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El informe alemán que explica qué hacer

con los perdedores (y lo que se calla)


A Alemania le está yendo bien, incluso muy bien: ha caído el desempleo, cuenta con
industrias innovadoras y sus tasas de crecimiento son envidiadas por los países vecinos.
Sin embargo, ese auge económico no beneficia a todos sus ciudadanos, más al contrario.
Este es el punto de partida del informe 'Ungleiches Deutschland: Sozioökonomischer
Disparitätenbericht 2019' (Una Alemania desigual: informe de disparidades económicas
2019), de la Fundación Friedrich Ebert, en el que se refleja una de las tendencias
dominantes en el mundo globalizado. La desigualdad socioeconómica se ha solidificado
en la Alemania del crecimiento, y se nota tanto en las clases sociales como en el plano
territorial: mientras hay ciudades que se hallan en auge, regiones enteras están
perdiendo pie y lo van a pasar todavía peor.

En esencia, las líneas que marcan este proceso de dos direcciones son las habituales en
la globalización: en el interior de los países hay entornos que se han visto favorecidos,
como las urbes mundialmente conectadas, y otras zonas viven en un declive permanente
a causa de su desconexión. En el caso germano, más de 13,5 millones de sus
ciudadanos viven en regiones con graves problemas estructurales. Pero eso no
significa que sean los únicos perjudicados, asegura el informe, ya que en las ciudades
con más vigor económico, el coste de la vida está aumentando, las infraestructuras
están congestionándose, las clases medias están bajo presión y la cohesión social
también se desmorona.

La trampa de la que no se sale

Ese proceso, geográfico y social, también cuenta con consecuencias políticas: el peso
del voto de las regiones y las clases perdedoras ha sido decisivo en el Brexit, en la
elección de Trump o en la Francia de Le Pen, por poner ejemplos significativos, y en
Alemania, según el informe, la penetración de AfD, el partido de extrema derecha, es
inseparable de estos electorados. La crisis de legitimidad de las instituciones
democráticas ha hecho el resto.

Se trata de un proceso del que es muy difícil salir, porque la pobreza termina
convirtiéndose en una trampa: una vez en ella, se convierte en una espiral que lo atrapa
todo. En las zonas perdedoras, señala el informe, se produce una perniciosa
combinación de escaso poder económico, elevado desempleo, deuda creciente, menor
inversión y emigración. Para combatir ese círculo vicioso, la Fundación Ebert
recomienda medidas como la asunción de mayor gasto social por parte del gobierno
germano. Entre sus propuestas destaca especialmente la puesta en marcha de un
fondo que permita aliviar la deuda de los Estados federados y de los municipios
más perjudicados. No es extraño, porque la deuda es la parte principal de esa trampa:
la mayor parte de los recursos de zonas depauperadas, que por tanto son decrecientes, se
destinan al pago de los intereses, lo cual impide poner en marcha planes de
recuperación, al mismo tiempo que la cantidad adeudada sigue aumentando.

En Alemania sí, en la UE no
La Fundación Friedrich Ebert pertenece al partido socialdemócrata alemán, y por lo
tanto sus propuestas entran dentro de lo previsible, dado que a ese sector ideológico se
le presupone el interés por la cohesión social. Sin embargo, resulta significativo que
se abogue por este alivio de la deuda para el interior de Alemania, pero la
socialdemocracia europea sea hostil a esa misma idea para el conjunto de la UE.

Pongamos el asunto en contexto: esta tendencia hacia la bifurcación es global, y afecta


tanto a los países como a las grandes regiones: unas zonas geográficas concentran la
riqueza, el empleo y los servicios y otras pierden pie, por la que las clases conectadas
globalmente recogen más beneficios en menos tiempo mientras el resto de la sociedad
debe afrontar pérdida de recursos, aumento del coste de la vida y disminución de sus
posibilidades. En la UE hay ejemplos evidentes de ese círculo vicioso de deuda
creciente, aumento del desempleo, menor inversión (o inversión puramente
especuladora) y emigración de la mano de obra más formada. En algunos países, como
Grecia, las consecuencias han sido dramáticas. En España no hemos llegado a esos
extremos, pero no estamos en buena situación. Nuestro país se parece cada vez más a
esos territorios interiores que, perdidas la mayor parte de sus opciones, sobreviven
fundamentalmente del turismo.

Los errores de la ortodoxia

El problema es que no se ha sabido qué hacer con esa espiral. Las convicciones de la
ortodoxia económica se han puesto a prueba con la crisis y en lo esencial no han salido
bien paradas. Una de ellas era la que vinculaba el bienestar social con el crecimiento:
si los grandes números de la economía cuadraban y si se continuaba creciendo, el
conjunto de la sociedad se vería beneficiado. La época poscrisis es un ejemplo perfecto
de cómo la recuperación ha alcanzado a capas favorecidas de la sociedad, ha mejorado
algo las medias altas y las medias, pero no ha llegado al resto, que sigue en su caída
constante. Los beneficios del crecimiento han ido a parar a las mismas clases y a los
mismos lugares, y eso es lo que el informe pone también de relieve.

En segundo lugar, y Grecia es el mejor ejemplo, salir de ese círculo vicioso era posible,
según la ortodoxia habitual de los expertos de las instituciones económicas y de la
misma UE, siempre y cuando la sostenibilidad de la deuda se consiguiera a través
de un programa de reformas de gran alcance. Tsipras hizo lo que le ordenaron, y el
resultado ha sido la extensión de la pobreza y que los números no sigan cuadrando.
Algo se hizo mal con Grecia, y lo peor es que, a pesar de la realidad, nada se ha
modificado.

La deuda

Habría que actuar de otra manera, aunque solo se porque las acciones realizadas no han
dado resultados. El alivio de la deuda, eso que los socialdemócratas alemanes proponen
para zonas de su país, podría ser bastante útil en la UE, algo perfectamente posible aun
cuando esa ortodoxia fracasada lo niegue. Pero si esa no fuese la mejor medida posible,
es evidente que no se puede seguir utilizando fórmulas que reproducen el círculo
vicioso que conduce a los países hacia el declive.

Entendamos cómo funcionan las cosas, porque a España le va mucho en esto. Las
sociedades occidentales se están bifurcando de manera evidente, y cada vez se ensancha
más la brecha entre las clases con más recursos y el resto. A causa de ese movimiento,
aparecen situaciones mezcladas, que afectan tanto en lo personal, como en lo social y en
lo territorial, y que tienden a mantenerse en un terreno inestable durante cierto
tiempo antes de caer. Las clases medias son un buen ejemplo de ello. Conservan cierta
capacidad de acción, cuentan con recursos, pero los precios de los bienes esenciales
suben, los salarios se estancan, los empleos bien pagados disminuyen y la reproducción
de su posición social cada vez es más complicada. En ese entorno, buena parte de la
clase media desciende en el nivel social, ya que caer es fácil y ascender muy
complicado.

El sur

Esa es la situación de España, un país de clase media baja en el contexto


internacional, que está pugnando por mantenerse pero que va a tener difícil mantener
su posición. Por más planes de digitalización y de tecnificación ecológica que se tracen,
sin los recursos adecuados se quedan en simples proclamas vacías. Sin un cambio en las
circunstancias, los próximos años españoles no harán más que profundizar en las
situaciones que hemos vivido desde la crisis, y más todavía si viene otra recesión.
Continuar en la ortodoxia solo empeorará las cosas, y lo sabemos porque son fórmulas
que ya se han aplicado y que no han funcionado.

Eso es lo que está ocurriendo con los países del sur de Europa, cada vez más cerca de
esa trampa de deuda, elevado desempleo, falta de inversión y emigración. Arreglar ese
problema exige medidas diferentes, pensar de forma no ortodoxa y ser política y
económicamente valientes. Sin embargo, nada parece indicar que vaya a existir cambio
alguno en ese sentido. La derecha, fruto de la irrupción de la extrema derecha en los
países del norte y del este se ha hecho todavía más neoliberal, y lo que queda de
socialdemocracia y de liberalismo ha girado hacia la derecha y aspira, por así decir,
a fusionar las ideas de Calviño con las Garicano.

La lección estadounidense

Quizá haya que extraer aquí una lección de la experiencia estadounidense. En estos días
los demócratas están celebrando los debates para elegir a su candidato. La gran
diferencia la están estableciendo Sanders y Warren, que han irrumpido con fuerza
poniendo sobre la mesa temáticas y propuestas que hace mucho tiempo que su partido
no se había atrevido a abordar. Es una actitud que se les ha recriminado en la campaña y
en los debates mediante un argumento habitual, el que subraya que con ese tipo de ideas
se está abocado a perder las elecciones. Sanders ha sabido defenderse de estas
acusaciones y Warren está realizando una campaña espectacular en este sentido,
saliéndose de la ortodoxia argumentativa de su partido y transmitiendo la imagen no
solo de que con estas ideas se puede ganar, sino de que, de hacerlo, sabría cómo
llevarlas a la práctica.

En la primera parte, la pragmática, tienen razón: las anteriores elecciones se


perdieron porque compitieron un republicano sin complejos, Trump y una candidata
muy cercana a los republicanos, Hillary Clinton, de modo que muchos votantes
demócratas se quedaron en casa. Probablemente, repetir la fórmula lleve a los mismos
resultados. Y también la tienen en la segunda: lo que Sanders y Warren señalan es
esencial para la política actual, porque si el éxito electoral sirve para gobernar de modo
parecido a sus rivales republicanos, para qué presentarse.

La valentía

En otras palabras, es el momento del arrojo y la valentía. La derecha se ha vuelto cada


vez más aguerrida y atrevida, y no les ha ido mal, mientras que los progresistas se
encogían. El caso de Warren es notable porque ha hecho justo lo contrario, crecerse,
introduciendo nuevos temas en la agenda, saliéndose de los lugares comunes,
construyendo un programa con medidas que realmente modificarían las cosas y
utilizando un lenguaje y una imagen con la que las clases que salen perdiendo, las
trabajadoras y las medias, pueden identificarse.

En Europa no estamos todavía en eso, y nos movemos en una derecha cada vez más
neoliberal y atrevida y un progresismo cada vez más temeroso de salirse de lo correcto,
y con algo de izquierda que todavía respira pero que se empeña en situarse en los
márgenes sociales. En realidad, todos están haciendo lo que más cómodo les resulta, lo
que les lleva a no tener que enfrentarse a las estructuras existentes y les permite
mantener un espacio confortable mientras las neoderechas arriesgan y a menudo ganan.
Pero ya no estamos en ese momento que permitía ir tirando: hemos llegado a un instante
crucial, tanto en lo que se refiere a la UE como en España, y necesitamos mucha más
altura de miras, mucha menos complacencia y mucho menos miedo. El círculo vicioso
de la deuda, el desempleo, la emigración y el descenso en el nivel de vida está aquí.
Hace falta que se le plante cara. Ya no se puede hacer lo mismo de siempre.

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