirma que en el siglo XVIII, debido al aumento del número de personas y a los
consecuentes problemas en la salud pública, en las condiciones habitacionales, etc., comenzó
a surgir el concepto de “población”. Trae consigo la idea del crecimiento de la población, y de
los recursos necesarios para hacer frente a ese crecimiento. El concepto de población
constituyó una forma relativamente sofisticada de pensar a los habitantes de un país, que trajo
aparejadas preguntas relativas al manejo y al control. Foucault ve al cuerpo, y particularmente
a la sexualidad, como el lugar privilegiado de las relaciones de poder, y describe, de la
siguiente manera, cómo fue que se dio esto:
“El sexo se encontraba en el corazón de este problema económico y político: era necesario
analizar la tasa de nacimiento, la edad de casamiento, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la
precocidad y la frecuencia de las relaciones sexuales…”
En otras palabras, el sexo se convirtió en un área de gran interés para el Estado. Aquellos que
se encontraban en posiciones de autoridad en el Estado y en la Iglesia ocuparon el rol de
“inquisidores”. Fue únicamente en ese momento que aparecieron las ideas de “perversión
sexual”, “prácticas no naturales” e “inmoralidad sexual”. Inevitablemente, con el poder de
decidir cuáles prácticas eran permitidas y cuáles no, apareció la idea de “normalidad”. La
práctica de escudriñar el comportamiento sexual de la población y de alentar a que las
personas confiesen sus “faltas” sexuales se convirtió en una poderosa forma de control social.
Foucault dice que el siglo XIX presenció un estallido de discursos sobre la sexualidad. Nunca
antes el sexo había sido tan examinado, clasificado, teorizado y controlado. Que el sexo no
fuera mencionado en la sociedad culta no altera el hecho de que durante este período la
sexualidad fuera rápidamente construida por medio de discursos.
No era sólo en lo referido a la sexualidad que se estaba registrando ese giro hacia la vigilancia y
la normalización. La psiquiatría desarrolló la categoría sano/demente, extendiéndola más
tarde a innumerables variantes de anormalidad (psicosis, neurosis, trastorno bipolar,
esquizofrenia, etc.) El poder de la vigilancia como método de control social fue resumido, de
acuerdo a Foucault, por el “Panóptico” de Bentham. Éste fue un invento del siglo XIX, en el
cual las celdas de una prisión eran dispuestas alrededor de una torre de observación central.
Desde aquí, un supervisor podía realizar la vigilancia ocular de los internos. Dentro de las
celdas, ningún prisionero podía estar seguro de que no estaba siendo observado y, de esta
manera, ellos mismos comenzaban gradualmente a vigilar su propio comportamiento.
Foucault señala aquí que, así como ocurría con la confesión, la práctica de la vigilancia era
internalizada por aquellos que eran observados, que pasaron así a monitorear y controlar su
propio comportamiento de acuerdo a los estándares de “normalidad” establecidos. Sarup
establece un paralelismo preocupante entre el Panóptico y el monitoreo de las personas por
medio de computadoras en el capitalismo avanzado.
Foucault cree que ha habido un cambio radical en la forma en que las sociedades occidentales
son dirigidas y controladas. Hubo un desplazamiento desde un “poder soberano” en el cual el
monarca controlaba al pueblo por el poder de castigar, forzar o matar, hacia el “poder
disciplinario” en el cual las personas son disciplinadas y controladas al someterse ellos mismos
libremente a la inspección de otros y a su propia inspección. Tal poder disciplinario, dice él, es
una forma de control mucho más efectiva y eficiente.
Vista desde esta perspectiva, la posición de la propia psicología se vuelve bastante dudosa. De
esta manera, la práctica de la psicología no sería un proyecto liberador sino un engranaje más
en la máquina de control social.
Vulnerabilización social
Estar dentro de la zona de vulnerabilidad o marginalidad tiene que ver con las combinatorias
posibles entre la precarización y/o ausencia de trabajo y el deterioro o la ruptura de los
vínculos.
Para algunos autores, hablar en términos de exclusión y de excluidos tiene una connotación
negativa. Se pone el acento en un estado individual –estar por fuera de– más que en describir
las condiciones estructurales que generan esas situaciones. Por eso preferimos utilizar el
término de expulsión o vulnerabilización.
Dimensiones del fenómeno de vulnerabilización social
Comprender los procesos de vulnerabilización social desde la perspectiva del construccionismo
social supone aceptar que la naturaleza de las definiciones o conocimientos sobre este campo
de problemas es un producto socialmente elaborado a través de prácticas colectivas.
El reconocimiento de los fenómenos de vulnerabilización social como problemática compleja
no remite a lo difícil de las situaciones, ni cierra las reflexiones acerca de la temática, sino que
abre a múltiples dimensiones para su abordaje. El pensamiento complejo rechaza los modos
reduccionistas y simplificadores para pensar la realidad. La vulnerabilidad es multicausal, tiene
varias dimensiones analíticas (económicas, históricas, políticas, culturales y sociales) e incluye
aspectos individuales, grupales e institucionales. Diferenciaremos tres dimensiones:
I. Dimensión histórico-económica:
Con posteridad a la Segunda Guerra Mundial se instaló en los países periféricos un modelo
económico basado en la sustitución de importaciones. Este modelo fue capaz de integrar a la
mayoría de la población al caracterizarse por una economía más independiente de los
mercados internacionales y un estado de bienestar que aseguraba salud, trabajo, educación y
protección social. La crisis mundial del petróleo, a mediados de los ’70, marcó el final de ese
modelo económico, iniciándose una etapa de concentración económica y de corrimiento del
Estado benefactor en detrimento de una lógica de mercado. La desindustrialización, el
endeudamiento externo y las crisis inflacionarias, la emergencia de una nueva pobreza
estructural y el desempleo masivo, se tradujeron en la configuración de amplias zonas de
vulnerabilidad y marginalidad social.
En América Latina, y en la Argentina en particular, durante la década del ’90 estas políticas de
mayor liberalización de la economía se intensificaron y contribuyeron a profundizar la recesión
y reducir los ingresos de la población. En nuestro país, la implementación de las políticas
neoliberales se tradujo en una crisis social y económica que tuvo su punto más álgido en la
rebelión popular del 19 y 20 de diciembre del 2001, momento en que el índice de pobreza
llegó al 57% y el de desempleo alcanzó el 20%
II. Dimensión política
Lo excluido es considerado como diferente, extraño y genera la puesta en funcionamiento de
una serie de dispositivos que parten del concepto de reinserción o reeducación, sostenidos en
mecanismos de poder: control de los individuos, diagnósticos, clasificaciones, tutela. Lo
diferente, lo excluido, lo marginado, se constituye como amenaza al orden social. Lo
marginado en la vida social fue cambiando de ropaje: el leproso en la Edad Media, el loco en la
Edad Moderna, los pobres, los transgresores a la ley, los que usan drogas, los que tienen
prácticas sexuales diferentes, los que tienen capacidades distintas, “los excluidos o
vulnerables” en la actualidad.
Todas las estructuras sociales se basan en relaciones de poder que están integradas en las
instituciones, y la institucionalización de rutinas puede pensarse como la forma en que el
poder influye en la vida cotidiana.
Los discursos se construyen como explicaciones sobre la realidad social, y se establecen como
saberes socialmente legitimados en un momento histórico particular. Específicamente, en el
campo de los procesos de vulnerabilización social, los discursos dominantes se expresan,
desde una perspectiva dualista, en términos de oposiciones: individual/social y sujeto/objeto.
Frente a estas lecturas dualistas, desde una perspectiva construccionista en psicología social, el
campo de problemas de la vulnerabilidad social debe comprenderse en términos de
relaciones, de interdependencia. No existen ni individuos aislados ni pensamientos
desencarnados, ya que siempre hay un espacio social y público de integración e inscripción
simbólica. Examinamos estas problemáticas complejas en términos de identificar ese
momento en que lo social se convierte en personal y lo personal en social, es decir, en la
integración de esa estructura personal y social. Tal como sostiene Martín-Baró, desde la
psicología social se pretende examinar la doble realidad de la persona.
III. Dimensión social
El debilitamiento de los vínculos sociales se convierte en uno de los ejes centrales para pensar
el proceso de vulnerabilización social o desafiliación. Es decir, las personas que atraviesan
estas situaciones carecen o tienen debilitadas sus redes de apoyo y sostén.
Quienes no tienen trabajo o viven en la calle o tienen una discapacidad o son migrantes, o
viven en condiciones de extrema marginalidad, son estigmatizadas por el resto del conjunto
social, a partir de la construcción de prejuicios sobre ellos. Los estigmas son construcciones
sociales que sirven para categorizar a las personas a partir de considerar algunos atributos –
físicos, mentales o sociales– como negativos y no aceptados socialmente. De este modo, un
atributo estigmatizante del otro, asegura la normalidad del que atribuye, generando
distanciamiento y enfrentamientos en las redes sociales. Dejamos de percibir al otro en su
totalidad y lo reducimos a un ser menospreciado en función de poseer un atributo
desacreditado. El estigma excluye de la “normal” cotidianeidad y se traduce en procesos de
expulsión social.
La comunidad pasa de ser objeto de cambios a ser sujeto de cambios, actora social de su
propia transformación.
Lo ideal y también lo necesario es la unión entre políticas públicas ejecutadas por
organizaciones gubernamentales, a las que se agreguen organizaciones no gubernamentales
con ideas innovadoras e iniciativas ciudadanas. Si esto ocurre, el sistema democrático se verá
fortalecido, las iniciativas comunitarias y sus agentes internos también lo serán y los
programas y proyectos que se lleven a cabo podrán obtener resultados más amplios y más
duraderos y, también, mejor ajustados a las necesidades e intereses de la población.
Apoyo social
Sundberg definió el apoyo social como un patrón duradero de lazos continuos o intermitentes,
que desempeñan un papel significativo en el mantenimiento de la integridad física y
psicológica de las personas a través del tiempo.
Esta definición recalca la necesidad de que ese apoyo basado en la interacción social, sea
mantenido. Para esto debemos señalar que es necesario que esos lazos o nexos se den tanto
entre instituciones y organizaciones de base, como entre las personas.
Otra definición de apoyo social pone el énfasis en las personas, al decir que es el grado en el
cuál ellas satisfacen las necesidades sociales básicas, mediante interacciones sociales que les
suministran ayuda socioemocional e instrumental. Lo que Thoits califica de “necesidades
sociales básicas” reside en los aspectos psicosociales que son fundamentales para la
construcción y desarrollo de nexos, de los cuales dependerá nuestra identificación con un
lugar, un proyecto, una acción. Fundamentales también en el desarrollo del apego, de la
participación y del compromiso. Por lo tanto, el apoyo social, así definido, nace de la
interacción social sostenida, afectiva, altruista y a la vez personalista, que sustenta al tejido
social.
Participación y compromiso
La participación es algún modo de hacer o de ser que permite que nos apropiemos de alguna
cosa estableciendo una relación o nexo entre el sujeto participante y el objeto de la
participación, que es compartida con otras personas. La participación es un modo de poseer en
relación que señala el carácter colectivo de la acción.
Bordenave define la participación a través de tres aspectos:
Ser parte. Esto es sentir, tener el sentimiento de pertenencia a una comunidad o grupo.
Tomar parte. Es decir, asumir responsabilidades y riesgos conjuntos en el desarrollo de
actividades cumplidas para la comunidad a la cual se pertenece.
Tener parte. Compartir beneficios y satisfacciones, intervenir en procesos que afectan a la
comunidad y al grupo al cual se pertenece, manejar y controlar hechos en los procesos
llevados a cabo, no aceptar pasivamente los eventos que ocurren, no actuar reactivamente o
por obligación o por rutina, sino con consciencia de lo que se hace.
La participación es apropiación compartida, a la vez que sentida individualmente. Es también
mutua transformación que atañe al sujeto, a todos los sujetos partícipes y al objeto que los
reúne. La participación es parte del derecho a la autorrealización y es fundamental para la
transformación social e individual.
Una característica de la participación comunitaria es su movilización y dirección en función de
metas colectivas, para cuya obtención se trata de incorporar el mayor número posible de
personas interesadas dentro de una comunidad.
Efectos de la participación
La importancia de la participación se muestra en sus efectos socializadores sobre los
participantes y sobre quienes observan o siguen sus acciones.
En la participación se da generación e intercambio de conocimiento. En la participación
comunitaria todos aportan y reciben consejos, recursos y servicios; lo cual a su vez introduce
elementos decisivos que hacen posible el diálogo y la relación con otros en un plano de
igualdad basado en la inclusión.
Así como participar genera compromiso, comprometerse genera participación. Hay una razón
directa entre ambos fenómenos, pues a mayor participación, mayor compromiso y a mayor
compromiso mayor participación.
Al estimular la participación se está refinando, puliendo y desarrollando las capacidades tanto
de los agentes externos, aquellos que vienen de afuera a trabajar con la comunidad, como de
los internos (líderes comunitarios, personas interesadas) Asimismo, al participar se desarrollan
la colaboración y la solidaridad.
Además, moviliza, facilita y estimula recursos (materiales e inmateriales) existentes y fomenta
la creación y obtención de otros nuevos, y para lograrlo, genera formas de comunicación
horizontal entre los participantes, desarrollan su capacidad reflexiva y crítica. Los intercambios
de información y de análisis promueven la reflexión, esto es, la capacidad de evaluar
críticamente el trabajo hecho, a través de la reflexión colectiva.
Aprenden, también, a tomar decisiones consultadas, lo cual puede generar una normatividad
que permita funcionar como grupo.
La perspectiva psicosocial
Todo desarrollo humano ocurre siempre en contexto, implicando un intercambio constante
entre el sujeto y los ambientes ecológicos en los que se halla inserto. Bronfenbrenner refiere
que los procesos psicológicos deben estudiarse necesariamente en los ambientes reales en los
que los seres humanos viven.
Puede definirse desde esta perspectiva cuatro niveles interconectados entre sí: micro, meso,
exo y macrosistema. Éstos caracterizan y dan cuenta del contexto en el que las personas se
hallan insertas, planteados como un conjunto de sistemas concéntricos en un mapa de red.
Cada nivel o sistema supone una dinámica y un tempo particular, a la vez que se afectan
mutuamente.
¿Qué pasa con el sujeto social cuando es encerrado en una institución cerrada y total como lo
es la cárcel?
Podríamos decir que el ir detenido puede pensarse como una transición ecológica.
Las características específicas que imprime la cárcel a esta transición ecológica debemos
pensarlas como emergentes de su propiedad de ser una institución social y total.
2. Funciones de la red
- Compañía social, es decir, la realización de actividades conjuntas o simplemente el
estar juntos.
- Apoyo emocional, es el poder contar con la resonancia emocional y la buena voluntad
del otro; es el tipo de función característica de las amistades íntimas y las relaciones
familiares cercanas.
- Guía cognitiva y consejos
- Regulación social, es decir, interacciones que recuerdan y reafirman responsabilidades
y roles, neutralizan las desviaciones de comportamiento que se apartan de las
expectativas colectivas y favorecen la resolución de conflictos. Un ejemplo por la
negativa lo proveen las familias en que ocurre incesto o violencia. Una de las
características más salientes es que se mantienen consistentemente aisladas de toda
red, con poca actividad social y pocas visitas. La rigidez de fronteras y pobreza de la
red, su fraccionamiento y su baja densidad reduce al mínimo la presencia del
exogrupo. Esto reduce a su vez la presión para el mantenimiento de las normas
sociales, ya que el ojo del prójimo contribuye a controlar o cuestionar los
comportamientos desviados.
- Apoyo material y de servicios
- Acceso a nuevos contactos
Familia y psicología
El origen de la inquietud por lo psicológico se pierde en los tiempos remotos, en la mitología,
en la filosofía y la religión. Aquellos orígenes estaban signados por la preocupación en las
relaciones del hombre con los dioses y luego en nuestro mundo y con Dios.
El hombre primero buscó un lugar entre los dioses del Olimpo, luego, mediante la filosofía
cristiano aristotélica, se preocupó por cómo cultivar su alma dentro de un cuerpo imperfecto
y, a partir del cartesianismo, se fragmentó en una conciencia pensante separada de su cuerpo.
Cuando hacia fines del siglo XIX Wundt le da a la disciplina un estatuto propio, le define una
perspectiva experimentalista y una social. De ambas perdurará la experimental y persistirá
como paradigma predominante un sesgo individualista de subjetividad personal y privada.
Mientras durante la primera mitad del siglo XX, la familia fue tema de estudio y de
investigación de la antropología, la sociología, la historia y la historia social moderna, la
psicología permaneció ausente, aun en su rama más social, la psicología social.
El impacto de la posmodernidad
Desde la posguerra mundial se desarrolló y predomina hoy cierta cultura que desacraliza las
grandes creencias y teorías, incluidas aquellas que caen en la denominación de “religiones” y
“ciencia”. Se cuestiona la búsqueda –heredada de la Ilustración– de una verdad y predomina
un relativismo amparado en el descreimiento, la ambigüedad y cierto desencanto por las ideas
de razón, legitimidad, estabilidad, progreso o libertad que hasta entonces guiaban las
instituciones.
Entre los pocos años que transcurrieron desde la posguerra a la actualidad, se asistió también
a varios fenómenos como la modernización tecnológica, la proliferación de los medios de
comunicación de masas, la urbanización acelerada y los procesos migratorios masivos y
veloces.
Cuánto y cómo esto afectó la vida de la familia tiene su reflejo en las interacciones familiares
de cada día. La rutina de la familia rural de hace cien años recibió el impacto de las
migraciones a las grandes urbes, de la duplicación de la esperanza de vida, del control de la
fecundidad natural y el desarrollo de la fecundidad asistida en sus múltiples variantes, del fin
del amor como “amor para toda la vida”, de la legitimación del matrimonio homosexual, del
surgimiento de las familias monoparentales, homoparentales, ensambladas, etc.
Así, la familia va a tono con un estado de saturación social y diversidad de discursos en los que,
más allá de las discusiones epistemológicas, la antigua pregunta humana por la verdad de las
cosas se disuelve por el caos social, familiar y en el de la misma reflexividad de cada persona
individual. El surgimiento de voces e identidades singulares que reclaman verdades
particulares se nutrió de la duda y la quiebra de la confianza otorgada a la razón hasta los
principios del siglo XX.
En su práctica, la terapia familiar se encontró con estos problemas en la forma de conflictos
ideológicos y de valores generacionales y de género en el seno mismo de las familias. ¿Cómo
construir un consenso de convivencia si una construcción de realidad es tan adecuada como
cualquier otra? ¿Cómo definir criterios de crianza o de organización familiar si los referentes
externos son ambiguos?
Hace cien años se pensaba que si algo andaba mal era porque no se lo conocía lo suficiente o
no se aplicaban bien los conocimientos disponibles, pero el siglo XXI trajo la buena nueva de
que todos somos expertos y la brecha entre ciencia y cultura lega se va achicando a medida
que se impone la noción de que la “validez depende de las creencias” o de que “el yo es un
cuento” y se ha vuelto algo distribuido y dependiente de los accidentes de la trama social.
La terapia familiar se encuentra hoy ante el desafío de cumplir una expectativa social de ser un
lugar de referencia en un contexto descreído de las creencias de validez general.
La perspectiva sistémica construccionista sostiene como premisa que hay verdades locales,
que las reglas de legitimidad debieran ser construidas sin obviar los conflictos y la diversidad
de voces mediante acuerdos entre personas que piensan y viven en situaciones diversas. Le
interesa que esos acuerdos de significado implican la vida de esas personas.
El trabajo por esos acuerdos, tanto en las relaciones familiares como en los sistemas más
amplios que la familia, se construye dialógicamente en un praxis social que solo parcialmente
podrá satisfacer la subjetividad personal.
¿QUÉ ES UNA FAMILIA? (Wainstein)
Bronfembrenner define que todo desarrollo humano ocurre siempre en contexto y por ello es
ecológico, dado que implica un intercambio constante entre el sujeto y toda la complejidad
que involucra su medio ambiente. Debido a esto, el autor refiere que los procesos psicológicos
deben estudiarse necesariamente en los ambientes reales en los que los seres humanos viven,
y el ambiente primario y fundamental de una persona es la familia. Su importancia reside en el
ser el primer contexto donde se desarrolla cada individuo y también por ser el ambiente
central donde acontecen experiencias importantes para su desarrollo.
Toda persona es un sujeto interaccional, cuya identidad es una construcción dinámica
producto emergente de su relación con su medio ecológico, marco multidimensional en el que
ese sujeto está inmerso.
No estamos aislados de lo que ocurre en nuestras familias, comunidades, países, culturas.
Interactuamos con todos ellos, con los valores que sostienen, con su idiosincrasia, sus reglas,
sus expectativas, sus compromisos y obligaciones. Puede afectarnos en menor o en mayor
medida, pero no deja de influenciarnos. Qué pensamos que es una familia, cómo la definimos,
cómo deben comportarse una mamá y un papá, si ambos deben o no ser pareja, están
necesariamente vinculadas al grupo social en el que nos hallamos insertos.
Los diferentes grupos sociales establecen consensos lingüísticos que involucran prácticas
concretas que hacen a la expectativa de familia que como grupo social tienen.
Ciclo vital
El ciclo vital es un proceso que consiste en atravesar una serie de etapas cualitativamente
diferentes entre sí, que implican tareas evolutivas diferenciadas, configuraciones emocionales
y relacionales distintas en cada una de ellas y entre una y otra fase se producen transiciones.
El ciclo vita familiar es algo diferente que la mera suma o yuxtaposición de las biografías
individuales de los miembros de la familia. No es el individuo el que (con la familia al fondo) va
a travesando una serie de etapas en el transcurso del tiempo, sino la familia como tal la que
evoluciona.
Haley fue uno de los primeros en introducir el concepto de ciclo vital.
Es importante diferenciar los conceptos de desarrollo familiar y ciclo vital de la familia. El ciclo
vital de la familia se refiere a aquellos hechos nodales que están ligados a la peripecia de los
miembros de la familia, como el nacimiento y crianza de los hijos, la partida de éstos del hogar,
el retiro y la muerte. Estos hechos producen cambios a los que deberá adaptarse la
organización formal de una familia. Son cambios de composición que exigen una
reorganización de los roles y reglas.
Desarrollo familiar es un concepto amplio que abarca todos los procesos coevolutivos
transaccionales vinculados al crecimiento de una familia. Incluyen los procesos de continuidad
y cambio relacionados con el trabajo, el cambio de domicilio, la migración, las enfermedades o
cualquier conjunto de hechos que alteren significativamente la trama de la vida familiar. Es lo
particular y distinto de cada familia.
El ciclo vital y los procesos evolutivos se superponen e interactúan, en forma sincrónica o
asincrónicamente. El concepto de desarrollo familiar es más abarcador y puede incluir
procesos vinculados a cambios en el ciclo vital. Falicov empleará la expresión “desarrollo
familiar” toda vez que se necesite un término genérico y reservará el “ciclo vital de la familia”
para los cambios organizativos y adaptativos vinculados a las variaciones en la composición de
la familia.